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JEAN ABDOU
(Líbano)
And God Converted the Heart of St. Thérèse of the Child Jesus
SUMMARY: This article discusses the stages in the conversion of St. Thérèse
of the Child Jesus. The very young and fragile Thérèse directs her love toward
the figure of Jesus, and she speaks of him in all of her writings. The conviction
that she dwelt in the presence of her “love” helped her to endure a difficult
childhood, dark nights of the soul and the daily obstacles of religious and
spiritual life. This “love” changed her as she advanced on the “Ascent of Mount
Carmel”, transforming her heart and her entire person into love.
KEY WORDS: Conversion, grace, mercy, will, confidence, love, abandonment.
INTRODUCCIÓN
(Sal 138, 12), Jesús, que se hacía niño por amor a mí, se dignó
hacerme salir de los pañales y de las imperfecciones de la infancia.
Me transformó de tal suerte, que ni yo misma me reconocía. Sin este
cambio hubiera debido quedarme aún muchos años en el mundo»
(Carta 201).
Esta transformación fue para Teresa repentina y algo anómalo,
supuso una ruptura brusca y total con su pasado: «Vosotros os con-
vertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y
verdadero y vivir aguardando la espera de su Hijo desde el cielo, a
quien ha resucitado de entre los muertos» (1 Tes 1, 9-10), explica el
apóstol Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses. Transforma-
ción que la hizo cambiar de dirección hacia otro mundo, lejos del te-
rreno; por una parte, se volvió hacia su interior, a su corazón (conver-
sión del latín conversio y del griego epistrophê que significan cambio
de orientación y vuelta sobre sí). Y por otra parte, se volvió al descu-
brimiento de las «delicias del mismo Dios». Y a ejemplo del profeta
Jeremías, exclamó Teresa: «Conviérteme Señor y yo seré convertido»
(Jer 31, 18). Su grito se tradujo al entrar en el Carmelo el 9 de abril
de 1888 a la edad de quince años, en un renacer de nuevo (el mismo
término conversión en griego significa metanoïa, que designa cambio
de pensamiento e implica la idea de un nuevo nacimiento), como la
desposada de Jesús y como meta cumplir la dimensión fundamental
de toda vida monástica: seguir teniendo al que se reconoce nuestro
Salvador.
Como para todo bautizado, Dios quiere la salvación de Teresa, pe-
ro no quiere salvarla sin ella, sin su consentimiento, sin su “sí”. Dios
no impone nada a nadie, él propone su gracia y espera a que nosotros
reaccionemos, a que abramos todos los días nuestro corazón a su pa-
labra y que la hagamos nuestra. Y Teresa, alimentada por la fe en la
casa paterna, se presentó dócilmente de corazón, alma y espíritu a es-
ta llamada y se entrega a las manos del Maestro divino. Dios la ha
llamado, y ella ha respondido.
Intentemos ver en conjunto y de cerca cómo fue la conversión del
corazón de Teresita. Cómo Dios, el padre, el esposo, el director, el
hermano y el misericordioso esculpió el corazón de Teresa. ¿Cuál fue
su trayecto? ¿Qué le enseñó Dios y qué sucedió? ¿De qué conversión
se trata en el caso de Teresa?
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de amor. Teresa quería hacer todo para él, cantar para él, presentarle
flores. Dos años después, en sus escritos, se dirige directamente a él,
le tutea y expresa sus sentimientos con claridad: y le llama:
«mi único amigo» (MA 40v)
«mi amado» (MB 2r)
«mi amor» (MB 3v)
«mi vida» (MB 3v)
«mi águila adorada» (MB 5v)
«yo te amo» (MB 4v).
Y le llama: su esposo, su prometido, su único amor. La única dife-
rencia entre nosotros y Teresa -es verdad que nosotros miramos como
Teresa y amamos como ella- es que Teresa ha sabido dejarse mirar
por Jesús, ha sabido dejarse amar por Dios.
Jesús es, pues, el artista de su alma, y a través de él, Teresa des-
cubre a Dios: «Nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie cono-
ce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar»
(Mt 11, 27).
Teresa, a fuerza de amar a su amigo, su esposo, a semejanza de
toda persona enamorada, ha querido agradarle a Jesús, estar siempre
en su presencia, unirse a él: «Este día no fue sólo una mirada, sino
una fusión, ya no eran dos, Teresa había desaparecido, como la
gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba
Jesús, él era el dueño, el Rey» (MA 35rº).
Teresa se sumerge en el Evangelio, se inspira en la liturgia, lee,
escucha, medita, reza mucho. Y quería parecerse a su amado, quiso
imitarle: «Cuando Jesús ha mirado a un alma, al punto le da su pare-
cido divino, pero es necesario que esta alma no deje de fijar en él so-
lo sus miradas» (Carta 134)
Para Teresa la mirada de Jesús es eficaz, le hace parecerse al
mismo Jesús él mismo. Y a imagen de su esposo Jesús, que se entre-
gó él mismo, por así decirlo, a la humanidad, ella quiere hacer lo
mismo. Sí, cuando se está enamorado se hace eso. ¡El Amor obliga!
Escribe Teresa:
«Morir de amor es dulcísimo martirio,
y es el que yo quisiera sufrir.
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 383
Y para ganar el cielo, hay que pasar por la noche oscura, por la
purificación y el sentimiento de abandono. Teresa, en los últimos días
de su vida sobre la tierra, pasó este túnel oscuro y fue por combatir
este sentimiento por lo que Teresa fue abandonada por su Esposo y
por lo que perdió toda la fe. De este modo su Amado le hace gustar el
mismo tormento que él vivió en el huerto de los olivos en la víspera
de su crucifixión: «Él permitió que mi alma fuera invadida por las
más espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para
mí, no fuera en adelante sino motivo de lucha y de tormento» (MC
5v).
Y al fin de su vida, cuando se le pregunte a Teresa qué es lo que le
dijo a Jesús cuando rezaba, responderá con toda sencillez: «No le di-
go nada, ¡le amo!» (UC 1897/9/2). Como los esposos que han pasado
juntos alegrías y pruebas y que han permanecido en un amor siempre
más intenso, Jesús y Teresa se comprenden sin palabras: el amor es
suficiente. El que ama verdaderamente vive de alguna forma la vida
del amado como la suya. Teresa aceptaba asimismo sus tinieblas, sus
sufrimientos, los compartía y buscaba por todos los medios iluminar-
los por medio de la luz de su amor por su esposo, y Jesús buscaba
arrancar a Teresa de su desamparo y suprimir de ella todo mal. ¿No
es esto lo que se cumplió también entre Cristo y la humanidad en el
misterio de la redención?
Y Teresa ilustró esto en "el cambio" que se cumplió entre el ase-
sino Pranzini y Cristo, cambio que la santa formula así: «Era un ver-
dadero cambio de amor; a las almas les daba la sangre de Jesús;
a Jesús le ofrecía estas mismas almas refrescadas por su rocío
divino» (MA 46v).
CONCLUSIÓN