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Y Dios convirtió el corazón de

Teresa del Niño Jesús…

JEAN ABDOU
(Líbano)

RESUMEN: Este artículo refiere las fases de la conversión de santa Teresa


del Niño Jesús. Teresa, niña y frágil, dirige su amor a la persona de Jesús,
habla de él en todos sus escritos. La convicción que tenía de vivir en la presen-
cia de su «amor» la hizo pasar su frágil infancia, sus noches oscuras y los obs-
táculos cotidianos de la vida religiosa y espiritual. Este «amor» la cambió a
medida que avanzaba en «La Subida del Monte Carmelo». Transformó su cora-
zón y toda su persona en amor.
PALABRAS CLAVE: Conversión, gracia, misericordia, voluntad, confianza,
amor, abandono.

And God Converted the Heart of St. Thérèse of the Child Jesus

SUMMARY: This article discusses the stages in the conversion of St. Thérèse
of the Child Jesus. The very young and fragile Thérèse directs her love toward
the figure of Jesus, and she speaks of him in all of her writings. The conviction
that she dwelt in the presence of her “love” helped her to endure a difficult
childhood, dark nights of the soul and the daily obstacles of religious and
spiritual life. This “love” changed her as she advanced on the “Ascent of Mount
Carmel”, transforming her heart and her entire person into love.
KEY WORDS: Conversion, grace, mercy, will, confidence, love, abandonment.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 73 (2014), 373-391


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INTRODUCCIÓN

Tenía exactamente diez años, el 13 de mayo de 1883, cuando Te-


resa fue atacada por una seria enfermedad. Al perder toda esperanza
de curación, se dirigió hacia su madre del cielo y le imploró con sus
ojos de niña que la curase: «No habiendo encontrado ayuda en la
tierra, la pobre Teresita se volvió también hacia la Madre del cielo;
le rogó de todo corazón que, por fin, tuviera piedad de ella... De
repente la Santísima Virgen me pareció bella, tan bella que nunca
había visto cosa tan hermosa, su rostro respiraba una bondad y una
ternura inefables, pero lo que llegó hasta el fondo de mi alma fue
“la arrebatadora sonrisa de la Santísima Virgen”. En aquel
momento todas mis penas se desvanecieron...» (Ms A 30r).
Y he aquí que recibe la primera respuesta a su llamada. Su prime-
ra señal, «la arrebatadora sonrisa» de la Virgen, sería el punto de par-
tida de la obra divina en la conversión de la santa.
Pero Teresa seguía mostrándose siempre depresiva y melancólica,
lloraba por naderías y lloraba por haber llorado, y «...Era necesario
que Dios hiciera un pequeño milagro, para hacerme crecer en un
instante, y este milagro lo hizo el día inolvidable de Nochebuena.
En esta noche luminosa que alumbra las delicias de la Trinidad
Santa, Jesús, el dulce Niñito de unas horas, cambió la noche de
mi alma en torrentes de luz... En esta noche, en que él se hizo dé-
bil y doliente por mi amor, me hizo fuerte y valerosa, me vistió
con sus armas y desde esta noche bendita, no fui vencida en nin-
gún combate; por el contrario, fui de victoria en victoria y co-
mencé, por así decir, «¡una carrera de gigante!...» (Ms A 44v-
45r,) escribe la noche de Navidad de 1886.
Esta misma noche supuso un giro en la vida de Teresa: señaló el
comienzo de un largo camino de conversión, que Teresa llevaría a
cabo con su amado Jesús: «La noche de Navidad de 1886, es verdad,
fue decisiva para mi vocación, pero para calificarla más claramente,
debo llamarla con más claridad: la noche de mi conversión». (Cta.
201).
Teresa es sacudida por esta «gracia de Navidad», Teresa es trans-
formada, y ella misma dice en una de sus cartas «En esta bendita no-
che, de la que está escrito que esclarece las delicias del mismo Dios
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 375

(Sal 138, 12), Jesús, que se hacía niño por amor a mí, se dignó
hacerme salir de los pañales y de las imperfecciones de la infancia.
Me transformó de tal suerte, que ni yo misma me reconocía. Sin este
cambio hubiera debido quedarme aún muchos años en el mundo»
(Carta 201).
Esta transformación fue para Teresa repentina y algo anómalo,
supuso una ruptura brusca y total con su pasado: «Vosotros os con-
vertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y
verdadero y vivir aguardando la espera de su Hijo desde el cielo, a
quien ha resucitado de entre los muertos» (1 Tes 1, 9-10), explica el
apóstol Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses. Transforma-
ción que la hizo cambiar de dirección hacia otro mundo, lejos del te-
rreno; por una parte, se volvió hacia su interior, a su corazón (conver-
sión del latín conversio y del griego epistrophê que significan cambio
de orientación y vuelta sobre sí). Y por otra parte, se volvió al descu-
brimiento de las «delicias del mismo Dios». Y a ejemplo del profeta
Jeremías, exclamó Teresa: «Conviérteme Señor y yo seré convertido»
(Jer 31, 18). Su grito se tradujo al entrar en el Carmelo el 9 de abril
de 1888 a la edad de quince años, en un renacer de nuevo (el mismo
término conversión en griego significa metanoïa, que designa cambio
de pensamiento e implica la idea de un nuevo nacimiento), como la
desposada de Jesús y como meta cumplir la dimensión fundamental
de toda vida monástica: seguir teniendo al que se reconoce nuestro
Salvador.
Como para todo bautizado, Dios quiere la salvación de Teresa, pe-
ro no quiere salvarla sin ella, sin su consentimiento, sin su “sí”. Dios
no impone nada a nadie, él propone su gracia y espera a que nosotros
reaccionemos, a que abramos todos los días nuestro corazón a su pa-
labra y que la hagamos nuestra. Y Teresa, alimentada por la fe en la
casa paterna, se presentó dócilmente de corazón, alma y espíritu a es-
ta llamada y se entrega a las manos del Maestro divino. Dios la ha
llamado, y ella ha respondido.
Intentemos ver en conjunto y de cerca cómo fue la conversión del
corazón de Teresita. Cómo Dios, el padre, el esposo, el director, el
hermano y el misericordioso esculpió el corazón de Teresa. ¿Cuál fue
su trayecto? ¿Qué le enseñó Dios y qué sucedió? ¿De qué conversión
se trata en el caso de Teresa?
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Dejemos a Teresa que nos trace su propio camino de conversión


de corazón. Cómo descubrió que la finalidad de la conversión no es
haber hecho algo, sino dejarse transformar a sí misma, dejarse trans-
formar todo su ser al contacto con el Amor. Dejemos que Teresa nos
relate, por sus propias palabras, las etapas más o menos decisivas que
transformaron su corazón en «una llama ardiente».
«Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha envia-
do» (Jn 6, 44). Toda conversión comienza por una atracción que pro-
viene directamente de Dios; hubo, pues, una llamada por parte de
Dios por medio de la «sonrisa arrebatadora» y «la gracia de Navi-
dad», y también por otros signos; y, por parte de Teresa, una respues-
ta: el abandono y la confianza totales en Dios.

EL ABANDONO TOTAL DE TERESA EN DIOS

«Me ofrecía a Jesús para que cumpliese en mí perfectamente


su voluntad, sin que las criaturas pusieran nunca obstáculos...»
(MA 76v).
El abandono total a la voluntad divina fue la piedra angular por la
que Dios comienza su obra de conversión en nuestra santa. Teresa no
tenía otro deseo sino refugiarse en los brazos de Dios, ser acariciada
por él, enseñada por él, amada por él y dejarse inundar por el océano
de su misericordia, lo dice y lo repite en muchos lugares de sus ma-
nuscritos:
− «La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que
él quiere que seamos...» (MA 2v)
− «Dios mío, lo elijo todo. No quiero ser una santa a medias,
no me asusta sufrir por vos, no temo más que una cosa, conservar
mi voluntad. Tomadla. Elijo todo lo que vos queréis...!» (MA 10v)
− «Mi alma estaba sumida en la amargura, pero también
en la paz, pues no buscaba más que la voluntad de Dios»
(MA 55v)
− «No ha permitido a las criaturas hacer lo que querían, sino
su voluntad»(MA 64r)
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− «Yo estaba dispuesta a hacer la voluntad de Dios y volver


al mundo, antes que quedarme en el Carmelo haciendo la mía»
(MA 76v)
Teresa renunció totalmente a su propia voluntad y se sometió de
un modo absoluto a la voluntad del Padre. Incluso en los últimos días
de su vida, abrumada por la enfermedad, se instaló en el abandono, la
confianza y el amor de Jesús, el servidor sufriente: «Pronto voy a mo-
rir, pero ¿cuándo?... No acaba de llegar la muerte. Soy como un ni-
ñito a quien siempre se le está prometiendo un pastel: se lo enseñan
desde lejos; luego, cuando él se acerca a cogerlo, retiran la mano...
Sin embargo, en el fondo, me resigno enteramente a vivir, a morir, a
curarme» (Últimas conversaciones, del 21 al 26 de mayo, 2)
Poner su voluntad en las manos de Dios es estar de acuerdo mu-
tuamente con una confianza total en él.

LA CONFIANZA TOTAL DE TERESA EN LA PROVIDENCIA DIVINA

«La confianza, y nada más que la confianza, es lo que nos debe


conducir al amor…» (LT 197)
Teresa sabe que Dios la ama, tiene confianza en su debilidad de
que cumpla sus promesas: «Pedid y se os dará» (Mt 7, 7). Nunca se
apoya en sus méritos, sino siempre en los méritos infinitos del Salva-
dor: «¿Qué importa, Jesús mío, si caigo a cada instante? Veo en ello
mi debilidad, y es para mí una gran ganancia... Tú ves en ello lo que
yo puedo hacer y, por eso, estarás más interesado en llevarme en tus
brazos... Si no lo haces, es que te gusta verme por el suelo... En tal
caso, no me voy a inquietar, sino que siempre tenderé hacia ti mis
brazos suplicantes y llenos de amor... ¡No puedo creer que me aban-
donarías!...» (Carta 89).Teresa quiere trabajar gratuitamente, sabien-
do que sus propias obras no tienen valor sino el que Dios les quiere
dar: «Es Jesús quien lo hace todo, y yo no hago nada» (Carta 142),
decía.
Lo que Teresa va a buscar en la misericordia de Dios va más lejos
que toda riqueza y supera todos los bienes terrenos; es la posesión de
Dios sobre ella misma. A través de la misericordia, Teresa no puede
contentarse más que con el Amor, del que es víctima voluntaria, a
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ejemplo de su amado Jesús: «A la tarde de esta vida, me presentaré


delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que ten-
gáis en cuenta mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas
ante vuestros ojos. Quiero, por tanto, revestirme de vuestra propia
Justicia, y recibir de vuestro AMOR la posesión eterna de vos mismo.
No quiero otro trono y otra corona que a Vos, ¡oh Amado mío!...»
(Oraciones 6).
Y aunque se ve débil, pequeña e imperfecta y aún puede sucumbir
al pecado, siempre recurre al perdón del Señor que la levanta y siem-
pre confía en su Amor y en misericordia: «Ser pequeño... es no des-
animarse por sus faltas, porque los niños caen con frecuencia, pero
son demasiado pequeños para hacerse mucho daño» (Últimas Con-
versaciones. Cuaderno amarillo, 6 de agosto 1897, 8).

EL PAPEL DE DIOS EN LA CONVERSIÓN DE CORAZÓN DE TERESA

La iniciativa de Teresa en la búsqueda de Dios en su vida y su


respuesta libre a su llamada atrae a Dios a ella y le impulsa a reencon-
trarla y tocarla. Teresa, por su sumisión, ha seducido a Dios a encon-
trarla y a adoptarla. Dice ella: «Y, si tal vez, parece que te escondes
eres tú quien vienes para ayudarme a buscarte» (P 36/2).
De modo que, «llamada» (de Dios) y «voluntad confiada» (de Te-
resa) se «encontraron», se formó como un lazo, o un canal de unión;
un «link» (como el cordón umbilical que conduce el alimento al bebé
desde las entrañas de su madre) que llevó la «voz de Dios» (sus ense-
ñanzas, sus mandamientos y su amor) al pequeño corazón de Teresa;
y esta enseñanza, esta experiencia de corazón a corazón dará alas de
santidad a Teresa. Para Teresa, el secreto de su felicidad consistía
precisamente en dejarse conducir por el Señor por el camino del
cambio. Dios cambió el corazón de Teresa. La conversión de Teresa
es una conversión «de cambio en Amor».
¿Cómo Dios cambió a Teresa? ¿Cómo ha obrado? ¿Qué le ha da-
do Dios a cambio de su abandono y confianza? «Os daré un corazón
nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne
el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Ez 36, 26).
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«Un corazón nuevo... un corazón de carne», en otras palabras, un


corazón amable y caritativo que ama igualmente en el amor y en la
caridad de Dios. En consecuencia, Teresa llama a su conversión: «la
conversión de la caridad», la conversión del amor: «Sentí que la cari-
dad entraba en mi corazón; la necesidad de olvidarme de mí para
agradar y ¡desde entonces fui feliz!...» (MA 45v).
Y Dios interviene. Dios obra en el corazón de Teresa. Como un
labrador (el agricultor), que busca la buena tierra, la más fértil, la en-
cuentra, la elige y la cultiva. Dios la esculpe, le enseña y la guía.
Transforma a Teresa en un ser parecido a él. Por eso quien aprende
del Señor, se parecerá a su maestro: «Cuando Jesús ha mirado a un
alma, al punto le da su parecido divino, pero es necesario que esta
alma no deje de fijar en él solo sus miradas» (Carta 134). Jesús nos
dice en el evangelio de san Mateo: «Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón» (Mt 11, 29). Y Teresa, siguiendo al Señor, afir-
ma: «Hace tal obra el AMOR después que le conocí, que si hay
bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor, y el alma transforma
en Sí» (MA 83r).
Dios hace todo en ella:
− «Dios se ha dignado concederme (gracias)» (MA 3r)
− «Lo que Dios ha hecho por mí» (MA 4r)
− «Dios me ha concedido la gracia» (MA 4v)
− «Jesús velaba por su pequeña prometida» (MA 8v)
− «Jesús quería hacerme gustar una alegría» (MA 32 v)
− «Jesús me ha hecho sentir» (MC 5v)
− «Jesús se ha dignado instruirme» (MA 2v)
− «Dios me lo pedía» (MA 64r)
− «Dios obraba en mi alma y me habló» (MA 70r)
− «Dios obraba visiblemente» (MA 70v)
− Etc.
Como se ve, Teresa, al no hacer nada, Dios obraba todo a través
de ella. Todo en Teresa le venía de Dios. Dios dirigía sus pensamien-
tos, sus sentimientos, sus acciones, sus oraciones, sus escritos, Dios
hacía todo. Y para Teresa, Dios era su todo. Él era el padre, el esposo,
el maestro, el director, el amigo, el misericordioso; Dios, su todo,
hacía todo.
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1. Dios Padre convirtió el corazón de su hija Teresa


Teresa tuvo la gracia, siendo niña, de tener en su vida un padre un
poco excepcional (hablando afectivamente). Se comprende entonces
perfectamente cómo haya sido fácil proyectar sobre Dios algo de la
ternura de la que ella era objeto por parte del Louis Martin, su padre.
Teresa estaba de ese modo ligada a su padre terrestre. Siendo niña
la ayudaba con sus consuelos, sus caricias, su voz y su ternura. Y de
este mismo modo, después de la muerte de Louis Martin, se adhirió a
su padre celestial: «Me encontré verdaderamente huérfana, pues no
tenía padre en la tierra, aunque podía mirar al cielo con confianza
y decir con toda verdad: «Padre nuestro, que estás en los cielos»
(MA 75v)
Teresa se veía como un hijo de Dios, su hijita. La confianza parti-
cular que tenía en Dios tenía el mismo valor que la que un niño pone
en sus padres biológicos. Para Teresa, Dios se convierte en el más
tierno de los padres, le llama: «Papá Dios». Y como una niña celosa
por su padre, no toleraba que ningún otro amara a Dios, su padre, más
que ella: «Quisiera amarle tanto... ¡Amarle como nunca ha sido
amado!... » (Carta 74).
Y este Dios-Padre, dulce y tierno, dotado de un corazón más que
de madre, toma a Teresa bajo su protección, le hace experimentar por
su gracia que está protegida por él, que, lo mismo que su padre terres-
tre, el día que Teresa cometía errores, él la perdonaba y tenía confian-
za en su perdón, con su padre divino también. Teresa confiaba en que
él le iba a abrir los brazos y la recibía a pesar de sus equivocaciones,
sus pecados y su debilidad. Teresa afirma: «Sí, lo siento, aunque tu-
viera sobre mi conciencia todos los pecados que se pueden cometer,
iría, con el corazón destrozado de arrepentimiento, a echarme en los
brazos de Jesús, pues sé cuánto quiere al hijo pródigo que vuelve a
él» (MC 36v).
Y como un padre que educa a su hija para que se vuelva madura,
Dios interviene. Dios siembra en ella el deseo de saber y se encarga
de su educación espiritual y, sobre todo, de su desarrollo intelectual:
«Libre ya de los escrúpulos, de su sensibilidad excesiva, mi espíri-
tu se desarrolló. Siempre había amado lo grande, lo bello, y por
este tiempo fui presa de un deseo insaciable de saber» (MA 46v).
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En 1887, a los 14 años, Teresa recibe la gracia de despertar a la


dimensión apostólica cuando miraba la imagen del Crucificado en la
catedral de San Pedro; quiso entonces ser misionera, obispo e incluso
mártir. El mismo año aparecía su compromiso sin reservas en la sal-
vación del asesino Pranzini (su primer hijo espiritual). Teresa recibe
en esta ocasión la gracia de la salvación de las almas. Y así, poco a
poco, Dios Padre educaba a su pequeña Teresa: «Porque yo era pe-
queña y débil, él bajaba hacia mí, me instruía en secreto sobre las
cosas del amor...» (MA 49r).
En ocasiones se dormía en tiempo de los rezos y oraciones, pero
sin tener miedo nunca de que Dios Padre estuviera enfadado con ella.
Lo dice Teresa: «Debería descorazonarme por dormirme durante la
oración y la acción de gracias. Pues bien, no me descorazono...
Pienso que los niños pequeños agradan tanto a sus padres cuando
duermen como cuando están despiertos» (MA 75v).

2. Dios, el amigo, el amado, el esposo convirtió el corazón de su es-


posa Teresa
Las tres personas de la Santísima Trinidad, juntamente, han juga-
do un gran papel en la conversión del corazón de Teresa. Dios Padre
era su padre y protector. Dios Hijo era su amigo y el esposo. Dios Es-
píritu era su instructor y director.
«Tú lo sabes, divino Jesús: yo te amo.
El Espíritu de amor me abrasa con su fuego.
Amándote, atraigo al Padre.
Mi débil corazón le conserva sin reserva.
¡Oh Trinidad!, tú eres la prisionera de mi amor!» (P 17/2)
De este modo Dios Hijo, Jesús, ocupaba un gran lugar en la vida
de Teresa: Jesús su «amor». Siendo aún niña y desde el día de su
primera comunión, de año 1884, se hace amiga suya con una amistad
que durará hasta su muerte. Teresa escribe: «Desde hacía tiempo, Je-
sús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido»
(MA 35r).
Y como en las historias del amor que se experimentan, se miran,
se comprenden, se vuelven amorosas. Teresa ha mirado a Jesús, le ha
comprendido y se enamora de él. Teresa le habla, le inventa poesías
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de amor. Teresa quería hacer todo para él, cantar para él, presentarle
flores. Dos años después, en sus escritos, se dirige directamente a él,
le tutea y expresa sus sentimientos con claridad: y le llama:
«mi único amigo» (MA 40v)
«mi amado» (MB 2r)
«mi amor» (MB 3v)
«mi vida» (MB 3v)
«mi águila adorada» (MB 5v)
«yo te amo» (MB 4v).
Y le llama: su esposo, su prometido, su único amor. La única dife-
rencia entre nosotros y Teresa -es verdad que nosotros miramos como
Teresa y amamos como ella- es que Teresa ha sabido dejarse mirar
por Jesús, ha sabido dejarse amar por Dios.
Jesús es, pues, el artista de su alma, y a través de él, Teresa des-
cubre a Dios: «Nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie cono-
ce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar»
(Mt 11, 27).
Teresa, a fuerza de amar a su amigo, su esposo, a semejanza de
toda persona enamorada, ha querido agradarle a Jesús, estar siempre
en su presencia, unirse a él: «Este día no fue sólo una mirada, sino
una fusión, ya no eran dos, Teresa había desaparecido, como la
gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba
Jesús, él era el dueño, el Rey» (MA 35rº).
Teresa se sumerge en el Evangelio, se inspira en la liturgia, lee,
escucha, medita, reza mucho. Y quería parecerse a su amado, quiso
imitarle: «Cuando Jesús ha mirado a un alma, al punto le da su pare-
cido divino, pero es necesario que esta alma no deje de fijar en él so-
lo sus miradas» (Carta 134)
Para Teresa la mirada de Jesús es eficaz, le hace parecerse al
mismo Jesús él mismo. Y a imagen de su esposo Jesús, que se entre-
gó él mismo, por así decirlo, a la humanidad, ella quiere hacer lo
mismo. Sí, cuando se está enamorado se hace eso. ¡El Amor obliga!
Escribe Teresa:
«Morir de amor es dulcísimo martirio,
y es el que yo quisiera sufrir.
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 383

¡Llama de amor, consúmeme sin tregua!


¡Vida de un instante, tu carga me es tan pesada!
Divino Jesús, cumple mi sueño:
¡Morir de amor!» (P 17/14)
Santa Teresa, el 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima
Trinidad, escribe: «He recibido la gracia de comprender mejor que
nunca cuánto desea Jesús ser amado» (MA 84r). Amar a Jesús es
«sufrir por él». Y es contemplando este Amor misericordioso, desco-
nocido, rechazado, como Teresa concebirá el deseo de ofrecerse to-
talmente a él: «¡Oh, Dios mío! ¿Vuestro Amor despreciado se va a
quedar en vuestro corazón? Creo que si encontraseis almas que se
ofrecieran como víctimas de holocausto a vuestro Amor, vos las
consumiríais rápidamente; creo que gozaríais no reteniendo las
olas infinitas de ternura que hay en vos... ¡Oh, Jesús mío!, que sea
yo esa víctima feliz, consumid vuestro holocausto con el fuego de
vuestro Divino Amor...» (MA 84r).
Ante esta alma tan confiada y enamorada, Jesús la toma a su cargo
y se ocupa de transformarla en una esposa digna de él. Para soportar
las dificultades de la vida en el convento, la comunidad y, sobre todo,
la obediencia, Jesús la enseña a ser dócil a las órdenes: «Jesús me ha
hecho comprender que, obedeciendo con sencillez, le agradaría»
(MA 2r).
Para aceptar a las demás y la diferencia y diversidad entre los se-
res humanos, entre sus hermanas monjas del convento, Jesús la ense-
ña que toda persona es bella ante sus ojos, todos son iguales ante la
mirada de nuestro Señor. «Jesús se ha dignado aclararme este miste-
rio. Ha puesto delante de mis ojos el libro de la naturaleza y he com-
prendido que todas las flores que ha creado son bellas» (MA 2v).
Y la misma Teresa ha aprendido de su Amado y por su Amado a
aceptar sus propias debilidades; toda su vida está marcada por esta
aceptación de ella misma, de su impotencia radical, de sus imperfec-
ciones, de su pequeñez, pero sin desesperar jamás de Dios. Teresa
vuelve a entregarse a Jesús en una total y absoluta confianza: «Jesús
velaba por su pequeña prometida. Supo sacar provecho de todos sus
defectos que, dominados a tiempo, le han servido para crecer en la
perfección» (MA 8v).
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Y para ganar el cielo, hay que pasar por la noche oscura, por la
purificación y el sentimiento de abandono. Teresa, en los últimos días
de su vida sobre la tierra, pasó este túnel oscuro y fue por combatir
este sentimiento por lo que Teresa fue abandonada por su Esposo y
por lo que perdió toda la fe. De este modo su Amado le hace gustar el
mismo tormento que él vivió en el huerto de los olivos en la víspera
de su crucifixión: «Él permitió que mi alma fuera invadida por las
más espesas tinieblas y que el pensamiento del cielo, tan dulce para
mí, no fuera en adelante sino motivo de lucha y de tormento» (MC
5v).
Y al fin de su vida, cuando se le pregunte a Teresa qué es lo que le
dijo a Jesús cuando rezaba, responderá con toda sencillez: «No le di-
go nada, ¡le amo!» (UC 1897/9/2). Como los esposos que han pasado
juntos alegrías y pruebas y que han permanecido en un amor siempre
más intenso, Jesús y Teresa se comprenden sin palabras: el amor es
suficiente. El que ama verdaderamente vive de alguna forma la vida
del amado como la suya. Teresa aceptaba asimismo sus tinieblas, sus
sufrimientos, los compartía y buscaba por todos los medios iluminar-
los por medio de la luz de su amor por su esposo, y Jesús buscaba
arrancar a Teresa de su desamparo y suprimir de ella todo mal. ¿No
es esto lo que se cumplió también entre Cristo y la humanidad en el
misterio de la redención?
Y Teresa ilustró esto en "el cambio" que se cumplió entre el ase-
sino Pranzini y Cristo, cambio que la santa formula así: «Era un ver-
dadero cambio de amor; a las almas les daba la sangre de Jesús;
a Jesús le ofrecía estas mismas almas refrescadas por su rocío
divino» (MA 46v).

3. Dios, el director, convirtió el corazón de Teresa


Es el amor a Jesús lo que impulsó a Teresa a entregarle todo, a
aceptar su intervención en su vida diaria, en sus más sencillas tareas
de cada día. Todo sirve al amor. Todo puede demostrar el amor. Te-
resa no deja pasar ninguna ocasión que se presenta: los pequeños sa-
crificios, los pequeños nadas de cada día: una sonrisa, un pequeño
servicio que hacer. Vivía siempre en la presencia de Dios, realizaba
sus tareas cotidianas como si él estuviera a su lado: «… En efecto, los
directores hacen avanzar en la perfección imponiendo una gran can-
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 385

tidad de actos de virtud, y tienen razón; pero mi director, que es Je-


sús, no me enseña a contar mis actos; me enseña a hacerlo todo por
amor...» (Carta 142).
El influjo de Jesús sobre Teresa fue constante y cada vez más ne-
cesario en su orientación hacia un don total de ella misma al Amor, y
Teresa está centrada totalmente en Jesús. Dios-Jesús era el director de
su vida diaria. Y poco a poco a medida que avanzaba en su madurez
espiritual, más experimentaba la unión que le había ligado a su Ama-
do. Dependía en adelante de él. Dice ella: «Es Jesús quien lo hace to-
do, y yo no hago nada» (Carta 142).
A imagen de su Dios director, Teresa es humilde y sencilla. Por
medio de su sencilla mirada, fija solamente en Dios, pone de mani-
fiesto que la santidad no consiste en realizar grandes obras (fundar
comunidades, tener gracias místicas, ser ermitaña, etc.), sino también
en vivir su vida ordinaria. Para ella, la vida monótona de una carmeli-
ta de clausura es aquella en la que cada día el horario es parecido al
del día anterior y al del día siguiente: «Me aplicaba, sobre todo, a los
pequeños actos de virtud, ya que no podía hacer los grandes» (MA
74v).
En efecto, es a lo largo de los días y en las actividades más mo-
destas y humildes en las que Teresa presenta sus mayores aportacio-
nes espirituales en el misterio de la comunión de los santos: «Recoger
una espiga por amor puede convertir un alma» (Carta 164), dirá Te-
resa.
Por otra parte, su Dios-director le enseña a afirmarse en la fe y,
sobre todo, a soportar las pruebas. Le hace aprender el desasimiento,
la privación de consuelo, la ansiedad en la enfermedad de su padre,
soportando también «los picotazos de alfileres» de la vida común:
«Creo que el trabajo de Jesús durante este retiro ha sido el de despe-
garme de todo lo que no es él» (Carta 78).
Su presente, su acción en el momento presente que ella vivía se lo
inspiraba Jesús: «Creo sencillamente que es Jesús mismo el que, es-
condido en el fondo de mi pobre corazoncito, obra en mí y me hace
pensar lo que quiere que haga en ese momento» (MA 76r).
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4. Dios, prójimo, convirtió el corazón de Teresa


Al vivir con las hermanas monjas, entre los muros del convento,
Teresa hizo frente a la diversidad, a la dificultad de comprender los
diferentes caracteres y a hacerse comprender también y, por eso, esta
joven alma, humilde, dócil y confiada, recurre a la Palabra divina y se
refugia en su maestro espiritual «Dios-Jesús» para poder armarse, ins-
truirse, para poder soportar a las personas con las que vivía, para po-
der aceptar sus defectos y su debilidad. Teresa se pregunta: «¿Cómo
ha amado Jesús a sus discípulos y por qué los ha amado?» (MC 12r).
Teresa leyó el Evangelio, su libro de aprendizaje, que no se sepa-
raba de ella y que medita asiduamente: «Jesús quiere morir sobre una
cruz, pues él ha dicho: "No hay amor más grande que dar la vida por
los amigos" (Jn 15, 13). Meditando estas palabras de Jesús, amadí-
sima Madre, comprendí lo imperfecto que era mi amor para con mis
hermanas. Me di cuenta de que no las amaba como Dios las ama»
(MC 12r).
«... y meditando... he comprendido». Teresa, pues, lee, medita,
comprende y se instruye y afirma que «la caridad perfecta» está en
aceptar al otro, a pesar de todos sus defectos y sus debilidades a
ejemplo de Jesús. De este modo Teresa ha buscado amar a Dios, que
está en el otro. Sus ojos no veían ya los defectos y las debilidades de
la persona que está ante ella; Teresa veía a Jesús a quien ama en el
otro. Teresa asimiló que es necesario soportar al que va con ella para
llegar a aquel con quien más desea vivir, que no es otro que su Dios:
«¡Ah!, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar
los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en
edificarse de los más pequeños actos de virtud que se les vea practi-
car; pero sobre todo comprendí que la caridad no debe quedar ence-
rrada en el fondo del corazón» (MC 12r).
Y todavía allí, Teresa se abandonaba a la voluntad de su instructor
y le cedió su corazón e incluso sus sentimientos, que él los dirigía y
dice que no es ella la que es caritativa para con sus hermanas, sino
que es Jesús en ella quien está allí: «... cuando soy caritativa, sé que
es Jesús el que obra únicamente en mí; cuanto más unida estoy a él,
más amo a todas mis hermanas. Cuando quiero que este amor au-
mente en mí, cuando sobre todo el demonio trata de poner ante los
ojos de mi alma los defectos de tal o cual hermana, que me es menos
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 387

simpática, me apresuro a buscar sus virtudes, sus buenos deseos»


(MC 12v).
Para amar a Dios hay que amar al prójimo y, amando al prójimo,
nos acercamos a Dios. Y de este modo Teresa, buscaba, veía y amaba
a Dios en el otro. Dice también que para amar al otro «... me apresuro
a buscar sus virtudes, sus buenos deseos...» (MC 12v); en otras pala-
bras, Teresa ha querido decir: me apresuro a buscar a Jesús en él.
Teresa sentía antipatía hacia ciertas hermanas, entonces también
ella se dirige hacia su maestro y cita este versículo: «Habéis oído que
se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo
os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen»
(Mt 5, 43).
Y se propone aplicar este versículo en su vida cotidiana. Señala
que si en el Carmelo no hay «enemigos», lo mismo es con las antipa-
tías; a las hermanas más difíciles que las otras, se las debe amar por
desagradables o estrechas de espíritu que sean. Se siente, pues, invi-
tada por Jesús a rezar por estas hermanas y a amarlas. Luego cita: «A
quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6,
30).
La santidad de Teresa no era una cuestión de perfección, sino de
amor. Se sirvió de los corazones de sus hermanas para ser para él un
lugar de santidad, porque era Jesús quien la esperaba en las personas
que estaban más cerca y quien exigía de ella con bastante frecuencia
paciencia para aguantarlas, servirlas y obedecerlas: «En otra ocasión,
en el lavadero, tenía delante de mí a una hermana que me echaba
agua sucia a la cara cada vez que sacudía los pañuelos sobre la taja.
Mi primer movimiento fue echarme atrás y secarme la cara, para
mostrar a la hermana que me asperjaba que me haría un favor te-
niendo más cuidado; pero inmediatamente pensé que sería tonta si
rehusaba tesoros que me daban tan generosamente, y me cuidé muy
bien de manifestar mi combate. Me esforcé por desear recibir mucha
agua sucia, de modo que al fin había cogido el gusto a este nuevo
modo de aspersión y me propuse volver otra vez a este dichoso lugar,
donde se recibían tantos tesoros» (MC 30v).
Lo que Teresa hizo al más pequeño, al más pesado, a quienes tie-
nen el don de molestarla y decepcionarla, es a Jesús a quien se lo
388 JEAN ABDOU

hacía. Dice Teresa: «No siempre he practicado la caridad con estos


transportes de alegría... pero lo hacía con tanto amor, que me hubie-
ra sido imposible hacerlo mejor si hubiera tenido que conducir al
mismo Jesús» (MC 3r).

5. Dios, el misericordioso, convirtió el corazón de Teresa


Y se llega a la última enseñanza de la Santa: Dios el misericordio-
so. La misericordia de Dios la vio Teresa de un modo muy particular.
Para Teresa, en Dios, todo apuntaba al infinito. Ella veía, pues, la mi-
sericordia de Dios en el mismo título que su omnipotencia, su gloria y
su amor.
Teresa consideró la misericordia a medida también de su impo-
tencia y de su debilidad. A través del sentimiento de su impotencia,
sabe que es necesario un garante de la misericordia y Teresa lo ha
buscado con una audacia sin igual y una confianza sin par.
Lo que Teresa va a buscar en la misericordia vale más que todos
los bienes creados: es la posesión de Dios. A través de la miseri-
cordia, Teresa solo puede quedar satisfecha con el Amor del que se
ve víctima voluntaria, como Jesús: «A mí -dice ella- me ha dado su
misericordia infinita» (MA 83v).
Tenía Teresa una confianza tan grande en este Dios misericor-
dioso, que incluso si se viera pecadora, confiaría que Dios su padre,
amigo, esposo y director siempre la iba a sostener y aceptar sin sus
pecados: «Si yo hubiera cometido todos los crímenes posibles, siem-
pre hubiera tenido la misma confianza. Sé que toda esa multitud de
ofensas sería como una gota de agua lanzada a un brasero abrasa-
dor» (UC 11 julio 1897/6).
Teresa nos relata cómo experimenta ella la dificultad de ser ver-
daderamente misericordiosa y caritativa con el verdadero mundo que
la rodea... porque siempre está allí Jesús que nos espera. Y Teresa,
como todos nosotros, no es espontáneamente misericordiosa: «Cuan-
do veía a una hermana que hacía alguna cosa que me disgustaba y
que me parecía irregular, pensaba: ¡Ah, si pudiera decirle lo que
pienso!» (MC 27v).
Teresa no busca recompensarse siendo caritativa. Ve perfecta-
mente que hay hermanas que son imperfectas, no por su culpa, sino
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 389

que «todas estas cosas ‘me refiero a la falta de juicio, de educación,


de susceptibilidad...’ son enfermedades morales crónicas, que no tie-
nen esperanza de curarse» (MC 28r).
Y ante estas personas ¿qué conclusión saca? «Quiero ser amable
con todo el mundo y, en especial, con las hermanas menos amables,
para alegrar a Jesús ...», que nos invita a no buscar recompensa en
los gestos para con los demás "y seréis dichosos porque vuestro Pa-
dre, que ve lo secreto, os recompensará" (MC 28r; Mt 6, 4).
De este modo aprende Teresa a ser misericordiosa con ella misma
soportando su debilidad y aceptando sus imperfecciones. Para Teresa,
la misericordia es el mismo nombre que el de amor de Dios, su esen-
cia que le define más que cualquier otro calificativo. No un Dios jus-
ticiero, severo al que tenemos que temer, sino un Dios a quien pode-
mos acoger en el mismo centro de nuestras debilidades y de nuestras
fragilidades: «Él no llama a los que son dignos, sino a los que él
quiere, o como dice San Pablo: "Dios tiene misericordia de quien
quiere, y tiene compasión de quien tiene compasión. Por consiguien-
te, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene mise-
ricordia" (Rom 9, 15-16, MA 2r).
Teresa comprende que, al fin, importaba poco que se sea ladrón
de derecha o ladrón de izquierda, solo cuenta el grito arrancado al co-
razón del pecador, grito que abre el paso a las oleadas de la Miseri-
cordia divina. Es el corazón herido el que transforma la hoguera de la
cólera de Dios en zarza ardiente de misericordia: «Sí, lo siento, aun-
que tuviera sobre mi conciencia todos los pecados que se pueden co-
meter, iría, con el corazón destrozado de arrepentimiento, a echarme
en los brazos de Jesús, pues sé cuánto quiere al hijo pródigo que
vuelve a él» (MC 36v).

CONCLUSIÓN

De una niña enferma a la edad de diez años a una madurez precoz


a los trece, a una religiosa enclaustrada a los quince hasta su último
suspiro en la tierra a la edad de veinticuatro años, Teresa hizo un re-
corrido gradual de conversión, etapas de aprendizaje, de progreso, de
arrepentimiento, de liberación, de aceptación, de crecimiento, de de-
sarrollo y de cambio. Dios mismo velaba los pasos de este proceso de
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conversión para concebir en Teresita una santidad eterna. Veló para


que este recorrido no se limitara al día de su canonización en 1925;
los escritos de Teresa, su espiritualidad, su «caminito muy derecho,
muy corto, un caminito todo nuevo» (MC 2v) logran trazar un nuevo
medio en la santidad, y he aquí que su camino de conversión se coro-
na con la proclamación de Doctora de la Iglesia en 1997.
«Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios» (Rom 8, 14), Teresa se deja guiar por el Espíritu de
Dios y Dios la hizo hija suya; no quiso crecer, al contrario, insistió en
quedarse como hijita, y esto exigió que Dios se abajara y la tomara en
sus propios brazos al cielo: «El ascensor que ha de elevarme hasta el
cielo, son tus brazos, ¡Oh, Jesús!; por eso no tengo necesidad de cre-
cer; al contrario, debo seguir siendo pequeña, serlo cada vez más»
(MC 3r). Confiar en el seguimiento del Señor y en sus enseñanzas,
dejarse guiar por el Espíritu de Dios es ser fortalecido por sus cami-
nos, es armarse del poder del mismo Espíritu: «Pues Dios no nos ha
dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de sabidu-
ría», (2 Tim 1, 7). Este poder, dado por el Espíritu de Dios, ayudó a
Teresa a crecer y a vencer su imperfección, «Todo lo puedo en aquel
que me conforta», Flp 4,:13) quedando siempre todo arrimado a la
fuente de la viña, así Teresa dejó a Cristo vivir su vida y a través de
ellas.
He aquí que la conversión del corazón de Teresa fue un creci-
miento lento pero constante que, por la práctica diaria, permitió a Te-
resa progresar hasta lograr la imagen de Cristo y descubrir a Dios
mismo.
En su conversión Teresa se esforzó sinceramente por ser diferen-
te, pidiendo prestado un camino diferente, su propio camino que la
llevó a la santidad, un «caminito muy derecho, muy corto... todo nue-
vo» (MC 2v), que se resume en tres grandes rasgos: fe, confianza y
amor. Teresa se dio cuenta de su realidad cuando comprendió su de-
bilidad y reconoció su pequeñez, porque lo que ella creía que eran
obstáculos insuperables en su vida la atrajo al Amor a ella, porque la
naturaleza de Dios, amor misericordioso, la lleva a dirigirse a todo lo
que es pequeño y necesita amor.
Actualmente, todo ser humano tiene una sed inmensa de Dios. El
hombre de hoy tiene necesidad de redescubrir esta misericordia hecha
Y DIOS CONVIRTIÓ EL CORAZÓN DE TERESA DEL NIÑO JESÚS 391

visible en Jesús, para que la humanidad sea librada de la duda y del


miedo, fuentes de división, de violencia y de guerra. Por eso, el papa
Francisco, ha insistido, además, con urgencia en el anuncio del Evan-
gelio y lo ha señalado como una de las prioridades de su pontificado.
Y ha declarado al año 2014 el año de la Nueva Evangelización: «No
nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestra vida»
(Homilía del papa Francisco - Basílica Vaticana, Sábado Santo, 30
de marzo de 2013). Dios espera nuestra respuesta a su llamada, para
obrar en nosotros: «Mi Padre sigue actuando y yo también actúo» (Jn
5, 17).
No es, pues, tan sencillo hablar de Dios en su ambiente. Pero des-
pués de la experiencia de la conversión de Teresa Dios es sencillo,
Dios es accesible, Dios está presente, Dios es abordable, Dios es pa-
dre, Dios es todo misericordia; la espiritualidad de Teresa es una
Nueva Evangelización.
La conversión del corazón es una aventura que arrastra hacia lo
alto. Dios no se muestra, se encuentra, se da, se revela. Rescata toda
la persona, su carne, su alma, su espíritu y la vuelve parecida a si
mismo, ardiendo de amor; como Teresa, convierte a la persona en
«una llama ardiente». «¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).
Solo Dios es el que puede verdaderamente dar a Dios a nuestras al-
mas.
«No puedo temer a mi Dios que se hizo tan pequeño por mí...¡Le
amo!..., ¡porque él no es más que amor y misericordia!» (Carta 266).

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