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De Graciela Zarebski
De la definición a la identidad
Los modos en que se construye una cierta definicion,es decir, el conjunto de sus
descripciones,implican un esbozo de identidad socialmente establecida. Toda
definicion supone el ejercicio de una serie de controles sobre la trayectoria vital de
los individuos, imponiendo normas acerca de lo que significa tener “cierta edad”.
Estas formas de control son parte de las politicas sobre la identidad desde las cuales
se determina lo que se designa por vejez y el tipo de problematizacion que se
realiza, es decir, el modo en que esta será identificada, tratada y valorada.
Partimos de la existencia de una correspondencia entre la estructura social y las
subjetividades, entre las divisiones objetivas del mundo social, sobre todo entre
dominantes y dominados en los diferentes campos,y las formas de su vision y
division que les aplican los agentes de esa dominacion (Bourdieu y Wacquant,
1995). Al sujeto se lo intenta definir a traves de un conjunto de relaciones objetivas
ancladas en ciertas formas de poder que lo transforman en alguien que puede ser
concebido por un determinado discurso narrativo y que se espera que actúe desde
ese campo de dominación, lo cual es otra forma de construir la identidad.
Dichas representaciones, ya sean las divisiones etarias, de género o de clase social,
suelen presentarse como discursos hegemónicos, es decir con la capacidad de
poder establecer el sentido comun, la doxa social que normalmente permanecen
inexpresadas (Gramsci, 1972).
Positiva o negativamente,dichas descripciones terminan procediendo como un
corsé que cierne y limita los espacios identitarios y conforma a su vez identidades
sociales expresadas por caracteristicas que se suponen específicas.
Los sistemas sociales preceden al sujeto,brindandole un rol y un estatus dentro de
su medio. Esto implica un marco de adaptaciones, siempre creativas, que el sujeto
realiza en base a las normas ofrecidas, buscando el reconocimiento del otro.
Las modalidades de la aceptacion o del rechazo dependerán de las normas sociales
imperantes y podran tener el signo de la virtud o del pecado, de lo bello o lo feo,de
lo normal o anormal, o cualquier otra via de control social. Este curioso andamiaje
cultural se inserta en el sentido comun, volviendo natural sus postulados.
Asi, la identidad puede funcionar como una interfase entre una definición del sujeto
enunciado por predicados sociales y predicados singulares. Dubar (1991) la definía
como una identidad para sí y para el otro,ya que permite subrayar ambos aspectos
en un solo movimiento (Martucelli, 2007).
Para entrar en esta tematica será necesario explicar, primero, qué se entiende por
prejuicio. Curiosamente, esta nocion es basicamente inofensiva, ya que el origen de
la palabra remite a praejudicium, es decir, un juicio basado en una experiencia
anterior. Posteriormente, desde la metafisica, los filósofos Descartes y sobre todo
Leibniz explicaron los prejuicios “como la verdad filosófica suprema. Las
proposiciones a priori,preordenadas logicamente a la experiencia, constituyen
según Kant la ciencia pura”. Sólo en Inglaterra, donde la experiencia siempre primó
en la conformación del conocimiento, la palabra prejudice fue pensada como la
opinion que resiste a la comprobacion de los hechos.
Horkheimer diferencia dos aspectos que aparecen ligados al prejuicio. Por un lado
lo que él denomina la abreviacion del pensamiento. Por el otro, las pasiones
sometidas por la cultura. Éstas son a menudo, descargadas vía
prejuicios,exacerbando ciertas formas de saber y dándole contenidos fuertemente
afectivos, lo cual haría que “las ideas” acerca de la vejez se conviertan en un foco
de temores que terminen llevando a una verdadera gerontofobia o miedo a los
mayores.
En este sentido, existe un mecanismo psicológico que funcionaría especialmente:
la proyección. Es por ello que, si ciertos conocimientos han sido fuertemente
afectivizados es porque implican un temor personal frente a algo que no resulta del
todo racional.
La rigidez de los prejuicios lleva a la degradacion absoluta de la subjetividad,
entendida como la particularidad de una persona más allá de pertenecer a una edad,
raza o condicion social; de este modo se deja de preguntar al sujeto sobre sus
deseos y se le supone respuestas anticipadas,generalizadas como “todos los
mayores” creen, hacen o desean tales cosas,del mismo modo que se profiere: “los
negros” o “los judíos” son todos de tal o cual manera.
Todo este tipo de estigmas que terminaron siendo un tipo de saber falso y
prejuicioso de la realidad, llevan a la vergüenza de sí, a la voluntad de ser otro, a
ocultar que es de ellos de quienes se pueden reír (Eribon,1999).
Es frecuente escuchar aún hoy a gente grande decir: “yo con viejos no me junto”.
Recuperar la autonomia personal implica reconstruir la imagen colectiva y personal,
mas allá de los cuadros estereotipados que ofrece nuestra sociedad. Por eso, se
trata de batallas donde se construyen representaciones, imágenes e identidades
renovadas, que dan un nuevo sentido al envejecimiento. Sentido que invita a la vida
y no al rechazo o la sumision a lugares de puro desprestigio.
Por todo esto es importante considerar que el lenguaje está atravesado por
relaciones de fuerza, ya sean de edad, clase, sexo o raza; es en y por el lenguaje y
sus imágenes que se juega la dominacion simbolica, es decir, la definiciom y la
imposicion de las percepciones del mundo y de las representaciones socialmente
legitimadas (Eribon, 1999).
La noción de viejismo surge en los Estados Unidos en 1969, de la mano del
gerontólogo Robert N. Butler, quien la considera como un conjunto de prejuicios
similares a los que se adjudican por la raza, la religion o la etnia, y la define de esta
forma:
El viejismo refleja una profunda y asentada dificultad por parte de los jóvenes y los
de mediana edad, así como un rechazo personal y un disgusto por envejecer,
enfermar y quedar discapacitado, y el miedo por la falta de poder, la no utilidad y la
muerte.
¿Los viejos son como los chicos?
Sorprende que este estigma sea afirmado frecuentemente por los propios mayores,
para describirse o para tratarse. Posiblemente, muchos de los que así lo hacen
creen en lo que la sociedad les indica, y a veces tambien lo utilizan para dispensarse
de ciertas responsabilidades. Sin embargo, este mito tiene serias consecuencias.
Por un lado sabemos que esta generalizacion es falsa. Lo podemos deducir
facilmente. Nadie diría que Borges, Verdi,Freud o Victor Hugo hayan disminuido su
capacidad creativa en los ultimos años de sus vidas y mucho menos que hayan sido
como chicos en esta etapa. Cuando alguien se comporta como si lo fuese, mas bien
tenemos que pensar en una patologia, ya sea depresiva o demencial, o simplemente
ver si no fue como un chico toda su vida o si los prejuicios sociales han influido
demasiado sobre él.
Tambien debemos tener en cuenta que cuando una persona se vuelve muy
dependiente de otra, ya sea porque está en un lugar de internación o porque no la
dejan desenvolverse, puede terminar actuando como un niño. Como en los casos
en los que se considera a los mayores como objetos de exagerada fragilidad y
donde las recomendaciones “mamá no toques”, o “no subas las escalera”, generan
una dependencia infantilizante. Si toma la responsabilidad, seguramente podrá
hacerse cargo de sí mismo.
Este mismo mito, junto con los otros, genera dos actitudes negativas hacia la vejez:
la compasión y la discriminación. En ambas, tendemos a descalificar las verdaderas
posibilidades de los mayores y, especialmente, podemos perturbar su propia
realizacion como personas. De este modo, vemos cómo nuestra sociedad aún
mantiene muchos mitos y cómo estas nuevas generaciones van demostrando una
gran capacidad de cambio.
Resulta necesario ir más allá de las especulaciones obvias, salir de los esquemas
actividad o pasividad, salud y enfermedad para redescubrir los espacios novedosos
y creativos que brinda el tiempo libre y los nuevos encuentros sociales. Romper el
marco de lo esperable supone definir una nueva forma de actuar creativamente.
Es posible que estas decadas marquen una nueva etapa en la cultura de las edades.
Mas que pensar qué identidad van a ir tomando los mayores, tenemos que apuntar
a todas las posibles identidades que se conformen, sin esperar un grupo
homogéneo.
Las edades están en franca transformación, pero probablemente esta edad sea la
que más fuertemente ha evolucionado al ritmo de los nuevos tiempos.