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íNDICE

I....TRODUCCIÓ....
7

LAs MORADAS DE TLAlOC y lOS SAGRADOS TEMPLOS ENFLORADOS


STANISLAW IWANISEWSKI

17

SACREO MOUNTAIN5 A .... O PRE-INCA CULTURES OF THE ANDES


JOHAN REINHARD

51

LAs MONTAÑAS SAGRADAS Y lAS CULTURAS PREINCA1CAS DE LOS ANDES


CHRISTlAf'oI VITRY

73

EL ROSTRO DE lOS MAYLLKUS EN SOCAIRE:


LA FORMA Y El CONTENIDO EN lOS ANDES
ATACAMEÑOS DEL NORTE DE CHILE

RICARDO MOYANO • PATRICIO BUSTAMANTE • CARLOS URIBE

103

Los VOLCANES DE TETlMPA y LA COSMOVISI6N MESOAMERICANA

PATRICIA PLUNKET NAGOOA • GABRIELA URUÑUELA LADRÓN DE GUEVARA

131

ESCULTURAS DE TLALOC COMO INDICADORES DE JERARQUiA CEREMONIAL EN LA CUENCA


DE MÉXICO, DEL EPICLÁSICO Al POSCLÁSICO

FRANCISCO RIVA5 CASTRO. VIOLETA PATRICIA VARGAS CASTRO

149

CHICNAUHTÉCATl
ISMAEL ARTURO MONTERO GARCIA

171

PAISAJE DE SERPIENTES Y MONTAÑAS:


ESTUDIO DE LOS OBJETOS DE MADERA SERPEt-ITlFORMES DEL NEVADO DE TOlUCA

ROBERTO JUNCO • SllVINA VIGlIANI

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Los VOLCANES DE TETlMPA y LA COSMOVISIÓN
MESOAMERICANA
Jío PATRICIA PLUNKET NAGODA' • GABRIELA URUÑUELA LADRÓN DE
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/0 . La montaña sagrada ha sido uno de los iconos más analizados


·Ú.
en la literatura que versa sobre la cosmovisión de la antigua
Mesoamérica. Comúnmente, quienes han investigado este
9-
tema asignan a ese motivo una gran profundidad temporal,
afirmando que las primeras pirámides fueron erigidas para
imitar culturalmente a este elemento del paisaje natural a fin
de usurpar la geografía existente y reubicarla dent ro del ám-
bito humano kg. , Broda, 1987; Eliade, 1954; López Austin;
López Luján, 2009; Manzanilla, 2000; Matos, 1999; Reill y,
1999; Townsend, 1992]. Así, para el periodo Clásico, la pi-
rámide de la Luna en Teotihuacán se ha interpretado como
el reflejo del cerro Gordo que surge majestuosamente detrás
de ella [Linné, 1934: 32-33 ], y la gran pirámide de Cholula

1 Doct ora en arq ueología; prof esor titular y co-dlrectora del Proyecto Tetimpa
del Departamento de An tropolo gfa, Universidad de las Américas-Puebla
2 Doctora en arqueología; profesor Titular y co- directora del Proyecto Tetlm-
pa del Departamento de Antropolog ía de la UniverSidad de las Américas. Puebla
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-el Tlc.tchihualtépetl O "cerro hecho a mal1o"- como un eco del volcún


Popocuéperl que define el horizonte occidental del valle poblano-thlxcaltec.I
[Uruiluela e/ al., 2009]. Asimismo, epigrafistas de la antigua cultura maya
habitualmente equiparan el binomio pirámide-templo con la manifestación
<-tryuitcctónica de la montaña-cueva, metáfora cuya procedencia atribuyen a
la cultura olmcca del Formativo Medio [Schele; Marhcws, 1998J. Pero como
indican Alfredo López Austin y Leonardo López Luján [2009: 22], y Mireea
Eliade [195--1: 12-17] previamente a ellos, la montaña cósmica es un motivo 1
compartido por muchos pueblos del orbe, siendo un símbolo del centro y I
el lugar donde se juntan el cielo y la tierra, además de concebírsele como el e
ombligo del mundo, el punto del origen y de la creación. (
Los escritos que tratan de manera específica a la montaña mesoamericana )
hacen una lectura regresiva de las fuentes del siglo XVI. Suponen un significado (
afín entre las estructuras que vieron Corrés y sus huestes y las primeras pla-
~
taformas construidas 2500 años ames, aunque no existan textos como los de
Mesopotalllia, India o Palestina [Eliade, 1954: 12-17] que podrían confirmar
esta aseveración. Rosemary Joyce [2004] cuestiona la tesis de que esos basa- e
mentos mesoamericanos primigenios duplicaran intencionalmente <.t la montañ,l
sagrada: en cambio, sugiere que qu izás esas construcciones elev,ldas iniciales d
fungieraI1 más bien para alzar simbólicamente a algunas actividades sobre O[l"¡.lS, F
a algunas familias por encima de otras, como parte de una creciente desigualdad e
y ~olllplejidad social, y que sólo con el paso del tiempo se les llegó a conferir
d
un estatus cosmológico que alude ala mOlltaila sagrada. Pero, ¿qué evidencia h
arqueológica tenemos de esta lectura? Adentrarse en la cognición de! pasado es
y
invariablemente una tarea espinosa e inciena; no obstante, queremos aquí seña- e
lar una evidencia que nos pueJe proporcionar una línea base, una profundidad ti
temporal mínima, para la germinación del vínculo concepruaJ entre la monta- b
ihude la geografía natural y su proyección como pirámide dentro del paisaje
culturalmenre construido. ~a discusión siguiente no pretende abarcar <1 todo "
Mesoamérica. sino que se enfoca específicamente sobre los valles centrales y
p
un imponeme mame-volcán: el Popocarépetl, la gigantesca montaña humeante. L
2
LAs PRIMERAS PlATAFORMAS DEL ALTIPLANO CENTRAL
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Aunque existen algunos indicios de arquitectura elevada desde f,1I1 atrás como el
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Formativo Temprano en Marcias [Grave, 1974; Prindville: Grove, 1987: 65]. es
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132
!\i\1I:K1CA: TlI-!l.K.A DI:: MONTt'NA~ y VOLCANI:S. HlIl:LLAS DE. LA AK.{lllI:OLOGIA
II ¡'> VOl ( Ac-l'> 1)1 Tl. II~ll'A' LA l ()'>~I()V\"I()N MI. ~OA~IIRICANA

en el Formativo Medio cuando empezamos a notar la presencia de plataformas


revestidas de piedra en algunos sitios de los valles centrales mesoamericanos.
Sin embargo. los ejemplos son muy escasos y probablemente en su mayoría
fueron construidos hacia finales de ese periodo y no al principio_ Este tipo
de estructura aparece en el valle de Puebla-Tlaxcala en Tlalancaleca [Carda
Cook, 1981: 252-253] YXochitécarl [Serra Puche, 1998; Serra Puche; Lazca-
no, 20081; en Temamarla [Ramirez el al" 2000: 29-31], Cuicuilco [Cummings,
1933; Heizer; Bennyhoff, 1958] y Tlapacoya [Barba, 1956] en la cuenca de
México; yen Chalcatzingo [Grove, 1987] y Zazacarla [Canto; Castro, 2010 I I

en Morelos. Otros sitios poblanos, como Colotzingo [Uruñuela, 1989, 1998],


Coa pan [Tschohl; Nickel, 1972; Uruñuela, s/f], Totimehuacán [Spranz, 19701.
Xochiltcnango [Castanzo, 2002], Cuauhtinchán [Seiferle-Valencia, 2007] y
Cholula [Noguera, 1956], probablemente iniciaron la construcción de sus
plataformas durante el Formativo Medio, pero la mayoría de estos edificios
no ha sido detalladamente explorada y fechada. Además, en algunos casos
la exploración de las ocupaciones de esta temporalidad se ve dificultada por la
existencia de arquitectura monumental más [ardía que las cubre.
E! incremento en el uso de basamentos, monumentos esculpidos de pie-
dra [e.g .. Pérez Campa, 1998] y masivos cuencos monolíticos de basalto [e.g.,
Palavicin i, 1998: 52], refleja importantes cambios sociopolíticos yeconómi-
cos. Por un lado estos elementos requieren inversiones cada vez más grandes
de mano de obra y materiales, y por otro lado su presencia es diagnóstica de
la habilidad de algunos miembros de la sociedad para acumular excedentes
y convertirlos en materiales no perecederos que demuestran el poder y posi-
ción de sus dueños. Así, estas evidencias marcan el surgimiento de un nuevo
tipo de sociedad en las tierras altas de Mesoamérica, sociedades que busca-
ban reforzar e institucionalizar las d isparidades entre comunidades. linajes e
individuos. y que florecieron durante los últimos siglos del Formativo.
Asimismo, es durante la segunda parte del Formativo cuando surgen las
primeras representaciones de las deidades que a la postre fundamentarían
la expresión religiosa en las grandes urbes del Altiplano Central [Carballo,
2007]. Para la mayoría de los investigadores, las plataformas, las esculruras
y las imágenes se relacionan con gobernantes incipientes que buscan mono-
polizar la tecnología del poder: el conocimiento esotérico expresado a través
del ritual público_ Es en este espacio temporal, entonces, donde dehemos

133
PAT RI CI A PLUNHT N AG ODA - GABRI ELA URUN UE: LA LADRON O~ G UEVARA

buscar la asignación de montaña sagrada a las grandes plataformas revestidas


de piedra, ya que éstas conformarían elementos esenciales de los elaborados
escenarios requeridos para el despliegue ceremonial que situaría al gober-
nante al centro de su cosmos. Estos edificios forman parte de un nuevo estilo
ritual [Bell, 1997] que consolida el poder a través de la formulación y drama-
tización de conceptos ancestrales claves en busca de una mayor integración
comunitaria [Uruñuela; Plunket, 2007]. Consideramos que uno de estos con-
ceptos es la montaña sagrada y que su manifestación arquitectónica como tal
se remonta mínimamente a los últimos siglos del Formativo. No obstante, se
requiere alguna prueba arqueológica para demostrar contundentemente la
conexión entre pirámide y montaña mítica, así que recurrimos a las casas de
una aldea del Formativo poblano para ilustrar dicha conexión.

LA ALDEA DE TETIMPA
La evidente evolución sociopolítica de los centros primarios del Altiplano
durante la segunda mitad del Formativo, incluyendo la muda conceptual de
la plataforma como intensificador de estatus hacia un cognado de la montaña
sagrada, tiene paralelos en las casas formativas de Tetimpa, una aldea grande
situada en el flanco nororiental del Popocatépetl (Figura 1). Al quedar sepul-
tado este asentamiento bajo un estrato de ceniza producto de una descomunal
fl
erupción del volcán a mediados del primer siglo de nuestra era [Plllnket;
UJlIñuela, 1998a, 2006, 2008, 2009; Uruñuela y Plunket, 1998,2002, 2007] , ti
esto resultó en la preservación de muchos detalles de la vida doméstica que g
han sido borrados de la mayoría de los sitios arqueológicos a consecuencia ñ
tabto de las fuerzas erosivas de la lluvia y el viento como de las intervenciones SI
humanas. Nuestro trabajo desde 1994 ha documentado los restos parciales o v,
totales de 27 unidades habitacionales ocupadas durante el Formativo Tardío pi
yib Terminal. La evidencia proporcionada por estos conjuntos residenciales ta
no sólo nos permite matizar aspectos poco conocidos de la vida ritual en las
aldeas de esa época [Plunket; Uruñuela, 2002a; Uruñuela; Plunket, 2002 ,
2007] , sino también, inesperadamente, acotar la profundidad temporal de la le
relación pirámide-montaña. El
Las casas tetimpeñas del Formativo Terminal usualmente consistían de de
tres plataformas, de las cuales la central era invariablemente la más grande y
alta, encontrándose flanqueada por dos estructuras laterales menores. Estas

134
VI AI\II:RICA: TlI::.RRA DE MONTANAS y VOLCANES. HU ELLAS DE LA ARQUEOLOCIA
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Figura 1. Localización de Tetimpa y otros sitios del Formativo medio

tres estructuras delimitaban un patio cuyo centro se marcaba con una piedra,
generalmente labrada, o con un pequeño adoratorio (Figura 2) [Plunket; Uru-
ñuela, 2002a]. Debajo de la piedra, o insertada dentro del adoratorio mismo,
siempre había una chimenea rellena con restos de carbón . Los adoratorios son
variables, y aunque hay temas que se repiten, ninguno es idéntico a otro, No
pretendemos aquí inventariar todas estas diminutas estructuras, sino comen-
tar sobre las que quizás sean efigies de la montaña sagrada que, en este caso en
particular, parece referirse al incómodamente cercano Popocatépetl.

Los VOLCANES EFIGIES DE TETIMPA


Entre los elementos encontrados en el espacio ritual al centro de cada resi -
dencia están las montañas miniaturas. La omnip resente chimenea incluida en
cada una de ellas asegura nuestra lectura de estas formaciones como réplicas
del gran volcán que surge en el horizonte hacia el suroeste del sitio. Cada una de

135
PATRICIA P UJNKET NAGODA • GAHRII:.LA URUNUI:.LA LAURON DE GUI:.VAKA
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Figura 2 Planta de una casa del Formativo Terminal en Tetimpa, Puebla.

estas pequeñas eminencias tiene sus particularidades que la hacen única, pero
ciertas características compartidas permiten agruparlas.
Las maquetas más sencillas consisten de una estructura cónica hecha de
cantos de río y/o de simples lajas de andesita, unidos con un mortero de lodo
y revocados con una mezcla de barro y arena (Figura 3), La boca de la chime-
nea, ~ a veces la parte inicial del tiro, están hechas con la boca y cuello de una
olla reciclada. La chimenea siempre penetra el apisonado del patio y en su
fondo comiene carbón, piedritas, y, de vez en cuando, uno o más segmentos
de navajillas de obsidiana.
Un poco más elaborado que el anterior, otro modelo de volcán consiste
de dos cerros, uno más alto que el otro, el menor adosado al mayor; como
en el caso previo, la cara principal del conjunto doble se dirige hacia la entra-
Figure
da de la unidad doméstica. Ambos montes cuentan con su propia chimenea, lisa ((

136
GU I: VAKA AMlRICA: T I ERRA DE MONTANAS y VOLCANES. Ji UEllA3 DE LA AK.qUI::OLOGIA
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lisa colocada frente al mogote, pero no eXiste ninguna chimenea debajo de ella
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137
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Figura 4 Efigies del volcán util izando dos montañas humeantes adosadas: a) un adoratoriO Intacto¡
b) un adoratOrio de doble cerro (parcialmente destruido por la minería local al procurar extraer ma- se lO
tena l para la fabricac ión de block). en el que se apreCia la apertura de la chimenea del monte mayor
la (

138
1-\ ARA AMÉR.ICA: TIERRA DE MONTANAS y VOLCANES. HUELLAS DE LA ARQUEOLOGiA
Lo ~ V ()LC ANE~ DI- T~TlMI'A y LA C()~M()V1 S I0N M ~~OAMERI CA NA

yen general la construcción y el contenido de sus cámaras de combustión son


semejantes a los de las efigies sencillas descritas arriba (Figura 4). Sin embargo.
en todos los casos que hemos registrado este duplo, las piedras que rematan las
chimeneas están labradas, señalando quizás un nivel ritual más elaborado, lo
cual sugiere un esta tus más elevado para estas familias dentro de la comunidad
kg., Uruñuela; Plunket, 2001, 2002].
Un tercer ejemplo de adoratorio de volcán sólo se ha encontrado en una
ocasión. Se trata de una efigie cónica que recubre un largo tiro coronado con
una piedra labrada en forma de cabeza de serpiente (Figura 5). La mbntaña
fue elaborada encima de una baja plataforma rectangular de unos 0.20 m de
altura, sobre la cual se encuentra otra chimenea, en este caso falsa, tapada con
un disco de piedra burdamente labrada para representar una cara hJmana.
En el canto frontal de la plataforma que da hacia la entrada al conjuntO habi-
tacional se empotró una piedra tallada para representar la faz de lo que parece
ser el dios del inframundo: muestra una mandíbula descarnada, undienre
central de tiburón, y en cada lado de su cabeza se grabó un cartucho enmar-
cando una cruz [Plunker; Uruñuela, 1998b]. Hemos descrito a este adoratorio
como un mapamundi que localiza el volcán Popocarépetl como el ele'mento
más importante de la tierra para los tetimpeños, el centro y el punto de origen
de su universo. Llama la atención la escultura del ofidio asentado sobre ·el
,
cráter del volcán miniatura por la importante y constante asociación que tiene
este animal con el monte sagrado mesoamericano, culminando finalmente en
su manifestación como el Coatepetl, el Templo Mayor de Tenochtitlán [López
Austin; López Luján, 2009:151-162]. Adicionalmente, es quizá significativa la
ubicación de estas tres imágenes labradas sobre la línea medial de la base rec -
tangular del adoratorio, ya que así se manifiesta el eje central que comunica a
los distintos niveles del cosmos [López Austin; López Luján, 2009: 152-153 ].
Regresando a lo mundano, podemos observar que con base en la calidad y
complejidad del altar y de algunos otros elementos constructivos de la casa,
es evidente que esta estructura ritual pertenecía a una familia particularmente
prominente de la aldea y que de cierta manera los adoratorios reflejaban el
estatus de los dueños y sus ancestros.
Es de mencionar que, en las tres modalidades descritas, ocasionalmente
ICtO¡
rna- se aprecian restos de un pigmento rojo en la fachada principal del adoratorio,
Iyor la cual da hacia la entrada del conjunto habitacional. Aunque esta pintura

139
PA I KIUA I'I.lINh.1 I NA(;()I)A • CAI\RIl LA IJK\I'dJl-I A LAI)Koc>, 111 c.;UI \ !\K:\

Figura 5 El cono volcánico situado sobre una plataforma rectangular que posiblemente repre
sentara la superfic ie de la Tierra, creando así un mapamundi

140
/JI GlJ! \ Af{A AMlKI C.A : T1I' KK A O[ MONTA NA\ y VOl (AN I:\. H lJn l A\ Dl lA AHQUFOI m.IA
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a)

b)

Figura 6 Dos vistas de la plataforma talud-tablero miniatura: a) vista de la fachada pnnc ipal con
~ repre~
uno de los cuartos del conjunto detras; b) vista de la superficie con el disco de laja que tapa la
chimenea; se puede apreciar que, al Igual que en las plataformas de 105 cuartos, el tab lero está
hecho con Ixtapaltetes

141
PA1IUClA PLlJNK ET NAGODA • GABRII:.LA URUNUlLA LADR ÓN III GU I:V ARA

podría interpretarse corno un vestigio del acabado final de la efigie, en todos


los casos la piedra que cubre la chimenea C3mbién presenta manchas de ese
mismo pigmento, por lo que es más probable que tenga que ver con el acto
ritual de aUmentar a esa piedra, que factiblemente sería lo venerado por e!
conjunto familiar. Aparte de estos vestigios de color, no se encuentra ninguna
evidencia de que estos pequeños montes estuviesen pintados o decorados.
El último tipo de adoratorio que nos interesa aquí es el que ata e! vínculo
entre montai'la y plataforma. Se encontró en un conjunto habitacional mo-
desto, pero su significado es de gran relevancia porque en vez de construir
una efigie del volcán humeante para centrar la casa como en otros conjuntos,
aquí se levantó una plataformita, copia miniatura de los basamentos sobre
los cuales los aldeanos construyeron sus cuartos de bajareque (Figura 6a).
Así, en su fachada principal presenta un talud-tablero hecho con ixtapaltetes
y una escalinata volada deumitada por alfardas, rasgos ambos característicos
de la arquitectura de todas las estructuras de Tetimpa. Sobre la superficie de
esta plataforma diminuta, un disco burdo de laja tapaba la chimenea (Figura
6b). A diferencia de los otros casos descritos arriba, no hubo ninguna otra
piedra o figura labrada coronando la chimenea, pero como existen otros for-
matos de adoratorios que tampoco incluyen cantos o imágenes, pero sí lajas ,
pensamos que esta carencia sólo es testimonio de la variabilidad normal que
encontramos en la actividad ritual familiar de Tetimpa. Es decir, compartían
cOI)ceptos básicos que podían ser expresados de diversos modos por distintas
familias; no existe una sola manera de crear un adoratorio, las únicas teglas
constantes estipulan que la estructura debe situarse al centro de! patio con su
cara principal dando hacia la entrada y que debe contar mínimamente con
una chimenea.

COMENTARIO FINAL
Estas materializaciones de lo sagrado en Tetimpa sugieren que durante el
Formativo el Popocatépetl, la montaña humeante auténtica, era el foco de
mucha actividad ritual en la región de Puebla-Tlaxcala y seguramente en
otras zonas circunvecinas como la cuenca de México. Su reproducción va-
riable. siempre centrando las casas modulares de la aldea, lo establece como
un Monte Sagrado mesoamericano, y la sustitución de los volcanes efigies
por una plataforma con fachada en talud-tablero demuestra que, para el

142
[VARA AM~RI(.A: TlrRRA LlE MONTANA,~ y VOl c.:ANI:~. HUFlI.M \JI: LA AKQUUILOGIA
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143
PATR!ClA I'! UNK!T NACODA • GA!\Rl!! A URUl\lJH A LADKOI\ D! GIJl VA KA

primer siglo de nuestra era, montañas y pirámides ya eran intercambiables.


Además, el paralelo entre cerro y plataforma que se manifiesta entre los ado-
ratorios de Tetimpa, advierte que las expresiones de la vida ritual doméstica
manifiestan a otra escala algunas de las actividades ceremoniales enmarcadas
por la arquitectura monumental de los centros mayores contemporáneos y
posteriores.
En otra ocasión [Plunket; Uruñuela, 2002bl hemos detallado paralelos
en tre los formatos arquitectónicos de Teotihuacán y Tetimpa, argumentando 2
que la gran ciudad utilizó formaros ya existentes en los asentamientos del
áltiplano Central para la creación de sus monumentos, incluyendo los gru-
pos de tres templos y los patios rituales de los conjuntos departamentales. (

Quisiéramos señalar aquí que, así como existió el uso del talud-tablero, la 2

construcción de templos efigies sobre bases piramidales como se aprecia en (


los conjuntos de Tetitla y Atetelco (Figura 7), e igualmente en las residencias 2
de alto estatus en Cholula (Figura 8), tienen en también sus antecedentes en
la arquitectura vernácula de la {drima parte del Formativo. (

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144
UIVAKA AMtIUCA: TIERRA DE MONTANAS y VOLCANES. HU ELLAS DE LA ARQUEOLOGiA
Lo~ VOLCANL~ In T ETIMI'A y LA CO~MOV1SIÓN MIOSOAMERICANA

Serra Puche, Mari Carmen y Jesús Carlos Lazcano


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