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Proponer un pasaje del problema pedagógico al síntoma subjetivo implica, por un lado,
plantear que las diferentes dificultades que pueden presentarse en el proceso de
enseñanza-aprendizaje no necesariamente se deben a un déficit cognitivo-intelectual, y
que es preciso desplazar el énfasis muchas veces colocado en el trastorno para poder
ubicarlo no como causa, sino como efecto o síntoma, permitiendo que pueda pasar de ser
un síntoma para la institución, los educadores o los padres para convertirse en un síntoma
para el sujeto: la inhibición intelectual, la apatía o desinterés, el desafío, el
cuestionamiento o rebeldía con respecto a los contenidos académicos o a los adultos que
intentan transmitirlos, la falta de atención, etc., son muchas veces respuestas de un sujeto
que no ha pasado por la pregunta o por la angustia ante un padecimiento o malestar:
subjetivar la angustia, subjetivar el malestar desde una pregunta que concierne al sujeto y
que en muchas ocasiones no llega a plantearse o a dirigirse al otro, implica interrogarnos
sobre aquello que es inherente a la adolescencia pero también sobre las vicisitudes y
transformaciones de la dimensión subjetiva en las subjetividades contemporáneas.
La definición de la adolescencia es una cuestión controvertida. Por muchas que sean las
perspectivas que tomemos sobre ella, no hay coincidencia. Está la adolescencia
cronológica, la adolescencia biológica, la adolescencia psicológica, en la que se puede
distinguir la adolescencia conductual y la adolescencia cognitiva, la adolescencia
sociológica, etc.
Puesto que la adolescencia es una construcción, nada resulta más fácil que deconstruirla.
El psicólogo americano Robert Epstein plantea una interesante tesis: estamos creando la
“experiencia adolescente” de hoy impidiéndoles a los adolescentes, de trece a diecinueve
años, ser o actuar como adultos. Observa que, en la historia de la humanidad,
los adolescentes fueron considerados sobre todo como adultos. Vivían con adultos y
podían tomarlos como «modelo», puesto que ese término es una categoría de la
psicología. Mientras que ahora, hacemos vivir a los adolescentes entre ellos, aislados de
los adultos, y en una cultura que les es propia, donde se toman unos a otros como
modelo. Son culturas que están sujetas a modas, a auges, etc. Y de hecho, no es para nada
seguro que “la adolescencia” haya existido antes del siglo XX.
En segundo lugar, nos interesa la diferenciación sexual tal como se afronta en el período
puberal y postpuberal. Para Freud, la diferencia de los sexos, tal como se configura con
posterioridad a la pubertad, es suprimida mientras perdura la infancia. Más aún, escribe
que «la sexualidad de las niñas tiene un carácter por entero masculino». No obstante
Freud observa al pasar y aunque para él es una nota preliminar y luego va a lo esencial, no
deja de observarlo, que hay «predisposiciones reconocibles desde la infancia» a la posición
femenina y a la posición masculina. Destaca a este respecto que las inhibiciones de la
sexualidad y la inclinación a la represión son más significativas en la niña. La niña se
muestra más púdica que el niño. Subraya, y es la vía que seguirá Lacan, la precocidad de la
diferenciación sexual. La pubertad, de todos modos, tanto para Freud como para Lacan,
representa una escansión sexual, una escansión en el desarrollo, en la historia de la
sexualidad.
Ubicamos así nuestras bases, lo que no impide que haya algo nuevo:
-Una procrastinación
La incidencia del mundo virtual, en el que los adolescentes viven más que quienes
pertenecemos a otra generación, es que el saber, antes depositado en los adultos, esos
seres hablantes que eran los educadores, incluyendo a los padres cuya mediación era
necesaria para acceder al saber, se encuentra actualmente disponible de forma
automática ante una simple demanda formulada a la máquina. El saber está en el bolsillo,
no es ya el objeto del Otro. Antes, el saber era un objeto que había que ir a buscar al
campo del Otro, había que extraerlo del Otro por vía de la seducción, de la obediencia o
de la exigencia, lo que implicaba pasar por una estrategia con respecto al deseo del Otro.
El saber en el bolsillo implica que el sujeto tiene su objeto a mano y a disposición, y que
justamente no tiene necesidad de pasar por una estrategia para con el deseo del Otro. Hoy
hay una autoerótica del saber que es diferente de la erótica del saber que prevalecía
antiguamente, porque aquella pasaba por la relación con el Otro.
Hélène Deltombe estudió los nuevos síntomas articulados al lazo social y observó que
podían convertirse en fenómenos de masa, incluso en epidemias: alcoholismo, las
alcoholizaciones grupales, toxicomanía, como también la anorexia-bulimia, la delincuencia,
los suicidios en serie de adolescentes, etc. Esta socialización de síntomas de los
adolescentes debe tenerse en cuenta, en tanto la adolescencia como momento en el que
la socialización del sujeto puede hacerse bajo el modo sintomático.
Es sobre los adolescentes que se hacen sentir con la mayor intensidad los efectos del
orden simbólico en mutación, y entre esas mutaciones del orden simbólico la principal, a
saber, la decadencia del patriarcado. En la última enseñanza de Lacan, el padre ya no es el
que era en su primera enseñanza. El padre se volvió una de las formas del síntoma, uno de
los operadores susceptibles de efectuar un nudo de tres registros (real, simbólico e
imaginario). Dicho de otro modo, la función que le era eminente es degradada conforme
las limitaciones naturales son rotas por el discurso de la ciencia. El discurso de la ciencia,
que ha llevado a las manipulaciones de la procreación, ha producido también que la
transmisión del saber y las maneras de hacer, de un modo general, escapen a la voz del
padre.
-Destitución de la tradición
Los registros tradicionales que enseñaban lo que conviene ser y hacer para ser un hombre,
para ser una mujer, retroceden. Intimidados ante el dispositivo social de la comunicación,
son destituidos. Estos registros tradicionales son tanto las religiones como todo lo que era
“la decencia común” de las clases sociales. Antes, un discurso de las clases populares decía
lo que había que hacer para ser «un hombre de provecho» y «una chica como se debe».
Todo eso fue socavado, borrado progresivamente. Había también un discurso como ese en
las clases medias, lo había en la burguesía, y es evidente que no era precisamente el
mismo en la aristocracia. Todo ellos han sido desbancados: vemos casos donde los padres
se vuelven compañeros de sus hijos porque ya no saben cómo ser padres, y pasan de la
completa permisividad a una rigidez inexorable.
-Déficit de respeto
En los sujetos adolescentes surge con frecuencia la demanda de respeto, una demanda
incondicional de respeto: «Quiero ser respetado». Pero, al mismo tiempo, está
desarticulada del Otro: nadie sabe quién podría satisfacer esta demanda, en tanto la
cuestión del Otro al que se dirige permanece oscura. Incluso es a veces una demanda
vacía, es verdaderamente la expresión de un fantasma: que estaría bien ser respetado por
alguien a quien uno respetara. Pero como no se respeta nada ni a nadie, se está en déficit
de respeto consigo mismo. Esas son entonces las situaciones sin salida. Los adolescentes
padecen especialmente puntos de estancamiento, propios del individualismo democrático,
producto del desmoronamiento de ideologías, de grandes relatos, y del hundimiento del
Nombre del Padre -no de su desaparición, sino de su evaporación o hundimiento. Ello
tiene profundos efectos de desorientación que se hacen sentir en los adolescentes de hoy,
algo menos en los adultos que se beneficiaron de un orden simbólico que funcionaba.