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NAVIDAD, ÉPOCA DE BÚSQUEDA Y ENCUENTROS

Una emocionante historia verídica ilustra el hecho de que la Navidad todavía es una
ocasión en la que muchos pueden “encontrar”. La cuenta Leo R. Van Dolson en El rey ha
nacido.

Cierta Navidad se presentaba muy amarga para un joven pastor y su esposa. Habían
tomado a su cargo una vieja capilla descuidada que había conocido tiempos mejores. Según
contaban, años atrás, en la iglesia y entre sus miembros había habido alegría y amistad. Pero
de eso hacía mucho tiempo; ahora solo quedaba el recuerdo de ese brillante pasado.

El pastor había iniciado una entusiasta campaña para devolver al templo parte de su
hermosura anterior con pinturas, martillos, clavos... y mucho amor. Él y su esposa amaban
aquella iglesia y ese amor hizo todavía más dolorosa la herida cuando una terrible tormenta
arruinó aún más al viejo y altivo edificio. Después de la tormenta, el pastor y su esposa
contemplaron el estrado llorando, porque allí, en el muro frontal, había una “herida abierta”.
Las furiosas ráfagas habían hecho caer una parte del revoque y destruido la poca belleza que
quedaba. Y solo faltaban unos días para la Navidad. En ese momento triste el pastor secó sus
lágrimas y las de su esposa:

- Querida, tenemos que asistir a la feria en beneficio de los jóvenes –, dijo.

Volviendo la mirada hacia atrás mientras salían, se sintieron desanimados, pero en sus
corazones surgió el recuerdo de una promesa: “El Señor proveerá”. Con todo, aún entonces no
pudieron imaginar cómo sería de maravillosa la provisión que llegó ese mismo día y que más
tarde consideraron milagrosa.

Todavía tristes, pero con una sonrisa dibujada en el rostro, fueron a la feria y observaron a
los asistentes que hacían ofertas en las subastas de diversos artículos. Cuando se exhibió un
mantel de color dorado y marfil, de unos cinco metros de largo, hubo muy pocas ofertas.
Evidentemente, aquella tela, hermosa pero demasiado larga y anticuada, a nadie atraía. No
exactamente... a nadie excepto al pastor y su esposa.

Sus ojos se encontraron como si expresaran el mismo pensamiento. Sin vacilar ofrecieron
la generosa suma de seis dólares y medio. Ningún otro asistente vio más valor en aquella tela
insignificante, de modo que nadie ofreció más. El pastor y su esposa pagaron y se apresuraron
a volver a la iglesia. Entonces extendieron y fijaron el mantel por encima del feo agujero en el
revoque del estrado.

El pastor y su esposa miraron hacia el estrado. Era un espectáculo. La belleza que nadie,
fuera de ellos, había visto durante la subasta, surgía ahora de la tela. El manto cubría
exactamente la porción dañada de la pared. Repentinamente, el ambiente navideño llenó la
capilla con su calidez, quizá por primera vez en muchos años.

La segunda parte del milagro sucedió la víspera de la Navidad. El pastor vio a una
ancianita frente a la parada del autobús, temblando de frío. Entonces, le dijo que el vehículo
tardaría todavía una hora en pasar y la invitó a entrar en la capilla para resguardarse del frío.
La agradecida ancianita caminó hacia la iglesia y explicó en inglés mal pronunciado, que ella
vivía en otro pueblo, que se había trasladado en respuesta a un aviso publicado en el periódico
en que se solicitaba una institutriz, pero por causa de su inglés deficiente no la habían
contratado.

Una vez dentro de la iglesia, la mujer miró hacia el estrado y sus ojos se abrieron con
sorpresa.

- Hermoso, ¿verdad? - dijo el pastor, satisfecho por el brillo de la expresión del rostro de
ella.
- ¡Este es mi mantel para fiestas! – exclamó –. Mi finado esposo lo mandó a hacer
especialmente para mí en Bohemia. ¡Es este!

Ella procedió a contar al pastor la triste historia de cómo había vivido con su esposo en
Viena hasta que los nazis tomaron el poder. El esposo la envió a Suiza, con la promesa de que
la seguiría tan pronto como pudiera. Pero, con el correr de los años, perdió la esperanza de
volver a verlo. Finalmente, alguien le dijo que su esposo había muerto en un campo de
concentración.

Ahora, muchos años más tarde, la víspera de Navidad, en un país muy distante de Viena y
de Suiza, cuando la habían rechazado para un empleo porque su inglés era deciente, el pasado
volvía repentina y sorpresivamente al presente. Los recuerdos fluían con lágrimas mientras la
anciana salía a tomar el ómnibus.

Esa noche, al terminar la reunión de Nochebuena, llena de alegría y amor fraternal, el


anciano relojero del pueblo se acercó al pastor.

- Esa tela – le dijo –, me recuerda a mi esposa, que en paz descanse. Ella y yo tuvimos un
mantel exactamente igual en nuestra casa de Viena.

Al pastor se le hizo un nudo en la garganta. Llamó a su esposa y, con el anciano, buscaron


y encontraron la familia que había puesto el anuncio en el periódico. Consiguieron de ella la
dirección de la anciana que había solicitado el empleo, pero que hablaba un inglés deficiente.
Luego, la buscaron y la encontraron.

Cuando los ancianos esposos (que habían pensado el uno del otro que habían muerto
hacía años) se abrazaron entre sollozos, el pastor y su esposa también lloraron. Todo el
desánimo, el chasco y la tristeza que aquella cruel tormenta había traído se habían
transformado en bendiciones. El Señor realmente había hecho una provisión.

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