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…”Lo que emerge hoy es, por lo menos, ambiguo.

La travesía que consiste


en desandar las propias huellas, el arraigo de lo normal como lo natural,
la confusión entre exclusión e inclusión y la presión nefasta que ejercen
los cuerpos publicitarios, no nos dejan en paz. No los dejan en paz. Parece
ser que la civilización se tranquiliza al reconocer, a suficiente distancia, la
existencia de la diferencia. Pero lo hace de un modo agazapado, reticente,
de forma jurídica aunque no éticamente. El lenguaje de los derechos ha
alcanzado su máxima aspiración y expresión. Sin embargo, sabemos que
un cierto tipo de subversión y radicalidad se vuelven necesarios. Ya no se
trata de un nuevo modelo de discapacidad, ni de una nueva organización
escolar, ni de novedosas arquitecturas, ni de las conocidas políticas de
identidad: la cuestión a indagar es el sí mismo, el problema es el nosotros
mismos, cada vez que lo igual, lo común, lo normal son pronunciados
como origen y centro del universo. La razón que nos asiste para definir al
otro sujeto se ha desvanecido casi por completo, pulverizada en sus
argumentos y hecha jirones en su naturalización. Ya no hay sujeto-uno o,
para mejor decir, nunca hubo un sujeto auto-centrado, omnisciente,
capaz de rellenarse y hacerse absoluto, completo. Es esta la razón a
desmitificar. Ser capaces de una teoría de la debilidad, de lo fragmentario,
de lo incompleto y no ya como condición precaria, de agonía, sino como
aquello que nos hace humanos. No caer en la trampa que nos tienden las
angostas éticas hechas a medida del uno y que sólo nos proponen
resguardarnos de los demás apenas aceptándolos, respetándolos,
tolerándolos. En esos espacios, en esos territorios y relaciones está el
cuerpo, la centralidad del cuerpo, el ser un cuerpo y no sólo tenerlo. La
historia de la discapacidad es, también, una historia de mutilaciones,
cercenamientos, distancias extremas y desapariciones de cuerpos:
cuerpos cojos, cuerpos sordos, cuerpos ciegos, cuerpos frágiles, cuerpos
monstruosos, cuerpos femeninos, cuerpos pobres, cuerpos niños, cuerpos
dementes, etcétera.”
CARLOS SKLIAR-REVISTA PASAJES ISSN EN TRÁMITE – PUBLICACIÓN
SEMESTRAL – NÚMERO 2 – ENERO/JUNIO 2016 DR. CARLOS SKLIAR El
lenguaje de la norma y los individuos frágiles pág. 20
“La insana obsesión por los diferentes.
Nunca es suficiente el ensañamiento con los débiles, los tontos, los
imbéciles, los retrasados: arrojados desde los montes, desheredados,
desarropados, abandonados a su propia suerte y muerte, condenados a
un ostracismo, prohibidos del libre albedrío, excluidos e incluidos como si
se tratase de entidades autómatas, jamás absueltos de sospecha o mala
intriga, despojados de sí, angelizados y demonizados. Nunca es
demasiada la sospecha, la injuria, la tontería que impide ver lo humano
más allá de un espejo liso, sin marcas, sin dobleces. A la desdicha
generalizada de normalidad se les añade otra desdicha aún mayor: no se
les deja elegir su propia nostalgia, su propia melancolía, ni su propia
carcajada. Se los ve inútiles, incluso, para la recta esclavitud, la
servidumbre dócil, abandonándolos a la pala y el pico, a la fabricación de
objetos repetidos, a la alfabetización siempre inicial, a la insana
postergación de la igualdad. Los débiles, los tontos, los imbéciles, los
retrasados –si algo así existiera, si algo así pudiera portar esos nombres–
son metáforas de un mundo estrecho, absurdo y apurado. Muestran las
brechas, los orificios, por donde el mundo de la soberbia y la jactancia se
derraman y se perforan de hipocresía y espanto. Metáforas erráticas de
la vida falsa, imágenes despintadas de una vida falseada: nuestra
ignorancia es de tal magnitud que de verdad creemos verlos en su oscura
existencia; nuestra torpeza es de tal autoritarismo que de verdad creemos
vernos en nuestra limpia existencia. “Ya no se nombra de este modo a
esas personas”, se dice por ahí. Y el lenguaje, exhausto, responde que es
así como todavía se los siente y piensa. Aún en aquellas historias donde
la inteligencia no juega papel alguno, la culpa de los débiles, los tontos,
los imbéciles, los retrasados, es evidente o se hace evidencia. La culpa,
sí, de la fragilidad, de los seres frágiles.”
CARLOS SKLIAR- REVISTA PASAJES ISSN EN TRÁMITE – PUBLICACIÓN SEMESTRAL – NÚMERO 2 –
ENERO/JUNIO 2016 DR. CARLOS SKLIAR El lenguaje de la norma y los individuos frágiles pág. 15
… “Suspender el juicio para que el otro se manifieste, para poderle ver y
oír no es tanto una cuestión epistemológica como, en primer lugar, una
cuestión de simple humanidad. Percibir la singularidad de cada una, de
cada uno (su presencia, lo que dice, muestra, quiere, necesita, teme,
evita), es lo primero: abrirse a la escucha, dejarse decir y ver, dejarse
dar.
Pero todo esto, en educación, con ser necesario, esencial, no es suficiente.
En mi experiencia al menos, no puedo ir muy lejos con este abrirme a la
experiencia del otro, a su decir y mostrar, si pertenezco a una institución
conformada según una cierta pedagogía, que espera de mí un cierto
hacer, y si no encuentro una forma de actuar que acoja esta singularidad
y sepa, desde el reconocimiento, y desde los caminos que pueden abrirse
para cada uno, percibir las posibilidades para una práctica pedagógica
cotidiana. Necesito abrir aquellas dimensiones del hacer en donde el
reconocimiento y la aceptación de la singularidad del otro no sea una
simple figura retórica, o bien una continua frustración en el choque entre
el deseo de escucha de cada alumno o alumna en particular y la
imposición de lo ya decidido y anticipado institucionalmente. Necesito
saber concretar una apertura pedagógica práctica, encontrando modos de
relación, y modos de enseñanza y aprendizaje que reconozcan la
singularidad. ¿Podríamos hablar de una pedagogía, de una didáctica de la
singularidad?
Por todo ello, esta lección querría ser varias cosas. En primer lugar, una
exploración sobre el lenguaje, sobre cómo las palabras nos ayudan o nos
estorban para decir lo que queremos, para ver y oír lo que el otro nos
muestra, o para encontrar la relación entre pensar, ver, oír, decir y hacer.
Una exploración también sobre las ideas, por supuesto. Pero digo
palabras, porque a veces estamos rodeados de ciertos términos y
expresiones que se nos aparecen como naturales e incuestionables,
palabras con las que parece que tenemos que pensar ciertas cuestiones
educativas y sociales, palabras que en realidad no siempre está claro qué
ideas queremos comunicar con ellas, y de las que sin embargo, nos cuesta
desembarazarnos. Expresiones con una cierta nebulosa bienpensante,
pero que no siempre tienen una clara traducción en el pensar de lo
concreto, aquel que da contenido al hacer y no sólo discurso.”
Extraído de una clase de José Contreras Domingo
… “Ya lo he dicho al principio: no hay dos iguales. Y sin embargo, la
aspiración a la igualdad parece estar siempre presente, uno de aquellos
valores incontrovertibles. Se trata, en mi opinión, de una de aquellas
grandes palabras que tiene que ver con aspiraciones abstractas de las que
en realidad no tenemos experiencia; ideales que movilizan, sin que
sepamos en qué se traducen cuando nos atenemos a las cosas
concretas. Esto no es un problema de todas las grandes palabras, sino
tan sólo de algunas. El amor es también una gran palabra, pero que está
en relación con experiencias en las que buscamos las cualidades del amor,
en las que podemos decir si era o no era amor aquello que sentimos, que
vivimos, o aquello que vimos en alguien. Pero ¿qué pasa con la igualdad?
Que actúa como un ideal que nos habla de un mundo que no es; nos habla
de aquello a lo que se aspira, de grandes principios, de fundamentos del
derecho, etc., pero pierde el contacto con las cosas, con las relaciones
concretas, con la experiencia. Y cuando se pone en relación con lo
concreto, lo hace desde la norma que exige tratar o pedir a todos lo
mismo. En educación, esa norma suele ser la de actuar pretendiendo o
bien una igualdad de partida (todos son o los considero iguales), o bien
una de proceso (a todos los trato igual), o bien una de llegada (de todos
pretendo lo mismo).
Siempre que hablamos de igualdad operamos un reduccionismo en la
experiencia, para hablar de aquello que iguala, o que se iguala, o que se
presenta como igual, dejando de lado todo lo demás, todo aquello que
mostraría que lo que es igual es tan sólo un aspecto o una dimensión
entre todo lo demás que no lo es, que muestra diferencias. Y entonces,
“igual” se equipara a “idéntico” o a “lo mismo” y ser idéntico
homogeneiza, o elimina, en relación a lo comparado como igual, todo lo
que era diferente. Por esto pasa que la igualdad siempre hace referencia
a un común, algo a lo que compararse, a lo que “igualarse”. Es con esto
con lo que se responde a la pregunta ¿iguales a qué?, o a esta otra
¿iguales a quién? Ambas preguntas remiten a un referente idealizado,
según el cual unos tiene que moverse en la dirección de los atributos que
los otros manifiestan. Las mujeres, hacia los hombres; las gentes
llamadas de color, hacia las llamadas blancas; quienes tienen
discapacidades, hacia los ¿“normales”?, etc. Y esto ocurre incluso en la
pregunta que parecería escaparse de esta trampa: ¿iguales en qué? Y es
que siempre hay un referente que, en cuanto tiene contenido concreto,
nos devuelve a las otras dos preguntas: iguales en aquello que se
considera como aspiración o deseabilidad y que está llena de referentes,
de contenidos de lo social o de lo personal que representan ciertos ideales,
imágenes, atributos, modos de ser que se proponen iguales para todos.”
Extraído de una clase de José Contreras Domingo

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