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schopenhauer
«Para percibir, para permitir que las cosas mismas nos hablen, para captar y
comprender las relaciones que existen entre ellas, y entonces precipitar y reunir
todo ello en conceptos, con el fin de poseerlo con seguridad; esto es lo que nos
proporciona conocimiento nuevo... El núcleo esencial de todo objeto genuino y
real es una percepción; cada nueva verdad es también fruto de esa percepción...
Si vamos al fondo de la cuestión, toda verdad y sabiduría, de hecho el secreto
definitivo de las cosas, está contenido en todo lo real, sin embargo sólo en
concreto y como oro escondido en el mineral. La cuestión es cómo extraerlo»2".
Pero «así como no puede haber un objeto sin sujeto, no puede haber un sujeto
sin objeto, en otras palabras, ningún conocedor sin algo diferente de sí que sea
conocido... Sería imposible una conciencia que fuera exclusivamente
inteligencia pura... Pues la conciencia consiste en conocer, pero para conocer es
necesario un conocedor y un conocido. Por lo tanto la conciencia de sí no
existiría si no hubiera un conocido que se opusiera al conocedor y que fuera
diferente de él»3. Hume fue el primer filósofo que comprendió claramente que,
si buscamos dentro de nosotros mismos el sujeto perceptor que tendemos a
considerar que somos nosotros mismos, nos encontramos con todo tipo de
objetos de la conciencia —pensamientos, sentimientos, imágenes, sensaciones y
el resto— pero no con una entidad separada de éstos que los posea. La
conciencia es intrínsecamente intencional —siempre es conciencia de algo:
siempre tiene un objeto
que rechazó la dualidad cartesiana del mundo: Spinoza. Sostuvo que la realidad
se componía de una única sustancia de la que la materia y la mente no eran más
que atributos diferentes. Schopenhauer le tuvo en gran estima precisamente por
esta idea y estudió profundamente su obra. Concluyó que aquello en lo que se
equivocó fue lo siguiente: la tarea principal de la metafísica es localizar la
frontera entre el mundo de los fenómenos y el mundo del noúmeno y poner al
descubierto la conexión que se da entre ambos; Spinoza trató en último término
de reducir toda explicación a los conceptos de «sustancia» y «causa» y su
interacción; pero todo esto es inteligible sólo dentro del mundo de los
fenómenos; Spinoza estaba trazando la frontera dentro del mundo de los
fenómenos, no entre él y el mundo del noúmeno. Sin embargo, Schopenhauer
consideraba que en algunos aspectos importantes se había acercado a la verdad
más que ningún otro filósofo anterior a Kant
general, el puro obrar como tal, esto es, la causalidad misma, pensada
objetivamente, o, lo que es lo mismo, el reflejo de nuestro propio entendimiento,
la imagen proyectada al exterior de su única función, y la materia es
enteramente pura causalidad; su esencia es la acción en general»"’
De aquí que si dejamos de lado esto, sólo quedará la mera acción en general, el
puro obrar como tal, esto es, la causalidad misma, pensada objetivamente, o, lo
que es lo mismo, el reflejo de nuestro propio entendimiento, la imagen
proyectada al exterior de su única función, y la materia es enteramente pura
causalidad; su esencia es la acción en general»"’
12 Ejemplo. «De acuerdo con la teoría de campo de la materia, una partícula material como un electrón
es exclusivamente un pequeño dominio del campo eléctrico dentro del cual su intensidad adquiere
valores enormes, lo que significa una concentración comparativamente grande de energía en un espacio
muy pequeño. Este nudo de energía, que de ningún modo está claramente delimitado del campo restante,
se propaga a lo largo del espacio vacio como una onda de agua por la superficie de un lago; no existe una
única sustancia que constituya el electrón en todo momento»,
Se necesita estar dejado de la mano de todos los dioses para figurarse que el mundo intuible que está ahí fuera, llenando con
sus tres dimensiones el espacio, avanzando en el inexorable curso del tiempo, regido a cada paso por la ley de causalidad, que
no admite excepción, pero conformándose en todos estos aspectos solamente a leyes que podemos enunciar antes de cualquier
experiencia relativa a ellos, que un mundo asi, digo, existe ahí fuera totalmente objetivo y real, y sin nuestro concurso, y que
por la mera sensación de nuestros sentidos, llega a nuestro cerebro para existir otra vez en él tal y como existe fuera. ¡Cuán
misera cosa es la mera sensación de nuestros sentidos! Incluso en los más nobles órganos de los sentidos no es más que un
sentimiento local, específico, capaz de variación dentro de su especie, pero que en si mismo es siempre subjetivo y no puede
contener nada objetivo ni que se parezca a una intuición. Pues la sensación, sea cual fuere su especie, es y sigue siendo un
proceso de nuestro mismo organismo, y, como tal, no traspasa los límites de nuestra envoltura cutánea ni puede contener nada
que resida fuera de dicha envoltura, por tanto, fuera de nosotros. Ella podrá ser agradable o desagradable —lo cual manifiesta
una relación con
los órganos de los sentidos la sensación se aviva en virtud de la confluencia de las extremidades de los nervios, fácilmente
excitable desde fuera gracias al despliegue de los mismos y al sutil involucro que los recubre, y además se halla abierta
particularmente a cualquier influencia especial —luz, sonido, aroma—: pero aun asi, no pasa de ser simple sensación, lo
mismo que cualquier otra cosa que se produzca en el interior de nuestro cuerpo; por lo tanto algo esencialmente subjetivo,
cuyas mutaciones sólo llegan a nuestra ciencia en la forma del sentido interior, esto es, únicamente en la forma del tiempo: o
sea, sucesivamente. Sólo cuando el entendimiento —función, no de las tenues extremidades de los nervios aislados, sino
del cerebro, tan artística y enigmáticamente construido, que sólo pesa tres libras, y acaso cinco por excepción— entra en
actividad, aplicando su sola y única forma, la ley de causalidad, se opera una poderosa transformación, porque de la
sensación subjetiva se hace la intuición objetiva. Entonces, en virtud de su forma peculiar y por tanto apriori, esto es,
anteriormente a toda experiencia (pues ésta no es hasta ahora todavía posible), el entendimiento aprehende la dada sensación
del cuerpo como un efecto (palabra que él sólo entiende), efecto que como tal debe tener necesariamente una causa. Al
mismo tiempo llama en su auxilio a la forma del sentido exterior, que reside igualmente predispuesta en el intelecto, esto es,
en el cerebro: el espacio, para colocar dicha causa fuera del organismo: pues sólo de este modo nace para él lo exterior, lo de
fuera, cuya posibilidad es precisamente el espacio; así es que la pura intuición a priori es la que debe suministrar la base de
la intuición empírica. En este proceso, el entendimiento toma de la sensación dada, como luego señalaré por extenso, todos los
datos, aún los más minuciosos, para construir en el espacio con arreglo a ellos la causa de dicha sensación. Esta operación del
entendimiento (negada expresamente por Schelling en el tomo 1 de sus Escritos Filosóficos ,
1809, pág. 237-38, y por Frics en su Critica de la Rosón tomo I, págs. 52-56 y 290 de la 1.* edición) no es una operación
discursiva, refleja, que se realice in abstracto por medio de conceptos y palabras, sino sena operación
intuitiva y completamente inmediata. Pues ella por si sola, es decir, en el entendimiento y para el
entendimiento, representa el mundo corpóreo objetivo, real, que llena el espacio en sus tres
dimensiones, y que después varia en el tiempo con arreglo a la misma ley de ¡a causalidad y se
mueve en el espacio. Según esto, el entendimiento tiene que crear él mismo ese mundo objetivo: y no puede, como si
estuviera ya prefabricado, meterlo en la cabeza por medio de los sentidos y de las puertas de sus órganos. Pues los sentidos no
suministran más que la materia bruta que antes que nada el entendimiento, por medio de las indicadas formas simples: espacio,
tiempo y causalidad, transforma en la concepción objetiva de un mundo corpóreo regido por leyes. Conforme a esto, nuestra
intuición ordinaria, empírica, es una intuición intelectuall8.
El mundo como representación, el mundo objetivo, tiene dos polos, por decirlo de alguna manera, el del mero sujeto
conocedor sin las for-mas de su conocimiento, y el de la materia bruta sin forma ni cualidad. Ambos son absolutamente
incognoscibles; el sujeto, porque es aquello que conoce; la materia, porque sin forma ni cualidad no puede ser percibida. Y sin
embargo, ambos son condiciones fundamentales de toda percepción empírica. Así, el sujeto conocedor, meramente como tal,
que es asimismo una presuposición de toda experiencia, está en oposición a la materia bruta, informe, prácticamente muerta
(es decir, carente de voluntad). Esta materia no viene dada en ninguna experiencia, sino que se presupone en toda experiencia.
El sujeto no está en el tiempo, pues el tiempo no es más que la forma más directa de todas sus representaciones. La materia,
que se opone al sujeto, es consecuentemente eterna, imperecedera; pero propiamente hablando no se puede decir que sea
extensa, dado que la extensión da forma, y por lo tanto no es espacial. Todo lo demás está envuelto en un surgimiento y un
decaimiento constantes, mientras que el sujeto y la materia constituyen los polos estáticos del mundo como representación.
Por lo tanto podemos considerar la permanencia de la materia como reflejo déla atemporalidad del sujeto puro, que de ese
modo se considera la condición de todo objeto. Ambos pertenecen al fenómeno, no a la cosa en sí; pero son el marco del
fenómeno. Ambos se descubren sólo mediante la abstracción; no nos vienen dados inmediatamente, en su forma pura y por sí
mismos1’
IDCLEV Y 0
IDCLEVxx: Cambia al nivel xx (de 00 a 32).
IDCLIP: Se puede atravesar las paredes y es imposible recoger los objetos.
IDDQD: Invulnerable.
IDDT: Si estas dentro de la pantalla del mapa, este aparecera al completo.
IDFA: 200 Balas en todas las armas y armadura al 200%.
IDKA: ...
IDMYPOS: .
Ej. Wcmcr llcisenberg, Pbytics and Pbikaopbf: «La energía es efectivamente la sustancia de la que están
compuestas todas las partículas elementales, todos los átomos y por lo tanto todas las cosas, y energía es
aquello que se mueve. La energía es una sustancia, dado que su cantidad total no varia, y las partículas
elementales pueden estar hechas de esta sustancia como se demuestra en muchos experimentos acerca
de la creación de partículas elementales. La energía puede transformarse en movimiento, calor, luz y
tensión. La energía puede denominarse causa fundamental de todo cambio que tiene lugar en el
mundo...» (pág. 61) «Dado que masa y energía son, según la teoría de la relatividad, esencialmente el
mismo concepto, podemos decir que todas las partículas elementales consisten en energía. Esto podría
interpretarse como una definición de la energía como sustancia primaria del mundo» (página
En el caso de cada individuo humano hay uno y sólo un sujeto del conocimiento,
distinto y único, que tiene conocimiento directo de la Idea platónica en el
sentido íntimo; por lo tanto, sólo es conocida así una y sólo una Idea platónica,
distinta y única. En resumen, cada ser humano encarna una sola Idea platónica.
Así, en el grado superior de la objetivación de la voluntad, se logra un
individualización completa y consciente de sí. La Idea única que todo ser
humano es también se manifiesta en el mundo de los fenómenos como carácter
único o personalidad del individuo. Pero, una vez más, exactamente igual a
como ocurre con las otras Ideas, este carácter no puede ser percibido o
conocido directamente, sino sólo en sus manifestaciones externas,
indirectamente, mediante los movimientos sucesivos y las acciones del cuerpo
físico en el espacio y en el tiempo, en otras palabras, a través de su
comportamiento. La verdad de esto se nos presenta dramáticamente en el hecho
de que ni siquiera conocemos directamente nuestros propios caracteres, sino
que llegamos a conocerlos (en la medida en que lo hacemos) indirectamente, a
partir de nuestro comportamiento, a través de largos periodos de tiempo, y
frecuentemente nos sorprendemos por lo que vamos aprendiendo de él, e
incluso nos sentimos desilusionados.
Tomamos decisiones, por supuesto, pero a veces las ignoramos, y no es raro que
nos sorprendamos ante lo que de pronto decidimos o hacemos. Esta ignorancia
e inseguridad ayuda a crear la ilusión de que nuestro futuro es «abierto» y esto
a su vez alimenta la ilusión de libertad. Segunda: casi todos nosotros hemos
crecido en culturas que desde tiempos inmemoriales han presentado la ética
como si estuviera vinculada a la religión. Todas las religiones tienen sus leyes
morales, sus múltiples «debes» o «no debes»; y precisamente porque deber
implica poder, nos han inculcado desde la niñez la ilusión de la libertad. Lo que
es más, la idea religiosa de las leyes morales nos anima a establecer una falsa
analogía entre ellas y las leyes naturales y a suponer —así como en la época de
Schopenhauer se pensaba que había leyes científicas objetivamente válidas que
describían lo que ocurría en la naturaleza, independientemente de lo que
cualquiera pensara o deseara— que hay leyes morales válidas objetivamente
que describen lo que «debemos» hacer y que son independientes de lo que
cualquiera haga. Schopenhauer piensa que esto es profundamente equivocado y
en última instancia incoherente. ¿Cómo podría darse validez a leyes de este
tipo? ¿Y cuál sería su contenido, de no ser casos concretos?
Muchos lectores pueden tener la tentación de decir que en ese caso no es moral
en el sentido normal de la palabra —Schopenhauer no dudaría en contestar que
ciertamente no lo es, pues el sentido normal de la palabra se basa en premisas
cuya falsedad ha demostrado, y debe descartarse. Piensa que no hay lugar para
la condena, la culpa o el «deber» porque no poseemos libertad para elegir
nuestro comportamiento moral.
En primer lugar, fue la física clásica la que planteó el tema del determinismo del
modo en que ha invadido la filosofía desde el siglo xvn, y sin embargo, la física
misma se ha desarrollado hasta un punto en el que prescinde del concepto de
«causa». (Por ejemplo, la mecánica cuántica ha extendido expresiones como
«principio de indeterminación» y «rela
De modo que se puede decir que la física en primer lugar ha pasado el problema
a la filosofía y después ha dejado de tratarlo como tal. Creo que se puede
demostrar eficazmente que en casi todas sus formas (por ejemplo, en el
marxismo) el determinismo se basa en una concepción errónea de la ciencia, y
que en la medida en que el problema filosófico esté basado en la ciencia, hoy en
día carece de sentido. Hn segundo lugar, el determinismo se puede refutar, en
mi opinión, con uno de esos argumentos que, a pesar de no ser lógicamente
válidos, en realidad son prácticamente contundentes, como los que
mencionamos a propósito del solipsismo y de la ruptura de códigos. Si el
determinismo es cierto, cada uno de los rasgos tanto del mundo natural como
del mundo creado por el hombre han tenido que serprogra- mados material e
irreversiblemente en el fango protozoico. lx> que es más: si la teoría del Big
Bang es correcta, en las primeras fracciones de segundo de esa explosión
cósmica estaban presentes: las especificaciones y movimientos exactos de todo
objeto físico que haya existido jamás, incluso los más leves movimientos de
todas las muñecas o todos los parpadeos de todos los párpados, y el carácter
preciso de toda entidad abstracta que haya evolucionado dentro de este mundo
(toda idea; toda sinfonía; incluso, todo programa de televisión...), por no
mencionar todas las palabras que cualquier persona haya dicho jamás. Por
supuesto, lógicamente es posible que sea así. Pero no sé quién estaría dispuesto
a creer que efectivamente sea así.
jose_ignaciia_
Mi viejo siempre me pregunta, que porque casi todos los artistas se vuelven
locos? Yo le digo que sus mentes son tan brillantes que aveces no pueden liderar
con ello. Cuadro de mi bisabuelo, loco artista!
Aunque las teorías científicas no son lógicamente de- rivables de los hechos, los
hechos son lógicamente derivables de las teorías científicas, y han de ocurrir si
las teorías son correctas. Si damos por seguro —como hicieron Fichte, Kant, y
todo el mundo después de Newton— que las leyes de la física clásica son
objetiva y atem- poralmente ciertas, entonces es inevitable que el modo de ser
de las cosas se sigue necesariamente de una concepción científica del mundo.
Esto sugiere una solución a lo que habia sido el problema fundamental de la
filosofía desde Descartes, el problema de la relación entre nuestro concepto del
mundo y el mundo mismo. Los filósofos siempre habían dado por seguro que el
primero debía derivarse del último, y les había desconcertado su incapacidad de
explicar cómo podía hacerlo. Sin embargo, la respuesta era, según Fichte, que
el último se derivaba del primero. Al exponer esta doctrina estaba llevando la
revolución coperni- cana de Kant a sus máximas consecuencias. Consideraba
que todo el mundo empírico se deriba del sujeto y que tomaba la forma precisa y
detallada de la necesidad lógica
Con el talento adecuado, puede tomar la evidencia más pedestre —una lista de
lavandería, una estrofa de una canción popular, una herramienta cotidiana o un
mueble— y deducir de él cierto conocimiento del modo de vida en que fue
encarnado, sobre la intimidad de esa vida, cómo era para la gente que la vivió.
De este modo, Burckhardt a la vez amplió la visión de lo que constituía una
evidencia para el historiador serio y profundizó el concepto imaginativo de lo
que podía hacerse con ella. Su obra, que es escrupulosa desde el punto de vista
de la historia, también tiene muchas de las cualidades de la del gran novelista —
hecho que sin duda ayuda a explicar por qué es leída tanto ahora como en su
tiempo