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MEXICANOS
Casi como recién llegados a nuestro mundo, los niños de entre dos y seis I años a
menudo expresan su pensamiento en formas que nos divierten y i9 nos hacen
reflexionar. Examinemos el siguiente extracto de Whmic-thc- Pooli, que capta el
egocentrismo cognoscitivo y social del preescolar, es decir, su tendencia a ver e
interpretar las cosas desde su punto de vista:
Antes que nada, se dijo: "El zumbido significa algo. No oye uno un zumbido así nada
más, por zumbar y zumbar, sin que signifique algo. Si hay un zumbido, alguien lo está
haciendo, y la única razón para hacerlo que y/o conozco es que tú eres una abeja/'
Luego reflexionó otra vez por largo tiempo y dijo: "Y la única razón que yo conozco
para que exista una abeja es que hace miel."
Y luego se incorporó y dijo: "Y la única razón que yo conozco para que haga miel es
que yo la coma." Dicho esto, comenzó a trepar al árbol.
Este tipo de actitudes dicen mucho acerca de los niños. Los errores del prees-colar
indican que hay una enorme distancia por recorrer entre los dos y los seis años de edad
en la adquisición de los procesos de pensamiento indispensables para la instrucción
formal. Los niños de corta edad se convierten poco a poco en personas realistas que
forman conceptos y muestran competencia lingüística (Fraiberg, 1959). Descubren lo
que pueden o no controlar. Generalizan a partir de la experiencia. Su razonamiento hace
la transición de la formación de conceptos simples al empleo de los rudimentos de la
lógica.
También aprenden el lenguaje necesario para comunicar sus necesidades, sus ideas y
sus sentimientos. Adquieren el lenguaje de manera rápida en interacción con los
desarrollos cognoscitivo y social. Los preescolares de menor edad usan enunciados de
dos o tres palabras, basándose en una gramática limitada y, a veces, muy personal; los
de seis años expresan oraciones completas con una estructura gramatical esencialmente
correcta. A medida que el preescolar aprende la sintaxis y el vocabulario, también
asimila los valores sociales cu 1 tu ral - mente apropiados: urbanidad, obediencia y roles
de género. En resumen, el len-guaje es un puente entre la infancia y la niñez. Con el
tiempo el Yiiño entiende y comunica sus deseos, sus necesidades y observaciones; los
demás responden en forma adecuada.
Entre los dos y los seis años, el cuerpo del niño va perdiendo el aspecto infantil a
medida que cambian su tamaño, sus proporciones y su forma. Al mismo tiempo, el
rápido desarrollo del cerebro da origen a habilidades más complejas y refinadas de
aprendizaje, así como al perfeccionamiento de las habilidades motoras gruesas y finas.
La visita al consultorio del pediatra suele incluir una evaluación de la estatura y el peso
del niño. Aunque los pequeños varían mucho, las desviaciones extremas respecto del
promedio de la edad pueden indicar problemas de desarrollo. Los psicólogos no sólo
comparten el interés del pediatra por los aspectos fisiológicos del crecimiento, sino que,
además, se concentran en la relación que guardan con la adquisición de nuevas
habilidades.
PROPORCIONES CORPORALES
Si bien los rápidos cambios de tamaño y proporciones corporales son signos patentes de
crecimiento, también se dan cambios invisibles en el cerebro. A los cinco años, el
cerebro del niño alcanza casi el tamaño del cerebro del adulto. Su desarrollo le permite
aprender, resolver problemas y utilizar el lenguaje en formas cada vez más complejas.
El número infinito de conexiones neuronales que se forman a lo largo de la vida
constituyen el fundamento físico del aprendizaje la memoria y el conocimiento en
general.
Si consideramos la forma en que el niño adquiere sus habilidades, no sor-prende que los
hemisferios no se desarrollen con la misma rapidez (Thatcher y otros* 1987). Por
ejemplo, el lenguaje se desarrolla con gran rapidez de los tres a los seis años, y el
hemisferio izquierdo muestra un crecimiento acelerado durante ese periodo. En cambio,
el hemisferio derecho madura con mayor lentitud en la niñez temprana y acelera su
crecimiento en la niñez media. La especial ¿Acción lateral continúa durante la niñez v
va bien entrada la adolescencia.
A los investigadores les intriga desde hace mucho la preferencia por la mano derecha o
izquierda, que es una función de la lateralización. La mayoría de las personas prefieren
la mano derecha y, por tanto, presentan un fuerte dominancia del hemisferio izquierdo.
No obstante, aun cuando hay una gran preferencia, los niños pequeños pueden aprender
a utilizar la otra mano, flexibilidad que disminuye con la edad. Las investigaciones
dedicadas a la dominancia hemisférica indican que la mayor parte del lenguaje de los
diestros está localizado principalmente en áreas del hemisferio izquierdo. En el 10 por
ciento de la población restante, que es zurda, el lenguaje lo comparten los dos lados del
cerebro. Esto indica que, en general, el cerebro de los zurdos puede estar menos
lateralizado (Hiscock y Kinsbourne, 1987).
Las habilidades motoras del niño mejoran en forma considerable durante el periodo
preescolar (Clark y Phillips, 1985). Los cambios más impresionantes se concentran en
habilidades motoras gruesas como correr, saltar y arrojar objetos. En cambio, las
habilidades motoras finas como escribir y utilizar los cubiertos se desarrollan con mayor
lentitud.
No siempre son tan evidentes las raíces del pensamiento y la conducta complejos.
Volveremos a este tema después de examinar el desarrollo de las habilidades motoras
gruesas y finas durante el periodo preescolar. En la tabla 6-1 se resumen los principales
hitos del desarrollo motor en esta etapa. Una vez más, recuerde que las indicaciones de
edad son sólo promedios y que los niños pueden desviarse mucho de éstos.
En comparación con los infantes, los niños de dos años son extraordinariamente
competentes, aunque todavía les queda un largo camino por recorrer. Pueden caminar y
correr, pero siguen siendo relativamente pequeños y regordetes. Su marcha es vacilante
y se da con las piernas muy separadas. También suelen usar las dos manos o ambas
piernas cuando sólo necesitan una (Woodcock, 1941). Por ejemplo, es probable que el
niño de dos años extienda las dos manos para recibir una galleta.
Las primeras habilidades motoras que empieza a aprender el preescolar suelen ser
acciones ordinarias como amarrarse las agujetas, cortar con tijeras, brincar y saltar,
aunque no las dominarán sino hasta el final del periodo preescolar. Estas habilidades
mejoran su capacidad para desplazarse, valerse por sí mismo y comportarse de manera
creativa. Algunos aprenden, además, actividades que exigen gran destreza como la
gimnasia, tocar el piano y hasta cabalgar.
Con el juego mejoran todos los aspectos del desarrollo del preescolar. El juego es su
forma especial de entrar en contacto con el mundo, de practicar y de mejorar sus
habilidades, y es una constante en todas las culturas.
El juego satisface muchas necesidades en la vida del niño: ser estimulado y divertirse,
expresar su exuberancia natural, vivir el cambio por su valor intrínseco, satisfacer la
curiosidad, explorar y experimentar en condiciones no arriesgadas. Se le ha llamado el
"trabajo de la niñez" por el papel central que desempeña en el desarrollo. Favorece el
crecimiento de las capacidades sensorial es-perceptual es y las habilidades físicas, al
mismo tiempo que ofrece oportunidades infinitas de ejercitar y ampliar las habilidades
intelectuales. El juego se distingue de todas las demás actividades.
Tipos de juego
Las formas en que juega el niño cambian a lo largo de su desarrollo. Los prees-colares
de corta edad juegan con otros niños, hablan de actividades conocidas, prestan juguetes
y los obtienen prestados. Pero su juego es azaroso y no incluye el establecimiento de
reglas. Los de mayor edad juegan juntos y se ayudan en actividades orientadas a una
meta. Á1 preescolar le gusta construir y crear cosas con los objetos, asumir roles y usar
accesorios (Isenberg y Quisenberry, 1988).
Cada una de las clases de juego que los investigadores han identificado posee
características y funciones especiales. A continuación se incluyen las modalidades más
importantes.
Juego de movimiento. Correr, saltar, dar vueltas y hacer cabriolas son algunas de las
infinitas formas de juego de movimiento que se disfrutan por sí mismas. El juego que
cambia de manera continua la sensación de movimiento es una de las primeras
modalidades: los bebés se mecen o hacen burbujas con la comida. Realizan rutinas de
movimiento que no sólo son emocionantes y estimulantes, sino que les permiten
ejercitar la coordinación corporal. El juego de movimiento lo inician a menudo un
adulto o un niño mayor, de manera qu.e.es una de las experiencias sociales más
tempranas. El niño no suele empezar este tipo de actividad con otros compañeros antes
de cumplir los tres años (Garvev, 1990).
Juego brusco. Los padres de familia y los profesores tratan de desalentar el juego
brusco y de luchas simuladas que tanto les gustan a los niños. Procuran reducir la
agresión y los pleitos reales entre ellos.
Juego con el lenguaje
A los niños pequeños les encanta jugar con el lenguaje. Ensayan ritmos y cadencias.
Combinan palabras para crear nuevos significados. Juegan con el lenguaje para
divertirse y verificar su comprensión de la realidad. Lo utilizan para atemperar las
expresiones de enojo. La función primaria del lenguaje —la comunicación con
significado suele perderse en Juego brusco, este juego. Los niños se concentran en el
lenguaje como tal, manipulando sus sonidos, sus patrones y sus significados para
divertirse.
Una clase importante de juego consiste en representar roles o imitar modelos: jugar a la
casita; imitar al progenitor que se dirige al trabajo; simular que se es una enfermera, un
astronauta o un conductor de camión. Este tipo de juego, denominado juego
sociodramrítico, no sólo exige imitar patrones enteros de conducta, sino también mucha
fantasía y formas originales de interacción. Los niños aprenden varias relaciones y
reglas sociales, así como otros aspectos de su cultura. El juego dramático interactúa con
los inicios de la alfabetización (Davidson, 1996).
A medida que crece el niño, su juego adquiere reglas y metas específicas. El niño decide
tomar turnos, establece normas respecto de lo que se permite o no y disfruta de
situaciones en las que se gana y se pierde. Aunque las intricadas reglas del béisbol y el
ajedrez superan la capacidad de la mayoría de los preescolares, éstos pueden cumplir los
rituales y las reglas de juegos más simples como la roña y las escondidas. Estos juegos
les ayudan a desarrollar habilidades cognoscitivas como aprender reglas, entender la
causalidad, comprender las consecuencias de varias acciones y saber ganar y perder.
Exploración de los objetos físicos Cuando el preescolar juega con objetos físicos (por
ejemplo, arena, piedras y agua), aprende las propiedades y las leyes físicas que los
rigen. Cuando juega en el arenero, aprende que algunos objetos dejan distintas marcas
sobre la arena. Cuando rebota un balón contra el suelo, aprende que si lo lanza con más
fuerza rebotará más alto. Al realizar el juego constructivo, adquiere información que le
servirá para crear el cono-cimiento. Y a su vez esto le permitirá una comprensión y una
competencia de más alto nivel (Forman y Hill, 1980).
Juego y egocentrismo El egocentrismo que Piaget atribuyó a los niños en la etapa
preoperacional se pone de manifiesto en el juego con otros. Los niños de dos años
observan a otros y parecen interesarse en ellos, pero pocas veces se les acercan. Y si lo
hacen, la interacción se concentra en jugar con el- mismo juguete u objeto, no con el
otro niño (Hughes, 1991). Los niños de dos años y de menos edad parecen jugar juntos,
pero casi siempre están encarnando fantasías individuales.
El juego dramático refleja mayor madurez social. El de los niños de tres años
muestra una mejor comprensión de las ideas ajenas, lo cual les permite participar de
manera más eficaz en la representación de roles. El éxito en esta actividad se basa en la
colaboración de los actores; el juego no funciona si los niños no encarnan su papel. A
los cuatro años algunos identifican con seguridad las' situaciones de juego que suelen
producir alegría, tristeza, temor e ira (Borke, 1971,1973).