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y

DOS ANÓNIMOS CLÁSICOS DE LA


LITERATURA CASTELLANA

Las palabras
vuelan,
lo escrito queda
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 3

DE CÓMO VINO A NACER ESTA OBRILLA EN FORMA ANÓNIMA Y


LAS CIRCUNSTANCIAS DE SU PREÑEZ:

Sábete, amado lector, que no ha mucho tiempo atrás, di a la consideración


del atento senado un libro sumamente interesante de mi autoría, con mi nombre
y apellido estampado en su portada, en excelente impresión y un elevado estilo
cultural sobrio y elegante en su desarrollo, amenizado con antiguos axiomas
latinos y refranes españoles, ocupando citas de viejos libros de cuyos autores
bebí la sabiduría que procuro transferir a otros con mi pluma, que junto con la
lengua es por donde comienzan los males del hombre, y aún estando sin errores
de redacción ni letras corridas o borrosas y en excelente calidad de papel, tuve
la más desgraciada suerte que puede acontecer a un escritor, entre los cuales
indigno me cuento, que es el rotundo fracaso que acarrea la indiferencia del
público hacia las obras provechosas y educadoras, pues del millón de libros
impresos en su primera y última edición, apenas vendí tres ejemplares, uno al
contado y dos al fiado, que aún no me fueron abonados.
Tratábase su intrascendente argumento de una supuesta tercera guerra mundial
en medio de la cual algunos fanáticos religiosos católicos torturaban y mataban
a sus opositores de creencia, o sea a los protestantes, causando seguramente
gran hastío a los tres lectores que me favorecieron, o a quienes prestaron o
regalaron el libro por aburrido sin terminarlo, o lo tiraron a la calle sin que se
animaran a quemarlo, y poniendo yo toda mi fe en su venta segura, endeudéme
con el imprentero de tal forma que creo que trabajando arduamente treinta años
continuos de sol a sol, incluyendo los días nublados, no podré saldar ni la mitad
del compromiso contraído por haberlo dado a luz.
Supe así, de tan drástica manera, que al común de la gente poco y nada le
interesa instruirse, y que la juventud de estos tiempos más se inclina a las raras
modas de cabellos teñidos o rapados, aros en las narices o tornillos en los labios,
borracheras en las madrugadas o en fútbol por las siestas de los sábados, antes
que en leer buenos libros buscando una formación sólida y provechosa para su
futuro. Gran parte de ésta desgracia, de un horrible vacío intelectual por la que
pasan nuestros jóvenes, cuyas mentes desbordan de ignorancias e inculturas, se
debe principalmente a los nimios programas de televisión que los embrutece, a
los tediosos y constantes partidos de fútbol, a las ínfimas ideas en las
programaciones de las radios y a la redacción de un castellano bajo, amorfo y
descerebrado en los diarios. Esto hace que nadie lea, aprenda ni se instruya, y
los libros que fueron joyas de la literatura universal, que iluminaron épocas
enteras de la historia humana, hoy yacen dormidos y en la oscuridad ignota del
inconmensurable universo. Poned a un joven haciendo maravillas con una
pelota y se llenará un estadio; poned a un pintor o escultor creando una obra de
arte en una calle céntrica y la gente pasará indiferente pisándole la cabeza, y en
un descuido le birlará el delicado buril con que talla o el sumiso pincel con que
plasma los colores en la tela.
¿Queréis dormitar tranquilos sin que nadie os perturbe?
Id a hacerlo en las frescas bibliotecas públicas donde nadie entra ni molesta.
4 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

Miles de jovencitas se apretujan en un recital musical levantando y agitando en


las manos sus prendas íntimas ante efímeros ídolos, pero ningún cerebro veréis
en las solitarias bibliotecas cuyas puertas están adornadas con las telarañas de
los inteligentes arácnidos que se instruyen entre libros abandonados y
carcomidos por las cucarachas.
O estoy ciego, o no veo más como en la época de mi dorada juventud el
constante entrar y salir de niños y adolescentes a una biblioteca, detrás de la
instrucción que brindan los libros abiertos antes que la perjudicial y a veces
mortal diversión de los boliches bailables de la noche.
Un poco y un mucho de culpa tienen también los nimios libros que en la
actualidad salen a la luz, que uno que hable de encantamientos, de una
universidad de magia que enseña a jóvenes transformar con una varita mágica
a alguien en un horrible batracio, o a volar sobre una escoba, o atravesar
paredes como una santa Rita, tiene tal éxito que en pocas horas dará a la venta
millones de ejemplares. Y como postre, su autor no solamente se transforma en
millonario por tamaña tontería, sino que el público pide frenético la saga de seis
o siete libros continuados cuyas tontas y estúpidas aventuras se plasmarán
además en películas que llenarán los cines de embobados espectadores.
Los valores están hoy cambiados, y así más se estima lo necio y tonto como las
lecturas de éste tenor, de la televisión, del baile y del fútbol, y se desecha lo
valorable y jugoso de los libros sabios antiguos que en el presente darían y
ayudarían a un mejor vivir a quien los leyera.
Digo que yo escribí, borré, copié, taché, enmendé, busqué, investigué, sufrí y
terminé el mío en tres largos años de mucho trabajo, y lo di a luz gracias a un
buen imprentero de un país vecino que siendo meticuloso y eficiente en su tarea
vomitó los ejemplares sin errores ni desprolijidades, en excelente y níveo papel,
dándomelos al fiado y en extrema confianza, pues leyendo el original lo estimó
por bueno y vendible, y sin tener nada firmado que me pueda mandar a la
cárcel por la deuda, no duermo por las noches ni descanso por los días
temiendo que en uno aciago me encuentre de cara frente a él y me reclame el
pago de su trabajo a las trompadas y a los gritos frente a la gente.
Por ésta deuda muchas noches pasé en vela y afligido con los ojos grandes y
abiertos, y por los días llorando y preocupado continuamente, que bueno es al
afligido llorar para descansar, sin tener los dineros para saldar.
Bien dicen que la extremada honestidad enferma al cuerpo y al alma por igual,
a tal punto que nos excluye de la sociedad como leprosos ya que nos creemos
honestos por no tratar con los deshonestos, y así, hace tres años que vivo
escondido dentro de mi casa sin salir de ella ni a barrer la vereda, con miedo de
terminar mi vida como otro Milcíades1 por la honestidad y la aprehensión que
tengo de no poder pagar la deuda contraída y la vergüenza que acarrean las
ilusiones y las esperanzas que se frustran, como el fracaso de mi libro.
1Milcíades el Joven (c. 540-c. 489 a.C.), general ateniense, a quien le confiaron el mando de 70 barcos
con los que atacó la isla de Paros en el mar Egeo, con el propósito de vengar ciertas ofensas a su
persona, por lo que a su regreso a Atenas le multaron por usar la flota para fines privados. Murió
poco después, tras ser encarcelado por no pagar la deuda.
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 5

Vivo, pues, escondido eternamente dentro de los claustros de mi casa, con


vergüenza de no poder cumplir la palabra empeñada, esperando que el buen
hombre sepa perdonar la deuda y mi pecado, y sea fiel creyente en Dios como
para saber que el placer de la venganza dura tan solo un minuto y el de la
misericordia es eterno. Este fracaso primero me ha desanimado a un grado tan
extremo, que me llevó a jurar y perjurar que nunca más tomaría una pluma ni
para escribir una jota, que quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda,
derramando el tintero en la basura para no volver a tentarme, leyendo en
apacibles horas de ocio un rimero de libros de diferentes y variados temas,
hasta que un día vino a mi cabeza la idea de achacar la frustración de mi
primera obra al tema tocado, las eternas diferencias entre católicos y
protestantes, las cuales son indiferentes para aquéllos que están y perviven
entre las nimiedades y en lo pueril de la vida. Juzgué y entendí que viniendo el
argumento errado por soso e intrascendente de salida, no podía ser triunfal su
llegada. No se me escapa tampoco reconocer que fracasé principalmente por la
elevada cultura con que plasmé su argumento, lo que ahuyentó al lector,
insertando frases latinas, vocablos españoles, refranes y hechos insólitos para el
incentivo de su lectura, lo que más aburrió que interesó. Y viendo esto me dije
que, por el contrario, si escribiese una obra zafada, baja, maleducada,
animalesca y sin cultura alguna, encantaría al público tanto como una pelota a
los pies de un futbolista, y si naciera anónima evitaría un nuevo rechazo al
mismo autor, ya que se tendría por seguro que siendo aburrido su primer
trabajo no sería de otra condición el segundo, y siendo incógnita jamás podrían
relacionar tan diferentes estilos salidos de una misma pluma. Y volviendo
nuevamente a mi humilde escritorio, que es un cajón de manzanas y una pilita
de ladrillos de asiento, con un platito para asentar las velas que me alumbran,
di en escribir dos cuentos indecentes y obscenos, y por lo tanto sublimes, que
bauticé con los pomposos nombres de “El Tratado de los Pelos” y el “El
Provecho de los Porotos” que tienes en tus manos, en un estilo tan inculto y
zafado que hará sonrojar a estibadores y changarines de puerto, y a reyes y
príncipes por igual, buscando con ello atraer el interés morboso del lector para
su venta, y por quitarlo de los cotidianos problemas de la vida con sucesos
alegres y entretenidos, buscando instruir al ciudadano con una sublime
sabiduría oculta entre la bajeza de su desarrollo, bien así como el médico
mezcla con dulce miel el ácido remedio para hacerlo agradable de digerir.
Propúseme ocupar la ironía y la burla en todo su desarrollo, que siempre son
pecados que atraen y despiertan el interés de toda persona chismosa, tratando
de educar y enseñar subrepticiamente al lector con sucesos raros y curiosos
ocultos que ocurrieron a lo largo de la historia universal.
Sábete que ya en los tiempos antiguos, los pueblos que más progresaban eran
aquéllos en que abundaban sabios satíricos e irónicos, y se premiaban con
grandes fortunas a quienes instruían alegremente a los ciudadanos, y
redactaban sus estatutos y legislaciones en lecciones agradables y amenas, con
el ingrediente de comentarios ácidos o soluciones prácticas que tenían un no sé
qué gusto de sabiduría imperecedera.
6 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

Se erigían en cada esquina monumentos a la Risa y al Buen Humor, y sus


máscaras adornaban los dinteles de puertas y paredes en los edificios públicos y
casas para recordar a los sabios irónicos que con instrucciones alegres y amenas
enseñaban al ciudadano a respetar las leyes y las correctas maneras de
urbanidad dentro de una sociedad civilizada.
Como ejemplo de lo que refiero, déjame decirte que en el senado romano cada
orador que presentaba un proyecto para la nación, debía exponerlo teniendo
sobre su cabeza una pesada piedra de más o menos una tonelada de peso, atada
de una soga, la que caía si el proyecto era tonto, necio y sin gracia alguna,
callando al orador para siempre y dejando al Honorable Cuerpo otro aplastado
en el suelo, con un voto menos de su bancada hasta las próximas elecciones en
que alguien lo reemplazara, ya que por ésa época no había corrimiento de lista
ni candidaturas virtuales, dejando a la nación libre de tontos y necios
despropósitos. También, si se quería desterrar a un político inútil, ladrón o poco
inteligente como los que ahora están de moda, poníanse urnas en las esquinas
céntricas más concurridas, en las cuales cada ciudadano emitía un voto con la
confirmación de echarlo del pueblo o continuar en su cargo, el cual fallo era
inapelable. Este sistema se levantó años mas tarde pues eran tantos los políticos
corruptos y tantas las expulsiones, que amplias zonas del país quedaron vacías
y desérticas, mientras que otras se superpoblaron con políticos extranjeros, lo
que llevaba a que unos pueblos se quejaran de que ya no tenían gente honesta,
y otros que de tantos ladrones foráneos, los funcionarios locales ya no tenían
qué robar. Ya sé lo que piensas… ¡Qué bien nos vendrían estas dos simples
reglamentaciones en nuestros tiempos actuales!
Gran servicio haríamos a la nación eliminando con una piedra de una tonelada
a los políticos necios y honestos, y más aún a los inteligentes y ladrones.
Lamentablemente, en estos tiempos no se tiene en cuenta la practicidad y la
sabiduría con que se vivía en los pasados.
Y déjame decirte, siguiendo el hilo de mis desvelos para ser un escritor
destacado, que no sé de dónde me vienen estas ganas de escribir que constante
fluyen por mis dedos, como la pus de las llagas, que no tengo parientes ni
ancestros inclinados a la pluma, y mi padre viniendo de Europa antes de la
primera guerra mundial era un niño analfabeto, y por no conocer el idioma ni
ser católico no fue admitido en ninguna escuela, aprendiendo a leer y escribir
por sí mismo mirando los carteles de propagandas y relacionando los dibujos
de productos que promocionaban con los sonidos de las letras castellanas, que
al deseo de saber y aprender en el hombre, siempre la fortuna le da una mano.
Mi madre tampoco sabía mucho de letras, limitándose su cultura a leer recetas
de cocina que luego transformaba en sabrosas comidas puestas sobre la mesa en
los mediodías, y su biblioteca mental no sobrepasaba la de leer semanalmente
“Para ti” y “Vosotras”, dos antiguas revistas de modas que me mandaba a
comprar semanalmente de los kioscos.
Y yo salí tan burro como mis progenitores, que de árboles estériles no pueden
salir prolíficos frutos, aún sabiendo leer y escribir, pues llegando a la
adolescencia, jamás había leído un libro y ni siquiera sabía que existían.
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 7

Como vecino a mi casa existía el kiosco de revistas y diarios de don Cardozo, el


cual a veces yo cuidaba mientras su dueño salía a hacer sus diligencias,
entreteníame en devorar revistas tontas que llenaron mi infancia de aventuras y
en gran medida causaron la honrosa tragedia de haber repetido el primer año
de la secundaria varias veces consecutivas. Y así pasaron por mis manos las
inolvidables revistas “Dartagnán”, “Fantasía”, “Pif-Paf”, “Patoruzú”, “Rayo Rojo”,
“El Fantasma”, “Misterix”, “El Eternauta”, “Rodeo”, “Kid Cold” y las infaltables
mejicanas en colores como “Archie y sus amigos”, donde había un cómico
personaje secundario llamado Torómbolo que por ser algo tonto, apodábamos a
los demás niños con su nombre, “La pequeña Lulú”, “El Llanero Solitario”, “Los
Halcones”, “La zorra y el cuervo”, “El Ratón Atómico”, “El Gato Félix”, “Red Ryder”,
“Roy Rogers”, “El Burrito Parlanchín”, “Tarzán”, “Superman”, “Cisco Kid”,
“Batman” y otras infinitas que por no cansar no saco a luz, sin que faltasen las
populares fotonovelas de amor en blanco y negro como “Fascinación”,
“Idiliofilm”, “Suspiros”, “Caprichos” y “Rosicler” en donde galanes famosísimos
como Jorge Hilton, Sergio Renán, Lautaro Murúa, Oscar Casco, Luis Dávila,
Alfredo Alcón, Oscar Robito, Emilio Alfaro, Pablo Moret, Luis Medina Castro,
Juan Carlos Barbieri, Ignacio Quirós, Enzo Viena y actrices como Gilda Lousek,
Amelia Bence, Beatriz Taibo, Marcela López Rey, Graciela Borges, María Vaner,
Elsa Daniel y otras infinitas, que en tramas intrincadas y amorosas hacían las
delicias de las jóvenes adolescentes de la época. También leía ávidamente las
revistas “Antena” y “Radiolandia” donde me enteraba de la vida de famosos
galanes del cine como James Dean o Rock Hudson, y me deleitaban las
fotonovelas del “Nocturno” donde Tita Merello en su última hoja daba consejos
sobre qué debían hacer las adolescentes cuando los atrevidos novios le pedían
la famosa “prueba de amor” que en aquéllos tiempos se estilaba. Hoy estaría sin
trabajo, pues la prueba se ofrece sin que nadie la pida, o por dos mangos, y más
bien aconsejaría a los varones si agarrarla o desecharla, al revés de lo que ésta
famosa actriz aconsejaba hace cincuenta años. Si tuviese tiempo, para dejar
sentado que digo la verdad, ya mismo te relataría la trama de una fotonovela de
amor que bien recuerdo, en la que la chica, hija de padres millonarios, consigue
un pretendiente que a domicilio destrancaba con un alambre grueso y sodio
rebajado con gasoil las cloacas que estaban taponadas de soretes, que era más
pobre que una rata y que despedía un nauseabundo olor a cacas y a papeles
higiénicos usados, y todo el mundo trataba de impedir el romance para que no
se casasen, incluso la empleada doméstica y la abuela que fingían ser sus
confidentes y estar de acuerdo, y la encierran en su cuarto con baño privado por
muchos años sin catar que el novio entraba todas las noches por las cañerías
cloacales que conocía como la palma de su mano, saliendo finalmente por la
tapa del inodoro que ella cuidaba de dejarla levantada, hasta que queda
preñada con la panza hecha un bombo de una hermosa niñita, al mismo tiempo
que descubre gracias a una monja que le fue a visitar y a llevarle consuelos que
no era hija natural de sus ricos padres, sino adoptiva, recogida del monasterio
de San Sulpicio, y por lo tanto no había impedimento alguno para que se casara
con su novio el cloaquista sin necesitar la anuencia de sus mayores.
8 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

Se casa sin más a contrapelo de las voluntades de sus padrastros y se va de la


casa a vivir en un caño de desagüe junto a su marido, y éstos, ardiendo de furia,
por venganza, nombran heredera universal a la nieta y no a ella, y después
mueren pisados por una manada de vacas que huyó despavorida de los corrales
por culpa de un peón medio pelotudo que se olvidó la tranquera abierta, y días
después muere también la mencionada abuela al caer de un bravo toro al que
estaba domando, quedándole como herencia cincuenta mil hectáreas de campo,
veintisiete mil cabezas de ganado y una plancha Atma sin uso que la madre, o
sea la madrastra, había comprado al fiado en esos grandes comercios que dan
hasta veinticuatro meses de plazo con cuotas ínfimas para pagar.
Los padrastros de la chica, y la abuelastra, lamentablemente eran radicales y
oligarcas, como buenos terratenientes y ganaderos, que en paz descansen.
Regresa el matrimonio a la casa paterna y viven felices comiendo perdices, que
hacen traer de la estancia heredada con un peón que se iba en una página y
regresaba a la siguiente con el encargue. Todas estas fotonovelas de amor
terminaban con un apasionado beso en la boca con la palabra FIN inserta en la
última foto dentro de un pequeño rectángulo con fondo blanco. A veces pienso
cuántos trabajos y esfuerzos tuvieron los que pergeñaron estas famosísimas
obras literarias y no me atrevo a más que sacarles el sombrero admirado de las
sutilezas e intrigas que ocupaban para el desarrollo de la trama.
Otra que aún conservo en la memoria, por si la anterior no te gustara, es una en
la que el galán de la historia, un lindo muchachito de reluciente jopo, se
despierta un día tirado en el medio de la calle con un pedo de padre y señor
mío, y ¡oh, sorpresa! no recuerda quién era, ni dónde vivía, ni dónde estaba.
Pregunta entonces al primero que pasa qué ciudad era aquélla y qué fecha, mes
y año corrían. Por supuesto, si no preguntara, no sé yo como se las arreglaría
para seguir trabajando en la fotonovela y desarrollar su argumento. El tipo le
dice que la ciudad era Roma, y el año mil novecientos cincuenta, lo que le deja
totalmente desconcertado porque en su puta vida estuvo en Italia, ni aún para
saludar al papa, y lo que sí recuerda es que cuando le sucedió el percance,
estaba festejando con sidras y panes dulces la llegada del año mil novecientos
cuarenta y ocho, o sea, que tenía un lapsus de dos años sin saber qué carajos
hizo en ese tiempo ni quién puta era. Camina una o dos cuadras desconcertado,
mirando las vidrieras para tratar de recordar su pasado, observando con
atención los hornos exhibidores de las rotiserías donde se asaban a la vista
jugosos pollos y chorizos que le hacían agua la boca del hambre que tenía, hasta
que al doblar la página siguiente, tropieza con una hermosa jovencita, Gilda
Lousek, que viene a ser la chica de la fotonovela, la que lo lleva a su casa para
cuidarlo, darle los remedios y coger con él. Ella vivía con su madre, una vieja
chota que mucho se enojó por el atrevimiento de traer a un desconocido bajo su
techo, sin que se supiese nada de su vida anterior, y sobre todo, sin tener un
mango en los bolsillos para ayudar a parar la olla. ¿Y si era un asesino, un
depravado sexual, o lo que es peor, un cura que tenía una fundación de niños
para violarlos a su placer? ¿Y si fuera un degenerado maestro de jardín de
infantes que acostumbraba a ponerles el dedo en el culo a los inocentes niñitos?
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 9

Quizá fuera un loco escapado de un hospicio, el cual drogado y pichicateado


hasta la maceta, no conocía ni a la madre que lo parió. También podría ser un
extraterrestre salido de “La Guerra de los Mundos” novela de ciencia ficción
muy en boga en la década de 1950. Quizá fuese un destacado político, o un
hábil ladrón. Bah, es lo mismo. Sin embargo, se casan luego de un furibundo
romance, en el cual se muestran algunos cuadros en primerísimos planos donde
él le pregunta a ella ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? y otras
infinitas pelotudeces que hacen la trama misteriosa y apasionante, mientras
viven juntos un tiempo, digamos treinta años, en los cuales tienen, primero un
hermoso casal de mellizos, rubios, de ojos verdes y con jopitos como el padre, y
después llegan año tras año como por encanto doce hijos más que por el barullo
y griterío que inferían dentro de la casa casi lo vuelven loco del todo. ¡Qué
quieren, son muchos años de convivencia con una actriz de segunda que le dio
gratuitamente catorce hijos solo por trabajar hasta el final en la fotonovela!
Ahí el galán empieza a recordar su vida pasada, la de antes que su esposa le
conociese, pero nunca dijo nada a nadie, y hasta hoy, cincuenta años después,
los que leímos la fotonovela, no sabemos ni sabremos jamás qué clase de vida
llevaba antes de despertarse borracho y sucio en el medio de una calle de Roma
en el año mil novecientos cincuenta porque él guardó un sepulcral silencio.
¡Ah, cómo me atrapó el argumento de esta joya literaria que recuerdo nítido y
patente cuadrito por cuadrito y fotito por fotito!
Con éste bagaje de conocimientos culturales ingresé a los trece años al primero
de la secundaria sin haber leído ni las tapas libro alguno, hasta que un día a la
directora del establecimiento, Srta. Catalina Méndez, se le ocurrió premiar en el
Cuadro de Honor, que no era otra cosa que un viejo pizarrón en desuso colgado
a la entrada del colegio, destacando como ejemplo el nombre del alumno que
más libros retirara de la biblioteca, y yo, no teniendo otra inteligencia que la de
una chicharra cantando enamorada en el verano, comencé a sacar cuatro o cinco
por semana, devolviéndolos a la siguiente sin haber leído siquiera una hoja de
alguno. Llevaba muchos libros a mi casa y los ponía debajo de mi chata
almohada como una bien trabada pared de ladrillos huecos, para dar altura y
comodidad a mi no menos vacía cabecita.
Viéndome pasar con un rimero de libros bajo el brazo, los vecinos me tenían
por un nuevo Borges creyendo que me instruía leyendo, y alababan mi
inclinación a la cultura, y vine así a saber que las apariencias engañan ya que en
verdad las acciones fingidas siempre son más que las verdaderas creídas.
Recuerdo que la mejor alumna del curso, llamada Ana María Del Riccio, se
desesperaba por alcanzarme, ya que en un bimestre yo había punteado las
encuestas con sesenta y siete libros retirados mientras ella apenas iba por siete
leídos, y la veía yo en los recreos bajo las frescas sombras de los árboles
enfrascarse denodadamente en “Vidas Paralelas” de Plutarco, los infinitos
tomos de “Memorias de Ultratumba” de Chateaubriand o “La antigüedad del
hombre en el Plata” de Florentino Ameghino, y amigas comunes me contaron
que seguía ensimismada en la lectura aún cuando iba al baño, olvidándose de
levantar la tapa del inodoro y hasta de bajarse las bombachas.
10 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

Tengo pues el orgullo de haber figurado en el Cuadro de Honor una o dos


veces consecutivas, hasta que otros vagos empezaron a imitarme por figurar
también en algo, y entre todos teníamos desnuda a la biblioteca y en cueros a la
bibliotecaria.
Bien dicen que la dicha mal cimentada poco dura, y lo que empieza mal, mal
termina, porque un malhadado día la directora dio en visitar el magno recinto
cultural, y viendo sus anaqueles vacíos, se desmayó cayendo de espaldas al
suelo con las piernas al aire y los ojos vueltos en blanco como estampita de
santa. Se tiraba de los pelos, se tiraba pedos, se mordía los labios de furia, se
revolcaba en el suelo pensando que ladrones desvalijaron las joyas literarias de
su escuela, y si por ella fuera, denunciaría a la policía a los autores del delito.
Preguntaba a viva voz y entre maldiciones qué sabio encantador llevara todos
los libros como sucediera a Don Quijote 2, o qué Julio César quemara su
Alejandría3, o qué Atila4 holló el suelo sin dejar una hoja viva.
Descubrióse entonces el menjunje y fuimos los varones sancionados con diez
amonestaciones quien no contestara de qué trataba el argumento de un libro
sacado anteriormente. Desde aquél fatídico día, los vagos y yo solamente
figuramos en el boletín de amonestaciones, teniendo vedado acercarnos a la
biblioteca en doscientos metros a la redonda, por orden expresa de la Directora.
Unos días antes de que esto ocurriera, atraído por unos dibujos de pájaros y
caballos de su interior, di en leer “Allá lejos y hace tiempo” de Guillermo
Enrique Hudson, escritor inglés que habiendo pasado su infancia en nuestras
pampas, de regreso a su patria escribió la obra treinta años después, relatando
minuciosamente nuestras costumbres gauchescas, las domas y las carreras de
sortijas, los duelos criollos de cuchillos, los bailes de minué y una detallada
descripción de pájaros y plantas entre los cuales pasó su niñez.
Fue entonces el primer libro que leí, y queriendo descubrir el mundo, que yo
creía que se circunscribía solo a las pampas y a los gauchos, di en leer “Santos
Vegas, el payador”, de Ascasubi, “Juan Moreira” de Gutiérrez, “Aniceto el
Gallo y Anastasio el Pollo” de no recuerdo quién, “Don Segundo Sombra” de
Guiraldes y finalmente la más grandiosa obra que de estos temas tocan, “El
Gaucho Martín Fierro” del gran José Hernández, libro que habré leído durante
mi vida unas diez veces alternadamente, e “Instrucciones de un Ganadero” del
mismo autor.
Después me aficioné a la literatura española, deleitándome con “Vida del
Buscón” de Quevedo, sus poesías satíricas como ésa que comienza con “erase un
hombre tras una nariz pegado”; razoné con las fábulas de Esopo, La Fontaine y
Samaniego.

2 Para impedir que Don Quijote leyera los perjudiciales libros de caballería le hacen creer que un
sabio encantador se los había llevado todos tapiando con una pared su biblioteca.
3 En el 47 a.C., durante la guerra civil entre Julio César y los seguidores de Pompeyo Magno, César
fue asediado en Alejandría; un incendio que destruyó la flota egipcia se extendió a algunos
depósitos de libros y aproximadamente se quemaron 40.000.
4 Atila (c. 406-453), rey de los hunos (c. 433-453), conocido en Occidente como el “azote de Dios”,
llamado Etzel por los alemanes y Ethele por los húngaros. Arrasaba los pueblos que invadía
quemando cualquier indicio de cultura.
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 11

Me entretuve tratando de descifrar antiguos vocablos castellanos impresos en el


“Poema de Mío Cid” de anónimo autor, el cual fue una de las primeras obras
paridas en nuestra lengua, allá por los años mil ciento cuarenta, creo.
Mucho me deleitó “El Lazarillo de Tormes” también anónimo y primerizo en
nuestras letras, el cual se atribuye a cuatro autores posibles a un mismo tiempo.
Después caí en el padre de las letras castellanas, Don Cervantes, leyendo
primero sus “Novelas Ejemplares”, “La Gitanilla” y un cuento corto que jamás
pude olvidar, “Cipión y Verganza”, el cual trata de dos perros vagabundos así
llamados que conversan en perfecto castellano bajo la cama de un enfermo
afiebrado en un hospital, quien los escucha hablar durante toda la noche de la
vida y peripecias que pasan ambos animales para sobrevivir, y una vez sano
este paciente relata a sus amigos la singularidad del hecho canino; luego leí
“Rinconete y Cortadillo”, “El Licenciado Vidriera”, “Los trabajos de Persiles y
Segismunda”, “La Galatea”, hasta que a mis manos cayera “Don Quijote de la
Mancha”, uno de los libros más sabios de nuestra literatura castellana, que aún
habiéndose escrito quinientos años ha, es el segundo más leído después de la
Biblia. Esta parodia de novela de caballería le dio a su autor la eterna fama que
no encontrara después de probar suerte con cientos de obras teatrales que
fracasaron rotundamente. La competencia cruel y despiadada en que se viera
envuelto para crear poesías y obras de teatro exitosas que superaran a las que
día a día pergeñaba el gran Lope de Vega de gran aceptación popular, siendo
sucesivamente derrotado por su genio sin igual, lo llevaron a salir de las rimas
y crear lo que hoy llamamos novelas modernas. Cervantes, con una concepción
clásica del teatro, tuvo que soportar el triunfo arrollador de Lope de Vega en la
renovación de la escena española con su Arte Nuevo de hacer comedias.
Su desánimo y fracaso en las obras teatrales a las que desde joven se sintió
atraído, lo llevaron a componer éstas dolidas rimas escritas seguramente con las
mismas lágrimas de sus tristes pensamientos:

Yo, que siempre trabajo y me desvelo


por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo.

Y aunque en otras ocasiones se enorgullece de sus versos, en su tiempo no logró


ser aceptado como pasable poeta.
Leí en aquélla época de mi adolescencia “La Ilíada” y “La Odisea” del gran
Homero, cuyas hojas originales fueron guardadas en una caja segura por Darío
para cuidarlas del tiempo y del pérfido Alejandro. Terminadas las dos obras
griegas, leí “El Satiricón” de no recuerdo quién por la lejanía del tiempo en que
lo hice. Después caí en Lope de Vega, llamado por Cervantes el “monstruo de la
Naturaleza” con algo de envidia, por lo importante que fue para el teatro
español, llegando a escribir más de mil trescientas obras, muchas de las cuales
se han perdido, y con el cual me deleité en “Fuenteovejuna”, “Peribánez y el
Comendador de Ocaña”, “La Dorotea” y otras infinitas que se me olvidan, junto
con aquél famoso soneto extraño y misterioso que aún perdura en el tiempo:
12 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

Un soneto me manda hacer Violante,


que en mi vida me he visto en tanto aprieto,
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Devoré la mayoría de las obras de Víctor Hugo desde “Nuestra Señora de


París”, “Hernani”, “El Hombre que ríe”, hasta “Los Miserables”, su obra
cumbre en dos tomos, y sentí gran compasión por él pues estando en el exilio
obligado por la clase dominante francesa, ahogóse en el Sena su hija más
querida con diez y nueve años, juntamente con su marido, no pudiendo visitar
sus tumbas hasta acabar su destierro de más de una docena de años, creo que
en una isla. Para colmo de sus males, otra de sus hijas, llamada Adela Hugo si
mal no recuerdo, se enamoró perdidamente de un oficial del ejército de
Napoleón, quien después de embarazarla, denigrarla y despreciarla
públicamente, la abandonó yéndose a la invasión de Rusia, lo que la volvió loca
y enajenada siguiendo a su amado a pie, descalza y andrajosa por aquéllas
heladas regiones. No recuerdo exactamente qué fin tuvo la pobre mujer, y si es
que no murió de frío en las estepas rusas, fue internada en un hospicio.
¿Os dije que leí también “Gargantúa y Pantagruel” del gran escritor francés
Rabelais, obra prohibida y negada al vulgo por la iglesia al ser obscena, herética
y tremendamente satírica, donde se subraya ante todo la libertad individual y el
entusiasmo por el conocimiento filosófico, expresando con vigor el humanismo
renacentista, y que trata de la vida de un joven dotado de una fuerza increíble y
un apetito voraz que representaba a la realeza que subyugaba al pueblo, y que
su autor sacara a la luz con el seudónimo de Alcofribas Nasier por temor a ser
preso por la Inquisición católica?
Me estaba olvidando de William Shakespeare, de quien leí todas sus obras, y
del cual dicen que era negro, y que teniendo una compañía de comedias iba de
pueblo en pueblo para representarlas, escribiendo la mayoría de ellas en las
carretas que hacían el trayecto sin que los actores se quitasen los trajes de la
comedia anterior. En las verdes y suaves campiñas inglesas nacieron las más
grandes obras de la literatura universal, y de esta singularidad toma Cervantes
el feroz combate de don Quijote con la compañía de actores disfrazados de
reyes, ángeles, fantasmas y villanos a los que se enfrentó en los polvorientos
caminos de Montiel.
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 13

No se me escaparon tampoco las aventuras de “Robinson Crusoe” de Daniel


Defoe, autor que siempre creí francés y que recientemente me entero ser inglés,
y “Los Viajes de Gulliver” de Jonathan Swiff, obra publicada anónimamente en
su primera edición, y que despertara tanta curiosidad por conocer al autor, que
no tuvo más remedio que estampar su firma en la segunda, pues el vulgo
quería ver y tocar al famoso viajero de tierras tan extrañas que tenían por
verdaderas y ciertas, para preguntar si existían los “liliputienses” y los hombres-
caballos. Por años me entretuve con novelitas ínfimas de tramas policiales, de
guerra, y las de amor de Carlos de Santander, que en el kiosco de don Cardozo
mi vecino se vendía como el pan, y en el que yo leía gratis mientras lo cuidaba.
Me leí casi todas las de Aghata Cristie, escritora inglesa que vomitó más de
doscientas novelitas de misterio, pasando su vejez entretenida en leerlas pues
ya no se acordaba de los finales; otras que devoré con avidez fueron las
novelitas de vaqueros del español Marcial Lafuente Estefanía, que hizo tanto
dinero como su coterránea Corín Tellado con las románticas. Por mis manos
pasaron también miles de novelitas policiales a las cuales por años me apegué,
como las de “Míster Reeder”, las del inspector Poirot, y todas las de aventuras
de Conan Doyle y los cuentos tenebrosos de Edgar Allan Poe, las de guerra, de
vaqueros y espaciales de infinitos y olvidados autores. No sabéis con qué
ímpetu se leían estas ínfimas novelitas en boga, a tal extremo que todo un barrio
se veía inmerso en ellas, y los vecinos constantemente se cambiaban o prestaban
como figuritas, e incluso los kioscos y revisterías tomaban dos leídas que
estuviesen en buenas condiciones a cambio de una nueva.
Y qué me diréis de Julio Verne, que antes de ser famoso escritor, no habiendo
salido jamás a más de doscientos kilómetros del pueblito donde naciera,
escribió cientos de novelas ambientadas en diferentes partes del mundo, bajo el
mar, en el centro de la tierra, en los altísimos cielos y hasta en la mismísima
luna.
En “De la tierra a la luna” tres tripulantes de un burdo cohete, parten de un
pueblito norteamericano elegido por el autor al ser el lugar más cercano a la
órbita lunar, y un siglo después, el pueblo o la zona se llamaría Cabo Cañaveral,
de donde partiera el cohete Apolo con los tres famosos astronautas que
alunizaron por primera vez en nuestro satélite.
Y para que tengáis noción de la imaginación prodigiosa de este autor, “El Faro
en el fin del mundo” está ambientado en el sur de la Argentina, en el Cabo de
Hornos, sin que le fuera necesario salir de la humilde casita en donde el escritor
pasara su plácida existencia.
Cuando contaba yo con catorce años, durante las vacaciones escolares, llevado
por el vicio de leer libros sin tener dineros para comprarlos por ser pobre, que
pobres son los que mucho desean y no los que nada tienen, ofrecíme como
ayudante honorario en la Biblioteca Castañeda de mi ciudad natal, a la cual
concurría todas las siestas para acomodar y clasificar los libros con que contaba
su patrimonio, más de treinta mil, sin cobrar moneda alguna por mi trabajo,
muchos de los cuales, principalmente los excesivamente repetidos, robaba
poniéndolos en mis espaldas debajo de la camisa.
14 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

Un día, llevado por mi afán desmedido de tenerlo, quise sustraer la Historia de


la Segunda Guerra Mundial de Selecciones, que lo componían tres enormes
tomos de unos dos kilos cada uno, con emocionantes fotos en blanco y negro de
la terrible contienda en su interior. Quiso mi mala suerte que cuando salía a la
calle con el primer libraco de la susodicha Historia escondida debajo de mis
ropas, cayó al suelo con el mismo ruido que haría un yunque, justo frente al
policía que hacía guardia en la puerta. Por supuesto, me detuvieron y me
echaron a patadas de la Biblioteca. Pero de los pequeños que robé, digo en
tamaño, no me arrepiento de la “Divina Comedia” del divino Dante, que me
llevó de la mano de Virgilio al paraíso de la presencia de Beatriz; “La Celestina
o Tragicomedia de Calixto y Melibea”, del bachiller Fernando de Rojas, obra
medieval con la que se inicia la modernidad literaria en España, y que trata con
intenciones didácticas lo erudito y lo popular, y que sería por excelencia la obra
cumbre de las letras españolas de no ser por la existencia del Quijote; birlé
además los poemas de Walt Whitman y las poesías de la Storni, Machado y
Mistral. Leí “Las Fuerzas Morales” y “El Hombre mediocre” del destacado José
Ingeniero, fallecido a sus cuarenta y cinco años de vida; “Corazón” de Amiccis,
“Juvenilia” de Cané, “El Tempe Argentino” del uruguayo Marcos Sastre, “Vida
de las abejas” de Mauricio Maeterlink, “Moby Dick” de Herman Melville, y
todas las fábulas animalescas de Horacio Quiroga, e infinitos libros de todas las
especies y géneros literarios, despertándose en mí tal afición a la lectura que
cincuenta años después sigue tan vigente como en su principio. Y así, hoy tengo
la Biblia bajo la almohada como en mi época de estudiante secundario, una
novela en mi mesita de luz, que en éstos momentos es “El lobo estepario” de
Herman Hesse, “Las cien mejores recetas de Cocina” de Petrona C. de Gandulfo
sobre las hornallas aunque no sé fritar ni hacer un huevo pasado por agua, e
“Inteligentes maneras de economizar jabón” de O. Q. Roña bajo la ducha.
Baste entonces con los volúmenes citados, y otros que por no cansarte no los
mento, como prueba fehaciente que durante mi vida traté instruirme con cuanto
libro cayera en mis manos, por ése afán de superación tras de saber cada día
más con que todos nacemos y que solo se despierta encauzándolo con la
observación y la mucha lectura. Me diréis seguramente que leía con el mayor
desorden en la elección de los libros, y os doy la razón, pues bien podía ser que
a la mañana leyera una novelita de vaqueros de Clark Carrados, a la tarde una
de Marcial Lafuente Estefanía, Keihg Luger o César Torre, y por la noche me
enfrascara en el “Origen de las Especies” de sir Charles Darwin.
Si dudáis de la veracidad de estos detalles, digo de los libros leídos, os hago este
desafío: y es que a los catorce años leí “La Cautiva” y “El Matadero” de
Esteban Echeverría, en un solo tomo, obras primerizas del romanticismo en la
literatura argentina, cuyo autor era un señorito de la alta sociedad que yéndose
a Europa se relacionó con los más eximios autores del género, siendo amigo de
Víctor Hugo, Lord Byron, Espronceda y otros, adquiriendo una vasta cultura
que aplicó en sus escritos de regreso al país.
Una de ellas se inicia con: “No comenzaré yo este relato por el Diluvio ni por el Arca
de Noé…” para afirmar que la historia que iba a relatar no era tan antigua.
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 15

Si tenéis el libro a mano fijaos si salgo mentiroso o verdadero de mi afirmación


y recordad que leí la obra medio siglo atrás y poco ya me acuerdo de ella.
En “El Matadero”, obra que describe magníficamente la vida y haraganería de
nuestros gauchos, practicando deportes sanguinarios y crueles como el
desjarretamiento que consistía en perseguir a caballo a las ariscas vacas portando
una larga caña en cuya punta tenía un filoso cuchillo en forma de media luna
con el cual cortaba a la carrera los tendones de las patas traseras, lo que impedía
al animal volver a levantarse hasta morir desangrado.
Me diréis que poca importancia tenía matar diez o veinte vacas donde había
tantas que eran consideradas una plaga.
Pero es el caso que por diversión y cruel deporte el gaucho mataba doscientas y
hasta quinientas reses en un día, sin aprovechar siquiera un gramo de su carne,
infestando enormes extensiones de campo con olores a carne putrefacta y
minando el cielo de bandadas de infinitos buitres y pájaros carroñeros, y perros
salvajes.
Tampoco he dejado que el gran Sarmiento pasara desapercibido por mi vida,
del cual bebí “Civilización y Barbarie”, “Facundo” y “Recuerdos de Provincia”;
ni de “Mis Montañas” de Joaquín V. González y casi todas las novelas del
cordobés Hugo Wast, cuyo nombre verdadero no me acuerdo en éste momento.
Y solamente por no dejarlos olvidados en el tintero, no siendo obras
celebérrimas, no dejé de lado las de nuestros modernos tiempos, como
“Tiburón” de Peter Blanchey, “El Exorcista” de Willian P Blatty, “Aeropuerto”
de Arthur Haley, “El diario del Almirante” del nobel paraguayo Roa Bastos,
“El viaje del Elefante” y “Las intermitencias de la muerte” del otro nobel
portugués José Saramago, “Raíces” de Alex Haley, “Cosmos” de Carl Sagan,
“Papillón” de Henry Charriere, y otras infinitas de éste tenor y época, que por
ser libros prestados ya los devolví a sus respectivos dueños.
Quiero decirte por último que mucho me gustaría encarecer el libro que tienes
en tus manos como el más bello y el mejor, ya que no hay hijo que parezca feo a
su padre, diciéndote que debiera estar en el pináculo de los libros sabios y de
entretenimiento, por lo bello, amable y educado de su redacción, pero no lo
haré para no caer en un antiguo cuento o relato que estaba en boga en el
medioevo, y que es el siguiente:

“Cierto carbonero vendió a un matrimonio una bolsa de carbón,


quienes le pidieron que la pusiera en los fondos de la casa. Fue el
buen hombre con la bolsa sobre el hombro, y al pasar por la cocina,
escondió bajo sus ropas un flamante sartén que mucho necesitaba, y
al salir a la puerta de calle donde cobrara el precio estipulado, los
dueños le inquirieron:
- ¿Es bueno el carbón que me vendes? ¿Hace buena lumbre?
¿Calienta con llamas azules? ¿Tiene buena chispa? -
Y el carbonero, encareciendo su carbón por el mejor, contestó:
- ¡Al fritar lo sabrán!- “
16 Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra

De la misma manera, no quisiera yo encarecer mi libro haciéndolo pasar por


bueno mientras robo de tu bolsillo el dinero que por él pagaste.
Baste solamente decirte que no tuve mucho trabajo para hacerlo, pues no tiene
nada de sabidurías, ni latines, ni datos bíblicos o históricos que lo refuercen
como una obra muy inteligente, y que lo que más me cansara fue lidiar con el
manejo de la computadora, la cual a veces se descomponía y eliminaba mis
archivos por su propia voluntad.
Otras veces, mientras trabajaba, por sí o no bruscamente se cortaba la luz y al
regresar tenía como novedad que se quemara la memoria de la máquina, o su
disco, los cuales al reemplazarlos volvían del taller limpios y vírgenes sin nada
de lo escrito arduamente en largo tiempo.
Como resultado de éstas contingencias, en verdad te digo que escribí la obra de
cuatro maneras distintas porque a cada intento de empezarla nuevamente, no
me acordaba ya del original que se borrara, y ruego que éste actual trabajo de
componerlo llegue a buen término porque de seguir así podría hacer diez libros
diferentes con el mismo título.
He de decirte además, como para terminar, que ninguno de mis hermanos se
aficionó al escribir o al leer, y uno de ellos cree y está convencido que el
diccionario es un armario o mueble delicado para guardar bebidas finas por
haber escuchado que de él se bebía mucha sabiduría, y mientras en mi
adolescencia yo me entretenía solitario en mi cuarto leyendo “Antes de Adán” o
“Colmillo Blanco” de Jack London, mis hermanos perdían tiempo en jugar a la
pelota, tomar mates en largas caminatas, perseguir mujeres, carreras de
caballos, juegos de cartas o remontar barriletes, hasta que floreció en nosotros
esa sagrada inclinación a los negocios heredada de nuestro padre mercader, a
cuya muerte cada uno abrió el suyo individualmente, y allí se vio patente la
utilidad y el beneficio que produce el mucho leer, y el triste destino de quienes
tienen a los libros en menos, y mientras mis hermanos progresaron
meteóricamente con dineros en los bancos, vacaciones a lejanos países,
hermosas mujeres, y autos modernísimos, yo me fundí con mi venta de
escarpines y estampitas católicas, y hoy estoy aquí sobre esta destartalada mesa
alumbrándome con una vela por tener la luz cortada, tratando de dar fin al
prólogo de este libro, que ruego que lo compres para que no caiga en el mismo
desánimo del anterior fracaso, y no verme obligado a pedir limosnas famélico y
desnudo en las puertas de los supermercados.
Pero tú no te preocupes, y trata de imitarme buscando buenas lecturas, que
cuando Dios da la llaga, da el remedio que la sana, que el mucho leer fortalece
el espíritu y engrandece el alma dándole las cualidades de la compasión y la
bondad, y la destreza de saber vencer todos los obstáculos del diario vivir, que
la sabiduría adquirida a través de los libros los transforman en buenos y
pasables sucesos por malos que fuesen.

Dios te guarde, y a mí.


“El Tratado de los Pelos”
Anónimo
(Con licencia de la Real Academia Española)
El Tratado de los Pelos 19

TRATADO PRIMERO

De cómo los pelos que el hombre tiene en el culo y en otras partes


del cuerpo, enamoran a las mujeres. La alegre vida nocturna de las
ladillas y un triste epitafio en su final.

¿Me creerías sin hacerte juramento alguno que los hombres más peludos de
cuerpo tienen sobradas ventajas sobre los lampiños y lisos para enamorar
mujeres y tenerlas rendidas a sus pies?
¿Acreditarías si te digo, sin poner los dedos en cruz sobre los labios, que los
hombres con más pelos en el ojete y en las bolas, mayores posibilidades tienen
de lograr exitosos romances con mujeres que se entregan plácidamente a sus
caricias y enamoramientos?
¿Me creerías a pie juntillas si te afirmo que en las cosas del amor más triunfan
los hombres feos, raquíticos, calvos, con piorreas y narigones, siempre y cuando
sean peludos como monos, antes que rubios hercúleos y lampiños, de verdes
ojos y rectilíneas narices griegas?
¿No me crees?
Pues déjame contarte una amena e interesante historia para convencerte, pero
primero debes saber que Adám era un hombre lampiño, de tersa y lisa piel,
como si hubiese sido hecho de arcilla o barro, y en sus trescientos cincuenta y
seis años de vida, jamás engañó a su esposa porque ninguna otra mujer la dio
bolas para cometer adulterio; Abrahám5 era un hombre peludo y de tupida
barba, según vimos en el cine, y tuvo gracias a sus vellos buena suerte para
enamorar mujeres, primeramente a su hermanastra con la que estuvo casado
unos ciento cincuenta años, y después, por ser nómada su familia, con cuanta
empleada doméstica contratara su señora para asear la carpa, quitando de los
muebles la arena que se introducía del desierto, lavar las túnicas, ordeñar la
leche de los camellos y otros menesteres cotidianos, con las cuales pobló el
mundo con tantos hijos y entenados que hasta hoy no se sabe si sus
descendientes son judíos, árabes o egipcios, teniendo su último vástago a la
edad de ciento setenta y cinco años; el caudillo salteño Martín Güemes, cuyo
retrato vemos colgado en las aulas de las escuelas primarias, y que no es el suyo
pues nunca fue retratado, sino el de una hermana muy parecida retocada con
barbas para el recuerdo eterno de su persona, era muy cojudo gracias a su
frondoso y peludo pecho y a sus crenchas engrasadas, y en sus campañas en
defensa de la libertad de nuestra patria se cogió cientos de salteñas, jujeñas y
tucumanas con las cuales infectó el norte de hijos chimbos de padre, y pasando
el tiempo, formó con ellos su famoso ejército llamado maliciosamente por el
vulgo “Los Guachos de Güemes”.

5Abraham, patriarca bíblico y, según el libro del Génesis (11,27; 25,10), padre de los hebreos, que al
parecer vivió entre los años 2000 y 1500 a.C. Llamado Abram originalmente, fue el hijo de Tare, un
descendiente de Sem, y nació en Ur, ciudad de Caldea, donde se casó con su hermana por parte de
padre Saray o Sara.
20 El Tratado de los Pelos

Sarmiento, de lustrosa pelada, espeso pecho y peludos brazos, ejercía una


sensible atracción en las maestras a su cargo, a las cuales cogía parado en la
dirección o en las mismas aulas sobre el escritorio cuando los niños jugaban a la
mancha escondida en los recreos, y aún más, en tiempos de la peste amarilla,
por el cagazo que tenía de contagiarse, huyó a Estados Unidos donde consiguió
una novia que le enseñó fluidamente el idioma inglés, y a su regreso trajo a
nuestro país cincuenta maestras llamadas “las bostonianas” a las cuales empleó
en distintas escuelas a su cargo y a la mayoría de ellas les rompió la escarapela,
y se comenta, sin que se haya llegado a confirmar, que también le daba tripa a
un portero trolo que se enamoró perdidamente del gran maestro sanjuanino,
que gustaba tocarle los badajos6 en cada recreo.
Landrú, un misterioso asesino francés del siglo pasado, que era calvo como una
sandía, de negra y misteriosa barba y peludo cuerpo, atraía con sus vellos a
mujeres que enamoraba y asesinaba para robarles sus pertenencias, y cuando
fue atrapado por la policía, tenía enterradas en el jardín frentero y en el patio
trasero de su casa a más de veinte enamoradas que no se salvaron por un pelo,
porque los canas descubrieron tarde al asesino, como siempre.
Don Hipólito Irigoyen el Gran Radical, con una cara similar al de un bulldog
inglés, con los caninos inferiores sobresalientes, era muy velludo de pecho,
brazos y piernas, por lo que le decían “El Peludo”, y aunque nunca se casó, se
cogió muchas pendejitas de la primaria que se enamoraron perdidamente de su
pelambre, a tal punto que en sus últimos días de gobierno, desgobernó el país
entretenido en fornicarlas sin salir fuera de su despacho, enterándose de lo que
pasaba en el país solamente por los diarios que le arrimaban, hasta que los
militares al mando del general Uriburo lo echaron a patadas y lo encarcelaron
en la isla Martín García; y más recientemente, el presidente Menem, hombre
pequeño y minúsculo, de raquíticas y peludas piernas y brazos, en sus dos
exitosos gobiernos que la historia tarde o temprano alabará, se cogió cuanta
ministra, gobernadora, vedette o funcionaria integrara su gabinete, llegando a
casarse en los finales de su vida con una miss mundo chilena que le llenó la
cabeza de cuernos y le dio su último hijo, aunque no se puede afirmar con
certeza que viniera de su semen.
Y con éstos pocos ejemplos, que podría darte miles, baste y sobre para dejar en
claro que los hombres peludos tienen mayores posibilidades que los lampiños
para enamorar mujeres.
Aclarada esta cuestión, vale decir ahora que yo nací tan peludo como un mono,
herencia de mi peludo padre, y cuando emergí de mi madre no sabían ellos si
dieron a luz una madeja de lana negra, un orangután o un plumero sin mango,
pues dicen que tenía tantos viniendo al mundo que en la crudas noches de
invierno no necesitaban frazadas para taparse ellos ni mis seis hermanitos, que
todos juntos dormíamos en un mismo catre, dándole yo con mis vellos mejor
calor que cualquier cobija.

6 Bola de hierro que hace sonar las campanas


El Tratado de los Pelos 21

Venían muchos vecinos y allegados de mi padre a ver mis pelos y me tenían por
un santo milagroso, que si los hay quienes sangran en manos y pies, yo era más
portentoso con mis pelos que brotaban por doquier.
Poniendo caras feas y curiosas que mucho me asustaban, me miraban
extrañados desde el borde de mi cuna, y yo les gritaba “¡Cuco! ¡Cuco!”, para
que se fueran.
Así somos los hombres, que fácil vemos los defectos en los demás y ciegos en
ver los propios.
Pasando el tiempo, estando yo aún en la cuna sin saber siquiera gatear,
contratóse una ama de leche y niñera, mujer robusta y fornida para que me
cuidara, que con el tiempo vino a ser amante de mi padre, enamorada de sus
fuertes y peludos brazos, teniendo brincos y diversiones en el sagrado catre
familiar cuando mi madre salía de compras con mis otros hermanos, según yo
veía desde mi prisión de maderitas de cajón de manzanas.
Recuerdo que a veces la doméstica quería por la fuerza hacerme ingerir oscuros
brebajes de tecitos de paico o anís, que yo rechazaba violentamente ante su
insistencia, y en la lucha, por asustarla, me bajaba los pañales y le mostraba mi
peludo picho, lo que la hacía huir despavorida a contárselo a su patrón y
amante. Venía entonces mi pícaro padre, y levantándome en sus brazos me
consolaba y mimaba en mis llantos, y sin que oyera la empleada, me decía al
oído que mucha suerte tenía yo de ser tan peludo como él, que andando el
tiempo muchos beneficios me darían los vellos, sin decirme cuáles serían.
Vine entonces a pensar que los hombres somos variados y confusos, que
mientras unos tienen por malo un defecto otros lo alaban y se sienten
complacidos con tenerlo.
Pero con los años éstos bellos vellos fueron desapareciendo, y crecí normal en
una infancia plácida de juegos de barriletes, trompos y pelotas, y a decir verdad
quedé un niño común y corriente, lo que también me trajo profunda pena, pues,
¡qué triste es ser uno igual a todos los demás! ¡Qué mediocres son los hombres
que tratan de parecerse a otros tan mediocres como él, o en todo imitan a los
eficientes por destacarse en la sociedad sin poder lograrlo jamás por ser de una
inútil condición ancestral! Pocos y contados con los dedos son aquéllos
personajes de la historia que lograron grande y merecida fama siendo únicos y
originales, que aunque sean imitados repetitivamente nunca podrán ser
siquiera igualados. Benditas sean entonces, las virtudes o los defectos propios e
intrínsecos con que nacemos y que nos diferencian de los demás, pues nos
destaca por malos sin igual o por santos que imitar. ¡Oh, bendita finalidad de la
vida: que en el ser únicos, originales e irrepetibles debe ser la ambición primera
del común de los mortales!
Pero al llegar a los trece años y hacerme únicas, originales e irrepetibles pajas,
que mucho me gustaban, los pelos volvieron a brotar ferozmente sin dejar
espacio libre en mi cuerpo, adquiriendo el pelaje de un lobizón, pues no hubo
espaldas, pechos, brazos, extremidades inferiores y partes pudendas que por
respeto al lector no mento, como ser picho, bolas y culo, en que no me crecieran
incontrolables y me transformaran en un monstruo peludo y repulsivo.
22 El Tratado de los Pelos

Dábame mi padre todas las semanas unas moneditas para que fuese a la
peluquería a cortarme el cabello, al tiempo que me ponía una cintita roja atada
al cuello, y mucho me recomendaba:
-Dile al peluquero que te corte el pelo solamente hasta la marca de la cinta,
y no más abajo, que no tengo más dinero para pagarle.-
El Dr. Jekill, transformado en horrible bestia velluda, quedaría un poroto a lado
de mis tupidos pelos, a tal punto que yo humildemente vestido le haría pasar
vergüenza a él desnudo.
Vanidad, todo es vanidad.
Esto me trajo un terrible complejo de inferioridad, que se agregó al de tener una
ampulosa nariz, lo que me hizo triste y taciturno tratando de esconder mis
pelos por vergüenza, ya que la nariz no podía, y al llegar a la secundaria, en los
ejercicios físicos, para disimularlos yo ocupaba muñequeras, rodilleras, coderas,
musleras y cuantas vendas me pudiera agenciar.
En mi vergüenza, en cada entrenamiento o juego de pelota ocupaba más vendas
que Tutankamón en su sepultura, diciendo que tenía débiles los huesos.
Como jugaba al básquet, creo que bastante bien, siempre lo hacía en equipos
cuyas camisetas fuesen de mangas largas y no camisillas, y a veces me ponía un
pulóver por bajo con la excusa de que era asmático o friolento.
Y en verdad que los excesivos pelos me trajeron más desgracias que beneficios,
por lo menos hasta esa edad, al revés de lo que me vaticinara mi padre, de las
cuales basta contarte dos para que tengas cabal idea de los perjuicios que me
ocasionaron.
Y fue la primera que ninguna mina me daba bolas, indudablemente a causa de
ellos, y mientras mis amigos lampiños tenían una novia en cada esquina, yo no
tenía ninguna en toda la ciudad, y se burlaban de mí llamándome Manuela
porque decían que no me crecían pelos en las palmas de las manos de tan pajero
que era, lo cual yo tenía por cierto y verdadero; y la segunda, es que un día me
contagié sin haber tocado jamás a una mujer, quizá yendo a mear a un baño
público, un ejército de ladillas que invadió mi cuerpo sin dejarme dormir por
muchas noches enteras.
Fue tal la cantidad contagiada que al caer el sol, no bien apagadas las luces y
acostado, después de sufrir molestas picazones en mi cuerpo, indefectiblemente
las ladillas salían de juerga borrachas y ahítas de sangre, pues las de mi bola
izquierda se pasaban a visitar a sus vecinas de mi bola derecha, y todas juntas
se subían cuesta arriba hasta mis verijas, donde en una verdadera noche de
parranda, chupaban gratis el vino tinto o roja sangre que las embriagaba,
dejándolas alegres y en extremadas algarabías, en fiestas y francachelas, tirando
para atrás valiosas copas de cristal en deseos de buena suerte, picando
bocadillos aquí y allá, para luego tambaleantes y dicharacheras subir a visitar a
sus congéneres de los pisos altos, o sea las que residían en los pelos de mi
pecho, y armaban una descomunal batahola con pitos, matracas y bonetes,
chupando todo el tinto que encontraran a flor de piel, poniendo tocadiscos a
todo volumen, en medio de serpentinas y papel picado, y luego todas juntas
tambaleantes y en fila india marchaban desacompasadamente pasando por
El Tratado de los Pelos 23

entre mis costillas a visitar a las otras comadronas ladillas que vivían a expensas
de mis espaldas, dejándomela sembrada de ronchas, pues todas le daban al
picado y chupaban el vino tinto de mi bodega que cargaban a mis costas, y si yo
las dejara seguir de esta guisa, se subirían todas sobre mi cabeza, donde si
quisiesen sacarme algo de dentro morirían de hambre.
Cierta vez que regresé del cine pasada ya la medianoche, mucho me enojé con
ellas por molestosas, y desnudándome frente a un espejo me afeité las bolas y el
picho, dejándolos a la vista y a la intemperie, y rociándome luego con un
poderoso veneno en polvo llamado “gamexane” que mi madre usaba para matar
los insectos de su jardín, las liquidó a todas y casi a mí junto con ellas, pues al
amanecer me internaron en terapia intensiva del hospital completamente
envenenado y a punto de partir de este mundo, de donde salí un mes después
casi recuperado, tras cincuenta y seis sueros y dieciocho vómitos provocados
adrede, y veintitrés enemas inducidos que me infirieron las enfermeras por el
culo en los primeros días de internado.
Puedo contarte además, porque veas cuánta amargura me provocaban, una
última desgracia que me ocasionaron los pelos y que patente recuerdo ahora
aunque sucediera en mi lejana juventud, y es que una noche, regresando tarde a
mi casa, desnudéme en mi pieza frente al espejo del ropero, y púseme a mirar
mi horrible cuerpo peludo y repulsivo, diciendo reflexivamente:
-Pelos de mierda, por el mucho daño que me causáis, sin novia que
alcanzar y por la vergüenza que me dais, os aniquilaré eternamente para que
nunca volváis a brotar.-
Y como estaba por encender un espiral, con el mismo fósforo prendí los pelos
de mis bolas… ¡Para qué!
Enseguida brotaron enormes lenguas de fuego como si se quemara un pinar,
crepitando y achicharrando mis huevos y la inocente piel del pubis angelical.
Mi picho al instante quedó envuelto en llamas, negro, inútil y achicharrado, y
hasta el día de hoy sigue así, y cada vez que voy a echar un polvo, antes me
salen un poco de humo y algunas brasas y cenizas como si fuese un volcán, y
muchas mujeres y alguno que otro puto varias veces me dijeron:
-¡Qué ardiente eres y qué fuego pasional hay dentro de ti!
Las llamas subieron presurosas hacia mi frondoso pecho, con tanto ardor y
humos, que casi me asfixio yo mismo entre los nauseabundos olores de
crepitantes pelos quemados.
Mi cuerpo entero era una bola de humos y llamas crujientes e imparables.
Queriendo apagar el incendio corporal, me envolví con una sábana que al
momento ardió como un papel seco, y de seguro quemaría no solo mis pelos si
no mi casa toda, junto con mis padres y mis hermanos que dormían en otros
aposentos, sino que desnudo y despavorido corrí más rápido que una liebre
hacia el baño, donde entré luminoso y en llamas como un sol refulgente, y
poniéndome bajo la ducha, abrí su manija al máximo, con cuyas aguas, entre
humos de petróleos y resinas de pelos, apagué el incendio que había nacido en
mí.
En mis bolas.
24 El Tratado de los Pelos

El agua de la ducha, fría y abundante, me salvó la vida.


Aún agradezco, como buen católico que soy, a Dios, al papa y a todos mis
santos protectores, a Santa Catalina mi patrona, a la vírgen María mi madre y al
Gauchito Gil mi Salvador, que el baño estuviese sin nadie dentro cagando
diarreas con la puerta llaveada, porque hoy sería otra almita vagando
desconsolada en el infierno, mientras en el frío mármol sobre mi humilde
tumba, un triste epitafio informaría al viajero mi desgraciada suerte:

Yacen aquí los pelos quemados,


y el cuerpo carbonizado,
de quien por quemar sus bolas,
descansa muerto en mala hora.

Y con esto, el informarte de la buena suerte que tuvieron los hombres más
peludos en amoríos y romances, el describirte los vellos de mi cuerpo, los
vaticinios de mi padre al respecto, los perjuicios que me acarrearon, el feroz
ataque de las angurrientas ladillas sin haber tocado mujer alguna, mas la quema
inconsciente de lo vellos de mis bolas, vengo a terminar el Primer Tratado de
este interesante estudio sobre los pelos que el hombre tiene en el cuerpo, sin
haber entrado aún de lleno en lo intrínseco del tema, pero ten paciencia que ya
te enterarás de cosas curiosísimas en el que sigue.

**************************
El Tratado de los Pelos 25

TRATADO SEGUNDO

Donde filosofa sobre la bondad, la maldad, la mediocridad, el


natural anhelo del hombre por pasar a la inmortalidad, y luego las
vicisitudes de su matrimonio, y cómo su empleada se enamora
perdidamente de los pelos de su culo

Dije antes, y si no lo digo ahora, que así seamos buenos o malos en nuestros
actos y quehaceres diarios, jamás debemos ser mediocres en la voluntad e
intenciones para concretarlos, pues nada peor ni más intrascendente es que nos
tengan por uno de ellos, que el ser vulgar y trivial es señal segura de inutilidad,
sin que se sepa si una persona es eficiente o un incapaz, y así solamente pasan a
la historia aquéllos que fueron extremadamente buenos en su maldad o
rigurosamente malos en su bondad. La historia no recuerda a ningún hombre
mediocre, del que nunca se supiese que fuera bueno o malo, por más que haya
estado pegado a los grandes líderes como sus segundos o consejeros.
El futuro de los tiempos solo abre sus puertas a quienes sembraron en surcos de
maldades o bondades extremas, eficientes y bien hechas, y así, jamás se
olvidarán, por ejemplo, de un Hitler que sin ton ni son mandó a millones de
judíos a la cámara de gas; a un Castro que sin gas mató de hambre a su pueblo
solamente con bananas; o a un Ghandi que con extrema bondad se rebeló contra
el imperio inglés y liberó a su pueblo de la sumisión y de la esclavitud en la que
estaba. Tanto se arraiga en nosotros el deseo de la inmortalidad, que sabiendo
que somos mediocres tratamos a toda costa dejar de serlo, y procuramos por
sentirnos muy ufanos que en nuestro paso por el mundo nos brinden pleitesía y
admiración por lo que hacemos, ya sea hablar sabiamente, jugar a la pelota,
componer poesías, pintar un cuadro o esculpir un busto, o por actos de arrojo o
valentía, anhelando ser recordados en los futuros tiempos como los mejores en
nuestro arte u ocupación, dignos de ser ejemplos de imitar por las generaciones
venideras.
Te pondré por caso lo que le sucedió al papa y mecenas Sixto IV, o a algún otro,
que pasó a la historia por haber contratado a los más famosos pintores,
escultores y arquitectos del renacimiento como Sandro Boticelli, Doménico
Girlandaio, Rafael Sanzio, Perugino y otros, para levantar la capilla Sixtina que
inmortaliza su nombre, y sobre todo a Miguel Ángel para que estampara en sus
bóvedas El Juicio Final, obra que le llevara cuatro años acostado de espaldas
sobre altísimos andamios.
Estando la capilla en sus etapas finales de construcción, el papa deseó subirse
hasta lo alto para admirar la genialidad de los trazos del pintor, y a través de
unas escaleras y andamios especialmente preparados para su paso, llegóse
hasta la cúpula de la obra acompañado de un séquito de clérigos y obispos, y de
unos soldados de guardia que le protegían y cuidaban que no resbalase y
cayese al vacío.
Gran honor fue para Miguel Ángel la visita del papa a su lugar de trabajo, pero
ni siquiera se levantó a agasajarlo entretenido en su magnífica obra.
26 El Tratado de los Pelos

Un oscuro sacerdote que formaba parte de la comitiva, presbítero de una lejana


y olvidada iglesia de las periferias de Roma, miraba detenidamente al santo
padre, y luego dirigía su vista al lejano suelo veinte metros más abajo, y
quedaba meditabundo largo rato para luego tornar a hacer lo mismo.
Notó el papa su extraña actitud, y curioso le preguntó:
- En qué piensas, hermano, que me miras primero a mí y luego al lejano
suelo, como si quisieras acotar alguna reforma arquitectónica a la obra, o de
agregar vitrales y luces estratégicas para iluminar mejor el altar, o escaleras y
pasarelas para que los devotos lleguen a la cima de la bóveda a cambio de una
jugosa donación para la iglesia.
- Nada de eso, Eminencia. Pensaba que mucha fama y recordación eterna
tendrá vuesa merced con esta obra, si llega finalmente a terminarse y adornarse
conforme a sus planes y a sus altos pensamientos. El mundo venidero podrá
decir con razón que este monumento del papa Sixto no será igualado jamás,
dándole la fama imperecedera que su persona merece. Esos pensamientos
hicieron que sintiese algo de envidia de su Santidad, y como nada bueno puede
nacer de lo que en el principio es envidioso, me vino la voluntad de acoplarme
a la fama que le otorgarán los futuros tiempos, ya que a mí, por ser un ignoto
ratón de iglesia que nadie recordará dos días después de muerto, por quedar en
el recuerdo, miraba a vuesa merced y luego al piso con el elevado pensamiento
de prenderme de vuestras santísimas espaldas, agarrándolo fuertemente y
arrojarnos ambos al lejano suelo para hacernos papillas contra sus baldosas y
pasar juntos a la inmortalidad. Imaginad dentro de quinientos años a jóvenes
que entrando en un cyber abran una página de Internet y en donde dice “ir a
papas” encuentren:

“Papa Sixto IV, fundador y creador de la Capilla Sixtina así


llamada en su honor, falleció trágicamente al caer de un alto
andamio junto con el oscuro sacerdote Bruno Petacci del Buono,
que soy yo, el 13 de febrero del año 1475, día en que se conmemora
la fiesta de guardar de los Santos Dislocados y Huesos Papales
Quebrados en honor a este acontecimiento.
Ese día los niños y fieles de ambos santos, se arrojan
intrépidamente al suelo desde los techos de sus casas sin que se
quiebren hueso alguno, aunque generalmente mueren reventados
del golpe.”

Y más que siendo ambos tan buenos como un pan, magnánimos y


desinteresados, que son condiciones propias para santos, otorgaremos desde el
cielo miles de milagros y sanaciones en ésa fecha a nuestros fieles devotos, con
los que llenaremos de dineros las arcas de nuestra iglesia y gran bien haremos
por la causa de Cristo Jesús. ¡Ah, ya me imagino las estampitas de vuesa
merced y las mías que circularán para siempre en los atrios de las iglesias, a la
salida de misa, y en las carteras y billeteras católicas con el san delante de Sixto
y de Bruno! ¡Cuántas devociones se harán sobre nosotros!
El Tratado de los Pelos 27

¡Ah, y qué bien quedarán en las aulas de los seminarios un retrato de vuesa
merced arriba del pizarrón, junto a otro mío bendiciendo con los dedos a todo
el aula! ¡Imaginad que el recuerdo de nuestras santas personas permanecerán
eternas en el futuro!- dijo el cura.
-Bien me parece pasar a la historia dando la vida por los demás, pero gran
impertinencia es buscar la inmortalidad quitándola a tus superiores, y más a
una alta dignidad como la de un papa. De esta manera, bueno es suprimir
tamaños pensamientos de tu cabeza y alejar la mala intención de tus manos, y
así, ordeno que los soldados de la guardia que nos acompañan te arresten y te
pongan en un oscuro calabozo por el resto de tu vida, a pan y agua, y desde este
mismo instante se te destituye y quita toda autoridad y beneficio dentro del
sacerdocio y ordeno igualmente que nunca más se pronuncie, escriba, o
recuerde tu nombre para que no vengas sobre mis espaldas en la imperecedera
fama que dices que obtendré con esta obra. – dijo Sixto IV.
Como bien viste en el transcurso del relato, todo hombre por insignificante que
sea, desea perpetuarse en el tiempo, tras la fama de algún hombre bueno o
despiadadamente malo, o por las obras buenas o malas que realice
cotidianamente, y éste sacerdote en particular, aunque se haya suprimido su
nombre de todo legajo o libro de historia y de los archivos del Vaticano, logró la
fama perseguida pues su nombre fue de boca en boca entre el vulgo que lo
engrandeció y lo endiosó como ejemplo de tesón y valentía.
¿Quién se arroja con un papa desde las altas cúpulas de una capilla?...
Curado que estuve del veneno y las ladillas, y salvada mi vida del incendio que
arrasó mi cuerpo sin que por milagro no muriera achicharrado, fui creciendo
normalmente como todo adolescente de la época, entre músicas de los Beatles y
Rita Pavone, hasta que llegué a ser un hombre, y casándome a los veintidós
años, me separé de mi señora diez años después, aunque mejor es decir que me
abandonó, y quedándome solo, mi casa era un chiquero por la suciedad
acumulada, ya que no tenía ropas limpias, ni sábanas ni medias, las vajillas y
cubiertos sucios y lleno de papeles el basurero del baño, porque a decir verdad,
en mi puta vida aprendí a lavar, planchar o pasar el trapo de piso, y menos aún
cocinar. Teniendo platos, pero sucios, comía sobre las benditas y salvadoras
revistas “Despertad” y “El Atalaya” que me traían los testigos de Jehová por
moneditas, poniendo sobre ellas los fideos hervidos con un poquito de queso, o
trozos de puchero que cocinaba con agua caliente, enchastrados en mayonesa.
Para colmo, mi pequeña hija, no quiso ir a vivir con su madre, y escapándose de
ella dos o tres veces seguidas, vino a mi lado y quedó a hacerlo en la casa en
que naciera.
Esto me encimó muchas dificultades sobre las infinitas que ya tenía, como coser
un botón de su guardapolvo o hacerle los moños en el cabello para mandarla a
la escuela, lo que solucionaba con un pedacito de alambre en el primer caso y
con cinta adhesiva en el segundo.
Ella iba a la Escuela Normal feliz y contenta hecha un mamarracho, y muchas
veces sus autoridades me amenazaron con echarla del establecimiento si mi hija
Carolina seguía trayendo los piojos que contagiaba a todo el alumnado.
28 El Tratado de los Pelos

Como yo lavaba (lavar es un decir) su guardapolvo junto con otras ropas de


colores mezcladas dentro de la pileta, y luego lo planchaba como bien podía,
ella desfilaba por los sagrados claustros estudiantiles con una prenda multicolor
teñida de otras desteñidas y con varios agujeros triangulares dejados por la
plancha caliente, que nadie sabía acertar si eran adornos naturales, o si tapado o
delantal de cocina. ¡Qué queréis que yo hiciera si no sabía coser ruedos ni
botones, planchar, cocinar y menos peinar sus horribles y sucias crenchas!
No obstante, mi hija era buena alumna, y casi llevó la bandera y el tahalí, pero
la descubrieron cuando los traía a casa bajo sus ropas, denunciada por la
envidia de sus compañeritas, me dijo.
Fue así que cierta tarde me llaman urgente de la policía y al llegar a la guardia
veo a mi hija llorando junto a su madre que labraba ante un oficial un acta o
constancia en mi contra, porque cayéndosele un botón del cinto del
guardapolvo minutos antes de la campana de entrada, yo lo até con un alambre
de enfardar cuyas puntas quedaron a la vista por no tener una pinza o tenaza
para cortarlas, como evidencia de mi desidia, aparte de presentar millones de
liendres que con paciencia juntara la madre en un frasquito como prueba.
La situación se hizo entonces insostenible para mí, pues otro error como los
denunciados permitiría a mi ex esposa quedarse con la tutoría, lo que me
decidió a buscar urgente una empleada que se ocupara de estos quehaceres.
Pedíle entonces a mi chota vecina doña Elisa, por ser la más chismosa del
barrio, si conociese alguna chica que quisiese emplearse, y me dijo que sí, que
en la casa de su hija Totó trabajaba una por las mañanas que almorzando y
lavando los servicios, quedaba libre después de las dos de la tarde, y que
mañana mismo me la iba a traer si aceptaba la propuesta, pues siendo recién
casada mucho quería ayudar a su marido a parar la olla.
Al día siguiente me trajo una hermosa muchacha de ojos tan verdes como una
esmeralda, de pelo trigueño y nariz recta, de sensuales labios y de fornido
cuerpo sin ser gorda, de baja estatura y muy conversadora, que no pasaba al
parecer los veinte años. Aparte de grandes y destacados pechos, tenía además
hermosas y bien contorneadas piernas, divinos ojos, de perlas los dientes y de
blanco mármol las manos; verla y enamorarme de ella fue todo uno.
Recuérdese que yo tenía un atraso afrechal (viene de afrecho) de seis o siete
meses continuos.
Entró pues a trabajar en mi casa y en la primer semana tratábame con mucho
respeto diciéndome “señor esto” o “señor lo otro” mandando a mi hija impecable
a la escuela, planchadas aún hasta sus blanquísimas medias y con sus zapatos
brillosos como un sol.
Mi pieza y la de mi hija relucían de pulcritud, pues sabía acomodar las ropas en
el ropero, armar las camas y ordenar las ollas y cubiertos, limpiar hornallas, y
brillar los pisos con cera como si hubiese nacido a propósito para tales infinitas
tareas domésticas.
Sin embargo, no puede el siervo diligente hacer trabajar al amo perezoso.7

7 El refrán es “No puede el amo diligente hacer al siervo perezoso” (Refranero Español) (N. del Editor)
El Tratado de los Pelos 29

Los cubiertos siempre brillosos, los zapatos lustrados, las sábanas impecables,
las ropas ordenadas, el baño reluciente, y con eso y otros menesteres propios y
necesarios de una casa tenía solucionado la mayor parte de mis problemas, no
siendo ninguno el comer pues al mediodía lo hacíamos en la fonda “El Imán”
de Cachito Arizmendi y por las noches cenábamos pizzas y hamburguesas en lo
de “Zurutuza”.
Volví a descansar en mi impecable cama de aromadas sábanas vestido con bien
almidonados y planchados pijamas, con las alfombras limpias y dispuestas a
sus costados, pensando antes de dormirme en la empleada, de quien me iba
enamorando día a día, en cómo traerla a mi cama para que sea mi amante, y me
prometía declararle más que mi amor, la muy urgente necesidad de coger con
ella, y llegando el nuevo día no me animaba a revelarle mi pedido, porque
siendo recién casada mucho miedo tenía yo que le contara al marido mi
atrevimiento, y la perdiera como eficientísima empleada, o que ambos me
rompieran el culo a patadas.
Yo le pagaba su salario todos los sábados, y además dile para su reciente
matrimonio muchas ollas, platos, vasos y cubiertos que estaban ya cesantes por
la destrucción del mío, además de infinitas ropas femeninas que abandonara mi
esposa en su huida.
Esto lo hice sin animarme a pedirle que cogiésemos juntos, o aunque sea que
me mamara el choto en algún rincón de la casa, creo que buscando una secreta
intimidad o un consuelo a mi desgraciada soledad.
Pasaron dos terribles semanas con estos dilemas en mi cabeza, sin decidirme a
nada, como buen hombre mediocre que soy.
Jamás pasaré yo a la historia, por lo que acordamos en páginas anteriores, que
los intrascendentes no están llamados para las grandes obras, y bien sé que
solamente al hombre osado la fortuna le da la mano.
La tercera semana estaba ella limpiando la puerta de la heladera con un trapito
húmedo en cera, y cada movimiento de sus manos repercutían y se escapaban
por su trasero, pues sus nalgas bogaban de un lado a otro a medida que frotaba
el trapo para lograr mayor brillo.
Yo, que vi contonearse aquél hermoso culo, no me pude contener más, y
acercándome por detrás puse mis manos sobre sus hombros, y haciendo girar
su cuerpo entero, quedamos enfrentados cara a cara, y le dije:
-¿Sabes lo que más me gusta de vos? Esos hermosos ojos verdes que
envidian las flores y las estrellas… – y le di un suave besito en cada uno de
ellos.
No sé yo si hay flores o estrellas verdes en el universo, pero fue lo que le dije
por estar muy nervioso en mi declaración.
Ella me miró con una pícara sonrisa giacondina en sus labios, y levantó las faldas
de mi camisa para introducir ambas manos por debajo y acariciar
indecorosamente los vellos de mi pecho.
- ¿Y sabe lo que me gusta de usted? Estos tupidos vellos que tiene en el
pecho y en los brazos que me vuelven loca y reloca de ganas de coger con
usted.- me dijo.
30 El Tratado de los Pelos

La levanté en andas y la llevé a mi cama, donde nos desnudamos


apresuradamente y después de coger un rato nos hicimos amantes por dos años
de felicísimo y prohibido romance a escondidas de la sociedad, y sobre todo del
marido, y mayormente de mi pequeña hija.
Extrañóme sobremanera la pasión que despertaba en ella la pilosidad de mi
cuerpo, besándolos y lamiéndolos uno por uno y todos en su conjunto, mientras
que en su fogosidad desenfrenada murmuraba en voz alta:
- ¡Sabía yo que tarde o temprano acabaría en la cama cogiendo con mi
patrón por culpa de estos atractivos pelos que tiene en el pecho!-
Admirado me quedé yo al escuchar sus palabras, que se calentara con mi
humilde persona atraída por aquello que durante toda mi vida tratara de
ocultar, que en las viñas del Señor siempre hay quien recoja por valioso lo que
otro tira por odioso. Primeramente lo tomé por una mentira piadosa, como
consolándome de mi desgracia de ser peludo y del abandono de mi esposa,
pero después de dos años de fogoso romance comencé a creer que
verdaderamente la atracción que sentía por mí se originaba indudablemente de
mis pelos. Te contaré su sincera confesión minuciosamente un poco más
adelante, pero antes déjame decirte lo mucho que me ayudó esta incomparable
mujer que con su amor y cariño curaron como por encanto todas las tristezas
que acarrea una sangrienta separación matrimonial. Ella se llamaba Lidia, y era
tan hermosa con su cuerpo bien proporcionado y de baja estatura que parecía
una frágil y delicada muñeca de sinuosas curvas, y de ojos verdes tan bellísimos
que no se podían sacar de ellos la mirada, con sus cabellos trigueños y lacios y
sus sensuales labios, que la tengo por la más bella e inolvidable mujer que Dios
haya puesto en mi camino, ni más buena, ni más puta. Vino a los dieciséis años
de su Liebig natal a estudiar enfermería, y después de dos años de sacrificios
llegó finalmente el día que tenía que recibir su diploma, por lo cual el director
del curso, un graniento y repulsivo hombre llamado Ataídes, me dijo, la llamó a
solas en su oficina y le dijo que si en el acto no le chupaba la verga o cogía con
él, sería aplazada y desplazada de la promoción.
- Vos me agarras la pija con la mano y me la mamás, mientras yo con la mía
firmo tu diploma y redacto una nota de recomendación al director del Hospital
Dr. Pino Schneider, que también te quiere pasar por el palo, para que te
nombren enfermera efectiva desde el lunes…-
Ella se negó rotundamente pues andaba de novia y muy enamorada de su
actual esposo, y abandonó la carrera de enfermera para casarse y conformarse
con ser ama de casa en la suya y empleada doméstica en las ajenas, por ir a una
con su marido, que era un triste ayudante de albañil más pobre que una rata.
Tenía ahora veinte años y ningún hijo, pues su marido aplazaba y evitaba que
se embarazase por faltarle dineros para afrontar tales gastos, y por no poder
comprar condones, aunque sean sueltos o usados.
Pero volvamos a los pelos. Después de hacernos amantes, nos contábamos
nuestros más remotos pensamientos e intimidades, sin temer aquello que dice:
di tu secreto a tu amigo, y serás su cautivo, y así, un día que ella vino muy
parlanchina, desnudos en la cama, me confesó lo siguiente:
El Tratado de los Pelos 31

- No sé yo de donde me nace esta debilidad sexual que siento hacia los


hombres peludos. De niña no podía dormir si no tenía entre las piernas mi osito
de peluche. Y así como algunos sienten repulsión para tocar la cáscara de un
durazno, yo siento lo mismo y un profundo rechazo al acariciar a un hombre
que tenga lisa y lampiña la piel. Se me hace estar acariciando una gallina
desplumada. Aj, se me erizan los vellos con solo pensarlo. De manera que
cuando lo vi a usted, amado patroncito, con los pelos del pecho escapándole
por el cuello de la camisa, del amor y la pasión puras y diáfanas que nacieran en
lo recóndito de mi corazón, se me humedeció y aceitó la concha. Mucho temía
que nunca me hablara para coger, por lo tímido y tonto que aparenta, y ya
estaba decidida en acariciarle el pecho sin su permiso en uno de éstos días. Más
no crea, mi amado patrón, que engaño a mi marido porque no lo amo. Lo
quiero muchísimo y sé que él también me requiere. Estoy segura que cuando
salga de mi trabajo, me estará esperando en la esquina del correo para regresar
juntos a casa. Pero, aún teniendo él veintidós años, no le ha brotado un solo
vello en el cuerpo que es tan liso y tan raso que parece una estatua de frío
mármol, y siempre pienso que bien podría actuar en una película pornográfica,
no por el tamaño de su pija que es normal y nada extraordinaria, sino por su
cuerpo totalmente lampiño como se requiere en estos tales entretenimientos
indecorosos. Tres diminutos vellos tiene alrededor de la verga: uno arriba y uno
en cada costado. No tiene pelos bajo las axilas, ni en el pecho ni en las piernas ni
en el culo, y si se corta hoy el cabello, vuelve al peluquero el año venidero para
que apenas se lo empareje y recorte. Ya no quiere ir los sábados a la siesta a
jugar a la pelota con sus amigos albañiles, pues dice que entre broma y broma
nunca falta quien le quiera acariciar sus femeninas piernas, y le hacen burlas
subidas de tono que le amargan la existencia. Además, en mi amado esposo hay
otro problema aparte del carecer de pelos, y es que cuando cogemos, ambos
acabamos a un mismo tiempo, a veces yo unos segundos antes que él, para
después quedarse profundamente dormido con una amplia sonrisa en los
labios. Yo le miro enamorada acariciándole sus lacios cabellos mientras se
duerme y cada día que pasa lo amo más que el anterior. Yo se la chupo y él me
chupa, lo que a veces, en contadas ocasiones, me otorga el disfrute de que tenga
un orgasmo múltiple. No me quejo, pero yo quiero seguir cogiendo toda la
noche y echarme dos o tres polvos de seguido antes de dormir. Para colmo, él
no quiere coger a la siesta, lo que ayudaría en mucho a nuestra felicidad,
porque vivimos en una casita humilde que aún no tiene ventanas, las cuales
tapiamos con lonetas, y en el barrio del Cerro a veces sopla fuerte el viento
abriéndolas de par en par, y nunca falta un vecino curioso que se arrime a mirar
adentro, y porque además iría a su trabajo lánguido y fundido. Vive
obsesionado en que no me embarace, por no tener ni ganar lo suficiente para
mantener a un vástago, y sin que tengamos condones por lo caro que están y no
venderse sueltos o usados, cuando cogemos él acaba afuera por no preñarme. El
piso alrededor de nuestro catre tiene infinitas acabadas estampadas, como si
fuesen las escupidas de un mascador de tabacos. En cambio, amado patrón,
usted me hace acabar varias veces en el transcurrir de la siesta, pues grande es
32 El Tratado de los Pelos

su calentura y el afrecho que tiene acumulado. Si caí y me quebré un pié, mejor


me fue, y agradezco a Dios el bendito adulterio en que me pone a prueba. Y así,
en esta sagrada cama matrimonial cómoda y acogedora, la cual su señora nunca
debió abandonar, yo me he echado más polvos en el despreciable adulterio de
un mes, que en los siete de matrimonio que llevo con el orgullo de ser una
honesta y fiel mujer casada.- dijo. Ved ahí las vueltas del destino: a causa de los
pelos que tanto odiaba tenía en mi cama una hermosa mujer de ojos verdes y
rozagantes pechos, sin la obligación de alimentarla y vestirla como a una
esposa, ni hacerle juramentos eternos de fidelidad ante el altar, pues ella gracias
a Dios ya pertenecía a otro. Este su marido, era un pobre infeliz que trabajaba
como un burro de ayudante de albañil, bajo las órdenes del famoso maestro de
obras Cascudo, acarreando baldes de mezcla, tirando ladrillos al aire o armando
andamios, con un jornal tan magro que apenas alcanzaba para que ambos
comieran. Aunque eran pobres, por tener ella la manía de la limpieza, ambos
salían a pasear en las calurosas noches del verano por el centro,
impecablemente vestidos, él con su pantalón y camisa perfectamente
planchados, los zapatos brillosos y el cinto reluciente de pomada; ella con una
pollera de perfectas tablas y una remera rosada que realzaba la figura de sus
tetas. Ella usaba unas níveas y delicadas alpargatas tan blancas como una
pompa de algodón, que parecían salidas de fábrica minutos antes.
Para ser limpios y pulcros no se necesita que antes seamos ricos ni pudientes, así como
no es necesario estar todo el día rezando en una iglesia para ser buenos cristianos.
Anduvimos en amoríos dos felicísimos años, sin que quedara en la casa lugar
donde no hubiéramos cogido, que si me dices en el inodoro, lo hicimos; si en el
ropero, lo hicimos; también sobre los sillones y sobre la mesa, y creo que nos
amamos dentro del mismo horno de la cocina en los días del crudo invierno y
dentro de la heladera en los insoportables calores del verano, sin usar condones
ni anticonceptivos.
Resumiendo: la leche que por las noches el marido desechaba tirándola al piso
por no encargar, por las siestas yo me encargaba de embutir la mía dentro de la
concha de su señora, como la piedra bíblica que todos desecharon. Siempre
antes de volver a su casa, a eso de las cinco de la tarde, mientras se secaba la
cajeta con la toalla y se colocaba la bombacha, mucho me recomendaba:
-Para volver a conseguir una esposa debes salir a la calle luciendo los
tupidos vellos del pecho y de los brazos, exhibiéndolos orgulloso de portarlos, y
seguramente infinitas mujeres se sentirán atraídas por ellos.- Y pasando del
decir al hacer, esta loca de mierda cercenó todas mis camisas de mangas largas,
compradas a elevados precios del “Sportman” por mi señora, dejándolas en
cortas y arrancándoles los dos primeros botones cercanos al cuello.
Yo, para salir a la calle, volvía a componerlas cosiendo nuevamente sus mangas
y pegando sus botones, pero tan mal y tan desprolijamente, que los codos me
quedaban por delante y los botones me desalineaban los bordes de la camisa,
tirando de un lado más que de otro, porque ya confesé antes que nunca aprendí
los menesteres propios de la alta costura.
El Tratado de los Pelos 33

TRATADO TERCERO

Donde relata los pormenores de cuando su empleada le chupó el


ojete del culo, muy enamorada de los pelos adyacentes y
circundantes.

Así anduvimos alegres y felices por dos años, hasta que el marido comenzara a
sospechar aunque sin descubrir ni probar nada fehacientemente, y además de
amantes fuimos íntimos amigos, si cabe el término, pues ella no podía dejar
pasar un día sin verme y yo menos sin cogerla.
La admiración desciende al ánimo por los ojos,8 y el ánimo se enciende por la
vista. ¡Qué bella era mi dulce Lidia! ¡Ay, Dios, cuánta dicha trae el amor bien
correspondido! No pasaba un día sin que nos mirásemos a los ojos y por la
simple mirada sintiéramos la calentura que levantaban nuestros sexos.
¡Qué feliz fui yo con ella a escondidas del mundo y de su esposo!
A veces venía muy dicharachera a trabajar, hablándome hasta por los codos de
su marido, diciéndome lo bueno que era, qué de respeto tenía por ella, qué de
sacrificios por complacerla, lo mucho que se querían y otras pelotudeces
propias de un matrimonio, y jamás la vi triste o preocupada por engañarlo, que
cosa natural en las mujeres es amar a quien dañan y dañar a quien las ama.
La mujer, según decirse suele, o ama mucho a aquel de quien es requerida o le
tiene grande odio. Ella venía a trabajar a las dos de la tarde, y no trabajaba
nada, sino que nos acostábamos en mi cama a coger hasta las cinco, hora en que
mi dulce y pequeña hija salía de la primaria de la Escuela Normal.
Acostumbraba mi amada dejar tras la puerta de mi alcoba la escoba y la palita
de basura, por si mi hija saliera temprano de clases por falta de agua en las
canillas o a causa de la pediculosis que contagiaba a los demás, o lo que sería
peor, si viniese el marido y entrase sorpresivamente con un arma a la casa
buscándola, teniendo a mano ambos elementos de limpieza para salir
apresuradamente con ellos y asegurar que antes que ensartada en el palo en mi
cama, estaba barriendo el piso, y antes que cogiendo, recogiendo basuras dentro
de mi cuarto. Gracias a Dios nunca aconteció ninguna de estas dos peligrosas
circunstancias, si no contamos la de una tarde que no hubo clases después del
segundo recreo por falta de agua, y mi hija regresó con una docena de
compañeritas que entraron en tropel hasta su cuarto a guardar todas las
mochilas y carteras para luego ir a vagar en alegre grupo por el centro de la
ciudad, sin darle mayor importancia a mi cerrada pieza donde Lidia y yo
estábamos desnudos y en total silencio por no ser descubiertos, hasta que todas
se fueran. En esas inolvidables y fogosas siestas, no nos cansábamos de hacer el
amor, y en un libretita de almacén que olvidara mi señora en la mesita de luz,
anotábamos el resultado de las contiendas jugando a quien hacía acabar más
veces al otro.

8Francesco Petrarca (1304-1374), poeta y humanista italiano, considerado el primero y uno de los
más importantes poetas líricos modernos.
34 El Tratado de los Pelos

Y así, unas ganaba yo cinco a tres, otras ella cuatro a uno, otras empatábamos
cuatro a cuatro, y un día que yo gané cuatro a tres, ella protestó enérgicamente
el resultado, y lo impugnó dando estas justificadas razones:
-Cuando te chupaba la verga bien sentí que largaste tres chorros de leche,
que tú cuentas solamente por un polvo. No señor, hoy gano yo por seis a cuatro.-
Esa era mi Lidia, limpia, meticulosa y honesta a carta cabal.
Pero yo sé que nunca me quiso tanto como a su marido, pues en infinitas
ocasiones le pedí que lo abandonara, y que viniese a vivir conmigo una nueva y
mejor vida, asegurándole que yo ganaba bien y cómodamente sin que pasase
miserias a mi lado, ni hambres ni necesidades, aparte de tener a mi hija a cargo
que necesitaba de una madre aunque fuese postiza, y ella siempre se negó
diciéndome que jamás haría sufrir a quien bien le quisiera como su marido, que
se deslomaba para juntar los pocos pesos con los cuales vivían estrechamente.
- ¿Quieres que haga lo mismo que hizo tu señora contigo? ¿Tan vil me crees?
Jamás yo haría eso a quien tanto me ama como mi adorado esposo.-
Y así, nunca lo abandonó, aunque cogíamos todos los días sin usar condones ni
anticonceptivos, y cierta vez que de improviso tuve que viajar a Formosa sin
poder avisarle de mi partida, teniendo ella una llave de la casa, le dejé bajo un
jarrón en el centro de la mesa una notita que decía:

-Viajo a Formosa por diez días. Cuida y limpia la casa que a mi


regreso pagaré tu salario. Desenchufa el televisor y la heladera si hay
mal tiempo. Deja por las noches una luz encendida, por los ladrones.
Posdata: No cojas con tu marido mientras yo no esté.

Cuando regresé, encontré la casa limpia, reluciente e impecable, con mis


indicaciones cumplidas al pie de la letra, y la nota en el mismo lugar, al parecer
sin que ella la notara ni leyera, y ya estaba a punto de romperla para que no la
vieran ojos indiscretos, cuando se me ocurrió abrirla, y grande fue mi sorpresa
al ver que mi amada había agregado de puño y letra:

-¡Lo único que faltaba!


Lidia.

Debo decir a fuerza de ser honesto y verdadero que ella amaba a su marido con
devoción e idolatría, y a pesar de las miserias y necesidades que pasaban,
formaban ambos un matrimonio excelente, indestructible, sufrido y amoroso, y
así como él se deslomaba por traer los dineros a la casa, ella ahorraba hasta el
más mínimo centavo cocinando sin derroches ni desperdicios, haciendo
exquisitas comidas con las más baratas carnes y achuras que engrandecía y
magnificaba con fideos, papas y batatas.
Recorría las góndolas de los supermercados y economizaba hasta diez centavos
donde le ofrecían ofertas y descuentos, así tuviese que caminar una cuadra por
centavo, rompiendo zapatos tras los menores precios.
El Tratado de los Pelos 35

Era, lo que se dice, La Perfecta Casada.9


A tal punto llegaba su economía que ella misma arreglaba en su casa la plancha
o el ventilador si se descomponían, y llevaba de la mía las sobras de jabones,
espirales, betunes o velas para darles un mejor provecho que el tirarlas.
Se las ingeniaba además para dar vuelta los cuellos rotos de las camisas y
remiendos tan perfectos que las prendas volvían a ser nuevas e impecables.
¡Qué beneficioso es para el hombre el tener a su lado una mujer que ayude a
cimentar el matrimonio con la estricta economía que acumularán las futuras
riquezas, y con el ahorro, madre de la mezquindad, saber ahuyentar a la miseria
degradante y desanimadora que a la larga destruyen los hogares dilipendiosos!

Detrás de un matrimonio feliz y progresista siempre hay una mujer ahorrativa e


ingeniosa que multiplica los panes y pescados que pone en la mesa.

Y tú, necio, cuando veas que tu casa progresa más de lo que ganas y piensas, y
que tu señora trae cosas que tú por inútil jamás pudiste comprar como relojes,
zapatos, vestidos y camperas, es porque tu mujer no escatima ni ahorra
esfuerzos en guampearte, que los cuernos son como las dentaduras postizas,
que al principio molestan pero después ayudan a comer y progresar, tonto.
Una siesta de mucho calor en que estábamos desnudos en la cama, por ser día
de mi cumpleaños, ella me dijo que tenía un regalo para mí, pero que antes me
fuera a bañar meticulosamente, especialmente el culo, porque para recibirlo,
insistió, debía tener el cuerpo pulcro y minuciosamente aseado.
Yo pensé que esta loca de mierda, ahorrando moneda sobre moneda, me
comprara a crédito una camisa fina o un pantalón de marca del “Sportman”, o
de “Tienda Salgado” endeudándose hasta los guevos y echando al demonio
toda su sacrificada economía matrimonial descripta up supra.
Fuíme urgente al baño, y con jabón y creolina, me bañé impecablemente el
cuerpo, con detergente dejé brillosas mis bolas, pasándome además una piedra
pómez con “pulloil” por el ojete, para dejar los pelos del culo lacios y brillosos,
además de relucientes.
Mojado e impecable, regresé desnudo a mi cama, donde ella me esperaba con
una toalla grande para secarme y acicalarme con perfumes y talcos.
En eso, en la limpieza de todo lo que le rodeara o tocara, esta loca de mierda era
estricta y diligente.
Pidióme después que me acostara boca abajo, que pusiese la cabeza bajo la
almohada para que no mirase su regalo, y que levantara el culo lo más alto que
pudiera.
- Ponte en cuclillas, de cuatro como un perro, con la cabeza oculta bajo la
almohada. Prohibido mirar. ¡Cierra los ojos!- me ordenó.
¡Dios mío y Señor mío! ¿Qué estará por hacer esta rayada?
¿Por qué me puso culo al aire?

9 Obra de Fray Luis de León aparecida en 1583, donde describe las virtudes que deben acompañar a
la mujer casada.
36 El Tratado de los Pelos

¿Por qué me hizo bañar antes de darme el regalo?


¿Sería el obsequio una camisa de ñandutí, un blanco pantalón de finísimo lino o
me metería en el culo un consolador paraguayo de esos que vibran y avanzan
hacia adelante?
Estaba yo asustadísimo, digo, con las bolas hamacándose de un lado a otro por
el viento que soplaba un ventilador de pie nuevo e impecable que mi señora
antes de irse comprara al contado de lo de “Pinarello” sin llevarlo, con el ojete
expuesto a las inclemencias del tiempo, al aire libre, y mucho miedo tuve que
esta tarada me introdujese un elemento puntiagudo en el ano, o el dedo gordo
del pie, y temblé de terror cual una indefensa hoja en una tormenta.
Sabía yo que existen en el mundo éstas mujeres machorras o marimachos que
un poco más arriba de su sexo natural y corriente, tienen una pequeña verga sin
boca ni ojos, de unos cinco centímetros de largor, casi imperceptible bajo la piel,
que se yergue, se pone dura y se estira hasta llegar a una cuarta cuando la mina
se calienta, y viene a suceder que sube a su enamorado por detrás y se lo
ensarta hasta el fondo, por el culo, y viniendo el amante por lana, como dicen,
sale trasquilado. ¡Ay, Dios, en qué lío estoy metido!
Recordé haber leído en una enciclopedia que en los juegos olímpicos de 1930 o
1936, que del año no me acuerdo bien, una famosa corredora húngara o
austríaca llamada Voriszctova Bzrisilovilzvich (se pronuncia como se lee, o
como uno quiera) ganó la medalla de oro en los cien metros llanos, y sesenta
años después siendo ya una delicada y respetable anciana, ésta vieja de mierda
entró a un supermercado en donde dos asaltantes le cagaron a balazos
accidentalmente, y murió con diez y ocho agujeros en el pecho por donde se
desangró hasta estirar la pata, por más que le soplaran el culo para revivirla.
Se armó tal quilombo de policías, periodistas y fotógrafos y aún así nadie
reconoció a la otrora famosa deportista, lo cual sería un milagro que sucediera,
pues solo ella vivía de aquélla época.
La llevaron a la morgue sin saber quien carajos era, para congelarla hasta que
aparecieran los deudos, y alelados vieron los doctores que de entre sus piernas
se levantaba un extraño cuerpo de unos veinte centímetros de largor, duro
como un iceberg flotando graciosamente en el mar, similar al que hundió al
Titanic de un solo tajo.
Era una soberana pija que al congelarse se ponía erecta y al parecer con ganas
de fornicar.
Por las dudas, todos los doctores se alejaron de la camilla de la occisa.
El Concejo Olímpico le retiró la medalla ganada sesenta años antes al
descubrirse que esta vieja de mierda tenía concha, pero también era un hombre
con pija, lo que aprovechó para hacerse coger como mujer y después traspasar
al novio con su enorme falo, o fornicar a cientos de novias que conquistaba con
su carismático sexo, y como era rápida para éstas ambas cosas, también corría
como una liebre en los juegos olímpicos representando a su país en la categoría
femenina.
¿Y si mi empleada Lidia era otra Voriszctova Bzrisilovilzvich con un chorizo
escondido entre las piernas? ¿Me pondría algo duro y largo en el culo?
El Tratado de los Pelos 37

¡La escoba! ¿Dónde está la escoba?


De reojo, por debajo de la almohada, desesperado miré hacia la puerta y
aliviado vi que estaba junto con la palita de la basura detrás de ella, a mano
para salir apresuradamente si llegara la ocasión.
-Abre las piernas lo más que puedas, y levanta tu peludo culo, mi amor.-
me dijo susurrante.
Ella se subió sobre mi cuerpo, aplastando sus enormes tetas contra mis
espaldas, y comenzó a lamerme unos minúsculos pelitos que tengo en los
hombros, y bajándose siguió con los ínfimos que tengo en la cintura, hasta
llegar a los vellitos de mis nalgas.
Con una de sus manos me acariciaba frenéticamente las bolas mientras lamía
los diminutos pelitos de mis ancas, pero después ocupó ambas para separar los
cachetes, e introduciendo su cara entre ellos me besó, lamió y chupó con
devoción el agujero de mi culo.
¡Ese era mi regalo de cumpleaños!
Al principio me quedé alelado, estupefacto, paralizado, entre nubes de algodón,
rígido como una piedra, bien así como cuando nos sirven un helado y nos
disponemos a saborear la primera cucharadita y sentimos aquel inolvidable
placer de lo porvenir, o como cuando sentimos el regocijante y divino alivio de
parir el primer sorete duro y pedregoso después de estar trancados de vientre
por una semana entera.
Cuando Lidia me chupó el ojete me invadieron extrañas sensaciones que nunca
sentí antes por otra cosa u otros placeres, tan agradables y disímiles que se
conjugaban a veces en una sola felicidad y a veces en varias juntas, y creí
desmayarme de goce y placer y perder mi inteligencia por el culo, pues la
succión de su boca y el regodeo de su lengua parecía como que me devorara la
mente con todas sus ideas y pensamientos.
Vi el sol y los planetas, las dos lunas de Marte, Demos y Fobos, la constelación
de Ganímedes, los siete colores descompuestos por el prisma de Newton, los
anillos de Mercurio, vi rayos y centellas que estallaban dentro de mi cabeza,
infinitas abejas que brillaban como mariposas introduciendo sus picos en
corolas y pistilos, tuve la sensación de que en vez de una voraz lengua
introducía en mi ano la pomposa cola de un armiño, o que con una jeringa de
tela que usan las reposteras me metía crema chantilly y crema americana en el
ojete, vi las pirámides egipcias con sus conos superiores de total y reluciente
oro, como si estuviese en lo alto sentado sobre uno de ellos, tuve frío, tuve calor,
creí ser mi lengua una continuación de la suya pues me hacía relamer la saliva
que se me escapaba por las comisuras de mi boca, al compás de las lamidas que
ella me daba en los labios de mi culo, en fin, sentí tantas alucinaciones
encimadas que una mente seca y estéril como la mía jamás logrará describir el
amor de una mujer ofrecido a flor de piel.
De la piel del culo.
Me confesó ella que esto sólo a mí me lo hacía, que jamás dijera nada a nadie y
menos a su marido, a quien no regalaba nada en sus cumpleaños, por la mucha
vergüenza que le daba hacer una cosa tan baja y tan apartada de lo normal.
38 El Tratado de los Pelos

Pero como siempre las cosas anormales y prohibidas, a fuerza de repetirlas


constantemente se visten de comunes y permisivas dejando a la vergüenza
desvalida y abandonada, ella se acostumbró a chuparme el culo asiduamente
por amor a mis pelos, y mientras me lo succionaba hacíame acabar haciéndome
la paja con una mano, y después de la primera vez relatada, vinieron otras
cientos en dos años de feliz, cristiano y recatado adulterio.
No vi yo otro problema en esta graciosa forma de amarnos que al tener el culo
limpio e impecable levantado al aire y la cabeza bajo la almohada, a un nivel
inferior de mi durísima pija que de larga casi la tenía en mi misma boca, hacía
que la leche que largaba en potentes chorros de blancas espumas, cayera sobre
mi cara embadurnándome con mi propio semen.
Si dije antes, o digo más adelante que la leche del hombre es salada como el
agua de mar, no es que yo haya chupado la pija de alguien, sino que mi propia
leche rompía impetuosa como una ola sobre mi boca.
Concluyendo, hemos de convenir que he tenido mucha suerte con ella, digo de
encontrarla, porque nunca me dijo que no cuando yo quería desaguachar la
verga, y tener una mujer que pertenecía a otro fue lo más cómodo que me
pasara porque no tenía otros gastos que el pagarle su jornal, y es más, en mi
segundo cumpleaños con ella en la cama, además de chuparme el culo a lo loco,
trajo para mí una fina caja envuelta en celofán transparente, con una camisa de
mangas cortas de la conocida marca Van Haussen, o algo así, que es una de las
más caras que venden las tiendas, creo.
Por abandonarme mi señora, víme en la suciedad y la desidia que acarrea el no
haber aprendido a realizar las comunes tareas domésticas de lavar, planchar,
cocinar o barrer, y por ellas vine a dar con ésta empleada que no consintiendo
en mamarle la pija al feo enfermero universitario Ataídes, ni al director, se
escapó del hospital, y casándose con un pobre infeliz ayudante de albañil, vino
a terminar en mi cama para chuparme el culo.
Si mi señora no me abandonara, ¿tendría yo la dicha de tener prendida en mi
alma y en mi culo a esta bellísima mujer de ojos verdes y de erótica lengua?
Si Lidia mamara la pija al graniento enfermero Ataídes, y cogiera con el
bonachón Dr. Pino Snheider, posiblemente hoy trabajaría en el hospital con su
título en la mano, y me vería desnudo en una camilla solamente cuando cayera
internado por una apendicitis o un brutal ataque de hígado.
La mamada que el graniento enfermero universitario le solicitó a cambio de su
diploma, a mí me la ofreció gratis gracias a los pelos que yo había odiado en
toda mi existencia.
El enfermero pidió que Lidia le mamase la verga y no quiso, y yo sin pedirlo le
permití que me chupara el agujero del culo a su leal y discreta voluntad.
¡Ved las vueltas que da la vida!
¡Cuánta razón tenía mi padre al borde de mi lecho cunital!
¡Qué sabia es la naturaleza al otorgar los dones dispersos diferentes en unos y
en otros, que algunos hay que teniendo una nariz voluminosa como Raulito
Peralta, miles de mujeres se enamoran de su apéndice nasal, mientras otros
como yo, siendo lindos y delicados, somos repulsivos por peludos!
El Tratado de los Pelos 39

Bien dicen que Dios tiene para el hombre infinitos caminos por donde es llevado durante
su vida en un constante aprendizaje de locuras, llantos, carcajadas, imprudencias,
peligros, templanzas, odios y amores, pasiones y desánimos, riquezas y miserias, para
que al final del trayecto nos encontremos preparados y listos para hacernos cargo del
justo premio o castigo que nos merecemos en nuestro efímero paso por el mundo

¡Ay, si yo fuese un ingenioso poeta que con versos sublimes describiera los
recatados besos que nos dimos, las caricias que nos brindamos y las promesas
de eterno amor que nos hicimos!
¡Ay, si fuera mi pluma tan romántica y enamorada que describiera a mi amada
Lidia en versos imperecederos que superaran a los de Neruda y Machado
juntos, y que quedaran flotando como pimpollos de algodón en el mar de los
venideros tiempos, hasta el final del mundo!
Ay, si Dios me hubiese dado el delicado ingenio y la sabiduría de Salomón, ¡que
trama magnífica haría con los mencionados besos que Lidia diera a mi culo, las
mamadas que ambos nos brindamos, las ladillas que nos contagiamos y el amor
platónico que derramamos en las blancas y perfumadas sábanas por las leches y
jugos que largamos, junto con escobas y palitas detrás de la puerta, y todos
éstos humildes elementos de nuestro romance volcarlos a un poema de amor
puro, sublime y divino que con tan poco peso asombrara al mundo tanto como
“Romeo y Julieta” del gran Shakespeare!

******************
40 El Tratado de los Pelos

TRATADO CUARTO

De cómo se disolvió su gran romance doméstico.

Como ambos cogíamos sin condón al igual que ella con el marido, no siendo yo
muy prolífico ni semental por tener la leche chirle y lacia, que para embarazar a
alguien debo coger por lo menos unos cinco años seguidos sin descanso con
diferentes amantes, y de casualidad quizá a una preñara, un día viene esta
pajera con el cuento que creía estar de encargue porque no le bajaba la
menstruación desde que habíamos comenzado nuestros amoríos clandestinos, o
sea, hace seis o siete meses atrás, y que el marido empezaba a sospechar de
nuestra relación porque la veía con el semblante alegre y los ojos vivaces, que
son en las mujeres los dos signos posteriores del buen coger con otro.
Decía el pobre que como siempre acababa afuera, su leche caía al suelo por el
borde del catre, lo que le hacía dudar ser el autor de la obra, y ella le replicaba
diciéndole que podría dejar preñada a una mujer que solo pisase un
espermatozoide suyo de tan potentes y varoniles que eran, que así como un
solo vicioso basta para corromper a todo un pueblo, un polvo suyo bastaba para
preñar a todas las mujeres del país, con lo cual el tonto quedaba conforme por
unos días, pero después volvía a dudar de su fidelidad.
Le dije que le dijera que yo cierta vez había leído en los diarios, o sea que ella
leyó, que una adolescente medio pelotuda quedó embarazada de su propio
padre por un fortuito accidente, pues siempre que éste cogía con su madre por
las noches, después se lavaba el choto en la única palangana que había en la
casa, en la cual la hija por ser muy haragana y algo dejada, y no tomarse el
trabajo de cambiar el agua, por las tardes se lavaba la concha muy
refrescantemente y se enjuagaba la cara con la sobrante que ocupara el padre.
De la misma manera, le argumentaba, no era necesario que acabara adentro
para preñarla, y más que su potentísima leche tenía todos los espermatozoides
reforzados y hercúleos como si levantasen pesas, y que con solo apoyar la
húmeda cabeza de su pija en los labios de su concha, sin introducirla, fuera
suficiente. Que el eyaculado del hombre contiene entre sesenta y trescientos
millones de espermatozoides, según la duración de la abstinencia previa, de los
cuales basta uno, el más rápido, para fecundar al óvulo, sea que ande por el
centro de la ciudad o por sus periferias. Esto le dejaba ufano y orgulloso de ser
el supermacho de la familia. El creyó la historia a pié juntillas, y andaba como
loco por toda la casa lavando bacines, ollas y palanganas, y tenía tal obsesión
por matar espermatozoides, que daba día y noche violentos alpargatazos en el
suelo para aplastarlos sin compasión. En resumen, Lidia vino a ser madre de
una hermosa niña, que hasta el día de hoy no se sabe quién carajos es el padre,
y nunca estuvo mejor empleado el término matrimonio entre nosotros tres,
porque todos fuimos felices con la llegada de nuestra hija en común.
Sin embargo, poco a poco, después del ansiado alumbramiento, nuestros
amoríos, el mío y el de ella y el de ella y su marido, se fueron enfriando,
surgiendo discordias y sospechas entre los tres.
El Tratado de los Pelos 41

Ella celaba de mí, él de ella, y yo de él, que el verdadero amor no es más que un
enfermizo sentimiento de celos compartidos.
Su trabajo se fue relajando día a día, y aunque limpiaba impecablemente la casa,
después se encerraba en mi pieza, sin dejarme entrar para que no le molestase
siendo yo el dueño, a fin de mirar tranquila la famosa telenovela de amor “Rosa
de Lejos” que interpretaba la actriz uruguaya Leonor Benedetto, en el papel de
mala y maldita de la trama.
Esta novela me hace acordar que en el medioevo había una reina muy cruel y
sanguinaria que por tener una pata más corta que la otra rengueaba
ostensiblemente, lo que disimulaba usando largos vestidos que arrastraba tras
su paso, y un zapato de alto taco que la emparejaba, bien así como algunos
muestran bondad en la cara para ocultar la maldad de sus entrañas, y se
enfurecía a tal punto si alguien se burlaba de ella que a la menor risa o sonrisa
causada por su defecto, lo mandaba a decapitar.
Cierto extranjero ingenioso, apostó a todo el pueblo que le diría a la reina en su
misma cara que era coja sin que parara en la guillotina, y juntóse una gran bolsa
con los dineros de la susodicha apuesta, la que quedó en manos de un escribano
para darla al vencedor cuando terminara el negocio, ya sea al extraño si salía
ileso de la prueba, ya sea al pueblo si terminaba decapitado.
Pidió entonces el forastero una audiencia a la reina, aduciendo querer ponerse a
su voluntad con un obsequio que traía, y frente a muchos cortesanos que fueron
a propósito de testigos, se arrodilló ante el mismo trono real con mucho respeto
y cortesía, para poner a los pies de la reina una elegante caja con dos hermosas
rosas, una blanca y otra roja, diciéndole con voz educada y cortesana:

Dos rosas traigo de infinita belleza,


de blanco color una, y la otra roja,
la que desee obsequio a su grandeza,
la que más le agrade, usted escoja

Eligió la reina la rosa blanca, pero el extraño con mucha galantería le ofreció
también la roja, con tanto comedimiento y cortesía que la reina le otorgó por su
educación y caballerosidad, llave infalible que abre toda puerta de la voluntad,
un talego lleno de monedas de oro, además de un puesto de inspector de
tránsito en su reino, para controlar los frenos y luces laterales de las carretas y el
uso de cascos y carnets de conducir de los muchos caballeros andantes que
pululaban por la ciudad. Luego el extranjero se fue derecho al estudio del
escribano a retirar los muchos dineros de la apuesta ganada al pueblo, pues sin
dudas dijo a la reina que era coja en su misma cara saliendo ileso, sin que nadie
se quejara de la trama urdida por no pasar el terrible peligro de ser decapitado
junto con los que apostaron en contra de la ingeniosa victoria del extranjero.
¿Por qué carajos cuento esto si estaba en que la empleada se metía en mi cuarto
a mirar “Rosa de Lejos” cerrando con llave su puerta sin permitir mi ingreso,
para luego hacer sus tareas domésticas apresuradamente antes de irse a su
casa?
42 El Tratado de los Pelos

Creo que me perdí por completo de la línea con que comenzara este Tratado de
los Pelos, pues me desvío a diestra y siniestra hacia cosas sin importancia.
La primigenia intención de éste estudio de los pelos era justamente hacerte
conocer las funciones de cada uno de ellos, como experto que soy, a fin de
instruirte con relatos anexos tocantes al tema que te entretuvieran y dieran
placer, pero más fundamentalmente inculcarte la elevada cultura que me precio
de tener, la cual lentamente voy derramando sobre tu putrefacto cerebro.
Pero el atrevimiento de Lidia llegó a más: cierta siesta me viene cayendo con
una vecina suya tan pobre y tan fanática de la novela como ella, cuyo televisor
se descompuso, y sacando de mi pieza el mío mientras yo dormía, se sentaron
ambas en el living para ver el capítulo del día, comentando y conjeturando en
los descansos comerciales la trama de tan importantísima telenovela escrita por
Alberto Migré, otro puto remachado como casi todos los escritores que se
dedican a las novelas de amor, que en paz descanse, pobrecito.
Parece ser que la mina de la novela era una abnegada y humanitaria enfermera
de un hombre que fue atropellado por un camión, en el cual accidente perdiera
desgraciadamente un ojo, la mitad de la nariz, una muela, parte de una oreja y
la uña del dedo gordo del pie, aparte de las dos piernas y el brazo derecho, y
quedándose postrado, la mina lo bañaba diariamente y le limpiaba el culo
después de cagar, al parecer sin ningún interés monetario. Viendo tanto amor y
dedicación por parte de ella, el tipo le pregunta si quería casarse con él, o con lo
que quedaba de él, en el momento justo que salgo yo de mi pieza y veólas
tomando sendos cafecitos muy cómodas en los sillones del living, comentando
una con otra que seguramente la mina lo iba a aceptar con los ojos cerrados
porque el galán de la telenovela a pesar de ser pelado, graniento y con una
halitosis10 que no se podía estar a un metro cerca de él, solamente porque el tipo
tenía siete estancias distribuidas en todo el país, departamentos en Estados
Unidos, pozos de petróleo en Alaska, la colección completa de los discos de
Palito Ortega y Leo Dan y una tarjeta de crédito que se podía usar en cualquier
parte del mundo sin tener saldo suficiente acreditado.
Salgo pues de mi pieza y al verlas tan opíparamente sentadas y cómodas como
Juan por su casa, viendo que me trajo una extraña a la mía, me dejé llevar por la
furia y pasando entre medio de ellas, de un violento tirón desenchufé el cable
del televisor en el momento justo en que la actriz le iba a dar la respuesta
poniéndole un papelito con un sí o un no dentro del suero del galán, o sea el
paciente. Un terrible fogonazo salió del enchufe, cortándose el cable en su
punta, en medio de terribles chispazos y humos repulsivos que dejaron en una
total negrura la pantalla del televisor.

10 Halitosis, también conocida como cacosmia bucal, mal aliento que puede deberse a distintas
enfermedades, al consumo de ciertos alimentos, al tabaco, a infecciones bucales o, lo que es más
frecuente, a una escasa higiene bucal. En las Sagradas Escrituras se compara el mal aliento con las
emanaciones de un sepulcro abierto. Esta enfermedad dificulta en gran manera la vida social de la
persona que lo padece, y se produce porque el paciente genera poca saliva en su conversación, lo
que impide el lavado permanente de los dientes gracias a la saliva, los alimentos, y otros muchos
estímulos.
El Tratado de los Pelos 43

Al instante siento que revienta en mi nuca la taza de porcelana que mi señora


cuidaba como si fuesen sus ojos, junto con su platillo y un resto del café caliente
que me quemó las espaldas.
En su enojo, Lidia se enfureció a tal punto que me arrojó violentamente aquéllos
elementos impecablemente limpios y aseados, junto con más de la mitad del
café con que contaba, porque quedó sin saber, por lo menos hasta el día
siguiente, si la chica se casaba o no con el seudo galán de la novela, ya que del
tirón que yo le diera al cable se desprendió su enchufe, no habiendo en toda la
casa un destornilladorcito para volver a colocarlo, y en el despelote que se armó
finalizó la trama de aquél día en la más completa ignorancia de las dos
telespectadoras, por finalizar el capítulo inmediatamente después de la
ignorada respuesta de la actriz. ¿Le diría la chica sí a los requerimientos del rico
calentón, o un rotundo no? Apuesto que para darle mayor suspenso e intriga a
la trama le dio un vago tal vez, o un quizá, porque en estas novelas de mierda
para tomar una decisión definitiva a una situación, ocupan dos o tres capítulos
en dimes y diretes para dejar expectantes y atraer por curiosidad a las necias
espectadoras amas de casa.
Desde aquél día que desenchufé violentamente el televisor y ella me arrojara en
la cabeza el pocillo, el platillo y el resto de la infusión que ingería, aunque el
café estaba caliente, nuestro amor se empezó a enfriar rápidamente.
A veces cogíamos sin hablarnos y otras hablábamos sin cogernos, que en el
ocaso de un gran amor suelen suceder estas dos cosas.
¡Cuántos matrimonios hay en Santo Tomé que ni se hablan ni se cogen!
Y más aún se enfrió nuestro romance con la llegada de su primera hija, que
nació tan peluda como yo lo fuera en mi nacimiento.
Esto, el de haberle regalado para la felicidad de su matrimonio su primer
descendiente, lo consolidó fuertemente a tal punto que ella comenzó a tener en
más al marido antes que a mí, retirándose muchas veces de sus tareas sin
siquiera saludarme. Pero no recuerdo exactamente cómo o por qué se cortaron
abruptamente nuestras relaciones, y lo único que conservo es la memoria de
verla bajar llorando las escaleras, mientras me recriminaba:
- ¡Con todo lo que hice por vos ahora me pagás con una patada en el culo!
¡Eres tan ingrato o peor que tu señora, que bien hizo en abandonarte, y bien
mereces quedarte solo por el resto de tu vida!-
Y se fue llorando de la mía, cumpliéndose hasta ahora la maldición que me
echara encima. Así terminó el romance con mi adorada e inolvidable Lidia.
Debo decir por último que vivió mucho tiempo con su marido y tuvieron
muchos hijos posteriores al nuestro, creo que siete, o más, hasta que un día él
encontró una mina más joven y la abandonó, pagándole con la misma moneda
con que ella me pagara a mí.

*********************
44 El Tratado de los Pelos

TRATADO QUINTO

Breve historia del hombre primitivo a fin de desarrollar seriamente


las cosas atinentes a los pelos del cuerpo y sus importantes
funciones, sin dilatar más tiempo en tonterías e historias
intrascendentes como las de los anteriores capítulos.

¿Alguno de Uds. me podría decir para qué carajos sirven los pelos de la cabeza
si no es para que a la larga o a la corta se desprendan uno a uno dejándonos el
marote pelado como un huevo? ¿Para qué están las pestañas? ¿Y las cejas? ¿Por
qué hay pelos dentro de la nariz? ¿Y los de la oreja para qué sirven?
Pareciera fácil saber qué funciones específicas tienen las barbas y los bigotes,
pero no es tan fácil como lo piensas. Apuesto que no lo sabes, aunque te
afeitaras todos los días. ¿Qué función tienen los pelos de las axilas? ¿Están
solamente para juntar hedor en las camisas? ¿Porqué algunos hombres son
peludos y otros no como bien vimos con el marido de la empleada Lidia?
Los pelos de las bolas… ¿sirven para algo útil o están allí para embadurnarse de
nuestra propia leche cuando cogemos o del asqueroso orín de las últimas gotas?
¿Para qué sirven científicamente los pelos del culo? ¿Para ensuciar calzoncillos
y bombachas o para que por no limpiarnos bien el ojete se formen pétreos
bodoques de caca adheridos a los pelos circundantes?
Todas estas interesantes preguntas me hice una y mil veces durante mi vida,
por instruirme sobre temas de tanta importancia, en busca de conocimientos
científicos que aplacaran mi natural deseo de saber, y así, persiguiendo las
respuestas, por años recorrí bibliotecas y exposiciones de libros para encontrar
los que trataran sobre los pelos del cuerpo, y a decir verdad, pocos fueron los
hallados en mi infatigable pesquisa.
Los conocimientos que hallé en escasos libros que trataran del tema no quise
guardarlos solamente para mí, porque con la sabiduría ocurre lo mismo que con
las riquezas, que si no se las comparte con otros no vale de nada, y para que tú
también te instruyas con estas sapiencias sin recorrer mi mismo sacrificado
camino, compilé en este Tratado todo lo atinente al tema, a saber: cómo
evolucionaron los pelos en el hombre primitivo, sus posibles funciones
adecuadas al ambiente donde vivía, sus atrofiamientos o caídas cuando no
tenían ocupación alguna, los beneficios o dificultades que traen aparejados los
pelos del cuerpo, ya que en muchos autores encontré disparidad de opiniones,
y sin que tengas que buscar las mismas infinitas fuentes de donde yo bebí,
procuré siempre que encuentres en esta obra todo lo que de ellos puedas
aprender.
Permíteme que primeramente te dé noticias de nuestros antepasados los
peludos monos, los orangutanes, los gibones, los chimpancés, los gorilas y la
mona Chita, con los cuales estamos estrechamente emparentados unos con
otros porque antiguamente nos cogíamos todos arriba de los árboles
primeramente, y más adelante, siendo ya más civilizados, sin delicadezas ni
distinciones de parentescos en las cavernas.
El Tratado de los Pelos 45

Quiero decir que en remotos pasados todos éramos monos impensantes que
vivíamos en los árboles, aunque con marcadas diferencias entre una tribu y
otra, y los primeros humanoides machos no hacían asco a nada que respirara y
tuviera un agujero para fornicar, tal como actualmente hay hombres que cogen
ovejas, chanchos, yeguas y viudas viejas.
El ser humano es un primate, o sea un mamífero de superior organización,
plantígrado, con extremidades terminadas en cinco dedos provistos de uñas, de
los cuales el pulgar es oponible a los demás.
Sin embargo, las similitudes físicas y genéticas muestran que la especie humana
moderna, el Homo sapiens, está estrechamente relacionada con otro grupo de
primates, los simios.
Hacen unos diez millones de años, vivió en la Tierra un antepasado común a los
hombres y a los monos superiores, lo que no quiere decir que desciendan éstos
de aquéllos, ni nosotros de ellos.
Por tanto, bueno es aclarar que en algún momento de ese periodo se produjo la
separación entre la línea de los homínidos que conduce hasta nosotros y la
línea de los simios que conduce a los monos actuales.
En su época, Darwin fue muy vituperado por la iglesia aún sin que jamás dijera
que descendemos de los monos, ni le pasara tal idea por la cabeza.
De ésta manera se tiene por cierto que los hombres y los antropoides o monos
superiores, chimpancés, bonobos, carayás, orangutanes y gorilas, comparten un
antepasado común que vendría a ser nuestro abuelo paterno.
Este hecho coincidió con un cambio climático de la Tierra, que provocó más frío
y más sequedad, lo que redujo los bosques tupidos y creó amplios espacios de
sabanas, estepas y bosques claros y amplios.
El hombre comenzó su evolución en África, continente donde se produjeron
gran parte de las transformaciones posteriores y de donde proceden los fósiles
de nuestros primeros padres, humanos erguidos que vivieron hace seis millones
de años. Todos estos monos de mierda eran peludos hasta por el culo en
aquéllos comienzos de la civilización, y para comprender por qué aún conserva
algunos y otros no, debemos conocer las funciones específicas de cada uno de
ellos y la evolución o atrofiamiento que pasó en los subsiguientes millones de
años, cuando un pelo dejaba de cumplir una función al volverse innecesario y
era reemplazado por otros con funciones más modernas en lugares necesarios.
Para hacerla corta, saltaré los diversos especímenes que se fueron formando
parecidos al hombre, hasta llegar al origen de nuestra propia especie, el Homo
sapiens, que es uno de los temas más debatidos de la paleoantropología.
Este debate se centra en si el hombre está directamente relacionado con el
Homo erectus o con el de Neandertal, grupo más moderno y conocido de
homínidos que evolucionaron en los últimos doscientos cincuenta mil años.
Los paleoantropólogos utilizan por lo general el término de Homo sapiens para
distinguir entre el hombre actual y estos antepasados similares, y todos
pertenecen al orden científico de los Primates, un grupo de más de doscientos
treinta especies de mamíferos que incluye asimismo lémures, loris, tarseros,
monos y simios.
46 El Tratado de los Pelos

El hombre moderno, los primeros homínidos y otras especies de primates


presentan numerosas similitudes entre sí pero también algunas diferencias
importantes.
El estudio de estas similitudes y diferencias ayuda a los científicos a
comprender las raíces de muchas características humanas, así como el
significado de cada etapa de su evolución.
Los primeros homínidos, a los que llamaremos de forma general
australopitecos, podemos definirlos como auténticos «chimpancés bípedos», de
no mayor altura que el metro cincuenta, piernas cortas y abiertas en arco,
cubierto totalmente de un pelaje marrón claro, que andaban con las bolas al aire
porque no se preocupaban mucho por el decoro y la pulcritud.
Tampoco conocían el Génesis donde Adám y Eva, después de pecar, tuvieron
vergüenza de andar desnudos, lo que se llama pudor, para tratar de imitarlos.
Quizá el esqueleto del australopiteco más famoso sea el de Lucy, una conocida
prostituta de las cavernas, que medía alrededor de un metro y pesaba treinta
kilos, amén de un kilo de sobrepeso por su concha sucia y peluda, mientras que
sus amantes machos medían un metro y medio y pesaban unos setenta kilos, de
los cuales solamente la verga medía medio metro y dos kilos de peso.
Esto les permitía a nuestros antepasados varones vigilar parados sobre sus
piernas, con la verga apuntalada en el suelo sosteniendo la totalidad de su
cuerpo, como un trípode, cuando hacían guardia para cuidar a la tribu entera.
El macho era mucho más grande que la hembra, casi tan grande como un gorila
actual.
El gran dimorfismo, o sea la diferencia de tamaño entre el macho y la hembra se
puede interpretar como una adaptación para la lucha entre machos a fin de
lograr que el vencedor cogiera finalmente libre y tranquilo a las hembras que
caían enamoradas a sus pies por su victoriosa fuerza hercúlea.
Lo más aceptado hoy en día es que estos homínidos quizá vivían en pequeños
grupos familiares en los que un macho controlaba unas pocas hembras, quizá
no más de dos o tres mujeres, al igual que hoy algunos hombres pobres
pelagatos quieren poseer, sin tener un sueldo oneroso para mantenerlas.
¡Quién puta tiene plata hoy día para alimentar, no digo dos, sino una sola
mujer!
Una de las primeras características que definió al ser humano, la bipedación o
capacidad de andar erguido sobre los dos pies, se desarrolló hace ya unos
cuatro millones de años, mientras que otras, tales como un cerebro grande y
complejo, la capacidad de fabricar y utilizar herramientas y el lenguaje, se
desarrollaron más recientemente.
Gran parte de los rasgos más avanzados, que incluyen expresiones simbólicas
complejas, como el arte, el habla, la risa, y la diversidad cultural, aparecieron en
los últimos cien millones de años. Cada día que pasaba, nuestros antepasados
se perfeccionaban en tener cuerpos más grandes para luchar contra los
enemigos y más cubiertos de pelos para protegerlo de la intemperie, como así
también agrandar la cabeza para albergar cada día un mayor tamaño de
cerebro, aumentando la medida de su escasa inteligencia.
El Tratado de los Pelos 47

En las cavernas los cabezones eran tenidos por los más inteligentes, y
generalmente conducían a la tribu, aunque eran insoportables cuando sufrían
de jaquecas o cefaleas, pues caminaban por las paredes dando estridentes
chillidos que no dejaban dormir a los demás, hasta que de un certero garrotazo
en el marote lo sosegaban mejor que una Bayaspirina verde.
Los primeros homínidos eran algo más pequeños que los chimpancés, y sin
embargo sus cerebros eran un poco más grandes que los de éstos.
El aumento del cerebro y la bipedestación fueron las dos adaptaciones cruciales
que en mayor grado lo destacaron y diferenciaron de los primates anteriores en
el tiempo.
Hace dos millones de años, días más días menos, aparece en África una nueva
especie cuyo cuerpo es plenamente humano y este homínido está ya preparado
para emprender la gran aventura que supone colonizar nuevos continentes.
Algunos individuos de esta especie habrían alcanzado un metro ochenta de
estatura y un peso de setenta y ocho kilogramos, o sea, un gigante en
comparación con los homínidos precedentes e incluso grandes para nuestra
propia época.
Toda su anatomía era muy similar a la nuestra, y la capacidad craneal de la
especie rondaba en los novecientos gramos.
El cráneo humano ha cambiado enormemente durante los últimos tres millones
de años, ya que todos sus huesos se fueron estirando.
La evolución desde el Australopithecus hasta el Homo sapiens, significó el
aumento del cráneo (para ajustarse al crecimiento del cerebro), el achatamiento
del rostro, el retroceso de la barbilla y la disminución del tamaño de los dientes.
En los animales que se reproducen sexualmente, incluido el ser humano, el
término especie se refiere a un grupo cuyos miembros adultos se aparean de
forma regular dando lugar a una descendencia fértil, es decir, vástagos que a su
vez son capaces de reproducirse en tiempo y forma.
Los científicos clasifican cada especie mediante un nombre positivo único de
dos términos, y en este sistema el hombre moderno recibe el calificativo de
Homo Sapiens.
Monos, simios y hombres, que comparten muchas características que no se
encuentran en otros primates, vienen a constituir la familia de los
Antropoideos. El hombre moderno posee una serie de características físicas que
reflejan un antepasado simio, como por ejemplo la articulación del hombro que
posee una gran movilidad y sus dedos que son capaces de agarrar con fuerza.
Y por eso también hoy en día existen los trapecistas, los gimnastas medio trolos
que se cuelgan de argollas y que a veces la dan, los atletas de las barras, mujeres
que ejecutan el baile del caño en la televisión o se cuelgan del palo arrodilladas.
En los simios estas características están altamente desarrolladas en los
braquiadores, bíceps y tríceps, que adquirieron gran balanceo y equilibrio para
adaptarse al vivir y refugiarse entre las ramas altas de los árboles.
Otro indicio patente que descendemos de los monos se da en los niños
pequeños, que constantemente hacen monerías para hacer reír a sus padres y
abuelos, dejándolos tan chochos que consiguen todo lo que les pidan.
48 El Tratado de los Pelos

A pesar de que el hombre no realiza hoy éstos ágiles movimientos moneriles, ha


mantenido la anatomía general de esta adaptación primitiva, y levantando
pesas, o colgándose de una barra, desarrolla los músculos del hombro y brazos
hasta quedar con un lomo que impresiona a las mujeres.
Los individuos de la especie Proconsul Heseloni, que vivieron en los árboles de
los espesos bosques del África oriental hace unos veinte millones de años, eran
ágiles saltadores y presentaban características como una columna flexible y un
tórax estrecho, típicas de los monos, aunque también tenían una amplia
movilidad en caderas y dedo pulgar, propias de simios y hombres.
Tanto el ser humano como los simios tienen asimismo cerebros más grandes y
capacidades cognitivas mayores que las de los demás diferentes mamíferos.
Sin embargo, el hombre moderno difiere de los simios en muchos aspectos
significativos. Así por ejemplo, a pesar de la gran inteligencia de estos simios, el
ser humano tiene un cerebro mucho mayor y más complejo, presentando una
capacidad intelectual única para elaborar formas de cultura y comunicación.
Además, sólo él anda habitualmente erguido, puede manipular con precisión
objetos muy pequeños como los relojeros y las costureras, y tiene una estructura
de garganta con cuerdas vocales que le permiten cantar muy bien, como a
Sandro y a Horacio Guaraní.
Puede sostener cubiertos para comer o doblar delicadamente las hojas de
diarios en dos para asearse el culo sin que el dedo las traspase ni se enchastre.
Pero la característica principal es que monos y hombres tuvieron en sus
principios el cuerpo cubierto de pelos, a excepción de las plantas de manos y
pies por apoyarlas constantemente en la tierra, y que a través de millones de
años se fueron fortaleciendo aquéllos que tenían funciones específicas
determinadas y necesarias, y otros que fueron atrofiándose hasta desaparecer
por completo al no tener objetivos que cumplir, ni servir para un carajo.
Dicho así sucintamente, en un principio los pelos le servían al hombre para
protegerlo de las inclemencias del tiempo, de las lluvias, de los rayos solares y
de los crudos inviernos, teniendo en cuenta que la tierra era más fría al no haber
aún los destructivos desodorantes en aerosol y los agujeros en la capa de ozono,
lo que produce que hoy nos caguemos de calor con pelos o sin ellos.
Veamos un ejemplo: dice Sir Charles Darwin en su “Evolución de las Especies”
que los pelos del brazo que en la actualidad tiene el hombre, todos apuntan
hacia el codo y hacia atrás, y da de ello la siguiente explicación: afirma que el
hombre primitivo era tan boludo que se asustaba de la lluvia, de los truenos y
de los relámpagos, y del miedo que sentía al llover no atinaba a otra cosa que
agacharse y cruzar los brazos sobre su cabeza, protegiéndose del agua que le
caía a chorros deslizándose hacia los codos, lo que después de millones de años
dio como resultado su estado actual, que todos apunten hacia atrás.
¡Hum, perdóname Charly, pero esto me huele a fábula!
Como se alimentaban de frutas en las copas de los árboles, no tenían tiempo
para otra cosa que coger, comer, mear y cagar allá en lo alto, procurando en
todo momento no bajarse al suelo donde eran devorados fácilmente por
dinosaurios, diptodontes, mastodontes, tigres y leones.
El Tratado de los Pelos 49

Un día que llovió torrencialmente, ciento veinte milímetros en una hora, un


mamut medio pelotudo, ancestro y antepasado del actual elefante, se guareció
bajo un enorme árbol en donde cayó un furibundo rayo que fulminó a ambos
en medio de enormes llamas que asaron al animal a fuego lento.
Enormes llamas subieron a los cielos después de pasar la lluvia, lo que producía
un calor agradable y gran cantidad de humos, y muy posiblemente de ahí en
más nuestros ancestros comprendieron el valor del fuego, y en el devenir de los
tiempos, el alto precio del gas que enciende una hornalla en la actualidad.
Los monos que dieron origen al hombre vieron desde las copas de los árboles el
fortuito accidente, y enseguida junaron dos cosas importantísimas que
cambiaría la historia de sus vidas, a saber: que la carne del mamut emanaba
riquísimos olores a comida de churrasquería, o de fast-fust para llevar, y que
mientras ardía el fuego a su alrededor los depredadores que los atosigaban no
se acercaban por miedo a las llamas.
Comprobaron que por grande que fuese un depredador que los exterminaba,
huían despavoridos del calor flamígero.
- Papita pà el loro- dijo el jefe de los monos llamado don Casimiro
Naerdental, y bajándose toda la tribu del árbol, mantuvieron por tres meses
seguidos el fuego alrededor del mamut asado para ahuyentar a los leones y
dinosaurios, y comieron en ése tiempo a la carta y a discreción sabrosos trozos
de su carne: cual comía las bolas, éste la verga, aquél las orejas, otro los
intestinos, quien las verijas, hasta que dejaron una pila de huesos mondos y
lirondos de tres metros de altura. Uno se quejo al jefe que faltaba un salero, que
todavía no se había inventado. Hay que tener en cuenta que un mamut
prehistórico tendría unos cuatro mil kilos de peso, pues sobrepasaba los cinco
metros de altura y de largura. Los monos se dedicaron con tanto ahínco a comer
y alimentarse, eructando y tirando olorosos pedos, que nadie se preocupó por ir
al bosque a juntar más leña para mantener vivo el fuego que desgraciadamente
se apagó cuando terminó el banquete, junto con toda la tribu que fue devorada
por los leones, los tigres y las hienas que esperaban ese momento preciso.
Con los monos de la tribu de don Naerdental, los depredadores hicieron otro
banquete que duró el doble del mamut, aunque con comida fría, lo que
infringió millones de años después que les fuera muy dificultoso a los
científicos y antropólogos de la actualidad hallar un esqueleto entero o un
hueso sano de nuestros primeros antepasados, si no es en forma masticada por
animales carnívoros de filosos caninos.
No obstante, algunos inflaron camisa, subiéndose a los árboles, ya que si así no
fuera, ni tú estarías leyendo ni yo escribiendo.
Y al abandonar el andar por las ramas, aprendieron a caminar en dos patas, y
ésta mutación llamada bipedación permitió a los homínidos recorrer con
facilidad largas distancias, a veces haciendo dedo, lo que le proporcionó una
gran ventaja sobre los simios cuadrúpedos que se quedaron vegetando sobre los
árboles al no animarse a andar forjando caminos paso a paso y golpe a golpe.
Los científicos sostienen asimismo diferentes hipótesis sobre cómo la
bipedación puede haber influido en la evolución del ser humano.
50 El Tratado de los Pelos

Por empezar, la bipedación habitual permitía tener libres las manos para
hacerse la paja sin detener su andar, y de monito adolescente pasar a ser un
fornido y pajero macho adulto; le facilitaba además el transporte de alimentos y
utensilios, mirar por encima de los arbustos para controlar a los predadores,
reducir la exposición del cuerpo al calor del sol y aumentar su exhibición a los
vientos refrescantes; mejorar la habilidad para cazar o utilizar armas, más fácil
con una postura erguida, y facilitar una dieta alimenticia basada en frutas y
ramas bajas. Recorriendo grandes distancias, podían buscar los lugares cálidos
para vivir, agua para tomar, y pueblos para fundar.
Sin embargo, como dije antes, hay mucha disparidad de opiniones entre los
científicos, que no apoyan de forma unánime ninguna de estas hipótesis,
aunque estudios recientes en chimpancés sugieren que el poder alimentarse
más fácilmente puede revestir especial importancia.
Los chimpancés actuales se desplazan erguidos sobre los miembros inferiores
casi siempre que se alimentan de hojas y frutos de arbustos y ramas bajas, pero
no pueden caminar de esta forma largas distancias, ni desplazarse a través de
los terrenos abiertos yermos situados entre arboledas.
Además de caminar, seguían teniendo la ventaja de sus antepasados simios de
poder trepar a los árboles para huir de los predadores.
Los beneficios de la bipedación y de la capacidad de saltar a los árboles pueden
explicar la especial anatomía de los australopitecus nuestros abuelos.
Los brazos largos y fuertes y los dedos curvados probablemente les permitieron
trepar con facilidad, mientras que la pelvis y la estructura de la parte inferior
del tronco sufrieron transformaciones para poder caminar erguidos.
Con el correr de los años, y como siempre nuestros antepasados se asentaban en
lugares cálidos, fueron perdiendo los pelos de todo el cuerpo que se iban
tornando innecesarios o inútiles.
Se avivaron además que después de comer un mamut o un mastodonte de tres
mil kilos, no tenían hambre por dos o tres días seguidos, ni sufrían de intensos
fríos gracias a la ingestión de las grasas, muy por el contrario del comer frutas
que no lo satisfacían sino por unas pocas horas tiritando de frío en las copas de
los árboles, y esto, el de cazar grandes animales para comerlos asados a las
brasas, les resultó beneficioso para confeccionar en las horas de ocio camisas y
pantalones abrigados con el cuero con que venían envueltos, originando lo que
en la actualidad se llama alta costura, aparte de brindarles tiempo de sobra
durante la digestión que en aquélla época duraba uno o dos días, para inventar
armas puntiagudas con las cuales matar a las presas preferidas, o aprovechar
las horas de descanso con la panza llena y satisfecha para coger con la patrona
después de lavar los platos sucios de tosca porcelana.
Cabe aclarar que en aquélla dorada edad de piedra, las mujeres no lavaban, ni
cocinaban, ni zurcían, ya que esas tareas estaban destinadas a los machos, y las
hembras se limitaban solamente a chupar pijas y coger sin descanso para
favorecer la procreación de la especie, igual que ahora.
Es más, ya eran como hoy un problema, pues poca y ninguna ayuda brindaban
al macho para el progreso de la familia, causando más perjuicios que beneficios.
El Tratado de los Pelos 51

Aún así, sin horarios de trabajo, los sábados por la tarde, los hombres tenían
tiempo de sobra para jugar a la pelota con la enorme cabeza descarnada del
mamut, que de pesada y dura, nadie quería jugar de arquero ni patear los
penales en el juego.
La vida social humana, asimismo, en sus primeros tiempos se asemejaba a la de
los actuales simios y otros primates africanos como mandriles y macacos, que
viven en grandes y complejos grupos sociales en santa paz y armonía, mientras
que el hombre al ir progresando culturalmente cada día, hoy ni siquiera se
saluda con sus vecinos.
¡Ah, qué educados y amables seríamos si el hombre volviera a imitar el comportamiento
social que existe entre los chimpancés y los monitos macacos!
Así, por ejemplo, éstos monos establecen relaciones duraderas entre sí,
participan en actividades sociales tales como el aseo, la alimentación o la caza, y
forman coaliciones estratégicas para aumentar sus estatus y poder.
Gracias a Dios, hasta ahora no se les ocurrió imitar al hombre y formar partidos
políticos ni alianzas electoralistas pues sería la destrucción total de la
comunidad monera. Al parecer, posiblemente los humanos primitivos
mantuvieron este tipo de vida social compleja, recíproca y amable, hasta que le
agregaran la religión y la política, dos factores importantísimos que arruinaron
la evolución del mundo hasta nuestros días.
La mayoría de las guerras de la historia se desencadenaron por ideas religiosas,
políticas, de raza o territorio. Sin embargo, el Homo Habilis supone un gran
cambio en el plano ecológico: abandona el bosque, se hace consumidor de
proteínas animales, fabrica las primeras herramientas, inventa la canoa,
aumenta su complejidad social y probablemente desarrolla un lenguaje, aunque
sorprendentemente su cuerpo sigue siendo el de un australopiteco.
Los genes del ser humano y del chimpancé son idénticos en aproximadamente
un noventa y ocho por ciento, por lo que el chimpancé resulta ser el pariente
biológico vivo más próximo al hombre.
Esto no significa que el ser humano evolucionara a partir del chimpancé, sino
que ambas especies se desarrollaron a partir de un antepasado simio común.
El orangután, un simio originario del sureste asiático, difiere mucho más del
hombre desde el punto de vista genético, lo que indica una relación evolutiva
más distante. El cerebro de Homo Habilis variaba entre los quinientos y los
setecientos gramos, aunque está demostrado que crecía día a día al pergeñar
ideas para cazar, fabricar prendas de vestir o levantar casas, galpones y
tinglados con hojas de bananos.
El hombre actual tiene un cerebro que pesa más o menos mil trescientos gramos
y el de la mujer, que es más burra y menos inteligente, apenas mil gramos, pero
gracias a su atractiva concha consigue en la vida todo lo que se propone y le
falta en cerebro.
Con éste adminículo, sin importar si es linda o fea, la mujer se las arregla para
hacerse de una casa propia, de un auto, botas, finísimas ropas y vestidos aun
faltándole trescientos gramos de cerebro, mientras que el Homo Sapiens, siendo
más inteligente, se rompe el culo para ganar el mísero pan de cada día.
52 El Tratado de los Pelos

¡Ah, qué fácil sería la vida del hombre si fuese él quien tuviese la concha en vez
de la inteligencia! ¡Mi reino por una concha!
Aunque algunos hombres tenemos un lindo culo, no nos da de comer ni nos
facilitan las cosas, pues si queremos darlo tenemos que pagar, no cobrar.
Esta cualidad intrínseca de la mujer, coger y parir, dio con el paso de miles de
años que su pelvis se fortaleciera y se volviera extraordinariamente ancha,
pudiendo parir vástagos hasta de siete kilos de peso, o una docena de hijos de
un solo tirón. Esto significó que las mujeres dieran a luz de una forma muy
particular, es decir, doble rotación, salida anterior, gran flexión de la columna
vertebral y cara hacia abajo. Existen diferentes hipótesis sobre el porqué los
australopitecinos se separaron de los simios iniciando así el curso de la
evolución humana. Prácticamente todas las hipótesis sugieren que el cambio
medioambiental fue un factor importante, especialmente favorecida por la
evolución de la bipedación. Los homínidos aprendieron a controlar el fuego y a
usarlo para generar calor, preparar alimentos y protegerse de otros animales,
como vimos detalladamente en hojas anteriores, y éstas nuevas condiciones de
vida lo impelieron a salir de las cavernas y construir chozas en los lugares
donde se iban asentando, ya que aquéllas no podían acarrearlas consigo.
Los restos de chozas o viviendas más antiguas conocidas datan de hace unos
cuatrocientos cincuenta mil años.
Las primeras poblaciones en Europa y Asia posiblemente también se abrigaban
con pieles de animales durante los periodos de glaciación. Durante las
estaciones más frías tenían que emigrar o buscar refugio en, por ejemplo,
cuevas. Algunas de las primeras evidencias definitivas de cavernícolas, datan
de hace unos 800.000 años, como las encontradas en el yacimiento de Atapuerca
en el sur de España.
Las agujas de hueso más antiguas conocidas, que indican el desarrollo de la
costura y de la indumentaria, datan de hace unos treinta mil años. El primer
condón fue inventado en las cavernas hace unos veinte mil años con una
cáscara de banana, con sabor justamente a banana, aunque después vinieron
condones con gusto a zanahorias, pepinos y berenjenas que se vendían en las
cuevas-farmacias que estaban de turno, y si estaban cerradas, se usaban las
consabidas bolsitas de plástico para helados picolés que se juntaban del suelo.
Y con estos importantes temas de las chozas, agujas y los condones doy por
finalizado este Tratado Quinto, el cual en mi opinión me parece muy ameno,
instructivo y cultural, hecho en un estilo claro y simple para permitirte mamar
la mucha sabiduría que contiene, ya que, lector, grandemente me pesaría que
aún con todos los esfuerzos realizados para ser entendible y llevadero, cayeran
en un saco roto antes que en tu sublime instrucción.

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El Tratado de los Pelos 53

TRATADO SEXTO

Ahora sí, el autor se toma de los pelos

Vayamos por partes en la cuestión de los pelos, comenzando éste Tratado Sexto
de arriba hacia abajo, como sepulturero que cava una fresca tumba para otro, o
pocero que busca agua; y diremos primeramente que los de la cabeza
indudablemente sirven para protegernos de los despiadados calores que nos
ofrece un sol rajante en pleno verano, sirviéndonos de pequeña sombrilla para
que el cerebro no se caliente y funda su motor por altas temperaturas.
Lo mismo sucede en los crudos inviernos, pero al revés, es decir para que las
escarchas y las heladas no congelen nuestras ideas y pensamientos.
En los calvos éstas funciones se encogen y desaparecen, pero son reemplazadas
por otras nuevas importantísimas y singulares, pues en el verano, al caer la
primer gotita del cielo, el pelado sabe antes que nadie que se aproxima una
lluvia para buscar reparo bajo techo, aunque muchas veces las primeras gotas
no pasan de ser la irrespetuosa cagada de un pajarito; y en invierno, al sufrir la
calva las heladas temperaturas se las protegen con boinas, cascos o birretes, lo
que incentiva las ventas de éstos productos que de otro modo las tiendas no
venderían ni de casualidad.
El desarrollo del pelo en el ser humano se inicia en el embrión y ya en el sexto
mes el feto aparece cubierto de un pelo muy fino llamado lanugo que se
conserva aún después del parto. En los primeros meses de vida el lanugo se cae
y es reemplazado por el pelo grueso de la cabeza y las cejas, y otro fino y
velloso en el resto del cuerpo, como antes te había contado que me salieran
cuando daba mis primeros pinitos dentro de la cuna.
Ahora bien, ¿para qué carajos salen éstos pelos en el cuerpo? ¿Sirven para algo?
¿Puede vivir el hombre sin ellos? Déjame decirte que solo los mamíferos tienen
pelos, aunque en diferentes formas y contextos, llamándose pelaje cuando son
finos y están uno al lado del otro como trompadas de loco, como en el caballo;
en las ovejas, el pelo se llama lana por estar rizados, gruesos y enmarañados, y
es de donde generalmente se agarran los peones y paisanos cuando en las
ardientes noches del estío, por no tener mujer ni ir al pueblo desde dos meses
atrás, en el medio del campo se cogen a estos inocentes animalitos del patrón
que está descansando plácidamente en su lujosa mansión de la ciudad.
Peones hay también en nuestras estancias que se aficionan por las yeguas de la
patrona, y otros por la patrona misma, que en definitiva viene a ser lo mismo,
pero en caliente.
Así como al hombre democrático le gusta la variedad de opiniones, así también
le gusta el cambiar de caballo en el medio del campo, pues a veces en la soledad
de las pampas coge indistintamente chanchos, cabras y gallinas y otros
animalitos domésticos que huyen despavoridos al notar su sola presencia.
La ballena tiene pelos en su estado embrionario, y los elefantes, rinocerontes, y
otros paquidermos, aunque no se vean, tienen pelos dentro de la nariz, en las
cejas y en el final de la cola.
54 El Tratado de los Pelos

Si los pelos son gruesos y rígidos se llaman cerdas, como tienen los chanchos y
cerdos, y los caballos en la cola y en la cima del cuello; y si finos y puntiagudos
como el de los erizos y puerco-espines se llaman espinas o púas.
Del andar el hombre sin un peso en el bolsillo, con los pelos de punta por la
malaria que sufre, sin conseguir trabajo ni mujer que le acaricie para consolarlo,
despreciado como si fuese un erizo o un puercoespín, nace el conocido refrán
que dicen los caídos en desgracia:
-¡Ando con una púa, hermano!- al ver que todos huyen de él por no
ayudarlo y para significar que le persigue la mala suerte.
Del no lavarse jamás la cabeza ni pasarse peines que barran las liendres, como
huir de jabones y champúes, viene a dar como resultado que el hombre o la
mujer sucia, en vez de cabellos tenga crenchas engrasadas y pegoteadas por la
seborrea natural que despide el cuero cabelludo, y minada la cabeza de bichitos
y minúsculos animalitos.
Pero los pelos que el hombre tiene en la cabeza, o tenía, cuando somos jóvenes y
pendejos, son largos, hermosos, lacios y tan dóciles que nos permiten peinarnos
todos para atrás o todos para adelante, hacer una nítida raya a un costado o en
el centro, y cuando viejos, de tan pocos que quedan, inventar maravillosos
peinados tratando de ocultar la pelada, ya sea llevando para arriba los de atrás,
o hacia el otro los de un costado, pegándolos con gomina contra la calva a fin de
que no se vuelen y nos despeinen, o ya sea distribuyéndolos equitativamente
unos a la derecha y otros a la izquierda como el trigo y la cizaña bíblicos, o
haciendo con todos un remolino sobre la calva para dar la impresión de que los
pocos que tenemos son los muchos que perdimos.
Aunque estamos acostumbrados a ver anuncios de remedios y menjunjes
efectivos, en realidad, ningún regenerador capilar detiene la pérdida del cabello
o facilita su crecimiento, que si esto fuera cierto no veríamos más pelados, y así,
los crédulos que creyeron evitar la calvicie poniéndose en la cabeza mierda de
gallina, petróleo crudo, hojas de aloe, leches de cabra u orín de burro, sufrieron
un chasco sin resultados positivos, y al parecer los famosos implantes de pelo
tampoco resultan exitosos, porque después de un tiempo los pelos vuelven a
caer lentamente por segunda vez haciéndonos repetir la misma amargura que
pasamos en la primera. Solamente y al parecer un fármaco llamado minoxidil
parece tener cierto éxito en las pruebas realizadas en hombres con calvicie
hereditaria, que habían sufrido pérdidas de cabello diez años atrás, pero su
aplicación aún está en pañales.
Es de notar asimismo la gran cantidad de mujeres que en la actualidad sufren
de calvicie, a tal punto que se ha generado un negocio muy redituable entre los
couffieres o peluqueros, y es que los mechones de pelo que se adhieren a los
escasos naturales de las mujeres semicalvas, quizá atados o pegados, que de
esto no estoy muy bien enterado, les genera grandes dividendos e incentiva la
compra-venta de pelos naturales y el corte gratis a quienes los tienen en
abundancia.
De cualquier manera, para atajar la caída del cabello, nada hay mejor que los
hombros.
El Tratado de los Pelos 55

Los pelos de la cabeza juntamente con los del pubis están expuestos a
infecciones molestas de insectos pequeños y ácaros como piojos y ladillas que
cuestan un huevo erradicar, como anteriormente te relatara la vez que me puse
gamexane para combatirlos y casi me muero envenenado, y la otra que por
pelotudo casi me carbonizo.
Las cejas, localizadas sobre los ojos, tienen una función protectora muy
importante, y es absorber o desviar a un costado el sudor o la lluvia, y evitan
que la humedad se introduzca en ellos.
Las pestañas, pelos cortos que crecen en los bordes de los párpados, sirven para
mantener las partículas y los insectos fuera de los ojos cuando están abiertos.
También están allí para filtrar o amortiguar la luz del sol, yo entiendo, como si
fuese un delicado toldito comercial, pues de otro modo los rayos solares nos
lastimarían las retinas encegueciéndonos.
La enfermedad más común de los párpados es el orzuelo o infección de los
folículos de las pestañas, que suele estar causada por estafilococos.
Duele como la gran puta pero gran consuelo es saber que desaparece
completamente al cabo de una semana ininterrumpida de intensos dolores y
picazones al parpadear.
La enfermedad se agrava más al secarnos con las manos sucias las dolidas
lágrimas que el malestar nos hace derramar constantemente.
Hay que consolarse con saber que los camellos tienen dos filas de pestañas que
junto con los pelos nasales y los del interior de las orejas, le ayudan a protegerse
de la arena, y cuando tienen orzuelo, tienen por duplicado el dolor, tardando
un mes para sanar, y de las molestias que les causa, se emputecen y no quieren
dar un paso más ni aunque le chupen un huevo.
Dije antes que las pestañas, entre otras cosas, nos protegen de los rayos del sol,
impidiendo que nos enceguezca y obnubile, y me vino a la memoria un amigo
de infancia que era albino, es decir tan rubio como un sol, con quien
transitamos juntos la primaria y parte de la secundaria, con dorados cabellos
similares al oro, al igual que las cejas y las pestañas, y durante el día andaba
ciego atropellando bancos y escritorios, pero de noche veía perfectamente bien,
tal es así que cuando jugábamos al básquet con la luz de la luna, embocaba en el
aro todas las pelotas que arrojaba.
Y cuando íbamos entre varios al cine, si llegábamos tarde y ya estaban las luces
apagadas, él nos guiaba perfectamente hasta nuestras butacas en medio de la
más tenebrosa oscuridad y los silbidos de la gente que nos impelían a que nos
sentásemos. Daba escozor mirar la piel de su cuerpo, que parecía ser papel de
calcar pues detrás de ella se veían nítidamente las venas y las arterias rojas de
sangre, y la mejor comparación que puedo ofrecerte es que su piel era semejante
a la transparente que dejan las chicharras que emergen del suelo después de
estar invernando diez y siete años al divino sorete bajo la tierra.
El pobre llegó hasta el tercer año del Colegio Industrial luego de fracasar el
primero de la Normal en que fuimos compañeros, pero abandonó sus estudios
para montar un tallercito de baterías de autos, llegando a registrar la marca
“Capra” en honor a su nombre y ser famosa en el noreste argentino.
56 El Tratado de los Pelos

Pasando los años se volvió un borracho empedernido, a tal punto que en vez de
poner agua destilada en los vasos de las baterías, por la mucha repulsión que le
provocaba tocarla o acercarse a ella, los llenaba con vino blanco, lo que
producía que los autos anduviesen vacilantes y tambaleantes por las calles de la
ciudad.
Todo accidente de auto que ocurría, indefectiblemente tenían las famosísimas
baterías “Capra”, lo que hizo sospechar a la policía de las verdaderas causas del
desastre, y no era para menos, pues los autos accidentados despedían no olores
a ácidos o a nafta, sino a alcoholes de blancas uvas de recientes cosechas.
Para colmo de males, como solamente tomaba vino blanco, su piel comenzó a
ser más transparente cada día, y sin la camisa, se notaba nítidamente el corazón
bombeando la sangre en el pecho que parecía ser de vidrio.
Lo supimos llamar jocosamente en épocas escolares “El Licenciado Vidriera”, por
dar la casualidad que el profesor de Castellano de la Escuela Normal, el Sr.
Almeida, enseñaba las obras teatrales de Cervantes, de donde lo tomamos.
Todavía no murió, pero está a punto de viajar de este mundo para ir a manejar
el brillante carro del sol imprudentemente como otro Faetón11, por una cirrosis
galopante sin cura ni remedio, y cada día que pasa se vuelve más albino 12 que el
anterior.
El hablar sobre las cejas y las pestañas del hombre en éste Tratado, me impulsó
a recordar tan sin razón ni causa valedera al Licenciado Vidriera, mi viejo
amigo Miguel Capra que recuerdo con cariño.
Los pelos del interior de la nariz, sirven para filtrar de impurezas el aire que
respiramos, y vendría a ser como un tupido bosque de altísimos árboles de
pino, donde los microbios que se introducen por las fosas nasales si no chocan
con uno, chocan con otro, es decir se estrellan como contra una barrera de
contención infranqueable. Al ser la nariz hueca, participa en la respiración y en
el sentido del olfato, para lo que humedece y calienta el aire que penetra en su
interior, al tiempo que los pequeños pelos y la mucosidad actúan de filtro
eliminando las partículas y los microorganismos que tratan de introducirse
displicentemente. A veces, se forma en el interior un grueso, duro y pedregoso
moco del tamaño de una bolita de naftalina, que se hace difícil y doloroso de
sacar porque está adherido a dos o tres pelos internos de la nariz, y no hay otra
manera de lograr su extracción si no es con el dedo índice, preferentemente con
la uña larga, el cual dedo lucha denodadamente días enteros por agarrarlo, y el
moco se defiende de la misma manera yéndose para atrás, casi hasta esconderse
detrás de la cerviz.
Cuando por fin lo enganchamos y lo sacamos afuera, al desprenderse trae
consigo los pelos a los que estaba amarrado, que al ser arrancados por el
violento tirón nos hacen ver las estrellas del insoportable dolor, como si su
raíces estuviesen prendidas en el mismo ojete del culo.
11 Faetón, en la mitología griega, hijo de Helios, dios del sol, y de la ninfa Clímene. Eligió conducir
el carro del sol a través del cielo, que su padre le había prometido, pero tan imprudentemente que
Zeus lo mató con un rayo, cayendo a tierra cerca del río Po.
12 Juego de palabras: “albino” por “al vino”
El Tratado de los Pelos 57

Y eso es lo que me pasó una vez que pasando en vela la noche entera
escarbando la nariz para enganchar un enorme moco pétreo y rebelde, no lo
pude lograr, y antes de la madrugada me dormí profundamente del cansancio
que me produjo la lucha, como si fuese otro Jacob tomado de la pierna del
ángel.13
Al rayar el nuevo día me desperté sin acordarme del moco, y sin catar que por
causas ignoradas había salido fuera de la nariz con las manos en alto y un
pañuelo blanco en señal de rendición, yendo a quedar enredado entre los
tupidos bigotes que en aquélla época ufano yo lucía.
Urgente me vestí y arreglé para concurrir al Banco Nación donde tenía una cita
con el gerente por un crédito que solicité, a fin de construir para mi amada
esposa una modesta vivienda de dos plantas, con seis cuartos, dos baños, una
cocina grande, balcón, garaje, patio con quincho y pileta, y un pequeño jardín y
una alta verja delantera, que bueno es protegerse de la miseria cuando quiera
entrar.
Entro pues a la gerencia sin darme cuenta que el enorme moco, mi encarnizado
rival de la noche pasada colgaba a medio salir de la nariz entre los bigotes, lo
que seguramente causó gran repulsión al gerente, quien sin muchos papeleos
me otorgó el crédito solicitado aunque en una cantidad mucho menor, tan
exigua que apenas alcanzó para hacerme este ranchito de costaneros de pino
donde ahora vivo solo y abandonado de mi mujer, con un pozo ciego en los
fondos, techo de paja a la vista, puertas y ventanas de lonetas corredizas y piso
de tierra mejorado con bosta de vaca.
Un inodoro rajado, o mejor dicho la mitad de un inodoro que encontré
abandonado en un baldío minado de yuyos, lo asenté sobre el agujero del piso
de maderas del pozo ciego, atándolo con alambres, y de la comodidad que me
brinda, cago horas enteras leyendo las revistitas de los Testigos de Jehová con
las cuales después me limpio el culo.
Aunque varias veces volví al baldío cubierto de yuyos, no pude encontrar hasta
ahora la tapa de plástico que seguramente también tiraron junto con el inodoro.
De la transacción comercial del crédito bancario salí ganando, porque el gerente
por desligarse de mí y de mi asqueroso moco me lo otorgó a sola firma, la de él,
olvidándose de que yo estampara la mía en los documentos de la deuda, y
dando la orden de pago por ventanilla, pasé por ella llevándome el exiguo
préstamo en monedas de un peso, el cual jamás devolví ni aún con la amenaza
del banco de hacerme excomulgar con el mismísimo papa, que era su mayor
accionista.
O sea, que en su descuido y en su desprolijidad, y mayormente impelido por la
repulsión que le causaba mi gargajo nasal, me otorgó el crédito a su sola firma y
a moco tendido.
En la pubertad aparecen, en ambos sexos, pelos gruesos en axilas y pubis, y en
los hombres empieza a crecer en la parte superior del labio y la barbilla dando
origen a la barba, como así también asoman los incipientes bigotes.

13 Génesis 32; 24 “Así se quedó Jacob solo, y luchó con él un varón hasta que rayara el alba.”
58 El Tratado de los Pelos

De las barbas y de los bigotes, no tengo la más reputísima idea concreta para
qué sirven.
En algunos pececillos, como ser la ballena, las barbas le sirven al animalito para
atrapar mediante la filtración de las bocanadas de agua que expelen, millones
de minúsculas plantitas y bichitos que quedan atrapados entre ellas para luego
ser engullidos sin el agua con que vinieron; y en otros mamíferos, los bigotes le
sirven al animal para buscar las presas que serán sus alimentos, como en el gato
por ejemplo.
Esto de los bigotes lo tengo científicamente comprobado, pues cuando yo era
niño, con una tijera corté inocentemente todos los bigotes de un gato que era el
mimado de mi padre, y desde aquél día los ratones de la casa pasaban entre sus
patas sin que los detectara ni los descubriera, y hasta hubo uno más atrevido
que mientras el gato dormía la siesta le hizo un nudo marinero en la cola.
Un nudo hizo también mi viejo al final de su cinto de cuero repujado para
castigar mi inocente travesura, pues la casa se inundó de ratones, sin tener
miedo alguno de un gato que otrora fue feroz y despiadado, y que ahora
dormía plácidamente sobre los sillones esperando que lo llamaran a comer, que
quien de la mano ajena come el pan, come a la hora que se lo dan.
Pero en el hombre, si no es para hacer cosquillas a las mujeres en las partes
pudendas al chuparlas, no sé yo para qué otra cosa sirven los bigotes, aunque
tengo dos o tres amigos locutores que aún siendo desdentados igual mordieron
y tarascaron a su profesión, luciendo ante las cámaras y micrófonos un
descomunal mostacho que les tapa la tenebrosa boca desdentada cual si fuera
una caverna abandonada oculta en un bosque de pelos.

¡Qué bueno fuera poder ocultar, así como la falta de dientes tras los espesos bigotes,
nuestros bajos instintos y la maldad de nuestras intenciones detrás de una velluda piel
de cordero!

Menos aún sé de las funciones de los pelos del pecho, o de los hombros, y han
de ser los restos del total pelaje que cubrían a los hombres de las cavernas, que
al no tener ya la función protectora que antes tenían, protegerlo de las lluvias y
de las inclemencias del tiempo, al ser reemplazados primeramente por
modernas sombrillas hechas con grandes hojas de gomero y varillas de tacuara,
y después por gamulanes y pulóveres, van desapareciendo lenta y
paulatinamente, lo que implicará que siguiendo de esta manera, en treinta o
cuarenta millones de años más el hombre nacerá calvo y lampiño en su
totalidad. Sí sé de los pelos gruesos que salen en las axilas o sobacos, que al
enchastrarse con los líquidos emitidos por las glándulas sudoríparas nos llenan
de catinga y malos olores las mangas de las camisas y bajo el brazo, lo que tiene
su finalidad intrínseca.
Hay personas tan hediondas en las axilas que se acostumbran y lo tienen por
algo natural y corriente, sin lograr que los demás los soporten ni importarles
que nadie se les acerque, es decir, viven campantes y sonantes con estos
asquerosos olores aparentemente sin notarlos ni olerlos.
El Tratado de los Pelos 59

Según los libros revisados, los pelos de las axilas al empaparse de los sudores
del verano o de los esfuerzos de un trabajo, como el correr, palear o hachar,
generan una catinga sui géneris de cada persona y de cada raza, siendo los más
hediondos los polacos misioneros, los peones correntinos, los camioneros
rosarinos, los hacheros chaqueños y los estudiantes brasileños universitarios de
la Barceló. Pero tiene una válida explicación: dicen que en el reino animal, los
animales superiores al hombre como la hiena, el orangután, los perros y los
gorilas, los machos atraen a las hembras con los fétidos olores que despiden sus
axilas o sus orines.
Casi todas las transacciones sexuales de los animales se concretan por los malos
olores emanados, que al ser propios sirven de documento de identidad, pues
para intimidar y hacer amigos o enemigos, siempre se huelen unos con otros el
culo y las bolas, como bien se ve en perros callejeros. Las machos que más
cogen a las hembras de una manada de hienas son los que mayores olores
nauseabundos portan bajo el brazo, y se ríen de aquéllos pajeros delicados que
por las tardes van a los arroyos a lavarse las axilas con agua y jabón.
Entre los monos y orangutanes, común es verlos rascándose las costras de las
bolas hedientas de malos olores, meando por todos lados, o rascarse las axilas, o
golpeándose fuertemente el pecho en llamamientos amorosos a la hembra
amada que acude presurosa a su fétido reclamo de amor platónico.
Y en el hombre ocurre lo mismo, según yo he podido comprobar muchas veces
en los corsos o en los festivales chamameceros repletos de público, viendo con
envidia que en un lugar apartado o bajo la oscuridad de un árbol, un negro de
axilas hediondas abrazado y a los besos con otra negra tan roñosa y tan
enamorada como él.
Yo, por más roñoso que sea bajo el brazo, jamás pude tener rendida a una mujer
a mis pies, y si alguna vez la tuve, huyó del olor a queso que tenían.
Los pelos de la pelvis y de las bolas sí que sirven para algo, por lo menos en los
hombres, porque impiden que al caminar las bolas y el picho se lastimen entre
ellos, sirviendo de suave y blondo colchón protector.
Imaginad por ejemplo a un rengo al que le robaran de improviso su billetera y
que el ladrón huyera como una liebre entre el mundo de gente de una peatonal,
si lo persiguiera corriendo, al tener una pierna más corta que la otra, reventaría
sus bolas en la corrida por los terribles golpazos que se darían entre ellas en el
vaivén.
Del balanceo del cuerpo de un rengo al caminar, cuando uno anda de un lado a
otro haciendo trámites municipales, judiciales, bancarios o en el hospital, yendo
de oficina en oficina sin que nadie solucione un simple sellito a una solicitud o
permiso, es de donde nació el refrán: “Ando de un lado a otro como bolas de rengo”
para significar que anda desorientado y atareado con infinitas ocupaciones.
Digo además que los pelos de las bolas y del pubis son los lugares perfectos
para la guarida de las ladillas y piojos, que a modo de referencia ya antes te
conté lo que me pasó cuando me contagiara de dichos insectos en el prólogo de
este libro, que a decir verdad, en los primeros ensayos que hice al escribirlo iba
justo en éste lugar y no al principio.
60 El Tratado de los Pelos

La razón de no estar en éste lugar preciso, fue que habiendo escrito la totalidad
del “Tratado de los Pelos” y “El Provecho de los Porotos” al cabo de dos años
de arduo trabajo, una empleada medio pelotuda que tengo, quemó todos los
papeles escritos de la obra, casi doscientas hojas, junto con los higiénicos usados
del baño, sin saber diferenciarlos unos de otros.
Tuve que ocupar otro tiempo igual para volver a renacer ésta magna obra.
¿Pero alguno de ustedes me podría decir para qué sirven los pelos del culo?
¿Para trazar una raya marrón en los fundillos de calzoncillos y bombachas?
¿Para que se formen periódicamente una bolita, o varias a un mismo tiempo, de
caca dura y pedregosa entre los pelos del ojete, que al sentarnos en un banco de
la plaza pareciera que estamos sentados sobre una cantera de piedras?
Dicen que los pelos del culo están allí para proteger el ojete y a su vez para que
no se paspen los cachetes de las nalgas al caminar.
Que impidan que se paspen las nalgas parece ser cierto, pero que protejan la
integridad del ojete no lo creo mucho, y es en mi opinión y la de la mayoría de
los científicos de quienes leyera éstos datos ser totalmente falso, porque se han
visto a muchos putos que teniendo el culo cubierto de pelos, igual se los
rompieron sin protección ni compasión alguna.
Es más, personalmente he visto muchas mujeres que sin tener pelo alguno en el
culo, igual los tenían desvirolados y con un agujero tan grande como un cráter.
Periódicamente, por ser peludo y un poco sucio, a mí se me forma un bodoque
de caca justo en la zanja del culo que se vuelve como una piedra después de
una semana sin bañarme, y al caminar me molesta grandemente pues a las tres
cuadras se me hace que llevo una aceituna colgada del ojete.
Entonces me desnudo ante un espejo mirando mi culo para saber la ubicación
en que se encuentra, hasta agarrarlo fuertemente con una mano mientras que
con la otra y una hoja de afeitar nueva lo rasuro limpiamente como si fuese un
quiste sebáceo, o mejor fuera decir cacáceo.
Otras veces, arranco la piedra de un violento tirón que me hace ver las estrellas
del dolor que produce, pues se desprende junto con varios pelos a los que está
adherido y cuyas raíces parecieran estar prendidas del interior de la nariz, por
el sufrimiento insoportable que produce a lo largo y ancho del cuerpo al ser
arrancados.
Arrancarse violentamente un pelo del culo es similar a recibir una descarga
eléctrica de cinco mil voltios entrando por la cabeza y saliendo por los pies, que
nos paraliza y fulmina instantáneamente.
Y ahora que me acuerdo, déjame contarte en el siguiente Tratado cómo los
putos paren hijos por el culo, a veces con cesáreas, cosa de admirar y que les
causa un gran dolor, y calza como pintiparado para probar los anteriores y
sufridos comentarios.

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El Tratado de los Pelos 61

TRATADO SÉPTIMO

De la singular manera con que los putos paren sus hijos y del final
que se da a la obra.

Los putos, aunque sea una vez en su vida, quieren tener la experiencia
maravillosa y la sensación inolvidable de traer un hijo al mundo, y como no se
preñan por mas pijazos que reciban, pescan de las sucias zanjas o cunetas, o de
los podridos arroyos estancados, uno de estos pescados llamados “cascarudos”,
que son verdosos por sucios, que comen mierda, feos, inquietos y minados de
espinas por dentro y por fuera, procurando que no pase a mejor vida.
Si el puto es rico y pudiente, ya sea estilista, modisto, travesti de la televisión o
peluquero famoso, lo cría dentro de una pecera de vidrio puesta sobre una
delicada mesita de madera con patitas torneadas, cuyo lecho marino de arenas,
piedritas y diminutas plantitas semejan el fondo del mar, en medio de delicadas
luces de colores, donde reposa un diminuto cofre de pirata cuya puertita se abre
y se cierra dejando salir incontables burbujitas inquietas y brillosas de oxígeno,
que le envía una disimulada manguerita transparente por donde pasa el vital
elemento, en cuyo ambiente el “cascarudo” se cría plácidamente a sus anchas,
alimentado con presitas de pollos, jamones ahumados y fetitas de cerdo a la
vinagreta que su dueño le ofrece cariñosamente.
Si el puto es pobre y además feo, sin dientes y culo de poco valor, y vive aún en
casa de sus padres, que no lo pueden echar aun habiendo cumplido ya los
cuarenta años, o en una miserable pensión que paga con el sueldo de empleado
municipal o mozo de confitería, cría el “cascarudo” en una harapienta
palangana, con un inflador de bicicleta que le provee de oxígeno, dándole los
restitos de mortadelas y picadillos que el futuro parturiento come por única vez
en los mediodías.
Cuando el susodicho asqueroso pescado adquiere el largor de unos veinte
centímetros, o más, se vuelve inquieto y atrevido porque no se acostumbra al
encierro, ni al agua limpia, ni a las delicadas comidas, y como en las inmundas
zanjas donde vivía introducía su pico dentro del fango y del barro buscando
soretes para comer, extrañando esa divina libertad de ser sucio por decisión
propia, su carácter se vuelve rebelde y agresivo deseando volver a la amada
hierba, perdón, a la amada mierda donde naciera.
Es como se suele decir de las mujeres que teniendo madre y abuelas putas, ellas
se inclinan a la misma profesión de sus ancestros, y dice la gente: “la cabra tira
para el monte”. El puto, ya sea el rico o el pobre, bulle de excitación y esperanzas
de que llegue el momento en que por fin traerá un nuevo ser al mundo, y
desnudándose completamente, toma al pescado con una mano y se lo introduce
delicadamente por el agujero del culo, por la cabeza, y como éste animalito
tiene la particularidad de esconderse en el fango y entre la mierda, se abre paso
hasta perderse totalmente dentro de la madre que lo va a parir, hasta quedar
trancado en la primera curva del colon, medio metro más al fondo.
Ahí, comienzan los dolores del parto.
62 El Tratado de los Pelos

Hace entonces el puto ingentes esfuerzos como para cagar, pues ya siente las
primeras contracciones del embarazo dentro de sus intestinos, que en realidad
son los zapateos y torsiones del “cascarudo”, pero todavía no viene el hijo
amado, sino uno que otro pedacito de caca putrefacta, adosado con olorosos
pedos. Adentro, el cascarudo que no es puto como su madre, no quiere recular
ni avanzar hacia atrás, y por consiguiente abre sus aletas y escamas para no ser
desalojado, lo que produce al trolo profundos dolores de parto, a veces con
heridas sangrantes que complican el alumbramiento, con alto riesgo de que
deba ser trasladado a un hospital para que se le practique un largo goteo o una
cesárea por el orto. El parturiento hace nuevos e ingentes esfuerzos como para
defecar, como si estuviese trancado con guayabas, y entre uno y otro pedo que
se le escapa, va saliendo la cola tinta en sangre de su anhelado e ictícolo hijo.
El parto es un choque de fuerzas contrapuestas pues el pescado lucha
denodadamente para introducirse más profundamente en el ojete y el
parturiento hace esfuerzos para expulsarlo al exterior, como si de un sorete
rebelde o de un pedo díscolo se tratara. A veces la lucha dura una noche entera
al ser un parto difícil, similar a la que relaté del moco y el dedo, hasta que
finalmente el pez cae en el suelo en medio de una costra de soretes hediondos,
que vendría a ser la envoltura embrionaria, y el puto, embargado por la
emoción de parir un hijo, lo levanta en sus brazos, lo arrulla en su pecho, le
brinda delicados besitos en las mejillitas, le peina las escamitas y finalmente
entre lágrimas y llantos de felicidad, exclama:
- ¡Amado hijo de mi alma!- y agradece a Dios el feliz alumbramiento.
Me olvidaba decirte que el puto rico, antes del parto generalmente se compra
un camisón floreado, una delicada pantufla para pasear a su hijo mientras
duerme en sus brazos sin que lo despierten sus pasos, junto con un corpiño de
talle grande al cual hace dos pequeños agujeritos en donde van los pezones, y
se lo pone lleno de lombrices bañadas y perfumadas, que al salir por el agujero,
son sorbidas y engullidas por el amado hijo que sostiene entre sus brazos.
Lombriz que asoma la cabeza por el agujero del corpiño, lombriz que
amamanta al cascarudo. Mucha felicidad trae al trolo alimentar a su hijo,
aunque a veces no se prende de la teta y se ve en la necesidad de prepararle una
mamadera llena de lombrices hervidas convenientemente para no trastornar su
delicado estómago, lo que controla dejando salir una sobre el reverso de la
mano, para catar su temperatura. El puto pobre pare sobre diarios viejos, en la
más absoluta miseria, y una vez que da a luz, tira despiadadamente a su hijo
por el inodoro, como hacen algunas mujeres solteras cuando abortan después
de uno o dos meses de gestación, para evitar como ellas caer en las malas
lenguas del vecindario, y mayormente porque el trolo no tiene los medios ni el
tiempo necesario para criar niños. Algunos putos, para tener la sensación de
cortar con los dientes la bolsa, antes de parir colocan al cascarudo dentro de un
condón rosado para dar la sensación de ser una piel, y al salir el hijo con este
envase maltrecho y desgarrado como su culo, delicadamente lo corta con los
dientes y lo libera, y el anillo de goma que tiene al final del preservativo lo
toman por el cordón umbilical que unía a la madre con el hijo.
El Tratado de los Pelos 63

Pero decidme, ¿para qué carajos puse yo el alumbramiento de los putos, cosa
tonta e innecesaria, en una obra científica que trata de la evolución o el
atrofiamiento de los pelos que el hombre tiene en el cuerpo? ¿Dó se vio una
cesárea practicada por el culo? ¿Por qué me entretengo en cosas baladíes que el
lector no espera, reclamando seguramente cosas de más importancia dentro del
esquema cultural de esta magnánima obra? ¿Quién me mete a relatar éstas
cosas intrascendentes? Oh, genio, ¿por qué no caminas rectamente sin
entretenerte en el camino como otro Dante en los infiernos, pasando por
terrenos baldíos y páramos infructuosos?
Te diré la causa del contar el anterior alumbramiento: como antes estábamos
hablando de lo doloroso que son los pelos arrancados del culo, quise advertirte
de cuánto sufriríais si tuvieseis que sacar un cascarudo escamoso y espinoso de
tu ojete, y por quitarte de ése peligro, fue lo que diera ocasión de escribir este
intrascendente hecho parturiento. Os pido mil disculpas, y prometo seguir el
Tratado seriamente sin adosarle historias o relatos tontos y baladíes.
Tampoco tengo la más remota idea para qué sirven los pelos de las piernas, si
no es para ponernos los varones los pantalones largos a los doce años por no
pasar como grandulones boludos, y en las mujeres para usar cremas
depiladoras y hojas de afeitar, aunque mujeres evangelistas hay que quedan
unas monas pues sus pastores, vaya uno a saber por qué, les prohíben afeitarse
las extremidades para supuestamente ganar el cielo.
Me olvidaba decir que los pelos internos de los oídos tienen un importancia
fundamental en el cuerpo, pues junto con la cera del interior forman como una
ciénaga o pantano donde quedan presos y empantanados todos los microbios y
bichos que puedan ingresar por el pabellón auditivo externo, que es una
formación cutánea con esqueleto cartilaginoso situada a ambos lados de la
cabeza, por detrás de la articulación temporomandibular y cuya forma, tamaño
y posición son muy variables, y su geometría especial mejora la percepción
auditiva en intensidad, tono, timbre y localización de la fuente sonora.
O sea, las orejas, pelotudo.
La oreja humana presenta el orificio auditivo externo en el fondo de una
cavidad llamada concha, que como todas las conchas, también es olorosa y
peluda. Si los microbios externos se introducen por dicho túnel, pueden pasar
los primeros pelos, pero llegando más al fondo donde están combinados con la
cera que produce el oído, ni por más que sea un ciempiés o una araña de ocho
patas se escapa de quedar prisionera resbalando en la susodicha ciénaga pilosa,
donde mueren empantanados al cabo de varios días.
Y para que veas la importancia que tienen los pelos y la cera como protectores
de los ataques externos, te contaré lo que le pasó a una vieja chota vecina mía,
que una noche muy calurosa de verano, por cortarse la luz y quedar sin
ventilador, no tuvo otra mejor idea que acostarse en el suelo pelado buscando
su fresco, y sin que se diera cuenta ni notarlo, entró por su oreja una enorme
cucaracha atraída seguramente por el olor a cera y a culo que tenía la vieja, lo
que días después hizo que sintiera profundos dolores dentro del oído y quedara
sorda de un lado.
64 El Tratado de los Pelos

Anduvo la vieja sufriendo y quejándose una semana entera sin que los dolores
se fueran o apaciguaran por más remedios caseros que se metiera o conjuros
que hiciera con el diablo.
Como ella es medio curandera con título habilitante, llamó a dos o tres colegas
de profesión para que le aliviaran del dolor, y tampoco lo consiguieron por más
aceites calientes, humos de cigarros, aceitunas asadas y orines de sapos que le
introdujeran en el oído enfermo, quedando como consecuencia de dichos
remedios sorda también del sano, hasta que cansada de sufrir concurrió al
hospital donde le hicieron una lavativa de oído que sacó en medio de una
cremosa y repulsiva sopa amarillenta las alas, la cabeza, alguna que otra pata y
las antenas de la susodicha cucaracha.
Esta vieja de mierda jamás recuperó su audición y aún hoy hay que gritarle alto
para que escuche la terminación de una palabra, pero gracias a Dios y a María
Santísima nunca más volvió a dormir en el suelo por más calor que haga o se
corte la luz.
Y yo, no teniendo más pelos que peinar, seguidamente daré fin a éste Tratado
no sin antes ponerte sobre aviso que luego editaré otro sobre la “Vida sexual de la
Lombriz Solitaria”, que ya lo tengo medio terminado, o medio empezado, porque
seguramente tú también querrás saber qué es de la vida de estos animalitos que
viven tristes y solitarios pegados a la pared de nuestros estómagos, robándonos
los alimentos dulces que comemos antes de digerirlos y a veces mandándonos a
una muerte segura.
De solo nombrar a este animalito de Dios, que es un parásito del hombre, viene
a mi memoria lo que le pasó a otra vecina mía gorda, hercúlea y culona llamada
Monino que por muchos años sufrió incontenibles deseos de comer azúcar y
caramelos, sin que los médicos pudieran sacar de su estómago una angurrienta
lombriz solitaria que era la culpable de sus deseos.
Mucha plata gastó en remedios, inyecciones y pastillas, y no logró más que
despedir trozos de diez o quince centímetros de la lombriz junto con su fétida
caca, y poníase contenta por el éxito, pero una semana después volvía a tener
ganas incontenibles de comer caramelos y azúcar con más ambición, lo que
volvía a deprimirla profundamente.
Comía con una cuchara una bolsita de un kilo de azúcar por día, lo que le hacía
engordar estrepitosamente, y dormía por las noches chupando un caramelo
puesto en la boca porque era fea, gorda y soltera.
Quiero decir que no tenía otra cosa para chupar.
Cansada de los médicos, consultó con un veterinario vecino que le suministró
unas pastillas dulces con un poderoso veneno para la lombriz, pero
supuestamente inofensiva para ella.
Le aseguró que en el campo, los ganaderos desparasitaban vacas y caballos con
esas píldoras. Tomó pues una pastilla y nada, dos, y se sintió mareada, tres, y
cayó en cama en estado comatoso por casi una semana, y si cuarteara el
remedio seguramente hoy estaría descansando en el camposanto.
Todo el barrio pensó que se moría sin duda alguna y que en horas más cagaría
fuego por tomar remedios de animales.
El Tratado de los Pelos 65

Por hinchársele mucho la panza creyó el barrio que explotaría, y aconsejaron los
doctores y los vecinos, que si tenía vientos los pedara, que eso sería bueno para
su salud, que en soltar los pedos estaba el tenerla, y un vecino relojero muy
instruído le argumentó que no los detenga, y que ya por esto Claudio César,
emperador romano, promulgó un edicto mandando a todos, bajo pena de
muerte, que (aunque estuviesen comiendo con él) no detuviesen los pedos,
conociendo lo importante que era para la salud, aunque otros dijeron que lo
había hecho por el gran respeto que se debía tener por el señor ojete.
Pero, ¡oh, sorpresa! cuando vino el obispo Santiago a darle la extremaunción, la
paciente se rajó un soberano pedo que expulsó junto con una maloliente diarrea
una lombriz de… ¡diez y ocho metros de largor!
Si bien por el culo nunca le entrara nada por ser virgen, ni siquiera una solitaria
verga de escasos centímetros, o una gruesa zanahoria, por lo menos tuvo la
satisfacción de que le saliera por el orto una larga y fina lombriz solitaria de
diez y ocho metros.
El obispo, con parte de la diarrea en su sotana, escapó del cuarto no sin antes
darle la excomunión definitiva de la iglesia católica, por puerca e hedionda.
Después de este parto anodino, se sanó perfectamente y hoy vive feliz y
contenta, gracias a Dios.
Eso sí, por tomar remedios de caballos y vacas, variaron sus costumbres
morfológicas y hoy en día come ricas ensaladas de lechugas, tomates y
zanahorias, mezcladas con mucha alfalfa y con un poco de maíz y avena.
También mandó a construir en los fondos de su casa un pequeño corral donde
duerme por las noches rumiando pastos y mugiendo como una vaca, y sus
parientes le ordeñan una vez por semana pues sus tetas se inflan
extremadamente de la leche que ahora produce.
A veces, cuando sus zapatos están gastados, llora y se deprime pidiendo que
venga un herrero a colocarle herraduras nuevas en sus pezuñas.
Pero, la lombriz solitaria… ¿por qué es solitaria?
¿Quién es su esposo? ¿Por qué no forma una familia ni se casa nunca? ¿Con
quién coge y cómo satisface sus deseos sexuales, si los tiene?
Todos estos profundos misterios los dilucidarás y aprenderás ni bien termine
las investigaciones que estoy haciendo para ti sobre este simpático parásito y
tengas en tus manos el “Tratado sobre la Vida Sexual de la Lombriz Solitaria”, que
ya lo tengo empezado, como te dije.
Y otro Tratado que está próximo a salir para tu beneficio y correcta instrucción
es la “Vida sexual de la Avispa Solitaria”, que es aquélla avispita flacucha y
hambreada que hace un nidito de barro en lo alto de un muro, lejos del alcance
del hombre, el cual divide en dos cuartos tapiados con una pared medianera de
quince, con revoque fino, y en el primer cuarto, o sea el del fondo, encierra
moscas, arañas y hormigas vivas y paralizadas con su veneno, y en el otro de
adelante, media docena de huevos con sus amadas crías que en el futuro
alegrarán su existencia de madre primorosa y dedicada.
Hecho esto cierra la puerta de entrada herméticamente y se va a la puta, sin
importarle un carajo de su prole.
66 El Tratado de los Pelos

Pasado unos días, salen a través de unos agujeritos que hacen con el pico, las
crías flacuchas y endebles similares a su madre, mientras que en el otro cuarto
tapiado yacen los esqueletos pelados de los animalitos que por ósmosis
alimentaron con sus carnes y cerebros a los hijos de la susodicha avispa
solitaria. Cada uno de éstos se raja sin siquiera despedirse de sus hermanos de
sangre, ni tampoco se dan un triste adiós o deseos de una vida próspera y feliz
con un fuerte apretón de manos y se ignoran unos con otros como si no
hubiesen salido todos de la misma concha. Lo lindo del caso es que a la madre
no se le conoce macho ni marido, no bebe, no fuma ni sale por las noches, lo que
lleva al estudioso inquirir, ¿con quién coge? ¿Es casada o madre soltera? ¿Por
qué sus hijos se van a la puta sin siquiera trabar una amistad duradera entre
hermanos, como hacen muchos humanos? Créase o no, al año siguiente la
misma avispa solitaria vuelve al lugar abandonado, repara nuevamente su casa,
limpia los cuartos arrojando afuera los cadáveres de la despensa, y repite la
misma operación anterior, es decir vuelve a cazar pequeños animalitos que
paraliza con su veneno y deja en el primer cuarto, levanta con barro la pared
medianera, deposita sus huevos en el cuarto que da a la calle, cierra la puerta y
se va sin que nadie sepa a dónde. Indudablemente, tiene que hacer una doble
vida, seguramente viviendo con su marido en otra casa, guampeándolo con
otros machos, y para que no se enoje ni la descubra, deja los hijos
extramatrimoniales abandonados a su destino como hacen muchas mujeres de
nuestra especie. De manera que me tomé el arduo trabajo de investigar a ambos
animalitos para poder instruirte al igual que con este Tratado de los Pelos que
ya termino. Es más, tengo en mi laboratorio para mejor estudiarlos, un ejemplar
vivo de los citados animalitos, observándolos con una potente lupa para
descubrir sus costumbres e inclinaciones, las cuales observaciones anoto en un
tosco borrador que con el tiempo servirá de base para desarrollar
fehacientemente los dos Tratados prometidos, que será en breve, porque la
lombriz me morfa un kilo de azúcar por día, y la avispa hace ingentes esfuerzos
para cortar el hilo de coser al cual la tengo atada de la pata a la mesa de
investigaciones.
Digo por último que todo esto relatado más arriba, es lo que yo sé sobre los
pelos, y algo más que seguramente quedó en el tintero, recogido en intensas
lecturas de diversos libros y vademécum que hurgué, rastrillé e investigué por
largos años en las bibliotecas públicas, en los archivos de hospitales y en los
basureros municipales, para brindarte humildemente este Tratado de los Pelos
que te hará seguramente tan sabio y docto como yo sin que tengas que pasar
por mis mismas penurias y trabajos, pero te prometo que si me acordara algo
más sobre el tema, urgente lo ampliaré en una nueva edición o te lo haré saber
personalmente en tu casa, que para mí no es ninguna molestia.

Dios te guarde.

Fin del Tratado de los Pelos


El Tratado de los Pelos 67

OPINIÓN LITERARIA MUY CALIFICADA SOBRE EL TRATADO DE LOS


PELOS POR UN PROFESIONAL DOCTO EN LA MATERIA

Gracias demos a Dios que dio a nuestro pueblo de Santo Tomé un sublime
escritor al que fácil entendemos por lo ameno y alegre de su estilo y por ser
veraz y directo en los relatos con que nos instruye sobre cosas que ignorábamos
o que teníamos olvidadas, ya que en un castellano entendible, sencillo y
llevadero nos cuenta, por ejemplo, que Sarmiento le daba duro a las maestras a
su cargo y también al portero trolo, que a Irigoyen le gustaban las pendejas de
la primaria perdiendo la cabeza por ellas en los finales de su gobierno, y que
Güemes formó su propio ejército con los hijos que engendraba con santiagueñas
y salteñas, como así también las sensaciones sexuales maravillosas que pasó con
su empleada cuando ésta le chupaba el culo, las dos lunas que tiene Marte, para
qué sirven los pelos de las axilas, cómo los monos nuestros abuelos se bajaron
de los árboles por primera vez para comer un mamut asado, e infinitas historias
y sapiencias que solamente un hombre culto puede atesorar dentro de su
cabeza y trasmitirlas al atento senado.
¡Yo jamás supe en mi vida, pasando ya los sesenta años, cómo los putos parían
hijos tan naturalmente, y hoy gracias a este magnífico escritor, orgullo de
nuestro pueblo, ya lo sé!
¡Qué temas tan interesantes y con qué educación y soltura los toca!
¡Con razón se agotan los diarios cuando publica algún artículo sobre
antropología, demótica egipcia, lenguas muertas, festivales chamameceros,
trucos gallitos o comparsas carnestolendas, que de todo sabe y entiende!
¡A quién sino a él se le podría ocurrir hacer un Tratado meticuloso de los pelos
que el hombre tiene en el cuerpo, mezclados conjuntamente con los de los
animales primitivos, camellos, orangutanes, hienas y negros hediondos!
Dios quiera que no se vaya nunca del pueblo, como piensa, y que le brindemos
la honra que se merece por engrandecer y elevar hasta la cúspide universal
nuestro idioma castellano, con un estilo tan particular, ameno y atractivo que
nos impele a leer su obra hoja por hoja, sin saltear ninguna, aunque no
perdiéramos nada en hacerlo.
Personalmente espero impaciente que edite los Tratados de la lombriz y de la
avispa solitaria que promete, procurando tener el honor de ser el primero en
comprárselos.
¡Fijaos qué valiente y osado es al meterse en temas tan intrincados y difíciles de
averiguar!
Decidido estoy a solicitar a nuestro Honorable Concejo Deliberante, junto con
otros vecinos de Santo Tomé, una resolución nombrándole ciudadano ilustre
del pueblo, como a Marta Soto la Vieja, con un humilde sueldo que le permita
comer, y que sus escritos se usen desde los jardines de infantes, en las escuelas
primarias y secundarias, para aprendizaje y el uso correcto de nuestra Lengua
Castellana, que en su magnífica pluma se hace entendible y accesible hasta para
el indocto analfabeto, por la gracia y certeza de los términos justos que ocupa.
68 El Tratado de los Pelos

Estamos podridos de poesías de elevadísimos vocablos que no los entiende ni


Magoya, o de largas novelas insustanciales que ocupan tres tomos para relatar
la aburrida historia de una familia que a nadie importa ni interesa, como en
“Hombres del silencio” de la escritora Reneé Soto del Castillo, la que escribiera
además los pesados relatos religiosos introducidos, en hora mala, en “El
Imperio de las Vírgenes” por el autor del libro, don Arturo Beresi, un ignorado
y alicaído escritor de nuestras tierras.
¿Y qué es eso de “El Pájaro Malherido”, la mayor obra literaria dada por una
pluma local que relata los pormenores de un inmundo prostíbulo al cual
concurrían en las madrugadas el comisario, el juez de paz, el obispo y personas
de alta alcurnia a que las prostitutas les estiraran el fideo, o para
desaguacharlos, escrito precisamente por su regente un tal González?
¿Son por casualidad estas tonterías y bajezas alta cultura y elevada educación?
¿Nada mejor hay que libros y poesías necias en manos de los santotomeños?
¡Qué bueno y beneficioso sería en cambio que nuestros jóvenes se nutriesen de
la sapiencia de éste autor que obligado por la indiferencia pueblerina tuvo que
volverse anónimo, para que al leerlo adquieran una correcta escritura como la
que ocupa y ejemplariza!
Así también moveré influencias para que este Tratado de los Pelos se use y
saque frutos en las eras de la Facultad Barceló de Medicina, como materia y
lectura obligatoria imprescindible que hará que los jóvenes médicos que vayan
egresando sean más sabios y avispados, juntamente con el siguiente relato de
“El Provecho de los Porotos” que trata de los mecanismos de la digestión de las
comidas, cosas que el autor sacó a hurtadillas de los libros de su hijo que
estudia en la susodicha Facultad, persiguiendo el título de médico que lo
habilite para mandar a muchos a la sepultura.

Peluquero “El paraguayito”


Cortes a la americana, Luis XVI y al bacín.
Se afeitan jetas largas.
Se depilan conchas cortas.
Brushing. Teñidos
Anexo manicura y casa de empeño.
“El Provecho de los Porotos”
Anónimo
(Con licencia de la Real Academia Española)
El Provecho de los Porotos 71

DE CÓMO ME EMPACHÉ POR COMER UNOS POROTOS PODRIDOS


QUE ME REGALARAN, CON SUS PENURIAS Y SUFRIMIENTOS POR
UNA SEMANA ENTERA, HASTA DERRAMAR UNA BRUTAL DIARREA
EN UN PAÍS VECINO:

Déjame decirte, buen amigo, que hace muchos años no almuerzo otra cosa que
unas presitas de pollo asadas sin otro condimento alguno que una pizca de sal,
por dos o tres razones: primero, porque soy pudiente y puedo darme esos lujos;
segundo porque no nací con la virtud de saber cocinar exquisitos manjares, y en
esta materia no sé más allá que fritar un huevo o hervir una mandioca; y
tercero, porque no me interesa mínimamente el arte culinario como a otros que
yendo a una ferretería o a un supermercado, en lo primero que echan la vista es
en buscar ollas y cacerolas; y así, no sabiendo otra mejor receta ni tener tiempo
para perder, compro todos los días de “La Bomba” dos o tres presitas de pollo,
muslos o alitas, y las pongo en un instrumento culinario cuyo nombre ignoro,
que es un gran plato enlozado con un agujero en el medio por donde pasa la
llama de la hornalla, y sobre éste otro del mismo tamaño lleno de pequeños
agujeros por donde se escurren las grasas de las presas que descansan encima, y
cubriéndolo todo, una gran palangana puesta al revés que no permite que el
calor se escape mientras se asan.
Esta susodicha tapa o palangana es enlozada y tiene un manguito de madera
tan minúsculo que es imposible agarrarlo sin quemarse los dedos, y todo el
aparato descripto se pone sobre la llama de una de las hornallas de la cocina
con cuyo calor atrapado dentro asa lentamente las referidas presas.
Vendría a ser, a lo que imagino, algo así como un horno portátil.
¿Qué más puedo decirte? Si supiese el nombre de éste instrumento culinario te
lo diría y me ahorraría mucho en palabras, que necedad es decir en muchas lo
que bien pudiera decirse en pocas, y creo que para detallártelo minuciosamente
ya me rompí suficientemente el culo, así que si no lo ubicas ni lo conoces, no sé
que más pueda hacer si no es invitarte que vengas a mi casa a verlo, que no
puedes desconocer el nombre de una cosa tan sencilla y necesaria para la
cocina. No existen en mi mobiliario cacerolas, tarteras, marmitas, budineras,
cucharones ni ralladores, porque viviendo solo no sé qué ocupación les daría si
no otra que exhibirlos colgados de un clavito en la pared.
Tengo sí una tabla de picar carne, un cuchillo grande, un tenedor, una cucharita
minúscula para endulzar el café y un vaso de metal, y en el fondo de la alacena,
cubierto de tierra y polvo, un recipiente de cinco litros que recibe el nombre de
olla de presión, me dijeron, que no es mía, ya que cierta vez me lo trajo una
vieja para que le arreglase el pitito que tiene en su tapa sin que jamás la retirara
por morirse antes, y que yo nunca uso porque no sé ni para qué sirve, y sólo lo
nombro porque esta vez tiene una importancia fundamental en el presente
relato. Compro, pues, cada mediodía una o dos presitas de pollo que van a
parar indefectiblemente al horno portátil briznadas con un poquito de sal, y de
ahí, una hora después, a mi avaricioso buche que jamás se cansó ni rechazó
tales sabrosos y repetitivos bocados.
72 El Provecho de los Porotos

Y aunque dicen que un manjar de continuo presto quita el apetito, años ha que
vengo comiendo pollos sin hartarme, pues su preparación no necesita de
muchos cuidados, y no gasto otra cosa que un poquito de sal, y de tanto
repetirlo día tras día, en vez de pelos tengo plumas en el culo, y si por acaso me
tiro un pedo, se me cae un huevo al suelo.
No encontrarás en mi casa mayonesas, limones, azafrán, canelas, tomates ni
lechugas o aderezos picantes, ni siquiera esos condimentos que vienen dentro
de una botellita con agua o aceite.
No sé lo que son palmitos, ajíes ni escabeches, y solo los nombro porque oigo
que muchos lo piden en las colas de los supermercados.
Cierto es también que a veces, por no haber pollo, cambio el menú por dos o
tres chorizos que tardan menos tiempo en su cocción que las presas, que al
venir tan congeladas, del agua que despiden cuando las aso, me apagan
constantemente la hornalla.
Siempre oí decir que el pollo, comiéndolo seguido, ahíta, repulsa y empalaga, y
ha de ser cierto, ya que tengo por comprobado que los que faenan estos
animales jamás lo comen por el rechazo que les producen sus estómagos el estar
todo el día tocándolos y la nariz sufriendo el olor propio que despiden, pero yo,
que puedo comer una piedra con dulce de leche sin ninguna molestia, hace más
de veinte años que almuerzo diariamente pollos sin que me harten, hastíen ni
cansen.
Es más, cada día los encuentro más ricos y más sabrosos, quizá por hacerlos
bien dorados y crocantes, que lo que repulsa es el olor sui generis que tiene, y de
esta forma, casi quemado a punto de carbón, porque no soy de mucho vigilar la
cocción, se pierde.
Este mismo proceder diario por muchos años, ha producido una
transformación profunda en mi carácter y en mi forma de ser, y si antes me
gustaba coger mujeres, ahora mi debilidad es vivir feliz y contento dentro de un
gallinero persiguiendo gallinas, y en los corsos más me entretengo mirando las
plumas de los espaldares antes que las piernas de las hermosas mujeres que
bailan sobre las carrozas, y si entro a un supermercado, siempre vengo a dar en
los estantes donde están las bolsas de alimentos balanceados o en las plantillas
de los huevos caseros por los cuales siento gran cariño y compasión al colegir el
triste destino que les espera de perecer fritos en una sartén o hervidos en una
olla. Por alguna razón extraña e incomprensible siempre suelo tener en mis
bolsillos un puñado de maíz, que constantemente mastico y los engullo de uno
en uno sin que nadie lo descubra ni se dé cuenta.
También mis costumbres personales de vida cambiaron, pues llegado el
atardecer me acuesto muy temprano, mejor dicho me siento sobre la cama con
la cabeza metida bajo un brazo a esperar el sueño, y por los amaneceres me dan
infinitas ganas de cacarear y aletear los brazos anunciando la llegada del nuevo
día. Sin que los vecinos lo sepan, compré una docena de gallinas gordas de
doble pechuga que duermen conmigo en mi cama, y al amanecer saliendo el
sol, en fugaces romances las penetro una por una entre besos piquitos y plumas
de algodón.
El Provecho de los Porotos 73

Eso sí, me cagan sobre las sábanas, pero a ellas les gusta vivir conmigo porque
son muy fieles y monógamas dentro de nuestro matrimonio.
Tengo además infinito miedo a los animales que atacan los gallineros,
comadrejas, zorros, y lechuzas y viendo de lejos a un perro huyo a los saltitos
por miedo a que me arranque las plumas a mordiscones.
Pero he aquí que un sábado al mediodía, siguiendo la rutina descripta, puse tres
muslos congelados sobre las hornallas en el momento justo que sonó el timbre
de mi puerta, y desde ella sentí que me llamaban a los gritos por mi nombre.
La abro presuroso y me encuentro con mi buen vecino el concejal Lucas, el hijo
del pastor Velásquez, que gentilmente me explicó que la iglesia que dirige su
padre había cumplido días atrás su aniversario número cuarenta o
cuatrocientos, que no estoy muy seguro, y para festejarlo se realizó una gran
fiesta en la cual se sirvió un exquisito poroto negro con carne a todos los fieles.
Se hicieron para los hermanos en Cristo seis ollas de cincuenta litros cada una, y
aún siendo muchísima la gente que concurrió sobró una llena sin que se la
tocase, y como el que reparte siempre se queda con la mejor parte, se la dividió
como Dios manda en porciones iguales entre los hermanos, o sea, los hijos del
pastor, tocándole a él una fuente de unos diez litros de porotos, que por no
poder comerlo todo, me invitaba que fuese a su casa a buscar una buena
porción que me ofrecía desinteresadamente como vecino y amigo.
-Busca una olla, o una fuente grande y vente conmigo a casa, que allí te la
llenaré hasta el tope, porque Dios hoy quiere que te arrepientas de tus pecados
y aceptes a Jesucristo como tu Salvador amoroso. ¡Aleluya! ¡Dios te ama
hermano y no quiere que vivas en adulterio con varias gallinas en tu pieza, sino
con una sola! ¡Dios quiere hoy cambiar tu vida y tu comida de eternas presas de
pollo por un exquisito y nutrivo poroto negro!- me dijo.
Presto volví a la cocina a apagar la hornalla, quitar las presas aún congeladas y
ponerlas en la heladera para otra mejor ocasión, ya que tenía una comida
ofrecida gratuitamente por Dios a través de las manos del hijo del Pastor
Gregorio Velásquez.
Me acordé entonces de la olla de presión ajena para poder traer el poroto hasta
mi mesa, la saqué de su escondite, la limpié y con ella en la mano me trasladé
presuroso a la casa de mi vecino Lucas, que vive no más doblando la esquina.
Una enorme fuente de porotos estaba sobre su mesa, con sus carnes, mandiocas
y osobucos flotando en un espeso y negro caldo, que despedían salud y
rosagancia.
Flotaban por doquier patas de vacas, tripas, mollejas y hojitas de perejiles entre
garrones y fetas de chorizos, además de papas, batatas, tendones y caracúes en
un caldo sabroso y atrayente al paladar, que no pude dejar de pensar
maliciosamente: “¡qué buen negocio es ser pastor y tener una iglesia propia en donde
todos los hermanos colaboran para parar la olla, menos el pastor!”
Me llenó la mía hasta el tope con un enorme cucharón, pidiéndole yo que
procurase cargar carnes y mandiocas que mucho me gustaban y que por años
no comía.
74 El Provecho de los Porotos

Casi arrastrándola por el suelo de tan llena y pesada regresé a mi casa con el
recipiente al tope del caldo de porotos.
¡Aleluya, Dios me ama!
Como el poroto estaba frío, puse la olla sobre la hornalla con el fuego al
mínimo, y revolví su caldo con una delicada cuchara de madera para que se
calentara en forma pareja.
Bah, revolví el poroto con el mango de un plumero, porque ¿para qué carajos
tendría yo una delicada cuchara de madera en mi casa?
Todas éstos enseres culinarios los había regalado muchos años atrás a una
empleada que supe tener y cuyo nombre era Lidia, según te relaté los amores
que tuve con ella en el anterior Tratado.
Meneé el menjunje hasta que empezó a hervir, sin pensar ni imaginar que si
bien ahora yo lo revolvía, pronto el poroto me menearía a mí las tripas en una
terrible caganera que duraría una semana completa.

De ahí saco que todo el mal que hagamos a otro, suele acontecer que vuelve multiplicado
a nosotros mismos.

Sentéme pues a la mesa con mi olla repleta, y como nunca me detengo a mirar
minuciosamente lo que como, ni huelo después del primer mordisco una
empanada, ni abro los panes de una hamburguesa para ver cómo está
preparada, ni toco las pizzas con las manos, ni trozo los pollos sin el tenedor,
pues es signo de una mala y pésima educación que no condice con una persona
culta como yo, en esto del manducar ante la sociedad, y ya te dije antes que
tampoco tengo platos ni cucharas, si no se cuenta una minúscula que ocupo
para preparar el café por las mañanas, entré a darle al poroto directamente con
las manos huecas en una forma despiadada y angurrienta desde su misma olla.
¡Uy, Dios, qué rico estaba el regalo! ¡Sin duda la iglesia del Pastor Gregorio
Velásquez estaba bendecida por Dios y era la mejor y la primera en la zona!
¡Qué cerca del cielo están estos hermanos evangelistas a diferencia de aquéllos
que adoran imágenes que los llevan directo al infierno! Sin embargo…
¡Qué iba a pensar yo que la fiesta de cumpleaños de la iglesia se hizo por lo
menos una semana atrás, o quizá un mes, porque juraría sobre el culo del
mismo diablo (que ojalá se lleve a todos los hermanos evangelistas al infierno)
que el poroto estaba pasado, por no decir podrido!
Comí la mitad del contenido de la olla de presión opíparamente, con gula y
angurria, dejando el saldo para la noche, y me fui a dormir la siesta satisfecho,
acostado panza arriba por tenerla preñada y henchida como un bombo bajo la
lluvia de tanto poroto ingerido.
¡Ay, qué bueno es dormir con la panza llena y vacía la mente de pecados!
Entre sueños creí oír algo así como un burbujeo que venía de la cocina, igual al
que hace el oxígeno de la soda al cargarse apresuradamente en un vaso de vino.
No le di ninguna importancia y dormí hasta las cuatro de la tarde. Por la noche,
después de dar una vuelta por la plaza, regresé a cenar el sobrante del poroto
regalado, volviendo a calentarlo y poner la olla nuevamente en la mesa.
El Provecho de los Porotos 75

De noche las comidas del mediodía saben más sabrosas, y el poroto no es una
excepción, por lo que lo comí con avidez y desesperación, y sin dudas liquidaría
la olla entera si no me acordara que al día siguiente era domingo, en los cuales
comúnmente salgo a almorzar en cualquier fonda para no tener el trabajo de
cocinar ni presas de pollo que asar, y como hombre prevenido vale por dos,
reservé buena parte del poroto para el día siguiente, aunque ya con pocas
carnes y mandiocas.
Dormí perfectamente la noche entera, pero antes, desde la cama, volví a
escuchar ruidos de burbujitas provenientes de la cocina, similares a las
explosiones que hacen los gases en una ciénaga podrida al salir y reventar en la
superficie, y casi a la madrugada tuve unos suaves retorcijones de estómago, de
lo cual eché la culpa al comer desmedidamente.
El domingo a la mañana limpié mi casa, lavé mis ropas, y bañé lujuriosamente
una por una a mis gallinas, y cercano al mediodía torné a calentar el poroto
sobrante, y mientras lo hacía, con sorpresa vi que el burbujeo que escuchara
desde mi cama procedían del guiso al tomar temperatura o al enfriarse, y
teniéndolo por natural y de poca importancia, di cuenta del total rascando la
olla con tanta avidez que casi agujereo su fondo con las uñas.
No imaginé siquiera por un instante que las burbujas se debían a la
fermentación de los porotos que ahora sí me atrevo a afirmar que estaban
pasados, no por agua, sino podridos.
Dormí plácidamente la siesta del domingo, pero a eso de las cuatro de la tarde,
comencé a sentir fuertes dolores como si una cruel garra rapiñera retorciera mis
tripas. Fui al baño, y nada; solo tenía fuertes dolores de estómago y la panza
algo hinchada por el mucho comer, y enfermo como si tuviese escalofríos, me
volví a acostar con mucho sudor en la frente y en las manos.
A eso de las seis de la tarde llegó a mi casa una amiga muy ponedora, quiero
decir muy puta, que queriendo coger conmigo por ganarse unos pesos vino a
visitarme, y le conté que estaba enfermo, que mucho me dolía el estómago y
que quería que se fuese y me dejase solo sin aceptar sus favores.
Me recriminó ella mi descortesía, diciéndome que seguramente había cogido
con otra un rato atrás, y que por eso la rechazaba, y viendo las muchas gallinas
con las cuales compartía mi cama, celó aún mas queriendo matarlas con una
escoba, y me vaticinó que por coger con ellas pillaría alguna enfermedad
infecciosa a las cuales son muy propensas.
Le repliqué que no había cuidado, que siempre usaba condones con sabor a
maíz para que me la chuparan y para hacerles el amor.
Le di unos dineros para que se fuera, y le rajé un soberano pedo en la cara para
demostrarle que estaba mal del estómago, y ella huyó indignada hasta el día de
hoy sin regresar nunca más, a tres años del acontecimiento.
Al atardecer, volví nuevamente al baño, y nada; y tuve la sospecha que dentro
de mi estómago algo fatídico se estaba preparando, pues los retorcijones se
intensificaron dándome la impresión de que la olla entera de porotos que por
angurriento me comiera, era revuelta y mezclada igual que los albañiles
mezclan la arena y el cemento con la chancha o con la pala ancha.
76 El Provecho de los Porotos

El poroto que yo antes removí alegre con el palo del plumero, ahora me daba
palos removiéndome las tripas.
Siendo ya la noche me acosté temprano y dormí un corto sueño mezclado con
pesadillas y alucinaciones, hasta que un insoportable dolor de tripas me
despertó poco antes de la medianoche, y urgente fui casi corriendo al baño,
pues una pertinaz diarrea se asomaba por mi culo.
Llegué al inodoro y descargué una brutal caganera tan chirle y flácida que
pensé que estaba orinando mierda licuada por el ojete. La mierda era tan negra
y ensopada que mi culo parecía un pozo de petróleo invertido, arrojando el
negro y valioso elemento para abajo. Fue la primera menstruación diarreica que
tuve en una larga noche en que llegué incontables veces al inodoro, tantas que
no me acuerdo de cuántas, y de un rollo de papel higiénico de ochenta metros
que tenía sin uso, de tanto limpiarme el culo aquélla noche del domingo, al
amanecer del lunes lo dejé vacío ocupando incluso su envoltorio para mi
limpieza. Eso me hace calcular que gastando dos metros de papel por cada
diarrea, esa noche cagué y descargué cuarenta veces seguidas, quedándome el
culo rojo y lastimado de tantas visitas al baño y por el paso, no del tiempo, sino
del papel higiénico entre los labios del orto. Poco antes del amanecer, muy
enfermo y con algo de fiebre y chuchos, me acosté junto a mis gallinas que en
un total silencio dormían respetuosas a mis costados y a mis pies.
Amaneció el lunes y como buen empresario que soy, abrí mi negocio antes de
las ocho de la mañana, con fiebre y algo mareado, tratando de ganar de mano al
supermercado “La Bomba” frentero a mi casa, por quitarle los primeros clientes
que pasan por la vereda. Mi empresa está ubicada en mi misma casa, en cuyo
living hice un agujero de un metro cuadrado en la pared que da a la calle Brasil,
poniéndole una ventanita horizontal cuya hoja de madera al abrirla hacia arriba
forma un tinglado que brinda buena sombra a las mercaderías que exhibo lejos
de las manos de los clientes y ladrones, vendiendo caramelos, estampitas,
condones, velas, galletitas, toallitas menstruales, picadillos, jabones, espirales,
genioles y otros rubros que por lo extenso no terminaría nunca de nombrar.
También saco a ambos costados de la ventana-toldo, unos exhibidores de
alambre que yo mismo fabriqué, en donde cuelgo con broches de ropas para
que no las lleve el viento, revistas de segunda mano que vendo a menor precio
o cambio dos en buenas condiciones por una rotosa que doy al cliente.
Como bien veis y comprobáis, desde niño tuve la innata habilidad de comerciar,
llegando a ser hoy uno de los más destacados empresarios del pueblo.
Hago juntar con la gurisada bolsitas de plástico tiradas en la calle, que cambio
diez por un caramelo, a fin de que mi empresa no se detenga por falta de papel
para envolver lo que exhibo en mis estantes a la vista del público, cuando
vendo algún producto de las líneas antes mencionadas.
Como no trabajo en el rubro del papel higiénico por ser poco redituable, a eso
de las nueve de la mañana, crucé la calle hasta el supermercado, y compré un
envase de cuatro rollos “Suavelija”, que son de tan baja calidad que
limpiándose uno el culo se agujerean de la nada, y más limpia el dedo que fácil
atraviesa tan ordinario producto, como todos los que vende esa empresa rival.
El Provecho de los Porotos 77

Menos mal, porque diez minutos después me atacó otra furibunda diarrea, que
me obligó a suspender mis transacciones comerciales, y entrando las revistas y
cerrando la ventana, corrí presuroso al baño.
Descargué nuevamente una terrible diarrea tan chirle y olorosa, que me dio la
sensación de estar orinando por el culo.
Volví a abrir mi negocio a las diez, cerrándolo por la misma causa y de la
misma manera a las once de la mañana, para volver a repetir la misma acción
descripta en la oración anterior a ésta, y nuevamente a las doce cerrando
definitivamente las puertas, o sea, la pequeña ventana empresarial.
En ésas largas horas sentado en el inodoro pensé que podría tener la
enfermedad de escarabiasis, nombre con el que se denomina a la invasión
corporal accidental de coleópteros (escarabajos), o por sus formas larvarias, a
los seres humanos. Estos infestan a las personas entrando por las aberturas
corporales naturales, y ocurre cuando dormimos en el suelo, principalmente en
los niños, momento que aprovechan los escarabajos para introducirse a través
del ano causando diarreas y trastornos de relativa importancia.
También las larvas y los adultos de escarabajos pueden encontrarse en las
cavidades nasales tras ser inhalados y en los orificios auditivos al dormir las
personas sobre las alfombras.
Todo esto y otras infinitas cosas relativas a las diarreas pensaba meditativo en el
inodoro, siempre relacionándolo con mis concubinas las gallinas.
También valoraba y apreciaba la importancia que tiene para el mundo el
inodoro, el bidet y el papel higiénico, quizá más imprescindibles que el pan en
una casa, porque si supieran las costumbres asquerosas de los pueblos antes de
éstas cosas, los valorarían en su justo precio en la actualidad.
En el principio de los tiempos, el hombre, por educación, salía de las cavernas a
cagar entre los yuyos, lo cual tenía aparejadas sus ventajas y desventajas.
Aún hoy se usan los primeros sonidos guturales de los australopitecos, como la
expresión ¡”anda cagar a los yuyos”! que se decía en las cavernas cuando en la
mesa donde se devoraba a un mamut con platos y cubiertos de piedra, algún
maleducado se tiraba un nauseabundo flato.
Por empezar, enumerando las ventajas, cagar afuera de la caverna significaba
que toda la familia no tuviese arcadas ni repulsas por los olores del cagador,
además que no ensuciaba el piso donde habitualmente se acostaban, ya que aún
no existían los carpinteros ni las camas torneadas como en la actualidad; y por
último, como tampoco existía el papel, el hombre recurría a lo que tuviera cerca
de la mano, y así, con un puñado de yuyos arrancado mientras defecaba, al
finalizar su tarea presto se limpiaba el culo dándole al pasto.
A veces, entre los yuyos cortados venía una ortiga que le hacía ver las estrellas
al pasársela descuidadamente por el ojete, que le quedaba ardiendo y picando
por varias horas, como si le hubiese picado una avispa.
Las desventajas eran que saliendo el hombre en mal tiempo sufría las lluvias o
el frío mientras defecaba, y al no existir aún los pararrayos pasaba gran peligro
que le cayera uno en la cabeza haciéndole cagar fuego por el culo en vez de
mierda.
78 El Provecho de los Porotos

Otras veces, entretenido en descargar opíparamente su encomienda agazapado


entre los altos yuyos, cuando menos lo esperaba, ¡zás! aparecía entre el pasto la
cara de un enorme león que se lo morfaba sin pedirle permiso ni importarle si
tenía el ojete aún con cacas o ya limpio e impecable.
Podía suceder también que una mortal víbora, al ver los huevos del cavernícola
colgando al aire libre, se los picaba inyectándole un fulminante veneno que
interrumpía su deposición y daba un muerto para velar por la noche.
Cagar a cielo descubierto era muy peligroso para el hombre primitivo, como
vimos, pues constantemente tenía que cuidarse de algún diptodonte o
dinosaurio que pasaba cercano, debiendo cambiar de un lugar a otro con los
soretes colgándole entre las piernas para no ser olfateado, buscando que el
viento no lo delatara.
Cuando gracias a la bipedación el hombre abandonó las cavernas, formaron
grandes comunidades de familias que levantaban chozas, ranchos, casas y
finalmente altos palacios hechos con espartillos, cañas y tacuaras, y techos símil
de tejas a la vista con hojas de banano, y por no salir afuera dejaban en una
esquina del comedor, un pequeño espacio de un metro cuadrado de tierra libre,
es decir sin baldosas ni contrapiso, junto con un balde de arena, donde los
integrantes cagaban tranquilamente bajo techo, y terminando, cada cual tapaba
con la arena su deposición, evitando así los malos olores en los almuerzos y las
cenas. Los sábados a la mañana, se hacía como hasta ahora el aseo general de la
vivienda baldeando el piso, cambiando las sábanas y plumereando los muebles,
se juntaba con una pala ancha los soretes de la semana toda, y junto con la
arena se los tiraba en los montes cercanos, se pasaba por último el trapo de piso
al baño dejándolo reluciente y se lo aromatizaba con un aerosol ambiental
Glade con aroma a lilas, hasta la semana siguiente.
¿Y cómo se limpiaban el culo lejos de los yuyos?, me preguntarás.
Algunos, generalmente los pobres, se limpiaban solamente con la mano limpia;
pero los ricos, pagaban a la gurisada unas piedritas de diamantes, rubíes o
esmeraldas (recordad que era la Edad de Piedra) con las cuales cazaban
pajaritos a hondazos, para que juntaran del monte unas hojas de un árbol
llamado gomero, que por ser grandes como un plato ofrecían buena sombra y
daban buenos resultados para asear el ojete con una sola de ellas en cada
cagada, al ser ásperas y absorbentes como una lija gruesa.
Para lograr la contextura absorbente de un papel diario, las hojas verdes del
gomero se dejaban secar al sol por unos días antes de ser ocupadas en su trágico
destino. Lamentablemente, o por suerte, no existían aún los diarios, los
canillitas ni las boludeces que sacan como primicia en primera plana y que ya
nos tienen podridos a fuerza de ser repetitivas, de curas violadores, autos
accidentados, de palizas despiadadas de patovicas en los boliches, del tráfico de
la efedrina, de los cumpleaños de Sandro o de su inexorable muerte.
Aunque no lo creas, pasaron más de cuatro mil años sin que se modificara ésta
costumbre, la de cagar en las esquinas, hasta que vinieron los romanos que
acostumbraban hacer orgías y borracheras por meses continuos cogiendo y
chupando sobre las mismas tarimas o literas en que se acostaban.
El Provecho de los Porotos 79

Estos tipos, por no tener el trabajo de levantarse para ir al baño a mear o


defecar, y más por el pedo que tenían, lo hacían en las mismas fuentes donde se
servían las ensaladas, lo que les llevó a soldar una manija para agarrarlas más
cómodamente y poder ponerlas detrás del culo, y así, hace dos mil años, estos
degenerados de mierda inventaron el llamado “bacín” o “vaso de noche” aunque
lo ocuparan durante todo el día.
Los esclavos putos, que siempre se llamaban Sempronio, Pérsico o Títico, y que
estaban encargados de la limpieza de las camas-comedores, vaciaban los
bacines en los baldíos y terrenos municipales abandonados, o en parajes sin
títulos que nadie sabía de quién carajo eran, para volver a ocupar los recipientes
a fin de servir el postre, que siempre consistía en racimos de uvas, ensaladas de
frutas o helados de chocolate con dulce de leche y crema.
Pero, la vertiginosa crecida de los pueblos, con cordones cunetas y pavimentos,
dejaron a los ciudadanos sin lugares campestres ni baldíos donde vaciar las
pelelas, lo que les llevó a arrojar así como así el menjunje por las ventanas a la
calle, eso sí, advirtiendo con un fuerte grito “¡Agua va!” para que a nadie le
cayera encima el contenido.
Las calles se llenaron de orines y soretes, lo que hizo que algunos terrenos se
valorizaran y otros lo contrario, principalmente los de las calles que descendían
y que se ofrecían por moneditas, pues toda la mierda de las calles altas cuyos
terrenos se sobrevaloraban, venían sobre ellos.
Las más mortíferas epidemias que devastaron a Europa en el medioevo, entre
ellas la peste negra del mil trescientos, fueron a causa de los soretes y orines que
pululaban por las calles y que alimentaban a las ratas y murciélagos
trasmitiendo a las personas la terrible enfermedad a través de los piojos que
portaban, y según cálculos creíbles, de tres millones de personas que vivían
campantes en Europa, solo se salvaron menos de novecientas mil...
Me acosté la siesta del lunes sin almorzar, con insoportables dolores de vientre,
con un retorcer de tripas tan doloroso, que creí morirme, sin que me aliviara
cagando a las dos, a las cinco, y a las nueve, y toda la noche hasta que amaneció
el martes.
Ese día tampoco pude abrir las puertas de mi comercio en un horario corrido, si
no por esporádicos espacios de una o dos horas, ya que las restante las pasaba
cagando en el inodoro, meditando y puteando sobre el maldito poroto negro
que me convidara Lucas, el hijo del Pastor Velásquez.
La noche del martes, antes que amaneciera el miércoles, solamente fui diez y
ocho veces al inodoro, pocas en comparación del día anterior.
Los cuatro rollos de papel se agotaron, y en la última descarga me vi en la
necesidad de limpiarme el culo con los cilindros de cartón que tienen en su
centro.
¡Las gallinas! ¡Ellas pudieron contagiarme por contacto sexual íntimo la diarrea
que sufría, como dijera mi amiga!
Recuérdese que estaba desorientado en cuanto al saber qué produjo mi
empacho, porque bien pudiera ser algo en mal estado que comiera antes de los
porotos regalados, o una enfermedad de gallinero tomada de mis amantes.
80 El Provecho de los Porotos

Me acordé mientras cagaba que estas amorosas avecillas suelen tener una
enfermedad llamada cólico de las gallinas, un mal infeccioso que afecta su
tracto intestinal produciendo una fuerte inflamación en la concha y desórdenes
funcionales. Los síntomas típicos de la enfermedad son letargia, temperatura
elevada, coloración púrpura de la cresta y diarreas, lo cual produce entre ellas
una tasa de mortalidad muy elevada.
Ellas pudieron contagiarme de la enfermedad, antes de comer los porotos.
Como el tratamiento consiste en aislar a las aves enfermas y eliminar los
residuos infectados, las eché a todas de mi cama, y dejando abierta la puerta de
calle les di la libertad para que se fueran espantándolas con certeras patadas en
el ojete.
Mis ojos se empañaron de dolidas lágrimas porque las pocas mujeres que tuve
en mi infortunada vida, todas me abandonaron, y como nunca pude vengarme
de ninguna, me desquité echando de mi casa a mis muy lloradas y amadas
gallinas que quizá estaban sin culpa alguna de mi desgracia.

Las venganzas injustas, (que no hay ninguna justa) son como una pirámide invertida,
que de los males que nos propinan los más fuertes, nos vengamos en los más débiles.

Mucho lloré por ellas, aún sabiendo que es necedad y simpleza llorar por lo que
con llorar nada se remedia. Cuando me calmé de mi felonía y angustia de echar
a mis amadas aves, cambié las sábanas sucias por otras limpias y di vuelta el
colchón para que los soretes chirles de mis cónyuges cayeran al suelo.
El miércoles abrí mi negocio bastante mejorado, supuse, y viniendo un cartero
amigo que sabe todos los remedios caseros para todos los males de entrecasa,
me recomendó que comprara queso y dulce, y que los comiera para secar y
endurecer la diarrea de las tripas.
Crucé nuevamente la calle hasta el supermercado y compré lo aconsejado por
mi amigo, impulsando grandemente el movimiento comercial de mis enemigos
sus dueños, con los cuales a veces nos trenzamos en una competencia atroz y
despiadada en vender más barato y robarnos los clientes.
Regresé con doscientos gramos de queso cremoso “por salud” y medio kilo de
dulce de batata con vainilla que comí en el mismo mostrador de mi empresa, y
por la tarde, seguramente gracias al remedio, no fui ninguna vez al baño.
Pero por la noche, casi agujereo el inodoro de tantas deposiciones con que lo
acribillé, y fui tres veces antes de acostarme y otras cinco después, siendo la
última descarga a las siete de la mañana del jueves.
La única ventaja lograda con el dulce y el queso, fue que la diarrea saliese con
un suave olor a vainilla mezclado con los nauseabundos aromas propios de la
mierda.
Atendí de corrido aquélla mañana sin ninguna interrupción, y me entretuve en
leer un numerito del “Despertad” de los testigos de Jehová, y en su interior justo
encuentro un interesante artículo sobre los túneles y catacumbas que se
construyeron para ocultar los cuerpos de los cristianos de la susodicha cofradía,
despedazados por los leones o hechos cenizas en las hogueras, pobrecitos.
El Provecho de los Porotos 81

Pero la necesidad de ocultar los soretes de la población que sufría


enfermedades y epidemias por culpa de tenerlos en sus casas a la vista, llevó a
utilizar éstos túneles y pasadizos secretos para trasladarlos hasta el cercano río
por medio de declives, lo que facilitaba el deslizamiento de los excrementos, y
aunque a veces quedaban trancados y estáticos, cuando llovía torrencialmente
eran empujados por el agua hacia el río, donde llegaban chirles y disueltos con
suma facilidad.
Los ricos colocaron cloacas que unían sus casas con los catacumbas de los
cristianos sepultados bajo las calles, y compraban un invento reciente que
hiciera un desocupado y que llamara “Tazón de Retrete”, el que más tarde se
llamaría inodoro, y que consistía en una gran taza conectada a las caños de
desalojo donde uno se sentaba a cagar, y por tener sus bordes de chapa lisa,
facilitaba que los soretes resbalaran y se perdieran en la inmensidad.
Como todavía no se había inventado la tapa del inodoro, al sentarse uno en
aquél primigenio inodoro, quedaba marcado un enorme círculo rojo en las
nalgas, producido por los filosos bordes de lata del moderno invento.
A veces, cuando las mierdas salían muy blandas y pegajosas por empachos o
diarreas, no corrían por los costados del tazón de lata, sino que quedaban
pegadas en ellos, donde después de unos días se endurecían como un cemento
y había que desprenderlas con un palito o directamente con la mano para que
corrieran y desalojaran el inodoro.
Otro inventor, más desocupado que el anterior, años después se avivó que
poniendo sobre el retrete un balde con diez litros de agua que se volcaba
tirando de una cadenita, facilitaba el corrimiento de los soretes recién emitidos,
y al hacerlos chirles y acuosos llegaban más fácilmente al río.
Fue así que se inventó la mochila de descarga.
Si te digo que antes de los mencionados inventos del inodoro y del bidón de
agua para hacer correr los soretes, ya existía el papel higiénico actual, no me
creerías. En efecto, unos diez años antes del inodoro y veinte antes del bidón de
agua, se inventó el papel higiénico, que tuvo muchos avatares para ser aceptado
finalmente por la sociedad. Y la historia es así:
Los ricos, ¡cuándo no! rehusaban limpiarse el culo con las manos, y pagaban a
los niños llamados papeleros de la calle para que juntasen hojas de diarios y
panfletos callejeros, ya que al inventar Gutenberg la imprenta las ciudades
supuraron de diarios, semanarios, menstruarios y anuarios que unas vez leídos,
o antes, se tiraban a la basura. Los papeleros los juntaban en carros tirados por
famélicos caballos y los vendían por kilo a los ricos.
Estos laburantes de la calle con el tiempo vinieron a ser lo que actualmente
conocemos con el nombre de cartoneros de la calle, que seiscientos años después
continúan haciendo el mismo trabajo, con la diferencia que hoy juntan los
cartones de desechos y latas de gaseosas en vez de papeles inservibles.
Como ven, nada nuevo hay bajo el sol.
Después, los ricos mandaban a una sirvienta que cortase los papeles comprados
en pequeños cuadrados de veinte por veinte, como un mosaico, y que los
colgasen prolijamente en un clavo dentro del baño.
82 El Provecho de los Porotos

Los diarios se valorizaron estrepitosamente pues además de enterar al pueblo


de los quilombos del gobierno, de los asesinatos, de las violaciones de los
sátiros, o de la visita del papa a un país, instruían al ciudadano con concejos y
cuentos cortos, historietas dibujadas en su última página, y de regalo, eran
propicios para limpiarse el culo, no como ahora que no se aprovechan para un
carajo por lo duro de su papel y por las rimbombantes y fútiles noticias que
traen en primera plana, en la cual la mierda resbala.
Mas o menos por la época Victoriana, dos hermanos que trabajaban justamente
en una imprenta donde se editaban todos los diarios de Londres, junaron que al
hacer el recorte de las hojas, sobraban infinitas tiras de unos diez centímetros de
ancho y ochenta de largor que la imprenta tiraba al basurero por no servir para
un sorete.
Estos hermanos, que se llamaban Alcotk, empezaron a llevarse los susodichos
restos a su casa, sin permiso del patrón, y pacientemente pegaban con engrudo
una tira tras otra por sus puntas, hasta lograr una sola de ochenta metros de
largo. Enrollaron luego la tira sobre sí misma y pusieron a la venta el primer
papel higiénico del mundo.
Lo ofrecieron al público con una propaganda en los diarios donde se mostraba a
una niña que sostenía uno de los rollos con una mano y señalándolo con el
dedo índice de la otra, decía:
-¡Límpiese el culo feliz con papel higiénico “La Perdiz”!
La ciudad bulló de indignación por haber manchado la purísima inocencia de la
niña en cuestión con un tema tan soez y chocante como el referirse a soretes, y
en repudio no se vendió ni el más mísero rollo.
Dos años después, los hermanitos volvieron a insistir en la venta de los famosos
rollos con una nueva propaganda en los diarios y con la misma nena anterior,
pero esta vez le decía a su madre que la miraba con cara de pelotuda y con los
brazos en jarra:
-Mami, la casa de mi amiguita Alicia es hermosa, pero el papel higiénico
que usan no es suave como el nuestro. No es de la marca “La Perdiz”, sino de
otra que te raspa el culo, mami. -
¡Ay, como añoro encontrar estas ingeniosas propagandas de antaño en los
diarios de ésta época! ¿A dónde se fueron los grandes genios que en épocas
pasadas sabían promocionar un producto tan certeramente?
Sin embargo, el éxito fue mediano. Los rollos se empezaron a vender, pero sólo
en manos de las empleadas domésticas, de los niños mandaderos y de los
borrachos a quienes los ricos encargaban la misión.
Y la causa primera y principal era que nadie quería ser visto volviendo de
compras con un papel higiénico bajo el brazo, porque era un tema delicado y
personal, y por ende, se evitaba ser pasto del chismerío barato del barrio donde
uno vivía. Y la segunda, porque las viejas chotas de la época victoriana, que
tenían el culo delicado y fruncido, no querían entrar en un negocio a comprar
papel higiénico ya que no correspondía que la gente de alta alcurnia tocase
temas tan bajos y soeces como es el hablar de soretes y heces con los
dependientes de un almacén.
El Provecho de los Porotos 83

Sería similar a que hoy una monja entrase a una farmacia y pidiese una docena
de condones lubricados, que por más que dijera que son para el obispo, sería
mal mirada y propensa a las burlas del despiadado vulgo.
Entonces, a los hermanos se les ocurrió envasar cuatro rollos en una delicada y
elegante caja para disimularlos, y el éxito fue brutal porque el producto se
empezó a vender estrepitosamente oculto a las miradas de los curiosos, y
viendo a una vieja que llevaba una lujosa caja, la chusma ya no pensaba que
compró un rollo de papel higiénico para limpiarse el culo, sino cuatro.
Y como la caja tenía las medidas de un zapato, las viejas aristocráticas
conversaban alegremente en las veredas dando oídas a los que pasaban que
gastaron una fortuna en la compra de un calzado Luis XVI o un sombrero Reina
Victoria.14
Volviendo al relato de mis desgracias, a ésta altura de mi odisea diarreica me
empecé a preocupar porque no me curaba, y ya no tenía calzoncillos limpios, y
de los tres con que cuenta mi ajuar, dos estaban cagados y uno que usaba
hediondo.
Tampoco tenía sábanas limpias, pues las plumas y los pelos de mi culo los
embadurnaron con graciosas pinceladas marrones que las dejaban como si
fuesen un lienzo de pintura abstracta.
Amaneció el jueves y ya tenía el culo arrugado como una escarapela, al rojo
vivo, y por el dolor insoportable que me prodigaba, picante y agudo, se me
hacía que tenía atravesado también el alfiler que sostiene el símbolo patrio
prendido al pecho.
Vino temprano mi amigo a averiguar cómo andaba de la diarrea, y le dije que
su remedio me causó mas empacho, aunque con la ventaja que la mierda tenía
un suave olor a dulce de batata, a vainillas y a quesos por salud.
-Me olvidé decirte, -me dijo- que tenía que ser dulce de membrillo, y el
queso no el cremoso, sino el duro de rallar o el cuartirolo. Seguramente por
comprarlos equivocadamente, te aceleraron y purgaron las tripas, que si
hubiese sido queso duro y dulce de membrillo te las secaran y endurecieran en
un santiamén.
-¡Médico, cúrate a ti mismo!- le dije y lo mandé al carajo.
Aquél prometedor jueves de mierda fui solamente dos veces al baño, una a la
mañana y otra a la tarde, lo que tomé por buen augurio de que ya me estaba
sanando.
Pareciera ser que el proceso de digestión empezaba lentamente a restablecerse,
pues volví a sentir el hambre genuino y natural luego de una semana de
abstención de comida para no empeorar las deposiciones diarreicas.

14Victoria I gobernó durante 64 años (1837-1901), lo que representa el reinado más largo de la
historia de Inglaterra. Su época se caracterizó por el ascenso de la clase media y por el
conservadurismo, y como era fea como un culo, impuso en su época los famosos sombreros blancos
y con plumas que disimulaban su larga nariz, o mejor dicho, la escondía detrás de dicha prenda.
Impuso además horribles zapatos y vestidos, y el carro Victoria de cuatro ruedas y cuatro caballos
que fue inventado para su exclusivo uso personal.
84 El Provecho de los Porotos

Y notad que aparte del queso y del dulce, nada comí ni tomé en la semana,
como si mi estómago no necesitase de nuevos alimentos, entretenido por sacar
los antiguos.
¿Pero cómo se realiza el proceso digestivo cuando una persona está sana?, me
preguntaba.
¿Por qué comemos?
¿Qué medios químicos transforman los alimentos en sustancias simples para
que luego sean asimiladas por los tejidos?
En la edad media, el común de la gente creía que dentro del estómago teníamos
unas ruedas de madera con enormes engranajes que trituraban las comidas, y al
hacerlo, dejaban escapar esos ruidos de moliendas que se escuchaban dentro de
la panza durante la digestión.
Los médicos y curanderos de la época, recetaban frecuentemente la ingestión de
botellas enteras de aceites de máquina que facilitaran los movimientos de las
ruedas y sus dientes trituradores, que cuando se trancaban por falta de
lubricación producían los dolores de estómago debido a la sequedad del
vientre, y si estaban en demasía aceitados, generaban las diarreas lacias y
resbalosas.
Esta creencia estúpida e inocente, cayó por tierra en los siglos pasados, más o
menos por el año 1780, cuando sucedió la historia del hombre que tenía un
agujero en el estómago…

***************************
El Provecho de los Porotos 85

EL HOMBRE CON EL AGUJERO EN EL ESTÓMAGO

“Lo que voy a contarte seguidamente es cierto, pero no tengo ni la


más remota idea de donde lo leí, ni la fuente de donde lo saqué, pues
ya te dije antes que desde mi juventud leía y devoraba tan
desordenadamente cualquier libro que cayera en mis manos que mi
cabeza es hoy una ensalada infructífera de conocimientos acumulados
al pedo. Y la historia verídica y creíble decía que allá por los siglos
pasados, más o menos por el 1760, los médicos estaban a oscuras en
cuanto a saber cómo se transformaban las comidas dentro del
estómago, generando las vitaminas necesarias para el cuerpo y
desechando por el culo lo insustancial y prescindible.
Por más que abrieran infinitos cuerpos de muertos, no encontraban las
ruedas dentadas de los molinos que según la creencia popular
trituraban las comidas dentro del estómago, ni los serruchos, escoplos
o pinzas de corte para despedazar un bolo de carne, y andaban a
oscuras al ignorar por completo el proceso de la digestión, o sea la
transformación de los bocados en sustancias solubles simples que
luego al parecer asimilaban los tejidos.
Se creía además que las aspas del molino triturador que teníamos
dentro del estómago, eran movidas por vientos, o sea por el aire fresco
que entraba por la boca y escapaba en olorosos pedos por el orto.
Y si abrían la panza de un paciente vivo, no solo se interrumpía el
proceso de digestión, sino también el de respiración pues se moría casi
instantáneamente en la camilla del quirófano.
Sabían sí que la digestión varía entre los distintos grupos de
vertebrados y comidas; que un hombre comiendo un guiso mezclado
con algunos maíces crudos, podrían éstos ser expulsados aún intactos
por el ano dos horas después de ingeridos pero no digeridos.
Observaron que las vacas y otros rumiantes comían pasto
constantemente, cagando cada diez minutos un soretón grande como
una torta, lo que hizo sospechar que tenían microorganismos
simbiontes15 en el estómago, a cuyo cargo estaba el digerir el pasto o
los granos de maíz. Sabían a ciencia cierta que las seis glándulas
salivales que tiene la boca del hombre producen secreciones de
enzimas digestivas y lubrican la tráquea y el esófago para permitir el
paso de los sólidos. Estas glándulas se ponían en funcionamiento
incluso antes de comer, con solo el hombre mirar un rico budín o un
helado con crema. De ahí en adelante terminaban sus conocimientos,
porque por más que abrieran con tenazas y gatos hidráulicos las bocas
de los pacientes, no podían ver ni imaginar lo que sucedía dentro del
estómago durante la digestión.

15Asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes
sacan provecho de la vida en común.
86 El Provecho de los Porotos

Así las cosas, había un pueblo norteamericano o inglés que quedaba


muy cercano al Canadá o a Escocia, que el lugar determinado no me
acuerdo ni tiene mucha importancia, en el cual los hombres vivían de
la caza del armiño y otros animales pequeños cuyos cueros eran
vendidos a los bancos a buen precio, lo que hacía que en las heladas
nieves del invierno cruzaran la frontera para cazar en el país vecino,
dejando abandonadas a sus mujeres que les guampeaban
constantemente con cualquier extranjero que pasara por el lugar.
Me dirás qué carajo tienen que ver los armiños, las guampas y los
cazadores con la digestión del estómago y sus ignorados procesos en
la época, y yo te digo que nada, pero soy tan meticuloso y puntilloso
para contar las cosas tal y como las leí en los libros que me
instruyeron, que no puedo saltear una pizca ni una tilde ya que me
revolvería la conciencia si te contara el relato desmembrado.
Uno de éstos cazadores, el más guampudo de todos, llamado Cornelio
Kirkpatrick, se perdió por tres meses detrás de los armiños, cazando
en esa temporada más de doscientos de ellos, y regresando a su casa,
se enteró que su mujer se fue con un buscador de oro a Alaska, que
para convencerla que le siguiera, le prometió el oro y el moro.
- Mala suerte- se dijo resignado el cazador- pero para ella,
porque con los cueros de armiños que traigo, mañana cobraré en el
banco una fortuna en pepitas de oro que serían suyas sin necesidad de
ir a chupar frío en Alaska, ni la pija del hijo de puta que la sacó de mi
lado, y con una sola, la más pequeña, podré ir yo al quilombo
“Sandokán” de Lazzarino a desaguachar mi verga toda la noche.-
Me dirás nuevamente qué tienen que ver las pepitas de oro, Alaska y
la verga del cazador con la digestión, y yo te digo que nada por ahora,
pero así como la leí, te cuento esta historia verdadera del hombre del
agujero en el estómago, sin quitarle ni agregarle nada.
Al día siguiente muy temprano se fue al banco y se encontró con una
cola como de dos cuadras, porque justo en ése momento se estaban
pagando los planes jefes y jefas de hogar, los subsidios para
embarazadas, los planes trabajar y las becas para no estudiar, y no
tuvo otro remedio que meterse en la fila a esperar su turno detrás de
la única caja habilitada al efecto.
Ahí estuvo parado hasta las diez de la mañana, acercándose
lentamente a la ventanilla principal del mostrador, hastiado y molesto
porque los empleados conversaban animosamente entre ellos,
tomaban cafés cada dos minutos, o se levantaban y desaparecían por
los fondos del banco igual a como lo hacen en la actualidad.
Ingenuamente pensó que tarde o temprano ésta situación se arreglaría
cuando el banco adquiriera una máquina que los reemplazara y
echara a todos estos inútiles empleados burocráticos que hacían
perder tiempo a los clientes, y avizoró la creación de la computadora.
El Provecho de los Porotos 87

Los bancos antiguos no cumplían las mismas funciones que hacen los
de ahora, o sea embargar casas, secuestrar autos y rematar tractores,
sino que servían para dar créditos a bajos intereses para después
comprar las cosechas de trigos o sandías, cajones de mandiocas,
pepitas de oro y cueros de animales, lo que convertía al banco en un
gran almacén de ramos generales, y en la cola de ese nefasto día
estaban productores de yerba, mineros de carbón, buscadores de oro y
otros cazadores de pieles como Cornelio Kirkpatrick.
Dio la casualidad, que a veces anda de la mano de la desgracia, que
justo delante de él estaba un cazador de bisontes que tenía un trabuco
colgado en sus espaldas, con la boca del arma apuntando hacia el
piso. No sé bien cómo si o cómo no, pero en el forcejeo y el
apretujamiento de la cola para cuidar cada uno su lugar, el arma del
cazador de bisontes se disparó accidentalmente, lo que llenó de
chumbos el estómago de Cornelio Kirkpatrick, quien cayó al suelo
bañado en sangre y con un enorme boquete en la panza.
El disparo hirió también a dos hombres más al rebotar los perdigones
en el piso de mosaicos: a uno en las piernas y a otro en los huevos.
Urgente se llamó a la ambulancia del hospital que haciendo sonar una
estridente sirena prestamente estuvo a las dos horas en el lugar de los
hechos. De los hechos pomadas por el accidental disparo.
Nuestro cazador de armiños gravemente herido fue alzado a la
ambulancia, una veloz carreta cubierta con lona que era tirada por
cuatro caballos negros, con un gato colgado de las bolas en el techo
del vehículo, que aullaba estridentemente pidiendo el paso por la
calle.
Llegan al hospital y nuestro hombre es llevado al quirófano para ser
remendado y zurcido, y los doctores se encuentran con la dificultad
que al faltar gran parte de la piel no podían coser ni cerrar el enorme
cráter del estómago. Sin embargo, hicieron lo posible para que no
muriera, deteniendo hemorragias y sacando uno por uno los
perdigones de su panza. Más no se pudo hacer.
-Este tipo se muere sin cura ni remedio. Llévenlo a una pieza y
que sea lo que Dios quiera.- vaticinó el doctor jefe, un arturista
llamado Tupy Schneider, y que es lo que comúnmente dicen los
médicos cuando no saben qué más hacer con un desahuciado con el
cual se probaron y terminaron todos los libros.
Créase o no, el herido no falleció ni se curó jamás.
Resulta que los bordes del agujero comenzaron a sanar, inclusive a
nacer piel nueva hasta quedar perfectamente cerrado el boquete, y un
mes después estaba definitivamente curado de su herida, solamente
que los bordes del cráter nunca se unieron entre sí, quedando su
panza con un enorme tajo o rajadura muy similar a los que tienen las
carpas de ésos circos pobres que se rebuscan en los pueblitos y que
están cada día más fundidos y en la lona, a punto de desaparecer.
88 El Provecho de los Porotos

-Y pensar -se lamentaba el cazador en su lecho- que yo maté


cientos de armiños con perdigones iguales a los que me abrieron la
panza, por quitarles el cuero, y sufriendo ahora el mismo dolor en el
mío, si me sano, prometo jamás volver a matar a un animalito en mi
puta vida.

Solamente conociendo en carne propia el dolor de los enfermos, las miserias


de los pobres, el hambre de los desnutridos, la rigidez de los paralíticos y la
negra noche de los ciegos, podemos amar verdaderamente a nuestros
hermanos.

Viendo que el cazador era una oportunidad excelente para estudiar el


interior del estómago, el director del hospital, un tal Dr. Néstor Buján
que era dentista y ricardista, y que nadie sabía qué carajos estaba
haciendo en ése nosocomio, le ofreció el puesto de lampaceador de los
pisos del quirófano, por ahora en negro hasta que viniera su
nombramiento del gobierno de Corrientes, junto con los de treinta
enfermeros que esperaban ser designados efectivos desde hacía más
de cincuenta años, con comida y vivienda gratis, mas algunos pesos
semanales que le ayudarían a subsistir sin volver a la caza y casi sin
trabajar. Debía solamente someterse a revisaciones diarias después de
cada comida. Por increíble que parezca, los médicos pudieron estudiar
los pormenores de una digestión, gracias al agujero de la panza de
Cornelio Kirckpatrick, pues acostado en una camilla, le dieron una
enorme milanesa picada en trozos grandes por la boca, y minutos
después, abriendo las cortinas del agujero, vieron que éstos salían por
el esófago al estómago prácticamente intactos, es decir incluso con el
pan rallado en que estaban impregnados.
Abriéndole las paredes del estómago, pusieron otra milanesa entera,
sin que el paciente tuviese ningún problema, pues podía alimentarse
tanto por la boca natural como por la causada por los perdigones.
Incluso podía comer parado o tomar un litro de whisky sin que se le
derramara una sola gota. Si tenía dolor de muelas, por ejemplo, comía
plácidamente por el agujero del estómago sin molestia alguna.
Expectantes los médicos esperaron ver salir las enormes ruedas de
madera que triturarían las milanesas, y después de esperar sentados
más de media hora al pedo sin que nada apareciese, dedujeron que el
hombre sería sin duda alguna de digestión lenta.
Las milanesas seguían intactas dentro de su estómago después de una
hora de espera.
Vieron al cabo que el estómago se empezó a inundar de líquidos
espesos que envolvían lentamente la comida, los cuales estudiados en
los laboratorios dieron como resultado que se trataba de lo que hoy se
conoce como jugo gástrico, compuesto por ácido clorhídrico y algunas
enzimas llamadas pepsina, renina y lipasa.
El Provecho de los Porotos 89

Estos ácidos hicieron pelota las milanesas, dejándolas una masa


informe sin color ni gracia, formando lo que se llama quimo, que es
una pasta homogénea y agria, variable según los casos, en que los
alimentos se transforman en el estómago por la digestión.
Con una cuchara de metal, sacaron un poco de jugo gástrico con el
que empaparon un trozo de carne cruda bajo un microscopio, y
anonadados vieron que los ácidos eran tan potentes y destructivos
que prácticamente lo derretían en contados minutos.
Incluso uno de los doctores que tocaba la guitarra excelentemente
bien, y que estaba a punto de grabar un cidi como solista para hacerse
rico y abandonar la medicina, tocó el jugo con el dedo índice de su
mano derecha y en medio de terribles dolores vio desaparecer la
mitad del mismo, incluida la uña, el tarso y el metatarso y su
inclinación a la música porque nunca más pudo puntear una guitarra.
¿Por qué entonces estos ácidos no dañaban las paredes del estómago
de Cornelio Kirkpatrick?
Si los ácidos derretían las comidas dentro del estómago sin que lo
dañara, ¿dónde estaba la defensa a dichos jugos?
Sin que el peligroso jugo entrara en contacto con los dedos por no
perderlos derretidos, los médicos hicieron correr con un palito los
restos de la milanesa dentro del estómago del paciente, y con una lupa
descubrieron que las paredes estaban protegidas del ácido por una
cubierta de mucosa indestructible que mantenía lejos el líquido,
digamos a un milímetro, de la piel del estómago.
Vieron que según lo ingerido, el cuerpo humano generaba los ácidos
necesarios para cada comida, o sea, no es lo mismo para el estómago
disolver una manzana que un pedazo de carne, o digerir un vaso de
leche, por ejemplo.
La pepsina rompía las proteínas en pépsidos pequeños.
La renina separaba la leche en fracciones líquidas y sólidas.
La lipasa actuaba ferozmente sobre las carnes y las grasas.
La secreción de éstos ácidos se estimulaba incluso antes de entrar la
comida por la boca, con el solo acto de masticar y deglutir, e incluso
por la visión o idea de cualquier postre o comida exquisita.
Esto lo confirmó fehacientemente un médico ruso que creo se llamaba
Pavlop, que daba un trozo de carne a un perro siempre a la misma
hora, haciendo sonar una campanita unos minutos antes.
Al escuchar las campanas el perro se excitaba y quería coger o comer,
que no estoy bien seguro, cubriéndosele de saliva la boca ya con los
ácidos preparados para la digestión.
Vieron los médicos del relato que algunos componentes del jugo
gástrico solo se activaban cuando se exponían a la alcalinidad del
duodeno, y que éstos estimulaban las secreciones digestivas en el
intestino delgado donde se completaba el proceso de digestión, que
era la parte más importante de su mecanismo.
90 El Provecho de los Porotos

En el intestino delgado la mayoría de los alimentos sufren una


hidrólisis y son absorbidos como por arte de magia por tres líquidos:
el pancreático, la secreción intestinal y la bilis, que neutralizan el ácido
gástrico con lo que finaliza la digestión. La absorción de los productos
de la digestión a través de la pared del intestino delgado puede ser
pasiva o activa. El sodio, la glucosa y muchos aminoácidos son
transportados de forma activa, y por lo tanto los productos de la
digestión son asimilados por el organismo a través de la pared
intestinal, que es capaz de absorber sustancias nutritivas de forma
selectiva, rechazando otras sustancias similares o innecesarias.
El estómago y el colon, en el intestino grueso, tienen también la
capacidad de absorber agua, ciertas sales, alcohol y algunos fármacos.
La absorción intestinal tiene otra propiedad única: muchos nutrientes
se absorben con más eficacia cuando la necesidad del organismo es
mayor. Un tipo que venga del desierto después de andar perdido una
semana entera en la arena, asimila mejor y más rápido un balde de
agua fría que uno que esté harto de tomar gaseosas todo el día.
La longitud del intestino delgado es de 6 a 7 metros y medio como
valor común y corriente; y el intestino grueso, que tiene un diámetro
mayor, una longitud aproximada de 1,5 m y es donde se absorbe el
agua y determinados iones; desde él se excretan los materiales sólidos
de desecho. El material no digerido, o sorete, se transforma en el
colon en una masa sólida por la reabsorción de agua hacia el
organismo. Si las fibras musculares del colon impulsan demasiado
rápido la masa fecal, ésta permanece semilíquida, y el resultado es la
diarrea, comúnmente llamado caganera o cago chirle por el vulgo.
En el otro extremo, la actividad insuficiente de las fibras musculares
del colon produce estreñimiento, que generalmente el vulgo llama
digestión lenta o pesada, lo que produce que las mierdas viejas
permanezcan por días en el recto hasta que se excretan a través del
ano empujadas dolorosamente por otras nuevas.
Las digestiones son diferentes en cada individuo, habiendo unos que
cagan tres veces por día y otros una cada tres días.
Con estos referidos descubrimientos hechos a través de muchos años
con Cornelio Kirkpatrick, cayeron por tierra las antiguas creencias de
los molinos de vientos trituradores dentro del estómago del hombre.
No había, como se creía desde el medioevo, ruedas ni dientes que
moliesen las comidas, ni los pedos eran los vientos que movían las
aspas de los molinos, solo peligrosos ácidos que licuaban a los
alimentos sólidos, e incluso unas gotas de bilis sobre una cucaracha o
una araña la derretían volviéndolas una informe masa fofa.
Los ruidos de engranajes que se escuchaban durante la digestión no
eran otra cosa que impulsos nerviosos del estómago para mover en
diferentes posiciones la comida, para una mejor impregnación y
empape de los jugos gástricos.
El Provecho de los Porotos 91

Cornelio Kirkpatrick, aún con el agujero en el estómago, vivió muchos


años, llegando casi a los ochenta, pero lamentablemente se volvió un
borracho empedernido dentro del hospital, dolido por el abandono de
su mujer que según noticias recientes dejó al minero de Alaska
huyendo a Arabia con su oro y su ayudante, un moro que aquél le
había prometido al principio de esta historia, noticias que le
impulsaron a chupar todos los alcoholes que se ocupaban para
desinfectar las heridas y las operaciones de los pacientes dentro del
quirófano del hospital. Esto lo llevó a que anduviera todo el día en
pedo dentro de las instalaciones, molestando a las enfermeras con
propuestas indecorosas.
Un día, faltó del depósito de la farmacia una caja entera de doce
botellas de alcohol de medio litro, y sabiendo el director que
solamente Cornelio Kirkpatrick podía ser el culpable, los médicos le
abrieron la boca para oler su tufo, y no descubrieron nada sino un
suave olor a plástico derretido, hasta que a uno se le ocurrió abrirle el
agujero del estómago, y allí encontraron el cajón con las doce botellas
de plástico vacías y derretidas ya por el avanzado proceso de la
digestión, donde el muy pillo las había guardado para beberlas
subrepticiamente más tarde. Lo echaron a patadas del hospital y
colorín colorado, el cuento se ha terminado, sin que jamás se supiera a
dónde fue, qué le pasó ni dónde carajos vino a dejar sus huesos.
Cuando su señora regresó cansada y abatida, con ochenta y tres años
a cuestas, mucho se enfureció que su amado esposo no la fuera a
buscar a la terminal de diligencias, debiendo tomar un remisse para
volver a su casa con todas sus porquerías, y se presume que Cornelio
Kirkpatrick justamente por ese motivo desapareció del mapa.
Así como la leí, te conté en las anteriores líneas la historia del hombre
que tenía un agujero en el estómago, y convendrás conmigo, si me
tildas de puntilloso y meticuloso en los detalles de su argumento, que
las guampas de Cornelio Kirkpatrick, el abandono de su mujer, las
pieles de los armiños, el accidente en la cola del banco, la borrachera
en que caía frecuentemente, el oro y el moro prometido por el
buscador de riquezas y demás pormenores, están íntimamente
relacionados y emparentados con los sucesos principales relatados, o
sea la historia de la digestión, y quitando uno solo de sus detalles
vendría a ser como quitar un hilo de un fino tejido, desvaneciendo su
traza y colorido, volviendo la historia inentendible y aburrida.

Fin del

El Hombre con el agujero en el estómago


92 El Provecho de los Porotos

Aquélla noche dormí bien y tranquilo hasta el amanecer del viernes, y


sintiéndome ya totalmente mejorado abrí de par en par las puertas de mi
empresa.
Bah, levanté alto la ventanita horizontal del comercio tirando de una piolita
para tal efecto, para formar con ella un techito o toldito de fresca sombra y
agradable claridad, dándoles tiempo a las cucarachas y ratas que comen las
galletitas de la estantería a que se escondiesen de la vista de los posibles clientes
que tendría esa mañana.
No tuve deseos de ir al baño en toda ella, y me sentía perfectamente bien y
totalmente curado, e incluso con un voraz deseo de comer.
Al mediodía, ya entradas las revistas y el cajón en que exhibo los cigarrillos,
descendí la cortina principal de mi comercio, o sea bajé la ventanita de
machimbre aflojando la piola que la sostiene, y me dispuse contento a cocinar
las presas de pollo del sábado pasado que aún estaban intactas en el
congelador, las cuales nunca debí cambiarlas por el maldito poroto negro de la
negra Iglesia Asamblea de Dios Pentecostal del pastor Gregorio Velásquez.
Mientras se cocinaban, tuve deseos de defecar nuevamente, pero sin dolores ni
ruidos estrepitosos, y sentándome en el inodoro, depuse un largo y brilloso
sorete negro y duro como una piedra, y agradecí a la virgen María, al Gauchito
Gil, a la difunta Correa y a todos los santos del cielo haber salido y curado ya de
la ignominiosa descompostura diarreica que me tuvo a maltraer la semana
entera.
Al ver el soretón duro y saludable, tuve infinitos deseos de arrullarlo en mis
brazos y besarlo cariñosamente como hacen los putos con los cascarudos sus
hijos, tal y como te relatara en el capítulo donde éstos traen vástagos al mundo.
No hay contento en esta vida que se pueda comparar al contento que es cagar,
ni queda el cuerpo más descansado que después de haber cagado.
Después me bañé, limpié uno por uno los pelos de mi culo, con sumo cuidado y
delicadeza, porque el ojete me ardía insoportablemente al quitar los restos de
papel higiénico adheridos desde una semana atrás, de lastimado y en la miseria
en que estaba.
Me puse un calzoncillo limpio, talcos, perfumes, cambié sábanas poniendo todo
lo sucio e hediondo en el lavarropas, y después, me senté a comer las
apetecibles presas de pollos que en el ínterin se asaron y doraron.
Nunca me parecieron tan ricas como ahora, más teniendo en cuenta que en toda
la semana de caganeras no había comido nada sólido procurando curarme, si no
contamos los desgraciados remedios caseros del queso y del dulce de batata y
algunos tecitos de paico que me preparara mi chota vecina doña Elisa, que era
la misteriosa vieja a la que le ingresara una cucaracha en el oído y quedara
sorda como una tapia, como mencioné en algún lado de esta historia.
Mientras comía recordé que tenía una frondosa deuda en una gráfica de la
vecina ciudad de San Borja, merced a unos libros que imprimiera y no se
vendieran, y a cuyo dueño le prometiera, así lloviera o tronara, que todos los
viernes le llevaría algún dinero por ínfimo que sea, para saldarla en menos de
cinco o diez años sin que la recargara con intereses.
El Provecho de los Porotos 93

Y hoy era viernes, y viéndome ya sano, no vi excusa alguna para no pagar parte
de la cuenta, pues sacando todo lo que de malo tengo, soy una buena persona
que jamás dejaría deudas tras sus pasos.
Exultaba alegría por los poros al saberme ya sano y curado de los porotos, y
cantaba fuerte aleluyas, que quien canta sus males espanta, yendo de un lugar a
otro de la casa con pasos de minué.

Nada se aprecia mejor que la salud recuperada.

Me vestí con mis mejores galas, impecable, con perfumes y talcos todo el
cuerpo, bien planchadas mi camisa y pantalón, brillosos mis zapatos, y a las dos
en punto subí al colectivo internacional que pasa frente a mi casa y que
raudamente cruzó el puente sobre el río de los Pájaros y me depositó una hora
después a una cuadra antes de la plaza central de San Borja, alegre y muy
contento de estar sano, con uno de los bolsillos traseros inflado de billetes de
aquel país que juntara sacrificadamente en la semana toda para reducir la
deuda. Poniendo el pie derecho sobre la acera al bajar del colectivo, ¡huy, huy!
un violento dolor de tripas me hizo retorcer en el suelo con unas ingentes ganas
de echar un nuevo cago. ¡Cómo! ¿Acaso no estaba ya curado?
¿No depuse en mi casa un feliz y hermoso sorete negro duro y lustroso como lo
hago habitualmente?
¿No me bañé, perfumé y entalqué los huevos y los pelos del culo y me vestí con
mis mejores galas y me vine a éste país con las buenas intenciones de reducir mi
deuda? ¿Estoy soñando, o aún no pasó mi suplicio?
El dolor me hizo tambalear y arrodillarme en el suelo, fingiendo atar los
cordones de mis zapatos como si fuese otro Escipión el Africano que abrazaba
la arena.16
Recostándome por la pared, lentamente me dirigí hacia la plaza Getulio Vargas
distante a una cuadra de donde yo estaba, pasando por infinitos comercios
repletos de clientes, y que sin duda contaban con baños para los tales, pero no
me atreví a pedirlos pues la diarrea bien podía descargarse involuntariamente
dentro del salón de ventas, y las pérdidas serían millonarias para sus dueños.
Aparte, yo sé que éstos brasileros de mierda defecan hediondo, pero nosotros
los argentinos les ganamos fácil por estar acostumbrados a hacer cagadas en
todos nuestros actos diarios de la vida, y los olores no se disolverían sino hasta
el siguiente con viento a favor, lo que impedirían y anularían las transacciones
comerciales de la tarde. Imaginad una multinacional frenada por el olor
asqueroso y repugnante de mi diarrea en medio del salón de ventas, sin un
valiente brasileño que la recogiera en una pala. Con el culo y las piernas
cerrados y apretados, lentamente llegué a la vereda de la plaza, y allá en sus
fondos vi cercano el baño público salvador.

16Escipión el Africano es considerado el general romano más importante anterior a Julio César,
quien invadiendo África, al bajar del barco a la costa cayó de bruces en la arena, y para que sus
soldados no tuvieran su caída como mal augurio, exclamó; “África, al fin te tengo en mis brazos”
94 El Provecho de los Porotos

Llegando casi a su puerta, veo un tractorcito verde y amarillo funcionando con


sus ruedas en marcha muerta, con unas mangueras adosadas que se
introducían al interior del baño, y queriendo entrar, dos empleados municipales
que arrojaban chorros de aguas espumosas en las paredes, inodoros y
mingitorios me lo impidieron, y uno me dijo amablemente:
-Señor, no puede ocupar el baño hasta las cuatro de la tarde, porque una
vez por mes le damos a éste y a todos los públicos de la ciudad una limpieza
general con mangueras, jabones, detergentes y desinfectantes para matar los
microbios, aparte de las que le da diariamente su cuidador con escobas y trapos
de piso. Tendrá que esperar hasta que terminemos nuestra tarea, dentro de una
hora, más o menos.-
¡Maldición!, dije yo entremí, hace más de treinta años que vengo casi
semanalmente a San Borja y en mi puta vida me enteré que los baños se
clausuraran una vez por mes por aseo y limpieza.
¡Con razón los baños públicos brasileños siempre están limpios y relucientes a
diferencia de los sucios baños argentinos!
Anonadado, no supe qué hacer.
Sentí que la diarrea chirle y presurosa ya estaba entre mis límpidas nalgas.
Me acordé que a unas cuatro o cinco cuadras de allí hay otra plaza llamada de
Las Tortugas por tener muchas de ellas en un gran lago artificial, y que también
tiene un baño público similar, razonando que si pudiese llegar hasta ella sería
como llegar a la tierra prometida, y que al contar la intendencia de la ciudad
seguramente con un tractorcito para la limpieza, por lógica ya lo habrán aseado
antes, o quizá lo harían después de terminar la pulcritud de éste.
Y hacia allí dirigí mis cerradas y apretadas piernas con pasos de igual tono, a
veces deteniendo mi marcha para apoyarme en una pared o en un árbol para
hacer fuerza contraria a la natural, es decir cerrar el culo fuertemente con los
dientes apretados. Murito de casa que encontraba, murito en que apoyaba mi
culito. Hice una, dos, tres cuadras, y ya cercana divisé la plaza de Las Tortugas,
con el culo apretado y los calzoncillos miedosos de que les viniera un chaparrón
encima. La plaza ya estaba a media cuadra, y unos metros antes se encuentra un
gran supermercado que tiene en su entrada escaleras que llevan a unos altos
donde hay hermosos baños, con toallas, extractores de aire que elevan los malos
olores directamente al cielo, azulejos a todo culo, y delicadas toallitas de papel
para limpiarse el ojete, y era tanta mi obsesión por llegar a los baños de la plaza
que ni siquiera pensé ocupar los del comercio, con lo cual hubiera ganado
cincuenta metros de terreno. Obnubilado por la idea fija de llegar al baño de la
plaza, pasé sin más inconscientemente por la vereda del supermercado, a pocos
metros de sus modernos y lujosos baños, sin catar que los tenía al alcance de mi
mano. Ese error fue fatal para mí.
Crucé la calle y llegué sin más a la plaza, y acercándome a un carrito de
panchos de un gordo chanta amigo mío, le pedí que me vendiera unas
servilletitas de papel para limpiarme el culo, rápido, rápido, le dije, y viendo mi
apuro me obsequió un pequeño puñado de ellas con las que me dirigí casi
corriendo al baño.
El Provecho de los Porotos 95

El coqueto baño de la plaza de Las Tortugas, tiene un largo piletón de


mingitorios sobre el cual derrama agua constantemente un largo caño con
agujeritos, una piletita de cara en un costado, y dos cubículos o confesionarios
para cagar privadamente cerrando su puertita de madera, y gracias a Dios
ambos se encontraban vacíos, aún estando la plaza llena de gente.
Entro en uno de ellos, cierro con el pié su puertita, me desprendo el cinto y el
cierre, y me bajo como un rayo el pantalón conjuntamente con el calzoncillo, y
justo cuando me agachaba para embocar mi agujero en el del inodoro turco, me
salió del culo un impresionante chorro de negro caldo de porotos, con más
ímpetu y fuerza que el agua de las mangueras del tractorcito que lavaba el baño
de la otra plaza, cuya mitad fue a estrellarse contra los azulejos de la pared,
sobre la cadena y el manguito de madera que se tira para descargar el agua del
tanque, y la otra mitad cayó como un diluvio bíblico sobre la parte trasera de mi
pantalón y en los fondillos del calzoncillo.
La pared quedo marcada y salpicada de negros porotos, como si tuviese viruela,
con la diarrea lentamente deslizándose hacia el suelo por los blancos azulejos, y
rogué en mi desesperación que a los pajeros empleados municipales que
limpiaban el baño de la plaza central les sobrara suficiente agua caliente y
detergente para limpiar la mierda que dejara yo en las paredes de éste.
Miré mi calzoncillo, la cintura y los bolsillos traseros de mi pantalón, parte del
cinto, los pasacintos, el fondillo, y comprobé que todo estaba embadurnado con
la olorosa diarrea, pero me consolé al ver que las faldas de mi camisa, mis
medias y mis zapatos estaban impecables, limpios y sin culpa, por lo que
agradecí infinitamente a Dios que hayan salido incólumes del desastre, pues se
salvaron seguramente por un milagro venido del cielo.
Así es el hombre, que sucediéndole una desgracia mayor, se consuela con que no
le haya sucedido otra peor, y piensa y se convence que todo infortunio siempre
esconde alguna ventaja.
¿Qué hago? ¿Qué hago?, me preguntaba desconcertado.
Me quité cuidadosamente los zapatos y las medias, procurando no mancharme
las piernas, y bajé luego los pantalones junto con el calzoncillo hasta el suelo,
con su cinto, sus fundillos y los bolsillos traseros llenos de mierda. ¡Dios, el
dinero de la deuda! Me acordé que tenía los billetes en uno de los bolsillos
traseros, y metiendo la mano entre la diarrea, saqué los reales enchastrados de
la caganera, muy desvalorizados con respecto al peso por la caída libre de su
cotización, y lo primero que pensé fue que nadie me daría una mierda por ellos.
Desnudo de medio cuerpo para abajo, salí del cubículo y me limpié el culo en la
piletita que estaba cerca de los mingitorios, en cuya canilla los niños meten la
boca para tomar agua cuando están cansados de jugar en la plaza, y allí mismo
lavé los calzoncillos, la parte trasera del pantalón y el cinto entero, todo esto a
mano limpia. Digo que solamente ocupé el agua de la pileta, pues no iba a
cruzar la calle a comprar jabón del supermercado en bolas y con el culo mojado.
Imaginad a un tipo desnudo cruzando la calle para ingresar al supermercado,
solamente para comprar una barra de jabón y un detergente, el escándalo que
causaría.
96 El Provecho de los Porotos

Puse el fajo de billetes bajo el agua de la canilla, todos embadurnados con los
porotos pasados de la diarrea reciente, y los lavé uno por uno, hasta
revitalizarlos y darles el valor que otrora tenían en las casas de cambio, a fin de
que el imprentero me los recibiera sin menguas ni descuentos.
Y pensar que yo, sin ser político ni candidato a nada, también estuve en el
asqueroso lavado de dineros que tanto mal hace a la república.
Agradecí a Dios que aún estando la plaza llena de niños y adultos, en toda la
desgracia acaecida, no entró al baño nadie a mear o cagar ni por equivocación.
Sigilosamente salí del excusado teniendo cuidado de cerrar la puertita del
cagadero para que no descubrieran muy rápido la diarrea que dejara
estampada en la pared como recuerdo de mi visita a aquél bello y hermoso país
hermano. Un radiante y fúlgido sol iluminaba la plaza, cuyos altos árboles
daban fresca sombra a los diversos bancos de cemento distribuidos en toda su
área, con los juegos infantiles repletos de bulliciosos niños que corrían de un
lado a otro, y como una hermosa postal, en el medio un lago artificial de
plácidas aguas donde se doraban bajos sus rayos muchas tortugas perezosas y
dormilonas, sobre las enormes piedras que sobresalían en la superficie. Justo
cerca del lago, estaba libre un banco de cemento por darle el sol de pleno, y
sentándome en él casi se me fritan los huevos por lo caliente que estaba su base,
quedándome allí desde las tres y veinte de la tarde hasta las cuatro y media,
procurando que el sol me diese de lleno en las espaldas para secar la parte
trasera de mis pantalones. Vapores de plancha caliente salían de mis bolas y
como humos de tintorería de mi culo.
También puse sobre el banco los billetes mojados aprisionados con piedritas a
fin de que el sol los secara y no los llevara el caluroso viento del verano.
Por entretenerme, me puse a mirar las tortugas que perezosamente se bañaban
en el lago, y luego subían sobre las piedras al parecer a tomar sol, tan estáticas y
quietas que ni se notaba su respiración.
Solo el lento parpadear de los ojos daban indicios de estar vivas.
Salían otras del agua y trepaban a las piedras, y no conforme con eso, se subían
sobre las espaldas de sus compañeros hasta formar una pila de cinco o seis de
ellas encimadas, como para sostener al mundo.
-¡Eureka! –me dije- ¡Aquí está la prueba de la teoría tortuguiana con la que
los curas remataron a Copérnico!
Cuando el sacerdote polaco Nicolás Copérnico propuso en 1514 que la Tierra no
estaba fija ni era el centro del sistema planetario, sino que giraba alrededor del
sol flotando sin sostén alguno, la iglesia lo amenazó con ser considerado hereje
si no renunciaba a sus teorías que no eran otra cosa que tonterías inadmisibles.
-El mundo es en realidad una plataforma plana sustentada por la caparazón
de una tortuga gigante.- le dijeron los obispos teólogos.
-¿Y en qué se apoya la tortuga?- preguntó maliciosamente Nicolás.
- ¡Hay infinitas tortugas una debajo de otra, y sanseacabó!- le remataron.
Quinientos años después tuve que coincidir en que los sacerdotes no estaban
tan errados, teniendo ante mi vista la prueba irrefutable de la escalera que
formaban estos simpáticos animalitos del orden de los quelonios.
El Provecho de los Porotos 97

-¿Qué hacen éstas degeneradas?- me pregunté. Las observé más


meticulosamente y descubrí que seguramente estos animalitos son unos
reverendos putos porque el de arriba cogía en cámara lenta al de abajo, y éste al
de más abajo, y así toda la pila de media docena de putas tortugas encimadas.
Lo interesante y notorio es que mientras copulaban, todas miraban
desaprensivamente a lo lejos o al costado, tan estoicos e indiferentes que
pareciera que no tuviesen nada que ver en la orgía animal en que estaban
inmersos, sin siquiera sentir vergüenza de mí que las observaba desde tan cerca.
Así también somos los hombres, que siendo parte de actos viles e indecorosos, nos
justificamos con que todos lo hacen, mirando los lejanos errores ajenos por no ver los
propios cercanos.
Razoné que si las tortugas un día quisiesen hacer una película pornográfica, les
llevaría kilómetros de celuloide para realizarla por lentas y meticulosas, y unos
cincuenta años para terminarla, y solamente un beso entre ellas llevaría una
veintena de rollos, no como las inteligentes películas pornográficas de los
hombres, que de tanto sexo que va y viene nos marea su vertiginosidad y
rapidez, y nos atrapa su inteligente argumento, que jamás entendemos por estar
de sobra.
Una hora después de estos filosóficos razonamientos, víme seco de lo mojado,
aunque con olor, y juntando los billetes me encaminé hacia la imprenta donde
figuraba entre sus más destacados clientes morosos, a fin de entregar el dinero
para salir y dejar de serlo en el menor tiempo posible aunque la empresa me
durara diez años corridos.
Entreguéle al dueño el manojo de billetes que lo tomó delicadamente con una
mano y con la otra se tapó la nariz, dando orden a una secretaria que redactara
un recibo por la suma recibida con el correspondiente saldo adeudado.
En la vereda, esperé el paso del colectivo internacional que me llevaría hasta la
misma puerta de mi casa, y subiendo, no encontré un asiento libre por venir
repleto de chiveros que los llenaron con bolsas de chicitos y botellas de cañas, al
igual que los pasillos, y regresé parado y apretujado entre éstos sudorosos y
malolientes trabajadores que se rebuscan contrabandeando mercaderías
comestibles para venderlas a los kiosquitos que no pagan impuestos y están casi
fundidos, no como mi empresa que está al día, y en las noches también.
Me ubiqué parado detrás del conductor, por cuya ventanilla lateral entraba un
ingente aire fresco que recogía la velocidad del vehículo.
En el pasillo, desde la puerta de entrada hasta el fondo, y seguramente por el
viento que ingresaba por la ventanilla donde yo estaba, circulaba un fétido olor
a mierda y a hediondos aromas de porotos podridos, y aunque nos mirábamos
unos a otros buscando al Lázaro que tanto hedía, por ser muchos, no me
identificaron.

Fin del Provecho de los Porotos


98 Presentación del cuento infantil “El Viaje Extraordinario”

PRESENTACIÓN DEL INGENIOSO CUENTO INFANTIL “EL VIAJE


EXTRAORDINARIO” QUE INVENTARA PARA QUE POR LAS NOCHES
MI HIJA SE DURMIERA.

Has de saber, bueno y amable lector, que desde muy pequeña siempre traté de
inculcar a mi hija la sabiduría y la sapiencia que son necesarias para un mejor
desenvolvimiento en la vida y en la sociedad futuras, y como esto solo se
consigue con buenos libros y con el mucho viajar, mas la educación, el ejemplo
y la corrección que los padres deben brindar a sus hijos desde muy temprano,
saliendo a gatas de la cuna, compréle un juego de letras multicolores con el
cual antes de los dos años aprendió a armar y escribir frases cortas como
“mamá me ama”, “mamá amasa la masa” o “el sol asoma” y otras tonteras, y
logrado esto, abarroté su cuarto de cuentitos infantiles que leía ávidamente
por sí sola, pasando por sus ojos aquéllos consabidos de “Caperucita Roja”,
“Pinocho”, “Pulgarcito”, “Alicia en el país de las maravillas”, “El Patito Feo”, “La
bella durmiente”, “El gato con botas”, “Hansel y Gretel”, “El mago de Oz”, “La
pequeña Heidi”, “Los tres chanchitos”, y otras infinitas necedades que en nada le
aprovecharon y casi la volvieron una tonta, lo cual me obligó a darle libros de
mayor peso y consistencia, o a contárselos, como “Robinson Crusoe”, “Los viajes
de Gulliver”, “Corazón”, “Las aventuras del Capitán Grant”, “El Viejo y el mar”,
“Colmillo Blanco”, “La isla del tesoro”, “Las aventuras de Sherlock Holmes”, “La
vuelta al mundo en ochenta días”, “Guillermo Tell”, “Tom Sawyer”, “Hackleberry
Finn” y cientos de libros juveniles que le despertaron de su letargia acéfala,
urgiendo y avivando la poca inteligencia que heredara de su madre.
Es el caso que tanto se aficionó a la lectura de aventuras y a los cuentos
infantiles que por las noches no quería dormirse si no le contara o le leyera
alguno que no fuera repetido, lo cual me daba mucho hastío y rebeldía, pues
bien sabéis que trabajaba en minúsculos engranajes de relojería durante todo
el día, para que a la noche, muerto de cansancio y de sueño, tuviese que hacer
semejante y cansadora tarea de leer un tonto cuento para que mi hija se
durmiera.
Un día que se agotaron todos los libros que leía por sí sola, y quedándome yo
sin cuento alguno que ella no lo supiese de memoria para entretenerla, le dije
que le iba a contar una historia que me sucediera cuando yo era un niño, pero
con una condición, que por ser el cuento muy extenso se lo contaría en
pequeñas porciones o capítulos, y que finalizado el correspondiente del día me
dejara de molestar para poder dormir y descansar tranquilo la noche.
- Si, pa. Grande, pa- me dijo y esperó impaciente que llegara la noche
para oír la historia que ni yo sabía, y mientras trabajaba durante el día en mi
oficio, iba pergeñando los pormenores de su argumento, y fue así que vine a
crear el cuento “El Viaje Extraordinario” en capítulos cortos de no más de
cinco hojas. Desde muy temprano por las mañanas, mi hija me recordaba que
no me olvidara de la promesa de contarle a la noche el capítulo del cuento
correspondiente al día, y en verdad, me tenía hastiado y enfadado por el
compromiso asumido.
Presentación del cuento infantil “El Viaje extraordinario” 99

Estos capítulos del cuento infantil del “Viaje Extraordinario” duplicaron mi


cansancio, pues mientras de día trabajaba de sol a sol con las manos para
ganar los dineros de nuestro sustento, mi cabeza se agotaba gratuitamente
pensando qué tontería contaría a mi hija al llegar la noche.
Oh, si hubiese en aquélla época la televisión por cable que existe hoy, yo haría
como todos los padres haraganes: le colocaría uno en su pieza para que se
entretuviera hasta la madrugada con cientos de canales de dibujos animados
que la volverían una perfecta burra en el futuro, portando eternamente un
cerebro mohoso y anquilosado por no incentivar el razonamiento y la
inteligencia por sí propia desde temprano.
Así nació el cuento “El Viaje Extraordinario” en innumerables capítulos, tantos
que pasando los años no podía darle un fin conveniente llevado por mi
imaginación y el deseo de agregarle nuevas aventuras, aún y a pesar de que
mi hija ya había terminado la primaria, la secundaria y estaba con las valijas
prontas para partir hacia una lejana universidad, al parecer para no escuchar
más tantas tonterías encimadas.
Al irse ella a la universidad, yo estaba apenas en el capítulo 636 del primer
tomo del cuento, y viendo que era muy ameno e instructivo, lo trasladé al
papel en pacientes noches de escritura, y Dios mediante, algún día lo editaré
para entretenimiento y educación de todos los niños de ésta apacible
localidad.
Así como Antoine de Saint Exúpery trajo a “El Principito” del planeta U26 a la
tierra, en el cuento superior, ameno y singular mío, un niño es llevado por
equivocación a un extraño planeta llamado Bondax2 donde le suceden
infinitas aventuras de las que sale airoso, y a su vez aprende otras sapiencias y
costumbres de los habitantes del lugar, entre ellas el don de la telepatía, que al
regresar a la tierra aplicará fluidamente sabiendo lo que piensan los demás con
solo mirarle sus ojos.
Y si quieres conocer su argumento en forma reducida, por saltear el libro
entero cuando esté en la calle, paso a darte una apretada SÍNTESIS del cuento
“El Viaje Extraordinario”, que realmente me sucediera cuando en mi inocente
infancia contaba apenas con doce años de edad…

**********************
100 Presentación del cuento infantil “El Viaje Extraordinario”

SÍNTESIS

“Tres pajeros extraterrestres, enanitos de apenas un metro de altura pero con


unas vergas como de medio metro de largor que arrastraban por el suelo,
cubiertos con un metálico uniforme que relucía como la plata, aunque de
manos y rostros verdosos y de enormes ojos negros, llegan a la Tierra desde el
planeta Bondax2 que quedaba en la loma del culo dentro de nuestro universo,
más precisamente pasando la constelación de Ganímedes, tirando a la mano
derecha, con la misión expresa de secuestrar a mi padre que era relojero, a fin
de que en aquél lejano planeta arreglase el Reloj de la Vida, con cuyo tic tac
latían los cuatro corazones de cada uno de sus habitantes.
Como yo me llamaba Rafael igual que mi padre, y siendo un pendejo de doce
o trece años, sin ninguno aún en las bolas, y era tan alto como él, provocó que
estos pelotudos enanos se confundieran y me llevaran en su lugar en el
hermoso platillo volador en que habían venido.
Por eso dije al principio que los tres enanos eran unos pajeros.
Me raptan pues a mí en lugar de mi padre y surcamos la negra inmensidad del
universo a una velocidad estrepitosa de más de trescientos mil kilómetros por
hora, según yo observaba en el tablero, y después de recorrer noventa y siete
mil billones de kilómetros, llegamos hasta el planeta de los enanos.
Mientras el platillo sobrevolaba por las calles céntricas de la ciudad alienígena,
observé por una de sus ventanillas adornadas con cortinitas rematadas con
puntillas de vistosos colores por uno de los enanos que era trolo, que los
habitantes del planeta llamados “bondaxnianos” yacían tirados en el suelo
semimuertos, en horribles convulsiones y asquerosos escupitajos, en medio de
verdosos vómitos biliares, olorosos pedos y horribles caganeras.
Aterrizamos en medio del patio del Palacio Real desde donde urgente fui
conducido por varios soldados hasta el Salón del Reino, que por su lujo y
fastuosidad en nada se asemejaba a los de los Testigos de Jehová de la tierra.
En realidad los soldados que me escoltaban casi se arrastraban por el suelo de
débiles y exangües, con terrible taquicardias, chuchos y pedorreras, y si yo no
los cargara sobre mis hombros, no llegarían ni a la puerta del palacio.
Me ponen delante del Rey Tinacrio Chotolargo y de la Reina Dulcemiel
Conchagrande, que ya estaban sin color en el rostro, con dificultades para
respirar y sin esperanzas de vivir una hora más.
Tan mal estaban que al Rey Chotolargo ya no se le paraba más la guasca de
setenta centímetros de largor (por eso fue elegido por unanimidad Rey
obteniendo la mayoría absoluta en las dos Cámaras) y la Reina Dulcemiel…
¡puteaba y bufaba de enojada!
Híceles una pequeña inclinación de respeto y sumisión y luego el Rey con voz
pajera y desfallecida, me preguntó:
-¿Tú eres Rafael del Áncora y Buenacuerda, el famoso relojero de la
célebre ciudad de Formosa, cuya popularidad ya trascendió las fronteras del
universo por la sabiduría, pericia, rapidez y eficacia con que realizas tus
trabajos y composturas?-
Presentación del cuento infantil “El Viaje extraordinario” 101

- ¡Las pelotas, Majestad! - le dije yo- Yo soy su hijo Rafael el Menor,


llamado simplemente Rafa, el más pequeño de seis hermanos, y no entiendo
un carajo de relojería, pues aún no terminé la primaria a la que me dedico,
junto con jugar a la pelota y la pesca, o sea, soy un vago de mierda que nunca
ayudó ni a barrer la vereda del negocio de mi padre.
-¡Cagamos! -dijo el Rey Chotolargo- Estos pelotudos trajeron al hijo en
vez del padre. ¡Perdidos estamos! ¡Moriremos inexorablemente! ¡Ya mismo
fusilen a los tres platonautas pajeros que se equivocaron en la misión, antes que
se mueran! –
Parado detrás del trono del Rey estaba un militar con el uniforme lleno de
condecoraciones, que cumplía la función de edecán y limpiaculos de su
Majestad, al igual que en la tierra tienen nuestros presidentes, en cuyo rostro
creí ver una disimulada sonrisa de satisfacción por los acontecimientos que
pasaban. Triste y amargado el Rey me miró, y con lágrimas en los ojos,
poniendo cara de pelotudo, con la mayor caradurez del mundo (de ése
mundo), me dio esta triste noticia:
-Tú también estás cagado, niño Rafael, porque nadie podrá regresarte a
tu casa jamás. Nuestra nación está condenada a morir en menos de dos horas,
a lo sumo en tres, porque el Sagrado Reloj de la Vida que regula el latir de
nuestros cuatro corazones se descompuso hará ya una semana, y si no vuelve
a funcionar antes de ese tiempo, dejarán de latir en breve, y nuestros ocho
pulmones exhalarán los ocho últimos alientos, hasta que sobrevengan las
taquicardias y los concluyentes síncopes cardíacos que nos harán pomada.
Cada minuto que pasa nos volvemos más débiles y en horas más no podremos
mover un dedo ni para limpiarnos el culo. Por eso mandamos a buscar a tu
padre Don Rafael del Ancora y Buenacuerda, para que lo arreglara y salvara
de este triste fin a todos los “bondaxnianos” de mi mundo.- dijo.
Yo, que juné el soberano lío en que estaba metido sin comerla ni beberla,
empecé a mirar a través de los amplios ventanales los platillos voladores
estacionados en el patio, por ver y aprender su manejo y despegue a fin de
rajarme en uno de ellos hasta mi casa cuando todos los enanos murieran.
Pero yo también estaba perdido porque aún aprendiendo a conducirlos, no
tenía la más reputísima idea del camino de regreso, y sin conocer las curvas
espaciales, los agujeros negros en la ruta, los lomos de burro del espacio, los
baches del camino, las interestatales y los empalmes, las manos y contramano,
ni tener carnet de conductor actualizado, me sería más que imposible regresar
a mi casa volviendo por el mismo camino que me trajera.
Como desde niño siempre acompañé a mi padre hasta los altos campanarios
de las iglesias cuyos relojes él arreglaba, en donde mientras observaba su
trabajo le acercaba herramientas o limpiaba las piezas, me atreví a ofrecerle al
Rey mis buenas intenciones de tratar de componer el Reloj de la Vida, más
para salvarme a mí que a ellos. Todo eso expliqué al Rey Chotolargo, y que
bien sabía el refrán que dice que perdido está quien tras perdido anda, y aún
así, como última carta pondría todos mis esfuerzos para reparar el mal que
aquejaba al Reloj, a lo cual el general que estaba detrás le aconsejó:
102 Presentación del cuento infantil “El Viaje Extraordinario”

-No hagáis caso a este niño maleducado que os trata como si fuese
vuestro igual, y guardad vuestro último aliento para la transmisión en vivo
por la cadena nacional, en donde le será muy conveniente dar el último adiós
al pueblo que os ama.
-No -dijo el Rey- procuremos y a Dios roguemos que como última
esperanza para los bondaxnianos éste niño arregle el Reloj de la Vida.
Así, me llevaron hasta un enorme reloj de unos veinte metros de alto por otros
tantos de ancho, ubicado en el medio de la plaza Central, llamada Alf el
Conquistador, y que estaba detenido y estático a las tres menos cinco.
Como los bondaxnianos no podían tocar el reloj por ser para ellos sagrado, me
vi en la necesidad de algunos artilugios inteligentes para quitar su enorme
tapa con la ayuda del pueblo, sin que estuviesen en contacto con nada del
aparato, y una vez hecho esto me introduje en una inmensa maquinaria cuyas
ruedas tenían una circunferencia de cuatro metros o más cada una.
Esto traía gran riesgo a mi vida, pues si el reloj comenzara a funcionar estando
yo dentro, sus ruedas me triturarían y me harían picadillo al instante.
Encuentro el defecto, evidentemente provocado con nefastos propósitos, y por
indicios descubro al culpable, que era el general ODDIO el edecán del Rey, y
lo pongo al descubierto de su felonía.
Para hacerla corta, te resumiré los motivos.
El reloj no andaba porque el Rey, que era medio cojudo, hacía como dos años
que se garchaba a la mujer del militar, una enana puta con una concha más
grande que la pija de los enanos, y en venganza el general descompuso el reloj
para que todos murieran, a saber: el obispo Santiago de la diócesis porque los
había casado y no servía para un carajo, el intendente Giraud junto con su
compinche Garay y los trece inútiles concejales incluidos Carlitos Farizano,
Eduardo Buero y Martita Soto; todas las maestras que ya lo tenían aburrido
con sus interminable paros, los piqueteros, los gays que contraían matrimonio,
los curas degenerados, los directores de hospitales, los dueños de radios junto
con todos sus programas, el “Pato Móvil” y su padrastro Carlos Blanco, y los
insípidos de la Jany Benítez, los inspectores de tránsito Enrique Nacimento y
Comadreja Godoy, y los dueños de los boliches bailables, los ruidosos
motoqueros y finalmente el rey, la reina y los sesenta y siete principitos
herederos del trono, hijos del matrimonio real (allá las enanas tienen un hijo
cada vez que se tiran un pedo después de coger), en fin, para hacerla corta,
quería matar a toda la nación de bondaxnianos.
Como el general tratara de huir subrepticiamente, manda el Rey que unos
veinte soldados pijudos cojan al culpable, y que después de cogerlo le corten el
picho con un cuchillo desafilado como castigo, no sin antes darle unas pastillas
de Tranquinal para que no se pusiera nervioso y sufriese en demasía.
¡Ayyyyyyyyyyyyyy! se oyó veinte veces seguidas cuando los soldados pijudos
cogieron al general ODDIO, y después un: -¡Ay, mi amor!- afeminado y
marica del mismo tenor, cuando le cortaron la verga, que cosa rara en el
planeta, por lo ínfima, no pasaba de ser más larga que una banana o una
berenjena.
Presentación del cuento infantil “El Viaje extraordinario” 103

Ah, si ésta justicia bien impartida se aplicase en nuestro pueblo de Santo Tomé
a intendentes ladrones y concejales inútiles, ¡cuántos trolos habría y qué
honestos serían nuestros políticos!
¡De cuántos curas degenerados nos libraríamos fácilmente con solo cortarles el
picho con un cuchillo desafilado dándole antes una hostia milagrosa para ser
salvos sin sufrir mucho!
Todos los bondaxnianos volvieron a vivir, y en agradecimiento la plaza
principal llamada Alf El Conquistador, cambió de nombre de allí en adelante,
llamándose plaza don Rafael del Áncora y Buenacuerda en honor a mi padre.
Como en mi casa no controlaban mayormente mis salidas ni mis regresos, me
quedé a vivir una semana entera en el planeta Bondax2 donde aprendí
infinitas cosas que nosotros los humanos ignoramos, como el hablar sin
ocupar la boca, es decir telepáticamente, al revés de la tierra en donde
ocupamos la lengua para difamar y la inteligencia solo para destruir, supe
cómo erradicaron definitivamente las enfermedades del cuerpo y la maldad de
la mente, la historia del planeta, y la religión que profesaban, me llevan a
conocer otros mundos cercanos a no más de un millón de kilómetros, me
muestran la Real Biblioteca Universal, donde se guardaban los libros más
sabios de la creación, y con gran sorpresa vi que estaba en uno de sus estantes
más destacados el de “Rebecca”, de un conocido escritor de mi ciudad y
vecino mío, y además allí me enteré que muchos bondaxnianos vivieron en
nuestro mundo en pasados tiempos, por supuesto transfigurados con aspecto
humano, para tratar de inculcarnos sus bondades innatas y sus adelantos
científicos: Gandhi, Einstein, Irigoyen y Florencia de la V, eran bondaxnianos;
chupo durante todo el tiempo gaseosas bien heladas de una heladera que
funcionaba con un minúsculo rayito de sol que entraba por un agujerito del
techo, y sin tener una verga similar a la de los enanos, cojo unas 289 enanas
que se me entregaron enamoradas de mi gran altura, y alguno que otro enano
trolo, que también abundan en ese planeta.
Me regresan a mi casa con los tres platonautas que me raptaron, que gracias a
mí no fueron fusilados, me dejan en el mismo lugar del que me llevaron, ¿y
cuanto tiempo creéis que estuve fuera de la Tierra?
Apenas DOS HORAS- 17

17¿Crees tú, papanatas, que estas cosas contaba a mi hija para que se durmiera? ¿Tan pelotudo
eres que me tomas por un degenerado como tú? ¿Crees en verdad que los enanos tenían vergas de
más de medio metro de largo que arrastraban por el suelo? Si así fuera, ¿quién fabricaría condones
en ese planeta sin fundirse? ¿De dónde que las enanas parían un hijo después de tirarse un pedo?
Ah, necio, sábete que “El Viaje Extraordinario” está escrito en un castellano educado y correcto
para los pequeños y solo inventé esta síntesis tonta y zafada para que veas que te puedo hacer
creer cualquier cosa que se me pase por la mente, porque eres inculto y degenerado, y su
argumento delicado y verdadero está reservado para los niños a quienes sus padres en breve
entretendrán con el ameno cuento que inventara para que se durmiera mi hija, para que a su vez
sus pequeños se duerman y dejen de molestar hasta el día siguiente.
Prólogo para presentar una obra agregada 104

PRÓLOGO PARA PRESENTAR UNA OBRA AGREGADA:

Estando ya terminados los dos cuentos antes expuestos y hecha la


presentación en sociedad de la síntesis del cuento “El Viaje Extraordinario”
nacido para contentar a mi hija para que por las noches se durmiera,
preparábame días pasados para viajar a las grandes ciudades con mis escritos
a cuestas a fin de buscar precios económicos para imprimirlos, y estando en
estas tareas de organización, sonó la aldaba de mi puerta, y abriéndola, me
encuentro con el poco y nada estimado buen escritor de nuestro pueblo, don
Arturo Beresi, que con un rimero de papeles bajo el brazo, pidióme el
siguiente favor que ya paso hacerte conocer:
-Sabrá Ud. -me dijo- que no ha mucho tiempo atrás, con mucho esfuerzo
y sudor, imprimí un librillo titulado “El Imperio de las Vírgenes” con el que
pensaba darme a conocer al mundo y ganar algunos dineros para mi
sustento…
-Lo leí - le dije- y no me pareció de los malos, principalmente la parte
que toca a “Rebecca”, mujer sublime y singular, por lo ameno y agradable de su
redacción y los temas comunes y cotidianos que trata.
-Para desgracia mía, -me dijo- su éxito rayó en un soberano fracaso al no
venderse ni siquiera el diez por ciento de los impresos, y los gastos
devengados y los dineros que creí recuperar con su posterior venta, me
llevaron a endeudarme grandemente, y de allí a la miseria y al desánimo en
que vivo, con el agravante que aún debo al imprentero más de la mitad de la
deuda, la que aumenta día a día por los intereses…
-Pues a fe que será Ud. en los venideros tiempos un exitoso escritor de
obras muy solicitadas, - le animé- pues todos aquéllos que pasaron primero
por rotundos fracasos, al final se vieron coronados con el reconocimiento del
vulgo al editar su tercer o cuarto libro. ¿Sabía Ud. que Cervantes, por ejemplo,
escribió cientos de obras teatrales que fueron ignoradas y desechadas por el
pueblo enamorado de Lope de Vega que llenaba teatros, para luego entrar de
lleno a escribir sus novelas ejemplares donde hacía primar la rectitud moral, la
honestidad y la caridad al prójimo como luces para quien las leyera y poco o
ningún éxito pudo alcanzar con ellas, hasta que a los cincuenta y ocho años
lanzó a la batalla a Don Quijote por el mundo entero, ganando la gloria tanto
antes buscada? De ser tenido en sus primeros tiempos como poeta vulgar e
intrascendente, ignorado y de escaso ingenio, en el final de su vida fue tan
famoso y solicitado por su Quijote que hoy es llamado con justicia el padre de
las letras castellanas. Y la chilena Allende, sin ir más lejos, recogió dineros
solamente después de su tercer libro titulado “La Casa de los Espíritus”, siendo
ignorados sus dos primeros trabajos, y hoy vive en medio de la opulencia y la
riqueza en Los Ángeles; y lo mismo podría decirse de García Márquez con sus
“Cien años de soledad”, con el cual saltó a la fama sin importar cientos de
anteriores fracasos, y otros innumerables escritores que primero conocieron la
miseria y la indiferencia y después la fama y el reconocimiento. Otro ejemplo
es “Rayuela” de Julio Cortázar. Y Jorge Luis Borges, que jamás en su vida
Prólogo para presentar una obra agregada 105

escribiera una novela, cosechó sus laureles con cientos de cuentos cortos y
obras sabias, a veces en sociedad con amigos poetas o simplemente bajo un
seudónimo, para ser reconocido al final de su vida como uno de los más
grandes escritores del mundo.-
- Así debe ser, -me dijo- pero es el caso que nada me interesa la fama
sino el conseguir los dineros para saldar la deuda anterior, antes que la
preocupación por no poder pagarla me lleve a la muerte. ¡Oh, muerte, qué
agradable es tu visita para aquel honesto y afligido por pagar sus deudas! ¡Oh,
muerte, cuánta paz das a los que adeudan cuando te llevas a tus siniestras
moradas donde nada valen firmas ni documentos a incisivos acreedores! ¡Y
por último, amada muerte, sé bienvenida para terminar con mi angustia, pues
habiéndome enseñado mi padre la extremada honestidad de la que no puedo
salir, y que hace que el no cumplir con la palabra empeñada me enferme y
desanime de continuar viviendo!
-Dígame, pues, en qué puedo ayudarle, no siendo con dineros. -
-Por un amigo común me enteré que Ud. imprimirá en breve un libro
anónimo cuyo argumento es jocoso y zafio, que no dudo será coronado con el
éxito merecido, ya que no ocupó el alto y cultural estilo que yo usara en el mío
y me llevara al fracaso, pues siempre el vulgo se inclina más por las bromas y
bajezas que por enciclopedias, dicho esto sin ofensa alguna a su trabajo.
- Así es - le dije - pero no se tome Ud. de ése madero para no hundirse,
ni como cosa infalible, que el vulgo es tan dispar y disímil que nunca se sabe
con certeza sus gustos y preferencias. De antemano le adelanto que no me
pida dineros de prestado, que pocos tengo, y como bien le dijeron, están
reservados para pagar la impresión de mis dos cuentos cortos que ya han sido
leídos con beneplácito por aquéllos que tienen ciertos manuscritos de algunas
de sus partes. Y siendo mi trabajo anónimo aposta y de intención, creo que
serán vendibles y solicitados al estar escritos con términos bajos y
maleducados, sin importar la fineza de su estilo ni la pulcritud con que se
desarrollan sus hojas.
-Pues yo quisiera pedirle que entre ellas me hiciese la merced de insertar
un trabajo que en horas solitarias en mi cuarto escribiera, por no asomar la
cara a la calle por la deuda referida, titulado “La Caída del Imperio de las
Vírgenes” que es la continuación de mi primer fracaso, por ver si Dios me
favorece con juntar los dineros con qué pagar mi primera deuda, que asciende
a unos cinco mil pesos mas o menos, y terminar así con mi suplicio de deudor
incumplidor y de extremada honestidad.-
-Veo dos problemas, y aún tres, que para mí son insalvables. -le dije-
Primero que seguramente su trabajo tratará de religión, ya que desde niño le
enseñaron el Antiguo Testamento y sé que su lucha se basa en hacer conocer
los Diez Mandamientos de Dios que el catolicismo oculta y esconde para
desviar al hombre hacia la idolatría, tema que yo sé que le apasiona, y
viniendo de su correcta y educada persona estará escrito de igual forma, y por
lo aburrido del argumento que nadie trata ni interesa saber, posiblemente
arruinará las chanzas y las zafadurías de mis cuentos, como bien puede
Prólogo para presentar una obra agregada 106

imaginarse vuesa merced; y lo segundo, que aumentando la cantidad de hojas


impresas, por lógica aumentará el costo del libro, y que siendo una inexorable
ley de la vida que unos nos quieran y otros nos odien, vendrá a resultar que
habrá quienes lo compren por los zafados cuentos míos, y otros no lo hagan
llevados por el tema que Ud. toca, o al revés; y la tercera y principal es que si
el libro tuviera éxito, nunca sabremos al ser anónimo de quién fuera la causa, o
de quién la culpa si fuera un fracaso, y vendríamos a terminar como aquéllos
políticos que se alían antes de las elecciones entre abrazos y fotos, y que
ganando se apropian cada uno del éxito, y perdiendo endosan al otro la
derrota, y en cualquiera de los casos, se agarran a las trompadas para después
disolver la tan fraternal alianza del principio.
-Puede ser -me dijo- pero siendo los suyos anónimos, podríamos
ingresar mi trabajo en su final con mi nombre en letrillas pequeñísimas, a fin
de que no involucren su persona con la mía. Incluso podríamos poner
estampada ésta conversación, que más bien es un ruego mío hacia su persona.
Yo me conformo con que vaya al final del libro, cayéndose de sus últimas
hojas, como un ignorado apéndice o complemento. Y “La Caída” no es muy
larga ni cansadora, apenas unas diez carillas para dar un corte final a la pelea
entre protestantes y católicos de la primera parte. Y con esto, estaremos en paz
ya sea en el éxito o en el fracaso.
-Bien, -le dije- dadme vuestros papeles que los estudiaré en el viaje, y de
alcanzar el dinero, irán sus hijos agarrados del cordón umbilical y de la mano
de los míos.-
Y fue así que, sin más, y porque no hizo Dios a quien desamparase, movió mi
misericordia hacia el sublime escritor por ayudarlo, y decidí incorporar a mi
trabajo de los pelos y los porotos que leíste anteriormente, éste de “La Caída del
Imperio de las Vírgenes” que viene seguido, que no sé aún de qué tratan los
pormenores de su argumento ni su trama en general, aunque mirando muy
por encima de sus hojas, vi estar impresas en ellas relatos verídicos del pastor
Gregorio Velásquez y de la poetisa local Cristina Perkins Hidalgo, y más
adelante figuras muy importantes de nuestra ciudad, como don Alberto Maza,
el gallego Juanjo Martínez, el recordado Padre Benetti, el popular Doro, los
profesores Lucita Falero, Noguera, Rocuzzo y Barros, el padre Gumercindo, el
obispo Santillán, Horacio el naranjero, Panchito Arbelaiz y Lisandro Almirón,
el padre Buendía, el pastor Sprill, el padre Horacio y otros cientos en los que
no me detuve a averiguar qué papel tocaba a cada uno, pero eso si, de
antemano me deslindo de toda responsabilidad de lo que dice o piensa su
autor Arturo Beresi de nuestra Santa y Pura Iglesia Católica, de su máximo
pastor el Santo Padre Benedicto XVI, de sus sublimes obispos y sacerdotes,
comisarios, jueces, doctores, pastores, comerciantes y personas relevantes e
influyentes de la ciudad de Santo Tomé, Corrientes, que involucra.

***************
“LA CAÍDA DEL IMPERIO DE LAS VÍRGENES”
Por Arturo Beresi
La Caída del Imperio de las Virgenes 109

LA CAÍDA DEL IMPERIO DE LAS VÍRGENES

Primeros relatos del Pastor Gregorio Velásquez

“Debo decir primeramente que en aquéllos funestos años de la III Guerra


mundial, ocurrida entre el 2014 y el 2020, tuve la grandísima bendición de que
mi Señor y único Salvador no permitiera que me mataran, y me conservara
vivo para dar el testimonio que ahora escribo, seguramente porque desde niño
siempre seguí fiel a sus preceptos y mandamientos, y muchas veces, siendo yo
su profeta, ocupó mi boca para dar instrucciones a nuestra iglesia pentecostal,
y a muchos hermanos católicos que traté sacar de la idolatría de vírgenes,
santos y gauchos sin lograrlo, y habiéndome por ello apresado la poderosa
fuerza católica de la “Matercorps”, fui atado y maniatado a la misma silla en
que la noche anterior fulminaran con la electricidad de los bastones asesinos al
buen hombre de Dios Arturo Siberek, venido a éstas tierras desde Formosa a
predicar al Señor Jesús, y estando a punto de seguir su mismo camino, un día
me vi libre de las mordazas y con la puerta abierta por una suave brisa que la
mecía, lo que aproveché para huir sigilosamente después de pasar diez días de
torturas y vejaciones en la Sede Central del “Cuerpo de María”, dentro de la
misma Catedral de Santo Tomé, en un galpón o centro clandestino ubicado
allá en sus fondos.
Solamente para que recuerden la impiedad con que trataban los católicos
marianos a los cristianos evangelistas, sabed que la silla a la que fui amarrado
aun tenía en los apoyabrazos los restos de la piel y carnes chamuscadas que
fueran del Hombre Fiel cuando la noche anterior lo electrocutaran Panchito
Arbelaiz y Lisandro Almirón, dos acérrimos idólatras de María antes que de
Dios y asesinos despiadados de los Evangelios de Jesús, que integraban la
odiosa policía católica de la “Matercorps” o “Cuerpo de María” liderada por el
obispo Santillán y otros seis componentes más entre los cuales figuraban los
dos asesinos nombrados, el dentista Alfredo Buján, el abogado Golito Puentes,
el tendero Juanjo Martínez, el carismático Cachito Balmaceda y la celebérrima
escritora local Reneé Soto del Castillo.
Y el suceso de mi huida fue así: una mañana antes del amanecer, en medio de
un estridente y sublime gorjeo de cientos de pajaritos asentados en los altos
árboles de los fondos de la iglesia, me desperté en mi silla muy débil y
afiebrado ya que por días no me dieron otro alimento que pan y agua, y
viendo mis piernas y manos libres de ataduras, me puse de pie tambaleante,
tomando por un espejismo ver que también la puerta de mi celda estuviese
abierta de par en par, como por una brisa divina bajada del cielo.
De que me viese libre de las ataduras y con la puerta de la celda fácil de
traspasar no es inverosímil, pues ya antes sucedió con don Francisco de
Encinas en el medioevo, que siendo preso por la Inquisición católica por
traducir e imprimir la Biblia en castellano, fue condenado a morir en la
hoguera. Fue encadenado a una pared durante casi dos años de suplicios a
pan y agua, y periódicamente castigado a latigazos.
110 La Caída del Imperio de las Virgenes

Esto provocó que enfermara gravemente de escorbuto y perdiera todos sus


dientes.
Mientras esperaba su ejecución, tras tan larga agonía y suplicio, con sus manos
y pies a punto de ser arrancados por los anillos de las cadenas que lo
mantenían en vilo contra una pared, un día se vio libre de ataduras y con las
puertas de su prisión abiertas, lo que aprovechó para escapar llegando sano y
salvo a Witemberg.18
Así también, tambaleante y debilitado traspasé la puerta de mi encierro,
saliendo a los jardines del patio de la Catedral, en momentos en que la
claridad del día se acentuaba cada vez más sin aún haber amanecido, hasta
llegar a las galerías y pasillos de la secretaría, a pocos metros ya de la puerta
de calle, tratando de no hacer el más ínfimo ruido con mis pasos, por no
despertar al padre Horacio ni al padre Gumercindo que seguramente aún
dormían o rezaban a María en sus retirados cuartos privados allá en los
fondos.
El padre Benetti posiblemente no estaría en el suyo pues casi nunca dormía en
la Catedral, ni en lado alguno, pues se pasaba la noche de timba en timba o en
la casa de una de sus dos amantes, y si estaba, dormiría como un lirón por
efectos de la borrachera con que regresaba de la juerga.

“Vinum et mulieres apostatare facium sapientes”19

Llegando hasta la puerta de calle en que desemboca el largo pasillo de la


secretaría, la encontré sólidamente llaveada, y sin la llave a la vista, y me
sobrevino una angustiante desesperación y desánimo saber que si no la
traspasaba urgente me atraparían nuevamente, y mi angustia creció aún más
al escuchar los autos que a tan temprana hora ya transitaban por la calle
principal de la ciudad, la San Martín, a escasos metros de donde me hallaba.
En mi desesperación, en un arranque de furia e impotencia, casi decido
imprudentemente patearla salvajemente para tirarla al suelo, llevado por el
grande y fuerte deseo de ser libre como los pájaros que todo hombre tiene
dentro de su alma, y más para no estar en una iglesia donde había tantos
ídolos y estatuas que Dios escupe y maldice.
Ay, mis deseos de verme en libertad y lejos de tan maldita iglesia, me hizo
arrodillar y llorar angustiosamente mi impotencia de escapar, sin importar que
mis llantos y congojas pudieran ponerme fácilmente al descubierto.
Gracias a que me arrodillara para pedir ayuda al Señor, con mis lágrimas casi
mojando la cerradura, noté que eran de aquéllas que se llavean
automáticamente al cerrar la hoja en el marco, y nadie puede ingresar de
afuera sin contar con una llave, pero desde adentro no se necesita de ella, que
con solo bajar el pomo del picaporte la puerta se abre sin ningún
impedimento.

18 M´Crie Cap. 5
19 El vino y las mujeres pierden al hombre inteligente (Salomón Eclesiastés, 19, 2)
La Caída del Imperio de las Virgenes 111

Bendito sea Dios que dispone desde muchísimo antes que nazcamos, desde
tiempos inmemoriales, el presente destino de cada uno de sus fieles, poniendo
a sus pies las cosas que le serán provechosas para salvar su vida, como las
recomendaciones de su Palabra y los Diez Mandamientos para apartarlo de las
perjudiciales que condenarían su alma.
Salí pues a la calle ya con la claridad del amanecer, mucho antes de asomar el
sol, y como un mañoso lobo huí de tan maldita iglesia al revés del papa
Urbano VI, hombre en su juventud borracho, ladrón y mujeriego, de quien
dicen que su madre lo vio en una visión entrar en una iglesia convertido en
lobo y salir de ella con las vestiduras de papa, lo que ocurrió exactamente
después de convertirse al catolicismo.
Estas fábulas, que denigran la inteligencia humana, encantan a los católicos.
Casi corriendo me escabullí por las calles menos transitadas de Santo Tomé
buscando mi barrio del Cementerio, donde está nuestra Iglesia Asamblea de
Dios, ahora tomada y apropiada por los católicos y cambiada de nombre por el
de capilla Divina Madre Salvadora.
Aún sabiendo de unos pasadizos secretos debajo de nuestro templo, que
hicimos los hermanos antes de levantar las paredes, deseché la idea de ir a
refugiarme en ellos, y ni siquiera quise volver a mi casa junto a mi mujer y mis
hijos por miedo que me encontraran los policías de la “Matercorps” que
pronto saldrían furiosos a buscarme tras descubrir mi fuga.
A hurtadillas me llegué hasta la casa del anciano Pablo Acosta, hombre bueno,
amable y fiel a Dios, donde los hermanos nos reuníamos por las noches en
secreto, y pidiéndole asilo no tuvo miedo de alojarme en un sótano hecho
exprofeso por los fieles, donde pasé dos años oculto bajo la tierra, hasta
terminar la guerra en el año del Señor 2020.
Los hermanos en Cristo, se las arreglaron subrepticiamente para dotar al
sótano de agua y luz, con un pequeño pozo ciego donde hacía mis necesidades
naturales. Mentiría si dijese que pasé mal o con sufrimientos en mi nuevo
encierro, pues ninguna comodidad y regalo me hacían faltar mis hermanos
cristianos, desde diarios y revistas hasta un televisor en que entretenerme, una
pequeña cama para dormir, y gran cantidad de libros evangélicos cristianos
para instruirme, mas mi Biblia con la que honraba a Dios arrodillado en los
amaneceres, como otro David postrado en las arenas del desierto.
El anciano Pablo Acosta fue muy valiente al alojarme, pues si fuera
descubierto, sería ejecutado junto con toda su familia por nuestros enemigos
los odiosos policías católicos.
En mi obligado encierro, lo que sí me angustiaba enormemente era no poder
ver a mi mujer ni a mis hijos, a los cuales ordené con misivas secretas que no
se acercaran a la casa del anciano Pablo, por no dar indicios ni barruntos de mi
escondite a nuestros torturadores.
Estas misivas secretas eran acercadas a mi familia por el hermano Horacio el
naranjero, vendedor callejero de frutas y dulces de mamón, quien
disimuladamente las introducía en una naranja cuando mi señora se las
compraba en la puerta de mi casa.
112 La Caída del Imperio de las Virgenes

Muchos de los hermanos de la Asamblea no conocían mi existencia ni mi


paradero, porque bien podría ser que si fuesen capturados por la
“Matercorps”, en las torturas revelaran mi escondite, o por quitar el riesgo de
que algunos de los creyentes que antes de entregarse al Señor eran borrachos,
abandonasen nuevamente la fe y volvieran a la bebida, y por consiguiente
revelaran informaciones de escondites y guaridas de sus hermanos a cambio
de una botella de vino.
Teníamos recelo especialmente de un hermano que queriendo ser Pastor, no se
lo permitimos por delirante y fantasioso, y días después furioso se retiró de
nuestra Iglesia para fundar otra propia tan desquiciada y delirante como él,
nombrándose único líder y quitando a la gente dineros a cambio de
bendiciones y sanaciones que mucho prometía y nunca cumplía. Era este
hermano tan desquiciado y delirante, que procuraba atraer fieles para su
iglesia amenazando al pueblo con maldiciones y terremotos que vendrían de
Dios si no asistiesen a su templo y le diesen los diezmos correspondientes.
Hacíase llamar Pastor López, y guardaba contra nosotros los pentecostales un
acérrimo odio, y su trastorno mental le hacía injuriar a todo aquél que no lo
siguiera en sus delirios y divagaciones ni concurriera a su iglesia llamada
Evangélica Argentina, y muchas veces maldijo al pueblo entero con pestes y
catástrofes que nunca se cumplieron porque no era la voz de Dios, sino la de
un loco desquiciado que más asustaba que bendecía. Obtuvo grandes ayudas
monetarias del Opus Dei, y la libertad de predicar el Evangelio con la única
condición de cubrir las paredes de su templo con imágenes de cruces.
Más adelante te hablaré de él, porque cuando se fue de nuestra iglesia, se llevó
ciertos papeles dejados por el Hombre Fiel antes de morir, que eran
importantísimos para difundir la próxima venida del Señor a nuestra ciudad.
Junto a los referidos papeles, se llevó también una pequeña caja de madera
donde se guardaban los dineros del templo.
Así como el Señor tuvo traidores y delatores que lo llevaron a la cruz del
martirio, nuestra Iglesia tampoco estaba exenta de malas personas.
En aquéllos dos oscuros años de encierro bajo la tierra, leí cientos de diarios y
vi infinitos noticiosos televisivos que no me dejaron ninguna duda que el
Señor próximo estaba de destruir las aberraciones idolátricas y las falsas
imágenes que se adoraban y veneraban con tanto ímpetu y fe en la babilónica
iglesia católica de la ciudad de Santo Tomé.
Los católicos ya tenían aceptos por el 2014, al Gauchito Gil, a Santa Gilda y a
San Rodrigo por patronos y salvadores, y principalmente al primero por más
milagroso que Jesús mismo, y a los segundos por invalorables santos,
cantantes populares en vida que murieron en accidentes de autos, y que
intercedían ante Dios concediendo milagros a sus fanáticos y admiradores con
más presteza y rapidez que el Hijo.
Desde Mercedes, Corrientes, ciudad donde naciera el mito, el culto y la
adoración al Gauchito Gil se hizo imparable en América del Sur, pues infectó
los países de Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil, donde se lo idolatraba
con misas, hostias y estampitas que distribuía la misma iglesia católica.
La Caída del Imperio de las Virgenes 113

Como si fuese Dios mismo, los católicos creían mas en sus imágenes, en sus
procesiones tras la virgen María, y en sus sacerdotes para comulgar y
perdonar sus pecados, antes que en seguir los Diez Mandamientos que
prohíben éstas cosas, y que enseña claramente que ningún hombre bajo los
cielos puede perdonar los pecados contra Dios, ni aún de rebote ni en
representación alguna, ni existen procesiones bíblicas sino tras el Señor.
Se inducia al pueblo a desviarse con satánicas enseñanzas de idolatría y
enredando de tal manera la Palabra con creencias tan absurdas y descocadas
que los sacerdotes encontraban incluso libertad para justificar divorcios, casar
homosexuales, admitir mujeres en el oficio del culto, adorar estatuas, inventar
nuevas devociones como la de san Patricio cuyo día se festejaba bebiendo
grandes cantidades de cerveza hasta que el pueblo caía borracho al suelo,
festejar las fiestas de los Muertos o Hallowen venidas de las películas
norteamericanas, o la de juntar plantas de marcela y bendecir palmas en
semana santa, cosas que no figuraban ni en las tapas de ninguna Biblia.
Otra de las cosas endemoniadas que sufrían los que creían en la Palabra de
Dios, era el excesivo endiosamiento a la virgen María, a la cual se la introducía
vez tras vez en las enseñanzas de los Evangelios como si fuese superior a
Jesús.
Entre los católicos nació una sana competencia cuyo premio mayor era el
infierno tan temido, pues unos levantaban santuarios al Gauchito Gil al borde
de las rutas y otros una basílica para María Madre un kilómetro más adelante.
Por ende, si la iglesia católica nunca enseñara la maldita veneración a María
y a los santos, jamás existirían los gauchos ni cantantes milagrosos.
Ya por aquéllos años el Concilio Ecuménico del 2024, estableció para los
católicos que la Santísima Trinidad estaba compuesta por el Padre, la
Santísima Madre y el Hijo, ya que María era el Espíritu Santo en persona,
según se desprendía de sus propias palabras “hágase en mí tu voluntad”20 por lo
que sobre ella reposaba el Tercer Dios Trinitario o la Voluntad Divina.
Se sostuvo fehacientemente que una Trinidad, que es como una familia, no
puede serla si en ella no estuviesen ambos sexos, y el Jesús que como bendito
fruto naciera de la unión divina en el vientre de María, que era la
personificación santísima e inmaculada del Espíritu Santo.
El Padrenuestro se disolvió entre rosarios y tonterías a la madre antes que
para exaltar a Dios, a tal punto que en una misa se glorificaba diez veces a la
virgen María antes que una desértica y solitaria alabanza a Jesús el Salvador.
Al católico obcecado un cura le puede hacer creer cualquier tontería ya que
poco o ningún conocimiento posee de la Biblia, y para restarle importancia
enseñan que no es la única fuente de fe, si no va acompañada con la Sagrada
Tradición, con lo que se los puede arrastrar a creer cualquier cuento o fábula
tonta como el ascenso de María en cuerpo y alma al cielo, llevada por ángeles
y querubines, o la tontería del limbo donde los niños purgan sus pecados sin
tener ninguno de propia voluntad, o la mismísima infalibilidad papal.

20 San Lucas 1: 38 “He aquí la sierva del Señor sea en mí su voluntad”


114 La Caída del Imperio de las Virgenes

Para gloria de Dios, por ésos años el papa Benedicto XVI anuló y destruyó la
fábula asquerosa del mencionado limbo, donde los niños purgaban pecados
que nunca cometieron, y que por dos milenios diera muchos dineros a la
iglesia que mediante bulas y oraciones los sacaban de tal supuesto suplicio
gracias a las donaciones de sus parientes y deudos en la tierra.
Asimismo, los malos ejemplos de conducta que daban los sacerdotes en el
mundo entero, propiciaban y daban rienda suelta al libertinaje y al
degeneramiento de quienes los tenían por santos, como veréis más adelante,
cuando trate sobre ellos. Terminada la guerra, la paz y la normalidad
volvieron a reinar en Santo Tomé, y aunque cristianos y marianos nos
soportábamos mutuamente en el trato cotidiano y en el trabajo, nuestros hijos
eran despreciados en las escuelas y en las calles por los niños católicos, como
así también por algunos comerciantes, no todos gracias a Dios, que no nos
vendían ninguna mercadería por no tocar nuestro dinero ni tener contactos
amables con los “despreciables e incultos evangelistas que ignoraban a la Madre de
Dios”. Judicialmente logramos recuperar nuestros templos usurpados por la
iglesia católica, que abandonaron furiosos ante el desalojo intempestivo
ordenado por el Juez Camilo De Biasse, católico simpatizante de nuestra causa
aunque no muy practicante del verdadero Evangelio de Dios. Lo que sí hizo
de malo este juez, fue desestimar las denuncias de torturas a los pastores
apresados durante los seis años que durara la guerra, y el despreciable
asesinato del pastor Arturo Siberek el 16 de junio del año del Señor 2017, el día
anterior al que yo fuese apresado, llevado a cabo por Panchito Arbelaiz y
Lisandro Almirón, acérrimos y ciegos marianos antes que cristianos, que
estaban bajo las órdenes directas del obispo Santillán de la diócesis de Santo
Tomé, y quien aprobara y firmara su ejecución.
Y la excusa que nos dio fue que nadie vio jamás el rostro de ningún integrante
del Sagrado Cuerpo de María, ocultos tras máscaras que deformaban las
voces, sin dar crédito a que en la Carta a los Hermanos Católicos que
escribiera en su última hora el Hombre Fiel, en un mensaje secreto en arameo
denunciaba por lo menos a uno de ellos, a Lisandro Almirón como su asesino.
Y si estaba Lisandro en la maldad, seguramente a su lado estaría también
Panchito, pues ambos no solamente daban la vida por María, sino que la
quitaban a quienes creían y adoraban solamente al Señor Jesús y hacían caso
omiso de las tonterías concernientes a su madre como su asunción al trono de
Dios, por ejemplo, y la patraña de ser la Reina de Todo lo Creado en el Cielo y
en la Tierra, como si los hombres no tuviesen un único y suficiente Salvador
allá en lo alto. Debo decir que al recuperar nuestro templo, desgraciadamente
el anciano pastor Pablo Acosta falleció súbitamente de alegría, por un
fulminante ataque al corazón donde solo guardaba los Diez Mandamientos de
Dios y una gran ternura y misericordia para los hermanos pobres y
desvalidos. De allí en adelante, desde el año 2022 tomé yo la conducción de
nuestra iglesia Asamblea de Dios Pentecostal, nombrado por consenso de su
Consejo de Ancianos, y por la aprobación unánime de todos los hermanos en
Cristo, hasta ésta fecha en que escribo, ya pisando el año 2031.
La Caída del Imperio de las Virgenes 115

Déjame decirte cómo encontramos nuestro templo cuando por la gracia de


Dios lo recuperamos.
Recordarás que fue usado por los católicos por casi seis años, donde
alimentaban a nuestros niños con chocolates, tortas y un revirado catecismo.
Por empezar, creyendo que serían definitivamente suyos al borrar del mapa a
los pastores protestantes y destruir los títulos de propiedad en las oficinas de
Catastro, el Opus Dei con el padre Buendía a la cabeza, invirtió miles de pesos
en su refacción, colocándole estridentes campanas para llamar a misa, vitrales
de santos en todas sus paredes para permitir el ingreso “de la sagrada luz del
papa”, un altar de mármol de Carrara traído de Italia, en cuyo frente estaba
incrustada una valiosísima cruz de oro macizo con cuatro enormes piedras
preciosas en cada extremo, creo que rubíes, que refulgían como si fuesen el
mismo corazón de Cristo latiendo a la luz de los nuevos y potentes reflectores
que instalaron en los cielorrasos.
Los pasillos cercanos a las paredes laterales del templo se llenaron de estatuas
e imágenes gigantescas de santos, y enormes cuadros de María cuyos ojos se
movían mirándonos de frente desde cualquier punto en que uno estuviera,
como si fuesen los ojos de un buitre.
Nuestras paredes se llenaron de imágenes de cuanto santo o santa idolatraran,
convirtiendo a nuestro templo en una casa de demonios.
En la pared del fondo, detrás del púlpito en que antes predicábamos los
Evangelios y donde otrora escribiéramos con enormes letras “Jesús es el
Señor”, pintaron un enorme mural con la imagen de María llamando a sus
hijos con los brazos abiertos en un gesto de ternura, flotando en el aire y
rodeada de infinitos y bellísimos ángeles, a cuyos pies en grandes letras
góticas negras, estaba estampado “María Madre de Dios y Madre Salvadora”.
También instalaron dos confesionarios en cada costado del templo, bien en su
entrada, con finísimas varillas de maderas de cedro trenzadas en pequeños
rombos que no permitía distinguir el rostro del sacerdote confesor,
seguramente porque ninguno hay bajo los cielos que pueda perdonar los
pecados de los hombres, y por la vergüenza que debería darles ocupar el
sagrado lugar de Dios. De igual manera que nuestro templo, en aquéllos días,
Roma era el Anticristo de Juan ocupando el lugar de Dios.
Cuando ellos se fueron, con las finísimas maderas de los confesionarios, de las
enormes cruces colgadas en las paredes, y de los pedestales de las infinitas
imágenes de santos de yeso, alimentamos por tres años el fuego de la cocina a
leña del templo, en ocasiones en que hacíamos guisos de porotos, locros, panes
dulces y chocolates para los niños carenciados, lo que bien mirado, fueron de
mayor provecho que las estúpidas absoluciones y perdones que otorgaban los
sacerdotes en su interior, y las tontas genuflexiones frente a los ídolos.
La destrucción total de las pinturas de las paredes, de la cruz de oro con
piedras preciosas, de las estatuas de yeso y de los coquetos confesionarios
agradaron mucho más al cielo que una imagen de María flotando en medio de
ángeles o de un confesionario donde un hombre pecador pedía a otro menos
pecador, o quizá más, el perdón que solamente viene de Dios.
116 La Caída del Imperio de las Virgenes

Destruimos sin piedad ni miramientos una caja recubierta de una fina lámina
de oro, donde dejaron olvidadas cientos de hostias fabricadas por la mano del
hombre, que milagrosamente se transformaban en las misas en el mismísimo
cuerpo de Cristo, las que tiramos a la basura junto con el valioso envase que
las contenía sin importarnos un ardite si eran consagradas o no, porque ya
estaban agusanadas al pasar mucho tiempo sin ser usadas.
No existe en la Biblia ni por asomo, ni da a entender, ni induce a tamaña
tontería, la fábula de la transustanciación tan idolátrica entre los católicos.
Idolatría, todo es idolatría en aquéllos que reemplazan por hostias salvadoras
a lo que estipula la Biblia: que solo la fe en Jesús nos salva de la condenación.
Derribamos los pilares que sostenían pequeñas fuentes de agua bautismal,
estatuas de Expedito y Cayetano, y cientos de “santos” que nunca conocimos
ni vimos jamás, como uno a cuyo pies estaba agazapado un perrito muerto de
hambre y frío, y otro que sobre un blanco caballo atravesaba con una lanza a
un temible dragón que arrojaba fuego por la boca.
¡Dios, como la consentida idolatría subrepticiamente hace entrar en las iglesias
cosas que repugnan a Dios porque su adoración desmerece y empaña su
divina potestad!
Cuando una iglesia es tomada por la paganismo, pierde su rumbo prioritario,
y entra en un estado de credulidad en tonterías desmedidas con fábulas y
mentiras que son tenidas por sagradas y ciertas por más que la Palabra de
Dios indique lo contrario. ¿Quién enseñó estas aberraciones a los católicos?
¿Para llegar a esto los apóstoles dieron sus vidas creyendo en el Señor, y hoy
su sagrada iglesia está en manos de un parásito papa que chupa la sangre de
sus fieles y enseña tonterías idolátricas antes que la Palabra de Dios?
También quemamos cientos de biblias católicas con sus libros apócrifos que
olvidaron en los armarios, que enseñan a orar y encender velas a los muertos
para librarlos del castigo de sus pecados, como si éstas estupideces fuesen más
fuertes y doblegasen la Divina Voluntad de Dios, y como si hubiese otra
oportunidad de salvación después de la vida. El Señor recompensa y el Señor
castiga, por nuestros comportamientos en vida.
La paz volvió a reinar en nuestro amado Santo Tomé, y nuestra iglesia empezó
a resurgir más esplendorosa que nunca, y no bien yo, pastor Gregorio
Velásquez, me hice cargo de su conducción, dos hermanos en la fe que
trabajaban en el cementerio cavando los pozos de los muertos, me trajeron
unos papeles escritos por el Hombre Fiel antes de morir, los que ocultara de
sus verdugos Almirón y Arbelaiz en el ruedo de su pantalón, y que
fortuitamente cayera al suelo antes de ser enterrado.
Ambos empleados municipales, Rito Vedoya y Juan Viera, ocultaron estos
documentos en un nicho vacío por miedo y temor de ser descubiertos con ellos
por la “Matercorps”, una carta apostólica de cuatro carillas dirigida a los
Hermanos Católicos Romanos de las Iglesias de Corrientes, Chaco, Misiones y
Formosa de donde era oriundo, tratando hasta su último aliento de apartarlos
de la infidelidad a Dios, conminándolos a que dejasen la asquerosa idolatría y
se salvasen siguiendo solamente al Señor Jesús.
La Caída del Imperio de las Virgenes 117

Cuando esta Epístola a los Hermanos Católicos estuvo en mis manos, tres años
después de la muerte de quien la escribiera y guardada celosamente dentro
del nicho, noté que la componían cuatro hojas de papel oficio, las que en sus
costados tenían ciertos trazos bruscos y burdos como si fueron hechos para
hacer correr o salir la tinta del lapicero, y para cualquier ojo desatento pasarían
por simples rayas practicadas antes de escribir con una birome defectuosa.
Estos trazos los relacioné inmediatamente con una Biblia en arameo antiguo
que cierta vez me regalara un rabino que vino a visitar nuestra iglesia,
guardada en mi biblioteca sin saber leerla. Comparando los trazos y signos del
costado de la Epístola con ella, me di cuenta que era un mensaje secreto dado
por el Hombre Fiel antes de su ejecución. No sabéis qué trabajoso y agobiador
fue para mí buscar un signo, una palabra determinada en la biblia rabina, para
luego pasar a la castellana mía, escrutar minuciosamente capítulos y versículos
hasta lograr desentrañar el posible significado de cada oración.
Has de saber que el arameo antiguo, tiene menos letras que el castellano,
además de carecer de género y artículo, pero según la altura, y la posición
dentro de un contexto sin renglones, guías ni indicios como acentos, comillas
ni corchetes, pueden significar una u otra palabra similar.
Hay que agregarle además, que el arameo se escribe de derecha a izquierda, y
a veces de abajo hacia arriba, y que tambien el grosor del trazo puede tener
diferentes significados según sean finos o gruesos al salir de la pluma que se
apoya con mayor o menor presión sobre el papel. Al carecer la lengua aramea
de consonantes y género, hace que se dificulte grandemente su traducción, y
así por ejemplo, es como si en español nos encontráramos escrito "lbr", y
tuviéramos que decidir si dice "libro", "libre", "libra", "librar", "liebre", "albor",
"albur", "albura", etc. A todo esto hay que sumarle la complicación de que en la
lengua semítica estaría escrito "rbl" y no “lbr” como en el castellano.
En definitiva, la palabra justa o correspondiente solamente se descubre a
través de la concordancia con la palabra anterior y la siguiente.
Por todo ello, el común de los judíos de tiempos evangélicos eran analfabetos,
ya que los escribas guardaban celosamente la gramática de la lengua para
cobrar a la gente altos precios por redactar una carta o bien por ser leídas.
Sin decir nada a nadie, trabajé hasta altas horas de la noche buscando la
relación o semejanza de cada trazo, sacando de la Epístola casi cuarenta
vocablos del arameo antiguo con el que hablaba Jesús, que traduje a nuestro
idioma gracias a mi Biblia castellana, tras unos seis meses de paciente labor.
Una vez que logré extraer los vocablos referidos, trabajé luego otros dos meses
acomodando cada uno de ellos a fin de formar una frase u oración inteligente,
ya que estaban dispersos sin orden ni correlación en el original, pues el
Hombre Fiel las escribió salteadas e incongruentes, seguramente para engañar
a quien tuviese algún conocimiento del arameo.
Disponiéndolas convenientemente, vine a formar un mensaje o profecía final
después de muchas otras que invalidaba por no tener sentido, y
considerándola razonable y de acuerdo con la Biblia, lo que escribiera el
Hombre Fiel a mi entender resultó ser lo siguiente:
118 La Caída del Imperio de las Virgenes

“Antes de su edad el Señor vendrá,


A castigar vuestros pecados y maldades
Y vuestras repulsivas idolatrías.
Rápido, rápido destruid vuestros ídolos
Y preparad los caminos del Señor”

Desgraciadamente, me sobraron tres o cuatro términos o palabras que de


manera alguna podían acomodarse dentro de la profecía, como “verdugo”,
“música”, “María” y “templo babilónico” con las cuales no sabía qué hacer ni
cómo formar una frase inteligente.
Una noche en que cansado por estos trabajos tarde me acostara, antes de
dormir se me iluminó el cerebro y razoné que el Hombre Fiel quiso indicar
que quien lo mataría, su verdugo, sería alguien del templo babilónico, o sea la
Catedral de Santo Tomé, y uno solo había que entraba a la iglesia católica con
un teclado para alabar con músicas a María, el acérrimo mariano y papista
Lisandro Almirón.
Y si Lisandro estaba en el asesinato, casi seguro que también estaría a su lado
el no menos fanático papista Panchito Arbelaiz.
Yo cercené estos trazos en arameo sin dañar la Epístola a los Hermanos
Católicos redactada en castellano, y estos recortes fueron las pruebas que
presentamos a la Justicia para denunciar a los dos verdugos del Hombre Fiel,
y que el juez Camilo De Biasse las desestimara por fantasiosas.
Este juez tan recto y tan católico, aunque no practicante, era factible de creer
absurdas patrañas que inventara un papa como las crueles llamas del infierno,
la placidez y el romanticismo del limbo y las atroces torturas del purgatorio,
pero jamás creyó que un obispo pudiera mandar a la electrocución a un pastor
evangelista, ni que su iglesia, en los seis años que durara la Tercera Guerra
mundial, eliminara a más de diez hermanos en Cristo en Santo Tomé.
En cuanto desentrañé la profecía mayor, inmediatamente reuní el Concejo de
Ancianos para manifestarles que seguramente el Señor presto vendría a
terminar con la idolatría de nuestro pueblo, o quizá del mundo, pues el
mensaje decía claramente que esto ocurriría antes del año 2033, dos mil años
después de su edad de sacrificio, y nos dedicamos a orar a Dios día y noche en
nuestros templos, y a enviar hermanos predicadores casa por casa invitando al
pueblo a destruir los ídolos y huir de las fantasías que enseñaba el papa, para
seguir solamente al Salvador que ya estaba en las puertas de nuestro ciudad.
Corría ya el año 2030, y el Señor sabe que pusimos todo el esfuerzo posible
para que las personas católicas destruyeran sus ídolos e imágenes, pero poco
logramos ni convencimos, por cuanto sus mentes adormecidas y selladas se
aferraban y confiaban más en los dogmas papales que en Jesús el Salvador.
Algunas mujeres católicas nos tiraban piedras cuando les aconsejábamos
destruir los pequeños santuarios a María que lucían orgullosas en el frente de
sus casas, y hubo algunas que dejando entrar a los hermanos predicadores
maliciosamente bajo la sombra de sus techos, cerraban la puerta para luego
arañarlos y golpearlos con saña y sin piedad alguna.
La Caída del Imperio de las Virgenes 119

Otras nos corrían con cuchillos, tijeras y palos de amasar, golpeando nuestras
espaldas con martillos de cocina y tacos de zapatos.
Y aquéllas que aceptaban a Jesús como su único y suficiente Salvador, les
ordenábamos que con sus propias manos arrojasen al suelo toda imagen de
María, del Gaucho Gil y del mismísimo Jesús, ya que el pecado radicaba en la
veneración de los íconos y no en lo que representaban.
Por ésos años, el original de la Epístola a los Hermanos Católicos me fue
sustraída de mi escritorio por el hermano López, de quien antes hice
referencia, junto con algunos dineros de los diezmos, abandonando nuestra
iglesia para después levantar indignamente otra propia donde se coronó por sí
solo Pastor de Pastores y Vicario de la Voluntad de Dios.
Los gastos demandados para levantar su propio templo los consiguió
vendiendo a un elevado precio el original de la Epístola a los Hermanos
Católicos a la famosa escritora local Reneé Soto del Castillo, que también
integraba el Cuerpo de María Santísima, con la cual escribiera su famosa
novela “El Imperio de las Vírgenes” allá por finales del 2025, recibiendo
muchos premios internacionales y merecida fama de excelente escritora.
Permitidme ahora que os detalle en qué mundo vivíamos antes que se
cumplieran las profesías del Hombre Fiel, para que veáis que los
acontecimientos que sucedían en la faz de la tierra colmaron y enfurecieron al
máximo la paciencia de Dios.
Por empezar, el ejemplo más indigno y asqueroso que destruía la pureza y
potestad de Dios, sus Mandamientos y el Sagrado Orden natural con que
hiciese al mundo y la rectitud de los hombres, es que se hizo cotidiano y
común el casamiento entre homosexuales y lesbianas dentro de la sociedad, en
un principio solamente por civil, lo que se formalizaba en horarios ilógicos,
como antes de la medianoche o en los amaneceres, habilitando un juzgado sin
concurrencia de público ni publicidad alguna.
Como muchas provincias de nuestro país se negaban a formalizarlos, y otras
pocas lo permitían, los contrayentes se veían obligados a viajar buscando un
juzgado civil donde pudieran llevar legalmente a cabo estas aberrantes
uniones, como en Tierra del Fuego por ejemplo.
Una vez conseguido el acta y la libreta de casamiento, los esposos procuraban
formalizar el matrimonio ante Dios, como si estuviese de acuerdo con tamaña
aberración, y comenzaban a peregrinar de iglesia en iglesia para llegar hasta el
altar y ante un sacerdote que los casara religiosamente con la bendición del
papa. Fue así que estos casamientos repulsivos fueron permitidos y
bendecidos por la iglesia anglicana primeramente y mas tarde por la católica, a
fin de recibir las cuantiosas sumas que cobraban por semejante unión eterna
ante los cielos. Y lo asqueroso del caso es que las nombradas iglesias permitían
con anuencia del papa y los obispos, o sin ella, que algunos sacerdotes llevaran
a cabo éstos casamientos amorfos frente al mismo altar y con la supuesta
bendición de Dios.
Repetitivamente veíamos en vivo y en directo los casamientos homosexuales
gracias a la televisión sin saber si todo era chabacanería o cosa seria.
120 La Caída del Imperio de las Virgenes

La iglesia católica anglicana, hija mayor de la romana, abiertamente realizaba


en Inglaterra estas uniones repulsivas y contrahechas, y constantemente
veíamos en las pantallas los asquerosos besos entre dos hombres o dos
mujeres dados delante del altar después que el sacerdote terminara la
ceremonia y ordenara que “el esposo bese a la esposa”, sin que remotamente
supiésemos quién era uno y quién la otra.
Luego la siguió la iglesia católica romana, primeramente en España y después
en todo el mundo, permitiendo estos repulsivos enlaces para ganar a la
innumerable e infinita comunidad gay de cada país, y los dineros que
aportaban en donaciones, ya que siempre uno de los contrayentes era rico y
pudiente, o ambos, hasta que la moda también tocó a la Argentina.
El beso más asqueroso y repugnante entre dos hombres que vimos en la
televisión, fue en el casamiento del conocido estilista y diseñador de modas
argentino Roberto Piazza con un empresario amante, que realizó una fastuosa
fiesta de casamiento en un boliche bailable, a la cual concurrieron invitados
cientos de actores y actrices de la farándula pertenecientes al movimiento
unido de gays y lesbianas, en donde en un rincón aparte se instaló un pequeño
altar con la presencia de un sacerdote católico para llevar a cabo la ceremonia,
o por lo menos disfrazado como tal, porque la prensa jamás supo de dónde lo
sacaron ni a qué parroquia pertenecía.
Pienso que sería un sacerdote católico genuino porque en un momento los
periodistas lo presentaron como perteneciente a la Iglesia Católica
Metropolitana de Buenos Aires, y aunque yo personalmente buscara datos de
ella por Internet, no saltó ninguno en la pantalla, como si no existiese.
El sacerdote ofreció la ceremonia tomándola como sagrada, y en su final puso
una pizca de gracia al decir solemnemente: “el esposo puede besar al esposo”
Vierais qué alegría y que incontables sonrisas provocó la jocosa salida
humorística del sacerdote porque la frase era tan extraña, tan diabólica y tan
nueva para aquéllos días.
Sólo se decir que los dos hombres se besaron largamente frente a las cámaras,
más de diez minutos, y cuando se desprendieron, babosas y repulsivas salivas
corrieron por los labios de ambos degenerados homosexuales.
España, que durante el medioevo derramó ríos de sangre de los santos
hombres que ignoraban al papa y a María por ser fieles a Jesús, y que tiene
una deuda aún pendiente ante Dios por su Sagrada Inquisición, fue el primer
país en reconocer como propios y legales los hijos adoptados o nacidos en
vientres alquilados, en matrimonios de lesbianas y homosexuales.
Debo admitir sin embargo, que los viejos sacerdotes católicos salesianos,
capuchinos y franciscanos lucharon denodadamente para que su iglesia no
cayera en estas aberraciones maldecidas por Dios, pero les fue muy difícil e
imposible oponerse a las modalidades recientes que venían de las nuevas
corrientes nacidas entre los jóvenes sacerdotes llamados carismáticos, cuya
mayoría eran también homosexuales reprimidos dentro de los claustros.
Los carismáticos invadieron el mundo trayendo nuevas ideas religiosas y
pensamientos estrafalarios, y se hicieron fuertes e independientes del papa.
La Caída del Imperio de las Virgenes 121

Esto acarreó en los últimos tiempos la pérdida de cientos de templos católicos,


pues los modernos sacerdotes los tomaban por la fuerza sin quererlos
devolver por más excomuniones papales que les cayeran sobre sus cabezas, y
formaron nuevas iglesias con apropiadas denominaciones marianas para los
nuevos tiempos como “Templo de María y el Amor Libre”, “Divina María,
Amor sin Fronteras” o “Espíritu Santo y Amor Libre en María” y otras
tonterías de éste tenor. En éstos templos rebeldes, desligados del Vaticano y
del papa, se refugiaron miles de sacerdotes homosexuales y monjas lesbianas,
formando parejas de igual sexo bajo un mismo techo, lo que las convertían en
otra isla de Lesbos21, llamándose sacerdotes y sacerdotisas para que todos
pudiesen oficiar la misa libremente y bendecir los matrimonios de los
degenerados que hacían largas colas para lograr la concreción de la ceremonia
matrimonial frente al altar, con la bendición de Dios a través de sus supuestos
repulsivos representantes. Las monjas unían a parejas lesbianas y los
sacerdotes a los hombres homosexuales.
Si un sacerdote puede perdonar pecados en nombre de Dios, mayormente
puede unir dos fieles de un mismo sexo en sagrado matrimonio.
Sin embargo, cada propiedad perdida a manos de los usurpadores sacerdotes
homosexuales, minaban y socavaban las arcas del Vaticano, que encimado a
las grandes sumas de dineros que se perdían en juicios de abusos sexuales a
menores cometidos por no santos sacerdotes o pervertidos profesores de
escuelas católicas, dejaban al Santo Padre con la preocupación y la angustia de
que su iglesia se desbarrancaba en demanda tras demanda.
Por alguna extraña razón los sacerdotes católicos violaban preferentemente a
los niños varones, para que llegando a la pubertad ellos también penetrasen a
quienes los violaron en la niñez. Pero el Vaticano tenía tantas riquezas que
tapaba fácilmente estos deslices de sus sacerdotes, y llevándolos a Roma como
secretarios los protegía bajo los techos de la Santa Sede para que no fuesen
presos, y en la sola arquidiócesis de Boston, en octubre de 2003, tuvo que
pagar ochenta y cinco millones de dólares a quinientos cincuenta y dos
querellantes representados por más de cuarenta abogados, para acallar las
demandas contra los curas bostonianos que practicaban el precepto evangélico
"Dejad que los niños vengan a mí". En Estados Unidos se perdían una o dos
iglesias por año rematadas judicialmente para pagar violaciones y abusos de
niños de catecismo cometidos por sacerdotes y obispos, y por citar un caso, el
Vaticano pagó dos millones de dólares a una mujer de veintisiete años que no
podía quedar embarazada en su reciente matrimonio.
Esta mujer, cuando era una niña de once años, fue inducida primeramente a
practicarle sexo oral a un degenerado sacerdote que la instruía en catecismo,
quien meses después la penetró constantemente en la misma iglesia donde su
madre la mandaba con toda confianza a aprender las cosas de Dios, quedando
embarazada de un día para otro antes de cumplir los trece años de edad.

21Isla de Lesbos, de donde proviene el término lesbiana, por ser el lugar donde las mujeres
realizaban sus perversiones sexuales. Allí vivió Safo, poetisa que escribía poemas a las mujeres.
122 La Caída del Imperio de las Virgenes

¡Vaya confianza la de la oveja en manos del lobo!


Estando de encargue a tan tierna edad, el cura la llevó al consultorio de un
médico amigo, y entreambos le practicaron un aborto, el precio del cual fue
pagado al profesional con dos cheques diferidos de la misma iglesia, ya que el
cura era el administrador y tesorero de sus fondos. Tres años después el
sacerdote falleció continuando hasta el último día de sus sesenta el encendido
romance con su niña amante, y la cosa quedó en el olvido.
El pueblo tenía por santo a éste sacerdote y en su honor designó con su
nombre una calle céntrica y a una biblioteca religiosa que él mismo fundara.
Así las cosas, llegando la mujer a los veinticinco casóse formando un feliz y
normal matrimonio, y queriendo traer hijos al mundo no podía concretarlo,
pues el aborto practicado trece años antes había dañado gravemente su matriz
dejándola de ahí en más estéril para toda la eternidad.
Entabló demanda contra la iglesia católica y no consiguió prueba alguna que
avalaran sus requerimientos pues ya habían pasado muchos años de silencio,
y para colmo el médico amigo del cura, siendo católico practicante, negaba
enfáticamente los hechos, y la comunidad religiosa tenía al fallecido sacerdote
por un santo que diera su vida por los niños de catecismo, por sus muchas
obras de caridad, convencida que la mujer mentía descaradamente levantando
falsos testimonios contra su purísima vida sacerdotal, persiguiendo el vil fin
de sacar dineros a la iglesia y manchando la santidad de quien podría ser
beatificado en los años venideros.
Desesperada, entre sueños recordó que el aborto había sido pagado con dos
papeles que el cura firmó, y por estar semianestesiada sobre una camilla,
ambos profesionales no se cuidaron de hablar y negociar el precio del raspaje
con cheques diferidos, y por orden judicial se investigó al banco todos los
documentos que abonaron o acreditaron en la cuenta corriente del doctor por
aquéllos días, trece años antes.
Con gran suerte se encontraron los dos cheques, teniendo el sello de la
tesorería de la iglesia, la firma del fallecido sacerdote y la del doctor amigo
para cobrarlos, ante lo cual la justicia falló a favor de la demandante obligando
al Vaticano a abonar dos millones de dólares de compensación por el daño
producido, muchos años después de practicado el destructivo aborto que la
dejara estéril.
El mundo parecía derrumbarse para los católicos pues las disposiciones y
dogmas en que fielmente creían, como la obligación del celibato en los
sacerdotes, la convicción de la existencia del limbo, la infalibilidad papal, la
pululación de infinitos santos milagrosos no autorizados, y otras devociones
más descabelladas, cada día aplastaba y hacía pasar vergüenza a la iglesia
heredada de los doce apóstoles, por la imposibilidad de creerlos o cumplirlos.
A decir verdad, hasta los niños de catequesis se rebelaban a creer que María
continuara virgen después de acostarse al lado de José por treinta años.
El celibato se hacía insostenible para los sacerdotes ante tantas adolescentes
hermosas y apetecibles que concurrían a la misa, o frente a los incipientes
senos de las niñas de catecismo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 123

Un obispo paraguayo llamado Lugo, renunció a sus muchos años de


sacerdocio para buscar dentro de la política el bienestar social de sus
hermanos, postulándose para presidente de la nación, y se tomó tal acto como
un sacrificio mayor y muy doloroso, casi similar a la crucifixión de Cristo, y tal
abnegado renunciamiento al obispado hizo que el pueblo lo eligiera
masivamente jefe de la república por la mayoría de los votos sufragados.
¿Qué mejor para un país católico que tener un presidente que antes fuera un
preclaro obispo por más de cincuenta años, que dio la espalda al Vaticano para
cumplir la sagrada misión, ahora como simple cristiano, de amar al prójimo
como a sí mismo a través de la política? Los pobres e indigentes paraguayos
agradecían al cielo tener en el gobierno las manos fraternas de un ex obispo,
que eran las de Dios mismo, abiertas y generosas, pues nada que necesitaran
sería negado de su bondad cristiana tan manifiesta en tantos años de
sacerdocio. Tres o cuatro meses después se descubrió la trama secreta del
renunciamiento del señor obispo: el prelado tenía más de seis mujeres con las
cuales engendrara infinitos hijos dentro de su misma iglesia, de lo cual ya
estaba anoticiado el Vaticano que en breve ordenaría su traslado inmediato a
otro país, y sabiendo eso y que sus amantes le pedirían la paternidad y la
mantención de sus vástagos, abandonó la sotana metiéndose a político antes
que el pueblo descubriera sus malandanzas, llegando con este artilugio a ser el
conductor de la nación paraguaya. Siendo ya jefe del gobierno, tres amantes lo
demandaron por paternidad y otras seis solamente por la mantención de ellas
y sus hijos, que hacían un total de una veintena, y permitían la broma de que
el vulgo lo llamara jocosamente “padre de la patria”.
Lo llamaban también “santo padre” porque lo era de medio país.
Sus enemigos políticos, entre bromas y sarcasmos, manifestaban en la
televisión que el ahora presidente Lugo se perpetuaría en el poder, ya que en
las venideras elecciones los innumerables hijos engendrados en su iglesia,
estarían en condiciones de votar favoreciendo a su prolífico padre.
El ex obispo, ante las burlas maliciosas sobre su incontenible vida sexual
anterior, que hacían que el pueblo lo tuviese como un díscolo degenerado, se
vio obligado a reconocer sus errores de antaño, que ya es parte de un sincero
arrepentimiento, y otorgar subsidios, cargos y puestos políticos a sus amantes
y a sus incontables hijos, acallando sus reclamos ante las cámaras.
Consternados vimos también en la televisión, que un cura de una remota
ciudad europea, en la mitad de la misa que oficiaba, se quitaba la sotana y la
dejaba sobre el altar junto con su Biblia, manifestando en calzoncillos a sus
feligreses que se había enamorado perdidamente de una bella mujer y que
renunciaba definitivamente a las tonterías de las hostias y de la bendiciones,
abandonando la fábula de María para ir tras una mujer real y verdadera con la
cual se casaría en breve.22 Se retiró caminando casi desnudo por el largo pasillo
central hasta llegar a la puerta de calle y subiendo a un taxi donde su amada le
esperaba, desapareció para siempre de su abnegado sacerdocio.

22 1 Timoteo 4: 1,3 “Espíritus embusteros y enseñanzas de demonios prohibirán casarse.”


124 La Caída del Imperio de las Virgenes

Pero en nuestro país y particularmente en nuestro Santo Tomé amado,


sucedían peores aberraciones e insólitos hechos que los relatados.
El caso más famoso sucedió en Buenos Aires, y fue el del padre Grassi, un
sacerdote homosexual que creara una fundación solidaria llamada “Felices los
Niños” en la cual se albergaba a chicos abandonados de la calle para
alimentarlos e instruirlos enseñándoles un oficio, brindándoles un techo para
guarecerlos y una cama para dormir. Hasta ahí, perfecto.
La mitad de las cosas están hechas cuando están bien empezadas.23
Con esta fundación en pié, el angelical padre Grassi recorría empresas,
programas televisivos, magnates industriales y acaudalados terratenientes a
los cuales solicitaba donaciones para seguir llevando adelante su obra de
caridad como si fuese otro Don Bosco. Y su osadía llegaba a más: recorría
países europeos buscando dineros, ropas y alimentos para sus amados niñitos,
con tal poder de convicción que nadie le negaba las ofrendas solicitadas para
su evangélica obra. Entonces el padre Grassi regresaba al país con conteiners
repletos de alimentos y ropas para su desvalidos, y manejaba sumas
millonarias de las que no daba cuenta a sus superiores por estar totalmente
desvinculado de su obispo regente y de sus colegas de la misma orden.
Enriquecer al clero va contra Cristo.
Lo raro del caso es que en sus viajes llevaba siempre a uno o dos adolescentes
para que pasearan alrededor del mundo y lo conociesen por sus propios ojos.
Con el dinero de las donaciones compró cientos de camas cuchetas, colchones,
sábanas y frazadas para los niños abandonados de la calle, y dentro de la
fundación, por vigilarlos y tenerlos cerca, se hizo un lujoso cuarto para él, con
una cama de dos plazas, aire acondicionado, televisor, videos pornográficos,
lujosas cómodas y alfombras en el piso, con un fastuoso baño con una pileta
de burbujas, cuyo nombre se me olvida, y otras extravagancias.
La mayor de ellas seguramente era un enorme espejo adherido al cielorraso
justo sobre su cama, al mejor estilo de los lupanares costosos y de calidad.
Pasado unos años, los niños se hicieron hombres, y diecisiete de ellos
denunciaron al sacerdote de abuso sexual reiterado ante la justicia, por lo cual
fue llevado a juicio, y después de seis años de ir y venir citaciones y tomar
declaraciones, se armó un expediente de veinte mil hojas, con el cual la parte
querellante solicitó la pena de treinta años como castigo al comprobarse todas
las vejaciones y abusos de este bueno y santo sacerdote católico.
Se descubrió que llegando un niño de la fundación a la pubertad, con doce o
trece años, el sacerdote lo llevaba a su cuarto para manosearlo y practicarle
sexo oral, sumergiéndolo en una sodomía total, para después hacerse penetrar
por su víctima, o penetrarla.
Los niños felices, pero solo en el primer caso, e infelices en el segundo.
Si un hombre yace con otro, los dos morirán. 24

23 Horacio (65 a.C.-8 a.C.), poeta lírico y satírico romano, autor de obras maestras de la edad de oro
de la literatura latina.
24 (Levítico20:13)
La Caída del Imperio de las Virgenes 125

También, para desviar sospechas, el padre Grassi retiraba del albergue a dos o
tres menores los fines de semana, y llevándolos a otras provincias en su lujoso
auto, los hospedaba en cuartos de hoteles en los que daba rienda suelta a su
degeneramiento y libertinaje, penetrándolos o haciéndose penetrar por los
adolescentes de vacaciones.
Este sacerdote que manejaba millones de pesos en donaciones para invertirlos
cristianamente en el albergue “Felices los Niños”, teniéndolos al alcance de su
mano sin otra autoridad ni vigilancia que la suya y no las de sus superiores ni
las de los padres de los menores, que para su lujuria construyó un lujoso
cuarto cercano a sus dormitorios, que compró un moderno auto para llevarlos
a hoteles de lujo de otras provincias, tenía como regalo del cielo la excusa
exacta y los medios justos para depravar a los inocentes que cayeran en sus
redes, o sea su gran caridad y los muchos dineros donados para llevar a cabo
su degeneramiento.
Detrás de las buenas obras, siempre suele esconderse el Diablo.
Va contra la Sagrada Escritura que los religiosos tengan bienes.
Este sacerdote que visitaba grandes empresas televisivas y programas de
comunicación pidiendo dineros para su obra de beneficencia, ocupándolos
después para las telarañas y maquinaciones de sus degeneramientos, cada vez
que entraba a los tribunales que lo juzgaban se abrazaba católicamente a una
estatua de María que en su puerta estaba, y derramaba ríos de lágrimas entre
sus faldas, pidiéndole que lo sacara de la confabulación que le tendieran los
envidiosos de su obra, y la muchísima concurrencia católica aplaudía a rabiar
viendo tanta fe puesta en la Madre de Dios, lo que demostraba
fehacientemente su inocencia.
Así también le fue.
Para su defensa hizo ingresar ante los estrados a cuatrocientos “testigos de
honor” cuyas tediosas declaraciones llevaron a perder años en la concreción del
veredicto, ya que eran buenos católicos que no aportaban ni agregaban prueba
alguna, y solamente pasaron frente al juez para declarar que el padre Grassi
era indudablemente inocente por cuanto su rectitud y bondad muy bien
conocían de muchos años atrás.
No sabían que detrás de la cruz, así como de las buenas obras, suele
esconderse el diablo.
Pero no le sirvió de nada, pues lo mismo haría cualquier famoso cantante o
futbolista idolatrado que ordenara a sus fanáticos declarar sus virtudes y
bondades visibles y no sus bajezas y mañas ocultas ante un juez.
Sin embargo, la Justicia no fue rigurosa con el Padre Grassi, que mereciendo la
pena de treinta años solicitada por la fiscalía, apenas fue condenado a quince
años de prisión, con un sinnúmero de privilegios y permisiones que le
favorecían, como cumplir su pena en domicilio, presentarse una vez por mes a
las autoridades, no hablar con niños, no salir del país, vivir en una casa
frentera a la fundación, ser acompañado en todos sus actos por una persona
mayor que él designara, etc., como si esas cosas fuesen un castigo antes que una
bendición dada a las depravaciones cometidas y probadas.
126 La Caída del Imperio de las Virgenes

Verdaderamente la virgen María, o el mismo Demonio, protegieron su


degeneramiento.
Emitido el benévolo fallo, en las puertas mismas del juzgado, se armó una
verdadera batalla campal con piedras, palos y garrotes entre los católicos que
defendían a muerte las aberraciones comprobadas del sacerdote y los
verdaderos cristianos que pedían justicia por los niños abusados.
Los pastores protestantes trajeron cientos de banderas blancas que decían “Los
niños no mienten” y los católicos portaban carteles y banderas amarillas, el
color papal, que decían “Padre Grassi, María te protege”, con cuyos estandartes
se rompieron las cabezas unos con otros a palazos benditos y ecuménicos.
Por estos días, esta historia del depravado padre Grassi, se hacía continua y
repetitiva en el ambiente eclesiástico, a tal punto que muchos fieles ya no
querían enviar a sus hijos a catecismo o a colegios regidos por sacerdotes.
Y no era para menos, pues no pasaba un día sin que los diarios dieran la
noticia que un eclesiástico era detenido por abuso a un menor, o profesores de
colegios católicos que pervertían a infantes del jardín que no tenían siquiera
cuatro o cinco años.
Un profesor que el Opus Dei salvó de la cárcel pagando coimas a la justicia,
fue un tal Mello o algo así, que siendo profesor de educación física de un
jardín de infantes mariano, creó un nuevo y original juego perverso entre los
niños educandos, y consistía en “poner la cola al zorro”, para lo cual bajaba a las
nenas sus ropas, y colgaba de sus prendas íntimas una gran cola de zorro, y de
paso les introducía el dedo índice en el ano. De treinta y tres nenas
supuestamente abusadas, pudo comprobarse fehacientemente la introducción
del dedo en el ano en tres de ellas, e igualmente la justicia comprada por el
Opus Dei declaró inocente al acusado pues lo contrario sería la bancarrota y el
cierre definitivo del colegio. Viéndose libre y salvado por los dineros del Opus
Dei, el degenerado profesor desapareció de la faz de la tierra, sin que nunca
más se tuviese noticia de su nuevo paradero, como si su Madre y todos los
demonios del infierno se lo hubiesen tragado.
A veces, algunos pastores también cometían estas aberraciones con los niños a
su cargo, ya que el defecto y la anomalía estaban en sus mentes y no en sus
religiones, o vivían ardientes romances con alguna feligresa o actriz de la
farándula que la prensa usaba para denigrarlos despiadadamente como
adúlteros, pero como término medio podríamos decir que de diez violaciones
de niños salidos a la luz, nueve eran cometidas por sacerdotes y una por
pastores evangélicos, lo que no justifica a ninguna de las partes.
Por ese entonces sucedieron dos aberraciones mundiales que denigraron a la
raza humana, y fue una de ellas que en Suiza o Alemania, un hombre de
setenta años fue condenado a treinta años de prisión por tener siete hijos con
su hija, a la cual mantuvo encerrada en un sótano por veinticuatro años junto
con su prole, con consentimiento de su esposa y de otros hijos que convivían
en la misma casa; y el otro degeneramiento similar sucedió en Mendoza,
donde un padre violaba a su hija desde muy pequeña, y a sus otras hermanas,
con las cuales logró echar al mundo ¡veintiún hijos incestuosos!
La Caída del Imperio de las Virgenes 127

En este último caso, extrañaba a los vecinos que siempre veían en la casa niños
pequeños jugando en la vereda, pero a ningún hombre del que pudiera
presumirse ser el padre. Las hijas que fornicaban con el padre, en la violentas
peleas que éste tenía con su esposa, extrañamente defendían al progenitor con
uñas y dientes, lo cual es un patrón corriente en estos amores incestuosos entre
padre e hija. Los dos despreciables sujetos fueron condenados a una
severísima pena, pero por tener ambos más de setenta años, al poco tiempo
volvieron a sus casas con arresto domiciliario como si nada hubiese pasado.
Y más cerca a nuestro entorno, Santo Tomé tampoco quedaba atrás en éstas
aberraciones, ya que el pediatra Dr. Carlos “Negro” Villegas director del
hospital, presidente del Concejo Deliberante, jefe zonal del Ministerio de
Salud, presidente del Partido Radical y profesor de la facultad de medicina
Barceló, un aciago día para quienes lo queríamos cristianamente fue
denunciado por su hija ante la Justicia manifestando que desde los once años
hasta los ahora veinticinco que tenía, su padre había abusado de ella
sexualmente. Y no conforme con eso, lo acusó también de haber manoseado a
su hijita de cinco, o sea a su propia nieta, por la cual causa se veía obligada a
denunciarlo. Días después, a punto ya de librarse la orden de captura, el Dr.
Villegas huyó a la vecina república del Paraguay no sin antes jurar y perjurar
en los medios radiales y televisivos que era una absurda venganza de su
exesposa, madre de la denunciante, por haberse separado de ella y casado con
otra mujer más joven, y traer al mundo nuevos descendientes.
No sabéis el dolor que sentimos los que bien queríamos al popular Dr.
“Negro” Villegas cuando salieron a luz los pormenores y detalles de la
acusación, y los que fuimos sus amigos lloramos por sus pecados con dolidas
lágrimas de tristeza y congoja, aunque también salió a la palestra la bajeza de
algunos de sus más íntimos allegados, correligionarios y amigos, o locutores
de baja estofa que frente a cuanto micrófono o cámara lo pusiesen, denostaban
y escupían su baja condición de pederasta y de vil degenerado, antes de ser
juzgado y condenado, por dar la impresión de ser ellos impolutos y sin pecados,
o por ganar audiencias, o políticos que querían recoger para sí unos dos mil
votos con que contaba la sola figura del acusado dentro del electorado
santotomeño.
Los que lloramos por él, quisimos ver en la denuncia de la hija dos o tres fallas
o errores que no podíamos congeniar, como ¿por qué dejar pasar quince años
de martirios para denunciarlo? ¿Por qué habiendo cinco hermanas atacó a una
sola, rompiendo el patrón que siguen los padres incestuosos de abusar de todas
sus hijas, y aún de los varones? ¿Puede el gran amor de un padre por su hija, y
viceversa, transformarse en un amor incestuoso consentido?
En realidad las lágrimas que derramamos por el pecado del buen doctor
impedía que viésemos la violenta división que se generó en su favor o en su
contra y que mantuvo en vilo al pueblo con opiniones encontradas de
culpabilidad o inocencia, como tampoco jamás sospechamos el amor
incestuoso que se formara por muchos años entre hija y padre, al parecer
consentido por ambos, y sin duda por los miembros de la familia.
128 La Caída del Imperio de las Virgenes

Una aberración semejante no puede permanecer oculta en una familia; la


madre, los hermanos y las hermanas que pasaban de siete, no podrían jamás
ser ignorantes de tamaño pecado por quince años continuos.
Creo yo que una madre, por ciega que fuese, no puede permanecer ignorante
de una situación tan aberrante como la del incesto entre padre e hija por tantos
años.
La versión o justificación que empezó a circular insistentemente era que
denunciaron al buen doctor el día en que éste se negó a ayudar
monetariamente a su amada hija, y quizá a la madre y a las otras hermanas.
Otros decían que la madre, despechada por el abandono del buen doctor que
se casó con una mujer mucho más joven, instó a la hija a que lo denunciara sin
piedad, transformándose ambas en terribles arpías que destrozaron su carrera
y vida con una saña cruel y sangrienta.
En pocas horas, ocupando los medios radiales y televisivos locales
destruyeron la carrera de cuarenta años continuos de curar niños del buen
pediatra Dr. Villegas, en los cuales jamás tuvo el más mínimo desvío pedófilo,
con noticias que fueron bien vendidas para dar vuelta el mundo.
También existía por aquéllos días una conocida familia llamada Legal, cuyos
hijos varones tomaban como esposas a sus propias hermanas, y el abuelo se
ayuntaba con la nieta, y los primos con las primas, hasta formar un
pandemonio de familia incestuosa que ni el mismo diablo acertaría a decir
quién era hijo de quién ni qué parentesco tenía uno con otro.
Vivían todos en la más absoluta miseria, en casitas o cubículos precarios que
iban construyendo uno al lado de otro alargando el techo y levantando
tabiques, y verlos daba la impresión de ser una tribu de monos salvajes que se
peleaban, se sacaban las pulgas y se amaban entre sí.
Para ilustrar de mejor manera el aberrante incesto que reinaba en Santo Tomé,
por desconocimiento de los Mandamientos y ordenanzas de Dios, pondré otro
ejemplo, malo por cierto, de una familia escandalosa llamada Acuña.
La familia Acuña tenía un pequeño campo ubicado a pocos kilómetros de la
ciudad, y lo componían el matrimonio y seis hijos incultos pero sumamente
diestros en tareas camperas como arar, ordeñar, carpir o domar.
Todos fueron a escuelas rurales de la zona, pero ninguno logró completar
siquiera la primaria, pues más sentían inclinación por el trabajo rudo del
campo antes que por los delicados libros.
Muriendo los padres, cuatro de los hermanos mayores se casaron con
campesinas aledañas y decidieron venir a vivir en la ciudad, quedando la
propiedad al cuidado de los dos hermanos solteros, una mujer y un varón, y
sea por no tener conocimientos de la ley, sea por la monotonía de vivir en la
soledad haciendo todos los días las mismas tareas, sea por aburrimiento y la
libertad que les daba la inmensidad del campo, se ayuntaron y tuvieron sin
más cuatro hijos defectuosos, retrasados mentales y casi ciegos.
El estado se hizo cargo del cuidado de los cuatro alojándolos en el Hospital
Escuela de Corrientes hasta la mayoría de edad, y llegando a adultos fueron
expulsos.
La Caída del Imperio de las Virgenes 129

Actualmente, uno pide limosnas en la peatonal de Corrientes, otro acarrea


valijas en la terminal, el tercero limpia autos en la calle, y el cuarto pide
limosnas en el supermercado “La Bomba” de Santo Tomé, y es aquél que
cuando le dan una moneda, por no distinguirla, la acerca a centímetros del ojo
para conocer su valor. Frunce el ceño si llega a notar que en vez de un peso le
dieron una moneda de veinticinco centavos, que son casi iguales en tamaño.
Lo que más se aceptaba en nuestro pueblo, sin ser ilegal para la justicia
terrenal pero prohibido por Dios, era el casamiento entre primos, que se daba
no solamente entre pobres o incultos, sino también en familias acaudaladas,
tradicionales y de la alta sociedad. A veces, los casamientos entre parientes
venían de otros países, como el matrimonio Álvarez, que arribando treinta
años atrás cuando jóvenes, se instaló en nuestro pueblo con mucho dinero en
los bolsillos, diciendo ser oriundos de Santa María, Brasil.
Con el capital traído compraron una camioneta, un galpón donde el hombre
instaló una carpintería con modernas maquinarias para ejercer su profesión, y
en otro terreno céntrico, levantó una hermosa casa de piso y planta alta, donde
vivía y exhibía sus muebles y trabajos. Además del dinero que invirtieron en el
pueblo, pasando los años agregaron también cinco hijas al mundo, que veinte
años después todas se casaron y les dieron nietos, y ahí estalló el pus.
Nada escondido permanece oculto por mucho tiempo, y tarde o temprano
Dios dispone que las cosas malas salgan a la luz y el pecado se manifieste,
para escarnio de quien lo hace.
Nada escapa del justo castigo de Aquél que es testigo de todas las obras y
pensamientos, y los corazones y entrañas escudriña.25
Como cosa extraña, los dos primeros hijos que parían las hijas del matrimonio
eran sanos y normales, pero por ignorada razón pasando ese límite, el tercer
vástago venía al mundo defectuoso de cuerpo o retrasado mental, ya sea sin
una mano o una pierna, mudo, sordo o ciego.
Los médicos notaron que algo grave estaba instalado en el ADN de las cinco
hermanas, y previniendo otros embarazos riesgosos, les practicaron una
urgente ligadura de trompas a todas dejándolas estériles con el previo
consentimiento de cada una.
Permitidme que os cuente lo que revelaron los estudios que por años
mantuvieron los abuelos en secreto, que ya habían muerto tiempo atrás sin
contar a nadie el misterio que dejaron como herencia a sus hijas antes de ir a la
tumba. La pareja que se radicó en nuestro pueblo y diera a luz a las cinco
niñas, eran primos hermanos que se amaban incestuosamente, y no queriendo
causar escándalo en el remoto pueblito en que nacieron, huyeron del Brasil sin
dar noticias a parientes ni amigos de su afincamiento en nuestra ciudad,
trasladando consigo una gran cantidad de dineros que dijeron ser ganados en
la lotería, aunque algunos quieren decir que eran robados y otros de herencia,
y se afincaron en nuestro suelo para dar vida a sus cinco hijas normales, las
que veinte años después alumbraron hijos anormales y deformes.

25 Renum illius testis est Deus, et cordis illius scrutator est verus. (Sabiduría)
130 La Caída del Imperio de las Virgenes

Nada de lo que se aparte de las indicaciones dadas por Dios en cuanto al


incesto, puede ser dejado de lado ni desechado por los hombres, y Dios
reprime con éstos dolorosos castigos a los padres, hermanos o primos
incestuosos.
Dios prohíbe a sus siervos el ayuntamiento del hombre con su madre, su hija,
su hermana o con su tía o su prima, y más aún con su nieta.
¿Tan difícil es entender las leyes de Dios y las Escrituras, católicos idólatras de
María, antes que de memoria recitar el Rosario de la Aurora?
¡Ah, viles sacerdotes que enseñáis tonterías con velas y bombas de estruendos
antes que la voluntad de Dios!
Aparte de éste foráneo, había en Santo Tomé muchos matrimonios locales
formados por primos como si fuesen naturales y permitidos, y aún de
hermanastros, cuando es una acción altamente repulsiva para Dios, y así había
mujeres casadas de la sociedad que figuraban en los registros como Álvarez de
Álvarez, Barrios de Barrios, Centeno de Centeno, Gutiérrez de Gutiérrez y
Legal de Legal, aunque la mayoría del pueblo los conocía solamente por uno
de los dos apellidos, y aún teniendo hijos defectuosos no escarmentaban con
la desgracia venida del cielo.
Estas aberraciones pecadoras se encimaban sobre otras maldades que dejaban
anonadado al pueblo, en las cuales se perdían vidas incomprensiblemente
como en el caso de una joven que teniendo un hijo, días después lo mató con
infinitas puñaladas alegando que era producto de la violación de un extraño,
hasta que la policía descubrió que lo hizo por despecho al padre, que era
casado y le prometiera matrimonio, y después de embarazarla con engaños
volvió a su casa y a su familia desligándose del compromiso.
La joven despechada asestó a la inocente criatura diecisiete puñaladas sin
compasión ni remordimiento alguno.
Una madre que tenía dos niñas de un anterior matrimonio, hacíalas penetrar
analmente por su nueva pareja, además de hacerles practicar sexo oral con
éste. ¡Dios, madres como éstas deberían ser sepultadas bajo tierra o arrojadas
al infierno, pues las niñas tenían apenas ocho y diez años!
En un ranchito de las afueras, un padre, un hermano y el abuelo, mantenían
relaciones sexuales con dos hijas pequeñas del primero.
Mucho me cuesta encontrar los términos correctos para detallar estas
aberraciones de parentesco, porque se me eriza la piel solamente al decir que
un padre mantenía relaciones con su hija, o dos hermanos entre sí, o una
madre con su hijo, incluso hubo una abuela que fornicaba con sus nietos, y me
cuesta encontrar los términos correctos para calificar estas acciones aberrantes
ya que desde mi infancia fui instruido por mis padres en los sanos
Mandamientos de Dios. Para Dios particularmente, y para mí, son
aberraciones innombrables que me desconciertan y anonadan.
Todos estos actores decían ser católicos y sin el menor conocimiento del
Deuteronomio de Dios, sepultado y olvidado por la idolatría con que
sumergía la iglesia católica romana a sus acólitos detrás de santas y santos
inservibles y estúpidos.
La Caída del Imperio de las Virgenes 131

De todos los casos nombrados, ni uno solo dejara de ser fanático del culto a
María, y fervorosos partidarios de procesiones detrás de la madre celestial
antes que del Hijo.
Todos ellos veneraban en sus casas estampitas de María, del Gauchito Gil, de
San Expedito o de Santa Gilda, que si tuviesen antes una Biblia en la mesita de
luz les sería mucho más provechoso que la idolatría que profesaban a sus
patronos celestiales.
En infinitos programas católicos se incentivaba por radio y televisión la
mariolatría antes que la sumisión única y verdadera hacia Jesús el Salvador.
El pueblo católico todo adoraba al papa antes que a Dios, teniéndolo por más
sagrado e infalible que a quien le trajese dos mil años atrás la verdadera
salvación, mediante el sacrificio de su sangre.
El éter de Santo Tomé se degeneró con la instalación de una repetidora de
Radio María, cuya sede estaba en la ciudad de Córdoba, y que enturbiaba la
palabra de Dios con rosarios, cánticos y rezos continuos hacia los infinitos
santos cuyos onomásticos festejaban diariamente y tras los cuales llevaban al
pueblo a los infiernos.
El rosario a María se entonaba casi sin descanso las veinticuatro horas del día,
haciendo hincapié en su eterna virginidad y su concepción sin pecado, lo que
echaba por la borda la pasión de Cristo con cuya sangre trajo la expiación del
pecado original de Adán y Eva que manchó a todo el género humano sin
excepción.
Recalcaban constantemente la bula de Pío XII de 1950 que promulgaba como
dogma de fe la afirmación que al final de su vida la madre de Jesús fue llevada
en cuerpo y alma al cielo.
“Y si alguien, y Dios no lo quiera, se atreve a negar lo que hemos definido o a
dudar de ello, sírvase saber que ha apostatado y se ha apartado por completo
de la divina fe católica”- finalizaba la maldita bula.
Cambiando aviesamente los términos “adorar” por “venerar”, y “perdonar” por
“absolver” la iglesia católica llevaba al crédulo hacia la más baja y pura
idolatría sin que acertara a despertarse y echar al fondo del mar sus erradas
fábulas y creencias, y en los confesionarios se perdonaban pecados a granel
como si fuese un almacén de ramos generales, a cambio de ofrendas y
donaciones.
Desde la luz de la Biblia, todo estaba mal en la iglesia católica: se le daba una
desmedida importancia a María como Salvadora de los hombres, se enseñaba
la adoración o veneración de estatuas e imágenes como intercesoras con
mayores capacidades que Nuestro Señor Jesús, se bautizaban niños que no
tenían noción del pecado ni del Salvador que los limpiaba.
La iglesia católica no solamente bautizaba a los niños, sino que cientos de
sacerdotes alrededor del mundo los violaban y degeneraban sin castigo
alguno, y en éstos días en que escribo, el papa Benedicto XVI se niega a
declarar a la prensa porqué se protege a los curas pederastas alojándolos en el
mismísimo Vaticano con una función administrativa para quitarlos de las
garras de la justicia de sus respectivos países.
132 La Caída del Imperio de las Virgenes

Obispos y sacerdotes había dentro de las sagradas paredes del Vaticano, que
solitarios en sus cuartos hacían una vida de reflexión y oración, esperando ser
perdonados por el abuso de cientos de niños ciegos, sordomudos, o
discapacitados que fueron vejados por éstos representantes de Dios en la
tierra.
Entre éstos protegidos del papa, estaban el padre Marcial Maciel, que violara
en México a niños discapacitados, y un hermano, primo o pariente de
Benedixto, que violara a más de doscientos niños dentro de su santa y divina
vida pastoral.
La iglesia no descansaba pergeñando nuevas fábulas de estúpidos mensajes
venidos supuestamente de la virgen, dirigidos solamente a los católicos
idólatras, y ausentes e ignorados en los seguidores de Cristo. Con nosotros los
cristianos evangelistas, la virgen jamás se metía, ni con apariciones ni con
estúpidos mensajes y la manteníamos alejada de toda idolatría creyendo
solamente en el Señor Jesús, nuestro único y suficiente Salvador.
Esta bendición llevaba a los creyentes a adorar, idolatrar y venerar solo al
Señor, y no a hombre o mujer alguna bajo los cielos, muy de acuerdo con las
Escrituras Sagradas. Y esta anomalía de ocultar y tapar a Dios y sus
Mandamientos con la imagen de María que todo perdona y nos cuida, con
rosarios y procesiones tras santos y patronos, daban como resultado el
aumento de crímenes, robos, degeneraciones, depravaciones y cuanto acto
despiadado e inhumano se pudiera imaginar, pues todo delito era factible de
ser perdonado por un sacerdote, aún contra la voluntad de Dios.
¡Ah, si todos los hombres del mundo tuviesen solamente a Jesús en su corazón
habrían aprendido sus palabras santas cuando dijo “no hagáis a otros lo que no
queréis que os hagan a vosotros.”!
Los ancianos eran salvajemente golpeados por jóvenes rebeldes o drogadictos
para robarles sus pertenencias, y a veces por un billete de poco valor, por un
reloj o una campera, asesinaban despiadadamente a una abuela o a un abuelo,
o a ambos. Estos repetitivos acontecimientos asquerosos y repulsivos que
florecían día a día en nuestro país y en nuestro pueblo, se encimaban con
desconocidas enfermedades provenientes de países antípodas, transmitidas
por mosquitos, perros, aves, chanchos y monos, o por bacterias que flotaban
libres en el aire, azotando a un mundo sin rumbo ni guía espiritual por falta de
instrucción bíblica. Todo esto, vejaciones, depravaciones, pestes e idolatrías
desparramadas por doquier, nos dio a todo el Concejo de Ancianos y Pastores
Evangelistas la certeza de que pronto vendría el Señor a arreglar estas
aberraciones y desgracias emanadas de la idolatría y la mariolatría que
apartaban al hombre de Dios y lo degeneraban subrepticiamente, como había
profetizado en su mensaje el Hombre Fiel momentos antes de ser asesinado.
Y llevado por ése puro y único sentimiento de alabar solamente al Señor, y
hacer conocer su Palabra, termino diciendo a quien leyera estos relatos,
algunas verdades que los católicos ignoran o les fueron cambiadas por
mentiras, sacadas de la Biblia que tengo al alcance de la mano sobre el pupitre
en que escribo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 133

En el Evangelio no se dice que Cristo instituyera la misa como un


sacrificio repetitivo e interminable.
Son simoníacos los que se comprometen a rezar por los que les dan
dinero.
La elección del papa por los cardenales fue un invento del Diablo,
ni existe en la Biblia antecedente para tal engaño.
Para la salvación no es necesario creer que la Iglesia romana es
superior a las otras, o única y verdadera.
Es presuntuoso pensar que las indulgencias del papa y de los
obispos sirvan para algo.
La Biblia condena las oraciones por los muertos, las
peregrinaciones, las ofrendas a los santos y el despilfarro de la
pompa eclesiástica.
El celibato de los clérigos nunca fue impuesto por Dios ya que
causa una lujuria antinatural y los votos de castidad de las monjas
llevan a los horrores del aborto y el asesinato de niños.
La Biblia escupe la necromancia (evocación a los muertos).
La confesión ante un sacerdote, denigra al hombre y es inútil para
la salvación.

Dado en octubre del año 2031.

Fin de los Relatos del Pastor Gregorio Velásquez


134 La Caída del Imperio de las Virgenes

CAPITULO I
I
El Mesiahj o la Parusía

Aquélla cálida mañana de primavera, antes que el astro rey dejase ver su rubio
rostro tendiendo lánguidamente sus dorados cabellos sobre la cima de los más
altos edificios y sobre las copas de los más elevados árboles santotomeños
para teñirlos de la diáfana blancura con que clareaba el nuevo día, infinitos
pajaritos trinaban estridentemente saltando inquietos y felices de rama en
rama, mientras que grupos de alegres estudiantes secundarios transitaban por
las veredas de la ciudad rumbo a la sabiduría y educación que les brindaban
los colegios y las escuelas de portones abiertos de par en par, cuyas aulas
impacientes esperaban que llegasen. Los jóvenes cuando quieren aprender,
solo se nutren de sus mayores, de aquéllos profesores que son díscolos y
cargosos de soportar, pero que con pocas palabras pueden explicar fácil el
teorema de Pitágoras o las mareas producidas por la luna, y de estos sabios
estaban llenas las aulas de la ciudad de Santo Tomé.
No muchos años atrás, ésta no contaba con más de dos colegios secundarios
estatales, y hoy, corriendo ya el año 2033, habían más de ocho casas de
estudios secundarios gracias al afincamiento de algunos privados como el
Colegio “Siglo XXI” y de otros varios católicos de primera línea logrados por
gestiones del padre Buendía ante el Ministerio de Educación en las más altas
esferas del gobierno nacional.
A todo eso, debía agregarse la instalación en Santo Tomé de la Facultad de
Medicina Barceló, la Facultad de Abogacía del Noreste y la Escuela de
Tecnicatura de Nivel Terciario, que la transformaron en un hormiguero de
estudiantes procedentes de distintas partes de país, pasando a ser la ciudad
otra Córdoba universitaria.
Veíanse los correctos e impecables uniformes marrones de la escuela Normal
como un enjambre de mariposas revoltosas que avanzaba imparable por las
veredas, con el particular murmullo de las bulliciosas bromas y chacotas que
son las monedas corrientes de la juventud, y que más se gastan y disfrutan del
divino tesoro que contamos en la época dorada de los alegres años de
estudiantes secundarios.
Los alumnos del colegio Industrial con sus uniformes azules y corbatas
celestes, desde muy temprano se desplazaban alegremente en francas
conversaciones de teoremas y cálculos matemáticos, chacotas juveniles,
chistes, empujones y alegrías propias de los adolescentes que van camino a la
sabiduría de las magnas aulas.
Otros, alumnos del colegio privado “Siglo XXI”, de relucientes e impecables
uniformes verdes, desfilaban camino a la cultura de sus aulas, cruzándose a
veces con los diversos grupos del colegio Polimodal.
El resto de la ciudad aún dormía en la apacible quietud que emana de los días
calmos y tranquilos, comunes y cotidianos de Santo Tomé, y el tránsito en sus
calles era casi nulo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 135

Sus semáforos estaban clavados solamente en el color amarillo, que pizcaban


intermitentes hasta que llegaran las siete de la mañana, hora en que entrarían
en función el verde permisivo y el rojo peligroso.
Frente a los dos bancos con que contaba la ciudad, ambos en la calle principal
San Martín, largas colas de clientes se arremolinaban en sus veredas antes que
abrieran sus puertas. El progreso de las grandes ciudades también tocó a Santo
Tomé, pues las largas colas para ser atendidos primeros llevaban a la gente a
formarlas a la medianoche.
A través de los gruesos vidrios de la fachada se veía en su interior a los
empleados auxiliares que iban de un lugar a otro acomodando papeles y
planillas sobre los escritorios, y a los cajeros de los mostradores contando los
dineros en billetes y monedas que circularían durante la jornada laboral.
En el correo, a una cuadra antes del centro, una camioneta blanca descargaba
fardos cerrados de cartas que serían repartidas después de las ocho de la
mañana. La ciudad recibía tres mil cartas diarias, o sea el diez por ciento de su
población, y en una larga mesa, tres carteros de llamativos uniformes de color
azul y amarillo, desde muy temprano las clasificaban por barrios, calles y
números para aliviar y facilitar el tedioso trabajo al repartirlas en tiempo y
forma.
Se escuchaba a lo lejos y por doquier el agudo y penetrante silbido que
producía la barredora municipal, que aunque no se la viera hacía su trabajo
por las calles céntricas desde la medianoche hasta poco antes de las siete de la
mañana.
Algunas empleadas domésticas de la avenida San Martín aseaban las veredas
de las casas y comercios con chorros de agua y detergentes que caían en
espumosos ríos hasta llegar en alocadas cataratas a la calle.
Las carnicerías céntricas dejaban oír el suave ronroneo de una sierra sinfín
desmenuzando reses en delicados cortes para exponerlos frescos y vistosos en
sus heladas vitrinas exhibidoras.
La policía, frente al Banco Nación, se aprestaba para el izamiento de la
bandera y el cambio de guardia cuando las campanas de la iglesia dieran, tres
cuadras más adelante, las siete de la mañana.
Las remiserías céntricas libraban de sus tareas a los que pasaron la noche en
vigilia y trabajo, reemplazándolos por otras unidades y choferes descansados
que se hacían cargo del turno diario.
En esos instantes, en los comienzos de la avenida principal San Martín, mal
llamada así porque antiguamente era de ambas manos, allá donde nacía sobre
la ruta Alvear, a unas diez cuadras del centro de la ciudad, un hombre extraño
y atípico ingresaba caminando por el medio de la calle con pasos raudos y
firmes, mirando hacia el frente y hacia lo alto como buscando un lugar
determinado en lontananza, en dirección al río Uruguay que se desperezaba
más adelante, después de un trayecto de quince cuadras o más del otro lado
de la ciudad.
Extrañaba del caminante sus raras y anacrónicas vestiduras, que no
concordaban con las de los actuales tiempos ni con las modas locales.
136 La Caída del Imperio de las Virgenes

Llevaba una larga túnica blanca a la manera judía, atada por la cintura con dos
vueltas de una fina soga de sisal, los pies calzados con sandalias de cuero de
las llamadas franciscanas, y colgado de una fina cuerda sobre sus hombros,
una pequeña bolsita que se bamboleaba en su cintura, al parecer con dineros
para sus gastos.
Sin embargo, no estaba sucio ni desaliñado como un pordiosero o un hippie:
todo en él emanaba limpieza y pulcritud.
No parecía estar enfermo ni herido, pues su caminar firme y erguido
demostraba todo lo contrario, pero sí se lo podría tener, por su vestimenta, por
uno de ésos locos que periódicamente abandonan hospicios de pueblos
vecinos en el nuestro, trayéndolos en una ambulancia en los amaneceres hasta
la entrada, por no tener la carga de cuidarlos y alimentarlos con su patrimonio
propio. No parecía venir de una fiesta de disfraces, pues su rostro denotaba
más preocupación y enojo antes que alegrías, detrás de una tupida barba y
bigotes, y frondosos cabellos castaños que caían en ondulantes melenas sobre
sus hombros.
Semejaba a uno de aquéllos locos inofensivos y delirantes a quien disfrazaron
con una sábana blanca sin marcas delatoras de procedencia, con unas cuerdas
atadas a la cintura a manera de cinto, y sandalias de cuero de algún monje
caritativo, para luego abandonarlo en la entrada de nuestro pueblo donde
costoso sería para el erario del Hospital Bautista su mantenimiento,
alojamiento y remedios si los necesitara.
Sin embargo, el hombre resplandecía de pulcritud y aseo, y más bien se podría
decir de él que irradiaba una luz límpida y diáfana no solo de la ropa que lo
vestía, sino de su cuerpo entero.
Era como si una luz divina saliera desde su interior, desde su alma, y
atravesase la piel para luego fluir por sus ropas.
Sus vestiduras dejaban ver los talones limpísimos de sus pies a cada paso que
daba, cubiertos por las finas tiras de cuero de su rústico calzado.
Miraba a lo lejos como buscando un edificio o un lugar determinado que
seguramente tendría que ser elevado, pues su vista se dirigía hacia lo alto del
horizonte, por encima de los árboles y techos de las viviendas circundantes.
El tránsito era aún pobre y escaso ya que el sol recién asomaba por encima del
río Uruguay, quince cuadras más adelante, y la claridad que daban sus
dorados rayos lamían apenas los más elevados edificios y las copas de los
árboles de mayores alturas.
Como caminaba displicentemente por el medio de la calle, daba indicios de
estar indudablemente loco, y los escasos autos que transitaban se desviaban
hacia un costado para pasarlo, tocándole unos estridentemente las bocinas y
otros retándole con el puño en alto fuera de la ventanilla:
-¡Sal de la calle, loco!- le gritaban.
Mas el de la larga túnica hacia caso omiso a las recriminaciones y al peligro de
ser atropellado a que se exponía por propia voluntad. Su preocupación era
otra, encontrar el lugar determinado que viniera a buscar o quizá conocer,
como si fuese un simple turista detrás de monumentos o lugares históricos.
La Caída del Imperio de las Virgenes 137

Verlo caminar tan displicentemente con sus autoritarios y seguros pasos, con
la lacia cabellera besándole suave los hombros, su ondeante túnica blanca y las
sandalias que mostraban sus blanquísimos talones, daba la impresión de ser
un personaje hebreo salido de la época de Josefo,26 allá por los primeros años
de nuestro calendario gregoriano.
Caminaba el hombre por el medio de la calle sin dar mucha importancia a los
autos que lo desviaban para no atropellarlo, sin hacer caso del peligro que
tenía a sus espaldas, ni a los insultos que le prodigaban, acercándose a la
terminal de ómnibus que estaba ahora a unas dos cuadras más adelante,
después de haber recorrido ya unas tres anteriores de esta peligrosa manera y
con gran suerte de seguir ileso.
Mientras, a sus espaldas, en los comienzos de la calle por la que caminaba, un
enorme camión frigorífico de casi treinta metros de largor, ingresaba a la
ciudad por la misma vía, echando su caño de escape feroces rugidos que
hacían estremecer el ambiente, expulsando negros humos que ascendían a los
cielos.
Al parecer, el conductor estaba con mucha prisa pues las dieciocho ruedas del
pesado camión giraban vertiginosamente sobrepasando los cincuenta
kilómetros por hora, sin importarle un rábano ni cuidarse de estar ya en una
zona céntrica de la ciudad.
No era para menos, pues buena parte de su carga de diez mil kilos de
mercaderías congeladas, debían ser descargadas en el supermercado “La
Bomba” de los hermanos Storti, antes de las ocho de la mañana.
De allí en adelante, el camionero debía aprontarse para salir de la ciudad antes
que los inspectores de tránsito de la municipalidad le labraran una multa por
descargar en horarios no permitidos, que la empresa no reconocía, y por
tacaña, el monto de cualquier infracción lo descontaban siempre de su salario.
En pequeñas cuotas mensuales, pero le descontaban el total de la multa, como
estipulaba el contrato de trabajo que firmara con la empresa.
Así que su apuro estaba bien justificado: debía bajar tres mil kilos de pollos
congelados, enteros o desmenuzados en muslos, patas, alas y carcasas antes de
las ocho de la mañana, y fuera mejor que nadie atrasara el rápido andar de su
camión frigorífico de treinta metros de largura y dieciocho enorme ruedas.

********************

26El historiador judío Flavio Josefo, que vivió aproximadamente entre el año 37 y el 100, y que
escribió en griego la Guerra Judía en siete libros, las Antigüedades judaicas en veinte, una corta
autobiografía y una defensa de la raza judía, Contra Apión, es la máxima fuente (por no decir la
única) de la historia de Palestina en el siglo I de nuestra era.
138 La Caída del Imperio de las Virgenes

II
Historia del Doro

De los cuarenta mil habitantes de la ciudad de Santo Tomé, ninguno de ellos


podría decir que no conocía al bueno del Doro, ni aún los estudiantes
universitarios venidos de provincias limítrofes o de lejanos países.
Es más, con absoluta seguridad no se encontraría en todo el pueblo una sola
alma que lo odiara, ya que el Doro era ciertamente el personaje más popular y
querido de la ciudad, por lo educado, amable e inocente de su trato y
comportamiento con los demás, y por lo simpático e inofensivo de los actos
que hacía ante la gente.
El Doro tenía un corazón diáfano y transparente como el de un niño, y aún
siendo ya un adulto hecho y derecho, muchos lo tenían por una criatura
angelical venida del cielo, pues no hallaban maldad alguna en su alma pura y
bondadosa.
Había nacido cincuenta años atrás en el barrio de la Prefectura, en la zona que
llaman comunmente La Islita, y siendo hijo único, recibía todo el cuidado
amoroso de su madre y la cruel indiferencia de su padre, que se entretenía en
beber vino hasta caer dormido profundamente en el rotoso catre donde los tres
dormían encimados y apretujados.
Su padre era pescador, lo que obligaba a la familia vivir en un humilde
ranchito de tablas de pino cerca del río, cuyas hendijas hacían que sufrieran
terribles fríos y helados vientos en invierno, con una humedad en el piso de
tierra que formaba barro aún sin que las heladas lluvias atravesaran el techo
de paja que su padre trenzara con sus propias manos.
Cuando el Doro tenía apenas cinco años de edad, su padre contó en la mesa
que un empresario de Misiones vino a buscar obreros para sus plantaciones de
yerba, y que se iría con otros varios en un camión que vino a recogerlos, y que
ganando los primeros dineros enviaría los pasajes para que la madre y su hijo
se trasladaran a Aristóbulo del Valle donde con el favor de Dios vivirían mejor
y más cómodos que en Santo Tomé, con un sueldo constante y seguro.
Por muchos años la madre del Doro esperó en vano los pasajes prometidos, o
los dineros para subsistir, y lo único que recibió de los que tiempo después
regresaron más pobres que cuando los llevaron, fueron noticias que su marido
se había juntado al mes de arribar a Misiones con una ucraniana o polaca
mucho mayor que él, con la cual ya tenía dos hermosos niños de rubios
cabellos y verdes ojos que hablaban en un idioma incomprensible para ellos.
La huída del pescador sin sandalias, si se quiere, estaba justificada o por lo
menos comprendida, pues nunca asimiló ni aceptó que el primero y único hijo
que trajera al mundo con su primera mujer, el Doro, naciese retrasado
mental.27
Sin embargo, en los pocos años que convivió con su padre, el Doro aprendió a
amarlo e idolatrarlo como la persona que más necesitaba en el mundo.

27 El hijo necio es carga para la madre y vergüenza para el padre. (Sabiduría 10, 1)
La Caída del Imperio de las Virgenes 139

Lloraba desconsolado si no lo veía cerca, o cuando desaparecía yendo de pesca


con su bote al medio del río, o a beber en los barcitos cercanos a la Prefectura,
sin detener sus lágrimas ni conformarse hasta verlo regresar nuevamente.
Su madre, después de quedar abandonada y sola, a duras penas alimentó a su
hijo con el sacrificado trabajo de lavar las ropas del vecindario a orillas del río,
a mano limpia, para después tenderlas sobre los matorrales de una sabia e
inteligente manera que al secarse al sol quedaran casi perfectamente
planchadas y listas para entregar. Tenía casi la misma condena que su fugado
marido, la maldición de vivir obligadamente cerca del río, y donde aquél
sacaba pescados para vender, ella sacaba dineros de su sacrificado trabajo de
lavar ropas ajenas para dar de comer a su hijo disminuido.
Treinta años después, la madre del Doro murió de tuberculosis, vieja y
cansada de luchar contra su triste destino y pelear a la vida para poner
mandiocas, papas y batatas en la olla, con recortes de carne que en las
carnicerías le regalaban, tomándolos con sus manos ajadas y llenas de arrugas
y grietas de tanto fregar.
Antes de irse de éste mundo, dejó además dos hijas de padres desconocidos, a
las cuales su madre cediera a familias que carecían de descendencia, y quizá
por eso, ellas nunca entablaron buenas relaciones ni amistades con el Doro, ni
aun cuando todos fueron mayores y se dieron a conocer.
A decir verdad, el Doro nunca supo que su madre muriera fehacientemente, ni
tuvo la conciencia que nunca más la volvería a ver, solamente creyó en los
empleados municipales que en una vieja y destartalada camioneta amarilla
que enviara el intendente Divito Suaid, vino a buscarla para hacer unos
trámites en sus oficinas, le dijeron.
Y la llevaron tendida en la parte de atrás del vehículo, solo tapada con unas
carpas grasientas que en el taller mecánico del municipio se usaban para
cubrir de las lluvias a los motores desarmados.
Los hombres no quisieron que el Doro viera a su madre dentro de un tosco
cajón de pino abandonada en el cementerio, cerca de los pies de dos obreros
que fatigosamente cavaban con una pala una fosa para su eterno descanso.
Así, antes de los treinta y cinco años, el Doro quedó solo y abandonado en un
mundo despiadado e insensible.
El pobre Doro, nunca pudo concurrir a una escuela primaria normal y
corriente por su condición de retrasado, y su educación obligatoria quedó a la
deriva al no existir todavía las tan prolíficas y abundantes escuelas
diferenciales de éstos tiempos, donde podría haber sido aceptado.
Aún teniendo débil la mente, a veces afloraba en el Doro deseos de estudiar y
ser alguien en la vida, y así, se agenciaba de un cuadernito y una lapicera y
concurría a un aula de cualquier escuela primaria como alumno oyente, en
cuyas clases prestaba la máxima atención que le permitiera su defectuoso
cerebro, sin molestar a nadie.
Las maestras le aceptaban gustosas en sus clases como si fuese un visitante
ilustre, y le daban un trato similar al que correspondía a un inspector de
escuelas.
140 La Caída del Imperio de las Virgenes

El Doro decía que quería terminar la escuela primaria porque cuando


regresara su padre, con los muchos dineros ganados en Misiones, le pagaría
los estudios universitarios para recibirse de “dientista” en Corrientes.
El pobre no tenía la menor noción de que antes de ir a la universidad, debería
terminar indefectiblemente la secundaria.
Aunque el pobre Doro ya no recordaba su rostro ni su fisonomía, siempre
esperó el regreso de su padre, aún y a pesar de que lo abandonara
despiadadamente cuando apenas tenía cinco años.
A medida que pasaban los años, llegando a los cuarenta, le afloró el horrible
defecto de la incontinencia, lo que le llevaba a orinarse los pantalones sin
darse cuenta ni notarlo, y también comenzó a brotar de las comisuras de sus
labios salivas fugadas de su boca, lo que hacía que babease constantemente al
hablar.
Su nariz se deformó, agrandándose en una masa informe de carne torcida
hacia un costado de su cara, con dos repulsivos agujeros, sus dientes se
cariaron y ennegrecieron, sus orejas se abrieron como un repollo y su pelo se
hizo rebelde, duro y espinoso.
Más o menos por esa época, su mente empeoró aún más junto con las
deformidades de su cuerpo, pues en ella hilvanó la peregrina idea de que era
un gran empresario ganadero que compraba y vendía vacas constantemente
moviendo fortunas y dando trabajo a infinitos peones y capataces que estaban
en sus campos y estancias.
Para concretar estas operaciones, su locura hizo que imaginara un teléfono
celular que siempre llevaba apretado en la mano sin acercarlo al oído,
conversando a viva voz con el capataz de su campo, al que ordenaba
autoritario que juntase en el potrero del fondo trescientos animales gordos,
menores de dos años, y que los tuviese listos y preparados para subirlos al
camión jaula de su propiedad.
-Al Mercedes 1114 rojo- especificaba para que no se confundiera con otros
de diversos colores y marcas con que contaba su empresa ganadera, y a veces
recalcaba fehacientemente quién debería conducirlo.
Estas divagaciones las hacía frente a las jovencitas a las que quería impresionar
como hombre rico y poderoso, mas conociendo su locura, pocas le prestaban
atención si no fuera para reír a sus espaldas.
Algunas niñas adolescentes a quienes Doro acompañaba hasta sus escuelas
muy respetuosamente, fingían creer sus delirios empresariales y le
preguntaban cuántos animales poseía, si su campo contaba con buen pasto, y
cuántos camiones tenía para trasladar la hacienda.
A veces, sintiendo hambre, el Doro se acercaba hasta un carro de
hamburguesas, y le proponía a su dueño esta delicada transacción comercial,
que no se practicaba ni siquiera en la bolsa del Mercado de Hacienda.
-Dame una hamburguesa completa y mañana bien temprano hago
descargar en la vereda de tu kiosco treinta vacas gordas para que tengas carne
suficiente para preparar tus comidas por dos años seguidos, sin tener que
comprarla diariamente de las carnicerías del pueblo.- le decía.
La Caída del Imperio de las Virgenes 141

De poco vale una gran fortuna si no se la comparte con nadie.

La mayoría de las veces se la daban, ¡quién podría negar algo al Doro!, no para
estafarlo en su inocencia haciéndole perder treinta vacas de su capital a
cambio de una simple hamburguesa, sino por el olor a orín que despedían sus
pantalones que a veces incomodaban a los clientes que estaban sentados en las
mesas de la vereda. Había abandonado ya la ocurrencia de ir a Corrientes a
estudiar “dientistería” y el progreso que trajo a la ciudad el eficiente intendente
Víctor Giraud desde el 2010, y anteriormente Carlos Farizano, con pavimentos,
veredas, luces, paseos y plazas públicas, hizo que los terrenos desocupados en
que se metían y levantaban ranchos los pobres, fuesen desalojados a la fuerza
por sus verdaderos dueños, quienes después levantaban majestuosas casas
similares a palacios al borde del río. Uno de los primeros terrenos que desalojó
la Justicia fue el rancho del Doro, que se vio echado violentamente a la calle
con la promesa firme y verdadera de los políticos de la época que cuando
hubiese una casita de barrio desocupada, sería para él, lo que se concretó
muchos años después de la promesa. Entonces, con casi cuarenta años a
cuestas y muerta ya su madre, el Doro empezó a vagar por la ciudad, viviendo
de limosnas y de la caridad de los vecinos santotomeños que le vestían y le
calzaban cristianamente. A veces vivía como hijo adoptivo en casa de una
familia pudiente por muchos meses, bien vestido y alimentado, pero después
de un tiempo se cansaba de estar en un mismo lugar, y se cambiaba a otro que
también le acogía cristianamente. Y hasta el día de hoy, el Doro, sin tener
todavía ninguna propia, tenía muchas casas ajenas para vivir, pues nadie le
negaba un viejo depósito de herramientas en el fondo del patio donde pudiera
dormir cómodamente, un galpón abandonado, un taller mecánico donde vivía
dentro de un auto desarmado, en un club deportivo, o en un estadio de fútbol
donde en los vestuarios le tendieran un colchón y una frazada.
Otro detalle ínfimo que no podemos pasar por alto es que en su medio siglo de
vida, el Doro jamás tuvo relaciones sexuales con ninguna mujer o bestia, y si
bien era tan santo como un sacerdote, era superior a cualquier obispo porque
por lo menos era célibe.
Sin haber entrado jamás a una iglesia, sin que tuviese una religión
preferencial, sin haber leído jamás la Biblia, ni ser instruido en los Diez
Mandamientos de Dios, el Doro nunca había hecho daño a nadie, ni robó una
tuerca del lugar donde lo alojaban, ni murmuraba ni codiciaba nada de los
demás, ni mató un pajarito en su vida, y sin ser cristiano bautizado esperaba
impaciente que su padre regresara a darle una vida nueva.
El no lo sabía, pero su padre ya había vuelto a la ciudad, y en esos precisos
momentos, lo buscaba afanosamente.

**************************
142 La Caída del Imperio de las Virgenes

III
El caminero deshonesto

Antes del amanecer, en las afueras del pueblo, allá en el barrio Mejoral de la
usina, por la ruta que entra a la ciudad de Santo Tomé viniendo de Libres,
vertiginosamente se desplazaba el enorme camión térmico de la firma
entrerriana “Noelma” cargando aún un saldo de unos diez mil kilos de pollos
congelados enteros y en presas, cuyo largor superaba los treinta metros y los
dos mil caballos de fuerza, con sus dieciocho ruedas girando alocadamente
rumbo a la cercana Capital del Folklore Correntino. El camionero sabía que lo
de Capital no era cierto, pues conocía cientos de pueblos que con más
inteligencia hacían festivales muy superiores a los de Santo Tomé.
En lo alto de la cabina, sobre su techo, descansaba un poderoso compresor que
funcionaba independiente al motor del camión, que a través de finos caños de
bronce proveía el frío polar a la cámara térmica de veinte metros de largor,
para conservar los pollos tan congelados como si fuesen una piedra de hielo.
A ambos costados del compresor, dos largas y vistosas bocinas niqueladas en
forma de corneta pedían paso, una en tono agudo similar al de una sirena de
ambulancia, y la otra con el grave mugido de una vaca, que el chofer de su
propio bolsillo las había comprado e instalado, siendo por lo tanto de su
propiedad y no de la empresa, con la ilusión de que cuando tuviese su propio
camión para hacer fletes por su cuenta, sin depender del sueldo de nadie, ya
tendría las bocinas que le gustaban. Los pollos congelados debían ser
descargados antes de las ocho de la mañana en el supermercado “La Bomba”
de la avenida Brasil, su único cliente y distribuidor exclusivo en Santo Tomé,
no toda la carga por supuesto, porque la capacidad de las cámaras con que
contaba el comercio no alcanzaba para guardar más de tres mil kilos, y el resto
era para proveer a las localidades de Virasoro, Liebig y Apóstoles antes del
mediodía. Esto de no tener el comercio una cámara frigorífica con mayor
capacidad, y como se proveía de pollos solamente una vez por semana, traía
aparejado que el supermercado quedase sin el producto cada fin de semana,
desde el viernes hasta el siguiente martes en que se reponían.
Muchas veces el camionero hizo notar ésta anomalía a sus dueños, pero nunca
le hicieron el más mínimo caso, y ahora urgía dejar el pedido cuanto antes
para continuar el viaje de reparto por la zona, y con buena suerte a favor, a
medianoche podría estar llegando nuevamente a su Villa Elisa natal, Entre
Ríos, para descansar en su casa y junto a su familia.
El enorme y obeso camionero, apoyaba su voluminoso abdomen sobre el
círculo del volante, como si fuese una manta de sebos y grasas que lo tapara, y
sus robustas piernas, dos enormes columnas jónicas de carnes y gorduras,
descansaba una suavemente sobre el embrague sin hundirlo, mientras que la
otra imprimía furiosa más velocidad al motor, aplastando con fuerza el
acelerador que lo hacía rugir diabólicamente.
Su voluminoso trasero y las carnes fofas de su cintura que se desparramaban a
sus costados ocupaban casi la mitad del amplio asiento enterizo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 143

Raudamente cruzó como un meteoro la usina nueva de la ciudad, frente al


triángulo en la que se erguía majestuosa una enorme cruz de Caravaca de
cemento, en cuyo alrededor la municipalidad mantenía el césped de un bonito
jardín en perfectas condiciones de cuidado.
Hizo ante ella la señal de la cruz.
- Diablos, -se dijo- tengo apenas una hora para descargar las cajas sin que
me multen los inspectores de tránsito, y lo único que falta es que los dueños de
“La Bomba”, los alegres hermanitos Storti, no estén para recibir la mercadería,
o no encuentren las llaves de la cámara. Por más que la empresa siempre les
avisa un día antes mi llegada, nunca escarmientan ni se organizan: si los
empleados no encuentran la llave de la cámara, no están los cheques firmados,
y tengo que esperar que uno de los hermanos se despierte y venga a traerlos.-
El apuro era culpa suya, porque en realidad el obeso conductor ya estaba en el
pueblo desde la medianoche, pero después de cenar en el parador de la Esso,
caminó unos pocos metros hasta el vecino lupanar “Sandokán” del rosarino
Lazzarino, lindero a la estación de servicio, y allí fornicó durante toda la noche
con tres mujeres diferentes por cada turno, gastando más de trescientos pesos
en su lujuria, que no incluían las bebidas que tomara y los preservativos que
usara, dinero que pagó gustoso sacándolo de la cartera de gastos que la
empresa le facilitaba antes de emprender cada viaje.
Esos dineros eran para solventar reventones, pérdidas de aceites, cargas de
combustibles, refrigerantes para el motor, roturas del caño de escape, de
correas o mangueras, y cualquier eventualidad que se diera en el trayecto del
reparto, y pensó que gracias a Dios en todo el recorrido desde su Villa Elisa
entrerriana de donde saliera ayer, hasta el Santo Tomé correntino donde ahora
estaba, conocía cientos de talleres y gomerías amigas que le extenderían
boletas de gastos falsos para presentar como comprobantes a la empresa, sin
realizar ningún otro que dar una propina de veinte o treinta pesos a su dueño
o a sus empleados por el favor.
A veces le regalaban una correa rotosa y destruida dejada por otro camión
similar, o una manguera rajada, o una cámara reventada, junto con una falsa
factura de los repuestos nuevos imaginariamente cambiados, para hacer más
creíble la estafa.
También podía ocupar la misma artimaña en pérdidas de aceites por una junta
defectuosa, o en parches de supuestas pinchaduras de cualquiera de las
dieciocho ruedas que giraban alocadas bajo el camión.
Como lo que más valor le diera para hacer el amor eran unas veinte medidas
de whisky que ingiriera, su cabeza aún estaba algo mareada, pero sus ciento
ochenta kilos de carnes y grasas, absorbieron el alcohol rápidamente
desapareciendo de su aliento y de su sangre, dándole al amanecer el aspecto
de estar tan fresco como una lechuga.
Su mayor virtud y vanagloria era que fácilmente pasaba incólume y victorioso
los puestos de alcoholemia apenas una o dos horas después de haber bebido
un cajón de cerveza, ya que sus excesivas grasas todo lo absorbían sin dejar
rastros, como si fuese un tenebroso agujero negro.
144 La Caída del Imperio de las Virgenes

Su estómago semejaba a una gran bodega donde se añejaban vinos por poco
tiempo.
- Menos mal que en éste viaje no me acompañó la patrona ni me encimó
a los gurises que tenían que estudiar, porque la bruja me marca
meticulosamente los pasos que doy y las bebidas que me tomo, y adiestra a los
chicos que vigilen y tomen nota de todo lo que hago durante el recorrido. Si
supiera que me patiné trescientos pesos en el kilombo, en vez de dárselos a
ella, me mata. La vida es así, se la disfruta o se la llora. Y por otra parte, a la
empresa en nada perjudica que este pobre obrero dilapide unos pocos dineros
echándose una canita al aire. Bah, para ellos es una plumita al aire, porque
estos explotadores están faenando más de treinta mil pollos diarios y ganan
con estas aves roñosas una fortuna inalcanzable para nosotros sus tristes
empleados. ¡Ja, patrones explotadores, mientras decapitáis a inocentes pollos,
vuestro peón se enredó entre las piernas de tres bellas polluelas! ¡Quién le
quita lo bailado a éste pobre obrero!-
Se rió al hacer la necia comparación entre una canita al aire del sufrido obrero
y una plumita de pollo de la parte patronal.
Raudamente atravesó la primera avenida de Santo Tomé, la de las Américas,
hasta llegar al primer semáforo del pueblo, que le dio paso libre al estar
pizcando solo con la luz amarilla intermitente.
Torció entonces el enorme camión hacia la izquierda, bajando raudamente la
empinada cuesta de la calle Alvear hasta llegar a la arteria principal de la
localidad, la San Martín, y torciendo a la derecha se metió directo buscando el
centro comercial del pueblo, persiguiendo la calle Brasil que ocho o nueve
cuadras más adelante la atravesaba de norte a sur, y en la que se ubicaba el
supermercado “La Bomba” donde debía descargar gran parte de su congelada
mercadería.
Miró el reloj del tablero que indicaba las siete y quince de la mañana, y viendo
ya el sol levantarse en lontananza, con su fornido brazo bajó el quitasol del
parabrisas para que no lo encegueciera, y de puro contento por el éxtasis que
le brindaran las prostitutas en la noche pasada, comenzó a cantar ¡Oh sole mío!
para halagarlo, en tonos tan desafortunados que si Enrico Carusso lo
escuchara, volvería gustoso a morirse.
Jamás imaginó el obeso camionero que éste sería el último día que sus ojos
verían al astro rey y la última mañana que cantara tan desafinadamente en su
honor.

*********************
La Caída del Imperio de las Virgenes 145

IV
El padre Benetti

El padre Benetti, se despertó aquélla mañana gracias al bullicioso trinar de los


pajaritos en la ventana del cuarto donde pernoctara, abrazado a su amante que
aún dormía profundamente con la cabeza bajo la almohada, ambos totalmente
desnudos como Dios los mandara al mundo. La sencilla razón por la que los
pajaritos trinaban alocadamente en la ventana era que su amante
acostumbraba a darles migas muy temprano por las mañanas, y amaneciendo,
cientos de ellos piaban y hacían barullos atrevidamente para que les sirvieran
el desayuno. Lo mismo ocurría al mediodía, cuando en bandadas venían a
buscar restos del almuerzo para llevarlos a sus polluelos.
De un salto abandonó la cama totalmente desnudo, dejando ver su blanca piel
reluciente, casi transparente, como si fuese un dorado papel de lustre, con su
largo sexo de nívea blancura colgándole como una manguera entre sus
raquíticas y diáfanas piernas. Corriendo de un lado a otro del cuarto, se puso
la camiseta blanca de frisa, y sobre ella la sotana, y una vez cubierto con
aquélla piel de cordero con que los sacerdotes esconden hasta sus más bajas
intenciones y pensamientos, se colocó los calzoncillos seguido luego del
pantalón. Siempre se vestía de la misma manera: camisa y sotana
primeramente para cubrir su desnudez, pues tenía en la cabeza el peregrino
pensamiento que cuando hacía el amor a sus amantes, (en realidad tenía
solamente dos) su Madre María le estaría mirando desde el Cielo, riéndose de
sus flácidas y pálidas nalgas en el movimiento de vaivén al fornicar, y le daba
vergüenza mostrar al aire su blanco trasero, a tal punto que nunca se apareaba
de día, sino de noche y en la total oscuridad. Después tomó de debajo de la
cama sus zapatos en cuyo interior estaban guardadas las medias, y mientras se
calzaba con una mano, a un mismo tiempo con la otra trataba de colocarse su
antiguo reloj enchapado en oro, cuyo brillo ya se iba perdiendo después de
veinte años de uso, y al ver que ya eran las ocho de la mañana exclamó:
-¡Maldición! -se dijo- si no fuera por estos angurrientos pajaritos que me
despertaron, dormiría sin pausa hasta el mediodía. No es para menos, con la
movida que nos dimos anoche con esta cristiana. Debo apresurarme a llegar a
la catedral antes que el obispo Santillán. Si descubre que otra vez no dormí en
mi cuarto me excomulga este viejo de mierda.-
Finalmente, tomó la gruesa cadena de oro con la medalla de María Madre en el
anverso y de San José en el reverso que le regalaran su madre, sus hermanas y
sus tías, haciendo entre todas una secreta y sacrificada colecta para pagarla, en
la ocasión que se consagrara sacerdote de la iglesia católica treinta años atrás,
y parsimoniosamente, con mucho respeto se la colocó por encima de la cabeza
hasta que descansara sobre su pecho, mostrando sobre la sotana marrón la
imagen de su Reina Salvadora.
Sentía un profundo respeto por su Madre, como todo católico al que
escondieron el Verdadero Camino y desviaran por otros inciertos y
tenebrosos, como los de imágenes y estampitas.
146 La Caída del Imperio de las Virgenes

Cuando contaba con diecisiete años, en los claustros le enseñaron que ya en el


siglo II los cristianos veneraban a la Virgen llamándola Madre de Dios para
resaltar la divinidad de Jesús, lo cual más bien la cercena antes que exalta.
Durante las controversias del siglo IV respecto a la naturaleza divina y
humana de Jesús, las escrituras devocionales y teológicas empezaron a
referirse a la Virgen con el título griego de Theotokos, es decir Madre de Dios.
El monje sirio Nestorio, fallecido en el año 451 de nuestra era, impugnó este
uso ilícito y repulsivo insistiendo en que María era madre de Jesús, pero no de
Dios. El Concilio de Éfeso del año 431, condenó sus enseñanzas y afirmó de
forma solemne que María era Theotokos, o Madre de Dios, término utilizado
tanto por la Iglesia ortodoxa como por la Iglesia católica.
A veces el padre Benetti no entendía cómo el vulgo, principalmente los
evangelistas, no comprendían una cosa tan patente y fácil de dilucidar, que si
Jesús era Dios hecho carne en la tierra, cosa que nadie niega, por haberlo
parido, cae de maduro que María es la Madre de Dios.
Cierta vez, hablando con el Hombre Fiel al cual mataran despiadadamente
Panchito y Lisandro en la sede central de la disuelta “Matercorps”, éste le dijo
que se pudieran inventar muchas teorías para hallar vínculos familiares entre
el Padre, María y Jesús, y le expuso una igual o superior a la famosa Theotokos
de los Concilios tontos de antaño.
- Si María es madre de Dios, y Jesús el hijo de Dios, y nosotros sus
hermanos, vendría a resultar que María es nuestra santísima abuela. O si
María es hipotéticamente la madre de Dios e indudablemente también de
Jesús, cae de maduro que ambos son hermanos por parte de madre. Ahora, si
María es hija de Dios como todos lo somos, y a su vez madre de Jesús, vendría
a dar que Dios es incestuoso al engendrar en su hija, y no quisiera yo pensar
en qué quedarían estos lazos familiares si hacemos entrar en la Sagrada
Familia el parentesco que existió entre santa Ana y Joaquín padres de María y
abuelos de Dios, o San José su segundo marido, tatarabuelo postizo de Jesús.
Ergo, en estos estúpidos lazos de sangre, las cosas humanas jamás pueden
alcanzar a lo divino. Podemos ser hijos o gusanos creados por Dios, pero no
engendrar dioses que desciendan de nosotros. Digo que no puede lo creado
engendrar a su Creador. Es por eso que los judíos prefieren ser creaturas de
Dios, antes que endosarle madres y santos a los cuales se den veneraciones y
pleitesías antes que a Él. - le dijo burlándose de la famosa y tonta creencia de
la fábula del Theotokos. Y sin duda, algo de razón tenía.
La casa de material en la que pernoctara el Padre Benetti era de propiedad de
la segunda amante que aún dormía desnuda en la cama, con título a su
nombre y sin deudas, pagada y regalada por él, y tenía la misma incógnita de
otra que años atrás construyera para la primera: ambas tenían una entrada
amplia al costado a fin de poder esconder su auto detrás de la estructura
cuando dormía con ellas o las visitaba por las noches. Apresuradamente, salió
sobre su viejo Renault 12 azul del paraje El Atalaya donde durmiera, hasta
llegar a la ruta tres cuadras más arriba, y torciendo a la izquierda, enfiló las
ruedas hacia la ciudad distante a dos o tres kilómetros de lejanía.
La Caída del Imperio de las Virgenes 147

Rogó a María Madre que el viejo decrépito del Obispo aún durmiera.
El padre Benetti siempre tenía la cara limpia y reluciente como un Moisés
bajando del Sinaí, y los cabellos mojados y bien peinados como si se bañase
veinticuatro veces en el día. Su cuerpo santo, aún antes de muerto, ya
despedía fragancias de flores y perfumes constantemente.
Pero la causa de ello no era el aseo extremado y enfermizo, sino otra, ya que
constantemente se lavaba la cara y mojaba sus cabellos que después peinaba
con lociones y perfumes simplemente para que no detectasen las bebidas que
ingería ni el alcohol de su aliento, ni descubrieran en sus ojos las noches que
pasaba sin dormir metido de lleno en los tres hermosos vicios que dominaban
su alma, a cuyos deseos siempre caía vencida su débil voluntad.
Sus pecados, digo, se reducían solamente a tres, sin saber él mismo cuál era el
orden de importancia de cada uno, ni cuál de ellos era el menos grave o cuál el
más benigno, si cabe el término benigno para un vicio.
El primer vicio era el de ser un jugador de cartas empedernido, y no había
garito, casino, tugurio o club de mala muerte en donde no hubiera jugado al
pife o al truco hasta el amanecer, en una mesa de paño verde bajo la luz de un
foco de mala muerte que se perdía entre los humos de cigarrillos que flotaban
en el aire. Podía jugar sin descansar dos o tres días seguidos, si no fuera por el
control desmedido que le hacía el obispo Santillan revisando por las mañanas
su cuarto en la Catedral, por ver si en la noche durmiera en su lecho o no.
Por suerte, el obispo acostumbraba salir de su blonda cama del Obispado, a
dos cuadras de la Iglesia, pasadas las diez de la mañana. De hecho, en Semana
Santa era muy difícil encontrar al padre Benetti en la iglesia, y más bien había
que buscarlo en los tugurios y barcitos donde seguro se lo encontraría con las
cartas en la mano y borrachísimo por dos o tres amaneceres seguidos, como lo
ordenaba la Sagrada Tradición. Como el obispo estaba ya viejo, con ochenta y
tres años al servicio de María sin querer abandonar la curia, generalmente se
trasladaba del obispado a la Catedral pasadas las diez de la mañana, y el
padre Benetti, con regresar de la timba antes de la nueve, ya escabullía la
requisa que hacía el prelado en su cuarto. Siempre el padre Benetti se
preguntaba por qué el obispo no abandonaba la orden estando ya jubilado y se
iba a morir tranquilo en un monasterio, sin querer dar paso a los sacerdotes
nuevos a que oficiaran la misa de los domingos en las que apenas concurrían
unas doscientas personas donde entrarían cómodamente mil, ahuyentadas por
sus sermones inentendibles y tembleques, demostrando tal devoción a la
Virgen María que así fuera en camillas y muletas igual estaría presente tras el
altar para honrarla. Siempre pensó que el obispo Santillán no podría vivir sin
las genuflexiones que le brindaban los fieles en su honor, sin los besos en las
manos ni sin la desmedida zalamería que le prodigaban en la vereda después
de cada misa, cuando salía a conversar animadamente con los católicos ricos y
encumbrados que le rendían pleitesía para mostrarse ante los que pasaban en
autos por la calle o los pobres que miraban desde la plaza, a fin de que los
tuviesen por personas santas y sociales al ser amigas y frecuentes del obispo,
la mayor dignidad de la ciudad, después del intendente.
148 La Caída del Imperio de las Virgenes

El padre Benetti había aprendido a jugar a las cartas desde los cuatro años de
edad, primero con su padre, y después con sus amigos de la lejana infancia, y
ya en la escuela primaria llevaba un pequeñísimo mazo de cartas para niños
con las cuales jugaba empedernidamente en los últimos bancos del aula.
Nunca jugó sin apostar algo, así que para los recreos siempre tenía unas
monedas, galletitas, una naranja o una mandarina ganadas en el difícil arte de
mentir en el pife y en el truco. Si hoy la maestra le sustraía el mazo de cartas
con el cual se quedaba, de seguro mañana traía otro nuevo, de lo contrario, le
parecía andar desnudo. Siendo ya sacerdote, por las noches volvía a las mesas
de naipes y jugaba por dinero o por prendas y castigos, como pagar al
oponente un cajón de vino o caña, lo cual casi nunca sucedía porque era un
jugador rápido y avezado en el juego de engañar y en el hacer señas
imperceptibles. Tanto arraigo tenía en el vicio, que si perdía sin tener más
dineros, pagaba con bendiciones y hostias. Una desgraciada noche de mala
suerte, no teniendo ya un peso en sus bolsillos, apostó su gruesa sotana contra
el reloj de un tahúr que no conocía, y la perdió ante el contrario más mentiroso
y pecador que él, consolándose con que en su cuarto tenía otra sin uso para
reemplazar la perdida. ¡Si supiese el obispo Santillán que al revés de San
Martín de Tours que obsequió la mitad de su sotana a un indigente que tenía
mucho frío, el padre Benetti la diera entera a quien sin tener frío mintiera más
en el juego y ganara de mano la flor y el envido en la partida!
El segundo pecado del padre Benetti eran las bebidas. Tomaba lo que tuviese a
mano: caña, whisky, ginebra, gin o vodka sin remilgos, y aunque nunca cayera
borracho al suelo, siempre tuvo la suerte de que sus amigos de juerga lo
llevaran a rastras hasta la catedral, o sin desplomarse fuese solo tambaleando
sobre sus pies y agarrándose de las paredes, como otro Dédalo en la cueva del
Minotauro.28 A veces, estando beodo, y más cuando recibía una reprimenda
del obispo por vago y alcohólico, por hacerlo enojar aún más, en su cuarto
cantaba fuerte en latín aquello del Carmina Burana: “Meum est propositum / in
taberna mori”29 Esta era la razón que lo llevaba a lavarse la cara y mojarse la
cabeza constantemente, lo que le daba un aspecto aseado y sobrio a todo el
cuerpo frente a los feligreses, engañando además el olfato del obispo con
pastillas “Menthoplus” puestas debajo de la lengua, que degustaba una tras
otra sin que nadie notara el escondrijo. Solamente no podía engañar a los
malditos niños de catecismo, que aún con menos de una decena de años de
edad, con solo mirarlo, sin que transparentara el menor indicio de alcohol ni
temblor en sus manos, sabían certeramente que estaba borracho. Ellos, los
malditos niños de catequesis, fueron los que en aciaga hora inventaron el
dicho aquél que todo el pueblo sabía y causaba risa a su costa y la furia en el
obispo, y que decía “que el padre Benetti tenía todo su capital invertido en Ginebra”.
De un chiste tan tonto, la gente daba en reírse a carcajadas cuando lo
escucharan en las radios, en los bares o en un supermercado.

28 La única manera de salir de la cueva del Minotauro era no separar las manos de las paredes.
29 “Me he propuesto vivir en la taberna”. Recopilación del cancionero latino de la edad media.
La Caída del Imperio de las Virgenes 149

A eso se sumaban las fotos que le sacaran cierta noche de intenso frío, cuando
a la madrugada salió de la timba del Club Social totalmente borracho,
recostándose por las paredes de la Intendencia hasta llegar a la Catedral,
distante apenas a media cuadra de donde se emborrachara.
Llegando a la puerta de entrada de la iglesia, que no contaba con pomos ni
picaportes en su exterior, y que solo se abría introduciendo la llave, no podía
embocarla en el agujero de la cerradura pues ante sus ojos la llave se torcía y
retorcía como si fuese un gusano, y la hendija se movía a la derecha y a la
izquierda sin reposar ni estarse quieta en ningún momento. Su impaciencia
casi hace que volteara la puerta a patadas, o tocara el timbre para que el padre
Gumercindo o el padre Horacio se la abrieran desde adentro, lo cual podría
ser revelado y anoticiado por uno de los dos al Obispo. Para colmo, justo en
esos momentos le avino unas tremendas ganas de orinar, producto de unas
diez cervezas que tomara durante el juego, y abandonando entrar porque ya
se hacía encima, se arrimó al frondoso árbol chivato que estaba en la vereda de
la iglesia, y sacando su enorme sexo a través de su sotana, orinó displicente en
él, en el momento preciso en que el periodista Carlos Zapata del diario local
“Unión” pasaba en auto retornando de un casamiento, y sacando su cámara
tomó varias fotos de su desagüe y meada, no para publicarlas, sino para
hacerlas conocer como cosa de burla y broma.
Aunque el orinar es una necesidad fisiológica en el hombre, hacerlo frente a
las puertas de la iglesia fue una necedad ilógica del padre Benetti. Estas tomas
fueron distribuidas por todo el pueblo solo por jocosidad, hasta que una
llegara a manos del obispo Santillán que ardió de furia ante el atrevimiento de
descargar su orín en las puertas mismas de la iglesia de Dios, como si fuese
otro Gulliver apagando incendios. Al día siguiente de verla el obispo lo
desafió a pelear a las trompadas limpias en los jardines de la catedral, cosa que
el padre Benetti rehusó por no matar a un superior viejo y enclenque.
Y el tercer vicio, prohibido por la iglesia católica pero permitido por Dios,
quizá el mejor y el más agradable de todos, era el de ser amante y concubino
de una mujer en secreto, aunque él tenía dos, y aún tres si contamos a María.
Pero no siempre fue así: por mucho tiempo fue célibe y puro como su madre lo
pariera al mundo, digamos hasta pasar largamente los treinta años,
seguramente por tantos rezos, velas, vigilias, maitines y hostias que causaron
el decaimiento casi eterno de su largo e inútil sexo.
Cuando se consagrara sacerdote contaba con veinticuatro años de celibato, y
fue cuando su madre, sus hermanas, primos y tíos, le regalaron la pesada
cadena de oro con una enorme medalla de la Virgen María en el anverso y la
de San José en el reverso, que pesaban en conjunto unos cincuenta gramos en
oro puro, que al costar una fortuna, cada miembro de la familia aportó una
abultada suma en efectivo para poder adquirirla.
Todavía recordaba con nitidez la alegre fiesta familiar en su casa materna de
Mercedes para festejar su sacerdocio, donde él mismo dio las gracias a Dios
antes de la comida, y fue abrazado y besado por sus tías, su abuela que aún
vivía y por su madre que no cesaba de llorar emocionada.
150 La Caída del Imperio de las Virgenes

Treinta años después, ya fallecida su madre y su abuela, tres de aquéllas cinco


hermanas y varios primos, aún usaba la valiosa prenda regalada en el cuello, y
por increíble que parezca, orando a la virgen con la medalla apretada en su
mano no había deseo que no le otorgase desde el cielo.
Infinitas veces ganó grandes sumas de dineros en la quiniela y en la lotería,
con solo pedírselo a su bendita Madre María de la efigie, que le favorecía
indefectiblemente con tal o cual número solicitado, por ser su hijo amado y el
más devoto mariano. ¡Cómo no serlo ante toda una vida de continuos favores
recibidos de María! Muchas veces se decía que hubiese sido infinitamente
mejor que María hubiese reemplazado a Jesús en su martirio de la cruz para
lograr el pleno apogeo de su divinidad, superior al Hijo en la tierra y en el
cielo, pero los planes de Dios son inescrutables e incomprensibles para los
hombres.
Sin embargo, en toda esta historia de María había algo que le hacía dudar….
Nunca supo ni le enseñaron que ésta historia de la imposición del celibato a
los sacerdotes no venía de Dios, que ordenaba exactamente lo contrario, 30 ni
que era una idea descocada de un avaricioso papa que allá por los años mil
cien, cansado de que la iglesia perdiera propiedades que reclamaban las
mujeres y los hijos de los obispos fallecidos, decretara por medio de una bula
la imposición del celibato como condición ineludible para ser cura, aún
sabiendo que los apóstoles de Jesús, menos Juan el menor, todos eran casados,
y en sus prédicas y viajes para hacer conocer las buenas nuevas, llevaban a sus
esposas por los caminos que recorrían. Estaba orgulloso de su iglesia, que era
la única y verdadera para la salvación. Odiaba infinitamente ésas sectas que
surgen de la nada con pastores incultos y faltos de educación que convencían a
católicos débiles de mente a pasarse al bando contrario, haciendoles odiar a la
Santisima Vírgen María para ir solamente tras Jesús.
Claro, desconocían la bula “Unam Sanctam” de Bonifacio VIII del 18 de
noviembre de 1302 que empieza afirmando que "Por fuera de la Iglesia
Católica y Apostólica no hay salvación ni perdón de los pecados".
Y aducía Bonifacio que eso estaba muy de acuerdo con el Cantar de los
Cantares (6,9) donde el Esposo clama: "Una sola es mi paloma, una sola es mi
perfecta, ella es la hija única de su madre, la preferida de la que la dio a luz".
A los treinta y cinco años de edad, sin jamás haber fornicado con una mujer,
fue destinado a Santo Tomé, Corrientes, donde pasaran otros tres en el total
celibato impuesto por los papas del pasado, que aceptaba gustoso al tenerlo
como algo repulsivo, despreciable y pecaminoso. Desgraciadamente, el padre
Benetti perdió su pureza y virginidad cuando cierta noche lo llamaron desde
el barrio Mejoral para dar consuelo a los deudos de un hombre fallecido, y
yendo a una humilde vivienda algo borracho, mas bien bastante, asentó su
Biblia sobre el féretro para dar un responso con las manos libres, y al querer
tomarla de nuevo, se apoyó sobre el cajón que cayó estrepitosamente al suelo,
junto con el muerto, el sagrado libro y él mismo.

30 “Que el obispo sea marido de una sola mujer” 1Timoteo: 3, 2


La Caída del Imperio de las Virgenes 151

Este desgraciado suceso incentivó que al día siguiente la gente burladora y


desocupada dijera que el padre Benetti hacía mayores milagros que Jesús, que
si éste se perdió en el templo por tres días y caminó sobre las aguas, aquél se
perdía en los garitos por una semana, y no solamente caminaba sino que se
sumergía en un mar de alcohol. O bien decía:
-Si Jesús levantó de su tumba a un muerto estando ya podrido después de
cuatro días de calor, mayor milagro hizo el padre Benetti que tumbó al suelo a
éste estando levantado, quieto, sano y fresco dentro de su cajón.-
En ése velorio, entre vasitos de caña y grapa que se servía entre los presentes,
costumbre arraigada entre la gente humilde y de campo, consoló en un aparte
a la hija del hombre muerto, y sea por el papelón que hizo derribando al suelo
el cajón o por la borrachera que tenía, se enamoró perdidamente de ella siendo
correspondido sin muchos remilgos ni sacrificios, y mientras en el frente de la
casa la madre y los otros hermanos lloraban con grandes gritos de dolor la
pérdida del jefe de la familia, ella y el padre Benetti en un cuartito del fondo
hacían silenciosamente el amor sin sacarse las ropas, él levantando su sotana y
ella bajando a medias su bombacha.
Con ésta mujer tuvo al cabo de los años una hermosa niña que fue registrada
con el apellido de la madre, a quien el sacerdote le hizo una casa de material,
sacándola del rancho donde vivía, y le dio todas las comodidades que de su
sueldo de capellán del regimiento podía darle, y de algunas donaciones y
diezmos que a veces pasaban a sus bolsillos antes de ser entregados al obispo.
Entonces su vida cambió radicalmente, pues si bien antes vivía en la
ensoñación de la divina religión católica, entre misas y rosarios a una María de
la que a veces dudaba de su virginidad eterna, ahora tenía los pies sobre la
tierra, y a una mujer real en la que su sexo podía ser introducido casi
constantemente en su ardiente vagina.
En ocasiones, el demonio le hacía dudar de que María no conociera en toda su
vida la gustosa relación sexual que su iglesia sostenía como mula terca, el
dogma de la perpetua virginidad de la Madre de Dios, salido de las bocas de
los infalibles papas Pío Nono y Pío XII en épocas recientes, aún y a pesar que
Juan nos dice bien claro que Jesús tenía hermanos. Y no sólo Juan, también los
otros evangelistas nos lo dicen. Es más, Mateo y Marcos los nombran:
“asombrados de la sabiduría de Jesús se preguntan sus paisanos: ¿No es éste el
hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Jacobo, José,
Simón y Judas? ¿Y sus hermanas, no viven todas entre nosotros?” 31 Al igual
que su iglesia ocultaba la prolífica familia que engendró José en el vientre de
María, el padre Benetti también trató de mantener oculto de la gente el amor a
su amante, y la existencia de su hija, pero pasando el tiempo no había hombre
o mujer que no le felicitara, pues todos comprendían inteligentemente que un
sacerdote no estaba hecho para vivir solo ni para un estúpido celibato que
obligaba al sexo solamente a orinar y a las manos masturbar, a excepción, claro
está, del obispo Santillán que recriminaba y condenaba su actitud.

31 Mateo (13:55,56):
152 La Caída del Imperio de las Virgenes

Cinco años después, oficiando una misa de domingo por la mañana, en la


primera fila de bancos vio a una mujer que le miraba casi con fascinación por
la prédica que impartía, y el amor volvió a tomar su corazón que aunque
pertenecía por entero a una imaginaria María, podía compartirlo con una o
dos mujeres reales.
Obtuvo dentro del confesionario una cita con la mujer, en la que le declarara
su amor y fuese aceptado, viéndose ambos solamente por las noches y en
distantes ocasiones, y así como favoreció a su primera amante haciéndole una
casa de material, también levantó para la segunda otra igual en el barrio o
zona de las chacras del Atalaya, en las afueras del pueblo donde había
dormido la noche anterior.
De manera que siendo célibe hasta los treinta y ocho años, de allí en adelante
tuvo dos mujeres como otro Papillón, con las que tenía relaciones sexuales
solamente por las noches en que su agenda de timba o borrachera le daban
espacio.
Los sábados y domingos, los ocupaba desde la medianoche hasta el amanecer
en la timba.
Los lunes y miércoles en los alcoholes y asados a los que frecuentemente lo
invitaban sus amigos bochófilos en el club Ríver.
Los martes dormía con su amante del Mejoral, los jueves con su amada del
Atalaya y los viernes roncaba solo en su cuarto de la Catedral durante todo el
día para reponer las fuerzas gastadas en los benditos vicios mencionados.
De los tres vicios del padre Benetti, el que más lo destruía era la bebida
indudablemente, pues su cuerpo se encogía ostensiblemente día tras día,
dejando los huesos de su cuerpo casi a flor de piel.
Viéndolo con su faz radiante y pulcra, cubierto su persona con la larga sotana,
nadie se imaginaría que debajo de ella su cuerpo se iba achicharrando por los
efectos del alcohol.
El obispo Santillán ya había elevado las quejas de su conducta al nuncio
apostólico, sin que lograra que lo trasladaran a otra parroquia, o que lo
echaran de la curia por sus malos ejemplos y horribles vicios.
Inclusive, cuando visitase al papa Benedixto XVI en el próximo y cercano “Ad
Limina Apostolorum”,32 al cual no pensaba faltar así lloviera o granizara, tenía
pensado mostrarle al Santo Padre la foto del cura Benetti orinando en la puerta
de la iglesia, la que consiguiera comprándola al fallecido fotógrafo Daniel a un
alto precio, junto con las de sus dos amantes y la de su bastarda hijita que
había robado sin gasto alguno de la mesita de luz de su díscolo sacerdote.

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32 Cita que se dan los obispos cada cinco años para visitar al papa en el Vaticano
La Caída del Imperio de las Virgenes 153

V
Las fuerzas contrapuestas

El obeso camionero, al entrar en la calle principal de la ciudad, viéndola tan


vacía y solitaria, se sintió contento y ufano al tenerla libre para transitarla sin
inconveniente alguno, y pensó que imprimiendo una rauda velocidad a las
ruedas no tardaría más de diez minutos para estar en el lugar de descargue.
Cuando llegara a la esquina del Banco Nación frente a la policía, diez cuadras
más adelante, torcería a la derecha por la Brasil rumbo al sur, y haciendo
apenas dos cuadras y media por ella, estaría cómodo en la vereda del
supermercado “La Bomba”, listo para descargar las doscientas cajas de pollos
congelados pedidos por éste comercio para mercar la semana entera.
Este repetitivo trayecto lo podría hacer aún con los ojos vendados, pues ya
pasaron tres años desde que entrara a trabajar en la empresa “Pollos Noelma”,
repartiendo semanalmente los pedidos formulados por los distribuidores de
sus famosos productos congelados en la zona del litoral.
Libres, Yapeyú, Alvear, Santo Tomé, Virasoro, Liebig y Apóstoles, eran
pueblos tan conocidos para él, que si le cubrieran los ojos en sus entradas,
llegaría aún ciego a los lugares de descarga.
En esto pensaba cuando vio dos cuadras más adelante a un hombre o a una
mujer caminando displicentemente por el medio de la calle, justo en su
camino, y como primera medida para asustar y apartar al sujeto hizo bramar
el motor con poderosos rugidos, tratando de no disminuir la marcha para no
sacar de cambio a la caja de velocidad, y luego jaló con fuerza una correa de
nylon suspendida del techo que hizo estremecer las bocinas graves colocadas
sobre la cabina, cuyos sonidos semejaban al mugido rotundo y cavernoso de
una vaca. A medida que se acercaba, observó con más atención al caminante y
viendo que era un hombre, lo tomó por un loco rematado, ya que su vestidura
no concordaba con la que usaba el común de la gente ni parecían ser de éste
siglo. El que le cerraba las puertas de entrada al pueblo tenía una larga melena
ondulante que caía sobre sus anchos hombros, y nada más pudo ver de su
fisonomía, pues el sujeto ni siquiera se volteó para mirar el enorme
mastodonte de hierro y ruedas que tenía tras sus espaldas.
El caminante no hizo el menor caso a los mugidos de vaca de la bocina, ni a las
alocadas aceleraciones del motor que hacían rugir estrepitosamente el caño de
escape del gigantesco camión frigorífico, haciendo temblar el pavimento.
Estando ya más cerca de su obstáculo, observó que el hombre vestía una larga
túnica blanca que terminaba un poco más bajo de las rodillas, por la cual se
dejaba entrever a cada paso que daban sus pies, estar calzados con sandalias
de tiras de cuero de ésas llamadas franciscanas y que había visto usar a los
curas capuchinos y franciscanos de su pueblo.
El camión estaba ya a unos ochenta metros del hombre impertérrito.
Volvió a hacer sonar las bocinas estridentemente y a rugir el motor con
violentas aceleraciones que hicieron temblar la calle y las paredes de las casas
adyacentes.
154 La Caída del Imperio de las Virgenes

La cara del conductor se volvió roja de furia al ver que el hombre de la túnica
no le cedía el paso, y los restos del alcohol que ingiriera en la noche toda, o
ambas cosas, la furia y el alcohol, resguardaron su conciencia para decidir que
lo aplastaría sin piedad alguna, sin que le temblara el pulso si no se retiraba
del medio de la calle.
El alcohol vuelve a los hombres valientes y osados, pero imbéciles.
Su cara quedó roja como una brasa de la furia que nacía desde su corazón.
Quitó el cambio dejando la palanca en punto muerto, y el camión perdió
velocidad hasta casi avanzar a paso de hombre, movido apenas por la inercia
que trasmitía el peso de la carga.
Las ruedas delanteras se acercaron peligrosamente hasta casi tocar al de la
blanca túnica, y a menos de un metro de sus espaldas, el chofer aplicó los
frenos que detuvieron en seco al enorme camión térmico que se balanceó para
adelante y para atrás como si fuese un enorme gusano irritado, y bajando el
vidrio de la puerta, asomó fuera su cabeza y furioso le gritó a sus espaldas:
- Oye, loco, apártate de mi camino que estoy apurado, y después que yo
pase vuelve al medio de la calle si quieres, que no me importa si otro te aplasta
como a una estampilla. Vamos, sé bueno y no me hagas enojar, loco de mierda.
Sé bueno, papito, y súbete a la vereda hasta que yo pase. Dale, dale, súbete a la
vereda y déjame pasar, y si te he visto, no me acuerdo, hermano loco. -
No obtuvo ninguna respuesta, y el hombre de blanco ni siquiera se dignó
volverse para mirarlo, sino que continuó caminando displicentemente
haciendo caso omiso a los melosos ruegos del chofer y al enorme camión
cuyas ruedas estaban deseosas de aplastarlo sin piedad contra el asfalto.
Mientras el caminante se alejaba, el conductor quedó pensando largo rato con
su cabeza apoyada sobre el volante, con el freno hundido hasta el tope,
detenido su camión, como quien llora de impotencia y amargura, y razonó que
pudiera avanzar pasando por un costado del loco sin tocarlo, pero el enganche
del enorme acoplado de treinta metros de largor sufriría terribles torsiones en
una maniobra tan cerrada y en tan corto espacio. Por la largura del vehículo
que ocupaba casi media cuadra de la calle, dar un semicírculo muy cerrado
desviando al hombre, por más rápido que fuera posible, el camión necesitaría
un espacio de ochenta metros libres para que sus últimas tres ruedas dobles no
lo aplastaran, y ni en los más amplios playones de las estaciones de servicio
donde aparcaba para comer y tomar alguna bebida espirituosa podía salir sin
antes hacer infinitas maniobras para adelante y para atrás, ocupando varios
marchas para lograr descender finalmente a la ruta.
-Para adelantarme por su costado, -razonó- necesito un espacio libre de
ochenta metros como mínimo, sin auto alguno estacionado en los costados, de
otra manera me sería imposible maniobrar correctamente para esquivarlo.
Además, al virar bruscamente cuando el paragolpes esté casi sobre las
espaldas de este loco, los cajones apilados podrían caer por el piso abriéndose
y desparramando su contenido. No quisiera yo tener que entregar la
mercadería con las cajas abiertas o rotas por culpa de este tonto. Pero, voto a
Dios, que no se saldrá con la suya.- concluyó.
La Caída del Imperio de las Virgenes 155

Meditó que teniendo en regla los papeles del camión, su carnet de conductor,
los recibos del seguro al día, certificados del Cenasa, revisiones del vehículo,
no infringiendo ninguna ley de tránsito ni nada que perjudicase a él o a la
empresa, decidió sin más la horrible voluntad de pasar al hombre de la túnica
blanca por encima, de aplastarlo como a una tortilla sobre el negro asfalto, “y
que Dios le ayude, porque ya me hizo enojar” -determinó.
Los abogados de la firma no tardarían dos horas en llegar a Santo Tomé y una
en liberarlo a él y al camión, porque evidentemente hizo todo lo posible para
no hacer papillas al loco, y fácil sería probar que caminaba por el medio de la
calle haciendo caso omiso al peligro al que se exponía por su propia voluntad.
Y de paso, sin cobrarles nada, eliminaba a un loco molesto para el pueblo, por
lo que antes que castigarlo, más deberían agradecerle y pagarle.
Mientras, el caminante ya se había alejado del camión un largo trecho más
adelante, y estaba a media cuadra de la terminal de ómnibus de Santo Tomé,
casi llegando a la iglesia Evangélica Bautista del pastor Sprill.
-¿Con que ésas tenemos, loco de mierda? ¿A mí con desprecios e
indiferencias? ¡Por vida de mi madre que te haré puré sobre la calle de la que
te apoderas! ¿Quieres la calle para ti solo? Pues, ¡allí te quedarás aplastado!-
gritó furioso el obeso camionero sacando la cabeza nuevamente por la
ventanilla, y su voz fue llevada por el viento. Hizo el obeso conductor entrar el
motor en primera marcha, y acelerando a fondo dio al camión el impulso
inicial para avanzar unos veinte metros, en medio de rugidos y humos que se
elevaron a los cielos, y una vez que la enorme mole de treinta mil kilos tomara
un poco de ligereza pasando los veinte kilómetros por hora, con furia apretó el
embrague y pasó a la marcha segunda que elevó la velocidad de las ruedas en
cincuenta, y enfiló directamente hacia las espaldas del caminante callejero, que
ya se acercaba a la Iglesia Bautista, media cuadra antes de la esquina de la
terminal de ómnibus y de la estación de servicios YPF. Las cartas estaban
echadas: nada podría detener al camión, ni siquiera el propio cuerpo del de la
túnica, que quedaría aplastado y revuelto bajo sus últimas ruedas.
Un meteorito cayendo a la tierra sería más fácil de detener que frenar aquél
enorme mastodonte frigorífico que alcanzó ya en tercera los ochenta
kilómetros unos metros antes de las espaldas del hombre de blanco, abriendo
el viento como si fuera un velero surcando las frías y azules aguas del mar.
La suerte estaba echada para ambos contendientes pues el camión no se
detendría ni aún aplicando los frenos de pié o de mano, ni poniendo en
primera soltando luego el embrague, pues los treinta mil kilos de la carga
romperían como si fuesen de papel los engranajes de la caja de cambios o
partirían en dos el palier de trasmisión a las ruedas. Frenar en seco aquél
monstruo metálico precisaría de un espacio libre de ochenta metros, si es que
en el intento no reventaran las mangueras hidráulicas de los frenos.
Entonces, tres metros antes de las espaldas del loco, sucedió en Santo Tomé,
Corrientes, el primer milagro de aquél día de primavera, aunque a decir
verdad, no fue el único ni el mayor de los ocurridos en toda la jornada.
156 La Caída del Imperio de las Virgenes

CAPITULO II
I
El policía

El comisario Fernández desde muy temprano estaba pronto para retirarse a


gozar de un merecido descanso de guardia de veinticuatro horas, y tenía su
mochila preparada con el termo, el mate y la bombilla lavados y limpios
guardados dentro, junto con su pequeña radio portátil que le entretenía en las
vigilias nocturnas, y un sándwich de milanesa que sobrara de tres que su
señora le preparara antes de entrar en servicio, y solamente le faltaba traspasar
el mando al personal entrante, firmar el libro de las pocas novedades
ocurridas durante toda la noche anterior, y estar presente en la formación para
el izamiento de la bandera, antes de irse a su casa.
Todo el personal formaría en minutos en el playón frente a la bandera, donde
en una de sus galerías estaba una coqueta gruta hecha de piedras barnizadas
desde cuyo interior la imagen de la Virgen Peregrina, generala y protectora de
la fuerza, sería testigo del respeto que se le brindaba todas las mañanas a la
enseña patria.
Con casi treinta y cinco años en la fuerza, aún se sentía fuerte y con ánimo de
seguir trabajando en pos de lograr reducir el índice de delitos en el pueblo,
pues tenía tal vocación de servicio, tanto amor a la profesión, y tal instinto de
sabueso, que difícilmente se le escapara un ladrón o un asesino por inteligente
que fuera en sus fechorías.
Doce años hacía que había regresado a su Santo Tomé natal, después de estar
destacado en diversos pueblos de la provincia, y en ésta ciudad sus dos hijos
terminaron la secundaria en la escuela Normal, para que después su hija
Carolina cursara la totalidad de su carrera universitaria en Corrientes,
logrando el título de Licenciada en Asistencia Social, mientras que su hijo
menor Leonardo estaba a punto de obtener el diploma de médico en la
Facultad de la Barceló local.
De manera que tantas guardias, detenciones, expedientes, interrogatorios,
rondas nocturnas y allanamientos con algunos tiroteos, los daba por bien
pagados con solo haber podido solventar con su sacrificado sueldo el estudio
de sus dos queridos hijos. Y su trabajo lo hacía con gusto, llegando a resolver
casos que teniendo solo indicios superfluos o nimios para los demás, le
sirvieron para desenmascarar rápidamente a un ladrón o a un asesino.
El primer día que llegara trasladado a Santo Tomé, se recibió en la guardia la
denuncia de una desesperada madre cuya hija de siete años no regresara de la
escuela por la tarde, sin que se tuviese ninguna noticia ni dato de su paradero
ni del camino que siguiera en el retorno a su hogar.
Lo único cierto era que a las seis de la tarde salió de la escuela acompañando a
su maestra unas dos cuadras para luego despedirse de ella en una esquina,
atravesando después un populoso barrio de muchísimas viviendas iguales, en
una de las cuales ella vivía con su madre cuatro cuadras más adelante.
Y ahí se terminaba la pista.
La Caída del Imperio de las Virgenes 157

Eran ya las diez de la noche y no había de la niña el menor de los indicios,


pues sucede frecuentemente que donde hay un gran aglomeramiento de
familias humildes, e infinitas viviendas similares en cuyas veredas juegan
cientos de niños parecidos e intrascendentes, se torna difícil fijar la atención en
una nena que retorna de la escuela aunque pase frente a nuestras narices, por
lo común del panorama. Mil vueltas dio la policía en el inmenso barrio de
casas iguales y niños comunes, tratando de reconstruir el camino seguido por
la desaparecida alumna, y de los cinco mil habitantes del sector, nadie pudo
dar la menor pista o indicio de su paso por sus veredas ni menos su paradero.
La maestra a quien acompañara en su retorno a casa, sólo pudo indicar la
esquina en donde se separaran, ya que inmediatamente después la docente
subió al colectivo urbano que la trasladó al centro de la ciudad donde vivía.
Siendo ya oscuro, los vecinos organizaron urgente una búsqueda general y
minuciosa, alumbrándose con antorchas y las luces altas de tres patrulleros
que iban por delante de la turba, que más parecía una jauría de perros rabiosos
e inquietos antes que personas inteligentes. Se revisó minuciosamente pozos
de agua, tambores vacíos, autos abandonados, basurales, matorrales, jardines
de casas, galpones mecánicos, los baños de la escuela, piletas, caños de
desagüe, una cercana cancha de fútbol, debajo de puentes, casitas de espera de
colectivos, toldos de comercios, zaguanes y nada, ni el menor rastro de la
pequeña. Uno de los integrantes de la turba, un muchacho de unos veinte
años, mostraba una cristiana y humana preocupación por dar con la
desaparecida, y así, por propia voluntad se metía a buscarla en los caños de
desagües, en bocas de tormenta, debajo de colectivos abandonados o autos
desarmados, abría baúles, se subía a árboles y techos, embarrándose y
rompiéndose la ropa en los intentos, y mostraba tal congoja que sus ojos
derramaban dolidas lágrimas con solo ver la desesperación y los llantos de la
madre de la niña desaparecida. Mil promesas de consuelo hizo a la madre
para tranquilizarla, diciéndole que pronto la encontrarían sana y salva, que
muy probablemente quedara en la casa de una compañerita a tomar la
merienda y jugar a las muñecas sin darse cuenta de lo tarde que ya era.
Inclusive, pasada la medianoche, de su propio peculio compró dos o tres
gaseosas grandes en botellas de plástico para dar de beber a la gente que
desde el atardecer andaba en la triste tarea de la búsqueda, sin cenar ni calmar
la sed en aquélla calurosa noche de verano. El comisario Fernández, que había
llegado al pueblo apenas una semana antes, sin conocer aún a los lugareños y
sin decir una palabra a nadie, envió a un agente hasta la casa del juez De
Biasse, solicitándole una orden de allanamiento a nombre del joven que
buscaba afanosamente a la niña entre la multitud, sin ser pariente ni amigo de
la familia, y con ella en la mano, ingresó a su casa acompañado de varios
agentes, y la encontró en total normalidad, es decir sin ninguna señal que
denotase signos de violencia o secuestro, con el piso limpio y aseado y la cama
tendida impecablemente. Ya se retiraban de ella cuando al comisario se le
ocurrió mirar bajo la cama de dos plazas del joven, que fuera de su madre
recientemente fallecida, y el cuadro que vio casi lo hace caer desmayado.
158 La Caída del Imperio de las Virgenes

La niña estaba bajo la cama, desnuda, quebrada, estrujada, partida,


amontonada… y asfixiada con una pequeña almohada metida en la boca.
Su cartera de estudios, su guardapolvo, su remerita y pantalón, junto con sus
zapatitos, estaban dentro de una gran bolsa de arpillera.
Al ver la multitud tamaña aberración casi linchó al joven servicial, y si no
fuese por cinco policías que lo rodearon y lo subieron al patrullero, fuera en
aquél momento apedreado y muerto sin compasión alguna.
El joven confesó ante el juez que estando sentado sobre el pequeño muro del
frente de su casa, heredada de su madre que falleciera un mes antes, vio pasar
a la niña a su regreso de la escuela, y llamándola le engañó diciendo que tenía
un paquete de ropas y comidas para que llevara a su madre, y con esta argucia
la hizo entrar para después cerrar la puerta con llave y violarla reiteradas
veces, y finalmente, por no ser identificado si la dejara viva, la asfixió
aplastándole una almohada en la boca. Dijo además que tenía la intención de
que cuando la turba se cansase de buscar por los alrededores, pondría el
cuerpo de la niña y sus pertenencias en la bolsa de arpillera ya preparada,
para salir en la madrugada a tirarla en un monte cercano al río.
El juez De Biasse lo condenó a treinta años de cárcel, y fue traslado a la
penitenciaría de Corrientes con tanta buena suerte para él, que una semana
después, fue apuñalado dentro de su celda sin que jamás se hallara al cuchillo
que le cortó el cuello para morir agónicamente desangrado, ni a su dueño.
Y el otro caso famoso que resolviera fue el crimen de Seu Nené.
Seu Nené era un viejo brasileño de más de setenta años que un día apareció
tirado en un caminito del monte cercano a su casa, en la zona costera al río
Uruguay, con la cabeza reventada por un terrible golpe dado con una palanca
de hierro. Como este hombre era muy borracho y solitario, dio la casualidad
que a pocos metros de su casa vivía otro viejo tan solitario y borracho como él,
y por cualquier nimiedad discutían y se peleaban a las trompadas y a las
patadas casi todos los días, llegando a ser furiosos enemigos irreconciliables.
En estas cotidianas peleas a puñetazos siempre salía vencedor Seu Nené, pues
desde joven ejerció el oficio de changarín, cargando y descargando camiones
repletos de bolsas de cemento o cal, lo que le diera con el correr de los años
una fuerza hercúlea y unos abultados músculos en un cuerpo fibroso y
poderoso, capaz de levantar una vaca en brazos.
Su contrincante, conocido con el apodo de Perraloca, en cambio era flaco y
desgarbado, medio loco y delirante por la bebida a la que se aficionó después
que su mujer se fuera tras un amante muchos años atrás, y finalizada la pelea
de cada día, volvía a su casa con un diente de menos, con la nariz rota y
aplastada, o con una oreja colgando en medio de un torrente de sangre.
Este hombre llamado Perraloca, era despreciado por el vecindario porque
estando sobrio era una persona correcta y educada, pues tenía estudios
secundarios y buenos modales, pero emborrachándose se transformaba en un
ser repulsivo, maleducado, atrevido, molesto y cargoso que faltaba el respeto a
cualquier mujer o niña que pasara frente a su casa haciéndoles gestos obscenos
y de mal gusto, como sacar su sexo y orinar frente a ellas.
La Caída del Imperio de las Virgenes 159

Como el golpe que le dieran a Seu Nené fue propinado desde atrás, la policía
pensó correctamente que su enemigo se acercó sigilosamente por sus espaldas
para no ser descubierto y reducido, y le partió la cabeza con un contundente
golpe de una gruesa varilla de hierro de doce milímetros que se usa para la
construcción de lozas y vigas.
Aunque se encontró el arma homicida en la vera del camino nada se pudo
sacar de ella por cuanto después de ocurrido el hecho, casi al mediodía, llovió
intensamente hasta el día siguiente en que fue encontrado el cuerpo, borrando
cualquier huella que pudiera servir de pista.
Se detuvo pues al vecino sospechoso, por más que jurara y perjurara que era
inocente, y estaba en peligro de ser declarado culpable por cuanto todo el
vecindario atestiguó en su contra, manifestando que el occiso le diera mil
palizas para curarlo de su mala educación y atrevimiento en que caía cada vez
que se emborrachaba.
Incluso uno afirmó haberlo visto en cierta ocasión clavando una estaca en el
suelo con el mismo hierro asesino en sus manos.
Para el barrio sería un alivio que se libraran de tan molesto vecino borracho, y
hasta exageraban su comportamiento declarando que solía desnudarse y salir
a gritar a la calle mostrando su pene, muy por el contrario del correcto Seu
Nené que cuando se emborrachaba se acostaba en su catre donde dormía
plácidamente hasta el día siguiente sin molestar a nadie.
Sin duda alguna la muerte fue en venganza a tantas palizas recibidas por el
asesino Perraloca, que por otra parte afirmaba que en el momento del crimen
estaba durmiendo borracho dentro de su casa sin que nadie pudiese afirmar
su veracidad.
Así las cosas, Perraloca iba a ser condenado inexorablemente a veinte años de
prisión por muerte con alevosía si alguien no le sacaba las castañas del fuego.
El comisario Fernández creyó en él, e investigando por su propia cuenta vino a
saber que el día del crimen el occiso había cobrado una ínfima suma de
dineros en el Banco Nación, correspondiente a un subsidio del cual nada dijo a
nadie, que por venir de manos de políticos convenía mantenerlo oculto de la
gente, y que en el trámite le acompañara un joven muy aficionado ya a la
bebida, hijo suyo que vivía con la madre, y con el cual pocas buenas migas
tenía, que lo escoltó en el camino de regreso.
Este hijo durante todo el trayecto venía pidiéndole parte del dinero para
llevárselo a la madre, decía, pero Seu Nené se negaba rotundamente porque el
joven podría gastarlo a su provecho en bebidas, asegurándole que él mismo
llevaría el dinero a su madre para entregárselo en manos propias por la tarde.
El joven tomó entonces un trozo de hierro que por casualidad estaba a un
borde del camino, y le asestó un tremendo golpe en la cabeza que la partió en
dos como si fuese una calabaza.
Como comenzaba a lloviznar, arrojó lejos el arma mortal, y sin dejar rastros
abandonó a su padre en una cerrada picada del monte, una cuadra antes de
donde el occiso vivía, llevándose el total del dinero.
Llovió casi intermitentemente dos días seguidos.
160 La Caída del Imperio de las Virgenes

Una semana después, el joven fue detenido e interrogado hasta confesar su


fechoría, para luego ser condenado a veinticinco años de cárcel que aún
cumple en la ciudad de Corrientes.
Inmediatamente el borracho y pésimo vecino Perraloca, fue dejado en libertad
no sin antes soportar la policía infinitas maldiciones e insultos por parte del
maleducado sujeto.
Resueltos ambos casos en los primeros meses de su llegada a nuestra ciudad,
fue ascendido poco tiempo después a Comisario, hacía ya doce años de
ocurridos aquéllos hechos.
Y en ésta hermosa mañana terminaba de cumplir una de sus últimas guardias
como activo de la fuerza, porque los papeles de su jubilación ya estaban
tramitados, y aunque amaba a su policía, ya optaba por quedarse mejor en su
casa junto a su amada esposa haciéndole compañía, ya que los hijos forjaron
sus destinos y se abrían paso por la vida sin depender de sus mayores.
Agradeció a Dios el haber tenido una noche calma y tranquila, y antes de
retirarse de la comisaría se arrodilló frente a la imagen de la Virgen Peregrina,
patrona y generala de la institución que estaba dentro de la gruta hecha de
piedras moras barnizadas e iluminada con varios fluorescentes, de la cual era
un devotísimo creyente.
La virgen recibía ese nombre por ser muy inquieta, ya que su deseo constante
era peregrinar por todas las comisarías de la provincia, y así, cuando salía de
paseo en una bellísima caja de vidrio sobre el techo de una camioneta policial,
él era uno de los que iba sentado atrás sosteniéndola con sus propias manos
para que el receptáculo no volcara y se hiciese añicos, junto con la estatua.
Sin embargo, nunca imaginó que aquél sería su último día sobre la tierra, ni la
última idolatría brindada a su Madre Celestial, que no movió un dedo, siendo
Reina y Señora de todo lo creado, para salvarlo de su triste y cercano destino
de morir una hora más tarde acribillado por las balas de sus propios
compañeros.

**********************
La Caída del Imperio de las Virgenes 161

II
La destrucción

Tres metros antes de tocar las espaldas del hombre de la blanca túnica, el
enorme y pesado camión se elevó por los aires como si fuese un globo.
Levitó graciosamente por el espacio como si una mano lo levantara, o como si
una rampa o puente de transparente vidrio se interpusiera entre el hombre y
el vehículo que se desprendió del suelo primeramente por sus dos ruedas
delanteras, elevando por el aire a la cabina y al conductor, para que después
siguieran las otras dieciséis restantes hasta quedar flotando ingrávido todo el
camión a una altura de unos cinco metros sobre la cabeza del caminante
callejero, sin avanzar un centímetro.
El camión en todo su largor fluctuaba en el espacio como una hoja o una
pompa de jabón sostenida por el viento, como si un mago lo hiciese levitar
igual que a las mujeres que hipnotiza y cuyos cuerpos parecen flotar sin sostén
alguno, para después pasar un aro por ellas para demostrar al público que no
están suspendidas por cuerdas o herramientas hidráulicas.
Se vio al largo camión recortándose en el cielo, mostrando su largo caño de
escape brilloso e impecable, como así también las ruedas que giraban
alocadamente en el vacío, por espacio de casi un minuto, mientras el hombre
de blanco siguió su camino sin volver la vista atrás ni sobre su cabeza, encima
de la cual fluctuaba un armatoste de treinta toneladas de peso, hasta alejarse
del milagro levitante, y luego el camión y su obeso conductor dieron una
vuelta campana como suelen dar los botes que no tienen estabilidad,
quedando su largo techo mirando hacia abajo, con un aterrador crujir de
hierros que se retorcieron como si fuesen huesos rotos o machucados, y
después todo el vehículo cayó estrepitosamente al suelo abriendo con su peso
un enorme cráter rectangular de media cuadra de largor sobre el negro asfalto
de la calle. Una explosión similar a la que hacen los niños al estallar una bolsa
de papel inflada, pero aumentada en un millón de veces más fuerte, hizo
estremecer las paredes de las casas del barrio.
Por el peso y la estrepitosa caída, todo el camión junto con su chofer, se
hundió en la tierra como si fuese un meteorito que la chocara, sepultándose
unos veinte centímetros por debajo del asfalto.
Y allí quedó aplastado como una tortilla, con sus ruedas al aire girando
descontroladas, y sus paredes metálicas abiertas y heridas en profundas
grietas por donde se escapaban gélidas nubes y cerrazones, y a pesar del
fuerte golpe de la caída, el compresor de la cámara que antes estaba arriba del
techo y ahora bajo la tierra, seguía funcionando normalmente dando frío a
cientos de caños cortados que dejaban exhalar un gélido aliento blanco y
nuboso, como los helados suspiros de un fantasma.
Desgraciadamente, el compresor aplastó a las dos modernas bocinas
trompetas que con tanto esfuerzo y sudor el chofer comprara, siendo por lo
tanto de su propiedad y no de la empresa, la que seguramente se negaría a
pagarle otras nuevas en su reemplazo.
162 La Caída del Imperio de las Virgenes

En la caída, las estructuras y paredes de la cámara se rajaron y abrieron en


cientos de partes, con el mismo ruido, más bien chirrido, que hacen los
transatlánticos cuando se parten en dos al chocar con un iceberg, como si
fuesen las heridas de crueles hachazos sobre los hierros, y por las aberturas se
escaparon infinita cantidad de pollos congelados que se desparramaron por la
calle y por ambas veredas. Imaginad cinco mil pollos enteros y miles de presas
congeladas que tiñeron la calle de blanco invierno como si hubiese caído sobre
el lugar una lluvia de piedras de hielo. Las dos grandes puertas traseras de la
cámara frigorífica, junto con sus pares pequeñas de los costados, no se
torcieron ni arrugaron, sino que se desprendieron intactas de sus bisagras en el
aire para ser llevadas como frágiles hojas por el viento quedando en medio de
la calle como si fuesen cuatro enormes barajas de póker. En todo el largor de la
carrocería, sus metálicas paredes estaban aplastadas y arrugadas debajo de lo
que antes fuera el piso, mostrando ridículamente el girar incesante de las
ruedas en sus ejes que arañaban inútilmente el aire como si quisiesen voltearse
para volver a poner los pies sobre la tierra. Pero la cabina no sufrió mucho
daño, sino que se invirtió violentamente aplastándose su techo sobre la cabeza
del chofer, cuyo obeso cuerpo quedó apretado contra el enorme volante que le
atravesaba el estómago, además de torcerse sus puertas de tan siniestra
manera que ya nunca más se abrirían si no fuera cortándolas con una sierra
eléctrica. Por el parabrisas rajado en miles de finas rayas semejantes a espigas,
podía verse un espectáculo dantesco dentro del habitáculo de la cabina, cuyo
piso, que ahora era el techo aplastado, estaba inundado de sangre y tripas.
El obeso conductor aún estaba amarrado más que nunca al asiento, con el
volante metido dentro de su cuerpo cortado en dos a la altura del estómago.
Sin embargo, mirando con más atención, algo no estaba como debiera ser en
su fisonomía: había algo incorrecto, algo anormal en su grotesca posición.
El cuerpo cortado en dos, mostraba que las mitades estaban contrapuestas,
pues aunque sus extremidades aún estaban correctas sobre los pedales, el
torso del hombre miraba hacia atrás, y su cabeza, más bien su nuca, apoyada
sobre el rajado parabrisas, justo sobre una calcomanía del gauchito milagroso
de Mercedes con su vincha y su chiripá rojos y de impecable camisa blanca,
cuya inscripción puesta patas arriba decía “Gauchito Gil, protégeme”, pedido
y ruego que al santo católico le fue indiferente. Y pensar que en Mercedes el
que le vendiera la imagen, bendecida por el cura párroco, le aseguró a pie
juntillas que desde ése momento nada malo le acontecería a él ni a su camión,
y le sacó buenos dineros para pegar la calcomanía como quitasol al parabrisas.
En el vuelco del camión, el torso del conductor se giró en ciento ochenta
grados con respecto a sus piernas, al ser cortado de cuajo por el enorme
volante que se metió como una despiadada sierra en las entrañas, sin que ni
aún su gruesa columna vertebral pudiera impedir su cercenamiento.
Su estómago desprendió metros y metros de tripas e intestinos, llenando la
cabina invertida con un mar de sangre caliente y humeante, dando su conjunto
la impresión de ser una de aquéllas palanganas que usan los carniceros para
guardar dentro de la heladera las achuras de una vaca recién faenada.
La Caída del Imperio de las Virgenes 163

La calle se atiborró de gente que miraba atónita al camión que parecía haber
caído de la luna, y cientos de niños y mujeres se arremolinaban a su derredor
para esconder entre sus ropas los pollos congelados y las presas
desparramadas por el suelo.
El Pastor Sprill de la Iglesia Bautista, fue el primero que llamó a la policía por
contar su sagrado templo con un teléfono fijo, aunque después hubo cientos
de llamados de vecinos que comunicaron a las autoridades policiales del
desastre ocurrido media cuadra antes de la terminal de ómnibus.
Y ésta primer llamada hecha por el pastor Sprill, fue la que por casualidad, al
estar en la guardia ya de franco firmando las planillas y los libros de
novedades de su pasada vigilia, el comisario Fernández prestó atención al
sargento que atendió el aviso para enterarse de su contenido, ya con su
mochila al hombro listo para retirarse.
El sargento Soto tomó el tubo atendiendo la llamada, en la que una voz
chillona y tan fuerte que todos escucharon, le explicaba:
-Soy el pastor Sprill de la Iglesia Bautista. Frente a nuestro templo hay un
enorme camión térmico patas arriba. Si, está aplastado e invertido sobre el
asfalto, como si hubiese caído del cielo dando antes una vuelta campana. Al
parecer su conductor está muerto dentro de la cabina retorcida sin que se
puedan abrir las puertas para socorrerlo o sacarlo de allí. Vengan urgente
porque la gente se pelea y arremolina para robar la carga desparramada en la
calle y las veredas, que son pollos y presas congeladas.-
Tomando nuevamente el mando de los hombres de su guardia, de los que aún
no se habían retirado, y varios agentes de la guardia nueva, el comisario
Fernández los envió en las dos camionetas blancas al lugar de los hechos, y en
el patrullero hizo subir al sargento ayudante “Negro” Segovia que era su
mano derecha en las investigaciones y pesquisas en todos los casos delictivos
difíciles de dilucidar, al sargento fotógrafo de la institución y al oficial
escribiente Bonutti, y los cuatro salieron velozmente detrás de los anteriores
vehículos por el portón trasero de la comisaría. Tomaron por la calle Mitre,
paralela a la San Martín en la que ocurriera el accidente, y cinco cuadras más
adelante, torciendo a la izquierda por la Uruguay de contramano dieron con la
terminal de ómnibus, desde donde vieron semioculto entre miles de curiosos
que lo rodeaban, un enorme camión térmico volcado en el medio de la calle
principal, media cuadra antes de la esquina. Un mar de curiosos rodeaba el
lugar del accidente, tanto que en un primer momento no distinguieron la
endemoniada posición del camión, y abriéndose paso a empujones, se
acercaron para quedar mudos de asombro ante el enorme armatoste de hierros
y aceros retorcidos y aplastados con sus ruedas mirando al cielo como si fuese
un dinosaurio herido de muerte que expiraba lentamente.
Dentro de la cabina se veía el cuerpo de su conductor partido en dos,
apretujado por el asiento contra el techo invertido lleno de sangre y tripas, con
el volante que lo cercenara metido dentro de su estómago. Vieron con horror
que la mitad superior del cuerpo, su torso, miraba hacia atrás, mientras que
sus caderas y piernas estaban en la posición correcta mirando hacia adelante.
164 La Caída del Imperio de las Virgenes

La cabeza del hombre estaba apoyada contra el vidrio infinitamente rajado y


hecho astillas del parabrisas, que como una bien tejida telaraña ocultaba a
medias el horrible cuadro de su interior.
El comisario Fernández ordenó desalojar la gente que se peleaba por sacar
pollos congelados de dentro de la cámara, ya que en minutos, nada de los que
se desparramaron por la calle y las veredas quedara a salvo de la rapiña.
Increíblemente, los niños se metían por las aberturas de las puertas a robar.
Los vecinos mandaban a sus hijos pequeños con bolsas para juntar las presas,
ya que siempre las malas acciones de los adultos son inocencias en los niños,
las que fueron cosechadas rápidamente como si fuesen capullos de algodón.
Se tendieron inmediatamente las cintas que impedirían el tránsito por la calle
principal San Martín y urgente se llamó a los bomberos para que sacaran el
cuerpo de la retorcida cabina, cuyas puertas se aplastaron como si fuesen de
papel y ya nunca más se abrirían si no fuese cortándolas a hachazos o con
sierras eléctricas. El comisario ordenó al sargento fotógrafo de la institución
que sacara tomas de la cabina retorcida, del cuerpo partido, y de las dos
nítidas huellas de gomas en aceleración, o de violenta frenada, que estaban
estampadas en el asfalto media cuadra antes de donde agonizaba el camión.
Echó luego una mirada más detenida sobre el vehículo patas arribas, y razonó
que en su larga carrera de policía nunca había visto uno en la forma y en la
posición en que éste se encontraba. Había visto en una persecución tras un
camión que huyendo de la policía se desbarrancó de un puente, yendo a
quedar allá en el fondo, veinte metros más abajo, suspendido en la copa de un
robusto árbol; otro que cierta vez cayera a un río y del cual solo salían sus dos
últimas ruedas al aire; incluso vio en la ciudad de Goya, en pleno centro, a un
camión que fallando sus frenos atravesó el frente de una lujosa vivienda para
después salir al patio trasero con el techo de la casa puesto sobre su cabeza.
Pero éste ganaba a todos. El camión estaba acostado de espaldas, como si fuera
una cucaracha moribunda, con las ruedas girando al cielo, la cabina como un
vaso de plástico aplastado por el pie de un gigante, el largo acoplado
frigorífico con sus paredes y parantes retorcidos en medio de un vapor frío y
helado que desangraba por su heridas, dejando a la calle tan tenebrosa como si
fuese una de Londres en pleno invierno.
Entonces, un hombre muy correcto, de escasos cabellos rubios, vestido con
pantalones sostenidos por tirantes e impecable camisa blanca, se acercó al
comisario y en un dificultoso castellano con resonancia inglesa, le dijo:
- Soy el pastor Sprill de la Iglesia Juan Bautista que ustedes ven ahí, y fui
yo el que llamó a la comisaria para dar la noticia del accidente del camión.
Exactamente, no vi lo que realmente pasó, pues estaba de espaldas tratando de
abrir las puertas del templo mas o menos a las siete y cuarto, cuando de
pronto sentí un estrepitoso rugido de motor, y dándome vuelta vi que caía
este enorme camión del cielo. Si, cayó del cielo como lo oyen, y al incrustarse
en el asfalto se retorció como un gusano herido, y gran temor tuve que se
deslizara contra el templo aplastándonos a ambos, o contra mi casa lindante a
la iglesia en la cual mi señora aún estaba durmiendo. Pero no, se quedó quieto
La Caída del Imperio de las Virgenes 165

y estático en el mismo lugar donde cayera, como si Dios, ¡bendito sea el Señor!
nos protegiera del accidente. La explosión que dio la cámara frigorífica al
reventarse contra el suelo asustó al barrio, como el estallido de una bomba,
quedando pollos y presas congeladas diseminadas por la calle y las veredas
como si hubiera caído el mismo maná del cielo que alimentó a Moisés y al
pueblo judío. Cuando salí de mi asombro y la niebla se aclaró gracias a los
rayos del sol, vi caminar por el medio de la calle a un hombre o quizá una
mujer, (no puedo precisar porque no se giró para mirar atrás), de largos
cabellos castaños, y una especie de vestido o túnica blanca y sandalias
franciscanas…
-¿Un hombre o mujer de blanco por el medio de la calle?- dijo el
comisario, e inmediatamente su cerebro empezó a trabajar buscando pistas y
rastros como un perfecto sabueso.
La túnica blanca, podría ser una pollera larga, pensó, posiblemente de una
prostituta del triángulo de la entrada al pueblo, la que quizá pidiera al
camionero que la trajese hasta el centro de la ciudad. Podría ser que antes del
vuelco bajara del camión, mareada o quizá borracha, para caminar torpemente
por el medio de la calle. Bien podría ser también un empleado de la firma que
acompañara al chofer como ayudante, vestido del largo delantal blanco que
bromatología exige, junto con el gorro y los guantes, para manipular y
trasladar de un lado a otro estos productos alimenticios. Quizá fuese un
changarín que contratara el camionero en la entrada del pueblo para darle el
trabajo de descarga, subido al pescante de la puerta.
Fuese lo que fuese, en ambos casos, hombre o mujer, le hubiera sido imposible
salir de la cabina retorcida después del vuelco.
-¿Podría, pastor Sprill, acompañarnos en el patrullero para tratar de dar
con el caminante de blanco, si es que aún anda por la calle y que nos lo
indique inmediatamente si lo viera?- dijo. Ordenó al sargento Segovia que
acercase el auto y que llamara al oficial Bonutti que andaba entre la gente
averiguando como sucedieron los hechos y buscando testigos. Mientras, el
personal de los Bomberos Voluntarios arribó al lugar con sus piquetas y
sierras para desguazar la cabina y sacar el infortunado cuerpo del camionero
de dentro, todos bajo el mando del Jefe de la institución el Comandante
Eleodino Romagñolo, que por años cumplía esa función sin encontrar alguien
que lo reemplazara. Se hizo llamar urgente al oficial doctor Firmapaz para que
auscultara la causa de su deceso, sacara las muestras de sangre para las
pruebas de alcoholemia y dictaminaran las circunstancias en que se generara
su horrible muerte. Subidos al auto, partieron rumbo al centro, con el agente
Segovia al volante, el comisario Fernández a su lado y en el asiento de atrás el
pastor Sprill y el oficial Bonutti. Ni remotamente ninguno imaginó que treinta
minutos después, de los cuatro, solo uno de ellos seguiría viviendo en aquélla
hermosa mañana de aquél no menos hermoso día de primavera.

***********************
166 La Caída del Imperio de las Virgenes

III
El regreso del padre

Mientras el hombre de la blanca túnica se acercaba caminando por el medio de


la calle a la centenaria escuela Normal, en cuya amplia entrada de metálicos
portones estaba un nutrido grupo de niñas adolescentes conversando
extrañadas por el ulular de las sirenas que rompían la tranquilidad de la
mañana, por la vereda de la escuela, viniendo en dirección contraria, se
acercaba a las niñas estudiantes el popular Doro hablando con potente voz
autoritaria sobre el celular imaginario que sostenía en la mano, dando órdenes
drásticas a sus comisionistas de comprar y vender ganado, para atraer la
atención de las adolescentes hacia tan grande empresario.
Conociéndolo, ninguna de ellas prestó mínima atención al Doro, y más bien
miraban todas hacia la cercana terminal de ómnibus, una cuadra y media
atrás, donde se veía en la calle un enorme camión volcado con sus ruedas al
aire, alrededor del cual se arremolinaban cientos de curiosos.
Tampoco prestaron mucha atención al hombre de la blanca túnica que
caminaba displicentemente por la calle acercándose a ellas, con la vista
clavada a lo lejos, por encima de los edificios y de los altos árboles de las
veredas circundantes. Y seguramente el hombre pasaría al lado de las
educandos sin siquiera mirarlas, con su vista fija y clavada hacia la lejanía,
como buscando un lugar determinado, quizá un edificio alto, quizá la
Intendencia Municipal, pues sus claros ojos castaños miraban fijamente en
dirección a la plaza San Martín, seis cuadras más arriba, por sobre las
columnas y carteles de la calle. Dio la casualidad que frente a los mismos
portones de la escuela Normal, el hombre caminante de la calle se cruzara con
el que fantaseaba entretenido con su celular imaginario por la vereda.
Y desviando por primera vez la vista, sacándola de su destino fijo de la
lontananza, el hombre se volvió hacia el Doro y le dijo éstas palabras:
-Doro, Doro, hijo de Dios, acércate que eres de alma bendita y sin
pecado de obras ni de pensamientos, y en éste día, por la gracia de tu Padre
que mucho te ama y te recuerda, sanado será tu cuerpo de sus defectos e
impurezas para gloria de aquéllos que tienen la fe puesta solamente en el
Salvador, sin ufanarse de sus buenas obras, para que sepan que la fe en el Hijo
vale más que todo otro requisito.
Acercóse sumiso y extrañado el Doro hasta casi tocar el blanco manto de la
vestidura del hombre, y sin que nadie le pidiera ni le ordenara, se arrodilló
respetuosamente frente a él, y el hombre puso una mano sobre su enhiesto
pelo y dijo con voz tan clara y tan potente que todas las colegialas pudieron
escuchar nítidamente, mudas de asombro, estas palabras:
-En verdad te digo hoy, Doro bueno y sin pecado, que no hay nadie en
este pueblo que tenga el alma llena de bondad como la tienes tú, ni otro
corazón más limpio y diáfano que el tuyo, amado hijo. Tu Padre siempre
estuvo junto a ti, aunque no lo vieras, y por cuanto jamás hiciste daño a nadie,
y tuviste compasión de los demás repartiendo con tu prójimo lo que a tí te
La Caída del Imperio de las Virgenes 167

daban, sin importarte que se mofasen de tu insania de cuerpo y mente, todo lo


soportaste con paciencia sin que despertasen venganzas en tu límpido
corazón, como buen hijo de Dios. Hoy, por la gracia del Señor, serás sanado de
tus deformidades de cuerpo y de las divagaciones de tu mente para gloria del
Padre y del Espíritu Santo, que es su voluntad, y para mostrar al mundo que
las bendiciones del Señor caen solamente sobre los mansos y sumisos a sus
mandamientos y deseos.
- Señor, Señor - dijo el Doro- ¿Cierto es que mi padre te envía a sanar
mis defectos? ¿Colmarás, Señor, mis deseos y mis sueños?
-Así será, amado hijo- dijo el hombre apoyando su mano sobre la
cabeza del Doro, cuyo rostro se iluminó radiante como un sol sin que se
distinguiese una milagrosa transformación que atravesaba su cuerpo entero y
que nunca nadie, ni el Doro mismo, imaginó. Sus cabellos se volvieron dóciles
y lacios, sus orejas desparejas y arrepolladas se nivelaron en pequeñas y
delicadas, su nariz se encogió y quedó rectilínea centrada entre sus ojos ahora
vivos e inteligentes, sus dientes se perlaron de una blancura nívea y
refulgente, y sus labios se afinaron delicadamente volviéndose rojos y
sensuales sin la molesta baba de otrora; la áspera y granienta piel de sus
mejillas se cambió en suave y aterciopelada, y hasta sus rotosas ropas de ayer
se transformaron en un elegante pantalón fino y planchado, en una impecable
camisa blanca, con sus pies calzados con delicadas medias y lustrosos zapatos
nuevos; su joroba desapareció de sus espaldas dejándola rectilínea y potente,
sus brazos y piernas se tornaron en fuertes y fornidas, como las de un atleta, y
todo su cuerpo se volvió atractivo y agradable a los deseos y gustos
femeninos. Toda esta increíble belleza hacían barruntar que pronto vendría el
adiós a la maldita virginidad que solamente los sacerdotes pueden soportar, y
el sexo sería inminente para el Doro que nunca lo gozó ni conoció, sin siquiera
ser católico, en sus casi cincuenta años de vida. Las niñas de la escuela, y
algunas profesoras que observaron la nueva belleza y elegancia del Doro,
quedaron anonadadas y mudas de asombro, atinando solamente a mirar con
los ojos grandes y abiertos el milagro de la transformación ocurrida ante ellas.
Entonces, un sonido de campanitas salió del bolsillo de la impecable camisa
del Doro, e introduciendo sus ahora delicados dedos, extrajo un celular real
con tapas y en colores que sonaba estridentemente.
El Doro apretó la tecla verde de entrada y una voz campera sonó en sus oídos:
-¿Patroncito Doro? El capataz Mencho le habla, para avisarle que anduvo
temprano el Dr. Quetglas con las vacunas para el ganado menor de dos años,
que después bañamos y encerramos en el potrero del fondo, listo para ser
cargado en el camión, patroncito.-
El Doro casi cae desmayado, y se prometió de ahí en más cuidar y multiplicar
la fortuna que su padre le enviara no de Misiones, sino del cielo. ¡Ahora si
podría hablar de igual a igual con los terratenientes del pueblo, los Foderé, los
Torres, los Debat, los Grisetti, los Centeno, los Storti, los Fernández Achával,
los Argilagas y compartir con ellos los mismos lujosos lugares donde cenaban
o se reunían! ¡El también sería un invitado de honor en la Sociedad Rural!
168 La Caída del Imperio de las Virgenes

¡Ah, y cuántas veces cenaría con opulentos ganaderos en las veredas del Club
Social! Y lo primero que les diría amablemente es que no despreciaran a los
pobres, ni los explotaran dándoles sueldos miserables a cuentagotas,
teniéndolos descalzos y en la miseria por esos campos de Dios.
¡Ay, lástima que ya no estuviera su madre viva, a la que iría corriendo a
avisarle que se vistiese elegante, con sus mejores galas, para ir a comer un
asado en su estancia que al fin de cuenta era de los dos, junto con todos los
vecinos que quisiesen acompañarlos!
Mientras todo esto pasaba en el Doro, el hombre sonreía, y se alejaba
caminando por el medio de la calle, y todo el alumnado y algunos profesores
que fueron testigos del milagro de la transformación, lo siguieron silenciosos y
prudentes a una respetable distancia de unos treinta metros por detrás.
Nadie hablaba y un total mutismo flotaba en el ambiente, ya que los que
vieron el milagro quedaron estupefactos y mudos de asombro.
La gente se fue sumando a medida que el hombre avanzaba por su incógnita
derrota, y al llegar a la siguiente esquina, la de la estación de servicio
Petrobras, la multitud que iba detrás de él sobrepasaba las quinientas
personas.
La escuela Normal quedó totalmente vacía, con todos sus alumnos siguiendo
al hombre de blanco, entre los cuales se destacaba también la presencia de su
directora Lucita Falero, elegante, bella, fina y de alta prestancia, mientras en el
aire seguían flotando las estridentes sirenas de los bomberos y patrulleros que
anunciaban sin dudas una reciente catástrofe y que se desplazaban por la calle
Mitre, lateral a la principal.
El hombre caminó una cuadra más sin siquiera mirar los céntricos comercios
de ambas veredas de la calle, pasando frente a la bicicletería Bigay, la relojería
de don Antonio Ferreri, la tienda de modas Etiquette y otros que aún estaban
cerrados por lo temprano de la hora, siguiendo su camino hacia la policía, dos
cuadras más adelante.
El tránsito ya estaba obstruido a sus espaldas, y en cada esquina, por la misma
causa, se cortaban las laterales con autos detenidos por la multitud de la
extraña procesión que taponaban el paso de los accesos.
Al hombre de blanco parecía no importarle nada, obstinado en buscar a lo
lejos su destino, y ni siquiera miró la impresionante procesión que se formó a
sus espaldas en tan poco tiempo y espacio: más de mil quinientas personas
silenciosas y asustadas acompañaban sigilosas sus pasos.
Ninguno de los que seguían al de la túnica blanca, alumnos y profesores de la
Escuela Normal, ni siquiera su bella directora Lucita Falero que iba junto al
secretario Barros y al profesor Rocuzzo, ni una multitud de civiles y curiosos
que con ver pasar la procesión se agregaban, pensó remotamente que más de
la mitad de la condenada turba quedaría muerta en el suelo antes que pasaran
veinte minutos.

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La Caída del Imperio de las Virgenes 169

IV
La divina prosa de la poetisa Cristina Perkins

El Padre Buendía era, si no santo, santulario, pues no había imagen permitida


por la iglesia que no coleccionara y rindiera culto, adorara, venerara e
idolatrara, aún y a pesar de que la mayoría de sus santos y patronos eran
ignotos y desconocidos para el pueblo de Santo Tomé, ya que los había traído
de su España natal donde eran muy festejados, pero por éstas tierras
ignorados e indiferentes.
Ah, si pudiera traer a éstos lares la devoción que se le brinda a la patrona de
Aragón, en Zaragoza, para los devotos marianos de Nuestra Señora del Pilar;
levantar otro santuario a la Virgen de Guadalupe (santa patrona de la
Hispanidad y también representada como la Virgen Morena en Cáceres), y la
ermita de la Virgen del Rocío, que se encuentra en Almonte, un pueblo de
Huelva que año tras año se convierte en el destino de peregrinaciones
masivas, caracterizadas por las enjaezadas caballerías y las carretas
ornamentadas con flores que transportan a los fieles que acuden a exaltar a la
Blanca Paloma, apodo con que también es conocida la Virgen.
En Santo Tomé la gente es ignorante y bruta, se decía siempre, pues sigue con
mas fervor a un gaucho rotoso, violador y asesino llamado Gauchito Gil, por
conveniencia, confirmado y permitido recientemente por la iglesia católica y
próximo a ser canonizado, antes que a un verdadero santo como San Expedito
que con su espada en alto intercede por nosotros ante Dios, o a San Patricio al
que se le festeja consumiendo la mayor cantidad de cerveza para honrarlo en
su día, en gratitud por los deseos y milagros otorgados a sus fieles.
Nunca pudo inculcar a la plebe santotomeña que se adhiriese a la fiesta de San
Fermín que tanto añoraba de su lejana España, fiesta que bien se podría
instaurar en Corrientes, pero sin suelta de toros, sino de caballos rebeldes y
ariscos que abundan en la zona como si fuese una plaga.
Así pues, por instruir al pueblo santotomeño a venerar los verdaderos santos
católicos permitidos por el papa, el Padre Buendía se metió entre ceja y ceja
que debía promover, instaurar, auspiciar, subvencionar y financiar una
santería puesta bien en su zona céntrica, cosa que no había ni siquiera por sus
periferias. Promovió entonces la apertura de la “Santería San Gabriel” en la
calle San Martín, la principal de la ciudad, que aunque era privada de un
matrimonio devoto de María, en sus principios fue muy incentivada y
solventada por los fondos del Opus Dei que le consiguiera el buen pastor.
Y gracias a Dios y a María, después de la ayuda inicial, ahora la santería
trabajaba cada día más y mejor con su propio peculio y sin la ayuda de nadie.
Fue un gran acierto, ya que puso a disposición de todos los católicos del
centro, que eran los más pudientes, la facilidad de conseguir en un lugar a
mano los necesarios rosarios, medallas y estampitas, libros de testimonios de
católicos conversos por milagrosas apariciones de la virgen María, imágenes
de infinitos santos en cuadros ya enmarcados y con vidrios, posters de San
Jorge, imágenes de Juan el Bautista en yeso, mármol y vidrio.
170 La Caída del Imperio de las Virgenes

Antes de la fiesta de la Inmaculada Concepción se vendían casi a granel las


estatuas de María bendecidas en Itatí en tres tamaños, hechas en mármol, en
madera y en yeso.
Libros orientadores de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, misales, todo para la
primera comunión, biblias católicas forradas en cuero e infinitas obras de
poesías y alabanzas que glorificaban a Nuestra Madre Celestial, aparte de
sahumerios, humos para llamar al dinero, elefantes de la buena suerte,
pirámides para aliviar dolores corporales, y velas de todos los colores y usos.
Todas estas cosas, antes de la apertura de la santería, debían ser compradas en
Posadas o en Corrientes, lo que causaba infinitos trastornos a los padres de los
niños que tomaban la primera y la segunda comunión (como si el niño se
entregara a Dios por cuotas), o conseguir misales y rosarios por ejemplo,
solicitándolos por correo o viajando hasta éstas ciudades para adquirirlos.
Y porque al católico poco y nada le interesa el interior de una Biblia, ya que la
iglesia no lo toma como única fuente de fe sino que exalta y sigue más bien la
tradición llamada por ellos sagrada, teniendo por más valiosas las
disposiciones tontas y estúpidas que emite el papa antes que la Palabra de
Dios, y mayormente porque no les interesa conocer la verdad que los haría
libres de la idolatría y los salvaría de la condenación, en la santería “San
Gabriel” la Sagrada Biblia era lo que menos compraba la gente.
Una biblia católica podía estar en vidriera por muchos meses, y aún años, sin
que hubiese un interesado en comprarla, pero sí se vendían sin descanso las
estúpidas vidas de los infinitos santos y santas que levitaban en el aire, tenían
las mismas llagas de Cristo, atravesaban paredes, por amor al prójimo sorbían
la pus de los leprosos, daban la hostia a animales feroces transformándolos en
cachorros domésticos, y tenían tontas visiones en las que la mismísima Virgen
María les daba nuevas devociones para instaurar en el crédulo pueblo.
Más fácil le es al católico creer que santa Rita atravesaba las paredes o flotaba
en el aire según la sagrada tradición, antes que creer que el profeta Jonás
estuviese tres días dentro del estómago de una ballena según la Biblia.
Es más fácil subir a pie a la Luna que convencer a uno solo de estos alucinados
marianos que nunca existió el limbo ni el purgatorio, ni jamás María ascendió
a los cielos para ser su reina, ya que los católicos, al igual que los
mahometanos, desde que nacen tienen sorbidos los sesos por sus respectivas
supersticiones. Ni con un taladro se les puede sacar del cerebro la terquedad
de sus convicciones fantasiosas que les enseñan desde niños, única forma de
hacerlos esclavos para toda la vida.
Viven ocultos de la luz que solamente de la Biblia emana.
Qui male agit, odit lucem 33
En la santería “San Gabriel”, por ejemplo, jamás podría encontrarse la historia
del rey moro Radaí, ni nunca el padre Buendía la enseñó a sus fieles, como
acostumbrara a promocionar en cambio las infinitas fábulas de santos como
una tradición sagrada que debía transmitirse de púlpito en púlpito.

33 (San Juan III, 20) Quien mal hace aborrece la claridad


La Caída del Imperio de las Virgenes 171

Este rey Radaí, cuando España fue invadida por los moros por ochocientos
años continuos, cayó cautivo de las cruzadas católicas para ir a parar en la
hoguera si no renunciaba al Alá de los moros, que era el mismo Javéh de los
judíos, y si no se aviniese a entregar su corazón y su voluntad para seguir
incondicionalmente a la Diosa María. Ya con el fuego preparado, le instaron
por última vez a que aceptara a María Madre Santísima como su Salvadora y
Auxiliadora, haciéndose cautivo y devoto dentro de su corazón, con lo cual le
perdonarían al instante la vida dándole la libertad para irse a donde quisiese.
-¡Cómo!- dijo el rey moro Radaí- ¿está permitido en éstas tierras otro
nombre que el de Dios para ser salvo y auxiliado? ¡Pronto, matadme, que no
quiero estar en un lugar donde se traicione la divina potestad de Nuestro
Señor ni quiero como ustedes vivir en la oscuridad de la idolatría!-
El rey moro Radaí fue quemado a fuego lento sin compasión alguna.
Estas sagradas tradiciones españolas jamás el padre Buendía enseñaba a sus
fieles, aunque sea para historiar el largo y tortuoso camino de crímenes que
hizo su iglesia antes de ser santísima. El padre Buendía jamás dio cuenta de
los más horrendos crímenes que hizo la Sagrada Inquisición en su España
natal para imponer a María como madre de Dios, con iguales y aún mayores
poderes que su Hijo. Ella, que no había pasado el martirio de la cruz, salvaba
sin problemas a los hombres pecadores a condición de ser sus devotos antes
que de Jesús, generando lo que hoy se conoce como mariolatría.
Nunca enseñó tampoco que el obispo Torquemada, por ejemplo, a quien el
papa Sixto IV nombró Inquisidor General de España gracias a la
recomendación de los Reyes Católicos por ser el confesor de la reina, en sus
once años de servicio a la causa de la fantasiosa supremacía de María sobre el
Crucificado, entre herejes, apóstatas, brujas, bígamos, usureros, judíos, moros
y cristianos condenó a ciento catorce mil a variadas penas, y quemó a diez mil
santos que se negaban a someterse a la autoridad del papa.
Este Torquemada que siendo obispo mariano y acérrimo papista, implementó
la Inquisición en España allá por el año 1490 con una impiedad nunca
imaginada en una iglesia que decía ser heredera de los apóstoles.
El padre Buendía tampoco enseñaba que a mediados de 1209 y al mando de
un ejército de asesinos, el legado papal Amoldo Amalrico le puso sitio a
Beziers, baluarte de los albigenses occitanos, y tomada la ciudad, en la sola
iglesia Santa María Magdalena donde se refugiaron, siete mil niños junto con
sus madres fueron pasados a degüello, por no aceptar la autoridad papal.
Y menos enseñó aquélla santísima ocasión en que cayera la ciudad de Brem en
manos del esbirro papal Molfourt, en donde éste devoto mariano y papista
quemó los ojos de cuatrocientos cristianos que seguían solamente a Jesús y no
al papa ni a María, menos a uno que dejó tuerto para que con su único ojo
pudiera guiar hasta Cabaret al resto, y la columna de ciegos avanzaba así: el
ciego de atrás con las manos puestas sobre los hombros del ciego de delante, y
delante de todos el tuerto, de suerte que a la vista de ése horrible y alucinante
ciempiés humano acometiera a los enemigos del papa Inocencio el saludable
temor a Dios.
172 La Caída del Imperio de las Virgenes

Jamás mencionó que al papa Adriano III, que motivado por los celos hizo
azotar desnuda por las calles de Roma a una dama noble y sacar los ojos a un
alto oficial del palacio Laterano su amante, lo asesinaron a cuchilladas por
cruel y despótico: hoy es santo y su fiesta se celebra el 8 de julio.
Sí enseñaba que en el año 1950 Pío XII promulgó la estúpida fantasía de la
Asunción de María, igualándola al Hijo de Dios en su Ascensión, que dice que
al final de su vida la madre de Jesús fue llevada en cuerpo y alma al cielo,
ocultando en cambio que muchos de sus antecesores en el medioevo también
elevaban a los cielos con la hoguera, las almas de niños discapacitados
mentalmente, por considerarlos poseídos por el demonio.
Hoy serían los niños con síndrome de Down.
Una iglesia cuyo pasado está teñido de sangre inocente, de tantos muertos
injustamente, de tantos crímenes e intrigas, no puede ser iglesia de Dios.
La iglesia católica mantenía estas sangrientas y horribles historias
comprobadas ocultas y vedadas a la gente, cubiertas con máscaras de historias
pías de santos y sacerdotes que sangraban por las manos o estatuas que
lloraban lágrimas de rocío. En cambio, para difundir el culto a María el padre
Buendía solventó con dineros de las arcas de Cáritas, de la venta de ropas
usadas donadas precisamente por España, la impresión de uno de los libros de
revelaciones marianas y celestiales que más vendía la santería, salida de la
mano magistral de la escritora santotomeña Cristina Perkins Hidalgo titulado
“La Virgen María me habló” que estaba en exhibición en su vidriera y que
desaparecía como el agua, hasta quince ejemplares por día.
En este libro, a pesar del título, la Madre de Dios jamás habló de los que por su
culpa, y la del demonio que todo lo puede, sus acólitos mandaron a la hoguera
y a la tortura a miles de cristianos en el correr de los siglos pasados, por creer
solamente en el Hijo de Dios y no en ella como Salvadora, en cuyo prólogo la
autora contaba la siguiente experiencia visionaria que la llevara a escribir la
obra, muy propia de los fanáticos marianos:

“Estando una noche de mucho calor sentada en mi cómoda


reposera en el patio trasero de mi casa -decía la autora- en procura
de una fresca brisa nocturna, miraba entretenida la inmensidad y la
negrura del infinito cielo cuajado de incontables y titilantes
estrellas que brillaban como ascuas en toda la magnitud del
universo, cuando para mi sorpresa, una de ellas se fue acercando
cada vez más al lugar en que estaba descansando, como una gran
burbuja luminosa y transparente que flotaba suave en aire, hasta
venir a fluctuar diáfana por encima de los árboles del patio de mi
hogar. La potente luz que irradiaba la burbuja iluminó como de día
el enorme solar, sin que viese tener reflectores ni fluorescentes.
Confieso que mucho miedo tuve ante tamaño fenómeno, y mi
cuerpo entero y mi corazón temblaron de temor ante la referida
luminosidad que por pura e inmaculada me enceguecían los ojos y
erizaban mi piel, mas sentía al mismo tiempo dentro de mi alma tal
La Caída del Imperio de las Virgenes 173

tranquilidad de espíritu y tanta paz en mi corazón que supe de


inmediato que nada malo me acontecería, antes bien por el
contrario, ya que de la divina luz emanaba una armonía celestial
que me envolvió completamente y de la cual quedé presa y sumisa
sin atinar a otra cosa que arrodillarme en el suelo, rezando por mi
alma y mirando con los ojos abiertos al extremo a aquél trozo de
cielo que bajara a la tierra. Entonces, dentro de la burbuja que
emitía la radiante luminosidad, pude ver a una traslúcida silueta
que se recortaba claramente dentro de ella, el de una mujer en cuya
testa descansaba una corona de reluciente oro, vestida con una
lacia túnica celeste de bordes blancos, a cuyos pies fluctuaba una
media luna que le servía de escaño, y supe al momento estar frente
a la Santísima Virgen María que sostenía en sus límpidas manos el
corazón de su Hijo Jesús. La imagen bendita quedó flotando a unos
tres metros sobre mi cabeza, y sin que hablara ni moviera los
labios, bien en mi mente escuché que la virgen me decía éstas
palabras:
-No temas, hija mía, que tu Salvadora está a tu lado, como un
fuerte escudo que te guiará en todos los avatares de la vida. Por mi
Sagrada Voluntad, la de mi Esposo y la de mi hijo Jesús, has sido
elegida para transmitir al mundo los nuevos Mandamientos y
disposiciones que el Cielo desea hacer conocer con tu escritura fácil
y entendible a todos mis amados hijitos. Por tres noches seguidas
vendré a visitarte para que tomes nota y redactes lo que te
transmitiré, a fin de que todos los católicos conozcan la sagrada
voluntad de mi Esposo y mía, y serás tenida con el tiempo por la
más grande y destacada sierva de Dios y la mayor poetisa de éstos
azarosos tiempos. Tus escritos sobrepasarán en belleza y calidez a
los de Salomón. Después que transcribas mis deseos y los del cielo
en tu magna escritura, y hagas conocer al mundo mi voluntad en
un libro que editarás, serás recompensada con inspiraciones tan
divinas y celestiales que tu prosa tendrá la miel del Paraíso y el
almíbar de Dios. No debes faltar a la cita en las tres noches
venideras, trayendo tu cuaderno de notas y una pluma para que
anotes la sabiduría que te indicaré, a fin que después las redactes
en la preciosa escritura con que has sido favorecida desde antes de
tu nacimiento. Algo hay de Dios en tus escritos y por eso
trascribirás lo que desde mañana te ordenaré. Dios te guarda y te
ama tanto como yo, amada hija Cristina, porque eres una elegida
de los cielos. Bendita eres entre las mujeres, magna poetisa, que
antes que ningún mortal sabrás los nuevos deseos de la Madre de
Dios y tuya para obediencia de todos los hombres católicos por su
Santísima Persona, integrante desde remotos tiempos de la
Santísima Trinidad: la Madre, el Padre y el Hijo, o dicho más fácil,
la Divina Transustanciación de la Sagrada Familia.
174 La Caída del Imperio de las Virgenes

Dijo que esta nueva y fundamental doctrina mariana, había esperado por
siglos que la favoreciera como una indiscutible integrante de la Trinidad, hasta
que las reformas establecidas en el último Concilio Vaticano del 2022, y las
anteriores bulas papales de Juan Pablo VI y Benedicto XVI la pusieran en
vigencia. Que ya ésta sagrada doctrina era mencionada en los escritos
apócrifos de “El Evangelio de la Infancia de Jesús” de Santiago, hermano del
Señor.34 Pero aún faltaba algo: que en la Trinidad se la tuviese como la Primera
Persona, antes aún que el Padre y el Hijo, pues sin su divino vientre en el
Sagrado Alumbramiento no habría padres, hijos ni salvación en el mundo.
Era mucho más creíble que el Hijo naciera de una Madre que estuviese en
primer lugar dentro de la Trinidad antes que fuera en la Tierra un huérfano
salido de un repollo o de un Padre invisible, como creen muchas religiones.
No era raro ni extraño que esta bendita y esperada doctrina naciera sin dudas
para combatir la gran expansión de los evangelistas protestantes, que no la
tenían en cuenta en sus cultos y enseñaban a sus fieles ignorarla
completamente sin siquiera nombrarla, sin otro ídolo que Jesús, del cual
sentía, como madre imprescindible, infinita envidia.
-Los hermanos evangelistas descarriados por el despreciable Lutero, -le
dijo- que no fue otra cosa que Satanás envuelto en una sotana de fraile, tuvo el
ardid de ocupar la misma Biblia para apartarlos maliciosamente del
representante de Dios en la tierra, rechazando la supremacía del papa como
conductor de la iglesia verdadera entre los hombres, y el respeto que se
merecen los ciento cuarenta y cuatro mil santos católicos que están en el cielo
intercediendo ante Dios, y que figuran en letras pequeñas detrás de los
almanaques.- No le enfurecía, dijo, si hablaran mal de su Persona, sino que le
enojaba en demasía que la ignorasen completamente en sus vidas, como si sus
conocimientos fuesen solamente sacados del evangelio de Juan,35 aferrándose
solamente a Jesús, e inculcando a los niños la indiferencia y el odio hacia las
imágenes. Mucho daño hacían rechazando el dogma de su Inmaculada
Virginidad y Divinidad, y las blasfemias que lanzaban para que la ignorasen
predicando solamente a Jesús, cosas que minaban y socavaban los cimientos
puros y verdaderos de la religión católica, de la cual Ella era su pilar
fundamental. La Iglesia católica vive por mí y para mí. Llaman al Santo Padre
el Anticristo, y a la iglesia católica y verdadera la Ramera de Babilonia.36 Las
radios evangelistas del pueblo, y de todo el país, están destruyendo y
pulverizando los sagrados dogmas del catolicismo, ocupando la Biblia como
34 “No bien la Virgen hubo pronunciado aquella frase de humillación, el Verbo divino penetró en
ella por su oreja, y se convirtió en un templo santo e inmaculado, y en la mansión del Espíritu
Santo”
35 El Evangelio según san Juan NO habla de la infancia de Jesús NI menciona el nombre de María,
a la que se refiere como solamente como “la madre de Jesús” (Jn. 2,19), que está presente en el
primer milagro de Jesús en las bodas de Caná (Jn. 2, 1,3) y en su muerte (Jn. 19, 25-27). También se
la menciona en el monte de los Olivos con los apóstoles y los hermanos de Jesús antes de
Pentecostés (Hechos 1,14).
36 El Apocalipsis, escrito por Juan en la isla de Patmos, alrededor del año 100 de nuestra era,
profetiza que el Anticristo tomaría el lugar del Señor, y que la iglesia se prostituiría enseñando
exactamente lo contrario a los Evangelios, a la cual llama la Gran Ramera.
La Caída del Imperio de las Virgenes 175

única fuente de fe para eliminar la sagrada tradición y la adoración a las


imágenes y reliquias de los santos muertos, y por lo tanto es imperioso que se
instale una radio mariana en la ciudad, para contrarrestar éstas infamias
desparramadas al éter por los demonios enemigos de la Madre de Dios. Las
radios de éstos seres malignos, -continuó- deberían ser quemadas junto con
sus dueños que siempre son falsos pastores que lucran con éstas mentiras,
machacando constantemente en seguir al Hijo antes que a su bendita Madre, a
destruir despiadadamente las sagradas y necesarias imágenes de los santos
antes que venerarlas, a ir detrás de un inculto pastor antes que del Santísimo
Papa Benedicto XVI, y a despreciar todo elemento de culto como el Sagrado
Rosario, la Cruz del martirio del Señor, y las señales de persignación.
Tampoco aceptan lo que en el último concilio del 2022 se estableciera
fehacientemente como dogma de fe, que el humilde carpintero José fue la
encarnación de Dios mismo, para poder poseerme y a través de mi hijo Jesús
ser la madre de todos los hombres.- ¡Bendito y siempre casto sea mi esposo
José!, concluyó. La Virgen Inmaculada guardó silencio por largo rato, mientras
que quejidos de un dolor angustiante le brotaban de lo hondo de su pecho, y
purísimas lágrimas diáfanas como el rocío de las madrugadas emanaron de
sus dolidos ojos, sin duda por los pecados de los incrédulos en su Primera
Persona. La diosa le recordó a la poetisa que había en el pueblo hombres tan
fanáticos de Jesús, como el pastor Gregorio Velásquez y su demoníaco hijo
Lucas, que de malditos rompían y quebraban sus estatuas con ferocidad
asesina en sus ignorantes cultos, y que cada brazo que le arrancaban a una
imagen de yeso, a Ella se lo arrancaban, sufriendo en el cielo dolores
indescriptibles. Ella lloraba en las iglesias católicas lágrimas de sangre porque
se despedazaba su cuerpo representativo en los sucios templos evangélicos. Su
corazón tierno y generoso se rompía en tantos pedazos como añicos se hacían
las estatuas que destrozaban contra el suelo estos endemoniados evangelistas
en todo el país. El pastor Gregorio Velásquez, y todos los otros de su misma
calaña, sorbió el cerebro de toda aquélla gente bruta del barrio La Tablada,
convirtiéndose en un dios para ellos, de los cuales vive, come y se viste,
explotándolos con los diezmos que van a parar a sus bolsillos. Dijo que mucho
le apenaba ver a los tontos creyentes de la Asamblea llegar al templo en
destartaladas bicicletas y rotosos carros, vestidos con harapos que parecían
bolsas de arpillera, mientras que el pastor lo hacía en su lujosa camioneta y un
reloj de oro en el brazo. El infierno hirviendo al rojo vivo estaba esperando al
pastor, como también a la infinita cantidad de sus hijos que seguían su mismo
camino de predicar mentiras, y a sus esposas, ya que todos estaban
embobados y ciegos con la supuesta preponderancia de ser los hijos y las
nueras del maldito pastor. Le dolía también que se negara a los niños la
protección y el cuidado amoroso de una Madre celestial, enseñándoles a
escupir su sagrada imagen en sus asquerosos templos, dándoles en cambio un
Jesús autoritario, cruel para quien pecara, que les prohibía hasta jugar a la
pelota, la televisión, el vino, los festivales y los corsos. A nuestros sacerdotes
de Dios el papa les prohíbe el casarse, cosa divina y desprendida para su
176 La Caída del Imperio de las Virgenes

gloria, mientras que el pastor, vaya uno a saber por qué, niega a éstos
imbéciles la sana diversión de un partido de fútbol, de noches de músicas
festivaleras y los bulliciosos corsos de plumas y tambores. Tan dolida estaba la
virgen Inmaculada que pidió a la poetisa que todas estas cosas estampara en
su amorosa y correcta letra castellana y que como otro Moisés los diera a
conocer al mundo: los Mandamientos y deseos que Ella daría al pueblo
católico para luchar contra estas aberraciones a su Persona y afirmar su culto
entre los buenos marianos. Le enfurecía la gran proliferación de sectas que
trataban de desprestigiar a la verdadera heredada de Jesús, la iglesia papal
romana, apostólica y mariana. Muchas otras cosas dictó la virgen a la poetisa
Cristina Perkins en ésas noches, que luego fueron plasmados en el exitoso
libro “La Virgen me habló” de su autoría, en el que daba todos los pormenores
del largo diálogo y de las muchísimas disposiciones y deseos que María le
transmitiera para todos sus hijitos devotos. Asimismo, le ordenó insertar en
sus hojas “El Evangelio de María”, libro apócrifo que con el correr de los
tiempos seria agregado a los cuatro canónicos ya admitidos. Y el último día de
encuentro, la virgen ascendió a los cielos tal y de la misma forma que había
bajado, en su burbuja luminosa de ensueños, similar a como lo cree la iglesia
católica en su primera asunción, dejando plasmadas en el papel las
instrucciones precisas para sus hijos, gracias a la magnífica pluma y buena
redacción con que la poetisa las imprimiera. La mayoría de sus lectores daban
en decir que mucho de divino tenían su prosa y sus poesías cuando se referían
o estaban dedicadas a la Madre de Dios, que la poetisa era una santa
favorecida y sin pecado en la tierra, pues de sus santísimas manos solo salían
divinidades del cielo, y ya el pueblo católico estaba a un tris de santificar o
beatificar en vida a tan celestial escritora. No era menos cierto tampoco que en
los años que le restaban por vivir, que fueron muchos y benditos, la autora
vendió tal cantidad de libros con las nuevas revelaciones de María Madre, que
pasó a tener una sólida y holgada fortuna en pocos meses, y una celebridad
que traspasaba la frontera. Sus libros celestiales y religiosos fueron célebres
entre los católicos y comenzaron a recorrer el mundo, lo que le brindó
cuantiosos beneficios monetarios. Fácil es administrar fantasías a una iglesia
que vive de ellas. Nada sólido ni concreto, cuyo origen no sea la Palabra de
Dios, se puede conseguir de los ilusos católicos que están hechos pintiparados
para creer tradiciones de santos salvadores, rosarios, patrones y patronas,
avemarías, procesiones, de ascensiones a los cielos, de trinidades, y de
apariciones tontas y estúpidas inventadas en los opulentos recintos del
Vaticano. Pero lo que más satisfacción le diera su pluma no era el dinero, sino
la casi veneración e idolatría que el pueblo católico le brindaba diariamente,
muy superiores a las que favorecían a la madre Teresa de Calcuta o a Teresa
de Bergieri, que llenaba y rebosaba su ego de superioridad sobre los incultos, y
no había en la iglesia o en la calle quién no quisiese tocarla o besar sus
benditas manos de eximia escritora.

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La Caída del Imperio de las Virgenes 177

V
El padre Horacio

Desde muy pequeño, el padre Horacio se dio cuenta que no era igual a los
demás niños de su edad, ya que no gustaba jugar a la pelota ni a las bolitas, al
trompo, al balero, a las figuritas, al fusilamiento, ni a cualquier juego brusco
como peleas y luchas sobre el pasto.
Algo anormal había dentro de su organismo que en los recreos de la escuela
primaria, si le venían ganas de orinar, se las aguantaba por no entrar en el
baño de los varones, y esperaba que tocase la campana de ingreso al aula para
hacer pis en el baño de las niñas cuando ya nadie quedaba en los patios.
Le daba vergüenza sacar su minúsculo sexo en el mingitorio de los varones y
prefería mil veces orinar sentado en el inodoro de las mujeres, escondido
detrás de la puerta cerrada y lejos de quien pudiera ver su anormalidad.
Treinta años atrás, había nacido en el paraje del Itacua, en la zona de las
oblerías, donde la gente se deslomaba de sol a sol juntado guano de vaca y
tierra negra para fabricar los ladrillos que después, al ser vendidos a precios
miserables por culpa de la demasiada competencia local y de los vecinos
pueblos, no recompensaban los denodados esfuerzos invertidos.
Su padre, siendo oblero, tenía tal fuerza que podía levantar una vaca en
brazos, y de seguro, si le daba una trompada la partiría en dos, como aquél
famoso boxeador de las pampas que de un puñetazo partió el espinazo de una
mula. 37
El padre Horacio, en cambio, de niño era delicado y amanerado, a tal punto
que jamás tocó una pala ni el barro con las manos, limitándose a hacer
mandados para su madre a quien ayudaba en las tareas de cocinar y la
limpieza de la casa.
Se alegraba sobremanera cuando venían de visitas unas tías de la ciudad que
traían a sus primas para estrechar los lazos de parentesco, con las cuales
jugaba a las muñecas, confeccionaban vestidos y se entretenían jugando a la
peluquería, inventando graciosos estilos con peinetas, vinchas y ruleros.
Gustaba pintar las uñas y los labios de sus primas, con lápices y pinturas que
él sacaba a escondidas de la cómoda de su madre.
Y cuando era la época de corsos a los que sus padres lo llevaban una o dos
noches, por largo tiempo jugaba él solo o junto con sus primas a la reina o a las
abrealas, subiéndose a cualquier carro de huano que estuviese desocupado,
que en su imaginación era una colorida carroza de titilantes luces.
Sobre la ruta, a unos trescientos metros de su casa, había un almacén y bar de
mala muerte, cuyo mostrador estaba torcido e inclinado hacia atrás de tanto
soportar los empujes y apoyos cansinos que le imprimían cientos de hombres,
rudos ladrilleros dados a la bebida, de los cuales siempre el local estaba lleno.

37Luis Ángel Firpo: apodado “El Toro de las Pampas” famoso boxeador que de joven fue oblero,
y empacándose una mula, le tiró tal trompada en el espinazo que la partió en dos.
178 La Caída del Imperio de las Virgenes

El almacén era la única diversión que tenían los hombres y mujeres del paraje,
ya que de día se llenaba de borrachos y de noche de prostitutas que trataban
de quitarles las monedas que ganaban, antes que el tabernero se quedara con
ellas y les ganara de mano. Los sábados, bailes con una victrola en el patio.
Cuando su madre le enviaba hasta allí a comprar yerba o azúcar, estos
hombres forzudos y musculosos, se reían de su hablar afeminado y de los
movimientos delicados de sus manos, y a veces cuando él los miraba, se
tocaban las vergas indecorosamente frente a sus ojos.
Cuando terminó la primaria en la vieja escuela del Atalaya a dos cuadras de su
casa, tuvo que cursar la secundaria en la escuela Normal de la ciudad, y por lo
tanto esperar el colectivo urbano en la ruta dos veces por día para cubrir los
dos kilómetros que lo separaban del centro.
A veces hacía el trayecto a pie, cuando el colectivo se retrasaba o lo perdía,
generalmente en los días de intensas lluvias, cuando más lo necesitaba.
Ya en la adolescencia, le florecieron incontenibles deseos de ser acariciado por
alguien de su mismo sexo, y que un hombre le besase en la boca, sin que jamás
se le despertara ninguna atracción ni instinto sexual por las mujeres.
Con trece años, miraba descaradamente a sus compañeros de aula, e incluso
mandó a uno, al más bello del curso, una notita en la que le declaraba su amor,
pero después nunca más volvió a cometer el mismo error con otro, pues el
billete sirvió para que fuera leído por toda la escuela tomándolo como burla y
escarnio para su declarada homosexualidad.
En ésa edad se le dio por teñirse el pelo de los más chocantes colores, y hoy
mostraba sus cabellos al rojo vivo y mañana con delicados tonos azulados, lo
cual no decía nada a su favor ni en su contra, porque todos los varones hacían
lo mismo siguiendo la moda “flogger” que venía de las grandes ciudades,
aparte del usar aros y atravesarse la lengua o la mejilla con diminutos adornos
metálicos. Su voz se aflautó como la de una mujer y sus atractivas nalgas se
agrandaron desconsideradamente, lo que hacía que se las quisiesen tocar en
broma, y al sentarse en su banco, siempre había una mano abierta de un
compañero que esperaba el apoyo de su traste. Al mismo tiempo que las
asentaderas, le crecieron ostensiblemente los senos, que por las noches
acostado se acariciaba constantemente por la agradable sensación que le
producía en el ano. Nunca se masturbó por tener al pene como algo asqueroso
y repulsivo, y lograba más placer introduciendo un dedo o una vela en el ano
mientras que con la mano sobrante se friccionaba compulsivamente los
pechos. Ahí supo que era una mujer encerrada en el cuerpo de un homosexual,
y aunque tenía verga y eyaculaba por ella, lo lograba sin masturbarse, con solo
introducir en el ano un objeto grueso, una vela o el pico de una botella.
Cuando ya finalizaba el primer año con apenas trece años de edad, cierto
caluroso y ventoso viernes de primavera, retornó a su casa en el colectivo
urbano que lo dejó en la entrada de su paraje, y atravesando un amplio
camino a cuyos costados se erguían altísimos árboles que daban al sendero
amplia y fresca sombra, detrás de uno de ellos vio a un nuevo vecino llamado
Carlos Blanco, que como un lobo agazapado estaba esperándolo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 179

Sabía de él que era miembro del Partido Comunista, pues siempre lo veía en el
pueblo tirando panfletos de su doctrina desde su viejo y destartalado auto.
Este nuevo vecino, tenía pésimos antecedentes como tal, pues todos los días
discutía o peleaba con alguien por causas tontas y baladíes, lo que lo
transformaron en un inadaptado social que no se llevaba bien con las maestras
de sus hijos, con políticos de su partido, con sus compañeros de trabajo, con
sus patrones, ni con la policía, ni con comerciantes ni colegas.
El decía ser locutor de radio con carnet expedido por el Confer aunque nunca
mostrara siquiera una fotocopia del documento para comprobarlo, y de hecho
era uno de los mejores de la ciudad, aunque todos los dones y cualidades que
pudiera tener en su profesión las arruinaba con las bajezas de su despreciable
vocabulario con el cual insultaba a sus enemigos diarios y constantes.
Y al tener a su disposición el micrófono de una radio que alquilaba para sus
programas, bajamente se vengaba de las personas con las cuales discutiera,
denigrando a quienes tenían mucha más moral y educación que él, endilgando
las más bajas y repulsivas infamias contra las familias, lo que constantemente
lo llevaban denunciado ante los tribunales donde bonitamente se retractaba
asegurando que lo que dijo, no lo dijo. Este hombre había comprado un mes
antes una pequeña chacra de menos de una hectárea en el paraje Atalaya y
estaba levantando una casa de madera para vivir con su mujer y sus hijos en
ella, escapando de los impuestos y pagos de boletas de luz y agua de la
ciudad, y de los infinitos líos con sus vecinos, ya que nunca tuvo un oficio
redituable de palas o picos, si no fuera el de tener tontos y vacíos programas
de radio, dándoselas de destacado locutor profesional egresado de alguna
remota universidad, que nadie pudo jamás comprobar fehacientemente, ni
siquiera él mismo. Cuando el niño Horacio pasó a su lado, el nuevo vecino le
chistó para que se acercara haciéndole gestos de llamamiento con las manos, e
inocentemente se allegó confiado hasta él, cuando de pronto, con salvaje
violencia, el hombre le tomó de los cabellos con una mano y con fuerza lo hizo
arrodillar en el suelo. Con la mano libre abrió el cierre de su bragueta y sacó al
aire un enorme pene duro y enhiesto que le asustó como si viera una víbora
anaconda, bien frente a sus ojos y a su cara. Jalándole los cabellos como si
fueran las riendas de un caballo, le introdujo dentro de la boca el descomunal
falo, y le obligó a succionarlo llevando su cabeza hacia atrás y hacia adelante
con movimientos constantes y violentos. Dos minutos después el hombre
eyaculó dentro de su boca un sobrado gargajo de semen, y allí por primera vez
el inocente niño Horacio supo que tenía un gusto salado similar al agua de
mar, aunque con un tizne azucarado. Escupió inmediatamente la agridulce
flema sexual del degenerado y viéndose libre de sus garras, echó a correr con
todo lo que le daban sus endebles piernas, pensando contárselo a sus padres
para que castigaran el atrevimiento del nuevo vecino. Sin embargo, llegado a
su casa, guardó silencio sobre lo sucedido, y comiendo desganado un poco de
lo que le sirvieran en el plato, se levantó y fue a encerrarse en su pieza donde
lloró silenciosamente por la vejación sufrida, hasta que finalmente se rió a
carcajadas de su primera experiencia como homosexual.
180 La Caída del Imperio de las Virgenes

Mas o menos por los cuatro años siguientes, los que le quedaban para terminar
la secundaria, no tuvo otra práctica carnal que la relatada, y aunque siempre
regresaba de la escuela Normal por el mismo sendero de altos árboles tratando
de que se repitiera, nunca el degenerado vecino le esperó nuevamente en el
camino, ya que su casa de madera estaba terminada y su mujer
indefectiblemente a su lado, y sus cinco hijos pequeños jugando en su frente.
Y cuando se encontraban cara a cara en el pueblo, él lo ignoraba
completamente. Por supuesto, si quisiera, en los baños de la escuela Normal,
había sobradas vergas para practicar su inclinación, pero jamás entró en ellos
por decoro. A los dieciséis años tuvo conciencia de que ésas fantasías y actos
indecorosos a los que su torcida inclinación homosexual lo llevaban
inexorablemente, eran pecados maldecidos por Dios, y despertó en él unos
tremendos deseos de ser cura para poder huir de ellos, creyendo que dentro
de los claustros de los seminarios y en los altares de las iglesias estaría libre de
tentaciones. Para huir de su repulsiva homosexualidad se propuso ser esclavo
de la Virgen María y dedicar su vida a ella por entero.
A los diez y ocho años finalizó sus estudios secundarios, y decidió entregarse
de lleno a María su Salvadora siendo sacerdote, ingresando como seminarista
en el instituto católico Gentilini de Misiones.
Por mucho tiempo no se lo vio más en el paraje Atalaya ni por el Itacuá, ni en
las calles de Santo Tomé, y muchos lo recordaban por su excelente desempeño
cuando saliera por tres años seguidos como porta estandarte de la Comparsa
Marabú, embellecido con infinitas plumas de pavos reales y faisanes con las
que él mismo confeccionara sus trajes.
En el Gentilini pasó siete años de estudios bíblicos y en compañía de treinta
aspirantes a sacerdotes de su misma camada, de los cuales solo nueve de ellos
lograron completar la carrera, incluyéndose él.
El hombre tiene infinitas debilidades que lo llevan a pecar constantemente, y
aún los más castos y santos cometen aberraciones contra Dios y María su
Madre si están expuestos a caer en pecado en cada esquina, pues de los treinta
aspirantes, tres de ellos eran tan homosexuales como él, y por las noches
degeneraban a los que no llevaban a la Virgen en su corazón, porque los
demás se los montaban a escondidas del prior, y aunque a él también le
requerían de su orificio, jamás dejó que lo tocaran pues tenía en su mente
llegar al final de su carrera y recibir la imposición de manos tan puro como un
diamante, sino del alma por lo menos de su inmaculado y sin pecado trasero.
Más de la mitad de los aspirantes a sacerdotes abandonó la vocación antes del
primer año de estudios, pues ocurría que cuando los graciaban con unas
pequeñas vacaciones para visitar a sus familias, siempre había en el pueblo
una antigua novia o amiga que los hacían desistir de amar a una irreal María
de fantasía, exigiéndoles en cambio que las amasen a ellas de verdad, y no
regresaban al convento nunca más.
Las madres bendecían el sacerdocio de sus hijos, mientras que los padres
maldecían a los cielos tan terrible locura, como es la de perder la vida y la
personalidad detrás de los claustros donde se les borraba el amor a la familia.
La Caída del Imperio de las Virgenes 181

Nunca faltaba tampoco un tío solterón y mujeriego, seguramente inducido por


el demonio, que llevándolo a un aparte mal aconsejaba a su sobrino
seminarista, diciéndole que el sexo era el más agradable de los pecados
ordenados por Dios, y se empecinaba en demostrarlo llevándolo casi a la
fuerza a un lupanar cuyos servicios pagaba.
Otros veían por sí solos que era estúpido perder la vida por darla a María, sin
que se recibiese de ella un abrazo, una palabra de consuelo, perdiendo el
tiempo y la existencia en una angustiante letanía de rosarios y avemarías, y
cuanto más se acercaban a ella, tanto más se alejaban de Dios, que es el fin
siniestro y solapado de todas las devociones a santos y santas.
Otra incongruencia incomprensible para éstos tiempos, sin ser el medioevo,
era el estúpido celibato impuesto injustamente por el papado y no por Dios,
aunque él estaba muy de acuerdo, debiendo los sacerdotes ocupar su sexo
solamente para orinar, mostrarse frío y distante del amor de las mujeres
durante el día y masturbarse deseándolas en su solitario cuarto por las noches.
Al final de su promoción, solo nueve de los treinta iniciales llegaron
victoriosos a la imposición de manos, de los cuales seis salieron sacerdotes
vírgenes y enteros de cuerpo y alma, entre los que él se contaba, mientras que
los tres restantes homosexuales débiles a la carne, salieron más afeminados y
rotos del ano que cuando ingresaron junto con los veintiséis que no lo eran, ya
que fueron traspasados continuamente durante la larga y peligrosa carrera del
sacerdocio. Y aunque a él también lo quisieron traspasar, nunca lo consintió,
otorgándoles solamente lo que mejor sabía y aprendiera detrás de un árbol en
el camino del Atalaya, succionando penes católicos mejor que una prostituta.
Lo que se dice, un pecado venial.
Y por esas casualidades del destino su primer lugar de trabajo asignado fue su
pueblo natal, al que llegó contento y animoso de dedicar su vida a la virgen
María, prometiéndose ser célibe y casto por el resto de su vida, pero treinta
días después, al observar la vida de borracho y jugador que hacía el padre
Benetti, y saber que el mujeriego padre Gumercindo atraía jovencitas con su
hablar españolejo y su imagen de galán de cine, llegando a fornicar con niñas
de trece años en su propio cuarto de la catedral, él decidió hacer lo mismo,
pero con los jóvenes. Así, se compró un equipo de música y una guitarra
acústica con la que ensayaba en la soledad de su cuarto, y varios discos de
Patricio Rey, de los Piojos, de los Miranda, de Virus, y de La Bersuit, e invitaba
a adolescentes a escucharlos, con los cuales se relacionaba en las discos o en
los boliches bailables los sábados por la noche donde concurría como si fuese
uno de ellos, o durante los domingos en la plaza frente a su iglesia, cuando se
reunían por centenares sentados en los cordones de la calle a escuchar música
de los potentes equipos parlantes de los autos, con los que se mezclaba para
convencerlos que se acercaran a las bondades de María, invitándoles a su
cuarto para instruirlos sobre nuestra Madre Celestial, a fin de que la tuviesen
en sus corazones como lo más preciado de la vida, y de paso aprender a tocar
la guitarra oyendo en su equipo los éxitos de las actuales bandas de rock
pesado.
182 La Caída del Imperio de las Virgenes

Una vez que los atraía gracias a los dos mencionados cuentos, el de la música
y el de María, les succionaba el pene sin asco ni repulsa.
Llegó un cierto día en que no pudo contener su virginidad necesitada de una
verga, y pidió ser penetrado por dos incultos jóvenes del Barrio La Tablada,
uno llamado Surubí y el otro Burro Negro, vaya uno a saber por qué, quienes
cuando se fueron de su cuarto, se llevaron sin su permiso todos los cidis de
Los Redonditos de Ricota, su reloj enchapado, la billetera con algo de dinero,
su celular y la Biblia que usaba en la misa.
Al vestirse apresuradamente comprobó con lágrimas en los ojos, que el tal
Surubí dejara sus sucias y olorosas alpargatas bajo la cama, llevándose los
finos zapatos negros que comprara a un elevado precio del “Sportman” en
cuotas, las que de tres, solamente la primera estaba paga.
Los muy pillos, robaron sus pertenencias seguros de que jamás serían
denunciados, en pago de penetrarlo por largas horas salvajemente, dejándolo
finalmente desnudo y semidesmayado sobre la cama, con las nalgas al aire y el
ano rojo y retorcido. Desde aquél día se cuidaba de no dejar nada a mano en
su cuarto, escondiendo en su ropero bajo llave todo lo de valor, y prefería
pagar con dineros los servicios que le hacían los jóvenes, ya que el dinero al
ser de todos y de nadie, no podría acusar ni dejar huellas que descubriesen sus
fechorías. El padre Horacio, tenía la aviesa costumbre de relacionarse con las
radios locales haciendo programas de exaltación a María por llevarla
constantemente en su corazón, y también por captar a jóvenes operadores de
consolas para conversar de músicas y ondas bailables de moda, y después de
un tiempo, insinuarse descaradamente acariciándoles el sexo con sus benditas
manos para concluir siendo penetrado en su cuarto.
Esto de introducir jóvenes en su pieza, solo podía hacerlo mientras el obispo
dormía en el Obispado, a dos cuadras de cercanía, generalmente por las
siestas, y nunca debía descuidarse del padre Reimer, un sacerdote inocente,
joven, crédulo, recto y correcto, que en raras ocasiones dormía en la Catedral,
ya que en sus primeros años de sacerdocio fue destinado a la iglesia del Barrio
Estación donde vivía permanentemente. El que sí sabía de sus andanzas
homosexuales era el padre Gumercindo, pero no tenía cuidado de él porque
una siesta de invierno, escuchó unos gemidos femeninos que provenían del
cuarto vecino, y esperó paciente hasta que se abriera la puerta, y vio
estupefacto salir a su colega con la hija preferida de un gran empresario del
pueblo, a la que enamorara perdidamente gracias a su gracejo español, a tal
punto que la niña ya había perdido la virginidad y la vergüenza en su
dormitorio teniendo apenas doce años. Ambos lo vieron a él, y en adelante si
estaba en la Catedral el padre Gumercindo, no se cuidaba en nada al traer a los
jóvenes que quisiera para succionarles la verga o que lo penetrasen sin peligro
de ser delatado por su colega, pues tenía asegurado su silencio tanto como él
del suyo. A pesar del cuidado y ocultamiento de las actitudes pecaminosas de
los tres díscolos sacerdotes, Benetti, Gumercindo y Horacio, el obispo Santillán
sabía perfectamente lo que hacían, gracias a sus dos lacayos que lo
reverenciaban como si fuese un Dios hecho hombre.
La Caída del Imperio de las Virgenes 183

En efecto, Panchito Arbelaiz y Lisandro Almirón, los que años antes mataran
al pastor Arturo Siberek con los bastones eléctricos de la Matercorps,
constantemente informaban a sus oídos las cosas torcidas que siempre
suceden en cualquier casa de Dios.
No obstante, en su vocación, el padre Horacio era un excelente sacerdote
mariano, ya que conocía al dedillo todas las estupideces emitidas desde el
Vaticano con respecto a María, las cuales divulgaba en idolátricos programas
de radio que él mismo conducía, y muy suelto de cuerpo decía las mismas
palabras de Pío XII sobre la Ascensión de la Virgen o su Eterna Virginidad:
"Y si alguien, y Dios no lo quiera, se atreve a negar lo que hemos definido o a
dudar de ello, sírvase saber que ha apostatado y se ha apartado por completo
de la divina fe católica".
Huy, ¡qué miedo causan estas amenazas papales en los tontos católicos!
O, por ejemplo, la fábula aquélla de que el 11 de febrero de 1858, en la gruta
Massabielle cerca al pueblito de Lourdes, la Virgen se le apareció a la niña de
14 años Bernadette Soubirous, hija de un molinero, y se le identificó
diciéndole, palabras textuales: “Je suís l'Immaculée Conceptíon”.
Sólo tres años y dos meses antes Pío Nono había promulgado el dogma de la
Inmaculada Concepción con que estrenó su Infalibilidad Papal, procedimiento
novedosísimo para conocer la verdad. ¡Cómo una niña campesina, iletrada,
que sufría de asma y otros padecimientos mayores y menores y que para
colmo había contraído el cólera en la epidemia de 1854, cómo iba a saber esa
criatura de tan profundo dogma! Si esto no es milagro...
Y ahí empezaron las curaciones milagrosas y la avalancha de peregrinos.
El manantial subterráneo que surge de la gruta lo curaba todo: ceguera,
sordera, cojera, parálisis, tuberculosis, sífilis, reumatismo, lepra, tos convulsa.
Santa Bernadette de Lourdes murió joven, en 1879 a los 35 años y después de
haberse enclaustrado los últimos trece con sus múltiples dolencias en el
convento de las hermanitas de la Caridad de Nevers donde entregó el espíritu
en medio de indecibles dolores, bien merecidos por cierto.
Nuestra Señora de Lourdes, que curó a tantos, se olvidó de quien la inventó.
Igualmente, sin importarle la pérdida de sus sacerdotes, el obispo tenía entre
ceja y ceja desprenderse primeramente del padre Benetti, pidiendo su urgente
traslado o expulsión de la curia, y cambiar de destino a los padres Horacio y
Gumercindo, al primero enviarlo a las gélidas regiones de Tierra del Fuego
donde las temperaturas de bajo cero le harían perder su calentura por los
jóvenes, y al segundo, destinarlo a parroquias campestres donde solo hubieran
ovejas y vacas, y no jovencitas enamoradas de su prestancia y virilidad
españolas. Pero otro muy diferente iba a ser el destino de todos ellos, incluso
del obispo y sus lacayos. Y de los tres sacerdotes descarriados, el padre
Horacio fue el primero en aquél día que pagó sus pecados con una horrible
muerte que lo sanó para siempre de sus aberraciones.

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184 La Caída del Imperio de las Virgenes

CAPITULO III
I
La “Santería San Gabriel”

Después de la milagrosa curación del Doro, de la que nadie habló una palabra
por ser una buena obra, el Mesiah siguió caminando indiferente por el medio
de la calle, como si estuviese solo en el universo, y pasando la estación de
servicios Petrobrás, se acercaba lentamente hasta la casa de monedas y turismo
“Cambios Mazza”, de don Alberto Mazza.
Este don Alberto Mazza, un judío muy devoto y muy favorecido de Dios, tuvo
el don de hacer una gran fortuna levantando un emporio con una agencia de
turismo mundial y cambio de monedas extranjeras, con la cual daba trabajo y
buenos sueldos a cientos de empleados santotomeños exigiéndoles eficiencia y
cordialidad con los clientes, y sobre todo una intachable honestidad.
Ganóse la merecida fama de hombre bueno, generoso y servicial pues ayudaba
a empleados, amigos y desconocidos sin jamás negarles nada, solamente por el
mucho amor que sentía por el prójimo necesitado, cualidad imprescindible
para entrar en el reino de los cielos, después de la fe puesta en Jesús.
Nada de lo que se le pidiese a don Alberto Mazza con sinceridad y veracidad
era negado por el buen empresario, desde remedios hasta ropas o comidas, y
algún día levantarían un monumento a su persona o pondrían su nombre a
una calle de la ciudad, por bien merecerlo como hombre bueno y solidario.
Sus padres habían nacido en Esmirna, (hoy Turquía) al igual que los padres
del Hombre Fiel, de quien supo ser amigo por poco tiempo y con el que
conversaba en yidisch de aquéllas lejanas tierras de sus ancestros, y en esas
charlas ambos lagrimeaban de nostalgias por recordarlas.
Su lujosa y próspera agencia de cambios y turismo estaba una cuadra antes de
la Policía, entrando a la ciudad por la principal San Martín, y hacia ella se
acercaba ahora el hombre de la túnica blanca y sandalias franciscanas.
Aunque no eran aún las ocho de la mañana, la mayoría de los comercios
céntricos, si no abiertos, estaban ya levantando sus cortinas o abriendo sus
puertas, por las cuales ingresaba su personal para iniciar las tareas del día.
La “Santería San Gabriel”, frente a la casa de cambios, que no tenía
empleados ni patrones, aún estaba cerrada, no porque los infinitos santos de
las imágenes con que contaba estuviesen durmiendo, sino porque sus dueños
acostumbraban a atender a sus clientes después de las nueve de la mañana.
Abrir una hora más tarde que el comercio en general, le daba a la santería un
toque de distinción y de alta alcurnia que demostraba la riqueza que gracias a
los milagros de la idolatría favorecían el constante fluir de dineros en la caja.
La venta de imágenes y estatuas era constante y sin descanso, de manera tal
que no era necesario abrir las puertas temprano para comerciar, ni siquiera
promocionar el comercio en radios ni diarios, ya que la idolatría estaba tan
arraigada en el pueblo que los santos se vendían solos y sin propagandas ni
esfuerzos, como por milagro.
Gracias a la Virgen María, la idolatría producía buenos frutos.
La Caída del Imperio de las Virgenes 185

Era infalible que los lunes se vendiesen más que cualquier otro día estampitas,
imágenes y libros marianos, ya que la mejor promoción a la santería la hacían
los sacerdotes en las misas de los domingos, donde constantemente incitaban a
los fieles a aferrarse a una imagen de María antes que poner su fe limpia y
pura en Jesús, y sobre todo a ignorar la Biblia que las prohíbe violentamente.
Siempre fiel al Señor, por muchos años don Alberto Mazza miraba desde las
vidrieras de su empresa éstas aberraciones y le dolía grandemente su corazón
y su alma entregada a Dios, aunque jamás se metía a aconsejar a nadie de lo
prohibido y peligroso que es la veneración de las imágenes, por ser un hombre
educado y considerado de las creencias y pensamientos ajenos.
Siempre respetó los dogmas del prójimo, por más lejos que estuvieran de los
Mandamientos, y se quedaba callado sin aconsejar ni asustar con castigos que
vendrían del cielo a los pecadores, aún sabiendo casos de adulterio entre sus
empleados casados. Lo que no soportaba y castigaba inflexiblemente eran el
robo y el hurto, pecados que tenía por los más bajos y viles a los cuales el
hombre nace con inclinación. El también, como todo judío fiel a Javéh
esperaba impaciente la llegada del Mesiah, aquél que su amigo el pastor
Arturo Siberek venido de Formosa le afirmó vehementemente que entes de
morir lo vería pasar en todo su esplendor frente a sus ojos.
Y la profecía estaba a minutos de ser cumplida. Vio pues, desde el interior de
su agencia a un hombre de blanco caminando por el medio de la calle, cuyo
rostro irradiaba el brillo del Moisés, el esplendor del rey David y la sabiduría
de Salomón, e inmediatamente supo que el Esperado de los judíos había
llegado al mundo, y arrodillándose en el suelo, postrando su cabeza en el piso,
exclamó en voz baja y suave el sagrado Padrenuestro en el antiguo arameo de
sus ancestros:

Abuna di bishemaya,
Itqaddsh shemah,

Padre nuestro, que estás en los cielos; santificado sea tu nombre…


De todos los hombres que en aquél día vieron al Mesiah, don Alberto Mazza
fue el único que lo reconoció de antemano y el que pidió perdón por sus
pecados y los del pueblo en un silencioso y privado Padrenuestro.
El único rezo y plegaria que Jesús enseñara a sus discípulos, que por éstos días
se había perdido casi por completo gracias a los Rosarios cansadores y
demoníacos a María, a los Avemarías constantes y maliciosos en su honor,
sepultado por la imparable letanía de plegarias a la Madre Diosa en Radio
María, lo entonó don Alberto Mazza arrodillado en el interior de su comercio.
El Mesiah pasó frente a la santería sin siquiera desviar su vista hacia las
vidrieras repletas de estatuas de yeso y cuadros de devotos santos y de
antiguos papas, entre cuyos pies descansaban en exposición varios ejemplares
del libro “La Virgen María me habló”, que en su primera edición de cinco mil
ejemplares impresos gracias a la ayuda del Opus Dei, pocos ya quedaban de
los mismos a pesar de su elevado precio.
186 La Caída del Imperio de las Virgenes

Su venta fulminante elevó hasta los cielos la devoción de los ciudadanos


santotomeños hacia María y a la autora del divino libro, que después de
comprados, aún antes de leídos, recorrían dos indefectibles caminos: el
primero, ir hasta la iglesia Catedral para que el texto fuera bendecido por el
padre Buendía o el padre Horacio, y el segundo, llegarse hasta la casa de la
autora Cristina Perkins en la calle Mitre, distante a menos de dos cuadras de la
iglesia, a que se lo dedicase y autografiase.
Pero el hombre de blanco no se interesó por ninguno de ellos, y ni siquiera
miró las vidrieras, y toda la santería junto con sus rosarios, misales, láminas y
estatuas de yeso quedaron atrás, alejándose ya del comercio unos diez metros
adelante, hasta casi llegar a la esquina.
Entonces se detuvo abruptamente, quedándose estático mirando la lejanía
como si pensara profundamente, y dos minutos después de meditar hecho una
estatua de piedra, lentamente volvió sobre sus pasos, no reculando sino
volviéndose de frente a la santería a la cual miró con mucha furia y enojo.
La multitud de más de un millar que le seguía, alejada unos treinta metros de
sus espaldas, y que componían en su mayoría estudiantes de la escuela
Normal y varios de sus profesores, más un sinnúmero de civiles que se
agregaron a la turba, tembló de terror creyendo que se les venía encima, pues
imaginó que el hombre los castigaría por seguirlo sigilosamente y
semiagazapados, como acechan los leones a su presa.
Pero no, el hombre los ignoró olímpicamente y ni siquiera los miró, pues sus
ojos se clavaron con furia y enojo en las vidrieras del comercio de infinitos
santos, rosarios, velas y estampitas.
Entonces extendió el brazo derecho de amplias mangas abiertas y sin botones,
y sus blanquísimos dedos apuntaron a las vidrieras con el mismo gesto que
hacen los papas al bendecir a las multitudes.
Pero el efecto fue más fulminante que las simples bendiciones del Santo Padre.
No fue una benigna bendición, sino una terrible maldición y castigo por la
cual se descargó toda la furia del Mesiah.
Se oyó un terrible estampido dentro del comercio, como si hubiese estallado
una bomba o una garrafa de gas que hizo estremecer las paredes de la cuadra
y a la curiosa multitud, la que en su mayoría se arrojó al suelo del susto y para
protegerse, y desde allí vieron anonadados volar por los aires el techo y las
puertas de la santería.
Los vidrios de la ventana y exhibidores reventaron con un ruido similar al de
un globo aplastado en el suelo y las paredes frenteras se derrumbaron como
una cascada de ladrillos y cementos sobre la vereda, por suerte sin lastimar a
nadie.
Segundos después, todo lo que voló por el aire, techo, chapas, maderas,
puertas, libros y papeles, cayó estrepitosamente al suelo, y la calle se llenó de
un polvillo blanquecino y molesto que dificultaba la respiración, producido
por la cal de la mampostería, hasta desaparecer para mostrar que donde un
minuto antes había un pujante negocio, no quedaba ahora otra cosa que
escombros, vidrios rotos, chapas retorcidas y maderas astilladas.
La Caída del Imperio de las Virgenes 187

Las vidrieras desdentadas escupieron a la calle cientos de cuadros de antiguos


papas, como si fuera el vómito de un perro rabioso y enfermo.
En el suelo quedó el cuadro de Urbano II (de soltero Oddone di Chatillón) que
lanzó la primera cruzada contra los protestantes, la que llamó jidah o guerra
santa, plagiando a Mahoma que hiciera lo mismo quinientos años antes contra
los infieles, con la concomitante promesa a los católicos de tener la entrada al
cielo libre y gratuita para los que murieran en ella.
He aquí el origen del gran negocio de las indulgencias que aunado a la venta
de reliquias tan provechosa habría de serle al catolicismo en los siglos
venideros, ya que después de éste papa se tomó por costumbre que la iglesia
vendiese astillas de la cruz de Cristo, espinas de su corona, trozos del manto
con que fuera envuelto, plumas del arcángel San Gabriel, prepucios del niño
Jesús, sangre menstrual de la Virgen, etc.
Un poco más lejos, quedó el cuadro de Pío Nono, aquél que estableciera que
los papas, y él primordialmente, eran infalibles a imitación de Dios; otro del
papa Wodjila, Juan Pablo II, que viajó por el mundo en su jet privado llevando
consuelos y ánimos a los pobres, sin darles una miga de sus frugales comidas,
y que muy suelto de cuerpo decía que los protestantes que mató la Inquisición
en el pasado, no habían sido tantos como afirmaban los enemigos de la Iglesia,
sino mucho menos. ¿Cuántos menos?
Entre ellos estaba también el del actual papa Joseph Ratzinger, alias Benedicto
XVI, miembro presidente de la Antigua Inquisición, hoy cantinflescamente
llamada "Congregación para la Doctrina de la Fe".
Sin embargo, los cuadros de los cuatro infalibles papas, como por milagro
descansaron en el suelo casi intactos, sanos y salvos, si no contamos la rotura
de sus respectivos vidrios, fáciles de ser cambiados. Pero no se salvaron por
mucho tiempo. Instantáneamente todo el comercio y su mercadería entraron
en combustión, y se elevaron hacia el cielo largas lenguas de fuego como si
fueran víboras bailando enhiestas al son de una flauta hindú, y con ellas se
quemaron las imágenes de los antiguos vicarios y la del actual Benedicto.
El cielo se tiñó de humos y cenizas en que se transformaban los posters de
santos que ardían en rojas llamas mientras fluctuaban suavemente en el aire, y
cuando consumidos, caían sus restos plácidamente como si fuesen las láminas
de una torta de hojaldre, pero de carbón.
Cientos de estampitas, almanaques con citas bíblicas y hojas de libros de
testimonios católicos o de poesías a la Virgen, ardieron buscando el oxígeno
del cielo, y se consumían en grandes llamaradas levitando en el aire, hasta
quedar una lámina oscura y quebradiza que al posarse en el suelo se deshacía
en minúsculas partículas de cenizas.
La santería escupió centenares de estampitas, medallitas, y cuadros de la
Virgen Santa o Bendita como se la llamó desde los siglos II y III, para expresar
la creencia de que su íntima unión con Dios a través del Espíritu Santo en la
concepción de Jesús la dejó libre de pecado. 38

38 Lucas 1;35
188 La Caída del Imperio de las Virgenes

Esto de inmaculada, santa y bendita tenía una larga historia, que comenzaba
en un concilio romano celebrado en 680 y que la definió como “siempre virgen
santísima e inmaculada”. En la edad media, los frailes franciscanos, inspirados
por el teólogo del siglo XIII Juan Duns Escoto, defendieron y predicaron la
doctrina de la Inmaculada Concepción, que afirma que la Virgen María nació
sin pecado original. A pesar de la oposición de los dominicos, para quienes se
restaba valor al papel de Cristo como salvador universal, el papa Sixto IV la
defendió a contrapelo, estableciendo en 1477 la festividad de la Inmaculada
Concepción el día 8 de diciembre con una misa propia. El miedo a la muerte y
al Juicio Final provocado por la epidemia de peste negra del siglo XIV,
convirtió a la Virgen en mediadora de la misericordia de Jesucristo y surgieron
devociones populares como el rosario, que en un principio consistió en 150
Avemarías (imitando los 150 salmos del Salterio) a las que más tarde se
incorporaron 15 padrenuestros intercalados como penitencia por los pecados
diarios; el Ángelus, recitado al amanecer, a mediodía y al atardecer, y las
invocaciones a la Virgen María en la letanía empleando expresiones bíblicas
como Rosa mística, Torre de David y Refugio de los pecadores. En 1708 el
papa Clemente XI extendió esta festividad a toda la Iglesia occidental y, en
1854, Pío IX publicó un decreto solemne definiendo la Inmaculada Concepción
para todos los católicos, doctrina que no ha sido aceptada por las Iglesias
protestantes y ortodoxas, ni por los llamados viejos católicos.
En 1950 el papa Pío XII decretó, de igual modo, la asunción de la Virgen a los
cielos en cuerpo y alma como un dogma de fe para todos los católicos.
Este dogma en realidad se concretó para frenar la venta de supuestos huesos y
reliquias de la virgen dejados por los gusanos, ya que en toda Europa no había
comerciante o pícaro sacerdote que no lucrara vendiendo sus sagrados y
milagrosos restos mortuorios. De manera que hubo que ascenderla urgente a
los cielos en cuerpo y alma y encomendarle el sagrado trabajo u oficio de ser la
Reina de Todo lo Creado en el Cielo y en la Tierra, a fin de mantenerla
entretenida y ocupada, y lejos de los pícaros vendedores de huesos.
Mientras, de las despiadadas llamas de la santería, algunas pocas hojas de
libros deshechos se salvaron, pues caían ardiendo y se apagaban al contacto
con el suelo, y justamente una de las que sobrevivió milagrosamente, fue la nº
16 de un ejemplar del libro “La Virgen me habló” que suavemente vino a
reposar en el medio de la calle, justo a los pies del hombre de blanco.
La hoja estaba casi intacta, si no contamos las quemaduras de sus puntas y
costados, sin que el fuego hubiera tocado por milagro su divino contenido
central, quizá por haber salido de las prodigiosas manos de la escritora local
Cristina Perkins a quien la virgen María en persona le encomendara su
escritura, y a la que el pueblo tenía por santa.
El hombre miró la hoja que estaba en el suelo, (algunos dicen que fue la única
vez que el hombre bajó la vista de las alturas) y la pudo leer entera en la
fracción de un segundo, sin necesidad de agacharse para acercar sus claros
ojos castaños al papel, pues su vista era buenísima y las letras enormes,
resaltadas y destacadas en cursivas. La mencionada hoja del libro decía:
La Caída del Imperio de las Virgenes 189

LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE MARÍA MADRE


I Yo soy María Madre de Dios, y ruego por vosotros, para que todos aquéllos
que me adoren y veneren, tengan prosperidad y fortuna, porque yo soy
una Madre celosa que como una leona cuido a mis cachorros que son mis
amados hijitos que me quieren, y destruyo y aniquilo a aquéllos que odian
y se burlan de mis sagradas imágenes, a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.

II Tres veces en cada día recitarás en mi honor el Santo Rosario, y otras tantas
besarás y te arrodillarás ante mi imagen, que no debe faltar cerca de tu
cuerpo, del lecho donde duermes ni del lugar donde trabajas.

III Me tendrás siempre a flor de tus labios, llamándome en tu socorro en


cualquier hora y lugar, pues nada me trae más alegría que asistir a
mis hijitos en sus tribulaciones.

IV Promoverás fiestas y festejos en mi honor, y en cada una de ellas te confesarás


ante un sacerdote para que yo pueda recibirte en mi seno limpio de pecados.
Todos los días llevarás a mi santuario flores rojas y blancas en mi honor, una
por cada pecado que me pidas perdonarte.

V Yo soy tu madre y tu padre, y a mi solamente deberás obediencia, y tendrás


una larga vida en esta tierra que mi Esposo Javéh y Yo te daremos.

VI No matarás a quienes me rindan culto e idolatría, sino a los que me


desprecian. Deberás defenderme con la espada y la palabra de aquéllos que
no creen en mi Trinidad junto al Padre y al Hijo, ni en mi Divinidad celestial.

VII No cometerás adulterio contra mí, yendo tras otras santas y vírgenes
cantantes que con sus canciones engañan a mis fieles con dulces voces
de sirenas.

VIII No robarás de otras iglesias o países imágenes de cultos extraños al que


se me debe solamente a mí, pues soy una madre celosa y única en el cielo
y en la tierra. Nada debe ser más divino que yo, Madre de Dios y tuya.
IX No levantarás falsos testimonios ni fábulas en mi contra y destruirás
a los que me agravian con insultos y difamaciones combatiéndolos con la
verdad pura y llana de la Reina de los Cielos y de todo lo Creado.

X No codiciarás otros santos ni santas que no sea YO, ni vinchas, botellas


de agua, ni plantas de marcela, ni tendrás por salvadoras a sus estampas,
ni a sus angelicales voces que obnubilan los sentidos llevándolos por
caminos de perdición y condena.
190 La Caída del Imperio de las Virgenes

El hombre de blanco, terminada su lectura, giró la cabeza nuevamente hacia el


lugar que buscaba desde muy temprano, hacia la iglesia católica, y como si los
que estaban en ella pudieran escuchar sus palabras, exclamó fuertemente:
- Maldito seas Satanás y los demonios que te sirven, carne de los infiernos,
azufre del fuego eterno, y perdición de los que creen en tus fábulas. ¡Cómo
engañas a mis inocentes hijitos con vuestra asquerosa idolatría! ¡Cómo
disfrazas lo malo de bueno y lo falso de cierto para pervertir a mis hijitos hacia
los caminos de la condenación! En verdad te digo que ni tú ni los idólatras que
te rodean serán perdonados en este día, hijos de la noche, tizón de los
infiernos, demonios de los evangelios y perdición de las almas puras e
inocentes.-
Y pisando con furia la hoja la aplastó contra el asfalto, como para que no
volara, y al instante ardió bajo sus sandalias con unas llamas azules y divinas
que no produjeron ni humos ni cenizas. Simplemente la hoja desapareció
consumida por el fuego que envolvió las sandalias del hombre de blanco, sin
producirle el mínimo daño, pues las lenguas azules parecían atravesar su
cuerpo y sus ropas sin tocarle ni lastimarle. Cuando levantó el pié, en el piso
no quedaba el mínimo rastro de la divina prosa de la escritora local Cristina
Perkins. Una estatua de san Jorge hecha en yeso, plástico y goma eva, en la
que el santo atravesaba con su lanza a un temible dragón que arrojaba llamas
dibujadas en su hocico, se deformó por las reales y ardientes que la
envolvieron, torciendo a su jinete hasta quedar con la cabeza metida entre las
patas del blanco caballo en que montaba, y su larga lanza tomó la forma de
una banana por el intenso calor purificador que reinaba en la santería “San
Gabriel”. Entonces el hombre de blanco volvió a retornar su camino por el
medio de la calle, en dirección a la cercana policía y al Banco Nación que
estaban distantes a una cuadra más adelante de las llamas, escombros y
cenizas en que quedara la otrora exitosa y popular santería católica. Su figura
blanca de anchas espaldas y nívea túnica, se recortaba como un coloso tras un
fondo de humos negros y asfixiantes que se elevaban a los cielos en altas
llamaradas en que se consumían las biblias católicas, las estampitas y los
posters de santos, los testimonios de papas devotísimos de la virgen María y
sus cuadros desparramados por el suelo, y los ardientes libros de la celebrada
poetisa lugareña. Ninguno de los curiosos que seguía al hombre de blanco
murió ni salió lastimado en la explosión de la santería, ni en su posterior
incendio, y cosa curiosa, los dos edificios lindantes, una mercería y una casa
de familia, no sufrieron el menor daño ni la mínima calentura en sus paredes.
En esos momentos eran apenas las ocho y veinte de la mañana primaveral y
soleada cuyos cálidos rayos ya brillaban diáfanos por encima del lejano
horizonte, y salvo el camionero destripado en el vuelco tres cuadras atrás, no
había hasta ahora otro muerto en la ciudad, por lo menos por culpa del
hombre de blanco. Pero pronto, ese benigno panorama cambiaría.

*************************
La Caída del Imperio de las Virgenes 191

II
El Apocalipsis

El patrullero al mando del comisario Fernández, cuyo volante conducía el


sargento Segovia, avanzó raudamente por la calle San Martín, pero no un
largo trayecto, porque dos cuadras más adelante, pasando la Escuela Normal,
los detuvo una impresionante multitud de más de mil personas que impedían
el tránsito y aún taponaban el libre acceso por la veredas.
- Es una procesión detrás de algún líder, sin duda alguna, - vaticinó el
oficial Bonutti que iba sentado atrás junto al pastor Sprill- pero, ¿esta
procesión no será tras un santo? ¿No será hoy el día del Gauchito Gil? ¿Detrás
de quién van estos devotos? -
Avanzaron lentamente entre la muchedumbre, casi a paso de tortuga,
haciendo sonar las sirenas, sin conseguir que la turba les concediera el paso, ya
que caminaba como sonámbula e hipnotizada detrás de alguien que los
hechizaba, sin importarle nada de su rededor.
El pastor Sprill, pensó para sus adentros que la gente iba fascinada y
encantada como los niños detrás del flautista de Hamelín, imagen que siempre
usaba en sus sermones para destacar la fe y la confianza que debemos tener en
Cristo.
Pocos metros antes de la esquina de la calle Centeno se elevaban altas lenguas
de fuego y un molesto humo negro, y caía una fina llovizna de cenizas que
emblanquecía el suelo, y al acercar el auto a la santería “San Gabriel” vieron
con horror y sorpresa que nada quedaba de ella: escombros en rescoldos,
maderas al rojo vivo, restos de biblias en brasas, cenizas, papeles quemados,
imágenes retorcidas y estatuas cubiertas de hollín como si una bomba nuclear
les hubiese caído encima. El comisario Fernández, al ver las altas llamas que
destruían la santería, y cuadras atrás el camión volcado, intuyó que los dos
hechos estaban relacionados y que se las verían con un enemigo difícil y
peligroso, además de poderoso por la modernidad del arma con que contaba,
quizá un lanza-misil, posiblemente un terrorista de una organización iraní,
nación que siendo derrotada en la reciente III Guerra Mundial, sus líderes en
fuga prometieron dar al mundo el más cruel terrorismo que se conociera,
principalmente al pueblo argentino por la ayuda que prestara el presidente
Menem a las tropas norteamericanas.
Por la ventanilla baja, varios testigos exaltados les dijeron que un hombre
vestido con una túnica blanca y de amplias mangas que caminaba más
adelante, apuntó con sus manos el comercio de imágenes por un segundo, y en
el siguiente explotó y ardió en llamas como si fuese un volcán en erupción.
-¡Ese hombre es el mismo demonio en persona!- se aventuró a decir
alguno.
Posiblemente, pensó el comisario, el terrorista tendría escondida en las
amplias mangas de su túnica, (de ahí su extraña vestimenta) sujeto al brazo,
un pequeño lanza-misil con el que hiciera volar por los aires al camión
frigorífico y pulverizara la santería.
192 La Caída del Imperio de las Virgenes

No puede ser de otra manera su mortífero poder.


Su mente de sabueso trató de hallar una razón para conectar ambos hechos y
no encontraba un encaje ni una concordancia, pues, ¿qué tenía que ver un
camión volcado con la destrucción de una santería?
¿Qué conexión podría haber entre un conductor destripado y partido en dos
con la destrucción e incendio de un comercio de venta de santos y estatuas?
¿Qué relación compatible puede haber entre los que viven y siguen la luz pura
de Jesús, con aquéllos que viven en la oscuridad y en la idolatría de las
imágenes?
Al parecer, el camionero y los dueños de la santería ni se conocían, ni eran
parientes, como para poder relacionarlos con algún móvil familiar, y sin
embargo, podría poner las manos en el fuego que los dos hechos estaban
unidos estrechamente por una causa común que no llegaba a comprender.
Quizá fuera un acendrado odio hacia las imágenes religiosas e idólatras que
todo buen musulmán profesa, y que todo buen cristiano debiera imitar,
teniendo en cuenta que la santería estaba llena de ellas y el chofer del camión
era devotísimo del milagroso Gauchito Gil, según lo demostraba la calcomanía
fijada en el parabrisas, santo que todavía se hallaba encubierto a medias por el
papa, pero a punto de ser canonizado.
A la iglesia católica le dolía que la enorme cantidad de fieles del gaucho Gil,
agradeciendo sus milagros, dejaran sus diezmos y dineros a pillos mercaderes
y comerciantes que con cuatro banderas rojas y unas sillas de plástico del
mismo color levantaban un santuario mugriento y rotoso a la vera de las rutas,
antes que fueran más bien a parar a las arcas del Vaticano.
¡Oh, bendita y sagrada tradición venida de los primeros apóstoles que hoy
enseñas a adorar muertos y venerar asesinos! ¡A esto nos llevaste!
A fuerza de otorgar infinitos milagros, este gaucho santo ya superaba
ampliamente los que hiciera Jesús entre los apóstoles, y la grey católica,
incluidos el obispo de Mercedes, le otorgaban tal veneración y santidad que
inducían al pueblo a tenerlo como al mismísimo Salvador, pero con el aspecto
de un auténtico gaucho o paisano correntino, de chiripá y facón en la cintura.
Y no solamente eso, la ciudad de Mercedes, desde el 2020 mas o menos, estaba
dividida y enfrentada en dos bandos acérrimos: los católicos tradicionales y
los católicos gilenses, que se peleaban constantemente a palos y cuchillos entre
ellos, los unos por conservar el sagrado nombre de Virgen de las Mercedes de
la ciudad y los segundos por cambiarlo con el pomposo nombre de Ciudad de
los Milagros del Gauchito Gil. En pocos años más, ya pasados unos cien
después de su muerte a fin de que el pueblo olvidara su vida asesina y
violadora de antes y creyera solamente en sus milagros de ahora, el Vaticano
estaba a punto de otorgarle el ansiado “san” que los verdaderos católicos
reclamaban con justa razón idolátrica para el gaucho milagroso.
La turba se hizo cada vez más compacta en sus finales e impidió al patrullero
seguir avanzando, por lo que aparcaron frente a la “Despensa Santo Tomé”,
una cuadra antes del Banco Nación y de la policía, donde sus ocupantes se
bajaron apresuradamente y en fila india se introdujeron entre el gentío.
La Caída del Imperio de las Virgenes 193

Los policías sacaron sus armas de la funda y las prepararon apuntando al


cielo, gatilladas y listas para desparramar plomos contra las espaldas del
terrorista iraní, turco, palestino o de la nacionalidad que fuese.
Se abrieron paso a empujones yendo a la cabeza el sargento Segovia, detrás, el
comisario Fernández, y protegiendo sus espaldas el oficial Bonutti, a los cuales
la turba les abría el paso como la quilla de un barco que separa las espumosas
aguas del mar.
Detrás de todos, los seguía el pastor Sprill, ubicación por la que gracias a Dios
minutos mas tarde lo libraría milagrosamente de morir acribillado, teniendo la
protección de los tres policías que fueron como su escudo salvador.
Mientras, a una cuadra de donde estaban, la Unidad Regional V era un
hervidero de agentes que se preparaban para luchar contra un ejército, y
aunque ellos no lo vieron, el personal policial emergía como si fuesen
hormigas hacia la calle, uno tras otro como futbolistas ingresando al campo de
juego. Pero esto no iba a ser un simple juego de pelota ni de básquet.
Esto iba a ser más bien un campo de batalla.
Esto iba a ser un río de sangre y una montaña de muertos.
El escuadrón antidisturbios en su totalidad, el que componían cincuenta
hombres adiestrados para deshacer motines y rebeliones, tras los escudos de
plástico transparente y cascos de viseras similares, con sus armas
ametralladoras repletas de balas de plomo como para enfrentar no a uno, sino
a miles de terroristas islámicos, salió a la calle en menos de tres minutos
después de dada la orden de ponerse en acción. En la esquina frente al banco
Nación, en el medio de la calle, el escuadrón formó rápidamente dos hileras de
veinticinco agentes: una con la rodilla en tierra, y detrás otra de pié formando
una inexpugnable pared imposible de atravesar, todos con sus armas
apuntando al pecho del hombre de blanco que avanzaba media cuadra abajo,
por la ferretería Maceri, la que años antes había provisto para el Cuerpo de
María los cascos metálicos y las picanas eléctricas con las que los católicos
torturaban y mataban a los protestantes.
Sus caras semejaban a la de perros furiosos detrás de los visillos transparentes
de plástico, mostrando los dientes apretados y la vista fija en el caminante,
esperando la orden de disparar sin piedad y a mansalva. Detrás de esta
empalizada policial antidisturbios, se estacionó atravesado en el medio de la
calle, un patrullero blanco que contaba con dos pequeños altavoces sobre el
techo, y el jefe de la Unidad, el comisario Cardozo bajo cuyas órdenes directas
estaban los agentes, se parapetó detrás del vehículo con el micrófono en la
mano, esperando que se acercara el terrorista de blanco. Aquélla espera, que
durara apenas dos minutos, pusieron nerviosos a toda la fuerza. El terrorista
avanzó sin titubeos ante la impresionante demostración de rapidez y
organización de la fuerza policial, sin miedo a las armas que le apuntaban,
haciendo caso omiso a una y a otras, como si no existieran, siempre mirando
hacia arriba, hacia la alta torre de la iglesia católica que ahora sí se divisaba
desde la calle por sobre los árboles, dos cuadras y media más adelante, justo
detrás del edificio de dos pisos de la Intendencia Municipal.
194 La Caída del Imperio de las Virgenes

Se podía ver desde allí una de las tres caras o cuadrantes del enorme reloj
sobre la torre de la catedral, con sus negras agujas marcando la hora exacta: las
ocho y treinta y cinco de la mañana.
Por más de veinte años, el reloj estuvo parado y estático sin que nadie pudiese
hacerlo andar, hasta que llegara al pueblo un humilde relojero que sin cobrar
nada, solo por amor a Dios, lo compuso y lo mantenía con su propio peculio,
aún siendo judío y teniendo un solo Dios..
Al parecer, eso era lo que buscaba el terrorista desde diez cuadras antes, el
reloj de la alta torre de la iglesia católica, cuando en horas tempranas ingresara
caminando a la ciudad por la calle principal San Martín, allá en sus comienzos
con la Alvear. La turba que le seguía, profesores, alumnos y civiles y que
sobrepasaban las mil quinientas personas, entre los cuales se hallaban ocultos
los tres policías armados y el pastor Sprill, se frenó en seco cuando vieron las
bocas de las ametralladoras y fusiles apuntando también hacia ellos, pero no
se atemorizó, pues era muy factible que en el primer disparo mataran al
hombre de blanco. Ah, qué gusto tendrían cuando las balas impactaran
certeras en el pecho del enigmático personaje de la blanca túnica, cuando las
balas agujerearan su pecho, salpicando la roja sangre como un torrente entre
sus ropas, y por no perder tamaño espectáculo la multitud apenas se abrió
reacia y de mala gana hacia los costados. ¡Qué morbo hay en ver morir a los
demás, ya sea por las balas de las bocas de las armas que abren la sólida carne
o por las difamaciones salidas de la boca de los mentirosos cuya lengua
destruyen las virtudes del prójimo! Y de la del comisario Cardozo salió la voz
clara y contundente amplificada por los altoparlantes del móvil atravesado en
el medio de la calle, detrás de la formación antidisturbios.
-¡Alto! ¡Deténgase! ¡Ponga las manos detrás de la cabeza! No haga
ningún movimiento repentino o sospechoso porque será tomado por una
agresión y mis hombres dispararán sin titubeos. ¡Ponga las manos en la nuca!
¡Arrodíllese en el lugar donde se encuentra! - le intimó drásticamente
La mayoría pensó que ante la primera advertencia de fuego el hombre se
rendiría levantado los brazos en alto, y sucedió exactamente como la turba
pensara, pero al revés en su final, ya que el hombre levantó lentamente sus
manos al parecer en señal de rendición, pero al pasarlas frente a sus ojos, hizo
un imperceptible gesto con sus dedos, como bendiciendo a las fuerzas
policiales, y al instante el móvil detrás del cual se protegía el oficial Cardozo,
salió despedido como por un fuerte viento, volando por espacio de unos
veinte metros para ir a caer invertido sobre el kiosco de diarios y revistas de
Luisito Arce, al que aplastó y alisó como si fuese un matambre, junto con su
dueño y sus mercaderías.
El comisario junto con su micrófono, quedó sepultado bajo dos mil kilos de
hierros, y solo se veían de él sus piernas balanceándose acompasadamente en
los últimos indicios de vida, entre tablas, chapas y diarios que se
desparramaron por el suelo, empapados por las sangres del policía y del
dueño del kiosco, obligadas a abandonar las venas y arterias reventadas por el
pesado móvil patrullero que aplastaba los cuerpos de ambos desgraciados.
La Caída del Imperio de las Virgenes 195

El patrullero estaba intacto, solamente invertido patas arriba, con sus ruedas
girando alocadas y derramando un fino hilo de nafta que lentamente se
deslizaba como una vertiente hacia la calle.
Una mano siniestra, flaca y descarnada, perteneciente al dueño del kiosco
Luisito Arce, con los dedos amarillos y famélicos por el constante fumar y
beber, casi sepultada bajo un periódico “Unión”, se movía como procurando
tomarse de algo para levantarse, pero su caída no era de ahora.
Su caída comenzó cuando se envició por la bebida muchos años antes, cuando
privilegió el alchohol y el cigarrillo antes que a su mujer y sus hijos, los cuales
le abandonaron por no oler los fétidos alientos que emanaban de su boca, la
cual se volvió un agujero negro en el que toda botella de alcohol desaparecía.
Hasta ése momento, casi las nueve de la mañana, desde la llegada del
peregrino a la ciudad de Santo Tomé, solo se habían producido tres extrañas
muertes desde el amanecer: el camionero destripado, el aplastado comisario
Cardozo y el sepultado kiosquero Arce, a excepción de las piernas de aquél y
de una mano de éste; todo sumado al extraño milagro de la transformación del
Doro.
Pero tan benigno panorama cambiaría en los siguientes segundos, cuando sin
que esperaran orden de fuego alguna, los agentes presos de rabia y miedo al
ver que enfrentaban algo sobrenatural y desconocido, dispararon sus armas y
acribillaron al hombre de blanco con más de cinco mil disparos que dieron
certeramente en su pecho atravesándolo como si fuese de manteca.
El ambiente se llenó de humo y pólvora que despedían las armas al disparar
los proyectiles, y por la calle se esparcieron miles de cápsulas metálicas
doradas que al rebotar en el asfalto hacían alegres sonidos de campanitas,
como si ángeles bajaran a la tierra en la Natividad del Señor.
Sin embargo, el hombre acribillado no se desplomó al suelo ni pareciera que le
dolieran las perforaciones que abrían las balas en su cuerpo, al contrario de lo
que sucediera dos mil años antes cuando lo atravesaron con clavos y lanzas en
una cruz de madera en la que diera, por única vez y para siempre, su vida y su
sangre por nosotros.

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196 La Caída del Imperio de las Virgenes

III
La masacre

Aunque el obispo Santillán, vicario de Dios en la diócesis de Santo Tomé, solía


dormir hasta las nueve de la mañana, en ésta primaveral del día ya estuvo
despierto antes de las seis de la madrugada, y sin molestar a sus dos sirvientes
que dormían en cuartos linderos, se dejó deslizar hasta el borde de su lecho
apoyando ambas rodillas sobre el grueso alfombrado del piso, y descansando
sus brazos sobre la cama oró sin prisa y sin pausa tres rosarios completos
hasta que las campanas de la cercana Catedral de la Inmaculada, cercana a dos
escasas cuadras del obispado, dieran las siete de mañana.
Agradeció a su madre María Santísima la larga y sana vida que le diera, con
sus ochenta y siete años a cuestas, el don que creía tener para predicar su
dulzura y gracia por más de setenta, y la salvación segura que de ella venía.
El obispo había luchado toda su vida para que los católicos cumpliesen
aquello que decía el Magníficat, de que María sería alabada por todo el mundo
y por toda la eternidad.
A veces, en las festividades de María, entreteníase tanto en alabarla,
acompañarla y pasear su estatua en solemnes procesiones que integraban más
de diez mil católicos, que si le preguntasen quién era Jesús respondería sin
titubear: “¡El hijo de la Santísima Virgen María!”, antes que: “El Hijo de Dios
enviado para la remisión eterna de nuestros pecados”.
El obispo estaba seguro que al morir, su ídola enviaría ángeles y querubines
que lo llevarían ante su presencia en los cielos, donde sería colmado aún con
mayores bendiciones de las infinitas que le dispensara en la tierra en cada día
vivido, por haber sido un devotísimo y fiel esclavo de la Madre de Dios.
En su mente los papeles de Jesús y María estaban trocados, siendo primero el
último y último el primero. La prueba más evidente de que era favorecido por
María lo demostraba su casi centenaria vida en la que jamás había enfermado
de nada, ni quebrado hueso alguno, ni operado por molestia ninguna, ni
próstatas ni pólipos malignos, ni conocía lo que es un simple resfrío o una
gripe. Conservaba además una mente lúcida y febril que trabajaba
perfectamente como un motor bien aceitado, en la cual tenía a María por
encima de todas las cosas, aún por encima de Jesús, por más que en los
Evangelios, principalmente el de Juan, ella pasaba desapercibida y anónima en
los planes de la salvación del hombre.
En ningún momento pensó abandonar su prédica sobre las bondades con que
es beneficiado todo aquél que pone su alma y su fe en la Santísima Virgen
María, sin aceptar verdaderamente a Jesús como su único y suficiente
Salvador. Más cómodo se sentía recitando un romántico y novelesco Rosario a
María, la mayor perversión hecha por el demonio para separarnos del poder
salvífico que solamente viene de la fe puesta en Jesús, antes que rezar un
verdadero y ordenado Padrenuestro a Dios.
Grande y única es María en la vida del mariano que abandona a Cristo para
seguirla y aceptarla como su Salvadora y Auxiliadora.
La Caída del Imperio de las Virgenes 197

En su interior sentía irrefrenables deseos de morir, y se desesperaba por pillar


una enfermedad rápida y fulminante que urgente cerraran sus ojos para
siempre, para poder realizar los infinitos deseos de estar ya mismo bajo el
arrullo y el amor de su Ídola y Salvadora. Deseaba al exhalar su último suspiro
cerrar los ojos y ascender plácidamente al cielo llevado por una multitud de
ángeles y querubines, de la misma forma que ella fuera ascendida en cuerpo y
alma, para seguir adorándola en un jardín lleno de rosas blancas y rojas, por
cuyos senderos y pasadizos pasearía tomado de su mano, sin imaginar
remotamente que su anhelo sería satisfecho en menos de dos horas.
Pero su partida no sería tan apacible y angelical como deseaba y esperaba, ni
que su nefasta acción de abandonar a Jesús por fantasías en la tierra fuera
premiada en el cielo con el limbo y el paraíso católicos.
Ningún hombre, así sea un obispo o un papa, puede ingresar a los cielos por la
puerta de las fábulas y de las tradiciones, ni de la mano de vírgenes ni santos,
ni por estampitas, rosarios, escapularios, cruces, medallas, anillos o huesos
milagrosos, sino por las verdades claras y patentes de la Biblia donde dice que
Jesús es el único camino para ir salvos al Padre.
La vida del obispo, siendo larga, no fue provechosa para el Reino de Dios, sino
para el infierno, pues allí mandó a infinitos crédulos con sus fábulas
santísimas y clericales que las podridas mentes de papas antiguos y actuales se
entretenían en inventar para establecer devociones a María y a cuanto santo
les viniera en gana, que dejaban buenos dividendos en las arcas de la iglesia.
La primera obediencia al demonio que dominaba a toda la iglesia católica y al
obispo Santillán, fue predicar que la Palabra de Dios no era la única fuente de
fe, ni la más segura, que era secundaria ante la de un papa o un concilio, es
decir que cualquier invento, fábula, mito, quimera, tradición o leyenda, era y
debía ser creída con más firmeza que los Diez Mandamientos de la Sagrada
Biblia. Cuando una iglesia predica que la Voz de Dios es factible de mezclarla,
cambiarla o sustituirla con las de los papas y los concilios, no es una iglesia, es
una maraña de fantasías en las cuales quedan atrapados los que cambian la
venida del Salvador a limpiarnos de nuestros pecados por la fantasía de que
María reina en el cielo como Dueña y Señora de todo lo creado, ascendida por
ángeles y querubines, amén de ser la Madre de Dios.
Esas tonterías son palabras del Papa. El obispo Santillán tiró de un cordón de
hilos de seda que hizo sonar estridentemente una campanilla con la que
llamaba a su servidumbre, y que repicaba fuera de su cuarto, en las galerías
del obispado. Casi al instante se introdujeron en su fastuoso dormitorio sus
dos antiguos lacayos que por más de cuarenta años le servían fielmente:
Lisandro Almirón y Panchito Arbelaiz, para llevarlo al baño, vestirlo y
acicalarlo, y darle su desayuno. Estos dos acérrimos marianos fueron los que
cuando se iniciara la III Gran Guerra Mundial del 2014 y la revuelta entre
católicos y protestantes en la ciudad de Santo Tomé, integraron la fuerza
policíaca y católica de la “Matercorps” o Cuerpo de María, y fulminaran el l6
de julio del 2017 al Hombre Fiel con los bastones eléctricos y sus máscaras de
hierro que fueron provistas secretamente por la “Ferretería Maceri”.
198 La Caída del Imperio de las Virgenes

Viudos ambos, con hijos que siguieron el sacerdocio mariano en lejanos países
a los que se fueron, e hijas que se enclaustraron en conventos vaya uno a saber
para qué, se pusieron al servicio exclusivo del obispo como sus edecanes y
guardias privados desde hacía muchos años atrás.
Estos dos fueron y aún eran, los que en las radios locales por muchos años,
llevaban adelante un programa llamado “A la luz de la Biblia” en el que
empañaban y oscurecían la Palabra de Dios con intrincadas y enmarañadas
filosofías que demostraban fehacientemente que María era el Espíritu Santo, y
José Dios mismo, para poder engendrar a la Tercera Persona de la Trinidad, el
apagado y olvidado Jesús por la iglesia romana.
Jesús se disolvió dentro del catolicismo entre trinidades, estampitas, velas,
devociones, procesiones, rosarios, auroras, misas de gallos y maitines de
trasnochados amaneceres, cirios pascuales, avemarías, e infinitas tonterías
detrás de las veneraciones e idolatrías a cuanto santo, santa, beato, papa, indio
o gaucho pululaban como una peste dentro de sus dogmas clericales y
demoníacos.
Con éstas doctrinas filosóficas sacadas de los pelos de la Biblia, tomadas
torcidamente y patas arriba de la Palabra de Dios, enseñaban malignamente
falsedades inconcebibles afirmando ante los crédulos que a Dios le agradaban
las imágenes de los santos, pero no las de tiempos antiguos cuando éramos
ignorantes y no había quién nos indicara cuál sí y cuál no, sino los que sabios
papas antiguos canonizaron o los que papas de la actualidad ordenaban; que
María nació libre de pecados y que fue virgen aún acostándose con José en un
mismo lecho por más de treinta años continuos, y que ahora integraba la
Santísima Trinidad en la persona del Espíritu Santo, la divina voluntad de
Dios a la que ella se sometiera gustosa; que ascendió a los cielos en cuerpo y
alma sin haber una foto, escrito o testigo que lo probara; que los muertos
necesitan de las velas y novenas milagrosas de los vivos para que Dios no los
pueda condenar aún queriendo; que el limbo es una especie de lavadero de
autos donde las almas quedan brillosas y relucientes para seguir su camino de
ascenso al paraíso; que los niños deben ser bautizados no bien nacidos sin
pedirlo ni saber para qué y sin cumplir requisito alguno, y otras aún más
inadmisibles. Demostraban con la Biblia en la mano que el papa es infalible y
certero en las interpretaciones de las Escrituras en asuntos tocantes a los
dogmas, y que los sacerdotes pueden perdonar o lavar los pecados de los
hombres como si fuesen Dios mismo; que las buenas obras son más necesarias
y salvíficas que la fe en Jesús, y otras infinitas tonterías que la Palabra prohibía
u ordenaba de manera contraria.
Proclamaban que las buenas obras por sí solas salvaban de la condenación
eterna.
Cierta vez este seudo teólogo Lisandro Almirón distribuyó en el pueblo un
panfleto donde con toda la caradurez del mundo desafiaba a que si le
demostraban que la fe en el Señor Jesús por sí sola salvaba del fuego eterno, lo
que afirmaba no estar en la Biblia, se hacía de ahí en más protestante, y
remataba que “somos salvos por obras y no solamente por la fe” que sí estaba.
La Caída del Imperio de las Virgenes 199

Esto es rechazar la sangre de Cristo que tanto esperamos los cristianos.


El que acepta gustoso el terrible sacrificio de Jesús, teniéndolo por único y
suficiente Salvador que con su sangre nos limpia y nos sana, desecha
estampitas de santos y vírgenes, peregrinaciones, retiros, novenas,
flagelaciones, huesos, reliquias mortuorias, aguas bendecidas, votos de
silencio, escapularios, honras a papas y madres celestiales pues bien sabe que
por gracia es salvo, por medio de la fe puesta en el Mesiah, NO POR OBRAS,
PARA QUE NADIE SE GLORÍE.39
Los dos fanáticos marianos estaban ya viejos y con los cabellos canos, aún
fuertes y sanos de cuerpo pero de almas enfermas y podridas por la idolatría,
y quedándose ambos viudos, por ganar un espacio en el cielo, se pusieron a
entera disposición del obispo como sus sirvientes o edecanes, viviendo uno y
otro en un cuarto contiguo al de su Excelencia para mejor atenderlo y
regalarle. Cuando entraron a la lujosa cámara del prelado, a uno le ordenó que
dispusiera inmediatamente su flamante camioneta doble tracción, calentando
su poderoso motor y sacándola del garaje de la Catedral para traerla frente al
obispado; y al otro su desayuno reforzado con un buen trozo de la torta de
hojaldre, repleta de dulce de leche y crema que el día anterior le obsequiara en
propias manos la opulenta y fiel devota Marina Farizano Artigas, una de las
viudas más ricas del pueblo y gran sostenedora monetaria de la iglesia católica
santotomeña. Desde niño el obispo Santillán no podía iniciar su jornada sin
desayunar, al igual que los viciosos que toman mate antes de lavarse la cara, y
así, nítidamente recordó su infancia y niñez cuando su madre se lo traía hasta
la cama de la misma forma que ahora le servían sus dos lacayos, pasado ya
ochenta años sobre sus espaldas. Añoró los lejanos años de la infancia hasta
casi llorar de congoja. ¡Oh, qué vida regalada y feliz la del que tiene una
madre que nos cuida y nos protege desde los comienzos en su mismo vientre!
¡Ay, cómo añoramos de viejos los mimos y arrullos que nuestra madre nos
daba amorosamente ya desde la cuna! ¡Ay, madre, cuánto me haces falta como
cuando niño, ahora que viejo estoy! Pero, se dijo, cuando Dios da la llaga
también da el remedio, y cuando la madre de vientre nos falta… ¡cuánto más
la suple en nuestros corazones el amor y el cuidado de nuestra Santísima
Madre de Dios y de todos los hombres que jamás nos abandona desde su
reinado celestial! El común de la gente no sabe en qué lujos y opulencias vive
un obispo, con su mesa ahíta de las mejores comidas, gustosos vinos, cubierto
su cuerpo por las mejores mantas y frazadas en invierno, los más delicados y
finos muebles, espejos de lujo y cerraduras de oro, y que por su alta dignidad
no tiene que mover un dedo para lo que necesite, que todo se lo hacen o
facilitan otros. Todo se lo brindan casi con sumisión e idolatría: sirvientas le
cocinan, criadas planchan sus ropas, fieles dejan brillosos sus zapatos y
devotas del rosario recortan las uñas de sus manos, y sucede que hasta lo
bañan y lo acicalan sirvientes y lacayos, como si fuese Dios mismo.

39Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. NO
ES POR OBRAS, para que nadie se gloríe de sí mismo. (Efesios 2; 8,9,10)
200 La Caída del Imperio de las Virgenes

Aunque están casados con Dios en un eterno y angustioso celibato celestial,


igual tienen que emplear mujeres para que les sirvan en la tierra, con las cuales
a veces lo traicionan en escondidos y secretos adulterios.
Ah, si las paredes del obispado hablaran… ¡cuántos romances clericales se
descubrirían entre feligresas enamoradas y los obispos que durmieron bajos
sus techos, y entre las empleadas devotas y sumisas y los rijosos sacerdotes!
El sexo, aún bajo las sotanas, es irrefrenable, tanto como bajo las bombachas.
Hasta las monjas del Hospital Bautista, tan santas y tan puras con los
enfermos, sanamente engañaban a Dios con cuanto médico joven o viejo se
atravesasen en los pasillos. Nadie piensa, afirma, sostiene ni cree que un
sacerdote llegando a obispo se conserve puro y célibe como viniera al mundo,
ni casto y virgen aún llegando a papa. Puede ser virgen quizá en sus
principios de seminarista adolescente, pero ésa virtud se acaba y termina no
bien es sacerdote designado a cualquier iglesia de pueblo o de gran ciudad,
donde las tentaciones arrecian en bellas mujeres y niñas de voluminosos
pechos y anchas caderas que cursan las fábulas del catecismo.
De hecho, cuando simple sacerdote, hasta llegar a obispo, él mismo se montó
infinitas feligresas de cientos de pueblos donde fuera designado.
La vida de un obispo de la actualidad transcurre en la misma magnificencia en
que vivían los antiguos dignatarios de la iglesia en la época medieval,
comiendo los mejores manjares y los más exquisitos vinos, opulencia que no
varió en nada después de pasar quinientos años encima de ella.
Imaginad entonces la riqueza y la vida holgada y descansada de un papa o de
un cardenal, cuyo mayor trabajo es salir a las ventanas del Vaticano a dar
bendiciones a troche y moche a un pueblo crédulo e ignorante de las cosas de
Dios, que le otorgan los medios para su buen vivir y para sus lujos, enseñados
a venerarlo y adorarlo como si fuese Dios mismo. Si el obispo de una perdida
y remota ciudad correntina come tortas que le regala una feligresa pudiente,
¿qué comerá un cardenal o un papa en el Vaticano con millones de tontos que
le adoran y dan la vida y sus dineros por él?
Desayunado opíparamente y vestido ya con su amplia sotana negra, con la
capellina morada sobre su cabeza, ambas cosas que exaltaban su autoridad y
el respeto de los fieles, y su vistoso rosario de cuencas negras de brilloso ébano
que remataba en una enorme cruz de oro, subió a la moderna camioneta doble
cabina conducida por Panchito Arbelaiz y a cuyo lado iba Lisandro su
compinche, asesinos del Hombre Fiel y de los Evangelios puros y cristalinos
de Jesús, mientras que el obispo se sentó cómodamente en el espacioso asiento
trasero, justo en su mitad.
Y tomando la Mitre por su mano, avanzaron lentamente hacia el centro a paso
de tortuga porque una multitud alocada corría desaforadamente por la calle,
cruzando de una vereda a otra sin importarles el riesgo de perder la vida
atropellados por un auto, mientras que varias ambulancias del hospital se
adelantaban por los costados como una exhalación estremeciendo el aire con
sus sirenas, en un ambiente agitado, al parecer de peleas y revueltas entre una
muchedumbre que se agolpaba en la calle principal.
La Caída del Imperio de las Virgenes 201

Algo grave sucedía en la calle San Martín, pues se divisaba una gigantesca
procesión o manifestación callejera que cortaba las laterales por las que
intentaban entrar a ella.
Algo de miedo tuvo el obispo cuando se escuchó una terrible explosión, como
el de una bomba caída del cielo, y vio a lo lejos que todo el mundo se arrojaba
al suelo protegiéndose, mientras que el ambiente se oscurecía de negros
humos y fluctuaba un repelente olor a quemado.
El aire se enrareció con negras nubes de hollines que irritaban las gargantas y
las narices, y enormes lenguas de fuego ascendían sobre los techos de las
casas, y un polvillo blanco y pegajoso, como de cal o de talco, caía desde el
cielo impidiendo la visión a más de media cuadra de distancia.
El parabrisas del vehículo se empañó del fino polvillo blanco, que mirando
con cuidado, notaron que en realidad eran minúsculas partículas de cenizas.
El obispo ordenó entonces a su lacayo Panchito Arbelaiz que torciera en la
primera esquina a la derecha, alejándose del centro para poder avanzar
rápidamente por una calle de tierra, y tomando la Caa Guazú, buscaron el
camino más corto y sin impedimentos que los llevara a la iglesia, hasta llegar a
la altura de la plaza, y pasando por la Sociedad Italiana y la Intendencia,
finalmente estacionaron en los mismísimos cordones de la Catedral de
Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, sobre la avenida principal San
Martín, lejos de los disturbios que acontecían unas cuadras más abajo.
Descendieron y todos miraron hacia el Banco Nación, a dos cuadras de donde
estaban parados, para ver a una turba que se apiñaba en los contornos, y a
cientos de policías con cascos y escudos que salían en fila india de la cercana
comisaría, y un blanco patrullero estacionado en el centro de la calle, como
para impedir el paso a la manifestación que se veía más atrás, y que
aparentemente quería llegar hasta la Intendencia para protestar por algo.
La chusma siempre protesta por algo sin que nada los conforme, pensó el
Vicario de Dios.
Más atrás de la multitud se veía elevar hacia los cielos grandes lenguas de
fuego y nubes de humos que semejaban al embudo de un tornado, lo que hizo
pensar a los tres que los manifestantes eran violentos e insensatos quemando
cubiertas de autos en la protesta.
El obispo, como era su costumbre, no perdió mucho tiempo en curiosear ni
interesarse por problemas que no atenían a su diócesis, por lo menos a las
cosas espirituales, y sin detenerse, como una tromba entró directamente por
los pasillos de la secretaría a revisar el cuarto del padre Benetti, que era lo que
más le importaba por ahora. Esta vez el padre Benetti sería descubierto e
irremediablemente perdido, pues en esos precisos momentos avanzaba por la
ruta a toda velocidad por tratar de llegar a su pieza, estando aún a una
distancia de dos kilómetros lejos de su amada iglesia.
Cinco minutos después ingresó al pueblo torciendo a la izquierda para subir
por la principal calle San Martín, y haciendo apenas dos cuadras por ella, vio
que a lo lejos el paso estaba impedido por un enorme camión volcado en
mitad de la calle.
202 La Caída del Imperio de las Virgenes

Cientos de niños y mayores giraban constantemente alrededor del camión


caído como si fuesen hormigas, juntando en bolsas algo que se desparramara
en el suelo, y por lo cual se peleaban a puñetazos y patadas unos con otros
para apropiárselos.
Parecían ser trozos de carne, panes o galletas, vaya uno a saber.
Razonó al ver que desde el camión volcado se desprendía una niebla blanca y
helada por sus heridas abiertas, que lo que se desparramara sería pescado, o
bolsitas de leche, o quizá yogures que necesitan del frío para su conservación.
Dobló entonces a la derecha en la primer esquina, para llegar a la calle
Irigoyen la del correo, paralela a la principal, que todavía era doble mano y
que teniendo semáforos en algunas de sus esquinas, estaban pizcando
solamente en el color amarillo por lo temprano de la hora.
Esta calle fue en un tiempo famosa y cosa de burla, porque siendo de dos
manos se colocaron semáforos en sus esquinas para evitar accidentes,
peregrina idea y trabajo hecho por un ingeniero llamado Carpincho Sosa que
hacía honor a su apodo animal trabajando en Obras y Servicios Públicos de la
Municipalidad.
Los accidentes se multiplicaron dos veces más que cuando no tenía semáforos,
porque el peatón debía tener cuatro ojos en las esquinas para no ser
atropellado desde cualquiera de los puntos cardinales al ser las calles de doble
sentido, sin acertar qué verde o qué rojo le correspondía para su paso.
Podía el peatón cruzar la calle con luz roja para los autos mirando a la derecha,
y al pasar su mitad, ser embestido por un camión que venía por la izquierda
con paso permitido por el verde, y nadie adivinaba qué color de semáforo le
correspondía de tantas caras que éstos tenían, y juzgaron sabiamente que se
debía quitar uno de los sentidos junto con dos caras de los semáforos,
dejándola de única mano, lejos del peligro que le adosara la sabiduría del buen
ingeniero, lo que se hizo después de tres meses y dos muertos en sus esquinas
más peligrosas y a su vez de doble sentido.
El padre Benetti se metió raudamente por ella avanzando hacia el centro de la
ciudad sin tener mucho cuidado en los cruces de calles, pues el tránsito era
nulo aún, pasadas las ocho de la mañana.
Llegando a la esquina del correo, un mundo de gente se deslizaba corriendo
por las veredas de la calle Brasil, dirigiéndose hacia el Banco Nación, y por no
atropellar a nadie, detuvo su auto en seco, frente a una turba desenfrenada
que arrollaba todo a su paso, corriendo desaforadamente.
Entonces miró hacia la izquierda, hacia la policía, y vio horrorizado que
cientos de ellos disparaban sus ametralladoras sobre algo que él no podía
divisar, a la vuelta de la esquina del banco, pero por los ayes de dolor y los
alaridos de terror que subían al aire, no tuvo dudas que masacraban a gente
indefensa, a mucha gente indefensa.
Las armas policiales despedían rojas luces de fuego que imitaban ser aquéllas
sicodélicas de los boliches bailables, interminables y repetitivas.
- ¡Madre Santa! -se dijo- ¿qué hacen estos imbéciles? ¡Están disparando
contra el pueblo!
La Caída del Imperio de las Virgenes 203

Las paredes del majestuoso edificio bancario, tapizadas de placas de mármol,


a una cuadra de donde estaba, impedían al padre Benetti ver a quiénes
masacraban las balas de las ametralladoras policiales a la vuelta de la esquina.
Pensó ilusamente que sería una protesta piquetera, de ésas que por todo y
cualquier razón cortan calles y rutas, y que ya tenían hastiado a todo el país,
sin que las autoridades encontrasen aún soluciones para aniquilarlas.
Estacionó su auto frente al correo por la Irigoyen, frente al boliche y
discoteque “Baila Morena” del ex intendente Carlos Raúl Farizano ahora
metido a empresario nocturno, y bajándose echó a correr detrás de la gente
hacia el banco, en medio de negros humos y olores de pólvora.
Los pliegos de su sotana flameaban entre sus piernas como si fuese una
bandera arreciada por el viento, y media cuadra antes de llegar a los policías
que disparaban como dementes, se arrojó al suelo para proteger su vida pues
vio horrorizado que algunos de ellos caían muertos al suelo en medio de
llamas que los envolvían, con sus dedos aferrados al gatillo disparando balas
por doquier y sin dirección alguna, como semillas al voleo.
Entre el humo denso y negruzco que desprendían las armas, y el ruido
infernal de miles de casquillos de bronce que regaron la calle, poco y nada
pudo distinguir de lo que acontecía, pero sí escuchar los gritos angustiosos y
ayes de dolor de una terrible matanza a la vuelta de la esquina del Banco
Nación.
Sumergió su cabeza bajo el asfalto, pues él, siendo devoto de María, ningún
apuro ni interés tenía de morir para ir a disfrutar de su compañía en los
jardines celestiales que Dios le asignara para dirigir y ser la “Reina de los
Cielos y de Todo lo Creado en la Tierra”, muy por el contrario a los deseos de
su acérrimo enemigo el obispo Santillán.

*************************
204 La Caída del Imperio de las Virgenes

IV
El camino hacia la idolatría

Cuando el patrullero voló unos veinte metros por el aire para ir a estrellarse
contra el kiosco de revistas de Luisito Arce, al borde del cordón derecho de la
calle San Martín, llevando consigo al comisario Cardozo junto y de rastras a su
micrófono, los policías enloquecidos dispararon sin que mediara orden
alguna, y miles de balas de plomo salieron de las bocas de las armas que
despedían finos hilillos de humo como si fumaran, y el ambiente se llenó de
penetrantes olores a pólvora, con un repiqueteo infernal en el que se
mezclaban gritos, alaridos, ayes de dolor y silbos de proyectiles que todos sin
excepción dieron en el pecho del hombre de la túnica blanca. Cada policía
comprendió que si no detenían a tan soberbio enemigo, estarían perdidos y
muertos en minutos, y como si fuesen enajenados mentales apretaron los
gatillos con roja furia patente en los desencajados rostros. Más de cinco mil
agudas y sólidas balas de expertos tiradores atravesaron el torso del Mesiah,
sin que de los agujeros que producían en su pecho brotara sangre ni dejaran
ver huesos astillados, como era el deseo y la morbosidad de la gente. Tampoco
los proyectiles rebotaban contra él, por si se pensara que tuviese un chaleco de
plomo, sino que lo atravesaban como si fuese un espíritu o un fantasma, para
después impactar en los indefensos cuerpos de los alumnos de la escuela
Normal, en sus profesores y en los cientos de curiosos de la procesión que le
seguía. Las balas que atravesaban al Mesiah y por acaso se perdían en el
espacio sin tocar otro cuerpo alguno, reventaron los parabrisas y las ruedas de
los autos estacionados en la calle, produciendo grandes explosiones como
ruidos de truenos que causaron terror y pánico entre la multitud despavorida,
y el enorme cartel luminoso de la “Ferretería Maceri” que cruzaba la calle de
lado a lado, se desplomó al suelo cuando las balas cortaron sus riendas de
alambre, y en su caída sobre muchedumbre, aplastó a dos jóvenes que
segundos antes se habían arrojado al suelo para salvar la vida de las balas que
silbaban sobre sus cabezas. Como el cartel cayera de canto, a uno le cercenó la
cabeza, y al otro lo dividió en dos, a la altura de la cintura.
Los árboles de la cuadra, pintados a la cal para el desfile estudiantil del
venidero Día de la Primavera, quedaron teñidos de roja sangre inocente, y
como las ráfagas de proyectiles cortaban y aserraban las carnes y los huesos de
la turba, así como sobre los mostradores de las carnicerías se exhiben las
desguazadas partes de una vaca, por las aceras y la calle principal se
esparcieron horribles cabezas humanas separadas de sus cuerpos, y brazos y
piernas huérfanos y solitarios que aún movían sus dedos como buscando el
tronco que perdieron.
La sangre inocente de los estudiantes muertos en aquél aciago y amargo día,
fluían como arroyos buscando el mar por el borde de los cordones de la calle.
Aquél nefasto día para la historia de Santo Tomé, se recuerda en los anales del
pueblo como el “Día de los Guardapolvos Ensangrentados”, según lo
bautizara en su libro el historiador local don Marco Tulio Centeno.
La Caída del Imperio de las Virgenes 205

Entonces, cuando cesaron los disparos, el hombre de blanco que aún tenía las
manos levantadas a la altura de los ojos, como para bendecir a las
ametralladoras y a sus dueños, a imitación de como hacen los papas para dar
suerte y la protección de Dios a los soldados que van a la guerra, apuntando
sus dedos a quienes le dispararon, hizo un imperceptible gesto como si les
perdonara el mal que ocasionaron y las muertes que causaron a sus espaldas.
Al instante las armas policíacas ardieron al rojo vivo, como si fuesen ascuas y
ardientes brazas en sus manos.
Toda la brigada antidisturbios, los hombres arrodillados y los de pie, se
incendiaron espontáneamente profiriendo horribles gritos entre las llamas que
consumían primero los brazos y después el torso, para después caer y
revolcarse en el suelo en medio de terribles dolores.
Fue como si del cielo les cayera un balde de nafta o kerosén sobre sus cabezas
y ardieran instantáneamente de la cintura para arriba con el fuego sagrado que
viene del Espíritu Santo de Dios.
Después de unos segundos de angustiosa agonía en que aullaban
desaforadamente de dolor, los cuerpos caían al suelo y quedaban tersos y
quietos achicharrándose entre las llamas que despedían repulsivos olores a
grasas, carnes y cabellos asados.
Unos pocos se salvaron, no más de media docena, ya que solamente ardieron
de manos y brazos, pero el resto, más de medio centenar de agentes, se calcinó
del torso hacia arriba, lo que después dificultó para que pudieran ser
identificados y reconocidos por sus familiares cuando se apagaron, pues no
quedó de ellos otra cosa que la calavera lisa de sus cabezas, las dentaduras
luciendo una horripilante sonrisa, las costillas del torso y los huesos de los
brazos expuestos a luz del sol, sin una brizna de carne ni rastros de tendones
ni arterias.
Los demás agentes de contención que fueron distribuidos por todo el
perímetro y que solo portaban garrotes de goma maciza y escudos de plástico
transparente, arrojaron ambos elementos al suelo y huyeron despavoridos a
esconderse en la comisaría, junto a los presos en las celdas de sus fondos.
El olor a pólvora era insoportable, y el número de civiles muertos sobrepasó
las trescientas personas amontonadas en todo el largor de la cuadra, entre la
Brasil y Centeno, cubiertos y tapados por ramas que desgajaron las balas,
carteles acrílicos caídos y vidrieras de comercios que estallaron como bombas,
balcones que se desplomaron estrepitosamente y columnas de luces que se
partieron en sus bases ante la lluvia de los proyectiles que dispararon las
armas de los agentes antes que sus manos ardieran en una terrible agonía.
En medio de ésta carnicería, estaban sepultados también los cuerpos del
comisario Fernández que había salido de franco a las siete de la mañana, el
sargento Segovia y el oficial Bonutti de la guardia entrante, que tirados en la
calle aún tenían sus armas en las manos, cuando en un fútil intento de
disparar por la espalda al hombre de blanco se acercaron por detrás para
cercar su posible huída, pero jamás pudieron hacerlo por la infinita cantidad
de plomos que impactaron en sus cuerpos.
206 La Caída del Imperio de las Virgenes

Masacrados por sus propios compañeros, sus cuerpos sirvieron de escudo


para que el pastor Sprill salvara milagrosamente su pellejo sin que ninguna
bala le tocase, saliendo apenas asustado y mareado de entre la pila de muertos
como otro soldado Ur volviendo a la vida.40
Entre los primeros cuerpos desparramados y amontonados en la calle San
Martín, debajo de tres alumnas del primer año acribilladas, yacía el cadáver
retorcido de la profesora Lucita Falero, con sus bellos ojos verdes abiertos
mirando el azul del cielo a donde ascendió su alma, y a su lado, mutilada de
brazos por las terribles ráfagas, descansaba para siempre, lacia e informe, la
profesora Estela Moreira, como así también totalmente desguazado el viejo
secretario Barros. El atlético profesor de educación física Rocuzzo yacía
tendido de espaldas con los ojos abiertos mirando a la nada, luciendo en su
frente un enorme boquete que le produjera un certero balazo policial, él único
que recibiera de los infinitos que pasaron a su lado. Entre las brumas y el olor
de la pólvora, en medio de cenizas y humos que se levantaban de autos en
llamas y comercios que ardían, se volvió a ver al hombre de blanco caminar
sobre los cuerpos carbonizados de los policías, sin volver la vista a los muertos
que dejaba atrás y sin sentir la más mínima compasión por cientos de heridos
que quedaron desparramados y cercenados en la calle.
Mientras, a la vuelta de la esquina, sobre la calle Brasil, el padre Benetti tirado
en el suelo, pudo ver por encima de las llamas de los que agonizaban y el
humo negro de la pólvora lo que quedaba del kiosco de su amigo Luisito Arce,
el que le fiaba los cigarrillos del mes, aplastado bajo un blanco auto patrullero
patas arriba, en medio de revistas y diarios, entre las cuales se veían las
piernas de un policía a juzgar por los borceguíes que calzaban, aún con
esporádicos movimientos para ponerse de pié, y a su lado, reconoció los
brazos y las manos de su amigo cuyos dedos se abrían y cerraban al aire, como
suplicando le sacasen tal peso de encima. A treinta metros antes de la esquina
del Banco Nación pudo ver cómo las armas de los agentes se volvían al rojo
vivo, y pensó primeramente que se derretían por la fricción de disparar miles
de balas seguidas y sin descanso, pero después tembló de horror al ver que
también los brazos y las manos de los agentes se volvían rojos y ardientes
como el hierro en una fragua. Las armas se derritieron quedando en informes
masas de arrabio cuyo calor hacía que las manos y los brazos se desprendiesen
del cuerpo de los policías, y juntos, por propia calentura, las armas
incandescentes y los huesos lirondos y pelados, se enterraban por sí solos en el
asfalto. Vio que en un segundo llamas rojas y candentes envolvían a los
policías desde la cintura hacia arriba cubriendo en doradas flamas los brazos,
el torso y la cabeza que en instantes se volvían en huesos pelados, cayendo al
suelo lo que quedaba intacto de sus cuerpos, piernas y borceguíes, en medio
de horribles gritos y aullidos de dolor.

40El soldado Ur que muriera en la batalla de las Termópilas apilado con otros trescientos, volvió a
la vida y relató lo que había visto en el más allá durante los días en que estuvo a la espera de ser
quemado en lo alto de la pira.
La Caída del Imperio de las Virgenes 207

Unos pocos ardieron solo de las manos y salvaron sus vidas, no más de seis,
pero la mayoría murió carbonizado del torso hasta la cabeza, para caer luego
hacia atrás con sus piernas salvas e intactas calzadas con los brillosos
borceguíes y vistiendo los pulcros pantalones azules del uniforme, sostenidos
aún por sus ajustados cintos de redondas hebillas de acero.
De la cintura para arriba eran blancos esqueletos expuestos al sol.
Las dentaduras relucientes de los agentes parecían reírse del fuego que asaran
las carnes del cuerpo, en una sonrisa siniestra de oreja a oreja… si las tuviesen.
Los cincuenta componentes de escuadrón antidisturbios yacían en el suelo
carbonizados como si fuesen aquéllas mariposas que en círculos rodean la vela
encendida hasta que sus llamas las pulverizan.
Pero no todos murieron.
Unos pocos que al menor calor inmediatamente arrojaron lejos sus armas,
ardieron solamente de manos, y se salvaron quedando tullidos hasta el codo o
el hombro, pero no fueron más de cinco o seis.
Los gritos de dolor que daban éstos seis policías ígneos eran espeluznantes, y
eso indujo a los restantes que no componían el cuerpo antidisturbios sino de
apoyo logístico con escudos y garrotes, y que estaban sanos y salvos
distribuidos por las veredas circundantes, a huir en tropel de aquél
pandemonio buscando refugio dentro de la comisaría, como si fuesen a la misa
de los domingos.
El padre Benetti sintió terror al ver lo que pasaba, sin comprender en qué
lucha o batalla estaba metido el pueblo y la policía, y casi al instante de
ponerse nuevamente en pie, oyó otra terrible explosión que lo volvió a echar al
suelo de espaldas.
De allí vio volar por el cielo los techos del fondo de la comisaría.
Inmediatamente se apretujó contra el piso temblando de miedo, ocultando su
cabeza entre los brazos para no ser golpeado por miles de escombros, tejas,
maderas y cascotes que caían como una lluvia maldita del cielo.
Poco antes de estallar la comisaría, el personal que sobrevivió a la masacre
huyó hacia los fondos sin que nadie se atreviese a tocar nuevamente un arma,
y menos apuntar al hombre de blanco.
Se apretujaron todos alrededor de la gruta donde estaba la Virgen Peregrina
patrona de la institución, para suplicar su divina protección.
En el hombre, siempre hay más confianza depositada sobre una imagen, que
en la fe limpia y clara puesta en el Salvador.
Desde el teléfono de la guardia, se llamó urgente a gendarmería y a la
prefectura para que enviasen la mayor cantidad de personal y armas
disponibles, pues el terrorista de blanco posiblemente tuviera una
poderosísima escondida en los pliegues de su ancha manga.
Quizá fuese un arma nuclear, pues carbonizaba en segundos a comercios,
hacía volar enormes camiones y autos patrulleros, y achicharraban las de los
agentes junto con sus cuerpos dejándolos en blancos esqueletos de huesos
mondos y lirondos. De manera que sería conveniente trajeran las armas más
modernas y poderosas que tuvieran.
208 La Caída del Imperio de las Virgenes

Todos los policías sobrevivientes se escondieron aterrorizados dentro de la


repartición mirando la calle por los visillos de las ventanas, y al ver pasar al
hombre de blanco caminando por el medio de ella, se escondieron en el más
absoluto silencio bajo las mesas de las oficinas, rogando la protección divina
de la virgen, y suspiraron aliviados cuando la alta figura blanca e impecable
desapareció de la vista en dirección al Banco Provincia de la siguiente esquina.
Pero el peligro no se fue.
Cuando se pusieron nuevamente de pie, vieron aterrados que el hombre de
blanco había retrocedido nuevamente sobre sus pasos y estaba ahora parado
en el medio de la calle frente a la entrada principal de la comisaría, mirando
fijamente al edificio.
Algo atrajo su atención tardíamente, y por largo tiempo quedó parado en el
medio de la calle mirando al parecer la fachada de la institución.
Desde las veredas, en las cálidas noches de verano, los transeúntes podían ver
allá en los fondos de la comisaría, la artística gruta de piedras barnizadas que
albergaba la imagen Peregrina de María, patrona y generala de la institución,
tras una pequeña puertecita de vidrio infinitamente iluminada por potentes
focos fluorescentes.
Incontables flores naturales puestas en recipientes con agua aromaban
constantemente los pliegues celestes de la diosa María Madre de Dios y
Nuestra, la Reina de todo lo Creado en el Cielo y en la Tierra.
Los agentes aterrados tomaron las ametralladoras de la guardia y parapetados
tras las ventanas dispararon infinitos proyectiles al hombre parado en la calle,
que atravesaron su pecho sin producirle daño alguno, para estrellarse contra
las coquetas vidrieras de la óptica de Fausto Del Vecchio, haciendo astillas a
cientos de anteojos expuestos tras ellas, y a infinitos cuadros de diplomas en
especialidades ópticas del profesional colgados en las paredes de su interior.
Una de éstas balas impactó en el borde del cordón de la calle produciendo en
el cemento una fugaz chispa que incendió una larga estela de nafta derramada
por el auto patrullero patas arriba, y de inmediato una lengua de azul fuego
hizo que el vehículo explotara levantándose por los aires para dar de lleno
contra las paredes del estudio jurídico del abogado Ojeda.
Todo entró en combustión, el auto, el kiosco y los cadáveres de debajo.
El hombre de blanco, indiferente, miró desde la calle la bella imagen que aún
refulgía con sus luces encendidas, y con un suave gesto de sus manos y un
desprecio patente en su rostro, hizo estallar la pequeña gruta en una soberbia
explosión que levantó por los aires a varios agentes que estaban arrodillados
suplicando su divina protección, junto con el techo de la galería y las paredes
de las celdas ubicadas detrás, produciendo tan fuerte estampido que derribó
de cuajo el mástil de la bandera e hizo flamear los cimientos y paredes de las
casas lindantes de la cuadra.
Todo voló por los aires, gruta, imagen sagrada, piedras barnizadas, chapas,
maderas, escombros y ladrillos, y los cuerpos de unos diez devotos policías
que cayeron después pesadamente en el medio de la calle, desarticulados y
muertos en grotescas posiciones simiescas.
La Caída del Imperio de las Virgenes 209

La atrayente gruta que pergeñara años atrás el famoso plástico y diseñador


local Osvaldo Patricio Cruz, llamado artísticamente “El Negro”, se pulverizó
en un instante, junto con la santísima virgen de yeso bendecida en Itatí, la que
explotó como una bomba, y uno de sus pedazos, su bellísima cabeza de ojos
grandes y zalameros, fue a caer casi a los pies del Señor donde siempre
debiera haber estado, junto con los restos que otrora fueron sus brazos y sus
manos, mezclados con infinitos trozos de ladrillos, tejas y maderas.
Las paredes internas de la comisaría se desplomaron en una cascada de
ladrillos por el estampido, y quedaron expuestos enormes boquetes que los
presos de las celdas del fondo aprovecharon para fugar en medio de la
confusión y el terror que mantenían paralizados a los policías.
Esa fue la explosión que derribara de bruces al padre Benetti media cuadra
antes, cuando se levantaba del suelo al que minutos antes se tirara para
protegerse de las balas de los agentes que ardían espontáneamente sin aflojar
el dedo del gatillo.
El padre Benetti inmediatamente se giró sobre sí mismo acurrucándose para
dar la espalda a una infernal lluvia de escombros que caía del cielo.
Protegió su cabeza con ambas manos, y aún así, de tantos que llovían, un gran
trozo de cemento cayó sobre sus espaldas, tan grande y tan pesado, que por el
dolor que le produjo no dudó que seguramente le habría roto una costilla.
Pero inmediatamente se levantó y corrió hasta la esquina, llegando a ella por
la vereda del Banco Nación, frente al cual estaban unos cincuenta cuerpos de
agentes cuyos torsos y brazos carbonizados dejaban ver sus cráneos, costillas,
tarsos y metatarsos al aire libre, y el panorama siniestro y dantesco casi lo hace
desmayar y vomitar.
Pensó que todo era una pesadilla, de ésas de la que uno no puede despertar.
Unos pocos agentes que aún vivían, lloraban lastimosamente la pérdida de sus
manos y brazos, retorciéndose de dolor en el suelo y pidiendo a gritos que los
socorriesen, y su cantidad no pasaba de cuatro o cinco.
Sus armas eran tortas aplastadas que estando aún al rojo vivo agujereaban el
asfalto de la calle en pequeños cráteres hasta enfriarse bajo la tierra,
enterrando a la vez los huesos de los brazos de sus dueños.
Pero mirando hacia atrás, hacia la escuela Normal, una incontenible náusea
asomó por la garganta a su boca, y de allí al piso emergió una oleada de
vómitos con todo lo que cenara junto a su amada la noche anterior, un pollo
asado con puré, y un dolor agrio y agudo estrujó su estómago y casi se cae
desmayado al ver la horrible masacre que produjeron las balas de los policías
entre los alumnos, los profesores y los civiles, y tuvo la visión de estar en un
campo de concentración alemán rodeado de infinitos cadáveres en espera de
ser cremados, pero sin el gozo maléfico del general Heindrich.41

41Heindrich Himmler (1900-1945), oficial alemán conocido por su labor como jefe de las fuerzas de
policía nazis. Se sacó una foto caminando sobre los cadáveres judíos en los campos de exterminio
exclamando: “Dios me perdone, pero esto es lo que a mí me gusta”
210 La Caída del Imperio de las Virgenes

Cientos de cuerpos estaban abrazados, mutilados, partidos, destripados,


cortados, desmenuzados, amputados y cercenados por las infinitas balas que
dispararon las cincuenta ametralladoras de los agentes contra el pecho del
hombre de blanco, que lo atravesaron sin daño como si pasaran por un
paquete de manteca. Al borde de los cordones, se formaban rojos manantiales
con la sangre que manaban de los civiles muertos en las veredas, al mezclarse
con las de los masacrados en la calle.
Mareado por el espectáculo dantesco, casi se desmaya cuando sin querer sus
pies pisaron un brazo huérfano de cuerpo cuya mano agarraba firmemente un
portafolio negro como si dentro llevase una fortuna en lingotes de oro.
Caminó unos pasos más hasta tropezar con el cuerpo del buen profesor de
contabilidad Quique Noguera, a quien le faltaba completo el brazo derecho
que pisara unos metros antes, el que aferraba el maletín negro como si tuviese
un tesoro, aunque no había dentro otra cosa que lápices y papeles, y una tabla
de logaritmos.
Anonado y mareado, miró entonces hacia la iglesia, hacia la plaza San Martín,
y vio a lo lejos, pasando ya Rentas y el Registro Civil, al hombre que vestido
de blanco se alejaba caminando por el medio de la calle, en dirección a la
Catedral, y tras de sí se sumaban segundo tras segundo cientos de nuevos
curiosos, empleados de tiendas, ferreterías y comercios que se unían
hipnotizados a la procesión fantasmal detrás del enigmático personaje.
Entonces, pisando los cuerpos y los huesos calcinados de los cadáveres del
orden y la ley, el padre Benetti corrió tras Él, y al pasar por frente a la
comisaría, o lo que quedaba de ella, atravesó la calle cubierta de escombros y
ladrillos, y por mirar al hombre de blanco en la lejanía, quizá por no perderlo
entre la multitud que le seguía, su pié tropezó con algo duro que casi hizo que
se cayera de bruces al suelo, y sin duda por el dolor que sintió creyó haberse
roto uno o varios de sus dedos. Aulló de dolor, y mirando con qué piedra o
hierro tropezara, vio horrorizado que le había dado una tremenda patada a la
cabeza decapitada de la Virgen Peregrina de la policía, que le miraba con sus
bellos ojos abiertos y una sonrisa enigmática como la de Monalisa, que de tan
buena y gentil parecía pedirle perdón por el daño causado a los dedos de sus
pies. O quizá se burlaba socarronamente de él, pues el daño producido a sus
pies era ínfimo comparado con el perjuicio causado a su alma en tantos años
de idolatría hacia ella.

Si tus pies corren presurosos hacia la idolatría, córtalos, pues es preferible que
llegues cojo a los cielos antes que corriendo a los infiernos.

Entonces comprendió que las palabras y profecías que el Hombre Fiel le dijera
unos años atrás, cuando por pocos meses antes de la guerra, en la época del
Gran Tornado, fuese su amigo de charlas y filosofías conversando largas horas
sobre la Biblia, sobre la mariolatría, las imágenes y otros infinitos temas que
cada cual defendía o rechazaba, se estaban cumpliendo en éste preciso día de
primavera.
La Caída del Imperio de las Virgenes 211

- Cuando Ud. vea, padre Benetti, -le dijo el Hombre Fiel - que las piedras
levitan como plumas y lo liviano se vuelve plomo, cuando las estrellas finjan
que bajan del cielo, cuando vea que las imágenes que Ud. ama e idolatra se
derriten abrasadas por el fuego, exploten, revienten y ardan, y cuando brazos
y piernas se desprendan de los cuerpos y dejen ver los huesos astillados;
cuando sus pies hollen cabezas y brazos mutilados, y que una furia titánica
nunca vista despedace las imágenes que tanto ama el católico, sabrá el pueblo
mariano que el Señor ha llegado a terminar con la idolatría que desprecia y
odia. Cuando vea a las estatuas sin sus cabezas y sin sus manos, cuando
caigan estrepitosas al suelo cruces y altas antenas de radios diabólicas sabrá
Ud. que es el tiempo del final del catolicismo. Su iglesia será barrida de
inmundicias y aseada con la Palabra de Dios para que cualquier cristiano
pueda entrar a ella sin otro amor que al Señor Jesús, limpio, claro y puro, y se
llenará por fin de cristianos su seno, y en sus bancos ya no estarán los
amadores de vírgenes y estatuas. Serán los católicos una humilde secta para
Jesús antes que una pomposa iglesia para el papa. No habrá madres, vírgenes
ni santos milagrosos que el demonio ocupa para destruir los puros Evangelios
de Jesús el Salvador. Yo no lo veré, pues mi hora pronto llegará en manos de
los que siguen al maligno y no al Señor. Pero Ud. sí, y si quiere salvarse de la
masacre y de la destrucción, en aquél día arroje lejos de sí toda cruz, medalla,
rosario o estampita con que cargue su cuerpo, para no sufrir en el alma la
repulsión y la ira del Señor, y corra a ponerse bajo su sumisión, abandonando
todos los ídolos a los cuales dedicó vanamente su vida. Y benditas serán desde
aquél día las sectas cristianas que desechan las fábulas clericales siguiendo
solamente al Señor Jesús, pues ellas progresarán y se multiplicarán
infinitamente, y Él morará en ellas por fieles al Salvador.- le profetizó como
otro Malaquías. Jamás le creyó, y apenas germinó en su alma una pequeña
sospecha de que en algo tenía razón.
No hay ni la más ínfima razón para adorar o venerar a María ni a santo
alguno, teniendo solamente a Jesús en el corazón.
La iglesia, su iglesia católica, cambió en muchos aspectos al Jesús Salvador por
la fabulosa María Madre de Dios. Por ejemplo, prefirió radicalmente las
buenas obras a las cuales consideraba de más importancia que la sangre del
Salvador, a pesar que en Romanos 3:28 dice: "Afirmamos por lo tanto que el
hombre se justifica por la fe con independencia de las obras que manda la ley.”
Bautizamos a niños recién nacidos para que cuando grandes y razonen por sí
propios, se bauticen verdaderamente en las iglesias evangelistas, aceptando
para siempre al Señor Jesús. Ninguno de los apóstoles tenía autoridad sobre
los demás, ni era adorado, y nosotros los católicos tenemos al papa como a un
Dios que alimentamos y vestimos como si fuese un verdadero gusano parásito
de los diezmos. Nuestro Vicario maneja fortunas metidas en bancos y
empresas. Y al ser infalible, puede anular matrimonios que ante Dios son
indisolubles, pero no de los pobres, sino de los reyes y príncipes que bien
pagan en oro la anulación del sagrado vínculo. El papa y nosotros los
sacerdotes podemos perdonar pecados como si fuésemos Dios mismo…
212 La Caída del Imperio de las Virgenes

Y todo lo vaticinado por el Hombre Fiel se estaba cumpliendo en aquélla


mañana de primavera, principalmente lo que se refería a los huesos
desprendidos y a la vista de los trescientos cuerpos que estaban cortados,
acribillados o calcinados en la calle.
Además, la cabeza dura y granítica de su ídola la Virgen María estaba
derrumbada en el suelo, con la cual tropezara y se rompiera sin dudas uno o
varios de sus dedos.
No más de cinco minutos antes había pisado el brazo desprendido del
profesor Noguera, aun cubierto por entero con la manga de su eterna campera
azul, aferrando firmemente con los dedos su negro portafolios escolar.
Corrió entonces renqueando tras su Salvador, y al sentir que su gruesa
medalla y pesada cadena de oro golpeaban acompasadamente su pecho,
recordó que el Hombre Fiel le había dicho que en aquél día se alejase de
cualquier imagen para ir a postrarse limpio y puro ante la presencia de su
único y suficiente Salvador, y arrancándosela de un violento tirón que le
dejara una fina huella de sangre en la nuca, la arrojó lejos gritando:
- ¡Él es el Señor! ¡Él es el Señor! -
A empujones se abrió paso entre la gente corriendo desaforadamente.
El dedo gordo del pié derecho le dolía como mil demonios y sus zapatos se
tiñeron de rojo por su propia sangre.

“El Señor me perdone, -repetía en voz alta para sí- por ocultar al
ignorante que las imágenes nunca lloran ni sangran por los ojos
como hacemos creer a los tontos para quitarles sus dineros y
transformarlos en crédulos católicos y marianos. En los seminarios
nos enseñan a hacer éstas cosas porque nos dicen que el pueblo
católico es tan ignorante de las Escrituras que se necesitan de fábulas
y huesos milagrosos para llevarlos hacia Dios. Nos dicen que las
mentiras, si son favorables a la causa de los Evangelios, son piadosas
y divinas, y antes que castigos tienen grandes premios en el cielo
para nosotros los que las inventamos. Las cruzadas realizadas en
épocas antiguas para exterminar a millones de herejes que no
aceptaban la supremacía del papa, -nos instruyen- eran consentidas
y favorecidas por Dios y por el papa, igual que las fábulas de la
actualidad para imponer a María como la madre de todos los
hombres, cuando en verdad fuimos, somos y seremos hijos de Dios.
Estas tonterías usa nuestra iglesia católica para engañar al pueblo
cristiano, y el Señor me perdone por ocultarlo creyendo hacer un
bien antes que el irreparable daño de condenar a las almas al fuego
eterno, apartándolas de Jesús. Nosotros los sacerdotes inventamos
estas fábulas desde los claustros porque nos enseñan que debemos
mantener a los fieles de María con cuentos, mensajes y milagros
celestiales que vienen del cielo. El libro de la escritora Perkins es una
horrible mentira que inventaron el obispo Santillán y el padre Gumercindo,
llevados por el afán de exaltar a María como si fuese Dios en
La Caída del Imperio de las Virgenes 213

persona, para que la gente crea que se salvará por su gracia y no por
el perdón que viene solamente del creer en Jesús. El Jesús que
caminó sobre las aguas debe ser destruido porque no pide limosnas
para sostener la magnificencia del obispo, y debe ser exaltada la
bendita María que ascendió a los cielos y produce grandes ganancias
en la tierra. Para mantener vivas estas devociones a vírgenes y
santos, la iglesia necesita dinero, mucho dinero, y las limosnas y las
donaciones de los creyentes vienen por María y no por Jesús, y
nuestras arcas se enriquecen gracias a la idolatría de infinitas
devociones que propagamos entre los fieles. Por Jesús no entra una
moneda en la tesorería de la iglesia, y las treinta de plata que
solamente Judas pudo conseguir por traicionarlo, el muy imbécil las
devolvió arrepentido para después ahorcarse de un árbol.
Inventamos santas que atraviesan las paredes, santos que hablan con
los pajaritos, niños que traen mensajes de la virgen, soles que giran
en el cielo, medallitas milagrosas, mantos sagrados, escapularios
salvadores, huesos santos y sanadores, estatuas negras de San La
Muerte, palmas, velas, e inciensos para la buena suerte, y mensajes
venidos del cielo que cuanto más estúpidos, tanto más creíbles son.
María es una necia, o muy poco inteligente, pues desde hace siglos se
queja siempre de lo mismo: está dolida por el poco amor que se le
brinda, que necesita más devoción hacia su sagrada persona, que su
Hijo está muy enojado con nosotros y que ella ya no puede contener
la furia de su brazo, que necesita que se le erijan nuevas basílicas y
capillas, y otras falsedades. Siendo reina del cielo y de la tierra, aún
no puede encontrar una solución perfecta para su congoja, y dejar de
quejarse eternamente. Dice además que un papa vestido de blanco
será asesinado, que tal o cual arroyo de aguas claras y cristalinas
curarán las enfermedades si a su vera se levanta una basílica en su
honor y otras infinitas tonterías que hacen la delicia de los idólatras.
Hacemos creer al pueblo que su estatua llora por nosotros,
colocándole en su interior cañitos y sueros que descargan lentamente
dolidas lágrimas por los ojos de su bello rostro. La iglesia católica
debe mucho a la medicina, porque después que perfeccionó las
transfusiones de sangre, y la chapita que regula el paso del líquido,
los sacerdotes no dejamos ojos de santas sin lágrimas de sueros ni
santos que no sangren por las manos en casi imperceptibles gotas.
Nosotros los sacerdotes hacemos llorar roja sangre a San José a
través de pequeños orificios practicados detrás de sus ojos, para
fabricar éstos tontos y pueriles milagros que reportan jugosas
donaciones de los idiotas y necios que los creen. De vez en cuando
exponemos un sacerdote cuyas manos sangran en los mismos
lugares donde Cristo fuera traspasado con clavos (que dicho sea de
paso no se sabe, ya que unos dicen que en las palmas y otros en las
muñecas) con la simple engañifa de untarse con dos ácidos
214 La Caída del Imperio de las Virgenes

diferentes e inofensivos cada mano, que al unirlas frente al púlpito


elevando invocaciones a María producen una reacción química que
le queman la piel hasta hacerlas sangrar, y el milagro está hecho y
derecho, como en el caso del padre Pío Pietralchini. ¡A cuántos
engañamos con éste farsante que una vez muerto dejó de sangrar, al
no poder untarse las manos y los pies con sus milagrosos unguentos!
A veces ocupamos a un sacerdote o a un devoto insensible al dolor
por una enfermedad terminal como la lepra, o un defecto de parálisis
a los sufrimientos, el que todas las noches se traspasa las manos y los
pies con un clavo sin sufrir dolencia alguna, para propagar al día
siguiente con sus heridas aún sangrantes, siempre en forma de cruz,
que solo en el catolicismo están los estigmas de Jesús y que nuestra
iglesia católica es la verdadera, ya que los protestantes no tienen
santos que sangren como los nuestros.”-

El padre Benetti se arrepintió haber sido cómplice por cuarenta años de las
fábulas que elevaron a una irreal e inexistente virgen María a un peldaño
superior al de Jesús, tomando su iglesia falsa e idolátrica el atrevimiento de
llamarla Madre de Dios, y Reina del Cielo y de la Tierra, y sintió la misma
furia que sentía el Hombre Fiel hacia esas patrañas inventadas en el medioevo
pero aún vigentes en el 2030. La hermética e inexpugnable caja fuerte de su
cerebro, que en los seminarios sus superiores atornillaron con éstas absurdas
creencias y mentiras piadosas dentro, y le aseguraron ser justas y necesarias
para atraer al rebaño antes que con la Palabra, se abrió frente a la nueva luz
que viniera al pueblo en forma de un hombre de túnica blanca.
¡Con razón lo que primero nos enseñan es que la Biblia no es la única fuente
de fe! ¡Con razón nos hacen creer que las disposiciones y dogmas que emiten
los papas son infalibles por venir de Dios!
Corrió hacia su Salvador gritando:
- ¡El Señor ha venido a castigarnos! ¡El Señor ha venido a castigarnos!-
No vio que una turba de curiosos peleaba y forcejeaba a las trompadas y
patadas para apoderarse de su gruesa cadena y medalla de oro macizos, en las
amplias veredas del comercio de ropas deportivas “El Sportman” del
acérrimo católico español Juanjo Martínez.
Uno que la había tomado antes de que cayera al suelo, fue derribado sin
soltarla de una violenta patada en las espaldas, hasta que le dieran otro
furibundo puntapié en la cara, lo que hizo que la cadena se desprendiera de
sus manos, junto con varios dientes de su boca.
Sin duda, la medalla y la cadena eran otro milagro de María caído del cielo
para sus acólitos y fanáticos, y quizá de ahí naciera una nueva devoción.
Mientras, el hombre de blanco ya se había alejado ostensiblemente de los
muertos que dejara a sus espaldas, pasando el Banco Provincia, la “Tienda
Salgado”, la “Farmacia Vega”, y la heladería “Dulzura”, y se acercaba ahora a
la esquina de la Intendencia, frente a la plaza principal del pueblo llamada
apropiadamente General San Martín, en honor a su máximo patriota.
La Caída del Imperio de las Virgenes 215

En la esquina de la Intendencia, una mujer muy anciana, devota de María


Virgen desde su nacimiento, esperaba desde horas muy tempranas que le
dieran una caja de comestibles que repartiera Asistencia Social el día anterior,
que por no saberlo ayer la vino a buscar hoy, y que gracias a la gentileza
siempre patente y manifiesta del concejal Eduardo Buero, se la había guardado
en los armarios del Ejecutivo para entregársela sin inconvenientes a su
correligionaria autonomista conocida de muchos años atrás.
Esta anciana observó al hombre de blanco que pasó por el medio de la calle
mirando la alta cúpula de la Catedral, a cuyo final remataba una gran cruz
metálica provista de cientos de focos azules, el color preferido de María, que se
iluminaba por las noches como si fuese un cometa, y en medio de la oscuridad
del cielo parecía flotar como un mágico barrilete sin riendas, plácido y sereno.
La anciana observó con furia al caminante, pues algo no le agradó de él.
Quizá fuera su largo pelo o su tupida barba, detalles que siempre tuvo por
inutilidad y dejadez de espíritu, o su extraña vestimenta propia de un
homosexual, o tal vez porque no se dignó siquiera a mirarla al pasar a su lado,
sin tener el más mínimo respeto ni saludar a una anciana que jamás hizo mal a
nadie y muy devota de María Diosa antes que de otro ídolo cualquier.
El hombre pasó indiferente a su lado hasta llegar a las escalinatas de la
catedral, y mirando sus altas fachadas exclamó estos versos cátaros que en la
edad media cantaban los cristianos antes de arder en las llamas de la
Inquisición:

Iglesia de Satanás, por tu culpa a miles has perdido


con mentiras y fábulas delirantes habéis urdido
cegando los ojos de los que buscan al Señor,
haciéndoles creer que van por el camino mejor.
Por Satanás fuiste elegida y los que te siguen
en el reino de Dios no tendrán mejor vida
tu condena ha sido la abominable idolatría.
Para ti y los tuyos las esperanzas son perdidas

Esto lo declamó en arameo, así que nadie entendió su enojo, y hasta hubo
alguno que creyó ser una bendición para la iglesia católica, si no fuera por la
furia que como rayos se desprendían de su mirada.
Pero no, no era una bendición.
No era el Angelus, ni el Avemaría y menos un Rosario de la Aurora.
Más bien fue un canto de furia, una maldición ancestral que venía de muy
lejos, pues el hombre apuntó con su manos a la majestuosa cruz de metal allá
en la cima, y al instante las riendas que la sostenían se cortaron produciendo el
estampido de un látigo al resonar, para retorcerse como un gusano enfermo
hasta desprenderse de sus soportes y balancear peligrosamente hacia sus
costados, precipitándose luego al vacío para venir a estrellarse
estrepitosamente en la vereda de Cáritas, la tienda de ropas usadas regenteada
por el padre Buendía, al costado del templo.
216 La Caída del Imperio de las Virgenes

La cruz que antes parecía minúscula en lo alto del cielo con el universo a sus
espaldas, era ahora un armatoste de hierros retorcidos y enmarañados de unos
cuatro metros de largo por dos de ancho, cuyos cientos de focos azules
reventaron como bombas o petardos al estrellarse en el piso, y lo que antes era
una cruz milagrosa flotando en el espacio, ahora era una gigantesca pelota de
metal retorcida en el suelo, sin ninguna virtud.
El mismo fin y a un mismo tiempo tuvo la alta antena de Radio María, en los
fondos del patio de la catedral, que simplemente era una repetidora de la
estación central afincada en la ciudad de Córdoba, la que se precipitó a tierra
con agudos sonidos de hierros retorcidos, interrumpiendo de lleno el Rosario
de la Mañana que llevaban sus ondas a miles de marianos en aquéllos precisos
momentos, en honor a su Salvadora. El fin de la radio no era otro que llevar al
pueblo hacia María, alejándolo de Dios. Fue el esténtor de una radio infame
que las veinticuatro horas del día hartaba con el Rosario en honor a María
antes que el sagrado Padrenuestro para Dios. Fue el fin de una radio diabólica
que instruía a los católicos en vidas de santos antes que en la del Señor Jesús,
en fábulas milagrosas de beatos y en mitologías griegas de héroes y dioses
troyanos y griegos que destruían los Evangelios, mezclando a Zeus con Javeh,
a Hermes con Gabriel y a Hércules con Sansón.
En un hueco de la pared de la torre central, poco más abajo del reloj y el
campanario, estaba refugiada y guarecida una alta imagen de María en
mármol o cemento blanco, infinitamente manchada en los hombros por las
deposiciones fecales de las palomas que de noche la arrullaban y dormían
sobre su cabeza y sus hombros.
Ni las palomas se sometían a su ficticia autoridad pues con sus heces
manchaban indiferentes su divina pureza y su inmaculada condición.
La imagen sostenía a su Hijo en uno de sus brazos, mientras que en las manos
del otro portaba una fina varilla de bronce que remataba con una estrellita en
su final, algo así como las varitas mágicas que usan las hadas madrinas.
Esta imagen en nada gustó al hombre de blanco, y con un gesto imperceptible
de sus manos, hizo estallar la estatua con hijo y varita mágica en mil pedazos,
que tiñeron la vereda de cal y cemento blanco como si hubiese nevado.
La destrucción de María de yeso provocó un fuerte estampido que hizo que la
gente, se tirara al suelo o se refugiara escondida tras los árboles de la plaza.
Una fuerte exclamación de asombro y suspenso se escapó de cientos de bocas
hastiadas de tragar hostias ante tanta vejación a una estatua sagrada.
Sin embargo, la anciana que esperaba su caja alimentaria frente a la
Intendencia, al ver que destruían su cruz amada y la sagrada imagen de su
Salvadora que llevara en su pecho y su alma por más de noventa años, se
acercó más que nadie al subversivo, pues siendo sorda como una tapia nada
había oído de la explosión que causara gran miedo entre la turba que se
mantenía alejada remolineando en la plaza, y furiosa le increpó al causante de
la destrucción de sus adoradas imágenes:
-¡Maldito sea el vientre que te llevó y malditos los pechos que te
amamantaron!- le maldijo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 217

El hombre se dio vuelta mirándola con furia y enojo y con una voz que hizo
temblar la tierra, mostrándole la palma abierta de su mano derecha, como si
quisiese detenerla o ahuyentarla, le respondió:
-¡Malditos más bien los que siguen falsos ídolos de vientres vacíos y los
senos sin la leche de la Palabra de Dios!-
La miró con ira y por alguna razón desconocida, la anciana abrió grandes los
ojos cual si la electrocutaran, y sus cabellos se erizaron como si fuesen púas
que dejaban saltar pequeñas chispas azules al aire, como si pasase por su
cuerpo cinco mil voltios de electricidad, y la mujer se carbonizó al instante
quedando en pie hecha una negra estatua de carbón como la mujer de Lot en
blanca sal, despidiendo finos hilillos de humo de su cabeza, para después caer
de espaldas tendida al suelo.
Algunos quisieron auxiliarla movidos por la humana compasión, pero nadie
se atrevió tocarla, por no seguir su mismo camino de morir electrocutado o
carbonizado, ni enfurecer al terrorista.
Entonces el hombre de blanco subió lentamente las escalinatas hasta llegar al
atrio, y se enfrentó a las enormes puertas de madera maciza de la iglesia
Catedral Inmaculada Concepción, de casi cuatro metros de altura, que aún
estaban fuertemente cerradas por adentro con sus gruesas trabas y pasadores.
Por las mañanas, las puertas de la iglesia se abrían generalmente casi al filo de
las nueve, porque los sacerdotes que viven dentro de ella, desde muy
temprano entonan ensimismados el rosario por largas horas, sin catar que el
tiempo se escurre como el agua de las manos en ésas tonterías improductivas,
en vez de brindar el camino libre que acerque a los hombres a Dios.
Del costado de la iglesia, desde la puerta de entrada a la Secretaría, uno de los
sacerdotes salió a la vereda y le gritó con rabia e indignación:
-¡Loco de mierda! ¿Porqué destruyes nuestras sagradas imágenes?-
El que así le habló tan irrespetuosamente dijo esto con toda la furia y la ira que
le nacía desde el fondo de su alma, al ver el destrozo de los ídolos que tanto
amaba, sin pensar ni imaginar que ésas serían sus últimas palabras.

*************************
218 La Caída del Imperio de las Virgenes

V
El final de la Idolatría

El obispo Santillán tampoco se llevaba bien con el padre español José Buendía,
no porque tuviese defectos que no le gustaran, como el traer de España a una
bellísima joven de ojos muy verdes que decía ser su sobrina, lo que daba al
vulgo ocasión de echar habladurías infundadas de relaciones sexuales entre tío
y sobrina, sino por ser un hombre muy ambicioso y un empresario destacado
y exitoso… con el dinero que pertenecía a la iglesia.
Lo odiaba por envidia, pues en poco tiempo su pujante emprendimiento y su
firme voluntad de que la iglesia progresara generando entradas de dineros
más cuantiosas que las monedas de las limosnas de las misas, innovó el pueblo
con grandes empresas católicas que no se sabía bien si eran del obispado o
propiedad suya.
Así por ejemplo, levantó la Radio María que pidiera la Virgen a través de sus
apariciones a la escritora Cristina Perkins; puso un frigorífico para faenar
cerdos, y luego vender sus productos embutidos en los comercios locales; creó
escuelas primarias, secundarias y terciarias privadas, sin que nadie supiese a
dónde iban a parar las cuotas mensuales de los alumnos, si a la iglesia o a su
bolsillo; abrió un almacén de ropas usadas para ayudar a los pobres bajo el
cartel de Cáritas Diocesana abarrotándolo hasta el techo de prendas que
conseguía gratis en Europa y acá se vendían por la módica suma de cinco
pesos cada una; generó trabajos, empleos y oficios para infinidad de gente que
gracias a sus empresas pudieron salir de las miserias de la desocupación;
levantó una estatua de Santo Tomás, patrono del pueblo, en el barrio del
Cerro, con la colaboración del intendente Carlos Farizano, y otra enorme de
María en su entrada, y se propuso a hacerla conocer con más fuerza y amor a
través de programas en televisión y radios; creó canchas de fútbol para niños y
estableció nuevas disposiciones para enseñarles un moderno catecismo,
aplicando las recientes reformas que se hicieron en el Padrenuestro y en las
ceremonias de la misa, bautismos y casamientos; fue el creador y fundador de
un moderno seminario desde donde en siete años de estudios filosóficos
saldrían nuevos y jóvenes sacerdotes locales, en fin, tantos emprendimientos y
proyectos realizó, que el pueblo progresó estrepitosamente tomado de la mano
de la iglesia católica. En una palabra, desde su llegada a Santo Tomé el padre
Buendía provocó tal explosión de progresos y adelantos para la iglesia y para
la ciudad, al punto que la gente más le buscaba a él para resolver sus
problemas espirituales, de dineros, de matrimonio, de deudas, de boletas de
luz o de agua, de ropas o de alimentos, de faltas de camas y colchones, de
frazadas en los inviernos, o lo que fuese, antes que perder tiempo con el
obispo a quien nunca se lo veía ni encontraba, ni daba nada, si no fuesen sus
santísimas manos para que se las besasen después de las misas de los
domingos. A veces el obispo pensaba que si siguiese dejando al padre Buendía
hacer sus buenas obras, le estaba abriendo él mismo las puertas para su futura
beatificación, ya que cada día que pasaba la gente más lo quería y amaba.
La Caída del Imperio de las Virgenes 219

No podía soportar el obispo que al padre Buendía los fieles le mostraran


tantos signos de afectos y amor, y que constantemente le abrazaban y le
palmeaban las espaldas como si fuese un ángel de Dios, mientras que a él, que
ejercía el obispado por mas de cincuenta años, culminando las misas, apenas le
besaban las manos con labios fríos y ríspidos con gran respeto y como si fuese
una obligación ineludible para entrar en el reino de los cielos.
Por más que pensara y meditara, no podía desentrañar qué misterio había en
la personalidad del padre Buendía, que andando por la calle constantemente,
lejos del púlpito, hacía más fieles a la iglesia católica que el obispo con sus
magníficos sermones y ceremonias de la misa, a la cual entraba por la puerta
de calle portando su sagrado bastón y su tiara dorada bendiciendo a los
presentes, seguido de veinte monaguillos con banderitas y sahumerios.
El problema entre ambos clérigos estalló cuando el obispo se enteró que para
todos sus emprendimientos comerciales privados, el padre Buendía ocupaba
los dineros de donaciones que él mismo conseguía en Europa para la Iglesia,
sin dar cuenta de ellas a sus superiores y menos a su Excelencia.
El truco era muy similar al utilizado en Buenos Aires por el padre Grassi, que
conseguía ayuda monetaria para su fundación “Felices los Niños” en canales
televisivos y empresas, a fin de proveerlos de camas, colchones y frazadas
para después vejarlos sexualmente, con la diferencia que el Padre Buendía no
tenía perversiones sexuales degeneradas sino más bien ambiciones
comerciales que generaran fortunas para la iglesia, y de paso para sus
bolsillos. Antes que la pesada cruz de los Evangelios sobre sus espaldas,
llevaba la liviana hostia del comercio y los billetes en su alma.
Además, como el padre Buendía podía retirar los fondos de la Tesorería de la
Catedral con su sola firma, el obispo descubrió que faltaba gran cantidad de
dineros de la cuenta corriente del Banco de la Provincia, sin él consentirlo.
Inmediatamente el obispo pidió el traslado del sacerdote, lo que le fue
concedido, pero el pueblo que le quería mucho más que a él, trató de impedir
su partida con manifestaciones callejeras de protestas, ruegos y lágrimas, a las
cuales su Excelencia hizo caso omiso, e incluso se rió a solas de los tontos que
portaban pancartas pidiendo la anulación de su remoción.
Siendo el pueblo frío y apático por naturaleza, el obispo se reía de las exiguas
manifestaciones de católicos, de no más de cien personas, que con carteles y
pancartas cortaban la calle frente a la Catedral pidiendo que el padre Buendía
no fuese trasladado. Pero lo fue. Al verse destinado a lugares distantes de sus
empresas ya en marcha, sin tener la posibilidad de controlarlas, cuidarlas ni
vigilarlas, dicen unos que el padre Buendía abandonó la curia y se casó con su
secretaria para dedicarse en más al comercio y a la vida familiar, sin que esto
se pudiese confirmar, porque desde el día que se fuera del pueblo, poco y
nada se tuvieron noticias de su vida. Así, la mayoría de sus empresas privadas
se cerraron o quebraron. Casi con sesenta y cinco años, dicen que abandonó la
curia al comprender la estupidez del celibato, y la puerilidad de María para
ser salvos, aceptando finalmente al Jesús que caminara sobre las aguas como
único y suficiente Salvador.
220 La Caída del Imperio de las Virgenes

El haber sido echado de Santo Tomé por el obispo, le trajo dos satisfacciones
en la vida: la primera que conoció el amor puro y verdadero de una mujer, y
de la necesidad que tiene el hombre de ayuntarse sin que puedan imperar
disposiciones papales que obliguen a un sacerdote a llevar un triste y estúpido
celibato; y la segunda, antes que una satisfacción, fue la bendición que salvara
su vida yéndose de la iglesia dos meses antes de la venida del hombre de la
túnica blanca que la destruyera.
En cambio, el padre Benetti a quien también el obispo odiaba sin poder
conseguir su traslado, sí estaba en aquél glorioso día en el pueblo, corriendo
por el medio de la calle detrás de la multitud y gritando desaforadamente:
- ¡Él es el Señor! ¡Él es el Señor!-
Y quien lo viera arrojando lejos su gruesa cadena y medalla de oro macizo que
treinta años antes le regalara su familia cuando le impusieran las manos como
sacerdote de Dios, creería que estaba loco, desprendimiento que por fortuna
permitió que en aquél día siguiera viviendo y respirando.
Llegando a la catedral vio la cruz de hierro hecha una pelota de metal
retorcido en la acera, frente a Cáritas; vio, o mejor dicho no vio, que la alta
antena de Radio María había desaparacido detrás de la iglesia; vio los trozos
de cemento y yeso desparramados por la vereda y el hueco que quedara en la
pared allá en lo alto donde antes se refugiaba la Madre de Dios, ahora como
una boca abierta sin dientes, y las anchas espaldas del Mesiah, parado frente a
las puertas cerradas del templo, detrás del cual se arrodilló e hizo gestos con
las manos a la multitud para que todos hicieran lo mismo.
Al arrodillarse y mirar al suelo, descubrió que unos metros antes había pasado
sin ver, el cadáver carbonizado de una mujer que estaba tendida en el piso, lo
que pudo deducir dificultosamente solo por la forma de su cuerpo y los
trasgos de sus ropas humeantes.
Minutos antes, dentro de la Catedral e ignorante de lo que sucedía en sus
puertas, el padre Horacio en su cuarto de los fondos se peinaba frente al
espejo, ya vestido de sotana y con el rosario en la mano, listo para ir a la
cercana radio “Bunker” a hablar de la Madre de Dios y esparcir sus fábulas en
el programa mañanero “María vale la pena”, dirigido por Cachito Balmaceda,
un acérrimo mariano antes que cristiano, emisión solventada por los
carismáticos, por ser hoy el día de la Virgen de Guadalupe, patrona y generala
de México.
Diría que según la tradición, ya que jamás la iglesia católica puede presentar
prueba fehaciente alguna de cualquiera de sus fábulas clericales, que Nuestra
Señora la Virgen de Guadalupe se apareció en 1531 en Tepeyac al indio Juan
Diego, a quien le dio un ramo de rosas para que se lo llevara al obispo de
Zumárraga. ¡Válgame Dios!... ¿hay tiempo en el cielo para tamaña tontería?
La imagen de la Virgen apareció pintada en la tilma 42 del indio cuando éste
abrió la tela para mostrarle al obispo las flores que le enviaba la Señora.

42Manta de algodón que llevaban los hombres del campo a modo de capa, anudada sobre un
hombro.
La Caída del Imperio de las Virgenes 221

¡Oh, milagro necio y convincente!


El indio Juan Diego, fue beatificado años después solamente por llevar a cabo
su encomienda, y sin haber caminado sobre las aguas como Jesús ni haber
sufrido las espinas de su corona, hoy está en el cielo, intercediendo ante Dios,
repartiendo milagros y sanaciones de la mano de su Madre, la reina y señora
de aquéllos lares. En 1737 fue proclamada patrona de la nación mexicana, y
por supuesto, para mantener encendida y vigente esta estupidez en los
tiempos actuales, la Virgen de Guadalupe fue citada por Pío XII en 1945 como
“Emperatriz de las Américas”.
¡Qué fácil le es al Diablo desviar al pueblo de los caminos de Dios!
Y más fácil le fuera a la virgen dar las rosas al obispo personalmente y en
propias manos, delante de miles de fieles en una misa, antes que andar
perdiendo tiempo en enviar a un sucio y rotoso indio con la encomienda, que
sin tener culpa ninguna ni ganas de hacer el mandado, fue ocupado para que
la fábula tuviese visos de verdadera, pero que a la vez sea imposible de ser
comprobada ya que toda la historia es solamente sagrada tradición.
Bien podría ser, como dijeron muchos en aquéllos días, que el indio era medio
pícaro y burlador, por hacer una broma a los curas que invadieron sus tierras
para imponer la esclavitud religiosa entre sus hermanos, robó las mencionadas
flores del jardín de una descuidada vecina, y las envolvió en una capa que
tenía la imagen pintada de María de antemano, y el milagro pasó a ser una vil
e infantil patraña que aún perdura y perdurará por siglos.
Menos mal que la iglesia católica tiene en el Magisterio heredado de Jesús,
incontables sabios y doctores de la doctrina apostólica y preclaros e infalibles
papas que no se dejan engañar así como así, para que en un santiamén, si no
concuerda con la Palabra de Dios, principalmente con la advertencia de que el
maligno emplearía en los últimos tiempos toda clase de artimañas y engañifas
para apartarnos del Señor, descubrirán inmediatamente el fraude del indio
travieso y la iglesia dejará de creer en éstas fútiles tradiciones.
A todas estas tonterías, los marianos se aferran como tabla de salvación.
Entonces, sin saber de dónde procedía, el padre Horacio escuchó una
tremenda explosión que hizo temblar las paredes de la iglesia, y lo primero
que pensó fue que pusieron una bomba dentro de ella, y temiendo que el
edificio cayera sobre sus espaldas, atravesó corriendo los pasillos de la
secretaría para ganar la calle.
Muchas veces atentaron contra el templo, ya sea contra sus sacerdotes o contra
sus imágenes, así que desde un primer momento no dudó que la explosión
fuera seguro un nuevo ataque contra su purísima iglesia mariana, papal y
romana. En varias ocasiones enajenados mentales, siempre protestantes,
trataron de destruir las sagradas imágenes del templo con un pesado martillo,
o provistos de un enorme cuchillo, o con bidones de nafta con antorchas, e
incluso alguien le contó que muchos años atrás un desequilibrado quiso
asesinar en pleno centro de la ciudad al recién llegado padre Benetti, a quien
casi le corta el cuello con un cuchillo si no fuese por la rápida intervención de
la gente y de la policía que prestamente pudieron reducir al loco.
222 La Caída del Imperio de las Virgenes

Gracias a Dios el ataque se había producido en pleno centro de la ciudad, en la


vereda frente a la Policía y ante cientos de personas que lo impidieron.
Abriendo la puerta de calle el padre Horacio salió a la vereda, y quedó mudo y
helado al ver a más de tres mil personas que inundaban la plaza frente a su
amada iglesia, tres veces más de la que se reunía en las fiestas en honor a la
Virgen Inmaculada en los calurosos diciembres de su festividad, a la que
dificultosamente pudo divisar a través de una suave niebla de cal y cemento
blanco.
Miró sorprendido hacia el cielo por ver si nevaba y estupefacto vio que allá en
la cima faltaba la cruz de luces azules, y que lo que quedaba de ella ahora era
una pelota de hierros retorcidos que descansaba en la acera de Cáritas.
Las amplias veredas de la iglesia estaban cubiertas con escombros y ladrillos
desparramados por doquier, y a sus pies, vio truncada una blanca mano de
mármol, sosteniendo aún una fina varilla dorada que en su punta tenía una
estrella, y por ella supo que era un resto del sagrado cuerpo de María, cuya
imagen maciza en tamaño natural hasta momentos antes reinara allá en lo alto
de la torre, cerca del cielo.
Como todo buen mariano sintió ganas de llorar sobre los restos de María.
Entonces vio al Hombre de blanco parado en el atrio, proyectando su sombra
sobre las cerradas y macizas puertas de madera de la iglesia católica, y con
toda la furia que le permitían sus afeminados pulmones, con voz chillona y de
gata furiosa, avanzando con sus uñas prestas para arañarlo, le gritó
-¡Loco de mierda! ¿Por qué destruyes nuestras sagradas imágenes?
El hombre de blanco lentamente se dio vuelta para mirarlo, y así como le
hablara al Doro con amor, a éste le dijo con voz áspera y de enojo:
-¿Contra mi te levantas, Satanás? ¿Tú, que eres la vergüenza de los
Evangelios y de esta casa de Dios? ¿Tú, que perviertes a los jóvenes con actos
degenerados y que te acuestas con varones para ser traspasado, y que antes de
arrodillarte ante Dios por tus pecados te arrodillas ante las vergas de los
hombres para satisfacerlos? ¿Tú, que idolatras a tu fabulosa señora antes que a
tu Señor? ¿Tú, que esparces tradiciones papales antes que las Buenas Nuevas
de Dios? ¡Ah, asqueroso Satanás! En verdad te digo que el castigo a tus
perversiones y bajezas te ha llegado en ésta hora, vil víbora que antes que
mostrar los caminos del Señor, engañas al pueblo con fábulas pías y tiernas
detrás de hombres y mujeres santas.- sentenció.
Entonces el hombre infló sus mejillas y sopló un suave hálito sobre el padre
Horacio, que para él fue un tornado, pues una fuertísima ráfaga de viento
imparable llevaron hacia atrás sus cabellos y su sotana primeramente, y luego
a él, volando por los aires como si fuera un muñeco de trapo hasta ir a
estrellarse de espaldas contra el garaje donde el obispo Santillán guardaba su
lujosa camioneta por las noches.
Quien lo viera volar e impactar fuertemente contra la pared del garaje,
pensaría que fuera el Hombre Bala que arrojan los circos con un cañón, al que
le fallara el lugar de aterrizaje para ir a estrellarse lejos de la salvadora red
elástica.
La Caída del Imperio de las Virgenes 223

Pero la trayectoria del padre Horacio continuó, pues la pared del garaje, por
ser de quince y de ladrillos asentados en barro, no detuvo su camino.
El impacto violento de su cuerpo hizo que abriera un gran boquete en la pared
y la atravesara, yendo a caer adentro como una bolsa de huesos quebrados y
carnes retorcidas.
Su posición grotesca y enredada no dejó dudas a los que se atrevieron a mirar
por el agujero que el padre Horacio murió con todos los huesos rotos y
quebrados, al revés del Jesús a quien debiera haber seguido aún a los infiernos
antes que a María al cielo.
Allí estaba, con una pierna sobre su cabeza, con el brazo izquierdo saliéndole
por la derecha, después de pasar retorcida por detrás de la espalda, como un
fantoche de trapo arrojado al suelo con violencia.
Entonces, el hombre de blanco se volvió hacia las gigantescas puertas de sólida
madera de cedro que aún estaban cerradas por lo temprano de la hora, ya que
los sacerdotes las abrían después de las nueve de la mañana y por las tardes
después de la cinco por sufrir robos constantes que denigraban el respeto y la
honra que se merecían los objetos de culto, si no fuera en Viernes Santo o
fiestas de guardar, y ante una mirada penetrante y autoritaria temblaron como
si fuesen de papel y los tornillos de la cerradura y de las trancas de su interior
giraron como por magia en sentido inverso a las agujas de un reloj, y cayeron
al suelo con ruidos tintineantes de monedas pequeñas.
Y luego las dos hojas de madera maciza se abrieron de par en par, como así
también otras dos interiores llamadas de vaivén que no resistieron su paso, las
que contaban con vidrios opacos que impedían a los curiosos observar la misa
desde la calle, sin tomarse la molestia de entrar a escucharla.
La imponente figura del Hijo de Dios se recortó en el piso de la iglesia,
proyectaba por el sol que daba en sus espaldas, y como si fuese un fantasma,
su silueta alargada y magnífica se plasmó sobre la alfombra roja que
comenzando en su entrada terminaba justo ante el altar, treinta metros más
adelante. Dos hileras de largos bancos, que llegaban a un total de cincuenta,
cubrían la nave de punta a punta, dejando libre un pasillo central ancho y dos
angostos en cada costado de las paredes laterales.
En todo lo largo de las paredes, en derredor del templo, estaban fijadas
imágenes de las catorce estaciones del martirio de Jesús camino al Gólgota, en
placas de bronce macizo afirmadas con tarugos y tornillos para evitar su robo.
De los altos cielorrasos de machimbre colgaba bien en su centro, sobre todo el
largor de la roja alfombra del pasillo central, una hilera de cuatro vistosas
arañas de bronce que relucían como si fuesen de oro, con infinitos adornos de
vidrio, suspendidas desde el techo por unas finas cadenas doradas, las que
tenían forma de ancla doble con cuatro cuellos de cisnes que remataban en
potentes focos que en aquél preciso instante, ante la sola mirada autoritaria del
Mesiah, se encendieron radiantes como por milagro o por arte de magia.
En su parte inferior, sobre el eje central del que se suspendía, cada araña
terminaba en una filosa punta de bronce de unos veinte centímetros de largor,
como si fuese una aguda espina de oro puro que apuntaba hacia el suelo.
224 La Caída del Imperio de las Virgenes

Pasar por debajo de ellas daba un no sé qué de miedo, algo así como el que se
siente cuando pasamos delante de la ametralladora de un policía que está de
guardia frente a un banco, ya que por estética las cadenas que las sostenían
eran muy finas, casi imperceptibles a la vista, y causaba escozor pensar que un
día se soltaran.
El salón de Dios se iluminó con una luz pura y diáfana que componían la del
sol que entraba por la puerta, la de las arañas que se encendieron por sí solas,
y la opaca claridad del nuevo día que ingresaba por los seis hermosos y
antiguos vitrales de santos colocados allá en lo alto de las paredes laterales,
cercanos al cielorraso, tres de cada lado.
Estos hermosos vitrales dejaban entrar amortiguadas las luces del sol y la
claridad del día, ya que las imágenes de los santos estaban impresas en cientos
de vidrios de colores firmes, rojo, amarillo, azul y verde, que impedían que el
templo se iluminara con la purísima y blanca luz que Dios envía al mundo en
cada amanecer.
El colorido engañoso de los santos, que sus pecados tuvieron, siempre
entorpecen las puras y diáfanas luces que emanan de Jesucristo el Salvador,
sin pecado concebido.
Toda luz blanca y diáfana del cielo era disminuida y deformada por las
estampas en vitró de María y José sosteniendo al Niño, por la de san Judas con
su cayado, san Mateo escribiendo su Evangelio, san Eulogio mirando al cielo,
san Antonio casamentero y la de Juan el Bautista bautizando en el Jordán, en
mil colores y en infinitos tonos. Estos vitrales, traídos especialmente de
Europa, que daban a los feligreses la impresión de estar viviendo en épocas
apostólicas y en Jerusalém, fueron donados en el siglo pasado por las familias
de ricos terratenientes que fueran los amos del pueblo, aunque ahora sus
descendientes eran tan pobres como ratas, y para ser recordados eternamente
sus nombres fueron grabados al pié de cada estampa.
Al donarlas, ricas familias de otrora como Soto Dassori, Pont Bergés, Centeno
Artigas, Eulogio Soto, Casadaval, Farizano Artigas y otras, ya muertos sus
primeros integrantes, seguramente gozaban ahora en el cielo la paz del Señor
tan deseada, ganada sin duda por sus liberales desprendimientos y buenas
obras. Y si de allá miraran, verían como el hombre de blanco apuntando sus
dedos hacia los altos vitrales, como si los bendijera, los hizo estallar en seis
tremendas explosiones continuas, como si fuesen cañonazos, uno tras otro,
pulverizando los vidrios en infinitas partículas que llenaron los bancos y el
piso de brillosos diamantes multicolores.
Los seis hermosos y más valiosos vitrales de la iglesia católica de Santo Tomé
quedaron hecho añicos, pulverizados y desparramados por el suelo y con sus
trizas sobre la larga alfombra roja, la que se convirtió en un camino cuajado de
estrellas y diamantes que parecía ascender hacia el cielo del altar.
Miles de estrellitas luminosas, cual valiosísimos diamantes nacidos de toscos
vidrios, cubrieron el piso del templo que quedó cuajado de luciérnagas.
Daban la agradable sensación de que las infinitas estrellas suspendidas en el
infinito universo de Dios, bajaron a la tierra para iluminar el camino de Jesús.
La Caída del Imperio de las Virgenes 225

A lo largo de las paredes de los costados de la iglesia, a menos de un metro del


piso, empotradas en huecos de cemento, estaban refugiadas las estatuas de
San Roque con sombrero y capa, con un perrito entre las piernas, la de María
con su túnica celeste, una Santa Rita con blancas vestiduras, y un Jesús en
madera tallada al que cortaran las piernas para que entrara a su prisión, y un
santo con vestiduras de soldado romano con la espada levantada al cielo, de
gran popularidad en éstos tiempos llamado San Expedito, a las cuales el Señor
miró con odio y con una furia estampada en los ojos, y con un gesto
despreciativo de sus manos las hizo explotar como si fuesen sandías o melones
arrojados contra un muro, con el estruendo de una bomba, sin que quedaran
de ellas otra cosa que pequeños escombros, coronas doradas, sombreros,
restos de perros de yeso y espadas de madera desparramados por el piso, y
polvillos de cementos y pinturas flotando en el ambiente.
Todas las estatuas, unas cinco de cada lado, desaparecieron pulverizadas de
sus huecos, y a decir verdad, la iglesia, como casa de Dios sin marañas ni
telarañas, lucía mejor con las paredes lisas y limpias con que se iniciara en
tiempos evangélicos.
Varias piedras bautismales para volver a los inocentes niños en fanáticos
católicos a la fuerza, cosa que Dios repudia si no se le acepta de grado y por
amor, se rajaron y partieron como por un terremoto en grandes pedazos que
cayeron estrepitosamente al suelo.
Luego el Señor posó su vista en las placas de bronce adheridas a la paredes
con un número romano en cada una de ellas, que llegaban a catorce, y que
representaban las estaciones de su angustioso martirio, ¡ah, cuán poco se
valoraba su sacrificio por la humanidad dentro de la iglesia católica! y ante las
cuales la gente se arrodillaba y hacía la señal de la cruz, según cual fuera la
estación de su preferencia, para pedir deseos de poca importancia, o bien,
mostrando gran devoción, ladronzuelos con un destornillador oculto entre las
ropas, desenroscaban sus tornillos para robar las imágenes que los gitanos
compraban pagando buen precio por el precioso metal.
Entonces, con el semblante furioso, pasando la vista irascible en cada una de
las imágenes de bronce, hizo que los tornillos que los adherían a la pared se
desenroscaran, para dejarlas desprendidas y fluctuando suaves en el aire,
como si fuesen los dorados papeles que envuelven los chocolates, hasta
ascender allá en lo alto de las cúpulas de la catedral, y después de flotar
estáticas unos segundos cerca del techo, se precipitaron a tierra girando como
peligrosos molinetes y cayendo como buitres tras su presa, para quedar
clavadas y enterradas en los bancos cual si fuesen filosas espadas,
produciendo en el impacto el mismo sonido de un gong chino.
A un costado del altar estaba una imagen de Cristo en cuerpo entero, tan mal
pintada de blanco y con exagerados y desprolijos hilillos de sangre que
manaban de sus heridas, que parecía más bien un fantoche, un maquillado
payaso, un arlequín ridículo y repulsivo, y por ser de madera, ante una
caliente mirada del Mesiah se incendió instantáneamente, volviéndose en
minutos en un montón de brasas y rescoldos refulgentes.
226 La Caída del Imperio de las Virgenes

Entonces, desde una disimulada puertecita que estaba a un costado del altar,
salió furiosa una comitiva eclesiástica al frente de la cual iba el obispo
Santillán, seguido por sus dos lacayos Panchito y Lisandro, el padre
Gumercindo, la antigua empleada Anita Acevedo que por muchos años pasara
trapos húmedos a cuanta imagen había en el templo, el impecable padre
Reimer y tres o cuatro jóvenes aspirantes seminaristas de no más de veinte
años que desde muy temprano esperaban tener una entrevista con el obispo.
Esta salida fue muy similar a la de los furiosos leones de un circo, dispuestos a
despedazar al domador. El vicario de Dios, con su ampulosa sotana negra y su
capellina morada, colgando de su pecho un rosario de bolillas de madera en el
que remataba un Cristo crucificado de oro macizo, caminó sobre la roja
alfombra los treinta metros que lo separaban del terrorista parado en la
entrada, con sus brillosos zapatos emitiendo extraños sonidos como de
molienda de café o maíz al pisar los restos de los vitrales destruidos, y la
sombra del Mesiah que proyectaba el sol sobre la alfombra, se desfiguró por la
intrusión del obispo y de los dos lacayos que lo seguían pegados a sus talones.
Ni el obispo Santillán ni sus dos lacayos percibieron que algo extraño,
maléfico, y diabólico había en los ojos del hombre de blanco, seguramente por
la furia y la indignación que sentía, pero los demás de la comitiva vieron el
peligro en el semblante adusto y pétreo del extraño, con rayos que se
desprendían de su furiosa mirada, algo así como los relámpagos antes de una
tormenta, y se detuvieron congelados a mitad de camino.
Al parecer su furia sobrepasaba al amor que pudiera sentir por sus semejantes,
como aquél marido que por años soporta las vejaciones de su autoritaria
mujer, y un día, sacude todo yugo que le aprisiona, y rompe toda clase de
vínculo y la asesina a martillazos o la tira por una ventana a la calle.
El obispo Santillán y sus dos lacayos siguieron avanzando, sin percatar del
peligro a que se exponían, y llegando cerca del hombre de blanco, a unos dos
metros de su figura, con toda la autoridad que le confería su obispado de más
de sesenta años de sacerdocio, le increpó:
- ¿Quién demonio eres tú, Satanás, que destruyes las sagradas imágenes
de nuestro templo? ¿De qué infierno saliste, diablo maldito? ¿Quién eres,
horrendo Leviatán salido del negro mar, basura del infierno, Belcebú
irrespetuoso del Gehema, tizón del Averno y despreciado de todos los santos
y papas de la historia? ¡En el nombre de Dios y de su Santísima Madre te
ordeno y condeno a que regreses al fuego eterno del infierno de donde saliste!
-Yo Soy el que Es. -dijo el Mesiah- El que en el Monte de Sinaí prohibió
a los hombres hacer y postrarse ante cualquier imagen a través de las Tablas de
la Ley, las cuales di en manos propias a mi siervo Moisés. Y tú eres el que
sigue las órdenes del enemigo enquistado que ha tomado mi lugar, la Bestia
papal, el que a millares mandó a los cielos con la hoguera de su Inquisición
antes que con la Palabra de Dios, y a los infiernos a muchos que engañó con
sus fábulas y tradiciones sagradas, el usurpador de mi iglesia en la tierra y en
los cielos, y el que pervierte y cambia mis palabras por aberraciones
demoníacas. Tú eres el que enseña que el venerar está desprendido del adorar
La Caída del Imperio de las Virgenes 227

y que el absolver no es borrar y perdonar, para quitar la gloria de Dios. Tú eres


el que convences a los demás a pecar diciéndoles: ¿acaso Dios no mandó a
construir imágenes? A los hombres prohibí hacerlas, y no enseñas a que me
obedezcan. Si, eres el que confía en otro hombre y en las buenas obras antes
que en Dios. Tú eres el que con relatos candorosos y fábulas pías engañas y
desvías a los crédulos tras los caminos del demonio y de la idolatría de santos
y santitas de yeso y los envías a la perdición y al fuego eterno. Tú eres el que
dice a mis hijitos que venerar una estatua no es lo mismo que adorar, para que
se pierdan dándoles el culto reservado solamente a Dios. Tú eres el que sigue
las patrañas inventadas por los hombres antes que lo escrito en el Libro
Eterno, sabiendo que no hay hombre santo sobre la tierra, ni doctrinas de
hombres que valgan más que un punto de las Escrituras. Tú eres el que
pierdes a tus hermanos en la tierra y los condenas a los infiernos haciéndolos
venerar vírgenes celestiales, y a hombres santos sin que exista ninguno bajo el
cielo. ¿No te dijo el monstruo que usurpa mi lugar entre el pueblo que
solamente llegan al Padre los que a Mí me siguen, que soy la puerta, el camino
y la vida eterna? Tu eres el que enseña a los hombres arrodillarse frente a las
imágenes que tanto desprecio, sean de gauchos, demonios o de santos, y nada
hay más repulsivo para Dios que se le quite la honra que se merece para
depositarla en estatuas de yeso, bronce o madera alguna. Los adornos que
antes hice para embellecer el arca y el templo son hoy cosas de idolatría
gracias a que perviertes las palabras de la Biblia. Solo el Padre merece
adoración y veneración bajo los cielos, que no cosa alguna de su creación. Tu
eres el que inventa milagros ayudado por el diablo, y ensalzas a gauchos
zarrapastrosos y a santas que flotan en el aire o atraviesan paredes, y que
induces al pueblo a venerar e idolatrar. ¿No te advertí en los Evangelios que el
diablo haría en los últimos tiempos milagros mayores que Dios? ¡Y aún así no
guardaste los mandamientos que prohíben la idolatría de imágenes, señales,
persignaciones, cruces y medallas milagrosas! Hoy vine hasta ti para cortar de
cuajo tu vida y las de tus imágenes, para destruir tus ídolos y fetiches y dar un
aspecto nuevo, limpio y sano a éste templo, y la oportunidad postrera a los
que quieran seguir solamente al Señor y salvar sus almas de los demonios
como tú…- dijo el Señor con toda su furia.
Entonces, ante su sola mirada irascible, los pesados bancos comenzaron a
levitar y fluctuar suavemente desprendiéndose del suelo sin concierto alguno,
con balanceos que hacían que se tocasen unos con otros, fluctuando en el
espacio, como aquéllos aviones que con potentes chorros de aire oscilan
graciosamente antes de despegar hacia el cielo. Los cincuenta pesados bancos
de madera de incienso, brillosos de barniz, se elevaron como sostenidos por
invisibles hilos hasta casi tocar los techos del templo allá en lo alto, haciendo
que las cuatro arañas repletas de focos y adornos de vidrios se balancearan
peligrosamente al rozar las finas cadenas que las sostenían.
Imaginad cincuenta bancos de cinco metros de largor y más de cien kilos de
peso flotando sobre vuestras cabezas, y sabréis el miedo que sintió la comitiva
católica, menos el soberbio obispo Santillán y sus dos fanáticos lacayos.
228 La Caída del Imperio de las Virgenes

Los que quedaron atrás, se abrazaron aterrados al ver que los bancos con su
terrible peso de plomo flotaban como ingrávidas hojas en el aire, y los tres
jóvenes aspirantes a sacerdotes, viendo el peligro que se cernía sobre ellos,
fueron los primeros en huir por la puertita disimulada tras el altar, y del terror
que tomaron jamás volvieron a querer ingresar a tan endemoniada iglesia.
Los que quedaron paralizados, el padre Gumercindo, el padre Reimer, y la
empleada Anita Acevedo vieron a sus espaldas que ante una furibunda
mirada del Mesiah se derretían las imágenes de las paredes abovedadas detrás
del altar, pintadas por artistas españoles que trajera el Opus Dei para adornar
el sagrado lugar del sacrificio de Cristo, en donde María bajaba del azul cielo
vestida de blanco con las manos abiertas y rodeada de ángeles y querubines.
En sus amorosas manos portaba un ramillete de coloridas rosas, quizá las
mismas que diera al indio Juan Diego para el señor obispo de México.
Las pinturas se disolvieron como por arte de magia, y los ángeles de delicadas
alas, las blancas manos de María flotando en el azul cielo, sus rosas, los coros
de santos y querubines estampados en las paredes, todo se derritió en un
espeso y repulsivo líquido grisáceo que bajó chorreando lentamente para
desaparecer en el piso, dejando las paredes lisas e impolutas sin otro color que
el blanco de su enduído.
Aquéllos de la comitiva que quedaron detrás del obispo y sus dos lacayos,
distanciados por unos diez metros de roja alfombra, se abrazaron unos a otros
presos de un terror paralizante, que no les permitió hacer otra cosa que
arrodillarse todos ante el Señor a quien por fin reconocieron, para salvar la
vida de su endemoniada furia, sin sentir del miedo las partículas filosas
desparramadas sobre el grueso tapiz en que quedaron los antiguos vitrales,
que se incrustaban dolorosamente en sus rodillas.
Lejos arrojaron sus cruces y rosarios, para ganar la compasión del Señor.
Sin embargo, el obispo Santillán, furioso y frenético enfrentó al terrorista
extendiendo sus brazos para agarrarlo del cuello y ahorcarlo con sus propias
manos, cuando una de las pesadas arañas se desprendió del techo al reventar
su dorada cadena para caer justo sobre la brillosa capellina del prelado.
La filosa punta de bronce de unos veinte centímetros de largo de la parte
inferior de la araña, atravesó el centro de la cabeza del obispo tan fácil como si
fuese una sandía, e ingresó en su cerebro hasta salir por debajo de su quijada.
Cientos de adornos de vidrios se entrechocaron suavemente produciendo
sonidos tan delicados y agradables que sonaron como una música angelical,
similar a las que salen de las arpas de los santos católicos, con notas que
parecían venidas del cielo.
Esos eran los melodiosos acordes que el obispo Santillán siempre anhelaba
escuchar cuando muriese, pues era un seguro indicio que su Madre María
vendría con ellos a tomarle de la mano en su ascenso a los cielos.
Por cierto, no veía aún las fragantes rosas ni los senderos celestiales regados
de suaves y delicados pétalos por los cuales su Madre acostumbraba a
transitar por el cielo, y por los que él pasaría tomado de su mano.
Solo sentía un dolor punzante y agudo dentro de su cerebro.
La Caída del Imperio de las Virgenes 229

Por unos minutos, la pesada araña quedó equilibrada sobre su cabeza, con el
agudo filo de su punta inferior atravesándole el cerebro y la lengua para salir
por debajo del mentón, con los potentes focos aún brillando encendidos y cuya
luminosidad y blancura parecían escaparse por sus ojos desmesuradamente
abiertos, haciendo que todo su cuerpo se fuera de un lado a otro para sostener
el peso del artefacto y no caer junto con él, al igual que cuando los niños hacen
equilibrio con una escoba vertical en la mano.
Sus ojos lanzaron luces como de reflectores o de potentes faros de camión, y
fue la única vez en su vida que con una luz verdadera bajada del cielo,
iluminara el camino tras el Divino Salvador, a quien debería haber adorado y
venerado antes que sumergirse en una completa y total mariolatría durante
sus ochenta y siete años de vida, igual que la anciana carbonizada afuera del
templo, en la vereda de la Intendencia.
Pero ya era tarde para arrepentirse, y las creencias de un católico son tan
empecinadas como las de un musulmán, que no se cambian ni aún con la
cercana muerte y ante el mismo Señor que lo castiga, y aún ahora, en sus
últimos instantes de vida, el obispo Santillán se negaba a morir sin la
protección de María Madre Santísima y del papa, en quienes durante toda su
larga vida confiara, antes que admitir la transgresión de adorar y venerar
imágenes para abandonar al Señor.
Ni aún con su cerebro agujereado en un tremendo orificio que lanzaba chorros
de sangre, desinflándose, dejó que se escaparan las erróneas fantasías y
fábulas que le enseñaran cuando de niño concurría a catecismo, casi un siglo
atrás.
Luego se desplomó pesadamente al suelo, y la punta de la araña, unida aún a
su cabeza, atravesó la gruesa alfombra roja donde quedó clavada al piso, y la
tinta sangre del obispo y su cerebro verdoso como un pan podrido,
mancharon la senda fácil y liviana por el que tanta gente caminara para tomar
la maldita hostia, o sea la sangre y el cuerpo de Cristo vuelto a ser crucificado,
antes que leer y estudiar una Biblia que bien dice de su único y suficiente
sacrificio.43 Él, que tantas veces repartiera en las misas la sangre y el cuerpo de
Cristo a millares, como si el altar de Dios fuese el mostrador de un bar donde
los borrachos liban interminables vasos de vino, dio en su último minuto de
vida la podrida sangre de su cabeza y los panes verdosos y putrefactos de su
cerebro para su Madre María y para el papa, antes de descender a los infiernos
tan temidos que le abrieron gustosos sus puertas.
Aún antes de expirar, el obispo Santillán girando sus ojos en una horrible
órbita, buscó desesperado los ángeles y querubines que su Madre le había
prometido infinitas veces enviarle en su último día, y se extrañó sobremanera
que en vez de ascender hacia los cielos con músicas y campanitas, entre
pétalos de fragantes rosas, descendía en medio de una terrible oscuridad hacia
los infiernos por un túnel tenebroso y sin fin.

43Hebreos 9; 24 Porque no entró Cristo sino en el santuario del cielo para ofrecerse muchas veces,
sino por única vez para presentarse por nosotros ante Dios a través de su único sacrificio...
230 La Caída del Imperio de las Virgenes

Sin ser papa, murió como Juan XII, al que un marido celoso sorprendió en la
cama con su mujer y lo mató de un martillazo en la cabeza: malleolo, dum usque
in cerebro constabat, percusus est, expiravit (hasta que expiró con el martillo
clavado en el cerebro), según dicen los Annales Fudlenses, en palabras
concisas y elegantes propias de un historiador romano, más certeras que las de
la sagrada tradición católica.
Urgente los dos lacayos se acercaron al obispo para auxiliarlo, despreciando
con furia al hombre de blanco que los miraba indiferente y sin compasión
alguna, casi sonriendo, y cuando se arrodillaron ante el vicario de Dios al que
sirvieran por muchos años como si fuese un ídolo, e incluso mataron a
cristianos evangelistas por él, todos los bancos que levitaban cercanos al techo
cayeron pesadamente sobre sus cuerpos como si fuesen meteoritos.
Ambos crédulos en María antes que en el divino Jesús de los Evangelios,
fueron aplastados bajo un monumental rimero de maderas hechas astillas,
sobre las cuales cayeron las restantes puntiagudas arañas que se clavaron en
los bancos como arpones en una ballena, en una sepultura funeraria de
bancos, placas doradas y arañas retorcidas que llegaba hasta el techo.
No sé qué brisa fresca y suave comenzó a circular entrando por la puerta hasta
llegar a las bocas abiertas de los desaparecidos vitrales allá en lo alto, que se
llevó aquéllos repulsivos olores a ceras de velas encendidas a María y a santos,
y los sabores amargos e improductivos de las inútiles hostias que salvaban las
almas sin pena ni gloria para Dios, y el gusto a despreciables vinos que se
transformaban en sangre milagrosamente en manos de un tabernero y que
daban al altar el aspecto de ser un cajero automático para la salvación.
Entonces el hombre se adelantó atravesando la montaña de bancos y arañas
como si fuese un espíritu impalpable, o como una sombra maléfica, sin que
nada material pudiese impedir su paso, y se acercó al resto tembloroso de la
comitiva que aterrorizada se apretujó abrazados unos con otros, esperando de
su piedad divina, cerca del altar.
Y así les habló…
La Caída del Imperio de las Virgenes 231

ES PALABRA DE DIOS

-No temáis ni haya en vuestros corazones miedo de mí, que mi misión


ya está cumplida sin otro castigo para nadie. Mi Padre me envió a destruir a
aquéllos que ensucian los claros y limpios Evangelios con cuentos y fábulas, y
no dejar piedra sobre piedra de éstas despreciables imágenes que pervierten y
desvían al pueblo de los rectos caminos de Dios. ¡Oh, pueblo de idólatras,
cómo hacéis sufrir a los cielos venerando estatuas de vírgenes y santos sin
temer al Dios que las prohibió ni considerar que aniquiló a los que fabricaron
el becerro de oro ante el cual el pueblo judío se postró y adoró en ausencia de
Moisés!44 El becerro de oro fue la perdición de los hombres ignorantes de
otrora, y el yeso de María es hoy la sombra oscura que siguen los idólatras
creyendo en las diabólicas fábulas papales que os apartan de la luz diáfana y
verdadera, y nadie quedará libre de la furia de Dios por el pecado de la
idolatría. Así como Dios en su enojo aniquilara a más de tres mil judíos que
veneraron aquélla imagen al pie del sagrado monte Sinaí, así destruirá a los
que idolatren a virgen o mujer santa, hombre pío, gaucho, cantante, cruz,
medalla, bastón, o estatua de yeso, madera, mármol o plata. ¿Creéis acaso que
por una tonta banalidad u ocurrencia Dios prohibiera las estatuas y los ídolos
desde el principio del mundo? ¿Creéis que solo es un capricho del Señor
apartaros de las perjudiciales imágenes? No, las imágenes destruyen el
espíritu del hombre y la pureza de sus sentimientos para con Dios,
desviándolo hacia el demonio que se esconde agazapado detrás de ellas,
detrás de santos y gauchos que endiosan con fábulas que salen de las bocas
putrefactas de los sacerdotes, tras las buenas obras y hostias que diluyen la fe
que debieran poner en el Señor para la salvación, tras estampas y malditos
rosarios marianos, para que su alma se pierda sin la salvación que solo viene
del Hijo, y es de sabios apartarse de todas éstas cosas...

-Y a ti te digo, buena mujer -le dijo mirando a la anciana Anita Acevedo


que en más de cincuenta años cumplía dentro de la iglesia las funciones de
mayordomo y valet, limpiando cuanta imagen supuestamente sagrada
hubiera con un trapito húmedo y pasando plumeritos a las estatuas- que has
perdido tu vida arrodillándote ante María miles de veces durante el día sin
provecho alguno para tu alma, sino para acercarte peligrosamente a los
infiernos del maligno. Deberás de ahora en adelante adorar y venerar
solamente al Hijo del Hombre, aquél que te trae la salvación gratuitamente por
la fe que pongas en Él, y de las buenas obras que de ella nazcan, y apartarte de
cuanta santa o santo milagroso te induzca el papa, que todo son quimeras que
te enseñaron éstos demonios vestidos de ovejas. Si deseas ganar el cielo, debes

44Becerro de oro, según el relato bíblico del Éxodo, ídolo fundido con las joyas de los israelitas a
los pies del monte Sinaí por Aarón, hermano de Moisés, mientras éste se hallaba en la cima de
dicha montaña. Más tarde, cuando Moisés le acusó de pecar postrándose ante imágenes, Aarón
explicó que había fabricado el becerro para satisfacer la necesidad del pueblo de tener un objeto
visible para adorar, "que vaya delante de nosotros" (Ex 32,21-24).
232 La Caída del Imperio de las Virgenes

limpiar primero tu corazón de las efigies que tanto te enseñaron a venerar esta
despreciable iglesia en la tierra. Lee constantemente los Mandamientos de
Dios, que ordena apartarse de la idolatría tan fácil y atrayente para la
perdición, para lo cual en el II de la Ley prohibió la veneración o culto a
imágenes de todo hombre o mujer, santo, gaucho, virgen o demonio, y que
éstos que dicen ser mis representantes en la tierra, escondieron y borraron de
la vista del pueblo. Estos sacerdotes dicen ser mis discípulos y la iglesia
verdadera, mas adoran al mismísimo Satanás sentado en su trono ante el cual
se postran y besan su mano. Poca vida tienes ya sobre esta tierra, y en los días
que te quedan procura enderezar tus caminos, abandonando para siempre los
santos, las estatuas y las velas que te impuso la asquerosa idolatría católica,
romana y mariana. Nada bueno puede salir de ésta maldita Babilonia, que
mandó a miles a la hoguera. Sigue firme tras el Hijo para llegar al Padre. Si
haces esto en el resto de tus días serás salva, pero si persistes en adorar
imágenes, tendrás el mismo fin de la anciana que yace en la vereda, pero en el
Gehena. Toma pues tus escobas, plumeros, baldes y trapos de piso y quita de
este templo toda inmundicia antigua, y al mismo tiempo asea tu alma y tu
conciencia con pensamientos puros sobre las Mandamientos de Dios, de los
cuales nunca más te apartes. No exista en ti nunca más mariolatría, papatría,
santotría ni idolatría. Da el ejemplo de tu conversión a Cristo abandonando
las estupideces marianas, leyendo constantemente la Biblia, para que todos
vean que desechaste para siempre los rosarios y las estampitas que no figuran
en ella, y que estás en el buen camino siguiendo su Palabra como única fuente
de fe, sin las filosofías y tradiciones absurdas que os hicieron creer los
demonios. Cree solamente en el Señor como tu único y suficiente Salvador, y
serás salva, tú y tu familia... -

-Y a ti te digo, hijo Gumercindo: tú no sirves para proclamar los


Evangelios ni exaltar al Hijo de Dios, y antes que procurar almas para el cielo,
procuras vírgenes para tu cama. Así que vete a tu cuarto y quítate las
vestiduras de clérigo, y vuelve a tu casa, donde te espera un mejor destino y
una mujer con la cual te casarás y dejarás de lado todos tus antiguos pecados.
Lleva contigo tu Biblia para que siempre me tengas presente y quema antes de
irte los miles de libros marianos que hicieron trastornar tu cerebro tomándola
como tu salvadora antes que al Señor. Quema el ejemplar de “La Virgen me
habló” que tú pergeñaste en complicidad con su autora, junto con las cartas de
amor que te acercaron las niñas en el confesionario y que después desfloraste
en tu cuarto, y los preservativos que guardas en tu mesa de luz, y nunca más
te metas a sacerdote porque no eres un buen operario de los Evangelios. Vete
de aquí…-

-Y a ti te digo buen hijo Reimer, que jamás en todos los tiempos hubo en
ésta casa un siervo tan bueno y fiel al Señor como tú. Jamás hubo maldad en tu
corazón de niño, que aún conservas igual de grande, y los errores que
adoleces, la maldita mariolatría y la veneración a los hombres y santas de
La Caída del Imperio de las Virgenes 233

barro son nacidas de las fábulas que tus superiores te hicieron creer. A ti te
digo que no hay papas ni hombres infalibles en la tierra. Jamás di a hombre
alguno el poder de perdonar los pecados de nadie, y a todos castigaré con
furia y sin piedad cuando pecaren, sin que me importe que fuesen absueltos
con diez mil falsos y pérfidos avemarías ni rosarios en el confesionario. Jamás
me convierto en vino y carne en misa alguna, que basta el dolor y la sangre de
mi único sacrificio para lavar el pecado de todos los hombres. Muchos pasajes
de la Biblia, a pesar del castigo que se promete a quien lo hace, han sido
agregados o quitados maléficamente a través de los tiempos por monjes y
sacerdotes inescrupulosos que cambiaron totalmente la Palabra de Dios para
provecho de la iglesia católica. No existen mujeres vírgenes ni hombres célibes
en el cielo, sino buenos cristianos elegidos que hicieron mi voluntad en la
tierra, que Dios no quiere semejante sacrificio castrando los instintos naturales
de la procreación. Es más, amo más a los que sin ser célibes dejan sus pecados
para honrarme, antes que a los castos que se martirizan a sí mismos para
servirme. Ni María estuvo exenta de los instintos sexuales: tuvo ocho hijos de
José dentro de su familia, así que borra de tu mente aquello de siempre virgen
e inmaculada. Yo soy el Hijo de Dios, que María acunó gustosa en su vientre
sin perder su virginidad, pero después se ayuntó normalmente con su esposo
José con quien formó una familia prolífica y numerosa. Mi Padre jamás envío
santas ni santos con mensajes estúpidos ni revelaciones fantasiosas, sino que
mandó grandes y fieles profetas a quienes amaba, con órdenes claras y
contundentes para el pueblo, y a aquél Hombre Fiel venido de Formosa que
predicara mi llegada a ésta ciudad, y que tus congéneres mataron sin piedad.
El demonio que nunca duerme, aparece constantemente a los delirantes
religiosos y a los que tienen la mente enferma de fantasías y visiones con el
mejor rostro de bondad y pureza de María, para dar mensajes y profecías tan
tontas y estúpidas que solamente son recibidos por los idólatras y los que
siguen las fábulas que el papa les enseña en la tierra. Así que si estás dispuesto
a seguir a tu Único y Suficiente Señor, quedarás en esta casa como sacerdote
predicador de su Palabra, y darás al pueblo solamente los Evangelios puros y
limpios de los primeros tiempos y por siempre eternos. Nunca más adorarás
ni idolatrarás a María, ni a monja o madre de Calcuta alguna. Aplasta con tu
prédica todo lo que exalte a otro que no sea el Hijo del Hombre. Aniquila ya a
María como reina del cielo y de la tierra, que ninguna potestad que pertenezca
al Hijo se dio jamás a mujer alguna en ninguna parte. Por ella vine al mundo a
traer la salvación a todos los hombres y por ella muchos me abandonaron y se
perdieron en los infiernos. ¡Cuidado! Yo soy la puerta que abre o cierra la
entrada a los cielos, y nada tiene que ver con mi misión Pedro con sus llaves ni
María con su ficticio reinado. Dios dispuso el milagro de su vientre para
hacerme carne entre ustedes y ella solamente fue sumisa y obediente en
aceptar las disposiciones del Altísimo, como deberían ser todos los cristianos.
Nada de festejos ni días santos a personas. Reprende al que os llame padre,
quesolo Uno hay en el cielo y en la tierra. Nada de trinidades ni de tres dioses
en uno, como si fuese una oferta de supermercado.
234 La Caída del Imperio de las Virgenes

¡Oh, Israel, el Señor uno es!45 Alabanzas, veneración y adoración constante solo
al Dios de los cielos, Nuestro Padre. No más hostias, carnes ni vinos
consagrados. No más fantasiosas misas donde ni el sacerdote se salva ni puede
salvar a nadie. Rosario que encuentres en ésta casa, rosario que eches al fuego.
Por mi carne ultrajada y mi sangre derramada, y por la fe que pongas en el
Hijo llegarás al Padre, y no por inútiles hostias hechas por la mano del hombre
ni buenas obras que la sustituyan. No más pétalos, campanas, flores, bombas,
petardos ni perfumes bendecidos para María. Dejadla descansar en paz que
los planes salvíficos de Dios son superiores a una madre que tuvo como todos
sus instintos y deseos terrenales después de mi alumbramiento Venerad a
vuestra madre terrenal y dejad de fantasear en madres celestiales, que no
existe ninguna, y cumplirás el V Mandamiento de Dios. Enseña que siguiendo
al Señor, alabarlo a viva voz y aceptarlo de grado y consiente en el bautismo
ya es el principio del buen camino que lleva a la salvación…-

Luego de decir estas palabras el hombre de la túnica blanca salió del nuevo
templo, cruzando el atrio hasta llegar a las escalinatas de la catedral, donde en
uno de sus escalones estaba arrodillado el padre Benetti como esperando ser
castigado por una terrible guillotina que cortara su cabeza de cuajo junto con
todos sus horribles pecados. Todo el pueblo se postró ante su presencia.

-Y tú, amado hijo Benetti, en verdad te digo que eres el más díscolo de
mis apóstoles y desde hoy serás el obispo de esta iglesia, pues ya has sido
sanado de tus faltas, y has arrojado lejos tus cadenas y rosarios. No más vinos
en tu estómago ni más cartas de juego en tus manos, que gran impedimento
para llegar a Dios son estos dos horribles vicios. Cásate con una de tus dos
mujeres, y crea una familia con ella, y alimenta y protege a la otra como una
hermana cristiana y no como tu cónyuge. Deberás tener este templo limpio de
imágenes, blancas sus paredes, iluminados sus frentes, y accesible sus puertas
a los pobres que buscan afanosamente los Evangelios, que es el camino para
conocer a Dios personalmente, y por ellos entrar al reino de los cielos. Instruye
a los niños por los caminos de Dios, teniendo como guía su Palabra verdadera
y no cuentitos y fábulas clericales, y cuando lo deseen y comprendan el
arrepentimiento, el pecado y el camino de la salvación, los bautizarás. Nunca
más niños bautizados al nacer, sino de voluntad para aceptar como su Señor a
quien les diera la vida. No más tratos de excelencia, eminencia, santidad ni
padre entre los hermanos, que en la iglesia ningún fiel debe ser superior a otro.
Alabad solamente a Javeh. El Evangelio debe ser el de siempre: la simple y
buena noticia de que Dios acercó el Reino de los Cielos a través de su Hijo
para limpiar los pecados de los hombres, y toda fantasía agregada es palabra
muerta que corrompe a las verdaderas. Levántate y ponte a trabajar para
volver a esta iglesia por los caminos ordenados…

45Oye Israel: Uno solo es el Señor, repetían diariamente los judíos al levantarse y al acostarse. (Dt.
6,4-9, Dt. 11,13-21, Núm. 15,37-41)
La Caída del Imperio de las Virgenes 235

Y mirando al pueblo que abarrotaba la plaza y la calle postrado ante su


diáfana presencia, el Señor con fuerte voz les dijo:

Benditos los que escuchan estas palabras con atentos oídos pues
sus ojos serán abiertos en éste día, y serán libertos del engaño de
los demonios.
Benditos los que viendo la ira de Dios hacia las estatuas hoy
abrirán sus almas solamente al Hijo a quien enviara para la
salvación de los hombres y seguirán fieles sus Mandamientos.
Bienaventurados los pecadores a quienes perdoné sus desvíos
pues una nueva vida les espera si se vuelven a Dios y desechan
la repulsiva idolatría.
Benditos los que no necesitan de imágenes para llegar al Padre,
pues El los escuchará aún cuando llegaran desnudos.
Felices los pecadores que se arrepienten de haber venerado
estatuas y postrado ante hombres en éste día, porque verán el
Reino de Dios si perseveran.
Felices los que se abrazan a Dios antes que a medallitas y
rosarios, pues de ellos será toda su ternura y su pacífico
Reino…”

Todo el mundo arrojó lejos de sí sus pesadas cadenas y medallas, rosarios,


cruces y estampitas, no por miedo al Mesiah sino porque en verdad
comprendieron el peligro que implica desobedecer el II Mandamiento de Dios
y que la maldita iglesia católica, mariana y romana borrara, y que dice:

“No te harás imagen de nada que esté en los cielos ni en la tierra ni te


postrarás ante ellas”.

-Sé que os ha dolido –continuó el Mesiah- ver a vuestros ídolos estallar


en pedazos pues vuestra fe estaba depositada en ellos, y poca quedaba para
Dios, y sufrís lo indecible viendo arder a vuestros santos a los cuales brindáis
culto y veneración equivocadamente, pero en verdad os digo que no necesitáis
de ellos ni de la más minúscula imágen si aceptáis al Hijo de Dios en vuestros
corazones limpios e inmaculados de toda adoración o veneración a dioses de
barro y yeso para ser salvos. Limpiad vuestros corazones de ídolos y seréis
puros y agradables a Dios. Para ganar el cielo, el camino no es el yeso, sino la
fe puesta solamente en el Hijo de Dios, la puerta segura para la gracia gratuita
de la salvación. De la fe pura y santa puesta en el Señor nacen las buenas obras
que os harán actuar con vuestros hermanos de la misma manera que el Hijo se
comportó entre los hombres. Es preferible una pequeña fe en Dios, minúscula
como un grano de mostaza, antes que un campo sembrado de buenas obras.46
Quien tiene la fe puesta en Dios, no engendra maldades ni malas obras.

46 Efesios 2; 2 al 9: Por gracia sois salvos, no por obras, para que nadie se gloríe.
236 La Caída del Imperio de las Virgenes

Yo soy el camino que lleva a las buenas obras para llegar al Padre, y el que en
mí crea no tendrá pecados ni hará daño sobre la tierra. Dios no entra en las
almas llenas de imágenes de santos y hombres comunes y mortales, que son
puertas cerradas y candados que lo impiden, las cuales están llenas de
demonios empecinados y destructivos que luchan contra el Altísimo para no
desalojar, sino que le agrada aquéllos limpios de corazón que le guardan un
amor puro y sublime lejos de la idolatría a las cosas creadas bajo los cielos.
Detrás de santas y santos milagrosos se agazapa el enemigo, y las puertas de la
salvación no se abrirán para quienes confían en imágenes. Debéis adorar y
venerar al Hijo para gloria del Padre, y abiertas estarán las puertas del Reino
de Dios, pero las cerrará violentamente a aquéllos que confían en santas y
santos antes que en Él. No hay hombre alguno que pueda interceder ante el
Padre si no es a través de mí, y el que confía en un hombre santo o malvado
anula el sublime sacrificio del Hijo, que dio su sangre por el perdón de los
pecados de toda la humanidad. Acepten gratuitamente la sangre del Hijo para
ser salvos, antes que la falsa agonía de estatuas que sangran por los ojos. Huid
de santas que flotan por los aires, o que cantan con voces de sirenas, de
gauchos milagrosos que fueron asesinos y perversos que el Diablo ocupa para
favorecer vuestras peticiones con estúpidos milagros que no vienen del Padre,
e inducirte que adores al Maligno escondido detrás de las fábulas católicas,
cruces y medallas. ¿Dónde habéis leído que María, o cualquier otra virgen o
santo, interceden ante Dios en lugar del Hijo? ¿Dice mi Palabra que a ella le
pidas algo? NO. Por esta razón… ¿no reté yo a mi madre cuando en el templo
me quiso apartar de mi Padre o cuando me pidió el vino para los invitados de
Caná?47 ¿Qué tiene que ver con mi sacrificio ésta mujer que ahora obstruye los
Evangelios y mi abogacía por vosotros ante los cielos? ¿En vanas fábulas que
inventan los demonios sobre María creéis antes que en la Palabra de Dios?
Solamente si tienen firme la fe puesta en el Hijo serán salvos y verán la gloria
del Padre en vuestro último día, y no en virgen ni estatua alguna. Mi sacrificio
ya lavó los pecados de todos los hombres que en mí crean y no quiero otra
cosa ahora que juntar mis ovejas a las que vendaron los ojos. He venido a
destruir los cuentos y las fábulas clericales y las imágenes de esta maldita
iglesia mariana romana. He venido a destruir a quienes las adoran o veneran,
y a quitar del error a aquéllos de buen corazón que han sido engañados por
estos demonios vestidos de sacerdotes, y de la legión de filósofos, papistas,
leguleyos, marianos y carismáticos que pergeñan falsedades para imponer a
María como salvadora y auxiliadora antes que al Hijo de Dios. Y si os apartáis
de todo aquello que antes adorabais con tanta devoción, rindiendo cultos a
estatuas y vitrales, grutas y cavernas, y volcáis vuestro corazón y vuestra alma
en seguir solamente al Señor, sin que se interponga madera, yeso, bronce o
mármol sagrado alguno en vuestro culto, seréis verdaderos santos para el
cielo.

47 Juan 2; 4 Mujer qué tengo yo que ver contigo?


Lucas 2;49 ¿No sabéis que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?
La Caída del Imperio de las Virgenes 237

Dios justifica por la fe que tengas al Hijo como tu Salvador, como por la fe fue
justificado Abraham, y la veneración a los hombres y a las imágenes caen
indefectiblemente en la idolatría que el Padre desprecia desde el principio de
los tiempos. Y si os dicen para perderte: “Dios mandó hacer imágenes, cruces y
querubines, y por lo tanto está permitido.”, decidles por si no lo saben que
también caminé sobre las aguas, para mostrar mi potestad, y que está
permitido hacerlo si solo tienen la fe puesta en su Hijo, como la tenía Pedro,48
pero que se hundirán a las profundidades si la ponen en las asquerosas
imágenes. Dios quiere cultos limpios y claros, sin vírgenes ni santos que
diluyan la salvación que viene solo de Él, que la verdadera santidad es la del
Padre eterno y no está en la efímera vida del hombre. Dios no quiere misas
idolátricas ni repetitivos sacrificios sino cultos donde se lo alabe con cantos de
alegría. Salvos serán los hombres fieles que confían sus pecados a Dios antes
que en frías estatuas. Ni hostias ni estampitas, ni papas ni cardenales, ni santos
milagrosos impedirán el castigo del cielo a los idólatras, ni al que venere a
vírgenes celestiales. Más quiere alabanzas al Dios bueno, justo y recto antes
que gloria a los hombres que salieron de sus anteriores pecados. Antes que
inútiles hostias en bocas de la gente quiere que las iglesias y todos los templos
repartan provechosas Escrituras, sin guías ni indicaciones de filósofos,
pastores o papas, sino simple y llana como fuera escrita, para que todos
puedan cumplirla y obedecerla. Es más fácil entenderla sin otra guía que la del
Espíritu Santo antes que con las torcidas explicaciones de los papas. Los
puntos oscuros que encontréis en una parte, producto de retorcidas
traducciones y pasajes agregados por monjes inescrupulosos, serán aclarados
más adelante en otros que emanen luz, que los demonios solo pueden
oscurecer pequeños pasajes pero jamás ocultar toda la Palabra. Nunca más
teorías de trinidades, que uno es el Padre y el Espíritu Santo su sagrada
voluntad, a quienes está sujeto el Hijo y todas las cosas del universo. No más
insípidas misas que nunca nadie ordenara, ni señales de la cruz ni
persignaciones, ni estúpidos celibatos, ni claustros de monjas, ni limbos,
indulgencias ni almas inmortales. Solamente desde su Palabra aprenderán a
adorar al Padre, lejos de estas falsedades que enseñaron los demonios con
sotanas, y castigará inexorablemente a los que pervierten a los niños con
fábulas y fantasías como lo hicieron hasta ahora. No más catequesis que
enseñan a los niños a adorar a hombres y mujeres antes que al Creador. No
más basílicas para María de las que está repleto el mundo, donde se honran a
santas y vírgenes que deshonran la grandeza de Dios. Cristiano y salvo será
desde hoy quien acepte al Hijo de corazón y se arrepienta de sus pecados, con
la intención de no volver a cometerlos, y se bautice ante Dios.

48San Mateo: 14;28 Entonces Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las
aguas” Y él le dijo: “Ven” y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a
Jesús.
238 La Caída del Imperio de las Virgenes

Mariano y condenado será quien se vaya tras la mariolatría y detrás de


imágenes de santos y estampitas, y su fin será horrible en las llamas del
infierno, y no podrá ver jamás el Reino de Dios, cerrado a idólatras.
Papista y mariano al infierno van de la mano.
No confiéis en el perdón que otorgue hombre alguno, pues nadie con pecados
propios puede salvar a otro de los suyos. Hijitos santotomeños, por años os
han engañado con fábulas y cuentos alejándote de Dios detrás de las tontas
imágenes. Llegó el día en que debéis pisotearlas y destruirlas. Pesadas piedras
atadas a tu cuello son las imágenes para subir al cielo. No más imágenes de La
Muerte, Patricio, Expedito, el Gauchito Gil, María, Sagrado Corazón o de la
Difunta Correa, que tras ellas se esconde el maligno para perderos. Reuníos en
el templo donde se alabe solamente al ÚnicoDios y huid de aquéllos que
veneren o idolatren a hombres y papas vicarios del demonio. Benditas sean las
sectas a las cuales los católicos desprecian y escupen, pues el Señor se
encuentra más a gusto en donde se lo alabe con exclusividad a través de una
Biblia antes que en fastuosos templos donde se venere a santos y santas que
tratan de quitar su honra. Las sectas serán imparables y se multiplicarán como
hongos pues siempre la verdad que esgrimen como bandera, la Biblia y nada
más que la Biblia, despedazará las fábulas y cuentos con los que el maldito
papa y su séquito de demonios desvían a quienes buscan los caminos para
seguir al Hijo. Sed vosotros buenos hijos de Dios siguiendo la voluntad de su
Palabra, amando, venerando y adorando solamente al Creador y tratando a tu
hermano como a ti mismo, y así como el Hijo vino a dar su vida por todos los
hombres de la tierra, tú da la tuya en bien de tu prójimo. En esto radican las
buenas obras que nacerán por la fe que tengas en tu Salvador. La fe y las
buenas obras son imprescindibles para ganar el cielo, pero la fe única en el
Hijo es la llave primordial e irremplazable que abren sus puertas. LAS
BUENAS OBRAS PUEDEN SER MUCHAS, POCAS O NINGUNA, PERO
LA FE EN EL SEÑOR, UNA SOLA E IMPRESCINDIBLE PARA SER
SALVOS. - subrayó
Y luego ascendió a los cielos…

********************

Y el ascenso del Mesiah a los cielos fue así: que viniendo una suave brisa
que movió débilmente las copas de los árboles, lo vimos alzarse del suelo
hacia las alturas. Lentamente sus sandalias se separaron de la tierra, y todos
vimos al Divino Salvador ascender hacia las blancas nubes, hasta
desaparecer en el cielo donde reina junto con su Padre y nadie más.
La Caída del Imperio de las Virgenes 239

LISTADO DE LOS MILAGROS OCURRIDOS EN SANTO TOME

La levitación de un enorme camión frigorífico.


La transformación corporal del Doro.
La destrucción de la Santería San Gabriel
La ardiente llama azul que quemó los Diez Mandamientos de María.
La levitación del patrullero policial.
El aniquilamiento de cientos de policías por ignición espontánea.
La destrucción de la gruta de María Patrona de la Policía.
La carbonización de la anciana mariana.
La voladura de la imagen de María frentera a la catedral.
La caída de la cruz de acero de lo alto de la iglesia.
La caída de la torre de Radio María en los fondos de la iglesia.
La muerte del padre Horacio por un soplo de vida.
Apertura de las puertas del templo.
Destrucción de los vitrales, estatuas e ídolos del interior.
Levitación de bancos y placas de las Catorce Estaciones.
Castigo al Obispo Santillán y sus lacayos Almirón y Arbelaiz.
Caída de bancos y arañas luminosas.
La Ascensión del Mesiah a los cielos.

Fin de

“La Caída del Imperio de las Vírgenes”

**************************

Para consultas y opiniones:


Arturo Beresi
(3756) 501050
(3783) 673454
240 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

DOS EXPERIENCIAS HORROROSAS EN LAS PROFUNDIDADES DE LAS


DESPIADADAS AGUAS DE UN RÍO:

Aunque le pidiera permiso al benemérito autor anónimo del Tratado


solamente para agregar las hojas de “La Caída del Imperio de las Vírgenes”
que leíste anteriormente, déjame decirte que a hurtadillas quiero relatar en
éstas pocas siguientes la desgracia que le ocurrió no ha muchos días a una
familia cordobesa que de vacaciones en nuestro pueblo perdiera ahogado a un
hijo de diecisiete años en el río Uruguay, no por imprudencia o por no saber
nadar, sino por la falta de advertencia o prohibición sólida y palpable de las
autoridades prefecturianas o municipales de que el lugar donde muriera, de
profundos pozos y traicioneros remolinos, estaba vedado para el baño.
La mencionada familia la componía el padre, un apacible y destacado hombre
de negocios de la capital de Córdoba; la madre, una delicada señora tan buena
como un pan y hermosa como una flor, y sus tres pimpollos hijos adolescentes:
una niña de doce años, otra de quince y un joven de diez y siete que ya
cursaba el primer año de medicina en la ciudad en que naciera, y que fuera
quien desgraciadamente vino a perder su vida en nuestro apacible Río de los
Pájaros. Invitaron a ésta familia unos parientes locales a que pasaran sus
vacaciones en nuestro tranquilo pueblo y vieran en el tórrido enero
santotomeño sus hermosos carnavales de coloridas comparsas, y de paso
gozar de la paradisíaca paz y quietud pueblerina que nos caracteriza, lejos del
mundanal ruido y del barullo de las grandes ciudades.
En un fatídico sábado de corso, la familia cordobesa, quizá por no causar
molestias a sus huéspedes a fin de dejarlos dormir la siesta para que a la noche
descansados concurrieran todos a la fiesta, fue al camping municipal a orillas
del río Uruguay, donde a la fresca de los altos y umbrosos árboles de sus
orillas, el matrimonio se dedicó a reposar leyendo diarios y revistas en
cómodas silletas en la costa, mientras que los tres hijos jugaban en el agua a
cercana distancia, con cuidado y precavidos porque las dos niñas no sabían
nadar, no así el hermano que era un eximio nadador, de manera que todos
estaban en los lugares playos en donde el agua apenas les cubrían las piernas.
Jugaban con una pelota al vóley en el lugar justo y exacto donde había
profundos pozos de más de cinco metros de hondura, que ellos no conocían, ni
sabían ni fueron advertidos. En realidad fueron advertidos a medias, pues a la
entrada del camping había un cartel que decía en grandes letras negras que se
destacaban sobre un fondo amarillo:

CAMPING MUNICIPAL
BALNEARIO NO HABILITADO

¿Qué entendieron ellos con ésta advertencia? ¿No da a suponer las palabras
camping y balneario que si hay hamacas se puede hamacar, si hay césped se
puede pisar, si hay arcos se puede jugar a la pelota, si hay parrillas se puede
asar y si hay un río en sus instalaciones se puede bañar?
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 241

Todas estas cosas tenía el camping, y a juzgar por la innumerable concurrencia


de personas y niños que jugaban en sus instalaciones, todo estaba permitido.
¿No da a entender la frase “camping municipal” que las autoridades del
mismo velarían y quitarían de cualquier peligro a quienes entraran en sus
perímetros? Seguramente habría bañeros, doctores, enfermeros y ambulancias
para socorrer y ayudar a cualquiera que se accidentase, ya sea de una
situación de ahogo hasta la picadura de una avispa.
Incluso vieron que algunos bañistas se refrescaban en sus costas, algunos
sosteniendo un cañizo de pesca, lo que les llevó a pensar erradamente que
siendo ellos turistas, bien podrían imitar sin peligro lo que hacían los
lugareños. Ellos pensaron inocentemente que el cartel estaba desde los
tiempos en que se construyera el camping, en las ya pasadas elecciones, tras
buscar un mayor caudal de votos en las urnas, y que ahora ya terminado
solamente faltaba quitarlo de allí, pues común es que los funcionarios políticos
cuando hacen una obra los dejen largo tiempo como propaganda de su buena
administración.
Bien podría ser que se refirieran a las duchas de los baños del camping que no
estaban todavía habilitados para el aseo después de uno tomado en el río, y
que el cartel permitía acampar pero sin su uso hasta que se los terminara.
Es decir que por desgracia tomaron lo escrito como una información y no
como una advertencia de peligro. Hombre, en nuestras letras castellanas hay
millones de vocablos que tendrían más efecto y advertencia que los que
ocuparon las autoridades para velar por la seguridad, y con poner:

PELIGRO: PROHIBIDO BAÑARSE


RIO CON PROFUNDOS POZOS,

hubiera sido más efectivo e intimidatorio que la vaguedad y el desconcierto de


lo escrito en el cartel en cuestión. Con casi la misma cantidad de vocablos los
turistas hubieran sabido que estaba prohibido bañarse en el río, que había
pozos profundos y que era peligroso introducirse en sus aguas. Todos los
santotomeños conocemos ésos pozos, principalmente los pescadores y
contrabandistas que atracan en las madrugadas sus botes repletos de pescados
o de mercaderías libre de impuestos, traídas o llevadas al país vecino de
contrabando, procurando nos ser vistos por los prefecturianos que también los
conocen mejor que nadie, a los pozos, a los contrabandistas y a los pescadores.
Pero la familia era cordobesa, y al ver el cartel de CAMPING MUNICIPAL en
la entrada pensó que era permitido el refrescarse en las aguas del río, dentro
de sus tejidos y alambrados perimetrales, protegidos y seguros por la
eficiencia de los funcionarios de turismo, entendiendo exactamente lo
contrario de lo que indicaba el cartel con esa endemoniada advertencia.
Es el caso que de un momento a otro la más pequeña de las niñas desapareció
imprevistamente de la superficie, y queriendo su hermana mayor salvarla, la
tomó de la mano para impedir que se hundiera totalmente, y fue ella también
arrastrada hacia las profundidades del abismo.
242 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

De un momento a otro, ambas desaparecieron de la superficie sin tiempo


siquiera a gritar por ayuda.
El agua se las tragó silenciosamente con toda la malignidad y caradurez del
mundo.
El hermano de las niñas, el joven de diecisiete años que sabía nadar como un
pez, se arrojó inmediatamente tras sus hermanas y tampoco jamás retornó a la
superficie. En síntesis, los tres hermanos desaparecieron en la trampa mortal
en la que habían caído, y el padre que estaba en la costa leyendo un diario en
su silleta, al advertir la tragedia que le arrebataba a sus amados hijos, se arrojó
como una centella al agua, sumergiéndose a las profundidades con tanta
buena suerte que en el primer intento de rescate sacó desmayada pero viva a
la más pequeña, dejándola en tierra firme. Volvió al agua y sumergiéndose
una y otra vez buscaba desesperado a sus dos restantes hijos, tomando antes
aire en grandes bocanadas, siendo sus desesperados esfuerzos infructuosos.
Es más, el esfuerzo sobrehumano por rescatarlos, y el gran amor que todo
padre siente por sus hijos, hizo que no los abandonara ni aún en la misma
muerte, y se dejó rendir agotado bajo las aguas, sabiendo que por lo menos
moriría junto a sus dos amados retoños.
Unos pescadores que estaban cercanos al lugar de la tragedia, se acercaron con
sus canoas y trataron de ayudar hundiendo los remos en las profundidades
por dar con los desaparecidos y algo sólido para agarrar, para finalmente sacar
semidesmayado al padre, a cuyos pies, agarrada fuertemente de sus
pantorrillas, logró salir a la superficie la hija mayor aún viva.
El hombre, en medio de torrentes de agua que emergían de su boca, vuelto en
sí gritaba desesperado:
-¡Me falta uno! ¡Me falta mi hijo mayor!
Y los pescadores trataban de contenerlo y calmarlo para que no volviera a
arrojarse al agua, creyendo que todos ya estaban a salvo, ignorantes que el
joven de diecisiete años se ahogaba para siempre en esos precisos momentos.
Acostaron al padre preso de una profunda crisis y a las niñas en la playa, y ya
sin mucho entusiasmo, casi por obligación y amabilidad, los pescadores
buscaron al muchacho desaparecido escarbando y removiendo el agua con los
remos. Ya habían transcurrido más de diez minutos desde que el joven se
sumergiera para rescatar a sus hermanas en peligro, y ya no salían burbujas de
las profundidades, sino oscuros remolinos con que el despiadado río eructaba
desvergonzado tras deglutir a su nueva e inocente presa.
El padre se levantó dando terribles llantos de dolor al comprender que
perdieron al hijo tan amado, y abrazándose a su esposa lloraron ambos con
desgarradores lamentos y ayes de dolor.
Se rasguñaban las mejillas uno al otro hasta hacerlas sangrar, y como
queriendo despertar de una horrible pesadilla, se arrodillaban en el suelo y
golpeaban sus cabezas contra las piedras de la playa.
Nunca el río necesitó tanta agua para diluir las cuantiosas y dolidas lágrimas
que derramaron los angustiados padres por el hijo desaparecido en aquél
triste y lúgubre sábado de carnaval.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 243

Todos fueron llevados fuertemente sedados al hospital, mientras la prefectura


trataba de encontrar el cuerpo del joven con todo el personal disponible.
Pasada la medianoche el infortunado cuerpo del muchacho emergió a la
superficie por sí solo, intacto y con el buen porte varonil que aún en la muerte
poseía: de tez rosada, musculoso, atlético, fornido y hermoso.
La belleza de su cuerpo, su angelical rostro de labios sensuales abiertos y boca
de dientes perfectos, y su largo pelo enmarañado, parecían todos negar que
estuviera muerto, y aún sus bellos ojos azules, por una extraña terquedad de
seguir viviendo y ver al mundo, no se cerraban.
Parecía que aún miraban el viejo y apacible Santo Tomé donde viniera a
perder la vida sin razón ni justicia alguna.
Al amanecer del domingo, cuando los hermosos corsos santotomeños ya se
iban terminando y los rayos del sol asomaban en el horizonte, en un desfile
impresionante de carrozas ornamentales en cuyas cúspides bailaban bellísimas
mujeres cubiertas de plumas, y desfilaba frente al palco oficial la comparsa
Marabú que cerraba la fiesta, por los portones traseros del hospital Bautista,
salía lentamente la ambulancia contratada por la familia para llevar el cuerpo
del joven a su ciudad natal, a la que seguía el auto de la lastimada familia
cordobesa.
¡Ay, ay, hermoso niño que naciste en la bella Córdoba, y que de joven viniste a
morir ahogado en el apacible y tranquilo Santo Tomé, hoy regresas con tus
diecisiete años truncados y tu cuerpo yerto, frío y rígido al triste destino de la
sepultura que te cubrirá con la misma tierra que te vio nacer!
Dentro del auto todos lloraban desconsoladamente, la madre y sus hijas,
mientras que el padre, mirando la roja y amarga tierra de la calle, las veredas
desparejas de nuestro pueblo, sus árboles tontos y desabridos, la alta torre de
la iglesia, el tanque de agua allá a lo lejos, la desaliñada cancha de fútbol, con
lágrimas en los ojos y la cara roja de furia e impotencia, escupiendo el rojo
suelo, maldijo a nuestro pueblo y a todas las personas que en él vivían, si
fuesen merecedoras de llamar personas a tantos inútiles juntos, a los malditos
parientes que los invitaran, a los roñosos e incultos pescadores de la costa, a
los doctores y enfermeros que le dijeron descaradamente que ya nada podían
hacer por su niño, y a todos los que por una causa u otra le bullían dentro de
la cabeza.

- Santo Tomé de Corrientes, pueblo y gente de mierda, hasta tí


venimos cinco en este auto, y regresamos vivos solamente cuatro,
porque tu río de pájaros, que de ellos tiene sus mismas garras y
cagadas, cruel, sádico, inhumano, perverso y despiadado nos arrebató
a nuestro hijo más querido. Maldita la hora en que preparamos las
valijas para venir a tus tierras y a mezclarnos con tu maldita gente
inculta, despreciable y analfabeta, de radios bajas y asquerosas que
sacaron provecho de nuestra triste desgracia para aumentar sus
audiencias y auspicios, mezclando a mi hijo en medio de peleas e
insultos entre políticos de mierda y locutores de turno, en donde cura
244 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

ni monaguillo se acercó a nosotros para traernos cristiano consuelo si


antes no pagáramos un responso; maldito tu intendente Farizano que
no señalizó correctamente la peligrosidad del agua que arrebató a
nuestro hijo, y maldita la concejal Nela Rocha que manifestó que la
culpa era nuestra, por no leer el cartel de advertencia, y malditos los
prefecturianos que solo sirven para perseguir mujeres ajenas mientras
sus compañeros los engañan con las propias, malditos tus inútiles
concejales que discuten sin provecho ni arreglan nada mientras el
pueblo sufre y pasa éstos peligros, malditos tus locutorios desde los
cuales llamamos a parientes y amigos para contarles nuestra alegría de
estar en éstas tierras sin imaginar la sorpresa que nos tenía preparada,
y ahora para darles la triste nueva que llevamos el cuerpo yerto de
nuestro amado hijo, malditos tus supermercados donde compramos
los insumos para cocinar en nuestra estadía, maldita tu policía y todos
sus agentes juntos, analfabetos ignorantes de mierda, que no saben
escribir correctamente cónyuge ni occiso, malditos tus funcionarios
inútiles, oficiales de justicia, comisarios, jueces y secretarios que no
previeron mi desgracia, tus diarios sensacionalistas que no sirven ni
para limpiarse el culo, malditos tus destartalados colectivos urbanos y
remisses que se caen a pedazos, maldita tu roja tierra, que más roja es
ahora con las lágrimas de sangre que brotan de las heridas abiertas en
mi corazón por la terrible pérdida de mi hijo.
A ti te escupo, te orino y te defeco en la cara Santo Tomé de mierda, y
tanto te desprecio pueblo maldito, que nunca más de mis labios saldrá
tu nombre, ni regresaré jamás por no perder a otro ser querido, y mi
maldición siempre estará sobre tu cielo, sobre tu despreciable gente y
sobre tus demoníacas fiestas carnavaleras, y sobre tu música
chamamecera baja y ruin que indigna la inteligencia del hombre culto
y denigra los oídos de los sabios.-

Esto dijo el hombre llorando sobre el volante, escupiendo a nuestra tierra por
la ventanilla, hasta que desembocaron a la ruta y enfilaron raudamente en
dirección a la sabia ciudad de Córdoba, con el cuerpo yerto del joven en una
camilla fría e inhumana del hospital San Juan Bautista dentro de la
ambulancia, a la que seguía silenciosamente la dolida familia.

-El pobre hombre lloró durante todo el camino de regreso -dijo el chofer
de la ambulancia cuando retornó al día siguiente a Santo Tomé- Cientos de
estudiantes y amigos del joven esperaban impacientes su llegada a casa, y
cuando lo bajamos de la ambulancia, todos lloraron y derramaron las mismas
y dolidas lágrimas que derramara el padre durante el trayecto.- relató.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 245

Yo, como persona humanitaria y dolida de las desgracias ajenas, derramé una
lágrima de tristeza y compasión por la tragedia de la familia cordobesa,
quedándome abatido y amargado aquél fin de semana, escuchando las radios
que, efectivamente, por levantar la audiencia y el caudal de auspiciantes,
hablaban constantemente de la muerte del joven, inculpando al intendente y a
sus funcionarios de la desgracia ocurrida, quienes a su vez se defendían ante
los micrófonos de radios oficialistas con excusas y razones supuestamente
valederas que daban por conservar sus puestos y dárselas de eficientes y
previsores, inculpando a la familia la imprudencia de haber hecho caso omiso
al cartel de advertencia.
Por esas últimas horas del sábado y primeras del domingo, de la amargura y
congoja que me apretaban el corazón e inquietaban mi alma, y del punzante
dolor que me trasmitía la desgracia ajena, no concurrí a los corsos
espectaculares que ofrecía al turista nuestro pueblo, que estuvo repleto de
público de punta a punta y de bote a bote, sin importar un ardite a miles de
espectadores el infortunio de aquél padre que regresaba llorando y destrozado
a su ciudad natal, con el rígido cuerpo de su hijo muerto en una ambulancia.
Y solamente por advertir a los jóvenes, quise agregar éstas dos experiencias
horrorosas siguientes que pasé en mi lejana adolescencia, en mi época de
estudiante secundario, donde estuve a punto de perder la vida en garras de las
blandas e insustanciales aguas de lo profundo de un río.
No me mueve otra intención en esto que el dar ejemplo de lo peligroso que es
ir a bañarse en aguas que uno no conoce, o como en el caso del joven cordobés,
por no estar perfectamente señalizadas y advertidas de sus pozos, con un
cartel más inteligente y de escritura correcta y sintética que dijera
simplemente:

PELIGRO: RIO CON POZOS PROFUNDOS


PROHIBIDO BAÑARSE

*****************
246 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

EN LAS GARRAS DE LA MUERTE

Permíteme, buen lector, que retrotraiga mis recuerdos a mi adorada


adolescencia, cuando con trece años ingresé al primero de la Escuela Normal
de mi ciudad de Formosa, provincia que está entre las más calurosas del país,
que para darte una somera idea de ello te diré dos cosas: la primera, que por
las siestas del verano el calor es tan infernal que bajo techo el termómetro
logra trepar hasta los cuarenta grados, lo que hace que las uniones de
alquitrán de las calles se derritan y se vuelvan fofos, que al pisarlo queda
adherido y prendido a los zapatos; y la segunda es, aunque yo nunca lo vi ni
lo creo, que en los muelles del puerto los vagabundos y borrachos que viven
debajo, por las siestas fritan huevos y pescados al sol sobre una piedra comba
con aceite, sin otro calor que el que viene del astro rey.
Tengo para mí que posiblemente logren fritar los huevos, pero seguramente
los pescados los comerán semicrudos, aún cortándolos en finas lonjas, cosa sin
importancia para ellos, ya que solo les preocupa el frío de las botellas de vino
sumergidas en el río, atadas de su cuello por una cuerda.
Sí sé a ciencia cierta que en el interior de Formosa, en los pueblitos olvidados
de calles de tierra y de escasa agua en las canillas, la temperatura llega a subir
hasta los sesenta grados a la siesta, y poniendo al sol una lata de picadillo o
salsa llenas, o un desodorante en aerosol, antes de las dos de la tarde,
revientan sus envases provocando una explosión sorda y cavernosa. Así las
cosas, una común siesta muy calurosa de éstas, que todas son iguales por
asfixiantes e infernales, trece alumnos del primer año de la escuela Normal,
(¡oh, fatídico número trece de la mala suerte donde el Judas de la desgracia y
la traición acechaba!) decidimos en una reunión llevada a cabo bajo la sombra
de un enorme árbol chivato, media cuadra antes de la escuela, si ingresábamos
a las aburridas clases de Granja del profesor Armand o enfilábamos nuestras
bicicletas a darnos un fresco chapuzón en las cálidas y agradables aguas del
río Paraguay, que es el mismo que más al sur, llegando a Corrientes, cambia
su nombre por Paraná. Déjame explicarte que la Escuela Normal de Formosa
era una escuela granja, y no sé si aún conserva tal condición, donde por las
mañanas estudiábamos todas las materias intelectuales y prácticas necesarias
para obtener el título de maestro normal, desde Castellano, Inglés, Geografía,
Matemática, Historia, Música, Dibujo y otras que en total llegaban a la docena;
y por las tardes, se practicaban las tareas propias de una granja como ser
cultivos de lechugas, zanahorias, y tomates, y también la reproducción y el
cuidado de animales domésticos como gallinas, conejos, patos y chanchos, y la
cría de abejas para producir miel, aparte de otras materias como Carpintería y
Soldadura Eléctrica para los varones, y Cocina y Corte y Confección para las
niñas, mas Educación Física y Granja para ambos, y no asistiendo el alumno a
la mañana, se hacía pasible de una falta completa sin importar que concurriese
o no por la tarde, pero faltando a una de ellas, por ser seguramente las
materias de menor importancia, aunque debería ser al revés, se aplicaba al
alumno solamente media falta.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 247

Incluso había un cuarto de falta para aquél que llegara con una tardanza de
diez o quince minutos de iniciada la clase.
Como las haraganas preceptoras cargaban las cuartas, medias y enteras faltas
varios días después de ocurridas, llevaba al alumno a tal desconcierto y
engorro saber la cantidad exacta de inasistencias que cada uno tenía como
capital, que la mayoría de las veces cuando uno creía tener ocho enteras, en
realidad tenía ya doce faltas y media. Lo que quiero decir es que uno debía
cuidarse de no llegar a las veinticinco faltas enteras o partidas, o al mismo
número de amonestaciones, ya que en ambos casos, lo que ocurriera primero,
hacía que el alumno fuera violentamente expulsado de esa tan magna casa de
estudios. En un acalorado cabildeo estábamos, pues, aquélla calurosa siesta los
trece alumnos varones bajo la sombra del frondoso árbol, con nuestras
bicicletas listas y preparadas para ingresar a la Normal ya a escasos metros y a
la vista, o irnos al río a unas cuarenta cuadras de distancia, tratando de
recordar cada uno con qué caudal de faltas contaba en haber, y viendo que
todos podíamos agregar al capital media más, decidimos por unanimidad
aprobar la opción de ir a bañarnos en las frescas aguas del río. Aquélla siesta
de lunes dejaríamos abandonado al buen profesor Armand y a su clase de
Granja, la única materia que por las tardes compartíamos con el sexo opuesto,
hablando solamente a las mujeres a falta de varones, sobre la cría de abejas y
gallinas, en medio de un calor insoportable de más de cuarenta grados.
Mucho influyó en la votación de ir a bañarnos al río que el Negro Taborda,
cuyo padre era un humilde obrero que se deslomaba para alimentar a su
familia con un pequeño taller de gomería, y del cual trajera a escondidas en su
mochila una cámara de tractor que birlara por poco tiempo, en la que todos
queríamos navegar aunque sea una o dos horas por ser tan grande como un
transatlántico. El Negro Taborda era un adoquín intelectual, repitente del año
anterior, en peligro inminente de ser expulso por mala conducta, cuyo más
alto logro era eximirse solamente en Educación Física, llevando a marzo las
doce materias restantes de la mañana, y quien ahora lo viera con su mochila a
punto de estallar, con la cámara de tractor plegada y escondida dentro,
pensaría que iba a la escuela con las obras completas de Jorge Luis Borges o de
Víctor Hugo, si no viera el extraño pico de bronce que asomaba por un costado
para no agujerear el envase en que iba prisionera.
Trece éramos en total, y de todos, solamente dos no sabían nadar: Julio
Vallejos y Rabito Leguizamón, cuyo nombre original no me puedo acordar por
los muchos años que ya pasaron, y que ganara en la primaria el apodo del
famoso conejo por tener los dientes incisivos grandes y salidos.
Y éste mencionado Julio Vallejos, era otro repitente de varios colegios
anteriores de la ciudad, viniendo a recalar en la Escuela Normal con la
promesa hecha por su padre a la Directora que ahora sí estudiaría con ahínco
y se portaría correcta y educadamente, y voto a todos los demonios que pasará
al segundo año, dijo, porque lo moleré a palos a la primera nota baja o
amonestación que me traiga, ya que quería curarlo de su rebeldía y diabluras
al ser hijo único y muy mimado de su madre.
248 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Ahora él en persona manejaría con mano dura sus estudios, alejándolo de los
mimos de la madre y de la vagancia, prometió. Ni con todas éstas promesas
del padre dejadas en el altar de la Dirección pudo el hijo aprobar el primer año
del anterior ciclo, cursando como repitente por segunda vez en la Normal con
dieciséis de edad, y que sin embargo llegara al estrellato de la popularidad
estudiantil al ganar un premio literario instituido por la Gobernación de
Formosa por una redacción sobre el Día de la Primavera que ocupó el tercer
puesto entre setecientos alumnos que concursaron, como un milagro, que bien
dicen que Dios da almendras a quien no tiene muelas.
Este famoso trabajo literario de Julio Vallejos, hecho un año antes de que
ingresara yo a su mismo curso, decía mas o menos así:

“Día de la Primavera”

(Por Julio Vallejos 1ºer Año “B”)

“Como nuestro benemérito y nunca bien ponderado Sr. Gobernador


de la provincia de Formosa, Dr. Gutnisky, decretó asueto escolar para
este memorable Día de la Primavera y al mismo tiempo del
Estudiante, que a mí no me toca en lo más mínimo porque odio las
flores tanto como las hojas de los libros, ni me interesa oler aquéllas ni
agarrar éstos, lo paso aburrido y mohíno, sin nada que hacer ni en qué
gastar mi tiempo, ya que mi viejo no me tiró ninguna moneda ni
billete para festejar el día, ni tengo a mano profesores ni preceptoras a
quienes fastidiar, y camino sin rumbo ni propósito alguno por las
calles de la ciudad, anhelando pichado y putrefacto que pasen pronto las
horas para que llegue la del almuerzo, ya que mi vieja me echó de la
casa hasta el mediodía, para poder limpiar el revoltijo y la inmundicia
de mi cuarto, dijo. Paseo por el centro de la ciudad oliendo las basuras
que desparramaron sobre las veredas los angurrientos y famélicos
perros vagabundos, que vuelcan los tachos por las noches buscando
un podrido trozo de carne o restos de pizza para subsistir.
Miro distraído los verdosos vómitos que descargaron incontenibles en
las paredes los atrevidos borrachos, y los enormes gargajos impresos
en el suelo de los que fuman cigarros negros o mascan tabacos.
El sol brilla en el cielo, calentando la tierra y los orines de los jóvenes
alegres y divertidos que salieron de los boliches a la madrugada, y en
los zaguanes de algunas casas hay vómitos de pizzas y hamburguesas,
y olorosas deposiciones detrás de los árboles, y cientos de botellas de
cervezas vacías abandonadas en el medio de la calle.
Yo las recorro anhelando que las horas pasen fugazmente para
mañana volver a clases, a las sagradas aulas donde me divierto
interrumpiendo a los profesores con preguntas estúpidas, tirando
flatos en el fondo del curso, o tizas y ondulantes avioncitos de papel
contra el pizarrón.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 249

Eso es vida, y no éste podrido día de la primavera y del estudiante.


Un pajarito hermoso y alegre revolotea por encima de mi cabeza,
aturdiéndome con sus estridentes gorjeos para decirme que está feliz y
contento con la llegada de la hermosa primavera; pero yo, que no
ando con vueltas con estos insultos ni tengo ánimos para soportarlos,
le reventé la suya de un certero hondazo, para que vaya a piar alegre
en el Paraíso donde seguramente ahora estará contento y a sus anchas
junto a Dios…

De setecientas composiciones, este burro tuvo el honor y la osadía de ganar el


tercer premio, que consistía en un pequeño diccionario de ésos que cuando
uno busca una palabra, encuentra la anterior o la siguiente, pero nunca, nunca,
la que uno persigue.
Y creo que lo nominaron solamente por la parte donde dice que “nuestro
benemérito y nunca bien ponderado Sr. Gobernador decretó asueto estudiantil”, que
buena modalidad es alabar a los funcionarios para conseguir algo de provecho
propio, mas los términos putrefacto y pichado tan bien empleados para
demostrar su pésimo estado de ánimo.
Y lo que más gustó al Jurado compuesto por tres profesores de Castellano, tan
burros como el autor, fue el enfoque diferente y distinto que ocupó el educando para
desarrollar el mismo tema, que mientras los demás alababan las flores y los pájaros, el
magnificaba los vómitos de los borrachos y reventaba las cabezas de las alegres
avecillas.
Es pues el caso, que pasando nuestro grupo por una estación de servicios
retirada del centro, inflamos al tope la cámara del tractor, y entre todos la
acarreamos sobre dos bicicletas, procurando que nadie nos viera, yendo por
las calles laterales de la ciudad que por ser de tierra eran poco transitadas, en
busca de las frescas y mansas aguas del río Paraguay.
En aquélla época, cualquier tutor, policía, marinero, preceptor o profesor
podía denunciar a la escuela la vagancia por las calles de alumnos que no
concurrieron a las aulas, aún sin que sean sus hijos o pupilos, principalmente a
los que andaban en grupos, a fin de que la dirección avisara por teléfono a los
padres, y gran peligro era vagar lejos de la escuela en horas de clase con los
uniformes puestos o las carteras en la mano.
Digo que finalmente llegamos y nos arrojamos todos felices y contentos al
agua límpida y clara, tanto que sumergidos hasta el cuello, podíamos ver
claramente su fondo amarillo y aterciopelado por las suaves arenas sin peligro
alguno, pues la playa descendía lentamente bajo el agua por espacio de unos
veinte metros en el que podíamos hacer pié, sin pozo ni peligro alguno de
ahogarnos, para jugar por horas a la mancha sumergida unos con otros, o
hacer concursos de contención de la respiración bajo el agua, o volteretas
estrepitosas y salpicantes arrojándonos desde los hombros del fornido Carlos
Leiva, que era un elefante de cien kilos de peso y dos metros de altura con
apenas diecisiete años, ahora repitente de la escuela Normal y antes de la
Industrial por dos veces.
250 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

También navegábamos sobre la cámara o nos arrojábamos de ella


zambulléndonos siempre en las partes donde hacíamos pié sin meternos en
peligros ni riesgos.
Nos divertimos en el agua desde las dos hasta las cuatro de la tarde, con el sol
picándonos sobre las espaldas y los rostros, con la alegría propia de la
juventud aflorando por nuestras mejillas, entre risas, bromas y chacotas, y
antes de volvernos a nuestras casas, no sé a quién se le ocurrió que todos
subiésemos sobre la enorme cámara de tractor y saliésemos a navegar por el
medio el río.
Así lo hicimos, cabalgando todos sobre ella, y nos alejamos unos cincuenta
metros de la costa. Todos íbamos sentados sobre el círculo de la blonda
embarcación que se semihundía por el peso de los trece, los más osados
mirando hacia afuera y los inútiles y miedosos hacia adentro, con las uñas
clavadas en la goma y con los pies sumergidos, que al moverlos
frenéticamente, hacía que la cámara girara como un trompo avanzando
lentamente hacia el medio del río, con el sol por momentos picándonos sobre
nuestros rostros o ardiendo sobre nuestros lomos dejándolos rojos y sensibles.
Después de navegar un rato por el medio del río, decidimos regresar a tierra y
de allí a nuestras casas, pues ya era la hora en que la clase de Granja
finalizaba, y entre todos chapaleamos los pies para dirigir la embarcación
hacia la playa, lo que lentamente íbamos logrando, girando y girando en
círculos que nos dejaban mareados como si estuviésemos en una de ésas tazas
giratorias de los parques de diversiones, hasta casi llegar a las suaves arenas
de la costa. Tres o cuatro metros antes de que hiciésemos pié, el grandote
Carlos Leiva, que pesaba cien kilos de carne y huesos, y treinta gramos de
cerebro, lo que al repetir el actual año y abandonar los estudios, en gran
medida le facilitó para que ingresara al Cuerpo de Gendarmería como
voluntario raso para después de treinta años de exitosa carrera militar
jubilarse de cabo, se puso de pie sobre la cámara y de un violento envión se
arrojó al agua sumergiéndose hasta llegar a la cercana costa, pues aún siendo
enorme como una foca, nadaba excelentemente bien.
El famoso envión de este mastodonte hizo que la cámara diera una vuelta
campana, arrojándonos a los restantes estudiantes a las aguas claras y mansas
del río, en el lugar justo en que su fondo pasaba los tres metros de
profundidad, con el agua suficiente no solo para ahogarnos a los doce
restantes, sino a la escuela Normal entera, incluidas sus preceptoras y aún su
mismísima directora.
Cuando yo emergí a la superficie, sabiendo nadar el indecoroso estilo perrito,
vi que gracias a Dios todos los vagos íbamos nadando hacia la costa como si
fuésemos una manada de elegantes delfines, e inclusive algunos ya estaban
parados en la arena junto a Leiva riéndose en estruendosas carcajadas de los
que aún nadábamos desesperadamente para llegar a tierra firme.
La cámara quedó un poco más atrás de todos por el envión, con Vallejos que
no sabía nadar aferrado como un gato a ella, remando con una mano para
hacerla avanzar dificultosamente.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 251

Yo, que avanzaba a duras penas con mi estilo perrito estaba aún a unos tres
metros de hacer pié cuando a mi costado izquierdo veo que emergían del
fondo del río muchas burbujitas que explotaban como globos en la superficie,
y no le di mucha importancia porque sabía que algunos camalotes de los
muchos que había, cuyos tallos son vaporosos y esponjosos, cuando uno los
hunde con el pie dejan escapar globitos de aire por largo tiempo.
Seguí entonces orondo mi camino, cuando en las límpidas aguas, a medio
metro de profundidad veo una blanca y amistosa mano que me saludaba.
Sí, me saludaba con los graciosos movimientos del cuello de un cisne, como
diciéndome adiós en medio de infinitas burbujas. Entonces razoné que alguien
se estaba ahogando y rápidamente le grité a Vallejos que venía tras de mí, que
me arrojara la cámara para tratar de salvarlo agarrando la misteriosa mano
para después subirlo a ella. ¿Y sabéis lo que éste idiota me contestó?
-¡Ni loco te la doy! -me dijo- ¿Quieres que me ahogue yo?
Esto me dejó mohíno y enojado, como cuando le pedía a mi padre dineros
para ir al cine y me lo negaba por tal o cual pecado, y viendo que las burbujas
seguían saliendo cada vez más fluidas, aunque ya no vi más la mano, me
zambullí en medio de ellas, sin saber nadar ni tener la más mínima noción de a
quién iba a rescatar valientemente, y menos de cómo hacerlo.
Voy a aclarar mejor: en aquélla inconsciente época de mi juventud, yo estaba
segurísimo que jamás me ahogaría ni aún naufragando en el medio del mar,
porque podía mantenerme a flote horas enteras en dos estilos de natación
propias de Pedro Candiotti49: una el consabido e indigno estilo perrito, donde
con las manos bajo el agua remaba al compás de los pies, avanzando como una
pesada bolsa de papas sin jamás hundirme ni cansarme; y el otro estilo que me
mantenía a flote por muchas horas era la planchita, con el cual miraba el paso
de las nubes en el cielo haciéndome soñar con el Paraíso, aunque con éste
sistema uno no puede tener dirección ni timón, y sucede que
equivocadamente puede alejarse más de la costa creyendo acercarse.
Me sumergí como una piedra bocha tras las burbujas que emergían de las
profundidades cavernosas del río, sin pergeñar ni por un momento al peligro
a que me exponía. Mi inconsciente cerebro de adolescente solo me ordenó
rescatar la mano amiga, sin catar el peligro y sin prudencia alguna.
Bajo el agua limpia y clara abrí los ojos y pude ver nítidamente al alcance de la
mano algo similar a un tenebroso bulto que fluctuaba ondulante, como si fuese
una gigantesca mariposa que iba de flor en flor.
Entonces, sin que lo viera venir ni saber de dónde salió, un pulpo o quizá un
calamar, o un enorme monstruo marino me abrazó con cien tentáculos y
ventosas, a tal punto que me quedé totalmente inmovilizado de manos y pies,
como aquéllos insectos a los cuales las arañas inyectan su veneno y dejan
paralíticos, y después los envuelven en una suave y pegajosa telaraña para que
sirvan después de almuerzo o de merienda.

49Pedro Candioti famoso nadador argentino apodado “El tiburón de Quillá” que recorrió todo lo
largo del río Paraná y finalmente unió Buenos Aires con Montevideo a nado.
252 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

El demencial abrazo del monstruo fue similar al caer dentro de un estrecho


caño o pozo donde quedara atorado sin poder mover los brazos ni las piernas.
Abrí desesperado los ojos y vi borrosamente la cara del horrible ser marino,
que aún hoy, después de cincuenta años la tengo nítidamente grabada en la
memoria, con sus enormes ojos fuera de las órbitas, su horrible hocico como el
de un chanco pegado a mi nariz, mientras que de su gran boca de dientes
desparejos y afilados, salidos hacia afuera, dejaba ver la asquerosa víbora de
su lengua que se movía de un lugar a otro como regodeándose de atrapar una
sabrosa presa, y toda su horrible faz a veces era cubierta por una negra
pelambre que flotaba flácida sobre su horrible semblante como un velo
sagrado, o fluctuaba hacia arriba como si un ventilador en el fondo del rio
soplara una suave brisa que movieran sus crenchas de un lado a otro.
Quise moverme, liberar mis brazos de su terrible abrazo, y nada, ni siquiera
me moví un centímetro de mi obligada parálisis, pues eran sus garras como de
acero que me apresaban fuertemente.
Recuerdo que pensé en mi madre, que me estaría esperando con el cocido con
leche y las galletas calientes de la tarde untadas con manteca sobre la mesa, y
le dije:
-Suéltame, por favor, que mi mamá me está esperando que regrese a casa
para tomar la merienda.-
Pero el monstruo no se apiadó de mí, ni aflojó las garras de su mortal abrazo,
más bien afirmó sus uñas clavándolas en mis espaldas hasta hacérmelas
sangrar.
El agua del río se tiñó suavemente de rosado con la sangre que extrajeron los
garfios de sus garras al atravesar la piel de mis espaldas.
Miré nuevamente aquéllos horribles ojos que se agrandaban y salían fuera de
sus cuencas y lejos de su cara, suplicándole que me dejara ir, pero su horrible
nariz porcina se pegó contra la mía y el esfuerzo que hice al rogarle que me
soltara por amor a mi madre fue fatal para mí, pues mis pulmones perdieron
el oxígeno que se escurrió en millones de burbujas que subieron hacia la
libertad de la superficie acompañadas por las que se desprendían de las fauces
del monstruo.
Iba a morir como otro Anteo50 en aquél demencial abrazo de Hércules.
Este Briareo51 de cien brazos, me tenía sólidamente amarrado y a su merced.
Aquello era una pesadilla de la que no podía despertar, y hasta el día de hoy
tengo sueños espantosos de los que salgo gritando: “¡suéltame, suéltame, maldito
engendro del infierno!”
Traté nuevamente zafarme del abrazo del endriago y no pude desprenderme
ni separarme un centímetro de sus tentáculos, que al parecer eran cuatro, dos
de los cuales me tenían sujeto a la altura del pecho, amarrados a mis espaldas,
y otros dos a la altura de mis rodillas atándome fuertemente las piernas.

50 Gigante contra el cual luchara Hércules a quien dio muerte asfixiándolo entre sus brazos.
51 Briareo: Gigante mitológico hijo del Cielo y la Tierra que tenía cincuenta cabezas y cien brazos.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 253

En aquélla época, teniendo trece años, yo jugaba al básquet, creo que bastante
bien, y el club Banco Nación para el que militaba, y en el cual trabajaba mi
hermano mayor Antonio como auxiliar tras los mostradores, me había
provisto un pantaloncito rojo de satén brilloso, en cuyo frente tenía dos
pequeñas argollitas de acero para graduar un breve cinto que quedaba sujeto
entre ellas a manera de hebilla, a fin de ajustar la prenda a la cintura.
Y como en mi casa no existía malla de baño para hombre o mujer por
prohibición de mi padre, y a falta de pan buenas son las tortas, yo lo usaba
todas las veces que íbamos a bañarnos al río, como en aquélla ocasión.
Viendo que el monstruo no me soltaba, pude encoger mis piernas poniendo
mis rodillas sobre su vientre escamoso y repulsivo, y dándole un violento
envión, como la potente coz de un caballo, lo empujé hacia el fondo del río,
con tanta mala suerte para mí que sus garras se desprendieron de mi cuerpo
llevándose parte de las carnes de mis espaldas y trazando profundos surcos en
la piel de mis costillas, y por casualidad, en la violenta separación, uno de los
garfios de sus dedos se introdujo en las argollitas de mi prenda de vestir, y al
irse al fondo se llevó consigo la mitad del pantaloncito, o sea, toda la pierna
izquierda junto con el pequeño cinto de tela brillosa.
Lo vi borrosamente descender lentamente hacia la eterna quietud del fondo
del río, con los cabellos cubriendo su horrible rostro y los tentáculos de sus
extremidades flácidos y abiertos. La fenomenal coz de caballo que le diera me
dejó libre del engendro, que al acostarse manso y obediente en el lecho del río,
levantó infinitos granos de arena de su fondo, mecido por la suave paz que le
daban los vaivenes de las corrientes.
Allí aguardaría paciente la llegada de una nueva presa. Al posarse en las
profundidades sobre su blondo lecho de arenas, noté que su horrible cuerpo
tomaba la forma de un hombre en una extraña metamorfosis, para luego
tomar la de un escarabajo que se ocultó presto bajo la arena del lecho. Yo subí
a la superficie y aspiré grandes bocanadas de aire, y viendo que en la costa ya
estaban todos haciendo pie, incluso Vallejos junto con la cámara, les grité:
- ¡Pásenme la cámara, pásenme la cámara que alguien se está ahogando!-
y entre todos me la arrojaron por los aires, con tanta mala suerte que nuestra
embarcación cayó como una enorme pelota sobre mi cabeza, dándome tal
golpazo que por poco me envía a dormir junto al monstruo en el fondo del río.
Mareado por el golpe, me aferré a ella con el brazo derecho, y con el izquierdo
sumergido busqué al endriago dando rastrilladas con la mano abierta, como
peinando el agua, y gracias a Dios, en el primer intento, mis dedos
encontraron una lacia y suave cabellera, y agarrándola fuertemente la levanté
hacia la superficie. Alguien salió como un cohete fuera del agua, prendiéndose
de la cámara a la que se trepó desesperado para tenderse exhausto sobre ella,
con la mitad de su cuerpo sobre la embarcación y sus pies sumergidos en el
río. Tan veloz fue esta acción, la de prenderse a la vida, que pasando a
centímetros de mis ojos, no pude ver ni saber quién era el dueño de ése
maravilloso cuerpo dorado de tantos soles, de piel lisa y joven, que saliera de
las profundidades del infierno.
254 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Empujando la cámara suavemente con una mano mientras nadaba en el estilo


perrito con la otra, llegamos hasta la costa, y desmayado el de arriba y fundido
el de abajo, nos sacaron del agua entre todos, y a ambos nos tendieron en la
arena para poner en práctica otra brillante idea del grandote Carlos Leiva, que
pisó nuestras espaldas con sus delicados pies de calce cuarenta y cinco,
haciéndonos arrojar agua a borbotones, junto con nuestras tripas, hasta formar
una laguna en la arena.
Yo en particular, junto con el agua, arrojé unas hojas de camalote y una
herradura de siete agujeros, la que trae suerte, sin que hasta ahora sepa a
ciencia cierta cómo me las tragué.
Miré a mi compañero de convalecencia y para mi alegría y sorpresa era Rabito
Leguizamón, que aún desmayado y con los ojos cerrados, ahora me parecía
bello, hermoso, agraciado, con sus lacios cabellos sobre el rostro y su cuerpo
empapado de cristales, de cuyas espaldas emanaban infinitos destellos de
estrellas titilantes que formaban o producían las gotas de agua atravesadas por
los rayos del sol.
Por la misma agua que en el fondo negro y oscuro del río, casi nos lleva a la
muerte a los dos.
Me abracé a sus espaldas y quise besarlo en las mejillas como a un hermano
que se encuentra después de un siglo de ausencia.
¡Qué hermoso fue para mí ver a mi amigo Rabito respirando sobre la arena
que se levantaba en pequeños remolinos a cada resoplido de su boca o de su
nariz!
En definitiva, salió de su desmayo, y se recuperó presto sentándose
dificultosamente sobre la arena, retomando su piel el suave color rosado de su
pigmentación, ya que al salir del agua su aspecto era similar al de una estatua
de yeso tan blanca como el armiño y el algodón, de una lividez total y
terrorífica.
Pero ésta historia, cuyo aparente final es feliz y bienaventurado, no termina
aquí, y tiene otro peor y tan desgraciado que mejor hubiera sido si nos
hubiéramos ahogados los dos.
Dejad que descanse un rato, que respire hondo y me pase el miedo que aún
siento después de cincuenta años de ocurrido el hecho, y éste erizar de mi piel
por el solo recuerdo de tan terrible imprudencia, y os contaré qué mal terminó
este historia, que hasta ahora es pan con dulce de leche comparado con lo que
se vendría después...

**************
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 255

No bien Rabito salió de su desmayo, llegó un marinero en una moto que nos
ayudó a recuperarnos con masajes y presiones sobre el pecho, y después anotó
en una libretita el nombre y la dirección de cada uno, y la escuela a la que
pertenecíamos, y como broche de oro secuestró la enorme cámara de Taborda,
o sea de su padre, o más bien de un cliente de su padre, quedándosela para él,
y nos ordenó el inmediato regreso a nuestras casas.
Y así lo hicimos sin chistar, so pena de ser detenidos.
Has de saber que yo nací en el centro de la ciudad de Formosa, y dos cuadras
detrás de mi casa se encuentra la Prefectura que cuenta con una alta torre
vigía, que cuando éramos niños nos dejaban subir a la cima por sus escaleras,
y allá arriba le hacíamos compañía al marinero de guardia, que con un
poderoso catalejos o largavista adosado en el marco de la ventana que daba al
río vigilaba la navegación, el ingreso furtivo de embarcaciones con
contrabando lejos del puerto, o cuidaba las vidas de los pescadores cuyas
canoas estaban estáticas en el medio del río.
Bien, cuando diera el vuelco la cámara gracias al desafortunado envión de
Carlos Leiva al arrojarse al agua, dio la casualidad que el ojo avizor del
largavista estaba enfocado sobre nosotros los alumnos que faltamos a la
escuela Normal aquélla tarde, casi a dos kilómetros de distancia.
Urgente enviaron a un marinero en moto por medio de picadas y caminos de
yuyos, ya que acampamos en un lugar lejano al tránsito de un vehículo mayor
que uno de dos ruedas, que nos ayudó en el salvataje y en los ejercicios de
respiración, y que como dije secuestró la cámara y nos ordenó el regreso
inmediato a la escuela o a la casa de cada uno.
Yo pasé una mala noche, asustado y en medio de pesadillas que me hacían
temblar todo el cuerpo, y de tanto en tanto me ponía tintura yodo en los
surcos que dejaran las garras del monstruo, tratando de detener la hemorragia,
lo que me hacía ver las estrellas
Al día siguiente, antes de la campana de entrada, nos encontramos todos en
los patios de la escuela, comentando en voz baja el terrible suceso acaecido en
el río en donde Rabito y yo casi perdiéramos la vida, por temor a que nadie se
enterara, hasta que sonó estridentemente la llamada a formar para el acto
diario del izamiento de la bandera, al que concurren ineludiblemente todos los
cursos, junto con sus preceptoras, la directora del establecimiento y alguno
que otro profesor patriótico, ya que la mayoría, si no llega tarde, les gusta
esconderse en la sala de profesores hasta el término de la aburrida ceremonia.
Sin embargo en aquélla ocasión estaban todos los profesores presentes, hasta
los de los últimos años a quienes poco veíamos por estar en otra ala lejana a la
de los primeros y segundos cursos del establecimiento.
Luego de que la bandera estuviese flameando en lo alto del mástil, la directora
sacó un papelito de su bolsillo, y con voz chillona y enojada dijo:
-A medida que los voy nombrando, los siguientes alumnos vayan
pasando al frente… -
256 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Carlos Leiva
Antonio Areco
Victoriano López
Daniel Taborda
Alberto Danieri
Rabito Leguizamón
Julio Vallejos
Jorge Montovio
Eloy Benítez
Arturo Beresi
Miguel Angel Capra
Carlos Raúl Zoloaga
Jean Paul Gilbert…

-¿Están todos? Pónganse detrás de mí- nos ordenó, y luego mirando al


senado dijo- quiero informar a los señores profesores y muy especialmente al
personal de preceptores que en la tarde de ayer casi se perdió la joven vida de
un alumno del primer año en las aguas del río Paraguay. Y según me informó
la Prefectura, por los hechos ocurridos, la desgracia bien podría haber sido
mayor, con dos alumnos ahogados. Efectivamente, en la tarde de ayer trece
alumnos que debían concurrir a clase de Granja, ¡oigan bien: trece alumnos!
faltaron masivamente sin que la preceptora a cargo ni el profesor Armand que
la impartió me dieran la novedad de tal anomalía. ¿Cuántas veces dije al
personal que me avisaran de inmediato cuando faltan más de tres varones por
las tardes, pues es una señal inequívoca que lo hacen para ir en grupo a
meterse en peligrosas aguas? Estos trece alumnos que pasaron al frente y que
ustedes ven detrás de mí, faltaron en la tarde de ayer en forma masiva e
imprudentemente para ir al río, lo cual yo como directora ignoraba para tomar
las medidas pertinentes contra la transgresión, sin que me avisaran del escape
las preceptoras, ya que contamos con la más amable colaboración de la policía
y de la prefectura para evitar estas fugas y vagancias deteniendo
inmediatamente a los alumnos que en horas de clase anden vagando por las
orillas del río o cerca de una laguna. ¡No voy a permitir en adelante ninguna
omisión sobre este deber ineludible que tienen las preceptoras de
comunicarme inmediatamente éstas “rabonas” masivas de los alumnos! Voto a
Satanás que éste va a ser el último gran escape de éste establecimiento a mi
cargo. Ayer por la tarde, un alumno casi pierde la vida en el río, si no fuese
por la valentía de un compañero que se arriesgó a salvarlo de una muerte
segura e inexorable en la flor de la edad, por la imprudencia propia de la
juventud. Me informó la prefectura que dándose vuelta campana una cámara
en la que montaban por el medio del río, cayeron todos en aguas profundas, y
el joven Rabito Leguizamón, desapareció en las profundidades, donde se
ahogaría sin remedio si Dios no ocupara la valentía y el arrojo de su
compañero de curso, el joven Arturo Beresi, quien en una acción de esfuerzo
extremo lo rescató de la muerte, exponiendo su propia vida en el intento…-
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 257

La audiencia tronó en medio de vivas y estridentes silbatinas emitidas con dos


dedos en la boca por los alumnos de toda la escuela, los de los últimos cursos,
que junto con los aplausos vigorosos de los profesores y preceptoras hicieron
temblar las paredes.
Yo, que estaba detrás de la directora, sin que me viera, levanté en alto mis
brazos con los dedos en “v” como si fuese un campeón de boxeo o de carreras
de autos, ufano y orgulloso de mi increíble hazaña.
Incluso pensé para mis adentros que en ésta escuela fácil podría recibirme de
maestro, pues de aquí en más sería un ídolo digno del bronce igual que otro
Sarmiento, que si él concurría a clases aún con lluvia, yo faltaba por agua, y de
aquí en más no habría profesor que me pusiera notas bajas ni preceptora que
arruinara con amonestaciones el hermoso concepto con que me alababa
delante de todos los profesores la mismísima directora Catalina Méndez52,
nada menos.
-No se podía esperar acción más humanitaria y loable del joven Beresi,
cuya hermana Rebecca se recibiera en este establecimiento el año pasado con
las mejores notas y el mayor promedio de los últimos tiempos, y como
abanderada, sin tener una falta a ninguna clase en cinco años de carrera, y era
una alumna tan educada y respetuosa que para salir una palabra de su boca,
antes pedía permiso a la siguiente…-
-Hum, -dije yo entremí- con éstas alabanzas a Rebecca, no habrá
profesor que se atreva a ponerme una nota baja ni preceptora que se anime a
sancionarme con una amonestación… Ya vienen, ya vienen mayores elogios
que los de Rebecca para conmigo, el hermano menor.
-En cambio, -continuó la Directora- este su hermano Arturito del primer
año “B” aquí presente, ya me tiene harta y putrefacta con su comportamiento
inquieto, molesto, mentiroso, dañino, malévolo, inclinado a la vagancia,
fabulador, maleducado, y a buen seguro que fue el principal instigador a faltar
a clases a sus otros compañeros que se dejaron hipnotizar por su maldad
innata. ¡Y pensar que éste atorrante figuró en el Cuadro de Honor como el
mayor lector de nuestra biblioteca, haciendo pasear los libros hasta su casa sin
siquiera leer una de sus hojas! Una idea tan nefasta no pudo salir de otra
cabecita que de la suya. ¡Qué hubiera sido de mí y de ésta sagrada escuela si
ayer perdíamos a un alumno (no siendo él, por supuesto, que no lo echaríamos
de menos), por la liviandad y dejadez de quienes debemos cuidarlos! ¡Los
padres confían que están bajo nuestra tutela estudiando en sus aulas, mientras
que en realidad se están bañando con gran peligro de ahogo en las aguas del
río! ¡Si esa desgracia pasase en mi administración, estoy segura que el Sr.
Gobernador de la provincia firmaría sin que le temblase el pulso mi expulsión
irrevocable de esta casa de estudios! ¡Y en qué quedaría el prestigio de esta
sagrada escuela Normal de donde egresaron destacados maestros, excelentes
profesores y cientos de profesionales universitarios! De manera tal que es

52Esta directora vino a ser con el tiempo Ministra de Educación de Corrientes, ya casada y con el
nombre de Catalina Méndez de Sobriau.
258 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

necesario que todo el alumnado sea testigo del castigo ejemplar que impondré
a estos alumnos que ayer faltaron en masa, como advertencia para aquéllos
que siquiera se les pase por la cabeza la idea de hacer lo mismo. La señorita
preceptora pondrá veinticuatro amonestaciones, o las que resten para llegar a
esa cantidad, a todos los que participaron de la fechoría, menos a los alumnos
Arturo Beresi y Rabito Leguizamón, que fueron los dos protagonistas del
peligroso suceso…-
-¡Yupiii, -dije yo entremí- salvados estamos! ¡Gracias a Dios, a mí me
perdona por valiente y a Rabito por ser la sufrida víctima del accidente!
-A ellos dos –sentenció la Directora- les pondrán veinticinco
amonestaciones sobre las que ya tienen ambos, y ya mismo serán expulsados
inexorablemente de la escuela. Se les dará la libreta de clasificaciones y demás
legajos que necesiten envueltos en papel celofán, por si otro colegio los acepta,
aunque no lo creo. Asimismo, antes de irse, los dos deberán abonar la cuota de
la cooperadora si estuviesen con atraso, y se prestará especial cuidado en
hacer reponer al ex alumno Arturo Beresi un borrador de pizarrón que
perdiera o robara del curso. Y por último, tanto los profesores como las
preceptoras que no me comuniquen las inasistencias de más de tres varones,
especialmente por las tardes, serán duramente sancionados con descuentos en
sus haberes o suspensiones. Y con esto, esperando haber sido clara y
específica, los cursos pueden retirarse a sus respectivas aulas.- dijo.
Esta directora Catalina Méndez de la Escuela Normal de Formosa, era
inflexible, drástica y despiadada con sus condenas, y aún los alumnos de los
últimos cursos, a un paso de ser ya maestros normales, le tenían un miedo
atroz cuando como un buitre recorría los pasillos y galerías del
establecimiento, buscando la roña con que se alimentaba.
¡Guay de aquél que no trajera corbata o la insignia prendida al pecho!
¡Pobre de la niña que viniese con las uñas largas o sin las medias azules
levantadas hasta las rodillas!
Cuando sancionaba o expulsaba a alguien, no tenía piedad alguna por el
alumno, así fuera hijo del obispo o del papa.
Ecce mulier, caput pecatti, arma diaboli, expulsio paradisi 53
Todos nos quedamos mudos de asombro, como paralizados, alelados, sin
saber qué hacer ni decir, y hasta la bandera que flameaba en lo alto del mástil,
que tantas veces mi hermana Rebecca izara el año pasado, al oír la cruel
sentencia, quedó estática y congelada.
He de decirles que muchos profesores me querían y me tenían gran simpatía,
por conocer a mi padre y a Rebecca, y alguno hubo que encogió su semblante
en un gesto de llanto, y derramó una lágrima y un dolido suspiro de tristeza y
preocupación por mí.
Y esto del borrador de pizarrón que yo adeudaba a la escuela, merece un
paréntesis en el relato para aclararlo.

53 Es la mujer cabeza de pecado, arma del diablo, y causa de la expulsión del paraíso (Orígenes)
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 259

Resulta que en las horas libres, entre los varones y alguna que otra mujer
medio machona, jugábamos al básquet dentro del curso, ya que no nos
permitían salir al patio para no molestar a los otros contiguos, y a falta de
pelota ocupábamos el borrador del pizarrón, tratando de embocarlo dentro de
un jarrón que colgábamos del mismo clavo que pendía el cuadro de San
Martín, con tanta mala suerte para mí que tirándolo yo por el aire, en un pase
por elevación, el borrador dio en entrar casualmente en un minúsculo agujero
que había en el alto cielorraso, hecho quizá por una rata, por el cual orificio no
cabía una mano, y nunca más se lo pudo recuperar aún buscándolo con un
largo alambre, si no fuera que se desarmara todo el maderamen del techo.
Entonces firmé un papel a la escuela en donde me comprometía que en el
término menor de diez días, tiempo suficiente para que ahorrara unas
monedas, debería comprar de mi propio peculio otro borrador para reponer al
desaparecido, documento que fue a engrosar seguramente mi nefasto legajo.
Hasta ahora, cincuenta años corridos, la escuela aún espera el abono y el
recambio del díscolo borrador. Es el caso que fuimos todos al aula, pero en su
puerta la preceptora nos impidió la entrada a Rabito y a mí, y después de
tomar la asistencia dentro del curso, salió y nos entregó en preceptoría el aviso
de amonestaciones, la libreta de notas e inasistencias, y un frondoso
prontuario cuyas hojas estaban minadas de sellos en tinta roja, con la palabra
PÉSIMA CONDUCTA y otros adjetivos de éste tenor en todos sus folios.
A los once compañeros restantes les impusieron las veinticuatro
amonestaciones para dejarlos en capilla y propensos a ser expulsos
cometiendo una más, y dicen las malas lenguas que nunca hubo un primer
año que en un solo día encimara más de trescientas amonestaciones de arreo y
hacienda. No bien estuvimos Rabito y yo en la calle, seguíamos anonadados
sin saber qué decir ni qué hacer, sin creer en la violenta expulsión, y por no
amargarnos aún más, rompimos todos los papeles con que nos embalaron,
prometiéndonos callar la nefasta noticia a nuestros padres.
Rabito era huérfano de padre, y su pobre madre, quedándose sola y sin sostén
alguno, hacía bolas de fraile y churros con dulce de leche que su hijo vendía
por la calle en un canasto cuando niño, hasta ingresar al primer año, ya que
gracias a Dios el gobierno le otorgó una pensión con la cual se mantenían
ambos, y el mayor deseo de ésta buena mujer era que su hijo llegara al tercer
año y lo aprobara, para abandonar sus estudios e ingresar con ése único
requisito en Prefectura o Gendarmería como aspirante a oficial.
Y él no quería darle la amarga noticia de haber sido expulsado, aunque nada le
haría si se lo dijese, solamente por no amargarla sabiendo que su incipiente
carrera de militar nunca se concretaría y ni siquiera empezaría.
No hay mayor pesar y tristeza para una madre, que el fracaso de sus hijos en
el estudio y en los trabajos que emprenden.
En cambio, mi padre no se enojaría tanto por la expulsión, sino por habernos
ido a bañar al río, al cual tenía un odio profundo y acendrado, no terror al
agua sino una profunda repulsión a cualquier cauce, por una justificada razón
que más adelante si me acuerdo te lo diré, pero que por ahora no viene al caso.
260 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Y en las travesuras graves siempre nos pegaba con un cinto de cuero repujado,
muy hermoso y bonito que nos hacía ver las estrellas sin necesidad de
telescopios.
Vagamos con mi amigo lo que restaba de la semana, tres o cuatro días,
jugando al billar en la Sociedad Italiana, al básquet en el club Náutico, a las
bochas en eso clubes minúsculos y de mala muerte junto a viejos decrépitos
que ya no tenían otra cosa que hacer, y un día asistimos a un casamiento en la
vereda de la iglesia católica solo por sacarnos fotos detrás de la nueva pareja
que no conocíamos, y en otro participamos de un culto evangélico en una
iglesia pentecostal donde a cada rato se gritaba: ¡Aleluya! ¡Aleluya!, y se
sumergían en una gran pileta con agua, aunque ninguno de ellos estaba sucio
ni era roñoso, antes bien por el contrario.
Gracias a Dios no teníamos las mallas puestas debajo de las ropas, porque si
no, solo por bañarnos con ellos en el enorme recipiente frente al altar, nos
hubiésemos convertidos al evangelismo.
La mayoría de las veces, mañana y tarde, vagábamos por el centro de la
ciudad sin peligro alguno, uno porque dejábamos los uniformes escondidos en
un club de básquet, debajo de las tribunas, y otro porque mi padre jamás
abandonaba su negocio en horas de trabajo, y la madre de Rabito, teniendo
una pensión de qué vivir, apenas si salía a hacer sus compras en el almacenero
de la esquina, estando su casa a unas veinte cuadras lejos de donde
deambulábamos.
También acostumbrábamos a perder el tiempo en las disquerías, escuchando
los últimos éxitos de los Beatles, Rita Pavone o de los uruguayos Sheakers.
Estas disquerías de mi época juvenil no eran las discos de ahora donde se baila
músicas endemoniadas, sino que eran comercios para vender los más recientes
temas musicales de cantores del mundo entero como Chubby Cheker, Los
Iracundos, Charles Aznavour, Leo Dan, Palito Ortega y los Wawancó, sin
faltar “El Ultimo Café” de Julio Sosa o “Balada para un Loco” de Amelita Baltar,
además de guitarras, cuerdas, panderetas, castañuelas, clavijas y uñeros,
baterías, armónicas, pianos y órganos. Frente a sus vidrieras estábamos todas
las mañanas hasta casi el mediodía cuando terminaba nuestra visita, para
regresar luego a nuestras casas cansados de estudiar música en los enormes
parlantes que el comercio sacaba en la vereda.
Es el caso, que el viernes de ésa primer semana de insustancial vagancia, la
directora de la escuela envió con el portero una nota a nuestros padres, y
yendo equivocadamente a mi casa donde mi madre le atendiera, no quiso
entregar la nota si no fuese en manos propias del tutor, a lo cual mi madre le
indicó dónde estaba el negocio en que él como dueño atendía.
Y allá fue el emisario y entregó la nota en propias manos, llevando de retorno
un recibo firmado como comprobante.
Cuando yo regresé a casa, tipo doce y media del mediodía, pasé antes por el
negocio de mi papá, y viéndolo cerrado tempranamente encontré raro tal cosa,
pues generalmente atendía hasta la una, y llegué a mi casa dos cuadras más
abajo muy campantemente pensando que ya la mesa estaría servida.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 261

Lo que me sirvió mi padre fue un feroz cintarazo en las espaldas, escondido


detrás de la puerta, esperando mi llegada de la escuela de la calle.
Su hermoso cinto de cuero repujado dejó sus sublimes dibujos estampados en
mi lomo, y me curtió las espaldas con interminables cintarazos que abrieron
nuevamente las casi sanas heridas de la uñas de Rabito en su ahogo.
Los tontos, huyendo de un peligro, suelen dar en otro peor.
Sobre llovido, mojado.
La famosa nota decía que la directora esperaba a mi padre acompañado por mi
persona, el lunes venidero a las ocho y quince de la mañana, después del
izamiento de la bandera. Lo mismo notificaron a la anciana madre de Rabito.
Pasé sábado y domingo curándome las heridas del cinto encimadas a las de las
uñas de Rabito, con tintura yodo y curitas.
Y el lunes temprano estuvimos primeros mi padre y yo en la dirección, en una
pequeña antesala de espera, aguardando que la directora se dignara a
atendernos, y de lejos escuchamos el Himno a la Bandera, y después el
delicioso bullir inquieto y alborotado de los alumnos marchando hacia sus
aulas.
De pronto, entraron a la sala de espera Rabito y su mamá, la cual al verme
corrió a abrazarme, y a palmearme las espaldas diciéndome:
-¡Gracias, gracias hijo querido, por haber salvado a mi único niño a quien
quiero más que a nada en el mundo!
Y lloraba como una Magdalena con sus mejillas pegadas a las mías, dándome
fuertes palmadas y abrazos en las espaldas, que estaban tan contrahechas y
desechas, vueltas a curar y vueltas a abrir, que al ser nuevamente zarandeadas
volví a ver las estrellas de dolor, y pensé:
-Maldita sea mi suerte, que los surcos que Rabito abrió con sus uñas bajo
el agua, mi padre los aplanó a cintarazos tras la puerta, y como nunca hay dos
sin tres, finalmente en agradecimiento a mi valentía, la madre las vuelve a
abrir ahora con sus palmadas en la antesala del infierno.

Vine a dar crédito entonces que tanto los males como los bienes que nos depara el
destino, vienen encimados y uno tras otro como si fuesen los eslabones de una cadena.

Casi a las ocho y treinta se abrió la puerta del despacho de la dirección y salió
su dueña la Regente, alta, elegante, olorosa, majestuosa y con cara de pocos
amigos.
-Buen día Sr. Beresi. Buen día Sra. Leguizamón- dijo a nuestros tutores
sin siquiera mirarnos a Rabito y a mí. A los expulsos ignoró completamente.
Es más, cuando invitó a pasar a su despacho a nuestros mayores, nosotros
también quisimos entrar, pero ella plantó su pié en el marco de la puerta
impidiéndolo, y nos ordenó que esperásemos afuera en silencio para cerrarla
luego violentamente en nuestras narices. Entraron pues mi padre y la madre
de Rabito, y hablaron entre los tres más de media hora continua, mientras nos
comíamos las uñas de impaciencia por saber qué mentiras y difamaciones les
estaría diciendo la directora de nosotros.
262 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Al cabo salieron los tutores, y en la misma puerta de la dirección mi padre le


tendió su mano, y lo mismo hizo la madre de Rabito, diciéndole:
-Muchas gracias por todo señorita Directora, y pierda cuidado que haremos
lo que usted estrictamente nos aconsejara, para que no vuelva a ocurrir otro
hecho tan peligroso como el pasado. Desde hoy, cuidados control a la libreta
de inasistencias y estrecho contacto con la preceptora del curso.-
La directora, viéndonos a nosotros que al parecer nos tenía olvidados, nos
ordenó:
- Ustedes dos, malos ejemplos de estudiantes, ya mismo se reincorporan
al curso, que por esta única y última vez han sido perdonados, quedando cada
uno con veinticuatro amonestaciones e igual cantidad de faltas, y agradezcan
mi bondad a Rebecca que siendo la mejor alumna del colegio hasta el año
pasado en que se recibiera, no merece mancha alguna por el comportamiento
de su hermano, y a que la Sra. Leguizamón no desea otra cosa que su hijo
llegue solamente hasta el tercer año para poder ingresar a la vida militar,
porque si no jamás tendría estas consideraciones con bribones como ustedes.
¡Carrera march al aula! ¡Atorrantes!-
Volvimos corriendo al aula, y aunque nunca supimos qué conversación o
arreglo hicieron nuestros padres con la directora, al parecer quiso dar a toda la
escuela un drástico ejemplo de lo que sucedería a quien faltase a clases por las
tardes para ir a bañarse al río o en cualquier charco de la periferia de la
ciudad.
Rabito la sacó barata pues me contó que su madre le abrazaba constantemente
dándoles besos en las mejillas, y preparándole cuanta comida o plato desease
comer regresando del colegio; pero muy por el contrario, mi padre me tenía a
los cintarazos limpios cuando me veía vagando por la calle, o escuchando
música en las disquerías, o caminando a dos cuadras cerca del río.
Y con esto, termino la primera desgracia en la que estuve a un tris de perder la
vida en las horrorosas aguas de un río, por imprudencia e irreflexión de los
años jóvenes, sin catar lo peligroso que es ir a bañarse en aguas profundas y
traicioneras, sobre todo aquéllas que uno no conoce, y los daños sangrantes de
uñas, cintos y palmadas que acarrea a las espaldas del que trata de salvar la
vida del que se ahoga, si no mueren ambos.
Hazme acordar por favor, que mas adelante te cuente de dónde venía la fobia
de mi padre hacia el río, que es una historia interesante y peregrina.

***************************
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 263

LA LAGUNA AZUL

Tres o cuatro días después de nuestra reincorporación, en uno de los primeros


recreos de una calurosa mañana de finales del ciclo, el gordo Areco nos dijo a
Victoriano López y a mí, en voz muy baja y mirando sigiloso en derredor,
como hacen esos conejitos que se yerguen en dos patas para cuidar la manada
de cualquier ataque, y por si los montes tuvieran ojos y las paredes oídos
como dicen, para que nadie escuchara su importante noticia.
-Muchachos -nos dijo- el domingo pasado descubrí un lugar tan hermoso
e inigualable que no puede ser encarecido con palabras, ni calcado por los más
diestros pinceles de Goya, que ardo de impaciencia para que vosotros también
lo conozcáis y quedéis admirado con vuestros propios ojos, tanto como me
quedara yo. Es una hermosa laguna de aguas tan límpidas y claras que todo el
azul del cielo se refleja en ella, y seguramente las estrellas por la noche, a la
que he bautizado con toda propiedad con el nombre de la Laguna Azul. Está
lejos de la ciudad, pero es un lugar encantador, lleno de elevados árboles y
altos pastos, en donde se asienta oculta en medio de un bosque de infinitos
pajaritos y mariposas, con aguas azules tan calmas y quietas que pareciera que
el paraíso se refleja detrás del límpido cielo y déjanse ver en su apacible fondo
las doradas arenas cual si fuese un manto de titilantes estrellas de oro puro. Yo
la descubrí por casualidad y la bauticé con el nombre tan apropiado de
Laguna Azul por encarecer su belleza, su quietud y su calma paradisíaca. ¿Y
sabéis una cosa? Solo se puede entrar en bicicleta por angostos senderos de
yuyos y matorrales altos, que por más telescopio o periscopio que tenga la
prefectura jamás podrá descubrirnos. Así que si quieren, en la primera ocasión
en que falte el profesor Bassis, iremos a bañarnos a la Laguna Azul y quedarán
tan encantados cuando la conozcan como cuando yo la descubrí.- dijo.
Convenimos pues, que cuando que faltara el profesor Bassis a la clase de
Trabajos Agrícolas, que teníamos las tardes de los martes y jueves, iríamos los
tres a bañarnos en sus mansas aguas, con la especial recomendación de su
descubridor Alvar Núñez Cabeza de Vaca que no dijésemos a nadie del nuevo
continente descubierto, hasta que lo registrara a su nombre, para que no se
enteraran otros vagos que se quisieran acoplar en la partida o registrar para
ellos las tierras descubiertas, y finalmente, para que no se enterara la directora.
Y éste profesor Bassis arriba mencionado, era el hombre más bueno del
mundo que yo conocí en mis cortos trece años de vida, y merece que os
anoticie de la suya, por lo extraña y fuera de lo común, un ángel bondadoso
del cielo que enseñaba en la tierra su materia con amor y dulzura. Vierais qué
educación, qué amabilidad y caballerosidad tenía en el trato con todos los
alumnos a su cargo y con sus colegas de trabajo. Nos enseñaba la materia
Trabajos Agrícolas solamente a los varones, aunque no sabíamos para qué nos
serviría en el futuro si nos recibiésemos de maestros. Su presencia, aunque
algo desaliñada en el vestir, imponía el respeto que emana de todo hombre
sabio, y sin necesidad de levantar la voz ordenaba, enseñaba, aconsejaba e
instruía como un Platón a sus discípulos bajo la sombra de los verdes plátanos.
264 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Jamás gritó, amonestó ni aplazó a nadie que yo recuerde, ni negó a cualquier


alumno a salir del curso así fuese para tomar agua, y como enseñaba con la
práctica y el ejemplo, aprendimos mucho de sus modales caballerescos, de su
educación, del respeto por sus semejantes y de su amplia cultura general, y
con la sola amabilidad que nos brindaba en el trato nos tenía hechizados
cuando escuchábamos sus clases teóricas en el aula y luego en las prácticas
cuando trabajábamos en las huertas de la Escuela.

¡Dios, qué importante y necesario es en la existencia del educando forjar un carácter


respetuoso y modales caballerescos para que todas las puertas de la vida futura se
abran ante tan avasalladoras virtudes!

Ahora comprendo el porqué de la gente que siendo prepotente, agraviante,


altiva, violenta, irrespetuosa, conflictiva y de modales bajos y rastreros jamás
triunfan en todo lo que emprendan en la vida, y por evitarlos, los demás le
cierran todas las puertas de la amistad y ayuda, despreciándolos, o peor,
ignorándolos, teniéndolos como seres repulsivos y perjudiciales dentro de la
comunidad, por culpa de lo cual se transforman en resentidos hacia la
sociedad en que viven, de la que nada les gusta ni conforman.
El amado profesor Bassis era un ignoto ingeniero agrónomo que nunca pudo
progresar por ser honesto y veraz, y aún con su título universitario pasó su
vida en una horrible estrechez económica que lo acuciaba día a día, pues
nunca consintió en avalar certificados fraudulentos de plantaciones de pinos o
crías de ganados a estancieros y agricultores para que sean beneficiados con
créditos no retornables por el gobierno, perdiéndose jugosas coimas que le
ofrecían por su firma y aprobación.
Tenía un único pantalón gris que vestía eternamente en los días de clases, en
cuyas bocamangas siempre llevaba prendidos un broche de colgar ropa para
evitar que la cadena de su destartalada bicicleta los manchara, y un saco del
mismo color que agregaba para los desfiles en las fiestas patrias.
Como veis, su aspecto desaliñado y desprolijo traslucía su pobreza y su total
estrechez económica, pero había sobradas razones que lo justificaban.
Aún así, formó una familia bendecida con dos niñas, que pasando el tiempo y
en aquélla época de mi adolescencia ya estaban casadas y con sus familias
formadas e independientes del padre.
Teniendo un título universitario de Ingeniero Agrónomo, vino a trabajar de
profesor de Trabajos Agrícolas en la Escuela Normal con un mísero sueldo, en
cuyas clases prácticas plantábamos lechugas, zanahorias, perejiles y tomates
en las huertas de los fondos del establecimiento, después de una instrucción
teórica en el aula.
Estas tareas eran solamente para los varones, dos veces por semana, mientras
que en ésos mismos días las mujeres tenían Cocina, en las cuales hacían tortas
y pizzas tan duras y quemadas, que generalmente después de hechas, el
portero, en un gesto humanitario de manifiesto odio hacia los animales, las
arrojaba a los conejos y a los chanchos de la Granja por incomibles.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 265

A nosotros los varones, después de la clase teórica en el aula, el profesor Bassis


nos proveía de escardillas, rastrillos, palas de punta y anchas, regaderas y
mangueras para internarnos en las huertas de los fondos, en donde un molino
de viento nos proveía del agua para el riego de los canteros, de los cuales cada
curso tenía uno o dos a su cargo, pero solamente hasta el tercer año, ya que en
el cuarto y el quinto comenzaban las clases prácticas de los futuros maestros
en los cursos primarios de la tarde, al parecer más importantes que plantar
lechugas y repollos.
Recuerdo que para eximirnos en su materia, llegando ya el fin del trimestre,
íbamos temprano a la escuela antes que el profesor llegara, y quitábamos las
lechugas más grandes y vistosas de los canteros de otros cursos para ponerlos
en los nuestros y obtener así buenas notas, lo que solo duraba un día, pues al
siguiente amanecían en su lugar de origen, o volvían a adornar otro cantero de
un tercer curso que entraba en disputa con las mismas lechugas, con la
manifiesta intención de conseguir la tan deseada aprobación del profesor.
Era una feroz pelea agrícola entre cursos que se birlaban las mejores lechugas
y plantas de tomates, y aunque el profesor Bassis sabía de todas las artimañas
del alumnado, fingía ignorarlas con la salomónica decisión de eximirnos a
todos.
Pero, el profesor Bassis tenía un defecto: y era que por alguna causa, quizá
justificada y que todos ignorábamos, faltaba frecuentemente al aula o se
retiraba de sus clases con anticipación cuando el portero le traía una esquelita
de la Secretaría de la escuela.
Entonces sucedía que la preceptora, una vez tomada la asistencia si el profesor
faltaba, se hacía cargo del curso siempre que no tuviese mucho trabajo en
preceptoría como es el confeccionar los boletines con las notas o inasistencias
del mes, o si se retiraba antes de hora, nos dejaba ir libres a nuestras casas.
Ya dije que el motivo de sus repetitivas inasistencias los alumnos
ignorábamos, y teníamos por raro que no lo echaran de la escuela siendo su
directora tan estricta, pero sus retiros y ausencias tenían razones muy
valederas que yo un día pude comprobar con mis propios ojos, aprendiendo
de ahí en más a soportar y comprender sus faltas al igual que la directora de la
escuela. Siempre me preguntaba qué hacía un ingeniero agrónomo metido en
una escuela secundaria ganando un sueldito miserable por enseñar a plantar
tomates y lechugas, acarreando indignamente rastrillos y escardillas sobre sus
hombros para no lastimar los de sus alumnos, en vez de ganar mucho dinero
con un negocio propio de forrajes, abonos, semillas, venenos o herramientas
de campo, cosas sobre las cuales sabía mucho.
Cierto día, el buen profesor me pidió que pasara por su casa antes de clase,
que quedaba en mi camino, para que le acarrease media bolsa de semillas de
no recuerdo qué planta u hortaliza, y llegando a la puerta me hizo pasar al
interior para que la sacase del fondo del patio, y de paso me dijo que deseaba
que conociese a su esposa, y haciéndome pasar por un living y una cocina
llegamos hasta su amplio cuarto en donde lo que vi sobre una cama
matrimonial me dejó helado de miedo y terror.
266 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Entramos a una tétrica y amplia habitación que estaba casi a oscuras, con las
cortinas cerradas en sus ventanas y olores de alcoholes y remedios en el aire.
Daba el tétrico cuarto la horrible impresión de ser uno de aquéllos que
comúnmente se usan en las películas de terror, por el aire tenebroso que lo
envolvía, y por los gélidos alientos que circulaban y paralizaban de miedo.
En una amplia cama matrimonial, cubierta con una brillosa manta rosada,
yacía una horrible mujer que de tan flaca y descarnada creí ser una calavera
por lo quieta y callada, que miraba fijamente al techo sin que se notase
movimiento alguno de su respiración (si es que respiraba), y al acercarnos
ambos hasta el borde del lecho el profesor le besó la frente y le hizo mimos
acariciándole sus esqueléticos brazos, mientras se los friccionaba con una gasa
empapada en alcohol.
Cientos de remedios estaban en una mesita de luz junto a un vaso de agua.
Era el caso que su otrora bella mujer, que fuera reina de Formosa en épocas
pasadas, había sufrido años atrás un derrame cerebral que la dejó postrada en
la cama, sin poder mover las extremidades ni nada de su cuerpo que no fueran
ambos ojos y un dedo de la mano derecha, y él la cuidaba y la bañaba con un
amor tan desmesurado y exclusivo, que aún teniendo a sus hijas ya adultas y
casadas, no permitía que nadie tocara a su adorada esposa, ni jamás puso una
empleada o enfermera para cuidarla si no fueran sus propias y amorosas
manos.
Ella movió los ojos de derecha a izquierda, hacia donde yo estaba y él le dijo:
-El es mi alumno Beressi, que vino a visitarte, mi amor.-
El cadáver me miró fijo a los ojos, y creí notar en los suyos un odio profundo
hacia mí, como diciendo: “Maldito tú que puedes caminar, y yo no”.
Sus ojos eran como dos babosas blancas, redondas y escuálidas que se movían
dentro de aquélla calavera viviente, los huesos de su frente y los de sus
mejillas parecían estar apenas forrados con el transparente papel de calcar de
su lívido rostro, y todo lo que se veía de su cuerpo con el color grisáceo de los
días nublados, dejaban entrever a través de su flácida piel su horrible
esqueleto ausente de carnes. En su mano derecha tenía atada con una cinta
adhesiva una pequeña maderita con un botón sobre el que descansaba el dedo
índice, que al ser apretado, hacía sonar un timbre en la casa de un vecino que
contaba con teléfono, el que de inmediato avisaba a la escuela Normal que la
esposa requería la presencia de su amado esposo en casa.
El ambiente triste y mortuorio de aquél cuarto, el olor a remedios, la languidez
de sus papadas, el transparente gris ceniza de su cara y de sus brazos, las uñas
opacas y muertas y las flacas carnes de sus dedos, me asustaron tanto que creí
estar frente a la misma Parca.
Esa mujer era ya un cadáver estático, pálido, ceniciento, alejado del frío
sepulcro solamente por el cálido y tierno amor que le brindaba su esposo, y
que movía los ojos de derecha a izquierda o hacía sonar el timbre para que su
amado la atendiera y la amara, era un horrible ser despreciable y repulsivo
para mí, que me congeló de miedo las espaldas, y sin embargo allí pude ver…
¡cuánto amaba el profesor a su señora!
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 267

Sobre la mesita de luz, en un porta-retratos de bordes de acero labrado, estaba


una foto de su rostro cuando joven y sana, una mujer de extraordinaria belleza
que miraba a la vida con hermosos ojos celestes, de resplandeciente cabellera
rubia que parecían finos hilos de oro puro, con sus pómulos rosados y
rozagantes y agradeciendo a la vida con una amplia sonrisa de perfectos
dientes de perlas.
Nada de eso quedaba ahora sobre su lecho mortuorio, ni los ojos celestes que
estaban grises y opacos, ni cabellera rubia y sedosa que ahora era escasa y
cenicienta, ni mostraba vestigios de pómulos rosados ni dientes perfectos.
La muerte la iba llevando a pedazos, y yo estaba sin saber qué decir ni qué
hacer, parado al lado de su lecho que más bien era un nicho de blondas
sábanas, pues además de su desgracia mayor, también se le despertó un
despiadado cáncer que disputaba con el derrame cerebral cuál la pulverizaba
primero.
El profesor Bassis me dijo, señalando la foto de la mesita de luz:
-Así era ella cuando fue elegida reina de Formosa, hace unos treinta años
atrás cuando éramos novios y aún solteros, para pocos meses después
casarnos en la Catedral, y tuvimos dos hijas que ahora ya están a su vez
casadas y que nos dieron varios nietos.- dijo con los ojos nublados de lágrimas,
mientras con una gasa humedecida de alcohol friccionaba amorosamente los
brazos yertos y la frente lívida de su amada esposa.
Creí notar en los ojos muertos del esqueleto viviente, un disgusto manifiesto
porque el buen profesor me contara sus recuerdos, que en su cerebro
carcomido por el cáncer y en sus neuronas destrozadas quizá ya no existieran.
Lo que yo puedo decir sin equivocarme, es que a los trece años vi a la misma
muerte en el cadáver esquelético de aquél deshecho guiñapo de mujer, que era
cuidada, bañada y alimentada por mi querido profesor Bassis, y ambos se
amaban tanto que ni aún una desgracia parapléjica ni un despiadado cáncer
que sin resistencia alguna destruía el cuerpo de su amada, pudieron demoler
el amor eterno y fresco con que se correspondían.
El amaba a aquél esqueleto inmóvil y deshecho, y seguramente estaba
dispuesto a morir junto a ella, sin pensar jamás abandonarla ni engañarla con
otra, porque estoy seguro que nunca hizo entrar a una mujer extraña a su casa,
ni como amante, ni como enfermera, ni como empleada doméstica.
Créase o no, él vivía por ella, la alimentaba, la bañaba, limpiaba la casa y
lavaba las ropas, y esa era la causa de que muchas veces faltara a dar sus
clases, o se retirara en mitad de ellas, y seguramente la directora no lo
despedía para que no perdiera el magro sueldo con el que ajustadamente se
desenvolvía.
¿Tenéis aquí o conocéis en el mundo otro amor más grande y abnegado que el
de mi amado profesor Bassis?
Pasando cincuenta años sobre mis espaldas, aún no vi un amor tan eterno y
puro como el de aquél buen profesor que me presentara a su esposa orgulloso
de amarla y abrazarla, y de luchar por ella, siendo ya su amada un saco de
huesos desparejos, quebradizos y lirondos.
268 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Con este profesor teníamos clases de Trabajos Agrícolas los martes y los jueves
a las dos de la tarde, y fue así que sin que esperásemos mucho tiempo, un día
faltó nuevamente y la preceptora nos dejó libres después de tomar la
asistencia, y guiados por el gordo Areco, fuimos Victoriano López y yo a
conocer la famosa Laguna Azul.
Sin invitar a nadie más, por no mover el avispero, Alvar Núñez Cabeza de
Vaca guió nuestras bicicletas por más de media hora por la calle San Martín
hasta llegar a los cuarteles, a veinte o treinta cuadras de la Escuela Normal, y
torciendo a la derecha ingresamos a una calle de tierra por la que hicimos un
largo trecho hasta que la misma se terminaba y desaparecía como por arte de
magia.
Luego enfilamos nuestras bicicletas por un angosto sendero similar a un
camino de hormigas, avanzando en fila india entre yuyos y matorrales, por lo
estrecho y tupido que se mostraba, y al cabo de unos veinte minutos de andar
entre la engorrosa vegetación, vinimos a dar ante una hermosa laguna de
aguas límpidas y cristalinas en las que se reflejaba nítidamente el azul del cielo
dando ese bello tono al lago, que no tendría más de doscientos metros de
circunferencia.
A la vera del lago se erigían altos árboles cuyas ramas daban ya sobre el agua,
y su costa era tan clara y transparente que desde lejos se podía observar las
límpidas arenas de su fondo.
En llegando y verlo por primera vez me dejó mudo de asombro su hermosura,
y me pregunté cómo fuera que el Gordo Areco Cabeza de Vaca descubriera
tan hermoso paraíso, viviendo cuarenta cuadras lejanas al lugar, y qué diablos
andaría haciendo entre medio de éstos senderos cerrados de yuyos y malezas
para venir a descubrir este nuevo continente americano.
Dejamos nuestras ropas y las bicicletas ocultas entre la vegetación, y
solamente en calzoncillos (yo había perdido mi rojo pantaloncito de básquet, o
la mitad izquierda, quince días atrás) nos subimos a un alto árbol a la vera del
lago, para después caminar haciendo equilibrios por una larga rama que se
adentraba a la laguna, y de lo alto nos arrojábamos de cabeza al agua como si
fuese desde un trampolín.
La laguna Azul era perfecta para nuestros planes, era un paraíso tan
escondido y privado por los frondosos árboles, hierbas y malezas, que muy
difícilmente pudiéramos ser descubiertos por prefectura alguna, ni aún
buscándonos con un helicóptero, y si los policías o gendarmes no llegaran a
pie o en bicicleta tras nosotros, no podrían pillarnos ni sacarnos de sus aguas.
Y si los viésemos venir, o escuchar sus voces, con solo escondernos entre las
altas hierbas jamás nos encontrarían.
Estuvimos pues por largas horas subiéndonos al árbol y arrojándonos de
cabeza al agua, imitando a Tarzán de la Selva, creo que unas diez mil veces
más o menos, hasta casi cansarnos.
Ya prestos a volver a nuestras casas, pasadas las cinco de la tarde, uno de
nosotros tuvo la brillante idea de que todos cruzáramos nadando el lago,
esgrimiendo éstas simples y sencillas razones:
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 269

-Atravesemos la Laguna Azul antes de irnos -dijo- cuya costa contraria


no está a más de cien metros, y no siendo aguas agitadas ni profundas, no
tiene corrientes ni remolinos ni el peligro de los ríos, ya que ésta laguna, a lo
que creo, se formó sobre un campo liso y llano que volverá a mostrarse
cuando se evaporen sus aguas, que la travesía será tan fácil y tan corta que nos
deslizaremos sobre ella como si fuésemos delfines, y llegando a la costa de
enfrente descansaremos un rato para después retornar y volvernos a nuestras
casas.-
Ellos dos sabían nadar mejor que yo, en el estilo ágil de los nadadores
profesionales, aunque el gordo Areco daba en cansarse rápidamente, y yo no
había aprendido aún otro estilo que el indigno del perrito, con las manos bajo
el agua y la cabeza fuera, con el cual avanzaba lentamente como un cocodrilo
al acecho de su presa.
Además, si me cansaba, sabía hacer la planchita permaneciendo a flote sin el
menor esfuerzo horas enteras, hasta que alguien viniera a sacarme del agua.

Grave error es confiar en lo que no se tiene o se tiene imperfectamente.

De manera tal que los tres podíamos flotar o nadar convenientemente y llegar
sanos y a salvos a la costa contraria, a no más de cien metros de distancia, ya
que estábamos en la parte de la laguna en que más se estrechaba su elipse.
Y hacia allá fuimos lentamente, ellos por delante y yo siguiéndolos como una
calabaza arrastrada por la corriente marina, sin hacer el menor ruido, sacando
la cabeza fuera del agua a nivel del mentón, y remando con las manos bajo la
superficie, mientras que ellos daban poderosísimas brazadas y chapoteaban
sus pies levantando infinitas gotas que salpicaban mi rostro.
Íbamos cómodamente llegando ya a la mitad de la Laguna Azul, cuando de
pronto, sin saber por qué si ni por qué no, mi cuerpo se tornó flácido y sin
fuerza alguna, como si fuese un muñeco titiritero al que le cortan los hilos que
le dan vida, como si no tuviese ganas seguir en ella ni de nadar para vivir, con
miles de hormiguitas que me subían por las piernas y que las hicieron tan
pesadas como de cemento, y cesé de flotar yéndome hacia el fondo arenoso de
la laguna, que no estaba a más de dos metros y medio de profundidad.
No puedo explicar qué me pasó, solo se decir que dejé de nadar para
hundirme sin calambres ni retorcijones de estómago, sin miedo de morir y sin
razón valedera alguna que justificara la negación de seguir luchando por vivir.
Al tocar los pies en el fondo, vi luego que a mi alrededor subían infinitos
granos de arena que flotaban de un lado a otro como brillosas abejas buscando
néctar entre las flores, en medio de burbujas y hojitas que giraban en mi
entorno como si fuese un remolino suave y calmo. Tuve la sensación de estar
en una calesita en donde avioncitos, caballitos y autitos giraban ante mis ojos,
sin preocuparme de que pronto no habría oxígeno para respirar ni vida para
vivir. Qué hermoso fue para mí ver por primera vez, y quizá última, a una
calesita de brillosas luces y espejos que giraba lentamente al alcance de mi
mano en el fondo de las aguas azules y límpidas de la laguna.
270 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Las cosas se transformaban ante mi vista, y cualquier ramita u hojita que


ascendía suavemente en el azul del agua, me parecía ser una estrellita brillosa
sostenida por un hada madrina o un diminuto angelito de blancas alas sacado
de “Alicia en el País de las Maravillas”.
Entonces, un pensamiento estalló en mi cabeza:
-¡Dios mío, me estoy ahogando!
Como mis pies tocaban suavemente el lecho arenoso, di un desesperado y
último salto como dan los basquetbolistas cuando disputan para tomar una
pelota que rebota en el aro o el tablero.
Con el envión subí a la superficie como un tiburón atacando a un bañista, y
respiré profundamente afuera, solamente para darme cuenta que los millones
de hormiguitas que adormecían mis piernas eran ahora un hormiguero entero,
con túneles y vericuetos, tan pesado como un yunque de acero atado a mis
pies. El agua volvió a tragarme y descendí nuevamente al fondo de la laguna
Estigia, pero ahora como una estatua de cemento o de pesado mármol, hasta
descender suavemente sobre el lecho del lago, como un condenado a vivir en
aquéllos lares para siempre. No sé qué vagos pensamientos hicieron que me
asemejara a la esposa del profesor Bassis, en cuyos ojos antes había visto el
odio por estar postrada sin poder caminar, inmóvil, inerme y quieta en su
cama, mientras ahora yo yacía en su misma posición, con sus mismas
imposibilidades, acostado sobre las espaldas en otro similar lecho de muerte,
pero sin sábanas ni colchas. Solo había agua azul a mi rededor.
La superficie y el aire de la vida estaban tan cerca de mi sepulcro y tan al
alcance de la mano que fácil podía ver los rayos del sol atravesando el
universo por millones de kilómetros hasta venir a estrellarse sobre el agua, y
traspasarlas descompuestos en prismas multicolores contra mi cuerpo.
Podía ver el remolino de hojitas, palitos y arenas que subían junto con infinitas
burbujas a la superficie, dándome pequeños haces de sombra, pero yo no pude
seguirlas porque estaba como petrificado en el fondo de la Laguna Azul, como
si fuese una estatua de cemento, sin poder mover siquiera los dedos de mis
manos, como hacía la señora del profesor Bassis para pedir ayuda.
Nunca más volvería a la superficie, y me quedé embobado mirando las hojitas
girar en el remolino suave y manso que provocaría en breve mi viaje
submarino a los infiernos. Los pulmones me dolían como si me clavasen
agujas. Entonces sucedió algo fantástico: me desprendí de mi cuerpo.
Quiero decir que salí del cuerpo carnal como un hálito, un aliento, un alma, un
frío humo de cigarrillo, un contorno de mi ser, qué sé yo, desde el cual
pensaba y razonaba, y podía ver perfectamente mi cuerpo yerto descansando
en el fondo del lago mientras mi espíritu ascendía a la superficie, quizá por ser
ésta la última intención que tuve antes de morir.
Mi cuerpo quedó allá en el fondo de la Laguna Azul, haciendo juego con ella,
pues tomó un color azulado con los ojos abiertos mirando a la nada, mis
manos flácidas meciéndose por los suaves movimientos del agua, en un lecho
apacible y cómodo donde no había sábanas ni almohadas ni nada que
molestara mi apacible y eterno descanso.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 271

Salí suavemente del agua con mi cuerpo astral, sin hendirla, con un nítido
contorno inmaterial, como si fuese una neblina que reemplazara mi carne y
mis huesos, y flotando ingrávido a unos dos metros sobre la superficie del
lago, vi las pendulares cabezas de mis dos amigos moviéndose
acompasadamente al braceo de los movimientos natatorios, sin volver la vista
atrás.
Mi ánima ingrávida sobre el agua les gritó desesperado:
- ¡Ayúdenme, ayúdenme que me parece que me estoy ahogando!
Creo haber puesto ambas manos sobre mi boca, a manera de bocina o
micrófono, con el cual a vivas voces quería comunicar la novedad de mi
ahogamiento a mis dos amigos, avisarles que me moría muy joven, con mis
trece años apenas cumplidos, pero ellos ni se voltearon a mirarme.
Es más, ni siquiera escucharon mis desaforados pedidos de auxilio.
Entonces, supe que estaba definitivamente muerto y sepultado bajo el agua.
¡Adiós vida no vivida! ¡Adiós sueños no logrados! ¡Adiós infancia dejada
apenas a la vuelta de la esquina!
¡Y adiós juventud desperdiciada estúpidamente en las magníficas aguas
mansas y tranquilas de la Laguna Azul!
Entonces me acordé de mi mamá y de mi papá, y casi corriendo por el aire me
volví a la costa desde donde salimos, a fin de vestirme y tomar mi bicicleta
para ir urgente a contarles que me estaba ahogando, o que tal vez ya me
ahogara, como si ellos pudieran venir a rescatarme sacándome del agua como
por arte de magia. Noté entonces que fácil podía deslizarme sobre el aire,
como si fuese una paloma, sin necesidad de dar pasos ni caminar, y con el solo
desear volver a donde estaban mis ropas y mi bicicleta, logré concretarlo sin
impedimento alguno. Bien pudiera decir que la voluntad por sí sola
reemplazaba a mis piernas. Quise tomar mis ropas para vestirme y no lograba
asirlas, y lo mismo sucedió con mis zapatos que no pude levantarlos del suelo,
y menos parar mi bicicleta, pues mis manos atravesaban los objetos como si
fuese un fantasma u otra santa Rita.
Esto me desconcertó a tal punto que casi me olvido de volver a mi casa.
Tenía conciencia de que estaba desnudo, apenas cubierto con un diminuto
calzoncillo, y mucho me desanimó no poder vestirme porque de natural soy
vergonzoso de andar sin ropas, y sin embargo, volví a desear regresar urgente
a mi casa para contar a mis padres que me estaba ahogando.
No sé por qué quería ser yo mismo quien les diera la desgraciada noticia de mi
muerte, como cuando niños rompemos un jarrón o una taza, y antes que se
enteren viendo los añicos, corremos a contárselo a nuestros padres a fin de
mitigar o evadir el castigo.
Entonces me sentí subir y subir por los aires como si fuese un barrilete al que
le sueltan cuerda, y comencé a desplazarme volando como una paloma por
encima de los árboles a una velocidad vertiginosa, para pasar sobre los techos
de los cuarteles primeramente, y después sobre los de las casas que están por
la calle Belgrano, o sea la de mi casa, yendo en la misma dirección en que los
autos se dirigían al centro de la ciudad, unas quince cuadras más adelante.
272 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Debo decir que a veces sobrevolaba la calle encima de los autos y otras sobre
los techos de las casas, a una altura no mayor de los diez metros, pasando
como una exhalación a través de las antenas de televisión y carteles de
propaganda, cuyos hilos o riendas de alambres me atravesaban el cuerpo sin
partirme en dos ni desmembrarme.
Pasé por arriba de la famosa confitería “El Cabildo” de la calle España, donde
mi padre acostumbraba a jugar al ajedrez y al dominó por las siestas, y al
pasar sobre la avenida 25 de Mayo, crucé los techos de tejas de la Gobernación,
sobre la loza negra y mugrienta del viejo correo, sobre nuestro negocio pegado
a él, creo que pasadas las cinco de la tarde, estaba extrañamente cerrado, luego
sobre los infinitos balcones del Hotel Belgrano, y dos cuadras más abajo, me
asenté suavemente sobre la vereda de mi casa.
Grande fue mi sorpresa al ver que en el jardín frentero, en todo lo largo de
nuestra vereda, y un poco en las vecinas, gran cantidad de estudiantes
uniformados del colegio Industrial y del colegio Nacional a los cuales
concurrían mis otros hermanos, junto con mis compañeros de curso de la
escuela Normal, y mucha gente adulta, profesores, celadoras y algunas
maestras de mi reciente primaria, que hablaban en voz muy baja y
consternada. Me metí entre ellos como un fantasma, sin que ninguno me viera
ni se percatara de mi presencia.
Crucé el jardín caminando, donde en una de sus esquinas vi a mi hermano
mayor Antonio que se recibiera de perito mercantil dos años antes, y que
recientemente ingresara a trabajar en el Banco Nación, rodeado de amigos que
le contaban cuentos y anécdotas estudiantiles para alegrarlo, pues todos ellos
fueron sus compañeros de colegio y eran de su misma promoción.
Este hermano mayor contaba ya con veintidós años, y gracias a que mi padre
fue cliente del banco Nación por más de treinta años sin una tacha, hablando a
sus autoridades, le consiguió el trabajo de muy buen sueldo, y se le abría
generosamente la carrera bancaria siendo ya auxiliar con tan poca edad.
Entonces me dirigí resueltamente entre mis compañeros uniformados de gris y
las mujeres con impecables guardapolvos blancos de la escuela Normal, y creí
que ninguno del curso faltara, con los que quise conversar, pero por más que
me ponía en medio del silencioso grupo, no me veían ni me prestaban
atención alguna. Sin embargo, no estaban mis dos amigos del alma Victoriano
López y Antonio Areco, que seguramente estarían aún bañándose en la
Laguna Azul, sin que se preocuparan de lo que acontecía en mi casa.
Fue más o menos por ésos momentos que viendo reunida a tanta gente, noté
que algo andaba mal, pues mirando más detenidamente mi hogar, me extrañó
sobremanera que las sombras que proyectaban sus paredes y las plantas del
jardín, y los árboles de las veredas circundantes, no correspondían a las horas
de la tarde, sino que eran sombras comunes de la mañana, de horas muy
tempranas, no más de las nueve, lo que me hizo razonar que si fuimos a nadar
a la Laguna Azul hoy a la siesta… ¿Por qué en mi casa era aún la mañana?
¿Por qué las sombras de los árboles y de las casas del vecindario estaban al
revés y contrarias de lo que deberían estar por las tardes?
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 273

Eso fue la primera incógnita que no pude resolver, y que me preocupó en


demasía, a tal punto que quedé pensando por largo rato en el pasillo del jardín
en la misma posición que la estatua de Rodin. A medida que me acercaba al
living de mi casa, otras incongruencias afloraron a mi vista, y para que las
entiendas, primero tengo que detallarte la forma y los componentes del hogar
donde yo vivía. Mi casa natal era una vivienda grande y de elevadas paredes
de material, de altas y amplias habitaciones que la hacían fresca y agradable en
los veranos gracias a sus cielorrasos de material desplegado, con un hermoso
jardín en su frente, con pasillos y senderos de piedras pintadas de blanco,
ahora vilmente hollado por los pies de muchos estudiantes, con plantas y
flores por doquier que mi madre solía cuidar y regar por entretenerse.
Se ingresaba a mi casa cruzando el pasillo principal del jardín, hasta llegar a la
puerta de entrada, pasada la cual se introducía a un amplio living comedor de
unos cuatro metros de ancho por seis de fondo, donde bien en su centro
colgaba una de esas antiguas arañas repletas de bolitas, rombos, trapecios,
cubos y canutos de vidrio, colgados del bronce en forma de cuatro sinuosos
cuellos de cisne que sostenían en su final las respectivas bombillas de luz.
Muchos años después vi las mismas arañas en la iglesia catedral de Santo
Tomé, y se me congeló la sangre al recordar la de mi casa. Dos de sus focos se
encendían con una llave en la pared, y jalando una cadenita de bronce que
colgaba del artefacto, se encendían las dos bombillas restantes. Estos dos focos
restantes o suplementarios, eran encendidos solamente cuando nos
sentábamos a la mesa a estudiar o cuando mi padre recibía alguna visita, por
economizar electricidad. Cuando niños, subíamos a una silla y luego sobre la
mesa para robar los gruesos rombos y trapecios de vidrio de la araña, con los
que al pasar el sol a través encendíamos papeles y quemábamos hormigas a
las que hacíamos sufrir por horas bajo el rayo calcinante de las llamas de la
Inquisición. También sacábamos los adornos redondos para jugar a la bolita,
sin que jamás mi madre ni nadie se diera cuenta de que cada día que pasaba
disminuían sus galas y ornatos. Menos mal que crecimos, y con el tiempo,
perdimos el interés por los adornos, mucho antes de que la araña quedara
calva mostrando solamente su pelada estructura de bronce.
El mobiliario estaba compuesto, aún recuerdo, por un radio tocadiscos marca
Lancaster, en cuyos costados tenía incorporado dos potentes parlantes, donde
escuchábamos por las tardes, volviendo de la escuela primaria, las famosas
radionovelas “El León de Francia” o “Nazareno Cruz y el Lobo” por la compañía
de radioteatro Báez-Raisofer, o levantando la tapa del medio, poníamos a todo
volumen los discos de Elvis Presley, de Billy Cafaro o de los Cinco Latinos.
Justo bajo la referida araña, teníamos una mesa rectangular de esquinas
redondeadas, de fuertes y gruesas patas de madera torneada tan pesadas
como si fuesen de mármol, y seis sillas del mismo tenor tapizadas en pana
verde, en cuyos asientos sobresalían bien en su medio un enorme resorte en
espiral que hacía su propósito perfectamente: quien se sentara sobre ellas no
encontraba una posición cómoda para descansar ni aún buscándola por horas
enteras.
274 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

En la pared del fondo del living colgaba un gran cuadro, creo que una copia
de Murillo o de Velásquez, donde dos niños comían uvas sosteniéndolas con
las manos en alto y con las bocas abiertas; cerca de la radio, un sillón hamaca
de madera y mimbre que nos hiciera el famoso artesano don Cabezudo, y
donde mi padre por las noches escuchaba el “Glostora Tango Club”, “Odol
Pregunta” y “El otro lado de las Cosas” del filósofo Juan Ferreira Vaso, y las
noticias de Radio El Mundo, mientras nosotros estudiábamos en la mesa.
Había en una de sus paredes laterales un biblioteca de pié repleta de libros
juveniles que mi padre regalara a Rebecca al cumplir sus quince años, y
descansaban en sus anaqueles “La Isla del Tesoro”, “Quo Vadis”, “El Prisionero de
Zenda”, “Los tres Mosqueteros”, “Oliverio Twist”, “Tom Sawyer” y “La Cabaña del
Tío Tom”, entre otros cincuenta tomos del mismo tenor.
En una de las esquinas del enorme living, estaba en diagonal un pesado
aparador de unos dos metros de alto y de largo, con puertas de madera maciza
en su parte inferior y de vidrio en su frente superior, que mi madre usaba para
guardar vasos, platos, jarras de porcelana, fuentes de vidrio, manteles,
servilletas y cubiertos que nunca se usaban, si no fuese en año nuevo o
navidad, porque todos los días comíamos en la cocina del fondo de la casa con
los utensilios diarios y comunes.
Las paredes tenían algunas repisas espaciadas con adornitos de cerámica y
alguno que otro cuadrito o platito pequeño de paisajes.
Bien, todo esto arriba detallado, cuando yo entré al amplio living, había
desaparecido, a excepción de la araña que colgaba solitaria del techo.
Los niños comiendo uva de Murillo se fueron, no estaban la mesa ni sus sillas,
ni la biblioteca, ni radios ni sillones, y menos el enorme aparador de las
vajillas, que no se podía mover ni con la fuerza de seis hombres.
El panorama estaba cambiado totalmente: infinitas sillas se alineaban al borde
de las paredes vacías, en una hilera de más de cincuenta, muchas de las cuales
no eran nuestras, y me quedé helado al ver que allá en el fondo del enorme
cuarto vacío de recuerdos, seis metros después de su puerta, descansaba sobre
brillantes pies de plata refulgente un cajón mortuorio de un color muy negro y
oscuro. En su cabecera, donde antes estaba el cuadro de los niños y las uvas,
ahora colgaba una hueca cruz metálica ocupando el mismo clavo, que sostenía
en su interior dos fluorescentes cruzados que despedían una luz muy azul al
estar envueltos en papel celofán, del que pendía un fino cable que iba a
enchufarse donde antes tomaba electricidad el desaparecido tocadiscos.
Pude observar a pesar de mi asombro, que la cruz estaba colgada
incorrectamente, pues su verticalidad se inclinaba ligeramente hacia la
izquierda, y pensé que quien la suspendiera no era muy meticuloso en su
trabajo. No estaban los libros ni el mueble-biblioteca sobre el que se asentaban
tanta sabiduría y entretenimiento juveniles.
Había mucha gente mayor sentada en las sillas del contorno de la habitación,
cuyos respaldos tocaban las paredes, que con gestos de dolor y amargura
conversaban en voz muy baja, casi en susurros y murmullos, que eran amigos,
vecinos y conocidos de mi padre.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 275

Vi a mi padre de espaldas, aunque no a mi madre, parado frente a los pies del


cajón, lo que no me permitió ver a quién de mi familia velaban, si es que
aquello era un velorio real.
Todos mis hermanos estaban en el jardín, y mi padre estaba allí parado
llorando sobre el féretro, y quizá por eso razoné equivocadamente…
-¡Dios santo! -pensé- ¡Mi madre falleció mientras yo me bañaba en la
Laguna Azul! ¡Con razón me desprendí de mi cuerpo para venir a su velorio!
¡Con razón yo había sentido en el agua ése extraño presentimiento o aviso que
me impelió a desprenderme de mi cuerpo y regresar volando a mi casa! ¡Por
eso mis dos amigos aún no habían llegado a consolarme de la irreparable
pérdida de mi madre!
Así razoné al no verla por ningún lado.
Entre los concurrentes que lagrimeaban sentados en las sillas, pude ver al
carnicero don Romea, a quien mi padre compraba la carne antes del amanecer
por aprovechar los mejores cortes, al zapatero don Mendoza que tenía su taller
al lado de nuestro comercio, al sastre don Sosa de la esquina, al Dr. Juan José
Bruno cuyos dos únicos hijos Miguelito y Juan Antonio fueron mis eternos
amigos del barrio cuando niños y de la vida cuando grandes, don Cardozo el
vendedor de diarios y revistas; estaban además algunos profesores de mi
escuela y de las de mis otros hermanos; vi a mi amado profesor don Bassis que
sin tener tiempo, ofreció a mi familia uno corto y respetuoso para venir a
consolarla de la pérdida de un ser querido; vi a don Cabral que tenía su
agencia marítima a la vuelta de mi casa, a don Medina que llevaba
contabilidades de comercios, y a don Lucero antiguo empleado del Banco
Nación que en mucho ayudara para que mi hermano mayor Antonio ingresara
a la institución, en la cual como dije antes mi padre tuvo cuenta corriente por
más de treinta años sin una mácula que lo perjudicara.
Dio la casualidad que al pasar cerca del zapatero don Mendoza, éste le decía al
carnicero don Romea, con muy dolorido semblante y lágrimas en los ojos, con
sus flacas manos temblando sobre las rodillas:
- La imprudencia de estos chicos… ir a bañarse en aguas que no
conocían. En estos tiempos la juventud parece que no tiene otra diversión,
peligrosa por cierto, de ir imprudentes a meterse en aguas traicioneras de un
río. Las impías aguas profundas son las garras más traicioneras y despiadadas
de la tierra, y a mí, sin ir más lejos, me robó un hermanito hace muchos años
cuando era niño. Dicen que al río no hay que tenerle miedo, sino respeto, pero
más quisiera yo que todos le tuviesen terror antes que respeto, pues sus aguas
no tienen gajos de donde uno se agarre para no ser tragado irrespetuosamente
por ellas. Don Rafael está destrozado con la muerte de su hijo Arturo. Viera
usted cómo anduvo anoche buscando el cuerpo de su amado hijo junto con los
marineros de la prefectura. Él mismo cargó los botes sobre sus espaldas por
entre los pastizales para llegar hasta un lago perdido en el monte. Viera Ud.
qué grito desgarrador tronó en su garganta cuando los garfios de los
prefecturianos engancharon el cuerpo del joven. Serían casi las cinco de la
madrugada de hoy cuando lo subieron al bote, y don Rafael vio que el garfio
276 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

de búsqueda se clavó en el estómago del joven bajo las aguas, abriendo y


destrozando sus intestinos, por lo cual lanzó un grito tan desgarrador cuando
lo izaron, como el de un lobo al que matan sus cachorros ¡No lastimen, no
lastimen a mi amado hijo! gritaba a los marineros cuando sacaban del agua al
joven enganchado por el estómago, creyendo que aún estaba con vida. Doña
Teresa la madre está dopada durmiendo en una pieza del fondo, porque
temen que su corazón no resista tamaña desgracia de ver a su hijo en el cajón.
¡Trece años tenía el chico! Los dos amigos que lo llevaron a la laguna, ni se
acercaron por aquí, pues don Rafael juró matarlos ahorcándolos con sus
propias manos. Hace dos semanas atrás alumnos del mismo curso casi se
ahogan al volcarse un bote o una cámara donde navegaban, y ahora, su amado
hijo Arturo, desgraciadamente se ahoga en una sucia laguna perdida en medio
del monte. Era un buen chico, y mucho yo lo quería como a un hijo, pues
siempre visitaba mi taller para aprender a cortar cueros, clavar suelas y pegar
plantillas, solo por tener la innata curiosidad de saber cómo hacerlo. ¡Qué
desgracia, qué desgracia morir en tan tierna edad!- dijo el zapatero Cardozo.
-¡Pero si yo estoy vivo! -les grité a ambos en las caras, pero ni siquiera me
miraron ni escucharon- ¿No me ven acaso? ¿No me escuchan? ¿No notan mi
respiración ni los latidos de mi corazón? ¿No sienten acaso mi aliento?-
Entonces, como en toda mi vida fui curioso por saber cómo funcionan las
cosas, lo que me llevaba de niño a desarmar juguetes y artefactos eléctricos, o
bien autos, trenes o aviones si los tuviese a mano, o candados, rulemanes,
lavarropas y todo lo que tuviera tornillos o tuercas, se me ocurrió saber cómo
se sostenía el cajón elevado del suelo sin volcarse, y agachándome por debajo
de él vi que los dos pies de plata niquelada remataban en su cima con una cruz
horizontal con dos uñas que no permitían que el cajón se deslizara hacia sus
costados cuando los deudos llorasen sobre el difunto, y gracias a la forma de la
base que apoyaba en el suelo, también en forma de cruz, tampoco permitía
que se volcasen las susodichas patas niqueladas cuando el féretro era
levantado. Me puse entonces lentamente de pie junto al cajón en el momento
justo en que mi padre caminó alrededor de él para ir hasta su cabecera,
dejándome ver a quién velaban, gracias a las suaves luces azules que despedía
la cruz forrada. Gracias a Dios, no era mi madre.
El muerto no era otro que mi propia persona. Allí estaba yo, quieto, rígido, con
las manos entrelazadas sobre el estómago, en medio de blancas puntillas y
fundas bordadas, algo hinchado pero conservando aún en mi rostro el
hermoso color azulado de la Laguna Azul. Mostraba mi cuerpo la eterna
quietud y el descanso sobrio y tranquilo que dentro del cajón todos los
muertos tienen, por respeto a los presentes, para que el auditorio diga
indefectiblemente: ¡El pobre ha dejado de sufrir! ¡Qué faz pacífica y
descansada tiene ahora! ¡Pareciera sonreír de feliz! o ¡Qué buena persona era
en vida! ¡Ya está ahora disfrutando del cielo junto a Dios! y otras infinitas
tonterías que pasadas las horas no se pueden repetir, por el penetrante olor a
podrido que emanan de las buenas personas que ya están junto a Dios y que
ya no sufren a los insoportables gusanos que horadan su carne y sus huesos.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 277

Debo reconocer que en mi nuevo estado de alma vagabunda, o de fantasma,


los pensamientos se me entremezclaban de tal manera que uno reemplazaba al
otro sin concierto ni orden, o bien podía pensar en mil cosas encimadas y sin
relación alguna entre ellas, cambiando constantemente de intención y
voluntad, y éste, el de querer saber cómo se sostenía un cajón, fue el más
peregrino y extraño que cruzó por mi cerebro, si aún lo tuviese.
Retorné a seguir curioseando desconcertado y vi que mi progenitor se acercó
llorando a la cabecera del cajón y me dio un suave y delicado beso en la frente,
la cual se empapó con las dolidas lágrimas que derramaban sus enrojecidos
ojos llorosos.
Supe así cuanto me quería quien me diera la vida y que perdiera yo tan
estúpidamente y tan a prisa a los trece años de edad.
Al darme el beso se produjo nuevamente otra cosa curiosa o milagro
inexplicable, pues me volví a sentir succionado hacia atrás por una poderosa
fuerza, como absorbido por una turbina, hacia el ayer de la tranquila tarde de
un tiempo anterior, y arrastrado como por un ventarrón me sentí desplazar
hacia el pasado en el tiempo y en el espacio, y saliendo al jardín como una
exhalación, pasé flotando entre las alumnas y los compañeros de escuela, para
regresar volando de la misma forma en que viniera, hasta retornar casi al
instante al fondo de la Laguna Azul. Abrí desesperado los ojos como saliendo
de un sueño, y nuevamente vi el remolino de ramitas y hojitas girando a mi
alrededor en las aguas, a las que los diáfanos rayos del sol atravesaban y se
quebraban en ángulos obtusos para despertarme de mi horrible pesadilla
marítima. Aunque aún tenía en mis brazos y piernas miles de las hormiguitas
que me pesaban como piedras, volví a remar pesadamente con las manos
hasta sacar mi cabeza a la superficie, y lentamente como un can fiel, sin otro
objetivo que llegar a la cercana costa contraria, seguí a mis amigos que ya se
habían adelantado unos veinte metros. Minutos después, al ver que ellos ya
hacían pie en la costa, salí del agua con pasos temblorosos y exhaustos entre
los yuyos y camalotes secos sobre la tierra firme. Me llegué casi desmayado
junto a ellos, y nos acostamos en la acogedora y tibia hierba para descansar del
esfuerzo natatorio, y viéndome ellos tan asustado y lívido, me preguntaron
qué me pasaba, y yo les relaté que me ahogué por unos minutos en el fondo de
la Laguna Azul, para luego ir hasta mi casa a mirar mi velorio.
Ellos se rieron a carcajadas de mi susto y me invitaron a regresar nadando
hasta donde dejamos las ropas, para lo cual me aconsejaron que me orinara en
ambas piernas a fin de espantar las hormiguitas que seguramente eran,
dijeron, la causa de un simple calambre. Yo les dije que en los momentos en
que me ahogara, ya me había meado y defecado por entero en mis
calzoncillos, y que aparte del miedo a morir nuevamente, no tenía otra cosa en
mis vejigas ni en mis tripas. Ellos retornaron nadando como veloces veleros
sobre la Laguna Azul, y yo, viéndome solo y abandonado en tierras
desconocidas, comencé a caminar por sus costas y entre altos yuyos para que
al cabo de hacer unas tres cuadras a la redonda, retornar hasta mis ropas y
bicicleta, semidesnudo y apenas cubierto con un diminuto calzoncillo.
278 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Bien, ésas fueron las dos ocasiones en que sin tener aún los catorce años casi
me ahogara y dejara mis huesos en el fondo de las tenebrosas aguas, y creo
que la aventura o desventura de querer salvar a mi amigo Rabito Leguizamón
de una segura muerte por ahogo, fue la más peligrosa, ya que la de la Laguna
Azul no estoy muy seguro de que me sucediera realmente.
¿Quién podría decirlo?
No descarto la posibilidad de que fuesen imaginaciones de una mente
desesperada por falta de oxígeno que en un segundo elucubrara todo el
velorio de mi yerto cuerpo en una ínfima pesadilla de terror.
Bien podría ser también que los dolidos cintarazos que me diera mi padre en
la anterior ocasión de ahogo, hiciera que mi cerebro elucubrara todas éstas
fantasías, como un escape incólume a otra futura golpiza.
Pero… ¿por qué puedo recordar, cincuenta años después, conocer e identificar
todos los techos, balcones, carteles luminosos, patios y árboles que aún están
en pie sobre la calle Belgrano, la de mi casa natal?
Por días, no podía hacer concordar mis dos cuerpos en unidad, el de carne y
hueso y el de su contorno espiritual, como cuando se nos corre un papel de
calcar movido del dibujo original, y me sucedían cosas que son difíciles de
creer, como era ponerme la corbata y luego salir de mi cuerpo para ver si
estaba bien nivelada sobre mi pecho.
Podía ver desde arriba mi cuerpo caminando presuroso camino a la escuela, o
me rascaba un brazo inmaterial cuando en realidad la picazón estaba en el de
carne; sin poder distinguir qué mano debía usar, se me escapaba fácilmente la
lapicera de los dedos porque la tomaba con una mano transparente que se
desprendía de la original de carne maciza; podía predecir algunos hechos
antes de que ocurrieran como un accidente o el encuentro con un amigo que
venía por la vuelta de una esquina; a veces me daba terribles golpazos contra
la pared pues creía atravesarla como si fuese cosa natural, y otras muchas
anormalidades que ya no me acuerdo…

*********************
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 279

POSIBLE CONCLUSIÓN

Hasta el día de hoy, pasado cincuenta años, no puedo encontrar una explicación lógica
y plausible de lo que me aconteciera en la Laguna Azul.
Muchos me dicen que todo lo vivido fue solamente producto del miedo y la
imaginación ante una cercana muerte, que frente al peligro de ahogo el cerebro
funciona vertiginosamente sin control alguno, lo que me hizo imaginar vuelos, cuerpos
y velorios. En cambio, el salvataje de Rabito no fue ninguna imaginación ni delirio
pues bastante costó curarme de los profundos surcos dejados por sus garras en mis
espaldas, y aún hoy me duelen los terribles cintarazos con que mi padre las alisara.
De la Laguna Azul, yo tengo la firme convicción de que realmente fallecí, y en aquéllos
primeros minutos de difunto regresé en espíritu a mi casa, es decir definitivamente
muerto de cuerpo, ya con el alma intangible que todos tenemos. De otra manera,
¿cómo pude vivir tan nítidamente mi velorio reconociendo cientos de personas de
nuestro entorno, amigos de mi padre, carniceros, zapateros y sastres con los cuales él
trataba diariamente? El desconcierto que sufrí al llegar a mi casa y ver que su sombra
y las de los árboles no coincidían con la tarde en que nos bañáramos en la Laguna
Azul, me hace presumir que las horas faltantes en mi vida, de la muerte al velorio,
fueron las que tardaron mi padre y los marineros en rescatar mi cuerpo del fondo del
lago, casi al amanecer de ése nuevo día, y por lo tanto mi alma llegó a casa en horas de
la mañana. De otra forma, yo llegaría cuando aún ignorasen mi deceso, y nada de lo
que vi sería posible. De ahí que las sombras no correspondían con las de la tarde fatal.
No niego que bien pudiera ser otra la causa, como por ejemplo que los muertos tengan
un horario diferente al de los vivos, con varias horas de adelanto, o quizá fuese una
simple confusión mía, como si viera el anverso de las cosas mirando a través de un
espejo, donde lo derecho fuera izquierdo y viceversa.
¿Y porqué primero miré curioso debajo de mi féretro para saber cómo se sostenía
enhiesto sin volcar, cuando lo natural sería que quedara mudo y sorprendido mirando
antes a mi cadáver que reposaba plácido sobre él?
Este hecho no lo dudo en ningún momento, el de ser curioso por saber cómo funcionan
las cosas, y sus causas, y es uno de mis más acendrados defectos que aún conservo con
más de medio siglo de vida, y sospecho que no se me irá ni aún después de muerto.
Y efectivamente, no vi a mi madre en el velorio porque, como dijo el zapatero don
Mendoza, dormía anestesiada en su cuarto, más atrás de la sala velatoria.
Las sillas, más de cincuenta, no eran las nuestras en su totalidad, y colijo que fueron
prestadas por los serviciales vecinos del barrio. Quitados fueron la mesa, el tocadiscos
y el enorme aparador de vidrio, y alguna alma piadosa, mientras mi padre buscaba mi
cuerpo en el lago y mi madre lloraba en su cuarto, bajó y escondió el cuadro “Niños
comiendo uvas” para que no generara mayores dolores a quienes perdieron uno
ahogado. López y Areco no estaban en mi velorio simplemente porque mi padre los
mataría a palos o estrujándoles el cuello hasta que se asfixiaran sin necesidad de ir a
laguna alguna. Creo firmemente haber expirado bajo las aguas de la Laguna Azul, y
por lo tanto no le temo a la muerte, porque cuando ocurra yo sé que regresaré
indefectiblemente a la casa de mi padre.
280 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

HOMENAJE A MI PADRE DON RAFAEL, UN GRAN NADADOR

Te he dicho que mi padre odiaba al río y todo lago, mar o charco en el que
alguien se pudiera bañar, además de cualquier balneario natural o artificial,
pileta de natación, cascada, cataratas o recipiente que contuviera agua
suficiente para que una persona pudiera sin remedio ahogarse en ella.
Cuando algún amigo suyo le avisaba que viera a uno de sus hijos cerca del río,
que distaba a dos cuadras detrás de nuestra casa, furioso cerraba su negocio, y
con el cinto en la mano nos buscaba insistentemente, averiguando aquí y allá
nuestro paradero, y si no lograba encontrarnos, no tenía empachos en
comunicar a la prefectura o a la policía que nos buscaran y detuvieran en el
acto. Este odio acendrado a las aguas tenía una razón de ser, y era que
viniendo joven de Europa, a los veintitrés años instaló un comercio en el
centro de la ciudad, en la calle Belgrano al 938, pegado al desaparecido Correo
Central, en donde vendía desde relojes y joyas hasta peines y perfumes,
matracas y serpentinas, haciendo honor a su mercante raza judía.
Y uno de los deportes que practicaba asiduamente era la natación, quizá el
único, llegando a ser cuando joven y soltero uno de los más famosos
nadadores de Formosa, con apenas veintitrés años y muchas copas y medallas
ganadas en torneos y competencias que dicen atesoraba y exhibía en una
vitrina de su comercio. Dicen que competía palmo a palmo con otros dos
famosos nadadores de la época que a veces lo superaban, y eran un mecánico
de autos llamado Aguayo, a quien si alguien le invitaba ir a nadar un rato en el
río, era capaz de dejar un auto desarmado en el medio de la calle por aceptar
el convite; el otro era Julio Iguri, empleado de correos dos años menor que mi
padre, el cual se había casado recientemente para que al cabo de un año su
matrimonio se viera felizmente bendecido por un casal de hermosos mellizos,
y al ser vecinos de trabajo, no pasaba un día sin que ambos hablasen
largamente en la vereda del negocio, naciendo entre ambos una amistad
inquebrantable. Estos tres mencionados hombres eran los mejores nadadores
con que contaba la ciudad, sin que ninguno fuera un profesional que viviera
de ése deporte.
Todo esto nosotros ignorábamos, pues nunca nos dijo sus cualidades
natatorias, de manera que en un principio, cuando niños, creíamos que mi
padre odiaba al río por el solo peligro que alguien de la familia se ahogara
imprudentemente.
A veces, en las frías noches del invierno, sentados todos alrededor de un
brasero en la cocina, donde mi padre doraba pan y derretía quesos para hacer
unos emparedados turcos con aceite y ajos, untados con puré de aguacate, nos
contaba para entretenernos que cuando niño, allá en su lejana Israel, se bañaba
en el Mar Muerto, cuya salinidad era tan alta que podía mantenerse a flote sin
nadar, y gustaba meterse mar adentro hasta tocar con las manos los enormes
buques jordanos e israelíes anclados a doscientos metros de la costa.
Los niños pequeños, los bebés y aún los perros, se bañaban alegres sin
hundirse en sus aguas límpidas y transparentes sin bacterias ni enfermedades.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 281

Nos contaba que tan saladas eran sus aguas que cuando en invierno se
retiraban, quedaban en la playa grandes piedras redondas de sal donde la
gente se sentaba para mirar el mar en la lejanía.
Los peces de agua dulce que desembocaban del Jordán y otros afluentes,
morían casi en el acto al contacto con las saladas del Mar Muerto.
Eso era todo lo que sabíamos de las cualidades natatorias de mi padre.
También pensábamos que sentía aversión a las aguas por la desgracia que le
sucediera a don Telésforo Cabezudo, un humilde hombre que se ganaba la
vida fabricando muebles artesanales de mimbre con tal exquisita terminación
y calidad que tener un sillón, una mesita de living o un roperito salido de sus
manos en una casa, era signo de ser una familia pudiente, de exquisita
urbanidad y buen sentido de decoración.
Este buen hombre, tenía un carro tirado por un caballo con el cual repartía sus
artesanales trabajos, y un desgraciado domingo de verano, acompañado de
sus dos pequeños hijos de cuatro y seis años, llevó a lavar su vehículo y bañar
al animal a la costa del río, en la zona del club Náutico, muy cercana a la
Prefectura.
En aquélla época el lugar estaba lleno de camalotes secos sobre grandes
extensiones de arena de la costa del río, y hoy sobre esa zona se asienta, bajo
millones de kilos de cemento, la moderna costanera formoseña, una de las más
lindas y extensas del país.
Estaba pues aquélla desgraciada tarde Don Cabezudo lavando su carro y
bañando el caballo con jabones y cepillos, mientras sus hijos en el agua
chapoteaban y jugaban contentos muy cerca de él.
Como Formosa aún no tenía aeropuerto, quiso el día coincidir que justo bajara
en el medio del río un enorme hidroavión de pasajeros que venía de Buenos
Aires mientras Don Cabezudo realizaba su tarea, y posándose el enorme
armatoste aéreo en las tranquilas aguas provocó grandes marejadas que de un
momento a otro arrastraron a los dos niños lejos de la costa.
El padre que no sabía nadar se arrojó a lo profundo para rescatar a sus hijos
sin poder encontrarlos, y de seguro se ahogaría sin lograr salir a tierra firme,
por lo que otros hombres cercanos que lavaban sus autos y motos, lo sacaron
semiahogado y lo tendieron desmayado en la playa.
Minutos después, cuando las aguas del río se calmaron, como una feroz
bofetada que da la vida, las últimas marejadas devolvieron a los dos niños ya
muertos flotando suavemente en las arenas de la playa.
Lector, haz un minuto de silencio por aquél hombre que viendo los cuerpos
yertos de sus dos hijitos se volvió loco de dolor, e imaginad por un momento
que tal desgracia te ocurriera a ti… ¿Serías capaz de seguir viviendo feliz y
contento como hasta ahora? ¿Tendrías tú cura o consuelo si vieras morir
ahogados a tus dos amados hijos en menos de cinco minutos?
Si esto te sucediera, ¡Dios nos libre!, cuántas veces en lo que resta de tu vida te
quejarías a Dios llorando:
“¡Desgraciado de mí, por llevarlos al río aquél nefasto día! ¡Dadme vino, dadme vino
que me sangra de dolor el alma!”
282 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Fue una desgracia que ocurrió en escasos minutos, pero los niños nunca más
pudieron ser reanimados ni regresados de la muerte, aún estando todavía tibia
la sangre de sus cuerpecitos.
¡Ay, hombre, qué deseos tengo de llorar hoy por aquél padre que sesenta años
atrás la muerte de sus dos pequeños abrieron con filosa espada de punta a
punta su corazón y desgajaron despiadadamente en jirones su alma!
Tú, joven que me lees, por favor, trata de no dar tamaño dolor a tus padres y
obedece sus consejos en procura de no arriesgar la vida inútilmente en las
traicioneras aguas de un río.
Y si eres padre, no expongas a tus hijos pequeños tan tontamente a las aguas.
Como el pobre artesano de mimbres era muy trabajador y humilde, y entre sus
numerosos clientes contaba al señor gobernador y a sus funcionarios, por su
honestidad y rectitud, y más por su inquebrantable laboriosidad, queriendo
mitigar su dolor, el gobierno decretó tres días de duelo en honor a los niños
fallecidos, con las banderas a media asta, y con las radios emitiendo músicas
sacras.
Los comercios pusieron llorosos en sus vidrieras una cinta negra en señal de
duelo, y creo que las escuelas, el correo, la gobernación, la municipalidad, la
usina, el mercado central y todas las instituciones y oficinas en aquéllos días
trabajaron con tal desgano y amargura que nadie hablaba en voz alta, ni reía,
ni había ánimos para discutir, y por no exagerar, solamente te diré que las
lágrimas derramadas por los dolidos corazones de la gente por la partida de
los niños de don Cabezudo, llenarían fácilmente otro mar.
Este hombre perdió a sus dos únicos hijos en contados minutos, tragados por
las despiadadas aguas del río, por las olas producidas por el maldito avión, y
aunque siguió trabajando en sus artesanías, sus muebles nunca más tuvieron
la prestancia y calidad con que los hacía antes de que le ocurriera tan nefasta
desgracia.
Y por ayudarlo, todo el mundo le encargaba nuevos muebles, y le adelantaban
los dineros de su costo, pero él nunca más fue cumplidor de su palabra ni de
su trabajo, y sin dedicarse a la bebida, quedaba beodo y borracho sin alcohol
sentado al borde de su vieja cama, llorando días enteros a sus perdidos hijitos,
hasta morir dos años después totalmente destruido por la pena y el dolor que
ningún sacerdote, monaguillo ni obispo pudieron consolar con ánimos nuevos
ni promesas de volver a verlos en el cielo, o la consabida y repetida fábula que
Dios llamó a las dos tiernas almitas perdidas bajo las aguas para engalanar su
estúpido Paraíso. Meses después, lo siguió su mujer.
Pero mi padre no tenía odio al río por la desgracia que le aconteciera a don
Cabezudo.
La causa era la siguiente: y es que festejándose un nuevo aniversario de la
fundación de Formosa, la municipalidad organizó una competencia para los
tres famosos nadadores locales, que consistía en atravesar el río hasta la costa
paraguaya de Alberdi, a unos ochocientos metros de la nuestra, hacer sonar
una campana en la playa extranjera e inmediatamente regresar al lugar de
partida. El que llegara primero a nuestra costa sería el ganador.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 283

Como en algunos años anteriores dos de ellos llegaron al mismo tiempo, y en


otros los tres juntos, en ésta ocasión se hizo una pequeña modificación en el
reglamento.
Se estableció que de los tres nadadores, al arrojarse a las aguas desde el
muelle, ganaría puntos de antemano quien lograse avanzar la mayor distancia
sumergido, los cuales serían beneficiosos en caso que regresaran e hicieran pie
a un mismo tiempo o momento.
Ese fue un error fatal de la comisión de festejos, y hasta hubieron algunos que
protestaron la medida, pues el público murmuraba que se favorecía al
nadador Iguri por cuanto era un experto en nadar bajo el agua, por tener un
cuerpo delgado como una aguja y ser pequeño de estatura y ágil como un pez.
Fue así que después de las bombas de estruendo al amanecer, del desfile de las
tropas militares por la mañana, discursos, poesías y Te Deum de las
autoridades en la iglesia, con bandas, banderas, jolgorio y diversión, todo el
pueblo se volcó a la zona del puerto, donde de uno de los muelles, a las dos de
la tarde, se lanzaría la famosa competencia natatoria.
Para ello, uno de los muelles de descarga sobre el cual circulaba un pequeño
guinche parecido a un tractor, de cuya alta pluma colgaba una enorme
plataforma de madera sostenida por cuatro cables de acero, que de niños nos
asombraba verla sumergirse vacía en las bodegas de los barcos y salir repleta
de bolsas de harina, se dejó blanco de cal y libre de naves atracadas en sus
bordes. Todas las embarcaciones, lanchas y canoas fueron amarradas al
segundo muelle de iguales características, cien metros más alejado del de los
festejos. El muelle de la fiesta se embanderó con globos y gallardetes, coquetos
toldos que daban sombra a los jurados sentados en sus sillas, mientras que
cientos de espectadores esperaban impacientes la partida de los tres nadadores
en lo alto de las barrancas. Un fotógrafo antiguo con una pequeña caja de
madera apoyada sobre tres patas y de la que colgaba una sábana oscura por
donde desaparecía, sacaba fotos en blanco y negro con enormes fogonazos que
iluminaban y cegaban al público y hasta a los mismos peces del río. Dentro de
la cajita maravillosa, con artilugios demoníacos y un platito con agua, revelaba
en el acto las fotos que antes tomara con terribles refucilos y destellos.
Dio la orden de largada un juez con el ruidoso disparo al aire de una pistola, y
los tres nadadores, como movidos por poderosos resortes, se arrojaron al agua
desde lo alto del muelle, sumergiéndose en el río tras una perfecta incisión
quirúrgica que no dejara cicatrices, apenas tres pequeños círculos y alguna que
otra díscola burbuja en donde desaparecieran de la vista.
Pasó un minuto de angustiosa espera sin que ninguno asomase al aire su
cabeza: solo se notaban pequeños círculos en el agua que se disolvían en
lánguidas estelas ante el nacimiento de otros nuevos un poco más adelante.
Pasó otro minuto y ninguno de los tres nadadores salió a la superficie.
A los dos minutos y diez segundos emergió la cabeza de mi padre, protegida
por un gorro de goma sujeto con un barbijo, a unos setenta metros de distancia
del muelle, ya que si bien era un excelente nadador en los estilos de pecho y
crowl, no era muy ducho ni hábil para nadar sumergido.
284 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

Diez segundos después, emergió dos metros delante de mi padre el mecánico


Aguayo nadando vigorosamente hacia la costa paraguaya, desesperado al ver
de reojo que mi padre avanzaba como un tiburón y le daría fácil alcance
pegado a sus pies.
El público que miraba entusiasmado desde las barrancas de la costa apostó a
que Iguri, siendo el más joven de los tres, saldría unos metros delante de los
dos contendientes, y hasta hubo alguno que afirmaba que saldría en la misma
costa paraguaya, mientras gritaban dando aliento al favorito:
- ¡Viva Julio Iguri, el mejor nadador de Formosa! ¡Apostamos que
cruzará el río sumergido! ¡Viva Iguri! ¡Viva Iguri!- gritaban algunos
admiradores del joven cartero nadador. Sin embargo, pasados tres angustiosos
minutos, el cartero no emergió a la superficie.
Luego pasaron cinco, siete, ocho, y la carrera se suspendió inmediatamente
pues algo anormal había acontecido bajo el agua con el desaparecido nadador.
Los botes con los jueces y veedores recogieron a mi padre y al mecánico del
medio del río y los retornaron al punto de partida, mientras las lanchas de la
prefectura empezaron a rastrillar el agua de un lado a otro para encontrar al
tercer competidor, pero sin resultado positivo, como si se lo hubiese tragado la
tierra. Cuatro horas después, llegó angustiosamente las seis de la tarde y aún
se seguía intensamente la búsqueda, con el sol inclinándose ya hacia el
horizonte. El segundo muelle, separado unos cien metros del primero, estaba
atestado de barcos, lanchas y chatas amarradas a él, y la prefectura, ordenó
con buen tino que se los moviera de un lugar a otro, para agitar las aguas
mansas y tranquilas de esa zona. Cuando se movió una enorme chata o
lanchón repleto de piedra molida en espera para descargar al día siguiente,
dejó salir el cuerpo sin vida del pobre Julio Iguri, flotando plácido y
descomprometido sobre las mansas aguas del río.
Recordad por favor que os dije que Julio Iguri era el más joven de los tres
competidores, y que recientemente su hogar se viera alegrado y bendecido por
la llegada de un hermoso casal de ojos verdes y cabellos rubios como el padre.
La conclusión a que llegaron los expertos prefecturianos fue que, sumergido,
posiblemente perdiera el rumbo de su derrota para caer en el horrible destino
de perder la vida al chocar violentamente su cabeza contra el vientre del
lanchón cargado de piedras cuando intentara salir a la superficie, quedando
desmayado y succionado por el agua en su herrumbroso vientre de gruesa
chapa de acero. Murió ahogado bajo el lanchón de piedras con veintiún años,
dejando dos hijitos mellizos de menos de uno, y una desgarrada señora que
quedara viuda antes de cumplir el año de casados.
Mi padre jamás se pudo reponer de la muerte de su amigo, a quien tanto
quería, y días después en un arranque de furia, rompió y aplastó todas las
copas y las medallas ganadas, quemó todos los recortes de diarios en su
alabanza, y con un asco repulsivo incontenible hacia el río que le quitara su
compañero, abandonó para siempre la natación. Esto nos enteramos después
de muchos años por boca de nuestra madre, y de alguno que otro vecino que
siempre nos contaba las habilidades de nuestro padre en el agua, ya fallecido.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 285

Y lo que le impulsó a odiar al rio era el mucho amor y cariño que llegó a tener
por su amigo el cartero, ya que tenía su negocio pegado al correo y siempre,
todos los días, mañana y tarde, conversaban largo tiempo en la vereda como
hermanos tomando “bolitas”, una bebida primeriza entre las gaseosas de la
época, cuya tapa era justamente una canica atorada en el cuello de la botella,
según me dijeron, ya que nunca vi una de ellas. Así sucede con los verdaderos
amigos que la vida nos regala: cuando parten de éste mundo los lloramos con
verdaderas lágrimas de dolor y tristeza, y pareciera ser que se llevan pedazos
de nuestra alma y de nuestro corazón por el angustiante y terrible dolor que
nos propina la partida de aquéllos compañeros a quienes más amamos.
Y esta es la explicación que te debía para justificar el acendrado odio de mi
padre hacia el río, y de la fenomenal paliza que me diera con su cinto de cuero
repujado cuando faltamos a la escuela y navegamos sobre la barca de Caronte,
que casi nos lleva a Rabito y a mí a la otra orilla, sin pagar nada.54
Y por último, hablando de partidas y muertes, yo, Arturo Beresi, no estoy muy
seguro ni convencido de ser un ente viviente y corriente de carne y huesos,
pues luego de aquéllos horribles sucesos relatados anteriormente, el de Rabito
y la cámara de tractor y el de la Laguna Azul de la ilusa calesita, bien podría
ser un fantasma que vaga imaginando vivir la vida, escribiendo estas notas en
mi mundo mortuorio, en un viejo barco hundido en el fondo del río, con una
vetusta máquina de escribir herrumbrada que perteneciera a su capitán hace
más de ochenta años, cuando su buque navegaba triunfante sobre las aguas.
Sin embargo, me parece tener la firme convicción y creencia de que vivo en la
ciudad de Santo Tomé, Corrientes, en la esquina de la calle Brasil y Rivadavia,
donde comercio en un pequeño local de relojería, cambiando pilas y mallas a
relojes de ínfima calidad, los cuales concierto al instante.
Te ruego que un día pases por allí y observes si me ves barriendo la vereda de
mi humilde negocio, o reparando relojes en mi mesa de trabajo, con lo que
apenas gano para yantar y vestir, y si no me ves o no existen mi vivienda ni mi
humilde taller, enciende una vela por mi alma pues seguramente me morí
hace muchos años atrás junto a Rabito Leguizamón o solitario en la Laguna
Azul, y gran favor harás a mi descarnado cadáver semienterrado entre las
arenas de sus lechos, y a mi inquieta y vagabunda alma, que encomiendes una
oración a Dios por mi descanso, después de ahogarme estúpidamente antes de
mis catorce años en uno de los dos horribles relatos referidos, y sobre todo,
trata de sacar experiencia de ellos, que aunque dicen que la prudencia solo
mora en los viejos, las desgracias y peligros que otros vivieron antes, sirven sin
duda de modelo a los jóvenes para evitarlas y no caer en ellas ahora.

54Caronte era el encargado de hacer pasar en su barca a los condenados al infierno sobre la laguna
Estigia. Como era muy avaro, había que colocar una moneda entre los dientes del difunto, o sobre
sus ojos, precio del viaje en su barca. Las almas de los que por ser pobres no podían pagar, erraban
durante cien años antes de entrar en el infierno. Esta costumbre, de cerrar los ojos de un muerto
con monedas, aún perdura en algunos pueblitos correntinos.
286 Dos experiencias horrorosas bajo el agua

CONSEJOS PRUDENTES

Nunca te introduzcas en aguas heladas pues es señal de mucha


profundidad.
Nunca te fíes de las aguas calmas en la costa de un río, mientras que en su
centro se desliza a gran velocidad, pues suelen tener terribles corrientes en
su fondo que te arrastrarán a lo profundo en una muerte segura.
Averigua con un lugareño la peligrosidad o bonanza de las aguas de un lago
o estanque antes de introducirte en ellas.
Nunca te metas donde veas mansos remolinos que hacen girar palitos y
hojitas, que te llevarán sin piedad alguna a profundos pozos.
Nunca trates de salvar a alguien que se ahoga sin saber cómo hacerlo.
Y sobre todo, sé prudente alejándote del peligro, por no dar a tus padres la
desgraciada noticia de que perdiste la vida estúpidamente en el fondo de un
río.

FIN

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