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Las palabras
vuelan,
lo escrito queda
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 3
2 Para impedir que Don Quijote leyera los perjudiciales libros de caballería le hacen creer que un
sabio encantador se los había llevado todos tapiando con una pared su biblioteca.
3 En el 47 a.C., durante la guerra civil entre Julio César y los seguidores de Pompeyo Magno, César
fue asediado en Alejandría; un incendio que destruyó la flota egipcia se extendió a algunos
depósitos de libros y aproximadamente se quemaron 40.000.
4 Atila (c. 406-453), rey de los hunos (c. 433-453), conocido en Occidente como el “azote de Dios”,
llamado Etzel por los alemanes y Ethele por los húngaros. Arrasaba los pueblos que invadía
quemando cualquier indicio de cultura.
Prólogo para explicar el nacimiento de esta obra 11
TRATADO PRIMERO
¿Me creerías sin hacerte juramento alguno que los hombres más peludos de
cuerpo tienen sobradas ventajas sobre los lampiños y lisos para enamorar
mujeres y tenerlas rendidas a sus pies?
¿Acreditarías si te digo, sin poner los dedos en cruz sobre los labios, que los
hombres con más pelos en el ojete y en las bolas, mayores posibilidades tienen
de lograr exitosos romances con mujeres que se entregan plácidamente a sus
caricias y enamoramientos?
¿Me creerías a pie juntillas si te afirmo que en las cosas del amor más triunfan
los hombres feos, raquíticos, calvos, con piorreas y narigones, siempre y cuando
sean peludos como monos, antes que rubios hercúleos y lampiños, de verdes
ojos y rectilíneas narices griegas?
¿No me crees?
Pues déjame contarte una amena e interesante historia para convencerte, pero
primero debes saber que Adám era un hombre lampiño, de tersa y lisa piel,
como si hubiese sido hecho de arcilla o barro, y en sus trescientos cincuenta y
seis años de vida, jamás engañó a su esposa porque ninguna otra mujer la dio
bolas para cometer adulterio; Abrahám5 era un hombre peludo y de tupida
barba, según vimos en el cine, y tuvo gracias a sus vellos buena suerte para
enamorar mujeres, primeramente a su hermanastra con la que estuvo casado
unos ciento cincuenta años, y después, por ser nómada su familia, con cuanta
empleada doméstica contratara su señora para asear la carpa, quitando de los
muebles la arena que se introducía del desierto, lavar las túnicas, ordeñar la
leche de los camellos y otros menesteres cotidianos, con las cuales pobló el
mundo con tantos hijos y entenados que hasta hoy no se sabe si sus
descendientes son judíos, árabes o egipcios, teniendo su último vástago a la
edad de ciento setenta y cinco años; el caudillo salteño Martín Güemes, cuyo
retrato vemos colgado en las aulas de las escuelas primarias, y que no es el suyo
pues nunca fue retratado, sino el de una hermana muy parecida retocada con
barbas para el recuerdo eterno de su persona, era muy cojudo gracias a su
frondoso y peludo pecho y a sus crenchas engrasadas, y en sus campañas en
defensa de la libertad de nuestra patria se cogió cientos de salteñas, jujeñas y
tucumanas con las cuales infectó el norte de hijos chimbos de padre, y pasando
el tiempo, formó con ellos su famoso ejército llamado maliciosamente por el
vulgo “Los Guachos de Güemes”.
5Abraham, patriarca bíblico y, según el libro del Génesis (11,27; 25,10), padre de los hebreos, que al
parecer vivió entre los años 2000 y 1500 a.C. Llamado Abram originalmente, fue el hijo de Tare, un
descendiente de Sem, y nació en Ur, ciudad de Caldea, donde se casó con su hermana por parte de
padre Saray o Sara.
20 El Tratado de los Pelos
Venían muchos vecinos y allegados de mi padre a ver mis pelos y me tenían por
un santo milagroso, que si los hay quienes sangran en manos y pies, yo era más
portentoso con mis pelos que brotaban por doquier.
Poniendo caras feas y curiosas que mucho me asustaban, me miraban
extrañados desde el borde de mi cuna, y yo les gritaba “¡Cuco! ¡Cuco!”, para
que se fueran.
Así somos los hombres, que fácil vemos los defectos en los demás y ciegos en
ver los propios.
Pasando el tiempo, estando yo aún en la cuna sin saber siquiera gatear,
contratóse una ama de leche y niñera, mujer robusta y fornida para que me
cuidara, que con el tiempo vino a ser amante de mi padre, enamorada de sus
fuertes y peludos brazos, teniendo brincos y diversiones en el sagrado catre
familiar cuando mi madre salía de compras con mis otros hermanos, según yo
veía desde mi prisión de maderitas de cajón de manzanas.
Recuerdo que a veces la doméstica quería por la fuerza hacerme ingerir oscuros
brebajes de tecitos de paico o anís, que yo rechazaba violentamente ante su
insistencia, y en la lucha, por asustarla, me bajaba los pañales y le mostraba mi
peludo picho, lo que la hacía huir despavorida a contárselo a su patrón y
amante. Venía entonces mi pícaro padre, y levantándome en sus brazos me
consolaba y mimaba en mis llantos, y sin que oyera la empleada, me decía al
oído que mucha suerte tenía yo de ser tan peludo como él, que andando el
tiempo muchos beneficios me darían los vellos, sin decirme cuáles serían.
Vine entonces a pensar que los hombres somos variados y confusos, que
mientras unos tienen por malo un defecto otros lo alaban y se sienten
complacidos con tenerlo.
Pero con los años éstos bellos vellos fueron desapareciendo, y crecí normal en
una infancia plácida de juegos de barriletes, trompos y pelotas, y a decir verdad
quedé un niño común y corriente, lo que también me trajo profunda pena, pues,
¡qué triste es ser uno igual a todos los demás! ¡Qué mediocres son los hombres
que tratan de parecerse a otros tan mediocres como él, o en todo imitan a los
eficientes por destacarse en la sociedad sin poder lograrlo jamás por ser de una
inútil condición ancestral! Pocos y contados con los dedos son aquéllos
personajes de la historia que lograron grande y merecida fama siendo únicos y
originales, que aunque sean imitados repetitivamente nunca podrán ser
siquiera igualados. Benditas sean entonces, las virtudes o los defectos propios e
intrínsecos con que nacemos y que nos diferencian de los demás, pues nos
destaca por malos sin igual o por santos que imitar. ¡Oh, bendita finalidad de la
vida: que en el ser únicos, originales e irrepetibles debe ser la ambición primera
del común de los mortales!
Pero al llegar a los trece años y hacerme únicas, originales e irrepetibles pajas,
que mucho me gustaban, los pelos volvieron a brotar ferozmente sin dejar
espacio libre en mi cuerpo, adquiriendo el pelaje de un lobizón, pues no hubo
espaldas, pechos, brazos, extremidades inferiores y partes pudendas que por
respeto al lector no mento, como ser picho, bolas y culo, en que no me crecieran
incontrolables y me transformaran en un monstruo peludo y repulsivo.
22 El Tratado de los Pelos
Dábame mi padre todas las semanas unas moneditas para que fuese a la
peluquería a cortarme el cabello, al tiempo que me ponía una cintita roja atada
al cuello, y mucho me recomendaba:
-Dile al peluquero que te corte el pelo solamente hasta la marca de la cinta,
y no más abajo, que no tengo más dinero para pagarle.-
El Dr. Jekill, transformado en horrible bestia velluda, quedaría un poroto a lado
de mis tupidos pelos, a tal punto que yo humildemente vestido le haría pasar
vergüenza a él desnudo.
Vanidad, todo es vanidad.
Esto me trajo un terrible complejo de inferioridad, que se agregó al de tener una
ampulosa nariz, lo que me hizo triste y taciturno tratando de esconder mis
pelos por vergüenza, ya que la nariz no podía, y al llegar a la secundaria, en los
ejercicios físicos, para disimularlos yo ocupaba muñequeras, rodilleras, coderas,
musleras y cuantas vendas me pudiera agenciar.
En mi vergüenza, en cada entrenamiento o juego de pelota ocupaba más vendas
que Tutankamón en su sepultura, diciendo que tenía débiles los huesos.
Como jugaba al básquet, creo que bastante bien, siempre lo hacía en equipos
cuyas camisetas fuesen de mangas largas y no camisillas, y a veces me ponía un
pulóver por bajo con la excusa de que era asmático o friolento.
Y en verdad que los excesivos pelos me trajeron más desgracias que beneficios,
por lo menos hasta esa edad, al revés de lo que me vaticinara mi padre, de las
cuales basta contarte dos para que tengas cabal idea de los perjuicios que me
ocasionaron.
Y fue la primera que ninguna mina me daba bolas, indudablemente a causa de
ellos, y mientras mis amigos lampiños tenían una novia en cada esquina, yo no
tenía ninguna en toda la ciudad, y se burlaban de mí llamándome Manuela
porque decían que no me crecían pelos en las palmas de las manos de tan pajero
que era, lo cual yo tenía por cierto y verdadero; y la segunda, es que un día me
contagié sin haber tocado jamás a una mujer, quizá yendo a mear a un baño
público, un ejército de ladillas que invadió mi cuerpo sin dejarme dormir por
muchas noches enteras.
Fue tal la cantidad contagiada que al caer el sol, no bien apagadas las luces y
acostado, después de sufrir molestas picazones en mi cuerpo, indefectiblemente
las ladillas salían de juerga borrachas y ahítas de sangre, pues las de mi bola
izquierda se pasaban a visitar a sus vecinas de mi bola derecha, y todas juntas
se subían cuesta arriba hasta mis verijas, donde en una verdadera noche de
parranda, chupaban gratis el vino tinto o roja sangre que las embriagaba,
dejándolas alegres y en extremadas algarabías, en fiestas y francachelas, tirando
para atrás valiosas copas de cristal en deseos de buena suerte, picando
bocadillos aquí y allá, para luego tambaleantes y dicharacheras subir a visitar a
sus congéneres de los pisos altos, o sea las que residían en los pelos de mi
pecho, y armaban una descomunal batahola con pitos, matracas y bonetes,
chupando todo el tinto que encontraran a flor de piel, poniendo tocadiscos a
todo volumen, en medio de serpentinas y papel picado, y luego todas juntas
tambaleantes y en fila india marchaban desacompasadamente pasando por
El Tratado de los Pelos 23
entre mis costillas a visitar a las otras comadronas ladillas que vivían a expensas
de mis espaldas, dejándomela sembrada de ronchas, pues todas le daban al
picado y chupaban el vino tinto de mi bodega que cargaban a mis costas, y si yo
las dejara seguir de esta guisa, se subirían todas sobre mi cabeza, donde si
quisiesen sacarme algo de dentro morirían de hambre.
Cierta vez que regresé del cine pasada ya la medianoche, mucho me enojé con
ellas por molestosas, y desnudándome frente a un espejo me afeité las bolas y el
picho, dejándolos a la vista y a la intemperie, y rociándome luego con un
poderoso veneno en polvo llamado “gamexane” que mi madre usaba para matar
los insectos de su jardín, las liquidó a todas y casi a mí junto con ellas, pues al
amanecer me internaron en terapia intensiva del hospital completamente
envenenado y a punto de partir de este mundo, de donde salí un mes después
casi recuperado, tras cincuenta y seis sueros y dieciocho vómitos provocados
adrede, y veintitrés enemas inducidos que me infirieron las enfermeras por el
culo en los primeros días de internado.
Puedo contarte además, porque veas cuánta amargura me provocaban, una
última desgracia que me ocasionaron los pelos y que patente recuerdo ahora
aunque sucediera en mi lejana juventud, y es que una noche, regresando tarde a
mi casa, desnudéme en mi pieza frente al espejo del ropero, y púseme a mirar
mi horrible cuerpo peludo y repulsivo, diciendo reflexivamente:
-Pelos de mierda, por el mucho daño que me causáis, sin novia que
alcanzar y por la vergüenza que me dais, os aniquilaré eternamente para que
nunca volváis a brotar.-
Y como estaba por encender un espiral, con el mismo fósforo prendí los pelos
de mis bolas… ¡Para qué!
Enseguida brotaron enormes lenguas de fuego como si se quemara un pinar,
crepitando y achicharrando mis huevos y la inocente piel del pubis angelical.
Mi picho al instante quedó envuelto en llamas, negro, inútil y achicharrado, y
hasta el día de hoy sigue así, y cada vez que voy a echar un polvo, antes me
salen un poco de humo y algunas brasas y cenizas como si fuese un volcán, y
muchas mujeres y alguno que otro puto varias veces me dijeron:
-¡Qué ardiente eres y qué fuego pasional hay dentro de ti!
Las llamas subieron presurosas hacia mi frondoso pecho, con tanto ardor y
humos, que casi me asfixio yo mismo entre los nauseabundos olores de
crepitantes pelos quemados.
Mi cuerpo entero era una bola de humos y llamas crujientes e imparables.
Queriendo apagar el incendio corporal, me envolví con una sábana que al
momento ardió como un papel seco, y de seguro quemaría no solo mis pelos si
no mi casa toda, junto con mis padres y mis hermanos que dormían en otros
aposentos, sino que desnudo y despavorido corrí más rápido que una liebre
hacia el baño, donde entré luminoso y en llamas como un sol refulgente, y
poniéndome bajo la ducha, abrí su manija al máximo, con cuyas aguas, entre
humos de petróleos y resinas de pelos, apagué el incendio que había nacido en
mí.
En mis bolas.
24 El Tratado de los Pelos
Y con esto, el informarte de la buena suerte que tuvieron los hombres más
peludos en amoríos y romances, el describirte los vellos de mi cuerpo, los
vaticinios de mi padre al respecto, los perjuicios que me acarrearon, el feroz
ataque de las angurrientas ladillas sin haber tocado mujer alguna, mas la quema
inconsciente de lo vellos de mis bolas, vengo a terminar el Primer Tratado de
este interesante estudio sobre los pelos que el hombre tiene en el cuerpo, sin
haber entrado aún de lleno en lo intrínseco del tema, pero ten paciencia que ya
te enterarás de cosas curiosísimas en el que sigue.
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El Tratado de los Pelos 25
TRATADO SEGUNDO
Dije antes, y si no lo digo ahora, que así seamos buenos o malos en nuestros
actos y quehaceres diarios, jamás debemos ser mediocres en la voluntad e
intenciones para concretarlos, pues nada peor ni más intrascendente es que nos
tengan por uno de ellos, que el ser vulgar y trivial es señal segura de inutilidad,
sin que se sepa si una persona es eficiente o un incapaz, y así solamente pasan a
la historia aquéllos que fueron extremadamente buenos en su maldad o
rigurosamente malos en su bondad. La historia no recuerda a ningún hombre
mediocre, del que nunca se supiese que fuera bueno o malo, por más que haya
estado pegado a los grandes líderes como sus segundos o consejeros.
El futuro de los tiempos solo abre sus puertas a quienes sembraron en surcos de
maldades o bondades extremas, eficientes y bien hechas, y así, jamás se
olvidarán, por ejemplo, de un Hitler que sin ton ni son mandó a millones de
judíos a la cámara de gas; a un Castro que sin gas mató de hambre a su pueblo
solamente con bananas; o a un Ghandi que con extrema bondad se rebeló contra
el imperio inglés y liberó a su pueblo de la sumisión y de la esclavitud en la que
estaba. Tanto se arraiga en nosotros el deseo de la inmortalidad, que sabiendo
que somos mediocres tratamos a toda costa dejar de serlo, y procuramos por
sentirnos muy ufanos que en nuestro paso por el mundo nos brinden pleitesía y
admiración por lo que hacemos, ya sea hablar sabiamente, jugar a la pelota,
componer poesías, pintar un cuadro o esculpir un busto, o por actos de arrojo o
valentía, anhelando ser recordados en los futuros tiempos como los mejores en
nuestro arte u ocupación, dignos de ser ejemplos de imitar por las generaciones
venideras.
Te pondré por caso lo que le sucedió al papa y mecenas Sixto IV, o a algún otro,
que pasó a la historia por haber contratado a los más famosos pintores,
escultores y arquitectos del renacimiento como Sandro Boticelli, Doménico
Girlandaio, Rafael Sanzio, Perugino y otros, para levantar la capilla Sixtina que
inmortaliza su nombre, y sobre todo a Miguel Ángel para que estampara en sus
bóvedas El Juicio Final, obra que le llevara cuatro años acostado de espaldas
sobre altísimos andamios.
Estando la capilla en sus etapas finales de construcción, el papa deseó subirse
hasta lo alto para admirar la genialidad de los trazos del pintor, y a través de
unas escaleras y andamios especialmente preparados para su paso, llegóse
hasta la cúpula de la obra acompañado de un séquito de clérigos y obispos, y de
unos soldados de guardia que le protegían y cuidaban que no resbalase y
cayese al vacío.
Gran honor fue para Miguel Ángel la visita del papa a su lugar de trabajo, pero
ni siquiera se levantó a agasajarlo entretenido en su magnífica obra.
26 El Tratado de los Pelos
¡Ah, y qué bien quedarán en las aulas de los seminarios un retrato de vuesa
merced arriba del pizarrón, junto a otro mío bendiciendo con los dedos a todo
el aula! ¡Imaginad que el recuerdo de nuestras santas personas permanecerán
eternas en el futuro!- dijo el cura.
-Bien me parece pasar a la historia dando la vida por los demás, pero gran
impertinencia es buscar la inmortalidad quitándola a tus superiores, y más a
una alta dignidad como la de un papa. De esta manera, bueno es suprimir
tamaños pensamientos de tu cabeza y alejar la mala intención de tus manos, y
así, ordeno que los soldados de la guardia que nos acompañan te arresten y te
pongan en un oscuro calabozo por el resto de tu vida, a pan y agua, y desde este
mismo instante se te destituye y quita toda autoridad y beneficio dentro del
sacerdocio y ordeno igualmente que nunca más se pronuncie, escriba, o
recuerde tu nombre para que no vengas sobre mis espaldas en la imperecedera
fama que dices que obtendré con esta obra. – dijo Sixto IV.
Como bien viste en el transcurso del relato, todo hombre por insignificante que
sea, desea perpetuarse en el tiempo, tras la fama de algún hombre bueno o
despiadadamente malo, o por las obras buenas o malas que realice
cotidianamente, y éste sacerdote en particular, aunque se haya suprimido su
nombre de todo legajo o libro de historia y de los archivos del Vaticano, logró la
fama perseguida pues su nombre fue de boca en boca entre el vulgo que lo
engrandeció y lo endiosó como ejemplo de tesón y valentía.
¿Quién se arroja con un papa desde las altas cúpulas de una capilla?...
Curado que estuve del veneno y las ladillas, y salvada mi vida del incendio que
arrasó mi cuerpo sin que por milagro no muriera achicharrado, fui creciendo
normalmente como todo adolescente de la época, entre músicas de los Beatles y
Rita Pavone, hasta que llegué a ser un hombre, y casándome a los veintidós
años, me separé de mi señora diez años después, aunque mejor es decir que me
abandonó, y quedándome solo, mi casa era un chiquero por la suciedad
acumulada, ya que no tenía ropas limpias, ni sábanas ni medias, las vajillas y
cubiertos sucios y lleno de papeles el basurero del baño, porque a decir verdad,
en mi puta vida aprendí a lavar, planchar o pasar el trapo de piso, y menos aún
cocinar. Teniendo platos, pero sucios, comía sobre las benditas y salvadoras
revistas “Despertad” y “El Atalaya” que me traían los testigos de Jehová por
moneditas, poniendo sobre ellas los fideos hervidos con un poquito de queso, o
trozos de puchero que cocinaba con agua caliente, enchastrados en mayonesa.
Para colmo, mi pequeña hija, no quiso ir a vivir con su madre, y escapándose de
ella dos o tres veces seguidas, vino a mi lado y quedó a hacerlo en la casa en
que naciera.
Esto me encimó muchas dificultades sobre las infinitas que ya tenía, como coser
un botón de su guardapolvo o hacerle los moños en el cabello para mandarla a
la escuela, lo que solucionaba con un pedacito de alambre en el primer caso y
con cinta adhesiva en el segundo.
Ella iba a la Escuela Normal feliz y contenta hecha un mamarracho, y muchas
veces sus autoridades me amenazaron con echarla del establecimiento si mi hija
Carolina seguía trayendo los piojos que contagiaba a todo el alumnado.
28 El Tratado de los Pelos
7 El refrán es “No puede el amo diligente hacer al siervo perezoso” (Refranero Español) (N. del Editor)
El Tratado de los Pelos 29
Los cubiertos siempre brillosos, los zapatos lustrados, las sábanas impecables,
las ropas ordenadas, el baño reluciente, y con eso y otros menesteres propios y
necesarios de una casa tenía solucionado la mayor parte de mis problemas, no
siendo ninguno el comer pues al mediodía lo hacíamos en la fonda “El Imán”
de Cachito Arizmendi y por las noches cenábamos pizzas y hamburguesas en lo
de “Zurutuza”.
Volví a descansar en mi impecable cama de aromadas sábanas vestido con bien
almidonados y planchados pijamas, con las alfombras limpias y dispuestas a
sus costados, pensando antes de dormirme en la empleada, de quien me iba
enamorando día a día, en cómo traerla a mi cama para que sea mi amante, y me
prometía declararle más que mi amor, la muy urgente necesidad de coger con
ella, y llegando el nuevo día no me animaba a revelarle mi pedido, porque
siendo recién casada mucho miedo tenía yo que le contara al marido mi
atrevimiento, y la perdiera como eficientísima empleada, o que ambos me
rompieran el culo a patadas.
Yo le pagaba su salario todos los sábados, y además dile para su reciente
matrimonio muchas ollas, platos, vasos y cubiertos que estaban ya cesantes por
la destrucción del mío, además de infinitas ropas femeninas que abandonara mi
esposa en su huida.
Esto lo hice sin animarme a pedirle que cogiésemos juntos, o aunque sea que
me mamara el choto en algún rincón de la casa, creo que buscando una secreta
intimidad o un consuelo a mi desgraciada soledad.
Pasaron dos terribles semanas con estos dilemas en mi cabeza, sin decidirme a
nada, como buen hombre mediocre que soy.
Jamás pasaré yo a la historia, por lo que acordamos en páginas anteriores, que
los intrascendentes no están llamados para las grandes obras, y bien sé que
solamente al hombre osado la fortuna le da la mano.
La tercera semana estaba ella limpiando la puerta de la heladera con un trapito
húmedo en cera, y cada movimiento de sus manos repercutían y se escapaban
por su trasero, pues sus nalgas bogaban de un lado a otro a medida que frotaba
el trapo para lograr mayor brillo.
Yo, que vi contonearse aquél hermoso culo, no me pude contener más, y
acercándome por detrás puse mis manos sobre sus hombros, y haciendo girar
su cuerpo entero, quedamos enfrentados cara a cara, y le dije:
-¿Sabes lo que más me gusta de vos? Esos hermosos ojos verdes que
envidian las flores y las estrellas… – y le di un suave besito en cada uno de
ellos.
No sé yo si hay flores o estrellas verdes en el universo, pero fue lo que le dije
por estar muy nervioso en mi declaración.
Ella me miró con una pícara sonrisa giacondina en sus labios, y levantó las faldas
de mi camisa para introducir ambas manos por debajo y acariciar
indecorosamente los vellos de mi pecho.
- ¿Y sabe lo que me gusta de usted? Estos tupidos vellos que tiene en el
pecho y en los brazos que me vuelven loca y reloca de ganas de coger con
usted.- me dijo.
30 El Tratado de los Pelos
TRATADO TERCERO
Así anduvimos alegres y felices por dos años, hasta que el marido comenzara a
sospechar aunque sin descubrir ni probar nada fehacientemente, y además de
amantes fuimos íntimos amigos, si cabe el término, pues ella no podía dejar
pasar un día sin verme y yo menos sin cogerla.
La admiración desciende al ánimo por los ojos,8 y el ánimo se enciende por la
vista. ¡Qué bella era mi dulce Lidia! ¡Ay, Dios, cuánta dicha trae el amor bien
correspondido! No pasaba un día sin que nos mirásemos a los ojos y por la
simple mirada sintiéramos la calentura que levantaban nuestros sexos.
¡Qué feliz fui yo con ella a escondidas del mundo y de su esposo!
A veces venía muy dicharachera a trabajar, hablándome hasta por los codos de
su marido, diciéndome lo bueno que era, qué de respeto tenía por ella, qué de
sacrificios por complacerla, lo mucho que se querían y otras pelotudeces
propias de un matrimonio, y jamás la vi triste o preocupada por engañarlo, que
cosa natural en las mujeres es amar a quien dañan y dañar a quien las ama.
La mujer, según decirse suele, o ama mucho a aquel de quien es requerida o le
tiene grande odio. Ella venía a trabajar a las dos de la tarde, y no trabajaba
nada, sino que nos acostábamos en mi cama a coger hasta las cinco, hora en que
mi dulce y pequeña hija salía de la primaria de la Escuela Normal.
Acostumbraba mi amada dejar tras la puerta de mi alcoba la escoba y la palita
de basura, por si mi hija saliera temprano de clases por falta de agua en las
canillas o a causa de la pediculosis que contagiaba a los demás, o lo que sería
peor, si viniese el marido y entrase sorpresivamente con un arma a la casa
buscándola, teniendo a mano ambos elementos de limpieza para salir
apresuradamente con ellos y asegurar que antes que ensartada en el palo en mi
cama, estaba barriendo el piso, y antes que cogiendo, recogiendo basuras dentro
de mi cuarto. Gracias a Dios nunca aconteció ninguna de estas dos peligrosas
circunstancias, si no contamos la de una tarde que no hubo clases después del
segundo recreo por falta de agua, y mi hija regresó con una docena de
compañeritas que entraron en tropel hasta su cuarto a guardar todas las
mochilas y carteras para luego ir a vagar en alegre grupo por el centro de la
ciudad, sin darle mayor importancia a mi cerrada pieza donde Lidia y yo
estábamos desnudos y en total silencio por no ser descubiertos, hasta que todas
se fueran. En esas inolvidables y fogosas siestas, no nos cansábamos de hacer el
amor, y en un libretita de almacén que olvidara mi señora en la mesita de luz,
anotábamos el resultado de las contiendas jugando a quien hacía acabar más
veces al otro.
8Francesco Petrarca (1304-1374), poeta y humanista italiano, considerado el primero y uno de los
más importantes poetas líricos modernos.
34 El Tratado de los Pelos
Y así, unas ganaba yo cinco a tres, otras ella cuatro a uno, otras empatábamos
cuatro a cuatro, y un día que yo gané cuatro a tres, ella protestó enérgicamente
el resultado, y lo impugnó dando estas justificadas razones:
-Cuando te chupaba la verga bien sentí que largaste tres chorros de leche,
que tú cuentas solamente por un polvo. No señor, hoy gano yo por seis a cuatro.-
Esa era mi Lidia, limpia, meticulosa y honesta a carta cabal.
Pero yo sé que nunca me quiso tanto como a su marido, pues en infinitas
ocasiones le pedí que lo abandonara, y que viniese a vivir conmigo una nueva y
mejor vida, asegurándole que yo ganaba bien y cómodamente sin que pasase
miserias a mi lado, ni hambres ni necesidades, aparte de tener a mi hija a cargo
que necesitaba de una madre aunque fuese postiza, y ella siempre se negó
diciéndome que jamás haría sufrir a quien bien le quisiera como su marido, que
se deslomaba para juntar los pocos pesos con los cuales vivían estrechamente.
- ¿Quieres que haga lo mismo que hizo tu señora contigo? ¿Tan vil me crees?
Jamás yo haría eso a quien tanto me ama como mi adorado esposo.-
Y así, nunca lo abandonó, aunque cogíamos todos los días sin usar condones ni
anticonceptivos, y cierta vez que de improviso tuve que viajar a Formosa sin
poder avisarle de mi partida, teniendo ella una llave de la casa, le dejé bajo un
jarrón en el centro de la mesa una notita que decía:
Debo decir a fuerza de ser honesto y verdadero que ella amaba a su marido con
devoción e idolatría, y a pesar de las miserias y necesidades que pasaban,
formaban ambos un matrimonio excelente, indestructible, sufrido y amoroso, y
así como él se deslomaba por traer los dineros a la casa, ella ahorraba hasta el
más mínimo centavo cocinando sin derroches ni desperdicios, haciendo
exquisitas comidas con las más baratas carnes y achuras que engrandecía y
magnificaba con fideos, papas y batatas.
Recorría las góndolas de los supermercados y economizaba hasta diez centavos
donde le ofrecían ofertas y descuentos, así tuviese que caminar una cuadra por
centavo, rompiendo zapatos tras los menores precios.
El Tratado de los Pelos 35
Y tú, necio, cuando veas que tu casa progresa más de lo que ganas y piensas, y
que tu señora trae cosas que tú por inútil jamás pudiste comprar como relojes,
zapatos, vestidos y camperas, es porque tu mujer no escatima ni ahorra
esfuerzos en guampearte, que los cuernos son como las dentaduras postizas,
que al principio molestan pero después ayudan a comer y progresar, tonto.
Una siesta de mucho calor en que estábamos desnudos en la cama, por ser día
de mi cumpleaños, ella me dijo que tenía un regalo para mí, pero que antes me
fuera a bañar meticulosamente, especialmente el culo, porque para recibirlo,
insistió, debía tener el cuerpo pulcro y minuciosamente aseado.
Yo pensé que esta loca de mierda, ahorrando moneda sobre moneda, me
comprara a crédito una camisa fina o un pantalón de marca del “Sportman”, o
de “Tienda Salgado” endeudándose hasta los guevos y echando al demonio
toda su sacrificada economía matrimonial descripta up supra.
Fuíme urgente al baño, y con jabón y creolina, me bañé impecablemente el
cuerpo, con detergente dejé brillosas mis bolas, pasándome además una piedra
pómez con “pulloil” por el ojete, para dejar los pelos del culo lacios y brillosos,
además de relucientes.
Mojado e impecable, regresé desnudo a mi cama, donde ella me esperaba con
una toalla grande para secarme y acicalarme con perfumes y talcos.
En eso, en la limpieza de todo lo que le rodeara o tocara, esta loca de mierda era
estricta y diligente.
Pidióme después que me acostara boca abajo, que pusiese la cabeza bajo la
almohada para que no mirase su regalo, y que levantara el culo lo más alto que
pudiera.
- Ponte en cuclillas, de cuatro como un perro, con la cabeza oculta bajo la
almohada. Prohibido mirar. ¡Cierra los ojos!- me ordenó.
¡Dios mío y Señor mío! ¿Qué estará por hacer esta rayada?
¿Por qué me puso culo al aire?
9 Obra de Fray Luis de León aparecida en 1583, donde describe las virtudes que deben acompañar a
la mujer casada.
36 El Tratado de los Pelos
Bien dicen que Dios tiene para el hombre infinitos caminos por donde es llevado durante
su vida en un constante aprendizaje de locuras, llantos, carcajadas, imprudencias,
peligros, templanzas, odios y amores, pasiones y desánimos, riquezas y miserias, para
que al final del trayecto nos encontremos preparados y listos para hacernos cargo del
justo premio o castigo que nos merecemos en nuestro efímero paso por el mundo
¡Ay, si yo fuese un ingenioso poeta que con versos sublimes describiera los
recatados besos que nos dimos, las caricias que nos brindamos y las promesas
de eterno amor que nos hicimos!
¡Ay, si fuera mi pluma tan romántica y enamorada que describiera a mi amada
Lidia en versos imperecederos que superaran a los de Neruda y Machado
juntos, y que quedaran flotando como pimpollos de algodón en el mar de los
venideros tiempos, hasta el final del mundo!
Ay, si Dios me hubiese dado el delicado ingenio y la sabiduría de Salomón, ¡que
trama magnífica haría con los mencionados besos que Lidia diera a mi culo, las
mamadas que ambos nos brindamos, las ladillas que nos contagiamos y el amor
platónico que derramamos en las blancas y perfumadas sábanas por las leches y
jugos que largamos, junto con escobas y palitas detrás de la puerta, y todos
éstos humildes elementos de nuestro romance volcarlos a un poema de amor
puro, sublime y divino que con tan poco peso asombrara al mundo tanto como
“Romeo y Julieta” del gran Shakespeare!
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40 El Tratado de los Pelos
TRATADO CUARTO
Como ambos cogíamos sin condón al igual que ella con el marido, no siendo yo
muy prolífico ni semental por tener la leche chirle y lacia, que para embarazar a
alguien debo coger por lo menos unos cinco años seguidos sin descanso con
diferentes amantes, y de casualidad quizá a una preñara, un día viene esta
pajera con el cuento que creía estar de encargue porque no le bajaba la
menstruación desde que habíamos comenzado nuestros amoríos clandestinos, o
sea, hace seis o siete meses atrás, y que el marido empezaba a sospechar de
nuestra relación porque la veía con el semblante alegre y los ojos vivaces, que
son en las mujeres los dos signos posteriores del buen coger con otro.
Decía el pobre que como siempre acababa afuera, su leche caía al suelo por el
borde del catre, lo que le hacía dudar ser el autor de la obra, y ella le replicaba
diciéndole que podría dejar preñada a una mujer que solo pisase un
espermatozoide suyo de tan potentes y varoniles que eran, que así como un
solo vicioso basta para corromper a todo un pueblo, un polvo suyo bastaba para
preñar a todas las mujeres del país, con lo cual el tonto quedaba conforme por
unos días, pero después volvía a dudar de su fidelidad.
Le dije que le dijera que yo cierta vez había leído en los diarios, o sea que ella
leyó, que una adolescente medio pelotuda quedó embarazada de su propio
padre por un fortuito accidente, pues siempre que éste cogía con su madre por
las noches, después se lavaba el choto en la única palangana que había en la
casa, en la cual la hija por ser muy haragana y algo dejada, y no tomarse el
trabajo de cambiar el agua, por las tardes se lavaba la concha muy
refrescantemente y se enjuagaba la cara con la sobrante que ocupara el padre.
De la misma manera, le argumentaba, no era necesario que acabara adentro
para preñarla, y más que su potentísima leche tenía todos los espermatozoides
reforzados y hercúleos como si levantasen pesas, y que con solo apoyar la
húmeda cabeza de su pija en los labios de su concha, sin introducirla, fuera
suficiente. Que el eyaculado del hombre contiene entre sesenta y trescientos
millones de espermatozoides, según la duración de la abstinencia previa, de los
cuales basta uno, el más rápido, para fecundar al óvulo, sea que ande por el
centro de la ciudad o por sus periferias. Esto le dejaba ufano y orgulloso de ser
el supermacho de la familia. El creyó la historia a pié juntillas, y andaba como
loco por toda la casa lavando bacines, ollas y palanganas, y tenía tal obsesión
por matar espermatozoides, que daba día y noche violentos alpargatazos en el
suelo para aplastarlos sin compasión. En resumen, Lidia vino a ser madre de
una hermosa niña, que hasta el día de hoy no se sabe quién carajos es el padre,
y nunca estuvo mejor empleado el término matrimonio entre nosotros tres,
porque todos fuimos felices con la llegada de nuestra hija en común.
Sin embargo, poco a poco, después del ansiado alumbramiento, nuestros
amoríos, el mío y el de ella y el de ella y su marido, se fueron enfriando,
surgiendo discordias y sospechas entre los tres.
El Tratado de los Pelos 41
Ella celaba de mí, él de ella, y yo de él, que el verdadero amor no es más que un
enfermizo sentimiento de celos compartidos.
Su trabajo se fue relajando día a día, y aunque limpiaba impecablemente la casa,
después se encerraba en mi pieza, sin dejarme entrar para que no le molestase
siendo yo el dueño, a fin de mirar tranquila la famosa telenovela de amor “Rosa
de Lejos” que interpretaba la actriz uruguaya Leonor Benedetto, en el papel de
mala y maldita de la trama.
Esta novela me hace acordar que en el medioevo había una reina muy cruel y
sanguinaria que por tener una pata más corta que la otra rengueaba
ostensiblemente, lo que disimulaba usando largos vestidos que arrastraba tras
su paso, y un zapato de alto taco que la emparejaba, bien así como algunos
muestran bondad en la cara para ocultar la maldad de sus entrañas, y se
enfurecía a tal punto si alguien se burlaba de ella que a la menor risa o sonrisa
causada por su defecto, lo mandaba a decapitar.
Cierto extranjero ingenioso, apostó a todo el pueblo que le diría a la reina en su
misma cara que era coja sin que parara en la guillotina, y juntóse una gran bolsa
con los dineros de la susodicha apuesta, la que quedó en manos de un escribano
para darla al vencedor cuando terminara el negocio, ya sea al extraño si salía
ileso de la prueba, ya sea al pueblo si terminaba decapitado.
Pidió entonces el forastero una audiencia a la reina, aduciendo querer ponerse a
su voluntad con un obsequio que traía, y frente a muchos cortesanos que fueron
a propósito de testigos, se arrodilló ante el mismo trono real con mucho respeto
y cortesía, para poner a los pies de la reina una elegante caja con dos hermosas
rosas, una blanca y otra roja, diciéndole con voz educada y cortesana:
Eligió la reina la rosa blanca, pero el extraño con mucha galantería le ofreció
también la roja, con tanto comedimiento y cortesía que la reina le otorgó por su
educación y caballerosidad, llave infalible que abre toda puerta de la voluntad,
un talego lleno de monedas de oro, además de un puesto de inspector de
tránsito en su reino, para controlar los frenos y luces laterales de las carretas y el
uso de cascos y carnets de conducir de los muchos caballeros andantes que
pululaban por la ciudad. Luego el extranjero se fue derecho al estudio del
escribano a retirar los muchos dineros de la apuesta ganada al pueblo, pues sin
dudas dijo a la reina que era coja en su misma cara saliendo ileso, sin que nadie
se quejara de la trama urdida por no pasar el terrible peligro de ser decapitado
junto con los que apostaron en contra de la ingeniosa victoria del extranjero.
¿Por qué carajos cuento esto si estaba en que la empleada se metía en mi cuarto
a mirar “Rosa de Lejos” cerrando con llave su puerta sin permitir mi ingreso,
para luego hacer sus tareas domésticas apresuradamente antes de irse a su
casa?
42 El Tratado de los Pelos
Creo que me perdí por completo de la línea con que comenzara este Tratado de
los Pelos, pues me desvío a diestra y siniestra hacia cosas sin importancia.
La primigenia intención de éste estudio de los pelos era justamente hacerte
conocer las funciones de cada uno de ellos, como experto que soy, a fin de
instruirte con relatos anexos tocantes al tema que te entretuvieran y dieran
placer, pero más fundamentalmente inculcarte la elevada cultura que me precio
de tener, la cual lentamente voy derramando sobre tu putrefacto cerebro.
Pero el atrevimiento de Lidia llegó a más: cierta siesta me viene cayendo con
una vecina suya tan pobre y tan fanática de la novela como ella, cuyo televisor
se descompuso, y sacando de mi pieza el mío mientras yo dormía, se sentaron
ambas en el living para ver el capítulo del día, comentando y conjeturando en
los descansos comerciales la trama de tan importantísima telenovela escrita por
Alberto Migré, otro puto remachado como casi todos los escritores que se
dedican a las novelas de amor, que en paz descanse, pobrecito.
Parece ser que la mina de la novela era una abnegada y humanitaria enfermera
de un hombre que fue atropellado por un camión, en el cual accidente perdiera
desgraciadamente un ojo, la mitad de la nariz, una muela, parte de una oreja y
la uña del dedo gordo del pie, aparte de las dos piernas y el brazo derecho, y
quedándose postrado, la mina lo bañaba diariamente y le limpiaba el culo
después de cagar, al parecer sin ningún interés monetario. Viendo tanto amor y
dedicación por parte de ella, el tipo le pregunta si quería casarse con él, o con lo
que quedaba de él, en el momento justo que salgo yo de mi pieza y veólas
tomando sendos cafecitos muy cómodas en los sillones del living, comentando
una con otra que seguramente la mina lo iba a aceptar con los ojos cerrados
porque el galán de la telenovela a pesar de ser pelado, graniento y con una
halitosis10 que no se podía estar a un metro cerca de él, solamente porque el tipo
tenía siete estancias distribuidas en todo el país, departamentos en Estados
Unidos, pozos de petróleo en Alaska, la colección completa de los discos de
Palito Ortega y Leo Dan y una tarjeta de crédito que se podía usar en cualquier
parte del mundo sin tener saldo suficiente acreditado.
Salgo pues de mi pieza y al verlas tan opíparamente sentadas y cómodas como
Juan por su casa, viendo que me trajo una extraña a la mía, me dejé llevar por la
furia y pasando entre medio de ellas, de un violento tirón desenchufé el cable
del televisor en el momento justo en que la actriz le iba a dar la respuesta
poniéndole un papelito con un sí o un no dentro del suero del galán, o sea el
paciente. Un terrible fogonazo salió del enchufe, cortándose el cable en su
punta, en medio de terribles chispazos y humos repulsivos que dejaron en una
total negrura la pantalla del televisor.
10 Halitosis, también conocida como cacosmia bucal, mal aliento que puede deberse a distintas
enfermedades, al consumo de ciertos alimentos, al tabaco, a infecciones bucales o, lo que es más
frecuente, a una escasa higiene bucal. En las Sagradas Escrituras se compara el mal aliento con las
emanaciones de un sepulcro abierto. Esta enfermedad dificulta en gran manera la vida social de la
persona que lo padece, y se produce porque el paciente genera poca saliva en su conversación, lo
que impide el lavado permanente de los dientes gracias a la saliva, los alimentos, y otros muchos
estímulos.
El Tratado de los Pelos 43
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44 El Tratado de los Pelos
TRATADO QUINTO
¿Alguno de Uds. me podría decir para qué carajos sirven los pelos de la cabeza
si no es para que a la larga o a la corta se desprendan uno a uno dejándonos el
marote pelado como un huevo? ¿Para qué están las pestañas? ¿Y las cejas? ¿Por
qué hay pelos dentro de la nariz? ¿Y los de la oreja para qué sirven?
Pareciera fácil saber qué funciones específicas tienen las barbas y los bigotes,
pero no es tan fácil como lo piensas. Apuesto que no lo sabes, aunque te
afeitaras todos los días. ¿Qué función tienen los pelos de las axilas? ¿Están
solamente para juntar hedor en las camisas? ¿Porqué algunos hombres son
peludos y otros no como bien vimos con el marido de la empleada Lidia?
Los pelos de las bolas… ¿sirven para algo útil o están allí para embadurnarse de
nuestra propia leche cuando cogemos o del asqueroso orín de las últimas gotas?
¿Para qué sirven científicamente los pelos del culo? ¿Para ensuciar calzoncillos
y bombachas o para que por no limpiarnos bien el ojete se formen pétreos
bodoques de caca adheridos a los pelos circundantes?
Todas estas interesantes preguntas me hice una y mil veces durante mi vida,
por instruirme sobre temas de tanta importancia, en busca de conocimientos
científicos que aplacaran mi natural deseo de saber, y así, persiguiendo las
respuestas, por años recorrí bibliotecas y exposiciones de libros para encontrar
los que trataran sobre los pelos del cuerpo, y a decir verdad, pocos fueron los
hallados en mi infatigable pesquisa.
Los conocimientos que hallé en escasos libros que trataran del tema no quise
guardarlos solamente para mí, porque con la sabiduría ocurre lo mismo que con
las riquezas, que si no se las comparte con otros no vale de nada, y para que tú
también te instruyas con estas sapiencias sin recorrer mi mismo sacrificado
camino, compilé en este Tratado todo lo atinente al tema, a saber: cómo
evolucionaron los pelos en el hombre primitivo, sus posibles funciones
adecuadas al ambiente donde vivía, sus atrofiamientos o caídas cuando no
tenían ocupación alguna, los beneficios o dificultades que traen aparejados los
pelos del cuerpo, ya que en muchos autores encontré disparidad de opiniones,
y sin que tengas que buscar las mismas infinitas fuentes de donde yo bebí,
procuré siempre que encuentres en esta obra todo lo que de ellos puedas
aprender.
Permíteme que primeramente te dé noticias de nuestros antepasados los
peludos monos, los orangutanes, los gibones, los chimpancés, los gorilas y la
mona Chita, con los cuales estamos estrechamente emparentados unos con
otros porque antiguamente nos cogíamos todos arriba de los árboles
primeramente, y más adelante, siendo ya más civilizados, sin delicadezas ni
distinciones de parentescos en las cavernas.
El Tratado de los Pelos 45
Quiero decir que en remotos pasados todos éramos monos impensantes que
vivíamos en los árboles, aunque con marcadas diferencias entre una tribu y
otra, y los primeros humanoides machos no hacían asco a nada que respirara y
tuviera un agujero para fornicar, tal como actualmente hay hombres que cogen
ovejas, chanchos, yeguas y viudas viejas.
El ser humano es un primate, o sea un mamífero de superior organización,
plantígrado, con extremidades terminadas en cinco dedos provistos de uñas, de
los cuales el pulgar es oponible a los demás.
Sin embargo, las similitudes físicas y genéticas muestran que la especie humana
moderna, el Homo sapiens, está estrechamente relacionada con otro grupo de
primates, los simios.
Hacen unos diez millones de años, vivió en la Tierra un antepasado común a los
hombres y a los monos superiores, lo que no quiere decir que desciendan éstos
de aquéllos, ni nosotros de ellos.
Por tanto, bueno es aclarar que en algún momento de ese periodo se produjo la
separación entre la línea de los homínidos que conduce hasta nosotros y la
línea de los simios que conduce a los monos actuales.
En su época, Darwin fue muy vituperado por la iglesia aún sin que jamás dijera
que descendemos de los monos, ni le pasara tal idea por la cabeza.
De ésta manera se tiene por cierto que los hombres y los antropoides o monos
superiores, chimpancés, bonobos, carayás, orangutanes y gorilas, comparten un
antepasado común que vendría a ser nuestro abuelo paterno.
Este hecho coincidió con un cambio climático de la Tierra, que provocó más frío
y más sequedad, lo que redujo los bosques tupidos y creó amplios espacios de
sabanas, estepas y bosques claros y amplios.
El hombre comenzó su evolución en África, continente donde se produjeron
gran parte de las transformaciones posteriores y de donde proceden los fósiles
de nuestros primeros padres, humanos erguidos que vivieron hace seis millones
de años. Todos estos monos de mierda eran peludos hasta por el culo en
aquéllos comienzos de la civilización, y para comprender por qué aún conserva
algunos y otros no, debemos conocer las funciones específicas de cada uno de
ellos y la evolución o atrofiamiento que pasó en los subsiguientes millones de
años, cuando un pelo dejaba de cumplir una función al volverse innecesario y
era reemplazado por otros con funciones más modernas en lugares necesarios.
Para hacerla corta, saltaré los diversos especímenes que se fueron formando
parecidos al hombre, hasta llegar al origen de nuestra propia especie, el Homo
sapiens, que es uno de los temas más debatidos de la paleoantropología.
Este debate se centra en si el hombre está directamente relacionado con el
Homo erectus o con el de Neandertal, grupo más moderno y conocido de
homínidos que evolucionaron en los últimos doscientos cincuenta mil años.
Los paleoantropólogos utilizan por lo general el término de Homo sapiens para
distinguir entre el hombre actual y estos antepasados similares, y todos
pertenecen al orden científico de los Primates, un grupo de más de doscientos
treinta especies de mamíferos que incluye asimismo lémures, loris, tarseros,
monos y simios.
46 El Tratado de los Pelos
En las cavernas los cabezones eran tenidos por los más inteligentes, y
generalmente conducían a la tribu, aunque eran insoportables cuando sufrían
de jaquecas o cefaleas, pues caminaban por las paredes dando estridentes
chillidos que no dejaban dormir a los demás, hasta que de un certero garrotazo
en el marote lo sosegaban mejor que una Bayaspirina verde.
Los primeros homínidos eran algo más pequeños que los chimpancés, y sin
embargo sus cerebros eran un poco más grandes que los de éstos.
El aumento del cerebro y la bipedestación fueron las dos adaptaciones cruciales
que en mayor grado lo destacaron y diferenciaron de los primates anteriores en
el tiempo.
Hace dos millones de años, días más días menos, aparece en África una nueva
especie cuyo cuerpo es plenamente humano y este homínido está ya preparado
para emprender la gran aventura que supone colonizar nuevos continentes.
Algunos individuos de esta especie habrían alcanzado un metro ochenta de
estatura y un peso de setenta y ocho kilogramos, o sea, un gigante en
comparación con los homínidos precedentes e incluso grandes para nuestra
propia época.
Toda su anatomía era muy similar a la nuestra, y la capacidad craneal de la
especie rondaba en los novecientos gramos.
El cráneo humano ha cambiado enormemente durante los últimos tres millones
de años, ya que todos sus huesos se fueron estirando.
La evolución desde el Australopithecus hasta el Homo sapiens, significó el
aumento del cráneo (para ajustarse al crecimiento del cerebro), el achatamiento
del rostro, el retroceso de la barbilla y la disminución del tamaño de los dientes.
En los animales que se reproducen sexualmente, incluido el ser humano, el
término especie se refiere a un grupo cuyos miembros adultos se aparean de
forma regular dando lugar a una descendencia fértil, es decir, vástagos que a su
vez son capaces de reproducirse en tiempo y forma.
Los científicos clasifican cada especie mediante un nombre positivo único de
dos términos, y en este sistema el hombre moderno recibe el calificativo de
Homo Sapiens.
Monos, simios y hombres, que comparten muchas características que no se
encuentran en otros primates, vienen a constituir la familia de los
Antropoideos. El hombre moderno posee una serie de características físicas que
reflejan un antepasado simio, como por ejemplo la articulación del hombro que
posee una gran movilidad y sus dedos que son capaces de agarrar con fuerza.
Y por eso también hoy en día existen los trapecistas, los gimnastas medio trolos
que se cuelgan de argollas y que a veces la dan, los atletas de las barras, mujeres
que ejecutan el baile del caño en la televisión o se cuelgan del palo arrodilladas.
En los simios estas características están altamente desarrolladas en los
braquiadores, bíceps y tríceps, que adquirieron gran balanceo y equilibrio para
adaptarse al vivir y refugiarse entre las ramas altas de los árboles.
Otro indicio patente que descendemos de los monos se da en los niños
pequeños, que constantemente hacen monerías para hacer reír a sus padres y
abuelos, dejándolos tan chochos que consiguen todo lo que les pidan.
48 El Tratado de los Pelos
Por empezar, la bipedación habitual permitía tener libres las manos para
hacerse la paja sin detener su andar, y de monito adolescente pasar a ser un
fornido y pajero macho adulto; le facilitaba además el transporte de alimentos y
utensilios, mirar por encima de los arbustos para controlar a los predadores,
reducir la exposición del cuerpo al calor del sol y aumentar su exhibición a los
vientos refrescantes; mejorar la habilidad para cazar o utilizar armas, más fácil
con una postura erguida, y facilitar una dieta alimenticia basada en frutas y
ramas bajas. Recorriendo grandes distancias, podían buscar los lugares cálidos
para vivir, agua para tomar, y pueblos para fundar.
Sin embargo, como dije antes, hay mucha disparidad de opiniones entre los
científicos, que no apoyan de forma unánime ninguna de estas hipótesis,
aunque estudios recientes en chimpancés sugieren que el poder alimentarse
más fácilmente puede revestir especial importancia.
Los chimpancés actuales se desplazan erguidos sobre los miembros inferiores
casi siempre que se alimentan de hojas y frutos de arbustos y ramas bajas, pero
no pueden caminar de esta forma largas distancias, ni desplazarse a través de
los terrenos abiertos yermos situados entre arboledas.
Además de caminar, seguían teniendo la ventaja de sus antepasados simios de
poder trepar a los árboles para huir de los predadores.
Los beneficios de la bipedación y de la capacidad de saltar a los árboles pueden
explicar la especial anatomía de los australopitecus nuestros abuelos.
Los brazos largos y fuertes y los dedos curvados probablemente les permitieron
trepar con facilidad, mientras que la pelvis y la estructura de la parte inferior
del tronco sufrieron transformaciones para poder caminar erguidos.
Con el correr de los años, y como siempre nuestros antepasados se asentaban en
lugares cálidos, fueron perdiendo los pelos de todo el cuerpo que se iban
tornando innecesarios o inútiles.
Se avivaron además que después de comer un mamut o un mastodonte de tres
mil kilos, no tenían hambre por dos o tres días seguidos, ni sufrían de intensos
fríos gracias a la ingestión de las grasas, muy por el contrario del comer frutas
que no lo satisfacían sino por unas pocas horas tiritando de frío en las copas de
los árboles, y esto, el de cazar grandes animales para comerlos asados a las
brasas, les resultó beneficioso para confeccionar en las horas de ocio camisas y
pantalones abrigados con el cuero con que venían envueltos, originando lo que
en la actualidad se llama alta costura, aparte de brindarles tiempo de sobra
durante la digestión que en aquélla época duraba uno o dos días, para inventar
armas puntiagudas con las cuales matar a las presas preferidas, o aprovechar
las horas de descanso con la panza llena y satisfecha para coger con la patrona
después de lavar los platos sucios de tosca porcelana.
Cabe aclarar que en aquélla dorada edad de piedra, las mujeres no lavaban, ni
cocinaban, ni zurcían, ya que esas tareas estaban destinadas a los machos, y las
hembras se limitaban solamente a chupar pijas y coger sin descanso para
favorecer la procreación de la especie, igual que ahora.
Es más, ya eran como hoy un problema, pues poca y ninguna ayuda brindaban
al macho para el progreso de la familia, causando más perjuicios que beneficios.
El Tratado de los Pelos 51
Aún así, sin horarios de trabajo, los sábados por la tarde, los hombres tenían
tiempo de sobra para jugar a la pelota con la enorme cabeza descarnada del
mamut, que de pesada y dura, nadie quería jugar de arquero ni patear los
penales en el juego.
La vida social humana, asimismo, en sus primeros tiempos se asemejaba a la de
los actuales simios y otros primates africanos como mandriles y macacos, que
viven en grandes y complejos grupos sociales en santa paz y armonía, mientras
que el hombre al ir progresando culturalmente cada día, hoy ni siquiera se
saluda con sus vecinos.
¡Ah, qué educados y amables seríamos si el hombre volviera a imitar el comportamiento
social que existe entre los chimpancés y los monitos macacos!
Así, por ejemplo, éstos monos establecen relaciones duraderas entre sí,
participan en actividades sociales tales como el aseo, la alimentación o la caza, y
forman coaliciones estratégicas para aumentar sus estatus y poder.
Gracias a Dios, hasta ahora no se les ocurrió imitar al hombre y formar partidos
políticos ni alianzas electoralistas pues sería la destrucción total de la
comunidad monera. Al parecer, posiblemente los humanos primitivos
mantuvieron este tipo de vida social compleja, recíproca y amable, hasta que le
agregaran la religión y la política, dos factores importantísimos que arruinaron
la evolución del mundo hasta nuestros días.
La mayoría de las guerras de la historia se desencadenaron por ideas religiosas,
políticas, de raza o territorio. Sin embargo, el Homo Habilis supone un gran
cambio en el plano ecológico: abandona el bosque, se hace consumidor de
proteínas animales, fabrica las primeras herramientas, inventa la canoa,
aumenta su complejidad social y probablemente desarrolla un lenguaje, aunque
sorprendentemente su cuerpo sigue siendo el de un australopiteco.
Los genes del ser humano y del chimpancé son idénticos en aproximadamente
un noventa y ocho por ciento, por lo que el chimpancé resulta ser el pariente
biológico vivo más próximo al hombre.
Esto no significa que el ser humano evolucionara a partir del chimpancé, sino
que ambas especies se desarrollaron a partir de un antepasado simio común.
El orangután, un simio originario del sureste asiático, difiere mucho más del
hombre desde el punto de vista genético, lo que indica una relación evolutiva
más distante. El cerebro de Homo Habilis variaba entre los quinientos y los
setecientos gramos, aunque está demostrado que crecía día a día al pergeñar
ideas para cazar, fabricar prendas de vestir o levantar casas, galpones y
tinglados con hojas de bananos.
El hombre actual tiene un cerebro que pesa más o menos mil trescientos gramos
y el de la mujer, que es más burra y menos inteligente, apenas mil gramos, pero
gracias a su atractiva concha consigue en la vida todo lo que se propone y le
falta en cerebro.
Con éste adminículo, sin importar si es linda o fea, la mujer se las arregla para
hacerse de una casa propia, de un auto, botas, finísimas ropas y vestidos aun
faltándole trescientos gramos de cerebro, mientras que el Homo Sapiens, siendo
más inteligente, se rompe el culo para ganar el mísero pan de cada día.
52 El Tratado de los Pelos
¡Ah, qué fácil sería la vida del hombre si fuese él quien tuviese la concha en vez
de la inteligencia! ¡Mi reino por una concha!
Aunque algunos hombres tenemos un lindo culo, no nos da de comer ni nos
facilitan las cosas, pues si queremos darlo tenemos que pagar, no cobrar.
Esta cualidad intrínseca de la mujer, coger y parir, dio con el paso de miles de
años que su pelvis se fortaleciera y se volviera extraordinariamente ancha,
pudiendo parir vástagos hasta de siete kilos de peso, o una docena de hijos de
un solo tirón. Esto significó que las mujeres dieran a luz de una forma muy
particular, es decir, doble rotación, salida anterior, gran flexión de la columna
vertebral y cara hacia abajo. Existen diferentes hipótesis sobre el porqué los
australopitecinos se separaron de los simios iniciando así el curso de la
evolución humana. Prácticamente todas las hipótesis sugieren que el cambio
medioambiental fue un factor importante, especialmente favorecida por la
evolución de la bipedación. Los homínidos aprendieron a controlar el fuego y a
usarlo para generar calor, preparar alimentos y protegerse de otros animales,
como vimos detalladamente en hojas anteriores, y éstas nuevas condiciones de
vida lo impelieron a salir de las cavernas y construir chozas en los lugares
donde se iban asentando, ya que aquéllas no podían acarrearlas consigo.
Los restos de chozas o viviendas más antiguas conocidas datan de hace unos
cuatrocientos cincuenta mil años.
Las primeras poblaciones en Europa y Asia posiblemente también se abrigaban
con pieles de animales durante los periodos de glaciación. Durante las
estaciones más frías tenían que emigrar o buscar refugio en, por ejemplo,
cuevas. Algunas de las primeras evidencias definitivas de cavernícolas, datan
de hace unos 800.000 años, como las encontradas en el yacimiento de Atapuerca
en el sur de España.
Las agujas de hueso más antiguas conocidas, que indican el desarrollo de la
costura y de la indumentaria, datan de hace unos treinta mil años. El primer
condón fue inventado en las cavernas hace unos veinte mil años con una
cáscara de banana, con sabor justamente a banana, aunque después vinieron
condones con gusto a zanahorias, pepinos y berenjenas que se vendían en las
cuevas-farmacias que estaban de turno, y si estaban cerradas, se usaban las
consabidas bolsitas de plástico para helados picolés que se juntaban del suelo.
Y con estos importantes temas de las chozas, agujas y los condones doy por
finalizado este Tratado Quinto, el cual en mi opinión me parece muy ameno,
instructivo y cultural, hecho en un estilo claro y simple para permitirte mamar
la mucha sabiduría que contiene, ya que, lector, grandemente me pesaría que
aún con todos los esfuerzos realizados para ser entendible y llevadero, cayeran
en un saco roto antes que en tu sublime instrucción.
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El Tratado de los Pelos 53
TRATADO SEXTO
Vayamos por partes en la cuestión de los pelos, comenzando éste Tratado Sexto
de arriba hacia abajo, como sepulturero que cava una fresca tumba para otro, o
pocero que busca agua; y diremos primeramente que los de la cabeza
indudablemente sirven para protegernos de los despiadados calores que nos
ofrece un sol rajante en pleno verano, sirviéndonos de pequeña sombrilla para
que el cerebro no se caliente y funda su motor por altas temperaturas.
Lo mismo sucede en los crudos inviernos, pero al revés, es decir para que las
escarchas y las heladas no congelen nuestras ideas y pensamientos.
En los calvos éstas funciones se encogen y desaparecen, pero son reemplazadas
por otras nuevas importantísimas y singulares, pues en el verano, al caer la
primer gotita del cielo, el pelado sabe antes que nadie que se aproxima una
lluvia para buscar reparo bajo techo, aunque muchas veces las primeras gotas
no pasan de ser la irrespetuosa cagada de un pajarito; y en invierno, al sufrir la
calva las heladas temperaturas se las protegen con boinas, cascos o birretes, lo
que incentiva las ventas de éstos productos que de otro modo las tiendas no
venderían ni de casualidad.
El desarrollo del pelo en el ser humano se inicia en el embrión y ya en el sexto
mes el feto aparece cubierto de un pelo muy fino llamado lanugo que se
conserva aún después del parto. En los primeros meses de vida el lanugo se cae
y es reemplazado por el pelo grueso de la cabeza y las cejas, y otro fino y
velloso en el resto del cuerpo, como antes te había contado que me salieran
cuando daba mis primeros pinitos dentro de la cuna.
Ahora bien, ¿para qué carajos salen éstos pelos en el cuerpo? ¿Sirven para algo?
¿Puede vivir el hombre sin ellos? Déjame decirte que solo los mamíferos tienen
pelos, aunque en diferentes formas y contextos, llamándose pelaje cuando son
finos y están uno al lado del otro como trompadas de loco, como en el caballo;
en las ovejas, el pelo se llama lana por estar rizados, gruesos y enmarañados, y
es de donde generalmente se agarran los peones y paisanos cuando en las
ardientes noches del estío, por no tener mujer ni ir al pueblo desde dos meses
atrás, en el medio del campo se cogen a estos inocentes animalitos del patrón
que está descansando plácidamente en su lujosa mansión de la ciudad.
Peones hay también en nuestras estancias que se aficionan por las yeguas de la
patrona, y otros por la patrona misma, que en definitiva viene a ser lo mismo,
pero en caliente.
Así como al hombre democrático le gusta la variedad de opiniones, así también
le gusta el cambiar de caballo en el medio del campo, pues a veces en la soledad
de las pampas coge indistintamente chanchos, cabras y gallinas y otros
animalitos domésticos que huyen despavoridos al notar su sola presencia.
La ballena tiene pelos en su estado embrionario, y los elefantes, rinocerontes, y
otros paquidermos, aunque no se vean, tienen pelos dentro de la nariz, en las
cejas y en el final de la cola.
54 El Tratado de los Pelos
Si los pelos son gruesos y rígidos se llaman cerdas, como tienen los chanchos y
cerdos, y los caballos en la cola y en la cima del cuello; y si finos y puntiagudos
como el de los erizos y puerco-espines se llaman espinas o púas.
Del andar el hombre sin un peso en el bolsillo, con los pelos de punta por la
malaria que sufre, sin conseguir trabajo ni mujer que le acaricie para consolarlo,
despreciado como si fuese un erizo o un puercoespín, nace el conocido refrán
que dicen los caídos en desgracia:
-¡Ando con una púa, hermano!- al ver que todos huyen de él por no
ayudarlo y para significar que le persigue la mala suerte.
Del no lavarse jamás la cabeza ni pasarse peines que barran las liendres, como
huir de jabones y champúes, viene a dar como resultado que el hombre o la
mujer sucia, en vez de cabellos tenga crenchas engrasadas y pegoteadas por la
seborrea natural que despide el cuero cabelludo, y minada la cabeza de bichitos
y minúsculos animalitos.
Pero los pelos que el hombre tiene en la cabeza, o tenía, cuando somos jóvenes y
pendejos, son largos, hermosos, lacios y tan dóciles que nos permiten peinarnos
todos para atrás o todos para adelante, hacer una nítida raya a un costado o en
el centro, y cuando viejos, de tan pocos que quedan, inventar maravillosos
peinados tratando de ocultar la pelada, ya sea llevando para arriba los de atrás,
o hacia el otro los de un costado, pegándolos con gomina contra la calva a fin de
que no se vuelen y nos despeinen, o ya sea distribuyéndolos equitativamente
unos a la derecha y otros a la izquierda como el trigo y la cizaña bíblicos, o
haciendo con todos un remolino sobre la calva para dar la impresión de que los
pocos que tenemos son los muchos que perdimos.
Aunque estamos acostumbrados a ver anuncios de remedios y menjunjes
efectivos, en realidad, ningún regenerador capilar detiene la pérdida del cabello
o facilita su crecimiento, que si esto fuera cierto no veríamos más pelados, y así,
los crédulos que creyeron evitar la calvicie poniéndose en la cabeza mierda de
gallina, petróleo crudo, hojas de aloe, leches de cabra u orín de burro, sufrieron
un chasco sin resultados positivos, y al parecer los famosos implantes de pelo
tampoco resultan exitosos, porque después de un tiempo los pelos vuelven a
caer lentamente por segunda vez haciéndonos repetir la misma amargura que
pasamos en la primera. Solamente y al parecer un fármaco llamado minoxidil
parece tener cierto éxito en las pruebas realizadas en hombres con calvicie
hereditaria, que habían sufrido pérdidas de cabello diez años atrás, pero su
aplicación aún está en pañales.
Es de notar asimismo la gran cantidad de mujeres que en la actualidad sufren
de calvicie, a tal punto que se ha generado un negocio muy redituable entre los
couffieres o peluqueros, y es que los mechones de pelo que se adhieren a los
escasos naturales de las mujeres semicalvas, quizá atados o pegados, que de
esto no estoy muy bien enterado, les genera grandes dividendos e incentiva la
compra-venta de pelos naturales y el corte gratis a quienes los tienen en
abundancia.
De cualquier manera, para atajar la caída del cabello, nada hay mejor que los
hombros.
El Tratado de los Pelos 55
Los pelos de la cabeza juntamente con los del pubis están expuestos a
infecciones molestas de insectos pequeños y ácaros como piojos y ladillas que
cuestan un huevo erradicar, como anteriormente te relatara la vez que me puse
gamexane para combatirlos y casi me muero envenenado, y la otra que por
pelotudo casi me carbonizo.
Las cejas, localizadas sobre los ojos, tienen una función protectora muy
importante, y es absorber o desviar a un costado el sudor o la lluvia, y evitan
que la humedad se introduzca en ellos.
Las pestañas, pelos cortos que crecen en los bordes de los párpados, sirven para
mantener las partículas y los insectos fuera de los ojos cuando están abiertos.
También están allí para filtrar o amortiguar la luz del sol, yo entiendo, como si
fuese un delicado toldito comercial, pues de otro modo los rayos solares nos
lastimarían las retinas encegueciéndonos.
La enfermedad más común de los párpados es el orzuelo o infección de los
folículos de las pestañas, que suele estar causada por estafilococos.
Duele como la gran puta pero gran consuelo es saber que desaparece
completamente al cabo de una semana ininterrumpida de intensos dolores y
picazones al parpadear.
La enfermedad se agrava más al secarnos con las manos sucias las dolidas
lágrimas que el malestar nos hace derramar constantemente.
Hay que consolarse con saber que los camellos tienen dos filas de pestañas que
junto con los pelos nasales y los del interior de las orejas, le ayudan a protegerse
de la arena, y cuando tienen orzuelo, tienen por duplicado el dolor, tardando
un mes para sanar, y de las molestias que les causa, se emputecen y no quieren
dar un paso más ni aunque le chupen un huevo.
Dije antes que las pestañas, entre otras cosas, nos protegen de los rayos del sol,
impidiendo que nos enceguezca y obnubile, y me vino a la memoria un amigo
de infancia que era albino, es decir tan rubio como un sol, con quien
transitamos juntos la primaria y parte de la secundaria, con dorados cabellos
similares al oro, al igual que las cejas y las pestañas, y durante el día andaba
ciego atropellando bancos y escritorios, pero de noche veía perfectamente bien,
tal es así que cuando jugábamos al básquet con la luz de la luna, embocaba en el
aro todas las pelotas que arrojaba.
Y cuando íbamos entre varios al cine, si llegábamos tarde y ya estaban las luces
apagadas, él nos guiaba perfectamente hasta nuestras butacas en medio de la
más tenebrosa oscuridad y los silbidos de la gente que nos impelían a que nos
sentásemos. Daba escozor mirar la piel de su cuerpo, que parecía ser papel de
calcar pues detrás de ella se veían nítidamente las venas y las arterias rojas de
sangre, y la mejor comparación que puedo ofrecerte es que su piel era semejante
a la transparente que dejan las chicharras que emergen del suelo después de
estar invernando diez y siete años al divino sorete bajo la tierra.
El pobre llegó hasta el tercer año del Colegio Industrial luego de fracasar el
primero de la Normal en que fuimos compañeros, pero abandonó sus estudios
para montar un tallercito de baterías de autos, llegando a registrar la marca
“Capra” en honor a su nombre y ser famosa en el noreste argentino.
56 El Tratado de los Pelos
Pasando los años se volvió un borracho empedernido, a tal punto que en vez de
poner agua destilada en los vasos de las baterías, por la mucha repulsión que le
provocaba tocarla o acercarse a ella, los llenaba con vino blanco, lo que
producía que los autos anduviesen vacilantes y tambaleantes por las calles de la
ciudad.
Todo accidente de auto que ocurría, indefectiblemente tenían las famosísimas
baterías “Capra”, lo que hizo sospechar a la policía de las verdaderas causas del
desastre, y no era para menos, pues los autos accidentados despedían no olores
a ácidos o a nafta, sino a alcoholes de blancas uvas de recientes cosechas.
Para colmo de males, como solamente tomaba vino blanco, su piel comenzó a
ser más transparente cada día, y sin la camisa, se notaba nítidamente el corazón
bombeando la sangre en el pecho que parecía ser de vidrio.
Lo supimos llamar jocosamente en épocas escolares “El Licenciado Vidriera”, por
dar la casualidad que el profesor de Castellano de la Escuela Normal, el Sr.
Almeida, enseñaba las obras teatrales de Cervantes, de donde lo tomamos.
Todavía no murió, pero está a punto de viajar de este mundo para ir a manejar
el brillante carro del sol imprudentemente como otro Faetón11, por una cirrosis
galopante sin cura ni remedio, y cada día que pasa se vuelve más albino 12 que el
anterior.
El hablar sobre las cejas y las pestañas del hombre en éste Tratado, me impulsó
a recordar tan sin razón ni causa valedera al Licenciado Vidriera, mi viejo
amigo Miguel Capra que recuerdo con cariño.
Los pelos del interior de la nariz, sirven para filtrar de impurezas el aire que
respiramos, y vendría a ser como un tupido bosque de altísimos árboles de
pino, donde los microbios que se introducen por las fosas nasales si no chocan
con uno, chocan con otro, es decir se estrellan como contra una barrera de
contención infranqueable. Al ser la nariz hueca, participa en la respiración y en
el sentido del olfato, para lo que humedece y calienta el aire que penetra en su
interior, al tiempo que los pequeños pelos y la mucosidad actúan de filtro
eliminando las partículas y los microorganismos que tratan de introducirse
displicentemente. A veces, se forma en el interior un grueso, duro y pedregoso
moco del tamaño de una bolita de naftalina, que se hace difícil y doloroso de
sacar porque está adherido a dos o tres pelos internos de la nariz, y no hay otra
manera de lograr su extracción si no es con el dedo índice, preferentemente con
la uña larga, el cual dedo lucha denodadamente días enteros por agarrarlo, y el
moco se defiende de la misma manera yéndose para atrás, casi hasta esconderse
detrás de la cerviz.
Cuando por fin lo enganchamos y lo sacamos afuera, al desprenderse trae
consigo los pelos a los que estaba amarrado, que al ser arrancados por el
violento tirón nos hacen ver las estrellas del insoportable dolor, como si su
raíces estuviesen prendidas en el mismo ojete del culo.
11 Faetón, en la mitología griega, hijo de Helios, dios del sol, y de la ninfa Clímene. Eligió conducir
el carro del sol a través del cielo, que su padre le había prometido, pero tan imprudentemente que
Zeus lo mató con un rayo, cayendo a tierra cerca del río Po.
12 Juego de palabras: “albino” por “al vino”
El Tratado de los Pelos 57
Y eso es lo que me pasó una vez que pasando en vela la noche entera
escarbando la nariz para enganchar un enorme moco pétreo y rebelde, no lo
pude lograr, y antes de la madrugada me dormí profundamente del cansancio
que me produjo la lucha, como si fuese otro Jacob tomado de la pierna del
ángel.13
Al rayar el nuevo día me desperté sin acordarme del moco, y sin catar que por
causas ignoradas había salido fuera de la nariz con las manos en alto y un
pañuelo blanco en señal de rendición, yendo a quedar enredado entre los
tupidos bigotes que en aquélla época ufano yo lucía.
Urgente me vestí y arreglé para concurrir al Banco Nación donde tenía una cita
con el gerente por un crédito que solicité, a fin de construir para mi amada
esposa una modesta vivienda de dos plantas, con seis cuartos, dos baños, una
cocina grande, balcón, garaje, patio con quincho y pileta, y un pequeño jardín y
una alta verja delantera, que bueno es protegerse de la miseria cuando quiera
entrar.
Entro pues a la gerencia sin darme cuenta que el enorme moco, mi encarnizado
rival de la noche pasada colgaba a medio salir de la nariz entre los bigotes, lo
que seguramente causó gran repulsión al gerente, quien sin muchos papeleos
me otorgó el crédito solicitado aunque en una cantidad mucho menor, tan
exigua que apenas alcanzó para hacerme este ranchito de costaneros de pino
donde ahora vivo solo y abandonado de mi mujer, con un pozo ciego en los
fondos, techo de paja a la vista, puertas y ventanas de lonetas corredizas y piso
de tierra mejorado con bosta de vaca.
Un inodoro rajado, o mejor dicho la mitad de un inodoro que encontré
abandonado en un baldío minado de yuyos, lo asenté sobre el agujero del piso
de maderas del pozo ciego, atándolo con alambres, y de la comodidad que me
brinda, cago horas enteras leyendo las revistitas de los Testigos de Jehová con
las cuales después me limpio el culo.
Aunque varias veces volví al baldío cubierto de yuyos, no pude encontrar hasta
ahora la tapa de plástico que seguramente también tiraron junto con el inodoro.
De la transacción comercial del crédito bancario salí ganando, porque el gerente
por desligarse de mí y de mi asqueroso moco me lo otorgó a sola firma, la de él,
olvidándose de que yo estampara la mía en los documentos de la deuda, y
dando la orden de pago por ventanilla, pasé por ella llevándome el exiguo
préstamo en monedas de un peso, el cual jamás devolví ni aún con la amenaza
del banco de hacerme excomulgar con el mismísimo papa, que era su mayor
accionista.
O sea, que en su descuido y en su desprolijidad, y mayormente impelido por la
repulsión que le causaba mi gargajo nasal, me otorgó el crédito a su sola firma y
a moco tendido.
En la pubertad aparecen, en ambos sexos, pelos gruesos en axilas y pubis, y en
los hombres empieza a crecer en la parte superior del labio y la barbilla dando
origen a la barba, como así también asoman los incipientes bigotes.
13 Génesis 32; 24 “Así se quedó Jacob solo, y luchó con él un varón hasta que rayara el alba.”
58 El Tratado de los Pelos
De las barbas y de los bigotes, no tengo la más reputísima idea concreta para
qué sirven.
En algunos pececillos, como ser la ballena, las barbas le sirven al animalito para
atrapar mediante la filtración de las bocanadas de agua que expelen, millones
de minúsculas plantitas y bichitos que quedan atrapados entre ellas para luego
ser engullidos sin el agua con que vinieron; y en otros mamíferos, los bigotes le
sirven al animal para buscar las presas que serán sus alimentos, como en el gato
por ejemplo.
Esto de los bigotes lo tengo científicamente comprobado, pues cuando yo era
niño, con una tijera corté inocentemente todos los bigotes de un gato que era el
mimado de mi padre, y desde aquél día los ratones de la casa pasaban entre sus
patas sin que los detectara ni los descubriera, y hasta hubo uno más atrevido
que mientras el gato dormía la siesta le hizo un nudo marinero en la cola.
Un nudo hizo también mi viejo al final de su cinto de cuero repujado para
castigar mi inocente travesura, pues la casa se inundó de ratones, sin tener
miedo alguno de un gato que otrora fue feroz y despiadado, y que ahora
dormía plácidamente sobre los sillones esperando que lo llamaran a comer, que
quien de la mano ajena come el pan, come a la hora que se lo dan.
Pero en el hombre, si no es para hacer cosquillas a las mujeres en las partes
pudendas al chuparlas, no sé yo para qué otra cosa sirven los bigotes, aunque
tengo dos o tres amigos locutores que aún siendo desdentados igual mordieron
y tarascaron a su profesión, luciendo ante las cámaras y micrófonos un
descomunal mostacho que les tapa la tenebrosa boca desdentada cual si fuera
una caverna abandonada oculta en un bosque de pelos.
¡Qué bueno fuera poder ocultar, así como la falta de dientes tras los espesos bigotes,
nuestros bajos instintos y la maldad de nuestras intenciones detrás de una velluda piel
de cordero!
Menos aún sé de las funciones de los pelos del pecho, o de los hombros, y han
de ser los restos del total pelaje que cubrían a los hombres de las cavernas, que
al no tener ya la función protectora que antes tenían, protegerlo de las lluvias y
de las inclemencias del tiempo, al ser reemplazados primeramente por
modernas sombrillas hechas con grandes hojas de gomero y varillas de tacuara,
y después por gamulanes y pulóveres, van desapareciendo lenta y
paulatinamente, lo que implicará que siguiendo de esta manera, en treinta o
cuarenta millones de años más el hombre nacerá calvo y lampiño en su
totalidad. Sí sé de los pelos gruesos que salen en las axilas o sobacos, que al
enchastrarse con los líquidos emitidos por las glándulas sudoríparas nos llenan
de catinga y malos olores las mangas de las camisas y bajo el brazo, lo que tiene
su finalidad intrínseca.
Hay personas tan hediondas en las axilas que se acostumbran y lo tienen por
algo natural y corriente, sin lograr que los demás los soporten ni importarles
que nadie se les acerque, es decir, viven campantes y sonantes con estos
asquerosos olores aparentemente sin notarlos ni olerlos.
El Tratado de los Pelos 59
Según los libros revisados, los pelos de las axilas al empaparse de los sudores
del verano o de los esfuerzos de un trabajo, como el correr, palear o hachar,
generan una catinga sui géneris de cada persona y de cada raza, siendo los más
hediondos los polacos misioneros, los peones correntinos, los camioneros
rosarinos, los hacheros chaqueños y los estudiantes brasileños universitarios de
la Barceló. Pero tiene una válida explicación: dicen que en el reino animal, los
animales superiores al hombre como la hiena, el orangután, los perros y los
gorilas, los machos atraen a las hembras con los fétidos olores que despiden sus
axilas o sus orines.
Casi todas las transacciones sexuales de los animales se concretan por los malos
olores emanados, que al ser propios sirven de documento de identidad, pues
para intimidar y hacer amigos o enemigos, siempre se huelen unos con otros el
culo y las bolas, como bien se ve en perros callejeros. Las machos que más
cogen a las hembras de una manada de hienas son los que mayores olores
nauseabundos portan bajo el brazo, y se ríen de aquéllos pajeros delicados que
por las tardes van a los arroyos a lavarse las axilas con agua y jabón.
Entre los monos y orangutanes, común es verlos rascándose las costras de las
bolas hedientas de malos olores, meando por todos lados, o rascarse las axilas, o
golpeándose fuertemente el pecho en llamamientos amorosos a la hembra
amada que acude presurosa a su fétido reclamo de amor platónico.
Y en el hombre ocurre lo mismo, según yo he podido comprobar muchas veces
en los corsos o en los festivales chamameceros repletos de público, viendo con
envidia que en un lugar apartado o bajo la oscuridad de un árbol, un negro de
axilas hediondas abrazado y a los besos con otra negra tan roñosa y tan
enamorada como él.
Yo, por más roñoso que sea bajo el brazo, jamás pude tener rendida a una mujer
a mis pies, y si alguna vez la tuve, huyó del olor a queso que tenían.
Los pelos de la pelvis y de las bolas sí que sirven para algo, por lo menos en los
hombres, porque impiden que al caminar las bolas y el picho se lastimen entre
ellos, sirviendo de suave y blondo colchón protector.
Imaginad por ejemplo a un rengo al que le robaran de improviso su billetera y
que el ladrón huyera como una liebre entre el mundo de gente de una peatonal,
si lo persiguiera corriendo, al tener una pierna más corta que la otra, reventaría
sus bolas en la corrida por los terribles golpazos que se darían entre ellas en el
vaivén.
Del balanceo del cuerpo de un rengo al caminar, cuando uno anda de un lado a
otro haciendo trámites municipales, judiciales, bancarios o en el hospital, yendo
de oficina en oficina sin que nadie solucione un simple sellito a una solicitud o
permiso, es de donde nació el refrán: “Ando de un lado a otro como bolas de rengo”
para significar que anda desorientado y atareado con infinitas ocupaciones.
Digo además que los pelos de las bolas y del pubis son los lugares perfectos
para la guarida de las ladillas y piojos, que a modo de referencia ya antes te
conté lo que me pasó cuando me contagiara de dichos insectos en el prólogo de
este libro, que a decir verdad, en los primeros ensayos que hice al escribirlo iba
justo en éste lugar y no al principio.
60 El Tratado de los Pelos
La razón de no estar en éste lugar preciso, fue que habiendo escrito la totalidad
del “Tratado de los Pelos” y “El Provecho de los Porotos” al cabo de dos años
de arduo trabajo, una empleada medio pelotuda que tengo, quemó todos los
papeles escritos de la obra, casi doscientas hojas, junto con los higiénicos usados
del baño, sin saber diferenciarlos unos de otros.
Tuve que ocupar otro tiempo igual para volver a renacer ésta magna obra.
¿Pero alguno de ustedes me podría decir para qué sirven los pelos del culo?
¿Para trazar una raya marrón en los fundillos de calzoncillos y bombachas?
¿Para que se formen periódicamente una bolita, o varias a un mismo tiempo, de
caca dura y pedregosa entre los pelos del ojete, que al sentarnos en un banco de
la plaza pareciera que estamos sentados sobre una cantera de piedras?
Dicen que los pelos del culo están allí para proteger el ojete y a su vez para que
no se paspen los cachetes de las nalgas al caminar.
Que impidan que se paspen las nalgas parece ser cierto, pero que protejan la
integridad del ojete no lo creo mucho, y es en mi opinión y la de la mayoría de
los científicos de quienes leyera éstos datos ser totalmente falso, porque se han
visto a muchos putos que teniendo el culo cubierto de pelos, igual se los
rompieron sin protección ni compasión alguna.
Es más, personalmente he visto muchas mujeres que sin tener pelo alguno en el
culo, igual los tenían desvirolados y con un agujero tan grande como un cráter.
Periódicamente, por ser peludo y un poco sucio, a mí se me forma un bodoque
de caca justo en la zanja del culo que se vuelve como una piedra después de
una semana sin bañarme, y al caminar me molesta grandemente pues a las tres
cuadras se me hace que llevo una aceituna colgada del ojete.
Entonces me desnudo ante un espejo mirando mi culo para saber la ubicación
en que se encuentra, hasta agarrarlo fuertemente con una mano mientras que
con la otra y una hoja de afeitar nueva lo rasuro limpiamente como si fuese un
quiste sebáceo, o mejor fuera decir cacáceo.
Otras veces, arranco la piedra de un violento tirón que me hace ver las estrellas
del dolor que produce, pues se desprende junto con varios pelos a los que está
adherido y cuyas raíces parecieran estar prendidas del interior de la nariz, por
el sufrimiento insoportable que produce a lo largo y ancho del cuerpo al ser
arrancados.
Arrancarse violentamente un pelo del culo es similar a recibir una descarga
eléctrica de cinco mil voltios entrando por la cabeza y saliendo por los pies, que
nos paraliza y fulmina instantáneamente.
Y ahora que me acuerdo, déjame contarte en el siguiente Tratado cómo los
putos paren hijos por el culo, a veces con cesáreas, cosa de admirar y que les
causa un gran dolor, y calza como pintiparado para probar los anteriores y
sufridos comentarios.
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El Tratado de los Pelos 61
TRATADO SÉPTIMO
De la singular manera con que los putos paren sus hijos y del final
que se da a la obra.
Los putos, aunque sea una vez en su vida, quieren tener la experiencia
maravillosa y la sensación inolvidable de traer un hijo al mundo, y como no se
preñan por mas pijazos que reciban, pescan de las sucias zanjas o cunetas, o de
los podridos arroyos estancados, uno de estos pescados llamados “cascarudos”,
que son verdosos por sucios, que comen mierda, feos, inquietos y minados de
espinas por dentro y por fuera, procurando que no pase a mejor vida.
Si el puto es rico y pudiente, ya sea estilista, modisto, travesti de la televisión o
peluquero famoso, lo cría dentro de una pecera de vidrio puesta sobre una
delicada mesita de madera con patitas torneadas, cuyo lecho marino de arenas,
piedritas y diminutas plantitas semejan el fondo del mar, en medio de delicadas
luces de colores, donde reposa un diminuto cofre de pirata cuya puertita se abre
y se cierra dejando salir incontables burbujitas inquietas y brillosas de oxígeno,
que le envía una disimulada manguerita transparente por donde pasa el vital
elemento, en cuyo ambiente el “cascarudo” se cría plácidamente a sus anchas,
alimentado con presitas de pollos, jamones ahumados y fetitas de cerdo a la
vinagreta que su dueño le ofrece cariñosamente.
Si el puto es pobre y además feo, sin dientes y culo de poco valor, y vive aún en
casa de sus padres, que no lo pueden echar aun habiendo cumplido ya los
cuarenta años, o en una miserable pensión que paga con el sueldo de empleado
municipal o mozo de confitería, cría el “cascarudo” en una harapienta
palangana, con un inflador de bicicleta que le provee de oxígeno, dándole los
restitos de mortadelas y picadillos que el futuro parturiento come por única vez
en los mediodías.
Cuando el susodicho asqueroso pescado adquiere el largor de unos veinte
centímetros, o más, se vuelve inquieto y atrevido porque no se acostumbra al
encierro, ni al agua limpia, ni a las delicadas comidas, y como en las inmundas
zanjas donde vivía introducía su pico dentro del fango y del barro buscando
soretes para comer, extrañando esa divina libertad de ser sucio por decisión
propia, su carácter se vuelve rebelde y agresivo deseando volver a la amada
hierba, perdón, a la amada mierda donde naciera.
Es como se suele decir de las mujeres que teniendo madre y abuelas putas, ellas
se inclinan a la misma profesión de sus ancestros, y dice la gente: “la cabra tira
para el monte”. El puto, ya sea el rico o el pobre, bulle de excitación y esperanzas
de que llegue el momento en que por fin traerá un nuevo ser al mundo, y
desnudándose completamente, toma al pescado con una mano y se lo introduce
delicadamente por el agujero del culo, por la cabeza, y como éste animalito
tiene la particularidad de esconderse en el fango y entre la mierda, se abre paso
hasta perderse totalmente dentro de la madre que lo va a parir, hasta quedar
trancado en la primera curva del colon, medio metro más al fondo.
Ahí, comienzan los dolores del parto.
62 El Tratado de los Pelos
Hace entonces el puto ingentes esfuerzos como para cagar, pues ya siente las
primeras contracciones del embarazo dentro de sus intestinos, que en realidad
son los zapateos y torsiones del “cascarudo”, pero todavía no viene el hijo
amado, sino uno que otro pedacito de caca putrefacta, adosado con olorosos
pedos. Adentro, el cascarudo que no es puto como su madre, no quiere recular
ni avanzar hacia atrás, y por consiguiente abre sus aletas y escamas para no ser
desalojado, lo que produce al trolo profundos dolores de parto, a veces con
heridas sangrantes que complican el alumbramiento, con alto riesgo de que
deba ser trasladado a un hospital para que se le practique un largo goteo o una
cesárea por el orto. El parturiento hace nuevos e ingentes esfuerzos como para
defecar, como si estuviese trancado con guayabas, y entre uno y otro pedo que
se le escapa, va saliendo la cola tinta en sangre de su anhelado e ictícolo hijo.
El parto es un choque de fuerzas contrapuestas pues el pescado lucha
denodadamente para introducirse más profundamente en el ojete y el
parturiento hace esfuerzos para expulsarlo al exterior, como si de un sorete
rebelde o de un pedo díscolo se tratara. A veces la lucha dura una noche entera
al ser un parto difícil, similar a la que relaté del moco y el dedo, hasta que
finalmente el pez cae en el suelo en medio de una costra de soretes hediondos,
que vendría a ser la envoltura embrionaria, y el puto, embargado por la
emoción de parir un hijo, lo levanta en sus brazos, lo arrulla en su pecho, le
brinda delicados besitos en las mejillitas, le peina las escamitas y finalmente
entre lágrimas y llantos de felicidad, exclama:
- ¡Amado hijo de mi alma!- y agradece a Dios el feliz alumbramiento.
Me olvidaba decirte que el puto rico, antes del parto generalmente se compra
un camisón floreado, una delicada pantufla para pasear a su hijo mientras
duerme en sus brazos sin que lo despierten sus pasos, junto con un corpiño de
talle grande al cual hace dos pequeños agujeritos en donde van los pezones, y
se lo pone lleno de lombrices bañadas y perfumadas, que al salir por el agujero,
son sorbidas y engullidas por el amado hijo que sostiene entre sus brazos.
Lombriz que asoma la cabeza por el agujero del corpiño, lombriz que
amamanta al cascarudo. Mucha felicidad trae al trolo alimentar a su hijo,
aunque a veces no se prende de la teta y se ve en la necesidad de prepararle una
mamadera llena de lombrices hervidas convenientemente para no trastornar su
delicado estómago, lo que controla dejando salir una sobre el reverso de la
mano, para catar su temperatura. El puto pobre pare sobre diarios viejos, en la
más absoluta miseria, y una vez que da a luz, tira despiadadamente a su hijo
por el inodoro, como hacen algunas mujeres solteras cuando abortan después
de uno o dos meses de gestación, para evitar como ellas caer en las malas
lenguas del vecindario, y mayormente porque el trolo no tiene los medios ni el
tiempo necesario para criar niños. Algunos putos, para tener la sensación de
cortar con los dientes la bolsa, antes de parir colocan al cascarudo dentro de un
condón rosado para dar la sensación de ser una piel, y al salir el hijo con este
envase maltrecho y desgarrado como su culo, delicadamente lo corta con los
dientes y lo libera, y el anillo de goma que tiene al final del preservativo lo
toman por el cordón umbilical que unía a la madre con el hijo.
El Tratado de los Pelos 63
Pero decidme, ¿para qué carajos puse yo el alumbramiento de los putos, cosa
tonta e innecesaria, en una obra científica que trata de la evolución o el
atrofiamiento de los pelos que el hombre tiene en el cuerpo? ¿Dó se vio una
cesárea practicada por el culo? ¿Por qué me entretengo en cosas baladíes que el
lector no espera, reclamando seguramente cosas de más importancia dentro del
esquema cultural de esta magnánima obra? ¿Quién me mete a relatar éstas
cosas intrascendentes? Oh, genio, ¿por qué no caminas rectamente sin
entretenerte en el camino como otro Dante en los infiernos, pasando por
terrenos baldíos y páramos infructuosos?
Te diré la causa del contar el anterior alumbramiento: como antes estábamos
hablando de lo doloroso que son los pelos arrancados del culo, quise advertirte
de cuánto sufriríais si tuvieseis que sacar un cascarudo escamoso y espinoso de
tu ojete, y por quitarte de ése peligro, fue lo que diera ocasión de escribir este
intrascendente hecho parturiento. Os pido mil disculpas, y prometo seguir el
Tratado seriamente sin adosarle historias o relatos tontos y baladíes.
Tampoco tengo la más remota idea para qué sirven los pelos de las piernas, si
no es para ponernos los varones los pantalones largos a los doce años por no
pasar como grandulones boludos, y en las mujeres para usar cremas
depiladoras y hojas de afeitar, aunque mujeres evangelistas hay que quedan
unas monas pues sus pastores, vaya uno a saber por qué, les prohíben afeitarse
las extremidades para supuestamente ganar el cielo.
Me olvidaba decir que los pelos internos de los oídos tienen un importancia
fundamental en el cuerpo, pues junto con la cera del interior forman como una
ciénaga o pantano donde quedan presos y empantanados todos los microbios y
bichos que puedan ingresar por el pabellón auditivo externo, que es una
formación cutánea con esqueleto cartilaginoso situada a ambos lados de la
cabeza, por detrás de la articulación temporomandibular y cuya forma, tamaño
y posición son muy variables, y su geometría especial mejora la percepción
auditiva en intensidad, tono, timbre y localización de la fuente sonora.
O sea, las orejas, pelotudo.
La oreja humana presenta el orificio auditivo externo en el fondo de una
cavidad llamada concha, que como todas las conchas, también es olorosa y
peluda. Si los microbios externos se introducen por dicho túnel, pueden pasar
los primeros pelos, pero llegando más al fondo donde están combinados con la
cera que produce el oído, ni por más que sea un ciempiés o una araña de ocho
patas se escapa de quedar prisionera resbalando en la susodicha ciénaga pilosa,
donde mueren empantanados al cabo de varios días.
Y para que veas la importancia que tienen los pelos y la cera como protectores
de los ataques externos, te contaré lo que le pasó a una vieja chota vecina mía,
que una noche muy calurosa de verano, por cortarse la luz y quedar sin
ventilador, no tuvo otra mejor idea que acostarse en el suelo pelado buscando
su fresco, y sin que se diera cuenta ni notarlo, entró por su oreja una enorme
cucaracha atraída seguramente por el olor a cera y a culo que tenía la vieja, lo
que días después hizo que sintiera profundos dolores dentro del oído y quedara
sorda de un lado.
64 El Tratado de los Pelos
Anduvo la vieja sufriendo y quejándose una semana entera sin que los dolores
se fueran o apaciguaran por más remedios caseros que se metiera o conjuros
que hiciera con el diablo.
Como ella es medio curandera con título habilitante, llamó a dos o tres colegas
de profesión para que le aliviaran del dolor, y tampoco lo consiguieron por más
aceites calientes, humos de cigarros, aceitunas asadas y orines de sapos que le
introdujeran en el oído enfermo, quedando como consecuencia de dichos
remedios sorda también del sano, hasta que cansada de sufrir concurrió al
hospital donde le hicieron una lavativa de oído que sacó en medio de una
cremosa y repulsiva sopa amarillenta las alas, la cabeza, alguna que otra pata y
las antenas de la susodicha cucaracha.
Esta vieja de mierda jamás recuperó su audición y aún hoy hay que gritarle alto
para que escuche la terminación de una palabra, pero gracias a Dios y a María
Santísima nunca más volvió a dormir en el suelo por más calor que haga o se
corte la luz.
Y yo, no teniendo más pelos que peinar, seguidamente daré fin a éste Tratado
no sin antes ponerte sobre aviso que luego editaré otro sobre la “Vida sexual de la
Lombriz Solitaria”, que ya lo tengo medio terminado, o medio empezado, porque
seguramente tú también querrás saber qué es de la vida de estos animalitos que
viven tristes y solitarios pegados a la pared de nuestros estómagos, robándonos
los alimentos dulces que comemos antes de digerirlos y a veces mandándonos a
una muerte segura.
De solo nombrar a este animalito de Dios, que es un parásito del hombre, viene
a mi memoria lo que le pasó a otra vecina mía gorda, hercúlea y culona llamada
Monino que por muchos años sufrió incontenibles deseos de comer azúcar y
caramelos, sin que los médicos pudieran sacar de su estómago una angurrienta
lombriz solitaria que era la culpable de sus deseos.
Mucha plata gastó en remedios, inyecciones y pastillas, y no logró más que
despedir trozos de diez o quince centímetros de la lombriz junto con su fétida
caca, y poníase contenta por el éxito, pero una semana después volvía a tener
ganas incontenibles de comer caramelos y azúcar con más ambición, lo que
volvía a deprimirla profundamente.
Comía con una cuchara una bolsita de un kilo de azúcar por día, lo que le hacía
engordar estrepitosamente, y dormía por las noches chupando un caramelo
puesto en la boca porque era fea, gorda y soltera.
Quiero decir que no tenía otra cosa para chupar.
Cansada de los médicos, consultó con un veterinario vecino que le suministró
unas pastillas dulces con un poderoso veneno para la lombriz, pero
supuestamente inofensiva para ella.
Le aseguró que en el campo, los ganaderos desparasitaban vacas y caballos con
esas píldoras. Tomó pues una pastilla y nada, dos, y se sintió mareada, tres, y
cayó en cama en estado comatoso por casi una semana, y si cuarteara el
remedio seguramente hoy estaría descansando en el camposanto.
Todo el barrio pensó que se moría sin duda alguna y que en horas más cagaría
fuego por tomar remedios de animales.
El Tratado de los Pelos 65
Por hinchársele mucho la panza creyó el barrio que explotaría, y aconsejaron los
doctores y los vecinos, que si tenía vientos los pedara, que eso sería bueno para
su salud, que en soltar los pedos estaba el tenerla, y un vecino relojero muy
instruído le argumentó que no los detenga, y que ya por esto Claudio César,
emperador romano, promulgó un edicto mandando a todos, bajo pena de
muerte, que (aunque estuviesen comiendo con él) no detuviesen los pedos,
conociendo lo importante que era para la salud, aunque otros dijeron que lo
había hecho por el gran respeto que se debía tener por el señor ojete.
Pero, ¡oh, sorpresa! cuando vino el obispo Santiago a darle la extremaunción, la
paciente se rajó un soberano pedo que expulsó junto con una maloliente diarrea
una lombriz de… ¡diez y ocho metros de largor!
Si bien por el culo nunca le entrara nada por ser virgen, ni siquiera una solitaria
verga de escasos centímetros, o una gruesa zanahoria, por lo menos tuvo la
satisfacción de que le saliera por el orto una larga y fina lombriz solitaria de
diez y ocho metros.
El obispo, con parte de la diarrea en su sotana, escapó del cuarto no sin antes
darle la excomunión definitiva de la iglesia católica, por puerca e hedionda.
Después de este parto anodino, se sanó perfectamente y hoy vive feliz y
contenta, gracias a Dios.
Eso sí, por tomar remedios de caballos y vacas, variaron sus costumbres
morfológicas y hoy en día come ricas ensaladas de lechugas, tomates y
zanahorias, mezcladas con mucha alfalfa y con un poco de maíz y avena.
También mandó a construir en los fondos de su casa un pequeño corral donde
duerme por las noches rumiando pastos y mugiendo como una vaca, y sus
parientes le ordeñan una vez por semana pues sus tetas se inflan
extremadamente de la leche que ahora produce.
A veces, cuando sus zapatos están gastados, llora y se deprime pidiendo que
venga un herrero a colocarle herraduras nuevas en sus pezuñas.
Pero, la lombriz solitaria… ¿por qué es solitaria?
¿Quién es su esposo? ¿Por qué no forma una familia ni se casa nunca? ¿Con
quién coge y cómo satisface sus deseos sexuales, si los tiene?
Todos estos profundos misterios los dilucidarás y aprenderás ni bien termine
las investigaciones que estoy haciendo para ti sobre este simpático parásito y
tengas en tus manos el “Tratado sobre la Vida Sexual de la Lombriz Solitaria”, que
ya lo tengo empezado, como te dije.
Y otro Tratado que está próximo a salir para tu beneficio y correcta instrucción
es la “Vida sexual de la Avispa Solitaria”, que es aquélla avispita flacucha y
hambreada que hace un nidito de barro en lo alto de un muro, lejos del alcance
del hombre, el cual divide en dos cuartos tapiados con una pared medianera de
quince, con revoque fino, y en el primer cuarto, o sea el del fondo, encierra
moscas, arañas y hormigas vivas y paralizadas con su veneno, y en el otro de
adelante, media docena de huevos con sus amadas crías que en el futuro
alegrarán su existencia de madre primorosa y dedicada.
Hecho esto cierra la puerta de entrada herméticamente y se va a la puta, sin
importarle un carajo de su prole.
66 El Tratado de los Pelos
Pasado unos días, salen a través de unos agujeritos que hacen con el pico, las
crías flacuchas y endebles similares a su madre, mientras que en el otro cuarto
tapiado yacen los esqueletos pelados de los animalitos que por ósmosis
alimentaron con sus carnes y cerebros a los hijos de la susodicha avispa
solitaria. Cada uno de éstos se raja sin siquiera despedirse de sus hermanos de
sangre, ni tampoco se dan un triste adiós o deseos de una vida próspera y feliz
con un fuerte apretón de manos y se ignoran unos con otros como si no
hubiesen salido todos de la misma concha. Lo lindo del caso es que a la madre
no se le conoce macho ni marido, no bebe, no fuma ni sale por las noches, lo que
lleva al estudioso inquirir, ¿con quién coge? ¿Es casada o madre soltera? ¿Por
qué sus hijos se van a la puta sin siquiera trabar una amistad duradera entre
hermanos, como hacen muchos humanos? Créase o no, al año siguiente la
misma avispa solitaria vuelve al lugar abandonado, repara nuevamente su casa,
limpia los cuartos arrojando afuera los cadáveres de la despensa, y repite la
misma operación anterior, es decir vuelve a cazar pequeños animalitos que
paraliza con su veneno y deja en el primer cuarto, levanta con barro la pared
medianera, deposita sus huevos en el cuarto que da a la calle, cierra la puerta y
se va sin que nadie sepa a dónde. Indudablemente, tiene que hacer una doble
vida, seguramente viviendo con su marido en otra casa, guampeándolo con
otros machos, y para que no se enoje ni la descubra, deja los hijos
extramatrimoniales abandonados a su destino como hacen muchas mujeres de
nuestra especie. De manera que me tomé el arduo trabajo de investigar a ambos
animalitos para poder instruirte al igual que con este Tratado de los Pelos que
ya termino. Es más, tengo en mi laboratorio para mejor estudiarlos, un ejemplar
vivo de los citados animalitos, observándolos con una potente lupa para
descubrir sus costumbres e inclinaciones, las cuales observaciones anoto en un
tosco borrador que con el tiempo servirá de base para desarrollar
fehacientemente los dos Tratados prometidos, que será en breve, porque la
lombriz me morfa un kilo de azúcar por día, y la avispa hace ingentes esfuerzos
para cortar el hilo de coser al cual la tengo atada de la pata a la mesa de
investigaciones.
Digo por último que todo esto relatado más arriba, es lo que yo sé sobre los
pelos, y algo más que seguramente quedó en el tintero, recogido en intensas
lecturas de diversos libros y vademécum que hurgué, rastrillé e investigué por
largos años en las bibliotecas públicas, en los archivos de hospitales y en los
basureros municipales, para brindarte humildemente este Tratado de los Pelos
que te hará seguramente tan sabio y docto como yo sin que tengas que pasar
por mis mismas penurias y trabajos, pero te prometo que si me acordara algo
más sobre el tema, urgente lo ampliaré en una nueva edición o te lo haré saber
personalmente en tu casa, que para mí no es ninguna molestia.
Dios te guarde.
Gracias demos a Dios que dio a nuestro pueblo de Santo Tomé un sublime
escritor al que fácil entendemos por lo ameno y alegre de su estilo y por ser
veraz y directo en los relatos con que nos instruye sobre cosas que ignorábamos
o que teníamos olvidadas, ya que en un castellano entendible, sencillo y
llevadero nos cuenta, por ejemplo, que Sarmiento le daba duro a las maestras a
su cargo y también al portero trolo, que a Irigoyen le gustaban las pendejas de
la primaria perdiendo la cabeza por ellas en los finales de su gobierno, y que
Güemes formó su propio ejército con los hijos que engendraba con santiagueñas
y salteñas, como así también las sensaciones sexuales maravillosas que pasó con
su empleada cuando ésta le chupaba el culo, las dos lunas que tiene Marte, para
qué sirven los pelos de las axilas, cómo los monos nuestros abuelos se bajaron
de los árboles por primera vez para comer un mamut asado, e infinitas historias
y sapiencias que solamente un hombre culto puede atesorar dentro de su
cabeza y trasmitirlas al atento senado.
¡Yo jamás supe en mi vida, pasando ya los sesenta años, cómo los putos parían
hijos tan naturalmente, y hoy gracias a este magnífico escritor, orgullo de
nuestro pueblo, ya lo sé!
¡Qué temas tan interesantes y con qué educación y soltura los toca!
¡Con razón se agotan los diarios cuando publica algún artículo sobre
antropología, demótica egipcia, lenguas muertas, festivales chamameceros,
trucos gallitos o comparsas carnestolendas, que de todo sabe y entiende!
¡A quién sino a él se le podría ocurrir hacer un Tratado meticuloso de los pelos
que el hombre tiene en el cuerpo, mezclados conjuntamente con los de los
animales primitivos, camellos, orangutanes, hienas y negros hediondos!
Dios quiera que no se vaya nunca del pueblo, como piensa, y que le brindemos
la honra que se merece por engrandecer y elevar hasta la cúspide universal
nuestro idioma castellano, con un estilo tan particular, ameno y atractivo que
nos impele a leer su obra hoja por hoja, sin saltear ninguna, aunque no
perdiéramos nada en hacerlo.
Personalmente espero impaciente que edite los Tratados de la lombriz y de la
avispa solitaria que promete, procurando tener el honor de ser el primero en
comprárselos.
¡Fijaos qué valiente y osado es al meterse en temas tan intrincados y difíciles de
averiguar!
Decidido estoy a solicitar a nuestro Honorable Concejo Deliberante, junto con
otros vecinos de Santo Tomé, una resolución nombrándole ciudadano ilustre
del pueblo, como a Marta Soto la Vieja, con un humilde sueldo que le permita
comer, y que sus escritos se usen desde los jardines de infantes, en las escuelas
primarias y secundarias, para aprendizaje y el uso correcto de nuestra Lengua
Castellana, que en su magnífica pluma se hace entendible y accesible hasta para
el indocto analfabeto, por la gracia y certeza de los términos justos que ocupa.
68 El Tratado de los Pelos
Déjame decirte, buen amigo, que hace muchos años no almuerzo otra cosa que
unas presitas de pollo asadas sin otro condimento alguno que una pizca de sal,
por dos o tres razones: primero, porque soy pudiente y puedo darme esos lujos;
segundo porque no nací con la virtud de saber cocinar exquisitos manjares, y en
esta materia no sé más allá que fritar un huevo o hervir una mandioca; y
tercero, porque no me interesa mínimamente el arte culinario como a otros que
yendo a una ferretería o a un supermercado, en lo primero que echan la vista es
en buscar ollas y cacerolas; y así, no sabiendo otra mejor receta ni tener tiempo
para perder, compro todos los días de “La Bomba” dos o tres presitas de pollo,
muslos o alitas, y las pongo en un instrumento culinario cuyo nombre ignoro,
que es un gran plato enlozado con un agujero en el medio por donde pasa la
llama de la hornalla, y sobre éste otro del mismo tamaño lleno de pequeños
agujeros por donde se escurren las grasas de las presas que descansan encima, y
cubriéndolo todo, una gran palangana puesta al revés que no permite que el
calor se escape mientras se asan.
Esta susodicha tapa o palangana es enlozada y tiene un manguito de madera
tan minúsculo que es imposible agarrarlo sin quemarse los dedos, y todo el
aparato descripto se pone sobre la llama de una de las hornallas de la cocina
con cuyo calor atrapado dentro asa lentamente las referidas presas.
Vendría a ser, a lo que imagino, algo así como un horno portátil.
¿Qué más puedo decirte? Si supiese el nombre de éste instrumento culinario te
lo diría y me ahorraría mucho en palabras, que necedad es decir en muchas lo
que bien pudiera decirse en pocas, y creo que para detallártelo minuciosamente
ya me rompí suficientemente el culo, así que si no lo ubicas ni lo conoces, no sé
que más pueda hacer si no es invitarte que vengas a mi casa a verlo, que no
puedes desconocer el nombre de una cosa tan sencilla y necesaria para la
cocina. No existen en mi mobiliario cacerolas, tarteras, marmitas, budineras,
cucharones ni ralladores, porque viviendo solo no sé qué ocupación les daría si
no otra que exhibirlos colgados de un clavito en la pared.
Tengo sí una tabla de picar carne, un cuchillo grande, un tenedor, una cucharita
minúscula para endulzar el café y un vaso de metal, y en el fondo de la alacena,
cubierto de tierra y polvo, un recipiente de cinco litros que recibe el nombre de
olla de presión, me dijeron, que no es mía, ya que cierta vez me lo trajo una
vieja para que le arreglase el pitito que tiene en su tapa sin que jamás la retirara
por morirse antes, y que yo nunca uso porque no sé ni para qué sirve, y sólo lo
nombro porque esta vez tiene una importancia fundamental en el presente
relato. Compro, pues, cada mediodía una o dos presitas de pollo que van a
parar indefectiblemente al horno portátil briznadas con un poquito de sal, y de
ahí, una hora después, a mi avaricioso buche que jamás se cansó ni rechazó
tales sabrosos y repetitivos bocados.
72 El Provecho de los Porotos
Y aunque dicen que un manjar de continuo presto quita el apetito, años ha que
vengo comiendo pollos sin hartarme, pues su preparación no necesita de
muchos cuidados, y no gasto otra cosa que un poquito de sal, y de tanto
repetirlo día tras día, en vez de pelos tengo plumas en el culo, y si por acaso me
tiro un pedo, se me cae un huevo al suelo.
No encontrarás en mi casa mayonesas, limones, azafrán, canelas, tomates ni
lechugas o aderezos picantes, ni siquiera esos condimentos que vienen dentro
de una botellita con agua o aceite.
No sé lo que son palmitos, ajíes ni escabeches, y solo los nombro porque oigo
que muchos lo piden en las colas de los supermercados.
Cierto es también que a veces, por no haber pollo, cambio el menú por dos o
tres chorizos que tardan menos tiempo en su cocción que las presas, que al
venir tan congeladas, del agua que despiden cuando las aso, me apagan
constantemente la hornalla.
Siempre oí decir que el pollo, comiéndolo seguido, ahíta, repulsa y empalaga, y
ha de ser cierto, ya que tengo por comprobado que los que faenan estos
animales jamás lo comen por el rechazo que les producen sus estómagos el estar
todo el día tocándolos y la nariz sufriendo el olor propio que despiden, pero yo,
que puedo comer una piedra con dulce de leche sin ninguna molestia, hace más
de veinte años que almuerzo diariamente pollos sin que me harten, hastíen ni
cansen.
Es más, cada día los encuentro más ricos y más sabrosos, quizá por hacerlos
bien dorados y crocantes, que lo que repulsa es el olor sui generis que tiene, y de
esta forma, casi quemado a punto de carbón, porque no soy de mucho vigilar la
cocción, se pierde.
Este mismo proceder diario por muchos años, ha producido una
transformación profunda en mi carácter y en mi forma de ser, y si antes me
gustaba coger mujeres, ahora mi debilidad es vivir feliz y contento dentro de un
gallinero persiguiendo gallinas, y en los corsos más me entretengo mirando las
plumas de los espaldares antes que las piernas de las hermosas mujeres que
bailan sobre las carrozas, y si entro a un supermercado, siempre vengo a dar en
los estantes donde están las bolsas de alimentos balanceados o en las plantillas
de los huevos caseros por los cuales siento gran cariño y compasión al colegir el
triste destino que les espera de perecer fritos en una sartén o hervidos en una
olla. Por alguna razón extraña e incomprensible siempre suelo tener en mis
bolsillos un puñado de maíz, que constantemente mastico y los engullo de uno
en uno sin que nadie lo descubra ni se dé cuenta.
También mis costumbres personales de vida cambiaron, pues llegado el
atardecer me acuesto muy temprano, mejor dicho me siento sobre la cama con
la cabeza metida bajo un brazo a esperar el sueño, y por los amaneceres me dan
infinitas ganas de cacarear y aletear los brazos anunciando la llegada del nuevo
día. Sin que los vecinos lo sepan, compré una docena de gallinas gordas de
doble pechuga que duermen conmigo en mi cama, y al amanecer saliendo el
sol, en fugaces romances las penetro una por una entre besos piquitos y plumas
de algodón.
El Provecho de los Porotos 73
Eso sí, me cagan sobre las sábanas, pero a ellas les gusta vivir conmigo porque
son muy fieles y monógamas dentro de nuestro matrimonio.
Tengo además infinito miedo a los animales que atacan los gallineros,
comadrejas, zorros, y lechuzas y viendo de lejos a un perro huyo a los saltitos
por miedo a que me arranque las plumas a mordiscones.
Pero he aquí que un sábado al mediodía, siguiendo la rutina descripta, puse tres
muslos congelados sobre las hornallas en el momento justo que sonó el timbre
de mi puerta, y desde ella sentí que me llamaban a los gritos por mi nombre.
La abro presuroso y me encuentro con mi buen vecino el concejal Lucas, el hijo
del pastor Velásquez, que gentilmente me explicó que la iglesia que dirige su
padre había cumplido días atrás su aniversario número cuarenta o
cuatrocientos, que no estoy muy seguro, y para festejarlo se realizó una gran
fiesta en la cual se sirvió un exquisito poroto negro con carne a todos los fieles.
Se hicieron para los hermanos en Cristo seis ollas de cincuenta litros cada una, y
aún siendo muchísima la gente que concurrió sobró una llena sin que se la
tocase, y como el que reparte siempre se queda con la mejor parte, se la dividió
como Dios manda en porciones iguales entre los hermanos, o sea, los hijos del
pastor, tocándole a él una fuente de unos diez litros de porotos, que por no
poder comerlo todo, me invitaba que fuese a su casa a buscar una buena
porción que me ofrecía desinteresadamente como vecino y amigo.
-Busca una olla, o una fuente grande y vente conmigo a casa, que allí te la
llenaré hasta el tope, porque Dios hoy quiere que te arrepientas de tus pecados
y aceptes a Jesucristo como tu Salvador amoroso. ¡Aleluya! ¡Dios te ama
hermano y no quiere que vivas en adulterio con varias gallinas en tu pieza, sino
con una sola! ¡Dios quiere hoy cambiar tu vida y tu comida de eternas presas de
pollo por un exquisito y nutrivo poroto negro!- me dijo.
Presto volví a la cocina a apagar la hornalla, quitar las presas aún congeladas y
ponerlas en la heladera para otra mejor ocasión, ya que tenía una comida
ofrecida gratuitamente por Dios a través de las manos del hijo del Pastor
Gregorio Velásquez.
Me acordé entonces de la olla de presión ajena para poder traer el poroto hasta
mi mesa, la saqué de su escondite, la limpié y con ella en la mano me trasladé
presuroso a la casa de mi vecino Lucas, que vive no más doblando la esquina.
Una enorme fuente de porotos estaba sobre su mesa, con sus carnes, mandiocas
y osobucos flotando en un espeso y negro caldo, que despedían salud y
rosagancia.
Flotaban por doquier patas de vacas, tripas, mollejas y hojitas de perejiles entre
garrones y fetas de chorizos, además de papas, batatas, tendones y caracúes en
un caldo sabroso y atrayente al paladar, que no pude dejar de pensar
maliciosamente: “¡qué buen negocio es ser pastor y tener una iglesia propia en donde
todos los hermanos colaboran para parar la olla, menos el pastor!”
Me llenó la mía hasta el tope con un enorme cucharón, pidiéndole yo que
procurase cargar carnes y mandiocas que mucho me gustaban y que por años
no comía.
74 El Provecho de los Porotos
Casi arrastrándola por el suelo de tan llena y pesada regresé a mi casa con el
recipiente al tope del caldo de porotos.
¡Aleluya, Dios me ama!
Como el poroto estaba frío, puse la olla sobre la hornalla con el fuego al
mínimo, y revolví su caldo con una delicada cuchara de madera para que se
calentara en forma pareja.
Bah, revolví el poroto con el mango de un plumero, porque ¿para qué carajos
tendría yo una delicada cuchara de madera en mi casa?
Todas éstos enseres culinarios los había regalado muchos años atrás a una
empleada que supe tener y cuyo nombre era Lidia, según te relaté los amores
que tuve con ella en el anterior Tratado.
Meneé el menjunje hasta que empezó a hervir, sin pensar ni imaginar que si
bien ahora yo lo revolvía, pronto el poroto me menearía a mí las tripas en una
terrible caganera que duraría una semana completa.
De ahí saco que todo el mal que hagamos a otro, suele acontecer que vuelve multiplicado
a nosotros mismos.
Sentéme pues a la mesa con mi olla repleta, y como nunca me detengo a mirar
minuciosamente lo que como, ni huelo después del primer mordisco una
empanada, ni abro los panes de una hamburguesa para ver cómo está
preparada, ni toco las pizzas con las manos, ni trozo los pollos sin el tenedor,
pues es signo de una mala y pésima educación que no condice con una persona
culta como yo, en esto del manducar ante la sociedad, y ya te dije antes que
tampoco tengo platos ni cucharas, si no se cuenta una minúscula que ocupo
para preparar el café por las mañanas, entré a darle al poroto directamente con
las manos huecas en una forma despiadada y angurrienta desde su misma olla.
¡Uy, Dios, qué rico estaba el regalo! ¡Sin duda la iglesia del Pastor Gregorio
Velásquez estaba bendecida por Dios y era la mejor y la primera en la zona!
¡Qué cerca del cielo están estos hermanos evangelistas a diferencia de aquéllos
que adoran imágenes que los llevan directo al infierno! Sin embargo…
¡Qué iba a pensar yo que la fiesta de cumpleaños de la iglesia se hizo por lo
menos una semana atrás, o quizá un mes, porque juraría sobre el culo del
mismo diablo (que ojalá se lleve a todos los hermanos evangelistas al infierno)
que el poroto estaba pasado, por no decir podrido!
Comí la mitad del contenido de la olla de presión opíparamente, con gula y
angurria, dejando el saldo para la noche, y me fui a dormir la siesta satisfecho,
acostado panza arriba por tenerla preñada y henchida como un bombo bajo la
lluvia de tanto poroto ingerido.
¡Ay, qué bueno es dormir con la panza llena y vacía la mente de pecados!
Entre sueños creí oír algo así como un burbujeo que venía de la cocina, igual al
que hace el oxígeno de la soda al cargarse apresuradamente en un vaso de vino.
No le di ninguna importancia y dormí hasta las cuatro de la tarde. Por la noche,
después de dar una vuelta por la plaza, regresé a cenar el sobrante del poroto
regalado, volviendo a calentarlo y poner la olla nuevamente en la mesa.
El Provecho de los Porotos 75
De noche las comidas del mediodía saben más sabrosas, y el poroto no es una
excepción, por lo que lo comí con avidez y desesperación, y sin dudas liquidaría
la olla entera si no me acordara que al día siguiente era domingo, en los cuales
comúnmente salgo a almorzar en cualquier fonda para no tener el trabajo de
cocinar ni presas de pollo que asar, y como hombre prevenido vale por dos,
reservé buena parte del poroto para el día siguiente, aunque ya con pocas
carnes y mandiocas.
Dormí perfectamente la noche entera, pero antes, desde la cama, volví a
escuchar ruidos de burbujitas provenientes de la cocina, similares a las
explosiones que hacen los gases en una ciénaga podrida al salir y reventar en la
superficie, y casi a la madrugada tuve unos suaves retorcijones de estómago, de
lo cual eché la culpa al comer desmedidamente.
El domingo a la mañana limpié mi casa, lavé mis ropas, y bañé lujuriosamente
una por una a mis gallinas, y cercano al mediodía torné a calentar el poroto
sobrante, y mientras lo hacía, con sorpresa vi que el burbujeo que escuchara
desde mi cama procedían del guiso al tomar temperatura o al enfriarse, y
teniéndolo por natural y de poca importancia, di cuenta del total rascando la
olla con tanta avidez que casi agujereo su fondo con las uñas.
No imaginé siquiera por un instante que las burbujas se debían a la
fermentación de los porotos que ahora sí me atrevo a afirmar que estaban
pasados, no por agua, sino podridos.
Dormí plácidamente la siesta del domingo, pero a eso de las cuatro de la tarde,
comencé a sentir fuertes dolores como si una cruel garra rapiñera retorciera mis
tripas. Fui al baño, y nada; solo tenía fuertes dolores de estómago y la panza
algo hinchada por el mucho comer, y enfermo como si tuviese escalofríos, me
volví a acostar con mucho sudor en la frente y en las manos.
A eso de las seis de la tarde llegó a mi casa una amiga muy ponedora, quiero
decir muy puta, que queriendo coger conmigo por ganarse unos pesos vino a
visitarme, y le conté que estaba enfermo, que mucho me dolía el estómago y
que quería que se fuese y me dejase solo sin aceptar sus favores.
Me recriminó ella mi descortesía, diciéndome que seguramente había cogido
con otra un rato atrás, y que por eso la rechazaba, y viendo las muchas gallinas
con las cuales compartía mi cama, celó aún mas queriendo matarlas con una
escoba, y me vaticinó que por coger con ellas pillaría alguna enfermedad
infecciosa a las cuales son muy propensas.
Le repliqué que no había cuidado, que siempre usaba condones con sabor a
maíz para que me la chuparan y para hacerles el amor.
Le di unos dineros para que se fuera, y le rajé un soberano pedo en la cara para
demostrarle que estaba mal del estómago, y ella huyó indignada hasta el día de
hoy sin regresar nunca más, a tres años del acontecimiento.
Al atardecer, volví nuevamente al baño, y nada; y tuve la sospecha que dentro
de mi estómago algo fatídico se estaba preparando, pues los retorcijones se
intensificaron dándome la impresión de que la olla entera de porotos que por
angurriento me comiera, era revuelta y mezclada igual que los albañiles
mezclan la arena y el cemento con la chancha o con la pala ancha.
76 El Provecho de los Porotos
El poroto que yo antes removí alegre con el palo del plumero, ahora me daba
palos removiéndome las tripas.
Siendo ya la noche me acosté temprano y dormí un corto sueño mezclado con
pesadillas y alucinaciones, hasta que un insoportable dolor de tripas me
despertó poco antes de la medianoche, y urgente fui casi corriendo al baño,
pues una pertinaz diarrea se asomaba por mi culo.
Llegué al inodoro y descargué una brutal caganera tan chirle y flácida que
pensé que estaba orinando mierda licuada por el ojete. La mierda era tan negra
y ensopada que mi culo parecía un pozo de petróleo invertido, arrojando el
negro y valioso elemento para abajo. Fue la primera menstruación diarreica que
tuve en una larga noche en que llegué incontables veces al inodoro, tantas que
no me acuerdo de cuántas, y de un rollo de papel higiénico de ochenta metros
que tenía sin uso, de tanto limpiarme el culo aquélla noche del domingo, al
amanecer del lunes lo dejé vacío ocupando incluso su envoltorio para mi
limpieza. Eso me hace calcular que gastando dos metros de papel por cada
diarrea, esa noche cagué y descargué cuarenta veces seguidas, quedándome el
culo rojo y lastimado de tantas visitas al baño y por el paso, no del tiempo, sino
del papel higiénico entre los labios del orto. Poco antes del amanecer, muy
enfermo y con algo de fiebre y chuchos, me acosté junto a mis gallinas que en
un total silencio dormían respetuosas a mis costados y a mis pies.
Amaneció el lunes y como buen empresario que soy, abrí mi negocio antes de
las ocho de la mañana, con fiebre y algo mareado, tratando de ganar de mano al
supermercado “La Bomba” frentero a mi casa, por quitarle los primeros clientes
que pasan por la vereda. Mi empresa está ubicada en mi misma casa, en cuyo
living hice un agujero de un metro cuadrado en la pared que da a la calle Brasil,
poniéndole una ventanita horizontal cuya hoja de madera al abrirla hacia arriba
forma un tinglado que brinda buena sombra a las mercaderías que exhibo lejos
de las manos de los clientes y ladrones, vendiendo caramelos, estampitas,
condones, velas, galletitas, toallitas menstruales, picadillos, jabones, espirales,
genioles y otros rubros que por lo extenso no terminaría nunca de nombrar.
También saco a ambos costados de la ventana-toldo, unos exhibidores de
alambre que yo mismo fabriqué, en donde cuelgo con broches de ropas para
que no las lleve el viento, revistas de segunda mano que vendo a menor precio
o cambio dos en buenas condiciones por una rotosa que doy al cliente.
Como bien veis y comprobáis, desde niño tuve la innata habilidad de comerciar,
llegando a ser hoy uno de los más destacados empresarios del pueblo.
Hago juntar con la gurisada bolsitas de plástico tiradas en la calle, que cambio
diez por un caramelo, a fin de que mi empresa no se detenga por falta de papel
para envolver lo que exhibo en mis estantes a la vista del público, cuando
vendo algún producto de las líneas antes mencionadas.
Como no trabajo en el rubro del papel higiénico por ser poco redituable, a eso
de las nueve de la mañana, crucé la calle hasta el supermercado, y compré un
envase de cuatro rollos “Suavelija”, que son de tan baja calidad que
limpiándose uno el culo se agujerean de la nada, y más limpia el dedo que fácil
atraviesa tan ordinario producto, como todos los que vende esa empresa rival.
El Provecho de los Porotos 77
Menos mal, porque diez minutos después me atacó otra furibunda diarrea, que
me obligó a suspender mis transacciones comerciales, y entrando las revistas y
cerrando la ventana, corrí presuroso al baño.
Descargué nuevamente una terrible diarrea tan chirle y olorosa, que me dio la
sensación de estar orinando por el culo.
Volví a abrir mi negocio a las diez, cerrándolo por la misma causa y de la
misma manera a las once de la mañana, para volver a repetir la misma acción
descripta en la oración anterior a ésta, y nuevamente a las doce cerrando
definitivamente las puertas, o sea, la pequeña ventana empresarial.
En ésas largas horas sentado en el inodoro pensé que podría tener la
enfermedad de escarabiasis, nombre con el que se denomina a la invasión
corporal accidental de coleópteros (escarabajos), o por sus formas larvarias, a
los seres humanos. Estos infestan a las personas entrando por las aberturas
corporales naturales, y ocurre cuando dormimos en el suelo, principalmente en
los niños, momento que aprovechan los escarabajos para introducirse a través
del ano causando diarreas y trastornos de relativa importancia.
También las larvas y los adultos de escarabajos pueden encontrarse en las
cavidades nasales tras ser inhalados y en los orificios auditivos al dormir las
personas sobre las alfombras.
Todo esto y otras infinitas cosas relativas a las diarreas pensaba meditativo en el
inodoro, siempre relacionándolo con mis concubinas las gallinas.
También valoraba y apreciaba la importancia que tiene para el mundo el
inodoro, el bidet y el papel higiénico, quizá más imprescindibles que el pan en
una casa, porque si supieran las costumbres asquerosas de los pueblos antes de
éstas cosas, los valorarían en su justo precio en la actualidad.
En el principio de los tiempos, el hombre, por educación, salía de las cavernas a
cagar entre los yuyos, lo cual tenía aparejadas sus ventajas y desventajas.
Aún hoy se usan los primeros sonidos guturales de los australopitecos, como la
expresión ¡”anda cagar a los yuyos”! que se decía en las cavernas cuando en la
mesa donde se devoraba a un mamut con platos y cubiertos de piedra, algún
maleducado se tiraba un nauseabundo flato.
Por empezar, enumerando las ventajas, cagar afuera de la caverna significaba
que toda la familia no tuviese arcadas ni repulsas por los olores del cagador,
además que no ensuciaba el piso donde habitualmente se acostaban, ya que aún
no existían los carpinteros ni las camas torneadas como en la actualidad; y por
último, como tampoco existía el papel, el hombre recurría a lo que tuviera cerca
de la mano, y así, con un puñado de yuyos arrancado mientras defecaba, al
finalizar su tarea presto se limpiaba el culo dándole al pasto.
A veces, entre los yuyos cortados venía una ortiga que le hacía ver las estrellas
al pasársela descuidadamente por el ojete, que le quedaba ardiendo y picando
por varias horas, como si le hubiese picado una avispa.
Las desventajas eran que saliendo el hombre en mal tiempo sufría las lluvias o
el frío mientras defecaba, y al no existir aún los pararrayos pasaba gran peligro
que le cayera uno en la cabeza haciéndole cagar fuego por el culo en vez de
mierda.
78 El Provecho de los Porotos
Me acordé mientras cagaba que estas amorosas avecillas suelen tener una
enfermedad llamada cólico de las gallinas, un mal infeccioso que afecta su
tracto intestinal produciendo una fuerte inflamación en la concha y desórdenes
funcionales. Los síntomas típicos de la enfermedad son letargia, temperatura
elevada, coloración púrpura de la cresta y diarreas, lo cual produce entre ellas
una tasa de mortalidad muy elevada.
Ellas pudieron contagiarme de la enfermedad, antes de comer los porotos.
Como el tratamiento consiste en aislar a las aves enfermas y eliminar los
residuos infectados, las eché a todas de mi cama, y dejando abierta la puerta de
calle les di la libertad para que se fueran espantándolas con certeras patadas en
el ojete.
Mis ojos se empañaron de dolidas lágrimas porque las pocas mujeres que tuve
en mi infortunada vida, todas me abandonaron, y como nunca pude vengarme
de ninguna, me desquité echando de mi casa a mis muy lloradas y amadas
gallinas que quizá estaban sin culpa alguna de mi desgracia.
Las venganzas injustas, (que no hay ninguna justa) son como una pirámide invertida,
que de los males que nos propinan los más fuertes, nos vengamos en los más débiles.
Mucho lloré por ellas, aún sabiendo que es necedad y simpleza llorar por lo que
con llorar nada se remedia. Cuando me calmé de mi felonía y angustia de echar
a mis amadas aves, cambié las sábanas sucias por otras limpias y di vuelta el
colchón para que los soretes chirles de mis cónyuges cayeran al suelo.
El miércoles abrí mi negocio bastante mejorado, supuse, y viniendo un cartero
amigo que sabe todos los remedios caseros para todos los males de entrecasa,
me recomendó que comprara queso y dulce, y que los comiera para secar y
endurecer la diarrea de las tripas.
Crucé nuevamente la calle hasta el supermercado y compré lo aconsejado por
mi amigo, impulsando grandemente el movimiento comercial de mis enemigos
sus dueños, con los cuales a veces nos trenzamos en una competencia atroz y
despiadada en vender más barato y robarnos los clientes.
Regresé con doscientos gramos de queso cremoso “por salud” y medio kilo de
dulce de batata con vainilla que comí en el mismo mostrador de mi empresa, y
por la tarde, seguramente gracias al remedio, no fui ninguna vez al baño.
Pero por la noche, casi agujereo el inodoro de tantas deposiciones con que lo
acribillé, y fui tres veces antes de acostarme y otras cinco después, siendo la
última descarga a las siete de la mañana del jueves.
La única ventaja lograda con el dulce y el queso, fue que la diarrea saliese con
un suave olor a vainilla mezclado con los nauseabundos aromas propios de la
mierda.
Atendí de corrido aquélla mañana sin ninguna interrupción, y me entretuve en
leer un numerito del “Despertad” de los testigos de Jehová, y en su interior justo
encuentro un interesante artículo sobre los túneles y catacumbas que se
construyeron para ocultar los cuerpos de los cristianos de la susodicha cofradía,
despedazados por los leones o hechos cenizas en las hogueras, pobrecitos.
El Provecho de los Porotos 81
Sería similar a que hoy una monja entrase a una farmacia y pidiese una docena
de condones lubricados, que por más que dijera que son para el obispo, sería
mal mirada y propensa a las burlas del despiadado vulgo.
Entonces, a los hermanos se les ocurrió envasar cuatro rollos en una delicada y
elegante caja para disimularlos, y el éxito fue brutal porque el producto se
empezó a vender estrepitosamente oculto a las miradas de los curiosos, y
viendo a una vieja que llevaba una lujosa caja, la chusma ya no pensaba que
compró un rollo de papel higiénico para limpiarse el culo, sino cuatro.
Y como la caja tenía las medidas de un zapato, las viejas aristocráticas
conversaban alegremente en las veredas dando oídas a los que pasaban que
gastaron una fortuna en la compra de un calzado Luis XVI o un sombrero Reina
Victoria.14
Volviendo al relato de mis desgracias, a ésta altura de mi odisea diarreica me
empecé a preocupar porque no me curaba, y ya no tenía calzoncillos limpios, y
de los tres con que cuenta mi ajuar, dos estaban cagados y uno que usaba
hediondo.
Tampoco tenía sábanas limpias, pues las plumas y los pelos de mi culo los
embadurnaron con graciosas pinceladas marrones que las dejaban como si
fuesen un lienzo de pintura abstracta.
Amaneció el jueves y ya tenía el culo arrugado como una escarapela, al rojo
vivo, y por el dolor insoportable que me prodigaba, picante y agudo, se me
hacía que tenía atravesado también el alfiler que sostiene el símbolo patrio
prendido al pecho.
Vino temprano mi amigo a averiguar cómo andaba de la diarrea, y le dije que
su remedio me causó mas empacho, aunque con la ventaja que la mierda tenía
un suave olor a dulce de batata, a vainillas y a quesos por salud.
-Me olvidé decirte, -me dijo- que tenía que ser dulce de membrillo, y el
queso no el cremoso, sino el duro de rallar o el cuartirolo. Seguramente por
comprarlos equivocadamente, te aceleraron y purgaron las tripas, que si
hubiese sido queso duro y dulce de membrillo te las secaran y endurecieran en
un santiamén.
-¡Médico, cúrate a ti mismo!- le dije y lo mandé al carajo.
Aquél prometedor jueves de mierda fui solamente dos veces al baño, una a la
mañana y otra a la tarde, lo que tomé por buen augurio de que ya me estaba
sanando.
Pareciera ser que el proceso de digestión empezaba lentamente a restablecerse,
pues volví a sentir el hambre genuino y natural luego de una semana de
abstención de comida para no empeorar las deposiciones diarreicas.
14Victoria I gobernó durante 64 años (1837-1901), lo que representa el reinado más largo de la
historia de Inglaterra. Su época se caracterizó por el ascenso de la clase media y por el
conservadurismo, y como era fea como un culo, impuso en su época los famosos sombreros blancos
y con plumas que disimulaban su larga nariz, o mejor dicho, la escondía detrás de dicha prenda.
Impuso además horribles zapatos y vestidos, y el carro Victoria de cuatro ruedas y cuatro caballos
que fue inventado para su exclusivo uso personal.
84 El Provecho de los Porotos
Y notad que aparte del queso y del dulce, nada comí ni tomé en la semana,
como si mi estómago no necesitase de nuevos alimentos, entretenido por sacar
los antiguos.
¿Pero cómo se realiza el proceso digestivo cuando una persona está sana?, me
preguntaba.
¿Por qué comemos?
¿Qué medios químicos transforman los alimentos en sustancias simples para
que luego sean asimiladas por los tejidos?
En la edad media, el común de la gente creía que dentro del estómago teníamos
unas ruedas de madera con enormes engranajes que trituraban las comidas, y al
hacerlo, dejaban escapar esos ruidos de moliendas que se escuchaban dentro de
la panza durante la digestión.
Los médicos y curanderos de la época, recetaban frecuentemente la ingestión de
botellas enteras de aceites de máquina que facilitaran los movimientos de las
ruedas y sus dientes trituradores, que cuando se trancaban por falta de
lubricación producían los dolores de estómago debido a la sequedad del
vientre, y si estaban en demasía aceitados, generaban las diarreas lacias y
resbalosas.
Esta creencia estúpida e inocente, cayó por tierra en los siglos pasados, más o
menos por el año 1780, cuando sucedió la historia del hombre que tenía un
agujero en el estómago…
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El Provecho de los Porotos 85
15Asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes
sacan provecho de la vida en común.
86 El Provecho de los Porotos
Los bancos antiguos no cumplían las mismas funciones que hacen los
de ahora, o sea embargar casas, secuestrar autos y rematar tractores,
sino que servían para dar créditos a bajos intereses para después
comprar las cosechas de trigos o sandías, cajones de mandiocas,
pepitas de oro y cueros de animales, lo que convertía al banco en un
gran almacén de ramos generales, y en la cola de ese nefasto día
estaban productores de yerba, mineros de carbón, buscadores de oro y
otros cazadores de pieles como Cornelio Kirkpatrick.
Dio la casualidad, que a veces anda de la mano de la desgracia, que
justo delante de él estaba un cazador de bisontes que tenía un trabuco
colgado en sus espaldas, con la boca del arma apuntando hacia el
piso. No sé bien cómo si o cómo no, pero en el forcejeo y el
apretujamiento de la cola para cuidar cada uno su lugar, el arma del
cazador de bisontes se disparó accidentalmente, lo que llenó de
chumbos el estómago de Cornelio Kirkpatrick, quien cayó al suelo
bañado en sangre y con un enorme boquete en la panza.
El disparo hirió también a dos hombres más al rebotar los perdigones
en el piso de mosaicos: a uno en las piernas y a otro en los huevos.
Urgente se llamó a la ambulancia del hospital que haciendo sonar una
estridente sirena prestamente estuvo a las dos horas en el lugar de los
hechos. De los hechos pomadas por el accidental disparo.
Nuestro cazador de armiños gravemente herido fue alzado a la
ambulancia, una veloz carreta cubierta con lona que era tirada por
cuatro caballos negros, con un gato colgado de las bolas en el techo
del vehículo, que aullaba estridentemente pidiendo el paso por la
calle.
Llegan al hospital y nuestro hombre es llevado al quirófano para ser
remendado y zurcido, y los doctores se encuentran con la dificultad
que al faltar gran parte de la piel no podían coser ni cerrar el enorme
cráter del estómago. Sin embargo, hicieron lo posible para que no
muriera, deteniendo hemorragias y sacando uno por uno los
perdigones de su panza. Más no se pudo hacer.
-Este tipo se muere sin cura ni remedio. Llévenlo a una pieza y
que sea lo que Dios quiera.- vaticinó el doctor jefe, un arturista
llamado Tupy Schneider, y que es lo que comúnmente dicen los
médicos cuando no saben qué más hacer con un desahuciado con el
cual se probaron y terminaron todos los libros.
Créase o no, el herido no falleció ni se curó jamás.
Resulta que los bordes del agujero comenzaron a sanar, inclusive a
nacer piel nueva hasta quedar perfectamente cerrado el boquete, y un
mes después estaba definitivamente curado de su herida, solamente
que los bordes del cráter nunca se unieron entre sí, quedando su
panza con un enorme tajo o rajadura muy similar a los que tienen las
carpas de ésos circos pobres que se rebuscan en los pueblitos y que
están cada día más fundidos y en la lona, a punto de desaparecer.
88 El Provecho de los Porotos
Fin del
Y hoy era viernes, y viéndome ya sano, no vi excusa alguna para no pagar parte
de la cuenta, pues sacando todo lo que de malo tengo, soy una buena persona
que jamás dejaría deudas tras sus pasos.
Exultaba alegría por los poros al saberme ya sano y curado de los porotos, y
cantaba fuerte aleluyas, que quien canta sus males espanta, yendo de un lugar a
otro de la casa con pasos de minué.
Me vestí con mis mejores galas, impecable, con perfumes y talcos todo el
cuerpo, bien planchadas mi camisa y pantalón, brillosos mis zapatos, y a las dos
en punto subí al colectivo internacional que pasa frente a mi casa y que
raudamente cruzó el puente sobre el río de los Pájaros y me depositó una hora
después a una cuadra antes de la plaza central de San Borja, alegre y muy
contento de estar sano, con uno de los bolsillos traseros inflado de billetes de
aquel país que juntara sacrificadamente en la semana toda para reducir la
deuda. Poniendo el pie derecho sobre la acera al bajar del colectivo, ¡huy, huy!
un violento dolor de tripas me hizo retorcer en el suelo con unas ingentes ganas
de echar un nuevo cago. ¡Cómo! ¿Acaso no estaba ya curado?
¿No depuse en mi casa un feliz y hermoso sorete negro duro y lustroso como lo
hago habitualmente?
¿No me bañé, perfumé y entalqué los huevos y los pelos del culo y me vestí con
mis mejores galas y me vine a éste país con las buenas intenciones de reducir mi
deuda? ¿Estoy soñando, o aún no pasó mi suplicio?
El dolor me hizo tambalear y arrodillarme en el suelo, fingiendo atar los
cordones de mis zapatos como si fuese otro Escipión el Africano que abrazaba
la arena.16
Recostándome por la pared, lentamente me dirigí hacia la plaza Getulio Vargas
distante a una cuadra de donde yo estaba, pasando por infinitos comercios
repletos de clientes, y que sin duda contaban con baños para los tales, pero no
me atreví a pedirlos pues la diarrea bien podía descargarse involuntariamente
dentro del salón de ventas, y las pérdidas serían millonarias para sus dueños.
Aparte, yo sé que éstos brasileros de mierda defecan hediondo, pero nosotros
los argentinos les ganamos fácil por estar acostumbrados a hacer cagadas en
todos nuestros actos diarios de la vida, y los olores no se disolverían sino hasta
el siguiente con viento a favor, lo que impedirían y anularían las transacciones
comerciales de la tarde. Imaginad una multinacional frenada por el olor
asqueroso y repugnante de mi diarrea en medio del salón de ventas, sin un
valiente brasileño que la recogiera en una pala. Con el culo y las piernas
cerrados y apretados, lentamente llegué a la vereda de la plaza, y allá en sus
fondos vi cercano el baño público salvador.
16Escipión el Africano es considerado el general romano más importante anterior a Julio César,
quien invadiendo África, al bajar del barco a la costa cayó de bruces en la arena, y para que sus
soldados no tuvieran su caída como mal augurio, exclamó; “África, al fin te tengo en mis brazos”
94 El Provecho de los Porotos
Puse el fajo de billetes bajo el agua de la canilla, todos embadurnados con los
porotos pasados de la diarrea reciente, y los lavé uno por uno, hasta
revitalizarlos y darles el valor que otrora tenían en las casas de cambio, a fin de
que el imprentero me los recibiera sin menguas ni descuentos.
Y pensar que yo, sin ser político ni candidato a nada, también estuve en el
asqueroso lavado de dineros que tanto mal hace a la república.
Agradecí a Dios que aún estando la plaza llena de niños y adultos, en toda la
desgracia acaecida, no entró al baño nadie a mear o cagar ni por equivocación.
Sigilosamente salí del excusado teniendo cuidado de cerrar la puertita del
cagadero para que no descubrieran muy rápido la diarrea que dejara
estampada en la pared como recuerdo de mi visita a aquél bello y hermoso país
hermano. Un radiante y fúlgido sol iluminaba la plaza, cuyos altos árboles
daban fresca sombra a los diversos bancos de cemento distribuidos en toda su
área, con los juegos infantiles repletos de bulliciosos niños que corrían de un
lado a otro, y como una hermosa postal, en el medio un lago artificial de
plácidas aguas donde se doraban bajos sus rayos muchas tortugas perezosas y
dormilonas, sobre las enormes piedras que sobresalían en la superficie. Justo
cerca del lago, estaba libre un banco de cemento por darle el sol de pleno, y
sentándome en él casi se me fritan los huevos por lo caliente que estaba su base,
quedándome allí desde las tres y veinte de la tarde hasta las cuatro y media,
procurando que el sol me diese de lleno en las espaldas para secar la parte
trasera de mis pantalones. Vapores de plancha caliente salían de mis bolas y
como humos de tintorería de mi culo.
También puse sobre el banco los billetes mojados aprisionados con piedritas a
fin de que el sol los secara y no los llevara el caluroso viento del verano.
Por entretenerme, me puse a mirar las tortugas que perezosamente se bañaban
en el lago, y luego subían sobre las piedras al parecer a tomar sol, tan estáticas y
quietas que ni se notaba su respiración.
Solo el lento parpadear de los ojos daban indicios de estar vivas.
Salían otras del agua y trepaban a las piedras, y no conforme con eso, se subían
sobre las espaldas de sus compañeros hasta formar una pila de cinco o seis de
ellas encimadas, como para sostener al mundo.
-¡Eureka! –me dije- ¡Aquí está la prueba de la teoría tortuguiana con la que
los curas remataron a Copérnico!
Cuando el sacerdote polaco Nicolás Copérnico propuso en 1514 que la Tierra no
estaba fija ni era el centro del sistema planetario, sino que giraba alrededor del
sol flotando sin sostén alguno, la iglesia lo amenazó con ser considerado hereje
si no renunciaba a sus teorías que no eran otra cosa que tonterías inadmisibles.
-El mundo es en realidad una plataforma plana sustentada por la caparazón
de una tortuga gigante.- le dijeron los obispos teólogos.
-¿Y en qué se apoya la tortuga?- preguntó maliciosamente Nicolás.
- ¡Hay infinitas tortugas una debajo de otra, y sanseacabó!- le remataron.
Quinientos años después tuve que coincidir en que los sacerdotes no estaban
tan errados, teniendo ante mi vista la prueba irrefutable de la escalera que
formaban estos simpáticos animalitos del orden de los quelonios.
El Provecho de los Porotos 97
Has de saber, bueno y amable lector, que desde muy pequeña siempre traté de
inculcar a mi hija la sabiduría y la sapiencia que son necesarias para un mejor
desenvolvimiento en la vida y en la sociedad futuras, y como esto solo se
consigue con buenos libros y con el mucho viajar, mas la educación, el ejemplo
y la corrección que los padres deben brindar a sus hijos desde muy temprano,
saliendo a gatas de la cuna, compréle un juego de letras multicolores con el
cual antes de los dos años aprendió a armar y escribir frases cortas como
“mamá me ama”, “mamá amasa la masa” o “el sol asoma” y otras tonteras, y
logrado esto, abarroté su cuarto de cuentitos infantiles que leía ávidamente
por sí sola, pasando por sus ojos aquéllos consabidos de “Caperucita Roja”,
“Pinocho”, “Pulgarcito”, “Alicia en el país de las maravillas”, “El Patito Feo”, “La
bella durmiente”, “El gato con botas”, “Hansel y Gretel”, “El mago de Oz”, “La
pequeña Heidi”, “Los tres chanchitos”, y otras infinitas necedades que en nada le
aprovecharon y casi la volvieron una tonta, lo cual me obligó a darle libros de
mayor peso y consistencia, o a contárselos, como “Robinson Crusoe”, “Los viajes
de Gulliver”, “Corazón”, “Las aventuras del Capitán Grant”, “El Viejo y el mar”,
“Colmillo Blanco”, “La isla del tesoro”, “Las aventuras de Sherlock Holmes”, “La
vuelta al mundo en ochenta días”, “Guillermo Tell”, “Tom Sawyer”, “Hackleberry
Finn” y cientos de libros juveniles que le despertaron de su letargia acéfala,
urgiendo y avivando la poca inteligencia que heredara de su madre.
Es el caso que tanto se aficionó a la lectura de aventuras y a los cuentos
infantiles que por las noches no quería dormirse si no le contara o le leyera
alguno que no fuera repetido, lo cual me daba mucho hastío y rebeldía, pues
bien sabéis que trabajaba en minúsculos engranajes de relojería durante todo
el día, para que a la noche, muerto de cansancio y de sueño, tuviese que hacer
semejante y cansadora tarea de leer un tonto cuento para que mi hija se
durmiera.
Un día que se agotaron todos los libros que leía por sí sola, y quedándome yo
sin cuento alguno que ella no lo supiese de memoria para entretenerla, le dije
que le iba a contar una historia que me sucediera cuando yo era un niño, pero
con una condición, que por ser el cuento muy extenso se lo contaría en
pequeñas porciones o capítulos, y que finalizado el correspondiente del día me
dejara de molestar para poder dormir y descansar tranquilo la noche.
- Si, pa. Grande, pa- me dijo y esperó impaciente que llegara la noche
para oír la historia que ni yo sabía, y mientras trabajaba durante el día en mi
oficio, iba pergeñando los pormenores de su argumento, y fue así que vine a
crear el cuento “El Viaje Extraordinario” en capítulos cortos de no más de
cinco hojas. Desde muy temprano por las mañanas, mi hija me recordaba que
no me olvidara de la promesa de contarle a la noche el capítulo del cuento
correspondiente al día, y en verdad, me tenía hastiado y enfadado por el
compromiso asumido.
Presentación del cuento infantil “El Viaje extraordinario” 99
**********************
100 Presentación del cuento infantil “El Viaje Extraordinario”
SÍNTESIS
-No hagáis caso a este niño maleducado que os trata como si fuese
vuestro igual, y guardad vuestro último aliento para la transmisión en vivo
por la cadena nacional, en donde le será muy conveniente dar el último adiós
al pueblo que os ama.
-No -dijo el Rey- procuremos y a Dios roguemos que como última
esperanza para los bondaxnianos éste niño arregle el Reloj de la Vida.
Así, me llevaron hasta un enorme reloj de unos veinte metros de alto por otros
tantos de ancho, ubicado en el medio de la plaza Central, llamada Alf el
Conquistador, y que estaba detenido y estático a las tres menos cinco.
Como los bondaxnianos no podían tocar el reloj por ser para ellos sagrado, me
vi en la necesidad de algunos artilugios inteligentes para quitar su enorme
tapa con la ayuda del pueblo, sin que estuviesen en contacto con nada del
aparato, y una vez hecho esto me introduje en una inmensa maquinaria cuyas
ruedas tenían una circunferencia de cuatro metros o más cada una.
Esto traía gran riesgo a mi vida, pues si el reloj comenzara a funcionar estando
yo dentro, sus ruedas me triturarían y me harían picadillo al instante.
Encuentro el defecto, evidentemente provocado con nefastos propósitos, y por
indicios descubro al culpable, que era el general ODDIO el edecán del Rey, y
lo pongo al descubierto de su felonía.
Para hacerla corta, te resumiré los motivos.
El reloj no andaba porque el Rey, que era medio cojudo, hacía como dos años
que se garchaba a la mujer del militar, una enana puta con una concha más
grande que la pija de los enanos, y en venganza el general descompuso el reloj
para que todos murieran, a saber: el obispo Santiago de la diócesis porque los
había casado y no servía para un carajo, el intendente Giraud junto con su
compinche Garay y los trece inútiles concejales incluidos Carlitos Farizano,
Eduardo Buero y Martita Soto; todas las maestras que ya lo tenían aburrido
con sus interminable paros, los piqueteros, los gays que contraían matrimonio,
los curas degenerados, los directores de hospitales, los dueños de radios junto
con todos sus programas, el “Pato Móvil” y su padrastro Carlos Blanco, y los
insípidos de la Jany Benítez, los inspectores de tránsito Enrique Nacimento y
Comadreja Godoy, y los dueños de los boliches bailables, los ruidosos
motoqueros y finalmente el rey, la reina y los sesenta y siete principitos
herederos del trono, hijos del matrimonio real (allá las enanas tienen un hijo
cada vez que se tiran un pedo después de coger), en fin, para hacerla corta,
quería matar a toda la nación de bondaxnianos.
Como el general tratara de huir subrepticiamente, manda el Rey que unos
veinte soldados pijudos cojan al culpable, y que después de cogerlo le corten el
picho con un cuchillo desafilado como castigo, no sin antes darle unas pastillas
de Tranquinal para que no se pusiera nervioso y sufriese en demasía.
¡Ayyyyyyyyyyyyyy! se oyó veinte veces seguidas cuando los soldados pijudos
cogieron al general ODDIO, y después un: -¡Ay, mi amor!- afeminado y
marica del mismo tenor, cuando le cortaron la verga, que cosa rara en el
planeta, por lo ínfima, no pasaba de ser más larga que una banana o una
berenjena.
Presentación del cuento infantil “El Viaje extraordinario” 103
Ah, si ésta justicia bien impartida se aplicase en nuestro pueblo de Santo Tomé
a intendentes ladrones y concejales inútiles, ¡cuántos trolos habría y qué
honestos serían nuestros políticos!
¡De cuántos curas degenerados nos libraríamos fácilmente con solo cortarles el
picho con un cuchillo desafilado dándole antes una hostia milagrosa para ser
salvos sin sufrir mucho!
Todos los bondaxnianos volvieron a vivir, y en agradecimiento la plaza
principal llamada Alf El Conquistador, cambió de nombre de allí en adelante,
llamándose plaza don Rafael del Áncora y Buenacuerda en honor a mi padre.
Como en mi casa no controlaban mayormente mis salidas ni mis regresos, me
quedé a vivir una semana entera en el planeta Bondax2 donde aprendí
infinitas cosas que nosotros los humanos ignoramos, como el hablar sin
ocupar la boca, es decir telepáticamente, al revés de la tierra en donde
ocupamos la lengua para difamar y la inteligencia solo para destruir, supe
cómo erradicaron definitivamente las enfermedades del cuerpo y la maldad de
la mente, la historia del planeta, y la religión que profesaban, me llevan a
conocer otros mundos cercanos a no más de un millón de kilómetros, me
muestran la Real Biblioteca Universal, donde se guardaban los libros más
sabios de la creación, y con gran sorpresa vi que estaba en uno de sus estantes
más destacados el de “Rebecca”, de un conocido escritor de mi ciudad y
vecino mío, y además allí me enteré que muchos bondaxnianos vivieron en
nuestro mundo en pasados tiempos, por supuesto transfigurados con aspecto
humano, para tratar de inculcarnos sus bondades innatas y sus adelantos
científicos: Gandhi, Einstein, Irigoyen y Florencia de la V, eran bondaxnianos;
chupo durante todo el tiempo gaseosas bien heladas de una heladera que
funcionaba con un minúsculo rayito de sol que entraba por un agujerito del
techo, y sin tener una verga similar a la de los enanos, cojo unas 289 enanas
que se me entregaron enamoradas de mi gran altura, y alguno que otro enano
trolo, que también abundan en ese planeta.
Me regresan a mi casa con los tres platonautas que me raptaron, que gracias a
mí no fueron fusilados, me dejan en el mismo lugar del que me llevaron, ¿y
cuanto tiempo creéis que estuve fuera de la Tierra?
Apenas DOS HORAS- 17
17¿Crees tú, papanatas, que estas cosas contaba a mi hija para que se durmiera? ¿Tan pelotudo
eres que me tomas por un degenerado como tú? ¿Crees en verdad que los enanos tenían vergas de
más de medio metro de largo que arrastraban por el suelo? Si así fuera, ¿quién fabricaría condones
en ese planeta sin fundirse? ¿De dónde que las enanas parían un hijo después de tirarse un pedo?
Ah, necio, sábete que “El Viaje Extraordinario” está escrito en un castellano educado y correcto
para los pequeños y solo inventé esta síntesis tonta y zafada para que veas que te puedo hacer
creer cualquier cosa que se me pase por la mente, porque eres inculto y degenerado, y su
argumento delicado y verdadero está reservado para los niños a quienes sus padres en breve
entretendrán con el ameno cuento que inventara para que se durmiera mi hija, para que a su vez
sus pequeños se duerman y dejen de molestar hasta el día siguiente.
Prólogo para presentar una obra agregada 104
escribiera una novela, cosechó sus laureles con cientos de cuentos cortos y
obras sabias, a veces en sociedad con amigos poetas o simplemente bajo un
seudónimo, para ser reconocido al final de su vida como uno de los más
grandes escritores del mundo.-
- Así debe ser, -me dijo- pero es el caso que nada me interesa la fama
sino el conseguir los dineros para saldar la deuda anterior, antes que la
preocupación por no poder pagarla me lleve a la muerte. ¡Oh, muerte, qué
agradable es tu visita para aquel honesto y afligido por pagar sus deudas! ¡Oh,
muerte, cuánta paz das a los que adeudan cuando te llevas a tus siniestras
moradas donde nada valen firmas ni documentos a incisivos acreedores! ¡Y
por último, amada muerte, sé bienvenida para terminar con mi angustia, pues
habiéndome enseñado mi padre la extremada honestidad de la que no puedo
salir, y que hace que el no cumplir con la palabra empeñada me enferme y
desanime de continuar viviendo!
-Dígame, pues, en qué puedo ayudarle, no siendo con dineros. -
-Por un amigo común me enteré que Ud. imprimirá en breve un libro
anónimo cuyo argumento es jocoso y zafio, que no dudo será coronado con el
éxito merecido, ya que no ocupó el alto y cultural estilo que yo usara en el mío
y me llevara al fracaso, pues siempre el vulgo se inclina más por las bromas y
bajezas que por enciclopedias, dicho esto sin ofensa alguna a su trabajo.
- Así es - le dije - pero no se tome Ud. de ése madero para no hundirse,
ni como cosa infalible, que el vulgo es tan dispar y disímil que nunca se sabe
con certeza sus gustos y preferencias. De antemano le adelanto que no me
pida dineros de prestado, que pocos tengo, y como bien le dijeron, están
reservados para pagar la impresión de mis dos cuentos cortos que ya han sido
leídos con beneplácito por aquéllos que tienen ciertos manuscritos de algunas
de sus partes. Y siendo mi trabajo anónimo aposta y de intención, creo que
serán vendibles y solicitados al estar escritos con términos bajos y
maleducados, sin importar la fineza de su estilo ni la pulcritud con que se
desarrollan sus hojas.
-Pues yo quisiera pedirle que entre ellas me hiciese la merced de insertar
un trabajo que en horas solitarias en mi cuarto escribiera, por no asomar la
cara a la calle por la deuda referida, titulado “La Caída del Imperio de las
Vírgenes” que es la continuación de mi primer fracaso, por ver si Dios me
favorece con juntar los dineros con qué pagar mi primera deuda, que asciende
a unos cinco mil pesos mas o menos, y terminar así con mi suplicio de deudor
incumplidor y de extremada honestidad.-
-Veo dos problemas, y aún tres, que para mí son insalvables. -le dije-
Primero que seguramente su trabajo tratará de religión, ya que desde niño le
enseñaron el Antiguo Testamento y sé que su lucha se basa en hacer conocer
los Diez Mandamientos de Dios que el catolicismo oculta y esconde para
desviar al hombre hacia la idolatría, tema que yo sé que le apasiona, y
viniendo de su correcta y educada persona estará escrito de igual forma, y por
lo aburrido del argumento que nadie trata ni interesa saber, posiblemente
arruinará las chanzas y las zafadurías de mis cuentos, como bien puede
Prólogo para presentar una obra agregada 106
***************
“LA CAÍDA DEL IMPERIO DE LAS VÍRGENES”
Por Arturo Beresi
La Caída del Imperio de las Virgenes 109
18 M´Crie Cap. 5
19 El vino y las mujeres pierden al hombre inteligente (Salomón Eclesiastés, 19, 2)
La Caída del Imperio de las Virgenes 111
Bendito sea Dios que dispone desde muchísimo antes que nazcamos, desde
tiempos inmemoriales, el presente destino de cada uno de sus fieles, poniendo
a sus pies las cosas que le serán provechosas para salvar su vida, como las
recomendaciones de su Palabra y los Diez Mandamientos para apartarlo de las
perjudiciales que condenarían su alma.
Salí pues a la calle ya con la claridad del amanecer, mucho antes de asomar el
sol, y como un mañoso lobo huí de tan maldita iglesia al revés del papa
Urbano VI, hombre en su juventud borracho, ladrón y mujeriego, de quien
dicen que su madre lo vio en una visión entrar en una iglesia convertido en
lobo y salir de ella con las vestiduras de papa, lo que ocurrió exactamente
después de convertirse al catolicismo.
Estas fábulas, que denigran la inteligencia humana, encantan a los católicos.
Casi corriendo me escabullí por las calles menos transitadas de Santo Tomé
buscando mi barrio del Cementerio, donde está nuestra Iglesia Asamblea de
Dios, ahora tomada y apropiada por los católicos y cambiada de nombre por el
de capilla Divina Madre Salvadora.
Aún sabiendo de unos pasadizos secretos debajo de nuestro templo, que
hicimos los hermanos antes de levantar las paredes, deseché la idea de ir a
refugiarme en ellos, y ni siquiera quise volver a mi casa junto a mi mujer y mis
hijos por miedo que me encontraran los policías de la “Matercorps” que
pronto saldrían furiosos a buscarme tras descubrir mi fuga.
A hurtadillas me llegué hasta la casa del anciano Pablo Acosta, hombre bueno,
amable y fiel a Dios, donde los hermanos nos reuníamos por las noches en
secreto, y pidiéndole asilo no tuvo miedo de alojarme en un sótano hecho
exprofeso por los fieles, donde pasé dos años oculto bajo la tierra, hasta
terminar la guerra en el año del Señor 2020.
Los hermanos en Cristo, se las arreglaron subrepticiamente para dotar al
sótano de agua y luz, con un pequeño pozo ciego donde hacía mis necesidades
naturales. Mentiría si dijese que pasé mal o con sufrimientos en mi nuevo
encierro, pues ninguna comodidad y regalo me hacían faltar mis hermanos
cristianos, desde diarios y revistas hasta un televisor en que entretenerme, una
pequeña cama para dormir, y gran cantidad de libros evangélicos cristianos
para instruirme, mas mi Biblia con la que honraba a Dios arrodillado en los
amaneceres, como otro David postrado en las arenas del desierto.
El anciano Pablo Acosta fue muy valiente al alojarme, pues si fuera
descubierto, sería ejecutado junto con toda su familia por nuestros enemigos
los odiosos policías católicos.
En mi obligado encierro, lo que sí me angustiaba enormemente era no poder
ver a mi mujer ni a mis hijos, a los cuales ordené con misivas secretas que no
se acercaran a la casa del anciano Pablo, por no dar indicios ni barruntos de mi
escondite a nuestros torturadores.
Estas misivas secretas eran acercadas a mi familia por el hermano Horacio el
naranjero, vendedor callejero de frutas y dulces de mamón, quien
disimuladamente las introducía en una naranja cuando mi señora se las
compraba en la puerta de mi casa.
112 La Caída del Imperio de las Virgenes
Como si fuese Dios mismo, los católicos creían mas en sus imágenes, en sus
procesiones tras la virgen María, y en sus sacerdotes para comulgar y
perdonar sus pecados, antes que en seguir los Diez Mandamientos que
prohíben éstas cosas, y que enseña claramente que ningún hombre bajo los
cielos puede perdonar los pecados contra Dios, ni aún de rebote ni en
representación alguna, ni existen procesiones bíblicas sino tras el Señor.
Se inducia al pueblo a desviarse con satánicas enseñanzas de idolatría y
enredando de tal manera la Palabra con creencias tan absurdas y descocadas
que los sacerdotes encontraban incluso libertad para justificar divorcios, casar
homosexuales, admitir mujeres en el oficio del culto, adorar estatuas, inventar
nuevas devociones como la de san Patricio cuyo día se festejaba bebiendo
grandes cantidades de cerveza hasta que el pueblo caía borracho al suelo,
festejar las fiestas de los Muertos o Hallowen venidas de las películas
norteamericanas, o la de juntar plantas de marcela y bendecir palmas en
semana santa, cosas que no figuraban ni en las tapas de ninguna Biblia.
Otra de las cosas endemoniadas que sufrían los que creían en la Palabra de
Dios, era el excesivo endiosamiento a la virgen María, a la cual se la introducía
vez tras vez en las enseñanzas de los Evangelios como si fuese superior a
Jesús.
Entre los católicos nació una sana competencia cuyo premio mayor era el
infierno tan temido, pues unos levantaban santuarios al Gauchito Gil al borde
de las rutas y otros una basílica para María Madre un kilómetro más adelante.
Por ende, si la iglesia católica nunca enseñara la maldita veneración a María
y a los santos, jamás existirían los gauchos ni cantantes milagrosos.
Ya por aquéllos años el Concilio Ecuménico del 2024, estableció para los
católicos que la Santísima Trinidad estaba compuesta por el Padre, la
Santísima Madre y el Hijo, ya que María era el Espíritu Santo en persona,
según se desprendía de sus propias palabras “hágase en mí tu voluntad”20 por lo
que sobre ella reposaba el Tercer Dios Trinitario o la Voluntad Divina.
Se sostuvo fehacientemente que una Trinidad, que es como una familia, no
puede serla si en ella no estuviesen ambos sexos, y el Jesús que como bendito
fruto naciera de la unión divina en el vientre de María, que era la
personificación santísima e inmaculada del Espíritu Santo.
El Padrenuestro se disolvió entre rosarios y tonterías a la madre antes que
para exaltar a Dios, a tal punto que en una misa se glorificaba diez veces a la
virgen María antes que una desértica y solitaria alabanza a Jesús el Salvador.
Al católico obcecado un cura le puede hacer creer cualquier tontería ya que
poco o ningún conocimiento posee de la Biblia, y para restarle importancia
enseñan que no es la única fuente de fe, si no va acompañada con la Sagrada
Tradición, con lo que se los puede arrastrar a creer cualquier cuento o fábula
tonta como el ascenso de María en cuerpo y alma al cielo, llevada por ángeles
y querubines, o la tontería del limbo donde los niños purgan sus pecados sin
tener ninguno de propia voluntad, o la mismísima infalibilidad papal.
Para gloria de Dios, por ésos años el papa Benedicto XVI anuló y destruyó la
fábula asquerosa del mencionado limbo, donde los niños purgaban pecados
que nunca cometieron, y que por dos milenios diera muchos dineros a la
iglesia que mediante bulas y oraciones los sacaban de tal supuesto suplicio
gracias a las donaciones de sus parientes y deudos en la tierra.
Asimismo, los malos ejemplos de conducta que daban los sacerdotes en el
mundo entero, propiciaban y daban rienda suelta al libertinaje y al
degeneramiento de quienes los tenían por santos, como veréis más adelante,
cuando trate sobre ellos. Terminada la guerra, la paz y la normalidad
volvieron a reinar en Santo Tomé, y aunque cristianos y marianos nos
soportábamos mutuamente en el trato cotidiano y en el trabajo, nuestros hijos
eran despreciados en las escuelas y en las calles por los niños católicos, como
así también por algunos comerciantes, no todos gracias a Dios, que no nos
vendían ninguna mercadería por no tocar nuestro dinero ni tener contactos
amables con los “despreciables e incultos evangelistas que ignoraban a la Madre de
Dios”. Judicialmente logramos recuperar nuestros templos usurpados por la
iglesia católica, que abandonaron furiosos ante el desalojo intempestivo
ordenado por el Juez Camilo De Biasse, católico simpatizante de nuestra causa
aunque no muy practicante del verdadero Evangelio de Dios. Lo que sí hizo
de malo este juez, fue desestimar las denuncias de torturas a los pastores
apresados durante los seis años que durara la guerra, y el despreciable
asesinato del pastor Arturo Siberek el 16 de junio del año del Señor 2017, el día
anterior al que yo fuese apresado, llevado a cabo por Panchito Arbelaiz y
Lisandro Almirón, acérrimos y ciegos marianos antes que cristianos, que
estaban bajo las órdenes directas del obispo Santillán de la diócesis de Santo
Tomé, y quien aprobara y firmara su ejecución.
Y la excusa que nos dio fue que nadie vio jamás el rostro de ningún integrante
del Sagrado Cuerpo de María, ocultos tras máscaras que deformaban las
voces, sin dar crédito a que en la Carta a los Hermanos Católicos que
escribiera en su última hora el Hombre Fiel, en un mensaje secreto en arameo
denunciaba por lo menos a uno de ellos, a Lisandro Almirón como su asesino.
Y si estaba Lisandro en la maldad, seguramente a su lado estaría también
Panchito, pues ambos no solamente daban la vida por María, sino que la
quitaban a quienes creían y adoraban solamente al Señor Jesús y hacían caso
omiso de las tonterías concernientes a su madre como su asunción al trono de
Dios, por ejemplo, y la patraña de ser la Reina de Todo lo Creado en el Cielo y
en la Tierra, como si los hombres no tuviesen un único y suficiente Salvador
allá en lo alto. Debo decir que al recuperar nuestro templo, desgraciadamente
el anciano pastor Pablo Acosta falleció súbitamente de alegría, por un
fulminante ataque al corazón donde solo guardaba los Diez Mandamientos de
Dios y una gran ternura y misericordia para los hermanos pobres y
desvalidos. De allí en adelante, desde el año 2022 tomé yo la conducción de
nuestra iglesia Asamblea de Dios Pentecostal, nombrado por consenso de su
Consejo de Ancianos, y por la aprobación unánime de todos los hermanos en
Cristo, hasta ésta fecha en que escribo, ya pisando el año 2031.
La Caída del Imperio de las Virgenes 115
Destruimos sin piedad ni miramientos una caja recubierta de una fina lámina
de oro, donde dejaron olvidadas cientos de hostias fabricadas por la mano del
hombre, que milagrosamente se transformaban en las misas en el mismísimo
cuerpo de Cristo, las que tiramos a la basura junto con el valioso envase que
las contenía sin importarnos un ardite si eran consagradas o no, porque ya
estaban agusanadas al pasar mucho tiempo sin ser usadas.
No existe en la Biblia ni por asomo, ni da a entender, ni induce a tamaña
tontería, la fábula de la transustanciación tan idolátrica entre los católicos.
Idolatría, todo es idolatría en aquéllos que reemplazan por hostias salvadoras
a lo que estipula la Biblia: que solo la fe en Jesús nos salva de la condenación.
Derribamos los pilares que sostenían pequeñas fuentes de agua bautismal,
estatuas de Expedito y Cayetano, y cientos de “santos” que nunca conocimos
ni vimos jamás, como uno a cuyo pies estaba agazapado un perrito muerto de
hambre y frío, y otro que sobre un blanco caballo atravesaba con una lanza a
un temible dragón que arrojaba fuego por la boca.
¡Dios, como la consentida idolatría subrepticiamente hace entrar en las iglesias
cosas que repugnan a Dios porque su adoración desmerece y empaña su
divina potestad!
Cuando una iglesia es tomada por la paganismo, pierde su rumbo prioritario,
y entra en un estado de credulidad en tonterías desmedidas con fábulas y
mentiras que son tenidas por sagradas y ciertas por más que la Palabra de
Dios indique lo contrario. ¿Quién enseñó estas aberraciones a los católicos?
¿Para llegar a esto los apóstoles dieron sus vidas creyendo en el Señor, y hoy
su sagrada iglesia está en manos de un parásito papa que chupa la sangre de
sus fieles y enseña tonterías idolátricas antes que la Palabra de Dios?
También quemamos cientos de biblias católicas con sus libros apócrifos que
olvidaron en los armarios, que enseñan a orar y encender velas a los muertos
para librarlos del castigo de sus pecados, como si éstas estupideces fuesen más
fuertes y doblegasen la Divina Voluntad de Dios, y como si hubiese otra
oportunidad de salvación después de la vida. El Señor recompensa y el Señor
castiga, por nuestros comportamientos en vida.
La paz volvió a reinar en nuestro amado Santo Tomé, y nuestra iglesia empezó
a resurgir más esplendorosa que nunca, y no bien yo, pastor Gregorio
Velásquez, me hice cargo de su conducción, dos hermanos en la fe que
trabajaban en el cementerio cavando los pozos de los muertos, me trajeron
unos papeles escritos por el Hombre Fiel antes de morir, los que ocultara de
sus verdugos Almirón y Arbelaiz en el ruedo de su pantalón, y que
fortuitamente cayera al suelo antes de ser enterrado.
Ambos empleados municipales, Rito Vedoya y Juan Viera, ocultaron estos
documentos en un nicho vacío por miedo y temor de ser descubiertos con ellos
por la “Matercorps”, una carta apostólica de cuatro carillas dirigida a los
Hermanos Católicos Romanos de las Iglesias de Corrientes, Chaco, Misiones y
Formosa de donde era oriundo, tratando hasta su último aliento de apartarlos
de la infidelidad a Dios, conminándolos a que dejasen la asquerosa idolatría y
se salvasen siguiendo solamente al Señor Jesús.
La Caída del Imperio de las Virgenes 117
Cuando esta Epístola a los Hermanos Católicos estuvo en mis manos, tres años
después de la muerte de quien la escribiera y guardada celosamente dentro
del nicho, noté que la componían cuatro hojas de papel oficio, las que en sus
costados tenían ciertos trazos bruscos y burdos como si fueron hechos para
hacer correr o salir la tinta del lapicero, y para cualquier ojo desatento pasarían
por simples rayas practicadas antes de escribir con una birome defectuosa.
Estos trazos los relacioné inmediatamente con una Biblia en arameo antiguo
que cierta vez me regalara un rabino que vino a visitar nuestra iglesia,
guardada en mi biblioteca sin saber leerla. Comparando los trazos y signos del
costado de la Epístola con ella, me di cuenta que era un mensaje secreto dado
por el Hombre Fiel antes de su ejecución. No sabéis qué trabajoso y agobiador
fue para mí buscar un signo, una palabra determinada en la biblia rabina, para
luego pasar a la castellana mía, escrutar minuciosamente capítulos y versículos
hasta lograr desentrañar el posible significado de cada oración.
Has de saber que el arameo antiguo, tiene menos letras que el castellano,
además de carecer de género y artículo, pero según la altura, y la posición
dentro de un contexto sin renglones, guías ni indicios como acentos, comillas
ni corchetes, pueden significar una u otra palabra similar.
Hay que agregarle además, que el arameo se escribe de derecha a izquierda, y
a veces de abajo hacia arriba, y que tambien el grosor del trazo puede tener
diferentes significados según sean finos o gruesos al salir de la pluma que se
apoya con mayor o menor presión sobre el papel. Al carecer la lengua aramea
de consonantes y género, hace que se dificulte grandemente su traducción, y
así por ejemplo, es como si en español nos encontráramos escrito "lbr", y
tuviéramos que decidir si dice "libro", "libre", "libra", "librar", "liebre", "albor",
"albur", "albura", etc. A todo esto hay que sumarle la complicación de que en la
lengua semítica estaría escrito "rbl" y no “lbr” como en el castellano.
En definitiva, la palabra justa o correspondiente solamente se descubre a
través de la concordancia con la palabra anterior y la siguiente.
Por todo ello, el común de los judíos de tiempos evangélicos eran analfabetos,
ya que los escribas guardaban celosamente la gramática de la lengua para
cobrar a la gente altos precios por redactar una carta o bien por ser leídas.
Sin decir nada a nadie, trabajé hasta altas horas de la noche buscando la
relación o semejanza de cada trazo, sacando de la Epístola casi cuarenta
vocablos del arameo antiguo con el que hablaba Jesús, que traduje a nuestro
idioma gracias a mi Biblia castellana, tras unos seis meses de paciente labor.
Una vez que logré extraer los vocablos referidos, trabajé luego otros dos meses
acomodando cada uno de ellos a fin de formar una frase u oración inteligente,
ya que estaban dispersos sin orden ni correlación en el original, pues el
Hombre Fiel las escribió salteadas e incongruentes, seguramente para engañar
a quien tuviese algún conocimiento del arameo.
Disponiéndolas convenientemente, vine a formar un mensaje o profecía final
después de muchas otras que invalidaba por no tener sentido, y
considerándola razonable y de acuerdo con la Biblia, lo que escribiera el
Hombre Fiel a mi entender resultó ser lo siguiente:
118 La Caída del Imperio de las Virgenes
Otras nos corrían con cuchillos, tijeras y palos de amasar, golpeando nuestras
espaldas con martillos de cocina y tacos de zapatos.
Y aquéllas que aceptaban a Jesús como su único y suficiente Salvador, les
ordenábamos que con sus propias manos arrojasen al suelo toda imagen de
María, del Gaucho Gil y del mismísimo Jesús, ya que el pecado radicaba en la
veneración de los íconos y no en lo que representaban.
Por ésos años, el original de la Epístola a los Hermanos Católicos me fue
sustraída de mi escritorio por el hermano López, de quien antes hice
referencia, junto con algunos dineros de los diezmos, abandonando nuestra
iglesia para después levantar indignamente otra propia donde se coronó por sí
solo Pastor de Pastores y Vicario de la Voluntad de Dios.
Los gastos demandados para levantar su propio templo los consiguió
vendiendo a un elevado precio el original de la Epístola a los Hermanos
Católicos a la famosa escritora local Reneé Soto del Castillo, que también
integraba el Cuerpo de María Santísima, con la cual escribiera su famosa
novela “El Imperio de las Vírgenes” allá por finales del 2025, recibiendo
muchos premios internacionales y merecida fama de excelente escritora.
Permitidme ahora que os detalle en qué mundo vivíamos antes que se
cumplieran las profesías del Hombre Fiel, para que veáis que los
acontecimientos que sucedían en la faz de la tierra colmaron y enfurecieron al
máximo la paciencia de Dios.
Por empezar, el ejemplo más indigno y asqueroso que destruía la pureza y
potestad de Dios, sus Mandamientos y el Sagrado Orden natural con que
hiciese al mundo y la rectitud de los hombres, es que se hizo cotidiano y
común el casamiento entre homosexuales y lesbianas dentro de la sociedad, en
un principio solamente por civil, lo que se formalizaba en horarios ilógicos,
como antes de la medianoche o en los amaneceres, habilitando un juzgado sin
concurrencia de público ni publicidad alguna.
Como muchas provincias de nuestro país se negaban a formalizarlos, y otras
pocas lo permitían, los contrayentes se veían obligados a viajar buscando un
juzgado civil donde pudieran llevar legalmente a cabo estas aberrantes
uniones, como en Tierra del Fuego por ejemplo.
Una vez conseguido el acta y la libreta de casamiento, los esposos procuraban
formalizar el matrimonio ante Dios, como si estuviese de acuerdo con tamaña
aberración, y comenzaban a peregrinar de iglesia en iglesia para llegar hasta el
altar y ante un sacerdote que los casara religiosamente con la bendición del
papa. Fue así que estos casamientos repulsivos fueron permitidos y
bendecidos por la iglesia anglicana primeramente y mas tarde por la católica, a
fin de recibir las cuantiosas sumas que cobraban por semejante unión eterna
ante los cielos. Y lo asqueroso del caso es que las nombradas iglesias permitían
con anuencia del papa y los obispos, o sin ella, que algunos sacerdotes llevaran
a cabo éstos casamientos amorfos frente al mismo altar y con la supuesta
bendición de Dios.
Repetitivamente veíamos en vivo y en directo los casamientos homosexuales
gracias a la televisión sin saber si todo era chabacanería o cosa seria.
120 La Caída del Imperio de las Virgenes
21Isla de Lesbos, de donde proviene el término lesbiana, por ser el lugar donde las mujeres
realizaban sus perversiones sexuales. Allí vivió Safo, poetisa que escribía poemas a las mujeres.
122 La Caída del Imperio de las Virgenes
23 Horacio (65 a.C.-8 a.C.), poeta lírico y satírico romano, autor de obras maestras de la edad de oro
de la literatura latina.
24 (Levítico20:13)
La Caída del Imperio de las Virgenes 125
También, para desviar sospechas, el padre Grassi retiraba del albergue a dos o
tres menores los fines de semana, y llevándolos a otras provincias en su lujoso
auto, los hospedaba en cuartos de hoteles en los que daba rienda suelta a su
degeneramiento y libertinaje, penetrándolos o haciéndose penetrar por los
adolescentes de vacaciones.
Este sacerdote que manejaba millones de pesos en donaciones para invertirlos
cristianamente en el albergue “Felices los Niños”, teniéndolos al alcance de su
mano sin otra autoridad ni vigilancia que la suya y no las de sus superiores ni
las de los padres de los menores, que para su lujuria construyó un lujoso
cuarto cercano a sus dormitorios, que compró un moderno auto para llevarlos
a hoteles de lujo de otras provincias, tenía como regalo del cielo la excusa
exacta y los medios justos para depravar a los inocentes que cayeran en sus
redes, o sea su gran caridad y los muchos dineros donados para llevar a cabo
su degeneramiento.
Detrás de las buenas obras, siempre suele esconderse el Diablo.
Va contra la Sagrada Escritura que los religiosos tengan bienes.
Este sacerdote que visitaba grandes empresas televisivas y programas de
comunicación pidiendo dineros para su obra de beneficencia, ocupándolos
después para las telarañas y maquinaciones de sus degeneramientos, cada vez
que entraba a los tribunales que lo juzgaban se abrazaba católicamente a una
estatua de María que en su puerta estaba, y derramaba ríos de lágrimas entre
sus faldas, pidiéndole que lo sacara de la confabulación que le tendieran los
envidiosos de su obra, y la muchísima concurrencia católica aplaudía a rabiar
viendo tanta fe puesta en la Madre de Dios, lo que demostraba
fehacientemente su inocencia.
Así también le fue.
Para su defensa hizo ingresar ante los estrados a cuatrocientos “testigos de
honor” cuyas tediosas declaraciones llevaron a perder años en la concreción del
veredicto, ya que eran buenos católicos que no aportaban ni agregaban prueba
alguna, y solamente pasaron frente al juez para declarar que el padre Grassi
era indudablemente inocente por cuanto su rectitud y bondad muy bien
conocían de muchos años atrás.
No sabían que detrás de la cruz, así como de las buenas obras, suele
esconderse el diablo.
Pero no le sirvió de nada, pues lo mismo haría cualquier famoso cantante o
futbolista idolatrado que ordenara a sus fanáticos declarar sus virtudes y
bondades visibles y no sus bajezas y mañas ocultas ante un juez.
Sin embargo, la Justicia no fue rigurosa con el Padre Grassi, que mereciendo la
pena de treinta años solicitada por la fiscalía, apenas fue condenado a quince
años de prisión, con un sinnúmero de privilegios y permisiones que le
favorecían, como cumplir su pena en domicilio, presentarse una vez por mes a
las autoridades, no hablar con niños, no salir del país, vivir en una casa
frentera a la fundación, ser acompañado en todos sus actos por una persona
mayor que él designara, etc., como si esas cosas fuesen un castigo antes que una
bendición dada a las depravaciones cometidas y probadas.
126 La Caída del Imperio de las Virgenes
En este último caso, extrañaba a los vecinos que siempre veían en la casa niños
pequeños jugando en la vereda, pero a ningún hombre del que pudiera
presumirse ser el padre. Las hijas que fornicaban con el padre, en la violentas
peleas que éste tenía con su esposa, extrañamente defendían al progenitor con
uñas y dientes, lo cual es un patrón corriente en estos amores incestuosos entre
padre e hija. Los dos despreciables sujetos fueron condenados a una
severísima pena, pero por tener ambos más de setenta años, al poco tiempo
volvieron a sus casas con arresto domiciliario como si nada hubiese pasado.
Y más cerca a nuestro entorno, Santo Tomé tampoco quedaba atrás en éstas
aberraciones, ya que el pediatra Dr. Carlos “Negro” Villegas director del
hospital, presidente del Concejo Deliberante, jefe zonal del Ministerio de
Salud, presidente del Partido Radical y profesor de la facultad de medicina
Barceló, un aciago día para quienes lo queríamos cristianamente fue
denunciado por su hija ante la Justicia manifestando que desde los once años
hasta los ahora veinticinco que tenía, su padre había abusado de ella
sexualmente. Y no conforme con eso, lo acusó también de haber manoseado a
su hijita de cinco, o sea a su propia nieta, por la cual causa se veía obligada a
denunciarlo. Días después, a punto ya de librarse la orden de captura, el Dr.
Villegas huyó a la vecina república del Paraguay no sin antes jurar y perjurar
en los medios radiales y televisivos que era una absurda venganza de su
exesposa, madre de la denunciante, por haberse separado de ella y casado con
otra mujer más joven, y traer al mundo nuevos descendientes.
No sabéis el dolor que sentimos los que bien queríamos al popular Dr.
“Negro” Villegas cuando salieron a luz los pormenores y detalles de la
acusación, y los que fuimos sus amigos lloramos por sus pecados con dolidas
lágrimas de tristeza y congoja, aunque también salió a la palestra la bajeza de
algunos de sus más íntimos allegados, correligionarios y amigos, o locutores
de baja estofa que frente a cuanto micrófono o cámara lo pusiesen, denostaban
y escupían su baja condición de pederasta y de vil degenerado, antes de ser
juzgado y condenado, por dar la impresión de ser ellos impolutos y sin pecados,
o por ganar audiencias, o políticos que querían recoger para sí unos dos mil
votos con que contaba la sola figura del acusado dentro del electorado
santotomeño.
Los que lloramos por él, quisimos ver en la denuncia de la hija dos o tres fallas
o errores que no podíamos congeniar, como ¿por qué dejar pasar quince años
de martirios para denunciarlo? ¿Por qué habiendo cinco hermanas atacó a una
sola, rompiendo el patrón que siguen los padres incestuosos de abusar de todas
sus hijas, y aún de los varones? ¿Puede el gran amor de un padre por su hija, y
viceversa, transformarse en un amor incestuoso consentido?
En realidad las lágrimas que derramamos por el pecado del buen doctor
impedía que viésemos la violenta división que se generó en su favor o en su
contra y que mantuvo en vilo al pueblo con opiniones encontradas de
culpabilidad o inocencia, como tampoco jamás sospechamos el amor
incestuoso que se formara por muchos años entre hija y padre, al parecer
consentido por ambos, y sin duda por los miembros de la familia.
128 La Caída del Imperio de las Virgenes
25 Renum illius testis est Deus, et cordis illius scrutator est verus. (Sabiduría)
130 La Caída del Imperio de las Virgenes
De todos los casos nombrados, ni uno solo dejara de ser fanático del culto a
María, y fervorosos partidarios de procesiones detrás de la madre celestial
antes que del Hijo.
Todos ellos veneraban en sus casas estampitas de María, del Gauchito Gil, de
San Expedito o de Santa Gilda, que si tuviesen antes una Biblia en la mesita de
luz les sería mucho más provechoso que la idolatría que profesaban a sus
patronos celestiales.
En infinitos programas católicos se incentivaba por radio y televisión la
mariolatría antes que la sumisión única y verdadera hacia Jesús el Salvador.
El pueblo católico todo adoraba al papa antes que a Dios, teniéndolo por más
sagrado e infalible que a quien le trajese dos mil años atrás la verdadera
salvación, mediante el sacrificio de su sangre.
El éter de Santo Tomé se degeneró con la instalación de una repetidora de
Radio María, cuya sede estaba en la ciudad de Córdoba, y que enturbiaba la
palabra de Dios con rosarios, cánticos y rezos continuos hacia los infinitos
santos cuyos onomásticos festejaban diariamente y tras los cuales llevaban al
pueblo a los infiernos.
El rosario a María se entonaba casi sin descanso las veinticuatro horas del día,
haciendo hincapié en su eterna virginidad y su concepción sin pecado, lo que
echaba por la borda la pasión de Cristo con cuya sangre trajo la expiación del
pecado original de Adán y Eva que manchó a todo el género humano sin
excepción.
Recalcaban constantemente la bula de Pío XII de 1950 que promulgaba como
dogma de fe la afirmación que al final de su vida la madre de Jesús fue llevada
en cuerpo y alma al cielo.
“Y si alguien, y Dios no lo quiera, se atreve a negar lo que hemos definido o a
dudar de ello, sírvase saber que ha apostatado y se ha apartado por completo
de la divina fe católica”- finalizaba la maldita bula.
Cambiando aviesamente los términos “adorar” por “venerar”, y “perdonar” por
“absolver” la iglesia católica llevaba al crédulo hacia la más baja y pura
idolatría sin que acertara a despertarse y echar al fondo del mar sus erradas
fábulas y creencias, y en los confesionarios se perdonaban pecados a granel
como si fuese un almacén de ramos generales, a cambio de ofrendas y
donaciones.
Desde la luz de la Biblia, todo estaba mal en la iglesia católica: se le daba una
desmedida importancia a María como Salvadora de los hombres, se enseñaba
la adoración o veneración de estatuas e imágenes como intercesoras con
mayores capacidades que Nuestro Señor Jesús, se bautizaban niños que no
tenían noción del pecado ni del Salvador que los limpiaba.
La iglesia católica no solamente bautizaba a los niños, sino que cientos de
sacerdotes alrededor del mundo los violaban y degeneraban sin castigo
alguno, y en éstos días en que escribo, el papa Benedicto XVI se niega a
declarar a la prensa porqué se protege a los curas pederastas alojándolos en el
mismísimo Vaticano con una función administrativa para quitarlos de las
garras de la justicia de sus respectivos países.
132 La Caída del Imperio de las Virgenes
Obispos y sacerdotes había dentro de las sagradas paredes del Vaticano, que
solitarios en sus cuartos hacían una vida de reflexión y oración, esperando ser
perdonados por el abuso de cientos de niños ciegos, sordomudos, o
discapacitados que fueron vejados por éstos representantes de Dios en la
tierra.
Entre éstos protegidos del papa, estaban el padre Marcial Maciel, que violara
en México a niños discapacitados, y un hermano, primo o pariente de
Benedixto, que violara a más de doscientos niños dentro de su santa y divina
vida pastoral.
La iglesia no descansaba pergeñando nuevas fábulas de estúpidos mensajes
venidos supuestamente de la virgen, dirigidos solamente a los católicos
idólatras, y ausentes e ignorados en los seguidores de Cristo. Con nosotros los
cristianos evangelistas, la virgen jamás se metía, ni con apariciones ni con
estúpidos mensajes y la manteníamos alejada de toda idolatría creyendo
solamente en el Señor Jesús, nuestro único y suficiente Salvador.
Esta bendición llevaba a los creyentes a adorar, idolatrar y venerar solo al
Señor, y no a hombre o mujer alguna bajo los cielos, muy de acuerdo con las
Escrituras Sagradas. Y esta anomalía de ocultar y tapar a Dios y sus
Mandamientos con la imagen de María que todo perdona y nos cuida, con
rosarios y procesiones tras santos y patronos, daban como resultado el
aumento de crímenes, robos, degeneraciones, depravaciones y cuanto acto
despiadado e inhumano se pudiera imaginar, pues todo delito era factible de
ser perdonado por un sacerdote, aún contra la voluntad de Dios.
¡Ah, si todos los hombres del mundo tuviesen solamente a Jesús en su corazón
habrían aprendido sus palabras santas cuando dijo “no hagáis a otros lo que no
queréis que os hagan a vosotros.”!
Los ancianos eran salvajemente golpeados por jóvenes rebeldes o drogadictos
para robarles sus pertenencias, y a veces por un billete de poco valor, por un
reloj o una campera, asesinaban despiadadamente a una abuela o a un abuelo,
o a ambos. Estos repetitivos acontecimientos asquerosos y repulsivos que
florecían día a día en nuestro país y en nuestro pueblo, se encimaban con
desconocidas enfermedades provenientes de países antípodas, transmitidas
por mosquitos, perros, aves, chanchos y monos, o por bacterias que flotaban
libres en el aire, azotando a un mundo sin rumbo ni guía espiritual por falta de
instrucción bíblica. Todo esto, vejaciones, depravaciones, pestes e idolatrías
desparramadas por doquier, nos dio a todo el Concejo de Ancianos y Pastores
Evangelistas la certeza de que pronto vendría el Señor a arreglar estas
aberraciones y desgracias emanadas de la idolatría y la mariolatría que
apartaban al hombre de Dios y lo degeneraban subrepticiamente, como había
profetizado en su mensaje el Hombre Fiel momentos antes de ser asesinado.
Y llevado por ése puro y único sentimiento de alabar solamente al Señor, y
hacer conocer su Palabra, termino diciendo a quien leyera estos relatos,
algunas verdades que los católicos ignoran o les fueron cambiadas por
mentiras, sacadas de la Biblia que tengo al alcance de la mano sobre el pupitre
en que escribo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 133
CAPITULO I
I
El Mesiahj o la Parusía
Aquélla cálida mañana de primavera, antes que el astro rey dejase ver su rubio
rostro tendiendo lánguidamente sus dorados cabellos sobre la cima de los más
altos edificios y sobre las copas de los más elevados árboles santotomeños
para teñirlos de la diáfana blancura con que clareaba el nuevo día, infinitos
pajaritos trinaban estridentemente saltando inquietos y felices de rama en
rama, mientras que grupos de alegres estudiantes secundarios transitaban por
las veredas de la ciudad rumbo a la sabiduría y educación que les brindaban
los colegios y las escuelas de portones abiertos de par en par, cuyas aulas
impacientes esperaban que llegasen. Los jóvenes cuando quieren aprender,
solo se nutren de sus mayores, de aquéllos profesores que son díscolos y
cargosos de soportar, pero que con pocas palabras pueden explicar fácil el
teorema de Pitágoras o las mareas producidas por la luna, y de estos sabios
estaban llenas las aulas de la ciudad de Santo Tomé.
No muchos años atrás, ésta no contaba con más de dos colegios secundarios
estatales, y hoy, corriendo ya el año 2033, habían más de ocho casas de
estudios secundarios gracias al afincamiento de algunos privados como el
Colegio “Siglo XXI” y de otros varios católicos de primera línea logrados por
gestiones del padre Buendía ante el Ministerio de Educación en las más altas
esferas del gobierno nacional.
A todo eso, debía agregarse la instalación en Santo Tomé de la Facultad de
Medicina Barceló, la Facultad de Abogacía del Noreste y la Escuela de
Tecnicatura de Nivel Terciario, que la transformaron en un hormiguero de
estudiantes procedentes de distintas partes de país, pasando a ser la ciudad
otra Córdoba universitaria.
Veíanse los correctos e impecables uniformes marrones de la escuela Normal
como un enjambre de mariposas revoltosas que avanzaba imparable por las
veredas, con el particular murmullo de las bulliciosas bromas y chacotas que
son las monedas corrientes de la juventud, y que más se gastan y disfrutan del
divino tesoro que contamos en la época dorada de los alegres años de
estudiantes secundarios.
Los alumnos del colegio Industrial con sus uniformes azules y corbatas
celestes, desde muy temprano se desplazaban alegremente en francas
conversaciones de teoremas y cálculos matemáticos, chacotas juveniles,
chistes, empujones y alegrías propias de los adolescentes que van camino a la
sabiduría de las magnas aulas.
Otros, alumnos del colegio privado “Siglo XXI”, de relucientes e impecables
uniformes verdes, desfilaban camino a la cultura de sus aulas, cruzándose a
veces con los diversos grupos del colegio Polimodal.
El resto de la ciudad aún dormía en la apacible quietud que emana de los días
calmos y tranquilos, comunes y cotidianos de Santo Tomé, y el tránsito en sus
calles era casi nulo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 135
Llevaba una larga túnica blanca a la manera judía, atada por la cintura con dos
vueltas de una fina soga de sisal, los pies calzados con sandalias de cuero de
las llamadas franciscanas, y colgado de una fina cuerda sobre sus hombros,
una pequeña bolsita que se bamboleaba en su cintura, al parecer con dineros
para sus gastos.
Sin embargo, no estaba sucio ni desaliñado como un pordiosero o un hippie:
todo en él emanaba limpieza y pulcritud.
No parecía estar enfermo ni herido, pues su caminar firme y erguido
demostraba todo lo contrario, pero sí se lo podría tener, por su vestimenta, por
uno de ésos locos que periódicamente abandonan hospicios de pueblos
vecinos en el nuestro, trayéndolos en una ambulancia en los amaneceres hasta
la entrada, por no tener la carga de cuidarlos y alimentarlos con su patrimonio
propio. No parecía venir de una fiesta de disfraces, pues su rostro denotaba
más preocupación y enojo antes que alegrías, detrás de una tupida barba y
bigotes, y frondosos cabellos castaños que caían en ondulantes melenas sobre
sus hombros.
Semejaba a uno de aquéllos locos inofensivos y delirantes a quien disfrazaron
con una sábana blanca sin marcas delatoras de procedencia, con unas cuerdas
atadas a la cintura a manera de cinto, y sandalias de cuero de algún monje
caritativo, para luego abandonarlo en la entrada de nuestro pueblo donde
costoso sería para el erario del Hospital Bautista su mantenimiento,
alojamiento y remedios si los necesitara.
Sin embargo, el hombre resplandecía de pulcritud y aseo, y más bien se podría
decir de él que irradiaba una luz límpida y diáfana no solo de la ropa que lo
vestía, sino de su cuerpo entero.
Era como si una luz divina saliera desde su interior, desde su alma, y
atravesase la piel para luego fluir por sus ropas.
Sus vestiduras dejaban ver los talones limpísimos de sus pies a cada paso que
daba, cubiertos por las finas tiras de cuero de su rústico calzado.
Miraba a lo lejos como buscando un edificio o un lugar determinado que
seguramente tendría que ser elevado, pues su vista se dirigía hacia lo alto del
horizonte, por encima de los árboles y techos de las viviendas circundantes.
El tránsito era aún pobre y escaso ya que el sol recién asomaba por encima del
río Uruguay, quince cuadras más adelante, y la claridad que daban sus
dorados rayos lamían apenas los más elevados edificios y las copas de los
árboles de mayores alturas.
Como caminaba displicentemente por el medio de la calle, daba indicios de
estar indudablemente loco, y los escasos autos que transitaban se desviaban
hacia un costado para pasarlo, tocándole unos estridentemente las bocinas y
otros retándole con el puño en alto fuera de la ventanilla:
-¡Sal de la calle, loco!- le gritaban.
Mas el de la larga túnica hacia caso omiso a las recriminaciones y al peligro de
ser atropellado a que se exponía por propia voluntad. Su preocupación era
otra, encontrar el lugar determinado que viniera a buscar o quizá conocer,
como si fuese un simple turista detrás de monumentos o lugares históricos.
La Caída del Imperio de las Virgenes 137
Verlo caminar tan displicentemente con sus autoritarios y seguros pasos, con
la lacia cabellera besándole suave los hombros, su ondeante túnica blanca y las
sandalias que mostraban sus blanquísimos talones, daba la impresión de ser
un personaje hebreo salido de la época de Josefo,26 allá por los primeros años
de nuestro calendario gregoriano.
Caminaba el hombre por el medio de la calle sin dar mucha importancia a los
autos que lo desviaban para no atropellarlo, sin hacer caso del peligro que
tenía a sus espaldas, ni a los insultos que le prodigaban, acercándose a la
terminal de ómnibus que estaba ahora a unas dos cuadras más adelante,
después de haber recorrido ya unas tres anteriores de esta peligrosa manera y
con gran suerte de seguir ileso.
Mientras, a sus espaldas, en los comienzos de la calle por la que caminaba, un
enorme camión frigorífico de casi treinta metros de largor, ingresaba a la
ciudad por la misma vía, echando su caño de escape feroces rugidos que
hacían estremecer el ambiente, expulsando negros humos que ascendían a los
cielos.
Al parecer, el conductor estaba con mucha prisa pues las dieciocho ruedas del
pesado camión giraban vertiginosamente sobrepasando los cincuenta
kilómetros por hora, sin importarle un rábano ni cuidarse de estar ya en una
zona céntrica de la ciudad.
No era para menos, pues buena parte de su carga de diez mil kilos de
mercaderías congeladas, debían ser descargadas en el supermercado “La
Bomba” de los hermanos Storti, antes de las ocho de la mañana.
De allí en adelante, el camionero debía aprontarse para salir de la ciudad antes
que los inspectores de tránsito de la municipalidad le labraran una multa por
descargar en horarios no permitidos, que la empresa no reconocía, y por
tacaña, el monto de cualquier infracción lo descontaban siempre de su salario.
En pequeñas cuotas mensuales, pero le descontaban el total de la multa, como
estipulaba el contrato de trabajo que firmara con la empresa.
Así que su apuro estaba bien justificado: debía bajar tres mil kilos de pollos
congelados, enteros o desmenuzados en muslos, patas, alas y carcasas antes de
las ocho de la mañana, y fuera mejor que nadie atrasara el rápido andar de su
camión frigorífico de treinta metros de largura y dieciocho enorme ruedas.
********************
26El historiador judío Flavio Josefo, que vivió aproximadamente entre el año 37 y el 100, y que
escribió en griego la Guerra Judía en siete libros, las Antigüedades judaicas en veinte, una corta
autobiografía y una defensa de la raza judía, Contra Apión, es la máxima fuente (por no decir la
única) de la historia de Palestina en el siglo I de nuestra era.
138 La Caída del Imperio de las Virgenes
II
Historia del Doro
27 El hijo necio es carga para la madre y vergüenza para el padre. (Sabiduría 10, 1)
La Caída del Imperio de las Virgenes 139
La mayoría de las veces se la daban, ¡quién podría negar algo al Doro!, no para
estafarlo en su inocencia haciéndole perder treinta vacas de su capital a
cambio de una simple hamburguesa, sino por el olor a orín que despedían sus
pantalones que a veces incomodaban a los clientes que estaban sentados en las
mesas de la vereda. Había abandonado ya la ocurrencia de ir a Corrientes a
estudiar “dientistería” y el progreso que trajo a la ciudad el eficiente intendente
Víctor Giraud desde el 2010, y anteriormente Carlos Farizano, con pavimentos,
veredas, luces, paseos y plazas públicas, hizo que los terrenos desocupados en
que se metían y levantaban ranchos los pobres, fuesen desalojados a la fuerza
por sus verdaderos dueños, quienes después levantaban majestuosas casas
similares a palacios al borde del río. Uno de los primeros terrenos que desalojó
la Justicia fue el rancho del Doro, que se vio echado violentamente a la calle
con la promesa firme y verdadera de los políticos de la época que cuando
hubiese una casita de barrio desocupada, sería para él, lo que se concretó
muchos años después de la promesa. Entonces, con casi cuarenta años a
cuestas y muerta ya su madre, el Doro empezó a vagar por la ciudad, viviendo
de limosnas y de la caridad de los vecinos santotomeños que le vestían y le
calzaban cristianamente. A veces vivía como hijo adoptivo en casa de una
familia pudiente por muchos meses, bien vestido y alimentado, pero después
de un tiempo se cansaba de estar en un mismo lugar, y se cambiaba a otro que
también le acogía cristianamente. Y hasta el día de hoy, el Doro, sin tener
todavía ninguna propia, tenía muchas casas ajenas para vivir, pues nadie le
negaba un viejo depósito de herramientas en el fondo del patio donde pudiera
dormir cómodamente, un galpón abandonado, un taller mecánico donde vivía
dentro de un auto desarmado, en un club deportivo, o en un estadio de fútbol
donde en los vestuarios le tendieran un colchón y una frazada.
Otro detalle ínfimo que no podemos pasar por alto es que en su medio siglo de
vida, el Doro jamás tuvo relaciones sexuales con ninguna mujer o bestia, y si
bien era tan santo como un sacerdote, era superior a cualquier obispo porque
por lo menos era célibe.
Sin haber entrado jamás a una iglesia, sin que tuviese una religión
preferencial, sin haber leído jamás la Biblia, ni ser instruido en los Diez
Mandamientos de Dios, el Doro nunca había hecho daño a nadie, ni robó una
tuerca del lugar donde lo alojaban, ni murmuraba ni codiciaba nada de los
demás, ni mató un pajarito en su vida, y sin ser cristiano bautizado esperaba
impaciente que su padre regresara a darle una vida nueva.
El no lo sabía, pero su padre ya había vuelto a la ciudad, y en esos precisos
momentos, lo buscaba afanosamente.
**************************
142 La Caída del Imperio de las Virgenes
III
El caminero deshonesto
Antes del amanecer, en las afueras del pueblo, allá en el barrio Mejoral de la
usina, por la ruta que entra a la ciudad de Santo Tomé viniendo de Libres,
vertiginosamente se desplazaba el enorme camión térmico de la firma
entrerriana “Noelma” cargando aún un saldo de unos diez mil kilos de pollos
congelados enteros y en presas, cuyo largor superaba los treinta metros y los
dos mil caballos de fuerza, con sus dieciocho ruedas girando alocadamente
rumbo a la cercana Capital del Folklore Correntino. El camionero sabía que lo
de Capital no era cierto, pues conocía cientos de pueblos que con más
inteligencia hacían festivales muy superiores a los de Santo Tomé.
En lo alto de la cabina, sobre su techo, descansaba un poderoso compresor que
funcionaba independiente al motor del camión, que a través de finos caños de
bronce proveía el frío polar a la cámara térmica de veinte metros de largor,
para conservar los pollos tan congelados como si fuesen una piedra de hielo.
A ambos costados del compresor, dos largas y vistosas bocinas niqueladas en
forma de corneta pedían paso, una en tono agudo similar al de una sirena de
ambulancia, y la otra con el grave mugido de una vaca, que el chofer de su
propio bolsillo las había comprado e instalado, siendo por lo tanto de su
propiedad y no de la empresa, con la ilusión de que cuando tuviese su propio
camión para hacer fletes por su cuenta, sin depender del sueldo de nadie, ya
tendría las bocinas que le gustaban. Los pollos congelados debían ser
descargados antes de las ocho de la mañana en el supermercado “La Bomba”
de la avenida Brasil, su único cliente y distribuidor exclusivo en Santo Tomé,
no toda la carga por supuesto, porque la capacidad de las cámaras con que
contaba el comercio no alcanzaba para guardar más de tres mil kilos, y el resto
era para proveer a las localidades de Virasoro, Liebig y Apóstoles antes del
mediodía. Esto de no tener el comercio una cámara frigorífica con mayor
capacidad, y como se proveía de pollos solamente una vez por semana, traía
aparejado que el supermercado quedase sin el producto cada fin de semana,
desde el viernes hasta el siguiente martes en que se reponían.
Muchas veces el camionero hizo notar ésta anomalía a sus dueños, pero nunca
le hicieron el más mínimo caso, y ahora urgía dejar el pedido cuanto antes
para continuar el viaje de reparto por la zona, y con buena suerte a favor, a
medianoche podría estar llegando nuevamente a su Villa Elisa natal, Entre
Ríos, para descansar en su casa y junto a su familia.
El enorme y obeso camionero, apoyaba su voluminoso abdomen sobre el
círculo del volante, como si fuese una manta de sebos y grasas que lo tapara, y
sus robustas piernas, dos enormes columnas jónicas de carnes y gorduras,
descansaba una suavemente sobre el embrague sin hundirlo, mientras que la
otra imprimía furiosa más velocidad al motor, aplastando con fuerza el
acelerador que lo hacía rugir diabólicamente.
Su voluminoso trasero y las carnes fofas de su cintura que se desparramaban a
sus costados ocupaban casi la mitad del amplio asiento enterizo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 143
Su estómago semejaba a una gran bodega donde se añejaban vinos por poco
tiempo.
- Menos mal que en éste viaje no me acompañó la patrona ni me encimó
a los gurises que tenían que estudiar, porque la bruja me marca
meticulosamente los pasos que doy y las bebidas que me tomo, y adiestra a los
chicos que vigilen y tomen nota de todo lo que hago durante el recorrido. Si
supiera que me patiné trescientos pesos en el kilombo, en vez de dárselos a
ella, me mata. La vida es así, se la disfruta o se la llora. Y por otra parte, a la
empresa en nada perjudica que este pobre obrero dilapide unos pocos dineros
echándose una canita al aire. Bah, para ellos es una plumita al aire, porque
estos explotadores están faenando más de treinta mil pollos diarios y ganan
con estas aves roñosas una fortuna inalcanzable para nosotros sus tristes
empleados. ¡Ja, patrones explotadores, mientras decapitáis a inocentes pollos,
vuestro peón se enredó entre las piernas de tres bellas polluelas! ¡Quién le
quita lo bailado a éste pobre obrero!-
Se rió al hacer la necia comparación entre una canita al aire del sufrido obrero
y una plumita de pollo de la parte patronal.
Raudamente atravesó la primera avenida de Santo Tomé, la de las Américas,
hasta llegar al primer semáforo del pueblo, que le dio paso libre al estar
pizcando solo con la luz amarilla intermitente.
Torció entonces el enorme camión hacia la izquierda, bajando raudamente la
empinada cuesta de la calle Alvear hasta llegar a la arteria principal de la
localidad, la San Martín, y torciendo a la derecha se metió directo buscando el
centro comercial del pueblo, persiguiendo la calle Brasil que ocho o nueve
cuadras más adelante la atravesaba de norte a sur, y en la que se ubicaba el
supermercado “La Bomba” donde debía descargar gran parte de su congelada
mercadería.
Miró el reloj del tablero que indicaba las siete y quince de la mañana, y viendo
ya el sol levantarse en lontananza, con su fornido brazo bajó el quitasol del
parabrisas para que no lo encegueciera, y de puro contento por el éxtasis que
le brindaran las prostitutas en la noche pasada, comenzó a cantar ¡Oh sole mío!
para halagarlo, en tonos tan desafortunados que si Enrico Carusso lo
escuchara, volvería gustoso a morirse.
Jamás imaginó el obeso camionero que éste sería el último día que sus ojos
verían al astro rey y la última mañana que cantara tan desafinadamente en su
honor.
*********************
La Caída del Imperio de las Virgenes 145
IV
El padre Benetti
Rogó a María Madre que el viejo decrépito del Obispo aún durmiera.
El padre Benetti siempre tenía la cara limpia y reluciente como un Moisés
bajando del Sinaí, y los cabellos mojados y bien peinados como si se bañase
veinticuatro veces en el día. Su cuerpo santo, aún antes de muerto, ya
despedía fragancias de flores y perfumes constantemente.
Pero la causa de ello no era el aseo extremado y enfermizo, sino otra, ya que
constantemente se lavaba la cara y mojaba sus cabellos que después peinaba
con lociones y perfumes simplemente para que no detectasen las bebidas que
ingería ni el alcohol de su aliento, ni descubrieran en sus ojos las noches que
pasaba sin dormir metido de lleno en los tres hermosos vicios que dominaban
su alma, a cuyos deseos siempre caía vencida su débil voluntad.
Sus pecados, digo, se reducían solamente a tres, sin saber él mismo cuál era el
orden de importancia de cada uno, ni cuál de ellos era el menos grave o cuál el
más benigno, si cabe el término benigno para un vicio.
El primer vicio era el de ser un jugador de cartas empedernido, y no había
garito, casino, tugurio o club de mala muerte en donde no hubiera jugado al
pife o al truco hasta el amanecer, en una mesa de paño verde bajo la luz de un
foco de mala muerte que se perdía entre los humos de cigarrillos que flotaban
en el aire. Podía jugar sin descansar dos o tres días seguidos, si no fuera por el
control desmedido que le hacía el obispo Santillan revisando por las mañanas
su cuarto en la Catedral, por ver si en la noche durmiera en su lecho o no.
Por suerte, el obispo acostumbraba salir de su blonda cama del Obispado, a
dos cuadras de la Iglesia, pasadas las diez de la mañana. De hecho, en Semana
Santa era muy difícil encontrar al padre Benetti en la iglesia, y más bien había
que buscarlo en los tugurios y barcitos donde seguro se lo encontraría con las
cartas en la mano y borrachísimo por dos o tres amaneceres seguidos, como lo
ordenaba la Sagrada Tradición. Como el obispo estaba ya viejo, con ochenta y
tres años al servicio de María sin querer abandonar la curia, generalmente se
trasladaba del obispado a la Catedral pasadas las diez de la mañana, y el
padre Benetti, con regresar de la timba antes de la nueve, ya escabullía la
requisa que hacía el prelado en su cuarto. Siempre el padre Benetti se
preguntaba por qué el obispo no abandonaba la orden estando ya jubilado y se
iba a morir tranquilo en un monasterio, sin querer dar paso a los sacerdotes
nuevos a que oficiaran la misa de los domingos en las que apenas concurrían
unas doscientas personas donde entrarían cómodamente mil, ahuyentadas por
sus sermones inentendibles y tembleques, demostrando tal devoción a la
Virgen María que así fuera en camillas y muletas igual estaría presente tras el
altar para honrarla. Siempre pensó que el obispo Santillán no podría vivir sin
las genuflexiones que le brindaban los fieles en su honor, sin los besos en las
manos ni sin la desmedida zalamería que le prodigaban en la vereda después
de cada misa, cuando salía a conversar animadamente con los católicos ricos y
encumbrados que le rendían pleitesía para mostrarse ante los que pasaban en
autos por la calle o los pobres que miraban desde la plaza, a fin de que los
tuviesen por personas santas y sociales al ser amigas y frecuentes del obispo,
la mayor dignidad de la ciudad, después del intendente.
148 La Caída del Imperio de las Virgenes
El padre Benetti había aprendido a jugar a las cartas desde los cuatro años de
edad, primero con su padre, y después con sus amigos de la lejana infancia, y
ya en la escuela primaria llevaba un pequeñísimo mazo de cartas para niños
con las cuales jugaba empedernidamente en los últimos bancos del aula.
Nunca jugó sin apostar algo, así que para los recreos siempre tenía unas
monedas, galletitas, una naranja o una mandarina ganadas en el difícil arte de
mentir en el pife y en el truco. Si hoy la maestra le sustraía el mazo de cartas
con el cual se quedaba, de seguro mañana traía otro nuevo, de lo contrario, le
parecía andar desnudo. Siendo ya sacerdote, por las noches volvía a las mesas
de naipes y jugaba por dinero o por prendas y castigos, como pagar al
oponente un cajón de vino o caña, lo cual casi nunca sucedía porque era un
jugador rápido y avezado en el juego de engañar y en el hacer señas
imperceptibles. Tanto arraigo tenía en el vicio, que si perdía sin tener más
dineros, pagaba con bendiciones y hostias. Una desgraciada noche de mala
suerte, no teniendo ya un peso en sus bolsillos, apostó su gruesa sotana contra
el reloj de un tahúr que no conocía, y la perdió ante el contrario más mentiroso
y pecador que él, consolándose con que en su cuarto tenía otra sin uso para
reemplazar la perdida. ¡Si supiese el obispo Santillán que al revés de San
Martín de Tours que obsequió la mitad de su sotana a un indigente que tenía
mucho frío, el padre Benetti la diera entera a quien sin tener frío mintiera más
en el juego y ganara de mano la flor y el envido en la partida!
El segundo pecado del padre Benetti eran las bebidas. Tomaba lo que tuviese a
mano: caña, whisky, ginebra, gin o vodka sin remilgos, y aunque nunca cayera
borracho al suelo, siempre tuvo la suerte de que sus amigos de juerga lo
llevaran a rastras hasta la catedral, o sin desplomarse fuese solo tambaleando
sobre sus pies y agarrándose de las paredes, como otro Dédalo en la cueva del
Minotauro.28 A veces, estando beodo, y más cuando recibía una reprimenda
del obispo por vago y alcohólico, por hacerlo enojar aún más, en su cuarto
cantaba fuerte en latín aquello del Carmina Burana: “Meum est propositum / in
taberna mori”29 Esta era la razón que lo llevaba a lavarse la cara y mojarse la
cabeza constantemente, lo que le daba un aspecto aseado y sobrio a todo el
cuerpo frente a los feligreses, engañando además el olfato del obispo con
pastillas “Menthoplus” puestas debajo de la lengua, que degustaba una tras
otra sin que nadie notara el escondrijo. Solamente no podía engañar a los
malditos niños de catecismo, que aún con menos de una decena de años de
edad, con solo mirarlo, sin que transparentara el menor indicio de alcohol ni
temblor en sus manos, sabían certeramente que estaba borracho. Ellos, los
malditos niños de catequesis, fueron los que en aciaga hora inventaron el
dicho aquél que todo el pueblo sabía y causaba risa a su costa y la furia en el
obispo, y que decía “que el padre Benetti tenía todo su capital invertido en Ginebra”.
De un chiste tan tonto, la gente daba en reírse a carcajadas cuando lo
escucharan en las radios, en los bares o en un supermercado.
28 La única manera de salir de la cueva del Minotauro era no separar las manos de las paredes.
29 “Me he propuesto vivir en la taberna”. Recopilación del cancionero latino de la edad media.
La Caída del Imperio de las Virgenes 149
A eso se sumaban las fotos que le sacaran cierta noche de intenso frío, cuando
a la madrugada salió de la timba del Club Social totalmente borracho,
recostándose por las paredes de la Intendencia hasta llegar a la Catedral,
distante apenas a media cuadra de donde se emborrachara.
Llegando a la puerta de entrada de la iglesia, que no contaba con pomos ni
picaportes en su exterior, y que solo se abría introduciendo la llave, no podía
embocarla en el agujero de la cerradura pues ante sus ojos la llave se torcía y
retorcía como si fuese un gusano, y la hendija se movía a la derecha y a la
izquierda sin reposar ni estarse quieta en ningún momento. Su impaciencia
casi hace que volteara la puerta a patadas, o tocara el timbre para que el padre
Gumercindo o el padre Horacio se la abrieran desde adentro, lo cual podría
ser revelado y anoticiado por uno de los dos al Obispo. Para colmo, justo en
esos momentos le avino unas tremendas ganas de orinar, producto de unas
diez cervezas que tomara durante el juego, y abandonando entrar porque ya
se hacía encima, se arrimó al frondoso árbol chivato que estaba en la vereda de
la iglesia, y sacando su enorme sexo a través de su sotana, orinó displicente en
él, en el momento preciso en que el periodista Carlos Zapata del diario local
“Unión” pasaba en auto retornando de un casamiento, y sacando su cámara
tomó varias fotos de su desagüe y meada, no para publicarlas, sino para
hacerlas conocer como cosa de burla y broma.
Aunque el orinar es una necesidad fisiológica en el hombre, hacerlo frente a
las puertas de la iglesia fue una necedad ilógica del padre Benetti. Estas tomas
fueron distribuidas por todo el pueblo solo por jocosidad, hasta que una
llegara a manos del obispo Santillán que ardió de furia ante el atrevimiento de
descargar su orín en las puertas mismas de la iglesia de Dios, como si fuese
otro Gulliver apagando incendios. Al día siguiente de verla el obispo lo
desafió a pelear a las trompadas limpias en los jardines de la catedral, cosa que
el padre Benetti rehusó por no matar a un superior viejo y enclenque.
Y el tercer vicio, prohibido por la iglesia católica pero permitido por Dios,
quizá el mejor y el más agradable de todos, era el de ser amante y concubino
de una mujer en secreto, aunque él tenía dos, y aún tres si contamos a María.
Pero no siempre fue así: por mucho tiempo fue célibe y puro como su madre lo
pariera al mundo, digamos hasta pasar largamente los treinta años,
seguramente por tantos rezos, velas, vigilias, maitines y hostias que causaron
el decaimiento casi eterno de su largo e inútil sexo.
Cuando se consagrara sacerdote contaba con veinticuatro años de celibato, y
fue cuando su madre, sus hermanas, primos y tíos, le regalaron la pesada
cadena de oro con una enorme medalla de la Virgen María en el anverso y la
de San José en el reverso, que pesaban en conjunto unos cincuenta gramos en
oro puro, que al costar una fortuna, cada miembro de la familia aportó una
abultada suma en efectivo para poder adquirirla.
Todavía recordaba con nitidez la alegre fiesta familiar en su casa materna de
Mercedes para festejar su sacerdocio, donde él mismo dio las gracias a Dios
antes de la comida, y fue abrazado y besado por sus tías, su abuela que aún
vivía y por su madre que no cesaba de llorar emocionada.
150 La Caída del Imperio de las Virgenes
31 Mateo (13:55,56):
152 La Caída del Imperio de las Virgenes
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32 Cita que se dan los obispos cada cinco años para visitar al papa en el Vaticano
La Caída del Imperio de las Virgenes 153
V
Las fuerzas contrapuestas
La cara del conductor se volvió roja de furia al ver que el hombre de la túnica
no le cedía el paso, y los restos del alcohol que ingiriera en la noche toda, o
ambas cosas, la furia y el alcohol, resguardaron su conciencia para decidir que
lo aplastaría sin piedad alguna, sin que le temblara el pulso si no se retiraba
del medio de la calle.
El alcohol vuelve a los hombres valientes y osados, pero imbéciles.
Su cara quedó roja como una brasa de la furia que nacía desde su corazón.
Quitó el cambio dejando la palanca en punto muerto, y el camión perdió
velocidad hasta casi avanzar a paso de hombre, movido apenas por la inercia
que trasmitía el peso de la carga.
Las ruedas delanteras se acercaron peligrosamente hasta casi tocar al de la
blanca túnica, y a menos de un metro de sus espaldas, el chofer aplicó los
frenos que detuvieron en seco al enorme camión térmico que se balanceó para
adelante y para atrás como si fuese un enorme gusano irritado, y bajando el
vidrio de la puerta, asomó fuera su cabeza y furioso le gritó a sus espaldas:
- Oye, loco, apártate de mi camino que estoy apurado, y después que yo
pase vuelve al medio de la calle si quieres, que no me importa si otro te aplasta
como a una estampilla. Vamos, sé bueno y no me hagas enojar, loco de mierda.
Sé bueno, papito, y súbete a la vereda hasta que yo pase. Dale, dale, súbete a la
vereda y déjame pasar, y si te he visto, no me acuerdo, hermano loco. -
No obtuvo ninguna respuesta, y el hombre de blanco ni siquiera se dignó
volverse para mirarlo, sino que continuó caminando displicentemente
haciendo caso omiso a los melosos ruegos del chofer y al enorme camión
cuyas ruedas estaban deseosas de aplastarlo sin piedad contra el asfalto.
Mientras el caminante se alejaba, el conductor quedó pensando largo rato con
su cabeza apoyada sobre el volante, con el freno hundido hasta el tope,
detenido su camión, como quien llora de impotencia y amargura, y razonó que
pudiera avanzar pasando por un costado del loco sin tocarlo, pero el enganche
del enorme acoplado de treinta metros de largor sufriría terribles torsiones en
una maniobra tan cerrada y en tan corto espacio. Por la largura del vehículo
que ocupaba casi media cuadra de la calle, dar un semicírculo muy cerrado
desviando al hombre, por más rápido que fuera posible, el camión necesitaría
un espacio de ochenta metros libres para que sus últimas tres ruedas dobles no
lo aplastaran, y ni en los más amplios playones de las estaciones de servicio
donde aparcaba para comer y tomar alguna bebida espirituosa podía salir sin
antes hacer infinitas maniobras para adelante y para atrás, ocupando varios
marchas para lograr descender finalmente a la ruta.
-Para adelantarme por su costado, -razonó- necesito un espacio libre de
ochenta metros como mínimo, sin auto alguno estacionado en los costados, de
otra manera me sería imposible maniobrar correctamente para esquivarlo.
Además, al virar bruscamente cuando el paragolpes esté casi sobre las
espaldas de este loco, los cajones apilados podrían caer por el piso abriéndose
y desparramando su contenido. No quisiera yo tener que entregar la
mercadería con las cajas abiertas o rotas por culpa de este tonto. Pero, voto a
Dios, que no se saldrá con la suya.- concluyó.
La Caída del Imperio de las Virgenes 155
Meditó que teniendo en regla los papeles del camión, su carnet de conductor,
los recibos del seguro al día, certificados del Cenasa, revisiones del vehículo,
no infringiendo ninguna ley de tránsito ni nada que perjudicase a él o a la
empresa, decidió sin más la horrible voluntad de pasar al hombre de la túnica
blanca por encima, de aplastarlo como a una tortilla sobre el negro asfalto, “y
que Dios le ayude, porque ya me hizo enojar” -determinó.
Los abogados de la firma no tardarían dos horas en llegar a Santo Tomé y una
en liberarlo a él y al camión, porque evidentemente hizo todo lo posible para
no hacer papillas al loco, y fácil sería probar que caminaba por el medio de la
calle haciendo caso omiso al peligro al que se exponía por su propia voluntad.
Y de paso, sin cobrarles nada, eliminaba a un loco molesto para el pueblo, por
lo que antes que castigarlo, más deberían agradecerle y pagarle.
Mientras, el caminante ya se había alejado del camión un largo trecho más
adelante, y estaba a media cuadra de la terminal de ómnibus de Santo Tomé,
casi llegando a la iglesia Evangélica Bautista del pastor Sprill.
-¿Con que ésas tenemos, loco de mierda? ¿A mí con desprecios e
indiferencias? ¡Por vida de mi madre que te haré puré sobre la calle de la que
te apoderas! ¿Quieres la calle para ti solo? Pues, ¡allí te quedarás aplastado!-
gritó furioso el obeso camionero sacando la cabeza nuevamente por la
ventanilla, y su voz fue llevada por el viento. Hizo el obeso conductor entrar el
motor en primera marcha, y acelerando a fondo dio al camión el impulso
inicial para avanzar unos veinte metros, en medio de rugidos y humos que se
elevaron a los cielos, y una vez que la enorme mole de treinta mil kilos tomara
un poco de ligereza pasando los veinte kilómetros por hora, con furia apretó el
embrague y pasó a la marcha segunda que elevó la velocidad de las ruedas en
cincuenta, y enfiló directamente hacia las espaldas del caminante callejero, que
ya se acercaba a la Iglesia Bautista, media cuadra antes de la esquina de la
terminal de ómnibus y de la estación de servicios YPF. Las cartas estaban
echadas: nada podría detener al camión, ni siquiera el propio cuerpo del de la
túnica, que quedaría aplastado y revuelto bajo sus últimas ruedas.
Un meteorito cayendo a la tierra sería más fácil de detener que frenar aquél
enorme mastodonte frigorífico que alcanzó ya en tercera los ochenta
kilómetros unos metros antes de las espaldas del hombre de blanco, abriendo
el viento como si fuera un velero surcando las frías y azules aguas del mar.
La suerte estaba echada para ambos contendientes pues el camión no se
detendría ni aún aplicando los frenos de pié o de mano, ni poniendo en
primera soltando luego el embrague, pues los treinta mil kilos de la carga
romperían como si fuesen de papel los engranajes de la caja de cambios o
partirían en dos el palier de trasmisión a las ruedas. Frenar en seco aquél
monstruo metálico precisaría de un espacio libre de ochenta metros, si es que
en el intento no reventaran las mangueras hidráulicas de los frenos.
Entonces, tres metros antes de las espaldas del loco, sucedió en Santo Tomé,
Corrientes, el primer milagro de aquél día de primavera, aunque a decir
verdad, no fue el único ni el mayor de los ocurridos en toda la jornada.
156 La Caída del Imperio de las Virgenes
CAPITULO II
I
El policía
Como el golpe que le dieran a Seu Nené fue propinado desde atrás, la policía
pensó correctamente que su enemigo se acercó sigilosamente por sus espaldas
para no ser descubierto y reducido, y le partió la cabeza con un contundente
golpe de una gruesa varilla de hierro de doce milímetros que se usa para la
construcción de lozas y vigas.
Aunque se encontró el arma homicida en la vera del camino nada se pudo
sacar de ella por cuanto después de ocurrido el hecho, casi al mediodía, llovió
intensamente hasta el día siguiente en que fue encontrado el cuerpo, borrando
cualquier huella que pudiera servir de pista.
Se detuvo pues al vecino sospechoso, por más que jurara y perjurara que era
inocente, y estaba en peligro de ser declarado culpable por cuanto todo el
vecindario atestiguó en su contra, manifestando que el occiso le diera mil
palizas para curarlo de su mala educación y atrevimiento en que caía cada vez
que se emborrachaba.
Incluso uno afirmó haberlo visto en cierta ocasión clavando una estaca en el
suelo con el mismo hierro asesino en sus manos.
Para el barrio sería un alivio que se libraran de tan molesto vecino borracho, y
hasta exageraban su comportamiento declarando que solía desnudarse y salir
a gritar a la calle mostrando su pene, muy por el contrario del correcto Seu
Nené que cuando se emborrachaba se acostaba en su catre donde dormía
plácidamente hasta el día siguiente sin molestar a nadie.
Sin duda alguna la muerte fue en venganza a tantas palizas recibidas por el
asesino Perraloca, que por otra parte afirmaba que en el momento del crimen
estaba durmiendo borracho dentro de su casa sin que nadie pudiese afirmar
su veracidad.
Así las cosas, Perraloca iba a ser condenado inexorablemente a veinte años de
prisión por muerte con alevosía si alguien no le sacaba las castañas del fuego.
El comisario Fernández creyó en él, e investigando por su propia cuenta vino a
saber que el día del crimen el occiso había cobrado una ínfima suma de
dineros en el Banco Nación, correspondiente a un subsidio del cual nada dijo a
nadie, que por venir de manos de políticos convenía mantenerlo oculto de la
gente, y que en el trámite le acompañara un joven muy aficionado ya a la
bebida, hijo suyo que vivía con la madre, y con el cual pocas buenas migas
tenía, que lo escoltó en el camino de regreso.
Este hijo durante todo el trayecto venía pidiéndole parte del dinero para
llevárselo a la madre, decía, pero Seu Nené se negaba rotundamente porque el
joven podría gastarlo a su provecho en bebidas, asegurándole que él mismo
llevaría el dinero a su madre para entregárselo en manos propias por la tarde.
El joven tomó entonces un trozo de hierro que por casualidad estaba a un
borde del camino, y le asestó un tremendo golpe en la cabeza que la partió en
dos como si fuese una calabaza.
Como comenzaba a lloviznar, arrojó lejos el arma mortal, y sin dejar rastros
abandonó a su padre en una cerrada picada del monte, una cuadra antes de
donde el occiso vivía, llevándose el total del dinero.
Llovió casi intermitentemente dos días seguidos.
160 La Caída del Imperio de las Virgenes
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La Caída del Imperio de las Virgenes 161
II
La destrucción
Tres metros antes de tocar las espaldas del hombre de la blanca túnica, el
enorme y pesado camión se elevó por los aires como si fuese un globo.
Levitó graciosamente por el espacio como si una mano lo levantara, o como si
una rampa o puente de transparente vidrio se interpusiera entre el hombre y
el vehículo que se desprendió del suelo primeramente por sus dos ruedas
delanteras, elevando por el aire a la cabina y al conductor, para que después
siguieran las otras dieciséis restantes hasta quedar flotando ingrávido todo el
camión a una altura de unos cinco metros sobre la cabeza del caminante
callejero, sin avanzar un centímetro.
El camión en todo su largor fluctuaba en el espacio como una hoja o una
pompa de jabón sostenida por el viento, como si un mago lo hiciese levitar
igual que a las mujeres que hipnotiza y cuyos cuerpos parecen flotar sin sostén
alguno, para después pasar un aro por ellas para demostrar al público que no
están suspendidas por cuerdas o herramientas hidráulicas.
Se vio al largo camión recortándose en el cielo, mostrando su largo caño de
escape brilloso e impecable, como así también las ruedas que giraban
alocadamente en el vacío, por espacio de casi un minuto, mientras el hombre
de blanco siguió su camino sin volver la vista atrás ni sobre su cabeza, encima
de la cual fluctuaba un armatoste de treinta toneladas de peso, hasta alejarse
del milagro levitante, y luego el camión y su obeso conductor dieron una
vuelta campana como suelen dar los botes que no tienen estabilidad,
quedando su largo techo mirando hacia abajo, con un aterrador crujir de
hierros que se retorcieron como si fuesen huesos rotos o machucados, y
después todo el vehículo cayó estrepitosamente al suelo abriendo con su peso
un enorme cráter rectangular de media cuadra de largor sobre el negro asfalto
de la calle. Una explosión similar a la que hacen los niños al estallar una bolsa
de papel inflada, pero aumentada en un millón de veces más fuerte, hizo
estremecer las paredes de las casas del barrio.
Por el peso y la estrepitosa caída, todo el camión junto con su chofer, se
hundió en la tierra como si fuese un meteorito que la chocara, sepultándose
unos veinte centímetros por debajo del asfalto.
Y allí quedó aplastado como una tortilla, con sus ruedas al aire girando
descontroladas, y sus paredes metálicas abiertas y heridas en profundas
grietas por donde se escapaban gélidas nubes y cerrazones, y a pesar del
fuerte golpe de la caída, el compresor de la cámara que antes estaba arriba del
techo y ahora bajo la tierra, seguía funcionando normalmente dando frío a
cientos de caños cortados que dejaban exhalar un gélido aliento blanco y
nuboso, como los helados suspiros de un fantasma.
Desgraciadamente, el compresor aplastó a las dos modernas bocinas
trompetas que con tanto esfuerzo y sudor el chofer comprara, siendo por lo
tanto de su propiedad y no de la empresa, la que seguramente se negaría a
pagarle otras nuevas en su reemplazo.
162 La Caída del Imperio de las Virgenes
La calle se atiborró de gente que miraba atónita al camión que parecía haber
caído de la luna, y cientos de niños y mujeres se arremolinaban a su derredor
para esconder entre sus ropas los pollos congelados y las presas
desparramadas por el suelo.
El Pastor Sprill de la Iglesia Bautista, fue el primero que llamó a la policía por
contar su sagrado templo con un teléfono fijo, aunque después hubo cientos
de llamados de vecinos que comunicaron a las autoridades policiales del
desastre ocurrido media cuadra antes de la terminal de ómnibus.
Y ésta primer llamada hecha por el pastor Sprill, fue la que por casualidad, al
estar en la guardia ya de franco firmando las planillas y los libros de
novedades de su pasada vigilia, el comisario Fernández prestó atención al
sargento que atendió el aviso para enterarse de su contenido, ya con su
mochila al hombro listo para retirarse.
El sargento Soto tomó el tubo atendiendo la llamada, en la que una voz
chillona y tan fuerte que todos escucharon, le explicaba:
-Soy el pastor Sprill de la Iglesia Bautista. Frente a nuestro templo hay un
enorme camión térmico patas arriba. Si, está aplastado e invertido sobre el
asfalto, como si hubiese caído del cielo dando antes una vuelta campana. Al
parecer su conductor está muerto dentro de la cabina retorcida sin que se
puedan abrir las puertas para socorrerlo o sacarlo de allí. Vengan urgente
porque la gente se pelea y arremolina para robar la carga desparramada en la
calle y las veredas, que son pollos y presas congeladas.-
Tomando nuevamente el mando de los hombres de su guardia, de los que aún
no se habían retirado, y varios agentes de la guardia nueva, el comisario
Fernández los envió en las dos camionetas blancas al lugar de los hechos, y en
el patrullero hizo subir al sargento ayudante “Negro” Segovia que era su
mano derecha en las investigaciones y pesquisas en todos los casos delictivos
difíciles de dilucidar, al sargento fotógrafo de la institución y al oficial
escribiente Bonutti, y los cuatro salieron velozmente detrás de los anteriores
vehículos por el portón trasero de la comisaría. Tomaron por la calle Mitre,
paralela a la San Martín en la que ocurriera el accidente, y cinco cuadras más
adelante, torciendo a la izquierda por la Uruguay de contramano dieron con la
terminal de ómnibus, desde donde vieron semioculto entre miles de curiosos
que lo rodeaban, un enorme camión térmico volcado en el medio de la calle
principal, media cuadra antes de la esquina. Un mar de curiosos rodeaba el
lugar del accidente, tanto que en un primer momento no distinguieron la
endemoniada posición del camión, y abriéndose paso a empujones, se
acercaron para quedar mudos de asombro ante el enorme armatoste de hierros
y aceros retorcidos y aplastados con sus ruedas mirando al cielo como si fuese
un dinosaurio herido de muerte que expiraba lentamente.
Dentro de la cabina se veía el cuerpo de su conductor partido en dos,
apretujado por el asiento contra el techo invertido lleno de sangre y tripas, con
el volante que lo cercenara metido dentro de su estómago. Vieron con horror
que la mitad superior del cuerpo, su torso, miraba hacia atrás, mientras que
sus caderas y piernas estaban en la posición correcta mirando hacia adelante.
164 La Caída del Imperio de las Virgenes
y estático en el mismo lugar donde cayera, como si Dios, ¡bendito sea el Señor!
nos protegiera del accidente. La explosión que dio la cámara frigorífica al
reventarse contra el suelo asustó al barrio, como el estallido de una bomba,
quedando pollos y presas congeladas diseminadas por la calle y las veredas
como si hubiera caído el mismo maná del cielo que alimentó a Moisés y al
pueblo judío. Cuando salí de mi asombro y la niebla se aclaró gracias a los
rayos del sol, vi caminar por el medio de la calle a un hombre o quizá una
mujer, (no puedo precisar porque no se giró para mirar atrás), de largos
cabellos castaños, y una especie de vestido o túnica blanca y sandalias
franciscanas…
-¿Un hombre o mujer de blanco por el medio de la calle?- dijo el
comisario, e inmediatamente su cerebro empezó a trabajar buscando pistas y
rastros como un perfecto sabueso.
La túnica blanca, podría ser una pollera larga, pensó, posiblemente de una
prostituta del triángulo de la entrada al pueblo, la que quizá pidiera al
camionero que la trajese hasta el centro de la ciudad. Podría ser que antes del
vuelco bajara del camión, mareada o quizá borracha, para caminar torpemente
por el medio de la calle. Bien podría ser también un empleado de la firma que
acompañara al chofer como ayudante, vestido del largo delantal blanco que
bromatología exige, junto con el gorro y los guantes, para manipular y
trasladar de un lado a otro estos productos alimenticios. Quizá fuese un
changarín que contratara el camionero en la entrada del pueblo para darle el
trabajo de descarga, subido al pescante de la puerta.
Fuese lo que fuese, en ambos casos, hombre o mujer, le hubiera sido imposible
salir de la cabina retorcida después del vuelco.
-¿Podría, pastor Sprill, acompañarnos en el patrullero para tratar de dar
con el caminante de blanco, si es que aún anda por la calle y que nos lo
indique inmediatamente si lo viera?- dijo. Ordenó al sargento Segovia que
acercase el auto y que llamara al oficial Bonutti que andaba entre la gente
averiguando como sucedieron los hechos y buscando testigos. Mientras, el
personal de los Bomberos Voluntarios arribó al lugar con sus piquetas y
sierras para desguazar la cabina y sacar el infortunado cuerpo del camionero
de dentro, todos bajo el mando del Jefe de la institución el Comandante
Eleodino Romagñolo, que por años cumplía esa función sin encontrar alguien
que lo reemplazara. Se hizo llamar urgente al oficial doctor Firmapaz para que
auscultara la causa de su deceso, sacara las muestras de sangre para las
pruebas de alcoholemia y dictaminaran las circunstancias en que se generara
su horrible muerte. Subidos al auto, partieron rumbo al centro, con el agente
Segovia al volante, el comisario Fernández a su lado y en el asiento de atrás el
pastor Sprill y el oficial Bonutti. Ni remotamente ninguno imaginó que treinta
minutos después, de los cuatro, solo uno de ellos seguiría viviendo en aquélla
hermosa mañana de aquél no menos hermoso día de primavera.
***********************
166 La Caída del Imperio de las Virgenes
III
El regreso del padre
¡Ah, y cuántas veces cenaría con opulentos ganaderos en las veredas del Club
Social! Y lo primero que les diría amablemente es que no despreciaran a los
pobres, ni los explotaran dándoles sueldos miserables a cuentagotas,
teniéndolos descalzos y en la miseria por esos campos de Dios.
¡Ay, lástima que ya no estuviera su madre viva, a la que iría corriendo a
avisarle que se vistiese elegante, con sus mejores galas, para ir a comer un
asado en su estancia que al fin de cuenta era de los dos, junto con todos los
vecinos que quisiesen acompañarlos!
Mientras todo esto pasaba en el Doro, el hombre sonreía, y se alejaba
caminando por el medio de la calle, y todo el alumnado y algunos profesores
que fueron testigos del milagro de la transformación, lo siguieron silenciosos y
prudentes a una respetable distancia de unos treinta metros por detrás.
Nadie hablaba y un total mutismo flotaba en el ambiente, ya que los que
vieron el milagro quedaron estupefactos y mudos de asombro.
La gente se fue sumando a medida que el hombre avanzaba por su incógnita
derrota, y al llegar a la siguiente esquina, la de la estación de servicio
Petrobras, la multitud que iba detrás de él sobrepasaba las quinientas
personas.
La escuela Normal quedó totalmente vacía, con todos sus alumnos siguiendo
al hombre de blanco, entre los cuales se destacaba también la presencia de su
directora Lucita Falero, elegante, bella, fina y de alta prestancia, mientras en el
aire seguían flotando las estridentes sirenas de los bomberos y patrulleros que
anunciaban sin dudas una reciente catástrofe y que se desplazaban por la calle
Mitre, lateral a la principal.
El hombre caminó una cuadra más sin siquiera mirar los céntricos comercios
de ambas veredas de la calle, pasando frente a la bicicletería Bigay, la relojería
de don Antonio Ferreri, la tienda de modas Etiquette y otros que aún estaban
cerrados por lo temprano de la hora, siguiendo su camino hacia la policía, dos
cuadras más adelante.
El tránsito ya estaba obstruido a sus espaldas, y en cada esquina, por la misma
causa, se cortaban las laterales con autos detenidos por la multitud de la
extraña procesión que taponaban el paso de los accesos.
Al hombre de blanco parecía no importarle nada, obstinado en buscar a lo
lejos su destino, y ni siquiera miró la impresionante procesión que se formó a
sus espaldas en tan poco tiempo y espacio: más de mil quinientas personas
silenciosas y asustadas acompañaban sigilosas sus pasos.
Ninguno de los que seguían al de la túnica blanca, alumnos y profesores de la
Escuela Normal, ni siquiera su bella directora Lucita Falero que iba junto al
secretario Barros y al profesor Rocuzzo, ni una multitud de civiles y curiosos
que con ver pasar la procesión se agregaban, pensó remotamente que más de
la mitad de la condenada turba quedaría muerta en el suelo antes que pasaran
veinte minutos.
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La Caída del Imperio de las Virgenes 169
IV
La divina prosa de la poetisa Cristina Perkins
Este rey Radaí, cuando España fue invadida por los moros por ochocientos
años continuos, cayó cautivo de las cruzadas católicas para ir a parar en la
hoguera si no renunciaba al Alá de los moros, que era el mismo Javéh de los
judíos, y si no se aviniese a entregar su corazón y su voluntad para seguir
incondicionalmente a la Diosa María. Ya con el fuego preparado, le instaron
por última vez a que aceptara a María Madre Santísima como su Salvadora y
Auxiliadora, haciéndose cautivo y devoto dentro de su corazón, con lo cual le
perdonarían al instante la vida dándole la libertad para irse a donde quisiese.
-¡Cómo!- dijo el rey moro Radaí- ¿está permitido en éstas tierras otro
nombre que el de Dios para ser salvo y auxiliado? ¡Pronto, matadme, que no
quiero estar en un lugar donde se traicione la divina potestad de Nuestro
Señor ni quiero como ustedes vivir en la oscuridad de la idolatría!-
El rey moro Radaí fue quemado a fuego lento sin compasión alguna.
Estas sagradas tradiciones españolas jamás el padre Buendía enseñaba a sus
fieles, aunque sea para historiar el largo y tortuoso camino de crímenes que
hizo su iglesia antes de ser santísima. El padre Buendía jamás dio cuenta de
los más horrendos crímenes que hizo la Sagrada Inquisición en su España
natal para imponer a María como madre de Dios, con iguales y aún mayores
poderes que su Hijo. Ella, que no había pasado el martirio de la cruz, salvaba
sin problemas a los hombres pecadores a condición de ser sus devotos antes
que de Jesús, generando lo que hoy se conoce como mariolatría.
Nunca enseñó tampoco que el obispo Torquemada, por ejemplo, a quien el
papa Sixto IV nombró Inquisidor General de España gracias a la
recomendación de los Reyes Católicos por ser el confesor de la reina, en sus
once años de servicio a la causa de la fantasiosa supremacía de María sobre el
Crucificado, entre herejes, apóstatas, brujas, bígamos, usureros, judíos, moros
y cristianos condenó a ciento catorce mil a variadas penas, y quemó a diez mil
santos que se negaban a someterse a la autoridad del papa.
Este Torquemada que siendo obispo mariano y acérrimo papista, implementó
la Inquisición en España allá por el año 1490 con una impiedad nunca
imaginada en una iglesia que decía ser heredera de los apóstoles.
El padre Buendía tampoco enseñaba que a mediados de 1209 y al mando de
un ejército de asesinos, el legado papal Amoldo Amalrico le puso sitio a
Beziers, baluarte de los albigenses occitanos, y tomada la ciudad, en la sola
iglesia Santa María Magdalena donde se refugiaron, siete mil niños junto con
sus madres fueron pasados a degüello, por no aceptar la autoridad papal.
Y menos enseñó aquélla santísima ocasión en que cayera la ciudad de Brem en
manos del esbirro papal Molfourt, en donde éste devoto mariano y papista
quemó los ojos de cuatrocientos cristianos que seguían solamente a Jesús y no
al papa ni a María, menos a uno que dejó tuerto para que con su único ojo
pudiera guiar hasta Cabaret al resto, y la columna de ciegos avanzaba así: el
ciego de atrás con las manos puestas sobre los hombros del ciego de delante, y
delante de todos el tuerto, de suerte que a la vista de ése horrible y alucinante
ciempiés humano acometiera a los enemigos del papa Inocencio el saludable
temor a Dios.
172 La Caída del Imperio de las Virgenes
Jamás mencionó que al papa Adriano III, que motivado por los celos hizo
azotar desnuda por las calles de Roma a una dama noble y sacar los ojos a un
alto oficial del palacio Laterano su amante, lo asesinaron a cuchilladas por
cruel y despótico: hoy es santo y su fiesta se celebra el 8 de julio.
Sí enseñaba que en el año 1950 Pío XII promulgó la estúpida fantasía de la
Asunción de María, igualándola al Hijo de Dios en su Ascensión, que dice que
al final de su vida la madre de Jesús fue llevada en cuerpo y alma al cielo,
ocultando en cambio que muchos de sus antecesores en el medioevo también
elevaban a los cielos con la hoguera, las almas de niños discapacitados
mentalmente, por considerarlos poseídos por el demonio.
Hoy serían los niños con síndrome de Down.
Una iglesia cuyo pasado está teñido de sangre inocente, de tantos muertos
injustamente, de tantos crímenes e intrigas, no puede ser iglesia de Dios.
La iglesia católica mantenía estas sangrientas y horribles historias
comprobadas ocultas y vedadas a la gente, cubiertas con máscaras de historias
pías de santos y sacerdotes que sangraban por las manos o estatuas que
lloraban lágrimas de rocío. En cambio, para difundir el culto a María el padre
Buendía solventó con dineros de las arcas de Cáritas, de la venta de ropas
usadas donadas precisamente por España, la impresión de uno de los libros de
revelaciones marianas y celestiales que más vendía la santería, salida de la
mano magistral de la escritora santotomeña Cristina Perkins Hidalgo titulado
“La Virgen María me habló” que estaba en exhibición en su vidriera y que
desaparecía como el agua, hasta quince ejemplares por día.
En este libro, a pesar del título, la Madre de Dios jamás habló de los que por su
culpa, y la del demonio que todo lo puede, sus acólitos mandaron a la hoguera
y a la tortura a miles de cristianos en el correr de los siglos pasados, por creer
solamente en el Hijo de Dios y no en ella como Salvadora, en cuyo prólogo la
autora contaba la siguiente experiencia visionaria que la llevara a escribir la
obra, muy propia de los fanáticos marianos:
Dijo que esta nueva y fundamental doctrina mariana, había esperado por
siglos que la favoreciera como una indiscutible integrante de la Trinidad, hasta
que las reformas establecidas en el último Concilio Vaticano del 2022, y las
anteriores bulas papales de Juan Pablo VI y Benedicto XVI la pusieran en
vigencia. Que ya ésta sagrada doctrina era mencionada en los escritos
apócrifos de “El Evangelio de la Infancia de Jesús” de Santiago, hermano del
Señor.34 Pero aún faltaba algo: que en la Trinidad se la tuviese como la Primera
Persona, antes aún que el Padre y el Hijo, pues sin su divino vientre en el
Sagrado Alumbramiento no habría padres, hijos ni salvación en el mundo.
Era mucho más creíble que el Hijo naciera de una Madre que estuviese en
primer lugar dentro de la Trinidad antes que fuera en la Tierra un huérfano
salido de un repollo o de un Padre invisible, como creen muchas religiones.
No era raro ni extraño que esta bendita y esperada doctrina naciera sin dudas
para combatir la gran expansión de los evangelistas protestantes, que no la
tenían en cuenta en sus cultos y enseñaban a sus fieles ignorarla
completamente sin siquiera nombrarla, sin otro ídolo que Jesús, del cual
sentía, como madre imprescindible, infinita envidia.
-Los hermanos evangelistas descarriados por el despreciable Lutero, -le
dijo- que no fue otra cosa que Satanás envuelto en una sotana de fraile, tuvo el
ardid de ocupar la misma Biblia para apartarlos maliciosamente del
representante de Dios en la tierra, rechazando la supremacía del papa como
conductor de la iglesia verdadera entre los hombres, y el respeto que se
merecen los ciento cuarenta y cuatro mil santos católicos que están en el cielo
intercediendo ante Dios, y que figuran en letras pequeñas detrás de los
almanaques.- No le enfurecía, dijo, si hablaran mal de su Persona, sino que le
enojaba en demasía que la ignorasen completamente en sus vidas, como si sus
conocimientos fuesen solamente sacados del evangelio de Juan,35 aferrándose
solamente a Jesús, e inculcando a los niños la indiferencia y el odio hacia las
imágenes. Mucho daño hacían rechazando el dogma de su Inmaculada
Virginidad y Divinidad, y las blasfemias que lanzaban para que la ignorasen
predicando solamente a Jesús, cosas que minaban y socavaban los cimientos
puros y verdaderos de la religión católica, de la cual Ella era su pilar
fundamental. La Iglesia católica vive por mí y para mí. Llaman al Santo Padre
el Anticristo, y a la iglesia católica y verdadera la Ramera de Babilonia.36 Las
radios evangelistas del pueblo, y de todo el país, están destruyendo y
pulverizando los sagrados dogmas del catolicismo, ocupando la Biblia como
34 “No bien la Virgen hubo pronunciado aquella frase de humillación, el Verbo divino penetró en
ella por su oreja, y se convirtió en un templo santo e inmaculado, y en la mansión del Espíritu
Santo”
35 El Evangelio según san Juan NO habla de la infancia de Jesús NI menciona el nombre de María,
a la que se refiere como solamente como “la madre de Jesús” (Jn. 2,19), que está presente en el
primer milagro de Jesús en las bodas de Caná (Jn. 2, 1,3) y en su muerte (Jn. 19, 25-27). También se
la menciona en el monte de los Olivos con los apóstoles y los hermanos de Jesús antes de
Pentecostés (Hechos 1,14).
36 El Apocalipsis, escrito por Juan en la isla de Patmos, alrededor del año 100 de nuestra era,
profetiza que el Anticristo tomaría el lugar del Señor, y que la iglesia se prostituiría enseñando
exactamente lo contrario a los Evangelios, a la cual llama la Gran Ramera.
La Caída del Imperio de las Virgenes 175
gloria, mientras que el pastor, vaya uno a saber por qué, niega a éstos
imbéciles la sana diversión de un partido de fútbol, de noches de músicas
festivaleras y los bulliciosos corsos de plumas y tambores. Tan dolida estaba la
virgen Inmaculada que pidió a la poetisa que todas estas cosas estampara en
su amorosa y correcta letra castellana y que como otro Moisés los diera a
conocer al mundo: los Mandamientos y deseos que Ella daría al pueblo
católico para luchar contra estas aberraciones a su Persona y afirmar su culto
entre los buenos marianos. Le enfurecía la gran proliferación de sectas que
trataban de desprestigiar a la verdadera heredada de Jesús, la iglesia papal
romana, apostólica y mariana. Muchas otras cosas dictó la virgen a la poetisa
Cristina Perkins en ésas noches, que luego fueron plasmados en el exitoso
libro “La Virgen me habló” de su autoría, en el que daba todos los pormenores
del largo diálogo y de las muchísimas disposiciones y deseos que María le
transmitiera para todos sus hijitos devotos. Asimismo, le ordenó insertar en
sus hojas “El Evangelio de María”, libro apócrifo que con el correr de los
tiempos seria agregado a los cuatro canónicos ya admitidos. Y el último día de
encuentro, la virgen ascendió a los cielos tal y de la misma forma que había
bajado, en su burbuja luminosa de ensueños, similar a como lo cree la iglesia
católica en su primera asunción, dejando plasmadas en el papel las
instrucciones precisas para sus hijos, gracias a la magnífica pluma y buena
redacción con que la poetisa las imprimiera. La mayoría de sus lectores daban
en decir que mucho de divino tenían su prosa y sus poesías cuando se referían
o estaban dedicadas a la Madre de Dios, que la poetisa era una santa
favorecida y sin pecado en la tierra, pues de sus santísimas manos solo salían
divinidades del cielo, y ya el pueblo católico estaba a un tris de santificar o
beatificar en vida a tan celestial escritora. No era menos cierto tampoco que en
los años que le restaban por vivir, que fueron muchos y benditos, la autora
vendió tal cantidad de libros con las nuevas revelaciones de María Madre, que
pasó a tener una sólida y holgada fortuna en pocos meses, y una celebridad
que traspasaba la frontera. Sus libros celestiales y religiosos fueron célebres
entre los católicos y comenzaron a recorrer el mundo, lo que le brindó
cuantiosos beneficios monetarios. Fácil es administrar fantasías a una iglesia
que vive de ellas. Nada sólido ni concreto, cuyo origen no sea la Palabra de
Dios, se puede conseguir de los ilusos católicos que están hechos pintiparados
para creer tradiciones de santos salvadores, rosarios, patrones y patronas,
avemarías, procesiones, de ascensiones a los cielos, de trinidades, y de
apariciones tontas y estúpidas inventadas en los opulentos recintos del
Vaticano. Pero lo que más satisfacción le diera su pluma no era el dinero, sino
la casi veneración e idolatría que el pueblo católico le brindaba diariamente,
muy superiores a las que favorecían a la madre Teresa de Calcuta o a Teresa
de Bergieri, que llenaba y rebosaba su ego de superioridad sobre los incultos, y
no había en la iglesia o en la calle quién no quisiese tocarla o besar sus
benditas manos de eximia escritora.
************************
La Caída del Imperio de las Virgenes 177
V
El padre Horacio
Desde muy pequeño, el padre Horacio se dio cuenta que no era igual a los
demás niños de su edad, ya que no gustaba jugar a la pelota ni a las bolitas, al
trompo, al balero, a las figuritas, al fusilamiento, ni a cualquier juego brusco
como peleas y luchas sobre el pasto.
Algo anormal había dentro de su organismo que en los recreos de la escuela
primaria, si le venían ganas de orinar, se las aguantaba por no entrar en el
baño de los varones, y esperaba que tocase la campana de ingreso al aula para
hacer pis en el baño de las niñas cuando ya nadie quedaba en los patios.
Le daba vergüenza sacar su minúsculo sexo en el mingitorio de los varones y
prefería mil veces orinar sentado en el inodoro de las mujeres, escondido
detrás de la puerta cerrada y lejos de quien pudiera ver su anormalidad.
Treinta años atrás, había nacido en el paraje del Itacua, en la zona de las
oblerías, donde la gente se deslomaba de sol a sol juntado guano de vaca y
tierra negra para fabricar los ladrillos que después, al ser vendidos a precios
miserables por culpa de la demasiada competencia local y de los vecinos
pueblos, no recompensaban los denodados esfuerzos invertidos.
Su padre, siendo oblero, tenía tal fuerza que podía levantar una vaca en
brazos, y de seguro, si le daba una trompada la partiría en dos, como aquél
famoso boxeador de las pampas que de un puñetazo partió el espinazo de una
mula. 37
El padre Horacio, en cambio, de niño era delicado y amanerado, a tal punto
que jamás tocó una pala ni el barro con las manos, limitándose a hacer
mandados para su madre a quien ayudaba en las tareas de cocinar y la
limpieza de la casa.
Se alegraba sobremanera cuando venían de visitas unas tías de la ciudad que
traían a sus primas para estrechar los lazos de parentesco, con las cuales
jugaba a las muñecas, confeccionaban vestidos y se entretenían jugando a la
peluquería, inventando graciosos estilos con peinetas, vinchas y ruleros.
Gustaba pintar las uñas y los labios de sus primas, con lápices y pinturas que
él sacaba a escondidas de la cómoda de su madre.
Y cuando era la época de corsos a los que sus padres lo llevaban una o dos
noches, por largo tiempo jugaba él solo o junto con sus primas a la reina o a las
abrealas, subiéndose a cualquier carro de huano que estuviese desocupado,
que en su imaginación era una colorida carroza de titilantes luces.
Sobre la ruta, a unos trescientos metros de su casa, había un almacén y bar de
mala muerte, cuyo mostrador estaba torcido e inclinado hacia atrás de tanto
soportar los empujes y apoyos cansinos que le imprimían cientos de hombres,
rudos ladrilleros dados a la bebida, de los cuales siempre el local estaba lleno.
37Luis Ángel Firpo: apodado “El Toro de las Pampas” famoso boxeador que de joven fue oblero,
y empacándose una mula, le tiró tal trompada en el espinazo que la partió en dos.
178 La Caída del Imperio de las Virgenes
El almacén era la única diversión que tenían los hombres y mujeres del paraje,
ya que de día se llenaba de borrachos y de noche de prostitutas que trataban
de quitarles las monedas que ganaban, antes que el tabernero se quedara con
ellas y les ganara de mano. Los sábados, bailes con una victrola en el patio.
Cuando su madre le enviaba hasta allí a comprar yerba o azúcar, estos
hombres forzudos y musculosos, se reían de su hablar afeminado y de los
movimientos delicados de sus manos, y a veces cuando él los miraba, se
tocaban las vergas indecorosamente frente a sus ojos.
Cuando terminó la primaria en la vieja escuela del Atalaya a dos cuadras de su
casa, tuvo que cursar la secundaria en la escuela Normal de la ciudad, y por lo
tanto esperar el colectivo urbano en la ruta dos veces por día para cubrir los
dos kilómetros que lo separaban del centro.
A veces hacía el trayecto a pie, cuando el colectivo se retrasaba o lo perdía,
generalmente en los días de intensas lluvias, cuando más lo necesitaba.
Ya en la adolescencia, le florecieron incontenibles deseos de ser acariciado por
alguien de su mismo sexo, y que un hombre le besase en la boca, sin que jamás
se le despertara ninguna atracción ni instinto sexual por las mujeres.
Con trece años, miraba descaradamente a sus compañeros de aula, e incluso
mandó a uno, al más bello del curso, una notita en la que le declaraba su amor,
pero después nunca más volvió a cometer el mismo error con otro, pues el
billete sirvió para que fuera leído por toda la escuela tomándolo como burla y
escarnio para su declarada homosexualidad.
En ésa edad se le dio por teñirse el pelo de los más chocantes colores, y hoy
mostraba sus cabellos al rojo vivo y mañana con delicados tonos azulados, lo
cual no decía nada a su favor ni en su contra, porque todos los varones hacían
lo mismo siguiendo la moda “flogger” que venía de las grandes ciudades,
aparte del usar aros y atravesarse la lengua o la mejilla con diminutos adornos
metálicos. Su voz se aflautó como la de una mujer y sus atractivas nalgas se
agrandaron desconsideradamente, lo que hacía que se las quisiesen tocar en
broma, y al sentarse en su banco, siempre había una mano abierta de un
compañero que esperaba el apoyo de su traste. Al mismo tiempo que las
asentaderas, le crecieron ostensiblemente los senos, que por las noches
acostado se acariciaba constantemente por la agradable sensación que le
producía en el ano. Nunca se masturbó por tener al pene como algo asqueroso
y repulsivo, y lograba más placer introduciendo un dedo o una vela en el ano
mientras que con la mano sobrante se friccionaba compulsivamente los
pechos. Ahí supo que era una mujer encerrada en el cuerpo de un homosexual,
y aunque tenía verga y eyaculaba por ella, lo lograba sin masturbarse, con solo
introducir en el ano un objeto grueso, una vela o el pico de una botella.
Cuando ya finalizaba el primer año con apenas trece años de edad, cierto
caluroso y ventoso viernes de primavera, retornó a su casa en el colectivo
urbano que lo dejó en la entrada de su paraje, y atravesando un amplio
camino a cuyos costados se erguían altísimos árboles que daban al sendero
amplia y fresca sombra, detrás de uno de ellos vio a un nuevo vecino llamado
Carlos Blanco, que como un lobo agazapado estaba esperándolo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 179
Sabía de él que era miembro del Partido Comunista, pues siempre lo veía en el
pueblo tirando panfletos de su doctrina desde su viejo y destartalado auto.
Este nuevo vecino, tenía pésimos antecedentes como tal, pues todos los días
discutía o peleaba con alguien por causas tontas y baladíes, lo que lo
transformaron en un inadaptado social que no se llevaba bien con las maestras
de sus hijos, con políticos de su partido, con sus compañeros de trabajo, con
sus patrones, ni con la policía, ni con comerciantes ni colegas.
El decía ser locutor de radio con carnet expedido por el Confer aunque nunca
mostrara siquiera una fotocopia del documento para comprobarlo, y de hecho
era uno de los mejores de la ciudad, aunque todos los dones y cualidades que
pudiera tener en su profesión las arruinaba con las bajezas de su despreciable
vocabulario con el cual insultaba a sus enemigos diarios y constantes.
Y al tener a su disposición el micrófono de una radio que alquilaba para sus
programas, bajamente se vengaba de las personas con las cuales discutiera,
denigrando a quienes tenían mucha más moral y educación que él, endilgando
las más bajas y repulsivas infamias contra las familias, lo que constantemente
lo llevaban denunciado ante los tribunales donde bonitamente se retractaba
asegurando que lo que dijo, no lo dijo. Este hombre había comprado un mes
antes una pequeña chacra de menos de una hectárea en el paraje Atalaya y
estaba levantando una casa de madera para vivir con su mujer y sus hijos en
ella, escapando de los impuestos y pagos de boletas de luz y agua de la
ciudad, y de los infinitos líos con sus vecinos, ya que nunca tuvo un oficio
redituable de palas o picos, si no fuera el de tener tontos y vacíos programas
de radio, dándoselas de destacado locutor profesional egresado de alguna
remota universidad, que nadie pudo jamás comprobar fehacientemente, ni
siquiera él mismo. Cuando el niño Horacio pasó a su lado, el nuevo vecino le
chistó para que se acercara haciéndole gestos de llamamiento con las manos, e
inocentemente se allegó confiado hasta él, cuando de pronto, con salvaje
violencia, el hombre le tomó de los cabellos con una mano y con fuerza lo hizo
arrodillar en el suelo. Con la mano libre abrió el cierre de su bragueta y sacó al
aire un enorme pene duro y enhiesto que le asustó como si viera una víbora
anaconda, bien frente a sus ojos y a su cara. Jalándole los cabellos como si
fueran las riendas de un caballo, le introdujo dentro de la boca el descomunal
falo, y le obligó a succionarlo llevando su cabeza hacia atrás y hacia adelante
con movimientos constantes y violentos. Dos minutos después el hombre
eyaculó dentro de su boca un sobrado gargajo de semen, y allí por primera vez
el inocente niño Horacio supo que tenía un gusto salado similar al agua de
mar, aunque con un tizne azucarado. Escupió inmediatamente la agridulce
flema sexual del degenerado y viéndose libre de sus garras, echó a correr con
todo lo que le daban sus endebles piernas, pensando contárselo a sus padres
para que castigaran el atrevimiento del nuevo vecino. Sin embargo, llegado a
su casa, guardó silencio sobre lo sucedido, y comiendo desganado un poco de
lo que le sirvieran en el plato, se levantó y fue a encerrarse en su pieza donde
lloró silenciosamente por la vejación sufrida, hasta que finalmente se rió a
carcajadas de su primera experiencia como homosexual.
180 La Caída del Imperio de las Virgenes
Mas o menos por los cuatro años siguientes, los que le quedaban para terminar
la secundaria, no tuvo otra práctica carnal que la relatada, y aunque siempre
regresaba de la escuela Normal por el mismo sendero de altos árboles tratando
de que se repitiera, nunca el degenerado vecino le esperó nuevamente en el
camino, ya que su casa de madera estaba terminada y su mujer
indefectiblemente a su lado, y sus cinco hijos pequeños jugando en su frente.
Y cuando se encontraban cara a cara en el pueblo, él lo ignoraba
completamente. Por supuesto, si quisiera, en los baños de la escuela Normal,
había sobradas vergas para practicar su inclinación, pero jamás entró en ellos
por decoro. A los dieciséis años tuvo conciencia de que ésas fantasías y actos
indecorosos a los que su torcida inclinación homosexual lo llevaban
inexorablemente, eran pecados maldecidos por Dios, y despertó en él unos
tremendos deseos de ser cura para poder huir de ellos, creyendo que dentro
de los claustros de los seminarios y en los altares de las iglesias estaría libre de
tentaciones. Para huir de su repulsiva homosexualidad se propuso ser esclavo
de la Virgen María y dedicar su vida a ella por entero.
A los diez y ocho años finalizó sus estudios secundarios, y decidió entregarse
de lleno a María su Salvadora siendo sacerdote, ingresando como seminarista
en el instituto católico Gentilini de Misiones.
Por mucho tiempo no se lo vio más en el paraje Atalaya ni por el Itacuá, ni en
las calles de Santo Tomé, y muchos lo recordaban por su excelente desempeño
cuando saliera por tres años seguidos como porta estandarte de la Comparsa
Marabú, embellecido con infinitas plumas de pavos reales y faisanes con las
que él mismo confeccionara sus trajes.
En el Gentilini pasó siete años de estudios bíblicos y en compañía de treinta
aspirantes a sacerdotes de su misma camada, de los cuales solo nueve de ellos
lograron completar la carrera, incluyéndose él.
El hombre tiene infinitas debilidades que lo llevan a pecar constantemente, y
aún los más castos y santos cometen aberraciones contra Dios y María su
Madre si están expuestos a caer en pecado en cada esquina, pues de los treinta
aspirantes, tres de ellos eran tan homosexuales como él, y por las noches
degeneraban a los que no llevaban a la Virgen en su corazón, porque los
demás se los montaban a escondidas del prior, y aunque a él también le
requerían de su orificio, jamás dejó que lo tocaran pues tenía en su mente
llegar al final de su carrera y recibir la imposición de manos tan puro como un
diamante, sino del alma por lo menos de su inmaculado y sin pecado trasero.
Más de la mitad de los aspirantes a sacerdotes abandonó la vocación antes del
primer año de estudios, pues ocurría que cuando los graciaban con unas
pequeñas vacaciones para visitar a sus familias, siempre había en el pueblo
una antigua novia o amiga que los hacían desistir de amar a una irreal María
de fantasía, exigiéndoles en cambio que las amasen a ellas de verdad, y no
regresaban al convento nunca más.
Las madres bendecían el sacerdocio de sus hijos, mientras que los padres
maldecían a los cielos tan terrible locura, como es la de perder la vida y la
personalidad detrás de los claustros donde se les borraba el amor a la familia.
La Caída del Imperio de las Virgenes 181
Una vez que los atraía gracias a los dos mencionados cuentos, el de la música
y el de María, les succionaba el pene sin asco ni repulsa.
Llegó un cierto día en que no pudo contener su virginidad necesitada de una
verga, y pidió ser penetrado por dos incultos jóvenes del Barrio La Tablada,
uno llamado Surubí y el otro Burro Negro, vaya uno a saber por qué, quienes
cuando se fueron de su cuarto, se llevaron sin su permiso todos los cidis de
Los Redonditos de Ricota, su reloj enchapado, la billetera con algo de dinero,
su celular y la Biblia que usaba en la misa.
Al vestirse apresuradamente comprobó con lágrimas en los ojos, que el tal
Surubí dejara sus sucias y olorosas alpargatas bajo la cama, llevándose los
finos zapatos negros que comprara a un elevado precio del “Sportman” en
cuotas, las que de tres, solamente la primera estaba paga.
Los muy pillos, robaron sus pertenencias seguros de que jamás serían
denunciados, en pago de penetrarlo por largas horas salvajemente, dejándolo
finalmente desnudo y semidesmayado sobre la cama, con las nalgas al aire y el
ano rojo y retorcido. Desde aquél día se cuidaba de no dejar nada a mano en
su cuarto, escondiendo en su ropero bajo llave todo lo de valor, y prefería
pagar con dineros los servicios que le hacían los jóvenes, ya que el dinero al
ser de todos y de nadie, no podría acusar ni dejar huellas que descubriesen sus
fechorías. El padre Horacio, tenía la aviesa costumbre de relacionarse con las
radios locales haciendo programas de exaltación a María por llevarla
constantemente en su corazón, y también por captar a jóvenes operadores de
consolas para conversar de músicas y ondas bailables de moda, y después de
un tiempo, insinuarse descaradamente acariciándoles el sexo con sus benditas
manos para concluir siendo penetrado en su cuarto.
Esto de introducir jóvenes en su pieza, solo podía hacerlo mientras el obispo
dormía en el Obispado, a dos cuadras de cercanía, generalmente por las
siestas, y nunca debía descuidarse del padre Reimer, un sacerdote inocente,
joven, crédulo, recto y correcto, que en raras ocasiones dormía en la Catedral,
ya que en sus primeros años de sacerdocio fue destinado a la iglesia del Barrio
Estación donde vivía permanentemente. El que sí sabía de sus andanzas
homosexuales era el padre Gumercindo, pero no tenía cuidado de él porque
una siesta de invierno, escuchó unos gemidos femeninos que provenían del
cuarto vecino, y esperó paciente hasta que se abriera la puerta, y vio
estupefacto salir a su colega con la hija preferida de un gran empresario del
pueblo, a la que enamorara perdidamente gracias a su gracejo español, a tal
punto que la niña ya había perdido la virginidad y la vergüenza en su
dormitorio teniendo apenas doce años. Ambos lo vieron a él, y en adelante si
estaba en la Catedral el padre Gumercindo, no se cuidaba en nada al traer a los
jóvenes que quisiera para succionarles la verga o que lo penetrasen sin peligro
de ser delatado por su colega, pues tenía asegurado su silencio tanto como él
del suyo. A pesar del cuidado y ocultamiento de las actitudes pecaminosas de
los tres díscolos sacerdotes, Benetti, Gumercindo y Horacio, el obispo Santillán
sabía perfectamente lo que hacían, gracias a sus dos lacayos que lo
reverenciaban como si fuese un Dios hecho hombre.
La Caída del Imperio de las Virgenes 183
En efecto, Panchito Arbelaiz y Lisandro Almirón, los que años antes mataran
al pastor Arturo Siberek con los bastones eléctricos de la Matercorps,
constantemente informaban a sus oídos las cosas torcidas que siempre
suceden en cualquier casa de Dios.
No obstante, en su vocación, el padre Horacio era un excelente sacerdote
mariano, ya que conocía al dedillo todas las estupideces emitidas desde el
Vaticano con respecto a María, las cuales divulgaba en idolátricos programas
de radio que él mismo conducía, y muy suelto de cuerpo decía las mismas
palabras de Pío XII sobre la Ascensión de la Virgen o su Eterna Virginidad:
"Y si alguien, y Dios no lo quiera, se atreve a negar lo que hemos definido o a
dudar de ello, sírvase saber que ha apostatado y se ha apartado por completo
de la divina fe católica".
Huy, ¡qué miedo causan estas amenazas papales en los tontos católicos!
O, por ejemplo, la fábula aquélla de que el 11 de febrero de 1858, en la gruta
Massabielle cerca al pueblito de Lourdes, la Virgen se le apareció a la niña de
14 años Bernadette Soubirous, hija de un molinero, y se le identificó
diciéndole, palabras textuales: “Je suís l'Immaculée Conceptíon”.
Sólo tres años y dos meses antes Pío Nono había promulgado el dogma de la
Inmaculada Concepción con que estrenó su Infalibilidad Papal, procedimiento
novedosísimo para conocer la verdad. ¡Cómo una niña campesina, iletrada,
que sufría de asma y otros padecimientos mayores y menores y que para
colmo había contraído el cólera en la epidemia de 1854, cómo iba a saber esa
criatura de tan profundo dogma! Si esto no es milagro...
Y ahí empezaron las curaciones milagrosas y la avalancha de peregrinos.
El manantial subterráneo que surge de la gruta lo curaba todo: ceguera,
sordera, cojera, parálisis, tuberculosis, sífilis, reumatismo, lepra, tos convulsa.
Santa Bernadette de Lourdes murió joven, en 1879 a los 35 años y después de
haberse enclaustrado los últimos trece con sus múltiples dolencias en el
convento de las hermanitas de la Caridad de Nevers donde entregó el espíritu
en medio de indecibles dolores, bien merecidos por cierto.
Nuestra Señora de Lourdes, que curó a tantos, se olvidó de quien la inventó.
Igualmente, sin importarle la pérdida de sus sacerdotes, el obispo tenía entre
ceja y ceja desprenderse primeramente del padre Benetti, pidiendo su urgente
traslado o expulsión de la curia, y cambiar de destino a los padres Horacio y
Gumercindo, al primero enviarlo a las gélidas regiones de Tierra del Fuego
donde las temperaturas de bajo cero le harían perder su calentura por los
jóvenes, y al segundo, destinarlo a parroquias campestres donde solo hubieran
ovejas y vacas, y no jovencitas enamoradas de su prestancia y virilidad
españolas. Pero otro muy diferente iba a ser el destino de todos ellos, incluso
del obispo y sus lacayos. Y de los tres sacerdotes descarriados, el padre
Horacio fue el primero en aquél día que pagó sus pecados con una horrible
muerte que lo sanó para siempre de sus aberraciones.
***************************
184 La Caída del Imperio de las Virgenes
CAPITULO III
I
La “Santería San Gabriel”
Después de la milagrosa curación del Doro, de la que nadie habló una palabra
por ser una buena obra, el Mesiah siguió caminando indiferente por el medio
de la calle, como si estuviese solo en el universo, y pasando la estación de
servicios Petrobrás, se acercaba lentamente hasta la casa de monedas y turismo
“Cambios Mazza”, de don Alberto Mazza.
Este don Alberto Mazza, un judío muy devoto y muy favorecido de Dios, tuvo
el don de hacer una gran fortuna levantando un emporio con una agencia de
turismo mundial y cambio de monedas extranjeras, con la cual daba trabajo y
buenos sueldos a cientos de empleados santotomeños exigiéndoles eficiencia y
cordialidad con los clientes, y sobre todo una intachable honestidad.
Ganóse la merecida fama de hombre bueno, generoso y servicial pues ayudaba
a empleados, amigos y desconocidos sin jamás negarles nada, solamente por el
mucho amor que sentía por el prójimo necesitado, cualidad imprescindible
para entrar en el reino de los cielos, después de la fe puesta en Jesús.
Nada de lo que se le pidiese a don Alberto Mazza con sinceridad y veracidad
era negado por el buen empresario, desde remedios hasta ropas o comidas, y
algún día levantarían un monumento a su persona o pondrían su nombre a
una calle de la ciudad, por bien merecerlo como hombre bueno y solidario.
Sus padres habían nacido en Esmirna, (hoy Turquía) al igual que los padres
del Hombre Fiel, de quien supo ser amigo por poco tiempo y con el que
conversaba en yidisch de aquéllas lejanas tierras de sus ancestros, y en esas
charlas ambos lagrimeaban de nostalgias por recordarlas.
Su lujosa y próspera agencia de cambios y turismo estaba una cuadra antes de
la Policía, entrando a la ciudad por la principal San Martín, y hacia ella se
acercaba ahora el hombre de la túnica blanca y sandalias franciscanas.
Aunque no eran aún las ocho de la mañana, la mayoría de los comercios
céntricos, si no abiertos, estaban ya levantando sus cortinas o abriendo sus
puertas, por las cuales ingresaba su personal para iniciar las tareas del día.
La “Santería San Gabriel”, frente a la casa de cambios, que no tenía
empleados ni patrones, aún estaba cerrada, no porque los infinitos santos de
las imágenes con que contaba estuviesen durmiendo, sino porque sus dueños
acostumbraban a atender a sus clientes después de las nueve de la mañana.
Abrir una hora más tarde que el comercio en general, le daba a la santería un
toque de distinción y de alta alcurnia que demostraba la riqueza que gracias a
los milagros de la idolatría favorecían el constante fluir de dineros en la caja.
La venta de imágenes y estatuas era constante y sin descanso, de manera tal
que no era necesario abrir las puertas temprano para comerciar, ni siquiera
promocionar el comercio en radios ni diarios, ya que la idolatría estaba tan
arraigada en el pueblo que los santos se vendían solos y sin propagandas ni
esfuerzos, como por milagro.
Gracias a la Virgen María, la idolatría producía buenos frutos.
La Caída del Imperio de las Virgenes 185
Era infalible que los lunes se vendiesen más que cualquier otro día estampitas,
imágenes y libros marianos, ya que la mejor promoción a la santería la hacían
los sacerdotes en las misas de los domingos, donde constantemente incitaban a
los fieles a aferrarse a una imagen de María antes que poner su fe limpia y
pura en Jesús, y sobre todo a ignorar la Biblia que las prohíbe violentamente.
Siempre fiel al Señor, por muchos años don Alberto Mazza miraba desde las
vidrieras de su empresa éstas aberraciones y le dolía grandemente su corazón
y su alma entregada a Dios, aunque jamás se metía a aconsejar a nadie de lo
prohibido y peligroso que es la veneración de las imágenes, por ser un hombre
educado y considerado de las creencias y pensamientos ajenos.
Siempre respetó los dogmas del prójimo, por más lejos que estuvieran de los
Mandamientos, y se quedaba callado sin aconsejar ni asustar con castigos que
vendrían del cielo a los pecadores, aún sabiendo casos de adulterio entre sus
empleados casados. Lo que no soportaba y castigaba inflexiblemente eran el
robo y el hurto, pecados que tenía por los más bajos y viles a los cuales el
hombre nace con inclinación. El también, como todo judío fiel a Javéh
esperaba impaciente la llegada del Mesiah, aquél que su amigo el pastor
Arturo Siberek venido de Formosa le afirmó vehementemente que entes de
morir lo vería pasar en todo su esplendor frente a sus ojos.
Y la profecía estaba a minutos de ser cumplida. Vio pues, desde el interior de
su agencia a un hombre de blanco caminando por el medio de la calle, cuyo
rostro irradiaba el brillo del Moisés, el esplendor del rey David y la sabiduría
de Salomón, e inmediatamente supo que el Esperado de los judíos había
llegado al mundo, y arrodillándose en el suelo, postrando su cabeza en el piso,
exclamó en voz baja y suave el sagrado Padrenuestro en el antiguo arameo de
sus ancestros:
Abuna di bishemaya,
Itqaddsh shemah,
38 Lucas 1;35
188 La Caída del Imperio de las Virgenes
Esto de inmaculada, santa y bendita tenía una larga historia, que comenzaba
en un concilio romano celebrado en 680 y que la definió como “siempre virgen
santísima e inmaculada”. En la edad media, los frailes franciscanos, inspirados
por el teólogo del siglo XIII Juan Duns Escoto, defendieron y predicaron la
doctrina de la Inmaculada Concepción, que afirma que la Virgen María nació
sin pecado original. A pesar de la oposición de los dominicos, para quienes se
restaba valor al papel de Cristo como salvador universal, el papa Sixto IV la
defendió a contrapelo, estableciendo en 1477 la festividad de la Inmaculada
Concepción el día 8 de diciembre con una misa propia. El miedo a la muerte y
al Juicio Final provocado por la epidemia de peste negra del siglo XIV,
convirtió a la Virgen en mediadora de la misericordia de Jesucristo y surgieron
devociones populares como el rosario, que en un principio consistió en 150
Avemarías (imitando los 150 salmos del Salterio) a las que más tarde se
incorporaron 15 padrenuestros intercalados como penitencia por los pecados
diarios; el Ángelus, recitado al amanecer, a mediodía y al atardecer, y las
invocaciones a la Virgen María en la letanía empleando expresiones bíblicas
como Rosa mística, Torre de David y Refugio de los pecadores. En 1708 el
papa Clemente XI extendió esta festividad a toda la Iglesia occidental y, en
1854, Pío IX publicó un decreto solemne definiendo la Inmaculada Concepción
para todos los católicos, doctrina que no ha sido aceptada por las Iglesias
protestantes y ortodoxas, ni por los llamados viejos católicos.
En 1950 el papa Pío XII decretó, de igual modo, la asunción de la Virgen a los
cielos en cuerpo y alma como un dogma de fe para todos los católicos.
Este dogma en realidad se concretó para frenar la venta de supuestos huesos y
reliquias de la virgen dejados por los gusanos, ya que en toda Europa no había
comerciante o pícaro sacerdote que no lucrara vendiendo sus sagrados y
milagrosos restos mortuorios. De manera que hubo que ascenderla urgente a
los cielos en cuerpo y alma y encomendarle el sagrado trabajo u oficio de ser la
Reina de Todo lo Creado en el Cielo y en la Tierra, a fin de mantenerla
entretenida y ocupada, y lejos de los pícaros vendedores de huesos.
Mientras, de las despiadadas llamas de la santería, algunas pocas hojas de
libros deshechos se salvaron, pues caían ardiendo y se apagaban al contacto
con el suelo, y justamente una de las que sobrevivió milagrosamente, fue la nº
16 de un ejemplar del libro “La Virgen me habló” que suavemente vino a
reposar en el medio de la calle, justo a los pies del hombre de blanco.
La hoja estaba casi intacta, si no contamos las quemaduras de sus puntas y
costados, sin que el fuego hubiera tocado por milagro su divino contenido
central, quizá por haber salido de las prodigiosas manos de la escritora local
Cristina Perkins a quien la virgen María en persona le encomendara su
escritura, y a la que el pueblo tenía por santa.
El hombre miró la hoja que estaba en el suelo, (algunos dicen que fue la única
vez que el hombre bajó la vista de las alturas) y la pudo leer entera en la
fracción de un segundo, sin necesidad de agacharse para acercar sus claros
ojos castaños al papel, pues su vista era buenísima y las letras enormes,
resaltadas y destacadas en cursivas. La mencionada hoja del libro decía:
La Caída del Imperio de las Virgenes 189
II Tres veces en cada día recitarás en mi honor el Santo Rosario, y otras tantas
besarás y te arrodillarás ante mi imagen, que no debe faltar cerca de tu
cuerpo, del lecho donde duermes ni del lugar donde trabajas.
VII No cometerás adulterio contra mí, yendo tras otras santas y vírgenes
cantantes que con sus canciones engañan a mis fieles con dulces voces
de sirenas.
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La Caída del Imperio de las Virgenes 191
II
El Apocalipsis
Se podía ver desde allí una de las tres caras o cuadrantes del enorme reloj
sobre la torre de la catedral, con sus negras agujas marcando la hora exacta: las
ocho y treinta y cinco de la mañana.
Por más de veinte años, el reloj estuvo parado y estático sin que nadie pudiese
hacerlo andar, hasta que llegara al pueblo un humilde relojero que sin cobrar
nada, solo por amor a Dios, lo compuso y lo mantenía con su propio peculio,
aún siendo judío y teniendo un solo Dios..
Al parecer, eso era lo que buscaba el terrorista desde diez cuadras antes, el
reloj de la alta torre de la iglesia católica, cuando en horas tempranas ingresara
caminando a la ciudad por la calle principal San Martín, allá en sus comienzos
con la Alvear. La turba que le seguía, profesores, alumnos y civiles y que
sobrepasaban las mil quinientas personas, entre los cuales se hallaban ocultos
los tres policías armados y el pastor Sprill, se frenó en seco cuando vieron las
bocas de las ametralladoras y fusiles apuntando también hacia ellos, pero no
se atemorizó, pues era muy factible que en el primer disparo mataran al
hombre de blanco. Ah, qué gusto tendrían cuando las balas impactaran
certeras en el pecho del enigmático personaje de la blanca túnica, cuando las
balas agujerearan su pecho, salpicando la roja sangre como un torrente entre
sus ropas, y por no perder tamaño espectáculo la multitud apenas se abrió
reacia y de mala gana hacia los costados. ¡Qué morbo hay en ver morir a los
demás, ya sea por las balas de las bocas de las armas que abren la sólida carne
o por las difamaciones salidas de la boca de los mentirosos cuya lengua
destruyen las virtudes del prójimo! Y de la del comisario Cardozo salió la voz
clara y contundente amplificada por los altoparlantes del móvil atravesado en
el medio de la calle, detrás de la formación antidisturbios.
-¡Alto! ¡Deténgase! ¡Ponga las manos detrás de la cabeza! No haga
ningún movimiento repentino o sospechoso porque será tomado por una
agresión y mis hombres dispararán sin titubeos. ¡Ponga las manos en la nuca!
¡Arrodíllese en el lugar donde se encuentra! - le intimó drásticamente
La mayoría pensó que ante la primera advertencia de fuego el hombre se
rendiría levantado los brazos en alto, y sucedió exactamente como la turba
pensara, pero al revés en su final, ya que el hombre levantó lentamente sus
manos al parecer en señal de rendición, pero al pasarlas frente a sus ojos, hizo
un imperceptible gesto con sus dedos, como bendiciendo a las fuerzas
policiales, y al instante el móvil detrás del cual se protegía el oficial Cardozo,
salió despedido como por un fuerte viento, volando por espacio de unos
veinte metros para ir a caer invertido sobre el kiosco de diarios y revistas de
Luisito Arce, al que aplastó y alisó como si fuese un matambre, junto con su
dueño y sus mercaderías.
El comisario junto con su micrófono, quedó sepultado bajo dos mil kilos de
hierros, y solo se veían de él sus piernas balanceándose acompasadamente en
los últimos indicios de vida, entre tablas, chapas y diarios que se
desparramaron por el suelo, empapados por las sangres del policía y del
dueño del kiosco, obligadas a abandonar las venas y arterias reventadas por el
pesado móvil patrullero que aplastaba los cuerpos de ambos desgraciados.
La Caída del Imperio de las Virgenes 195
El patrullero estaba intacto, solamente invertido patas arriba, con sus ruedas
girando alocadas y derramando un fino hilo de nafta que lentamente se
deslizaba como una vertiente hacia la calle.
Una mano siniestra, flaca y descarnada, perteneciente al dueño del kiosco
Luisito Arce, con los dedos amarillos y famélicos por el constante fumar y
beber, casi sepultada bajo un periódico “Unión”, se movía como procurando
tomarse de algo para levantarse, pero su caída no era de ahora.
Su caída comenzó cuando se envició por la bebida muchos años antes, cuando
privilegió el alchohol y el cigarrillo antes que a su mujer y sus hijos, los cuales
le abandonaron por no oler los fétidos alientos que emanaban de su boca, la
cual se volvió un agujero negro en el que toda botella de alcohol desaparecía.
Hasta ése momento, casi las nueve de la mañana, desde la llegada del
peregrino a la ciudad de Santo Tomé, solo se habían producido tres extrañas
muertes desde el amanecer: el camionero destripado, el aplastado comisario
Cardozo y el sepultado kiosquero Arce, a excepción de las piernas de aquél y
de una mano de éste; todo sumado al extraño milagro de la transformación del
Doro.
Pero tan benigno panorama cambiaría en los siguientes segundos, cuando sin
que esperaran orden de fuego alguna, los agentes presos de rabia y miedo al
ver que enfrentaban algo sobrenatural y desconocido, dispararon sus armas y
acribillaron al hombre de blanco con más de cinco mil disparos que dieron
certeramente en su pecho atravesándolo como si fuese de manteca.
El ambiente se llenó de humo y pólvora que despedían las armas al disparar
los proyectiles, y por la calle se esparcieron miles de cápsulas metálicas
doradas que al rebotar en el asfalto hacían alegres sonidos de campanitas,
como si ángeles bajaran a la tierra en la Natividad del Señor.
Sin embargo, el hombre acribillado no se desplomó al suelo ni pareciera que le
dolieran las perforaciones que abrían las balas en su cuerpo, al contrario de lo
que sucediera dos mil años antes cuando lo atravesaron con clavos y lanzas en
una cruz de madera en la que diera, por única vez y para siempre, su vida y su
sangre por nosotros.
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196 La Caída del Imperio de las Virgenes
III
La masacre
Viudos ambos, con hijos que siguieron el sacerdocio mariano en lejanos países
a los que se fueron, e hijas que se enclaustraron en conventos vaya uno a saber
para qué, se pusieron al servicio exclusivo del obispo como sus edecanes y
guardias privados desde hacía muchos años atrás.
Estos dos fueron y aún eran, los que en las radios locales por muchos años,
llevaban adelante un programa llamado “A la luz de la Biblia” en el que
empañaban y oscurecían la Palabra de Dios con intrincadas y enmarañadas
filosofías que demostraban fehacientemente que María era el Espíritu Santo, y
José Dios mismo, para poder engendrar a la Tercera Persona de la Trinidad, el
apagado y olvidado Jesús por la iglesia romana.
Jesús se disolvió dentro del catolicismo entre trinidades, estampitas, velas,
devociones, procesiones, rosarios, auroras, misas de gallos y maitines de
trasnochados amaneceres, cirios pascuales, avemarías, e infinitas tonterías
detrás de las veneraciones e idolatrías a cuanto santo, santa, beato, papa, indio
o gaucho pululaban como una peste dentro de sus dogmas clericales y
demoníacos.
Con éstas doctrinas filosóficas sacadas de los pelos de la Biblia, tomadas
torcidamente y patas arriba de la Palabra de Dios, enseñaban malignamente
falsedades inconcebibles afirmando ante los crédulos que a Dios le agradaban
las imágenes de los santos, pero no las de tiempos antiguos cuando éramos
ignorantes y no había quién nos indicara cuál sí y cuál no, sino los que sabios
papas antiguos canonizaron o los que papas de la actualidad ordenaban; que
María nació libre de pecados y que fue virgen aún acostándose con José en un
mismo lecho por más de treinta años continuos, y que ahora integraba la
Santísima Trinidad en la persona del Espíritu Santo, la divina voluntad de
Dios a la que ella se sometiera gustosa; que ascendió a los cielos en cuerpo y
alma sin haber una foto, escrito o testigo que lo probara; que los muertos
necesitan de las velas y novenas milagrosas de los vivos para que Dios no los
pueda condenar aún queriendo; que el limbo es una especie de lavadero de
autos donde las almas quedan brillosas y relucientes para seguir su camino de
ascenso al paraíso; que los niños deben ser bautizados no bien nacidos sin
pedirlo ni saber para qué y sin cumplir requisito alguno, y otras aún más
inadmisibles. Demostraban con la Biblia en la mano que el papa es infalible y
certero en las interpretaciones de las Escrituras en asuntos tocantes a los
dogmas, y que los sacerdotes pueden perdonar o lavar los pecados de los
hombres como si fuesen Dios mismo; que las buenas obras son más necesarias
y salvíficas que la fe en Jesús, y otras infinitas tonterías que la Palabra prohibía
u ordenaba de manera contraria.
Proclamaban que las buenas obras por sí solas salvaban de la condenación
eterna.
Cierta vez este seudo teólogo Lisandro Almirón distribuyó en el pueblo un
panfleto donde con toda la caradurez del mundo desafiaba a que si le
demostraban que la fe en el Señor Jesús por sí sola salvaba del fuego eterno, lo
que afirmaba no estar en la Biblia, se hacía de ahí en más protestante, y
remataba que “somos salvos por obras y no solamente por la fe” que sí estaba.
La Caída del Imperio de las Virgenes 199
39Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. NO
ES POR OBRAS, para que nadie se gloríe de sí mismo. (Efesios 2; 8,9,10)
200 La Caída del Imperio de las Virgenes
Algo grave sucedía en la calle San Martín, pues se divisaba una gigantesca
procesión o manifestación callejera que cortaba las laterales por las que
intentaban entrar a ella.
Algo de miedo tuvo el obispo cuando se escuchó una terrible explosión, como
el de una bomba caída del cielo, y vio a lo lejos que todo el mundo se arrojaba
al suelo protegiéndose, mientras que el ambiente se oscurecía de negros
humos y fluctuaba un repelente olor a quemado.
El aire se enrareció con negras nubes de hollines que irritaban las gargantas y
las narices, y enormes lenguas de fuego ascendían sobre los techos de las
casas, y un polvillo blanco y pegajoso, como de cal o de talco, caía desde el
cielo impidiendo la visión a más de media cuadra de distancia.
El parabrisas del vehículo se empañó del fino polvillo blanco, que mirando
con cuidado, notaron que en realidad eran minúsculas partículas de cenizas.
El obispo ordenó entonces a su lacayo Panchito Arbelaiz que torciera en la
primera esquina a la derecha, alejándose del centro para poder avanzar
rápidamente por una calle de tierra, y tomando la Caa Guazú, buscaron el
camino más corto y sin impedimentos que los llevara a la iglesia, hasta llegar a
la altura de la plaza, y pasando por la Sociedad Italiana y la Intendencia,
finalmente estacionaron en los mismísimos cordones de la Catedral de
Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, sobre la avenida principal San
Martín, lejos de los disturbios que acontecían unas cuadras más abajo.
Descendieron y todos miraron hacia el Banco Nación, a dos cuadras de donde
estaban parados, para ver a una turba que se apiñaba en los contornos, y a
cientos de policías con cascos y escudos que salían en fila india de la cercana
comisaría, y un blanco patrullero estacionado en el centro de la calle, como
para impedir el paso a la manifestación que se veía más atrás, y que
aparentemente quería llegar hasta la Intendencia para protestar por algo.
La chusma siempre protesta por algo sin que nada los conforme, pensó el
Vicario de Dios.
Más atrás de la multitud se veía elevar hacia los cielos grandes lenguas de
fuego y nubes de humos que semejaban al embudo de un tornado, lo que hizo
pensar a los tres que los manifestantes eran violentos e insensatos quemando
cubiertas de autos en la protesta.
El obispo, como era su costumbre, no perdió mucho tiempo en curiosear ni
interesarse por problemas que no atenían a su diócesis, por lo menos a las
cosas espirituales, y sin detenerse, como una tromba entró directamente por
los pasillos de la secretaría a revisar el cuarto del padre Benetti, que era lo que
más le importaba por ahora. Esta vez el padre Benetti sería descubierto e
irremediablemente perdido, pues en esos precisos momentos avanzaba por la
ruta a toda velocidad por tratar de llegar a su pieza, estando aún a una
distancia de dos kilómetros lejos de su amada iglesia.
Cinco minutos después ingresó al pueblo torciendo a la izquierda para subir
por la principal calle San Martín, y haciendo apenas dos cuadras por ella, vio
que a lo lejos el paso estaba impedido por un enorme camión volcado en
mitad de la calle.
202 La Caída del Imperio de las Virgenes
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204 La Caída del Imperio de las Virgenes
IV
El camino hacia la idolatría
Cuando el patrullero voló unos veinte metros por el aire para ir a estrellarse
contra el kiosco de revistas de Luisito Arce, al borde del cordón derecho de la
calle San Martín, llevando consigo al comisario Cardozo junto y de rastras a su
micrófono, los policías enloquecidos dispararon sin que mediara orden
alguna, y miles de balas de plomo salieron de las bocas de las armas que
despedían finos hilillos de humo como si fumaran, y el ambiente se llenó de
penetrantes olores a pólvora, con un repiqueteo infernal en el que se
mezclaban gritos, alaridos, ayes de dolor y silbos de proyectiles que todos sin
excepción dieron en el pecho del hombre de la túnica blanca. Cada policía
comprendió que si no detenían a tan soberbio enemigo, estarían perdidos y
muertos en minutos, y como si fuesen enajenados mentales apretaron los
gatillos con roja furia patente en los desencajados rostros. Más de cinco mil
agudas y sólidas balas de expertos tiradores atravesaron el torso del Mesiah,
sin que de los agujeros que producían en su pecho brotara sangre ni dejaran
ver huesos astillados, como era el deseo y la morbosidad de la gente. Tampoco
los proyectiles rebotaban contra él, por si se pensara que tuviese un chaleco de
plomo, sino que lo atravesaban como si fuese un espíritu o un fantasma, para
después impactar en los indefensos cuerpos de los alumnos de la escuela
Normal, en sus profesores y en los cientos de curiosos de la procesión que le
seguía. Las balas que atravesaban al Mesiah y por acaso se perdían en el
espacio sin tocar otro cuerpo alguno, reventaron los parabrisas y las ruedas de
los autos estacionados en la calle, produciendo grandes explosiones como
ruidos de truenos que causaron terror y pánico entre la multitud despavorida,
y el enorme cartel luminoso de la “Ferretería Maceri” que cruzaba la calle de
lado a lado, se desplomó al suelo cuando las balas cortaron sus riendas de
alambre, y en su caída sobre muchedumbre, aplastó a dos jóvenes que
segundos antes se habían arrojado al suelo para salvar la vida de las balas que
silbaban sobre sus cabezas. Como el cartel cayera de canto, a uno le cercenó la
cabeza, y al otro lo dividió en dos, a la altura de la cintura.
Los árboles de la cuadra, pintados a la cal para el desfile estudiantil del
venidero Día de la Primavera, quedaron teñidos de roja sangre inocente, y
como las ráfagas de proyectiles cortaban y aserraban las carnes y los huesos de
la turba, así como sobre los mostradores de las carnicerías se exhiben las
desguazadas partes de una vaca, por las aceras y la calle principal se
esparcieron horribles cabezas humanas separadas de sus cuerpos, y brazos y
piernas huérfanos y solitarios que aún movían sus dedos como buscando el
tronco que perdieron.
La sangre inocente de los estudiantes muertos en aquél aciago y amargo día,
fluían como arroyos buscando el mar por el borde de los cordones de la calle.
Aquél nefasto día para la historia de Santo Tomé, se recuerda en los anales del
pueblo como el “Día de los Guardapolvos Ensangrentados”, según lo
bautizara en su libro el historiador local don Marco Tulio Centeno.
La Caída del Imperio de las Virgenes 205
Entonces, cuando cesaron los disparos, el hombre de blanco que aún tenía las
manos levantadas a la altura de los ojos, como para bendecir a las
ametralladoras y a sus dueños, a imitación de como hacen los papas para dar
suerte y la protección de Dios a los soldados que van a la guerra, apuntando
sus dedos a quienes le dispararon, hizo un imperceptible gesto como si les
perdonara el mal que ocasionaron y las muertes que causaron a sus espaldas.
Al instante las armas policíacas ardieron al rojo vivo, como si fuesen ascuas y
ardientes brazas en sus manos.
Toda la brigada antidisturbios, los hombres arrodillados y los de pie, se
incendiaron espontáneamente profiriendo horribles gritos entre las llamas que
consumían primero los brazos y después el torso, para después caer y
revolcarse en el suelo en medio de terribles dolores.
Fue como si del cielo les cayera un balde de nafta o kerosén sobre sus cabezas
y ardieran instantáneamente de la cintura para arriba con el fuego sagrado que
viene del Espíritu Santo de Dios.
Después de unos segundos de angustiosa agonía en que aullaban
desaforadamente de dolor, los cuerpos caían al suelo y quedaban tersos y
quietos achicharrándose entre las llamas que despedían repulsivos olores a
grasas, carnes y cabellos asados.
Unos pocos se salvaron, no más de media docena, ya que solamente ardieron
de manos y brazos, pero el resto, más de medio centenar de agentes, se calcinó
del torso hacia arriba, lo que después dificultó para que pudieran ser
identificados y reconocidos por sus familiares cuando se apagaron, pues no
quedó de ellos otra cosa que la calavera lisa de sus cabezas, las dentaduras
luciendo una horripilante sonrisa, las costillas del torso y los huesos de los
brazos expuestos a luz del sol, sin una brizna de carne ni rastros de tendones
ni arterias.
Los demás agentes de contención que fueron distribuidos por todo el
perímetro y que solo portaban garrotes de goma maciza y escudos de plástico
transparente, arrojaron ambos elementos al suelo y huyeron despavoridos a
esconderse en la comisaría, junto a los presos en las celdas de sus fondos.
El olor a pólvora era insoportable, y el número de civiles muertos sobrepasó
las trescientas personas amontonadas en todo el largor de la cuadra, entre la
Brasil y Centeno, cubiertos y tapados por ramas que desgajaron las balas,
carteles acrílicos caídos y vidrieras de comercios que estallaron como bombas,
balcones que se desplomaron estrepitosamente y columnas de luces que se
partieron en sus bases ante la lluvia de los proyectiles que dispararon las
armas de los agentes antes que sus manos ardieran en una terrible agonía.
En medio de ésta carnicería, estaban sepultados también los cuerpos del
comisario Fernández que había salido de franco a las siete de la mañana, el
sargento Segovia y el oficial Bonutti de la guardia entrante, que tirados en la
calle aún tenían sus armas en las manos, cuando en un fútil intento de
disparar por la espalda al hombre de blanco se acercaron por detrás para
cercar su posible huída, pero jamás pudieron hacerlo por la infinita cantidad
de plomos que impactaron en sus cuerpos.
206 La Caída del Imperio de las Virgenes
40El soldado Ur que muriera en la batalla de las Termópilas apilado con otros trescientos, volvió a
la vida y relató lo que había visto en el más allá durante los días en que estuvo a la espera de ser
quemado en lo alto de la pira.
La Caída del Imperio de las Virgenes 207
Unos pocos ardieron solo de las manos y salvaron sus vidas, no más de seis,
pero la mayoría murió carbonizado del torso hasta la cabeza, para caer luego
hacia atrás con sus piernas salvas e intactas calzadas con los brillosos
borceguíes y vistiendo los pulcros pantalones azules del uniforme, sostenidos
aún por sus ajustados cintos de redondas hebillas de acero.
De la cintura para arriba eran blancos esqueletos expuestos al sol.
Las dentaduras relucientes de los agentes parecían reírse del fuego que asaran
las carnes del cuerpo, en una sonrisa siniestra de oreja a oreja… si las tuviesen.
Los cincuenta componentes de escuadrón antidisturbios yacían en el suelo
carbonizados como si fuesen aquéllas mariposas que en círculos rodean la vela
encendida hasta que sus llamas las pulverizan.
Pero no todos murieron.
Unos pocos que al menor calor inmediatamente arrojaron lejos sus armas,
ardieron solamente de manos, y se salvaron quedando tullidos hasta el codo o
el hombro, pero no fueron más de cinco o seis.
Los gritos de dolor que daban éstos seis policías ígneos eran espeluznantes, y
eso indujo a los restantes que no componían el cuerpo antidisturbios sino de
apoyo logístico con escudos y garrotes, y que estaban sanos y salvos
distribuidos por las veredas circundantes, a huir en tropel de aquél
pandemonio buscando refugio dentro de la comisaría, como si fuesen a la misa
de los domingos.
El padre Benetti sintió terror al ver lo que pasaba, sin comprender en qué
lucha o batalla estaba metido el pueblo y la policía, y casi al instante de
ponerse nuevamente en pie, oyó otra terrible explosión que lo volvió a echar al
suelo de espaldas.
De allí vio volar por el cielo los techos del fondo de la comisaría.
Inmediatamente se apretujó contra el piso temblando de miedo, ocultando su
cabeza entre los brazos para no ser golpeado por miles de escombros, tejas,
maderas y cascotes que caían como una lluvia maldita del cielo.
Poco antes de estallar la comisaría, el personal que sobrevivió a la masacre
huyó hacia los fondos sin que nadie se atreviese a tocar nuevamente un arma,
y menos apuntar al hombre de blanco.
Se apretujaron todos alrededor de la gruta donde estaba la Virgen Peregrina
patrona de la institución, para suplicar su divina protección.
En el hombre, siempre hay más confianza depositada sobre una imagen, que
en la fe limpia y clara puesta en el Salvador.
Desde el teléfono de la guardia, se llamó urgente a gendarmería y a la
prefectura para que enviasen la mayor cantidad de personal y armas
disponibles, pues el terrorista de blanco posiblemente tuviera una
poderosísima escondida en los pliegues de su ancha manga.
Quizá fuese un arma nuclear, pues carbonizaba en segundos a comercios,
hacía volar enormes camiones y autos patrulleros, y achicharraban las de los
agentes junto con sus cuerpos dejándolos en blancos esqueletos de huesos
mondos y lirondos. De manera que sería conveniente trajeran las armas más
modernas y poderosas que tuvieran.
208 La Caída del Imperio de las Virgenes
41Heindrich Himmler (1900-1945), oficial alemán conocido por su labor como jefe de las fuerzas de
policía nazis. Se sacó una foto caminando sobre los cadáveres judíos en los campos de exterminio
exclamando: “Dios me perdone, pero esto es lo que a mí me gusta”
210 La Caída del Imperio de las Virgenes
Si tus pies corren presurosos hacia la idolatría, córtalos, pues es preferible que
llegues cojo a los cielos antes que corriendo a los infiernos.
Entonces comprendió que las palabras y profecías que el Hombre Fiel le dijera
unos años atrás, cuando por pocos meses antes de la guerra, en la época del
Gran Tornado, fuese su amigo de charlas y filosofías conversando largas horas
sobre la Biblia, sobre la mariolatría, las imágenes y otros infinitos temas que
cada cual defendía o rechazaba, se estaban cumpliendo en éste preciso día de
primavera.
La Caída del Imperio de las Virgenes 211
- Cuando Ud. vea, padre Benetti, -le dijo el Hombre Fiel - que las piedras
levitan como plumas y lo liviano se vuelve plomo, cuando las estrellas finjan
que bajan del cielo, cuando vea que las imágenes que Ud. ama e idolatra se
derriten abrasadas por el fuego, exploten, revienten y ardan, y cuando brazos
y piernas se desprendan de los cuerpos y dejen ver los huesos astillados;
cuando sus pies hollen cabezas y brazos mutilados, y que una furia titánica
nunca vista despedace las imágenes que tanto ama el católico, sabrá el pueblo
mariano que el Señor ha llegado a terminar con la idolatría que desprecia y
odia. Cuando vea a las estatuas sin sus cabezas y sin sus manos, cuando
caigan estrepitosas al suelo cruces y altas antenas de radios diabólicas sabrá
Ud. que es el tiempo del final del catolicismo. Su iglesia será barrida de
inmundicias y aseada con la Palabra de Dios para que cualquier cristiano
pueda entrar a ella sin otro amor que al Señor Jesús, limpio, claro y puro, y se
llenará por fin de cristianos su seno, y en sus bancos ya no estarán los
amadores de vírgenes y estatuas. Serán los católicos una humilde secta para
Jesús antes que una pomposa iglesia para el papa. No habrá madres, vírgenes
ni santos milagrosos que el demonio ocupa para destruir los puros Evangelios
de Jesús el Salvador. Yo no lo veré, pues mi hora pronto llegará en manos de
los que siguen al maligno y no al Señor. Pero Ud. sí, y si quiere salvarse de la
masacre y de la destrucción, en aquél día arroje lejos de sí toda cruz, medalla,
rosario o estampita con que cargue su cuerpo, para no sufrir en el alma la
repulsión y la ira del Señor, y corra a ponerse bajo su sumisión, abandonando
todos los ídolos a los cuales dedicó vanamente su vida. Y benditas serán desde
aquél día las sectas cristianas que desechan las fábulas clericales siguiendo
solamente al Señor Jesús, pues ellas progresarán y se multiplicarán
infinitamente, y Él morará en ellas por fieles al Salvador.- le profetizó como
otro Malaquías. Jamás le creyó, y apenas germinó en su alma una pequeña
sospecha de que en algo tenía razón.
No hay ni la más ínfima razón para adorar o venerar a María ni a santo
alguno, teniendo solamente a Jesús en el corazón.
La iglesia, su iglesia católica, cambió en muchos aspectos al Jesús Salvador por
la fabulosa María Madre de Dios. Por ejemplo, prefirió radicalmente las
buenas obras a las cuales consideraba de más importancia que la sangre del
Salvador, a pesar que en Romanos 3:28 dice: "Afirmamos por lo tanto que el
hombre se justifica por la fe con independencia de las obras que manda la ley.”
Bautizamos a niños recién nacidos para que cuando grandes y razonen por sí
propios, se bauticen verdaderamente en las iglesias evangelistas, aceptando
para siempre al Señor Jesús. Ninguno de los apóstoles tenía autoridad sobre
los demás, ni era adorado, y nosotros los católicos tenemos al papa como a un
Dios que alimentamos y vestimos como si fuese un verdadero gusano parásito
de los diezmos. Nuestro Vicario maneja fortunas metidas en bancos y
empresas. Y al ser infalible, puede anular matrimonios que ante Dios son
indisolubles, pero no de los pobres, sino de los reyes y príncipes que bien
pagan en oro la anulación del sagrado vínculo. El papa y nosotros los
sacerdotes podemos perdonar pecados como si fuésemos Dios mismo…
212 La Caída del Imperio de las Virgenes
“El Señor me perdone, -repetía en voz alta para sí- por ocultar al
ignorante que las imágenes nunca lloran ni sangran por los ojos
como hacemos creer a los tontos para quitarles sus dineros y
transformarlos en crédulos católicos y marianos. En los seminarios
nos enseñan a hacer éstas cosas porque nos dicen que el pueblo
católico es tan ignorante de las Escrituras que se necesitan de fábulas
y huesos milagrosos para llevarlos hacia Dios. Nos dicen que las
mentiras, si son favorables a la causa de los Evangelios, son piadosas
y divinas, y antes que castigos tienen grandes premios en el cielo
para nosotros los que las inventamos. Las cruzadas realizadas en
épocas antiguas para exterminar a millones de herejes que no
aceptaban la supremacía del papa, -nos instruyen- eran consentidas
y favorecidas por Dios y por el papa, igual que las fábulas de la
actualidad para imponer a María como la madre de todos los
hombres, cuando en verdad fuimos, somos y seremos hijos de Dios.
Estas tonterías usa nuestra iglesia católica para engañar al pueblo
cristiano, y el Señor me perdone por ocultarlo creyendo hacer un
bien antes que el irreparable daño de condenar a las almas al fuego
eterno, apartándolas de Jesús. Nosotros los sacerdotes inventamos
estas fábulas desde los claustros porque nos enseñan que debemos
mantener a los fieles de María con cuentos, mensajes y milagros
celestiales que vienen del cielo. El libro de la escritora Perkins es una
horrible mentira que inventaron el obispo Santillán y el padre Gumercindo,
llevados por el afán de exaltar a María como si fuese Dios en
La Caída del Imperio de las Virgenes 213
persona, para que la gente crea que se salvará por su gracia y no por
el perdón que viene solamente del creer en Jesús. El Jesús que
caminó sobre las aguas debe ser destruido porque no pide limosnas
para sostener la magnificencia del obispo, y debe ser exaltada la
bendita María que ascendió a los cielos y produce grandes ganancias
en la tierra. Para mantener vivas estas devociones a vírgenes y
santos, la iglesia necesita dinero, mucho dinero, y las limosnas y las
donaciones de los creyentes vienen por María y no por Jesús, y
nuestras arcas se enriquecen gracias a la idolatría de infinitas
devociones que propagamos entre los fieles. Por Jesús no entra una
moneda en la tesorería de la iglesia, y las treinta de plata que
solamente Judas pudo conseguir por traicionarlo, el muy imbécil las
devolvió arrepentido para después ahorcarse de un árbol.
Inventamos santas que atraviesan las paredes, santos que hablan con
los pajaritos, niños que traen mensajes de la virgen, soles que giran
en el cielo, medallitas milagrosas, mantos sagrados, escapularios
salvadores, huesos santos y sanadores, estatuas negras de San La
Muerte, palmas, velas, e inciensos para la buena suerte, y mensajes
venidos del cielo que cuanto más estúpidos, tanto más creíbles son.
María es una necia, o muy poco inteligente, pues desde hace siglos se
queja siempre de lo mismo: está dolida por el poco amor que se le
brinda, que necesita más devoción hacia su sagrada persona, que su
Hijo está muy enojado con nosotros y que ella ya no puede contener
la furia de su brazo, que necesita que se le erijan nuevas basílicas y
capillas, y otras falsedades. Siendo reina del cielo y de la tierra, aún
no puede encontrar una solución perfecta para su congoja, y dejar de
quejarse eternamente. Dice además que un papa vestido de blanco
será asesinado, que tal o cual arroyo de aguas claras y cristalinas
curarán las enfermedades si a su vera se levanta una basílica en su
honor y otras infinitas tonterías que hacen la delicia de los idólatras.
Hacemos creer al pueblo que su estatua llora por nosotros,
colocándole en su interior cañitos y sueros que descargan lentamente
dolidas lágrimas por los ojos de su bello rostro. La iglesia católica
debe mucho a la medicina, porque después que perfeccionó las
transfusiones de sangre, y la chapita que regula el paso del líquido,
los sacerdotes no dejamos ojos de santas sin lágrimas de sueros ni
santos que no sangren por las manos en casi imperceptibles gotas.
Nosotros los sacerdotes hacemos llorar roja sangre a San José a
través de pequeños orificios practicados detrás de sus ojos, para
fabricar éstos tontos y pueriles milagros que reportan jugosas
donaciones de los idiotas y necios que los creen. De vez en cuando
exponemos un sacerdote cuyas manos sangran en los mismos
lugares donde Cristo fuera traspasado con clavos (que dicho sea de
paso no se sabe, ya que unos dicen que en las palmas y otros en las
muñecas) con la simple engañifa de untarse con dos ácidos
214 La Caída del Imperio de las Virgenes
El padre Benetti se arrepintió haber sido cómplice por cuarenta años de las
fábulas que elevaron a una irreal e inexistente virgen María a un peldaño
superior al de Jesús, tomando su iglesia falsa e idolátrica el atrevimiento de
llamarla Madre de Dios, y Reina del Cielo y de la Tierra, y sintió la misma
furia que sentía el Hombre Fiel hacia esas patrañas inventadas en el medioevo
pero aún vigentes en el 2030. La hermética e inexpugnable caja fuerte de su
cerebro, que en los seminarios sus superiores atornillaron con éstas absurdas
creencias y mentiras piadosas dentro, y le aseguraron ser justas y necesarias
para atraer al rebaño antes que con la Palabra, se abrió frente a la nueva luz
que viniera al pueblo en forma de un hombre de túnica blanca.
¡Con razón lo que primero nos enseñan es que la Biblia no es la única fuente
de fe! ¡Con razón nos hacen creer que las disposiciones y dogmas que emiten
los papas son infalibles por venir de Dios!
Corrió hacia su Salvador gritando:
- ¡El Señor ha venido a castigarnos! ¡El Señor ha venido a castigarnos!-
No vio que una turba de curiosos peleaba y forcejeaba a las trompadas y
patadas para apoderarse de su gruesa cadena y medalla de oro macizos, en las
amplias veredas del comercio de ropas deportivas “El Sportman” del
acérrimo católico español Juanjo Martínez.
Uno que la había tomado antes de que cayera al suelo, fue derribado sin
soltarla de una violenta patada en las espaldas, hasta que le dieran otro
furibundo puntapié en la cara, lo que hizo que la cadena se desprendiera de
sus manos, junto con varios dientes de su boca.
Sin duda, la medalla y la cadena eran otro milagro de María caído del cielo
para sus acólitos y fanáticos, y quizá de ahí naciera una nueva devoción.
Mientras, el hombre de blanco ya se había alejado ostensiblemente de los
muertos que dejara a sus espaldas, pasando el Banco Provincia, la “Tienda
Salgado”, la “Farmacia Vega”, y la heladería “Dulzura”, y se acercaba ahora a
la esquina de la Intendencia, frente a la plaza principal del pueblo llamada
apropiadamente General San Martín, en honor a su máximo patriota.
La Caída del Imperio de las Virgenes 215
Esto lo declamó en arameo, así que nadie entendió su enojo, y hasta hubo
alguno que creyó ser una bendición para la iglesia católica, si no fuera por la
furia que como rayos se desprendían de su mirada.
Pero no, no era una bendición.
No era el Angelus, ni el Avemaría y menos un Rosario de la Aurora.
Más bien fue un canto de furia, una maldición ancestral que venía de muy
lejos, pues el hombre apuntó con su manos a la majestuosa cruz de metal allá
en la cima, y al instante las riendas que la sostenían se cortaron produciendo el
estampido de un látigo al resonar, para retorcerse como un gusano enfermo
hasta desprenderse de sus soportes y balancear peligrosamente hacia sus
costados, precipitándose luego al vacío para venir a estrellarse
estrepitosamente en la vereda de Cáritas, la tienda de ropas usadas regenteada
por el padre Buendía, al costado del templo.
216 La Caída del Imperio de las Virgenes
La cruz que antes parecía minúscula en lo alto del cielo con el universo a sus
espaldas, era ahora un armatoste de hierros retorcidos y enmarañados de unos
cuatro metros de largo por dos de ancho, cuyos cientos de focos azules
reventaron como bombas o petardos al estrellarse en el piso, y lo que antes era
una cruz milagrosa flotando en el espacio, ahora era una gigantesca pelota de
metal retorcida en el suelo, sin ninguna virtud.
El mismo fin y a un mismo tiempo tuvo la alta antena de Radio María, en los
fondos del patio de la catedral, que simplemente era una repetidora de la
estación central afincada en la ciudad de Córdoba, la que se precipitó a tierra
con agudos sonidos de hierros retorcidos, interrumpiendo de lleno el Rosario
de la Mañana que llevaban sus ondas a miles de marianos en aquéllos precisos
momentos, en honor a su Salvadora. El fin de la radio no era otro que llevar al
pueblo hacia María, alejándolo de Dios. Fue el esténtor de una radio infame
que las veinticuatro horas del día hartaba con el Rosario en honor a María
antes que el sagrado Padrenuestro para Dios. Fue el fin de una radio diabólica
que instruía a los católicos en vidas de santos antes que en la del Señor Jesús,
en fábulas milagrosas de beatos y en mitologías griegas de héroes y dioses
troyanos y griegos que destruían los Evangelios, mezclando a Zeus con Javeh,
a Hermes con Gabriel y a Hércules con Sansón.
En un hueco de la pared de la torre central, poco más abajo del reloj y el
campanario, estaba refugiada y guarecida una alta imagen de María en
mármol o cemento blanco, infinitamente manchada en los hombros por las
deposiciones fecales de las palomas que de noche la arrullaban y dormían
sobre su cabeza y sus hombros.
Ni las palomas se sometían a su ficticia autoridad pues con sus heces
manchaban indiferentes su divina pureza y su inmaculada condición.
La imagen sostenía a su Hijo en uno de sus brazos, mientras que en las manos
del otro portaba una fina varilla de bronce que remataba con una estrellita en
su final, algo así como las varitas mágicas que usan las hadas madrinas.
Esta imagen en nada gustó al hombre de blanco, y con un gesto imperceptible
de sus manos, hizo estallar la estatua con hijo y varita mágica en mil pedazos,
que tiñeron la vereda de cal y cemento blanco como si hubiese nevado.
La destrucción de María de yeso provocó un fuerte estampido que hizo que la
gente, se tirara al suelo o se refugiara escondida tras los árboles de la plaza.
Una fuerte exclamación de asombro y suspenso se escapó de cientos de bocas
hastiadas de tragar hostias ante tanta vejación a una estatua sagrada.
Sin embargo, la anciana que esperaba su caja alimentaria frente a la
Intendencia, al ver que destruían su cruz amada y la sagrada imagen de su
Salvadora que llevara en su pecho y su alma por más de noventa años, se
acercó más que nadie al subversivo, pues siendo sorda como una tapia nada
había oído de la explosión que causara gran miedo entre la turba que se
mantenía alejada remolineando en la plaza, y furiosa le increpó al causante de
la destrucción de sus adoradas imágenes:
-¡Maldito sea el vientre que te llevó y malditos los pechos que te
amamantaron!- le maldijo.
La Caída del Imperio de las Virgenes 217
El hombre se dio vuelta mirándola con furia y enojo y con una voz que hizo
temblar la tierra, mostrándole la palma abierta de su mano derecha, como si
quisiese detenerla o ahuyentarla, le respondió:
-¡Malditos más bien los que siguen falsos ídolos de vientres vacíos y los
senos sin la leche de la Palabra de Dios!-
La miró con ira y por alguna razón desconocida, la anciana abrió grandes los
ojos cual si la electrocutaran, y sus cabellos se erizaron como si fuesen púas
que dejaban saltar pequeñas chispas azules al aire, como si pasase por su
cuerpo cinco mil voltios de electricidad, y la mujer se carbonizó al instante
quedando en pie hecha una negra estatua de carbón como la mujer de Lot en
blanca sal, despidiendo finos hilillos de humo de su cabeza, para después caer
de espaldas tendida al suelo.
Algunos quisieron auxiliarla movidos por la humana compasión, pero nadie
se atrevió tocarla, por no seguir su mismo camino de morir electrocutado o
carbonizado, ni enfurecer al terrorista.
Entonces el hombre de blanco subió lentamente las escalinatas hasta llegar al
atrio, y se enfrentó a las enormes puertas de madera maciza de la iglesia
Catedral Inmaculada Concepción, de casi cuatro metros de altura, que aún
estaban fuertemente cerradas por adentro con sus gruesas trabas y pasadores.
Por las mañanas, las puertas de la iglesia se abrían generalmente casi al filo de
las nueve, porque los sacerdotes que viven dentro de ella, desde muy
temprano entonan ensimismados el rosario por largas horas, sin catar que el
tiempo se escurre como el agua de las manos en ésas tonterías improductivas,
en vez de brindar el camino libre que acerque a los hombres a Dios.
Del costado de la iglesia, desde la puerta de entrada a la Secretaría, uno de los
sacerdotes salió a la vereda y le gritó con rabia e indignación:
-¡Loco de mierda! ¿Porqué destruyes nuestras sagradas imágenes?-
El que así le habló tan irrespetuosamente dijo esto con toda la furia y la ira que
le nacía desde el fondo de su alma, al ver el destrozo de los ídolos que tanto
amaba, sin pensar ni imaginar que ésas serían sus últimas palabras.
*************************
218 La Caída del Imperio de las Virgenes
V
El final de la Idolatría
El obispo Santillán tampoco se llevaba bien con el padre español José Buendía,
no porque tuviese defectos que no le gustaran, como el traer de España a una
bellísima joven de ojos muy verdes que decía ser su sobrina, lo que daba al
vulgo ocasión de echar habladurías infundadas de relaciones sexuales entre tío
y sobrina, sino por ser un hombre muy ambicioso y un empresario destacado
y exitoso… con el dinero que pertenecía a la iglesia.
Lo odiaba por envidia, pues en poco tiempo su pujante emprendimiento y su
firme voluntad de que la iglesia progresara generando entradas de dineros
más cuantiosas que las monedas de las limosnas de las misas, innovó el pueblo
con grandes empresas católicas que no se sabía bien si eran del obispado o
propiedad suya.
Así por ejemplo, levantó la Radio María que pidiera la Virgen a través de sus
apariciones a la escritora Cristina Perkins; puso un frigorífico para faenar
cerdos, y luego vender sus productos embutidos en los comercios locales; creó
escuelas primarias, secundarias y terciarias privadas, sin que nadie supiese a
dónde iban a parar las cuotas mensuales de los alumnos, si a la iglesia o a su
bolsillo; abrió un almacén de ropas usadas para ayudar a los pobres bajo el
cartel de Cáritas Diocesana abarrotándolo hasta el techo de prendas que
conseguía gratis en Europa y acá se vendían por la módica suma de cinco
pesos cada una; generó trabajos, empleos y oficios para infinidad de gente que
gracias a sus empresas pudieron salir de las miserias de la desocupación;
levantó una estatua de Santo Tomás, patrono del pueblo, en el barrio del
Cerro, con la colaboración del intendente Carlos Farizano, y otra enorme de
María en su entrada, y se propuso a hacerla conocer con más fuerza y amor a
través de programas en televisión y radios; creó canchas de fútbol para niños y
estableció nuevas disposiciones para enseñarles un moderno catecismo,
aplicando las recientes reformas que se hicieron en el Padrenuestro y en las
ceremonias de la misa, bautismos y casamientos; fue el creador y fundador de
un moderno seminario desde donde en siete años de estudios filosóficos
saldrían nuevos y jóvenes sacerdotes locales, en fin, tantos emprendimientos y
proyectos realizó, que el pueblo progresó estrepitosamente tomado de la mano
de la iglesia católica. En una palabra, desde su llegada a Santo Tomé el padre
Buendía provocó tal explosión de progresos y adelantos para la iglesia y para
la ciudad, al punto que la gente más le buscaba a él para resolver sus
problemas espirituales, de dineros, de matrimonio, de deudas, de boletas de
luz o de agua, de ropas o de alimentos, de faltas de camas y colchones, de
frazadas en los inviernos, o lo que fuese, antes que perder tiempo con el
obispo a quien nunca se lo veía ni encontraba, ni daba nada, si no fuesen sus
santísimas manos para que se las besasen después de las misas de los
domingos. A veces el obispo pensaba que si siguiese dejando al padre Buendía
hacer sus buenas obras, le estaba abriendo él mismo las puertas para su futura
beatificación, ya que cada día que pasaba la gente más lo quería y amaba.
La Caída del Imperio de las Virgenes 219
El haber sido echado de Santo Tomé por el obispo, le trajo dos satisfacciones
en la vida: la primera que conoció el amor puro y verdadero de una mujer, y
de la necesidad que tiene el hombre de ayuntarse sin que puedan imperar
disposiciones papales que obliguen a un sacerdote a llevar un triste y estúpido
celibato; y la segunda, antes que una satisfacción, fue la bendición que salvara
su vida yéndose de la iglesia dos meses antes de la venida del hombre de la
túnica blanca que la destruyera.
En cambio, el padre Benetti a quien también el obispo odiaba sin poder
conseguir su traslado, sí estaba en aquél glorioso día en el pueblo, corriendo
por el medio de la calle detrás de la multitud y gritando desaforadamente:
- ¡Él es el Señor! ¡Él es el Señor!-
Y quien lo viera arrojando lejos su gruesa cadena y medalla de oro macizo que
treinta años antes le regalara su familia cuando le impusieran las manos como
sacerdote de Dios, creería que estaba loco, desprendimiento que por fortuna
permitió que en aquél día siguiera viviendo y respirando.
Llegando a la catedral vio la cruz de hierro hecha una pelota de metal
retorcido en la acera, frente a Cáritas; vio, o mejor dicho no vio, que la alta
antena de Radio María había desaparacido detrás de la iglesia; vio los trozos
de cemento y yeso desparramados por la vereda y el hueco que quedara en la
pared allá en lo alto donde antes se refugiaba la Madre de Dios, ahora como
una boca abierta sin dientes, y las anchas espaldas del Mesiah, parado frente a
las puertas cerradas del templo, detrás del cual se arrodilló e hizo gestos con
las manos a la multitud para que todos hicieran lo mismo.
Al arrodillarse y mirar al suelo, descubrió que unos metros antes había pasado
sin ver, el cadáver carbonizado de una mujer que estaba tendida en el piso, lo
que pudo deducir dificultosamente solo por la forma de su cuerpo y los
trasgos de sus ropas humeantes.
Minutos antes, dentro de la Catedral e ignorante de lo que sucedía en sus
puertas, el padre Horacio en su cuarto de los fondos se peinaba frente al
espejo, ya vestido de sotana y con el rosario en la mano, listo para ir a la
cercana radio “Bunker” a hablar de la Madre de Dios y esparcir sus fábulas en
el programa mañanero “María vale la pena”, dirigido por Cachito Balmaceda,
un acérrimo mariano antes que cristiano, emisión solventada por los
carismáticos, por ser hoy el día de la Virgen de Guadalupe, patrona y generala
de México.
Diría que según la tradición, ya que jamás la iglesia católica puede presentar
prueba fehaciente alguna de cualquiera de sus fábulas clericales, que Nuestra
Señora la Virgen de Guadalupe se apareció en 1531 en Tepeyac al indio Juan
Diego, a quien le dio un ramo de rosas para que se lo llevara al obispo de
Zumárraga. ¡Válgame Dios!... ¿hay tiempo en el cielo para tamaña tontería?
La imagen de la Virgen apareció pintada en la tilma 42 del indio cuando éste
abrió la tela para mostrarle al obispo las flores que le enviaba la Señora.
42Manta de algodón que llevaban los hombres del campo a modo de capa, anudada sobre un
hombro.
La Caída del Imperio de las Virgenes 221
Pero la trayectoria del padre Horacio continuó, pues la pared del garaje, por
ser de quince y de ladrillos asentados en barro, no detuvo su camino.
El impacto violento de su cuerpo hizo que abriera un gran boquete en la pared
y la atravesara, yendo a caer adentro como una bolsa de huesos quebrados y
carnes retorcidas.
Su posición grotesca y enredada no dejó dudas a los que se atrevieron a mirar
por el agujero que el padre Horacio murió con todos los huesos rotos y
quebrados, al revés del Jesús a quien debiera haber seguido aún a los infiernos
antes que a María al cielo.
Allí estaba, con una pierna sobre su cabeza, con el brazo izquierdo saliéndole
por la derecha, después de pasar retorcida por detrás de la espalda, como un
fantoche de trapo arrojado al suelo con violencia.
Entonces, el hombre de blanco se volvió hacia las gigantescas puertas de sólida
madera de cedro que aún estaban cerradas por lo temprano de la hora, ya que
los sacerdotes las abrían después de las nueve de la mañana y por las tardes
después de la cinco por sufrir robos constantes que denigraban el respeto y la
honra que se merecían los objetos de culto, si no fuera en Viernes Santo o
fiestas de guardar, y ante una mirada penetrante y autoritaria temblaron como
si fuesen de papel y los tornillos de la cerradura y de las trancas de su interior
giraron como por magia en sentido inverso a las agujas de un reloj, y cayeron
al suelo con ruidos tintineantes de monedas pequeñas.
Y luego las dos hojas de madera maciza se abrieron de par en par, como así
también otras dos interiores llamadas de vaivén que no resistieron su paso, las
que contaban con vidrios opacos que impedían a los curiosos observar la misa
desde la calle, sin tomarse la molestia de entrar a escucharla.
La imponente figura del Hijo de Dios se recortó en el piso de la iglesia,
proyectaba por el sol que daba en sus espaldas, y como si fuese un fantasma,
su silueta alargada y magnífica se plasmó sobre la alfombra roja que
comenzando en su entrada terminaba justo ante el altar, treinta metros más
adelante. Dos hileras de largos bancos, que llegaban a un total de cincuenta,
cubrían la nave de punta a punta, dejando libre un pasillo central ancho y dos
angostos en cada costado de las paredes laterales.
En todo lo largo de las paredes, en derredor del templo, estaban fijadas
imágenes de las catorce estaciones del martirio de Jesús camino al Gólgota, en
placas de bronce macizo afirmadas con tarugos y tornillos para evitar su robo.
De los altos cielorrasos de machimbre colgaba bien en su centro, sobre todo el
largor de la roja alfombra del pasillo central, una hilera de cuatro vistosas
arañas de bronce que relucían como si fuesen de oro, con infinitos adornos de
vidrio, suspendidas desde el techo por unas finas cadenas doradas, las que
tenían forma de ancla doble con cuatro cuellos de cisnes que remataban en
potentes focos que en aquél preciso instante, ante la sola mirada autoritaria del
Mesiah, se encendieron radiantes como por milagro o por arte de magia.
En su parte inferior, sobre el eje central del que se suspendía, cada araña
terminaba en una filosa punta de bronce de unos veinte centímetros de largor,
como si fuese una aguda espina de oro puro que apuntaba hacia el suelo.
224 La Caída del Imperio de las Virgenes
Pasar por debajo de ellas daba un no sé qué de miedo, algo así como el que se
siente cuando pasamos delante de la ametralladora de un policía que está de
guardia frente a un banco, ya que por estética las cadenas que las sostenían
eran muy finas, casi imperceptibles a la vista, y causaba escozor pensar que un
día se soltaran.
El salón de Dios se iluminó con una luz pura y diáfana que componían la del
sol que entraba por la puerta, la de las arañas que se encendieron por sí solas,
y la opaca claridad del nuevo día que ingresaba por los seis hermosos y
antiguos vitrales de santos colocados allá en lo alto de las paredes laterales,
cercanos al cielorraso, tres de cada lado.
Estos hermosos vitrales dejaban entrar amortiguadas las luces del sol y la
claridad del día, ya que las imágenes de los santos estaban impresas en cientos
de vidrios de colores firmes, rojo, amarillo, azul y verde, que impedían que el
templo se iluminara con la purísima y blanca luz que Dios envía al mundo en
cada amanecer.
El colorido engañoso de los santos, que sus pecados tuvieron, siempre
entorpecen las puras y diáfanas luces que emanan de Jesucristo el Salvador,
sin pecado concebido.
Toda luz blanca y diáfana del cielo era disminuida y deformada por las
estampas en vitró de María y José sosteniendo al Niño, por la de san Judas con
su cayado, san Mateo escribiendo su Evangelio, san Eulogio mirando al cielo,
san Antonio casamentero y la de Juan el Bautista bautizando en el Jordán, en
mil colores y en infinitos tonos. Estos vitrales, traídos especialmente de
Europa, que daban a los feligreses la impresión de estar viviendo en épocas
apostólicas y en Jerusalém, fueron donados en el siglo pasado por las familias
de ricos terratenientes que fueran los amos del pueblo, aunque ahora sus
descendientes eran tan pobres como ratas, y para ser recordados eternamente
sus nombres fueron grabados al pié de cada estampa.
Al donarlas, ricas familias de otrora como Soto Dassori, Pont Bergés, Centeno
Artigas, Eulogio Soto, Casadaval, Farizano Artigas y otras, ya muertos sus
primeros integrantes, seguramente gozaban ahora en el cielo la paz del Señor
tan deseada, ganada sin duda por sus liberales desprendimientos y buenas
obras. Y si de allá miraran, verían como el hombre de blanco apuntando sus
dedos hacia los altos vitrales, como si los bendijera, los hizo estallar en seis
tremendas explosiones continuas, como si fuesen cañonazos, uno tras otro,
pulverizando los vidrios en infinitas partículas que llenaron los bancos y el
piso de brillosos diamantes multicolores.
Los seis hermosos y más valiosos vitrales de la iglesia católica de Santo Tomé
quedaron hecho añicos, pulverizados y desparramados por el suelo y con sus
trizas sobre la larga alfombra roja, la que se convirtió en un camino cuajado de
estrellas y diamantes que parecía ascender hacia el cielo del altar.
Miles de estrellitas luminosas, cual valiosísimos diamantes nacidos de toscos
vidrios, cubrieron el piso del templo que quedó cuajado de luciérnagas.
Daban la agradable sensación de que las infinitas estrellas suspendidas en el
infinito universo de Dios, bajaron a la tierra para iluminar el camino de Jesús.
La Caída del Imperio de las Virgenes 225
Entonces, desde una disimulada puertecita que estaba a un costado del altar,
salió furiosa una comitiva eclesiástica al frente de la cual iba el obispo
Santillán, seguido por sus dos lacayos Panchito y Lisandro, el padre
Gumercindo, la antigua empleada Anita Acevedo que por muchos años pasara
trapos húmedos a cuanta imagen había en el templo, el impecable padre
Reimer y tres o cuatro jóvenes aspirantes seminaristas de no más de veinte
años que desde muy temprano esperaban tener una entrevista con el obispo.
Esta salida fue muy similar a la de los furiosos leones de un circo, dispuestos a
despedazar al domador. El vicario de Dios, con su ampulosa sotana negra y su
capellina morada, colgando de su pecho un rosario de bolillas de madera en el
que remataba un Cristo crucificado de oro macizo, caminó sobre la roja
alfombra los treinta metros que lo separaban del terrorista parado en la
entrada, con sus brillosos zapatos emitiendo extraños sonidos como de
molienda de café o maíz al pisar los restos de los vitrales destruidos, y la
sombra del Mesiah que proyectaba el sol sobre la alfombra, se desfiguró por la
intrusión del obispo y de los dos lacayos que lo seguían pegados a sus talones.
Ni el obispo Santillán ni sus dos lacayos percibieron que algo extraño,
maléfico, y diabólico había en los ojos del hombre de blanco, seguramente por
la furia y la indignación que sentía, pero los demás de la comitiva vieron el
peligro en el semblante adusto y pétreo del extraño, con rayos que se
desprendían de su furiosa mirada, algo así como los relámpagos antes de una
tormenta, y se detuvieron congelados a mitad de camino.
Al parecer su furia sobrepasaba al amor que pudiera sentir por sus semejantes,
como aquél marido que por años soporta las vejaciones de su autoritaria
mujer, y un día, sacude todo yugo que le aprisiona, y rompe toda clase de
vínculo y la asesina a martillazos o la tira por una ventana a la calle.
El obispo Santillán y sus dos lacayos siguieron avanzando, sin percatar del
peligro a que se exponían, y llegando cerca del hombre de blanco, a unos dos
metros de su figura, con toda la autoridad que le confería su obispado de más
de sesenta años de sacerdocio, le increpó:
- ¿Quién demonio eres tú, Satanás, que destruyes las sagradas imágenes
de nuestro templo? ¿De qué infierno saliste, diablo maldito? ¿Quién eres,
horrendo Leviatán salido del negro mar, basura del infierno, Belcebú
irrespetuoso del Gehema, tizón del Averno y despreciado de todos los santos
y papas de la historia? ¡En el nombre de Dios y de su Santísima Madre te
ordeno y condeno a que regreses al fuego eterno del infierno de donde saliste!
-Yo Soy el que Es. -dijo el Mesiah- El que en el Monte de Sinaí prohibió
a los hombres hacer y postrarse ante cualquier imagen a través de las Tablas de
la Ley, las cuales di en manos propias a mi siervo Moisés. Y tú eres el que
sigue las órdenes del enemigo enquistado que ha tomado mi lugar, la Bestia
papal, el que a millares mandó a los cielos con la hoguera de su Inquisición
antes que con la Palabra de Dios, y a los infiernos a muchos que engañó con
sus fábulas y tradiciones sagradas, el usurpador de mi iglesia en la tierra y en
los cielos, y el que pervierte y cambia mis palabras por aberraciones
demoníacas. Tú eres el que enseña que el venerar está desprendido del adorar
La Caída del Imperio de las Virgenes 227
Los que quedaron atrás, se abrazaron aterrados al ver que los bancos con su
terrible peso de plomo flotaban como ingrávidas hojas en el aire, y los tres
jóvenes aspirantes a sacerdotes, viendo el peligro que se cernía sobre ellos,
fueron los primeros en huir por la puertita disimulada tras el altar, y del terror
que tomaron jamás volvieron a querer ingresar a tan endemoniada iglesia.
Los que quedaron paralizados, el padre Gumercindo, el padre Reimer, y la
empleada Anita Acevedo vieron a sus espaldas que ante una furibunda
mirada del Mesiah se derretían las imágenes de las paredes abovedadas detrás
del altar, pintadas por artistas españoles que trajera el Opus Dei para adornar
el sagrado lugar del sacrificio de Cristo, en donde María bajaba del azul cielo
vestida de blanco con las manos abiertas y rodeada de ángeles y querubines.
En sus amorosas manos portaba un ramillete de coloridas rosas, quizá las
mismas que diera al indio Juan Diego para el señor obispo de México.
Las pinturas se disolvieron como por arte de magia, y los ángeles de delicadas
alas, las blancas manos de María flotando en el azul cielo, sus rosas, los coros
de santos y querubines estampados en las paredes, todo se derritió en un
espeso y repulsivo líquido grisáceo que bajó chorreando lentamente para
desaparecer en el piso, dejando las paredes lisas e impolutas sin otro color que
el blanco de su enduído.
Aquéllos de la comitiva que quedaron detrás del obispo y sus dos lacayos,
distanciados por unos diez metros de roja alfombra, se abrazaron unos a otros
presos de un terror paralizante, que no les permitió hacer otra cosa que
arrodillarse todos ante el Señor a quien por fin reconocieron, para salvar la
vida de su endemoniada furia, sin sentir del miedo las partículas filosas
desparramadas sobre el grueso tapiz en que quedaron los antiguos vitrales,
que se incrustaban dolorosamente en sus rodillas.
Lejos arrojaron sus cruces y rosarios, para ganar la compasión del Señor.
Sin embargo, el obispo Santillán, furioso y frenético enfrentó al terrorista
extendiendo sus brazos para agarrarlo del cuello y ahorcarlo con sus propias
manos, cuando una de las pesadas arañas se desprendió del techo al reventar
su dorada cadena para caer justo sobre la brillosa capellina del prelado.
La filosa punta de bronce de unos veinte centímetros de largo de la parte
inferior de la araña, atravesó el centro de la cabeza del obispo tan fácil como si
fuese una sandía, e ingresó en su cerebro hasta salir por debajo de su quijada.
Cientos de adornos de vidrios se entrechocaron suavemente produciendo
sonidos tan delicados y agradables que sonaron como una música angelical,
similar a las que salen de las arpas de los santos católicos, con notas que
parecían venidas del cielo.
Esos eran los melodiosos acordes que el obispo Santillán siempre anhelaba
escuchar cuando muriese, pues era un seguro indicio que su Madre María
vendría con ellos a tomarle de la mano en su ascenso a los cielos.
Por cierto, no veía aún las fragantes rosas ni los senderos celestiales regados
de suaves y delicados pétalos por los cuales su Madre acostumbraba a
transitar por el cielo, y por los que él pasaría tomado de su mano.
Solo sentía un dolor punzante y agudo dentro de su cerebro.
La Caída del Imperio de las Virgenes 229
Por unos minutos, la pesada araña quedó equilibrada sobre su cabeza, con el
agudo filo de su punta inferior atravesándole el cerebro y la lengua para salir
por debajo del mentón, con los potentes focos aún brillando encendidos y cuya
luminosidad y blancura parecían escaparse por sus ojos desmesuradamente
abiertos, haciendo que todo su cuerpo se fuera de un lado a otro para sostener
el peso del artefacto y no caer junto con él, al igual que cuando los niños hacen
equilibrio con una escoba vertical en la mano.
Sus ojos lanzaron luces como de reflectores o de potentes faros de camión, y
fue la única vez en su vida que con una luz verdadera bajada del cielo,
iluminara el camino tras el Divino Salvador, a quien debería haber adorado y
venerado antes que sumergirse en una completa y total mariolatría durante
sus ochenta y siete años de vida, igual que la anciana carbonizada afuera del
templo, en la vereda de la Intendencia.
Pero ya era tarde para arrepentirse, y las creencias de un católico son tan
empecinadas como las de un musulmán, que no se cambian ni aún con la
cercana muerte y ante el mismo Señor que lo castiga, y aún ahora, en sus
últimos instantes de vida, el obispo Santillán se negaba a morir sin la
protección de María Madre Santísima y del papa, en quienes durante toda su
larga vida confiara, antes que admitir la transgresión de adorar y venerar
imágenes para abandonar al Señor.
Ni aún con su cerebro agujereado en un tremendo orificio que lanzaba chorros
de sangre, desinflándose, dejó que se escaparan las erróneas fantasías y
fábulas que le enseñaran cuando de niño concurría a catecismo, casi un siglo
atrás.
Luego se desplomó pesadamente al suelo, y la punta de la araña, unida aún a
su cabeza, atravesó la gruesa alfombra roja donde quedó clavada al piso, y la
tinta sangre del obispo y su cerebro verdoso como un pan podrido,
mancharon la senda fácil y liviana por el que tanta gente caminara para tomar
la maldita hostia, o sea la sangre y el cuerpo de Cristo vuelto a ser crucificado,
antes que leer y estudiar una Biblia que bien dice de su único y suficiente
sacrificio.43 Él, que tantas veces repartiera en las misas la sangre y el cuerpo de
Cristo a millares, como si el altar de Dios fuese el mostrador de un bar donde
los borrachos liban interminables vasos de vino, dio en su último minuto de
vida la podrida sangre de su cabeza y los panes verdosos y putrefactos de su
cerebro para su Madre María y para el papa, antes de descender a los infiernos
tan temidos que le abrieron gustosos sus puertas.
Aún antes de expirar, el obispo Santillán girando sus ojos en una horrible
órbita, buscó desesperado los ángeles y querubines que su Madre le había
prometido infinitas veces enviarle en su último día, y se extrañó sobremanera
que en vez de ascender hacia los cielos con músicas y campanitas, entre
pétalos de fragantes rosas, descendía en medio de una terrible oscuridad hacia
los infiernos por un túnel tenebroso y sin fin.
43Hebreos 9; 24 Porque no entró Cristo sino en el santuario del cielo para ofrecerse muchas veces,
sino por única vez para presentarse por nosotros ante Dios a través de su único sacrificio...
230 La Caída del Imperio de las Virgenes
Sin ser papa, murió como Juan XII, al que un marido celoso sorprendió en la
cama con su mujer y lo mató de un martillazo en la cabeza: malleolo, dum usque
in cerebro constabat, percusus est, expiravit (hasta que expiró con el martillo
clavado en el cerebro), según dicen los Annales Fudlenses, en palabras
concisas y elegantes propias de un historiador romano, más certeras que las de
la sagrada tradición católica.
Urgente los dos lacayos se acercaron al obispo para auxiliarlo, despreciando
con furia al hombre de blanco que los miraba indiferente y sin compasión
alguna, casi sonriendo, y cuando se arrodillaron ante el vicario de Dios al que
sirvieran por muchos años como si fuese un ídolo, e incluso mataron a
cristianos evangelistas por él, todos los bancos que levitaban cercanos al techo
cayeron pesadamente sobre sus cuerpos como si fuesen meteoritos.
Ambos crédulos en María antes que en el divino Jesús de los Evangelios,
fueron aplastados bajo un monumental rimero de maderas hechas astillas,
sobre las cuales cayeron las restantes puntiagudas arañas que se clavaron en
los bancos como arpones en una ballena, en una sepultura funeraria de
bancos, placas doradas y arañas retorcidas que llegaba hasta el techo.
No sé qué brisa fresca y suave comenzó a circular entrando por la puerta hasta
llegar a las bocas abiertas de los desaparecidos vitrales allá en lo alto, que se
llevó aquéllos repulsivos olores a ceras de velas encendidas a María y a santos,
y los sabores amargos e improductivos de las inútiles hostias que salvaban las
almas sin pena ni gloria para Dios, y el gusto a despreciables vinos que se
transformaban en sangre milagrosamente en manos de un tabernero y que
daban al altar el aspecto de ser un cajero automático para la salvación.
Entonces el hombre se adelantó atravesando la montaña de bancos y arañas
como si fuese un espíritu impalpable, o como una sombra maléfica, sin que
nada material pudiese impedir su paso, y se acercó al resto tembloroso de la
comitiva que aterrorizada se apretujó abrazados unos con otros, esperando de
su piedad divina, cerca del altar.
Y así les habló…
La Caída del Imperio de las Virgenes 231
ES PALABRA DE DIOS
44Becerro de oro, según el relato bíblico del Éxodo, ídolo fundido con las joyas de los israelitas a
los pies del monte Sinaí por Aarón, hermano de Moisés, mientras éste se hallaba en la cima de
dicha montaña. Más tarde, cuando Moisés le acusó de pecar postrándose ante imágenes, Aarón
explicó que había fabricado el becerro para satisfacer la necesidad del pueblo de tener un objeto
visible para adorar, "que vaya delante de nosotros" (Ex 32,21-24).
232 La Caída del Imperio de las Virgenes
limpiar primero tu corazón de las efigies que tanto te enseñaron a venerar esta
despreciable iglesia en la tierra. Lee constantemente los Mandamientos de
Dios, que ordena apartarse de la idolatría tan fácil y atrayente para la
perdición, para lo cual en el II de la Ley prohibió la veneración o culto a
imágenes de todo hombre o mujer, santo, gaucho, virgen o demonio, y que
éstos que dicen ser mis representantes en la tierra, escondieron y borraron de
la vista del pueblo. Estos sacerdotes dicen ser mis discípulos y la iglesia
verdadera, mas adoran al mismísimo Satanás sentado en su trono ante el cual
se postran y besan su mano. Poca vida tienes ya sobre esta tierra, y en los días
que te quedan procura enderezar tus caminos, abandonando para siempre los
santos, las estatuas y las velas que te impuso la asquerosa idolatría católica,
romana y mariana. Nada bueno puede salir de ésta maldita Babilonia, que
mandó a miles a la hoguera. Sigue firme tras el Hijo para llegar al Padre. Si
haces esto en el resto de tus días serás salva, pero si persistes en adorar
imágenes, tendrás el mismo fin de la anciana que yace en la vereda, pero en el
Gehena. Toma pues tus escobas, plumeros, baldes y trapos de piso y quita de
este templo toda inmundicia antigua, y al mismo tiempo asea tu alma y tu
conciencia con pensamientos puros sobre las Mandamientos de Dios, de los
cuales nunca más te apartes. No exista en ti nunca más mariolatría, papatría,
santotría ni idolatría. Da el ejemplo de tu conversión a Cristo abandonando
las estupideces marianas, leyendo constantemente la Biblia, para que todos
vean que desechaste para siempre los rosarios y las estampitas que no figuran
en ella, y que estás en el buen camino siguiendo su Palabra como única fuente
de fe, sin las filosofías y tradiciones absurdas que os hicieron creer los
demonios. Cree solamente en el Señor como tu único y suficiente Salvador, y
serás salva, tú y tu familia... -
-Y a ti te digo buen hijo Reimer, que jamás en todos los tiempos hubo en
ésta casa un siervo tan bueno y fiel al Señor como tú. Jamás hubo maldad en tu
corazón de niño, que aún conservas igual de grande, y los errores que
adoleces, la maldita mariolatría y la veneración a los hombres y santas de
La Caída del Imperio de las Virgenes 233
barro son nacidas de las fábulas que tus superiores te hicieron creer. A ti te
digo que no hay papas ni hombres infalibles en la tierra. Jamás di a hombre
alguno el poder de perdonar los pecados de nadie, y a todos castigaré con
furia y sin piedad cuando pecaren, sin que me importe que fuesen absueltos
con diez mil falsos y pérfidos avemarías ni rosarios en el confesionario. Jamás
me convierto en vino y carne en misa alguna, que basta el dolor y la sangre de
mi único sacrificio para lavar el pecado de todos los hombres. Muchos pasajes
de la Biblia, a pesar del castigo que se promete a quien lo hace, han sido
agregados o quitados maléficamente a través de los tiempos por monjes y
sacerdotes inescrupulosos que cambiaron totalmente la Palabra de Dios para
provecho de la iglesia católica. No existen mujeres vírgenes ni hombres célibes
en el cielo, sino buenos cristianos elegidos que hicieron mi voluntad en la
tierra, que Dios no quiere semejante sacrificio castrando los instintos naturales
de la procreación. Es más, amo más a los que sin ser célibes dejan sus pecados
para honrarme, antes que a los castos que se martirizan a sí mismos para
servirme. Ni María estuvo exenta de los instintos sexuales: tuvo ocho hijos de
José dentro de su familia, así que borra de tu mente aquello de siempre virgen
e inmaculada. Yo soy el Hijo de Dios, que María acunó gustosa en su vientre
sin perder su virginidad, pero después se ayuntó normalmente con su esposo
José con quien formó una familia prolífica y numerosa. Mi Padre jamás envío
santas ni santos con mensajes estúpidos ni revelaciones fantasiosas, sino que
mandó grandes y fieles profetas a quienes amaba, con órdenes claras y
contundentes para el pueblo, y a aquél Hombre Fiel venido de Formosa que
predicara mi llegada a ésta ciudad, y que tus congéneres mataron sin piedad.
El demonio que nunca duerme, aparece constantemente a los delirantes
religiosos y a los que tienen la mente enferma de fantasías y visiones con el
mejor rostro de bondad y pureza de María, para dar mensajes y profecías tan
tontas y estúpidas que solamente son recibidos por los idólatras y los que
siguen las fábulas que el papa les enseña en la tierra. Así que si estás dispuesto
a seguir a tu Único y Suficiente Señor, quedarás en esta casa como sacerdote
predicador de su Palabra, y darás al pueblo solamente los Evangelios puros y
limpios de los primeros tiempos y por siempre eternos. Nunca más adorarás
ni idolatrarás a María, ni a monja o madre de Calcuta alguna. Aplasta con tu
prédica todo lo que exalte a otro que no sea el Hijo del Hombre. Aniquila ya a
María como reina del cielo y de la tierra, que ninguna potestad que pertenezca
al Hijo se dio jamás a mujer alguna en ninguna parte. Por ella vine al mundo a
traer la salvación a todos los hombres y por ella muchos me abandonaron y se
perdieron en los infiernos. ¡Cuidado! Yo soy la puerta que abre o cierra la
entrada a los cielos, y nada tiene que ver con mi misión Pedro con sus llaves ni
María con su ficticio reinado. Dios dispuso el milagro de su vientre para
hacerme carne entre ustedes y ella solamente fue sumisa y obediente en
aceptar las disposiciones del Altísimo, como deberían ser todos los cristianos.
Nada de festejos ni días santos a personas. Reprende al que os llame padre,
quesolo Uno hay en el cielo y en la tierra. Nada de trinidades ni de tres dioses
en uno, como si fuese una oferta de supermercado.
234 La Caída del Imperio de las Virgenes
¡Oh, Israel, el Señor uno es!45 Alabanzas, veneración y adoración constante solo
al Dios de los cielos, Nuestro Padre. No más hostias, carnes ni vinos
consagrados. No más fantasiosas misas donde ni el sacerdote se salva ni puede
salvar a nadie. Rosario que encuentres en ésta casa, rosario que eches al fuego.
Por mi carne ultrajada y mi sangre derramada, y por la fe que pongas en el
Hijo llegarás al Padre, y no por inútiles hostias hechas por la mano del hombre
ni buenas obras que la sustituyan. No más pétalos, campanas, flores, bombas,
petardos ni perfumes bendecidos para María. Dejadla descansar en paz que
los planes salvíficos de Dios son superiores a una madre que tuvo como todos
sus instintos y deseos terrenales después de mi alumbramiento Venerad a
vuestra madre terrenal y dejad de fantasear en madres celestiales, que no
existe ninguna, y cumplirás el V Mandamiento de Dios. Enseña que siguiendo
al Señor, alabarlo a viva voz y aceptarlo de grado y consiente en el bautismo
ya es el principio del buen camino que lleva a la salvación…-
Luego de decir estas palabras el hombre de la túnica blanca salió del nuevo
templo, cruzando el atrio hasta llegar a las escalinatas de la catedral, donde en
uno de sus escalones estaba arrodillado el padre Benetti como esperando ser
castigado por una terrible guillotina que cortara su cabeza de cuajo junto con
todos sus horribles pecados. Todo el pueblo se postró ante su presencia.
-Y tú, amado hijo Benetti, en verdad te digo que eres el más díscolo de
mis apóstoles y desde hoy serás el obispo de esta iglesia, pues ya has sido
sanado de tus faltas, y has arrojado lejos tus cadenas y rosarios. No más vinos
en tu estómago ni más cartas de juego en tus manos, que gran impedimento
para llegar a Dios son estos dos horribles vicios. Cásate con una de tus dos
mujeres, y crea una familia con ella, y alimenta y protege a la otra como una
hermana cristiana y no como tu cónyuge. Deberás tener este templo limpio de
imágenes, blancas sus paredes, iluminados sus frentes, y accesible sus puertas
a los pobres que buscan afanosamente los Evangelios, que es el camino para
conocer a Dios personalmente, y por ellos entrar al reino de los cielos. Instruye
a los niños por los caminos de Dios, teniendo como guía su Palabra verdadera
y no cuentitos y fábulas clericales, y cuando lo deseen y comprendan el
arrepentimiento, el pecado y el camino de la salvación, los bautizarás. Nunca
más niños bautizados al nacer, sino de voluntad para aceptar como su Señor a
quien les diera la vida. No más tratos de excelencia, eminencia, santidad ni
padre entre los hermanos, que en la iglesia ningún fiel debe ser superior a otro.
Alabad solamente a Javeh. El Evangelio debe ser el de siempre: la simple y
buena noticia de que Dios acercó el Reino de los Cielos a través de su Hijo
para limpiar los pecados de los hombres, y toda fantasía agregada es palabra
muerta que corrompe a las verdaderas. Levántate y ponte a trabajar para
volver a esta iglesia por los caminos ordenados…
45Oye Israel: Uno solo es el Señor, repetían diariamente los judíos al levantarse y al acostarse. (Dt.
6,4-9, Dt. 11,13-21, Núm. 15,37-41)
La Caída del Imperio de las Virgenes 235
Benditos los que escuchan estas palabras con atentos oídos pues
sus ojos serán abiertos en éste día, y serán libertos del engaño de
los demonios.
Benditos los que viendo la ira de Dios hacia las estatuas hoy
abrirán sus almas solamente al Hijo a quien enviara para la
salvación de los hombres y seguirán fieles sus Mandamientos.
Bienaventurados los pecadores a quienes perdoné sus desvíos
pues una nueva vida les espera si se vuelven a Dios y desechan
la repulsiva idolatría.
Benditos los que no necesitan de imágenes para llegar al Padre,
pues El los escuchará aún cuando llegaran desnudos.
Felices los pecadores que se arrepienten de haber venerado
estatuas y postrado ante hombres en éste día, porque verán el
Reino de Dios si perseveran.
Felices los que se abrazan a Dios antes que a medallitas y
rosarios, pues de ellos será toda su ternura y su pacífico
Reino…”
46 Efesios 2; 2 al 9: Por gracia sois salvos, no por obras, para que nadie se gloríe.
236 La Caída del Imperio de las Virgenes
Yo soy el camino que lleva a las buenas obras para llegar al Padre, y el que en
mí crea no tendrá pecados ni hará daño sobre la tierra. Dios no entra en las
almas llenas de imágenes de santos y hombres comunes y mortales, que son
puertas cerradas y candados que lo impiden, las cuales están llenas de
demonios empecinados y destructivos que luchan contra el Altísimo para no
desalojar, sino que le agrada aquéllos limpios de corazón que le guardan un
amor puro y sublime lejos de la idolatría a las cosas creadas bajo los cielos.
Detrás de santas y santos milagrosos se agazapa el enemigo, y las puertas de la
salvación no se abrirán para quienes confían en imágenes. Debéis adorar y
venerar al Hijo para gloria del Padre, y abiertas estarán las puertas del Reino
de Dios, pero las cerrará violentamente a aquéllos que confían en santas y
santos antes que en Él. No hay hombre alguno que pueda interceder ante el
Padre si no es a través de mí, y el que confía en un hombre santo o malvado
anula el sublime sacrificio del Hijo, que dio su sangre por el perdón de los
pecados de toda la humanidad. Acepten gratuitamente la sangre del Hijo para
ser salvos, antes que la falsa agonía de estatuas que sangran por los ojos. Huid
de santas que flotan por los aires, o que cantan con voces de sirenas, de
gauchos milagrosos que fueron asesinos y perversos que el Diablo ocupa para
favorecer vuestras peticiones con estúpidos milagros que no vienen del Padre,
e inducirte que adores al Maligno escondido detrás de las fábulas católicas,
cruces y medallas. ¿Dónde habéis leído que María, o cualquier otra virgen o
santo, interceden ante Dios en lugar del Hijo? ¿Dice mi Palabra que a ella le
pidas algo? NO. Por esta razón… ¿no reté yo a mi madre cuando en el templo
me quiso apartar de mi Padre o cuando me pidió el vino para los invitados de
Caná?47 ¿Qué tiene que ver con mi sacrificio ésta mujer que ahora obstruye los
Evangelios y mi abogacía por vosotros ante los cielos? ¿En vanas fábulas que
inventan los demonios sobre María creéis antes que en la Palabra de Dios?
Solamente si tienen firme la fe puesta en el Hijo serán salvos y verán la gloria
del Padre en vuestro último día, y no en virgen ni estatua alguna. Mi sacrificio
ya lavó los pecados de todos los hombres que en mí crean y no quiero otra
cosa ahora que juntar mis ovejas a las que vendaron los ojos. He venido a
destruir los cuentos y las fábulas clericales y las imágenes de esta maldita
iglesia mariana romana. He venido a destruir a quienes las adoran o veneran,
y a quitar del error a aquéllos de buen corazón que han sido engañados por
estos demonios vestidos de sacerdotes, y de la legión de filósofos, papistas,
leguleyos, marianos y carismáticos que pergeñan falsedades para imponer a
María como salvadora y auxiliadora antes que al Hijo de Dios. Y si os apartáis
de todo aquello que antes adorabais con tanta devoción, rindiendo cultos a
estatuas y vitrales, grutas y cavernas, y volcáis vuestro corazón y vuestra alma
en seguir solamente al Señor, sin que se interponga madera, yeso, bronce o
mármol sagrado alguno en vuestro culto, seréis verdaderos santos para el
cielo.
Dios justifica por la fe que tengas al Hijo como tu Salvador, como por la fe fue
justificado Abraham, y la veneración a los hombres y a las imágenes caen
indefectiblemente en la idolatría que el Padre desprecia desde el principio de
los tiempos. Y si os dicen para perderte: “Dios mandó hacer imágenes, cruces y
querubines, y por lo tanto está permitido.”, decidles por si no lo saben que
también caminé sobre las aguas, para mostrar mi potestad, y que está
permitido hacerlo si solo tienen la fe puesta en su Hijo, como la tenía Pedro,48
pero que se hundirán a las profundidades si la ponen en las asquerosas
imágenes. Dios quiere cultos limpios y claros, sin vírgenes ni santos que
diluyan la salvación que viene solo de Él, que la verdadera santidad es la del
Padre eterno y no está en la efímera vida del hombre. Dios no quiere misas
idolátricas ni repetitivos sacrificios sino cultos donde se lo alabe con cantos de
alegría. Salvos serán los hombres fieles que confían sus pecados a Dios antes
que en frías estatuas. Ni hostias ni estampitas, ni papas ni cardenales, ni santos
milagrosos impedirán el castigo del cielo a los idólatras, ni al que venere a
vírgenes celestiales. Más quiere alabanzas al Dios bueno, justo y recto antes
que gloria a los hombres que salieron de sus anteriores pecados. Antes que
inútiles hostias en bocas de la gente quiere que las iglesias y todos los templos
repartan provechosas Escrituras, sin guías ni indicaciones de filósofos,
pastores o papas, sino simple y llana como fuera escrita, para que todos
puedan cumplirla y obedecerla. Es más fácil entenderla sin otra guía que la del
Espíritu Santo antes que con las torcidas explicaciones de los papas. Los
puntos oscuros que encontréis en una parte, producto de retorcidas
traducciones y pasajes agregados por monjes inescrupulosos, serán aclarados
más adelante en otros que emanen luz, que los demonios solo pueden
oscurecer pequeños pasajes pero jamás ocultar toda la Palabra. Nunca más
teorías de trinidades, que uno es el Padre y el Espíritu Santo su sagrada
voluntad, a quienes está sujeto el Hijo y todas las cosas del universo. No más
insípidas misas que nunca nadie ordenara, ni señales de la cruz ni
persignaciones, ni estúpidos celibatos, ni claustros de monjas, ni limbos,
indulgencias ni almas inmortales. Solamente desde su Palabra aprenderán a
adorar al Padre, lejos de estas falsedades que enseñaron los demonios con
sotanas, y castigará inexorablemente a los que pervierten a los niños con
fábulas y fantasías como lo hicieron hasta ahora. No más catequesis que
enseñan a los niños a adorar a hombres y mujeres antes que al Creador. No
más basílicas para María de las que está repleto el mundo, donde se honran a
santas y vírgenes que deshonran la grandeza de Dios. Cristiano y salvo será
desde hoy quien acepte al Hijo de corazón y se arrepienta de sus pecados, con
la intención de no volver a cometerlos, y se bautice ante Dios.
48San Mateo: 14;28 Entonces Pedro le dijo: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las
aguas” Y él le dijo: “Ven” y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a
Jesús.
238 La Caída del Imperio de las Virgenes
********************
Y el ascenso del Mesiah a los cielos fue así: que viniendo una suave brisa
que movió débilmente las copas de los árboles, lo vimos alzarse del suelo
hacia las alturas. Lentamente sus sandalias se separaron de la tierra, y todos
vimos al Divino Salvador ascender hacia las blancas nubes, hasta
desaparecer en el cielo donde reina junto con su Padre y nadie más.
La Caída del Imperio de las Virgenes 239
Fin de
**************************
CAMPING MUNICIPAL
BALNEARIO NO HABILITADO
¿Qué entendieron ellos con ésta advertencia? ¿No da a suponer las palabras
camping y balneario que si hay hamacas se puede hamacar, si hay césped se
puede pisar, si hay arcos se puede jugar a la pelota, si hay parrillas se puede
asar y si hay un río en sus instalaciones se puede bañar?
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 241
Esto dijo el hombre llorando sobre el volante, escupiendo a nuestra tierra por
la ventanilla, hasta que desembocaron a la ruta y enfilaron raudamente en
dirección a la sabia ciudad de Córdoba, con el cuerpo yerto del joven en una
camilla fría e inhumana del hospital San Juan Bautista dentro de la
ambulancia, a la que seguía silenciosamente la dolida familia.
-El pobre hombre lloró durante todo el camino de regreso -dijo el chofer
de la ambulancia cuando retornó al día siguiente a Santo Tomé- Cientos de
estudiantes y amigos del joven esperaban impacientes su llegada a casa, y
cuando lo bajamos de la ambulancia, todos lloraron y derramaron las mismas
y dolidas lágrimas que derramara el padre durante el trayecto.- relató.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 245
Yo, como persona humanitaria y dolida de las desgracias ajenas, derramé una
lágrima de tristeza y compasión por la tragedia de la familia cordobesa,
quedándome abatido y amargado aquél fin de semana, escuchando las radios
que, efectivamente, por levantar la audiencia y el caudal de auspiciantes,
hablaban constantemente de la muerte del joven, inculpando al intendente y a
sus funcionarios de la desgracia ocurrida, quienes a su vez se defendían ante
los micrófonos de radios oficialistas con excusas y razones supuestamente
valederas que daban por conservar sus puestos y dárselas de eficientes y
previsores, inculpando a la familia la imprudencia de haber hecho caso omiso
al cartel de advertencia.
Por esas últimas horas del sábado y primeras del domingo, de la amargura y
congoja que me apretaban el corazón e inquietaban mi alma, y del punzante
dolor que me trasmitía la desgracia ajena, no concurrí a los corsos
espectaculares que ofrecía al turista nuestro pueblo, que estuvo repleto de
público de punta a punta y de bote a bote, sin importar un ardite a miles de
espectadores el infortunio de aquél padre que regresaba llorando y destrozado
a su ciudad natal, con el rígido cuerpo de su hijo muerto en una ambulancia.
Y solamente por advertir a los jóvenes, quise agregar éstas dos experiencias
horrorosas siguientes que pasé en mi lejana adolescencia, en mi época de
estudiante secundario, donde estuve a punto de perder la vida en garras de las
blandas e insustanciales aguas de lo profundo de un río.
No me mueve otra intención en esto que el dar ejemplo de lo peligroso que es
ir a bañarse en aguas que uno no conoce, o como en el caso del joven cordobés,
por no estar perfectamente señalizadas y advertidas de sus pozos, con un
cartel más inteligente y de escritura correcta y sintética que dijera
simplemente:
*****************
246 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Incluso había un cuarto de falta para aquél que llegara con una tardanza de
diez o quince minutos de iniciada la clase.
Como las haraganas preceptoras cargaban las cuartas, medias y enteras faltas
varios días después de ocurridas, llevaba al alumno a tal desconcierto y
engorro saber la cantidad exacta de inasistencias que cada uno tenía como
capital, que la mayoría de las veces cuando uno creía tener ocho enteras, en
realidad tenía ya doce faltas y media. Lo que quiero decir es que uno debía
cuidarse de no llegar a las veinticinco faltas enteras o partidas, o al mismo
número de amonestaciones, ya que en ambos casos, lo que ocurriera primero,
hacía que el alumno fuera violentamente expulsado de esa tan magna casa de
estudios. En un acalorado cabildeo estábamos, pues, aquélla calurosa siesta los
trece alumnos varones bajo la sombra del frondoso árbol, con nuestras
bicicletas listas y preparadas para ingresar a la Normal ya a escasos metros y a
la vista, o irnos al río a unas cuarenta cuadras de distancia, tratando de
recordar cada uno con qué caudal de faltas contaba en haber, y viendo que
todos podíamos agregar al capital media más, decidimos por unanimidad
aprobar la opción de ir a bañarnos en las frescas aguas del río. Aquélla siesta
de lunes dejaríamos abandonado al buen profesor Armand y a su clase de
Granja, la única materia que por las tardes compartíamos con el sexo opuesto,
hablando solamente a las mujeres a falta de varones, sobre la cría de abejas y
gallinas, en medio de un calor insoportable de más de cuarenta grados.
Mucho influyó en la votación de ir a bañarnos al río que el Negro Taborda,
cuyo padre era un humilde obrero que se deslomaba para alimentar a su
familia con un pequeño taller de gomería, y del cual trajera a escondidas en su
mochila una cámara de tractor que birlara por poco tiempo, en la que todos
queríamos navegar aunque sea una o dos horas por ser tan grande como un
transatlántico. El Negro Taborda era un adoquín intelectual, repitente del año
anterior, en peligro inminente de ser expulso por mala conducta, cuyo más
alto logro era eximirse solamente en Educación Física, llevando a marzo las
doce materias restantes de la mañana, y quien ahora lo viera con su mochila a
punto de estallar, con la cámara de tractor plegada y escondida dentro,
pensaría que iba a la escuela con las obras completas de Jorge Luis Borges o de
Víctor Hugo, si no viera el extraño pico de bronce que asomaba por un costado
para no agujerear el envase en que iba prisionera.
Trece éramos en total, y de todos, solamente dos no sabían nadar: Julio
Vallejos y Rabito Leguizamón, cuyo nombre original no me puedo acordar por
los muchos años que ya pasaron, y que ganara en la primaria el apodo del
famoso conejo por tener los dientes incisivos grandes y salidos.
Y éste mencionado Julio Vallejos, era otro repitente de varios colegios
anteriores de la ciudad, viniendo a recalar en la Escuela Normal con la
promesa hecha por su padre a la Directora que ahora sí estudiaría con ahínco
y se portaría correcta y educadamente, y voto a todos los demonios que pasará
al segundo año, dijo, porque lo moleré a palos a la primera nota baja o
amonestación que me traiga, ya que quería curarlo de su rebeldía y diabluras
al ser hijo único y muy mimado de su madre.
248 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Ahora él en persona manejaría con mano dura sus estudios, alejándolo de los
mimos de la madre y de la vagancia, prometió. Ni con todas éstas promesas
del padre dejadas en el altar de la Dirección pudo el hijo aprobar el primer año
del anterior ciclo, cursando como repitente por segunda vez en la Normal con
dieciséis de edad, y que sin embargo llegara al estrellato de la popularidad
estudiantil al ganar un premio literario instituido por la Gobernación de
Formosa por una redacción sobre el Día de la Primavera que ocupó el tercer
puesto entre setecientos alumnos que concursaron, como un milagro, que bien
dicen que Dios da almendras a quien no tiene muelas.
Este famoso trabajo literario de Julio Vallejos, hecho un año antes de que
ingresara yo a su mismo curso, decía mas o menos así:
“Día de la Primavera”
Yo, que avanzaba a duras penas con mi estilo perrito estaba aún a unos tres
metros de hacer pié cuando a mi costado izquierdo veo que emergían del
fondo del río muchas burbujitas que explotaban como globos en la superficie,
y no le di mucha importancia porque sabía que algunos camalotes de los
muchos que había, cuyos tallos son vaporosos y esponjosos, cuando uno los
hunde con el pie dejan escapar globitos de aire por largo tiempo.
Seguí entonces orondo mi camino, cuando en las límpidas aguas, a medio
metro de profundidad veo una blanca y amistosa mano que me saludaba.
Sí, me saludaba con los graciosos movimientos del cuello de un cisne, como
diciéndome adiós en medio de infinitas burbujas. Entonces razoné que alguien
se estaba ahogando y rápidamente le grité a Vallejos que venía tras de mí, que
me arrojara la cámara para tratar de salvarlo agarrando la misteriosa mano
para después subirlo a ella. ¿Y sabéis lo que éste idiota me contestó?
-¡Ni loco te la doy! -me dijo- ¿Quieres que me ahogue yo?
Esto me dejó mohíno y enojado, como cuando le pedía a mi padre dineros
para ir al cine y me lo negaba por tal o cual pecado, y viendo que las burbujas
seguían saliendo cada vez más fluidas, aunque ya no vi más la mano, me
zambullí en medio de ellas, sin saber nadar ni tener la más mínima noción de a
quién iba a rescatar valientemente, y menos de cómo hacerlo.
Voy a aclarar mejor: en aquélla inconsciente época de mi juventud, yo estaba
segurísimo que jamás me ahogaría ni aún naufragando en el medio del mar,
porque podía mantenerme a flote horas enteras en dos estilos de natación
propias de Pedro Candiotti49: una el consabido e indigno estilo perrito, donde
con las manos bajo el agua remaba al compás de los pies, avanzando como una
pesada bolsa de papas sin jamás hundirme ni cansarme; y el otro estilo que me
mantenía a flote por muchas horas era la planchita, con el cual miraba el paso
de las nubes en el cielo haciéndome soñar con el Paraíso, aunque con éste
sistema uno no puede tener dirección ni timón, y sucede que
equivocadamente puede alejarse más de la costa creyendo acercarse.
Me sumergí como una piedra bocha tras las burbujas que emergían de las
profundidades cavernosas del río, sin pergeñar ni por un momento al peligro
a que me exponía. Mi inconsciente cerebro de adolescente solo me ordenó
rescatar la mano amiga, sin catar el peligro y sin prudencia alguna.
Bajo el agua limpia y clara abrí los ojos y pude ver nítidamente al alcance de la
mano algo similar a un tenebroso bulto que fluctuaba ondulante, como si fuese
una gigantesca mariposa que iba de flor en flor.
Entonces, sin que lo viera venir ni saber de dónde salió, un pulpo o quizá un
calamar, o un enorme monstruo marino me abrazó con cien tentáculos y
ventosas, a tal punto que me quedé totalmente inmovilizado de manos y pies,
como aquéllos insectos a los cuales las arañas inyectan su veneno y dejan
paralíticos, y después los envuelven en una suave y pegajosa telaraña para que
sirvan después de almuerzo o de merienda.
49Pedro Candioti famoso nadador argentino apodado “El tiburón de Quillá” que recorrió todo lo
largo del río Paraná y finalmente unió Buenos Aires con Montevideo a nado.
252 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
50 Gigante contra el cual luchara Hércules a quien dio muerte asfixiándolo entre sus brazos.
51 Briareo: Gigante mitológico hijo del Cielo y la Tierra que tenía cincuenta cabezas y cien brazos.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 253
En aquélla época, teniendo trece años, yo jugaba al básquet, creo que bastante
bien, y el club Banco Nación para el que militaba, y en el cual trabajaba mi
hermano mayor Antonio como auxiliar tras los mostradores, me había
provisto un pantaloncito rojo de satén brilloso, en cuyo frente tenía dos
pequeñas argollitas de acero para graduar un breve cinto que quedaba sujeto
entre ellas a manera de hebilla, a fin de ajustar la prenda a la cintura.
Y como en mi casa no existía malla de baño para hombre o mujer por
prohibición de mi padre, y a falta de pan buenas son las tortas, yo lo usaba
todas las veces que íbamos a bañarnos al río, como en aquélla ocasión.
Viendo que el monstruo no me soltaba, pude encoger mis piernas poniendo
mis rodillas sobre su vientre escamoso y repulsivo, y dándole un violento
envión, como la potente coz de un caballo, lo empujé hacia el fondo del río,
con tanta mala suerte para mí que sus garras se desprendieron de mi cuerpo
llevándose parte de las carnes de mis espaldas y trazando profundos surcos en
la piel de mis costillas, y por casualidad, en la violenta separación, uno de los
garfios de sus dedos se introdujo en las argollitas de mi prenda de vestir, y al
irse al fondo se llevó consigo la mitad del pantaloncito, o sea, toda la pierna
izquierda junto con el pequeño cinto de tela brillosa.
Lo vi borrosamente descender lentamente hacia la eterna quietud del fondo
del río, con los cabellos cubriendo su horrible rostro y los tentáculos de sus
extremidades flácidos y abiertos. La fenomenal coz de caballo que le diera me
dejó libre del engendro, que al acostarse manso y obediente en el lecho del río,
levantó infinitos granos de arena de su fondo, mecido por la suave paz que le
daban los vaivenes de las corrientes.
Allí aguardaría paciente la llegada de una nueva presa. Al posarse en las
profundidades sobre su blondo lecho de arenas, noté que su horrible cuerpo
tomaba la forma de un hombre en una extraña metamorfosis, para luego
tomar la de un escarabajo que se ocultó presto bajo la arena del lecho. Yo subí
a la superficie y aspiré grandes bocanadas de aire, y viendo que en la costa ya
estaban todos haciendo pie, incluso Vallejos junto con la cámara, les grité:
- ¡Pásenme la cámara, pásenme la cámara que alguien se está ahogando!-
y entre todos me la arrojaron por los aires, con tanta mala suerte que nuestra
embarcación cayó como una enorme pelota sobre mi cabeza, dándome tal
golpazo que por poco me envía a dormir junto al monstruo en el fondo del río.
Mareado por el golpe, me aferré a ella con el brazo derecho, y con el izquierdo
sumergido busqué al endriago dando rastrilladas con la mano abierta, como
peinando el agua, y gracias a Dios, en el primer intento, mis dedos
encontraron una lacia y suave cabellera, y agarrándola fuertemente la levanté
hacia la superficie. Alguien salió como un cohete fuera del agua, prendiéndose
de la cámara a la que se trepó desesperado para tenderse exhausto sobre ella,
con la mitad de su cuerpo sobre la embarcación y sus pies sumergidos en el
río. Tan veloz fue esta acción, la de prenderse a la vida, que pasando a
centímetros de mis ojos, no pude ver ni saber quién era el dueño de ése
maravilloso cuerpo dorado de tantos soles, de piel lisa y joven, que saliera de
las profundidades del infierno.
254 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
**************
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 255
No bien Rabito salió de su desmayo, llegó un marinero en una moto que nos
ayudó a recuperarnos con masajes y presiones sobre el pecho, y después anotó
en una libretita el nombre y la dirección de cada uno, y la escuela a la que
pertenecíamos, y como broche de oro secuestró la enorme cámara de Taborda,
o sea de su padre, o más bien de un cliente de su padre, quedándosela para él,
y nos ordenó el inmediato regreso a nuestras casas.
Y así lo hicimos sin chistar, so pena de ser detenidos.
Has de saber que yo nací en el centro de la ciudad de Formosa, y dos cuadras
detrás de mi casa se encuentra la Prefectura que cuenta con una alta torre
vigía, que cuando éramos niños nos dejaban subir a la cima por sus escaleras,
y allá arriba le hacíamos compañía al marinero de guardia, que con un
poderoso catalejos o largavista adosado en el marco de la ventana que daba al
río vigilaba la navegación, el ingreso furtivo de embarcaciones con
contrabando lejos del puerto, o cuidaba las vidas de los pescadores cuyas
canoas estaban estáticas en el medio del río.
Bien, cuando diera el vuelco la cámara gracias al desafortunado envión de
Carlos Leiva al arrojarse al agua, dio la casualidad que el ojo avizor del
largavista estaba enfocado sobre nosotros los alumnos que faltamos a la
escuela Normal aquélla tarde, casi a dos kilómetros de distancia.
Urgente enviaron a un marinero en moto por medio de picadas y caminos de
yuyos, ya que acampamos en un lugar lejano al tránsito de un vehículo mayor
que uno de dos ruedas, que nos ayudó en el salvataje y en los ejercicios de
respiración, y que como dije secuestró la cámara y nos ordenó el regreso
inmediato a la escuela o a la casa de cada uno.
Yo pasé una mala noche, asustado y en medio de pesadillas que me hacían
temblar todo el cuerpo, y de tanto en tanto me ponía tintura yodo en los
surcos que dejaran las garras del monstruo, tratando de detener la hemorragia,
lo que me hacía ver las estrellas
Al día siguiente, antes de la campana de entrada, nos encontramos todos en
los patios de la escuela, comentando en voz baja el terrible suceso acaecido en
el río en donde Rabito y yo casi perdiéramos la vida, por temor a que nadie se
enterara, hasta que sonó estridentemente la llamada a formar para el acto
diario del izamiento de la bandera, al que concurren ineludiblemente todos los
cursos, junto con sus preceptoras, la directora del establecimiento y alguno
que otro profesor patriótico, ya que la mayoría, si no llega tarde, les gusta
esconderse en la sala de profesores hasta el término de la aburrida ceremonia.
Sin embargo en aquélla ocasión estaban todos los profesores presentes, hasta
los de los últimos años a quienes poco veíamos por estar en otra ala lejana a la
de los primeros y segundos cursos del establecimiento.
Luego de que la bandera estuviese flameando en lo alto del mástil, la directora
sacó un papelito de su bolsillo, y con voz chillona y enojada dijo:
-A medida que los voy nombrando, los siguientes alumnos vayan
pasando al frente… -
256 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Carlos Leiva
Antonio Areco
Victoriano López
Daniel Taborda
Alberto Danieri
Rabito Leguizamón
Julio Vallejos
Jorge Montovio
Eloy Benítez
Arturo Beresi
Miguel Angel Capra
Carlos Raúl Zoloaga
Jean Paul Gilbert…
52Esta directora vino a ser con el tiempo Ministra de Educación de Corrientes, ya casada y con el
nombre de Catalina Méndez de Sobriau.
258 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
necesario que todo el alumnado sea testigo del castigo ejemplar que impondré
a estos alumnos que ayer faltaron en masa, como advertencia para aquéllos
que siquiera se les pase por la cabeza la idea de hacer lo mismo. La señorita
preceptora pondrá veinticuatro amonestaciones, o las que resten para llegar a
esa cantidad, a todos los que participaron de la fechoría, menos a los alumnos
Arturo Beresi y Rabito Leguizamón, que fueron los dos protagonistas del
peligroso suceso…-
-¡Yupiii, -dije yo entremí- salvados estamos! ¡Gracias a Dios, a mí me
perdona por valiente y a Rabito por ser la sufrida víctima del accidente!
-A ellos dos –sentenció la Directora- les pondrán veinticinco
amonestaciones sobre las que ya tienen ambos, y ya mismo serán expulsados
inexorablemente de la escuela. Se les dará la libreta de clasificaciones y demás
legajos que necesiten envueltos en papel celofán, por si otro colegio los acepta,
aunque no lo creo. Asimismo, antes de irse, los dos deberán abonar la cuota de
la cooperadora si estuviesen con atraso, y se prestará especial cuidado en
hacer reponer al ex alumno Arturo Beresi un borrador de pizarrón que
perdiera o robara del curso. Y por último, tanto los profesores como las
preceptoras que no me comuniquen las inasistencias de más de tres varones,
especialmente por las tardes, serán duramente sancionados con descuentos en
sus haberes o suspensiones. Y con esto, esperando haber sido clara y
específica, los cursos pueden retirarse a sus respectivas aulas.- dijo.
Esta directora Catalina Méndez de la Escuela Normal de Formosa, era
inflexible, drástica y despiadada con sus condenas, y aún los alumnos de los
últimos cursos, a un paso de ser ya maestros normales, le tenían un miedo
atroz cuando como un buitre recorría los pasillos y galerías del
establecimiento, buscando la roña con que se alimentaba.
¡Guay de aquél que no trajera corbata o la insignia prendida al pecho!
¡Pobre de la niña que viniese con las uñas largas o sin las medias azules
levantadas hasta las rodillas!
Cuando sancionaba o expulsaba a alguien, no tenía piedad alguna por el
alumno, así fuera hijo del obispo o del papa.
Ecce mulier, caput pecatti, arma diaboli, expulsio paradisi 53
Todos nos quedamos mudos de asombro, como paralizados, alelados, sin
saber qué hacer ni decir, y hasta la bandera que flameaba en lo alto del mástil,
que tantas veces mi hermana Rebecca izara el año pasado, al oír la cruel
sentencia, quedó estática y congelada.
He de decirles que muchos profesores me querían y me tenían gran simpatía,
por conocer a mi padre y a Rebecca, y alguno hubo que encogió su semblante
en un gesto de llanto, y derramó una lágrima y un dolido suspiro de tristeza y
preocupación por mí.
Y esto del borrador de pizarrón que yo adeudaba a la escuela, merece un
paréntesis en el relato para aclararlo.
53 Es la mujer cabeza de pecado, arma del diablo, y causa de la expulsión del paraíso (Orígenes)
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 259
Resulta que en las horas libres, entre los varones y alguna que otra mujer
medio machona, jugábamos al básquet dentro del curso, ya que no nos
permitían salir al patio para no molestar a los otros contiguos, y a falta de
pelota ocupábamos el borrador del pizarrón, tratando de embocarlo dentro de
un jarrón que colgábamos del mismo clavo que pendía el cuadro de San
Martín, con tanta mala suerte para mí que tirándolo yo por el aire, en un pase
por elevación, el borrador dio en entrar casualmente en un minúsculo agujero
que había en el alto cielorraso, hecho quizá por una rata, por el cual orificio no
cabía una mano, y nunca más se lo pudo recuperar aún buscándolo con un
largo alambre, si no fuera que se desarmara todo el maderamen del techo.
Entonces firmé un papel a la escuela en donde me comprometía que en el
término menor de diez días, tiempo suficiente para que ahorrara unas
monedas, debería comprar de mi propio peculio otro borrador para reponer al
desaparecido, documento que fue a engrosar seguramente mi nefasto legajo.
Hasta ahora, cincuenta años corridos, la escuela aún espera el abono y el
recambio del díscolo borrador. Es el caso que fuimos todos al aula, pero en su
puerta la preceptora nos impidió la entrada a Rabito y a mí, y después de
tomar la asistencia dentro del curso, salió y nos entregó en preceptoría el aviso
de amonestaciones, la libreta de notas e inasistencias, y un frondoso
prontuario cuyas hojas estaban minadas de sellos en tinta roja, con la palabra
PÉSIMA CONDUCTA y otros adjetivos de éste tenor en todos sus folios.
A los once compañeros restantes les impusieron las veinticuatro
amonestaciones para dejarlos en capilla y propensos a ser expulsos
cometiendo una más, y dicen las malas lenguas que nunca hubo un primer
año que en un solo día encimara más de trescientas amonestaciones de arreo y
hacienda. No bien estuvimos Rabito y yo en la calle, seguíamos anonadados
sin saber qué decir ni qué hacer, sin creer en la violenta expulsión, y por no
amargarnos aún más, rompimos todos los papeles con que nos embalaron,
prometiéndonos callar la nefasta noticia a nuestros padres.
Rabito era huérfano de padre, y su pobre madre, quedándose sola y sin sostén
alguno, hacía bolas de fraile y churros con dulce de leche que su hijo vendía
por la calle en un canasto cuando niño, hasta ingresar al primer año, ya que
gracias a Dios el gobierno le otorgó una pensión con la cual se mantenían
ambos, y el mayor deseo de ésta buena mujer era que su hijo llegara al tercer
año y lo aprobara, para abandonar sus estudios e ingresar con ése único
requisito en Prefectura o Gendarmería como aspirante a oficial.
Y él no quería darle la amarga noticia de haber sido expulsado, aunque nada le
haría si se lo dijese, solamente por no amargarla sabiendo que su incipiente
carrera de militar nunca se concretaría y ni siquiera empezaría.
No hay mayor pesar y tristeza para una madre, que el fracaso de sus hijos en
el estudio y en los trabajos que emprenden.
En cambio, mi padre no se enojaría tanto por la expulsión, sino por habernos
ido a bañar al río, al cual tenía un odio profundo y acendrado, no terror al
agua sino una profunda repulsión a cualquier cauce, por una justificada razón
que más adelante si me acuerdo te lo diré, pero que por ahora no viene al caso.
260 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Y en las travesuras graves siempre nos pegaba con un cinto de cuero repujado,
muy hermoso y bonito que nos hacía ver las estrellas sin necesidad de
telescopios.
Vagamos con mi amigo lo que restaba de la semana, tres o cuatro días,
jugando al billar en la Sociedad Italiana, al básquet en el club Náutico, a las
bochas en eso clubes minúsculos y de mala muerte junto a viejos decrépitos
que ya no tenían otra cosa que hacer, y un día asistimos a un casamiento en la
vereda de la iglesia católica solo por sacarnos fotos detrás de la nueva pareja
que no conocíamos, y en otro participamos de un culto evangélico en una
iglesia pentecostal donde a cada rato se gritaba: ¡Aleluya! ¡Aleluya!, y se
sumergían en una gran pileta con agua, aunque ninguno de ellos estaba sucio
ni era roñoso, antes bien por el contrario.
Gracias a Dios no teníamos las mallas puestas debajo de las ropas, porque si
no, solo por bañarnos con ellos en el enorme recipiente frente al altar, nos
hubiésemos convertidos al evangelismo.
La mayoría de las veces, mañana y tarde, vagábamos por el centro de la
ciudad sin peligro alguno, uno porque dejábamos los uniformes escondidos en
un club de básquet, debajo de las tribunas, y otro porque mi padre jamás
abandonaba su negocio en horas de trabajo, y la madre de Rabito, teniendo
una pensión de qué vivir, apenas si salía a hacer sus compras en el almacenero
de la esquina, estando su casa a unas veinte cuadras lejos de donde
deambulábamos.
También acostumbrábamos a perder el tiempo en las disquerías, escuchando
los últimos éxitos de los Beatles, Rita Pavone o de los uruguayos Sheakers.
Estas disquerías de mi época juvenil no eran las discos de ahora donde se baila
músicas endemoniadas, sino que eran comercios para vender los más recientes
temas musicales de cantores del mundo entero como Chubby Cheker, Los
Iracundos, Charles Aznavour, Leo Dan, Palito Ortega y los Wawancó, sin
faltar “El Ultimo Café” de Julio Sosa o “Balada para un Loco” de Amelita Baltar,
además de guitarras, cuerdas, panderetas, castañuelas, clavijas y uñeros,
baterías, armónicas, pianos y órganos. Frente a sus vidrieras estábamos todas
las mañanas hasta casi el mediodía cuando terminaba nuestra visita, para
regresar luego a nuestras casas cansados de estudiar música en los enormes
parlantes que el comercio sacaba en la vereda.
Es el caso, que el viernes de ésa primer semana de insustancial vagancia, la
directora de la escuela envió con el portero una nota a nuestros padres, y
yendo equivocadamente a mi casa donde mi madre le atendiera, no quiso
entregar la nota si no fuese en manos propias del tutor, a lo cual mi madre le
indicó dónde estaba el negocio en que él como dueño atendía.
Y allá fue el emisario y entregó la nota en propias manos, llevando de retorno
un recibo firmado como comprobante.
Cuando yo regresé a casa, tipo doce y media del mediodía, pasé antes por el
negocio de mi papá, y viéndolo cerrado tempranamente encontré raro tal cosa,
pues generalmente atendía hasta la una, y llegué a mi casa dos cuadras más
abajo muy campantemente pensando que ya la mesa estaría servida.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 261
Vine a dar crédito entonces que tanto los males como los bienes que nos depara el
destino, vienen encimados y uno tras otro como si fuesen los eslabones de una cadena.
Casi a las ocho y treinta se abrió la puerta del despacho de la dirección y salió
su dueña la Regente, alta, elegante, olorosa, majestuosa y con cara de pocos
amigos.
-Buen día Sr. Beresi. Buen día Sra. Leguizamón- dijo a nuestros tutores
sin siquiera mirarnos a Rabito y a mí. A los expulsos ignoró completamente.
Es más, cuando invitó a pasar a su despacho a nuestros mayores, nosotros
también quisimos entrar, pero ella plantó su pié en el marco de la puerta
impidiéndolo, y nos ordenó que esperásemos afuera en silencio para cerrarla
luego violentamente en nuestras narices. Entraron pues mi padre y la madre
de Rabito, y hablaron entre los tres más de media hora continua, mientras nos
comíamos las uñas de impaciencia por saber qué mentiras y difamaciones les
estaría diciendo la directora de nosotros.
262 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
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Dos experiencias horrorosas bajo el agua 263
LA LAGUNA AZUL
Entramos a una tétrica y amplia habitación que estaba casi a oscuras, con las
cortinas cerradas en sus ventanas y olores de alcoholes y remedios en el aire.
Daba el tétrico cuarto la horrible impresión de ser uno de aquéllos que
comúnmente se usan en las películas de terror, por el aire tenebroso que lo
envolvía, y por los gélidos alientos que circulaban y paralizaban de miedo.
En una amplia cama matrimonial, cubierta con una brillosa manta rosada,
yacía una horrible mujer que de tan flaca y descarnada creí ser una calavera
por lo quieta y callada, que miraba fijamente al techo sin que se notase
movimiento alguno de su respiración (si es que respiraba), y al acercarnos
ambos hasta el borde del lecho el profesor le besó la frente y le hizo mimos
acariciándole sus esqueléticos brazos, mientras se los friccionaba con una gasa
empapada en alcohol.
Cientos de remedios estaban en una mesita de luz junto a un vaso de agua.
Era el caso que su otrora bella mujer, que fuera reina de Formosa en épocas
pasadas, había sufrido años atrás un derrame cerebral que la dejó postrada en
la cama, sin poder mover las extremidades ni nada de su cuerpo que no fueran
ambos ojos y un dedo de la mano derecha, y él la cuidaba y la bañaba con un
amor tan desmesurado y exclusivo, que aún teniendo a sus hijas ya adultas y
casadas, no permitía que nadie tocara a su adorada esposa, ni jamás puso una
empleada o enfermera para cuidarla si no fueran sus propias y amorosas
manos.
Ella movió los ojos de derecha a izquierda, hacia donde yo estaba y él le dijo:
-El es mi alumno Beressi, que vino a visitarte, mi amor.-
El cadáver me miró fijo a los ojos, y creí notar en los suyos un odio profundo
hacia mí, como diciendo: “Maldito tú que puedes caminar, y yo no”.
Sus ojos eran como dos babosas blancas, redondas y escuálidas que se movían
dentro de aquélla calavera viviente, los huesos de su frente y los de sus
mejillas parecían estar apenas forrados con el transparente papel de calcar de
su lívido rostro, y todo lo que se veía de su cuerpo con el color grisáceo de los
días nublados, dejaban entrever a través de su flácida piel su horrible
esqueleto ausente de carnes. En su mano derecha tenía atada con una cinta
adhesiva una pequeña maderita con un botón sobre el que descansaba el dedo
índice, que al ser apretado, hacía sonar un timbre en la casa de un vecino que
contaba con teléfono, el que de inmediato avisaba a la escuela Normal que la
esposa requería la presencia de su amado esposo en casa.
El ambiente triste y mortuorio de aquél cuarto, el olor a remedios, la languidez
de sus papadas, el transparente gris ceniza de su cara y de sus brazos, las uñas
opacas y muertas y las flacas carnes de sus dedos, me asustaron tanto que creí
estar frente a la misma Parca.
Esa mujer era ya un cadáver estático, pálido, ceniciento, alejado del frío
sepulcro solamente por el cálido y tierno amor que le brindaba su esposo, y
que movía los ojos de derecha a izquierda o hacía sonar el timbre para que su
amado la atendiera y la amara, era un horrible ser despreciable y repulsivo
para mí, que me congeló de miedo las espaldas, y sin embargo allí pude ver…
¡cuánto amaba el profesor a su señora!
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 267
Con este profesor teníamos clases de Trabajos Agrícolas los martes y los jueves
a las dos de la tarde, y fue así que sin que esperásemos mucho tiempo, un día
faltó nuevamente y la preceptora nos dejó libres después de tomar la
asistencia, y guiados por el gordo Areco, fuimos Victoriano López y yo a
conocer la famosa Laguna Azul.
Sin invitar a nadie más, por no mover el avispero, Alvar Núñez Cabeza de
Vaca guió nuestras bicicletas por más de media hora por la calle San Martín
hasta llegar a los cuarteles, a veinte o treinta cuadras de la Escuela Normal, y
torciendo a la derecha ingresamos a una calle de tierra por la que hicimos un
largo trecho hasta que la misma se terminaba y desaparecía como por arte de
magia.
Luego enfilamos nuestras bicicletas por un angosto sendero similar a un
camino de hormigas, avanzando en fila india entre yuyos y matorrales, por lo
estrecho y tupido que se mostraba, y al cabo de unos veinte minutos de andar
entre la engorrosa vegetación, vinimos a dar ante una hermosa laguna de
aguas límpidas y cristalinas en las que se reflejaba nítidamente el azul del cielo
dando ese bello tono al lago, que no tendría más de doscientos metros de
circunferencia.
A la vera del lago se erigían altos árboles cuyas ramas daban ya sobre el agua,
y su costa era tan clara y transparente que desde lejos se podía observar las
límpidas arenas de su fondo.
En llegando y verlo por primera vez me dejó mudo de asombro su hermosura,
y me pregunté cómo fuera que el Gordo Areco Cabeza de Vaca descubriera
tan hermoso paraíso, viviendo cuarenta cuadras lejanas al lugar, y qué diablos
andaría haciendo entre medio de éstos senderos cerrados de yuyos y malezas
para venir a descubrir este nuevo continente americano.
Dejamos nuestras ropas y las bicicletas ocultas entre la vegetación, y
solamente en calzoncillos (yo había perdido mi rojo pantaloncito de básquet, o
la mitad izquierda, quince días atrás) nos subimos a un alto árbol a la vera del
lago, para después caminar haciendo equilibrios por una larga rama que se
adentraba a la laguna, y de lo alto nos arrojábamos de cabeza al agua como si
fuese desde un trampolín.
La laguna Azul era perfecta para nuestros planes, era un paraíso tan
escondido y privado por los frondosos árboles, hierbas y malezas, que muy
difícilmente pudiéramos ser descubiertos por prefectura alguna, ni aún
buscándonos con un helicóptero, y si los policías o gendarmes no llegaran a
pie o en bicicleta tras nosotros, no podrían pillarnos ni sacarnos de sus aguas.
Y si los viésemos venir, o escuchar sus voces, con solo escondernos entre las
altas hierbas jamás nos encontrarían.
Estuvimos pues por largas horas subiéndonos al árbol y arrojándonos de
cabeza al agua, imitando a Tarzán de la Selva, creo que unas diez mil veces
más o menos, hasta casi cansarnos.
Ya prestos a volver a nuestras casas, pasadas las cinco de la tarde, uno de
nosotros tuvo la brillante idea de que todos cruzáramos nadando el lago,
esgrimiendo éstas simples y sencillas razones:
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 269
De manera tal que los tres podíamos flotar o nadar convenientemente y llegar
sanos y a salvos a la costa contraria, a no más de cien metros de distancia, ya
que estábamos en la parte de la laguna en que más se estrechaba su elipse.
Y hacia allá fuimos lentamente, ellos por delante y yo siguiéndolos como una
calabaza arrastrada por la corriente marina, sin hacer el menor ruido, sacando
la cabeza fuera del agua a nivel del mentón, y remando con las manos bajo la
superficie, mientras que ellos daban poderosísimas brazadas y chapoteaban
sus pies levantando infinitas gotas que salpicaban mi rostro.
Íbamos cómodamente llegando ya a la mitad de la Laguna Azul, cuando de
pronto, sin saber por qué si ni por qué no, mi cuerpo se tornó flácido y sin
fuerza alguna, como si fuese un muñeco titiritero al que le cortan los hilos que
le dan vida, como si no tuviese ganas seguir en ella ni de nadar para vivir, con
miles de hormiguitas que me subían por las piernas y que las hicieron tan
pesadas como de cemento, y cesé de flotar yéndome hacia el fondo arenoso de
la laguna, que no estaba a más de dos metros y medio de profundidad.
No puedo explicar qué me pasó, solo se decir que dejé de nadar para
hundirme sin calambres ni retorcijones de estómago, sin miedo de morir y sin
razón valedera alguna que justificara la negación de seguir luchando por vivir.
Al tocar los pies en el fondo, vi luego que a mi alrededor subían infinitos
granos de arena que flotaban de un lado a otro como brillosas abejas buscando
néctar entre las flores, en medio de burbujas y hojitas que giraban en mi
entorno como si fuese un remolino suave y calmo. Tuve la sensación de estar
en una calesita en donde avioncitos, caballitos y autitos giraban ante mis ojos,
sin preocuparme de que pronto no habría oxígeno para respirar ni vida para
vivir. Qué hermoso fue para mí ver por primera vez, y quizá última, a una
calesita de brillosas luces y espejos que giraba lentamente al alcance de mi
mano en el fondo de las aguas azules y límpidas de la laguna.
270 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Salí suavemente del agua con mi cuerpo astral, sin hendirla, con un nítido
contorno inmaterial, como si fuese una neblina que reemplazara mi carne y
mis huesos, y flotando ingrávido a unos dos metros sobre la superficie del
lago, vi las pendulares cabezas de mis dos amigos moviéndose
acompasadamente al braceo de los movimientos natatorios, sin volver la vista
atrás.
Mi ánima ingrávida sobre el agua les gritó desesperado:
- ¡Ayúdenme, ayúdenme que me parece que me estoy ahogando!
Creo haber puesto ambas manos sobre mi boca, a manera de bocina o
micrófono, con el cual a vivas voces quería comunicar la novedad de mi
ahogamiento a mis dos amigos, avisarles que me moría muy joven, con mis
trece años apenas cumplidos, pero ellos ni se voltearon a mirarme.
Es más, ni siquiera escucharon mis desaforados pedidos de auxilio.
Entonces, supe que estaba definitivamente muerto y sepultado bajo el agua.
¡Adiós vida no vivida! ¡Adiós sueños no logrados! ¡Adiós infancia dejada
apenas a la vuelta de la esquina!
¡Y adiós juventud desperdiciada estúpidamente en las magníficas aguas
mansas y tranquilas de la Laguna Azul!
Entonces me acordé de mi mamá y de mi papá, y casi corriendo por el aire me
volví a la costa desde donde salimos, a fin de vestirme y tomar mi bicicleta
para ir urgente a contarles que me estaba ahogando, o que tal vez ya me
ahogara, como si ellos pudieran venir a rescatarme sacándome del agua como
por arte de magia. Noté entonces que fácil podía deslizarme sobre el aire,
como si fuese una paloma, sin necesidad de dar pasos ni caminar, y con el solo
desear volver a donde estaban mis ropas y mi bicicleta, logré concretarlo sin
impedimento alguno. Bien pudiera decir que la voluntad por sí sola
reemplazaba a mis piernas. Quise tomar mis ropas para vestirme y no lograba
asirlas, y lo mismo sucedió con mis zapatos que no pude levantarlos del suelo,
y menos parar mi bicicleta, pues mis manos atravesaban los objetos como si
fuese un fantasma u otra santa Rita.
Esto me desconcertó a tal punto que casi me olvido de volver a mi casa.
Tenía conciencia de que estaba desnudo, apenas cubierto con un diminuto
calzoncillo, y mucho me desanimó no poder vestirme porque de natural soy
vergonzoso de andar sin ropas, y sin embargo, volví a desear regresar urgente
a mi casa para contar a mis padres que me estaba ahogando.
No sé por qué quería ser yo mismo quien les diera la desgraciada noticia de mi
muerte, como cuando niños rompemos un jarrón o una taza, y antes que se
enteren viendo los añicos, corremos a contárselo a nuestros padres a fin de
mitigar o evadir el castigo.
Entonces me sentí subir y subir por los aires como si fuese un barrilete al que
le sueltan cuerda, y comencé a desplazarme volando como una paloma por
encima de los árboles a una velocidad vertiginosa, para pasar sobre los techos
de los cuarteles primeramente, y después sobre los de las casas que están por
la calle Belgrano, o sea la de mi casa, yendo en la misma dirección en que los
autos se dirigían al centro de la ciudad, unas quince cuadras más adelante.
272 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Debo decir que a veces sobrevolaba la calle encima de los autos y otras sobre
los techos de las casas, a una altura no mayor de los diez metros, pasando
como una exhalación a través de las antenas de televisión y carteles de
propaganda, cuyos hilos o riendas de alambres me atravesaban el cuerpo sin
partirme en dos ni desmembrarme.
Pasé por arriba de la famosa confitería “El Cabildo” de la calle España, donde
mi padre acostumbraba a jugar al ajedrez y al dominó por las siestas, y al
pasar sobre la avenida 25 de Mayo, crucé los techos de tejas de la Gobernación,
sobre la loza negra y mugrienta del viejo correo, sobre nuestro negocio pegado
a él, creo que pasadas las cinco de la tarde, estaba extrañamente cerrado, luego
sobre los infinitos balcones del Hotel Belgrano, y dos cuadras más abajo, me
asenté suavemente sobre la vereda de mi casa.
Grande fue mi sorpresa al ver que en el jardín frentero, en todo lo largo de
nuestra vereda, y un poco en las vecinas, gran cantidad de estudiantes
uniformados del colegio Industrial y del colegio Nacional a los cuales
concurrían mis otros hermanos, junto con mis compañeros de curso de la
escuela Normal, y mucha gente adulta, profesores, celadoras y algunas
maestras de mi reciente primaria, que hablaban en voz muy baja y
consternada. Me metí entre ellos como un fantasma, sin que ninguno me viera
ni se percatara de mi presencia.
Crucé el jardín caminando, donde en una de sus esquinas vi a mi hermano
mayor Antonio que se recibiera de perito mercantil dos años antes, y que
recientemente ingresara a trabajar en el Banco Nación, rodeado de amigos que
le contaban cuentos y anécdotas estudiantiles para alegrarlo, pues todos ellos
fueron sus compañeros de colegio y eran de su misma promoción.
Este hermano mayor contaba ya con veintidós años, y gracias a que mi padre
fue cliente del banco Nación por más de treinta años sin una tacha, hablando a
sus autoridades, le consiguió el trabajo de muy buen sueldo, y se le abría
generosamente la carrera bancaria siendo ya auxiliar con tan poca edad.
Entonces me dirigí resueltamente entre mis compañeros uniformados de gris y
las mujeres con impecables guardapolvos blancos de la escuela Normal, y creí
que ninguno del curso faltara, con los que quise conversar, pero por más que
me ponía en medio del silencioso grupo, no me veían ni me prestaban
atención alguna. Sin embargo, no estaban mis dos amigos del alma Victoriano
López y Antonio Areco, que seguramente estarían aún bañándose en la
Laguna Azul, sin que se preocuparan de lo que acontecía en mi casa.
Fue más o menos por ésos momentos que viendo reunida a tanta gente, noté
que algo andaba mal, pues mirando más detenidamente mi hogar, me extrañó
sobremanera que las sombras que proyectaban sus paredes y las plantas del
jardín, y los árboles de las veredas circundantes, no correspondían a las horas
de la tarde, sino que eran sombras comunes de la mañana, de horas muy
tempranas, no más de las nueve, lo que me hizo razonar que si fuimos a nadar
a la Laguna Azul hoy a la siesta… ¿Por qué en mi casa era aún la mañana?
¿Por qué las sombras de los árboles y de las casas del vecindario estaban al
revés y contrarias de lo que deberían estar por las tardes?
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 273
En la pared del fondo del living colgaba un gran cuadro, creo que una copia
de Murillo o de Velásquez, donde dos niños comían uvas sosteniéndolas con
las manos en alto y con las bocas abiertas; cerca de la radio, un sillón hamaca
de madera y mimbre que nos hiciera el famoso artesano don Cabezudo, y
donde mi padre por las noches escuchaba el “Glostora Tango Club”, “Odol
Pregunta” y “El otro lado de las Cosas” del filósofo Juan Ferreira Vaso, y las
noticias de Radio El Mundo, mientras nosotros estudiábamos en la mesa.
Había en una de sus paredes laterales un biblioteca de pié repleta de libros
juveniles que mi padre regalara a Rebecca al cumplir sus quince años, y
descansaban en sus anaqueles “La Isla del Tesoro”, “Quo Vadis”, “El Prisionero de
Zenda”, “Los tres Mosqueteros”, “Oliverio Twist”, “Tom Sawyer” y “La Cabaña del
Tío Tom”, entre otros cincuenta tomos del mismo tenor.
En una de las esquinas del enorme living, estaba en diagonal un pesado
aparador de unos dos metros de alto y de largo, con puertas de madera maciza
en su parte inferior y de vidrio en su frente superior, que mi madre usaba para
guardar vasos, platos, jarras de porcelana, fuentes de vidrio, manteles,
servilletas y cubiertos que nunca se usaban, si no fuese en año nuevo o
navidad, porque todos los días comíamos en la cocina del fondo de la casa con
los utensilios diarios y comunes.
Las paredes tenían algunas repisas espaciadas con adornitos de cerámica y
alguno que otro cuadrito o platito pequeño de paisajes.
Bien, todo esto arriba detallado, cuando yo entré al amplio living, había
desaparecido, a excepción de la araña que colgaba solitaria del techo.
Los niños comiendo uva de Murillo se fueron, no estaban la mesa ni sus sillas,
ni la biblioteca, ni radios ni sillones, y menos el enorme aparador de las
vajillas, que no se podía mover ni con la fuerza de seis hombres.
El panorama estaba cambiado totalmente: infinitas sillas se alineaban al borde
de las paredes vacías, en una hilera de más de cincuenta, muchas de las cuales
no eran nuestras, y me quedé helado al ver que allá en el fondo del enorme
cuarto vacío de recuerdos, seis metros después de su puerta, descansaba sobre
brillantes pies de plata refulgente un cajón mortuorio de un color muy negro y
oscuro. En su cabecera, donde antes estaba el cuadro de los niños y las uvas,
ahora colgaba una hueca cruz metálica ocupando el mismo clavo, que sostenía
en su interior dos fluorescentes cruzados que despedían una luz muy azul al
estar envueltos en papel celofán, del que pendía un fino cable que iba a
enchufarse donde antes tomaba electricidad el desaparecido tocadiscos.
Pude observar a pesar de mi asombro, que la cruz estaba colgada
incorrectamente, pues su verticalidad se inclinaba ligeramente hacia la
izquierda, y pensé que quien la suspendiera no era muy meticuloso en su
trabajo. No estaban los libros ni el mueble-biblioteca sobre el que se asentaban
tanta sabiduría y entretenimiento juveniles.
Había mucha gente mayor sentada en las sillas del contorno de la habitación,
cuyos respaldos tocaban las paredes, que con gestos de dolor y amargura
conversaban en voz muy baja, casi en susurros y murmullos, que eran amigos,
vecinos y conocidos de mi padre.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 275
Bien, ésas fueron las dos ocasiones en que sin tener aún los catorce años casi
me ahogara y dejara mis huesos en el fondo de las tenebrosas aguas, y creo
que la aventura o desventura de querer salvar a mi amigo Rabito Leguizamón
de una segura muerte por ahogo, fue la más peligrosa, ya que la de la Laguna
Azul no estoy muy seguro de que me sucediera realmente.
¿Quién podría decirlo?
No descarto la posibilidad de que fuesen imaginaciones de una mente
desesperada por falta de oxígeno que en un segundo elucubrara todo el
velorio de mi yerto cuerpo en una ínfima pesadilla de terror.
Bien podría ser también que los dolidos cintarazos que me diera mi padre en
la anterior ocasión de ahogo, hiciera que mi cerebro elucubrara todas éstas
fantasías, como un escape incólume a otra futura golpiza.
Pero… ¿por qué puedo recordar, cincuenta años después, conocer e identificar
todos los techos, balcones, carteles luminosos, patios y árboles que aún están
en pie sobre la calle Belgrano, la de mi casa natal?
Por días, no podía hacer concordar mis dos cuerpos en unidad, el de carne y
hueso y el de su contorno espiritual, como cuando se nos corre un papel de
calcar movido del dibujo original, y me sucedían cosas que son difíciles de
creer, como era ponerme la corbata y luego salir de mi cuerpo para ver si
estaba bien nivelada sobre mi pecho.
Podía ver desde arriba mi cuerpo caminando presuroso camino a la escuela, o
me rascaba un brazo inmaterial cuando en realidad la picazón estaba en el de
carne; sin poder distinguir qué mano debía usar, se me escapaba fácilmente la
lapicera de los dedos porque la tomaba con una mano transparente que se
desprendía de la original de carne maciza; podía predecir algunos hechos
antes de que ocurrieran como un accidente o el encuentro con un amigo que
venía por la vuelta de una esquina; a veces me daba terribles golpazos contra
la pared pues creía atravesarla como si fuese cosa natural, y otras muchas
anormalidades que ya no me acuerdo…
*********************
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 279
POSIBLE CONCLUSIÓN
Hasta el día de hoy, pasado cincuenta años, no puedo encontrar una explicación lógica
y plausible de lo que me aconteciera en la Laguna Azul.
Muchos me dicen que todo lo vivido fue solamente producto del miedo y la
imaginación ante una cercana muerte, que frente al peligro de ahogo el cerebro
funciona vertiginosamente sin control alguno, lo que me hizo imaginar vuelos, cuerpos
y velorios. En cambio, el salvataje de Rabito no fue ninguna imaginación ni delirio
pues bastante costó curarme de los profundos surcos dejados por sus garras en mis
espaldas, y aún hoy me duelen los terribles cintarazos con que mi padre las alisara.
De la Laguna Azul, yo tengo la firme convicción de que realmente fallecí, y en aquéllos
primeros minutos de difunto regresé en espíritu a mi casa, es decir definitivamente
muerto de cuerpo, ya con el alma intangible que todos tenemos. De otra manera,
¿cómo pude vivir tan nítidamente mi velorio reconociendo cientos de personas de
nuestro entorno, amigos de mi padre, carniceros, zapateros y sastres con los cuales él
trataba diariamente? El desconcierto que sufrí al llegar a mi casa y ver que su sombra
y las de los árboles no coincidían con la tarde en que nos bañáramos en la Laguna
Azul, me hace presumir que las horas faltantes en mi vida, de la muerte al velorio,
fueron las que tardaron mi padre y los marineros en rescatar mi cuerpo del fondo del
lago, casi al amanecer de ése nuevo día, y por lo tanto mi alma llegó a casa en horas de
la mañana. De otra forma, yo llegaría cuando aún ignorasen mi deceso, y nada de lo
que vi sería posible. De ahí que las sombras no correspondían con las de la tarde fatal.
No niego que bien pudiera ser otra la causa, como por ejemplo que los muertos tengan
un horario diferente al de los vivos, con varias horas de adelanto, o quizá fuese una
simple confusión mía, como si viera el anverso de las cosas mirando a través de un
espejo, donde lo derecho fuera izquierdo y viceversa.
¿Y porqué primero miré curioso debajo de mi féretro para saber cómo se sostenía
enhiesto sin volcar, cuando lo natural sería que quedara mudo y sorprendido mirando
antes a mi cadáver que reposaba plácido sobre él?
Este hecho no lo dudo en ningún momento, el de ser curioso por saber cómo funcionan
las cosas, y sus causas, y es uno de mis más acendrados defectos que aún conservo con
más de medio siglo de vida, y sospecho que no se me irá ni aún después de muerto.
Y efectivamente, no vi a mi madre en el velorio porque, como dijo el zapatero don
Mendoza, dormía anestesiada en su cuarto, más atrás de la sala velatoria.
Las sillas, más de cincuenta, no eran las nuestras en su totalidad, y colijo que fueron
prestadas por los serviciales vecinos del barrio. Quitados fueron la mesa, el tocadiscos
y el enorme aparador de vidrio, y alguna alma piadosa, mientras mi padre buscaba mi
cuerpo en el lago y mi madre lloraba en su cuarto, bajó y escondió el cuadro “Niños
comiendo uvas” para que no generara mayores dolores a quienes perdieron uno
ahogado. López y Areco no estaban en mi velorio simplemente porque mi padre los
mataría a palos o estrujándoles el cuello hasta que se asfixiaran sin necesidad de ir a
laguna alguna. Creo firmemente haber expirado bajo las aguas de la Laguna Azul, y
por lo tanto no le temo a la muerte, porque cuando ocurra yo sé que regresaré
indefectiblemente a la casa de mi padre.
280 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Te he dicho que mi padre odiaba al río y todo lago, mar o charco en el que
alguien se pudiera bañar, además de cualquier balneario natural o artificial,
pileta de natación, cascada, cataratas o recipiente que contuviera agua
suficiente para que una persona pudiera sin remedio ahogarse en ella.
Cuando algún amigo suyo le avisaba que viera a uno de sus hijos cerca del río,
que distaba a dos cuadras detrás de nuestra casa, furioso cerraba su negocio, y
con el cinto en la mano nos buscaba insistentemente, averiguando aquí y allá
nuestro paradero, y si no lograba encontrarnos, no tenía empachos en
comunicar a la prefectura o a la policía que nos buscaran y detuvieran en el
acto. Este odio acendrado a las aguas tenía una razón de ser, y era que
viniendo joven de Europa, a los veintitrés años instaló un comercio en el
centro de la ciudad, en la calle Belgrano al 938, pegado al desaparecido Correo
Central, en donde vendía desde relojes y joyas hasta peines y perfumes,
matracas y serpentinas, haciendo honor a su mercante raza judía.
Y uno de los deportes que practicaba asiduamente era la natación, quizá el
único, llegando a ser cuando joven y soltero uno de los más famosos
nadadores de Formosa, con apenas veintitrés años y muchas copas y medallas
ganadas en torneos y competencias que dicen atesoraba y exhibía en una
vitrina de su comercio. Dicen que competía palmo a palmo con otros dos
famosos nadadores de la época que a veces lo superaban, y eran un mecánico
de autos llamado Aguayo, a quien si alguien le invitaba ir a nadar un rato en el
río, era capaz de dejar un auto desarmado en el medio de la calle por aceptar
el convite; el otro era Julio Iguri, empleado de correos dos años menor que mi
padre, el cual se había casado recientemente para que al cabo de un año su
matrimonio se viera felizmente bendecido por un casal de hermosos mellizos,
y al ser vecinos de trabajo, no pasaba un día sin que ambos hablasen
largamente en la vereda del negocio, naciendo entre ambos una amistad
inquebrantable. Estos tres mencionados hombres eran los mejores nadadores
con que contaba la ciudad, sin que ninguno fuera un profesional que viviera
de ése deporte.
Todo esto nosotros ignorábamos, pues nunca nos dijo sus cualidades
natatorias, de manera que en un principio, cuando niños, creíamos que mi
padre odiaba al río por el solo peligro que alguien de la familia se ahogara
imprudentemente.
A veces, en las frías noches del invierno, sentados todos alrededor de un
brasero en la cocina, donde mi padre doraba pan y derretía quesos para hacer
unos emparedados turcos con aceite y ajos, untados con puré de aguacate, nos
contaba para entretenernos que cuando niño, allá en su lejana Israel, se bañaba
en el Mar Muerto, cuya salinidad era tan alta que podía mantenerse a flote sin
nadar, y gustaba meterse mar adentro hasta tocar con las manos los enormes
buques jordanos e israelíes anclados a doscientos metros de la costa.
Los niños pequeños, los bebés y aún los perros, se bañaban alegres sin
hundirse en sus aguas límpidas y transparentes sin bacterias ni enfermedades.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 281
Nos contaba que tan saladas eran sus aguas que cuando en invierno se
retiraban, quedaban en la playa grandes piedras redondas de sal donde la
gente se sentaba para mirar el mar en la lejanía.
Los peces de agua dulce que desembocaban del Jordán y otros afluentes,
morían casi en el acto al contacto con las saladas del Mar Muerto.
Eso era todo lo que sabíamos de las cualidades natatorias de mi padre.
También pensábamos que sentía aversión a las aguas por la desgracia que le
sucediera a don Telésforo Cabezudo, un humilde hombre que se ganaba la
vida fabricando muebles artesanales de mimbre con tal exquisita terminación
y calidad que tener un sillón, una mesita de living o un roperito salido de sus
manos en una casa, era signo de ser una familia pudiente, de exquisita
urbanidad y buen sentido de decoración.
Este buen hombre, tenía un carro tirado por un caballo con el cual repartía sus
artesanales trabajos, y un desgraciado domingo de verano, acompañado de
sus dos pequeños hijos de cuatro y seis años, llevó a lavar su vehículo y bañar
al animal a la costa del río, en la zona del club Náutico, muy cercana a la
Prefectura.
En aquélla época el lugar estaba lleno de camalotes secos sobre grandes
extensiones de arena de la costa del río, y hoy sobre esa zona se asienta, bajo
millones de kilos de cemento, la moderna costanera formoseña, una de las más
lindas y extensas del país.
Estaba pues aquélla desgraciada tarde Don Cabezudo lavando su carro y
bañando el caballo con jabones y cepillos, mientras sus hijos en el agua
chapoteaban y jugaban contentos muy cerca de él.
Como Formosa aún no tenía aeropuerto, quiso el día coincidir que justo bajara
en el medio del río un enorme hidroavión de pasajeros que venía de Buenos
Aires mientras Don Cabezudo realizaba su tarea, y posándose el enorme
armatoste aéreo en las tranquilas aguas provocó grandes marejadas que de un
momento a otro arrastraron a los dos niños lejos de la costa.
El padre que no sabía nadar se arrojó a lo profundo para rescatar a sus hijos
sin poder encontrarlos, y de seguro se ahogaría sin lograr salir a tierra firme,
por lo que otros hombres cercanos que lavaban sus autos y motos, lo sacaron
semiahogado y lo tendieron desmayado en la playa.
Minutos después, cuando las aguas del río se calmaron, como una feroz
bofetada que da la vida, las últimas marejadas devolvieron a los dos niños ya
muertos flotando suavemente en las arenas de la playa.
Lector, haz un minuto de silencio por aquél hombre que viendo los cuerpos
yertos de sus dos hijitos se volvió loco de dolor, e imaginad por un momento
que tal desgracia te ocurriera a ti… ¿Serías capaz de seguir viviendo feliz y
contento como hasta ahora? ¿Tendrías tú cura o consuelo si vieras morir
ahogados a tus dos amados hijos en menos de cinco minutos?
Si esto te sucediera, ¡Dios nos libre!, cuántas veces en lo que resta de tu vida te
quejarías a Dios llorando:
“¡Desgraciado de mí, por llevarlos al río aquél nefasto día! ¡Dadme vino, dadme vino
que me sangra de dolor el alma!”
282 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
Fue una desgracia que ocurrió en escasos minutos, pero los niños nunca más
pudieron ser reanimados ni regresados de la muerte, aún estando todavía tibia
la sangre de sus cuerpecitos.
¡Ay, hombre, qué deseos tengo de llorar hoy por aquél padre que sesenta años
atrás la muerte de sus dos pequeños abrieron con filosa espada de punta a
punta su corazón y desgajaron despiadadamente en jirones su alma!
Tú, joven que me lees, por favor, trata de no dar tamaño dolor a tus padres y
obedece sus consejos en procura de no arriesgar la vida inútilmente en las
traicioneras aguas de un río.
Y si eres padre, no expongas a tus hijos pequeños tan tontamente a las aguas.
Como el pobre artesano de mimbres era muy trabajador y humilde, y entre sus
numerosos clientes contaba al señor gobernador y a sus funcionarios, por su
honestidad y rectitud, y más por su inquebrantable laboriosidad, queriendo
mitigar su dolor, el gobierno decretó tres días de duelo en honor a los niños
fallecidos, con las banderas a media asta, y con las radios emitiendo músicas
sacras.
Los comercios pusieron llorosos en sus vidrieras una cinta negra en señal de
duelo, y creo que las escuelas, el correo, la gobernación, la municipalidad, la
usina, el mercado central y todas las instituciones y oficinas en aquéllos días
trabajaron con tal desgano y amargura que nadie hablaba en voz alta, ni reía,
ni había ánimos para discutir, y por no exagerar, solamente te diré que las
lágrimas derramadas por los dolidos corazones de la gente por la partida de
los niños de don Cabezudo, llenarían fácilmente otro mar.
Este hombre perdió a sus dos únicos hijos en contados minutos, tragados por
las despiadadas aguas del río, por las olas producidas por el maldito avión, y
aunque siguió trabajando en sus artesanías, sus muebles nunca más tuvieron
la prestancia y calidad con que los hacía antes de que le ocurriera tan nefasta
desgracia.
Y por ayudarlo, todo el mundo le encargaba nuevos muebles, y le adelantaban
los dineros de su costo, pero él nunca más fue cumplidor de su palabra ni de
su trabajo, y sin dedicarse a la bebida, quedaba beodo y borracho sin alcohol
sentado al borde de su vieja cama, llorando días enteros a sus perdidos hijitos,
hasta morir dos años después totalmente destruido por la pena y el dolor que
ningún sacerdote, monaguillo ni obispo pudieron consolar con ánimos nuevos
ni promesas de volver a verlos en el cielo, o la consabida y repetida fábula que
Dios llamó a las dos tiernas almitas perdidas bajo las aguas para engalanar su
estúpido Paraíso. Meses después, lo siguió su mujer.
Pero mi padre no tenía odio al río por la desgracia que le aconteciera a don
Cabezudo.
La causa era la siguiente: y es que festejándose un nuevo aniversario de la
fundación de Formosa, la municipalidad organizó una competencia para los
tres famosos nadadores locales, que consistía en atravesar el río hasta la costa
paraguaya de Alberdi, a unos ochocientos metros de la nuestra, hacer sonar
una campana en la playa extranjera e inmediatamente regresar al lugar de
partida. El que llegara primero a nuestra costa sería el ganador.
Dos experiencias horrorosas bajo el agua 283
Y lo que le impulsó a odiar al rio era el mucho amor y cariño que llegó a tener
por su amigo el cartero, ya que tenía su negocio pegado al correo y siempre,
todos los días, mañana y tarde, conversaban largo tiempo en la vereda como
hermanos tomando “bolitas”, una bebida primeriza entre las gaseosas de la
época, cuya tapa era justamente una canica atorada en el cuello de la botella,
según me dijeron, ya que nunca vi una de ellas. Así sucede con los verdaderos
amigos que la vida nos regala: cuando parten de éste mundo los lloramos con
verdaderas lágrimas de dolor y tristeza, y pareciera ser que se llevan pedazos
de nuestra alma y de nuestro corazón por el angustiante y terrible dolor que
nos propina la partida de aquéllos compañeros a quienes más amamos.
Y esta es la explicación que te debía para justificar el acendrado odio de mi
padre hacia el río, y de la fenomenal paliza que me diera con su cinto de cuero
repujado cuando faltamos a la escuela y navegamos sobre la barca de Caronte,
que casi nos lleva a Rabito y a mí a la otra orilla, sin pagar nada.54
Y por último, hablando de partidas y muertes, yo, Arturo Beresi, no estoy muy
seguro ni convencido de ser un ente viviente y corriente de carne y huesos,
pues luego de aquéllos horribles sucesos relatados anteriormente, el de Rabito
y la cámara de tractor y el de la Laguna Azul de la ilusa calesita, bien podría
ser un fantasma que vaga imaginando vivir la vida, escribiendo estas notas en
mi mundo mortuorio, en un viejo barco hundido en el fondo del río, con una
vetusta máquina de escribir herrumbrada que perteneciera a su capitán hace
más de ochenta años, cuando su buque navegaba triunfante sobre las aguas.
Sin embargo, me parece tener la firme convicción y creencia de que vivo en la
ciudad de Santo Tomé, Corrientes, en la esquina de la calle Brasil y Rivadavia,
donde comercio en un pequeño local de relojería, cambiando pilas y mallas a
relojes de ínfima calidad, los cuales concierto al instante.
Te ruego que un día pases por allí y observes si me ves barriendo la vereda de
mi humilde negocio, o reparando relojes en mi mesa de trabajo, con lo que
apenas gano para yantar y vestir, y si no me ves o no existen mi vivienda ni mi
humilde taller, enciende una vela por mi alma pues seguramente me morí
hace muchos años atrás junto a Rabito Leguizamón o solitario en la Laguna
Azul, y gran favor harás a mi descarnado cadáver semienterrado entre las
arenas de sus lechos, y a mi inquieta y vagabunda alma, que encomiendes una
oración a Dios por mi descanso, después de ahogarme estúpidamente antes de
mis catorce años en uno de los dos horribles relatos referidos, y sobre todo,
trata de sacar experiencia de ellos, que aunque dicen que la prudencia solo
mora en los viejos, las desgracias y peligros que otros vivieron antes, sirven sin
duda de modelo a los jóvenes para evitarlas y no caer en ellas ahora.
54Caronte era el encargado de hacer pasar en su barca a los condenados al infierno sobre la laguna
Estigia. Como era muy avaro, había que colocar una moneda entre los dientes del difunto, o sobre
sus ojos, precio del viaje en su barca. Las almas de los que por ser pobres no podían pagar, erraban
durante cien años antes de entrar en el infierno. Esta costumbre, de cerrar los ojos de un muerto
con monedas, aún perdura en algunos pueblitos correntinos.
286 Dos experiencias horrorosas bajo el agua
CONSEJOS PRUDENTES
FIN