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porque pienso, como alguna vez ya pensé, que hay algo en la vida, en el

recuerdo, que trabaja con la escritura de una manera muy distinta que lo
ficticio, lo ficcional, y es una manera, que ni peor, ni mejor, merece, si bien es
cierto que en todo lo que escribí hay un gran componente autobiográfico,
explorarse decididamente, con decisión, y que la vida, entonces, puede ser un
tema de la escritura, es decir, que no haya ficción, que haya escritura de vida,
tomando a la vida como una ficción apenas maleable y lo primero que pienso,
cuando pienso en esto, como una idea paralela o, mejor, simultánea es en sala
y en vega, en sala, vega y yo, en el extraño comportamiento que tiene el
lenguaje cuando estamos juntos y medio puestos, en su deformación, en los
neologismos, en lo onomatopéyico, en la apropiación de nombres propios para
convertirlos en gritos de guerra y sacarles, primero, su sentido, su significación,
para que gane otro, es decir, que quiera decir algo distinto a lo que quiere decir
cuando no estamos juntos o cuando estamos juntos pero no estamos medio
puestos para después, finalmente, perder, definitivamente, todo tipo de
sentido, ni lo que quería decir inicialmente, ni lo que quiso decir después, en esa
segunda instancia, la de estar juntos y medio puestos, para no querer, entonces
decir nada, vaciarse, ser lo que es, una palabra, palabra en sí misma, sin aludir
a nada, y siempre me pareció que ese fenómeno, imposible sin geografía,
imposible sin cotidianeidad, imposible sin repetición, era muy similar al
fenómeno literario o, tal vez, incluso, pensé, era una manifestación del
fenómeno literario, una experiencia literaria en sí misma, y entonces, pensé, y
pienso, puede ser interesante, aunque sea sólo para mí, escribir sobre mis
recuerdos con sala y vega o, mejor, escribir con mis recuerdos y no de mis
recuerdos sino a partir de ciertos recuerdos para escribir en ellos, eso es, ni con
ni de sino en mis recuerdos pero a la vez pienso que eso sólo tiene sentido para
mí, que si quiero que alguien lea, sala, vega y yo mismo tendríamos que ser más
que un nombre y entonces, pienso, pensé, debiera también escribir a sala y a
vega, escribirme también a mí, pero eso ya no creo que sea prudente
haciéndolo desde el recuerdo, primero porque no tengo recuerdos de ellos,
quiero decir, memorias de sus vidas, pues no soy ellos, ni fui ni voy a serlo,
entonces me pongo a pensar en momentos, situaciones, imágenes que, para
mí, los definan y eso se hace más sencillo, claro, y me alegro, como cuando se
descubre la solución a un problema matemático, me alegro, de poner las cosas

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en su lugar y escribir en mis recuerdos, y escribir mi sala y mi vega aunque no
un mi yo porque eso es imposible, porque no puedo poseerme a mí mismo, no
puedo usurparme y mirarme como miro a sala y a vega, no puedo, por eso, mi
parte está todavía en duda y prefiero empezar por otro lado, por ejemplo, por
la anécdota del bocha y aunque sé que es imposible escribir la cara de Bochini
cuando descubrió que lo saludaba sala y no quien esperaba que lo saludase, sea
quien fuere, aunque sé que nadie va a ver la decepción del ídolo cuando unió
el grito (¡bocha!) a sala, cuando descubrió que el grito venía de sala, para él,
evidentemente, no sólo un desconocido sino también un innecesario, un
repetido, un desechable ser humano, aunque sé que todo eso es imposible,
igual escribo, porque no quiero escribir la cara de Bochini sino otra cosa, no sé
bien cuál, pero otra cosa, algo que no sé bien decir qué es porque no se puede
decir, no se puede pensar y, por ende, no se puede escribir, pero que no se
pueda escribir es lo menos relevante, lo relevante es que hay cosas que no se
pueden ni decir ni pensar, lo que equivale a decir que hay un triple filtro para la
escritura, es decir, que se puede escribir sólo aquello que se puede, primero,
pensar y, segundo, decir, recién ahí, entonces, se puede escribir lo ya pensando
o lo ya dicho aunque no se trate de algo pensando o dicho en un antes del
tiempo, es decir, un pasado, no, porque puede escribirse lo que no se dijo ni se
pensó pero sólo puede escribirse lo susceptible de ser dicho o pensando,
aunque no se haya dicho ni pensando, y que lo que no sea susceptible de ser
dicho ni pensado no pueda, entonces, escribirse, es uno de los conflictos más
intensos de la literatura y hay quienes dicen que ahí, en esa imposibilidad de ir
más allá del lenguaje, está, en verdad, lo específicamente literario, aunque no
es mi opinión, no sé bien cuál es mi opinión pero sé que no es esa, la que asigna
la especificidad de la literatura a la imposibilidad de ir más allá del lenguaje, más
bien tiendo a pensar, ahora que lo pienso, escribiendo, que lo específicamente
literario puede estar en hacer desaparecer al lenguaje, usándolo, es decir, que
el fenómeno literario o la experiencia propiamente literaria se dé cuando, a
través del lenguaje, el lenguaje como tal desaparece y sólo quedan palabras
huecas, vacías, sin ningún tipo de alusión ni reminiscencia o, en todo caso, tal
vez, inventando una nueva, ahí va, es en esos casos donde me caliento, donde
percibo más que una ética, más que una estética, una erótica del lenguaje y en
esa erótica es, tal vez, donde esté, para mí, el fenómeno literario y viéndolo así,

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pensándolo así, ahora que lo escribo, con esa claridad, entonces empiezo a
pensar en que esa experiencia no la descubro con sala y con vega sino que la
recuerdo, por ejemplo, con mi hermana, tal vez con la primera persona con la
que tuve ese vínculo exclusivamente lingüístico, justamente, como ya he dicho,
en función de las dos variables necesarias, la geografía y la cotidianeidad, es
decir, la cercanía física pero también la constancia temporal, la repetición, cosa
que nunca sucedió, la comunicación no a través sino sobre el lenguaje, en el
sentido de por encima de con, por ejemplo, mis padres o, por así resumirlo, mi
grupo de amigos pero sí sucedió con F, primero, con Fogwill, después, y con R
o tiela, como la llamo internamente en un ejemplo exacto de lo que estoy
queriendo decir, pensar o escribir, es decir, con una palabra que no hay, íntima,
nuestra, de ella y mía y de nadie más, porque en tiela cabe lo que nosotros
queramos, es decir, tiela es un recipiente vacío y en ninguna palabra existente
está ese vacío, esa falta de reminiscencia, esa oquedad para que uno la llene,
para que dos la llenen, uno puede, sí, agregarle significados, resignificar una
palabra ya existente pero no puede, nunca, borrarle uno previo y por eso, amor,
por ejemplo, un apelativo clásico puede querer decir todo lo que queremos
decir con tiela, por ejemplo, pero no puede dejar de querer decir todo lo quiere
decir para otros y todo lo que quería decir, antes de nosotros, para nosotros
mismos, es decir, para tiela y para mí, es una palabra cargada, que viene con
pasado, no sólo de la especie hispanoparlante sino también, particularmente,
de ella y yo, de los tielos, y la verdad es que yo no quiero palabras con pasado,
no, no es eso lo que me interesa del lenguaje, su historicidad, no, lo que me
interesa es precisamente lo contrario, un lenguaje nuevo, propio, y creo que
eso es lo mejor que le puede pasar a cualquier relación, prescindir del lenguaje
convencional, de los métodos comunicativos clásicos e inventar una lengua,
propia, íntima, privada y total, sí, eso sería para mí lo ideal en toda relación que
se precie, que se quiera conservar, la creación de un lenguaje íntimo y es más,
me atrevo a decir, que siempre que haya una relación que se imponga, siempre
que haya un vínculo profundo entre dos seres, siempre, por lo menos en mi
caso, va a terminar sucediendo, en algún momento, un lenguaje, no un lenguaje
completo, claro, porque eso habría que consensuarlo, decidirlo, etcétera, pero
sí, al menos, una jerga, un dialecto, un argot, lo que me lleva a darme cuenta
que, de ser así, en mi vida hay pocos seres con los que he llegado a un vínculo

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semejante y son sala, vega, tiela, F, Fogwill y mi hermana, lo que me tienta a
preguntarme si no será la cotidianeidad espaciotemporal lo que crea el argot
pero rápidamente a responderme que no, porque he tenido la misma o más
cotidianeidad y repetición con otros seres en los que nunca se llegó a tal cosa
aunque es muy probable, también, que sea una cosa mía, un condimento que
pongo yo en las relaciones y a la que, afortunadamente, algunos seres se van
sumando aunque tampoco me convence la idea pero en fin, lo importante, es
que entonces esa relación con el lenguaje, digamos, creacional o, no sé,
supongo que ya se me ocurrirá una descripción mejor, la he tenido con cinco
seres y esos cinco seres, entonces, tienen algo en común y que podría entonces,
por ejemplo, trabajar también en los recuerdos con esos cinco seres ya que algo
deben tener y entonces, pienso, primero, en F y en una capacidad que, creo,
con el tiempo, después de que yo me mudara, es decir, cuando perdimos la
cotidianeidad, cuando perdimos el compartir una misma geografía, fuimos
perdiendo, la de compartir un lenguaje nuestro pero, pienso, también ahí, con
él, en nuestro vínculo, hubo algo que merece ser escrito aunque no pueda,
como ya dije, ser escrito ni dicho ni pensado y tal vez, en la vida, hablando
siempre de la vida, ahí, en las cosas que no se pueden decir ni pensar ni escribir
pero se perciben y se quedan en uno, en esas cosas, de la vida, repito, tal vez,
haya que escribir, no de esas cosas sino, como dije, en esas cosas y, en ese
sentido, la cosa que con F no puedo decir ni pensar ni escribir es una cosa que
suele pasar, tal vez cada vez menos pero suele, todavía, pasar y es un
determinado momento en nuestras charlas, en nuestros, como los llamamos
una vez en alusión a un pelotudo, simposios y que, evidentemente, como dije,
no puedo decir ni pensar ni escribir pero igual, escribo, no de la cosa, no sobre
la cosa, sino en la cosa, en la cosa, entendiendo por cosa, tal vez, cierto
acontecimiento que tiene algo, algo que define tanto a F como a mí, en este
caso, un algo que bien podría llamar, incluso ya lo he hecho, instante que, a
veces contiene un acontecimiento y a veces no pero ahí, en el instante, está
todo lo que puede ser escrito, lo que debe ser escrito aunque, como dije, no se
pueda, no ya sólo escribir sino tampoco decir, como dije, ni pensar, como
también dije, eso, el instante, todo el universo está ahí, en el instante pero el
error, el error común, incluso mío, antes del monoimi es darle a ese instante,
con o sin acontecimiento, relevancia, importancia, no, claro, eso es lo que está

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mal, muy mal, por varias razones de las que sólo podré, ahora, enumerar
algunas porque otras, muchas otras, las demás, todas las demás, primero, no
me van a salir ahora, seguro, y, segundo, porque muchas de ellas, de las demás,
de todas las demás, no pueden, tampoco, ser escritas, ni dichas, ni pensadas
pero dentro de las que sí, por ejemplo, puedo mencionar la que, creo, estoy
convencido, irremediablemente convencido, es la más importante y es que el
instante, de alguna manera, niega, le quita importancia, le resta valor, a la
continuidad, a la continuidad como sucesión de instantes porque el instante es
eso, un instante, nada más, y el sólo hecho de que exista, de que se destaque,
de que por algún motivo yo crea, por ejemplo, que hubo en los simposios con
F, un instante, o, mejor, que los simposios con F pueden resumirse en un
instante que define el acontecimiento, la suma de acontecimientos, la escencia
del acontecimiento y, por ende, también, mi escencia y la de F, es decir, la
escencia de lo que en ese momento fue, para mí, tal vez también para F, el
universo, el todo, la vida, pero, he ahí la paradoja, la razón del error más común
y, también, la razón, o al menos, la razón que para mí es la más importante, de
por qué está mal, muy mal, ontológicamente mal, darle al acontecimiento, al
instante, relevancia, importancia y que es, como dije, una paradoja, la paradoja
de que el instante que se impone, primero, como algo separado de la realidad,
se impone como algo discontinuo a su vez, se sabe, será seguido por otro
instante que, para nosotros, por alguna razón, no tuvo relevancia, no tuvo
importancia, no se impuso pero aunque no se haya impuesto, aunque no haya
tenido, para nosotros, relevancia, el instante que sigue al instante existe,
sucede, está ahí, sucediendo, y ahí está la cosa, ahí está el error, el pifie, en
creer que el instante es válido por sí mismo, es interesante por sí mismo, es
relevante por sí mismo, no, no es, lo interesante, lo importante, lo relevante, es
que el instante se niega a sí mismo porque hay algo que, aunque el instante se
imponga, aparezca separado, aislado del tiempo y del espacio, en realidad, no
está, está inmerso en una cadena de instantes eterna o, al menos, hasta ahora,
creemos, eterna o al menos, no eterna sino, tal vez, si el universo tiene fin, por
lo menos, sí, inconcebible para nosotros, ahora, para mí, ahora, hoy y entonces
hay, decía, algo que une a ese instante con el siguiente, otro instante en el que
tal vez suceda un acontecimiento, tal vez no, tal vez se imponga a alguien, tal
vez no, pero sucede, está ahí, después o, antes, incluso, del instante inicial y a

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su vez, después de este posterior o anterior instante habrá otro posterior o
anterior, etcétera, de lo que se deduce no sin mucha dificultad que el instante
se impuso, sí, tiene algo, se impuso, pero del mismo modo que se imponen
todos para todos, cada uno para cada alguien y esto es por demás interesante
porque significa, o al menos, entiendo yo, que acá, en el fondo, de lo que está
escribiendo, ahora, es de la identidad contra el tiempo, un tiempo anónimo,
genérico, universal, el Tiempo, con mayúscula, un tiempo total, contra el
tiempo personal, el de la identidad, la Biografía que, precisamente, no es más
que la azarosa o, peor, voluntaria, selección de una serie de instantes de una
vida particular y única como todas y ahí, una vez más, digo, está la cosa, en esa
diferencia porque el tiempo universal, el Tiempo, avanza, avanza y punto, no
hay más, en el Tiempo, que es la sucesión de instantes irrelevantes, anónimos,
ajenos, no, ajenos no, anónimos en lo que no existe ni va a existir ni existió,
nunca, nadie y ahí está, entonces, el error, el error más común del ser humano,
el mío, el de todos, el de creer en los instantes, el de hacer de ciertos instantes,
recuerdos y el de hacer de los recuerdos un alguien, una identidad, una
biografía, nosotros, mientras el Tiempo avanza sin parar y nosotros nos
frenamos, pausamos la vida para armarnos, para hacernos, y es que toda pausa,
todo freno, toda detención de la sucesión eterna de instantes es, claro está, un
error, una falla, pero es una falla de la especie, es decir, parte o tal vez toda la
especificidad de ser humano, la de detener, la de no poder, nunca, solamente,
como los animales y las plantas, como, incluso, las cosas, avanzar, sólo avanzar,
como el Tiempo, no podemos, y en ese error, entonces que descubro, ahora,
escribiendo, es la falla del especie está, como ya dije, la cosa, toda la cosa, la
cosa que no se puede resolver viviendo porque vivimos hablando o pensando y
es precisamente el lenguaje, la herramienta del hablar y del pensar, lo que nos
separó para siempre de ese Tiempo universal, natural, total, cósmico, Tiempo,
lisa y llanamente, con mayúsculas, sin artículo ni adjetivo alguno, Tiempo, y de
ahí, del hecho de que la cosa, la cosa posta del ser humano, el error, la falla de
la especie, esté en ese desprendimiento, esa ruptura que significa el lenguaje
para el ser humano respecto de Tiempo, de ahí que yo no pueda hacer literatura
sino apenas, con suerte, ahora, por lo menos, que me di cuenta, escribiendo,
que puedo, entonces, no hacer literatura sino apenas, afortunadamente,
escribir, escribir, no para de escribir, no dejar de escribir, escribir pensando,

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pensar diciendo, decir escribiendo, todo en gerundio, porque lo que pasa, en
verdad, lo que está pasando acá, en este monoimi es que yo estoy, en verdad,
siendo, siendo en la escritura, siendo escribiendo, porque estoy escribiendo, no
estoy haciendo ninguna otra cosa, no estoy pensando en ninguna otra cosa, no
estoy, de hecho, pensando, porque pensar también, cada tanto, implica
detenerse y en esta escritura yo, al menos, por ahora, no me estoy deteniendo
y el hecho de no detenerme me hace sentir Tiempo, aquel Tiempo, el Tiempo,
porque escribo, pienso, digo y soy hacia adelante y esto es, para mí, esto y
ninguna otra cosa, escritura, por eso es que no puedo ni pude ni voy a poder,
alguna vez, hacer literatura porque para hacer literatura hay que dejar de
escribir, hay que parar, hay que frenar lo que implica una contradicción,
primero, con Tiempo y después, con uno, conmigo, en este caso aunque no
conmigo porque yo no estoy parando, estoy escribiendo, entonces no, conmigo
no, pero sí con cualquiera que, mientras escribe, para, y si, como muchas veces
escuché y leí por ahí, se escribe por y para la escritura, es decir, si es la escritura
misma la que se supone guía lo que se escribe, entonces, que alguien me
pregunte para qué se para, para qué se frena la escritura si frenarla es
imponerle una pausa, detener un proceso y se me ocurren dos respuestas, las
dos igual de tristes, las dos igual de tristes, sí, no hay otra palabra mejor, tristes,
las dos posibles respuestas porque una significaría que hay muchos que no
pueden escribir así, sin parar, como escribo yo ahora en este monoimi porque
seguramente tengan que hacer otras cosas que implicarían, sí o sí, dejar de
escribir, lo cual, ya de por sí, ahora que estoy, yo, en el monoimi, escribiendo
sin parar, puedo decir que sí, tener que dejar de escribir es de por sí, ya, una
cosa muy triste como también es triste, o sería, la segunda posible respuesta, a
saber, que cuando la escritura se pausa, cuando se detiene la escritura, se
produce entonces, el error, la falla de la escritura que es, precisamente, la
literatura, lo que yo no puedo hacer y ahora entiendo que esa imposibilidad se
deba a que yo no puedo, nunca pude, no sólo en la escritura sino en tantas
cosas, demasiadas como para pensarlas, decirlas, escribirlas, nunca pude, en
general, en todo aspecto, parar, porque, y eso es lo raro, lo que me ha
generado tantísimas confusiones, lo que me ha perdido durante años, y es el
hecho de que a pesar de estar de acuerdo con los alguien que he leído o
escuchado, por ahí, decir que la gracia está en que la escritura guíe lo que se

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escribe, que mande la escritura, digamos, como algo con voluntad propia, que
nunca, en verdad, tuvo sino que lo que tiene, al menos en este monoimi es, su
tiempo, su propio tiempo alineado con el Tiempo, con Tiempo, porque en
verdad lo que tiene no es tiempo sino, lo que es el Tiempo, Tiempo, que puedo
llamar, ahora, con claridad, Duración, eso es, Tiempo es Duración, duración de
qué, facilísimo, de los instantes que no dejan de sucederse, es decir, no de los
instantes, porque los instantes no duran, ahí está su especificidad, sino de lo
que une a los instantes, de Tiempo, por eso, nunca pude entender, por qué,
quienes decían o escribían que la escritura es la que motoriza lo escrito escriban
lo que de hecho, comprobé una y otra y otra y otra vez, literatura, sabiendo que
si uno escribiera, si uno de verdad escribiera, como escribo yo ahora en mi
monoimi, si uno escribiera no podría haber, nunca, literatura no podría hacer,
nunca, como no pude ni puedo ni voy a poder, yo, hacer literatura porque uno
estaría apenas, simplemente, escribiendo escritura, haciendo escritura
escribiéndola y, entonces, no se podría, como, de hecho, no se puede, parar y
sin embargo ellos, los que dicen que la escritura etcétera paran, no sólo paran
para escribir lo que escriben, es decir, literatura, no ya, escritura, como ellos
dicen, sino, claramente, literatura, sino que además paran, incluso, para
corregir lo que escribieron y ahí sí que se pudre porque alguien que, como yo,
ahora, en mi monoimi, se pone a escribir en serio, es decir, a escribir, no puede
ni va a poder jamás entender ni, mucho menos, avalar un fenómeno tal como
la corrección que existe, evidentemente, para que siga existiendo literatura, la
literatura la Literatura, un lugar, como todos los lugares hechos de pausas en
lugar de duraciones, para seguir siendo alguien, es decir, una suma de instantes
caprichosos que hacen una identidad, es decir, algo aislado y separado de
Tiempo, lo que es decir que, una vez ya desarraigados forzosamente de Tiempo
por el lenguaje se desarraigan, los que hacen literatura, una segunda vez,
incluso, voluntaria, porque en vez de escribir, de escribir para ser, como yo
ahora, soy, escribiendo, en mi monoimi, escriben para hacer literatura, escriben
para ser no ellos, no sí mismos, sino alguien, alguien que incluso, tal vez, no
sean sino, apenas, cuando escriben o, mejor, cuando hacen literatura y eso es,
para mí, lo extraño, lo que no puedo ni pude entender, lo que siempre me hizo
pensar que todo lo que escribía estaba mal a la vez que sentía,
irremediablemente, que todo lo que escribía estaba bien porque lo que pasaba,

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ahora, claro, lo veo con muchísima nitidez, es lo que escribía estaba bien,
porque había sido empezado a escribirse y estaba mal, claro, porque había
dejado de escribirse, porque había terminado, porque había parado, a veces
para finalizar, a veces para releer, a veces para corregir, porque sí, yo también
fui de esos, de los que quieren hacer literatura pero ahora, por suerte, en mi
monoimi, me doy cuenta de que no, de que nunca pude, antes y, menos mal,
ahora, de acá en adelante, tampoco, nunca voy a poder, hacer literatura,
porque lo que yo quiero, lo que yo siempre quise, y tal vez nadie nunca pueda
comprender lo que me está pasando cuando pienso, me digo, escribo esto pero
realmente les deseo, a todos, que alguna vez tengan, con cualquier cosa, una
sensación semejante, lo que siempre quise, decía, yo, no era hacer literatura
sino, apenas, ni más ni menos, lo que siempre quise, lo que quise antes, quiero
ahora y, decididamente voy a querer, todavía más, en el futuro, es escribir, nada
más ni nada menos que escribir porque en escribir, en el gerundio, en el estar
escribiendo está, como dije, la cosa, la misma cosa que está, y no me di cuenta
hasta ahora, en el pensar y en el decir, porque así, escribiendo, pensando o
diciendo, nada se detiene, no hay pausa, hay, apenas, Tiempo, una sucesión de
cosas irrelevantes, una sucesión de instantes o palabras que no ameritan
detenerse, que no son importantes porque lo importante es, únicamente,
seguir pensando, seguir diciendo o, en este caso, seguir escribiendo y es
precisamente eso, la cosa que hay en el seguir de cualquier cosa que se pueda
gerundear, que pueda durar, la razón de mi total incapacidad no sólo, ya, para
hacer literatura sino también para hablar, no para pensar porque pensar pienso
sólo y yo sé, en el fondo sé, que nada de lo que piense importa porque lo único
importante es pensar, seguir pensando, pero sí me impide hacer literatura o
hablar porque, por ejemplo, en el caso del diálogo, yo hablo del mismo modo
que pienso, que es, ahora, también del mismo modo en que escribo, es decir,
sin parar, avanzando, hablando, diciendo porque, en el fondo, para mí, nunca
hubo nada que pueda decirse sino que hay que decir, hablar, seguir hablando,
pero cuando uno habla con alguien no se puede seguir hablando porque el que
habla quiere entender y hacerse entender y ahí se cagó todo porque
evidentemente, como queda claro con mi escritura, yo hablo, y escribo, como
si pensara, es decir, preocupado únicamente por seguir avanzando, seguir
escribiendo, seguir pensando, seguir diciendo, y en esa preocupación o, mejor,

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diría, ya, a esta altura, en esa necesidad está oculta la no-preocupación por el
otro, no sólo la no-preocupación porque el otro entienda, lo que ya es, de por
sí, una no-preocupación muy ofensiva para quienes pretenden entender
porque, evidentemente yo no estoy hablando para que me entiendan sino para
seguir hablando sino también, además, la todavía más ofensiva no-
preocupación por lo que dice el otro, no porque no valga la pena lo que dice el
otro, o sí, porque no vale la pena lo que dice el otro pero porque tampoco vale
la pena lo que digo yo o lo que diga nadie porque lo único que importa es hablar,
seguir hablando y, claro, cómo no se van a ofender quienes hablen conmigo si
yo no quiero hablar con ellos sino, simplemente, hablar, si no me importan
ellos, sus identidades, como tampoco me importa la mía, sino que sigamos
hablando, en plural, que hablar sea como pensar pero a dos voces, seguir
pensando, seguir hablando, seguir escribiendo, seguir al Tiempo, sí, claro, ahora
entiendo todo, entiendo por qué no puedo, yo, hablar, dialogar, y entiendo
también por qué no puedo, como dije, hacer literatura aunque pueda, sin
embargo, escribir literatura, es decir, aunque pueda escribir, no parar de
escribir, seguir escribiendo y que en algún momento de esa escritura suceda,
haya, escriba, literatura, lo que se entiende por literatura aunque no pueda ser
literatura porque estaría, mi literatura, si está, dentro de mi escritura porque
no entiendo, ahora, ni voy a entender, ni quiero, otra forma de escribir que
ésta, así que seguramente, escribiendo, sin dejar de escribir, en algún
momento, como ya sucedieron un par, vayan sucediendo literaturas porque mi
cabeza está llena de literatura pero no sabía, yo, y por ende, no sabía, mi
cabeza, que para que esa literatura salga de ella, es decir, de mi cabeza, lo único
que había que hacer era escribir, pero no escribir como yo creía que escribía
sino escribir, escribir en serio, es decir, estar escribiendo, y dejar que la escritura
traiga la literatura, si es que hay, como la trajo, creo, ya en dos oportunidades
pero sabiendo, así, sabiendo y demostrando, que la literatura no es importante,
que lo único importante es escribir, es decir, seguir escribiendo, y que la
literatura es apenas uno de todos los instantes en sucesión que hacen a la
escritura, lo único importante porque si yo me dedicara, por ejemplo, a hacer
literatura en vez de a escribir no estaría, ya, escribiendo, estaría haciendo otra
cosa, muy otra cosa, es decir, estaría haciendo literatura cosa que para mí,
compruebo, es mucho menos importante, afortunadamente, que escribir, lo

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que no implica, como dije, que tal vez, escribiendo, haga literatura, porque hay
literatura, claro que hay, claro que pude haber pero si la hay, y realmente me
da igual, a esta altura que haya, la habrá, si la hay, escribiendo, es decir, tiene
que salir, la literatura, si la hay, si existe, de la propia escritura pero no se la
puede, después, no se la debe, sacar, recortar, amputar, de donde salió, es
decir, de la escritura, porque entonces no se estaría, como se suele decir o
escribir, haciendo una literatura guiada por la escritura sino, como siempre
pensé, yo, una escritura guiada por la literatura y entonces no, no voy a hacer
yo, literatura, voy a escribir, a seguir escribiendo, incluso, si hay, literatura, es
decir que escribiendo, incluso, puedo escribir literatura, pero sólo escribiendo,
sin dejar de escribir porque, entiendo, algo hay, algo hay, un denominador
común, exactamente eso, un denominador, un de-(derribar, derruir, desunir)-
nominador(el que nombra, el que le pone nombre a las cosas, el que habla)
común entre pensar, decir, escribir y ese lenguaje original e íntimo desarrollado
con ciertos seres, vega, sala, F, tiela, mi hermana y Fogwill, cinco, por ahora,
porque sólo cuando hablamos ese lenguaje que no es el lenguaje, podemos, en
verdad, sólo cuando hablamos ése lenguaje, repito, podemos, en verdad,
hablar, seguir hablando como yo ahora estoy siguiendo escribiendo, hablar sin
que ninguno de nosotros, yo y sala, vega, F, tiela, mi hermana o Fogwill tenga
que pausar el diálogo para ser, en vez del diálogo mismo, en vez del lenguaje,
otra vez yo, sala, vega, F, tiela, mi hermana o Fogwill y entonces, tal vez, crea
yo, tal vez, no estoy seguro, que algo así, es decir, que ese denominador común,
tiene que estar, tiene que darse, para que haya literatura, si es que hay, tiene
que darse, el de-(derribar, derruir, desunir)-nominador(el que nombra, el que
le pone nombre a las cosas, el que habla) común, para que haya literatura, si es
que hay, escribiendo porque la experiencia me dice que ese denominador
común sólo aparece cuando se intima con algo, cuando verdaderamente se
intima con algo como intimé yo con sala, vega, F, tiela, mi hermana o Fogwill y
con qué otra cosa puede intimar uno, si está escribiendo, que con la escritura
misma, de qué manera puede uno propiciar un lenguaje nuevo sino pensando,
diciendo o escribiendo o, mejor, cuando pensar, decir y escribir son lo mismo,
es decir, cuando se dice, se piensa o se escribe con otro lenguaje, uno distinto,
nuevo, íntimo como el que hablo, en algunas oportunidades, no pocas,
afortunadamente, por ejemplo, con tiela, cuando nos decimos tielos, por

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ejemplo, o cuando repetimos palabras que no existen con cierta melodía, como
si las cantásemos, como si la palabra en sí trayera su canto, su modo de ser
dicha, pronunciada, como si su modo de ser dicha fuera tan importante para su
significado, si es que lo tuviera, si es que estuviera motivada, la palabra, para
significar, como el propio significado o, todavía mejor, como si en su modo ser
dicha la palabra escondiera su significado y cómo saber si no fue eso lo que pasó
con las primeras palabras, con el verdadero inicio del lenguaje, de las primeras
palabras, cómo saber si lo que, ahora, llamamos lenguaje no es, precisamente,
el exacto opuesto de lo que en verdad sería o hubiese sido, en su instante
inaugural, el lenguaje, cómo saber si no era precisamente decir las cosas, no
nombrarlas, decirlas, entonarlas, comunicar alguna cosa a través del vocablo,
de la sílaba, de la palabra sin significado, sin signo, la verdadera razón, el
verdadero sentido, la verdadera naturaleza del lenguaje, cómo saber, por
ejemplo, si el lenguaje no es, no fue, alguna vez, al principio, una fuerza y no
una norma, una energía, una pulsión y no un código, un cierto repertorio de
nombres, de palabras que quieren decir cosas pero que no las dicen, que
quieren decirlas, cómo saber si en verdad no habla más el que no habla, es decir,
el que no puede hacer discurso, el que no puede articular una relación genérica
y repetida entre las palabras y las cosas, es decir, el que no puede, en definitiva,
nombrar, es decir, el que no dice las cosas, sino el que dice cosas, el que no
habla pero habla y, si bien no sé la respuesta, ni tampoco, sé en verdad, la
pregunta, si es que hay, sé, eso sí puedo asegurarlo, que algo de eso aparece
cuando estamos juntos, y medio puestos, sala, vega y yo, y que si eso que pasa,
con sala y vega cuando estamos juntos y medio puestos, es lo mismo que ha
pasado con mi hermana, cuando dormíamos en la misma pieza y nos
despertábamos temprano parar mirar televisión y comer galletitas e ir
gestando, sin saberlo, un lenguaje mezcla de argot familiar y cultura catódica y
es también, eso que pasa con sala y vega cuando estamos juntos y medio
puestos y eso que pasaba con mi hermana cuanto etcétera, es, también, lo que
pasa, a veces, cuando hablamos, también medio puestos, ya, con F o lo que
pasa, a veces, también, cuando interactúo con Fogwill, sobre todo cuando se
recuesta en mi pecho y mirándome se va quedando, progresivamente, dormido
hasta el suspiro final con el que se despide de mi pecho en procura de una
superficie más suave y amplia y hay, en esa partida, en esa despedida, algo que

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se dice aunque no pueda decirse ni pensarse ni, mucho menos, escribirse, y que
es lo mismo, ese algo, que está también en el lenguaje de los tielos, ese algo
común, ese de-(derribar, derruir, desunir)-nominador(el que nombra, el que le
pone nombre a las cosas, el que habla) común tendría que estar, entonces,
también, en la literatura, en la escritura y por eso, por esa, digamos, creencia,
por esa, digamos, fe, me ha sido revelada, en el monoimi, la certeza de que, si
hay, en mí, literatura, es decir, si no es lo que hay, únicamente, escritura,
entonces, si hay, la literatura, toda la literatura que tengo en la cabeza, todos
lo que he escrito, ya, en algunos casos, incluso, más de una vez, toda esa
literatura, la que salió y la que no salió de mí pero de todos modos, aunque
hubiere salido, es decir, aunque hubiera sido escrita, en verdad, en el fondo, no
ha salido, lo que explica que esté, yo, ahora, no sólo en este monoimi sino
también, además, explica, toda esa literatura que aunque haya escrito no haya,
en verdad, escrito, todo lo que escribí pero también todo lo que no escribí,
explica, la permanencia, el arraigo de todo lo que he escrito pero también de
todo lo que no, como si no hubiera sido nunca, nada, en realidad, escrito, todo
eso, explica, probablemente, seguramente, irremediablemente, que yo esté,
ahora, no sólo, como dije, en mi monoimi, sino también, además, precisamente,
escribiendo porque en esta escritura, sin parar, sin dejar de escribir como no
dejo, nunca, de pensar ni dejaría, si pudiera, si pudiera encontrar otro que
quiera hablar como yo, es decir, pensando de a dos, es decir, dejar que nos
hablen, no dejaría, en caso de encontrar un otro así, de pensar pero tampoco,
entonces, ya, de hablar, como no dejo ahora de escribir no esperando, no, no
con esperanza ni con fe porque eso reduciría esta escritura a la búsqueda de
algo, convertiría a la escritura en una prueba, en un intento, sino, en todo caso,
resignado no a que pase, como suele pensarse, algo desagradable o a convivir
con una realidad no del todo gozosa, es decir, lo que suele querer significarse
cuando se usa la palabra resignado, no, no en ese sentido, resignado, estoy
escribiendo, en el sentido en el que sé que, si hay literatura, en mí, y vaya si la
hay, o, al menos, yo, eso creo, si hay, entonces, literatura, se va a imponer,
mientras escribo, escribiéndose, se va a imponer y, de hecho, así, seguramente,
deben trabajar todos los que escriben, no lo dudo, así se escribe, sí, claro, todos
escriben, todos escribimos, de este modo, es decir, escribiendo, sin parar de
escribir, pero, y acá está, una vez más, la cosa, en este caso, la cosa, en el

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sentido de, otra vez, el error, la falla de la especie porque así como existe, como
dije, ya, la paradoja del instante, existe, también, es evidente, la paradoja, no
diría ya, de la escritura, sino, sí, claro, de la literatura, porque así como está mal,
muy mal, ontológicamente mal, darle al instante, al separarlo de la eterna o al
menos inconcebible duración de aquello que lo une, al instante, con todos los
otros instantes, igual de mal, de muy mal, de ontológicamente mal, está,
cuando sucede, si es que sucede, cuando hay, si es que hay, cuando aparece, si
es que aparece, en medio de la escritura, lo que llamamos, vulgarmente,
literatura, igual de mal está, cuando aparece, separarla, aislarla, arrancarla de
la escritura de la que forma parte, de la escritura que, si se quiere, la engendró,
y presentarla, a ella, a la literatura, como algo, es decir, ofrecerla, traerla, de
alguna manera, al mundo, es decir, sacarla de uno, ponerla en una hoja, en un
libro, en donde sea porque así, lo único que lograríamos, sería, en el caso de
seaparar a la literatura de la escritura en la que está inmersa, es lo mismo que
logramos al separar instantes anónimos de Tiempo para obtener lo que
llamamos, idendidad o, como me gusta llamar a mí, biografía y, claro, claro que
está mal, muy mal, ontológicamente mal, porque este modo de proceder
arrancando la literatura de la escritura nos hizo creer que eso, es decir, la
selección de la literatura que pueda, con suerte, aparecer mientras se escribe,
eso, es decir, el separar, el aislar, el seleccionar, es decir, la acción más
contradictoria y opuesta al flujo de Tiempo, es, en literatura, lo que llamamos,
vulgarmente, autor, y precisamente eso, el autor, es lo primero que mata, no a
la literatura, al contrario, pero sí a la escritura de la que se supone que sale la
literatura, si es que hay, así como el ilusorio instante, que no es para nada
ilusorio, sale de Tiempo, está en Tiempo, está inmerso en un Tiempo lleno de
instantes que no pueden separarse ni aislarse porque justamente, en eso que
los une, está Tiempo y tal vez, justamente, en eso que une a los pedacitos de
literatura que solemos aislar de la escritura creyendo que ahí, en el pedacito,
está, otra vez, la cosa pero no, tal vez, no, en verdad, justamente, en lo
contrario, es decir, en lo que unía o unió, en su momento, cuando se escribía,
a los pedacitos de literatura que hoy, decimos, son, nuestra obra, justamente,
en lo que unía los instantes literarios, es decir, en la escritura, justamente, así
como en lo que une a los instantes está la duración, Tiempo, en la escritura, lo
que no se puede dejar de hacer, ahí, entonces, tal vez, esté, Arte

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porque siempre me ha costado, me cuesta, y sé que todavía me va a seguir
costando entender o, mejor, aceptar, que algunas personas, cuando hablan, no
en general, sino cuando hablan, precisamente, de algo, es decir, cuando están
hablando, conmigo o con quien sea, específicamente sobre algo, lo que fuere,
pero algo, un tema, un hecho, una interpretación de un hecho, etcétera, es
decir, cuando están interviniendo el habla con un pensamiento, sobre el hecho
o tema que fuere, me ha costado, siempre, me cuesta, ahora, y me va a costar
por mucho tiempo más -aunque, espero, en orden decreciente de intensidad-
entender que, cuando hablan de algo, no están, en general, hablando lo
previamente pensado sino que están hablando simultáneamente que
pensando, es decir, que, en general, las personas, cuando me hablan de algo
están, en realidad, pensando ese algo, no me están, como hago yo y siempre
creí que hacíamos todos, contando lo que ya pensaron sobre ese algo, es decir,
no están hablando lo pensado, sino que están hablando, casi diría, para pensar
ese algo y eso, el hecho de que, en general, yo, cuando hablo, hablo lo ya
previamente pensado, y los demás, cuando hablan, piensan hablando o hablan
pensando, creo, es lo que hace tan dificultoso, para mí y, evidentemente, para
algunas personas cuando se topan conmigo o con alguien como yo, establecer
cualquier tipo de vínculo a través del diálogo, de la palabra, de la charla, del
hablar, por el hecho, redundante ya, a estas alturas, de que el diálogo, la charla,
el hablar, es, para mí, intercambiar exposiciones sobre lo ya pensado mientras
que para los demás, muchos, todos, pocos, precisa y únicamente, tal vez, los
que hablan conmigo, para el caso es lo mismo, para ellos, quienes sean, hablar
es, no ir construyendo un pensamiento a dos voces, de lo que mi forma de
proceder, tal vez, no estaría tan lejos si los que hablaran expusieran lo ya clara
y previamente pensando posibilitando que de allí, de esos dos pensamientos,
salga, tal vez, con un poco de suerte, dialécticamente, un tercer pensamiento
surgido de la interacción de los anteriores, sea o no superior, sea o no
integrador, pero que exista, sí, un tercer pensamiento o una distorsión, un
cambio, para bien o para mal, una modificación en los dos pensamientos
originales aunque no es eso, sin embargo, y por eso escribo, lo que parecen
perseguir los simultáneos, o no es eso, al menos, lo que yo percibo la mayoría
de las veces, sino más bien una apropiación del espacio común del diálogo, de

15
la charla, del hablar, común, cuanto menos, a dos personas aunque podría ser
que a más, una usurpación, decía, de ese espacio compartido, para la
edificación espontánea, para la construcción instantánea de un pensamiento
sobre aquél algo, sea lo que fuere, de lo que se está hablando, una usurpación
y apropiación, por ende, cuando yo formo parte del diálogo o la charla en
cuestión, de mi tiempo, de mi espacio, de mi atención y, sobre todo, de mi
energía, para que otras personas puedan pensar algo mientras lo van hablando
conmigo lo que significa, muy a mi pesar, que muchas personas, todas, la
mayoría o algunas, las que hablan conmigo, al menos, que, muchas veces,
algunas personas necesitan hablar para pensar sobre un determinado algo sea
éste lo que fuere y eso me deprime profundamente, me angustia, me pone en
un estado tan lleno de tristeza como de bronca porque comprendo que, para
algunas personas, contrariamente a lo que yo había creído siempre (porque
tiendo a creer que ciertas características propias, positivas o negativas, son de
la especie y no mías hasta que en algún momento, doloroso casi siempre, la
realidad me enseña que no, que no todo lo que me sucede le sucede a todos),
no hay un tiempo para pensar o lo hay, en todo caso, en muy reducidas
proporciones con respecto al tiempo de todas las otras cosas, y que, entonces,
ese tiempo para pensar se termina manifestando, para algunas personas, en la
charla, en el diálogo, en el hablar, sobre todo, de algo, y mientras que para mí
existen, clara y fuertemente diferenciados, un tiempo para pensar y un tiempo
para hablar, para otras personas, el tiempo para pensar (supongo yo, por no
tener espacios de expresión propiciados en la existencia solitaria) termina
usurpando el espacio del tiempo para hablar y esa voz íntima que todos
tenemos, que todos escuchamos, más o menos, pero escuchamos y
conocemos, porque es la voz que piensa en nosotros y es, en todos los casos, la
escuchemos o no, deliberadamente fuerte, poderosa, esa voz, como se dice
habitualmente, pide cancha y, si no se le da un espacio, si no se la escucha lo
bastante, esa voz hace cosas en nosotros, hace cosas en y con nosotros, por
ejemplo, invadir otros espacios que no están, y esto es un decir,
específicamente pensados para que se manifieste, porque hay estados,
situaciones, espacios, momentos, que, para todos, propician que escuchemos
la voz, por ejemplo, el subte, con el ruido de las estaciones pasando y el chirrido
adormecedor de las ruedas sacándole chispas a las vías mientras suben y bajan

16
personas que se transforman en objetos transitorios que se observan no como
seres sino como envases humanos vacíos y eso, la suma de maniquíes que son
los otros y somos, en suma, todos, sumado al chirrido constante y adormecedor
de las ruedas, junto con la fugacidad de todo lo que puede verse por las
ventanas hace, en general, que podamos escuchar la voz como también
solemos, todos, escucharla, seguramente, en la ducha, cuando nos bañamos,
donde el cuerpo desnudo, escurrido, sumado a la visión plana, en general, de
la cara interna de una cortina plástica que nos separa del mundo y al sonido del
agua cayendo sobre el cuerpo y, luego, sobre la bañera, ensimismándose a otro
sonido que en general no percibimos pero está, como un tenue colchón sobre
el que se apoyan todos los demás sonidos, y que es el del agua que ya pasó por
nuestro cuerpo yéndose por la rejilla, todo eso, mezclado, por qué no, con una
de las sensaciones más sutiles que existen y que, en general, también, pasamos
por alto, la de las gotas, la de sentir las gotas de agua, no las que caen sino las
que se quedaron, ya, adheridas a la piel, inmóviles hasta que empiezan a
deslizarse hacia abajo para terminar, irremediablemente, en la rejilla, todo eso,
decía, igual que en el subte, no es que propicien la voz sino que propician el
espacio en nosotros para escucharla porque la voz, estoy seguro, la escuchemos
o no, está, siempre, porque, en un sentido exagerado, somos esa voz, aunque
en verdad lo que quiero decir es que esa voz es lo que algo que hay en nosotros
quiere que seamos, y por eso, en general, cuando asumo que algunas personas
escuchan tan poco esa voz, cuando me doy cuenta de que es tan escaso el
espacio que le propician para que se manifieste y tiene que terminar, la voz,
usurpando otros tiempos, otros espacios, como por ejemplo, el del habla, me
invade una profunda tristeza mezclada, cuando el tiempo de habla que invade
la voz es el de un habla de la que participo, con bronca porque el espacio y el
tiempo que está usurpando la voz que algunas personas no escuchan termina
siendo el mío, es decir, mi tiempo de habla, y es por eso que a pesar de
intentarlo, a la corta o a la larga, no puedo resistir, porque me llevar conmigo
la misantropía suficiente como para entregar mi tiempo y mi espacio, el tiempo
y el espacio que destino al hablar, para que los demás piensen en ese tiempo y
en espacio, para que por lo menos ahí, en mí, escuchen esa voz que tanta
cancha pide y tan poca le dan, pero no, no soy, fui, tal vez, en alguna ocasión,
pero ya no, no soy, y no porque crea, como suelen decirme o reprocharme,

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justamente, mis interlocutores, que lo que yo tengo para decir tiene más
validez, más peso o es más digno de ser escuchado que lo que tienen para decir
los demás por el sólo hecho de que yo lo pensé antes, de que yo ya escuché mi
voz, no, no es eso, es que las expectativas humanas frente a una charla o un
diálogo son, en el caso de quien entiende el hablar como un intercambiar
pensamientos ya pensados, valga la redundancia, con respecto de quien
entiende que el hablar es un ejercicio para que cada uno de los hablantes
piense en algo, es decir, pueda construir, hablando, un pensamiento, las
expectativas frente a una charla, entre dos sujetos tan distantes, son tan
distintas, tan lejanas y, no es exagerado decir, tan contrarias, que es
prácticamente imposible que una charla se desarrolle placenteramente o,
mejor, es prácticamente imposible que alguno de los dos se retire de la charla
mejor de lo que ha ingresado, es decir, con algún plus propio de todo
intercambio, y no específicamente por lo que pueden llegar a pensar o hablar,
bien sé que los métodos son excusas, rutinas, caminos más o menos largos
según los temperamentos que pueden arrojar, desde el más azaroso o
caprichoso hasta el más metódico o disciplinario, los mismos pobrísimos o
brillantes resultados, sino por el componente emocional presente en toda
charla, en todo diálogo, en todo hablar, que, al tener los hablantes dos
expectativas tan alejadas o dos finalidades tan disímiles entre sí en torno a lo
que hablar de algo se refiere, siempre, en uno y otro caso, no van a hallar a la
altura de las circunstancias, de sus necesidades, de sus expectativas y se va a
hacer, como se hace siempre, tanto en uno como en otro caso, francamente, a
la corta o a la larga, insostenible, insoportable, porque ni quien ha pensado
previamente en algo y espera escuchar lo que ha pensado otro tiene ganas
tiempo ni paciencia de escuchar a otro que habla tratando de construir ese
pensar, ni tampoco quien intenta construir un pensamiento al hablar tiene
ganas ni tiempo ni paciencia, primero, de que lo interrumpan, que puede no ser
un gran problema, la interrupción, para quien ya pensó lo que habla pero es un
problema gravísimo para quien va pensando a la par que va hablando y puede
destruirle por completo lo poco o mucho que haya podido pensar mientras
hablaba, porque la voz, esa voz en general, aquellos, no escuchan, y aparece,
invadiéndolo violentamente, en el tiempo del hablar no tolera ser interrumpida
porque es una voz íntima, privada, personal, no hecha para ser pronunciada,

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para ser dicha, entendiendo, en este caso, por decir, no lo susceptible de ser
dicho, sino lo susceptible de ser pronunciado en voz alta, y entonces, si es
interrumpida, se retira, se retrae como si entendiera que ese no era su espacio,
y entonces, al retirarse, deja a la persona atontada, aturdida, escuchando sin
escuchar un pensamiento de otro traducido a un habla que ya no registra
porque no tiene ganas tiempo ni paciencia y, sobre todo, no está en las
condiciones emocionales ideales, quien va pensando lo que habla y viceversa,
de escuchar un pensamiento ya pensado y, por ende, traducido al diálogo con
tanta exactitud y velocidad por su interlocutor pues esto, a menos que quien
vaya pensando lo que habla y viceversa tenga asumido que esa es su forma de
dialogar y que es distinta de la del otro, y aun en estos casos aún puede pasar,
que la precisión ajena, en quien habla pensando y viceversa, altere, violente,
porque a nadie le gusta ser sorprendido, en medio de un pensamiento que se
está construyendo hablando, por un pensamiento ya pensado que hace parecer
al pensamiento en construcción como algo inacabado, sobre todo cuando la voz
que estaba construyendo ese pensamiento ya no está, se fue, y sólo queda la
persona ahí, vacía, hueca, como los maniquíes que se miran en el subte o el
espectáculo del propio cuerpo, desnudo y cubierto de gotas, debajo de la
ducha, queda ahí, la persona, en medio de un diálogo, de un hablar que ya no
le importa en lo más mínimo, en el medio de un pensar que ya no puede
continuar porque de tanta interrupción la voz que pensaba en esa persona
emigro para siempre o, al menos, hasta el próximo subte o, con suerte, la
próxima ducha, y la persona queda, entonces, ahí, dueña de un pensamiento
incompleto que no puede continuar y que ahora también le resulta, a la propia
persona, innecesario, inútil, y en general, quien va pensando mientras habla y
viceversa termina abandonando, exasperado, la conversación, ahogado por las
constantes interrupciones de quien ya ha pensado lo que dice y pretende
ayudar a quien piensa hablando y viceversa a ser más conciso, a terminar de
redondear ese pensamiento que quiere oír pero no puede porque
verdaderamente no puede, esperar que el otro termine de pensar, es decir, de
hablar, y así, en general, en ese caos íntimo no explicitado, en ese vacío de
intenciones no expuestas, suceden, casi en su totalidad salvo contadísimas
excepciones (cuando, por accidente, coincide que sobre un algo específico que
estamos por hablar, tanto mi interlocutor como yo, sí habíamos pensado, es

19
decir, cuando ambos habíamos escuchado lo que nuestra respectiva voz tenía
que decirnos sobre un algo particular), todos mis diálogos, todas mis charlas,
todos mis hablares con personas y por eso, por ese estricto motivo y no, como
creen muchos, por el hecho de creer más o considerar más válidos mis pensares
que los ajenos, sino en el hecho de enfrentarme a no-pensares y a no tener la
paciencia para esperar a que evolucionen, esos no-pensares, en mi presencia,
en pensares, y debido, también, a lo fácil que la voz que algunas personas no
suelen escuchar se retira de una charla entendiendo, ella, la voz, que ese no es
su espacio y, por ende, dejando a mi interlocutor vacío, expuesto a un tiempo
de hablar pero sin pensamiento, porque no había pensado antes lo que se está
hablando, pero tambien sin voz, porque se fue, o sea, sin habla, a todo eso se
debe, en verdad, el hecho de que yo no crea y manifieste no creer salvo
contadas excepciones que son más hijas del azar que de cualquier otra cosa, en
ningún tipo de comunicación oral: quienes ya han pensado sobre algo y se
disponen a hablar de ese algo con alguien, no están en condiciones de tolerar
el gerundio del ir pensando o del ir hablando que requieren quienes no han
pensado previamente sobre ese algo que se va a hablar; y quienes no han
pensado previamente sobre un algo que se va a hablar y se disponen a ir
pensándolo a la par que se va hablando no están en condiciones de tolerar o
asimilar, porque están pensando, un pensamiento ya previamente pensado y,
por ende, así expuesto y no creo que me queden muchas más alternativas que,
o bien esperar a que alguien invente un dispositivo que imponga que, para
hablar sobre un determinado algo, ambos interlocutores tengan que haber
pensado antes sobre ese algo y así el tiempo de habla sea para ambos,
precisamente, no más que el tiempo de habla o bien, de una vez por todas,
hacer algo mucho más misántropo que prestar mi tiempo y mi espacio de habla
para que los demás escuchen, alguna vez, su voz íntima, la que quiere hablar
en, con y por ellos y, entonces, piensen, como decimos vulgarmente, algo
mucho más humano que ayudar y que es, simple y sencillamente, no estar,
ausentar no sólo el tiempo de hablar que suelen usurparme para pensar sino
ausentarme, lisa y llanamente, yo, de sus vidas, en procura de que, tal vez, de
no existir ese tiempo de habla conmigo, existan más posibilidades de que
algunas personas, de las que hablan conmigo regularmente, puedan, tal vez,

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generar más espacios para que su voz pueda invadirlos sin ser interrumpida por
mí ni por nadie

porque quien no asume la propia vulnerabilidad o fragilidad, quien somete su


ser a vejaciones y sufrimientos de los que no es consciente, es decir, quien sufre
sin saber que sufre, quien padece dolor sin saber que lo padece, piensa que la
vida es eso, una duración de malestares inconscientes y por eso no busca ni va
a buscar algo mejor porque piensa que no sufre, que no le duele, porque el
dolor está ahí, doliendo, sin que la persona lo perciba o, mejor, percibiéndolo
no como una dolencia o un sufrimiento sino como lo normal, lo corriente,
mientras todo se va resintiendo y las personas nos vamos haciendo cada vez
más tolerantes a ciertos malestares que pasan a entrar en la categoría de lo
neutro, ni negativo ni positivo, a la vez que nos vamos volviendo cada más
inconscientes de nuestras propias sensaciones, vejaciones y malestares que, al
no poder ser pensados, al no poder ser dichos, existen pero siempre fuera de
nuestra consciencia, agazapada su dolencia en el oscuro fango de lo inaccesible
pero doliendo aunque no se perciba, con la triste posibilidad de una todavía
más dañina excepción, porque si llegara a percibirse, ese dolor, si llegara a
hacerse consciente, ese padecimiento, llegan los fármacos, que curan el dolor
consciente, el, por ellos llamado síntoma y listo, ya está, hasta ahí llega la
medicina, esa es su función, que no se sienta dolor, que no se perciba, porque
a nadie parece importarle, y mucho menos a la medicina, lo que sucede
después del fármaco, a nadie parece importarle si el dolor deja de existir o si se
vuelve inconsciente, imperceptible para el común de las personas que
entienden que lo que no tiene que dolerles es el cuerpo, dejando de lado otras
tantísimas dolencias no corpóreas a las que se responde con la mayor y más
grande indiferencia mientras todo siga funcionando como siempre, es decir,
medianamente normal, medianamente bien, gente que trabaja, estudia, tiene
hijos y, sobre todo, consume, gente enferma que ignora lo que padece, tan
enferma como la que está en los hospitales pero sin saberlo, creyéndose sana
y libre pero, sobre todo, sana, personas enfermas en su calidad de unidades
espíritu-corpóreo-racionales y, lo que es peor, sueltas, libres, personas
enfermas sueltas, eso, es el entorno diario de nuestro modo de ser en el mundo

21
la más profunda sensación de desarraigo, de forzosa aislación, de inmensa y
dolorosa soledad -tan involuntaria como irreparable-, la de advertir que la vida
se derrite en lo particular, en lo específicamente cultural, mientras lo general,
lo universal, lo cósmico que nos une se nos escapa cada vez más lejos en un
proceso indefinido de deshumanización del que sólo una tragedia, y tal vez ni
siquiera, podrá, alguna vez, sacarnos; la angustiosa pero incareteable ajenidad
desde la que observo el culto a la diferencia, la ilusoria identidad que se
construye a partir del otro, de lo que no es el otro, del absurdo y siniestro
mecanismo de convertir lo distinto en identitario y cómo vidas, millones de
vidas, se dejan arrastrar por la lánguida convicción de hallar identidad en lo que
distingue, en lo que separa, en la desgarradora ficción de una individualidad
desesperada, desenfrenada, torpemente reactiva a la presión igualitaria, a la
igualdad que batimos pero en la que nadie quiere creer; la derrota de lo humano
a manos de lo personal, el triunfo de la personalidad sobre la persona, de lo
público sobre lo íntimo; la dilapidación general de energía en haceres que, en
los mejores casos, explotan la diferencia, lo públicamente personal o
personalmente público, la zona de promesas donde se espera -y se desespera
por- encontrar esencia entre tanta igualdad aunque para eso haya que
despojarse de todo lo que, en el fondo, sepultado por las diferencias que la
propia presión igualitaria detona, nos hermanara definitivamente si
pudiésemos con la voluntariosa tarea de vivir sin vanidad

porque siempre conviví con la limitadora pero inevitable idea de que los seres
humanos son, en general, bombas a punto de estallar que están esperando
alguien que les preste debida atención, es decir, alguien que los deje hablar,
que los escuche para que, finalmente, en la interacción, puedan explotar,
porque todos parecen vivir al borde de la crisis definitiva, todos parecen
convivir, en mayor o en menor medida, con la solapada idea de que todo es
inútil, en vano, de que deberían, todos, mandar, cada uno, todo a la mierda, sea
lo que fuere en cada caso lo que haya que mandar porque, en el fondo, en toda
interacción, o al menos en las que se dan conmigo, llega un momento en que
todos los seres humanos expresan una duda, una duda acerca de algún aspecto
de sus vidas lo que en verdad significa que tienen dudas con respecto a toda su
vida y por eso, en una charla, en un diálogo, muchos humanos se encuentran

22
diciendo lo que en verdad nunca pensaron y en esa charla, en la que yo estoy
metido, se dan cuenta de que hay algo que no les cierra, algo que deberian
estar haciendo mejor o, mejor, algo que no deberian estar haciendo o algo que
estan haciendo pero debieran no hacer y ahí, cuando la bomba está a punto de
estallar, generalmente, es cuando dudo yo, para qué, para qué hablar con la
gente, para qué darles el espacio y el tiempo necesarios para destruir sus vidas,
para replantearselo todo en pos de un supuesto bienestar que yo considero
necesario para toda existencia pero que, en la mayoría de los casos, no pasa de
la plática, del darse cuenta y listo, a volver a la vida careta, a la existencia de
horarios y consumos donde toda duda es aplazada y donde las fichas caídas
vuelven a la cima y yo me sigo preguntando para qué, cuál es el sentido de
destruir las vidas ajenas si después nadie va a querer construir nada, porque
nadie parece ver en la destrucción de lo que hicieron de nosotros el campo fértil
que yo veo para edificar una vida verdaderamente libre sino que ven, las
personas, en toda destrucción, nada más que fracasos, porque así les
enseñaron a vivir y entonces el rato que hablan conmigo los hace sentir poca
cosa, porque si sus vidas pueden destruirse significa que han fracasado y nadie
quiere seguir hablando con el que expone el propio fracaso y en general se
violentan conmigo y me tratan como si destruir fuera algo malo, dañino, propio
de quien no goza ni deja gozar cuando lo único cierto es que, salvo contadísimas
excepciones, todos somos treintañeros a la deriva, somos lo que el mundo ha
hecho de nosotros porque quién ha estado capacitado para elegir qué quería
estudiar o ser a los dieciocho años y entonces claro, todas nuestras vidas, todas,
están hechas de las vidas que no fueron, de esas vidas que se nos ocurrieron en
algún momento pero no pudimos vivir porque ya estábamos viviendo otra, la
que habían vivido ya por nosotros, la que nos habían elegido, y cómo no van a
ser, entonces, los seres humanos, bombas a punto de estallar, artefactos
explosivos esperando solamente la mecha del diálogo, es decir, un tiempo y un
espacio para escucharse y verse como no pueden hacerlo solos y cómo no van
a enojarse y odiarme por exigirles algo tan cruel como el hecho de que se hagan
cargo, de que se hagan cargo de lo que la vida ha hecho de ellos, de que se
hagan cargo de lo que no son y se pregunten si realmente quieren ser lo que
están siendo, pero es tan vasto el universo humano que

23
este mundo corroído, esta sociedad que en nombre de la seguridad y de la
estabilidad proscribe y condena la libertad y la creatividad pero, sobre todo, la
potencia, porque corrompe y limita la zona de pulsiones e impone castigos para
quienes trascienden lo que pone en riesgo negativamente la estabilidad y la
seguridad y puede ser denunciado públicamente porque lo permite y ampara
el consenso, pero con esa sanción, con esa condena va menguando, día trás día,
año tras año, década tras década, la potencia de la zona de pulsiones de donde
sale, también, todo lo que pone en riesgo la estabilidad y la seguridad
positivamente y, por eso, porque no hay consenso, no puede ser condenado,
directamente, públicamente y eso es lo que tienen de malo las leyes cuando se
juntan con el paso del tiempo, de la Historia: que para protegernos de los
transgresores negativos, mata lentamente, de afuera hacia adentro, toda
posible transgresión positiva que puedan generar todos los demás porque
mata, consume, seca el origen, la fuente de donde también sale lo más valioso
de la humanidad y por eso, en general, esta es la ideología que gobierna el
mundo humano: porque mientras unos cuantos piden y celebran la nueva ley
que aplica sobre el transgresor negativo, unos pocos celebran los daños a largo
plazo de esa misma ley sobre los transgresores positivos que, en potencia,
somos todos
unos pocos forros, una gran masa de pelotudos, un número x que sabe, lucha y
sufre y un número z cuyo valor es muy difícil de calcular, en torno al que
armamos esta infamia universal

porque lo que importa del símbolo no es que sea verdadero, es decir, no hay
que creer en él, no es necesario que crean los que lo usan, al símbolo, sino, muy
por el contrario, cuanto menos crean mejor, porque cuanto menos crean, más
capaces van a ser de crear un símbolo infalible, entendiendo por infabilidad, en
cuestión de símbolos, la redulidad ajena, la verosimilitud, el poder de que, en
suma, lo crean los demás así que lo mejor es drescreer y desconfiar de cualquier
tipo de símbolo porque los que crearon ese símbolo lo hicieron desde la nada,
el vacío, es decir, no está hecho para significarle nada a nadie sino para ser
apenas un signigicante cuyo significado se presume sagrado o, al menos,
identiario, es decir, sucsceptible de otorgarle identidad, para aquellos cuya
doctrina, fe, enseñanza, escuela, bandera, escudo o lo que fuere se supone

24
representado en ese símbolo pero, en general, conviene desconfiar porque
todo eso que se presume no existe, es una invención, un dispositivo cuyas
propiedades son altamente nefastas a lo largo de períodos de tiempo más o
menos, en términsos humanos, largos, propiedades, en suma, que pretenden
usufructuar tendencias naturales de la especie como, por ejemplo, la
socialización o el sentido de pertenencia a la comunidad impidiéndoles que
realmente satisfagan esa tendencia o necesidad pero haciéndoles creer que el
status quo ya lo está satisfaciendo por ellos, es decir, que esos eran problemas
de los humanos de antes, no socializados, y no de los de ahora, que vivimos en
una organización, dicen, que fue pensasa por nosotros mismos, por la especie
y se fue desarrollando hasta que etcétera, falso, no, mentira, una mierda, todas
las tendencias naturales que vienen en en el código genético del ser humano
están mediatizadas ya por la vida en sociedad, por el orden establecido y ya no
hay absolutamente nada que podamos vivir o experimentar con la suficiente
profundidad como para que alguien pueda, todavía, ser representado por un
símbolo, cualquiera fuere, y sin embargo...

obligado a vivir bajo el consenso, aceptando todo lo que dice el sentido común,
soportando que el mundo viva boludamente mientras la misma gente que se
cae a pedazos te compadrea, te pide explicaciones... porque vos sos distint@
de la media, no hacés ni te vestís como lo que los diferentes consensos vigentes
disponen y entonces tenés que justificarte, tenés que explicar por qué es mejor
ser como sos antes que ser como ell@s... y como te das cuenta que te lo
preguntan sólo para contrargumentar tu respuesta, es decir, boludamente te
piden que te justifiques para que ell@s puedan, entonces, destruirte, anularte,
porque te usan para quedarse tranquil@s con la mierda que son, te piden que
hables para entres al juego, al juego perverso de dar explicaciones y entonces
el lenguaje, la counicación y toda su falopa, vos decís tiernamente lo que te
piden que te digas y te cojen de una, sin anestesia, de parado y con la pija
muerta, pisaste el palito, caiste a su juego, te agarraron... eso es crecer

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