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Por otro lado, cabe decir que hasta hace unos años la personalidad pasivo-agresiva se
identificaba como un trastorno de la personalidad. Sin en embargo, esta etiqueta
clínica desapareció en la cuarta edición del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de
los trastornos mentales) para quedar solo como un tipo de comportamiento, un tipo
de personalidad “no patológica”.
“No entiendo qué quieres decirme” (aunque sepan a la perfección lo que les estamos
comunicando).
“Lo que tú quieras” (afirmaciones con las que abandonan cuanto antes toda discusión
para evitar la comunicación emocional sincera y directa).
“Pero, ¿por qué te pones así? te lo coges todo a la tremenda” (mediante estas frases la
persona pasivo-agresiva se sirve de su calma para llevar al limite a su interlocutor,
humillándolo).
En apariencia, pueden resultar amables y hasta accesibles, pero esta apariencia cae al
instante cuando los conocemos un poco más y aparece el auténtico rostro del pasivo-
agresivo.
Suelen ser huraños y muy críticos con todo aquello que les envuelve.
A menudo, pueden ser irrespetuosos, rasgo que les enorgullece porque así se
ven a sí mismos como contestatarios, rebeldes…
Son adictos a culpabilizar a los demás de casi cualquier cosa.
El resentimiento y el malhumor son dos raíces profundas en el corazón del
pasivo-agresivo.
No les agrada la autoridad ni recibir sugerencias ajenas.
Por otro lado, y acompañando esta hostilidad, está también esa forma de aplazar casi
cualquier cosa para mañana. No cumplen lo que prometen, todo lo que empiezan lo
dejan a medias, son olvidadizos y no cuidan nada de lo que poseen: ni objetos ni
relaciones personales.
Dependencia emocional