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El mundo antiguo

grecorromano

Una guía para su abordaje

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Consejo Asesor
Colección Cátedra
Edith Litwin | Isabel Molinas | Héctor Manni | Juan Carlos Basílico | José Luis Volpogni

El mundo antiguo grecorromano. Una guía para su abordaje. T2: Mundo griego
Claudio Horacio Lizárraga y María Leonor Milia - 1a ed. -
Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2008.
v.2, 196 pp.; 25x17 cm (Cátedra)

ISBN 978-987-508-821-4

1. Historia de las Civilizaciones. 2. Historia Antigua. I. Milia, María Leonor II.


Título

Coordinación editorial: Ivana Tosti


Corrección: María Alejandra Sedrán
Diseño de colección: Serena Montagna
Diagramación de interiores: Laura Canterna

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11723.


Reservados todos los derechos.

© María Leonor Milia, Claudio Horacio Lizárraga, 2008.

©edicionesUNL
Secretaría de Extensión,
Universidad Nacional del Litoral,
Santa Fe, Argentina, 2008.

Ediciones UNL
9 de julio 3563 - (3000)
Santa Fe, Argentina.
telefax: (0342) 4571194
editorial@unl.edu.ar
www.unl.edu.ar/editorial
Impreso en Argentina - Printed in Argentina

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El mundo antiguo
grecorromano

Una guía para su abordaje

Tomo 2
Mundo griego

María Leonor Milia


Claudio Horacio Lizárraga

Incluye artículos de:


Nélida Diburzi
Fabiana Alonso
Silvia Calosso
Edgardo Blumberg
Andrea Raina
Eduardo Matías Fischer
Roberto Matías Vicentín

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Palabras preliminares
por María Leonor Milia y Claudio Horacio Lizárraga

El sábado 19 de agosto de 2006, algo de ese maravilloso sistema que es el cuerpo hu-
mano viviente se cortó en Matías. Se fue repentinamente, sin que nadie pudiera preverlo. La
incredulidad, el desconcierto y luego la emoción en absoluto silencio se apoderaron de
nosotros. Aún hoy, recordar es sentir la pérdida.
Matías había nacido y se había educado en la ciudad de Crespo, Entre Ríos, en la cual tenía
y cultivaba fuertes relaciones personales, tanto por sus lazos familiares o amistosos como
por sus actividades en las instituciones de la comunidad. Su niñez y adolescencia, vividas allí,
y la vinculación vital con ese grupo tan específico del cual descendía –el de los alemanes del
Volga– dejaron profundas huellas en su personalidad.
Aquella inmigración campesina –que él deseaba investigar– había cortado el vínculo mate-
rial con la tierra alemana después de mediados del siglo XVIII, en un primer traslado a la Rusia
de Catalina II, donde, con algún grado de autonomía, se instalaron como agricultores. La
evolución posterior siguió su propio camino. El fuerte contraste cultural llevó a sus integran-
tes a abroquelarse en su identidad. Cien años más tarde, ya avanzada la segunda mitad del
siglo XIX, el endurecimiento de las condiciones de vida y la política de rusificación forzada, los
impulsaron a abandonar la penosa estadía en las estepas. Y los campos entrerrianos fueron
uno de sus destinos en Sudamérica.
En ese largo camino se fueron construyendo y consolidando valores y costumbres de la
vida sencilla, tesonera y laboriosa de sus gentes, a la vez que pautas de conducta y marcos
de referencia constitutivos de una fuerte identidad común. La “herencia inmaterial” se arraigó
en el imaginario colectivo y se siguió conformando en las aldeas y en el entorno de esa pe-
queña y pulcra ciudad que es hoy Crespo.
En los campos entrerrianos, en relación con una naturaleza y una sociedad tan diferentes
de la espacial y temporalmente distante Alemania y de la Rusia de los zares –para ellos algo
menos remota en el tiempo, pero más ajena a su autopercepción–, también continuó la cons-
trucción de una actitud ante la vida.
Tanto en las tareas rurales como en las de carácter urbano, se sabe que el esfuerzo coti-
diano es el que permite ganar dignamente el pan. No se esperan premios ni honores exterio-
res: la propia conciencia, el proceso mismo del trabajo honesto, su producto terminado visto
siempre como perfectible, son suficientes. La aprobación de aquellos a los que se reconoce
como referentes es valorada; pero el deber ser se lleva interiormente y, sin que sean necesa-
rias palabras, trasciende a los actos de la persona.

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La personalidad de Matías era coherente con este marco referencial. No era ajena a ella
una formación religiosa, portadora de la fidelidad a un estricto código ético ante la vida y ante
las relaciones con las personas. Aunque Matías particularmente no haya sido un devoto, se
trata de valores que se integraron a su personalidad en el transcurso de la formación, princi-
palmente en el ámbito familiar, pero también en los marcos y modos de socialización vividos
en la comunidad de pertenencia. Su familia, en particular, fue esa matriz que incluyó ante todo
la responsabilidad, la lealtad, la generosidad y la nobleza de espíritu.
La vinculación con sus orígenes y su gran capacidad intelectual le llevaron a valorar, a la
vez que la iba descubriendo, la gran cultura alemana de siglos pasados, un campo en el que
habría profundizado si la vida le hubiera concedido algo más de tiempo.
El mundo antiguo, y especialmente las magníficas creaciones de la literatura y el pensa-
miento griegos, le atrajeron con un magnetismo particular y lo acercaron a la cátedra de “So-
ciedades Mediterráneas”. En ella halló un espacio de contención y un ámbito para desenvol-
ver libremente sus capacidades e intereses académicos, su creatividad e iniciativas, su incli-
nación por la docencia, su potencial crítico tanto como su calidez en las relaciones humanas.
Percibió nítidamente el valor del estudio del mundo antiguo como uno de los componen-
tes esenciales en la formación del docente y del historiador, y se constituyó en uno de sus
más firmes defensores.
En las temáticas de la vida y la muerte, la percepción del cuerpo, del espacio y del tiempo,
del heroísmo y de la finitud, en los mitos ancestrales cantados por los poetas, encontró, además
de un riquísimo material para el historiador, vías de acceso hacia sus inquietudes existenciales
y hacia una reflexión cuasi filosófica, en una mirada abierta hacia otras disciplinas.
Como alumno, cursó con interés “Sociedades Mediterráneas” y se desempeñó con exce-
lencia en el primer Seminario sobre el teatro griego dictado en 2003, lo que contribuyó a acre-
centar su interés en la temática del área y su orientación personal hacia la Historia cultural. Ya en
2004 ingresó en la cátedra como adscripto, y en tal carácter participó, en 2005, en el desarrollo
de la asignatura optativa de segundo ciclo “Sociedad y Cultura en el mundo antiguo del Medi-
terráneo: teatro y sociedad en la polis clásica”, intervino en las discusiones y se transformó en
un referente para los alumnos que necesitaban orientación. Comenzó a estudiar la lengua grie-
ga como una herramienta para aprehender la significación profunda y precisa de las palabras.
En octubre de 2005 obtuvo con un alto puntaje el cargo de Ayudante-alumno, por concur-
so de oposición y antecedentes. Ello le permitió formar parte efectivamente del equipo de
cátedra con plena integración en las actividades de docencia e investigación: discusiones
internas, análisis de bibliografía y fuentes, preparación de material de estudio, desarrollo de
clases, observación de exámenes y otras instancias de evaluación, así como participación en
la elaboración de los proyectos de cátedra, tanto de los de investigación como en el trazado
de los lineamientos de esta publicación en la que se involucró totalmente.
En 2005 obtuvo una Cientibeca del programa implementado por la Universidad Nacional
del Litoral para los alumnos de sus Facultades, lo que lo llevó a nuevas búsquedas, lecturas
y consultas, al rastreo de bibliografía especializada y ediciones de fuentes bilingües en otras

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universidades, bibliotecas e institutos. En el breve período del que pudo disponer, mostró
relevantes condiciones para la investigación en el área: metodología de trabajo, inquietud por
la precisión conceptual y la sistematización del pensamiento, gran inclinación hacia la lectura,
excelente manejo del lenguaje oral y escrito, organización autónoma de la búsqueda de infor-
mación, análisis riguroso y crítico de la problemática, fundamentación de cada uno de los
pasos a dar, claridad en la distinción de dudas e incógnitas, prudencia en la extracción de
conclusiones, fuerte inclinación hacia cuestiones teóricas y metodológicas de la Historia en
general y del área antigua grecorromana en particular. Asistió a congresos y jornadas vincu-
ladas a la especialidad, en varias de las cuales presentó trabajos.
Matías fue un joven –como muchos otros, ubicados cada uno en su medio y con sus
condiciones personales específicas– capaz de contribuir a construir una sociedad mejor, un
país y un mundo más lúcido, solidario y humano.
Estas palabras no pueden sino mostrar algunas facetas de alguien que, en más de un
aspecto, fue un ser humano excepcional.
Como una muestra de su actitud ante las responsabilidades de la cátedra universitaria,
transcribimos a continuación un fragmento de un informe presentado al finalizar su adscrip-
ción en el período lectivo 2004, y cuando suponíamos que aún tenía mucho tiempo para se-
guir creciendo.

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Palabras preliminares
por Roberto Matías Vicentín

In memoriam,
a Matías Fischer (1983-2006), porque su ausencia
hace a nuestros días intratables

Estas palabras nunca deberían haber sido escritas. Aunque de ser inevitables, deberían
haber aguardado, al menos, a que las níveas marcas del paso del tiempo comenzaran a
aflorar, lentamente, sobre el barbado rostro de aquél a quien hoy prematuramente evocan.
Sin embargo, a Matías lo alcanzó el día fatal tan temprano como nunca nadie lo hubiera sos-
pechado. Porque, cual preferido de los dioses, murió el querido amigo en la plenitud de su
juventud y, semejante a aquellos hombres de la raza de oro, lo hizo súbitamente. ¿Cómo
evocar, entonces, al más entrañable de los amigos? Difícil es, ciertamente, rememorarlo sin
perder la entereza. Forzoso es, sin embargo, hacerlo. Porque tal cual como él mismo escri-
bió una vez acerca de la grandeza con que el héroe Aquiles aceptaba su propia muerte, sin
más reclamo que la gloria imperecedera, y quizás como un insospechado presagio del destino
que le deparaba, si la muerte es el sentido inmanente a la vida, la memoria inaugura su tras-
cendencia. Recordémoslo, pues, para que su partida no decrete el último de sus días, y
para que desde lo más hondo de nuestro dolido pecho trascienda el sueño de bronce en el
que ahora duerme eternamente.
Fue Matías, ante todo, un joven excepcional. Y aunque la excepcionalidad es un atributo que
a veces se dispensa sin demasiados reclamos a quienes no nos sobrevivieron, sólo por no
haberlo hecho, sobradas pruebas había dado aquel joven, y sin más aliciente que una intuición
primaria sobre lo que él mismo era, de la dignidad del ánimo vital que lo impelía. Nacido en las
entrerrianas tierras de Crespo, había gozado de una niñez prodigia en destrezas físicas, habili-
dades que lo convirtieron en verdadero héroe local como jugador número nueve del equipo de
fútbol de la pequeña ciudad que lo vio nacer, crecer y morir. En aquellas tardes fueron innumera-
bles las veces que Eduardo, su padre, celebró las hazañas de su hijo, y por cada gol que Matías
hacía tenía que invitar con una cerveza a los demás padres de sus compañeros de equipo, ves-
pertino ritual que, incrementando el orgullo paterno, hacía de las rondas que tenía que costear el
pelado Fischer –así lo llamaban, y aún lo siguen haciendo– la más gustosa de las celebraciones.

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Tal era la excelencia que ya de joven demostraba que a la temprana edad de quince años fue
Matías seleccionado para ingresar a una de las instituciones deportivas más importantes y
profesionalizadas del país, el Club Independiente de Buenos Aires. Pero Hilda, su madre, con
la devoción propia que sólo aquellas que nos dan la vida pueden sentir, no entendió como
suficientes las garantías que se le ofrecieron a su querido hijo en una ciudad tan colosal como
lejana. Matías, frente a esta contrariedad, ingresó más tarde al Club Unión de Santa Fe, ciudad
en donde terminó sus estudios secundarios con extrema facilidad y sin haber adeudado nunca
una sola materia. Asistía en aquellos días a un turno vespertino para poder entrenar durante el
día. Yo no conocí a Matías en aquella época. Sin embargo, ¿qué gran amigo no nos entretuvo,
en algún momento y más de una vez, rememorando los días de su infancia y adolescencia?
Pero era otro el fuego que encendía sus venas, ya que a la edad de dieciocho años la
excepcional profundidad de su inteligencia terminó por hacerse sentir por sobre la fuerte
habilidad de sus piernas. Matías renunció al fútbol para ingresar a la Universidad a cursar la
carrera de Licenciatura en Historia. Fue así como el azar nos colocó una tarde en el mismo
pasillo, esperando para entrar a la misma clase. Poco después, también una tarde, me invitó
a su casa, donde sellamos nuestra amistad con una quizás precipitada charla sobe Nietzsche,
la misma que retomamos una y otra vez hasta sus últimos días.
Desde su ingreso a la Universidad no pasó desapercibido para la mayoría de los profeso-
res, pues aquel joven de innegable ascendencia teutona, la misma de la que él estaba tan
orgulloso –su apellido, su porte, el brillo de sus rubios cabellos y el verde profundo de sus
ojos lo delataban–, regularmente tenía una inesperada e inquisidora intervención. Fue, sin
embargo, el genio heleno el que captó por entero su atención. Y fue, en particular, la tragedia
griega la que lo inició en la pasión que lo embebió hasta la última de sus horas, pues desde
que cursamos un seminario sobre cultura y sociedad en el mundo antiguo mediterráneo nunca
se alejó de aquellos helenos, sino que, por el contrario, se acercó cada vez más, y lo hizo con
los pasos agigantados que sólo su profunda inteligencia podían permitirle. Tan enérgico y
agudo era que poco se hizo esperar el tiempo para reconocer la pasión y la tenacidad con
que Matías se dedicaba enteramente a sus estudios, pues tras el examen final de aquel Semi-
nario ingresó como alumno pasante a la cátedra de “Sociedades Mediterráneas”, la misma
que había ofrecido aquel curso. Poco tiempo después rindió un concurso que lo convirtió en
ayudante alumno. Matías tenía veintidós años y, siendo alumno aún, ya estaba trabajando en
la Facultad de Humanidades y Ciencias. Hoy, el trabajo sobre Los Caballeros de Aristófanes
con que culminó aquel Seminario, y que este libro da a conocer, evoca aquellos primeros
pasos, aquellas primeras y juveniles consideraciones acerca del mundo que terminaría por
atraparlo, el de los griegos.
Tuve ya desde aquellas horas lejanas el privilegio de participar en sus pasiones y proyec-
tos, pues la misma inquietud nos espoleaba. Y fue, quizás, el haber frecuentado siempre la
misma incógnita, más filosófica que propiamente histórica, la que terminó auspiciando la ce-
leridad de nuestro acercamiento. Pero si una misma y recurrente pregunta nos acercó, fue
ella, también, y aunque de una manera que en aquellos días nos resultaba insospechada, la

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que terminó por separarnos. Porque el problema del tiempo y la muerte ocupaba un lugar
fundamental en nuestras cavilaciones. Sin embargo, aquella osadía juvenil que impregnaba
cada una de las empresas a las que nos arrojábamos ignoraba que también ellas, nuestras
inquietudes y preguntas, nos vigilaban, merodeándonos tan cerca como nunca lo hubiéra-
mos imaginado. Pues a uno de nosotros le estaba reservado tempranamente un lugar en el
seno del problema que reclamábamos como propio.
¿Qué es el tiempo? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo lidiar con ellos? ¿Cómo asir aquello que
siéndonos tan consustancial nos es tan extraño? En la Ilíada, creíamos, existían respuestas
a nuestras preguntas, las únicas que considerábamos válidas. Aquiles nos enseñaba a con-
templar al tiempo y a la muerte como verdadera posibilidad. ¿Ingenuidad u osadía? Difícil
es saberlo ahora. Ambos quisimos aprehender aquella posibilidad, queríamos que el tiem-
po deje de ser esa condición de lo irreparable, queríamos que el tiempo fuese destino.
Hoy, sin embargo, uno de nosotros vive y siente aquel reclamo como una invocación mal-
dita, como la herida del más terrible de los puñales. Porque la temprana muerte de Matías
duele aún más por haber conocido los apetitos con que alimentaba sus horas; porque duele
aún más el haber conocido todos sus proyectos, que encaraba con una sobriedad meri-
diana, todos sus anhelos y el fuego excepcional con que los alimentaba. Porque si bien
nuestro dolor no tiene límites, tampoco los tenía la avasalladora pasión con que Matías
impregnaba cada uno de sus empeños, cada una de sus apuestas. Mucho hizo, ciertamen-
te, en tan poco tiempo, pero quería hacer mucho más. Y es la imposibilidad de ese “que-
ría”, que le era tan propio, de esa clara confianza que lo alimentaba, la que nos arroja a un
imposible, al siempre inasible por qué.
Matías fue también mucho más que un amigo con quien compartir aquellos interrogantes.
Fue también con quien compartí las horas más cotidianas, aquellas que transcurrían entre una
comida alemana preparada por su madre, quien junto a su padre me abrió, sin más reclamo
que ser el amigo de su hijo, las puertas de su siempre amable casa; aquellas horas de mates
y acordes de Piazzola, tutoras de una silenciosa complicidad. Fueron aquellas horas también
muchas madrugadas. Y fueron también las noches de algún viernes o sábado en las que me
enseñó a apreciar la cerveza negra, como invitándome secretamente a participar de los de-
leites de sus ancestros. Son aquellas horas, en toda su sencillez, las que atestiguaron mejor
que ninguna otra la invaluable nobleza del gran compañero que había encontrado.
Pero nada son nuestras lágrimas frente al dolor de aquellos que lo engendraron, porque
Matías fue ante todo un hijo. Y lo fue del mejor de los modos posibles, pues nunca escatimó
en el reconocimiento del esfuerzo carente de reclamos con el que sus padres auspiciaban
sus cometidos. Y cual monumento imperecedero al tamaño de su nobleza correspondió a
aquella entrega paterna con la más valiosa de las devociones. Es a ellos, pues, a quienes nos
debemos, porque sin ellos no sólo nunca hubiéramos tenido a Matías entre nosotros sino
que, y más invaluable aún, nunca hubiéramos conocido al joven que conocimos. Porque de
sus padres, Hilda y Eduardo, heredó tanto la inteligencia profunda y la entrega tenaz con que
Matías encaraba todos sus compromisos, cual si fueran juramentos que tomaban por testi-

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gos a los mismísimos dioses, como también aquella nobleza simple y aquella gracia casi
infantil con la que encendía nuestros días. A ellos, entonces, nuestra promesa de ser los guar-
dianes más celosos de la memoria de su hijo.
Para concluir, unas palabras más. Poco tiempo antes de su partida, Matías había traducido
directamente del texto griego unos versos del canto XVIII de la Ilíada, versos que representan
muchas cosas, de las cuales sólo puedo dar cuenta de manera insuficiente. Eran, entre otras
cosas, los primeros pasos de un proyecto al que habíamos pactado dedicarle, si no el resto de
nuestras vidas, al menos numerosos años. Y aun sabiendo que encarábamos una empresa
colosal que excedía nuestra formación y nuestros recursos, creíamos firmemente en contar
con las ganas para hacerlo. Queríamos traducir íntegramente aquel poema que reconocíamos
como fundacional de la cultura occidental. Nunca sospechamos, sin embargo, que el tiempo
tenía reservado otros planes para uno de nosotros.
Aquellos versos refieren al momento en el que un héroe de la talla de Aquiles se recono-
ce frente a su propia muerte y se enfrenta a su propio destino, sin más miramientos que la
ilustre gloria. Aquiles sabía que estaba pronto a dejar de ver la luz del sol; Matías, no. Sin
embargo, tras los versos a los que dedicó los últimos derroteros de la pasión que lo abra-
saba, habitan silenciosamente los gestos de una partida inminente, un presagio insospe-
chado, como si el mejor de los amigos, haciéndose de las mismas palabras de Homero,
nos estuviera susurrando su propia y secreta partida:

107 Ojalá pereciera la discordia entre dioses y hombres


y la cólera, que se impone incluso al más prudente cuando ha sido irritado,
y más dulce que la miel cayendo gota a gota,
110 prospera como el humo en el pecho de los hombres.
Así me encolerizó el rey de hombres Agamenón.
Pero dejemos lo sucedido, aunque afligidos,
dominando por fuerza el querido ánimo en el pecho.
Ahora me iré para encontrar a Héctor, el matador del hombre querido
115 y cuando Zeus desee cumplirlo, u otros dioses inmortales,
la muerte, entonces, yo acogeré.
Porque ni el fornido Heracles escapó a la muerte,
precisamente él que tan querido era para el Soberano Zeus Crónida,
aun así el destino y la terrible cólera de Hera lo derribaron,
120 y así yo, si a semejante destino he dado lugar,
yaceré después que muera: enseguida ganaría ilustre gloria
y haría gemir a alguna de las Troyanas y Dardanias de ceñidos pechos
enjugándose con ambas manos
el abundante llanto de las delicadas mejillas.
125 sabrían, pues, que desde hace tiempo estoy apartado del combate.

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Partió también nuestro amigo, para que una glacial tarde de agosto lo entregáramos a su
eterna morada; partió para siempre junto a aquel sol que ocultándose doliente tras el hori-
zonte entrerriano decretaba la última tarde, y lloraba un rocío de sincero pesar, porque la
muerte cubría de manto funesto a un joven inigualable, y así la vida lo abandonaba. Que nues-
tra memoria sea el monumento que celebre cada día su fugaz y extraordinaria existencia.
Recordémoslo, pues, a pesar del llanto y por sobre el indecible dolor, y que sean sus propias
palabras las que nos fortalezcan para hacerlo cada día, esas palabras con las que Matías
selló su propio destino, como regalándonos la última pócima para mitigar al funesto dolor al
que habríamos de enfrentarnos: la muerte es el fundamento y la cifra del tiempo. Nos aguarda
aquella cifra, porque también estamos reservados, forzosamente, a las tijeras de Átropo.
Porque “cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por
el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una
generación humana nace y otra perece”…porque también a nosotros nos encontrará una
mañana, una tarde o un mediodía, ineluctablemente, el día fatal.

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Cátedra “Sociedades Mediterráneas”:
fragmento de un informe*

La evaluación de las actividades llevadas a cabo durante el período lectivo 2004 se desa-
rrollará, a continuación, en función de la especificidad del objeto de estudio (la Historia Anti-
gua grecorromana) y de los problemas que derivan de sus características singulares res-
pecto de la producción y transmisión de conocimientos vinculados al área.
Respecto del desarrollo de investigaciones orientadas a la producción de conocimientos,
el carácter fragmentario de la evidencia histórica, las posibilidades de acceso al material y los
problemas analíticos y teóricos que su abordaje supone, manifestaron, en este primer acer-
camiento, las dificultades y los desafíos que plantea una aproximación a los textos desde la
perspectiva histórica.
Los problemas mencionados exigieron un constante diálogo con las distintas disciplinas
(sus herramientas conceptuales, sus metodologías, sus marcos teóricos, etc.) vinculadas al
área, en función de un mayor aprovechamiento de las fuentes. En este sentido, considerando
la escasa disponibilidad de fuentes documentales, los aportes recibidos desde el campo de
la literatura abrieron la posibilidad de trabajar con obras literarias, ampliando nuestras posi-
bilidades de análisis y revelando la importancia que asume la multiplicidad de enfoques ana-
líticos en relación con la producción de conocimientos vinculados al área de la Historia Anti-
gua grecorromana.
Asimismo, el análisis de bibliografía y fuentes textuales dio lugar al planteo de hipótesis y
al desarrollo de investigaciones cuya exposición en congresos especializados permitió ge-
nerar un intercambio interdisciplinario especialmente enriquecedor; el mismo abre nuevas
posibilidades de análisis a la vez que posibilita el desarrollo de estudios más abarcativos y
exhaustivos en el área de la investigación propiamente histórica.
Tales posibilidades, por otra parte, facilitaron (pero también exigieron) el desarrollo de re-
flexiones más complejas y plantearon nuevos desafíos en relación con las múltiples modalida-
des de circulación y transmisión de nuevos conocimientos. Las dificultades didácticas que plan-
tearon las posibilidades de apropiación de conocimientos por parte de los alumnos (en su
mayoría ingresantes) exigieron el desarrollo de estrategias explicativas que permitan mejorar
su aprendizaje interviniendo en la mayor cantidad de casos particulares posibles con el obje-

* Fragmento del informe presentado por Eduardo Matías Fischer, acerca de su desempeño como adscripto
a la cátedra “Sociedades Mediterráneas”.

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tivo de procurar su inserción en la dinámica de aprendizaje grupal, considerando, por lo tanto,
el aprendizaje individual y colectivo como dos dimensiones mutuamente implicadas.
Frente a los problemas planteados se ha intentado:
•Colaborar en la lectura y comprensión del material seleccionado por la cátedra.
•Propiciar la elaboración de juicios reflexivos respecto de los problemas que genera el
abordaje del objeto de estudio.
•Proporcionar material adicional a los alumnos interesados en temas específicos del pro-
grama de estudio.
•Vincular los contenidos particulares de la materia a los marcos conceptuales que in-
tegran las diferentes posturas teóricas de la disciplina.
•Colaborar con los alumnos en la producción de textos de nivel académico.

Por otra parte, teniendo en cuenta que la explicación es una instancia insoslayable de la
comprensión, cabe señalar la importancia que la experiencia docente asume en relación con
mi propio proceso de aprendizaje. En este sentido, la dimensión dialógica que caracteriza al
trabajo en la cátedra junto a las discusiones desarrolladas con el equipo docente generaron
no sólo la posibilidad de transmitir conocimiento sino, fundamentalmente, de enriquecer y
reformular mis propias propuestas de lectura y abordaje en función de diversos intercam-
bios con profesores y alumnos.
Por último, considero que las actividades desarrolladas a lo largo del año ponen de ma-
nifiesto la necesidad de afirmar la importancia que asumen los contenidos de la materia en el
marco del aprendizaje de la historia y en relación con la formación intelectual de futuros Pro-
fesores y Licenciados ligados a la amplísima tradición cultural de Occidente, cuyas raíces nos
remiten, necesariamente, a las antiguas sociedades griega y romana. Mas allá de los proble-
mas científicos que circulan en el campo del análisis histórico (aunque por supuesto sin dejar-
los de lado), creo que esta última percepción del objeto de estudio justifica, desde el punto
de vista de mi formación en la Facultad de Humanidades y Ciencias, mi participación en la
cátedra de “Sociedades Mediterráneas” durante el período lectivo 2004.

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I. La Historia de Grecia

“[...] el Estado es un hecho natural, [...] el hombre es naturalmente sociable, y [...] el


que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, cierta-
mente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana [...].
La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación
política. El primero que la instituyó hizo un inmenso servicio, porque el hombre,
que cuando ha alcanzado toda la perfección posible es el primero de los anima-
les, es el último cuando vive sin leyes y sin justicia. En efecto, nada hay más mons-
truoso que la injusticia armada [...] La justicia es una necesidad social, porque el
derecho es la regla de vida para la asociación política, y la decisión de lo justo es
lo que constituye el derecho.” Aristóteles, Política, I (1962:23-24)

Los descubrimientos arqueológicos y los avances de las diversas Ciencias So-


ciales han transformado la visión que se tenía hasta el siglo XIX de la historia griega,
tanto porque se han abierto al conocimiento tiempos y espacios de los que antes
no se sabía casi nada, como porque han cambiado las miradas, los enfoques y los
temas de mayor interés.
El avance en el conocimiento exige que hoy una Historia del área se abra con la
consideración de las antiguas sociedades del Egeo: la primera de ellas, la civiliza-
ción minoica o cretense, que –más allá de las incógnitas aún no dilucidadas– muestra
indudables signos de intercambios culturales con el Cercano Oriente; la segunda,
la civilización micénica, ya claramente protogriega, pero en cuyas estructuras
palaciales también se advierten sorprendentes analogías con algunas ciudades
mesopotámicas.
Más que la gran cesura que se produce con el derrumbe de estas civilizaciones
del Egeo, y de la llamada Época oscura que sigue a las mismas, el gran tema de la
historia griega es la polis, una modalidad peculiar dentro de un tipo más amplio: la
ciudad-Estado antigua.
La polis sigue un proceso –que varía según los casos– desde su emergencia en
el siglo VIII hasta los tiempos arcaicos y clásicos. A partir de la conquista macedónica
y la época helenística, pierde una de sus notas esenciales: su autonomía plena.

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Sin embargo, en el Mediterráneo oriental y sus tierras adyacentes, la palabra
sigue designando a la ciudad, no ya independiente, pero sí responsable de dirigir
–a través de sus instituciones políticas– sus propios asuntos.
Y sobre todo, la ciudad sigue siendo para el imaginario de los antiguos el ámbito
necesario de la civilización.
También lo es para los romanos y para todo el inmenso territorio puesto bajo su
autoridad. Roma es finalmente, no sólo el nombre de la mayor ciudad del mundo
antiguo, sino el del Imperio por ella construido, todo el cual queda simbólica e ideo-
lógicamente incluido y representado en el concepto de civilización. Más aún: Roma
será la Civilización.

1. La ampliación del horizonte


del conocimiento histórico en el área egea
Hasta fines del siglo XIX los inicios de la historia de Grecia se remontaban al le-
gendario pasado homérico. Por su contenido mítico, esos comienzos no podían ser
precisados temporalmente, pero a la vez constituían una protohistoria, el pasado
de la polis. Así es que los descubrimientos arqueológicos a los que hemos hecho
mención han permitido llevar más atrás en el tiempo los orígenes de la historia helena.
Pero, fundamentalmente, han permitido redescubrir sociedades desconocidas hasta
por los propios griegos de los tiempos clásicos.
Después del 2500 a. C. aproximadamente, comenzaron a entrar desde el norte –
al territorio que mucho más tarde será llamado “Grecia”– 1 los primeros grupos de
lengua indoeuropea, provenientes del interior del continente; sabemos que habla-
ban un protogriego, conocían el bronce y domesticaban el caballo.
No ingresaban a un área vacía, sino a tierras ya ocupadas por una población pre-
helénica. En la Grecia propiamente dicha encontraron a los que luego serían llama-
dos pelasgos, carios y lélegos, unos en un estadio neolítico, otros ya conocedores
del cobre. A partir de este primer choque se formará –a través de un proceso que no
podemos reconstruir– la civilización micénica, cuyos primeros indicios pueden
fecharse arqueológicamente en torno al 1600/1500 a. C.
En Creta, donde arriban más tarde, encontrarán una civilización mucho más an-
tigua: la cretense o minoica. Seguramente, la cercanía y la relativa facilidad de
navegación en el Egeo habían posibilitado desde un poco antes los contactos, el
mutuo conocimiento y las ambiciones.

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2. La civilización cretense o minoica

“Minos, rey de Creta, estaba casado con Pasifae, hija del Sol, que experimentó una
pasión antinatural por un toro que había surgido del mar. Ella pidió ayuda a Dédalo,
artesano de ascendencia divina, que construyó un artilugio que le permitía tener
relaciones sexuales con la bestia. Pasifae, luego, dio a luz un monstruo, mitad hom-
bre, mitad toro, llamado Minotauro. Por orden del rey, Dédalo construyó un laberin-
to en el que estaba albergado el monstruo, y cada año los atenienses, que eran
súbditos de Minos, tenían la obligación de proporcionar siete jóvenes y siete don-
cellas para alimento del Minotauro. Teseo, el joven hijo del rey ateniense, conven-
ció a su padre para que lo incluyera en el lote anual de víctimas. Cuando Teseo
llegó a Creta, se enamoró de él la hija de Minos, Ariadna, quien le entregó el ovillo
de hilo que le permitió no perderse en el laberinto y con cuya ayuda Teseo mató al
Minotauro. La pareja luego huyó a la isla de Naxos. Allí Teseo abandonó a Ariadna
y el dios Dionisos la encontró y se casó con ella.” (Finley, 1987:53)

El relato mítico y los restos arqueológicos del palacio de Cnosos (inclusive su


plano) nos invitan rápidamente a pensar en el Minotauro, el laberinto y su leyenda.
Pero el palacio de Cnosos es solamente el mayor de la isla. Desde los descubri-
mientos de Evans a fines del siglo XIX, los hallazgos se han visto notablemente
incremen-tados, así es que una importante cantidad de palacios forman parte en la
actualidad del conjunto arqueológico que atestigua a la que conocemos como Civi-
lización minoica. Algunos de estos centros palaciales reciben nombres actuales, ya
que en época clásica no existían tales asentamientos y no se tenía conciencia y re-
cuerdo de los mismos: Zacros, Malia, Festo, Cania, Gortina, Mirtos, entre otros tantos.
En su conjunto, las características de los testimonios arqueológicos han permiti-
do fijar una cronología que básicamente contempla dos grandes períodos:
•Período palacial primitivo (c. 2000 a. C.- 1700 a. C.)
•Período palacial tardío (c. 1700 a. C.- 1400 a. C.)

Pero si bien la arqueología nos permite, desde el punto de vista material, esta-
blecer y precisar diferencias que manifiestan cambios en la técnica, en la pintura,
en la cerámica, en la construcción, siempre resulta necesario distinguir entre el
desarrollo histórico y la evolución de las formas arqueológicas, ya que no es correc-
to suponer que los cambios materiales y tecnológicos se correspondan mecánica-
mente con transformaciones de carácter social, económico o político que no siem-
pre pueden ser detectados con claridad.
Por ello, desde el punto de vista histórico nos preguntamos: ¿cuál fue la socie-
dad que hizo posible y que sostuvo en un período prolongado de tiempo este tipo
de construcciones?, ¿quiénes eran sus constructores?, ¿qué se puede saber acer-

17
ca de su origen?, ¿qué modos de organización de la vida social lograron?, ¿cuáles
fueron los factores que provocaron finalmente su derrumbe?
El origen de la civilización minoica desde el punto de vista etnológico sigue sien-
do uno de los grandes interrogantes sobre los que no es posible acertar en una única
respuesta. Las hipótesis no son pocas y difieren en sus consideraciones. Por un lado,
aquellas que sostienen que es posible pensar en el parentesco con alguno de los
pueblos conocidos del Cercano Oriente; por otro, las que postulan que los creten-
ses son herederos directos de los habitantes neolíticos de la isla, que habrían llega-
do a la misma hacia el 6000 a. C. También las que consideran válido pensar que
además del desarrollo autóctono se fueron incorporando los aportes culturales de
los diferentes pueblos que pudieran haber llegado a la isla.
En lo que respecta a su organización, no podemos dudar de que se trata de una
sociedad que ordena los distintos aspectos de la vida social en torno al palacio. Y
si bien en este punto también el silencio de las fuentes escritas nos impone límites,
las posibilidades de establecer algunas semejanzas y comparaciones nos permi-
ten arribar a algunas conclusiones.
El palacio aparece a la vez como un centro político, económico y religioso. La
distribución de una gran cantidad de habitaciones en forma de colmena y que
muestran al observador la apariencia de un laberinto, refiere a la incorporación, en
etapas sucesivas, de depósitos que tenían como objeto almacenar durante algún
tiempo distintos tipos de productos y mercaderías, los que, en su entrada y salida
del palacio, eran debidamente registrados a través del sistema de escritura elabo-
rada a esos fines.
Pero también pueden identificarse claramente en el interior de los palacios los
ámbitos destinados a ceremonias religiosas, como también aquellos que tenían como
objeto establecer las jerarquías para el ejercicio del poder: la denominada sala del
trono en el palacio de Cnosos es un ejemplo de ello.
Los motivos representados en las pinturas y los frescos hallados en el interior de
los palacios cretenses nos dan una idea del profundo conocimiento que los habi-
tantes de la isla tenían acerca del mar y de las técnicas de navegación. Al mismo
tiempo dan cuenta, junto a otros hallazgos tales como cerámica minoica encontra-
da en las Islas Cícladas y en Egipto, de la red de relaciones de intercambios (posi-
blemente de carácter diplomático) establecida con otros pueblos.
En el aspecto religioso es importante destacar la relación con las fuerzas de la
naturaleza; son abundantes los lugares de culto al aire libre o en las grutas y las repre-
sentaciones de tipo zoomórfico, entre las que el toro adquiere un lugar central.
Hay un aspecto que no es posible dejar de señalar: los palacios carecen de
fortificaciones. Esto ha llamado la atención a más de un estudioso, sobre todo si
se los compara con los palacios de la Grecia continental o la misma ciudad de
Troya. En general, las representaciones artísticas y las formas arquitectónicas,

18
como también el tipo de objetos encontrados en el interior de los palacios nos
hablan de una sociedad que no ha tenido que afrontar la amenaza de algún pe-
ligro exterior, ajeno a la isla, pero tampoco del propio interior, aun cuando mu-
chos palacios se ubicaban en proximidad unos de otros, e incluso algunos de
ellos mantenían una posición de mayor importancia como puede haber sido el
caso de Cnosos.
Cabe preguntarse acerca de los factores que incidieron en la destrucción de
estos palacios, tanto para el 1700 a. C. (en coincidencia con la erupción del volcán
de la isla de Thera-Santorini), como para la destrucción final hacia el 1400 a. C.
respecto de la cual no han quedado evidencias claras de que haya sido llevada a
cabo por la violencia o la incursión de invasores continentales.
Finalmente resta plantear un interrogante más: ¿es posible decir que la cultura
minoica con sede en la isla de Creta se haya expandido hacia el conjunto de las
islas y costas del mar Egeo? Y en ese caso: ¿qué carácter tuvo esa expansión?
Indudablemente esta civilización alcanzó un período de esplendor en el Palacial
Tardío, durante el cual, gracias a sus contactos, fue posible llevar su presencia cul-
tural a todo el Egeo. A lo largo de esta etapa las Cícladas recibieron paulatinamen-
te una fuerte influencia de Creta, al igual que la Grecia continental.
Pero esta expansión debe ser considerada solamente en el plano de lo cultural
y de las relaciones comerciales, ya que no es posible sostener más aquellas hipó-
tesis que afirmaban un predominio de Creta sobre el resto de los pueblos del Egeo.
Fue el propio Arthur Evans quien postuló la teoría de lo que denominó la Talasocracia
minoica, trasladando erróneamente el modelo del imperio inglés del XIX a una rea-
lidad tan distante y diferente como la cretense del segundo milenio a. C.2

3. La civilización micénica
Los restos arqueológicos nos hablan de una sociedad bastante diferente de la
minoica.
Si bien hemos ubicado alrededor del 2000 a. C. la entrada de aquellos pueblos
que, junto a los primeros habitantes de la península, darían origen a la civilización
micénica, será recién a partir del 1600 que esta asimilación cultural comenzará a
mostrar sus primeras manifestaciones.
El desenterramiento de Micenas por parte de Schliemann fue lo que le llevó a
darle el nombre a esta civilización, tomando como referencia el papel protagónico
que a esa ciudad y a su rey Agamenón les fuera asignado por Homero en sus rela-
tos sobre la guerra de Troya.
No obstante las referencias legendarias, no hay evidencias de que Micenas en-
cabezara en la realidad una confederación de ciudades de aquellos tiempos, ni
que hubiera ejercido algún poder hegemónico en el área egea.

19
Micenas, en la Argólide, fue un importante centro de riqueza y poder, pero no el
único, ya que la Grecia central y meridional fue el escenario de un importante nú-
mero de palacios con características semejantes, entre ellos: Pilos en Mesenia, Tebas,
Glá y Orcómenos en Beocia y Tirinto también en la Argólide.
En general, los testimonios arqueológicos dan cuenta de una civilización guerre-
ra: la presencia de importantes murallas construidas con el propósito de la defensa
de ataques externos es una muestra de ello. Pero a la vez las distintas formas de
enterramiento, ya se trate de las tumbas de los denominados círculos A o B, o de las
más recientes, conocidas como tumbas de tholos, son testimonios de la existencia
de una nobleza de tipo militar. En la forma de su construcción y disposición existe
la intención de delimitar un espacio sagrado para los muertos, a la vez que los dife-
rentes objetos de bronce y oro depositados en las mismas dan cuenta de la distin-
ción de una jerarquía social de estatus y poder que se inmortaliza y perpetúa más
allá de la muerte. Asimismo, los enterramientos presentan la colocación de losas
verticales, denominadas estelas funerarias, que tenían como objetivo indicar las
tumbas por medio de representaciones militares, de animales y cacerías.
En suma, el conjunto de las evidencias arqueológicas nos acerca a un tipo de
organización social con una marcada estratificación y la presencia de una nobleza
guerrera que concentra el poder político y militar.
Un adelanto muy importante en el desarrollo de las investigaciones de esta área
permite aportar más datos al respecto, y es el que se produce a partir de 1952,
cuando John Chadwick y Michael Ventris descifraron la escritura Lineal B (conjun-
to de signos que Evans había identificado y a la vez diferenciado del Lineal A cre-
tense). Su punto de partida fue la hipótesis de que la lengua expresada en Lineal
B era un protogriego, lo cual indicaría la llegada de elementos de origen conti-
nental inicialmente ágrafos. Al mismo tiempo, se plantean otros problemas: cuál
habría sido la lengua expresada en el Lineal A y cuál la función de la escritura en
estas sociedades.
El desciframiento permitió el acceso a los archivos de los palacios micénicos.
Las tablillas con este tipo de escritura fueron todas encontradas entre las ruinas
de palacios, lo cual para Finley es “[…] un hecho arqueológico de importancia bási-
ca, pues lleva a la hipótesis de que estamos ante una economía de palacio, de gran
alcance y muy organizada, de un tipo muy bien atestiguado y documentado en todo
el Oriente Próximo antiguo. Tal economía se desconocía en Grecia después de la
caída de Micenas, y como es bastante lógico, también se desconocían los archivos
y textos administrativos de este carácter, y las estructuras palaciegas amplias y com-
plicadas, con sus grandes almacenes y dependencias de archivos. […] los registros
palaciegos comprendían agricultura y pastoreo; un gran surtido de procesos produc-
tivos especializados; almacenamiento de provisiones de tal variedad y cantidad que
excede las necesidades del mero consumo de un palacio, en su sentido restringido;

20
y un personal numeroso, jerárquicamente ordenado desde los esclavos hasta el rey
en la cúspide, relacionándose, cada estrato social en los textos disponibles, con una
función (tanto militar y religiosa como económica) o con una posesión de tierra, o
ambas a la vez. [...] todo lo cual revela una operación masiva de redistribución, en la
que todo el personal y todas las actividades, todos los movimientos de personas y
mercancías, por así decir, estaban fijados administrativamente. [...] Semejante red de
actividad centralizada requiere registros; con más precisión, registros del modo que
los tenemos en las tablillas, y con los mínimos detalles” (1984:233-234).
El palacio como conjunto arquitectónico es el centro alrededor del cual giran y
se desenvuelven los diferentes aspectos de la vida social: su función es religiosa,
política, militar, administrativa y económica a la vez:

“En este sistema de economía que se denomina palatina, el rey concentra y reúne
en su persona todos los elementos del poder, todos los aspectos de la soberanía.
Por intermedio de sus escribas, que constituyen una clase profesional enraizada
en la tradición, merced a una jerarquía compleja de dignatarios de palacio y de
inspectores reales, el rey controla y reglamenta minuciosamente todos los secto-
res de la vida económica, todos los dominios de la actividad social.” (Vernant,
1992:36) 3

La información procedente de las tablillas –si bien fragmentaria– ha planteado


numerosos problemas de interpretación y polémicas acerca del tipo de sociedad
de la que dan cuenta.
Al respecto, frente a posturas que creyeron ver al mundo micénico como “feudal”
o “esclavista”, Moses Finley señaló –a partir del momento en que comenzaron a
publicarse los resultados del desciframiento– que para establecer el sentido de la
información que estaba saliendo a la luz, más bien había que mirar hacia la organi-
zación característica de las antiguas ciudades mesopotámicas o sirias, anteriores
en el tiempo, pero con ciertos rasgos estructuralmente análogos.
El concepto propuesto por Finley, el de economía de palacio (ya utilizado por
otros estudiosos como una herramienta de análisis en el Cercano Oriente) posibili-
ta acercarse a la comprensión de la lógica organizativa de las ciudades micénicas,
establecer comparaciones y, a la vez, detectar sus caracteres específicos.
Al respecto resulta significativo el concepto de redistribución derivado del plan-
teo de Polanyi. El palacio recibe, controla y custodia los bienes producidos por la
comunidad (cereales, ganado, metales, lanas, etc.) y los reasigna en función de las
necesidades del poder y de las jerarquías sociales. Igualmente tiene autoridad sobre
las tierras y los mecanismos para asignar o confirmar su tenencia a la nobleza gue-
rrera, a los dioses, o al damos (la comunidad campesina).
El análisis comparativo prudente y rigurosamente utilizado permite al historia-

21
dor interpretar los datos que posee, a la luz del conocimiento de otras sociedades
(que le sugieren las relaciones posibles), pero sin perder de vista las diferencias.4
Por otra parte, la presencia del palacio como estructura organizativa en las épo-
cas minoica y micénica sugiere también la existencia de tempranos intercambios
en el área del Mediterráneo oriental y sus tierras aledañas, lo que contribuye a
desdibujar la oposición en otros tiempos vista como irreductible entre Oriente y
Occidente. 5
Debemos recordar, por último, que las tablillas sobrevivieron gracias a los incen-
dios de los palacios y que, en consecuencia, tanto la información contenida en ellas
como el conjunto de los testimonios nos acercan una imagen del momento de la
destrucción de aquéllos, que fueron cayendo uno tras otro alrededor de 1200 y 1100
a. C., para cuya explicación carecemos de información suficiente.
De hecho, el súbito y repentino hundimiento de la cultura micénica es algo que
no ha dejado de intrigar a historiadores y arqueólogos. Se trata de uno de los pro-
blemas que más atrae la atención de los historiadores de la antigüedad y para el
que los interrogantes sobrepasan a las respuestas posibles, pero que, sin embar-
go, dejan planteado el desafío de acercarse a él con las herramientas teóricas y
conceptuales más adecuadas. Una explicación de tipo multifactorial exigiría exa-
minar las diferentes hipótesis planteadas al respecto, analizar las posibles líneas
de fractura interna de esta sociedad, y establecer las relaciones necesarias.

22
Creta es el más antiguo Estado que encontramos en el área mediterránea.
Su emergencia forma parte de un proceso en el que también se van diferenciando aquellos aspec-
tos que habitualmente se consideran constitutivos de la civilización. Dada su temprana aparición
puede ser considerado dentro de los denominados Estados prístinos.

4. Los Estados prístinos


por Nélida Diburzi y Fabiana Alonso

“La mayor parte de la historia humana no ha contado con la presencia de Estados.


Los restos fósiles muestran trazas del homo sapiens hace cuarenta mil años, pero
el primer Estado realmente reconocible no aparece hasta el año 3000 a. C. en
Mesopotamia. Un cambio tan espectacular atrajo la atención de las teorías socia-
les clásicas.” (Hall et ál., 1993:35)

Los procesos de formación de los Estados prístinos –las primeras y más antiguas
formas de la dominación política– se hallan ligados a lo que genéricamente desig-
namos civilización, esto es, la existencia de gobierno centralizado, estratificación
social, escritura y urbanización acompañada de arquitectura monumental. Entre
estas “sociedades de nuevo cuño”, como las califica Colin Renfrew, se cuentan los
sumerios y los egipcios en el Próximo Oriente (c. 3000 a. C.), la civilización del valle
del Indo (con posterioridad a 2700 a. C.), la civilización shang en China (c. 1500 a. C.),
la civilización minoica en Creta (c. 2000 a. C.), los olmecas en México (c. 1000 a. C.)
y Chavín en Perú (c. 900 a. C.) (Renfrew, 1980).
Las denominaciones acuñadas por la teoría social (sociedades arcaicas, socie-
dades tradicionales, sociedades divididas en clases) establecen una demarcación,
por un lado, respecto de las sociedades primitivas6 y por el otro, respecto de las
sociedades modernas.
Pensado en términos teóricos, el Estado, en tanto poder de dominación y orga-
nización, resulta incompatible con la estructura de las sociedades organizadas por
el parentesco. De ahí que, con el surgimiento de las estructuras de clase, no como
clases adquisitivas, sino adscriptivas,7 se opera una diferenciación funcional entre
el grupo que ejerce la dominación y la mayoría de la población.8
En las sociedades primitivas con cierto grado de jerarquización social pueden
darse diferencias vinculadas al liderazgo, a las prácticas rituales o a la resolución
de conflictos, pero no superan los límites del sistema de parentesco a partir del
cual se organiza la sociedad y se reproduce el orden normativo. En cambio, en las
sociedades estatales antiguas la dominación se vuelve autónoma respecto del sis-

23
tema de parentesco –aunque esta organización subsista a nivel de las comunida-
des– y organiza una burocracia de carácter patrimonial cuyos miembros no son
funcionarios sino “servidores” del monarca y se reclutan entre los individuos perte-
necientes a los linajes más importantes o por relaciones personales de confianza.9

En relación con la dominación en las sociedades estatales antiguas, Maurice


Godelier (1980) se pregunta por qué los grupos dominados aceptaron y consintie-
ron la dominación. La explicación que formula plantea que el poder de dominación
se tornó legítimo y logró la obediencia en la medida en que la dominación fuera
representada como un intercambio de servicios entre quienes la ejercían y quienes
estaban sometidos a ella.
Los servicios de los dominadores tenían que ver con cuestiones que nosotros
llamaríamos “ilusorias” o “imaginarias”, por ejemplo, la creencia en que la monar-
quía, por contar con el favor de los dioses (o por ser en sí misma una institución
divina, como en Egipto), garantizaba la reproducción de la vida y del orden social.
En este sentido cabe señalar que los relatos míticos, a la vez que constituyeron
explicaciones acerca del origen del mundo, también tuvieron la función de legiti-
mar la dominación.
Otros servicios, apunta Godelier, tenían que ver con aspectos más visibles; por
ejemplo, los tributos de las comunidades no sólo estaban destinados a sostener
al grupo dominante, sino que eran la base del sistema de distribución de racio-
nes 10 y parte de los excedentes tributados se almacenaban para auxiliar a la po-
blación en caso de catástrofes. Para este autor, la eficacia de la dominación radi-
có en que dominadores y dominados compartiesen ciertas representaciones so-
bre el orden social.

Al referirse al interés de la arqueología en la reconstrucción de los procesos de


formación de los Estados prístinos, Colin Renfrew y Paul Bahn (1993:437) observan:
“Sin duda, cada uno de los casos fue, en cierto sentido, único. Pero también fue un
ejemplo específico (con sus propios aspectos exclusivos) de un fenómeno o proceso
más general”.

Distintas explicaciones han pretendido dar cuenta del surgimiento del Estado
desde enfoques que provienen de diversas disciplinas y tradiciones teóricas. 11
Cada una privilegia un aspecto y, también, cada una lleva implícitas concepcio-
nes sobre el cambio y sobre el carácter de función y/o explotación de la institu-
ción estatal.

En la década de 1930, Gordon Childe elaboró una explicación centrada en la


división social del trabajo, posibilitada por la producción de excedentes, lo que

24
provocó el surgimiento de la dominación a partir del enfrentamiento de intereses.
Según Childe, el Estado vino a reforzar la explotación de clases. Las explicaciones
militaristas, como la de Oppenheimer, plantean que el Estado surgió de la conquis-
ta de un grupo étnico por otro y de las necesidades de ataque y de defensa. Karl
Wittfogel, en los años 50, propuso la denominada hipótesis hidráulica para explicar
la formación de las grandes civilizaciones en los valles fluviales. La necesidad de
coordinación y de administración que requería la agricultura de regadío desembo-
có en la formación de un gobierno centralizado al que Wittfogel definió como “des-
potismo oriental”.

La década de 1970 fue prolífica en cuanto a la formulación de enfoques. Robert


Carneiro elaboró la teoría de la circunscripción ambiental con la que pretendió
explicar el origen del Estado a partir de factores ecológicos y demográficos; les
atribuía un papel importante a los conflictos entre comunidades. Elman Service pro-
puso una explicación funcionalista que hacía derivar el surgimiento de la institu-
ción estatal de la jefatura redistributiva, primera forma de poder central institucionali-
zado, cuyos poderes económicos y sociales habrían tenido un efecto políticamente
integrador. Maurice Godelier acuñó el concepto de modo de producción asiático,
recuperando las reflexiones de Marx sobre el oriente. La noción permitía explicar la
vía por la cual, a partir de las comunidades primitivas, se había llegado a una forma
embrionaria de explotación clasista sin desarrollo de la propiedad privada.12
Las explicaciones teóricas a las que nos hemos referido comparten la caracterís-
tica de ser evolucionistas.13 Al decir de Michael Mann (1991), presuponen un pro-
ceso de evolución social general, como resultado de las estructuras sociales pre-
históricas. El Estado resulta así una consecuencia necesaria y, de cierto modo, na-
tural de la progresiva complejización social. Frente a estas explicaciones se han
erigido dos tipos de crítica.

Desde una perspectiva teórica que no prescinde de la noción de evolución social,


Jürgen Habermas les objeta a las teorías sobre el surgimiento de los Estados prísti-
nos no diferenciar entre problemas sistémicos, que entrañan desafíos evolutivos, y pro-
cesos de aprendizaje evolutivo. Por problemas sistémicos entiende aquellos que sur-
gen en la base de la sociedad (problemas de tipo ecológico o derivados de la des-
igualdad en el reparto de la tierra) y que no pueden ser resueltos en el marco de la
organización del parentesco. Por procesos de aprendizaje evolutivo entiende el po-
tencial cognoscitivo (tanto en el nivel de conocimiento técnico como en el práctico-
moral) que las sociedades pueden movilizar para solucionar problemas.
Para Habermas (1981), la clave de interpretación teórica del surgimiento del
Estado radica en poder explicar que algunas sociedades, bajo la presión de desa-
fíos evolutivos, movilizaron el potencial cognoscitivo de que disponían e institucio-

25
nalizaron roles que permitieron dirimir conflictos según normas reconocidas social-
mente e instituidas por la tradición. Esto condujo a un nuevo principio de organiza-
ción cuyo núcleo institucional fue el Estado. Su interés por identificar una secuencia
evolutiva de formaciones sociales, atendiendo al desarrollo de estructuras, se ins-
cribe en la distinción entre lógica del desarrollo –modelo de una jerarquía de es-
tructuras cada vez más amplias, reconstruibles en términos teóricos– y dinámica
del desarrollo –procesos empíricos–. Dicha distinción impide caer tanto en la
necesariedad como en la noción de un sentido inherente a la historia.14

Otro tipo de crítica señala que las teorías evolucionistas “[…] representan ‘gran-
des relatos’, aunque no necesariamente de inspiración teleológica. Según el evolu-
cionismo, la ‘historia’ puede ser narrada como una ‘línea de relato’ que impone una
representación ordenada sobre el embrollo de los acontecimientos humanos. La his-
toria comienza en pequeñas y aisladas culturas de caza y recolección, marcha a tra-
vés del desarrollo de comunidades de pastoreo y cultivo y de ahí a la formación de los
Estados agrícolas, para culminar en el surgimiento de las sociedades occidentales
modernas” (Giddens, 1994a:18-19).
Las críticas realizadas desde esta perspectiva advierten que las explicaciones
evolucionistas conciben a las sociedades primitivas como incompletas e inacabadas
y subestiman los límites que el parentesco y las formas de reciprocidad imponen a
la diferenciación social y a la centralización del poder político. Además, una con-
cepción de la historia como movimiento necesario impide indagar en qué condi-
ciones una sociedad deja de ser primitiva y tampoco atiende a la ruptura que supo-
ne el Estado (Clastres, 1996:114-116).
Michael Mann (1991:82) sostiene que las explicaciones evolucionistas, al privile-
giar la continuidad, terminan negando que el Estado posea “[…] propiedades emer-
gentes peculiares a él”. Sin negar la noción de evolución, discute la idea de evolución
social general. Al respecto señala que el evolucionismo es aplicable hasta el neolítico,
en tanto que la agricultura y las sociedades de rango se desarrollaron en muchos
lugares. Los procesos generales posteriores habrían sido de devolución –una vuelta
atrás hacia sociedades de rangos e igualitarias– y habrían impedido así la constitu-
ción de estructuras estatales permanentes. En cambio, los pocos casos de Estados
prístinos indican, desde la perspectiva de Mann, que la transición al Estado fue rara
y excepcional, por lo cual no podría explicarse en términos de continuidad.
Continuidad, necesariedad, ruptura y discontinuidad son términos que remiten
a concepciones sobre el desarrollo histórico de las sociedades y que, necesaria-
mente, están involucrados en las controversias que suscitan las explicaciones acer-
ca de la emergencia de los Estados prístinos.

26
Notas

1. Graecia es un nombre latino; los griegos de tiem- zaban en sus archivos lo concerniente al ganado y a la
pos históricos llamaban Hélade al territorio que habi- agricultura, la tenencia de las tierras, evaluadas en
taban, aun cuando se estuvieran refiriendo a algún medidas de cereales (monto de los tributos o racio-
sitio distante del núcleo geográfico de Grecia, por nes de semillas) –los distintos oficios especializados,
ejemplo a cualquiera de las apoikías diseminadas con las asignaciones de materias primas y los encar-
por las costas mediterráneas. gos de productos elaborados–, la mano de obra, dis-
2. Este aspecto adquiere relevancia en el análisis, en ponible o ocupada –los esclavos, hombres, mujeres y
tanto ya hemos señalado las dificultades que plantea niños, los de los particulares y los del rey–, las contri-
acercarse a la realidad histórica con esquemas teóri- buciones de toda índole impuestas por el palacio a
cos y conceptuales construidos en el presente o a los individuos y a las colectividades, los bienes ya
partir de realidades presentes, especialmente cuan- entregados, los que quedan por percibir –las levas de
do no se tiene conciencia de ello. Así: “Evans y otros hombres en ciertas poblaciones, a fin de equipar de
arqueólogos británicos reunieron una serie de datos y remeros los navíos reales–, la composición, los co-
los agruparon trasladando inconscientemente el mo- mandos, el movimiento de las unidades militares, los
delo económico del imperio colonial inglés, de carác- sacrificios a los dioses, las tasas previstas para las
ter comercial y supuestamente pacífico, al igual que el ofrendas, etc.”.
minoico. La teoría posee, sin embargo, un origen mu- 4. La metodología comparativa –que opera a través
cho más antiguo, ya que se halla expuesta por el de analogías– es un ejemplo de la labor del autor en
propio Tucídides, quien, a su vez, partiendo igualmen- la renovación de los enfoques para analizar el mundo
te del imperio comercial ateniense, concibe el desa- antiguo grecorromano. La utilización de modelos para
rrollo de la primitiva historia griega como una sucesión el análisis se relaciona con la influencia de la sociolo-
de talasocracias” (Bermejo Barrera, 1988:14-15). En gía de Max Weber. No obstante, Finley lo hace con
la actualidad, y a la luz de nuevos estudios y hallaz- un sentido profundamente histórico. Ver las obser-
gos, aquella hipótesis carece ya de sentido. vaciones al respecto en lo señalado acerca de la
3. En las tablillas, la palabra que designa la máxima economía antigua.
autoridad del sistema palaciego es “wa-nax”, que 5. No obstante lo antes dicho, el propio Finley seña-
imperfectamente se traduce como “rey” en las len- la las razones por las cuales el área grecorromana
guas modernas. Es una palabra casi inexistente en (muy especialmente después del derrumbe del mun-
los poemas homéricos, donde cada uno de los jefes do micénico, hacia el 1200 a. C.) constituye un obje-
de los aqueos es un basileus. to de análisis diferente de las sociedades del Cerca-
Los registros de los archivos micénicos ponen en no Oriente, asimismo muy diversas entre sí. Al res-
evidencia las funciones centralizadoras del palacio. pecto, nos remitimos a lo que él mismo plantea (cfr.:
Al respecto, Vernant agrega: “Los escribas contabili- Finley, 2003:15-41).

27
Notas relación entre ciudad y comunidades era bidireccional
Los Estados prístinos estaba desequilibrada a favor de los especialistas. O
por Nélida Diburzi y Fabiana Alonso sea, que se trataba de una relación jerarquizada.
6. Se trata de sociedades organizadas sobre la base 9. Max Weber señala que la burocracia patrimonial se
del parentesco y sin organización política centraliza- basa en una relación de “clientela” o sumisión perso-
da, en las que predominan las relaciones de recipro- nal. Este tipo de burocracia es propio de la domina-
cidad, esto es, formas de ayuda mutua y de inter- ción tradicional, cuya legitimidad “[…] descansa en
cambios entre iguales. Pierre Clastres (1996:112) las la santidad de ordenaciones y poderes de mando
denomina “indivisas”, porque carecen de un órgano heredados de tiempos lejanos, ‘desde tiempo inme-
de poder separado de la sociedad: “[…] en ellas no morial’, creyéndose en ella en méritos de esa santi-
se puede aislar una esfera política distinta de una dad” (1996:180).
esfera social”. 10. En el antiguo Egipto, por medio del sistema de
7. Maurice Godelier (1980) aclara que las clases cons- tributación se concentraban recursos y luego se
tituyen una forma moderna de jerarquización social y redistribuían en forma de raciones (pan, cerveza, gra-
de explotación, producto de la descomposición de nos, carne, prendas de lino) a la mano de obra que,
los órdenes de la sociedad feudal y de la formación en forma temporaria o permanente, trabajaba para el
del modo de producción capitalista, que configura Estado. Esta distribución era diferencial según las
relaciones de producción independientes de las anti- funciones; no recibía lo mismo un trabajador común
guas instituciones sociales, de las jerarquías familia- que un escriba (Kemp, 1992, capítulo 3).
res, políticas o religiosas. Plantea que los órdenes 11. Revisiones críticas de las teorías sobre el surgi-
de las sociedades antiguas constituyen relaciones miento del Estado pueden encontrarse en: Mann,
de explotación y de dominación configuradas a par- 1991, capítulo 2; Habermas, 1981, capítulo 6.
tir de la disolución parcial de las relaciones de pro- 12. Una crítica a la formulación teórica de Godelier
ducción comunitarias más antiguas, pero sin llegar a se encuentra en Anderson, 1974:476-511.
abolirlas completamente. 13. Anthony Giddens (1994b:257) señala que hacia
Los mecanismos adscriptivos son propios de las so- fines del siglo XVII el concepto de evolución pasó a
ciedades estatales antiguas, en las que las jerarquías significar un proceso regular de cambio que, a partir
sociales entre los individuos están determinadas por de etapas diferenciadas, propendía a un orden con
características transmitidas por herencia (Cavalli, 1998). continuidad. Auguste Comte fue uno de los primeros
8. Como caso histórico tomamos la Baja Mesopo- en hacer uso del concepto de evolución social.
tamia entre 3500 y 3000 a. C. Mario Liverani (1995), en 14. Habermas aclara que la distinción entre lógica y
el Capítulo 4, plantea que se produjo un “salto” en el dinámica del desarrollo implica que no existe garan-
plano organizativo: se sistematizó la separación entre tía de desarrollos ininterrumpidos y que el hecho de
producción de alimentos y técnicas especializadas, y que una sociedad pueda resolver o no sus proble-
dicha separación condujo a una polarización entre las mas sistémicos no obedece a un sentido de la histo-
comunidades productoras y los especialistas urba- ria sino que depende de coyunturas. También señala
nos. En el vértice del grupo especializado, además que distintos caminos pueden conducir al mismo
de la realeza, se encontraban los administradores, los nivel de desarrollo y que son posibles los retrocesos
sacerdotes, los escribas, los guerreros. Si bien la en la evolución.

28
II. Los poemas homéricos
y la sociedad aristocrática

El período que se extiende desde la desestructuración del mundo micénico has-


ta aproximadamente el siglo VIII a. C. ha recibido diferentes denominaciones, entre
otras, la de Época oscura, nombre que alude simplemente a la escasa disponibili-
dad de fuentes con que se encuentra el historiador.
Esa escasez es de orden arqueológico: al derrumbe del mundo micénico le ha
sucedido una época de desarticulación y de muy lenta reconstrucción de nuevos
lazos sociales, que ha dejado pocas y pobres huellas en la cultura material.
Pero es también una etapa en la que faltan los testimonios escritos: la escritura
Lineal B ha desaparecido junto con los palacios, a cuyo servicio estaba, y dentro de
cuya administración tenía sentido.
En cuanto al alfabeto griego, los primeros testimonios escritos con esos signos
apenas aparecen fragmentariamente desde mediados del siglo VIII.
La Ilíada y la Odisea –los poemas homéricos– constituyen una valiosa fuente para
acercarse a algunos problemas propios de esas épocas de la historia griega. Sin
embargo, como son producto de un complejo y largo proceso –a lo largo del cual
fueron conformados y trasmitidos oralmente por aedos y rapsodas y sólo tardíamente
puestos por escrito–, encierran diversas interpolaciones, elementos de distintas
sociedades y épocas combinados anacrónica y arbitrariamente, varios niveles tem-
porales (el mundo micénico, la época oscura, los primeros tiempos de la polis…).
Algunas de sus expresiones entran en contradicción con datos ofrecidos por la
arqueología. Inclusive entre la Ilíada y la Odisea hay diferencias sugestivas. Todo
ello dificulta la datación y el establecimiento del valor referencial de los poemas al
respecto de la realidad histórica.
Se trata de poemas épicos –los más antiguos de la cultura occidental– por lo
que responden a la lógica de ese género literario.1

29
El mito está abiertamente presente en ellos, aun cuando el poeta –o los poetas–
asignen a los dioses dimensiones casi humanas, los observen desde una mirada
irónica, y describan a los héroes como semejantes a los dioses en su belleza, aun-
que plenamente sometidos al destino trágico de los humanos y envueltos en situa-
ciones y acciones que suscitan admiración, piedad o crítica.
Nos encontramos así frente a representaciones radicalmente distintas de las que
podemos hallar en los mitos mesopotámicos o egipcios. En Homero, en los griegos,
la mirada antropomórfica y antropocéntrica es una clave para entrar a su imaginario.
Los poemas son también profundamente humanos en cuanto a que dioses, hom-
bres y mujeres están vinculados por las relaciones sociales propias de una socie-
dad aristocrática y se mueven según una concepción del mundo y de la vida porta-
dora de valores que legitiman el poder de la nobleza.

Homero –como todo artista– crea, compone y canta para un público.


No crea desde la nada: sus materiales forman parte de un acervo común previo
a su hacer, del cual extrae tradiciones orales, motivos, fórmulas expresivas, métri-
cas, ritmos, musicalidad. Sin embargo, es profundamente original en la composi-
ción y coherencia interna de su poesía, en el dibujo de sus personajes, en el drama-
tismo de la acción, en el desarrollo de la trama, en la resolución del tema central.
Adopta la modalidad de comunicación del aedo, poeta itinerante que crea, reci-
ta y canta personalmente para su público, que establece un intercambio recíproco
con él. Luego, los rapsodas, recitadores también ambulantes, difunden con alguna
flexibilidad lo que aquél ha compuesto. En la Odisea, Demódoco entre los feacios
y Femio cantando en los banquetes del oikos de Odiseo en Ítaca son los paradigmas
del modo en que circula la poesía épica.
Su público es el del oikos aristocrático de fines de la Edad oscura o de los más
tempranos tiempos de la polis, un público que se complace en la poesía que canta
las glorias de su mítico pasado y que contribuye así a legitimar su poder en un
presente mucho más prosaico, gris y rutinario. Pero la divulgación de los poemas
seguramente también ha trascendido ese ámbito y ha llegado a otros sectores de
la sociedad.
La problemática de su análisis como fuente histórica es compleja y ha dado lu-
gar a numerosas discusiones.
No cabe esperar de los poemas datos sobre acontecimientos históricos puntua-
les, ni se pueden situar temporal o espacialmente muchas de sus referencias. Tam-
poco es fácil ubicar cronológicamente la sociedad homérica como conjunto, cues-
tión que es objeto de discrepancia entre los historiadores.
Diversos elementos que pueden tener como referente a la realidad social se
combinan con otros de orden ficcional o se los embellece poéticamente. Los
palacios y sus riquezas son recreados por la fantasía del poeta y casi nada tienen

30
que ver con los que la arqueología ha sacado a la luz para el mundo micénico o
con las pobres construcciones del siglo VIII. Aquileo y Héctor descuellan –entre
muchos otros– como arquetipos del héroe homérico, de la areté 2 que encarnan
en grado máximo.
Por otra parte, el cuadro de conjunto de la Ilíada –más allá de algunas interpola-
ciones– es más arcaico que el que muestra la Odisea, y en ambas obras los anacro-
nismos son indicadores del complejo proceso de elaboración y transmisión, larga-
mente extendido en el tiempo.
Sin embargo, de ellos se puede extraer el cuadro global de una sociedad, sus
fundamentos materiales, sus relaciones sociales, especialmente el peso de los li-
najes nobiliarios, el oikos como núcleo estructurante de esas relaciones, la existen-
cia de una comunidad organizada; pero también su ética, sus creencias y el siste-
ma de valores compartido por sus dirigentes, más allá de los conflictos y luchas en
que se hallan inmersos.
La Ilíada y la Odisea son un ejemplo de que, cuando estudiamos este mundo, a
menudo nos encontramos con “[...] muchos textos que [...] no nos documentan sobre
los hechos, sino acerca de la manera en que los griegos los aprehendían [...]” (Austin,
Vidal-Naquet, 1986:12).
Homero trabajó sobre una herencia mítica amplia –el conjunto de los mitos del
ciclo troyano– de donde extrajo sus materiales que elaboró hasta dar a persona-
jes y acontecimientos una forma prestigiosa, incorporada luego a la tradición
posterior a él.
Mucho más tarde, el siglo V y en particular los poetas dramáticos (los grandes
trágicos: Esquilo, Sófocles, Eurípides) fueron receptores de esa tradición, muchos
de cuyos elementos constituyen la materia prima de tragedias tales como
Agamenón, Ifigenia, Electra, Orestes, Ayax, Troyanas, entre otras.
Griegos y romanos de la Antigüedad asignaron a ambos poemas un gran valor
en la educación de sus jóvenes; en ese sentido, contribuyeron a moldear la menta-
lidad de sus dirigentes a lo largo de muchas generaciones.
La guerra de Troya y el retorno de los héroes aqueos a sus lugares de origen –per-
tenecientes en gran medida al ámbito del mito y al ciclo de relatos ya mencionados–
constituyen sólo el trasfondo. De allí el poeta selecciona y elabora un tema central en
torno al cual se entreteje el relato, al que enuncia y anuncia ante su público, un públi-
co que escucha y comprende desde un marco referencial común.
La invocación a la Musa, que canta a través del aedo, pone de manifiesto el pres-
tigio de la poesía en una sociedad regida por las normas comunicacionales de la
oralidad, pero también la legitimación de la visión de los sectores dominantes, efec-
tuada a través de una herramienta común a todos, el lenguaje.
Así vemos en el canto I de la Ilíada la instalación del tema central:

31
“Canta, ¡oh diosa!, la cólera del Pélida Aquileo: cólera funesta que causó infinitos
males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quie-
nes hizo presa de perros y pasto de aves (cumplíase la voluntad de Zeus) desde
que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquileo.”3

El gran conflicto entre los basileis y la ofensa inferida al honor de Aquileo llevan
a éste a retirarse de la lucha, a la que sólo volverá para vengar la muerte de su com-
pañero Patroclo y para matar a Héctor, el héroe troyano, cuya muerte anuncia el
próximo fin de Troya.
En el hilo del relato se intercalan las aristeias, pasajes destinados a ensalzar la
areté de los grandes guerreros e inclusive de personajes secundarios. A pesar de
estos rodeos, el poema posee una lógica interna, el conjunto es muy coherente y de
una belleza propia de una de las más grandes obras de la literatura universal.4
La Odisea se abre también con la presentación del tema central, del que también
la Musa es depósito de la memoria colectiva y vocero frente al público receptor:

“Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la


sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando muchísimo tiempo, vio las poblacio-
nes y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran
número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su
vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como
deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. [...] ¡Oh diosa, hija de Zeus!,
cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.”

En la trama de la Odisea se entrelazan tres núcleos temáticos:


• los viajes de Telémaco, quien (frente al acoso de los pretendientes a Penélope
para apropiarse de los bienes y el poder de Odiseo) sale a buscar noticias de su
padre ausente;
• las peripecias del largo viaje de retorno desde Troya, que el mismo Odiseo narra
durante su estadía en la isla de los feacios;
• el castigo de los pretendientes, el reencuentro de Odiseo con su esposa e hijo
y la recuperación de su oikos.

Más allá del hilo del relato y de la trama argumental, desde el punto de vista del
análisis histórico nos interesa especialmente descubrir la sociedad que está en su
trasfondo: una sociedad cuyas relaciones constitutivas están articuladas en torno
al oikos aristocrático.5
Ningún comentario puede reemplazar la lectura de los poemas mismos. Es muy
importante estar atentos a su valor como obras literarias, a la belleza y fuerza de las
imágenes, al diseño de personajes y situaciones, pero también tener presente que

32
son productos de un quehacer humano históricamente situado. Para nuestra disci-
plina encierran algún tipo de información y la tarea de afrontar su lectura está rela-
cionada con la mirada y la tarea del historiador.
Cabe pues preguntarnos cuál es el alcance y cuáles los límites de su validez como
testimonios históricos.6

33
Notas

1. La poesía épica, inicialmente oral, está concebida de otros bienes que, junto con su estilo de vida,
para narrar, recitar y cantar frente a un auditorio. Son atestiguan su preeminencia social. La traducción a
largos poemas, cuya temática es la epopeya: las las lenguas actuales –rey– oscurece su significación.
hazañas míticas de héroes en la guerra, en viajes y 4. Los cantos o rapsodias que hoy constituyen am-
aventuras, en las que muestran condiciones que ex- bas obras son una división artificial, realizada por los
ceden las de un mortal común, sin que falte la inter- sabios alejandrinos, que no coincide necesariamente
vención de lo divino y de lo mágico. con un motivo completo.
El caso específico de los poemas homéricos, la pro- 5. Finley (1961:117) señala que “[…] los lazos familia-
blemática de su autoría y de su composición han res, aunque fuertes, estaban muy limitados, y […]
dado lugar a largos debates en los que se han otras relaciones fuertes y con frecuencia más obligato-
involucrado filólogos, lingüistas y literatos. La mis- rias se establecían fuera del grupo de sangre. […] El
ma existencia de Homero ha estado rodeada de du- parentesco no era sino uno de los principios organiza-
das desde la Antigüedad. La “cuestión homérica” dores, y no el más poderoso. La preeminencia yacía
como tal ha sido planteada al menos desde el siglo en el oikos, la gran casa solariega noble con su cuer-
XVIII. Para profundizar en ello, remitimos a la biblio- po de esclavos y plebeyos, sus dependientes aristo-
grafía especializada. cráticos, y sus parientes y amigos-huéspedes alia-
2. La palabra griega areté no tiene traducción a las dos”. Esa casa es el centro de la gran propiedad
lenguas modernas. Está vinculada a la idea de virtuo- nobiliaria, con sus campos de labor o de pastoreo y
sismo o excelencia en un hacer específico. En el mun- sus bosques. Por otra parte, en esa sociedad falta-
do homérico está asociada al conjunto de cualidades ba en gran parte un poder coercitivo superior y el
que constituyen al guerrero ideal: desde la belleza, la principio de comunidad era todavía muy rudimenta-
fortaleza corporal, la destreza y valentía en el comba- rio. Es decir, que nos encontraríamos todavía lejos
te, hasta la pertenencia a la aristocracia por su naci- de los tiempos de la polis.
miento, por su formación y por los valores a los que 6. Cuando se los aborda por primera vez, creemos
consagra su vida y por los que prefiere morir antes necesaria la consulta previa de la bibliografía especí-
que perder la honra o estima –timé– de sus iguales. fica, que expone el marco de análisis, lo que permiti-
3. La palabra basileus (plural: basileis) es la que en rá luego una mejor comprensión de los textos.
los poemas designa a estos jefes de la nobleza gue-
rrera, cada uno de los cuales es dueño de un oikos y

34
III. La polis:
algunos lineamientos
para el abordaje

Como ya se ha señalado, la polis –como marco organizador de la vida en socie-


dad entre los griegos–, cumple un proceso histórico durante el cual se modifica,
desde su emergencia en el siglo VIII hasta su agotamiento durante el siglo IV.
En ese proceso se diferencian etapas en cada polis, pero también las poleis se
diferencian entre ellas. En cuanto a la periodización y delimitación temporal, suge-
rimos leer “La delimitación temporal y algunos problemas para la periodización” en
el tomo I de esta obra (Milia-Lizárraga, 2007:33).
La relación entre la polis como marco de la participación y la política en la Grecia
antigua plantea la necesidad de hacer algunas reflexiones de carácter conceptual.
Ciertamente hay una familiaridad entre los términos polis y política, ya que para
los griegos el segundo aludía el ejercicio pleno del conjunto de los derechos ciuda-
danos y de las diversas actividades de la vida social, que sólo eran posibles y te-
nían sentido en el seno de la polis. Es decir, que lo que los griegos llamaban política
incluía los conflictos por el poder o los problemas vinculados a la conducción de la
polis, pero iba mucho más allá de estos.
Se trataba de una noción mucho más abarcativa que lo que el mundo actual
entiende por política, noción que descansaba sobre una experiencia integral y dife-
rente: lo político incluía entonces todo tipo de relaciones sociales, de tal modo que
coincidía con lo social o, en todo caso, lo social se expresaba en lo político. Inclusi-
ve, lo que hoy llamaríamos conflictos de clases se manifestaban en el seno de la
comunidad cívica, en sus luchas políticas: eran los conflictos entre ciudadanos
propietarios y no propietarios en torno a la tierra y a los derechos a la participación
en la toma de decisiones sobre la polis.
Tanto el concepto como la experiencia misma de la polis son tan únicos y parti-
culares que su reemplazo por conceptos actuales siempre resulta insuficiente.

35
Frecuentemente se lo utiliza como sinónimo del de ciudad-Estado, pero resulta que
la polis en sentido amplio era mucho más que una ciudad, ya que también incorpo-
raba dentro de su órbita al campo. De ahí que la integración al cuerpo de ciudada-
nos se diera más por los atributos que definían la pertenencia de un individuo al
mismo que por su residencia urbana o rural.
Claro que los griegos diferenciaban bien ambos ámbitos; un ciudadano ateniense
que residía en el campo sabía que tenía que trasladarse hacia la ciudad para con-
currir a la asamblea, y del mismo modo un ciudadano residente en la ciudad podía
distinguir con claridad los matices entre un ciudadano urbano y un ciudadano cam-
pesino. 1 Pero también estaba claro que la polis constituía una unidad, fundamen-
talmente política, que integraba en su seno todas estas diferencias. “[…] la polis
está constituida por el conjunto de ciudadanos, privilegiados y no privilegiados, con
independencia de su residencia rural o urbana, mientras que en la ciudad residen
también no ciudadanos (junto con mujeres, niños, extranjeros y esclavos), que no
participan de la vida política” (Bravo, 1994:213).
El propósito es pues mostrar que polis es un concepto polisémico que puede
definir al lugar físico (un individuo puede trasladarse de Corinto a Atenas), pero tam-
bién a la comunidad de ciudadanos (los atenienses que se enfrentaron contra los
espartanos en las guerras del Peloponeso); en este último caso también queda
marcada la diferencia entre aquellos que por definición jurídica son ciudadanos y
aquellos que a pesar de residir en el ámbito de la polis son extranjeros, libres o
esclavos según sea el caso.
No todos los conjuntos urbanos tenían la misma categoría, afirma Gonzalo Bravo.

“La aldea era un núcleo urbano menor, pero con entidad propia respecto de la ciu-
dad; ésta, generalmente formada por agrupación de aldeas próximas (sinecismo),
constituía el mayor conjunto urbano del área, pero no era su potencial demográfi-
co el que definía su status ni tampoco sus funciones de defensa, sanidad, belleza
o bondad de convivencia, tal como sostenía Aristóteles, ni siquiera sus edificios
públicos o privados, sino, como la define Pausanias, aquella en la que hay institu-
ciones políticas: asambleas, consejos, magistraturas.”

Es decir, se trata también de una unidad política que fue incorporando en su seno
a formas de organización social y comunitarias menores, que fueron características
de tiempos anteriores y que en el lento proceso que supuso la configuración de la
polis fueron subsumiéndose en ella, pero sin perder por eso su propia identidad.
Desde el punto de vista físico la polis incluye lo específicamente urbano (asty)
como también el territorio que la circunda (chóra), en el que se ubican las aldeas y
que abarca los campos de labor, las áreas de pastoreo y los bosques.

36
“Por tanto, sin reducir el concepto a su noción abstracta, probablemente posterior,
la ‘polis’ representa el ámbito más amplio de organización, que llegaría a identifi-
carse con ‘estado’.” (Bravo, 1994:213)

1. Algunos problemas en torno


al surgimiento de la polis
El surgimiento de la polis como forma de organización social y política –que dis-
tingue a la Grecia del período comprendido entre el siglo VIII y el IV a. C, respecto
de otras etapas– constituye uno de los problemas más interesantes, tanto por las
dificultades que supone su abordaje, como por la importancia de la interrogación
acerca de los orígenes de una formación estatal tan particular y única en la historia
de la humanidad.
Es posible constatar la emergencia de la polis ya hacia mediados del siglo VIII,
en las costas del Asia Menor, las islas del Egeo y la Grecia Continental. Pero conti-
núa siendo tema de diversas investigaciones y reflexiones aquello que se encuen-
tra vinculado con la etapa anterior a la conformación de esta nueva unidad política;
esto es, precisamente, el período formativo de la polis; si es que es posible hablar
de algunos lineamientos comunes al conjunto del proceso, dado que no fue tanto la
uniformidad como la diversidad lo que caracterizó la construcción de la ciudad-
Estado en Grecia.
La etapa de la polis es, entre otras tantas cosas, la que se caracteriza por una
marcada diferencia respecto de sus formas estatales con el anterior período de la
monarquía micénica. Aunque parezca una obviedad señalar esta cuestión, resulta
necesario remarcar la importante fisura (según términos de Vidal-Naquet) que sepa-
ra a la Grecia de los palacios de la de la polis y que conocemos con el nombre de
época oscura y a la cual nos hemos referido anteriormente. Pues justamente es en
esta etapa en la que el mundo griego asistió, por un lado, a la disgregación de las
antiguas unidades estatales caracterizadas por la centralidad de los palacios y cuyo
derrumbe trajo aparejada la atomización del poder en esa multiplicidad de unidades
nobiliarias (basileias) propias de los tiempos homéricos; y por el otro, a la lenta y gra-
dual construcción de las bases organizativas de la nueva ciudad-Estado y de la co-
munidad cívica que dieron forma a la polis. Paradójicamente, a la riqueza de muta-
ciones y transformaciones que esta etapa contiene, debemos oponerle las más gran-
des lagunas y silencios desde el punto de vista de las evidencias y testimonios que
nos permitan lograr una reconstrucción adecuada de este proceso constitutivo.

Cierto es que, aunque no en forma contundente, tanto la arqueología como la


literatura homérica nos permiten recorrer los siglos X y IX a. C. como la antesala de
la polis. La reconstrucción de la sociedad homérica hace posible observar los mo-

37
dos en que van apareciendo y tomando forma después las primeras instituciones,
las primeras formas de participación que –tanto en el ámbito político y religioso
como en el de la administración de justicia–, perdurarán y formarán parte constitu-
tiva posteriormente de la polis.
Pero aun así subsiste la pregunta: ¿en qué momento se produjo el salto cualita-
tivo que permitió integrar dentro de una unidad estatal más amplia –la polis– al
conjunto de comunidades más pequeñas –oikias y basileias– bajo la común acep-
tación de pertenencia a un Estado que se presenta (según palabras de Aristóteles)
como el todo necesariamente superior a las partes, pero que al mismo tiempo inte-
gra a las partes sin que ello implique su definitiva eliminación?
Este proceso que los propios griegos identificaron con el nombre de sinecismo
(synoikismo) es precisamente lo que constituye sin lugar a dudas el momento
crucial en el proceso de formación del Estado griego, pero a la vez el nudo del
problema histórico.
Ya Aristóteles, en la Política, identificaba con claridad una suerte de secuencia
evolutiva que conducía en un continuo, desde la familia al Estado, señalando entre
ambos la existencia de las aldeas; cada una, en tanto parte, era constitutiva del
todo; esto es la polis.
Del mismo modo podemos observar, ya en los umbrales de la época clásica, cómo
los demoi constituyen las unidades jurisdiccionales más pequeñas en el Ática, y
adquieren un rol significativo a partir de las reformas de Clístenes; todo ello nos
permite inferir que estas unidades/comunidades, integradas en un espacio jurídi-
co más amplio, aún subsisten y constituyen por tanto una referencia de tiempos
pasados en que estuvieron al margen de las formas estatales de organización.
Pero nuevamente cabe preguntarse: ¿cómo se produjo esta integración y qué
características tuvo, siempre y cuando fuera posible hablar de una misma integra-
ción para todos los casos teniendo en cuenta que el mundo griego antiguo fue
básicamente un conglomerado de ciudades-Estados independientes?

En principio podemos decir que es necesario tener en cuenta dos características


del mundo antiguo que hemos señalado reiteradamente, pero que cabe puntualizar
aquí en tanto son aspectos fundamentales en el análisis. La primera es el carácter
predominantemente agrícola de la economía antigua, lo cual nos permite pensar, no
en cualquier tipo de comunidad, sino fundamentalmente en comunidades organi-
zadas en torno a la explotación de la tierra como principal bien. En segundo lugar, y
en relación con lo anterior, quien se definirá en el proceso griego como ciudadano
de pleno derecho perteneciente a la comunidad cívica es básicamente un campe-
sino, pequeño o mediano, que organiza su trabajo como trabajo familiar, y que cons-
tituirá la base social de la nueva organización estatal a partir de su plena integración
al cuerpo cívico, esto es la cristalización del ideal del campesino-ciudadano.

38
Según afirma Gallego: “[…] en la mayoría de las comunidades helénicas ser cam-
pesino implicó tomar parte del proceso gubernamental, decidiendo políticamente y
sirviendo militarmente. […] lo que importa de los campesinos en la ciudad no es tan
sólo su presencia física o su residencia allí, sino sobre todo el hecho de que a lo largo
de la era arcaica lograron convertirse en ciudadanos…” (2005:16).
Ésta es, pues, una línea central que permite analizar, por un lado, de qué modo
se da “[…] el desarrollo de la polis a partir de la congregación de comunidades al-
deanas, es decir, la unificación de segmentos semejantes en una entidad mayor re-
gida por la lógica política […]”, y por el otro, “[…] la singularidad del Estado griego en
tanto comunidad política que incorpora a los agricultores libres como miembros de
plenos derechos” (2005:17).
Así, entonces, para el autor: “[...] la incorporación de los labradores a la vida polí-
tica y militar de la polis, con plenos derechos para tomar decisiones, supuso la con-
formación de un Estado en el que las jerarquías sociales no constituyeron el principal
punto de anclaje. Una de las razones de esta singularidad del estado griego se halla
en el modo en que no sólo el campesinado, sino sobre todo las pautas de la comuni-
dad aldeana se convirtieron en soportes de la organización política de la polis, pues
a diferencia de otros procesos, en el mundo griego el estado no emerge como una
instancia jerárquica sino como una organización segmentaria que parte de la gene-
ralización de principios aldeanos que conservan su vigencia en el nuevo orden
institucional” (2005:21).
En esta dirección, entonces, la aldea aparece como un elemento central a con-
siderar en el proceso de conformación de la polis. Su persistencia al interior de la
misma contribuirá, por un lado, a la plena inserción del campesinado en el orden
político-militar, y, por el otro, a la integración del territorio y la población a través
del empadronamiento de los habitantes y la organización de los cultos religiosos
entre otras cosas.
Pero, además cabría señalar las diferencias de niveles existentes en el proceso
de organización de las comunidades griegas. Distingue Gallego al menos tres ni-
veles básicos, y que estarían dados por: “[…] el hogar asociado con la posesión de
un lote, que podía significar tanto una propiedad agraria como el lugar de residencia
familiar; la aldea constituida según pautas de integración determinadas, pues los
hogares no se encontraban caóticamente dispersos en los territorios que ocupaban;
y finalmente la ciudad, que no era una unidad indivisa, sino que se hallaba integrada
por aldeas en torno a las cuales se nucleaban los hogares”.
De este modo, “[…] entre la ciudad y el hogar, entre lo público y lo privado, se
percibe el papel articulador que cumplía la comunidad aldeana, que a diferencia del
hogar destinado a satisfacer las necesidades inmediatas de manutención […], no
resolvía estas exigencias sino aquellas derivadas del lazo entre los hogares por el
parentesco, los antepasados comunes, etc.” (Gallego, 2005:23).

39
Ya están mencionados de este modo los tres elementos constitutivos del nuevo
Estado griego. Pero, ¿a partir de qué momento es posible observar la articulación
recíproca entre ciudad, aldea y hogar en el nuevo marco organizacional que cono-
cemos como polis?
Pues bien, precisar el momento exacto no nos resulta posible, pero tampoco ello
tiene una importancia en sí mismo. Por el contrario, aquí resulta interesante, y dado
que se trata de un proceso con etapas o fases diferenciadas en su desarrollo, ver
cómo es percibido dicho proceso por los propios contemporáneos.
Respecto de la sociedad homérica ya nos hemos referido en el apartado especí-
fico. Pero más allá de Homero, y también en los albores del nuevo Estado, Hesíodo2
es el poeta campesino que nos muestra a través de Los Trabajos y los Días una so-
ciedad vista desde abajo, desde la realidad del campesino que experimenta una
transformación que todavía no puede definir con claridad pero cuyos componentes
principales ya están identificados como partes del proceso de constitución de un
nuevo espacio social y político.
Desde la perspectiva de Gonzalo Bravo: “Hesíodo no menciona específicamente
la ‘polis’ sino tan sólo la ciudad; sus demandas de justicia social contra los abusos de
la nobleza implican la existencia de una comunidad política organizada, en la que
incluso los ‘reyes’, aunque sigan conservando tal nombre (basileis), han sido despla-
zados ya por los ‘nobles’. En el mismo sentido, aunque Hesíodo circunscribe el con-
tenido de su obra al funcionamiento autárquico del ‘oikos’, el contexto remite a un
régimen de aldea (kome) y reclama la justicia (dike) de la nobleza residente en la
ciudad (asty). Pero estos tres elementos, así interrelacionados, son básicos en la for-
mación del nuevo sistema de convivencia social y política” (1994:211).
Otra lectura interesante sobre el relato de Hesíodo nos la ofrece Gallego, quien
afirma que “[...] en Los Trabajos y los Días es posible percibir el momento en que la
aldea es confrontada con la ciudad, marco en el que los mecanismos aldeanos, y en
especial una imagen igualitaria de base agraria, serán invocados como pilares del fun-
cionamiento de la ciudad justa [...] En efecto, la polis hesiódica se presenta como una
comunidad comandada por los aristócratas (basiléis) en el marco del ágora, las dispu-
tas, las deliberaciones. Pero lo anterior no comporta una situación que otorgue cabida
plena a los campesinos, sino una relación de preeminencia de los nobles en la cual
aquellos se ven obligados a gratificar a éstos mediante regalos [...] El aldeano observa
el mando impuesto por los nobles desde la ciudad, como algo externo a su propia co-
munidad que es la aldea: aquella representaría una instancia de dominación sobre ésta”.
Y si bien, según señala el autor, puede debatirse en torno al carácter voluntario o
no de la apelación de Hesíodo y Perses a la justicia de la ciudad, lo cierto es que
“[...] aun cuando esto ocurra de manera voluntaria, la ciudad, el ágora y el accionar
de los nobles sea algo que ya esté operando como ámbito de influencia sobre la al-
dea [...] Es cierto que Hesíodo no se siente parte del engranaje de la ciudad [...] Pero

40
más allá de su visión ‘desde afuera’, el hecho de que acepte un arbitraje desde Tespias,
para juzgar una situación que, en principio, debería resolverse en la aldea, lo incluye
potencialmente en el marco del ágora, y por ende la autonomía de Ascra comienza a
quedar restringida. Esto constituye un modo de sinecismo: la inclusión de la aldea de
Ascra bajo la órbita de la ciudad de Tespias” (Gallego, 2005:25-27).

Otro aspecto a considerar es el relativo al sinecismo. ¿Cuál es el modo como fue


desarrollándose esa integración de unidades organizativas más pequeñas en un
conjunto estatal más abarcativo?
En primera instancia conviene remarcar la idea de que el proceso no fue igual en
todos los casos. Las transformaciones que llevaron a la integración territorial y po-
lítica en torno a un nuevo concepto de ciudad tuvieron sus matices de acuerdo con
las diferentes condiciones, tanto sociales como territoriales, religiosas y políticas.
Por ello, el sinecismo ático representa un proceso diferente del de la unificación
territorial de Laconia y Mesenia en el caso de la polis espartana, o del de aquellas
poleis que tuvieron que adecuarse a territorios más pequeños. Pero tampoco el
tamaño del territorio (chora) es un condicionante en el proceso, aunque junto al centro
urbano sea parte indispensable de la polis ya que constituye su base económica.
En la formación de este nuevo sistema político que resulta del sinecismo, Gonza-
lo Bravo (1994:212) identifica dos factores centrales que intervienen en dicho pro-
ceso. Uno de ellos es precisamente el aumento demográfico y la desintegración
resultante de los marcos estrechos del oikos basado en los lazos parentales. Así,
“los ‘guene’ dejaron paso a una comunidad territorial en torno a la ‘aldea’, constituida
en origen por agrupaciones de oikos”. El otro resulta de la agrupación de aldeas de
donde surgirá la polis, término que “[...] en origen denominó tanto a la acrópolis como
al núcleo urbano, propiamente dicho, así como el territorio (chora) perteneciente a
los ciudadanos (politai)”.
Volviendo a la línea de razonamiento de Gallego (2005:31-34), podemos concluir
con la siguiente afirmación: “[...] a partir de estos procesos, la polis se instituyó como
propietaria principal de la tierra, de cuya autoridad los ciudadanos extraían sus prerro-
gativas privadas sobre las parcelas [...] Pero podría decirse que, dentro de la polis, la
aldea seguía oficiando de intermediaria. En este sentido, importa destacar no tanto la
preexistencia de la aldea respecto de la ciudad como su persistencia en el marco de
la organización cívica [...] La polis, por lo tanto, se conformó morfológica y socialmente
con arreglo a la comunidad de aldea, puesto que ésta aportó a la ciudad-Estado su
infraestructura espacial y demográfica, es decir, tanto una unidad local con su consi-
guiente ordenación del territorio como el grupo humano que la habitaba con sus for-
mas específicas de vinculación social. Ciertamente, la conformación de la polis trae-
ría aparejadas consigo transformaciones. Pero de una manera u otra, las condiciones
aldeanas seguirían operando bajo las nuevas circunstancias establecidas”.

41
Notas

1. Como se manifiesta en las comedias de Aristó- fatigosamente su propia tierra ayudados de los miem-
fanes, tales como Acarnienses, Paz, Asamblea de bros de su familia, de algunos esclavos y eventualmen-
las mujeres, etc. te de jornaleros estacionales. La penuria del campesi-
2. Hesíodo: “Comparado con Homero, el testimonio nado ha llevado a pensar que Hesíodo retrate en reali-
de Hesíodo, poeta beocio que vivió c.700 a. C., es dad la crisis agraria de la Beocia de su tiempo [...]
más modesto, pero no menos rico en detalles y pro- Por el propio Hesíodo sabemos que era hijo de un
bablemente más ajustado a la realidad social e marinero eolio, de Cymé, que arruinado encontró tie-
institucional de su propio tiempo. [...] la obra hesiódica rras en la aldea beocia de Ascra, cuyo territorio podría
se refiere tanto al mundo de los dioses como al de los pertenecer a la vecina ciudad de Tespias ...] Lo cierto
hombres [...] Hesíodo intenta establecer un puente es que a su muerte pudo dejar una importante heren-
entre el pasado mítico y el histórico, a través de la cia a sus hijos Hesíodo y Perses. El reparto, en princi-
descripción de la genealogía de los dioses (en la pio favorable al poeta, fue violentado por Perses, quien
Teogonía), de un lado, y de la descripción de la vida sobornando a los jueces de Tespias –que él llama
cotidiana del campesinado (en Los Trabajos y los ‘basileis’ – consiguió invertir la situación en su favor, lo
Días), del otro lado [...] que provocó la indignación de Hesíodo contra los no-
Pero la parte más sugerente de la obra hesiódica, al bles [...] Hesíodo no menciona explícitamente a la
menos como fuente de información histórica, es Los ‘polis’, sino que se mueve todavía en el ámbito del
Trabajos y los Días. La obra contiene datos biográfi- ‘oikos’, vinculado al régimen de aldea, con escasas
cos de sumo interés, una especie de calendario agrí- salidas a la ciudad, con una economía autárquica que
cola y una crítica al sistema de administración de jus- provee de lo necesario al mantenimiento del conjunto
ticia de la época [...] La obra refleja un mundo de familiar” (Cfr. Bravo, 1994: 208-211).
pequeños campesinos independientes que trabajan

42
IV. La polis arcaica

1. Aspectos generales
La descomposición del mundo micénico había dado lugar a un poder fragmen-
tado en pequeños núcleos territoriales en torno a jefaturas aristocráticas.
Hacia el siglo VIII, la arqueología detecta algunos indicios de la emergencia de
la polis que se encuentran no sólo en las islas del Egeo y en Grecia continental, sino
también en las costas del Asia menor: sitios fortificados en lo alto de una colina (acró-
polis), emplazamientos de murallas o templos, enterratorios, etcétera.
Aunque falten muchas precisiones –ya que las fuentes escritas son escasas, con-
fusas y de elaboración tardía–, hacia los siglos VIII - VII pueden identificarse con
certeza los rasgos de una todavía incipiente comunidad cívica, tales como las ins-
tituciones básicas ya esbozadas en los poemas homéricos: el basileus (sustituido
por un poder colegiado, los magistrados, aun cuando uno de ellos pudiera conser-
var aquel nombre); el consejo (ya transformado en Areópago, integrado por los ex
magistrados); la asamblea (todavía incipiente y sin funciones definidas).1
La base de su economía es fundamentalmente agrícola, por lo cual la cuestión
de la tierra cultivable –en una geografía naturalmente escasa de llanuras y con re-
ducidas disponibilidades de agua dulce– resulta esencial en relación con la pro-
ducción de los medios de subsistencia y con la distribución del poder. La riqueza
se expresa en las dimensiones de la propiedad territorial, en el número de cabezas
de ganado, en la disponibilidad de bienes de prestigio.
Las instituciones señaladas son signo del poder que una aristocracia militar y
terrateniente ejerce sobre el conjunto, poder que se manifiesta también en el aca-
paramiento de la mayor parte de la tierra fértil y en el control de un campesinado
socialmente dependiente, integrado a los cultos religiosos de los gene nobiliarios.
Entre ambos sectores, un grupo de campesinos –que ha podido conservar la plena

43
propiedad de su tierra y que, por lo tanto, dispone de su libertad– posee medios
materiales para adquirir sus armas e integra como hoplitas la defensa de la ciudad,
situación que le permite presionar por mayores derechos dentro de la polis.2
La administración de justicia y la interpretación de las leyes consuetudinarias en
una sociedad marcada por la oralidad permanecen en manos de la nobleza. Las
demandas por las leyes escritas, a las que se ve como garantía de una justicia más
equitativa, se integran a los reclamos campesinos.3 La poesía de Hesíodo ya men-
cionada en el siglo VII es una muestra de ello.
Las palabras utilizadas por los griegos para designar estas situaciones en las
poleis arcaicas son muy diversas y las categorías según las cuales se clasifica a las
personas no alcanzan la nitidez que luego tendrán en los tiempos clásicos: entre el
libre y el esclavo existe toda una gradación de situaciones intermedias, que son
indicativas de diversas modalidades de dependencia personal. 4 Muchas de ellas
expresan la condición en que se encuentra un sector de la ciudadanía que ha per-
dido derechos en su comunidad y ha devenido en fuerza de trabajo sometida. Hay
también esclavos, pero no una sociedad esclavista.
El crecimiento demográfico presiona sobre los medios de subsistencia, frente a
situaciones que la aristocracia se niega a alterar voluntariamente. La stásis –estado
de conflicto, de desequilibrio social y político– lleva al reclamo de tierras y liberta-
des personales. Pero, por otra parte, el conflicto también se manifiesta en las luchas
por el poder entre los distintos linajes aristocráticos.
Las alternativas para esta situación son básicamente dos: o bien la salida a tra-
vés del Mediterráneo a buscar tierras donde asentarse para fundar una nueva ciu-
dad y descomprimir la presión interna, o bien las luchas en cada polis por lograr
transformaciones en sus relaciones de poder. Atenas es el principal ejemplo de esto
y el caso del cual nos ha llegado una información mayor para reconstruir sus gran-
des lineamientos.
La primera alternativa se refiere al fenómeno de la colonización, iniciada desde
mediados del siglo VIII por aquellas poleis en las que la escasez de tierras es mayor,
pero que se prolonga durante los siglos VII y VI con la incorporación de otras al
movimiento expansivo.5
La fundación de las apoikías, muchas veces a cargo de un oikista que dirige la
expedición, deriva en la implantación del modelo de la polis griega en gran parte
de las costas mediterráneas: es la ciudad-Estado, generalmente autónoma en lo
político, pero que entra a establecer lazos permanentes con la polis madre. Otro
tipo de establecimiento son los emporia o puertos comerciales. Apoikías y emporia
son siempre emplazamientos costeros y se despliegan en un amplio radio geográ-
fico: desde Al-Mina6 al este, hasta la que será luego la Hispania romana, el sur de la
Galia, el sur de Italia (la Magna Grecia) y Sicilia, las costas del Ponto Euxino, inclu-
sive, tardíamente, Naucratis, en las bocas del Nilo.

44
No sólo se satisface inicialmente la demanda de tierras, sino que se abren cre-
cientes contactos comerciales y lentamente se va difundiendo el uso de la moneda
para los intercambios: materias primas, cereales, metales, maderas, esclavos ex-
traídos de zonas aledañas, a cambio de cerámica y otras manufacturas artesanales
de las poleis madre. Una mayor diferenciación social afecta tanto a estas ciudades
como a otras que no fundan establecimientos, pero que participan del movimiento
general. La navegación y los traslados de personas se intensifican y facilitan el in-
tercambio cultural y la helenización de lugares a la vez distantes y puntuales. No es
un dato menor señalar que el alfabeto griego de Calcis (derivado del fenicio) y lle-
vado a las poleis implantadas en Italia, una vez modificado, terminará dando lugar
al alfabeto latino que hoy utilizamos.
Los canales de circulación de bienes materiales y culturales tendrán un rol rele-
vante en la helenización de Italia y de una considerable parte del Imperio luego
construido por Roma.
En el mundo de la ciudad arcaica, la stásis afecta tanto a las poleis más antiguas
–en Grecia continental, en las islas del Egeo o en las costas del Asia Menor– como
a las más recientes, producto del movimiento colonizador.
El sometimiento de parte de los ciudadanos a diversas modalidades de de-
pendencia personal, el reclamo por las leyes escritas, la aparición de la figura de
los legisladores y, más tardíamente, de los tiranos, afectan con matices a la mayo-
ría de aquéllas, aun cuando en muchos casos nuestros datos sean demasiado
fragmentarios.
La difusión del sistema hoplítico de defensa es de gran significación en el pro-
ceso de evolución de la polis y de sus reformas políticas. En un contexto de luchas
entre linajes aristocráticos, expresa la relación entre ciudadanía y propiedad de
la tierra y pone en práctica una nueva forma de combate en la que los soldados,
uno junto a otro, dependen de las acciones del conjunto y no meramente del he-
roísmo individual.
Un cierto retroceso de la nobleza y las rivalidades intranobiliarias llevarán a algu-
nos personajes vinculados con aquélla a buscar el poder mediante el apoyo de otros
grupos sociales. La falange hoplítica –en la que sus miembros poseen una cierta
conciencia de la igualdad de sus derechos– cumplirá entonces un rol fundamental
en el acceso de los tiranos al poder de la polis, lo que logran por la fuerza, despla-
zando a los aristócratas tradicionales.
La tiranía se instala desde mediados del siglo VII, si bien es una experiencia política
que no se da en todas las poleis. El tyrannos es un gobernante que dispone de poderes
extraordinarios, que no comparte con otros miembros de la comunidad, pero la
necesidad de obtener el apoyo del démos contra la aristocracia los lleva a realizar
las reformas sociales destinadas a aplacar la stásis, que benefician de distintas
maneras tanto a la población urbana como a la rural. La identificación de su gloria

45
con la de la polis los constituye en promotores de grandes obras públicas, festiva-
les poéticos y religiosos, fundación de nuevas colonias.
Los tiranos de la primera generación cuentan con el apoyo del démos, pero a la
vez deben responder a las exigencias de los nuevos grupos urbanos que han veni-
do creciendo al compás de los avances de la colonización y que exigen su plena
integración a la polis.
En la segunda generación, el intento de transformar su poder en hereditario los
lleva al despotismo y a la violencia, política sostenida mediante un ejército de mer-
cenarios, que suscita la resistencia y el fin de las tiranías.
En algunas poleis el proceso desemboca en formas de gobierno oligárquicas;
en el caso de Atenas, contribuye a poner las bases para la democracia. En todos los
casos se hace evidente la necesidad de que en adelante los aristócratas tengan en
cuenta al démos para poder hacer efectivo el control político.

2. El caso específico de Esparta:


ilotismo y Estado hoplítico
Esparta, ubicada a orillas del río Eurotas en la región de Laconia, presenta al
historiador una forma peculiar de organización que ha hecho y hace de esta ciu-
dad-Estado una excepción en el conjunto de ciudades griegas, o al menos un caso
particular que, saliéndose del común denominador que caracterizó al conjunto de
las poleis en Grecia en su etapa arcaica, continúa hoy llamando la atención de es-
tudiosos e investigadores. De hecho, en la propia Antigüedad –señala Pavel Oliva–
se discutía el tipo de Estado creado por los espartanos. Así, menciona el autor que
“[…] lo que más sorprendía en primer lugar a los demás griegos, y particularmente a
los atenienses, era que los espartanos no habían desarrollado completamente el prin-
cipio de la propiedad privada y que la familia no era una institución completamente
estable” (Oliva, 1983:9).
En primer lugar resulta peculiar su integración territorial. Se trata de una polis
que ha conquistado, sometido e incorporado en forma efectiva un hinterland bas-
tante amplio en el Peloponeso. La anexión de la región de Mesenia (importante lla-
nura de tierra fértil) y el sometimiento de su población originaria provocaron un giro
fundamental en la conformación del Estado y la sociedad lacedemonia.
Como contracara de la experiencia ateniense, Esparta no conoció la tiranía, ni
tampoco ocupa un lugar importante, en su proceso histórico, la tarea reformadora
de grandes legisladores, a excepción del mítico Licurgo a quien la tradición atribu-
ye el protagonismo excluyente en la elaboración del marco organizativo de la polis
y la consecuente concreción de la eunomía (buen gobierno) espartana.7
Así lo expresa Heródoto (1985:I-LXV y LXVI): “[…] se gobernaban en lo antiguo por
las peores leyes de toda la Grecia, tanto en su administración interior como en sus

46
relaciones con los extranjeros con quienes eran insociables; pero tuvieron la dicha
de mudar sus instituciones por medio de Licurgo […]. Después ordenó la disciplina
militar, estableciendo las enotias, triécadas y syssitias, y últimamente instituyó los
éforos y los senadores. De este modo lograron los lacedemonios el mejor orden en
sus leyes y gobierno […]”.

Por otra parte, el eje de los conflictos sociales que caracterizaron la época arcai-
ca en Grecia se vio corrido, en el caso espartano, hacia la particularidad que pre-
sentaba el hecho fundamental del sometimiento de los ilotas, probablemente des-
cendientes de los primitivos ocupantes del territorio. No se trataba de resolver las
luchas intestinas entre propietarios y no propietarios, entre ricos y pobres. No estu-
vieron presentes los reclamos por la igualdad de derechos políticos, la liberación
de cargas y el acceso a la propiedad privada de la tierra. Por el contrario, la Esparta
que mejor conocemos, la comprendida entre los siglos VI al IV a. C., era un Estado
territorial, de corte oligárquico y que presentaba, aún en tiempos clásicos, una fiso-
nomía arcaica de la sociedad y de sus instituciones.
Pero, cabe la pregunta: ¿en qué momento es posible ubicar el giro decisivo en la
historia espartana, giro que la condujo a transitar por un andarivel distinto y particu-
lar del resto de las ciudades griegas de su tiempo?
A causa de la escasez y ambigüedad de las fuentes, nuestra ignorancia es mu-
cha. Muy poca información podemos obtener acerca de los primeros tiempos en
Esparta y, al igual que en toda Grecia para los tiempos de la época oscura, la ar-
queología no nos brinda demasiados datos, y menos útil aún resulta para el parti-
cular caso lacedemonio.
El rechazo de los espartanos a los extranjeros y la no conservación de registros
escritos nos imponen otros límites. Y de igual modo el mito puede acercarnos al-
gunas sugerencias, pero bien sabemos que siempre ha sido más manipulable
que verificable.

Cuando hablamos de este giro decisivo nos referimos a las profundas transforma-
ciones que tuvieron como resultado final un cambio de estructura. Para comprender
su magnitud resulta interesante lo que señala Finley cuando se refiere a ellas:

“Permítaseme cualificar un poco esta ‘revolución’. Esquemáticamente (y con bas-


tante inexactitud) puede dividirse la estructura de la Esparta clásica en tres rúbri-
cas generales:
1. La infraestructura de las asignaciones de tierras, de los ilotas y los periecos, con
todo lo que ésta comporta en relación con el trabajo, la producción y la circulación
de bienes.
2. El sistema de gobierno (incluida la organización militar).

47
3. El sistema ritual: los ritos de pasaje, la agogé, las divisiones por edad, la syssitia,
etcétera.
Estos aspectos se remontan a orígenes distintos e historias diferentes; los tales no
se desarrollaron y mutaron en bloc; y no siempre tuvieron las mismas e inaltera-
bles funciones. ‘La revolución del siglo VI’, constituyó, en consecuencia, un com-
plejo proceso que comportó algunas innovaciones, y muchas modificaciones y re-
institucionalizaciones de elementos que parecen haber sobrevivido inalterados.”
(Finley, 1979:250-251)

No obstante, es posible recuperar, a grandes trazos, los aspectos más salientes


de la cultura y de la historia militar y constitucional espartanas.
En su mayoría los historiadores coinciden en señalar que las fuentes con bases
más firmes datan del siglo VII, a comienzos de la época arcaica. Desde la arqueo-
logía, las excavaciones realizadas a comienzos del siglo XX en el santuario de Ártemis
Ortia y, por otra parte, los fragmentos –por ejemplo de poetas como Alcmán, o las
referencias a Terpandro a quien se le atribuye la invención de la lira y la fundación
de la tradición musical, o los fragmentos del poeta Tirteo– nos revelan que para los
primeros tiempos Esparta atravesaba, en su devenir histórico, las mismas dificulta-
des y problemas de corte político-social que el resto de las poleis griegas (Finley,
1987:127-129).
Pero Esparta finalmente tomó un rumbo distinto: no participó del proceso coloni-
zador;8 esto es un dato importante, ya que la razón principal está en el proceso de
ampliación territorial por la conquista de la vecina Mesenia hacia finales del siglo VII:

“[…] a nuestro rey, a Teopompo, caro a los dioses, / con el que conquistamos la
ancha Mesenia, / la Mesenia buena para arar y buena para plantar. / Por ella lucha-
ron durante diecinueve años / sin descansar un momento, con espíritu valeroso, /
armados con lanzas, los padres de nuestros padres. / Y en el año vigésimo ellos
(los mesenios), abandonando los ricos cultivos / huyeron de las grandes monta-
ñas Itomeas.” (Tirteo, cit. por Murray, 1986:150)

De este modo comienza a configurarse en Esparta un nuevo sistema desde el


punto de vista territorial, pero también desde el social y político. Los espartanos
incorporan a su dominio una amplia población mayoritaria, originaria de la región
de Mesenia, y a la cual mantendrán sometida y ligada a las actividades producti-
vas (fundamentalmente agrícolas), las que estarán en adelante prohibidas para
cualquier ciudadano espartano. Y así nace y se configura progresivamente un sis-
tema que diferencia al nuevo Estado lacedemonio del resto de las poleis.
Así lo entiende Oswyn Murray cuando señala que “la conquista de Mesenia fue lo
que creó la base económica y social para el Estado espartano clásico. En su esencia

48
la guerra fue un movimiento colonial con el que, mediante la conquista del sudoeste
del Peloponeso, los espartanos se aseguraron tierras para sí mismos sin la necesi-
dad de crear colonias ultramarinas; el proceso implicaba la esclavitud de un grupo
dorio a manos de otro” (1986:150).

En términos generales, o mejor dicho siguiendo a Finley (1979:253) en términos


ideales, el Estado espartano adquiere una fisonomía propia.
En lo que respecta a la población, ésta se dividía principalmente en tres catego-
rías. Los Homoioi (iguales), quienes eran los ciudadanos de plenos derechos y que
constituyeron una minoría privilegiada. Según cifras conocidas no habrían superado
nunca el número de cinco mil (datos de la batalla de Platea 479 - Heródoto, IX, 28).
Sin dudas, constituyeron el mejor ejemplo de organización hoplítica, ya que des-
de temprana edad los jóvenes espartanos (tanto hombres como mujeres) comen-
zaban a transitar, separadamente de las relaciones familiares y en una directa rela-
ción con el Estado, el camino de una fatigosa formación militar. A los ciudadanos
espartanos les estaba totalmente prohibido cualquier tipo de actividad económi-
ca. Si bien eran, en conjunto, dueños de las tierras no eran ellos quienes las traba-
jaban y hacían producir. En consecuencia, al estar liberados gracias al trabajo de
Periecos e Ilotas, consagraban sus vidas a la formación militar. El estado organiza-
ba sus vidas con este único objetivo a través de un sistema de educación muy par-
ticular: la agogé, mecanismo vertebrador que articulaba y otorgaba sentido al con-
junto de las instituciones y de los aspectos de la vida social y política en los que
participaba, o de los cuales formaba parte el ciudadano espartano. La temprana
separación de los lazos familiares, la inserción en grupos de edades y por sexos, la
participación en ritos de pasajes, la obligatoriedad de la contribución a la comida
común o syssitiai, formaban parte, más que de una educación, de un modo de con-
cebir el estado, en el que el ciudadano constituye el centro gravitacional a partir de
un conjunto de deberes y obligaciones y cuyo incumplimiento puede derivar en la
degradación o expulsión de dicho cuerpo de ciudadanos.
Podría decirse, a propósito de esto, que uno de los ideales más perseguidos
por los espartanos era el de la igualdad, cuestión reflejada en el propio nombre
que los identificaba (homoioi); mas, como señala Finley, entre el ideal y la reali-
dad siempre hay una distancia. La primera distinción entre iguales es la que se
da por la existencia de la doble realeza, institución que hunde sus raíces en el
pasado lejano y de la cual no se sabe mucho, pero que pervive y posiciona en la
cumbre de los privilegios a dos individuos más por su nacimiento que por sus
méritos personales.
Señalamos antes que el no cumplimiento de alguna de las obligaciones propias
de los ciudadanos, como la de la contribución a la syssitiai, podía llevar a la degra-
dación a categorías inferiores tales como la de los Hypomeiones (inferiores). Asi-

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mismo, la demostración de temor en el combate podía llevar a un ciudadano a for-
mar parte de los llamados Tresantes.
En cuanto a los Periecos mantenían cierta relación de dependencia con el Esta-
do, pero la particularidad que los definía era precisamente la de ser, a la vez, con-
siderados como ciudadanos de segunda clase –formaban parte del Estado
lacedemonio en sentido amplio y ejercían sus derechos en el ámbito de sus comu-
nidades– y ser propietarios de parcelas de tierra. Cabe aclarar que las definiciones
tanto de ciudadanía como de propiedad en Esparta no deben entenderse de ma-
nera equivalente a las que conocemos para Atenas. En este sentido, la realidad
espartana admite diferentes clases de ciudadanía, así como un concepto más difu-
so de propiedad, en tanto en última instancia la tierra pertenece al Estado.
Asimismo, los periecos podían formar parte del ejército espartano aunque sin
integrarse en el rígido sistema de entrenamiento y educación propio de los
esparciatas. De hecho, primero durante las Guerras Médicas (en agrupaciones
separadas), y más tarde durante las del Peloponeso (plenamente integrados a la
formación hoplítica), los periecos formaron parte del ejército espartano.
Aunque en general la condición de los periecos suele aparecer bastante difusa,
podemos afirmar que constituyeron una pieza clave en la organización espartana.
La dedicación a las actividades económicas tales como el cultivo de la tierra, la
producción artesanal y las relaciones comerciales con el exterior, todas ellas prohi-
bidas a los espartanos, otorgaron a los periecos un papel muy activo, a la vez que
su condición de ciudadanía relativa les brindaba cierta seguridad y comodidad en
su pertenencia al Estado.
Una de las claves de la originalidad que sorprendió a antiguos y modernos es el
ilotismo, un sistema no esclavista de relaciones sociales, de producción y de con-
trol de la sociedad toda, que descansa sobre los ilotas, población autóctona (es
decir, de origen endógeno), sometida en el pasado de Esparta por los invasores,
los esparciatas. Los ilotas constituyeron la base social y productiva sobre la cual se
asentaba el sistema espartano.
El ilotismo, en tanto sistema, supuso la dominación y el sometimiento por parte
del Estado espartano de la población originaria de Mesenia. Pero vale la pena re-
marcar que los ilotas no eran esclavos, no se trataba de individuos que arrancados
de sus lugares de origen eran vendidos y comprados por hombres libres que los
convertían en su propiedad privada, como es el caso de la esclavitud exógena, es
decir la que afecta a personas ajenas a la comunidad cívica. Muy por el contrario, el
ilota mantiene sus vínculos y antiguos lazos con sus tierras, con su familia y con su
cultura, sólo que como consecuencia de la guerra va a depender del Estado
espartano, es de su propiedad y no de los espartanos particulares. Su función prin-
cipal es la de la producción agrícola en las tierras que antaño eran suyas y ahora del
Estado lacedemonio.

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Es, por tanto, una de las características distintivas de los ilotas su homogenei-
dad: antepasados comunes, un mismo sentimiento de pertenencia –ya que no pro-
vienen de lugares diversos– y, en suma, una identidad común en tanto comunidad
consciente de sí misma que conserva el recuerdo de un pasado de libertad trunca-
do por el invasor.
Sin dudas, que estos aspectos que definen y a la vez diferencian al ilota respecto
del esclavo mercancía explican al propio tiempo el tipo de comportamiento que
tanto unos como otros han tenido en relación con la privación de la libertad, tam-
bién el tipo de vinculación con el Estado del cual dependían.
El Estado construido por esa élite guerrera (los homoioi) se ha apropiado de la
tierra y explota a los ilotas como fuerza de trabajo. Su largo arraigo en el territorio y
la subsistencia de lazos comunes en una misma situación de explotación genera-
ron la resistencia. Las rebeliones de ilotas constituyeron un problema permanente
en Esparta e influyeron en su repliegue sobre sí misma como también en la milita-
rización de su sistema institucional y su concepción del mundo. Esto contrasta con
la inexistencia de rebeliones colectivas de esclavos en el resto mundo griego, po-
siblemente debido a sus diversos orígenes y disímil ubicación en las relaciones de
producción. Todo esto forma parte también de su originalidad histórica.

Nuevamente apelando al esquema ideal, podemos decir que los ilotas no forma-
ban parte del Estado, es decir no encontraban cabida bajo el término “los
lacedemonios”, que también incluía a la población de periecos. Sin embargo, hubo
ocasiones en las que el Estado espartano se vio ante la necesidad de otorgarles un
lugar en el ejército (en tiempos de las guerras del Peloponeso se constituyó en una
práctica habitual); a partir de su desempeño y la demostración de valentía, y funda-
mentalmente de lealtad, pudieron algunos ascender hacia una categoría de tipo
ciudadana como lo era la de los neodamodeis, nuevos miembros de la comunidad.

Por otra parte, en la línea de la estructura institucional, Esparta también nos ofre-
ce excepcionalidades. La primera de ellas es la pervivencia de una institución, como
la monarquía, que para el resto del mundo heleno sólo se conservaba en el recuerdo
y el relato de la conocida tradición homérica. Una institución que aparece como muy
ambigua y confusa. Se trataba de una doble realeza de tipo hereditario que en la
práctica carecía de poder y que en sus funciones, tanto militares como religiosas, se
encontraba bajo el control de los Éforos, otra institución de origen oscuro, conforma-
da por cinco miembros elegidos anualmente de entre el conjunto de los homoioi,
con funciones de control sobre las instituciones en general, y que tuvieron una rela-
ción de conflicto permanente con la realeza. Así lo expresa Jenofonte (cit. Murray,
1986:156) en Constitución de los lacedemonios: “De su asiento todos se levantan
cuando aparece el rey, pero no los éforos de los tronos eforales. Se intercambian jura-

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mentos todos los meses, los éforos en nombre de la ciudad y el rey en el suyo propio;
el juramento implica para el rey reinar según las leyes establecidas en la ciudad, y
para la ciudad, mantener la monarquía inquebrantable, si aquél mantiene lo jurado”.
Otras instituciones tales como la Gerusía, cuerpo formado por treinta ancianos
elegidos de por vida, y la asamblea o Apella, de composición homogénea, a dife-
rencia de la ateniense, dado el carácter militar de su estructura y el principio igua-
litario de los homoioi, nos imponen todo un desafío para poder precisar sus funcio-
nes y dinámica internas.
Todo lo señalado hasta aquí nos permite reforzar la idea principal que intentamos
resaltar, cual es la de la particularidad y excepcionalidad de Esparta. A pesar de
que ciertos aspectos de la organización espartana puedan estar presentes en otras
poleis, lo cierto es que su originalidad radica en el modo en que el conjunto de los
elementos constitutivos de esa sociedad se organizan y le dan su forma particular.
Resulta interesante señalar el carácter unitario y centralizador del sistema
espartano. Cada uno de sus aspectos constitutivos, ya fueran la syssitia, la cripteia,
el entrenamiento militar, entre otros tantos, por más parecidos y semejanzas que
encontraren en otros Estados griegos, adquiere un nuevo sentido a partir de su
articulación con lo que Finley define como el mecanismo organizador central, esto
es la agogé. Son, por lo tanto, para este autor, las funciones y la complejidad de
las instituciones las que le dieron a Esparta su rasgo peculiar: “[…] cuando el sis-
tema finalmente salió a la luz, cada uno de sus elementos fue reinstitucionalizado
en un proceso que nunca concluyó del todo. Y así fue inventada la agogé […] fue
una invención tardía, independientemente de lo vetustos que pudieran ser algunos
de los ritos de iniciación y otros aspectos externos que en ella encontramos. Eran la
agogé, en fin, y la eunomía que se pensaba resultase de ésa, las que fascinaron la
imaginación de los helenos y las que estaban en el corazón del espejismo espartano”
(1977:270-271).

Un elemento central en el sistema de prácticas sociales y representaciones que


abarca la agogé lo constituye la bella muerte que Nicole Loraux estudia desde las
perspectivas de contacto entre la antropología, el análisis del discurso y los estu-
dios del género.
La bella muerte (kalòs thánatos) es la del ciudadano-soldado, la del hoplita que
ha caído en el campo del honor (Loraux, 2003:79-95).
Los oradores designados por Atenas para hablar en las ceremonias fúnebres
utilizan esta expresión –un tópos del discurso oficial– para señalar: “[…] la muerte
libremente consentida del ciudadano que, al devolver a la ciudad la vida que ella le
ha dado, ha conquistado por ello el valor […] y la gloria inmortal. Nunca se habla de
las condiciones precisas de esta muerte ni de las peripecias del combate y esta glo-
riosa muerte es por lo general objeto de una elipsis […]”; su relato se omite, o es

52
simplemente un pretexto para ensalzar un aspecto estereotipado de la moral
hoplítica. La oración fúnebre manifiesta una de las paradojas de la ciudad demo-
crática: sus ciudadanos combatientes no son sólo hoplitas, sino también remeros
de la flota. Así, “[…] en el discurso oficial ateniense, todo es simple, tal vez precisa-
mente porque todo ocurre al nivel del lógos, es decir, de las representaciones imagi-
narias de la colectividad: en Atenas, la bella muerte es un modelo abstracto”.
En realidad, la bella muerte es un tema de Esparta, ciudad hoplítica por excelencia;
forma parte de su mito, y Atenas lo alteró en beneficio de su régimen democrático.
En la tradición espartana, no es solamente una cuestión ideológica, sino un im-
perativo categórico: el hoplita ciudadano no huye del enemigo, sino que perma-
nece firme en el campo de batalla, para vencer o morir; es “[…] más compleja que
el modelo ateniense, más desconcertante también en su realidad vivida de lo que
podría sugerirlo la reputación hoplítica de los lacedemonios”. Metodológicamente
–sostiene Loraux– no es suficiente rodear ese imperativo en sus contornos a menu-
do huidizos, sino que es necesario confrontarlo con las instituciones en las cuales
se encarna: “[…] sólo entonces podremos leer las tensiones de la bella muerte en
un relato enteramente dominado por la gloria de Esparta, el de las Termópilas […]”,
relato cargado de connotaciones homéricas, en el que Heródoto, el historiador
ateniense, narra la heroica lucha de Leónidas y sus trescientos espartanos contra
el ejército invasor de los persas en la primera Guerra Médica (Historias, Libro VII).
Como en otros aspectos de la historia de Esparta, las fuentes, en su mayoría
bastante tardías, no son espartanas y, por ello, cargadas de diversas connotacio-
nes valorativas: Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Plutarco… Según una tradición no
confirmada, el mismo Tirteo, el poeta de la bella muerte, no habría nacido en Esparta,
no obstante ser quien mejor expresa el ideal espartano. El estudio de Loraux lo toma
como guía para confrontarlo sistemáticamente con las informaciones de los escri-
tores griegos posteriores.
La norma esencial del combate hoplítico es resistir el embate enemigo hasta las
últimas consecuencias, cuyos corolarios son no abandonar la fila ni huir y, si no hu-
biera otra posibilidad, morir luchando.

“Pues es hermoso morir si uno cae en la vanguardia


cual guerrero valiente que por su patria pelea
[…] ¡Ah jóvenes, pelead con firmeza y codo a codo;
no iniciéis una huida afrentosa ni cedáis al espanto;
aumentad en vuestro pecho el coraje guerrero,
y no sintáis temor de hacer frente al enemigo!
[…] En cambio, todo es bello en un joven,
mientras la flor flamante de amable juventud posee.
Es admirado por los hombres y suscita amor en las mujeres

53
mientras está vivo, y hermoso es si cae en la vanguardia.
Así que todo el mundo se afiance en sus pies
y se hinque en el suelo mordiendo en el suelo con los labios”.
Tirteo de Esparta. 3 (6, 7D) (García Gual, 1986)

La educación del ciudadano espartano –la agogé– apunta a su formación física


y moral para el combate y para afrontar las circunstancias que pueden desembo-
car en esta muerte. “La bella muerte es, por lo tanto, si no criterio de ciudadanía, al
menos manifestación eminentemente cívica […] el combatiente hoplita se sacrifica
con plena conciencia a la ciudad, espectador ausente pero norma omnipresente cuyos
valores ha interiorizado. En consecuencia, la gloria del hoplita […] proviene entera-
mente de la ciudad que, en su continuidad temporal y en su perennidad, garantiza al
combatiente una fama inmortal. Hoplítica y cívica es aún la exigencia de dominio de
sí (sophrosúne) hasta la muerte. Pero la austera ética militar de la ciudad prohíbe al
combatiente la fascinación del aniquilamiento […]”, aceptar la muerte pero no bus-
carla. Sólo así la muerte es bella, adjetivo que no tiene un sentido exclusivamente
ético –como en el kalòs thánatos ateniense–, sino que en la poesía de Tirteo “[…]
kalòs mantiene toda la resonancia estética que este adjetivo tenía en Homero, y la
belleza del joven guerrero muerto no es para los espartanos una palabra vana”. Am-
bos sentidos –ético y estético– están indisolublemente ligados (Loraux, 2003:82).
La bella muerte –punto culminante de la areté– no es sólo un modelo de conduc-
ta en cuya construcción la agogé ocupa un lugar importante, sino que “[…] se ins-
cribe en una gestión bien temperada del coraje; la ciudad lacedemonia duplica la
exaltación de los valientes con una legislación rigurosa que distribuye elogios y críti-
cas. A los valerosos, la gloria, la del muerto, también la del guerrero que regresa vivo
y con la aureola de la victoria; a los cobardes, la deshonra”. La vida sigue siendo el
mayor bien, siempre que sea acompañada del honor (la timé).9
El pragmatismo espartano da coherencia al código de valentía: la exaltación de
la bella muerte es útil, no sólo porque lleva a la victoria, sino porque causa menos
pérdidas, salva de la muerte a la mayoría de los guerreros.

“Los que tiemblan se quedan sin nada de honra.


Nadie acabaría de relatar uno a uno los daños
que a un hombre le asaltan si sufre la infamia.
Pues es agradable herir por detrás de un lanzazo
al enemigo que escapa en la fiera refriega;
y es despreciable el cadáver que yace en el polvo,
atravesado en la espalda por punta de lanza trasera.”
Tirteo de Esparta. 4 (8D) (García Gual, 1986)

54
Los tresantes son los que tiemblan y huyen frente al combate, por lo cual cargan
con el deshonor público cuando su huída pone en riesgo la victoria. Sin embargo,
su lugar en la sociedad espartana ofrece algunas ambigüedades.
La autora –siempre atenta a marcar los claroscuros y ambivalencias en la cultura
griega– señala que “[…] es probable que, atrapados entre exigencias múltiples y
múltiples interpretaciones de la bella muerte, los espartanos vivieran en su práctica
cotidiana las tensiones y contradicciones de un código de valentía en el que el honor
y el interés bien entendidos solamente se reunían al costo de sofismas más o menos
camuflados” (Loraux, 2003:86). Asimismo, la agogé y los valores tradicionales del
ciudadano–soldado a menudo ocultan mal un pasado heroico, correspondiente a
etapas históricas más tempranas, cuyo legado –aunque resignificado– nunca desa-
pareció del todo de la Esparta arcaica y clásica.

Pero hay algo más que distingue a Esparta del resto de las poleis griegas, y es
precisamente la posición de la mujer en la sociedad. Si, en general, fue una cons-
tante que la mujer en Grecia estuviera al margen de la participación en los asuntos
de los hombres (fundamentalmente los ligados a la vida política de la ciudad), y
desarrollando una vida hacia el interior del hogar, en el caso espartano hay indicios
de lo contrario.
También aquí la escasez de fuentes nos presenta una dificultad, ya que sabe-
mos que son otros los que hablan por los espartanos. No obstante, sobre la base
de algunos testimonios como los de Jenofonte o Plutarco a quienes ya nos hemos
referido, podemos acercarnos a algunas de las características más destacadas
de la mujer espartana.
En Esparta la vida de la mujer también se insertaba en un sistema rígido de prepa-
ración física y de participación comunitaria. Aparentemente exenta de las tareas ho-
gareñas, se preparaba en las carreras, la lucha, el lanzamiento de la jabalina, todas
actividades que contribuían a una formación orientada a una particular participación
pública, incluso a la vista de los hombres, sin por ello perder la función principal de la
procreación, función esta última que se ve reforzada por ese perfil femenino más vigo-
roso que unido al del hombre lograrían, según Licurgo, retoños más robustos.
¿Pero cómo se integra en la sociedad espartana esa función de procreación y
cómo funciona el matrimonio? Al respecto Claude Mossé cita un párrafo de Plutarco
muy ilustrativo donde señala que “[…] el matrimonio se llevaba a cabo raptando a la
mujer, que no debía ser ni demasiado pequeña, ni demasiado joven, sino que debía
estar en la plenitud de la vida y de la madurez. La joven raptada era entregada a una
mujer llamada nympheutria, que le cortaba el cabello al rape, le ponía vestido y cal-
zado de hombre y la tendía sobre un jergón, sola y sin luz. El recién casado, que no
estaba ebrio ni debilitado por los placeres de la mesa, sino que con su sobriedad
acostumbrada había cenado en los phiditia entraba, le desataba el cinturón y, tomán-

55
dola en sus brazos, la llevaba a la cama. Después de pasar con ella un breve espacio
de tiempo, se retiraba discretamente y se iba a dormir, según esa costumbre, en com-
pañía del resto de los jóvenes” (Mossé, 1991:87-97).
Este tipo de prácticas siempre ha llamado la atención entre los autores moder-
nos, pero también entre los antiguos que intentaron racionalizar o justificar las mis-
mas. Sin embargo lo asombroso es “[…] que no siempre estas prácticas conseguían
el fin para el que estaban concebidas, por lo que se tomaron medidas que, una vez
más, iban en contra de lo que hacían los otros griegos: conseguir al menos, si no que
las mujeres fueran propiedad común, una especie de legitimidad del adulterio, si éste
tenía como objetivo la procreación”.
También en este caso resulta difícil saber si todas estas reglas que la tradición
atribuye a Licurgo existieron realmente. Pero más allá de las posibles dudas, tam-
bién cabe pensar que no todo es pura invención. Así, Mossé nuevamente afirma:
“Es cierto que en Esparta los ciudadanos eran en primer lugar y ante todo soldados, y
que hacían vida de cuartel hasta una edad avanzada, lo cual no favorecía sin duda
las relaciones conyugales. Es probable que las jóvenes espartanas fueran fuertes y
robustas como la Lampitó de Aristófanes, ya que el ejercicio físico ocupaba un lugar
muy importante en su educación. Finalmente, es posible que el matrimonio haya traí-
do consigo, hasta una época relativamente tardía, esos ritos tan peculiares relatados
por Plutarco. En cuanto a lo demás, es difícil pronunciarse, esencialmente en lo rela-
tivo a los repartos de mujeres, a los nacimientos ilegítimos que justificarían por sí solos
un régimen comunitario de la propiedad […]”.

Otro problema que surge al momento de pensar en la originalidad de Esparta es


el referido al carácter arcaico o arcaizante de su organización. Esparta formaría parte
de los denominados Estados arcaicos según la tipología que nos ofrecen autores
como Austin y Vidal-Naquet (1986:81-84). Entre otras tantas características –como
la ausencia de un centro urbano–, en Esparta nos resulta difícil distinguir con clari-
dad las diferencias entre categorías legales: ciudadano y no ciudadano, libre y
esclavo no son condiciones jurídicas claramente precisadas, y si bien aparecen
definidas en términos ideales, tal como ya lo hemos mencionado, en la realidad el
sistema muestra sus tensiones y contradicciones.
En cambio, Murray (1986:163-164) sostiene que “Esparta era, en rigor, una socie-
dad pseudoarcaica, sus instituciones habían sido transformadas para adecuarse al
Estado hoplita y a su base económica. Es la coherencia del objetivo de las institucio-
nes espartanas lo que demuestra con la mayor claridad su pseudoarcaismo; porque
el verdadero Estado arcaico o tradicional preserva las costumbres por el valor de ellas,
y desecha sólo lo que es positivamente dañino: el verdadero Estado arcaico es una
masa de contradicciones. A pesar de su presunto amor por el pasado, Esparta no podía
permitirse la contradicción consigo misma”.

56
Este carácter arcaico o arcaizante ha despertado interés tanto en los propios
contemporáneos como en la historia posterior.
El “espejismo espartano”, esa idealización de su eunomía, ha sido objeto de
comentarios, relatos, análisis, elogios y críticas de todos quienes, tanto en la anti-
güedad como en la historia posterior, pretendieron encontrar en Esparta un modelo
al cual aspirar a parecerse o bien al cual oponerse.
Ya en el siglo V, Pericles en su Oración Fúnebre intenta resaltar las cualidades de
los atenienses y las ventajas del sistema de la Democracia por oposición a otros
Estados que prefieren dedicar sus vidas a un fatigoso entrenamiento militar. Por su
parte, Jenofonte, asilado en Esparta, escribe su Constitución de los lacedemonios,
obra en la que exalta las virtudes de la organización espartana. Platón no deja de
referirse críticamente a las instituciones espartanas en la elaboración de su Repú-
blica ideal, y Aristóteles la considera como un modelo histórico importante.

Más tarde, y fundamentalmente a lo largo del siglo XX, el modelo espartano vol-
vió a ocupar un lugar de referencia para regímenes, tanto de derecha como de iz-
quierda, que en un caso intentaron resaltar aspectos tales como la formación mili-
tar, el carácter identitario “nacional” asociado a la xenofobia y el racismo, y en el
otro, la sociedad de iguales sin distinción de clases y la preeminencia del Estado
sobre todo en lo que refiere a la estructura de asignación de la tierra y la inexisten-
cia de la propiedad privada.
Pero desde una perspectiva histórica, no cabe la posibilidad de analizar los ele-
mentos en forma aislada, desconectados del conjunto de relaciones al cual perte-
necen, así como tampoco es legítimo caer en manipulaciones.

57
Notas

1. Los nombres de las instituciones pueden variar de Plutarco considera que cualquier afirmación sobre él
una polis a otra. es susceptible de ponerse en dudas. Tampoco hay
2. Los hoplitas integran la infantería pesada, cuya claridad en las fuentes acerca de las fechas, e incluso
panoplia completa está hecha de hierro. Se generali- es posible que hayan existido dos hombres con ese
zan como grupo social en el mundo mediterráneo nombre que vivieron en épocas diferentes.
durante el siglo VII, aunque la tecnología del hierro y Por otra parte el hecho de que se le atribuya a un
su utilización para hacer las armas son anteriores. solo individuo el conjunto de reformas acaecidas en
3. Esta demanda constituye una de las reivindicaciones Esparta pone dudas sobre su existencia histórica.
de la época, en la que hay noticia de la existencia de Según Plutarco (“Vida de Licurgo” en Vidas Parale-
legisladores en todo el mundo griego, aunque las infor- las), Licurgo no sólo fue el autor de la gran Retra
maciones precisas sobre su actuación sean escasas. (constitución espartana), sino también de otras refor-
4. Aquí cabe recordar la imagen del espectro a la que mas tales como la distribución de las tierras y el
recurrió Finley en el artículo ya comentado en pági- instaurador de ciertas costumbres e instituciones
nas anteriores en las que no hay una distinción neta como la syssitia y la agogé.
entre libre y esclavo, sino toda una gama de situacio- Los debates y polémicas sobre este tema han ocu-
nes y de matices entre esclavitud y libertad. pado un sitio importante en la historiografía griega.
5. En la Edad oscura existe un proceso previo de Autores como Grote, Gelzer, Wilamowitz, Beloch,
fundación de ciudades: una colonización producto Meyer, entre otros, se han ocupado especialmente
de las migraciones desde Grecia continental y las de formular teorías e hipótesis diversas al respecto.
islas del Egeo a las costas del Asia Menor, de la que Hoy podemos afirmar que el sistema espartano no
hay poca información, en gran parte entremezclada es obra de un solo hombre, sino el resultado de un
con los mitos. Por otra parte, seguramente han teni- largo proceso en el que sin dudas ha intervenido un
do lugar por el Mediterráneo muchos viajes de explo- conjunto muy amplio de factores diversos.
ración previos al siglo VIII, de los que subsisten ecos 8. Existen referencias sobre la fundación de Taras
en la tradición legendaria y en la Odisea. (actual Tarento en Italia), pero las mismas no se rela-
Desde el siglo IX también los fenicios recorrieron el cionan con los motivos y factores que impulsaron a
Mediterráneo y establecieron sus colonias en las cos- otras poleis al movimiento colonizador. Por el con-
tas de la cuenca occidental. trario, la fundación de esta única colonia por parte de
El caso de Esparta es diferente del de las otras poleis: Esparta estaría directamente relacionada con la se-
la salida de la stásis y la búsqueda de tierras se gunda guerra mesenia.
orientó hacia la conquista de la vecina llanura de 9. Loraux (2003:84-85) señala que no hay en Esparta
Mesenia, lo que condicionó todo el proceso poste- ninguna exaltación mórbida de la muerte, a diferencia
rior de su evolución. de ciertas asimilaciones apresuradas y forzadas que
6. Al Mina es el nombre actual del sitio, en la costa se hicieron en la década el ’30 del siglo XX entre los
siria; se desconoce el nombre antiguo. movimientos fascistas.
7. Las referencias antiguas sobre este legislador sue-
len ser muy vagas. A tal punto es así que el propio

58
V. El caso específico de Atenas

1. De la polis aristocrática a la democracia


Atenas está situada en el Ática, península de forma aproximadamente triangular
y costas muy recortadas, amplias en relación con la superficie, que facilitan el acce-
so al mar Egeo y su interpenetración con el territorio, a la vez que lo abren al contac-
to con las islas y la navegación: hacia la costa asiática al este, hacia al norte a Tracia,
y más allá a los estrechos de los Dardanelos y del Bósforo, que conducen a las cos-
tas del mar Negro, donde se encuentran los bosques, el trigo y los esclavos.
Es un territorio montañoso, que encierra mármoles en el Pentélico y vetas de
plata en el Laurión, ambos elementos ampliamente valorizados en los tiempos
clásicos. Sus ríos son escasos y sus llanuras de poca extensión, salvo la del Cefiso.
El clima seco, la escasez de agua dulce y el suelo pedregoso en las laderas mon-
tañosas hacen que la agricultura requiera del esfuerzo tenaz de campesinos
nucleados en aldeas, para producir los cereales, la vid, el olivo y los frutales que
se dan en el área mediterránea. La necesidad de maderas para la construcción y
para las naves queda condicionada por la limitada existencia de bosques en las
zonas más elevadas. El monte en las laderas más bajas permite el pastoreo de
cabras y ovejas, y en menor medida de bovinos. La pesca completa la dieta frugal
de sus habitantes.

Para sus primeros tiempos, los testimonios son básicamente arqueológicos, aun-
que también pueden obtenerse algunos indicios a partir del estudio de la toponimia
y del registro mítico. La arqueología atestigua que la península ha estado habitada
en la época previa a la llegada de los pueblos de lengua indoeuropea. Se encuen-
tran también restos de edificaciones micénicas en la Acrópolis. Probablemente, la
peculiar posición del Ática con respecto al territorio griego haya resguardado rela-

59
tivamente al área de las mayores conmociones que acompañaron el derrumbe del
mundo micénico.
No es posible ubicar con precisión en el tiempo al proceso por el cual las comu-
nidades y aldeas campesinas se unieron a través del sinecismo. El mito fundacional
de Teseo, héroe y basileus, esconde un proceso seguramente complejo, más o menos
prolongado, durante el cual desaparece la monarquía, se diferencian las magistra-
turas y se impone la autoridad del Areópago, consejo integrado por ex arcontes. Es
decir que las instituciones políticas están en manos de la aristocracia.1
En conjunto, el caso ateniense no difiere mucho de lo que conocemos de las di-
versas poleis de los tiempos arcaicos.
Atenas no participa de la colonización en la que a partir de mediados del siglo
VIII se involucra gran parte de las poleis; pero no es ajena al crecimiento general
de los intercambios de todo tipo a que aquel proceso da lugar. Tampoco escapa
a la problemática de la stásis, que se plantea como un constante conflicto dentro
de la comunidad cívica entre los que usufructúan el poder, los eupátridas,2 y quie-
nes no tienen acceso a él, inclusive quienes, conservando una conciencia de per-
tenencia a la comunidad, ocupan en ella una posición subordinada, fundamental-
mente los campesinos: los hectómoros y los que corren el riesgo de quedar escla-
vizados por deudas.3 La stásis también incluye los enfrentamientos por el poder
entre los gene aristocráticos.
Esto conduce a que la superación de la stásis se produzca fundamentalmente
por un proceso de luchas, reacomodamientos y reformas intrínsecos a la polis, aun-
que con el correr del tiempo entren a jugar también otros procesos más amplios
que afectan al conjunto del mundo griego.

Hacia comienzos del siglo VI, la stásis estalla en el seno de la comunidad cívica.
Frente al riesgo de ruptura, Solón es elegido arconte en 594-593 con poderes am-
plios como para actuar como un árbitro que se coloca por encima de las partes, un
legislador, un reformador. Si bien es un aristócrata, su rol es el de mediador, rol vincu-
lado a su prestigio moral, a su condición de poeta que habla a la comunidad a través
de la sabiduría de su poesía.4 Y desde esa posición, pone límites a unos y otros.

El núcleo de su legislación lo constituye la seisachteia –eliminación o sacudimien-


to de cargas– que significa liberar la tierra de las hipotecas y de los signos de su
dependencia (“arrancar los mojones”), y devolverla a sus propietarios evitando así su
acaparamiento por los poderosos; pero también significa prohibir los préstamos cuya
garantía fueran las personas y eliminar en adelante la esclavitud de cualquier ciuda-
dano ateniense. Las disposiciones legales que ello implica se escriben y se exponen
en público, para que sean conocidas por todos y para que todos puedan exigir su
cumplimiento.5 No hay, en cambio, reparto de tierras ni nuevos propietarios.

60
Queda así instalada la eunomía, el buen orden. Con la desaparición de la esclavi-
tud “endógena” –que afectaba a miembros de la comunidad cívica sometidos a una
dependencia personal– todo ciudadano ateniense es, en adelante y por definición,
un hombre libre. Se abre un proceso que conduce a la ampliación progresiva de los
derechos ciudadanos, pero a la vez a la plena definición de quién es el esclavo. A
partir de estas reformas, la esclavitud se hará plenamente exógena: el esclavo es una
mercancía, alguien ajeno a la comunidad cívica, un bárbaro o incluso otro griego.
Por otra parte, habría sido también Solón el autor de una clasificación de los
ciudadanos en categorías censatarias, definidas ya no a partir del nacimiento, sino
de un criterio basado en la riqueza de cada uno, que determina las cargas milita-
res y el acceso o no a las magistraturas –que quedan reservadas a las dos prime-
ras categorías– integradas por aristócratas y grandes propietarios. Nos hallamos
ante un régimen timocrático, basado en la timé, es decir, el honor –en cuando fun-
damento del acceso a las instituciones políticas y a la defensa de la ciudad– que
se relaciona con la capacidad económica y no ya con el nacimiento. A pesar de
que no se ha llegado todavía a un pleno acceso de los thétes a la participación
política y a la defensa de la polis, se ha abierto una brecha que el proceso poste-
rior se encargará de profundizar.6
Si bien se le atribuyen también algunas reformas de carácter económico, no hay
certidumbre de todas ellas. Lo que sí aparece con más claridad es que desde esa
época hay un crecimiento de los cultivos de vid y olivo a expensas de los de cereales,
mientras se instala un aprovisionamiento regular de éstos desde otras zonas del Egeo.
En épocas en que la moneda aún no existe como medio de pago sino como símbolo
de una ciudad, quizás se pagarían con productos tales como el aceite o las primeras
cerámicas áticas. En este contexto adquiere sentido la reforma de las equivalencias
de pesos y medidas, necesarias como patrón para los intercambios.
La transformación económica también ayuda a explicar las que se producen en
la estructura social.
La obra de Solón no elimina la stásis: el problema agrario no se resuelve total-
mente, la lucha entre las facciones aristocráticas continúa. Los conflictos son de-
masiado profundos y los intereses contrapuestos difícilmente compatibles.

La inestabilidad social y política enfrenta a corrientes que tienen algún correlato


con el territorio del Ática: por un lado, los pedieos, hombres de la llanura donde
están las mayores propiedades, vinculados a los intereses de los eupátridas; por
otro, los de la costa, los paralios, relacionados con la actividad marítima, el co-
mercio o las manufacturas urbanas. A ellos se agrega un tercer sector, los diacrios,
nombre que alude a la zona que se encuentra más allá de las colinas, que se cons-
tituye en el sostén de Pisístrato y al que se incorporan componentes heterogéneos
de descontentos.

61
Pisístrato, que cuenta con abundantes recursos propios (inclusive llega a apo-
derarse de las minas del Pangeo, en Tracia), apoyado por sus hombres armados se
hace dueño tres veces del poder durante el siglo VI.
Nos encontramos frente a una tiranía, fenómeno que abarca a gran parte de las
poleis, inclusive las situadas fuera del territorio propiamente griego. El tyrannos ejerce
una autoridad a la que llega por un acto de fuerza; pero esta palabra, al comienzo,
no está cargada de la connotación peyorativa que adquirirá después, a la luz de
otras experiencias históricas, especialmente las de la segunda generación de tira-
nos, con quienes adquiere un sentido de despotismo, arbitrariedad e injusticia.
En el caso ateniense, Pisístrato parece haber ejercido el poder al margen del
ordenamiento legal y por encima del mismo, mientras perduran las leyes e institu-
ciones antes existentes y se contiene a la nobleza, con algunos de cuyos miembros
establece contactos.
Existen dudas acerca de que haya habido reparto de tierras, pero los “créditos”
y otras medidas favorables al campesino, la construcción de edificios públicos y
obras para el aprovisionamiento de agua, los festivales religiosos y poéticos, la pro-
tección a escultores y poetas, implican el ejercicio del evergetismo7 y atraen el apo-
yo popular. La gloria del tirano se confunde con la de la polis.
La orientación de la política externa hacia el Egeo y hacia los estrechos que ase-
guran el acceso al trigo de las costas del Ponto Euxino, los primeros intentos de
establecer colonias atenienses en esas rutas, el crecimiento del comercio y de la
actividad manufacturera son –entre otros– factores que contribuyen al crecimiento
del dêmos urbano y a la integración territorial del Ática.
A su muerte, la tiranía se transforma de hecho en hereditaria, y sus hijos, Hipias e
Hiparco, ejercen el poder despóticamente. Nuevamente, la stásis se enciende has-
ta que una intervención externa en apoyo a una facción de la nobleza, la del ejército
espartano, elimina a la tiranía, mientras Clístenes, el líder de otra familia aristocrá-
tica, la de los Alcmeónidas, se apoya en el dimos y encara las reformas que le abren
el acceso a una presencia activa en la política de Atenas.

Clístenes concibe racionalmente e impulsa una reforma del sistema institucional


de Atenas, que implica un complejo procedimiento de redistribución de los ciuda-
danos y del territorio en nuevas unidades administrativas.
Sin entrar en sus detalles –que pueden consultarse en cualquier manual– seña-
lamos algunos elementos: la inscripción de los ciudadanos en su dêmos de origen,8
su distribución en diez tribus de base territorial en cada una de las cuales se mez-
clan demoi de distinta ubicación en la geografía del Ática, la creación del Consejo
de los Quinientos, cuyo funcionamiento se rige por un calendario cívico –diferente
del religioso– que divide el año en pritanías, acordes al funcionamiento rotativo de
los miembros del Consejo elegidos en número de cincuenta por cada tribu.

62
Se mantiene el Areópago, integrado vitaliciamente por los ex arcontes.
También es de esta época la institución del ostracismo, medida inicialmente
pensada para evitar la posibilidad de nuevas tiranías, pero que luego utilizaría
ampliamente la asamblea para alejar de la polis a aquellos que fueran considera-
dos un peligro para la democracia.
El ordenamiento institucional se complementa poco después con la creación de
los diez estrategas, designados anualmente por la Asamblea, uno por cada tribu.9
Las reformas de Clístenes reestructuran a la vez el territorio de la polis y el cuerpo
cívico, rompiendo los lazos que hasta entonces ligaban al campesino con los gran-
des propietarios aristocráticos y limitaban su decisión; expresan, además, el quiebre
del dominio aristocrático sobre los asuntos políticos y un paso decisivo hacia el pleno
ejercicio de sus derechos por los ciudadanos, miembros de la misma comunidad cívica.
A través de ellas se llega a la isonomía, es decir, a la igualdad política frente a las
leyes de la ciudad. No instauran todavía la democracia, pero sí ponen sus bases.

2. Las Guerras Médicas y el mundo griego10


No entraremos en la narrativa de las guerras. Pero sí consideramos fundamental
percibir los procesos a que la experiencia bélica da lugar y su impacto sobre el
universo de las poleis griegas. En el caso de Atenas, el fuerte rol jugado en la defen-
sa frente al invasor incide en el pleno desarrollo de las instituciones democráticas y
de la participación ciudadana, así como en la construcción de un poder hegemóni-
co sobre sus aliados, mientras se van profundizando las diferencias con Esparta y
las poleis vinculadas a ésta.
Intentaremos entonces dejar planteados algunos lineamientos que permitan
acercarnos a la comprensión de este proceso.

Desde mediados del siglo VI, el Imperio persa venía en expansión desde el Cerca-
no Oriente, avanzando sobre la península de Anatolia en búsqueda de la salida al
mar Egeo, en cuyas costas occidentales se hallaban desde varios siglos las ciudades
griegas, entre ellas Mileto. Intercaladas entre éstas y el territorio griego continental,
las islas: Lesbos, Quíos, Naxos y Rodas eran importantes jalones en las rutas de nave-
gación y puntos de apoyo tanto para cualquier amenaza como para la defensa. Ciro,
Cambises, Darío y Jerjes fueron sucesivamente los nombres del Gran Rey, conducto-
res de la conquista y depositarios, los últimos, de la derrota y la retirada.
La primera guerra Médica, que estalla en 499, comienza con la sublevación de
Jonia contra el dominio persa, que da lugar a la intervención de Atenas. La ampli-
ficación del conflicto lleva la guerra al suelo griego e involucra a casi todas las
poleis. La Liga Helénica, bajo el liderazgo militar de Esparta, las agrupa para en-
frentar la invasión.

63
Maratón, las Termópilas, Salamina, Platea y Micale son nombres de batallas que
los griegos recordarán en adelante como instancias las críticas en las que midie-
ron sus fuerzas con los invasores “bárbaros”, en defensa de su suelo, su estilo de
vida, su libertad.
El tipo de combate hoplítico, que exige la acción mancomunada y solidaria de la
falange constituida por los ciudadanos, identifica a los espartanos, pero también,
al menos al comienzo, al conjunto de los helenos.
Sin embargo, frente a la flota persa que se acerca, Atenas plantea otra forma de
encarar la guerra y en particular su defensa. Su flota está creciendo rápidamente,
gracias a la disponibilidad de los recursos de una nueva veta de plata en el Laurión,
pero sobre todo impulsada por la rivalidad con otras poleis, tales como la cercana
Égina y, en el istmo, Corinto, ambas volcadas a la actividad marítima.
Dirigida por Temístocles, concentra su esfuerzo en consolidar la flota y en Salamina,
muy cerca de la ciudad –evacuada por la población e incendiada por el invasor–,
afronta el combate en el mar.
El triunfo sobre los persas en estas condiciones trae consecuencias no previstas.
El Areópago recupera su prestigio ya que, a pesar de ser refugio institucional y es-
pacio de resistencia de los aristoi, había respaldado la riesgosa estrategia maríti-
ma, lo cual le permite avanzar de hecho sobre el gobierno de la ciudad. Pero más
relevante que ello es el nuevo rol de los tetes, que adquieren creciente importancia
para la defensa por ser quienes reman en la flota y contribuyen desde ella al com-
bate, función que la ciudad debe reconocer y que se traduce en un peso político
que hasta entonces había sido insignificante.

A partir de este cambio en la política de defensa, el peligro del retorno de la flota


persa es visto desde otra perspectiva. Ante la resistencia de Esparta –que arraiga-
da en el Peloponeso11 entiende la guerra como defensa palmo a palmo del propio
territorio– Atenas impulsa la formación de la Liga de Delos,12 que agrupa a ciuda-
des de la costa asiática y de las islas del Egeo, todas necesitadas de la defensa
marítima ante la posibilidad de una nueva invasión.
La neta superioridad ateniense es la base de su hegemonía sobre una alianza en
la que, a pesar de las declaraciones de igualdad entre sus miembros, uno de ellos
asienta su dominación sobre el conjunto. Arístides, el nuevo líder ateniense, es quien
traza la organización de la liga y establece tanto las formas de cooperación obliga-
toria de sus miembros –el pago del phoros o tributo anual, o bien la contribución en
naves y hombres a la flota común– como la administración de los recursos, utiliza-
dos en parte para la construcción de nuevas naves, también atenienses.
Desde sus comienzos son varios los indicadores de la hegemonía que Atenas
ejerce sobre sus aliados, entre otros, la potestad para tomar decisiones acerca de
la conducción de la liga y la utilización de sus recursos materiales o el sometimien-

64
to al juicio de los tribunales atenienses. Esta supremacía –que llega a la represión
cuando aparecen los primeros intentos por resistir su autoridad o separarse de la
liga– se percibe como creciente y se manifiesta cada vez más claramente como
una dominación imperial. Formalmente, las poleis que integran la liga conservan la
autonomía en sus asuntos internos, pero en realidad Atenas va desplegando varia-
dos mecanismos de control;13 inclusive cuenta con el apoyo de los sectores inter-
nos antioligárquicos en cada una de aquellas.
En la batalla naval del Eurimedonte (466 a. C.) es destruida la flota persa; sin
embargo, a pesar de haberse cumplido el objetivo inicial, la liga no se disuelve
después de finalizadas las guerras.
El tributo es acompañado de otros medios para la sujeción de los aliados: la
autoridad de la Asamblea que toma resoluciones obligatorias para todos los miem-
bros de la liga, el sometimiento a la jurisdicción de los tribunales populares
atenienses, las ofrendas a Atenea y la asistencia a las Panateneas. Las cleruquías
en particular implican que thétes atenienses se apropian de tierras en otra polis; las
guarniciones establecidas en territorio de los aliados aseguran la vigilancia.
Atenas concibe que la dominación sobre de otras poleis es una condición ineludi-
ble de su propia libertad. El Imperio es la contraparte necesaria de la democracia.

En los años siguientes la oposición Esparta-Atenas se profundiza en un conflicto


de poder entre ambas, en el que se juegan las respectivas influencias sobre otras
ciudades más débiles, pero también una distinta concepción de la polis, de la
guerra, del por qué y del para qué de la política, de los diferentes matices del modo
de ser griego.
La guerra que se está gestando deriva directamente del expansionismo sobre
las otras poleis.

Heródoto de Halicarnaso (c. 484-428), al escribir sus Historias, ha dejado el


principal testimonio sobre las guerras contra los persas.
Pero su obra es mucho más que una simple narrativa. La experiencia colectiva
que las guerras significaron para los griegos creó las circunstancias para la reflexión
sobre el sentido de los conflictos entre los humanos, conflictos desarrollados ya no
en un tiempo mítico indefinido, sino en el tiempo realmente vivido por los hombres.
Una reflexión construida ya no a partir del mito sino a partir de la razón, del logos,
pero también condicionada por la experiencia inmediatamente posterior a los he-
chos, que transforma y reposiciona diferentemente a las poleis.
Historia significa investigación, pesquisa, búsqueda destinada, según Heródoto,
a asegurar la permanencia de la memoria colectiva acerca de lo que han hecho
griegos y persas, a comprender sus causas, pero con la conciencia de que el curso
de los acontecimientos está en manos de las decisiones tomadas por los seres

65
humanos. En la búsqueda de testimonios, en la reflexión sobre esas acciones hu-
manas, él se constituye en el fundador del oficio de historiador.14
Heródoto pertenece a la generación inmediatamente siguiente a las guerras, por
lo que, a la vez que rastrea las causas en el pasado, prácticamente está haciendo
historia contemporánea. Y como todo historiador, su pensamiento está condiciona-
do por su presente y por su experiencia social.
A partir de su ciudad de origen, en las costas del Asia Menor, y luego en sus via-
jes por el imperio persa y el Mediterráneo oriental, su mirada curiosa observa las
diferencias geográficas y culturales, recoge y compara testimonios, registra la
“otredad” y se constituye también en un precursor de los estudios antropológicos.
Su vida en Atenas amplía su perspectiva sobre los asuntos políticos, en los cuales
resulta central la acción del ciudadano, enmarcada en la isonomía y la libertad, su
participación en batallas, asambleas, debates y votaciones, es decir, esencialmen-
te en el riesgo de tomar decisiones y de obrar en consecuencia.
La identidad griega emerge en el contraste con la alteridad persa: ambas iden-
tidades se construyen opuestamente. Pero es Atenas democrática la polis que,
a sus ojos, mejor encarna la libertad griega, por oposición al despotismo del im-
perio persa.

3. La democracia radical15
La democracia ateniense es un fenómeno atípico, de profunda originalidad, que
incluye algunos rasgos específicos que no hallamos en el resto del mundo antiguo.
El nombre mismo de demokratía será usado a partir de las reformas de Efialtes y
Pericles para designar al sistema político ateniense durante la etapa que hoy suele
denominarse “democracia radical”, que se extiende desde las leyes del 462/461
votadas por la Asamblea, hasta finales del siglo V, cuando sufrirá notables modifica-
ciones que señalaremos más adelante.

En los años siguientes a las guerras contra los persas, el Areópago enfrenta al
creciente peso militar y político del dêmos. Las reformas de Efialtes, plasmadas
en las leyes mencionadas, apuntan a una restricción del poder de aquel orga-
nismo –reducto de los sectores aristocráticos más conservadores– mientras
institucionalmente se amplía el del conjunto de la ciudadanía, especialmente
el de los thétes, que pasan colectivamente a constituirse en sujetos políticos.
Las reformas expulsan a varios de los miembros del Areópago y lo privan de sus
atribuciones políticas, que son derivadas hacia organismos más populares: el Con-
sejo de los 500 (la Bulé) y la Asamblea. En lo judicial, la Heliea podrá dictar senten-
cias definitivas. Este conjunto de tribunales populares está constituido mayorita-
riamente por thétes, que acceden a ellos anualmente por sorteo, procedimiento que
los griegos consideran más democrático.

66
La Asamblea, la Ekklesía, con sus amplias atribuciones legislativas, queda colo-
cada en el centro del sistema político y su poder emergente resulta clave en la
construcción del accionar de la ciudad.
La Ekklesía es un espacio de participación política directa, sin que medie ningún
representante, ningún intermediario. En ella los ciudadanos discuten los asuntos
públicos y toman decisiones sobre todas las cuestiones fundamentales para la polis.
En la asamblea la palabra es central, la palabra del orador dirigida a los otros,
para convencer y lograr decisiones, para encarar una acción, que es política. “La
oralidad, concebida como una serie de prácticas con sus propias reglas y formas de
concreción, era para los atenienses una forma primordial de transmisión de su cultu-
ra política. […] podemos decir que la asamblea era un dispositivo colectivo de pen-
samiento, entendiendo por tal un procedimiento por el que los ciudadanos realizaban
la experiencia de decidir la política […] no se trata de un saber que se posee sino de
un procedimiento de pensamiento para la acción, es decir, un análisis de una situa-
ción concreta sobre la cual no se posee saber alguno, porque, por lo general, implica
una circunstancia política contingente que debe resolverse con los recursos de la
situación misma” (Gallego, 2003:114).
En el seno de la asamblea, en el debate, se plantean antagonismos y conflictos
que expresan el disenso. Sometidas a votación las distintas posturas, el consenso
logrado se plasma en una resolución superadora, que surge como decreto de to-
dos los ciudadanos, que tiene el valor de ser una resolución del démos en tanto
conjunto y que por ello obliga a todos. En este sentido, el démos es una capacidad
política que se impone por encima de las diferencias sociales.
El análisis de las condiciones en que se produce la política en la Atenas clásica
permite a Julián Gallego situar la relación entre los discursos y las prácticas demo-
cráticas, a la vez que precisar su enfoque metodológico y conceptual:

“[…] En las sesiones de la asamblea, que eran absolutamente soberanas, los ciuda-
danos discutían la política participando como integrantes con plenos derechos. No
existía allí ningún poder por encima de la persuasión entre iguales que pudiera impo-
ner de antemano un partido a la voluntad política de los ciudadanos. Una vez toma-
das las resoluciones, la ‘pólis’ en su conjunto quedaba comprendida en ellas, siendo
los ciudadanos los únicos responsables de lo decidido y de lo actuado, pues lo sos-
tenían con su cuerpo. Y esto no es un simple eufemismo, pues como uno de los temas
principales de la asamblea era la guerra, el hoplita, el soldado en tanto ciudadano, se
veía implicado en cada decisión tomada por la ‘ekklesía’, puesto que ésta involucraba
al cuerpo de ciudadanos, y, por lo tanto, al propio cuerpo de cada ciudadano.
Los ciudadanos, pues, discutían entre sí como iguales y en el debate tomaban las
decisiones sopesando sólo los argumentos. […] Si en la asamblea podían contra-
ponerse tantas voces era en virtud de que ninguna voz podía reclamar para sí una

67
verdad anterior esencial ni proclamarse dueña de la verdad. Era necesario pues
convencer a los ciudadanos confrontando a través de la palabra. […] la producción
y confrontación de los enunciados políticos implicaban la posibilidad de nuevas de-
cisiones a partir de la división de la verdad política. Esta aniquilación de la verdad
de los enunciados era inducida por la oratoria, pues, para poder hacer propuestas,
debían forzarse nuevos lugares de enunciación. El punto de detención de la prolife-
ración de discursos sólo se daba cuando se llegaba a la votación, mecanismo
instrumentado para la toma de la decisión, dado que en la situación concreta de
cada reunión de la asamblea, el modo de establecer la verdad política de un enun-
ciado consistía en la resolución del ‘démos’. La decisión, asumida como produc-
ción de la comunidad de ciudadanos, conduce al problema del compromiso colec-
tivo para sostener lo votado en la asamblea una vez concluida la reunión; hecho
que lleva, a su vez, al carácter irreversible de las consecuencias inauguradas por
las resoluciones adoptadas en una asamblea singular.” (Gallego, 2003:41-42)

Si ahora miramos el fenómeno de la democracia ateniense desde otro punto de


vista, veremos que démos es también la palabra que denomina a la parte socialmen-
te más humilde de la ciudadanía, por oposición a los partidarios de un régimen polí-
tico más restrictivo, favorable a los sectores propietarios. En esta democracia, démos
es a la vez el todo y la parte: la tensión entre ambos sentidos se expresa en la stásis.
El valor central de la palabra en la práctica política no puede ser desvinculado
del ser ésta una sociedad en la que priman los diversos mecanismos de la comuni-
cación oral, en una relación cara a cara. No obstante, la isegoría en la asamblea
tiene su contrapartida en la crítica de los sectores ilustrados a la parresía, es decir
a todo exceso o desmesura –hybris– en la palabra (Gallego, 2003:95-128).
La composición que Aristófanes hace en Los Caballeros de los personajes que
halagan al démos para obtener sus favores –en los que se transparenta la figura de
Cleón– expresa una posición crítica para la democracia radical, crítica que llegará
a una formulación mucho más elaborada en el siglo IV en el pensamiento de Platón,
quien en su República estima que sólo los filósofos, depositarios del saber, son los
capacitados para ejercer el gobierno de la polis.
En el interior del sistema político se desarrollan las luchas por el poder. Efialtes
es asesinado posiblemente por sectores prooligárquicos –señal de la violencia de
la situación de stásis– y pronto, no sin conflicto con sectores aristocráticos, o al menos
con los partidarios de una mayor restricción política, emerge el liderazgo de Pericles.
Desde el cargo de estratega –para el cual es reelegido reiteradamente por la
Asamblea– va promoviendo una serie de reformas trascendentes para el pleno des-
pliegue de los mecanismos democráticos en el gobierno de la ciudad, aunque siem-
pre está presente su contraparte, el imperio.
Desde el Estado –la polis, el conjunto de los ciudadanos actuando en las institu-

68
ciones del sistema político– se generan estímulos que favorecen una participación
mayor y una más amplia distribución y circulación entre aquéllos de los bienes
materiales y simbólicos.

Entre las reformas aludidas se encuentran el traslado del tesoro de la Liga de


Delos a Atenas (454), del que la Asamblea dispondrá para reforzar la flota, para
completar los Muros Largos que unen la ciudad con su puerto, el Pireo, para las
grandes obras públicas en la Acrópolis, para costear la labor de artesanos y escul-
tores, y también la ley del 451, que limita en adelante el derecho de ciudadanía a
los hijos de padre y madre atenienses, medida que se relaciona con el disfrute de
los beneficios provenientes del Imperio.
Si bien los thétes no podrán llegar a desempeñarse como arcontes ni como
estrategas, su presencia se hace muy numerosa como jurados en los tribunales de
la Heliea a partir de la introducción del pago del misthós (461). La generalización
de la misthophoría para éste y otros servicios al Estado es un medio que permite
ampliar la participación política de los ciudadanos más humildes; en el mismo
sentido repercute la ampliación de los cargos que se desempeñan por sorteo. En la
práctica, dadas las dificultades de desplazamiento de los campesinos, este siste-
ma beneficiará más a los residentes urbanos. Veremos luego otros mecanismos de
redistribución en la democracia radical.
En conjunto, las instituciones políticas modeladas bajo la influencia de Efialtes
y completadas por Pericles expresan la plenitud de la polis en tanto conjunto de
los ciudadanos, actores sociales que llegan durante la etapa de esta “democracia
radical” a las condiciones de máxima participación política que se hayan dado en
la Antigüedad.

Comprender plenamente el funcionamiento del sistema político requiere una


reflexión sobre otros dos pilares de esta sociedad, estrechamente vinculados con
él, que posibilitan un relativo aunque inestable equilibrio. Uno de ellos es el sistema
esclavista; el otro es el imperio al que ya hemos hecho una primera referencia.

4. Categorías legales y relaciones sociales


Veamos en primer término a la sociedad ateniense de los tiempos “clásicos”.
Al respecto, es necesario establecer claramente una distinción analítica entre
categorías legales y clases sociales.
Las categorías legales son nítidas: ciudadanos, metecos, esclavos. Han desapa-
recido las categorías intermedias que, en cambio, eran visibles y muy significativas
en los tiempos arcaicos.
Pero cada categoría legal incluye a sectores que mantienen entre sí un cierto

69
grado de heterogeneidad: diferentes inserciones en las relaciones sociales, distin-
ta situación frente a la posesión o no de los medios de producción y a la distribución
de los excedentes socialmente producidos, y que por ello se hallan diferentemente
posicionados frente a los conflictos sociales (Austin y Vidal-Naquet, 1986).
La categoría legal de ciudadano significa el goce pleno de los derechos políti-
cos: desempeñarse en las instituciones que gobiernan la ciudad y poder poseer
tierras en el territorio de la polis. Sin embargo, a pesar de la relativa homogenei-
dad de origen de los ciudadanos, el conjunto incluye a diferentes sectores socia-
les: no sólo al aristócrata terrateniente, o al campesino, pequeño o mediano pro-
pietario de tierras, sino también a los thetes carentes de propiedades fundiarias
pero vinculados a los oficios urbanos, a la flota o a las tareas portuarias del Pireo,
donde residen muchos de ellos.16 Los notables desniveles de riqueza, los diferen-
tes intereses, enfrentan muchas veces en el seno de la comunidad cívica a pro-
pietarios y no propietarios, ricos y pobres, campesinos y población urbana, en con-
flictos que se dirimen en las instituciones públicas mientras éstas sean capaces
de contenerlos. 17
En cuanto a los thétes, el nuevo rol que desempeñan en la defensa, en el comer-
cio del Egeo y en la expansión imperial, es el sustento de su peso político y de la
necesidad percibida por los dirigentes de la polis (los más notables de los cuales
son de extracción social aristocrática) de tenerlos en cuenta en su accionar.
Ciertamente, el capital relacional y cultural del que disponen los hijos de las fa-
milias vinculadas a la aristocracia, la educación recibida por ellos, su propia expe-
riencia política, los colocan en mejores condiciones que a los humildes thétes para
asumir un liderazgo en los asuntos públicos y para dirigir la palabra a la Asamblea.
Pero nada borra el hecho de la igualdad legal, la isonomía, que trae como conse-
cuencia que en la Asamblea cada ciudadano sea un voto, y que cada ciudadano
goce en ella de la isegoría, es decir, de la igualdad en el derecho a expresar públi-
camente su opinión.

Un lugar diferente ocupan en Atenas los metecos: extranjeros libres, muchos de


ellos griegos, sobre todo en el siglo V, y un número mayor de “bárbaros” en el si-
guiente. Muestran una considerable heterogeneidad étnica además de diferen-
cias de fortuna. Inscriptos obligatoriamente y domiciliados en el Ática, pagan un
impuesto obligatorio (el metoikion), simbólico de su condición inferior a la del ciu-
dadano. Si bien carecen de derechos políticos y tampoco pueden adquirir tierras
ni casas, deben colaborar en la defensa militar. Sin embargo, resulta esencial para
la ciudad el rol que desempeñan en la manufactura, el comercio, el manejo del
dinero, es decir, en actividades propiamente urbanas, que crecen en la segunda
mitad del siglo V y en el IV. No casualmente gran parte de ellos reside en la ciudad
de Atenas y en el puerto del Pireo.

70
Mientras se fue desarrollando el proceso político antes señalado, se han ido
definiendo los dos términos de una antinomia: el ciudadano (idealizado en el polités,
que llega a la plenitud de la libertad) y la categoría legal opuesta, el esclavo (el
ajeno totalmente a la comunidad cívica, el extranjero total). Éste es el correlato
necesario del primero: en los tiempos “clásicos” el concepto de libertad adquiere
una significación específica.
Como ya se ha dicho, Atenas es entre los griegos el ejemplo más claro de la trans-
formación de una sociedad con esclavos en una sociedad esclavista. La
estructuración plena del sistema en los siglos V y IV entraña un fenómeno cualitati-
vo, de manera que los esclavos, no simplemente por su número, sino sobre todo por
su posición en la trama de relaciones sociales y en la estructura productiva, son
actores sociales que inciden netamente sobre el conjunto social y posibilitan que
éste –y muy especialmente sus sectores más poderosos– se sostenga con los ex-
cedentes generados por esta fuerza de trabajo.18
El peso del sistema esclavista es tal que también condiciona las representacio-
nes que esa sociedad construye acerca de sí misma. Como ejemplo extremo, el
pensamiento de Aristóteles atribuye esa antinomia a la naturaleza y, por tanto, la
concibe como inmutable. Oportunamente volveremos a tocar esta cuestión.

La polis democrática desarrolla plenamente sus instituciones participativas y sus


libertades cívicas, mientras descarga una considerable parte del trabajo productivo
sobre los esclavos. Estos últimos no poseen unidad de origen: pueden ser griegos o
“bárbaros” de diversos lugares, especialmente en el siglo IV; tampoco registran una
misma inserción en las relaciones de producción, ni comparten las mismas condicio-
nes de vida y trabajo, todo lo cual hace imposible el desarrollo una conciencia co-
mún. Es decir, no pueden ser considerados en conjunto una “clase social”.
Es interesante notar que los esclavos cumplen las más diversas actividades en
Atenas, muchas de las cuales también pueden ser también desempeñadas por
hombres libres: se los encuentra en los talleres artesanales, en las tareas agrícolas
(inclusive trabajando al servicio de un pequeño campesino), en las faenas domés-
ticas, en el comercio, en algunas funciones al servicio del Estado. Quizás sólo el
duro trabajo de las minas registre una amplia mayoría de esclavos por sobre los
trabajadores libres.

“Por lo general, no había prácticamente distinción real alguna entre el tipo de traba-
jo realizado (trabajo servil opuesto al de hombre libre). La verdadera diferencia con-
sistía en las condiciones en las que se ejecutaba ese trabajo. El hombre libre traba-
jaba (o quería trabajar) por su propia cuenta, mientras que la mayoría de los escla-
vos trabajaba por cuenta ajena (excluyendo el pequeño número de esclavos privi-
legiados que gozaban de cierta independencia).” (Austin y Vidal-Naquet, 1986:103)

71
5. El género en la polis
Una última observación sobre las relaciones sociales: las relaciones de género,
problemática no exclusivamente ateniense, sino de la sociedad griega en su con-
junto. Simplemente, para Atenas podemos contar con más testimonios que en otros
casos, como el de Esparta ya mencionado.
La ciudad griega ha sido comparada muchas veces con “un club de hombres”,
lo que, con matices, es característico de todas las poleis. El ciudadano es varón, el
poder en el Estado está en sus manos; la mujer queda excluida de los derechos
políticos y sometida al poder del hombre.
Para situar socialmente la problemática es preciso buscar en la intersección entre
las categorías legales, las situaciones que hoy llamaríamos “de clase” y la condición
de género. Cuando la mujer es hija de ciudadanos, transmite la ciudadanía a sus
descendientes y su lugar es la conducción del hogar, el hilado, el tejido, el manejo de
la economía doméstica, la procreación y la educación temprana de sus hijos ciuda-
danos. Cuando además es de condición humilde, sale también a trabajar fuera del
hogar: las mujeres que venden verduras o pescado en el mercado están ampliamen-
te testimoniadas en las comedias de Aristófanes. Y si es esclava, su dependencia
personal es doble: por su condición de no libre y por su situación de género.

Para acceder a la comprensión de la condición de la mujer griega una de las


dificultades que se presentan son las fuentes: no sólo por su escasez relativa (pro-
blema común a todas las cuestiones del área de estudio) sino porque la mayoría de
ellas ha sido producida por hombres, es decir, expresa una mirada masculina so-
bre las mujeres, mirada no aséptica, sino cargada con una concepción ya instalada
acerca de las relaciones de género. Inclusive la ausencia, el silencio sobre las mu-
jeres es, en ciertos casos, muy significativo.
Las fuentes textuales –inclusive las construidas a partir de los antiguos mitos–
requieren un agudo sentido crítico para tener acceso a la posición de las mujeres
en la sociedad de la polis, detectar los intersticios por los que ella se escurre y con-
frontarla con el imaginario dominante. Ejemplo de ello son Tesmoforias, Lisístrata y
Asambleístas entre las comedias de Aristófanes, los planteos de Aristóteles en la
Política o las breves menciones que hace Tucídides en su Historia. Los trabajos de
Nicole Loraux –ya mencionados– ponen a la luz las ambigüedades del imaginario
griego respecto de lo femenino.

En cuanto a las fuentes no textuales figurativas, señalamos dos ejemplos de cómo


puede ser encarado su análisis.
El primero es un interesante trabajo de Ana Iriarte Goñi, quien vuelve a poner a la
luz cómo la estatuaria de la época arcaica expresa las relaciones entre género y
poder en la polis. La koré –la joven doncella– es mostrada detalladamente con sus

72
atavíos, frente al joven ciudadano representado en su desnudez, la que a la vez
contrasta con la representación del bárbaro, siempre cubierto por pesados ropa-
jes. Son paradigmas de la época arcaica que se extienden hasta el mundo clásico.
La ambigüedad del rol de la mujer queda expresada en su vestimenta, mientras al
bárbaro también se lo representa vestido, a diferencia del desnudo masculino que
representa al ciudadano (Iriarte Goñi, 2003).
El segundo lo constituye el trabajo de François Lisarrague (Duby y Perrot, 1993)
sobre las representaciones femeninas en la cerámica de los vasos pintados de los
siglos VI y V a. C. Dado que estos constituyen un amplio conjunto no limitado a una
sola función ni a las imágenes femeninas, intenta señalar cuál es la parte reservada
a las mujeres dentro de temas muy variados de la vida social (el matrimonio, ritua-
les diversos, el oikos, la música, el symposion, los diversos personajes míticos…) y
trata de identificar en ese conjunto la articulación entre lo femenino y lo masculino.

En la polis toda la vida política, la guerra, la actividad de creación intelectual o


artística y gran parte de la sociabilidad que se desarrolla fuera del hogar son ámbi-
tos exclusivos de los varones. Ellos son los “actores” en las asambleas, en los tribu-
nales, en los gimnasios, en los juegos panhelénicos como las Olimpíadas, en el
escenario de las representaciones teatrales. Es decir, en los grandes ámbitos de la
vida pública, pero también en espacios más reducidos, limitados a un grupo más
íntimo y selecto, como en los simposios (symposia) de los círculos intelectuales en
que participan artistas, poetas, filósofos, y se reúnen maestros y discípulos. En el
siglo IV, es el caso de la Academia platónica y del Liceo de Aristóteles.
En este contexto, la compañía íntima del varón (especialmente entre los miem-
bros de los sectores aristocráticos o intelectuales), más allá de la relación marital
orientada a la procreación, halla su satisfacción en una hetaira o en otro varón, ge-
neralmente más joven.
Ciertamente, no es la homosexualidad de nuestro mundo contemporáneo, sino un
fenómeno mucho más complejo, para cuya comprensión requiere ser contextualizado.
Entre los testimonios, son numerosos los que provienen de la plástica, tales como
los que se observan en los vasos pintados de la cerámica ática antes mencionados,
especialmente los que representan el symposion. La belleza del cuerpo del efebo,
contemplada por el artista en los gimnasios e identificada con la figura de los dio-
ses, también es sugerente al respecto.
Para quien busque acercarse a las fuentes textuales, sugerimos la lectura de la
poesía lírica de Teognis o de Píndaro, así como de algunos diálogos de Platón, es-
pecialmente el Fedro y el Symposion, en los cuales el Eros es visto como el camino
que une a maestro y discípulo en el acceso al saber.19
En el caso especial de Esparta, el Licurgo de Plutarco contiene algunas alusio-
nes al respecto.

73
6. El Imperio Ateniense:
de la Pentecotecia a la guerra del Peloponeso20

El Imperio es el otro gran pilar de la democracia ateniense.


La gran obra histórica de Tucídides es la fuente principal para el conocimiento
de esta etapa, a la que analiza desde la perspectiva que le da el proceso histórico
que ha vivido hasta casi el final del siglo V.21
Su mayor interés radica en los hechos que le son contemporáneos. Su condición
de ciudadano ateniense involucrado en los conflictos políticos de su ciudad, y en la
confrontación con otras poleis, está íntimamente entrelazada con su mirada sobre
la guerra, el poder, la naturaleza de los hombres, la libertad, la esclavitud.
Su principal objetivo es encontrar en la verdad histórica una orientación perma-
nente para la conducta política; piensa que los hechos pueden preverse porque de
alguna manera se repiten. Pero el camino para llegar a esa verdad es arduo. Su
método consiste en interrogar a los testigos de un suceso determinado y luego
comparar críticamente los testimonios obtenidos. Confronta las diferentes postu-
ras frente a una situación, a veces expresadas a través de discursos que pone en
boca de los actores del drama en que se involucran los griegos. Veamos cómo él
mismo explica su concepción metodológica:

“En cuanto a los discursos que pronunciaron los de cada bando, bien cuando iban
a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, es difícil recordar la literalidad
misma de las palabras pronunciadas, tanto para mí mismo en los casos en los que
los había escuchado como para mis comunicantes a partir de otras fuentes. Tal como
me parecía que cada orador había hablado, con las palabras más adecuadas a las
circunstancias de cada momento, ciñéndome lo más posible a la idea global de las
palabras verdaderamente pronunciadas, en este sentido están redactados los dis-
cursos de mi obra. Y en cuanto a los hechos acaecidos en el curso de la guerra, he
considerado que no era conveniente redactarlos a partir de la primera información
que caía en mis manos, ni cómo a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos
que yo mismo he presenciado o que, cuando otros me han informado, he investiga-
do caso por caso, con toda la exactitud posible. La investigación ha sido laboriosa
porque los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino
según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno. Tal vez
la falta del elemento mítico en la narración de estos hechos restará encanto a mi
obrante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los
hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo
con las leyes de la naturaleza humana, si estos la consideran útil, será suficiente. En
resumen, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que
como una pieza de concurso para escuchar un momento.” (Tuc., I, 22)22

74
Si bien su pertenencia social y su concepción política condicionan las conclu-
siones que extrae, quedan en pie la exigencia de la rigurosidad en el tratamiento
del testimonio, la actitud crítica frente a todo facilismo en la búsqueda de la verdad
histórica y la convicción de que los sucesos humanos encierran una lógica que puede
ser develada por la razón.

“Con él el espíritu de la historia cambia por completo. Se dan por acabadas las
anécdotas, las leyendas, los pasatiempos, los rencores de Némesis y las amones-
taciones de los oráculos. Una vez barridos los pretextos fáciles y las circunstancias
fútiles, el Estado y el hombre proporcionan las verdaderas causas, aquél con su
fría razón y su egoísmo recalcitrante, éste, individuo o molécula de un ser colecti-
vo, con sus pasiones instintivas: una despiadada perspicacia descubre el encade-
namiento de las causas y de los efectos.” (Aymard y Auboyer, 1961:432)

Vista por él, la Pentecotecia aparece para Atenas como un notable período de
equilibrio social y de relativa paz que precede a la guerra. Queda enmarcada, por
una parte, por el nacimiento de la hegemonía ateniense, con la construcción de la
Liga de Delos (con el objetivo declarado de eliminar la presencia de los persas en
el Egeo) y su evolución hacia la plena develación de su carácter de instrumento del
poder imperial; por otra, por el derrumbe de ese poder, hacia los últimos años del
siglo, en el transcurso de la guerra entre los griegos.
Pero si bien hay un fundamento en la realidad, esta representación del imagina-
rio ateniense es producto de una elaboración ideológica iniciada durante la misma
guerra y continuada después de ella, cuando los atenienses experimentan la nece-
sidad de explicarse a sí mismos qué les ha sucedido, cuál es su destino como co-
munidad cívica dentro del mundo griego: una reflexión sobre la identidad de la polis,
intensificada en el siglo IV y profundizada en los círculos intelectuales.
La situación del 431 se le aparece entonces a Tucídides como una resultante
directa de las Guerras Médicas, aunque de hecho el dominio de Atenas sobre el
imperio, base de su creciente poderío, empujó a gran parte de los griegos a la guerra
del Peloponeso.

Frente al dominio persa se habían planteado distintas estrategias en Esparta y


en Atenas, expresión de las diferencias estructurales entre ambas poleis.
Mientras Esparta se replegaba en el Peloponeso, Atenas, a partir de Temístocles,
orientó su acción a controlar el Egeo y a proteger la ciudad: la construcción de los
Muros Largos, el puerto del Pireo y la ampliación de la flota estuvieron en el centro
de la preocupación de sus dirigentes.
En adelante, la defensa ya no estaría exclusivamente a cargo de los hoplitas
(ciudadanos fundamentalmente propietarios de tierras y capaces económicamente

75
de costearse su armamento), sino que en gran medida pasaría a actores nuevos,
los thétes, para cuya participación política ya se venían poniendo desde antes los
medios institucionales.23
Se abría entonces “[...] una nueva vía, en el campo militar, para volver a definir la
ciudadanía, al margen de la propiedad, rasgo verdaderamente nuevo en la historia
de Grecia. Así se rompe la identidad entre propietario, ciudadano y soldado” (Pláci-
do, 1997:12).

A través de la Confederación, los atenienses fijaron y controlaron las normas a las


que debieron someterse las distintas ciudades, sus obligaciones para con la de-
fensa frente al “bárbaro”, el pago del tributo anual. Ejercieron una dominación im-
perialista que –a pesar de la derrota de los persas– no toleró la desvinculación de
ninguna de las poleis que integraban la liga, de manera que pronto Atenas necesitó
imponer la obediencia por la fuerza y reprimir cualquier rebeldía.

Las relaciones entre Esparta y Atenas fueron conflictivas, tanto por la propia pro-
blemática interna de la primera –la población de ilotas siempre proclive a suble-
varse– como por el riesgo de intervención de ambas en otras poleis. En el caso de
Atenas, esa intervención tomaba la modalidad de apoyar a la población depen-
diente en contra de los partidarios de un gobierno oligárquico, potenciales alia-
dos de Esparta.24
Esparta, ciudad interior del Peloponeso en la llanura de Laconia, se constituyó
en el núcleo que atrajo como aliadas a las ciudades afectadas real o potencialmen-
te por la política ateniense. Basaba su economía en el trabajo de la tierra, a cargo
de un campesinado sometido, los ilotas, con una fuerte conciencia compartida sobre
su situación y que con su trabajo sustentaba a una élite guerrera, los espartanos.
En Atenas, los thétes –el dêmos subhoplítico– extrajeron de su nueva posición en
la defensa de la ciudad una serie de ventajas, por su decisiva participación en las
instituciones políticas, por la percepción del misthós como miembros de la flota o
como integrantes de los jurados públicos en los tribunales, y más indirectamente
por el aumento de los intercambios en el Egeo y el crecimiento de actividades eco-
nómicas de base urbana.
El Imperio aseguró muchas ventajas para ciudadanos y metecos,25 lo que garan-
tizó la libertad de los ciudadanos más pobres y posibilitó el establecimiento de un
cierto equilibrio social, fundamento de la democracia ateniense.
El otro soporte de ese equilibrio fue el sistema esclavista, del que ya nos hemos
ocupado.
Algunos miembros de la dirigencia ateniense, pertenecientes a los sectores so-
cial y económicamente más poderosos de la ciudadanía, participaron en la conso-
lidación de la liga y en la expansión imperial.

76
Su relación con el dêmos estuvo vinculada al sostenimiento de esa relativa con-
cordia entre los ciudadanos, alimentada por acciones redistribuidoras de los bienes
dentro de la sociedad. En los primeros años de la Pentecotecia, tuvieron los rasgos
del evergetismo ejercido por particulares tales como el rico y aristocrático Cimón.
Pero al ser éste desplazado, y a partir de las reformas democráticas de Efialtes y
Pericles, la redistribución quedó básicamente a cargo del Estado, principalmente a
través de la mistophoría.
Fue ésta una transformación radical del modo de distribuir los excedentes pro-
ducidos por la comunidad y por el Imperio, y de que aquéllos llegaran a los atenienses
que carecían de bienes. Algunas acciones confiadas a ricos ciudadanos que cos-
teaban las liturgias –como la coregia y la trierarquía– complementaron los mecanis-
mos de redistribución.
La Ekklesía, asamblea de la comunidad cívica, quedaba así asentada sobre la
independencia económica de sus miembros, lo que contribuyó a fortalecer el
liderazgo de Pericles. El dinero proveniente del phóros26 –inicialmente un aporte a
la defensa común– se transformó en un tributo administrado por aquélla, destinado
a los gastos públicos de Atenas y a sostener su prestigio y su poder. Ello facilitó el
pago del misthós, las grandes construcciones, el teatro, los festivales religiosos y
artísticos, las obras de arte representativas de la ciudad y de su concepción del
mundo. Así, la redistribución no fue sólo material, sino que la ciudad impulsó tam-
bién una ampliación del disfrute de los bienes culturales.

El dominio del Egeo aseguraba el control de las rutas comerciales y el acceso a


mercados lejanos, así como al aprovisionamiento de esclavos, trigo y diversas
materias primas. Las colonias y cleruquías permitieron la distribución de tierras a
ciudadanos atenienses pobres en territorio de aliados poco inclinados a la docili-
dad, de manera que sirvieron a la vez para controlarlos política y militarmente y para
descomprimir las tensiones sociales dentro de Atenas. Esta situación encierra una
contradicción: uno de los elementos constitutivos de la polis griega es que los ciu-
dadanos de cada una son exclusivamente quienes tienen derecho a la propiedad
de tierras en el espacio cívico respectivo.
En este contexto de conjunto resulta coherente que los intereses del dêmos
subhoplítico se volcaran hacia la expansión imperial y marítima.

La relativa concordia tenía sus límites y encerraba conflictos, los gérmenes de la


pérdida de la estabilidad y de su propia destrucción.
Por una parte, la situación generó conflictos entre Atenas y los aliados, conflictos
entrelazados con los que eran internos a cada uno de ellos, ya que los sectores más
poderosos –los más afectados por el pago del tributo– pretendían salir de la alian-
za, mientras los ciudadanos más humildes creían posible alcanzar condiciones

77
equivalentes a las del dêmos ateniense, posición contradictoria, pues la privilegia-
da situación de este último “[...] se basaba en el dominio sobre esas ciudades, don-
de en cambio creaba discordia, al presionar sobre los poderosos que, en Atenas, que-
daban exentos de esas presiones” (Plácido, 1997:14).
Por otra, la propia Atenas encerraba también elementos desestabilizantes. Los
simpatizantes de una política oligárquica 27 fueron desplazados por un grupo de
miembros de familias aristocráticas –a cuyo frente se hallaba el Alcmeónida Pericles–
que “[...] han optado por hacer suyos los intereses del dêmos para acceder así a modos
de control más sutiles, satisfactorios de igual modo para las aspiraciones populares,
en condiciones en que las realidades imperialistas y sus beneficios permitían borrar
los conflictos internos” (Plácido, 1997:20).

Es a partir del 443 cuando Pericles llegó al máximo de su poder político;


Tucídides –el historiador– puede afirmar que, aunque Atenas se consideraba una
democracia, era más bien el gobierno del primer ciudadano institucionalmente
elegido repetidamente como uno de los diez estrategas, pero con un liderazgo
superior al de todos ellos (Tucídides, II.65:8-9). La contención de los conflictos
internos a la polis había instituido una situación tal de equilibrio en las relaciones
entre la dirigencia y el dêmos, que un líder como él pudo controlar y dirigir sin que
lo privara de su libertad: Pericles “[...] vino a simbolizar el tipo de héroe capaz de
situarse en una posición superior para defender los intereses de la totalidad, del
conjunto de la ciudad, como si en ésta se hubieran acabado las diferencias y los
conflictos” (Plácido, 1997:15).
Aunque muchos de sus contemporáneos atribuyeron a sus condiciones perso-
nales este liderazgo, en realidad tenía un fundamento objetivo: el dominio del Egeo,
que hacía posible el mantenimiento del equilibrio social y del protagonismo políti-
co de los thétes. Este es, pues, un interesante caso para analizar las relaciones entre
el individuo destacado y la comunidad a la que pertenece.
El imperio, la consiguiente autoridad sobre los aliados y el uso que se hizo del
tributo fueron planteados por Pericles como un derecho de Atenas. Ideológicamente
fue justificado por el desempeño durante la guerra contra los persas, por la paz y
seguridad que seguía garantizando y por su proclamada superioridad; fue también
considerado necesario para garantizar la libertad de la polis. En la práctica, asegu-
raba el control de las rutas marítimas, el aprovisionamiento de trigo y otros produc-
tos necesarios, así como la captura de esclavos, que proveían la fuerza de trabajo
dependiente necesaria para el mantenimiento del sistema esclavista y la plena li-
bertad de la ciudadanía.
La ley del 451 (ya mencionada), que limita la condición de ciudadano a los hijos
de padre y madre atenienses, cierra así el acceso de nuevos ciudadanos al disfrute
de los privilegios respaldados por el Imperio.

78
La democracia incluyó plenamente las luchas políticas de Atenas dentro sus
instituciones ciudadanas, llevó la controversia a la Ekklesía, a la Bulé, a los tribu-
nales populares, inclusive al teatro –sustentado materialmente por la ciudad–, ám-
bitos todos en los que tiene su primacía la palabra, a través de la cual se plantea
la controversia.
El derecho de isegoría se reconoce a todos. Pero ciertamente, la capacidad
discursiva y el manejo experto del análisis político están asociados a un nivel de
educación y a la cercanía con las cuestiones conexas con el poder; en ello tienen
considerable ventajas los individuos provenientes de los sectores socialmente más
encumbrados.
Al respecto, son ilustrativos los discursos que Tucídides pone en boca de sus
personajes.28 Son construcciones ideológicas que buscan la eficacia para conser-
var, en circunstancias críticas, la cohesión social entre ciudadanos y aliados, y legi-
timar la acción sobre enemigos que ya no son “bárbaros”, sino otros griegos. Para
ello se ocultan aspectos de la realidad o se ponen de relieve aquellos otros que
resultan funcionales para los objetivos de la guerra y la dominación imperial.

Entre ellos tienen una especial significación los discursos de Pericles.


En vísperas de la guerra, presenta como ideal de Atenas a la insularidad, que
significaría, en el plano de lo imaginario, prescindir de la casa y la tierra (oikía), del
territorio del Ática, de la propiedad rural y de la agricultura; los fundamentos de la
polis arcaica pasan a segundo plano, para concentrar el esfuerzo en la ciudad y el
mar, disociando así la producción y la política. Como plantea Plácido, hay aquí una
realidad –Atenas se sustenta en los recursos que obtiene del imperio marítimo–,
pero también una suposición: podría prescindir, económica, social y militarmente
de los campesinos y su trabajo. Correría así el riesgo de desarraigarse de su propia
estructura y de generar los factores de su propia destrucción.
Sin embargo, la guerra tiene prioridades, ya que el imperialismo es lo que puede
asegurar el aprovisionamiento de Atenas. Esta concepción de las relaciones de
poder plantea como estrategia defender la ciudad y abandonar a su suerte al cam-
po, para luego por agua desembarcar en el territorio enemigo y arrasarlo.

Frente a los primeros muertos en la guerra, la ciudad rinde su homenaje cívico, y


es el más notable de los atenienses quien tiene a su cargo el Discurso fúnebre, una
de las grandes piezas oratorias que expresan a la Atenas de Pericles.29 El héroe ya
no es el guerrero aristocrático de la Ilíada, sino el dêmos en su conjunto, los héroes
que han muerto valientemente por una ciudad como esa y a los cuales se honra en
el lugar público y en la tumba colectiva. Una ciudad cuyo territorio viene como he-
rencia de los ancestros más remotos, pero a la que los padres transformaron en
cabeza del imperio, en cuyo control radica su fuerza sólo sustentable con la victoria

79
en la guerra. Una ciudad superior a las otras, en la que todos son iguales frente a los
asuntos públicos, pero en la que se respetan las diferencias privadas, que sabe valorar
la belleza y las creaciones del espíritu, que ha instituido la democracia, que es modelo
para otras: Atenas es “la escuela de Grecia”. Una ciudad, en fin, que asegura la
libertad a sus ciudadanos, pero que también da beneficios a sus aliados, quienes
a cambio quedan obligados al agradecimiento.

La invasión espartana al Ática y el arrasamiento de la vida rural, más graves en el


segundo año de la guerra, crean una situación que encierra los gérmenes de la ines-
tabilidad y de su propia destrucción, que saca a la luz los elementos contradicto-
rios, conflictivos.
Los campesinos refugiados dentro de la ciudad –en la que el hacinamiento des-
encadena la peste– resisten a la estrategia de Pericles y su política es cuestionada.
La concordia se ha resquebrajado y en esta situación el estratega debe enfrentar a
la asamblea. Frente a ella, pronuncia el discurso orientado a lograr la unificación de
voluntades en defensa del Imperio: ya no se puede retroceder, no se puede aban-
donar la política imperial; la alternativa de la dominación es la esclavitud de la ciu-
dad. La libertad plena de Atenas únicamente se logra mediante la esclavitud de los
otros griegos.
La realidad que expresa está parcializada pero, en un mecanismo claramente
ideológico, queda planteada como una totalidad, en la que se oculta o se omite
aquello que podría debilitar la posición asumida, poner en peligro la cohesión.

La muerte de Pericles (429 a. C.), víctima también de la peste, agrega un ele-


mento más de inestabilidad. Vista por sus contemporáneos, la desaparición de un
líder excepcional pareció la causa del desencadenamiento de nuevos conflictos y
de que nuevos dirigentes, de menor calidad moral y política y en muchos casos de
una extracción social no aristocrática, tomaran la conducción.
Vista la problemática desde las categorías de análisis que hoy maneja la histo-
ria, es evidente que en adelante la guerra seguirá desnudando los conflictos que
habían estado contenidos en los años favorables de la Pentecotecia.
Estos nuevos actores –los “demagogos”– tienen que ver con la transformación
de las relaciones sociales, trastornadas por la guerra. Pertenecen a grupos que no
se perjudican con ella, posiblemente propietarios de talleres y de esclavos, que
encuentran en la política imperialista unos mecanismos y una vía para ejercer el
poder o para enriquecerse rápidamente. Entre ellos han quedado más grabadas
las figuras de Cleón, el curtidor,30 y un poco después, más moderado en la política
expansionista, su adversario Nicias.31
Otro contraste notable se observa entre dos concepciones diferentes de la ciu-
dadanía: la del dêmos subhoplítico, que según avanza la política imperialista se

80
plantea como aspiración vivir del ejercicio de la ciudadanía y de la defensa de la
ciudad, y la del hoplita, ciudadano que trabaja su propia tierra y que también de-
fiende, aunque con otros intereses y de distinta manera, a la ciudad.
La violencia, la stásis, estalla en el interior de cada polis en las luchas entre el
dêmos y los olígoi, sectores que en cuanto a los asuntos “exteriores” se inclinan
respectivamente hacia Atenas o hacia Esparta. Se manifiesta en los liderazgos que
en una y otra impulsan la continuación de la guerra, como es el caso de Alcibíades,
el aristócrata ateniense que según su conveniencia o ambición oscila entre la ad-
hesión o la traición a unos y otros.
También son más violentas las acciones de Atenas para someter a los aliados
que se sublevan, como lo muestra su intervención en Melos o en Mitilene (Lesbos),
o en la finalmente fracasada expedición a Sicilia.32
Este fracaso abre el camino a Esparta y a su entendimiento con Persia.
En Atenas, la derrota repercute profundamente mientras se acrecientan las dificul-
tades de la ciudad, todo lo cual genera, desde varios ángulos, el cuestionamiento de
la política ejecutada hasta entonces y el estallido de la conflictividad político-social.33
En 411 los grupos oligárquicos más extremados que buscan la alianza
lacedemonia para consolidarse conspiran para derrocar a la democracia y tomar el
poder. Su programa político es eliminar el misthós, excepto para la guerra, y reducir
a sólo cinco mil los ciudadanos con derechos políticos, dependientes de la volun-
tad de convocatoria de otros Cuatrocientos, nombrados por los conspiradores en
reemplazo de todas las magistraturas. Prácticamente se deposita el poder en una
minoría privilegiada.
Si bien los Cuatrocientos pronto son desplazados por los Cinco Mil (hoplitas, es
decir, campesinos propietarios de tierras y no dispuestos a vincularse con Esparta),
su propio régimen dura poco tiempo y se restaura la democracia.

Hacia los últimos años de la guerra el panorama es muy complejo: atenienses


enfrentados políticamente entre sí o conteniendo la rebelión de sus aliados,
espartanos, otras ciudades griegas en Grecia continental y en el Egeo entrecruzan
sus acciones e intereses. El Gran Rey busca recuperar el dominio de las poleis si-
tuadas en las costas del Asia Menor, y el oro persa tiene un relevante papel en la
construcción de la nueva flota espartana.
La democracia restaurada en Atenas depende de las liturgias y de la eisphorá
para sostenerse materialmente, es decir, de la voluntad de los ricos, a quienes les
pesan el sistema político y el esfuerzo de guerra, mientras está pendiente la ame-
naza espartana en expansión en toda Grecia.
Atenas, escasa de recursos y dividida interiormente, no logra coordinar una po-
lítica coherente. La derrota naval en Egospótamos destruye su flota. El imperio está
perdido. Las tropas espartanas que la asedian por tierra exigen la destrucción de

81
las murallas, y su presencia fortalece nuevamente a los partidarios de un régimen
oligárquico. El jefe espartano, Lisandro, presiona a la Asamblea, que entrega el po-
der a los Treinta Tiranos, ante cuya autoridad despótica y violenta la tendencia
oligárquica se fractura.
En 403 son depuestos por una fracción de las clases dominantes más modera-
da, que incluye a caballeros y hoplitas, y que intenta efectuar revisiones legales e
instalar restricciones dentro del sistema democrático.

El proceso de reacción y reconciliación posterior a la guerra no es una victoria de


la democracia, sino que se trata de una solución intermedia entre la oligarquía y el
radicalismo democrático, una democracia restaurada, pero con limitaciones.
La nueva situación política pretende remontarse a la época de Solón, a modelos
anteriores a las Guerras Médicas y a las reformas de Clístenes. Los dirigentes vincu-
lados a la corriente oligárquica moderada consideran que han recuperado la pa-
trios politeia, es decir, la “constitución ancestral”. Se intenta crear para Atenas un
pasado glorioso y conservador, lo que suscita una especie de debate sobre su pa-
sado, su organización ideal, el sentido de la política.34
El siglo IV, con su trasfondo de crisis social profundizada por la guerra, seguirá
estimulando la discusión sobre la política.

En el siglo V un conjunto de condiciones había posibilitado la implantación de la


democracia radical. Entonces, un núcleo privilegiado, un número mayor de ciuda-
danos, pudo llegar a constituirse en los sujetos sociales de la democracia. La con-
dición necesaria para su permanencia fue la intervención de ejércitos con partici-
pación subhoplítica, el dominio imperialista sobre las ciudades que pagaban el
phóros y el control de los mercados que aportaban, entre otras cosas, esclavos. Pero
la democracia llevaba en sí el germen de su destrucción: la alteración de las rela-
ciones entre las poleis, el miedo de los griegos al dominio de Atenas, la democracia
vista como equivalente del imperialismo y de la tiranía.
La derrota final de Atenas ha alterado esas bases y le trajo la intervención directa
de Esparta, polis hegemónica a partir del fin de la guerra del Peloponeso.
Pero la experiencia de la guerra ha sacudido fuertemente también los cimientos
de todas las poleis. El siglo IV prepara la transición para otros marcos organizativos
de la vida social (Plácido, 1997:292-296).

7. La crisis de la polis

“Las contradicciones del sistema democrático, en sus relaciones conflictivas con


el imperialismo, reveladas principalmente en la guerra del Peloponeso, conduje-

82
ron, por una parte, a la crisis del sistema democrático mismo y a los intentos de
recuperación de la polis hoplítica, pero, por otra parte, también pusieron de relieve
los límites de las ciudades-estado que, en un cierto grado de desarrollo, sólo po-
dían reproducirse si los rompían y entraban con ello en contradicción violenta con
las demás. El sistema democrático fue, al mismo tiempo, la culminación de la his-
toria de la ciudad-Estado y el punto de inflexión en que se iniciaba su decadencia,
cuando para subsistir como tal ciudad tenga que apoyarse en entidades de orden
superior, reinos macedónicos o Imperio romano.” (Plácido, 1997:296)

La guerra del Peloponeso ha desestabilizado a cada una de las poleis y a las rela-
ciones entre ellas. La conflictividad desatada se prolonga durante gran parte del si-
glo IV en las luchas entre ellas por la hegemonía, a la que no renuncian fácilmente.
Este estado de guerra casi permanente en el conjunto del mundo griego consti-
tuye un factor decisivo en el proceso de desestructuración por el cual la polis llega
a sus límites, se torna incapaz de mantener su equilibrio interno, su autarquía eco-
nómica, su independencia política, y se agota como unidad básica organizativa de
la vida social. El proceso desemboca en la sustitución de la ciudad-Estado por la
monarquía, que será predominante en la época helenística.

La guerra desarticula el frágil equilibrio de la polis.


Al arrasar el campo y la producción agrícola erosiona las bases de la economía.
La miseria del pequeño campesino que pierde sus tierras lleva a muchos, especial-
mente en las regiones más pobres, a transformarse en mercenarios. Igual destino
siguen los perseguidos políticos de las luchas ciudadanas. El imperio Persa nece-
sita soldados profesionales, y muchos griegos encuentran allí su destino. Otros se
pondrán al servicio de una polis que no es la propia.
Por otra parte, la guerra crea nuevas formas de riqueza, nuevos estímulos para
poseerla y genera el enriquecimiento de estrechas minorías; mientras profundiza
las diferencias sociales polariza internamente a la ciudadanía, deteriora el funcio-
namiento de las instituciones políticas y el sistema de los valores cívicos. La situa-
ción de stásis se exaspera: enfrenta a ricos y pobres, propietarios y no propietarios;
entre los ciudadanos se generalizan las demandas del reparto de tierras y de la
condonación de las deudas.

Esparta ha triunfado, pero a costa de la agudización de sus tensiones internas, lo


que junto a la introducción de elementos extraños (tales como el dinero y las ambi-
ciones individualistas) lleva a la desintegración de su rígido sistema social, al dete-
rioro de sus valores tradicionales y a la rápida declinación de su liderazgo sobre
otras poleis. La batalla de Leuctra (371) señala el fin de su poderío y el rápido as-
censo de Tebas.

83
En el caso de Atenas, su situación privilegiada durante el siglo V había provoca-
do a nivel urbano un notable desarrollo de los intercambios, la aparición de présta-
mos para los emprendimientos del comercio marítimo y la formación de fortunas
mobiliarias, en suma, del uso del dinero (crematística), proceso que continúa en el
siglo IV mientras siguen trasformándose sus bases sociales.
Pero después de la derrota en la guerra del Peloponeso, ya sin posibilidades de
imponer su hegemonía sobre otras poleis, el ciudadano ateniense se ve frente a la
lucha por conservar o recuperar los privilegios de la época anterior.
No obstante ser Atenas la que menos sufre con la crisis general, no queda al
margen de ella. Los daños en la chôra, el área rural, hacen que los campesinos
empobrecidos, los que carecen de tierra, engrosen el número de los thétes y que
dependan más de los misthoi y de las importaciones de trigo del norte del Egeo y
del Ponto Euxino. Otros ciudadanos, en cambio, acrecientan sus propiedades en la
tierra cívica.
Los asuntos públicos retroceden frente a los de orden privado. No casualmente,
desde comienzos del siglo IV, se introducen los misthoi para compensar a los que
asistan a las convocatorias de la Ekklesía, algo impensable en los tiempos en que
los valores cívicos no eran discutidos.35
La reconstrucción del imperio en el siglo IV, impulsada por los partidarios de
concentrar el poder en una minoría que defiende sus privilegios, es una empresa
utópica, porque la recuperación de Atenas es relativa. La guerra exige grandes gastos
militares que deben solventarse con la eisphora, un impuesto pagado por los ricos
pero resistido por ellos. La nueva liga ateniense (378-338) no tiene ya capacidad
para hacerse obedecer, imponer el phoros a sus aliados ni instalar cleruquías.
Por eso son escasos los beneficios que puede obtener el démos y resulta impo-
sible recuperar la política integradora que había permitido aquel relativo equilibrio
de la época de Pericles. La polarización social y el empobrecimiento del démos lo
colocan en riesgo de caer en el estatuto servil y de debilitar su identificación con el
ciudadano. La derrota de Atenas debilita las condiciones por las que el libre que-
daba exento del trabajo dependiente. Los estrategos son ahora un instrumento de
la desviación de las demandas del démos hacia campañas en territorios lejanos.

La breve hegemonía de Tebas, destruida en Mantinea (362), pone una vez más
de manifiesto la impotencia de la polis para imponer su dominio sobre las otras y
para construir nuevos marcos organizativos.
La guerra ha cambiado de modalidad: ha incorporado las campañas marítimas,
ha transformado las operaciones militares, las técnicas de lucha y el carácter de
los ejércitos, todo lo cual saca a la luz otro aspecto de la crisis política de la ciu-
dad-Estado, que no sólo pierde el control de la función militar, sino también la ini-
ciativa política.

84
Las funciones políticas y militares se separan en la polis y los dirigentes se espe-
cializan, de manera que el demagogo ejerce la conducción política y el estratego
se transforma prácticamente en un jefe de mercenarios que –al igual que sus solda-
dos– puede abandonar la lealtad hacia su ciudad de origen y ponerse al servicio
de otra. Cuenta con la adhesión de sus hombres, ya que puede facilitarles el acce-
so a bienes materiales o, al menos, asegurarles una forma de supervivencia. Su poder
personal incide más cuando constituye un instrumento de los sectores oligárquicos
y pone su fuerza al servicio del mantenimiento del orden para frenar los reclamos de
los ciudadanos más humildes.

Hasta el siglo V ser soldado había sido una función del ciudadano, ya en el caso
del combate hoplítico (sustentado en un sistema de valores de la ciudadanía arcai-
ca, que se remontaba al siglo VII), ya en el de los thétes atenienses, integrantes de
una ciudadanía subhoplítica, embarcados en la flota.
Pero la guerra ha transformado realidades y creado nuevos marcos de significa-
ción. El misthós se va transformando en la paga que la ciudad hace al mercenario,
un especialista en la guerra; frente a él, el hoplita retrocede. Se desdibuja la rela-
ción ciudadanía-propiedad de la tierra y la vinculación del ciudadano con la ciu-
dad se debilita junto con el sentido de pertenencia a ella.
Mientras desde Macedonia se construye una monarquía helenizante y ex-
pansionista, va adquiriendo forma el proyecto de la conquista del Imperio Persa,
que requiere el avance sobre las costas del Egeo y por ende sobre las ciudades
griegas.

En el plano de lo ideológico, los pensadores del siglo IV –no sólo los comprome-
tidos directamente en la acción política, sino también los filósofos– reflexionan so-
bre la polis y ensayan la elaboración de alternativas a una situación que perciben
como inestable y crítica. Muchos cuestionan el dominio imperial de una polis sobre
otras, pero lo consideran legítimo si se lo ejerce sobre bárbaros.

La actividad de Platón en la Academia y su utopía política en la República y en


las Leyes expresan la preocupación por la stásis desde la perspectiva del pensa-
miento más elitista y conservador.36
En la República, obra construida en forma de diálogo, pone en boca de Sócrates
su planteo de la ciudad ideal: en ella –análogamente que en el alma– deben reinar
el orden y el equilibrio jerárquicos, condiciones para que exista la Justicia. En una
polis jerárquicamente ordenada el poder está en manos de los filósofos, esa mino-
ría de hombres superiores que, a través de la dialéctica, han llegado a conocer el
Bien y la Verdad, y que son los únicos capaces de gobernar justamente por sobre
campesinos, artesanos o guerreros. La aristocracia es entonces el mejor gobierno,

85
y tanto la timocracia como la oligarquía, la democracia o la tiranía, son formas de-
gradadas e inferiores.37
Se trata, pues, de una concepción aristocrática de la sociedad y del poder.

Un poco más tarde, Aristóteles funda en Atenas su escuela, el Liceo, donde en-
seña y produce sus principales obras.38
Con un pensamiento teórico mucho más arraigado en la realidad que el de su
maestro, recopila junto con sus discípulos ciento cincuenta y ocho constituciones
griegas y bárbaras, que estudia para luego componer la Política.
De aquéllas, resta sólo la Constitución de los atenienses (reencontrada en 1890
escrita sobre un papiro) donde estudia las constituciones de Atenas desde Dracón
y Solón hasta finales del siglo V, para luego analizar la de su misma época, por lo
cual constituye una fuente documental de particular importancia.
En cuanto a la Política, en la que estudia la estructura de la polis y de sus varias
formas históricas o ideales, se trata de una obra en la que la filosofía política halla un
lugar dentro de la universalidad de su pensamiento, publicada en una etapa tardía
y crítica de la evolución de la ciudad-Estado griega, cuando recorre los últimos tra-
mos de su existencia independiente.
En ella Aristóteles asume la tarea de defender la polis clásica, pero lo hace con
un fuerte contenido teórico, inclusive ideológico, y la transforma en un paradigma.
De ello resulta una visión arcaizante, una mirada retrospectiva, ya que estaría bus-
cando en el pasado aquellos elementos que considera esenciales y, por lo tanto
(dada su concepción), permanentes.
Realiza una tipología de las constituciones, entre las que distingue las formas
rectas, “puras” –monarquía, aristocracia, politeia–; a cada una de ellas le corres-
ponde respectivamente una “impura”: tiranía, oligarquía, democracia.39
Constata que en su época las poleis oscilan entre dos ordenamientos opuestos:
la oligarquía y la demokratia, y es crítico tanto de la primera (sometida a las arbi-
trariedades del poder ejercido por “los ricos y nobles, siendo pocos”) como de la
segunda la democracia radical (en la que la soberanía es ejercida por “los libres y
pobres, siendo los más”).
El predominio de unos u otros hace que la polis siempre esté sujeta a la stásis
que la desgarra, pues los “pocos” y los “muchos” son componentes contradicto-
rios entre sí. Pero hay un tercer elemento en la polis: los que están entre los unos
y los otros, los mésoi, los intermedios, inclusive en cuanto a su disponibilidad de
bienes materiales, situación que es la mejor de todas porque es la que más obe-
dece a la razón.
Si la polis es la comunidad suprema por naturaleza, el único ámbito posible de la
vida civilizada donde el hombre –naturalmente un animal político– puede ser ple-
namente hombre, entonces será necesario asegurar su supervivencia.

86
La politeia en sentido estricto, una mezcla entre oligarquía y democracia, es el
ordenamiento que posibilita la mejor polis. En ella el poder se deposita en esa
mayoría de ciudadanos que no son ni tan ricos ni tan pobres, que constituyen “el
medio”, los que garantizan la estabilidad y, por lo tanto, la mejor polis posible, no
como sería la ideal, sino según las circunstancias en que hay que construirla.
En este planteo prioriza la concordia entre los ciudadanos dentro de una consti-
tución (el conjunto de instituciones y normas que rigen la ciudad) que asegura el
equilibrio social frente a lo que estima como desbordes de la demokratia.
Su inquietud no puede desprenderse del fuerte impacto del siglo IV, que lo lleva
a reflexionar y a teorizar sobre la necesidad de que la polis perdure, en una postura
que implica una solución conservadora a la crisis.

Por otra parte, dentro del pensamiento clásico su posición representa el caso
extremo de justificación de la esclavitud, a la que ve como condición necesaria para
la libertad del amo, el polités, el ciudadano idealizado, que se realiza plenamente
en el “ocio creador”. Así lo expresa en la Política:

“La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a


unos seres para mandar y a otros para obedecer. Ha querido que el ser dotado de
razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser capaz por
sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de
esta suerte, el interés del señor y del esclavo se confunden.
La naturaleza ha fijado, por consiguiente, la condición especial de la mujer y del
esclavo. […] En la naturaleza un ser no tiene más que un solo destino, porque los
instrumentos son más perfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para
uno solo. Entre los bárbaros, la mujer y el esclavo están en una misma línea, y la
razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado a
mandar, y realmente no cabe entre los mismos otra unión que la de esclavo con
esclava, y los poetas no se engañan cuando dicen: ‘Sí, el griego tiene derecho a
mandar al bárbaro’, puesto que la naturaleza ha querido que bárbaro y esclavo
fuesen una misma cosa.”

Se trata de representaciones legitimadas ideológicamente, pero no se puede


olvidar que su referente histórico –mucho más matizado– es la realidad de una
sociedad esclavista.

También para el siglo IV, Jenofonte plantea como modelo a Esparta, e Isócrates
llega a adherir al proyecto de dominación y conquista de Filipo y a la restauración
de la monarquía.
Las propuestas de Isócrates, con un fuerte contenido ideológico, están conteni-

87
das en los textos que redacta para su enseñanza de la oratoria. Inicialmente plan-
tea que Grecia, encabezada por Atenas, podría recuperarse mediante una guerra
que la proveyera de tierras y esclavos. Pero a lo largo de su prolongada vida sus
ideas evolucionan y derivan hacia la propaganda de la unión de los griegos bajo el
liderazgo de Filipo, para la conquista del Imperio persa, en lo que ve una garantía
para aliviar la stásis y disminuir la presión sobre la tierra. La empresa uniría a las
poleis en pos de objetivos comunes y permitiría satisfacer el ansia de tierras, elimi-
nar la pesada carga del mercenariado y recuperar un orden social favorable a los
intereses de los sectores oligárquicos. Parte del supuesto de que la expansión ha-
cia afuera aplacaría tanto la lucha político-social dentro de cada polis como la gue-
rra entre ellas, en que casi todas están empantanadas.40
La documentación originaria de esta época pone de manifiesto los diversos
matices del proceso del agotamiento de la polis.41

Las conflictivas fuerzas que sacuden las poleis ponen a la luz un proceso de
agotamiento de sus marcos constitutivos. La salida de esta situación plantea
estructuralmente dos alternativas: o bien la revolucionaria (que implicaría una
profundización de la stásis, con la transformación radical de las relaciones sociales
y la redistribución de las tierras cultivables), o bien (análogamente con la coloniza-
ción de los tiempos arcaicos) la derivación hacia el exterior de la presión social y
política y de la búsqueda de tierras. La viabilidad de la polis como modelo
organizativo de la vida social se agota, sus dificultades económicas y políticas han
puesto en disponibilidad a un gran número de pobladores libres desocupados, sin
otro medio de vida que transformarse en mercenarios.
La primera alternativa tiene sus antecedentes en los tiempos arcaicos de la polis:
la demanda de repartición de tierras y abolición de las deudas. Frente a la proble-
mática que estamos analizando y a la instalación de situaciones políticamente oli-
gárquicas, con su correlativa concentración de tierra, poder y riqueza en muy po-
cas manos, se vuelve a insinuar desde comienzos del siglo IV y se irá profundizando
a lo largo del siglo III. El caso más grave es el de Esparta.42
En cuanto a la segunda alternativa, el proyecto de Filipo es funcional a ella: la
gran expedición al Oriente implica abrir el camino a la emigración y reanudar –en
otros términos– el movimiento colonizador.

Macedonia es un territorio relativamente marginal a la Hélade de las poleis.


La condición de griegos o bárbaros de los macedonios fue una cuestión discuti-
da ya en la Antigüedad; actualmente, a partir del estudio de la mitología, la
toponimia y la antroponimia “[…] hay elementos que apuntan a identificar a los
macedonios como una etnia griega influida por elementos no griegos, también abun-
dantes, que a su vez recibe aportes ‘helenizadores’ (sobre todo desde Atenas y a partir

88
del siglo V), por lo que no siempre es sencillo distinguir los rasgos helenos macedonios
y los aprehendidos”. Los griegos –entre ellos Heródoto y Tucídides– los ven como
“bárbaros”, entre otros motivos por su diferente organización política, aunque el punto
de vista oficial de sus reyes haya sido considerarse griegos.
De hecho, Macedonia domina la zona que se halla al sur de los Balcanes, y bajo
su autoridad se encuentran incluso no griegos, como los ilirios y tracios. Su expan-
sión durante el siglo IV se apoya en varios factores:
• Su autosuficiencia económica: a los recursos naturales que permiten una abun-
dante producción agrícolo-ganadera y maderera, se agregan el crecimiento del
comercio y la ampliación de la disponibilidad de metal precioso, obtenido de la
conquista de territorios vecinos.
• Un ejército poderoso, cohesionado y numeroso, organizado en función de las
jerarquías sociales, que cubre todas las modalidades de la lucha armada, contan-
do como grupo de cabeza a la nobleza del reino, la caballería de los hetairoi, cuyos
miembros están comprometidos personalmente con la empresa guerrera. El siste-
ma de combate, la falange –observada por Filipo en Tebas– es una herramienta
esencial en las campañas de conquista al Oriente.
• Una monarquía institucionalmente fuerte, con un poder absoluto, sustentada
en la posesión de tierras y metales preciosos (Pina Polo, 1993:163-185).

El proceso por el que Macedonia avanza sobre las enfrentadas y debilitadas ciu-
dades griegas y las somete a su dominio será pronto apoyado por los sectores más
conservadores de la polis, que adhieren al proyecto de expansión imperial al Orien-
te. En los últimos tramos de la independencia de Atenas, un político y pensador
partidario del mantenimiento de la democracia, como Demóstenes, alerta en sus
Filípicas sobre el peligro de los avances de Macedonia y encabeza la resistencia.

En la batalla de Queronea (338), el triunfo macedónico pone fin a la libertad de la


mayoría de las poleis, aunque también a los mayores conflictos entre ellas. Filipo no
anexa territorios, sino que privilegia la acción política y diplomática sobre la militar,
especialmente con Atenas. Su política panhelénica exige la hegemonía sobre las
poleis. Las pone bajo su autoridad en la Liga de Corinto (de la que es el hegemón),
paso previo a la gigantesca empresa común: las grandes campañas de conquista
del imperio Persa que llevará a cabo su hijo Alejandro.
En el Oriente, los conquistadores fundarán muchas ciudades semejantes a las
griegas, aunque ya no independientes, sino sometidas a la nueva monarquía que
Alejandro establece. Allí la fuerza de trabajo sometida no estará integrada por otros
griegos, sino por las poblaciones nativas sometidas, las cuales, a partir de la muer-
te de Alejandro, quedarán integradas en los reinos helenísticos.

89
8. La sociedad helenística y su abordaje
La expresión Helenismo o helenístico fue creada hacia 1830 por el historiador y
erudito alemán J. G. Droysen, 43 para designar el período comprendido entre dos
acontecimientos: la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.) y la de Cleopatra, últi-
ma reina del Egipto de los Ptolomeos (30 a. C.).
Esta periodización se apoya en un criterio acontecimental y en el sobredimen-
sionamiento del rol de los grandes individuos, a cuya presencia y acción se atribu-
ye casi exclusivamente la dirección de los cambios en la Historia. Por otra parte,
alude a transformaciones culturales que habrían consistido en una gran “fusión” de
la cultura griega con la del Cercano Oriente.

Con respecto a la periodización, hoy pensamos la etapa helenística según crite-


rios más acordes con lo expuesto acerca de los problemas de parcelar el tiempo,
ya que la explicación del cambio histórico reviste una complejidad mucho mayor.
La figura de Alejandro44 domina la época mucho más allá de su muerte. Ya en la
Antigüedad llamó poderosamente la atención de cronistas, escritores y líderes
políticos y fue tema de numerosas obras históricas y literarias; inclusive, en tiempos
históricos muy posteriores, se transformó en símbolo del poder alcanzado a través
de la fuerza militar y en motivo de inspiración para artistas y hombres de acción.
Sin desconocer el rol dinámico jugado por él, procuramos acercarnos a una com-
prensión más social del fenómeno de su meteórica presencia y de las rupturas que
comienzan a insinuarse a partir de ella, que no impactan meramente en el tiempo
corto en que queda constreñida la vida de un individuo, por más excepcional que
él sea, sino que se prolongan en la larga duración: una etapa marcada por notables
transformaciones y a la vez por continuidades en todos los niveles analizados por la
Historia, que construye un camino para la posterior incorporación al dominio roma-
no de extensos territorios y sus respectivas poblaciones.
La apertura del período dada por las conquistas de Alejandro (preparadas por
las de su padre Filipo) nos lleva a una serie de episodios bélicos que se dan en la
corta duración y que quedaron plasmados en las fuentes antiguas que centraron su
interés en las hazañas del personaje, casi sobrehumanas a los ojos de sus coetá-
neos y de los cronistas que los sucedieron y recogieron sus relatos. Al respecto, una
obra de fácil acceso es la vida de Alejandro, incluida por Plutarco en sus Vidas Pa-
ralelas; pueden también consultarse los manuales modernos que han recogido las
tradiciones antiguas.
A pesar del carácter acontecimental de estas narraciones, el avance greco-
macedónico al Oriente implica una serie de rupturas que requieren ser tomadas
en cuenta. El núcleo principal, la conquista del Imperio Persa, está signado por la
búsqueda del ecumenismo: la caída de los marcos políticos de la polis –ya pues-
tos a prueba a lo largo del siglo IV– y la superación de sus relativamente estre-

90
chos horizontes geográficos desembocan en un formidable cambio de las dimen-
siones y de las cualidades del escenario de los procesos históricos. Una naturale-
za desconocida, en gran medida ajena al mundo mediterráneo, se abre –con sus
distancias y espacios inconmensurables– a la experiencia vital de griegos y
macedónicos: los contrastes climáticos, las elevadas cordilleras asiáticas, los
desiertos, los grandes ríos, la fauna sorprendente, las selvas, el océano. Pueblos,
lenguas y culturas diversas se mueven en aquellos espacios. El mundo conocido
por ellos se amplía y se construye una nueva conciencia de él, un nuevo sistema
de representaciones.
En cuanto a la finalización del período, también cuesta señalar cortes, siempre
relativos. No puede perderse de vista que la conquista romana ni abarca la totalidad
de los reinos helenísticos –parte de cuyo territorio original ya ha quedado fuera del
control de los sucesores de Alejandro poco después de su muerte– ni es simultánea
para todos ellos, sino que los va incorporando a lo largo de más de dos siglos. La
caída de Egipto es sólo el último episodio de un proceso. Y si bien desaparecen los
marcos políticos y territoriales de la época helenística, sus creaciones en lo cultural-
ideológico seguirán circulando bajo el Imperio Romano por el Mediterráneo oriental
(y aun por su área occidental), apoyadas en la helenización de las élites urbanas.
Teniendo a la vista las anteriores observaciones y pensando más en procesos
que en acontecimientos, consideraremos entonces con un propósito instrumental
que la época helenística se extiende aproximadamente desde las grandes empre-
sas guerreras de Alejandro de Macedonia –que llevaron a la formación de su impe-
rio y después de su muerte a la de los reinos helenísticos– hasta la conquista roma-
na de la cuenca oriental del Mediterráneo y de las tierras que se encuentran más al
Oriente de ella.

Por otra parte, también requiere ser examinada y relativizada la supuesta “fu-
sión cultural” entre Oriente y Occidente, mundos para nada homogéneos, de di-
fícil síntesis.
Si bien hay puntos de contacto y se detectan fenómenos de mutuo intercambio
cultural, no podrá perderse de vista que se trata de sociedades muy diversas, no sólo
si observamos globalmente los dos grandes conjuntos –el mundo greco-macedónico
y el imperio de los Aqueménidas– sino si miramos al interior de cada uno de ellos. El
segundo, en especial, constituye un conglomerado de sociedades culturalmente
heterogéneas, distribuidas desigualmente en territorios de grandes dimensiones.
Pero no sólo es cuestión de diversidad, sino también de diferente posición frente al
hecho del poder obtenido por la conquista. En los territorios incorporados los con-
quistadores fundan ciudades de tipo griego, que pasan a ser foco de atracción para
soldados, comerciantes, artistas o intelectuales. Estos inmigrantes greco-macedónicos
son minorías que se radican en aquéllas y constituyen un sector vinculado al poder, o

91
que al menos necesita su permanencia. Las élites que detentan ese poder son porta-
doras de una cultura esencialmente griega, de base urbana. Como parte de su estilo
de vida, incorporan inclusive la esclavitud a su servicio. Por su inserción en complejos
socioculturales más antiguos, no quedan exentas de la recepción de algunos ele-
mentos orientales, pero predomina el componente griego. La integración cultural
helenística se da sólo a nivel de las élites, inicialmente sólo formadas por los conquis-
tadores, las minorías orientales cooptadas por ellos y sus sucesores.
Estas élites helenizadas coexisten con un fenómeno sociocultural paralelo: el de
las poblaciones de campesinos sometidos tradicionalmente a la autoridad de las
monarquías o/y al poder religioso, fuertemente imbuidos de su cultura tradicional y
pasivos receptores de modelos de organización social y de relaciones de depen-
dencia preexistentes a la conquista macedónica. Al respecto, es muy sugerente el
análisis de estas situaciones mediante el uso de un par de categorías correlativas:
la cultura de los sectores de élite y la de los sectores subalternos.
Esta cuestión nos lleva a tener en cuenta las estructuras sociales del Cercano
Oriente, cómoda expresión esta última que incluye desde grandes llanuras
aluvionales con agricultura intensiva en sus oasis de regadío y centros urbanos y
ceremoniales muy antiguos, activos en el comercio y la manufactura, hasta áreas
de pastoreo rudimentario, nomadismo, agricultura de subsistencia y enormes ex-
tensiones desérticas.
Globalmente registra fuertes diversidades. Por un lado, una población campe-
sina mayoritaria agrupada en comunidades de aldea y bajo diferentes modalida-
des de dependencia personal, que aseguran la sumisión, la producción y la per-
cepción de tributos por parte de los sectores dominantes minoritarios que son el
soporte político-religioso de las monarquías orientales; por el otro, los nuevos gru-
pos de poder implantados por la conquista que incorporan, en cada área, a miem-
bros de los anteriores. En consecuencia, se trata de sociedades fuertemente dife-
renciadas en su interior, en las que perdura una cultura de sectores subalternos,
iletrada, que incluye elementos mágico-religiosos tradicionales, que existe al
margen de otra –la originada en las cortes, la de los sectores dominantes vincula-
dos al poder– estructurada sobre una matriz griega a la que se incorporan ele-
mentos orientales válidos para su legitimación.

Desde el punto de vista del estudio de la economía, en esos tres siglos existen
“[…] dos sociedades ‘griegas’ fundamentalmente distintas. Por una parte, el antiguo
mundo griego, que incluía a los griegos ‘occidentales’, no sufrió cambios en la eco-
nomía que requieran consideración especial, pese a todos los cambios políticos y
culturales que indudablemente ocurrieron. Por otra parte, en las regiones recién in-
corporadas –gran parte del Asia menor, Egipto, Siria y Mesopotamia– el sistema so-
cial y económico fundamental no fue modificado por los conquistadores macedonios

92
ni por los inmigrantes griegos que los siguieron ni, más adelante, por los romanos [...].
Por tanto, no hubo desde el principio una ‘economía helenística’; hubo dos, un sector
antiguo y un sector oriental” (Finley, 2003:257-258). El sector “antiguo”, el área pro-
piamente griega, continúa basando gran parte de su trabajo obligatorio en la es-
clavitud, no sólo en zonas rurales, sino en medios urbanos, donde se la encuentra
en las manufacturas, en los puertos y en diversas actividades urbanas. Rodas y Delos,
favorecidas por su posición geográfica, se transforman para esa época en impor-
tantes centros del tráfico de esclavos del Mediterráneo.

La monarquía construye otros marcos dentro de los que se estatuye y se ejercita


el poder. Más allá de la permanencia de su nombre, la vieja polis ha perdido su au-
tonomía; los pocos casos que la conservan formalmente han sufrido la guerra, el des-
quicio de su economía campesina o de su edificación urbana, y la pérdida de sus
libertades públicas. Su desaparición como ciudad-Estado autónoma ha traído con-
sigo cambios en la concepción del ciudadano: sus libertades y derechos políticos
han quedado limitados a la gestión de los asuntos meramente municipales.
Para esas nuevas élites urbanas no se es ya meramente ciudadano de una polis,
sino que se es cosmopolita, ciudadano del mundo. Sus miembros, intensamente
helenizados, tienen más en común con los ciudadanos de otras poleis (por más leja-
nas que sean) que con los sectores sociales subalternos en los que se inscribe el cam-
pesinado de tipo oriental que trabaja en los campos vecinos. El contraste cultural
contribuye a consolidar la polarización social y la relación dominantes / dominados.
Por otra parte, esa helenización es más intensa cuanto más cerca de las costas
mediterráneas se encuentre cada región y cada ciudad, y en cambio es tanto más
superficial y limitada a medida que crece la distancia al mar.
Desde el punto de vista del estudio de la economía, en esos tres siglos existen
“[…] dos sociedades ‘griegas’ fundamentalmente distintas. Por una parte, el antiguo
mundo griego, que incluía a los griegos ‘occidentales’, no sufrió cambios en la eco-
nomía que requieran consideración especial, pese a todos los cambios políticos y
culturales que indudablemente ocurrieron. Por otra parte, en las regiones recién in-
corporadas –gran parte del Asia menor, Egipto, Siria y Mesopotamia– el sistema so-
cial y económico fundamental no fue modificado por los conquistadores macedonios
ni por los inmigrantes griegos que los siguieron ni, más adelante, por los romanos [...].
Por tanto, no hubo desde el principio una ‘economía helenística’; hubo dos, un sector
antiguo y un sector oriental” (Finley, 2003:257-258).

La variedad sociocultural y política de los territorios ocupados, las enormes dis-


tancias, las dificultades de comunicación frente a obstáculos naturales difíciles de
vencer (las grandes cordilleras asiáticas, los desiertos deshabitados, las condicio-
nes climáticas extremadas), la rapidez de la conquista, las inevitables rivalidades,

93
impiden la consolidación del imperio y llevan rápidamente a su fragmentación, sin
que desaparezca el masivo sustrato cultural campesino previo a la incursión de las
tropas macedónicas.
Los reinos helenísticos formados a la muerte de Alejandro no toman el nombre
de las tierras ocupadas –aunque pueden ser situados geográficamente de manera
aproximada– sino de las dinastías iniciadas por los generales y sucesores de Ale-
jandro: los Antigónidas (Macedonia y Grecia); los Seléucidas (el corredor Sirio-
Palestino, Mesopotamia, el Irán); los Lágidas (Egipto). Más tarde surge el reino de
los Atálidas en el Asia Menor.45 De hecho, el estado no tiene existencia propia, sino
que es una posesión personal del soberano.

La monarquía es la forma de gobierno dominante en el mundo helenístico. Si bien


requiere ser examinada en cada reino para advertir lo específico, es posible acercar-
se a algunos rasgos comunes que integran la representación simbólica del poder
real, que aseguran la legitimidad a los ojos de sus súbditos y refuerzan su autoridad.
La ideología del basileus helenístico no es totalmente ajena a la tradición griega
y tiene importantes antecedentes, como el mito y la poesía homérica. El monarca
realiza en su persona la areté: su imagen es la representación de la figura del héroe
que vence en la batalla, que encarna la justicia, la inteligencia, la bondad, que es
intermediaria entre los hombres y la divinidad. Es sôter (salvador) y evergetes (be-
nefactor), superior a los humanos. Su poder es absoluto y es el único legislador, la
encarnación de la ley. Lo acompaña un grupo de amigos que forman parte de su
corte –los compañeros de armas– y diversos auxiliares que colaboran en las tareas
de gobierno y administración. El culto dinástico se impone, excepto en Macedonia.
En el especial caso de Egipto, la tradición faraónica incide en la divinización del
soberano, quien también hereda un consolidado aparato administrativo que acre-
cienta el control sobre la sociedad.
Su riqueza es una fundamental base material de su poder, pero a la vez éste la
genera: su condición de propietario de tierras consideradas bienes reales, la re-
caudación de tributos de los que dispone en tanto soberano, la potestad de exigir
bienes o servicios a sus súbditos.
La conquista necesita ser consolidada, lo que, para mantener el poder y afrontar
las múltiples luchas dinásticas o de otro tipo, exige la necesaria presencia de ejér-
citos numerosos que se hacen permanentes, flota, maquinarias de guerra. La ideo-
logía legitimadora es funcional a ello: al monarca helenístico se le atribuyen rasgos
tales como ser inspirado y bendecido por los dioses, capaz de conducir los ejérci-
tos y de obtener la victoria militar, lo que se expresa en inscripciones, monumentos
y monedas, a la vez que tiene también otra repercusión práctica: legitima las fre-
cuentes usurpaciones.
La superioridad bélica de Roma, creciente a partir del siglo II a. C., terminará

94
venciendo y reemplazando a estas fuerzas militares. En lo político, podrá contar
frecuentemente con la adhesión de los sectores sociales dominantes, temerosos,
como en Grecia, ante la posibilidad del conflicto social, la stásis.

Más allá de la disgregación territorial del imperio de Alejandro, la existencia de un


conjunto de ciudades comunicadas entre sí hace posible un proceso de intercam-
bios culturales, amplio en su difusión espacial, aunque limitado estructuralmente.
Como ya se ha señalado, la conquista amplía rápidamente el mundo conocido
por los griegos, quienes en su expansión –además de incorporar tierras– crean
nuevos y numerosos centros urbanos a los que llaman poleis –aunque ahora despo-
jados de la autonomía política del pasado– y a los que conciben al igual que antes,
como el ámbito “natural” de la civilización.
Las ciudades, griegas o helenizadas, antiguas o recientes, quedan integradas en
los reinos helenísticos, en los cuales la última palabra es la del soberano. Sin embargo,
tienen organismos de autogobierno para su administración y la de su respectiva zona
rural (la chôra): leyes propias e instituciones (magistraturas, consejo, asamblea). Las
que llegan a ser residencia del rey reciben muchas muestras de su generosidad, pero
a la vez sufren una mayor reducción del margen para tomar sus propias decisiones. Las
que no lo son se multiplican y crecen en número de habitantes y en actividad.
Sus principales centros son Alejandría (Egipto), Antioquia (Siria), Pérgamo (Asia
Menor) y Babilonia (Mesopotamia). Salvo la última, están ubicadas en las cercanías
del Mediterráneo, y por ello integran fácilmente –junto con otras menores, como
Rodas– las redes de los vínculos comerciales y de difusión cultural. Muchas de ellas,
especialmente en las zonas más orientales, se hallan enclavadas en amplias regio-
nes rurales que permanecen aferradas a sus sistemas tradicionales de vida.
Algunas de las nuevas ciudades se crean como modelos urbanísticos en los que
se traza un plano geométrico, con sus calles cortadas en ángulo recto y sus sitios
destinados al uso colectivo, que prevé el crecimiento futuro y ordena el espacio según
la topografía del terreno. Reúnen un conjunto de elementos materiales y simbólicos
que hacen a la vida urbana: ágora, templos, teatros, escuelas, monumentos, mura-
llas. Pérgamo (cuyo altar monumental dedicado a Zeus Sôter fuera excavado por
Humann) y Priene, ambas en el Asia Menor, son ejemplos de ello.
Atenas subsiste como centro de enseñanza de la retórica y la filosofía y de pre-
servación de los modelos clásicos, pero ya no crea. El gran núcleo de conservación
y creación cultural es Alejandría, puerto mediterráneo situado en las bocas del Nilo,
donde la Biblioteca y el Museo se constituyen en centros de preservación de las
obras de los autores clásicos y de estudios científicos, filosóficos y filológicos. Sin el
aporte de los eruditos alejandrinos poco conoceríamos hoy de la producción de los
escritores antiguos.
Algo más tarde, Pérgamo entra a cumplir parecidas funciones.

95
En las ciudades, el mecenazgo de los reyes y sus cortes, por una parte, y la capa-
cidad de consumo material y simbólico de las élites, por otro, generan condiciones
para la actividad literaria, filosófica y artística: la ayuda económica, la demanda mul-
tiplicada de sus obras, la seguridad de la protección y de la distinción social reco-
nocida a artistas, pensadores y escritores. Las obras por encargo –ya se trate de
construcciones que testimonian el poder real o de la satisfacción de deseos de par-
ticulares: viviendas, pinturas, esculturas reproducidas una y otra vez– son testimo-
nio de ese fenómeno social.
Estos núcleos del helenismo geográficamente dispersos son ámbitos comunes de
identificación en los que lo “griego” contrasta con lo “bárbaro”, y crean un ámbito
común civilizatorio, de carácter ecuménico aunque desconozca la unidad política.

En el plano de lo religioso, la caída de la autonomía de la polis y de las libertades


políticas contribuye a poner de relieve la insuficiencia de las divinidades poliadas
–que ya no la protegen– y a percibir su culto como una de las convenciones de la
vida urbana. Por otro lado, las monarquías se apoyan en diferentes modalidades
del culto dinástico y de la Tyché (la fortuna), pero no ponen obstáculos a la toleran-
cia religiosa, coherentemente con la heterogeneidad del mundo conquistado.
Diversas formas de sincretismo se dan al crecer el contacto con los cultos orien-
tales, que vienen a llenar lugares vacíos en cuanto a dar respuestas a las problemá-
ticas de la vida, a buscar consuelo y protección frente a sus inseguridades y penu-
rias, a dotar de algún significado a la muerte.46 Las religiones de misterios –con sus
ritos secretos de iniciación, ya existentes en tiempos clásicos, como los de Eleusis
o de Dionisos– se multiplican, se adoptan divinidades orientales que se acoplan al
panteón griego o dan nueva significación a sus dioses, se buscan sendas que evi-
dencian la inquietud frente a la salvación, entendida en un sentido amplio y difuso,
manifiesto en la palabra sôter que se agrega al nombre del dios y al del soberano.
En general, esas religiones canalizan la sensibilidad, el fervor y el misticismo.
Los cultos orientales –los de Isis, Osiris, Cibeles y tantos otros– se van trasladan-
do, de Oriente a Occidente. Más tarde, cuando se produzca la conquista romana,
ese movimiento se ampliará y planteará diferentes alternativas a las de una religión
de rústicos campesinos, orientada hacia la legitimación de la autoridad paterna en
la familia patricia y del poder del Estado en una Roma crecientemente poderosa.
La penetración religiosa del cercano Oriente es un proceso de larga duración y
con caminos diversos, que se intensifica con la vertiginosa conquista de los últimos
tiempos de la República y llega a su plenitud durante el Alto Imperio.
Si bien, intrínsecamente diferente, el cristianismo tiene un lugar, al principio de poca
dimensión, dentro de esta correntada. Originado en un territorio marginal del Oriente
mediterráneo, apoyado en la tradición monoteísta hebrea y en un estricto código moral,
surge y comienza a difundirse en el Imperio Romano a partir del siglo I de nuestra era.

96
Notas

1. Las funciones del basileus se distribuyen entre los res o administradores de justicia de la edad arcaica,
arcontes, uno de los cuales, a cargo del control del es hacer cesar la sedición, reconciliando, reunificando
culto religioso, conserva aquel nombre; a él se su- la ciudad” (Cfr.: Vernant, 2002:93-94).
man el epónimo y el polemarca. Hacia la segunda La principal fuente para el historiador la constituyen
mitad del siglo VII se agregan seis thesmothétes (le- fragmentos de sus poemas, cuya autenticidad está
gisladores o jueces), todos los cuales conforman el fuera de duda, aunque ofrezcan algunas dificultades
colegio de los arcontes. Estas magistraturas se ha- para la interpretación. Otros testimonios son de ela-
cen anuales (c. 682-683). El predominio político de la boración tardía y corresponden a quienes hacia fines
aristocracia en Atenas se extiende al menos hasta del siglo V o durante el IV, ideológicamente condicio-
comienzos del siglo VI. nados, quisieron ver en él al fundador de la democra-
2. Eupátridas, es decir, “los bien nacidos”, es la deno- cia ateniense.
minación de la aristocracia de sangre en Atenas. Ob- 5. En Atenas, la primera codificación de leyes escri-
sérvese que el nombre mismo tiene una carga ideoló- tas es la atribuida a Dracón (c.621), quien termina
gica, que pone de manifiesto la voluntad de legitimar con las venganzas de sangre.
el predominio y los privilegios del sector. 6. Estas categorías, que perduraron en los tiempos
3. Los hectómoros parecen haber estado obliga- clásicos, son (en orden descendente en cuanto a la
dos a pagar un sexto de la cosecha, aun cuando magnitud de sus bienes): pentacosionedimnos, ca-
subsisten las dudas acerca de si esa sexta parte balleros o hippeis, zeugitas (campesinos que pue-
sería solamente lo que podían retener; por otra den costearse su armamento en la infantería pesada,
parte, en estas sociedades de base agraria se ge- es decir, hoplitas), thetes (ciudadanos sin bienes
neran mecanismos de endeudamiento progresivo inmuebles). Las dos primeras son integradas por los
de los campesinos, que corren el riesgo de perder mayores propietarios de tierras y productores de
su libertad. Ambos fenómenos están relacionados granos, o de otras riquezas. Las tres primeras ten-
entre sí, pero cabe la pregunta de Claude Mossé: drían derecho a integrar la Bulé o Consejo; la cuarta
“¿Llega uno a ser hectómoro por endeudamiento o sólo podría integrar una asamblea que tendría tam-
bien la deuda resulta de la imposibilidad de pagar bién responsabilidades judiciales, aunque se carez-
la renta de la sexta parte?” (Cfr.: Mossé, 1987:16). ca de precisiones sobre su funcionamiento, mientras
En ambos casos se trata de relaciones de depen- no desaparece el Areópago. La constitución que
dencia propias de las sociedades arcaicas en el Aristóteles atribuye a Solón posiblemente es una ela-
mundo grecorromano, en las que no hay una distin- boración posterior, cuando a fines del siglo V y du-
ción neta entre libre y esclavo sino muchas situa- rante el IV, desde los sectores oligárquicos, se inten-
ciones intermedias. ta poner límites a la democracia radical surgida de
4. “Solón está en una posición en cierto modo margi- las reformas de Efialtes y Pericles.
nal, de alguna manera como ‘fuera del juego’, al mar- 7. El evergetismo (de evergetes, bienhechor) se refie-
gen de la refriega. Su rol, como el de otros legislado- re a un conjunto de acciones tales como donaciones,

97
construcciones, monumentos, festividades públicas, ilotas, pero también le permitía intervenir en asuntos
etc., realizadas a expensas del propio patrimonio internos de otras ciudades.
por dirigentes social y políticamente encumbrados, 12. La batalla naval de Salamina se produjo en 480;
destinadas a beneficiar a la comunidad a la que per- la formación de la Liga data de 478, pero pronto
tenecen, pero también a acrecentar su prestigio y quedará bajo la conducción de Atenas (477-476).
gloria personales. 13. El ejercicio de la autoridad y el control de un
8. En este sentido, dêmos (plural: demoi) equivale a estado sobre otros territorios durante un período
la aldea, a la comunidad local. largo de tiempo –elementos generales característi-
9. Los estrategas (strategoi) son los magistrados cos de un imperio– ya están presentes desde la con-
máximos, que se hacen cargo de la conducción del formación inicial de la Liga. Ello no significa desco-
ejército o la marina, y desempeñan a la vez un rele- nocer las transformaciones sufridas a lo largo del
vante papel político en la conducción de la polis. proceso, ni la existencia de imperios muy diferentes
Dada la necesidad de que contaran con ciertas con- entre sí, con muy diversos medios para ejercer el
diciones personales y “profesionales”, eran elegidos poder (Cfr. Finley, 1984:60-84).
generalmente entre miembros de las familias aristo- 14. Para un análisis de la obra de Heródoto sugeri-
cráticas. No recibían ninguna retribución económica mos consultar: Momigliano (1984). Para su relación
por la función, pero ésta les permitía reforzar las con la democracia ateniense desde el punto de vista
relaciones que hacían posible el ejercicio del poder. del discurso historiográfico ver Gallego (2003:273-307).
Debían rendir cuentas de sus actos frente a la asam- 15. Para el análisis del tránsito a la democracia
blea, lo cual también los exponía a riesgos en caso radical y de los textos de Aristóteles al respecto (la
de que su actuación no hubiera resultado satisfacto- Política y la Constitución de Atenas), ver Gallego
ria. Podían ser reelegidos varias veces, como fue (2003:65-94).
luego el caso de Pericles. 16. Si bien muchas poleis griegas admitían los dere-
10. El adjetivo “Médicas” (mal aplicado a los persas chos de ciudadanía únicamente para los propieta-
por los griegos) es un error del pasado que la tradi- rios de tierras, Atenas se diferencia en que gradual-
ción ha convertido en permanente. La fuente princi- mente los ciudadanos carentes de propiedades
pal son las Historias de Heródoto, obra de fácil ac- inmuebles lograron que se les fueran reconociendo
ceso para el lector. La información sobre las guerras los derechos políticos; por consiguiente, esto les
puede también localizarse en numerosos manuales. dio pie para reivindicar su aspiración a poseerlas.
11. Desde finales del siglo VI existía ya la liga de los 17. Estos conflictos se hacen más evidentes hacia
lacedemonios y sus aliados (impropiamente llamada finales del siglo V y durante el IV.
liga del Peloponeso) bajo la conducción indiscutida 18. Esto es más notorio en el caso romano, donde el
de Esparta. Su estructura organizativa federal le po- fenómeno alcanza una escala mucho mayor que en el
sibilitaba el apoyo militar de otras poleis que necesi- esclavismo griego.
taba dado el permanente riesgo de rebelión de los 19. Una interesante reflexión sobre esta cuestión la

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ofrece el historiador francés Henri-Irénée Marrou, en de la guerra del Peloponeso, Madrid, Gredos. Tra-
una obra ya clásica (Cfr.: Marrou, 1965). ducción y notas de Juan José Torres Esbarrach.
20. Se llama Pentecotecia al período de aproximada- 23. Como ya se ha analizado, el proceso de transfor-
mente cincuenta años comprendido entre la finaliza- maciones político-sociales comenzado en época de
ción de las Guerras Médicas y el comienzo de la del Solón continuó durante la tiranía de Pisístrato y las
Peloponeso (431 a. C.). Es analizado por Tucídides reformas de Clístenes. Se amplió con la instauración
en el Libro I, 89-117 de sus Historias, como una intro- de la democracia radical a partir de las reformas de
ducción necesaria para comprender la guerra misma Efialtes.
y las transformaciones políticas y sociales vincula- 24. Esta observación se refiere a los ilotas espartanos
das a ella, temas centrales de su obra. La guerra y a los hombres libres ciudadanos de otras poleis
finalizó con la desarticulación del imperio y la derrota que se hallaban bajo el control de sectores oligár-
de Atenas en 404 a. C. quicos. En estos últimos casos, Atenas promovía la
En este tema hemos tomado elementos del planteo adopción de formas de gobierno democráticas, pero
integral realizado por Domingo Plácido (1997). a la vez sometía rígidamente a esas poleis a su con-
21. Tucídides nació en Atenas entre los años 460 y 454 trol político y militar.
a. C. Tuvo una activa participación política en tiempos 25. Los ciudadanos estaban exentos del impuesto a
de Pericles, a quien admiraba. Se desempeñó como la tierra. En cuanto a los metecos, si bien eran extran-
estratega durante las guerras del Peloponeso, circuns- jeros domiciliados (no ciudadanos, y por tanto sin
tancia que le dio el marco contextual a su obra. Ésta derechos políticos, entre ellos el de la propiedad de
fue escrita mientras se encontraba fuera de Atenas, la tierra), su rol en la manufactura, el comercio y la
debido al exilio al que fue condenado por el fracaso navegación (actividades que crecieron a la par que
de una misión contra los lacedemonios en Anfípolis. se extendía el imperio) fue un factor esencial en la
Quizás fue esta situación la que le posibilitó al militar prosperidad de Atenas.
y político convertirse en historiador, dado que la ob- 26. El phoros era el tributo anual que había fijado
servación de los sucesos que se desarrollaban en el Arístides, pagado en dinero o en barcos por las
mundo griego estimuló su reflexión y, a la vez, le po- poleis que integraban la confederación. El tesoro de
sibilitó trasladarse a fin de interrogar a los diferentes la liga, inicialmente depositado en la isla de Delos,
testigos para reunir toda la información necesaria. Si fue trasladado a Atenas en 454-453, con lo cual que-
bien el centro de su interés es el proceso ateniense dó bajo el control de la Asamblea.
posterior a las Guerras Médicas, dedica la primera 27. Como Tucídides, el hijo de Melesias (que no
parte de su obra –la Arqueología– a épocas anteriores. debe ser confundido con el historiador), derrotado
Murió poco antes de la finalización de la guerra, por lo políticamente y sometido al ostracismo. También lo
que su libro quedó incompleto. consigna Plutarco en sus Vidas Paralelas, transcri-
22. Para todas las referencias bibliográficas utiliza- biendo otros testimonios.
mos la siguiente edición: Tucídides (2006), Historia 28. Son muy numerosos, y a veces Tucídides los usa

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para enfrentar a personajes que representan postu- prometidos y dividir el territorio en tres mil kléros que
ras diferentes que se enfrentan en un agón. Entre (salvo trescientos destinados a los dioses) fueron
otros discursos, sugerimos ver en su Historia el de entregados a clerucos atenienses; estos constituye-
los embajadores atenienses en Esparta defendiendo ron una guarnición para custodiar la isla, mientras los
el imperio (I, 73-78), o el diálogo de Melos (V, 85-113) lesbios quedaban obligados a cultivar las parcelas y
donde, antes de la intervención de Atenas, el dêmos entregar el producto. Es interesante pensar al respec-
justifica el uso de la fuerza para evitar su propia to de este caso en la relación ciudadanía-propiedad
destrucción y esclavitud. Entre los de Pericles son de la tierra, pero también en cuanto a qué implicaba
significativos el planteo de la política de “insularidad” asegurar la plena libertad del dêmos ateniense.
(I, 140-144); el “Discurso fúnebre” (II, 35-46); la justifi- Las Troyanas, tragedia de Eurípides estrenada en
cación de la guerra como condición de la libertad 415, alude –más allá de la elaboración del mito
ateniense (II, 60-64). También es revelador el análisis homérico– a la violencia imperialista manifiesta en
realizado por Domingo Plácido (1997). Melos y en Sicilia.
29. Sugerimos leer este discurso en la obra de 33. Las fuentes más accesibles para este período
Tucídides. En IV. El universo simbólico de la polis son el libro octavo de Tucídides (que dejó incomple-
democrática hemos incluido fragmentos del mismo. to), las Helleniká de Jenofonte y –para los golpes
30. Cleón es objeto frecuente de escarnio en las oligárquicos de 411 y 404-403– la Constitución de los
comedias de Aristófanes, entre ellas Los Caballeros. atenienses de Aristóteles.
Aparece como el político corrupto, inescrupuloso e 34. Para un análisis a fondo de este complejo perío-
inculto, que adula al dêmos y que no atiende a los do, ver Plácido (1997:97-118). Al respecto de la pa-
reclamos de los campesinos del Ática. Ciertamente, trios politeia, ver Finley (1979:45-98).
la visión de Aristófanes –si bien tiene un soporte 35. Al respecto de esta situación, son muy ilustrativos
real– no es ideológicamente neutra. los discursos de Demóstenes frente a los tribunales
31. Nicias, propietario de esclavos, enriquecido con atenienses, de los que transcribimos fragmentos en
la explotación en las minas del Laurión y, por tanto, el Apéndice documental.
interesado en el control de las zonas de donde pro- 36. Platón (428-348). Filósofo ateniense de origen aris-
venía la mayoría de aquéllos. tocrático, educado por los mejores maestros –entre
32. Acerca del caso de Melos, véase en Tucídides (V, ellos Sócrates– se interesó por la política, de la cual se
84-116) el diálogo entre los melios y los atenienses, en alejó después de la dictadura de los Treinta Tiranos y la
el que estos exponen los fundamentos de su política condena a muerte de Sócrates por la democracia res-
de dominación. La sublevación de los melios es repri- taurada. Viajó por el Mediterráneo y estuvo varias ve-
mida con la matanza de los hombres y la esclavización ces en Siracusa. En Atenas fundó la Academia (387),
de mujeres y niños. donde enseñó y escribió sus Diálogos.
En el caso de la rebelión de Mitilene, la Asamblea 37. En el siglo XX, el nazismo creyó ver en este Esta-
ateniense resolvió dar muerte a los líderes más com- do de la utopía platónica la imagen ideal del III Reich,

100
totalitario, autoritario y jerárquico, dirigido por una élite 40. Isócrates (436-388 a. C.). Orador y maestro
supuestamente selecta, por cierto no integrada por ateniense. Sus discursos contienen programas polí-
filósofos (aunque haya tenido sus adeptos entre los ticos y manifiestos de carácter ideológico, y fueron
intelectuales), sino por la dirigencia del partido nacio- escritos como modelos para sus alumnos, miem-
nal-socialista. Este es uno de los tantos ejemplos de la bros de un activo grupo que se desempeñó en la
manipulación ideológica que se suele hacer a partir de política de Atenas durante el siglo IV. Entre sus obras
la Historia, muy especialmente cuando se despoja a se encuentran el Panegírico, el Discurso sobre la paz
los hechos pasados y presentes de su historicidad, es y la Carta a Filipo.
decir, se pretende asignarles un valor absoluto, al mar- 41. Sugerimos la lectura de la excelente selección de
gen de la temporalidad que les es propia, a fin de documentos realizada por M. Austin y P. Vidal Naquet
legitimar el poder y sus abusos en el presente. (1986) en la Parte II, Textos.
38. Aristóteles nació en Estagira, Macedonia (384). En 42. En Esparta, la supuesta igualdad entre los
Atenas fue discípulo de Platón hasta la muerte de su espartiatas ha desaparecido. A la oligoantropia –la
maestro (367-347). Luego se dirigió a Asos en el Asia escasez de varones, ciudadanos y guerreros– se
Menor, donde fue consejero del tirano Hermias. En agrega la concentración de riquezas (tierras, pero
Pella, Macedonia, fue maestro de Alejandro. En 335 también dinero) en unas pocas familias, pero sobre
retornó a Atenas, donde fundó el Liceo y enseñó en él todo en manos de las mujeres. Esta situación con-
hasta 323. Al morir Alejandro, el temor a ser condena- trasta con el empobrecimiento general. El descon-
do por impiedad por el Areópago lo impulsó a huir de tento suma a ciudadanos en riesgo de descenso
Atenas. Se refugió en Calcis, donde murió (322). cívico, periecos e ilotas. Esta problemática, ya insi-
Sus intereses intelectuales fueron amplísimos, aun- nuada al finalizar las guerras del Peloponeso, estalla-
que vio a la filosofía como la ordenadora de la tota- rá violentamente desde mediados del siglo III. Sus
lidad del saber humano. Gran parte de sus obras se primeros líderes son los mismos reyes, Agis IV y
han conservado y han sido, a través de los siglos, un Cleómenes. La intervención militar macedónica res-
referente en la formación del pensamiento occiden- tablece por un tiempo el orden, pero la stásis vuelve
tal. Entre ellas se encuentran el Organon (sobre la a estallar al finalizar el siglo III, bajo el liderazgo de
lógica), la Física, la Metafísica, la Ética, la Poética, la Nabis. La intervención de Roma lo debilita y después
Retórica. Las que más interesan al historiador son la de su asesinato el foco revolucionario desaparece.
Política y la Constitución de los Atenienses, como Las fuentes para el conocimiento de esta situación la
fuente de información al respecto de acontecimien- constituyen Jenofonte –La República de los Lace-
tos, procesos político-sociales y representaciones demonios– y las correspondientes Vidas paralelas de
simbólicas sobre la realidad de su época. Plutarco.
39. En un sentido amplio, politeia es en general la La intervención romana, tanto por vía diplomática como
organización de los poderes en la polis, cómo están militar, apunta a sostener el orden social tradicional y a
distribuidos, cuál es el soberano y cuál es su fin. constituirlo en apoyo de su presencia dominante.

101
43. Johann Gustav Droysen (1808-1884). Filólogo, his- der sus conquistas hacia el Occidente. Su imperio
toriador y político alemán, autor de importantes traba- fue dividido entre sus generales, los Diádocos, quie-
jos sobre la Antigüedad, especialmente sobre el hele- nes rápidamente se combatieron unos a otros, situa-
nismo (1878) y Alejandro Magno (1883). También pu- ción que se repitió con sus sucesores, los Epígonos.
blicó una Historia de la política prusiana, en la que 45. Como orientación para ubicarse cronológi-
justifica el rol de Prusia en la unificación de Alemania. camente, señalamos la fecha del paso de cada uno
44. Alejandro Magno (356-323 a. C.). Rey de Mace- de los reinos helenísticos a la dominación romana:
donia, hijo de Filipo II y Olimpia, fue educado en la Antigónidas (167 a. C.); Atálidas (133 a. C.: dejado
cultura griega y durante un corto período, alumno de en herencia a la Roma por su último rey); Seléucidas
Aristóteles. Estuvo asociado desde muy joven a las (63 a. C.); Lágidas-Ptolomeos (30 a. C.).
campañas militares y a la construcción del poder. 46. La excepción la constituye el complejo caso de
Muerto su padre, dominó Grecia y encabezó la con- los hebreos. La insurrección de los Macabeos (166
quista del Imperio Persa: las ciudades griegas de la a. C.) contra la dominación helenística contiene fuer-
costa oriental del Egeo, Asia menor, el corredor Sirio- tes elementos de carácter religioso relacionados con
palestino, Egipto, Mesopotamia, la meseta del Irán y la identificación entre tradición, sentido de pertenen-
sus confines orientales, Bactriana, Sogdiana. Luego cia y lucha por la autonomía. Sin embargo, aun en
avanzó hacia la India y alcanzó el Indo, desde donde ese caso fue imposible evitar la formación de nú-
el agotamiento de sus soldados lo obligó a retornar cleos de judíos helenizados residentes en ciudades
a Babilonia, en la que murió mientras planeaba exten- helenísticas del Mediterráneo oriental.

102
VI. El universo simbólico
de la polis democrática

“Muchos portentos hay, pero nada es más portentoso que el hombre. Él avanza
más allá del espumoso mar empujado por el Noto tempestuoso, surcándolo bajo
las hinchadas olas que en torno suyo braman. Y a la más excelsa de las divinidades,
a la Tierra, indestructible, infatigable, agobia con el ir y venir de los arados, año tras
año, cuando la voltea con la estirpe caballar.
Lanzando las mallas de las trenzadas redes en torno de las bandadas de tornadizas
aves, de la raza de las fieras salvajes, y de la marina generación del ponto, se las
lleva cautivas el hombre ingenioso. Domina con sus ardides a la campera fiera
montaraz, y al corcel de hirsuta cerviz lo sujeta bajo el yugo domador, y al incansa-
ble toro de los montes.
Y el lenguaje, y los pensamientos, raudos como el viento, y las costumbres civiles
aprendió. Y también a esquivar los dardos de las perjudiciales lluvias y las incle-
mentes heladas en la intemperie, con recursos para todo. Sin recursos, a nada del
futuro se aventura. Sólo escape de la muerte no ha de encontrar. Pero, de enferme-
dades intratables, modos de evasión tiene ya discurridos.
Dotado de una sabia inventiva, ingeniosa más allá de toda esperanza, unas veces
se dirige al mal, otras al bien. Honrando las leyes de su tierra y la justicia jurada de
los dioses, elevado será a la cumbre de la ciudad; pero sin ciudad queda aquel
que a causa de su audacia se acompaña del crimen.
¡Que no sea mi huésped ni amigo el que así obra!”
(Sófocles, Antígona. Coro de ancianos nobles de Tebas)

Este fragmento es una de las más bellas síntesis del humanismo griego, esa pre-
ocupación central por el ser humano plasmada en las más diversas expresiones
del pensamiento y la sensibilidad. La paideia –el sistema de educación del joven
ciudadano– tanto como la acción de la polis, que como Estado impulsó las cons-
trucciones, el teatro y los festivales colectivos a la vez religiosos, poéticos y gimnás-
ticos, han tenido una incidencia directa en la circulación y transmisión de ese ideal.
La herencia cultural del mundo griego –prolongada aunque reformulada en la época
helenística– ha fascinado a muchos seres humanos ya en el mundo antiguo. Los ro-
manos la admiraron, la recrearon, incorporaron selectivamente algunos de sus com-

103
ponentes y les dieron nuevos matices de significación. Estudiaron su lengua, que si-
guió viva en las ciudades del Mediterráneo oriental durante toda la Antigüedad, y
que fue vehículo para la transmisión no sólo de conocimientos sino también de un
complejo modo de percibir la vida, la sociedad, la naturaleza, el universo.
A través de los siglos posteriores, las creaciones de los griegos fueron una y otra
vez valoradas. Hubo autores y actores sociales que llegaron a perder conciencia de
que se las estaba resignificando y a olvidar su radical condición de historicidad, la
misma con que cargan todos los productos humanos.
La magnitud del riquísimo patrimonio simbólico original y de lo acumulado des-
pués es tan grande que resulta imposible abordar su estudio en un trabajo como éste.
Desde el punto de vista de la Historia, nos interesa el referente social del movi-
miento intelectual y artístico, pero también este último, en tanto que “[…] las so-
ciedades sólo pueden estudiarse si la investigación se acompaña de un intento de
aprehender al mismo tiempo las formas en que el hombre desarrolla su percepción
del mundo imaginario, plasmado en realizaciones culturales de todos los órdenes”.
El interés del historiador acerca de los testimonios de la actividad simbólica no ra-
dica solamente en su valor como fuentes, sino que ese acercamiento se hace “[…]
desde la convicción de que ellos son precisamente, en el mundo antiguo, quienes
desde su subjetividad están en mejores condiciones para reflejar el impacto que la
realidad produce en la mente de los hombres sensibles a las realidades sociales”
(Plácido, 1997:11).1
Podemos sugerir algunos trabajos relacionados más directamente con la Histo-
ria como disciplina que faciliten el ingreso en ese universo simbólico, lo cual exige
la percepción de sistemas de valores contrastantes con los del presente.2
En cuanto a la bibliografía especializada existente respecto de la paideia, la lite-
ratura griega y latina, los mitos, las artes o la filosofía, son enormes. A ella y a los
mismos textos que escribieron los antiguos, así como a la observación de las mejo-
res reproducciones gráficas del arte griego, remitimos al lector.

Para acercarnos a un primer ensayo de comprensión, creemos válido el concep-


to de representaciones al que ya nos hemos referido.
Toda sociedad conforma a lo largo del tiempo su sistema de representaciones.
En el caso de la polis griega ya hemos ido observando algunos elementos creados
durante su evolución. No obstante, hay una época específica –los siglos V y IV– y un
núcleo más activo –Atenas– cuyo potencial creativo es mayor.
Esta época es la que despeja y amplifica las posibilidades creativas de la polis,
mientras se desarrollan los conflictos generalizados que enfrentan a unas y otras.
Cabe plantearse por qué es también la de las más valiosas manifestaciones cultu-
rales que encuentran lugar dentro de su universo simbólico y que son producto de
una herencia siempre acrecentada, de experiencias colectivas y de contactos en-

104
tre las poleis, inclusive de traslados de individuos, atraídos por las posibilidades
materiales y por el ambiente culturalmente enriquecido de la ciudad más podero-
sa, donde se multiplican las posibilidades de realizar y trascender.

Para identificar lo específico de la Atenas clásica, resulta sugestivo recurrir a al-


gunas herramientas conceptuales forjadas por Cornelius Castoriadis (1997).
Castoriadis considera que cada sociedad históricamente dada está definida por
la creación imaginaria, en cuyo núcleo se encuentran las significaciones imagina-
rias sociales que esa sociedad crea y que sus instituciones encarnan, mientras
construyen un sistema de normas, de valores, de sentido de la vida tanto colectiva
como individual, es decir, de representaciones colectivas, cuya restitución y análi-
sis es –dentro de lo posible– objetivo de la investigación social e histórica. Esa crea-
ción es obra del poder instituyente que se ejerce de diferentes modos y “[...] en gran
parte queda oculto en los trasfondos de la sociedad”.
Pero toda sociedad instituye también un poder explícito, vinculado a lo político,
el cual “[...] reposa esencialmente no en la coerción [...] sino sobre la interiorización,
por los individuos socialmente fabricados, de las significaciones instituidas por la
sociedad considerada” (Castoriadis, 1997:195-196). Comprender cómo en cada
sociedad se produce esta relación dinámica implica adentrarnos en la aprehen-
sión de componentes esenciales de su especificidad.
En el planteo de Castoriadis, esa interiorización se opera por caminos diferentes
y registra distintas modalidades, según se trate en el proceso histórico de una so-
ciedad autónoma o una sociedad heterónoma.
Las sociedades heterónomas adhieren a un mundo de significaciones cerrado,
sacralizado, en el que es y siempre ha sido válido lo ya instituido y recibido como
tal: un conjunto de significaciones clausuradas que encuentran su fundamento en
algo postulado como superior y situado fuera de sí mismas.
En cambio, las sociedades autónomas generan la ruptura de esa clausura. Se
instituyen en la interrogación, en el cuestionamiento de las significaciones, institu-
ciones y representaciones dadas de antemano; liberan así su potencial de crea-
ción de significaciones imaginarias sociales nuevas.3

La Atenas del siglo V sería el primer caso de emergencia del proyecto de auto-
nomía de una sociedad que encuentra su razón de ser en sí misma y en la cual
aparecen también por primera vez actores sociales que son “individuos realmen-
te individuados”.
Aunque se pueden detectar indicadores de esa autonomía en todo el proceso
previo, la ruptura plena se expresa en la democracia, en la polis que –en tanto cuer-
po de ciudadanos– se cuestiona a sí misma, dicta sus leyes, discute su destino y
forja a esos “individuos socialmente fabricados”, los ciudadanos. Sus limitaciones

105
estructurales –la estrechez del marco territorial, la peculiar concepción de la liber-
tad, que exige el sometimiento de otros (ya se trate de otra polis o de otros seres
humanos), la exclusión de las mujeres y los esclavos– no oscurecen su enorme po-
tencial creativo ni su carácter de radical innovación en la Historia.

Ese potencial se expresa también en el mundo de representaciones simbólicas


que construye, pero no lo hace desde un “punto cero”.
La poesía ha surgido con mucha anterioridad. La épica abre el camino con los
poemas homéricos, elaborados en un largo proceso para el que cuesta precisar un
comienzo, y proyectados hacia su propio futuro en la medida en que pasan a ser
patrimonio común de sucesivas generaciones educadas en ellos, e inspiradores de
múltiples pensadores y artistas posteriores. La composición poético-musical, co-
nocida como lírica, se inicia más tarde, desde el siglo VII: la poesía amorosa como
la de Teognis o Safo, o la que canta al hoplita espartano y a “la bella muerte”, como
la de Tirteo, o ya al comenzar el siglo V: la del beocio Píndaro, que exalta la gloria de
los triunfadores del agón en los juegos Olímpicos.
La filosofía ha comenzado en Jonia en el siglo VII y, a partir de la reflexión sobre
el fundamento del cosmos, trabaja en el crecimiento de la razón que progresiva-
mente se va abriendo camino y diferenciando del mito.
Las artes plásticas ya han creado un sustrato en tiempos arcaicos: los primeros
templos, la estatuaria de rasgos orientalizantes, la cerámica pintada que produce
objetos a la vez bellos y útiles…

No obstante, el gran “estallido”, la mayor ruptura, se produce después de las


Guerras Médicas, bajo el liderazgo de Atenas, que no es el único núcleo, pero sí el
mayor, al cual acuden creadores de todo el mundo griego y desde el cual se irra-
dian influencias. La democracia pone las condiciones para ello, y una vez desata-
do, el proceso creativo continúa su impulso aun después de la declinación de los
marcos políticos que habían contribuido a desencadenarlo.
La época también pone las condiciones materiales: la riqueza que fluye hacia
Atenas –ya por el tributo de sus aliados, ya por la actividad económica de la que es
el centro– estimula la producción artística, impulsada por una polis que se contem-
pla a sí misma y que simboliza su preeminencia sobre las demás en la magnificen-
cia de sus templos y teatros, en la belleza de las estatuas que representan a sus
dioses o a sus atletas, en el esplendor de sus fiestas públicas. La figura de Pericles
es un emergente activo de esta realidad que entiende que la conducción política
es también aliento a las mejores expresiones de la creatividad.
Así lo expresa uno de los discursos que Tucídides le atribuye, aquel que se pro-
nuncia en los funerales públicos en homenaje a los primeros ciudadanos caídos en
la guerra del Peloponeso; es ésta la ciudad por la que ellos han muerto:

106
“36. Comenzaré, ante todo, por nuestros antepasados. Es justo a la vez que ade-
cuado en una ocasión como ésta tributarles el homenaje del recuerdo. Ellos habi-
taron siempre esta tierra y, en el sucederse de las generaciones, nos la han trans-
mitido libre hasta nuestros días gracias a su valor. Y si ellos son dignos de elogio,
todavía lo son más nuestros padres, pues al legado que habían recibido consiguie-
ron añadir, no sin esfuerzo, el imperio que poseemos, dejándonos así a nuestra
generación una herencia incrementada. Nosotros, en fin, los hombres que ahora
mismo aún estamos en plena madurez, hemos acrecentado todavía más la poten-
cia de este imperio y hemos preparado nuestra ciudad en todos los aspectos, tanto
para la guerra como para la paz, de forma que sea completamente autosuficiente.
Respecto a todo eso, pasaré por alto las gestas militares que nos han permitido
adquirir cada uno de nuestros dominios, o las ocasiones en que nosotros o nues-
tros padres hemos rechazado con ardor al enemigo, bárbaro o griego, en sus ata-
ques. No quiero extenderme ante un auditorio perfectamente enterado. Explicaré,
en cambio, antes de pasar al elogio de nuestros muertos, qué principios nos con-
dujeron a esta situación de poder, y con qué régimen político y gracias a qué mo-
dos de comportamiento este poder se ha hecho grande. Considero que en este
momento no será inadecuado hablar de este asunto, y que es conveniente que
toda esta muchedumbre de ciudadanos y extranjeros lo escuche.
37. Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más
que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que
el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. En lo
que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, al-
canza a todo el mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no an-
teponemos las razones de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que
goza cada ciudadano en su actividad; y tampoco nadie, en razón de su pobreza,
encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social si está en con-
diciones de prestar un servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el estado
vivimos como ciudadanos libres […] en la vida pública […] prestamos obediencia
a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están
establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar es-
critas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida.
38. Por otra parte, como alivio a nuestras fatigas, hemos procurado a nuestro espí-
ritu muchísimos esparcimientos. Tenemos juegos y fiestas durante todo el año, y
casas privadas con espléndidas instalaciones, cuyo goce cotidiano aleja la triste-
za. Y gracias a la importancia de nuestra ciudad todo tipo de productos de toda la
Tierra son importados, con lo que el disfrute de que gozamos de nuestros propios
productos no nos resulta más familiar que el obtenido con los de otros pueblos es
menos real que la que obtenemos de los demás pueblos.
40. Amamos la belleza con sencillez y el saber sin relajación. Nos servimos de la

107
riqueza más como oportunidad para la acción que como pretexto para la vanaglo-
ria, y entre nosotros no es un motivo de vergüenza para nadie reconocer su pobre-
za, sino que lo es más bien no hacer nada para evitarla. Las mismas personas pue-
den dedicar a la vez su atención a sus asuntos particulares y a los públicos, y gen-
tes que se dedican a diferentes actividades tienen suficiente criterio respecto a los
asuntos públicos. Somos, en efecto, los únicos que a quien no toma parte en estos
asuntos lo consideramos no un despreocupado, sino un inútil; y nosotros en perso-
na cuando menos damos nuestro juicio sobre los asuntos, o los estudiamos pun-
tualmente, porque, en nuestra opinión, no son las palabras lo que supone un per-
juicio para la acción, sino el no informarse por medio de la palabra antes de proce-
der a lo necesario mediante la acción. […]
41. Resumiendo, afirmo que nuestra ciudad es, en su conjunto, un ejemplo para
Grecia,4 y que cada uno de nuestros ciudadanos individualmente puede, en mi
opinión, hacer gala de una personalidad suficientemente capacitada para dedi-
carse a las más diversas formas de actividad con una gracia y habilidad extraordi-
narias. Y que esto no es alarde de palabras inspirado por el momento, sino la ver-
dad de los hechos, lo indica el mismo poder de la ciudad, poder que hemos obte-
nido gracias a estas particularidades que he mencionado […].”5

En las artes plásticas, la ciudad es escenario del paso del “estilo severo” del final
de las Guerras Médicas al “estilo bello”, el “clasicismo”, en tanto éste sea entendido
–señala Domingo Plácido– como resultado dinámico del primero y “[…] como un haz
donde se encuentran formas contrapuestas reveladoras de corrientes divergentes en la
concepción del mundo y en la interpretación de la realidad del momento […] probable-
mente, su carácter clásico se debe a su capacidad para integrar en un mundo rico y
polifacético los aspectos contradictorios de una realidad de múltiples caras”.
Atenas es ese escenario, “[…] porque su capacidad para integrar la multiplicidad
social de la pólis es mayor que la de las demás ciudades, circunstancia que no es aje-
na a la superioridad que de modo paralelo se va definiendo igualmente en los terrenos
económico y político”. Esa superioridad es correlativa de la consolidación de las rela-
ciones democráticas y de un tipo de participación social que permite que múltiples
sectores de la población libre disfruten de ella y contribuyan a construir su imagen.
Frente a las concepciones estáticas del clasicismo, destaca Plácido: “El arte de
los momentos previos a la guerra del Peloponeso responde a esa situación de supe-
rioridad y de multiplicidad interna tan atractiva como para convertirse en modelo de
posteriores hegemonías menos integradoras”.
La labor de Fidias no es sólo creación artística, producto de su inteligencia, de la
tradición técnica que recoge y de su posición en la sociedad, sino intervención en el
espacio público; “[…] proyecta también una colectividad que participa en la ciudad
gracias al misthós, y que financia la creación artística a partir del tesoro público,

108
demósión. […] proyecta la superioridad pero también la heterogeneidad de una ciu-
dad cuya libertad le permite el reflejo de las tensiones, en la seguridad de que aquella
superioridad permite el lujo de asumir las contradicciones”. El Partenón en la Acrópo-
lis, su obra máxima, incluye tanto el cálculo matemático de las proporciones, como
la introducción de elementos de flexibilidad, algunas líneas curvas y desigualdades,
todo lo cual da como resultado el equilibrio y la armonía: “La norma y la humanización
se mezclan en una síntesis creadora de una ilusión capaz de reproducir la realidad
igualmente sintética de la ciudad” (Plácido, 1997:181-182). El templo, símbolo de la
ciudad, encierra la estatua de la diosa, su protectora, y en los frisos se representan
los ciudadanos, las ofrendas en las fiestas de las Panateneas, los dioses.
La Acrópolis incluye también el Erecteo y el templo de Atenea Niké. Y al pie, asen-
tado en los faldeos de la colina, el teatro de Dionisos, el teatro de la polis, cuya ver-
sión en piedra se realiza a comienzos del siglo IV.
El clasicismo de la época de Fidias coexiste con otras tendencias contrapues-
tas, que más tarde se imponen como canónicas, como la que proviene de la con-
cepción platónica, “[…] que desde el siglo IV, intérprete del siglo V, contribuye a crear
una imagen del clasicismo como adecuación a modelos ideales, como esfuerzo para
alcanzar el objeto insensible del ideal, intento que se transforma en pura actividad
intelectual” (Plácido, 1997:185). Un ejemplo de ello son las obras de Policleto, que
reproducen un paradigma, la idea de belleza platónica preexistente, encarnada en
los dioses-atletas, cuyas estatuas llevan las medidas de la proporción pitagórica y
de la simetría.

Ya hemos visto el surgimiento de la Historia en el siglo V en manos de un Heródoto


y un Tucídides, en quienes el relato del acontecer humano, que les es en gran me-
dida contemporáneo y en el que participan, va unido a la reflexión sobre su sentido.
El siglo IV la continuará con Jenofonte, Teopompo, Éforo y otros menores. El pensar
sobre la política –la médula de la polis– está siempre presente y no es sólo patrimo-
nio de los historiadores, sino también de los hombres de acción, los políticos y orado-
res del siglo IV: Isócrates, Demóstenes, Esquines, Lisias… Y también de los filósofos.
La filosofía no es una práctica que incluya a multitudes, sino a grupos minoritarios;
pero estos, no obstante, pueden existir y agudizar al máximo su sentido crítico en una
sociedad autónoma, en que la razón puede desplegar todas sus potencialidades:
Anaxágoras de Clazómenes, los sofistas, Sócrates, Platón, Aristóteles, los discípulos
de las escuelas de filosofía y retórica (la Academia y el Liceo, las más notables pero
no las únicas), no son todos atenienses, pero sí griegos que encuentran en Atenas su
espacio, el que les asegura la posibilidad de la profundización de la individuación.
La ciencia es también para algunos de ellos un camino de búsqueda, todavía
muy vinculado a la filosofía. En Platón, las matemáticas que conoce en Siracusa se
encuadran en una filosofía llena de misticismo, en un sistema de pensamiento en el

109
que la teoría del conocimiento va asociada a la elaboración de las utopías políticas
más conservadoras y elitistas; un pensamiento asociado a la sublimación del Eros,
en un triple camino hacia el Bien, la Belleza y la Verdad. En cambio, la curiosidad
múltiple que un Aristóteles despliega frente a la realidad se orienta hacia lo teórico
en la búsqueda de dar un sentido último a lo empírico, se ejerce en la reflexión
metafísica y en la física, en la lógica formal a la vez que en la sistematización del
pensamiento sobre la polis, en la teoría poética y en la ética.6
Ninguno escapa a la fuerte constricción de la realidad, una sociedad que limita
sus beneficios a un grupo minoritario si atendemos a la totalidad de sus habitantes,
aunque mucho más amplio que en otras poleis contemporáneas. Sin embargo,
dialécticamente es esa sociedad la que forja a sus componentes con la autonomía
propia de su poder instituyente.

1. Teatro y sociedad en la polis clásica


La polis democrática se constituye en un corto período de inestable equilibrio
entre fuerzas conflictivas, período en el que confluyen procesos que serán de más
larga duración que la polis misma.
En el caso de Atenas, el gran potencial creativo de esta etapa la hace particular-
mente adecuada para analizar las relaciones entre una sociedad específica y las
representaciones de sí misma que ella ha generado.
Una de sus creaciones más originales, el fenómeno teatral en sus dos modalida-
des, tragedia y comedia, pone en evidencia la estrecha relación entre el entramado
social y el ejercicio del poder en la polis democrática: ese poder explícito que “[...]
toda sociedad instituye, y no puede vivir sin instituir [...], que concierne a lo político (y
que) reposa esencialmente no en la coerción [...], sino en la interiorización, por los
individuos socialmente fabricados, de las significaciones instituidas por la sociedad
considerada” (Castoriadis, 1997:195-196).
En ese mundo de significaciones, el teatro ocupa un lugar central: “[...] no es sólo
una forma de arte: es una institución social que la ciudad, por la fundación de los con-
cursos trágicos, sitúa al lado de sus órganos políticos y judiciales. Al instaurarlos [...] la
ciudad se hace teatro; en cierto modo se toma como objeto de representación y se
representa a sí misma ante el público” (Vernant y Vidal-Naquet, 1987:26-27).
En una ciudad que ha ampliado la participación de los miembros de la comuni-
dad cívica hasta tocar los límites de lo posible en el mundo antiguo, el teatro es un
lugar de la experiencia social donde –dialécticamente– se ejercita el juicio crítico
y se afianza la pertenencia al cuerpo cívico.

El seminario optativo que planteara la cátedra de “Sociedades Mediterráneas”


durante los años lectivos 2003 y 2005 tuvo como punto de partida la consideración

110
del teatro griego como un componente del universo de significaciones instituido
por la polis y se propuso una comprensión del fenómeno teatral en ese marco.
Su abordaje se realizó a través de la lectura y análisis de los textos dramáticos,
así como de bibliografía destinada a plantear un marco teórico y referencial.
Tragedias y comedias constituyen, por y en sí mismas, un objeto de estudio. Son
obras literarias que requieren ser comprendidas y valoradas en tanto tales. Pero
desde el punto de vista del historiador, constituyen fuentes muy particulares para
acercarnos al conocimiento de aquella sociedad y su mundo de representaciones
simbólicas. A ello también contribuyen los restos que perduran de los edificios tea-
trales integrados al paisaje y al plano urbano.

2. Polis y Teatro
La Atenas democrática fue la creadora del teatro, cuyo pleno desarrollo en sus
dos modalidades –tragedia y comedia– es característico del siglo V; en el caso de
la segunda, se extiende hasta los comienzos del IV.7
En el planteo de Castoriadis que hemos presentado, cobra pleno sentido el tea-
tro, una institución de la ciudad orientada a la participación de los ciudadanos;
participación activa, como autores, actores o coreutas, o relativamente pasiva, como
público que asiste al espectáculo, pero que también interviene en los procesos de
creación y recreación del imaginario colectivo, de comunicación y circulación de
las representaciones simbólicas.
El teatro surge como un fenómeno no reductible a la lejana relación con las
fiestas campesinas, con Dionisos y con los mitos creados, conservados y enrique-
cidos por la memoria colectiva. Esa vinculación no desaparece, pero cambia pro-
fundamente sus formas, su contenido y su sentido, dando lugar a una construc-
ción única y original, que se conforma mientras el despliegue de la democracia le
va creando un espacio y se repliega cuando el espacio ciudadano se va
desintegrando.
Tragedia y comedia son expresiones de una sociedad autónoma, sin la cual no
hubieran podido siquiera ser concebidas. Sus textos, destinados al peculiar inter-
cambio que se da durante las representaciones escénicas con el público de ciuda-
danos, pertenecen a “individuos realmente individuados”, pero que no pueden crear
separadamente de su sociedad y de su tiempo, en cuya tradición se integran y de
donde extraen materiales y elaboran significaciones que responden a experiencias
y percepciones colectivas.

El título de este apartado señala la relación entre la escena teatral y la sociedad


de la polis democrática y alude a la necesidad de una mirada interdisciplinaria sobre
un objeto de estudio tan complejo y rico que no se agota desde la perspectiva de

111
una disciplina. Al contrario, exige que se lo observe desde varios campos de estu-
dio y que se trabaje sobre aquellas franjas compartidas de la temática.
Desde el campo de la historia los textos de las obras teatrales son testimonios válidos
de los que dispone el historiador para acercarse al estudio de la sociedad griega de
esta época, a la mirada que ella tiene sobre sí misma y sobre los conflictos que la
atraviesan; en síntesis, para rastrear el universo simbólico de la polis democrática.

Ciertamente, no se trata de los documentos que tuvo en cuenta la historiografía


tradicional que colocó en primer plano los componentes acontecimentales, el ac-
cionar de los individuos, el tiempo corto.
Sin embargo, el historiador de hoy no se vale únicamente de textos que en su
tiempo hayan sido producidos con intención de servir a la historiografía, lo que limi-
taría seriamente su tarea. Apela también a aquellos que fueron creados con una
intencionalidad y sentido muy diferentes, ya que sus autores no los pensaron como
documentos históricos. Son textos que constituyen un valioso aporte al conocimiento
de una sociedad y de su imaginario, siempre que en el análisis sea respetada su
lógica intrínseca, identificados sus procedimientos de construcción, sus medios de
expresión, como también su vinculación con el referente sociocultural en el que fueron
producidos. En este sentido es que nos preguntamos de qué manera y por qué las
obras del teatro griego son válidas como fuentes para el historiador.

El estudio del teatro requiere de fuentes textuales y no textuales.


Los textos que hoy subsisten, tanto de la tragedia como de la comedia, son pro-
ducto de un largo proceso de conservación y transmisión a lo largo de la Historia.
Al respecto, el historiador y el estudioso de la literatura necesitan contar con la
colaboración de la filología, para la que es central la problemática de la conserva-
ción y la edición de los textos dramáticos. Ella ha procurado, a través de un trabajo
meticuloso, paciente y riguroso, la restauración de los textos en versiones lo más
auténticas, lo más aproximadas posible a sus originales.
También se plantea la problemática de la traducción a las lenguas actuales, en
la que (como ya se ha indicado) se pierden la musicalidad, la métrica, la rima y los
efectos sonoros –algunos totalmente irrecuperables– de la lengua original. A pesar
de estas dificultades, la filología exige traducciones rigurosas que conserven el
sentido poético del original y la fidelidad histórica del lenguaje, y que a la vez resul-
ten comprensibles para lectores, espectadores y oyentes actuales. 8

En cuanto a las fuentes no textuales, recordamos las palabras de Lucien Febvre


(1975:15-35),9 quien registra los más variados testimonios –residuos de las accio-
nes humanas– que, más allá de los textos, constituyen los materiales con los que
trabaja el historiador.

112
En tanto, el teatro –una de las actividades y expresiones centrales de la polis– ha
dejado diversos testimonios materiales que se han conservado hasta el presente y
que la arqueología ha rescatado. Entre otros, se encuentran pinturas sobre los va-
sos, pero fundamentalmente el edificio que los griegos concibieron especialmente
para el teatro: su estructura, su ubicación con respecto al espacio propiamente
urbano y su integración al paisaje natural.
La estructura arquitectónica es testimonio de la complejidad del fenómeno tea-
tral. Del análisis de los testimonios puede inferirse que aquélla no es un fenómeno
exclusivamente estético, sino que sus formas están íntimamente vinculadas con la
sociedad y la cultura, y expresan la concepción del arte como encrucijada de los
mundos natural, divino y humano, tanto a nivel individual como colectivo, todo ello
inscripto en un espacio-tiempo. Las mismas contradicciones de la sociedad, la
selección del sitio, la imitación de las formas naturales se expresan en el edificio
teatral. Tanto su construcción como la concepción de sus componentes arquitectó-
nicos y estéticos son una tarea política, que involucra a la polis toda en cuanto a
comunidad de ciudadanos, y constituyen un testimonio de la cosmovisión en la que
se integran en estrecha relación dioses, hombres y naturaleza. Están vinculados a
la concepción del teatro en la polis y del hombre como componente de la polis
(Roche Cárcel, 2000).

Teatro, mito y sociedad están íntimamente integrados en el teatro.


Tanto los textos de la tragedia y la comedia como las representaciones teatrales
–las instancias concretas de la presentación de las obras en el seno de la polis y
frente a los ciudadanos sentados en las graderías– encarnan contenidos sociales.
Salvo alguna excepción, el historiador no halla en ellos ni datos sobre aconteci-
mientos puntuales, ni una identificación con personajes reales, ni una relación me-
cánica con el acontecer histórico.
La cuestión de su validez como testimonios para el historiador es más compleja.
En un texto dramático, las relaciones sociales y políticas se manifiestan de modo
literario y a través de medios literarios. El teatro y sus textos expresan, con herra-
mientas propias de la literatura, relaciones sociales y políticas, así como las repre-
sentaciones simbólicas de un imaginario social activo, creador. Asimismo, el histo-
riador identifica en ellos aquellas referencias ideológicas que tienden a legitimar
los modos y los medios del ejercicio del poder.

A modo de ejemplo, en el caso de la tragedia, en la escena de la representa-


ción teatral se coloca frecuentemente el palacio (el eje del oikos aristocrático) al
que se asocia con la representación simbólica de la polis, en tanto ésta es un es-
pacio social, un hogar común a los ciudadanos, en donde se establecen las rela-
ciones políticas.

113
Pero ese oikos, propio de tiempos remotos, ya míticos, pertenece al pasado. No en
vano la tragedia es una manifestación sociocultural generada en el seno de la Atenas
democrática, en la que (no obstante la supervivencia del poder social de los aristó-
cratas) la participación política se ha ampliado al conjunto del dêmos. La exhibición
del tesoro y del poderío de Atenas señala la vinculación estrecha entre esa democra-
cia y la dominación imperial sobre los aliados. A pesar de ésta y de la existencia de la
esclavitud (entonces contraparte de la ciudadanía plena), la experiencia democráti-
ca y las instituciones políticas que la expresan son únicas en el mundo antiguo.

La ciudad es presentada como un mundo asambleizado, judicializado, en el cual


el teatro es el ámbito de resonancia de las distintas voces. La realidad se presenta de
modo no real, pero, sin embargo, la tragedia expresa –en un tiempo mítico, carente
de precisiones temporales– el tránsito desde la realeza heroica a la democracia.
En la tragedia, lo ritual es un resto que se conserva del pasado, pero que se ca-
naliza hacia la integración entre el público ciudadano y la ciudad democrática, hacia
la creación de un imaginario colectivo, activo, que a la vez contribuye a forjar nue-
vos ciudadanos identificados con la polis y su destino, fenómeno original y sola-
mente ateniense. El mito, material esencial de su trama, encierra un pasado que es
un pasado/presente, en tanto ha sido transportado al presente, como componente
esencial de una experiencia colectiva. Conocido previamente por todos –en tanto
forma parte del acervo común– es resignificado en relación con el presente a través
de la autoría individual del poeta.
El protagonismo de los héroes se convierte en protagonismo de la comunidad
cívica.
Y el demos también puede ser tiránico: la tiranía en la escena tiene algún vínculo
con el dominio de Atenas sobre los eufemísticamente llamados aliados, es decir,
sobre el Imperio, contraparte necesaria de las libertades de los ciudadanos.
La ideología expresada por los textos representa, en el plano de lo simbólico, las
tensiones intra-ciudadanía y extra-polis. Por ello, se entiende que la mitología cons-
tituya el marco de referencia al cual debe aludirse, teniendo en cuenta que detrás
del mito se encuentra la necesidad de introducir una nueva idea política dentro de
una vieja creencia religiosa. El autor trágico expresa a través de la tradición religio-
sa las necesidades del presente.

La comedia realiza una crítica más evidente y directa en término de las repercu-
siones en la vida política real. Personajes y acciones políticas son objetos de la burla
colectiva. La catharsis cómica canaliza y descarga las tensiones colectivas.
El teatro es también para la polis (entendida no sólo en su significación física,
sino en tanto comunidad de ciudadanos) el lugar para contemplar, situado en un
punto neurálgico del espacio social. El público que contempla y se educa es mol-

114
deado –y acepta ser moldeado– por ese imaginario activo, el “imaginario instituyente”
(Castoriadis, 1997:195-196) de la polis.
El teatro forma parte del proceso de la paideia, con diferentes matices según se
trate de la tragedia o de la comedia. La comunidad cívica comparte saberes, lo
que el teatro logra a través de la íntima relación entre poesía, música, danza y ritual;
pero se trata de una poesía que en la época clásica es siempre política, es del y
para el ciudadano. Los concursos teatrales y las funciones del corego están tam-
bién ligados al funcionamiento de la democracia.
El teatro griego es, pues, una institución social. Y, como dice Vernant, al pie de la
Acrópolis, la ciudad se hace teatro (Vernant y Vidal Naquet, 1987).

La práctica teatral es también la del actor como creador y recreador en la interpre-


tación de las obras. Esta práctica, la de la encarnación del personaje, el mito y el ri-
tual, se inscribe en el ámbito de las fiestas anuales en homenaje a Dionisos y de la
participación del dêmos en ellas. En esas Dionisias se pone de manifiesto el valor de
los elementos visuales y auditivos para el público de ciudadanos: movimientos de la
danza, música, actores, coro, máscaras, componentes arquitectónicos del teatro.
Para el actor –ayer y hoy– es esencial el proceso a través del cual llega a encar-
nar al personaje. En el caso del actor trágico, la dificultad mayor es llegar a encar-
nar la desmesura, la hibrys de los grandes héroes y heroínas, desgarrados por las
contradicciones del dilema trágico, es decir, por el conflicto, elemento central del
drama. Ello le exige cumplir un proceso de tránsito, entre su yo y el no-yo, llegar a
ser quien él no es, es decir, el personaje que encarna. La eficacia simbólica se logra
cuando se establece la relación entre el personaje encarnado y el público, expe-
riencia que se traduce en una comunitas y que contribuye a la catharsis, ese estado
emocional purificado y purificador, ya definido por Aristóteles.
En cuanto a las relaciones entre lo trágico y lo ritual, es interesante la contribu-
ción de la antropología. Experiencias que provienen de la observación de socieda-
des primitivas del presente permiten señalar en lo ritual tres momentos que tienen
su analogía con la obra trágica:
• la ruptura de normas que organizan a la comunidad, que pone en riesgo el
equilibrio social;
• la crisis, entendida como conflicto entre los transgresores y los partidarios de
preservar el equilibrio, momento en que se plantea abiertamente el dilema;
• los procedimientos políticos, las normas jurídicas, los actos rituales, que tien-
den a reparar y restablecer el orden, un orden que encierra elementos anteriores
modificados y que integra otros nuevos.
El ritual teatral implica suspensiones, como la de las coordenadas de tiempo /
espacio, la de toda posibilidad de incredulidad, o cuando el coro como voz de la
comunidad sustituye al actor individual.

115
En el teatro, la palabra es acción llevada a la práctica en el marco del ritual, sos-
tenida y acompañada por música y danza. Se trata de una palabra con un enorme
poder sobre lo político-social pero que, además, en el ámbito teatral produce be-
lleza, es mousiké.

En el caso de la Vieja comedia, la crítica política ocupa un papel central, fenóme-


no sólo posible para el mundo antiguo en Atenas, donde la democracia engendra
la posibilidad de su propio cuestionamiento. Una obra como Los Caballeros, en la
que la figura de Cleón, el político incompetente, ambicioso y corrupto, es objeto de
la burla pública, puesta en escena en el marco de un recinto construido por la ciu-
dad, en representaciones solventadas materialmente por ella, hubiera sido incon-
cebible en el mundo helenístico o romano.
Como fuentes literarias, y dado el relieve que alcanzan en ellas los personajes
femeninos, Tesmoforias, Lisístrata, Asambleístas son comedias en las que la cues-
tión política se entrecruza con otra: la de las relaciones de género. La utilización
como herramienta de análisis de la categoría género –que como toda categoría
destinada al análisis histórico necesita ser resignificada en el contexto social y tex-
tual– cumple una función heurística para rastrear las relaciones de poder hombre /
mujer en la polis, en tanto las expresa y permite sacarlas a la luz.
Las tres son representaciones simbólicas producto de una mirada masculina fir-
memente arraigada en las relaciones sociales de la polis y ponen en evidencia un
discurso masculino sobre las mujeres –“la mujer hablada por otros”–; el mismo al-
canza un valor ideológico, pues reafirma y legitima uno de los pilares sobre los que
se asienta la polis: la preeminencia del ciudadano, que por definición es varón.
Lisístrata y Asambleístas en particular ponen de relieve el intento de las mujeres
por controlar la toma de decisiones dentro de la polis, un absurdo dentro de un
imaginario que concibe el poder político como un atributo del ciudadano, obvia-
mente varón. Sitúan a la mujer en las utopías políticas de Aristófanes, relacionadas
con el poder en la polis y con el comunismo de los bienes y de las parejas sexuales.
Ambas constituyen una representación simbólica de “el mundo al revés”, la fiesta
colectiva en la que sale a la luz todo aquello que está contenido o reprimido en la
organización normal de la sociedad. Se trata de textos destinados al espectáculo
público, en los que las representaciones de un poder femenino constituyen un re-
curso para provocar la risa de los espectadores-ciudadanos y generar la crítica hacia
el funcionamiento de las instituciones de la ciudad.
La situación ambigua creada por la intervención del colectivo de las mujeres,
con la conducción de las heroínas, Lisístrata y Praxágora, crea un desequilibrio que
se recupera con la construcción de una nueva situación, aquella que reubica al
mundo en el canon preestablecido. En última instancia, el desarrollo argumental

116
hace que todo vuelva a la normalidad: el poder vuelve a manos masculinas y las
relaciones sociales de género se imponen.
Una vez más, la democracia hace posible, a través de la isegoría, la crítica de la
polis hacia sí misma, impensable en un régimen autocrático. Pero es una crítica que
nunca se plantea destruir los fundamentos más profundos de la organización social.

La Filosofía, la reflexión racional sobre el mundo y los seres humanos –otra de las
grandes creaciones de los griegos– no dejó de manifestarse a través del fenómeno
teatral. Está presente, por ejemplo, en las tragedias de Eurípides, en las que queda
en evidencia la enseñanza sofística y su influencia en quien fuera su discípulo, ma-
nifestada tanto en su discurso crítico como el manejo de la argumentación.
En el siguiente monólogo Medea analiza la situación de la mujer frente al hom-
bre en la polis: éste es a la vez un ejemplo de aquel tipo de argumentación y de las
representaciones simbólicas de las relaciones de género.
Medea, presa de los celos, habla así a las mujeres del coro:

“Mujeres corintias, salgo del palacio para que no tengáis nada que reprenderme.
Porque sé bien que existen muchos mortales orgullosos –unos en su propio país,
otros en el extranjero– que por su retraída conducta han adquirido una odiosa fama
de indiferencia. Pues, no radica la injusticia en los ojos de los hombres, cuando,
antes de conocer a fondo el corazón humano, odian a simple vista sin haber reci-
bido ofensa alguna. Es menester que el extranjero se adapte en gran manera a las
costumbres de la ciudad, ni alabo al ciudadano, cualquiera que sea, que, compor-
tándose arrogantemente, molesta a los ciudadanos por ignorancia. Mas a mí, este
suceso inesperado que me ha sobrevenido, ha destrozado mi alma; estoy consu-
mida y, habiendo perdido el placer de la vida, deseo vivamente morir, amigas.
Porque aquel en quien tenía puesta toda mi dicha, mi esposo, ha resultado ser el
peor de los hombres.
De todos los seres que viven y piensan, nosotras, las mujeres, somos las más mi-
serables. Porque, primero, necesitamos comprar un esposo con derroche de ri-
quezas y dar un dueño a nuestro cuerpo. Y todavía este mal es peor que el otro,
porque corremos el mayor riesgo en tomarlo bueno o malo. Pues la separación no
aporta buena fama a las mujeres y no es posible repudiar el esposo. Luego, ha-
biendo ido a parar en medio de costumbres y leyes nuevas, es necesario ser adi-
vino, sin haberlo aprendido en casa, para saber con qué clase de marido tendre-
mos particularmente que tratar. Y si hemos triunfado en nuestro empeño y el espo-
so acepta la vida en común y no lleva por la fuerza el yugo, envidiable es nuestra
existencia; de lo contrario, más vale morir. Un hombre, cuando se cansa de estar
con los suyos, sale y apacigua el disgusto de su corazón dirigiéndose a la casa de

117
un amigo o de un compañero. Nosotras, en cambio, debemos mirar una sola per-
sona. Se dice que llevamos en el hogar una existencia sin peligro, mientras que
ellos combaten en la guerra. ¡Razonamiento insensato! Pues tres veces preferiría
estar en línea de combate junto al escudo que dar a luz una sola.
Pero tu situación es distinta de la mía y no nos atañe el mismo lenguaje. Ésta es tu
ciudad, ésta tu casa paterna, y disfrutas de la vida y de las compañías de los ami-
gos; yo en cambio estoy sola, sin ciudad, ultrajada por un hombre que me ha lleva-
do como botín de una tierra extranjera, sin madre, sin hermanos, sin parientes que
me puedan librar de este infortunio. Solamente, pues, desearía obtener de ti que
me indicaras algún medio, alguna traza, para hacer pagar a mi esposo, la expia-
ción de mis males y castigar al que le ha dado su hija y a la que con él se ha casa-
do. Pero tú calla. Porque la mujer, por lo demás, está llena de temor y es cobarde
para la lucha y a la vista del hierro; pero cuando se siente ofendida en su matrimo-
nio, no hay corazón más sanguinario.” (Eurípides)

La mirada de los filósofos sobre la tragedia es tardía.


Platón es un crítico del teatro, al que rechaza por proponer modelos que –en su
sistema de pensamiento– considera éticamente negativos, tales como los perso-
najes atrapados por las pasiones, la irracionalidad, los crímenes, los incestos, tan
distantes del lugar que asigna a la filosofía. Pretende “purgarlo” de aquellas pasio-
nes, para lo cual introduce una estrategia imitativa (en dos de sus diálogos, el
Symposio y Protágoras) pero exenta de los componentes propios del fenómeno tea-
tral. La filosofía es para él el camino de acceso a la verdad, al bien y a la belleza; la
sabiduría que debe buscar, tras las apariencias, la verdadera realidad, la del mun-
do de las ideas, hasta el punto que en la República, en la ciudad utópica, los filóso-
fos son quienes tienen el poder. Sócrates, el gran maestro que encarna al filósofo y
uno de los personajes que construye Platón en sus diálogos, es quien guía en la
búsqueda de la verdad.10

118
3. Otras miradas sobre
el fenómeno teatral
Las características del Teatro griego lo constituyen en un objeto de estudio que
hace necesario aportes desde diferentes campos disciplinares; por ello, fueron in-
vitados a participar otros especialistas de la Facultad de Humanidades y Ciencias
de la Universidad Nacional del Litoral.

Ellos son Silvia Susana Calosso, Profesora Titular de las cátedras “Literaturas griega
y latina”, y “Griego”, y el Profesor Edgardo Blumberg, Profesor Titular de las cáte-
dras “Historia de la música”, cuyos trabajos se incluyen a continuación.
Igualmente, hemos creído importante incluir trabajos de alumnos vinculados a la
cátedra de “Sociedades Mediterráneas”, en actividades docentes y de investigación:
Andrea Raina (adscripta durante los períodos 2004-2005), Eduardo Matías Fischer
(adscripto durante 2004-2005 y Ayudante de Cátedra Alumno Ordinario a partir del
segundo cuatrimestre de 2005) y Roberto Matías Vicentín (adscripto en 2005-2006).
Sus trabajos fueron realizados en relación con la temática del seminario, pero tam-
bién presentados en diversos Congresos y Jornadas de la especialidad.

Al respecto de Eduardo Matías Fischer, su muerte repentina el 19 de agosto de


2006 sobrevino en la plenitud de un crecimiento intelectual promisorio. Ella produ-
jo una grave pérdida para la cátedra y dejó truncos otros trabajos que Matías esta-
ba orientando hacia una tesis de Licenciatura, cuya inclusión –dada su permanen-
te actitud de búsqueda y autocrítica para ir construyendo algo siempre mejor– le
hubiera resultado más satisfactoria. El texto “Comedia en democracia” es una
reelaboración de sus primeros ensayos referidos a la temática y un homenaje que
como equipo de trabajo queremos realizar a su memoria.

119
3.1. El teatro griego
por Silvia Calosso

Cuando se habla del teatro griego sólo con la orientación de la dóxa se tiende a
generalizar, a formularizar un fenómeno que para nada es ni general ni formulario. El
que aspira a acercarse a los estudios sobre la Grecia Clásica poco a poco irá com-
prendiendo que el teatro, como expresión espectacular helénica, es un fenómeno
complejo y acotado. Lo llamamos “espectacular” porque era un espectáculo, es decir
un acontecimiento que se desarrolla en algún sitio y momento determinados, con
destinatario colectivo, que se ve y se escucha en ocasiones especiales de índole
religiosa y, desde el siglo V a. C., dentro del ámbito específico llamado théatron11
que las ciudades, las póleis helénicas, construían ad hoc, generalmente en la falda
de una colina, para facilitar la visión y la escucha.
La primera ciudad que tuvo su théatron fue Atenas; era una unidad arquitectó-
nica edificada junto a la Acrópolis, muy cercana a los edificios y espacios más
importantes: el Partenón, el Erectéion, el ágora, lo cual describe su relevancia en
la vida social de la comunidad. El diseño del teatro es particularmente específico.
Todo en él tiende a albergar con comodidad a una multitud (el de Atenas era ocu-
pado por hasta quince mil personas) que pueda ver y escuchar lo que sucede en
la skené, de modo que cada espectador sienta que participa desde su lugar en
las acciones a las que asiste desde las graderías, a mayor o menor distancia, ro-
deando un círculo central, la órchestra, donde se desplaza y canta el Coro. Ámbi-
to donde los actores y los asistentes están a la luz del sol, la interacción entre las
dos partes es inevitable y natural. A semejanza de este primer edificio teatral de la
Hélade,12 de madera al comienzo, de piedra más adelante, se construyeron mu-
chísimos teatros, en el Pireo, en Epidauro, en Delos, en Siracusa, cuyos restos, en
algunos casos muy bien conservados o reconstruidos cuidadosamente, pueden
observarse hoy en día en gran parte de la cuenca mediterránea, que estuvo bajo
la influencia de Grecia durante muchos años, en particular en el siglo V y parte del
IV. Esto habla de la gran popularidad de las representaciones teatrales, de su sig-
nificado en las comunidades helénicas, de su sentido religioso que abarcaba a
todos los niveles sociales.
Como espectáculo, el teatro hacía presentes varias disciplinas artísticas en las
que interactuaban poesía, música, danza y canto; involucraba a artistas y artesa-
nos por igual: autores, actores, vestuaristas, músicos, carpinteros especializados,
fabricantes de máscaras y calzado, inventores de recursos escénicos de gran com-
plejidad. Con todos estos elementos puestos en marcha, gracias a la financiación
del corega,13 por una parte, y a la elección de los poetas que componían el texto y
a los actores, todos varones, por otra, se llegaba a la fecha de las Fiestas y se estre-
naban las obras ante un público receptivo y expectante que estaba presidido por

120
las autoridades religiosas en primer lugar, y también civiles y militares. El estímulo
inmediato del espectáculo teatral era que cada obra, o cada conjunto de obras,
intervenía en un concurso, y su ganador, el autor de la obra, vivía su momento de
gloria y prestigio, cuyos ecos sobrevivían hasta el siguiente concurso.
El concepto helénico de agón tiene radical trascendencia a la hora de intentar
comprender el mundo griego: agón puede ser una lucha a muerte, o con la muerte,
también un torneo, un concurso, un juego. Dos fuerzas que chocan, un momento de
puja en el que no necesariamente hay un triunfador. El agón trágico y el cómico son
la médula del teatro griego, lo cual se dilucidará cuando se recorran algunos textos
poéticos. Por su parte, el agón que se vive en el concurso de los poetas que partici-
pan en número de tres, invitados por el arconte, instaura una tensión en la que to-
dos participan: actores, autores, autoridades, organizadores, invitados extranjeros,
espectadores; es decir, es un elemento más que enriquece la situación teatral que
inventaron y cultivaron con tanto éxito los griegos.
De este fenómeno comunitario, colectivo, plural, pleno de vitalidad, surgido en la
Hélade hace más de dos mil quinientos años, sobreviven (además de piezas arqueo-
lógicas arquitectónicas, de imágenes en restos cerámicos que remiten a las repre-
sentaciones y sus personajes, y de algunas actas de concursos y relatos que regis-
tran el acontecimiento) los textos poéticos que daban lugar a cada espectáculo.14
Sin el texto poético no existe el teatro griego. Es decir que desde aquellas proce-
siones rurales primigenias, en las que en rituales agrarios se memoraban los ciclos
de la naturaleza o se agasajaba a los dioses que los encarnaban, como Dionisos
(fiestas en las que se cantaba y bailaba y se usaban máscaras de animales o dio-
ses), hasta llegar a la representación dramática ateniense, que incorpora todo eso
y lo reelabora exquisitamente, ha habido un largo proceso que culmina con la adop-
ción oficial, por parte de la ciudad, de esa forma de espectáculo público cíclico
que recrea, mediante un texto poético como base, los grandes acontecimientos
que narra la mitología. Acontecimientos que tienen un grado notable de ejemplaridad,
y que vueltos a contar a través de la escena provocan en el público la identificación
en el terror y el alivio,15 por el carácter profundamente humano de los conflictos de
los que dan cuenta. El poeta es un actor social fundamental en la comunidad: él
recrea y reanima el mito, pero también refleja las preocupaciones de los ciudada-
nos, de su entorno inmediato, que son leídas por el público durante la función. Na-
die se va del teatro igual a como llegó. Ve quizás a los héroes y heroínas tan cono-
cidos sufriendo, siendo traicionados, asumiendo sus destinos a veces tan terribles;
pero también ve los problemas de la ciudad, de sus gobiernos y gobernantes, de
sus leyes, de las guerras, de las relaciones con los pueblos extranjeros, ese otro que
suele estar cerca y ser enemigo, ajeno, y que habla lenguas de extraño sonido.16 Y
todos esos elementos los ve en el texto poético recitado o cantado, bella e intensa
transmutación de la vida misma de Atenas.

121
No se puede pretender que, después de tantos siglos, del silencio cristiano y su
censura del paganismo, de la reproducción manual de los textos y su precariedad
material, de las peripecias propias del resguardo, transmisión y traducción, se con-
serven muchos dramas del siglo V a. C., tanto respecto de tragedias, como de co-
medias y dramas satíricos, que eran los tres “géneros” dramáticos que los poetas
cultivaban. Obras completas que han llegado hasta nosotros son las siete trage-
dias de Esquilo, siete de Sófocles, dieciocho de Eurípides, un drama satírico de
Sófocles, once comedias de Aristófanes, cuatro de Menandro y fragmentos diver-
sos atribuidos a los autores mencionados y a otros cuyos nombres se conservan,
como Filocles, Frínico, Agatón, Dífilo, o Filemón.
Un lector argentino del siglo XXI, que desea o debe por sus estudios acceder a
este fenómeno artístico y social, no puede hacerlo sin reflexionar sobre las circuns-
tancias en las que llega a ello: con seguridad será a través de un texto traducido al
español, quizás no en época reciente, quizás lo más probablemente por un traduc-
tor peninsular cuyo léxico suene por momentos extraño a los oídos locales. Aun así,
la belleza de la poesía, su estructuración verbal, la andadura de la acción dramáti-
ca, la fuerza de las ideas, no dejarán de conmoverlo.

3.1.1. La poesía de Esquilo17


La primera participación de Esquilo en certámenes en Atenas se dio entre 499
y 496 y su triunfo como poeta trágico tuvo lugar en el año 484 (entre dos hitos
militares y políticos: las batallas de Maratón y Salamina). De setenta y nueve títu-
los (algunos consignan más) provenientes de diferentes fuentes, se conservan
completas siete obras: Los Persas (472), Los siete contra Tebas, Las Suplicantes,
Prometeo Encadenado y la trilogía Orestíada u Orestía: Agamenón, Las Coéforas,
Las Euménides.
Los temas de estas obras, como los de los otros autores trágicos, provienen del
gran corpus narrativo de la mitología griega,18 excepto Los persas que trata un tema
inspirado en sucesos recientes: las Guerras Médicas, de las cuales Esquilo había
sido participante activo.
Este poeta prefiere la estructura en trilogía o tetralogía, pero de sus obras así
compuestas sólo queda íntegra la Orestía. Los títulos y partes de las otras trilogías
se presuponen por noticias no siempre del todo fidedignas. En las tetralogías se
incorporaba también un drama satírico. Orestía trata un tema proveniente del Ciclo
Troyano: el rey Agamenón, de regreso de la guerra de Troya, enfrenta la muerte a
manos de su esposa Clitemnestra y el amante de ésta, Egisto. Luego sobrevienen
las tremendas consecuencias de este acto inicial.
Los Persas es un drama de inspiración patriótica, una pieza de homenaje a la
grandeza helénica triunfante contra los persas: un tema fuertemente circunstancial
no frecuente en el corpus de tragedias conocidas.

122
Los siete contra Tebas reescribe la tragedia de los Labdácidas, Layo, Edipo y sus
hijos, que culmina con la desdichada muerte de los hermanos Eteocles y Polinices
en lucha fratricida.
Prometeo encadenado recupera de un modo místico el mito de Prometeo, aquel
titán19 que robó el fuego a Zeus para entregarlo a los hombres. Se supone que faltan
un Prometeo liberado y un Prometeo portador del fuego para completar la trilogía.
Como texto poético, toda tragedia está compuesta en versos. Los personajes
dialogan utilizando generalmente trímetros yámbicos.20 Cuando interviene el Coro,
el tono de la obra es más lírico y se pueden utilizar otras medidas de versos, ya que
el Coro canta mientras que los personajes principales recitan.
El comediógrafo Aristófanes, contemporáneo de Sófocles y Eurípides, pero no
de Esquilo, se burla por boca de un personaje, en su obra Bátrakhoi (Ranas),21 de la
majestad de los versos de Esquilo, de su tono solemne y elevado. Sin embargo, en
esa obra se lo consagra como el mejor de los trágicos. Que un ciudadano de Ate-
nas lo lleve, aunque a través de la risa, a este punto de reconocimiento está dando
cuenta de su trascendencia en la comunidad ateniense.
¿Cómo habla un poeta, al mismo tiempo, de los antiguos mitos y de la realidad
política, sino a través de la acción dramática? Sobre la skené pasan cosas, y esto es
importante para comprender el teatro: la poesía, el texto poético, da lugar a la ac-
ción, funda un espacio, ordena un sistema de causa-consecuencia, plantea un dile-
ma trágico22 para uno o más de los personajes que lo/los conduce a un desenlace
generalmente fatal. Y mientras ellos llevan adelante su destino inexorable, en la
cadena agonal van plantando señales, referencias, admoniciones destinadas a los
espectadores, una suerte de paidéia23 implícita, cuya belleza traspasa los límites
de lo meramente pedagógico.
Dice Casandra, a punto de ser asesinada en Agamenón:

“[…] no moriremos sin obtener justicia de parte de los dioses: vendrá nuestro ven-
gador, un vástago matricida que hará pagar la muerte de su padre. Desterrado, erran-
te, extranjero a esta tierra, volverá para coronar estos desastres de los suyos […].”
(1978:32) 24

En estos versos, además de dar a conocer los sentimientos de un personaje, se


advierte e ilustra sobre la traición, la justicia divina, la autoridad paterna, la condi-
ción del desterrado, la venganza que da sentido a una muerte sin sentido.
Los grandes personajes de Esquilo, como Agamenón, Prometeo, Orestes, tienen
a menudo una dimensión divina. Es Esquilo mismo quien les da esa dimensión, y el
actor que los interpreta, desde la altura de sus coturnos y la imponencia de su traje
bordado y de la máscara, se presenta recitando con palabras casi sobrehumanas
que permanecen resonando en el espacio teatral.25

123
Dice Agamenón, recién llegado a Argos desde Troya:
“Ante todo, justo es saludar a Argos, y a sus dioses, co autores de mi retorno y de la
justicia que ejercí sobre la ciudad de Príamo. Los dioses no escucharon un proce-
so oral: sin vacilación, echaron sus votos matadores de hombres, destructores de
Ilión, en una urna sangrienta. Por el contrario, a la urna de la esperanza, no hubo
nadie que la llenara. La ciudad conquistada es señalada todavía por el humo del
incendio. Viven solamente las tempestades de Ate: moribunda con Troya, la ceni-
za envía hacia el cielo grasientos vapores de riqueza […]” (1978:24).

Aquí se aprecian otros temas importantes para la ciudad, transmutados en la


majestad de los versos que dan cuenta del final de Troya: la Justicia que se impone a
través del voto, la confianza en los dioses cuando se actúa a favor de sus designios.
Agamenón es una obra breve y densa, su espesor permite abordarla desde dife-
rentes niveles. Uno de ellos es el de la historia en sí que percibe el lector o especta-
dor: Agamenón, rey de Argos y hermano y aliado de Menelao de Esparta, protago-
niza uno de los nóstoi, los regresos a sus patrias de los héroes que han tomado Troya.
Vuelve triunfador, pero ha transgredido muchas leyes sagradas: ha destruido los
altares de Troya, ha matado la simiente, los niños de la ciudad arrasada, y ahora va
a cometer otra –la última– transgresión, trampa mortal que le prepara su esposa:
tiende una alfombra de púrpura y lo insta a entrar a palacio caminando sobre ella.
Agamenón sabe que ése es un honor reservado a los dioses, pero su soberbia es
mucha y camina sobre la alfombra sagrada. Camina hacia su muerte, ya planifica-
da por la esposa y el amante, y con él morirá Casandra, la troyana esclavizada por
este rey vencedor. Los crímenes, en vez de liberarla, sumergen a Clitemnestra en
inquietante preocupación. Hasta ahí la historia. ¿Cómo percibe el lector/especta-
dor que va a ocurrir todo esto? El Coro determina un clima oscuramente premonito-
rio, por una parte, que subraya lo que ya ha anunciado el Heraldo en los primeros
versos. También resultan terriblemente premonitorias las palabras de Casandra, uno
de los personajes más dolorosos del teatro griego. Ella conoce que vendrán su muerte
y la del rey, lo anuncia desesperadamente, y no la escuchan. Pero la médula de la
obra es el agón Agamenón-Clitemnestra, una pareja paradigmática no por su amor
sino por el odio que los une, sobre todo de parte de la mujer. En el plano simbólico,
el poeta hace uso de una serie de imágenes intensas: la caza de animales, la red,
la trampa, la tela de araña, el sacrificio final. También hace uso de una oscura ironía
en las palabras de la mujer: todo lo que ella dice sobre su marido y la felicidad del
retorno quiere decir lo contrario:

“[…] no voy a avergonzarme de expresar delante de vosotros, ciudadanos, mi amor


por mi marido: con el tiempo desaparece la timidez en las personas. Sin haberlo
aprendido de otros, os contaré mi propia vida trabajosa durante el tiempo que este

124
hombre estuvo al pie de Ilión. En primer lugar, es un mal terrible que una mujer esté
sola en casa, lejos de su marido… Ahora, tras tanto sufrimiento, con el corazón
libre de angustia, bien puedo llamar a este hombre perro guardián de la casa, ca-
ble que salva el barco, firme columna del alto techo, hijo unigénito de un padre,
tierra aparecida a los navegantes contra toda esperanza, día bellísimo de ver des-
pués de la tormenta, chorro de fuente para el sediento caminante […].” (1978:25)

Cómo no admirar en estos versos el arte de Esquilo, quien logra en la hipérbole, en


la acumulación de metáforas con las que Clitemnestra refiere a su marido de regreso
a casa, una concentración de sentido que naturalmente lleva al lector/espectador a
la espera del crimen subsiguiente. Hay que destacar, por su parte, que ninguna ac-
ción sangrienta transcurre en escena. La tragedia, no sólo en este autor, es austera en
ese sentido: los crímenes, los suicidios, que no son pocos, transcurren no a la vista del
público, sino ocultos, sólo sugeridos por los gritos de dolor o sorpresa o los clamores
con que algunos personajes se despiden de la vida, a veces por mano propia.
Esquilo es de todos los poetas trágicos el más preocupado por aportar a la ciu-
dad elementos, justamente, políticos. El orden y la armonía de la ciudad serán los
del cosmos,26 regido por los dioses, presididos por Zeus, que vigilan y acompañan
el desenvolvimiento del individuo y de la comunidad. Se necesita un tribunal que
termine con la ley de la sangre y las venganzas personales y familiares, y Esquilo se
preocupa por realizar propuestas en ese sentido; el final de la Orestía es muy claro
en cuanto a ese tema: todo crimen debe ser juzgado en un tribunal civil, que a su
vez estará bajo la tutela de los dioses, en el caso de Atenas, de Apolo y Atenea,
quienes seguirán lealmente los preceptos de Zeus.

“Escuchad la norma que instituyo, pueblo del Ática, que vais a resolver la primera
causa por sangre derramada. Este Consejo de Jueces permanecerá siempre en el
futuro entre el pueblo del Egeo…. En esta colina, el Respeto y el Miedo, hermano
suyo, impedirán a los ciudadanos, de día y de noche, cometer crímenes, con tal
que ellos mismos vivan sin alterar sus leyes […].” (1978:72)

Estas son palabras de Atenea a la ciudad, casi al final de la obra Euménides.


Esclarecedora intervención de la diosa que protege a Atenas, a la que le da hasta su
nombre, no deja ninguna duda sobre qué pensaba Esquilo que la poesía dramática
podía decirle a la comunidad civil. La emoción estética primero, la reflexión a posteriori,
acerca de los delicados hilos que se entretejen para ordenar al hombre y al mundo.

3.1.2. La poesía de Sófocles27


Se menciona a Sófocles como autor de ciento veintitrés piezas, la mayor parte
de las cuales obtuvo premios en los tradicionales concursos atenienses. Lamenta-

125
blemente sólo ocho han sobrevivido: siete son tragedias y la octava un drama satí-
rico, titulado Los sabuesos. Los títulos y temas de las obras de Sófocles se consig-
nan a continuación, mencionados en orden cronológico, orden que está sujeto a
discusión por la imprecisión de los datos, aunque se lo considera el más adecuado.
Sófocles tiene una propuesta diferente de Esquilo, ofrece obras individuales y no
trilogías, pero la densidad de cada una es tal que la hace autosuficiente.
La obra más antigua que se conserva de este autor es Ayax, estrenada hacia la
mitad del quinto siglo a. C. Este personaje, uno de los héroes aqueos más renom-
brados en la Ilíada, es protagonista en el relato mitológico de un episodio singular:
agonista contra Odiseo en un torneo por la posesión de las armas de Aquiles, es
vencido y su derrota le acarrea una crisis de demencia. A tal punto llega, que mata
impiadosamente el ganado, y concreta otros desmanes cuyas consecuencias no
puede soportar al retornar a su sano juicio, y se suicida. Sófocles selecciona de este
relato el momento culminante, es decir, nos presenta un hombre absolutamente solo
en su locura, desbordado de furia contra Odiseo, cometiendo actos irreparables, y
luego, vuelto a la cordura, marchando a su muerte por mano propia, eligiendo morir
para pagar sus daños. Luego sus ex compañeros de armas discuten sobre su entie-
rro y concluyen que merece las honras de un gran guerrero. El tema de la hýbris, la
desmesura o desorden en la conducta de un héroe, está presente con intensidad
en esta obra, ya que el grado más extremo de la hýbris es la locura, y el suicidio su
consecuencia directa, cuando la grandeza del héroe (y este personaje lo demues-
tra) lo elige como único camino decoroso para salvar su honor.
De época muy cercana es la obra Las traquinias, segunda en orden cronológico. El
tema de esta pieza proviene de las narraciones mitológicas en torno a la figura de
Heracles. Su nacimiento, su educación, sus excesos, el castigo de los mismos con la
ejecución de doce grandes y dificultosos trabajos, sus amores, su desdichada muer-
te, son motivos recurrentes en muchos relatos, están en Ilíada y Odisea, en la Teogonía
de Hesíodo y en la temática de mitógrafos y poetas posteriores. De todo ese corpus
narrativo, Sófocles selecciona un momento muy particular de gran tragicidad y que
desplaza el foco protagónico desde Heracles a Deyanira, su esposa. El nombre Las
Traquinias responde, como en muchas obras teatrales griegas, al conjunto de acto-
res que con el nombre de Coro (khóros) canta al unísono y se desplaza con una coreo-
grafía planificada, y es un elemento escénico que cobra diferente valor en cada poeta
y en cada obra; lógicamente, también en cada puesta. Deyanira, la protagonista, que
inconscientemente comete un error (éste es también el rasgo que caracteríza al hé-
roe trágico, la amartéia, el error trágico), causa la muerte de su marido, en condicio-
nes horrorosas. Y ella se suicida, como Ayax, no por salvar su honor de guerrero, que
no lo es, pero sí, ella también, por decoro, al hacerse cargo de su error.
La tercera obra de Sófocles que se conserva es Antígona que junto con Edipo rey
son las piezas más renombradas de este autor. Ambas toman sus historias del Ciclo

126
Tebano, y del Ciclo Troyano que, juntos, son los conjuntos narrativos que más temas
han proporcionado a la poesía helénica. El Ciclo Tebano reúne los relatos de la fa-
milia de los Labdácidas: Lábdaco, Layo, Edipo, reyes de Tebas, importante ciudad
beocia, al norte de Atenas, un referente histórico donde se ubican muchas accio-
nes trágicas mitológicas, de hecho ficcionales,28 como son las de esta renombrada
familia. Antígona es uno de los cuatro hijos de Edipo, ya muerto. Su tío Creonte, el
actual rey, ordena que de los dos hermanos muertos de Antígona, en lucha fratrici-
da, sea enterrado con honores el que defendió a la ciudad, y el otro sea arrojado a
los perros. La hermana no puede permitir esto, pide ayuda a la cuarta hija, Ismene,
quien se la niega. Desobedece entonces al rey y en místico ritual cubre de polvo el
cadáver precioso, por lo cual su tío la condena a la lapidación. Sola contra solo, se
enfrentan Antígona y Creonte. Típicos héroes sofocleos, se alzan agonalmente cada
uno en su postura irreversible. Antígona muere, su novio, el hijo de Creonte, tam-
bién, ambos por mano propia. Más tarde la esposa, huérfana del hijo, toma igual
determinación. La última parte de la obra sólo es de Creonte, que asume su error y
se condena a vivir sumergido en el dolor de sus pérdidas. Este tema de los dos
órdenes legales –el de la familia, la sangre, y el de la ciudad– traen nuevamente a
la escena ateniense el final de la Orestía de Esquilo, pero con una vuelta de tuerca:
la ley de la ciudad no debe transgredir las antiguas leyes sagradas de la sangre, de
raíces profundamente religiosas, ambas deben convivir en armonía.29
Con respecto a Edipo rey, el escritor argentino Ricardo Piglia dijo hace años en
una concurrida conferencia en el Paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral
que si ha habido una primera novela policial, ésta ha sido Edipo rey de Sófocles. Hay
una muerte que contiene un enigma y hay un investigador empecinado en desci-
frarlo. ¿Hace falta más para formular un relato policial? Pero lo extraordinario de esta
obra es que el investigador es el asesino. ¿Qué investiga en realidad Edipo? ¿Sabe
o no sabe la verdad el héroe Edipo? Esta mirada del escritor argentino, de por sí
interesante y atractiva, no da cuenta sino parcialmente de la obra Edipo rey. ¿Qué
lee el ciudadano de Atenas cuando contempla, escucha, vivencia, por primera vez
esta obra? Todos los presentes en el théatron conocen la historia de Edipo, una vez
más van a asistir a la tragedia del hombre, del týrannos que reina en la vecina Tebas
y cuya existencia está marcada por el peor de los destinos adversos. Por empezar,
Edipo no se presenta como basiléus, que es la palabra griega que describe al
monarca, al rey. Edipo es llamado týrannos, una categoría de gobernante que la
ciudad acaba de experimentar recientemente. El tirano ateniense no es bien recor-
dado por los ciudadanos de mitad del siglo V. Algunos elementos, cualidades, ras-
gos de este Edipo sofocleo remedan al týrannos que tan bien conoce la ciudad. Por
empezar, Edipo es un gobernante en la cúspide de su poder, se llama a sí mismo
“padre” de los tebanos, les promete solucionar como tal todos sus problemas. Quizás
aquí mismo, en los primeros versos de la obra, el protagonista supera tò métron, la

127
medida de comportamiento que le corresponde a cada uno, y más aún al que es
modelo para la ciudad. Y aquí mismo comienza, también, la ironía sofoclea, uno de
los rasgos más relevantes de este poeta. El que promete salvar a la ciudad es quien
la ha llevado a ese estado de caos y angustia, pero no lo sabe. Entonces, cada pa-
labra, cada frase, tiene un peso semántico plural, vasto y profundo. Edipo dice una
cosa, pero para el público significa otra, y así el espectador-lector va leyendo, des-
cifrando y admirando la significación plural del texto sofocleo. El teatro es un fenó-
meno comunicativo peculiar: los personajes se comunican entre sí, dialogan,
intercambian coherentemente informaciones y sentimientos. Pero, a la vez, todo lo
que pasa en escena tiene como interlocutor al público, y en el caso del teatro grie-
go, a la luz del día: todo/s a la vista de todo/s. Esto es bien tenido en cuenta por el
poeta y la maestría del texto Edipo rey no tiene parangón en ese sentido:
Dice Edipo, después de prometer salvar a su pueblo y habiendo consultado a Apolo:

“…Pues otra vez voy a ser yo quien llegue a toda la verdad de raíz. Bien lo ha hecho
Apolo y bien vosotros en tomar este cuidado a favor del difunto (se refiere a su padre
Layo, a quien él ha matado sin saber que aquel eventual oponente era su progeni-
tor). Vais a verme, como es razón, a vuestro lado, cual justo vengador de esta tierra
y del dios mismo. Pues al tratar de borrar esta mancha, no persigo el bien de extra-
ños: mi propio bien persigo. Que quien dio muerte a Layo, quizás pronto pondrá
sus impías manos sobre mí. En salir pues, por Layo, por mí mismo salgo.” (1978:315)

El espectador/lector sabe aquí más que Edipo y el pueblo de Tebas, sabe que él
es el matador de Layo, que todavía él mismo lo ignora, y que al prometerse destruir al
asesino se está condenando. Este ejercicio poético permanece a lo largo de toda la
obra. Un suspenso sin respiro, el manejo de la ironía, el avance sin descanso de la
investigación, la perfección, el encaje de las partes que se van develando en el insis-
tente avance del týrannos devenido a investigador, a adalid de la justicia en Tebas.
En algún exacto momento se producirá la caída del héroe trágico. Con buen fun-
damento Aristóteles, al describir la tragedia en su Perí Poietikés, supo elegir como
modelo a Edipo Rey. En ella, otra vez los Labdácidas, en un tiempo anterior a la his-
toria que narra Antígona. Edipo, viajero errante por causa de un oráculo adverso, ha
llegado al trono porque ha librado a la ciudad de un monstruo que la asolaba. Ca-
sarse con la reina viuda era el premio; lo hace, son felices, tienen cuatro hijos y Edipo
es un muy buen rey, aunque nombrado týrannos. Pero su destino 30 aún no se ha
cumplido totalmente. Otro problema devasta la ciudad: una peste que parece el
castigo de un dios, hace morir a muchos ciudadanos inocentes. Es en este momen-
to del relato que Sófocles propone el comienzo de su obra. El poeta juega con dos
conceptos pares: ver-saber contra no ver-no saber, y en el final los entrecruza: mien-
tras Edipo es físicamente vidente, no sabe cuál es su íntima y terrorífica verdad.31

128
Cuando llega a saberla después de su propia investigación, se ciega porque ya no
es más digno de contemplar la luz del día. La ceguera y el destierro son el castigo
que el mismo héroe trágico se impone, después de la metabolé (el cambio comple-
to y radical que sufre su existencia) que ha tenido lugar durante la representación
teatral, o a lo largo de la lectura del texto sofocleo. Aristóteles ha percibido muy
bien la intensidad de la kathársis que provoca esta obra, de ahí su elección, en la
Poética como paradigma de la tragedia ateniense.
Electra (presentada en el año 413 a. C.) retorna nuevamente a la familia de los Atridas,
como Esquilo en su Orestía, como Eurípides en la obra del mismo nombre (Electra,
también del año 413 a. C.). La hija que espera la llegada del hermano para vengar la
muerte del padre, Agamenón, que ha sido sacrificado a su vez por la madre Clitemnestra
y su amante Egisto al volver de la guerra de Troya, es el centro de la acción dramática.
En esta pieza, el lector se sorprenderá al descubrir en el personaje de Electra, ade-
más de su grandeza solitaria tan propia de los héroes sofocleos, una alocución obse-
siva, frenética, que la acerca a la Medea de Eurípides. Y allí están, entre otros, el valor
y el sabor de esta tragedia, que reitera una vez más el tradicional relato familiar mito-
lógico. El espectador, el lector, se enfrentan a una Electra en la máxima crispación de
su ser: ser huérfana de un padre asesinado vilmente, ser hija de una madre infiel y
criminal, ser hermana, por un lado, de una Crisótemis a quien no le interesa la vengan-
za, y por otra de un ausente, Orestes, que podría constituirse en su único aliado en
este mundo, ya que ella, por ser mujer, no puede tomar las armas. El límite en que se
encuentra esta Electra es exhibido por el poeta a través de la palabra de la protago-
nista, cada vez más densa y desesperanzada. El clímax de su tremendo malestar se
produce cuando le anuncian la muerte (aunque no es verdad) del hermano:

“¡Oh, triste de mí!¡Orestes de mi alma! ¡Cómo me has arruinado con tu muerte! Te


has ido, arrancando de mi corazón las únicas esperanzas que me restaban ya que,
vivo tú, habías de venir cual vengador de mi padre y de mí, desventurada. Y ahora,
¿a dónde puedo yo dirigirme, que me he quedado sola, huérfana?....Me arrojo sola,
junto a esta puerta, sin un alma amiga, y aquí consumiré mi vida. (…).” (1978:359)

En Filoctetes (estrenada en 409 a. C.), el recorte que hace Sófocles de la historia


de este personaje del Ciclo Troyano es muy particular. Planta a su héroe enfermo,
separado de la Guerra de Troya que está en su tramo final, en una isla solitaria, inco-
municado, abandonado del mundo, en la dolorosa espera de su muerte. La abun-
dancia de interjecciones en su palabra marca ese dolor, físico y moral. En especial
llama la atención la queja por el dolor del cuerpo, las llagas que lo van carcomiendo
y despiden mal olor. El encuentro con el hijo de Aquiles (Neoptólemo), que llega a
la isla en su busca, no puede ser más grato para él, pero este binomio no es tal, sino
un trío donde el que falta está sagazmente oculto: Odiseo. Filoctetes es una trage-

129
dia fuera del canon, tiene final feliz, y los protagonistas representan las tres edades
más importantes de la vida humana: la juventud de Neoptólemo, la madurez astuta
de Odiseo, la vejez y la enfermedad en el que da nombre a la obra.
Edipo en Colona, que se considera la última obra de Sófocles (presentada en el
402 a. C.), constituye un verdadero homenaje a Atenas de parte de su ilustre y fiel
ciudadano-poeta. Edipo, errante, acompañado de Antígona, llega al demo ateniense
de Colona,32 ciego y doliente, donde su rey Teseo lo acoge con bondad. Los ojos de
Antígona, en genial recurso, le van mostrando las bondades de su tierra, su belleza,
su productividad, en lo que a la vez es descripción en la superficie discursiva y ala-
banza y homenaje implícitos, destinados a los ciudadanos que asisten a la repre-
sentación. La tierra “donde la ley es la única soberana” es la que merece albergar el
dulce final de la vida de Edipo, ya purificado después de su periplo de dolor. Es el
gran dios Zeus quien lo guía y le concede no sólo una buena muerte, sino el don de
bendecir a Atenas desde el sitio sagrado que será su sepulcro en Colona. Esta es
una obra que, leída atentamente, permite hallar innumerables referencias a la vida
de Atenas, al orden político, a la Justicia civil que se estaba consolidando, a las
relaciones de la ciudad con sus dioses, al sentimiento religioso que a veces no se
ve tan claramente en otras obras sofocleas. La digna muerte de Edipo, relatada por
un mensajero, tiene el mismo hondo misticismo del relato de Antígona cubriendo
con polvo el cuerpo de su hermano: momentos sagrados, inefables, gestos-límite
que subrayan la heroicidad, la ejemplaridad de sus protagonistas, según como los
ha imaginado el poeta.

3.1.3. La poesía de Eurípides33


Objeto de muchas críticas adversas, la poesía de Eurípides, contemporáneo de
Sófocles, tuvo ya en Atenas receptores implacables, que no pudieron aceptar la
aparición en escena de héroes de poca talla, niños, algún campesino casado con
una princesa, modificaciones de peso en el relato original, los dioses distantes,
ausentes de los actos del hombre, mentados siempre pero de modo formulario y
vacío, o puestos en la skené, como Dionisos, ejecutando actos crueles y maléficos.
Preñada del saber sofístico, aunque se permite a veces criticar a esos maestros, su
palabra poética se oía como algo insólito, molesto, lejos de los hábitos estéticos de
los ciudadanos que asistían al teatro. El modelo Sófocles, que continuaba y engran-
decía la poesía esquilea, había adiestrado, educado, los oídos de los espectado-
res, a quienes les resultaba difícil aceptar otras propuestas. Por añadidura, Eurípides
inventaba finales despampanantes, utilizaba maquinarias para hacer desaparecer
a un héroe o aparecer un dios, de modo que sus innovaciones, como todas las inno-
vaciones en el arte, se consideraban provocadoras y recibían silbatinas y críticas
feroces. Su contemporáneo el cómico Aristófanes tuvo una actitud que hasta el día
de hoy se discute: por una parte, se burlaba de él en sus obras, de todas las mane-

130
ras posibles; pero por otra, incluía en sus versos fragmentos enteros del poeta “ene-
migo”, alusiones a textos euripideanos, paráfrasis y parodias de las tragedias en
llamativo número, como si permanentemente lo tuviera presente, como si le causa-
ra interés y admiración a la vez que rechazo. Y no es para menos, pues la obra de
Eurípides, de más de noventa piezas, de las que se conservan dieciocho, dispara el
texto trágico hacia zonas nuevas: se modifica la función del Coro, se incluyen per-
sonajes no frecuentes, se cambian los finales con relación al relato paradigmático
del mito, se enfrentan los héroes trágicos en agones que son pura sofística.
El listado en orden cronológico de sus obras conservadas es el siguiente: Alcestis
(438 a. C.), Medea (431 a. C.), Hipólito (428 a. C.), Los Heraclidas (430 a. C.), Andrómaca
(424 a. C.), Hécuba (424 a. C.), Heracles (entre 424 y 415 a. C.), Las Suplicantes (en-
tre 422 y 421 a. C.), Ión (412 o 411 a. C.), Las Troyanas (415 a. C.), Ifigenia en Táuride
(414 a. C.), Electra (413 a. C.), Helena (412 a. C.), Las Fenicias (entre 410 y 407 a. C.)
Orestes (408 a. C.), Las Bacantes e Ifigenia en Áulide. De estas dos últimas no se
consigna datación, ya que fueron representadas después de la muerte del poeta.
Hay una obra de juventud, El Cíclope, que es en realidad un drama satírico y de
dudosa atribución. Y una tragedia apócrifa, Reso que, aunque tal, no desmerece al
modelo que seguramente tomó su desconocido autor.
Como puede apreciarse en los títulos de las tragedias, continúan los temas de
los Ciclos Troyano y Tebano, los del mito de Heracles, y algunos otros provenientes
de diferentes líneas de relatos mitológicos muy populares, como la historia de
Alcestis, modelo de amor conyugal, o la de la famosísima Medea, la extranjera amada
y luego repudiada por el jefe de los Argonautas, Jasón. También se observa un pre-
dominio de nombres de mujeres, tanto de protagonistas como de los grupos feme-
ninos que constituyen los Coros (Bacantes, Troyanas, Suplicantes y Fenicias). Acu-
sado de misoginia por sus contemporáneos,34 la lectura actual no permite confir-
mar tal apreciación. Por el contrario, llama la atención el profundo conocimiento de
la psiquis femenina a través de la construcción de cada una de sus heroínas, en las
que aparecen, a través de sus intervenciones en los diálogos y monólogos, rasgos
de personalidad, de individualidad, como la devota Alcestis, la incalificable Medea
que mata a sus hijos, Hécuba en el límite posible del dolor, Helena sincera en su
conciencia de la responsabilidad que le cabe en la Guerra de Troya, las Bacantes
transfiguradas por la posesión dionisíaca, las mujeres de Trozén o las de Corinto
acompañando, preocupadas y afligidas, el dolor de Fedra o el de Medea. Todas
son mujeres “posibles”, no tienen la dimensión majestuosa de los personajes de
Esquilo, ni la grandeza en soledad de los de Sófocles.
Los límites de este volumen impiden ocuparse de cada una de las dieciocho obras
de Eurípides. En cambio, se selecciona una de ellas como ejemplo de los logros de
este poeta, tan criticado pero quizás el que creó personajes más recordados en la
historia de la lectura y la escritura de Occidente.35

131
3.1.3.1. Hipólito 36

“Las fuerzas de la vida son más poderosas que los hombres. Hay en éstos, en cier-
tos momentos, una moralidad que les hace realizar acciones nobles: de nada les
vale para evitar el sufrimiento y la muerte. Sófocles ya lo sabía, pero ahora (se re-
fiere a la obra de Eurípides) el hombre no es aplastado tanto por potencias miste-
riosas e incognoscibles, o por sus propias culpas, como por esas fuerzas contra-
dictorias e implacables que los protagonistas no son capaces de contrarrestar con
un cálculo prudente. En la lucha y en el sufrimiento muestran desnudas sus almas.
Eurípides manifiesta una profunda piedad por ellos…”. (1978:517)37

La tragedia Hipólito, fechada aproximadamente en el año 428 a. C., es presenta-


da en un momento difícil para Atenas: ha muerto Pericles, se ha iniciado la guerra
del Peloponeso, y una peste azota la ciudad. El poeta sitúa la acción dramática jus-
tamente en una ciudad amiga del peloponeso, y en varias ocasiones se dejan llegar
observaciones sobre la vida civil y sus polítai. Eurípides triunfa en el concurso de ese
año, quizás porque elige un modus de composición bastante apegado al modelo
clásico de las tragedias consagradas en el siglo V: sus héroes están en una situación
límite, en un dilema que no podrán resolver y que los lleva a la muerte, porque cual-
quier otra decisión será para mal. Lo agonal se impone: un juego de oposiciones
sostiene la pieza, y se plantea desde el comienzo: Artemis contra Afrodita, Hipólito
contra Fedra (cada uno ligado a cada una de las diosas, que representan la casti-
dad y el deseo amoroso respectivamente), el padre Teseo, engañado, contra el hijo,
Hipólito, al que supone transgresor de las leyes sagradas de la familia, Fedra contra
la Nodriza cuando ella equivoca la estrategia. Cada uno de los integrantes del trián-
gulo amoroso –esposo, esposa, hijastro–, a su manera incurre en hýbris; cada uno a
su tiempo se ve conminado a poner en orden, aunque sea con la muerte, a ese des-
orden que han causado. Lo incontrolable se apodera de los tres, de Fedra, de Hipólito,
de Teseo. El Coro de las mujeres de Trozén acompaña y se horroriza, y en medio de
todos, la nodriza cumple su función de llevar y traer, consolar, fundar con su ama una
complicidad más allá de la muerte. Esta Nodriza va más lejos que la de Medea, su
trabajo de “tercera” queda en el imaginario tradicional europeo y es reescrito repe-
tidas veces, por ejemplo en la Celestina española de Fernando de Rojas.38
La arquitectura de la obra es prolijamente simétrica: comienza con la interven-
ción de la diosa del Amor, Afrodita, que anticipa los hechos a que la tragedia dará
lugar: las muertes de Fedra e Hipólito, esta última como venganza porque él des-
precia a Fedra y los dones del amor que ella u otra mujer podrían darle. Su discurso
termina con un horrible anuncio:“No sabe (Hipólito) que las puertas del infierno están
para él abiertas y que esta luz es la última que mira (…)” (1978:522).

132
Y la tragedia finaliza con la aparición de Artemis, que a la manera de deus ex
machina39 se enfrenta a Teseo y lo ayuda a ordenar su postura ante su hijo moribun-
do y ante sí mismo.
Entre estas dos intervenciones divinas transcurren las dos situaciones agonales
básicas: Fedra contra Hipólito e Hipólito contra su padre Teseo. En la primera, el
espectador-lector percibe, tanto en los diálogos como en las rhésis,40 que Fedra es
un personaje complejo, sincera en su pasión amorosa y en su ética conyugal, y que
Hipólito también es auténticamente devoto de Artemis y respetuoso del matrimo-
nio de su padre. La hýbris de ella pasa por el mensaje que le deja a Teseo al suici-
darse, denunciando al hijastro que la ha despreciado, en un acto de venganza que
complejiza su psicología en grado sumo. La hýbris de Hipólito, en tanto, está ex-
puesta en la rhésis donde explica enfurecido la naturaleza de la mujer, un discurso
en hipérbole absoluta que seguramente consolidó en su medio la fama de misógi-
no de nuestro poeta. Lejos de coincidir con ello, se debe apreciar en el dibujo del
personaje de Hipólito (la tragedia se llama Hipólito, y no Fedra) también una exqui-
sita complejidad psicológica: es un joven sin madre, ha elegido la castidad –lo que
no es sencillo a su edad–, es provocado por su madrastra y, ante el peligro de per-
der lo que tanto le cuesta mantener, se justifica su violenta reacción verbal. Fedra,
que escucha este torrente de improperios, sólo atina a mencionar, como Medea, la
naturaleza desdichada de las mujeres, su infortunado destino. Es en ese momento
que decide suicidarse y escribir la carta a su marido.
La segunda situación agonal básica se da entre Hipólito y su padre Teseo, a
posteriori del suicidio de Fedra y de la lectura del mensaje donde ella denuncia a
Hipólito por haber acudido a su lecho y con ello generar la decisión del suicidio. En
la lucha verbal entre padre e hijo, se destaca el proceso argumentativo por el cual
cada uno defiende su postura inconciliable con la del otro. En realidad queda claro
que ellos no se conocen uno al otro, que no hay confianza ni amistad entre ellos, y
ése es un tema fundamental para conocer la tragedia profunda del joven Hipólito,
que se marcha desesperado al exilio. La hýbris de Teseo lo lleva más allá de ordenar
el destierro: usa un don concedido por los dioses y le desea la muerte. Su deseo es
concedido, y a poco entra un mensajero con la infausta noticia: el pobre joven ha
caído con su carro desde los escarpados acantilados de la Argólide, destrozado
pero aún proclamando su inocencia.
Aquí Eurípides podría haber terminado su obra, pero insiste en cerrar ordenada-
mente sus conflictos. Traen a Hipólito moribundo y con la colaboración de la diosa
Artemis, que se presenta y va mediando entre ellos, Teseo y su hijo tienen su último
diálogo; el joven muere en paz sabiendo que su padre ya cree en su inocencia, y
Teseo, perdonado por su hijo, se despide de él, proclamando, en el último verso, la
crueldad de Afrodita.

133
3.2. Las Tesmoforias: ritual y comedia
por Andrea Raina

El análisis de una comedia aristofánica desde una perspectiva histórica nos exi-
ge la utilización de herramientas pertenecientes a la historia cultural. Siguiendo
este enfoque, entendido como historia de la construcción de la significación de las
representaciones y las prácticas socioculturales, podremos relacionar el texto con
su contexto de producción en una articulación recíproca entre mundo social y
mundo cultural.
El discurso es construido por un individuo (autor) inscripto en el seno de la configu-
ración social a la que pertenece. Esto implica que las divisiones de su mundo social
son incorporadas en su pensamiento y conducta individual (“construcción social del
discurso”). El análisis de los símbolos y representaciones que se descifran del texto
nos permite comprender el sentido de las acciones sociales de los hombres, sujetos
por el contexto que los constriñe (“construcción discursiva del mundo social”).
El poeta reúne, al mismo tiempo, en un discurso y en una práctica, ambos senti-
dos del concepto de cultura: tanto el que atañe al juicio estético e intelectual, creando
una obra literaria de valor, como el que se refiere a la trama de relaciones cotidia-
nas, la práctica de concurrir al teatro y de actuar en la escena teatral.

La polis ateniense del siglo V a. C. (contexto de producción y puesta en escena de


la comedia antigua) representa la matriz de producción del imaginario cívico. Matriz,
en el sentido de que es significante: instituye significaciones sociales (a través de un
poder explícito que le sirve para interiorizarlas en la sociedad), y es significado: “en-
carna”, en sus instituciones, esas significaciones que la sociedad instituye.
Por esto es que no se pueden simplificar los estudios estableciendo que a deter-
minados símbolos del imaginario les corresponden determinados contenidos reales,
menos aún si vamos a referirnos a las relaciones de género. Se tiende a instalar (des-
de un discurso cívico oficial) una lista antitética de opuestos correspondientes al
imaginario griego y a la conformación de la sociedad, sin establecer relaciones y sin
considerar lo ambivalentes y móviles que pueden ser esos extremos. Si entendemos
que estamos ante una “sociedad autónoma” que rompe con la clausura de las signi-
ficaciones y se permite el replanteamiento constante de sus valores fundamentales
(como la libertad, la justicia, la igualdad, la ética…), entonces deberemos reflexionar
acerca de los posibles cambios de sentido (y dirección) de esos opuestos estableci-
dos en el imaginario cívico, por y para la comunidad de ciudadanos.
A partir de estos intersticios ambivalentes del imaginario, podemos hablar de la
existencia de representaciones “explícitas” y otras subyacentes. Esta distinción nos
permite observar de forma más clara la simbología instituida por la Polis a través del
poder explícito y llegar al trasfondo del imaginario social: el imaginario subyacente.

134
De aquí se advierte una relación recíproca entre imaginario social-simbolismo,
en la que el imaginario tiene que utilizar lo simbólico para “expresarse” y para “exis-
tir”; y el simbolismo, a su vez, presupone la capacidad imaginaria, la capacidad de
establecer un vínculo entre el imaginario y su significación, de modo que uno “re-
presente” al otro. Como se dijo, la movilidad de ese imaginario cívico (sólo en apa-
riencia estático) produce lo que aquí se llamará el imaginario subyacente, que ex-
presará las negaciones que aquél no pudo resolver: “La estricta separación de lo
femenino y lo masculino no tiene verdaderamente otro lugar, otras fronteras que lo
político. O más exactamente, la ideología de lo político. Pues, en la Grecia antigua, lo
político está probablemente más extendido que lo que sugiere el discurso oficial, sin-
gularmente edificante, que habla del funcionamiento pacífico de la ciudad de los
ándres” (Loreaux, 2003:21).41
Nicole Loraux sostiene que, al momento de ponerse en duda la pertinencia real de
este discurso (el “oficial” de la época), se manifiesta que el conflicto interior o stásis
presenta una “cara esencial” de lo político, en tanto que es continuamente rechaza-
do, es decir negado. El discurso oficial, identificado desde el imaginario cívico insti-
tuido, también niega lo femenino. Al relacionarse ambas categorías, stásis y feminei-
dad, se genera el miedo a la ginecocracia, reconocido en las comedias aristofánicas
Lisístrata Asamblea de las mujeres, y en la tercera “comedia femenina” Tesmoforias.

Aristófanes utiliza la misoginia arraigada en la sociedad como recurso para lograr


el efecto cómico. El miedo a la ginecocracia constituye el trasfondo de la tradición
misógina; los espacios sociales masculinos y femeninos debían estar bien delimita-
dos: a los varones les correspondían la guerra y la política, y a las mujeres los queha-
ceres domésticos, el cuidado del marido y de los hijos, para asegurar, a través de
ellos, la descendencia de la ciudadanía que ellas no podían ejercer. Cualquier altera-
ción a este orden suponía un cuestionamiento al funcionamiento de toda la sociedad.
La comedia invierte los papeles sociales. Pero no hay que olvidar que se trata de
un supuesto, un supuesto “mundo al revés” ya que las mujeres no planteaban una
modificación del orden cambiando su rol por el de los hombres. Y supuesto tam-
bién porque existía ambivalencia, mezcla e intercambios. Así es que, para analizar
Tesmoforias, es necesario definir tanto una categoría de género como identificar los
conceptos de alteridad e intercambio. Al mismo tiempo hay que tener en cuenta el
espacio o contexto de las acciones, importante referencia del sentido de las mis-
mas, sea tanto para hablar del ritual como para referirnos a la puesta en escena.
En primer lugar identificamos a Tesmoforias como ritual, entendiéndolo como “[…]
un conjunto de gestos realizados por o en nombre de un individuo o una comunidad,
que sirven para organizar el espacio y el tiempo, para definir las relaciones entre los
hombres y los dioses, y para poner en su lugar las categorías humanas y los vínculos
que las unen” (Bruit Zaidman y Schmitt Pantel, 2002:23). En la fiesta de las Tesmoforias

135
se celebraba la fecundidad de las mujeres, ya que las diosas Deméter y Perséfona
eran las encargadas de velar por la fertilidad de la tierra; según el imaginario mascu-
lino cuando una mujer contraía matrimonio entraba en el dominio de la “vida cultiva-
da”; se la comparaba con un campo labrado y sembrado por el esposo para produ-
cir hijos legítimos. Las ceremonias tenían un cierto carácter oficial ya que la Polis,
“[…] considerada como una corporación de casas –oikos– que ocupaban un territorio
agrícola, dependía de la fertilidad de su región para el abastecimiento alimentario básico
de trigo y cebada” (Winkler, 1994:219). Las Tesmoforias tenían, entonces, un alcance
político ya que se exigía a las mujeres que fueran “ciudadanas”, en el sentido de ser
esposas de ciudadanos. A la vez, las fiestas eran celebradas en la Pnix (la colina en
la que se reunía la asamblea del Demos) y si durante los días de la celebración de-
bía reunirse esa asamblea, no lo hacía allí, sino en el teatro.
En el retiro ritual del culto a las diosas se reproduce el funcionamiento del Con-
sejo y de la Asamblea en un espacio exclusivamente femenino. Las mujeres no to-
man el control de una institución perteneciente a la comunidad cívica, sino que la
única reivindicación de derechos políticos que exigen a los hombres se basa en el
reconocimiento de los méritos de sus hijos y no en otros propiamente femeninos.
Para ejemplificar podemos citar un fragmento de la obra en la que el coro se dirige
al público en medio de la parábasis: “¡Cuántos y merecidos reproches podrían diri-
gir las mujeres a los hombres! Pero hay uno principalísimo: aquélla entre nosotras
que ha dado a la ciudad un ciudadano útil, taxiarca o estratega, ¿no tiene derecho a
alguna distinción […]?, y aquélla que da a luz un malvado, un mal ciudadano, un
comandante de galeras indigno o un torpe piloto, debería sentarse con la cabeza
rapada detrás de la madre del valiente” (Aristófanes, 1946:102).

En definitiva, esta celebración favorecía la reproducción de la ciudad, el engen-


drar hijos legítimos y asegurar la subsistencia colectiva con buenas cosechas. De
esta manera podemos observar una importante función social de la mujer: controla
estos procesos de producción y reproducción, y demuestra que, aun inmersas en
una sociedad de supremacía masculina, “[…] son protagonistas vitales que
interactúan en las estructuras de dominación, ejerciendo cierto grado de autonomía”
(Winkler, 1994:233).
Empleando la categoría género, entendemos que las relaciones sociales aquí se
basan en las diferencias que se perciben entre los sexos, pero, en realidad, como
forma primaria de significar las relaciones de poder. Ante esta advertencia, nos pre-
guntamos si eran necesarias fiestas exclusivamente femeninas, o si lo que necesi-
taban las mujeres era una mayor participación en los espacios masculinos.
Dentro de los niveles del imaginario social, el concepto de alteridad nos permite
concebir y comprender la manera en que se articula el pensamiento griego. Se
entiende esta categoría como el otro siendo componente del mismo, como condi-

136
ción de la propia identidad. El otro, según los griegos, surgía del contrapuesto na-
tural al modelo del ciudadano. Pero, justamente aquí es donde interesa incorporar
la noción de intercambio, ya que, de otro modo, caeríamos en el “discurso oficial”
antes aludido y en la lista antitética inmóvil. El intercambio implica mezcla, inver-
sión, confusión de las fronteras entre los opuestos, aunque sea transitoriamente.
El uso de estos conceptos nos permitirá evaluar las interacciones entre los sexos,
las relaciones de dominación (en las que es tan importante adjudicarse el papel
dominante como aceptar el de dominado), las mezclas entre los opuestos. Como
dice Chartier, “[…] lejos de distanciarse de lo real y de no indicar más que las figuras
del imaginario masculino, las representaciones de la inferioridad femenina, incesan-
temente repetidas y mostradas, se inscriben en los pensamientos de unos y otras, de
los unos y de las otras” (Chartier, 1996:38).
En el contexto del ritual (representado en la comedia), y sin olvidar que las mujeres
no se están apropiando de modelos y normas masculinos (lo cual hubiera sido un
verdadero instrumento de resistencia y de afirmación de su identidad), las Tesmoforias
aportan una significación sustancial para las mujeres involucradas. Constituyen un
espacio compensatorio de las relaciones de poder, un espacio que, aún limitado a
sólo tres días, representa una forma de liberación de la estructura dominante.
El carácter circunstancial, oficial y evasivo del evento nos conduce a evaluar la
posibilidad de que este tipo de fiestas femeninas haya constituido un paralelo de lo
que representaba la comedia para el Demos, es decir, para los hombres ciudada-
nos. Consideradas una especie de escape momentáneo de tensiones, un “carnaval
femenino” que, al igual que el teatro, se encontraba circunscripto en el marco ofi-
cial de la Polis (lo cual significaba en última medida la reafirmación de las normas
vigentes), pero, también, al igual que aquél, estas fiestas se convertían en un espa-
cio de participación, de discusión, de reconocimiento de la isegoría, es decir, del
uso de la palabra en público. En definitiva, un espacio femenino propio en el que
gozaban del derecho a reír y a compartir sus nociones acerca de su existencia y de
las representaciones que los hombres tenían de ellas.
El rechazo femenino a la sujeción es transitorio, se encuentra limitado por la du-
ración de las fiestas. Por lo tanto, más allá de que esto representa un rol más activo
y autónomo de la mujer en su contexto, la dominación persiste y se refuerza, como
sucede en general con la comedia: encontramos la paradoja de cuestionar el siste-
ma dominante mediante un mecanismo de dominación.

Para el análisis de la trama de la obra es importante destacar dos cuestiones: la


primera en relación con los locutores del discurso y sus destinatarios; y la segunda,
conectada con la primera, referida al travestismo.
En la escritura y práctica teatral, los locutores, en tanto autores y actores, son
hombres pertenecientes a la comunidad cívica, y sus destinatarios son ellos mis-

137
mos, u otros, pero todos ciudadanos (ándres). Es decir que la producción de la
simbología sobre lo femenino es interpretada y manifestada por y para hombres.
Así se observa en un pasaje del coro (femenino): “Nada hay en el mundo peor que
una mujer descarada, nada, excepto una mujer”. Luego invocando a Zeus, dice: “[...]
haz aunque seamos mujeres que los dioses permanezcan de nuestro lado! [...]”
(Aristófanes, 1964:106).
Esta cuestión nos conduce a la segunda, la del travestismo, esencial en el teatro,
en tanto los roles femeninos eran desempeñados por hombres disfrazados.
Los hombres salen probablemente beneficiados de esta inversión, ya que el tea-
tro se sirve de lo femenino para imaginar un modelo más completo de lo masculi-
no, es decir, logran representar ellos mismos la alteridad, el sexo opuesto. El
travestismo representa un contacto o intercambio entre ficción y “realidad”, entre
lo femenino y lo masculino. Es lo que Zeitlin llama el “actuar lo otro”, como la aper-
tura de la identidad masculina del ciudadano a “las emociones a menudo prohibi-
das del terror y de la piedad”.
Al respecto, Nicole Loreaux (2003:261) nos dice: “[…] durante el tiempo de una
representación dramática, el campo de la femineidad se ha revelado esencial y lo fe-
menino ha venido a moderar y sostener al mismo tiempo la necesaria virilidad de los
ándres”. En este sentido el hombre se “completa” en la práctica del teatro. De aquí es
que se puede comprender que la lógica de acción masculina sea la de incorporar,
englobar o incluir a lo femenino (que no es lo mismo que decir que se incorpora a las
mujeres, ya que como vimos ellas podían tener sus propios espacios). Esta inclusión
se debe no sólo a la tarea de interiorizar algo de lo femenino, sino también a que “[…]
para pensar todo englobamiento de una parte distinta, la inclusión es la operación teó-
rica que permite, por excelencia, sacar los cuadros de oposiciones” (2003:15).

138
3.3. Comedia en democracia
por Eduardo Matías Fischer

I. En este trabajo se exponen algunas de las conclusiones provisionales a las


que hemos arribado a través de la discusión de textos desarrollada en la Cátedra
“Sociedades Mediterráneas” y el seminario opcional ofrecido por ésta, centrado en
la temática sociocultural del Mundo Antiguo.

Partiendo de una reformulación teórico-metodológica que nos permita ampliar


nuestras posibilidades de abordaje y análisis de las sociedades antiguas, nos he-
mos planteado como objetivo particular vincular recíprocamente una organización
social determinada espacial y temporalmente: la Polis ateniense del siglo V a. C., y
uno de los géneros dramáticos desarrollados en aquel momento: la comedia
aristofánica, con el propósito, en última instancia, de reflexionar acerca de la utili-
dad que presenta el teatro clásico como fuente histórica.
No obstante, puesto que el teatro aristofánico constituye una expresión artística
y, por lo tanto, subjetiva, destinada a provocar la risa y la reflexión crítica del público
mediante el despliegue de innumerables ocurrencias y artilugios, nos preguntamos:
¿cómo podría aquél reflejar la realidad que justamente intenta transfigurar en fun-
ción de su carácter cómico?
Precisamente aquí es donde debemos concebir la posibilidad de emancipar a
la escritura histórica de las constricciones de veracidad (asociadas a los imperati-
vos de una representación fidedigna del pasado) que hemos heredado del positi-
vismo historiográfico decimonónico (Sazbón, 1988:143). Sostenemos al respecto
que el teatro antiguo (al igual que cualquier otro tipo de fuente) sería incapaz de
reflejar con fidelidad la realidad de un pasado, por definición, ausente. Por lo cual,
no intentaremos aquí pronunciarnos a favor de aquel “autoritario discurso de la rea-
lidad histórica”, sino más bien ofrecer una representación del pasado ateniense,
examinando las distintas imágenes que nos acerca la comedia aristofánica.
La posibilidad de hacer efectivo dicho intento estriba en dos consideraciones
de tipo teórico.
En primer lugar, nos permitimos colegir algunos de los ejes teóricos postulados
por Cornelius Castoriadis (1987) en función de los cuales se podría sostener que
toda sociedad históricamente dada se encuentra definida por la creación imagina-
ria, a través de la cual aquélla configura los límites de lo visible, lo decible y, en
definitiva, lo pensable de un momento histórico, en función de sus prácticas colec-
tivas discursivas y no discursivas. El imaginario social (o marco de representacio-
nes) “[...] ha de entenderse como el conjunto de significaciones e instituciones liga-
das a éstas que determinan el ser y la conciencia de los individuos desde el punto de
vista de la experiencia de las imágenes internas y externas merced a las cuales se

139
experimenta el espacio-tiempo individual y colectivamente en una sociedad” (Castro
Nogueira, 1997:356). Lo histórico social se presenta, de esta manera, como un amplio
campo de creación y autoinstitución imaginaria.
La sociedad ateniense del siglo V a. C. produce un espacio político particular y
genera prácticas sociales solidarias de un imaginario esencialmente novedoso. Una
escena pública como la que presenta la Polis democrática supone una fuerte con-
notación de igualdad (Homoioi) en la cual, por un lado, las ideas de pertenencia,
participación común y, por otro, las de autonomía y autarquía de la Polis, se instalan
en todos los ámbitos que las prácticas sociales de los ciudadanos sugieren.
¿Cuál es, entonces, el lugar que ocupa la vieja comedia ática en relación con el
imaginario sociopolítico democrático que intentamos definir?
Segunda consideración de tipo teórico: el teatro cómico, en tanto espacio ima-
ginario que presenta distintas dimensiones simbólicas, debe entenderse como un
aspecto parcial pero constitutivo de ese objeto de análisis general que Castoriadis
ha denominado “institución imaginaria de la sociedad”. En este contexto, el teatro
cómico adopta, por lo menos, seis niveles de significación claramente identificables:

1. El teatro en su dimensión física y material cargado de resonancias simbólicas


(discursivas, ontológico-políticas, etc.) ligadas a la visualidad social propia de la
época. El individuo contempla la vida social a través de los espacios físicos (teatro,
ágora, acrópolis, gimnasios, etc.) que ponen en juego su valor como ciudadano y
ser civilizado.
2. El teatro en tanto acto discursivo capaz de producir sentidos sujetos a nor-
mas, códigos y dispositivos específicos de producción y recepción determinados
en el amplio marco de significaciones que presenta la Polis.
3. El teatro en tanto género literario-espectacular destinado a ser representado
en escena, programado como espectáculo y recepcionado por espectadores-oyen-
tes inscriptos en una singular comunidad de interpretación. Se configura así un
ámbito específico de comunicación: la presencia del autor se esfuma en la ficción
y se disemina a través de los personajes que instalan un espacio intraescénico de
comunicación y discusión proyectando hacia afuera un nuevo debate, esta vez,
extraescénico, es decir, entre los personajes y el público. El cuerpo cívico ateniense
(todos los hombres libres mayores de edad) experimenta la crítica social increpan-
do o abucheando a los actores o aplaudiendo y riendo con sus intenciones y actua-
ciones. De esta manera, el autor tiende un puente que le permite al público ser
partícipe y reconocerse a sí mismo en los personajes y en la acción dramática en
general. En ese momento en que el efecto cómico se manifiesta en las expresiones
del público, la catarsis se desata y el “pueblo reunido en filas apretadas” se descu-
bre objeto de sus propias risas. Así es como, a través de la comedia, la ciudad se
escenifica a sí misma ante el conjunto de los ciudadanos.

140
4. El teatro como espectáculo público de recreación social. Pericles (en los dis-
cursos que a él adjudica Tucídides) expresa el especial orgullo que sentía la socie-
dad ateniense por sus espectáculos consistentes en “certámenes y festivales a lo
largo de todo el año cuyo disfrute aleja las penas”. “El teatro (tal como señala Charles
Segal) más aún que la asamblea o los tribunales de justicia, es el lugar donde las
emociones de las masas encuentran su más completa liberación”.
5. El teatro en su dimensión religiosa. El juego de ilusión teatral que la comedia
instaura en el escenario cívico ateniense se encuentra ligado a expresiones
mitológicas (tales como desaparición, ocultamiento, apariencias) asociadas por
siempre a la figura característica de Dionisio.
6. Por último, el teatro entraña una dimensión político-institucional de suma im-
portancia. En el terreno de las instituciones, la comunidad cívica instaura certáme-
nes o agones que obedecen en su organización a las mismas normas que rigen en
las asambleas y en los tribunales democráticos, lo cual significa que la multiplici-
dad de opiniones se vive dentro y fuera de la ficción dramática, es decir, tanto en la
representación teatral y el intercambio extraescénico que ésta proyecta, como en
el lugar de las instituciones de gobierno que configuran al espacio político de la
ciudad-Estado ateniense.

De esta manera, trasladando la discusión y el debate democrático a las grade-


rías del teatro y ejercitando la libre expresión de las emociones ciudadanas, el es-
pectáculo cómico se presenta como un espacio simbólico en el cual las significa-
ciones instituidas a través de las prácticas sociales de los ciudadanos en democra-
cia son interiorizadas por los individuos socialmente construidos.
Mediante múltiples entrecruzamientos e interconexiones, las distintas dimensio-
nes simbólicas a las que nos hemos referido recorren y trazan un espacio imagina-
rio constituyente y solidario de la propia institución imaginaria que define a la Polis
clásica: alojado en el seno de una complejísima urdimbre de significaciones, el teatro
cómico no sólo se encuentra significado y producido por el marco de representa-
ciones que la sociedad ateniense instaura, sino que, además, al reproducir, desple-
gar y posicionar oblicuamente un universo de formas simbólicas que implican
sustratos de sentidos, se presenta como significante configurante y constituyente
de aquella institución imaginaria en la cual se inscribe.
Aquí es donde reside, en definitiva, la utilidad que presenta el texto literario como
herramienta heurística: concebir la existencia de una realidad imaginaria extratextual
que no se encuentra yuxtapuesta, sino subyacente a la propia estructura de la unidad
textual, significa contar con la posibilidad analítica y metodológica de vincular recípro-
camente una estructura objetiva (la institución imaginaria de la Polis clásica) y una
construcción subjetiva (la comedia aristofánica), con la finalidad de enriquecer nues-
tro conocimiento (siempre limitado, indirecto y figurado) de las sociedades antiguas.

141
II. En relación con el citado propósito, las páginas que siguen intentarán escla-
recer y reafirmar, a través de un análisis particular, los supuestos teóricos expuestos
anteriormente.
Hemos seleccionado como fuente histórica a los Caballeros (escrita por Aristó-
fanes, 1979)42 a fin de establecer, tal como hemos señalado, la relación entre texto
literario y realidad extratextual, lo cual significa, en este caso, rastrear a través de la
estructura de la obra las mutaciones de sentido que sufre el imaginario democráti-
co ateniense frente a los desórdenes políticos y sociales que las guerras del
Peloponeso provocan. Nos interesa particularmente ese doble fondo que configura
a la obra: un género dramático que utiliza diversos mecanismos cómicos (parodia,
ironía, juego de palabras) a través de los cuales el autor expresa, re-plantea y re-
vierte las tensiones sociales que atraviesan y determinan su singular experiencia
espacio-temporal inscripta en el marco de significaciones de la Polis.

Caballeros fue estrenada en las Leneas del año 424 a. C. en una época marcada
por los enfrentamientos entre Esparta y Atenas. Este período caracterizado, en efecto,
por la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) constituye el punto nodal decisivo de
la historia ateniense, puesto que presenta la conexión entre dos grandes procesos:
el fin del esplendor democrático tal como lo conoció la “Atenas de Pericles” y el
desarrollo inicial de una larga historia que nos conducirá al surgimiento de aquel
mundo conquistado por Alejandro hacia finales del siglo IV a. C.
El nacimiento de la Polis democrática, la aparición del hombre ciudadano y, en
general, el esplendor cívico y cultural que desarrolló Atenas hacia el siglo V a. C.,
constituyen un fenómeno estrechamente ligado (aunque no determinado) a dos
formaciones paralelas: el Modo de Producción Esclavista y el Imperio. La esclavi-
tud-mercancía había reemplazado el trabajo de muchos ciudadanos que se vieron
libres de invertir su tiempo en las funciones públicas, ya que el sistema esclavista
proveía una porción considerable (aunque no total) de la fuerza de trabajo requeri-
da para las actividades productivas, tanto en la ciudad como en el campo.
Por otra parte, la situación económica del estado se encontraba perfectamente
saneada gracias a los ingresos imperiales directos (tributos) e indirectos (comer-
cio). Atenas se acercaba, de esta manera, al ideal de autarquía y autonomía que
perseguía y se permitía, asimismo, paliar los conflictos sociales y financiar los gas-
tos que la vida en democracia exigía.
Materialmente asentada sobre ambas formaciones, funcionaba la democracia.
Cada individuo, en tanto miembro reconocido del cuerpo cívico, tenía derecho a
poseer en forma privada un lote de tierra, participaba sin mediaciones en el gobier-
no de la ciudad y contaba con dos atributos fundamentales: Isonomía e Isegoría,
“[...] ambos aseguraban la correlación entre la extensión de la igualdad ante la ley y
la extensión de la participación popular en el gobierno y en la política” (Finley,

142
1986:181-182). Así, cada ciudadano podía asistir a la asamblea (o al resto de las
instituciones) y tomar parte en la deliberación sobre temas que afectaban diversos
aspectos de la vida social, con capacidad para votar o sugerir enmiendas frente a
cualquier propuesta.
Sin embargo, allende las guerras peloponesíacas, nos encontraremos con un
panorama totalmente distinto y, a medida que avancemos en el tiempo, observare-
mos que la organización política, social y, en definitiva, el horizonte de sentido que
caracteriza a la sociedad ateniense sufrirán considerables mutaciones.
Un largo período de guerras prácticamente ininterrumpido se desencadena, pri-
mero, con las guerras del Peloponeso y luego con los enfrentamientos entre las poleis
por la hegemonía durante el siglo IV a. C. ¿Cómo vive el ciudadano ateniense esta
época de transición?, ¿hasta dónde es conciente el Demos de aquel futuro que se
avecina? Tucídides, en los discursos que atribuye a Pericles, expresa el especial
orgullo que sentía el pueblo por su original sistema democrático, por su cultura, por
su imperio. ¿Cómo se ve afectado aquel orgullo cívico? Y, en definitiva, ¿qué cam-
bios se introducen en un marco de representaciones caracterizado por ideas como
autonomía, isonomía, isegoría y autarquía?
Intentaremos dar respuesta a estos interrogantes destacando aquellos aspec-
tos histórico-sociales que la obra seleccionada nos devela a través de la trama que
entretejen sus personajes.

III. La obra reviste, de principio a fin, una aguda intención satírica que jamás
decae. La acción tiene lugar delante de la casa de Demos que se encuentra al fon-
do de la orquesta. Aristófanes ha personificado las características del pueblo y sus
demagogos en tres personajes protagónicos.
En primer lugar Demos: “Siervo segundo (s.s.): ‘[...] natural de Pnix, pequeño viejo
extravagante de oído duro’” [1979:60].
En segundo lugar, Cleón, que recientemente había despertado cierta admira-
ción por parte del pueblo debido a su actuación en la isla de Pylos: S.S.: “El suso-
dicho señor (el Demos) compró, en la última luna nueva, un esclavo curtidor paflagonio,
maestro en trapacerías y calumnias” (1979:60).
Pero, inesperadamente, es un mercader, vendedor de salchichas, el verdadero
héroe de esta comedia: S.S.: “Apareces como un salvador para el Estado y para
nosotros” (1979:63).
Las relaciones que se van desarrollando entre estos personajes nos acercan al
funcionamiento de la democracia que, hacia el último cuarto del siglo V a. C., no
parece identificarse con el conjunto de significaciones a través de las cuales el ciu-
dadano ateniense percibe y valora la “realidad” política y social de su tiempo. Esta
comedia, situada en el centro de esta problemática, plantea (e intenta revertir a
nivel simbólico) aquel divorcio entre “ideal” y “realidad” democrática.

143
Organizaremos a continuación un repertorio de citas que nos permitan acceder
a cada uno de estos extremos tal como se encuentran caracterizados en la ficción
dramática. En primer lugar, respecto de la Democracia a finales del siglo V a. C.:

Siervo primero (S.P.): “Dirigir el pueblo no es cometido de un hombre instruido y de


buenas costumbres, sino que esto exige un ignorante, un bribón.” (1979:64)

S.P. (dirigiéndose al salchichero): “Todo lo demás lo tienes de más a más para


llegar a ser demagogo: voz de crápula, nacimiento despreciable, facciones y ma-
neras de granuja. Tienes todo lo que hace falta para gobernar.” (1979:65)

Coro (al salchichero): “Vamos, tú que te has educado en la escuela de la que salen
nuestros grandes hombres de hoy día, manifiesta ahora lo inútil de una educación
honesta.” (1979:68)

Salchichero (refiriéndose a Cleón): “Es un insigne canalla, gran Demos del alma,
culpable de mil crímenes. Mientras tú bostezas, él aprovecha [...] para sacar dine-
ro del Tesoro Público con las dos manos a grandes cucharadas.” (1979:81)

S.P. (refiriéndose a Cleón): “Una vez hubo conocido bien el carácter del viejo (del
Demos) se puso a adularlo, halagarlo, mimarlo, a embromarlo...” (1979:60)

S.P. (al salchichero): “Enreda, especula, mezcla los negocios todos juntos y, en
cuanto al pueblo, gánatelo siempre por medio de expresiones azucaradas, de bue-
na cocina.” (1979:65)

Salchichero (a Cleón): “Tú que le ves habitar (al demos) en esos miserables tone-
les, en nidos de buitres y en almenas desde hace siete años y no te has compade-
cido de él.” (1979:80)

“Demos, impedido por la guerra y sus humaredas de ver tus bribonerías, se ve


constreñido por la necesidad y la urgencia de un salario a andar boquiabierto de-
trás de ti.” (1979:81)

“Pero si un día es posible que ese Demos, vuelto ya a los campos, viva en paz [...]
conocerá de qué bienes le privabas con la soldada militar...” (1979:81)

Coro: “Oh Demos [...] es fácil llevarte cogido de la nariz: te gusta ser adulado y ser
engañado; mientras escuchas día a día con la boca abierta a los charlatanes, y tu
espíritu, aún estando en tu casa, está viajando lejos.” (1979:90)

144
Así es como Aristófanes, a través de la ficción dramática, retrata el funcionamien-
to de la democracia ateniense y destaca, fundamentalmente, la justificación, el ejer-
cicio y los efectos del control del poder en manos de individuos moral y socialmen-
te despreciables e incapacitados políticamente para ejercer la función pública, en
una sociedad que, empobrecida y presionada ante los primeros signos de la crisis,
no parece tener intención de imponer su poder soberano sobre el interés particular
de los “nuevos hombres” que dominan la escena pública.
Ahora bien, el título que ha elegido Aristófanes para su obra es, desde un princi-
pio, sugerente. Dentro del marco de significaciones que define a la Democracia, los
Caballeros representan un “ideal” del pasado, “ideal” que en el presente se ha dis-
tanciado de la “realidad”. El coro compuesto por mil caballeros es el encargado de
valorar aquel pasado glorioso en el cual ciudadanos-campesinos-soldados e ilus-
tres estrategos enaltecían los valores cívicos de la Polis:

Coro: “Queremos glorificar a nuestros padres por haberse manifestado dignos de


este país y del peplo en los combates navales, vencedores de todas partes, ellos
han hecho constantemente ilustre a la ciudad.” (1979:74)

Pero Aristófanes no sólo invoca nostálgicamente aquel pasado glorioso. Sobre el


final la obra presenta un giro decisivo: nos encontramos con un “mundo al revés”
donde el salchichero gobierna y el demagogo injusto es condenado, donde la gue-
rra desaparece ante la solemne aparición (bajo la figura de una bellísima joven) de
“la tregua de los treinta años”, donde, en definitiva, el pasado es presente y el pre-
sente, un pasado de errores superados.
La polis ha sido salvada por su héroe salchichero y el “demos rejuvenecido” ex-
clama: “Qué felicidad volver a mi antiguo estado” (1979:98).
Este simbólico mundo al revés se presenta como expresión y desarrollo de cier-
tos conflictos sociales que, como vemos, no sólo se dirimen en la infraestructura
material de la sociedad, sino que, por el contrario, parecen cristalizar como conflic-
tos de espacios imaginarios irreductibles a cualquier esencialidad o base económi-
ca de la estructura social. Dichos espacios ponen en juego las diversas estrategias
que los individuos socialmente construidos desarrollan en favor de ciertas repre-
sentaciones o registros imaginarios.
Las tensiones sociales (que el teatro cómico re-plantea y re-vierte a través de la
ficción) ponen de manifiesto la existencia de ciertos obstáculos que afectan el “buen”
funcionamiento de las instituciones y curvan aquel imaginario cargado de signifi-
caciones democráticas generando lo que Aristófanes (en tanto ciudadano) percibe
como un distanciamiento entre “ideal” y “realidad” (pasado y presente).
No obstante (y esto es esencial), la exposición pública y explícita de los proble-
mas sociales tal como se presentan en la comedia aristofánica sólo pudo haber tenido

145
lugar en el ámbito de una sociedad que ha logrado abrirse a sí misma la posibili-
dad de interrogar y cuestionar su propio imaginario, generando espacios de discu-
sión y debate como el teatro cómico. Una sociedad que, de esta manera, ha logra-
do romper la clausura de sus significaciones, sustentando sus propias leyes y vol-
viéndolas a poner explícitamente en cuestión. Una sociedad, en suma, que a pesar
de enfrentar ciertos inconvenientes particularmente materiales continúa siendo
esencialmente autónoma y profundamente democrática.

146
3.4. El drama del tiempo en el Edipo Rey de Sófocles43
por Roberto Matías Vicentín

I. La afición de la cultura griega al trato de problemas fundamentales difícilmen-


te podría haberse resistido a la asimilación del drama del tiempo como problema
medular. Y de hecho no lo hizo, pues desde sus primeras manifestaciones la con-
ciencia del devenir aparece ya plenamente desarrollada en el espíritu de los helenos.
Innegable testimonio de ello son los célebres versos de Homero en la Ilíada, donde
el héroe Diomedes, tras interrogar al licio Glauco sobre su linaje, obtiene por res-
puesta uno de los asertos que con profundidad insuperable ha prefigurado la con-
cepción del tiempo de hombres de las épocas más disímiles:

“Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas
por el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual
suerte, una generación humana nace y otra perece.” (Il. VI, 145-149)44

A mediados del siglo VII, Semónides de Amorgos, poeta lírico en cuyos versos
el reconocimiento de lo efímero (ephémeros)45 de la existencia humana se enlaza
con la invitación al disfrute de los placeres que la vida nos ofrece en su fugacidad,
consideró aquellos versos como lo más hermoso (tò kálliston) que haya podido
recitar Homero:

“Y he aquí lo más hermoso que dijo el hombre de Quíos: ‘Cual la generación de las
hojas, tal la de los hombres’. Pocos en verdad son los mortales que después de
oírlo lo colocan en su pecho; pues cada uno de los hombres mantiene una espe-
ranza que prende en el pecho de los jóvenes. Mientras un mortal conserva la flor
codiciable de la juventud, lleno de vanos pensamientos proyecta cosas irrealiza-
bles; pues no tiene ni sospecha de que ha de envejecer y morir ni, cuando está
sano, se acuerda de la enfermedad. Ingenuos, cuyo espíritu está así dispuesto y no
saben que la duración de la juventud y de la vida es breve para los mortales; tú, en
cambio, sabedor de esto, ten decisión para obsequiarte a ti mismo con cosas pla-
centeras hasta el fin de la vida.” (Elegía, I)46

Sabían muy bien los griegos que incluso la existencia más grande estaba suje-
ta a la ineluctable ley de la sucesión de las generaciones, a la muerte como rever-
so inevitable de la vida.47 Y durante el período arcaico, sintieron con fuerza cre-
ciente que, frente a tal imperativo, poco o nada podían hacer.48 Arquíloco, quien
gesta sus versos sobre la sospecha de que, frente al destino de los hombres, la
solemnidad de la poesía épica ya escasamente puede atenuar la sensación de la
dolencia del tiempo y la muerte, corona este pensamiento invitando a quien pro-

147
bablemente fuera hermano de su cuñado, muerto en un naufragio, a resignarse
ante la pérdida: “Azar y Destino (Týche kaì Moíra) le dan a los hombres todo, Pericles”
(Elegía).49
Basten estos testimonios para poner de manifiesto la primacía reservada por la
cultura griega al problema del tiempo. No obstante, es necesario considerar que,
sea la muerte heroica en la épica homérica, sea la fugacidad de la existencia huma-
na constantemente evocada en la poesía lírica,50 tales alegatos no representan sola-
mente temáticas propias de “géneros” particulares sino que, más aún, constituyen
las vías a partir de las cuales el tiempo en tanto incógnita de primer orden es tratado
en sus aspectos fundamentales. De modo que, si el destino y los dominios del hom-
bre y de los dioses, la muerte y la vida y lo eterno y lo efímero, son en gran medida el
punto de encuentro de la prolífera producción cultural de la época y del pueblo en
donde Occidente encontró sus fundamentos, esto será así en función de la
centralidad que al enigma del tiempo le fue reservada por aquellos inquietos helenos.
La tragedia griega, naturalmente, no está al margen de esto, pues al encontrar
uno de sus alicientes en el choque de horizontes de sentido que se revelan en con-
flicto,51 el tiempo como fundamento del proceder humano encuentra en ella nuevas
e inusitadas profundidades. Inscrita en un nuevo orden, concomitante al advenimiento
de la democracia, la tragedia ática recupera tradiciones diversas 52 sobre las que
gesta modos tan únicos como propios a partir de los cuales referirse a una incógnita
de viejo cuño para la época. Pero la respuesta trágica al drama del devenir, acaso
paradójicamente, consiste en un reconocimiento de la imposibilidad de proponer
soluciones definitivas a la dimensión temporal inherente a todo acontecer humano.
Y es en la obra de Sófocles (497-96/406-5 a. C.) donde esta referencia adquiere
una densidad particular puesto que, entre la reconocida preeminencia que el pla-
no divino mantiene en la obra de Esquilo (Jaeger, 2002:234) y los avances hacia
una “introspección psicológica” atribuidos a Eurípides, la tragedia del poeta de
Colono se desenvuelve en un plano intrínsecamente humano,53 y en la imposibili-
dad de que éste se instituya como referencia indiscutible de todo proceder seguro
de sí mismo. Así, entre los dominios que la tradición griega había reservado al des-
tino en sus múltiples manifestaciones (aísa, moira, týche, heimarméne, entre otras)
y aquellos que la emergente “voluntad” reclamaba para sí misma, el drama del tiempo
irrumpe en la tragedia griega en estrecha relación con el problema de la acción
(Vernant J-P.; Vidal-Naquet, P., 1987:39-42). Pues si en torno a la centralidad reser-
vada a la muerte heroica en la épica homérica se esclarecía la temporalidad inhe-
rente al proceder del héroe épico,54 la progresiva emergencia de la intencionalidad
como referencia conflictiva a la cual se suscriben los modos de proceder a los que
está ligado el héroe trágico manifiesta desplazamientos harto significativos en lo
que al modo de experimentar el tiempo refiere. En tales condiciones, lo que emerge
tras la irremediable caída del héroe trágico es un significativo desplazamiento del

148
horizonte de sentido en el cual se albergaba el cosmos aristocrático, para que surja
un nuevo mundo fruto de modificaciones imaginarias sustanciales (institucionales,
perceptivas, simbólicas, etc.).
Durante el siglo V a. C., el tiempo como problema de vieja data encuentra en la
escena trágica un nuevo impulso, que halla su condición de posibilidad en la esci-
sión que surge entre un plano divino, antaño incuestionable en su eficacia, y un nuevo
marco de acción definido por un horizonte totalmente nuevo: el imaginario cívico.

El Edipo Rey de Sófocles ocupa al respecto un lugar paradigmático. El entrama-


do simbólico que la obra pone en juego, junto al énfasis que en el héroe tebano
adquiere el conflicto central de la tragedia ática –los dominios de lo divino y los de
lo humano–, hacen de la obra un ámbito propicio para ilustrar aquel desplazamien-
to de horizontes según el cual los griegos de la época clásica llegaron a concebir lo
trágico en un estrecho vínculo con la incógnita que no era del todo extraña a la tra-
dición cultural en la que se reconocían. Tanto es así que la incógnita planteada por
la Esfinge, la peste que devasta Tebas, las conflictivas filiaciones del seno de la casa
de los Labdácidas, e incluso la obsesiva pesquisa en torno al origen del héroe tebano
y los modos en que la misma se plantea, nos permitirán indagar sobre el significado
del drama del tiempo en una de las obras fundamentales de la cultura Occidental,
cuyo eco aún hoy se deja sentir.

II. Si en el Edipo Rey de Sófocles accedemos a un desplazamiento de los funda-


mentos temporales en los que se funda el estatuto de lo heroico, esto será así en
función de la significativa distancia que irrumpe entre el modo de proceder de cuño
épico –del que la Ilíada es su máxima expresión y la Odisea su profunda
recodificación–, y aquel en torno al cual se configurará la problemática intencionali-
dad del héroe trágico. Naturalmente, tal desplazamiento se inscribe en una serie
de modificaciones que preceden a la tragedia griega misma, y cuya exposición
excede el límite de este trabajo. Sin embargo, la versión del mito de Edipo que
Sófocles nos ofrece 55 nos permite constatar la presencia de un elemento a partir
del cual estaríamos en condiciones de señalar un marcado contraste respecto del
universo épico: la huida del héroe para evitar el destino revelado por el oráculo.

La insolencia que el exceso de vino provocó en uno de los invitados a un banque-


te celebrado en el palacio de Pólibo arrojó a Edipo al examen de su origen, inaugu-
ra en él una inquietud de la que ya no podrá escapar. De hecho, aquella preocupa-
ción se arraigará de modo tal en su modo de ser que terminará por constituirse en
una de sus características esenciales: la reflexividad.56 En tales condiciones, con el
abandono del palacio de Pólibo, no sólo Corinto y la tierra que el héroe cree natal
quedarán atrás, sino que también lo harán los fundamentos temporales en los que

149
se reconocía el proceder del héroe de cuño épico, es decir, aquellos según los cua-
les se auspiciaba la adscripción y el reconocimiento a lo designado por un destino
que sin ambages se reconocía como propio. Edipo, sin embargo, tras las dudas
sembradas sobre la legitimidad de su sangre, consulta a la pitonisa, pues aquellos
a quienes reconocía como sus padres sanguíneos no habían colmado las exigen-
cias de su turbación. Una vez revelado el oráculo, Edipo se dispone a abandonar su
patria y con ello se embarca en un desafío a la eficacia de la trama divina del tiem-
po. El destino, sospecha, puede ser eludido: “(…) escapé a donde no pudiera ver
jamás que las injurias / de mis malos oráculos se hicieran efectivas” (ER:796-797).57
Una vez instalado en el trono tebano, Edipo es reclamado por los cadmeos. La
peste (loimós) azota la ciudad y con ella el tiempo se manifiesta en un estado de
suspenso. El devenir ha detenido su marcha, la sucesión de los ciclos ha sido trun-
cada: presente, pasado y futuro han sido sustraídos de la trama que los esclarece.
De este modo, el tiempo, en cuanto correcta sucesión de las edades (Vernant, J-P;
Vidal-Naquet, P., 1989:49-72), queda reducido a un presente absoluto en su aspec-
to más negativo: la infertilidad.

“Porque ya la ciudad, como tú mismo ves,/ zozobra demasiado y no logra alzar


cabeza /todavía del fondo de un tambaleo asesino, /agotada en las vainas de los
frutos del suelo,/ agotada en los rebaños que pastan y en los partos infecundos/ de
las mujeres; y encima el dios flamígero, / la peste más odiosa, se lanza a perseguir
a la ciudad,/ y por eso la casa de Cadmo está vaciándose, /y el negro Hades se
enriquece con quejas y gemidos.” (ER:22-30)58

Según la apreciación de Castro Nogueira (1997:356) “todo comienza con la muer-


te del tiempo (el episodio de la Esfinge; el episodio de la plaga)”. Ante la ruina que ge-
nera la peste, Edipo es reclamado como salvador (sotér) (ER:48) de la ciudad, lo que
en tales circunstancias no es otra cosa que un pedido desesperado por restaurar la
trama del tiempo. Su intervención, antaño eficaz, es reclamada nuevamente. Edipo
es solicitado como “el mejor de los hombres (brotôn árist’)” (ER:46), en suma, como el
único capaz de enmendar una situación que se revela insostenible: “(...) Endereza
firmemente esta ciudad. / Porque con buen agüero ya una vez / nos causaste fortuna
(týche), sé igual ahora también (ta nyn ísos genû)” (ER:51-53).
El héroe reclamado es aquel descifrador de enigmas que antiguamente venció a
la Esfinge que asolaba a Tebas. Ahora bien, la acción que se solicita del héroe es un
modo de proceder que se inscribe en un nuevo estatuto del tiempo en el que, y en
función del cual, la noción misma de héroe será reformulada. Mostrarse tal cual fue
equivale a proceder según las potencialidades de la inteligencia de las cuales Edipo
había dado sobradas pruebas. Lidiar con un drama de orden temporal, tal como lo
es la peste significa restituir las virtudes edípicas presentadas frente al enigma de la

150
Esfinge y, en gran medida, una nueva puesta en juego de su eficacia. Pues el drama
del tiempo, ahora manifiesto en la peste que devasta a Tebas, ya irrumpió una vez
con el enigma formulado por la Esfinge. De hecho, según una de las versiones, son
las Musas conocedoras de “lo que es, lo que será y lo que fue”59 las que comunicaron
a la Esfinge el interrogante formulado a los viajeros; incógnita que, asimismo, refiere
al hombre en un vínculo estrecho con el sucederse de las edades. Si además de
esto consideramos a la Esfinge como resignificación de un icono en el que se repre-
senta a la diosa Luna alada de Tebas en su doble referencia a los ciclos anuales –el
león como la parte creciente y la serpiente en tanto faceta menguante–,60 resultará
difícil no percibir tras el complejo Esfinge-enigma-respuesta un problema que en-
cuentra en el drama del tiempo un aliciente más que significativo.

La Esfinge formula un enigma que encuentra su fundamento en las Musas, hijas


de la Memoria (Mnemosyne), potencias religiosas intrínsecamente ligadas a la tra-
ma divina del tiempo y a su esclarecimiento esencialmente religioso (Detienne, M.
1983:21-38). Por su parte, la respuesta sugiere el develamiento de la naturaleza
humana en su relación con la trama temporal de la existencia. De hecho, Edipo, sin
más requerimientos que su propia inteligencia (gnóme) (ER:398), no sólo responde
el enigma sino que al hacerlo del modo en que lo hace, y esto es acaso lo más sig-
nificativo, auspicia –o al menos así lo pretende– un desocultamiento de la trama
divina del tiempo, puesto que lo que tradicionalmente estuvo reservado a las po-
tencias religiosas personificadas en las Musas ahora es esclarecido por un mortal.
Tanto es así que la Esfinge, tras ser vencida por Edipo, se suicida.

Si a las Musas se reservaba el esclarecimiento de la totalidad de lo que aconte-


ce –presente, futuro y pasado–, la intervención de Edipo funda un nuevo plano, pues
sustrae al hombre, fenómeno de naturaleza no menos temporal según lo enuncia el
enigma mismo, de los dominios del mito, de un ámbito susceptible de ser esclare-
cido en términos esencialmente religiosos. Al solucionar el enigma, Edipo, hombre
celebrado por su experiencia en “las cargas de la vida”,61 coloca a lo humano y a la
temporalidad que le es inherente en tránsito de esclarecerse en la referencia a un
horizonte nuevo, y según nuevas modalidades.

Ciertamente, el mito –en cuanto horizonte de sentido que encuadra formas de


experiencia del mundo preobjetivas– no abandona totalmente el terreno en donde
se gesta lo trágico. Pero el enigma, y fundamentalmente su desciframiento por parte
de Edipo, introduce la trama del tiempo en una nueva dimensión; registro que inau-
gura una distancia problemática entre dos planos anteriormente en mutua corres-
pondencia. Y es precisamente a partir de la irrupción de este nuevo horizonte que
podemos colegir la significativa distancia entre la experiencia del tiempo contenida

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en los versos de Homero, a los que nos referimos inicialmente, y aquella manifiesta
en el Edipo Rey. Pues si en la Ilíada Glauco establecía una analogía entre el sucederse
de las generaciones de hombres y el de las estaciones, era porque, más allá del símil
como recurso poético, hombre y mundo se esclarecían mutuamente en su dimen-
sión temporal en referencia a un plano mítico que resistía toda polarización.
Inscrito en un nuevo orden de cosas, la solución de Edipo propone un nuevo pro-
blema ya que, entre la opacidad de la pregunta y la pretendida transparencia de la
respuesta, el misterio parece incrementarse. La Esfinge formula a Edipo el siguien-
te interrogante: “¿Qué es lo que, siendo siempre lo mismo, tiene, dos, tres, cuatro
pies?”.62 A lo que el héroe tebano responde: “El hombre”; pero la respuesta más que
solucionar el enigma parece redoblarlo, puesto que es tan oscura como la pregun-
ta misma ya que, en última instancia, ¿qué es el hombre?, o mejor dicho dado el
cariz de la obra, ¿quién es el hombre? Naturalmente es Edipo. Pero, ¿quién es Edipo?
(Vernant J-P; Vidal-Naquet P., 1986:116). La solución del enigma se revelará a tra-
vés del discurrir de los acontecimientos en toda su ineficacia, puesto que Edipo, de
hecho, no sabe quién es.63

Sin embargo, el triunfo del héroe sobre la Esfinge lo coloca en el trono tebano.
Edipo se erige como rey (týrannos), como salvador y protector de la ciudad de Tebas
a partir de su hazaña frente a la Esfinge. Y tal triunfo afirma la reflexividad que pre-
tende constituirse como reducto último de la intencionalidad del héroe, reflexividad
en la que Edipo ya se había apoyado para vencer el mal que aquejaba a Tebas, y en
la cual pretende volver a anclarse para encontrar al asesino de Layo y dar fin a la
peste. En estas condiciones, la solución del enigma provoca un sismo en el núcleo
mismo del horizonte mítico, puesto que sugiere la muerte, o al menos la suspensión
momentánea, de la trama divina del tiempo al introducir un distanciamiento funda-
mental entre lo que decretan los dioses y lo que los hombres realizan,64 o pretenden
realizar, entre destino y “voluntad”, entre la verdad oracular y la humana. Si lo que
“es y lo que será y lo que antes fue” era un saber religioso revelado por las Musas, lo
que acontece en Tebas parece ser un fenómeno reservado a un saber que Edipo
reclama como propio. El presente, el pasado y el futuro son así sustraídos del domi-
nio de los dioses para entrar en concurrencia con el de los hombres, de modo que
la apropiación de la respuesta y la modalidad según la cual Edipo se jacta de haberla
llevado a cabo proponen una especie de caída en el tiempo, de adhesión a su di-
mensión esencialmente humana:

“Sin embargo el enigma no era cosa que un hombre que llegara / pudiera desci-
frar, sino que hacía falta que adivine, / y en eso no fue claro que tuvieras por las
aves / o un dios conocimientos (theôn tou gnotón); en cambio al llegar yo, / Edipo,

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uno que no sabía nada (ho medèn eidós Oidípous), la detuve / con mis conoci-
mientos (gnóme) y no es que me enterara por las aves.” (ER:393-398)

En estas condiciones, Edipo procede según los imperativos de un proceder que


se reclama humano. Aquí reside su problemática intencionalidad, precisamente,
porque confía en un modo de actuar que entiende fundamentado en sí mismo. De
hecho, frente a los pedidos del coro, el héroe reconoce que no se encontraba ajeno
a lo que acontecía en Tebas: “Por muchos caminos anduvo divagando mi / razón
(phrontídos)” (ER:67).

III. Sófocles nos presenta inicialmente al héroe tebano en un estado de grande-


za tal que, además de acusar el contraste con su caída, acentúa la inscripción del
héroe trágico en un nuevo universo, estrechamente vinculado a nuevas formas de
experiencia del tiempo; pues el énfasis que el poeta pone sobre la dimensión hu-
mana que encuadra el proceder de Edipo está creando un espacio en donde la
acción se resuelve en función de un nuevo referente: la voluntad edípica orientada
a resolver reflexivamente el problema de la peste.
Sin embargo, la irrupción de lo que por carecer de una denominación más acer-
tada llamamos reflexividad de ninguna manera encuentra su condición de posibili-
dad en la negación radical del horizonte mítico, pues si los términos en los que ac-
túa Edipo no pueden constituirse como referencia última de la acción, esto es así
porque el mito como horizonte de sentido todavía sigue vigente. La religiosidad de
Edipo así lo manifiesta. De hecho, Edipo cree que el modo en que procede se ubica
en las antípodas de la impiedad, y, al contrario de Yocasta, no se pronuncia en nin-
gún momento contra la eficacia de lo divino (Schlesinger, H., 1949:97), aun cuando
su proceder pueda ser identificado en los límites de aquellos dominios. Tanto al prin-
cipio como al final de la obra, el héroe tebano procede según un modo que recono-
ce como el que los dioses exigen. Inicialmente, y al contrario del modo en que lo
hizo frente a la afrenta que recibió en el palacio de Pólibo, la primera opción es la
consulta a la “morada pítica de Febo” (ER:71), por lo que envía a su cuñado Creonte
a consultar a la pitonisa a fin de saber cómo preceder frente a la peste. Pero si bien
Edipo se proclama “aliado de la divinidad” (ER:244-245) en la pesquisa que auspi-
cia para descubrir la mancha (míasma) (ER:97)65 que se cierne sobre Tebas, tam-
bién refiere a necesidades que, si bien no estrictamente menos religiosas, al menos
sí parecen ser de un orden diferente: “Pues quien quiera haya sido el asesino, muy /
pronto con una mano así podría querer también mi / deshonor” (ER:139-140).
En tales condiciones, el prólogo mismo contiene la irrupción del plano humano
en el seno del divino, puesto que las intenciones oscilan entre lo que dicta la religio-
sidad y lo que dicta la previsión racional del curso de los acontecimientos. Mostrar
quién asesinó a Layo, entonces, ya no es una actividad reservada a un tipo de cono-

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cimiento esencialmente divino; o al menos no es sólo esto, sino que ahora también
es un enigma susceptible de ser esclarecido según un proceder que se inscribe en
un registro humano, en aquel que Edipo designa con la expresión egò phanô –“yo
voy a aclararlo”– (ER:132); actividad que adquiere pleno sentido en su vínculo con
el posterior gnóme edípico: así, “yo voy a aclararlo”, indica la reactualización de un
modo de actuar según los imperativos de la inteligencia, de la misma inteligencia
con que ya una vez venció, por sí solo, a la Esfinge cantora de enigmas.

Del mismo modo, en el primer episodio vuelve a mencionar su alianza con el dios;
sin embargo, poco después reprocha a Creonte el haber esperado los reclamos
divinos para iniciar la investigación:

“Porque incluso si un dios no persiguiera este asunto / no era normal que lo deja-
rais de ese modo sin purgar, / cuando el que pereció era una eminencia y un mo-
narca / sino que investigarais [exereynân](...).” (ER:255-258)

Frente a las incógnitas, en sus múltiples manifestaciones (enigma, peste y origen),


Edipo no sabe proceder de otra manera que no sea reflexivamente. No ignora, cierta-
mente, que todo suceso está indefectiblemente auspiciado por los dioses, de aquí
que no podamos atribuirle rasgos de impiedad. Sin embargo, cree también que los
mismos sucesos son susceptibles de ser esclarecidos por él mismo, por la eficacia
de su propia inteligencia. Cree en la coincidencia entre lo que saben los dioses y lo
que saben los hombres (Schlesinger, H., 1949:53-66). Sin embargo, al pretender fun-
dar su proceder en la reflexión, está auspiciando un distanciamiento, profundizando
una fractura en el seno del mito al incluir la razón como nuevo pilar de la intencionalidad.
Así procede desde el primer episodio, reclamando indicios que le permitan re-
solver el enigma de la muerte de Layo,66 tal como una vez resolvió el de la Esfinge.
De la eficacia de su inteligencia depende, otra vez, el esclarecimiento de un fenó-
meno que toma como punto de partida al tiempo.67 Frente a la Esfinge, el drama del
tiempo se manifestaba en relación con el sucederse de las generaciones; ahora,
con la peste, aquel sucederse está en suspenso, pues ya no nacen ni frutos ni hom-
bres. De Edipo depende, otra vez, la nueva puesta en marcha del tiempo.68
Si una vez venció a la Esfinge sólo con su inteligencia, nada le impedirá conjurar
nuevamente la peste descubriendo al asesino de Layo. Sólo tiene que seguir limi-
tándose al claro control de los sucesos según los imperativos de la previsión, basa-
da en la confianza de las potencias de una inteligencia clara que reclama la apro-
piación de aquello que la excede: el tiempo en su plenitud.
Así procede y lo confirma, en el agón frente a Creonte, al manifestar las sospe-
chas de que su cuñado encabeza una conspiración en su contra:

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“Cuando alguien que decide conspirar en secreto / va rápido, yo debo decidir tam-
bién rápido. Si yo me quedo quieto y aguardando, /lo de éste será un hecho y lo
mío un error.” (ER:618-621)

Lo propio había hecho ante las acusaciones del adivino Tiresias. Así, inteligencia
y previsión configuran y organizan los conflictos en que se ve envuelto Edipo en la
investigación, colocándose como instancias cardinales en función de las cuales el
héroe define los parámetros de su acción. Yocasta incluso, en plena cruzada contra
la verdad oracular, y ante las dudas que inquietaban a Edipo, intenta calmar al héroe
recordándole no sólo la buena fortuna que lo colocó en el trono de Tebas, sino tam-
bién la previsión con que siempre se manejó: “¿Por qué va a tener miedo un ser
humano que está bajo el poder de la fortuna (týches krateî), / y que no logra pensar
nada de antemano?” (ER:977-978).

IV. Edipo, sin embargo, cae. Si pasado, presente y futuro parecían confluir en un
registro humano, en el que el héroe tebano se erigía como centro incuestionable, el
curso de los acontecimientos terminará por revelar la todavía vigente trama divina
del tiempo. Si Edipo reclamaba a Creonte el haber dejado el pasado sin resolver, aun
cuando un dios no lo había exigido, si el presente se veía colmado en su totalidad por
la pesquisa en torno al asesinato de Layo que el héroe mismo pregonaba, y si el futuro
parecía ser potencialmente auspicioso según las esperanzas depositadas en la in-
vestigación, el tiempo (chrónos),69 dimensión abarcadora de todo lo que acontece,
termina por mostrar la impotencia de la acción que se reclama esencialmente huma-
na, reflexivamente humana, para controlar aquello que lo excede.

La trama divina del tiempo se esclarecía en la coincidencia entre pasado, pre-


sente y futuro, pero la inclusión de la reflexividad desarticula aquella concurrencia
al proponerse como nuevo nexo entre los acontecimientos; y si la desarticula esto
es así, precisamente, porque señala un desplazamiento más que una verdadera
destitución de horizontes. El suicidio de la Esfinge ante la respuesta de Edipo mues-
tra, en tales condiciones, la fase ascendente del cosmos humano, del cosmos de la
polis, pues presenta al hombre en condiciones, nunca definitivamente instituidas,
de desocultar la trama temporal en la que el mismo se reconoce inmerso. Edipo
responde que el hombre es pasado, presente y futuro; sin embargo, reconocerse
como tal no lo termina de habilitar para constituirse como fundamento de sí mismo.
Por su parte, la peste y el curso de los acontecimientos que están ligados a ella
manifiestan los límites del empuje del nuevo universo en que se inscribe la intencio-
nalidad trágica. De hecho, Edipo terminó por ser atrapado por los hilos del destino
que quería eludir. Pues en su naturaleza temporal, tal como lo planteaba el enigma,
el hombre es inaprehensible según las potencialidades de la inteligencia humana,

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según el modo en que el héroe tebano encaró no sólo la incógnita, sino también el
problema de la peste y el de su propio origen.

Ahora bien, si la caída de Edipo informa sobre la todavía vigente trama divina
del tiempo, ¿cuáles son las consecuencias que se pueden inferir de la irrupción
del plano humano en el seno del horizonte del mito? Dijimos que el choque de la
experiencia del tiempo definida dentro de los límites del mito con aquella que se
inscribe en el universo humano contenido en la polis no provoca una destitución
de horizontes, sino más bien un desplazamiento. Pero, si el tiempo humano se
manifiesta en su imposibilidad de ser instituido como orden último en el cual fun-
dar la intencionalidad, ¿no imprimirá su sola presencia una nota característica al
tiempo mítico? Así lo entendemos. La condición en la que al final de la obra se
revelará el mismo Edipo contiene los elementos que sugerirían una mutación para
nada desdeñable en el estatuto del tiempo, aun cuando se revele la todavía efec-
tiva trama del destino.

Es el problema del origen del héroe, inaugurado por la mención de la encrucija-


da por parte de Yocasta (ER:716), el que desplaza el problema del asesinato de
Layo del centro de la escena, para imprimirle al curso de los acontecimientos un
giro inesperado. Y es en el mismo problema del origen donde se manifiesta la pro-
blemática contribución de la inclusión del plano humano al horizonte mítico, a los
modos en que se articulaban las dimensiones inherentes a toda experiencia del
tiempo. Pues con la caída del héroe, la antigua coincidencia entre pasado, presen-
te y futuro auspiciada por las Musas no será restituida sin consecuencias. Por el
contrario, adquirirá un cariz nuevo, un aspecto en el cual las potencias racionales
que entraron en juego dejarán su impresión. Y la marca no es otra cosa que la per-
sona misma de Edipo, porque en él, pasado, presente y futuro volvieron a entrar en
concurrencia aunque de la peor manera, pues aparecen superpuestos. Ahora la su-
cesión de las generaciones se confunde en el héroe mismo.
Edipo cae y, al hacerlo, se convierte en el ámbito en donde opera la restitución
conflictiva de los niveles temporales antes en correcta relación. Edipo es, cierta-
mente, el hombre del enigma, pero al serlo es precisamente el que ignora, en lugar
de ser el que sabe el secreto del tiempo inherente a toda condición humana, tiem-
po que con su caída se manifiesta como inabarcable, pues el saber del héroe se
mostró en toda su ineficacia y en todas sus consecuencias. Edipo no sólo ignora el
enigma del tiempo, sino que al pretender descifrarlo termina él mismo por ser si-
multaneidad terrible del sucederse de las generaciones, es decir, un hombre arrai-
gado en una temporalidad conflictiva (Vernant J-P; Vidal-Naquet P., 1989:58).

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El pedido inicial del coro pretendía que, frente al suspenso del devenir manifies-
to en la peste, el pensamiento de Edipo reactualizara su pretendida eficacia: “Sé
igual ahora también”, reclamaba. Sin embargo, para el adivino Tiresias aquella igual-
dad reclamada poseía otro aspecto: “Y no percibes tantos otros males / que van a
hacerte igual a ti mismo y a tus hijos (exisósei soí te kaì toîs soîs téknois)” (ER:424-
425).

Como temporalidad conflictiva, Edipo, héroe trágico por antonomasia, encuen-


tra sus fundamentos temporales en un modo de proceder que pretende incluir a la
razón dentro del campo de la intencionalidad, pero en tal intento la experiencia del
tiempo se complejiza en la mismísima imposibilidad de que tal razón pueda cons-
tituirse definitivamente como fundamento de la acción. Naturalmente, las fuerzas
que entran en juego en la definición de la temporalidad trágica se venían gestando
durante la época arcaica. Sin embargo, si en el Edipo Rey de Sófocles el problema
del tiempo adquiere dimensiones inusitadas, muy probablemente esto se deba al
peso que los límites de la acción humana manifiestan ante el fenómeno del tiempo.
Y es precisamente en esta limitación en donde la distancia respecto de los funda-
mentos temporales del proceder del héroe épico adquiere mayores contornos.
El arco intencional épico, del cual Aquiles es su figura paradigmática, se confi-
guraba sobre la primacía de la apertura a los impulsos, apertura frente a la cual la
reflexividad no tenía lugar en donde arraigarse. De este modo, se fundaba una ver-
dadera experiencia congregante del tiempo. Al actualizarse constantemente las
pasiones en la vivencia del cuerpo –en Homero se desconoce la escisión entre cuerpo
y alma, aun cuando ya está presente el uso del término psyché– (Fränkel, 1993:84-
89), 70 toda actividad era sentida como una intervención divina. Los dioses coloca-
ban ménos (“fuerza”, “vigor”) en el thymós (“órgano de las pasiones”), empuje que,
en función del monopolio del oficio guerrero por parte de la aristocracia, arrojaba al
héroe a un continuo enfrentamiento con la muerte misma, con su propio futuro cons-
tantemente actualizando en el ansia de lograr gloria (kléos) y honor (timé), según lo
requería su estirpe y lo exigía una genuina vocación de muerte. Así, entre el impulso
y la intervención divina, se desplegaba una solución de continuidad que encontra-
ba en el cuerpo su punto nodal, verdadero cuerpo en acto a través del cual eran
efectivizados el pasado y el futuro como presente absoluto siempre mítico. Más aún,
tal arco intencional coincidía con la forma en que se expresaba, con el estatuto de
la palabra poética –que canta el pasado, presente y futuro– auspiciada por las Musas
y ejecutada por su elegido, el aedo. El tiempo, así, era aprehendido en su totalidad
y siempre como posibilidad, como necesidad de destino en función de la primacía
de un horizonte de sentido que desconocía al “yo” como fundamento de la acción.

157
Edipo, por el contrario, arremete contra todo esto a partir del énfasis con que
insiste en constituirse como referente último de aquello que realiza. Y es su caída lo
que imprimirá a la vivencia del tiempo cierto aspecto de imposibilidad. Edipo se
creía de tal manera en condiciones de esclarecer la dimensión temporal de todo lo
que acontece, incluido el hombre mismo, que llega a proponerse en estrecha filia-
ción con el tiempo:

“(...) Yo, que me admito niño de la fortuna / benéfica, no voy a quedar deshonrado.
/ De esa madre que nací; y mis familiares los meses (syngeneîs mênés) / definie-
ron que yo sea pequeño y sea grande.” (ER:1080-1083)

Pero tras su caída se manifiesta la osadía de la razón humana por pretender asir
racionalmente aquello que lo excede: el tiempo en su plenitud. Basta sólo la pre-
tensión de hacerlo para que ya no haya vuelta atrás, pues se ha franqueado un umbral
irrestituible, el del mito. Se ha abandonado, en suma, la experiencia del tiempo como
verdadera posibilidad, como posibilidad épica. Aquello que nos excede, pues,
parece cada vez más inaprensible, tanto más cuanto mayor es el avance de la ra-
zón edípica. Quizás Sófocles ya lo sospechaba cuando, una vez revelada la verdad,
puso en boca del coro el siguiente verso:

“Te encontró a tu pesar el tiempo, que ve todo.


(épheyré s’ ákonth’ ho pánth’ horôn chpónos).” (ER:1212)71

158
3.5. Mousiké y mundo espectacular en la polis clásica
por Edgardo Blumberg

3.5.1. Proemio
Las sociedades mediterráneas produjeron un conjunto muy variado de represen-
taciones simbólicas, muchas de ellas altamente complejas, fruto de largas tradi-
ciones locales y seculares, como también de la dinámica del intercambio que ca-
racteriza toda la historia del área. Algunas de éstas, gran parte de las producidas
por la cultura grecorromana y un poco menos por la judía, se convirtieron en mode-
los para las posteriores sociedades del denominado mundo occidental.

El proceso aludido se concretó gracias a las disciplinas artísticas. Éstas se de-


sarrollaron en relación con la construcción del mundo urbano, asociadas a funciones
sociales tales como las rituales, las litúrgicas, y la de acompañar las actividades más
significativas de esas sociedades –entre ellas, acompañar los hechos significativos
de la vida de los individuos y de los grupos sociales– además de las que comprome-
tían a sectores más específicos, tales como el mundo cortesano, el militar, el de los
comerciantes, el rural, el de los esclavos, etc. Todas alcanzaron grados formales de
alto desarrollo en las prácticas ligadas a las clases vinculadas al poder aunque una
función, la del entretenimiento, atravesaba todos los componentes de la sociedad.

La formalización de los ritos necesitó y fomentó el desarrollo y la colaboración


entre sí de disciplinas como la arquitectura, la pintura, la estatuaria, la orfebrería, la
danza y la música, y generó niveles de alto grado de especialización en cada una
de ellas. Pero por sobre todas ellas estaban los discursos verbales, en fin, la pala-
bra, alimentada desde las etapas arcaicas por la fuerza de la cultura oral y luego
vertida en el poderoso formato de la palabra escrita. Los textos sagrados, en mu-
chos rituales, más que leerse se recitan, entonan o cantan. La precisión de un deter-
minado ritmo y altura de sonido asegura el efecto mágico del texto sagrado; un
error, podría ser fatal. Todo un campo disciplinar, lo que hoy denominamos literatura
en su sentido más extenso, se desarrolló en relación con el mundo mágico y ritual.
Este mundo, por su parte, una vez que alcanzó en cada una de las culturas el esta-
dio de una religión formalmente constituida, fomentó la producción de textos que,
en su evolución, constituyeron géneros literarios específicos. Dejando de lado la
tarea de los escribas, leer, recitar, cantar, gesticular, danzar, mimetizarse, serán
acciones complementarias de todo ritual, difíciles de separar sin el riesgo de per-
der su esencia original.
Igualmente, diferentes procesos de “degradación” de lo ritual permitieron alcanzar
resoluciones formales como los de la poesía lírica, la épica o estructuras más com-
plejas como la de los dramas áticos del siglo V a. C.; en ellos el contenido sacro se

159
desdibuja o casi desaparece y da lugar a otros aspectos simbólicos, además de
los formales del género, vinculados a la historia particular de la sociedad que repre-
sentan, y alcanzan en parte de esa producción el avanzado estadio en el que una
sociedad, a través de sus miembros críticos y creativos, reflexiona sobre sí misma.

Quizás el “caso” que más impactó con su enorme legado en la historia occiden-
tal lo constituya el conjunto de logros formales y simbólicos de la sociedad griega.
Parte de esos modelos, que a su debido momento se convirtieron en canónicos,
repercutió notoriamente a lo largo de la historia de la sociedad occidental, espe-
cialmente en los sucesivos “renacimientos” que se produjeron desde el siglo IX en
adelante. Muchos de ellos se re-significan en la actualidad. Nuestro imaginario está
cargado de su presencia: el mundo en el que se desarrollan nuestras vidas y nues-
tra cotidianeidad, asistidas por la muda y, muchas veces, ignorada presencia del
pasado grecorromano, desde los planetas del sistema solar con sus nombres de
dioses griegos según la versión romana, hasta la estatuaria de plazas y edificios
públicos con imágenes de los personajes que poblaban los mitos y la historia heroi-
ca griega. A su vez, especialmente desde el siglo XV y XVI en adelante, artistas,
filósofos y literatos realizaron múltiples lecturas de los mitos y de las obras clásicas
transpuestas en renovados formatos según los diferentes géneros literarios y tea-
trales existentes como también en nuevos, tales como el ballet, la ópera, y en el
siglo XX, el cine. En otra área disciplinar se llegó a la categorización de patrones de
conducta psicológica humana según el nombre de los héroes míticos griegos que
lo detentaban, gracias a la lectura freudiana. Seguramente hay muchos casos más.

3.5.2. La música en las sociedades mediterráneas


Estudiar los mitos, conceptos, teorías sobre la música y las prácticas sociales de
la misma en el mundo antiguo como totalidad, escapa a los objetivos de este abor-
daje. Se dispone de una extensa bibliografía especializada –construida desde fi-
nales del siglo XIX hasta el presente– que permite abordar la amplia variedad de
temas que se relacionan con la música en las culturas mesopotámicas, egipcia,
judía, griega, etrusca, Estados helénicos y romana. Los principales temas que es-
tos estudios abordan son: la concepción y el rol de la música en la historia social de
esas culturas, los préstamos entre ellas, las instituciones en las que la práctica y
enseñanza de la música eran relevantes, las prácticas sociales posibles de inferir a
partir de las evidencias iconográficas y literarias y, con un interés especial, las pro-
ducciones musicales concretas que esas evidencias atestiguan y el estudio de los
restos de instrumentos musicales encontrados en los sitios arqueológicos junto con
la problemática de los términos que los designaban. La suposición de que culturas
tan avanzadas como la egipcia o las mesopotámicas hayan formulado teóricamen-
te sus sistemas musicales ha esperanzado y mantiene en alerta a los especialistas

160
pero, a pesar de algunas hipótesis muy imaginativas, sólo se ha descubierto un único
caso, una teoría musical babilónica correspondiente al siglo XIV a. C., hasta ahora
la formulación teórica musical más antigua que se conoce.
De las cuatro áreas más estudiadas –egipcia, mesopotámica, judía y grecorro-
mana– los estudios dedicados a esta última ofrecen el campo más completo y cons-
tituyen una especie de síntesis de la diversidad y grado de complejidad que alcan-
zó la actividad musical en el mundo antiguo en el área mediterránea. A diferencia
de las otras culturas, la griega dejó un legado inestimable, ya que, además de las
evidencias sobre la práctica musical que se puede encontrar en fuentes literarias,
iconográficas y arqueológicas, dejó un cuantioso corpus teórico concerniente a la
música, ya sea en textos en los que es objeto de reflexión dentro de otras discipli-
nas (por ejemplo, en el pensamiento filosófico, pedagógico, matemático, físico) o,
aún más significativo, en tratados dedicados específicamente a la disciplina de la
música tal como se la entendía en la cultura griega. Incluso se posee un tratado que
se puede considerar el primer texto historiográfico de la música, el De Musica, atri-
buido a Plutarco.72
Por último, la cultura griega es la única que suministra ejemplos musicales ano-
tados a través de un tipo de notación alfabética que hoy día es posible descifrar
con certeza. Los teóricos y músicos griegos desarrollaron dos tipos de notación:
uno para la música vocal y otro para la instrumental. En la actualidad existen unos
pocos conjuntos de música especializados en música antigua, los cuales han rea-
lizado grabaciones de este repertorio, haciendo posible que se pueda escuchar la
música de la antigüedad grecorromana a través de reconstrucciones imaginarias.
Se las califica de este modo pues se debieron tomar decisiones de orden conjetu-
ral –como podría haber sido la ejecución de esas músicas– a partir de las eviden-
cias y de los estudios críticos disponibles a la fecha. De ahí que la presentación de
un mismo ejemplo musical varía de grabación en grabación.73 La única certeza es
que nunca se sabrá cómo sonaba aquella música.
Los ejemplos de música griega con notación que se conservan son alrededor de
veinte, la mayoría en estado fragmentario, anotados en material duro (mármoles u
otros tipos de piedras) y en papiro. Abarcan un período que se extiende desde el
siglo IV a. C. al III d. C., por lo tanto, pertenecen a la época helenística y romana; uno
de los pertenecientes al siglo III d. C. es un himno con texto cristiano. Es importante
aclarar que ninguno de ellos representa el estado de situación de la música en su
época. Tampoco constituyen una evidencia del estatus de la notación musical en la
cultura grecorromana, ya que era una disciplina practicada por los teóricos, no por
la mayoría de los músicos ejecutantes o actores; en caso de hacerlo, recurrían a ella
para fines didácticos o nemotécnicos, debido a que la mayoría de los “músicos”
que componían y ejecutaban la música en la antigüedad, como muchos de la ac-

161
tualidad, estaban insertos en una cultura que funcionaba básicamente según los
mecanismos de la oralidad.

Para comprender las características y los elementos “musicales” que intervie-


nen en el teatro espectacular en la polis democrática, conviene plantear algunas
consideraciones previas que permitirán tener una visión general de los aspectos
más importantes sobre la concepción y práctica de la música en la sociedad grie-
ga antigua. Es oportuno aclarar aquí que la música tradicional griega actual, inclui-
das sus danzas e instrumentos regionales, no deriva de aquélla, con la cual cortó
todo vínculo, sino que sus fuentes más remotas son la música bizantina y, funda-
mentalmente, la influencia de la música turca, que dejó su impronta en toda la re-
gión durante los siglos de dominación desde mediados del siglo XV en adelante.

3.5.3. Hermes y la invención de la lira


Toda sociedad tiene sus fundadores, entre ellos los encargados de “enseñar” por
primera vez una técnica (luego un arte), o “fabricar” un instrumento, convirtiéndolo
en una herramienta esencial de su cultura. En general, en los mitos de génesis se
informa cómo dioses o héroes “inventan” la música como disciplina en sí, un deter-
minado instrumento, un modo de ejecutarlo, o un género de composición. El Himno
a Hermes, perteneciente a los denominados Himnos Homéricos,74 es uno de esos
ejemplos de “invención” mítica, rico en connotaciones relacionadas a la música.
Describe la invención de uno de los dos instrumentos musicales más representati-
vos de la sociedad griega, la lira,75 y un modo de concebir y hacer música.
Dos secciones (vv.20-64 y vv.416-507) colocan a la música “en primer plano”. En
ellas se narra la invención de la lira a partir de la caparazón de una tortuga (vv.24-
25, 39-51),76 se describe la estructura de la lira en un estado avanzado en su desa-
rrollo histórico, al indicar que Hermes “tendió siete cuerdas de tripa de oveja, en ar-
monía entre sí”; el número de una lira “primitiva” era de cuatro. También se describe
el modo de ejecutarla (vv.418-19: “la lira, tenida en el brazo izquierdo, pulsó con el
plectro, una cuerda tras otra”) y la “invención” del arte del canto acompañado por la
lira, la citarodia, 77 junto con un “método de composición”, uno que pertenece a la
práctica oral: la improvisación (vv.53-54, “bajo su mano, [la lira] dio un sonido prodi-
gioso y el dios lo imitaba con su dulce canto aventurándose en la improvisación”; vv.
423-26 y ss.: “Tocando suavemente la lira, el hijo de Maia, seguro de sí, […], extrayen-
do límpidas notas de la cítara comenzó a cantar –y lo favorecía la amable voz– ce-
lebrando a los dioses inmortales y a la tierra tenebrosa 8(…)”.78 Estos últimos aspec-
tos ponen de relieve la idea de la unión de algún tipo de discurso verbal (es decir,
algún género literario particular) con algún tipo de discurso construido con sonidos
(es decir, algún género musical específico), idea en la que está implícita el concep-
to de mousiké, uno de los conceptos básicos de la cultura griega.

162
En los vv.416-427 se hace referencia a un tópico que se encuentra en todas las
culturas antiguas, no sólo del área mediterránea: el mito del poder de la música.79
En el caso particular de este himno, se describe el efecto de los sonidos de la lira y
del canto sobre el ánimo de Apolo.80 También hace alusión a dos géneros poético-
musicales: el canto simposial y el himno (vv. 55-57), a los eventos sociales en los
que se ejecuta música (acompañar la danza, amenizar fiestas y banquetes, vv.480),
destacando así una de las funciones sociales más antiguas de la música, aún hoy
día poderosamente vigente, la función de entretener. También alude a la función
didascálica, tanto del canto como de la música en general, es decir, a la paideia y,
detrás de ésta aunque no de manera explícita, a una categoría social de un músico,
el cantor profesional.81

Es importante aclarar que, a pesar de ser Hermes el inventor de la lira y de pro-


ducir “música” con su voz y el instrumento, no es un “dios sonoro” (“la lira no hace de
él un dios músico”), como sí lo es Apolo.82 El aporte de Hermes es “el producto de
una technê, de un arte, que se convierte en objeto de intercambio y se coloca entre
los demás objetos fabricados por Hermes con fines diversos” (Bruit Zaidman y Schmitt
Pantel, 2002:169).

Es así como, más allá de la narración mítica, el Himno a Hermes pone de mani-
fiesto una gran variedad de aspectos de la cultura musical griega. De todos, uno de
los más importantes es el concepto de mousiké, el cual permite comprender la
naturaleza y complejidad de tantos géneros hoy día sólo circunscritos a la literatura
y al teatro griegos.

3.5.4. Mousiké y conceptos relacionados


Las disciplinas artísticas tales como hoy se clasifican, en particular el grupo de
las que se desarrollan en el tiempo (la música) o en el espacio y el tiempo (la danza
y el teatro), no eran concebidas de igual modo en el mundo antiguo, especialmente
en la sociedad griega. En general, el ritmo y el sonido (entendiéndose éste como
una altura de frecuencia determinada, un conjunto de los cuales constituye una
melodía) como también muchas veces el movimiento corporal (la danza), estaban
supeditados a la frase verbal. No se concibe un ritual donde los sonidos sean sólo
sonidos y nada más; en términos generales se los concibe acompañando, soste-
niendo, enmarcando el discurso verbal. Giovanni Comotti ofrece una visión com-
pleta sobre el significado de música en la sociedad griega:

“El término del cual se deriva el nombre de ‘música’, mousiké (a saber, technê, ‘el
arte de las Musas’), definía, todavía en el siglo V a. C., no sólo al arte de los sonidos,
sino también la poesía y la danza, es decir, los medios de transmisión de una cultura

163
que, hasta finales del siglo IV a. C., fue esencialmente oral, una cultura que se mani-
festaba y se difundía a través de ejecuciones públicas en las cuales no sólo la pala-
bra sino también la melodía y el gesto tenían una función determinante. El composi-
tor de los cantos para las ocasiones festivas, el poeta que cantaba en los banquetes,
el autor de obras dramáticas, eran los portadores de un mensaje propuesto al públi-
co de una manera atrayente y, por lo tanto, persuasiva, precisamente a través de los
medios técnicos de la poesía como son los recursos del lenguaje figurado y metafó-
rico, y la armonía de los metros y de las melodías, que favorecían la audición y la
memorización: no es casual que en los siglos V y IV a. C., mousiké anér designase al
hombre culto, en grado de recibir el mensaje poético en su integridad.”
“La unidad de poesía, melodía y acción gestual que se manifestó en la cultura ar-
caica y clásica condicionó la expresión rítmico-melódica a las exigencias del texto
verbal. Pero la presencia conjunta del elemento musical y coreográfico junto al
elemento textual en casi todas las formas de la comunicación es también la prue-
ba de la difusión generalizada de una cultura musical específica en el pueblo grie-
go desde los tiempos más remotos.” (Comotti, 1986:5)

El sentido amplio que expresa Ana María Locatelli de Pérgamo (1980:91), al ex-
plicar las dos formas de entender el término, se relaciona con lo anteriormente ex-
puesto. “El sentido amplio de la palabra música era el de cultura intelectual, integral,
en contraposición a la cultura física, que se denominaba gimnástica. En sentido res-
tringido, música significaba texto poético, danza y sonidos, ya que la obra musical
involucraba las tres cosas.” Entonces, por un lado, el término se refiere a un patrimo-
nio cultural compartido; por otro lado, en el plano de la technê, música es poesía
más música más danza, este último elemento no siempre presente. La considera-
ción in extenso del sentido amplio del término implicaría estudiar la historia de la
educación en la sociedad griega, en especial la paideia, la teoría del ethos y, entre
otras cosas, las abundantes reflexiones que sobre ambas hicieron los filósofos, so-
bre todo Platón y Aristóteles. Pero esta tarea también excede las pretensiones de
esta sección y, por otro lado, se dispone de una amplia bibliografía sobre la educa-
ción en general y la musical en particular, como también sobre la teoría del ethos en
el mundo antiguo.
La concepción restringida del concepto de música permite comprender que el
estudio de la música griega implica también el estudio de los géneros literarios grie-
gos, sus estructuraciones formales y la métrica, un aspecto fundamental ya que de-
termina el ritmo musical, ritmo que también sirve para ordenar los movimientos de la
danza. De este modo, en la idea restringida de mousiké se reúnen tres disciplinas en
un solo producto artístico. He aquí el germen de una idea central en la historia esté-
tica de occidente, la “unión de las artes”, idea que alimentará el imaginario de mu-
chos artistas a lo largo de la historia del arte, la cual será reiteradamente propuesta y

164
reformulada desde el siglo XVII en adelante, alcanzando su dimensión más ambicio-
sa en el concepto de la Gesamtkunstwerk [Obra de arte total] de Richard Wagner (en
Oper und Drame, 1851). Uno de los géneros más importantes y “populares” de los
últimos cuatrocientos años de la historia de la música es la opera, que debe su exis-
tencia a este concepto y a otros aspectos de la cultura grecorromana.
El concepto de mousiké está estrechamente ligado al de choréia. En las líneas
590-606 de la “Rapsodia [Canto] XVIII” de la Ilíada, se lee:

“[590-606] El ilustrísimo dios cojo luego decoró [el escudo] con un lugar para danzar
[choros], como el que Dédalo diseñó en la vasta Cnoso para Ariadna, la del bello
pelo trenzado. En éste, jóvenes y doncellas en edad de casarse estaban danzando,
sosteniéndose sus manos entre sí por las muñecas. Las doncellas portan liviano lino,
los hombres túnicas bien tejidas ligeramente brillantes con aceite de oliva; las don-
cellas tenían bellas guirnaldas, y los hombres tenían dagas doradas que colgaban
de cintos plateados. Unas veces, se movían dando vueltas rápidamente con diestros
pies, tal como un alfarero se sienta y hace girar su rueda con sus manos para probar
y ver si ésta corre suavemente. Otras veces ellos se movían en líneas unos hacia los
otros. Una gran multitud rodea la hermosa danza, deleitándose; y dos acróbatas, con-
ductores de la danza, daban vuelta en medio de ellos.”

Tal diversidad de posibilidades asignadas a la palabra choros –ejecutantes; eje-


cución de un canto o una danza; el lugar de la danza o, el preparador o director del
coro– no sólo pone de manifiesto el problema de la terminología, sino la estrecha
relación de diversos componentes en un todo más complejo pero “natural” a la men-
talidad griega. Tal como escribe Roland Barthés, “lo que define la choréia es la igual-
dad absoluta de lenguajes que la componen: todos son, si podemos decirlo así, ‘natu-
rales’, es decir, producto del mismo marco mental, formado por una educación que,
bajo el nombre de ‘música’, compendia las letras y el canto (los coros naturalmente se
formaban de aficionados, y no había ninguna dificultad en reclutarlos)” (Paris, 1926).
Mousiké y choréia parecen ser lados de una misma moneda de amplia circulación
en la mentalidad griega antigua. Entonces, siempre que se esté frente a un texto litúr-
gico, lírico o dramático griego antiguo, existe la posibilidad que éste se recite, se cante,
se lo acompañe con algún instrumento, se lo dance; en fin, se debe considerar la
posibilidad que constituya un producto concebido en términos de mousiké.

Aparentemente la concepción griega antigua sobre música difiere de la actual.


Tanto dentro como fuera del mundo académico, la idea actual de música, especial-
mente la que forjó la tradición de la música escrita y la teoría musical occidental, es
la de una obra construida sólo de sonidos. Sin embargo, para un amplio sector de
la sociedad actual, música también implica cualquier tipo de producción que re-

165
úna texto verbal y sonidos, tan bien representada por el género de la canción, cual-
quiera sea su variante. Parecería que, en un sentido muy amplio, la idea que los
individuos que conforman la sociedad actual poseen sobre música –música es igual
a canción– se acercaría a la idea griega antigua, pero los aspectos internos de cada
una las separan.
En la historia de occidente cada uno de los componentes de mousiké, a su debi-
do momento, adquirieron su respectiva autonomía como disciplinas, desarrolló cada
una su propia historia y sus géneros, sin dejar de lado los elementos heredados
(especialmente los de la construcción del discurso verbal), como también de dia-
logar o volver a colaborar, de modos muy diversos, con las otras disciplinas en pro-
yectos que terminaron generando nuevos géneros, especialmente a partir de fina-
les del siglo XVI en adelante, como el ballet, la ópera u otros géneros del teatro
musical y, ya en el siglo XX, el cine y las obras realizadas con medios audiovisuales.

3.5.5. Hacia el mundo espectacular en la polis griega


El estudio por separado de la historia de los géneros literarios, del teatro, la dan-
za y la música en la cultura griega antigua, es una historia fragmentada de la mousiké.
Para poder construir su historia se deben reunir otra vez todas las partes, pero hoy
día es una tarea imposible, pues se cuenta con muy poca o ninguna evidencia de
algunas de ellas. De todas, la evidencia literaria es la más rica, la más completa, la
más estudiada. Con la ayuda de las demás evidencias, especialmente la iconogra-
fía, y con un imaginario prudente, se podrá reconstruir la idea de mousiké desde los
himnos homéricos hasta las tragedias y comedias clásicas.
Una fuente directa para comenzar a construir esa historia es el tratado plutarquiano
De Musica (s. I-II d. C.),83 el que en sus líneas 1131f y 1132a-e informa sobre el origen
de la música griega, menciona los fundadores de los géneros poético-musicales,
algunas prácticas musicales y las clasificaciones de los nomoi. Dos aspectos im-
portantes hay que destacar al respecto de dicha información: primero, que todos
los géneros de composición poético-musicales mencionados, a saber, trenos, him-
nos, peanes, odas o cantos corales de celebración, nomoi citaródicos y
aulódicos, 84 corresponden a prácticas sociales públicas y, segundo, que algunos
de esos géneros se convirtieron y permanecieron como modelos en la cultura occi-
dental (más en el orden literario que en el musical), algunos de los cuales, como el
himno y el treno, se han empleado hasta el día de hoy.85
Precisamente, entre el siglo VIII y el de Pericles, se sucedieron diferentes escue-
las y centros de producción musical, las cuales, a través de los poetas-composito-
res e instrumentistas, contribuyeron a concretar logros técnicos, incorporaron las
novedades musicales provenientes de Asia Menor (metros, tipos de versos, instru-
mentos musicales), y establecieron repertorios, géneros y formas de composición
que fueron compartidos y reelaborados por todos los miembros de la Hélade. So-

166
bre esta base, la producción de los poetas-compositores líricos de los siglos VII-VI,
entre otros, prepararon los elaborados logros de la mousiké del siglo V. De toda esa
producción, culturalmente la más significativa fue el canto y la danza coral, en la
que los poetas líricos jugaron un rol importante. Alcmán, Arión, Estesícoro, Safo
escribieron cantos corales que ellos mismos enseñaban a danzar y cantar. Al final
de este período, Laso, Simónides, Baquílides y Píndaro se dedicaron casi exclusi-
vamente a la composición de obras corales para la ejecución pública. Uno de los
cantos de Safo describe la boda de Héctor y Andrómana:86 los versos finales refle-
jan algo de las posibles prácticas musicales de esas festividades.

Una línea sin solución de continuidad conecta los himnos homéricos, las compo-
siciones líricas, los cantos corales, el ditirambo y los coros de las tragedias áticas.
Los elementos que intervienen en la mayoría de ellos son los que se encuentran en
las composiciones de Píndaro (n. 518 a. C.), un poeta-compositor tebano más o menos
contemporáneo de Esquilo. En sus obras se unen palabra (con la que se construye
el texto poético), ritmo, melodía, danza y acompañamiento instrumental. De igual
modo, los dramas áticos del siglo V requieren de la colaboración de texto poético,
música (que implica el ritmo, dado por las estructuras métricas de los versos, la
melodía y el acompañamiento instrumental, ante todo del aulos, aunque poetas-
compositores como Prátinas también impulsaron el empleo de la cítara, más los
instrumentos de percusión) y danza, más los otros aspectos del mundo espectacu-
lar, las máscaras, el vestuario y la escenografía.
Sin embargo, de los elementos que integran todas estas obras, sólo se conserva
el texto poético o dramático según sea el caso, el aspecto métrico se puede inferir
del poético, por lo tanto el ritmo se puede deducir, pero los demás están completa-
mente perdidos. No se conserva ninguna melodía correspondiente a las obras de
Píndaro o a los poetas líricos, si bien hay referencias a los instrumentos que las acom-
pañaban; mucho menos de los ritmos que podrían haber hecho los instrumentos
de percusión, de la textura musical del acompañamiento y de la obra en su conjun-
to o de la coreografía. Lo dicho es igualmente válido para las otras composiciones
corales, el ditirambo, las tragedias y comedias áticas.
Del mismo modo que Píndaro escribe el texto poético, compone las melodías,
inventa la coreografía, enseña y dirige al coro, Esquilo, como compositor de tra-
gedias, cumple funciones similares: escribe el texto dramático, compone las me-
lodías, inventa las coreografías, se convierte en director de escena y, en sus co-
mienzos, actúa. También se ocupó de la escenografía, aunque en este rubro pare-
ce haber tenido un rol más definitivo la intervención de Sófocles. El aumento de
las complejidades estructurales del drama ático hizo que en algún momento de
su carrera se separe de la función de actor, al igual que lo hicieron otros, entre
ellos, Sófocles.87

167
3.5.6. El coro, la música y la danza en el espectáculo teatral
El coro no fue un invento griego. Está presente de modo muy desarrollado en las
culturas mesopotámicas y del área mediterránea; cumplía funciones centrales en
las liturgias colectivas. Una de las representaciones iconográficas o descripciones
literarias de ritos o de eventos relativos al mundo militar más frecuente es la de una
procesión, la disposición ordenada de un conjunto de individuos, la más óptima
para realizar desplazamientos entre lugares importantes durante la celebración de
ritos públicos, para la entrada y salida a los sitios sagrados, templos, etc. Ese reco-
rrido generalmente estaba acompañado por cantos, con estructuras rítmicas pe-
riódicas que regulaban los pasos que, sin duda, muchas veces llegaban a consti-
tuir genuinas coreografías. A todo esto hay que agregarle el atractivo visual que
implican la exhibición de objetos y una vestimenta adecuada a la ocasión. Como se
puede inferir, en todo rito o parada militar, tanto en el mundo antiguo como hoy en
día, el elemento espectacular está presente.
Diferente de la concepción actual de coro –un conjunto de varones o mujeres, uno
mixto, o de niños, que canta un determinado repertorio musical polifónico–, en la
sociedad griega el coro era un conjunto que danzaba y cantaba, compuesto por gru-
pos de varones adultos, o jóvenes (“la voz gloriosa del cortejo viril”, Pítica X, v.6), o
exclusivamente de mujeres o doncellas, de varones y mujeres juntos o de varones
adultos y niños que, según las fuentes escritas, sólo ejecutaban música monódica, es
decir, una sola línea melódica cantada por todos, que genera texturas musicales que
originaban las variantes de los registros vocales de sus componentes. El coro es el
elemento básico de los géneros públicos, es decir, de los cantos corales tradiciona-
les, peanes, epinicios, ditirambos; también de las odas de las tragedias griegas.
El coro actuaba como el vocero de la sociedad tradicional y conservadora, denun-
ciando así su anterior existencia como un cuerpo religioso y ceremonial. Ciertos coros
predramáticos en algunas ocasiones habrían sido muy grandes, llegando a tener hasta
600 miembros. En los géneros dramáticos el número es menor, aunque los entendi-
dos no siempre acuerdan sobre la cantidad de miembros. El coro ditirámbico con-
vencionalmente estaba compuesto por 50 varones jóvenes y adultos que actuaban
alrededor de un ejecutante de aulos, el instrumento que también acompañaba el coro
trágico. Esquilo redujo el número del coro a 12 integrantes88 y Sófocles lo elevó a 15;
este último número posteriormente se convirtió en norma. En las comedias, el coro
contaba con 24, 50 o hasta 60 cantantes. Se sabe que Sófocles escribió un manual
Sobre el coro, hoy perdido. Hacia el siglo V, a diferencia de los actores que ya eran
profesionales, los miembros del coro eran ciudadanos aficionados.
Del mismo modo que en las obras corales no dramáticas hay un amplio rango de
personajes corales –tanto de una a otra oda como dentro de una misma– también
en las odas trágicas se puede constatar una “polifonía de voces”. Asimismo, los
mecanismos para que esas voces se volvieran explícitas llevaron en ambos géne-

168
ros a que no siempre el coro actuara como un cuerpo completo. En los coros em-
pleados por Píndaro, había “líderes”89 (hoy se denominarían tanto “solistas” como
“directores”) que cantaban partes solistas, como se puede deducir de las líneas
87-92 de la Olímpica 6, para ser cantadas por Eneas, el “solista” (o “director”) del
coro.90 También hay secciones vocales destinadas para el que acompaña instrumen-
talmente al coro. Posiblemente, estas secciones las componía para él mismo. Del
mismo modo, en las odas trágicas, el coro a veces constituía un solo cuerpo, otras
se dividía en semicoros,91 a veces contestando frases cantadas por el corifeo. No
sólo eran recursos formales, sino dispositivos dramáticos.
Una diferencia importante a destacar sobre la naturaleza del coro de una trage-
dia respecto del que entona y danza peanes, epinicios e incluso ditirambos, es la
expuesta por Charles Segal al considerar que las odas trágicas, “a diferencia de
esos cantos corales, no son actos rituales independientes. Cada ejecución trágica es
parte de un ritual en honor a Dionisos, pero los ritos representados dentro de la obra
y circunscritos por su acción son rituales ficticios para personajes míticos, que no
están representados por los ciudadanos-sacerdotes frente al altar de un dios sino por
ejecutantes enmascarados representando la narración de un mito en el espacio lúdico
de la orquesta. Un peán cantado dentro de Oedipus Tyrannus en el teatro de Dionisos
por un coro disfrazado no es lo mismo que un peán cantado por los ciudadanos en el
santuario de Apolo en Tebas para impedir el desastre. Por esta distancia del ritual
verdadero, el dramaturgo puede emplear las formas rituales con mayor libertad e in-
cluso reflexionar sobre la relación entre ritual y drama” (Segal, 1995:180). Precisa-
mente, el proceso de secularización está directamente ligado a la intervención de
algunos poetas-compositores que permitieron la formalización de la tragedia como
género independiente de su origen ritual, aunque algunos momentos corales de
ciertas tragedias pongan de manifiesto ese vínculo.
El siguiente texto es el comienzo de un ditirambo compuesto por Píndaro para
su ejecución en Tebas, c.470.

“En tiempos anteriores el canto de los ditirambos se movía lentamente, estirado


como una cuerda, y la despreciada ‘s’ se quitaba de la boca de los hombres, pero
ahora nuevas puertas se han abierto por nuestros sagrados círculos. [Grita], pues
tú conoces los ritos que los dioses establecieron para Dionisos en su hogar, más
allá del rayo de Zeus. El torbellino del typanon [o tympanon] comienza, junto a la
gran y santa madre, y los krotala repiquetean, y las antorchas brillan bajo los en-
cendidos pinos; y los resonantes gemidos, el frenesí y los gritos de las ninfas del río
entre el tumulto de los movimientos bruscos de los cuellos.”92

El fragmento citado explicita características del género: su vínculo directo con


el culto a Dionisos, el estado de éxtasis y frenesí de los participantes y el rol de los

169
instrumentos de percusión como medios de estímulo.93 De todos, el dato más sig-
nificativo es su mención de dos formas de desplazamiento del coro. Al parecer Arión
habría transformado el coro ditirámbico de “cuadrado” (“se movía lentamente, es-
tirado como una cuerda”) en “cíclico” (“nuestros sagrados círculos”). “No más líneas
rectas y movimientos de danzas procesionales; ahora el coro cumplía su evolución
en línea curva, primero en un sentido (estrofa) y luego en otro (antistrofa), con el mis-
mo movimiento y, al final, limitando su desplazamiento en un área restringida (épodo).
Esta forma triádica de ejecución coreográfica, es decir, Estrofa – Antistrofa – Épodo,
Arión la adaptó a las nuevas exigencias de la danza dionisíaca, en la cual el compo-
nente espectacular se acentuaba por su ejecución en un espacio circular alrededor
del cual se disponía el público” (Comotti, 1986:22).94 Esta forma triádica también se
empleaba en las odas trágicas.95
Al parecer, Arión también habría inventado el género trágico y habría introduci-
do sátiros que hablaban en verso. A partir de esta intervención, quienquiera que lo
haya hecho, es probable que el diseño danzado por el coro trágico haya sufrido el
mismo desarrollo que el del ditirambo, partiendo de patrones rectangulares a
semicirculares o circulares, durante la ejecución de los estásimos, ejecutada en la
orchçstra (“lugar de la danza”), donde el coro permanecía durante toda la obra, desde
su entrada (parodos) hasta su salida (exodos) marchando en ritmo anapéstico.
La consolidación formal e institucional del ditirambo y de otros géneros dramá-
ticos fue estimulada por la actividad agonística inaugurada por Pisístrato a media-
dos del siglo VI, al instituir en Atenas las Dionisias Urbanas, fiestas cuyo momento
más importante lo constituían los concursos de ditirambos, tragedias y comedias.
Justamente es este aspecto agonístico el que debió atenuar el carácter ritual-repe-
titivo del canto ditirámbico y marcó el comienzo del proceso de secularización que
se acentuó en la segunda mitad del siglo V.
La formalización de las acciones del coro, entre otras variables, también condujo
a la formalización de un espacio específico para las representaciones, llegándose
al diseño ideal de lo que hoy llamamos teatro griego, en algún momento del paso
del siglo V al IV. La formalización en piedra de un teatro se concretó por primera vez
recién a finales del siglo V y comienzos del IV.96
Resulta difícil imaginar a Esquilo, Sófocles y Eurípides como compositores, co-
reógrafos y bailarines. ¿Qué movimientos de danza acompañarían el canto del tex-
to de la oda de Antígona citada al comienzo de este capítulo? Se sabe que las dan-
zas compuestas por Frínico y Esquilo, quienes también escribían su propia música
y componían su propia coreografía, fueron muy admiradas. Se dice que Sófocles
había sido un elegante bailarín. Sin embargo, cuando los actores se unen con el
coro en intercambios líricos, es poco probable que estos hayan participado en la
danza. La diferencia del espacio asignado a la superficie de la orchçstra frente a la
que ocupan los actores, el proskénion, podría estar relacionada a esto.

170
Aparentemente los estilos de composición musical de los tres principales trági-
cos diferían notoriamente entre sí: de grave simplicidad fue calificado el de Esquilo,
de intensa y elegante dulzura el de Sófocles, y de delicada fantasía el de Eurípides,
que Aristófanes consideró nimio e insignificante, criticándolo vigorosamente por
derivar los materiales básicos de su música de cualquier tipo de fuentes, sean o no
adecuadas. Justamente, el mayor crítico de la música de estos dramaturgos y de
los músicos contemporáneos es sin duda Aristófanes, quien junto a pensadores como
Platón no vio con buenos ojos la “revolución musical” llevada a cabo en la segunda
mitad del siglo V, entre otros, por Timoteo de Mileto y el mismo Eurípides.97
Muchos son los estudios críticos que analizan la evolución y las características
formales de los dramas áticos, pero para el estudioso del teatro, de la danza, de la
música, la escenografía, e incluso la arquitectura, también es imperioso conocer
cómo se realizaba la ejecución (o representación) de esas obras, qué mecanismos
de montaje empleaban, cuáles eran los criterios de selección de las fuentes musi-
cales para las partes cantadas, si eran originales o no, qué tipos de danzas se
empleaban, si se realizaban coreografías específicas para cada obra nueva, etc.
¿Qué se sabe con certeza? ¿Se cantaba de punta a punta, con algún tipo de acom-
pañamiento musical, como llegaron a pensar los miembros de la Camerata fiorentina
hacia finales del siglo XVI?98
Se comentó anteriormente que los textos de una tragedia o una comedia
aristofánica ofrecen una idea parcial de la obra total. El texto dramático de una tra-
gedia, incluidas sus didascalias, no permite “ver” los elementos básicos del espec-
táculo, es decir, la puesta en escena incluida la escenografía, la audición de los
textos hablados y cantados como la música que los acompaña, ni tampoco la mú-
sica para las danzas ni su coreografía, ni tampoco la reacción del público durante
el desarrollo del espectáculo. Lo mismo sucede en el caso de una partitura de ópe-
ra: se la puede leer mentalmente, pero no es igual a la audición real de la música ni
a su contemplación en la escena teatral, tampoco es lo mismo escuchar un cantan-
te a partir de una grabación que verlo actuar y oírlo cantar.
Entonces, comprendida tanto la estructura general de una tragedia, como el
proceso de conversión de la misma –al principio entendida como un evento ritual
espectacular y predominantemente coral hasta llegar a una concepción más secu-
lar, en donde el diálogo dramático adquiere consistencia formal y se convierte en el
objetivo central del compositor–, es claro que en cualquiera de las tragedias con-
servadas, más allá de la mayor o menor presencia de odas corales, versos líricos o
textos dialogados, gran parte de cada una consistía de cantos formalmente consti-
tuidos, acompañados por el aulos y coreografiados para ser danzados (Barrer,
1989:62). La capacidad de atracción de las coreografías debe haber sido decisiva
para la efectividad de una representación, especialmente en las tragedias de Es-
quilo.99 Asimismo, el componente visual también fue objeto de atención: fue Esqui-

171
lo quien mejoró el vestuario de los actores y del coro, aumentando también los gastos
del corego. Esta iniciativa fue transpuesta al mundo ritual.

En fin, la tragedia, o en su conjunto, toda la producción espectacular ateniense


del siglo V y del IV, es una amplificación en términos dramáticos y espectaculares
del concepto de mousiké alimentada fundamentalmente por las tradiciones públi-
cas. Los medios empleados no son muy distintos de los de otros géneros públicos
con origen ritual, pero alcanzaron un grado de formalización, de secularización y de
individuación a medida que transcurría el siglo V. Son obras que sin lugar a duda
pertenecen a los géneros que hoy en día corresponden al teatro musical, cuyos
elementos constitutivos, durante el transcurso del siglo V, especialmente hacia fina-
les del mismo, alcanzaron autonomía y valor por sí mismos, poniendo mayor aten-
ción otra vez al discurso sonoro, con “partituras” cada vez más complejas. Más allá
de este desarrollo, un parodos, un éxodo, un momento como el diálogo de Casandra
con el coro en Agamenón (vv.1074-1178), seguramente cantado o recitado por el
solista y probablemente cantado y danzado por el coro100 o, sin duda, el impactante
cortejo final de las Euménides de Esquilo, no sólo tienen una función estructural dentro
de la forma de la tragedia o su sentido dentro de la historia del drama, sino que
cada uno constituye un momento con valor propio, uno que reclama ser gozado,
visto, oído por el público por el propio atractivo de la danza, la melodía, el acompa-
ñamiento rítmico, los gestos, el vestuario además del texto, como cualquier número
de una ópera, en especial del siglo XIX, o una comedia musical del siglo XX.

172
Notas

1. Sugerimos la lectura de Plácido, 1997, especial- 5. Ver el texto completo en: Tucídides, II 35-46.
mente de los capítulos 10, 11, 12 y 16 para ver la 6. Aristóteles, nacido en Estagira, es un meteco en
mirada de un historiador actual sobre esas realiza- Atenas; no obstante, su relevancia intelectual y su
ciones culturales (arte, pensamiento, religiosidad, vinculación con los círculos dirigentes de la política –
historia) y sobre sus autores (artistas, artesanos, sus discípulos– le dan en el siglo IV una significación
filósofos, oradores, historiado) y acerca de algo tan excepcional dentro de una polis más dispuesta a
ateniense como el fenómeno teatral, el capítulo 14, aceptar a extranjeros. Ver la referencia a su trabajo en
El teatro y su público. Por otra parte, a lo largo del cuanto a la filosofía política.
libro el autor se refiere frecuentemente a las obras 7. Nos referimos aquí a la Vieja Comedia, de la cual,
dramáticas y analiza sus textos y su sentido en el además de fragmentos diversos, sólo se conservan
contexto histórico. obras de Aristófanes (compuestas entre los años
2. Algunas sugerencias de lecturas al respecto de la 427 y 388 a. C.). La posterior Comedia Nueva tiene
sociedad griega y su universo simbólico: otras características.
Bruit Zaidman, Schmitt-Pantel (2002); Iriarte Goñi 8. Es importante señalar el valor de las buenas edicio-
(2002); Vernant (1997), Castoriadis (2006). nes, tanto las que emplean la lengua original, como
3. El autor destaca la excepcionalidad de este tipo de las bilingües o las presentadas en lenguas modernas.
sociedades en el transcurrir histórico: “Basta con ins- 9. Febvre señala que la historia se hace con textos,
peccionar las sociedades y los períodos históricos que pero no sólo con ellos, sino con todo resto que
conocemos para ver que casi todas las sociedades de permita acceder a lo humano: “[…] el historiador crea
casi todas las épocas no se instituyeron en la interroga- sus materiales o los recrea […] no va rondando al azar
ción sino en la clausura del sentido y de la significación a través del pasado, como un trapero en busca de
[...]. Es la ruptura de esta clausura lo que es inaugura- despojos, sino que parte con un proyecto preciso en
do con el nacimiento y el renacimiento, conjugado, de la mente, un problema a resolver, una hipótesis de
la filosofía y de la política, en dos ocasiones, en Grecia trabajo a verificar […]” (1975:22).
y en Europa occidental. Pues ambas son, a la vez, 10. Su visión se contrapone a la de Aristófanes,
cuestionamientos radicales de las significaciones ima- quien en Nubes transforma a Sócrates en un indivi-
ginarias sociales establecidas y de las instituciones duo ridículo, sobre el que descarga sus críticas al rol
que las encarnan.” (Castoriadis, 1997:142). de los filósofos en la polis.
4. Otros traducen “[…] la ciudad entera es la escuela
de Grecia […]”.

173
Notas se siente uno con el héroe trágico y se conmociona
3.1. El teatro griego con su situación límite.
por Silvia Calosso 16. Se denominan bárbaroi entre los griegos a los
11. La palabra griega théatron describe el lugar físico que hablan una lengua no helénica, ya que para ellos
de la representación, pero también el fenómeno tea- la lengua extranjera es un sonido brutal y no armonio-
tral; deriva del verbo theáomai, que significa ver, con- so, un bar-bar. La palabra ha hecho un viaje semántico
templar, admirar y ser espectador. Con lo cual queda hasta llegar, en nuestro uso lingüístico, al nivel colo-
clara la importancia del sentido de la vista y de la quial popular donde adquirió un significado enco-
percepción de la luz para los griegos. miástico, tal como terrific en inglés.
12. Atenas contaba con dos teatros, el principal era 17. Esquilo es el primer poeta trágico cuyas obras
el Teatro de Dionisos, el segundo era el Lenaico, han llegado al presente. Nacido en Eleusis, localidad
también dedicado a Dionisos, pero utilizado espe- cercana a Atenas, alrededor de 525 a. C., murió en
cialmente en las llamadas Fiestas Leneas. Gela (Sicilia), en 456.
13. La coreegéia dramática era un servicio público 18. Hablar de mitología griega es hacer referencia a
impuesto por el Estado ateniense a los ciudadanos un conjunto de relatos ficcionales (aunque los anti-
ricos. El ciudadano designado financiaba y organi- guos no los experimentaban como tales) de gran
zaba los coros de las obras teatrales. Entretanto, el atracción aun para nuestros oídos modernos; ellos
Estado también seleccionaba a los poetas y al actor dan cuenta del origen del mundo (cosmogonía), de
protagónico, que en algunos casos eran, autor y los dioses (teogonía), de los grandes héroes de estir-
actor, la misma persona. A su vez, el actor protago- pe divina, como Perseo o Heracles, sus viajes y aven-
nista seleccionaba a quien (o quienes) lo acompaña- turas, de algunos monstruos como las Gorgonas o la
rían en la actuación. Hidra de Lerna, cuyas acciones tienen un carácter
14. En el siglo siguiente a su incorporación a la vida ejemplar, aun en sus errores, en la medida en que el
de Atenas, en el IV a. C., quien describe la poesía cosmos manifiesta un orden, una armonía que no se
trágica griega con mano segura es el filósofo puede transgredir impunemente, y de hecho las cria-
Aristóteles en Perí poietikés, la conocida Poética turas del mito lo suelen hacer. Hay en los antiguos
inspiradora de tantas obras teóricas posteriores so- relatos una noción de justicia que es aprovechada por
bre la literatura, la poesía en sus distintos géneros y, la polis y destacada en el teatro, que pone en movi-
en especial, el teatro trágico. Es famosa la “desapa- miento y actualiza a los antiguos personajes del mito,
rición”, en el texto de la Poética, de la parte que daba sus transgresiones y el castigo que recae sobre ellos.
cuenta de la comedia. 19. Se aconseja leer como texto complementario la
15. Aquí es necesario mencionar la palabra griega Teogonía de Hesíodo, poema contemporáneo de los
que hace referencia a esta emoción tan particular que de Homero, que explica en sus versos hexámetros la
sufren los espectadores en el teatro griego: kathársis, generación del mundo, de los dioses y sus jerar-
que se transcribe catarsis y cuya traducción más quías, procesos y luchas. Teogonía fue compuesto
adecuada podría ser identificación. Cada espectador en Beocia, en la Hélade continental, mientras que los

174
poemas de Homero son de origen jonio y surgieron do a veces varios roles, según necesidad.
en las islas y las costas del Asia Menor, región colo- 26. kósmos es la palabra griega que describe el
nizada por el grupo helénico-jonio a partir de los universo, como llamamos hoy en día a todo lo que
últimos siglos del segundo milenio a. C. hay. Pero esta palabra implica también el significado
20. El tradicional verso hexámetro de la poesía épica, de orden, es decir de relación armoniosa entre las
o sea un tipo de verso de ritmo regular compuesto partes que lo constituyen.
de seis pies o unidades rítmicas reiteradas, fue reem- 27. Sófocles, nacido en Colona, un démos de Ate-
plazado por los poetas trágicos por una medida nas, alrededor de 496 a. C., recibió una educación
más adecuada al diálogo, a la conversación entre los atenta y vivió intensamente, desde niño, las alternati-
personajes: el trímetro yámbico. Trímetro describe tres vas propias de la ciudad, en la que desempeñó todo
unidades rítmicas, yámbico alude a yambo, una medi- tipo de funciones y tareas: estratego, funcionario
da musical conformada por una sílaba larga más una político, autor, actor y director teatral. En ellas casi
sílaba breve. siempre fue muy exitoso, por lo que murió gozando
21. Esta obra y, en particular, la crítica de Aristófanes de prestigio y gloria entre sus conciudanos, alrede-
a los poetas trágicos son analizadas en Calosso dor del año 406 a. C. Ya en el siglo II a. C. se le había
(2005) Aristófanes: Las Ranas. Una introducción críti- dedicado una biografía muy encomiástica, cuyo au-
ca, Buenos Aires, Santiago Arcos Editor. También se tor se desconoce.
realiza en ese volumen una aproximación a la come- 28. El referente real, o histórico, de los mitos siem-
dia griega y las características de lo cómico en el pre merece explorarse, como lo hace Robert Graves
teatro ateniense. (1958) en su obra Greek myths, con mayor o menor
22. Sobre esta expresión se puede consultar a Díaz grado de acierto. Un mito es una explicación del
Tejera, A. (1989): Ayer y hoy de la tragedia (Manifesta- mundo, que cada comunidad necesita para afianzar-
ciones histórico-literarias de lo trágico), Sevilla, Edi- se, para sobrevivir quizás a acontecimientos graves,
ciones Alfar. para no repetir errores. Del mismo modo, aunque en
23. Paidéia refiere a un ideal de educación del ciuda- otro orden de cosas, la tragedia ática siempre ancla
dano y a una praxis en la que toda la ciudad está en algún momento de la vida de Atenas y es el discur-
comprometida. so que la ciudad necesita, que habla de ella aunque
24. Esquilo, Agamenón, Trágicos Griegos, Madrid, hable de personajes del mito.
Aguilar (Traducción de Palli Bonet, Julio). 29. Albin Lesky dice que Antígona “no es un drama
Todas las citas de tragedias de esta sección y los de tesis, pero a través de la acción y el padecimiento
números de páginas pertenecen a esta edición. de estos hombres se manifiesta con suficiente clari-
25. A los actores protagonistas de cada tragedia dad el problema de si el Estado puede aspirar a tener
también los invitaba el arconte en ocasión del con- la última palabra o si también él debe respetar leyes
curso, uno para cada autor, pero el corega se encar- que no han tenido su origen en él y que, por lo tanto,
gaba de buscar y seleccionar a los otros actores: el quedarán por siempre sustraídas a su intervención”
deuteragonista y el tritagonista, que iban cumplien- (1989:307).

175
30. El concepto de destino (móira), en la cosmovisión una unión anterior, Hipólito, que ya es un adulto.
griega, implica la parte que a cada uno le correspon- Fedra se ha enamorado perdidamente de él. La tra-
de en la existencia, no se puede modificar, y también gedia comienza cuando Hipólito se entera del amor
los dioses, a pesar de ser inmortales, están subordi- de su madrastra y reacciona con violento rechazo
nados a él. No hay deseo ni voluntad, humanos o hacia ella quien, al no poder soportar la situación, se
divinos, que puedan alterar lo dispuesto por la móira. suicida. Las derivaciones de este hecho y las innova-
31. Cual es, como todo lector seguramente sabe, ciones de Eurípides al relato serán comentadas en el
haber matado a su padre y haberse casado con su cuerpo del texto.
madre, madre a su vez de sus hijos. 37. Rodríguez Adrados, Francisco (1978) Esquilo,
32. Colona, recuérdese, era el lugar de nacimiento Sófocles y Eurípides. Tragedias completas, Madrid,
de Sófocles. Aguilar. Preámbulo, Pág. 517. Los subrayados son
33. Eurípides nació en Salamina alrededor del 480 a. nuestros. El autor es también el traductor de la pieza
C., hijo de un rico mercader ateniense que, aunque no en esta edición.
era noble, le dio una buena educación. En Atenas tuvo 38. Acerca del tema del amor que reiteradamente
contacto con maestros de la naciente sofística como Eurípides introduce en sus tragedias, Albin Lesky
Anáxagoras, Gorgias, Pródico y hasta el propio dice: El lector moderno casi no acierta a imaginar una
Sócrates, con los que aprendió especialmente el arte literatura narrativa y dramática sin la dominante del
de la argumentación y la valoración de los procesos motivo erótico, pero pocas veces se tiene en cuenta el
de la razón. Ni muy exitoso en la vida personal ni en la papel decisivo que desempeñó Eurípides en este
pública, según sus biógrafos, Eurípides se exilió de desarrollo (1989:399).
Atenas y murió en Pella, Macedonia, hacia el 406 a. C. 39. Esta expresión latina describe la aparición en los
34. El tema de la misoginia de Eurípides da lugar a la relatos o dramas de una solución en mayor o menos
comedia Tesmoforias de Aristófanes, donde elige grado “forzada”, es decir, que atenta contra la cohe-
como personaje al poeta cómico y lo hace castigar rencia de los hechos que se vienen desarrollando.
por las mujeres, que están muy enojadas por cómo Por ejemplo, el rescate de un héroe por un dios, o
las hace aparecer en sus tragedias. una metamorfosis repentina que cierra el relato favo-
35. La opinión de Friedrich Nietzsche (1844-1900) reciendo al personaje en apuros. En las representa-
sobre Eurípides, en Orígenes de la tragedia donde lo ciones, este momento pide muchas veces el uso de
califica como el promotor de la “muerte de la trage- recursos escénicos espectaculares, de los que ya se
dia”, está perfectamente fundamentada en la men- ha hablado.
cionada obra, de apasionante lectura, aunque el lec- 40. Rhésis es la palabra con que los griegos se
tor no comparta la propuesta filosófica del autor. referían a las intervenciones monológicas de algún
36. El relato en que se basa esta tragedia es el personaje: una larga tirada de versos en los que ellos
siguiente: el noble ateniense Teseo y Fedra, su espo- dan cuenta de un estado de ánimo y del tema por el
sa y madre de sus hijos, viven en Trozén, ciudad cual han llegado a tal situación de desesperación,
peloponesia cercana a Atenas. Teseo tiene un hijo de indignación o angustia.

176
Notas Rey de Sófocles. Apelo, entonces, a que el lector
3.2. Las Tesmoforias: ritual y comedia reconozca tras estas líneas su nombre, y a que quie-
por Andrea Raina nes lo conocieron recuerden la grandeza de su per-
41. “Ándres, plural de anér: el hombre en su virilidad, sona. Naturalmente, me reservo la responsabilidad
de allí: en su bravura, en su ciudadanía. Opuesto a de las carencias que el lector atento encontrará en
guné, la mujer. Ándres define la colectividad de los este trabajo.
hombres varones-ciudadanos-combatientes, a tal punto 44. Trad. de Segalá y Estalella L. (1999:100). Todas
que se puede plantear la equivalencia ándres = polis las citas de la Ilíada corresponden a esta traducción.
(la ciudad son los hombres). Andreia: nombre del 45. Para el concepto de ephémeros, Cfr. Fränkel H.
coraje en tanto virilidad; es a la vez descriptivo, perte- (1993:139-141).
nece a los hombres, y prescriptivo, debe pertenecer a 46. Trad. de Rodríguez Adrados F. (1956:152).
los hombres.” (Loraux, 2003, Glosario) 47. Vernant, J-P señala la paradoja que encierra la
designación de los dioses como athánatoi (no-mor-
Notas tales) “puesto que, a fin de oponerlos a los humanos,
3.3.Comedia en democracia definen de modo negativo –por ausencia, por priva-
por Eduardo Matías Fischer ción– a unos seres cuyo cuerpo y vida poseen absolu-
42. Se citará siempre esta edición, Comedias com- ta positividad, sin la menor tara o defecto”. Vernant, J-
pletas de Aristófanes y Menandro, Madrid, Aguilar. P (2001), El individuo, el amor y la muerte en la Grecia
antigua, Paidós, Barcelona, p. 22.
Notas 48. Para una caracterización de las mutaciones en la
3.4. El drama del tiempo religiosidad arcaica, sobre la que se configura un
en el Edipo Rey de Sófocles concepto más endeble de la naturaleza humana, Cfr.
Por Roberto Matías Vicentín Doods, M. (1983:39-70).
43. Este trabajo expone una lectura que, en calidad 49. Trad. de Ferraté J. (1966:107). Cfr. Od. XVIII,
de alumnos adscriptos, Matías Fischer y yo presen- 130-137.
tamos en el segundo cuatrimestre del año 2005 en el 50. Para una reflexión sobre lo que Rosa M. Aguilar
Seminario Sociedad y Cultura en el Mundo Mediterrá- consigna, como la “vivencia o relación psicológica del
neo dictado por los profesores Leonor Milia y Claudio hombre griego con el tiempo (p. 123)”, seguir la defi-
Lizárraga. Aunque el texto fue íntegramente escrito nición que para el término vivencia propuso Ortega y
por mi persona, las ideas desarrolladas en él son el Gasset, Cfr. Aguilar R. M (1992:123-135).
producto del trabajo que junto a Matías llevábamos 51. Vernant J-P y Vidal-Naquet, P. (1987:7): “El univer-
adelante con el entusiasmo y las expectativas que la so trágico se sitúa entre dos mundos, y es esta doble
entrañable amistad que nos unió resguardaba. La- referencia al mito, por una parte –concebido en ade-
mentablemente, la muerte le sobrevino antes de que lante como perteneciente a un tiempo remoto, pero
pudiéramos poner por escrito gran parte de lo que aún presente en las conciencias– y por otra a los
estábamos haciendo, incluida esta lectura del Edipo nuevos valores –desarrollados con tanta rapidez por la

177
ciudad de Pisístrato, de Clístenes, de Temístocles, una tarde o un mediodía en que alguien me quitará la
de Pericles– lo que constituye una de sus originalida- vida en el combate, hiriéndome con la lanza o con una
des y el resorte mismo de su acción”. flecha despedida por el arco” (Il. XXI:106-13). Cfr.
52. Respecto de la pervivencia de tradiciones poéti- Vernant (2001:45-80).
cas sobre las que se gesta la tragedia, Segal C. 55. Para las diferentes versiones del mito de Edipo,
(1993: 223) especifica: “Todos los componentes de la Cfr. Graves. R. (1958: 7-15); Grimal P. (2006: 146-149);
tragedia se encuentran con facilidad en la poesía del Ingberg, P. (2003: 15-20).
pasado: los recitados poéticos de los discursos del 56. El modo en que se desenvuelven las acciones de
mensajero; las canciones corales de alegría, lamento Edipo está signado por el imperativo de la racionali-
o de ejemplos míticos que sirven de admonición; y, dad y la previsión de los acontecimientos; de aquí
hasta cierto punto, el diálogo. Pero estos elementos que podamos postular a la reflexividad como su ca-
alcanzan una nueva fuerza cuando actúan todos uni- racterística intrínseca. La supremacía que Edipo re-
dos en el nuevo conjunto que es la tragedia”. serva a su propio conocimiento cristaliza en el agón
53. Al respecto, categórica es la consideración de con el adivino Tiresias, donde el héroe aduce que
W. Jaeger (2002:261): “Toda acción dramática es sim- venció a la esfinge con su propio gnóme (conoci-
plemente para Sófocles el desenvolvimiento esencial miento, facultad de conocer; ER:398). Respecto de
del hombre doliente: Con ella se cumple su destino y gnóme, Chantraine (1968:224) especifica:
se realiza a sí mismo (…) Es el autoconocimiento trá- “intelligence, jugement, décision, intention, maxime
gico del hombre que profundiza el délfico gnôthi seautón (Thgn., ion-att) terme plus usuel que gnôsis et que
hasta llegar a la intelección de la nadedad espectral implique à la fois l’idée de connaissance et celle d’avis,
de la fuerza humana y de la felicidad terrena”. de décision prise en connaissance de cause”.
54. La radical aceptación de la muerte, sin más recla- 57. Todos los fragmentos citados del Edipo Rey
mo que la gloria imperecedera (kléos áphthiton), cons- corresponden a la traducción de Pablo Ingberg. Op.
tituye el núcleo inamovible desde el cual se desplie- Cit. Las referencias en griego provienen de la edición
ga la totalidad del código heroico de la Ilíada, y a Sophocles (Vol. I) (1951), with an English translation
través del cual adquiere sentido pleno. Por ello Aquiles, by Storr F. London, Harvard University Press.
frente a las súplicas de Licaón, quien ofrece un resca- 58. Otra descripción de la peste (ER:171-173): “No
te que triplica al ya dado una vez por su persona a crecen los productos de este suelo glorioso, ni en los
cambio de que se le perdone la vida, no vacila en partos acaban las mujeres con sus tristes esfuerzos”.
reconocer la propia finitud a la que él mismo está 59. Hesíodo, Teogonía (36-38): “(...) por las Musas
sujeto: “(…) amigo, muere tú también ¿Por qué te comencemos, las cuales a Zeus Padre cantando him-
lamentas de este modo? Murió Patroclo, que tanto te nos le alegran mucho el espíritu dentro del Olimpo,
aventajaba ¿No ves cuán gallardo y alto de cuerpo soy diciendo lo que es y lo que será y lo que antes fue (...)
yo, a quien engendró un padre ilustre y dio a luz una (tá t’ eónta tá t’ essómena pró t’ eónta = Il. I, 70)”. La
diosa? Pues también me aguarda la muerte y el hado traducción corresponde a Linares, L. (2005:31).
cruel (thánatos kaì moîra krataié). Vendrá una mañana,

178
60. Según Robert Graves (2001:13) la incógnita res- te el tributo que a la dura cantora le rendíamos; / y eso
pondería de una referencia iconográfica: un efebo, sin saber nada por nosotros / y sin que te enseñaran,
un guerrero y un anciano adorando a la Esfinge. Asi- sino con la asistencia de algún dios (daimónon
mismo, el autor se pregunta: “¿Fue Edipo un invasor sunallagaîs) / se dice y considera que tu has endere-
de Tebas en el siglo XIII que suprimió el antiguo culto zado nuestra vida; / ahora también, Edipo nuestro,
minoico de la diosa y reformó el calendario?”(Idem, p. poderoso ante todos, / vueltos todos hacia ti te supli-
12). Difícil es saberlo, pero la suposición de una camos / que nos encuentres un socorro, escuchando
reforma del calendario por parte de un invasor su- / la palabra de un dios o tal vez lo sabes por un
puestamente histórico asimilado a la figura de Edipo hombre; / pues veo que las cargas que resultan de las
no sería del todo disonante con el modo que frente / decisiones de un experimentado (empeíroisi) son
al fenómeno del tiempo procede el personaje de más vivificantes” (ER. 31-45).
Sófocles. Por su parte, Leopoldo Longhi reconoce 62. Según la formulación de Diodoro de Sicilia (V,
en la Esfinge una figura común a gran parte de los 64), citada en Vernant J-P y Vidal-Naquet, P.
pueblos orientales antiguos, en la cual estaría repre- (1986:57), nota 20. Mito y Tragedia en la Grecia anti-
sentada alguna constelación: “Sin duda la Esfinge fue gua II. Madrid, Taurus. Otra versión en Inberg, P.
símbolo hierático de alguna constelación, acaso el (2003:77), nota 86.
mismo sol. Su nombre egipcio seshep, de raíz análo- 63. Etimológicamente, el nombre propio Oidípous
ga al griego hélios y al latín sol, significa dador de luz”. se forma a partir del verbo oîda (saber) y el sustanti-
No obstante, todo lo que de inexplicable, colosal y vo poús (pie). Según esta etimología, Edipo sería el
monstruoso tiene para la antigüedad aquella figura, que sabe el enigma del pie, o sea, el planteado por
es vencido por el genio griego, rebelión en la que la esfinge en una clara referencia a las funciones
Edipo ocupa un lugar fundamental: “El triunfo del motrices del hombre. Por su parte, el sustantivo poús
genio helénico reconoce por base la rebelión contra también haría referencia a las marcas que de niño
aquel mundo obscuro, fastuoso y sepulcral. Optimista contrajo en su exposición en el monte Citerón (esta
y sereno, aun en su lucha contra el destino, el espíritu es la etimología que sugiere el mismo Sófocles en el
juvenil de la Hélade disipa las sombras del pasado. verso 1036: “Como que a esa fortuna se debe el
Edipo es uno de los héroes de esta aurora intelectual nombre tuyo”). Sea como fuere, el sentido contenido
y estética de la humanidad”. Longhi, L. (1926), Edipo en el nombre del héroe es más que significativo:
Rey de Sófocles, La Plata, pp. 34-37. refiere, entre otras cosas, a una virtud a la que Edipo
61. El coro solicita a Edipo en los siguientes térmi- no deja de referirse, y en la cual, tal como dijimos,
nos: “Ahora no venimos a postrarnos, los muchachos pretende fundar su modo de proceder. Significa-
y yo, / porque juzguemos que eres un igual a los tivamente, en los versos fundamentales en los que
dioses (theoîsi isoýmenón), / sino el primero entre los Edipo afirma su saber (gnóme) contra el saber reli-
hombre en las cargas de la vida (andrôn dè prôton én gioso de Tiresias, sostiene: “Edipo, uno que no sabía
te symphoraîs bíou) / y en el trato con las divinidades, nada” (ho medèn eidós Oidípous, 397). Respecto de
/ porque al llegar tú a la ciudad de Cadmo, / deshicis- la carga semántica del nombre Oidípous, Cfr. Vernant

179
J-P. y Vidal-Naquet J., Mito y Tragedia en la Grecia Notas
antigua I. Op. Cit. p. 115. 3.5. Mousiké y mundo espectacular
64. Tal distanciamiento ya se encuentra atestiguado, en la polis clásica
sin embargo, en los célebres versos 31-32 del canto por Edgardo Blumberg
I de la Odisea: “Es de ver cómo inculpan los hombres 72. Unos 15 tratados han llegado en buen estado,
sin tregua a los dioses achacándonos todos sus ma- desde Filolao y Arquitas –siglo V y IV a. C.– hasta
les. Y son ellos mismos los que tren por sus propias Arístides Quintiliano y Alipio, el último tratadista en
locuras su exceso de penas”. Homero (1997), Odi- lengua griega, siglo IV d. C., siglo en el que toman
sea, Planeta-De Agostini de la Biblioteca Clásica relevo los autores latinos, Boecio con su De
Gredos (1993), Barcelona. Trad. José Manuel Pabón. Institutione Musica, San Agustín, con su De Musica.
65. Para un análisis del Edipo Rey en relación con el La mayoría está dedicada a la “armonía” (organiza-
“chivo expiatorio” (pharmakoí) y con el ritual de puri- ción en sistemas de las alturas) y, en menor medida,
ficación (phrmakós), Vernant J-P y Vidal-Naquet P. al ritmo.
(1987:103-33). 73. Las grabaciones disponibles en CD son: Musique
66. “(…) pues rastreando yo solo / no iría muy lejos sin de la Grèce Antique, Atrium Musicae de Madrid, dir.
tener indicios (sýmbolon).” (ER: 220-221) Gregorio Paniagua, Alemania, Harmonia Mundi, 1979
67. Para la relación entre la reconstrucción de los (22 ejemplos); Music of the Ancient Greeks, ensem-
acontecimientos pasados y su teatralización Cfr. ble De Organographia, Pandourion, USA, 1995 (24
Segal, C. (1995:138-160). ejemplos).
68. Así lo consigna Castro Nogueira: “La solución 74. Barker (Greek Musical Writings) comenta que es-
del enigma es, ahora, como antes, el nuevo comienzo tos himnos no son del autor de la Ilíada y la Odisea,
del tiempo representado por el poder de Edipo y de y se les pueden asignar diferentes fechas: en el caso
su Hybris. Tal es el poder del vuelo de la inteligencia del Himno a Hermes, comienzos del siglo VI, para el
humana: ordenar el tiempo y volverlo a poner en movi- Himno a Apolo podría corresponder al siglo VIII. Para
miento”. Castro Nogueira, op. cit.:356-357. la traducción empleada del himno, ver: Comotti, Lec-
69. Siguiendo la distinción establecida por E. Curtius turas, 1 (1986).
entre kairós y chrónos, Modesto Berciano señala res- 75. Lira es el término que designa un tipo genérico
pecto del último: “(…) designa el marco externo, den- de instrumento de cuerdas pulsadas con los dedos
tro del cual tiene lugar la acción humana”. Berciano, o un plectro - púa. El phorminx (forminge), la kithara
M. (2001:117). (cítara, empleado en las ejecuciones públicas y en
70. Para las problemáticas en torno a la noción de los agones) o el barbitos son variantes de la lira. El
psyché, Cfr. Jaeger, W (1952): La teología de los otro es un instrumento “de viento”, el aulos, despre-
primeros filósofos griegos, FCE, México, pp. 77-92. ciado por Atenea pero asociado a los ritos
71. Véase también las palabras de Creonte en 613- dionisíacos y, por lo tanto, al ditirambo y la tragedia.
615. Asimismo, Edipo en Colono 1454-1455 y Áyax En la mayoría de las traducciones al castellano aulos
646-649. es malinterpretado por flauta.

180
76. Una enorme cantidad de representaciones es éste? ¿Qué es este canto que inspira pasiones
iconográficas, especialmente en ánforas y cráteras, irresistibles? ¿Cuál es la vía para obtenerlo? Con éste,
muestra este tipo de lira “con forma de caparazón de ciertamente es posible alcanzar las tres cosas juntas:
tortuga”, empleada fundamentalmente en las prácticas la alegría, el amor y el dulce sueño”, vv. 447-49). Otro
musicales realizadas en ámbitos privados y, muy espe- ejemplo notable se encuentra en las primeras 12 lí-
cialmente, en la enseñanza a los jóvenes ciudadanos. neas de la Pítica I de Píndaro, exactamente la sección
77. Una práctica musical que con el tiempo alcanzará formal conocida como “preludio”.
un estatus profesional y será la pieza vocal solista de 81. “Si alguno, luego de largo estudio, la prueba con
concierto por excelencia en los agones, siendo su arte y doctrina, cantando ella enseña todo lo que es
género más representativo el nomos citaródico. grato a la mente, tocada con mano ágil y con delicada
78. Un problema central del estudioso son las edi- experiencia; y huye del esfuerzo desgastante. Pero si
ciones críticas, cuando no se tiene acceso a fuentes alguien, inexperto, la ensaya desde el principio con
de primera mano. Los grados de confiabilidad de las mano tosca, entonces tartamudeará desafinada,
traducciones son variables, como se puede ver en el malogradamente”, vv. 482-484.
ejemplo siguiente (vv.423-26): “Tocando, pues, ama- 82. “¡Sean para mí mi cítara y el curvado arco! ¡Y
blemente la lira, el hijo de Maya cobró ánimo […]; y revelaré a los hombres la infalible determinación de
pronto, además de tocar melodiosamente, cantaba Zeus!”, Himno a Apolo, v.131.
un preludio –una agradable voz salía de su garganta– 83. “La mayoría de los estudiosos acuerda que esta
y celebraba a los inmortales dioses y la tierra obscura” obra no es de Plutarco, aunque no hay ninguna bue-
(Homero, 1927:548). na razón para asignarle una fecha muy diferente de él
“Luego, el hijo de Maia, tocando suavemente la lira (primer o segundo siglo d. C.). Es un ejemplo de lo
(lyriç kitharizõn), tomó coraje, y se puso a la izquierda que se había convertido en un género común y en
de Febo Apolo. Luego, al claro sonido de su ejecu- gran medida, fosilizado, una reseña de una “conver-
ción, cantó, al modo de un preludio, y la voz que le sación de mesa entre hombres cultos, reunidos para
seguía era agradable” (en Baker, 1989). comer, beber, y entretenerse” (Barker, 1989:205).
79. Sobre el mito del poder de la música, con fuerte 84. Obras cantadas que se acompañaban con la
presencia en el imaginario del mundo antiguo, ver cítara y el aulos, respectivamente.
Lewis Rowell (1985): Poder (5. El mito de la música); 85. La historia de la música desde finales del mundo
Joscelyn Godwin (2000): “Los maravillosos efectos antiguo, y especialmente durante toda la Edad Me-
de la música”. dia, es impensable sin la presencia de los himnos,
80. “[…] y fácilmente él aplacó por cierto como que- circunscritos a la liturgia cristiana, como lo demues-
ría, al hijo de la gloriosa Leto, el arquero, por cuanto tra ese enorme corpus que es la Himnodia bizantina,
estaba obstinado” vv. 416-18; “Sonrió Febo Apolo o su presencia en las diferentes horas de los diver-
serenándose: penetró en su ánimo la amable armonía sos Oficios en curso en el occidente cristiano, o su
de la voz divina, y un dulce deseo la prendió en el versión secular, los himnos patrióticos de finales del
corazón mientras escuchaba.” vv. 420-23; “¿Qué arte siglo XVIII y del XIX, que sirvieron de propaganda a

181
los procesos de revolución social. Para la celebra- de Clitemnestra; las Coéforas terminan con 12
ción de la muerte colectiva o individual en aconteci- anapestos pronunciados por el coro (el éxodo, vv.
mientos centrales del siglo XX, algunos composito- 1065 y ss.); en las Euménides son 12 las interlocutoras
res recurrieron al antiguo canto fúnebre griego, los en el interrogatorio a Orestes durante el juicio, vv.
trenos, de los cuales el más famoso quizás sea 585-609, precedidas y sucedidas por Atenea (vv. 582
Threnody for the Victims of Hiroshima (1960), para or- y ss.) y por Apolo (vv. 610 y ss.). Sin embargo, en las
questa de cuerdas, del compositor polaco Krysztof Suplicantes el coro habría sido una multitud; aparen-
Penderecki. temente habría estado compuesto por las 50
86. Safo, frag. 44, 24-34 (traducción al castellano de Danaides, más las 50 servidoras, más 50 primos
la traducción en Baker, 1989): egipcios, más la tropa de Pelasgo y, quizás, por un
“El dulce cantar del aulos y la kitharis se mezclaban, coro secundario que representaba a la guardia real.
y el sonido de los krotala, y las doncellas [¿clara- No hay que olvidar que en más de una tragedia, junto
mente?] cantaban una sencilla canción, y un sonido al coro y los protagonistas, hay personajes mudos,
maravilloso resonaba en el cielo […] y las mujeres, los que constituyen los propompoí (‘proponpas’), a
las que eran más viejas, giraban en la danza, y todos modo de coros secundarios, lo que en estos días se
los hombres con gritos agudos (orthios), invocaban suele denominar “extras”, “figurantes”, etcétera.
a Paon [es decir a Apolo Paion], el que tira lejos con 89. El koriphç, la “cabeza” del conjunto, que con
la certera lyra, y alaban a los casi divinos Héctor y tanta frecuencia aparece en las tragedias.
Andrómaca”. 90. “Anima ahora a tus compañeros, Eneas, primero a
87. Para un informe más completo sobre este autor y cantar a Hera Virgínea, … Tú sí que eres mensajero
el análisis de su obra y otros aspectos relacionados a recto, escítala de las Musas de hermosa cabellera,
la tragedia, ver “Introducción general”, a cargo de dulce cratero de sonoros cantos”. Píndaro, “Olímpica
Manuel Fernández-Galiano, en Esquilo (2002:7-213). VI” (2000:91).
88. Siguiendo la inercia de “reducir lo del coro” que 91. Un ejemplo se encuentra al final de Los siete
los poetas-compositores de tragedias anteriores a contra Tebas, vv. 1066 y ss.; la didascalia final indica
Esquilo habían comenzado, éste trató de hacerlo, la salida de escena de ambos cortejos.
entre otros aspectos, con el número de los coreutas. 92. Compare esta traducción (Baker, frag.61,
Redujo el coro al simbólico número de 12 miembros. pp.59-60) con la de Emilio Suárez de la Torre (70b,
Esto se puede constatar en las tres tragedias de la pp.378-79).
Orestía: en Agamenón (vv. 1346-1369), el coro de 93. Los instrumentos son el tímpano (un tambor tipo
Ancianos –en alguna ediciones indicado como voces pandero) y los crótalos (un tipo de castañuela), los
individuales, Anciano I, II, III, …, hasta el XII; en otras cuales son frecuentemente mencionados en pasajes
sólo indicado como una voz solista, es decir, Cori- de obras que relatan o desarrollan situaciones de
feo– profiere 12 pares de trímetros ¿cantados, reci- este tipo, en especial en algunas de las tragedias de
tados? entre la última frase de Agamenón y la salida Eurípides.

182
94. Una breve y precisa historia del dithyrambos la dramas musicales, inaugurado “provisoriamente” en
ofrece Maurice J. E. Brown en el artículo “Ditirambo”, 1876, recuperó la concepción griega respecto del
en The New Grove, 1980. espacio destinado al espectador, volvió a las gradas
95. “Dueño son yo de cantar […]”: así empieza la escalonadas en forma semicircular, eliminando la su-
primera oda de Agamenón (vv.103-255). Esta cons- perposición de palcos y galerías, idea que responde
truida con una tríada (estrofa, antistrofa y épodo) y 5 a su visión de tipo socialista de la sociedad de la que
pares de estrofa-antístrofa. La estructura de la tríada salen sus “fieles” espectadores.
está unificada por lo que hoy se denomina un estribi- 97. Para sus comentarios sobre los tres grandes
llo: el verso final de cada una de sus tres partes es el trágicos ver de Aristófanes, Ranas (vv.1301-3; tam-
mismo, “Entona un canto de duelo, un canto de due- bién 849, 944, 1281-2). Para una referencia crítica a la
lo; pero que el bien consiga triunfar”. El mecanismo “revolución” aludida, ver Comotti (1986:76-77).
que en la mayoría de las veces se emplea en una 98. Los miembros de esta Academia, a partir de los
estructura recurrente como la de un estribillo es: a resultados de su investigación sobre los no pocos
igual texto, igual música, igual coreografía. Peque- documentos de música griega antigua que se cono-
ñas variaciones en el énfasis al cantarlo, en el acom- cían a fines del siglo XVI, propusieron el proyecto de
pañamiento instrumental, habrán marcado cada re- una opera en musica, es decir, una obra de teatro
petición, el épodo es más “visible” pues el coro rea- cantada desde el comienzo hasta el final, en la que
liza sus gestos en un espacio más restringido. alternaban coros, danzas, recitativos y arias estróficas.
96. Este diseño también se convirtió en un modelo La primera ópera de la historia de la música conser-
para el mundo occidental, que hoy día se denomina vada, Euridice, representada en Florencia en 1600,
anfiteatro. A su vez, el diseño del teatro italiano del es el producto de esta investigación y el comienzo
siglo XVII, en parte, es una conversión del modelo de la historia de un género que aún hoy día goza de
griego. El espacio circular denominado orchçstra se buena salud.
convirtió en el patio de platea, y el proscenio quedó 99. En las Euménides, las Erinis danzan en torno a
como la parte más adelantada del escenario, que no Orestes después de proferir el siguiente verso: “¡Ahora
es otra cosa que el espacio de la orchçstra adosada vas a escuchar la canción, a cuyo compás voy a atarte!
detrás de éste. La mayor diferencia en el diseño entre (vv.306-07), luego de la cual cantan y seguramente
un teatro griego y uno italiano es el espacio destina- danzan la oda coral (vv. 309-396), que comienza con
do a los espectadores, el théatron, que en el griego el verso: “Estrechemos el coro, puesto que ya hemos
son la gradas escalonadas generalmente talladas en decidido manifestar nuestra musa terrible y cantar cómo
la piedra de la montaña, con un diseño semicircular nuestro grupo distribuye el destino que corresponde
rodeando la orchçstra; en el italiano, ésta se ha con- a cada ser humano”. En un salto de casi 2.000 años,
vertido en el patio de platea y está rodeada por la danza de las Furias de Orfée et Eurydice de Gluck
pisos superpuestos de palcos y galerías. Richard (la versión francesa de 1774 de la ópera seria original
Wagner, cuando diseñó el teatro exclusivo para sus en italiano de 1762) es una actualización y transposi-

183
ción de la función de la danza en una obra dramática, siglo XVIII como hoy en día, se había dividido según
en el marco de la tradición clásica de la poesía, el las disciplinas involucradas mucho tiempo atrás.
teatro y las danzas francesas, que, a su vez, resignifi- 100. Los actores, especialmente el protagonista y
caron las premisas clásicas líricas y dramáticas deuteragonista, debían ser buenos cantantes, pues
grecorromanas, especialmente durante el siglo XVII, en más de una ocasión cantaban “antifonalmente”
adecuándolas, en el mundo espectacular, a un tipo con el coro. Según una clasificación musical muy
de espectáculo “clásico” y cortesano a la vez. A consensuada hoy en día, la oposición solista-coro
diferencia de Esquilo, Gluck sólo compuso la músi- se denomina “canto responsorial”, mientras que “can-
ca; el texto, y la coreografía estuvieron a cargo de un to antifonal” designa la oposición o alternancia de
libretista y un coreógrafo. La tarea de construir una dos o más coros entre sí.
obra para el teatro cantado y danzado, tanto en el

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192
Índice

5 Palabras preliminares, por María Leonor Milia y Claudio Lizárraga


8 Palabras preliminares, por Roberto Matías Vicentín
13 Cátedra “Sociedades Mediterráneas”: fragmento de un informe

15 I. La Historia de Grecia
16 1. La ampliación del horizonte del conocimiento histórico en el área egea
17 2. La civilización cretense o minoica
19 3. La civilización micénica
23 4. Los Estados prístinos
27 Notas

29 II. Los poemas homéricos y la sociedad aristocrática


34 Notas

35 III. La polis: algunos lineamientos para el abordaje


37 1. Algunos problemas en torno al surgimiento de la polis
42 Notas

43 IV. La polis arcaica


43 1. Aspectos generales
46 2. El caso específico de Esparta: ilotismo y estado hoplítico
58 Notas

59 V. El caso específico de Atenas


59 1. La polis aristocrática a la democracia
63 2. Las Guerras Médicas y el mundo griego
66 3. La democracia radical
69 4. Categorías legales y relaciones sociales
72 5. El género en la polis
74 6. El Imperio Ateniense: de la Pentecotecia a la guerra del Peloponeso
82 7. La crisis de la polis
90 8. La sociedad helenística y su abordaje
97 Notas

193
103 VI. El universo simbólico de la polis democrática
110 1. Teatro y sociedad en la polis clásica
111 2. Polis y Teatro
119 3. Otras miradas sobre el fenómeno teatral
120 3.1. El teatro griego, por Silvia Calosso
134 3.2. Las Tesmoforias: ritual y comedia, por Andrea Raina
139 3.3. Comedia en democracia, por Eduardo Matías Fisher
147 3.4. El drama del tiempo en el Edipo Rey de Sófocles, por Roberto Matías Vicentín
159 3.5. Mousiké y mundo espectacular en la polis clásica, por Eduardo Blumberg
173 Notas

185 Bibliografía del Tomo 2

194
195
Se diagramó y se compuso en ediciones UNL
y se terminó de imprimir en Gea Impresiones, Iturraspe 3481.
Santa Fe, Argentina, junio de 2008.

196

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