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José Amícola
1. Passions bizarres1
2. El divino Marqués
4 Sade también procede a afirmar que en la más tierna infancia se forman algunas de
las fijaciones sexuales que van a ser definitorias para las inclinaciones sexuales de la
época adulta, como si estuviera ya haciendo el análisis del fetichismo o cualquier otra
perversión freudiana (Sade, 1797: 356).
5 Utilizaremos el adjetivo “sadiano” (como sadien en francés) para indicar lo que
tiene que ver con los escritos de Sade, de modo tal de conservar el adjetivo “sádico”
para la referencia a las prácticas particulares de sometimiento sexual con que los
personajes en las obras sadianas humillan a sus compañeros sexuales.
6 No hay tal vez mejor ejemplo del uso de la ironía que el lugar común, inserto en
medio del relato de las mayores depravaciones que encontramos en Justine: “il faut
en peu de vertu dans le monde” (hace falta un poco de virtud en este mundo) (Sade,
1797: 29).
7 Es llamativo que en los relatos que tienen como centro las mazmorras, conventos
y castillos inexpugnables en los que los villanos sadianos encierran a cientos de
muchachas, jamás se hable de la menstruación femenina. Este hecho ni siquiera está
mencionado para servirse de él como momento para la tortura de la mujer o para su
escarnio. Esta falta de conocimiento del mundo femenino por parte de Sade era un
hecho compartido por muchos escritores del siglo XVIII; así no es de extrañar que
Sade crea que la mujer expele semen en su orgasmo. Tomamos estos dos ejemplos
como registros de la poca atención a la cuestión de una comprobación realista
por parte de Sade. Para la historia de la ignorancia científica sobre los genitales y
sexualidad femenina, véase el libro de Thomas Laqueur (1990) registrado en la
bibliografía.
Estamos aquí ante una maquinaria sexual que sorprende por sus
niveles de creatividad. Parecería como si los lectores fueran voyeurs
que se entrometieran en la intimidad de un cuarto privado. Sin em-
bargo, en este pasaje no encontramos todavía las prácticas que han
hecho famoso a su autor. Lo que me parece que este párrafo habilita
a pensar es que el Marqués supo conjugar dos esferas haciendo de lo
sexual algo político. Por ello, lo que, a mi juicio, llama la atención en
esta cita son los visos de anarquismo avant-la-lettre que presenta el
8 Para un tratamiento conciso sobre qué debe entender por “queer”, véase Jagose,
1996.
10 Para una comparación entre las obras de Sade y de Laclos, puede verse Delmas,
1964: 47, ss.
11 Adorno se refiere específicamente al masoquismo en las óperas de Wagner,
estableciendo que es un masoquismo que se trasciende a sí mismo, porque encuentra
su felicidad en la muerte (Adorno: 143).
5. El Caballero austríaco
Sigue siendo un enigma, por qué Freud, siempre tan atraído por la
literatura, no fue directamente a las fuentes y perdió la oportunidad
de leer las obras de Sacher-Masoch (Lohmüller, 2006: 27), en lugar
de confiarse en las clasificaciones higienistas de investigadores que
venían de otras ramas del saber como Krafft-Ebing y Havellock Ellis.
Si Freud hubiera dado ese paso capital y leído la obra de Sacher-Ma-
soch, tal vez habría llegado a la conclusión a la que arribaría más tar-
de Deleuze, al afirmar que en el masoquismo hay una rebelión contra
7. La estética decadente
Pero hay algo más: por medio del contrato que le hace firmar a la
Dominatrix el masoquista conjura el peligro del padre, tratando de
adecuar el orden de lo real al de lo simbólico. El Padre es “el siempre
ausente” en estos textos, porque no se trata aquí de la ley paterna. En
este acto racional del contrato, el masoquista se refugia en el mito que
llena sus expectativas de escenificación de la cesión del poder mascu-
lino; lo que no debe confundirse con una verdadera cesión del Poder.
De todos modos, en esos textos no deja de existir un miedo visce-
ral ante la naturaleza femenina propio de la época del decadentismo
que coincide con los embates más consistentes del feminismo de la
primera ola (con la lucha por la educación de las mujeres y por el de-
recho al voto). La suavización o postergación de ese miedo se resuel-
ve, quizás, mediante una exageración de las categorías estéticas más
exacerbadas, que parecen velar u opacar otras dimensiones más im-
portantes. No es casual que en la novela más conocida de Sacher-Ma-
soch la dupla Dominatrix-esclavo realice un viaje a Italia (país que
desde la época de Winckelmann y Goethe y, luego, hasta bien entrado
el siglo XX, aparece en la cultura de lengua alemana como el impe-
rativo para la adquisición de una sensibilidad estética dentro de las
clases ilustradas). La inspiración para una teatralidad de los impulsos
sexuales será a partir de entonces obtenida de los objetos artísticos,
como las pinturas clásicas y los mármoles antiguos. El protagonista se
declarará así un “hipersensitivo”; es decir, sumamente adicto al goce
artístico (que parece una transposición del goce sexual). De hecho,
ese hipersensitivo no duda en hacerse azotar en escenas que ha mon-
13 Para un tratamiento de qué debe entenderse por una estética camp, véase Amícola:
2000.
8. Queerness (“torcimiento”)
14 Es sabido que los victorianos prefirieron lo morboso y lo sugerido, antes que lo
ampliamente mostrado.
–Hier ist die Peitsche –sie reichte sie dem Griechen, der
sich mich rasch näherte.
Bibliografía