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Anabaptistas perseguidos por los Protestantes y los

Católicos
Entre las granjas de producción lechera de Goes, en la isla holandesa de
Zuid Beveland, Joost Joosten creció cantando. Sobresalió en latín en la
escuela, pero su corazón estaba en el canto, y sus padres hallaron para
él un lugar en la Iglesia de la aldea.

La gente notaba cuando él, un joven rubio de voz clara, cantaba, y les
gustaba mucho. En 1556, el rey Felipe II de España visitó Holanda. Le
dieron una misa alta en Middelburgo y llamaron al coro de Goes para
que cantara allí. Joost ya tenía catorce años. El rey lo vio y lo oyó.
Después de la misa, dijo: “Tráiganme a ese muchacho. ¡Él tiene que
volver conmigo a España!”

Pero Joost no quería ir a España a vivir en la corte real más rica de toda
Europa. Él quería algo mucho mejor. Se escondió por seis semanas,
hasta que se rindieron de buscarlo, y el rey regresó a su hogar. Luego,
al salir de la escuela, hizo manifiesto su deseo de seguir a Cristo. Un
mensajero anabaptista lo bautizó en una reunión secreta, y los oficiales
del rey empezaron a buscarlo otra vez. Atraparon a Joost en 1560 y lo
encarcelaron. Cuatro interrogadores del Santo Oficio de la Inquisición
vinieron a interrogarlo. En cinco hojas de papel, Joost escribió para
ellos lo que él creía. También escribió cantos y cantó en la cárcel.

Los inquisidores pusieron a Joost en el potro y lo estiraron. Encajaron


varas de acero candentes sobre sus rodillas, y las empujaron hasta que
le salieron por los tobillos. Pero su corazón no pudo ser movido. La
corte lo declaró culpable y lo sentenció a muerte. Hicieron una pequeña
casa de paja en la plaza del pueblo. La gente vino en lanchas, a caballo,
y a pie, para observar. Se alinearon en las calles a los lados de la plaza,
rodeados de soldados que los mantenían a un margen considerable… y
esperaron. Los soldados trajeron a Joost en cadenas. La gente nunca
entes lo había visto tan delgado ni tan pálido. De pronto, ¿qué era eso?
¡Él estaba cantando!

Joost Joosten estaba cantando otra vez… la misma voz de antes… ahora
una voz de varón… y algunos reconocieron el canto que entonaba. Era
uno que había escrito de recién convertido: “¡Oh, Cristo, Señor, en mi
mente siempre te veo parado junto a mí!” Luego lo pusieron dentro de
la casa de paja. Siguió cantando mientras que las llamas bramaban y
subían al cielo. Era el lunes antes de navidad en 1560, y Joost Joosten
tenía dieciocho años.

Testificar

“Hans Koch y Leonardo Mesiter testificaron en Augsburgo, Año


1524… un anciano y un joven testificaron en Ámsterdam… Tomás el
impresor testificó en Köln am Rhein, Año 1557…” Testificando… ¿De
qué? ¿A quién?

A primera vista estos títulos o primeras líneas de cantos del Ausbund


traen a la memoria que los anabaptistas testificaron en la corte, o que
estaban dispuestos a hablar con otros acerca de lo que creían. Pero
mirando más de cerca se vuelve bastante claro que “testificar” en el
siglo dieciséis involucraba mucho más de lo que usualmente involucra
hoy.

La iglesia menonita en la que yo fui bautizado “testificaba” una vez al


mes. Mi primer turno llegó en una cálida tarde en julio en 1977. Viajé
a London, Ontario, con un grupo de hermanos en el Monte Carlo de mi
amigo. Al entrar a Highbury Avenue y acercarnos a la intersección de
las calles Richmond y Dundas en el corazón de la ciudad, una suave
música evangélica de los de la retaguardia, calmó mis temores y mi
agitación. Era viernes. Repartimos nuestros folletos rápidamente entre
la multitud de peatones. Algunos hicieron gestos o comentarios con
desdeño. Algunos hicieron preguntas. La mayoría de la gente tomó
nuestro folleto Sólo Para Ti con mucho respeto. Un catedrático judío
nos hizo buenas preguntas. Su esposa era una menonita de Manitoba.
Luego, cuan- do se hubo acabado nuestra literatura, compartimos
nuestras impresiones en el largo camino de vuelta a casa.

Para nosotros, esto era “testificar.” Los anabaptistas lo hacían de otra


manera. Una narración de un testigo ocular de los 1500s lee así:

Los nueve hombres se arrodillaron sobre el prado verde. La sangre


fluyó sobre la espada. Tres mujeres fueron ahogadas. Una rió mientras
que la ponían en el agua. Luego los enterramos a todos en una tumba
profunda… Hubo mucho llanto. Mucha gente clamó a Dios, que les
diera descanso a las almas que se fueron. Pero otros se burlaban,
diciendo que eran la horda del diablo y que servían al anticristo… Esto
fue en la mañana del viernes. Mucha gente importante había venido a
caballo. Vinieron con ligereza, pero nosotros nos fuimos a casa con
lágrimas en los ojos. No puedo describir todo lo que vi. 1

Menno Simons escribió: Si Sócrates pudo morir por sus creencias, si


Marcus Curtius y Gaius Mutius Scevola pudieron morir por la ciudad
de Roma y por el bien del estado, si los judíos y los turcos enfrentan
con valentía la muerte por las leyes de su patria, ¿Por qué no debería yo
ofrecer mi alma por la sabiduría celestial? ¿Por los hermanos? ¿Por lo
que Cristo ha establecido?2

“Testificar” para los anabaptistas significaba dar la vida por lo que uno
cree.3

Cristo, el testigo fiel

Siguiendo a Cristo, el Verdadero Testigo Fiel y el Amén (Apocalipsis


1:5, 3:14), los anabaptistas llegaron a ser testigos con Él. Adhiriéndose
al testimonio de Jesús (Apocalipsis 12:17, 19:10), los anabaptistas
vencieron el temor a la muerte. Su mayor honor llegó a ser el privilegio
de testificar por Cristo a costa de sus vidas (Apocalipsis 20:4).

Menno Simons escribió: La pesada cruz de Cristo es la marca de la


verdadera iglesia, cruz que es llevada por causa de su Palabra. Cristo
dijo a sus discípulos: “Seréis aborrecidos de todas las gentes por causa
de mi Nombre.” Pablo dijo: “Todos los que quieran vivir piadosamente
en Cristo Jesús padecerán persecución…” La cruz fue la marca de la
primera iglesia. Ahora lo es también aquí en Holanda. 4

Todos los que quieran entrar por la puerta correcta, Cristo Jesús, tienen
que sacrificar todo lo que tienen. Tienen que tomar la cruz de la
pobreza, la angustia, el desdeño del mundo, la tristeza, y el dolor.
Tienen que seguir al Cristo rechazado, menospreciado, y sangriento…
hasta que a través de muchas tribulaciones entren al reino de Dios. 5

La predicación de los anabaptistas y la cruz

“El yugo de Cristo es fácil y su carga es ligera,” enseñaban los


anabaptistas, “pero su cruz es pesada.” La predicación que no incluye o
conlleva el cargar una cruz es bastante sospechosa. Menno

Simons escribió: No esperen que venga el tiempo cuando la Palabra


pueda ser predicada sin la cruz. ¡Oh, no! Es la palabra de la cruz, y
permanecerá así hasta el final. La Palabra tiene que ser predicada con
mucho sufrimiento y ser sellada con sangre… Si la Cabeza tuvo que
sufrir tortura y dolor, ¿Cómo podrán esperar paz sus miembros? Si al
Señor lo llamaron diablo, ¿Qué no harán a los de su casa? Cristo dijo:
“Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi Nombre.” 6

Conrado Grebel escribió: Los cristianos que creen como debe de ser,
son ovejas en medio de lobos: ovejas de matadero. Tienen que ser
bautizados en temor, dolor, aflicción, angustia, tristeza, persecución,
sufrimiento, y muerte.7

Gran parte del Ausbund sencillamente consiste de ánimo para los


cristianos llevando la cruz. Uno de los libros más significativos de
Menno Simons es La Cruz de los Santos, publicado en 1554.

Los anabaptistas Odiados sin causa

Atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no


desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no
destruidos; los anabaptistas llevaban en el cuerpo siempre por todas
partes la muerte de Jesús, para que su vida se manifestara en ellos. (2ª
Corintios 4:8-11). Menno Simons escribió: Con mi esposa e hijos he
soportado miseria y persecución ya por 18 años… Mientras que ellos
(los predicadores protestantes) reposan en camas con almohadas
suaves, nosotros nos escondemos en esquinas apartadas y remotas.
Mientras que ellos oyen música en banquetes y bodas, nosotros oímos
a los perros ladrando, advirtiéndonos de un arresto inminente. Mientras
que a ellos se les saluda como Doctor, Señor, y Maestro, nosotros somos
llamados anabaptistas, predicadores nocturnos, engañadores, y herejes.
La gente nos saluda en nombre del diablo. Mientras que ellos son
recompensados por sus servicios con buenos ingresos, nosotros
recibimos como pago sólo fuego, espada, y muerte.8

Leonardo Schiemer escribió: Estamos dispersos como ovejas sin pastor.


Hemos dejado nuestras casas y tierras y hemos llegado a ser como
lechuzas o pájaros nocturnos en parajes muy distantes. Andamos
furtivamente en los bosques. Los hombres nos localizan con sus perros,
luego nos llevan de vuelta al pueblo como corderos. Allí hacen un
espectáculo de nosotros y dicen que seremos la causa si se levanta una
insurrección. Somos contados como ovejas de matadero. Nos llaman
herejes y engañadores.9
Cristóbal Bauman, un anabaptista suizo, escribió: ¿A dónde iré? Soy
tan ignorante (Ich bin so dumm). Sólo a Dios puedo ir, porque sólo Dios
puede ser mi Ayudador. Confío en Ti, mi Dios, en toda mi angustia. Tú
no me abandonarás. Estarás conmigo, incluso hasta la muerte. Me he
entregado y encomendado a tu Palabra. Es por eso que he perdido el
favor de toda la gente en todo lugar. Pero por perder el favor del mundo,
he obtenido el Tuyo. Por lo tanto digo al mundo: ¡Fuera contigo!
Seguiré a Cristo.

Ya fue suficiente, mundo, el largo tiempo que anduve flotando en ti, oh,
mar traicionero. Me engañaste por mucho tiempo. Me retuviste.
Mientras era esclavo del pecado y le hacía daño a Dios, me amabas y
me honrabas. Pero ahora me odias. He llegado a ser un espectáculo para
el mundo. Todos en todo lugar gritan: “¡Hereje!” porque amo la Palabra
de Dios. Pero no tengo mayor tesoro que la Palabra de Dios, así que no
me dejaré ser arrastrado y alejado de ella, de mi Dios y Señor. Seguiré
siendo “obstinado.” No tengo lugar que me quede aquí en la tierra.
Adonde vaya, tengo que ser castigado. La pobreza es mi fortuna. La
cruz y el sufrimiento son mi gozo. Las cadenas y el encarcelamiento
han llegado a ser mi vestidura. ¡Tal es la heráldica+ de mi Rey!

Ni entre los animales del bosque hallo descanso. La gente me persigue


allí también, o me expulsa. No puedo entrar en ninguna casa. La gente
no me lo permite, o me echa fuera. Debo ocultarme, escabullirme,
gatear, como un ratón. Todos mis amigos me han abandonado. Todas
las calles están cerradas para mí. Le gente está determinada a
capturarme tan pronto como me encuentre. Sufro en sus manos. Me
golpean y me dan palizas. Me odian sin causa. La gente me da de mala
gana las migajas de su mesa. No me permiten beber agua de sus pozos,
y no quieren que disfrute ni la luz del sol. No tengo paz entre ellos. No
me dejan pasar de su puerta. Se avergüenzan de mí porque he decidido
seguir a Cristo.

Soy vendido en manos de mis enemigos y traicionado por todos


aquellos a los que les he hecho bien. Los he servido con gozo día y
noche. Pero ahora me llevan como cordero al matadero. Yo busqué su
salvación, pero ellos rechazaron mis esfuerzos. Me maldicen y me
echan por ello. Me echan al dolor… fuera de sus casas, campos, y
bosques. A donde llego, me expulsan. Me tratan brutalmente. Me cazan
como a un venado. Me ponen trampas y me buscan, listos para
golpearme en la cabeza, atarme, y apuñalarme. Me veo obligado
entonces a abandonar mi casa y abrigo, y salir a la lluvia y al viento.

Incluso los que quieren parecer cristianos me condenan. Por causa del
Nombre de Dios me han expulsado de su iglesia. Las masas hipócritas
me llaman loco. Dicen que pertenezco al diablo y que no tengo a Dios.
Dicen y hacen esto por sus caminos malos. Y porque yo evito el camino
del pecado, la gente grita en pos de mí: “¡Hereje, salte de aquí!” Me
echan en cara mis pecados pasados y me dicen: “¡Que el verdugo
dispute con él!” Me han puesto en el potro para torturarme. Quieren
despedazar mi cuerpo. Dios, ¿no verás en tu bondad lo que la gente está
haciendo? Me encomiendo a Ti y me abandono en tus manos.10 La cruz
era pesada, pero los anabaptistas la sufrieron para obtener el gozo eterno
que estaba puesto delante de ellos.

Leonardo Schiemer terminó su descripción de la tribulación anabaptista


con estas palabras:

Oh, Señor, ninguna tribulación es tan grande que pueda alejarnos de


Ti… Gloria, triunfo y honor son tuyos desde ahora y hasta la eternidad.
Tu justicia siempre es bendecida por la gente que se reúne en tu nombre.
¡Vendrás otra vez a juzgar la Tierra!11

La narración de Cristóbal Bauman termina de manera similar con


palabras de misericordia y esperanza: Dios, oro a Ti del fondo de mi
corazón, que perdones los pecados de todos los que me afligen. Y que
sí conserves a tus hijos a salvo, dondequiera que se hallen dentro de este
valle de dolores: evitados o desechados, torturados, encarcelados, y
sufriendo gran tribulación. Padre Preciosísimo a mi corazón, guíanos a
la Tierra Prometida. Sácanos de este dolor y martirio, angustia y
cadenas, a tu santa comunidad. Allí únicamente Tú serás exaltado por
los hi- jos a los que Tú amas: ¡los que viven en obediencia a Ti!
Amén.12

¿Qué acerca de los hijos?

Todo padre que se unía al movimiento anabaptista sabía lo que su


decisión causaría que viniera sobre su familia: pobreza, sufrimiento, y
muy probablemente la huida. Los padres sabían en el momento de su
bautismo que su hallar paz con Dios les podría costar dejar a su cónyuge
en estado de viudez, y a sus hijos como huérfanos. Y junto con el gozo
de ver a sus hijos e hijas ser bautizados, venía el terror de verlos
quemados en la estaca.

Menno Simons escribió: Los padres creyentes piensan de esta manera


acerca de sus hijos: cien veces prefieren verlos en una oscura mazmorra
por causa de Cristo, que sentados con sacerdotes engañadores en una
iglesia idólatra, o en la compañía de perezosos borrachos en una
taberna. Cien veces antes prefieren verlos atados y arrastrados ante la
corte, que verlos casarse con una persona rica que no teme a Dios,
festejando con bailes, cantos, juego, pompa, esplendor, e instrumentos
musicales. Cien veces antes prefieren ver a sus hijos destazados de pies
a cabeza por causa del Señor, que verlos vestidos de seda, joyas, o ropa
confeccionada y arreglada de manera costosa. Sí, cien veces antes
prefieren verlos exiliados, quemándose en la estaca, siendo ahogados,
o siendo hechos pedazos en el potro por causa de la justicia, que verlos
vivir lejos de Dios, que ver que lleguen a ser emperadores o reyes, sólo
para terminar en el infierno.13

La llama de Dios

Martín Lutero y sus colegas se reunieron en Spiro en 1529. Se reunieron


para definir las libertades evangélicas de los nuevos estados
protestantes de Alemania, y para establecer a la iglesia protestante en
“paz, libertad, y bendición de Dios.” En esa reunión, también firmaron
esta resolución: “Todo anabaptista, varón o mujer, debe ser matado con
fuego, espada, o de alguna otra manera.” Pero Martín Lutero y sus
colegas no pudieron llevar a cabo sus planes. Ni tampoco lo pudieron
hacer los católicos romanos, ni Ulrico Zwinglio, ni Juan Calvino. La
flama del movimiento anabaptista, en vez de vacilar o de extinguirse,
creció más.

Gaspar Braitmichel escribió: Las autoridades querían extinguir la luz


de la verdad, pero más y más personas se convertían. Atraparon a
hombres, mujeres, jóvenes y señoritas: a todo el que se rendía a la fe y
se apartaba de los asuntos impíos de la sociedad. En algunos lugares las
prisiones se llenaron. Los perseguidores querían aterrorizar. Pero los
hermanos cantaban en la prisión en cadenas de tal forma que más bien
los carceleros temían. Las autoridades de pronto ya no sabían qué hacer.

El Kurfust arrestó, conforme al mandato del emperador, a cerca de 450


creyentes. Su subordinado, el señor Diedrich von Shonberg, decapitó,
ahogó, y mató de otras maneras a muchos anabaptistas en Alzey. Sus
hombres buscaron anabaptistas, los traían de sus casas, y los llevaban
como ovejas al matadero en la plaza de la ciudad. De esos creyentes,
ninguno se retractó. Todos fueron con gozo a la muerte. Mientras que
algunos estaban siendo ahogados y decapitados, el resto cantaba
esperando su turno. Se pararon fuertes en la verdad que profesaban y
seguros en la fe que habían recibido de Dios. Unos pocos de ellos a
quienes no quisieron matar inmediatamente, fueron torturados: les
cortaron los dedos, les quemaron cruces en la frente, y les hicieron otras
maldades. Pero el señor von Schonberg finalmente preguntó con
desesperación: “¿Qué más hago? ¡Entre más sentencio a muerte, más
se multiplican!”14

Entre más rugían los vientos fuertes de la persecución, más se alzaban


las llamas del avivamiento anabaptista. Las cortes alemanas pronto
descubrieron que el testimonio gozoso de los anabaptistas agitaba,
movía, despertaba e incitaba a las masas. Esto hizo que los
amordazaran, y en algunos casos les atornillaran la lengua al paladar, o
que en otros casos llamaran al ejército para que con sus tambores y
ruido militar impidieran que la gente oyera lo que los anabaptistas
tenían que decir. Pero el testimonio anabaptista no podía ser extinguido.
Incluso con la lengua cortada, manos atadas, y con una bolsa de pólvora
en su mandíbula, todavía podían alzar un dedo y sonreír en señal de
victoria.

Las compañías de soldados armados autorizados para matar


anabaptistas por sorpresa rondaban en toda Alemania. Primero, había
cuatrocientos soldados, pero pronto el número tuvo que ser
incrementado a mil soldados.

Las crónicas de los hermanos de Moravia, al final de un reporte de 2,173


hermanos asesinados por lo que creían, dicen:

Nadie podía arrancar de su corazón lo que había experimentado… El


fuego de Dios ardía dentro de ellos. Antes morirían la muerte más
violenta, de hecho hubieran muerto diez veces, antes que abandonar la
verdad a la que se habían adherido y con la que se habían casado…
Habían bebido de la fuente del Agua de la Vida de Dios y sabían que
Dios nos ayuda a llevar la cruz y a vencer la amargura de la muerte.15

Impotentes contra la verdad


Los anabaptistas se consolaban unos a otros con la promesa de que los
hombres “nada pueden contra la verdad.” (2ª Corintios 13:8), y de que
ningún enemigo podía hacerles algo que Dios no permitiera.

Gaspar Braitmichel escribió: Dios dijo a través del profeta que el que
persigue a sus hijos lo golpea en el ojo. Dios permite que ellos hagan
planes, pero no les permite llevarlos todos a cabo. David cantó: “Se
levantarán los reyes de la tierra y los príncipes consultarán unidos
contra Jehová y contra su Ungido… El que mora en los cielos se reirá…
Los turbará con su ira.”

Dios deja que los que persiguen a sus hijos caven su propia tumba. Deja
que las piedras que echan contra sus hijos caigan sobre sus propias
cabezas. Dios trata con ellos de tal manera que sea bastante claro lo que
está ocurriendo, pues el vidrio no puede golpear la roca. Ni una pieza
de papel ni un pedazo de paja pueden soportar una llama de fuego.

Muchas veces Dios permite que los que persiguen a sus hijos lleven a
cabo sus planes por un buen tiempo, sólo para probar a los fieles. Los
fieles tienen que beber de la copa del sufrimiento hasta que esté vacía.
Pero al final, los que persiguieron a los hijos de Dios beberán su propia
sopa de lodo y morderán el vidrio roto que han preparado para otros.16

Cuando decapitaron a siete anabaptistas en Schwabischgmund,


Berthold Aichele, alcalde de la Liga de Swabia, era el encargado.
Berthold era un asesino cruel y despiadado que ordenó la masacre de
los creyentes en Mantelhof, Wurttemberg, cuando los aprehendió en
una reunión en año nuevo en 1531.

A mitad de los 1500s, Berthold se jactaba de haber matado a por lo


menos cuarenta mensajeros de la Palabra, y a otros mil doscientos
“anabaptistas herejes.” Pero Dios le habló a través de las vidas de sus
víctimas indefensas no resistentes. Vio sus rostros mientras morían y
oyó sus testimonios, incluyendo el del hijo del molinero.

Finalmente, después de la ejecución pública de Onofrus Greisinger17


en Brixen, Austria, ya no podía más. Convicto, constreñido y
convencido de manera poderosa, levantó sus manos al cielo y clamó a
Dios pidiéndole misericordia. En voz alta delante de todos los que se
habían reunido, prometió delante de Dios, jamás volver a poner una
mano sobre un anabaptista.
¡¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?!

Hans Faber, un fraile dominico de Heilbrom en Baden-Wurttemberg,


escribió:

¿Cómo puede ser que los anabaptistas van tan confiada y gozosamente
para sufrir el dolor de la muerte? Bailan y saltan en las llamas. Ven la
espada reluciente sin consternación, hablan y predican a los
espectadores con una gran sonrisa en sus rostros. Cantan salmos e
himnos hasta que su alma se va. Mueren con gozo, como si estuvieran
rodeados de una compañía de gozo, y permanecen fuertes, confiados,
firmes y fieles hasta el final, hasta la muerte. Persistiendo
desafiantemente en su intención, también retan al dolor y a la tortura.18

Luego Faber concluyó que el coraje y valor anabaptista sólo podía ser
el resultado de “un poderoso engaño del dragón del infierno.” Pero los
anabaptistas sabían lo que era verdad.

Las autoridades del sur de Alemania decapitaron a Gotthard de


Nonnemberg y a Pedro Kramer en el castillo de Windeck en 1558. Un
canto del Ausbund nos dice acerca de sus muertes: La gente estaba
sorprendida. Dijeron: “¿Qué es esto? Van con disposición a la muerte,
aunque fácilmente podrían ser liberados.” Gothard respondió: “No es
que morimos. La muerte sólo nos lleva al cielo, donde estaremos con
Dios y con todos sus hijos. Tenemos esto como nuestra esperanza
segura. Por lo tanto, ¡entramos por la puerta de la muerte con gozo!19

Testificando de su fe sin temor, los anabaptistas siguieron a Cristo…


http://www.laiglesiaprimitiva.com/anabaptistaspersecucion.html

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