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La verdadera historia de John/Joan

John Colapinto

Es fin de junio. Llego a un hogar en un barrio obrero del centro-oeste de los Estados Unidos. En el jardín
de adelante veo una bicicleta tirada ; hay un Toyota de segunda mano, modelo 89 estacionado contra el
cordón de la vereda. Dentro de la casa, en un rincón del living, sobre una cómoda de madera hecha a
mano, aparece el testimonio de una vida familiar normal: fotos de casamiento y retratos escolares,
figuras de porcelana y recuerdos de viajes realizados en familia. Hay una mesa de café antigua, un
sillón raído y un sofá en el que elige sentarse mi anfitrión, un joven de campera de jean y botas de
trabajo. Tiene 31 años, pero parece que fuera 10 años menor, en parte por su barba rala –unos
vestigios de pelo rubio que asoman en la mandíbula, y por cierta delicadeza en sus pómulos
prominentes y en su mentón alargado.

Fuera de eso, tiene toda la apariencia de lo que efectivamente es: un operario de fábrica, un hombre
con estudios secundarios cuyos mayores placeres son ir a pescar con su padre al río cercano los fines
de semana y comer un asado en el patio de atrás con su esposa y sus hijos.

Es un joven por lo general sencillo y afable, pero deja de sonreír cuando la conversación vira hacia su
niñez. Entonces su voz baritona, algo borrosa, adopta un matiz de pesadumbre y enojo, o el tono casi
suplicante de una persona desesperada por comunicar emociones que él lo sabe su interlocutor apenas
podrá comprender. No está claro ni siquiera cuánto comprende él de estas emociones: cuando describe
los hechos que ocurrieron antes de que cumpliera 15 años, tiende a obviar el pronombre yo de sus
frases, reemplazándolo por un vos más distante, casi como si estuviera hablando de otra persona, de
alguien totalmente diferente. Lo que, en cierto modo, es verdad.

"Fue como un lavado de cerebro", dice, mientras enciende un cigarrillo. "Daría cualquier cosa por que
me hicieran hipnosis para bloquear todo mi pasado. Porque es una tortura. Lo que te hicieron en el
cuerpo a veces es menos grave que lo que te hicieron en la mente, esa guerra psicológica en tu cabeza"

Se refiere al extraordinario tratamiento que recibió cuando tenía tan solo ocho meses, luego de sufrir la
pérdida completa de su pene debido a una circuncisión mal realizada. Siguiendo el consejo de los
expertos del conocido centro médico Johns Hopkins, de Baltimore, se le realizó una operación de
cambio de sexo; el proceso incluyó una castración clínica y otras cirugías a los genitales cuando era
bebé, seguido de un programa de acondicionamiento social, mental y hormonal que duró doce años con
el objetivo de que la transformación se produjera en su psiquis. El caso fue considerado un éxito sin
precedente y el paciente se convirtió en uno de los más famosos ( si bien anónimo) en los anales de la
medicina moderna.

Esta fama se debió no sólo al hecho de que su metamorfosis médica fuera el primer cambio de sexo
registrado en un niño que se estaba desarrollando de manera normal, sino también a una insólita
casualidad estadística que le dio al caso una trascendencia especial. Tenía un hermano gemelo, que
sirvió de control ideal para el experimento: un clon genético que, con el pene intacto, fue criado como
varón. El hecho de que todos los informes aseguraran que los gemelos vivían una infancia feliz, bien
adaptada, como niños de sexo opuesto, parecía una prueba irrefutable de que la crianza prevalece por
sobre la biología en lo que hace a la diferenciación de los sexos, e introdujo cambios fundamentales en
los libros de texto, en una amplia gama de disciplinas médicas. Lo más grave es que el caso sentó un
precedente para la realización de reasignaciones de sexo como tratamiento estándar en miles de recién
nacidos con genitales similarmente dañados, o anómalos. También se convirtió en una piedra
fundamental para el movimiento feminista durante la década del 70, cuando se lo citaba como la prueba
viviente de que la diferencia entre los sexos se debe exclusivamente al acondicionamiento cultural, y no
a la biología. Para el doctor John Money, el médico psiquiatra que orquestó el experimento este caso
sería el triunfo más celebrado públicamente en su carrera de cuarenta años, una carrera que
recientemente le valió una distinción como "uno de los más grandes investigadores del siglo en el
campo del sexo".

Pero la sola existencia de este joven que tengo frente a mi sugiere que el experimento fue un fracaso, lo
que fue revelado en un artículo publicado en marzo de 1977 en los Archivos de medicina pediátrica y
adolescente (Archives of Adolescent and Pediatric Medicine). Sus autores (Milton Diamond, biólogo de
la Universidad de Hawaii, y Keith Sigmundson, un psiquiatra proveniente de Victoria, Columbia
Británica) documentaron la manera en que, desde el principio, el gemelo luchó contra la condición de
niña que se le había impuesto. El trabajo provocó conmoción en los círculos médicos de todo el mundo
y se generaron debates apasionados en relación con la práctica de reasignación de sexo (un
procedimiento más común de lo que cualquiera podría imaginar). También provocó inquietantes
preguntas respecto a la forma en que se informó el caso en primer lugar: por qué se tardó veinte años
en realizar un seguimiento y revelar el verdadero desenlace, y por qué dicho seguimiento no fue
realizado por el doctor Money sino por investigadores externos. Las respuestas a estas preguntas son
fascinantes por lo que sugieren acerca de los misterios de la identidad sexual, pero también traen a la
luz una rivalidad de treinta años entre eminentes investigadores del campo de la sexología, una rivalidad
tan encarnizada que no sólo llevó a que se revelara de este modo esta tragedia médica tan inquietante,
sino que también es posible que haya sido el móvil inicial del experimento.

Pero lo que para la medicina fue un escándalo público de enorme importancia que involucró a algunos
de los nombres más reconocidos dentro del mundo de la sexología, para este joven que está sentado
frente a mí fue una catástrofe estrictamente privada. Aparte de dos breves apariciones en televisión (con
la cara a oscuras y la voz distorsionada) nunca habló oficialmente con un periodista y nunca antes contó
su historia completa. Para este artículo se prestó a más de veinte horas de entrevistas francas y firmó
cláusulas de confidencialidad, otorgándome acceso exclusivo a una voluminosa recopilación de
documentos legales, notas de terapeutas, informes de la Child Guidance Clinic, pruebas de coeficiente
intelectual, historias clínicas y evaluaciones psicológicas. Me ayudó a obtener entrevistas con sus
antiguos terapeutas, así como también con todos los integrantes de su familia, incluido su padre, quien,
debido al dolor que le causaron estos hechos, no había hablado de ellos con nadie en más de veinte
años.

La única condición que impuso el joven para hablar conmigo fue que yo no revelara algunos detalles de
su identidad. Por lo tanto, no divulgaré el nombre de la ciudad en que nació y se crió, y donde aún sigue
viviendo, utilizaré seudónimos para sus padres, a los que llamaré Frank y Linda Thiessen, y para su
único hermano, su gemelo, al que llamaré Kevin. Identificaré a los médicos de su ciudad natal por sus
iniciales. Al joven que protagonizó los hechos lo llamaré, de acuerdo con las circunstancias, John y
Joan, el mismo seudónimo que utilizaron Diamond y Sigmundson en el artículo periodístico que describe
la macabra doble vida que se le obligó a vivir. Ningún otro detalle está cambiado.

La ironía fue que la vida en conjunto de Frank y Linda Thiessen había empezado de manera muy
prometedora. Ambos jóvenes provenían de familias religiosas radicadas en una zona rural; se criaron en
chacras aledañas y se conocieron cuando Linda tenía sólo 15 años y Frank, 17. Linda, una morena de
excepcional belleza, había pasado gran parte de su adolescencia tratando de sacarse de encima a tipos
muy atrevidos. Frank era un muchacho rubio, alto y tímido, y no se encuadraba en esa categoría. "Yo
pensé: 'Bueno, éste por lo menos no va directamente a las manos'", recuerda Linda. "Con él puedo estar
tranquila".

Tres años después, cuando tenían 18 y 20 años, respectivamente, se casaron y fueron a vivir a una
localidad cercana. Linda recuerda la alegría de Frank, poco después, cuando supo que sería papá de
gemelos, y su euforia cuando nacieron los hermanos, el 22 de agosto de 1965. "La enfermera le
preguntó: '¿Son varones o nenas?'", recuerda Linda. "Y el dijo: '¡No sé! ¡Sólo sé que son dos!"

Poco antes del nacimiento de los gemelos, Frank había conseguido un trabajo mucho mejor pago en
una fábrica de la zona, y el matrimonio se mudó con los bebés recién nacidos a un luminoso
departamento de un dormitorio en una tranquila calle lateral del centro.

Pero cuando los gemelos tenían siete meses Linda se dio cuenta de que se les estaba cerrando el
prepucio y se les hacía difícil orinar. El pediatra le explicó que esto se llamaba fimosis, que era bastante
frecuente, y que se solucionaba fácilmente con una circuncisión. Los derivo a un cirujano. Las cirugías
estaban programadas para la mañana del 27 de abril de 1966. Como Frank necesitaba el auto para ir a
trabajar durante el turno de la noche, internaron a los niños el día anterior. "No estábamos
preocupados", dice Linda. "No sabíamos que hubiera algo que pudiera ser riesgoso".

Pero a la mañana siguiente los despertó el teléfono. Los llamaban del hospital. "Hubo un pequeño
accidente", le dijo una enfermera a Linda. "El médico necesita verlos de inmediato."

En el pabellón de Pediatría los esperaba el cirujano. Con expresión severa, y sin vueltas, les explicó que
John había sufrido una quemadura en el pene.

Linda recuerda que se quedó paralizada con la noticia. "Me quedé como helada", dice. "No lloré. Era
como si me hubiera convertido en piedra." Finalmente pudo recuperarse lo suficiente como para
preguntar cómo se había quemado su bebé. El médico no parecía dispuesto a darles una explicación
completa, y lo cierto es que pasaron varios meses antes de que los Thiessen supieran que la lesión
había sido causada por el electrobisturí, un instrumento que a veces se utiliza durante una circuncisión
para efectuar la coagulación de los vasos sanguíneos al hacer la incisión. Por un problema técnico o un
error del médico, o una combinación de ambos, una ola de calor intenso consumió el pene de John.
"Estaba todo negro", dice Linda, recordando la primera vez que vio la lesión. "Era como un piolincito.
Hasta la base, hasta donde se juntaba con el cuerpo." En los días siguientes, el tejido quemado se fue
secando y se fue cayendo a pedacitos.

John, con un catéter donde antes tenía el pene, permaneció en el hospital durante varias semanas,
mientras Frank y Linda consultaban de manera frenética a una seguidilla de eminentes especialistas.
Les daban pocas esperanzas. Una reconstrucción fálica, que aún hoy es un recurso burdo y provisional,
en la década del 60 todavía estaba en pañales. El cirujano plástico lo dejó bien claro cuando describió
las limitaciones de un pene construido con tejido tomado del muslo o el abdomen del niño: "Un pene de
este tipo, obviamente, no se asemejaría a un órgano normal ni en cuanto al color, a la textura ni a la
capacidad de erección", precisó en un informe dirigido al abogado de los Thiessen. Serviría de conducto
para la orina, era todo. Pero aun ese análisis era optimista, según la opinión de un urólogo: "Con
respecto al futuro", escribió, "la restauración del pene como órgano funcional es imposible". Un
psiquiatra resumió así el futuro afectivo del niño: "No podrá consumar un matrimonio ni tener relaciones
heterosexuales normales; tendrá que reconocer que es incompleto, con un defecto físico, y que deberá
vivir apartado..."

Desesperados, Frank y Linda llevaron al pequeño John a la Clínica Mayo, en Rochester, Minnesota,
donde permanecieron un día entero; allí fue revisado por un equipo de especialistas, quienes no
hicieron más que repetir los pronósticos aterradores que los Thiessen ya habían recibido de sus propios
médicos. Cuando regresaron a su hogar, sin saber a quién pedir ayuda, cayeron en un estado de muda
depresión. Pasaron meses durante los cuales ni siquiera podían hablar de la lesión de John. Pero una
noche de diciembre de 1966, unos siete meses después del accidente vieron un programa por televisión
que, de golpe, los despertó de su desconsuelo.

En la pantalla de su pequeño televisor blanco y negro apareció un hombre que se presentó como el
doctor John Money. Este hombre cortés, carismático y bien parecido, que se acercaba a los 50 años,
que usaba anteojos y tenía el pelo negro peinado prolijamente hacia atrás, hablaba de las maravillas de
la transformación sexual que se estaba realizando en el centro médico Johns Hopkins, donde se
desempeñaba como médico psicólogo. En el programa también aparecía una mujer, una transexual
satisfecha con la operación que, poco tiempo antes, Money le había realizado en el Johns Hopkins.

Hoy, cuando el tema del transexualismo es habitual en los programas de debate, es difícil imaginar lo
extraña que parecía la idea aquella noche de diciembre de 1966. Catorce años antes, una ola de
publicidad había acompañado las declaraciones del ex recluta norteamericano George Jorgensen, en
las que revelaba que se había sometido a una operación transexual para convertirse en Christine. Pero
aquella intervención, realizada en Dinamarca, había sido categóricamente criticada por los médicos
norteamericanos, quienes se negaban a realizar cirugías de esa índole. El tema había caído en el
olvido, hasta el momento en que las autoridades de la clínica Johns Hopkins anunciaron no sólo que
habían transformado a dos hombres en mujeres (los primeros de los Estados Unidos), sino que también
habían establecido la primera Clínica de Identidad Sexual del mundo, dedicada exclusivamente a la
transformación de las personas de un sexo a otro. Junto con Howard W. Jones Jr., el ginecólogo que
daba impulso al trabajo pionero del Hopkins en cuanto al estudio y tratamiento de los transexuales, se
desempeñaba el hombre que se encontraba en la pantalla del televisor de los Thiessen: el doctor John
Money.

"Era muy autosuficiente, muy seguro de sus opiniones." Linda recuerda que ésa fue su primera
impresión del hombre que tendría un efecto tan perdurable en la vida de los Thiessen. "Decía que era
posible que en realidad los bebés nacieran neutros y que se les podía cambiar el sexo. Algo me dijo que
tenia que ponerme en contacto con este doctor Money."

Le escribió poco tiempo después, describiendo lo que le había sucedido a su bebé. El doctor Money
respondió rápidamente, según dice Linda. En una carta expresaba gran optimismo con respecto a lo
que se podía hacer con el bebé en la clínica Johns Hopkins, y la instaba a que sin demora llevará a su
hijo a Baltimore. También le preguntaba por el hermano gemelo que ella había mencionado como al
pasar. "Me preguntó si eran gemelos", dice Linda. Cuando ella le informó que sí lo eran, el doctor Money
respondió que le gustaría realizarles un análisis a los bebés en el Johns Hopkins, sólo para estar
seguro. Luego de tantos meses de predicciones sombrías, diagnósticos desconsoladores y una absoluta
falta de esperanza, las palabras del doctor Money, dice Linda, eran un rayo de esperanza. "Alguien",
sostiene, "finalmente nos estaba escuchando".

Efectivamente, el doctor Money los estaba escuchando. Pero la realidad es que el pedido de socorro de
Linda era un grito que Money probablemente había estado esperando durante toda su carrera
profesional.

Cuando el médico se enteró de la difícil situación de la familia Thiessen, ya era uno de los
investigadores más respetados, si bien controvertido, en el campo internacional de la sexología. Money
nació en Nueva Zelanda en 1921 y se trasladó a los Estados Unidos a los 26 años. Realizó el doctorado
en Harvard e ingresó luego en la clínica Johns Hopkins, donde hizo una meteórica carrera como
investigador y clínico especialista en sexología. A los diez años de estar en el Hopkins, ya era
reconocido como el hombre que había acuñado el término "identidad sexual" para describir los
sentimientos interiores de una persona como hombre o mujer, y era la autoridad mundial indiscutida en
el tema de las ramificaciones psicológicas inherentes a los genitales ambiguos.
"Creo que es una persona totalmente ética y profesional", dice John Hampson, un psiquiatra infantil que
a mediados de los años 50 escribió, junto con Money, varios trabajos relevantes sobre el desarrollo
sexual. "Era un científico muy consciente cuando había que recabar datos y estar seguro de lo que
decía. No conozco a muchos científicos que puedan igualarlo en ese sentido." Según Hampson, la
capacidad que tiene Money para persuadir a los demás de que adopten su punto de vista es una de sus
principales fortalezas: "Es un excelente orador, muy organizado y muy persuasivo cuando relata los
hechos de un caso." Hampson reconoce que, en realidad, Money es quizá demasiado bueno en el arte
de la persuasión. "Creo que mucha gente lo envidiaba", dice Hampson. "Es una persona muy
carismática, y a alguna gente no le gusta. Como persona, era un poco... qué sé yo... ostentoso; quizá
tenía demasiada labia."

Money pagó realmente un alto costo por alcanzar esa autosuficiencia, que frecuentemente lindaba con
lo altanero. Pasó su infancia y adolescencia en una zona rural de Nueva Zelanda, donde se vio acosado
por ansiedades, tragedias personales y fracasos a temprana edad. De padre australiano y madre
inglesa, este niño delgado y delicado fue criado en una atmósfera de estricto cumplimiento religioso; lo
que él llamó "un dogma religioso evangélico, totalmente inviolable". A los cinco años, en una
oportunidad en que sus compañeros de colegio se estaban burlando de él, buscó refugio con una prima
en el vestuario de las chicas, donde a ninguno de los varones se le hubiera ocurrido entrar... ¡ni
muertos! "Mi destino estaba sellado", escribió en una antología titulada How I Got Into Sex (Cómo
empecé con el sexo). "Como no servía para pelear, sólo podía ser mejor que los otros por mis logros
intelectuales. Eso me resultaba más fácil que a la mayoría de los demás chicos."

Tenía 8 años cuando, después de una larga enfermedad, murió su padre. "En nuestra familia no se
manejó muy bien el tema de su muerte", escribió Money. Tres días después de haber visto cómo se
llevaban a su padre misteriosamente al hospital, le informaron que había fallecido. La impresión se
agravó aún más cuando un tío provocó en él un nuevo trauma, al advertirle que entonces él debía ser el
hombre de la casa. "Es una tarea algo pesada para un niño de 8 años", relató Money. "Dejó una gran
huella en mí" Sin duda. Lo cierto es que, de adulto, Money siempre intentó evitar el papel de "hombre de
la casa". Luego de un breve matrimonio, no se volvió a casar, y nunca tuvo hijos.

Después de morir su padre, Money fue criado por su madre y sus tías solteronas. Era un adolescente
solitario, con pasión por la astronomía y la arqueología; también deseaba ser músico. Su madre viuda
no podía pagar lecciones de piano, así que Money trabajaba lo fines de semana como jardinero para
pagar sus clases de música y aprovechaba todos los momentos libres para practicar. Era una ambición
destinada a la desilusión, en parte porque Money se había propuesto una meta demasiado alta. "Era
difícil para mí tener que admitir que, independientemente del esfuerzo, nunca podría alcanzar en la
música el objetivo que me había fijado. Ni siquiera llegaría a ser un buen aficionado."

Al ingresar en la Universidad de Victoria, en Wellington, Money descubrió una nueva pasión donde
encauzar su creatividad frustrada: la ciencia de la psicología. Como tantos otros que se ven atraídos por
el estudio de la mente y las emociones, Money inicialmente tomó la disciplina como un medio de
resolver ciertas dudas respecto de sí que le carcomían. El tema de su primer trabajo formal de
psicología, la tesis que redactó para la licenciatura, era La creatividad en los músicos; allí Money
escribió: "Empecé a investigar mi relativa falta de éxito en comparación con la de otros estudiantes de
música."

Su posterior decisión de concentrar sus estudios en la psicología del sexo también tuvo un fundamento
personal. Money abandonó su fe religiosa cuando tenía alrededor de 20 años; reaccionaba cada vez
más ante lo que consideraba censuras religiosas represivas de su crianza y, en particular, ante el fervor
en contra de la masturbación y en contra del sexo que las acompañaban. El estudio formal de la
sexualidad eliminaba de las consideraciones morales incluso las prácticas más extravagantes,
ubicándolas en el reino "puro" de la investigación científica; para Money fue una emancipación. De allí
en más pasó a ser un feroz proselitista a favor de la. exploración sexual.

El periodista John Heindery fue confidente personal de Money y es autor del libro What Wild Extasy
(Qué éxtasis salvaje), recientemente publicado. En esta obra se analiza el papel de Money como uno de
los líderes principales, detrás de la escena, durante la revolución sexual de los años 60 y 70. Según
Heindery, las exploraciones sexuales del psicólogo no se limitaban al laboratorio, al salón de
conferencias o a la biblioteca. Money era un bisexual reconocido pero discreto, y tuvo affaires con varios
hombres y mujeres. "Algunos fueron breves", escribe Heindery, "otros tuvieron mayor duración".

Lo cierto es que, hacia mediados de la década del 70, y con la revolución sexual en pleno auge, Money
se presentó públicamente como defensor del matrimonio abierto, el nudismo y la difusión de la
pornografía explícita. Su promoción del destape sexual parecía no tener límites. "Hay pruebas más que
suficientes que demuestran que el sexo bisexual grupal puede ser tan satisfactorio en el plano personal
como el sexo en parejas, siempre que cada participante esté "sintonizado" en la misma onda", relató en
Sexual Signatures, su libro popsicológico de 1975. Un antiguo paciente que, afectado por una extraña
afección endocrinológica, recibió tratamiento de Money en los años 70, recuerda que en una ocasión el
psicólogo le preguntó, como al pasar, si alguna vez había experimentado una "lluvia dorada". El
paciente, un joven que en ese momento aún no había tenido experiencia sexual, no entendió de qué le
estaba hablando. "Que te meen encima", le dijo Money con el tono frívolo y la sonrisa insinuante,
ligeramente sugestiva, con la que solía hacer este tipo de comentarios deliberadamente provocativos.

Según sus colegas y otros ex pacientes, esta franqueza en la conversación es típica del estilo personal
de Money. El doctor Fred Berlín, que se desempeña como profesor de psiquiatría en la Escuela de
Medicina de la clínica Johns Hopkins, y que, como colega, considera a Money como uno de sus más
importantes maestros, concuerda en que Money es agresivamente directo al hablar. "Como cree que es
importante quitarle los prejuicios a la gente para que se atreva a hablar de temas sexuales, a veces usa
palabrotas que a otros pueden parecerles ofensivas", dice Berlín. "Quizá tendría que estar un poco más
predispuesto a hacer concesiones en este punto. Pero John es intransigente en cuanto a sus opiniones
y no acepta hacer las cosas de una manera distinta de la que él cree que es la mejor."

Pero, si bien las conclusiones de Money sobre el mejor enfoque para abordar los temas sexuales no
hacían mas que sorprender a algunas personas a mediados de la década del 70, en los albores de los
80, cuando se desarrolló una actitud más conservadora, provocaron indignación. Sin embargo, Money,
imperturbable, siguió adelante con su estudio de áreas aun desconocidas. En un artículo publicado por
Time el 4 de abril de 1980, se lo criticaba duramente por lo que se consideraba un alegato en favor del
incesto y de la pedofilia. "Una experiencia sexual en la niñez, como la de tener relaciones con un familiar
o con una persona mayor, no necesariamente afecta de manera adversa al niño", le dijo Money a Time.
Y, según un grupo derechista que se oponía a sus enseñanzas, aparentemente el médico le habría
hecho al diario holandés Paidiha este comentario sobre la pedofilia: "Si yo viera el caso de un niño de 10
o 12 años que se siente intensamente atraído hacia un hombre de 20 o 30 años; si la relación es
totalmente recíproca y el lazo es real genuino y mutuo, entonces yo no lo consideraría patológico, de
ninguna manera."

Como respuesta a las críticas, Money lanzó sus propios contraataques, denostando a su país adoptivo
por su adhesión puritana a los tabúes sexuales. En un ensayo autobiográfico incluido en su libro
Venuses Penuses (Los "penus" de Venus), Money se describe como un "misionero" del sexo y señala,
arrogante y desafiante: "A la sociedad le costó más cambiar que a mí hallar mi propia emancipación de
ese legado del siglo XX pleno de fundamentalismo y espíritu victoriano, en la campiña de Nueva
Zelanda."
El enfoque experimental del sexo impulsado por Money, que procuró eliminar los tabúes sexuales, tuvo
un paralelo en su carrera profesional. Dejando a lado los trayectos conocidos de la investigación en el
campo de la sexología, Money buscó dentro de esa disciplina rincones exóticos, en los que pudiera ser
un pionero. Descubrió un reino virtualmente inexplorado de la sexualidad humana mientras estaba en el
primer año de sus estudios del doctorado en Psicología, en Harvard.

En 1948, durante un curso de relaciones sociales, se enteró del caso de un muchacho de 15 años que
había nacido sin pene, pero con un minúsculo falo que parecía un clítoris, y que en la pubertad
desarrolló pechos. Fue su primer contacto con el hermafroditismo también denominado intersexualidad,
una condición que, ya sea en sus formas más extremas o de manera más leve, se estima que ocurre en
uno de cada 2.000 nacimientos.

La intersexualidad se caracteriza por la ambigüedad de los órganos sexuales externos y del sistema
reproductor interno; es causada por una gran variedad de anomalías genéticas y hormonales, y las
situaciones pueden variar desde el caso de una niña nacida con un clítoris del tamaño de un pene y
labios unidos que se asemejan a un escroto, hasta el caso de un niño varón que nace con un pene no
más grande que un clítoris, testículos que no bajaron y un escroto partido que no se diferencia de una
vagina.

Money se sintió fascinado por la intersexualidad y escribió su tesis doctoral sobre este tema, lo que llevó
a que en 1951 lo invitaran a incorporarse al centro médico Johns Hopkins, el más grande del mundo
para el estudio de trastornos intersexuales. Hasta ese momento, el síndrome había sido estudiado
únicamente desde una perspectiva biológica. Money lo enfocó desde un punto de vista psicológico y
logró fama como pionero en el análisis de las repercusiones mentales y emocionales producidas por el
hecho de nacer sin ser ni nena ni varón. En el Hopkins incorporó a Hampson y a Joan, la esposa de
éste, para que lo ayudaran a estudiar unos 105 casos de niños y adultos intersexuales. Money alegaba
haber observado un hecho llamativo entre aquellas personas a las que se les habían diagnosticado las
mismas ambigüedades genitales con igual composición cromosómica, pero se los había criado como a
miembros del sexo opuesto: más del 95 por ciento de estos intersexuales tuvieron un progreso similar,
desde el punto de vista psicológico, ya fuera que hubieran sido criados como nenas o como varones.
Para Money, esto era una prueba de que el factor primario que determinaba la identidad sexual de un
niño intersexual no era biológico, sino la forma en que se lo criaba. Llegó a la conclusión de que estos
niños habían nacido sin una diferenciación psicosexual.

Basándose en esta teoría, Money recomendó a los cirujanos y pediatras endocrinólogos que, mediante
la cirugía y un cambio hormonal, encauzaran a los bebés intersexuales recién nacidos hacia el sexo que
los médicos quisieran. Dichas cirugías podían variar desde la reducción del tamaño de un clítoris
agrandado en niñas levemente intersexuales, hasta la realización de cambios sexuales completos en
varones intersexuales nacidos con testículos, pero con un pene que se consideraba demasiado
pequeño. Las únicas salvedades que proponía Money eran que dichas "asignaciones de sexo" se
hicieran lo antes posible preferentemente dentro de las primeras semanas de vida y que, una vez
decidido el sexo, los médicos y los padres no dudaran en su decisión, por temor a provocar
ambigüedades peligrosas en la mente del niño. En cuanto a la posible destrucción de los nervios al
realizar la amputación de los apéndices sexuales, Money aseguró a los médicos que, de acuerdo con
los estudios que él había realizado con los Hampson, no existía prueba alguna de que se perdiera la
sensibilidad. "Recabamos información sobre la sensibilidad erótica en una docena de mujeres (...) no
adolescentes, en las que realizamos estudios", escribió en un trabajo del año 1955. "Ninguna de las
mujeres (...) manifestó haber perdido el orgasmo después de la clitoridectomía.

Los protocolos de Money para el tratamiento de niños intersexuales se encuentran en vigencia aún hoy.
Al poner el mayor énfasis posible en la "función erótica" proyectada para el niño una vez adulto, y
considerando que la ciencia médica nunca había logrado perfeccionar la reconstrucción de penes
dañados o pequeños, las recomendaciones de Money implicaban que la gran mayoría de los niños
intersexuales, sea cual fuere su situación cromosómica, serían convertidos en nenas. Las pautas
actuales establecen que, para ser asignado como varón, el niño debe tener un pene más largo que 2,5
centímetros; el clítoris de una nena se recorta quirúrgicamente si excede la medida de un centímetro.

Al proveer un fundamento psicológico aparentemente sólido para las cirugías de este tipo, Money, de un
plumazo, pudo ofrecer a los médicos una solución relativamente sencilla para uno de los enigmas más
acuciantes y emocionalmente angustiantes de la medicina: como manejarse en el caso del nacimiento
de un bebé intersexual. Como señala el doctor Berlin, colega de Money: "Uno apenas si puede imaginar
la sensación de un padre cuando ante su primera pregunta ("¿Es varón o nena?") recibe como
respuesta del médico: "En realidad, no estoy seguro". John Money fue una de las personas que, hace
años, antes de que ni siquiera se hablara de esto, trató de hacer todo lo posible por ayudar a las familias
e intentó aclarar lo que ya de por sí es, obviamente, una situación conflictiva."

Pero Money no se interesaba sólo por lo intersexual. Tal como lo expresó muchas veces en sus
escritos, consideraba que los síndromes intersexuales, a los que llamaba "experimentos de la
naturaleza", eran fundamentalmente una forma de aprender sobre el desarrollo sexual de los llamados
humanas normales. Por ende, hizo una generalización de sus teorías con respecto a lo intersexual
incluyendo a todos los niños, aun los que habían nacido sin anomalías genitales. "A la luz de la
evidencia hermafrodita", escribió en un trabajo presentado en 1955, que se convertiría luego en un
clásico del campo del desarrollo sexual, "ya no es posible atribuir la masculinidad o femineidad y
psicológica a orígenes cromosómicos, hormonales o gonadales (...). La evidencia con respecto al
hermafroditismo respalda el concepto de que, psicológicamente, la sexualidad no se diferencia en el
nacimiento y se va diferenciando como masculina o femenina a lo largo de las variadas experiencias
relacionadas con el crecimiento. En términos sencillos, lo que Money propugnaba era que todos los
niños forman un concepto masculino o femenino de si mismos según estén vestidos de rosa o de
celeste, tengan un nombre masculino o femenino, se vistan con pollera o pantalón, o se les den Barbies
o pistolas para jugar.

En un ensayo retrospectivo que escribió en 1985 sobre su carrera en el campo de la investigación


sexual, Money reveló información crucial acerca de la manera en que arribó a algunas de sus teorías
más inusuales sobre la conducta sexual en los seres humanos. "Frecuentemente encuentro que estoy
jugando con los conceptos y elaborando hipótesis posibles", reflexionaba. "Es como un juego de ciencia-
ficción (...). Es tan artístico como el proceso creativo de la pintura, la música, el drama o la literatura."

La teoría de Money de que los recién nacidos son psicosexualmente neutros no era ortodoxa y además
se oponía totalmente al clima científico vigente, que durante décadas se había centrado en la función
crítica que cumplían los cromosomas y las hormonas en la determinación de la conducta sexual. Pero, si
bien los colegas de Money consideraban que sus ideas eran de ciencia-ficción, no estaban preparados
para decirlo públicamente. Los trabajos que presentó sobre esta teoría se hicieron famosos en su área y
contribuyeron a que alcanzara reconocimiento internacional como investigador en el campo de la
sexología, así como también a acelerar su carrera dentro del Johns Hopkins. Fue promovido de
asistente a profesor titular de psicología médica, enseñando su teoría del desarrollo sexual infantil a
generaciones de estudiantes de Medicina. Para 1965, el año en que nacieron John y Kevin Thiessen, la
reputación de Money era virtualmente indiscutible. Durante más de una década había sido jefe de la
Unidad de Investigación Psicohormonal del Hopkins (su clínica para el tratamiento y estudio de niños
intersexuales), y poco tiempo después fue cofundador de la revolucionaria Clínica de Identidad Sexual;
un logro que, según John Hampson, le sirvió para ser considerado "la mayor autoridad nacional en
trastornos sexuales".
Sin embargo, había al menos un investigador que estaba dispuesto a cuestionar las teorías de Money.
Era un joven médico egresado de la Universidad de Kansas, hijo de padres inmigrantes judeoucranianos
muy trabajadores. Milton Diamond, a quien sus amigos llamaban Mickey, se crió en el Bronx, donde
eligió dedicarse al estudio en lugar de formar parte de las pandillas callejeras del barrio. Durante su
especialización en biofísica, en el último año de sus estudios en el City College de Nueva York,
Diamond quedó fascinado con la función de las hormonas dentro del útero y el posible papel que
cumplían en la definición de la identidad y orientación sexual de las personas. A los 25 años, durante su
residencia en endocrinología en Kansas, realizó investigaciones sobre el tema en animales, inyectando
diferentes cócteles de hormonas a cobayos y a ratas preñadas para comprender cómo los hechos
anteriores al nacimiento afectarían su posterior comportamiento sexual. Las pruebas de laboratorio de
Diamond sugirieron la existencia de un vinculo entre las hormonas que alimentan la mente y el sistema
nervioso de un feto en desarrollo, y su posterior funcionamiento sexual. En un esfuerzo por reunir fondos
para continuar con su investigación, Diamond solicitó una beca del Comité de la Fundación Nacional
Científica para la Investigación de Problemas Sexuales (National Science Foundation Committee for
Research in Problems of Sex), que requería la entrega de un trabajo de investigación. Diamond eligió
escribir una respuesta a los ya clásicos trabajos de Money sobre el desarrollo sexual.

La crítica de Diamond apareció en The Quaterly Review of Biology (Revista trimestral de Biología), en
1965. El trabajo tomaba como base evidencia biológica, psicológica, psiquiátrica, antropológica y
endocrinológica, y afirmaba que la identidad sexual se incorpora en la mente prácticamente a partir de la
concepción; constituyó un audaz desafío a la autoridad de Money (sobre todo, considerando que
provenía de un desconocido residente de la Universidad de Kansas). Con respecto a la teoría sobre la
flexibilidad psicosexual de los intersexuales, Diamond señaló que estos individuos sufren "un
desequilibrio genético u hormonal" dentro del útero. Diamond argumentó que, aunque fuera cierto que
los intersexuales pudieran ser orientados hacia un sexo o el otro desde recién nacidos, esto no
necesariamente es prueba de que la crianza influye más que la biología. Podría implicar sencillamente
que las células del cerebro sufrieron, en el útero, una ambigüedad en la diferenciación sexual similar a la
de las células de sus genitales. O sea, que los intersexuales tienen la capacidad neurológica innata para
orientarse hacia ambos lados. Pero Diamond se apresuró a señalar que esta capacidad es algo que las
criaturas genéticamente normales indudablemente no compartirían.

Incluso un científico menos sensible que John Money se hubiera sentido tocado por la tranquila e
implacable lógica del ataque de Diarnond, hacia el final del cual se presentó la objeción más
rudimentaria a la aceptación general de la teoría de Money con respecto a la maleabilidad psicosexual
en niños normales. "Para apoyar esta teoría", escribió Diamond, "no hemos podido ver ni siquiera una
instancia de un individuo normal que sea inequívocamente hombre y que haya sido criado exitosamente
como mujer". Fue un año y medio después de que Diamond huhiera lanzado este desafío que Money
recibió la carta de Linda Thiessen describiendo el terrible accidente que había sufrido su bebé durante la
circuncisión.

Los Thiessen hicieron su primer viaje a la clínica Johns Hopkins a principios de 1967, sólo unas
semanas después de haber visto al doctor Money por televisión. La joven pareja estaba impresionada
por el gran centro médico que dominaba lo alto de una loma en la calle Wolfe. La Unidad de
Investigación Psicohormonal del doctor Money estaba ubicada en la Phipps Clinic, un edificio victoriano
sombrío, oculto en un patio trasero; se accedía a las oficinas de la unidad, ubicadas en un piso superior
por medio de un ascensor desvencijado que databa d principios de siglo. El santuario privado de Money
(donde se llevarían a cabo la mayoría de las entrevistas con los Thiessen durante los siguientes doce
años) estaba amueblado con un sillón, alfombras orientales y plantas de interior, lo que a Frank le hacía
acordar más a un living que a una oficina. También había una colección de tallas aborígenes con forma
de falos erectos, vaginas y pechos, que adornaban un estante. Pero si bien todo esto les resultaba un
tanto perturbador, la presencia de Money, con sus modales tan seguros y profesionales por no
mencionar los diplomas colgados en la pared hizo sentir a los Thiessen que estaban en manos del mejor
equipo profesional. "Yo lo admiraba como a un dios", dice Linda, quien para entonces todavía no había
cumplido 20 años. "Y aceptaba cualquier cosa que él dijera." Y lo que Money tenía para decirles era
exactamente lo que los Thiessen deseaban oír.

En las tantas versiones distintas que publicó sobre esta primera entrevista, Money relató la forma en que
él le explicó a este matrimonio joven las ventajas del cambio de sexo para su bebé John, "usando
palabras no técnicas, diagramas y fotografías de niños cuyos sexos habían sido cambiados". Lo que no
resultó claro del relato de Money es si Linda y Frank, quienes en ese momento no tenían más estudios
que el sexto grado, entendieron que dicho procedimiento era, de hecho, puramente experimental, y que
si bien estas intervenciones se realizaban en niños intersexuales, nunca se había intentado un cambio
de sexo de este tipo en un niño nacido con genitales normales y un sistema nervioso normal. Hoy, Frank
y Linda aseguran que ésa era una distinción que ellos no lograron comprender por completo hasta
mucho tiempo después. El punto crucial del doctor Money que ellos interpretaron fue su convicción de
que el procedimiento tenía todas las posibilidades de ser exitoso. "No veo ninguna razón", recuerda
Linda que él dijo "por la cual no pudiera funcionar".

De hecho, la ansiedad de Money por comenzar se hace evidente en una descripción de la misma
entrevista hecha casi diez años después. En Sexual Signatures, él escribió: "Si los padres mantenían su
decisión de convertir a la criatura en niña, los cirujanos podían quitarle los testículos y construir genitales
femeninos externos de inmediato. Cuando ella tuviera 11 o 12 años, se le podrían aplicar hormonas
femeninas."

Si el doctor Money aparentaba estar apurado, fue porque efectivamente lo estaba. Les explicó a Frank y
y a Linda que tendrían que decidirse rápidamente, pues uno de los puntos más críticos de su teoría
señala que la "puerta de la identidad del sexo" el término que utilizaba Money para referirse al momento
en que un niño queda definitivamente arraigado en su identidad como varón o mujer se produce poco
después de los 2 años de edad. John tenía 17 meses. "El niño era aún lo suficientemente pequeño
como para que, cualquiera fuera la asignación que se le hiciera, sus intereses eróticos seguramente se
dirigieran más tarde hacia el sexo opuesto", escribió Money, "pero ya no quedaba mucho tiempo para
tomar una decisión definitiva".

Frank y Linda, sin embargo, necesitaban tiempo para decidir algo tan grave como el hecho de someter a
su hijo a una cirugía de cambio de sexo. Volvieron a su casa para considerarlo. Linda dice que el doctor
Money no intentaba ocultar su impaciencia ante la demora. "En una carta que nos envió nos dijo que
estábamos 'postergando inútilmente' la decisión", recuerda Linda. "Pero nosotros queríamos tomarnos
nuestro tiempo, porque nunca habíamos oído hablar de algo así."

Cuando regresaron a su hogar, comenzaron a pedir opiniones. Su pediatra les recomendó no realizar un
tratamiento tan drástico, y lo mismo hicieron sus padres. Pero, finalmente, Frank y Linda se dieron
cuenta de que era algo que solamente ellos podían decidir. Eran unicamente ellos quienes, en cada
cambio de pañal, debían revivir la terrible lesión de John. Luego de meses de indecisión, finalmente
tomaron una resolución.

Ese verano, cinco meses después de su primer encuentro con Money, regresaron a Baltimore con su
bebé. El niño tenía entonces veintidós meses de edad y se encontraba aún dentro del período de treinta
meses que Money había establecido como seguro para realizar un cambio de sexo. Fue así como, el 3
de julio de 1967, el niño fue castrado quirúrgicamente. Según lo que quedó registrado en el parte de
cirugía, el doctor Howard W. Jones Jr. hizo una incisión por la línea media de la bolsa escrotal del bebé
y le resecó los testículos; luego realizó una cirugía plástica para que el tejido escrotal se asemejara a los
labios mayores. La uretra fue descendida para que se aproximara a la posición de los genitales
femeninos, y se le fabricó una vagina cosmética colocando un rollo de gasa de manera tal que durante
la cicatrización la piel se formara alrededor del mismo. Fue también durante esta visita al Johns
Hopkins, dice Linda, cuando se les realizó a los gemelos la prueba cromosómica para determinar si
realmente eran gemelos. Lo eran.

Linda y Frank aseguran que, para el momento en que decidieron someter a su bebé a la castración
clínica, habían dejado atrás por completo cualquier duda que pudieran tener con respecto a la eficacia
del tratamiento. Esto, según el doctor Money, era crucial, ya que una "consigna fundamental" era que
los padres de un niño a quien se le hubiera realizado un cambio de sexo no tuvieran dudas. "Pues
cualquier duda que quedara flotando en sus mentes", escribió Money, "debilitaría la identificación de ese
niño como niña y como mujer".

Quedará por saber si el mismo Money pudo eliminar sus propias dudas con respecto al desarrollo futuro
del niño. En una carta que escribió algunas semanas después de la castración, su pronóstico era muy
cauteloso. Pero quizás esto era de esperar, ya que la carta iba dirigida al abogado contratado por Linda
y Frank para demandar al hospital donde se había realizado la desastrosa circuncisión.

"El cambio del sexo de un bebé generalmente se efectúa sólo en casos de defectos congénitos en los
genitales", escribió Money. "Generalmente se espera que, en estos casos, la diferenciación psicosexual
del niño será consistente con el sexo de crianza. En cualquier caso dado, sin embargo, no es posible
realizar una predicción absoluta."

Un punto clave del programa de reasignaciones de sexo en niños hermafroditas elaborado por Money
era que las criaturas no supieran nada del estado sexual ambiguo con el que habían nacido, al menos
mientras fueran muy pequeñas. Money aplicó la misma indicación severa en el caso del bebé de los
Thiessen, a quien ahora llamaban Joan. "Nos dijo que no habláramos de ello", dice Frank. Que no le
dijéramos a Joan toda la verdad y que ella no supiera que en realidad no era una niña.

Linda había cosido varios vestidos y sombreritos para su nueva hija. Poco antes de que Joan cumpliera
2 años, Linda le puso por primera vez un vestido. "Era un vestidito bonito, con puntillas", recuerda. "Pero
ella se lo tironeaba, quería quitárselo, trataba de arrancárselo. Me acuerdo que pensé: "Oh, Dios mío, ya
sabe que es un varón y no quiere ropa de nena. No quiere ser una nena."

Linda y Frank hicieron todo lo posible por tratarla como a una nena. En una ocasión, cuando los
gemelos tenían 4 años, Kevin, el hermano de Joan, estaba observando a Frank mientras se afeitaba y le
pidió si él también podía afeitarse. Frank le dio una maquinita de afeitar vacía y un poco de crema, para
que jugara. Pero cuando Joan también reclamó su maquinita, Frank se la negó. "Le dije que las nenas
no se afeitan", recuerda Frank. "Le dije que no tienen necesidad de afeitarse." Linda le ofreció ponerse
maquillaje. Pero Joan no quería usar maquillaje.

"Recuerdo que le dije: 'Y yo, ¿no me puedo afeitar yo también?'", comenta John con respecto a este
incidente, que es uno de sus primeros recuerdos de infancia. "Mi papá me dijo: 'No, no. Vos andá con tu
madre.' Yo me puse a llorar: '¿Por qué no me puedo afeitar yo también?'" Kevin dice que el incidente era
típico de la forma en que sus padres trataban de guiarlos hacia sexos opuestos, y típico también de que
estos esfuerzos estuvieran, inevitablemente, destinados al fracaso.

"Yo reconocía a Joan como a mi hermana", dice Kevin, "pero ella nunca, jamás, actuó como tal. Si le
daban de regalo una soga de saltar, para lo único que la usábamos era para atar a alguien, o para
pegarle a alguien. Nunca la usábamos para lo que la habían comprado. Ella jugaba con mis juguetes:
Tinkertoys, camiones volcadores. Los juguetes que le regalaban a ella, como una máquina de coser que
recuerdo, quedaban ahí tirados, sin tocar."
Ahora que los gemelos se encuentran nuevamente del mismo lado de la divisoria entre los sexos, la
enorme diferencia física entre ellos es un testimonio pavoroso de todo lo que vivió John. A los 32 años,
Kevin es un hombre de barba oscura y contextura de oso, de brazos musculosos y con los hombros de
alguien que realiza tareas manuales pesadas. Al verlo parado al lado de su hermano tan delgado, con
apenas una pelusa de barba, nadie podría sospechar que todas las células de sus cuerpos tienen un
ADN idéntico, al menos no hasta mirar sus ojos, narices y bocas, que no se pueden distinguir de un
gemelo a otro.

De pequeños, sus diferencias físicas, si bien eran menos pronunciadas, también engañaban. Las fotos
de ambos niños en edad preescolar muestran a un varoncito de ojos juguetones y a una niña delgada,
de ojos marrones y cabello ondulado color castaño que enmarca una cara delicadamente bella. Pero,
según dicen, esta ficción de dos pequeños de sexos diferentes desaparecía en el momento en que Joan
se movía, hablaba, caminaba o gesticulaba. "Cuando digo que no había nada femenino en Joan", se ríe
Kevin, "quiero decir justamente que no había nada femenino. Caminaba como un tipo. Hablaba de
cosas de tipos, le importaba un carajo limpiar la casa, casarse, usar maquillaje... Los dos queríamos
jugar con varones, construir fuertes y armar guerras de nieve y jugar a los soldados". Cuando iba a las
reuniones de las Girl Scouts, Joan se sentía desdichada. "Recuerdo que hacía cadenas con margaritas
y pensaba: "Si esto es lo más interesante de las Girl Scouts, olvídalo", dice John. "Me la pasaba
pensando en las cosas divertidas que estaría haciendo mi hermano con los Boy Scouts."

Linda y Frank estaban preocupados por la conducta masculina de Joan; sin embargo, el doctor Money
les había dicho que no debían tener ningún tipo de duda con respecto a su hija, y ellos sentían que si lo
hacían sólo empeorarían el problema. Frank y Linda intentaban disfrutar de aquellos momentos en los
que el comportamiento de Joan sí podía considerarse como el estereotipo femenino. "Y a veces podía
ser casi femenina", dice Linda, "cuando quería complacerme. Trataba de actuar de manera menos
brusca, se arreglaba y se lavaba, y me ayudaba un poquito en la cocina" En las cartas que escribía al
doctor Money describiendo el progreso de Joan, Linda se esforzaba por hacer hincapié en esos
momentos para que el psicólogo supiera que ella y Frank estaban haciendo todo lo posible por cumplir
con sus instrucciones. Mientras tanto, Linda se conformaba pensando que su hija era una niña
"varonera". "Vi a muchas mujeres en mi vida" dice, "y de algunas hubiera jurado que eran hombres. Así
que pensaba: 'Y bueno, a lo mejor esto no es problema, porque hay muchas mujeres que no son muy
femeninas. Quizás esto pueda andar.' Yo quería que funcionara".

Kevin no cuestionaba las actitudes varoneras de su hermana hasta que empezaron a ir al colegio. "Yo
estaba en primero o segundo grado", dice, "y veía a todas las otras nenas haciendo lo suyo:
peinándose, jugando con las muñecas. Joan no era así para nada. Para nada". En esa época, Joan
había expresado la ambición de ser basurera. "Ella decía: 'El trabajo es fácil, el salario es bueno'",
recuerda Kevin. "Tenía 6 o 7 años. Yo pensaba que era medio extraño; ¿mi hermana una basurera?" De
hecho, Kevin estaba tan perplejo con el comportamiento poco convencional de su hermana que
finalmente se lo comentó a su madre. "Bueno, Joan es así, es una varonera", le dijo Linda. "Y yo lo
acepté", dice Kevin, encogiéndose de hombros.

Pero esa no era una explicación que los compañeros de colegio de Joan estuvieran dispuestos a
aceptar. Al entrar en el jardín de infantes, se convirtió inmediatamente en el objeto de burla de sus
compañeros, tanto de las nenas como de los varones. "Apenas vos pasabas, se empezaban a reír",
recuerda John. "Y no era uno solo, era casi toda la clase. Era así casi todos los días. Todo el colegio se
burlaba de vos; por una cosa o por otra."

"Eran crueles", afirma Kevin, quien presenciaba la humillación de su hermana en el colegio. "Burlas
todos los días. No era una cosa semanal, o una cosa mensual. Esto era una cosa de todos los días. Le
ponían motes, la ignoraban, no la incluían en sus grupos." "Empezó el primer día de jardín de infantes",
dice Linda. "Ni siquiera la maestra la aceptaba. Las maestras sabían que había algo diferente."

Para entonces, Joan también sabia que había "algo diferente" en ella. Pero no sabía qué.
"Generalmente sabés cómo es una nena", dice John, "y generalmente sabés cómo es un varón. Y todos
te dicen que vos sos una nena. Pero yo me decía a mi misma: "Yo no me siento como una nena." Vos
sabés que se supone que las nenas son delicadas y que les gustan cosas de nenas: los tés, cosas así.
Pero a mi me gusta hacer cosas de varones. No va. Entonces pensás: "Bueno, acá hay algo que anda
mal. Si yo supuestamente tengo que ser como esa nena, pero me comporto como este varón, y bueno...
supongo que no debo ser ni una cosa ni la otra."

Las dificultades personales que Joan experimentaba se reflejaban en su desempeño escolar. Si bien los
tests habían revelado que tenía un coeficiente intelectual normal, parecía no poder, o no querer, lograr
las destrezas que se le requerían en el jardín de infantes. Cuando el colegio les advirtió que Joan
tendría que permanecer en la salita, Linda consultó al doctor Money. El médico escribió una carta al
colegio solicitándole que Joan fuera promovida a primer grado, a pesar de sus dificultades emocionales.
Pero sus problemas sólo empeoraron. El 29 de octubre de 1971, pocas semanas después de haber
comenzado primer grado, su comportamiento hizo que una maestra escribiera un informe a la Child
Guidance Clinic (Clínica de Asesoramiento para Niños) del distrito. La maestra anotó en el informe que
Joan "hace justo lo opuesto a lo que hacen todos los demás" y la describió como "muy negativa."

Fue en diciembre de 1972, en una reunión de la American Association for the Advancement of Science
(Asociación Americana por el Avance de la Ciencia) en Washington DC, cuando John Money reveló, por
primera vez, "su caso de gemelos". La revista Time publicó la historia en una página completa, y el
artículo salió en la misma semana en que se lanzó Man & Woman, Boy & Girl (Hombre y mujer, varón y
niña), el libro que Money escribió juntamente con el doctor Anke Ehrhardt, y que incluía el primer relato
sobre el extraordinario caso de los gemelos.

Man & Woman, Boy & Girl mencionaba al pasar los "rasgos de varonera" de Joan, pero hacía hincapié
en la forma en que ella se adaptaba a los estereotipos de conducta femenina; algunos ejemplos fueron
extraídos de la lista que Linda, esperanzada, había preparado a lo largo de los años, enumerando los
intentos que Joan hacía por actuar más como una niña. "Una cosa que realmente me sorprende es que
sea tan femenina", dice Linda, según este libro. "Nunca vi una nena tan limpia y ordenada como ella
cuando se lo propone." No se hacía referencia alguna a los problemas que Joan estaba teniendo en el
colegio.

Lo cierto es que el relato describía el experimento como un éxito total, y esta conclusión se veía
apoyada por lo que Money señalaba como la "notable particularidad" del caso. Se refería, con esto, a la
existencia del gemelo varón, cuyo interés hacia "los autos, los surtidores y las herramientas" se
contraponía a los intereses de su hermana hacia "las muñecas, las casitas de muñecas y un cochecito
de muñecas"; una marcada división de gustos que seguía la línea de los sexos y que parecía ofrecer
una clara prueba de que los varones y las nenas no nacen: se hacen.

Para el movimiento de liberación femenina, que en ese momento estaba en su auge, la trascendencia
del caso era obvia, ya que las feministas venían luchando desde hacia años contra el fundamentó
biológico para las diferencias entre los sexos. De hecho, los trabajos que Money había realizado durante
la década del 50 sobre la total flexibilidad psicosexual de los recién nacidos fueron citados por Kate
Millet en su influyente bestséller feminista de 1970: Sexual Politics. Este nuevo caso de los gemelos de
Money avalaba el reclamo feminista de que las diferencias observables en los gustos, las actitudes y las
conductas de los hombres y las mujeres sólo podían atribuirse a las expectativas culturales.

"Este caso tan inusual", informaba Time en su edición del 3 de enero de 1973, "provee un fuerte apoyo
para el principal argumento de las activistas de la liberación femenina: que se pueden alterar los
patrones del comportamiento masculino y femenino. También siembra dudas sobre la teoría de que las
diferencias sexuales más importantes, tanto psicológicas como anatómicas, se establecen
inmutablemente por los genes al momento de la concepción". The New York Times Book Review evaluó
a Man & Woman, Boy & Girl como "el libro más importante de ciencias sociales desde los informes de
Kinsley" y elogiaba a Money por haber presentado "respuestas reales a la ancestral pregunta: ¿Es
hereditario o cultural?". Pero fue en los pabellones pediátricos de los hospitales de todo el mundo donde
el caso de los gemelos tuvo su impacto más duradero.

"El caso fue un hito", dice el doctor William Reiner, psicólogo infantil del Johns Hopkins. "Fue un hito
porque Money lo siguió y lo volvió a describir muchas veces, y además fue la fuente esencial de sus
conclusiones y de las conclusiones subsiguientes en todos los textos pediátricos de endocrinología,
urología, cirugía y psicología con respecto a que se puede reasignar el sexo de un niño porque lo más
importante es la situación social."

Segán Reiner, el indiscutible éxito del caso de los gemelos dio legitimidad a la práctica de los cambios
de sexo en todo el mundo. Este procedimiento, que en una época estuvo limitado principalmente al
Hospital Johns Hopkins, se extendió velozmente y hoy se realiza en prácticamente todos los países más
avanzados, con la posible excepción de China e India. Si bien nunca se ha hecho un recuento de los
cambios de sexo que anualmente se practican en niños, Reiner hace una aproximación "conservadora":
cada año se producen entre tres y cinco casos en todas las principales ciudades norteamericanas, lo
que implica que sólo en los Estados Unidos habría un total de entre 100 y 200 cambios de sexo al año.
En el plano mundial, Reiner calcula unos 1.000 casos anuales. Durante los veinticinco años posteriores
a la primera publicación del caso de los gemelos de Money, se habrían realizado unos 15 mil cambios
de sexo.

El doctor Mel Giumbach, pediatra endocrinólogo de la Universidad de California, en San Francisco, y


una autoridad mundial en este tema, confirma que los hallazgos detallados en el caso de los gemelos de
Money fueron el factor decisivo para la aceptación mundial de la práctica.

"(Los médicos) se vieron muy influidos por la experiencia de los gemelos", dice. "John (Money) se
levantó en una conferencia y dijo: "Tengo a estos dos gemelos, y uno de ellos ahora es nena, y el otro
varón." Estaban diciendo que habían tomado a este varón normal y lo habían convertido en una nena.
Eso es fuerte. Es realmente impactante. Quiero decir, ¿cuál es tu respuesta a eso? Este caso fue usado
para reforzar la hipótesis de que se puede hacer cualquier cosa. Durante el periodo neonatal se puede
tomar a un varón normal XY y convertirlo en niña, y no lo afectará." Grumbach dice, además: "John
Money es una figura descollante, y hay algunos que aceptan lo que dice como si fuera la Biblia."

Pero no todos. En los siete años posteriores a la publicación de su desafío a Money, Mickey Diamond,
quien había sido contratado como profesor de biología en la Universidad de Hawaii, continuó con sus
investigaciones de laboratorio y analizó la organización del sistema nervioso sexual previo al nacimiento.
Sus estudios lo convencieron aún más de que ningún niño, ya sea intersexual o normal, nace sin una
diferenciación psicosexual, y esta convicción hizo que viera con consternación la práctica cada vez más
usual de cambios de sexos en los niños. Y estaba más convencido que nunca de que sería imposible
convertir de un sexo al otro a un niño que no fuera intersexual. "Pero en ese momento no tenía ninguna
prueba", dice Diamond. "No tenía más que un argumento teórico para discutir el caso."

Diamond se comprometió a seguir de cerca el caso del gemelo con el sexo cambiado, y asegura que
tomó esta decisión por motivos puramente científicos. Pero quizá fuera entendible que para entonces
Diamond también se sintiera personalmente involucrado en su disputa con Money. En el capítulo
siguiente al relato del caso de los gemelos en Man & Woman, Girl & Boy Money criticó duramente a
Diamond y a sus colegas, afirmando que su trabajo "ayudaba a arruinar la vida de un número
desconocido de jóvenes hermafroditas".

En 1967, cuando se realizó la castración de John, Money decretó que debería ver a la niña una vez al
año, para ofrecerle terapia.

Según las palabras de Money en su carta al abogado de los Thiessen, estas visitas, que a veces se
efectuaban con un intervalo de hasta dieciocho meses, tenían el objetivo de "protegerlo de los peligros
psicológicos asociados al hecho de crecer como una criatura a quien se le había cambiado el sexo. Pero
de acuerdo con lo referido por los Thiessen y por las notas clínicas contemporáneas, las visitas a la
Unidad de Investigación Psicohormonal del Johns Hopkins sólo agravaban la confusión, los temores y el
terror que Joan ya estaba sufriendo.

"Tenés la idea de que algo te pasó", dice John, refiriéndose a esas misteriosas visitas anuales a la
Unidad, "pero no sabés qué... ni querés saberlo". Para Kevin, quien también debía prestarse a las
sesiones con el doctor Money, estas visitas eran igualmente inexplicables y inquietantes. "Te juro por mi
vida que no podía entender... ¿por qué, de todos los chicos de mi clase, por qué yo soy el único que voy
a Baltimore con mi hermana a hablar con este médico? Nos sentíamos como extraterrestres." Los
gemelos se convencieron de que todos, desde sus padres hasta el doctor Money y sus colegas, les
estaban ocultando algo. "Había algo que no cerraba", dice Kevin. "Eso ya lo sabíamos desde muy
chiquitos. Pero no hicimos la relación. No sabíamos." Lo que sí sabían era que desde los 6 años, el
doctor Money quería hacerles hablar, ya sea solos o juntos, sobre temas que, según la queja que Joan
hizo mucho tiempo después a un terapeuta externo, "ni siquiera puedo hablar con mi mamá." "El doctor
Money me preguntaba. "¿Alguna vez soñás que tenés relaciones sexuales con mujeres?", recuerda
Kevin. "Me decía. "¿Alguna vez tenés una erección?" Y lo mismo con Joan. "¿Pensás en esto? ¿Y en
aquello?"

Al tiempo que intentaba sondear la psiquis sexual de los gemelos, Money también trataba de programar
el concepto que Joan y Kevin tenían de sí mismos como nena y varón. Una de sus teorías sobre el
modo en que los niños forman sus diferentes "esquemas de sexo" palabras propias de Money era que
tienen que comprender a temprana edad la diferencia entre los órganos sexuales femeninos y
masculinos. El creía que la pornografía era ideal para este propósito. "Pueden y deben usarse fotos
sexuales explícitas como parte de la educación sexual de un niño, escribió en su libro Sexual
Signatures, y aseguraba que este tipo de fotos "refuerzan su propio rol o identidad sexual".

"Solía mostrarnos fotos de chicos, nenas y varones, sin ropa", dice Kevin. John recuerda que el doctor
Money también les mostraba fotos de adultos teniendo relaciones sexuales: "Nos decía: "Quiero
mostrarles fotos de lo que hacen las mamás y los papás."

Durante estas visitas, los gemelos descubrieron que la personalidad de Money tenía dos caras. "Una,
cuando mamá y papá no estaban", dice Kevin, "y otro cuando sí estaban". Cuando sus padres estaban
presentes, dicen ellos, Money actuaba como si fuera un tío y les hablaba suavemente. Pero cuando
quedaba solo con los chicos, podía ser colérico o más. Especialmente cuando lo desafiaban. Los niños
se resistían, sobre todo, a la solicitud de Money de que se quitaran la ropa y se revisaran los genitales el
uno al otro. Aunque no podían saberlo, estas revisiones eran fundamentales en la teoría de Money
sobre la forma en que los chicos desarrollan un sentido de sí mismos como nena o varón; por lo tanto, a
su modo de pensar, eran cruciales para el resultado exitoso del cambio de sexo de Joan. En sus
escritos de ese entonces, Money hizo hincapié en que "los fundamentos más firmes posibles de los
esquemas sexuales son las diferencias entre los genitales femeninos y masculinos y en el
comportamiento reproductor, y nuestra cultura lucha constantemente por ocultarles este fundamento a
los niños. Todos los 'cachorros' de los primates exploran sus propios genitales y los del otro (...) y esto
incluye también los niños humanos en todas partes. (...) Lo único que tienen de malo estas actividades
es no disfrutarlas".

Pero los chicos no disfrutaban de estas actividades forzadas, que se les pedían realizaran a veces
frente al doctor Money, a veces con cinco o seis de sus colegas presentes. Pero resistirse al pedido de
Money era provocar su ira. "Recuerdo que Money me gritaba porque yo lo desafiaba", dice John. "Me
dijo que me quitara la ropa y yo simplemente no lo hice. Me quedé ahí parado. Y él me gritó: "¡Ahora!" Y
más fuerte que eso. Pensé que me iba a dar una paliza. Así que me quité la ropa y me quedé ahí
parado, temblando." En otra conversación a solas conmigo, Kevin recuerda ese mismo incidente.
"Sácate la ropa... ¡ahora!", grita Kevin.

Ya a los 8 años, Joan comenzó a resistirse a ir a Baltimore. El doctor Money les sugirió a Linda y Frank
que suavizaran el impacto de las visitas anuales haciendo coincidir el viaje con las vacaciones
familiares. "Al poco tiempo", dice Linda, "les estábamos prometiendo ir a Disneylandia y hacer paseos
por Nueva York sólo para convencerla de que fuera".

Fue también mientras ella tenía 8 años cuando el doctor Money comenzó a hablar con más insistencia
de una cirugía vaginal. En el momento de su castración, a los 22 meses de edad, a Joan sólo le habían
hecho una vagina externa cosmética; el cirujano había decidido esperar hasta que el cuerpo de Joan
estuviera más cerca de su desarrollo completo antes de abrir un canal vaginal completo. Money
consideraba que ahora había una necesidad urgente de preparar a Joan para esta operación. Debido a
que la apariencia física era crítica para su teoría sobre la forma en que uno "aprende" una identidad
sexual, Money creía que el cambio de sexo psicológico de Joan no podría estar completo hasta que se
terminara con su cambio de sexo físico.

Sólo que había un problema: Joan estaba decidida a no hacerse la cirugía... nunca. La negativa cada
vez más obstinada de la niña no sólo provenía de su temor profundamente arraigado a los hospitales,
los médicos y las agujas. También tenía que ver con algo que había comprendido cuando estaba en
segundo grado: que ella no era una nena y que nunca lo seria, no importaba lo que dijeran sus padres,
su médico, sus maestras, ni nadie. Porque cuando Joan soñaba con su futuro ideal, se imaginaba como
un muchacho de 21 años con bigotes y un auto deportivo, rodeado de admiradoras. "Ese era el que yo
quería ser", dice John hoy, recordando aquella fantasía infantil. A esa altura, Joan ya estaba cada vez
más segura de que si se sometía a una cirugía vaginal quedaría encerrada en un sexo que sentía que la
atrapaba cada vez mas.

Le dijo de buen modo al doctor Money que no se quería hacer la cirugía. Pero parecía que el psicólogo
no quería escucharla. En cambio, le seguía mostrando su colección de fotos de mujeres desnudas. Le
hacia mirar los labios, la vulva, el clítoris. "¿No ves que sos distinta?", le preguntaba Money muchas
veces.

Joan, asustada pero resuelta, simplemente se negaba a levantar la vista. "¿No querés ser una chica
normal?", le preguntaba el doctor Money una y otra vez "¿No querés ser una chica normal?"

Money también siguió indagando las fantasías sexuales de Joan. Ella trataba de no revelarle esta
información al psicólogo, y creía que lo lograba. Pero, según Frank y Linda, estaba equivocada. Para
cuando Joan había cumplido 9 años, el doctor Money les informó que algo había surgido en sus
sesiones privadas con Joan. "El doctor Money nos dijo que le había preguntado a Joan qué compañero
prefería tener, una nena un varón", recuerda Frank. "Joan había dicho: "Una nena." Frank recuerda que
el doctor Money quería saber cómo se sentían ante la posibilidad de criar a una lesbiana. Confundidos,
sin saber qué responder a esta novedad, pero aliviados porque parecía que Money no pensaba que
esto fuera importante, Frank le dijo lo que él honestamente pensaba sobre la homosexualidad: "No es lo
más importante de la vida."

Evidentemente, Money estaba de acuerdo, ya que este hallazgo clínico no se incluyó en el siguiente
informe sobre los gemelos que apareció en 1975, cuando tenían 10 años. El informe, que se publicó en
los Archives of Sexual Behavior (Archivos de la conducta sexual), era más positivo aún que el de tres
años antes. Luego de sintetizar los hallazgos anteriores y de agregar un nuevo ejemplo de la femineidad
de la niña, Money concluyó: "Nadie (fuera de la familia) sabe (que nació varón). Ni siquiera podrían
llegar a conjeturarlo. Su comportamiento es tan obviamente el de una pequeña activa, y contrasta tan
claramente con la conducta de su hermano gemelo varón, que no aparece nada que pudiera estimular
las conjeturas."

Ese mismo año, Money publicó otro relato de la exitosa metamorfosis de Joan. Pero esta vez estaba
dirigido no sólo a los colegas científicos y médicos, sino también al público en general. Sexual
Signatures fue escrito con la periodista Patricia Tucker, en un intento de Money por alcanzar una mayor
cantidad de público. El libro ofrece un relato del caso francamente positivo, casi triunfal, sin utilizar la
jerga psicológica tantas veces impenetrable que caracteriza a sus informes anteriores sobre el cambio
de sexo. Describe el cambio de sexo de Joan como "una dramática prueba de que está abierta la opción
de la identidad sexual en el momento del nacimiento de bebés normales". Money afirmó, con respecto a
la castración realizada a Joan cuando aún era pequeña: "El posterior desarrollo de la niña es una
prueba de lo bien que lograron ajustarse los tres (padres y criatura) a dicha decisión."

Hasta los 12 años, la única psicoterapia de Joan eran las visitas anuales al doctor Money en el Johns
Hopkins. Pero esto cambió el otoño de 1976, cuando ingresó en un nuevo colegio, donde su ansiedad,
aislamiento social y temor llamaron inmediatamente la atención de los maestros, quienes, una vez más,
informaron a la Child Guidance Clinic. "Los intereses de Joan son fuertemente masculinos", escribió una
maestra en su informe. "Tiene planes maravillosos para construir casitas en los árboles, kartings,
aviones a gas para aeromodelismo (...) y parece ser más competitiva y agresiva que su hermano; es
mucho más desprolija, tanto en su casa como en el colegio." Una sesión con el psiquiatra de la clínica
reveló que Joan tenía "grandes temores de que le habían hecho algo a sus órganos genitales" y que
había "pensado varias veces en el suicidio".

El caso fue derivado al jefe de psiquiatría de la unidad, el doctor Keith Sigmundson, un médico de 34
años, amable y modesto, cuya carrera había progresado muy rápidamente. "Como yo estaba un paso
adelante del baby boom, me dieron un puesto para el cual era demasiado joven y que probablemente no
mereciera", dice. Ya en su primer encuentro con Joan, a Sigmundson le llamó mucho la atención la
apariencia de la nena. "Estaba ahí sentada, de pollera, con las piernas abiertas y una mano apoyada
firmemente en una rodilla", dice Sigmundson. "No tenía nada de femenino." Pero, a pesar de sus
recelos, pensó que controlando el tratamiento psiquiátrico de Joan podría apoyar el proceso que Money
había comenzado. Había ido demasiado lejos como para retroceder, decidió Sigmundson, así que
intentó persuadir a la niña de que tenía que aceptarse como una nena y someterse a la cirugía vaginal.
Para aumentar la identificación femenina de Joan, derivó el caso a una psiquiatra, la doctora M.

Tal como lo revelan las notas clínicas de la doctora M., en las sesiones Joan muy pronto expresó su
convicción de que ella era "sólo un varón con pelo largo y ropa de nena" y que la gente la miraba y
decía que ella "parecía un varón, hablaba como un varón." También se sinceró con respecto a cuánto
odiaba los viajes a Baltimore, donde la gente la miraba y "un hombre le mostraba fotos de cuerpos
desnudos". Pero la psiquiatra intentó tranquilizar a Joan diciéndole que en realidad era una nena y le
insistió acerca de la necesidad de someterse a una cirugía en los genitales.

Sin embargo, preocupada por el caso, la psiquiatra le escribió al doctor Money informándole de las
dificultades emocionales de Joan y de los problemas que tenía en el colegio. En enero de 1977 Money
le respondió que estaba muy complacido porque la doctora M. estuviera dispuesta a involucrarse en el
tratamiento de Joan. Le explicó que la segunda etapa de la cirugía vaginal de Joan no se había
realizado aun debido al "temor fanático a los hospitales" que tenía la niña; "un tipo de temor", escribió
Money, "con el que me encontré en una sola ocasión aparte de ésta en mis veinticinco años de trabajo
en el Johns Hopkins". Agregó que la sola mención de tratamientos hormonales o de cirugía provocaba
en Joan un "pánico tan intenso que es imposible tener una conversación sobre estos temas sin que la
niña se largue de la habitación, gritando aterrorizada". De todos modos, continuaba Money, ahora había
una "urgencia" para que Joan se sobrepusiera a dichos temores porque, ya que se estaba aproximando
a la adolescencia, cada vez era más necesario realizar un tratamiento hormonal y una cirugía. "Lo mejor
que usted podría hacer por ella", escribió Money a la psiquiatra, "seria ayudarle a vencer este insólito
impedimento".

A pesar de todos los esfuerzos, Joan seguía negándose a la cirugía. Pasaron nueve meses y ella
permanecía firme en su postura, negándose incluso a que su pediatra endocrinólogo le realizara un
examen físico de sus genitales. Entonces, a fines del verano de 1977, cuando Joan cumplió 11 años, de
repente tuvo que defenderse de un ataque en otro frente. En sus "últimos viajes a Baltimore el doctor
Money le había hablado de la medicación que pronto necesitaría para convertirse en una "chica normal".
Hablaba del estrógeno, una hormona femenina necesaria pera estimular los efectos de la pubertad
femenina en el físico de Joan, con sus hombros anchos y cadera estrecha. Al igual que la cirugía
vaginal, Joan sentía que la idea de desarrollar un cuerpo femenino era una pesadilla. Así que tuvo sus
sospechas cuando, un día, su padre le dio un frasco de pastillas y le dijo que empezara a tomarlas.

"¿Para qué es este remedio?" preguntó Joan.

Frank, luchando por expresarlo de la mejor manera posible, finalmente le dijo: "Es para que empieces a
usar corpiño."

"Yo dije, ¡No quiero usar corpiño!", recuerda Joan. "Me dio un ataque."

Pero luego de repetidos intentos de sus padres y su endocrinólogo (por no mencionar la amenaza del
doctor Money de que le crecerían los brazos y las piernas en forma desproporcionada si no tomaba los
remedios), Joan finalmente, y con gran resistencia, comenzó a tomar las píldoras.

Fue aproximadamente para esta época cuando el doctor Money redactó otro informe actualizado sobre
los gemelos. El informe apareció en un diario de 1978. Nuevamente, la interpretación era más que
favorable:

"Ahora, en edad de prepubertad, la niña tiene (...) un rol y una identidad sexual femeninos que se
diferencian claramente de los de su hermano", informó. Quizás olvidándose de lo que había dicho a los
padres de Joan cuatro años antes acerca de su orientación sexual escribió: "La evidencia final y
concluyente augura la aparición de un interés romántico y de imágenes eróticas."

A pesar de que Joan a menudo sólo simulaba tomar sus píldoras de estrógeno, para mayo de 1978, tres
meses antes de cumplir los 13 años, los efectos eran visibles. Se habían hecho evidentes un par de
pequeños pero prominentes pechos, y se le había depositado una ligera capa de grasa alrededor de la
cintura y las caderas. Pero se mantenía firmemente en contra de la cirugía, algo que quedó claramente
demostrado durante su visita de esa primavera al Johns Hopkins. Fue la última vez en su vida que Joan
aceptó ir a Baltimore.

Es evidente que ocurrió algo importante durante esa última visita de Joan. En una carta que escribió el
doctor Money en agosto de 1978, algunas semanas después del encuentro, decía que Joan aún estaba
decidida a evitar hablar de sexo o cirugía y que, cuando él intentó presionarla con respecto a estos
temas, ella abandonó la habitación en busca de su hermano. "Yo la seguí", escribió Money, "y al
terminar la sesión le puse la mano en el hombro, en un gesto que para la mayoría de los jóvenes
hubiera sido señal de apoyo. Pero ella huyó despavorida". Money luego describió la manera en que uno
de sus estudiantes siguió a Joan para ayudarla a recobrar su compostura. "Caminaron, casi sin hablar,
más o menos un kilómetro y medio." Al concluir este relato extrañamente conciso, el doctor Money se
refirió al hecho de que "el estudiante" era una mujer

Lo que no mencionó es que la mujer había empezado su vida como hombre. Era una transexual de
hombre a mujer, una de las tantas con las que se podía tener contacto en la Clínica de Identidad Sexual
de Johns Hopkins. Apentemente había sido convocada por Money para hablarle a Joan acerca de los
aspectos positivos de la construcción quirúrgica de una vagina. El doctor Money dijo "Tengo alguien que
te puede hablar de lo que vos estás pasando, porque ella ya pasó por todo ésto", recuerda John.
Entonces le presentaron a una persona a quien inmediatamente identificó como a un hombre que vestía
ropa de mujer, usaba maquillaje y tenía un corte de pelo femenino. Cuando esta persona le habló, tenía
la voz artificialmente afeminada, con tonos aflautados.

"Este tipo me contaba sobre la cirugía", dice John, "de lo fantástico que había sido para 'ella' y cómo
había cambiado su vida maravillosamente".

Joan se quedó allí inmóvil, callada, aparentemente escuchando. Pero las palabras le llegaban a través
de un velo de pánico que atronaba cada vez más fuerte: "Yo pensaba: ¿yo voy a terminar así?"

Hoy, John no recuerda haberse escapado de la habitación: "Sólo recuerdo que empecé a correr", dice.
"Eso es todo."

Joan corrió, ciegamente, hasta que llegó a una escalera por la que subió a toda velocidad. Emergió en
un techo, donde trató de esconderse. Pero el transexual la había seguido, lo que sólo logró aumentar el
pánico de Joan. Cuando la convencieron de que se bajara del techo, le dijo a su madre que, si la
obligaban a volver a ver al doctor Money, se iba a matar.

Pero, según parece, Money no estaba dispuesto a perder contacto tan fácilmente con esta paciente
única. A principios de 1979, apenas ocho meses después del último viaje de John al Hopkins, Money le
escribió a Linda diciéndole pronto pasaría por su ciudad para dar una charla centro médico y la
universidad local. Dijo que le gustaría pasar por la casa de los Thiessen para verlos.

En un día gris de mediados de marzo de 1979, Money llegó a su puerta llevando sólo una mochila. Los
gemelos, que sabían que Money estaba por llegar, se replegaron al sótano y rehusaron subir. Los
adultos esperaron, charlando. Money había dicho que tenía que tomar un vuelo más tarde ese mismo
día. Pero tanto Fank como Linda notaron que no mostraba ninguna señal de estar apurado. Mientras le
mostraban la pequeña casa, Money elogió los dibujos de tinta de Linda que decoraban las paredes, y
miró un mueble de madera que Frank había hecho. Recordó su infancia Nueva Zelanda. Finalmente, el
doctor Money anunció que había perdido el vuelo. Frank y Linda se miraron y consideraron que lo
correcto era invitarlo a quedarse a pasar la noche, aunque sólo tenían un colchón de gomaespuma en el
living para que durmiera.

Para su sorpresa, el eminente psicólogo del Johns Hopkins aceptó el ofrecimiento; los Thiessen
encargaron pollo para poder atender a su inesperado huésped. Los chicos seguían escondidos en el
sótano.
"No queríamos salir", recuerda Kevin. "Nos obligaron. Nos dijeron: 'Suban', así que salimos."

"Me esforcé por ser Don Cortés", dice John, recordando el tenso encuentro. Kevin recuerda que el
Doctor Money les hizo "preguntas generales" acerca como les iba a los mellizos en el colegio. Kevin le
preguntó qué le parecía la ciudad y cuánto tiempo se a a quedar. "Después", dice Kevin, "nos
queríamos ir". Pero antes de que volvieran a refugiarse en el sótano, el doctor Money sacó su billetera y,
murmurando algo sobre lo que hubiera tenido que gastar en una habitación de hotel de no haberse
quedado con ellos, les dio 15 dólares a cada uno de los chicos. Los niños huyeron al sótano y no
volvieron a salir hasta la mañana siguiente, cuando el mundialmente conocido sexólogo ya había partido
hacia el aeropuerto. Fue la última vez que se vieron.

Para cuando cumplió 14 años, Joan había estado tomando hormonas femeninas por casi dos años.
Pero las drogas estaban entonces compitiendo con su sistema endocrino masculino que, a pesar de la
ausencia de testículos, estaba en plena ebullición de la pubertad. Se trataba de un hecho claramente
notable a simple vista, no sólo en su forma de caminar y sus gestos angulares masculinos, sino también
en el notorio cambio del tono de su voz que, luego de un período de modificaciones, había bajado hasta
su actual registro grave. Físicamente, su condición era tal que los desconocidos se daban vuelta para
mirarla (como lo observó su terapeuta en las notas clínicas contemporáneas). Pero, para el observador
atento, era el estado mental de Joan lo que provocaba particular atención y pena. Tal como lo revelan
las fotos de ese época, Joan, a pesar de todos sus intentos por dibujarse una sonrisa, tenia los ojos
heridos de un animalito acosado y avergonzado.

Fue en ese momento cuando Joan tomó el asunto de su destino sexual en sus propias manos y
simplemente dejó de vivir como una niña. Las notas de su terapeuta de 1979 revelan que se rehusaba a
ponerse vestidos y que ahora prefería una campera raída de jean, pantalones de corderoy
deshilachados y botas de trabajo. Llevaba el pelo sucio, despeinado y enmarañado. "Estaba en esa
edad en que te rebelas", dice John. "Estaba tan podrido de hacer lo que los demás querían que yo
hiciera; llegué a ese punto en mi vida en que sabía que no era convencional, estaba dispuesto a vivir mi
vida como una persona excéntrica... Si quería tener el pelo hecho un asco, lo tenía hecho un asco.
Usaba mi propia ropa tal como yo quería."

Y Joan tenía formas más privadas de rebelarse. Desde su infancia le habían enseñado, tanto sus
padres como los médicos, a orinar sentada, a pesar del desenfrenado impulso que ella sentía por
enfrentar el inodoro parada. Durante años había intentado aceptar esa imposición a su función corporal.
Pero ya no lo haría más. "Si no había nadie alrededor, lo hacia parado", recuerda John. "No era nada
extraordinario; era más fácil para mí hacerlo así. Me paraba y meaba. Y me preguntaba, ¿qué diferencia
hay?"

Pero para sus pares había una diferencia. Ese otoño, Joan se había pasado a una escuela técnica,
donde se anotó en un curso de reparación de electrodomésticos.

Allí en seguida la bautizaron "Mujer de las cavernas" y le decían abiertamente: "Sos un varón." Pero era
su tendencia por orinar en la posición de un varón lo que causaba mayor fricción entre ella y sus
compañeras. Las chicas le prohibieron usar su baño. Intentó colarse en el baño de varones, pero la
echaron y amenazaron con acuchillarla si regresaba. Sin ningún lugar a dónde ir, Joan se vio obligada a
orinar en un pasillo trasero. Para diciembre, se negó rotundamente a ir al colegio.

A esta altura ya era imposible que el equipo local de tratamiento terapéutico ignorara lo obvio. Luego de
casi cuatro años de intentar infructuosamente llevar a cabo el plan del doctor Money, varios médicos
experimentaron un cambio de opinión. Entre los que creían que Joan nunca se sometería a una cirugía
vaginal estaba la doctora McK., una psiquiatra particularmente comprensiva, que se encontraba
semirretirada y había tomado el caso de Joan en el invierno de 1979. El endocrinólogo de Joan, el
doctor W, fue uno de los últimos que persistían con la idea la cirugía, ya que estaba convencido de que
lo que producía el bloqueo en su aceptación psicológica de sí misma como niña era la apariencia de su
vagina incompleta. Pero ahora incluso él empezaba a dudar. "Al principio yo estaba (...) a favor de que
se realizara la cirugía lo antes posible", escribió en una carta a la doctora McK. "Ya no estoy tan
convencido de que sea una buena idea y, por lo tanto, en este momento no tengo ningún plan especifico
ni opinión acerca de cuál seria el momento apropiado para la operación."

Finalmente, fue Joan quien obligó al endocrinólogo a decidirse. Durante una consulta, Joan se negó a
quitarse la bata de hospital para un examen de mamas. El médico se lo volvió a pedir. Ella se rehusó. La
situación duró veinte minutos. "Llega un momento en tu vida en que decís: Ya estoy harto", dice Joan.
"Hay un límite para todos. Este era mi límite."

Pero el doctor W. también había alcanzado su límite. "¿Querés ser una chica o no?", le exigió.

Era una pregunta que Joan había escuchado antes; una pregunta que Money le había estado haciendo
desde que tenía conciencia, una pregunta con la que los médicos locales la habían acosado durante
cuatro años, una pregunta que ya había escuchado demasiadas veces.

Levantó la cabeza y le gritó en la cara: "¡No!"

El médico salió de su consultorio durante un instante, y cuando regresó le dijo: "OK, podés vestirte e irte
a tu casa."

Fue sólo más tarde cuando John se enteró de que en el momento que el doctor W. salió al hall fue a
consultar a la doctora McK. El le dijo que pensaba que era hora de decirle a la adolescente la verdad
con respecto a quién era y lo que le había pasado.

Frank tenía por costumbre pasar a buscar a Joan en auto después de su sesión semanal con el
psiquiatra. Y la tarde del 14 de marzo de 1980 no fue una excepción. Pero cuando Joan subió al auto
ese día, Frank le sugirió que en lugar de ir directamente a casa fueran a comprar un helado.

Inmediatamente, Joan sospechó que algo estaba pasando. "Generalmente, cuando había algún tipo de
despelote en la familia, el viejo te llevaba en el auto a comprar un helado o algo", recuerda John. "Yo
pensaba: ¿Mamá se está muriendo? ¿Se estarán por divorciar? ¿Está todo bien con Kevin?"

"No, no", respondió Frank ante el interrogatorio nervioso de Joan. "Está todo bien."

Lo cierto es que no pudo encontrar las palabras para darle explicaciones hasta que Joan había
comprado su helado y Frank ya había estacionado en la entrada del garaje.

"Ahí no más me empezó a explicar, paso por paso, todo lo que me había pasado", dice John.

"Fue la primera vez", dice Linda, "que John vio llorar a su padre".

Joan permaneció con los ojos sin lágrimas, con la vista fija en el parabrisas, mientras el helado se
derretía en su mano.

"No lloró ni nada", dice Frank casi dos décadas después de este extraordinario acercamiento entre
padre e hijo. "Sólo se quedó ahí sentada, escuchando, sin decir palabra. Creo que estaba fascinada con
este cuento increíble que yo le estaba contando."

Hoy, John recuerda que las palabras de su padre despertaron muchas emociones: bronca,
descreimiento, sorpresa. Pero dice que hubo una emoción que superó a todas las demás. "Me sentí
aliviado", dice, parpadeando velozmente, con la voz cargada de emoción. "Finalmente todo tenía sentido
y podía entender por me sentía así. Yo no era una especie de monstruo." Joan le hizo una sola pregunta
a su padre. Era sobre esa época efímera, encantada, esos ocho meses después de su nacimiento, el
único periodo de su vida que había sido una persona totalmente intacta.

"¿Cómo me llamaba?"

Joan tomó de inmediato la decisión de someterse a un cambio de sexo. Se cambió el nombre a John y
exigió un tratamiento de hormonas masculinas y una cirugía para completar su metamorfosis de mujer a
varón. Ese Otoño se sometió a una cirugía para quitarse los pechos y el año siguiente se le construyó
un pene rudimentario. La operación se completó un mes antes de que cumpliera los 16 años.

Socialmente, dice John, resultó relativamente fácil efectuar el cambio a su estatus verdadero. El rechazo
social que Joan había sufrido toda su vida hacía que no hubiera nadie cercano que se diera cuenta de
su repentina desaparición. Aun así, John tuvo la precaución de permanecer durante algunos meses en
el sótano de la casa de sus padres. "Miraba la televisión, lo único que hacía", recuerda. "No estaba
realmente feliz; no estaba realmente triste." Pero de a poco empezó a salir, parando en el boliche de
comida rápida, en la pista de patinaje y en los bares con Kevin y sus amigos, quienes lo aceptaron
inmediatamente como a uno más de los muchachos.

Fue en las relaciones de John con las chicas donde produjeron complicaciones, exacerbadas por el
hecho de que, para cuando tenía 18 años, John no era simplemente un muchacho bastante atractivo:
era increíblemente buen mozo. Su repentina popularidad con lo que ahora era el sexo opuesto le creó
un terrible dilema porque sabia que su pene ni se parecía a uno real ni funcionaba como tal (era
imposible que lograra una erección). "¿Cómo iba, siquiera, a pensar en salir con alguien?", dice John,
recordando este período de su vida. "No podía. Estaba en una situación tan incómoda. Al mismo tiempo,
si no sos honesto con ellas... enseguida se van de manos."

Finalmente, comenzó a salir con una chica dos años menor; una chica linda, pero algo frívola. Varios
meses después de empezar esta relación, John le confió su secreto, contándole que había sufrido "un
accidente". A los pocos días, dice John, "lo sabían todos". Al igual que en su infancia, de repente era
objeto de comentarios y murmullos, risitas y bromas. Días después se tomó un frasco de antidepresivos
y se tiró a morir en el sofá. Sus padres lo encontraron inconsciente. "Linda y yo nos miramos", recuerda
Frank, "y nos preguntamos si debíamos despertarlo".

Linda recuerda sus dudas: "Le dije a Frank: ¿No tendríamos que dejarlo? Porque este chico no ha
hecho más que sufrir toda su vida. El realmente quiere morirse. Después dije: No, no, no puedo dejarlo
morir. Tengo que tratar de salvarlo." Lo levantaron y lo llevaron de urgencia al hospital, donde le hicieron
un lavaje de estómago. Después del alta, una semana más tarde, volvió a intentarlo. Esta vez, fue Kevin
quien lo salvó.

John se apartó del mundo. Pasó épocas de hasta seis meses solo, en una cabaña en el bosque, en
invierno y en verano. Incapaz de enfrentar a la gente, fantaseaba con cometer un crimen que lo dejara
en confinamiento solitario por el resto de sus días. "Me despreciaba; me odiaba", dice. "Odiaba lo que
había pasado con mi vida. Estaba frustrado y enojado, y no sabía con quién estaba enojado."
A los 21 años se sometió a una segunda operación en su pene que significó una importante mejoría con
respecto a su primer faloplastia (su pene se asemejaba a uno verdadero y, haciéndole injertos con
nervios extraídos de los brazos, se pudo lograr que el órgano tuviera alguna sensación), pero pasaron
dos años antes de que lo utilizara para tener sexo. La demora tenía menos que ver con sus sentimientos
de confianza con respecto a su pene que con el legado de lo que el doctor Howard W. Jones le había
hecho en el quirófano del John Hopkins cuando tenía 22 meses de edad. "Pensaba: ¿Qué le voy a decir
a la mujer con la que me quiera casar?", recuerda John. "¿Qué le voy a decir cuando ella me diga que
quiere tener hijos y yo no pueda dárselos?"

Para esa época Kevin ya estaba casado y era papá: todo lo que John quería para si mismo desde la
secundaria. "Me sentía tan terriblemente solo", dice John. "Decidí hacer algo que nunca antes había
hecho. Terminé orándole a Dios. Le dije: Sabés, tuve una vida tan terrible. No me voy a quejar, porque
vos debés tener alguna idea de por qué me estás haciendo pasar por todo esto. Pero yo podría ser un
buen marido si me dieran la oportunidad; creo que podría ser un buen padre si me dieran la
oportunidad."

Dos meses más tarde, Kevin y su esposa le presentaron a una joven que habían conocido. Tenía 26
años y era tres años mayor que John; una linda y cariñosa madre soltera de tres hijos de padres
diferentes. "Para cuando conocí a John", dice con sonrisa un tanto triste, "ya estaba harta de los
hombres. Yo confiaba en ellos, hasta que sucedía: '¿Cómo que estás embarazada? Yo me borro." Ella
dice que la situación de John no le importaba. "Probablemente me hubiera importado si no hubiera
tenido chicos. Pero después de lo que me había pasado con estos tipos, yo pensé: ¿Qué importa lo que
tiene entre las piernas? Si es bueno conmigo y con los chicos, eso es todo lo que importa."

Los dos se entendieron inmediatamente. A ella le gustó la galantería "a la antigua" de John. "Todavía
me manda flores y me escribe notas", dice. "¿Cuánta gente hace eso después de nueve años de estar
juntos?" John se enamoro de lo que él llama su "verdadero corazón

Menos de un año después de que empezaran a salir, John le pidió que se casaran. Ella aceptó, y en el
otoño de 1990, cuando John tenía 25 años, contrajeron matrimonio. John consiguió un trabajo bien
remunerado en una fábrica, compró una casa en un barrio de clase media, lindo y bien cuidado, cerca
de la casa de sus padres, y se instaló con su mujer y los tres chicos adoptados para iniciar una vida
doméstica en el anonimato.

Durante varios años, Keith Sigmundson había estaba viendo los avisos. Aparecían con la precisión de
un reloj todos los años en el American Psychiatric Society Journal y siempre decían lo mismo: "Por
favor, quisiera recibir información de quienquiera que esté tratando a los gemelos." Debajo de este
pedido aparecía siempre la misma dirección: Doctor Milton Diamond, Universidad de Hawaii. "Yo lo
veía", dice Sigmundson, "pero no me decidía a contestarlo". En el pasado, Sigmundson había
fantaseado con la idea de publicar el verdadero desenlace del caso de John. Pero no lo había hecho por
una razón muy sencilla. "Le tenía temor a John Money", admite. "El era el grande. El gurú. No sabía
cómo podía afectar mi carrera." Así que dejaba de lado la idea. Y todos los años el aviso de Diamond no
lo dejaba olvidar. Un par de veces casi lo había contestado. Pero siempre se había resistido a la
tentación.

Diamond, sin embargo, no era de los que se rinden fácilmente. A los 63 años, este hombre de ojos
tristes, con la barba blanca de un sabio, oculta su intensidad detrás de una voz suave. Es autor de más
de un centenar de artículos y ocho libros sobre la sexualidad. Durante los últimos treinta años, pasó la
mayor parte del tiempo que estuvo en Honolulu encorvado sobre su computadora en una desordenada
oficina sin ventanas, a la que él llama su cueva; sus hábitos de trabajo son obvios para cualquiera que
haya visto el color pálido de su piel. Fue desde su cueva que Diamond, a principios de 1991, decidió
redoblar sus esfuerzos por localizar a los famosos gemelos y conocer el destino de éstos. Aquella
primavera logró ubicar a la doctora M., la psiquiatra que había tratado a Joan Thiessen casi quince años
antes.

Se había mudado de la ciudad donde vivían los Thiessen poco después de derivar el caso de Joan a un
nuevo psiquiatra, y por lo tanto no sabía nada del cambio de sexo de la joven. Sin embargo, se ofreció a
darle a Diamond el número de teléfono del hombre que había estado siguiendo el tratamiento
psiquiátrico de Joan: Keith Sigmundson. "Es gracioso", dice Diamond con una sonrisa. "Recuerdo las
primeras palabras que me dijo Sigmundson (cuando lo llamé). Fueron más o menos: "Me estaba
preguntando cuánto tardaría en llegar hasta aquí."

Sigmundson mueve la cabeza al recordar esa llamada que mitad esperaba y mitad temía.

"Mickey dijo: Keith, tenemos que hacer esto", recuerda Sigmundson. "Yo le contesté: Bueno, realmente
no tengo ni el tiempo ni la energía... Así que Mickey siguió insistiéndome un poco."

Después de haber visto por sí mismo los desastrosos resultados de lo que se decía era un cambio de
sexo exitoso, Sigmundson se inclinaba a favor del argumento de Diamond con respecto a que el
procedimiento estaba mal orientado. Pero también reconoce que buena parte de sus dudas en cuanto a
trabajar con Diamond en un seguimiento a largo plazo del caso de John surgía de las opiniones de sus
colegas, que le habían advertido que Diamond era un "fanático" que tenía una particular inquina contra
el doctor Money. Luego de algunas conversaciones con Diamond, y después de leer sus artículos sobre
el desarrollo sexual, se convenció de lo contrario. "Comencé a comprender que Mickey era un
investigador serio y un tipo que se preocupaba, que realmente creía que las teorías de Money habían
causado y seguían causando un gran daño en los niños." Sigmundson aceptó ponerse en contacto con
John Thiessen y preguntarle si estaba dispuesto a cooperar en un artículo sobre el seguimiento de su
caso.

Para ese entonces, hacía dos años que John se había casado y sólo quería que su tortuoso pasado
quedara en el olvido. Al principio se negó a participar. Pero en una reunión que tuvo más tarde con el
doctor Diamond, quien se trasladó desde Hawaii, John se enteró por primera vez acerca de su fama en
la bibliografía médica y de cómo el aparente éxito de su cambio de varón a mujer era el precedente que
se había tomado como base para realizar miles de cambios de sexo, y que aún se continuaban
realizando estos cambios a razón de aproximadamente cinco por día en todo el mundo. "Hay gente que
está pasando todos los días por lo que vos tuviste que atravesar , recuerda John que le dijo Diamond, "y
estamos tratando de detener esto"

Eso fue suficiente para John. En la primavera de 1994, y durante el año siguiente, John, su madre y su
esposa se prestaron a una serie de entrevistas con Diamond y Sigmundson en las que relataron la
atormentadora experiencia de John en su pasaje de varón a nena y de vuelta a varón. Tomando como
base estas entrevistas y los detallados informes clínicos que Sigmundson había llevado del caso de
Joan, Diamond preparó un trabajo en el que presentó la vida de John como prueba viviente de
precisamente lo opuesto a lo que veinticinco años antes Money había dicho que estaba probando.
Diamond escribió que el caso de John es la evidencia de que la identidad y la orientación sexual son
innatos, y que si bien la crianza puede tener importancia en la formación de la identidad sexual de una
persona, la naturaleza es la más poderosa de las dos fuerzas, tanto que ni siquiera pudieron revertirla
los esfuerzos conjuntos de los padres, psicólogos, psiquiatras, cirujanos y endocrinólogos durante
aquellos doce años.

El trabajo, si bien era una poderosa prueba anecdótica del fundamento neurobiológico de la sexualidad,
también era una clara advertencia a los médicos sobre los peligros de los cambios de sexo, y no sólo
con niños como John, que nacían con genitales normales. Diamond argumentaba que el procedimiento
es igualmente equivocado para los recién nacidos intersexuales, ya que los médicos no tienen forma de
saber en qué dirección masculina o femenina va a orientarse la identidad sexual del niño. Encauzar a
estos niños quirurgicamente hacia un sexo u otro, argumenta Diamond, se basa sólo en la conjetura, y
puede condenar a un 50 por ciento de estos niños a vivir una vida tan torturada como la de John
Thiessen.

Diamond y Sigmundson tardaron casi dos años en encontrar un editor para su trabajo, The New
England Journal, American Psychiatric, American Pediatric. "Todos lo rechazaban porque decían que
erá muy controvertido", dice Sigmundson. Finalmente, la American Medical Associaton aceptó publicar
el artículo en sus Archives of Adolescent and Pediatric Medicine en septiembre de 1996, y la impresión
estaba prevista para marzo de 1997. En los siete meses desde su aceptación hasta su publicación,
Diamond y Sigmundson sintieron una comprensible aprehensión mientras esperaban que explotara la
bomba. "Estábamos básicamente diciéndoles a todos estos médicos que habían estado aplicando un
proceso incorrecto durante los últimos treinta años", dice Sigmundson. "Sabíamos que eso iba a
molestar a mucha gente."

Y no estaban equivocados. Un pediatra endocrinólogo que asistió a reuniones pediátricas sobre el tema
después de la publicación del artículo comentó que las discusiones no pueden calificarse siquiera de
debates: "Las convenciones médicas en este momento no son más que peleas a los gritos." Algunos
críticos del articulo intentaron refutarlo, basándose en que Diamond simplemente estaba usando la
historia de John para incomodar a un rival científico. Pero el doctor Melvin Grumbach, la eminencia gris
de la endocrinología pediátrica, ofrece una respuesta más mesurada: "Yo creo que Diamond tiene algo
de razón. Creo que la testosterona intrauterina y la constitución cromosómica XY te hacen cosas. Pero
la pregunta es: ¿Esto es invariable?"

Grumbach señala que el cambio de sexo siempre se realiza como último recurso y sólo después de
haber descartado todos los demás tratamientos alternativos. Y, aunque reconoce que los cambios de
sexo no son totalmente a prueba de errores, insiste en que pueden funcionar y que, de hecho,
funcionan, "con un buen apoyo." Pero cuando se le pide que nos muestre un "cliente conforme" uno solo
Grumbach da la misma evasiva que todos los especialistas en pediatría consultados para este artículo:
"Pierdo contacto con todos mis pacientes cuando entran en la adultez", dice.

Aunque parezca increíble, en las cuatro décadas desde que se realizaron los primeros cambios de sexo
jamás se llevó a cabo un seguimiento de los pacientes de manera abarcativa y a largo plazo.
Finalmente, en junio de 1995 se lanzó un estudio de este tipo en el centro médico Johns Hopkins. Bill
Reiner, psiquiatra infantil (y anteriormente urólogo pediatra) está realizando un seguimiento de las vidas
de dieciséis personas reasignadas, concentrándose en seis que son genéticamente hombres que
nacieron sin pene, y que fueron castrados de bebés y criados como nenas. Dos años después de haber
comenzado su estudio, Reiner dice que los seis son más masculinos que femeninos en cuanto a sus
actitudes y conductas. Dos de ellos espontáneamente volvieron a cambiarse el sexo para ser varones
(sin que se les hubiera dicho su estado cromosómico XY). "Estos son niños que no tenían pene", señala
Reiner, "que fueron criados como niñas y que sin embargo sabían que eran varones. Ellos no dicen:

«Ojalá fuera un varón» o «En realidad preferiría ser varón» o «Creo que soy un varón.» Ellos dicen: «Yo
soy varón.»" Reiner (quien escribió un editorial de apoyo para acompañar el trabajo de Diamond y
Sigmundson sobre el caso John/Joan) señala el paralelo entre los chicos que está estudiando y Joan
Thiessen, quien también "sabía", en contra de toda la evidencia que señalaba lo contrario, que ella
realmente era él.

Reiner dice que tanto el caso John/Joan como la tendencia que muestra su estudio apoyan los
hallazgos que surgieron a partir de las primeras investigaciones de Diamond, en 1960, sobre los
orígenes neurobiológicos de la identidad y la orientación sexual. Un estudio realizado en 1971 en la
Universidad de Oxford mostró diferencias anatómicas entre el cerebro masculino y el femenino en las
ratas; seis años después, en la UCLA, los investigadores redujeron estas diferencias a un grupo de
células que se encuentran en el hipotálamo, una glándula ubicada en el cerebro. Un estudio realizado
en Ámsterdam a mediados de la década del 80 localizó el área correspondiente en el hipotálamo de los
humanos, y observó que es el doble del tamaño en hombres homosexuales que en hombres
heterosexuales.

Algunos estudios adicionales realizados por otros investigadores, a principios de la década del 90
apoyan esta teoría. Luego, en 1993 y también en 1995 el investigador Dean Hamer anunció un hallazgo
en el campo de la genética: pudo encontrar, en dos estudios diferentes de hermanos homosexuales, un
cierto patrón distintivo en los cromosomas X. Este hallazgo sugiere que la homosexualidad masculina
podría tener un origen genético.

Si bien aún es necesario repetir muchos de estos estudios, en la actualidad existen pocos
investigadores en el campo del sexo que discutan la abrumadora evidencia de una fuerte tendencia
innata hacia el sexo y la sexualidad. "Y es por esto", dice Reiner, "que yo aconsejo a los médicos que
sean muy prudentes al recomendar un cambio de sexo en un niño. Porque queda bastante claro que
una vasta mayoría de los varones que nacen con los testículos sin afectar tienen un cerebro masculino".
Reiner apoya la recomendación de Diamond y Sigmundson (publicada en un reciente artículo) de que
en caso de lesión genital o intersexualidad se realice el cambio de sexo socialmente, en cuanto al largo
del pelo, la ropa y el nombre, pero que se debe demorar toda intervención quirúrgica irreversible hasta
que los niños sean lo suficientemente grandes como para saber, y decidir, el sexo con el que se sienten
más identificados. "Tenemos que aprender a escuchar a los mismos chicos", afirma Reiner. "Ellos son
los que nos van a indicar lo que hay que hacer."

Mucho antes de que apareciera el articulo de Diamond y Sigmundson en los Archives of Adolescent and
Pediatric Medicine en marzo de 1996, el departamento de Relaciones Públicas de la American Medical
Association alertó a los medios de que se estaba preparando algo explosivo. "La AMA sabia que era
algo grande", dice Diamond, "porque notificaron por adelantado a los principales diarios". El día en que
salió el artículo, The New York Times publicó una crónica en la primera página titulada SEGUN UN
INFORME, LA IDENTIDAD SEXUAL NO SE PUEDE MANIPULAR; este artículo describía la vida de
John Thiessen como la "fuerza de la alegoría". Time (veinticuatro años después de haber publicado
inicialmente el éxito del caso) ahora presentaba una crónica donde declaraba que "los expertos estaban
equivocados". Aparecieron versiones similares de la noticia en todo el mundo, y pronto Diamond se vio
inundado de llamados de periodistas de diferentes países que buscaban entrevistas con el muchacho
ahora conocido simplemente como John/Joan.

La primera vez que vi a John fue en la ciudad de Nueva York, en junio de 1997. Nos presento el doctor
Diamond, con quien me había carteado durante varios meses y a quien había visitado en Hawaii. En
esa reunión inicial John me hablo sin vueltas de su dificultad para confiar en las personas extrañas, pero
al poco rato decidió que quería hablar conmigo para realizar la nota. Su decisión se basaba en el deseo
de prevenir a las personas con respecto a los peligros del cambio de sexo en los niños. Compartiendo
una cerveza en el Hard Rock Café en la calle 57, comenzó la conversación diciéndome que pudo
sobrevivir gracias a su familia, que fue su único consuelo durante una infancia que describió como "un
pozo de oscuridad". Pero es evidente que su increíble sentido del humor contribuyó muchísimo para
ayudarle a sobrellevar sus sufrimientos. Al describir las diferencias físicas entre él y su gemelo, algo
más corpulento y más pelado, me dijo, forzando la voz para que pudiera escucharlo por sobre la música:
"Yo soy el Elvis joven, el cool. El es el Elvis gordo, el viejo."
La impresión más fuerte que me llevé después de esa primera reunión fue una masculinidad intensa,
inequívoca. En los gestos, en el caminar, en sus actitudes y gustos, en el vocabulario que utilizaba: no
había nada allí que revelara el menor rastro de haber sido criado como una niña. Y cuando le pregunté
si pensaba que su infancia extraordinaria le había dado un conocimiento especial en cuanto a las
mujeres, le restó importancia por completo. Al igual que los varones del estudio realizado por Reiner;
John nunca se había sentido niña; por lo menos no mentalmente, que es lo que vale.

La historia de John, según la contaron Diamond y Sigmundson, causó un alud periodístico en la


televisión, las revistas y los diarios con respecto al fenómeno de la reasignación de sexo en los niños,
que hasta el momento no había sido analizado. Con esta cobertura se comenzaron a oír otras voces en
el debate. Eran las voces de los intersexuales que nacieron después de la publicación de los protocolos
de Money en 1955. Estas personas, que antiguamente se ocultaban tras la vergüenza y el silencio,
habían comenzado a salir, principalmente gracias a los esfuerzos de una persona: una activista con
base en San Francisco llamada Cheryl Chase.

Cuando Chase nació en 1956, en Nueva Jersey presentaba un caso clásico de genitales ambiguos, con
una apertura similar a una vagina detrás de la uretra y una estructura fálica de un tamaño y forma que
podrían describirse como un clítoris agrandado (si se le asignaba el sexo de una niña) o como un
micropene (si se le asignaba el sexo de un varón). Después de deliberar durante tres días, los médicos
le asignaron a Chase el sexo de varón. Fue bautizada con el nombre de Charlie. Pero, un año y medio
más tarde, sus padres, aún preocupados por la apariencia extraña de Charlie, consultaron a otro equipo
de expertos quienes (en parte basándose en su vagina relativamente normal) le reasignaron el sexo de
una niña. Le cambiaron el nombre de Charlie a Cheryl, y le amputaron el pene.

Al igual que John Thiessen, Chase fue criada sin conocimiento de su verdadero estatus al nacer (a
pesar de que toda la familia lo sabía). Así fue como, al igual que John, sufrió una niñez durante la que
se la acosaba sin explicación con exámenes genitales y rectales, y con cirugías misteriosas. También al
igual que John se crío con una confusión acerca de su sexo.

"A mi me interesaban más los revólveres y las radios", dice Chase, "y, si trataba de acercarme
socialmente a otros chicos, generalmente eran varones y siempre trataba de ganarle a mi hermano en
peleas a puñetazos." En la preadolescencia reconoció que su orientación erótica se inclinaba hacia las
mujeres.

A los 19 años, Chase comprendió que había sido sometida a un clitoridectomía. Comenzó a investigar
sus antecedentes clínicos, pero los médicos se negaron a revelarle su pasado. Tardó tres años en
encontrar un médico que le mostrara sus historias clínicas. Y fue recién entonces cuando se enteró de
que había nacido una "verdadera herma frodita" una persona con tejido ovárico y testicular y que en la
operación que le habían hecho a los 8 años (para curar sus "dolo res de estómago") en realidad le
habían cortado la parte testicular de sus gónadas.

Horrorizada y furiosa ante el engaño, y angustiada por la pérdida del clítoris que la hizo incapaz de
sentir orgasmos, Chase comenzó a buscar otras personas similares a ella para obtener apoyo
emocional.

A través de la Internet, y por medio del correo, estableció una red de intersexuales en ciudades de todo
el país y en 1993 le dio el nombre de Intersex Society of North America (Sociedad de Intersexuales de
América del Norte, ISNA), un grupo activista de apoyo y amparo a sus pares.

Reunirse con Chase y otros integrantes de la ISNA como hice la primavera pasada cuando realizaron
una manifestación pacífica a las puertas del Hospital Presbiteriano de Columbia, en Nueva York, donde
se realizó la amputación del clítoris de Chase es ingresar en un mundo donde es imposible pensar en el
sexo con la distinción binaria "nenavarón"/"mujerhombre" a la que estamos acostumbrados. Tenemos a
Heide Walcutt (genéticamente femenina, pero al nacer tenía tejido uterino, ovárico y testicular y un
micropene; ella se describe como "una muestra típicamente americana de todo tipo de sexo") y a Martha
Coventry, que nació con un clítoris del tamaño de un pene, pero con un sistema reproductor femenino
que funciona perfectamente: es madre de dos niñas.

Kira Triea fue asignada como varón a los 2 años y no se enteró de su intersexualidad hasta llegar a la
pubertad, cuando comenzó a menstruar a través del pene. Fue paciente del doctor Money en la Unidad
de Investigación Psicohormonal del Johns Hopkins entre los 14 y los 17 años; esto fue a mediados de la
década del 70; es decir, coincidió con John Thiessen.

Jamás se conocieron, pero la historia de Triea se asemeja muchísimo a la de él. Triea describe la
manera en que el doctor Money, en un intento de cerciorarse de si había asumido una identidad sexual
masculina o femenina, le preguntaba acerca de su vida sexual con el lenguaje franco que lo
caracterizaba. "¿Alguna vez cogiste?", recuerda que le preguntó. "¿No te gustaría coger?" También
recuerda que el doctor Money le hizo ver un film pornográfico. "Quería saber con quién me identificaba
en esa película", cuenta. En contradicción con la teoría de Money con respecto a que un intersexual
criado como varón probablemente desarrolle una identidad sexual masculina, la sexualidad de Triea y
su identificación con sí mismo eran mucho más complicados que eso. A los 17 años aceptó someterse a
una cirugía para femininizarse, donde le crearon genitales femeninos, pero cuando comenzó con su
actividad sexual por primera vez, a los 32 años, su orientación erótica era hacia las mujeres.

Dado que les es imposible clasificarse sencillamente como sexo masculino o femenino, Chase y sus
colegas quieren "terminar con la idea de que es monstruoso ser diferentes".

Chase hace hincapié en que ISNA busca eliminar toda cirugía genital "cosmética" en los niños, ya sea
una castración total y cambio de sexo de varones con un micropene, o el proceso supuestamente
menos intrusivo de reducir el clítoris agrandado de una niña. Chase dice que estos procedimientos son
igualmente invasivos. Denuncia por "salvajes" a los tratamientos médicos innecesarios realizados a
bebés recién nacidos que no tienen la posibilidad de autorizar una cirugía que puede afectar de manera
irreversible su funcionamiento erótico o reproductor. Y Chase aprueba con vehemencia la nueva
recomendación de Diamond y Sigmundson en contra de la operación de los recién nacidos con
genitales ambiguos.

El estahlisbment médico, según dice Chase, rechazó la ISNA. Relata que, desde hace seis anos, intenta
obtener una audiencia con los jefes de endocrinología y pediatría del Johns Hopkins y de otros
establecimientos. Se niegan a hablar con ella. Más aún: en un artículo publicado en 1996 en The New
York Times acerca de Chase y el ISNA, el doctor John Gearhart jefe de urología pediátrica del Hopkins,
se refirió los miembros del grupo como "fanáticos". En una charla conmigo, habló de las protestas de la
ISNA. Insistió en que el cambio de sexo es una opción viable para varones que nacen con un micropene
o que pierden el pene por una lesión, aunque agrega que los avances logrados en la reconstrucción del
pene hacen que ya no recomiende con tanta seguridad el procedimiento en la actualidad. "Si hoy se
repitiera John/Joan", dice, "me sentaría con esos padres y les diría: El niño tiene testículos; es un niño
normal de sexo masculino; y ahora podemos reconstruir penes y son bastante funcionales y bastante
cosméticos y probablemente no les diera la opción. Les sugeriría que se le podría cambiar el sexo al
niño, pero no lo recomendaría, porque la cirugía de reconstrucción genital surgió años luz después del
accidente de John/Joan".

Gearhart insiste en que los progresos de la medicina hacen obsoletas las protestas de la ISNA. "Cuando
operamos a estas personas que forman parte de la ISNA, hace veinticinco o treinta años, no existían los
cirujanos de reconstrucción infantil", alega. "Así que a la mayoría (de estos bebés) les amputaron el
clítoris o el pene. Estuvo mal. Lo reconozco. Eso estuvo mal. Pero los cirujanos no conocían ninguna
alternativa mejor. Hoy, las personas que participan en la reconstrucción quirúrgica moderna no le andan
cortando el pene o el clítoris a los bebés, ni nada que se le parezca." Gearhart afirma que la
microcirugía moderna conserva las sensaciones. "Y si la sensación es importante para el orgasmo,
entonces conservamos el orgasmo."

Chase discute esto y asegura que la prueba electrodiagnóstica de sensación, que se realiza
inmediatamente después de la cirugía genital, no comprueba nada. "La forma en que esta prueba se
relaciona con la función sexual quince o veinte años más tarde es imposible de adivinar", afirma.

Chase dice que comprende por qué el estahlíshment médico se resiste a escuchar a la ISNA. Como
escribió una vez: "Nuestra posición implica que ellos en el mejor de los casos inadvertidamente y en el
peor, por negación premeditada transcurrieron sus carreras haciendo un daño profundo del cual sus
pacientes no se podrían recuperar jamás."

John Money tiene ahora 76 años y está semijubilado, sin embargo, sigue siendo un escritor prolífico con
férreas opiniones sobre el sexo y la sexualidad. Su último libro, Princip1es of Developmental Sexology
(Principios de sexología en el desarrollo), se publicó en 1997. Durante la década del 80 sus libros y
artículos continuaron apareciendo periódicamente, si bien sus trabajos más recientes indican un cambio
en cuanto a su posición inicial extrema sobre la importancia de la crianza, más allá de la biología, en la
formación de los varones y las niñas. Más aún, en un perfil presentado en la edición de mayo de 1988
de Psychology Today, que promovía su libro Gay, Straiglit and InBetween, Money se describe como un
defensor de siempre del papel de la biología en la diferenciación sexual psicológica. Money aparece
diciendo que en la década del 50, cuando publicaba trabajos relativos a la influencia de las hormonas
sexuales prenatales sobre la conducta, "muchas personas, de diferentes ramas de las ciencias sociales,
se enfurecían por la sola idea de que las hormonas presentes en la sangre antes de nacer pudieran
tener una influencia de diferenciación sexual sobre la persona". En el mismo artículo, Money reiteró su
aseveración de que los varoncitos bebés con penes sin desarrollar y testículos totalmente formados
pueden, con cirugía y tratamiento de hormonas, convertirse en mujeres heterosexuales.

Money se negó a hablar con las muchas agencias de noticias que le solicitaron comentarios sobre el
ahora notorio caso de John/Joan, aludiendo a las leyes de confidencialidad. Pero aceptó hablar conmigo
brevemente a principios de noviembre, después de que lo persiguiera durante seis meses. Aunque se
negó a hacer comentarios directos sobre John Thiessen, afirmó que el enfoque del caso presentado por
los medios refleja un prejuicio conservador. "Es parte del movimiento antifeminista", aseguró. "Dicen que
la masculinidad y la femineidad están incorporados en los genes, para que las mujeres vuelvan al
colchón y a la cocina. Con respecto al hecho de que no haya realizado un informe sobre el resultado del
caso, Money no se sentía culpable, ya que aseguraba que había perdido contacto con los Thiessen
cuando no volvieron al Johns Hopkins y que se le había negado la posibilidad de realizar un
seguimiento. Se mantuvo firme con respecto al informe original y restó importancia a mi sugerencia de
que "tuvo una percepción errónea" de lo que estaba sucediendo con el niño. Además, me dio a entender
que el cambio al sexo masculino de John a los 15 años probablemente no haya sido su propia decisión.
"No tengo idea de hasta qué punto lo prepararon con respecto a lo que quería, ya que no volví a ver a
esta persona." También insinuó que el informe DiamondSigmundson tenía una veta oculta. "No había
razón para excluirme del seguimiento, ¿o sí?", me preguntó. "Alguien quería clavarme un puñal por la
espalda. Pero esto es bastante común en el mundo de la ciencia. No bien uno asoma la cabeza por
encima del pasto, hay un pistolero listo para matarlo." (Diamond insiste que no había "nada personal" en
su decisión de publicar el resultado del caso de John.)

Cuando le pregunté a Money sobre el pedido de Diamond de demorar la cirugía en bebés intersexuales
hasta que tuvieran edad suficiente para decidir por sí mismos, Money rechazó la idea con vehemencia.

"No se puede ser 'ni él ni ella'", declaró, y agregó que la sugerencia de Diamond llevaría a los
intersexuales de regreso a los tiempos en que encerraban por vergüenza o trabajaban como fenómenos
en los circos.

Le recordé a Money que su libro Man & Woman, Boy & Girl, que aun se encuentra a la venta, asegura
que el caso John/Joan fue un éxito. Cuando le pregunté si no convendría hacerle cambios en el texto
para una edición futura, Money me contestó categóricamente: "Para entonces, ya voy a estar muerto."

El último contacto de John Thiessen con el doctor Money fue hace casi veinte años, cuando el famoso
sexólogo le dio 15 dólares en el living de la casa de sus padres. Durante los años siguientes, John
muchas veces imaginó lo que le podría decir, o hacer, al psicólogo si alguna vez se encontraran frente a
frente. De joven, admite que sus fantasías se inclinaban hacia la violencia, pero ya no. "Lo hecho, hecho
está", dice. Hoy, la vida de John es un desafío al duro pronóstico del psicólogo del barrio, quien, hace
treinta y un años, dijo que John nunca se casaría y que "tendría que vivir apartado". La segunda
faloplastia que John se realizó permite que tenga relaciones con su esposa, y es un padre estricto pero
cariñoso con sus tres hijos de 15, 12 y 9 años. Incluso logró juntar la madurez emocional como para
contarle a su hijo mayor su historia tan dolorosa. Y prefiere concentrarse en los cambios positivos que
surgieron luego de haber hablado públicamente. Porque, a pesar de los cuatro años de valientes
esfuerzos de Cheryl Chase, a pesar de los treinta años que pasó Mickey Diamond advirtiendo a la
profesión médica sobre los peligros de los actuales protocolos para el tratamiento de genitales ambiguos
o lesionados, y a pesar del seguimiento a largo plazo de los niños a quienes se les realizó la
reasignación de sexo y que se encuentran en el estudio de Bill Reiner, la profesión médica se mostró
poco dispuesta a abordar la cuestión hasta que John se decidió a hablar públicamente.

Su historia hizo estremecer hasta los cimientos la edificación construida sobre la base de las teorías de
John Money en la década del 50. Y expuso una falla central de una teoría que recibió apoyo durante la
mayor parte del siglo XX. Fue Sigmund Freud el primero que dijo que el desarrollo psicológico sano de
un niño como varón o nena depende en gran medida de la presencia, o ausencia, del pene; ésa era la
idea central de la teoría de Money para el desarrollo sexual, y la verdadera razón por la que John
Thiessen fue convertido en niña. Es un concepto hoy también cuestionado con la investigación
neurobiológica que, en el ámbito de lo sexual, está llevando a los científicos a la conclusión que, como
dice el doctor Reiner, "los genitales no son el órgano sexual más importante; el órgano sexual más
importante es el cerebro".

John Thiessen lo expresa de otra manera cuando habla del orgullo que siente en su función de marido,
padre y único sostén económico de una familia que nunca pensó que le tocaría la suerte de tener. "Por
lo que aprendí de mi padre", dice, "lo que te hace hombre es tratar bien a tu esposa, darle un techo a tu
familia y ser un buen padre. Estas cosas suman mucho más para un hombre que sólo bang bang bang:
sexo. Supongo que John Money consideraría que los padres biológicos de mis hijos son verdaderos
hombres. Pero no se quedaron para criar a sus hijos. Y yo si. Eso, para mí, es ser hombre".

2004 © FIG
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