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64 de lecturas sobre
geopolítica y
economía global
Humans Need Not Apply: A Guide to
Wealth and Work in the Age of
Artificial Intelligence
Kaplan, J., (2015), Yale University Press, Estados Unidos.
“Por extraño que pueda parecer, el futuro será una lucha entre bienes
y personas, a medida que los recursos acumulados por nuestras
creaciones no sirvan para ningún objetivo constructivo o dejen de
destinarse a un uso productivo.”
Sinopsis
Tras miles de millones de dólares y cincuenta años de esfuerzos, por fin los
investigadores están logrando descifrar el código de la inteligencia artificial. En un
momento en el que la sociedad se encuentra en la antesala de un cambio sin
precedentes, Jerry Kaplan, fundador de GoCorporation, decide adentrarse en las
entrañas de los últimos avances en la robótica, el aprendizaje automático y los sistemas
de alimentación de percepciones que compiten o exceden las capacidades humanas. Los
coches sin conductor, robots asistentes, y agentes inteligentes que promueven nuestros
intereses tienen el potencial de marcar el comienzo de una nueva era de prosperidad y
ocio. Sin embargo, Kaplan avisa de que esta transición puede ser prolongada y brutal, a
menos que abordemos las dos grandes lacras del mundo desarrollado: la volatilidad del
mercado laboral y la desigualdad de ingresos.
A quien haya leído The Rise of Robots de Martin Ford, el argumento de partida puede
resultarle parecido: la llegada de los robots es cada vez más una realidad. Los
ordenadores son cada vez más eficientes en adquirir nuevas competencias, lo que
dificulta a los trabajadores la capacidad de adaptarse a su ritmo y nivel y nos dirige hacia
una economía mundial que requiere menos mano de obra. Además, no solo ocurre en
trabajos manuales tradicionales, sino que también en sectores como la medicina, la
abogacía o la informática. Por lo tanto, tenemos que decidir si reconocemos las
implicaciones del desarrollo de la tecnología y nos enfrentamos a sus consecuencias; o
si, por el contrario, nos avanzamos hacia la tormenta perfecta.
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A partir de ahí, ambas obras toman caminos por separado. The Rise of Robots centra su
análisis exclusivamente en el impacto de la inteligencia artificial sobre la economía. Tras
el análisis de datos sobre la evolución de las industrias, empleos generados e ingresos
percibidos, Martin Ford llega a preguntarse hasta qué punto la aceleración en el
progreso de la tecnología no puede hacer peligrar todo nuestro si stema. Por ese motivo,
apuesta por soluciones que provengan de la economía en su conjunto (como un ingreso
básico garantizado o cotizaciones de capital), y no únicamente soluciones que atribuyan
mayor responsabilidad al trabajador o a las empresas que requieran mayor mano de
obra. En Humans Need Not Apply, Kaplan considerará no solo las repercusiones en
nuestro sistema económico del avance de la inteligencia artificial, sino también el
desafío que la automatización representa para nuestro código moral. Con un tono más
optimista, cercano casi a la destrucción creativa, Kaplan ofrecerá soluciones cuya
responsabilidad se centran exclusivamente en el trabajador. Así, aunque la
automatización también vaya hacia los trabajos de cuello blanco, Kaplan sigue
apostando por soluciones que permitan mayor formación y la reconversión del
trabajador, tales como una hipoteca de estudios, con condiciones similares a la hipoteca
de vivienda en Estados Unidos –algo que, si la situación evoluciona tal y como el autor
pronostica, no parece muy realista proponer–.
El autor
Jerry Kaplan es ampliamente reconocido en la industria informática como un
emprendedor en serie, un innovador tecnológico y un autor de varios bestsellers.
Actualmente es investigador en el Center for Legal Informatics en la Universidad de
Stanford, e imparte clases de ética y el impacto de la inteligencia artificial en el
departamento de ciencias computacionales de la universidad.
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El segundo frente de progreso en inteligencia artificial lo componen el matrimonio entre
sensores e interruptores: pueden ver, oír, sentir e interactuar con su entorno. Uno es
parte de tal sistema cuando sigue, por ejemplo, las instrucciones de conducción
automatizadas. Quizás la mayoría de estos sistemas extraordinarios puedan parecer
simples, ya que en su mayor parte llevan a cabo tareas físicas que consideramos
rutinarias. Sin embargo, aunque carecen de sentido común e inteligencia general,
pueden llevar a cabo tareas de forma incansable. Hasta ahora, la automatización se ha
traducido, sobre todo, en máquinas construidas con un objetivo especial, relegadas a
llevar a cabo tareas únicas y repetitivas en fábricas. Sin embargo, los nuevos sistemas se
extenderán a todos los ambientes y espacios. Podrán estar trabajando conjuntamente
con trabajadores para colocar tuberías, cosechar cultivos y construir casas, o podrán
estar en sitios inaccesibles, apagando incendios, inspeccionando puentes y luchando en
guerras. Son los nuevos “trabajadores forzosos”.
Otro de los aspectos que preocupan al autor es la autonomía de estos sistemas. Para
Kaplan, una cosa es que estos sistemas te recomienden la música que debes escuchar o
el dentífrico que tienes que comprar. Otra bien distinta es que les permitamos tomar
acciones propias. Dado que operan en escalas de tiempo que apenas podemos percibir
y con acceso a un volumen de datos que nos resulta inabarcable, pueden causar
estragos en una escala inimaginable en un abrir y cerrar de ojos: pueden apagar el
servicio eléctrico, paralizar el despegue de todos los aviones o cancelar millones de
tarjetas de crédito.
No solo eso, sino que en los incontrolados mundos salvajes del ciberespacio, uno nunca
sabe cuándo los objetivos de dos sistemas autónomos entran en conflicto. La escala y
velocidad del choque de estos sistemas puede provocar una situación similar a la de
un desastre natural. Además, no se trata de un escenario hipotético, sino que ya ha
sucedido: el 6 de mayo de 2010, la bolsa de valores se deslomó, de manera
inexplicable, un 9%. La mayor parte de la caída tuvo lugar en cuestión de minutos y se
sufrió una pérdida de más de $1 billón en el valor de los activos. Era dinero que
representaba los ahorros para la jubilación de millones de trabajadores, entre muchas
otras cosas. La Comisión de Valores y Bolsa de Estados Unidos tardó seis meses en darse
cuenta de lo que había pasado: unos programas de ordenadores en competición, que
compran y venden acciones en nombre de sus dueños, se habían escapado de control.
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Pero la raíz del problema, a ojos de Kaplan, es mucho más siniestra aún. Estamos ante
la emergencia de agentes electrónicos invisibles con el poder de emprender acciones
en nombre de sus dueños, guiados por los propios intereses estrechos de éstos, con
independencia de las consecuencias para el resto del mundo.
No obstante, todo esto palidece, en opinión del autor, en comparación con los graves
desafíos económicos que representan estos sistemas. Una amplia gama tanto de
empleos manuales tradicionales como de trabajos de oficina se verán pronto
amenazados por trabajadores forzados como por intelectos sintéticos. Para Kaplan,
estamos a punto de descubrir que Karl Marx tenía razón sobre la lucha inevitable entre
el capital y el proletariado –solo que Marx no apreció que todos somos proletarios,
incluidos directores, doctores, profesores y abogados–.
A modo de ejemplo, Kaplan narra que en 2011, IBM y WellPoint, la aseguradora sanitaria
más grande de Estados Unidos, establecieron un acuerdo de colaboración para aplicar
una tecnología (Watson) para mejorar la atención al cliente. El anuncio de IBM dice que
Watson puede leer 200 millones de páginas de datos, analizar la información que
contiene y ofrecer respuestas precisas en menos de 3 segundos. A los médicos en
particular no les entusiasmaba conceder el control de sus pacientes a intelectos
sintéticos, pero al final, cuando los resultados demuestren que se trata de una opción
mejor, los pacientes pedirán ver al robot, y no al médico sobrecargado. Así, pagarán una
fracción del precio por la visita –igual que la mayoría prefiere ahora acudir a una cajero
automático y no a una persona en una ventanilla que cuenta nuestro dinero–. En la
abogacía, los contratos comerciales comunes (desde los arrendamientos hasta las
licencias o los contratos de compraventa) están lo suficientemente bien estructurados
como para permitir que estos sistemas realicen el primer borrador (si no el último). En
las aulas, también parece obvio para Kaplan que se desplegarán cada vez más las
herramientas tecnológicas. En un futuro, puede que ya no se necesiten profesores para
impartir clases y que sus funciones se reduzcan a tareas de apoyo.
Por extraño que pueda parecer, el futuro será una lucha entre bienes y personas, a
medida que los recursos acumulados por nuestras creaciones no sirvan para ningún
objetivo constructivo o dejen de destinarse a un uso productivo. Puede que hoy el
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denominado 1 por ciento se beneficie de este desarrollo, pero si no se toman
precauciones importantes, existe la posibilidad de que el 1 por ciento se reduzca a un
cero por ciento. Los responsables políticos muestran su preocupación sobre el
desempleo persistente y la desigualdad económica. Sin embargo, obvian una fuerza
importante: el progreso tecnológico. El progreso en la tecnología de la información está
destruyendo empleos a un ritmo mucho más elevado de la capacidad de adaptación del
mercado laboral. Y lo peor está por llegar. El desempleo se convertirá en un serio
problema, pero, sorprendentemente y pese a la retórica previa, no será por la falta de
trabajos. Según Kaplan, el problema real consistirá en la falta de las habilidades
requeridas para llevar a cabo los nuevos trabajos disponibles. La naturaleza de los
trabajos cambiará con tanta rapidez, que puede que nuestras habilidades se queden
obsoletas justo cuando pensábamos que íbamos a despegar. Además, nuestro sistema
actual de educación y trabajo (primero educación y luego trabajo) no está equipado
para llevar a cabo la función de reconversión. Como ejemplo de una de las
transformaciones en el sector laboral que se llevó a cabo con éxito, Kaplan cita el cambio
en el sector agrícola. A principios del siglo XVIII, el 80% de los trabajadores en Estados
Unidos trabajaba en el cambio. En 1900, esta figura se había reducido a la mitad, y hoy
representa solo el 1,5%, incluyendo a los trabajadores indocumentados.
Imaginemos ahora que el cambio agrícola hubiera sucedido en cuestión de dos décadas
en lugar de dos siglos. Para solucionar la tormenta que se avecina, el autor propone
una “hipoteca de trabajo”, asegurada exclusivamente por el futuro trabajo del
trabajador, de la misma forma que una hipoteca de vivienda está asegurada
exclusivamente por la propiedad de uno. De esta forma, si el trabajador está sin trabajo,
los pagos quedan automáticamente suspendidos por un periodo de gracia razonable
hasta que encuentre otro trabajo. Bajo este mecanismo, los trabajadores, universidades
y centros de formación tendrían incentivos para colaborar en el nuevo sistema. Los
futuros empleadores redactarían una carta no vinculante mostrando su interés en
contratar a la persona si adquiere determinadas nuevas cualidades. Como en el caso de
las hipotecas, estas cartas desempeñarán el rol de aval. Los centros de formación
tendrán que operar en función de las habilidades buscadas por el mercado. Las
empresas, por su parte, se beneficiarán de una exención de impuestos si acaban
contratando a la persona desempleada una vez acabada su formación.
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centralizado y opaco, se podría dar mayor visibilidad y control a los individuos: se les
podría permitir seleccionar de una cesta de acciones y bonos, o de acciones y fondos
de obligaciones, para confeccionar su cartera a medida. Esto permitiría a cada uno
tener un rol activo en la gestión de los fondos de jubilación. Además, al ofrecer mayor
visibilidad, se incrementaría el sentido de conexión personal con una sociedad. En lugar
de que el gobierno te quite dinero directamente de tu paga bajo la promesa lejana de
que puede que lo recuperes algún día (o puede que no), ahora los ciudadanos
entenderán hacia dónde va ese dinero, cuánto vale y cuánto obtendrán llegado el día.
Al final, concluye Kaplan, a medida que nos adentramos hacia un mundo en el que el
esfuerzo humano y la atención sucumben a la automatización, es esencial que
distribuyamos los beneficios de nuestra riqueza más allá de aquellos afortunados en
obtener los empleos que quedan. Dejar que la naturaleza siga su curso, tal y como
sucedió en la Revolución Industrial, es un juego peligroso. Podemos ignorar la tormenta
que se avecina y pensar que al final todo se solucionará, pero “al final” es dentro de
mucho. Sin pensamiento estratégico y acción ahora, podemos condenar nuestros
descendientes a medio siglo de pobreza y desigualdad. Y todos tenemos papeletas en
esa lotería.