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"El café de la memoria" en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín es posible

gracias a una alianza entre ARCADIA e Itaú.

Cuando un usuario de Twitter le preguntó a Carolina Sanín por qué se desgastaba


debatiendo con personas que no sabían leer, ella respondió “Porque soy profesora”.
Desde que Sanín abrió su cuenta de Twitter el pasado mayo, ella se ha convertido,
también en esa red social, en una de las voces más activas en discusiones que van
de las elecciones presidenciales y la consulta anticorrupción a la tala de árboles en
Bogotá.

Carolina Sanín ha enseñado literatura en universidades dentro y fuera de Colombia


por más de doce años. Por estos días, precisamente las universidades, y en general
la educación superior, han estado en la agenda de la opinión pública: el pasado 6
de septiembre, la Ministra de Educación, María Victoria Angulo, anunció el fin del
programa Ser Pilo Paga (SPP) que ha beneficiado a 40.000 estudiantes
universitarios -y, sobre todo, a las universidades privadas-; esperando una solución
por parte del nuevo gobierno, el Sistema Universitario Estatal ha denunciado un
déficit que suma 18,5 billones de pesos que pone en riesgo el funcionamiento de
las universidades públicas. A la espera de un nueva alternativa para SPP por parte
del gobierno de Iván Duque, y mientras las universidades estatales diseñan
estrategias para salir de la crisis, hablamos sobre la educación superior con la
escritora colombiana, quien presentó su nuevo libro, Somos luces abismales, en "El
café de la memoria” de ARCADIA e Itaú en la Fiesta del Libro de Medellín.

¿Cree que la desfinanciación es el mayor problema de la educación pública?

El problema más grande de la educación pública sí puede ser la desfinanciación,


que tenga mucho menos dinero que la educación privada, más aún desde Ser Pilo
Paga que dio fondos públicos a la universidad privada para cumplir una función
pública. Este problema da origen a otros de instalaciones, de equipos, de
posibilidades de viaje para los estudiantes. Pero hay otro problema que atraviesa
tanto la educación pública como la privada y es la educación superior en general: la
cantidad de estudiantes por clase y por profesor; cómo pensamos la relación de los
estudiantes con el espacio físico de las universidades; el descuido que, a veces,
tienen algunos profesores en el trato con sus estudiantes mujeres que las hace
sentir discriminadas de alguna manera en el salón de clase.

En su columna en ARCADIA, usted alguna vez criticó la “tendencia


escolástica” de las universidades de imponer una manera “única y estática de
escribir”...

La academización de la escritura, pensar que la escritura dentro de un marco


académico tiene que tener unos formatos y unas fórmulas es otro problema de la
educación superior pública y privada. Esa fue una de mis grandes rebeliones
durante mis años de profesora universitaria: tratar de desmontar en mis clases lo
que otros profesores montaban en las suyas. A los estudiantes les dicen que un
ensayo tiene que tener un párrafo introductorio, luego una conclusión y eso es el
sello de la mala escritura. Pero, además, es el estímulo para impedir el pensamiento
original y complejo, es atrofiar una facultad en su juventud. Y esa es la muerte del
ensayo, que es el género más flexible de todos y, para mí, el más bello y más
fecundo y más variado, que termina asociándose con ese tipo de composición
pseudoacadémica que tiene que tener ciertas citas de cierta manera.

Le puede interesar: ‘Las Pléyades‘, un adelanto de lo nuevo de Carolina Sanín

¿Qué otra cosa funciona mal en la educación superior colombiana?

Faltan más conciencia y más compromiso con lo que se está estudiando y para eso
es necesario reducir la cantidad de materias que un estudiante ve en Colombia. En
Los Andes los estudiantes veían siete y ocho materias, y me parecía totalmente
absurdo. Yo fui profesora en Nueva York, en una universidad pública, y los
estudiantes veían cuatro materias al semestre y me parecía que era lo correcto
porque, por un lado, no exige que los estudiantes sean dependientes de sus padres
y eso hace estudiantes más adultos y más independientes, también porque eso les
permite concentrarse más en menos materias. En Colombia hay un imperativo de
hacer por hacer y creemos que porque ven ocho materias están aprendiendo más,
y eso es falso. Los estudiantes fingen que están leyendo todo lo que leen para la
clase; el profesor finge que cree que los estudiantes están leyendo, cuando cree
que no. Se hacen las cosas bajo una lógica pro-forma: hacerlas como una
formalidad y como un simulacro de clase en vez de hacer una clase de verdad en
la que se investigue algo y se escriba de distintas maneras y se profundice en un
tema. En la universidad estamos educando a la gente en una mentira de fingimiento,
estamos criando impostores.

¿Los profesores están preparados para asumir ese compromiso?

Creo que están preparados. Si no, se deben preparar para para hacer clases mucho
más intensas, con mayor profundidad, comprometidas con la producción de
pensamiento original y no con la repetición de fórmulas. Que las clases de literatura
no sean clases de historia de la literatura porque eso se puede aprender en
Wikipedia, sino que sean clases de leer. Entonces habría que leer con atención y
en detalle los textos, muy minuciosamente y con un enfoque sobre todo analítico.
El estudiante de literatura tiene que ser un diseccionador de textos. Creo en el
trabajo particular con el texto, con el texto como otro, con el texto como separado
de su autor y de su lector.

¿En sus clases logra establecer esa relación entre el proceso minucioso de
lectura del que habla con la escritura?

La verdad es que sí. Al enseñar me centro más en las escritura que en la literatura
y más en la lectura que en la literatura. Me centro, justamente, en enseñar a leer y
en la escritura relacionada con esa lectura. Cuando fui profesora universitaria me
gustaba y me interesaba que el salón de clase fuera un espacio dramático en el que
pasaban cosas, en el que había dramas: unos sufrían y otros estaban descubriendo
algo, no esa cosa mortecina de la clase repetida año tras año. En casi todas las
facultades de literatura hay un papel muy marginal para la creación. Hay muchos
que estudian literatura porque quieren escribir, pero queda muy pequeño el papel
de la escritura porque les ponen a hacer esos ensayos académicos que no son nada
ni para nadie, en vez de articular más la lectura y la escritura creativa.

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