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SOCIEDADES

NATURALEZA DE SU ACTO CONSTITUTIVO Y ELEMENTOS DEL CONTRATO DE SOCIEDAD


NATURALEZA JURIDICA DEL ACTO CONSTITUTIVO DE LA SOCIEDAD
Si bien los legisladores de 1973 fueron lo suficientemente claros en la Exposición de
Motivos de la ley 19550 en cuanto a que esta ha asumido en su art. 1° una definida postura
en torno a la naturaleza jurídica del acto constitutivo de la sociedad, enrolándose
categóricamente en la teoría contractualista, no puede dejar de señalarse que fue
precisamente la naturaleza y características de las compañías mercantiles, y en especial
las sociedades anónimas, las que pusieron en tela de juicio el carácter contractual de su
acto constitutivo, pues la circunstancia de no existir prestaciones reciprocas o
contrapuestas, sino yuxtapuestas y orientadas hacia un fin común, y fundamentalmente el
hecho de que del mero acuerdo de voluntades o de la inscripción registral del acto
constitutivo pudiera surgir un nuevo sujeto de derecho con personalidad jurídica
independiente a la de sus fundadores y con vida propia en el mundo de los negocios, fueron
todos elementos que llevaron a muchos autores a considerar a la sociedad como producto
de un acto de naturaleza compleja que presentaba notorias e irreconciliables diferencias
con el tradicional concepto del contrato.
De entre todas esas doctrinas, la que mayor predicamento obtuvo fue la teoría de la
institución, nacida dentro del derecho público, pero adaptada al negocio societario, y la
cual, a diferencia de la tesis contractualista que pone el énfasis en la soberanía de la
voluntad de los integrantes de la sociedad y en el principio mayoritario como forma de
adoptar resoluciones sociales, otorga preeminencia al interés “de la empresa” por sobre el
interés de los socios o accionistas, interés corporativo que todos los integrantes de la
sociedad deben respetar y al cual deben subordinarse.
Se trata la sociedad, y esto vale para cualquier ente societario, de un contrato de
organización creado por el legislador como medio de concentrar capitales para la
realización de una actividad de carácter económico y a través del cual sus otorgantes
disponen de un complejo de normas estructurales y funcionales destinadas a regular
permanentemente las relaciones emergentes del negocio jurídico constitutivo. Por ello, la
opinión predominante dentro de la doctrina nacional y extranjera es que el negocio jurídico
por cuya virtud se crea una sociedad es un contrato plurilateral de organización.
Sin embargo, y no obstante las categóricas definiciones de los legisladores en la Exposición
de Motivos de la ley 19550 en torno al carácter contractual del acto constitutivo de la
sociedad, dicho ordenamiento consagra, bien que aisladamente, algunas soluciones propias
de una concepción institucionalista del concepto de sociedad, como por ejemplo, el
carácter restrictivo de las medidas cautelares sobre el funcionamiento del ente (art. 114),
los brevísimos plazos para la promoción de acciones judiciales de nulidad contra las
decisiones del órgano de gobierno de la entidad (art. 251), o aquella norma por medio de la
cual se dispone que en determinadas sociedades (sociedades colectivas y en comandita
simple), los fundadores pueden prever en el contrato constitutivo que, ante el fallecimiento
de uno de los socios, la sociedad continúe con sus herederos, pacto que obliga a estos sin
necesidad de un nuevo contrato. Es evidente que en este caso el legislador ha tendido a
proteger a la empresa, en desmedro de la clara norma del derogado art. 1195 del CC que
prohíbe, como principio general, extender a los terceros los efectos de un contrato, en tanto
obliga a los herederos del socio fallecido a incorporarse a una sociedad en cuya fundación
no han participado, cuando la congruencia a la tesis contractualista hubiera impuesto,
cuanto menos, la expresa conformidad de los herederos para ingresar a dicha sociedad.
La reciente incorporación a la legislación societaria de las sociedades unipersonales por
parte de la ley 26994, no ha hecho perder a la sociedad su naturaleza de contrato
plurilateral de organización, pues ella está vigente cuando en la constitución de la sociedad
participan dos o más personas.
La sociedad de un solo socio, que puede tener su origen en una declaración unilateral de
voluntad y hasta en el acaecimiento de un hecho, en los casos de unipersonalidad
derivada, constituye una excepción al principio general que caracteriza, como contractual,
la constitución de sociedad, así como tampoco la existencia en la ley 19550 de la fusión o

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la escisión societaria o la existencia de sociedades del Estado, constituyeron argumentos
suficientes para alterar su especial naturaleza contractual del contrato de sociedad.
CARACTERES DEL CONTRATO DE SOCIEDAD
Partiendo de la base de que la sociedad es un contrato, sus caracteres son:
a) Consensual: pues basta el consentimiento de los otorgantes para hacer nacer los
derechos y obligaciones que se derivan del carácter de socios, así como para generar
los efectos característicos del contrato. Basta reparar, para ratificar lo expuesto, que
el art. 1 de la ley 19550 se refiere a la “obligación de realizar aportes”, y que su
incumplimiento puede generar acciones de cumplimiento o de exclusión, sin
subordinar la existencia de la sociedad a la efectiva entrega de los aportes.
b) Es conmutativo, pues al momento de constituir la sociedad las partes pueden
conocer las ventajas y sacrificios que el negocio ofrece. El alea común, que se
traduce en la existencia de ganancias o pérdidas es propia de cualquier contrato y no
exclusivamente del contrato de sociedad.
c) Es oneroso, porque no es concebible que una persona pueda adquirir los derechos de
socio si no cumple con la necesaria aportación al fondo común.
d) Es de ejecución continuada o duradera, pues salvo las sociedades accidentales o en
participación, que presentan muy particulares características, el contrato de
sociedad no se celebra para una sola operación sino para realizar actividades y
generar con ellas ganancias a sus socios.
e) Es, en principio, plurilateral, porque el contrato de sociedad ha sido pensado como
instrumento de concentración de capitales y alberga a un número ilimitado de
socios, debiendo contar siempre con no menos de dos de ellos, salvo el caso de las
sociedades anónimas unipersonales, en donde basta la declaración unilateral de
voluntad para crear la misma.
f) Es un contrato de organización, pues a diferencia del contrato de cambio, que
presupone un intercambio de prestaciones que se agotan con su realización, en la
sociedad cada parte constituye, a través de prestaciones coordinadas, el patrimonio
de un nuevo sujeto de derecho creado en virtud del contrato a través del cual los
socios obtendrán los beneficios esperados. Por otra parte, el carácter organizacional
del acto constitutivo de la sociedad surge de la necesidad de reglamentar, en el
contrato social o estatuto, las relaciones entre los socios y de estos con la sociedad,
así como el funcionamiento del ente, desde su punto de vista interno como frente a
los terceros.
DIFERENCIAS ENTRE LOS CONTRATOS DE ORGANIZACIÓN Y LOS CONTRATOS DE CAMBIO
Es importante destacar cuales son las consecuencias derivadas de la distinción entre
contratos de cambio y contratos de organización:
a) En los contratos de cambio, la nulidad vincular determina la nulidad del contrato,
mientras que en el contrato de sociedad, y como principio general, la nulidad o
anulación que afecte el vínculo de alguno de los socios no producirá la nulidad o
anulación del contrato de sociedad (art. 16, ley 19550).
b) El incumplimiento en que incurra alguna de las partes en los contratos de cambio
podrá justificar su rescisión o resolución, en los términos de los arts. 1086 a 1088 del
CCCN. Por el contrario, en el contrato de sociedad, el incumplimiento en que
incurriera uno de los socios con respecto a las obligaciones que le impone el estado
de socio podrá determinar su exclusión del ente, pero nunca la disolución y
liquidación de la sociedad.
c) En materia de nulidad del contrato de sociedad, los efectos de su declaración
carecen en el negocio societario del efecto retroactivo previsto por el art. 390 del
CCCN para los contratos bilaterales, pues tal posibilidad es impensable para la
sociedad, en la medida que el nacimiento de un sujeto de derecho distinto al de los
socios otorgantes y la evidente presunción de validez que debe gozar la actuación de
quien contrata en nombre de la sociedad, obliga a otorgar plena legitimidad frente a
terceros a los actos celebrados por aquella en cumplimiento de su objeto social.
d) Finalmente, tampoco es aplicable al contrato social la exceptio non adimpleti
contratus prevista por el art. 1031 del CCCN, en la medida en que el incumplimiento
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de uno de los socios no justifica ni autoriza el incumplimiento por parte de los
restantes, en tanto no existe interdependencia entre las prestaciones de todos los
integrantes de la sociedad.
ELEMENTOS DEL CONTRATO DE SOCIEDAD
No puede ser objeto de discusión la necesidad de reunir en el contrato de sociedad los
elementos comunes a todo contrato, esto es, consentimiento, capacidad, objeto y causa, a
los cuales les resultan aplicables en términos generales las normas del ordenamiento
común.
El consentimiento de los socios
En primer lugar, rigen los principios generales que gobiernan el consentimiento en materia
de actos jurídicos en general y contratos en particular. Sin embargo, debe destacarse que
nuestro ordenamiento mercantil prevé dos supuestos de sociedad obligatoria:
a) Para los herederos del socio fallecido, en las sociedades colectivas y en comandita
simple, cuando el ingreso de ellos se hubiera pactado en el contrato social (art. 90,
ley 19550).
b) El caso de las sociedades constituidas por el concursado o fallido con sus acreedores,
que obliga a incorporarse aun a quienes han votado en contra de tal propuesta (art.
43, parr. 1°, ley 24522), normas cuya inconstitucionalidad nos resulta de toda
evidencia.
Capacidad para constituir sociedades
La capacidad se rige también en principio por las normas del CCCN o por leyes especiales,
debiendo detenernos en algunos supuestos particulares, como lo son la capacidad de los
menores para constituir sociedad, los esposos, los corredores y martilleros, así como el
problema de la capacidad de las sociedades para participar en otras sociedades.
Capacidad de los menores para constituir sociedad: la profunda reforma al tema de la
minoridad efectuada por el CCCN, tuvo una gran incidencia en la cuestión referida a la
capacidad de los menores para constituir o participar en sociedades comerciales, máxime
cuando, derogado en su totalidad el Código de Comercio, desaparecieron algunas
instituciones centenarias, como, por ejemplo, la autorización de los menores para ejercer el
comercio o la especial situación que se presentaba cuando el padre asociaba a su hijo
menor en el ejercicio de su comercio.
Asimismo la derogación de la ley 14394, a la cual hacia expresa referencia el texto original
del art. 28, cuando hablaba de los casos legislados por los arts. 51 a 53 de dicha ley,
justifico la adecuación del nuevo art. 28 de la hoy denominada Ley General de Sociedades,
el cual hace solo referencia a los supuestos de indivisión forzosa de bienes de los menores,
manteniendo igual solución, pues los principios que gobiernan dicha problemática son
idénticos. De modo que el panorama en esta materia es mucho más simple, como veremos
a continuación, analizando los diversos supuestos que pueden presentarse a tenor de las
nuevas disposiciones legales:
a) Cumplidos los 18 años, la persona humana adquiere plena capacidad para ser titular
de derechos y deberes jurídicos, y se encuentra habilitada para la celebración de
todos los actos jurídicos que pretenda realizar.
b) Tratándose de menores emancipados por matrimonio, ellos gozan de plena
capacidad de ejercicio, con las limitaciones previstas en el art. 28 del mencionado
cuerpo legal. Ha quedado derogada toda diferencia entre el menor casado con o sin
autorización, de manera que la capacidad del mismo es siempre idéntica y la única
restricción que padece, referido al negocio societario, es la constitución o
participación en sociedades en las cuales el menor emancipado intervenga como
socio con responsabilidad ilimitada y solidaria, habida cuenta la prohibición de
afianzar obligaciones prevista por el art. 28, parr. 3 del CCCN.
c) En cuanto a los menores que hayan recibido por herencia un establecimiento
mercantil sujeto a indivisión, y a los cuales se refiere el art. 28 de la ley 19550
cuando apunta a la sociedad constituida con bienes sometidos a indivisión forzosa
hereditaria, los herederos menores de edad o con capacidad restringida solo pueden
ser socios con responsabilidad limitada, debiendo el contrato constitutivo ser
aprobado por el juez de la sucesión. Asimismo, se prevé que la existencia de
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posibilidad de colisión de intereses entre el representante legal, el curador o el apoyo
y la persona menor de edad, incapaz o con capacidad restringida, obligara al juez a
designar un representante ad hoc para la celebración del contrato y para el contralor
de la administración si fuere ejercida por aquel. En cuanto a la sanción por el
incumplimiento de esta norma, el art. 29 de la ley 19550, reformado por la ley
26994, prevé que, sin perjuicio de la transformación de la sociedad en una de tipo
autorizado, la infracción al art. 28 hace solidaria e ilimitadamente responsables al
representante, al curador o al apoyo de la persona menor de edad, incapaz o con
capacidad restringida y a los consorcios plenamente capaces, por los daños y
perjuicios causados a la persona menor de edad, incapaz o con capacidad
restringida.
d) Oportuno es aclarar que, no obstante lo dispuesto por el art. 29 de la ley 19550, la
omisión del representante del menor en constituir una sociedad de los tipos
permitidos, actuando la indivisión hereditaria en la explotación del establecimiento
industrial o comercial sometido a indivisión no provoca automáticamente los daños y
perjuicios en el patrimonio del menor a los que alude el art. 29 de la ley 19550 en su
actual versión, pues esta sociedad pasa directamente a gobernarse por las normas
de la sección IV del capítulo I de la ley 19550, que a diferencia de la anterior versión
de los arts. 21 a 26, la responsabilidad de sus integrantes ya no es solidaria e
ilimitada por las obligaciones sociales, sino simplemente mancomunada, por partes
iguales y sin obligación, en ningún caso, de responder ante la insolvencia de otro
socio.
e) Finalmente, y en torno a la capacidad de los menores para intervenir en sociedades,
no puede dejar de citarse lo dispuesto por el art. 683 del CCCN, conforme al cual la
ley presume que el hijo mayor de 16 años que ejerce algún empleo, profesión o
industria, está autorizado por sus progenitores para todos los actos y contratos
concernientes al empleo, profesión o industria, recayendo los derechos y
obligaciones que resulten de su ejercicio, exclusivamente sobre los bienes cuya
administración está a cargo de los hijos, estén conviviendo o no con sus padres.
Capacidad de los corredores para constituir o integrar sociedades
Si bien las prohibiciones establecidas por el art. 106 del CCom. Para los corredores, a
quienes se prohibía, lisa y llanamente, ejercer el corretaje en sociedad con otros corredores
o terceros, y que estuvieron vigentes hasta la sanción de la ley 25028 del año 1999, que
permitió la asociación entre estos auxiliares para el ejercicio exclusivo del corretaje, han
quedado totalmente superadas con la sanción del CCCN, el cual, en su art. 1346 admite
que podrán actuar como corredores, personas humanas o jurídicas. Se trata de una
disposición sumamente desafortunada, pues cuanto menos debió aclararse a qué tipo de
personas jurídicas se refiere, pues siendo el corretaje una actividad lucrativa, no se advierte
como puede una asociación civil o una fundación dedicarse a este objeto. Pero además de
ello, si recordamos que la ley 26994, que sanciono el CCCN, no derogo totalmente el
régimen legal que rige actualmente a los corredores, sino solo los arts. 36 a 39 de la
misma, sobre cuyo contenido se refieren los arts. 1345 a 1355 del CCCN, quedando
subsistentes los arts. 32 y 33 de la ley 20266, que requieren de los corredores contar con
título universitario expedido o revalidado en la Republica, no es tarea sencilla comprender
como y de qué manera una persona jurídica podrá celebrar actos de corretaje, habida
cuenta que los títulos universitarios solo pueden expedirse a personas humanas.
Debe aclararse asimismo que la nueva regulación del “contrato de corretaje” por los arts.
1345 a 1355 del CCCN, no obsta a la vigencia de la ley especial que rige tal actividad que le
exige un título universitario, su matriculación y determinados deberes, responsabilidades y
sanciones, estableciendo un verdadero poder de policía sobre la matricula, que es de
carácter local. Ratifica lo expuesto lo dispuesto por el art. 1355 del CCCN, en cuanto
dispone que las nueve reglas del contrato de corretaje no obstan a la aplicación de las
disposiciones de leyes y reglamentos especiales.
Martilleros: la ley 20266 del año 1973 reformo las disposiciones del código de comercio, el
cual en su art. 113 sometía a estos auxiliares del comercio a las mismas prohibiciones que
les imponía a los corredores. El nuevo estatuto legal de los martilleros consagro la
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posibilidad de la admisión de la constitución o integración de sociedades entre estos, pero
integradas exclusivamente por martilleros y para la realización también exclusiva, de actos
de remate (art. 15 ley 20266).
Capacidad de los cónyuges para participar en sociedades comerciales
La capacidad de los cónyuges para constituir o integrar sociedades mercantiles está regida
por el nuevo art. 27 de la ley 19550, reformado su texto original por la ley 26.994, que
expresamente dispone que “SOCIEDAD ENTRE CONYUGES. Los cónyuges pueden integrar
entre si sociedades de cualquier tipo y las reguladas en la sección IV”. Se recuerda que el
texto original de dicha norma que tendrá vigencia hasta el 31 de julio de 2015 dispone que:
“Los esposos solo pueden integrar entre si sociedades por acciones y de responsabilidad
limitada”. Dicha norma tenía como finalidad la necesidad de evitar la superposición de dos
regímenes distintos de responsabilidad, como lo eran el societario y el patrimonial del
matrimonio, en el cual el cónyuge no responde por las obligaciones asumidas por el otro
esposo (art. 5, ley 11357).
La doctrina había criticado la redacción del viejo texto del art. 27 de la ley 19550, con el
argumento de que su poco feliz redacción traicionaba la voluntad del legislador, pues una
interpretación exegética de dicha norma permitía la integración por ambos cónyuges de
sociedades en comandita por acciones, en calidad de socios comanditados, la cual
resultaba incompatible con la interpretación finalista de la norma.
La modificación del art. 27 de la ley 19550 por su actual redacción, que permite a los
cónyuges integrar cualquier tipo de sociedad, incluso las sociedades no reguladas,
informales o simples previstas en la sección IV del Capítulo I de la ley 19550, respondió a
los cambios producidos por el CCCN en el régimen patrimonial del matrimonio, en donde se
prevé un doble régimen, esto es, uno de comunidad de bienes y otro de separación de
bienes.
La modificación efectuada por la ley 26994, que consagra una permisión total a los esposos
para constituir o participar en cualquier clase de sociedad es a mi juicio exagerada, pues de
conformidad con el texto legal del art. 28, podrían ahora los cónyuges integrar una
sociedad colectiva o en comandita, en carácter de comanditados, en las cuales ambos
esposos asumen una responsabilidad ilimitada y solidaria por las obligaciones sociales, lo
cual iría a contrapelo con las expresas previsiones de los arts. 461, párrafo 2, 467 y 505 del
CCCN, y si bien es cierto que el art. 461 en su párrafo 1° consagra la responsabilidad
solidaria de los cónyuges, cualquiera fuera el régimen patrimonial que adoptasen, por
ciertas y determinadas deudas, se trata de un supuesto excepcional que no justifica admitir
la constitución o participación de los cónyuges en las sociedades donde la responsabilidad
de sus integrantes es solidaria e ilimitada con la sociedad.
Consecuentemente con la reforma al art. 27 de la ley 19550, se eliminó la sanción prevista
por el derogado art. 29, párrafo 1°, que establecía la nulidad de cualquier sociedad entre
marido y mujer no permitida por el art. 27, solución que, aparentemente coherente con el
principio general consagrado en el mismo, conducía a soluciones totalmente incompatibles
con la finalidad del legislador, pues la declaración de nulidad, a tenor de lo dispuesto por el
art. 18 de la ley 19550, abre las puertas a la responsabilidad solidaria e ilimitada de todos
sus socios que, curiosamente, fue finalidad de aquella norma evitar.
El problema de la capacidad de las sociedades para participar en otras. Límites a
las participaciones
La capacidad de las sociedades comerciales para integrar otras sociedades mercantiles se
encuentra gobernada por los arts. 30 a 32 de la ley 19550 que implementa el siguiente
régimen:
1- En principio, las sociedades tienen capacidad para integrar otras sociedades, con
excepción de las sociedades anónima y en comandita por acciones, que solo pueden
integrar sociedades por acciones y de responsabilidad limitada.
Esta limitación, ya consagrada por el texto original de la ley 19550, preveía una
incapacidad más amplia aun, pues solo permitía a las sociedades anónimas y en
comandita por acciones participar en sociedades por acciones, no incluyendo, como
ahora sucede, a las sociedades de responsabilidad limitada. Esa prohibición tuvo su
antecedente en un antiguo fallo de la CSJN del 30 de julio de 1948, dictado en los
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autos “GOBIERNO NACIONAL C. CIA, FERROCARRILERA DE PETROLEO”, en el cual se
resolvió que las sociedades anónimas no pueden constituir sociedades colectivas,
por el carácter intuitu personae de estas, consagrando un criterio que fue recogido
luego por la ley 19550 y defendido por uno de sus coautores, el profesor ISAAC
HALPERIN, como medio de impedir que por vía de una participación en una sociedad
no accionaria, la sociedad anónima escape al control estatal previsto por el art. 299,
o los administradores expongan a la sociedad al riesgo de la quiebra si integran una
sociedad por interés.
Las razones expuestas para defender la limitación prevista por el art. 30 fueron
siempre muy cuestionadas por la doctrina nacional, existiendo amplio consenso en
pro de su derogación o reforma. En primer lugar, por cuanto la posibilidad de que los
administradores de la sociedad colectiva participada la pongan en peligro de quiebra
y que esta pueda ser extendida a sus socios, entre los que se encuentra la sociedad
accionaria participante, constituye un riesgo al que están sometidas todas las
sociedades anónimas en el ejercicio de su actividad mercantil, sin olvidar que la
quiebra de la sociedad participada no implica la quiebra de los integrantes de la
sociedad participante, sino solo eventualmente de esta última. Por otra parte, la
posibilidad de escape al control estatal permanente previsto por el art. 299 de la ley
19550 prácticamente no existe, atento la irrelevancia de tal control y además por
cuanto tal evasión se puede evitar de una manera muy simple, con solo prescribir
que el control estatal se extiende a las sociedades integradas por sociedades
abiertas.
Por otro lado, no se alcanza a comprender cuál es el régimen de control que se viola
con la infracción del art. 30 de la ley 19550, pues el único control al que están
sometidas las sociedades por acciones, con excepción de aquellas que tienen una
fiscalización especifica en razón del objeto que desarrollan, es el previsto por el art.
300 de la ley 19550, que se limita al control de legalidad del acto constitutivo, sus
reformas y variaciones del capital.
Carece pues de rigor científico establecer en cabeza de una sociedad por acciones
una incapacidad tan grave como la de integrar sociedades de diferente tipo,
basándose en argumentos tan débiles. Algo más fundamentado podría suponer el
sostener que la infracción al régimen de control se refiere al previsto por el art. 299,
pero esa interpretación está condenada por el mismo texto legal, pues el art. 30 no
hace distinciones entre subtipos de sociedades por acciones. Cabe recordar que la
incapacidad prevista por el art. 30 de la ley 19550 solo rige para las sociedades por
acciones, por lo que las sociedades de distinto tipo pueden integrar cualquier tipo de
sociedad comercial, y la sociedad de responsabilidad limitada, de características
similares a las sociedades anónimas, puede participar en sociedades colectivas, sin
obstáculo legal alguno.
2- El nuevo art. 30 de la ley 19550 incurre en dos errores. En primer lugar, vuelve a
autorizar la participación de sociedades anónimas y en comandita por acciones en
sociedades de este último tipo, sin formular las distinciones necesarias, pues una
interpretación no solo finalista sino lógica de dicha disposición legal, impide a dichas
compañías participar como socias comanditadas en una sociedad en comandita por
acciones. En segundo lugar, la referencia a la participación de las sociedades
anónimas y en comandita por acciones para formar parte de contratos asociativos
carece de todo sentido, pues de conformidad con lo dispuesto por el art. 1442 del
CCCN, que regula específicamente a este tipo de contratos, “…no se les aplican las
normas sobre la sociedad, no son, ni por medio de ellos se constituyen, personas
jurídicas, sociedades ni sujetos de derecho”.
3- La cuantía de la participación de una sociedad, cualquiera fuere el tipo social
adoptado por una u otra, se rige por el art. 31 de la ley 19550, que en protección del
objeto social de la sociedad participante y en defensa de los socios de esta
compañía, prohíbe tomar o mantener participación en otra u otras sociedades por un
monto superior a sus reservas libres y a la mitad de su capital y de las reservas
legales, salvo cuando el objeto de la participante fuera exclusivamente financiero o
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de inversión. Limitando precisamente la participación en otras compañías, el
legislador pretendió evitar que el objeto social de la participe pueda cumplirse a
través de la participada. Toda participación que exceda de dichos limites deberá ser
enajenada dentro de los 6 meses siguientes a la fecha de la aprobación del balance
de la sociedad participante del que resulte que el limite ha sido superado, y
comunicado dicho exceso a la entidad participada dentro de los 10 días de la
aprobación del referido balance. Dispone la ley que el incumplimiento en la
enajenación del excedente produce la perdida de los derechos de voto y a las
utilidades que correspondan a esas participaciones en exceso hasta que se proceda a
dicha venta.
4- Finalmente, el art. 32 de la ley 19550 prohíbe las participaciones reciprocas entre
sociedades, proscripción que tiende a proteger a los terceros, pues con ello se evita
el aguamiento del capital social de las sociedades participantes y participadas,
impidiéndose así la confusión de patrimonios y capitales. Por las mismas razones, se
prohíbe a la sociedad controlada participar en la controlante, y en sociedad
controlada por esta, por un monto superior, según balance, al de sus reservas libres,
excluida la legal. Al igual que en el caso del art. 31, las participaciones en exceso de
tales limites deben ser enajenadas dentro de los 6 meses siguientes a la fecha de
aprobación del balance del que resulta la infracción, como la pérdida temporal de los
derechos de voto y de percepción de las utilidades, hasta que cumpla con tal
enajenación.
OBJETO DEL CONTRATO DE SOCIEDAD
El objeto del contrato de sociedad no debe ser confundido con el objeto social. Aquel está
constituido por las prestaciones de dar o de hacer que se comprometieron a efectuar los
socios y que constituyen a su vez el objeto de las obligaciones originadas en el contrato de
sociedad. El objeto social, que es requisito de inclusión esencial en todo contrato de
sociedad, por expresa directiva del art. 11, inc. 3° de la ley 19550, consiste en el ámbito de
las actividades económicas delimitadas en el contrato o acto constitutivo.
La causa del contrato de sociedad
La causa del contrato de sociedad es la finalidad que han tenido los fundadores para su
constitución y no es otra que la obtención de las ganancias a través de la realización de las
actividades previstas en el contrato social.
Elementos específicos del contrato de sociedad
Los elementos específicos del contrato de sociedad comercial se encuentran previstos en la
definición que dé él nos brinda el art. 1° de la ley 19550, que dispone textualmente: “Habrá
sociedad comercial cuando una o más personas en forma organizada, conforme a uno de
los tipos previstos en esta ley, se obliguen a realizar aportes para aplicarlos a la producción
o intercambio de bienes o servicios participando de los beneficios y soportando las
perdidas”.
Los elementos específicos del contrato de sociedad comercial son, los siguientes: la
organización, la tipicidad, los aportes, el fin societarios y la participación en los beneficios y
soportacion en las perdidas, debiendo recordarse que con anterioridad a la sanción de la
ley 26994, era también un elemento especifico del contrato de sociedad la pluralidad de
socios.
Pluralidad de socios. Las sociedades de un solo socio
Hasta la sanción de la ley 26994, la pluralidad de socios “dos o más” era una de las
características más importantes del contrato de sociedad, pero ello aconteció hasta la
admisión de las sociedades unipersonales por dicha ley, y si bien actualmente la ley 19550
ha limitado la actuación y constitución de las sociedades de un solo socio a numerosas
restricciones, lo cierto es que mal podemos hoy afirmar que la pluralidad de socios
constituya un requisito esencial del contrato de sociedad.
La Comisión de Reformas fue explicita sobre el particular cuando sus integrantes afirmaron
que el propósito perseguido con la incorporación de dichas sociedades a nuestro
ordenamiento jurídico societario fue la de brindar a los empresarios y comerciantes un
instrumento ágil, sencillo y flexible para poder limitar su responsabilidad en el tráfico y, a la

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vez, favorecer el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, alentando las
inversiones.
La actuación de las sociedades de un solo socio está limitada, se establecen una serie de
contrapesos que dificultaran la utilización de esta nueva figura societaria. Al respecto, y
además de permitir la utilización de sociedades de un solo socio bajo el exclusivo molde de
la sociedad anónima, el Poder Ejecutivo aporto nuevos criterios para la admisión de las
sociedades unipersonales, como, por ejemplo, la necesidad de que los aportes a dichas
compañías deben ser efectuados en su totalidad en el acto constitutivo, así como la
prohibición de que una sociedad de un solo socio integre a su vez otra entidad de las
mismas características. Pero, además de ello, y esto puede parecer exagerado para
algunos, se incluyó a las sociedades unipersonales dentro de las entidades sometidas al
control estatal permanente previsto en el art. 299 de la ley 19550, las cuales deberán
contar entonces con un directorio y una sindicatura plural, además de cumplir con las
formalidades que, en torno a la convocatoria de asambleas, así como todos los demás
requisitos que implica ser considerada como una sociedad anónima incluida en dicha
norma.
Estas especiales notas que caracterizan a las sociedades unipersonales impide que las
mismas “se conviertan en un instrumento para que el empresario pueda limitar su
responsabilidad y se promovieran las inversiones en nuestro país”, las cuales fueron las
razones utilizadas por la comisión de Reformar para incorporarlas a la legislación positiva
argentina, de manera tal que, en la práctica, los únicos destinatarios de estos instrumentos
serán las grandes corporaciones nacionales y las sociedades extranjeras, que contaran con
una sociedad subsidiaria unipersonal totalmente controlada por ellas, para las cuales la
contratación de un directorio y sindicatura plural no ofrecerá mayores inconvenientes.
Las características principales de esta nueva figura legal son:
a) Solo se permite que sean sociedades unipersonales las sociedades anónimas (art. 1).
b) La sociedad unipersonal solo puede ser constituida por instrumento público y por
acto único (art. 165).
c) No puede ser único socio otra sociedad unipersonal (art. 1).
d) La denominación debe ser “Sociedad Anónima Unipersonal”, su abreviatura o sigla
“SAU” (art. 164). La integración del aporte debe efectuarse en su totalidad al
momento de su constitución (art. 187).
e) La reducción a uno del número de socios de las sociedades anónimas no
unipersonales, no conforma una causal de disolución de dichas compañías (art. 194
bis), sino que deben adecuar la denominación social a la exigencia del art. 164 para
las sociedades unipersonales y cumplir con el régimen dispuesto por el art. 299,
siempre de la ley 19550.
f) Están sujetas a la fiscalización estatal permanente (art. 299).
g) Deben contar con un directorio y sindicatura plural en forma obligatoria (arts. 255 y
284).
h) Deben publicar los edictos de convocatoria a las asambleas por 5 días en el Boletín
Oficial y en otro diario de amplia circulación en la República Argentina (art. 237).
La tipicidad
El art. 1° de la ley 19550 ha insistido en el concepto de tipicidad, en virtud del cual los
constituyentes no pueden apartarse de los tipos creados por el legislador si pretenden
tener una sociedad regularmente constituida. Se ha entendido, en defensa de la tipicidad,
que brinda seguridad al tráfico mercantil, pues los terceros saben, cuando contratan con
una determinada sociedad comercial, cual es el alcance de la responsabilidad de los socios,
quien se encuentra facultado para representarla y cuáles son, en definitiva, las pautas de
su funcionamiento interno.
El art. 17 de dicho cuerpo legal somete a las sociedades previstas en el Capítulo II que no
exhiban todos los requisitos esenciales tipificantes o que comprendan elementos
incompatibles con el tipo legal, al régimen de las sociedades no regulares, contenidas en
los arts. 21 a 26 de la ley 19550, impidiéndoles producir los efectos del tipo elegido.
La organización

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El concepto de organización al que refiere el art. 1 de la ley 19550 carece de toda claridad,
y el legislador ha intentado justificarlo en la existencia de la idea económica de empresa
que subyace en el concepto de sociedad comercial.
Los aportes
La realización de los aportes constituye un requisito de la existencia misma del contrato de
sociedad, de modo tal que sin aportes no puede haber socios y, por ende, tampoco
sociedad, pues esta es onerosa por naturaleza. El aporte es la contribución de cada socio al
fondo común que debe constituirse para el desarrollo del objeto social, y el conjunto de los
aportes, en dinero o en especie, estimados en una cifra determinada, forman el capital
social de la compañía.
Los aportes pueden transferirse a la sociedad en propiedad o en uso y goce, según se
convenga. Asimismo, pueden consistir en dinero, créditos a cargo de terceros, cosas
muebles e inmuebles, mercaderías, patentes de invención, marcas de fábrica o de
comercio, fondos de comercio, trabajos personales e incluso bienes sometidos a
gravámenes, pero no todas esas prestaciones pueden ser aportadas a cualquier tipo social,
pues tratándose de sociedades en donde los socios limitan su responsabilidad al aporte
efectuado y los terceros no cuentan con la posibilidad de agredir el patrimonio de los socios
por las obligaciones sociales, es lógico que la ley 19550 imponga para estas sociedades
que los aportes solo pueden consistir en dinero o en prestaciones de dar, susceptibles de
ejecución forzada.
La producción o intercambio de bienes o servicios. El fin societario
La definición que nos brinda el art. 1° de la ley 19550 impone asimismo que la sociedad
comercial debe dedicarse a la producción o intercambio de bienes o servicios, lo cual
constituye su “fin societario”. Ello impone concluir, la sociedad debe tener vocación de ser
titular de una hacienda empresaria mercantil.
La necesidad de que la sociedad tenga por finalidad dedicarse a la producción e
intercambio de bienes o servicios descarta de nuestro ordenamiento a las sociedades
constituidas para ser titulares exclusivamente de bienes inmuebles o bienes registrables,
sin administración o actividad comercial sobre ellos, así como a las sociedades constituidas
exclusivamente para ser “vendidas” o con destino a un mercado de sociedades. Así lo ha
resuelto la jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales.
La participación en los beneficios y soportacion de las pérdidas
Finalmente, la definición de sociedad comercial prevista en el art. 1 de la ley 19550 incluye
al fin común o a la causa del contrato de sociedad, que se traduce en la obtención de
beneficios económicos, denominados técnicamente dividendos, debiendo los socios
soportar las pérdidas sufridas por la sociedad.
Es necesario aclarar que la participación en los beneficios está sujeta a un procedimiento
especial previsto expresamente por la ley 19550 en sus arts. 68 y 224, pues los
administradores no pueden repartir las ganancias en cualquier momento o de cualquier
manera, sino que los dividendos solo pueden ser aprobados y distribuidos a los socios si
ellos surgen de ganancias realizadas y liquidas resultantes de un balance confeccionado de
acuerdo con la ley y el estatuto y aprobado por el órgano social competente, salvo en las
sociedades anónimas incluidas en el art. 299 de la ley 19550.
Los socios deben pactar en el contrato constitutivo o en el estatuto la forma como se
distribuirán entre ellos las ganancias obtenidas por la sociedad. Caso contrario, la
distribución se hará en proporción a los aportes (art. 11, inc. 7, ley 19550), pero son nulas
de nulidad absoluta las cláusulas del contrato social o estatuto por medio de las cuales
alguno o algunos de los socios reciban todos los beneficios o se los excluya de ellos, o que
sean liberados de contribuir a las perdidas, que le aseguren al socio su capital o las
ganancias eventuales o que la totalidad de las ganancias pertenezcan al socio o socios
sobrevivientes. Tales estipulaciones han sido denominadas como “clausulas leoninas” y su
invalidez esta impuesta expresamente en el art. 13 de la ley 19550.
En cuanto a las perdidas, ellas serán soportadas de acuerdo con el tipo social adoptado. Si
se trata de una sociedad de las incluidas en la categoría de “sociedades de personas” o
“sociedades por parte de interés”, los socios responde en forma solidaria e ilimitada por las
obligaciones contraídas por la sociedad, previa excusión de los bienes sociales. Es más, la
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quiebra de la sociedad puede incluso serles extendida a los socios de estas sociedades,
atento la extensión de su responsabilidad (art. 160, ley 19550). Sin perjuicio de ello, los
socios pueden pactar en estas sociedades una forma determinada de participar en las
perdidas, pero ello será inoponible a los terceros.
Si se trata de una sociedad de capital, categoría dentro de la cual he incluido a las
sociedades de responsabilidad limitada y a las sociedades por acciones, las únicas perdidas
que los socios o accionistas deben soportar se limitan a los fondos oportunamente
aportados a la sociedad, salvo infra capitalización societaria, que torna procedente la
aplicación del art. 54, parr. 3 de la ley 19550.
En todos los casos, el contrato social o estatuto debe establecer las reglas para la
soportacion de las perdidas por parte de los socios, y en caso de silencio y al igual que las
ganancias, serán soportadas en proporción a los aportes efectuados. Pero si el contrato
social o estatuto previeron la forma de distribuir las ganancias y no las perdidas, estas
deberán soportarse en la misma proporción (art. 11 inc. 7, ley 19550).

La “affectio societatis”
Varias son las definiciones que se han dado de la conocida affectio societatis y que
constituye un elemento especifico del contrato de sociedad: voluntad de cada socio de
adecuar su conducta y sus intereses personales, egoístas y no coincidentes a las
necesidades de la sociedad; disposición anímica de colaboración en todo lo que haga al
objeto de la sociedad; relación vinculada a la existencia de una voluntad común de los
socios para la consecución del fin social y constituida más bien por una disposición anímica
activa de colaboración en todo lo que haga al objeto de la sociedad, etc. En definitiva, la
affectio societatis es la predisposición de los integrantes de la sociedad de actuar en forma
coordinada para obtener el fin perseguido con su constitución, postergando los intereses
personales en aras del beneficio común.
Sin embargo, debe cuidarse muy bien de identificar a la affectio societatits con un estado
permanente de concordia entre los socios, pues se ha esgrimido reiteradamente que el
estado de conflicto entre ellos configura una causal de disolución de la sociedad.
Si bien la affectio societatis es el elemento característico del contrato de sociedad, su
inexistencia no puede ser, en principio, causal de resolución parcial del referido contrato ni
esgrimido por ninguno de los socios para negarse a cumplir con sus obligaciones sociales.
Pero si la falta de affectio es el móvil de determinadas conductas del socio que resultan
perjudiciales para la compañía, como, por ejemplo, su permanente inasistencia a las
reuniones de socios, impidiendo adoptar decisiones fundamentales para la marcha de la
sociedad, la exclusión de quien incurra en tales inconductas es admisible, pero no fundada
en la inexistencia de la affectio, sino en las conductas que son su consecuencia (art. 92, ley
19550).
Algo parecido sucede cuando existe un estado permanente de conflictos en la sociedad
entre todos sus integrantes. Si bien es lógico concluir que la sociedad no podrá cumplir su
finalidad ante ese panorama, su disolución y liquidación no viene impuesta por la pérdida
de la affectio entre los socios, pues tal estado de conflicto puede estar originado en
diferentes interpretaciones sobre la marcha de los negocios sociales, sin quedar desplazado
el interés social. Esa situación de permanente conflicto puede, sin embargo, originar la
disolución de la sociedad cuando ella impida el funcionamiento de los órganos sociales,
pero en tal caso, la liquidación de la sociedad se impone en virtud de lo dispuesto por el
art. 94 inc. 4 de la ley 19550, esto es, imposibilidad sobreviniente de desarrollar el objeto
de la sociedad.

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EL CODIGO CIVIL Y COMERCIAL DE LA NACION. LAS MODIFICACIONES EFECTUADAS POR LA
LEY 26994
Como consecuencia de la sanción del CCCN por la ley 26994 y la derogación de las normas
del CC y del C comercio, se unifico nuestro derecho privado, cumpliéndose de esa manera
con un viejo anhelo de cierta parte de la doctrina nacional, influenciada por el código civil
italiano de 1942, el código suizo de las obligaciones del año 1933 y en nuestro continente,
el código civil de la República del Paraguay, cuya vigencia data del año 1987.
En materia societaria, no advierto en las modificaciones efectuadas por la ley 26994 una
misma filosofía, y la mejor prueba de ello es la inexistencia de toda coherencia entre los
arts. 141 a 192 del CCCN, referidos a las personas jurídicas y a las asociaciones civiles, con
las disposiciones reformadas de la ahora denominada Ley General de Sociedad (LGS). En el
primer caso, si bien aquellas normas del nuevo ordenamiento civil y comercial definen,
clasifican y reglamentan el funcionamiento de dichas entidades, no carecen de
disposiciones que tienden a proteger a los terceros o a los derechos de los integrantes de
las corporaciones. En cambio y a diferencia de ello, las reformar a la ley 19550 efectuada
por la ley 26994 están inspiradas en una defensa de los intereses corporativos que prima
sobre los intereses de los terceros y de los socios o accionistas y al respecto, la
consagración legislativa de las sociedades de un solo socio, la eliminación de la
responsabilidad solidaria e ilimitada de los integrantes de las sociedades no constituidas
regularmente y la ratificación y consolidación del principio de conservación de la empresa,
a través de un mecanismo que permite remover cualquier causal de disolución, son los
mejores ejemplos que se priorizo el funcionamiento de la sociedad por sobre otros aspectos
de la ley 19550 que merecían mayor atención, como la infracapitalizacion societaria, el
aggiornamiento de la legislación sobre sociedades constituidas en el extranjero, las
sociedades de profesionales y la nunca realizada división entre sociedades anónimas
abiertas y cerradas.
Lo cierto es que hoy la República Argentina puede exhibir un derecho privado unificado y
un régimen societario único, plasmado en la ahora denominada LGS, que comprende tanto
a las sociedades comerciales como civiles, cuya regulación ha sido consagrada en la
Sección IV del Capítulo I de la ley 19550.
LA REGULACION DE LAS SOCIEDADES DEDICADAS A ACTIVIDADES TRADICIONALMENTE
CONOCIDAS COMO “CIVILES”.
Las sociedades civiles, fue por años el molde societario para la realización de determinadas
actividades excluidas del Código de Comercio, como las inmobiliarias, agropecuarias,
mineras, forestales, ganaderas, educacionales y fundamentalmente el ejercicio de
profesiones liberales, aunque una mala interpretación del art. 1 de la ley 19550 permitió la
realización de estas actividades mediante la adopción de cualquiera de los tipos previstos
en el Capítulo II de la ley 19550, basada en el equivocado argumento de que la sociedad
con objeto civil quedaba sometida al régimen de las sociedades comerciales por el mero
hecho de haber sido constituidas bajo un tipo societario regido por la ley 19550.
La única actividad que, en términos generales pudo resistir a este fenómeno de
“comercialización” fue la prestación de servicios profesionales, esto es, aquellas actividades
cuyo ejercicio se requiere la obtención de un título expedido por una Universidad
reconocida legalmente, entidades estas conocidas como “sociedades de profesionales”,
que por lo general se gobernaban por las normas que, en materia del “contrato de
sociedad”, regulaba el por entonces vigente CC.
Estas sociedades, al quedar derogado el CC, y con ello el régimen legal de las “sociedades
civiles”, han quedado a la deriva en nuestro régimen legal, pues la reforma efectuada a la
ley 19550 no se ha ocupado suficientemente de ellas, quedando estas ahora regidas por las
normas de la Sección IV del Capítulo I de dicha ley, en los arts. 21 a 26 que antes
reglamentaban a las sociedades irregulares y de hecho, pero que ahora comprenden, en su
seno, a las sociedades que no se constituyeron con sujeción a los tipos previstos en el
Capítulo II de la referida ley, y a aquellas que omitan requisitos esenciales o que incumplan
con las formalidades exigidas por dicha normativa, de manera tal que dicho régimen legal
se aplicara a todas aquellas sociedades cuyo objeto constituya la prestación de servicios

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profesionales y que no se ha constituido de conformidad con los tipos previstos en la ley
19550.
De este modo, y para clarificar el estatus legal de las “sociedades civiles” a la fecha de
entrada en vigencia del nuevo CCCN, considero oportuno formular las siguientes
conclusiones:
a) No podrán conformarse ni constituirse nuevas sociedades civiles a partir de la
entrada en vigencia del nuevo Código.
b) Ellas desaparecerán como tales, para quedar incluidas en el régimen previsto por la
Sección IV del Capítulo I de la LGS.
c) Las sociedades civiles que, a esta fecha, hubieran sido constituidas por escritura
pública, continuaran gobernadas por las cláusulas de su estatuto, en la medida que
resulten compatibles con el nuevo régimen legal previsto por los arts. 21 a 26 de la
referida ley.
d) Las mencionadas entidades, que no se hubieran constituido regularmente durante la
vigencia del CC pasaran a gobernarse por los referidos arts. 21 a 26 de la LGS.
CLASIFICACION DE LAS SOCIEDADES COMERCIALES
Una primera clasificación de las sociedades comerciales nos obliga a distinguir entre las
sociedades constituidas regularmente de aquellas que no han cumplido los requisitos de
forma y publicidad exigidas por la ley 19550. Las primeras son conocidas como sociedades
regulares por haber adoptado uno de los tipos previstos por la ley 19550, cumplido con las
formas y con la publicidad requerida por el ordenamiento societario e inscriptas en el
Registro Público. Las segundas, conocidas como sociedades irregulares y/o sociedades de
hecho fueron legisladas en una sección denominada “De la sociedad no constituida
regularmente” (Sección IV del Capítulo I, arts. 21 a 26), aunque actualmente, y como
consecuencia de las reformas efectuadas por la ley 26994, que modificó sustancialmente el
régimen de las sociedades no constituidas regularmente, pasan a integrar el listado de las
sociedades mencionadas en el reformado art. 21 que se someterán a las disposiciones de
esta sección, esto es, las sociedades que no se constituyeron con sujeción a los tipos
previstos en el Capítulo II de la ley 19550, que omitan requisitos esenciales o que
incumplan con las formalidades exigidas por la ley. Se trata de sociedades que han sido
reguladas como integrando una categoría o clase de sociedades por lo general viciadas en
su forma y sometidas a un régimen único, cualquiera haya sido el tipo que los
constituyentes hayan querido adoptar.
La reforma efectuada por la ley 26994 a la Ley de Sociedades ha hecho perder la
importancia que tenía la distinción efectuada entre las sociedades “regulares” y las
“Sociedades no regularmente constituidas”, pues conforme al texto original de los arts. 21
a 26 de la ley 19550, la sociedad y los socios no podían invocar entre sí, ni a la sociedad, y
mucho menos a los terceros, los derechos y defensas nacidos del contrato social,
asumiendo los socios una responsabilidad solidaria, ilimitada y no subsidiaria en el
cumplimiento de las obligaciones sociales, entre otras disposiciones legales que se
caracterizaban por su rigidez y su evidente tinte sancionatorio. Pero efectuada la aludida
reforma, ese disfavor del legislador de 1972 fue reemplazado por una nueva legislación
mucho más benigna, que casi convierte a las sociedades incluidas en esta sección en una
especie de tipo social, en el cual sus integrantes responden ante terceros en forma
mancomunada y por partes iguales, pudiendo oponerse entre sí, ante la sociedad y frente a
terceros, las cláusulas del contrato social.
Realizada esa primera clasificación, deben efectuarse las siguientes distinciones entre las
sociedad regulares, esto es, entre aquellas que se han adaptado a uno de los tipos
previstos en el Capítulo II de la ley 19550 o en otros cuerpos normativos.
Se distingue entre las denominadas sociedades de interés, las sociedades por cuotas y las
sociedades por acciones.
1- Entre las sociedades de interés se cuentan las sociedades colectivas, de capital e
industria, en comandita simple y las sociedades accidentales o en participación. Son
sociedades que cuentan por lo general con muy pocos socios y se caracterizan
fundamentalmente dejando de lado por ahora las particularidades de cada una de
ellas, por la responsabilidad solidaria e ilimitada, aunque subsidiaria de sus
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integrantes, así como por un esquema sencillo de funcionamiento. Es también
característica de estas sociedades la enorme relevancia de la personalidad de los
socios, y de ello se deriva la necesidad de obtener la conformidad de los restante
socios para la cesión de la parte de interés por uno de ellos, así como también el
riguroso sistema de mayorías previsto a los fines de modificar el contrato social. Por
ello, este tipo de sociedades es también conocido como sociedades de personas.
Dentro de las sociedades por parte de interés o sociedades de personas, se
encuentran las siguientes:
a) Las sociedades colectivas: todos sus socios responden en forma solidaria e
ilimitada por las obligaciones sociales, aun cuando ellos cuentan con el derecho
de exigir a los acreedores la agresión prioritaria del patrimonio societario
(beneficio de excusión). Su normativa (arts. 125 a 133) es aplicable a las demás
sociedades incluidas en esta clasificación, en lo que resultaran compatibles.
b) Las sociedades en comandita simples: se caracterizan por la existencia de dos
categorías de socios; los socios comanditados o solidarios, que responden como
los socios de las sociedades colectivas, y los socios comanditarios, que responden
solamente por los aportes efectuados a la sociedad, que deben necesariamente
consistir en obligaciones de dar. Precisamente por los límites de la
responsabilidad asumida, les está prohibido a estos socios ejercer la
administración de la sociedad, la cual deberá estar a cargo de los socios
comanditados o terceros (arts. 130 a 140, le y19550).
c) Las sociedades de capital e industria: también se caracterizan por la existencia de
dos categorías de socios: los socios capitalistas, que responden de los resultados
de las obligaciones sociales como los socios de la sociedad colectiva, y los socios
industriales, que responden hasta la concurrencia de las ganancias no percibidas.
A diferencia de las sociedades en comandita simple, la administración de las
sociedades de capital e industria puede ser desempeñada por cualquiera de los
socios, no estando vedada a los socios industriales (arts. 141 a 145, ley 19550).
2- Las sociedades por “cuotas” son exclusivamente las sociedades de responsabilidad
limitada, caracterizadas por la división de su capital social en cuotas de igual valor, y
la responsabilidad de todos sus socios por las cuotas que hubieran suscripto e
integrado.
Las sociedades de responsabilidad limitada, incorporadas a nuestra legislación
societaria en el año 1932, fueron objeto de modificaciones por la ley 19550, para
intentar cubrir el campo de actividades económicas que considere inadecuado
adaptarse al esquema más complejo de la sociedad anónima.
3- Finalmente, las sociedades por acciones son aquellas sociedades en las cuales su
capital social se divide en acciones que se incorporan a títulos representativos, y así
circulan. Sus socios, denominados accionistas, limitan su responsabilidad a la
integración de las acciones suscriptas. Se incluyen dentro de las sociedades por
acciones a los siguientes tipos y subtipos:
a) La sociedad anónima: es la sociedad por acciones por naturaleza y de enorme
trascendencia para el desarrollo de la economía. Sus características son la
división total de su capital en acciones, así como la limitación de la
responsabilidad de los socios a la integración de las acciones suscriptas por estos
(art. 163 a 314).
b) Las sociedades anónimas con participación estatal mayoritaria: legisladas en los
arts. 308 a 314 de la ley 19550. En puridad se trata de un subtipo de las
sociedades anónimas, pues su característica es la presencia del Estado nacional,
Estados provinciales, municipales u organismos estatales autorizados al efecto
como titulares en forma individual o conjunta de acciones que representan el 51%
del capital social, y que sean suficientes para prevalecer en las asambleas
ordinarias y extraordinarias.
c) Sociedades en comandita por acciones: tienen, al igual que las sociedades en
comandita simple, dos tipos de socios: a) los socios comanditarios que tienen las
mismas características que los accionistas de las sociedades anónimas, y b) los
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socios solidarios o comanditados, que responden en forma solidaria. La diferencia
que existe entre ambas comanditas radica en la titularidad de los socios
comanditarios de títulos accionarios (arts. 315 a 324 ley 19550).
d) Las sociedades de economía mixta: no se encuentran contempladas por la ley
19550, sino por la ley 12962, ratificatoria del decr. 15349/46. Al igual que las
sociedades anónimas con participación estatal mayoritaria, constituyen otra
manifestación de la intervención del Estado en las actividades económicas. Sus
características son la asociación entre el Estado nacional, Estados provinciales,
municipalidades, entidades administrativas autárquicas, etc., y los capitales
privados para la explotación de empresas que tengan por finalidad la satisfacción
de necesidades de orden colectivo o la implantación, fomento o desarrollo de
actividades económicas. Se distinguen de las sociedades anónimas con
participación estatal mayoritaria en el sentido de que en estas el interés del
Estado no necesariamente debe ser superior al capital privado.
e) Las sociedades cooperativas: se encuentran reguladas por la ley 20337 y son
sociedades de capital variable, con acciones nominativas, cuyo fin principal
consiste en crear ventajas económicas a sus asociados y no utilidades apreciables
en dinero. Son sociedades comerciales y se les aplican supletoriamente las
normas de la ley 19550.
f) Las sociedades de garantía recíproca: incorporadas a nuestra legislación
mercantil por la ley 24467 y cuyo único y exclusivo objeto consiste en prestar
garantías en favor de sus socios partícipes, para las operaciones que estos
realicen dentro del giro ordinario de sus empresas. Tienen dos categorías de
socios: 1) los socios partícipes, que deben ser titulares de haciendas empresarias
y únicos que pueden ser beneficiados con los contratos de garantía recíproca y 2)
los socios protectores, que pueden ser personas físicas y jurídicas y que no
pueden exceder el 49% del capital social. Estos socios no carecen del derecho de
celebrar contratos de garantía recíproca con la sociedad, pero pueden percibir la
totalidad de los beneficios obtenidos por la sociedad, a diferencia de los socios
partícipes que deben resignar el 50% de los dividendos que les corresponden en
beneficios del fondo de riesgo de la sociedad.

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REQUISITOS ESPECIFICOS DEL CONTRATO DE SOCIEDAD COMERCIAL
EL NOMBRE SOCIETARIO
El nombre de la sociedad es el atributo de su personalidad que la individualiza y la
distingue del conjunto de los socios, quedando obligada la sociedad cuando quien la
representa lo hace bajo la designación de su nombre societario. Su inclusión en el contrato
constitutivo de cualquier tipo social es dato exigido por el art. 11 de la ley 19550 y su
omisión somete a la sociedad a las normas de la Sección IV del Capítulo I de la ley 19550.
No debe confundirse con el nombre comercial. Este es un elemento del fondo de comercio
que identifica el establecimiento industrial o comercial en el ámbito del tráfico mercantil y
como tal constituye un derecho patrimonial del comerciante. El nombre social es un
atributo de la personalidad jurídica del que la sociedad goza, por expresa directiva legal, y
por ello su régimen jurídico es sustancialmente diferente. Valgan pues las siguientes
diferencias:
a) La propiedad del nombre comercial se adquiere por el uso y solo con relación al ramo
en el que se utiliza, uso que debe ser público y ostensible para que llegue al público
en general. Por el contrario, el nombre societario es inherente a la sociedad y
constituye una estipulación necesaria del contrato constitutivo a los efectos de la
identificación de la persona jurídica.
b) El nombre comercial es transmisible con el fondo de comercio, mientras que el
nombre societario es intransmisible por su propia naturaleza.
c) El nombre comercial puede modificarse libremente por su titular mientras que deben
mediar razones de excepción que justifiquen el cambio del nombre societario.
RAZON SOCIAL Y DENOMINACION SOCIAL
Las sociedades por parte de interés y las sociedades en comandita por acciones tiene
opción para elegir entre dos variantes de nombre societario: la razón social o la
denominación social. Las sociedades accidentales o en participación carecen de nombre
societario, atento no revestir el carácter de sujeto de derecho, del cual el nombre es una de
sus manifestaciones.
La razón social se encuentra incluida en la categoría del sistema subjetivo de identificación
de la persona, pues es el nombre societario que incorpora el nombre de uno o más socios,
publicitando de tal forma a los terceros la responsabilidad solidaria e ilimitada de ellos. Por
ello, la inclusión en el nombre de una sociedad de interés de la identificación de una
persona que no reviste el carácter de socio de ella lo convierte automáticamente en socio
aparente, el cual no es reputado socio con respecto a los reales integrantes de la sociedad,
pero si con relación a los terceros, ante quienes responderá como un verdadero socio (art.
34, ley 19550).
Es importante insistir que la utilización de la razón social es optativa para las sociedades
por parte de interés, pero de elegir una denominación social, debe emplear necesariamente
un nombre de fantasía. No sucede lo mismo con las sociedades de responsabilidad limitada
y las sociedades anónimas, las cuales tienen que utilizar exclusivamente el sistema de la
denominación social, atento la inexistencia de socios que respondan en forma solidaria e
ilimitada por las obligaciones sociales. Por esta razón, en este tipo de sociedades puede
incluirse en su identificación el nombre de una persona física, socio o no, pues ello es
indiferente a los terceros.
CONFLICTOS DE HOMONIMIA
Una de las características básicas que debe reunir el nombre societario es su novedad o
inconfundibilidad, y si bien ello no surge explícitamente del ordenamiento societario, esa
característica debe considerarse implícita, atento la función que el nombre societario
desempeña y la evidente necesidad de proteger el interés de los terceros y del comercio en
general que puede verse perjudicado con la actuación de dos sociedades de nombre
idéntico o análogo.
El control de la inconfundibilidad del nombre societario comenzó a operarse en el ámbito
registral para impedir las denominaciones sociales cuando se daba una situación de
homonimia o paronimia y es nutrida la jurisprudencia elaborada por la autoridad de control
o su tribunal de alzada, que ha establecido ciertos parámetros para resolver los conflictos
de esa naturaleza. Sin embargo, como ninguna norma legal autoriza a sostener que la
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inexistencia de observaciones u oposiciones durante el trámite inscriptorio, nada impedía
que se replanteara la cuestión aun ya inscripta la nueva sociedad, por lo que el control de
homonimia termino funcionando dentro de la órbita jurisdiccional como acción judicial
autónoma e independiente de que hayan existido cuestionamientos del ente homónimo
durante el trámite registral.
De acuerdo, con la abundante jurisprudencia judicial y administrativa, pueden sentarse los
siguientes criterios para resolver los conflictos de homonimia.
a) Se debe reparar más en el interés del tráfico y de los terceros en general más que en
los intereses del opositor.
b) No debe limitarse la oposición a la identidad grafica o fonética de los nombres de
ambas sociedades, sin que basta la existencia de un vocablo dominante susceptible
de originar confusión a los terceros.
c) No es suficiente para evitar el conflicto de homonimia la diferencia de objeto o tipo
social entre las sociedad homónimas. Lo primero porque el objeto no tiene
exteriorización publica y además porque no sería admisible limitar la posibilidad de
las sociedades de modificar su objeto con posterioridad. Lo segundo porque tampoco
puede restringirse la capacidad de las sociedades para transformar su tipo en forma
ulterior.
d) La acción es imprescriptible atento que la denominación societaria ha sido
considerada un instituto de policía civil destinado a proteger el interés general.
e) La sentencia que haga lugar a la respectiva demanda, deberá contener el
apercibimiento a la sociedad demandada de que, en caso de no proceder a su
modificación en el tiempo otorgado en la sentencia definitiva, quedara sujeta a la
normativa prevista en los arts. 21 a 26 ley 19550.
EL DOMICILIO SOCIAL. DOMICILIO Y SEDE SOCIAL
Constituye otro de los requisitos específicos del contrato de sociedad exigido por el art. 11,
inc 2 ley 19550, y cuya omisión determina su anulabilidad (art. 17 in fine, ley 19550).
El domicilio que integra los requisitos exigidos por el art. 11 de la ley 19550 no es la
dirección precisa de una determinada ciudad o población. Este es el concepto de “sede
social”, ajeno a la legislación civil y al cual ha aludido el fallo plenario de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en el caso “QUILPE S.A”, del 31 de marzo de 1977,
cuya doctrina fuera incorporada legislativamente por la ley 22903 conforme al cual: “El
contrato social o estatuto puede limitarse a expresar la ciudad o población en que la
sociedad tiene su domicilio, si los socios no quieren que la dirección constituya una cláusula
contractual. Pero el juez solo ordenara la inscripción en el Registro si la dirección precisa del
domicilio social figura en el contrato o estatuto o instrumento separado que se presenta al
tiempo de inscribir la sociedad”.
De manera tal que si la dirección precisa constituye cláusula del contrato social o estatuto,
su modificación implicara necesariamente reforma de tales instrumentos. Pero como tal
dato no es necesario, por expresa directiva del plenario “QUILPE S.A” y lo dispuesto por el
art. 11, inc. 2 de la ley 19550, el contrato social o estatuto puede limitarse a expresar la
jurisdicción (ciudad o población) donde la sociedad tiene su domicilio, y en caso de
mudanza dentro de la misma jurisdicción, no será necesario reformar aquellos
instrumentos.
Pero es importante destacar que, en uno u otro caso, el registrador no procederá a inscribir
la sociedad si no se hace saber la dirección precisa de la misma, pues este es dato cuyo
conocimiento es de fundamental importancia para los terceros, pues es allí donde deberán
efectuarse las diligencias o intimaciones judiciales o extrajudiciales a la sociedad. Por ello
es que el art. 11, inc 2 de la ley 19550 ha dispuesto que “se tendrán por válidas y
vinculantes para la sociedad todas las notificaciones efectuadas en la sede inscripta”. En
otras palabras, la ley ha creado una presunción iuris et de iure consistente en que en dicho
lugar la sociedad tiene su domicilio, el cual subsiste hasta tanto se modifique y se proceda
a la correspondiente inscripción registral.
Ello no significa que, ante una notificación efectuada al domicilio social inscripto, no puede
la sociedad argumentar que su domicilio se hallaba en otro lugar para discutir la validez de
las notificaciones efectuadas en aquel domicilio. El problema se presenta cuando el tercero
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no es de buena fe, entendiéndose por tal, en este caso, a quien tenía indudable
conocimiento de que la sociedad tenía su sede social en otro lugar por haber contratado
con ella en su nueva dirección. Por mi parte, adhiero a la tesis que exceptúa al tercero de
mala fe de los efectos de la presunción prevista por el art. 11, inc. 2 de la ley 19550.
DOMICILIO SOCIAL INSCRIPTO Y DOMICILIO CONSTITUIDO
Desde el punto de vista académico no hay asimilación posible entre el domicilio legal de las
sociedades y el domicilio procesal previsto por los ordenamientos de forma. Sin embargo,
coincido con la corriente jurisprudencial que confiere al domicilio legal el carácter de
constituido procesal para facilitar o viabilizar sin futuros inconvenientes toda notificación a
dicha sociedad y darle sentido a la presunción establecida por el último párrafo del art. 11,
inc. 2 de la ley 19550.
EL CAPITAL SOCIAL
El capital social se forma inicialmente con los aportes de los socios y debe ser adecuado al
objeto que la sociedad pretenda desarrollar. La importancia del capital social está fuera de
toda discusión, pues además de servir como fondo patrimonial para la obtención de
beneficios a través del ejercicio por la sociedad de una determinada actividad empresarial o
como parámetro para medir matemáticamente la participación del socio en la sociedad,
cumple una trascendentalisima función de garantía frente a los terceros, en especial en las
sociedades de responsabilidad limitada y en la sociedad anónima, donde los accionistas
limitan su responsabilidad a las cuotas o acciones suscriptas, pues la cifra capital brinda a
los terceros un dato de fundamental importancia al permitirles conocer los bienes con que
cuenta la sociedad para afrontar con sus obligaciones. De allí que prácticamente todas las
legislaciones exigen a las sociedades anónimas un capital social mínimo, que debería ser
adecuado al giro empresario.
Precisamente, por la función de garantía que el capital social cumple frente a terceros, es
que el legislador ha establecido una serie de normas para asegurar su intangibilidad,
imponiendo la necesaria intervención de la autoridad de control en la valuación de los
bienes en especie aportados a sociedades por acciones, prohibiendo la emisión de acciones
por debajo de su valor nominal, impidiendo la distribución de ganancias sin un balance que
compruebe su existencia o efectuando similar prohibición cuando han existido perdidas en
los anteriores ejercicios, que deben ser cubiertas con las ganancias obtenidas con
posterioridad, con carácter prioritario a su distribución.
Ese control es tanto más intenso en materia de sociedades anónimas unipersonales, en las
cuales el capital social deberá integrarse en su totalidad en el acto constitutivo, no
existiendo plazo adicional para la integración de las acciones emitidas a favor del socio
único.
Si bien el capital social reviste mucho más importancia en las sociedades de
responsabilidad limitada y en las sociedades anónimas, atento la ausencia de
responsabilidad subsidiaria de los socios por las obligaciones sociales, ello no significa que
en las sociedades por parte de interés el capital social carezca de trascendencia, no solo
por las demás funciones que cumple dicho capital, sino porque la función de garantía
tampoco está ausente en los otros tipos sociales. En otras palabras, puede afirmarse que el
principio de la intangibilidad o de integridad del capital se aplica a toda clase de
sociedades, y no solo a aquellas en las que las participaciones sociales fijan el límite de la
responsabilidad frente a los acreedores, y ello porque la responsabilidad subsidiaria de los
integrantes de la sociedad colectiva no afecta la reciproca independencia que debe existir
entre los patrimonios de los socios y de la sociedad.
CAPITAL SOCIAL Y PATRIMONIO
Ambos son conceptos que, en el derecho de las sociedades, no pueden ser materia de
confusión.
El capital social está constituido por el conjunto de los aportes de los socios, integrados en
el acto constitutivo o en oportunidad de su ampliación o incremento, acto que está
sometido a estrictas formalidades legales. Es decir, que el capital de la sociedad es en
principio fijo e invariable, salvo las modificaciones dispuestas por los socios en virtud de
resoluciones societarias de aumento o reducción. Por el contrario, el patrimonio de la
sociedad, cuyo monto solo puede coincidir con el del capital social en el momento de la
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constitución de la sociedad, es esencialmente variable, pues el patrimonio social va
cambiando y modificándose permanente y automáticamente por el giro ordinario de los
negocios.
El patrimonio puede ser concebido entonces como un activo social efectivo con el cual la
sociedad responde por las obligaciones contraídas. El capital social es, a diferencia de ello,
una cifra que siempre debe estar en la sociedad, pues sirve de instrumento de garantía
para los acreedores por la exoneración de la responsabilidad de que gozan los patrimonios
personales de cada uno de los socios, en especial en aquellas sociedad donde la
responsabilidad de los socios se limita a la integración de sus correspondientes
participaciones. Ello explica convincentemente los derechos que el legislador ha otorgado a
los terceros en el caso de que la sociedad resuelva reducir voluntariamente su capital
social (art. 203 y 204, ley 19550).
LOS APORTES. IMPORTANCIA. BIENES APORTABLES
La mención de los aportes constituye no solo un requisito especifico del contrato de
sociedad sino que es el objeto de dicho contrato, sin los cuales no puede haber socios, ni
por ende sociedad. El capital social se forma inicialmente con los aportes de los socios y
que sin aquel no existe la más mínima posibilidad de desarrollar el objeto de la sociedad.
En principio, salvo el crédito o influencia, todas las cosas o derechos pueden ser materia de
aportes a una sociedad, pero ellos difieren según el tipo social de que se trata. En aquellas
sociedades en las que la responsabilidad de los socios se limita exclusivamente al aporte
efectuado, es lógico que estos necesariamente deban consistir en obligaciones de dar,
susceptibles de ejecución forzada por los acreedores sociales. En cambio, en aquellas
sociedades en que los socios tienen responsabilidad solidaria e ilimitada, aunque
subsidiaria por las obligaciones contraídas por la sociedad, la ley ha sido mucho más
flexible, admitiendo que los aportes puedan consistir en obligaciones de dar o de hacer, ya
que los terceros se hallan debidamente cubiertos con la amplia responsabilidad personal
asumida por cada uno de los socios.
Los aportes pueden hacerse en propiedad o en uso y goce, pero por los mismos
fundamentos señalados en el párrafo anterior, el aporte de uso goce solo está autorizado
en las sociedades de interés. En las sociedades de responsabilidad limitada y por acciones,
el legislador acepta la entrega de bienes a la sociedad en uso y goce, pero como
prestaciones accesorias y no como aporte. Se presume que los bienes se aportaron en
propiedad a la sociedad si no consta expresamente su aporte en uso y goce (art. 45, ley
19550).
Si el aporte fuera de uso y goce, el socio aportara su pérdida total o parcial, no imputable a
la sociedad o a alguno de los otros socios, salvo pacto en contrario. Disuelta la sociedad,
puede exigir su restitución en el estado en que se hallare (art. 49, ley 19550).
FORMALIDADES EXIGIDAS EN MATERIA DE APORTES. LA INSCRIPCION PREVENTIVA DE
BIENES REGISTRABLES
En cuanto a las formalidades exigidas para la entrega de los aportes de la sociedad, el
legislador remite a los requisitos previstos por los respectivos ordenamientos legales que
los rigen, esto es, escritura pública, tradición y registración si se trata de inmuebles,
formularios y registro en caso de automotores, etc. Si se tratara el aporte de bienes
registrables, o sea, aquellos para cuya transferencia se requiere la inscripción en un
registro, el art. 38 in fine de la ley 19550 admite expresamente que la inscripción del
aporte podrá efectuarse preventivamente a nombre de la sociedad en formación, durante
el trámite constitutivo.
Esta inscripción preventiva, que constituyo una novedad en la ley 19550, que ahora recoge
el art. 154 del CCCN para todas las personas jurídicas, tuvo una doble finalidad que la
practica justifico plenamente: 1) por una parte, evitar la sustracción del bien registrable
aportado a la sociedad por un acreedor del socio aportante, que podría frustrar la
constitución de la sociedad, y 2) por otro lado, la preservación de los derechos de los
terceros con la sociedad en formación de la tan común circunstancia de encontrarse, al
momento de ejecutar el cumplimiento de las obligaciones de esa sociedad, que tales
aportes no se habían concretado o efectivizado.
CUMPLIMIENTO, EXIGIBILIDAD Y EJECUCION DEL APORTE
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El aporte debe ser cumplido en el término fijado en el contrato o, en su defecto, desde la
inscripción del contrato social en el Registro Público.
Ello es aplicación concreta del principio general previsto por el art. 36 de la ley 19550, que
dispone, para todos los derechos y obligaciones de los socios, que ellos comienzan desde la
fecha fijada en el contrato social. Ello es aplicable para todas las sociedades, con excepción
de las sociedades anónimas unipersonales, en las cuales el aporte debe ser cumplido
totalmente en el acto constitutivo.
La mora en la ejecución del aporte se produce de pleno derecho y autoriza a la sociedad:
a) A disponer la exclusión del socio. La decisión la adopta el órgano de gobierno de la
sociedad y se hace efectiva sin necesidad de acción judicial. El socio afectado puede
reclamar en sede judicial la legalidad de aquella decisión societaria. Esta sanción es
exclusivamente aplicable en todas aquellas sociedades en donde es procedente la
exclusión de socio, esto es, las sociedades de interés y de responsabilidad limitada,
así como para los socios comanditados de las sociedades por acciones y en las
sociedades incluidas en los arts. 21 a 26 de la ley 19550, en las cuales, como
consecuencia de la reforma efectuada por la ley 26994, es oponible el contrato social
entre sus integrantes, rigiendo plenamente el instituto de la exclusión de socios.
b) A exigir el cumplimiento con la indemnización de los daños y perjuicios
correspondientes. Esta sanción es aplicable a todos los tipos societarios.
c) Si se trata de una sociedad anónima –con excepción de las sociedades anónimas
unipersonales, donde el aporte debe integrarse totalmente al momento de
celebrarse el acto constitutivo-, los efectos de la mora del aportante son diversos: 1)
queda suspendido automáticamente el ejercicio de los derechos inherentes a las
acciones en mora. 2) debe exigirse el cumplimiento del aporte, con más los daños y
perjuicios, de haberse producido; 3) puede preverse estatutariamente que los
derechos de suscripción correspondientes a las acciones en mora puedan ser
vendidos en remate público o por medio de agente de bolsa, si se tratare de
acciones cotizables, corriendo por cuenta del suscriptor moroso los gastos de remate
y los interés moratorios, sin perjuicio, además, de su responsabilidad por daños; 4)
también podrá preverse por vía estatutaria la caducidad de los derechos del
accionista moroso, pero en este caso la sanción producirá sus efectos previa
intimación a integrar en un plazo no mayor a treinta días, con pérdida de las sumas
abonadas. Se aclara que todas estas soluciones no son aplicables a las sociedades
anónimas unipersonales, para las cuales no puede existir mora en la integración del
aporte efectuado por el socio único, habida cuenta que la integración del aporte
debe efectuarse totalmente en el acto constitutivo.
Corresponde recordar que en materia de sociedades, el incumplimiento del aporte está
gobernado por las normas específicas mencionadas en los párrafos precedentes, no
resultado aplicables las disposiciones que, sobre resolución de los contratos, contienen
los arts. 1087 y 1088 del CCCN.
PRESCRIPCION DE LAS ACCIONES PARA LA INTEGRACION DE LOS APORTES
Tratándose de una obligación derivada del incumplimiento del aporte, el plazo de
prescripción de la acción correspondiente es de cinco años previsto por el art. 2560 del
CCCN, el cual corre para la sociedad desde que la obligación fue exigible. En caso de
quiebra de la sociedad, el plazo de prescripción comienza a computarse desde la
declaración de falencia, sin perjuicio de señalarse que la quiebra de la sociedad hace caer
los plazos pendientes para la integración de los aportes, de conformidad con lo prescripto
por el art. 150 de la ley 24522.
Aporte de derechos
Su régimen está previsto por el art. 40 de la ley 19550 e incluye a los derechos
intelectuales, bienes inmateriales, patentes de invención, marcas de fábrica, diseños
industriales, concesiones administrativas, etc. La ley exige que tales derechos deben estar
debidamente instrumentados, se refieran a bienes susceptibles de ser aportados y no sea
litigiosos. Para el cumplimiento de la instrumentación del aporte de derechos debe
observarse lo previsto por las leyes que los gobiernan, resultando plenamente aplicable a
ellos las disposiciones del art. 38, parrs. 2 y 3 de la ley 19550.
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Aporte de créditos
Como excepción al principio general previsto por el art. 38, parr. 2 de la ley 19550, el
aporte de créditos a sociedades no se rige enteramente por las normas del CCCN, sino por
el art. 41 de aquel ordenamiento, conforme al cual, en los aportes de créditos, la sociedad
es cesionaria por la sola constancia en el contrato social. El aportante responde por la
existencia y legitimidad del crédito, el cual, si no puede ser cobrado a su vencimiento,
convierte a la obligación del socio en la de aportar la suma de dinero equivalente, que
deberá hacer efectiva en el plazo de 30 días.
Sin embargo, y ante el silencio del art. 41 de la ley 19550, no corresponde prescindir de la
notificación al deudor cedido exigida por el art. 1620 del CCCN, pues este debe tener
expresa certeza de la persona del acreedor que no puede ser suplida por la inscripción del
contrato social en el Registro Público.
Aporte de títulos mobiliarios
El art. 42 de la ley 19550 distingue entre el aporte de los títulos valores cotizables en bolsa
de los aportes que no fueren cotizables. En el primer caso, ellos podrán ser aportados hasta
por su valor de cotización. En el segundo caso, es decir, cuando no fueren cotizables o
siéndolo no se hubiesen cotizado habitualmente en un periodo de tres meses anterior al
aporte, ellos se valoraran según el procedimiento de valuación de bienes no dinerarios,
previsto por el art. 51 de la ley 19550.
Aporte de fondos de comercio
A tal fin dispone el art. 44 de la ley 19550 que el socio aportante debe practicar un
inventario y valuación de los bienes que lo integran y cumplir con las normas de publicidad
y oposición previstas por la ley 11867.
Aporte de bienes gravados
Los bienes gravados solo pueden ser aportados por su valor con deducción del gravamen,
el cual debe ser especificado por el aportante. En ambos casos –hipoteca o prenda-, la
sociedad se hace cargo del gravamen.
GARANTIA POR EVICCION Y VICIOS REDHIBITORIOS
El vendedor a título oneroso de un bien determinado está obligado a garantizar a su
adquirente el uso y goce pacifico de él, libre de toda reclamación legítima que terceros
pudieran efectuar. Esta garantía es conocida con el nombre de evicción.
La ley 19550 ha contemplado la garantía de evicción por los bienes aportados en los arts.
46 a 48 que consagran el siguiente régimen:
a) La sanción específica contra el socio que ha aportado un bien reclamado
legítimamente por terceros consiste en la exclusión de la sociedad, sin perjuicio de
las acciones resarcitorias que esta pueda promover en su contra (art. 46).
b) La sociedad podrá a su elección optar por no excluir al socio, reclamándole el valor
del bien y la indemnización por los daños ocasionados (art. 46). Tal posibilidad es
inadmisible en caso de mala fe del aportante.
c) El socio responsable de la evicción solo podrá evitar la exclusión si reemplaza el bien
por otro de igual especie y calidad, sin perjuicio de su obligación de indemnizar a la
sociedad por los daños ocasionados (art. 47).
d) Si el aporte del socio fuera el usufructo del bien, el socio aportante carecerá de la
posibilidad de reemplazarlo (art. 48).
En materia de vicios redhibitorios, la ley 19550 no contiene solución especial, coincidiendo
la doctrina en la aplicación al caso de los mismos principios que gobiernan la garantía de
evicción.
VALUACION DE LOS APORTES EN ESPECIE
Cuando los aportes no son dinerarios, ellos deben ser objeto de valuación atento a la
importancia que reviste el capital social en las sociedades, tanto para los socios, como
pauta de medida de su participación societaria, como para los terceros, atento la función de
garantía que dicho capital desempeña.
El sistema de valuación de los aportes no dinerarios previsto por la ley 19550 es diferente
según el tipo societario de que se trate y la responsabilidad asumida por cada socio:
a) Si se trata de una sociedad de persona o de interés, la ley delega en los socios la
explicitación en el contrato social de los métodos de valuación empleados. En su
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defecto, los aportes no dinerarios se valuaran por los precios de plaza o por uno o
más peritos designados por el juez de la inscripción (Inspección General de Justicia
en la Capital Federal), para el caso de que por la naturaleza de los bienes no existiere
un precio “de plaza”.
b) En las sociedades de responsabilidad limitada y en comandita simple para el aporte
de los socios comanditarios, se indicaran en el contrato constitutivo los antecedentes
justificativos de la valuación. Dicha actuación puede ser impugnada por los
acreedores de la sociedad, en el plazo de 5 años de realizado el aporte, solo en caso
de insolvencia o quiebra del ente, pero la impugnación no procederá si la referida
valuación se realizó judicialmente. Tratándose específicamente de sociedad de
responsabilidad limitada, el art. 150 de la ley 19550 refuerza la necesidad de que el
capital social se corresponda con el justo valor de los bienes que lo integran,
imponiendo la responsabilidad solidaria e ilimitada de todos los socios por la
sobrevaluación de los bienes en especie. Si existiere discrepancia con la valuación
asignada al bien aportado por uno de los socios, lo cual puede ocurrir cuando el
monto resultante de ese aporte otorga la voluntad mayoritaria, los socios pueden
solicitar a la autoridad de control la designación de uno o más peritos, cuya
especialización variara de acuerdo con la naturaleza del bien aportado. Su dictamen
podrá ser impugnado por el o los socios afectados dentro del plazo de 5 días de
notificado, debiéndose fundamental la discrepancia con los valores asignados, en
cuyo caso la autoridad de control deberá resolver, con audiencia de los peritos
interesados (art. 52).
c) En las sociedades por acciones, el legislador ha sido mucho más minucioso, en
atención a la relevancia que en estas sociedades reviste el capital social, que impone
una adecuada protección a los terceros en atención de la ausencia de toda
responsabilidad de los socios por las obligaciones sociales. Por tales razones, el art.
53 de la ley 19550 no acepta delegar en los fundadores la valuación de los aportes
en especie, labor que está a cargo exclusivamente de la autoridad de control y que
deberá efectuarse siguiendo las siguientes pautas: 1) por el valor de plaza, cuando
se tratare de bienes con valor corriente; 2) por valuación pericial cuando a juicio de
la autoridad de control no pueda ser reemplazada por informes de reparticiones
estatales o bancos oficiales (art. 53, ley 19550).
INFRAVALUACION DE LOS APORTES
El último párrafo del art. 53 de la ley 19550 admite la procedencia del aporte no dinerario
por un valor inferior a la valuación, pues ello no afecta el principio de la intangibilidad del
capital social. No sucede lo mismo con la sobrevaluación de tales bienes, en cuyo caso la
ley exige expresamente la integración de la diferencia. El aportante, afectado por la
valuación efectuada en sede registral, tiene derecho a solicitar la reducción del aporte al
valor resultante de aquella, siempre que los socios que representen el 75% del capital, sin
computar el voto del interesado, acepten tal reducción. De lo contrario, no obtenida esa
conformidad, el aportante deberá integrar la diferencia hasta alcanzar el valor asignado a
su aporte en el instrumento constitutivo.
LAS PRESTACIONES ACCESORIAS
El art. 50 de la ley 19550 contempla el caso de prestaciones efectuadas por los socios que
no integran el capital social ni implican acrecentamiento por parte del aportante de sus
derechos sociales. Se trata necesariamente de obligación de dar bienes no dinerarios,
prestaciones de industria u obligaciones de hacer que deben estar individualizadas en el
contrato social en orden a su naturaleza, así como la retribución, duración y sanciones en
caso de incumplimiento. No pueden consistir en dinero, pues de lo contrario se
desnaturaliza el fin para el cual están destinadas.
Las prestaciones accesorias adquieren especial relevancia en materia de sociedad de
responsabilidad limitada y anónimas, en las cuales los únicos aportes admisibles consisten
en prestaciones dinerarias u obligaciones de dar susceptibles de ejecución forzada,
entregada en propiedad a la sociedad. Por ello, el art. 45 in fine de la ley 19550 acepta que
el aporte de bienes en uso y goce a la sociedad pueda efectuarse en carácter de prestación
accesoria.
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Si las prestaciones accesorias han sido pactadas en el contrato constitutivo, su reforma
requiere la conformidad de los obligados y de la mayoría requerida para la reforma de
aquel instrumento. Si tales prestaciones no están contenidas en el acto constitutivo, ellas
serán consideradas como prestaciones de terceros (art. 50, inc. 1, ley 19550) y su
modificación solo dependerá de la voluntad de los interesados, esto es, la sociedad y el
dador de la prestación accesoria.
Finalmente, el art. 50 in fine de la ley 19550 trata el caso de que existe vinculación entre la
titularidad de cuotas o acciones con la realización de determinadas prestaciones accesorias
a cargo del cuotista o accionista, generalmente consistentes en prestaciones de hacer.
Dispone aquella norma que cuando estas prestaciones son conexas a cuotas de sociedades
de responsabilidad limitada, la transmisión de estas requiere la conformidad de la mayoría
necesaria para la modificación del contrato, salvo pacto en contrario, y si fueran conexas a
acciones, estas deberán ser nominativas y se requerirá la conformidad del directorio.
EL OBJETO SOCIAL
El objeto social está constituido por los actos o categorías de actos que por el contrato
constitutivo podrá realizar la sociedad para lograr su fin mediante su ejercicio o actividad.
Dichos actos o categoría de actos deben encuadrar en la definición que hace el art. 1 de la
ley 19550 de sociedad comercial, cuando esta se refiere a la “producción o intercambio de
bienes o servicios” y que comprende todas las gamas de la actividad patrimonial.
El objeto social debe reunir los siguientes requisitos:
1. Debe ser licito, así como también deben ser licitas las actividades tendientes a
realizarlo. La sociedad de objeto ilícito se encuentra fulminada de nulidad a tenor de
lo dispuesto por el art. 18 de la ley 19550 y la ilicitud de las actividades tendientes al
cumplimiento del objeto pueden conducir a la sociedad a la nulidad por expresa
directiva del art. 19 de la ley 19550.
2. Debe ser fácticamente posible. Si la imposibilidad es preexistente y absoluta, la
sociedad es nula (art. 279 CCCN); si la imposibilidad es sobreviniente, ella provocara
la disolución del ente (art. 94, inc. 4 ley 19550). La imposibilidad de cumplir el objeto
puede presentarse cuando el capital social determinado en el contrato resulta
desproporcionadamente reducido con relación a la magnitud de su objeto.
3. Debe ser preciso y determinado. Con ello se pretende que el objeto sea enunciado
con claridad y exactitud, evitándose toda enumeración genérica de actividades,
siendo jurisprudencia judicial o administrativa reiterada el rechazo de la inscripción
de contratos sociales que hacen referencia a objetos principales, por hacer ello
suponer la existencia de objeto accesorios, en pugna con la expresa directiva del art.
11, inc. 3 de la ley 19550.
4. El objeto social debe ser único (arts. 58, 94, inc. 4 y 245 de la ley 19550 entre otros)
y su mención efectuarse en forma precisa y determinada mediante la descripción
concreta y especifica de las actividades que contribuirán a su efectiva consecución.
La IGJ, en la Resolución General 7/05 “Nuevas Normas de la Inspección General de
Justicia” ha previsto en su art. 66 que resulta admisible la inclusión de otras
actividades, también descriptas en forma precisa y determinada, únicamente si las
mismas son conexas, accesorias y/o complementarias de las actividades que
conduzcan al desarrollo del objeto social. La doctrina que predica la posibilidad de
insertar en el contrato constitutivo o estatuto un objeto múltiple y no único, ignora el
principio general de la especialidad que rige en materia de personas jurídicas,
conforme al cual su objeto limita la capacidad de las mismas, como lo dispone
expresamente el art. 58 de la ley 19550.
5. El conjunto de las actividades descriptas en el objeto social debe guardar razonable
relación con el capital social (art. 66, último párrafo de la aludida resolución general
de la IGJ), atento que la mención del objeto en el contrato social constituye un
elemento de garantía para los socios y para los terceros, pues delimita la
legitimación de los administradores de la sociedad, la cual solo responderá por los
actos celebrados por sus representantes, siempre y cuando estos no fueran
notoriamente extraños al objeto de la sociedad (art. 58 ley 19550). Tal limitación
impone a los terceros la carga de informarse sobre el objeto de la sociedad a efectos
22
de que esta no invoque la inoponiblidad de un acto celebrado por su representante,
total o notoriamente ajeno al objeto de la sociedad.
Además de esta trascendente función, el objeto social tiene también relevancia, a los
siguientes fines:
a) Constituye instrumento de protección del derecho de los socios al dividendo,
evitando que los fondos sociales sean afectados a otras actividades no incluidas en
el objeto de la sociedad.
b) Determina cuales son las actividades en competencia que no pueden realizar los
socios y los administradores en las sociedades de interés (art. 133, ley 19550) y los
administradores de todos los tipos sociales. Del mismo modo, delimita el interés
contrario de unos y otros (arts. 248 y 272, ley 19550) o los contratos que los
administradores pueden celebrar con la sociedad que administran (art. 271 ley
19550).
RELACION ENTRE EL OBJETO Y EL CAPITAL SOCIAL
Es de toda evidencia la relación entre el capital y el objeto de la sociedad, en tanto este
define el conjunto de actividades que la sociedad se propone cumplir y el capital social es
el conjunto de aportes de los socios ordenados a la consecución de dicho fin. La necesaria
adecuación entre el capital y objeto de la sociedad es tanto más necesaria en las
sociedades de responsabilidad limitada y por acciones en las cuales el capital es, en cierto
modo, la contrapartida de la limitación de la responsabilidad. Así lo impone el art. 66,
último párrafo de la Resolución General 7/05, receptando amplia jurisprudencia judicial y
administrativa en tal sentido.
OBJETO SOCIAL Y ACTIVIDAD
El objeto social delimita en el contrato constitutivo la categoría de actos que la sociedad se
propone realizar para la consecución de su fin societario, mientras que la actividad es el
ejercicio efectivo de los actos realizados por la sociedad en funcionamiento.
Basado en la diferencia entre uno y otro concepto, el art. 19 de la ley 19550 distingue entre
sociedad de objeto licito con actividad ilícita, cuál sería el caso de la sociedad que cuenta
con un objeto social que comprenda la importación y exportación, pero que ha realizado
actos susceptibles de encuadrar en el delito de contrabando. Del mismo modo, una
actividad de los administradores que implique infracción a las leyes tributarias, impositivas
o previsionales y que revistan cierto grado de permanencia, hacen incurrir a la sociedad en
la causal nulificante prevista por el art. 19 de la ley 19550.
EL PLAZO DE DURACION DE LA SOCIEDAD
Entre los requisitos que la ley impone a la voluntad de las partes que celebran un contrato
de sociedad (art. 11 inc. 5 ley 19550) se encuentra el plazo de duración que debe ser
necesariamente determinado, por las siguientes razones:
1. Brinda seguridad a los socios, que así conocen la existencia de sus derechos y
obligaciones.
2. Otorga seguridad a los acreedores particulares de los socios, en tanto la sociedad no
puede ser prorrogada si no media conformidad de estos (art. 57 ley 19550).
3. Permite la consecución del objeto social, atento la permanencia que implica la
determinación de los socios de mantenerse unidos durante un determinado lapso.
La ley 19550 no fija plazos máximos ni mínimos de tiempo, solo exige determinación al
plazo de duración de la sociedad. Los usos y costumbres han consolidado en nuestro medio
la práctica de establecer un plazo máximo de 99 años, pero nada se opone a que
contractualmente se fijara un plazo mayor.
El vencimiento del plazo de duración provoca la disolución de la sociedad, pero ella puede
ser evitada si los socios, de conformidad con las mayorías requeridas legalmente de
acuerdo al tipo social de que se trata, resuelven la prórroga de la sociedad, siempre y
cuando tal acuerdo sea adoptado antes del vencimiento del plazo de duración y su trámite
registral iniciado también antes de este acontecimiento. Del mismo modo, disuelta la
sociedad, los socios pueden evitar su liquidación, volviendo a poner en funcionamiento su
objeto social, mediante la reconducción del contrato social, instituto que fue admitido por la
jurisprudencia durante la vigencia del texto originario de la ley 19550, luego receptado por
la ley 22903 para superar la causal de disolución de la sociedad por vencimiento de su
23
plazo de duración y actualmente, como consecuencia de la ley 26994 que sanciono el
CCCN, el nuevo texto del art. 100, parr. 1 de la ley 19550 prevé expresamente que las
causales de disolución podrán ser removidas mediante la decisión del órgano de gobierno y
eliminación de las causas que le dio origen, si existe viabilidad económica y social de la
subsistencia de la actividad de la sociedad. La decisión deberá adoptarse antes de
cancelarse la inscripción, sin perjuicio de terceros y de las responsabilidades asumidas.

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LA PERSONALIDAD JURIDICA DE LAS SOCIEDADES COMERCIALES
CONCEPTO. IMPORTANCIA
Por expresa disposición del art. 2 de la ley 19550, la sociedad es un sujeto de derecho, con
alcance fijado en esa ley.
Mediante esta categórica definición, en concordancia con lo dispuesto por el art. 143 del
CCCN, el legislador ha otorgado a las sociedades el carácter de sujeto de derecho.
De tal modo, los miembros de la persona jurídica no responden por las obligaciones
contraídas por ella, excepto en los casos previstos por el art. 54, parr. 3 de la ley 19550 y
144 del CCCN.
La atribución del carácter de “personas” a las sociedades comerciales constituye el efecto
más característico del contrato de sociedad, pues al reconocerles la ley el carácter de
sujeto de derecho, ha considerado a la sociedad como una persona diferente a la de sus
integrantes, de manera tal que los derechos y obligaciones que aquella adquiera son
imputados a la propia sociedad y no a cada uno de sus integrantes ni a todos ellos.
Del mismo modo, el reconocimiento de la personalidad jurídica, o lo que es lo mismo, el
carácter de sujeto de derecho que tienen las sociedades, implica atribuirles ciertas
cualidades o propiedades de que gozan todas las personas, tanto físicas como jurídicas,
que se denominan los atributos de la personalidad y que son los siguientes:
a) El nombre de la sociedad, que es la designación exclusiva que la individualiza y que
permite que los efectos de los actos celebrados por determinados sujetos que lo
emplean se imputen directamente al patrimonio de la sociedad (art. 151 CCCN).
b) El patrimonio, que es el conjunto de bienes de la sociedad (art. 154 CCCN).
c) La capacidad, esto es, su aptitud para adquirir derechos y obligaciones (art. 22
CCCN).
Los atributos de la personalidad de las sociedades presentan iguales caracteres a los de las
personas físicas, esto es, son únicos, necesarios e indisponibles, de manera tal que la
sociedad no puede modificar su nombre, salvo razones fundadas, ni tampoco enajenarlo,
como si se tratara de un nombre comercial.
FUNDAMENTOS Y ALCANCE DEL RECONOCIMIENTO DE LA PERSONALIDAD JURIDICA A LAS
SOCIEDADES
La personalidad jurídica de los entes ideales en general tiene otro fundamento. En el caso
de las sociedades, el reconocimiento de su personalidad jurídica se funda en fines
eminentemente prácticos, pues satisface múltiples necesidades del mundo de los negocios
pues: a) por una parte y fundamentalmente, satisface los intereses de los terceros
vinculados de una manera u otra con la sociedad, a quienes se les ofrece un patrimonio
especial destinado a satisfacer las deudas contraídas por los representantes de la entidad,
y b) por el otro, permite a los socios obtener en mejores condiciones las ventajas de los
capitales aportados y de los esfuerzos asociados, independizándose el patrimonio formado
para el desarrollo de la actividad social del patrimonio de sus integrantes, que en principio
permanece indiferente al riesgo empresario.
En definitiva, el carácter de la personalidad jurídica de las sociedades meramente
instrumental, y por ello otorgado por el legislador cuando de tal reconocimiento se derivan
beneficios para el interés general. Han dicho los legisladores textualmente que “…la
sociedad resulta así no solo una regulación del derecho constitucional de asociarse con
fines útiles y una forma de ejercer libremente una actividad económica, sino que constituye
una realidad jurídica, esto es, una ficción de la ley, reñida con la titularidad de un
patrimonio y demás atributos de la personalidad, como el domicilio, el nombre y la
capacidad, ni una realidad física, en pugna con una ciencia de valores. Realidad jurídica que
la ley reconoce como medio técnico para que todo grupo de individuos pueda realizar el fin
licito que se propone. Con esta norma, la ley posibilita, en fin, una amplia elaboración de
las consecuencias de la personalidad jurídica, y también de soluciones para aquellos casos
en que este recurso técnico sea empleado para fines que excedan las razones de su
regulación”.
Las contundentes aclaraciones del legislador de 1972 justifican entonces que la
personalidad de las sociedades pueda ser ignorada en determinados casos o simplemente
no otorgada, como sucedía, hasta la sanción de la ley 26994, en el caso de las sociedades
25
accidentales o en participación, reguladas en los arts. 361 a 366 que fueron expresamente
derogados por dicha ley, pues ello hubiera implicado sencillamente ir en contradicción con
las especiales características de dicha sociedad.

NACIMIENTO Y EXTINCION DE LA PERSONALIDAD JURIDICA DE LAS SOCIEDADES


El carácter de sujeto de derecho es contemporáneo con el nacimiento del ente, sin que
ninguna relación tenga con ello la inscripción de la sociedad en el Registro Público, que solo
otorga oponibilidad al acto registrado. Así lo dispone expresamente el art. 142 del CCCN,
cuando prescribe que la existencia de la persona jurídica privada comienza desde su
constitución y no necesita autorización legal para funcionar, excepto disposición legal en
contrario. Ello explica suficientemente el carácter de sujeto de derecho de las sociedades
reguladas en los arts. 21 a 26 de la ley 19550, que adolecen de requisitos de forma, al no
adaptarse a uno de los tipos sociales previstos en el capítulo II de dicha ley.
Congruentemente con ello, la cancelación de la inscripción de la sociedad en el registro
mercantil, prevista por el art. 112 de la ley 19550 tampoco pone fin a la personalidad
jurídica del ente, y si con posterioridad a ello aparecen nuevos acreedores, la sociedad
deberá satisfacerlos, pues la existencia de deudas implica la subsistencia de un patrimonio
autónomo, que es, uno de los atributos de la personalidad de un sujeto de derecho, que no
puede considerarse extinguido en tanto subsista una manifestación de su personalidad.
LIMITES AL RECONOCIMIENTO DE LA PERSONALIDAD JURIDICA. EL CONOCIDO FENOMENO
DEL ABUSO DE LA PERSONALIDAD DE LAS SOCIEDADES
El legislador de 1972, al redactar la fórmula utilizada por el art. 2 de la ley 19550,
reconociera el carácter de sujeto de derecho de las sociedades comerciales, pero en una
misma frase, restringiera de seguido sus alcances, para el caso de que la técnica societaria
no fuera utilizada para los “fines reconocidos por la ley”.
La imposición de tales restricciones son congruentes con las especiales características del
sujeto de derecho denominado sociedad, pues si la personalidad jurídica de las sociedades
constituye un fenómeno nacido de las necesidades prácticas y los fines que lo fundamentan
comparten también ese origen, ello justifica sobradamente los limites en que dicha
personalidad pueda hacerse valer legítimamente. En otras palabras, toda vez que la
personalidad jurídica se reconoce para facilitar el cumplimiento de ciertos fines de
naturaleza práctica, resulta de toda lógica sostener que, cuando la utilización de ella se
desvía de tales fines o cuando se abusa de esa personalidad para fines no queridos al
otorgarla, es licito atravesar o levantar el “velo” para aprehender la realidad que se oculta
tras ella y aplicar la normativa correspondiente a quienes pretendieron eludirla mediante
tan ilegitima manera de proceder.
Tales maniobras son concretadas generalmente a través de sociedades anónimas, pues en
estas los socios asumen una responsabilidad estrictamente limitada a las acciones
suscriptas, manteniendo indemne su propio patrimonio de los resultados de la actividad de
la sociedad. No puede sorprender a nadie pues, que a los efectos de superar el principio de
la unidad del patrimonio consagrado por nuestro ordenamiento civil, y según el cual el
patrimonio de una persona es la garantía común de sus acreedores, proliferen las
sociedades anónimas detrás de las cuales se esconden los verdaderos “dueños” del
negocio, con el único fin de evitar responder con su patrimonio personal por las
obligaciones sociales.
Se concretan, abusando del excepcional recurso de la personalidad jurídica, infinidad de
maniobras que luego de la sanción de la ley 22903 han encontrado justo correctivo en la
norma del art. 54 in fine de la ley 19550 y que con anterioridad a ello pudieron ser
superadas a través de la aplicación de la doctrina de la desestimación de la personalidad
jurídica o del disregard of legal entity, proveniente del derecho anglosajón, y que constituye
aplicación específica de la normativa general del ordenamiento civil relacionada con la
simulación de los actos jurídicos y del abuso de derecho.
EL ART. 54 “IN FINE” DE LA LEY 19550. CONTENIDO Y ALCANCE
La ley 22903 del año 1983 vino a reglamentar la amplia formula prevista por el art. 2 de la
ley 19550, la cual si bien reconocía el carácter de sujeto de derecho de las sociedades

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comerciales, tal separación patrimonial resultaba vigente en tanto y en cuanto se
respetaran “los alcances fijados por la ley”.
El nuevo art. 54 in fine de la ley 19550, bajo el título de “Inoponibilidad de la persona
jurídica” complemento aquel principio general, describiendo los presupuestos de aplicación
de la doctrina de la inoponibilidad y reglamentando sus efectos. Prescribe textualmente
esta disposición legal que “La actuación de una sociedad que encubra la consecución de
fines extrasocietarios o constituya un mero recurso para violar la ley, el orden público o la
buena fe, o para frustrar derechos de terceros, se imputara directamente a los socios o a
los controlantes que la hicieron posible, quienes responderán solidaria e ilimitadamente por
los perjuicios causados”.
El primer acierto del art. 54, último párrafo, de la ley 19550, lo constituye la descripción del
fenómeno que origina las sanciones allí establecidas, pues el legislador no se ha limitado al
acto de constitución de la sociedad ni se remonta al origen del ente para tornarla aplicable.
La expresión “actuación” utilizada por la norma debe entenderse también como
comprensiva de cualquier acto emanado de los órganos de la sociedad, en los cuales se
exprese la voluntad de esta, con lo que la norma comprende no solo a aquellas maniobras
que tengan como víctimas a los terceros ajenos a la sociedad, sino a alguno de sus
integrantes, cuyos derechos pueden ser violados a través de conducta consumadas por el
ilegitimo empleo de las formas societarias.
Pero el aporte más importante efectuado al ordenamiento societario por el nuevo art. 54 in
fine de la ley 19550 es que no limita la operatividad de la norma a los actos ejecutados por
la sociedad en violación de la ley, el orden público, la buena fe o los derechos de terceros,
que son supuestos más corrientes cuando se abusa de la personalidad jurídica, sino que,
con gran acierto, ha extendido sus alcances a la actuación de quienes se han valido de la
estructura societaria para lograr con ello “fines extrasocietarios”, es decir, cuando no hay
ilegitimidad ni dolosa frustración de los derechos de terceros, sino simplemente provecho
de los beneficios que la ley otorga a las sociedades mercantiles o a sus integrantes cuando
aquella no cumple ninguna actividad productiva o intermediaria de bienes o servicios ni es
titular de una hacienda empresaria, lo cual constituye “el fin societario”, cuyo desarrollo
determina el mantenimiento y el alcance de la personalidad jurídica a que hace referencia
el art. 2 de la ley 19550.
En cuanto a los efectos de la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad de la persona
jurídica, el art. 54 in fine de ley 19550 prescribe los siguientes:
1. Imputación a los socios o controlantes de la actuación ilegitima o extrasocietaria del
ente, esto es, la aplicación concreta para ellos de las normas que quisieron ser
evitadas tras la máscara de la sociedad. Por ejemplo, cuando se trata de esconder un
condominio bajo la forma de sociedad, el condómino disfrazado de socio podrá exigir
la división del condominio, invocando lo dispuesto por el art. 1997 del CCCN, sin que
a ello pueda serle opuesto el plazo de duración de la sociedad o la doctrina de los
propios actos, toda vez que a la ley 19550 no le interesa alentar la constitución o
actuación de sociedades meramente ficticias, a las que no reserva los excepcionales
beneficios que consagra a las entidades lícitamente constituidas y que desarrollan un
fin societario. De esta manera, quedan sometidas a la sanción de inoponibilidad las
sociedades que se limitan exclusivamente a ser titulares de dominio de bienes
registrables, aun cuando de ello no se derive perjuicio para terceros ni ello suponga
maniobras de insolventacion de ninguno de sus integrantes.
2. Satisfacción, por los socios o controlantes que hubieran hecho posible tal actuación,
de los daños y perjuicios correspondientes que resulten consecuencia de esa manera
de actuar.
Ahora bien, puede ocurrir que la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad pueda
perjudicar definitivamente a la existencia del ente, como sería el caso de la sociedad
constituida al solo efecto de defraudar a terceros. En tales casos, la declaración de
inoponibilidad de la sociedad provocara la disolución del ente, que deberá ser liquidado.
Otras veces, el resultado de la acción intentada es la inoponibilidad de la actuación de la
sociedad frente a un acto o actos determinados. En estos casos, la calidad de sujeto de

27
derecho se mantiene vigente en todos sus otros aspectos, pero esa calidad no ampara los
actos realizados en contra o abuso de la ley.
APLICACIÓN CONCRETA DE LA DOCTRINA DE LA DESESTIMACION E INOPONIBILIDAD DE LA
PERSONALIDAD JURIDICA DE LAS SOCIEDADES
La doctrina de la inoponibilidad o desestimación de la personalidad jurídica o del disregard
of legal entity fue utilizada permanentemente y no solo por los tribunales en lo comercial,
cuando, a través de la constitución o actuación de sociedades ficticias, se atentó
abusivamente contra los intereses tutelados por el derecho.
1. En materia de derecho laboral, merece recordarse el caso “AYBAR C. PIZZERIA
VITURRO S.R.L”, en donde la Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo
acepto prescindir de la personalidad de la sociedad, en un supuesto en donde una
sociedad comercial, que había sido constituida con fines lícitos, como lo es explotar
un negocio gastronómico, funciono irregularmente al no hacer los aportes jubilatorios
a sus dependientes, a los que burlo mediante el sencillo recurso de desaparecer
imprevistamente, dejando a aquellos sin trabajo y sin pagarles sus salarios ni
indemnizaciones. En tal oportunidad considero el tribunal responsable a los socios de
la referida compañía, haciendo uso de la “doctrina de la penetración o desestimación
de la personalidad jurídica” por entender que detrás de la “persona” aparente de un
empleador, se trató de evitar la respuesta patrimonial del verdadero responsable a
través de la insolvencia de la sociedad interpuesta.
La justicia laboral de todo el país asimismo aplica en forma diaria la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica, extendiéndole a los socios la condena
dictada contra la entidad empleadora, cuando se ha comprobado la existencia de
contratación en negro, en forma total o parcial, o ante comprobados casos de
infracapitalizacion.
Se trata de una solución de toda justicia, pues mediante el “pago en negro” se viola
la ley, el orden público y la buena fe, así como se afectan los derechos de terceros y
del mismo modo, la infracapitalizacion societaria implica una actuación de las
mismas características, pues traslada a los trabajadores los riesgos empresarios, al
privar a la sociedad de la necesaria garantía –el capital social- con que cuentan los
terceros para ver satisfechos sus créditos.
2. En materia de derecho administrativo, no puede dejar de citarse el caso “MARCOS
PECHERNIK S.A” de la Suprema Corte de la Provincia de Bs. As., del año 1967, que
denegó la inscripción en el Registro de Proveedores del Estado a la referida sociedad
que había sido constituida después de haber sido eliminado de tal registro a su
presidente y controlante, MARCOS PECHERNIK.
3. En materia de derecho fiscal, la Corte Suprema de Justicia de la Nación se pronunció
en el sonado caso “PARKE DAVIS”, sociedad que había pretendido deducir de su
balance impositivo las acreditaciones por concepto de regalías efectuadas en favor
de Parke Davis Company of Detroit, titular del 99,95% de su capital accionario,
pretensión que fue rechazada por el Tribunal Fiscal de la Nación con fundamentos
que fueron compartidos por la Cámara de Apelaciones en lo Federal, y finalmente por
la CSJN, por sentencia del 31 de julio de 1973, haciendo uso de la teoría de la
penetración y sosteniendo que si bien la total relación de subordinación existente
entre varias empresas no suprime la personalidad jurídica de la sociedad
dependiente, tampoco anula su propia capacidad tributaria.
4. En el derecho sucesorio y de familia obtuvieron amplia repercusión los casos
“ASTESIANO” y “MORROGH BERNARD” de la Sala A de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Comercial de la Capital Federal, el primero, y de la Cámara de
Apelaciones en lo Civil y Comercial de Concepción del Uruguay, el segundo.
En el caso “ASTESIANO MONICA I. C. GIANINA S.C.A Y OTROS”, dictado el 27 de
febrero de 1978, el tribunal hizo lugar al reclamo de los herederos del causante que
habían solicitado la reducción del aporte efectuado por este a una sociedad
accionaria, constituida con su esposa y tres de sus hijos con una duración de 99 años
y a la cual incorporo todo su patrimonio, sin hacer participar a los herederos de un
hijo premuerto (los actores), de quien se había distanciado desde hacía muchísimos
28
años. La Cámara, al tener por probada la clara voluntad del causante de excluir a los
actores del manejo y del disfrute de la mayoría de sus bienes, hizo cumplir total e
irrestrictamente con el régimen hereditario y, en consecuencia, admitió el pedido de
entrega material de bienes que correspondían de acuerdo con el régimen de la
legitima, debiendo reducirse el capital de la sociedad, si los socios no optaban por
disolverla.
Lo verdaderamente importante de este fallo no solo radica en la correcta aplicación
de la doctrina de la inoponibilidad de la persona jurídica, sino también en los efectos
que a la sociedad le provoca la utilización de dicha teoría, resolviéndose
expresamente que la declaración de inoponibilidad del ente societario no implica
fulminar de nulidad a la sociedad.
El caso “MORROGH BERNARD, JUAN C. GRAVE DE PERALTA DE MORROGH BERNARD Y
OTRO”, del 9 de febrero de 1979, tiene similares características con el fallo anterior,
pero a diferencia del caso “ASTESIANO”, no había existido intención de perjudicar a
nadie por parte del causante al constituir la sociedad, que había sido fundada por
este juntamente con sus herederos forzosos menos uno. Sin embargo, advirtió el
tribunal que en tanto se trataba de una sociedad anónima constituida por el fallecido
y los miembros de su familia, en la que aquel aporto el 95% del capital accionario
mediante un inmueble rural de valor muy superior al valor nominal de las acciones
suscriptas, dicha sociedad no respondió propiamente a la estructura de una
verdadera empresa impersonal y de capital, sino que de hecho agrupo al núcleo
familiar alrededor del cuantioso patrimonio del causante, quien en vida lo
administraba en virtud de su absoluto y casi total predominio accionario. Por ello,
aunque formal y legalmente se trataba de una sociedad de capital, la realidad
interna de ese patrimonio de origen unipersonal adquirió visos de la administración
de un condominio indiviso, implicando una total e innegable desvirtuacion de la
forma societaria. Mediante tan sencillos y contundentes argumentos, el tribunal hizo
lugar a la acción de inoponibilidad del acto de constitución de la sociedad anónima
promovido por el heredero que no había participado de la construcción de la
sociedad, en el entendimiento de que el patrimonio transmisible mortis causa que
determina la legitima del heredero que no participo en la sociedad no puede estar
representado por acciones del causante, ya que ello implicaría una evidente
desigualdad entre los sucesores.
Es importante destacar también que, al igual que en el caso “ASTESIANO”, el tribunal
no fulmino la nulidad al contrato constitutivo de la sociedad, por falsa causa o
simulación, ni tampoco declaro su inexistencia, sino que solo ordeno, como efecto
característico de la declaración de inoponibilidad a las especiales circunstancias del
caso, la inclusión en el inventario del sucesorio de los bienes aportados por el
causante a la sociedad, “la que deberá reducir su capital si los socios no optan por su
disolución”.
5. En materia de derecho concursal y de grupo de sociedades, no puede dejar de ser
mencionado, por la riqueza de matices y por la enorme repercusión pública que tuvo,
el caso “CIA. SWIFT DE LA PLATA S.A S/QUIEBRA”, en el cual el magistrado
interviniente, el doctor SALVADOR MARIA LOZADA, en fallo del 8 de noviembre de
1971, rechazo el concordato preventivo presentado por la concursada, Cia. Swift de
la Plata, a la que declaro en quiebra, extendiéndole la falencia a otras sociedades del
mismo grupo económico a la que aquella pertenecía (el grupo “Deltec”, cuya
sociedad holding era Deltec International, con actividades en todo el mundo, no solo
en el ramo frigorífico, sino también agropecuario y financiero). Entendió el juez
LOZADA que el hecho de que los órganos de Swift estaban subordinados a la
voluntad del holding internacional, y que la propuesta de concordato preventivo
había sido votada por otras empresas del grupo, que habían contratado con la
sociedad en condiciones muy ventajosas para aquellas, afectaba el orden público y el
legítimo derecho que sobre el patrimonio de la concursada tenían los verdaderos
acreedores, por lo que concluyo que no existía personalidad jurídica diferenciada
entre todas las empresas del grupo, que respondían a una voluntad común. La
29
Cámara de Apelaciones en lo Comercial, a través de su Sala C, confirmo la no
homologación del concordato, pero declaro nula la extensión de la quiebra a las
demás sociedades del grupo “Deltec”, por no haber sido citadas. Finalmente, la CSJN,
por sentencia del 4 de septiembre de 1973, declaro extensible a la sociedad
controlante la quiebra dispuesta para la sociedad controlada, también extendida a
todas las demás subsidiarias de la controlante, sin previa excusión de los bienes de
la sociedad controlada.
La CSJN sostuvo textualmente en tal oportunidad que “…la consideración esencial
para decidir el punto radica en destacar que el régimen de la personalidad jurídica no
puede utilizarse en contra de los intereses superiores de la sociedad ni de los
derechos de terceros. Las técnicas manipuladas para cohibir el uso meramente
instrumental de las formas societarias varían y adoptan diferentes nombres, pero
todas postulan en sustancia la consideración de la realidad económica y social y la
supremacía del derecho objetivo. Es obvio que esto adquiere particular relevancia
cuando los jueces deben enfrentarse con los complejos problemas jurídicos que
suscita la fenomenología moderna de los grupos societarios, particularmente en sus
interferencias y conexiones y con relación al carácter supranacional que es su nota
característica en la vida contemporánea, todo lo cual consolida los poderes de
concentración por las dificultades que presenta su control, la difusión de su
influencia y el entrecruzamiento de sus redes de administración con sociedades
filiales reales o aparentes”.
Precisamente, toda esta problemática de los grupos societarios se presentó
nuevamente en el caso “MACRI, FRANCO Y OTROS S/INFRACCION A LA LEY 23771”
dictado por la Cámara Fral de San Martin el día 28 de abril de 1994. En dicha
oportunidad se tuvo por comprobado que una sociedad extranjera no fue más que un
instrumento del que se valió la sociedad controlante para la venta de vehículos
importados al margen del régimen legal de la industria automotriz, cuando: a) el
presidente de la sociedad controlante era titular del 85% del paquete accionario de
la sociedad extranjera; b) la sociedad extranjera se constituyó con un capital irrisorio,
tanto por su monto como con relación con las utilidades obtenidas; c) los
representantes en las asambleas de la sociedad extranjera eran funcionarios
jerárquicos de la terminal automotriz; d) la única actividad de la sociedad extranjera
consistía en importar a la zona franca uruguaya, para su posterior comercialización,
los automotores de la misma marca que la controlante producía y, e) la sociedad
controlante cancelaba las cartas de crédito abiertas por las compras efectuadas en el
exterior, a la vez que autorizaba los pagos de los servicios de la extranjera, etc.
6. En materia de operatoria bancaria y financiera, la aplicación de la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica no estuvo tampoco ausente, mereciendo
destacarse el voto del magistrado EDGARDO MARCELO ALBERTI, como integrante de
la Sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial en los autos
“PECKAR, JAIME Y OTROS C/PEÑA, JAIME JOAQUIN OTROS” del 18 de marzo de 1997,
en donde se resolvió que la actuación de una mesa de dinero dentro de una
institución bancaria, conocida y tolerada por los accionistas y directores de dicha
sociedad, constituyo un “recurso para violar la ley del banquero” que habilito la
acción prevista por el art. 54 in fine de la ley 19550 contra los directores del banco,
para recompensar a los ahorristas actores los perjuicios causados.
Ahora bien, en todos los precedentes analizados existió una clara intención de perjudicar,
mediante la utilización indebida de la técnica societaria, los derechos o intereses de los
terceros, así como violar la ley o el orden público. En tales casos la sociedad fue el
instrumento del fraude para la consecución de maniobras ilegitimas.
Pero no es necesario que ello siempre ocurra de tal manera, pues hay supuestos en donde
la aplicación de la doctrina de la desestimación o inoponibilidad de la personalidad jurídica
se debe efectuar aun cuando no ha mediado burla a la ley o fraude a los terceros, o más
aun, hay supuestos en donde es necesario allanar la personalidad en favor del ente o de
sus integrantes, cuando el mantenimiento de la distinción podría llevar a consagrar
soluciones injustas y repugnantes a la buena fe.
30
La primera situación se presentó en el caso “MACOA S.A Y OTRAS”, cuyo fallo fue dictado
por la Sala C de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, de fecha 21 de mayo
de 1979. Se trataba de un caso en el que, ante el pedido de explicaciones requeridas por la
Inspección General de Personas Jurídicas, los fundadores de varias sociedades anónimas
adujeron haber actuado para determinado cliente, o, sencillamente para “tener en cartera”
sociedades constituidas a fin de ponerlas a disposición de determinada clientela. El tribunal
de alzada, confirmando la resolución de la autoridad de control, resolvió, con aplicación
entre otras normas de la expresa previsión del art. 2 de la ley 19550, que el Estado solo
debe otorgar la conformidad administrativa a la registración de las sociedades si advierte,
luego de efectuado el control de legalidad del contrato social que se le presenta, que este
reúne los requisitos legales y que no se ha abusado del recurso técnico instrumental para
fines no queridos por la ley. Por su parte, con su correspondiente dictamen, el señor fiscal
de Cámara sostuvo que “(…) el ordenamiento jurídico no puede considerar constituida
legalmente a una sociedad que lo es con el solo fin de crear un instrumento técnico
totalmente vacío de contenido y para una finalidad no confesada en el acto constitutivo,
pues ello se opone a los principios que condicionan la configuración de la personalidad
jurídica en determinados entes, con evidente abuso de lo dispuesto por el art. 2 de la ley
19550…”.
En el mismo sentido, aunque ya en vigencia la norma del art. 54 in fine de la ley 19550, el
mismo tribunal en el caso “FERRARI VASCO C. ARLINGTON S.A Y OTROS S/ORDINARIO”, del
10 de mayo de 1995, confirmo la sentencia del juez de primera instancia, doctor EDUARDO
FAVIER DUBOIS (H) que había declarado la inoponibilidad de la personalidad jurídica de una
sociedad que, sin causa ilícita ni fraude, exhibía un fin extrasocietario, careciendo de toda
actividad destinada a la producción o intercambio de bienes o servicios, ya que sus dos
únicos bienes (inmueble y rodado), no se destinaban a una explotación mercantil, sino al
disfrute personal de quien es la única y exclusiva controlante de la voluntad social a pesar
de no figurar como accionista.
Como antes se anticipara, existen también casos en que el allanamiento de la personalidad
puede producirse a favor del ente o de sus integrantes, para evitar situaciones de notoria
injusticia. El mejor ejemplo de ello lo constituye el fallo plenario de la Cámara Nacional de
Paz de fecha 29 de noviembre de 1968, en los autos “FERNANDEZ ANCHORENA, JUAN Y
OTROS C. SEMALDENI, LORENZO Y OTROS”, en donde se resolvió que “la sola circunstancia
de constituir los inquilinos una sociedad de responsabilidad limitada no configura causal de
desalojo, por transferencia prohibida de la locación”.
En una misma orientación no puede dejar de destacarse la solución a la que arribo la Sala B
de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, en los autos “MARLOWE RANDALL,
JACKSON C. BANCO DEL BUEN AYRE S.A”, del 29 de noviembre de 1994. Se trataba de un
caso donde el actor y su cónyuge habían demandado al Banco del Buen Ayre S.A
solicitando la determinación del quantum de la indemnización que les correspondía en
virtud de una sentencia recaída en un pleito anterior entre las mismas partes, y que había
condenado a la aludida institución bancaria a satisfacer al matrimonio Marlowe los daños
ocasionados por la traba indebida de un embargo sobre una suma de dinero, que le había
impedido cancelar una hipoteca que gravaba el inmueble en el cual residía el matrimonio y
que era propiedad de una sociedad comercial que integraban exclusivamente los actores y
cuya subasta no pudieron evitar. Ante tal pretensión resarcitoria, el banco contesto que el
matrimonio Marlowe carecía de legitimación para reclamar una indemnización por la
pérdida del inmueble subastado que era propiedad de una sociedad comercial. En la
sentencia definitiva, el magistrado BUTTY, si bien reconoció que de acuerdo con lo
dispuesto por los arts. 39 del CC y 2 de la ley 19550 no resultaba posible atribuir a los
demandantes las consecuencias patrimoniales de la actuación de la sociedad titular del
referido inmueble, sostuvo textualmente, para reconocer el derecho de los actores para
obtener tal indemnización, que “…la circunstancia de que aquellos fueran cuanto menos los
controlantes del aludido ente, en los términos del art. 33 de la ley 19550, esto es, los
titulares de participaciones sociales cualitativas, ello produce un debilitamiento de la
interposición de la persona jurídica en relación a la hacienda y patrimonio de la sociedad,

31
de modo que, en la realidad técnico-económica subyacente, el socio controlante deviene en
cierto modo titular cuasi inmediato de tales atributos…”.
Finalmente, no puede dejar de mencionarse la doctrina de la Sala F de la Cámara Nacional
de Apelaciones en lo Comercial, en el caso “VICTOR CARBALLUDE SRL SOBRE QUIEBRA”, del
13 de mayo de 2014, en donde se resolvió la aplicación del art. 54, parr. 3 de la ley 19550
para hacer responsables en forma solidaria e ilimitada a los socios y administradores de
una sociedad en quiebra, ante la infracapitalizacion material de la misma, a la cual definió
como el supuesto en que una sociedad carezca totalmente de medios adecuados para
cumplir el objeto social.

CUESTIONES PROCESALES EN EL PROCEDIMIENTO DE INOPONIBILIDAD DE LA


PERSONALIDAD JURIDICA
Procesalmente ha sido sostenido lo siguiente:
a) Toda acción que pretende el allanamiento de la personalidad de una sociedad
constituida exige que el ente sea constitucionalmente oído en juicio.
b) Son de competencia exclusiva y excluyente de la justicia comercial todas las
pretensiones cuyos elementos objetivos comprendan los actos que pueden afectar el
funcionamiento de una sociedad, sin que obste a dicha conclusión el título que
esgrimen los pretendientes. Ello no importa sostener que cualquier demanda en
donde la personalidad jurídica de una persona ideal se encuentre en discusión deba
tramitar por ante el fuero mercantil, sino solo aquellas en donde quien asume la
legitimación activa es un integrante de la entidad. Por el contrario, cuando se trata
de una demanda promovida por terceros, y en la cual se pretende hacer uso del
remedio previsto en el art. 54 in fine de la ley 19550, será juez competente el que
corresponda según la índole de la pretensión del accionante.
c) La acción tendiente a desestimar la personalidad jurídica societaria, con los efectos
previstos por el art. 54 de la ley 19550 debe ser instaurada por el juicio de pleno
conocimiento, tal como lo prevé el art. 15 de la ley 19550, pues se trata de una
acción autorizada por el ordenamiento societario. Como excepción a ello, se ha
admitido, en los casos en que los tribunales del trabajo han aplicado la doctrina de la
inoponibilidad de la personalidad jurídica para sancionar a los integrantes de las
sociedades empleadoras, en caso de contratación clandestina, infracapitalizacion
societaria o desaparición de la sociedad, la procedencia de promover un incidente de
responsabilidad a los fines de responsabilidad a sus integrantes, con posterioridad al
dictado de la sentencia definitiva, cuando, durante la tramitación del pleito, la
sociedad ha desaparecido o ha caído en insolvencia.

32
FORMAS DE CONSTITUCION. PUBLICIDAD Y REGISTRACION DE SOCIEDADES COMERCIALES
FORMA DEL CONTRATO DE SOCIEDAD
La ley 19550 ha creado un sistema específico con relación a la forma del contrato de
sociedad, cuyo principio general se encuentra previsto en su art. 4, según el cual el
contrato por el que se constituye o modifica una sociedad debe otorgarse por instrumento
público o privado, en cuyo caso las firmas de los otorgantes deberán ser autenticadas por
escribano publico u otro funcionario competente o ratificadas ante la autoridad de control
(art. 5 ley 19550).
La excepción a dicha regla se encuentra prevista para la constitución de sociedades por
acciones en el art. 165 de la ley 19550, que prescribe que dicha sociedades se constituyen
por instrumento público y por acto único o por suscripción pública.
Surge de dichas normas que para constituir una sociedad regular, el contrato constitutivo
debe formularse por escrito, en instrumento público o privado, salvo para las sociedades
por acciones, las cuales, cuando se trata de constitución por acto único, requieren el
instrumento público, que será común aunque no necesariamente la escritura pública, pues
es posible constituirlas por cualquiera de los actos previstos por el art. 289 del CCCN.
Cabe recordar que el acto constitutivo de la sociedad anónima es el que debe otorgarse por
instrumento público, pues así lo impone el art. 165 de la ley 19550, y los trámites
administrativos que requiere su inscripción no le dan ese carácter, pues si así fuera, la
solución prevista por dicho artículo seria redundante.
Por el contrario, la modificación del acto constitutivo de las sociedades por acciones no
requiere escritura pública, resultando inaplicable a las sociedades comerciales la norma del
art. 1016 del CCCN, pues la especialidad de la materia societaria, expresamente prevista
en el art. 4 de la ley 19550 impide la aplicación sin más del ordenamiento referido, el cual,
prescribe que la formalidad exigida para la celebración del contrato rige también para las
modificaciones ulteriores que le sean introducidas, excepto que ellas versen solamente
sobre estipulaciones accesorias o secundarias o que exista disposición legal en contrario, el
cual es, precisamente, el caso que nos ocupa, en donde la propia LGS prevé, como principio
general, la posibilidad de redactar la modificación del contrato social por instrumento
público o privado.
INSCRIPCION DE LA SOCIEDAD EN EL REGISTRO PÚBLICO
Además de la forma escrita, la ley 19550 requiere para calificar como regular a una
sociedad mercantil su inscripción en el Registro Público de Comercio –hoy denominado
“Registro Público” por el CCCN-.
Dicha inscripción es requerida a los efectos de dar publicidad a los actos o documentos que
se inscriben en el Registro Público y tornarlos oponibles a los terceros, de manera que estos
no puedan alegar, a partir de la registración, desconocimiento del contenido de tales actos
o documentos.
La inscripción obligatoria de documentos comerciales tiene como fundamento el bienestar
del comercio y la transparencia de las relaciones mercantiles. En materia de sociedades, al
tercero no solo le interesa conocer el contrato constitutivo de la sociedad y sus posteriores
modificaciones, sino también otros actos cuya registración expresamente requiere la ley
19550 a los fines de brindar certeza y seguridad jurídica a los terceros, como por ejemplo,
toda designación y cesación de los administradores o liquidadores, la disolución de la
sociedad, la cancelación de su inscripción original, etc.
La inscripción de las sociedades en el Registro Público se encuentra prevista en el art. 5 de
la ley 19550, cuyo texto fue reformulado por la ley 26994, prescribiendo que: “El acto
constitutivo, su modificación y reglamento, si lo hubiese, se inscribirán en el Registro
Público del domicilio social y en el Registro que corresponda al asiento de cada sucursal,
incluyendo la dirección donde se instalan a los fines del art. 11, inc, 2. La inscripción se
dispondrá previa ratificación de los otorgantes, excepto cuando se extienda por
instrumento público o las firmas sean autenticadas por escribano publico u otro funcionario
competente”. Concluye el artículo mencionado disponiendo que: “Las sociedades harán
constar en la documentación que de ellas emane, la dirección de su sede y los datos que
identifiquen su inscripción en el Registro”.
EL REGISTRO PÚBLICO. EFECTOS DE SUS INSCRIPCIONES
33
Uno de los cambios más profundos efectuados por el CCCN ha sido la derogación del
estatuto del comerciante. Del mismo modo, no ha sido feliz el CCCN con la supresión del
Registro Público de Comercio, al cual denomina “Registro Público”, sin regular
absolutamente nada sobre los actos cuya inscripción la ley requiere, sobre los
procedimientos inscriptorios y efectos de las registraciones y si bien es cierto que la ahora
denominada LGS conserva y mantiene las inscripciones societarias en el aludido Registro
Público, con algunas modificaciones desafortunadas, no debe olvidarse que en ese Registro
no solo se toma razón de determinados y concretos actos societarios, sino otros actos,
como las transferencias de fondos de comercio y la inscripción de los corredores y
martilleros.
Como consecuencia de la derogación del Código de Comercio, las inscripciones societarias
pasan a estar legisladas exclusivamente por la ley 19550, así como las leyes 22315,
reglamentaria de la actuación de la IGJ y 22316 de Registro Público de Comercio, tampoco
derogadas por la ley 26994 que sanciono el CCCN, todo lo cual revela una cuestionable
técnica legislativa, máxime cuando varias disposiciones de la ley 19550, que se refieren al
Registro Público de Comercio no ha sido adaptadas al lenguaje del referido Código.
En materia de efectos de las inscripciones en el ahora denominado Registro Público, la
doctrina distingue entre la publicidad formal y la publicidad material. La primera implica
solo la simple notificación a los terceros de la existencia de un acto, y de esa manera poder
oponerle a ellos el contenido del documento. La publicidad material, además de esos
efectos, cumple otro de no menor importancia, consistente en fijar el momento a partir del
cual el acto tiene eficacia plena. En consecuencia, esta publicidad puede otorgar al acto o
documento sujeto a registración efectos declarativos, constitutivos o saneatorios.
La ley 19550 otorga a la inscripción del acto constitutivo de la sociedad en el Registro
Público un efecto constitutivo, pues solo a partir de tal acto las cláusulas del contrato social
o estatuto pueden ser opuestas a terceros, considerándose regularmente constituida a la
sociedad solo desde ese momento. Por su parte, la inscripción de los administradores,
prevista por el art. 60 de la ley 19550, cumple efectos declarativos, pues los
administradores de sociedades son tales desde que ellos son designados por los socios, en
reunión o asamblea de accionistas, independientemente de toda inscripción, no obstante lo
cual la sociedad no podrá repeler el cumplimiento de las obligaciones asumidas por un
administrador o representante, si la cesación de estos o su reemplazo no estuviera inscripto
en el Registro Público.
Nuestra normativa, no prevé efectos saneatorios a la inscripción de actos o documentos
mercantiles en el referido registro, de manera que tal registración no purga los vicios o
irregularidades que pudieran afectarlos, aun cuando otorga una presunción iuris tantum de
validez.
EL CONTROL DE LEGALIDAD A CARGO DEL REGISTRADOR MERCANTIL
El derogado art. 6 de la ley 19550 ponía en cabeza del registrador mercantil el control de
los requisitos legales fiscales respecto de cada acto societario sujeto a inscripción. Ello
coincide con lo dispuesto por el art. 167 de dicha ley, no derogado por la ley 26994,
conforme al cual el contrato constitutivo de las sociedades anónimas será presentado a la
autoridad de control, “para verificar el cumplimiento de los requisitos legales y fiscales”.
Este control de legalidad a cargo del funcionario que se encuentre a cargo del Registro
Público, no obstante su enorme importancia, ha sido dejado sin efecto por la ley 26994, que
ha modificado el art. 6 de la ley de Sociedades, cuyo texto actual no contiene tal referencia,
y solo se dedica a efectuar algunas precisiones en materia de los plazos para llevar a cabo
dichas registraciones.
La reforma efectuada al art. 6 de la ley 19550 ha sido totalmente desafortunada, si se tiene
en cuenta que las inscripciones que la ley dispone efectuar en el Registro Público no
constituyen meros archivos de expedientes, sino que corresponden a documentos que, por
su importancia, requieren un exhaustivo control por parte de un organismo público
especialmente creado al efecto.
El alcance de esta carga que le ha sido impuesta al registrador mercantil, y que se conoce
como “control de legalidad”, ha sido objeto de discrepancias por parte de la doctrina y
jurisprudencia, habiéndose sostenido dos criterios:
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1. El primero, adoptado por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial de la
Capital Federal en el caso “JABLONSKY SRL”, del 20 de mayo de 1950, en el cual se
sostuvo que si bien la inscripción de documentos en el Registro Público otorga
publicidad material al acto inscripto, a fin de regular sus consecuencias ante
terceros, ella no importa una valoración jurídica sobre su validez o legitimidad,
materia sobre la que corresponde pronunciarse en la oportunidad en que se suscite
una contienda al respecto.
2. Un segundo criterio, expuesto por HALPERIN y seguido mayoritariamente por nuestra
doctrina, sostiene que el funcionario encargado del Registro debe oponerse a la
inscripción cuando el acto o documento presenten vicios de nulidad. En
consecuencia, y para esta doctrina, la inscripción de un documento en el Registro
Público, amén de la publicidad que dicha registración otorga, importa también una
presunción iuris tantum de validez del documento.
El control de legalidad a cargo del funcionario encargado del Registro Público ha sido
también duramente cuestionado por las demoras que ocasiona para el sujeto de derecho
sometido a los tramites inscriptorios, intentándose enervar su eficacia a través de la
aprobación por la misma autoridad de control de “estatutos modelos” o “formularios
uniformes”, como si el texto del contrato constitutivo pudiera ser igual para cualquier
emprendimiento colectivo. El fracaso de tales técnicas llevaron luego a poner el control de
legalidad en manos de los profesionales redactores del acto sujeto a inscripción (dictamen
de precalificación), con total olvido de que dicho control, para poder cumplir la
trascendente función de otorgar a los actos inscriptos en el registro mercantil la aludida
presunción iuris tantum de validez, debe ser efectuado por funcionarios altamente
especializados y obviamente independientes de quien ha sido el profesional que ha
redactado el estatuto o el acto societario sujeto a registración.
En definitiva, poner en manos del profesional actuante el control de legalidad del
documento es perder de vista el concepto mismo del “control”, que tanta importancia le
asignaron los legisladores de 1972, a punto tal de ponerlo en manos de un magistrado
judicial.
Debe recordarse, en apoyo a lo expuesto, las palabras de HALPERIN, escritas hace más de
sesenta años, pero que no han perdido vigencia. Sostenía el recordado profesor y
magistrado que el control de legalidad constituía un medio eficaz para llenar las
necesidades del comercio, que no puede dedicar su tiempo y esfuerzos en el contralor de la
legalidad cada vez que se deba contratar con sociedades. “Tal control debe estar en manos
de un Registro, pues dejarlo librado a lo que se decida en los litigios que pudieran
suscitarse es perder de vista la esencia misma de la institución del Registro Público de
Comercio”.
En otras palabras, el control de legalidad tiende a evitar futuros litigios en la interpretación
de cláusulas estatutarias que no se ajustan a la ley vigente y ello adquiere suma
importancia por la evidente necesidad de dar seguridad al comercio en general,
contribuyendo a dar seguridad y estabilidad al sujeto de derecho. Ante tales objetivos, no
es argumento serio cuestionar el control de legalidad fundado en el tiempo que este
insume o en las tan generalizadas y vagas invocaciones a la celeridad y simplificación de
los negocios mercantiles.
La eliminación por la ley 26994 del control del cumplimiento de los requisitos legales y
fiscales del documento que se presenta a inscribir en el Registro Público nos lleva a
preguntarnos si el encargado del referido registro debe ordenar inmediatamente la
inscripción del referido documento, sin examinar la legalidad del mismo, convirtiendo al
ahora denominado “Registro Público” en un “registro buzón” o si, a pesar del nuevo texto
del art. 6 de la ley 19550, dichos controles se mantienen inalterables, y al respecto, la
respuesta debe ser esta última, por los siguientes motivos:
1. No se ha derogado el art. 167 de la misma ley, que ordena a la autoridad
administrativa de control de las sociedades anónimas, efectuar el control de los
requisitos legales y fiscales del acto sujeto a inscripción, resultando impensable que
el control de legalidad deba ejercerse tratándose solo de una sociedad anónima y no
llevarse a cabo cuando se trata de los otros tipos sociales.
35
2. La ley 22.315, denominada Ley Orgánica de la Inspección General de Justicia,
confiere a dicho organismo especiales atribuciones en materia de conformación del
contrato constitutivo y sus actos modificatorios, respecto de las sociedades
sometidas a su control. Los arts. 2, 4, inc.; 6, inc. A; 7 y 8, ratifican que las
inscripciones que deben efectuarse en el aludido Registro no son automáticas –salvo
aquellas reservadas a la fiscalización de la Comisión Nacional de Valores- y que el
encargado del Registro- en el caso, la IGJ- tiene la facultad, tratándose de sociedades
por acciones, de conformar el contrato constitutivo y sus variaciones, las
modificaciones de su capital social, su disolución y liquidación, la emisión de
debentures etc., y todo ello sin perjuicio de la fiscalización permanente del
funcionamiento, disolución y liquidación de las sociedades comprendidas en el art.
299 de la ley 19550. Con la misma extensión, el art. 8 de la ley 22315 prescribe
expresamente que la IGJ, respecto de las sociedades constituidas en el extranjero,
debe controlar y conformar el cumplimiento de los requisitos establecidos por el art.
118 de la ley 19550 y determinar las formalidades a cumplir en el caso del art. 119
de la misma ley.
3. Carecería de todo sentido sostener la derogación del control de legalidad, cuando el
art. 51 de la ley 19550, que no ha sido derogado ni modificado por la ley 26994, y
que rige para todos los tipos societarios, impone a la autoridad registral el control de
la valuación de los aportes en especie y la facultad de dirimir los conflictos que se
derivan de esa valuación (art. 52 ley 19550).
El control de legalidad, que estimamos vigente a pesar de la actual redacción del art. 6 de
la ley 19550 y que le permite al registrador mercantil exigir a los interesados en la
inscripción de los documentos cuya toma de razón la ley impone en forma obligatoria, que
adecuen los mismos a la legislación vigente, con el fin de evitar los litigios que, con toda
seguridad, un contrato de sociedad, no adaptado a la ley puede ocasionar en el futuro, en
especial ante la posibilidad de que dicho contrato trascienda la vida de los fundadores y sus
cláusulas se apliquen a sus herederos, que no ha sido parte en la redacción y firma del acto
constitutivo. No debe olvidarse que fue mediante el control de legalidad que la autoridad de
control ha permitido rechazar la inscripción de sociedades constituidas al solo efecto de
vender su estructura, así como impedir la toma de razón de sociedades en las cuales la
pluralidad de socios exigido por el art. 1 de la ley 19550 era meramente formal y no
sustancial; cuando no existía la menor relación entre el capital social y el objeto,
desalentando la constitución de sociedades infracapitalizadas, o permitiendo una adecuada
ubicación de la sociedad constituida en el extranjero dentro de los parámetros de los arts.
118, 123 y 124 de la ley 19550. Precisamente, el arsenal de resoluciones dictadas por la IGJ
para evitar la intromisión de las sociedades off shore en el tráfico mercantil de la República
Argentina, solo pudieron ser dictadas merced a la existencia del referido control de
legalidad.
INSCRIPCION DE LAS MODIFICACIONES DEL CONTRATO CONSTITUTIVO
Inscripto el contrato constitutivo de la sociedad en el Registro Público, la existencia de una
modificación no registrada de dicho instrumento no torna irregular a la sociedad, sino que
hace aplicable lo dispuesto por el art. 2 de la ley 19550, norma cuya deficiente redacción
ha dado margen para todo tipo de interpretaciones.
El primer párrafo de dicho artículo sienta un principio general al establecer que las
modificaciones no inscriptas obligan a los socios otorgantes. Ello es lisa y llana aplicación
del principio general del derecho registral según el cual la omisión de inscripción no es
invocable por quien participo o conoció el negocio sujeto a registración (doctrina del art.
1893 del CCCN).
Repárese que la ley se refiere a los “otorgantes”, debiendo entenderse por tales a los socios
que participaron en el acto donde se resolvió tal modificación, así como a sus sucesores a
titulo singular, pues no es admisible que quien ingresa posteriormente a la sociedad por vía
de la adquisición de participaciones sociales o por la suscripción de acciones emitidas como
resultado de un aumento del capital social, permanezca ajeno a las reformas no inscriptas
del contrato constitutivo o estatuto.

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En definitiva, las decisiones que implican modificación al contrato social son perfectamente
oponibles entre los socios y la misma sociedad, aun cuando ellas no se hayan todavía
inscripto regularmente, cualquiera fuere el tipo de sociedad de que se trate, salvo en las
accidentales. Una interpretación coherente del art. 12 de la ley 19550 no puede llevar a la
conclusión de que los socios no pueden invocar frente a la sociedad decisiones no
exteriorizadas registralmente, pues ello no está dicho en la ley, cuya terminología, por el
contrario, induce a la solución opuesta.
Sin embargo, las modificaciones no inscriptas son inoponibles a los terceros, quienes no
obstante pueden alegarlas contra la sociedad o los socios. Los terceros son los interesados
que han adquirido o pretenden adquirir un derecho subjetivo en base a la exteriorización
registral.
La solución prevista por el art. 12 de la ley 19550 resulta sumamente objetable, pues no
coincide con elementales principios de derecho registral sostener que las modificaciones no
inscriptas no pueden ser oponibles a terceros, cuando quien las alega prueba que estos han
tomado conocimiento de ellos, por aplicación del referido principio de que las carencias
registrales no son invocables por quienes han tomado conocimiento del acto sujeto a
inscripción.
Nada justifica, por otra parte, que el tercero interesado que ha conocido las modificaciones
no inscriptas pueda alegarlas contra la sociedad, pero a su vez pueda repeler su
invocación, salvo que ello se entienda como una sanción para la sociedad infractora de
cargas registrales, lo cual resultaría solución incongruente con la finalidad que la ley 19550
ha tenido en cuenta al ordenar la inscripción de actos registrales, que consiste solo en la
ininvocabilidad o inoponibilidad de estos frente a terceros.
Y muchos menos se explican las razones por las cuales se exceptúa del principio de la
invocabilidad de las reformas no inscriptas por parte de terceros, cuando la sociedad
infractora es una sociedad por acciones o de responsabilidad limitada, como lo prevé
expresamente el art. 12 in fine de la ley 19550.
La reformulación del art. 12 de la ley 19550 es urgente e imprescindible. Las consecuencias
por la no inscripción de las modificaciones del contrato constitutivo de una sociedad no
pueden ser otras, frente a terceros, que su inoponibilidad, pero conocidas estas, pueden ser
invocadas por los terceros y contra estos, sin que corresponda distinguir al respecto entre
los diversos tipos sociales.
El CCCN ha incorporado para las personas jurídicas en general, una norma –la del art. 157-
que llega a las mismas conclusiones que las expuestas en el párrafo precedente, al
prescribir que: “La modificación del estatuto produce efectos desde su otorgamiento. Si
requiere inscripción es oponible a terceros a partir de esta, salvo que el tercero la
conozca”. Dicha solución no es aplicable a la ley 19550, pero constituye una magnífica
interpretación del art. 12 de la ley 19550.

PLAZO PARA LLEVAR A CABO LA REGISTRACION DE LOS ACTOS SOCIETARIOS


El art. 6 de la ley 19550 se refiere exclusivamente a los plazos para la inscripción de los
actos societarios cuya toma de razón impone dicho ordenamiento legal.
La actual versión del art. 6 se refiere exclusivamente a los plazos para proceder a las
referidas registraciones, motivado seguramente por las conocidas demoras de los
organismos de control de todo el país.
En primer lugar, dicha norma prescribe, en su primer párrafo, que dentro del plazo de 20
días del acto constitutivo, este debe presentarse al Registro Público para su inscripción o en
su caso, a la autoridad de contralor. Aclara la norma que el plazo para completar el tramite
será de 30 días adicionales, quedando prorrogado cuando resulte excedido por el normal
cumplimiento de los procedimientos.
Seguidamente dispone el art. 6 de la ley 19550, que la inscripción solicitada tardíamente o
vencido el plazo complementario, solo se dispone si no media oposición de parte
interesada. Finalmente, dicha norma se refiere a los autorizados para llevar a cabo la
inscripción o toma de razón de los actos sujetos a inscripción, prescribiendo al respecto que
si no hubiera mandatarios especiales para realizar los trámites de constitución, se entiende
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que los representantes de la sociedad designados en el acto constitutivo se encuentran
autorizados para realizarlos, y en su defecto, cualquier socio puede instarla a expensas de
la sociedad.
La reforma no ha sido acertada, pues el sistema de oposición por parte de uno de los
fundadores, ya prevista en el derogado art. 39 del C.Com. para el caso de inscripción tardía,
había caído casi en desuetudo, máxime cuando dicha oposición debía ser formulada ante
los tribunales con competencia en lo mercantil, por resultar cuestión ajena a la
competencia del encargado del registro, todo lo cual no hacia otra cosa que demorar el
trámite de registración. Por otro lado, tampoco parece acertado establecer plazos concretos
y puntuales para llevar a cabo el procedimiento inscriptorio, cuando la demora es, por lo
general del organismo y es obvio que, por la naturaleza especial de las inscripciones
societarias, no puede ordenarse la inscripción automática del acto societario en trámite,
vencido el plazo otorgado por la ley, pues está en juego el interés de los terceros y del
tráfico mercantil.
Por otro lado, y en lo que respecta a la propia sociedad, la demora en la finalización del
trámite de la toma de razón de su acto constitutivo está regida por un sistema de
responsabilidades especiales previsto por los arts. 183 y 184 de la ley 19550, a cuya
lectura corresponde remitir, que es mucho más severo, luego de la modificación de los arts.
21 a 26 por la ley 26994, que rigen a las sociedades que no hayan cumplido con las
formalidades previstas en la ley 19550, lo cual constituye una grave incongruencia, pues
mientras el trámite se encuentra en etapa de realización, y tratándose de actos propios del
objeto social, los fundadores y la sociedad en formación responderán en forma solidaria e
ilimitada mientras la compañía no esté inscripta, mientras que, para las sociedades en
donde sus fundadores ni siquiera iniciaron el procedimiento de inscripción, su
responsabilidad será solo mancomunada, por partes iguales y sin solidaridad en caso de
insolvencia de uno de sus integrantes.
LA PUBLICIDAD EDICTAL
Esta publicidad, reservada a las sociedades de responsabilidad limitada y sociedades por
acciones, tiende a completar el régimen societario registral previsto por la ley 19550 (arts.
10 a 14), como medio de notificación general tendiente a lograr el conocimiento de terceros
de la celebración u otorgamiento de ciertos actos societarios. Esta forma de notificación,
que debe efectuarse con carácter previo a la inscripción del acto, se cumple mediante la
publicación de su contenido por un solo día, en el Boletín Oficial, con carácter previo a la
inscripción.
PUEDE SER REEMPLAZADA LA PUBLICIDAD REGISTRAL Y EDICTAL POR LA NOTIFICACION
PERSONAL?
Como regla general, la publicidad de los actos societarios previstos por la ley 19550 no
puede ser sustituida por otros medios, pues la finalidad de esta es la puesta en
conocimiento de terceros indeterminados del contenido de un determinado acto, para
hacerlo oponible erga omnes. El cumplimiento de todos aquellos recaudos de publicidad
crean una presunción absoluta de conocimiento, que de ninguna manera podría lograrse a
través de notificaciones personales a cada una de las personas con quien contrata la
sociedad, evitando además las dificultades que implica la prueba de tal conocimiento,
cuando la sociedad invoca que el tercero ha tomado conocimiento tácito del acto que
aquella opone.
INSCRIPCION DEL REGLAMENTO
El reglamento es un documento complementario del contrato social o estatuto, destinado a
regir el funcionamiento de los órganos sociales o los derechos de los socios en aquellos
aspectos no previstos por la ley ni el acto constitutivo. Su utilización es frecuente en caso
de sociedades dedicadas a la explotación de transporte automotor urbano o en clubes de
campo.
Los efectos de la ausencia de registración del reglamento depende de la oportunidad en
que dicho documento es presentado a su toma de razón. Si no se acompaña con el contrato
constitutivo o estatuto, las cláusulas del reglamento no serán oponibles ni siquiera entre los
socios. Si, por el contrario, la inscripción es posterior, los efectos de la registración del
reglamento son similares a las de las inscripciones meramente declarativas, resultando
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inaplicable al caso la norma del art. 12 de la ley 19550, pues el reglamento no implica una
modificación del contrato, sino la regulación de ciertos aspectos del funcionamiento del
ente.
INSCRIPCION DE SUCURSALES
También impone el art. 5 de la ley 19550 la inscripción de la sucursal en el Registro Público
donde esta sea instalada.
Este artículo se refiere a la instalación de sucursales por parte de sociedades constituidas
en el país, pero al haber sido derogadas los arts. 133 y 135 parr. 2 del CCom, la omisión de
esa inscripción carece hoy de sanción. Recuérdese al respecto que, en el régimen anterior a
la ley 26994, la ausencia de la registración de las sucursales solo producía la inoponibilidad
a los terceros de las limitaciones de los poderes no inscriptos del factor, puesto al frente de
ella, pero la inexistencia, en el CCCN sobre factores y dependientes, priva actualmente de
vigencia a esa sanción. En cuanto a las sucursales de sociedades extranjeras, su instalación
se encuentra prevista por el art. 118 de la ley 19550, que también impone su inscripción en
el Registro Público, pero los efectos de su falta de inscripción son diferentes desde todo
punto de vista, pues tal carencia registral torna inoponible la actuación de la sociedad
extranjera en la Republica, hasta tanto se cumpla con dicha carga. Los intereses en juego y
el interés de la Republica en conocer a las personas que desarrollan actividades en nuestro
país justifican sobradamente tal diferencia.
EL REGISTRO NACIONAL DE SOCIEDADES POR ACCIONES Y EL LEGAJO DE CADA SOCIEDAD
El art. 8 de la ley 19550 contempla la actuación de un Registro Nacional de Sociedades por
Acciones, al cual los registros mercantiles locales deberán remitirle testimonio de los
documentos inscriptos en ellos.
El objetivo del Registro Nacional de Sociedades por Acciones consiste en integrar a nivel
nacional la publicidad dispersa en un gran número de registros locales, que hoy no existe,
por cuanto hasta la fecha no ha sido dictada la reglamentación a la cual el art. 388 de la ley
19550 subordino su funcionamiento.
La importancia de un registro mercantil centralizado es fundamental y no debe limitarse a
las sociedades por acciones, sino a la de todo comerciante, individual o colectivo.
En cuanto al legajo de cada sociedad previsto por el art. 9 de la ley 19550, este también
fue suspendido en su aplicación por la ley 19880.

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EL PROCEDIMIENTO SOCIETARIO
PRINCIPIO GENERAL
Según lo dispone el art. 15 de la ley 19550 cuando en la ley se dispone o autoriza la
promoción de acción judicial, esta se sustanciara por procedimiento sumario, salvo que se
indique otro.
Esta disposición, que rige para todas aquellas jurisdicciones en donde se conserva el juicio
sumario, no rige para los lugares donde rige el CPCCN, que elimino el juicio sumario como
proceso de conocimiento, los cuales quedaron limitados a los juicios ordinarios y juicios
sumarísimos, debiendo entenderse entonces que la referencia al “juicio sumario” de que
habla el art. 15 de la ley 19550 se circunscribe al juicio ordinario, pues la amplitud de
prueba que por lo general implica la dilucidación de los pleitos en los que se traduce un
conflicto societario, torna incompatible el procedimiento sumarísimo, solo utilizable para
ciertos y determinados supuestos.
No obstante ello, debe tenerse presente que la referencia a “juicio sumario” efectuada por
el art. 15 de la ley 19550 constituye cuestión que se encuentra controvertida en doctrina y
jurisprudencia, pues con fundados argumentos ha sido expuesto que la referencia
efectuada por dicha norma al “procedimiento sumario” no implica que resulten aplicables
las disposiciones del código procesal que reglan los juicios sumarios verdaderamente tales,
sino que la ley impone seguir alguno de los trámites previstos para los procesos de
conocimiento pleno que supongan algún grado de abreviación, opino que la redacción del
art. 15 autoriza a concluir en sentido contrario, esto es, que el legislador ha querido
referirse al procedimiento sumario antes legislado por los arts. 486 y ss. Del CPCCN pues:
a) la sanción de la ley 19550 es posterior a dicho código de forma, que introdujo en nuestra
legislación el juicio sumario; b) el CPCCN utiliza indistintamente los términos “juicio”,
“procedimiento” y “proceso”, sin distinción entre uno y otro; c) la referencia efectuada en el
último párrafo del art. 15 de la ley 19550: “(…) salvo que se indique otro”, ratifica que el
legislador societario quiso referirse específicamente a un tipo de juicio y no a cualquier
proceso de conocimiento pleno que suponga algún grado de abreviación. Ahora bien, el
beneficio del juicio sumario se encuentra otorgado solo a los casos en que la ley 19550
dispone o autoriza la promoción de una acción judicial determinada, pero no para todo
proceso en que participe una sociedad comercial o se trata de una compraventa de
participaciones sociales.
El tramite sumario no es renunciable por las partes, las formas procesales están impuestas,
antes que en el beneficio individual de las partes, para la efectividad de la actividad
jurisdiccional. Por ello, el tipo de trámite no constituye un derecho subjetivo renunciable ni
es disponible por el juez.
CUESTIONES DE COMPETENCIA
La competencia para entender en todos los conflictos que se derivan del contrato de
sociedad corresponde a la justicia en lo comercial (art. 43 bis del decr-ley 1285/58) y,
territorialmente hablando, al juez del domicilio de la sociedad inscripta, salvo el caso de las
sociedades regularmente constituidas, en cuyos litigios deberá entender el juez
correspondiente al lugar donde se encuentra la dirección principal de los negocios o donde
se lleve a cabo la principal actividad de la sociedad, cualquiera fuera su tipo o clase,
incluso las sociedades legisladas por los arts. 21 a 26 de la ley 19550, en su actual
redacción, en las cuales, luego de la ley 26994, el contrato social es oponible por los socios
y frente a terceros (art. 22, ley 19550).
Sucede con frecuencia que en juicios de divorcio o en procesos sucesorios se discute la
inoponibilidad o la desestimación de la personalidad jurídica de sociedades constituidas o
integradas por el causante o cualquiera de los cónyuges, planteándose la cuestión de la
competencia de los jueces que deben entender en el correspondiente litigio, tema que debe
resolverse a favor del juez en cuyo tribunal se dirime el tema principal, como sucede
igualmente en los casos en los cuales se debate ante el tribunal del trabajo la
responsabilidad de los socios o administradores de la sociedad empleadora en caso de
contratación clandestina del trabajador, desaparición de la sociedad o infracapitalizacion de
la referida entidad.

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Ahora bien, si lo que se pretende es la declaración de nulidad o disolución de una sociedad,
la solución debe ser otra, y en atención a la necesaria especialidad que debe requerirse
para la resolución de los conflictos en los cuales se debata la existencia misma de la
sociedad, ha sido resuelto retiradamente que las pretensiones cuyos elementos objetivos
comprendan actos que puedan afectar el funcionamiento de una sociedad comercial son de
competencia exclusiva y excluyente de la justicia en lo comercial, a lo que no empecé el
título de cónyuge que esgrime el pretendiente, conclusión que no queda enervada por la
atracción que pudiera ejercer el juicio sucesorio de la persona a la cual le es atribuida la
constitución fraudulenta o simulada de la sociedad comercial cuya personalidad pretende
ser limitada o ignorada, pues aun reconociendo el carácter de orden público del fuero de
atracción, las cuestiones que se suscitan con motivos de índole societaria deben debatirse
ante la justicia comercial, ya que con relación a ellas no funciona el beneficio previsto por el
art. 3284, inc. 4 del CC (actuales arts. 2336 y 2643 CCCN).
LAS SOCIEDADES Y EL BENEFICIO DE LITIGAR SIN GASTOS
La inclusión de las sociedades entre quienes pueden invocar el beneficio de litigar sin
gastos previsto por el art. 78 y ss del CPCCN, constituye una cuestión no exenta de
controversias.
Por una parte, ha sido sostenido que la pretensión de una sociedad mercantil de acogerse a
los beneficios de litigar sin gastos excede el marco de las normas procesales que lo otorgan
y resulta contrario a la ratio legis que inspira el instituto, pues la sociedad mercantil debe
contar con una infraestructura orgánica y funcional, siquiera básica y elemental para la
obtención de beneficios lucrativos. Por ello, la imposibilidad de obtener recursos para
afrontar demandas vinculadas con sus relaciones comerciales puede constituir, en su caso,
imposibilidad de consecución del objeto para lo cual se constituyó, pero nunca verdadera
carencia de medios o imposibilidad de obtenerlos en el sentido utilizado por el legislador
procesal.
Contrariamente a ello, considero que no existe ningún impedimento para conceder el
beneficio de litigar sin gastos a las personas jurídicas en general y a las sociedades
comerciales en particular, toda vez que:
1. El otorgamiento del beneficio del carácter de sujeto de derecho a las personas de
existencia ideal, entre las cuales se encuentran las sociedades comerciales, despeja
todo tipo de dudas al respecto, sin que obste a lo expuesto la limitación que surge de
esta última disposición legal, pues las restricciones impuestas por el legislador
mercantil al expreso reconocimiento de la personalidad jurídica de las sociedades
comerciales se circunscriben exclusivamente al mal uso o utilización desviada o
indebida de dicho recurso técnico, pues aceptado que la compañía mercantil tiene un
patrimonio propio e independiente del patrimonio de sus integrantes, mal puede
negárseles la posibilidad de recurrir judicialmente en defensa de la integridad de ese
atributo de la personalidad.
2. La circunstancia de que la sociedad comercial se trate de una organización dirigida a
obtener beneficios lucrativos, no impide que pueda carecer de bienes suficientes
para costear los gastos relativos a la defensa en juicio de sus intereses o caer en la
más absoluta insolvencia patrimonial. Bien es cierto que cuando la sociedad
mercantil se encuentra en tal estado de situación patrimonial puede incurrir en la
causal disolutoria prevista por el art. 94, inc 4 de la ley 19550 (disolución por
imposibilidad de cumplir su objeto), pero ello en nada cambia las cosas, pues aun en
estado liquidatorio la sociedad conserva su personalidad jurídica con plenitud (art.
101, ley 19550) y no encuentro fundamento convincente que me persuada de que la
sociedad en liquidación no pueda recurrir al beneficio de litigar sin gastos para
intentar en justicia la defensa de sus intereses y de su patrimonio. Sostener lo
contrario, importa entrar en pugna con la garantía constitucional de la defensa en
juicio y del principio de la igualdad ante la ley.
TRIBUNAL ARBITRAL Y CLAUSULAS COMPROMISORIAS
No existe ningún obstáculo en que los socios pacten en el contrato constitutivo la
jurisdicción arbitral respecto de todos los casos litigiosos que se planteen como
consecuencia de la relación sustancial que los vincula, o limitándolos a los que se refieran a
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aspectos particulares de la relación societaria, salvo para aquellas cuestiones que no
pueden ser objeto de transacción (art. 737, CPCCN), como por ejemplo, si se pretendiera de
alguna manera, por vía de juicio de árbitros, condicionar o reglamentar los derechos
inderogables de los accionistas, dificultándose de esa manera su ejercicio.
Es más, y desde antiguo, la ley ha considerado al arbitraje como la solución más idónea
para resolver los problemas del comercio y las divergencias entre los socios. En tal sentido,
cabe recordad que el art. 448 del C.Com, derogado por la ley 19550, prescribía
expresamente: “Todas las cuestiones sociales suscitadas entre los socios durante la
existencia de la sociedad, su liquidación o participación, serán decididas por jueces
arbitradores, a no ser que se haya estipulado lo contrario en el contrato de sociedad”.
Sin embargo, el procedimiento arbitral, como todos los medios alternativos de solución de
conflictos, nunca mereció gran adhesión por parte de los empresarios y comerciantes,
pudiendo encontrarse varias razones para explicar esa reticencia:
a) Los árbitros, salvo los que denominaremos institucionales, nunca supieron adoptar el
papel de jueces, sino que se identificaron y defendieron hasta caprichosamente la
posición de la parte que lo había designado.
b) El procedimiento arbitral es muy oneroso y la constitución definitiva del tribunal,
lenta y engorrosa, por culpa de una legislación procesal sumamente minuciosa y
detallista.
c) Los jueces arbitrales carecen de imperium para dictar medidas cautelares y para
compeler la ejecución del laudo.
Ello ha hecho fracasar al procedimiento arbitral, salvo en lo que se refiere a cuestiones que
se arbitran en bolsas, mercados o instituciones similares.
Por otra parte, y al menos hasta hace algunos años, nuestros tribunales siempre miraron
con disfavor la intervención de tribunales privados para la solución de conflictos, y basados
en la regla de que la redacción de las clausulas compromisorias implica una renuncia al
principio general de sometimiento a la jurisdicción judicial, y en tal sentido la jurisprudencia
ha interpretado a dichas clausulas con carácter restrictivo.
En esta orientación y ante clausulas compromisorias del contrato constitutivo de la
sociedad en las cuales las partes derivaban a la competencia arbitral los conflictos surgidos
de la disolución y liquidación de sociedades, fue casi unánimemente interpretado que ella
era obligatoria para los socios, salvo que el objeto de la discusión no fuera precisamente la
procedencia o no de dicha disolución o liquidación, pues para la resolución de tales
cuestiones no caben otras normas que aplicar que las que establecen las leyes, no otra
facultad jurisdiccional que la de los jueces integrantes del Poder Judicial de la Nación.
Con la misma filosofía restrictiva fue resuelto por nuestro tribunales mercantiles que la
acción de rendición de cuentas no queda comprendida dentro de la cláusula del contrato
social conforme a la cual “en caso de duda o divergencia sobre la interpretación o ejecución
del contrato será sometida o amigables componedores” por tratarse de cuestiones que
suscitan diferencias extrañas a las hipótesis previstas en la referida clausula, decisión que,
aunque reiterada, resultaba contradictoria con otros precedentes del mismo tribunal, que
autorizaba de oficio la designación de peritos arbitradores en pleitos en los cuales uno de
los socios había demandado la disolución y liquidación de una sociedad irregular y la
rendición de cuentas por parte de sus consocios, ante hipótesis en las cuales el juzgador
advertía la complejidad de las cuentas a rendirse.
En los últimos años se ha advertido una tendencia muy favorable a la resolución de los
conflictos mediante el procedimiento de arbitraje, y el Anteproyecto del CCCN, redactado
por la subcomisión dedicada al derecho societario, procedió a modificar el art. 15 de la ley
19550, admitiendo su aplicación obligatoria para ciertos casos, e imponiendo a los
interesados un determinado ámbito para dirimir arbitralmente ese tipo de conflictos (la
Bolsa de Comercio). Dicha reforma no fue finalmente incluida en el Proyecto remitido al
Poder Legislativo y si bien el CCCN ha dedicado un capitulo al arbitraje, ninguna disposición
ha sido dictada en lo que respecta al conflicto societario (arts. 1649 a 1665 CCCN).
LA MEDIACION OBLIGATORIA. LA LEY 24573
La mediación constituye otra forma alternativa de resolución de los conflictos y ha sido
impuesta en nuestro país por la ley 24573 de 1996, que la ha hecho obligatoria por un
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periodo de 5 años, con la finalidad de evitar su desuetudo, como ocurrió en otras épocas
con otros procedimientos de conciliación, previstos obligatoriamente antes de tramitar un
expediente laboral en sede judicial.
La mediación ha sido definida como un procedimiento voluntario mediante el cual los
participantes, con la asistencia de una o más personas neutrales, aíslan sistemáticamente
los problemas en disputa con el objeto de encontrar opciones, considerar alternativas y
llegar a un acuerdo mutuo que se ajuste a sus necesidades.
Las expectativas que despertó la implementación de este sistema, producto de una
desmesurada publicidad implementada desde ámbitos privados y oficiales, no fueron
enteramente satisfactorias, al menos en lo que se respecta a los conflictos producidos en el
seno de las sociedades, entre los socios, administradores y la propia sociedad, no solo por
las graves deficiencias que ofrece la ley 24573 y que la doctrina se ha encargado de
destacar, sino por el hecho comprobado de que la mayor parte de los conflictos que
encontraron solución con el procedimiento de mediación fueron litigios de escasa
significación económica, cuestiones que no hubieran trascendido de los litigantes de no
existir este nuevo sistema de solución de conflictos o en ocasiones en que una de las
partes se encontraba representada por un representante legal, porque, al menos en el
ámbito que nos ocupa, el encuentro personal entre las partes, en especial en los conflictos
suscitados en las sociedades de familia, no contribuía para la solución del conflicto, sino
exactamente todo lo contrario.
Pero aun prescindiendo de tales consideraciones, el procedimiento de mediación instituido
por la ley 24573 no resulta aplicable para la solución de conflictos societarios, pues en la
casi generalidad de los casos y salvo supuestos de excepción (arts. 195 y 279 ley 19550),
la mayoría de las acciones judiciales que la ley 19550 otorga a los socios o accionistas son
de naturaleza social y no individual (arts. 91 a 93, 251, 276 a 278, ley 19550) en el sentido
de que aquellos la promueven, no en procura de la satisfacción de un interés meramente
personal o particular, sino en beneficio de la sociedad que integra, a los fines de adecuar su
funcionamiento a las normas legales o estatutarias.
El accionista que promueve una acción judicial de impugnación de una decisión
asamblearia no puede pretender, a través de un procedimiento de mediación, que aquella
surta efectos diferentes entre quienes la votaron favorablemente y entre quienes
impugnaron de validez dicho acuerdo, pues es norma imperativa del ordenamiento
societario que las decisiones asamblearias adoptadas conforme con la ley y el estatuto son
obligatorias para todos los accionistas y deben ser cumplidas por el directorio. Del mismo
modo, las acciones sociales de responsabilidad promovidas uti singuli por uno o varios
accionistas contra los directores y/o síndicos de la sociedad tampoco parece que puedan
encontrar ámbito adecuado de solución a través del procedimiento de mediación, atento
precisamente la naturaleza de dicha acción.

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REGIMEN DE NULIDAD DE LAS SOCIEDADES COMERCIALES
PRINCIPIOS GENERALES
Las particularidades que presenta el contrato de sociedad, en comparación con las
tradicionales figuras contractuales y su inclusión en la categoría de contratos plurilaterales
de organización, traen como consecuencia la escasa adaptación a él las normas que el
CCCN ha previsto en materia de nulidad de actos jurídicos en sus arts. 382 y siguientes.
Ello es fácilmente comprensible ni bien se recuerde que, a diferencia de los contratos de
cambio, que se caracterizan por la existencia de prestaciones reciprocas y contrapuestas
entre las partes, en el contrato de sociedad las prestaciones de los socios no son
antagónicas y son debidas a un nuevo sujeto de derecho que, al igual que cualquier
persona física se convierte en el titular de las relaciones jurídicas habidas con los terceros.
De manera pues que el vicio que pudiere agraviar la voluntad de uno de los socios no
puede afectar, al menos como principio general, la existencia misma de la sociedad. Del
mismo modo, la retroactividad de la sanción de nulidad al momento de la celebración del
acto viciado, es sencillamente impensable al contrato de sociedad, pues el nacimiento de
un sujeto de derecho distinto a los socios otorgantes, con propia e independiente
personalidad jurídica, y la evidente presunción de validez que debe gozar la actuación de
quien contrata a nombre de la sociedad, impone otorgar plena legitimidad, frente a
terceros, a los actos celebrados por aquella en cumplimiento de su objeto social. Por ello,
mal podría retrotraerse la nulidad del contrato social al momento de la constitución de la
sociedad, pues de aplicarse la normativa del ordenamiento común se afectaran los
derechos de los terceros de buena fe y se atentaría contra la seguridad jurídica y la
estabilidad de las operaciones sociales.
Por otra parte, la retroactividad que consagraban los arts. 1050 y 1052 del CC, y ahora lo
hace el art. 390 del CCCN, como efecto característico de la declaración de nulidad de los
actos jurídicos, no se compadece con la estructura y funcionamiento de las sociedades,
pues tal declaración no puede suponer, como sucede con los contratos bilaterales
tradicionales, tener por no celebrado al contrato de sociedad, pues en tanto esta es titular
de un patrimonio, resulta necesario liquidar sus relaciones jurídicas, realizando su activo y
cancelando el pasivo.
De modo tal, y aunque nuestro ordenamiento mercantil carece de principios generales en
torno a la invalidez de actos u operaciones comerciales, es factible destacar los efectos que
supone la declaración de nulidad de una sociedad mercantil:
a) No tiene efecto retroactivo al momento de la constitución del ente, resultando
inaplicable el art. 390 del CCCN. En otras palabras, la nulidad declarada no importa
la retroacción de los efectos cumplidos, sino que rige ex nunc. Esta ausencia de
efecto retroactivo vale para las relaciones internas como externas de la sociedad.
b) Opera como una causal de disolución de la sociedad, dando paso, en forma
automática, al proceso liquidatorio, que será el previsto por los arts. 101 a 112 de la
ley 19550, salvo los casos en que la nulidad sea decretada como consecuencia de
incurrir la sociedad en las conductas previstas en los arts. 18 a 20 de la ley 19550,
en cuyo caso el procedimiento liquidatorio es especial y sumamente riguroso.
c) La declaración de nulidad no puede afectar los contratos celebrados por la sociedad
frente a terceros, salvo el caso de sociedades de objeto ilícito, en las cuales los
terceros de mala fe pueden alegar la existencia de la sociedad.
d) Finalmente, y en lo que se refiere a los efectos que la declaración de nulidad de la
sociedad provoca en el funcionamiento interno del ente y a los derechos y
obligaciones de los socios, en tanto tal declaración importa la invalidez del contrato
social suscripto entre ellos, pero no borra la actuación asociativa interna
desarrollada en la sociedad, que ha de juzgarse por las mismas reglas que las
previstas para las sociedades incluidas en los arts. 21 a 26 de la ley 19550, pues es
de toda evidencia que la nulidad del contrato traerá aparejado un supuesto de
actuación asociativa no regular.
Tal conclusión vale para las relaciones futuras de los socios, pues tratándose de los
actos colegiados, las relaciones societarias y los derechos y obligaciones de los
socios cumplidos hasta la declaración de nulidad, no puede afectarlos, precisamente
44
por resultar desde todo punto de vista incompatible con la naturaleza y
funcionamiento de la sociedad, el efecto retroactivo o ex nunc consagrado por el
ordenamiento civil.
LA NULIDAD VINCULAR DEL CONTRATO DE SOCIEDAD
El primer párrafo del art. 16 de la ley 19550, según texto de la ley 26994, consagra el
principio general en materia de nulidad vincular, estableciendo expresamente que: “La
nulidad o anulación que afecte el vínculo de alguno de los socios no producirá la nulidad,
anulación o resolución del contrato, excepto que la participación o la prestación de ese
socio deba considerarse esencial, habida cuenta de las circunstancias o que se trate de
socio único”.
La solución consagrada por la ley 19550 es de toda razonabilidad, pues salvo supuestos
verdaderamente excepcionales, los vicios que afecten el vínculo entre uno de los socios y la
sociedad no deben trascender a la existencia y funcionamiento de ella, en tanto que, como
titular de una empresa, su conservación es siempre preferible a su liquidación. El art. 100
de la ley 19550 no deja margen de dudas sobre lo expuesto, en la medida, como lo dispone
dicha norma, que exista viabilidad económica y social de la subsistencia de dicha sociedad.
De manera tal que, en materia de nulidad vincular, la nulidad del vínculo que une al socio
con la sociedad no produce la nulidad del contrato constitutivo del ente, lo cual implica que
dicha invalidez debe ser encausada a través de las soluciones previstas para la resolución
parcial del contrato social (art. 92 ley 19550) a los fines de materializar la exclusión del
incapaz y abonarle el valor de su participación, sin que esa circunstancia trascienda a la
sociedad.
S in embargo, el legislador ha previsto algunos casos en que la nulidad del vínculo que une
a uno de los socios con la sociedad puede provocar la nulidad del contrato social. Tales
casos se encuentran previstos en el art. 16 de la ley 19550, norma que efectúa las
siguientes distinciones:
a) Tratándose de cualquier supuesto de nulidad vincular (incapacidad de hecho o de
derecho, vicios de la voluntad, etc.), cuando la participación o la prestación del socio
afectado deba ser considerada esencial, habida cuenta de las circunstancias del caso
(art. 16, parr 1 in fine, ley 19550). El legislador se ha referido, con esta excepción de
que la participación del socio, por su personalidad o características de los aportes
comprometidos, resulte esencial para el funcionamiento de la compañía. En tal caso,
la declaración de la nulidad del contrato social deberá ser determinado por el juez,
quien tendrá en cuenta esas especiales circunstancias.
b) Si se tratare la nulidad vincular de un vicio de la voluntad y la sociedad contare solo
con dos socios, la nulidad o anulación que afecte el vínculo de uno de ellos también
producirá la invalidez del contrato social. Si la compañía tuviere más de dos socios,
el contrato constitutivo será anulable cuando los vicios afecten la voluntad de los
socios a los que pertenezca la mayoría del capital.
Por obviedad, el legislador de la ley 26994 dejo fuera del ámbito del art. 16 a las
sociedades anónimas de un solo socio, atento la imposibilidad de existencia de toda nulidad
vincular entre el socio único y la compañía que integra con exclusividad.
NULIDAD DEL CONTRATO SOCIAL POR OMISION DE REQUISITOS ESENCIALES
A tal situación se refiere el art. 17 de la ley 19550, que también ha sido modificado por la
ley 26994. En su texto original, diferenciaba entre la ausencia de requisitos esenciales
tipificantes y no tipificantes. En el primer caso, esa circunstancia provocaba la declaración
de nulidad del contrato social, mientras que la omisión de cualquier requisito esencial no
tipificante hacia anulable el contrato, pero esa situación podía subsanarse hasta su
impugnación judicial.
La experiencia de más de 40 años de vigencia del texto legal del art. 17 demostró que no
se registró jamás un caso de sociedades atípicas en la jurisprudencia nacional, pues era
realmente difícil advertir en la practica un caso de nulidad de la constitución de una
sociedad de los tipos no autorizados por la ley, habida cuenta la existencia de un
exhaustivo control de la legalidad al momento de constituirse regularmente la sociedad. Y
en cuanto a la omisión de la existencia de requisitos no tipificantes, el art. 17, parr. 2, en su
versión original, solo se aplicó en caso de homonimias, cuando una sociedad regularmente
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constituida tenía un nombre societario que coincidía con la denominación de otra compañía
y que podía llevar a terceros a confusión.
La ley 26994, y a los fines de compatibilizarla con el especial régimen previsto por la
sección IV del Capítulo II de la ley 19550 en su actual versión, suprimió esa clasificación,
disponiendo, bajo el título “ATIPICIDAD. OMISION DE REQUISITOS ESENCIALES”, que: “Las
sociedades previstas en el Capítulo II de esta ley no pueden omitir requisitos esenciales
tipificantes ni comprender elementos incompatibles con el tipo legal. En caso de infracción
a estas reglas, la sociedad constituida no produce los efectos propios de su tipo y queda
regida por lo dispuesto en la sección IV de este capítulo”.
Resulta de toda claridad que han quedado derogadas las soluciones previstas por el art. 17,
parr. 2 del texto original de la ley 19550, para la omisión de requisitos esenciales no
tipificantes del contrato social, de manera tal que la nulidad de la sociedad no podrá ser
declarada.
Corresponde preguntarse ¿Cuál es entonces la sanción prevista por el ordenamiento
societario cuando se presenta este caso?, y la respuesta es simple: la inclusión de la
sociedad infractora en las normas de los arts. 21 a 26 de la ley 19550, toda vez que el art.
21 , cuando se refiere a las sociedades incluidas en dicha norma, se refiere a las sociedades
“que omita requisitos esenciales”, sin hacer la menor diferencia entre requisitos esenciales
tipificantes o no tipificantes.
El art. 25 en su actual versión, dispone la subsanación es solución que puede ser adoptada
por las sociedades incluidas en esta sección, que omitan requisitos esenciales y no
esenciales, lo cual despeja toda duda al respecto en cuanto a la improcedencia de la
declaración de nulidad de las sociedades que adolezcan de requisitos, esto es, aquellas que
carezcan de nombre societario legalmente adoptado, del domicilio social, de la designación
precisa y determinada de su objeto, la fijación del capital social, la mención del aporte de
cada socio y la determinación del plazo de duración.
SOCIEDADES DE OBJETO ILICITO
Los arts. 18 a 20 de la ley 19550 ratifican la necesidad de que el objeto de la sociedad debe
ser lícito, por aplicación específica de los principios generales del acto jurídico (art. 279
CCCN). Por ello, el objeto social es materia de 3 reglas fundamentales en la ley 19550:
a) El art. 18 que legisla sobre el objeto ilícito.
b) El art. 19, que hace lo propio con la sociedad de objeto licito, pero que desarrolla
actividades ilícitas.
c) Finalmente, el art. 20, que impropiamente se refiere al “objeto prohibido”, cuando
debió hacer referencia al “objeto prohibido en razón del tipo”.
La norma del art. 18 de la ley 19550 que se refiere a las sociedades de objeto ilícito reviste
suma importancia, pues suministra el procedimiento y aclara los efectos que provoca la
ilicitud del objeto social para la sociedad infractora del principio general consagrado por el
art. 279 del ordenamiento común, procedimiento y efectos que serán aplicables en
términos generales para las sociedades de actividad ilícita y objeto prohibido previstas por
los arts. 19 y 20 de la ley 19550.
En primer lugar, el art. 18 de la ley 19550 establece que las sociedades de objeto ilícito son
nulas de nulidad absoluta, principio que vale también para las hipótesis previstas por los
arts. 19 y 20 del mismo ordenamiento. Tal afirmación implica la facultad judicial de declarar
la invalidez de la sociedad de oficio, así como la imprescriptibilidad de las acciones de
nulidad y la inconfirmabilidad del contrato constitutivo del ente (art. 387 CCCN).
Decretada la nulidad de las sociedades de objeto ilícito, de oficio, a petición de parte o del
Ministerio Publico, deberá procederse a su liquidación, tarea que estará a cargo de un
liquidador judicial designado por el juez de la causa, quien deberá realizar el activo y
cancelar el pasivo social, así como los perjuicios causados. Los integrantes de la sociedad
carecen de todo derecho al reembolso del capital aportado, así como al remanente de la
liquidación, en caso de existir, el cual deberá ser ingresado por el liquidador judicial al
patrimonio estatal para el fomento de la educación común de la jurisdicción respectiva.
Ello es aplicación concreta de otra de las consecuencias de la nulidad de las sociedades de
objeto ilícito y que el parr. 1 del art. 18 de la ley 19550 se encarga de ratificar
expresamente, en tanto prohíbe a los socios alegar la existencia de la sociedad erga
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omnes, ni aun para demandar a terceros, reclamar la restitución de los aportes, la división
de ganancias o la contribución a las perdidas, etc. La privación del reembolso del capital
social y del remanente liquidatorio a los integrantes de las sociedades de objeto ilícito es
consecuencia del principio de que nadie puede sacar provecho de la realización de actos
reprobatorios por las leyes, y la sanción prevista por el art. 18 de la ley 19550 no puede ser
calificada como confiscatoria, pues no se trata de un desapoderamiento de bienes sin
sentencia fundada en ley o por requisiciones militares, como ha sido dicho por la CSJN.
En cuanto a los terceros que han contratado con la sociedad de objeto ilícito, el art. 18 de la
ley 19550 diferencia entre aquellos que pueden ser calificados como “de buena fe” y
aquellos que no han podido ignorar la ilicitud del objeto del ente con quienes se han
vinculado. En el primer caso, y por expresa directiva de dicha norma, los terceros podrán
alegar contra los socios la existencia de la sociedad, sin que estos puedan oponerle la
nulidad.
Finalmente cabe señalar que el art. 18 de la ley 19550 ha sido muy rigurosa en cuanto a las
responsabilidades patrimoniales de quienes han integrados, como socios o administradores,
y aun temporalmente, una sociedad de objeto ilícito, disponiendo textualmente que: “…Los
socios, los administradores y quienes actúen como tales en la gestión social responderán
ilimitada y solidariamente por el pasivo social y los perjuicios causados…”. Debe sin
embargo tenerse en cuenta, a los fines de la aplicación de la norma, que tal solidaridad
está supeditada a dos requisitos fundamentales: a) que se trate de actos practicados en
común, y b) que hayan sido celebrados para el fin de la sociedad.
Las rigurosas previsiones del art. 18 de la ley 19550 no están reservadas a las sociedades
regulares, sino a cualquier clase de sociedad, incluidas a las sociedades previstas en los
arts. 21 a 26. Precisamente, tales previsiones fueron aplicadas especialmente a una
sociedad de hecho, celebrada con el deliberado propósito de transgredir el reglamento para
la explotación del juego de quinielas.
La jurisprudencia recurrió a las previsiones del art. 18 de la ley 19550 para sancionar la
infracción a la prohibición que pesa sobre los corredores de constituir sociedad de cualquier
tipo o denominación, declarándose la nulidad absoluta de las sociedades de corredores,
solución que es hoy inaplicable ante el hecho de que el corretaje es una actividad que
puede ser celebrada por cualquier persona jurídica (art. 1346 CCCN), disposición
sumamente cuestionable.
Del mismo modo, nuestros tribunales han aplicado análogamente las previsiones del art. 18
de la ley 19550 para sancionar a una sociedad que había sido constituida con el aporte de
fondos obtenidos por los socios como consecuencia de la realización, por estos, de un acto
delictivo cometido en perjuicio de un importante banco de nuestro medio. Se dijo en tal
oportunidad que “la sanción que corresponde es la nulidad absoluta de la sociedad por
objeto ilícito, atento las consecuencias reflejas que produce la ilicitud del aporte respecto
del objeto social”, en cuanto prevé, además, que la nulidad se decreta “habida cuenta de
las circunstancias”.
SOCIEDADES DE ACTIVIDAD ILICITA
Al igual que en materia de sociedades de objeto ilícito, el régimen de nulidad de las
sociedades de objeto licito y actividad ilícita ofrece las particularidades de su liquidación a
cargo de un funcionario judicial, la inoponibilidad erga omnes de la existencia de la
sociedad por sus integrantes y la responsabilidad solidaria e ilimitada de los socios,
administradores y quienes actúen como tales en la gestión social por el pasivo social y por
los perjuicios ocasionados, etc. La única diferencia entre el régimen previsto por el art. 18
con la situación descripta por el art. 19 de la ley 19550 es que en este último caso
(sociedades de objeto licito pero con actividad ilícita), los socios que acreditan su buena fe
quedan excluidos de la responsabilidad solidaria e ilimitada por el pasivo social y por los
perjuicios causados y gozan del derecho a obtener su cuota liquidatoria, una vez realizado
el activo y cancelado el pasivo social por parte del liquidador judicial.
Cabe señalar que no es necesario que la actividad ilícita haya sido contemplada como móvil
del acto constitutivo, pues en tal caso estaremos en presencia de una sociedad de objeto
ilícito, como sucedió en un caso en donde la sociedad había constituida exclusivamente
para defraudar a los organismos impositivos mediante el recurso de la doble facturación a
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los efectos de disimular las ganancias de la sociedad. Por el contrario, en la hipótesis
prevista por el art. 19 de la ley 19550, la ilegitimidad de la actividad puede haber sido
sobreviniente al acto constitutivo y referirse a un conjunto de actos o negocios
dolosamente realizados por los socios, administradores o quienes actúen como tales, que
por su importancia o reiteración entrañen una actividad, pues el acto ilícito aislado solo
podrá generar responsabilidad de quien lo ha cometido o consentido, pero no puede, al
menos como principio general afectar la existencia del ente. En tal sentido queda incluida
en la norma del art. 19 de la ley 19550 la sociedad que desarrolla una actividad
comúnmente denominada “en negro”, esto es, sin constancias en los registros contables o
sociales para evadir obligaciones impositivas o previsionales.
LAS SOCIEDADES DE OBJETO PROHIBIDO
Se trata estrictamente, y más allá de la incorrecta denominación utilizada por el art. 20 de
la ley 19550, de sociedades que tuvieren un objeto prohibido en razón del tipo, en tanto
nuestra legislación reserva ciertas actividades a compañías mercantiles que han adoptado
una determinada tipología (actividades bancarias, financieras, aseguradores,
administradores de fondos comunes de inversión, etc.), a las cuales somete a estrictos
controles de constitución y funcionamiento por organismos especializados.
La intermediación en el mercado financiero por una sociedad de hecho, sin sujeción a la
autoridad de contralor, a través de la tristemente operatoria de las “mesas de dinero”,
importa un supuesto de actividad prohibida en los términos del art. 20 de la ley 19550,
siempre que medie habitualidad en la operatoria.
Para las sociedades de objeto prohibido en razón del tipo se les aplican las previsiones del
art. 18 de la ley 19550, excepto en cuanto a la distribución del remanente de la liquidación,
a la cual todos sus integrantes tendrán derecho, sin tener estos que acreditar su buena fe,
como sucede en las sociedades de objeto licito con actividad ilícita. En cuanto a la
responsabilidad por el pasivo social y los perjuicios sociales, la regla del art. 18 resulta
plenamente aplicable a todos los integrantes de las sociedades de objeto prohibido, sin
excepción de ninguna índole.
SOCIEDADES SIMULADAS
La ley 19550 ha previsto algunos supuestos de simulación subjetiva en el art. 34, que
contempla la situación de los socios ocultos o ficticios, pero no a la simulación del contrato
de sociedad, situación que se presenta en la práctica con suma frecuencia, ante la
existencia de sociedades constituidas exclusivamente por testaferros, que disfrazan la
actuación de un controlante exclusivo a los fines, por lo general, de eludir prohibiciones,
incapacidades o inhabilitaciones previstas por el ordenamiento positivo y cuya nulidad
viene impuesta por los arts. 334 y 336 del CCCN.
LA ACCION JUDICIAL DE NULIDAD
Como hemos visto, y tratándose de sociedades comprendidas en las hipótesis previstas por
los arts. 18 a 20 de la ley 19550 (sociedades de objeto ilícito, actividad ilícita y objeto
prohibido), la nulidad podrá ser pedida por interesado o declarada de oficio por el juez,
atento a su carácter absoluto. En otros casos de nulidad, por simulación del acto
constitutivo o por nulidad vincular, la invalidez puede ser requerida por los sujetos
afectados por el vicio. También pueden demandar la nulidad de la sociedad los terceros a
los cuales la constitución de la sociedad intento perjudicar y así lo dispone el art. 336 del
CCCN, en cuanto dispone que los terceros cuyos derechos o intereses legítimos sean
afectados por el acto simulado pueden demandar su nulidad, pudiendo acreditar la
simulación invocada por cualquier medio de prueba.
En cuanto a los sujetos pasivos de la acción de nulidad de la sociedad, no resulta posible
establecer un único criterio, pues una cosa es la demanda por nulidad del acto constitutivo
de la sociedad, en la cual resulta imprescindible demandar a todos sus integrantes en
forma individual y no al ente, y otra muy distinta es la demanda por nulidad de la sociedad
en los términos de los arts. 18 a 20 de la ley 19550, donde es la propia sociedad y no sus
integrantes la que está legitimada pasivamente para intervenir en el proceso.
La demanda deberá tramitar por el procedimiento previsto por el art. 15 de la ley 19550, y
rige el plazo de prescripción previsto por el art. 2560 del CCCN que prescribe el plazo
general de prescripción de 5 años, salvo que se trate de una sociedad en cuya nulidad está
48
interesado el orden público, en cuyo caso la acción judicial será imprescriptible y el acto
jurídico nulo será inconfirmable.
NULIDAD DE CLAUSULAS DEL CONTRATO SOCIAL
El art. 13 de la ley 19550 enumera con carácter ejemplificativo, y no taxativo, algunos
supuestos de nulidad parcial del contrato de sociedad, refiriéndose a algunas cláusulas
denominadas “leoninas”. Tales clausulas son las siguientes:
1. Que alguno o algunos de los socios reciban todos los beneficios o se les excluya de
ellos, o que sean liberados de contribuir a las perdidas.
2. Que al socio o socios capitalistas se les restituyan los aportes con un premio
designado o con sus frutos, o con una cantidad adicional, haya o no ganancias.
3. Que aseguren al socio capital o las ganancias eventuales.
4. Que la totalidad de las ganancias y aun de las prestaciones a la sociedad
pertenezcan al socio o socios sobrevivientes.
5. Que permitan la determinación de un precio para la adquisiciones de la parte de un
socio por otro, que se aparte notablemente de su valor real al tiempo de hacerla
efectiva.
Se trata, en todos los casos, de cláusulas que eliminan el riesgo que supone toda sociedad
y destruye la igualdad jurídica de los socios, por lo que ha sido sostenido, con toda razón,
que dichas clausulas son nulas de nulidad absoluta y, por lo tanto, imprescriptibles, ya que
trascienden el mero interés particular de los socios fundadores.
En base a la finalidad de la norma, nuestros tribunales han hecho uso de la cláusula 13 de
la ley 19550 para fulminar de nulidad cláusulas del contrato de sociedad que aseguraban
una retribución en moneda constante al socio capitalista, sin atender a la existencia o no de
utilidades. Del mismo modo, también fue declarada la invalidez de estipulaciones que
permitían la percepción de una suma fija mensual por parte de los socios, por entender el
tribunal que ello implicaba la exención de las perdidas, lo que puede ser limitado en las
relaciones internas, pero nunca excluido.
Se ratifica que la nulidad de este tipo de cláusulas no puede, al menos como principio
general, provocar la nulidad del contrato constitutivo de la sociedad. Sin embargo, los
pactos leoninos pueden conducir a su anulación si la prestación o la participación del socio
beneficiado es esencial, a tenor de la situación descripta en el último párrafo del inc. 1 del
art. 16 de la ley 19550.

49
IRREGULARIDAD SOCIETARIA
REGIMEN LEGAL DE LAS SOCIEDADES NO CONSTITUIDAS REGULARMENTE. BREVE RESEÑA
DEL DEROGADO REGIMEN DE LAS SOCIEDADES IRREGULARES O DE HECHO
Los arts. 21 a 26 de la ley 19550, integrantes de la Sección IV del Capítulo I de dicho
ordenamiento, y tomando distancia de la Sección III, referida al régimen de nulidad de las
sociedades comerciales, legislan sobre las sociedades no constituidas regularmente, a las
cuales, por su cotidianeidad, no han podido ignorar, habida cuenta la tupida red de
negocios que cotidianamente se desenvuelven en su torno.
La Sección IV del Capítulo I de la ley 19550 se titula “De la sociedad no constituida
regularmente”, y hasta la sanción de la ley 26994, este régimen comprendía a las
sociedades irregulares y de hecho y consagraba un régimen sumamente riguroso en torno
a responsabilidades emergentes y en cuanto a las limitación para invocar el contrato entre
sus integrantes.
Este severo régimen impuesto por el legislador a quienes no habían cumplido la carga
inscriptoria prevista en el art. 7 de la ley 19550 era incluso más riguroso en la versión
original del ordenamiento societario, pues hasta la sanción de la ley 22903 del año 1983, ni
siquiera existía un procedimiento de regularización, para sanear los vicios incurridos por
dichos entes que, vale la pena reiterarlo, eran miles, por lo general aunque no
exclusivamente, dedicados a pequeños emprendimientos.
El régimen derogado por la ley 26994, en materia de irregularidad societaria, se
caracterizaba por los siguientes aspectos:
a) Gozaban de personalidad jurídica, aunque una parte de la doctrina, avalada por
abundante jurisprudencia, consideraba que esa personalidad jurídica no era plena,
sino precaria y restringida.
b) En cuanto a sus relaciones con terceros, los socios y quienes contrataron en nombre
de la sociedad quedan solidariamente obligados por las operaciones sociales, sin
poder invocar el beneficio de excusión ni las limitaciones que se funden en el
contrato social (art. 23, parr. 1, ley 19550, en su versión original).
c) La sociedad no constituida regularmente no podía invocar respecto de cualquier
tercero los derechos o defensas nacidas del contrato social, aunque podía ejercer los
derechos emergentes de los contratos celebrados (art. 23 parr. 2, ley 19550 en su
versión original).
d) En las relaciones con terceros, cualquiera de los socios representaba a la sociedad
(art. 24, ley 19550 en su versión original) sin necesidad de poder o autorización
expresa.
e) Las relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores particulares de los
socios, inclusive en caso de quiebra, se juzgaban como si se tratara de una sociedad
regular, excepto respecto de los bienes cuyo dominio requiriera registración (art. 26,
ley 19550 en su versión original).
f) En cuanto a sus relaciones internas, los socios no podían invocar entre si los
derechos o defensas nacidas del contrato social (art. 23, parr. 2 ley 19550 en su
versión original).
g) Cualquiera de los socios podía exigir la disolución de la sociedad, la cual se producía
en la fecha en que el socio notificara fehacientemente tal decisión a todos los
consorcios (art. 22, parr. 3 ley 19550 en su versión original).
h) Dichas sociedades carecían de capacidad para adquirir bienes registrales (art. 26 ley
19550 en su versión original).
i) Las sociedades irregulares y de hecho podían acceder al procedimiento de
regularización previsto en el art. 22 de la ley 19550, en la versión de la ley 22903,
adaptándose a un tipo social previsto en el Capítulo II de dicha ley, con derecho de
receso para los socios que se hubieran opuesto.
j) La sociedad podía probarse por cualquier medio de prueba (art. 25 ley 19550 en su
versión original), aunque la referencia efectuada en la Exposición de Motivos de
dicha ley, a la “sujeción a los principios de derecho común”, puso límites a la
acreditación de las sociedades no constituidas regularmente mediante la prueba
testimonial.
50
Este régimen estará vigente hasta el día 31 de julio de 2015, y dentro de las modificaciones
más sustanciales efectuadas por la ley 26994 a la ley de sociedades comerciales –hoy LGS-
como consecuencia de la sanción del CCCN, se encuentra la derogación total del régimen
de las sociedades irregulares o de hecho, que se encontraban reguladas en la Sección IV
del Capítulo I de la le 19550, y la inclusión, dentro de los nuevos arts. 21 a 26, de un nuevo
régimen legal que comprende en su regulación a todas aquellas sociedades que no se han
inscripto en forma regular, así como a las sociedades que carezcan de requisitos esenciales
–tipificantes y no tipificantes- y finalmente, a las hoy denominadas sociedades civiles, cuyo
generoso régimen legal previsto en el anterior Código Civil ha quedado totalmente
derogado.
No resultara sencillo acostumbrarse a este nuevo régimen legal, que nada tiene que ver
con el derogado régimen de las sociedades no constituidas regularmente, teñida de un
fuerte acento sancionatorio, el cual, con la promulgación de la ley 26994 ha sido
definitivamente abandonado. No menos esfuerzo intelectual costara asimismo incorporar a
nuestro criterio jurídico el hecho de que existe una sección en el régimen legal argentino,
dedicado a sociedades que no cumplieron un claro mandato legal, esto es, la inscripción
regular en un Registro Público, en las cuales sus integrantes gozan de un régimen de
responsabilidad más benigno que algunas sociedades regularmente constituidas, que si han
cumplido la carga inscriptoria prevista por el art. 7 de la ley 19550, como acontece con las
sociedades incluidas en las Secciones I, II y III del Capítulo II del referido ordenamiento
legal.
La primera critica que puede formularse a la actual regulación de las “sociedades no
constituidas regularmente” es que el régimen de las sociedades irregulares o de hecho
previsto en los arts. 21 a 26 de la ley 19550 no necesitaba ser derogado sino solo retocado
y reformulado en ciertos y determinados aspectos. Era un régimen basado en largos años
de jurisprudencia y elaboración doctrinaria y cuyos principios generales –responsabilidad
amplia de sus integrantes, representación promiscua de la entidad, régimen amplio de
prueba y posibilidad de los socios de dar por finalizado el ente- no eran discutidos por nadie
y estaban plenamente incorporados a nuestra formación jurídica. Solo bastaba modificar el
régimen de oponibilidad interna entre los integrantes de la sociedad y permitir a las
mismas la adquisición de bienes registrables mediante un procedimiento que otorgare
suficiente protección a los terceros, como venía siendo predicado en la mayor parte de los
innumerables eventos académicos celebrados en la República Argentina desde casi la
sanción misma de la ley 19550.
Otra crítica razonable al nuevo régimen legal previsto en los arts. 21 a 26 se centra en el
hecho de que la modificación al régimen legal de las sociedades atípicas previstas en el art.
17 de la ley 19550 y las sociedades cuyo contrato constitutivo carece de requisitos
esenciales no tipificantes, antes condenadas a la nulidad y/o anulabilidad y hoy, con la
sanción del CCCN, a su inclusión en el nuevo régimen legal de la Sección IV del Capítulo I
de dicha normativa, no justificaba semejante reforma, toda vez que, en más de 40 años de
vigencia de la ley 19550, jamás se registró, en la jurisprudencia nacional un caso de nulidad
por atipicidad o por omisión de requisitos esenciales tipificantes o no tipificantes.
Por otra parte, y eliminadas las sociedades civiles como consecuencia de la derogación de
los arts. 1648 a 1788 bis del CC, que pasan a gobernarse, cuando aquellas no se hayan
instrumentado mediante escritura pública, por la sección IV de la ley 19550, en tanto se
trata de sociedades “no constituidas con sujeción a los tipos previstos en el Capítulo II”,
estimamos que no resulta satisfactoria la aplicación sin más a las sociedades civiles
vigentes a la fecha de la puesta en vigencia del nuevo CCCN, de las nuevas soluciones
previstas legalmente, pues la propia naturaleza de este tipo de sociedades, con
modalidades especiales que las caracterizan –en especial las sociedades profesionales, que
son cientos y cientos y de ellas, la gran mayoría no constituidas en forma regular- requería
una normativa mucho más detallada y minuciosa en lo que respecta a su funcionamiento,
en especial teniendo en cuenta la diversidad de aportes de sus integrantes y el no siempre
uniforme régimen de distribución de ganancias y pérdidas entre ellos.
Y finalmente –sin perjuicio de algunas otras críticas parciales y puntuales que ofrece la
redacción de los nuevos arts. 21 a 26 de la ley 19550-, todo parece concluir que dentro de
51
su seno quedan comprendidas tanto las sociedades irregulares y las sociedades de hecho,
por ser ambas sociedades que “han incumplido con las formalidades exigidas por esta
ley…”, conforme a la actual redacción del art. 21 de la ley 19550, aunque bueno es
aclararlo, ello constituye un tema sobre el cual hay importantes disquisiciones entre
nuestra calificada doctrina societaria, a punto tal de sostenerse, por autores de la talla de
Vitolo, que la sociedad de hecho no está incluida en este novedoso articulado,
razonamiento que basa en el hecho de que la ley 26994 ha decidido ignorar a las mismas,
manteniendo el requisito del contrato escrito para que exista sociedad, de conformidad con
lo dispuesto por el art. 4 de la ley 19550, el cual establece que el contrato por el que se
constituya o modifique una sociedad, se otorgara por instrumento público o privado,
concluyendo este autor que la situación respecto a las sociedades de hecho es confusa,
porque –por otra parte-, algunas señales parecen indicar que la intención del legislador ha
sido la posibilidad de incluir a estas sociedades en la Sección IV, por carecer de la
“formalidad” del contrato escrito.
Por mi parte, adelanto que considero incluidas a las sociedades de hecho dentro de las
normas de la Sección IV de la ley 19550, aunque con la aclaración de que no todas las
normas allí previstas son aplicables a las sociedades de hecho, pues no rigen para ellas
todas las disposiciones que requieren la existencia de contrato o documento escrito para
oponer entre los socios, la sociedad y los terceros (art. 23, ley 19550), o para comenzar el
proceso de subsanación (art. 25), figura que parece reservada a las sociedades irregulares,
cuando dicha norma establece que la referida subsanación puede llevarse a cabo “en
cualquier tiempo durante el plazo de duración previsto en el contrato”, siendo casi
innecesario recordar que las sociedades de hecho carecen de instrumento escrito.
EL NUEVO REGIMEN LEGAL. CARACTERISTICAS GENERALES
Las características del nuevo régimen legal consagrado en los arts. 21 a 26 de la ley 19550
son las siguientes:
a) En primer lugar, y a diferencia del régimen legal previsto en el derogado art. 23 en
materia de inoponibilidad interna del contrato social, el actual art. 22 prevé que el
contrato social puede ser invocado entre los socios, siendo oponible a los terceros
solo si se prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de la contratación o del
nacimiento de la relación obligatoria. Por su parte, dicha norma dispone también que
el contrato social puede ser también invocado por los terceros contra la sociedad, los
socios y los administradores.
b) Con respecto al régimen de administración, representación y gobierno de estas
sociedades, el nuevo art. 23 prescribe que las clausulas relativas a la representación,
a la administración y las demás que disponen sobre la organización y gobierno de la
sociedad, pueden ser invocadas entre los socios y en lo que respecta a las relaciones
con los terceros, cualquiera de los socios representa a la sociedad exhibiendo el
contrato, pero la disposición del contrato social le puede ser opuesta si se prueba
que los terceros la conocieron efectivamente al tiempo de nacimiento de la relación
jurídica.
c) Tratándose de bienes registrables, y a diferencia de lo dispuesto por el controvertido
art. 26 del derogado régimen legal, cuya redacción dio lugar a todo tipo de
interpretaciones, el parr. 2 del nuevo art. 23 de la LGS dispone que la sociedad podrá
adquirir bienes registrables, para lo cual debe acreditar ante el registro
correspondiente, su existencia y las facultades de su representante por un acto de
reconocimiento de todos quienes afirman ser sus socios. Este acto debe ser
instrumentado en escritura pública o instrumento privado con firma autenticada por
escribano, aclarando la nueva disposición legal que el bien se inscribirá a nombre de
la sociedad, con precisa indicación de la proporción en que participan los socios en
tal sociedad.
d) En materia de prueba, y al igual que el derogado art. 25 de la ley 19550, el último
párrafo del art. 23 es terminante sobre el particular: la existencia de la sociedad
puede acreditarse por cualquier medio de prueba.
e) La modificación más trascendente en materia de estas novedosas sociedades lo
aporta el art. 24 de la actual LGS, cuando, referido a la responsabilidad de los socios,
52
prescribe que estos responden frente a terceros como obligados simplemente
mancomunados y por partes iguales, salvo que la solidaridad con la sociedad o entre
ellos a un distinta proporción, resulten: 1) de una estipulación expresa respecto de
una relación o un conjunto de relaciones; 2) de una estipulación del contrato social,
en los términos del art. 22, y 3) de las reglas comunes del tipo que manifestaron
adoptar y respecto del cual se dejaron de cumplir requisitos sustanciales o formales.
f) En lo que respecta a su subsanación de las sociedades incluidas en la Sección IV de
la LGS, el novedoso art. 25 dispone que estas sociedades pueden ser subsanadas a
iniciativa del mismo ente o de los socios en cualquier tiempo, aclarando la referida
norma que: “…A falta de acuerdo unánime de los socios, la subsanación puede ser
ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En caso necesario, el juez
puede suplir la falta de acuerdo, sin imponer mayor responsabilidad a los socios que
no lo consientan…” , agregando finalmente que: “El socio disconforme podrá ejercer
el derecho de receso dentro de los diez días de quedar firme la decisión judicial, en
los términos del art. 92…”.
g) En materia de disolución y liquidación de estas sociedades, el parr. 2 del nuevo art.
25 de la ley 19550, dispone que cualquiera de los socios puede provocar la
disolución de la sociedad cuando no media estipulación escrita del pacto de
duración, notificando fehacientemente tal decisión a todos los socios. Sus efectos se
producirán, de pleno derecho entre los socios, a los 90 días de la última notificación y
los socios que deseen permanecer en la sociedad deben pagar a los salientes su
parte social, disponiendo finalmente dicha norma que: “…La liquidación se rige por
las normas del contrato y de esta ley”.
h) Finalmente, y en lo que respecta a las relaciones entre los acreedores sociales y
particulares de los socios, el flamante art. 26 de la LGS dispone que las relaciones
entre los acreedores sociales y los acreedores particulares de los socios, aun en caso
de quiebra, se juzgaran como si se tratara de una sociedad de los tipos previstos en
el Capítulo II, incluso con respecto a los bienes registrables.

DENOMINACION DE ESTA CLASE DE SOCIEDADES


Si bien la Sección IV del Capítulo I de la ley 19550 se denomina ahora “De las sociedades
no constituidas según los tipos del Capítulo II y otros supuestos”, lo cierto es que toda esta
clase de sociedades incluidas en el mismo, no gozan de un nombre concreto y especifico, lo
cual constituye un error.
La doctrina nacional ha intentado varias definiciones de estas sociedades: Vitolo por
ejemplo las llama “sociedades simples o libres”, mientras que Roitman prefiere
denominarlas “residuales”. Soledad Richard, por su parte, las identifica como “sociedades
simples” o “sociedades no regulares” y Favier Dubois –padre e hijo- las identifican como
“sociedades informales”. Por mi parte, y en compañía de Pilar Rodriguez Acquarone, en un
trabajo presentado en el año 2012 en el “Primer Congreso Nacional de Análisis y Debate
sobre el Proyecto del Nuevo CCCN”, las identificamos como “sociedades simples”,
entendiendo que el término “residual” no define, con la necesaria exactitud la naturaleza
de estas entidades, que no son residuo de otras sociedades regularmente constituidas sino
entidades que nacen con el consentimiento de todos sus integrantes sin vinculación con
otra persona jurídica. No obstante ello, y sancionada ya la ley 26994, prefiero identificarlas
como sociedades no regulares, porque lo cierto es que padecen de un vicio que las permite
identificar de tal manera.
PERSONALIDAD JURIDICA
Las sociedades no regulares enumeradas en la Sección IV del Capítulo I de la ley 19550
gozan de plena personalidad jurídica y son sujetos de derecho, en los términos y con los
alcances previstos por dicha ley. Así lo dispone el art. 26 de la ley 19550, además lo ratifica
el art. 142 del CCCN, plenamente aplicable a estas sociedades, a tenor del carácter
imperativo que revisten todas las normas dedicadas por dicho cuerpo legal a las personas
jurídicas privadas (Capítulo I, Sección I del Título II), no existiendo en la ley 19550 normas
53
de la misma naturaleza que se opongan a las soluciones previstas en dicho Capitulo. No
debe olvidarse, sobre el particular, que las normas imperativas previstas por el CCCN en
materia de personas jurídicas, predominan sobre las normas del acto constitutivo y sobre
las normas supletorias de la ley especial y del mismo Código, y solo ceden ante las normas
imperativas de la ley especial (art. 150 CCCN).
Pues bien, y ratificando lo dispuesto por el art. 2 de la ley 19550, el art. 142 del CCCN
dispone expresamente que la existencia de la persona jurídica privada comienza desde su
constitución sin necesidad alguna de autorización para funcionar, salvo disposición legal en
contrario, de modo que la separación patrimonial entre la entidad y sus miembros, con
todos sus efectos, entre ellos y fundamentalmente la inexistencia de responsabilidad de los
miembros por las obligaciones de la persona jurídica, rige desde el mismo día de la
fundación de las mismas (art. 143 CCCN). Ello sin perjuicio de las excepciones
expresamente previstas en la ley especial y en el Código (arts. 143, parr. 2 y 144 CCCN),
entre las cuales las hipótesis y sanciones previstas en el parr. 3 del art. 54 de la ley 19550
constituyen su ejemplo más destacado.
Obviamente, el reconocimiento de la personalidad jurídica a estas entidades depende de su
existencia como sociedad, que deben exhibir un patrimonio independiente y una concreta
actividad societaria, desde su faz interna como externa. Recordemos al respecto que uno
de los supuestos más habituales en torno a la aplicación de la doctrina de la inoponibilidad
de la personalidad jurídica lo constituyen, precisamente, las sociedades sin actividad, solo
titulares de bienes registrables o aquellos entes que no han tenido actuación orgánica
interna. En este sentido ha sido expresado que, por tratarse de la constitución de personas
jurídicas no inscriptas, debemos encontrar en ellas elementos que nos permitan
identificarlas como sociedad, tales como la actuación en común exteriorizada a nombre
colectivo, la existencia de una organización, aunque sea mínima, que conforme su
estructura le permita adquirir derechos y contraer obligaciones que van a ser imputables a
ese nuevo centro de imputación diferenciado que se ha generado, con participación en
beneficios y perdidas y que permitirá a sus socios participar en las deliberaciones sociales a
través de los órganos previstos para su funcionamiento, con durabilidad de esa
manifestación y obviamente con reconocimiento de la personalidad jurídica.
LAS SOCIEDADES CIVILES. LAS SOCIEDADES DE PROFESIONALES.
Las hoy derogadas “sociedades civiles “entran en la categoría prevista en la nueva Sección
IV del Capítulo I de la ley 19550 y que este nuevo régimen legal se aplicara a todas
aquellas sociedades cuyo objeto lo constituya la prestación de servicios profesionales y que
no se han constituido de conformidad con los tipos previstos en dicho ordenamiento legal.
Fue sostenido para fundar la tesis contraria a la aplicación de las nuevas normas de los
arts. 21 a 26 de la ley 19550 a las sociedades dedicadas a actividades consideradas
tradicionalmente como “civiles”, que atento el concepto que el derogado art. 1648 del CC
brindaba respecto de la sociedad civil, ella no encuadra en el propio concepto de sociedad
que el CCCN ha delineado en su art. 1 para la nueva LGS. Se sostiene al respecto que
mientras el art. 1° de la ley 19550 requiere, como requisitos de existencia de la propia
sociedad, que la misma se dedique a la producción de bienes o servicios, tal exigencia no
existe para la sociedad civil, la cual, a tenor de aquella antigua definición, se limitaba a
disponer la prosecución, por sus integrantes, “de una utilidad en dinero que dividirán entre
sí”.
En el mismo sentido se ha sostenido que toda asociación de dos o más personas, con fines
de lucro, donde haya aportes para obtener utilidades en su aplicación, pero sin explotar
una empresa, no es sociedad y queda subsumida en algunas figuras de los contratos
asociativos, que en el Código son contratos sin personalidad jurídica (arts. 1442 a 1478
CCCN), para concluir que, “en definitiva, a partir de la ley 26994, las sociedades no se
denominan más comerciales, pero deben ser todas empresarias”, carácter que, a juicio de
quienes no adhieren a la aplicación de las nuevas normas de la Sección IV del Capítulo I de
la ley 19550 a las sociedades civiles, estas no reúnen.
Si bien coincido con el criterio de que toda sociedad, como requisito de existencia y como
condición esencial para gozar de personalidad jurídica, debe desarrollar una actividad,
enmarcada dentro de la formula “producción o intercambio de bienes o servicios” a que
54
alude el art. 1 de la ley 19550, y de cuyo resultado sus integrantes pretendan obtener
ganancias, no concuerdo con la conclusión en que esa actividad deba ser de tal magnitud
que implique incluirla dentro del concepto de “empresa”, mas allá de la ambigüedad que
para el derecho argentino supone este concepto.
Nada obsta pues a la inclusión dentro del nuevo régimen previsto por los nuevos arts. 21 a
26 de la ley 19550 de las pequeñas sociedades informales constituidas por dos o más
personas, dedicadas al ejercicio de una profesión liberal, y que, luego de un trabajo
realizado en común, proceden a distribuir de inmediato las ganancias obtenidas de tal
manera, y si bien pueden coincidirse en la dificultad de encuadrar esta actuación colectiva
en el concepto de empresa –a pesar de la existencia de miles de estos emprendimientos en
nuestro medio-, lo cierto es que el art. 1 de nuestra ahora denominada LGS no hace la
menor referencia al concepto de empresa, sino solo a la necesidad de que la sociedad se
dedique a la producción de bienes y servicios, y ninguna duda cabe al respecto, que el
ejercicio de una profesión liberal encuadra dentro de esta amplia y generosa formula.
Es que, una vez sancionada la ley 26994 y a los fines de la constitución de una sociedad, ya
no importa la naturaleza civil o comercial de las actividades realizadas por la misma y
cualquier esquema societario previsto por los socios estará comprendido en la LGS, de
modo que no cabe sino concluir que quienes desean constituir una sociedad,
tradicionalmente comprendida dentro del ámbito de la sociedad civil, pueden recurrir, en
principio, a cualquiera de los moldes previstos en dicha normativa, esto es, una compañía
de los tipos previstos en el Capítulo II de la misma o una sociedad de aquellas previstas en
la Sección IV del Capitulo I. no obstante ello, hubiera sido ideal que la ley 26994 hubiera
incluido alguna norma que se ocupara de las sociedades civiles, existentes a la fecha de la
entrada en vigencia de la referida ley, así como del impacto que pudiera ocasionar la
eventual reforma en ellas, pues se trata –en la casi generalidad de los casos- de sociedades
constituidas por profesionales, la mayor parte sin cumplir con la formalidad –escritura
pública- prevista por el hoy derogado art. 1184, inc 3 del CC, cuyos aportes se caracterizan
por su diversidad y cuyo régimen de distribución de ganancias y pérdidas no respeta los
cánones de las sociedades regularmente constituidas a las que se refiere a la ley 19550.
La única referencia, bien que implícita, a las viejas y hoy derogadas “sociedades civiles”
que prevé la ley 26994, es la modificación efectuada al art. 285 de la ley 19550, el cual
disponía, en su versión original, que a los fines de ejercer la sindicatura societaria era
necesario reunir la calidad de abogado o contador, con título habilitante, o “sociedad civil”
con responsabilidad solidaria constituida exclusivamente por estos profesionales.
Actualmente, y como consecuencia de la supresión de nuestro ordenamiento legal de las
sociedades civiles, el mismo artículo quedo redactado de la siguiente manera: “Para ser
sindico se requiere: 1) Ser abogado o contador, con título habilitante, o sociedad con
responsabilidad solidaria constituida exclusivamente por estos profesionales…”, por lo cual,
en el régimen de la nueva ley, tal sociedad, debe ser una sociedad colectiva, ya que, los
otros tipos previstos en el Capítulo II de dicha ley que admiten la responsabilidad ilimitada
lo hacen solo respecto a una categoría de socios, lo que contradice la exigencia de
“exclusividad” de profesionales con responsabilidad solidaria que impone el art. 285 de la
hoy denominada LGS.
En definitiva, y para clarificar el estatus legal de las “sociedades civiles” a la fecha de
entrada en vigencia del nuevo CCCN, considero oportuno formular las siguientes
conclusiones:
a- No podrán conformarse ni constituirse nuevas sociedades civiles a partir de la
entrada en vigencia del nuevo código.
b- Ellas desaparecerán como tales, para quedar incluidas en el régimen previsto por la
Sección IV del Capítulo I de la LGS 19550.
c- Las sociedades civiles que, a esta fecha, hubieran sido constituidas por escritura
pública, continuaran gobernadas por las cláusulas de su estatuto, en la medida que
resulten compatibles con el nuevo régimen legal previsto por los arts. 21 a 26 de la
referida ley.
d- Las referidas entidades que no se hubieran constituido regularmente durante la
vigencia del CC pasaran a gobernarse por los arts. 21 a 26 de la ley 19550.
55
LAS SOCIEDADES IRREGULARES Y DE HECHO
Ninguna duda cabe respecto a la inclusión de las sociedades irregulares en la nueva
Sección IV de la ley 19550, aunque ello carece de importancia, pues son muy pocas las
sociedades irregulares que funcionan en este país, entendidas como aquellas que han
cumplido con todas las formalidades legales pero solo han omitido su inscripción registral
en los términos del art. 7 de la referida ley. Es consecuencia natural del devenir habitual de
las cosas que quienes han formalizado por instrumento público o privado el contrato social,
tiendan, tarde o temprano a terminar con ese trámite, obteniendo su regularidad societaria
y es por ello que la jurisprudencia no ha registrado demasiados casos de conflictos
suscitados en el seno de esta clase de sociedades. Por el contrario, y dentro del mundo de
la informalidad, las sociedades de hecho han sido las que han tenido mucho mayor
protagonismo en el trafismo mercantil, esto es, aquellas sociedades que directamente
carecen de todo instrumento escrito de constitución o que solo han firmado un contrato de
sociedad con unas pocas cláusulas que, por lo general se refieren a la identificación de los
socios, a su participación en la entidad y al régimen de distribución de ganancias.
Sin embargo y curiosamente, interpretados literalmente los arts. 21 a 26 de la ley 19550,
en su nueva versión, podría sostenerse que las sociedades de hecho no están incluidas en
dicha Sección y que, remitiéndonos una vez más a las fundadas conclusiones de Vitolo,
ellas han sido ignoradas por el legislador, aunque dicho autor reconoce que la situación que
las mismas ofrecen es realmente confusa, porque algunas señales parecen indicar que la
intención del legislador ha sido la posibilidad de incluir a las sociedades de hecho en la
Sección IV, por carecer de la “formalidad” del contrato escrito.
En efecto: de la simple lectura de los nuevos arts. 21 a 26 de la ley 19550 surgen algunas
contradicciones que conspiran contra la aludida intención del legislador, en el sentido de
incluir a las sociedades de hecho en su seno, lo cual podrá generar todo tipo de
inconvenientes a la hora de interpretar aquellas normas.
Todas las normas de los nuevos arts. 21 a 26 parecen destinarse a las sociedades que han
sido instrumentadas mediante un contrato constitutivo. Así lo menciona el art. 22 cuando
se refiere a que: “El contrato social puede ser invocado entre los socios” y que el mismo
“Es oponible a los terceros solo si se prueba que lo conocieron efectivamente”. Del mismo
modo, el art. 23 predica que: “Las clausulas relativas a la representación, la administración,
y las demás que disponen sobre la organización y gobierno de la sociedad pueden ser
invocadas entre los socios”, disponiendo en su parr. 2 que: “En las relaciones con los
terceros cualquiera de los socios representa a la sociedad exhibiendo el contrato, pero la
disposición del contrato social le puede ser opuesta si se prueba que los terceros la
conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de la relación jurídica”. Por su parte, el
art. 24 sostiene que si bien la responsabilidad de los integrantes de ambas sociedades es
simplemente mancomunada y por partes iguales, puede establecerse “en el contrato
social” una responsabilidad solidaria con la sociedad o entre ellos o en una distinta
proporción. Parece obvio concluir en consecuencia que cuando estas normas se refieren a
la invocación del contrato social, hacen referencia al instrumento escrito y no al mero
acuerdo de voluntades, y al respecto, la redacción de dichas normas no dejan lugar a
dudas.
Pues bien, y admitida esa premisa, dichas soluciones resultaran aplicables a las sociedades
que omitan requisitos esenciales, tipificantes o no tipificantes, o a las hoy conocidas como
“sociedades civiles” constituidas a la fecha de vigencia del CCCN que cuenten con un
contrato escrito, así como a las sociedades irregulares, pero queda la duda si las normas de
los arts. 21 a 26 de la ley 19550, en su actual versión, podrán ser aplicadas a las
sociedades de hecho, esto es, a aquellas que no tienen contrato constitutivo formulado por
escrito, sociedades que, representan más del 99% de los entes no constituidos
regularmente que funcionan en nuestro medio.
Cabe entonces detenerse a analizar si las normas de la Sección IV del Capítulo I de la ley
19550 resultan aplicables a las sociedades de hecho, para las cuales tampoco parecen
destinadas las normas del beneficio de la subsanación del art. 25, figura solo admisible
cuando existiese expresamente previsto un plazo de duración en el contrato constitutivo y
este estuviere vigente o si, por el contrario, las nuevas disposiciones de los arts. 21 a 26 de
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la ley 19550, solo resultan aplicables a aquellas entidades previstas en el parr. 1 del art.21,
pero que cuenten con un instrumento escrito de constitución. Personalmente me inclino por
la primera hipótesis, con la única limitación de que en ellas los socios no podrán invocar,
entre sí, ante la sociedad y frente a terceros, las cláusulas del contrato social ni recurrir al
instituto de la subsanación para poner fin al estado de irregularidad en que se encuentra,
para lo cual se requiere, indefectiblemente, la existencia del contrato social.
Con otras palabras, a las sociedades de hecho le serán aplicables las normas del art. 23,
parrs. 2 y 3, referidas a la inscripción de bienes registrables y a la prueba de la existencia
de la sociedad, así como la disposición del art. 24, en materia de responsabilidad de los
socios; las previsiones del parr. 3 del art. 25, en materia de disolución y liquidación de la
sociedad y finalmente, la prescripción del art. 26, que se refiere a las relaciones entre los
acreedores sociales y particulares de los socios, pero todas las disposiciones que permiten
la invocación por los socios de las cláusulas del contrato social (arts. 22 y 23, parr 1), no les
resultan aplicables.
Esta es la solución que, a mi juicio, mejor se adapta no solo a los términos de la ley, sino
también a las intenciones del legislador, pues no parece razonable concluir que la
imposibilidad de invocar el contrato social entre los socios en una sociedad de hecho, es
solo producto de un defecto de redacción de las normas de la Sección IV del art. 1 de la ley
19550, o un olvido involuntario del legislador, pues se trata de un tema que siempre ha
merecido la preocupación de la doctrina nacional, expresado en decenas de congresos y
jornadas dedicadas al tema, que este no podía desconocer. Pero además de ello, mal
podemos descartar que la nueva normativa dedicada a las sociedades no constituidas
regularmente haya ignorado a las sociedades de hecho, pues el art. 23, parr. 2 en materia
de adquisición de bienes registrables parece tener a las misma como principales
protagonistas y del mismo modo, el art. 25, parr. 3 parece también redactado para las
sociedades de hecho, en cuanto dispone que: “…Cualquiera de los socios puede provocar
la disolución de la sociedad cuando no media estipulación escrita del pacto de duración…”.
Ello no implica coincidir con la solución legal, que no satisface en absoluto, pues tratándose
de sociedades de hecho la inexistencia de contrato escrito no debería obstar a la
invocación de los derechos que permite la ley 19550, tanto en sede extrajudicial como
judicial. Considero que el incumplimiento de las normas de inscripción previstas por los
arts. 5 a 7 de dicha ley jamás puede permitir la violación de las expresas normas de
funcionamiento que son características de todo ordenamiento societario, y en el cual la
defensa de los derechos de todos sus integrantes cumple una importancia especialísima.
EFECTOS DE LA INCLUSION EN LA SECCION IV DEL CAPITULO I DE LA LEY 19550. LA
OPONIBILIDAD DEL CONTRATO ENTRE LOS SOCIOS Y FRENTE A TERCEROS.
REPRESENTACION Y GOBIERNO DE LA SOCIEDAD
A ello se refieren los nuevos arts. 22, 23, parr. 1 de la ley 19550. Dispone expresamente el
art. 22: “REGIMEN APLICABLE. El contrato social puede ser invocado entre los socios. Es
oponible a los terceros solo si se prueba que lo conocieron efectivamente al tiempo de la
contratación o del nacimiento de la relación obligatoria y también puede ser invocado por
los terceros contra la sociedad, los socios y los administradores”. Por su parte, el art. 23
parr. 1, prescribe: “REPRESENTACION: ADMINISTRACION Y GOBIERNO. Las clausulas
relativas a la representación, la administración y las demás que disponen sobre la
organización y gobierno de la sociedad pueden ser invocadas entre los socios.
En las relaciones con terceros cualquiera de los socios representa a la sociedad exhibiendo
el contrato, pero la disposición del contrato social le puede ser opuesta si se prueba que los
terceros la conocieron efectivamente al tiempo del nacimiento de la relación jurídica”.
Hemos expresado ya que todo este régimen solo es aplicable a las sociedades
regularmente constituidas que omitan sus requisitos esenciales, así como aquellas que
incumplan con las formalidades previstas en la ley 19550, siempre y cuando estas últimas
cuenten con un contrato social escrito. En virtud de ello, sus socios podrán reclamar a la
sociedad el respecto y cumplimiento de sus derechos y exigirse, entre si y a sus
administradores, el cumplimiento de las obligaciones que impone toda relación asociativa.
Concretamente y a título de ejemplo, podrá la sociedad reclamar de sus integrantes el
cumplimiento de sus aportes, la adecuación de su conducta al interés social, la exclusión
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del socio que incurra en grave incumplimiento de sus obligaciones, y en el mismo sentido,
el socio podrá recurrir judicialmente en defensa de sus derechos, requiriendo la exclusión
de algún consocio en las hipótesis previstas en el art. 92 de la ley 19550, exigir su
responsabilidad por daños sufridos por la sociedad o en su propio patrimonio y demandar a
sus administradores la rendición de cuentas, por uno o más negocios sociales, su remoción
y su responsabilidad, con plenas facultades para solicitar la intervención judicial, en
cualquiera de sus grados.
Bien es cierto que el legislador se quedó corto cuando, al redactar el art. 22, dispuso que el
contrato social puede ser invocado entre los socios, toda vez que lo ideal hubiera sido que
igual facultad les asiste cuando se trata de la defensa de los derechos y defensas que
surgen de la ley 19550, pero esta es la interpretación que debe darse al referido texto
legal, pues los derechos, obligaciones y responsabilidades que surgen de la ley 19550
existen y pueden ser invocados por todos quienes integran una sociedad comercial,
independientemente de lo que expresa el acto constitutivo, que por lo general se agota con
las menciones previstas en los siete primeros incisos del art. 11 de dicha normativa.
De igual modo, esta misma interpretación amplia del primer párrafo del art. 22 –“el
contrato social puede ser invocado por los socios”- se predica en torno a la oponibilidad de
los derechos y defensas que surgen del contrato y de la ley por parte de la propia sociedad
y de quienes integran los órganos sociales, respecto de sus relaciones con la sociedad y sus
socios, pues no encontrábamos óbice alguno para negar la viabilidad de una demanda
promovida por los administradores contra la sociedad por cobro de la remuneración
correspondiente a un determinado ejercicio. Sin embargo, no extendemos este régimen de
oponibilidad a los herederos del socio fallecido, pues por más que los fundadores de esta
clase de sociedades hayan insertado una clausula especial en el acto constitutivo, respecto
a la incorporación forzosa de dichos herederos ante la muerte de uno de los socios, opino
que, ante tal eventualidad, se produce necesariamente la resolución del respectivo
contrato, salvo expreso consentimiento de todos los socios supérstites y de los herederos
del causante. No olvidemos, que la fórmula legal empleada por el art. 22, descarta a los
herederos del socio fallecido, que no son socios al momento de la muerte del causante.
El principio general de la oponibilidad del contrato social entre los socios, que hoy gobierna
el régimen de las relaciones internas en esta clase de sociedades, supone asimismo
respetar las decisiones de los socios, adoptadas orgánicamente, cuya obligatoriedad es
consecuencia de esa regla. De tal manera que nadie podría discutir; con la actual redacción
de los arts. 22 y 23 parr. 1 de la ley 19550, que las decisiones adoptadas por sus órganos
de administración y gobierno puedan gozar de los efectos previstos por el art. 233 de dicha
normativa, esto es, gozar de la obligatoriedad para todos quienes integren la entidad, las
cuales deben ser cumplidas por quienes ejerzan la administración de la misma. El art. 25,
en su nueva redacción ratifica la plena validez, oponibilidad y obligatoriedad de los
acuerdos sociales adoptadas en esta clase de sociedades, cuando se refiere a la necesidad
de adoptar acuerdos sociales a los fines de proceder a la subsanación de la sociedad.
En lo que respecta a la oponibilidad del contrato social frente a terceros, ello está
subordinado al hecho de que se encuentre probado que estos lo conocieron efectivamente
al tiempo de la contratación o del nacimiento de la relación obligatoria, siendo la prueba de
esta circunstancia a cargo de los socios o de la sociedad. De modo tal que si los socios o la
sociedad invocan un cierto régimen de administración, para cuestionar frente a terceros
una determinada actuación que se dice contraída por quien no tenía la representación del
ente, deberá existir una prueba fehaciente que acredite la exhibición del contrato social
antes o al momento previsto por el art. 22 de la ley 19550. La propia LGS, en su art. 24,
prevé un claro ejemplo del principio general de oponibilidad del contrato social a los
terceros que se han vinculado con la sociedad, cuando dispone la posibilidad de establecer,
en sus relaciones con los terceros, un régimen de responsabilidad de los integrantes de la
sociedad más amplia que el establecido por dicha norma –responsabilidad simplemente
mancomunada y por partes iguales-, pero ello debe surgir –entre otras alternativas- de una
estipulación del contrato social en los términos del nuevo art. 22, obviamente conocido por
los referidos terceros al momento de la contratación.

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Finalmente, y en lo que respecta a la oponibilidad del contrato social por parte de los
terceros, el último párrafo del art. 22 establece que dicho instrumento puede ser invocado
por estos frente a la sociedad, los socios y los administradores, lo cual constituye la lógica y
justa contrapartida de la solución expresada en el párrafo anterior.
ADQUISICION DE BIENES REGISTRABLES. EL DENOMINADO “ACTO DE RECONOCIMIENTO”
DE LA SOCIEDAD Y DE LA TITULARIDAD SOCIETARIA DE CADA INTEGRANTE DE LA MISMA.
La capacidad de las sociedades no constituidas regularmente para adquirir bienes
registrables viene impuesta por el art. 23, último párrafo de la LGS, al disponer
expresamente: “BIENES REGISTRABLES. Para adquirir bienes registrables la sociedad debe
acreditar ante el Registro su existencia y las facultades de su representante por un acto de
reconocimiento de todos quienes afirman ser sus socios. Este acto debe ser instrumentado
en escritura pública o instrumento privado con firma autenticada por escribano. El bien se
inscribirá a nombre de la sociedad, debiéndose indicar la proporción en que participan los
socios de tal entidad…”.
Se trata de una cuestión que fue muy polémica hasta la sanción de la ley 26994 y
sostenida fundamentalmente por la doctrina notarial, a pesar de que la jurisprudencia de
nuestro tribunales, respaldando un antiguo fallo plenario de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Civil de la Capital Federal del año 1921, dictado en el caso “Pascual
Hermanos”, confirmando una resolución del Registro de la Propiedad Inmueble, convalido
dicha incapacidad fundado ello en razones de identificación y protección de los terceros de
los acreedores de los socios. Por su parte, el Anteproyecto de Reformas a la ley 19550, del
año 2004, admitió la solución hoy prevista en el art. 23, parr. 2 de la ley 19550 en su actual
redacción, el cual prevé los mecanismos para evitar fraudes y maniobras simuladas, pues
es de toda justicia que, frente a los acreedores sociales, la sociedad integrada por quienes
son a su vez los condóminos de un bien que ha sido enteramente afectado al desarrollo de
los negocios sociales, no pueda invocar la ajenidad de este bien respecto del patrimonio
social, al momento de la ejecución individual o colectiva de los bienes de la entidad, y así lo
ha resuelto la jurisprudencia de nuestros tribunales mercantiles en reiteradas
oportunidades.
El “acto de reconocimiento” a que se refiere el art. 23, parr. 2 de la ley 19550, que debe ser
presentado ante el Registro correspondiente al bien registral adquirido por la sociedad, es
exigible para todos los entes mencionados en el art. 21, con excepción de aquella sociedad
“irregular”, cuyo contrato constitutivo fue pasado en escritura pública o en instrumento
privado con firma certificada por notario público, para lo cual la realización del referido acto
de reconocimiento carece de sentido, salvo que quien se presente en representación de la
sociedad a los fines de requerir la registración de esa transferencia, no coincidiera con
aquellas personas designadas como administradores o representantes legales en el acto
constitutivo. Para todas las demás sociedades incluidas en dicha norma, esto es, aquellas
que carecen de instrumento escrito o que cuenten con algún tipo de contrato social, la
celebración del “acto de reconocimiento”, con el contenido y la formalidad previstas en el
art. 23, parr. 2 es requisito insoslayable, quedando en claro que esta actuación no implica
sostener, al menos como principio general y atento el limitado contenido del mismo, la
celebración de un contrato social que implique la posibilidad de los socios de invocar el
contrato social entre ellos, salvo, claro está, que ese acto de reconocimiento sea
suplantado por la celebración del contrato social, instrumentado mediante escritura pública
o instrumento privado con firma autenticada por escribano público.
PRUEBA DE LA EXISTENCIA DE LA SOCIEDAD INCLUIDA EN LA SECCION IV DEL CAPITULO I
DE LA LEY 19550
El art. 23 último párrafo de la ley 19550, en su redacción según ley 26994, adopta idéntica
solución a aquella previstas por el derogado art. 25 de dicha normativa, aceptando que la
prueba de las sociedades incluidas en la Sección IV del Capítulo I pueden ser acreditadas
por cualquier medio de prueba.
Bien es cierto que al quedar derogado el art. 25 de la ley 19550 y con ello las explicaciones
del legislador societario de 1972 contenidas en la Exposición de Motivos, en cuanto
sujetaba dicha prueba a los principios generales del derecho común, haciendo referencia
concreta a lo dispuesto por los derogados arts. 209 del CCom y 1193 del CC, todo parecería
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indicar, atento la actual redacción del último párrafo del art. 23 de la ley 19550, que no
existiría restricción respecto de los medios de prueba necesarios para acreditar la
existencia de las sociedades no constituidas regularmente y aquellas incluidas en el art. 21,
lo cual reviste especial importancia, ante la divergencia que, sobre el particular ha
planteado la doctrina y jurisprudencia en torno a la suficiencia de la prueba testimonial a
los fines mencionados.
Sin embargo, estimo que aquellos fundamento que dieron origen a las normas de los hoy
derogados arts. 209 del CCom y 1193 del CC, basadas en la necesidad de evitar la
proliferación de conflictos y que en forma concordante solo admitían la prueba testimonial
para los contratos que no excedieran determinada suma de dinero, salvo que existiese lo
que en doctrina se conoce como “principio de prueba por escrito”, permanecen hoy
inalterables en el texto del CCCN, cuyo art. 1019, último párrafo, establece expresamente
que: “…Los contratos que sea de uso instrumentar no pueden ser probados
exclusivamente por testigos”, aclarando el art. 1020 de dicho cuerpo legal, bajo el título
“PRUEBA DE LOS CONTRATOS FORMALES” QUE: “Los contratos en los cuales la formalidad
es requerida a los fines probatorios pueden ser probados por otros medios, inclusive por
testigos, si hay imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la formalidad o
si existe principio de prueba instrumental, o comienzo de ejecución.
Se considera principio de prueba instrumental cualquier instrumento que emane de la otra
parte, de su causante o parte interesada en el asunto, que haga verosímil la existencia del
contrato”.
SOBRE LA RESPONSABILIDAD DE LOS SOCIOS. ALCANCE DE LA RESPONSABILIDAD
MANCOMUNADA
Este es un tema medular de la cuestión en análisis, pues la tradicional responsabilidad
ilimitada, solidaria y no subsidiaria de los integrantes de las sociedades no constituidas
regularmente –tanto civiles como comerciales- ha quedado reemplazada por una
responsabilidad simplemente mancomunada y por partes iguales, que sin dudas conduce a
resultados incoherentes e injustos.
Recordemos que, tratándose de las obligaciones de responder por las deudas sociales que
pesan sobre los integrantes de la sociedad –según el tipo y clase de sociedad de que se
trata- ellas revisten el carácter de obligaciones conjuntas, esto es, cuando hay concurrencia
de acreedores sobre una misma obligación, y pueden ser simplemente mancomunadas o
solidaria. En las primeras, que caracterizan, luego de la sanción de la ley 26994, a la
responsabilidad de los socios de las sociedades incluidas en los arts. 21 a 26 de la ley
19550, se produce un fraccionamiento de la deuda entre los varios obligados y cada sujeto
tiene la obligación de responder por una parte de la deuda, que en el caso que nos ocupa,
será por partes iguales. Por el contrario, en las obligaciones solidarias –que en nuestro
ordenamiento societario caracteriza a la responsabilidad de los integrantes de las
sociedades colectivas, a los socios capitalistas en las de capital e industria y a los socios
comanditados de toda sociedad comandita-, no hay fraccionamiento de la prestación
debida, pues la naturaleza del título de la obligación supone su pago completo y en
consecuencia, la totalidad del objeto de ella puede, en virtud del título constitutivo o por
disposición de la ley, ser demandada por cualquiera de los acreedores a cualquiera de los
deudores.
La idea del legislador, al cambiar una solución –la responsabilidad solidaria de los
integrantes de las sociedades irregulares o de hecho, que no era discutida por nadie y que
además era coherente con los principios formales que gobiernan a las sociedades en
general –partió, con toda seguridad, de dos razonamientos:
a) El primero, en la excepcionalidad de la solidaridad en materia civil y comercial, en
donde la regla, tratándose de responsabilidad, es la simple mancomunidad y por
partes iguales entre la pluralidad de deudores respecto a una misma obligación.
b) El segundo, basado en la incorporación de las “sociedades civiles” al régimen de la
irregularidad previsto en los nuevos arts. 21 a 26 de la LGS, sociedades cuya
responsabilidad, a tenor de las disposiciones del derogado CC, era en principio
mancomunada, olvidando sin embargo el legislador de 2014 que el régimen de la
mancomunidad podía quedar desdibujado ante lo dispuesto por el derogado art.
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1751 del CC, conforme al cual los socios de las sociedades civiles respondían por las
partes de los socios insolventes.
Actualmente y merced al régimen de la mancomunidad previsto, como principio general, en
el art. 24 de la LGS, se traslada la asunción del riesgo de la falta de pago de las
obligaciones sociales a los acreedores de la sociedad, para el caso de que los integrantes
de estas sociedades no tengan medios para afrontar el pago de la parte que les
corresponde abonar, respecto de las obligaciones contraídas por el ente, lo cual constituye
una gravísima incongruencia de nuestro nuevo régimen societario.
Repárese al respecto que los integrantes de las sociedades incluidas en la nueva Sección IV
del Capítulo I de la ley 19550 se encuentran en mejor posición que los integrantes de la
sociedad colectiva, que es una sociedad tipificada y en la cual se han cumplido todos los
requisitos formales previstos en dicho ordenamiento. Pero ello no es todo, pues la ley
26994 se olvidó de reformar el art. 183 de la ley 19550, el cual dispone la responsabilidad
solidaria e ilimitada de los socios y administradores por los actos realizados durante el
periodo fundacional de la sociedad, insólito panorama que ofrece la siguiente paradoja:
mientras que los socios que han cumplido con todas las obligaciones formales previstas por
la ley 19550, presentando el contrato social a su registración, responden en forma solidaria
e ilimitada por las obligaciones sociales contraídas hasta que la sociedad se encuentre
inscripta, inclusive por los actos necesarios para su constitución, comprometiendo de esa
manera la totalidad de su patrimonio para la satisfacción de las obligaciones sociales,
durante ese incierto periodo, cuya finalización no depende de ellos, aquellos socios de las
sociedades no regulares que jamás quisieron cumplir con esa carga inscriptoria y que están
mencionados en el art. 21 del nuevo texto legal, gozan del beneficio de una mancomunidad
absoluta, sin responsabilidad solidaria adicional, toda vez que el art. 808, parr. 2 del CCCN
dispone expresamente que, en esta clase de obligaciones –mancomunadas y divisibles-, “…
Los acreedores tienen derecho a su cuota y los deudores no responden por la insolvencia
de los demás…”.
Sin embargo y a tenor de lo dispuesto por el nuevo art. 24 de la LGS, este principio de
simple mancomunidad puede ceder en tres supuestos específicos:
1. Ante la estipulación expresa respecto de una relación o un conjunto de relaciones
2. Respecto de una estipulación del contrato social, en los términos del art. 22
3. Ante las reglas comunes del tipo que manifestaron adoptar y respecto del cual se
dejaron de cumplir requisitos sustanciales o formales.
La primera es una hipótesis muy emparentada con la fianza, pero ofrece el inconveniente
de que carece de aplicabilidad frente a determinados acreedores, como los involuntarios y
los laborales y difícilmente pueda ser imaginada para garantizar las obligaciones contraídas
por la sociedad ante acreedores quirografarios. En cuanto a la segunda de ellas, esto es, la
inserción de una estipulación del contrato social, ofreciendo la solidaridad de los
integrantes de la sociedad por el pago de las deudas sociales, ello tampoco se presenta
como una hipótesis imaginables, pues teniendo la posibilidad de afectar su responsabilidad
sobre la base de la mancomunidad por partes iguales, no es concebible que los integrantes
del ente asuman expresamente y en forma indeterminada a los terceros una
responsabilidad más amplia, salvo que se trate de una sociedad constituida a los fines de
operar con uno o varios contratantes determinados que se encuentren en una posición
dominante. Finalmente y en cuanto a la tercera hipótesis, esto es, la responsabilidad
solidaria e ilimitada de los socios frente a terceros, cuando se trata de una responsabilidad
propia y característica del tipo social elegido, y la sociedad perdió sus requisitos esenciales
o no cumplió con los requisitos formales previstos legalmente, si bien ello se presenta como
una solución impecable, académicamente hablando, ella es casi impresentable en la
realidad de los negocios, pues nadie constituye hoy una sociedad colectiva, de capital e
industria o en comandita, que se han convertido en una curiosidad legislativa, de interés
solo para los estudiosos de la historia del derecho societario.
Nada obsta tampoco a que los socios ofrezcan en el contrato social o en el documento
independiente previsto en el art. 24 inc. 1 una mancomunación diferente a la prevista en la
ley, pues la igualdad entre ellos a los fines de responder por las deudas sociales frente a
terceros no parece una disposición legal que no pueda ser modificada en beneficio de
61
estos, toda vez que si la solidaridad puede ser asumida, con mucho mayor razón el grado
de participación de los integrantes de la sociedad en el cumplimiento de las obligaciones
sociales puede ser alterado, a iniciativa de estos o a expreso pedido de un acreedor de la
misma, pero cualquier modificación al régimen de responsabilidad prevista en el referido
art. 24, debe ser expresamente documentada.
Alguna doctrina, destaca que la responsabilidad mancomunada establecida en el art. 24 de
la ley 19550 es también subsidiaria, aunque haciendo la siguiente distinción: si los socios
establecen una forma solidaria con la sociedad en el pago de las obligaciones sociales,
apuntando a la posibilidad de una responsabilidad directa del socio, donde se producirá una
postergación de los acreedores individuales del socio frente a los acreedores sociales, la
obligación seria directa y no existiría el beneficio de excusión, mientras que si se plantea la
responsabilidad “entre los socios”, la responsabilidad no será directa, como en el caso
anterior, sino subsidiaria, previa excusión del patrimonio social. La distinción y por tanto la
conclusión no se comparte, pues la excusión de los bienes sociales solo la admite el art. 56
de la ley 19550 para las sociedades regularmente constituidas y escapa a todo sentido de
coherencia legal, lo cual no es presumible en el legislador, predicar que el acreedor de la
sociedad, respecto a los integrantes de una persona jurídica no regular, deba no solo
fraccionar sus derechos creditorios al momento de ejecutar una deuda social, con las
dificultades y costos que ello supone, sino que además deba ejecutar previamente los
bienes sociales como requisito indispensable para tener abierta la vía judicial contra los
integrantes de dicho ente, con lo cual se coloca a los integrantes de estas particulares
sociedades en una especie de paraíso jurídico que me resulta sencillamente intolerable.
SUBSANACION DE LA SOCIEDAD NO REGULAR
Esta es otra cuestión, de enorme importancia para las sociedades no regulares, que sin
embargo peca por incurrir en graves omisiones en torno a su regulación, que –con toda
seguridad- dará lugar a todo tipo de interpretaciones.
Lo primero que llama la atención es que el legislador ha reemplazado el procedimiento de
“regularización” previsto en el derogado art. 22 de la ley 19550, que no había ofrecido
mayores dificultades en la práctica y que contaba con el consenso de la doctrina nacional,
por un mecanismo que denomina “subsanación”, que, no se caracteriza por su claridad.
Se ha intentado explicar esta modificación con el argumento de que, en tanto la LGS carece
de normas en materia de irregularidad, luego de la reforma a los arts. 21 a 26 del texto
original de la ley 19550 no habrá entonces sociedades que deban ser regularizadas, por lo
que se elimina del texto legal a la figura de la regularización, el cual ha sido reemplazado, a
juicio de Vitolo, por el régimen de la subsanación. Por mi parte, entiendo que el fenómeno
de la irregularidad no ha sido eliminado de la LGS, pues las sociedades irregulares o de
hecho continuaran formando parte de aquellas que han omitido el cumplimiento de los
requisitos formales a que alude el art. 25, parr. 1 de la ley 19550, pero resulta desde todo
punto preferible el derogado instituto de la regularización al actual régimen de subsanación
que exhibe deficiencias y omisiones legales muy difíciles de interpretar.
De modo tal que, entonces, y por distintos motivos, hubiera sido preferible conservar el
viejo sistema de regularización y no el actual régimen de subsanación, mucho más
incompleto e incongruente que el mecanismo incorporado por la ley 22903 al ordenamiento
societario argentino.
Ahora bien, la norma del art. 25 en su primer párrafo identifica a las sociedades que
pueden recurrir al procedimiento de subsanación allí regulado, que sin perjuicio de su
diferente redacción, no son otras que las contempladas expresamente por el art. 21 y más
allá de la conveniencia o no de esa reiteración –cuya utilidad no se explica ni justifica-, lo
cierto es que no resulta claro, ni muchísimo menos, que las sociedades de hecho sean
pasibles del procedimiento de “subsanación” al que se refiere el artículo en análisis, pues
cuando prescribe que todas estas sociedades pueden subsanarse a iniciativa de la
sociedad o de los socios en cualquier tiempo durante el plazo de duración previsto en el
contrato, está claramente excluyendo de dicho beneficio a aquellos entes que no pudieren
exhibir un contrato social con un plazo de duración determinado, tal como acontece en las
sociedades de hecho, que, se reitera una vez más, carecen por lo general de instrumento
de constitución, siendo evidente que las inscripciones impositivas efectuadas por esta clase
62
de sociedades no pueden ser nunca equiparadas a la existencia de un contrato social, que
pudiera ser invocado entre los socios y frente a terceros, en los términos de los arts. 22 y
23 de la ley 19550 en su actual redacción.
Ello resulta un verdadero sinsentido, pues quedan fuera del régimen del art. 25 de la ley
19550 la mayoría de las sociedades no regulares, con lo cual la loable intención del
legislador, de darles a estas entidades una salida de la irregularidad, queda a mucho menos
que la mitad del camino, condenando a las sociedades de hecho a una liquidación no
querida, tal como acontecía hasta el año 1983, cuando, a través de la ley 22903 se
consagro el régimen de la regularización de las sociedades no constituidas regularmente
(art. 22 del texto derogado de la ley 19550).
Pero además de ello, el procedimiento de subsanación del actual art. 25 es confuso e
incompleto, ofreciendo graves lagunas que debieron ser necesariamente cubiertas por el
legislador y que con toda seguridad provocaran todo tipo de litigios, reiterándose que el
derogado régimen de regularización era muy superior al hoy previsto en la LGS.
Dispone el actual art. 25 de la ley 19550 que: “…A falta de acuerdo unánime de los socios,
la subsanación puede ser ordenada judicialmente en procedimiento sumarísimo. En caso
necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo, sin imponer mayor responsabilidad a los
socios que no lo consientan.
El socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso dentro de los diez días de quedar
firme la decisión judicial, en los términos del art. 92”.
No se entienden, en primer lugar, las razones por las cuales el legislador se apartó del
régimen de mayorías de socios previsto en el derogado art. 22 y opto por la unanimidad,
que es exactamente lo contrario al régimen de mayorías que rige para la adopción de
acuerdos sociales en todos los entes societarios. Esta incomprensible opción del legislador
de la ley 26994 coloca la suerte de la subsanación, que es un régimen legal tendiente a la
conservación de la empresa en manos de cualquier minoría insignificante, que al oponerse
a la constitución de las actividades sociales, con razón o sin ella, obliga a la sociedad o a
cualquiera de los socios proclives a la subsanación, a recurrir judicialmente e iniciar un
procedimiento sumarísimo, para que el juez, en la sentencia a dictar, supla “…la falta de
acuerdo, sin imponer mayor responsabilidad a los socios que no lo consientan”.
Todo ello pudo obtenerse, en forma mucho más rápida y eficaz, mediante la adopción por
mayoría de la subsanación, otorgando a los socios disconformes el derecho de separación,
con reembolso del valor de su parte, como lo prescribía el derogado art. 22 de la ley 19550,
pues en definitiva, el actual procedimiento de “subsanación” llega a la misma conclusión,
solo que queda subordinado a la finalización de un procedimiento judicial, que por más
“sumarísimo” que fuera, va a insumir unos cuantos años de tramitación, porque durante el
transcurso del mismo, el juez interviniente deberá oír a todos los interesados en la
cuestión, esto es, la propia sociedad y todos sus integrantes.
Tampoco es claro que es lo que precisamente significa la frase utilizada por el legislador
cuando prescribe que “en caso necesario, el juez puede suplir la falta de acuerdo”, pero lo
que si puede deducirse de ello es que el magistrado interviniente podrá imponer a los
socios, en aras de lograr la subsanación, la adopción de cualquier tipo social, salvo que se
trate de una sociedad colectiva o de aquellas contempladas en las secciones II, III y VII del
Capítulo II de la ley 19550 (sociedades de capital e industria o en comandita simple y por
acciones), pues no podrá el juez obligar a los socios disconformes a revestir el carácter de
socios colectivos, capitalistas o comanditados, respectivamente, por cuanto la
responsabilidad asumida por estos socios es mayor a la responsabilidad mancomunada
prevista en el art. 24 de la actual redacción de la LGS, lo cual se encuentra expresamente
prohibido por el parr. 1 del art. 25, bajo análisis. Ello constituye una prueba más de que a
pesar de que los socios de las sociedades previstas en el art. 21 de la ley 19550 no
cumplieron con la carga inscriptoria que convierte a toda sociedad en regular, ni quisieron
hacerlo nunca, ellos gozan de un régimen de responsabilidad mucho más benigno que
aquellas personas que fueron respetuosas de la ley, cumpliendo con una obligación en la
que está comprometido el interés de los terceros y la seguridad jurídica de todos los que se
vinculan con la sociedad.

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Finalizado el procedimiento de subsanación, cuando la continuidad de la sociedad hubiere
quedado en entredicho entre sus integrantes y la cuestión hubiese sido finalmente dirimida
por el juez, recién entonces el socio disconforme podrá ejercer el derecho de receso, dentro
de los 10 días de quedar firme la decisión judicial, en los términos del art. 92, sistema de
reembolso mucho más justo, pero que no se trata de un derecho de receso, como lo
denomina el art. 25 en su parr. 2, sino de una especial manera de calcular el valor de la
participación del socio excluido, que no se desvincula de la sociedad como consecuencia de
su disconformidad con ciertas resoluciones del órgano de gobierno del ente, sino a raíz de
las situaciones previstas en el art. 91 de la ley 19550.
DISOLUCION Y LIQUIDACION DE LA SOCIEDAD
Teniendo en cuenta que en las sociedades no regulares, esto es, en las previstas en el art.
21 de la LGS, los socios pueden invocar entre si el contrato social, dichas sociedades
podrán entrar en disolución cuando incurran en las causales previstas en el art. 94, con
excepción de sus incs. 10 y 11.
No obstante ello, es necesario formular las siguientes aclaraciones:
a) En cuanto a la reducción a uno del número de socios, si bien el nuevo art. 94 bis de
la ley 19550 dispone, al menos como principio general, que este episodio no es
causal de disolución, ello no es aplicable a las sociedades no regulares, pues la
transformación de pleno derecho impuesta por dicha norma no es solución que
pueda ser aplicada a las sociedades disueltas no incluidas en uno de los tipos
previstos en la ley 19550. El art. 74 de dicha ley es categórico al respecto en cuanto
requiere, como requisito de toda transformación societaria, que el sujeto
interviniente sea una sociedad regularmente constituida, adaptada a uno de los tipos
previstos en la ley.
b) Si bien la redacción del parr. 3 del art. 25 no es lo feliz que debería ser, el legislador
ha mantenido la facultad de cualquier socio de provocar la disolución de la sociedad
en cualquier momento, siempre y cuando no exista un plazo de duración inserto en
el contrato social, que le pudiera ser opuesto. Esta es una solución pensada para las
sociedades de hecho, pues la posibilidad de invocar el contrato entre los socios
prevista en el primer párrafo del art. 22 torna inaplicable tal solución para las
denominadas sociedades irregulares.
c) A diferencia del derogado texto del art. 22, que declaraba la operatividad de la
disolución de la sociedad a pedido de un socio, en la fecha en que esa voluntad era
notificada fehacientemente a todos sus consocios, la actual redacción del art. 25,
parr. 3, dispone que los efectos de la referida disolución se producirán, de pleno
derecho, pero solo entre los socios, a los 90 días de la última notificación, con lo cual
se permitirá transitar el camino de la subsanación, sin que la sociedad pueda
considerarse disuelta, al menos frente a terceros.
d) Tampoco la nueva ley transmite claridad en lo que respecta al procedimiento que
debe adoptar la sociedad frente al pedido de disolución de cualquiera de sus
integrantes, pues lo único que dispone el art. 25 se relaciona con la postergación por
90 días de los efectos de la disolución y que los socios que deseen permanecer en la
sociedad deben pagar a los salientes su parte social. Ello constituye no solo un
enorme vacío legal, pues si bien parece claro que el plazo de 90 días ha sido
otorgado para que los socios adopten alguna solución al respecto, no parece
encontrar ninguna lógica que a esa solución solo pueda arribarse a través de la
compra por los socios que desean permanecer en la sociedad de las participaciones
sociales de los socios disolventes, pues si se trata de desinteresar a quienes no
tengan el menor deseo de seguir unidos en sociedad, quien debería reembolsar a los
mismos su parte en la compañía no es otra que la misma sociedad, pero nunca
puede la ley 19550 obligar a los socios no disolventes a adquirir las participaciones
sociales de quienes pretenden desvincularse de la compañía.
SOBRE LAS RELACIONES ENTRE LOS ACREEDORES SOCIALES Y PARTICULARES DE LOS
SOCIOS
Finalmente, el art. 26 de la ley 19550, en su actual redacción, ratifica la personalidad
jurídica diferenciada de las sociedades no regulares con respecto a sus integrantes, al
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prescribir que: “Las relaciones entre los acreedores sociales y los acreedores particulares
de los socios, aun en caso de quiebra, se juzgaran como si se tratara de una sociedad de
los tipos previstos en el Capítulo II, incluso con respecto a los bienes registrables” ,
redacción que permite superar la polémica desatada en torno al original texto de dicha
norma, que, contrariamente a su nueva redacción, exceptuaba de aquel principio a los
bienes para cuyo dominio se requería registración. Se recuerda al lector que basadas en
esta excepción, la doctrina y jurisprudencia habían ratificado la incapacidad de las
sociedades irregulares y de hecho para ser titulares de bienes registrables, lo que hoy ha
sido superado, a través de la expresa solución del art. 25, parr. 2 de la actual LGS.
El principio general consagrado en el art. 26 de la ley 19550, en torno a las relaciones entre
los acreedores sociales y los acreedores particulares de los socios, rige incluso en caso de
quiebra, aunque, bueno es aclarar que al modificarse el régimen de responsabilidad de los
integrantes de esta especial clase de sociedades, ya no es aplicable a los mismo el instituto
de la extensión de quiebra previsto en el art. 160 de la ley 24522, solo previsto para el caso
de solidaridad y no de simple mancomunidad.
LAS SOCIEDADES NO REGULARES Y LA CONTABILIDAD
De conformidad con el nuevo régimen de contabilidad previsto en los arts. 320 a 331 del
CCCN, todas las personas jurídicas de carácter privado, entre las cuales se encuentran las
sociedades comerciales, se encuentran obligadas a llevar contabilidad.
Las sociedades no regulares, esto es, las incluidas en el art. 21 de la ley 19550, están
obligadas a llevar libros, y al respecto la norma del art. 320, parr. 1 del CCCN no deja
margen de dudas.
Sin embargo, y como la legislación en materia de contabilidad no se agota en las
disposiciones del CCCN, sino que ella debe complementarse en primer lugar con otras
disposiciones contables del mismo código unificado y, en segundo término, de lo que surge
de las leyes especiales no derogadas por la nueva legislación, surge de toda evidencia que
la inexistencia de inscripción registral por parte de estas en los términos del art. 7 de la ley
19550 impedirá la rubricacion de sus libros, que es el punto de partida para llevar una
contabilidad regular; con todos los efectos legales.
Alguna doctrina sostiene que, habida cuenta que el art. 320 del CCCN, autorizando lo que
ha denominado como “contabilidad voluntaria” habilita a “…Cualquier…persona...[a] llevar
contabilidad si solicita su inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricacion de los
libros, como se establece en esta misma Sección”, las sociedades incluidas en la Sección IV
del Capítulo I de la ley 19550 podrán subsanar la imposibilidad de rubricar los libros
societarios y de comercio, acudiendo por extensión, a la regla de la “rubricacion voluntaria”
a que alude aquella norma, prevista para los sujetos no obligados a llevar la contabilidad
prevista en el primer párrafo, segunda parte del art. 320 del CCCN.
Si bien la tesis es original, ella no se comparte, pues esta contabilidad voluntaria, prevista
por la nueva legislación civil y comercial, está subordinada a la previa solicitud de
inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricacion de sus libros, como
textualmente se establece en la Sección VII del Capítulo V del CCCN, y si bien es cierto que
tal inscripción no implica matriculación para las personas que optan por esta contabilidad
voluntaria, pues el referido ordenamiento legal ha derogado la obligación de los sujetos
mercantiles de matricularse en el Registro Público, lo cierto es que, al referirse
expresamente el art. 320 al cumplimiento de la previa rubricacion de sus libros, es de toda
obviedad concluir que todas aquellas personas que carecen de la posibilidad de hacerlo,
como las sociedades que no se han inscripto regularmente, tienen cerradas las puestas a
esta “contabilidad voluntaria”, que si bien se permite a aquellos que no están obligados a
llevar una contabilidad legal, no resulta admisible para quienes no han cumplido los
requisitos necesarios para acceder a la misma. Arribar a una conclusión contraria
significaría sostener que la inscripción de la sociedad en el registro mercantil se ha
convertido en una mera formalidad carente de todo tipo de efectos y que la tipicidad
societaria no sirve absolutamente para nada, toda vez que si la sociedad no regular omite
voluntariamente su carga inscriptoria, no obstante lo cual, recurre al subterfugio de la
contabilidad voluntaria, a los fines de gozar de la eficacia probatoria de sus libros sociales y
contables, como lo garantiza el art. 330 del CCCN, el respeto de la carga prevista en los
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arts. 5 y 6 de la ley 19550 y el cumplimiento de los requisitos previstos por el art. 11 de
dicha ley y se convierte en una verdadera insensatez, esto es, carente de toda finalidad útil
para quien se ha preocupado en cumplir con todos los mandatos legales.

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DERECHOS Y OBLIGACIONES DE LOS SOCIOS
EL ESTADO DE SOCIO
El estado de socio implica para este la asunción de una determinada actuación ante la
sociedad que integra, sus órganos, y frente a sus consocios, pues una vez que ha accedido
a este carácter, por su intervención en el acto constitutivo de la entidad o por su
incorporación voluntaria posterior, el socio se convierte en titular de una serie de derechos
y obligaciones que han sido expresamente previstos por la ley 19550 para poder logar el
desarrollo y cumplimiento del fin societario.
Sin embargo, el estado de socio no es uniforme en todos los tipos sociales, pues en las
denominadas sociedades de interés o de personas (sociedades colectivas, de capital e
industria y en comandita simple) e incluso en las sociedades de responsabilidad limitada en
algunos casos, la relación personal entre el socio la sociedad es mucho más intensa y
directa que en otros tipos societarios, a punto tal que el grave incumplimiento de sus
obligaciones puede acarrearle al socio la exclusión de la entidad (art. 91 ley 19550), lo que
no sucede en las sociedades anónimas, en las cuales, al haberse privilegiado el capital
aportado por sobre la persona de su aportante, los derechos de sus integrantes no siempre
se ejercen en forma directa (derecho de denuncia, de información y de convocación a
asamblea) y se encuentran además mucho más reglamentados, atento la complejidad de
funcionamiento que es de esperar en estos tipos societarios. Por otra parte, y también a
diferencia de las sociedades de personas, el grave incumplimiento de las obligaciones que
pesan sobre el accionista no le provoca la exclusión del ente, lo cual constituye un grave
error del legislador, al menos en las sociedades anónimas cerradas, que, en su
conformación y funcionamiento, son casi idénticas a las sociedades de personas.
LAS OBLIGACIONES DEL SOCIO
Las obligaciones que integran en estado de socio son las siguientes:
a- Realizar los aportes comprometidos
La importancia del cumplimiento de esta obligación es fundamental, pues sin aporte la
sociedad carecerá de capital para el desarrollo de su objeto social, a punto tal que ha sido
sostenido que sin aporte no puede haber socios y, por ende, tampoco sociedad.
La ley 19550 ha previsto las más graves sanciones para el caso de incumplimiento de la
obligación de aportar, a punto tal que el art. 37 establece expresamente que el socio que
no cumpla con el aporte en las condiciones convenidas incurre en mora por el mero
vencimiento del plazo y debe resarcir los daños e intereses, sin perjuicio, en las sociedades
de personas y de responsabilidad limitada, de la exclusión del socio moroso, que en este
único y excepcional caso se produce sin necesidad de la promoción, por la sociedad, de
acción judicial alguna. Si se trata de una sociedad por acciones, el art. 37 remite al art. 193,
según el cual la mora en la integración del aporte suspende automáticamente el ejercicio
de los derechos inherentes a las acciones en mora, pudiéndose disponer en el estatuto las
siguientes sanciones: a) que los derechos de suscripción correspondientes a ellas sean
vendidos en remate público o por medio de un agente de bolsa si se trata de acciones
cotizables, y b) la caducidad de los derechos que otorgan las acciones en mora. Si
estatutariamente nada se ha previsto, solo queda a la sociedad optar por el cumplimiento
del contrato de suscripción.
b- Adecuar su conducta y sus intereses personales al interés social o colectivo
y a las necesidades de la sociedad
Tal manera de actuar y desempeñarse dentro del contexto societario ha sido denominada
comúnmente como la affectio societatis, concepto que se relaciona con la conducta que
deben mantener los socios para lograr la finalidad tenida en cuenta al momento de
asociarse.
Conviene recordar sobre el particular que la causa final del contrato de sociedad la
constituye el propósito de lucro de sus integrantes, quienes oportunamente resolvieron la
constitución de una persona jurídica diferente como instrumento adecuado para la
concentración de sus capitales, tendiente al desarrollo de las actividades empresarias.
Teniendo pues en cuenta que el móvil de los socios ha sido la distribución de las ganancias
que pueda obtener la sociedad, no existe dificultad alguna para concluir que cada socio
debe poner de si todos los esfuerzos necesarios para que tal finalidad pueda ser lograda.
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La obligación de adecuar la conducta personal del socio a los intereses de la entidad se
concreta, en las sociedades de interés o de personas, con la prohibición que pesa sobre
aquel de realizar actividades en competencia con la sociedad (art. 133, ley 19550), así
como colaborar en el gobierno y administración de ella, las cuales constituyen obligaciones
que el socio no puede ignorar, pues de lo contrario la actividad de la sociedad podría
resultar paralizada (arts. 129 a 132 ley 19550).
Sin embargo, no puede caerse en el error de sostener, como fue dicho tradicionalmente,
que en las sociedades de responsabilidad limitada y fundamentalmente en las sociedades
anónimas, sus integrantes carecen de affectio societatis, pues la realidad societaria
argentina, se caracteriza por la enorme existencia de sociedades que, constituidas con el
molde de las sociedades anónimas, son en realidad sociedades de personas, gobernadas y
controladas por personas físicas en torno a las cuales, y no a su capital, se constituyó la
entidad. Este raro fenómeno se ha denominado como “sociedades cerradas o de familia”,
de las cuales jamás se puede afirmar que la affectio societatis es elemento inexistente.
Por ello, solo es correcto sostener la inexistencia de tal elemento en las sociedades que
cotizan en la Bolsa, donde sus ocasionales integrantes son más bien inversores que
accionistas, y su propósito fundamental, al vincularse con la sociedad, no ha sido el
participar en los actos societarios de la compañía, sino lucrar con las ganancias de la
empresa o con la diferencia entre el precio de compra y venta de tales participaciones.
Más allá de tales disquisiciones, fundadas en la observación del tráfico comercial en
nuestro medio, lo cierto y destacable es que el legislador ha adaptado la intensidad de la
obligación de los socios de adecuar sus intereses a las necesidades de la sociedad, al tipo
social elegido por ellas al constituir la compañía, y por ello corresponde hacer las siguientes
distinciones:
a) En las sociedades de personas, todos los socios están obligados a administrar la
sociedad, cuando el contrato social no ha regulado el régimen de la administración
(art. 127 ley 19550). Ello no sucede en las sociedades de responsabilidad limitada y
en las sociedades anónimas, donde la ley requiere expresamente la organización del
órgano de administración (gerencia o directorio) en el contrato social o estatuto (art.
157 y 166, inc. 3 ley 19550). En el caso de las sociedades de personas, la negativa
del socio a administrar la sociedad debe ser considerada como grave incumplimiento
de sus obligaciones, según la terminología empleada por el art. 91, parr. 2 de la ley
19550, que autoriza la exclusión del socio infractor.
b) En las sociedades de personas el deber de lealtad que tiene cada uno de los socios
con la sociedad es diferente al mismo deber que es impuesto a los socios de las
sociedades de responsabilidad limitada y a los accionistas de las sociedades por
acciones, pues mientras el legislador exige lealtad a los socios de aquellas
sociedades a través de la prohibición absoluta de competencia directa o indirecta
con la sociedad que integra (art. 133 ley 19550), pudiendo ser incluso excluidos del
ente en caso de violación a dicha norma, en las sociedades de responsabilidad
limitada y anónimas tal prohibición solo es impuesta a sus administradores (arts.
157, parr. 3 y 271, ley 19550), lo cual no quiere decir que los socios o los accionistas
de esas entidades pueden competir libremente con la sociedad que integran, en la
medida que siempre serán responsables patrimonialmente cuando a través de los
actos en competencia han producido un daño a la sociedad.
El deber de lealtad también es impuesto a los socios cuando, al participar en un
determinado acto societario (asamblea o reunión de socios), los intereses personales de
este pueden entrar en colisión con los intereses de la sociedad. En tal caso, el art. 248 de la
ley 19550 obliga al accionista o a su representante a abstenerse de votar en los acuerdos
relativos a aquella, y si bien esta disposición está incluida dentro de la normativa propia de
las sociedades anónimas, ello no significa que el socio de los restantes tipos societarios
pueda emitir libremente su voto cuando tuviera interés contrario con el de la entidad, pues
de hacerlo, el socio incurrirá flagrantemente en una conducta antisocial, contraria por
obviedad al deber de lealtad que caracteriza su permanencia en la sociedad.
Finalmente, el deber de lealtad se concreta también a través de la obligación del socio de
abstenerse de utilizar la estructura societaria con fines extrasocietarios, en su propio
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provecho o para defraudar a terceros, así como abstenerse también de aplicar los fondos o
efectos de la sociedad a uso o negocio de cuenta propia o de tercero; caso contrario, está
obligado a traer a la sociedad las ganancias resultantes, siendo las pérdidas de su exclusiva
cuenta (art. 54 ley 19550).
c- La contribución en las perdidas
Soportar las perdidas es una obligación que pesa en cabeza de todos y cada uno de los
socios y rige para cualquier tipo de sociedad, aunque con diferente intensidad, en la
medida en que los acreedores sociales pueden agredir el patrimonio personal de los socios
en las sociedades personales o de interés, quienes responderán en forma solidaria,
subsidiaria e ilimitada por las obligaciones sociales (art. 56 ley 19550). Por el contrario, en
las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades anónimas, los acreedores de
la sociedad no pueden enderezar sus pretensiones contra los integrantes de estos tipos
societarios, atento su responsabilidad restringida, lo cual no significa que estos no deban
contribuir con las pérdidas del ente, en la medida que la perdida de los aportes implica
también la asunción del riesgo empresario.
Esta obligación está íntimamente vinculada con las contribuciones debidas que impone el
art. 106 a los socios durante el periodo liquidatorio, cuando los fondos sociales fueran
insuficientes para satisfacer las deudas. Si bien dicha norma parece circunscribir esa
obligación de los socios a las sociedades en las cuales estos responden en forma solidaria e
ilimitada por las obligaciones sociales, soy de la opinión de que dicha obligación debe ser
exigida a todos los socios sin distinción de tipos, pues resulta a mi juicio intolerable que las
pérdidas de la sociedad deban ser soportadas por los terceros ajenos a ella cuando la
sociedad se encontraba infracapitalizada.
Puede entenderse que la limitación de la responsabilidad a la participación societaria
suscripta por los socios de estos tipos societarios (sociedades de responsabilidad limitada y
sociedades anónimas) constituya un enorme aliciente para la constitución de sociedades,
alentando el fenómeno de concentración de capitales para la realización de negocios o
emprendimientos de envergadura, pero de allí a sostener que los terceros deban quedarse
con los brazos cruzados cuando la sociedad anónima o de responsabilidad limitada se
queda sin fondos para cumplir sus obligaciones existe una enorme diferencia que me
resisto a ignorar, pues con los socios, cualquiera fuere el tipo societario, los que deben
procurar que la entidad cuente permanentemente con fondos para satisfacer a quienes se
han vinculado con aquella. Si no cumplen con tal elemental obligación, repugna a
fundamentales principios de justicia que cuando sobreviene la insolvencia de la sociedad,
sus integrantes, por más limitación de responsabilidad que invoquen, puedan permanecer
ajenos a las reclamaciones de los terceros.
Me parece justo que, declarada la quiebra de una sociedad comercial, lo cual importa
causal disolutoria (art. 94, inc 6 ley 19550) e ingreso en el periodo liquidatorio, rija sin
cortapisas ni excepciones el principio general previsto por el art. 106 de la ley 19550, que,
autoriza al liquidador a exigir las contribuciones necesarias a los socios en caso de
insuficiencia de los bienes sociales para satisfacer las deudas de la compañía.
DERECHOS DE LOS SOCIOS
Los derechos de los socios pueden ser clasificados como de naturaleza política o
patrimonial. Los de naturaleza política están relacionados con la actuación del socio dentro
de la sociedad, mientras que los de índole económica se relacionan con el propósito de
lucro que ha inspirado a cada uno de los socios al momento de constituir el ente.
Los derechos que la ley 19550 ha otorgado en favor de los socios o accionistas tienen
carácter esencial e inderogable, lo que significa que el contrato o estatuto solo pueden
reglamentar su ejercicio, pero nunca derogarlos ni disminuir su eficacia. Tan clara ha sido la
voluntad del legislador en tal sentido que así lo ha dejado expresamente aclarado en cada
caso que se refirió a esos derechos (arts. 68, 194, 245, 263) y ello es congruente y
ponderable desde todo punto de vista, pues si se parte de la idea de que el socio ha
invertido fondos o efectos personales para el desarrollo de una actividad colectiva, nadie
puede discutir sus legítimos derechos de controlar la inversión, participar en el destino de
ellos y disfrutar de sus resultados.
a- Derechos de naturaleza política
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El derecho de información, que por una parte es un derecho autónomo, al cual el socio
puede recurrir para conocer la marcha de la administración de la sociedad, y por la otra es
un derecho que se encuentra vinculado con otro de no menor importancia, como es el
derecho de voto, el cual el socio o accionista solo puede ejercer con idoneidad cuando goza
de completo conocimiento del tema objeto de la votación.
El derecho de información de los socios o accionistas ha sido asegurado por el legislador a
través de diversas normas:
a) Mediante la facultad de los socios de examinar los libros y papeles sociales y recabar
del administrador los informes que estimen pertinentes. Este control individual
previsto por el art. 55 de la ley 19550 rige para todos los tipos sociales, con
excepción de las sociedades anónimas incluidas en el art. 299 de la ley 19550 o en
aquellas sociedades por acciones en las cuales el estatuto haya previsto la actuación
de un órgano específico de control (sindicatura o consejo de vigilancia), en las cuales
es el derecho de información debe ser canalizado a través de dicho órgano.
b) A través de la presentación de los estados contables (art. 234, inc. 1 ley 19550), que
es obligación que pesa sobre todos los administradores sociales, cualquiera fuere el
tipo social adoptado. Se trata de una rendición de cuentas adaptada al negocio
societario y elaborada a través de fórmulas uniformes, por medio de la cual el socio o
accionista, una vez al año cuanto menos, toma conocimiento no solo de la marcha de
los negocios sociales y sus resultados, sino también de la situación económica y
financiera de la sociedad (arts. 61 a 67 ley 19550).
c) Mediante el derecho de voz en las reuniones de socios o asambleas de accionistas,
oportunidad en la cual los integrantes de la sociedad pueden recabar de los
administradores todas las informaciones que estimen necesarias para poder emitir
su voto en la decisión de que se trata.
d) A través de la exhibición u obtención de las actas de los órganos colegiados, que
nunca pueden ser secretas para los socios o accionistas, atento su carácter de
aportantes de los fondos sociales. Mediante el ejercicio de este derecho, consagrado
en los arts. 73 y 249 de la ley 19550, los integrantes de la sociedad podrán
cuestionar judicialmente las decisiones de los órganos de ella, dentro del plazo y
mediante el procedimiento previsto legalmente (art. 251 ley 19550).
El derecho de información ha sido muy deficientemente legislado por la ley 19550, no solo
por encontrarse diseminado su ejercicio a través de todo el articulado de la referida ley,
sino que, tratándose de sociedades por acciones y existiendo un órgano de fiscalización
interno (sindicatura o consejo de vigilancia), el accionista puede obtener información sobre
la administración de la sociedad o sobre cualquier aspecto de ella que le interese, solo si
reviste el carácter de titular, como mínimo, del 2% del capital social del ente.
Tan absurda exigencia, que solo podría entenderse –aunque jamás compartirse- en las
sociedades anónimas que cotizan en la Bolsa, atento la atomización de su capital social,
carece de todo sentido en las sociedades anónimas cerradas o de familia, que constituyen
más del 99% de las sociedades de plaza y en las cuales, y aun cuando el 1% de su capital
social represente un significativo valor, su titular deberá resignarse a conocer la marcha de
los necios sociales y el estado financiero y económico de la sociedad solo en oportunidad
de poder a su consideración los estados contables de la empresa, lo cual es, desde todo
punto de vista, absurdo, y requiere una inmediata reforma legislativa.
El derecho de receso (arts. 78, 85, 88, 129 y 245 ley 19550) es el derecho que le asiste a
todo socio o accionista de retirarse de la sociedad cuando por decisión del órgano de
gobierno (reunión de socios o asamblea de accionistas) se resuelve modificar de manera
sustancial el contrato social o estatuto, encontrándose aquel, luego de ese acontecimiento,
con una sociedad diferente a aquella en la cual resolvió oportunamente integrarse.
Pero no cualquier modificación del contrato social o estatuto es susceptible de generar el
derecho de receso, sino solo aquella que implique una modificación sustancial de la
sociedad o suponga un cambio fundamental en la posición que el socio tenía en ella. El art.
245 de la ley 19550 contiene un listado de los supuestos que autorizan el derecho de
receso, incluyendo a la transformación, fusión y escisión de la sociedad, aumentos del
capital con efectiva integración por los socios o accionistas, y siempre que su monto supere
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el quíntuplo previsto por el estatuto, prorroga o reconducción del estatuto o contrato social,
excepto en las sociedades que hacen oferta publica o cotización de sus acciones, cambio
fundamental del objeto, reintegración total o parcial del capital social y la transferencia del
domicilio legal al extranjero. Dicha numeración no debe considerarse taxativa, no solo por
contemplar la ley otros supuestos del derecho de receso (art. 129), sino además por no
agotar aquellas hipótesis todas las situaciones por las cuales, a través de una decisión del
órgano de gobierno de la sociedad puede afectarse la posición del socio dentro de la
compañía, como sucedería, a mero título ejemplificativo, en el caso que se resolviera por
mayoría la limitación al derecho de preferencia o la supresión de determinadas clases de
acciones.
Resulta de lamentar también las deficiencias que presenta la ley 19550 en lo que se refiere
a la reglamentación de este derecho, pues al intentar equilibrar el legislador el derecho de
los socios de retirarse de la sociedad ante las situaciones que pueden originar su receso
con la necesidad de no descapitalizar la sociedad ante tales circunstancias, opto por una
fórmula de reembolso del valor de las acciones en favor de los accionistas o socios
recedentes que deja muchísimo que desear, pues al hacer la ley 19550 referencia al valor
resultante del último balance realizado o que deba realizarse en cumplimiento de normas
legales o reglamentarias, está dejando de lado sin reembolsar el valor llave de la empresa
sobre el cual los socios aportantes tiene legítimo derecho, pues contribuyeron con su
esfuerzo a constituirlo.
El derecho de voto es otro derecho inderogable de los socios, pues mediante su ejercicio el
socio participa activamente en el gobierno de la sociedad. Este derecho está vinculado al
derecho de información y debe ser ejercido en forma leal, debiendo el socio priorizar los
intereses sociales a los particulares, absteniéndose de votar en los casos que tuviese
precisamente interés contrario con los de la sociedad que integra (art. 248 ley 19550).
El derecho de mantener intangible su participación societaria es otro de los derechos que la
ley 19550 otorga a los integrantes de toda sociedad comercial, aunque con mayor énfasis a
los integrantes de sociedades por acciones, en las cuales el ejercicio de ciertos derechos
fundamentales (información, denuncia, convocación del órgano de gobierno), está
subordinado a la tenencia de un determinado porcentaje accionario (arts. 236 y 294, inc. 6
y 9 ley 19550), que, de perderlo, imposibilitaría el ejercicio de aquellos.
El derecho a la intangibilidad de la participación societaria está garantizado de la siguiente
forma:
a) Mediante el ejercicio del derecho de preferencia en los casos de aumentos de capital
con efectivos desembolsos de los socios (art. 194 ley 19550).
b) Mediante el derecho de recibir el mismo porcentaje de acciones del que era titular,
en caso de aumentos de capital por capitalización de cuentas del balance (art. 189
ley 19550).
c) A través del derecho de receso (art. 245 ley 19550) cuando se resuelve por decisión
asamblearia un aumento del capital con efectivo desembolso de los socios y estos no
contaran con los fondos necesarios para efectuarlo o simplemente no quisieran
hacerlo. Se recuerda que si el estatuto previo la posibilidad de llevar a cabo un
aumento del capital dentro del quíntuplo de su valor, el socio o accionista carecerá
del ejercicio de tal derecho, hasta tanto dicho quíntuplo no fuera agotado.
El derecho de acrecer, previsto por el art. 194 de la ley 19550 es otro derecho que consiste
en suscribir e integrar las acciones de otro u otros socios, en caso de aumento del capital,
cuando estos no hubieran suscripto tales participaciones. Este derecho fue otorgado para
preservar el elenco original de los socios y evitar el ingreso de terceros a la sociedad.
El derecho a la convocatoria de asambleas de accionistas o reuniones de socios ha sido
contemplado por el legislador en el art. 236 de la ley 19550, requiriendo para ello contar
con el 5% del capital social, lo cual carece de todo sentido. Basta reparar que en las
sociedades de capital, el socio que se encuentra alejado de la administración cuenta, una
sola vez por año, con la posibilidad de conocer el estado económico y financiero de la
sociedad, así como sus resultados anuales, mediante la consideración del balance de
ejercicio. Privarlo de este derecho, así como el de analizar y evaluar la gestión de quienes
administran sus fondos, por el solo hecho de no contar con una participación societaria
71
cualitativa, implica tolerar la grave injustica que supone la reticencia de los directores en
exhibir su gestión a través de la formulación de los estados contables a cuya confección la
ley 19550 los obliga (art 234, inc. 1 ley 19550).
b- Derechos económicos
En cuanto al derecho al dividendo, este constituye la causa final del contrato de sociedad,
pues el ánimo de lucro en las sociedades comerciales se obtiene con su percepción.
Sin embargo, de la existencia de ganancias por parte de la sociedad no se deriva necesaria
y automáticamente el derecho al dividendo de sus socios, pues una política de sana y
prudente administración no aconseja la distribución de las utilidades obtenidas
inmediatamente de finalizada cada operación. Por ello es que el legislador ha impuesto una
serie de requisitos para la percepción del dividendo que se encuentran mencionados en los
arts. 68 y 224 de la ley 19550 y que son los siguientes:
a) Que las ganancias surjan de un balance confeccionado de acuerdo con la ley y el
estatuto y aprobado por el órgano de gobierno de la sociedad (asamblea de
accionistas o reunión de socios).
b) Que dichas ganancias sean realizadas y liquidas.
c) Que el órgano de gobierno de la sociedad resuelva distribuirlas entre los socios o
accionistas.
Atento constituir la percepción del dividendo un derecho inalienable e inderogable de todos
los socios, la ley 19550 ha debido garantizarlo a través de una serie de normas protectoras
(arts. 66, 70, 244, 261, etc.), pues la realidad enseño a los legisladores que, por lo general,
los dividendos son retaceados a los socios o accionistas que no integran el grupo de
control, a los fines de forzar su alejamiento de la sociedad mediante enajenaciones poco
convenientes para estos. Por ello la ley ha impuesto una serie de requisitos a la
constitución de reservas libres o facultativas (arts. 66 y 70 ley 19550) y ha limitado en la
ejemplar disposición del art. 261 del mismo cuerpo legal las remuneraciones a los
administradores, para evitar que ellos se queden con todas las ganancias de la sociedad y
ofrezcan el lamentable espectáculo de administradores ricos y accionistas pobres que
caracterizo el negocio societario en la Argentina durante muchas décadas.
La jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales no acompaño tan loable intención del
legislador, convalidando muchas veces abusos que desalentaron la inversión en compañías
mercantiles, pues quien es sometido al más duro cesarismo por parte de los controlantes
de sociedades seguramente evitara invertir sus fondos en participaciones societarias.
El derecho a la cuota de liquidación, que consiste en el derecho del socio al reembolso de
una suma de dinero proporcional a la participación societaria, en caso de existir un
remanente luego de la realización del activo y la cancelación del pasivo durante la etapa
liquidatoria (art. 109 ley 19550).
El pago de la cuota liquidatoria se concreta a través del reembolso del capital a sus socios,
así como del excedente en caso de existir, siempre en proporción a las tenencias
societarias de cada uno de ellos. Pero en protección de los terceros y atento el carácter de
utilidad que reviste cuanto menos el mencionado excedente, la ley 19550 requiere como
requisito previo al pago de dicha cuota la confección de un balance final.
TRANSMISIBILIDAD DEL CARÁCTER DE SOCIO
La transmisibilidad del carácter de socio por actos entre vivos depende del tipo social, pues
mientras en las sociedades de personas o de interés, al haber sido constituidas sobre la
base de la personalidad de sus fundadores, la transferencia de la participación societaria
requiere el consentimiento de todos los socios, salvo pacto en contrario (art. 131 ley
19550), por tratarse de una modificación sustancial del contrato social, en las sociedades
por acciones (anónimas y en comandita por acciones), la transferencia de las acciones en
que se divide el capital social no requiere el consentimiento de los restantes socios ni de
órgano social alguno, salvo que estatutariamente se hayan incluido clausulas limitativas de
tal transmisibilidad, las cuales no pueden importar la prohibición de su transferencia (art.
214 ley 19550).
En las sociedades de responsabilidad limitada, la cesión de las cuotas sociales ha merecido
por parte del legislador una tan minuciosa y alambicada reglamentación (arts. 152 y 153
ley 19550) que ha conspirado contra la aceptación masiva de este tipo social. En resumidas
72
cuentas, las cuotas sociales son libremente transmisibles, pero el contrato de sociedad
puede limitar tal transferencia a terceros, a través del otorgamiento a la sociedad o a los
restantes socios de un derecho de veto hacia la persona del adquirente o un derecho de
preferencia para la adquisición de tales participaciones.
Pero mientras en las sociedades de responsabilidad limitada y en las sociedades por
acciones el socio o accionista perjudicado puede recurrir judicialmente al veto que le ha
impedido transferir sus participaciones societarias, ello no es posible tratándose de una
sociedad de interés, pues como bien sostiene Halperin, la negativa a aceptar al adquirente
no abre recurso judicial alguno, porque los consocios, atento la naturaleza de la sociedad,
no pueden ser compelidos a aceptar la sustitución del socio.
Tratándose de transferencias mortis causa, ellas dependen también del tipo de sociedad de
que se trata y en materia de sociedades de personas o de interés, así como de sociedades
de responsabilidad limitada, el principio general, como es de toda lógica, consiste en que la
muerte del socio resuelve parcialmente el contrato, sin derecho de los herederos de
pretender su ingreso a la sociedad, quienes solo obtendrán el reembolso del valor de la
participación del causante (art. 90 ley 19550).
Sin perjuicio de ello, la ley 19550 acepta, en las sociedades colectivas, en comandita simple
y de responsabilidad limitada, que el contrato social pueda prever la incorporación de los
herederos del socio, el cual será obligatorio para estos, para los socios y para la sociedad.
Se trata quizás de una de las disposiciones más cuestionables de la ley 19550, de neto
carácter institucionalista, en la medida que repugna al principio general previsto por el art.
1021 del CCCN la mera posibilidad de oponer las cláusulas del contrato de sociedad a los
herederos del socio fallecido, que no participaron en el acto constitutivo del ente y que, con
respecto a la sociedad, han sido terceros en todo momento. El heredero se convierte así en
un “socio a palos” que en lugar de recibir su herencia deberá ingresar a una agrupación de
la que jamás ha querido formar parte.
En materia de sociedades por acciones, y atento a su naturaleza impersonal, la muerte del
accionista no resuelve parcialmente el contrato de sociedad y la transmisibilidad de las
acciones a los herederos está sujeta a las mismas reglas de la transmisión de los demás
bienes del causante. No obstante ello, y a los efectos de preservar el elenco original de los
socios, lo cual puede revestir importancia en las sociedades de profesionales, la
jurisprudencia ha aceptado la posibilidad de la limitación de la transferencia de acciones
mortis causa, rigiendo al respecto el régimen previsto por el art. 214 de la ley 19550.
EL SOCIO APARENTE Y EL SOCIO OCULTO
El art. 34 de la ley 19550 contempla la situación y responsabilidad del socio aparente y del
socio oculto, habida cuenta la existencia de enorme cantidad de sociedades en donde el
verdadero socio o controlante prefiere esconderse detrás de un “prestanombres” y de tal
manera dividir su patrimonio en diversas sociedades en las cuales aquel ni siquiera integra.
La situación del socio aparente o “prestanombre” debe ser contemplada desde dos puntos
de vista: a) en su relación con los demás socios; y b) en su relación con terceros.
En el primer caso, el art. 34 de la ley 19550 le prohíbe al prestanombre invocar su aparente
carácter de socio frente a la sociedad y sus integrantes, independientemente de que aquel
tenga o no parte en las ganancias de la sociedad; en cuanto a su relación con terceros, el
prestanombre no podrá invocar su calidad de tal para eludir el cumplimiento de sus
obligaciones y evadir sus responsabilidades consiguientes, sin perjuicio de su acción contra
los socios para ser indemnizado de lo que pagare. Haciendo, pues, aplicación de tan claros
principios, la jurisprudencia ha desestimado la acción del socio aparente tendiente a
obtener la rendición de cuentas de los administradores de la sociedad.
En cuanto al socio oculto, que es la contrapartida del prestanombre, su responsabilidad
será siempre subsidiaria, ilimitada y solidaria por las obligaciones sociales (art. 34 in fine
ley 19550) y a quien se podrá extender la quiebra de la sociedad a la cual niega o esconde
su participación.
El art. 34 de la ley 19550 no ha contemplado la situación en que se encuentra la sociedad
aparente, es decir, aquella sociedad constituida por el socio o controlante oculto, quien
para evitar toda responsabilidad, recurrió a uno o más prestanombres para integrarla.

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Las eventuales responsabilidades previstas por el art. 34 de manera alguna convalidan la
situación legal en que se encuentra la entidad simulada, pues esta es una verdadera ficción
societaria que la ley no puede tolerar. La nulidad de la sociedad es conclusión evidente,
pues no es concebible que a través de ese medio los individuos puedan ser titulares de una
pluralidad de patrimonios afectados a diversas empresas.
EL SOCIO DEL SOCIO
El art. 35 de la ley 19550 contempla otra situación que se presenta frecuentemente en el
mundo de los negocios. Se refiere dicha norma al caso en que un socio da participación a
terceros en lo que le corresponda en ese carácter, constituyéndose entre ellos una
verdadera sociedad gobernada por las reglas sobre sociedades accidentales o en
participación (arts. 361 a 366 ley 19550).
El socio participe o croupier, de acuerdo con la terminología utilizada en Francia, carece de
todo derecho en la sociedad integrada por el asociante, pues no reviste el carácter de socio
de ella. No obstante lo cual, el asociante deberá consentir los controles del participe
respecto de su actuación frente a la sociedad principal, debiendo suministrar las
informaciones pertinentes.
La situación contemplada por el art. 35 de la ley 19550 brinda adecuada solución al caso en
que el socio no pueda incorporar a un tercero a la sociedad que integra, por no haber
obtenido el consentimiento de sus consocios para ello.

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ADMINISTRACION Y REPRESENTACION DE LAS SOCIEDADES COMERCIALES
CONCEPTOS GENERALES
En principio, debe distinguirse entre administración y representación de la sociedad. La
primera importa la deliberación de la decisión del órgano de ella y pertenece a la esfera
interna del ente, mientras que la representación se refiere a la esfera externa, es decir, a la
vinculación de la sociedad con los terceros, pues quien tiene a su cargo la representación o
el uso de la firma social, obliga a la sociedad por todos los actos que no sean notoriamente
extraños al objeto social.
Las diferencias entre administración y representación se advierte con mayor nitidez en las
sociedades anónimas, donde el órgano de administración es necesariamente colegiado,
salvo cuando el directorio se haya organizado en forma unipersonal. En tal caso, la
adopción de la política de administración en todos sus ámbitos está en manos del
directorio, pero la ejecución de las decisiones adoptadas por este órgano, cuando se trata
de la celebración de actos frente a terceros, está a cargo del presidente de la sociedad y no
en manos de cualquiera de los integrantes del directorio.
En los restantes tipos sociales, en los cuales no es para nada habitual la organización del
órgano de administración en forma colegiada, los administradores revisten también el
carácter de representantes de la sociedad, confundiéndose en la misma o mismas personas
físicas ambas calidades.
Puede pues afirmarse que la representación es el medio en cuya virtud la sociedad se
manifiesta frente a terceros, mientras que la administración es un concepto que abarca las
relaciones internas de organización societaria.
LA DOCTRINA DEL ORGANO
La ley 19550 ha adherido a la moderna teoría que predica la inexistencia de la relación de
mandato entre los administradores y la sociedad, que era aplicable a las sociedades civiles,
durante la vigencia de estas. La doctrina del órgano o doctrina orgánica lleva como ínsito
presupuesto la negativa de todo tipo de diferenciación de sujetos jurídicos en la relación
entre el órgano de administración y la sociedad. Es decir, que los administradores no son
mandatarios de la sociedad, sino sus funcionarios, por lo que es la sociedad misma la que
actúa frente a terceros, mediante la actuación de una persona física.
La jurisprudencia ha adherido sin reservas a esta doctrina, que proviene del derecho
extranjero y que monta una ficción –la de considerar que una persona jurídica puede tener
órganos, como los seres humanos-, sobre otra ficción, de mayor alcance- el carácter de
sujeto de derecho de la persona jurídica-, llegando a sostener que quien contrata a nombre
de la misma sociedad no es una persona física, con una voluntad diferente, sino la misma
sociedad.
No es difícil advertir en consecuencia que la teoría del órgano supone una abstracción, a los
fines de tornar compatible el régimen de administración y representación de la sociedad
con el carácter de sujeto de derecho autónomo de esta, y en tal sentido, la doctrina y la
jurisprudencia han echado mano a esta teoría para explicar los fundamentos por los cuales
los administradores de sociedades comerciales no rinden cuentas a través del
procedimiento previsto por los arts. 858 a 864 del CCCN. Sin embargo, la doctrina orgánica
ha sido insuficiente para explicar otras cuestiones relacionadas con la gestión de la
sociedad, y por ello no debe extrañar que, en definitiva, se recurra en subsidio a las normas
del mandato para interpretar la relación que existe entre el o los administradores con la
sociedad, y así lo dispone el art. 68 de la ley 20337 de Sociedades Cooperativas.
ORGANIZACIÓN DE LA ADMINISTRACION Y REPRESENTACION DE LAS SOCIEDADES
La organización de la administración y representación de las sociedades es diferente para
cada tipo de sociedad. En las sociedades por parte de interés y en las sociedades en
comandita por acciones, la administración esta funcionalmente ligada con la
representación, y a falta de regulación en el contrato constitutivo cualquier socio (solo los
comanditados en las sociedades en comandita) se encuentra facultado para administrar y
representar a la sociedad en forma indistinta. Si se encarga la administración a varios
socios sin determinar sus funciones ni expresar que el uno no podrá obrar sin el otro, se
entiende que pueden realizar indistintamente cualquier acto de la administración. En caso

75
contrario, ningún administrador puede obrar individualmente, aun en el caso de que el
coadministrador se hallare en la imposibilidad de actuar (arts. 128, 136 y 143 ley 19550).
En las sociedades de responsabilidad limitada, la administración y representación está a
cargo de uno o más gerentes, socios o no, designados por tiempo determinado o
indeterminado en el contrato constitutivo o posteriormente. Los socios pueden organizar
una gerencia plural, que podrá funcionar en forma indistinta o conjunta o también
colegiada, esto es, mediante la toma de decisiones por mayoría y ejercicio de la
representación por parte del presidente de ese órgano (art. 157 ley 19550).
En las sociedades anónimas, la administración está a cargo del directorio, órgano de
carácter necesariamente colegiado cuando es plural, cuyos integrantes deben adoptar por
mayoría las decisiones correspondientes a la dirección de la sociedad, pero que carecen per
se de facultades de representación, que pertenece solo al presidente del directorio, salvo
autorización expresa del estatuto a uno o más directores para desempeñar tal función,
aunque la actuación de estos jamás desplaza al presidente, que por propia definición tiene
el uso de la firma social (art. 268 ley 19550).
En otras palabras, la administración y representación de la sociedad puede ser organizada
de la siguiente manera:
a) En forma singular, en cuyo caso, la administración y representación se confunden en
una sola persona. Esta conclusión vale también para las sociedades anónimas, pues
a pesar de autorizada doctrina que sostiene lo contrario, el directorio unipersonal,
por propia definición, no puede ser nunca colegiado, que es organización propia de
los órganos plurales.
b) En forma plural, y en este caso, la organización de la administración y representación
puede estar a cargo e indistintamente en manos de todos los administradores
(administración plural indistinta) o requerirse por medio de expresa disposición del
acto constitutivo, la actuación conjunta de dos o más administradores, en cuyo caso
nada podrá hacer un administrador sin el concurso del otro (administración plural
conjunta). Finalmente, la administración plural puede organizarse en forma
colegiada.
DESIGNACION Y REGISTRACION DE LOS ADMINISTRADORES
El nombramiento de los administradores está a cargo en principio del órgano de gobierno
de la sociedad (reunión o asambleas de socios) con las mayorías simples previstas en los
arts. 131, 160 y 255 de la ley 19550). En materia de sociedades anónimas, y sin perjuicio
de esa forma de designación, que debe considerarse como principio general, la ley 19550
ha establecido otros procedimientos, como por ejemplo la designación de los directores por
el consejo de vigilancia o a través del mecanismo de elección por clase de acciones,
procedimientos que se explican por la especial naturaleza de las sociedades anónimas y
por la necesidad de dar participación a las minorías en el directorio. Del mismo modo, el
art. 263 de la ley 19550 ha admitido la utilización del sistema anglosajón del voto
acumulativo, que permite a las minorías competir por el tercio de las vacantes a llenar,
disposición que no debe considerarse exclusivamente reservada a las sociedades
anónimas, sino a la integración de todo órgano colegiado de administración, cualquiera
fuere el tipo social adoptado, aun cuando la experiencia ha demostrado que salvo el
directorio, jamás se han organizado órganos colegiados de administración en los restantes
tipos previstos en los Capitulo II de la ley 19550.
Los administradores de las sociedades mercantiles debe inscribirse en el Registro Público,
por expresa imperativa del art. 60 de la ley 19550, que también impone la carga de
registrar la desvinculación de ellos.
A pesar de la deficiente redacción del art. 60 de la ley 19550, que remite al art. 12 del
mismo ordenamiento, ha sido debidamente interpretado por la jurisprudencia de nuestros
tribunales, en lo que se refiere a los efectos que cumple dicha toma de razón, que ella solo
cumple efectos declarativos, en el sentido de que el administrador reviste el carácter de tal
desde su designación y no a partir de su registración y desde aquel momento puede asumir
la representación de la sociedad y obligar a la sociedad por todos los actos celebrados en
nombre de ella.

76
Pero el administrador cuya desvinculación no ha sido inscripta en el registro mercantil
puede continuar obligando a la sociedad, pues la ausencia de tal registración torna
inoponible a los terceros el cese de sus funciones. Es por ello que acertadamente ha sido
dicho que lo más trascendente de la registración exigida por el art. 60 de la ley 19550 para
la designación de los administradores lo constituye el hecho de que la designación de un
nuevo directorio implica la cesación del anterior. En definitiva, la finalidad del legislador al
redactar el art. 60 de la ley 19550 ha sido la protección de los derechos de los terceros que
han contratado con la sociedad, cuya registración genera una apariencia jurídica de
legalidad en la que puede ampararse el acreedor de la sociedad, siempre que sea de buena
fe.
Echando mano al efecto declarativo que caracteriza la inscripción de la designación y
desvinculación de los administradores, nuestra jurisprudencia ha desestimado excepciones
opuestas por deudores sociales recalcitrantes, que han pretendido desconocer la existencia
de contratos celebrados por la sociedad, con el simple argumento de que el representante
de ella no había sido inscripto en el registro mercantil.
La carga prescripta por el art. 60 de la ley 19550 no está exclusivamente a cargo de la
sociedad, sino que puede ser llevada a cabo por quienes revistieron el carácter de
administradores y pretenden con ello hacer pública su desvinculación del ente y evitar de
esa manera su responsabilidad por las actuaciones de sus reemplazantes. Pero en tal caso,
quien pretende actuar de tal manera debe acompañar la documentación societaria que
acredite fehacientemente tal desvinculación.
En puridad, la registración prevista por dicha disposición debiera referirse exclusivamente a
los representantes y no a los administradores de la sociedad, pero como es principio
general, salvo para las sociedades anónimas, la acumulación de ambos cargos en los
restantes tipos sociales, la ley 19550 generalizo tal inscripción, que nunca es requerible
para los integrantes del órgano de fiscalización de la sociedad.
REGIMEN DE RENUNCIA Y REMOCION DE LOS ADMINISTRADORES DE SOCIEDADES
El régimen de renuncia y responsabilidad de los administradores varía según el tipo de
sociedad de que se trata, pues en el caso de las sociedades de personas, si bien el
administrador puede renunciar en cualquier momento, salvo pacto en contrario en el acto
constitutivo, responde a los perjuicios que ocasiona si la renuncia fuera dolosa o
intempestiva (art. 130 ley 19550). Por el contrario, en las sociedades de responsabilidad
limitada y en las sociedades anónimas, el director o gerente renunciante no se desvincula
automáticamente de la administración de la sociedad por el solo hecho de presentar su
renuncia, pues ella solo es operativa si es aceptada por el directorio y no afectare el
funcionamiento regular de dicho órgano y no fuera dolosa e intempestiva, debiendo en
estos casos continuar en funciones hasta tanto la asamblea se pronuncie (arts. 157 y 259
ley 19550).
En cuanto al régimen de remoción de los administradores, el principio general, fundado en
la libertad de los socios de elegir al administrador del patrimonio social que consideren más
idóneo, lo constituye la facultad de estos de remover a aquellos, sin invocación de causa
(remoción ad nutum), mediante decisión que por mayoría simple debe adoptarse en
reunión de socios o asamblea de accionistas (arts. 129, parr 1, 157, in fine y 256 ley
19550).
No obstante, en las sociedades por parte de interés el contrato constitutivo puede prever la
necesidad de justa causa para la remoción del o los administradores, en cuyo caso, estos
conservaran su cargo hasta la sentencia judicial, si negaran la existencia de aquella. En
estas sociedades puede suceder que la designación de un determinado administrador haya
sido condición expresa para la constitución de la sociedad, supuesto en el cual, de
removerlo con justa causa, los socios disconformes con tal decisión tienen derecho a
retirarse de la sociedad, ejerciendo el derecho de receso (art. 129, in fine, ley 19550).
En las sociedades de responsabilidad limitada, solo puede limitarse la libre revocabilidad de
los administradores, cuando su designación ha sido condición expresa de la constitución de
la sociedad, en cuyo caso se aplica la solución prevista por el art. 129, in fine de la ley
19550, referenciada en el párrafo anterior.

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Finalmente, en las sociedades anónimas, el art. 256 establece que el estatuto no puede
suprimir ni restringir la revocabilidad de los directores. Su designación es revocable
exclusivamente por la asamblea, sin perjuicio de que cualquiera de los accionistas pueda
solicitar la remoción con causa de ellos, a través de juicio ordinario que deberá tramitar
contra la sociedad y los directores cuya remoción se persigue. Esta facultad es común a
todos los tipos sociales (art. 114 ley 19550).
EL REGIMEN LEGAL DE REPRESENTACION DE LAS SOCIEDADES
Dispone el art. 58 de la ley 19550 que el administrador o el representante que de acuerdo
con el contrato o por disposición de la ley tenga la representación de la sociedad, obliga a
esta por todos los actos que no sean notoriamente extraños al objeto social.
Es decir, que el objeto social marca en principio el límite de la actuación del representante
de la sociedad, debiendo los actos celebrados por este no ser notoriamente extraños a él.
Se trata de la aplicación del “principio de la especialidad”, propia de las personas jurídicas,
conforme al cual el objeto de la entidad limita la capacidad de la misma, la cual no puede
hacer cualquier cosa, si el acto no está encaminado, directa o indirectamente, a la
consecución del fin de la sociedad.
La determinación de cuando la obligación es notoriamente extraña es una cuestión de
hecho, y la duda al respecto impone considerar que el acto obliga a la sociedad, sin
perjuicio de la responsabilidad de quienes han contraído tal acto, incursos en abuso de
facultades.
Ahora bien, debe repararse que el acto que es inoponible a la sociedad es el notoriamente
extraño, por lo que la ajenidad de la operación con el objeto social no debe dejar margen
de dudas. Pero tal exorbitancia no está ligada a la naturaleza de las actividades de la
sociedad, sino que deben considerarse incluidos en esa categoría a aquellos actos que de
manera alguna tienden a beneficiar a la sociedad, como por ejemplo el otorgamiento de
garantías en favor de terceros, sin contraprestación para la sociedad, el pago de deudas de
terceros o la realización de donaciones que no supongan beneficio, directo o indirecto para
el ente.
De manera tal que los administradores de sociedades comerciales no obligan a esta por los
actos notoriamente extraños al objeto social, los cuales serán inoponibles al ente, que
podrá repeler las acciones judiciales tendientes a exigir su cumplimiento. De allí la
importancia de la inclusión y precisión del objeto social en el acto constitutivo, que inscripto
en el Registro Público, no puede ser ignorada por quienes contratan con la sociedad (art. 7
ley 19550).
Ahora bien, si el régimen de representación ha sido organizado en forma plural, y la
sociedad se encuentra regularmente constituida, la infracción a dicho régimen hace
inoponibles también a la sociedad los contratos u operaciones celebrados en tales
condiciones, con excepción de las obligaciones contraídas mediante títulos valores, por
contratos entre ausentes, de adhesión o concluidos mediante formularios, salvo cuando el
tercero tuviere efecto conocimiento de que el acto se celebra en infracción de la
representación plural (art. 58 ley 19550).
Tal régimen se justifica plenamente, atento el carácter circulatorio de los títulos valores, en
los cuales no es dable exigir de los terceros una investigación profunda de todos los
obligados cambiarios; de la misma manera tampoco puede exigirse a los terceros las
consultas a registros públicos lejanos a la jurisdicción donde residen y mucho más repugna
a la buena fe en materia de contrato de adhesión o concluidos mediante formularios, que la
sociedad predisponente invoque defectos de un contrato celebrado exclusiva y
excluyentemente por ella.
Además de las limitaciones del objeto, el contrato constitutivo puede contener limitaciones
internas a las facultades representativas del administrador, pero como estas limitaciones
afectan la seguridad de los negocios, el art. 58 in fine de la ley 19550 las declara
inoponibles a los terceros. De manera tal que si el estatuto o acto constitutivo prevé la
ratificación de determinados actos por el acto de gobierno de la sociedad, la ausencia de tal
formalidad no afecta la validez de tales operaciones o la responsabilidad del ente por sus
consecuencias patrimoniales, sin perjuicio de la responsabilidad personal de quienes las
han contraído.
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La ley 19550 no prevé formulas expresas para obrar en nombre de la sociedad, que no
exige formulas sacramentales, pero debe resultar indudable que el representante de la
sociedad ha querido obligar a la misma. En tal sentido, ha sido interpretado por nuestra
jurisprudencia en forma por demás reiterada que la firma o nombre social mediante la cual
se establece la asunción de una obligación por la sociedad debe presentarse con tal
claridad que indique la actuación de un ente colectivo, y no el de una o varias personas
visibles, descartando la responsabilidad de la sociedad en casos en que los documentos
imputados a ella lleven firmas sin indicación alguna de su misma representación (la
antefirma).
LA REPRESENTACION DE LA SOCIEDAD Y LA DOCTRINA DE LA APARIENCIA
Sucede con frecuencia en el mundo de los negocios, que aun en infracción a la organización
del régimen de representación, la sociedad ha generado la apariencia de su propia
actuación, a través del actuar de determinadas personas, que sin tener las facultades de
obligar a la sociedad, han contratado en nombre de ellas, sin ningún reparo por parte del
ente, que ha tolerado dicha manera de proceder, para luego invocar el desconocimiento de
tal actuación, cuando es demandada para el cumplimiento de las obligaciones asumidas
por el representante de hecho. Este fenómeno se presenta con suma frecuencia en materia
de títulos valores.
En este caso, la jurisprudencia, a través de numerosos precedentes ha priorizado la
seguridad de los terceros ajenos al ente societario sobre los intereses de los socios o sobre
las limitaciones internas que ellos han establecido en el contrato constitutivo. En tal sentido
ha sido sostenido que “corresponde excluir la oponibilidad a terceros de las reglas
estatutarias de representación cuando la conducta del mandante ha sido idónea para crear
una apariencia en la atribución de las facultades que invocan los suscriptores de los títulos,
aun infringiendo lo dispuesto en los estatutos. Ha de computarse a tal efecto el silencio
guardado por el mandante que no impidió, como lógicamente hubiera podido y debido que
el firmante del documento cumpliera una actuación idónea para crear una apariencia de la
que los terceros pudieran prevalerse, al generarse la certidumbre de que la sociedad
quedaba obligada. Y esta confusión no puede recaer sobre los terceros de buena fe sino
sobre la sociedad misma que diera lugar a ella”.
OBLIGACIONES DE LOS ADMINISTRADORES
Dispone el art. 59 de la ley 19550 que los administradores de la sociedad deben actuar con
la lealtad y diligencia de un buen hombre de negocios y los que faltaren a sus obligaciones
son ilimitada y solidariamente responsables por los daños y perjuicios que resultaren de su
acción u omisión.
Dicha norma es la única que, en materia de responsabilidad de los administradores de
sociedades mercantiles contiene la parte general de la ley 19550, pues el legislador, con
muy discutible técnica legislativa, solo ha reglamentado minuciosamente el funcionamiento
del órgano de administración de las sociedades anónimas (el directorio), lo que conduce al
problema de extender las normas de los arts. 255 a 279 de la ley 19550 a los restantes
tipos sociales, fundamentalmente en lo que se refiere a la aplicación de las normas sobre
voto acumulativo, delegación de funciones, prohibiciones e incompatibilidades de los
directores, remuneración y régimen de responsabilidad.
Consideramos por nuestra parte aplicables a todos los administradores de sociedades
comerciales las normas que sobre la responsabilidad prevén los arts. 274 a 279, con
excepción de aquellas que se refieren exclusivamente al funcionamiento colegiado del
órgano de administración (art. 274, parrs 2 y 3 ley 19550), por tratarse de principios de
derechos común, plenamente aplicables a la administración societaria.
En consecuencia, los administradores de sociedades comerciales responde ilimitada y
solidariamente hacia la sociedad, los socios y los terceros, por el mal desempeño de su
cargo, según el criterio del art. 59, así como por la violación de la ley, el estatuto o el
reglamento o por cualquier otro daño producido por dolo, abuso de facultades o culpa
graves (art. 274 parr 1 ley 19550), responsabilidad que podrá hacerse efectiva a través de
las acciones sociales e individuales previstas en los arts. 276 a 279 del mencionado
ordenamiento legal.

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El CCCN ha consagrado idéntico principio para todas las personas jurídicas, y lo ha hecho
en el art. 160, conforme al cual los administradores responde en forma ilimitada y solidaria
frente a la persona jurídica, sus miembros y terceros, por los daños causados por su culpa
en el ejercicio o con ocasión de sus funciones, por acción u omisión.
REMUNERACION DE LOS ADMINISTRADORES DE LAS SOCIEDADES
La actividad de los administradores de sociedades es remunerada por la naturaleza de sus
funciones y por así disponerlo el art. 261 de la ley 19550 que, si bien se refiere al directorio,
nada autoriza a establecer diferencias con respecto a los demás tipos sociales, pues las
funciones de administración de un patrimonio ajeno, independientemente de la
complejidad que supone el funcionamiento de una sociedad anónima, son exactamente las
mismas.
La cuestión puede suscitarse con respecto a los límites y porcentajes establecidos por
aquella norma, pero entendemos que en tanto la filosofía del legislador ha sido la de
vincular las ganancias del ejercicio con la remuneración de los administradores, así como
incentivar la distribución de utilidades y evitar la existencia de directores ricos y accionistas
pobres, no ha obstáculo para extender la ética solución prevista por el art. 261 de la ley
19550 a los administradores de todas las sociedades mercantiles.
LA RENDICION DE CUENTAS Y LA FORMULACION DE LOS ESTADOS CONTABLES
La jurisprudencia de nuestros tribunales comerciales ha pronunciado en forma reiterada
que las sociedades regulares no rinden cuentas a sus socios sino que someten a estos los
estados contables confeccionados por el órgano de administración por medio de los cuales
se ponen de manifiesto los resultados arrojados por la gestión empresarial.
Esa manera de razonar se basa fundamentalmente en la doctrina orgánica que no admite
la existencia de sujetos distintos dentro de una sociedad, resultando por ello inadmisible el
procedimiento de rendición de cuentas, que prevén los arts. 859 a 864 del CCCN, que
contempla la existencia de dos personas, esto es, el obligado a formularlas y el dueño del
negocio a quien se someten las cuentas de una o varias operaciones de carácter mercantil.
Tal afirmación sobre el cual la jurisprudencia, salvo casos aislados, no admite excepciones,
solo es parcialmente cierta.
En primer lugar, no debe descartarse toda asimilación entre la rendición de cuentas y la
formulación de los estados contables por los administradores de las sociedades
comerciales, pues en puridad, la presentación de los balances constituye una forma de
rendición de cuentas, adaptado al negocio societario, en donde no es aplicable, en aras de
la seguridad de las operaciones sociales, el procedimiento de aprobación tácita de ellas
previsto por el CCCN, en el art. 862.
Por otro lado, y sin perjuicio de reiterar las dificultades que ofrece la doctrina orgánica,
producto de meras abstracciones del legislador para compatibilizar el funcionamiento del
órgano de administración de la sociedad al carácter de sujeto de derecho de los entes
societarios, pues en definitiva los estados contables son confeccionados por personas
físicas (los administradores) para su aprobación por otras personas físicas (las asambleas o
reuniones de socios), resulta acertado desde todo punto de vista que las cuentas sean
formuladas en forma uniforme, como lo prescriben los arts. 62 a 66 en materia de
preparación de los estados contables y que estos sean presentados solo en forma anual y
aprobados expresamente a través de una decisión del órgano de gobierno de la sociedad.
Ello apunta a la seguridad del tráfico mercantil y en este aspecto el procedimiento previsto
por el legislador resulta ponderable.
Pero de ello no puede derivarse mecánicamente que los administradores no deben rendir
cuentas en determinadas circunstancias, como por ejemplo, cuando estos no llevan
contabilidad en legal forma; en supuestos en donde uno de los administradores ha sido
desplazado de la gestión ordinaria de los negocios sociales y exige rendición de cuentas al
restante o cuando, en general, los mecanismos societarios de registro, información y
control de la gestión de los administradores no ha podido funcionar, situación en donde
debe entenderse que los principios generales establecidos por los arts. 858 a 864 del CCCN
recobran su plenitud.
Del mismo modo, también se ha admitido la procedencia del pedido de rendición de
cuentas a los administradores de sociedades mercantiles ante el pedido de los herederos
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del socio premuerto que tuvieron vedado su acceso a la sociedad, sin posibilidad de toda
información sobre el curso de la administración y de toda participación en la aprobación de
los estados contables.
Finalmente, la rendición de cuentas constituye el único medio de información para los
socios en las sociedades irregulares y de hecho, atento la imposibilidad de los
administradores de llevar una contabilidad regular, base y fundamento de la confección de
los estados contables.

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DE LA DOCUMENTACION Y DE LA CONTABILIDAD
FUNDAMENTO DE LA NECESIDAD DEL COMERCIANTE DE LLEVAR REGISTROS CONTABLES
La obligación de los comerciantes, individuales o colectivos, de llevar registros contables,
surge imperativamente del art. 320 del CCCN, en cuanto dispone que están obligados a
llevar contabilidad todas personas jurídicas privadas y quienes realizan una actividad
económica organizada o son titulares de una empresa o establecimiento comercial,
industrial, agropecuario o de servicios, disponiendo asimismo –y ello constituye una
novedad fundamental que la diferencia de las viejas prescripciones del Código de Comercio
en materia de contabilidad- que cualquier otra persona puede llevar contabilidad si solicita
su inscripción y la habilitación de sus registros o la rubricacion de sus libros.
La importancia de la contabilidad puede ser advertida desde numerosos puntos de vista:
a) En beneficio de la comunidad y del tráfico mercantil, por dos razones fundamentales:
1) interesa a los terceros que contratan con el comerciante, porque les permite
conocer la evolución de sus negocios, así como su estado patrimonial y financiero en
un momento determinado; y 2) permite la reconstrucción del patrimonio del
comerciante, lo que cobra especial importancia en caso de concursos o quiebras.
b) En interés del comerciante mismo, pues además de permitirle el conocimiento del
estado y evolución de sus negocios, la ley le permite valerse de ellos, cuando la
contabilidad es llevada en legal forma, para probar de manera rápida y eficaz sus
operaciones en caso de conflicto (art. 330 CCCN).
c) Finalmente, y tratándose de sociedades, solo una regular contabilidad permitirá a los
socios ejercer con plenitud su inderogable derecho de información sobre la marcha
de los negocios sociales y sobre la gestión de los administradores (art. 55 ley 19550).
En materia de sociedades, la legal teneduría de libros es obligación exclusiva de los
administradores, cuya inexistencia o irregularidad es suficiente causal de remoción. Del
mismo modo, es obligación de la sindicatura verificar la legalidad de tal carga, cuya
omisión puede acarrearle idénticas consecuencias.
Los registros contables que obligatoriamente deben llevar los comerciantes están
descriptos por el art. 322 del CCCN y ellos son:
a) El libro Diario, en donde el art. 327 del CCCN dispone que en él se deben registrar
todas las operaciones relativas a la actividad de la persona que tienen efecto sobre
el patrimonio, individualmente o en registros resumidos que cubran periodos de
duración no superiores a un mes. Estos resúmenes deben surgir de anotaciones
detalladas practicadas en subdiarios, los que deben ser llevados en las formas y
condiciones establecidas en los arts. 323, 324 y 325 del referido ordenamiento legal.
b) El libro de Inventario y Balances, que es también un registro cronológico en el cual se
deben anotar el conjunto de bienes y derechos de propiedad de la sociedad, así
como las obligaciones de las que esta fuere responsable de cumplimiento. Dicha
información debe ser asentada al momento de la constitución de la sociedad y a
partir de allí al cierre de cada ejercicio económico, debidamente valuada a esa fecha.
c) Aquellos que corresponden a una adecuada integración de un sistema de
contabilidad y que exige la importancia y la naturaleza de las actividades a
desarrollar. El código se refiere a libros complementarios de los libros indispensables,
a los que denomina “auxiliares”, también sujetos a las mismas formalidades que los
libros Diario e Inventario y Balances. Entre estos libros auxiliares, los más comunes
son el Mayor o de Cuentas Corrientes, en el cual se trasladan las anotaciones del
libro Diario, abriendo las cuentas deudoras y acreedoras del comerciantes; el libro de
Caja, que es considerado parte integrante del libro Diario, cuando en aquel se
asentaren los pagos en efectivo recibidos o efectuados por el comerciante; el libro
Bancos, Compras y Ventas, de Ganancias y Pérdidas, etc.
d) Los que en forma esencial impone este Código u otras leyes. Dentro de esta fórmula
deben incluirse los libros societarios (de actas de directorio y asambleas, de registro
de acciones, de asistencia a asambleas, de asociados de las sociedades
cooperativas, etc.).
Los libros de comercio están sometidos a determinadas formalidades y requisitos, cuyo
cabal cumplimiento asegura la eficacia que el legislador les otorga (art. 330 CCCN). De tal
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forma, dispone el art. 325 del CCCN que los libros y registros contables deben ser llevados
en forma cronológica, actualizada, sin alteración alguna que no haya sido debidamente
salvada, debiendo llevarse en idioma y moneda nacional.
Deben permitir determinar al cierre de cada ejercicio económico anual la situación
patrimonial, su evolución y sus resultados, disponiendo finalmente dicha norma que los
libros y los registros previstos en el art. 322, deben permanecer en el domicilio de su titular.
Los requisitos formales de teneduría de libros de comercio que fueron previstos en el
derogado Código de Comercio, habían sido, de alguna manera, modificados por la ley
19550 para las sociedades comerciales, adaptando las disposiciones de aquella normativa
a los adelantos de la tecnología. Sin embargo, tales reformas, contenidas en el art. 61 de la
ley 19550 han sido reservadas exclusivamente para el libro Diario y los libros auxiliares,
dejando intactas las directivas previstas para el libro Inventario y Balances.
En tal sentido, dispone actualmente el art. 61 de la ley 19550 que podrá prescindirse del
cumplimiento de las formalidades impuestas por el art. 53 del CCom., referidos a la
necesidad de encuadernación, foliación y rubrica de los libros, cuando la autoridad de
control o el Registro Público autoricen la sustitución de los libros por ordenadores, medios
mecánicos o magnéticos u otros, salvo el de Inventario y Balances. A tales efectos, la
petición de sustituir los libros por medios mecánicos de registración debe incluir una
adecuada descripción del sistema, con dictamen técnico o antecedentes de su utilización,
la que, una vez autorizada, deberá transcribirse en el libro de Inventario y Balances. Los
pedidos de autorización se consideraran automáticamente aprobados dentro de los 30 días
de efectuados, si no mediare observación previa o rechazo fundado. El sistema de
contabilización debe permitir la individualización de las operaciones, las correspondientes
cuentas deudoras y acreedoras y su posterior verificación, con arreglo al art. 43 del CCom.
(Art. 61 ley 19550).
LOS LIBROS SOCIETARIOS
A diferencia del comerciante individual, las sociedades deben llevar otros libros obligatorios
y con las mismas formalidades exigidas para los libros de comercio, cuya importancia
trasciende notoriamente el ámbito privado de ellas y en los cuales deben reflejarse
actuaciones internas de la sociedad. Ellos son los libros de Actas de los Órganos Colegiados
(asamblea y directorio), el libro de Registro de Asistencia a las Asambleas y el libro de
Registro de Acciones.
1- Los libros de Actas de Órganos colegiados requeridos genéricamente por el art. 73 de
la ley 19550 reviste fundamental trascendencia para la sociedad, los socios y los
terceros, pues permiten reconstruir el giro de los negocios desde la misma
constitución de la sociedad. Dichos libros son los siguientes:
a) Libro de Actas de Asambleas, en el cual deberán volcarse el resumen de las
manifestaciones hechas por los socios o accionistas en el seno de ellas, las
formas de las votaciones y sus resultados, con expresión completa de las
decisiones (art. 249, parr 1 ley 19550). La ley no requiere que las actas de
asambleas sean redactadas a medida que el acto transcurre, sino que para
agilizar su trámite, prevé la necesaria inclusión en el orden del día, de la elección
de los encargados de suscribir el acta (art. 246 ley 19550), a los cuales se les
asigna el rol de custodiar la veracidad de lo acontecido en el seno del acto
asambleario, y cuya acta deberá ser firmada por estos y por el presidente del
directorio o por el representante legal, según el caso (art. 73 in fine ley 19550).
b) El libro de Actas de Directorio, donde debe transcribirse resumidamente las
manifestaciones y votaciones de los directores presentes, así como las decisiones
adoptadas en el seno del órgano de administración. A diferencia de lo que
acontece con las actas de asambleas, las actas de directorio deben ser
redactadas a medida que transcurre el acto, debiendo ser firmadas por todos los
directores presentes al concluir la reunión.
Si bien la ley 19550 se refiere a las actas de directorio, sus normas son aplicables también
para el caso de que, tratándose de otro tipo societario, se haya organizado la
administración en forma colegiada, pues el art. 73, parr. 1 de la ley 19550, impone la
obligación de labrar acta a las deliberaciones de cualquier órgano colegiado sin distinción.
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Tal obligación es asimismo exigible al consejo de vigilancia y a la sindicatura plural o
comisión fiscalizadora (arts. 280 y 284 ley 19550), que revisten también el carácter de
órganos colegiados.
El art. 249 de la ley 19550 solo autoriza a los socios a solicitar, a su costa, copia firmada del
acta de asamblea, lo cual no implica de manera alguna que los accionistas o socios no
puedan recabar copia de los libros de los restantes órganos colegiados en la sociedad que
integran, pues la necesaria transparencia de los negocios sociales autoriza sobradamente a
aquellos a requerir tal información, no solo para tener conocimiento de lo acontecido en el
seno de los órganos de administración y fiscalización de la sociedad, sino también para
impugnar sus resoluciones, en caso de ilegitimidad o para considerar con conocimiento de
causa la gestión de los administradores y síndicos, al momento de ser evaluada.
2- El libro de Registro de Asistencia a Asambleas de Accionistas, que también debe ser
llevado con las formalidades previstas por el CCCN y cuya existencia esta prevista
por el art. 238 de la ley 19550. En dicho libro se deben registrar los accionistas que
hubiesen manifestado su voluntad de concurrir al acto asambleario, mediante
comunicación dirigida a la sociedad con 3 días hábiles de anticipación al de la fecha
fijada. Este libro debe ser contemplado por el directorio y suscripto por los
accionistas que concurran a la asamblea, dejando constancia de sus domicilios, DNI,
número de votos que corresponda e identificación de su representante asambleario,
en su caso (art. 239 ley 19550).
El libro de Registro de Asistencia a Asambleas es complementario del libro de Actas
de Asambleas, cuyas copias cada accionista tiene derecho a exigir (art. 249 ley
19550), pues su finalidad es acreditar el quórum requerido por la ley como requisito
indispensable para la validez del acto asambleario.
3- El libro de Registro de Acciones es otro libro societario cuya existencia esta prevista
por el art. 213 de la ley 19550. Debe llevarse también con las formalidades de los
libros de comercio y es de libro consulta por los accionistas.
Dicho libro reviste especial importancia desde la sanción de la ley 24587, que
consagro, a partir del año 1996, la nominatividad obligatoria de los títulos
accionarios, por lo que el carácter de accionista se adquiere, para todos los efectos,
desde la inscripción de la transferencia en el libro de Registro de Acciones de la
Sociedad (art. 215 ley 19550). Además de la transferencia de acciones, deben
inscribirse en el libro de Registro de Acciones las clases de acciones en que se divide
el capital, los derechos y obligaciones que ellas comportan: el estado de integración
de ellas, con indicación del nombre del suscriptor y cualquier otra mención que
derive de la situación jurídica de las acciones y sus modificaciones (medidas
cautelares).
Tratándose de sociedades de responsabilidad limitada, el art. 162 de la ley 19550
prevé un libro especial de actas de asambleas, coherente con el mecanismo
incorporado por la ley 22903 que autoriza la adopción de acuerdos sociales mediante
la comunicación del voto de los socios a los gerentes por cualquier medio que
garantice su autenticidad, respondiendo a una consulta efectuada por este, o bien
mediante una declaración escrita de todos los socios, en la cual estos expresan a la
gerencia el sentido de su voto. En tales casos, el acta deberá ser transcripta en un
libro de actas especial, en el cual los gerentes deben transcribir las respuestas dadas
por los socios y su sentido, a los efectos del cómputo de los votos, debiendo
conservarse por 3 años los documentos donde constan las respuestas.
La pérdida o sustracción de los libros societarios no impide la celebración de los
órganos colegiados. En tales casos, bastara transcribir lo acontecido en instrumentos
privados o públicos y luego, rubricados los nuevos libros, reproducir su texto en estos
últimos.
LOS BALANCES Y ESTADOS CONTABLES DE LA SOCIEDAD
Los administradores de las sociedades regularmente constituidas no rinden cuentas de su
gestión a través del procedimiento previsto por los arts. 858 a 864 del CCCN, sino mediante
la formulación de los estados contables, cuyo contenido ha sido minuciosamente
reglamentado por la ley 19550, y que se integran con los balances (art. 63), los estados de
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resultados (art. 64), los cuadros e información complementaria (art. 65), la memoria del
ejercicio (art. 66) y el informe de la sindicatura (art. 294, inc. 5). Asimismo, normas técnicas
de carácter contable han impuesto la obligatoriedad de completar los estados contables
con un dictamen o informe escrito, suscripto por contador público independiente, que debe
estar fundado en el examen de los estados contables a partir de un trabajo de auditoria
elaborado de acuerdo con las normas generalmente aceptadas para ello, en donde dicho
profesional opina sobre los estados contables efectuados por los administradores de la
sociedad, o se abstiene de opinar sobre dichos instrumentos.
Hemos señalado que, con fundadas razones, la ley 19550 ha reglamentado con sumo
detallismo el contenido de los estados contables, siguiendo en tal sentido la tendencia
universal de reglamentar y uniformar la confección de dichos instrumentos. Tal manera de
legislar se justifica sobradamente, en especial en las sociedades anónimas, que buscan en
la información uno de los pilares fundamentales de su regulación, atento el múltiple interés
que despierta la transparencia de las operaciones sociales.
Las previsiones de los arts. 62 a 66 de la ley 19550 son aplicables en su totalidad a las
sociedades por acciones y a las sociedades de responsabilidad limitada cuyo capital
alcance la suma prevista en el inc. 2 del art. 299 de la ley 19550. Las restantes sociedades
deben confeccionar sus estados contables de acuerdo con las previsiones del art. 326 del
CCCN, conforme al cual, al cierre del ejercicio, quien lleva contabilidad obligada o
voluntaria, debe confeccionar sus estados contables, que comprenden como mínimo un
estado de situación patrimonial y un estado de resultados que deben asentarse en el
registro de inventario y balances.
a- Preparación y aprobación de los estados contables
Si bien es obligación de los administradores o directores de la sociedad hacer llevar la
contabilidad y la confección de los estados contables, tal carga es generalmente delegada
en profesionales del área contable de la empresa, lo cual de manera alguna implica eximir
la responsabilidad de aquellos por las irregularidades que tales instrumentos puedan
presentar:
Los estados contables requieren la aprobación por parte del órgano de administración o
directorio, mediante decisión expresa del órgano colegiado, en reunión donde debe
aprobarse además la confección de la memoria y la convocatoria a asamblea general de
socios o accionistas en la cual dichos documentos, así como el informe de la sindicatura,
serán considerados y, eventualmente, aprobados por los integrantes de la sociedad. Solo a
partir de esta decisión, los balances y estados contables adquieren los efectos jurídicos que
la ley les asigna, pues hasta tanto son meros proyectos que carecen de toda virtualidad.
La trascendencia que tienen los estados contables para el tráfico mercantil ha sido
destacada incluso por la ley 19550, que impone a los administradores de las sociedades de
responsabilidad limitada, cuyo capital alcance el importe fijado por el art. 299, inc. 2, y de
las sociedades por acciones, la obligación de remitir a la autoridad de control una copia de
esos documentos (art. 67, parr. 2 ley 19550). Dicha norma es, sin embargo, insuficiente,
pues no se advierte, atento el interés general que supone el conocimiento de los estados
contables por los terceros, las razones por las cuales no se impuso idéntica carga a los
restantes tipos sociales, en especial para las sociedades de responsabilidad limitada, donde
los terceros tienen sumo interés en conocer los estados contables de las mismas, atento la
limitada responsabilidad de sus socios.
b- El balance
El balance es una descripción grafica de carácter estático de la situación económica,
financiera y patrimonial de la sociedad en un momento dado, que permite conocer la
composición de su patrimonio y la solvencia con que cuenta para el cumplimiento de sus
obligaciones.
Los balances pueden ser clasificados de la siguiente manera:
a) Los balances del ejercicio o “balances generales”, cuya confección y aprobación por
los accionistas esta prevista por el art. 234, inc. 1 de la ley 19550.
b) Los balances especiales, que deben ser elaborados en determinadas oportunidades,
fundamentalmente en caso de reorganización estructural de la sociedad
(transformación, fusión y escisión).
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c) Los balances de liquidación, cuya confección está autorizada por los arts. 104 y 109
de la ley 19550.
d) Los balances de comprobación que el art. 294, inc. 2 de la ley 19550 autoriza a
requerir a la sindicatura para comprobar la legalidad de los actos de la sociedad.
e) Los balances consolidados, que permiten agrupar la información correspondiente a
grupos de sociedades, y que es requerido por el art. 62 a toda sociedad que revista
el carácter de controlante en los términos del art. 33, inc. 1 de la ley 19550.
El art. 63 de la ley 19550 establece el contenido del balance general, disponiendo la
inclusión en el activo de la siguiente información:
a) El dinero en efectivo en caja y bancos y los valores caracterizados por similares
principios de liquidez, certeza y efectividad, así como la moneda extranjera.
b) Los créditos provenientes de las actividades sociales. Por separado se indicaran los
créditos con sociedades controladas, controlantes o vinculadas (cuya definición
suministra el art. 33 de la ley 19550), los créditos litigiosos y cualquier otro crédito.
c) Los bienes de cambio, agrupados de acuerdo con las actividades de la sociedad,
indicándose separadamente las existencias en materias primas, productos en
proceso de elaboración y terminados, mercaderías de reventa o los rubros requeridos
por la naturaleza de la actividad.
d) Las inversiones en títulos de deuda pública, en acciones y en debentures, con
distinción de las que sean cotizadas en Bolsa, las efectuadas en sociedades
controlantes, controladas o vinculadas y otras participaciones y cualquier otra
inversión ajena a la explotación de la sociedad, descontándose la previsión para
quebrantos o desvalorizaciones, cuando correspondiere.
e) Los bienes de uso, con indicación de sus amortizaciones acumuladas.
f) Los bienes inmateriales, por su costo, con indicación de sus amortizaciones
acumuladas.
g) Los gastos y cargas que se devenguen en futuros ejercicios o se afecten a estos,
deduciendo en este último caso, las amortizaciones acumuladas que correspondan.
h) Todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en el activo.
En cuanto al pasivo incluido en el balance, la información que debe ser suministrada es la
siguiente:
a) Las deudas, indicándose separadamente las comerciales, las bancarias, las
financieras, las existentes con sociedades controlantes, controladas o vinculadas, los
debentures emitidos por la sociedad, los dividendos a pagar y las deudas a
organismos de previsión social y de recaudación fiscal. Asimismo, se mostraran otros
pasivos devengados que corresponde calcular.
b) Las previsiones por eventualidades que se consideren susceptibles de concretarse en
obligaciones de la sociedad.
c) Todo otro rubro que por su naturaleza represente un pasivo hacia terceros.
d) Las rentas percibidas por adelantada y los ingresos cuya realización corresponda a
futuros ejercicios.
Separadamente de esos rubros, el art. 63, inc. 2, II, exige la inclusión en el pasivo de las
siguientes cuentas:
a) El capital social, con distinción en su caso, de las acciones ordinarias y otras clases, y
los supuestos del art. 220, esto es, las acciones de la propia sociedad.
b) Las reservas legales, contractuales o estatutarias, voluntarias y las provenientes de
revaluaciones y de primas de emisión.
c) Las utilidades de los ejercicios anteriores y en su caso, para deducir, las pérdidas.
d) Todo otro rubro que por su naturaleza corresponda ser incluido en las cuentas de
capital, reservadas y resultados.
El criterio del legislador de incluir estas cuentas dentro del pasivo ha sido duramente
cuestionado por la doctrina contable, cuyos expositores predican la necesidad de
agruparlas dentro del concepto del “patrimonio neto”, por entender falsa la afirmación de
que la sociedad “adeuda” a los socios o accionistas el monto del aporte. En tal sentido, el
modelo tipo de balances aprobado por la Resolución 1/73 de la Inspección General de
Personas Jurídicas (hoy Inspección General de Justicia), modificando la ley 19550, ubico al
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patrimonio neto dentro de un esquema independiente al activo y pasivo, entendiendo por
tal el exceso del activo sobre el pasivo que representa la participación de los socios en el
total del activo de la sociedad.
Tales críticas son parcialmente ciertas, y encuentran respaldo legal en lo dispuesto por el
art. 109 de la ley 19550 que ratifica la diferencia que existe entre el pasivo social y el
derecho de los socios a obtener el reembolso de su participación societaria, al cual solo
tendrán derecho en la medida de existir un remanente obtenido de la realización del activo
y la cancelación del pasivo. Sin embargo, entiendo acertado incluir en el pasivo y no en el
patrimonio neto a las utilidades de ejercicios anteriores, que si constituyen una deuda de la
sociedad hacia sus socios o accionistas.
Finalmente, deben ser expuestos en el pasivo social los bienes en depósito, los avales y las
garantías otorgadas por la sociedad, documentos descontados y toda otra cuenta de orden,
que corresponden a aquellas operaciones sociales que si bien generan relaciones jurídicas,
no aumentan ni disminuyen el patrimonio de la empresa ni repercuten en sus resultados.
La presentación de los balances está sometida a las siguientes pautas:
a) La información debe agruparse de modo que sea posible distinguir y totalizar el
activo corriente del activo no corriente, y el pasivo corriente y no corriente. Se
entiende por corriente todo activo o pasivo cuyo vencimiento o realización se
producirá dentro de los 12 meses a partir de la fecha del balance general, salvo que
las circunstancias aconsejen otra base para tal distinción.
b) Los derechos y obligaciones deberán mostrarse indicándose si son documentados,
con garantía real u otras.
c) El activo y pasivo en moneda extranjera deberá mostrarse por separado en los
rubros que correspondan.
d) No podrán compensarse las distintas partidas entre sí.
c- El estado de resultados138

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