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Denes Martos

LOS ESPARTANOS

Semblanza de un pueblo que hizo del heroísmo


una forma de vida

INDICE

Introducción

El Mundo de los Espartanos

Los Guerreros de Esparta

Epílogo

Anexos
INTRODUCCIÓN

Es muy humano recordar solamente aquello que nos gusta. Nuestra memoria
suele ser agradablemente misericordiosa con nuestra conciencia y con nuestras
emociones. Trata de guardar aquello que nos ha complacido o, por lo menos, no
nos ha herido demasiado. Los acontecimientos, vistos en retrospectiva, pierden
generalmente sus filos y sus amarguras hasta volverse melancólicamente
deseables. Así, ante los siempre renovados avatares cotidianos, nos consolamos
pensando en los "buenos viejos tiempos". Y cuando esos buenos viejos tiempos
quedan ya tan atrás que se han hecho Historia, no es infrecuente que tratemos
de sobornar al futuro pensando en que, de todos modos, cualquier tiempo
pasado fue mejor.

Históricamente, esta actitud tan humana nos lleva a escribir una Historia
subjetivamente acomodada a nuestros deseos. Dejemos ahora de lado la
falsificación o el manipuleo conciente de los hechos históricos. Aun sin caer en
la falsedad deliberada, tenemos la tendencia de encontrar en el pasado las
virtudes de las cuales hoy carecemos. Ese es el fundamento emocional de todas
las leyendas que hablan de una Edad de Oro; la explicación de todos los Paraísos
Terrenales que alguna vez habríamos tenido y de los cuales - por culpa de
nuestros propios defectos - habríamos sido expulsados. Las teorías
evolucionistas han tratado desesperadamente de borrar esta imagen de nuestras
mentes. Científicamente, en muchos casos, hemos aceptado la racionalidad del
postulado lógico que dice que lo complejo surge de lo simple y que la perfección
es un largo proceso de autocorrecciones sucesivas. Al lado de la leyenda de la
Edad de Oro está la convicción de que, sencillamente, no es lógico pensar en que
todo tiempo pasado fue mejor.

Es cierto: no es lógico. Pero es lindo. Tiene la hermosura de lo trágico y la


credibilidad de lo dramático. El evolucionismo construyó el mito del Progreso,
con mayúscula, poniendo toda fe y toda esperanza en un futuro inverificable.
Fue, y lo es aún hoy, no hay por qué negarlo, un mito poderoso. Es quizás, la
actitud natural de los conquistadores, los emprendedores y los hombres de
acción. Estos hombres probablemente no sabrán muy bien de dónde vienen, ni
hacia dónde van, pero hallan su orgullo en estar siempre avanzando.
Consecuentemente, ¿qué más lógico que suponer que todo avance es
"Progreso"? ¿Qué mayor justificativo se puede pedir?. Por eso todo
evolucionismo científico es enemigo natural de cualquier Edad de Oro. La lógica
dice que no hubo tal cosa. Descendemos de los monos. Nuestros antepasados
australopitécidos son unos hominoides de aspecto repugnante y es realmente
curioso que, en las ilustraciones, se los represente siempre de sexo masculino.
Si, en vez de un Hombre de Neandertal hubiésemos tenido a una Mujer de
Neandertal, probablemente muchos hubieran entendido mejor las ventajas de la
evolución.

Sin embargo, en otro nivel de nuestra personalidad, no terminamos de quedar


satisfechos con la lógica perfecta de nuestras teorías científicas. Por un lado, no
todos los hombres son hombres de acción. Y quienes lo son, no lo son
constantemente. Hasta los guerreros reposan. Y, cuando reposan, recuerdan. Y,
si los recuerdos no fuesen hermosos, más de media humanidad ya se hubiese
suicidado. Porque aún cuando los recuerdos sean, en si mismos, atroces, la
remembranza los suaviza haciéndonos terminar creyendo que no todo fue tan
terrible al fin y al cabo.

Por el otro lado, la cosa también es una cuestión de orgullo. ¿Quién aceptaría de
buena gana a un Pitecantropus en su genealogía familiar? ¿Quién admitiría ser
descendiente de ese monigote ignorante, feo y hediondo que emitía gruñidos
irreproducibles y corría a esconderse su caverna cada vez que caía un rayo?.
Podemos consolarnos pensando en que - aún así - el monigote era lo que se
llama un verdadero genio. Podemos tratar de acariciar nuestro orgullo
malherido afirmando que la invención de la manera de hacer fuego, el
descubrimiento de la palanca o la manía de caminar sobre las extremidades
inferiores requirió diez veces más genialidad que desarrollar el transatlántico a
partir del tronco flotante o la máquina de vapor a partir de la tapa de cacerola
que entra a moverse cuando hierve la sopa. Pero estos recursos argumentales no
dejan de ser consuelos. Como todos los consuelos, alivian. Pero no convencen
del todo.

Sería realmente difícil precisar el momento histórico exacto, pero un buen día
nuestra civilización actual se vio frente a un terrible dilema. O admitíamos la
teoría de la Edad de Oro, o admitíamos la teoría del monigote. Nuestro orgullo y
nuestra emoción votaban a favor del Paraíso Terrenal. Nuestra lógica y nuestra
razón depositaban sus sufragios en favor del australopitécido. Si lo miramos
detenidamente, el dilema no era tan insoluble después de todo: entre perder el
Paraíso por culpa de nuestra propia estupidez, o descender de un lemur más o
menos genialmente estúpido, bien mirado, no hay mucha diferencia. Con un
mínimo de sinceridad, los grandes intelectuales hubieran podido llegar
fácilmente a la un tanto perogrullesca conclusión de que los Hombres somos
seres racionales profundamente enamorados de nuestra hermosa
irracionalidad. Con un mínimo de honestidad, se hubiera podido cortar el
aparente nudo gordiano revelando que la constante histórica de la hominización
es precisamente la lucha contra la estupidez, la mediocridad y la hipocresía. Es
la lucha que el ser humano viene librando desde el nacimiento de la especie
contra sus propias limitaciones, debilidades y falencias. Pero claro, muchas
veces a los intelectuales se les puede pedir todo menos, precisamente,
sinceridad y honradez.

Por ello, los intelectuales sopesaron democráticamente los votos de la razón y


los de la emoción para llegar, finalmente, a un resultado que cualquiera hubiera
podido prever: empate. No un empate cualquiera, sin embargo. No un empate
vulgar, liso y llano. La moralina burguesa de los intelectuales exigía la moraleja
de la Historia y una historia empatada no tiene moraleja posible. En toda novela
policial que pretenda pertenecer honrosamente a su género tiene que haber
"chicos buenos" y "chicos malos". Más precisamente: debe haber un chico bueno
frente a, por lo general, muchos, chicos malos. Es cierto que - en las versiones
baratas - la novela termina siempre con el tan obvio como inevitable triunfo del
bueno sobre los pésimos. Pero hay novelas y novelas. Y, cuando el que las
escribe tiene pretensiones de intelectual, la tentación de no caer en lo normal es
casi irresistible. Así es como se terminan escribiendo esas historias en dónde "el
bueno" es solamente casi bueno y los malos pierden pero sobreviven porque
nadie es tan totalmente malo corno para merecer una derrota total. La sutil
moraleja de la novela termina siendo siempre muy aleccionadora: hay que tratar
de ser bueno, aún cuando por desgracia resulta condenadamente difícil lograrlo.

Un tipo de novela así es lo que contiene la mayoría de nuestros tratados de


Historia. En nombre del racionalismo a ultranza hemos decidido mandar el
mito del Paraíso Terrenal al estante de los libros de religión. Pero,
simultáneamente, mitificamos generosamente a los persona]es históricos,
ensalzando a los elegidos y denostando a los réprobos. Que en esto incurrimos
en una deliciosa serie de incongruencias es algo que, por lo visto, molesta sólo a
muy pocos.

Cuando se trata del mundo griego, las incongruencias se vuelven especialmente


significativas. Cualquier análisis desprejuiciado de la sociedad griega produce
pudibundos estremecimientos de alarma entre los que han escrito la novela de
la Historia Universal. Lo que sucede es que los griegos han sacado patente de
ser los inventores del sistema político vigente. Del que imperó a ambos lados de
la Cortina de Hierro pues, aunque parezca increíble, capitalistas y comunistas
no se pelearon por la democracia. Se pelearon por establecer cual de ellos era
más demócrata que el otro. En el debate entre las superpotencias del mundo
bipolar del Siglo XX todo estuvo en discusión. Menos una cosa: la democracia.
Estuvo permitido matar por cualquier otro tema: propiedad de los medios de
producción, imperialismo económico o imperialismo político, dictadura del
proletariado o dictadura del dinero, comité o soviet. Pero por la democracia no.
La democracia estuvo y sigue estando fuera de discusión. A la democracia la
heredamos de los griegos. Lo único que aún hoy todavía está permitido discutir
es si Platón fue - o no - el primer comunista o el primer teórico de la oligarquía.
Lo único que todavía se discute a rabiar es quién resulta ser el heredero más
directo. De los griegos. Los padres de la democracia. Por supuesto.

Es decir: de todos los griegos no. Porque la novela - como toda policial comme il
faut exige griegos buenos y griegos malos. Para usar los términos acuñados en
1939: griegos aliados y griegos del Eje. De un lado los demócratas liberales y, del
otro, los fascistas. Si Platón es el predecesor de Marx, entonces Licurgo tiene
que ser el precursor de Hobbes. Si Solón es casi un George Washington,
entonces Leónidas con sus trescientos espartanos inevitablemente tiene que ser
algo así como... bueno, elija usted mismo con total libertad el personaje de su
preferencia en la populosa galería de tiranos, dictadores, déspotas, opresores,
represores y personajes malditos que nos presenta la historia oficial.

Esta visión estereotipada, binaria y maniquea, de Grecia es el dogma vigente. Es


la historia de la buena y democrática Atenas contra la oscura y totalitaria
Esparta. Es la historia de los nobles, ponderados, tolerantes y pluralistas
atenienses contra los rígidos, belicosos, fanáticos y autoritarios espartanos. Son
los chicos buenos de Atenas contra los malos de Esparta.

A la larga, el dogma no puede dejar de despertar sospechas. Tanta perfección de


un lado y tanta perversión del otro resulta sospechosa. Es como si el
argumentista desconociese sus propias reglas en cuanto a que los buenos no
pueden ser totalmente buenos ni los malos completamente malos.
Naturalmente, tratándose de algo tan importante como nuestra instrucción
cívica, cierta licencia poética es admisible. Pero, aun así, la historia apesta a
manipuleo. Sobre todo cuando uno descubre que grandes luminarias de Atenas
- como nada menos que Sócrates y Platón - tenían un sólido respeto por los
espartanos y su estilo de vida. Pero claro, para descubrirlo hay que leer a Platón.
Y ¡quién se va a poner a leer a Platón hoy en día!

Sin embargo, si uno toma los propios autores griegos, muy pronto descubre la
terrible y monstruosa verdad: ¡los griegos no fueron "demócratas" en absoluto!
Para Aristóteles, la democracia es una perversión de la politeia - así como la
tiranía lo es de la monarquía - y hace falta la tendenciosidad increíble de los
traductores para tergiversar los términos. Para Platón, la democracia es
simplemente una reverenda estupidez política ya que, según él, el Gobierno
debe estar en manos de una minoría de sabios. En Atenas había más esclavos y
ciudadanos de segunda que hombres libres. En realidad, toda la mentada
democracia ateniense no es sino un lujo político que en ciertas circunstancias se
permitió la aristocracia terrateniente y la burguesía comerciante.

Los espartanos simplemente no tuvieron la veleidad de permitirse semejantes


lujos. Eran sobrios. Enfrentaban las épocas de paz y prosperidad con el
pesimismo natural del campesino que sabe que las buenas cosechas no se dan
todos los años. Sabían que es muy saludable ser previsor y medido en las
pretensiones. Por eso, cuando tuvieron que enfrentar épocas de angustia y
peligro, sencillamente se ajustaron los cinturones y - sin cambiar en nada su
organización social - se pusieron a resistir. Estaban organizados para resistir.
Grecia no se hubiera sostenido de haberle fallado sus espartanos. Cuando
Esparta dejó de resistir, Grecia se esfumó haciéndose macedónica primero y
simple provincia romana después.

Ésa es la verdad. La cruda verdad. Nada en esta vida nos es dado de un modo
aproximadamente duradero si no luchamos por defenderlo. Y para luchar con
alguna probabilidad de éxito hay que estar organizado para combatir. De otro
modo, al primer embate del enemigo se produce una estampida. Y siempre hay
un enemigo. Sobre todo en Política. Esto es así y siempre fue así aunque hoy
muchos pretendan negarlo. Aunque actualmente haya surgido cierta plaga de
individuos sosteniendo que, para no tener enemigos, es suficiente con declarar
la sincera intención de no querer tenerlos. Es ridículo. Más de diez mil años de
Historia contradicen esta fantasía. Es como pretender acabar con los ladrones
declarando nuestra más honesta intención de no resistirnos a un asalto.

Los espartanos no toleraban ser asaltados y se organizaron para resistir. Tenían


orgullo y determinación. Tenían sobriedad y disciplina. Supieron tener grandes
defectos, es cierto. Pero también supieron tener grandes héroes. Plutarco dice
de ellos que se adiestraban sistemáticamente en el ejercicio de cuatro virtudes
fundamentales. Primero: no querían ni podían soportar la idea de un
individualismo egocéntrico, contrario al espíritu de su comunidad. Segundo:
cada uno de ellos se sentía concientemente parte orgánica de la sociedad y, por
ello, todos se mantenían firmemente unidos detrás de los jefes. Tercero: se
esforzaban por vencer su egoísmo mediante la exaltación de lo heroico y la
moderación en las pretensiones personales. Y cuarto: concebían sus vidas como
un acto de servicio realizado en beneficio de los demás.
Solidaridad, lealtad, disciplina, autocontrol, heroicidad, sobriedad, vocación de
servicio. Son las virtudes duras de hombres duros que toman la vida en serio.
Algunos dicen que fueron excesivamente duros y que, aún así, estuvieron lejos
de ser perfectos. Por supuesto que no fueron perfectos. Estuvieron tan lejos de
la perfección como cualquier ser humano puede estarlo. Y, en cuanto a que
fueron duros: ¿acaso la vida es blanda? La vida dilapidada en idioteces puede
llegar a ser fácil, pero una vida vivida con intensidad y honradez es cualquier
cosa menos un paseo por el parque. ¿Acaso no es cierto que resulta
terriblemente dificil vivir la vida de tal modo que uno no tenga de qué
arrepentirse cuando llega el momento de morir?

Los espartanos creyeron que sí, Quizás haríamos bien en creerlo de nuevo
nosotros también. Y no hay por qué amargarse: los espartanos no fueron menos
felices que nosotros.

Es más, tuvieron algo que sólo muy pocos tienen hoy : tuvieron de qué sentirse
orgullosos.

EL MUNDO DE LOS ESPARTANOS

1)- El país y sus hombres.

La ciudad de Esparta se levantaba en


la región de Laconia. Por esta
comarca, en un sentido Norte-Sur,
fluye el río Eurotas y todo el país
constituye la parte austral del
Peloponeso.

En la epopeya homérica, Esparta es la


ciudad en dónde reina Menelao, de
quien la saga cuenta que tuvo muchas
virtudes, menos la de saber cuidar a
La ciudad de Esparta en la actualidad su esposa. Porque el príncipe Paris,
un buen día, decidió robársela y
después de eso, como todos sabemos, ardió Troya.

En la descomunal trifulca que se produjo por esta cuestión de polleras participó


Agamemnón, hermano de Menelao y gobernante de Micenas. Estuvo también
Néstor, el soberano de Pilos. Los súbditos de estos tres reyes no se daban a si
mismos el nombre de "griegos". La denominación de "griego" se la debemos a
los romanos. En la época de Homero y durante muchísimo tiempo aquellos
hombres se llamaron "aqueos". La situación se alteró recién cuando en Argólida,
Laconia y Mesenia aparecieron los dorios cuyos jefes se llamaron "heráclidas"
por derivar su árbol genealógico del héroe Heracles. El mismo que los latinos
llamarían Hércules más tarde.

La invasión doria es el último gran movimiento demográfico registrado en la


Grecia antigua y el recuerdo de la epopeya quedó siempre presente en la
memoria de los griegos. Como Pueblo, éstos muy probablemente surgieron de la
amalgama de los dorios con las demás estirpes y razas que ya habitaban esa
región del Mediterráneo. En Esparta, sin embargo, parece ser que los dorios
mantuvieron más sus características originales puesto que no se mezclaron
tanto con el resto de la población. Como en la India, esta voluntad de mantener
la idiosincrasia particular del estrato conquistador condujo a una forma muy
especial de organización social y política.

La población campesina original - los "helotas" (o "ilotas") - quedó al servicio de


los Señores espartanos. Los dorios que vivían en las ciudades alrededor de
Esparta — los "periecos" (literalmente = los "periféricos") — mantuvieron su
libertad individual y, en buena medida, sus propiedades, pero perdieron sus
derechos políticos.

Los descendientes del antiguo


ejército dorio se concentraron en la
ciudad de Esparta. Quizás fue el
orgullo de estos guerreros, o quizás
fue la fama de terribles
combatientes que se supieron
conseguir, pero el hecho es que la
ciudad nunca estuvo rodeada de
ninguna muralla defensiva. Y estos
hombres — a quienes la Historia
después llamó "espartanos" o
"lacedemonios" — constituían el
estrato minoritario de la población.
Eran pocos e hicieron lo que
siempre hacen los pocos. Porque
cuando uno está en minoría, lo
único que garantiza la supervivencia Mapa esquemático de Grecia Antigua
es la calidad. Eso fue exactamente lo .
que hicieron los espartanos: sabiéndose pocos, se dedicaron a ser mejores.

Por de pronto, erradicaron de sus vidas todo lo que podía llegar a debilitarlos.
Se sometieron a una férrea disciplina que, en pocas generaciones, convirtió la
estirpe de guerreros en una comunidad políticamente sólida y combativa. Se
adiestraron con tenacidad en aquellas virtudes que necesitaban para garantizar
las posiciones conquistadas y así lograron producir un tipo de ser humano que,
aún con sus debilidades, fue capaz de lograr los más difíciles objetivos militares
y políticos.

La organización sociopolítica de Esparta descansaba sobre cuatro instituciones


fundamentales: la monarquía, el Senado, los éforos y la Asamblea Popular.

2) - La monarquía espartana.

Por lo general, la mayoría de los Pueblos del mundo se ha conformado con tener
un rey. Los espartanos no. Tuvieron dos. La idea de la doble monarquía es
realmente curiosa y, quizás por eso, se han ensayado varias explicaciones mas o
menos plausibles. Algunos han querido ver en esta bicefalía del Poder Ejecutivo
espartano un antecedente de los Presidentes y Vicepresidentes modernos. Otros
han insinuado que se trataba meramente de una cuestión práctica pues, de
hecho, cuando uno tiene dos reyes, siempre puede mandar uno a la guerra
mientras el otro se queda en casa.

El inconveniente de todas estas explicaciones es que podrán ser muy


convincentes pero, por desgracia, faltaría saber si son ciertas. Lo único
realmente concreto que sabemos es que los espartanos descubrieron mucho
antes que los ingleses la tremenda ventaja de tener reyes que reinan pero no
gobiernan.

Los reyes espartanos, como cuadra a todo monarca, tenían varias funciones y
prerrogativas. Eran los Sumos Sacerdotes, eran los Comandantes en Jefe de las
Fuerzas Armadas con la obligación de ser los primeros en salir a la guerra y los
últimos en regresar; tenían el derecho de disponer de una Guardia personal,
selecta, de cien hombres; recibían las partes más apetecibles de los animales
sacrificados y doble ración en las comidas; cada uno de ellos designaba dos
representantes ante el oráculo de Delfos y guardaban los oráculos que les
hubiesen sido revelados. Decidían en materia de herencias y adopciones;
participaban de los debates del Senado; cuando morían, recibían un
impresionante funeral y - he aquí un detalle simpático - cuando un nuevo rey
ocupaba su trono se anulaban las deudas contraídas con el rey anterior o con el
Estado.

Eran personajes importantes, sin duda. Gozaban de múltiples honores, como


que provenían de las dos familias heráclidas más antiguas de Esparta: los
Agidas y los Euripóntides. Tenían autoridad militar y eran, por cierto,
superiores en dignidad al resto de los ciudadanos.

Lo único que no podían hacer era gobernar. Para eso estaban los éforos.

3)- Los éforos

Preguntarán ustedes ahora quienes eran los éforos. Pues, según Jenofonte,
Platón y Aristóteles, eran personajes que disponían de una considerable
cantidad de poder político.

No necesitaban ponerse de pié en presencia de los reyes. Podían decidir sobre la


vida y la muerte de cualquier ser humano, los propios reyes incluidos. Eran
policías y jueces. Resolvían la guerra o la paz y convocaban al ejército. En
tiempos de guerra, acompañaban a los reyes y podían dar órdenes a los
Generales. Recibían a embajadores y podían multar, destituir o juzgar a
cualquier magistrado. Según Aristóteles, procedían de las clases más humildes y
ejercían su Poder según su propio criterio, sin estar atados a leyes o normas
establecidas. Sin embargo, aún cuando Aristóteles los critica bastante, no puede
dejar de reconocer que eran los éforos los que le daban estabilidad y cohesión al
Estado espartano.
Los éforos eran cinco, Curiosamente, su magistratura no
fué prevista por Licurgo, el padre de la Constitución
espartana. Según algunos, el cargo fué creado por
Teopompo; según otros, por Chilón. Lo cierto, en todo
caso, es que originalmente Esparta se había subdividido
en cinco asentamientos. Por lo general, a estos
asentamientos se los ha llamado los "pueblos" o "barrios"
de Esparta. No fueron eso exactamente. En realidad eran
cinco guarniciones militares que, en conjunto, formaron
aquella fortaleza militar sin murallas llamada Esparta.
Los capellanes de cada una de esas cinco guarniciones se
convirtieron con el tiempo en éforos.

Licurgo ¿Un rasgo teocrático de la política espartana? Algo así,


Pero, por favor, no piensen ahora en los egipcios ni en
cosas por el estilo. En realidad, ni siquiera es muy correcto pensar en Esparta
como una ciudad, como una urbe. Esparta no fue eso. Fue una fortaleza militar y
,más propiamente, el centro cívico, militar y religioso de una Orden.

La ausencia de murallas alrededor de Esparta no revela tan sólo el orgullo y la


seguridad en si mismos que tenían los espartanos. Revela que Esparta estaba
"abierta". No fue, como Atenas, Tebas o Corinto, un pequeño pueblito de
provincia hinchado - por crecimiento vegetativo y por inmigración - hasta
alcanzar el rango de ciudad. Fue la sede de una Orden que, al principio, rigió los
destinos de Laconia y, luego, impuso la unidad a la mayor parte del Peloponeso.
Esparta fue la única entre las Ciudades-Estado de Grecia que, desde el
comienzo, se acostumbró a pensar en términos políticos supraindividuales. La
única que no fue un Estado en y por si misma, sino la capital de un Estado. La
Orden podría haber hecho de la Grecia antigua, no un mosaico de pequeños
Estados más o menos confederados, sino un Pueblo con unidad de destino
diferenciada en lo universal. No lo consiguió por dos motivos: no fue
comprendida por los demás y su Poder resultó ser cuantitativamente
insuficiente.

En este contexto resulta ilustrativo señalar cómo llamaban los espartanos a su


Estado. Lo llamaban "Cosmos". Era su "mundo". Fueron los únicos griegos con
capacidad para convertirse en Nación. Por eso Grecia vivió mientras hubo
espartanos para defenderla. Cuando los espartanos se extinguieron, murió
Grecia.

Pero volvamos a los éforos. Muchos, apresuradamente, han catalogado a estos


cuasi-dictadores de origen eclesiástico como la prueba irrebatible del
"autoritarismo" espartano. Les ha pasado a estos autores lo que les sucede a
todos los que no revisan bien sus papeles. Porque resulta ser que estos éforos,
por más autoridad que revistiesen, no surgían de ningún "Diktat" individual o
de clase. Puede parecer sorprendente, pero se los designaba a través de un
procedimiento absolutamente democrático. Más todavía: se los relevaba y
cambiaba todos los años. Los elegía anualmente el voto de la Asamblea Popular.
4}- La Asamblea Popular.

La Asamblea estaba constituida por todos los ciudadanos libres mayores de


treinta años.

Su función consistía en designar a los miembros del Senado y en elegir a los


éforos, seleccionando a los candidatos que se presentasen espontáneamente
para ocupar estos cargos. También, en determinadas oportunidades, la
Asamblea votaba las propuestas presentadas por las otras instituciones del
Estado.

Con esto, la Constitución espartana incorporó un rasgo indiscutiblemente


democrático. Aún Aristóteles, a pesar de hacerle fuertes críticas, no puede dejar
de reconocer que el Estado lacedemonio funcionaba de un modo muy
satisfactorio:

"... el Estado no puede encontrarse bien sino cuando de común acuerdo los
ciudadanos quieren su existencia y su estabilidad. Pues esto es lo que sucede en
Esparta. El reinado se da por satisfecho con las atribuciones que le han
concedido; la clase superior lo está por los puestos que ocupa en el senado, la
entrada en el cual se obtiene como un premio a la virtud; y, en fin, lo está el
resto de los espartanos por la institución de los éforos, que descansa en la
elección general."

Si después de esto, el buen Aristóteles aún insiste en hallarle defectos al sistema,


el hecho no puede sino interpretarse como la tendencia típica de los
intelectuales de todos los tiempos: nunca están conformes con la realidad. Ni
siquiera los realistas tan realistas como Aristóteles.

Por ejemplo, uno de los defectos que el gran estagirita le halla a la democracia
espartana es su sistema electoral. El hecho es que los espartanos no cometieron
el error de agregarle al capricho de la mayoría la cobardía del anonimato. En
Atenas se votaba utilizando pequeñas piedras. En Esparta se votaba por
aclamación. El método no habrá sido matemáticamente muy exacto y hasta es
muy posible que hayan habido varios casos discutibles o dudosos. Pero permitía
identificar a quienes habían votado y, de todos modos, como lo describe
Tucídides cuando relata la Guerra del Peloponeso, los espartanos no eran
tontos. En los casos realmente importantes se procedía a un simple y sencillo
método para el recuento de votos: los que estaban a favor se ubicaban de un
lado y los que estaban en contra se situaban del otro. Expeditivo y simple. Pero,
sobre todo, muy efectivo a la hora de deslindar responsabilidades que es la hora
que más suelen temer los que más se desesperan por votar.

5)- El Senado.

En ningún lugar de Grecia se respetaron tanto a los ancianos como en Esparta.

Cicerón nos cuenta que, en una oportunidad, un anciano ingresó al teatro de


Atenas dónde se estaba celebrando una fiesta. Los atenienses se hicieron los
distraídos - igual que los pasajeros de cualquier medio de transporte público de
hoy - y nadie se levantó para ceder su asiento. Sin embargo, cuando el anciano
llegó al sitio privilegiado dónde estaban ubicados los embajadores de Esparta,
éstos, como la cosa más natural del mundo, se levantaron en bloque para
hacerle un lugar. En ese momento sucedió algo típicamente ateniense: al
unísono, todos los espectadores se pusieron a aplaudir el gesto espartano. No
sin ironía uno de los embajadores comentó: "Los atenienses ciertamente
conocen las buenas costumbres; pero sucede que ni se les ocurre comportarse
de acuerdo con ellas."

El Senado de Esparta - la "Gerusia" - estaba constituido por 28 "gerontes".


Debían tener más de sesenta años; debían presentarse voluntariamente a
ocupar el cargo; los elegía la Asamblea Popular y - he aquí probablemente el
único error grave cometido por Licurgo - el cargo era vitalicio. Biopolíticamente
hablando: un sinsentido. Por supuesto, Aristóteles no pierde la oportunidad de
señalar que la Gerusia era.. "...una institución cuya utilidad puede ponerse en
duda, porque la inteligencia tiene su ancianidad como el cuerpo".

Realmente no hay que hacer demasiados esfuerzos de imaginación para ver ante
nosotros a una venerable colección de 28 distinguidos gerontes haciendo
desesperados esfuerzos para no dormirse durante complicados debates que
escuchan mal y entienden peor. Sin embargo, en nuestros Senados actuales, aun
cuando la edad promedio de los señores senadores es sensiblemente inferior, los
bostezos hipopotámicos no son tan infrecuentes como podría creerse. ¿Alguien
de ustedes recuerda el debate en el Senado argentino sobre la cuestión del
Beagle?.

Sea como fuere, es cierto que el Poder político del Senado espartano no debe
haber sido demasiado grande. Los venerables ancianos de Esparta, al parecer,
sufrieron el triste destino que en todas partes parece estarle reservado a los
viejos sabios: todo el mundo los respeta pero nadie los escucha. Excepto cuando
ya es demasiado tarde.

6)- La educación espartana.

Para darnos una idea de la estructura social espartana es conveniente tener una
noción cuantitativa de esa Orden que fue el Estado lacedemonio.

Por la época del Siglo V AC, el territorio de la Orden abarcaba a Laconia,


Mesenia y partes de Argólida y Arcadia. Esto, con algo más de 8.000 kilómetros
cuadrados, representa unos dos tercios de la peninsula del Peloponeso.

Dentro de este espacio vivían por aquél tiempo unos 200.000 a 225.000
habitantes. De éstos, unos 120.000 eran helotas y aproximadamente unos
80.000 habrán sido periecos. El número de los espartanos, por la época de las
guerras contra Persia, difícilmente haya sido superior a los 20.000 o 25.000.
Esto nos da una población masculina de unos 8.000 hombres mayores de 20
años aproximadamente. Las cifras, por supuesto, son muy elásticas y varían
considerablemente de un autor a otro. Pero - a grandes rasgos - pueden servir
como marco de referencia.

Estos 8.000 hombres eran los auténticos espartanos. Poniéndolos a todos


juntos, a razón de 4 hombres por metro cuadrado, habrían ocupado unos 2.000
metros cuadrados; es decir: la quinta parte de una plaza común. Un político
actual no podría organizar con ellos ni un medianamente pasable cierre de
campaña electoral. Y, sin embargo, este puñado de hombres mantuvo a Esparta
y a Grecia dentro de la Historia Universal durante siglos. Con las constantes
guerras y los desplazamientos sociales que veremos más adelante, el número se
redujo rápidamente a cifras increíblemente bajas. Para el 418 AC difícilmente
quedaban más de 3.000 hoplitas en la infantería pesada espartana. Para el 317
AC es casi imposible que fuesen mucho más de 1.000 o 1.500.

En comparación, Atenas contó aproximadamente con unos 50.000 ciudadanos


de alrededor de 20 años; aun cuando su territorio fue mucho menor. Así pudo
poner 9.000 hoplitas sobre al campo de batalla de Maratón y además tripular
sus barcos. En la batalla naval de Salamina, si aceptamos que participaron 180
trirremes de la flota griega armadas por Atenas, la cuenta nos arroja un total de
27.000 remeros atenienses solamente.

Los hombres libres de Esparta se designaban a si mismos como homoioi . La


palabra quiere decir "los iguales". Como la enorme mayoría de los conceptos de
igualdad inventados por el Hombre, también el de "homoioi" era excluyente. En
Esparta, ser "igual" significaba simplemente pertenecer al núcleo de aquellos
que eran mejores que los demás. No crean que la costumbre ha sido
exclusivamente espartana. Ciertos romanos, para entender exactamente lo
mismo, se llamaron "pares". Y ciertos ingleses, precisamente con el mismo
criterio, se llaman "peers" hasta el día de hoy.

El camino que debían transitar aquellos que querían ser iguales a los mejores
era duro. En realidad, era durísimo.
Con siete años el pequeño espartano le decía adiós a su Hoplita espartano
mamá y pasaba a ingresar al Cosmos. Según nos cuenta
Plutarco, los padres de un niño poco tenían para decidir en cuanto a su
educación más allá de los siete años. Hasta ese momento las madres espartanas
lo habían educado para ser sano, equilibrado y valiente. A veces, lo bañaban en
vino porque creían que las criaturas enfermizas o epilépticas morían con el
tratamiento mientras que las sanas se fortalecían. A las criaturas no se les
ponían pañales. Se las educaba para comer lo que hubiere; se las dejaba a
oscuras para que perdiesen el miedo a la oscuridad y a solas para
acostumbrarlas a valerse por si mismas. Las madres espartanas, ciertamente, no
eran sobreprotectoras. Freud, en Esparta, probablemente se hubiera muerto de
hambre.

Ya al nacer, el niño espartano era llevado a un lugar llamado lesje. Allí, los
ancianos de su estirpe examinaban a la criatura y, si la hallaban apta, podía
volver con su madre. En caso contrario, se la dejaba en la apothete - un
acantilado del Monte Taigeto - para que muriese porque, como relata Plutarco,
los espartanos eran de la opinión que "..dejar con vida a un ser que no fuese
sano y fuerte desde el principio, no resulta beneficioso ni para el Estado ni
para el individuo mismo".

¿Otros tiempos, otras costumbres? En parte sí. No nos olvidemos que estamos
hablando de una época en que no había antibióticos, diagnóstico por imágenes,
ni salas de terapia intensiva. De hecho, no existía ni siquiera la aspirina. Pero,
por otra parte, la práctica no deja de ser terriblemente cruel. Sobre todo si uno
tiene en cuenta que, durante la Edad Media por ejemplo, tampoco había
antibióticos, diagnóstico por imágenes, ni salas de terapia intensiva y, sin
embargo, a una criatura simplemente débil o delicada de salud todavía se la
dejaba crecer para que se convierta en poeta, filósofo, pintor o matemático.
Admitámoslo: el cristianismo ha hecho un buen trabajo en ese sentido. Dejemos
a la muerte en manos de Dios. O del destino. O de la fatalidad. O de como
quieran llamarlo. Pero, por favor, no la pongamos en manos de los hombres.
Nunca ha resultado algo bueno de eso.

Sea como fuere, en Esparta, a la edad de siete años, los sobrevivientes de la


eutanasia ingresaban al Cosmos. A partir de ese momento vivían en "hordas"
cuyo jefe era un niño mayor. Siete años más tarde, a los 14, se convertían en
efebos; guerreros versados en las armas, la música, la poesía y la mitología, e
impregnados hasta la médula de los conceptos del Deber, el Honor y la
Obediencia. Seis años más tarde eran hombres. Su educación había terminado.

Trece años de adiestramiento intensivo. Trece años durante los cuales quedaban
expuestos al capricho del jefe de la horda; años durante los cuales los ancianos
los observaban jugar, los incitaban a combatir entre si y trataban de descubrir
las habilidades de cada uno. Trece años en los que se los adiestraba a mirar,
observar, aprender, aguantar, apretar los dientes, resistir y a callarse la boca. Y,
después de los veinte, tardaban todavía diez años más en hacerse ciudadanos de
pleno derecho. Luego de educarlos durante trece años todavía se los tenía en
observación por diez años más para ver si el proceso educativo había producido
los resultados esperados.
A medida en que crecían las exigencias iban en aumento. En cierto momento se
los dejaba calvos. Se los obligaba a caminar descalzos y a jugar desnudos. A los
doce años se les daba una única pieza de vestimenta, sin ningún tipo de ropa
interior, que debían usar durante todo el año. Los quemaba el sol y se bañaban
en agua fría hasta en invierno. Dormían juntos, comían juntos, vivían juntos y
jugaban juntos. Debían preparar sus lechos con hierbas arrancadas a mano de
las orillas del Eurotas. Debían hacer de policía para vigilar a los helotas rebeldes
y, para ello, quedaban, afectados a una sociedad secreta llamada krypteia. En
Esparta, la KGB estaba en manos de los niños.

En el Limneo, ante el retrato de Artemisa Ortia


sostenido por una sacerdotisa, los efebos espartanos
aprendían a soportar el dolor. Se los flagelaba hasta
hacerlos sangrar y, si la ceremonia no se
desarrollaba según el - probablemente bien sádico -
gusto de la sacerdotisa, ésta pretendía que el cuadro
se le hacia cada vez más pesado por lo que los
latigazos debían ser más fuertes. Y, en esto, no sólo
tenían que disimular el dolor. ¡Hasta tenían la
obligación de mostrarse alegres!

¿Eran crueles?. Por sorprendente que parezca: no;


no lo eran. Eran duros. Feroces quizás, pero crueles
no. En la verdadera crueldad hay siempre mucho de
arbitrario y caprichoso. Las personas realmente
crueles lo son más por placer que por necesidad. Los
Artemisa espartanos tenían un objetivo: adiestraban hombres
duros para una vida dura.

Y la prueba está en que, aun a pesar de este adiestramiento infernal, siguieron


siendo humanos. Con todas las virtudes y con buena parte de los defectos de
todos los demás griegos. Esparta produjo una nada despreciable cantidad de
poetas, escultores y arquitectos. Las mujeres espartanas fueron codiciadas en
toda Grecia como institutrices. Los templos dóricos, con sus estupendas
columnas, nos hablan de un exquisito sentido de la armonía. El hermoso trono
de Apolo, en Amiklai, nos demuestra la intensidad de la fe espartana. Eran
entusiastas de los hermosos colores y de los elegantes atuendos, aún cuando los
viejos guerreros andaban, a veces, un poco zaparrastrosos, con la indolencia
típica de los veteranos de todos los tiempos y todas las guerras. Amaban a sus
madres con una intensidad conmovedora y honraban a sus abuelos con un
respeto que llamó la atención de toda Grecia.

El adiestramiento no siempre borraba sus defectos. Alguno fueron volubles;


otros, sobornables. Tuvieron mentirosos, egoístas, malvados y hasta hubo entre
ellos grandes traidores. Pero, con virtudes y defectos, fueron de una sola pieza.
Fueron íntegros en el sentido orgánico - casi diría estructural - de la palabra. No
les interesó ser "buenos" o "malos". En realidad, eso es algo que nunca le
importó un comino a ningún griego. Los griegos jamás pretendieron ser
"buenos". Cualquiera que profundice en su cosmovisión no puede pasar por alto
el hecho indiscutible que la vida en Grecia no estaba determinada por la
bipolaridad del Bien y el Mal. El griego jamás tuvo noción de lo que es el pecado.
La bipolaridad que galvanizó la vida griega es de índole estética. Pero no de
índole estético-contemplativa sino de un orden estético-práctico.

La "virtud" y el "vicio" de los pensadores griegos no es equivalente a nuestro


Bien y a nuestro Mal. De haber usado nuestras palabras los griegos habrían
dividido las cosas de este mundo en "lindas" y "feas"; en hermosas y en
horribles. Los peldaños de su escala de valores se afirmaban en las dos varas de
lo hermoso y lo horrendo. Por eso no se preocuparon nunca de ser "buenos".
Siempre fueron tremendamente mentirosos. Pero mentían con elegancia. Toda
su mitología no es sino un hermoso cuento en el que creían, no porque fuese
cierto, sino porque era, y sigue siendo, hermoso. Vivieron traicionándose
mutuamente. Pero casi cada traición es una obra maestra de la intriga. Nunca
pretendieron ser moralmente intachables. Quisieron ser espléndidos. Y lo
lograron.

Entre ellos, los espartanos consiguieron ser todavía más que eso: fueron
formidables. Bastó una formación de 800 hoplitas espartanos para hacer
temblar a toda Grecia y una de apenas 300 para cubrirla de gloria. Hoy, a más
de dos mil años de su desaparición, todavía seguimos recordándolos y hablando
de ellos. Algunos los exaltan, quizás más allá de sus verdaderos méritos. Otros
los denigran, quizás porque los seres pequeños nunca entenderán a los grandes.
Pero nadie los ha olvidado. A más de dos milenios de la muerte del último
hoplita espartano, los hombres de la Orden siguen viviendo.

¿Nunca lo han pensado? ¿Hablará alguien de nosotros en el año 4300? ¿De


quién se acordarán los historiadores y los pensadores dentro de dos mil
trescientos años? ¿De quién? Piensen en cualquier personaje famoso, ya sea de
la actualidad o de los últimos 60 o 70 años. ¿Se animarían a pronosticar que
dentro de dos mil años alguien todavía sabrá quién fue y qué hizo? ¿De quién
hablarán los que quieran recordar nuestra época dentro de más de dos
milenios? Nosotros hablamos de los espartanos. Desaparecieron hace más de
noventa generaciones y seguimos recordándolos.

¿Estarían ustedes de acuerdo conmigo si digo que fueron inmortales?

7)- Las fidicias.

Una de las extrañas costumbres de los espartanos eran las fidicias (o syssitias).

Todos los varones adultos tenían la obligación de comer juntos. Para ello se
formaban "cofradías" de alrededor de quince personas - las mismas que, en la
guerra, compartían una carpa más algunos ancianos - y cada uno debía aportar
una cantidad establecida de alimentos por mes. Los cofrades debían
suministrar: unos 60 Kg, de harina de cebada, 26 litros de vino, 2Kg.de queso y
1 Kg. de higos, amen de una muy pequeña suma de dinero en efectivo para otras
compras.

Síganme, por favor, y hagamos un poco de cuentas. Con este aporte por parte de
15 personas los alimentos ascienden a: 900 Kg, de harina, 390 litros de vino, 30
Kg. de queso y 15 Kg. de higos. Esto quiere decir que, por día y por persona
(suponiendo un mes de 30 días de acuerdo al calendario de Solón) cada uno de
los cofrades podía comer: 2 Kg. de harina; 0,86 litros de vino; 66 gramos de
queso y 33 gramos de higos; más lo que se pudiese comprar con la pequeña
suma de dinero. Evidentemente ningún espartano corría peligro de engordar.

A todo esto, estaba terminantemente prohibido comer fuera del marco de la


cofradía. El que, para mitigar la excesiva frugalidad de la mesa común, comía a
escondidas en su casa era severamente amonestado por su "glotonería".
Tampoco había borrachos. Platón nos confirma que, si en Esparta un ebrio se
hubiera atrevido a salir
a la calle, lo hubieran
molido a palos
inmediatamente.

El plato nacional de los


lacedemonios era la
famosa "sopa negra".
Los atenienses
ironizaban diciendo
que "Después de
probarla se comprende
por qué los espartanos
van con tanta alegría a
la muerte". Plutarco,
Escena de una syssitia
por su parte, nos relata
el caso de un rey del Asia Menor quien, habiendo oído hablar de la susodicha
sopa, hasta contrató a un cocinero espartano para que se la preparara. Luego de
la primer cucharada, parece que el buen monarca montó en tal cólera que casi se
come al cocinero. El pobre, para salir del paso, no encontró mejor excusa que
decir: "¡Majestad! ¡Lo que sucede es que a esta sopa hay que ingerirla luego de
bañarse en el Eurotas!". Con todo, no es imposible que éstas fuesen tan sólo
viles calumnias atenienses. Probablemente, la "sopa negra" - sin llegar a ser el
delirio de un gourmet - era bastante pasable. Aunque, como es universalmente
admitido, sobre gustos no hay nada escrito...

Con o sin sopa, el hecho es que las comidas comunes eran realmente una
institución importante en Esparta. El espíritu de cuerpo que debió reinar en las
cofradías queda bastante bien ejemplificado por la discreción con que se
trataban las palabras que pudiesen haberse pronunciado durante las
conversaciones de sobremesa. Cuando entraba algún comensal, el más anciano
de los presentes le señalaba la puerta y le advertía: "¡Por esta puerta no sale
palabra alguna!"

En otro orden de cosas, mucho se ha criticado la sanción social que recibía


quien - por cuestiones económicas - no podía ya aportar la cantidad mensual de
alimentos. El que no cumplía con sus aportes no sólo era expulsado de la
cofradía sino, además, resultaba desclasado de su posición social. Dejaba de ser
un homoioi para convertirse en perieco. Eso significaba, ni más ni menos, que
debía ir a trabajar. Con ello dejaba de ser un auténtico guerrero pues, como todo
el mundo sabe, los guerreros auténticos no trabajan. Se juegan la vida. Pero no
trabajan.

Aristóteles critica ácidamente este rasgo "capitalista burgués" de la sociedad


espartana y son muchos los que se han unido con entusiasmo a esta crítica. Lo
que todos pierden de vista es un par de hechos importantes. Por de pronto, la
"cuota" de alimentos a aportar era la misma para todos los cofrades. Fuesen
pobres o ricos, todos aportaban lo mismo, todos compartían la misma mesa,
todos comían lo mismo y todos podían hablar a sus anchas en un marco de
rigurosa discreción. Por otra parte, repasen ustedes las cantidades mensuales:
hoy hablaríamos de una bolsa de harina, dos damajuanas grandes de vino, dos
kilos de queso y un kilo de higos. Es cierto que, en aquella época, era un poco
más difícil que hoy juntar esas cosas todos los meses. Pero tampoco entonces
pudo haber requerido un esfuerzo sobrehumano.

La crítica interesada siempre es fácil y siempre resulta parcial. ¿Acaso un


gentleman inglés no pierde hoy su categoría de tal si ya no puede aportar la
"mísera" cuota mensual de su club? Un rasgo típicamente burgués, sin duda.
Pero también típicamente anglosajón. En el mundo de la ética protestante una
persona no sólo tiene que ser eficiente y capaz sino que, además, debe
demostrar que es exitosa para probar que goza del favor de Dios. Quien no
puede hacerlo no es ni realmente eficiente ni realmente capaz. Y quien no lo es,
no puede pretender que se lo considere como un homoioi ; un igual a los
mejores.

Además, tiene que haber un mínimo establecido para medir la eficiencia y la


capacidad. En Inglaterra, este mínimo es el carnet de determinado tipo de club.
En los Estados Unidos es el barrio y la casa en la que uno vive, la profesión que
se tiene y el cargo en la compañía para la cual se trabaja. En Alemania es la
profesión que se tiene y los títulos de "Herr Profesor" o "Herr Doktor" que se
han conseguido juntar.

En Esparta, el mínimo establecido era una bolsa de harina, unos litros de vino,
un poco de queso, algo de higos y unos centavos en efectivo. Quienes vean en
esto una cuestión de discriminación económica están mirando al mundo a
través de los anteojos de un contador. Esto no es una cuestión económica. Es
una cuestión de orgullo. Quizás un tanto difícil de entender para los latinos,
pero detrás de esta cuestión está la respuesta a por qué la mayoría de los
anglosajones es protestante mientras que la mayoría de los latinos es católica.

Es un poco la cuestión de la fe y la predestinación. La fe se tiene; la


predestinación hay que demostrarla. Ciertos hombres no se conforman con ser;
quieren demostrar lo que son. Ciertos hombres no se conforman con
declaraciones; exigen pruebas. La fe puede simularse; la predestinación no. Para
los homoioi, quien declara ser un "igual" es, por supuesto, bienvenido. A,
condición de que demuestre su igualdad. Si no lo consigue, estaba equivocado y
pretendió más de lo que le corresponde. Y nadie puede pretender eso.

Otros hombres son más comprensivos. Ciertamente son muchísimo más


agradables de tratar. Comprenden las debilidades humanas. Comprenden esas
imperfecciones, pequeñas y grandes, que todos tenemos y que nos convierten en
seres humanos necesitados de un hombro sobre el cual llorar y de una mano que
nos sostenga el corazón. Otros hombres aceptan que, a veces, se tiene mala
suerte. O que, simplemente, no se tiene suerte. O que de pronto tienen una
suerte increíble quienes menos se la merecen. Estas personas son, sin duda,
muchísimo más simpáticas y más cálidas. Es infinitamente más agradable
convivir con ellas. Pero no llegan a la luna. No rompen la barrera del sonido. No
levantan Potencias Mundiales. No fundan ciencias por afán de exactitud ni
dominan situaciones por voluntad de vencer. Lo intentan a veces cuando los
dioses les regalan un gran conductor. Y, a veces, hasta lo logran. Pero ¡pobre del
conductor si fracasa!

Los desagradables eficientistas también necesitan, por supuesto, un conductor,


un Jefe. Nunca hubo, no hay, ni habrá sociedad humana alguna sin dirigentes.
Hasta las sociedades anónimas tienen sus presidentes y sus ejecutivos ante
quienes tiembla toda la empresa. Pero los antipáticos eficientistas, los
insoportables exitistas, siguen a sus Jefes hasta el final. Los amables
comprensivos, en cambio, los destierran o los matan cuando fracasan. No
siempre, por supuesto. Pero muchas, muchísimas veces. La Historia nos
presenta tantos casos de esto que las excepciones no hacen sino confirmar la
regla.

8)- Las mujeres de Esparta.

Llegado a la edad adulta y terminado su adiestramiento, en la vida del espartano


se producía un acontecimiento capital: podía volver a su casa. Por lo tanto,
podía casarse. Es decir, perdón: ¡debía casarse! Debía tener hijos. En todo caso,
eso es lo que el Cosmos esperaba de él.

El Estado espartano tenía muy serios problemas demográficos. El índice de


natalidad de la Orden - al igual que en varias partes de nuestro Occidente actual
- era negativo. Por eso, la Orden exigía hijos. Los seleccionaba y hasta los dejaba
morir si no eran aptos; pero los exigía. Los solteros empedernidos resultaban
castigados. Entre los periecos hasta se esperaba que, en una familia estéril, el
hombre recurriese a su hermano o a su mejor amigo.

Ante esta necesidad, se comprende la enorme libertad de


que gozaban las mujeres espartanas. En ninguna parte
de Grecia las mujeres fueron más libres que en Esparta.
La recatada burguesía de las demás ciudades griegas
incluso se horrorizó de la "desfachatez" de las jóvenes
espartanas. ¡Imagínense! ¡Las desvergonzadas
caminaban por la calle mostrando los muslos! ¡Oh!

Por favor, no piensen que estas exclamaciones son un


invento mío. Son de Eurípides. Es él quien se
escandaliza de las "hijas de los espartanos" que "salen
de sus casas" y "se mezclan con los varones mostrando
los muslos". ¡Y todo por la vestimenta un tanto atrevida
de las niñas de Esparta!
Mujer Espartana
Porque es cierto: el vestido de las espartanas estaba
abierto por el costado hasta la cintura. Los muslos exhibidos, en todo caso, no
deben haber sido desagradables porque - en primer lugar - las espartanas eran
eximias deportistas y - en segundo lugar - la moralina burguesa todavía nunca
se ha escandalizado por el exhibicionismo de las mujeres feas.

Con todo, difícilmente las niñas habrán conseguido sacar de sus casillas a un
candidato espartano mostrando un poco de muslos. Los varones de Esparta
tenían oportunidades de sobra para calibrar íntegramente los atributos de las
jóvenes. La mujer espartana vivía su juventud casi constantemente en el campo
de deportes. Generalmente desnuda. Fue la única mujer en toda Grecia que
tenía permitido el acceso a los torneos. Excepto las Olimpíadas - a las cuales,
por la mojigatería de los demás griegos, no podía asistir - las espartanas
participaban de todos los deportes. Todos los años, durante diez días, tenían
lugar las gimnopedias en dónde la juventud de Esparta competía y bailaba
completamente desnuda.

No obstante, para los mirones


bobos la cosa no carecía de
riesgos. Las niñas tenían la
lengua muy suelta y muy aguda
y, en medio de una
representación pública, podían
tomar a un varón de blanco
para destruirlo con burlas y
socarronerías. Delante de
reyes, éforos, senadores y
pueblo en general, el pobre
diablo quedaba hecho un
estropicio en cuestión de
minutos. Indudablemente, un Edgar Degas (1860) : Jóvenes Espartanos
remedio definitivo y eficaz
contra la lascivia. Porque, sin duda, a veces es más agradable caer en una
mezcladora de hormigón que en la boca viperina de una perfecta bribona -
hermosa para colmo - dotada del condenado talento de adivinar nuestros
puntos vulnerables. El que no lo crea, que haga la prueba.

De modo que podemos creerle a Plutarco, a Jenofonte y a Platón cuando nos


dicen que la desnudez femenina en Esparta no daba lugar a ningún tipo de
comportamientos lascivos. Cuando una mujer tiene la oportunidad de ponerlo
en ridículo a uno ante todo un estadio lleno de gente, el portarse como un idiota
debe ser bastante peligroso.
Como madres resultaron insuperadas.
Si las jóvenes espartanas fueron
compañeras de guerreros, las madres
de Esparta fueron engendradoras de
héroes. Se dice que una espartana que
había mandado sus cinco hijos a la
guerra se ubicó en las afueras de la
ciudad para recibir más pronto las
noticias del desenlace de la batalla.
Cuando comenzaron a llegar los
primeros guerreros, la mujer detiene a
uno de ellos y lo interroga. El hombre,
visiblemente incómodo, comienza a
"Hijo mío: vuelve con él o sobre él" relatar cómo los cinco cayeron en el
combate. "¡Esclavo estúpido!" - lo
interrumpe la espartana - "¡No te pregunté por la suerte de mis hijos! ¡Te he
preguntado por el resultado de la batalla!" En otra oportunidad, una anciana
trató de consolar a una madre que estaba dándole sepultura a su hijo muerto en
combate. "¡Pobre mujer!" - se compadeció la anciana - "¡Que triste destino!" -
"¿Triste?" - preguntó la madre y agregó: "No es triste. Lo eduqué para servir a
la Patria y murió por ella. ¡Logré mi objetivo! ¡Eso no tiene nada de triste!"
¿Exagerado? ¿Presuntuoso? Quizás. No es infrecuente que los seres humanos
escondan el dolor detrás de la máscara del orgullo. Pero hay que encontrar la
máscara del orgullo en un momento de dolor. Y eso, por favor, créanlo, no es
nada fácil.

En Esparta, una de las ignominias más grandes era perder el escudo en la


batalla. Debido a la particularidad de la formación de combate espartana, el
escudo no solamente cubría a su portador sino, en gran medida, también al
hombre de al lado. Por eso, el escudo espartano era considerado un supremo
símbolo de camaradería. Por otra parte, oficiaba también de féretro ya que a los
caídos en combate se los transportaba sobre sus escudos. Sabiendo esto se
comprende algo que, quizás, haya sido una mera fórmula. Una costumbre. Una
de esas frases que se repiten como un ritual sin darles siempre todo su
significado: el joven espartano recibía su escudo siempre de su madre quien se
lo entregaba con estas palabras: "Hijo mío: vuelve con
él o sobre él".

Mujeres así eran respetadas. Tenían que serlo. Es inútil


que Aristóteles las critique y objete el gran poder que
tenían las espartanas. La verdad es que se lo merecían.
A Gorgo, una mujer extranjera le comentó una vez,
llena de admiración: "¡Ustedes, las espartanas, son las
únicas que todavía tienen poder sobre los hombres!". A
lo cual la espartana respondió: "¡Por supuesto! ¡Como
que somos las únicas que aun traemos hombres a este
mundo!"

Las mujeres espartanas no tenían necesidad de ser feministas: tenían a su lado


hombres a quienes podían admirar. Y en boca de Gorgo la afirmación resulta
creíble. Más que eso: resulta indiscutible. Gorgo era la esposa de Leónidas.
9)- El dinero en Esparta

A muchos seguramente les habrá llamado la atención el hecho que los homoioi
no trabajasen y que hasta tuviesen prohibido trabajar. A quienes les entusiasme
la idea sólo les pido que no caigan en conclusiones apresuradas. Porque los
"iguales" no trabajaban; pero tampoco podían ser ricos en el sentido actual de la
palabra.

Por de pronto, no podían acumular dinero. Mucho menos, pues, podrían haber
vivido de rentas o cobrar intereses. Directamente, los espartanos no podían
tener dinero en absoluto. En primer lugar, porque lo tenían prohibido. En
segundo lugar, porque prácticamente casi no había dinero en Esparta. Hablando
en términos financieros, el dinero no existía. No hacía falta. ¿Increíble? No si lo
miramos con ojos espartanos.

Para empezar, los "iguales" no


estaban para ganar dinero, ni para
hacerse notables por sus riquezas.
En Esparta la fama no se adquiría
en la Bolsa sino sobre el campo de
batalla. Allí, un acaudalado cobarde
no podía comprar la gloria que
recibía gratis un valiente pobre.
Durante toda su juventud los
Óbolo ateniense (plata - ca.480 AC) lacedemonios eran educados para
valorar solamente aquellas
actividades que garantizasen la soberanía del Cosmos. Y los hombres de la
Orden - a diferencia de muchos politicastros actuales - sabían que la soberanía
de un Estado no se compra. Se la conquista o no se la tiene jamás.

Por eso no tuvieron dinero. No hubieran podido comprar con él lo que


realmente les importaba: su soberanía, su autarquía, su libertad. Tampoco lo
necesitaban para lo demás. En Esparta no había pantagruélicos banquetes ni
dionisíacas libaciones. Todos aportaban lo mismo a la mesa común y todos
consumían lo mismo. ¿Comunismo primitivo? Brasidas, Leónidas o Pausanias
se hubieran muerto de risa ante la sola mención de la posibilidad.

Para producir lo que se necesita sobre una mesa, y hasta para fabricar la mesa
misma, estaban los periecos. Para algo gozaban de la protección del Cosmos. Y,
si los periecos necesitaban ayuda, para eso estaban los helotas. Los esclavos
helotas eran parte de la familia como podía serlo la vaca, el caballo, el perro o la
cabra. ¿Maltratados? ¡Qué estupidez! Ninguna persona decente maltrata a su
caballo si su caballo es un buen caballo. Nadie desprecia una buena vaca lechera
o a un excelente can, a menos que sea un cretino. Todo lo contrario: se les da de
comer y se los protege. Uno los considera parte de la familia. Uno los cura
cuando están enfermos. Los chicos juegan con ellos. Terminan siendo queridos
porque, al fin y al cabo, uno se ha pasado la vida con ellos y dependiendo de
ellos. Se vive, se convive con ellos. Ningún hombre bien nacido los maltrataría.
Castigarlos, para que aprendan, quizás; pero maltratarlos, nunca.
Ningún espartano decente vivió maltratando esclavos. Lo que sucedió fue,
simplemente, que los helotas fueron cada vez más mientras los homoioi fueron
cada vez menos. Y sucedió también que los enemigos de Esparta no eran ciegos
y no se les escapó que la gran masa de helotas y periecos podía llegar a ser
instrumentada para quebrar el poderío de los lacedemonios. De hecho, en
Atenas muchas veces decidía la masa. Fue la que expulsó a Arísitides y condenó
a muerte a Sócrates. El fenómeno se repetiría también más tarde. En Roma, los
ciudadanos de tercera llegaron a decidir con sus caprichos la suerte del Imperio.
Los caprichos llegaron a tener nombre y apellido: se llamaron Calígula, Nerón,
Heliogábalo.

No nos dejemos engañar por los dogmas


solapados de muchos historiadores.
"Calígula" no es un nombre; es un apodo.
Significa "botitas". Calígula fue el niño
mimado, la mascotita, de las guarniciones
militares romanas acantonadas a la vera del
Rin. Cuando Tiberio murió y el Senado
romano vaciló brevemente en elegir al
sucesor, la plebe de Roma (no hay intención
despectiva en el término; la palabra latina es
plebs), la muchedumbre romana, invadió la
Curia y forzó la designación de Calígula.
¡Calígula fue popular! ¿Cuando vamos, por
fin, a admitir eso? ¡Se dice que para festejar
su nombramiento se sacrificaron 160.000
animales! Calígula gobernó durante casi
cuatro años. ¡Nerón se mantuvo catorce
años en el Poder! Por supuesto: la masa los
maldijo y escupió sus tumbas cuando
murieron. Pero eso fue al final. Al principio
habían sido "populares". ¿Es que nadie va a Calígula
tener jamás la honestidad intelectual de
admitirlo y de sacar las consecuencias pertinentes?

Los espartanos lo hicieron. Los helotas no gobernaron jamás. Esparta pudo


tener hombres admirables y hombres detestables. Lo que no tuvo fueron
hombres despreciables. Nunca tuvo un Calígula. Tuvo sus esclavos pero éstos
nunca pudieron imponer a un Heliogábalo o a un Nerón. Es cierto que Atenas
tampoco llegó a tanto pero, por la forma en que trató a gran parte de sus
mejores estadistas, estuvo bastante más cerca. A los espartanos les bastó con
mirar hacia Atenas para curarse en salud.

Porque la plutocracia ateniense fue poderosa. Los ricos comerciantes del Pireo -
el puerto de Atenas - le disputaron el Poder a la nobleza terrateniente en más de
una oportunidad. Siempre invocando al Pueblo. Siempre en nombre de la
democracia. ¿Cuando los traductores de Aristóteles van a ser tan honestos como
para dejar de traducir su concepto de politeia con la palabra "democracia"?
Dentro del contexto del pensamiento aristotélico y estrictamente hablando, la
democracia es sinónimo de demagogia. Es la argucia de los ricos que se apoyan
en la masa de los pobres para vencer a los nobles . El verdadero motor de las
democracias ha sido siempre una caja fuerte llena de dinero.

En Esparta los plutócratas nunca pudieron venderle a la masa el cuento de la


soberanía popular por la sencilla razón de que nunca hubo plutócratas en
Esparta. La moneda era de hierro. Tan incómoda y pesada que hasta una suma
pequeña resultaba de un volumen y de un peso considerables. La posesión de
oro y plata estaba prohibida y se la castigaba con severas penas. Además, la
posesión subrepticia e ilegal de estos metales tampoco hubiera servido de gran
cosa a quien se arriesgase a violar la ley. Los espartanos no se adornaban con
cadenas de oro sobre adiposos abdómenes. Las espartanas no se emperifollaban
hasta parecer cacatúas. Su adorno más preciado era su propio cuerpo y, en lugar
de cubrirlo con idioteces, lo cultivaban para que fuese hermoso y para que
pudiesen mostrarlo sin vergüenza.

Lógicamente, el dinero de hierro no valía absolutamente nada fuera de Esparta.


Nadie lo aceptaba. Era, como diríamos hoy, inconvertible. Como consecuencia
de esto no existían en Esparta los artículos suntuarios de consumo masivo ni los
comerciantes como los que hacían pingües negocios en el Pireo de Atenas. Los
comerciantes, mercachifles, banqueros, bufones, adivinos, charlatanes,
baratijeros y otros vividores que abundaban y pululaban por toda Grecia,
evitaban a Esparta como a la peste. No había nada que hacer allí. No había
ningún dinero fácil para ganar. El ejemplo quizás nos sirva, algún día, cuando
nos decidamos a sacarnos el parasitismo de los mercaderes de encima. La
autarquía espartana condujo a que, por ejemplo, los carpinteros lacedemonios y
los alfareros fuesen los más hábiles y renombrados de toda la Hélade.
Especialmente el jarro de los guerreros era muy codiciado porque su diseño
permitía tomar agua sucia sin que las impurezas llegasen a la boca del bebedor.
En una época sin cloro ni antibióticos, el utensilio sin duda tuvo sus sólidas
ventajas.

Indiscutiblemente, la sociedad espartana fue austera. Hasta el día de hoy


hablamos de la "sobriedad espartana". Lo que pasa es que, en la enorme
mayoría de los casos, se la entiende mal. Sobriedad no significa conformarse con
menos. Significa no arruinarse la vida deseando más de lo necesario. Ser sobrio
significa no gastar toda una existencia persiguiendo lo prescindible. Ser austero
no significa ser "menos", o tener "menos". Ser austero significa exigir lo preciso
y desechar lo superfluo. No es una cuestión de cantidad. Es una cuestión de
sabiduría.

10)- La paiderastia

No me cabe ninguna duda de que muchos me odiarán por tratar el tema que
sigue a continuación. La enorme mayoría de las obras escritas acerca de Grecia
ignoran olímpicamente la cuestión y, seguramente, muy pocos se habrían
percatado de algo si hubiésemos adoptado aquí el mismo procedimiento.
Desgraciadamente, el recurso no es admisible porque no sería honesto. Además,
no serviría para nada. En definitiva, no hay historiador serio que no lo sepa y
aparte de ello la ignorancia sólo puede conducir al desastre a quien, de algún
modo, intente copiar a tontas y a locas el ethos de los griegos.
Digámoslo directamente y sin
subterfugios: la homosexualidad y la
pederastía se hallaban muy
extendidas por toda Grecia.
Especialmente en lo referente a la
pederastia no creo que sea un rasgo
para aplaudir. Sobre todo si se
conoce el significado exacto del
término. No es equivalente a
homosexualidad. La pederastia es
una forma específica de la
Ganímedes homosexualidad. La palabra
proviene del griego pais que
significa "niño", "adolescente". La "paiderastia", o pederastia, es la relación
homosexual con adolescentes, con efebos.

Los griegos la practicaban y en gran escala. Según la mitología, Zeus mismo se


enamoró del niño Ganímedes y lo elevó al Olimpo bajo las alas de un águila para
tenerlo a su lado por toda la eternidad. En la punta de un dedo de la estatua del
Zeus de Olimpia, en Atenas, Fidias inscribió secretamente la frase: "Cuán
hermoso eres, Pantarkes". Pantarkes era un jovenzuelo de Atenas.
Prácticamente no hay personaje famoso en Grecia que no haya sido un pais o
que no haya tenido un pais.

El hecho se ha querido explicar de mil


maneras distintas. Desde los que lo
condenan, amurallados detrás del
fariseísmo de su hipocresía, hasta los
que lo justifican en nombre de un
esteticismo y un permisivismo que se
desbarranca por el tobogán de lo
anormal con la alegre despreocupación
de la decadencia. Incuestionablemente,
el hecho es complejo. Porque no se
trataba de un mero hedonismo sexual
entre los griegos. La relación entre el
pais y su mentor no fue nunca
simplemente sexual. El hombre tenía
una tremenda responsabilidad,
públicamente asumida, para con el
efebo. Debía educarlo; debía
transmitirle todo su saber, toda su
experiencia y sabiduría. Para el pais el
hombre era el modelo a seguir y todo
mentor debía ocuparse de ser un Fidias: Atenea de Lemnia
modelo digno de imitar. El efebo no era
un juguete, no era un lujo sexual. Era una responsabilidad. La costumbre no se
practicaba a escondidas. Muchísimas veces el mentor era casado, con una
familia completamente normal, con hijos propios. ¿Alguien puede entenderlo?.
Varios lo han intentado. Algunos, probablemente, con sinceridad.
Personalmente, no creo que lo hayan logrado.
Se ha tratado de disculpar a los griegos afirmando que la costumbre provenía
del Asia Menor, de Babilonia y hasta de Egipto. Es posible. Más todavía: es muy
probable. Que Babilonia — la "ramera entre las rameras" según la Biblia — fue
un foco de tremenda y exagerada sexualidad es algo que puede considerarse
fuera de toda duda. Pero, aun así, el argumento no disculpa a los griegos. Que la
degradación provenga de otra parte no disculpa a quienes se degradan. Es como
si los norteamericanos trataran de disculparse argumentando que la cocaína les
viene de Colombia y la pornografía de Europa.

Esparta, con toda probabilidad, no se habrá sustraído por completo al ambiente


cultural de la época. Pretender que Esparta, como afirman algunos, fue un
reducto de castidad y rectitud sexual en medio de una Grecia por demás
tolerante y permisiva en esta materia es poco creíble. Es cierto, en todo caso,
que los espartanos fueron marcadamente xenófobos en materia de importar
costumbres. Pero, aún así, la sorprendentemente gran libertad y poder de la que
gozaban las mujeres espartanas hablaría más a favor de la heterosexualidad que
un supuesto conservadorismo moralizante.

Lo que sí puede desecharse con fundamento es la acusación — proveniente en su


enorme mayoría de personalidades adversas a los lacedemonios — en cuanto a
que Esparta habría sido algo así como la capital de la pederastia en Grecia. Por
más extendida que sea esta fábula, lo concreto es que no hay pruebas sólidas
para demostrarla. Ni siquiera el arte la confirma. Por ejemplo, en las piezas de
alfarería que ha rescatado la arqueología de las regiones de Esparta y Laconia no
se encuentran motivos explícitamente homosexuales, siendo que es bastante
frecuente encontrarlos en la alfarería de otras regiones griegas. Incluso
Aristóteles, que critica bastante a los espartanos en muchos aspectos,
indirectamente los absuelve de la acusación de homosexualidad generalizada
cuando los objeta precisamente por lo que él considera un excesivo dominio de
las mujeres por sobre los hombres.

Con todo, tambien es cierto que no hallaríamos en Esparta un manifiesto


rechazo a la homosexualidad ni tampoco una condena terminante de la
pederastia. Cualesquiera que fuesen las causas de la costumbre en otras partes,
en Esparta es bastante evidente que el hecho tiene que haber tenido también
raíces biopsíquicas y sociales. Entre los siete y hasta los veinte o veinticinco años
el espartano vivía exclusivamente entre hombres. Es mucho tiempo.
Probablemente demasiado. Sobre todo a esa edad.

Por otro lado, las espartanas eran insuperables camaradas e inmejorables


madres. Eran sanas, eran atrevidas y eran hermosas. Pero durante toda la
adolescencia y buena parte de la vida adulta del varón, estaban prácticamente
fuera de alcance. Durante buena parte de los mejores años de su vida los
hombres pertenecían a la Orden. Hacían su vida en ella. Entregaban su
existencia al Cosmos. Eran Caballeros de la Orden de Esparta. Monjes-soldados.
Igual que, mucho más tarde, los Templarios.

Sólo que el monje-soldado espartano no había hecho voto de castidad. Ni se le


hubiera ocurrido semejante cosa, ni había tampoco intención metafísica alguna
que lo justificara. La Orden de Esparta no exigía el sojuzgamiento de lo sexual a
la voluntad; todo lo contrario. Según una versión, en el ejército espartano había
toda una sección formada por "parejas" que combatían atadas entre si para
garantizar que les tocaría el mismo destino. Ninguno de estos hombres tenía
nada de afeminado. Eran guerreros y, según se dice, terribles.

Complementariamente, es muy posible que las mujeres


espartanas a pesar de su belleza no tuviesen demasiado
de "femeninas". Eran atletas. Cualquiera que haya tenido
algún trato con las atletas actuales sabrá a qué me
refiero. Es siempre un poco difícil imaginarse cómo
hacer el amor con una atleta. En realidad, a las atletas no
se las ama. Se la aplaude. Se les cuelga una medalla al
cuello y se les da una palmada en la espalda. En lugar de
un ramo de flores uno casi estaría tentado de regalarles
un cronómetro. Una atleta es un poco lo mismo que una
profesional de hoy en día: la igualitarización niveladora
borra las diferencias y la mujer se convierte en un
compañero de trabajo. Con ello, las profesionales dejan
de ser mujeres y se convierten en competencia. Y las
atletas son competencia casi por definición. ¿Qué pasa
con un pueblo cuyos varones son Caballeros de una
Orden y cuyas mujeres son atletas?.
Atleta
No es forzoso que suceda, pero pueden pasar cosas poco
edificantes. La Historia nos habla de las madres espartanas, de los guerreros
espartanos y de los ancianos de Esparta. No deja de llamar la atención que nos
hable bastante poco del padre espartano.

Pues sí. Seguramente los espartanos tenían sus defectos y nadie gana nada con
barrerlos bajo la alfombra. En mi opinión particular y personal creo que es muy
posible que trataran de forzar las leyes del Cosmos universal creándose un
Cosmos particular. En ese caso, seguramente les pasó — al menos en alguna
medida — lo que les pasa a todos los que han tratado de hacer algo así. La
Naturaleza podrá dejarse usar y hasta engañar por un tiempo pero, después,
inexorablemente, sobreviene su venganza. Quienes ofenden irresponsablemente
a Madre Natura descubren de pronto que no pueden respirar por el smog. Y
quienes la engañan, algún día terminan dándose cuenta con horror que están
condenados a la muerte por extinción.

11)- Los lacónicos laconios.

Los espartanos, con toda seguridad, no fueron impolutos. Posiblemente este


hecho agrade una enormidad a todos los pequeños enanos que sienten
estremecimientos de placer al descubrir que los gigantes también tienen sus
fallas y sus debilidades. Lo que los enanos callan es que los gigantes nunca
tuvieron la pretensión de ser perfectos. A los gigantes les basta con ser gigantes.
Con eso es suficiente.

Esparta, como todos los gigantes, fue un gigante con defectos. Tuvo sus
personajes oscuros y sus costumbres poco recomendables. Lo que no tuvo fue la
tremenda logorrea ateniense. En Atenas se hablaba y se hablaba. Es muy cierto
que los oradores debían hacerlo ante la clepsidra y que, por ello, tenían el
tiempo limitado. Nuestros políticos actuales también hablan contra el reloj del
estudio de televisión y no por ello dejan de vomitar palabras con un caudal
oceánico. En Esparta la oratoria ampulosa tenía poco público. Los espartanos,
como diríamos hoy, eran lacónicos. El término mismo, como es obvio, proviene
de ellos.

En Laconia a los niños se les enseñaba a ser breves, concisos y veraces con
elegancia. Si esta elegancia implicaba el sarcasmo, el hecho habla en favor de la
inteligencia de los lacedemonios pues el sarcasmo es el humor de las personas
inteligentes, como - con bastante poca modestia - decía el inefable Bernard
Shaw.

Si la moneda espartana era grande, pesada, y de poco valor, todo lo contrario


sucedía con la palabra espartana. En su expresión, los espartanos trataban de
poner la mayor cantidad de médula en la menor cantidad posible de sílabas. De
este modo, Esparta tuvo algo que en otras partes se ha desconocido casi por
completo: el pudor intelectual; la vergüenza que cada uno de nosotros debería
sentir de hablar sin haberlo pensado antes. Confucio decía que el hombre sabio
piensa dos veces antes de hablar una vez. Muchos chinos han seguido este
consejo y es probable que, por ello, China nos dé una gran sorpresa cualquier
día de éstos. Los vietnamitas ya lo han hecho.

El laconismo espartano ha entrado en la tradición como modelo de agudeza y


brevedad. Se dice, por ejemplo, que una vez se presentó ante Licurgo un
personaje que hizo un largo y encendido discurso en favor de la democracia.
Licurgo escuchó la tirada de cabo a rabo y cuando, por fin, el entusiasmado
ideólogo hubo terminado, le aconsejó: "¡Excelente! Ahora vete y danos el
ejemplo instaurando una democracia en tu propia casa". Buen consejo, sin
duda.

La palabra espartana era como la espada de los guerreros lacedemonios: corta e


hiriente. Cuando los atenienses se burlaban de la escasa longitud de las espadas
laconias, alegando que hasta un aprendiz de tragasables podía hacerlas
desaparecer, los espartanos retrucaban diciendo: "Quien no teme acercarse al
enemigo no necesita largas espadas".

Como ya hemos visto, Esparta nunca estuvo amurallada. Para explicar el hecho,
sus habitantes solían decir: "Los hombres de verdad son mejor muralla que un
montón de ladrillos". En otra ocasión, un orador comenzó a dar una larga
perorata para explicar un breve problema, haciéndole perder innecesariamente
un tiempo precioso a todos los oyentes. Leónidas lo interrumpió: "Amigo" — le
dijo — "Estás usando lo necesario innecesariamente". Cuando al sobrino de
Licurgo le preguntaron por qué había tan pocas leyes en Esparta, la respuesta
fue no menos lacónica: "Quien con pocas palabras entiende, pocas leyes
necesita". Por otra parte, cuando al filósofo Hecateo se le quiso echar en cara el
no decir palabra a lo largo de toda una tertulia, Arquidámidas lo defendió
diciendo: "El que sabe palabras razonables, sabe también cuando vale la pena
pronunciarlas".

Las anécdotas podrían multiplicarse aquí por decenas. La mayoría de los


testigos de la época abunda en ellas. Está, por ejemplo, el caso de un sujeto que,
no siendo espartano, se quiso hacer el simpático ante Teopompo diciéndole: "En
todas partes, mis conciudadanos me llaman el amigo de Esparta". El espartano
lo debe haber mirado con toda la lástima y el desprecio que los conquistadores
siempre han sentido por los cipayos. El hecho es que le respondió: "Si te
llamaran el patriota te respetaría más".

Los atenienses constantemente acusaban a los


espartanos de ser incapaces de aprender. Al hacérsele
esta acusación al hijo de Pausanias, su comentario fue:
"¡Absolutamente cierto! ¡Somos los únicos que no hemos
aprendido los vicios atenienses!".

El por qué los charlatanes, adivinos y prestidigitadores


no tenían suerte en Esparta lo ilustra otra anécdota. Es la
del ateniense que le pregunta a un espartano, de visita en
Atenas, si no quería ir a escuchar a un fulano que imitaba
casi perfectamente el canto del ruiseñor. Para su Pausanias
sorpresa, la reacción del espartano fue de total
indiferencia: "No gracias" - dijo - "Ya escuché al pájaro". Realmente: ¿para qué
ir a ver a un imitador si uno ya conoce el original?

Uno de los casos más típicos es el que relata Heródoto del espartano Diénekes.
Poco antes de la batalla de las Termópilas, un individuo de las tropas aliadas
que estaban junto a los espartanos comentó visiblemente preocupado: "Cuando
los persas lanzan sus flechas, se produce una nube tan grande que tapa la luz
del sol". Diénekes, haciéndose cargo instantáneamente de una situación que
podía degenerar en pánico colectivo, se volvió hacia los espartanos y comentó:
"¿Oyeron? .¡Vamos a pelear a la sombra".

Por último, permítanme terminar con un caso que siempre me ha llamado la


atención. En el mundo automotriz es conocida la anécdota aquella del
norteamericano que quería comprarse un Rolls Royce allá por los tiempos en
que el Rolls Royce era el automóvil de los magnates y los reyes..La cuestión es
que el yanqui va a Inglaterra y - apasionado por carromatos enormes y
poderosos como todo buen norteamericano - lo primero que le pregunta al
gerente de ventas es: "¿Cuántos HP tiene un Rolls Royce?". El inglés, a su vez,
se saca la pipa de la boca, se sacude una inexistente ceniza de la solapa, lo mira
con conmiseración y le responde impertérrito: "¡Los suficientes!".

Lo curioso es que se trata del calco exacto de un original espartano relatado por
Heródoto. En un momento dado, un sujeto - probablemente un espía - quiso
saber cuántos espartanos había preparados para la batalla. La respuesta que
obtuvo de Arquidamas fue precisamente ésa: "¡Los suficientes!".

O bien hay almas gemelas en materia de humor, o bien los gerentes de la Rolls
leían a Heródoto. En cualquiera de los dos casos, el hecho es notable.

12)- El pensamiento en Esparta.

Universalmente se supone y se afirma que los espartanos eran, poco más o


menos, tan sólo unos militarotes brutos, carentes de intelectualidad o
refinamiento. La imagen, con toda seguridad, fue creada por los
supercosmopolitas y liberales atenienses siendo después monótonamente
repetida por los historiadores; incluso por aquellos que deberían haberlo sabido
un poco mejor.

Por supuesto, nadie pretende que Esparta haya sido la central de la especulación
filosófica o la bohemia artística. Positivamente no fue un Heidelberg ni un
Montmatre. Pero quienes insisten en la supuesta esterilidad cultural de los
espartanos se olvidan de la gran opinión que ilustres griegos tuvieron de los
lacedemonios. Jenofonte en sus "Memorias" o "Recuerdos de Sócrates" nos
habla, en varios pasajes, de la opinión que el filósofo ateniense tenía de Esparta.
Y conste que Sócrates, siendo hijo de un escultor y de una partera, no tenía
motivos de clase para sentir una especial solidaridad con la nobleza espartana.

Aún así, Sócrates señaló muy acertadamente que, en


muchos terrenos, la supremacía de Esparta obedecía
a que los espartanos eran rigurosos en el
acatamiento de las normas y leyes que regían su vida
en comunidad. Hasta un joven ateniense se ve
obligado a confesar ante el maestro que la "brecha
generacional" - observable ya en la Atenas de aquella
época - se debía a la escasa consideración que los
atenienses tenían por la sabiduría de los ancianos y a
que, en general, se notaba en Atenas el efecto de la
hiperintelectualización producida por el descuido de
las costumbres que exige una vida sana. Es obvio
que, en esta materia, no hay mucho de nuevo bajo el
Sócrates sol. Ya hace mas de dos mil años cierta juventud
ostentaba el mismo desprecio intelectual por los
fundamentos básicos de la vida que observamos hoy. No en vano los buenos
demócratas atenienses condenaron a muerte a Sócrates justamente por
"corromper a la juventud", entre otras cosas.

Pero Sócrates no fue ajusticiado tan sólo por eso. En realidad, fue una de esas
personas tan fundamentalmente honestas que resultan condenadas a meterse
siempre en problemas. Habiendo sido nombrado para la magistratura pública,
Sócrates había tenido que prestar el juramento de rigor en virtud del cual todo
magistrado se comprometía a hacer respetar las leyes vigentes. Sin embargo, en
un momento en que se desempeñaba como Arconte, nueve jefes militares de
Atenas adoptaron una decisión que desagradó a la masa. Nada más natural,
pues, que ésta se autoconvocase para exigir la ejecución lisa y llana de los jefes
militares.

El procedimiento era, por supuesto, inconstitucional pero ¿quién se preocupa


por esos tecnicismos jurídicos cuando se trata de la intangible voluntad del
pueblo? La inconstitucionalidad de una medida se agita con bombos y platillos
solamente cuando alguien arruina un buen negocio, o cuando alguno pretende
poner tan solo un poco de orden en el caos infernal que normalmente producen
los adalides del capricho masivo. A la inversa, la Constitución le importa un
bledo a la masa cuando ésta quiere sacudirse de encima a ciertos incómodos
sujetos que tienen la osadía de querer evitar el suicidio político del Estado.
De cualquier modo, el hecho es que Sócrates cumpliendo con su deber y su
juramento al más puro estilo espartano, se opuso a la medida e impidió la
votación ilegal. El escándalo fue, por supuesto, mayúsculo. Toda Atenas se puso
fuera de si. ¿Cómo alguien osaba ponerse en contra de la voluntad popular?
¿Cómo Sócrates podía atreverse a no dejar votar al pueblo, aun habiendo por
ahí alguna ley según la cual la votación era improcedente? ¡La voluntad popular!
¿Acaso no es irrecusable? ¿Acaso no descansa toda la esencia, toda la misma
razón de ser de la democracia en la voluntad soberana de una mayoría
expresada a través del sufragio?.

Sócrates se mantuvo en sus trece. Lo amenazaron, lo presionaron, lo insultaron


y, seguramente, hasta intentaron sobornarlo. No hubo nada que hacer. El
hombre fue del criterio, un tanto ingenuo y espartano, de que las leyes están
para ser respetadas y los juramentos para ser cumplidos. La moción no prosperó
y la masa tuvo que
soportarlo.

No es improbable que
Sócrates firmara su
sentencia de muerte ya en
ese momento. Porque, poco
más tarde, cuando ya no
estaba en el cargo, la masa
se salió con la suya de todos
modos. La votación tuvo
lugar bajo otro magistrado
menos imbuido de espíritu
lacedemonio y más
democrático. El resultado
fue el previsible: ocho de los Sócrates bebe la cicuta
nueve jefes militares
resultaron condenados a muerte. ¿ El motivo?. ¡Oh el motivo! Quizás
deberíamos decir más bien el pretexto.

Todo había comenzado en uno de esos múltiples enfrentamientos producidos


entre Atenas y Esparta después de la guerra contra los persas. La flota
espartana, comandada por Calicrátidas, se había enfrentado a la ateniense en las
Arginusas. Los atenienses, comandados por nueve brillantes estrategas navales,
¡ganaron la batalla! Calicrátidas cayó en combate y la victoria sonrió a la
Armada ateniense. Sin embargo, finalizadas las operaciones, se levantó un
violento temporal y los capitanes de los barcos atenienses con muy buen criterio
abandonaron los cadáveres de los que habían caído al agua, puesto que tratar de
rescatarlos hubiera significado poner en peligro a toda la flota.

Oficialmente eso fue lo que no le quiso perdonar el Pueblo de Atenas a los


responsables por la conducción militar. De haberse rescatado a los cadáveres se
hubiera podido organizar en Atenas una gran fiesta popular, con marchas
fúnebres, procesiones, pitos, flautas, mucho luto, mucha emoción, muchas
frases al estilo de "los hijos del Pueblo caídos en defensa de la democracia". Y,
sobre todo, muchos, muchos discursos. Toda esa pompa y ceremonial estaba
ahora arruinada por la estúpida decisión de nueve ballenas autoritarias que
habían preferido dejar los cadáveres librados a las olas de una tempestad
salvando a la flota. ¡Imperdonable!

Se intentó forzar una condena a muerte bajo la magistratura de Sócrates pero,


como vimos, la moción no prosperó. ¡Desplacen al fascista espartano de
Sócrates! Sócrates fue desplazado. Ocho militares victoriosos, héroes de las
Arginusas, condenados a muerte. Seis fueron efectivamente ejecutados. ¿A que
no saben quién figuró entre ellos?. No lo adivinarían nunca. Entre los ejecutados
estaba el último hijo del gran Pericles. El mismo Pericles que había contribuido
decisivamente a consolidar la democracia en Atenas.

Lo más inaceptable en la
estereotipada versión oficial acerca
de Atenas y Esparta es que, en
último análisis, las diferencias
entre ambos Estados - con ser
importantes - no fueron tan
múltiples como se afirma. Ambos
tenían su Asamblea Popular, sus
leyes, sus autoridades y sus
magistrados. Atenas padeció a un
buen montón de tiranos que no
tuvieron absolutamente nada que
Jacques L.David: La muerte de Sócrates envidiarle a la dureza de los éforos
y ni hablemos del hecho que, en
Atenas, los tiranos no resultaban pacíficamente relevados todos los años. Por
otra parte, casi todos los grandes prohombres democráticos de Atenas
provinieron de rancias familias oligárquicas eupátridas como en el caso de
Arístides, Temístocles, Solón, Pericles y tantos, tantos, otros. La dicotomía entre
la "popular" Atenas y la "aristocrática" Esparta es, básicamente, falsa de toda
falsedad. Lo único cierto es que, en Esparta, se tenía respeto por la función y por
la jerarquía de las distintas funciones mientras que, en Atenas, al igual que en
buena parte de nuestro Occidente actual ese respeto, o se ignoraba, o se había
perdido.

Para ilustrar en qué consiste ese respeto tenemos que volver a los hechos
simples y básicos de la vida cotidiana sacando de ellos las conclusiones
pertinentes con honestidad. Nadie subiría a un avión cuyo piloto fuese un
aprendiz. Nadie se haría operar del corazón por un enfermero o por un
hechicero africano. Nadie dejaría que un peón de albañil construyese una torre
de quince pisos para oficinas. Cuando se trata de reparar su automóvil el
profesor de física nuclear se subordina y se somete al dictamen del mecánico.
Cuando se trata de un buen peinado la doctora en leyes se subordina de buen
grado a la habilidad y criterio de su peluquero. Cuando se tiene que arreglar la
dentadura, el médico se somete al criterio del odontólogo y cuando se tiene que
curar los callos el odontólogo se subordina al criterio del pedicuro. En todas las
situaciones, en todos los actos de nuestra vida cotidiana, vivimos ejerciendo
nuestra autoridad en la medida en que lo requiere la función para la cual
estamos capacitados y nos subordinamos a la autoridad de otras personas en
aquellas funciones para las cuales no estamos capacitados. Lo hacemos tan
automática y espontáneamente que ni nos damos cuenta de ello. Casi ni se nos
ocurre sacar de este hecho conclusiones más amplias.

Deberíamos hacerlo, sin embargo. Porque hay un rubro en el cual tiramos este
respeto por la borda y procedemos de un modo completamente arbitrario y
hasta contrario. Ese rubro es la política. Fue justamente Pericles el que, para
precisar la esencia de la democracia, dijo: "Bien es cierto que pocos de nosotros
somos arquitectos de la política, pero todos somos buenos jueces de la misma".
¿Cómo demonios puede una persona ser buen juez de algo que no sabe
construir?. El hijo de Pericles pagó con su propia vida el hecho de que su padre
creyese en semejante estupidez y, aun así, nosotros insistimos alegremente en la
misma tontería.

En todo lo que se refiere a la administración y al gobierno de los asuntos


públicos afirmamos, igual que los atenienses, que todo el mundo tiene el mismo
derecho a participar. En todo lo referido al Estado, cualquier Juan de los Palotes
se cree con títulos suficientes para entrometerse, hablar, opinar, decidir y hasta
gobernar. A nuestros presidentes no les exigirnos constitucionalmente más que
cierta ciudadanía, cierta edad y - a veces - cierta religión. Permitimos y hasta
exigimos que se les permita hablar de política a quienes no se han detenido ni
cinco segundos a pensar sobre ningún aspecto fundamental del
endiabladamente difícil arte de gobernar. Dejamos tranquilamente las
decisiones más importantes en manos de una mayoría casual y generalmente
ignorante. Aceptamos implícita y explícitamente que el voto de dos imbéciles
vale más que la opinión fundada de una persona capaz. En una palabra,
procedemos igual que los atenienses. En este sentido, realmente es muy cierto
que heredamos nuestro sistema político de ellos.

Ante eso, no es de extrañar que un pensador del calibre de Platón


se inspirase generosamente en el Estado espartano. Al margen
ahora de la componente utópica en el pensamiento de Platón
(que es grande, sin duda), hay varias ideas en su obra que
aparecen estrechamente relacionadas con Esparta. Los
estamentos básicos de la República de Platón, correctamente
entendidos, deben considerarse como sectores sociales
complementarios dedicados a las funciones específicas de la
educación, la defensa y la alimentación, con todas las demás
actividades derivadas de estas funciones. Este esquema no
Platón solamente resultó construido más tarde, durante el Medioevo, en
la estructura típica de monjes, caballeros y campesinos.
Preexistió en Esparta.

El modelo del Estado platónico es el espartano; nunca el ateniense. En Esparta,


la alimentación estaba encargada a los helotas, bajo la supervisión y dirección
de los periecos. Este estamento producía los alimentos, la vestimenta, los
objetos de uso y consumo, además de los servicios indispensables a la
comunidad. A los "guardianes" de Platón les corresponden los homoioi, a
quienes se les ha encomendado la función de garantizar el orden interno y la
seguridad externa de la comunidad. Por último, según Platón, los intereses
científicos, religiosos y espirituales deben estar en la República ideal
encomendados a los "filósofos", es decir: a los sabios. Aquí es dónde los
historiadores, casi unánimemente, concurren a señalar que este estamento faltó
en Esparta. La opinión de que Atenas habría ejercido el monopolio de la
filosofía y la ciencia es,
prácticamente, unánime.

Desgraciadamente el primero en no
compartir esa opinión sería el
propio Platón. En el Protágoras,
Platón le hace decir a Sócrates que
la ignorancia espartana es puro
cuento. De hecho - siempre de
acuerdo a Platón - en ninguna parte
el amor por la sabiduría estuvo tan
extendido como en Lacedemonia y
en ninguna parte existieron tantos
sabios como en Esparta. Lo que
sucedió fue que, como vimos, los
espartanos eran "lacónicos". Los
sabios lacedemonios no padecieron
de la logorrea ateniense. No
escribían gruesos volúmenes ni se
pasaban el día hablando y
discutiendo como, dicho sea de
paso, lo hacía el propio Sócrates. Chilón, uno de los "Siete Sabios de Grecia"
Los atenienses tuvieron algunos
grandes sabios famosos. Los espartanos eran sabios. Esa es la diferencia.

Además, Platón nos cuenta que en Esparta incluso se simulaba la ignorancia


como una especie de ardid para engañar a los extranjeros. No hay mayor
dificultad en creerle. Hasta el día de hoy es común en el Levante la figura del
pobre diablo, aparentemente ignorante y tonto, que al final termina
desvalijando limpiamente a los desprevenidos turistas. Según el testimonio de
Platón, los espartanos (y hasta las espartanas) cultivaban el saber con mucho
celo, aun cuando después lo disimulasen. Hablando con cualquier espartano
generalmente no se obtenía gran cosa más allá de algunos monosílabos y unas
pocas banalidades. Pero, de pronto, aparecía una observación corta, precisa y
certera como un latigazo, que dejaba al extranjero con la boca abierta. Platón
llega hasta el extremo de afirmar que, bien mirada, la educación espartana
estimaba en realidad más lo espiritual que lo corporal. Sorprendente sin duda, y
probablemente un poco exagerado. Pero el hombre argumenta, no sin razón,
que la certeza de juicio sólo es posible en seres humanos integralmente
formados.

No olvidemos que Chilón - nada menos que uno de los Siete Grandes Sabios de
Grecia - era espartano. Tampoco puede negarse que los otros seis eran grandes
admiradores de Esparta. Y de todos ellos solamente Solón era ateniense. Tales
era de Mileto; Pitaco, de Mitilene; Hias, de Priene; Cleóbulo, de Lindos y Misón
era de Khen. Es muy cierto que otros autores suplantan a algunos de estos
nombres por Periandro, Epiménides, Ferécides o Anacarsis. Pero Ferécides fue
oriundo de Siros; Periandro fue tirano(!) de Corinto. Anacarsis era escita, se
radicó en Atenas en el 590 AC y se hizo amigo de Solón a quien, por otra parte,
costaría muy poco presentar como un dictador en el sentido romano del
término. Epiménides era de Cnosos. Aún cuando corrijamos la lista de los Siete
Sabios suministrada por Platón, no obtendríamos mucho mayor brillo para
Atenas.

Es más que dudoso que los griegos de aquella época hubieran estado de acuerdo
en catalogar a Atenas como la ciudad más culta de la Hélade. ¿La más
internacional? ¡Indudablemente! ¿La más rica? Sí. ¿La más influyente? Es
posible. Pero, ¿la más culta? ¿La más sabia? Lo dudo. Lo dudo muchísimo.

La famosa frase de "conócete a


ti mismo" es del espartano
Chilón. La no menos conocida
inscripción del Templo de
Delfos - el Vaticano de la época
- que rezaba: "Todo en su
medida y armoniosamente",
fue una ofrenda con la cual los
espartanos honraron a Apolo.
(En realidad, la traducción
literal es mucho más lacónica.
Dice tan sólo: "¡Nada en
demasía!").

Y el culto a Apolo explica


muchas cosas. Era el dios del
Sol y de la Luz. Era El Radiante.
Un joven vigoroso de mirada
penetrante y cabellos dorados
que volvía cada primavera de
las regiones hiperbóreas en un
carro tirado por cisnes al igual
que su símil germánico
Apolo Lohengrin. Apolo: el dios de la
juventud y de la gimnasia; el
dios de la guerra, la lucha, la carrera, la caza. Una deidad armada con casco,
lanza y espada, igual que un hoplita.

Pero también Apolo, el patrono de los poetas y los juglares. El protector de la


poesía y de la música. El dios que, coronado de laureles, se hacía rodear por las
nueve musas para cantar y bailar al son de la citara.

Apolo el guerrero. Apolo el poeta. ¿Contradictorio?, ¡En absoluto!. Muchísimos


excelentes poetas fueron grandes guerreros. El General Patton escribía poemas.
Byron, además de deportista, político y aventurero, fue el jefe de los carbonarios
de Pisa y terminó muriendo en Grecia, en medio de la guerra de la
independencia que en 1822 los griegos libraron contra la dominación turca.

No me consta, pero estoy seguro que en algún momento de su vida Byron se


acercó a alguno de los templos de Apolo y repitió el gesto que otrora tuvieron
muchos espartanos. Apostaría a que, en algún momento, también Byron le llevó
rosas a Apolo.

Porque a Apolo - aunque muchos no lo crean - le agradaban la guerra y las


rosas.

Igual que a los espartanos.

LOS GUERREROS DE ESPARTA

1)- Los persas y los griegos

Una de las tragedias más grandes de Grecia fue su incapacidad de entender a los
persas. El cuadro, obligadamente oscuro y sombrío, que tenemos de la Persia de
aquella época; esa casi automática identificación que se hace entre lo "persa" y
el llamado "absolutismo oriental", proviene de la distorsión griega que hemos
heredado sin revisar.

Nunca olvidemos una cosa: los griegos eran unos incurables, incorregibles y
fenomenales mentirosos. Nos hablan de 600.000 persas en la batalla de
Maratón con el mismo descaro con que hoy algunos políticos se ufanan de
concentraciones masivas de varios cientos de miles de personas en una plaza de
10.000 metros cuadrados. Si dudan de lo que digo, hagan una cosa muy simple:
tomen un mapa de Grecia. Fíjense en la superficie de la llanura de Maratón. Si
alguien consigue meter a 600.000 guerreros peleando en ese espacio, me como
el mapa.
Es cierto que los griegos eran muy
distintos de los persas en muchos
aspectos. Como que también es cierto
que la comparación no favorecería a
los griegos en todos los casos. A los
persas, por de pronto, les importaba un
cuerno llevarle rosas a ninguna deidad.
Para ellos, la ciudad perfecta era la
ciudad inexpugnable. La pederastia les
resultaba abominable. Los persas eran
puritanos. Monoteístas. Zaratustra los
había educado para eso. Era proverbial
su amor y su apego por la verdad. Y,
contra todo lo que se diga, también lo
fue su caballerosidad.

Cuando una vez, poco antes de la


segunda invasión, dos embajadores
persas llegaron a Esparta para
ofrecerle la posibilidad de una
rendición a los lacedemonios, éstos - ni
cortos ni perezosos - los tiraron a un
pozo. Después, parece ser que, tanto el
Ministerio de Relaciones Exteriores
Los espartanos arrojaron a los embajadores
persas a un pozo... espartano como su propia conciencia,
no los dejó dormir tranquilos durante
un buen tiempo. Pronto se hizo evidente que tamaña violación del Derecho
Internacional constituía, por una parte, una barbaridad y, por la otra, un
peligroso precedente que podría llegar a ser imitado por los persas con los
embajadores espartanos. El hecho es que, en un gesto muy típico, el Estado
espartano pidió dos voluntarios para ir a la corte del rey persa Jerjes y para
ofrecerse como víctimas expiatorias por el crimen cometido. Algo así como: "Te
maté dos embajadores. Aquí te mando dos míos. Los matas y quedamos a
mano".

Los dos voluntarios, efectivamente, aparecieron: Espertias y Bulis. Ambos de


buena posición y familia, como corresponde a embajadores de categoría, se
ofrecieron para ir y morir a fin de lavar el honor espartano. Otra vez, muy típico
de Esparta. ¿Por qué no decirlo?: ¡Digno de Esparta!

Los dos voluntarios parten. Pasan por Susa, en dónde Hidarnes, el Comandante
persa de la ciudad, trata de sobornarlos con promesas. Los espartanos rechazan
la oferta. Vinieron a morir por el Honor de la Patria y no para entretenerse con
corruptelas diplomáticas. ¡Digno de Esparta! ¡Sin duda! Los voluntarios dejan
Susa y llegan, por fin, ante el Gran Rey. Allí, los adulones de la corte quieren
obligarlos a caer de bruces ante Su Majestad como lo requiere el protocolo
persa. Los dos espartanos se niegan rotundamente. Voluntarios dispuestos a
morir por su Patria no caen de rodillas ante ningún ser humano. Ni aunque se
llame Jerjes y sea el rey de todas las Persias habidas y por haber. ¡Bien por los
espartanos!. Uno casi puede escuchar el aplauso cerrado de los que quedaron en
casa ¡Esos son hombres! Los voluntarios levantan, orgullosos, la cabeza y de pié,
plantados como corresponde a dos guerreros espartanos, le informan a ese Rey
persa Comosellame que han venido para morir y expiar el crimen cometido con
los emisarios.

Y en ese momento sucede lo inexplicable. Jerjes los mira


y ordena que se vayan. Se niega a matarlos. Su
argumento es tan simple como obvio: los espartanos
violaron el Derecho Internacional matando a dos
embajadores. Por lo tanto, cometieron un crimen. Ese es
su problema. Él, Jerjes, Rey de Persia, no piensa
librarlos de su culpa cometiendo exactamente el mismo
crimen por segunda vez. Un Rey de Persia no hace
justicia cometiendo crímenes. Si los espartanos violaron
la ley, pues que carguen con la culpa y asuman la
responsabilidad por su bajeza. Además, el Gran Rey no
se ensucia las manos matando embajadores. Punto.
Retirarse. Siguiente asunto.
Jerjes
Eso fue lo que los griegos no entendieron jamás. Ni
siquiera los espartanos. Me pregunto si, incluso hoy, habría muchas Cancillerías
en dónde un gesto así sería correctamente apreciado.

2)- La batalla de Maratón.

Las colonias griegas del Asia Menor siempre habían vivido rodeadas de
"bárbaros", término que - dicho sea de paso - los griegos usaron para designar
simplemente a todos los extranjeros. No se las habían arreglado mal con
ninguno de ellos. Se habían llevado razonablemente bien con los frigios, los
lidios y hasta con los asirios y los babilonios.

Algunas colonias incluso florecieron, sobrepasando bastante a las ciudades de la


Madre Patria. Mileto, Pérgamo, Samos o Mitilene fueron centros
importantísimos de la Hélade; a veces muy adelantados respecto de Atenas,
Tebas, Paros o Esparta. Mientras en Delfos todavía se creía en una Tierra plana,
Anaximandro de Mileto y Pitágoras de Samos ya trabajaban con planetas
esféricos y órbitas en el espacio. El eclipse del año 585 AC fue prolijamente
calculado por Tales. Y Tales también era de Mileto.

Lo que sucedió fue que - allá por el reinado de Ciro - los persas, poco a poco,
fueron convirtiéndose en Potencia Mundial. Mientras Atenas trataba de
organizar su vida bajo la tiranía de Pisístrato, los persas conquistaron Media,
Asiria, Babilonia, Elam, Siria y Lidia. Después, con Cambises, la aplanadora
persa se dirigió más hacia el Sur y allanó Palestina hasta llegar a Egipto en
dónde el Rey persa tuvo la humorada de hacerse coronar faraón. Alrededor del
550 AC ya todas las ciudades griegas del Asia Menor se encontraban dentro de
la esfera de influencia persa. Aun así, no existe absolutamente ningún dato
fehaciente que nos permita afirmar que el "imperialismo" persa hubiese sido
excepcionalmente duro o intolerable. Comparada con la de las anteriores
potencias, la hegemonía persa hasta puede considerarse razonablemente
benigna.
Pero, como ya lo dijimos, los griegos no entendieron nunca a los persas. Dicho
sea de paso, tampoco los persas entendieron jamás a los griegos. La enemistad
creció. Las colonias jónicas se rebelaron. Darío intervino y aniquiló la rebelión.
Las ciudades jónicas fueron abandonadas a su suerte por la Madre Patria
continental. Solamente unos veinte barcos atenienses molestaron un poco a la
flota persa. El resto de Grecia se hizo la distraída y miró para el otro lado
mientras los persas iban liquidando una ciudad jónica tras otra.

Cuando, en el verano del 490 AC, la flota persa se hizo a la mar para ajustar
cuentas con los demás griegos, el pánico entre las ciudades del continente se
hizo bastante difícil de disimular. El miedo les hizo ver los famosos 600.000
persas con sus 600 trirremes allí en dónde solo hubo unas 100 naves y
aproximadamente 20.000 hombres.

Datis, el Comandante en Jefe de los persas, no era sanguinario. Pero era


efectivo. Delos cayó. Eretria cayó. Atenas pidió socorro. Cleomenes de Esparta
prometió ayudar pero necesitaba tiempo para juntar al ejército espartano. Los
persas zarparon de Eretria y desembarcaron en Maratón. La cosa se hacía una
cuestión de horas. No había tiempo para esperar a los espartanos.

Así lo comprendió también Miltíades y, perdido por perdido, decidió hacer lo


único que le quedaba: jugarlo todo a una sola carta. Salió de Atenas con unos
10.000 hombres en total y le hizo frente a Datis en Maratón. Los persas tiraron
su famosa nube de flechas pero Miltíades lanzó sus hoplitas a la carrera y todos
pasaron por debajo de los proyectiles. El truco resultó. Los atenienses ganaron
la batalla y los persas huyeron para volver a sus barcos y partir.

El ejército griego, extenuado, no pudo perseguirlos.


Pero un hombre cubrió corriendo los 42 kilómetros
que hay entre Maratón y Atenas para llevar la
noticia de la victoria a la ciudad. Cuando llegó, dió
la buena nueva y cayó muerto, agotado. La Historia
ha sido terriblemente injusta con él. Se llamaba
Fidípides y hoy ya nadie lo recuerda porque la
carrera que le costó la vida, y que aun se corre en
todas las Olimpíadas, ha tomado el nombre de
"maratón" por el lugar de la batalla.

El emisario de Maratón El ejército ateniense volvió a marchas forzadas a


Atenas. Para cuando la Armada persa también
arribó al puerto de la ciudad, los militares persas casi no pudieron creer lo que
veían sus ojos. Las tropas griegas estaban otra vez allí, dispuestas a hacerles
frente. Datis era un hombre práctico. Decidió dejar el ajuste de cuentas para
otra oportunidad. Dijo "¡Volveremos!" como Mac Arthur, dio la media vuelta y
regresó al Asia Menor.

Exactamente al día siguiente llegaran los espartanos. Justo veinticuatro horas


demasiado tarde.

Atenas había producido lo increíble: había vencido sola a los persas.


No me hubiera gustado ser espartano en ese momento.

3)- Interludio democrático.

Durante casi medio año los atenienses vivieron y gozaron la ebriedad de la


victoria. El genio, la rapidez y la inventiva atenienses habían superado a la
pesada eficiencia de la máquina bélica persa.

Miltíades, el héroe de Maratón. estaba en la


cumbre de su gloria. Como la mayoría de las
personas que llegan a esa cumbre, también él se
mareó. A principios del 489 AC concibió un plan
realmente estúpido. Consistía en lo siguiente:
como recompensa por su brillante desempeño en
Maratón, la ciudad de Atenas le "prestaría" la
flota y el ejército de la ciudad para invadir la isla
de Paros, lugar en dónde el buen hombre
pensaba construir un imperio privado y dar
rienda suelta a su vocación particular que era la
de tirano. ¿Locura? Seguramente. Pero no les
pareció así a los atenienses que, luego de
Maratón, hubieran emprendido cualquier
aventura.
Miltíades

La de Miltíades se puso en marcha pero Paros cometió la imperdonable


desfachatez de no rendirse. Más aún: combatió. Peor todavía: ¡ganó la batalla!
Miltíades, gravemente herido, apenas si pudo volver a Atenas. ¡Inconcebible! ¡El
vencedor de los persas derrotado por los habitantes de una isla de mala muerte!
¿Quién lo hubiera creído? El Pueblo de Atenas se reunió en las calles
comentando los hechos. El Pueblo de Atenas se puso a discutir. El Pueblo de
Atenas se puso furioso y la cosa terminó como siempre terminan estas cosas: la
multitud pidió la cabeza del derrotado.

El Arconte de Atenas por esa época era Arístides. En los libros de Historia figura
como Arístides "El Justo", aunque la traducción correcta del apodo sería,
probablemente, "El Intachable", "El Impoluto"; quizás hasta "El Perfecto".
Proveniente de una familia de rancio abolengo, había sido no solamente el
primer estratega de Maratón sino, incluso, amigo íntimo de Miltíades. También
supo ser íntimo amigo de Temístocles, su rival político más importante. Pero
dejemos eso para más adelante.

Concretamente, Arístides no se había opuesto demasiado a la aventura de su


amigo Miltíades. Por más intachable que fuese - y realmente era intachable, de
eso no hay duda - también a él terminó arrastrándolo la ola del exitismo y, en su
momento, había votado favorablemente la expedición a Paros. Pero, ahora que
Miltíades - herido y derrotado - había vuelto y el Pueblo pedía su cabeza, con
Xantipo y su yerno Megacles lanzando grandes peroratas al respecto, ¿qué podía
hacer? La ley lo obligaba a iniciar una investigación. Era el Arconte encargado
del tema. Lo llamaban "El Justo". No había escapatoria. Tuvo que dar luz verde
para que se hiciera la investigación.
La Acrópolis de Atenas

Con ello, automáticamente, el caso se le escapó de las manos. Arístides era sólo
un Arconte. En la Atenas de esa época el juez era la masa. Y la masa estaba
furiosa. Por de pronto metió a Miltíades en la cárcel, aún a pesar de sus heridas.
Al final, no lo condenó a muerte pero lo sentenció a pagar una suma sideral en
concepto de indemnizaciones. Hoy hablaríamos de unos 50 millones de dólares
- por supuesto que sólo aproximadamente.

Pero la masa ateniense no llegó a cobrar esa suma. Miltíades, el glorioso héroe
de Maratón, murió en la cárcel del pueblo a causa de sus heridas.

Con todo, el mundo no se detuvo. El espectáculo tenía que seguir. Otra isla, la de
Egina, comenzó a preocupar seriamente a los atenienses. La gente de Egina
proporcionaba los mejores marineros de toda Grecia. Pero, por un lado, los de
Egina eran un poquitín piratas y, por el otro, eran aliados de los espartanos.
Atenas envió sus barcos contra Egina. ¡Y fue otro fracaso, igual al de Paros!
Nuevamente los gloriosos vencedores de los persas resultaron apaleados por los
habitantes de una isla de mala muerte. ¡Era como para no creerlo! Después de
Maratón: ¡Paros! Después de Paros: ¡Egina! Parafraseando el dicho
shakespeareano sobre Dinamarca, algo forzosamente tenía que estar muy
podrido en el Estado de Atenas.

De hecho, lo estaba.

Había un buen montón de cosas podridas en Atenas. Por de pronto, había una
institución llamada "ostracismo". Instaurada probablemente por Clístenes, el
ostracismo era una fiesta popular. Todos los años se sometía al plenario de la
Asamblea la pregunta de si el querido y estimado pueblo deseaba celebrar un
ostracismo. ¡Por supuesto que casi siempre quería! ¡Es tan fascinante ejercer el
Poder! Aunque más no sea una vez al año, ¡es tan lindo jugar a Dios y decidir el
destino de los hombres más ilustres!

Porque precisamente de eso se trataba con lo del ostracismo: de decidir el


destino de una figura destacada.

Si la mayoría se decidía por la celebración de la fiesta, se repartían entre los


asambleístas unos fragmentos de arcilla parecidos a ostras. Cada uno debía
luego grabar en su fragmento el nombre del ciudadano que consideraba
peligroso para la democrática evolución del Estado. Si un mínimo de 6000
"ostras" presentaba el nombre de una persona, el individuo en cuestión era
desterrado por 10 años. Nada dramático ni deshonroso. No perdía ni sus
derechos ni sus bienes. Simplemente debía irse al demonio por la pequeñez de
toda una década y después, si le quedaban ganas, podía volver y nadie le iba a
negar el saludo. También podían llamarlo y hacerlo volver antes. Eso, en caso de
necesitarlo desesperadamente, claro.

En realidad, lo que estaba sucediendo en Atenas era nada menos que una feroz
pugna entre criterios políticos contrapuestos. La masa se sentía contenta y feliz
luego de las glorias de Maratón. Se organizaban expediciones idiotas que
terminaban en desastres. Se metía en prisión a los culpables. Se votaba el
ostracismo de los notables. Se discutía, se hablaba, se disputaba, se gritaba, se
oraba, se amaba, se comía y se dormía. ¿Los persas? A los persas se les había
dado la gran paliza en Maratón. ¡Y conste que sin la ayuda de los espartanos! ¿A
quién le importaban los persas?

A nadie excepto a Arístides y a su íntimo amigo Temístocles. Los hombres con


más de dos dedos de frente - que no parecen haber sido más en Atenas que en
cualquier otra parte - sabían positivamente que los persas volverían. Maratón
había sido un golpe de suerte y de audacia. Ese demonio de Miltíades había
hecho pasar a los hoplitas por debajo de la nube de flechas y había conseguido
sorprender a Datis. Esas son triquiñuelas brillantes, extraordinarias, todo lo que
se quiera; pero que se pueden usar una sola vez. A la próxima oportunidad, los
arqueros persas, o tirarían antes, o tirarían más bajo. Y, en ese caso: ¡adiós
victoria! Los persas volverían. La masa no entendía nada de eso. No quería
entenderlo ni le importaba demasiado. Al fin y al cabo, ¿cuándo vendrían?
¿Dentro de un año? ¿Dentro de dos? ¿Tres? ¿Cinco?

Volvieron en el 480 AC; diez años después de Maratón.

Arístides y Temístocles supieron todo el tiempo que sucedería. Pero se


enfrentaron con dos problemas. En primer lugar, ¿cómo explicarle a la masa
que había que hacer diez años de sacrificios y prepararse para un
acontecimiento políticamente inevitable pero que, con todo, podía llegar a no
materializarse? Y, en segundo lugar, ¿cómo prepararse para el futuro:
montando un ejército o una poderosa flota?.

El primer problema no fue resuelto en realidad. A ningún pueblo se le puede


explicar un plan contingente a diez años. La masa vive en el hoy pensando,
quizás, en el mañana. Lo que está más allá de pasado mañana es algo que ya
veremos. En esto, los estadistas de Atenas recurrieron al método que
inevitablemente han tenido que usar todos los políticos, antes y después de
Maquiavelo: sencillamente engañaron a la masa y, con una serie de medidas y
de discursos bien ubicados, la llevaron de las narices hacia el cumplimiento del
objetivo necesario.

Había, pues, que prepararse. La gran cuestión era cómo. Ejército o Armada, that
is the question. La solución salomónica de montar ambas cosas al mismo tiempo
resultaba económica y políticamente imposible. Arístides dijo "¡Ejército!"
Temístocles dijo: "¡Armada!" Al día siguiente se formaron dos partidos políticos
contrapuestos. Veinticuatro horas más tarde, los dos amigos estaban tan
peleados como sólo pueden estarlo dos amigos que militan en partidos
opuestos.

La masa ateniense aullaba de alegría. Hubo peleas, discursos, polémicas y


clamores a granel. El piso de la ciudad quedó sembrado de fragmentos de
arcilla. En el 487, el Arconte Hiparco fue mandado al ostracismo. En el 486 le
tocó a Megacles. Dos años más tarde, en el 484, lo mandaron de paseo por diez
años a su suegro Xantipo, el mismo que había encabezado el griterío contra
Miltíades.

Pasaron otra vez dos años. En el 482, como siempre, a la Asamblea se le


pregunta si desea celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que sí!

Se reparten los fragmentos de


arcilla.

Arístides está en el Ágora, en medio


de la multitud. De pronto, el sujeto
parado a su lado - un analfabeto
total - le alcanza su "ostra" y le pide
que escriba en ella el nombre de...
¡Arístides!
- ¿Conoces a Arístides? - le pregunta
el ex-Arconte al ignorante.
- No. - es la respuesta un tanto
sorprendente pero obvia, dadas las
circunstancias.
- ¿Te ha hecho algún daño? -
pregunta nuevamente Arístides.
- No - confiesa el otro con
ingenuidad bovina y agrega: - Pero
estoy harto de escuchar por ahí que
lo llamen "El Justo", "El Perfecto".

Sí. Eso era. Ya en aquella época la


Arístides escribiendo su propio nombre
masa no perdonaba ningún atentado (Grabado de J.Ryder según un
a la mediocridad. Cualquiera que dibujo de S.Shelley - 1788)
levantara la cabeza por sobre el nivel
de la mediocridad masiva ya entonces corría el riesgo de perderla. O, por lo
menos, se arriesgaba a recibir una bofetada.

Arístides no perdió la cabeza. Ni se desesperó, ni se la cortaron. El ostracismo


aun no era la guillotina de la Revolución Francesa. Pero el Pueblo de Atenas lo
abofeteó. Arístides escribió su propio nombre sobre la "ostra" del analfabeto y,
no lo sé, pero supongo que habrá ido a su casa, asqueado, a hacer sus valijas sin
esperar el recuento de los votos del Pueblo soberano.

Los votos cayeron en su contra. Los analfabetos lo mandaron al ostracismo.

Se fue a Egina.
Por favor, no lo malinterpreten. No necesariamente debemos entenderlo como
un gesto de malevolencia. Es poco probable que fuese a Egina porque la isla
había sido la enemiga y vencedora de Atenas. Egina queda a apenas 25 Km. de
Atenas. Más bien creo que eligió a Egina porque desde sus playas todavía puede
verse la Acrópolis contrastando contra el cielo azul de Grecia.

4)- Vuelven los persas.

El hombre del momento pasó a ser Temístocles. La


discusión amainó. Sería una Armada y el ejército
quedaría en un segundo plano.

Algunos insisten en hablar del "partido aristocrático" de


Arístides y del "partido democrático" de Temístocles.
Considerando que el primero perdió la controversia, el
criterio no es sino un transparente recurso para tratar de
prestigiar a la democracia. Porque, en realidad, no hubo
nada de eso. Tanto Arístides como Temístocles eran
nobles y cultos. A los efectos sociales, ambos eran
Temístocles
netamente aristócratas.

La discusión de "Ejército versus Armada", sin embargo, tenía sus grandes


implicancias sociales y políticas. Un ejército habría fortalecido la posición
política de la nobleza terrateniente. Una Armada, en cambio, solidificaría la
posición de los acaudalados comerciantes del Pireo. La discusión, como se ve,
no fue entre aristócratas y demócratas. Si hemos de catalogarla de algún modo,
deberíamos decir que fue entre terratenientes y plutócratas. Y la ganaron los
plutócratas. Los dueños del dinero.

Indiscutible, en todo caso, es que ya resultaba más que urgente adoptar medidas
definitivas. Era el 481 AC. Habían pasado nueve años de discusiones políticas,
idas, venidas, ostracismos y diatribas. Resultado: Atenas no tenía ni ejército ni
flota. La democracia ateniense se había pasado nueve años discutiendo.
Mientras tanto, los persas se habían dedicado a consolidar su Imperio.

Al noveno año, sin embargo, las noticias provenientes de Persia eran como para
poner nervioso al más pintado. Persia era eficiente. Podía darse el lujo de la
eficiencia ya que no se había dado el de la democracia. Los espías y los
embajadores griegos informaban de 100.000 hombres bajo armas; de 700
barcos de guerra; de un "Camino Real" de 2.000 Kilómetros, prolija y
eficientemente sembrado de 111 postas. El ejército persa había recibido órdenes
de movilizar y de estar dispuesto para otoño del 481. Debía cruzar el Bósforo
sobre un puente hecho con barcos y luego marchar en dirección Sur,
acompañado por la flota que navegaría a lo largo de la costa. Definitivamente,
Jerjes no se andaba con pequeñeces. Esta vez, la cosa iba en serio.

Temístocles se lanzó a una carrera armamentista. Si había una cosa que no se


podía perder, esa cosa era tiempo. Ordenó la ampliación y fortificación del
Pireo. Tomó la decisión de construir 200 barcos. Invirtió en la empresa hasta el
último centavo disponible en las arcas del Estado. Presionó a los comerciantes y
a los hombres de negocios para que cada uno de ellos armase un barco de su
propio bolsillo. Asumió todos los riesgos políticos que la operación implicaba.

Por ejemplo, la masa de obreros empleada en los astilleros, ni era de Atenas, ni


tenia derechos ciudadanos. La gente había sido traída del interior de Grecia y,
para colmo, nadie había venido solo sino con toda su familia. Atenas se llenó de
extranjeros, de los cuales uno trabajaba y el resto eran tres, cuatro o seis bocas
para alimentar. Y, por si fuera poco, a esta gente se la podía hacer trabajar pero -
puesto que no eran ciudadanos - no se la podía incorporar a la Marina de
Guerra. Ahora, las 200 trirremes proyectadas necesitarían nada menos que la
friolera de 30.000 remeros. ¿ De dónde sacarlos?. Temístocles tomó el toro por
las astas. Le otorgó la ciudadanía a los obreros - los tetes - en un hermoso y
democrático gesto que levantó un huracán de aplausos en las masas proletarias.

Al día siguiente, decenas de miles de tetes - de los cientos de miles que había -
fueron reclutados en masa y quedaron bajo bandera como conscriptos por la
Armada. Ahora que eran ciudadanos libres se los podía obligar a cumplir
órdenes. Ni Maquiavelo lo hubiera organizado mejor. El problema militar quedó
resuelto. El problema político y social así creado no se resolvió jamás.

A todo esto, Jerjes continuaba desarrollando su plan con la minuciosidad de un


Jefe de Estado Mayor descendiente de una familia de relojeros. El plan persa no
sólo preveía una ofensiva militar. Incluía también una campaña de acción
psicológica y una ofensiva diplomática. Los persas eran eficientes, ya lo dijimos.

Por toda Grecia aparecieron de repente emisarios y embajadores con la misión


de convencer a las ciudades griegas de la conveniencia de rendirse. Esta
ofensiva diplomática - que ni siquiera fue demasiado hábil si vamos al caso
porque en esta materia los persas procedieron aproximadamente con el tacto
del proverbial elefante en el bazar de porcelanas - resultó más bien triste para
los griegos: Tesalia, Epiro, Etolia, Fitiotis, Locris, Eubea del Norte, Tebas, las
Cícladas orientales, Aquea y Argos se sometieron al Rey persa. Focea, Eubea del
Sur, Tespia, Platea, Atenas, las Cícladas occidentales, Megara, Egina, Argólida y
Elis rechazaron la oferta.

Esparta tiró los emisarios a un pozo.

Media Grecia se había entregado sin combatir.

Incluso los que se negaron a someterse anduvieron de largos cabildeos. El


Servicio Secreto persa había intoxicado a la Inteligencia griega y los estrategas
manejaban cifras aterradoras. Los agentes griegos informaban ya de 1.207
barcos de guerra y 3.000 naves de transporte; de 80.000 jinetes persas,
1.700.000 infantes regulares a los que aun había que agregar las tropas de los
pueblos aliados y una infinidad de carros de combate. Se hablaba de 2. 317.000
hombres en total por tierra y por mar. A esto, todavía había que sumar el
enorme convoy de Intendencia, con sus cocineros, sus eunucos, sus prostitutas y
sus esclavos. La CIA griega terminó trabajando sobre una hipótesis de
5.000.000 de enemigos en marcha.
¿Les parece ridículo? Es posible que lo sea. Pero la Historia Universal, la
contemporánea incluida, está plagada de este tipo de cifras. Un poco de miedo,
un poco de intereses creados, un poco de acción psicológica, un poco de
propaganda, y las cifras crecen, engordan, se multiplican, crían ceros y se
hinchan que es un contento. ¿Les interesaría saber cuántos persas movilizó
realmente Jerjes?. Las estimaciones de los especialistas varían pero, en todo
caso, fueron no más de 175.000 guerreros y 1.200 barcos en total. Aun así, una
maquinaria de guerra enorme para la época. Esparta mandó solamente 300
hoplitas con Leónidas y, en Platea, las fuerzas conjuntas griegas no pasaron de
los 30.000 hombres. Casi seis veces menos.

No es de extrañar que aquellos Estados griegos que rechazaron la oferta persa


estuviesen sumamente preocupados. Los Generales fruncían el ceño; los
Almirantes se rascaban la barbilla; los estrategas trabajaban horas extras
analizando alternativas.

Temístocles no debe haber dormido mucho en esos días.

5)- Interviene el Vaticano.

Por suerte quedaba aun un último recurso: consultar a los Dioses.

Grecia tenía la fortuna de no


depender de los caprichos de
una revelación divina
esporádica y casual. Tenía su
propia línea de comunicación
con el Olimpo. Delfos, el
Vaticano de la Hélade, tenía un
aparato que comunicaba
directamente con los Dioses: la
célebre Pitonisa de Delfos.

Por cierto que, en cierta


medida, estas comunicaciones
no eran tan fáciles de
establecer. Al fin y al cabo, se
trataba de una comunicación
de muy larga distancia en el
año 481 antes de nuestra Era.
Por de pronto, el delicado
aparato se hallaba custodiado
por expertos sacerdotes.
Además y obviamente, no
cualquier infeliz mortal podía
Las ruinas de Delfos ir y molestar a la Pitonisa con
preguntas imbéciles. Por otra
parte, la comunicación no era del todo clara de modo que, aún cuando el infeliz
mortal se hubiera puesto directamente al habla, lo más probable es que no
hubiera entendido absolutamente nada. No; decididamente el sistema no
funcionaba persona-a-persona.
Era un poco más complicado. El infeliz mortal venía con su pregunta (adecuada
ofrenda mediante) al sacerdote. El sacerdote (tasaba la ofrenda y) transmitía la
pregunta a la Pitonisa. La Pitonisa se ponía en trance y establecía la
comunicación. El sacerdote escuchaba atento, descifraba el mensaje entre los
crujidos, los silbidos y los chillidos de la línea, tomaba nota y después pasaba
todo el telegrama en limpio.

Es decir: en todo lo limpio que podía. Porque, aun así, las palabras emitidas por
la Pitonisa no siempre tenían mucho sentido. A todo esto, el infeliz mortal
esperaba pacientemente el texto definitivo como corresponde a todo creyente
bien educado. Salía, pues, el sacerdote y se lo entregaba, con lo cual nuestro
atribulado consultante podía regresar a su casa a tratar de entender el
galimatías.

Discúlpenme si acabo de pecar de irrespetuoso pero no puedo remediarlo.


Consultar a Dios sobre nuestro destino personal; pedirle un favor para satisfacer
nuestras pequeñas y grandes mezquindades humanas siempre me ha parecido
un sacrilegio. No es que me parezca inútil. De última, Dios puede contestar o
darnos una mano si se le da la gana. Pero pedírselo así, explícita y
descaradamente, es algo que siempre he considerado como una falta de respeto.
Sobre todo, si no se tiene el coraje de hacerlo en persona y se terminan usando
intermediarios.

Frente a la amenaza persa, los intermediarios de Delfos no se hacían muchas


ilusiones. Los Vaticanos de todos los tiempos han tenido siempre los mejores
Servicios de Informaciones del mundo. En Delfos no se trabajaba con la
hipótesis absurda de los 5.000.000 de persas, por supuesto. Pero 175.000
zoroastristas puritanos y monoteístas eran harto suficientes como para infundir
un saludable respeto al más aplomado
sacerdote de Apolo.

Además, en materia religiosa, los persas eran


bastante tolerantes. Tenían, es cierto, su
concepto bien definido de Dios; su visión muy
particular de la eterna lucha entre las fuerzas
del Bien y del Mal, su código de honor y sus
ritos rigurosos. Pero no se metían mayormente
con los dioses de los pueblos sojuzgados. Por
las dudas. Y lo más interesante era que
tampoco se metían mucho con los sacerdotes de
esos dioses. Por cálculo político. Santuario de Apolo en Delfos

De modo que, en Delfos, había fundadas esperanzas de capear el temporal de la


invasión persa, aún a través de una rendición. Los primeros telegramas de Zeus,
recibidos por la Pitonisa, apuntaban bastante claramente en esta dirección.
Podían interpretarse como un llamamiento a la neutralidad y, con un poco de
perspicacia, hasta podía percibirse cierto tufillo filopérsico entre líneas. A
medida en que el Batallón de Inteligencia de Delfos fue procesando su
información, los telegramas de Zeus se fueron haciendo cada vez más sombríos.
De pronto, un día, Atenas recibió el siguiente mensaje:
"¡Oh desdichados! ¡Huid hasta el fin del mundo!
¡El rápido Ares lo derribará todo!".

Temístocles no sufrió un infarto por pura casualidad. Considerando la


gramática habitual de Delfos, eso se llamaba hablar claro. El clero daba por
perdida la batalla.

El revuelo que se produjo fue fenomenal. Para empezar, los creyentes atenienses
hicieron lo que hacen todos los creyentes cuando su Iglesia dispone algo que no
les gusta: no estuvieron de acuerdo con el mensaje. Exigieron un segundo
oráculo.

Mientras tanto, no nos consta (nunca quedan documentos de estas cosas) pero,
seguramente, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Atenas inició
febriles tratativas con el Nuncio Apostólico de Delfos. La situación era grave, de
acuerdo, pero todavía quedaban alternativas. Esparta haría lo suyo por tierra.
Por mar se tenía a la flota ateniense creciendo a toda la velocidad que se podía
exprimir de los flamantes ciudadanos. Además, Delfos ya había hecho lo
humanamente posible... Ningún rey persa podría argumentar que el clero había
azuzado a la guerra. Nadie podía decir que no había sido adecuadamente
neutral.. ¿Qué podía Apolo perder?. Todo lo que en Atenas se necesitaba era un
oráculo un poco menos... ¿cómo ponerlo?... ¿digamos: menos derrotista?

Que fuese ambiguo no importaría tanto. De última, los telegramas de Zeus


nunca se habían destacado por ser unívocos. Todo lo que Temístocles pedía era
algo que no alarmase al Pentágono persa pero que, al mismo tiempo, pudiese
interpretarse en Atenas como un guiño entre conspiradores que están de
acuerdo en engañar a un tercero.

El "brain trust" de Delfos se reunió y, ante la segunda requisitoria, produjo una


insuperable obra maestra de ambigüedad jesuítica. Fue un oráculo de esos que
lo decía todo sin decir nada; que prometía cualquier cosa sin comprometerse en
absoluto; que afirmaba lo que negaba y que negaba lo que se suponía que podía
haber afirmado; que era lo suficientemente claro como para ser legible y lo
suficientemente incoherente como para ser incomprensible; que se prestaba a,
por lo menos, tantas interpretaciones como palabras había en el texto pero que,
buscando los sinónimos adecuados, podía tener versiones interpretativas en
cantidad exponencial. En suma, una verdadera obra de arte.

Una parte del oráculo rezaba:

"¡Oh divina Salamina!


Perderás o llevarás a la desdicha
a los hijos de las mujeres."

De esta parte se agarró Temístocles como de un clavo ardiendo. Lo de


"perderás" y "desdicha" parecía hablar de derrota, de acuerdo. Pero Zeus decía
allí "divina" Salamina y eso significaba que nadie había perdido el favor del
Olimpo. De haberlo hecho, el mensaje habría tenido que decir "miserable"
Salamina, ¿no es cierto?. Además, decía allí: "los hijos de las mujeres". Pero ¡no
decía de qué mujeres!. La desgracia, la pérdida y la desdicha podía muy bien ser
para las mujeres persas. ¿O acaso los persas no eran hijos de mujeres? Por otra
parte, los hijos de las mujeres de Salamina no podían ni perderse ni desdicharse
si Salamina era "divina". Si hubiese sido "miserable", o simplemente
"Salamina", vaya y pase. Pero, siendo "divina", ¡jamás! ¡Nunca! ¡Zeus no
permitiría que los divinos hijos de las divinas mujeres de la divina Salamina se
volviesen desdichados o se perdiesen! ¿No era eso evidente de toda evidencia?.

Por aquella época, Temístocles tenía alrededor de unos 46 años. Resulta


increíble las cosas que un político tiene que inventar a esa edad cuando, en una
democracia, hay que obligar a los respetables ciudadanos a cumplir con el
elemental deber de defender a la Patria.

Con todo, Temístocles debe haber sido un orador con gran poder de persuasión
porque, créanlo ustedes o no, su argumento de la "divina" Salamina prendió.
Puede parecer fantástico, pero los atenienses se lo creyeron. La masa lo aceptó
porque ¿a quién no le gustaría ser "divino"? Y los entendidos le dieron su apoyo
porque, divina o miserable, la palabreja "Salamina" era la clave del mensaje. La
clave secreta. El guiño entre conspiradores.

No me digan que no se les ocurrió ya. ¿No lo descubrieron? ¿No recuerdan la


historia del colegio secundario? ¡Hagan un poco de memoria! Es bastante obvio,
dentro de todo. ¿De dónde sacó Delfos lo de Salamina en absoluto? Nosotros
sabemos que en Salamina se libró la batalla final y decisiva contra los persas,
pero estamos a más de 2.400 años después de los hechos. Cuando la pitonisa
dio su célebre oráculo, Delfos estaba a casi un año antes de esa batalla.

El plan de Temístocles, efectivamente, consistía en destruir la flota persa en


Salamina. Pero la "Operación Salamina" forzosamente tuvo que haber sido uno
de los secretos militares más celosamente guardados de todos los tiempos. Y, así
y todo, en Delfos, la expresión "divina Salamina" fue elegante, pulcra y
cuidadosamente plantada en el texto del oráculo. Es innegable: los Vaticanos de
todas las épocas siempre han tenido los mejores Servicios de Informaciones del
mundo.

Pero lo más brillante de la diplomacia de Delfos fue algo que, seguramente, no


se le escapó al mismo Temístocles, ni tampoco a su Estado Mayor. Si los griegos
hubiesen perdido la guerra, la diplomacia de Delfos hubiera podido esgrimir
tranquilamente ante Jerjes el argumento de que el clero había prestado un
inapreciable servicio a la Gran Persia puesto que ¿no había sido acaso Delfos la
primera en revelar (dentro de lo humanamente posible, claro) el lugar exacto en
el cual los atenienses pensaban librar la batalla decisiva?

¿Brillante? No. Es más que eso. ¡Es hermoso! ¡Es griego! Sólo un Consejo de
Sacerdotes de Apolo podía producir un oráculo que fuese un valioso servicio al
Estado y, simultáneamente, un acto de la más acabada traición a la Patria.

Temístocles se lanzó a terminar su Armada a ritmo febril. Ya no había forma de


detenerse. Cuando viniesen los persas hallarían a - media - Grecia dispuesta a
combatir.

Los persas no faltaron a la cita.


6)- Es la guerra.

La guerra es el padre de todas las cosas


Heráclito

A fines de Mayo del 480 AC Jerjes ordenó poner en marcha a la aplanadora


persa. En Julio estaba en Tesalia. Eficiencia persa. La aplanadora avanzó hacia
el Sur - hacia Atenas - mientras la flota la acompañaba siguiendo la costa.
Sincronización persa. De pronto, estalló una feroz tormenta que hundió a 400
barcos de la flota de Jerjes. Suerte griega.

Y ahora, les pediría que, por favor, tomen un mapa de Grecia. Me temo que no
puedo contar lo que sigue sin la ayuda de un mapa. Por si no tienen uno
pasablemente práctico a mano, incluyo aquí un pequeño esquema que, espero,
podrá servir.
Después de la tormenta, la flota de Jerjes siguió navegando. De pronto, al llegar
a Artemisión, se topó con la Armada griega. Al verla, los persas desconfiaron.
¿Sólo 270 barcos? No podía ser. Tenía que haber alguna trampa. En alguna
parte tenían que estar las demás naves helenas. Era una trampa, sin duda.
¿Acaso el Servicio Secreto no había estado constantemente diciendo algo acerca
de una trampa de Temístocles?

La verdad es que no había ninguna trampa y, en cuanto a Temístocles, el pobre


hombre debía estar de un humor de los mil demonios. Por esas cosas que tienen
las alianzas político-militares, se había decidido que el comandante de la flota
sería el espartano Euribíades. Temístocles sólo había llegado a ser el primer
estratega.

La idea de Euribíades era simple: había que parar a los persas y derrotarlos.
Para eso había dos lugares óptimos:
1)- Artemisión, que es la entrada al canal que separa la isla de Eubea del
continente y
2)- Las Termópilas, que es un sitio de la ruta por tierra hacia Atenas en dónde
las montañas se acercan tanto al mar que apenas si queda un estrecho
desfiladero muy fácil de cerrar.

Por lo tanto, plan de batalla, según Euribíades:


· Cerrar las Termópilas y frenar al ejército persa por tierra.
· Destruir la armada persa en Artemisión.
· Llevar las fuerzas liberadas luego de la batalla naval de Artemisión hasta las
Termópilas y tomar al ejército persa entre dos fuegos.

Así de fácil.

Así de imposible. El buen Euribíades era un gran soldado, de un coraje a toda


prueba. Pero era espartano y sabía tanto de batallas navales y de barcos como
sólo puede saber un eximio General de infantería. Temístocles debe haberse
agarrado la cabeza con ambas manos. Pretender el cierre de Artemisión con 270
barcos - frente a 800 del enemigo - es algo así como tratar de cubrir el arco
dejando solo al arquero frente al avance masivo de los diez jugadores del equipo
contrario.

De hecho, cuando apareció la Armada persa, hasta Euribíades tuvo que darse
cuenta de que no podía ni soñar con ganar una batalla naval en Artemisión. Los
barcos griegos tuvieron que limitarse a navegar de un lado para el otro en el
estrecho, haciendo fintas pero sin presentar batalla.

La situación se puso descabellada. El ejército griego ya estaba apostado en las


Termópilas. Si se abandonaba Artemisión, la flota enemiga podía meterse en el
canal y tomar a las Termópilas por el flanco. Si no se abandonaba Artemisión, el
ejército persa quedaba libre para atacar a las Termópilas y - en caso de abrirse
paso - terminaría colocándose a las espaldas de la flota griega.
Por suerte para los
griegos, la situación
también resultaba
endiabladamente
compleja desde la óptica
persa. Mientras la
Armada persa observaba
con desconfianza los
ridículos 270 barcos de
Termístocles, el ejército
persa, en su avance hacia
el Sur, se topó con las
vallas que cerraban el
paso de las Termópilas.
La aplanadora de Barco de la época
175.000 hombres se
detuvo. Jerjes analizó la situación y se rascó la barbilla. ¿Cuántos hombres
podía haber detrás de esas vallas? El lugar estaba lleno de bosques y podría
haberse escondido en ellos, tranquilamente, a todo un ejército. ¿Dónde estará el
resto de la flota griega? ¿Qué puedo hacer? Si fuerzo el paso por Artemisión, y es
una trampa, pierdo mi flota. Si ataco las Termópilas, y en ese lugar los griegos
tienen 30.000 hombres, pierdo el ejército.

Durante días enteros las dos fuerzas estuvieron allí, frente a frente, midiéndose,
observándose y estudiando el tablero de ajedrez. Euribíades rompiéndose la
cabeza buscando una forma de batir a los persas en Artemisión. Temístocles
sudando sangre y rezando a todos los dioses para que las Termópilas resistiesen.
Jerjes mandando espías para todos lados tratando de enterarse del plan griego.
Pasaron cuatro días.

Por fin, Jerjes se cansó y decidió tomar la iniciativa. Ordenó a parte de su flota
rodear la isla de Eubea, entrar al canal por el Sur y atacar a la Armada griega por
la retaguardia. Simultáneamente, dispuso que la aplanadora forzase el paso por
las Termópilas al precio que fuese.

Los persas se pusieron en marcha.

7)- Los espartanos.

A lo largo de las últimas páginas muchos se habrán preguntado dónde están los
espartanos. Hemos hablado de Arístides, de Temístocles, de Atenas, de Delfos y,
en suma, de media Grecia. ¿Y los espartanos? Pues ahora vienen. Mejor dicho:
ya están allí. En las Termópilas.

Lo que pasa es que lo que sigue no tendría sentido si no hubiésemos trazado un


cuadro medianamente detallado de toda la situación. Ciertos hechos, ciertos
acontecimientos, ciertos actos de algunos seres humanos son tan grandes que
quitarlos de contexto implica desmerecerlos sin remedio. Robarles el sentido.

Por eso es tan fácil pararse y perorar acerca de que este o aquél acto heroico
carece de sentido y llegar, por extensión, a afirmar que todos los actos heroicos
son, al fin y al cabo, una reverenda estupidez. Ese es el criterio imperante hoy en
día. Hoy se festeja más al cobarde que sobrevive que al valiente que se sacrifica
para que otros puedan sobrevivir. Es que el beneficio emergente del acto del
cobarde resulta inmediato y su motivación es obvia: quiere salvarse y lo logra.
No hay ninguna dificultad para entender eso. Que, en ello, muchas veces deja el
honor por el camino es algo que sólo importa a quienes saben en absoluto qué es
el honor. Nuestra época ya no lo sabe. Por eso no entiende y hasta desprecia a
los valientes cuando se encuentra con ellos fuera del cine y de la pantalla del
televisor.

Sucede que el "beneficio" que obtiene el valiente, en primer lugar, no es para él;
en segundo lugar, no es inmediato sino que puede llegar a surgir años, décadas o
siglos más tarde - y hasta puede no surgir en absoluto - y, en tercer lugar, su
motivación es compleja, enmarañada, a veces hasta muy probablemente
subconsciente. Nunca obvia. Nunca evidente.

Un acto heroico es ininteligible para quienes han nacido con un espíritu ruin. Es
incomprensible para quienes no ven nunca más allá de su propio provecho. Un
héroe de carne y hueso es un enigma de siete sellos para quien vive sumergido
en lo cotidiano. Un acto heroico es perfectamente "inútil". Un acto heroico es
siempre "en vano". Las explicaciones que se le encuentran después son siempre
fortuitas y, a veces, hasta forzadas. Entenderlo no es una cuestión de raciocinio.
Es una cuestión de resonancia. Ante un acto heroico vibran solamente quienes -
sea en la medida en que fuere -tienen el heroísmo en la sangre. Los demás
quedan afuera. Como convidados de piedra. Vociferando peroratas acerca de la
"insensatez", la "locura" y hasta la "irresponsabilidad" de quienes se arriesgan y
se atreven.

El heroísmo es música para músicos; poesía para poetas; mística para místicos.
Los que han apagado la chispa divina de lo heroico en sus corazones se vuelven
sordos e insensibles para apreciarlo.

Por eso, si entre ustedes hay alguien que piensa que un Hombre que se deja
cortar en pedazos por cumplir con su Deber es un idiota; si alguno de ustedes
llamaría estúpido a un Hombre que arriesga absolutamente todo lo que tiene
para que este mundo se vuelva solamente un poco menos miserable de lo que
es; si alguno de ustedes está convencido de que el Hombre que muere sin tener
un beneficio inmediato a la vista es un loco irresponsable; a ése hipotético lector
sólo le pido una cosa: no siga leyendo. Lo que viene ahora no es para Usted. No
lo entendería. Y, perdóneme por decírselo tan brutalmente, pero estoy seguro de
que, al final, hasta terminaría ensuciándolo. Sin embargo, para que no me eche
en cara que le robo el final de la historia, voy a romper todas las reglas del
suspenso y se lo cuento ya: los persas fueron derrotados. No fue fácil, pero al
final terminaron perdiendo. ¿Conforme?.

¿Cómo? ¿Que, entonces los héroes se justifican porque obtuvieron la victoria?.


No, mi amigo. Justo lo contrario. La victoria, como casi todas las victorias, la
obtuvo la diosa Fortuna y un par de personas inteligentes. Los héroes fueron
derrotados.

Y ahora sí, por favor, deje de leer ...


**************

Detrás de las vallas que cerraban el desfiladero de las Termópilas había apenas
7.000 griegos. Los comandaba el rey de Esparta, Leonidas, que había traído
consigo a 300 espartanos.

Cuando los exploradores persas inspeccionaron la zona


para averiguar el número de las fuerzas griegas, lo único
que consiguieron ver fue, precisamente, a los espartanos.
Estaban delante de la valla. Delante. No detrás. Habían
apoyado sus armas contra el muro y algunos hacían
gimnasia mientras los otros se peinaban el cabello.

Cuando se informó de esto a Jerjes, el Gran Rey no


entendió nada. Tuvieron que explicárselo: los espartanos,
antes de combatir, hacían gimnasia para estar en forma y,
antes de morir, se arreglaban como corresponde porque
en Esparta no se estilaba ir a la muerte hecho un
zarrapastroso. Jerjes creyó que era una bravuconada. Se
Leónidas
equivocó.

Cuando, al quinto día, dio la orden de ataque, la aplanadora persa de 175.000


hombres se estrelló contra la formación griega. Hora tras hora, oleada tras
oleada, a lo largo de todo el día, las formaciones de los medos y los quisios del
ejército persa trataron de romper el frente heleno. En vano. Clavados en sus
puestos, los griegos resistieron como un bloque de granito y causaron terribles
bajas, sobre todo entre los medos.

Jerjes montó en cólera. Al día siguiente decidió lanzar sus mejores tropas.
Según cuenta la leyenda, les decían "Los Inmortales" porque su número era
constante: a las bajas producidas por el combate o por la enfermedad se las
cubría inmediatamente. De este modo, el número del contingente era siempre
estable. Ascendía a 10.000 hombres.

Y tampoco pudieron. Sus lanzas eran más cortas. No tenían espacio para
maniobrar a fin de hacer valer su número. Además, no tenían ni el
adiestramiento ni la disciplina de los lacedemonios. Durante la batalla, los
espartanos jugaron con ellos al gato y al ratón, empleando una táctica que, más
tarde, sería la favorita de Atila y sus hunos: a la vista de un ataque enemigo, las
tropas espartanas simulaban batirse en retirada como presas del pánico. El
enemigo, creyendo que huían, se les tiraba encima desordenadamente. En el
último momento, sin embargo, las formaciones espartanas daban media vuelta,
tomaban posición y se lanzaban al ataque tomando a todo el mundo de
sorpresa. Los perseguidores, antes de darse cuenta, se transformaban en
perseguidos. La mayoría de ellos, en perseguidos muertos.
A lo largo de todo el segundo día los
persas, con sus tropas de élite, trataron
de forzar la resistencia de los griegos.
Sin éxito. Las vallas seguían allí y,
delante de ellas, los espartanos
encabezados por Leónidas no cedieron
ni un milímetro. Iban 48 horas de
combate. Desde el amanecer hasta la
caída del sol. Oleada tras oleada.
Escaramuza tras escaramuza. Combate
tras combate. Sangre. Muertos. Gritos.
Órdenes. Ataques. Retiradas
simuladas. Contraataques.
Maldiciones. Amigos que caen bañados
en sangre. Camaradas de toda la vida
que se tiran contra el enemigo y
terminan atravesados por dos, tres,
cuatro lanzas. Heridos que gimen
antes de morir. Estertores. Alaridos.
Ruido. Sangre. Más muerte.

Pero nadie abandona su puesto. Al


camarada que cae adelante lo vengan
los que vienen atrás. La formación
resiste. La formación aguanta. La Las Termópilas
Desfiladero cercano al lugar de la batalla
formación da un paso al frente y ataca.
La formación se cierra. Los persas se estrellan contra la falange erizada de
lanzas. No pasan. No pueden pasar. No deben pasar. Si pasaran, quedarían a la
retaguardia de la flota.

No pasaron. Cayó la noche y Jerjes tuvo que admitirlo: estaba atascado.


Atascado en Artemisión. Atascado en las Termópilas. ¿De qué sirven 175.000
hombres si no se tiene entre ellos a un Leónidas con 300 espartanos? ¿De qué
sirve el número cuando no se tiene la calidad? ¿De qué sirve llamar "inmortales"
a un cuerpo de ejército solamente porque siempre son 10.000, cuando ninguno
de ellos tiene verdadera vocación de gloria? ¿Para qué sirve la masa de un
Imperio? ¿Para qué sirve la muchedumbre?
Los persas - los auténticos persas - eran, en realidad, tan
escasos como los espartanos. Se habían conquistado un
Imperio y ahora arreaban delante de si a una masa de
otros Pueblos, con la esperanza de lograr la fuerza por la
cantidad. ¡Oh la cantidad! Esa eterna ramera que ha
engañado a tantos grandes hombres. ¡Cuantos han
pasado por alto el hecho que la Naturaleza sólo produce
la cantidad para tener la oportunidad de elegir a los
mejores!

Jerjes, sin duda, se dio cuenta de ello después de 48


horas de mandar a una masa a estrellarse contra las
aristas de un diamante. Estaba realmente empantanado.
Pero, quizás... la parte de la flota que debía circunnavegar
Eubea... si tan sólo pudiese conseguir tomar con ella a los
barcos griegos entre dos fuegos... O desembarcar y tomar
las Termópilas por el flanco... Quizás...

Al tercer día hasta esta esperanza se le desvaneció. Los


barcos que debían dar la vuelta a Eubea fueron
sorprendidos por otra tormenta y no quedaba ya casi
Los "Inmortales" nada de ellos. ¡Cochina suerte griega!

Las opciones se reducen. En realidad, queda sólo una: ¡forzar las Termópilas! Es
la única forma de saber si Artemisión es, o no, una trampa. Después de dos días
enteros de combate estos griegos tienen que estar cansados. ¡Forzosamente
tienen que estarlo! ¡Manden todo lo que tenemos! Muertos o vivos pero los
quiero ver al otro lado de esas malditas vallas! ¡Al precio que sea!

La aplanadora persa volvió a ponerse en movimiento. Volvió a mandar oleada


tras oleada con una monotonía tan aburrida como macabra. Los mejores
hombres trataron de arrastrar detrás suyo a la masa para abrir una brecha,
aunque fuese mínima.

Imposible.

Las formaciones griegas resisten. Los espartanos parecen estar en todas partes
y, dónde están, los otros los imitan. Las formaciones permanecen cerradas. No
hay un hueco en toda la línea y, cuando lo hay, es una trampa que se traga
decenas y decenas de persas. Los mejores hombres de Persia caen en primera
fila y los que vienen detrás no están a la altura de sus jefes. La masa vacila.
Retrocede. Los griegos atacan. Retirada. No se puede. Es imposible.
Tres días de combate. Tres largos días de
lucha, sangre, muertos, esfuerzo, jadeos,
lanzazos, gritos, marchas y contramarchas.
Órdenes y contraórdenes. Tensiones
sobrehumanas y breves minutos de
relajamiento. Luego, otra vez a lo mismo.
Mi amigo murió anteayer. Tu hermano cayó
ayer. El camarada que hoy por la mañana
compartió con nosotros el pan está
agonizando. ¿ Cuando me tocará a mí?
¿Cuándo te tocará a ti? ¿Cuanto tendremos
para vivir todavía? ¿Cuanto tiempo? ¡Oh
dioses! ¿Por qué la vida de un hombre
estará atada a un tiempo y ni siquiera
podemos saber de cuanto tiempo
disponemos?

Y en ese momento, cuando - según


Heródoto - el Gran Rey ya no sabía cómo
salir de la situación, un factor inesperado
vino en su ayuda. Apareció un traidor. Las termópilas
Siempre aparece un traidor.

Apareció un griego que le reveló el camino por el cual se podía rodear a las
Termópilas y llegar a espaldas de Leónidas y su gente. Yo lo llamo traidor pero
sé que hoy muchos lo llamarían tan sólo un tipo inteligente. La recompensa
debe haber sido jugosa. Lo que no sé es si la disfrutó. Murió asesinado.

Jerjes destacó a su General Hidarnes con un ejército para que avanzara por el
paso que el traidor había revelado y apareciese por la retaguardia de Leónidas.
Hidarnes juntó a sus hombres y partió al anochecer. Marchó durante toda la
noche y a la mañana del día siguiente estaba del otro lado. Arriba de la montaña
pero ya a espaldas de Leónidas. Consiguió engañar a los focenses encargados de
guardar ese paso y amenazaba ya con atrapar a los espartanos entre dos fuegos.

Al amanecer, en el campamento griego podía verse la larga fila de enemigos


descendiendo de la montaña. Era el fin. Pocas horas más y el camino a Atenas
quedaría cerrado. Las Termópilas se convertirían en una trampa mortal.

Leónidas supo entonces que le quedaba poco tiempo. Muy poco tiempo. Es
probable que haya sabido también que, en ese instante, Grecia estaba en sus
manos. Los 7.000 hombres de su ejército original era toda la infantería que se
había podido movilizar. Todos los demás estaban sobre los barcos, en
Artemisión. ¿Dar una batalla hasta el último hombre? Se perdería todo el
ejército. La Armada quedaría sola frente a los persas. Seria el fin; el fin
definitivo de toda Grecia. ¿Retirarse?, ¿Huir?. También sería el fin. La Armada
también así quedaría sola. El ejército, en campo abierto, no tendría ninguna
oportunidad contra la aplanadora.

Leónidas levantó la cabeza, vio el sol que nacía, escuchó los augurios -que eran
pésimos - se enteró de que algunos griegos de entre los presentes estaban
pensando en retirarse, miró a sus hombres, y con voz tranquila comenzó a dar
órdenes. Cortas, concisas, precisas y secas. ¡Oh el laconismo espartano!.

Avisen a la Armada.
Que deje Artemisión
y que vaya al Sur lo
antes posible. No
puedo mantener a las
Termópilas por
mucho tiempo más.
La pienso mantener
hasta que los barcos
estén a salvo. ¡Pero
que la marina se
mueva!¡Y rápido! En
cuanto al ejército:
todo el mundo me
levanta campamento
Brian Palmer y se retira hacia el
Termópilas, La última resistencia Sur mientras el
camino todavía está
libre. Los tebanos se quedan. Esparta se queda. Los demás: ¡fuera de aquí!.
¿Alguna pregunta?

No hubo preguntas. Pero 700 tespios no se fueron. Le pidieron a Leónidas su


autorización para quedarse y tener el honor de morir con él. ¿Locura?, ¿Histeria
colectiva? ¿Insensatez? Dejemos que los enanos respondan a esa pregunta si es
que pueden. Dirán que es sí de todos modos. Incapaces de una actitud
semejante, su único recurso es denigrarla. Lo que sucedió aquella mañana con
los tespios en las Termópilas fue simplemente el fenómeno de resonancia.
¿Esparta se queda? Pues Tespia se queda también, ¡qué tanto embromar! Entre
valientes el coraje es contagioso.

A las diez de la mañana de ese día comenzó el último acto en las Termópilas.
Poco a poco y lentamente, los barcos griegos fueron desfilando. Sobre las
cubiertas, los remeros y los marineros que navegaban hacia el Sur seguramente
habrán mirado hacia el desfiladero con una angustia sorda en el corazón. Más
de uno habrá inclinado la cabeza en señal de admiración y respeto. Quizás
alguno dejó caer una lágrima. Seguramente más de uno masticó una maldición.

Porque allá, en las Termópilas, Leonidas y sus espartanos no esperaron a que


llegara Hidarnes y se cerrara la ratonera por delante y por detrás. Salieron, se
pusieron en formación de combate sobre una lomada delante de las vallas y
avanzaron contra las tropas de Jerjes. ¿Quedó claro? ¡Contra las de Jerjes! Es
decir; se lanzaron ¡hacia adelante! Ni siquiera intentaron forzarlo a Hidarnes a
presentar batalla. De haber atacado a Hidarnes quizás podrían haber tenido
alguna remota esperanza de salir de la ratonera hacia el Sur, hacia Atenas.

Pero, en este tipo de situaciones, una "remota esperanza" no es una opción para
un hombre de honor. Leonidas, sus espartanos y los tespios estaban más allá de
toda especulación. No se trataba de ponerse a jugar a la ruleta con esperanzas.
Se trataba de algo similar a lo que sucedió en medio de la batalla de Waterloo
cuando el Mariscal Ney se puso a juntar las tropas dispersas y en retirada
gritándoles: "¡Vengan a ver cómo muere un mariscal de Francia!". Se trataba
del final. Y cuando llega el final, los hombres de verdad siempre quieren que sea
a toda orquesta.

Lo fue.

Los persas cayeron sobre


los espartanos como
langostas. Pero esta vez los
jefes persas no iban
adelante. Venían atrás,
arreando a la masa. ¡A
latigazos! Heródoto nos
cuenta que a la masa del
ejército persa hubo que
empujarla a los latigazos La falange
para que enfrentara a los
espartanos. Arreados como una manada de búfalos, muchos persas cayeron al
mar. Otros perecieron pisoteados por su propia tropa.

Los espartanos resistieron a pie firme la avalancha hasta que se les quebraron
las lanzas. Después, desenvainaron sus cortas espadas y se tiraron sobre el
enemigo.

Ése fue el momento en que cayó Leonidas.

Alrededor de su cadáver se produjo un tumulto infernal. Los espartanos


defendían el cadáver mientras miles de persas trataban de llegar hasta él.

Dos hermanos de Jerjes:


Abrocomas e Hiperantes,
cayeron muertos en el mismo
lugar. Y, aunque parezca
increíble, los espartanos
llegaron a rescatar el cadáver de
su Jefe. No sólo eso: batieron a
los persas en retirada cuatro
veces. ¡Cuatro veces!

Pero, por último, llega


Hidarnes y es - definitivamente
- el fin. Para no quedar
completamente entre dos
Lomada que lleva hacia el sitio de las Batalla Final fuegos, el puñado de tespios y
Vista del sitio en la actualidad espartanos que aun resiste se
repliega contra un farallón. De
espaldas al mismo, deben soportar una lluvia de proyectiles. Sí: ¡proyectiles!
Más de 100.000 hombres contra un centenar, apretado contra la espada y la
pared en el más literal de los sentidos, y todavía se los remata a flechazos y a
lanzazos.

¿Es que todavía los


persas no se
atrevían a
acercarse?

No. No se
atrevieron. Esa es la
verdad. Hasta el día
de hoy los enanos
no se atreven a
acercarse a un
gigante y se
conforman con
escupirlo de lejos.
Siempre ha sido así.
Desgraciadamente,
quizás siempre siga
siendo así. Pero en
los gigantes El sitio de la Batalla Final con la piedra de la inscripción
derrotados de
antaño los gigantes de mañana hallarán un espejo en el cual mirarse y
reconocerse. Y, algún día, cuando hayamos llegado al fondo de la decadencia, la
estupidez, la hipocresía, la falsedad, la mentira, el egoísmo y la mediocridad;
cuando el mundo entero esté convertido en un ciénaga infame que devorará y
corromperá hasta a los mismos idiotas que la han producido; cuando los seres
humanos nos hallemos como Leónidas, con los caminos cerrados por delante y
por detrás; ése día — ¡Oh Dioses! ¡Cómo quisiera vivir para ver ese día! — ese
día los enanos se arrastrarán de rodillas a los pies del último gigante y llorando
le implorarán que los salve.

Y el último gigante mirará hacia las Termópilas y los salvará. Aún a riesgo de
que, una vez a salvo, los pequeños energúmenos mediocres terminen
escupiéndolo a él también. Porque para eso están los gigantes. Para eso son
héroes. Por eso existen. Por eso, hace ya más de 2400 años, alguien colocó un
león de piedra sobre la tumba de Leónidas. Por eso, desde hace más de 2400
años, los que pasan por el lugar en que se batieron los 300 espartanos se
encuentran con aquella vieja, triste, terrible pero hermosa inscripción:

Viajero:
Si vas para Esparta, dile a los espartanos
que aquí yacen sus hijos,
caídos en el cumplimiento de su deber.

Hace más de 2400 años esta inscripción le grita su mensaje al mundo desde la
tumba de aquellos gigantes, y en todo ese tiempo muy pocas personas
demostraron entender realmente su significado.
Quizás, en los próximos 2400 años serán algunos más.

Quisiera creerlo.

Creo que - al menos en parte - por eso escribí este libro.

Monumento a Leónidas y a los caídos en las Termópilas


(Erigido por el Rey Pablo de Grecia en 1955)

EPILOGO

Librada de su atascamiento la aplanadora persa cayó sobre los helenos. Focea


fue invadida. Beocia fue invadida. Atenas tuvo que ser evacuada. Tespia fue
destruida; Platea arrasada; Atenas incendiada.
Después de largos cabildeos se aprueba, por fin,
la "Operación Salamina" de Temístocles. Los
180 barcos atenienses y los 90 de otras ciudades
navegan hasta la isla y anclan cerca de la costa.
Llegan los barcos persas y se introducen en el
estrecho canal que separa a Salamina del
Continente. De espaldas a la incendiada Atenas,
mirando hacia dónde están los griegos, las naves
persas se ponen en fila.

Es una trampa tan obvia como evidente. Jerjes


no es ningún idiota y, además, ya ha aprendido a
conocer a los griegos. Disimuladamente, manda
a parte de su flota a rodear la isla para que, en el
momento oportuno, aparezca de sorpresa.
Temístocles desde su fondeadero no ve la
maniobra.
Batalla naval de Salamina
Pero detrás de Salamina está la isla de Egina. Y
en Egina está Arístides. "El Justo". El desterrado. El acérrimo enemigo político
de Temístocles.

Arístides ve pasar a los barcos persas y comprende inmediatamente el peligro.


Por la noche toma una barcaza pequeña y se hace a la mar. Navegando como un
fantasma en medio de la noche, evita el cerco persa y desembarca en Salamina.
Ubica a Temístocles y lo pone al tanto de la situación. Los dos amigos se
abrazan. Al día siguiente Temístocles da la orden de atacar sin demora.

Para cuando el día termina, la Armada persa está destruida. Incapaces de


maniobrar en el estrecho pasaje, los barcos persas chocaron entre si y se
destruyeron mutuamente. Jerjes, amargado, regresa a Sardes pero aún queda en
Grecia su ejército al mando del General persa Mardonias.

Al año siguiente, Mardonias le ofrece la rendición a Atenas. Es Arístides el que


contesta. La respuesta es: No. Por segunda vez Atenas debe ser evacuada. Una
delegación es enviada a Esparta: ¡Hay que derrotar a los persas al precio que
sea! De otro modo, tarde o temprano, Jerjes volverá con otra flota y, entonces sí,
ya no habrá nada que hacer.
Los espartanos están de
acuerdo. Pausanias regente
de Esparta, puesto que el
hijo de Leónidas aun es
menor de edad, pone toda la
maquinaria bélica de
Lacedemonia en marcha. En
el Istmo de Corinto se
concentra un ejército
formidable. Aparte de los
espartanos, están allí los
hombres de Platea, de
Corinto, de Egina, de
Megara, de Atenas... ¡Casi
30.000 hombres! Sin La batalla de Platea
embargo el persa, con más
de 100.000, está todavía en una superioridad de más de tres a uno.

Las dos fuerzas se encuentran, por fin, en Platea.

La batalla, seguramente, fue durísima. En un momento la suerte de toda Grecia


pendió de un hilo. Fue cuando Pausanias dio la orden de efectuar un
movimiento con el ala izquierda. Arístides, que comandaba a los atenienses de
ese sector, malinterpretó la orden. Los atenienses perdieron el contacto con el
resto y se produjo un hueco en las filas griegas. Apenas producido, Mardonias
inmediatamente dio la orden para que la caballería persa atacase por ese lugar.
¡Era la oportunidad! El General persa en persona se puso al frente de 1.000
jinetes y se lanzó al ataque.

Imagínense mil caballos al galope. Hoy, en la era de los blindados, los misiles y
las bombas "inteligentes", la palabra "caballería"" ha perdido casi todo su
esplendor. Sin embargo, hagan la prueba una vez que puedan; párense al lado
de un hombre a caballo e imagínense, por un instante, que es un enemigo
dispuesto a atacar. Pueden creerme: se sentirán bastante mal. Un infante se
siente como un gusano al lado de un jinete. Y lo que Mardonias lanzó a la carga
no fue un jinete. Fueron mil. Mil caballos son una topadora horrorosa. Mil
jinetes al galope hacen temblar la tierra. No en sentido figurado. Literalmente.
Cuatro mil patas de caballo golpeando el suelo convierten la tierra en un
tambor. Viéndolos venir uno debe creer que la Cordillera de los Andes se le
viene encima.
Pausanias ordenó a sus espartanos cerrar la brecha. Los
hombres de Esparta, en una maniobra tan rápida como
impecable, tomaron posición. Clavaron sus lanzas en la
tierra, apoyaron sus escudos en el suelo, se afirmaron
contra ellos, apretaron los dientes y se prepararon para
resistir el embate. Resistieron. Estaban hechos para
resistir.

El choque fue tremendo. Las primeras filas de los


espartanos terminaron aplastadas por caballos persas
moribundos. Los jinetes que venían atrás chocaron, a su
vez, contra los que habían caído. En cuestión de segundos
se formó una pila de hombres y caballos muertos. Los
Caballería persa espartanos de la segunda y tercera fila se juntaron,
pusieron escudo junto a escudo, levantaron las lanzas y
avanzaron. La próxima oleada persa los encontró unos metros más adelante. La
siguiente, otro par de metros. Mardonias cayó. La brecha se cerró. El contacto
con los atenienses fue restablecido.

Pausanias lanzó un suspiro que podría haber llegado a barrer las nubes del
Olimpo.

La batalla estaba ganada.

Grecia era libre.

***********************

La libertad es una hermosa palabra. Quizás sea la palabra mis gastada del
vocabulario político pero, aun así, ni uso ni abuso han conseguido quitarle su
aura mágica; su destello de grandeza; su sabor a Paraíso.

¡Libertad!

¡Cuantas veces, cuantos hombres han exclamado esta palabra! ¡Y qué pocos se
han detenido a meditar si, en absoluto, la empleamos correctamente! ¡Cuantos
hasta desconocen su sentido!

Porque lo tiene, por supuesto. Pero, ¿es tan obvio como parece?. Pregúntenle al
primero que encuentren: "¿Qué es la libertad?" Lo digo en serio. Hagan la
prueba. Les garantizo que las respuestas serán sorprendentes.

El joven les dirá que la libertad es poder hacer lo que a uno se le da la gana. El
adulto les dirá que es realizar la vocación de cada uno sin molestar al prójimo, lo
cual es lo mismo pero con condicionamientos. El anciano les dirá que es la
posibilidad de vivir en paz, lo cuales otra vez lo mismo pero con claudicaciones.
El político les dirá que es la posibilidad de votar y elegir entre los cuatro, cinco o
cuarenta candidatos que consiguieron juntar el dinero para pagarse una
campaña electoral. El sacerdote les dirá que es una gracia divina en virtud de la
cual somos responsables por nuestros actos. Algunos filósofos les dirán que es
un estado de ánimo; otros, que es una entelequia; otros, que no existe tal cosa.
El abogado penalista les dirá que es aquello de lo cual goza una persona cuando
no está en prisión; el constitucionalista dirá que es lo que resguardan las
garantías constitucionales. El militar les dirá que es lo que tiene un Pueblo
cuando es lo suficientemente fuerte como para poder defenderse con éxito. El
médico les contestará que es el goce de la plenitud de las potencialidades de un
organismo. El sociólogo que es la ausencia de coerción sobre las tendencias
normales y naturales del individuo...

¿Para qué seguir? Hay tantas respuestas a la


pregunta como disciplinas, oficios, dogmas,
doctrinas, ideologías, opiniones y criterios
puedan imaginarse. Incluso una misma
persona puede llegar a dar dos respuestas
distintas en un solo día. Pregúntenle a un
periodista político qué es la libertad cuando
el hombre está en su oficina, con aire
acondicionado, y háganle la misma
pregunta a la hora de volver a casa, cuando
está conduciendo su automóvil en medio de
un embotellamiento de tránsito. ¿Cuanto
apuestan a que las dos respuestas serán
distintas?

Hemos hablado de los griegos y hemos


hablado de los persas. Hablando de persas Nietzsche
uno, inevitablemente, se acuerda de
Zaratustra y - acordándose de él - es casi imposible evitar la tentación: ¿cómo
decía el viejo Nietzsche?...

"¡Existen tantos grandes pensamientos que no hacen más de lo que hace un


fuelle! ¡Inflan y ahuecan!"

Es cierto. En boca de los mediocres la palabra "libertad" es como un fuelle que


infla los ánimos al precio de ahuecar el cerebro.

Sea por los motivos que fueren, todos quieren la libertad. Cada uno la entiende a
su manera pero todos están igualmente de acuerdo en exigirla. La enorme
mayoría concibe la ausencia de su particular y privada forma de concebir a la
libertad como un yugo. Y en esa pretensión, lo que la gran mayoría ignora
olímpicamente es que, para vivir sin yugos, hay que estar primero a la altura de
las responsabilidades que eso implica.

"¿Eres tú alguien con derecho a librarse de un yugo? Hay quienes pierden su


último valor al librarse de su dependencia."
Sí. Hoy en día es un crimen decirlo, pero
hay quienes sencillamente no merecen ser
libres. Porque a la libertad hay que
merecerla. No es un derecho a reclamar.
No es un atributo exigible a otros. La
libertad es para aquellos que se la
conquistan y para quienes, luego de
conquistarla, la saben utilizar con
responsabilidad. Muchas veces la libertad
es sólo para aquellos que tienen el coraje
de plantarse frente a la vida y arrancársela
a jirones. Y a veces hasta por la fuerza si es
preciso.

Pero el mayor secreto de todos es que


nunca se conquista la libertad solamente
para uno mismo. La conquista, en
realidad, es siempre para los demás. Quien
la reclama sólo para si mismo pronto se
convierte en esclavo de su propia
demanda. Es como reclamar el amor sin
darlo. La libertad, en esencia, es siempre
para los otros. Porque recién cuando llega Zaratustra
a ser un bien de los otros resulta ser para
todos.

No es una entelequia. No es un concepto abstracto. No es un bien en si ni un


valor por si.

"¿Libre de qué? ¡Qué le importa eso a Zaratustra! ... Tu mirada debe


anunciarme claramente: ¡libre para qué!"

La libertad en ausencia de jerarquías auténticas no es sino la hija bastarda de la


anarquía. Concebida como debe y puede ser no es un ideal imposible. Es algo
real. Es algo casi tangible.

Está hecha de posibilidades. Está construida con los ladrillos de nuestras


opciones reales y nuestras posibilidades concretas. No es un derecho que se
garantiza. Es una alternativa por la cual se opta, una posibilidad que se ejerce,
una acción que se elige y una decisión que se ejecuta respondiendo por las
consecuencias.

Soy libre en cuanto puedo. La libertad no es una prebenda. Es un Poder. Y,


como todo Poder, no reside tanto en el individuo como en la comunidad, desde
el momento en que la asociación aumenta las posibilidades reales de acción y de
opción - es decir: el Poder - de los individuos. El monigote paleolítico era
menos libre que nosotros por la sencilla razón de que nosotros tenemos más
posibilidades, opciones y oportunidades que él.

Pero, por supuesto, lo verdaderamente esencial no es una cuestión de más o de


menos. Somos más libres que el Hombre de Neandertal porque nos hemos
conquistado mejores oportunidades, posibilidades y opciones. Las hemos
conquistado en el laboratorio, en el taller, en el gabinete de estudio, en el
monasterio, en el atelier, en los astilleros, en los hangares, en las bibliotecas, en
las escuelas, en los hospitales, en las Casas de Gobierno y también en los
campos de batalla. A lo largo de más de cuarenta mil años hemos ido
conquistando posibilidades reales de a pedacitos y hemos ido tratando de armar
esos pedacitos para construir algo mejor. Esa es nuestra libertad.

Por eso deberíamos aprender a no dejar que nos roben o que nos ensucien las
libertades concretas que fuimos conquistando. Los que trabajaron y los que
murieron para que las tengamos no lucharon para que terminen siendo
patrimonio de parásitos. Demasiadas veces nos damos por satisfechos con una
"garantía" de libertad, abdicando - de hecho - de su ejercicio concreto. Y
demasiadas veces también se ha exigido la libertad sin comprometer la
correspondiente responsabilidad para ejercerla. Deberíamos aprende a no
dejarnos secuestrar las libertades que nos corresponden y a no exigir tampoco
aquellas que superan nuestras responsabilidades.

Si logramos ese equilibrio, seremos libres. Realmente libres. No totalmente


libres porque eso es humanamente imposible. Pero sí realmente libres, en la
medida en que lo permitan nuestra condición y nuestros auténticos méritos.

Si no logramos ese equilibrio, fatalmente nos sucederá lo que les ocurrió a los
griegos.

Apenas nueve años después de la batalla de Salamina; después de las


Termópilas y Platea; después de todo ese enorme y tremendo esfuerzo que
significó repeler al invasor; el pueblo de Atenas otra vez quiso constituirse en
juez.

Se le preguntó a la multitud si quería celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que


quería! ¡Es tan fascinador ejercer el Poder! Aunque más no sea una vez al año
¡es tan lindo jugar a Dios y decidir el destino de los hombres más ilustres! ¡sobre
todo cuando, después de jugar a Dios, uno no tiene las responsabilidades de
Dios!

Se repartieron los pedazos de arcilla.

Cuando se hizo en recuento...

Por favor, no crean que estoy exagerando. Esta es la verdad. Es la desnuda y


triste verdad.

Cuando se hizo el recuento de votos resultó que el pueblo soberano de Atenas


había condenado al ostracismo a Temístocles.

¿Y saben qué es lo más triste de todo?

Lo más triste de todo es que se lo merecía.

*********************
Temístocles se pasó al enemigo y murió ejerciendo el cargo de gobernador persa
en una ciudad del Asia Menor.

A Pausanias lo ejecutaron los espartanos por traidor.

Euribíades se eclipsó y continuó cumpliendo su deber como fiel soldado


espartano.

Arístides murió tan pobre que el Estado tuvo que pagar su funeral.

"La guerra es el padre de todas las cosas


y reina sobre todos. Demuestra que algunos
son dioses y otros tan sólo hombres.
Hace esclavos a los unos y libres a los otros."
Heráclito

APÉNDICE

Indice de Anexos

Cronograma de la Antigua Grecia


Las Termópilas según Heródoto
La batalla de Salamina según Esquilo
La rendición de las ciudades griegas.
Crítica de Aristóteles a la institución de los éforos
Poesía de Esparta y sobre Esparta
La homosexualidad en Esparta
Bibliografía

Cronograma de la Antigua
Grecia
Año Política y Sociedad
A. Año Pensamiento y Cultura
C.
Prehistoria 1200 Arte geométrico
Dorios invaden Grecia y destruyen
c 1200
civilización Micénica
Se generaliza uso de hierro para armas
c 1130
y utensilios
Colonias griegas en costa jónica de
c 1100
Asia Menor 800
. Era aristocrática
. . c 776 Primero Juegos Olímpicos
Desarrollo de la música. Influjos
c 750 Colonias griegas en Italia c. 750
orientales en arte griego
750-
. . Homero: Ilíada y Odisea
700
. . Arte arcaico
. . c. 705 Comienzan construcciones de piedra
Atenas se junta con otras ciudades de
c. 700 Atica para formar una sola comunidad c. 700 El poeta Hesíodo
política
La figura humana aparece como tema
. . c. 700
principal de las pinturas en cerámica
Atenas reduce a un año el período del
c. 683 arconte, gobernante de la república
aristocrática
. . c. 675 El poeta Arquíloco en Paros
Se desarrolla la escultura de figuras
. . c. 650
solas y grandes
. . c. 630 El poeta Alceo en Esparta
Dracón da a Atenas sus primeras leyes
c. 620
escritas
En la Grecia de tierra firme se
c. 610 extiende el uso de monedas como
dinero
Se desarrolla el estilo de la figura
. . c. 600
negra en la cerámica ática
c. 600 Poesía lírica: Safo y Alceo en Lesbos
Comienza Solón sus reformas sociales
594
y legales
Tales, Anaximandro y Anaxímenes:
Era de tiranos en Atenas c. 580
comienza la ciencia y la filosofía
El tirano Pisístrato toma el poder de
561
Atenas
Domina la arquitectura dórica.
c 550
Comienza el influjo de la jónica
Tespis hace dar los primeros pasos a la
c. 534
tragedia griega
Pitágoras funda comunidad religiosa
c. 530
en Crotona
Pisístrato hereda el poder a sus dos Se desarrolla el estilo de la figura roja
527 c. 525
hijos en la cerámica
520 Persia se apodera de Jonia
514 Asesinan al hijo mensor de Pisístrato
510 Expulsan al otro hijo de Pisístrato
507 El tirano Clístenes toma el poder e
inicia el camino hacia la democracia

Guerra con Persia 500 c. 500 El filósofo Heráclito


Los griegos Jonia se revelan contra
499 c. 500 El filósofo Parménides
Persia
494 La rebelión jonia fracasa
Temístocles, arconte de Atenas,
493
fortifica el puerto del Pireo
Darío de Persia ataca la tierra firme de
490
Grecia.
Esquilo gana su primera victoria en el
484
festival de drama de AtenaS
Una mina de plata permite a
483
atenienses agrandar su flota
Los sofistas Protágoras de
Los estados griegos, bajo la dirección c. 481-
481 Abdera,Prodico de Julis y Hipias de
de Esparta, se juntan contra Persia 11
Elis
Griegos derrotados en las Termópilas La Acrópolis es destruida por los
480 480
y victoriosos en Salamina persas
479 Grecia gana la guerra a Persia Arte Clásico
c.480-
El Imperio Ateniense 45
El escultor Mirón trabaja en Atenas

Atenas forma la Liga de Delos con


478
otras ciudades griegas
El dramaturgo Esquilo produce Los
472
Persas
La Liga de Delos destruye la nueva El draturgo Sófocles introduce más de
468 468
flota persa dos actores en la tragedia
Sófocles gana a Esquilo en
468
competencia dramática
467 Esquilo presenta su Siete contra Tebas
Efialtes y Pericles ahondan las
462 462 El filósofo Anaxágoras llega a Atenas
reformas democráticas en Atenas

c. 460 Nace Hipócrates

c. 460 El filósofo Empédocles


459 Crece rivalidad entre Atenas y Esparta
457 Murallas para proteger a Atenas 458 Esquilo produce su Orestíada
Se termina el Templo de Zeus en
457 Atenas conquista Beocia 456
Olimpia
El tesoro de la Liga de Delos pasa de Se presenta la primera tragedia de
454-3 455
Delos a Atenas Eurípides
Se restringe la ciudadania ateniense.
451
Se introduce el pago a los jurados
c. 448 El Imperio Ateniense está establecido
Derrota ateniense en Coronea Ictinus y Calícrates diseñan el
447 447
comienza su caída Partenón y comienzan a construirlo
El poeta Píndaro escribe su última oda
446
(de las que conocemos)
Se declara Paz de Treinta años entre
445
Atenas y Esparta
Protágoras, sofista, redacta
444 constitución para la colonia ateniense
en Turii, al sur de Italia
442 o
Sófocles produce tu Antígona
1
438 La Atenea de Fidias es consagrada
Fidias termina sus esculturas en los
432
frisos del Partenón
Guerra del Peloponeso
Comienza la Guerra del Peloponeso
431 431 Eurípides produce su tragedia Medea
entre Esparta y Atenas
429 Muere Pericles 429-27 Sófocles produce su Edipo Rey
El sosfista Trasímaco aparece en
c. 427
Atenas
El historiador Tucídides es nombra
424
general ateniense
423 La guerra se interrumpe por un año 423 Aristófanes presenta sus Nubes
422 Atenienses derrotados en Anfípolis
421 Se declara paz temporal
419 Atenas renueva la guerra
Atenas derrotada en la batalla de
418
Mantinea
La flota ateniense, bajo Alcibiades,
Eurípides presenta sus Mujeres
415 navega contra Siracusa en Sicilia, pero 415
Toyanas
Albiades se pasa al bando de Esparta
Aristófanes produce su comedia Los
414
Pájaros
Atenas pierde la batalla naval de
413 413 Se presenta la Electra de Eurípides
Siracusa
411 Atenas pierde su democracia. 411 Aristófanes produce su Lisístrata
Se termina el Erecteum en la
409-6
Acrópolis
La flota ateniense es destrozada en
405 405 Se presentan Las Ranas de Aristófanes
Tracia
El sofista Critias encabeza el gobierno
404 Atenas se rinde ante Esparta 404 ateniense de Treinta promovido por
Esparta
Supremacía de Esparta
404- Esparta guerrea esporádicamente
371 contra otras ciudades griegas y contra
Persia
Trasíbulo devuelve la democracia a
403
Atenas
401 Sófocles produce su Edipo en Colono
El historiador Jenofonte conduce la
401
retirada desde Cunaxa
Sócrates es condenado a muerte y
399
muere
385 Platón comienza a enseñar en Atenas
382 Esparta toma Tebas
Isócrates llama a la unión de Grecia en
380
sus Panegyricus
379-8 Espartanos expulsados de Tebas
378 Alianza de Esparta y Tebas
Esparta derrotada por su exaliada
371
Tebas
Imperio Macedonio
Filipo, rey de Macedonia, expande su
359
reino
350 El escultor Praxiteles
Aristóteles comienza a ser tutor de
343
Alejandro en Macedonia
El orador Demóstenes incita a Atenas
338 Filipo domina Grecia 338
a dirigir la lucha contra Macedonia
Filipo asesinado. Le sucede su hijo
336
Alejandro
Alejandro extiende el domino
335 335 Aristótles funda su escuela en Atena
macedonio
Alejandro monta expedición contra
334
Persia
Se levantan estatuas de Esquilo,
Alejandro entra a Persépolis y avanza
330 330 Eurípides y Sófocles en el nuevo
más dentro de Asia
Teatro de Dionisio en Atenas
Alejandro muere en Babilonia. Sus
323 suscesores comienzan a repartirse el
imperio

Preparado por
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Las Termópilas según Heródoto


HERÓDOTO, Historia, VII 219-228 (selección), traducción de C. Schrader, Biblioteca Clásica
Gredos, Madrid, 1985.
Se lo suele llamar "padre de la Historia". Heródoto (ca. 485-425 a.C.) nació en Halicarnaso, en
la costa suroccidental de Asia Menor. Viajó a Egipto, Fenicia, Mesopotamia y Escitia, y residió
en la Atenas de Pericles, donde participó en el 444/443 a.C. de la expedición destinada a
fundar la colonia de Thurios en Magna Grecia. Redactó su Historia dedicando cada uno de los
nueve libros que componen a una de las Musas. Es una obra inacabada que abarca desde la
época mítica hasta la Segunda Guerra Médica (479 a.C.). Lo que sigue a continuación es su
relato de la batalla de las Termópilas.

A los griegos que se hallaban en las Termópilas el primero que les anunció que iban a
morir al rayar el día fue el adivino Megistias, pues lo había observado en las entrañas de
las víctimas; posteriormente, hubo asimismo unos desertores que les informaron de la
maniobra envolvente de los persas (esos sujetos dieron la alarma cuando todavía era de
noche); mientras que, en tercer lugar, lo hicieron los vigías, que bajaron corriendo de las
cumbres cuando ya alboreaba el día.

Los griegos, entonces, estudiaron la situación y sus pareceres discreparon: unos se


negaban a abandonar la posición, en tanto que otros se oponían a ese plan. Finalmente,
los efectivos griegos se separaron y mientras que unos se retiraron, dispersándose en
dirección a sus respectivas ciudades, otros se mostraron dispuestos a quedarse allí con
Leónidas (...)

Entretanto, al salir el sol, Jerjes efectuó unas libaciones y, tras aguardar cierto tiempo,
poco más o menos hasta la hora en la que el ágora se ve concurrida, inició finalmente su
ataque (pues era eso precisamente lo que le había recomendado Epialtes, ya que para
bajar desde la montaña se necesitaba menos tiempo, y el trecho a salvar era mucho más
corto que para subir a ella dando un rodeo).

Los bárbaros de Jerjes se lanzaron, pues, al asalto y, en aquellos instantes, los griegos de
Leónidas, como personas que iban al encuentro de la muerte, se aventuraron, mucho
más que en los primeros combates, a salir a la zona más ancha del desfiladero. Durante
los días precedentes, como lo que se defendía era el muro que protegía la posición, se
limitaban a realizar tímidas salidas y a combatir en las zonas más angostas. Pero en
aquellos momentos, trabaron combate fuera del paso y los bárbaros sufrieron cuantiosas
bajas, pues, situados detrás de sus unidades, los oficiales, provistos de látigos, azotaban
a todo el mundo, obligando a sus hombres a proseguir sin cesar su avance. De ahí que
muchos soldados cayeran al mar, perdiendo la vida, y muchísimos más perecieron al ser
pisoteados vivos por sus propios camaradas; sin embargo, nadie se preocupaba del que
sucumbía. Los griegos, como sabían que iban a morir debido a la maniobra envolvente
de los persas por la montaña, desplegaron contra los bárbaros todas las energías que les
quedaban con un furor temerario.

Llegó, finalmente, un momento en que la mayoría de ellos tenían ya sus lanzas rotas,
pero siguieron matando a los persas con sus espadas. En el transcurso de esta gesta cayó
Leónidas, tras un heroico comportamiento, y con él otros destacados espartiatas, cuyos
nombres he conseguido averiguar, ya que fueron personajes dignos de ser recordados, y,
asimismo, he logrado averiguar, en su totalidad, los nombres de los trescientos.
Como es natural, allí también cayeron muchos persas de renombre, entre quienes,
concretamente, se contaban dos hijos de Darío, Abrócomas e Hiperantes, a quienes el
monarca tuvo con la hija de Artanes, Fratagune. (Artanes era hermano del rey Darío, e
hijo de Histaspes y nieto de Arsames; y, cuando le dio a Darío la mano de su hija, de
paso la dotó con la totalidad de su hacienda, dado que la muchacha era su única
descendencia.)

Como digo, allí cayeron luchando dos hermanos de Jerjes. Por el cadáver de Leónidas
se suscitó una encarnizada pugna entre persas y lacedemonios, hasta que los griegos,
merced a su valentía, lograron hacerse con él y en cuatro ocasiones obligaron a
retroceder a sus adversarios.

Esa fase de la batalla se prolongó hasta que se presentaron los persas que iban con
Epialtes; pues, cuando los griegos se percataron de que dichos efectivos habían llegado,
la lucha cambió radicalmente de aspecto: los griegos se batieron en retirada hacia la
zona más estrecha del paso y, después de rebasar el muro, fueron a apostarse sobre la
colina todos ellos juntos a excepción de los tebanos. (La colina está a la entrada, donde
en la actualidad se alza el león de mármol erigido en honor de Leónidas.) En dicho lugar
se defendían con sus dagas quienes tenían la suerte de conservarlas todavía en su poder,
y hasta con las manos y los dientes, cuando los bárbaros los sepultaron bajo una lluvia
de proyectiles, ya que unos se lanzaron en su persecución y, tras demoler el muro que
protegía la posición, los hostigaban de frente, mientras que otros, después de la
maniobra envolvente, los acosaban por todas partes (...)

Los griegos fueron sepultados en el mismo lugar en que cayeron, al igual que quienes
murieron antes de que se retiraran los que habían sido autorizados a ello por Leónidas, y
sobre sus tumbas figura grabada una inscripción que reza así:

Aquí lucharon cierto día, contra tres millones,


cuatro mil hombres venidos del Peloponeso.

Como digo, esta inscripción hace referencia a la totalidad de los caídos, mientras que a
los espartiatas en particular se refiere esta otra:

Caminante, informa a los lacedemonios


que aquí yacemos por haber obedecido sus mandatos.

La batalla de Salamina según Esquilo


ESQUILO, Los Persas, vv. 353-433 y 447-470, traducción de B. Perea, Biblioteca Clásica Gredos,
Madrid, 1993.
Hijo de un terrateniente, el poeta Esquilo (Eleusis, 525/524 ‚ Sicilia, 456 a.C.) combatió contra
los persas como hoplita. La primera representación de uno de sus dramas tuvo lugar en Sicilia,
hasta donde viajó en varias ocasiones y donde murió. De sus noventa obras sólo nos han
llegado siete tragedias: Los Persas, Prometeo encadenado, Los Siete contra Tebas, Las
suplicantes, la Orestíada (una trilogía) y fragmentos de sus sátiras. Lo que sigue es un pasaje
de Los Persas en el cual un mensajero relata la batalla de Salamina.

Comenzó, Señora, todo el desastre, al aparecer, saliendo de algún sitio, un genio


vengador o alguna perversa deidad. Sí; vino un hombre griego del ejército de los
atenienses y dijo a tu hijo Jerjes que, a la llegada de la oscuridad de la negra noche, no
permanecerían allí los griegos, sino que saltarían a los barcos de remeros que tienen las
naves y cada cual por un sitio distinto, procurando ocultarse al huir, intentarían salvar la
vida. Él, inmediatamente que lo hubo oído, sin advertir el engaño del hombre griego ni
tampoco la envidia de los dioses, comunicó esta orden a todos los que eran capitanes de
barco: cuando dejase el sol de alumbrar con sus rayos la tierra y las tinieblas ocuparan el
sagrado recinto del cielo, formaran en tres líneas el grueso de la escuadra y el resto de
las naves dispusieran en círculo alrededor de la isla de Ayante, con la finalidad de evitar
la salida de barcos enemigos y vigilar las rutas rugientes por el oleaje; así, si intentaban
los griegos esquivar su funesto destino, una vez que hallaran un medio de huir con las
naves sin que se advirtiera, tenían a su alcance el dejar sin cabeza a todo enemigo. Tan
graves órdenes Jerjes dictó por haberse dejado llevar de su corazón confiado en exceso,
pues no sabía el porvenir que le iba a llegar de los dioses.

Ellos, entonces, no con espíritu de indisciplina, sino con alma dócil al jefe, estuvieron
haciendo la cena y los marineros atando los remos a los escálamos, que a los toletes
bien se ajustaban. Pero, cuando la claridad del sol se extinguió y ya la noche se estaba
acercando, todo marino señor de remo fue entrando en su nave y también todo el que
había de luchar con las armas. En cada larga nave los bancos de remeros iban
animándose entre sí, y todos navegaban en el puesto asignado, y a lo largo de toda la
noche los jefes de las naves hicieron que toda la gente marinera preparase la travesía.

La noche avanzaba, pero la escuadra griega no hacía una salida furtiva por ningún sitio.
Pero después que el día radiante, con sus blancos corceles, ocupó con su luz la tierra
entera, en primer lugar, un canto, un clamor a modo de himno, procedente del lado de
los griegos, profirió expresiones de buenos augurios que devolvió el eco de la isleña
roca. El terror hizo presa en todos los bárbaros, defraudados en sus esperanzas, pues no
entonaban entonces los griegos el sacro peán como preludio para una huida, sino como
quienes van al combate con el coraje de almas valientes. La trompeta con su clangor
encendió el ánimo de todos aquéllos. Inmediatamente con cadenciosas paladas del
ruidoso remo golpeaban las aguas profundas del mar, al compás del sonido de mando.
Rápidamente todos estuvieron al alcance de nuestra vista.
La primera, el ala derecha, en formación correcta, con orden, venía en cabeza. En
segundo lugar, la seguía toda la flota. Al mismo tiempo podía oírse un gran clamor:
"Adelante, hijos de los griegos, libertad a la patria. Libertad a vuestros hijos, a vuestras
mujeres, los templos de los dioses de vuestra estirpe y las tumbas de vuestros abuelos.
Ahora es el combate por todo eso".

En verdad que de nuestra parte se les oponía el rumor de la lengua de Persia. Ya no era
tiempo de andarse con dilaciones. Inmediatamente una nave clavó en otra nave su
espolón de bronce. Inició el ataque una nave griega y rompió en pedazos todo el
mascarón de la popa de un barco fenicio. Cada cual dirigía su nave contra otra nave. Al
principio, con la fuerza de un río resistió el ataque el ejército persa; pero, como la
multitud de sus naves se iba apelotonando dentro del estrecho, ya no existía posibilidad
de que se ayudasen unos a otros, sino que entre sí ellos mismos se golpeaban con sus
propios espolones de proa reforzados con bronce y destrozaban el aparejo de remos
completo.

Entretanto, las naves griegas, con gran pericia, puestas en círculo alrededor, las
atacaban. Se iban volcando los cascos de las naves, y ya no se podía ver el mar, lleno
como estaba de restos de naufragios y la carnicería de marinos muertos. Las riberas y
los escollos se iban llenando de cadáveres. Cuantas naves quedaban de la armada
bárbara todas remaban en pleno desorden buscando la huida. Los griegos, en cambio,
como a atunes o a un copo de peces, con restos de remos, con trozos de tabla de los
naufragios, los golpeaban, los machacaban. Lamentaciones en confusión, mezcladas con
gemidos, se iban extendiendo por alta mar, hasta que lo impidió la sombría faz de la
noche.

El inmenso número de males, aunque durante diez días estuviera informando de modo
ordenado, no podría contártelo entero, pues, sábelo bien, nunca en un solo día ha muerto
un número tan grande de hombres (...)

Ante la isla de Salamina hay un islote carente de puertos para las naves, que Pan, el dios
amante de los coros, protege con su presencia a la orilla del mar. Allí los había enviado
Jerjes con la intención de que, cuando los enemigos derrotados salieran de las naves y
procuraran ponerse a salvo en la isla, dieran muerte al ejército griego caído en sus
manos y salvaran, en cambio, a los suyos de las corrientes del mar. ¡Mal adivinaba el
futuro! Pues, cuando un dios hubo concedido a los griegos la gloria de la victoria del
combate naval, el mismo día, tras guarnecer sus cuerpos de armas defensivas de bronce
excelente, fueron saltando desde las naves y rodeando toda la isla, de tal modo que no
era posible a los persas hallar un lugar al que dirigirse y eran golpeados por lluvia de
piedras tiradas a mano, y, por los dardos que les caían impulsados por la cuerda del
arco, fueron pereciendo. Y al final, se lanzaron contra ellos con unánime gritería y los
golpearon, destrozaron los miembros de los infelices hasta que del todo les quitaron a
todos la vida.

Jerjes prorrumpió en gemidos al ver el abismo de su desastre, pues tenía un sitial


apropiado para ver al ejército entero, una alta colina en la cercanía del profundo mar.
Rasgó sus vestidos, gimió agudamente y, enseguida, dio una orden a sus fuerzas de a
pie y se lanzó a una huida desordenada. Tal es el desastre que puedes llorar junto al
anterior.

La rendición de las ciudades griegas

La costumbre persa de exigir una ofrenda consistente en "tierra y agua" de pueblos


sojuzgados se conoce gracias a la Historia de Heródoto. La simbología tienta a imaginar
que quienes se rendían lo ofrecían todo: las tierras y las aguas que les garantizaban el
diario sustento. En otras palabras: la rendición era incondicional y el rey persa tenía el
poder de garantizar la vida a sus súbditos. El hecho es que recién después de la entrega
de tierra y agua, y la aceptación de la superioridad persa, podían comenzar las
negociaciones acerca de obligaciones y beneficios.

Heródoto menciona a varias "naciones" y pueblos que entregaron tierra y agua a los
embajadores del gran rey, como - por ejemplo - durante la campaña de Jerjes (480 AC) -
los Tesalios y los Beocios. En la inscripción Daiva, Jerjes anuncia con orgullo que
reinaba por sobre "los Yaunâ (Griegos) que moran a este lado del mar y los que moran
al otro lado del mar".

No menos interesante es la rendición de los atenienses en el 507 AC. En ese momento


estaban siendo sitiados por los espartanos y sus aliados. En un recurso desesperado,
Clístenes, el líder ateniense, se rindió al sátrapa persa de Lidia, Artafernes. Sin embargo,
para cuando los embajadores volvieron a Atenas, los espartanos habían sido derrotados
y los atenienses pretendieron afirmar que jamás se habían rendido.
Los macedonios se rindieron a los persas en dos ocasiones: en el 513 y en el 492. El rey
persa Darío pudo afirmar legítimamente en la inscripción de su tumba ubicada en Naqš-
i-Rustam, que había conquistado a los Yaunâ takabarâ, es decir: a "los griegos que usan
sombreros contra el sol"; una referencia a los sombreros macedionios de la época. Los
macedonios fueron entusiastas participantes de la campaña de de Jerjes contra los
griegos y no deja de ser sorprendente que, medio siglo más tarde, Alejandro Magno
pudiese lanzar una campaña contra Persia como una venganza por la ocupación persa.

Notable, en todo caso, es que Heródoto utilice la expresión "tierra y agua"


exclusivamente en un contexto griego y macedonio. (La excepción a esto la constituye
sólo el pasaje de 4.126-127 que, con alta probabilidad, es una parte de la Historia casi
completamente ficticia). En consecuencia es imposible establecer con certeza si la
exigencia de tierra y de agua constrituyó una práctica común entre los persas, o bien
sólo fue una manera de tratar a los Yaunâ.

Cf.Amélie Kuhrt, "Earth and water" en: A. Kuhrt and H. Sancisi-Weerdenburg (ed.), Achaemenid
History III (1988 Leiden)

Crítica de Aristóteles a la institución de los éforos

"La institución de los éforos también es defectuosa. Aunque éstos constituyen la


primera y más poderosa de las magistraturas, todos salen de las clases inferiores de los
espartanos; y así ha resultado que tan eminentes funciones han caído en manos de gente
pobre que se ha vendido a causa de su miseria. Pueden citarse muchos ejemplos
antiguos; pero lo que ha pasado en nuestros días, con ocasión de los Andrias, lo prueba
bastante. Algunos hombres ganados con dinero han arruinado al Estado en cuanto han
podido. El poder ilimitado y hasta tiránico de los éforos ha precisado a los mismos reyes
a hacerse demagogos. La constitución recibió así un doble golpe, y la aristocracia debió
dejar su puesto a la democracia. Debe reconocerse, sin embargo, que esta magistratura
puede dar estabilidad al gobierno. El pueblo permanece tranquilo cuando tiene
participación en la magistratura suprema; y este resultado, ya sea el legislador el que lo
produzca, ya sea obra del azar, no es menos ventajoso para la ciudad. El Estado no
puede encontrarse bien sino cuando de común acuerdo los ciudadanos quieren su
existencia y su estabilidad. Pues esto es lo que sucede en Esparta; el reinado se da por
satisfecho con las atribuciones que le han concedido; la clase superior lo está por los
puestos que ocupa en el senado, la entrada en el cual se obtiene como un premio a la
virtud; y, en fin, lo está el resto de los espartanos por la institución de los éforos, que
descansa en la elección general.

Pero si era conveniente someter al sufragio general la elección de los éforos, debió
adoptarse un método menos pueril que el actual. Por otra parte, como los éforos, no
obstante proceder de las clases más humildes, deciden soberanamente las cuestiones
más importantes, hubiera sido muy bueno no fiarse a su juicio arbitrario, y sí someterlos
a reglas estrictas y leyes positivas. En fin, las mismas costumbres de los éforos no están
en armonía con el espíritu de la constitución, porque son muy relajadas, mientras que
los demás ciudadanos están sometidos a un régimen que podría tacharse más bien de
excesivamente severo, y al cual los éforos no tienen el valor de someterse, y así eluden
la ley entregándose en secreto a toda clase de placeres".
Cf. Aristóteles "Política" Libro 2 - Cap. VI)

Poesía de Esparta y sobre Esparta

"Esparta, la fulgurante ciudad a las orillas sembradas de juncos del Eurotas"


Teognis de Megara

INTRODUCCIÓN

La cruel depredación del tiempo no ha sido amable para con los griegos. Guerra,
saqueo, fuego, terremoto, robo y fanatismo religioso han conspirado conjuntamente con
el normal decaimiento de los siglos para robarnos la mayor parte de lo que fue escrito
por los antiguos; y la poesía no ha escapado a este destino. Nos ha quedado muy poco,
algunas veces sólo fragmentos de obras mayores. Esparta no es recordada por su
literatura, contrariamente a Atenas, pero de ninguna manera fue tan culturalmente
atrasada como se la ha retratado. Hubo un florecimiento de las artes, tan excelsas como
cualquier otra en Grecia, antes que el rigor del sistema de Licurgo y su conservativismo
correlativo aminorara la creatividad nativa de Esparta y desalentara a los poetas errantes
buscadores de patrocionio. Y aún así, los espartanos aprendieron su Homero, celebraron
los versos guerreros de Tirteo, y fueron felicitados por sus contemporáneos por la
belleza de sus himnos religiosos y sus cantos corales. Si más de estos hubieran
sobrevivido, nuestra visión de los espartanos sería más favorable, con total certeza.

La selección que sigue a continuación, o bien está tomada de las obras de poetas
laconios conocidos y probables, o bien se trata de obras que fueron escritas sobre temas
espartanos. La traducción que he intentado hacer aquí al castellano - con mi mejor
conciencia y (¡limitada!) ciencia - está basada en originales ingleses provenientes de
varias fuentes, especialmente de Barnstone and Lattimore, publicadas en la página Web
de Kevin Marshall (http://uts.cc.utexas.edu/~sparta/topics/poetry.htm).

LAS GUERRAS CONTRA PERSIA

Simónides de Creos (c. batalla de las Termópilas)

Epitafio para los espartanos que murieron en las Termópilas


(Existe la posibilidad de que esto haya sido incorrectamente atribuido a Simónides.)
Ve extranjero y dile a los espartanos
que aquí hemos caído, obedeciendo sus mandatos.

Sobre quienes murieron con Leónidas


Leónidas, rey de los abiertos campos de Esparta,
quienes contigo fueron abatidos yacen, famosos, en sus tumbas
porque atacaron, soportando el asalto directo
de innumerables persas con sus rápidos corceles y sus flechas.

Epitafio para la tumba de Leónidas


(en Esparta, sobre la cual se había erigido a un león de piedra.)
Soy la más valiente de las bestias,
y al más valiente de los hombres es a quien custodio,
erguido aquí sobre esta tumba de piedra.

A quienes murieron en las Termópilas


Para quienes en las Puertas de Fuego sucumbieron
plena de gloria es el hado y justo el destino.
Un altar es su sepulcro. Su memoria no borraron
los lamentos. A su suerte un canto eterno erigieron
las alabanzas. A una página como ésta
no hay ni evento ni ávidos tiempos
capaces de sepultarla.
Esta tumba de valientes tiene por morada,
de la Hélade, la gloria justamente conquistada.
Y testigo es Leonidas, otrora rey de Esparta,
que tras de si dejó una diadema
de extraordinario valor y eterna fama.

A los espartanos caídos en Platea


Sobre su tierra, estos hombres un altar de gloria han dejado,
refulgente bajo cualquier clima,
cuando por las negras tinieblas de la muerte
quedaron envueltos en manto sempiterno.
Pero, a pesar de muertos, no han muerto.
porque su coraje los eleva, gloriosos,
hasta de las moradas del mismo infierno

El Oráculo de Delfos sobre la batalla de las Termópilas

¡Oh vosotros los hombres que moráis en las calles


de la amplia Lacedemonia!
O bien vuestra gloriosa ciudad será saqueada
por los hijos de Persia,
o bien, en compensación, toda Laconia habrá de lamentar
la pérdida de un rey.
Un descendiente del gran Heracles.
Pues Jerjes, poderoso como Zeus, no puede ser resistido
ni por el coraje de toros, ni por el de leones.
Lidiad como queráis. Nada habrá
capaz de detenerlo
hasta que no obtenga la presa que desea:
vuestro rey o vuestra ciudad.
OTRAS OBRAS

Tirteo de Esparta (c. 630 AC)

Fronteras
Deberías alcanzar los límites de la virtud
antes de cruzar las fronteras de la muerte.

Coraje
Ningún hombre su valía en la guerra ha demostrado
antes soportar el enfrentamiento con la sangre y la muerte,
cerca del enemigo y luchando con sus propias manos.
Aquí es donde está el coraje, la posesión humana más preciada,
aquí está el premio más noble que un joven hombre le es dado.
Y sucede algo bueno, que con él comparten su ciudad y su gente,
cuando un hombre se planta junto a las lanzas de quienes están al frente,
impávido, todo pensamiento de cobarde huida olvidado,
y con un corazón tenaz, perseverante y bien templado,
aun tiene palabras de aliento para el hombre que lucha a su lado...

Terpander de Antissa (c. 650 A.C.)

Esparta
Allí florece la punta de lanza de jóvenes hombres,
allí es dónde la Musa es elocuente;
allí es dónde la Justicia por anchos caminos
le presta su fuerza a acciones de Honor.

Himno a Zeus
Zeus, gestador de todos nosotros;
gobernador de todas las cosas,
Zeus te traigo esta ofrenda:
la génesis de mi canto.

Alcaeo de Mitilene (c. 575 A.C.)

Los muros y la ciudad


No son las casas de hermosos techados,
ni los muros de piedra permanente.
No son los canales, ni los muelles
los que hacen la ciudad - sino hombres fuertes.

No es ni la piedra, ni la madera, ni el arte


del carpintero. Son los hombres duros,
con espadas y lanzas por baluarte,
que os darán ambas cosas: ciudad y muros
Píndaro de Tebas (c. 480 A.C.)

Esparta
Aquí hay consejos de ancianos
y lanzas conquistadoras, y jóvenes espartanos,
y danzas, y Musas, y entusiasmos..

Alcman de Esparta (c. 625 A.C.)

Las lecciones del hombre


Experiencia y sufrimiento
son las madres de la sabiduría

A una poetisa
Afrodita comanda y el amor reina
sobre mi cuerpo y funde mi corazón
por Megalostrata, a quien la dulce Musa
ha dado, de la poesía, el sublime don.
¡Oh la feliz niña de rizos de oro!

POESÍA MODERNA

C.P. Cavafy 1863-1933

Termópilas
Honor a quienes en la vida que llevaron
definieron y defendieron sus Termópilas.
Honor a quienes la rectitud jamás traicionaron;
a quienes, consistentes y justos en todos sus gestos,
supieron también mostrar piedad y grandeza.
Honor a quienes, generosos en la riqueza,
han sido generosos también en la pobreza
manteniéndose generosos con pequeños hechos;
ayudando todavía, incluso con mermada fuerza,
diciendo la verdad con firmeza
mas sin odiar a los que mienten.

Y más honor aún les cabe cuando sienten,


presintiendo (como muchos presienten),
que al final aparecerá un Efialtes para traicionar a su modo,
y que, al cabo del día, los Medos pasarán a pesar de todo.
Sobre la homosexualidad en Esparta.

..."Por último, hay un error de concepto frecuente en cuanto a que la sociedad espartana
fue notoriamente homosexual. De un modo curioso, no hay fuentes contemporánea ni
evidencia arqueológica alguna que apoye esta ampliamente difundida presunción.
Jenofonte, la mejor fuente antigua sobre Esparta, explícitamente niega los ya entonces
comunes rumores en cuanto a una muy extendida pederastia. Aristóteles apuntó que el
poder de las mujeres en Esparta era típica de todas las sociedades militaristas y
guerreras sin un fuerte énfasis en la homosexualidad masculina - concurriendo así a
confirmar que en Esparta no existió este factor - que él considera "positivamente"
moderador - sobre el rol de las mujeres.

No existe alfarería espartana o laconia con motivos explícitamente homosexuales -


como la que hay procedente de Atenas, Corinto y otras ciudades. El primer poema de
amor heterosexual fue escrito por un poeta espartano y dedicado a las doncellas
espartanas. El sólo hecho de que los varones espartanos tendiesen a casarse jóvenes,
considerando las prácticas griegas de la época (a principios o mediados de los 20 años)
sugiere que tuvieron menos tiempo para las aventuras homosexuales que caracterizaron
los comienzos de la edad adulta en el resto de Grecia.

En verdad, el Estado consideró la soltería como una desgracia y un ciudadano que no se


casaba y que no producía futuros ciudadanos gozó de un status menor que el hombre
que había sido padre. En ninguna otra ciudad de Grecia estuvieron las mujeres tan bien
integradas a la sociedad. Esto habla en contra de una sociedad en la cual la
homosexualidad haya sido excepcionalmente común". -
(Cf, Sparta Reconsidered http://www.elysiumgates.com/~helena/index.html )

La cita textual de Aristóteles , criticando desde su óptica la fuerte posición de la mujer


en Esparta, es la siguiente: "El hombre y la mujer, elementos ambos de la familia,
forman igualmente, si puede decirse así, las dos partes del Estado; de un lado los
hombres, de otro las mujeres; de suerte que, dondequiera que la constitución ha
dispuesto mal lo relativo a las mujeres, es preciso decir que la mitad del Estado carece
de leyes. Esto puede observarse en Esparta; el legislador, al exigir de todos los
miembros de su república templanza y firmeza, lo ha conseguido gloriosamente
respecto a los hombres, pero se ha malogrado por completo su intento respecto a las
mujeres, que pasan la vida entregadas a todos los desarreglos y excesos del lujo. La
consecuencia necesaria de esto es que bajo semejante régimen, el dinero debe ser muy
estimado, sobre todo cuando los hombres se sienten inclinados a dejarse dominar por
las mujeres, tendencia habitual en las razas enérgicas y guerreras. Exceptúo, sin
embargo, a los celtas y algunos otros pueblos que, según se dice, rinden culto
francamente al amor varonil. Fue una buena idea la del mitólogo que imaginó por
primera vez la unión de Marte con Venus, porque todos los guerreros son naturalmente
inclinados al amor del uno o del otro sexo
Los lacedemonios no han podido evitar esta condición general, y en tanto que su poder
ha durado, sus mujeres han decidido muchos negocios. ¿Y qué más da que las mujeres
gobiernen en persona, o que los que gobiernan lo hagan arrastrados por ellas? ".

(Cf. Aristóteles "Política" Libro 2 Cap.VI )


Bibliografía

Fuentes antiguas:
Hay varios autores antiguos que se han referido a Esparta desde distintos puntos de vista
y diferentes ópticas. Los más importantes son:
Pausanias: Guía de Grecia
Jenofonte: La Sociedad Espartana
Plutarco:Sobre Esparta
Heródoto: Las Historias
Tucídides: Historia de la Guerra del Peloponeso

Fuentes modernas:
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1996.
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2000.
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1998
Chrimes, K.M.T., Ancient Sparta: A Re-Examination of the Evidence, Manchester
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Deltenhofer, Maria (ed.), Reine Männersache? Frauen in Männerdomänen der antiken
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Hodkinson, Stephen, Property and Wealth in Classical Sparta, Duckworth and the
Classical Press of Wales, 2000.

Novelas históricas:
Pressfield, Steven, Gates of Fire, Doubleday, New York, 1998.
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