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LOS ESPARTANOS
INDICE
Introducción
Epílogo
Anexos
INTRODUCCIÓN
Es muy humano recordar solamente aquello que nos gusta. Nuestra memoria
suele ser agradablemente misericordiosa con nuestra conciencia y con nuestras
emociones. Trata de guardar aquello que nos ha complacido o, por lo menos, no
nos ha herido demasiado. Los acontecimientos, vistos en retrospectiva, pierden
generalmente sus filos y sus amarguras hasta volverse melancólicamente
deseables. Así, ante los siempre renovados avatares cotidianos, nos consolamos
pensando en los "buenos viejos tiempos". Y cuando esos buenos viejos tiempos
quedan ya tan atrás que se han hecho Historia, no es infrecuente que tratemos
de sobornar al futuro pensando en que, de todos modos, cualquier tiempo
pasado fue mejor.
Históricamente, esta actitud tan humana nos lleva a escribir una Historia
subjetivamente acomodada a nuestros deseos. Dejemos ahora de lado la
falsificación o el manipuleo conciente de los hechos históricos. Aun sin caer en
la falsedad deliberada, tenemos la tendencia de encontrar en el pasado las
virtudes de las cuales hoy carecemos. Ese es el fundamento emocional de todas
las leyendas que hablan de una Edad de Oro; la explicación de todos los Paraísos
Terrenales que alguna vez habríamos tenido y de los cuales - por culpa de
nuestros propios defectos - habríamos sido expulsados. Las teorías
evolucionistas han tratado desesperadamente de borrar esta imagen de nuestras
mentes. Científicamente, en muchos casos, hemos aceptado la racionalidad del
postulado lógico que dice que lo complejo surge de lo simple y que la perfección
es un largo proceso de autocorrecciones sucesivas. Al lado de la leyenda de la
Edad de Oro está la convicción de que, sencillamente, no es lógico pensar en que
todo tiempo pasado fue mejor.
Por el otro lado, la cosa también es una cuestión de orgullo. ¿Quién aceptaría de
buena gana a un Pitecantropus en su genealogía familiar? ¿Quién admitiría ser
descendiente de ese monigote ignorante, feo y hediondo que emitía gruñidos
irreproducibles y corría a esconderse su caverna cada vez que caía un rayo?.
Podemos consolarnos pensando en que - aún así - el monigote era lo que se
llama un verdadero genio. Podemos tratar de acariciar nuestro orgullo
malherido afirmando que la invención de la manera de hacer fuego, el
descubrimiento de la palanca o la manía de caminar sobre las extremidades
inferiores requirió diez veces más genialidad que desarrollar el transatlántico a
partir del tronco flotante o la máquina de vapor a partir de la tapa de cacerola
que entra a moverse cuando hierve la sopa. Pero estos recursos argumentales no
dejan de ser consuelos. Como todos los consuelos, alivian. Pero no convencen
del todo.
Sería realmente difícil precisar el momento histórico exacto, pero un buen día
nuestra civilización actual se vio frente a un terrible dilema. O admitíamos la
teoría de la Edad de Oro, o admitíamos la teoría del monigote. Nuestro orgullo y
nuestra emoción votaban a favor del Paraíso Terrenal. Nuestra lógica y nuestra
razón depositaban sus sufragios en favor del australopitécido. Si lo miramos
detenidamente, el dilema no era tan insoluble después de todo: entre perder el
Paraíso por culpa de nuestra propia estupidez, o descender de un lemur más o
menos genialmente estúpido, bien mirado, no hay mucha diferencia. Con un
mínimo de sinceridad, los grandes intelectuales hubieran podido llegar
fácilmente a la un tanto perogrullesca conclusión de que los Hombres somos
seres racionales profundamente enamorados de nuestra hermosa
irracionalidad. Con un mínimo de honestidad, se hubiera podido cortar el
aparente nudo gordiano revelando que la constante histórica de la hominización
es precisamente la lucha contra la estupidez, la mediocridad y la hipocresía. Es
la lucha que el ser humano viene librando desde el nacimiento de la especie
contra sus propias limitaciones, debilidades y falencias. Pero claro, muchas
veces a los intelectuales se les puede pedir todo menos, precisamente,
sinceridad y honradez.
Es decir: de todos los griegos no. Porque la novela - como toda policial comme il
faut exige griegos buenos y griegos malos. Para usar los términos acuñados en
1939: griegos aliados y griegos del Eje. De un lado los demócratas liberales y, del
otro, los fascistas. Si Platón es el predecesor de Marx, entonces Licurgo tiene
que ser el precursor de Hobbes. Si Solón es casi un George Washington,
entonces Leónidas con sus trescientos espartanos inevitablemente tiene que ser
algo así como... bueno, elija usted mismo con total libertad el personaje de su
preferencia en la populosa galería de tiranos, dictadores, déspotas, opresores,
represores y personajes malditos que nos presenta la historia oficial.
Sin embargo, si uno toma los propios autores griegos, muy pronto descubre la
terrible y monstruosa verdad: ¡los griegos no fueron "demócratas" en absoluto!
Para Aristóteles, la democracia es una perversión de la politeia - así como la
tiranía lo es de la monarquía - y hace falta la tendenciosidad increíble de los
traductores para tergiversar los términos. Para Platón, la democracia es
simplemente una reverenda estupidez política ya que, según él, el Gobierno
debe estar en manos de una minoría de sabios. En Atenas había más esclavos y
ciudadanos de segunda que hombres libres. En realidad, toda la mentada
democracia ateniense no es sino un lujo político que en ciertas circunstancias se
permitió la aristocracia terrateniente y la burguesía comerciante.
Ésa es la verdad. La cruda verdad. Nada en esta vida nos es dado de un modo
aproximadamente duradero si no luchamos por defenderlo. Y para luchar con
alguna probabilidad de éxito hay que estar organizado para combatir. De otro
modo, al primer embate del enemigo se produce una estampida. Y siempre hay
un enemigo. Sobre todo en Política. Esto es así y siempre fue así aunque hoy
muchos pretendan negarlo. Aunque actualmente haya surgido cierta plaga de
individuos sosteniendo que, para no tener enemigos, es suficiente con declarar
la sincera intención de no querer tenerlos. Es ridículo. Más de diez mil años de
Historia contradicen esta fantasía. Es como pretender acabar con los ladrones
declarando nuestra más honesta intención de no resistirnos a un asalto.
Los espartanos creyeron que sí, Quizás haríamos bien en creerlo de nuevo
nosotros también. Y no hay por qué amargarse: los espartanos no fueron menos
felices que nosotros.
Es más, tuvieron algo que sólo muy pocos tienen hoy : tuvieron de qué sentirse
orgullosos.
Por de pronto, erradicaron de sus vidas todo lo que podía llegar a debilitarlos.
Se sometieron a una férrea disciplina que, en pocas generaciones, convirtió la
estirpe de guerreros en una comunidad políticamente sólida y combativa. Se
adiestraron con tenacidad en aquellas virtudes que necesitaban para garantizar
las posiciones conquistadas y así lograron producir un tipo de ser humano que,
aún con sus debilidades, fue capaz de lograr los más difíciles objetivos militares
y políticos.
2) - La monarquía espartana.
Por lo general, la mayoría de los Pueblos del mundo se ha conformado con tener
un rey. Los espartanos no. Tuvieron dos. La idea de la doble monarquía es
realmente curiosa y, quizás por eso, se han ensayado varias explicaciones mas o
menos plausibles. Algunos han querido ver en esta bicefalía del Poder Ejecutivo
espartano un antecedente de los Presidentes y Vicepresidentes modernos. Otros
han insinuado que se trataba meramente de una cuestión práctica pues, de
hecho, cuando uno tiene dos reyes, siempre puede mandar uno a la guerra
mientras el otro se queda en casa.
Los reyes espartanos, como cuadra a todo monarca, tenían varias funciones y
prerrogativas. Eran los Sumos Sacerdotes, eran los Comandantes en Jefe de las
Fuerzas Armadas con la obligación de ser los primeros en salir a la guerra y los
últimos en regresar; tenían el derecho de disponer de una Guardia personal,
selecta, de cien hombres; recibían las partes más apetecibles de los animales
sacrificados y doble ración en las comidas; cada uno de ellos designaba dos
representantes ante el oráculo de Delfos y guardaban los oráculos que les
hubiesen sido revelados. Decidían en materia de herencias y adopciones;
participaban de los debates del Senado; cuando morían, recibían un
impresionante funeral y - he aquí un detalle simpático - cuando un nuevo rey
ocupaba su trono se anulaban las deudas contraídas con el rey anterior o con el
Estado.
Lo único que no podían hacer era gobernar. Para eso estaban los éforos.
Preguntarán ustedes ahora quienes eran los éforos. Pues, según Jenofonte,
Platón y Aristóteles, eran personajes que disponían de una considerable
cantidad de poder político.
"... el Estado no puede encontrarse bien sino cuando de común acuerdo los
ciudadanos quieren su existencia y su estabilidad. Pues esto es lo que sucede en
Esparta. El reinado se da por satisfecho con las atribuciones que le han
concedido; la clase superior lo está por los puestos que ocupa en el senado, la
entrada en el cual se obtiene como un premio a la virtud; y, en fin, lo está el
resto de los espartanos por la institución de los éforos, que descansa en la
elección general."
Por ejemplo, uno de los defectos que el gran estagirita le halla a la democracia
espartana es su sistema electoral. El hecho es que los espartanos no cometieron
el error de agregarle al capricho de la mayoría la cobardía del anonimato. En
Atenas se votaba utilizando pequeñas piedras. En Esparta se votaba por
aclamación. El método no habrá sido matemáticamente muy exacto y hasta es
muy posible que hayan habido varios casos discutibles o dudosos. Pero permitía
identificar a quienes habían votado y, de todos modos, como lo describe
Tucídides cuando relata la Guerra del Peloponeso, los espartanos no eran
tontos. En los casos realmente importantes se procedía a un simple y sencillo
método para el recuento de votos: los que estaban a favor se ubicaban de un
lado y los que estaban en contra se situaban del otro. Expeditivo y simple. Pero,
sobre todo, muy efectivo a la hora de deslindar responsabilidades que es la hora
que más suelen temer los que más se desesperan por votar.
5)- El Senado.
Realmente no hay que hacer demasiados esfuerzos de imaginación para ver ante
nosotros a una venerable colección de 28 distinguidos gerontes haciendo
desesperados esfuerzos para no dormirse durante complicados debates que
escuchan mal y entienden peor. Sin embargo, en nuestros Senados actuales, aun
cuando la edad promedio de los señores senadores es sensiblemente inferior, los
bostezos hipopotámicos no son tan infrecuentes como podría creerse. ¿Alguien
de ustedes recuerda el debate en el Senado argentino sobre la cuestión del
Beagle?.
Sea como fuere, es cierto que el Poder político del Senado espartano no debe
haber sido demasiado grande. Los venerables ancianos de Esparta, al parecer,
sufrieron el triste destino que en todas partes parece estarle reservado a los
viejos sabios: todo el mundo los respeta pero nadie los escucha. Excepto cuando
ya es demasiado tarde.
Para darnos una idea de la estructura social espartana es conveniente tener una
noción cuantitativa de esa Orden que fue el Estado lacedemonio.
Dentro de este espacio vivían por aquél tiempo unos 200.000 a 225.000
habitantes. De éstos, unos 120.000 eran helotas y aproximadamente unos
80.000 habrán sido periecos. El número de los espartanos, por la época de las
guerras contra Persia, difícilmente haya sido superior a los 20.000 o 25.000.
Esto nos da una población masculina de unos 8.000 hombres mayores de 20
años aproximadamente. Las cifras, por supuesto, son muy elásticas y varían
considerablemente de un autor a otro. Pero - a grandes rasgos - pueden servir
como marco de referencia.
El camino que debían transitar aquellos que querían ser iguales a los mejores
era duro. En realidad, era durísimo.
Con siete años el pequeño espartano le decía adiós a su Hoplita espartano
mamá y pasaba a ingresar al Cosmos. Según nos cuenta
Plutarco, los padres de un niño poco tenían para decidir en cuanto a su
educación más allá de los siete años. Hasta ese momento las madres espartanas
lo habían educado para ser sano, equilibrado y valiente. A veces, lo bañaban en
vino porque creían que las criaturas enfermizas o epilépticas morían con el
tratamiento mientras que las sanas se fortalecían. A las criaturas no se les
ponían pañales. Se las educaba para comer lo que hubiere; se las dejaba a
oscuras para que perdiesen el miedo a la oscuridad y a solas para
acostumbrarlas a valerse por si mismas. Las madres espartanas, ciertamente, no
eran sobreprotectoras. Freud, en Esparta, probablemente se hubiera muerto de
hambre.
Ya al nacer, el niño espartano era llevado a un lugar llamado lesje. Allí, los
ancianos de su estirpe examinaban a la criatura y, si la hallaban apta, podía
volver con su madre. En caso contrario, se la dejaba en la apothete - un
acantilado del Monte Taigeto - para que muriese porque, como relata Plutarco,
los espartanos eran de la opinión que "..dejar con vida a un ser que no fuese
sano y fuerte desde el principio, no resulta beneficioso ni para el Estado ni
para el individuo mismo".
¿Otros tiempos, otras costumbres? En parte sí. No nos olvidemos que estamos
hablando de una época en que no había antibióticos, diagnóstico por imágenes,
ni salas de terapia intensiva. De hecho, no existía ni siquiera la aspirina. Pero,
por otra parte, la práctica no deja de ser terriblemente cruel. Sobre todo si uno
tiene en cuenta que, durante la Edad Media por ejemplo, tampoco había
antibióticos, diagnóstico por imágenes, ni salas de terapia intensiva y, sin
embargo, a una criatura simplemente débil o delicada de salud todavía se la
dejaba crecer para que se convierta en poeta, filósofo, pintor o matemático.
Admitámoslo: el cristianismo ha hecho un buen trabajo en ese sentido. Dejemos
a la muerte en manos de Dios. O del destino. O de la fatalidad. O de como
quieran llamarlo. Pero, por favor, no la pongamos en manos de los hombres.
Nunca ha resultado algo bueno de eso.
Trece años de adiestramiento intensivo. Trece años durante los cuales quedaban
expuestos al capricho del jefe de la horda; años durante los cuales los ancianos
los observaban jugar, los incitaban a combatir entre si y trataban de descubrir
las habilidades de cada uno. Trece años en los que se los adiestraba a mirar,
observar, aprender, aguantar, apretar los dientes, resistir y a callarse la boca. Y,
después de los veinte, tardaban todavía diez años más en hacerse ciudadanos de
pleno derecho. Luego de educarlos durante trece años todavía se los tenía en
observación por diez años más para ver si el proceso educativo había producido
los resultados esperados.
A medida en que crecían las exigencias iban en aumento. En cierto momento se
los dejaba calvos. Se los obligaba a caminar descalzos y a jugar desnudos. A los
doce años se les daba una única pieza de vestimenta, sin ningún tipo de ropa
interior, que debían usar durante todo el año. Los quemaba el sol y se bañaban
en agua fría hasta en invierno. Dormían juntos, comían juntos, vivían juntos y
jugaban juntos. Debían preparar sus lechos con hierbas arrancadas a mano de
las orillas del Eurotas. Debían hacer de policía para vigilar a los helotas rebeldes
y, para ello, quedaban, afectados a una sociedad secreta llamada krypteia. En
Esparta, la KGB estaba en manos de los niños.
Entre ellos, los espartanos consiguieron ser todavía más que eso: fueron
formidables. Bastó una formación de 800 hoplitas espartanos para hacer
temblar a toda Grecia y una de apenas 300 para cubrirla de gloria. Hoy, a más
de dos mil años de su desaparición, todavía seguimos recordándolos y hablando
de ellos. Algunos los exaltan, quizás más allá de sus verdaderos méritos. Otros
los denigran, quizás porque los seres pequeños nunca entenderán a los grandes.
Pero nadie los ha olvidado. A más de dos milenios de la muerte del último
hoplita espartano, los hombres de la Orden siguen viviendo.
Una de las extrañas costumbres de los espartanos eran las fidicias (o syssitias).
Todos los varones adultos tenían la obligación de comer juntos. Para ello se
formaban "cofradías" de alrededor de quince personas - las mismas que, en la
guerra, compartían una carpa más algunos ancianos - y cada uno debía aportar
una cantidad establecida de alimentos por mes. Los cofrades debían
suministrar: unos 60 Kg, de harina de cebada, 26 litros de vino, 2Kg.de queso y
1 Kg. de higos, amen de una muy pequeña suma de dinero en efectivo para otras
compras.
Síganme, por favor, y hagamos un poco de cuentas. Con este aporte por parte de
15 personas los alimentos ascienden a: 900 Kg, de harina, 390 litros de vino, 30
Kg. de queso y 15 Kg. de higos. Esto quiere decir que, por día y por persona
(suponiendo un mes de 30 días de acuerdo al calendario de Solón) cada uno de
los cofrades podía comer: 2 Kg. de harina; 0,86 litros de vino; 66 gramos de
queso y 33 gramos de higos; más lo que se pudiese comprar con la pequeña
suma de dinero. Evidentemente ningún espartano corría peligro de engordar.
Con o sin sopa, el hecho es que las comidas comunes eran realmente una
institución importante en Esparta. El espíritu de cuerpo que debió reinar en las
cofradías queda bastante bien ejemplificado por la discreción con que se
trataban las palabras que pudiesen haberse pronunciado durante las
conversaciones de sobremesa. Cuando entraba algún comensal, el más anciano
de los presentes le señalaba la puerta y le advertía: "¡Por esta puerta no sale
palabra alguna!"
En Esparta, el mínimo establecido era una bolsa de harina, unos litros de vino,
un poco de queso, algo de higos y unos centavos en efectivo. Quienes vean en
esto una cuestión de discriminación económica están mirando al mundo a
través de los anteojos de un contador. Esto no es una cuestión económica. Es
una cuestión de orgullo. Quizás un tanto difícil de entender para los latinos,
pero detrás de esta cuestión está la respuesta a por qué la mayoría de los
anglosajones es protestante mientras que la mayoría de los latinos es católica.
Con todo, difícilmente las niñas habrán conseguido sacar de sus casillas a un
candidato espartano mostrando un poco de muslos. Los varones de Esparta
tenían oportunidades de sobra para calibrar íntegramente los atributos de las
jóvenes. La mujer espartana vivía su juventud casi constantemente en el campo
de deportes. Generalmente desnuda. Fue la única mujer en toda Grecia que
tenía permitido el acceso a los torneos. Excepto las Olimpíadas - a las cuales,
por la mojigatería de los demás griegos, no podía asistir - las espartanas
participaban de todos los deportes. Todos los años, durante diez días, tenían
lugar las gimnopedias en dónde la juventud de Esparta competía y bailaba
completamente desnuda.
A muchos seguramente les habrá llamado la atención el hecho que los homoioi
no trabajasen y que hasta tuviesen prohibido trabajar. A quienes les entusiasme
la idea sólo les pido que no caigan en conclusiones apresuradas. Porque los
"iguales" no trabajaban; pero tampoco podían ser ricos en el sentido actual de la
palabra.
Por de pronto, no podían acumular dinero. Mucho menos, pues, podrían haber
vivido de rentas o cobrar intereses. Directamente, los espartanos no podían
tener dinero en absoluto. En primer lugar, porque lo tenían prohibido. En
segundo lugar, porque prácticamente casi no había dinero en Esparta. Hablando
en términos financieros, el dinero no existía. No hacía falta. ¿Increíble? No si lo
miramos con ojos espartanos.
Para producir lo que se necesita sobre una mesa, y hasta para fabricar la mesa
misma, estaban los periecos. Para algo gozaban de la protección del Cosmos. Y,
si los periecos necesitaban ayuda, para eso estaban los helotas. Los esclavos
helotas eran parte de la familia como podía serlo la vaca, el caballo, el perro o la
cabra. ¿Maltratados? ¡Qué estupidez! Ninguna persona decente maltrata a su
caballo si su caballo es un buen caballo. Nadie desprecia una buena vaca lechera
o a un excelente can, a menos que sea un cretino. Todo lo contrario: se les da de
comer y se los protege. Uno los considera parte de la familia. Uno los cura
cuando están enfermos. Los chicos juegan con ellos. Terminan siendo queridos
porque, al fin y al cabo, uno se ha pasado la vida con ellos y dependiendo de
ellos. Se vive, se convive con ellos. Ningún hombre bien nacido los maltrataría.
Castigarlos, para que aprendan, quizás; pero maltratarlos, nunca.
Ningún espartano decente vivió maltratando esclavos. Lo que sucedió fue,
simplemente, que los helotas fueron cada vez más mientras los homoioi fueron
cada vez menos. Y sucedió también que los enemigos de Esparta no eran ciegos
y no se les escapó que la gran masa de helotas y periecos podía llegar a ser
instrumentada para quebrar el poderío de los lacedemonios. De hecho, en
Atenas muchas veces decidía la masa. Fue la que expulsó a Arísitides y condenó
a muerte a Sócrates. El fenómeno se repetiría también más tarde. En Roma, los
ciudadanos de tercera llegaron a decidir con sus caprichos la suerte del Imperio.
Los caprichos llegaron a tener nombre y apellido: se llamaron Calígula, Nerón,
Heliogábalo.
Porque la plutocracia ateniense fue poderosa. Los ricos comerciantes del Pireo -
el puerto de Atenas - le disputaron el Poder a la nobleza terrateniente en más de
una oportunidad. Siempre invocando al Pueblo. Siempre en nombre de la
democracia. ¿Cuando los traductores de Aristóteles van a ser tan honestos como
para dejar de traducir su concepto de politeia con la palabra "democracia"?
Dentro del contexto del pensamiento aristotélico y estrictamente hablando, la
democracia es sinónimo de demagogia. Es la argucia de los ricos que se apoyan
en la masa de los pobres para vencer a los nobles . El verdadero motor de las
democracias ha sido siempre una caja fuerte llena de dinero.
10)- La paiderastia
No me cabe ninguna duda de que muchos me odiarán por tratar el tema que
sigue a continuación. La enorme mayoría de las obras escritas acerca de Grecia
ignoran olímpicamente la cuestión y, seguramente, muy pocos se habrían
percatado de algo si hubiésemos adoptado aquí el mismo procedimiento.
Desgraciadamente, el recurso no es admisible porque no sería honesto. Además,
no serviría para nada. En definitiva, no hay historiador serio que no lo sepa y
aparte de ello la ignorancia sólo puede conducir al desastre a quien, de algún
modo, intente copiar a tontas y a locas el ethos de los griegos.
Digámoslo directamente y sin
subterfugios: la homosexualidad y la
pederastía se hallaban muy
extendidas por toda Grecia.
Especialmente en lo referente a la
pederastia no creo que sea un rasgo
para aplaudir. Sobre todo si se
conoce el significado exacto del
término. No es equivalente a
homosexualidad. La pederastia es
una forma específica de la
Ganímedes homosexualidad. La palabra
proviene del griego pais que
significa "niño", "adolescente". La "paiderastia", o pederastia, es la relación
homosexual con adolescentes, con efebos.
Pues sí. Seguramente los espartanos tenían sus defectos y nadie gana nada con
barrerlos bajo la alfombra. En mi opinión particular y personal creo que es muy
posible que trataran de forzar las leyes del Cosmos universal creándose un
Cosmos particular. En ese caso, seguramente les pasó — al menos en alguna
medida — lo que les pasa a todos los que han tratado de hacer algo así. La
Naturaleza podrá dejarse usar y hasta engañar por un tiempo pero, después,
inexorablemente, sobreviene su venganza. Quienes ofenden irresponsablemente
a Madre Natura descubren de pronto que no pueden respirar por el smog. Y
quienes la engañan, algún día terminan dándose cuenta con horror que están
condenados a la muerte por extinción.
Esparta, como todos los gigantes, fue un gigante con defectos. Tuvo sus
personajes oscuros y sus costumbres poco recomendables. Lo que no tuvo fue la
tremenda logorrea ateniense. En Atenas se hablaba y se hablaba. Es muy cierto
que los oradores debían hacerlo ante la clepsidra y que, por ello, tenían el
tiempo limitado. Nuestros políticos actuales también hablan contra el reloj del
estudio de televisión y no por ello dejan de vomitar palabras con un caudal
oceánico. En Esparta la oratoria ampulosa tenía poco público. Los espartanos,
como diríamos hoy, eran lacónicos. El término mismo, como es obvio, proviene
de ellos.
En Laconia a los niños se les enseñaba a ser breves, concisos y veraces con
elegancia. Si esta elegancia implicaba el sarcasmo, el hecho habla en favor de la
inteligencia de los lacedemonios pues el sarcasmo es el humor de las personas
inteligentes, como - con bastante poca modestia - decía el inefable Bernard
Shaw.
Como ya hemos visto, Esparta nunca estuvo amurallada. Para explicar el hecho,
sus habitantes solían decir: "Los hombres de verdad son mejor muralla que un
montón de ladrillos". En otra ocasión, un orador comenzó a dar una larga
perorata para explicar un breve problema, haciéndole perder innecesariamente
un tiempo precioso a todos los oyentes. Leónidas lo interrumpió: "Amigo" — le
dijo — "Estás usando lo necesario innecesariamente". Cuando al sobrino de
Licurgo le preguntaron por qué había tan pocas leyes en Esparta, la respuesta
fue no menos lacónica: "Quien con pocas palabras entiende, pocas leyes
necesita". Por otra parte, cuando al filósofo Hecateo se le quiso echar en cara el
no decir palabra a lo largo de toda una tertulia, Arquidámidas lo defendió
diciendo: "El que sabe palabras razonables, sabe también cuando vale la pena
pronunciarlas".
Uno de los casos más típicos es el que relata Heródoto del espartano Diénekes.
Poco antes de la batalla de las Termópilas, un individuo de las tropas aliadas
que estaban junto a los espartanos comentó visiblemente preocupado: "Cuando
los persas lanzan sus flechas, se produce una nube tan grande que tapa la luz
del sol". Diénekes, haciéndose cargo instantáneamente de una situación que
podía degenerar en pánico colectivo, se volvió hacia los espartanos y comentó:
"¿Oyeron? .¡Vamos a pelear a la sombra".
Lo curioso es que se trata del calco exacto de un original espartano relatado por
Heródoto. En un momento dado, un sujeto - probablemente un espía - quiso
saber cuántos espartanos había preparados para la batalla. La respuesta que
obtuvo de Arquidamas fue precisamente ésa: "¡Los suficientes!".
O bien hay almas gemelas en materia de humor, o bien los gerentes de la Rolls
leían a Heródoto. En cualquiera de los dos casos, el hecho es notable.
Por supuesto, nadie pretende que Esparta haya sido la central de la especulación
filosófica o la bohemia artística. Positivamente no fue un Heidelberg ni un
Montmatre. Pero quienes insisten en la supuesta esterilidad cultural de los
espartanos se olvidan de la gran opinión que ilustres griegos tuvieron de los
lacedemonios. Jenofonte en sus "Memorias" o "Recuerdos de Sócrates" nos
habla, en varios pasajes, de la opinión que el filósofo ateniense tenía de Esparta.
Y conste que Sócrates, siendo hijo de un escultor y de una partera, no tenía
motivos de clase para sentir una especial solidaridad con la nobleza espartana.
Pero Sócrates no fue ajusticiado tan sólo por eso. En realidad, fue una de esas
personas tan fundamentalmente honestas que resultan condenadas a meterse
siempre en problemas. Habiendo sido nombrado para la magistratura pública,
Sócrates había tenido que prestar el juramento de rigor en virtud del cual todo
magistrado se comprometía a hacer respetar las leyes vigentes. Sin embargo, en
un momento en que se desempeñaba como Arconte, nueve jefes militares de
Atenas adoptaron una decisión que desagradó a la masa. Nada más natural,
pues, que ésta se autoconvocase para exigir la ejecución lisa y llana de los jefes
militares.
No es improbable que
Sócrates firmara su
sentencia de muerte ya en
ese momento. Porque, poco
más tarde, cuando ya no
estaba en el cargo, la masa
se salió con la suya de todos
modos. La votación tuvo
lugar bajo otro magistrado
menos imbuido de espíritu
lacedemonio y más
democrático. El resultado
fue el previsible: ocho de los Sócrates bebe la cicuta
nueve jefes militares
resultaron condenados a muerte. ¿ El motivo?. ¡Oh el motivo! Quizás
deberíamos decir más bien el pretexto.
Lo más inaceptable en la
estereotipada versión oficial acerca
de Atenas y Esparta es que, en
último análisis, las diferencias
entre ambos Estados - con ser
importantes - no fueron tan
múltiples como se afirma. Ambos
tenían su Asamblea Popular, sus
leyes, sus autoridades y sus
magistrados. Atenas padeció a un
buen montón de tiranos que no
tuvieron absolutamente nada que
Jacques L.David: La muerte de Sócrates envidiarle a la dureza de los éforos
y ni hablemos del hecho que, en
Atenas, los tiranos no resultaban pacíficamente relevados todos los años. Por
otra parte, casi todos los grandes prohombres democráticos de Atenas
provinieron de rancias familias oligárquicas eupátridas como en el caso de
Arístides, Temístocles, Solón, Pericles y tantos, tantos, otros. La dicotomía entre
la "popular" Atenas y la "aristocrática" Esparta es, básicamente, falsa de toda
falsedad. Lo único cierto es que, en Esparta, se tenía respeto por la función y por
la jerarquía de las distintas funciones mientras que, en Atenas, al igual que en
buena parte de nuestro Occidente actual ese respeto, o se ignoraba, o se había
perdido.
Para ilustrar en qué consiste ese respeto tenemos que volver a los hechos
simples y básicos de la vida cotidiana sacando de ellos las conclusiones
pertinentes con honestidad. Nadie subiría a un avión cuyo piloto fuese un
aprendiz. Nadie se haría operar del corazón por un enfermero o por un
hechicero africano. Nadie dejaría que un peón de albañil construyese una torre
de quince pisos para oficinas. Cuando se trata de reparar su automóvil el
profesor de física nuclear se subordina y se somete al dictamen del mecánico.
Cuando se trata de un buen peinado la doctora en leyes se subordina de buen
grado a la habilidad y criterio de su peluquero. Cuando se tiene que arreglar la
dentadura, el médico se somete al criterio del odontólogo y cuando se tiene que
curar los callos el odontólogo se subordina al criterio del pedicuro. En todas las
situaciones, en todos los actos de nuestra vida cotidiana, vivimos ejerciendo
nuestra autoridad en la medida en que lo requiere la función para la cual
estamos capacitados y nos subordinamos a la autoridad de otras personas en
aquellas funciones para las cuales no estamos capacitados. Lo hacemos tan
automática y espontáneamente que ni nos damos cuenta de ello. Casi ni se nos
ocurre sacar de este hecho conclusiones más amplias.
Deberíamos hacerlo, sin embargo. Porque hay un rubro en el cual tiramos este
respeto por la borda y procedemos de un modo completamente arbitrario y
hasta contrario. Ese rubro es la política. Fue justamente Pericles el que, para
precisar la esencia de la democracia, dijo: "Bien es cierto que pocos de nosotros
somos arquitectos de la política, pero todos somos buenos jueces de la misma".
¿Cómo demonios puede una persona ser buen juez de algo que no sabe
construir?. El hijo de Pericles pagó con su propia vida el hecho de que su padre
creyese en semejante estupidez y, aun así, nosotros insistimos alegremente en la
misma tontería.
Desgraciadamente el primero en no
compartir esa opinión sería el
propio Platón. En el Protágoras,
Platón le hace decir a Sócrates que
la ignorancia espartana es puro
cuento. De hecho - siempre de
acuerdo a Platón - en ninguna parte
el amor por la sabiduría estuvo tan
extendido como en Lacedemonia y
en ninguna parte existieron tantos
sabios como en Esparta. Lo que
sucedió fue que, como vimos, los
espartanos eran "lacónicos". Los
sabios lacedemonios no padecieron
de la logorrea ateniense. No
escribían gruesos volúmenes ni se
pasaban el día hablando y
discutiendo como, dicho sea de
paso, lo hacía el propio Sócrates. Chilón, uno de los "Siete Sabios de Grecia"
Los atenienses tuvieron algunos
grandes sabios famosos. Los espartanos eran sabios. Esa es la diferencia.
No olvidemos que Chilón - nada menos que uno de los Siete Grandes Sabios de
Grecia - era espartano. Tampoco puede negarse que los otros seis eran grandes
admiradores de Esparta. Y de todos ellos solamente Solón era ateniense. Tales
era de Mileto; Pitaco, de Mitilene; Hias, de Priene; Cleóbulo, de Lindos y Misón
era de Khen. Es muy cierto que otros autores suplantan a algunos de estos
nombres por Periandro, Epiménides, Ferécides o Anacarsis. Pero Ferécides fue
oriundo de Siros; Periandro fue tirano(!) de Corinto. Anacarsis era escita, se
radicó en Atenas en el 590 AC y se hizo amigo de Solón a quien, por otra parte,
costaría muy poco presentar como un dictador en el sentido romano del
término. Epiménides era de Cnosos. Aún cuando corrijamos la lista de los Siete
Sabios suministrada por Platón, no obtendríamos mucho mayor brillo para
Atenas.
Es más que dudoso que los griegos de aquella época hubieran estado de acuerdo
en catalogar a Atenas como la ciudad más culta de la Hélade. ¿La más
internacional? ¡Indudablemente! ¿La más rica? Sí. ¿La más influyente? Es
posible. Pero, ¿la más culta? ¿La más sabia? Lo dudo. Lo dudo muchísimo.
Una de las tragedias más grandes de Grecia fue su incapacidad de entender a los
persas. El cuadro, obligadamente oscuro y sombrío, que tenemos de la Persia de
aquella época; esa casi automática identificación que se hace entre lo "persa" y
el llamado "absolutismo oriental", proviene de la distorsión griega que hemos
heredado sin revisar.
Nunca olvidemos una cosa: los griegos eran unos incurables, incorregibles y
fenomenales mentirosos. Nos hablan de 600.000 persas en la batalla de
Maratón con el mismo descaro con que hoy algunos políticos se ufanan de
concentraciones masivas de varios cientos de miles de personas en una plaza de
10.000 metros cuadrados. Si dudan de lo que digo, hagan una cosa muy simple:
tomen un mapa de Grecia. Fíjense en la superficie de la llanura de Maratón. Si
alguien consigue meter a 600.000 guerreros peleando en ese espacio, me como
el mapa.
Es cierto que los griegos eran muy
distintos de los persas en muchos
aspectos. Como que también es cierto
que la comparación no favorecería a
los griegos en todos los casos. A los
persas, por de pronto, les importaba un
cuerno llevarle rosas a ninguna deidad.
Para ellos, la ciudad perfecta era la
ciudad inexpugnable. La pederastia les
resultaba abominable. Los persas eran
puritanos. Monoteístas. Zaratustra los
había educado para eso. Era proverbial
su amor y su apego por la verdad. Y,
contra todo lo que se diga, también lo
fue su caballerosidad.
Los dos voluntarios parten. Pasan por Susa, en dónde Hidarnes, el Comandante
persa de la ciudad, trata de sobornarlos con promesas. Los espartanos rechazan
la oferta. Vinieron a morir por el Honor de la Patria y no para entretenerse con
corruptelas diplomáticas. ¡Digno de Esparta! ¡Sin duda! Los voluntarios dejan
Susa y llegan, por fin, ante el Gran Rey. Allí, los adulones de la corte quieren
obligarlos a caer de bruces ante Su Majestad como lo requiere el protocolo
persa. Los dos espartanos se niegan rotundamente. Voluntarios dispuestos a
morir por su Patria no caen de rodillas ante ningún ser humano. Ni aunque se
llame Jerjes y sea el rey de todas las Persias habidas y por haber. ¡Bien por los
espartanos!. Uno casi puede escuchar el aplauso cerrado de los que quedaron en
casa ¡Esos son hombres! Los voluntarios levantan, orgullosos, la cabeza y de pié,
plantados como corresponde a dos guerreros espartanos, le informan a ese Rey
persa Comosellame que han venido para morir y expiar el crimen cometido con
los emisarios.
Las colonias griegas del Asia Menor siempre habían vivido rodeadas de
"bárbaros", término que - dicho sea de paso - los griegos usaron para designar
simplemente a todos los extranjeros. No se las habían arreglado mal con
ninguno de ellos. Se habían llevado razonablemente bien con los frigios, los
lidios y hasta con los asirios y los babilonios.
Lo que sucedió fue que - allá por el reinado de Ciro - los persas, poco a poco,
fueron convirtiéndose en Potencia Mundial. Mientras Atenas trataba de
organizar su vida bajo la tiranía de Pisístrato, los persas conquistaron Media,
Asiria, Babilonia, Elam, Siria y Lidia. Después, con Cambises, la aplanadora
persa se dirigió más hacia el Sur y allanó Palestina hasta llegar a Egipto en
dónde el Rey persa tuvo la humorada de hacerse coronar faraón. Alrededor del
550 AC ya todas las ciudades griegas del Asia Menor se encontraban dentro de
la esfera de influencia persa. Aun así, no existe absolutamente ningún dato
fehaciente que nos permita afirmar que el "imperialismo" persa hubiese sido
excepcionalmente duro o intolerable. Comparada con la de las anteriores
potencias, la hegemonía persa hasta puede considerarse razonablemente
benigna.
Pero, como ya lo dijimos, los griegos no entendieron nunca a los persas. Dicho
sea de paso, tampoco los persas entendieron jamás a los griegos. La enemistad
creció. Las colonias jónicas se rebelaron. Darío intervino y aniquiló la rebelión.
Las ciudades jónicas fueron abandonadas a su suerte por la Madre Patria
continental. Solamente unos veinte barcos atenienses molestaron un poco a la
flota persa. El resto de Grecia se hizo la distraída y miró para el otro lado
mientras los persas iban liquidando una ciudad jónica tras otra.
Cuando, en el verano del 490 AC, la flota persa se hizo a la mar para ajustar
cuentas con los demás griegos, el pánico entre las ciudades del continente se
hizo bastante difícil de disimular. El miedo les hizo ver los famosos 600.000
persas con sus 600 trirremes allí en dónde solo hubo unas 100 naves y
aproximadamente 20.000 hombres.
El Arconte de Atenas por esa época era Arístides. En los libros de Historia figura
como Arístides "El Justo", aunque la traducción correcta del apodo sería,
probablemente, "El Intachable", "El Impoluto"; quizás hasta "El Perfecto".
Proveniente de una familia de rancio abolengo, había sido no solamente el
primer estratega de Maratón sino, incluso, amigo íntimo de Miltíades. También
supo ser íntimo amigo de Temístocles, su rival político más importante. Pero
dejemos eso para más adelante.
Con ello, automáticamente, el caso se le escapó de las manos. Arístides era sólo
un Arconte. En la Atenas de esa época el juez era la masa. Y la masa estaba
furiosa. Por de pronto metió a Miltíades en la cárcel, aún a pesar de sus heridas.
Al final, no lo condenó a muerte pero lo sentenció a pagar una suma sideral en
concepto de indemnizaciones. Hoy hablaríamos de unos 50 millones de dólares
- por supuesto que sólo aproximadamente.
Pero la masa ateniense no llegó a cobrar esa suma. Miltíades, el glorioso héroe
de Maratón, murió en la cárcel del pueblo a causa de sus heridas.
Con todo, el mundo no se detuvo. El espectáculo tenía que seguir. Otra isla, la de
Egina, comenzó a preocupar seriamente a los atenienses. La gente de Egina
proporcionaba los mejores marineros de toda Grecia. Pero, por un lado, los de
Egina eran un poquitín piratas y, por el otro, eran aliados de los espartanos.
Atenas envió sus barcos contra Egina. ¡Y fue otro fracaso, igual al de Paros!
Nuevamente los gloriosos vencedores de los persas resultaron apaleados por los
habitantes de una isla de mala muerte. ¡Era como para no creerlo! Después de
Maratón: ¡Paros! Después de Paros: ¡Egina! Parafraseando el dicho
shakespeareano sobre Dinamarca, algo forzosamente tenía que estar muy
podrido en el Estado de Atenas.
De hecho, lo estaba.
Había un buen montón de cosas podridas en Atenas. Por de pronto, había una
institución llamada "ostracismo". Instaurada probablemente por Clístenes, el
ostracismo era una fiesta popular. Todos los años se sometía al plenario de la
Asamblea la pregunta de si el querido y estimado pueblo deseaba celebrar un
ostracismo. ¡Por supuesto que casi siempre quería! ¡Es tan fascinante ejercer el
Poder! Aunque más no sea una vez al año, ¡es tan lindo jugar a Dios y decidir el
destino de los hombres más ilustres!
En realidad, lo que estaba sucediendo en Atenas era nada menos que una feroz
pugna entre criterios políticos contrapuestos. La masa se sentía contenta y feliz
luego de las glorias de Maratón. Se organizaban expediciones idiotas que
terminaban en desastres. Se metía en prisión a los culpables. Se votaba el
ostracismo de los notables. Se discutía, se hablaba, se disputaba, se gritaba, se
oraba, se amaba, se comía y se dormía. ¿Los persas? A los persas se les había
dado la gran paliza en Maratón. ¡Y conste que sin la ayuda de los espartanos! ¿A
quién le importaban los persas?
Había, pues, que prepararse. La gran cuestión era cómo. Ejército o Armada, that
is the question. La solución salomónica de montar ambas cosas al mismo tiempo
resultaba económica y políticamente imposible. Arístides dijo "¡Ejército!"
Temístocles dijo: "¡Armada!" Al día siguiente se formaron dos partidos políticos
contrapuestos. Veinticuatro horas más tarde, los dos amigos estaban tan
peleados como sólo pueden estarlo dos amigos que militan en partidos
opuestos.
Se fue a Egina.
Por favor, no lo malinterpreten. No necesariamente debemos entenderlo como
un gesto de malevolencia. Es poco probable que fuese a Egina porque la isla
había sido la enemiga y vencedora de Atenas. Egina queda a apenas 25 Km. de
Atenas. Más bien creo que eligió a Egina porque desde sus playas todavía puede
verse la Acrópolis contrastando contra el cielo azul de Grecia.
Indiscutible, en todo caso, es que ya resultaba más que urgente adoptar medidas
definitivas. Era el 481 AC. Habían pasado nueve años de discusiones políticas,
idas, venidas, ostracismos y diatribas. Resultado: Atenas no tenía ni ejército ni
flota. La democracia ateniense se había pasado nueve años discutiendo.
Mientras tanto, los persas se habían dedicado a consolidar su Imperio.
Al noveno año, sin embargo, las noticias provenientes de Persia eran como para
poner nervioso al más pintado. Persia era eficiente. Podía darse el lujo de la
eficiencia ya que no se había dado el de la democracia. Los espías y los
embajadores griegos informaban de 100.000 hombres bajo armas; de 700
barcos de guerra; de un "Camino Real" de 2.000 Kilómetros, prolija y
eficientemente sembrado de 111 postas. El ejército persa había recibido órdenes
de movilizar y de estar dispuesto para otoño del 481. Debía cruzar el Bósforo
sobre un puente hecho con barcos y luego marchar en dirección Sur,
acompañado por la flota que navegaría a lo largo de la costa. Definitivamente,
Jerjes no se andaba con pequeñeces. Esta vez, la cosa iba en serio.
Al día siguiente, decenas de miles de tetes - de los cientos de miles que había -
fueron reclutados en masa y quedaron bajo bandera como conscriptos por la
Armada. Ahora que eran ciudadanos libres se los podía obligar a cumplir
órdenes. Ni Maquiavelo lo hubiera organizado mejor. El problema militar quedó
resuelto. El problema político y social así creado no se resolvió jamás.
Es decir: en todo lo limpio que podía. Porque, aun así, las palabras emitidas por
la Pitonisa no siempre tenían mucho sentido. A todo esto, el infeliz mortal
esperaba pacientemente el texto definitivo como corresponde a todo creyente
bien educado. Salía, pues, el sacerdote y se lo entregaba, con lo cual nuestro
atribulado consultante podía regresar a su casa a tratar de entender el
galimatías.
El revuelo que se produjo fue fenomenal. Para empezar, los creyentes atenienses
hicieron lo que hacen todos los creyentes cuando su Iglesia dispone algo que no
les gusta: no estuvieron de acuerdo con el mensaje. Exigieron un segundo
oráculo.
Mientras tanto, no nos consta (nunca quedan documentos de estas cosas) pero,
seguramente, el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Atenas inició
febriles tratativas con el Nuncio Apostólico de Delfos. La situación era grave, de
acuerdo, pero todavía quedaban alternativas. Esparta haría lo suyo por tierra.
Por mar se tenía a la flota ateniense creciendo a toda la velocidad que se podía
exprimir de los flamantes ciudadanos. Además, Delfos ya había hecho lo
humanamente posible... Ningún rey persa podría argumentar que el clero había
azuzado a la guerra. Nadie podía decir que no había sido adecuadamente
neutral.. ¿Qué podía Apolo perder?. Todo lo que en Atenas se necesitaba era un
oráculo un poco menos... ¿cómo ponerlo?... ¿digamos: menos derrotista?
Con todo, Temístocles debe haber sido un orador con gran poder de persuasión
porque, créanlo ustedes o no, su argumento de la "divina" Salamina prendió.
Puede parecer fantástico, pero los atenienses se lo creyeron. La masa lo aceptó
porque ¿a quién no le gustaría ser "divino"? Y los entendidos le dieron su apoyo
porque, divina o miserable, la palabreja "Salamina" era la clave del mensaje. La
clave secreta. El guiño entre conspiradores.
¿Brillante? No. Es más que eso. ¡Es hermoso! ¡Es griego! Sólo un Consejo de
Sacerdotes de Apolo podía producir un oráculo que fuese un valioso servicio al
Estado y, simultáneamente, un acto de la más acabada traición a la Patria.
Y ahora, les pediría que, por favor, tomen un mapa de Grecia. Me temo que no
puedo contar lo que sigue sin la ayuda de un mapa. Por si no tienen uno
pasablemente práctico a mano, incluyo aquí un pequeño esquema que, espero,
podrá servir.
Después de la tormenta, la flota de Jerjes siguió navegando. De pronto, al llegar
a Artemisión, se topó con la Armada griega. Al verla, los persas desconfiaron.
¿Sólo 270 barcos? No podía ser. Tenía que haber alguna trampa. En alguna
parte tenían que estar las demás naves helenas. Era una trampa, sin duda.
¿Acaso el Servicio Secreto no había estado constantemente diciendo algo acerca
de una trampa de Temístocles?
La idea de Euribíades era simple: había que parar a los persas y derrotarlos.
Para eso había dos lugares óptimos:
1)- Artemisión, que es la entrada al canal que separa la isla de Eubea del
continente y
2)- Las Termópilas, que es un sitio de la ruta por tierra hacia Atenas en dónde
las montañas se acercan tanto al mar que apenas si queda un estrecho
desfiladero muy fácil de cerrar.
Así de fácil.
De hecho, cuando apareció la Armada persa, hasta Euribíades tuvo que darse
cuenta de que no podía ni soñar con ganar una batalla naval en Artemisión. Los
barcos griegos tuvieron que limitarse a navegar de un lado para el otro en el
estrecho, haciendo fintas pero sin presentar batalla.
Durante días enteros las dos fuerzas estuvieron allí, frente a frente, midiéndose,
observándose y estudiando el tablero de ajedrez. Euribíades rompiéndose la
cabeza buscando una forma de batir a los persas en Artemisión. Temístocles
sudando sangre y rezando a todos los dioses para que las Termópilas resistiesen.
Jerjes mandando espías para todos lados tratando de enterarse del plan griego.
Pasaron cuatro días.
Por fin, Jerjes se cansó y decidió tomar la iniciativa. Ordenó a parte de su flota
rodear la isla de Eubea, entrar al canal por el Sur y atacar a la Armada griega por
la retaguardia. Simultáneamente, dispuso que la aplanadora forzase el paso por
las Termópilas al precio que fuese.
A lo largo de las últimas páginas muchos se habrán preguntado dónde están los
espartanos. Hemos hablado de Arístides, de Temístocles, de Atenas, de Delfos y,
en suma, de media Grecia. ¿Y los espartanos? Pues ahora vienen. Mejor dicho:
ya están allí. En las Termópilas.
Por eso es tan fácil pararse y perorar acerca de que este o aquél acto heroico
carece de sentido y llegar, por extensión, a afirmar que todos los actos heroicos
son, al fin y al cabo, una reverenda estupidez. Ese es el criterio imperante hoy en
día. Hoy se festeja más al cobarde que sobrevive que al valiente que se sacrifica
para que otros puedan sobrevivir. Es que el beneficio emergente del acto del
cobarde resulta inmediato y su motivación es obvia: quiere salvarse y lo logra.
No hay ninguna dificultad para entender eso. Que, en ello, muchas veces deja el
honor por el camino es algo que sólo importa a quienes saben en absoluto qué es
el honor. Nuestra época ya no lo sabe. Por eso no entiende y hasta desprecia a
los valientes cuando se encuentra con ellos fuera del cine y de la pantalla del
televisor.
Sucede que el "beneficio" que obtiene el valiente, en primer lugar, no es para él;
en segundo lugar, no es inmediato sino que puede llegar a surgir años, décadas o
siglos más tarde - y hasta puede no surgir en absoluto - y, en tercer lugar, su
motivación es compleja, enmarañada, a veces hasta muy probablemente
subconsciente. Nunca obvia. Nunca evidente.
Un acto heroico es ininteligible para quienes han nacido con un espíritu ruin. Es
incomprensible para quienes no ven nunca más allá de su propio provecho. Un
héroe de carne y hueso es un enigma de siete sellos para quien vive sumergido
en lo cotidiano. Un acto heroico es perfectamente "inútil". Un acto heroico es
siempre "en vano". Las explicaciones que se le encuentran después son siempre
fortuitas y, a veces, hasta forzadas. Entenderlo no es una cuestión de raciocinio.
Es una cuestión de resonancia. Ante un acto heroico vibran solamente quienes -
sea en la medida en que fuere -tienen el heroísmo en la sangre. Los demás
quedan afuera. Como convidados de piedra. Vociferando peroratas acerca de la
"insensatez", la "locura" y hasta la "irresponsabilidad" de quienes se arriesgan y
se atreven.
El heroísmo es música para músicos; poesía para poetas; mística para místicos.
Los que han apagado la chispa divina de lo heroico en sus corazones se vuelven
sordos e insensibles para apreciarlo.
Por eso, si entre ustedes hay alguien que piensa que un Hombre que se deja
cortar en pedazos por cumplir con su Deber es un idiota; si alguno de ustedes
llamaría estúpido a un Hombre que arriesga absolutamente todo lo que tiene
para que este mundo se vuelva solamente un poco menos miserable de lo que
es; si alguno de ustedes está convencido de que el Hombre que muere sin tener
un beneficio inmediato a la vista es un loco irresponsable; a ése hipotético lector
sólo le pido una cosa: no siga leyendo. Lo que viene ahora no es para Usted. No
lo entendería. Y, perdóneme por decírselo tan brutalmente, pero estoy seguro de
que, al final, hasta terminaría ensuciándolo. Sin embargo, para que no me eche
en cara que le robo el final de la historia, voy a romper todas las reglas del
suspenso y se lo cuento ya: los persas fueron derrotados. No fue fácil, pero al
final terminaron perdiendo. ¿Conforme?.
Detrás de las vallas que cerraban el desfiladero de las Termópilas había apenas
7.000 griegos. Los comandaba el rey de Esparta, Leonidas, que había traído
consigo a 300 espartanos.
Jerjes montó en cólera. Al día siguiente decidió lanzar sus mejores tropas.
Según cuenta la leyenda, les decían "Los Inmortales" porque su número era
constante: a las bajas producidas por el combate o por la enfermedad se las
cubría inmediatamente. De este modo, el número del contingente era siempre
estable. Ascendía a 10.000 hombres.
Y tampoco pudieron. Sus lanzas eran más cortas. No tenían espacio para
maniobrar a fin de hacer valer su número. Además, no tenían ni el
adiestramiento ni la disciplina de los lacedemonios. Durante la batalla, los
espartanos jugaron con ellos al gato y al ratón, empleando una táctica que, más
tarde, sería la favorita de Atila y sus hunos: a la vista de un ataque enemigo, las
tropas espartanas simulaban batirse en retirada como presas del pánico. El
enemigo, creyendo que huían, se les tiraba encima desordenadamente. En el
último momento, sin embargo, las formaciones espartanas daban media vuelta,
tomaban posición y se lanzaban al ataque tomando a todo el mundo de
sorpresa. Los perseguidores, antes de darse cuenta, se transformaban en
perseguidos. La mayoría de ellos, en perseguidos muertos.
A lo largo de todo el segundo día los
persas, con sus tropas de élite, trataron
de forzar la resistencia de los griegos.
Sin éxito. Las vallas seguían allí y,
delante de ellas, los espartanos
encabezados por Leónidas no cedieron
ni un milímetro. Iban 48 horas de
combate. Desde el amanecer hasta la
caída del sol. Oleada tras oleada.
Escaramuza tras escaramuza. Combate
tras combate. Sangre. Muertos. Gritos.
Órdenes. Ataques. Retiradas
simuladas. Contraataques.
Maldiciones. Amigos que caen bañados
en sangre. Camaradas de toda la vida
que se tiran contra el enemigo y
terminan atravesados por dos, tres,
cuatro lanzas. Heridos que gimen
antes de morir. Estertores. Alaridos.
Ruido. Sangre. Más muerte.
Las opciones se reducen. En realidad, queda sólo una: ¡forzar las Termópilas! Es
la única forma de saber si Artemisión es, o no, una trampa. Después de dos días
enteros de combate estos griegos tienen que estar cansados. ¡Forzosamente
tienen que estarlo! ¡Manden todo lo que tenemos! Muertos o vivos pero los
quiero ver al otro lado de esas malditas vallas! ¡Al precio que sea!
Imposible.
Las formaciones griegas resisten. Los espartanos parecen estar en todas partes
y, dónde están, los otros los imitan. Las formaciones permanecen cerradas. No
hay un hueco en toda la línea y, cuando lo hay, es una trampa que se traga
decenas y decenas de persas. Los mejores hombres de Persia caen en primera
fila y los que vienen detrás no están a la altura de sus jefes. La masa vacila.
Retrocede. Los griegos atacan. Retirada. No se puede. Es imposible.
Tres días de combate. Tres largos días de
lucha, sangre, muertos, esfuerzo, jadeos,
lanzazos, gritos, marchas y contramarchas.
Órdenes y contraórdenes. Tensiones
sobrehumanas y breves minutos de
relajamiento. Luego, otra vez a lo mismo.
Mi amigo murió anteayer. Tu hermano cayó
ayer. El camarada que hoy por la mañana
compartió con nosotros el pan está
agonizando. ¿ Cuando me tocará a mí?
¿Cuándo te tocará a ti? ¿Cuanto tendremos
para vivir todavía? ¿Cuanto tiempo? ¡Oh
dioses! ¿Por qué la vida de un hombre
estará atada a un tiempo y ni siquiera
podemos saber de cuanto tiempo
disponemos?
Apareció un griego que le reveló el camino por el cual se podía rodear a las
Termópilas y llegar a espaldas de Leónidas y su gente. Yo lo llamo traidor pero
sé que hoy muchos lo llamarían tan sólo un tipo inteligente. La recompensa
debe haber sido jugosa. Lo que no sé es si la disfrutó. Murió asesinado.
Jerjes destacó a su General Hidarnes con un ejército para que avanzara por el
paso que el traidor había revelado y apareciese por la retaguardia de Leónidas.
Hidarnes juntó a sus hombres y partió al anochecer. Marchó durante toda la
noche y a la mañana del día siguiente estaba del otro lado. Arriba de la montaña
pero ya a espaldas de Leónidas. Consiguió engañar a los focenses encargados de
guardar ese paso y amenazaba ya con atrapar a los espartanos entre dos fuegos.
Leónidas supo entonces que le quedaba poco tiempo. Muy poco tiempo. Es
probable que haya sabido también que, en ese instante, Grecia estaba en sus
manos. Los 7.000 hombres de su ejército original era toda la infantería que se
había podido movilizar. Todos los demás estaban sobre los barcos, en
Artemisión. ¿Dar una batalla hasta el último hombre? Se perdería todo el
ejército. La Armada quedaría sola frente a los persas. Seria el fin; el fin
definitivo de toda Grecia. ¿Retirarse?, ¿Huir?. También sería el fin. La Armada
también así quedaría sola. El ejército, en campo abierto, no tendría ninguna
oportunidad contra la aplanadora.
Leónidas levantó la cabeza, vio el sol que nacía, escuchó los augurios -que eran
pésimos - se enteró de que algunos griegos de entre los presentes estaban
pensando en retirarse, miró a sus hombres, y con voz tranquila comenzó a dar
órdenes. Cortas, concisas, precisas y secas. ¡Oh el laconismo espartano!.
Avisen a la Armada.
Que deje Artemisión
y que vaya al Sur lo
antes posible. No
puedo mantener a las
Termópilas por
mucho tiempo más.
La pienso mantener
hasta que los barcos
estén a salvo. ¡Pero
que la marina se
mueva!¡Y rápido! En
cuanto al ejército:
todo el mundo me
levanta campamento
Brian Palmer y se retira hacia el
Termópilas, La última resistencia Sur mientras el
camino todavía está
libre. Los tebanos se quedan. Esparta se queda. Los demás: ¡fuera de aquí!.
¿Alguna pregunta?
A las diez de la mañana de ese día comenzó el último acto en las Termópilas.
Poco a poco y lentamente, los barcos griegos fueron desfilando. Sobre las
cubiertas, los remeros y los marineros que navegaban hacia el Sur seguramente
habrán mirado hacia el desfiladero con una angustia sorda en el corazón. Más
de uno habrá inclinado la cabeza en señal de admiración y respeto. Quizás
alguno dejó caer una lágrima. Seguramente más de uno masticó una maldición.
Pero, en este tipo de situaciones, una "remota esperanza" no es una opción para
un hombre de honor. Leonidas, sus espartanos y los tespios estaban más allá de
toda especulación. No se trataba de ponerse a jugar a la ruleta con esperanzas.
Se trataba de algo similar a lo que sucedió en medio de la batalla de Waterloo
cuando el Mariscal Ney se puso a juntar las tropas dispersas y en retirada
gritándoles: "¡Vengan a ver cómo muere un mariscal de Francia!". Se trataba
del final. Y cuando llega el final, los hombres de verdad siempre quieren que sea
a toda orquesta.
Lo fue.
Los espartanos resistieron a pie firme la avalancha hasta que se les quebraron
las lanzas. Después, desenvainaron sus cortas espadas y se tiraron sobre el
enemigo.
No. No se
atrevieron. Esa es la
verdad. Hasta el día
de hoy los enanos
no se atreven a
acercarse a un
gigante y se
conforman con
escupirlo de lejos.
Siempre ha sido así.
Desgraciadamente,
quizás siempre siga
siendo así. Pero en
los gigantes El sitio de la Batalla Final con la piedra de la inscripción
derrotados de
antaño los gigantes de mañana hallarán un espejo en el cual mirarse y
reconocerse. Y, algún día, cuando hayamos llegado al fondo de la decadencia, la
estupidez, la hipocresía, la falsedad, la mentira, el egoísmo y la mediocridad;
cuando el mundo entero esté convertido en un ciénaga infame que devorará y
corromperá hasta a los mismos idiotas que la han producido; cuando los seres
humanos nos hallemos como Leónidas, con los caminos cerrados por delante y
por detrás; ése día — ¡Oh Dioses! ¡Cómo quisiera vivir para ver ese día! — ese
día los enanos se arrastrarán de rodillas a los pies del último gigante y llorando
le implorarán que los salve.
Y el último gigante mirará hacia las Termópilas y los salvará. Aún a riesgo de
que, una vez a salvo, los pequeños energúmenos mediocres terminen
escupiéndolo a él también. Porque para eso están los gigantes. Para eso son
héroes. Por eso existen. Por eso, hace ya más de 2400 años, alguien colocó un
león de piedra sobre la tumba de Leónidas. Por eso, desde hace más de 2400
años, los que pasan por el lugar en que se batieron los 300 espartanos se
encuentran con aquella vieja, triste, terrible pero hermosa inscripción:
Viajero:
Si vas para Esparta, dile a los espartanos
que aquí yacen sus hijos,
caídos en el cumplimiento de su deber.
Hace más de 2400 años esta inscripción le grita su mensaje al mundo desde la
tumba de aquellos gigantes, y en todo ese tiempo muy pocas personas
demostraron entender realmente su significado.
Quizás, en los próximos 2400 años serán algunos más.
Quisiera creerlo.
EPILOGO
Imagínense mil caballos al galope. Hoy, en la era de los blindados, los misiles y
las bombas "inteligentes", la palabra "caballería"" ha perdido casi todo su
esplendor. Sin embargo, hagan la prueba una vez que puedan; párense al lado
de un hombre a caballo e imagínense, por un instante, que es un enemigo
dispuesto a atacar. Pueden creerme: se sentirán bastante mal. Un infante se
siente como un gusano al lado de un jinete. Y lo que Mardonias lanzó a la carga
no fue un jinete. Fueron mil. Mil caballos son una topadora horrorosa. Mil
jinetes al galope hacen temblar la tierra. No en sentido figurado. Literalmente.
Cuatro mil patas de caballo golpeando el suelo convierten la tierra en un
tambor. Viéndolos venir uno debe creer que la Cordillera de los Andes se le
viene encima.
Pausanias ordenó a sus espartanos cerrar la brecha. Los
hombres de Esparta, en una maniobra tan rápida como
impecable, tomaron posición. Clavaron sus lanzas en la
tierra, apoyaron sus escudos en el suelo, se afirmaron
contra ellos, apretaron los dientes y se prepararon para
resistir el embate. Resistieron. Estaban hechos para
resistir.
Pausanias lanzó un suspiro que podría haber llegado a barrer las nubes del
Olimpo.
***********************
La libertad es una hermosa palabra. Quizás sea la palabra mis gastada del
vocabulario político pero, aun así, ni uso ni abuso han conseguido quitarle su
aura mágica; su destello de grandeza; su sabor a Paraíso.
¡Libertad!
¡Cuantas veces, cuantos hombres han exclamado esta palabra! ¡Y qué pocos se
han detenido a meditar si, en absoluto, la empleamos correctamente! ¡Cuantos
hasta desconocen su sentido!
Porque lo tiene, por supuesto. Pero, ¿es tan obvio como parece?. Pregúntenle al
primero que encuentren: "¿Qué es la libertad?" Lo digo en serio. Hagan la
prueba. Les garantizo que las respuestas serán sorprendentes.
El joven les dirá que la libertad es poder hacer lo que a uno se le da la gana. El
adulto les dirá que es realizar la vocación de cada uno sin molestar al prójimo, lo
cual es lo mismo pero con condicionamientos. El anciano les dirá que es la
posibilidad de vivir en paz, lo cuales otra vez lo mismo pero con claudicaciones.
El político les dirá que es la posibilidad de votar y elegir entre los cuatro, cinco o
cuarenta candidatos que consiguieron juntar el dinero para pagarse una
campaña electoral. El sacerdote les dirá que es una gracia divina en virtud de la
cual somos responsables por nuestros actos. Algunos filósofos les dirán que es
un estado de ánimo; otros, que es una entelequia; otros, que no existe tal cosa.
El abogado penalista les dirá que es aquello de lo cual goza una persona cuando
no está en prisión; el constitucionalista dirá que es lo que resguardan las
garantías constitucionales. El militar les dirá que es lo que tiene un Pueblo
cuando es lo suficientemente fuerte como para poder defenderse con éxito. El
médico les contestará que es el goce de la plenitud de las potencialidades de un
organismo. El sociólogo que es la ausencia de coerción sobre las tendencias
normales y naturales del individuo...
Sea por los motivos que fueren, todos quieren la libertad. Cada uno la entiende a
su manera pero todos están igualmente de acuerdo en exigirla. La enorme
mayoría concibe la ausencia de su particular y privada forma de concebir a la
libertad como un yugo. Y en esa pretensión, lo que la gran mayoría ignora
olímpicamente es que, para vivir sin yugos, hay que estar primero a la altura de
las responsabilidades que eso implica.
Por eso deberíamos aprender a no dejar que nos roben o que nos ensucien las
libertades concretas que fuimos conquistando. Los que trabajaron y los que
murieron para que las tengamos no lucharon para que terminen siendo
patrimonio de parásitos. Demasiadas veces nos damos por satisfechos con una
"garantía" de libertad, abdicando - de hecho - de su ejercicio concreto. Y
demasiadas veces también se ha exigido la libertad sin comprometer la
correspondiente responsabilidad para ejercerla. Deberíamos aprende a no
dejarnos secuestrar las libertades que nos corresponden y a no exigir tampoco
aquellas que superan nuestras responsabilidades.
Si no logramos ese equilibrio, fatalmente nos sucederá lo que les ocurrió a los
griegos.
*********************
Temístocles se pasó al enemigo y murió ejerciendo el cargo de gobernador persa
en una ciudad del Asia Menor.
Arístides murió tan pobre que el Estado tuvo que pagar su funeral.
APÉNDICE
Indice de Anexos
Cronograma de la Antigua
Grecia
Año Política y Sociedad
A. Año Pensamiento y Cultura
C.
Prehistoria 1200 Arte geométrico
Dorios invaden Grecia y destruyen
c 1200
civilización Micénica
Se generaliza uso de hierro para armas
c 1130
y utensilios
Colonias griegas en costa jónica de
c 1100
Asia Menor 800
. Era aristocrática
. . c 776 Primero Juegos Olímpicos
Desarrollo de la música. Influjos
c 750 Colonias griegas en Italia c. 750
orientales en arte griego
750-
. . Homero: Ilíada y Odisea
700
. . Arte arcaico
. . c. 705 Comienzan construcciones de piedra
Atenas se junta con otras ciudades de
c. 700 Atica para formar una sola comunidad c. 700 El poeta Hesíodo
política
La figura humana aparece como tema
. . c. 700
principal de las pinturas en cerámica
Atenas reduce a un año el período del
c. 683 arconte, gobernante de la república
aristocrática
. . c. 675 El poeta Arquíloco en Paros
Se desarrolla la escultura de figuras
. . c. 650
solas y grandes
. . c. 630 El poeta Alceo en Esparta
Dracón da a Atenas sus primeras leyes
c. 620
escritas
En la Grecia de tierra firme se
c. 610 extiende el uso de monedas como
dinero
Se desarrolla el estilo de la figura
. . c. 600
negra en la cerámica ática
c. 600 Poesía lírica: Safo y Alceo en Lesbos
Comienza Solón sus reformas sociales
594
y legales
Tales, Anaximandro y Anaxímenes:
Era de tiranos en Atenas c. 580
comienza la ciencia y la filosofía
El tirano Pisístrato toma el poder de
561
Atenas
Domina la arquitectura dórica.
c 550
Comienza el influjo de la jónica
Tespis hace dar los primeros pasos a la
c. 534
tragedia griega
Pitágoras funda comunidad religiosa
c. 530
en Crotona
Pisístrato hereda el poder a sus dos Se desarrolla el estilo de la figura roja
527 c. 525
hijos en la cerámica
520 Persia se apodera de Jonia
514 Asesinan al hijo mensor de Pisístrato
510 Expulsan al otro hijo de Pisístrato
507 El tirano Clístenes toma el poder e
inicia el camino hacia la democracia
Preparado por
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A los griegos que se hallaban en las Termópilas el primero que les anunció que iban a
morir al rayar el día fue el adivino Megistias, pues lo había observado en las entrañas de
las víctimas; posteriormente, hubo asimismo unos desertores que les informaron de la
maniobra envolvente de los persas (esos sujetos dieron la alarma cuando todavía era de
noche); mientras que, en tercer lugar, lo hicieron los vigías, que bajaron corriendo de las
cumbres cuando ya alboreaba el día.
Entretanto, al salir el sol, Jerjes efectuó unas libaciones y, tras aguardar cierto tiempo,
poco más o menos hasta la hora en la que el ágora se ve concurrida, inició finalmente su
ataque (pues era eso precisamente lo que le había recomendado Epialtes, ya que para
bajar desde la montaña se necesitaba menos tiempo, y el trecho a salvar era mucho más
corto que para subir a ella dando un rodeo).
Los bárbaros de Jerjes se lanzaron, pues, al asalto y, en aquellos instantes, los griegos de
Leónidas, como personas que iban al encuentro de la muerte, se aventuraron, mucho
más que en los primeros combates, a salir a la zona más ancha del desfiladero. Durante
los días precedentes, como lo que se defendía era el muro que protegía la posición, se
limitaban a realizar tímidas salidas y a combatir en las zonas más angostas. Pero en
aquellos momentos, trabaron combate fuera del paso y los bárbaros sufrieron cuantiosas
bajas, pues, situados detrás de sus unidades, los oficiales, provistos de látigos, azotaban
a todo el mundo, obligando a sus hombres a proseguir sin cesar su avance. De ahí que
muchos soldados cayeran al mar, perdiendo la vida, y muchísimos más perecieron al ser
pisoteados vivos por sus propios camaradas; sin embargo, nadie se preocupaba del que
sucumbía. Los griegos, como sabían que iban a morir debido a la maniobra envolvente
de los persas por la montaña, desplegaron contra los bárbaros todas las energías que les
quedaban con un furor temerario.
Llegó, finalmente, un momento en que la mayoría de ellos tenían ya sus lanzas rotas,
pero siguieron matando a los persas con sus espadas. En el transcurso de esta gesta cayó
Leónidas, tras un heroico comportamiento, y con él otros destacados espartiatas, cuyos
nombres he conseguido averiguar, ya que fueron personajes dignos de ser recordados, y,
asimismo, he logrado averiguar, en su totalidad, los nombres de los trescientos.
Como es natural, allí también cayeron muchos persas de renombre, entre quienes,
concretamente, se contaban dos hijos de Darío, Abrócomas e Hiperantes, a quienes el
monarca tuvo con la hija de Artanes, Fratagune. (Artanes era hermano del rey Darío, e
hijo de Histaspes y nieto de Arsames; y, cuando le dio a Darío la mano de su hija, de
paso la dotó con la totalidad de su hacienda, dado que la muchacha era su única
descendencia.)
Como digo, allí cayeron luchando dos hermanos de Jerjes. Por el cadáver de Leónidas
se suscitó una encarnizada pugna entre persas y lacedemonios, hasta que los griegos,
merced a su valentía, lograron hacerse con él y en cuatro ocasiones obligaron a
retroceder a sus adversarios.
Esa fase de la batalla se prolongó hasta que se presentaron los persas que iban con
Epialtes; pues, cuando los griegos se percataron de que dichos efectivos habían llegado,
la lucha cambió radicalmente de aspecto: los griegos se batieron en retirada hacia la
zona más estrecha del paso y, después de rebasar el muro, fueron a apostarse sobre la
colina todos ellos juntos a excepción de los tebanos. (La colina está a la entrada, donde
en la actualidad se alza el león de mármol erigido en honor de Leónidas.) En dicho lugar
se defendían con sus dagas quienes tenían la suerte de conservarlas todavía en su poder,
y hasta con las manos y los dientes, cuando los bárbaros los sepultaron bajo una lluvia
de proyectiles, ya que unos se lanzaron en su persecución y, tras demoler el muro que
protegía la posición, los hostigaban de frente, mientras que otros, después de la
maniobra envolvente, los acosaban por todas partes (...)
Los griegos fueron sepultados en el mismo lugar en que cayeron, al igual que quienes
murieron antes de que se retiraran los que habían sido autorizados a ello por Leónidas, y
sobre sus tumbas figura grabada una inscripción que reza así:
Como digo, esta inscripción hace referencia a la totalidad de los caídos, mientras que a
los espartiatas en particular se refiere esta otra:
Ellos, entonces, no con espíritu de indisciplina, sino con alma dócil al jefe, estuvieron
haciendo la cena y los marineros atando los remos a los escálamos, que a los toletes
bien se ajustaban. Pero, cuando la claridad del sol se extinguió y ya la noche se estaba
acercando, todo marino señor de remo fue entrando en su nave y también todo el que
había de luchar con las armas. En cada larga nave los bancos de remeros iban
animándose entre sí, y todos navegaban en el puesto asignado, y a lo largo de toda la
noche los jefes de las naves hicieron que toda la gente marinera preparase la travesía.
La noche avanzaba, pero la escuadra griega no hacía una salida furtiva por ningún sitio.
Pero después que el día radiante, con sus blancos corceles, ocupó con su luz la tierra
entera, en primer lugar, un canto, un clamor a modo de himno, procedente del lado de
los griegos, profirió expresiones de buenos augurios que devolvió el eco de la isleña
roca. El terror hizo presa en todos los bárbaros, defraudados en sus esperanzas, pues no
entonaban entonces los griegos el sacro peán como preludio para una huida, sino como
quienes van al combate con el coraje de almas valientes. La trompeta con su clangor
encendió el ánimo de todos aquéllos. Inmediatamente con cadenciosas paladas del
ruidoso remo golpeaban las aguas profundas del mar, al compás del sonido de mando.
Rápidamente todos estuvieron al alcance de nuestra vista.
La primera, el ala derecha, en formación correcta, con orden, venía en cabeza. En
segundo lugar, la seguía toda la flota. Al mismo tiempo podía oírse un gran clamor:
"Adelante, hijos de los griegos, libertad a la patria. Libertad a vuestros hijos, a vuestras
mujeres, los templos de los dioses de vuestra estirpe y las tumbas de vuestros abuelos.
Ahora es el combate por todo eso".
En verdad que de nuestra parte se les oponía el rumor de la lengua de Persia. Ya no era
tiempo de andarse con dilaciones. Inmediatamente una nave clavó en otra nave su
espolón de bronce. Inició el ataque una nave griega y rompió en pedazos todo el
mascarón de la popa de un barco fenicio. Cada cual dirigía su nave contra otra nave. Al
principio, con la fuerza de un río resistió el ataque el ejército persa; pero, como la
multitud de sus naves se iba apelotonando dentro del estrecho, ya no existía posibilidad
de que se ayudasen unos a otros, sino que entre sí ellos mismos se golpeaban con sus
propios espolones de proa reforzados con bronce y destrozaban el aparejo de remos
completo.
Entretanto, las naves griegas, con gran pericia, puestas en círculo alrededor, las
atacaban. Se iban volcando los cascos de las naves, y ya no se podía ver el mar, lleno
como estaba de restos de naufragios y la carnicería de marinos muertos. Las riberas y
los escollos se iban llenando de cadáveres. Cuantas naves quedaban de la armada
bárbara todas remaban en pleno desorden buscando la huida. Los griegos, en cambio,
como a atunes o a un copo de peces, con restos de remos, con trozos de tabla de los
naufragios, los golpeaban, los machacaban. Lamentaciones en confusión, mezcladas con
gemidos, se iban extendiendo por alta mar, hasta que lo impidió la sombría faz de la
noche.
El inmenso número de males, aunque durante diez días estuviera informando de modo
ordenado, no podría contártelo entero, pues, sábelo bien, nunca en un solo día ha muerto
un número tan grande de hombres (...)
Ante la isla de Salamina hay un islote carente de puertos para las naves, que Pan, el dios
amante de los coros, protege con su presencia a la orilla del mar. Allí los había enviado
Jerjes con la intención de que, cuando los enemigos derrotados salieran de las naves y
procuraran ponerse a salvo en la isla, dieran muerte al ejército griego caído en sus
manos y salvaran, en cambio, a los suyos de las corrientes del mar. ¡Mal adivinaba el
futuro! Pues, cuando un dios hubo concedido a los griegos la gloria de la victoria del
combate naval, el mismo día, tras guarnecer sus cuerpos de armas defensivas de bronce
excelente, fueron saltando desde las naves y rodeando toda la isla, de tal modo que no
era posible a los persas hallar un lugar al que dirigirse y eran golpeados por lluvia de
piedras tiradas a mano, y, por los dardos que les caían impulsados por la cuerda del
arco, fueron pereciendo. Y al final, se lanzaron contra ellos con unánime gritería y los
golpearon, destrozaron los miembros de los infelices hasta que del todo les quitaron a
todos la vida.
Heródoto menciona a varias "naciones" y pueblos que entregaron tierra y agua a los
embajadores del gran rey, como - por ejemplo - durante la campaña de Jerjes (480 AC) -
los Tesalios y los Beocios. En la inscripción Daiva, Jerjes anuncia con orgullo que
reinaba por sobre "los Yaunâ (Griegos) que moran a este lado del mar y los que moran
al otro lado del mar".
Cf.Amélie Kuhrt, "Earth and water" en: A. Kuhrt and H. Sancisi-Weerdenburg (ed.), Achaemenid
History III (1988 Leiden)
Pero si era conveniente someter al sufragio general la elección de los éforos, debió
adoptarse un método menos pueril que el actual. Por otra parte, como los éforos, no
obstante proceder de las clases más humildes, deciden soberanamente las cuestiones
más importantes, hubiera sido muy bueno no fiarse a su juicio arbitrario, y sí someterlos
a reglas estrictas y leyes positivas. En fin, las mismas costumbres de los éforos no están
en armonía con el espíritu de la constitución, porque son muy relajadas, mientras que
los demás ciudadanos están sometidos a un régimen que podría tacharse más bien de
excesivamente severo, y al cual los éforos no tienen el valor de someterse, y así eluden
la ley entregándose en secreto a toda clase de placeres".
Cf. Aristóteles "Política" Libro 2 - Cap. VI)
INTRODUCCIÓN
La cruel depredación del tiempo no ha sido amable para con los griegos. Guerra,
saqueo, fuego, terremoto, robo y fanatismo religioso han conspirado conjuntamente con
el normal decaimiento de los siglos para robarnos la mayor parte de lo que fue escrito
por los antiguos; y la poesía no ha escapado a este destino. Nos ha quedado muy poco,
algunas veces sólo fragmentos de obras mayores. Esparta no es recordada por su
literatura, contrariamente a Atenas, pero de ninguna manera fue tan culturalmente
atrasada como se la ha retratado. Hubo un florecimiento de las artes, tan excelsas como
cualquier otra en Grecia, antes que el rigor del sistema de Licurgo y su conservativismo
correlativo aminorara la creatividad nativa de Esparta y desalentara a los poetas errantes
buscadores de patrocionio. Y aún así, los espartanos aprendieron su Homero, celebraron
los versos guerreros de Tirteo, y fueron felicitados por sus contemporáneos por la
belleza de sus himnos religiosos y sus cantos corales. Si más de estos hubieran
sobrevivido, nuestra visión de los espartanos sería más favorable, con total certeza.
La selección que sigue a continuación, o bien está tomada de las obras de poetas
laconios conocidos y probables, o bien se trata de obras que fueron escritas sobre temas
espartanos. La traducción que he intentado hacer aquí al castellano - con mi mejor
conciencia y (¡limitada!) ciencia - está basada en originales ingleses provenientes de
varias fuentes, especialmente de Barnstone and Lattimore, publicadas en la página Web
de Kevin Marshall (http://uts.cc.utexas.edu/~sparta/topics/poetry.htm).
Fronteras
Deberías alcanzar los límites de la virtud
antes de cruzar las fronteras de la muerte.
Coraje
Ningún hombre su valía en la guerra ha demostrado
antes soportar el enfrentamiento con la sangre y la muerte,
cerca del enemigo y luchando con sus propias manos.
Aquí es donde está el coraje, la posesión humana más preciada,
aquí está el premio más noble que un joven hombre le es dado.
Y sucede algo bueno, que con él comparten su ciudad y su gente,
cuando un hombre se planta junto a las lanzas de quienes están al frente,
impávido, todo pensamiento de cobarde huida olvidado,
y con un corazón tenaz, perseverante y bien templado,
aun tiene palabras de aliento para el hombre que lucha a su lado...
Esparta
Allí florece la punta de lanza de jóvenes hombres,
allí es dónde la Musa es elocuente;
allí es dónde la Justicia por anchos caminos
le presta su fuerza a acciones de Honor.
Himno a Zeus
Zeus, gestador de todos nosotros;
gobernador de todas las cosas,
Zeus te traigo esta ofrenda:
la génesis de mi canto.
Esparta
Aquí hay consejos de ancianos
y lanzas conquistadoras, y jóvenes espartanos,
y danzas, y Musas, y entusiasmos..
A una poetisa
Afrodita comanda y el amor reina
sobre mi cuerpo y funde mi corazón
por Megalostrata, a quien la dulce Musa
ha dado, de la poesía, el sublime don.
¡Oh la feliz niña de rizos de oro!
POESÍA MODERNA
Termópilas
Honor a quienes en la vida que llevaron
definieron y defendieron sus Termópilas.
Honor a quienes la rectitud jamás traicionaron;
a quienes, consistentes y justos en todos sus gestos,
supieron también mostrar piedad y grandeza.
Honor a quienes, generosos en la riqueza,
han sido generosos también en la pobreza
manteniéndose generosos con pequeños hechos;
ayudando todavía, incluso con mermada fuerza,
diciendo la verdad con firmeza
mas sin odiar a los que mienten.
..."Por último, hay un error de concepto frecuente en cuanto a que la sociedad espartana
fue notoriamente homosexual. De un modo curioso, no hay fuentes contemporánea ni
evidencia arqueológica alguna que apoye esta ampliamente difundida presunción.
Jenofonte, la mejor fuente antigua sobre Esparta, explícitamente niega los ya entonces
comunes rumores en cuanto a una muy extendida pederastia. Aristóteles apuntó que el
poder de las mujeres en Esparta era típica de todas las sociedades militaristas y
guerreras sin un fuerte énfasis en la homosexualidad masculina - concurriendo así a
confirmar que en Esparta no existió este factor - que él considera "positivamente"
moderador - sobre el rol de las mujeres.
Fuentes antiguas:
Hay varios autores antiguos que se han referido a Esparta desde distintos puntos de vista
y diferentes ópticas. Los más importantes son:
Pausanias: Guía de Grecia
Jenofonte: La Sociedad Espartana
Plutarco:Sobre Esparta
Heródoto: Las Historias
Tucídides: Historia de la Guerra del Peloponeso
Fuentes modernas:
Stibbe, Conrad M., Das Andere Sparta, Philipp v. Zabern Verlag, Mainz am Rhein,
1996.
Forrest, W.G., A History of Sparta: 950 - 192 BC, W.W. Norton & Co., New York,
1968.
Hodkinson and Powell (ed.), Sparta: New Perspectives, The Classical Press of Wales,
2000.
Jones, A.H.M., Sparta, Barnes and Nobel, New York, 1993
Baltrusch, Ernst, Sparta: Geschichte, Gesellschaft, Kultur, C.H. Beck Verlag, München,
1998
Chrimes, K.M.T., Ancient Sparta: A Re-Examination of the Evidence, Manchester
University Press, Manchester, 1949
Kennel, Nigel M., The Gymnasium of Virtue: Education & Culture in Ancient Sparta,
Univ. of North Carolina Press, Chapel Hill & London, 1995.
Murray, Powyn, Early Greece, William Colins and Sons, London, 1980.
Link, Stephan, Der Kosmos Sparta, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt,
1994
Blundell, Sue, Women in Ancient Greece, British Museum Press, London, 1995.
Deltenhofer, Maria (ed.), Reine Männersache? Frauen in Männerdomänen der antiken
Welt, Deutsche Taschenbuch Verlag, 1994.
Sealey, Raphel, Women and Law in Classical Greece, University of North Carolina
Press, Chapel Hill & London, 1990.
Hodkinson, Stephen, Property and Wealth in Classical Sparta, Duckworth and the
Classical Press of Wales, 2000.
Novelas históricas:
Pressfield, Steven, Gates of Fire, Doubleday, New York, 1998.
Pressfield, Steven, Tides of War, Doubleday, New York, 2000.
Gordian,Robert , Death in Olympia, Munich, 2000.
Holt, Thomas, The Walled Orchard, Macmillan, London, 1990.
Lendle, Otto, Die Söldner von Kyros, Primus Verlag, 1999.