Alumna: Terán Enríquez Mónica Fabiola Asesora: Profesora Rosana Fautsch
Manía y Melancolía: Freud Freud define la melancolía de la siguiente manera: “La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación de interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”. (Freud, “Duelo y Melancolía”, Pp. 242). Freud dice que tanto en el trabajo de duelo como en la melancolía, perdemos un objeto amado. Al perder un objeto amado, es necesario retirar de él la libido que habíamos depositado en él. En el duelo, esto se hace poco a poco, pero se logra. En la melancolía, continuamos invistiendo con nuestra libido al objeto perdido, aunque éste perdido para siempre. La salida normal a la pérdida de algo amado es el duelo y la reintegración de nuestra libido a un nuevo objeto o a nosotros mismos. La melancolía es la salida morbosa, que provoca que la libido no se desprenda del objeto perdido y nos coloca en un círculo vicioso de dolor. Una teoría de Freud del porque se da esta diferencia, es que en el duelo la persona sabe que fue lo que perdió. En cambio en la melancolía, se da una pérdida, pero no se sabe exactamente que se perdió. Ese algo que se perdió está en el inconsciente, donde el enfermo no puede acceder, impidiéndole llevar a cabo un proceso de duelo sano. Lo perdido no es consiente, por eso sigue perturbando al enfermo. El sujeto no puede dar cuenta de lo que ha perdido ni logra precisar la magnitud de dicha pérdida. El sujeto sufre de una inhibición y de un angostamiento del Yo definido por Freud como un “cuadro de delirio de insignificancia moral”. En la melancolía se da un empobrecimiento del yo mismo. En el duelo se empobrece el mundo, pero en la melancolía no sólo es el mundo lo que se empobrece, también el mismo yo del melancólico se empobrece. Además el melancólico tiene insomnio, repudia el alimento, y desprecia la vida, la cual quisiera que terminara, contraviniendo el instinto universal de apego a la vida. El melancólico toma su propio yo como objeto, y lo ataca, denigrándolo. Así, de alguna manera escinde su yo en una parte que ataca y otra que es atacada. Sin embargo, al examinar sus ataques a sí mismo, a veces puede verse que en realidad está criticando a otro, quizá a aquello que perdió, pero como ya no puede reprochárselo directamente al objeto perdido, lo sustituye por sí mismo. “Todo eso rebajante que dicen de sí mismos en el fondo lo dicen de otro” (Freud, “Duelo y melancolía”, Pp. 246). El proceso de la melancolía según Freud es que primero se da una investidura de objeto sobre algo o alguien, luego este objeto se pierde, pero la libido no toma el camino de buscar otro objeto, sino que la libido regresa al yo. Y lo que sucede es que esta libido proyectada sobre el yo sólo sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. Se debe dar una extrema fijación en el objeto de amor, y una escasa resistencia a la investidura de objeto. “La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada”. (Freud, “Duelo y Melancolía”, Pp. 247). Freud dice que es posible que todo se deba a que la persona escogió en forma narcisista a su objeto de amor, algo o alguien con quien podría identificarse su yo. Así la melancolía, al tener un objeto narcisisticamente escogido, al perderlo, vuelve al narcisismo primario. “Si el amor por el objeto –ese amor que no puede resignarse al par que el objeto mismo es resignado, se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciendo lo sufrir y ganando en ese sufrimiento una satisfacción sádica”. (Freud, “Duelo y melancolía”, Pp. 248) A veces el odio a sí mismo, toda esa libido acumulada puede incluso llevar hasta el suicidio a las personas melancólicas. Al tratar el yo como objeto, este se convierte en objeto de odio, y si estos sentimientos de libido no se proyectan en el exterior, lo harán sobre el yo, el cual atraerá toda la libido del objeto perdido y el odio hacia él. En la melancolía hay riesgo de suicido. También se puede ver un fenómeno interesante. A veces la melancolía se muda en manía, y entonces toda la libido del yo se extiende al mundo, pero de una manera peligrosa. Se extiende la libido, y arrasa con todo. Es un amor mortífero. El maníaco pierde la noción de las cosas, y se provoca múltiples problemas con ese intento de influir ferozmente en la realidad. “La manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas afecciones pugnan con el mismo “complejo”, al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado y lo ha hecho a un lado.” (Freud, “Duelo y Melancolía”, Pp. 251). En la manía, cuando la libido queda libre del yo, esta libido se proyecta hacia el mundo, pero de una forma exagerada e incontrolable. La represión es vencida. “En la manía el yo tiene que haber vencido la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizá al objeto mismo), y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra también inequivocadamente su emancipación del objeto que le hacia penar.” (Freud, “Duelo y Melancolía”, Pp. 252). En la melancolía hay una ambivalencia de sentimientos frente al objeto investido. Además el amor se sustrae de la su desaparición de su objeto, huyendo hacia el yo. “De las tres premisas de la melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo, a las dos primeras las encontramos en los reproches obsesivos tras acontecimientos de muerte. Ahí, sin duda, es la ambivalencia el resorte del conflicto y la observación muestra que expirado esto, no resta nada parecido al triunfo de una complexión maníaca.” (Freud, “Duelo y melancolía”, Pp. 255). “Aquella acumulación de investidura antes ligada que se libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión de la libido al narcisismo. El conflicto en el interior del yo, que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto, tiene que operar a modo de una herida dolorosa que exige una contrainvestidura grande en extremo”. (Freud, “Duelo y melancolía”, Pp. 255). De esta forma es como nacen los ataques maníacos en la melancolía. Se dan cíclicamente, una vez que el sujeto logra sustraer la libido de su yo (proyectado allí por la pérdida de un objeto). Pero la libido se vuelve incontrolable, dando lugar a la manía. En “Duelo y Melancolía”, la manía aparece como lo simétrico a la melancolía, y ambas responden a un mismo conplejo y tienen idéntico contenido. La diferencia entre ambas patologías radica en el dominio o no del Yo de tal complejo. Mientras que en la melancolía el sujeto sucumbe a los efectos de dicho complejo, en la manía el sujeto parece festejar su dominio sobre él. Lacan En el psicoanálisis se dice que la forclusión del nombre del padre es una causa de psicosis, incluyendo la psicosis maníaca depresiva, ahora llamada trastorno bipolar, que engloba la manía y la depresión. Es una falla de estructura. Se dan trastornos de lo imaginario, lo simbólico y lo real: trastornos específicos del lenguaje, trastornos del goce, etc. En el shintome Lacan generaliza la forclusión, el rechazo del sentido de lo real. Parte de una “forclusión generalizada”. La psicosis ordinaria se discierne por manifestaciones discretas de la clínica de la forclusión. En la psicosis ordinaria, vemos que el registro imaginario está desanudado. La forclusión generalizada quiere decir que el Otro está agujereado para todo sujeto. Lacan considera la angustia como el afecto del sujeto ante el deseo del Otro, del hecho de no saber qué se es para el deseo del Otro. La angustia queda así relacionada con el agujero estructural de lo simbólico. Cuando el sujeto ya no tiene puntos de referencia en lo simbólico, se manifiesta la angustia como este afecto de excepción vinculado con la certeza. “Mientras que en la melancolía el sujeto se sumerge en la identificación con el objeto perdido, en la manía lo que se produce es el triunfo sobre el objeto”. (Silva Elena Tenderlaz. “Psicosis: lo clásico y lo nuevo”. Pp. 197) Si comenzamos a considerar el desencadenamiento de la psicosis como el encuentro irreversible y traumático con el agujero abierto en lo simbólico por la forclusión del nombre del padre, podemos afirmar que el vacío forclusivo se corresponde con un momento de angustia fundamental. Lo que es forcluido en lo simbólico, retorna en lo real. El desenfreno de un sujeto maníaco, su aparente carácter desinhibido, puede ser entendido en realidad como el resultado de la supresión de la instancia inhibidora misma. “En la melancolía el sujeto se identifica a ese resto que es el objeto a y esto es lo que empuja al pasaje al acto suicida; en la manía vemos un retorno en lo real de una excitación mortal, efecto de la no extracción del objeto. Es lo que Lacan denomina en el seminario La angustia “insurrección del objeto a”.” (Silva Elena Tenderlaz. “Psicosis: lo clásico y lo nuevo”. Pp. 193) El maníaco parece liberado de relaciones con cualquier instancia de dominio. Se diferencia sin duda del sujeto histérico que, al rebelarse ante los mandatos del significante Amo, muestra su inscripción en el discurso. “La manía está relacionada con la exaltación, la excitación; el sujeto está insomne, no puede parar de moverse, presenta lo que en psiquiatría se denomina logorrea, no puede parar de hablar”. (Silva Elena Tenderlaz. “Psicosis: lo clásico y lo nuevo”. Pp. 193) En la manía, el yo desaparece. “En la manía el sujeto está casi permanentemente en una situación de desenfreno; esto lo lleva al mismo filo mortal, porque un sujeto en estado maníaco puede morir por no poder parar”. (Silva Elena Tenderlaz. “Psicosis: lo clásico y lo nuevo”. Pp. 193) Desde la psiquiatría la manía ha sido descrita destacando su condición de exceso y desenfreno. Emil Kraepelin señala que en realidad la manía se caracteriza por la ausencia de productividad de ideas, las cuales son reemplazadas por la repetición monótona de palabras y de asociaciones por consonancia. Se produce una ilusión de dominio de las mismas, pero en realidad es el resultado de la euforia que afecta al paciente. La logorrea marcada evidencia la falta de unidad interior del curso de las representaciones, pérdida de dominio que tiene a la incoherencia y culmina con la fuga de ideas. Kraepelin señala que, si bien hay un incremento en la actividad, el potencial real de trabajo decae notablemente por la falta de perseverancia y la dispersión concomitante. Ve a diferencia de la manía aguda (que se inicia con una explosión repentina) de la manía delirante (caracterizada por la presencia de ideas delirantes y trastornos sensoriales episódicos) y de la manía confusa (definida por la presencia de ilusiones, ideas delirantes desorganizadas, alucinaciones y desorientación en el tiempo y el espacio). “La manía corresponde a un retorno el real “al filo mortal del lenguaje”. Es una excitación mortal….En la manía se produce descriptivamente la fuga de ideas, la logorrea, el sujeto queda por fuera del punto de basta y esta deriva maníaca responde al deslizamiento metonímico”. (Silva Elena Tenderlaz. “Psicosis: lo clásico y lo nuevo”. Pp. 195). En el seminario de la angustia, al designar el objeto causa del deseo –el objeto a- como el verdadero objeto de la pérdida implicada en el duelo y en la melancolía, Lacan corrige a Freud. Freud había ampliado a la manía la explicación proporcionada sobre la melancolía respecto de la pérdida del objeto: pérdida a la que sucumbe el melancólico y sobre la cual triunfa con la manía. Lacan deshace tal vínculo. Lacan dice que en la manía se trata de la ausencia de la función de a y ya no simplemente de su desconocimiento. Es por eso que el sujeto ya no es lastrado por ningún a que a veces lo entrega sin ninguna posibilidad de escapatoria a la metonimia infinita y lúdica, pura, de la cadena significante. La no función de (a) imposibilita el pasaje del goce a la contabilidad y tiene como correlato el desenfreno metonímico que atenta contra la reserva libidinal del sujeto. Lacan, al tomar el fenómeno de la fuga de ideas, esa logorrea en que el sujeto se anula y donde se pierde la intención de significación, la toma como una metonimia infinita. Alain Miller dice “El (maníaco) va a morir, pero mientras no está muerto goza hasta el hartazgo. En la manía tenemos una pulsión de muerte acelerada, la muerte está al final… debido a la intensificación del goce que extrae de la lengua.” Lacan, en “Televisión” dice “Y lo que resulta por poco que esta cobardía, de ser desecho del inconsciente, vaya a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado el lenguaje; es por la excitación maníaca que este rechazo se hace mortal”. Si el retorno de lo real tiene como condición la forclusión del Nombre del Padre y la ruptura de la cadena significante, en la manía ese retorno se manifiesta como el despliegue de una sucesión acelerada de los significantes liberada de las determinaciones de la semántica. Esto implica que las pulsiones mismas se emancipan de de la articulación gramatical y de la barrera que impone el sentido, ya que el efecto de significación promovido por el punto de almohadillado constituye una atenuación, una barrera al goce de lalengua. Miller, en el curso de “La fuga de sentido” señala que el sentido es exactamente un objeto perdido, un objeto perdido del lenguaje que no se puede recuperar en términos del objeto a. Plantea que la fuga del sentido es una propiedad de estructura del sentido, que esa fuga es permanente, no cambia, y en ello constituye un real del lenguaje. Posteriormente Miller ubica la función del fantasma que logra coagular el sentido y nos permite situarnos y sostenernos. Si bien habla de la esquizofrenia como la estructura clínica en la que se afronta lo real sin fantasma, cree que es posible ubicar en la misma condición a la manía. “Se califica por ejemplo a la tristeza de depresión, cuando se le da el alma por soporte, o la tensión psicológica del filósofo Pierre Janet. Pero no es un estado de alma, es simplemente una falla moral, como se expresaba Dante, incluso Spinoza: un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensamiento, o sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura. Y lo que resulta por poco que esta cobardía, de ser desecho del inconsciente, vaya a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado, del lenguaje; es por la excitación maníaca que ese retorno se hace mortal.” (Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, Lacan).