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Dios todavía no ha creado el mundo; solo está imaginándolo, como entre sueños. Por
eso el mundo es perfecto, pero confuso.
ELISA. No, Valerio; no puedo arrepentirme de todo cuanto hago por vos. Me siento
movida a ello por un poder demasiado dulce, y no tengo siquiera fuerza para desear
que las cosas no sucedieran así. Mas, a deciros verdad, el buen fin me causa
inquietud, y temo grandemente amaros algo más de lo que debiera.
VALERIO. ¡Eh! ¿Qué podéis temer, Elisa, de las bondades que habéis tenido conmigo?
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta
de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para
apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente
Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola
con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis
brazos era siempre Lolita. (…)
Todas las noches después de la cena salgo, en compañía de mis dos perros, hasta
Park Avenue, para darle un paseo a mi cigarro. Mi cigarro es del mismo color que mis
dos perros, y a mis perros también los atrae su aroma: me saltan por las piernas
cuando lo enciendo antes de echar a andar, con los hocicos ensanchados y los ojos
estrechamente enfocados, con esa mirada glotona que ponen cada vez que les ofrezco
galletas para mascotas o una bandeja de canapés condimentados que haya sobrado
de uno de nuestros cocteles. (…)
"Las caras rojas, barnizadas por el sol, brillaban con el reflejo de las llamas
del hogar: los cuerpos rezumaban el sudor de la penosa jornada, saturando
de grosera vitalidad la atmósfera ardiente de la cocina, y a través de la
puerta de la masía, bajo un cielo de color violeta en el que comenzaban a
brillar las estrellas, veíanse los campos pálidos e indecisos en la penumbra
del crepúsculo, unos segados ya, exhalando por las resquebrajaduras de su
corteza el calor del día, otros con ondulantes mantos de espigas,
estremeciéndose bajo los primeros soplos de la brisa nocturna."
Fuente: Wikisource
Ensayo
Del ensayo “La voluntad del barroco” por José Ortega y Gasset