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CR. 20181121 1630 - Resurrección (I) (pp.

166-172)

NOTA: Fresneda se salta el apartado 2.5.3. Sepultura

Esquema: B. Resurrección. Intro; C. Resurrección. Datos históricos

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DESARROLLO

A. Introducción a la clase (0'00'')

(FALTA)

B. Resurrección. Intro. (08'05'')

2.6. La Resurrección.

2.6.1. Introducción

No cabe duda que el final de la vida de Jesús origina en los discípulos una crisis que les
separa de su seguimiento. La crisis que padecen va más allá de la sorpresa que les supone su forma
de morir.

Y tiene dos razones de fondo: su pertenencia al pueblo elegido y su confianza en la vida y


predicación de Jesús:

La primera obedece a que todo judío de bien ya no puede garantizar que el mensaje de Jesús
se equipare al mensaje de Dios, o que se pueda hacer en su nombre, pues el rechazo de las
autoridades religiosas y la condena de Pilato evidencian un alejamiento divino con el que se prueba
la falsedad de su doctrina, o lo utópico de su enseñanza y vida. Las frases vociferadas por los sumos
sacerdotes y escribas cuando Jesús está crucificado van en este sentido: «Si es Hijo de Dios, que
baje de la cruz [...] Se ha fiado de Dios: que lo libre si es que lo ama». Aunque sean redaccionales,
el trasfondo último responde a esa confianza ilimitada en Dios de todo fiel justo. Y los discípulos no
comprueban que Dios mueva un hilo en favor de Jesús.

La segunda corresponde al sentido de la vida de Jesús, que ha sido proclamar el Reino de


Dios, de forma que sus obras y su doctrina implican el inicio de la presencia histórica de la
misericordia y el perdón de Dios procedentes del amor ilimitado a sus hijos, a su creación. Y los
discípulos se han implicado en este mensaje hasta simbolizar con el Maestro la salvación de Dios en
Israel.

Por consiguiente, la muerte de Jesús es la «muerte» del Dios que ofrecen a sus
conciudadanos. Con la desaparición de estos dos agentes de la salvación se anula toda posibilidad
de proseguir su acción en la historia. Se inutiliza la fe en Dios y la confianza en Jesús, y con ellas la
esperanza suscitada en sus vidas y el compromiso radical formulado al acompañar a Jesús: «Mira,
nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». La muerte en cruz de Jesús sentenciada en un
juicio legal y por una causa tipificada en el derecho del Imperio destruye toda su pretensión y la de
sus partidarios. Más aún. Ser acusado como «rey de los judíos» excluye a Jesús de morir como un
mártir por la causa que defendió, y sus seguidores quedan incapacitados para esgrimirla en adelante.

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Los discípulos desertan y dejan a Jesús solo. Suena su aviso momentos antes de ser
apresado: «Todos vais a fallar [...] Lo abandonaron todos y huyeron». Y lo demuestra el hecho de
que ni se presentan para darle sepultura. Las autoridades religiosas llevan toda la razón y la fe en el
Señor continúa en las coordenadas que defienden de tiempo, pues han probado que es falsa la vida
de Jesús y el ámbito de esperanza que había creado fundado en la historia profética de Israel. Su
proyecto queda así aparcado. Humanamente no hay otra salida sino aceptar el fracaso. La única
posibilidad de resolver esta situación es que Dios diga otra cosa, porque ésta es una cuestión que
atañe directamente a Él, porque es a Él a quien ha obedecido y se ha entregado Jesús por entero.

C. Resurrección. Datos históricos (15'05'')

2.6.2. Datos históricos.

No es tan fácil reconstruir los hechos que rodean la resurrección de Jesús. Con todo, y a
pesar de los resultados fragmentarios que se deducen de las antiguas tradiciones muy elaboradas por
las comunidades cristianas y los redactores, se pueden entresacar los datos que enumeramos a
continuación, aunque siempre de una forma indirecta.

Los discípulos que acompañan a Jesús a Jerusalén regresan a la Galilea natal y retoman sus
trabajos como solución al descalabro de la misión; otros permanecen en Jerusalén, quizás los que se
le unen en la fase final de su ministerio.

Al poco tiempo y en Galilea sucede un acontecimiento en el que los discípulos más


allegados creen vivo al que, días antes, ha sido ajusticiado y sepultado. Todos los datos disponibles
conducen a que Pedro es el primer convencido de este hecho inaudito, o al menos es el más
interesado en difundir la noticia a los seguidores de Jesús y proclamarla a los cuatro vientos. Junto a
Pedro proponen los textos neotestamentarios otra serie de testigos que no son siempre los mismos,
pero indican la persistencia de un encuentro personal con el que aparece ahora vivo: «... se apareció
a Cefas y después a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez: la
mayoría viven todavía, algunos murieron ya; después se apareció a Santiago y después a todos los
apóstoles. Por último se me apareció a mí [Pablo], que soy como un aborto».

Lo cierto es que estos encuentros con Jesús les transforman casi por completo. Lo
observamos comparando la nueva disposición que manifiestan ante todo el mundo con el
comportamiento seguido días antes en Jerusalén en el prendimiento de Jesús en Getsemaní. La
pasión los dispersa; ahora, por el contrario, aparecen y son capaces de establecer relaciones con un
Jesús «distinto». Después de encontrarse con él en Galilea regresan a Jerusalén, de donde han
huido. En la ciudad santa, por ejemplo, Pedro, que le había negado durante la instrucción del
proceso de las autoridades religiosas, explica sin miedo alguno que la historia de Jesús iniciada en
Galilea permanece todavía, que no se ha acabado con su muerte. El primero de los discípulos se
presenta a las gentes que viven o visitan Jerusalén con un vigor insólito hasta entonces, insistiendo
una y otra vez que: «Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con los
milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis. A éste, entregado
según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y le disteis muerte. Pero
Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó, pues la muerte no podía retenerlo». Los
discípulos bautizan, crean comunidades y admiten a otros discípulos que extienden la fe en Jesús
resucitado por doquier. Lucas lo refiere con una noticia que repite varias veces: «El mensaje de
Dios se difundía, en Jerusalén crecía mucho el número de los discípulos». Pero no limita el suceso

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de que Jesús «vive» sólo a Jerusalén, sino que lo amplía a los núcleos judíos del Imperio e incluso
se admite a los paganos. Y los discípulos cobardes, que dejan a Jesús solo ante los sumos sacerdotes
y Pilato, se convierten en creyentes valientes que entregan la vida por su causa. Ciertamente los
encuentros con el «nuevo» Jesús les cambian por completo.

Por otro lado, con otros testigos y en distinto lugar, Jerusalén, se ofrece el relato de la tumba
de Jesús. María Magdalena o unas mujeres se acercan al sepulcro para llorar su muerte. El resultado
de la visita es que encuentran la piedra corrida y la tumba vacía. Tal hecho, muy diferente al que
experimentan los discípulos varones, no les lleva al encuentro con Jesús, como atestiguan los dos
adeptos a Jesús que caminan hacia Emaús.

En este sentido y a raíz de la experiencia de la resurrección se extiende la opinión de que el


cadáver ha sido robado. Opinión que se da tanto entre los seguidores como entre los enemigos de
Jesús. Se relata en la visita que hace al sepulcro María Magdalena en el primer día de la semana y
sus encuentros con los ángeles y con Jesús. Compungida al ver el sepulcro vacío, le preguntan los
ángeles: «Mujer ¿por qué lloras? Responde: Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han
puesto [...] Le dice Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el
hortelano, le dice: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a recogerlo». Lo
mismo sucede con las autoridades religiosas de Jerusalén, que elaboran una estrategia para
convencer a la población de que el cadáver ha sido robado por los discípulos.

Se piensa que la desaparición del cadáver del sepulcro obedece al robo, opinión que no sólo
se difunde al principio del cristianismo, sino también es defendida por muchos pensadores a lo largo
de los siglos. Es la lógica de toda persona sensata que no ve al difunto en su lugar. De hecho los
relatos elaborados para cubrir las primeras opiniones sobre el sepulcro vacío se unen a la increencia
de los discípulos de que Jesús «vive»: «Pero ellos [los discípulos] tomaron el relato [de las mujeres]
por un delirio y no les creyeron». Esto obliga a escribir nuevas apariciones del Resucitado, o a
ampliar algunas de ellas para, después de muertos los primeros testigos, enseñar a dar el paso a una
creencia más estable y duradera en la resurrección en otra perspectiva, cuando ya se sitúa a Jesús
definitivamente en la gloria del Padre. Son los relatos de Tomás y de los discípulos de Emaús que
narran Juan y Lucas.

Al margen de la incoherencia de los relatos y el testimonio de los soldados que no vale para
probar que el cadáver ha sido robado si estaban dormidos, lo inexplicable es que una mentira pueda
dar pie a la transformación radical de los discípulos y a la proclamación de que Jesús está vivo de
una manera tan intensa y permanente. La historia hubiera acabado muy pronto si el cadáver se
hubiese robado. Y sería imposible crear una experiencia que transmita la dimensión divina aplicada
a un ser de forma tan real. No obstante esto, lo que se difunde es la existencia o realidad de un
encuentro personal con Jesús después de muerto, y más tarde se comprueba que Jesús no está en el
sepulcro donde depositó su cadáver José de Arimatea. Por eso, los escasos datos aportados
provienen de que no hay testigos del hecho de la resurrección. Nadie ve cómo Jesús es devuelto a la
vida por Dios, ni cómo se corre la piedra, ni cómo sale del sepulcro. Es lógico que nadie intente
describir este acontecimiento y se extienda la opinión del robo del cadáver.

Estos malentendidos responden a que la resurrección no entra dentro de las categorías de los
milagros de resurrección que realiza Jesús en el hijo de la viuda de Naín, en la hija de Jairo y en
Lázaro. Tampoco Jesús sobrevive, por otra parte, al estilo de la existencia eterna de su alma por ser
de naturaleza espiritual, como defiende la antropología griega. Ni la comprobación directa con los
«devueltos a la vida» ni la racionalidad que prueba la eternidad de los espíritus en contra de la
caducidad de lo temporal, contingente e histórico, pueden fundar la explicación de la resurrección

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de Jesús. Ésta pertenece a la vida nueva en Dios prometida desde tiempo a Israel. Por consiguiente,
es un acontecimiento escatológico, es decir, la situación que Dios dará al final de los tiempos a sus
hijos y que los humanos no poseemos elementos para describirlo y entenderlo. Está en la línea que
Pablo afirma con rotundidad: «Sabemos que Cristo, resucitado de la muerte, ya no vuelve a morir,
la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió al pecado definitivamente; viviendo vive para
Dios».

Y es que lo que se verifica en la historia necesita del espacio y del tiempo, que es como se
identifica todo acontecimiento, y la resurrección no entra dentro de estas coordenadas espacio-
temporales. A esto se añade que para delimitar y describir un hecho histórico se necesita de la
analogía y la correlación con otro hecho histórico para poder entenderlo. Y esto tampoco se da en la
resurrección. Nadie con anterioridad se ha presentado en las condiciones que lo hace Jesús después
de su muerte. Además, todo relato histórico reclama la objetividad, la descripción del hecho en sí
mismo, para reconocerlo como tal, al margen de toda subjetividad e ideología que lo oriente hacia
una determinada perspectiva. La resurrección, por el contrario, prende en el individuo y lo cambia
radicalmente. Para ello necesita la fe que introduce al creyente en la dimensión divina y éste
entiende que el poder de Dios hace posible recrear la vida de Jesús e influye en rehacer la propia.
Lo único que podemos aportar son pruebas indirectas de que tal acontecimiento ha sucedido y que
forma parte del contenido de la esperanza de Israel para los tiempos finales.

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