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CR. 20181128 1630 - Títulos de Jesús (I) (pp.

197-207)

Esquema de la clase:

A. Epílogo de la clase anterior (0'-4'14'')


B. 3.1. Situación religiosa en Palestina (4'15''-13'59'')
C. 3.1.1. Las tradiciones (14'00'-45'55'')
D. Pregunta de Pablo de Alicante (45'56''-final)

***

DESARROLLO

A. Epílogo de la clase anterior (0'-4'14'')

(Falta completar, pero NO entra para el segundo parcial)

B. 3.1. Situación religiosa en Palestina (4'15''-13'59'')

3.1. La situación religiosa en Palestina.

Hemos comprobado la transformación de los discípulos cuando tienen la experiencia de la


Resurrección; huyen cuando Jesús es apresado y le dejan solo ante Caifás y Pilato, no aparecen ni
para enterrarlo; regresan a Galilea y rehacen su vida familiar y laboral. Hay otros discípulos que
permanecen en Jerusalén. Galilea es el espacio en el que se encuentran de nuevo con Jesús. Pedro es
el primer convencido de la resurrección, y la difunde a los cuatro vientos. Vuelve a Jerusalén y
proclama: «Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante vosotros con milagros,
prodigios y señales [...] Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó».

Los discípulos, pues, recorren toda Palestina, como cuando acompañaban a Jesús. No se
sabe con exactitud la gente que escucha el mensaje; Lucas escribe que son muchos los que se
convierten. No es extraño el dato, aunque parezca exagerado. Y es que el terreno está abonado de
mucho tiempo. A partir del destierro de Babilonia, cinco siglos atrás, la historia de Israel se alimenta
de la esperanza de que Dios vendrá a salvarlos de los enemigos que le impiden experimentar la
libertad y ser sujetos de su historia, una historia vinculada al Señor, como pueblo suyo que son. Será
una época nueva donde Dios reinará, juzgará a los enemigos de Israel y destruirá la vida de los
impíos y pecadores. Juan Bautista se hace eco de esto, y Jesús afirma la presencia o cercanía del
Reino.

Si bien todas las corrientes religiosas comparten esta esperanza, sin embargo hay opiniones
distintas sobre el día y la hora de la inauguración del tiempo futuro, y sobre quiénes participarán en
la vida nueva, que se entiende como resurrección y venida del Espíritu. Unos defienden que sólo se
salvarán los fieles cumplidores de los preceptos de la Ley, como los esenios o los fariseos. Sólo un
«resto santo» será objeto de la benevolencia divina. Otros, por el contrario, abren la salvación a
todo el pueblo y a los paganos que abracen la fe judía. En uno y otro caso se cree y espera la llegada
inminente de Dios o de un enviado suyo, un mesías, que llevará a cabo la vida plena y sin fin
prometida para los tiempos finales de la historia presente. Se encuentra un eco de este ambiente en
el mensaje del ángel a los pastores cuando nace Jesús: «Mirad, os doy una buena noticia, una
grande alegría para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías,
el Señor»; o cuando se revela a Simeón que es el Mesías de Dios cuando sus padres lo presentan al

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Señor en el templo: «Ahora, Señor mío, según tu palabra, dejas libre y en paz a tu siervo; porque
han visto mis ojos a tu Salvador, que has dispuesto ante todos los pueblos como luz revelada a los
paganos y como gloria de tu pueblo Israel».

Los esenios, los fariseos, los celosos, los zelotas, además de los grupos radicales que urgen
al pueblo una vida de penitencia y fidelidad a la Ley y se creen herederos de los profetas
perseguidos, o los pobres o débiles que se identifican con los justos que padecen los pecados
colectivos de Israel, o los que esperan un «hijo del hombre» perteneciente a la gloria divina y que
será enviado para juzgar, o Juan Bautista y sus seguidores, etc., todos ofrecen una imagen rica y
plural de la religiosidad de Israel compartiendo la esperanza de que un día no lejano Dios cambiará
la penosa realidad que experimentan por otra mejor y sin límite en el tiempo. Aunque Israel ofrece
un aspecto cerrado, pobre y ajeno a las culturas y creencias varias que se dan en el Imperio
Romano, sin embargo es muy viva su expectativa de cambio y muy diferentes los grupos que la
avalan.

Hay que añadir, por lo que después significará para el cristianismo de estos tiempos, un
grupo no menor de judíos, procedentes del Imperio y residentes en Judea, que participan con
entusiasmo de las perspectivas escatológicas de Israel. Éstos tienen como lengua materna el griego,
poseen sus sinagogas, y mantienen una forma de pensar y vivir la tradición teniendo en cuenta la
cultura helena. Viviendo en contacto con otra cultura y filosofía, no pueden sustraerse del todo a la
poderosa máquina del pensamiento y la ética griega, aunque muchas veces intenten reducirla y
someterla a la revelación judía. Pensadores judíos de la diáspora, como Aristóbulo o Filón, escriben
que Pitágoras, Sócrates, Platón, etc., han leído a Moisés y razonan bajo su influencia. Pero en el
Imperio las leyes de la convivencia se asientan en un orden racional y en costumbres inveteradas de
los pueblos; en todo caso no proceden de la revelación, como el Decálogo, o de prácticas no
racionales, como las leyes de purificación, según la tradición religiosa de la sociedad judía. Así,
pues, los judíos de la diáspora conviven y dialogan con las leyes y el pensamiento del Imperio, y se
ven forzados a introducir las exigencias de la Torá en una dimensión alegórica, relajando su
obediencia y rebajando su cumplimiento.

También los judíos emigrantes en el Imperio exponen una percepción propia de la finalidad
y objetivo del templo de Jerusalén. No cabe duda de que veneran y tienen idealizado el templo
como el espacio y la casa del Señor que se hace presente en medio de su pueblo; pagan los tributos
debidos para su mantenimiento, e incluso retornan a Jerusalén para vivir a su sombra. Sin embargo,
el culto debido a Dios lo realizan en las sinagogas que hay en los núcleos de emigrantes judíos
esparcidos por las ciudades. Viven ajenos a los sacrificios rituales que realizan los sacerdotes en el
templo de Jerusalén. No es extraño, pues, que el culto sacrificial se transforme en un culto espiritual
que mira más al interior de la persona, al corazón misericordioso de Dios, que a los sacrificios
cruentos de aves o animales.

Otra realidad a tener en cuenta en el judaismo helenista es el empleo del concepto de


sabiduría que desarrolla y profundiza Job. La sabiduría reside en un lugar al que el hombre no
puede llegar. No por ello es inexistente, pues Dios tiene acceso a ella y sabe el camino para
alcanzarla; es más, existe en Él. Los libros de los Proverbios, el Eclesiástico y la Sabiduría de
Salomón afirman que la sabiduría es un ser personal que vive junto a Dios, como una hija amada,
creada antes que los demás seres. Es como un ser intermedio entre Dios y los hombres, a los que se
la revela Dios, o ella misma revela a Dios, y constituye la medida de todos los seres. La sabiduría es
más que los profetas y los sacerdotes, que leen y explican la voluntad divina, pues se sitúa en el
espacio divino, allende la historia e interviene en la configuración de la creación al corresponder al
plan de Dios sobre ésta. No obstante esto, no se llega a concebirla como una persona divina, en

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lenguaje griego como un logos divino junto a Dios. Más bien se percibe como la manifestación al
mundo de Dios entendido como creador y revelador.

C. 3.1.1. Las tradiciones (14'00'-45'55'')

3.1.1. Las tradiciones.

La expectativa general sobre la intervención de Dios se vive en grupos de creyentes y no de


una forma general y uniforme en el pueblo. La identidad nacional recae en grupos aislados que
explican y experimentan dicha identidad y las expectativas del final de la historia de forma distinta.
Y aquí radica el que, muerto y resucitado Jesús, también su mensaje se proclame por grupos
diferentes de seguidores. «Todos estos grupos estaban relacionados entre sí, y entre ellos se estaba
dando un debate sobre cómo dar continuidad al proyecto de Jesús. Este debate se vio favorecido por
el hecho de que Galilea y Judea tuvieran una historia reciente común y compartieran una misma
identidad religiosa. Ambas cosas facilitaron la presencia de miembros de la comunidad
jerosolimitana en Galilea, y de discípulos galileos en Jerusalén, tal y como se advierte en las
referencias de Q y de las controversias galileas a los fariseos, y en la representación de los doce en
el relato de la pasión».

En esta situación los seguidores de Jesús proclaman su resurrección y su mesianismo.


Extraña que se muevan con libertad por Palestina, sobre todo por Jerusalén, habida cuenta del final
trágico de Jesús. Sin embargo hay que tener en cuenta dos cosas: Seyano, prefecto del Pretorio,
manifiestamente antijudío, es asesinado en el 31 d.C., lo que reduce el temor a una intervención de
Roma contra Israel; y, por otro lado, la mayoría de los sumos sacerdotes pertenecen a la secta de los
saduceos, que no creen en la resurrección; resurrección que, por el contrario, proclaman los
discípulos de Jesús con todo vigor y convencimiento. Que dicha resurrección colmara los anhelos
de la mayoría de los grupos judíos, no supone quebranto alguno de la paz social, ni peligro de una
actuación militar romana. La persecución y el martirio de Esteban obedecen a la posición de los
judíos helenistas que se convierten al cristianismo y radicalizan su opinión sobre la Ley y el templo,
como hemos observado, pero esa opinión no afecta en nada a toda la comunidad cristiana. Los
discípulos, pues, bautizan, establecen comunidades por doquier y aumentan los judíos que profesan
la fe en Jesús resucitado. Se detectan en el Nuevo Testamento cuatro tradiciones distintas que
transmiten la fe en el resucitado fundada en dos pilares claves: la vida y doctrina de Jesús y su
interpretación con presupuestos culturales y religiosos fundamentalmente procedentes del judaismo.

La primera tradición corresponde a los predicadores itinerantes que extienden el mensaje


de Jesús sobre el Reino por las pequeñas ciudades de Galilea. La renuncia a la familia, al trabajo y
a la casa resulta de la propuesta de Jesús sin límite alguno de extender y proclamar el Reino. Y se
debe a la novedad que entraña la inminente presencia de Dios en la historia, por la que se recrearán
todas las cosas. En algunos textos de Marcos, que trasmiten apotegmas de Jesús procedentes de sus
controversias en Galilea, se distingue un grupo de discípulos de Jesús que se mueven por Galilea y
que relacionan su misión a la de Elias, el profeta sanador, dan un sentido a su muerte como designio
de Dios y le reconocen una autoridad propia del Hijo del hombre. Esta predicación itinerante se
integra relativamente pronto en otra tradición muy importante: la sapiencial. Pedro retorna a
Jerusalén y se incorpora a las comunidades helenistas de fuerte pujanza en los orígenes de la
actividad apostólica. Cuando se inicia la época apostólica o la segunda generación cristiana, se
idealizan sus personajes y su estilo de vida es una referencia obligatoria para todas las comunidades,
en cuanto simboliza la itinerancia de Jesús y sus discípulos predicando el Reino por Palestina.

La tradición sapiencial se transmite por el documento «Q» y el Evangelio de Tomás. Muy

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próxima a la anterior en el espacio y en el tiempo, esta tradición hace hincapié en la enseñanza de
Jesús sobre el Reino, pero sin el radicalismo de la predicación itinerante. Las comunidades que
cultivan los dichos de Jesús son sedentarias; idealizan la pobreza y las actitudes y comportamientos
de los profetas, entendiendo el rechazo de la fe como un desconocimiento de la sabiduría divina. No
abandonan la familia y el trabajo, por más que sean testigos de la itinerancia de Jesús y de sus
discípulos más cercanos. La sabiduría parte de: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y
os abrirán...», como afirma la enseñanza veterotestamentaria sobre la necesaria apertura del hombre
al conocimiento que proviene de Dios, tanto en el presente como en el futuro. En Galilea, en los
pueblecitos que han recorrido Jesús y sus primeros discípulos, se crean estas comunidades nacidas
de las multitudes que lo escucharon o de los primeros misioneros que extienden el mensaje después
de la Resurrección. Conservan con fidelidad sus aforismos, parábolas y discursos, que inciden en el
comportamiento de los seguidores de Jesús y lo modelan, y transforman sus relaciones cotidianas.
En estas comunidades se dan profetas y sabios, que son perseguidos como Jesús, pues su misión es
convertir y cuidar a las ovejas abandonadas de Israel, que no siempre comprenden y admiten la
llamada a la conversión. No obstante esto, no se dan tensiones en las comunidades cuando ingresan
paganos, como sucede entre los judíos de lengua griega y aramea, y los altercados de Pablo con los
judíos cristianos de Jerusalén. El horizonte más universal de la Sabiduría hace que la Ley, con ser
importante, no se constituya en elemento decisivo para ser cristiano.

La tradición sapiencial pasa de Galilea a Siria y a Egipto, y da lugar a dos formas de


interpretar los dichos de Jesús. La escuela de Tomás acentúa la imagen de Jesús maestro de
sabiduría, que señala el camino para acceder al Reino, comprendido de una forma intemporal y
presente. Por el contrario, los dichos de Jesús también se introducen en un marco apocalíptico en el
que la contestación a la sabiduría origina el rechazo del anuncio cristiano, con lo que Israel sigue la
tradición de perseguir a los profetas y, por consiguiente, es objeto de un juicio de condena al final
de los tiempos. En esta línea de interpretación se sitúa la comprensión de Jesús como «Hijo del
hombre», juez escatológico.

En la época apostólica y siguiendo la línea de exposición de Tomás nace en Siria la escuela


de Juan, que después pasa a Asia y Éfeso. Por medio de discursos y diálogos se expone la misión de
Jesús a partir de la encarnación de la Palabra, misión que origina una vida nueva en la historia
humana. Cumplido el cometido divino, Jesús vuelve al Padre. Por consiguiente, la pasión es un
camino de regreso al Padre, donde pasa, de una forma paulatina de la destrucción de la persona por
el dolor y la muerte, a su glorificación definitiva. La vida de fe del cristiano se entiende como una
pertenencia a Dios que le separa de los elementos que configuran al mundo, aunque no lo aleje de él
en su vida y responsabilidad humana. El pensamiento pregnóstico del Evangelio de Juan, fundado
en tradiciones distintas a la de los Sinópticos, pero que desarrollan con el tiempo la tradición de los
dichos de Jesús junto al Evangelio de Tomás, entra también en conflicto con los garantes de la
religión judía después de la destrucción del templo en el año 70. Tal es la tensión y lucha entre los
judíos y los judíos cristianos, que éstos son condenados como herejes, expulsados de la sinagoga y,
a veces, hasta condenados a muerte, experiencia que unen a la incomprensión, condena y muerte de
Jesús. Sin embargo, a la vez, la persecución de la Sinagoga hace que se formen comunidades fuertes
cuya identidad proviene de la relación del Padre y del Hijo y su relación por el amor mutuo. Esta
tradición se integra en la tradición apostólica en la que se da preeminencia a la autoridad de Pedro,
enriqueciéndola sin duda, pero incorporándose no sin tensiones.

La tercera tradición pertenece a los judeocristianos de Jerusalén: judíos que creen que
Jesús es el Mesías. En Jerusalén residen varias comunidades cristianas, que en ocasiones son
perseguidas, y en las que sobresale la figura de Santiago, el hermano de Jesús, además de otros
parientes y creyentes. El Evangelio de Tomás dice que Jesús encomienda la Iglesia a Santiago,

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aunque ceda esta función más adelante. Se le aparece Jesús, según el listado que hace Pablo; otros
textos afirman que es al primero que ve al Resucitado; envía a los discípulos a evangelizar, incluido
Pedro, que debe someterse a su autoridad. Pablo nombra también a Cefas y a Juan, pilares de la
Iglesia. En Jerusalén se celebra un «concilio» para solventar los problemas de las relaciones con los
creyentes no judíos. Estas comunidades acentúan la lectura del Evangelio de Jesús según la
tradición judía, lo que conlleva su encuadre en los límites de la Ley: ésta se mantiene con carácter
normativo para la fe cristiana. En el caso de que los paganos abracen la fe, defienden la necesidad
de que se circunciden, es decir, que sean primero judíos y después cristianos. Esto presupone que la
fe cristiana se integra en la fe judía, o que es una simple variación de la gran tradición yawista.
También es posible, como escribe Pablo, que los judíos que abrazan la fe cristiana deben establecer
una distancia espiritual y práctica con los paganos cristianos. Lo cierto es que la defensa de la Ley
dentro de la experiencia cristiana origina «un rabinismo cristiano» que relaciona el radicalismo
evangélico de Jesús y la Ley, e introduce las exigencias cristianas en el marco de la observancia
extrema de las normas judías. Observan las prescripciones sobre la circuncisión, los alimentos, los
votos, etc.; rezan y ayunan según las costumbres judías; cumplen el descanso sabático y las fiestas
tradicionales; defienden el culto en el templo. Para ello invocan a Jesús, que fue fiel a los preceptos
religiosos. «Su cristianismo aparece como un fariseísmo cristiano y se entiende como un
movimiento de reforma dentro del judaismo. Se defendieron con vigor contra la difusión del
Evangelio fuera del judaismo y comenzaron a enviar misioneros sólo cuando se trató de luchar
contra la pérdida de identidad judía del cristianismo». Tras la muerte de Santiago, cabeza de la
comunidad, en el año 62, le sucede Simeón. Pasado el tiempo apostólico, y por la helenización de
Jerusalén por Adriano en el año 130 d.C., se dispersan por Palestina, Transjordania y Perea.

Por último, está la tradición de los judíos cristianos que hablan griego, llamados helenistas.
Viven fundamentalmente en Jerusalén y Antioquía. Estos judíos cristianos se reúnen en sinagogas
distintas de las de los judíos cristianos de lengua aramea. Critican el templo y, por consiguiente, son
objeto de incomprensiones y de persecuciones por parte de las autoridades religiosas, de los judíos
de lengua griega y de los judíos cristianos de lengua aramea. Esto les obliga a dispersarse por Judea,
Samaría, Damasco, Siria y Antioquía. En Jerusalén dependen de la autoridad de los discípulos
pertenecientes al grupo de los judeocristianos. No obstante esto, gozan de cierta autonomía e inician
una lectura de la vida y doctrina de Jesús distinta de la tradicional judeocristiana. Por el testimonio
de Pablo sabemos que defienden la interpretación liberal de la Ley, que supone la relativi-zación de
parte de sus exigencias (leyes de pureza, descanso sabático, circuncisión, etc.). A ello se une la
desafección al templo según la actitud de Jesús y la radicalización de ciertos aspectos creídos como
fundamentales, sobre todo en sus exigencias éticas, como el amor a Dios y al prójimo, la primacía
de hacer el bien al otro, etc. Se añade, además, una lectura de la muerte y resurrección de Jesús que
sustituye la Ley y el templo, ya que implica un traslado de la salvación, procedente de la Ley como
expresión de la voluntad de Dios, a Jesús crucificado: «Cristo murió por nuestros pecados». La
presencia divina en el templo, edificado por los hombres, se sustituye por el cuerpo del Resucitado:
«Yo he de destruir este templo, construido por manos humanas, y en tres días construiré otro, no
con manos humanas». Esta experiencia de salvación la actualizan con la memoria de la Última Cena
de Jesús. Los judíos cristianos de lengua griega extienden por todo el Imperio la fe en Jesús en las
sinagogas que usan para su expresión de la fe judía, abren el Evangelio a los paganos y urbanizan el
espacio de la fe, pasando del campesinado de Galilea de los misioneros itinerantes a las ciudades de
cultura grecorromana.

Pablo evangeliza desde su conversión de los años 32-33 d.C. hasta su muerte en el 60 d.C.
con una misión muy específica: «... pues el que asistía a Pedro en su apostolado con los judíos me
asistía a mí en el mío con los paganos. Entonces Santiago, Cefas y Juan, considerados los pilares,
reconociendo el don que se me había hecho, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de

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solidaridad; para que nosotros nos ocupáramos de los paganos y ellos de los judíos». Pablo viaja a
Arabia y Damasco, donde ya habían estado los judíos helenistas, después a Macedonia y Grecia, al
mismo tiempo que se desarrollan las demás tradiciones cristianas. La doctrina de Pablo proviene de
una de las tendencias que nacen del judaismo helenista cuando afronta el problema de la salvación
universal y que da lugar a dos tradiciones: el rabinismo, que resulta del fariseísmo, y el
cristianismo, que se entronca en la apocalíptica. En el primer caso se debate la necesidad de una
conversión a la Torá, o, por el contrario, basta con practicar una ética proveniente de una conciencia
justa. En el caso del cristianismo se discute lo observado en Pablo y Santiago: para la salvación es
necesaria la fe sola, o la fe y las obras, y responden a la corriente de Henoch presente en la literatura
de Qumrán, y a la de los Doce Patriarcas. Pablo pasa de la línea conservadora farisaica, la necesidad
de la ley para la salvación, a la corriente de Henoch, que acentúa la maldad del mundo y la
incapacidad del hombre para salvarse. De ahí la necesidad de una intervención divina por medio de
un mediador celeste que se dará al final de los tiempos, expectativa judía apocalíptica que Pablo
establece en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo como la obra divina de la salvación. Él
camina en la fe cristiana con estos presupuestos, sin influencia decisiva de las anteriores tradiciones,
salvo las incomprensiones de los judeocristianos de Antioquía y Galacia. Se centra, pues, en la cruz
y resurrección de Jesús y en los títulos de «Señor», —de manera que quien lo confiese como tal será
salvado—, e «Hijo de Dios». Jesús muere por los pecados de los hombres, los reconcilia con Dios,
les da la gracia y la justificación, en definitiva la vida eterna y la salvación. Su doctrina se ahonda y
expande en la segunda carta a los Tesaloni-censes, Colosenses y Efesios, además de las Pastorales
pertenecientes a la segunda generación cristiana, es decir, a la época apostólica.

D. Pregunta de Pablo de Alicante (45'56''-final)

(Falta completar)

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