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Que te conozcan a Ti

Fornieles, Salvador
Que te conozcan a Ti. - 2a ed. - Rosario, 2014
176 p .; 20 x 14 cm

1. Cristianismo. 2. Reflexiones. I. Título.


CDD 230

Fecha de catalogación: 03/02/2014

© Salvador Fornieles

Diseño de tapa e interior: Violeta Alastra

Hecho el depósito que indica la Ley 11.723


IN T R O D U C C IÓ N

on estas breves reflexiones quiero llegar hasta tu alma

C con la intención que te enamores de Dios, el primer


y principal mandamiento, no siempre primero en la
intención. Al escribirlas ciertamente m e'he beneficiado, avi­
vando esos deseos de santidad que descubrí cuando conocí el
Opus Dei hace más de cuarenta años.

He querido titular el libro con las palabras de la última Cena


del evangelista san Juan: “Que te conozcan a Ti” (Jn 17, 3), para
que conociéndolo, le amemos. ¡Esta es la vida eterna!, de algún
modo incoada aquí en la tierra.

Quizá los capítulos sean breves y aparentemente inconexos


entre sí, pero encontrarás en ellos un común denominador,
provocar las ansias de conocer más a Jesús y enamorarte de Él.

El origen de los capítulos son las homilías de los domingos


que he ido publicando en internet en estos últimos tiempos.
No quise extenderme en las mismas sino dejarlas abiertas de­
trás de algún comentario un poco más incisivo, para que per­
sonalmente las podamos hacer vida, sacando nuestras propias
conclusiones.

A esto le he añadido algunas citas que no son más que cosas


que han caído inopinadamente en mis manos y he guardado
en mi fichero. Como son aprovechables, no dudé en copiarlas
consignando la fuente; para compartirlas con muchos, es decir,
que tengan difusión para el bien de quién las conozca. En algu­
nos casos pudo ser un testimonio personal de alguien que ha
decidido tomarse en serio la vida espiritual, como espero que
nos suceda a todos nosotros.

Para finalizar, he querido incluir un par de cartas muy im ­


portantes para mí, tanto por las personas que las han escrito,
como por el contenido, y, sobre todo, por las circunstancias en
que fueron escritas: mi ordenación sacerdotal.

El sencillo material que ahora te ofrezco, no tiene más aspi­


raciones que las que te he dicho. Si en algo nos ayuda, en este
sentido, las reflexiones han cumplido con su objetivo.

También he aprendido en el Opus Dei a invocar a la San­


tísima Virgen cuando empiezo y cuando termino de rezar. La
invoco ahora, y firmo esta introducción en el día del Santo
Nombre de María, para que todos aprendamos a caminar de
la mano de Ella, en el itinerario de la vida, o mejor dicho, en la
aventura apasionante de almas enamoradas.

Rosario, 12 de septiembre de 2014.


POR A M O R A LA EUCARISTÍA

ulton J. Sheen fue un conocido obispo americano nacido

F en el Paso, Illinois, en 1895 y fallecido en Nueva York en


1979. Hoy se encuentra en proceso de canonización1. Se
había ordenado sacerdote en 1919, y luego, obispo auxiliar de
New York en 1951. Más tarde fue trasladado como titular a la
diócesis de Rochester.

Su fama le viene por distintos lados, tanto porque fue autor


de innumerables libros2, como por usar la televisión de palestra
para difundir la doctrina cristiana, o dilucidar los problemas
más candentes de la época. A través de él mucha gente se acer­
có a la fe.

Antes de fallecer fue entrevistado en un programa de televi­


sión. El extracto de ese reportaje fue publicado en un artículo
que quiero compartir nada más empezar esta obra con la segu­
ridad que nos hará mucho bien.3

1 A fin e s de ju n io de 2012 fue d eclarado venerable, es decir, que se le reconocieron


sus virtudes en grado heroico. E sto significa el p aso previo a la beatificación.
2 E n español, sus obras m á s conocidas son Filosofía de la religión; El Cuerpo
Místico de Cristo-, La vida hace pensar, La vida merece vivirse c o n el que ganó el
P rim er P rem io de la te lev isió n n orteam ericana.
3 Rev. M artin L ucía, “L e t th e Sun Shine” , publicado p o r C ath o lic.n et en: http://
es.catholic.net/santoral/articulo.php?id= 21212
“Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en
todo el mundo. ¿Quién lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?

El obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue


un Papa, ni un cardenal, u otro obispo, y ni siquiera fue un
sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de Chi­


na, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de
la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como
los comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al Sagra­
rio. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el co­
pón y lo tiraron al piso, esparciendo las Hostias Consagradas.
Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente
cuántas Hostias contenía el copón: treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, tal vez no se dieron


cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la
parte de atrás de la Iglesia, la cual vio todo lo sucedido. Esa no­
che la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la
rectoría, entró a la Iglesia. Allí hizo una hora santa de oración,
un acto de amor para reparar el acto de odio. Después de su
hora santa, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose
hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Co­
m unión1.

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su


hora santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En
la trigésima segunda noche, después de haber consumido la
última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al
guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta
matarla con la culata de su rifle.4

4 E n aquel tiem po n o se p erm itía a los laicos to c ar la E ucaristía con las m anos.
Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacer­
dote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de
su cuarto convertido en celda.

Cuando el obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal


grado, que prometió a Dios que haría una hora santa de ora­
ción frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto de
su vida. Si aquella pequeñita pudo dar testimonio con su vida
de la real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo
Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su
único deseo desde entonces sería atraer el mundo al Corazón
Ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.”
A M O R A LA LIBERTAD

afarnaúm era una ciudad de la región de Galilea que estaba

C a orillas del mar de Tiberíades o Genesareth, donde Jesús


ejerció gran parte de su ministerio: predicación y milagros.
Aun se conservan las ruinas de la antigua ciudad, incluida la sina­
goga que costeó un centurión romano, simpatizante de los judíos.

Desde Cafarnaúm, Jesús y los discípulos se dirigieron a un lu­


gar desierto cercano a Betsaida con intención de descansar. Sus
buenos deseos se vieron insatisfechos porque les seguía una gran
muchedumbre (Jn 6,2) a la que Jesús compadecido dio de comer.

Cuando estaba atardeciendo, bajaron sus discípulos al mar, em­


barcaron y pusieron rumbo a la otra orilla, hacia Cafarnaúm (Jn
6, 16-17), es decir, regresaban al lugar de donde habían salido.
Jesús no iba con ellos. A media noche, viendo que los discípulos
tenían serias dificultades en medio del mar de Galilea a causa de
una tormenta, Jesús se les apareció caminando sobre las aguas y
calmó la tempestad. Después llegaron a Cafarnaúm como que­
rían. A un portentoso milagro le sucedió otro no menor.

Mientras tanto la muchedumbre lo buscaba a causa de la


multiplicación de los panes y los peces, pero no lo encontraron
y se fueron a Cafarnaúm por si estaba allí.

Cuando lo reconocieron se agolpó mucha gente porque


quería que los curase, pero Jesús les hace ver la falta de rectitud
de intención, vosotros me buscáis no por haber visto los signos,
sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. Obrad
no por el alimento que se consume sino por el que perdura hasta
la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre. (Jn 6, 26-27)

A continuación viene el conocido discurso del Pan de Vida


que termina en la sinagoga, para escándalo de los judíos por­
que queda claro que Él es el verdadero P an...

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en m í y yo


en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Pa­
dre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha
bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron:
quien come este pan vivirá eternamente. Estas cosas dijo en la
sinagoga, enseñando en Cafarnaúm. (Jn 6, 56-59)

Es la primera vez que se habla de la Eucaristía, del Cuerpo


de Cristo y de su Sangre. Jesús, cuando terminó el discurso, les
pidió a sus discípulos que crean en Él, que Él es el Pan vivo, y
que es necesario comer su carne y beber su sangre para poder
poseer la vida eterna.

Estas palabras, ciertamente, fueron muy duras para quien lo


escuchaba, porque aún no creían en Él, porque era un vecino
más de Galilea, conocido en todo el pueblo. ¿No es éste Jesús, el
hijo de José, de quien conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo
•es que ahora dice: He bajado del cielo? (Jn 6, 42)

Otros se asustaron ante la idea de tener que comer su carne


y beber su sangre. ¡Muy fuerte! Todos, en fin, quien más quien
menos, se asombraron de esta proposición y protestaron: duro
es este lenguaje.

Al oír esto, muchos de sus discípulos dijeron: Es dura esta


enseñanza, ¿quién puede escucharla? (...) Desde ese momento
muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. (Jn
6, 60.66)

A la vista del Señor una buena cantidad de seguidores le


abandonaron, es decir, dejaron de seguirle. ¿No podría el Señor
cambiar su mensaje para que no le abandonen? O al menos, si
hiciese en ese momento un milagro importante podría detener
la inmediata “desbandada” de sus amigos. Pero Jesús no hace
nada de esto, los deja ir. Incomprensiblemente, los deja ir.

Cuando uno mira a un Crucifijo tiene ganas de decir “Señor,


¿por qué no bajaste de la Cruz, para que creyeran los que te
insultaban? ¿De ese modo, no hubiesen creído?”

Cuando Dios nos llama, no nos fuerza, sino que nos invita,
porque respeta nuestra libertad. No se impone, sino que nos
propone: he aquí que estoy a la puerta de tu corazón y llamo, si
alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en él y cenaré con
él, y él conmigo. (Ap 3, 20)

Dice el Quijote: “La libertad, querido Sancho, es uno de los


más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos. Con
ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el
m ar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vida”.5

¡Qué sabiduría la del Quijote! Sí, la libertad es un don no del


todo apreciado, pero no hay nada más ajeno a la naturaleza hu­
mana que la coacción. El Señor espera que sepamos adherirnos
a su voluntad con plena libertad, es decir, con discernimiento
y voluntad, y abrirle libremente la puerta de nuestro corazón.

“En esa tarea que va realizando en el mundo, Dios ha queri­


do que seamos cooperadores suyos, ha querido correr el riesgo
de nuestra libertad. Me llega a lo hondo del alma contemplar la

5 CERVANTES Y SAAVEDRA, M iguel, El Quijote de la Mancha, 2da. Parte, Cap. 58.


figura de Jesús recién nacido en Belén: un niño indefenso, iner­
me, incapaz de ofrecer resistencia. Dios se entrega en manos de
los hombres, se acerca y se abaja hasta nosotros.

Jesucristo teniendo la naturaleza de Dios, no tuvo por usur­


pación el ser igual a Dios, y no obstante se anonadó a sí m is­
mo tomando forma de esclavo. Dios condesciende con nues­
tra libertad, con nuestra imperfección, con nuestras miserias.
Consiente en que los tesoros divinos sean llevados en vasos de
barro, en que los demos a conocer mezclando nuestras defi­
ciencias humanas con su fuerza divina.”6

La violencia, interior o exterior, nunca ha sido el camino


hacia la verdad. “Para perseverar en el seguimiento de los pasos
de Jesús, se necesita una libertad continua, un querer continuo,
un ejercicio continuo de la propia libertad.”7

En la Catedral Saint Paul de Londres se encuentra el cua­


dro de William Holman Hunt (1827-1910) llamado La luz del
mundo (1853-1854), donde se representa a Jesucristo golpean­
do una puerta. “He pintado el cuadro por lo que yo pensaba
- a pesar de lo indigno- era por un mandato divino, y no sim­
plemente como un buen tema. La puerta en la pintura no tiene
picaporte, y por lo tanto sólo se puede abrir desde el interior,
lo que representa la mente obstinadamente cerrada. Hunt, 50
años después sintió la necesidad de explicar el simbolismo.”8

El Señor respeta nuestra libertad de abrir cuando Él llama,


pero la puerta sólo se abre desde dentro.

6 SA N JO S E M A R ÍA , Es Cristo que pasa, N ro. 113.


7 SA N JO S E M A R ÍA , Forja, N ro. 819.
8 http://en.w ikipedia.org/w iki/T he_L ight_of_the_W orld_(painting) E sta historia
está contada de otra m anera en m uchas páginas de internet, sin m encionar la explicación
que dio el propio autor. Se dice m ás bien que en la presentación un com edido le pregun­
tó p or el picaporte d e la puerta. Es m ás verosím il la versión que trascribí de W ikipedia.
BIEN A V EN TU R A D O S
LOS POBRES DE ESPÍRITU
íiíTí ' ■"

l Emperador Augusto, que gobernó el imperio romano

E desde el 27 a.C. hasta el 14 d.C., mandó que se realizase


un censo sobre todo su territorio, sin duda muy extendi­
do en los tiempos conocidos como los de la paz romana.

En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto,


para que se empadronase todo el mundo. (...) Todos iban a ins­
cribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de la casa y familia
de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de
David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María,
su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí,
le llegó la hora del parto. (Le 2, 1.4-6)

Como los romanos respetaban las costumbres locales de


los pueblos dominados, según la ley judía cada uno debía em­
padronarse en el lugar de origen, es decir, en este caso, Belén.
“Sin saberlo, el emperador contribuye al cumplimiento de la
promesa: la historia del Imperio Romano y la historia de la
salvación, iniciadas por Dios con Israel, se compenetran recí­
procamente. La historia de la elección de Dios, limitada hasta
entonces a Israel, entra en toda la amplitud del mundo, de la
historia universal.”9

9 B E N E D IC T O X V I, La infancia de Jesús, Planeta, B arcelona, 2012, p. 71.


San José y la Virgen, dos desconocidos habitantes de Pales­
tina, se pusieron en marcha, obedeciendo esta orden imperial,
no sin fatiga.

En aquel tiempo, como hoy, cualquier caminante tarda tres


o cuatro días en hacer el trayecto de Nazaret a Belén10, obvia­
mente hay que agrégarle la incomodidad del embarazo de la
Virgen María. Pero no se iban a oponer al emperador de Roma,
cuyo imperio incluía Palestina, pese a que María llevaba consi­
go, escondido en sus entrañas, al Rey de reyes y Señor de seño­
res. (Ap 19,16)

Dios se vale de lo que puede ser un acto administrativo o de


gobierno para poner en marcha la Redención, desde la senci­
llez de un pueblo perdido del Imperio Romano.

Llegado el momento del nacimiento de Jesús, un ángel se


encargó de proclamarlo a los pastores. Los profetas, cuando
querían anunciar algo importante, acompañaban sus profecías
con algún signo extraordinario, para que se les creyese. En este
caso, al ángel se le une un coro celestial, y “la señal” que se da
para reconocer al Redentor será la humildad del pesebre y los
pañales con los que es envuelto el Niño.
i

Debajo del altar principal de la Basílica de Santa María Ma-


ggiore de Roma, hay un relicario que custodia unos trozos de
madera que, según la tradición, son del Pesebre de Belén.

Vinieron del cielo a la tierra, para anunciar algo que era su­
blime; traían un mensaje a unos sencillos pastores de Palestina,
que dorm ían al raso, es decir, distantes de los palacios del Rey
Herodes. ¡Qué paradoja!

10 Cfr. P E R E Z D E U R B E L , F ray Justo, Vida de Cristo, E ditora de R evistas SA,


M éxico, 1989, p. 57.
“Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia
pobre (cfr. Le 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros
testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la
gloria del cielo (cfr. Le 2, 8-20).”11

Una lección del Señor para que aprendamos que la Reden­


ción se hace primero en la humildad de nuestra alma, que es
el reducto o morada de Dios. ¡Bienaventurados los pobres de
espíritu porque de ellos es el reino de los Cielos! (Mt 5, 3)

“Ni voy de la gloria en pos,


ni torpe ambición me afana,
y al nacer cada mañana
tan sólo le pido a Dios;
casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer
y un Cristo para rezar;
que el que se esfuerza y se agita
nada encuentra que le llene
y el que menos necesita
tiene más que el que más tiene.”12

Pero también es paradójico que nosotros busquemos la for­


taleza en los emperadores de este m undo -los que tienen po­
der-, en vez de buscarla en la sencillez del Pesebre. La disyun­
tiva es clara, o vamos a Belén a adorar al Rey, o somos como el
abyecto Herodes que con el falso pretexto de un poder terrenal,
entró en Belén “a saco y espada”, matando a los inocentes. Por­
que cada vez que usamos la violencia, hay inocentes.

11 C atecism o de la Ig lesia C atólica, N ro. 525.


12 P E M Á N , Jo sé M aría (1 8 9 7 -1 9 7 1 ), De la vida sencilla, V. H. S anz C alleja, M a­
drid, 1923.
Ojalá que la próxima Navidad nos encuentre rezando hu­
mildemente ante el Pesebre que hemos hecho con cariño, en
nuestra propia casa.
“Si hubiese servido a Dios -decía Thomas Wolsey, Canciller
del Inglaterra- con la diligencia que he puesto en el servicio
del rey, no me hubiera desamparado ahora que blanquean mis
cabellos. Pero ésta es la justa recompensa que debo recibir por
los trabajos y diligencia m undana que me he tomado por sa­
tisfacer tan sólo sus vanos placeres sin consideración de mis
deberes piadosos.”13

13 V A Z Q U E Z D E P R A D A , A ndrés, Sir Tomás Moro, R ialp, M adrid, 1975, p. 328.


C O R A Z Ó N M ISERICO RDIO SO

■ P l i''
•Mrí,.

C C x T o fue fácil convencerlo de que accediera. ‘Las en-


I trevistas periodísticas no son mi fuerte’, suele de-
X cir. De hecho, en el prim er encuentro sólo con­
sintió, inicialmente, que se glosaran sus homilías y mensajes.
Cuando, finalmente, aceptó no puso-condiciones, aunque sí
cierta resistencia a hablar de sí mismo frente a nuestro intento
de mostrar su costado más humano y su dimensión espiritual.
Y todos los encuentros terminaron invariablemente con un
cardenal manifestando su duda sobre la utilidad del cometido:
¿Creen que lo que dije puede resultar útil?’”14

Estas palabras pertenecen a la Introducción del libro “El je-


suita” de Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, publicado en
2010 en base a una serie de entrevistas mantenidas con el en­
tonces Arzobispo de Buenos Aires Mons. Jorge M. Bergoglio,
hoy el Papa Francisco, a lo largo de casi dos años. Por razones
obvias, este libro se reimprimió en marzo del 2013.

No podría decir en qué mes lo leí, si fue en abril o mayo,


pero seguro, al poco tiempo que fuese elegido Papa. Necesitaba

14 R U B IN , S .-A M B R O G E T T I, E , El jesuíta, C onversaciones c o n Jorge B ergoglio,


E diciones B , B arcelona, 2013, p. 22.
tener información de él, más siendo un argentino que vive en
el extranjero.

“¿Creen que lo que dije puede resultar útil?” A mí me resultó


muy útil y alguna anécdota del libro me conmovió profunda­
mente por lo que digo en el párrafo siguiente. Hoy el libro es
conocido, muy conocido. Desconozco las cifras de ventas pero
en los ambientes que frecuento se ha convertido en una biblio­
grafía obligatoria.

La anécdota que te trascribo ahora de “El jesuita” también


es conocida, con cierta autonomía de todo el texto del libro. En
mi caso, como sacerdote, me hizo reflexionar y meditar bastan­
te, y por eso me ha hecho -y me sigue haciendo- mucho bien.
Es una verdadera lección de entrega y de servicio a los demás,
en fin, de celo sacerdotal. Por otro lado, es claro que la miseri­
cordia de Dios con los hombres habitualmente llega mediante
otros hombres, verdaderos mediadores, y esos somos nosotros.

“El entonces obispo auxiliar de Buenos Aires, Jorge Bergo-


glio, cerró la carpeta en la que estaba trabajando en su oficina
del arzobispado y miró la hora. Lo esperaban para un retiro en
un convento a las afueras de Buenos Aires y tenía el tiempo casi
justo para tomar el tren. Aun así, no dejó de recorrer el breve
trayecto hasta la Catedral. Como todos los días, quería rezar,
aunque sea unos minutos delante del Santísimo Sacramento,
antes de continuar con la intensa actividad.

En el interior del templo se sintió aliviado por el silencio y


la frescura, en contraste con el calor de una tórrida tarde de
verano. Cuando estaba saliendo se le acercó un joven, que no
parecía estar del todo bien psíquicamente, para pedirle que lo
confesara. Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular un gesto
de fastidio por la demora que implicaba esa circunstancia.
El muchacho, de unos 28 años, hablaba como si estuviera
ebrio, pero presentí que probablemente estaba bajos los efec­
tos de alguna medicación psiquiátrica, recuerda el cardenal.
Entonces yo -agrega-, el testigo del Evangelio, el que estaba
haciendo apostolado, le dije: Ahora nomás viene un Padre y
te confesás con él porque tengo que hacer algo. Yo sabía que el
sacerdote llegaba recién a las cuatro, pero pensé que, como el
hombre estaba medicado, no se daría cuenta de la espera y salí
muy suelto de cuerpo. Pero a poco andar, sentí una vergüenza
tremenda; me volví y le expresé: el Padre va a tardar; te confie­
so yo. Bergoglio recuerda que después de confesarlo lo llevó
delante de la Virgen para pedirle que lo cuidara y, finalmente,
se fue pensando que el tren ya se había ido. Pero, al llegar a la
estación, me enteré de que el servicio estaba atrasado y pude
tomar el mismo de siempre. A la vuelta, no enfilé directamente
para mi casa, sino que pasé por donde estaba mi confesor, por­
que lo que había hecho me pesaba. Si no me confieso mañana
no puedo celebrar Misa con esto, me dije.”15

Esta historia sin duda tiene mucha fuerza, pero más si se


la relaciona con el contenido de la Ex. Ap. Evangelii Gaudium
publicada en noviembre del 2013, cuyo tema principal es la m i­
sión evangelizadora de la Iglesia. Más aun, a través de ese docu­
mento el Papa Francisco nos propone entender a la Iglesia en
clave de misión. No podemos dejar desamparadas a las almas
que nos están buscando; a las almas que nos están necesitando.
Es más, tenemos que ir a buscarlas.

¿Será este el momento indicado para salir de la modorra o


despertar de nuestro absurdo letargo? Me lo pregunto como
sacerdote... “Dios mío, ¿cuándo me voy a convertir?”16

15 R U B IN , S .-A M B R O G E T T I, F., El jesuíta , C onversaciones con Jorge B ergoglio,


E diciones B, B arcelona, 2013, p. 67.
16 SA N JO S E M A R ÍA , Forja, N ro. 112
DAM E, SEÑOR, U N PO C O
D E SOL, ALGO D E TRABAJO
Y U N PO C O D E ALEGRÍA

on el capítulo 12 del Evangelio de san Lucas comienza

C lo que algunas ediciones de la Biblia han denominado


“el discurso escatológico”, es decir, uh conjunto de ense­
ñanzas de Jesús que tienen por objeto prepararnos para la vida
eterna. Obviamente que, en estos capítulos, al tema principal le
acompañan otros.

Por el contenido, se ve que están dirigidas a sus discípulos,


aunque los espectadores sean una multitud, como indica san
Lucas. Uno de la muchedumbre le dijo: Maestro, di a mi herma­
no que reparta la herencia conmigo. (Le 12,13) Jesús le respon­
dió, pero añadiendo una advertencia -estad alerta y guardaos
de toda avaricia; porque aunque alguien tenga abundancia de
bienes, su vida no depende de lo que posee (Le 12, 15)-, y una
parábola:

Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. Y se


puso a pensar para sus adentros: ¿Qué puedo hacer, ya que no
tengo dónde guardar mi cosecha? Y se dijo: Esto haré: voy a des­
truir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré
todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: Alma, ya
tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa,
come, bebe, pásalo bien. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma
noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para
quién será? (Le 12,16-20)

La parábola trata de un hombre rico y previsor, que habien­


do acumulado tanta riqueza debía organizarse como para p o ­
der pasar el resto de su vida sin preocupaciones económicas.
Solo que en este caso, se le escapó un importante factor -o lo
ignoró-, ya sea porque no lo tuvo en cuenta o no tenía dominio
sobre él: la muerte; insensato, esta misma noche te van a recla­
mar el alma.

El sensato es el que actúa con sentido o tiene seso, en cam­


bio el insensato es el que se comporta como si no lo tuviera.
El hombre rico de la parábola parecía prudente con el manejo
de sus bienes, o previsor, como dije antes, pero sus obras no
' tenían el sello de eternidad, le faltaba una proyección que fuese
más allá de su vida terrena. A nosotros nos sucede lo mismo
cuando vivimos con intensidad el momento presente, pero sin
pensar que el ahora es parte del mañana. Esto le pasa al que
acumula riquezas para sí y no es rico para los ojos de Dios. (Le
12, 21)

Quizá podamos pensar que esta parábola está dirigida sola­


mente a los que más tienen, pero en realidad se dirige a todos,
porque todos tenemos algo para compartir, y hacernos agrada­
bles a los ojos de Dios. Todos podemos levantar la vista y ver
un poco más allá de la inmediatez.

“Despégate de los bienes del mundo. -A m a y practica la p o ­


breza de espíritu: conténtate con lo que basta para pasar la vida
sobria y tem pladam ente.. ”17

17 SA N JO S E M A R ÍA , Camino. N ro. 631.


Fue muy edificante atender a un enfermo de cáncer durante
los últimos meses de su vida. Tuve la sensación que, a medida
que la enfermedad avanzaba, él iba entregando su vida, semana
a semana. No es que “estaba preparado” para la muerte, eso era
así, desde ya, sino que además “se ofrecía a Dios” en holocaus­
to, mientras más se acercaba a Él. A veces nos conformamos
con estar en gracia en el momento final, pero..., el amor nos
pide más: “Señor, tú me diste la vida, yo te la devuelvo, yo te
la entrego; la vida no se me va, no se me escapa, no la pierdo.”

Tenemos que ser más responsables con el don de la vida,


porque al final el Señor nos preguntará qué has hecho con ella,
¿enterrarla? Pensar en la vida eterna, y darle a nuestras accio­
nes sentido de eternidad, relativiza nuestras preocupaciones:
no querer más que una vida sobria y templada.

“Dame, Señor, un poco de sol,


algo de trabajo y un poco de alegría.
Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla,
una buena digestión y algo para digerir.
Dame una manera de ser
que ignore el aburrimiento, los lamentos y los suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado
por esta cosa embarazosa que soy yo.
Dame, Señor, la dosis de hum or suficiente
como para encontrar la felicidad en esta vida
y ser provechoso para los demás.
Que siempre haya en mis labios una canción,
una poesía o una historia para distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos
y a no ver en ellos una maldición.
Concédeme tener buen sentido,
pues tengo mucha necesidad de él.
Señor, concédeme la gracia,
en este momento supremo de miedo y angustia,
de recurrir al gran miedo y a la asombrosa angustia
que tú experimentaste en el Monte de los Olivos
antes de tu pasión.
Haz que a fuerza de meditar tu agonía,
reciba el consuelo espiritual necesario
para provecho de mi alma.
Concédeme, Señor, un espíritu abandonado,
sosegado, apacible, caritativo, benévolo, dulce y compasivo.
Que en todas mis acciones, palabras y pensamientos
experimente el gusto de tu Espíritu santo y bendito.
Dame, Señor, una fe plena,
una esperanza firme y una ardiente caridad.
Que yo no ame a nadie contra tu voluntad,
sino a todas las cosas en función de tu querer.
Rodéame de tu amor y de tu favor.”18

18 E sta oració n es atribuida a M oro, sin em bargo, co nsultado u n esp ecialista en las
obras d e este autor, h a dicho que n o se encuentra n i en los quince v o lúm enes de sus
obras com pletas, n i en el P ray er B o o k de M oro, ni en su C orrespondencia. T am bién
es im portante a clarar que el p o em a n o sigue el estilo d e T om ás M oro.
¿DE QUÉ H ABLABAN
EN EL CAM INO?

esús buscaba un lugar apacible y solitario para poder ins­

I truir mejor a los discípulos sobre los sucesos que iban a


ocurrir en Jerusalén. Atravesaron toda la Galilea hasta lle-
a Cafarnaúm.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la


montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se entera­
se, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: El Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará. Pero
no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a
Cafarnaúm, y, una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais
por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían
discutido quién era el más importante. (Me 9, 30-34)

El Señor les habla de su Pasión más o menos próxima y los


discípulos no entendían lo que les decía, pero tampoco querían
preguntar porque tenían miedo. Es más, las palabras de Jesús
contrastaban con las de los discípulos porque ellos discutían
sobre quién sería el más grande en el Reino. ¿Es posible esto?
Al parecer es lo que sucedió: al mismo tiempo que les explica­
ba los sucesos dramáticos que se aproximaban, ellos estaban
pensando en su propia gloria. Una nueva manera de vivir el
tristemente recordado seréis como dioses. (Gen 3, 5)
Entonces Jesús vuelve a corregirlos para que se vayan for­
mando la verdadera imagen del Mesías, no la de un conquis­
tador ni la de un líder político, sino la del paciente que carga
con nuestros pecados, el que desde la Cruz hace nuevas todas
las cosas.

El Señor sabe lo que pasará en Jerusalén -siempre lo supo y


lo tuvo delante de sus ojos a lo largo de su vida terrena- y está
determinado a ir porque ha venido a la tierra para eso, para ir
a Jerusalén. Los pensamientos de los discípulos están en otra
parte, incluso en medio del cercano drama de la Cruz.

Nosotros podemos distraernos en la Santa Misa -el sacrifi­


cio de la C ruz-, por ejemplo, mandando “mensajitos” o leyén­
dolos, revisando el correo. Lo dice algún cartel pegado en la
puerta de una Iglesia: Jesús te llama pero no por el celular. ¡Es
estar en otra cosa, en el mismo momento de la Cruz!

El camino del cristiano es el camino de Cristo, al menos te­


nemos que intentar o pretender vivirlo en plenitud. El signo
del cristiano con el que se nos bendice y con que se nos redime,
es la Santa Cruz, por eso la buscamos, la tenemos y la besamos.

“Quiero Señor aprender a ofrecerte dolores vírgenes, no


quiero ofrecerte dolores ya manoseados por muchos consuelos
humanos.”19

Para ejemplificar mejor esta historia, ciertamente es la nues­


tra, busqué en internet alguna anécdota sobre “la voluntad de
Dios” que, sin duda, pasa por la Cruz. Encontré esta que te
copio:
■i ?

19 S egún m e h a llegado, este te x to lo te n ía m i tía F in a en su ag en d a cuando falleció


en 1979. N o sé cu ál es su origen.
“Cuando Jesús ascendía a los cielos se encontró por el ca­
mino al Arcángel San Gabriel que, como siempre, llevaba un
mensaje importante. El arcángel le preguntó:

-¿Q ué son esas once luces que brillan en la oscuridad de la


tierra?

-L a luz grande es mi Madre; las otras son los apóstoles...


Uno ha salido ahora con dudas, pero volverá... Son las chispas
que deberán prender de fuego a la tierra, según los planes de
mi Padre.

Se detuvo el arcángel y volvió a ver las onces pequeñas luces


que se veían allí abajo -nada en comparación de la inmensa
oscuridad del m undo-. Le preguntó a Jesús:

-Señor, ¿qué tienes preparado por si éstos fallan?

Y Jesús le respondió: NO TENGO NADA PREPARADO.

¡Y no fallaron! El Señor confía en todos los suyos de todos


los tiempos. Detrás de cada uno hay también una larga historia
por escribir. Él espera que no fallemos.”20

Señor, no te vamos a fallar, pero confiamos en tu gracia. Ma­


ría, con tu ayuda.

“Invócala con fuerza: “Virgo fidelis!” - ¡Virgen fiel!, y ruéga­


le que los que nos decimos amigos de Dios lo seamos de veras
v a todas horas”.21

11 http://w w w .anecdonet.com /m odules.php?nam e= N ew s& new _topic= 178


21 SA N JO S E M A R ÍA , Surco, N ro. 51.
IV o D O M IN G O DE CUARESM A,
D O M IN G O LAETARE,
D O M IN G O DE LAS ROSAS22

l IVo domingo de Cuaresma recibe estos nombres porque

E así comienza la “Antífona de Entrada” de la Santa Misa:


Laetare, Ierusalem... “¡Alégrate Jerusalén! ¡Reunios, vo­
sotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, exultad
de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consolaciones.”23

El color litúrgico de este día pasa del morado, propio de la


Cuaresma, al rosa, para representar la alegría de la proximidad
de la Pascua. Debo confesar que los sacerdotes no siempre te­
nemos el juego completo de ornamentos con los colores rosado
y celeste, de la fiesta de la Inmaculada Concepción, pero debe­
ríamos tenerlos para vivir en plenitud la celebración.

Este domingo también fue llamado “Domingo de las Rosas”,


porque en la antigüedad, los cristianos acostumbraban obse­
quiarse rosas. Y es aquí que surge la simpática historia de la
Rosa de Oro”.

’ Extraído de http://es.gaudium press.org/content/44630


23 Is 66, 1 0 -1 1 .
En el siglo X nació la tradición de la “Bendición de la Rosa”,
ocasión en que el Santo Padre, en el IVo domingo de la Cuares­
ma, iba del Palacio de Letrán a la Basílica de la Santa Cruz de
Jerusalén, llevando en la mano izquierda una rosa de oro que
significaba la alegría, como había dicho. Con la mano derecha,
el Papa bendecía a la multitud.

Regresando procesionalmente a caballo, el Papa al llegar,


obsequiaba al prefecto de Roma la rosa, en reconocimiento por
sus actos de respeto y homenaje.

De ahí, entonces, tuvo inicio la costumbre de ofrecer la


“Rosa de Oro”, para personalidades y autoridades que m ante­
nían una buena relación con la Santa Sede, como príncipes,
emperadores, reyes... En los tiempos modernos los papas acos­
tumbran remitir este símbolo de afecto personal a santuarios
importantes. Por ejemplo, el Santuario de Nuestra Señora de
Fátima en Portugal recibió una Rosa de Oro de Pablo VI en
1965, y la Basílica de Nuestra Señora de la Aparecida en Brasil
recibió una de Pablo VI en 1967, y otra de Benedicto XVI en
2007.

Esta simpática historia, sin duda piadosa, no deja trasm i­


tirnos alguna enseñanza tan oportuna ahora que las fiestas pa­
ganas gozan de buena salud. Me refiero a Halloween y a tantas
Otras que se nos imponen pacíficamente.

Es bueno tener tradiciones cristianas, conservarlas, vivir las


fiestas o celebraciones, aprovechando toda la riqueza de la Igle­
sia que se vuelca en esas ocasiones. Ojalá sigamos m andándo­
nos flores en el IVo domingo de Cuaresma para recordar que
nos preparamos para la Pascua, que es una fiesta grande; las
felicitaciones de Navidad o para el día del santo -deberíam os
saber quién es nuestro santo patrono-; poner el pesebre en el
Adviento, y un largo etcétera.
D O N DE LÁGRIMAS

l don de lágrimas o de llanto ha sido estudiado desde

E hace muchísimos años como un fenómeno místico ex­


traordinario. “La expresión aparece por primera vez en
‘De virginitate’, atribuida a San Atanasio -s. IV-, y su rareza
está bien determinada, ya que son pocos los dotados”24por este
don.
Hp-■
Son un regalo de Dios o una caricia de predilección que al­
gunos santos han “padecido”, aunque no muchos, por ser algo
muy especial.

San Ignacio de Loyola fue uno de ellos, que, como afirma el


I)r. Munoa Roig, lo recibió con “suprema largueza”. La lectura
ilc su “Diario Espiritual” pone en evidencia la profundidad, el
>.irácter y la frecuencia de estas experiencias .25

“Llamaba la atención ante todo su misma abundancia, como


I anota: ‘Viniendo en mucha grande devoción y muchas lágri-
11as intensísimas’; cubriéndome tanto de lagrimas’; con gran­

M U N O A R O IG , Jo sé Luis: h ttp ://e n fe p s.b lo g sp o t.c o m .a r/2 0 1 0 /0 4 /e l-d o n -d e -


i im a s-e n -sa n -ig n a c io -d e .h tm l
Id e m .
de efusión de lágrimas por el rostro’; ‘un cubrirme de lágrimas
y de am or’. 26

Hay otros ejemplos como los de Santa Teresa o San Juan


de la Cruz. Traigo a colación un poema de este autor que hace
mención a las lágrimas y gemidos con que el alma suspira por
amor el encuentro definitivo con el Esposo.

“Con esta buena esperanza


que de arriba les venía,
el tedio de sus trabajos
más leve se les hacía;
pero la esperanza larga
y el deseo que crecía
de gozarse con su Esposo
continuo les afligía;
por lo cual con oraciones,
con suspiros y agonía,
con lágrimas y gemidos
le rogaban noche y día
que ya se determinase
a les dar su compañía.
Unos decían: ¡Oh, si fuese
en mi tiempo la alegría!
Otros: ¡Acaba, Señor;
al que has de enviar, envía!”27

Buscando vaya uno a saber qué en internet, encontré este


testim onio sobre el don de lágrimas, y algo m ás... porque
se trata de una experiencia mística en prim era persona. Lo

26 M A R T Í B A L L E ST E R , Jesús: http://w w w .es.catholic.net/escritoresactua-


le s/6 6 4 /2 14 5 /a rtic u lo .p h p ? id = l 8762
27 S A N JU A N D E L A C R U Z . R om ance sobre el E vangelio “In p rincipio e rat Ver-
b u m ”, acerca d e la S antísim a T rinidad.
trascribo textual con la referencia al final del sitio donde lo
encontré.

“Soy una fiel servidora del Señor, hago el Santo Rosario


todos los días, y oro mucho durante el día, o sea, que casi
siempre estoy en silencio porque he aprendido a través de ese
silencio escuchar la palabra del Señor. Como también me en­
canta ir a la Adoración Perpetua donde aprendí en ese her­
moso silencio tener esa presencia herm osa de nuestro Padre
y hablar con Él personalmente. No sé si es bueno, pero me
he acostumbrado a ése silencio y a veces los ruidos más in ­
significantes me molestan, pienso que muchos vecinos dirán
que soy antisocial, pero la realidad es que soy muy celosa con
mis espacios y mi silencio. Ayudo a mucha gente a través de
internet, tengo una página de la Santísima Virgen María en
I acebook, tengo la de m i parroquia y la mía personal. Soy so­
breviviente de cáncer desde el 2000 y estuve desahuciada, con
siete cirugías, shock séptico y paro cardíaco, y para la gloria
ile Dios ese proceso de dolor me ayudó mucho a reconciliar­
me con Dios. ¡Bendito Dios!

Bn estos días he sentido una tristeza muy grande y me la


lie pasado llorando, incluyendo cuando estoy orando, es un
llanto que sale desde lo más profundo de mí ser, y a veces no
le encuentro el motivo. Claro, a veces, como estuve hace poco
111 tiy enferma, me aterraba el hecho de quedar en cama y no
poder seguir sirviéndole a Dios. También cuando comulgo lo
lugo de rodillas, porque un día en la fila para comulgar escu­
lle claramente una voz que me decía “de rodillas”, mientras
ñas me acercaba al sacerdote era más fuerte. Cuando llegué
Ande él, usualm ente hacía una genuflexión, pues fue como
i me hubiesen dado por la parte de atrás de las piernas y caí
le rodillas. Desde ese entonces comulgo de rodillas y caigo
m un llanto ¡que no puedo aguantar! Mucha gente me dice
que si estoy bien, que qué me pasa, pero les explico y ¡no me
entienden!”28

28
http://encristiano.org/viewtopic.php?f=6&t=269
EL BU EN PASTOR

a fiesta de la Dedicación conmemoraba la liberación de

L Israel de los sirios y la purificación del Templo que había


hecho Judas Macabeo después que lo haya profanado el
rey Antíoco IV Epifanes. Era una fiesta nacional que se feste-
i.iba con algarabía y congregaba a los judíos de todas partes en
lerusalén.

Con ocasión de dicha fiesta Jesús se hizo presente en la Ciu-


d.id Santa y se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón.
i ln 10,23) Rodeado de gente que se resistía a reconocerlo como
el Mesías, y que lo acosaba para que lo dijera claramente, Jesús
i rspondió al ser interrogado:

Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre


/<• mi Padre son las que dan testimonio de mí. Pero vosotros no
nris porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz,
vo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no
crecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. (Jn
10,25-28)

1a imagen del pastor era familiar para los israelitas en tiern­


os del Señor, por eso le entendían cuando les hablaba con
*te, y también con otros ejemplos de la vida cotidiana. Pero
además, los judíos identificaban al rey con un pastor porque
él debía cuidar de los habitantes de su reino y conducirlos a
los “buenos pastos”, para que el pueblo no sintiese necesidades.
Ciertamente no todos los reyes fueron buenos pastores, es más,
en muchos casos tuvieron que ser reprendidos por los profetas
-aquellos que hablaban en nombre de D ios- como Natán al rey
David, por aprovecharse de las ovejas, “carnearlas” y servirse
de ellas para vestirse con su lana.

Ante semejante atropello, el pueblo fiel acudía con plegarias


a su Dios con la certeza de que... el Señor es mi pastor, nada me
puede faltar. (Sal 23)

Nadie puede suplir al Señor porque Él es el auténtico Pastor,


el que cuida, sostiene y lleva a los buenos pastos a sus ovejas. La
liturgia año a año nos recuerda esta imagen en el IVo domingo
de Pascua, conocido también como el domingo del Buen Pas­
tor porque en él se lee una parte del capítulo 10 del evangelio
de San Juan, que es el conocido discurso del Buen Pastor.29

El problema se suscita cuando el hombre pretende reem ­


plazar al Buen Pastor por “otro” -en general ese otro soy yo
m ism o-, y busca la felicidad por los propios medios: “Señor, no
te metas en mi vida que yo me las arreglo solo para ser feliz”. O
peor, pedirle a la naturaleza -a las cosas de la tierra-, que me
den la felicidad que pretendo de modo absurdo, y así nacen los
sucedáneos de Dios, con los que me dejo atar.
y.
El Señor se sirvió de un burro para entrar en Jerusalén el
Domingo de Ramos, pero antes hubo que desatarlo de aque­
llo que lo tenía atado a la tierra, lo que hoy llamaríamos un
palenque.

29
E l p asaje que a h o ra com entam os se lee en el ciclo C.
Que nadie intente arrebatarnos de las manos del Señor, mu-
i ho menos las cosas materiales.

“Este es el testimonio de un anciano sacerdote de un pueblo


de las afueras de Viena que acaba de jubilarse a los 85 años
de edad: Durante decenas de años, todos los días, a las cuatro
y media de la mañana estaba sentado en el confesionario. La
gente de los alrededores sabía que lo encontraría y muchos, de
i .imino a Viena para trabajar, daban un pequeño rodeo para
pasar por el pueblo y confesarse. Él nunca fallaba. Había am­
pliado un poco el confesionario, donde hacía gimnasia m atu­
tina, leía, rezaba, esperaba... estaba allí. Era muy querido de
l o s jóvenes; según ellos, uno de sus mejores pastores. Yo me

descubro ante él, pues es digno de admiración.”30

'W m

S C H O N B O R N , C hristoph, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid, 2010,


EL CÍNGULO Y LA PUREZA

l cíngulo es un ornamento sagrado usado por los minis­

E tros en las celebraciones litúrgicas que consiste en un


cordón que sirve para sujetar el alba al cuerpo, y que se
ciñe alrededor de la cintura, a modo de cinturón.

Para aclarar aún más lo que digo, la Instrucción General del


Misal Romano31 se refiere de este modo al cíngulo: “La vestidu­
ra sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos, de
^nalquier grado, es el alba, que debe ser atada a la cintura con
el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que se adapte
al cuerpo aun sin él.”

Me comentaba un matrimonio amigo con el que estuve co­


miendo, lo que les sucedió en una Misa hace pocos años. El
acerdote en la homilía dijo, ciertamente airado, que alguien le
había puesto un papelito en la canasta de las ofrendas. Dicho
papel decía más o menos así: “use el cíngulo y cuidará la casti­
dad”. Mis amigos se decían qué tendrá que ver una cosa con la
ara, amen que, ciertamente no es manera educada de hacerle,
ina sugerencia al alterado párroco por esta acción “subversiva”.

Los escuché en silencio, pero pensé: esto tiene que saberse


porque, en efecto, las dos cosas guardan estrecha relación. La

N° 336.
conversación siguió por otros derroteros sin que hiciésemos
demasiado hincapié en esta “enorme minucia”.

El sacerdote reza al revestirse con el cíngulo antes de una


ceremonia litúrgica, con la intención de recordar la im portan­
cia de esta virtud, “cíñeme, Señor, del cíngulo de la pureza y
extingue en mis entrañas la llama de la sensualidad, para que
permanezcan en mí la virtud de la continencia y de la castidad”.

Ceñirse, o ceñirse las entrañas, son figuras que se encuen­


tran a menudo en la Sagrada Escritura -L e 12, 35; Ef 6, 14- y
tienen diferentes significaciones.

Los obreros, los soldados y los viajeros tenían la costumbre


de ceñirse para levantar y retener los vestidos que eran largos,
sueltos, y muchas veces llegaban hasta el suelo. De ese modo
se veían menos incomodados, más prontos para el trabajo, el
viaje o la lucha.

La vida cristiana es a menudo comparada a un trabajo, a


un combate, a una peregrinación. “Ceñirse las entrañas signifi­
ca, pues, en primera instancia animarse, reunir y poner en ac­
ción todas las fuerzas espirituales y morales. Es en este sentido
que Dios decía a Job: Ciñe tus entrañas como un hombre. (Job
38, 3) Es un signo de virilidad, de vigilancia, de actividad y de
fortaleza.”32

También puede significar que el sacerdote se prepara para


un Sacrificio -la Santa M isa- que lo eleva sobre la tierra, de la
cual, debe estar desprendido.

“Señor, soy tu sacerdote, te pertenezco todo entero a Ti,


pero el pecado ha dejado profundas huellas en mí. Muchas ve­

32 Cfr.: h ttp ://p o rla fe c a to iic a .b lo g sp o t.c o m /2 0 0 8 /0 8 /lo s-o m a m e n to s-sa g ra d o s-e l-
c n g u lo -y -e l.h tm l
ces mi concupiscencia me inclina al mal; muchas veces descu­
bro en mi interior fuerzas oscuras, malignas, un fuego que me
inclina al egoísmo y la sensualidad. Y todo eso me aparta de Ti,
y me impide amarte sobre todas las cosas, y amar a la Iglesia
con amor de pastor. Ahora que me preparo para celebrar el
sacramento de la Caridad, te pido: apaga en mí el fuego de las
pasiones desordenadas, y enciende el fuego de tu amor. Revís­
teme de tu pureza, ordena mis fuerzas instintivas, concédeme
la auténtica libertad. Concédeme la verdadera castidad, para
que mi corazón te ame con amor indiviso, para que en la pate­
na Tú y yo seamos una sola cosa ofrecida para gloria del Padre
y como alimento para el m undo hambriento.”33

( Ir. blog d el P ad re L eandro B onnin: http://padreleandro.blogspot.com /2008/07/


i iu io n e s-a n te s-d e -c e le b ra r-la -m isa .h tm l
EL M A N D A M IEN T O DEL A M O R

n el marco de la Última Cena, el Señor nos regaló un

E mandamiento nuevo o el mandamiento de la caridad:


amaos los unos a los otros como yo os he amado. (Jn 13,34)

No es un mandamiento más, porque está promulgado en


el momento de la despedida, es decir, con toda la fuerza de las
palabras dichas en esas circunstancias; con el aval de su vida
entregada por Amor a los hombres, inmediatamente después
de promulgarlo; con todo el peso que implica su cumplimien­
to: es el mandamiento del amor y signo por el que se distinguen
los cristianos.

En efecto, como atestigua Tertuliano en su obra más impor­


tante -Apologético-: “Pero es precisamente esta eficacia del
amor entre nosotros lo que nos atrae el odio de algunos que
dicen: mirad cómo se aman, mientras ellos se odian entre sí.
Mira cómo están dispuestos a m orir el uno por el otro, m ien­
tras ellos están dispuestos, más bien, a matarse unos a otros.
El hecho de que nos llamemos hermanos lo toman como una
infamia, sólo porque entre ellos, a mi entender, todo nombre
de parentesco se usa con falsedad afectada.”34
¿Es realmente un mandamiento nuevo? En la Antigua Ley
se expresa de muchas m aneras el amor al prójimo, incluso para
algunos era el mandamiento más importante -am ar a Dios y
amar al prójimo como a uno m ism o-35, pero la medida del
amor de los demás estaría dada por lo que uno quisiera para sí.

Sin embargo, Jesús cambia el parámetro de referencia, como


yo os he amado, es decir, en la Nueva Ley el amor al prójimo
tiene toda la fuerza del Amor.

El amor no se nos impone, sino que se nos regala -u n m an­


damiento nuevo os doy-, porque la caridad es un don de Dios
que se ha revelado en Cristo, que ha bajado a la tierra, que sale
a nuestro encuentro y que nos alimenta. Por tanto, nunca se
agota ni muere.

¿Qué podemos hacer con el mandamiento del Amor, así es­


crito en mayúscula? Pedirlo, y lo pediremos en la medida que
lo deseamos. Esperarlo, porque tanto amó Dios al m undo que
envió a su Hijo. Buscarlo, en Jesús que es Amor; en el Sagrario
que es prenda del amor futuro. Alimentarlo, con el Pan y la
Palabra; practicando la caridad con aquellos que están margi­
nados, o en los márgenes del amor, en la periferia, dice el Papa
Francisco.

Finalmente, es un mandamiento nuevo porque siempre es­


tamos aprendiendo a vivir mejor del amor, porque el amor es
la mejor manera de vivir.

Don Alvaro del Portillo, tenía el grado militar de Alférez


cuando terminó la guerra civil española y el Regimiento al cual
pertenecía, fue trasladado a Olot, Gerona, en el norte de Ca­
taluña. La misión que tuvo ese Regimiento fue la reparación
de puentes y carreteras, muy averiados como consecuencia de
la guerra. Pero Don Alvaro no estuvo mucho tiempo en Olot,
porque en julio de 1939 consiguió que lo destinaran a Madrid.
Su biografía cuenta el efecto que tuvo en su compañía dicho
traslado. “También en Olot alcanzó prestigio entre los demás
oficiales y los subordinados, por su hombría de bien. Un elo­
cuente testimonio de la huella que dejó en la unidad militar fue
la pintada que una mano desconocida dejó en la pared de uno
de los barracones de la tropa, cuando se conoció la noticia de
su traslado a Madrid: “Soldados, no lloréis la marcha del alférez
del Portillo. ¡Qué buen padre hemos perdido!”36 Se puede pen­
sar que los soldados no son gente de “sentimiento fácil”, pero la
virtud de Don Alvaro removía a cualquier corazón.

M E D IN A B A Y O , Javier, A lvaro del P ortillo, u n hom bre fiel, R ialp, M adrid,


2012, p. 171.
EPITAFIO DE
SA N TO TOM ÁS M ORO
- A Ñ O 1532 -

CC f 1 1omás Moro, nacido en la ciudad de Londres, de fa-


I milia honrada, sin ser célebre, y un tanto entendido
en letras, tras haber ejercido en el foro durante al-
, tinos años de su juventud y administrado justicia como Un-
li r-Sheriíf en aquella ciudad, fue llamado a la Corte por el
muy invicto rey Enrique VIII, (que fue el único entre los reyes
Iwe mereció el justo título de Defensor de la Fe, como verdade-
imente lo demostró con la pluma y con la espada: renombre
ista entonces desconocido). Se le nombró miembro del Con-
o)o, siendo hecho Caballero, luego Vice-Tesorero, más tarde
inciller del ducado de Lancaster y, finalmente, por admirable
ivor del rey, Canciller de Inglaterra.”37

I stas breves palabras autobiográficas de Tomás Moro perte-


>meen al principio del epitafio, redactado por él mismo en 1532
l.i edad de cincuenta y tantos años. Además de la semblan -
i Je la que sólo incluimos algún párrafo más, el epitafio trae
na poesía que había compuesto en su momento a causa de
cosas que se dijeron de él por su segundo matrimonio. No
•ría extraño pensar que la poesía intente justificar el deseo de
trasladar los restos de su prim era mujer, al lado de donde iría
él y su segunda esposa.

La historia, aunque abreviada, fue así. En 1505 se había ca­


sado con Jane Colt -Juana-, con la que tuvo cuatro hijos, pero
el matrimonio no duró mucho. Efectivamente, a los seis años
de casados Jane murió, por lo que Moro se casó nuevamente,
con Alicia Middleton, por cierto, viuda y con una hija.

Erasmo de Rotterdam gozó de la amistad de Moro y de su


entorno familiar como si fuese el suyo propio. Esos sentimien­
tos los expresaba por carta a un amigo de Alemania. “Parece
haber nacido ideado para la amistad, y es un amigo muy fiel
y paciente. Cuando encuentra alguien sincero y según su co­
razón, se complace tanto en su compañía y conversación que
pone en él todo el encanto de la vida. En una palabra, si quie­
res un perfecto modelo de amistad, no lo encontrarás en nadie
mejor que en Moro.”38

También fue amigo personal del rey de Inglaterra y de su


mujer Catalina de Aragón, pero más amigo de la verdad que
de cualquiera. Es decir, no le tembló la mano cuando tuvo que
decirle al rey lo que consideraba en conciencia aunque eso le
trajera más tarde consecuencias gravísimas. Al principio el rey
respetó las objeciones de Moro a sus deseos de anular su m atri­
monio, pero con el tiempo le sobrevino de modo implacable el
resentimiento de Enrique VIII, y con él, la pobreza más abso­
luta, hasta la ignominiosa muerte.

Gozaba de una gran clase humana, a su vez, una cultura su­


perior arraigada en sus lecturas y escritos, y una profunda vida
espiritual. En última instancia era un hombre muy completo.

38 C arta de E rasm o a U lrich v o n H utten, del 23 de ju lio de 1519. Cfr. http://


ec.aciprensa.com /w iki/S anto_T om % C 3% A ls_M oro#.U 2vB I_15N M g
I)e él se han escrito bastantes biografías que podrían ampliar el
perfil de este santo, modelo para el hombre de hoy.

Su sentido de la justicia era muy fino, al mismo tiempo que


indoblegable. En su extenso epitafio dice que “en el desempeño
ile estos oficios y honores -Canciller del reino-, fue tal su con­
ducta que ni el rey desaprobó sus acciones ni se hizo odioso a
los nobles ni desagradable al pueblo. Causó pesar, en cambio, a
los ladrones, a los homicidas y a los herejes.”

En una historia en la que dio muestras de buen adminis-


!rador de justicia estuvo involucrada su querida mujer Alicia.
Una tarde se presentó en la casa una mujer pobre que pedía
limosna en Chelsea, diciendo que le habían robado su perrito.
I 1 animal, no se sabe cómo, fue a parar a manos de la mujer
de Moro, que aseguró que se lo regalaron. Lo cual era verdad,
i mientras la pobre mujeruca aguardaba en el vestíbulo, Sir
I >más -que no en balde estudiaba los instintos y hábitos cani-
I

u is- se dispuso a dar sentencia. Llamando a su esposa constru-


sn inmediatamente la escena del juicio: -Tú, Alicia -dijo a su
mujer- ven aquí a la entrada del hall. Y usted, buena comadre,
'«.ngase allá al fondo, que no le voy a hacer injusticia. El Can­
il ler tomó al perro en brazos y colocándose entre ambas les
i'ieguntó si querían que decidiera el pleito. Cuando le contes-
u on que sí, les dijo -A hora, llamad al perro por su nombre,
; á de aquella a quien acuda. El animalejo, naturalmente, se
ic hacia la pobre mendiga. Luego, Moro suplicó a la dueña si
ma inconveniente en regalárselo a Alicia. Y aquella mujer,
u lo único que buscaba era justicia, se lo entregó de muy bue-
\ma. El juez la recompensó con una espléndida limosna.”39

Trasladados aquí -sigue el epitafio- los huesos de su prime-


posa, cuidó la construcción de este sepulcro para avezarse,

\ /.Q U E Z D E P R A D A , Sir Tomas Moro, R ialp, M adrid, 1962, p. 240.


día a día, a la idea de que la muerte se acerca arrastrándose sin
tregua. Y, para que no haya erigido en vano esta tumba m ien­
tras vive, y no tiemble ante al horror de la inminente muerte,
sino que la acepte con alegría por ansias de Cristo, y para que
la muerte no le sea cruda extinción sino entrada a una vida
más feliz, te suplico, buen lector, que le ayudes en vida con tus
piadosas oraciones.y las continúes cuando muera.

Aquí yace Juana, querida mujercita de Tomás Moro; sepul­


cro destinado también para Alicia y para mí.

En los años de mocedad estuve unido a la primera: gracias a


ella me llaman padre un chico y tres chicas.

La otra fue para con ellos -cosa rara entre m adrastras- m a­


dre cariñosa, como si de hijos propios se tratara.

De igual m odo vivo con ella como viví con la anterior: difí­
cil es decir cuál de las dos me es más querida.

¡Ay, qué gran suerte sería estar juntos los tres!

¡Ay, qué dicha si lo permitieran la religión y el destino!

Y por eso pido al cielo que esta tumba nos cobije unidos,
concediéndonos así la muerte lo que no pudo la vida.”40

En 1534 -dos años más tarde de esta redacción- le pidieron


que se presentara a jurar el Acta de Sucesión del rey, es decir,
a reconocer la unión de este con Ana Bolena, su pretendida
segunda esposa, y su prole como legítimos herederos del trono.
Además en dicha acta se repudiaba “cualquier autoridad ex­
tranjera, sea príncipe o potestad”. Moro se negó al juramento,
por lo que fue condenado a prisión.

40
Idem ., p. 352.
No conforme con dicho juicio, al año siguiente fue nueva­
mente juzgado por alta traición ya que no quiso reconocer una
nueva Acta por la cual el rey se convertía en el jefe supremo de
la Iglesia en Inglaterra. Moro fue condenado a la horca, pero el
rey conmutó magnánimo la pena por decapitación. Fue ejecu­
tado el 6 de julio de 1535.

El buen humor, mezclado de cierta ironía, que tenía Moro,


lo caracterizó toda su vida, incluso en los momentos más difí­
ciles, como quedó manifiesto en su ejecución. “A poca más al­
tura se alzaba el cadalso, mal armado y un tanto endeble. Moro
miró con recelo los peldaños por los que tenía que encaramar­
se al tablado. Y al poner el pie en uno de los travesaños vio que
le faltaban energías. Con mucha decisión tiró el báculo solici­
tando apoyo del lugarteniente: -Ayúdame a subir seguro, que
ya bajaré por mis propios medios’. (...) Y Moro le dijo (al que lo
iba a ajusticiar): Animo, ¡hombre!, no tengas miedo a cumplir
con tu oficio. Mi cuello es muy corto. Andate, pues, con tiento
y no des de lado, para que quede a salvo tu honradez?’41

Su cuerpo después de ser enterrado dentro del recinto de


la Torre de Londres, fue arrojado a una fosa común para que
no se lo pudiera reconocer con posterioridad. Sin embargo, la
cabeza, que había sido expuesta en una pica en la entrada del
puente de Londres, fue recuperada por su hija Margarita bajo
'borno, y ahora descansa en la tumba de los Roper, en la Igle­
sia protestante San Dunstand de Canterbury.

41 Idem ., p. 3 3 5 -3 3 6 .
tt iÉgQ'i.

EN U N DESIERTO
LUGAR DE LA M O NTAÑA

p.aÉtoi..

l 30 de agosto de 1948 fue publicada, según los críticos,

E una las obras más importantes de la literatura argenti­


na: Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. El éxito
no acompañó a la obra de forma inmediata, eso vino después.
Digamos que el autor sufrió un “ostracismo interno” -así lo
llamaba él- que lo apartó de la vida cultural y social en el país
que lo vio nacer, de tal modo que el libro tuvo divulgación y
reconocimiento recién en la década del ‘60.

Personalmente, lo he leído un par de veces con ánimo de


volver a hacerlo en cuanto me sea posible. En este sentido me
aento en falta con mi discreta afición literaria. He gozado con
su lectura por eso lo recomiendo vivamente. Me causó una gra-
i impresión una página, no muy extensa, de una simple, en
.1

ipariencia, excursión a la montaña, “por razones de arte y no


ile piedad”, que quiero compartir con los lectores de este libro.
,Qué sensibilidad la de Marechal para descubrir esa “presencia
111visible que llena todo el ámbito y en silencio recibe aquel tri­
lito de adoración!”

‘Por senderos montañeses y huellas de cabras has ascendido


l ista el viejo monasterio levantado en plena soledad. Una ra-
i m de arte, y no un motivo piadoso, te ha guiado en aquel as­
censo matutino. Y al entrar en la capilla desierta se deslumbran
tus ojos: frescos y tablas de colores paradisíacos, bajorrelieves
adorables, maderas trabajadas, bronces y cristalerías gozan allá
la inmarcesible primavera de su hermosura. Y estás preguntán­
dote ya quién ha reunido, y para quién, tanta belleza en aquel
desierto rincón de la montaña, cuando una fila de monjes ne­
gros aparece junto al altar y se ubica sin ruido en los tallados
asientos del coro. Y te asustás, porque sólo te ha guiado una
razón de arte. No bien el Celebrante inicia la aspersión del
agua, los del coro entonan el Asperges. La casulla roja, con su
cruz bordada en oro, resplandece luego sobre el alba purísima
que viste aquel mudo sacrificador: en su antebrazo izquierdo
cuelga ya el manípulo rojo sangre como la casulla. Y cuando
el Celebrante sube las gradas del altar lleno de florecillas rojas,
los monjes de pie cantan el Introito. A continuación los Kyries
desolados, el Gloria triunfante, la severa Epístola, el Evange­
lio de amor y el fogoso Credo resuenan en la nave solitaria.
Y escuchas desde tu escondite, como un ladrón sorprendido,
porque sólo te ha guiado una razón de arte. Ofrecidos ya el
pan y el vino, una crencha de humo brota en el incensario de
plata; y el Celebrante inciensa las ofrendas, el Crucifijo, las dos
alas del altar; devolviendo el incensario al acólito, recibe a su
vez el incienso y lo agradece con una reverencia; en seguida
el acólito se dirige a los monjes y los inciensa, uno por uno. Y
sigues atentamente aquella estudiada multiplicidad de gestos
cuyo significado no alcanzas; y, no sin inquietud, piensas ya
que tan solemne liturgia se desarrolla sin espectador alguno y
en un desierto rincón de la montaña, tal una sublime comedia
que actores locos representasen en un teatro vacío.

Pero de súbito, cuando sobre la cabeza del celebrante se


yergue la Forma blanca, te parece adivinar allí una presencia
invisible que llena todo el ámbito y en silencio recibe aquel tri­
buto de adoración, la presencia de un Espectador inmutable,
sin principio ni fin, mucho más real que aquellos actores tran­
sitivos y aquel teatro perecedero. Y un terror divino humedece
tu piel, y tiemblas en tu escondite de ladrón; porque sólo te ha
guiado una razón de arte.”42

M A R E C H A L , L eopoldo, Adán Buenosayres, E ditorial C astalia, M adrid, 1994,


< 5 7 9 -580.
EL HIJO M ENO R, EL PR Ó D IG O ...

CC on muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo


que ponen de manifiesto el amor-m isericordia bajo
un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos
al Buen Pastor en busca de la oveja extraviada o la mujer que
barre la casa buscando la dracma perdida. El evangelista que
trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo es san
I.ucas, cuyo evangelio ha merecido ser llamado ‘el evangelio de
la misericordia?’43

Si bien es cierto lo que dice San Juan Pablo II referido a todo


el evangelio de San Lucas, el capítulo 15 lo es de modo más
específico porque incluye las así llamadas parábolas de la mise­
ricordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo.
I as tres parábolas hacen del capítulo, un todo. De su lectura
deducimos fácilmente el porqué de este título, la razón está a
la vista.

Tiene una introducción de un versículo -se le acercaban


todos los publícanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y
los escribas murmuraban (Le 15, 1)-, y a continuación las tres
parábolas.

4) SA N JU A N PA B L O II, Dives in misericordia, N ro. 3.


Este comienzo sugiere la reacción del Maestro, sobre todo
porque los fariseos y los escribas habían dicho este hombre reci­
be a los pecadores y come con ellos. (Le 15, 2)

En efecto, todos los publícanos se habían juntado con Jesús


para comer con Él. Estos habían sido expulsados de la comu­
nidad por haberse vendido al invasor romano, recaudando los
impuestos para el imperio. ¡Cipayos, personeros de la depen­
dencia! Inadmisible.

Compartir la comida es establecer un tipo de vínculo es­


pecial con quien está sentado a la mesa con nosotros, porque
significa hacerse uno mediante el mismo alimento. Comer con
los pecadores -¡con todos los pecadores!- es identificarse con
ellos, es establecer un vínculo con el alimento que se parte y se
reparte.

* *

La consideración detenida de la parábola del hijo pródigo


se puede encontrar en el libro de H. Nouwen, “El regreso del
hijo pródigo”, cuya lectura también recomiendo. Desde que lo
leí no he dejado de hacerlo. El subtítulo es “meditaciones ante
el cuadro de Rembrandt”.

El autor del libro nos plantea enfrentarnos con el cuadro


para colocarnos en alguno de los tres papeles principales.
¿Quién soy yo? ¿El hijo menor, el pródigo? ¿El hijo mayor, el
que está al lado del padre, pero con su corazón muy lejos de
él? ¿El Padre, que abraza al hijo pecador, que pidió su herencia
para dilapidarla?
Rembrandt recorre un itinerario a lo largo de su vida, consi­
derando distintos aspectos de esta parábola, y expresándolos a
través del arte que dominaba: “Su predilección por este tema se
remonta ya a 1636, momento en que pinta una tela en la que apa­
rece un hijo pródigo vividor con una jarra de vino junto a una
dama en una taberna. Posteriormente, realiza un aguafuerte en
el que representa el momento del regreso del hijo pródigo. En él,
el padre y el hijo menor aparecen de perfil en el umbral de la casa
paterna, a través del cual se dejan ver el resto de los personajes.
Rembrandt en esta ocasión pone más énfasis en la pobreza del
hijo que en su retorno. En cambio, en el cuadro que nos ocupa,
el tema se concibe de forma distinta, ya que el autor lo despoja
de toda anécdota y el padre se convierte en el protagonista, que
con su abrazo absorbe la pobreza del hijo.”44

'' Cfr. http://w w w .ejoven.net/dentro/recursos/barroco/archiv/analisis.htm


EN V IÓ MENSAJEROS
DELANTE D E ÉL

odría pensarse, tal como está estructurado, que el evan­

P gelio de San Lucas sigue el recorrido que el Señor hizo


desde Galilea hasta Jerusalén, pasando por Samaría. Es
decir, el comienzo de la vida pública O de la predicación se da
en el norte y se termina en la Ciudad Santa.

Con esta aclaración se entiende el comienzo del pasaje que


quiero comentar.

“Y cuando iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús de-


. idió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante
a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos
para prepararle hospedaje, pero no le acogieron porque llevaba
la intención de ir a Jerusalén. (Le 9, 51-53)

Como vemos, no se trata tan sólo de la marcha de Jesús a Je-


i usalén para padecer y morir sino también del seguimiento de
los apóstoles, incluso yendo por delante de Él, para prepararle
• I camino.

No cabe duda que Jesús ha orientado su vida hacia la Pa­


tón, la Cruz y la Resurrección, y que no quiere ir solo: Y envió
por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de
amaritanos para prepararle hospedaje. Todos debemos sentir-
nos enviados, porque la vocación misionera nos afecta a to­
dos, incluso cuando el ambiente es hostil, como era la tierra de
Samaría para los judíos y galileos, y para el mismo Jesús, al que
no quisieron recibir.

La primera forma de vivir esta vocación en medio de una


sociedad que fue cristiana y tiene rasgos de pagana, es la co­
herencia de vida, que con tanta urgencia nos ha reclamado el
Año de la fe.

Pero además, tenemos que saber exponer las razones de la


fe, es decir, acompañar con palabras elocuentes la verdad sobre
Jesús, para que, conociéndolo, tengamos vida. “Haced de modo
que, en su primera juventud o en su adolescencia, se sientan
removidos por un ideal: que busquen a Cristo, que encuentren
a Cristo, que traten a Cristo, que sigan a Cristo, que amen a
Cristo, que permanezcan con Cristo.”45

El Catecismo es un invalorable punto de apoyo para esta


tarea de dar a conocer a Jesús. Quizá tengamos que pensar que
en cada hogar cristiano, tiene que haber un Catecismo.

Tampoco las palabras solas... sin el acompañamiento de una


vida verdaderamente cristiana, coherente, porque tenemos que
dar el ejemplo. Esto me lo digo a mí mismo, sacerdote, pensan­
do en voz alta el conocido dicho: “lo escuché y me emocioné;
le vi comer y me quedé tranquilo”.

Decirle que sí al Señor es ciertamente un gran riesgo porque


significa desprendernos de lo que parece valioso y seguro, pero
incorporarnos a la vida de Cristo, a su lógica, es incorporarnos
a la vida auténtica y definitiva, a la vida que llena el alma por­

45 SA N JO S E M A R ÍA , 24—X -1 9 4 2 , cfr. C anals, Salvador, Ascética meditada, E d i­


ciones L ogos, 2008, p. 17.
que dura para siempre; es la que da una alegría que nadie nos
podrá quitar. (Jn 16, 20-23)

“Había salido de prisión para disfrutar de un nuevo permiso


de varios días. El prim er día, por la tarde, me fui a una Iglesia
para asistir a la Santa Misa y hacer la oración. En esto último
estaba cuando a mi lado se sentó una viejecita que apenas po­
día moverse, si no era por la ayuda que un chico joven le pres­
taba. Pensé en el sacrificio que hacía la pobre mujer, que a pesar
de su semi-invalidez, asistía a la Iglesia. Di gracias por esas
almas que no se olvidan de Dios. El joven, tal vez su nieto, salió
de la Iglesia. También pedí por él, pues me dio la corazonada
de que si tuviese oportunidad de hablarle de Dios, me entende­
ría. No obstante, me sobrecogió un tremendo desánimo. ¿Qué
autoridad tiene un presidiario para hablar de Dios? Yo solo me
respondí. ¿Fui yo quien dio la respuesta o fue tal vez, una ins­
piración en la oración? Lo cierto que me encontré con fuerza,
por ser hijo de Dios. ¿Cómo no iba a tener autoridad para ha-
blar de mi padre? Finalicé mi oración, cuando comenzaba una
nueva Misa, dando gracias a Dios y encomendando al Señor a
la viejecita y a su nieto.

Cuando salí de la Iglesia, en la escalinata, sentado sobre


1 piedra, estaba el joven que ayudara, momentos antes, a su
1

límela. El Señor, desde un principio, lo había preparado todo.


No me cabía la menor duda: ‘Tú hablas, yo doy mi cara, le dije
>1 Señor. Me coloqué, de pie, frente a él, en el escalón inferior.
Por lo pronto, psicológicamente, ya le ganaba terreno al estar
más alto que él. Me fijé que leía un libro de medicina y sobre
u tema comenzó la conversación. Le comenté que estudiaba
11 curso de enfermero y que estaba interesado en él. Le pedí
uv me aconsejara bibliografía, si sabía del tema, pues estaba
. sorientado. Una vez cortado el frío, inicial me senté junto a
I.a conversación sobre libros de medicina duró poco. Le ha-
!r de mí, de mi situación en prisión. Al mismo tiempo, supe
que se llamaba Pedro Pablo y era estudiante de cuarto curso de
medicina.

-O ye, ¿tú ofreces tu estudio a Dios? -le pregunté.

-¿Cómo? -respondió sorprendido, pero una vez que reac­


cionó me dijo - Yo... las cosas de Dios las dejé a los trece años.

-P ues no sabes lo que te pierdes. Nada menos que ser santo.


Y con el nombre que tienes... tienes en el bote a dos buenos
apóstoles.

Seguimos hablando de Dios. Bueno... solamente hablaba


yo. ‘Algo irá quedando ahí dentro’, me decía. La Santa Misa aca­
bó y tenía que ir a buscar a su abuela. Le pedí su dirección para
vernos otro día. Me la dio, pero noté algo extraño. Fue como
un reflejo en sus ojos, que me decía que no estaba siendo since­
ro. Nos despedimos. Me decidí a seguirle cuando salió con su
abuela. ‘Señor, hazme invisible. Que no vea que le sigo’. El paso
que llevaban lo marcaba la anciana por lo que, de lejos, me era
fácil verles. Y llegaron a su domicilio. El nombre era verdadero,
pero no el domicilio que me lo había dado con posterioridad al
nombre, en el inicio de la conversación.

Al día siguiente, por la tarde, me presenté en su casa.

-¿Sorprendido al verme? -Esta palabra no es suficiente para


explicar la cara que me puso-. Hola Pedro Pablo. Solamente he
venido para decirte que Dios no acepta mentiras.

Salimos a dar un paseo. Ante la pequeña mentira se sentía


obligado conmigo. Solamente le hice prometer que pensara so­
bre las cosas que habíamos hablado el día anterior, que pensara
sobre Dios. Que fuera valiente.
Cuando le dejé me fui a la misma Iglesia del día anterior.
Un poco antes de finalizar mi oración se repitió la escena, pero
ese día, Pedro Pablo no se sentó en la escalinata a esperar a la
abuela, sino que se arrodilló en el banco, junto a ella. Cuan­
do finalicé me acerqué a él y le comenté que esa noche debía
incorporarme a la prisión, pero que le escribiría y haríamos
planes para cuando volviese a salir.

Pedro Pablo no esperó a mi nuevo permiso. A los pocos días


se presentó en prisión, trayéndome libros de medicina, de sus
estudios de cursos anteriores.

-Estudia fuerte. Cuando salgas te haré un examen. Dime


una cosa, ¿cómo puedo rezar y hacer las cosas de que me ha­
blaste? Es que lo tengo tan olvidadas...”46

46 F E R N A N D O , ¿R espetos hum anos? Te escriben desde la cárcel, F olletos M undo


C ristiano, N ro . 393.
ESTAD PREPARADOS

Hi

w istad también preparados porque a la hora que menos pen-


sáis vendrá el Hijo del Hombre (Le 12,40), es una adver-
J L -,/te n c ia del Señor a estar vigilantes hasta que Él vuelva al
final de los tiempos. En realidad, el regreso de Jesús se da en
una doble oportunidad: al final de nuestros días -encuentro
personal-, y luego, en el juicio universal.

Jesús nos hace la advertencia mediante la parábola del ad­


ministrador -Dichosos aquellos siervos a los que al volver su
amo los encuentre vigilando (Le 12, 37)-, y de otras parábolas
que tienen en común “la llegada del Amo”, que no es otro que
Él mismo.

Respecto a nuestra muerte, nadie nos puede indicar cuál va


a ser el momento exacto, ni siquiera nos sirven las experiencias
ajenas. No sabemos cuándo, cómo, ni dónde.

¿Cuándo será el juicio universal? No hay respuesta porque


queda oculto a los ojos humanos, ya que no sabemos ni el día
ni la hora. (Mt 25,13)

Algunos piensan que el reino llegará al final y no hay otra


cosa que hacer mientras tanto, que esperar ese desenlace. Sin
embargo, nosotros creemos que Jesús está aquí, a nuestro lado,
acompañándonos en todas las circunstancias de la vida, de dis­
tintas modos.

Esto significa que el reino se va desplegando a lo largo de


nuestra biografía, es decir, se va manifestando gradualmente
en la vida.

“¿Qué es lo que da temple a un cristiano? ¿Qué es lo que en­


recia su encarnadura para soportar las tallas, las muescas y los
trallazos del vivir? ¿Qué es lo que, a fin de cuentas, le distingue
de los demás hombres? Sin ninguna duda: la esperanza. Un
cristiano es un hombre fiado a su esperanza. Todos los autén­
ticos bienes -los bienes sin código de barras ni fecha de cadu­
cidad- los tiene al otro lado de la vida. Y hacia allá se encami­
na. En definitiva, pues, un cristiano es un hombre que acude a
una cita. Y su vivir es un ‘vivir preparándose para esa estación
terminal. Pero importa decir que la esperanza del cristiano no
es una nostalgia de paraísos perdidos. Es una certidumbre de
cielos apalabrados que, de no ser reales, dejarían a Dios por
embustero. Y contra esa certeza -m ás firme que una muralla
de diam ante- se estrellan los acobardamientos, las angustias,
los miedos.”47

Felices los que esperan al Señor. No sé si habrás tenido la


experiencia -yo sí- de que te comuniquen que “el momento”
puede estar cerca. Quizá por la inconsciencia provocada por la
situación, o por superficialidad, no lo sé, no entendí completa­
mente qué me estaban diciendo los médicos. Gracias a Dios el
momento pasó, pero quedó grabado en el fondo de mi alma,
sobre todo cuando uno vuelve a reflexionar que en su vida hay
dos cumpleaños, cuando nace, y cuando “nace de nuevo”.

47 U R B A N O , Pilar, El hombre de Villa Tevere, P laza & Janes, 1995, p. 4 6 8 -4 6 9 .


Un amigo, escritor y poeta, escribió este poema para recor­
dar la muerte de su mujer. Te lo comparto porque me ha hecho
mucho bien.

POEMA EN DOS TIEMPOS

Las cosas están bien en casa,


nos hemos levantado con la conciencia en paz.
Comienza una jornada de la vida que pasa,
y paladeo el momento de su curso fugaz.

Contamos con trabajo y, empleado con mesura,


nos alcanza el dinero para pagar el pan,
la sal, el vino, el diario, la carne, la verdura,
la ropa y el tabaco, la cuota de algún “plan”.

Las paredes sostienen el techo con firmeza,


hay agua en las canillas y en las hornallas, gas.
Al abrir las ventanas penetra la tibieza,
de un sol que toma impulso, para otro viaje más.

Sin embargo no ignoro que el instante que vivo,


sólo es eso, un instante, la gota de un caudal,
que fluye incontrastable y a la vez relativo,
hacia el tiempo sin tiempo que será su final.

Lo sé pero no quiero que se termine el día,


sin una acción de gracias a Quien nos quiere dar
esta nueva mañana con salud y alegría,
con la conciencia limpia, con paz en el hogar.
Di principio a estos versos en otras circunstancias,
-m i mujer parecía curada de su m al-,
mas, Señor, pese a ello, que sirvan de constancia,
respecto a aquel momento que te agradezco igual.

Y aunque ella ya no rija nuestro orbe cotidiano,


no obstante los silencios de esta gran soledad,
comprobamos a diario la influencia de su mano,
cuidándonos a todos desde la eternidad.48

48 G A L L A R D O , Ju a n L uis. E sta m p a recordatorio de su m ujer, M ariq u ita Ibarguren


d e G allardo. N o v iem b re de 1995/Septiem bre de 1996.
EL A D M IN IST R A D O R INFIEL
c

- tec / •

ientras caminaba hacia Jerusalén, desde Galilea, pa­

M sando por aldeas y pueblos, el Señor aprovechaba


para dejarnos enseñanzas imperecederas, a veces con
luminosas parábolas, o con sentencias cargadas de solemnidad,
o con simples actitudes. Entre las primeras está la parábola del
administrador infiel.

Había un hombre rico que tenía un administrador, al que


acusaron ante el amo de malversar la hacienda. Le llamó y le
dijo: ¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuentas de tu adminis­
tración, porque ya no podrás seguir administrando. Y dijo para
sí el administrador: ¿Qué voy a hacer, ya que mi señor me quita
la administración? Cavar no puedo; mendigar me da vergüen­
za. Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando
me despidan de la administración. Y, convocando uno a uno a
los deudores de su amo, le dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi
señor? Él respondió: Cien medidas de aceite. Y le dijo: Toma
tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Después le dijo
a otro: ¿Y tú cuánto debes? Él respondió: Cien cargas de trigo.
Y le dijo: Toma tu recibo y escribe ochenta. El amo alabó al
administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los
hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de
la luz. (Le 16, 1-8)
Astuto es sinónimo de hábil, sagaz, sutil, según el dicciona­
rio castellano, pero extensivo también a cierta capacidad para
el fraude o el engaño. El título que he querido ponerle a esta re­
flexión es el de “administrador infiel” más que “astuto”, porque,
además de ser el que traen las ediciones del Nuevo Testamento
más corrientes, el administrador fiel es el que cumple con su
trabajo de custodiar los bienes de su señor y responde por ellos.
Si no lo hace así, es decir, si se aprovecha de su posición para
defraudar y cuidar sus propios intereses con astucia, es infiel y
desleal.

Es paradójica la enseñanza del Señor porque mediante la


imagen del administrador, elogia la sagacidad porque los hijos
de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz.
¿Acaso Jesús pretende que seamos sagaces o astutos, prontos
para el fraude? Se da por supuesto que el Señor no aprueba
esta actitud del hombre infiel, pero para la misión apostólica
hará falta el ingenio. Los cristianos nunca pueden ser personas
apocadas, o débiles, cuando la tarea que nos espera ¡es inm en­
sa!, muchas veces cargada de contradicción. La historia de la
Iglesia es testigo de esta verdad.

Te transcribo un párrafo de la primera carta de San Pablo


a Timoteo muy adecuado a las consideraciones que estamos
haciendo, y, no lo podemos negar, es muy fuerte.

' Si alguien enseña otra cosa y no se atiene a los preceptos salu­


dables de nuestro Señor Jesucristo, ni a la doctrina que es confor­
me a la piedad, es un ignorante y un orgulloso, ávido de discusio­
nes y de vanas polémicas. De allí nacen la envidia, la discordia,
los insultos, las sospechas malignas y los conflictos interminables,
propios de hombres mentalmente corrompidos y apartados de la
verdad, que pretenden hacer de la piedad una fuente de ganan­
cias. Sí, es verdad que la piedad reporta grandes ganancias, pero
solamente si va unida al desinterés. Porque nada trajimos cuan-
do vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Con­
tentémonos con el alimento y el abrigo. Los que desean ser ricos
se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables
ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la
ruina y ala perdición. (I Tim 6, 3-9)

Antes que nada debemos considerar que somos adminis­


tradores de bienes eternos; pienso en prim er lugar en los sa­
cerdotes, porque somos administradores de los Sacramentos.
Debemos custodiarlos con fidelidad, y no como mercenarios.
Estamos al servicio de las almas que el Señor ha puesto en
nuestras manos para que sean amigos de Dios y no abandonar­
las cuando viene el lobo.

“¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilu­


siones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de
sensualidad. -Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres
maduros y jóvenes y aun niños: todos igual.

-C uando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de


nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obs­
táculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado.”49

“El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde hom ena­


je ‘instintivo’ la multitud, la masa de los hombres. Estos miden
la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la
honorabilidad... Todo esto se debe a la convicción de que con la
riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ído­
los de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el
hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que
podría llamarse una fama de prensa) ha llegado a ser conside-
rada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de
verdadera veneración.”50 •

Además, el administrador tiene obligación de dar cuenta, de


responder de su ministerio o su trabajo. Acudimos, una vez
más, a la misericordia de Dios, para que tenga compasión de
nosotros y nos ayude a responder por nuestras obligaciones.

“Me hizo gracia que hable usted de la cuenta que le pedirá


Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -e n el sentido
austero de la palabra- sino simplemente Jesús”. -Esta frase, es­
crita por un Obispo santo, que ha consolado más de un cora­
zón atribulado, bien puede consolar el tuyo.51

50 N ew m an , John H ., m ix. 5, sobre la santidad. Cfr. C atecism o de la Iglesia, N ro.


1723
51 S A N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 168.
HE V E N ID O A TRAER
FUEGO A LA TIERRA

J
esús, después de manifestar que ha venido a traer fuego a
la tierra, es decir, su Amor ardiente, y desear que ya arda,
advierte que su presencia no será pacífica.

Él sabe que ha sido puesto en Israel como signo de contra­


dicción. Esto no es ninguna novedad. Simeón se lo había dicho
a su Madre el día de la Presentación del Niño en el Templo.
Mira, este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos
en Israel, y para signo de contradicción. (Le 2, 34) También sabe
que esto va no sólo por Él sino también por sus discípulos, por
los que vendrán con los años, por la Iglesia en general.

¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, os digo,


sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida:
tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra
el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija
contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la
suegra. (Le 12, 51-53)

No podemos admirarnos por esta advertencia del Señor ya


que, quien se aleja del Evangelio se siente interpelado por el
justo, o por el santo, y la respuesta suele ser la crítica, la burla
y hasta la violencia, incluso dentro del ámbito pequeño de las
personas más allegadas o de las que están en la línea de nues­
tros afectos, los familiares. La santidad siempre golpea contra
la mediocridad.

“Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este


ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?, me
preguntas. -Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con
la de ellos; y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es
precisamente la naturalidad que yo te pido.”52

De todos modos, el Señor se vale de esas contradicciones


para forjar a las almas y hacernos crecer, porque el dolor forma
parte de la pedagogía divina. Las almas santas se acrisolan en
el dolor.

“La amistad del Inspector del San Carlos -San Josemaría-


con don Elias -D on Elias Ger Puyuelo- fue breve, pues éste fa­
lleció en noviembre de 1924. Sin embargo, jamás olvidaría una
fabulilla que en octubre del año anterior, al comienzo del curso,
les contó en clase don Elias: Érase un comerciante de canela.
Compraba el producto en rama y, gracias a un molino de pie­
dras, lo reducía a finísimo polvo. Un día el molino dejó de fun­
cionar. Las piedras se habían desgastado y era preciso im portar
otras de Alemania. Pasó el tiempo. El repuesto no llegaba y la
canela estaba por moler. Un amigo, viéndole triste, aconsejó al
comerciante que se fuese a un torrente a buscar unos cantos
rodados del tamaño de las piedras inservibles, que las encajase
en el molino y que, durante varios días, las hiciese girar y girar
sin echar aún la canela.
Así lo hizo y, al cabo de quince días, comprobó que los can­
tos, de tanto rozar y chocar uno con otro, se habían pulimenta­
do, hasta quedar tan lisos como las piedras de Alemania.

Hizo una breve pausa el profesor y, dirigiéndose a Jose-


maría, añadió: Así trata Dios a los que quiere. ¿Me entiendes,
Escrivá?”53

El Reino de Dios se implantará; la muerte de Cristo en la


Cruz no es un fracaso o un acto inútil, pero el despliegue de ese
reino se da con el tiempo y en medio de luchas, dificultades y
dolores. La vida de los santos es, en este sentido, un testimonio
manifiesto.

“Era el deseo del Fundador de Opus Dei, y nos lo recordaba


cuando nos escribía que fuéramos siempre fieles a nuestro plan
de vida espiritual; y que no dejáramos, por nada, de cumplir
nuestras Normas. Naturalmente, don Ignacio54 y también no­
sotros estábamos de acuerdo en ello. Una parte de este cuidado
de la vida interior se realizaba a través de los retiros que practi­
cábamos mensualmente.
n«Para
■ facilitar lo difícil de las distancias y de los caminos, se
hacían en dos lugares: en Ricardo Palma, adonde acudían los
de Matucana, los de Huarochirí y los de Quinches. Y en Yau-
yos, con la asistencia de los de Huangascar, los de Alis, Pacarán
y los que residían en la misma ciudad.

Eran los días en que nos juntábamos todos, sin que nunca
faltáramos ni uno. Se dejaba todo, y se acudía, hubiera o no hu­
biera dificultades. A modo de ejemplo, el P. Feliciano, de m a­
drugada, salió de su Langa residencial, a pie como cada mes,

53 V A Z Q U E Z D E P R A D A , A ndrés, El fundador del Opus Dei, T. I, Ed. R ialp,


M adrid, 1997, p. 170-171.
54 D on Ignacio de O rbegozo, en ese entonces o b isp o -p re la d o de Y auyos-C añete.
para tom ar el ómnibus, en el pueblo de Antioquía. Después de
cuatro horas de caminar,, se encontró con que el ómnibus no
había acudido la tarde anterior. Las lluvias habían cortado la
carretera por pueblos más bajos. Se echó las alforjas al hombro,
y se dispuso a seguir camino. Cuando estaba a ocho kilóme­
tros de Lima, ya pudo agarrar ‘movilidad’, que lo llevó hasta
la parada de los autobuses que subían a Ricardo Palma. Había
andado, sin parar, setenta y cinco kilómetros en quince horas,
pero llegó al retiro. Al llegar, quiso dar una explicación de su
demora, y escuchó de don Ignacio:

¡Flojonazo!, por unos pocos kilómetros, has renunciado a


completar una caminata que ya la tenías superada. ¡No tienes
madera de deportista!

Usted sabe que no la tengo -contestó el P. Feliciano, re­


signado a su condición de “flojonazo”-. Todos soltaron la
carcajada.”55

“Agón” es una palabra griega que significa lucha, contienda,


de allí el significado de “prot-agonista”, el primero que tiene
que hablar en la discusión o la disputa. El Señor no se ahorró su
“agonía”, siendo el “protagonista” de la lucha interior, y nos in­
vita a no eludir la dificultad porque el reino se consigue en base
a violencia o vencimientos contra nuestros propios defectos.

“Vive la fe, alegre, pegado a Jesucristo. -Am ale de verdad


-¡de verdad, de verdad!-, y serás protagonista de la gran Aven­
tura del Amor, porque estarás cada día más enamorado.”56

El 22 de marzo del 2001 falleció en Bueno Aires, como una


santa, Pretty Brignone, madre de familia y mujer ejemplar. No

55 V A LERO , Sam uel, Yauyos. Una aventura en los Andes, E diciones R ialp, M a­
drid, 1990, p. 9 4 -9 5 .
56 SA N JO S E M A R ÍA , Forja, N ro. 448.
podría decir con exactitud qué enfermedad tenía -y a me co­
rregirán quienes lo sepan-, pero supongo que fue un cáncer lo
que acabó con su vida. Poco tiempo después, la familia editó
una estampa con sus propias palabras, las que usó para entre­
garse más a Cristo, en medio del dolor de sus últimos mom en­
tos de vida. El recordatorio lleva como título “APRENDIEN­
DO A CRISTO”.

“Enséñame Señor a ser dulce y mansa en todos


los acontecimientos de la vida, en las desilusiones,
en la irreflexión de los demás, en la falta de sinceri­
dad de aquellos en quienes confiaba, en la infideli­
dad de aquellos sobre quienes me fundaba.

Haz que me ponga a mí misma de lado para


pensar en la felicidad de otros, para esconder mis
pequeñas penas y dolores de corazón, de modo que
sea yo quien sufra por ellos.

Enséñame a aprovechar el sufrimiento que se


me cruza en el camino. Déjame usarlo de manera
que me suavice y no me endurezca y me amargue;
que me haga paciente y no irascible; que me haga
ancha en el perdón, no estrecha, altanera e intole­
rante.

Que nadie sea menos bueno por haber entrado


dentro de mi influencia; nadie menos puro, menos
veraz, menos bondadoso, menos noble por haberme
tenido de compañera en el viaje de la Vida Eterna.

Mientras hago mi ronda de una distracción a


otra, déjame susurrar de tiempo en tiempo una pa­
labra de amor a Tí. Que mi vida sea vivida dentro
de lo sobrenatural, llena de poder para el bien, y
fuerte en su propósito de santidad. PRETTY
TRATÁDMELO BIEN,
TRATÁDMELO BIEN

ifn

f e f ■'

l Beato Manuel González, fallecido en 1940 siendo Obis­

E po de Palencia, España, fue un ejemplo de amor a la Eu­


caristía, un difusor de su culto, en vida y después de fa­
llecido, con el testimonio de su piedad y sus escritos, como se
verá a continuación.

Tuvo un deseo: “pido ser enterrado junto a un Sagrario, para


que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi plu­
ma en vida, estén diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí
está! ¡No dejadle abandonado!”

Estas palabras fueron escritas para que fueran el epitafio de


su tumba, que se encuentra en la Catedral de Palencia. Una
petición y un mensaje, centrados en el amor eterno de su alma,
Cristo, oculto y vivo en la Sagrada Eucaristía.

Fue Obispo de Málaga desde 1916, pero en mayo de 1931


tuvo que salir de esa ciudad a causa de la agitación revolucio­
naria, teniendo que ir a residir, primero a Ronda, y después a
Madrid.57
Más tarde fue nombrado obispo de Palencia, el 5 de agosto
de 1935, aunque su nuevo ministerio durará pocos años ya que
el 4 de enero de 1940 falleció en Madrid, en olor de santidad.

En esta ciudad -M adrid-, aun siendo obispo de Málaga, or­


denó el 15 de junio de 1935 a catorce presbíteros, de los cuales
siete cayeron víctimas del furor de la persecución comunista en
el segundo semestre de 1936.

A él se refería san Josemaría cuando escribió en Camino


-1939- “¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien!, decía entre lágri­
mas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes que acaba­
ba de ordenar.”58 Obviamente que el venerable obispo quería
trasm itir a los sacerdotes su devoción eucarística procurando
gravársela a fuego para siempre.

El 29 de abril de 2001 el Papa Juan Pablo II lo beatificó en la


Plaza de San Pedro.59

58 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 531.


59 E ste capítulo fu e extraído del artículo que se encuentra en el lin k que sigue, con
el añadid© de algún com entario de la edición crítica de C am ino, dirigida p o r D on
P edro R odríguez.
h ttp ://an ec d o tasy cateq u esis.w o rd p ress.c o m /2 0 10/01 /0 4 /u n -e n a m o ra d o -d e -la -e u -
c a ris tia -b e a to -m a n u e l-g o n z a le z -g a rc ia -2 /
L la m a la atención la inform ación p recisa, tanto de las fechas de o rdenación de los
presbíteros co m o de las p alab ras dirigidas a ellos en este artículo de internet. Igual
las consignam os, au n q u e es obligado d e c ir que la edición critica de C am ino, en
el com entario a este p u n to , dice que no se h a “po d id o situar la fuente del A u to r
a la h o ra de escrib ir este punto -¿ u n o de los o rd e n a d o s? -, ni la fech a de aquella
ordenación. P o r o tra p arte, d esd e el A rchivo en el que se custodian los p ap eles y
docum entos del B eato M an u el G onzález dicen: ‘N o hem os encontrado en ningún
sitio que esas p alab ras: tratád m elo b ie n ..., las dijera a sacerd o tes.’”
SA BID U R ÍA

e pregunto por qué Salomón eligió la Sabiduría como

M regalo de Dios, y por qué se puso contento el Señor


por tal elección, habiendo tantas otras cosas para pe­
dir. Fue grato a los ojos de Señor que Salomón hubiera pedido tal
cosa. (I Re 3, 10) ¿Qué tiene la sabiduría para que la haya ele­
gido el rey de Israel? ¿Yo hubiese pedido*-o pido- lo mismo?

Le digo al Espíritu Santo, en la Secuencia de la Misa de Pen­


tecostés, “concede a tus fieles que en Ti confían, tus siete dones
sagrados”, y uno de ellos ¡es la Sabiduría! ¿De qué se trata?

Sabiduría viene de “sabor”, por eso el sabio es el que sabe


saborear, el que le encuentra el gusto a las cosas. Pero, más aún,
el verdadero sabio es el que descubre el sabor original de las co­
sas, el que Dios puso en ellas, y no el gusto que el mundo, o yo,
le quiero dar. La Cruz fue necedad para los gentiles, pero para
Dios fue Sabiduría. Señor, que yo sepa descubrir el verdadero
gusto de las cosas, y así podré darte gracias cuando disfrute de
ellas; o que te sepa pedir lo que verdaderamente tiene valor a
tus ojos; o, en fin, que me sepa entregar a lo verdaderamente
sabroso.
El sabio es el mejor consejero, no por inteligente, sino por
sabio. Porque sabe o conoce el gusto de lo bueno, y se admira
de la belleza de lo bueno. El loco es el que pone el gusto que
quiere, por capricho, obsesión, ansiedad, etc., y no ve más allá
de su propio sabor, por eso se desubica y no es buen consejero.

Recordaba hace poco que una chica se había suicidado


cuando su padre no la dejó asistir a un recital de Guns N ’ Ro­
ses en Buenos Aires. La historia es triste. “En 1992 esta (banda
de rock) llegó en medio de escándalos y polémicas a Buenos
Aires, para ofrecer dos conciertos. Los rumores publicados por
la prensa acusaban directamente a Axl Rose de haber quemado
una bandera argentina durante un concierto en París. Temien­
do lo peor, se extremaron las medidas de seguridad para el
concierto. (...) El miedo se apoderó de los argentinos. Muchos
padres de adolescentes prohibieron a sus hijos acudir al con­
cierto e incluso acercarse al hotel o al estadio River Píate donde
se iba a celebrar el show.

Cynthia, de 16 años y gran fan de Guns N ’ Roses, le pro­


metió a su padre que no se acercaría al hotel donde se hospe­
daban los Guns N’ Roses si le compraba unas entradas para el
concierto. Su padre accedió, pero Cynthia no cumplió su pro­
mesa. Se escapó del colegio, se fue al hotel y allí las cámaras de
televisión la entrevistaron. Cuando su padre la vio en la tele­
visión entró en cólera y, tras una fuerte discusión, le prohibió
ir al concierto. Desesperada, Cynthia agarró un revólver de su
padre, se encerró en su habitación, y allí puso fin a su vida dis­
parándose en la cabeza.

Unas horas más tarde su padre la encontró muerta y, al no po­


der soportarlo, con el mismo revólver también se quitó la vida.”®60

60 h ttp ://an ec d o tario d elro ck .b lo g sp o t.co m .ar/2 0 0 9 /0 8 /cin th ia-tallarico -la-ad o -


le sc e n te -q u e -se .h tm l
¿Merecerá un recital de la conocida banda de rock, el costo
de un par de vidas, padre e hija? Esta historia me dejó verdade­
ramente impactado, porque, me pregunto ¿cuál es el verdadero
sabor de un recital de rock? O ¿cuál es el sabor de las cosas, en
general? Por de pronto tengo que aprender a juzgar con sabidu­
ría, porque la verdadera caridad nos enseña que tenemos que
dirigir a Dios toda nuestra vida y nuestros deseos, el cual debe
ser amado con amor especial. Yo, ¿soy sabio o loco?

“Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.


Que tengo de m orir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme,
Triste cosa será, pero posible.
¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme?
¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.”61

61
FRA Y P E D R O D E L O S R E Y E S , Yo ¿para qué nací? Siglo X V I.
U N GESTO DE A M O R

ericó es una ciudad que hoy pertenece a Jordania y se en­

I cuentra en el valle del Jordán. Es la ciudad más antigua del


mundo; se la menciona en el Antiguo Testamento con oca-
i de la toma de la tierra prometida por parte del pueblo de
Israel.

En el Nuevo Testamento las referencias a este lugar son


abundantes. Cuando llegó el tiempo establecido por Dios, Je­
sús, estando en la zona del desierto, cercana a Efraín o Efrén,
reunió a los apóstoles y les dijo: Mirad, subimos a Jerusalén,
y se cumplirán todas las cosas que han sido escritas por medio
de los profetas. (Le 18, 31) En efecto, se puso en marcha hacia
la Ciudad Santa para completar su obra, tomando la ruta que
une Efraín con Jericó, para ir después a Jerusalén pasando por
Betania.

Antes de llegar a Jericó le devolvió la vista a un ciego, que,


al oírlo pasar lo llamó a gritos y le pidió que lo cure, Señor
que vea. (Le 18, 41) “Ponte cada día delante del Señor y, como
aquel hombre necesitado del Evangelio, dile despacio, con todo
el afán de tu corazón: ‘Domine, ut videam!’ -¡Señor, que vea!;
que vea lo que Tú esperas de mí y luche para serte fiel.”62
El Señor sigue su marcha.

Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre lla­


mado Zaqueo, que era jefe de publícanos y rico. Intentaba ver a
Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre,
porque era pequeño de estatura. Se adelantó corriendo y se subió
a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Je­
sús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: Zaqueo, baja pron­
to, porque conviene que hoy me quede en tu casa. Bajó rápido y
lo recibió con alegría. (Le 19, 1-6)

Sicomoro es un árbol, también conocido como higuera afri­


cana, abundante en Palestina incluso actualmente. A él se su­
bió Zaqueo, un hombre importante -jefe de publícanos y rico-,
para ver pasar a Jesús.

Cualquiera puede pensar que era de baja estatura -así lo


afirma San Lucas-, o también que era mucha la gente que ro­
deaba a Jesús, o las dos cosas, y por tanto, había que hacer algo
para poder verlo mejor. No serían pocos los que estaban subi­
dos al árbol habida cuenta de la muchedumbre, pero el Señor
elevó la vista y mirando entre el follaje se fijó en Zaqueo.

¿Pudo haber llamado la atención de los demás que, hombre


tan ilustre, esté encaramado a un Sicomoro? No lo sabemos,
pero el Señor lo miró y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque con­
viene que hoy me quede en tu casa. Bajó rápido y lo recibió con
alegría.

¿Qué tenía la mirada de Jesús para conmover a Zaqueo de


esta manera? No siempre podemos “sostener” la mirada de Je­
sús, porque, o no queremos recibirlo en “nuestra casa», o por
indiferencia, porque estamos muy ocupados. Cuando Jesús,
más tarde, miró a Pedro, este se largó a llorar.
Al Señor le basta un gesto de nuestra parte -subirnos a un
sicomoro; limpiarle la cara como la Verónica; el óbolo de la
viuda, el buen ladrón, etc.- para volcarse en nuestro corazón,
es decir, en nuestra casa. El entramado del amor está hecho de
pequeños detalles, actos de amor -¡Jesús, te quiero!-, de aban­
dono, de culto y adoración.

“La santidad personal no es una entelequia, sino una reali­


dad precisa, divina y humana, que se manifiesta constantemen­
te en hechos diarios de Amor.”63

Me decía no hace mucho una señora: “yo soy una persona


buena, tengo muchas amigas”. No le dije nada, pero pensé que
lo importante no es el número de amigas, sino ser amigos del
Amigo. ¿Irán al cielo los que tengan más contactos en face-
book, o los que reciben a Jesús en su casa, con alegría?

»
JURO QUE N O HE DE SERVIR A
SEÑOR QUE SE H A DE M ORIR

na vez más, vemos que en san Lucas las enseñanzas del

U Señor están dirigidas a sus discípulos, mientras que


está rodeado de una gran muchedumbre. Jesús los ins­
truye camino a Jerusalén, en donde le espera tanto la Pasión y
la Cruz, como la Resurrección.

En aquel tiempo, caminaba con Jesús una gran muchedumbre


y Él, volviéndose a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere se­
guirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a
sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo,
no puede ser mi discípulo. (Le 14, 25-26)

Este pasaje del Evangelio dice que a Jesús lo seguía un gran


gentío y, “dándose vuelta”, se dirigió a los discípulos con la in­
tención de explicarles cuáles eran las condiciones para ser sus
seguidores: cualquiera que venga a m í y no me ame más que...
No dejan de ser fuertes estas palabras y seguramente pueden
impactarnos, aunque hay alguna traducción que pone más én­
fasis aún, “odiar”, en vez de “amar más que”. Siempre se han
entendido estas palabras en sentido de “preferencia”; seguir a
Jesús es seguirlo de modo definitivo. “Se esfuerzan -los cristia-
n o s- por agradar a Dios antes que a los hombres, dispuestos
siempre a dejarlo todo por Cristo”.64

De un modo o de otro, tanto da, el Señor pretende que le


amemos sobre todas las cosas, y ejemplifica, sobre aquellas per­
sonas que están en la línea de nuestros afectos más queridos
como la madre, el padre, mujer, hijos, hermanos.

No es difícil asociar este pasaje con aquel de Mateo -quien


ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y
quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de m í
(Mt 10, 37)- porque uno como el otro exigen totalidad en la
entrega. El amor a Dios no admite medianías.

Igual el Señor no se deja ganar en generosidad, por eso ofre­


ce a cambio el ciento por uno. “Dice Jesús: ‘y cualquiera que
deje casa o hermanos o hermanas o padre o madre o esposa o
hijos o heredades por causa de mi nombre, recibirá cien veces
más y poseerá la vida eterna. -¡A ver si encuentras, en la tierra,
quien pague con tanta generosidad!”65

Recordamos cómo es el final del discurso eucarístico del


evangelio de san Juan: duras son estas palabras y muchos de­
jaron de seguirle (Jn 6, 60), sin embargo el Papa Francisco en
su predicación diaria es exigente, y a la gente le gusta. Todos
esperamos que ponga orden con mano dura para que nadie se
aburguese dentro de la Iglesia, pero nos cuesta que nos exijan
a nosotros.

64 VATICAN O II, Apostolicam actuositatem, N ro. 4.


65 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 670.
Q ue t e conozcan a T i | 93

“Aquí, en la solitaria celda escondida, un cráneo dice: ¡Muer­


te! Y una cruz: ¡Vida! ¡Muy alta está la cumbre! La cruz muy
alta... ¡Para llegar al cielo, cuan poco falta!”66

La historia del Duque de Gandía es ejemplar en este sentido.

“El mismo año que fue nombrado Virrey de Cataluña, re­


cibió la misión de conducir a la sepultura real de Granada los
restos mortales de la emperatriz Isabel. Él la había visto muchas
veces rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la corte.
Al abrir el ataúd para reconocer el cuerpo y jurar que era ella,
la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición.
Entonces tomó su famosa resolución: Sí, lo juro (reconocerla),
pero también juro que no he de servir nunca más a un señor
que se puede morir.

Algunos años más tarde, estando enferma su esposa, pidió a


Dios su curación y una voz del cielo le dijo: Tú puedes escoger
para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida,
ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo. Derramando
lágrimas, respondió: Que se haga vuestra voluntad y no la mía.
La muerte de Doña Leonor fue un gran dolor para el Duque. El
más joven de sus ocho hijos tenía apenas ocho años. En junio
de ese año decidió entrar en la Compañía de Jesús y hoy se lo
conoce como San Francisco de Borja.”67

66 F E R N A N D E Z G R IL O , A ntonio (1 8 4 5 -1 9 0 6 ), Las ermitas de la sierra de Cór­


doba.
67 http://w w w .corazones.org/santos/francisco_boija.htm ; Cfr. A U C L A IR , M arce-
lle, La vida de Santa Teresa de Jesús, P alabra, M adrid, 1984, p. 98.
LA TORRE DE BABEL

a historia de la Torre de Babel, que se encuentra en el pri­

L mer libro de la Biblia, es la que explica porqué el hombre


habla distintas lenguas. Si bien su nombre, Babel, signi­
fica “puerta de Dios”, en sentido popular, quiere decir “confu­
sión”, y realmente lo fue.

Hay indicios arqueológicos hallados en 1913 que ubican


una gran torre en las proximidades de la antigua Babilonia. Se
cree que son los restos de lo que fue la Torre de Babel, construi­
da y destruida en varias ocasiones a lo largo de tres milenios.
Veamos qué dice el texto bíblico sobre la Torre y la confusión.

Por aquel entonces toda la tierra hablaba una sola lengua y


con las mismas palabras. (...) Entonces se dijeron unos a otros:
¡Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego! De esta forma,
los ladrillos les servían de piedras y el asfalto de argamasa. Luego
dijeron: ¡Vamos a edificarnos una ciudad y una torre cuya cúspi­
de llegue al cielo! Así nos haremos famosos, para no dispersarnos
por toda lafa z de la tierra. Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre
que los hijos de los hombres estaban edificando; y dijo el Señor:
Forman un solo pueblo, con una misma lengua para todos, y esto
es sólo el comienzo de su obra; ahora no les será imposible nada
de lo que intenten hacer. ¡Bajemos y confundamos ahí mismo su
lengua, para que ya no se entiendan unos a otros! De esta ma­
nera, desde allí el Señor los dispersó por toda la fa z de la tierra,
y dejaron de construir la ciudad. Por eso se la denominó Babel,
porque allí el Señor confundió la lengua de toda la tierra, y desde
allí el Señor los dispersó por toda la fa z de la tierra. (Gen 11,
1-9)

La imagen de la Babel me cautiva porque todos tenemos


nuestra torre con la que pensamos llegar hasta el cielo. Los la­
drillos son los deseos, proyectos, ambiciones, anhelos, etc. En
última instancia estoy construyendo “mi torre de Babel”, con la
ilusión efervescente de mi inmadurez. Pero Dios la mira desde
el cielo, nos contempla trabajando afanosamente y se pregunta
¿qué es lo que está haciendo el hombre? ¡Una torre con la que
piensa llegar hasta el cielo! El Señor confundirá las lenguas y
el proyecto quedará abandonado. El gran proyecto de mi vida,
y los proyectos mayores y menores que, como los satélites que
Jos rodean, se van a desvanecer cuando seamos confundidos,
porque la soberbia de lo personal, que llegue hasta Dios con
nuestros propios medios, no tiene un buen final.

Quizá tengamos que meditar sobre lo que estamos constru­


yendo en nuestra vida, antes de ser confundidos por la sober­
bia. ¿Qué quiero hacer de mi vida? ¿Dónde la pongo?

Pienso en el trabajo, y, movido por la ansiedad, deseo que


tantas “torres” no empiecen a ser construidas, que se detengan
antes que sea tarde, porque debo reconocer que no me puedo
desprender “de lo mío” y el orgullo del propio monumento es
tenaz. El Señor nos deja hacer porque la lógica y la pedagogía
divina tienen otras coordenadas, para que aprendamos mejor.

Ese proyecto en el que estás, desaparecerá, y los construc­


tores perecerán bajo los escombros de sus propios ideales. Por
otro lado, los que hacen las obras de Dios, es decir, abandonan
“sus” proyectos, o los ponen al servicio de Él, no se sentirán
defraudados.
“Nunca olvidará Pedro Cantero aquel atardecer del 14 de
agosto de 1931, cuando inesperadamente Josemaría (san Jose-
maría) se presenta en su casa de Madrid. Hace un calor de bo­
chorno y en el cielo de la ciudad aún parece flotar el humo de
la violenta quema de iglesias y conventos. Pedro está decidido
a dedicar el tiempo a su tesis doctoral. Ha disfrutado de unas
vacaciones en Ginebra, donde ha recogido material para esa
tesis. Al entrar Josemaría en su cuarto, le sorprende enfrascado
en los libros. Pedro le cuenta el plan de su vida. Josemaría le
escucha. A continuación, con palabras claras, incisivas y pene­
trantes, aunque empapadas de afecto y de amistad, le dice:

-M ira, Pedro... estás hecho un egoísta. No piensas más que


en ti y en tus estudios. Y no tienes más que abrir los ojos, para
ver cómo está la Iglesia hoy en España... y cómo está España
misma. Son momentos difíciles, y tú y yo en lo que tenemos
que pensar es en el servicio personal que podemos y que de­
bemos prestar a la Iglesia... ¿Tu tesis? ¿Tus libros? Déjame que
te diga que ahora lo que hay que hacer es ocuparse en las otras
cosas... muy superiores.

A finales de ese mismo verano, Pedro Cantero decide poner


entre paréntesis su opción intelectual y universitaria.”68

“Elévate a Él. No desesperes. No digas: dista mucho de mí.


Mucho más dista el oro que tal vez pretendes conseguir. Pues
aunque anheles el oro, quizá no lo adquirirás. Pero cuando an­
heles a Dios, le tendrás. Porque, incluso antes de que le qui­
sieras, vino a ti; aunque tu voluntad se oponía a Él, te llamó;
cuando te convertiste, te llenó de temor; y al confesarle atemo-*
rizado, te consoló. Quien te dio todas las cosas, quien te llamó
a la existencia, quien ofrece incluso a los malvados el sol, la llu­

68 U R B A N O , Pilar, El hombre de Villa Tevere, Plaza & Janes, B arcelona, 1995,


p. 137.
via, los frutos, las fuentes, la salud y la vida y tan innumerables
consuelos, reserva para ti algo que no da a otros, sino a ti solo.
¿Y qué es lo que te reserva? A sí mismo. Pide otra cosa mejor,
si puedes encontrarla; Dios se reserva para ti. Avaro, ¿por qué
ambicionas el cielo y la tierra? Mejor es el que hizo el cielo y la
tierra. A Él le verás, a Él mismo poseerás (...).”69

Al lado de nosotros hay ejemplos maravillosos de madurez;


de personas que saben estar donde tienen que estar en el m o­
mento oportuno, ni antes ni después; sin ambicionar más de
lo que les corresponde, ni abandonar los propios deberes de
estado, asumiendo las responsabilidades que la vida les depara.
Cuando murió Isidoro Zorzano, cuyo proceso de canonización
está en marcha, un amigo suyo -D on José Manuel Casas To­
rres- escribió en su agenda: “Muere Isidoro, pasó desapercibi­
do, cumplió con su deber, amó mucho, estuvo en los detalles y
se sacrificó siempre.”70 Es una manera sencilla de expresar lo
que estoy comentando, Isidoro hacía lo que le correspondía, y
estaba donde tenía que estar, sin ruidos ni estridencias. Y ade­
más le dio a Dios lo que Él le pedía...

69 S A N A G U S T ÍN , Comentario al Salmo 32, II.


70 P E R O SA N Z , José M iguel, Isidoro Zorzano, Ed. Palabra, M adrid, 1997, p. 368.
N T R A . SEÑORA DE LA SALETTE

engo un pariente que cumple años el 19 de septiembre,

T el mismo día del fallecimiento de mi padre. El año pa­


sado lo saludé, pero, fiel a mi estilo, no pude dejar de
hacerle una broma en esa ocasión: es un día muy importante,
le dije, porque es el día del chamamé. Ante su perplejidad añadí
que era el aniversario del fallecimiento de Tránsito Cocomaro-
la, el padre del chamamé. Me contestó que sabía que era el ani­
versario de las apariciones de la Virgen de La Salette (Francia).
Yo no lo sabía. Ante mi ignorancia fui a fijarme en los mensajes
de esa aparición y me quedé gratamente sorprendido con lo
que encontré.

Antes que nada, La Salette es una localidad que se encuentra


en el sudeste de Francia, en medio de los Alpes. Muy cerca de
allí la Virgen se apareció a dos sencillos pastorcitos, analfabe­
tos, Melanie y Maximin, de 14 y 11 años, respectivamente. En
el lugar de la aparición hoy se levanta un santuario en honor de
la Virgen: Notre Dame de la Salette.

“El 19 de septiembre de 1846 Nuestra Señora ‘le dijo a los


jovencitos que la mano de su Hijo era tan fuerte y pesada que
ya no podría sostenerla, a menos que la gente hiciera peniten­
cia y obedeciera las leyes de Dios. Si no, tendrían mucho que
sufrir. La gente no observa el Día del Señor, continúan traba­
jando sin parar los domingos. Tan solo unas mujeres mayores
van a Misa en el verano. Y en el invierno cuando no tienen más
que hacer van ala Iglesia para burlarse de la religión. El tiempo
de Cuaresma es ignorado. Los hombres no pueden jurar sin
tomar el Nombre de Dios en vano. La desobediencia y el pasar
por alto los mandamientos de Dios son las cosas que hacen que
la mano de mi Hijo sea más pesada.

Ella continuó conversando y les predijo una terrible ham ­


bruna y escasez. Dijo que la cosecha de papas se había echado
a perder por esas mismas razones, el año anterior. Cuando los
hombres encontraron las papas podridas, juraron y blasfema­
ron contra el nombre de Dios, aún más. Les dijo que ese mismo
año la cosecha volvería a echarse a perder y que el maíz y el
trigo se volverían polvo al golpearlo, las nueces se estropearían,
las uvas se pudrirían. Después, la Señora comunicó a cada jo­
ven un secreto que no debían revelar a nadie, excepto al Santo
Padre, en una petición especial que él mismo les haría.”71

Como dije, fue un grato descubrimiento para mí este m en­


saje de la Virgen, por su actualidad y sobre todo porque me
hizo pensar que no es alto el porcentaje de católicos practi­
cantes. Las estadísticas no nos favorecen. Aun así debemos ser
también muy cuidadosos en nuestra participación en la liturgia
dominical. “Despacio. -M ira qué dices, quién lo dice y a quién.
-Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración,
es ruido, golpeteo de latas. Y te diré con Santa Teresa,
que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios.”72

En especial me aplico este mensaje porque de mí depen­


de que los fieles participen fructuosamente de las ceremonias
en general y de la Santa Misa, en particular. Debería cuidar la

71 http://w w w .corazones.org/m aria/salette.htm


72 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 85.
Misa como si fuese la única que voy a celebrar en mi vida, o la
última.

Cuando vivía en La Plata, un día llegaba en auto a mi casa


un poco apurado porque era tarde; ya estarían comiendo. Traía
conmigo el maletín y unos paquetes. Con todo eso en las m a­
nos me costó cerrar el auto con llave. Es una situación difícil
de describir pero el lector se la imagina. Estaba en esas cuando
veo que se acerca un señor un poco desgreñado hablándome
-o diciendo cosas sueltas- en latín. Pensé: un loco. Porque los
sacerdotes son un atractivo muy fuerte para los locos. ¿Y ahora
cómo hago para sacármelo de encima?, porque estaba llegando
tarde y en mi casa estaban comiendo. Cruzamos la calle y casi
en la puerta de mi casa me dijo: ¿se da cuenta que ud. hace lo
que ni la Virgen y los santos del cielo pueden hacer, y ud. lo
hace todos los días? Me quedé de piedra, y se me fueron los
apuros. El “loco” se fue caminando mientras yo pensaba que
era un ángel que me había mandado el Señor. El loco no estaba
tan loco, y el que estaba apurado, sí estaba bastante loco.

Con el tiempo encontré entre las obras completas de Hugo


Wast este poema:

“Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer


lo que un sacerdote; cuando se piensa que ni los ángeles, ni los
arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno
de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un
sacerdote. (...) Cuando se piensa que el m undo moriría de la
peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese po­
quito de vino.”73 ♦

73 M A R T IN E Z Z U V IR ÍA , G ustavo (H U G O W A ST) (1 8 8 3 -1 9 6 2 ), Navega hacia


alta mar, O bras C om pletas, T. II, E diciones F ax, M adrid, 1957, p. 1750.
Entusiasmado con la lectura que me confirmaba lo que me
había dicho ese “ángel” en medio de la calle -que no tuviera
tanta prisa y me detuviera más seriamente en lo que hacía cada
m añana-, seguí adelante con la lectura de Hugo Wast, y me
encontré con este otro párrafo no menos impactante:

“El sacerdote que escucha lo que le habla la Sangre de Cris­


to, cuando bebe el cáliz que él mismo ha consagrado es el único
que tiene algo que decir al m undo moderno. ¡Qué decepción si
ese hombre que cada día recibe mensajes divinos no sabe ha­
blarnos sino de cosas humanas! Podemos creer que es sordo.”74

74
Ibídem , p. 1751.
HIJOS DE D IO S

CCT e pregunté acerca de una anécdota a él atribuida que


podría formar parte de la antología del disparate. Se
A. ^decía -casi en forma unánime con fuerza de dogm a-
que Lucas (Padilla), hacía muchos años, había ido a un circo
y observó que los trapecistas efectuaban las más prodigiosas
piruetas después de escuchar un silbato. Fue un par de veces
más, estudió el momento adecuado y luego, compró un silbato.
Apostado en la platea del circo, hizo sonar el pito pocos segun­
dos antes, lo cual hizo que un trapecista, después de la vuelta
mortal, se diera de bruces contra la red.

Ese no fui yo, confesó Lucas. Y nombró a otro célebre perso­


naje como autor de la hazaña. Noblesse oblige.”75

Esta anécdota la saqué del libro “Argentinos de raza” de


Ovidio Lagos, lamentablemente fallecido hace un par de años.
Además de que el libro me encantó, me pareció que podía sacar
alguna moraleja o consideración espiritual de la anécdota y por
eso he predicado mucho contándola. Sin duda no fue Dios el
que hizo sonar el silbato antes de tiempo, porque Él es nuestro
Padre, y no es que esté esperando la ocasión para que caiga­
mos del trapecio. Podemos sentirnos hijos de Dios, porque lo
somos, y confiar en Él mientras damos “piruetas en el aire”. Sin

75
L A G O S, Ovidio, Argentinos de raza, EM ECE, Buenos Aires, 2003, p. 173.
duda, nuestra vida es una gran pirueta con un espectador de
lujo que es Él.

Cuando caminaba por una calle de Montevideo del ba­


rrio de Pocitos, me asaltaron unos chicos de un colegio cer­
cano para hacerme una encuesta. Seguramente los mandó la
profesora de religión.- La pregunta era sencilla, y la respuesta,
también: ¿quién es Jesús? El viejo catecismo daba una sintética
respuesta y yo me la acordaba de memoria, como a muchas
otras preguntas aprendidas en el colegio, en clase de religión.
“El Hijo de Dios hecho hombre.” ¡Jesús es el Hijo! Tanta era su
conciencia de Hijo que trataba a su Padre como Abbá, que en
arameo es un diminutivo cariñoso, “papito”. En el Huerto de
los Olivos Jesús decía: ¡Abbá, Padre! Todo te es posible, aparta
de m í este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú. (Me 14, 36)

Los judíos se escandalizaban porque trataba a Dios como


abbá, término reservado al padre, pero en sentido natural. No
se podía aplicar fuera de ese contexto; no se podía llamar a otra
persona que no fuera el propio padre abbá. Y lo condenaron a
muerte por ser Hijo de Dios.

Parece que cambio de tema. ¿Qué es un cristiano? Otro


Cristo, es decir, también un hijo de Dios, no por naturaleza
como Jesús sino por adopción, por la gracia. Un cristiano es
ún hijo, por eso trata a Dios como Padre, porque “es” su padre.

Esto nos lo enseñó Jesús, y nosotros, cada vez que asistimos


a la Santa Misa, lo recordamos para no olvidarlo. “Fieles a la
recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir, Padre nuestro.. ”76 La enseñanza de Je­

76
M isal R om ano. R ito d e la com unión.
sús es que Dios es nuestro Padre, y nosotros nos atrevemos a
llamarlo Padre.

“Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros


de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos,
donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está
siempre a nuestro lado.

Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos


quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a
sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y per­
donando.

¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nues­


tros padres diciéndoles, después de una travesura: ya no lo haré
más! -Q uizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y
nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos
reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de
nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace
para portarse bien!

Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que


Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a noso­
tros y en los cielos.”77

77 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 267.


LA MUJER PEC A D O R A

l fariseo que invitó a comer a Jesús en su casa se llamaba

E Simón, según los versículos que siguen al texto que voy


comentar. Es uno de los tres protagonistas de la escena,
junto a la mujer pecadora y a Jesús. Simón omitió las normas
de cortesía cuando Jesús entró en su casa, como era de esperar
en una persona importante. No me diste el beso. (...) No has
ungido mi cabeza con aceite. (Le 7,45-46) Quizá porque quería
negar por vía de los hechos que era el Mesías, tal como la gente
lo creía al ver los milagros que hacía.

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa


y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que había
en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa
del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose
detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con
sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los
ungía con perfume. (Le 7, 36-38)

Cuando nos encontramos delante del Señor, se enfrentan


la tremenda miseria humana -indiferencia, desamor, olvido",
etc.- con la misericordia de Dios. Sólo que esta última es in­
finita y, por tanto, una gota de la Sangre de Cristo supera la
inmensidad de nuestras faltas. Por eso, el pasaje de la mujer
pecadora nos llena de consuelo, pero no olvidemos, hay que la-
varíe los pies a Jesús como hizo ella y no quedarnos con buenos
deseos o disposiciones. .

Tradicionalmente se identifica a esta mujer con María Mag­


dalena, pero San Lucas no dice el nombre de aquella, es decir,
no la identifica con María Magdalena. No podemos olvidar que
ésta fue la primera a la que se le apareció el Señor Resucitado
-u n verdadero privilegio- y fue la encargada de anunciarlo a
los apóstoles.

Volviendo a la mujer pecadora, ella quiere demostrar lo


agradecida que está con el Señor, llevando un frasco de perfu­
me, seguramente de lo más valioso.

Todo es poco para el Señor, por eso en el culto a Dios tene­


mos que darle lo mejor. Recuerdo que cuando era chico íba-
•mos a Misa en familia los domingos de mañana, nos vestíamos
con ropa elegante, justamente de domingo. No era para menos,
porque cuando el sacerdote empieza la Misa dice: “En el nom ­
bre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Y todos respon­
den “Amén”, es decir, “que así sea”, que lo que se va a hacer será
en el nombre del...

El sacerdote se reviste con los ornamentos sagrados y reza


una oración especial por cada uno de ellos, y le debe quedar
claro que ya no es él sino que se revistió de Cristo. Él es Cristo,
actúa in persona Christi, por tanto, deberá tener la unción que
corresponde en el momento de subir al altar, y los fieles, que
serán espectadores de los “sagrados misterios”, deberán tener
el recogimiento que las circunstancias lo merecen.

“Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania,


unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el
deber de ser espléndidos en el culto de Dios. -Todo el lujo, la
majestad y la belleza me parecen poco. -Y contra los que ata­
can la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye
la alabanza de Jesús: lopus enim bonum operata est in me’ -u n a
buena obra ha hecho conmigo.”78

Todo es poco lo que se pueda decir de la Santa Misa y la


liturgia, y, como no me quiero extender, te copio unas palabras
muy sugerentes del Santo Cura de Ars sobre la Eucaristía.

“¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacri­


ficio todas las mañanas!”; “La felicidad que hay en decir la Misa
se comprenderá sólo en el cielo”; “Ved el poder del sacerdote: la
lengua del sacerdote de un trozo de pan hace un Dios; es más
que crear el mundo”; “Los dedos del sacerdote han tocado la
carne adorable de Jesucristo, se han sumergido en el cáliz don­
de ha estado su Sangre, el copón donde ha estado su Cuerpo”;
“el sacerdote debe sentir la misma alegría de los apóstoles al ver
a nuestro Señor, al que tiene entre las manos”.79

“Sólo me encontré en una ocasión con el Padre Pío: tenía yo


dieciséis años. El cura de mi parroquia me invitó a participar
en una peregrinación a Asís, Roma, Loreto, etc., y a conocer al
Padre Pío. A mis dieciséis años me horrorizaron las damas pia­
dosas, y los gritos y aullidos de la multitud congregada ante la
puerta de la iglesia de San Giovanni Rotondo.80 Entramos a las
cuatro de la mañana con idea de ser los primeros y situarnos
cerca del altar cuando el Padre Pío celebrara la Misa. Y desde
que le vi celebrar a él, nunca, ni antes ni después, he oído una
Misa como aquella. Tuve la impresión de estar frente a la rea­
lidad misma, como si el velo del sacramento se hubiera alzado
dejándonos contemplar la realidad. Acabada la Misa, acudí a la

78 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 527.


79 Cfr. S C H O N B O R N , C hristopher, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid,
2010, p. 9 0 -9 1 .
80 E l P adre P ío v iv ió desd e 1916 h a sta su m uerte en 1968 en el convento de lo s
capuchinos de San G iovanni in R oto n d o (F oggia - Italia).
sacristía junto con unas cuantas personas más. El Padre Pío se
arrodilló y se quedó un buen rato haciendo la acción de gracias
antes de reunirse con nosotros. Y a continuación disfruté del
inolvidable privilegio de besarle la mano.”81

r\

81 Cfr. SC H O N B O R N , C hristopher, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid,


2010, p. 92.
LA V IU D A DE NAIM

l pueblo de Naím es una pequeña aldea en la ladera del

E monte Pequeño Hermán, que se encuentra en Galilea.


Está a 13 kms al sudeste de Nazaret, camino al Tabor.82

A las afueras de la ciudad, del lado oeste, se presume que de­


bía estar el cementerio, por la cantidad de enterramientos que
se han encontrado en ese lugar. Como en muchas partes -hasta
el día de hoy- las ciudades y poblados tienen el cementerio
extramuros.

En las puertas de la ciudad conforme se sale, Jesús resucitó


al hijo de una mujer, viuda, de Naím.83

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada


Naím, e iban con Él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se
acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a ente­
rrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un
gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Se­
ñor, le dio lástima y le dijo: No llores. Se acercó al ataúd, lo tocó
(los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo,

82 Cfr. http://w w w .encinardem am re.com /lugares-de-la-biblia_y_su_significado.htnil


83 D onde la tradición dice que v iv ia la v iu d a de N aím , h o y se le v an ta u n a Iglesia
que llevan los franciscanos, construida en 1881.
levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo
entregó a su madre. (Le 7,11-15)

Cuando Jesús llegó a Naím, se encontró con un cortejo fú­


nebre que se dirigía hacia el cementerio. No se conformó San
Lucas en relatar el encuentro de Jesús con el dolor y el sufri­
miento de la madre sino que además, nos cuenta quién era el
difunto: hijo único de una viuda.

El Señor se compadece - “padece con”- del indecible dolor


de la mujer y del pueblo que la acompañaba, pero no se queda
con compartir el sentimiento sino que hace más, mucho más:
le dice a la mujer que deje de llorar; detiene la marcha del cor­
tejo fúnebre y luego le habla al que estaba muerto para que
vuelva a la vida.

Lo mismo hace el Señor con nosotros cuando nos ve tran­


sidos de dolor, nos consuela secándonos las lágrimas, porque
su presencia borra todo signo de pena; hace que la comitiva
del pueblo se detenga, no vaya más allá de donde tiene que ir,
para que vuelvan las cosas a su lugar, y, finalmente, le habla al
difunto con autoridad para que resucite.

¡Qué invitación a la misericordia y a la compasión! Debe­


ríamos volcarnos hacia las necesidades de los demás, llevar el
consuelo de Dios mediante las obras de misericordia -oración,
lim osna-, y hablar del cielo donde no habrá más llanto ni lágri­
mas, sino la felicidad eterna.
La presencia misericordiosa de Dios en la tierra se realiza
por medio de sus intermediarios, y acudimos a ella, a la fuente
del Amor, cada vez que nos confesamos o concurrimos a la
Santa Misa. Nos “metemos” en las ofrendas, y nos ofrecemos
también al Padre, con su Hijo, gracias al Espíritu Santo, que nos
eleva hacia el cielo. El Señor espera este encuentro porque Él es
un m ar de misericordia.

Santa Faustina Kowalska ha sido enviada por Dios como


difusora de la imagen y de la fiesta de la Divina Misericordia.
“Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta
imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida con solemni­
dad el prim er domingo después de la Pascua de Resurrección;
ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia”.84 Juan Pablo
II, que le tenía gran devoción, la beatificó y la canonizó en ese
día, y él mismo fue canonizado él prim er domingo después de
Pascua. Estas “coincidencias” son muy providenciales.

“Te envío a toda la humanidad con Mi misericordia. No


quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanar­
la, abrazarla a Mi Corazón Misericordioso.”85 “Tú eres la secre­
taria de Mi misericordia; te he escogido para este cargo, en ésta
y en la vida futura.”86 “Para que des a conocer a las almas la gran
misericordia que tengo con ellas, y que las invites a confiar en
el abismo de Mi misericordia.”87

Hay un “muro” o página en facebook que tiene un nombre


muy sugerente, relacionado con estas reflexiones: “Si supieras
cuánto te amo, llorarías de alegría”. Es verdad.

84 SA N T A FA U ST IN A , Diario, N ro. 49.


85 Idem . N ro. 1588.
86 Idem . N ro. 1605
87 Idem . N ro. 1567
Que el Corazón Inmaculado de María nos haga ver la hon­
dura del Amor de Dios, en el Sagrado Corazón de Jesús.

r-r
LOS PRIM EROS LUGARES

( ( \ T o quieras ser como aquella veleta dorada del gran


I I edificio: por mucho que brille y por alta que esté,
.1 . no importa para la solidez de la obra. -O jalá seas
como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde
nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa.”88

Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fa ­


riseos para comer, y ellos le estaban observando. (...) Notando
que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso
este ejemplo: Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el
puesto principal, no sea que haya otro de más categoría que tú; y
vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto
a este. Entonces avergonzado, irás a ocupar el último puesto. (Le
14, 1.7-9)

No todos los fariseos eran hipócritas y arrogantes. Es más,


había muchos fariseos muy buenos que trataban con severidad,
tanto como Jesús, a los hipócritas.

En este panorama, ciertamente simplificado, este tipo de co­


midas era para alegría de más de uno, y en el caso del Evangelio
citado, de uno de los principales fariseos al que acompañarían
otros, que procuraban los primeros lugares para estar cerca del
invitado, es decir, de Jesús.

Aprovechando la situación que se daba y se da en circuns­


tancias similares, Jesús cuenta a continuación un par de pará­
bolas vinculadas con los banquetes que por ser extensas no las
citamos en este momento, pero que igual hacen referencia al
desordenado deseo de ocupar los primeros puestos.

“¿Quieres ser grande? Comienza por lo ínfimo. ¿Piensas


construir una gran fábrica en altura? Piensa primero en el ci­
miento de la humildad. Y cuanta mayor mole pretende alguien
imponer al edificio, cuanto más elevado sea el edificio, tanto
más profundo cava el cimiento. Cuando la fábrica se constru­
ye, sube a lo alto; pero quien cava fundamentos se hunde en la
zanja. Luego la fábrica se humilla antes de elevarse y después de
la humillación se remonta hasta el remate.”89

Pero también Jesús, a veces se refiere al reino de los cielos


como un banquete, es decir, que esa comida tiene un signi­
ficado más profundo de lo que nos imaginamos: entraré a él,
y cenaré con él y él conmigo (Ap 3, 20), por tanto, habla de la
Parusía o de la segunda venida de Jesús al final de los tiempos
cuando seamos una sola cosa con Él con la gracia de Dios, de­
finitivamente.

• A ese último encuentro todos estamos llamados, y sí, ¡para


ocupar los primeros puestos!, pero paradójicamente para eso
hay que tener pobreza de espíritu, porque la humildad no deja
que yo me crea importante y con derecho a ocupar los prim e­
ros lugares en el reino de los cielos.

89 SA N A G U S T ÍN , Sermón 69, 2; Cfr. C am ino, edición crítica, R ialp, M adrid,


2002, N ro. 590, p. 715.
“Dos discípulos de nuestro Señor, los santos y magníficos
hermanos Juan y Santiago, según leemos en el evangelio, de­
searon que el Señor les concediese el sentarse en su reino uno
a la derecha y otro a la izquierda. No anhelaron ser reyes de la
tierra, no desearon que les otorgase honores perecederos, ni
que los colmase de riquezas; no desearon verse rodeados de
numerosa familia, ni ser respetados por súbditos, ni ser hala­
gados por aduladores; sino que pidieron algo grande y estable:
ocupar unos asientos imperecederos en el reino de Dios. ¡Gran
cosa era la que desearon! No fueron reprendidos en su deseo,
pero sí encaminados hacia un orden. El Señor vio en ellos un
deseo de grandeza y se dignó enseñarles el camino de la hu­
mildad, como diciéndoles: ‘Daos cuenta de lo que apetecéis,
daos cuenta de que yo estoy con vosotros; y yo, que os hice y
descendí hasta vosotros, llegué hasta humillarme por vosotros’.
Estas palabras que os narro, no 'aparecen en el evangelio; sin
embargo expreso el sentido de lo que en él se lee.”90

San Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo lo dice


de modo plástico:

“Para venir a gustarlo todo,


no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que no gustas,
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes,
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees,
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres,
has de ir por donde no eres.”91

o?
MARTA LO RECIBIÓ EN SU CASA

o cabe duda que la aldea a la que se refiere el Evangelio

N es Betania, porque ya en otras ocasiones habla de ese


lugar con cierta familiaridad, y también de Marta y de
sus hermanos, amigos de Jesús.

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llama­


da Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada
Marta, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta
que se paró y dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me
haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.
Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, andas inquieta y nervio­
sa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la
parte mejor, y no se la quitarán. (Le 10, 38-42)

Todo parece indicar que cuando Jesús llegó a allí se hospedó


en la casa que era de Marta: Marta lo recibió en su casa.

Ésta tenía una hermana que se llamaba María -M aría de


Betania- y un hermano, Lázaro. Marta lo servía, es decir,-se
ocupaba de todo lo necesario para atender a Jesús, como es
natural a la hospitalidad judía, y a todo aquel que viniera con
Él. La Iglesia ha reconocido este servicio declarándola santa:
Santa Marta.

Por su parte, María descansaba a los pies del Señor, contem­


plándolo, escuchando su palabra. Una le servía, la otra le con­
templaba, o como dice San Agustín, “aquella se agitaba, ésta se
alimentaba; aquella disponía muchas cosas, ésta sólo atendía a
una. Ambas ocupaciones eran buenas”.92

Cualquier lectura superficial de este pasaje puede suponer


un cierto reproche del Señor a Marta por trabajar en “muchas
cosas”. No creo que sea tan así, aunque ciertamente los santos
puedan tener defectos como todos los mortales. Me parece que
en este caso, más que una reclamo es una invitación a ser con­
templativos, en medio de ese quehacer, que era un servicio.

Obviamente ella quería ocuparse de Jesús de la mejor m a­


nera posible, y está muy bien, pero cuando le reclama la “in­
actividad” de su hermana, Jesús le aclara que el mejor servicio
es escuchar su palabra: el que escucha la palabra de Dios y la
practica es como un hombre prudente. (Mt 7, 24)

La Virgen también escuchaba la palabra de Dios según lo


que nos cuenta el Evangelio: Y su madre guardaba todas estas
cosas en su corazón. (Le 2, 51)

¿Cuándo me habla Dios? Una vez más traigo a colación la


cita del Apocalipsis: He aquí que estoy a la puerta de tu corazón
y llamo. El que escuche mi voz... (Ap 3, 20) El Señor nos habla
de muchos modos, hasta por medio de la maravillosa natura­
leza, pero en general lo hace en voz baja y en el fondo del cora­
zón, en nuestra casa, en el ajetreo normal de la vida doméstica,
en medio de nuestras actividades, del trabajo.
Sin espíritu de recogimiento es muy difícil escucharlo y
abrirle la puerta del corazón para hacer de él su morada. Q ui­
zá tengamos muchas preocupaciones en el alma, pero es im ­
portante encontrar esos momentos para estar a solas con Él,
y, escucharlo, más que hablarle, porque Él tiene cosas más in­
teresantes que decirnos: “No te limites a hablar al Paráclito,
¡óyele!”93

No nos olvidemos que la palabra de Dios en la Santa Misa


la escuchamos de pie; luego, al term inar de leer el Evangelio, el
sacerdote lo besa, después de decir “Palabra del Señor”, a lo que
todos responden: “¡Gloria a Ti Señor Jesús!”

Cuando Jesús caminaba sobre las aguas, San Pedro quiso


también hacer lo mismo, y le pidió ese milagro. Jesús sólo dijo
“ven”, y Pedro saltó de la barca. Una sola palabra fue suficiente
para que dejara todo y le siguiera, aun en medio de la torm en­
ta, la noche y el cansancio. Después el viento cruzado, violento,
del ambiente, hizo que dejara de m irar a Jesús mientras cami­
naba y comenzó a hundirse. ¿Cuántas palabras me tiene que
decir Jesús para que yo “salte de la barca”? ¿No nos estaremos
dejando atrapar por el viento fuerte y cruzado, mientras cami­
namos hacia Él?
N O SOLO VEN D ER
LO QUE TENEM OS

lo largo de la vida pública de Jesús, mucha gente se le acer­

A caba para plantearle algún problema en general de difícil


solución. Pero las respuestas del Señor, no sólo resolvían
las cuestiones concretas, sino que se proyectaban en el tiempo
como doctrina aplicable a todos los cristianos, y, lógicamente, a
nosotros también. Por eso nos interesa mucho la pregunta del jo­
ven rico: ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Me 10,17)

Las circunstancias concretas de su vida pueden variar de un


evangelista otro. Por ejemplo, en San Marcos no es un joven sino
“una persona adulta”, que poseía muchos bienes. Igual le segui­
mos llamando “el joven rico” porque es así como se lo conoce.

También nuestra vida puede ser distinta a la de él por m u­


chos motivos y porque cada biografía es un mundo aparte, sin
embargo la pregunta para él era importante, y para nosotros,
muy actual, por no decir fundamental: ¿Qué haré para heredar
la vida eterna?

Marcos dice que era una persona que había cumplido con
todos los mandamientos desde la juventud, pero, ¿eso es sufi­
ciente para entrar en el reino de los cielos? Yo, ¿me estoy ganan­
do el cielo o necesito hacer algo más de lo que estoy haciendo?
El hombre se le acercó a Jesús “corriendo” porque, se ve, tiene
prisa por preguntar. Movido por la ansiedad quería una respuesta
pronta, a una cuestión que le urgía. A nosotros también nos urge.

Una cosa tefalta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los
pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. (Me
10, 21) Él se fue insatisfecho. Lo que le han dicho no colma sus
expectativas porque poseía muchos bienes (Me 10,22), y se alejó
de Jesús. Cuando no me gusta lo que me dicen en la dirección
espiritual o acompañamiento, me voy, incluso lejos de aquel
ante quien hace un instante me arrodillé pidiendo confesión.
Quizá tengamos que pensar en la rectitud de intención, y no
esperar que Jesús nos diga lo que nosotros queremos oír.

Parece ser que no es suficiente cumplir con los mandamientos


con más o menos entusiasmo, sino que hace falta dar un paso más,
vender todo lo que tenemos y darlo a los pobres, participar con
los demás de nuestra riqueza, sobre todo con los más necesitados.

Y aún así, el Señor agrega, luego ven y sígueme. Despojarnos


de los bienes no es todo, sino una condición, porque lo más
importante es seguirlo a Jesús, pero no como quien va detrás,
sino estableciendo un vínculo afectivo fuerte, de intimidad, de
amor. El Señor lo quiere todo de nosotros.

“Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo


se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida.
Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un
impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más
nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a to­
m ar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud
arrollador, es lo que otros llaman vocación.”94

94 SA N JO S E M A R IA , Carta 9-1-1932, N ro. 9. Cfr. V A Z Q U E Z D E P R A D A , A n ­


drés, E l fundador del Opus Dei, T. I, R ialp, M adrid, 1997, p. 302.
A Q U IE N CONTARÉ M IS PENAS

"T" esús enseñó con esta y otras parábolas, que era necesario
I orar siempre, y perseverar, aunque algunas veces tengamos
I la sensación que no nos escuchan. No es así como pensa­
mos, según explica el Señor.

Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respeta­


ba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda,
que acudía a él diciendo: Hazme justicia ante mi adversario. Y
durante mucho tiempo no quiso. Sin embargo, al final se dijo a sí
mismo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como
esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga
viniendo a importunarme. Concluyó el Señor: Prestad atención a
lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegi­
dos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? (Le 18,1-7)

Lo propio del juez es hacer justicia, pero en este caso se tra­


taba de un inescrupuloso que le tenía sin cuidado su obligación
más elemental, pero lo hará, para que no le fastidien continua­
mente. Una razón muy simple y elemental, pero ese fue el m o­
tivo para actuar en justicia.

El Señor también pasó por los estrados del juez inicuo,


como plásticamente lo representó van Honthorst95 en su cua­

95
G u errit van H on th o rst (1 5 9 2 -1 6 5 6 ), U trecht, H olanda.
dro “Cristo ante el Sumo Sacerdote” (c. 1617), que se conserva
en la National Gallery de Londres. Es una imagen impactante.
El sumo sacerdote, con el dedo levantado parece explicarle a
Jesús el significado de la Escritura. ¡Soberbia manifiesta!

Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día


y noche, aunque los haga esperar? Sin duda que sí, que el Señor
nos hará justicia, sólo que lo tenemos que creer para pedir con
más fe e insistencia. Debemos clamar día y noche, como dice
el profeta Isaías, es decir, perseverando en la oración. “Me has
escrito, y te entiendo: Hago todos los días mi ‘ratito’ de oración:
¡si no fuera por eso!”96 Este punto de Camino tiene su fuente
inmediata en las cartas que escribió San Josemaría antes de la
Guerra Civil Española, y en las que a él le escribieron por esos
años, como la que sigue de diciembre de 1938:

“Querido Padre: Hace tres días recibí las líneas de Paco [Bo­
tella] y la carta familiar de todos. Creo que es la vez que mejor
recibimiento y más oportunamente llegó. Me tomó en unos
días tristes, sin motivo alguno, y me animó extraordinariamen­
te su lectura, sintiendo cómo trabajan los demás. Hago todos
los días el ratito, ¡si no es por él! -N o sé si es el aislamiento, lo
que deprime enormemente.”97

En los momentos más duros de su vida, es decir, previos a


la Pasión, el Señor se pone en oración, y su imagen orante nos
resulta ya muy familiar.

Su oración es confiada y abandonada: no se haga mi volun­


tad sino la tuya. El momento de la entrega generosa de nues­
tra propia vida es el de la oración -no se haga mi voluntad-,
por eso, mientras el sacerdote presenta la ofrendas en la Santa

96 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 1Ó6.


97 Cfr. C am ino, ed ic ió n crítica, R ialp, M adrid, 2002, p. 310.
Misa, nos entregamos también nosotros, sin miedo ni temores.
No dejemos de estar atentos y orantes en la Misa.

Por último, el consuelo de Dios llega oportunamente cuan­


do estamos en oración, como a Jesús en el Huerto: se le apareció
un ángel del cielo que le confortaba. (Le 22, 43)

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. (Jn


6 , 68 )

“A quién contaré mis penas, mi dulce amor, a quién contaré


mis penas, sino a vos”.

*
PADRE NUESTRO QUE
ESTÁS EN EL CIELO

lo largo del Evangelio se lo ve a Jesús rezar, es decir, ha­

A cer oración, reservar espacios y momentos a tal fin, por


eso, no nos llama la atención la imagen del Jesús oran­
te. Las citas evangélicas podrían ser muchas, o muchísimas. A
partir de la del Evangelio de San Lucas del párrafo siguiente,
se pueden hacer algunas consideraciones sobre la oración en
general. Rezar -hoy y siempre-, es una necesidad imperiosa.

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando ter­
minó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como
Juan enseñó a sus discípulos. (Le 11,1)

En algunas ocasiones nos cuentan los evangelistas que se


retiraba a cierto lugar, como en el Evangelio que meditamos, o,
como dice más adelante el mismo San Lucas, era costumbre ir
al Huerto de los Olivos a rezar -salió como de costumbre (Le 22,
39)-. Seguramente el propietario de ese Huerto era un amigo
o conocido del Señor y le prestaría aquel lugar, por eso Judas
sabía dónde encontrarlo, porque era frecuente que fuera allí.

Otras veces nos dice qué rezaba, como en la Última Cena


-la oración sacerdotal de Jesús (Jn 17)-; también en el Huerto
de los Olivos -Padre, aparta de m í este cáliz... (Me 14, 36)-; en
la Cruz -Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Le
23, 34)-, etc.

Además nos cuenta el Evangelio en qué momentos rezaba,


por ejemplo, antes de empezar su vida pública se pasó cuarenta
días en el desierto, orando; cuando estaba por elegir a los após­
toles pasó la noche entera en oración; en la resurrección de su
amigo Lázaro elevó sus plegarias al Padre. En fin, los ejemplos
pueden ser muchos.

Los discípulos lo veían rezar porque convivían a diario con


Él, por eso, le pide uno de ellos que le enseñe como Juan a sus
discípulos, quizá porque era frecuente en Israel que los maes­
tros enseñaran a rezar.

“¿Que no sabes orar? -Ponte en la presencia de Dios, y en


cuanto comiences a decir: Señor, ¡que no sé hacer oración!...,
está seguro de que has empezado a hacerla.”98

¿Por qué el Padre nuestro? Porque..., como vimos en otro


capítulo, “fieles a la recomendación del Salvador, y siguiendo
su divina enseñanza nos atrevemos a decir, Padre nuestro.”99

“La expresión tradicional ‘Oración dominical’ (es decir,


oración del Señor’) significa que la oración al Padre nos la en­
señó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de
Jesús es verdaderamente única: ella es ‘del Señor’.

98 SA N JO S E M A R ÍA , Camino, N ro. 90.


99
Cfr. p. 95; M isal R o m an o , R ito de la C om unión.
Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el
Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: él es el
Maestro de nuestra oración.

Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su cora­


zón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los
hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.”100

El buen pastor es el que reza por sus ovejas, por los que no
rezan y deberían hacerlo. Quizá haya mucha gente que necesi­
taría alabar a Dios y no lo hace. Tenemos que suplir esa caren­
cia con nuestra oración de sustitución. Nuestro prim er aposto­
lado es ponernos en el lugar del “otro”, y rezar en “vez de”. ¿Qué
madre no está preocupada por la falta de piedad de algún hijo
suyo? ¿No podría rezar en su lugar? No cabe duda que el Señor
escucha esa oración como venida del “otro”.

Por último, una sugerencia que me aplico a mí mismo, no


salir de la tradición, es decir, rezar con la Palabra de Dios que
está en la Escritura, para rezar con las mismas oraciones que
rezaron los patriarcas, los profetas -¡los salmos!101- y la Iglesia
desde siempre, la oración de los padres y del Magisterio. En
definitiva, rezar con la vitalidad de los santos.

“Lo que hace única la oración cristiana es la oración de Je­


sús: el Hijo de Dios ha orado al Padre con un Corazón humano
y ese Corazón es, para toda oración cristiana, el ‘lugar de en­
cuentro’, el meeting point. Y para nosotros, sacerdotes, el Cora­
zón de Jesús es, por decirlo de alguna manera, nuestro ‘rincón
de oración, ese lugar oculto en el que nuestra vocación, nuestra
vida de servidores de Cristo, amigos de Jesús, encuentra su au­

100 C atecism o de la Iglesia C atólica, N ro. 2765.


101 Son invalorables los com entarios d e los salm os que hicieron los P ap as San Juan
P ablo II y B enedicto X V I, en la catcquesis de los m iércoles.
tentico sitio. Os invito, pues, a alcanzar ese lugar del Corazón
de Jesús como lugar de nuestra oración.”102

S C H O N B O R N , C hristopher, La alegría de ser sacerdote, R ialp, M adrid, 2010,


PORQUE V ER Á N A D IO S

or la mañana del domingo de Pascua o de Resurrección,

P muy temprano, Jesús se le apareció a María Magdalena


junto al sepulcro, quien rápidamente anunció a los de­
más ¡He visto al Señor! (Jn 20,18)

De tarde, se les apareció por prim era vez a los discípulos,


en el Cenáculo. Dice el Evangelio: Al atardecer de aquel día, el
siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían
reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús,
se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros.
(Jn 20,19)

El cuerpo de los resucitados tendrá unas características es­


peciales, no se trata simplemente de “salir de la tumba” y unirse
al alma como antes, porque las condiciones de vida son nuevas
aunque se trate de la misma persona. El Evangelio nos mues­
tra a Jesús resucitado y en Él se descubren esas característi­
cas como la celeridad, la luminosidad o resplandor, etc., de tal
modo que no todos lo pueden ver o descubrir. ¿Acaso no les
sucedió a los discípulos de Emaús que lo reconocieron reciéñ
en el momento de la fracción del pan?

Sólo aquellos que tienen los ojos de la fe lo pueden ver; el


m undo no creyente, en cambio, no puede ver a Jesús resucita­
do, porque Él está reservado a los que le aman y conservan su
Palabra.

Tanto los primeros cristianos como nosotros nos pregun­


tamos por qué Jesús no se manifestará con su poder y en su
gloria para demostrar su victoria, y vencer a los incrédulos se­
pultándolos bajo los escombros de su vergüenza. Quizá no sea
ésa la lógica divina, porque no se puede percibir con los ojos
del cuerpo, hacen falta “otros ojos”.

Jesús está presente entre nosotros de distintos modos: cuan­


do se juntan dos o más en su nombre, Él está en medio de ellos;
en el centro de las almas en gracia; en el prójimo, o en el nece­
sitado; en la naturaleza como cabeza de toda la creación; en la
Escritura, y en especial en los sacramentos, sobre todo la Euca­
ristía cuya presencia es única y singular: Tomad y comed, esto
es mi cuerpo. (Le 22,19)

¿Cómo hacer para poder verlo o descubrirlo en todas sus


manifestaciones? Cuando tengamos el corazón abierto a su
amor; pero mientras que seamos unos “funcionarios” de la
vida espiritual, cumplidores de rituales fríos, Jesús pasará al
lado de nosotros sin ser visto; dicho con otras palabras, puede
ser un papelón.

No sé quién es el autor de esta historia. Alguien me dijo que


erá Mamerto Menapace, pero no me dijo de cuál de sus obras.

Al principio veía a Dios como el que me observaba, como


un juez que llevaba cuenta de lo que hacía mal, como para ver
si merecía el cielo o el infierno cuando muriera. Era como un
presidente, reconocía su foto cuando la veía, pero realmente
no lo conocía. Pero luego reconocí a Dios; parecía como si la
vida fuera un viaje en bicicleta, pero era una bici de dos, y noté
que Dios viajaba atrás y me ayudaba a pedalear. No sé cuán­
do sucedió, no me di cuenta cuándo fue que Él sugirió que
cambiáramos lugares, lo que sí sé es que mi vida no ha sido la
misma desde entonces. Mi vida con Dios es muy emocionante.
Cuando yo tenía el control, yo sabía a dónde iba. Era un tan­
to aburrido, pero predecible. Era la distancia más corta entre
dos puntos. Pero cuando Él tomo el liderazgo, Él conocía otros
caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a
través de lugares con paisajes, velocidades increíbles. Lo único
que podía hacer era sostenerme; aunque pareciera una locura,
Él solo me decía: “¡Pedalea!”

Me preocupaba y ansiosamente le preguntaba: ¿A dónde me


llevas? Él solo sonreía y no me contestaba, así que comencé a
confiar en Él. Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una
aventura, y cuando yo decía “estoy asustado”, Él se inclinaba un
poco para atrás y tocaba mi mano. No confié mucho en Él al
principio, en darle el control de mi vida. Pensé que la echaría a
perder, pero Él conocía cosas que yo no sabía acerca de andar
en bici... secretos. Él sabía cómo doblar para dar vueltas cerra­
das, brincar para librar obstáculos llenos de piedras, inclusive
volar para evitar horribles caminos.

Y ahora estoy aprendiendo a callar y pedalear por los más


extraños lugares. Estoy aprendiendo a disfrutar de la vista y de
la suave brisa en mi cara y sobre todo de la increíble y deliciosa
compañía de mi Dios.

Y cuando estoy seguro que ya no puedo más, Él solo sonríe


y me dice: “¡Pedalea!”
PRO CESIÓ N DE CO RPUS CHRISTI

a fiesta del Corpus Christi “pide” una procesión como se

L hace tradicionalmente. ¿Por qué? Porque Cristo hizo una


procesión en la que dio todos los pasos que había que dar
para nuestra salvación: salió del Cenáculo hacia el Huerto de
los Olivos, de allí a Jerusalén, -la casa de Caifás, Pilatos, Hero-
des, ida y vuelta-, Calvario, aparición, Betania y Ascensión a
los cielos.

Después se quedó en el Sagrario, haciendo otro “recorrido”,


desde el cielo a la tierra, por las palabras consagratorias del sa­
cerdote en la Santa Misa.

Los judíos celebran la Pascua recordando la huida de Egip­


to. Antes de la partida comieron el cordero y marcaron con su
sangre el dintel de sus puertas para que el Ángel exterminador
siga de largo y no se detenga en sus hogares. En el caso de la Úl­
tima Cena, el Cordero -el Pan vivo- no sólo es comido por los
apóstoles, sino que también “sale” para hacer su vía crucis y ser
inmolado. Es una variante: sí, hay sacrificio porque se inmola
la Carne del Cordero, pero en este caso, después de ser comido,
el Cordero recorre el camino hacia la muerte, y de la muerte a
la resurrección, a la vida.
Cuando Jesús hizo el recorrido desde el Cenáculo fue acom­
pañado por sus discípulos, es decir, por toda la Iglesia. Ahora,
el nuevo maná alimenta a todos los hombres, a toda la Iglesia.

El Señor armó todo, a unos los puso más cerca que a otros,
cada cual ocupando su lugar, pero todos “siguiendo” al Corde­
ro que se pasea por las calles de nuestra ciudad, o por todo el
mundo. La infinita misericordia de Dios que se pasea por nues­
tras calles, contrasta con nuestra incomprensible indiferencia.

“Ante todo, nos hemos reunido alrededor del altar del Señor
para estar juntos en su presencia; luego tendrá lugar la proce­
sión, es decir, caminar con el Señor; y, por último, arrodillar­
se ante el Señor, la adoración, que comienza ya en la Misa y
acompaña toda la procesión, pero que culmina en el m om en­
to final de la bendición eucarística, cuando todos nos postre­
mos ante Aquel que se inclinó hasta nosotros y dio la vida por
nosotros.”103

103 B E N E D IC T O X V I, H o m ilía en el atrio de la B asílica de San Juan de L etrán,


S olem nidad del C o rp u s C hristi. 22 de m ayo de 2008.
BIEN A V EN TU R A D O S LOS
LIM PIOS D E C O R A ZÓ N

esde siempre el hombre ha querido presentarse delan­

D te de Dios de la mejor manera posible. En general, las


religiones -el Corán en el caso de los musulm anes- de­
term inan cuáles son las cosas que agradan a Dios y, por tanto,
qué es lo que hay que hacer para conseguir su beneplácito, y
qué es lo que no hay que hacer para evitar su enojo.

La religión judía también está plagada de normas o leyes


que reglamentan tanto los elementos que manchan al hombre,
como los llamados procesos de purificación. Por ejemplo, los
leprosos y otros enfermos de la piel caían en la impureza que
los inhabilitaban para participar del culto, como del trato con
los demás; por eso vivían en lugares apartados.

Los animales que comían cosas inmundas como los cerdos,


eran animales impuros, por consiguiente, no se podía comer
carne de cerdo o beber del agua de un pozo donde había caído
un cerdo. *

Una antífona del Salmo de la Misa dice:104 ¿Quién será grato


a tus ojos Señor? El Salmo contesta: El que procede honrada­
mente y obra con justicia; el que es sincero en sus palabras y con

104
Sal 15.
su lengua a nadie desprestigia. En definitiva son agradables a
Dios los puros de corazón, los que cumplen con las exigencias
de la moral, no sólo con los signos externos.

Muchos caen, o caemos, en la tentación de considerar las


obras exteriores como manifestaciones de la santidad o del pe­
cado, olvidándonos que lo importante está en el interior de la
persona.

“Pureza de intención. -Las sugestiones de la soberbia y los


ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gra­
cia, vences.

Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones


más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá den­
tro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se
infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas
como debes hacerlo -p o r puro Amor, sola y exclusivamente
por dar a Dios toda su gloria.

Reacciona en seguida cada vez y di: ‘Señor, para mí nada


quiero. -Todo para tu gloria y por Amor?’105

Desde el fondo de nuestro corazón es de donde salen las


buenas obras; Jesús no dejó de señalarlo. Si tenemos pureza de
corazón se reflejará en el resplandor del semblante o en la cara
pura y limpia.

“Sin duda que has purificado bien tu intención, cuando has


dicho: renuncio desde ahora a toda gratitud y pago humanos.”106
¡Señor, dame un corazón puro!

105 SA N JO S E M A R IA , Camino, N ro. 788.


106 Idem ., N ro. 789
“La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios:
Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intencio­
nes. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento
terrenal, qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural
todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo reine de ver­
dad en el mundo de nuestra intim idad y presida toda nuestra
intención!”107

Jesús manso y humilde de Corazón, haced mi corazón se­


mejante al tuyo.

107
C A N A L S , Salvador, Ascética meditada, R ialp, M adrid, 1962, p. 143.
QUÉ O PIN A LA GENTE DE MÍ

l Evangelio de San Marcos se divide en dos grandes par­

E tes fácilmente reconocibles una de otra. En la primera


Jesús se muestra, mediante los milagros, como el Hijo de
Dios; en la segunda se manifiesta el Cristo de la Pasión.

La escena de la confesión de; Pedro, y a continuación la pro­


mesa de su primado, que la liturgia la trae en bastantes oca­
siones sobre todo cuando se trata de una Misa por el Romano
Pontífice, se sitúa al final de la primera parte. Jesús se aparta
del territorio judío, o se acerca a los límites de la región de los
gentiles.

Cesárea de Filipo es una localidad que se encuentra en la


ladera sur del monte Hermón, bien al norte de Palestina, junto
a donde nace el río Jordán. En el camino hacia esa ciudad -sin
que tengamos la certeza que el Señor haya habitado en ella-
Jesús les pregunta a sus discípulos lo que la gente opina de Él.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las al­


deas de Cesárea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípu­
los: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: Unos,
Juan Bautista; otros, Elias; y otros, uno de los profetas. Él les pre­
guntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Pedro le contestó: Tú eres
el Mesías. (Me 8, 27-29)
Las respuestas parecen decepcionar bastante ya que hay opi­
niones de todo tipo entre los judíos: Juan el Bautista, Elias o
alguno de los profetas. Pedro es el que, bajo inspiración, acierta
a decir el Mesías.

Nosotros, ¿qué respuesta hubiésemos dado? ¿A quién segui­


mos? ¿Al Cristo del que pretendemos milagros, al líder políti­
co, al triunfador reconocido socialmente? Ninguno de ellos me
habla de abrazar la Cruz. En cambio cuando Pedro le dice que
Él es el Mesías, Jesús comenzó a hablarles de la Pasión.

Es importante seguir al verdadero Jesús, no al que el mundo


dice que es, ni al que me separa de la Cruz, porque el que quiera
salvar su vida la perderá. (Mt 16, 25)

La verdadera imagen de Jesús se descubrirá cuando empiece


á hablar de su misión que es la de vivir y m orir por la salva­
ción de los hombres. Seguir a Cristo es caminar por donde Él
camina, es decir, hacia Jerusalén, como cuando Él caminaba
de prisa y les llevaba la delantera porque ellos tenían miedo.108

“Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia,


la triste careta que me he forjado con mis miserias... Entonces,
sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la expia­
ción, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de Tu vida. Nos
iremos pareciendo más y más a Ti. Seremos otros Cristos, el
mismo Cristo, ipse Christus.”109

108 Cfr. M e 1 0 ,3 2 .
109 SA N JO S E M A R IA , Vía Crucis, V I estación.
¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

n la Biblia, la Ley de Dios se expresa por medio de m u­

E chos mandamientos. Bastantes más de los que nos ima­


ginamos. Nosotros hemos aprendido en la catcquesis de
la Primera Comunión que hay diez, redactados de modo sinté­
tico, pero los judíos estudiosos de la Sagrada Escritura llegaron
a contar seiscientos trece. En definitiva, y para zanjar esta cues­
tión, cabe preguntarnos ¿realmente, cuántos son los m anda­
mientos? La pregunta no es vana porque ellos son la puerta de
entrada al reino de los cielos, por eso, queremos saber.

Las discusiones al respecto no se remontan a la época de Je­


sús, sino antes, porque las escuelas son anteriores a la era cris­
tiana y cada una tenía su respuesta, para todo.

Un doctor de la Ley se lo preguntó a Jesús para tentarlo:


¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna?Él le contestó: ¿Qué
está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú? Y éste le respondió: Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con
todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti
mismo. Y le dijo: Has respondido bien: haz esto y vivirás. (Le 10,
25-28)

La intención del doctor no era recta, porque él sabía la res­


puesta que daba la ley, y de hecho se lo dice al Señor cuando
le pregunta qué está escrito. No responde con el texto de las
tablas de Moisés sino con un mandamiento del Deuteronomio
-el amor a Dios- y otro del Levítico -el amor al prójim o-.

Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús: ¿quién es mi


prójimo? (Le 10, 29) El que está al lado, el que está cercano. ¿A
cuánto llega la proximidad? Para los judíos de aquel entonces
el prójimo era el israelita, y el que no lo era, aunque viviese al
lado, era un forastero o extranjero. Con este último no se apli­
caba el segundo mandamiento porque era una persona exótica,
o procedente “de un país lejano”, al cual la caridad o el amor no
vinculaba.

El Evangelio nos vuelve a preguntar, ¿quién es mi prójimo?


La respuesta está relacionada con el tamaño del corazón, por­
que cuanto más grande es, tiene mayor alcance, incluso hasta
nuestros enemigos.

Siempre tendremos a alguien cercano para ejercitar la cari­


dad o el amor al prójimo.

Tiende tu mano al vecino,


porque sí, por elegancia;
que no todo sea ganancia
a lo largo del camino.
Cambia de sabor el vino
cuando no hay con quién brindar...
¿Qué harás con atesorar
y ser opulento en bienes,
si entre tus bienes no tienes
el bien supremo de dar?110

110 G IL , A ntonio A lejan d ro (1 8 8 4 -1 9 5 2 ), Tinaja, Y en silencio, B uenos A ires,


1951.
Hace unos años estuve pasando unos días en González Ca­
tán, a las afueras de Buenos Aires. Al regresar por la transitada
ruta que lleva a Buenos Aires nos pusimos detrás de un camión
que tenía un mensaje en el paragolpes: “cambio cuñada por ví­
bora venenosa.” Pensé, de esto no me voy a olvidar porque me
puede servir en mis predicaciones como en este caso, y porque
muchas veces la sabiduría popular se expresa a través de estos
medios sencillos, no convencionales. ¿Serán las cosas así? No
debiera serlo porque una persona vale lo que vale su corazón, o
la medida de su amor es la medida de su calidad, y cuando este
es más fino, es decir, cuando ama lo más alto, lo más valioso,
vale más.

Sí, no deja de ser graciosa la poesía “El cementerio de


Momo”, -Epitafios-, dónde se dice, entre otras cosas: “Yace
aquí un mal matrimonio, dos cuñadas, suegra y yerno... No fal­
ta sino el demonio, para estar junto el infierno.”111 Amén de la
irónica humorada es bueno recordar que con el amor al próji­
mo no se juega porque el prójimo es algo serio.

“-H ijo: ¿dónde está el Cristo que las almas buscan en ti?:
¿en tu soberbia?, ¿en tus deseos de imponerte a los otros?, ¿en
esas pequeñeces de carácter en las que no te quieres vencer?,
¿en esa tozudez?... ¿Está ahí Cristo? -¡¡No!!”112

111 M A R T ÍN E Z D E L A R O S A (1 7 8 7 -1 8 6 2 ), F rancisco, Poesías, M adrid, 1833.


112 SA N JO S E M A R IA , Forja, N ro. 468.
SE ABR IERO N SUS O ID O S

uando Jesús volvía a Galilea desde las regiones de Tiro,

C pasando por Sidón, le presentaron a un sordomudo


para que lo curase. No es un dato menor situarnos en
esa región de paganos que estaba más allá de los límites de
Israel. Los habitantes de esos pueblos eran considerados por
los judíos, impuros, por tanto, al margen del proceso redentor
de salvación: no conocían al verdadero Dios, no cumplían los
mandamientos y estaban llenos de vicios y supersticiones.

De nuevo, salió de la región de Tiro y vino a través de Sidón


hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis.
Le traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar
y le ruegan que le imponga la mano. Y apartándolo de la m u­
chedumbre, le metió los dedos en las orejas y le tocó con saliva
la lengua; y mirando al cielo, suspiró, y le dijo: -Effeta -que sig­
nifica: Ábrete. Y se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura
de su lengua y empezó a hablar correctamente. Y les ordenó que
no se lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, más
lo proclamaban; y estaban tan maravillados que decían: Todo lo ,
ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos. (Me 7,
31-37)

Jesús no rechazó al sordo ni tuvo en cuenta su condición


de exótico sino que lo curó igualmente aunque fuese pagano,
y además enfermo, por tanto, impuro. Le puso los dedos en las
orejas y con la saliva tocó la lengua al tiempo que decía “Effeta”
que significa “ábrete”. La palabra de Jesús llegó hasta el sordo­
mudo y se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y empezó
a hablar normalmente.

¿Cuál será el mensaje de este pasaje evangélico? Obviamen­


te que se trata de un mensaje que llega hasta el día de hoy a
todos nosotros, como la palabra de Jesús llegó al sordomudo.

La palabra de Dios impacta en el alma de quien la escucha,


por eso no es lo mismo leer la Biblia que cualquier otro libro.
Es un consejo muy saludable leer el Evangelio cinco minutos
todos los días, porque penetra y perfecciona, y nos identifica
con el protagonista del Evangelio.

La Palabra tiene una fuerza que se manifiesta en la sana-


ción corporal de alguna enfermedad. Si esa palabra no produce
ningún efecto en nosotros no será a causa de Él sino porque le
hemos puesto obstáculos personales o no la hemos asumido.
La palabra no es algo ajeno a nosotros sino que penetra hasta
el fondo de nuestra alma y exige una conversión, un cambio de
actitud, de hábitos, a salir del estado de postración.

“Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que to­


dos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de
Jesucristo.”113

Es posible que estemos sordos y mudos, pero no podemos


dejar pasar la oportunidad que tenemos cuando nos encontra­
mos con Jesús, y nos encontramos muchas veces. Señor ábreme
los labios, y mi boca proclamará tus alabanzas. (Sal 51,15)

113
SA N JO S E M A R IA , Camino, N ro. 2.
LA LEYENDA DE 1900

o soy un especialista en cine, es más, no tengo mucha

N idea del así llamado “séptimo arte”; sin embargo, por


invitación de unos amigos extranjeros, volví a ver con
gusto “La leyenda de 1900”, una película de 1998 que te reco­
miendo.

Está dirigida por Giuseppe Tornatore, en base a un guión


que él mismo hizo, y con la actuación extraordinaria de Tim
Roth como protagonista. Más de estos datos elementales ex­
traídos de internet, no tengo. Hay que verla, aunque tenga sus
años.

El argumento de la película gira alrededor de la vida de un


hombre llamado “1900”, que nació en un barco, fue abandona­
do en el mismo barco, y nunca se bajó de él. No podía hacerlo.
Psicológicamente estaba impedido a ampliar los horizontes de
su vida, más allá del “RMS Virginia”.

Te confieso que disfruté, como la primera vez, sobre todo


con el impresionante diálogo final en el que el protagonista
-1900- explica porqué no se bajó ni se bajará del barco, aunque
lo dinamiten. En una oportunidad estuvo a punto de hacerlo,
pero no lo hizo.
Sobre esto último quería hacerte un breve comentario para
justificar haber incluido en el libro algo de cine, en medio de
textos de la Escritura, habida cuenta que no entiendo nada.

El protagonista era el pianista del barco, porque una noche,


siendo niño, se sentó frente al piano y prodigiosamente empe­
zó a tocar. Era un superdotado, y se convirtió en el pianista del
barco, en el pianista de la orquesta del barco.

Su mundo no iba más allá del trasatlántico que unía Europa


con América a principios del siglo XX, es decir, que tenía una
extensión no mayor de 164 metros de popa a proa; no más de
2000 pasajeros en cada viaje, y un piano de 88 teclas. Eso era
todo.

Cuando tomó la decisión de bajar, tras la insistencia de sus


amigos -especialmente del trompetista de la orquesta, su m e­
jor amigo-, no lo pudo hacer porque vio la inmensidad de la
ciudad, y de las posibilidades que ésta le ofrecía. Al llegar a la
mitad de la escalerilla, tiró su sombrero al agua, y, ante la m ira­
da atónita de los tripulantes, dio media vuelta y volvió al barco.

¿Qué habrá pensado en ese momento, después de tantos


años de deliberar sobre la posibilidad de bajar? Según contó
después, a punto de que dinamiten el barco y m orir en él, am ­
pliar el panorama de su vida lo había cohibido absolutamente.
• Diríamos que patológicamente. Se decía a sí mismo, “con un
teclado de 88 teclas, yo puedo sacar infinitas melodías, pero el
panorama que se me abría era de “infinitos teclados”, y esos yo
no los puedo tocar, los toca Dios”.

Sin duda que 1900 tenía problemas psicológicos severos,


pero dentro de su enfermedad tenía cierta coherencia, aunque
con una visión humana -enferm iza- y sin trascendencia. So­
bre esto quería reflexionar, porque ciertamente nos deja alguna
enseñanza, y a eso quería llegar. Obviamente no soy psicólogo
y no lo intento hacer.

Muchas veces no queremos enfrentar la vida que nos toca


vivir, y nos cohibimos ante el panorama que se nos presenta, ya
sea huyendo, o replegándonos ensimismados. De una manera
o de otra, nos paralizamos, como el pianista.

Es verdad que tenemos que ser realistas y no aspirar a más


de lo que somos, porque vamos a hacer ridiculeces. Mi capa­
cidad está dentro del ámbito de las 88 teclas. Más no puedo
pedir, ni quiero exigir. Me tengo que contentar cómo soy; no
debo pretender un mundo que no es para mí. Esto es muy sen­
sato, pero no tenemos que olvidarnos algunos conceptos que te
quiero resumir:

- hay otro sumando -debe haberlo- en nuestras ecuacio­


nes: Dios;

- el m undo que nos ofrece Él es mucho mayor y más m a­


ravilloso al que nosotros podemos imaginar con nues­
tra pequeña visión de las cosas. La tierra es mucho más
grande de lo que nosotros pensamos, y el cielo, ni siquie­
ra lo podemos imaginar, aunque estamos hechos para él;

- tenemos que estar dispuestos a lo que Dios nos propone,


aunque nos de vértigo y asuste;

- con frecuencia nos olvidamos que las mejores ofertas de


vida, son las de Dios, aunque las apariencias nos puedan
engañar;

- que el mejor lugar para vivir es allí donde nos puso Él, y
asumirlo es un paso de madurez muy importante;
- que contamos con su gracia para hacer frente a lo que Él
dispuso;

- que el Señor con los talentos que tenemos, sacará “infini­


tas melodías”, pero cuidado, las tocará Él;

- sólo tenemos qu.e identificarnos con su voluntad y así


saldrán esas melodías que no imaginamos, para alaban­
za y gloria de su nombre.
¿SON M U C H O S LOS
" QUE SE SALVAN?

esde siempre el hombre se pregunta cuándo y cómo

D sucederá el juicio final, cuáles son las señales, si falta


poco o mucho tiempo para que llegue ese día. Obvia­
mente que todo esto enciende la curiosidad humana que no
se satisface con respuestas sencillas o indiferentes. ¿Cuántos se
salvan? ¿Qué es lo que hay que hacer para salvarse?

Una persona le preguntó a Jesús si son pocos los que se


salvan. La respuesta en números, no sé qué le añadiría a este
hombre en orden a su salvación, por eso el Señor reconduce la
curiosidad porque esta nos hace evadir de la responsabilidad
concreta. Saber el número exacto de los que se salvan, no nos
va a ser más o menos amigos de Dios, pero sí nos puede dis­
traer del compromiso de amor adquirido en el Bautismo o con
la vocación.

La respuesta de Jesús a este hombre, cuyo nombre pasa ocul­


to, es fuerte: ¡no os conozco! ¡¡¿Cómo que no nos conoce, si
hemos comido juntos, ha predicado en nuestras ciudades?!! El
Señor no se acordará de nosotros porque la falta de amor nos
distancia de Él, aunque estemos cerca, como el hijo mayor en la
parábola del hijo pródigo. O como el rico epulón, cuyo nombre
desconocemos, porque epulón significa comilón y bebedor, es
decir, no es nombre propio, porque no era nadie a los ojos de
Dios por haber elegido la buena vida, en lugar de la caridad. En
cambio el pobre sí tenía nombre: Lázaro.

“Ama mucho al Señor. Custodia en tu alma, y foméntala,


esta urgencia de quererle. Ama a Dios, precisamente ahora,
cuando quizá bastantes de los que le tienen en sus manos no le
quieren, le maltratan y le descuidan.”114

¿Nos habremos puesto a pensar alguna vez qué más podía


hacer el Señor por nosotros que no haya hecho? ¿Cómo corres­
pondemos a tanto amor? ¿Qué más podemos hacer nosotros?
Al Señor le basta sólo un gesto para volcarse, como lo hizo con
el buen ladrón, la Verónica, Zaqueo, la pecadora, etc. El Señor
necesita gestos de buena amistad, de cariño y de amor.

Si un día hemos hecho un sencillo acto de amor a Dios -¡Je­


sús, te quiero!-, ese día valió la pena haberlo vivido. Tengamos
esa experiencia y se llenará nuestra alma de amor.

“¿Cómo debe ser para usted la experiencia de orar? A mi


juicio debe ser, de cierta manera, una experiencia de claudica­
ción, de entrega, donde todo nuestro ser entre en la presencia de
Dios. Es allí donde se producirá el diálogo, la escucha, la trans­
formación. Mirar a Dios, pero sobre todo sentirse mirado por
Él. En ocasiones la experiencia religiosa en la oración se produ­
ce, en mi caso, cuando rezo vocalmente el Rosario o los salmos.
O cuando celebro con mucho gozo la Eucaristía. Pero cuando
más vivo la experiencia religiosa es en el momento en que me
pongo, a tiempo indefinido, delante del sagrario. A veces, me
duermo sentado dejándome mirar. Siento como si estuviera en
manos de otro, como si Dios me estuviese tomando la mano.”115

114 SA N JO S E M A R IA , Forja , N ro. 438.


115 R U B IN , S -A M B R O G E T T I, F., El jesuíta, C onversaciones con Jorge B ergo-
glio , E diciones B , B arcelo n a, 2013, p. 51.
Se pregunta San Juan Pablo II: “¿Qué es la oración? C om ún­
mente se considera una conversación. En una conversación hay
siempre un ‘yo’ y un ‘tu. En este caso un Tú con la T mayúscula.
La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el ‘yo’
parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de
que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es
el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.”116

116 JU A N PA B L O II, Cruzando el umbral de la esperanza, P laz a & Janes, B arce­


lona, 1994, p. 38.
F

TESTIGOS DEL A M O R DE JESÚS

e los cuatro domingos de Adviento, dos de ellos están

D dedicados a San Juan Bautista. Cuando toca el Evan­


gelio de San Juan, el relato está hecho bajo una óptica
especial, como es lógico, porque cada evangelista pone su im ­
pronta en su Evangelio.

Sin duda, lo que llama la atención en San Juan, es la distan­


cia que establece entre el Bautista y el Mesías: no era la luz sino
testigo de la Luz, o, no soy el Mesías.

Pasados los años, algunos de los discípulos de San Juan Bau­


tista continuaron venerándolo por encima de Jesús y aún hoy
subsiste en oriente con sus peculiaridades la secta de los m án­
deos.

La intención del autor del Evangelio es darle al Bautista el


verdadero lugar de “testigo”, despojándolo de todos los otros
títulos que vayan más allá de esta condición. Todos los aconte­
cimientos en los que San Juan pueda quedar enaltecido como
un santo, pasan a un segundo plano o se omiten en San Juan.»

El testigo es el que da testimonio de lo que vio. A veces la


gente se pregunta ¿quién puede ser testigo del matrimonio?
Cualquiera que dé testimonio de que los novios/esposos pres­
taron su consentimiento. No me refiero al testigo cualificado,
que debe reunir además alguna condición especial, por otras
razones. El testigo solo tiene que tener la “capacidad” de dar fe,
y haber presenciado los hechos.

Los primeros cristianos fueron testigos de Jesús, y dieron fe


de su predicación, milagros, muerte y resurrección. A lo largo
de los siglos el Señor suscita en el seno de la Iglesia testigos que
dan crédito de la presencia de Dios en el mundo. Sin duda que
los santos son testigos, y su testimonio hace que la gente crea
en Jesús, por eso provocan conversiones. Sirve de ejemplo esta
conmovedora anécdota de San Juan Pablo II:

“Sucedió en la preparación del Congreso sobre la acción de


los Católicos durante la Inquisición. Daría como fruto la pe­
tición pública de perdón por parte del Papa, por el daño cau­
sado por los católicos en relación a la Inquisición. Como es
costumbre, se llamó a muchos expertos a Roma, sin distinción
de religión, raza o sexo. Y allí apareció un historiador español,
de religión protestante. Después de algunos días de ponencias
y conclusiones, se invitó a una audiencia privada de los partici­
pantes con el Papa, Juan Pablo II.

Este hombre -e l historiador español-, al ser protestante,


pensó que no había venido a ver al Papa, ya que había ido a un
•congreso. Por la noche le dio vueltas y no se atrevió a decírselo
a su mujer, que compartía habitación con él, en el hotel.

Total, que en contra de su opinión y creyendo contentar a


su mujer, al día siguiente se desdijo y decidió apuntarse. En­
tonces, después de la clásica espera corta en la antesala, fueron
llamados a la audiencia. Una vez dentro éste abrió los ojos y
lentamente cayó de rodillas al suelo. Cuando su atónita mujer
fue a ayudarle a levantarse dijo que no estaba viendo al Papa
sino a Cristo. La audiencia entera fue para él un auténtico valle
de lágrimas, y el que entró protestante salió católico.”117

Todos somos testigos de Jesús, en la medida que tengamos


la experiencia de su presencia en nuestra vida, de la que poda­
mos acreditar luego.

La religión católica no es una religión del libro que contiene


preceptos que hay que cumplir sino que es una invitación a
establecer una relación personal con Jesús, un encuentro con
una Persona. De allí que nuestra vida consiste en enamorarnos
de Jesús -n o en “portarnos bien”, que es otra cosa- y contarles
a los demás la experiencia que tenemos de ese amor, que cier­
tamente es mutuo, porque Él nos amó primero.

117
http://www.anecdonet.a)rrVmodules.php?name=News&file=article&sid= 117
USTEDES SO N
TESTIGOS DE T O D O ESTO

’ esús no se conformó con que los discípulos se hubiesen

I dado cuenta que Él era el Resucitado. No bastaba con una


comprensión -si bien necesaria- de la Buena Nueva, o, di-
o de otro modo, con tener buena formación o doctrina. El
cristianismo no es una filosofía de vida o un sistema de pensa­
miento, sino que es mucho más. El cristianismo es vida, es la
Vida de Jesús en nosotros, compartida e incorporada, hasta la
identificación con Él: “por Cristo, con Él y en ÉL”

Jesús se encargó de recordárselos: ustedes han sido testigos


de todo esto. (Le 24, 48) ¿Quién es el testigo? El que ve y da
testimonio de lo que ha visto. No sólo ve sino que lo trasmite
a otros. Muchos vieron lo que ellos vieron, pero, por no com­
prender no fueron testigos, al menos inmediatamente, más
adelante quizá sí.

No todos los que ven y oyen son testigos porque muchos


viendo no creyeron, o no comprendieron el valor de lo que
estaban viendo. Los apóstoles lo vieron y lo comprendieron,
y experimentaron en su vida la salvación que venía de lo que
habían visto, por eso se llenaron de alegría con la Resurrección,
y alabaron a Dios permanentemente después de la Ascensión.
Casi todos ellos, según lo que nos dice la tradición, fueron tes­
tigos hasta el martirio.
¿Nosotros somos testigos? ¿Cuál es nuestro testimonio?
¿Hablo de Jesús resucitado? El testigo no puede callar, tiene
que hablar para que muchos oyendo crean, y amen a Dios.

El sacerdote es el testigo, que, como un faro luminoso en


medio de la oscuridad, debe iluminar, pero todos somos sa­
cerdotes -co n el sacerdocio común recibido en el Bautismo- y
testigos presenciales de la Resurrección.
Y USTEDES Q U IÉ N
D IC EN QUE SOY YO

uando el Señor se aparta para orar a solas con sus dis­

C cípulos, les pregunta sobre lo que opina la gente de Él.


Habitualmente se lo confunde con un gran personaje de
la historia, o con un profeta que ha vuelto a la vida. Pero volver
al presente desde el “más allá” significa tener poderes especia­
les y milagrosos, y el Señor hacía milagros.

Da la impresión de que la gente se queda, en el mejor de los


casos, con lo maravilloso de su presencia entre los hombres,
pero no llega a captar su mensaje más profundo, ni a conectar
con Él, en cuanto Persona, y establecer una relación de amis­
tad, de intimidad, de amor.

¿Pero ustedes quién dicen que soy yo? (Le 9,20) Cuál es nuestra
opinión de Jesús, nos pregunta el Evangelio. A veces no consegui­
mos salir del círculo de nosotros mismos, por eso pensamos que
Jesús es el que nos da algo -paz-, o calma nuestras angustias y
ansiedades, o soluciona nuestros problemas, pero aún no hemos
dado un paso adelante en esta relación: amar al otro, desearle el
bien, hacerle el bien, sin pensar en el beneficio que me reporta.

El verdadero amor es el que no espera retorno, sino que sale


de nosotros y se queda en la persona amada. Te quiero y me
alegra -m e hace feliz- tu felicidad, no espero más.
En un reportaje que le hizo la cadena EWTN al Papa Fran­
cisco cuando era Card. Arzobispo de Buenos Aires118, contó que
cuando hablaba con alguien sobre su vida cristiana le pregun­
taba cómo era su oración. En general las respuestas se movían
en el horizonte de la petición -porque los católicos somos muy
pedigüeños, dijo el entonces Cardenal- o del perdón, por eso él
los interpelaba: ¿y la adoración? ¿Cuándo vas a tener un espacio
de adoración? Señor, te adoro con profunda reverencia...

El otro enemigo del amor a Dios, es la actividad, o el activis­


mo, que nos come, porque caemos en la trampa de pensar que
lo importante es hacer las cosas bien, o portarnos bien, pero
Jesús nos debe estar preguntando en medio del trajín de cada
jornada: ¿cuándo me vas a decir “te quiero mucho”? El primer
mandamiento y más importante es amar a Dios sobre todas las
cosas, es bueno recordarlo.

Véante mis ojos,


dulce Jesús bueno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.
Vea quien quisiere
rosas y jazmines
que si yo te viere
veré mil jardines,
flor de los serafines,
Jesús nazareno,
véante mis ojos
muérame yo luego.119

118 http ://w w w .y o u tu b e.com /w atch?v= N Z 1Z czyyK w M


119 A U C L A IR , M arcelle, La vida de Santa Teresa de Jesús, Palabra, M adrid, 1984,
p. 246.
D O S CARTAS

ara term inar este diálogo que he mantenido contigo

P lector, a través de las reflexiones hechas hasta aquí, me


pongo nostálgico, porque mi modo de ser es así. Vuelvo
mis pasos hasta el momento de la ordenación sacerdotal el día
15 de agosto de 1986 (fiesta de la Asunción de la Virgen), en
el Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad
(Aragón, España).

Me había ido a estudiar a Roma, en lo que hoy es la Univer­


sidad Pontificia de la Santa Cruz, donde hice la licenciatura en
Derecho Canónico. En julio de 1985 me fui a Pamplona (Espa­
ña), para hacer el doctorado.

La preparación inmediata para la ordenación sacerdotal, ju ­


lio-agosto de 1986, fue en el mismo Santuario de Torreciudad,
del que guardo un recuerdo imborrable como es comprensible.
El Señor además me concedió la gracia de poder ir de vuelta
cuando se cumplieron las bodas de plata sacerdotales.

Con ocasión de recibir el sacramento del Orden, mis padres


y mi familia fueron desde Argentina, alojándose en lugares
cercanos a Torreciudad. Después de la ordenación, y de pasar
unos días en España, se volvieron a Argentina.

Desde allí me llegaron muchas cartas de ellos -familiares


y amigos-, que aún guardo con mucho cariño, porque, entre
otras cosas, más de uno ha partido a la casa del Padre. Quiero
en esta oportunidad trascribirte un par de ellas muy especiales,
la que me escribió mi padre desde Argentina, al regreso de su
viaje a Torreciudad, y la del que era Prelado del Opus Dei en
ese momento, ya próximo a ser beato, Alvaro del Portillo. Esta
última está dirigida a todos los que nos ordenábamos.

****

Buenos Aires, noviembre de 1986

Querido hijo Salva:

Has sido ordenado sacerdote para siempre. Dios ha puesto


su mirada en ti y en nosotros. ¿Por qué en nosotros? Insonda­
ble misterio de la bondad divina. No tenemos cómo expresar
nuestro gozo. ¡Pensar que es sangre de nuestra sangre el que
ofrece la sangre del Cordero! Sólo nos queda bendecir, alabar
y glorificar, y darle gracias al Señor por este regalo del cielo.
Pero, ¡qué responsabilidad de los padres de un sacerdote! Son
los cireneos que deben ayudarle a llevar la Cruz sacerdotal,
brindándole todo el apoyo espiritual y también humano, ne­
cesario para el mejor desempeño de su ministerio. Debemos
ser peldaños en tu ascenso, en el camino de tu perfección, y no
obstáculos que te lo impidan. Tu sacerdocio es para nosotros
un motivo más de satisfacción, considerando que actúas en la
persona de Cristo, y eres parte de nuestro ser.

Pedimos a Dios un sacerdote santo, crucificado con Cristo


que ame y glorifique al Señor desde la Cruz; predique desde la
Cruz, santifique desde la Cruz; y desde la Cruz sea el mediador
entre Dios y los hombres. Junto a tu Cruz coloca a la Virgen
Santísima. No separes nunca a la Madre de su Hijo: “en todo
Cristo y siempre María”. Ciñe en tu frente la corona de espinas,
para iluminar tu mente con la luz de la fe y así conocer y amar
la Verdad. Sé un sacerdote docto para enseñar la buena doc­
trina y no un cura de “misa y olla”, como solía decir tu abuelo.
Sé un sacerdote de profunda vida interior; es fundamental, lo
demás vendrá por añadidura. Establece tu morada en el costa­
do abierto de Cristo en la Cruz, y a solas con Él, despójate de ti
mismo y de todos, y en silencio, goza de su Divina presencia;
contempla, medita y ora, en una continua alabanza de Gloria,
adoración y acción de gracias a la Beatísima Trinidad. Allí, ama
con locura y déjate amar, guiar y conducir por la voluntad Di­
vina. Allí nutre y hunde las raíces del árbol de tu Cruz, para
que crezcan y se desarrollen frondosas ramas, cargadas con los
abundantes frutos de tus buenas obras.

Clava tus pies en el madero y camina por el sendero estre­


cho de la Cruz, siguiendo los pasos de Cristo, sin detenerte ni
desviarte. Clava tus manos en la Cruz y extiende generoso tus
brazos, para atraer todo hacia Él. Extiende también tu sonri­
sa, tu simpatía, desbordante de alegría, y ocurrencias que con­
forman tu modo de ser, que son dones del Señor que debes
emplear para tu labor apostólica. De ellos también te pedirán
cuenta. Pero no olvides que son simples medios, no te dejes
seducir, huye de los éxitos que el mayor éxito fue el “fracaso”
de la Cruz. Con la madera de la Cruz, construye la barca de
pescador de almas.

Con el leño de la Cruz, alimenta el fuego de la Caridad, con­


súmete en él, para purificarte, santificarte y santificar, amando al
prójimo, que es la única forma de poder amar a Dios. Reduce a
cenizas al hombre viejo, y renace en el nuevo Adán crucificado.

Lleva la Cruz que Él te ofrece y no tanto la que te impongas,


muchas veces deformada por nuestro amor propio. Cuídate de
los recuerdos y nostalgias, producidas por el alejamiento de los
tuyos, para seguir a Cristo; son embrollos de “mandinga”, para
debilitar tu fortaleza, ante las exigencias del compromiso de tu
entrega total a Dios.

Únete a la Pasión de Cristo, para ser como Él, obediente,


paciente, humilde, fuerte y perseverante, hasta ofrecer la vida
en la C ruz por Amor.

No seas un sacerdote mediocre, o “mistongo” como diría


Castellani120; vive con heroísmo las virtudes teologales y demás
que le preceden. Practica los consejos evangélicos, lo exige tu
vida de perfección, no olvides que recibiste mucho y se te pedi­
rá más. Compórtate con la dignidad de tu investidura sin per­
der tu peculiar forma de ser, con naturalidad, sin afectación, en
un sentido ni en otro.

Ama la Iglesia y al Papa, que es amar a Cristo. No empañes


su rostro, sele fiel y obediente aun en las pequeñas cosas.
)

Ama a la Obra y a sus directores; da continuas gracias a Dios


por haberte brindado este medio excepcional para encauzar tu
vocación. No sabes la paz y la alegría de tus padres al ver a su
hijo a salvo de tantas desviaciones y calamidades que hoy afli­
gen a la Iglesia, gracias al espíritu y a la formación que recibes
de esta bendita Obra de Dios.

Por último pedimos, que al final de tu jornada, puedas ex­


clamar desde el madero de la Cruz “Todo está terminado”, Se­
ñor, te devuelvo centuplicados los talentos que me diste, y así
recibirás tu corona de gloria. Con un gran abrazo de tus padres
en Cristo Nuestro Señor.

120 L eonardo C astellani (1 8 9 9 -1 9 8 1 ), sacerdote católico argentino, escritor y p e ­


riodista.
Roma, 29-V II-86

Queridísimos hijos: ¡que Jesús os guarde!

Pocos momentos después de que os lean estas letras mías,


comenzará la ceremonia en la que mi buen amigo, el querido
Sr. Obispo de Barbastro, Don Ambrosio Echebarría, os im pon­
drá sus manos episcopales, confiriéndoos el sacramento del
orden, y convirtiéndoos así en sacerdotes de Jesucristo. Vaya a
Don Ambrosio mi más cordial agradecimiento, por haber ac­
cedido gustosamente a mi petición de que fuera él el Obispo
ordenante.

¡A vosotros, mi felicitación más cariñosa, hijos míos! Cuan­


do recibáis ese sacramento, vuestras almas quedarán transfor­
madas, porque recibirán el carácter sacerdotal, que es como
el sello de la acción del Espíritu Santo, y que indicará indele­
blemente que sois -lo vais a ser enseguida, por querer divino
aceptado libérrimamente por vosotros-, sacerdotes de la Nue­
va Ley, que participáis del único Sacerdocio de Cristo, Señor
Nuestro. Seréis -cada uno de vosotros-, de esta manera, y de
un m odo inefable, alter Christus, otro Cristo: o como decía
audazmente nuestro Santo Fundador, el mismo Cristo, ipse
Christus, con el que os identificaréis tan perfectamente que po­
dréis hablar en Su nombre, utilizando la prim era persona del
singular: “Este es mi Cuerpo”; “Este es el Cáliz de mi Sangre”;
“Yo te perdono tus pecados”.

¡Es inimaginable la grandeza del don, que vais a recibir!


Pero pensad, hijos míos, que Dios Nuestro Señor tiene el de­
recho de pedir mucho a aquel a quien tanto da. Mucho os da
a vosotros -a cada uno de vosotros; a ti hijo m ío-, y mucho
os pide; exige de ti, hijo, la santidad: que luches por ser santo,
con el fin de poder convertirte én un instrumento idóneo para
servir a las almas.
El sacerdocio no es una carrera, sino un servicio, un apos­
tolado. Es una entrega generosa, plena, sin cálculos ni limita­
ciones, para ser sembradores de paz y de alegría en el mundo,
y para abrir las puertas del Cielo a quienes se beneficien de
ese servicio y ministerio vuestro. Esta entrega supone mucha
gracia de Dios, y podéis estar bien seguros de que el Señor os
concederá con extraordinaria abundancia todos los dones que
os serán precisos.

Y supone también, de vuestra parte, mucha corresponden­


cia a esas gracias divinas: sé que lucharéis, en todos los instan­
tes de vuestra vida -hasta el momento supremo de rendirla a
Dios-, para corresponder con amor a tanto Amor divino. Este
amor vuestro se traducirá en una constante búsqueda, hum il­
de y apasionada, de Dios, para demostrarle que le amáis; y se
manifestará en deseos y en acciones de servicio desinteresado
a todos; en una perfecta sumisión -¡unión! - y en un gran amor
al Papa, a vuestro Ordinario el Prelado del Opus Dei y a los
Obispos en Comunión con la Santa Sede; y particularmente, en
el gran celo con el que trataréis de ejercitar el ministerio, para
el que vais a ser ordenados sacerdotes, entre los fieles y en los
apostolados de nuestra Prelatura, para el bien de la Santa Igle­
sia de Dios y en gran beneficio de las diócesis donde trabajéis.

¡Que Dios os bendiga, hijos míos! Tratad mucho, filialmen­


te, a la Santísima Virgen, la gran Madre de Dios y Madre nues­
tra, Madre de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, y por este m o­
tivo Madre, de un modo especialísimo, de los sacerdotes. Ella
quiere que se cumpla siempre la Voluntad de su Hijo Jesús: y la
Voluntad de Jesús es que seáis santos. ¡Ella os ayudará!

A vuestros padres y hermanos, y a todos vuestros parientes,


mi felicitación llena de afecto: estoy muy unido a ellos, dando
gracias a Dios por este honor que les dispensa y por esta cari­
cia que les hace, con vuestra ordenación sacerdotal. ¡Que recen
por mí, como yo rezo por todos ellos!

Al Señor Obispo de Barbastro, le repito mi agradecimiento,


y le envío un fuerte y fraternal abrazo.

A vosotros, hijos míos queridísimos, que no dejéis de en­


viarme vuestra bendición sacerdotal, y de recordarme en la
celebración de la Santa Misa. Nuestro Padre, desde el Cielo, os
sonreirá, y os llenará de bendiciones. Recibid, junto a esa pléto­
ra de bienes que ciertamente os conseguirá nuestro Fundador,
en el día de vuestra ordenación sacerdotal, la bendición que,
en su nombre, os envía también este Padre vuestro, que mucho
os quiere.

Alvaro
IN D IC E

IN T R O D U C C IÓ N ............................................................................................................. 3

P O R A M O R A LA E U C A R IST ÍA ................................................................£ ............... 5

A M O R A LA LIB ERTA D ................................................................................................. 9

B IEN A V EN TU R A D O S LOS POBRES D E E SPÍR IT U ........................................... 13

C O R A Z Ó N M ISE R IC O R D IO SO ............ .................................................................... 17

D A M E, SEÑOR, U N P O C O D E SOL, A LG O DE T R A B A JO ............................. 21

¿DE Q U É HABLABAN EN EL C A M IN O ? ................................................................ 25

IV D O M IN G O DE CUARESM A, D O M IN G O LAETARE, D O M IN G O DE
LAS ROSA S........................................................................................................................... 29

D O N D E L Á G R IM A S ....................................................................................................... 31

EL BU EN P A S T O R ............................................................................................................ 35

EL C ÍN G U L O Y LA P U R E Z A ....................................................................................... 39

EL M A N D A M IE N T O DEL A M O R ............................................................................. 43

T E X T O DEL EPITA FIO DE T O M A S M O R O - A ño 153 2 - .............................. 47

E N U N D ESIERTO LUGAR D E LA M O N T A Ñ A .................................................. 53

EL H IJO M E N O R , EL P R Ó D IG O .......................................... 57

E N V IÓ M ENSAJEROS D ELA N TE D E É L ................................................................ 61

ESTEN P R E P A R A D O S .................................................................................................... 67

EL A D E M IN IST R A D O IN F IE L .................................................................................... 71

H E V E N ID O A TRA ER F U E G O A LA T IE R R A .................................................... 75

TRA TÁD M ELO BIEN, TRA TÁD M ELO B IE N ........................................................ 81

SA B ID U RÍA ......................................................................................................................... 83

U N G ESTO D E A M O R .................................................................................................... 87

JU RO Q U E N O H E D E SERVIR A SEÑ O R Q U E SE H A D E M O R IR .............. 91


L A TO RRE DE BABEL.......................... ¿...... .................................................................. 95

N T R A . SEÑO RA DE LA SALETTE............................................................................. 99

H IJO S DE D IO S ................................................................................................................. 103

LA M U JE R P E C A D O R A ................................................................................................ 107

LA V IU D A DE N A IM ...................................................................................................... 111

LOS PRIM ERO S LU G A R ES..........:................................................................................ 115

M ARTA LO RECIBIÓ E N SU C A SA ........................................................................... 119

N O SOLO V EN D E R LO Q U E T E N E M O S ................................................................ 123

A Q U IÉ N C O N TA RÉ M IS PEN A S.............................................................................. 125

PADRE N U ESTRO Q U E ESTÁS E N EL C IE L O ..................................................... 129

PO R Q U E V ER Á N A D IO S ............................................................................................. 133

PR O C E SIÓ N D E C O R PU S C H R IST I.......................................................................... 137

B IEN A V EN TU R A D O S LOS LIM PIOS D E C O R A Z Ó N ....................................... 139

Q U É O PIN A LA G E N T E DE M i................................................................................... 143

Q U IÉ N ES M I P R Ó JIM O ?............................................................................................... 145

SE A BR IER O N SUS O ID O S ........................................................................................... 149

LA LEYEND OA DE 1 9 0 0 ................................................................................................ 151

¿SO N M U C H O S LOS Q U E SE SALVAN?.................................................................. 155

TESTIG O S DEL A M O R D E JESÚS.............................................................................. 159

U STED ES SO N TESTIG O S DE T O D O E S T O ......................................................... 163

Y USTEDES Q U IÉ N D IC E N Q U E SOY Y O ............................................................. 165

D O S C A R T A S .................................................................................................

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