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Tercero, ha existido una enorme brecha entre los de arriba –ministros, inspectores,
expertos, teóricos universitarios– y las condiciones en las aulas. Casi ningún
ministro ha sido producto del sistema de educación estatal; muy pocos han tenido
experiencia relevante como maestros o maestras.
The Right Kind of History, el libro ya citado de David Cannadine y otros autores,
describe la persistencia de condiciones poco ideales en el siglo pasado: falta de
materiales y de libros de texto idóneos, falta de tiempo en el currículo. Sin duda ha
habido avances en los textos y materiales[3], pero persiste la queja de la falta de
espacio en el horario: ¿qué es posible hacer en sola una hora, o aún menos, en la
semana? ¿Y hasta qué edad debe ser la historia una materia obligatoria? Queda
claro que las posibilidades de una enseñanza satisfactoria son muy distintas en la
escuela primaria y en la secundaria; cada edad debe recibir una oferta distinta.
Parece que, hace poco, una reforma bien diseñada en Inglaterra fue dañada por la
decisión de un ministro de corta visión que, en contra de lo recomendado por sus
asesores, redujo la edad en que la historia fue materia obligatoria de 16 a 14 años.
Otro obstáculo ha sido, por largos años, la falta de un entrenamiento especializado
en la enseñanza de la historia.
Debo decir algo más sobre nuestro tema y la política. Los ingleses hemos tenido la
suerte de tener una historia, en el siglo XX, menos traumática que el resto de los
países europeos. En las dos guerras mundiales, no fuimos invadidos y estuvimos al
lado de los vencedores. No hemos tenido ninguna guerra civil y el desmantelamiento
de nuestro imperio fue relativamente pacífico. El descenso del poder inglés ha sido
gradual. Otras naciones han tenido que enfrentar, en sus propias historias
modernas, episodios mucho más desastrosos y vergonzantes, que sus
historiadores inevitablemente han tenido que tratar. En la escuela y en el colegio
secundario, esto presenta obvias dificultades: ¿cómo se traza la línea entre la crítica
del pasado y la esperanza de un futuro mejor? ¿Cómo, y a qué edad, enseñar la
historia política? Recuerdo a un eminente historiador inglés, Richard Pares, que
escribió un ensayo argumentando que la gente no empieza a entender la política
hasta tener más o menos 25 años, porque antes no tiene suficiente mundo.
Probablemente una exageración. Les ofrezco preguntas, no tengo las respuestas.
Termino con un esfuerzo de sinceridad frente a la pregunta directa: ¿para qué sirve,
en las escuelas primarias y en los colegios segundarios, la enseñanza de la historia,
y por qué vale la pena pelear para garantizarle su debido espacio?
Soy un poco escéptico sobre la historia como escuela de valores, o de patriotismo.
Los alumnos se resisten a los sermones.
Soy menos escéptico sobre la ayuda que la historia ofrece a los niños y jóvenes
para ubicarse en el tiempo y en el mundo. Como creo que el niño inglés debe tener
la oportunidad de conocer la historia básica de su nación y de su sociedad, y de su
parte en la historia de la humanidad, creo que los niños y los jóvenes colombianos
deben tener lo mismo: las sociedades precolombinas, la Conquista, la Colonia, la
Independencia... historia económica y social, geografía histórica..., en breve, el
contenido de un libro de Henao y Arrubla moderno. Sobre los métodos de enseñar,
los invito a opinar.
Creo que también vale el esfuerzo de introducir el ejercicio de “pensar
históricamente”, que entiendo como el reconocer lo diferente del pasado, las
posibilidades y complejidades de sus coyunturas, además de cómo interpretar los
vestigios y las evidencias, cómo reconocer y cómo evaluar un argumento histórico
–y hay siempre tantos argumentos históricos disfrazados en el debate político
cotidiano. La aspiración, nada fácil, sería mirar el pasado sin falsos orgullos y sin
falsas vergüenzas, mostrar complejidades sin caer en fatalismos... Así gana toda la
sociedad.
Mientras que en Estados Unidos los estudiantes y ciudadanos tienen casi que a
diario referencias de su pasado, de sus padres fundadores, de la Constitución, de
sus batallas, triunfos o tragedias -como la Guerra de Secesión o de Vietnam-, en
Colombia el 70 por ciento de los presidentes no tienen una biografía y los textos con
los que hoy se enseña el pasado son lamentables.
Por eso, casi 30 años después de que el Ministerio de Educación decidió sacar del
pénsum de primaria y bachillerato la materia de Historia y crear la de Ciencias
Sociales-una mezcla de Geografía, Economía, Política, Antropología, Sociología,
Cultura e Historia-, un grupo de reconocidos historiadores e intelectuales le ha
empezado a pedir al gobierno que, frente a la amnesia en la que cayó el país y ante
semejante error pedagógico, permita de nuevo la enseñanza de la Historia como
materia única de primero de primaria a grado once.
Las consecuencias de esa decisión están a la vista. Darío Campos, profesor de la
Universidad Nacional y director del Grupo de Enseñanza de la Historia, dijo a
SEMANA que la creación de la materia de Ciencias Sociales es un reto exigente,
ya que se requiere tener profesores con un conocimiento de estas disciplinas. La
paupérrima formación de los docentes hizo que al final los profesores terminaran
usando programas o libros caducos, como el manual de Henao y Arrubla de 1910,
o, en su defecto, a plegarse a los textos actuales de Ciencias Sociales, que en su
mayoría son de una calidad discutible. Todo esto ha redundado en que los jóvenes
lleguen a los 18 años sin saber qué clase de ciudadanos son y en qué país van a
vivir.
Jorge Orlando Melo, que hace unos años hizo un estudio de los libros escolares,
dijo a SEMANA que los textos de Ciencias Sociales terminaron siendo muy livianos,
por no decir flojos. "Son muy descriptivos, basados más en contar un cuento sin
referencias que en invitar a la lectura, a profundizar en los temas y a reflexionar
sobre el pasado para comprender el presente".
Esa falta de culto por la Historia puede ser una de las razones por las cuales
Colombia es uno de los países con un menor nivel de patriotismo en el mundo, pues,
si se quiere, historia y patriotismo son conceptos que van unidos. Cuba y México
son tal vez los países mas nacionalistas del continente, y no hay niño que no
conozca todos los detalles de sus revoluciones, la vida de sus héroes y el precio de
lo conseguido.
El historiador Fabio Zambrano dijo que los estudiantes colombianos tienen el mismo
conocimiento de la historia que el que tienen los de Estados Unidos de geografía.
"No hay una amenaza más grave para un país que el alzheimer en el que hemos
caído. La historia se escribe en el presente y explica parte de las realidades y
anhelos de una sociedad. Sirve para saber lo que hemos construido, el largo camino
que ha tomado obtener muchos de los derechos y libertades actuales, así como
para explicar también nuestras tragedias y desastres". Sobre este tema, Melo dice:
"Muchos pueden decir que la gente puede vivir sin saber nada de su pasado, pero
creo que para una sociedad es sano saber de dónde viene, dónde está y para dónde
quiere ir. Imagínese que alguien empiece a vivir a los 20 años con su memoria en
cero, borrada, ¿podría vivir bien y planear su futuro?".
El prestigioso historiador Marco Palacios dijo que es tiempo de revertir esa "decisión
patética y garrafal". Es hora de volver a ser sensatos y devolverle el equilibrio a la
educación. El Estado, como en otros países, debe propender de que se enseñe
Historia y Geografía, diseñando planes de estudio que incluyan lo que debe saber
un bachiller. "Eso está inventado y ya hay suficientes experiencias para hacerlo
bien, sin pasiones y partidismos".
Así como el Ministerio saca su regla para evaluar a todo el mundo, es hora de que
lo haga con su propia gestión en los últimos años. La polémica sobre devolver la
cátedra de Historia y Geografía está abierta. En sus manos está que no seamos
víctimas del famoso refrán de: "quien no conoce su historia está condenado a
repetirla".
La importancia de la Memoria Histórica
Los ojos de Hipatia Dic 10th, 2013 0 Comentarios
Dav
histórica
En Elogio del olvido (Debate, 2017), una ampliación
de Contra la memoria, David Rieff cuestiona la idea
de que la memoria es un deber moral, una especie
de
19545 acto de justicia y reparación.
Daniel Gascón
09 marzo 2017
Siempre es bueno tener un aguafiestas cerca: alguien bien informado que corrija el
exceso de optimismo, o que señale las mecánicas perversas que hacen que
acabemos más pendientes de los medios que de los fines que supuestamente
queremos alcanzar. Esta es una de las tareas que David Rieff ha hecho sobre
asuntos como la ayuda humanitaria. También lo ha hecho con respecto a la
memoria en Elogio del olvido (Debate, 2017, traducción de Aurelio Major).
Rieff revisa la obra de autores que han abordado el tema de la memoria, como
Maurice Halbwachs (cuya muerte cuenta en La escritura o la vida un gran escritor
sobre la memoria, Jorge Semprún), Pierre Nora (que denunciaba la industria de la
memoria), Tzvetan Todorov (que ha hablado de los usos y abusos de la memoria, y
recomendaba la “memoria ejemplar”, una idea que no satisface a Rieff), Tony Judt
(que escribió críticamente de los monumentos conmemorativos), Yosef Yerushalmi
(autor de Zajor. La historia judía y la memoria judía) o Avishai Margalit (que ha
intentado buscar un elemento universalista a la memoria y ha escrito sobre la
dificultad de llegar a acuerdos cuando sacralizamos el recuerdo). También cita
observaciones sobre el nacionalismo y la culpa de Renan, Hannah Arendt o Karl
Jaspers.
Rieff escribe sobre lugares en los que la presencia del pasado ha conducido a una
asfixia o ha servido para alimentar enemistades duraderas, como la antigua
Yugoslavia, Irlanda, Ruanda o Israel. En buena medida, las guerras de la memoria
tiene origen francés, y tiene algo de polémica religiosa; en ese país ha tenido
también un desarrollo intelectual. Francia sigue siendo la “capital” de la industria de
la memoria, a la vanguardia de lo que Pierre Nora ha calificado de “mala conciencia
universal”. En Irlanda, que se cantaran los himnos de las facciones opuestas
durante las negociaciones servía para desbaratar las posibilidades de paz. Escribe
sobre Israel y sobre la relación peculiarmente intensa del pueblo judío con su
pasado, o describe la labor de la arqueología como ciencia legitimadora de Israel.
Argumenta que el hecho de unir el Estado al recuerdo del Holocausto es discutible
moralmente y anacrónico desde un punto de vista sionista. (En el caso español,
sobre el que pasa muy brevemente, describe la ley de la memoria histórica como
una ley del olvido, porque sustituía los símbolos del régimen anterior.)