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Que dulcísimos labios de fresas o de flor de azahar,

que sorben del azúcar


el oro de su aliento
y del calor la pulpa
roja de besar.

Que florentísimas mejillas de rosas o napal,


que la templanza queman
del tacto de mis dedos
y asoma por las yemas
mi alma a tiritar.

Que brillantes pestañas de acantilado o de volar,


que cubren con su seda
partículas del cielo,
lo mismo que traviesas
alas de cristal.

Que luciente cabello de ríos o enlunado mar,


que entalla ondas ilesas
en el torso del viento,
lo mismo que en la arena
las olas dejan sal.

Que tiernísimo asombro de gacela crepuscular,


que asoma la cabeza
cortando el horizonte,
pero cuando esta cerca
mira sin mirar.

Que fresquísima sonrisa de Abril o de manantial,


que sale por tu boca
y baila en mis pestañas
igual que la gaviota
vuela sobre el mar.

*********

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AMOR VERDADERO
Enviado por doblezeroo Seguir
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Con el ruido del eclipse


la noche quitó su enagua,
la luna del gran silencio
nuestra azotea palpaba
y mientras cubría tu rostro
el lucero de su andanada
yo te tenía en mis brazos
en el balcón de la playa.

Sobre la arena embestían


los toros bravos del agua
y traernos el océano
sus doce olas de plata
por la pampa de mi pecho
tu mejilla quedó varada.

En el mundo de los sueños


tus dos ojitos nadaban,
la brisa cruzó la costa
como una lengua salada
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.

¡Que alegría!, ¡que dulzura!


emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.

Yo seguía tarareando
de mi garganta una nana
destrenzando pensamientos
en poesías trenzadas
del amor que llevo dentro
versado en notas doradas
cuando una fugaz estrella
con el polvo de sus alas
vino tras mi sonsonete
al ver como te besaba.

Yo dejé de cantar entonces


todavía lejos del alba
y al morir todas las luces
de neón desordenadas
prendió en toda su grandeza
el fulgor de la vía láctea.

El abrazo de la concha
en mis oídos silbaba,
la luna hecha de papiro
sobre ti se desgranaba
y en ese mismo momento
enmudecieron las arpas
de todos mis pensamientos
abriendo paso a las hadas
de ese paisaje de amor
que inconsciente regalabas,
sumiéndome por completo
en la atmósfera de la playa,
sumergiendo mi universo
en los sueños de tu mirada,
sintiendo el placer de amarte
rodeado de la dulce nada.

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HEBRAS DEL AMOR
Enviado por doblezeroo Seguir
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En un lugar bajo los montes


yo conocí a mi princesa
el pueblo era muy pequeño
en su plaza había verbena
y en medio de la algazara
me conquistó la silueta
blanca como una paloma
con sus ojos de muñeca
Yo le dije: "eres preciosa"
mientras bajamos la cuesta
y al pasar las diez farolas
se encendió la luna llena.

Silenciosa lavanda en flor


apuntando a las estrellas
el aire trenzaba alhelíes
de su brillo en la melena
y al parar junto al camino
fue de intimidad la sierra
bramó a lo lejos el ciervo
y despertó la pasión cerca.
Yo susurraba a su oído
mil volcanes, mil hogueras
¡que labios rojos! ¡que piel suave!
sobre la frondosa hierba.

Por encima de las copas


pasaba la luna lenta
bañándola con su estaño
y al desabrocharse a ciegas
los botones de su blusa
lentamente, como a tientas
por las pupilas de la noche
galopaba la blanca seda
de unas magnolias que el viento
desplegó en la piel secreta
de dos senos que miraban
como dos manzanas frescas.

¡Oh que mercurio empinado!


del fino río en la ladera
se había roto en su cauce
nuestra luna de primavera
y el murmullo de sus aguas
cual celosas castañuelas
hurtaba al viento las voces
de la fiesta de la aldea
mientras una celosía
de arbustos y hierbabuena
ocultaba un lecho donde
el amor dio rienda suelta.

Un gemido ultimo y sordo


nos acuesta en la maleza
y el rocío se evapora
al calor de una pareja.

Los ojos ya se cerraron


la noche pierde sus prendas
y ese azulón pasajero
vuelve a vestir las vergüenzas
ocho campanas se endulzan
y se amargan las almendras
ocho copos de la escarcha
navegando en las cerezas
sobre la ropa el pinazo
cuenta una historia secreta
sin sonido en las palabras
bajo dos bocas sedientas.

¡Como gruñe el campanario!


de la torre de la iglesia
¡que girasoles! ¡que prunas!
tiene el prisma de la huerta
enmudecen dos corazones
canta que canta la sierra
y un horizonte de gallos
lejos del monte cacarea.

*****

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SI TÚ ME OLVIDAS
Quiero que sepas
una cosa.

Tú sabes cómo es esto:


si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco


el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Autor del poema: Pablo Neruda
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BUSCAME EN MIS OJOS
Enviado por doblezeroo Seguir

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Quizás querer de todo enamorarme


es mi anhelo, mi sino y mi misterio,
como un ave, que borracha de cielo,
parece que no vuela a ninguna parte,

que es mucha la rosa de los viento


y así nubes que mi corazón descarte
no hay en las alturas ni en los valles,
pero es tan cierto y escaso el tiempo

que mi suerte o castigo es bilocarme,


¿mi secreto?, te lo diré, acerca el oído,
quizás me sobra a raudales el cariño
pero en ocasiones me pierdo en Marte.

Por eso quiero explicarte que si te miro,


caiga en tus dos ojos o el día abrasador
o la noche sin rostro, me late el corazón
así como si nunca me hubiera latido.

Sabes, mis manos que enredan amor


si en tu torso hacen fresca guirnalda
que si el fulgor me nace por el alma
también la mirada alumbra la pasión.

Así te confieso yo mirándote a la cara


con mis ojos tan abierto como un "adiós"
le abre, frente al largo tren en "La Estación
De Las Despedidas", a una novia su alma,

que si al buscarme tu no me encuentras


y te preguntas ¿me ama o no me ama?,
una respuesta me hallarás en la mirada
que esta ni sabe ni entiende de tretas.

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PANTÉICO
No, pasemos de un fuego a otro fuego,
de un tormento apasionado a un deleite mortal,
pues muy joven soy para vivir sin deseo,
y tú demasiado joven para malgastar esta noche estival
en esas ociosas preguntas que los antiguos
hacían a oráculos y augures, que jamás respondieron.

Pues, amor, sentir es mejor que saber


y la sabiduría es un legado estéril,
y un sólo latido de pasión, tu primer arrebol,
vale por todos los proverbios del sabio;
no dejes que la muerta filosofía hiera tu alma,
¡tenemos corazón para amar, labios para besar!

Escucha el susurro del ruiseñor


como el agua burbujeando en una jarra de plata,
cuyo canto es tan dulce que la Luna empalidece de envidia,
esa Luna suspendida en lo alto del cielo
que no puede oír la arrebatadora melodía.
Mira cómo curva cada uno de sus cuernos la niebla, ¡oh, lejana y hacendosa Luna!

¿Acaso los blancos lirios en cuyas copas sueñan las abejas,


la nieve de pétalos que cae cuando la brisa
agita los castaños o el destello
de las ramas tiernas en el agua no colman
tus anhelos, no bastan a tu deseo?
¡Ay! De sus tesoros ya nada más ofrecerán los Dioses

los elevados Dioses hartos ya y pesarosos


de nuestros pecados sin fin, de nuestro vano intento
por expiar mediante el dolor, la penitencia o la oración,
los perdidos días de juventud. Pues ya nunca más
escucharán al bueno o al malo,
y enviarán la lluvia sobre el justo y el injusto.

Nuestros Dioses descansan tranquilos


esparciendo con pétalos de rosas su vino oloroso,
y duermen bajo los árboles que se mecen suavemente,
allí donde los asfódelos y los lotos amarillos se abrazan.
Y se lamentan por los alegres días del pasado,
cuando no sabían de la maldad del hombre y vivían en un sueño.

Y en la lejanía, contemplan sobre el broncíneo suelo


el enjambre de hombrecillos, como si fueran insectos,
el hormiguero de minúsculas vidas y después, hastiados,
regresan a sus refugios, los lotos,
y se besan en la boca y escancían
divino licor de amapola que les sume en un sueño purpúreo.

El Sol, divino poseedor del fuego trocado en oro,


enarbola allí su flamígera antorcha,
y cuando las doce vírgenes hubieron tejido
la relumbrante trama del mediodía, la Luna se desprendió
de los brazos de Endimión a través de la rosada bruma,
y desfallecieron los Dioses vencidos por pasiones mortales.

Por el prado cubierto de rocío avanza la Reina Juno,


con los blancos pies salpicados por el azafranado polen
de los lirios esparcidos por el viento, mientras Ganimedes
brinca en el cálido mosto de ambarina espuma,
desmadejados sus rizos como cuando al asustado muchacho
se lo llevó el águila a través de las azules auras jónicas.

Oculta en el corazón verde de algún jardín,


la Reina Venus, en compañía del pastor,
con su cuerpo cálido y suave como una rosa silvestre
cuya blancura el orgullo arrebola,
ríe dulcemente al Amor mientras la celosa Salmacis
atisba a través de los mirtos y suspira dolorosamente por la perdida felicidad.

Jamás soplan allí los lúgubres vientos del norte,


que hielan y desnudan nuestras forestas iglesias,
ni cae jamás la ligera nieve de plumas blancas,
ni osa el rayo de dientes rojos sacudir
la noche engarzada en plata mientras yacemos
llorando un dulce y triste pecado, un deleite ya muerto.

¡Ah! Ellos conocen la lejana primavera del Leteo


y los ocultos manantiales de aguas violetas
donde el deshecho y fatigado pie del caminante
descansa y emprende de nuevo el viaje;
y saben de las ocultas fuentes del cristalino brebaje
donde las almas insomnes liban el bálsamo del sueño.

Mas oprimimos nuestra naturaleza y Dios o el Hado


son nuestros enemigos, y desfallecemos o nos nutrimos
en una inútil contrinción. ¡Nacimos demasiado tarde!
¡Y qué bálsamo es el pulverizado sopor de la amapola
para quien en un finito latido del tiempo conjugara
el júbilo del infinito amor y el dolor del infinito crimen!

¡Oh! Estamos hartos de este sentimiento de culpa,


hartos de los goces desesperados del amante,
hartos de cada templo que levantamos.
Cansados de toda justicia, de las plegarias sin respuesta;
pues el hombre es débil, Dios duerme, y lejos está el cielo.
Un instante intenso: un gran amor, y después sólo morir.

¡Ah! Jamás ningún barquero su negra chalupa


habrá de arrimar a la desierta ribera,
ni moneda de bronce alguna podrá comprar para las almas
la travesía del río de la Muerte hacia la tierra sin Sol;
de nada sirven la víctima, el vino y las promesas;
la tumba está sellada y los muertos, muertos.

Nos movemos en los aires supremos,


estamos hechos de lo que palpamos y vemos,
y con la sangre de nuestras venas se embellece el Sol
y con nuestras fértiles vidas veredan
los árboles henchidos de primavera, y somos hermanos
de las bestias, y la vida es sólo una y todo es mutación.

Con latidos de sístole y diástole, una gran existencia


palpita en el gigantesco corazón de la tierra
y poderosas las olas del Ser fluctúan
desde el germen enervado al hombre, pues participamos
de cada roca, de cada pájaro, de cada fiera, de cada colina,
unos con la esencia que mata y otros con la que devora.

Desde las íntimas células de la incipiente vida pasamos


a la cumplida perfección; y así envejece el mundo:
los que ahora somos divinos, fuimos informe masa
de bullente púrpura rayada en oro,
insensibles a la desdicha o alegría,
y castigados por la furia de algún mar tormentoso.

Esta dura ardiente llama que nuestros cuerpos quema


inflamará algún día los prados cubiertos de narcisos.
¡Ay! Tu plateado pecho florecerá en nenúfares
y los campos que el arado quiebra
serán provechosos para nuestro amor esta noche;
nada se pierde en la Naturaleza, todo vive de la Muerte.
El primer beso del joven, la primera campanilla del jacinto,
la última pasión del hombre, la última lanza roja
que emerge del lirio, el asfódelo
que se resiste a dejar florecer sus frutos
por miedo a su excesiva belleza, el tímido pudor
de la novia ante los ojos del amante, todos ellos están consagrados

por el mismo Sacramento. Y no sólo nosotros,


pues también sacudirán la tierra las pasiones del amor,
y los rubios ranúnculos que se agitan de gozo
al alba saben de un placer tan real como el nuestro,
cuando la frescura de los bosques en flor
aspiramos la penetrante primavera y la vida es bella.

Y cuando los hombres nos entierren bajo los tejos,


tu boca carmesí será una rosa
y tus dulces ojos campánulas empañadas de rocío,
y cuando los blancos narcisos, retozando
con el viento, sus lascivos besos les brinden,
temblarán nuestras cenizas y jóvenes nos volveremos a sentir.

Y así, despojados del consciente tormento del mundo,


en alguna dulce flor nos iluminará el Sol
y desde la garganta del pardillo volveremos a cantar,
y como dos brillantes serpientes reptaremos
por nuestros sepulcros o como dos tigres nos deslizaremos
por la jungla donde duerme el león de amarilla pupila

y con él lucharemos. ¡Cómo se agita mi corazón pensando


en esa vida sublime después de la muerte,
convertidos en bestias, pájaros y flores, cuando esta copa
colmada del espíritu estalle en busca de aire
y con las pálidas hojas de algún día de otoño
el primer conquistador del alma de la tierra se convierta en la última gran presa!

¡Imagínatelo! Nos infiltraremos


en toda la existencia sensorial; el carpídeo Fauno,
el Centauro, los Elfos de ojos risueños
que interrumpen su danza para atisbar el alba
sobre los prados no estarán más cerca
que tú y yo de los misterios de la Naturaleza,

pues oiremos latir el corazón del zorzal, y crecer


las margaritas, y las campanillas en los días grises
suspirar por el sol, y sabremos
quién hila las argentadas telarañas,
y quién dibuja con arabescos la orquídea,
y con qué grandes alas vuelan las águilas de pino en pino.

¡Ah! ¡De no habernos jamás amado, quizás


el narciso nunca hubiese atraído
a la abeja a su dorado seno, ni el rosal
encendido los matojos con linternas carmesíes!
¡Acaso ninguna hoja hubiera brotado en primavera
sino para humedecer los besos y los labios de los poetas!

¿Se habrá apagado la luz de nuestro espléndido sol


o es esta tierra laberíntica menos bella
desde que somos herederos de la Naturaleza,
con todas las pulsaciones de vida que agitan el aire?
Mejor será que nuevos astros surquen los cielos
y sobre flores y campos se cierna un nuevo esplendor.

Y nosotros dos, que la naturaleza juzgamos,


estaremos juntos y el gozoso mar
será nuestra vestimenta, y la aristada estrella
sus flechas lanzará para alegría nuestra. Seremos parte
del poderoso universo entero y a través de los eones
con el Alma del Cosmos nos confundiremos.

Seremos notas de esta grandiosa Sinfonía


cuya cadencia gira por las esferas rítmicas,
y el palpitante corazón del Mundo vibrará
al unísono con nuestro corazón. Los años robados
ya abandonaron su horror; no hemos de morir.
El propio Universo será nuestra Inmortalidad.
Autor del poema: Oscar Wilde
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PARA ANNIE
¡A Dios gracias! La crisis,
el peligro ha pasado,
y la pena interminable
al fin concluyó,
y esa fiebre llamada vivir
fue vencida al final.

Tristemente, yo se
que fui despojado de mi fuerza,
y sin mover un músculo
permanezco tendido.
Más nada importa, yo siento
que al fin me encuentro mejor.

Y tan quieto yazgo


ahora en mi lecho
que cualquiera que me viese
podría imaginar que estoy muerto,
podría estremecerse al mirarme
creyéndome muerto.

El lamentarse y gemir,
los llantos y los suspiros,
fueron aplacados;
y con ellos el horrible palpitar
del corazón.
¡Ah, ese horrible,
horrible palpitar!

Los mareos, las náuseas,


el dolor implacable,
cesaron con la fiebre
que laceraba mi cerebro,
con la fiebre llamada vivir
que quemaba mi cerebro.

Se calmó también la tortura,


de todas la peor:
esa horrible tortura
de la sed por las aguas mortales
del río maldito de la Pasión;
pues para ello he bebido
de un agua que apaga toda sed.

De un agua que fluye


con un murmullo de canción de cuna;
una fuente que yace
pocos metros bajo la tierra;
de una cueva que se halla
muy cerca del suelo.

Que no se diga neciamente


que mi morada es oscura
y angosto mi lecho;
pues jamás hombre alguno
durmió en lecho distinto,
y todos ustedes, para dormir,
dormirán en un lecho idéntico.

Mi espíritu atormentado
descansa blandamente, olvidando,
jamás añorando sus rosas;
sus viejos anhelos
de mirtos y rosas.

Pues ahora,
mientras yace apaciblemente,
se imagina alrededor un aroma más sagrado;
un aroma de pensamientos,
un aroma de romero mezclado con pensamientos,
con las hojas de ruda
y los hermosos y humildes pensamientos.

Y así yace en paz,


sumido en el sueño sin fin
de la verdad y la belleza de Annie,
anegado entre las trenzas de Annie.

Ella me besó delicadamente,


ella me acarició con ternura,
y yo me dormí suavemente sobre su seno,
profundamente dormido en el cielo de su seno.

Cuando la luz se extinguió,


ella me tapó cuidadosamente,
y rogó a los ángeles
que me protegiesen de todo mal:
a la reina de los ángeles
que me guardara de todo mal.

Y tan quieto permanezco


tendido en mi lecho
(sabiendo el amor de ella),
que ustedes imaginan que estoy muerto;
y tan apaciblemente reposo
en mi lecho (con el amor de ella en mi seno),
que imaginan que estoy muerto,
se estremecen al mirarme creyéndome muerto.

¡Pero mi corazón es más brillante


que las estrellas que salpican
en miríadas el cielo,
pues brilla con Annie,
resplandece con el amor de mi Annie,
con el pensamiento de la luz de los ojos de mi Annie!
Autor del poema: Edgar Allan Poe
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TÚ Y YO
I

Yo vi un ave
que suave
sus cantares
entonó
y voló...

Y a lo lejos,
los reflejos
de la luna en alta cumbre
que, argentando las espumas
bañaba de luz sus plumas
de tisú...
¡y eras tú!

Y vi un alma
que, sin calma,
sus amores
cantaba en tristes rumores;
y su ser
conmover
a las rocas parecía;
miró la azul lejanía...
tendió la vista anhelante,
suspiró, y cantando amante
prosiguió...
¡y era
yo!

II

¿Viste
triste
sol?
Tan triste
como él,
¡sufro
mucho
yo!

Yo en una
doncella
mi estrella
miré...
Y dile,
amante,
constante
fe.

Pero ingrata
olvidóme,
y no sabe
que padezco
cual no puede
nunca, nunca
comprender...
¡Que mi pecho
no suspira,
ni mi lira
tiene acordes
de placer!

Yo vi en la noche
plácida luna
que en la laguna
se retrató;
y vi una nube,
que allá en el cielo,
con denso velo
la obscureció.

Yo vi a la aurora,
bañada en rosa,
dorar la hermosa
faz de la mar...
Y vi los rayos
de un sol ardiente
que rudamente
borraron luego,
con rojo fuego,
su bella faz...
Así vi que bella
naciera en un día,
con dulce alegría,
la aurora luciente
de un plácido amor;

¡mas hoy yo contemplo,


no más en mi vida,
de negro vestida,
la estatua tremenda
de amargo dolor!

¡Hoy sólo me complace


oír la queja amarga,
que al cielo envía tierna
la tórtola del monte
con moribundo son!
Sentir cómo susurra
la brisa entre las hojas...
¡Mirar el arroyuelo
que al eco de la selva
confunde su rumor!
Canto cuando las estrellas
esparcen su claridad:
cuando argentan las espumas;
¡las espumas de la mar!
Canto cuando el ancho río
murmurando triste va...
Cuando el ruiseñor encanta
¡con su arpegio celestial!

Y al ronco mugir de las olas;


la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
¡me encanta y embriaga a la vez!
Me place lo triste y lo alegre;
me gusta la selva y el mar,
y a todos saludo contento...
¡Y algunos se ríen al verme!...
Y, a veces, ¡me pongo a llorar!

Yo adoré a una mujer con el fuego


de mi joven y audaz corazón:
mas ya he dicho que aquélla olvidóme,
y que vivo en tremendo dolor.
¿Estoy loco? No sé: lo que siento,
no lo puedo jamás explicar.
Es un rudo y feroce tormento...
Nada más; nada más... ¡nada más!

¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida


del raudal turbulento de la vida!
Soy... algo doloroso cual lamento...
Arista débil que arrebata el viento!
Soy ave de los bosques solitaria!...
Deshojada y marchita pasionaria!...
Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma...
¡perdido de este mundo entre la bruma!

¡Felices aquellos que nunca han amado!


¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!

Y ¿qué es el amor?
¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana...
Origen venturoro de sin igual placer...
con algo de la tarde y algo de la mañana...
¡Con algo de la dicha y algo del padecer!

¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?


¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?
¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!
¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!

¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa


si hubiera conservado por siempre mi niñez,
si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,
lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!

¡Felices aquellos que nunca han amado!


¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!

¡Qué amargo es el amor!


¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,
yo cruzaré el desierto de mi vida,
mostrando a todos mi profunda herida,
que lágrimas y sangre está manando!

Y al compás de canciones sombrías,


cantaré de mi amor la memoria...
Y sin gloria,
llorando siempre, pasaré mis días
¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!

Y al ronco mugir de las olas;


la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
serán mi tormento también.
Me place lo triste y lo alegre:
me gusta la selva y el mar...
Yo siempre estaréme contento;
y algunos, reirán al mirarme,
¡y a veces, pondréme a llorar!

Cantaré si el ancho río


murmurando triste va;
si el ruiseñor me encantare
con su arpegio celestial;
cuando mire a las estrellas
esparcir su claridad
sobre las peñas negruzcas
y las espumas del mar.
¿Por qué?... Porque sin amor,
vuelan dolientes, sin calma,
las avecillas del alma
entre el viento del dolor.

¡Daré dulces canciones


a los fugaces vientos,
para que entre sus alas
las lleven lejos, lejos,
del mundo hasta el confín!
Iréme a las montañas...
iréme a los oteros...
y allí tal vez, ¡Dios santo!,
tal vez seré feliz.

¡Y en las alas del viento,


oirá mis canciones
la ingrata!... La ingrata
a quien adoré.
Aquélla que rióse
de ver mi desgracia...
Aquélla a quien dile
mi amor y mi fe!

¡Triste es la noche!
Triste es la selva...
Y del arroyo
lo es el rumor;
pero es más triste
que el arroyuelo
y que la noche,
mi corazón.

Mis acentos,
en los vientos
cual lamentos
moribundos
sonarán,
como el eco
que en el hueco
del árbol seco,
tiernos forman
los Favonios
al pasar.

¡Aprendan
los bardos
mi historia
de amor;
y cántela
todo
el que es
Trovador!

¿Viste
triste
sol?
¡Tan triste
como él,
sufro
mucho
yo!
Autor del poema: Rubén Darío
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ODA A LA EDAD
Yo no creo en la edad.

Todos los viejos


llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.

Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuanto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?

Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.

Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.

Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora!
Autor del poema: Pablo Neruda
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JAPÓN
¡Áureo espejismo, sueño de opio,
fuente de todos mis ideales!
¡Jardín que un raro kaleidoscopio
borda en mi mente con sus cristales!

Tus teogonías me han exaltado


y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el siervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tos pagodas!

Por ti mi dicha renace ahora


y en mi alma escéptica se derrama
como los rayos de un sol de aurora
sobre la nieve del Fusiyama.

Tú eres el opio que narcotiza,


y al ver que aduermes todas mis penas
mi sangre - roja sacerdotisa -
tus alabanzas canta en mis venas.

¡Canta! En sus causes corre y se estrella


mi tumultuosa sangre de Oriente,
y ése es el canto de tu epopeya,
mágico Imperio del Sol Naciente.

En tu arte mágico - raro edificio -


viven los monstruos, surgen las flores,
es el poema del Artificio
en la Obertura de los colores.

¡Rían los blancos con risa vana!


Que al fin contemplas indiferente
desde los cielos de tu Nirvana
a las Naciones de Occidente.

Distingue mi alma cuando en ti sueña


- cuando sombrío y aterrador -
la inmóvil sombra de la cigüeña
sobre un sepulcro de emperador.

Templos grandiosos y seculares


y en su pesado silencio ignoto,
Budhas que duermen en los altares
entre las áureas flores de loto.

De tus princesas y tus señores


pasa el cortejo dorado y rico,
y en ese canto de mil colores
es una estrofa cada abanico.

Se van abriendo si reverbera


el sol y lanza sus tibias olas
los parasoles, cual Primavera
de crisantemas y de amapolas.

Amo tus ríos y tus lagunas,


tus ciervos blancos y tus faisanes
y el campo triste con que tus lunas
bañan la cumbre de tus volcanes.

Amo tu extraña mitología,


los raros monstruos, las claras flores
que hay en tus biombos de seda umbría
y en el esmalte de tus tibores.

¡Japón! Tus ritos me han exaltado


y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el ciervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!

Y así quisiera mi ser que te ama,


mi loco espíritu que te adora,
ser ese astro de viva llama
que tierno besa y ardiente dora
¡la blanca nieve del Fusiyama!
Autor del poema: José Juan Tablada
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AMOR AMÉRICA (1400)
Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado


del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.


Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.

Yo, incásico del légamo,


toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América,


estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.
Autor del poema: Pablo Neruda
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LA POBRE GENTE
I

Es de noche. La choza es pobre, aunque segura.


Sombrío es su interior, mas algo se percibe
que irradia entre las sombras de su oscuro crepúsculo.
Redes de pescador cuelgan de sus paredes.
Y al fondo, en un rincón, una vajilla humilde,
encima de un arcón, destella vagamente,
y una gran cama adviértese, echadas sus cortinas.
Cerca, un colchón se extiende sobre unos viejos bancos,
y cinco niños sueñan en él como en un nido
de almas. El hogar donde unas llamas velan
alumbra el techo oscuro, y una mujer, de hinojos,
la frente sobre el lecho, reza y piensa, agitada.
Es su madre. Está sola. Blanco de espuma, afuera,
contra el viento, las rocas, las sombras y la bruma,
el torvo Océano lanza sus oscuros sollozos.

II

Su hombre está en el mar. Marino desde niño,


contra el siniestro azar libra una gran batalla.
Llueva o truene, sin falta ha de salir él siempre,
pues las criaturas tienen hambre. Al atardecer
parte cuando las aguas profundas van subiendo,
del dique, los peldaños.
La mujer quedó en casa cosiendo viejas telas,
remendando las redes, cuidando los anzuelos,
ante el hogar velando la sopa de pescado,
y a Dios luego rezando cuando los niños duermen.
Él, solo, combatido del mar, cambiante siempre,
se adentra en sus abismos y se pierde en la noche.
¡Qué esfuerzo! Todo es negro y frío, nada luce.
En los rompientes, entre las delirantes olas,
el buen banco de pesca y, sobre el mar inmenso,
el lugar móvil, negro, cambiante y caprichoso,
tan querido a los peces de aletas plateadas,
no es más que un punto sólo, grande como dos chozas.
Mas, de noche, en diciembre, con niebla y aguacero,
para encontrar tal punto sobre el desierto inquieto
¡cómo hay que calcular el viento y la marea,
y combinar con tino todas las maniobras!
Bordéanlo las olas como culebras verdes;
el mar tuerce y se encrespa sus pliegues desmedidos,
y hace gemir de horror los pobres aparejos.
Sueña él con su Jeannie, solo en el mar helado,
y ésta, llorando, llámalo, y entrambos pensamientos
se cruzan en la noche cual dos divinos pájaros.

III

Ella reza, y la alondra con su burlón graznido


importúnale, y entre escollos derruidos
le aterra el Océano, y mil distintas sombras
su espíritu atraviesan, de mar y marineros
llevados por la cólera furiosa de las olas;
y mientras, en su caja, cual sangre en las arterias,
el frío reloj late, vertiendo en el misterio
el tiempo gota a gota, inviernos, primaveras,
las varias estaciones; y estas palpitaciones
abren para las almas, y a modo de bandadas
de azores y palomas, por un lado, las cunas;
(las tumbas por el otro.

Ella medita y sueña: —"¡Oh Dios, cuánta pobreza!”


Sus hijos van descalzos en invierno y verano.
No comen pan de trigo, sólo pan de cebada.
¡Oh Dios, el viento ruge como un fuelle de fragua!
El mar bate en la costa como si fuera un yunque,
y las estrellas huyen entre el negro huracán
como un turbión de chispas por una chimenea.

Es ya la medianoche, la hora en la que ésta


como jovial danzante ríe y juguetea
bajo antifaz de raso que iluminan sus ojos;
la hora en que medianoche, bandido misterioso,
de sombra y lluvia lleno y su frente en el cierzo,
toma a un pobre marino tembloroso y lo estrella
contra espantosas rocas que aparecen de pronto.
¡Qué horror!, el hombre cuyos gritos el mar sofoca,
siente ceder y hundirse la barca en que naufraga,
y mientras siente abrirse las sombras y el abismo
bajo sus pies, ¡aún sueña con esa vieja argolla
de hierro, de su muelle, bañado por el sol!

Estas tristes visiones su corazón conturban,


negro como la noche. Y ella tiembla y solloza.

IV

¡Oh la pobre mujer del pescador! Qué horrible


es tener que decirse: —"Todo cuanto yo tengo,
hermano, padre, amante, mis hijos más queridos,
el alma de mi alma, están en ese caos
perdidos, mi corazón, la carne de mi carne.”
¡Ser presa de las olas es serlo de las bestias!
Pensar —¡Cielos!— que el agua juegue con sus cabezas,
desde el hijo, grumete, al marido, patrón,
y que el viento soplando por sus trompas horribles
sobre ellos desate su larga y loca trenza,
y tal vez a esta hora se encuentren en peligro,
sin que saber podamos lo que están ahora haciendo
más que para enfrentarse a ese abismo sin fondo,
a esas oscuras simas donde no hay ni una estrella,
¡tienen sólo una plancha con un poco de tela!
¡Terrible angustia! Corren todas sobre las rocas.
Las olas suben; háblanles, grítanles: —"Devolvédnoslos”.
Mas ¡ay! qué es lo que puede decirse al pensamiento
del mar, siempre sombrío, y siempre trastornado!

Jeannie está aún más triste. ¡Su esposo está allá solo!,
en esta áspera noche, bajo el frío sudario,
sin ayuda. Sus hijos son aún pequeños. Madre,
dices: "¡Si fueran grandes! ¡Qué solo está!” ¡Quimeras!
Mañana, cuando partan ya acompañando al padre
dirás entre sollozos: "¡Oh, si aún pequeños fueran!”

Toma ella su linterna y su capote. Es la hora


de ir a ver si regresa y si la mar mejora,
si ya es de día y el mástil muestra su gallardete.
¡Vamos! De casa sale. La brisa matutina
no sopla aún. No hay nada. No está esa línea blanca
en el confín en donde se aclaran las tinieblas.
Llueve. Oh, qué siniestra la lluvia, de mañana.
Parece que el día tiembla, que está incierto y dudoso,
y que al igual que un niño, llora al nacer el alba.
Sale. No hay luz alguna en ninguna ventana.

De repente, a sus ojos que buscan el camino,


con una rara mezcla de lúgubre y de humana
una pobre casucha, decrépita, aparece,
sin luz ni fuego alguno; su puerta bate el viento;
sobre sus viejos muros hay un techo oscilante,
y el cierzo en él retuerce repugnantes rastrojos,
sucios y amarillentos como un río revuelto.

"¡Vaya!”, no me acordaba de esta pobre viuda


—se dice—; mi marido la encontró el otro día
enferma y solitaria; voy a ver cómo anda”.

Golpea ella la puerta; escucha, no hay respuesta,


y Jeannie bajo el viento del mar tirita y tiembla.
"¡Enferma! ¡Y sus hijos andan tan mal nutridos!…
No tiene más que dos, pero está sin marido”.
Golpea otra vez la puerta. "¡Eh, vecina, vecina!”
Pero la casa calla. "Oh Dios —se dice inquieta—,
¡cómo duerme que no oye ni aun tras llamar tanto!”
Pero esta vez la puerta, como si de repente
los objetos sintieran una piedad suprema,
triste, giró en la sombra y abrióse por sí misma.
VI

Entró, y su linterna iluminó la negra


estancia muda al borde de las rugientes olas.
Como por un cedazo caía agua del techo.

Yacía al fondo echada una terrible forma;


una mujer inmóvil, descalza y boca arriba,
con la mirada oscura y un espantoso aspecto,
un cadáver; —un tiempo madre jovial y fuerte—;
el desgreñado aspecto de la miseria muerta;
los despojos del pobre tras su tenaz combate.
Pender dejaba ella un frío y yerto brazo
con su mano ya verde, en medio de la paja,
y brotaba el horror de aquella boca abierta
por la que alma, huyendo, siniestra, había lanzado
¡el grito de la muerte que oye la eternidad!
Cerca donde yacía la madre de familia,
dos niños muy pequeños, un varón y una hembra,
en una misma cuna sonreían en sueños.

Sintiéndose morir, su madre habíales puesto


sobre sus pies su manto, sus ropas sobre el cuerpo,
para que en esa sombra que nos deja la muerte,
no hubieran de sentir perderse la tibieza,
y así calor tuvieran en tanto que frío ella.

VII

¡Cómo duermen los dos en esa pobre cuna!


Su aliento es apacible y sus frentes serenas,
cual si no hubiera nada capaz de despertarlos,
ni siquiera las trompas del Juïcio Final,
pues que, inocentes siendo, a juez ninguno temen.

La lluvia ruge afuera cual si fuera un diluvio.


Del techo, a veces, cae con las rachas del viento
una gota de lluvia sobre esa frente yerta
y corre por su rostro cual si fuera una lágrima.
Las olas suenan como la campana de alarma.
La muerta oye la sombra con expresión absorta.

VIII

Pero Jeannie ¿qué ha hecho en casa de la muerta?


Bajo su amplia capa ¿qué es lo que ella se lleva?
¿Qué es lo que transporta al salir de la puerta?
¿Por qué su pecho late? ¿Por qué apresura el paso?
¿Por qué así, vacilante, entre las callejuelas
corre sin atreverse a volver la cabeza?
¿Qué es, pues, lo que ella oculta con un aire turbado
entre su lecho en sombras? ¿Qué puede haber robado?

IX
Que dulcísimos labios de fresas o de flor de azahar,
que sorben del azúcar
el oro de su aliento
y del calor la pulpa
roja de besar.

Que florentísimas mejillas de rosas o napal,


que la templanza queman
del tacto de mis dedos
y asoma por las yemas
mi alma a tiritar.

Que brillantes pestañas de acantilado o de volar,


que cubren con su seda
partículas del cielo,
lo mismo que traviesas
alas de cristal.

Que luciente cabello de ríos o enlunado mar,


que entalla ondas ilesas
en el torso del viento,
lo mismo que en la arena
las olas dejan sal.

Que tiernísimo asombro de gacela crepuscular,


que asoma la cabeza
cortando el horizonte,
pero cuando esta cerca
mira sin mirar.

Que fresquísima sonrisa de Abril o de manantial,


que sale por tu boca
y baila en mis pestañas
igual que la gaviota
vuela sobre el mar.

*********

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AMOR VERDADERO
Enviado por doblezeroo Seguir
****

Con el ruido del eclipse


la noche quitó su enagua,
la luna del gran silencio
nuestra azotea palpaba
y mientras cubría tu rostro
el lucero de su andanada
yo te tenía en mis brazos
en el balcón de la playa.

Sobre la arena embestían


los toros bravos del agua
y traernos el océano
sus doce olas de plata
por la pampa de mi pecho
tu mejilla quedó varada.

En el mundo de los sueños


tus dos ojitos nadaban,
la brisa cruzó la costa
como una lengua salada
y el frescor de sus caricias
ponía en tus dos pestañas
la veleta de los trigos
y una sonrisa en mi cara.

¡Que alegría!, ¡que dulzura!


emanaba su joven alma,
mi hijo pequeño dormía
y algo bonito soñaba,
que por eso en mis dos ojos
la ternura vino a la fragua,
que tres meses tienen sus muecas
que sus labios son escarlata
y por su piel de alabastro
mi corazón se derrama.

Yo seguía tarareando
de mi garganta una nana
destrenzando pensamientos
en poesías trenzadas
del amor que llevo dentro
versado en notas doradas
cuando una fugaz estrella
con el polvo de sus alas
vino tras mi sonsonete
al ver como te besaba.

Yo dejé de cantar entonces


todavía lejos del alba
y al morir todas las luces
de neón desordenadas
prendió en toda su grandeza
el fulgor de la vía láctea.

El abrazo de la concha
en mis oídos silbaba,
la luna hecha de papiro
sobre ti se desgranaba
y en ese mismo momento
enmudecieron las arpas
de todos mis pensamientos
abriendo paso a las hadas
de ese paisaje de amor
que inconsciente regalabas,
sumiéndome por completo
en la atmósfera de la playa,
sumergiendo mi universo
en los sueños de tu mirada,
sintiendo el placer de amarte
rodeado de la dulce nada.

*****

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HEBRAS DEL AMOR
Enviado por doblezeroo Seguir
*****
En un lugar bajo los montes
yo conocí a mi princesa
el pueblo era muy pequeño
en su plaza había verbena
y en medio de la algazara
me conquistó la silueta
blanca como una paloma
con sus ojos de muñeca
Yo le dije: "eres preciosa"
mientras bajamos la cuesta
y al pasar las diez farolas
se encendió la luna llena.

Silenciosa lavanda en flor


apuntando a las estrellas
el aire trenzaba alhelíes
de su brillo en la melena
y al parar junto al camino
fue de intimidad la sierra
bramó a lo lejos el ciervo
y despertó la pasión cerca.
Yo susurraba a su oído
mil volcanes, mil hogueras
¡que labios rojos! ¡que piel suave!
sobre la frondosa hierba.

Por encima de las copas


pasaba la luna lenta
bañándola con su estaño
y al desabrocharse a ciegas
los botones de su blusa
lentamente, como a tientas
por las pupilas de la noche
galopaba la blanca seda
de unas magnolias que el viento
desplegó en la piel secreta
de dos senos que miraban
como dos manzanas frescas.

¡Oh que mercurio empinado!


del fino río en la ladera
se había roto en su cauce
nuestra luna de primavera
y el murmullo de sus aguas
cual celosas castañuelas
hurtaba al viento las voces
de la fiesta de la aldea
mientras una celosía
de arbustos y hierbabuena
ocultaba un lecho donde
el amor dio rienda suelta.

Un gemido ultimo y sordo


nos acuesta en la maleza
y el rocío se evapora
al calor de una pareja.

Los ojos ya se cerraron


la noche pierde sus prendas
y ese azulón pasajero
vuelve a vestir las vergüenzas
ocho campanas se endulzan
y se amargan las almendras
ocho copos de la escarcha
navegando en las cerezas
sobre la ropa el pinazo
cuenta una historia secreta
sin sonido en las palabras
bajo dos bocas sedientas.

¡Como gruñe el campanario!


de la torre de la iglesia
¡que girasoles! ¡que prunas!
tiene el prisma de la huerta
enmudecen dos corazones
canta que canta la sierra
y un horizonte de gallos
lejos del monte cacarea.

*****

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SI TÚ ME OLVIDAS
Quiero que sepas
una cosa.

Tú sabes cómo es esto:


si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco


el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Autor del poema: Pablo Neruda
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BUSCAME EN MIS OJOS
Enviado por doblezeroo Seguir

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Quizás querer de todo enamorarme


es mi anhelo, mi sino y mi misterio,
como un ave, que borracha de cielo,
parece que no vuela a ninguna parte,

que es mucha la rosa de los viento


y así nubes que mi corazón descarte
no hay en las alturas ni en los valles,
pero es tan cierto y escaso el tiempo

que mi suerte o castigo es bilocarme,


¿mi secreto?, te lo diré, acerca el oído,
quizás me sobra a raudales el cariño
pero en ocasiones me pierdo en Marte.

Por eso quiero explicarte que si te miro,


caiga en tus dos ojos o el día abrasador
o la noche sin rostro, me late el corazón
así como si nunca me hubiera latido.

Sabes, mis manos que enredan amor


si en tu torso hacen fresca guirnalda
que si el fulgor me nace por el alma
también la mirada alumbra la pasión.

Así te confieso yo mirándote a la cara


con mis ojos tan abierto como un "adiós"
le abre, frente al largo tren en "La Estación
De Las Despedidas", a una novia su alma,

que si al buscarme tu no me encuentras


y te preguntas ¿me ama o no me ama?,
una respuesta me hallarás en la mirada
que esta ni sabe ni entiende de tretas.

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PANTÉICO
No, pasemos de un fuego a otro fuego,
de un tormento apasionado a un deleite mortal,
pues muy joven soy para vivir sin deseo,
y tú demasiado joven para malgastar esta noche estival
en esas ociosas preguntas que los antiguos
hacían a oráculos y augures, que jamás respondieron.

Pues, amor, sentir es mejor que saber


y la sabiduría es un legado estéril,
y un sólo latido de pasión, tu primer arrebol,
vale por todos los proverbios del sabio;
no dejes que la muerta filosofía hiera tu alma,
¡tenemos corazón para amar, labios para besar!

Escucha el susurro del ruiseñor


como el agua burbujeando en una jarra de plata,
cuyo canto es tan dulce que la Luna empalidece de envidia,
esa Luna suspendida en lo alto del cielo
que no puede oír la arrebatadora melodía.
Mira cómo curva cada uno de sus cuernos la niebla, ¡oh, lejana y hacendosa Luna!

¿Acaso los blancos lirios en cuyas copas sueñan las abejas,


la nieve de pétalos que cae cuando la brisa
agita los castaños o el destello
de las ramas tiernas en el agua no colman
tus anhelos, no bastan a tu deseo?
¡Ay! De sus tesoros ya nada más ofrecerán los Dioses

los elevados Dioses hartos ya y pesarosos


de nuestros pecados sin fin, de nuestro vano intento
por expiar mediante el dolor, la penitencia o la oración,
los perdidos días de juventud. Pues ya nunca más
escucharán al bueno o al malo,
y enviarán la lluvia sobre el justo y el injusto.

Nuestros Dioses descansan tranquilos


esparciendo con pétalos de rosas su vino oloroso,
y duermen bajo los árboles que se mecen suavemente,
allí donde los asfódelos y los lotos amarillos se abrazan.
Y se lamentan por los alegres días del pasado,
cuando no sabían de la maldad del hombre y vivían en un sueño.

Y en la lejanía, contemplan sobre el broncíneo suelo


el enjambre de hombrecillos, como si fueran insectos,
el hormiguero de minúsculas vidas y después, hastiados,
regresan a sus refugios, los lotos,
y se besan en la boca y escancían
divino licor de amapola que les sume en un sueño purpúreo.

El Sol, divino poseedor del fuego trocado en oro,


enarbola allí su flamígera antorcha,
y cuando las doce vírgenes hubieron tejido
la relumbrante trama del mediodía, la Luna se desprendió
de los brazos de Endimión a través de la rosada bruma,
y desfallecieron los Dioses vencidos por pasiones mortales.

Por el prado cubierto de rocío avanza la Reina Juno,


con los blancos pies salpicados por el azafranado polen
de los lirios esparcidos por el viento, mientras Ganimedes
brinca en el cálido mosto de ambarina espuma,
desmadejados sus rizos como cuando al asustado muchacho
se lo llevó el águila a través de las azules auras jónicas.

Oculta en el corazón verde de algún jardín,


la Reina Venus, en compañía del pastor,
con su cuerpo cálido y suave como una rosa silvestre
cuya blancura el orgullo arrebola,
ríe dulcemente al Amor mientras la celosa Salmacis
atisba a través de los mirtos y suspira dolorosamente por la perdida felicidad.

Jamás soplan allí los lúgubres vientos del norte,


que hielan y desnudan nuestras forestas iglesias,
ni cae jamás la ligera nieve de plumas blancas,
ni osa el rayo de dientes rojos sacudir
la noche engarzada en plata mientras yacemos
llorando un dulce y triste pecado, un deleite ya muerto.

¡Ah! Ellos conocen la lejana primavera del Leteo


y los ocultos manantiales de aguas violetas
donde el deshecho y fatigado pie del caminante
descansa y emprende de nuevo el viaje;
y saben de las ocultas fuentes del cristalino brebaje
donde las almas insomnes liban el bálsamo del sueño.

Mas oprimimos nuestra naturaleza y Dios o el Hado


son nuestros enemigos, y desfallecemos o nos nutrimos
en una inútil contrinción. ¡Nacimos demasiado tarde!
¡Y qué bálsamo es el pulverizado sopor de la amapola
para quien en un finito latido del tiempo conjugara
el júbilo del infinito amor y el dolor del infinito crimen!

¡Oh! Estamos hartos de este sentimiento de culpa,


hartos de los goces desesperados del amante,
hartos de cada templo que levantamos.
Cansados de toda justicia, de las plegarias sin respuesta;
pues el hombre es débil, Dios duerme, y lejos está el cielo.
Un instante intenso: un gran amor, y después sólo morir.

¡Ah! Jamás ningún barquero su negra chalupa


habrá de arrimar a la desierta ribera,
ni moneda de bronce alguna podrá comprar para las almas
la travesía del río de la Muerte hacia la tierra sin Sol;
de nada sirven la víctima, el vino y las promesas;
la tumba está sellada y los muertos, muertos.

Nos movemos en los aires supremos,


estamos hechos de lo que palpamos y vemos,
y con la sangre de nuestras venas se embellece el Sol
y con nuestras fértiles vidas veredan
los árboles henchidos de primavera, y somos hermanos
de las bestias, y la vida es sólo una y todo es mutación.

Con latidos de sístole y diástole, una gran existencia


palpita en el gigantesco corazón de la tierra
y poderosas las olas del Ser fluctúan
desde el germen enervado al hombre, pues participamos
de cada roca, de cada pájaro, de cada fiera, de cada colina,
unos con la esencia que mata y otros con la que devora.

Desde las íntimas células de la incipiente vida pasamos


a la cumplida perfección; y así envejece el mundo:
los que ahora somos divinos, fuimos informe masa
de bullente púrpura rayada en oro,
insensibles a la desdicha o alegría,
y castigados por la furia de algún mar tormentoso.
Esta dura ardiente llama que nuestros cuerpos quema
inflamará algún día los prados cubiertos de narcisos.
¡Ay! Tu plateado pecho florecerá en nenúfares
y los campos que el arado quiebra
serán provechosos para nuestro amor esta noche;
nada se pierde en la Naturaleza, todo vive de la Muerte.

El primer beso del joven, la primera campanilla del jacinto,


la última pasión del hombre, la última lanza roja
que emerge del lirio, el asfódelo
que se resiste a dejar florecer sus frutos
por miedo a su excesiva belleza, el tímido pudor
de la novia ante los ojos del amante, todos ellos están consagrados

por el mismo Sacramento. Y no sólo nosotros,


pues también sacudirán la tierra las pasiones del amor,
y los rubios ranúnculos que se agitan de gozo
al alba saben de un placer tan real como el nuestro,
cuando la frescura de los bosques en flor
aspiramos la penetrante primavera y la vida es bella.

Y cuando los hombres nos entierren bajo los tejos,


tu boca carmesí será una rosa
y tus dulces ojos campánulas empañadas de rocío,
y cuando los blancos narcisos, retozando
con el viento, sus lascivos besos les brinden,
temblarán nuestras cenizas y jóvenes nos volveremos a sentir.

Y así, despojados del consciente tormento del mundo,


en alguna dulce flor nos iluminará el Sol
y desde la garganta del pardillo volveremos a cantar,
y como dos brillantes serpientes reptaremos
por nuestros sepulcros o como dos tigres nos deslizaremos
por la jungla donde duerme el león de amarilla pupila

y con él lucharemos. ¡Cómo se agita mi corazón pensando


en esa vida sublime después de la muerte,
convertidos en bestias, pájaros y flores, cuando esta copa
colmada del espíritu estalle en busca de aire
y con las pálidas hojas de algún día de otoño
el primer conquistador del alma de la tierra se convierta en la última gran presa!

¡Imagínatelo! Nos infiltraremos


en toda la existencia sensorial; el carpídeo Fauno,
el Centauro, los Elfos de ojos risueños
que interrumpen su danza para atisbar el alba
sobre los prados no estarán más cerca
que tú y yo de los misterios de la Naturaleza,

pues oiremos latir el corazón del zorzal, y crecer


las margaritas, y las campanillas en los días grises
suspirar por el sol, y sabremos
quién hila las argentadas telarañas,
y quién dibuja con arabescos la orquídea,
y con qué grandes alas vuelan las águilas de pino en pino.

¡Ah! ¡De no habernos jamás amado, quizás


el narciso nunca hubiese atraído
a la abeja a su dorado seno, ni el rosal
encendido los matojos con linternas carmesíes!
¡Acaso ninguna hoja hubiera brotado en primavera
sino para humedecer los besos y los labios de los poetas!

¿Se habrá apagado la luz de nuestro espléndido sol


o es esta tierra laberíntica menos bella
desde que somos herederos de la Naturaleza,
con todas las pulsaciones de vida que agitan el aire?
Mejor será que nuevos astros surquen los cielos
y sobre flores y campos se cierna un nuevo esplendor.

Y nosotros dos, que la naturaleza juzgamos,


estaremos juntos y el gozoso mar
será nuestra vestimenta, y la aristada estrella
sus flechas lanzará para alegría nuestra. Seremos parte
del poderoso universo entero y a través de los eones
con el Alma del Cosmos nos confundiremos.

Seremos notas de esta grandiosa Sinfonía


cuya cadencia gira por las esferas rítmicas,
y el palpitante corazón del Mundo vibrará
al unísono con nuestro corazón. Los años robados
ya abandonaron su horror; no hemos de morir.
El propio Universo será nuestra Inmortalidad.
Autor del poema: Oscar Wilde
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PARA ANNIE
¡A Dios gracias! La crisis,
el peligro ha pasado,
y la pena interminable
al fin concluyó,
y esa fiebre llamada vivir
fue vencida al final.

Tristemente, yo se
que fui despojado de mi fuerza,
y sin mover un músculo
permanezco tendido.
Más nada importa, yo siento
que al fin me encuentro mejor.

Y tan quieto yazgo


ahora en mi lecho
que cualquiera que me viese
podría imaginar que estoy muerto,
podría estremecerse al mirarme
creyéndome muerto.

El lamentarse y gemir,
los llantos y los suspiros,
fueron aplacados;
y con ellos el horrible palpitar
del corazón.
¡Ah, ese horrible,
horrible palpitar!

Los mareos, las náuseas,


el dolor implacable,
cesaron con la fiebre
que laceraba mi cerebro,
con la fiebre llamada vivir
que quemaba mi cerebro.

Se calmó también la tortura,


de todas la peor:
esa horrible tortura
de la sed por las aguas mortales
del río maldito de la Pasión;
pues para ello he bebido
de un agua que apaga toda sed.

De un agua que fluye


con un murmullo de canción de cuna;
una fuente que yace
pocos metros bajo la tierra;
de una cueva que se halla
muy cerca del suelo.

Que no se diga neciamente


que mi morada es oscura
y angosto mi lecho;
pues jamás hombre alguno
durmió en lecho distinto,
y todos ustedes, para dormir,
dormirán en un lecho idéntico.

Mi espíritu atormentado
descansa blandamente, olvidando,
jamás añorando sus rosas;
sus viejos anhelos
de mirtos y rosas.

Pues ahora,
mientras yace apaciblemente,
se imagina alrededor un aroma más sagrado;
un aroma de pensamientos,
un aroma de romero mezclado con pensamientos,
con las hojas de ruda
y los hermosos y humildes pensamientos.

Y así yace en paz,


sumido en el sueño sin fin
de la verdad y la belleza de Annie,
anegado entre las trenzas de Annie.

Ella me besó delicadamente,


ella me acarició con ternura,
y yo me dormí suavemente sobre su seno,
profundamente dormido en el cielo de su seno.

Cuando la luz se extinguió,


ella me tapó cuidadosamente,
y rogó a los ángeles
que me protegiesen de todo mal:
a la reina de los ángeles
que me guardara de todo mal.

Y tan quieto permanezco


tendido en mi lecho
(sabiendo el amor de ella),
que ustedes imaginan que estoy muerto;
y tan apaciblemente reposo
en mi lecho (con el amor de ella en mi seno),
que imaginan que estoy muerto,
se estremecen al mirarme creyéndome muerto.

¡Pero mi corazón es más brillante


que las estrellas que salpican
en miríadas el cielo,
pues brilla con Annie,
resplandece con el amor de mi Annie,
con el pensamiento de la luz de los ojos de mi Annie!
Autor del poema: Edgar Allan Poe
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TÚ Y YO
I

Yo vi un ave
que suave
sus cantares
entonó
y voló...

Y a lo lejos,
los reflejos
de la luna en alta cumbre
que, argentando las espumas
bañaba de luz sus plumas
de tisú...
¡y eras tú!

Y vi un alma
que, sin calma,
sus amores
cantaba en tristes rumores;
y su ser
conmover
a las rocas parecía;
miró la azul lejanía...
tendió la vista anhelante,
suspiró, y cantando amante
prosiguió...
¡y era
yo!
II

¿Viste
triste
sol?

Tan triste
como él,
¡sufro
mucho
yo!

Yo en una
doncella
mi estrella
miré...
Y dile,
amante,
constante
fe.

Pero ingrata
olvidóme,
y no sabe
que padezco
cual no puede
nunca, nunca
comprender...
¡Que mi pecho
no suspira,
ni mi lira
tiene acordes
de placer!

Yo vi en la noche
plácida luna
que en la laguna
se retrató;
y vi una nube,
que allá en el cielo,
con denso velo
la obscureció.

Yo vi a la aurora,
bañada en rosa,
dorar la hermosa
faz de la mar...
Y vi los rayos
de un sol ardiente
que rudamente
borraron luego,
con rojo fuego,
su bella faz...

Así vi que bella


naciera en un día,
con dulce alegría,
la aurora luciente
de un plácido amor;

¡mas hoy yo contemplo,


no más en mi vida,
de negro vestida,
la estatua tremenda
de amargo dolor!

¡Hoy sólo me complace


oír la queja amarga,
que al cielo envía tierna
la tórtola del monte
con moribundo son!
Sentir cómo susurra
la brisa entre las hojas...
¡Mirar el arroyuelo
que al eco de la selva
confunde su rumor!
Canto cuando las estrellas
esparcen su claridad:
cuando argentan las espumas;
¡las espumas de la mar!
Canto cuando el ancho río
murmurando triste va...
Cuando el ruiseñor encanta
¡con su arpegio celestial!

Y al ronco mugir de las olas;


la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
¡me encanta y embriaga a la vez!
Me place lo triste y lo alegre;
me gusta la selva y el mar,
y a todos saludo contento...
¡Y algunos se ríen al verme!...
Y, a veces, ¡me pongo a llorar!

Yo adoré a una mujer con el fuego


de mi joven y audaz corazón:
mas ya he dicho que aquélla olvidóme,
y que vivo en tremendo dolor.
¿Estoy loco? No sé: lo que siento,
no lo puedo jamás explicar.
Es un rudo y feroce tormento...
Nada más; nada más... ¡nada más!

¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida


del raudal turbulento de la vida!
Soy... algo doloroso cual lamento...
Arista débil que arrebata el viento!
Soy ave de los bosques solitaria!...
Deshojada y marchita pasionaria!...
Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma...
¡perdido de este mundo entre la bruma!

¡Felices aquellos que nunca han amado!


¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!

Y ¿qué es el amor?
¿Amor?... Germen fecundo de la dolencia humana...
Origen venturoro de sin igual placer...
con algo de la tarde y algo de la mañana...
¡Con algo de la dicha y algo del padecer!

¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?


¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?
¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!
¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!

¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa


si hubiera conservado por siempre mi niñez,
si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,
lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!

¡Felices aquellos que nunca han amado!


¡Felices!... ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!

¡Qué amargo es el amor!


¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,
yo cruzaré el desierto de mi vida,
mostrando a todos mi profunda herida,
que lágrimas y sangre está manando!

Y al compás de canciones sombrías,


cantaré de mi amor la memoria...
Y sin gloria,
llorando siempre, pasaré mis días
¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!

Y al ronco mugir de las olas;


la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
serán mi tormento también.
Me place lo triste y lo alegre:
me gusta la selva y el mar...
Yo siempre estaréme contento;
y algunos, reirán al mirarme,
¡y a veces, pondréme a llorar!

Cantaré si el ancho río


murmurando triste va;
si el ruiseñor me encantare
con su arpegio celestial;
cuando mire a las estrellas
esparcir su claridad
sobre las peñas negruzcas
y las espumas del mar.
¿Por qué?... Porque sin amor,
vuelan dolientes, sin calma,
las avecillas del alma
entre el viento del dolor.

¡Daré dulces canciones


a los fugaces vientos,
para que entre sus alas
las lleven lejos, lejos,
del mundo hasta el confín!
Iréme a las montañas...
iréme a los oteros...
y allí tal vez, ¡Dios santo!,
tal vez seré feliz.

¡Y en las alas del viento,


oirá mis canciones
la ingrata!... La ingrata
a quien adoré.
Aquélla que rióse
de ver mi desgracia...
Aquélla a quien dile
mi amor y mi fe!

¡Triste es la noche!
Triste es la selva...
Y del arroyo
lo es el rumor;
pero es más triste
que el arroyuelo
y que la noche,
mi corazón.

Mis acentos,
en los vientos
cual lamentos
moribundos
sonarán,
como el eco
que en el hueco
del árbol seco,
tiernos forman
los Favonios
al pasar.

¡Aprendan
los bardos
mi historia
de amor;
y cántela
todo
el que es
Trovador!

¿Viste
triste
sol?
¡Tan triste
como él,
sufro
mucho
yo!
Autor del poema: Rubén Darío
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ODA A LA EDAD
Yo no creo en la edad.

Todos los viejos


llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.

Mediremos
la vida
por metros o kilómetros
o meses?
Tanto desde que naces?
Cuanto
debes andar
hasta que
como todos
en vez de caminarla por encima
descansemos, debajo de la tierra?

Al hombre, a la mujer
que consumaron
acciones, bondad, fuerza,
cólera, amor, ternura,
a los que verdaderamente
vivos
florecieron
y en su naturaleza maduraron,
no acerquemos nosotros
la medida
del tiempo
que tal vez
es otra cosa, un manto
mineral, un ave
planetaria, una flor,
otra cosa tal vez,
pero no una medida.

Tiempo, metal
o pájaro, flor
de largo pecíolo,
extiéndete
a lo largo
de los hombres,
florécelos
y lávalos
con
agua
abierta
o con sol escondido.
Te proclamo
camino
y no mortaja,
escala
pura
con peldaños
de aire,
traje sinceramente
renovado
por longitudinales
primaveras.

Ahora,
tiempo, te enrollo,
te deposito en mi
caja silvestre
y me voy a pescar
con tu hilo largo
los peces de la aurora!
Autor del poema: Pablo Neruda
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JAPÓN
¡Áureo espejismo, sueño de opio,
fuente de todos mis ideales!
¡Jardín que un raro kaleidoscopio
borda en mi mente con sus cristales!

Tus teogonías me han exaltado


y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el siervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tos pagodas!

Por ti mi dicha renace ahora


y en mi alma escéptica se derrama
como los rayos de un sol de aurora
sobre la nieve del Fusiyama.

Tú eres el opio que narcotiza,


y al ver que aduermes todas mis penas
mi sangre - roja sacerdotisa -
tus alabanzas canta en mis venas.

¡Canta! En sus causes corre y se estrella


mi tumultuosa sangre de Oriente,
y ése es el canto de tu epopeya,
mágico Imperio del Sol Naciente.

En tu arte mágico - raro edificio -


viven los monstruos, surgen las flores,
es el poema del Artificio
en la Obertura de los colores.

¡Rían los blancos con risa vana!


Que al fin contemplas indiferente
desde los cielos de tu Nirvana
a las Naciones de Occidente.

Distingue mi alma cuando en ti sueña


- cuando sombrío y aterrador -
la inmóvil sombra de la cigüeña
sobre un sepulcro de emperador.

Templos grandiosos y seculares


y en su pesado silencio ignoto,
Budhas que duermen en los altares
entre las áureas flores de loto.

De tus princesas y tus señores


pasa el cortejo dorado y rico,
y en ese canto de mil colores
es una estrofa cada abanico.

Se van abriendo si reverbera


el sol y lanza sus tibias olas
los parasoles, cual Primavera
de crisantemas y de amapolas.
Amo tus ríos y tus lagunas,
tus ciervos blancos y tus faisanes
y el campo triste con que tus lunas
bañan la cumbre de tus volcanes.

Amo tu extraña mitología,


los raros monstruos, las claras flores
que hay en tus biombos de seda umbría
y en el esmalte de tus tibores.

¡Japón! Tus ritos me han exaltado


y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el ciervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!

Y así quisiera mi ser que te ama,


mi loco espíritu que te adora,
ser ese astro de viva llama
que tierno besa y ardiente dora
¡la blanca nieve del Fusiyama!
Autor del poema: José Juan Tablada
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AMOR AMÉRICA (1400)
Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.

El hombre tierra fue, vasija, párpado


del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

No se perdió la vida, hermanos pastorales.


Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.

Yo estoy aquí para contar la historia.


Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.

Yo, incásico del légamo,


toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre llores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.

Tierra mía sin nombre, sin América,


estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.
Autor del poema: Pablo Neruda
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LA POBRE GENTE
I

Es de noche. La choza es pobre, aunque segura.


Sombrío es su interior, mas algo se percibe
que irradia entre las sombras de su oscuro crepúsculo.
Redes de pescador cuelgan de sus paredes.
Y al fondo, en un rincón, una vajilla humilde,
encima de un arcón, destella vagamente,
y una gran cama adviértese, echadas sus cortinas.
Cerca, un colchón se extiende sobre unos viejos bancos,
y cinco niños sueñan en él como en un nido
de almas. El hogar donde unas llamas velan
alumbra el techo oscuro, y una mujer, de hinojos,
la frente sobre el lecho, reza y piensa, agitada.
Es su madre. Está sola. Blanco de espuma, afuera,
contra el viento, las rocas, las sombras y la bruma,
el torvo Océano lanza sus oscuros sollozos.

II

Su hombre está en el mar. Marino desde niño,


contra el siniestro azar libra una gran batalla.
Llueva o truene, sin falta ha de salir él siempre,
pues las criaturas tienen hambre. Al atardecer
parte cuando las aguas profundas van subiendo,
del dique, los peldaños.
La mujer quedó en casa cosiendo viejas telas,
remendando las redes, cuidando los anzuelos,
ante el hogar velando la sopa de pescado,
y a Dios luego rezando cuando los niños duermen.
Él, solo, combatido del mar, cambiante siempre,
se adentra en sus abismos y se pierde en la noche.
¡Qué esfuerzo! Todo es negro y frío, nada luce.
En los rompientes, entre las delirantes olas,
el buen banco de pesca y, sobre el mar inmenso,
el lugar móvil, negro, cambiante y caprichoso,
tan querido a los peces de aletas plateadas,
no es más que un punto sólo, grande como dos chozas.
Mas, de noche, en diciembre, con niebla y aguacero,
para encontrar tal punto sobre el desierto inquieto
¡cómo hay que calcular el viento y la marea,
y combinar con tino todas las maniobras!
Bordéanlo las olas como culebras verdes;
el mar tuerce y se encrespa sus pliegues desmedidos,
y hace gemir de horror los pobres aparejos.
Sueña él con su Jeannie, solo en el mar helado,
y ésta, llorando, llámalo, y entrambos pensamientos
se cruzan en la noche cual dos divinos pájaros.

III
Ella reza, y la alondra con su burlón graznido
importúnale, y entre escollos derruidos
le aterra el Océano, y mil distintas sombras
su espíritu atraviesan, de mar y marineros
llevados por la cólera furiosa de las olas;
y mientras, en su caja, cual sangre en las arterias,
el frío reloj late, vertiendo en el misterio
el tiempo gota a gota, inviernos, primaveras,
las varias estaciones; y estas palpitaciones
abren para las almas, y a modo de bandadas
de azores y palomas, por un lado, las cunas;
(las tumbas por el otro.

Ella medita y sueña: —"¡Oh Dios, cuánta pobreza!”


Sus hijos van descalzos en invierno y verano.
No comen pan de trigo, sólo pan de cebada.
¡Oh Dios, el viento ruge como un fuelle de fragua!
El mar bate en la costa como si fuera un yunque,
y las estrellas huyen entre el negro huracán
como un turbión de chispas por una chimenea.

Es ya la medianoche, la hora en la que ésta


como jovial danzante ríe y juguetea
bajo antifaz de raso que iluminan sus ojos;
la hora en que medianoche, bandido misterioso,
de sombra y lluvia lleno y su frente en el cierzo,
toma a un pobre marino tembloroso y lo estrella
contra espantosas rocas que aparecen de pronto.
¡Qué horror!, el hombre cuyos gritos el mar sofoca,
siente ceder y hundirse la barca en que naufraga,
y mientras siente abrirse las sombras y el abismo
bajo sus pies, ¡aún sueña con esa vieja argolla
de hierro, de su muelle, bañado por el sol!

Estas tristes visiones su corazón conturban,


negro como la noche. Y ella tiembla y solloza.

IV

¡Oh la pobre mujer del pescador! Qué horrible


es tener que decirse: —"Todo cuanto yo tengo,
hermano, padre, amante, mis hijos más queridos,
el alma de mi alma, están en ese caos
perdidos, mi corazón, la carne de mi carne.”
¡Ser presa de las olas es serlo de las bestias!
Pensar —¡Cielos!— que el agua juegue con sus cabezas,
desde el hijo, grumete, al marido, patrón,
y que el viento soplando por sus trompas horribles
sobre ellos desate su larga y loca trenza,
y tal vez a esta hora se encuentren en peligro,
sin que saber podamos lo que están ahora haciendo
más que para enfrentarse a ese abismo sin fondo,
a esas oscuras simas donde no hay ni una estrella,
¡tienen sólo una plancha con un poco de tela!
¡Terrible angustia! Corren todas sobre las rocas.
Las olas suben; háblanles, grítanles: —"Devolvédnoslos”.
Mas ¡ay! qué es lo que puede decirse al pensamiento
del mar, siempre sombrío, y siempre trastornado!

Jeannie está aún más triste. ¡Su esposo está allá solo!,
en esta áspera noche, bajo el frío sudario,
sin ayuda. Sus hijos son aún pequeños. Madre,
dices: "¡Si fueran grandes! ¡Qué solo está!” ¡Quimeras!
Mañana, cuando partan ya acompañando al padre
dirás entre sollozos: "¡Oh, si aún pequeños fueran!”

Toma ella su linterna y su capote. Es la hora


de ir a ver si regresa y si la mar mejora,
si ya es de día y el mástil muestra su gallardete.
¡Vamos! De casa sale. La brisa matutina
no sopla aún. No hay nada. No está esa línea blanca
en el confín en donde se aclaran las tinieblas.
Llueve. Oh, qué siniestra la lluvia, de mañana.
Parece que el día tiembla, que está incierto y dudoso,
y que al igual que un niño, llora al nacer el alba.
Sale. No hay luz alguna en ninguna ventana.

De repente, a sus ojos que buscan el camino,


con una rara mezcla de lúgubre y de humana
una pobre casucha, decrépita, aparece,
sin luz ni fuego alguno; su puerta bate el viento;
sobre sus viejos muros hay un techo oscilante,
y el cierzo en él retuerce repugnantes rastrojos,
sucios y amarillentos como un río revuelto.

"¡Vaya!”, no me acordaba de esta pobre viuda


—se dice—; mi marido la encontró el otro día
enferma y solitaria; voy a ver cómo anda”.

Golpea ella la puerta; escucha, no hay respuesta,


y Jeannie bajo el viento del mar tirita y tiembla.
"¡Enferma! ¡Y sus hijos andan tan mal nutridos!…
No tiene más que dos, pero está sin marido”.
Golpea otra vez la puerta. "¡Eh, vecina, vecina!”
Pero la casa calla. "Oh Dios —se dice inquieta—,
¡cómo duerme que no oye ni aun tras llamar tanto!”
Pero esta vez la puerta, como si de repente
los objetos sintieran una piedad suprema,
triste, giró en la sombra y abrióse por sí misma.

VI

Entró, y su linterna iluminó la negra


estancia muda al borde de las rugientes olas.
Como por un cedazo caía agua del techo.

Yacía al fondo echada una terrible forma;


una mujer inmóvil, descalza y boca arriba,
con la mirada oscura y un espantoso aspecto,
un cadáver; —un tiempo madre jovial y fuerte—;
el desgreñado aspecto de la miseria muerta;
los despojos del pobre tras su tenaz combate.
Pender dejaba ella un frío y yerto brazo
con su mano ya verde, en medio de la paja,
y brotaba el horror de aquella boca abierta
por la que alma, huyendo, siniestra, había lanzado
¡el grito de la muerte que oye la eternidad!
Cerca donde yacía la madre de familia,
dos niños muy pequeños, un varón y una hembra,
en una misma cuna sonreían en sueños.

Sintiéndose morir, su madre habíales puesto


sobre sus pies su manto, sus ropas sobre el cuerpo,
para que en esa sombra que nos deja la muerte,
no hubieran de sentir perderse la tibieza,
y así calor tuvieran en tanto que frío ella.

VII

¡Cómo duermen los dos en esa pobre cuna!


Su aliento es apacible y sus frentes serenas,
cual si no hubiera nada capaz de despertarlos,
ni siquiera las trompas del Juïcio Final,
pues que, inocentes siendo, a juez ninguno temen.

La lluvia ruge afuera cual si fuera un diluvio.


Del techo, a veces, cae con las rachas del viento
una gota de lluvia sobre esa frente yerta
y corre por su rostro cual si fuera una lágrima.
Las olas suenan como la campana de alarma.
La muerta oye la sombra con expresión absorta.

VIII

Pero Jeannie ¿qué ha hecho en casa de la muerta?


Bajo su amplia capa ¿qué es lo que ella se lleva?
¿Qué es lo que transporta al salir de la puerta?
¿Por qué su pecho late? ¿Por qué apresura el paso?
¿Por qué así, vacilante, entre las callejuelas
corre sin atreverse a volver la cabeza?
¿Qué es, pues, lo que ella oculta con un aire turbado
entre su lecho en sombras? ¿Qué puede haber robado?

IX

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