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Una oportunidad para “nacer de nuevo”

Al empezar a escribir este artículo para “Voz isetiana”, de inmediato,


he recordado las reuniones que el año pasado compartía, en la
Dirección de estudios, con el Equipo de redacción, en medio de los
apuros de las publicaciones. También vienen a mi memoria tantos
amigos y amigas que conforman el ISET y a quienes guardo en lo más
profundo de mi cariño y oración.

Me han pedido que comparta con ustedes mis experiencias en esta


nueva etapa de mi vida misionera. Hace un poco más de siete meses
que dejé el Perú para venir a España y formar parte del Centro de
Espiritualidad Claretiana, que es un Equipo intercultural encargado de
investigar y animar el conocimiento y la vivencia del carisma de san
Antonio María Claret. Somos cinco claretianos, uno de la India, otro de
Nigeria, dos de España y yo, de Perú. Vivimos en Vic, una ciudad
catalana, ubicada a 70 Km. de Barcelona, y en la que, hace 161 años,
el P. Claret fundó la Congregación; por eso esta primera casa es muy
significativa para los Claretianos, además, aquí se encuentran los
restos del P. Claret, un museo, un buen archivo histórico y una
biblioteca muy completa para investigar. Deseamos que esta casa, a
través del trabajo del Equipo, no sólo sea guardiana de piezas de
museo, sino el corazón vibrante de una Congregación cuyo carisma
sigue latiendo con fuerza y debe ser avivado para que continúe
generando respuestas misioneras audaces y creativas hoy.

En estos siete meses que llevo en España, lo primero que he tenido


que vivir es un fuerte proceso de adaptación geográfica, cultural y
eclesial, que no ha sido fácil, pero que me está resultando bastante
enriquecedor. La mayor tentación que tuve que superar ha sido el
vivir añorando lo dejado y seguir funcionando “como antes, pero en
otro lugar”. Me di cuenta de que el impacto de una cultura diferente y
de una sociedad bastante secularizada, como la europea, donde la fe
no es valorada y mucho menos favorecida, removía las seguridades
que había conseguido como misionero en Perú, en medio de mis
múltiples apostolados. Era la oportunidad de “nacer de nuevo”, no
como un abandono o rechazo de lo anterior, sino como una
profundización de mi identidad de hombre consagrado que se abre a
nuevos contextos vitales. He mirado mi vida como un camino
humano, espiritual y misionero, que he recorrido y en el cual el amor
fiel de Dios es el elemento clave que me fundamenta y me abre con
serenidad y confianza a vivir, en medio de esta nueva cultura,
procesos de diálogo y de mutuo enriquecimiento. Creo que mi
principal apostolado misionero ahora no radica en hacer muchas
actividades, sino en tratar de ser una persona auténtica que cada día
se abre al don de la fe y que deja que el Evangelio le inspire valores,
gestos y acciones concretas para hacer en algo visible la presencia
viva de Jesucristo y su Reino.

Pero, por supuesto, no faltan los trabajos y las actividades. Para que
se hagan una idea, se las presento en tres grupos. El primero, los
estudios, tanto de historia, que los realizo en Barcelona,
preparándome para cursar el próximo año el programa de doctorado
en Madrid; como de catalán, que es la lengua que se habla aquí en
Cataluña y sobre todo en Vic, que es uno de los poblados de mayor
tradición catalana. El segundo, el trabajo de investigación y de
animación espiritual en mi Congregación a través de conferencias,
escritos, retiros y ejercicios espirituales, para lo cual tengo que viajar
a diferentes lugares, con todo el enriquecimiento cultural y
congregacional que esto supone. El tercero, la atención de los
latinoamericanos que viven aquí en Vic y alrededores; se trata de una
comunidad de fe que va creciendo poco a poco. Me anima mucho ver
en ellos su gran capacidad de sacrificio y trabajo por buscar nuevos
caminos de superación. A través de la Eucaristía de cada domingo, de
la Reconciliación y del diálogo puedo acompañarles en su vida de fe,
que muchas veces está impregnada de desconcierto, dudas,
añoranza, cansancio y desesperación. Nos hemos encontrado, como
latinos, en tierras extranjeras y nos ayudamos mutuamente a
redescubrir la presencia del Señor que nos alienta a seguir caminando
con esperanza y entrega.

No puedo dejar de decir que, detrás de todo este proceso que vivo, se
encuentra todo lo aprendido y compartido en el ISET. Siempre
recuerdo el ISET como un centro de formación en el discipulado de
Jesús; allí aprendí, de los cursos y sobre todo de mis profesores y
compañeros, la importancia de vivir unido de corazón al Maestro y
tratar de configurar la vida entera con Él para anunciarlo a todos,
especialmente a los más pobres y necesitados. Finalmente, quiero
dirigirme de forma especial a los alumnos y alumnas para recordarles
que, detrás de los cursos, los libros y los exámenes, hay cosas mucho
más profundas que simplemente aprobar o sacar buenas notas, está
en juego el poner las bases de una vida misionera abierta a vivir en
cualquier lugar sin perder la identidad de ser discípulos y misioneros
del Maestro de Galilea.

Un abrazo y hasta pronto.

Carlos Sánchez Miranda, CMF

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