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Insaurralde, Emilse Rene

Sexualidad, cuerpo y género: Las


representaciones de jóvenes
pobres de la ciudad de La Plata

Tesis presentada para la obtención del grado de


Licenciada en Sociología

Director: Ortale, María Susana

CITA SUGERIDA:
Insaurralde, E. R. (2013). Sexualidad, cuerpo y género: Las representaciones de
jóvenes pobres de la ciudad de La Plata [en línea]. Trabajo final de grado. Universidad
Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En
Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.846/te.846.pdf

Documento disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, repositorio


institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la
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Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA

LICENCIATURA EN SOCIOLOGÍA

TRABAJO FINAL // TESINA

Sexualidad, cuerpo y género. Las


representaciones de jóvenes pobres de
la ciudad de La Plata

Alumno/a: Insaurralde, Emilse Rene


Legajo: 89424/9
Correo electrónico:
e_insa@hotmail.com
Director: Ortale, María Susana
Co-director: Puglisi, Rodolfo
Fecha: 01/07/2013
Resumen

En esta tesina, llevada a cabo a partir de un extenso trabajo de campo, se analizan las

representaciones presentes en varones y mujeres jóvenes de sectores pobres, sobre el

cuerpo y la sexualidad, particularmente en el modo en el que éstas se ven atravesadas

por construcciones de género. Con base en la interpelación y puesta en relación de

diferentes categorías teóricas como las de “representaciones sociales”, “cuerpo”,

“género” y “juventud”, se intentó conocer las relaciones y procesos que intervienen en

la construcción de diferentes subjetividades implicadas en la sexualidad.

Términos clave: Representaciones sociales, sexualidad, cuerpo, jóvenes, género.

2
Índice

> Introducción.………………………………………………………………. 4

1. Antecedentes

I- Estado del arte..……………………………………………………........ 5

2. Sobre los referentes teóricos

I- Representaciones sociales..………………………………………….…...... 27

II- El Cuerpo..……………………………………………………………....... 36

III- Género y sexualidad..………………………………………………. 43

IV- Juventudes...………………………………………………..…………... 48

3. Apartado metodológico….……………………………………..…………..... 51

4. Una Escuela en la ciudad

I- El contexto nacional y local………......………………………………... 57

II- Breve reseña sobre la escuela...……………………………………..…… 62

5. Sobre el trabajo de campo

I- Entrar al aula: armando el rompecabezas.....………...………………... 66

a- Un primer acercamiento...…………………………………….. 67

b- Ni cuidas ni arrabaleras: re-pensando la pareja ideal.……….. 93

II- Entrevistas...…………………………………………...…………….. 77

a- ¿De eso no se habla? Reconstruyendo los primeros discursos

sobre la sexualidad…..….....…..………………………………… 79

3
b- La eficacia de las representaciones:

configurando prácticas…..………..…………….……………….. 93

c- Un cuerpo-para-otros: notas sobre la imagen y el cuidado........ 102

> Consideraciones finales……………………………………………..…….. 107

> Bibliografía.…………………..……………...…………………………... 111

4
Introducción

En los últimos años las Ciencias Sociales han logrado incorporar en la agenda

pública e incluso en el nivel del sentido común una perspectiva de género en el abordaje

de los fenómenos sociales1. Sin embargo, como señala Lamas (2003) la cosificación del

concepto y su adopción sólo justificada en lo que resulta “políticamente correcto”,

puede llevar a su reificación y por ende a la pérdida de su capacidad explicativa.

Tomando esta advertencia como referencia, el presente trabajo se plantea la necesidad

de indagar de qué modo la sexualidad y el cuerpo que constituye su sustrato se ven

atravesadas por construcciones de género, retomando las subjetividades que de este

proceso resultan y las consiguientes prácticas que confirman y conforman esa misma

estructura de la que son producto.

Nuestro foco de atención está puesto en un grupo etáreo en particular: el de los y las

jóvenes que transitan los últimos años del colegio secundario, ya que considerando que

en el medio occidental urbano, la mayor parte de los adolescentes son sexualmente

activos antes de los veinte años, constituyen una población prioritaria en materia de

salud sexual y reproductiva (Checa 2005). Asumimos con otros autores que las

particularidades de este estrato poblacional se asocian casi de manera automática a

estereotipos y valores negativos como la irresponsabilidad, la rebeldía o la ignorancia;

valores que de la misma manera impregnan las lecturas que se hacen sobre su

sexualidad y la forma en que parecen vivirla. Tales estigmas se agudizan cuando se trata

de jóvenes de sectores pobres, donde se acumulan inequidades socioeconómicas y

culturales que implican una mayor deficiencia en la información obtenida y limitaciones

1
Consideramos que tal permeabilidad se vincula con la jerarquía constitucional, dentro de la reforma
constitucional argentina de 1994, otorgada a numerosos instrumentos de derechos humanos, entre ellos, la
Convención CEDAW (ratificada en 1985) y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y
Erradicar la Violencia contra la Mujer (ratificada en 1995). El Protocolo Facultativo a la Convención
CEDAW (adoptado por la ONU en 1999) fue firmado por nuestro país en el año 2000 y ratificado en
2007.

5
en el acceso a métodos de cuidado y prevención de contagio de enfermedades de

transmisión sexual -a partir de ahora ETS- y embarazos no deseados.

Sin desestimar la importancia de los riesgos asociados a la sexualidad ligados a tales

inequidades, consideramos enriquecedor acercarnos a este campo desde una mirada que

sea capaz de incorporar la dimensión subjetiva. En primer término, esto implica

organizar la lectura de la realidad a partir de categorías analíticas capaces de dar cuenta

del carácter de construcción sobre lo que se supone es “ser mujer” y “ser hombre”. En

este sentido, las representaciones que son construidas en torno al cuerpo sexuado

encuentran su mayor eficacia en las prácticas a las que dan lugar.

Atendiendo a esto, la pregunta que guió nuestro trabajo fue ¿Qué representaciones

poseen y dominan varones y mujeres jóvenes pertenecientes a sectores pobres sobre el

cuerpo en relación a la sexualidad y cómo las construyen? La finalidad de este

interrogante fue la de ampliar nuestro conocimiento sobre las relaciones y procesos que

intervienen en la construcción de subjetividades implicadas en la sexualidad, desde una

perspectiva que considerara a los y las jóvenes como agentes y no como actores pasivos,

reactivos, vulnerables, desviados o indefensos.

La información recabada y a partir de la cual se trabajó, se desprende de una labor

exploratoria llevada adelante en los cursos superiores de la Escuela Polimodal N° 22 de

la ciudad de La Plata durante el año 2012. A partir de diferentes categorías teóricas

como la de “representaciones sociales”, “cuerpo”, “género” y “juventud” se introdujo la

dimensión subjetiva en el estudio de la sexualidad, aportando elementos capaces de

complejizar las reflexiones relativas a este campo.

El trabajo se organiza en dos grandes secciones, una de indagación teórica y

planificación de actividades, y otra relacionada a la instancia práctica y reflexiva

inherente al trabajo de campo propiamente dicho. No obstante esto, vale la pena aclarar

6
que el proceso de investigación, obedeciendo a un diseño flexible, implicó un

permanente diálogo entre teoría y práctica en pos de enriquecer el análisis y la

comprensión de la información recabada. Así, todas las etapas en que se ha decidido

dividir la tesina contemplan la complejidad que supuso nuestro acercamiento como

investigadores portadores de un bagaje teórico-académico a un campo que en la

práctica, ha implicado poner en juego nuestra propia subjetividad, en la que se han

fundido sensaciones y experiencias suscitadas por el contacto con otros sujetos, en un

espacio del que no formábamos parte y en el que debimos aprehender a movernos.

Tomar esto en consideración nos permitió releer cada una de nuestras visitas al colegio

con otros lentes, rescatando incluso aquellas experiencias en principio tomadas como

fallidas en que creímos que las actividades habían sido en vano, y en las que nos

martirizamos pensando en que no habíamos logrado los debates y respuestas que

esperábamos. Todas estas vivencias conformaron nuestras reflexiones, construyeron

nuestro contexto y fueron el marco inevitable en que se fue posible entablar algún tipo

de vínculo con los y las jóvenes que nos ofrecieron su tiempo y su intimidad.

Dicho esto, describimos brevemente el contenido de cada capítulo: en el primero se

ofrece un recorrido por publicaciones (principalmente artículos y libros) que configuran

el estado del arte de la tesina y permiten contextualizar nuestro trabajo. En el segundo se

reconstruyen los referentes teóricos que forman parte de la plataforma conceptual a

partir de la cual se realizó el análisis posterior. En el tercer capítulo se exponen las notas

metodológicas que fundamentan las decisiones que formaron parte del proceso de

investigación. En el cuarto, se caracteriza el caso estudiado, lo que incluye una reseña

sobre el contexto social y económico del país en general y de la ciudad de La Plata en

particular, además de una descripción de las particularidades del colegio secundario en

donde se llevó a cabo el trabajo de campo. Finalmente, el último capítulo está dedicado

7
por un lado, a las reflexiones derivadas de las actividades realizadas en los diferentes

cursos, las cuales aportan información diversa sobre los y las jóvenes, su vida cotidiana

y algunas de sus ideas más generales relativas al género y la sexualidad. Por otro, al

análisis de los relatos de los jóvenes entrevistados a la luz del trasfondo teórico

planteado previa y simultáneamente. A modo de cierre dedicamos una última sección a

las reflexiones finales.

8
1. Antecedentes

I- Estado del Arte

La bibliografía que intersecta juventud y sexualidad es extensa y corresponde a

diferentes campos como la medicina, la sexología, la psicología, la antropología y la

sociología, entre otros. Al interior del campo de las Ciencias Sociales existe una

cuantiosa producción referida a la sexualidad de los jóvenes, y en sus orígenes es

posible identificar: un sesgo que hace de los enfoques cuantitativos sus principales

recurso para la investigación; el interés por recolectar información sobre conocimientos

de los jóvenes respecto de métodos anticonceptivos; la escuela como espacio por

excelencia para el trabajo de campo. La década del ´90, en comparación con lo que

venía sucediendo desde los años ´70, significó la revitalización de esta temática y de sus

modos de problematización, proliferando las metodologías cualitativas como vías de

acceso a los sentidos que la sexualidad asume en los jóvenes. En el mundo occidental, la

década del ’70 trajo un interés creciente de la investigación académica en la cuestión de

la sexualidad, sobre todo a raíz del lanzamiento del primer volumen de la “Historia de la

Sexualidad” de Foucault, que se sumaba a los estudios de género que en la misma época

buscaban deconstruir el carácter natural atribuido a las diferencias entre los hombres y

las mujeres. Todo esto en un contexto en el que la difusión del uso de la píldora

anticonceptiva y del discurso sobre el derecho al placer ayudaron a separar práctica y

analíticamente a la sexualidad de la reproducción (Gogna, 2005). En el escenario local

sin embargo, la toma de poder por parte de las cúpulas militares implementaron un

escenario de silenciamiento respecto a estas cuestiones, por lo que muchos autores

indican que resulta fundamental describir el proceso sociopolítico posterior que

posibilitó una mayor visibilización de la temática de los derechos sexuales y

reproductivos: sanción de leyes de salud reproductiva en diversas provincias de la

9
Ciudad de Buenos Aires y la inclusión por primera vez en un instrumento legal del

término “derechos sexuales”; al respecto existe consenso en considerar que la reforma

constitucional de 1994 constituye un hito en este proceso2.

Somos conscientes de que los textos aquí reseñados no agotan la producción referida

al campo de la juventud y la sexualidad -en conjunto con categorías como el género, el

cuerpo y la pobreza-. No obstante esto, el recorte que hemos realizado ha tenido la

doble función de evitar traspasar los objetivos del presente trabajo, como también de

obligarnos a realizar un esfuerzo en la selección de aquellos trabajos relevantes a

nuestros fines. La mayoría de los estudios reseñados a continuación que han contribuido

a conocer los antecedentes refieren en su mayoría a trabajos realizados en Argentina

aunque también han sido incorporados algunos trabajos llevados a cabo en

Latinoamérica. También recuperamos algunas fuentes internacionales relevantes por sus

aportes teóricos.

En primer lugar, hemos dado con una serie de trabajos que han permitido perfilar un

estado de la cuestión pertinente a nuestros objetivos. Se trata de trabajos que han

tomado la tarea de relevar estudios realizados en un período que se extiende desde la

década de 1990 hasta la actualidad en la Argentina y en América Latina: el trabajo de

Gogna (2005), el de de Mariana Chaves (2006), y por último el de Weller (cit. por

Oliveira, 2000). Si bien pueden existir otros trabajos que se han dedicado a establecer

un estado del arte, hemos tomado estos como referencia por la complementariedad de

observaciones que hacen, las cuales nos permiten señalar algunas tendencias generales

observadas en las investigaciones realizadas con anterioridad.

Durante la década de 1990 las Ciencias Sociales aumentaron notablemente el número

de trabajos orientados a recortar la sexualidad adolescente como objeto de

2
Para una mayor información sobre los decretos sancionados durante las décadas del ’80 y ’90 en
Argentina que enmarcan esta creciente apertura al interés de la sexualidad como tema relevante a ser
investigado ver Silvina Weller en Oliveira (2000).

10
investigación. En el transcurso de los años las perspectivas utilizadas se han modificado,

y ha habido un lento desplazamiento de trabajos predominantemente cuantitativos hacia

trabajos de corte más bien cualitativo, aunque todavía con una importante presencia de

los primeros. Silvina Weller (cit. por Oliveira, 2000) con el propósito de delinear un

estado del arte, elaboró un recorrido por los aportes científicos de las Ciencias Sociales

y de la salud reproductiva de los adolescentes en Argentina. Para esto, realizó una

clasificación que le permitió ordenar la producción de textos según los diversos

enfoques adoptados: Sexualidad (donde se agrupan los datos referidos al inicio de las

relaciones sexuales, relaciones sexuales, conocimiento del cuerpo sexuado e

interlocutores de los adolescentes sobre temáticas sexuales); Cuidados en las relaciones

sexuales (anticoncepción y prevención ETS/Sida, donde también se incluirían estudios

cuyo objetivo es comprender desde el enfoque de género las representaciones sociales

acerca de la sexualidad); embarazo adolescente (línea muy explorada, sobre todo desde

un punto de vista sociodemográfico, con predominancia de indicadores como la

morbi-mortalidad materna, los controles prenatales, el aborto y el parto); y por último

abuso y violencia. Las investigaciones que forman parte del estado del arte que

reconstruye la autora se enmarcan en un período que ella describe como de transición

social, caracterizado por la emergencia de incipientes, y a menudo contradictorios,

signos de cambio, lo cual significó el pasaje de una monolítica situación de

silenciamiento y restricciones hacia una en la que ésta problemática adquiere cierta

visibilidad y alcanza de modo sinuoso innovaciones institucionales y/o legales, como

por ejemplo, la sanción en varios países de leyes de salud reproductiva. Además, Weller

reconstruye el contexto legal en que fue tratado el tema de la sexualidad, mostrando la

manera en que diferentes provincias lograron introducir leyes reproductivas que, más

allá de una suerte dispar, fueron considerados como proyectos representativos de un

11
punto de inflexión respecto de la tradicional actitud refractaria del Estado de cara a la

regulación de la fecundidad. En estrecha conexión con los procesos legislativos y

programáticos reseñados, la autora indica que la creciente importancia y consideración

de la cuestión reproductiva por parte no sólo del Estado sino también de la sociedad, es

un dato auspicioso y positivo que permite pensar el campo de la sexualidad en un

contexto de mayor apertura para su tratamiento.

Por su parte, Mariana Chaves en “Investigaciones sobre juventudes en Argentina:

estado del arte en Ciencias Sociales” (2006), un trabajo extenso dedicado a la

recopilación de información relativa a los antecedentes académicos de la categoría de

juventud, dedica un apartado a considerar las características que han asumido las

investigaciones académicas en el campo de la sexualidad adolescente. Al igual que

Gogna (2005), Chaves remarca la presencia de abordajes cuantitativos sobre los

cualitativos al momento de llevar adelante las investigaciones, algo que también pudo

ser corroborado en nuestro proceso de búsqueda y elaboración del marco teórico. Esto

hace a uno de los mayores vacíos que son percibidos y que remite a la poca atención

que se le ha dado a la experiencia de los jóvenes, es decir a cómo ellos explican y dan

sentido a su contexto y también a las interpretaciones que puedan tener sobre sí mismos

y sobre otros con relación al tema de la sexualidad.

Mónica Gogna en “Estado del Arte. Investigación sobre sexualidad y derechos en la

Argentina (1990-2002)” (2005) sugiere que existe una marca de origen en las

investigaciones sobre sexualidad adolescente que en gran medida podría explicar el tipo

de cuestiones que se investiga y el modo en que se lo hace. Así, las investigaciones

realizadas en la década de 1990 ostentan la hegemonía de los abordajes cuantitativos, al

mismo tiempo que adoptan como población de estudio a los adolescentes escolarizados

-de ambos sexos- o a los usuarios de los servicios de salud -mayormente mujeres-,

12
además se concentran geográficamente en el área metropolitana de Buenos Aires. En

este contexto las encuestas se han erigido como fuentes básicas de información, a veces

complementadas con técnicas cualitativas como la entrevista o los grupos focales.

Dentro de los temas relevados, la autora destaca: edad al inicio del las relaciones

sexuales, tipo de pareja, motivación para iniciación sexual, utilización de métodos

anticonceptivos, conocimientos sobre el cuerpo y la reproducción, etc., advirtiendo que

los autores y autoras han buscado reiteradamente establecer comparaciones entre los

conocimientos y actitudes según variables como el sexo, los subgrupos de edad, el

sector social y/o el tipo de escuelas. Entonces, la identificación de estos elementos en

los trabajos pioneros constituye una marca de origen en tanto que indica que el abordaje

de la sexualidad como preocupación dentro de las ciencias sociales responde a un

interés secundario o instrumental derivado de la necesidad/inclinación de encarar sus

consecuencias. Entre aquellas investigaciones cuyos ejes son la adolescencia y la

sexualidad, Gogna identifica en los resultados obtenidos ciertas tendencias que suelen

coincidir con lo relevado para el resto de la región, entre las que destacamos: un

importante porcentaje de adolescentes de ambos sexos son sexualmente activos y no

tienen información suficiente acerca de la sexualidad, la reproducción y la

anticoncepción, además de existir una dificultad para la adopción de conductas

adecuadas para la prevención de embarazos no deseados y ETS-sida (Maddaleno, cit. en

Gogna, 2005); existe un alto porcentaje de adolescentes que a los 18 años ya ha tenido

su primera relación sexual (siendo 15 años el promedio se estima que inician al menos

un año antes que las mujeres); una percepción sobre la iniciación sexual en donde

adultos y jóvenes sostienen que los varones se inician antes que las mujeres; se ha

trabajado también sobre diferencias por sector social en la edad de inicio de las

relaciones sexuales, apuntando que sucede antes en las clases bajas, pero que para los

13
diecisiete años la situación se equipara; se advierte también la existencia de diferencias

por sexo en el tipo de pareja en la iniciación sexual y en este sentido, una constante que

ejemplifica la vigencia de los mandatos culturales y la doble moral sexual es la

motivación encontrada para el inicio de la vida sexual -en las mujeres el amor y el deseo

de profundizar una relación, y en los hombres el deseo, las ganas, la atracción física, la

curiosidad, la influencia de los pares-. Además es señalado que ante las preocupaciones

e inquietudes respecto de la vida sexual son los pares los interlocutores privilegiados,

con los padres en un segundo lugar con una mayor preferencia por la madre antes que el

padre. También se indica que las preocupaciones varían, y mientras que las mujeres se

preocupan más por los embarazos no deseados, los hombres lo hacen por las ETS-sida,

y que mientras los jóvenes privilegian el cuidado frente a las ETS-sida, los padres

enfatizan la necesidad de prevenir embarazos no deseados (Kornbilt y Méndez, cit. por

Gogna, 2005). Por último, Gogna menciona que existen algunos vicios y vacíos en estos

trabajos: el hablar de sexualidad y no de sexualidades, en plural, es decir tomando como

referencia una sexualidad hegemónica; la ausencia del “placer sexual” como dimensión

a analizar, cuya recuperación quizás evitaría caer en una motivación meramente

instrumental hacia la sexualidad, es decir verla por sus consecuencias; y, por último,

existen escasas referencias a la coerción sexual. Además del amplio panorama que

plantea, la autora ofrece en el mismo trabajo fichas de los textos relevados, que

contribuyen a la búsqueda de información relativa al tema.

Por fuera de los textos iniciales que nos permiten delinear un escenario general de la

bibliografía sobre el tema, hemos tenido acceso a una importante variedad de textos

académicos -ponencias, artículos de revistas, libros- que amplían el espectro de trabajos

señalados por Weller (cit. por Oliveria, 2000), Chaves (2006) y Gogna (2005), y

permiten profundizar y delinear los intereses de nuestra propia investigación,

14
mayormente porque se trata de trabajos empíricos de corte cualitativo -entrevistas en

profundidad, focus group- y de trabajos que adoptan la perspectiva de las

representaciones sociales, y otros que ubican al “significante” cuerpo como eje de sus

indagaciones.

En primer lugar, el trabajo de Brener y Ramos (2008) presenta datos que permiten

trazar el panorama en que se desenvuelven las prácticas sexuales de los jóvenes en

Argentina. En principio, señalan que esta franja etaria es una población particularmente

vulnerable no sólo a la transmisión del VIH, sino también a las ITS 3 y a los embarazos

no deseados. Según estadísticas oficiales4 se verifica una creciente incidencia del

VIH-SIDA en edades tempranas, junto con una feminización de la epidemia. A esto se

suma el alto desconocimiento de los métodos anticonceptivos (MAC) de los jóvenes de

clase baja (tan solo un 35% conoce por lo menos cuatro métodos contra el 61% en la

clase media-alta). Compartimos con las autoras el diagnóstico que hacen de los

programas pensados para los jóvenes: no tienen en cuenta sus intereses y sus

necesidades específicas, cómo juegan los estereotipos y roles de género en esta etapa -y

agregaríamos que en todas las etapas-.

Otro trabajo que ha sido considerado es el realizado por Rodríguez Martínez y

Yuriria Alejandra (2000) en el cual se señala, en coincidencia con autores ya

mencionados, el giro cualitativo que han tenido los trabajos sobre sexualidad, que ha

venido a complementar aquellos estudios realizados desde un perfil cuantitativo, ya sea

cuestionándolos o profundizándolos, al tiempo que se advierte que ha ganado lugar la

perspectiva de género en el abordaje de esta temática. Para dar cuenta de esto, los

autores presentan un breve análisis de una investigación realizada a mediados de los

3
“Las ITS son enfermedades infecciosas producidas por gérmenes (bacterias, parásitos, hongos y virus)
que se adquieren principalmente durante las relaciones sexuales (UNICEF: 1997)”. Cita extraída de
Brener y Ramos (2008).
4
Http://www.msal.gov.ar/htm/site/sida/site/pdf/BoletinSIDAN24X.pdf

15
años ‘90 bajo el enfoque de género. El trabajo resulta relevante en principio por las

hipótesis que presenta: a) la representación social de la sexualidad y el género en los

adolescentes entrevistados organiza la percepción de sus opciones, la toma de

decisiones y el ejercicio de su sexualidad; b) las representaciones sociales de la

sexualidad en los adolescentes aparecen ordenadas con una lógica de género, que asigna

características diversas y opuestas a los atributos sexuales masculinos y femeninos,

influyendo en el ejercicio de la sexualidad de los y las adolescentes; c) la percepción de

lo femenino y lo masculino y su relación con el ejercicio de la sexualidad es diferente en

los adolescentes hombres y en las mujeres. Aún cuando señalan que se trata de un

estudio exploratorio que debería ser complementado con entrevistas en profundidad y

material visual para poder extraer conclusiones orientadas a echar luz sobre las

representaciones adolescentes, el ejercicio de trabajar con un enfoque de género que

permita vislumbrar la malla simbólica que atraviesa las decisiones y comportamientos,

expresado sobre todo en el planteamiento de sus hipótesis, resulta esclarecedor respecto

de lo que se pretende indagar en el desarrollo de nuestra propia investigación.

El libro “Género, sexualidad y derechos reproductivos en la adolescencia” (2003)

compilado por Susana Checa, presenta diversos artículos que desarrollan la misma línea

de género que ha sido señalada. Entre ellos el de María Alicia Gutiérrez “Derechos

sexuales y reproductivos de los adolescentes: una cuestión de ciudadanía” donde se

señala que pensar en los derechos sexuales y reproductivos es

“introducirse básicamente en la dimensión del cuerpo […]


dimensión […] crucial en la adolescencia y en la juventud debido al
imperativo de las transformaciones que se producen, en varones y
mujeres, consecuentemente con los cambios en el ejercicio de la
sexualidad”

Así, estos dos ejes, género y cuerpo, adquieren centralidad en el estudio de la

sexualidad adolescente fundamentalmente porque en esta etapa del ciclo vital el cuerpo

16
no solo transita una serie de cambios físicos que ponen de relieve la posibilidad

reproductiva de esos cuerpos, sino también porque el cuerpo como depositario de toda

una serie de pautas sociales y culturales se ve moldeado en relación a las expectativas y

roles que se esperan en función del género. En este sentido, las posibilidades de tener

control sobre el cuidado del propio cuerpo en el contexto de una relación sexual difieren

según se sea varón o mujer. Además, en referencia a la utilización de métodos

anticonceptivos señala que entre los jóvenes está instalada su importancia aunque no

siempre exista un correlato en las estrategias de cuidado que ellos y ellas despliegan,

algo atribuible a la actitud ambivalente que suelen adoptar respecto de los métodos

indicados. Podría considerarse simplista esta explicación sino fueran incorporadas

variables también importantes como la clase social y el género: en sectores populares,

las mujeres parecen estar más preocupadas por el embarazo no deseado en tanto los

varones por la ITS y el VIH-sida. De hecho, la autora plantea que el lugar ocupado en la

escala social es algo a tener en cuenta al indagar acerca del tipo de relaciones que

establecen los y las jóvenes:

“[…] las actitudes de las y los adolescentes parecen reproducir dos


modelos diferentes de relaciones de pareja –y de relaciones
intrafamiliares- vigentes en la sociedad: relaciones más
democráticas en sectores de clase media y relaciones más
asimétricas y ajustadas al modelo patriarcal en los sectores
populares” (Gutiérrez en Checa, 2003).

Del mismo modo, Susana Checa en “Cuerpo y sexualidad en la adolescencia” (2003)

señala, a raíz de las entrevistas realizadas durante su investigación, que la percepción de

la sexualidad masculina y femenina se expresa en el discurso de los adolescentes de

acuerdo con los estereotipos de género tradicionales que indican que para las mujeres la

sexualidad debe estar asociada al amor y al compromiso mientras que para los varones la

sexualidad se asocia a la búsqueda del placer sexual. Además señala que la información

que tienen y reciben los adolescentes sobre su cuerpo, el ciclo reproductivo y los

17
métodos anticonceptivos es generalmente escasa, en muchos casos confusa,

distorsionada e imbricada en el imaginario de género que portan los principales emisores:

la familia, el grupo de pares, la escuela y los servicios de salud. Checa también señala,

rescatando la información obtenida de la entrevista a diferentes profesionales de los

centros de salud a los que asisten las adolescentes que, con respecto a las MAC, en

muchos casos las adolescentes los conocen, pero que en la práctica no los usan o no

saben cómo funcionan exactamente cada uno de ellos: a la vez, muchas ignoran el

funcionamiento de su organismo. Por último, Nina Zamberlin (Checa, 2003) indica que

al igual que el género, la sexualidad es una construcción social con normas diferentes

establecidas para los hombres y para las mujeres. Las personas aprenden “libretos” o

“guiones” culturales acerca de con quién, dónde, cuándo y de qué modo ejercer su

sexualidad. De este modo, en marcada oposición a lo que se espera de las mujeres, la

virginidad de los varones constituye un estigma del cual deben desprenderse cuanto

antes. Al no existir un hito físico evidente similar a la menarca de las mujeres que

marque la transición entre la niñez y la madurez, la primera relación sexual es

considerada el hecho marcador de la hombría y el pasaporte a la adultez. Entre los

adolescentes varones existe una fuerte presión por parte del grupo de pares y también de

los adultos para que prueben su virilidad teniendo relaciones sexuales, lo que muchas

veces los obliga a tomar conductas de riesgo. Asimismo, resulta interesante el análisis

que hace sobre las producciones científicas centradas en la mirada masculina, señalando

que el interés por las actitudes y las prácticas de los varones con respecto a la salud

sexual y reproductiva es relativamente reciente, y que su producción académica se

concentra en la década de 1990. Hasta ese momento, la gran mayoría de las

investigaciones y de las políticas y programas de salud sexual y reproductiva había

estado centrado en los comportamientos de las mujeres, excluyendo a los varones, ya sea

18
deliberadamente o por omisión. El nuevo interés por incluir al varón surge a partir del

reconocimiento de que sin comprender la perspectiva de los varones resulta imposible

cambiar los comportamientos de riesgo que conllevan efectos negativos tanto para los

varones como para las mujeres, dato no menor que nos permite argumentar a favor de la

incorporación de varones en las indagaciones del presente estudio.

Otro de los textos reseñados es un libro compilado por López y Pantélides “Aportes a

la investigación social en salud sexual y reproductiva” (2007) el cual reúne una serie de

investigaciones realizadas en Argentina a partir de las cuales es posible delinear algunas

de las principales características que presenta actualmente el campo de la sexualidad

para la población joven. Por un lado el de Infesta Domínguez y Llanos Pozzi “Imágenes

corporales y conductas sexuales y reproductivas en jóvenes de barrios marginales”,

toma como disparador de sus reflexiones la afirmación de David Le Breton respecto a

que “la existencia es, en primer término, corporal”. Las autoras exponen parte de los

resultados obtenidos durante un trabajo realizado en escuelas públicas de Buenos Aires,

del nivel EGB y Polimodal. Esta investigación está atravesada por la premisa del

aspecto material del cuerpo como constitutivo y productor de desigualdades de género

en los modos en que son aprehendidas, experimentadas y vividas. Esto implica tener en

cuenta no sólo al cuerpo como primer indicador de diferencias de género, sino también

a las relaciones sociales materiales que alrededor de él se establecen y que también lo

conforman. En este sentido, el contexto en que se fundan las imágenes corporales cobra

relevancia, ya que sólo en el universo simbólico las manifestaciones corporales de un

actor cobran sentido. En el mismo libro también encontramos el trabajo de Kornbilt,

Mendez Diz y Adaszko “Prácticas sexuales de jóvenes escolarizados en la Argentina:

relevancia de su conocimiento para la educación sexual” cuyas conclusiones, fruto de

un trabajo realizado a nivel nacional en escuelas secundarias públicas, dan cuenta de la

19
existencia de diferencias entre estratos con respecto a sus prácticas sexuales, al tiempo

que deja abiertos algunos interrogantes sobre la razón de esas diferencias. Wight -citado

en el artículo- identifica diferentes determinantes sociales, que inciden en la brecha

entre conocimiento y prácticas, entre las cuales se destacan las expectativas de género

que se ponen en juego en los encuentros sexuales y las relaciones de poder entre los

géneros. En este sentido, se advierte que los programas pensados para los jóvenes

suelen soslayar sus intereses y sus necesidades específicas, así como también la manera

en que intervienen los estereotipos y roles de género en la juventud, considerando así

que se podrían sortear más obstáculos si se incorporara a los jóvenes en la construcción

activa de ese conocimiento. Se rescata de este trabajo la tendencia a la que abren paso

sus datos en lo referido a las diferencias de género que se evidencian en las prácticas

sexuales

Otro trabajo que ha sido considerado es el de Daniel Eduardo Jones “Bajo Presión:

primera relación sexual de adolescentes en Trelew (Argentina)” (2010) en el que se

indaga respecto de las expectativas y experiencias relativas a la primera relación sexual

de los y las adolescentes. Este estudio se basó en entrevistas semi-estructuradas

individuales a varones y mujeres de 15 a 19 años de edad, pertenecientes a estratos

socioeconómicos medios y residentes en Trelew, realizadas entre 2003 y 2005. El autor

procura obtener información acerca de los papeles esperados y la vivencia de presiones

para la iniciación sexual, considerando que las expectativas de género asimétricas

pueden favorecer acciones coercitivas por parte de parejas y amistades. El análisis de

los testimonios recogidos tiene a la “teoría de los guiones sexuales” como marco de

referencia, y allí cobran importancia las dimensiones de género y edad de los y las

entrevistadas. Dicho esto, Jones ofrece un interesante análisis sobre las expectativas y

prescripciones que caracterizan a la primera relación sexual y que resultan al mismo

20
tiempo diferentes pero complementarias. Así, éstas pueden pensarse como opuestas en

tanto que mientras que se supone que la mujer debería tener su primera vez con alguien

especial y de quien estuviese enamorada, por una prescripción de selectividad, el varón

tendría que aprovechar todas las oportunidades de mantener relaciones sexuales, lo que

implica no ser demasiado selectivo en cuanto a su pareja de iniciación. Pero por otro

lado, se trata de expectativas y prescripciones complementarias porque si las mujeres

precisan ser selectivas en cuanto al compañero y conservan la decisión final de tener o

no relaciones sexuales es, en gran medida, porque los varones siempre estarían con

ganas de tener relaciones y tomarían la iniciativa. Bajo este razonamiento la mujer

debería ser selectiva y ejercer su capacidad de rechazo porque no le faltarían ofertas

masculinas. Esta perfecta complementariedad entre ambos papeles de género nos

recuerda que en todo momento opera la presunción de heterosexualidad de y entre las y

los adolescentes. Dicho esto se puede entender por qué el autor señala qué estos papeles

favorecen las interacciones coercitivas: la disponibilidad permanente y la iniciativa

masculina suponen a un varón sexualmente activo guiado por impulsos intrínsecos a su

naturaleza, noción muy extendida en América Latina; en cambio, bajo la selectividad y

la capacidad de rechazar o aceptar las propuestas que definen al papel femenino subyace

una concepción de la mujer como incapaz de expresar su deseo sexual, por timidez o

temor al desprestigio social, y donde se considera que ellas pueden controlar su deseo

porque es más moderado que el masculino. Por último, el autor puntualiza los que creen

han sido sus dos aportes al campo de la sexualidad en la juventud: metodológico,

porque el suyo es un trabajo cualitativo, un enfoque crecientemente adoptado en este

campo, frente a la tendencia cuantitativa hegemónica, al menos, hasta comienzos de

2000; y la elección del sujeto de estudio: hombres y mujeres de estratos medios, siendo

que anteriormente eran consideradas sobre todo las mujeres de los estratos más pobres.

21
Los trabajos considerados hacen evidente la elección del ámbito escolar como

espacio privilegiado por los científicos sociales para indagar en el campo de la

sexualidad adolescente. Entre ellos podemos ubicar también el de Susana Zattara y

Gladys Skoumal (2008) que se propone dar cuenta de una de las dimensiones en que se

construye la subjetividad en la escuela: las relaciones de género, siendo la escuela un

ámbito nuclear para la reflexión y descubrimiento de estas relaciones de poder. Señalan

que los estudios de género reconocen a la escuela como institución que intenta preservar

la visión de la masculinidad y feminidad hegemónicas, instituyendo una pedagogía de la

sexualidad. Sus reflexiones derivan de un trabajo de investigación de carácter

cualitativo llevado adelante con jóvenes varones y mujeres de sectores populares,

estudiantes de escuelas medias de la ciudad de Buenos Aires. El objetivo del trabajo fue

analizar los procesos de constitución de sus trayectorias educativas discontinuas desde

las significaciones que adquieren para ellos y ellas estas interrupciones: habían repetido

reiteradas veces, o abandonado y regresado; pero aún así seguían en la escuela. Señalan

así que la escuela no es la única institución que modela masculinidades y feminidades,

ni tampoco la más importante: los/as jóvenes traen consigo a la escuela modelos de

feminidad y masculinidad adquiridos no sólo en la familia sino también a través de las

representaciones que de ellos hacen los medios de comunicación. Tomando a la escuela

como institución central en la transmisión y refuerzo de los roles de género, una de sus

conclusiones a las que llegan las autoras se refiere a la existencia de experiencias

escolares generizadas, y si bien nuestro estudio no pone el foco en el papel esta

institución en la conformación de las representaciones de los y las jóvenes relativas al

cuerpo en la sexualidad, si consideramos que se trata de un espacio que impone un

marco de análisis diferente al que podría obtenerse en otro contexto.

22
Por su parte, el trabajo de Facio Alicia y Batistuta Mercedes “La sexualidad de los

adolescentes” (2000) presenta un estudio de carácter cuantitativo desarrollado a partir

de una estrategia longitudinal que pone en foco aspectos psicológicos de la sexualidad

adolescente. En primer lugar, las autoras trabajan con la noción de adolescencia

enfocando su investigación hacia el desarrollo socioemocional, fundamentalmente en

relación a la sexualidad y la pareja, en chicos y chicas cuyas edades oscilaban entre los

13 y los 18 años. Si bien su énfasis en la adolescencia como etapa de transición nos

aleja de su marco conceptual, sí consideramos interesante el que a partir de su

investigación aporte datos desagregados útiles para el abordaje de las prácticas sexuales

de los jóvenes. Resulta una fuente de información relevante considerando que –tal como

las autoras aclaran- al momento de iniciar su estudio no existía suficiente información al

respecto, por lo que su trabajo en este sentido fue pionero en el campo. Por otro lado,

algunas de las afirmaciones que hacen, resultan relevantes para caracterizar a la

población joven de inicios del siglo XXI ya que señalan que desde finales de la Segunda

Guerra Mundial ha emergido una suerte de nueva moral sexual que aleja a los más

jóvenes de aquella moral más tradicional de sus padres. Esto se refleja en un cambio de

actitud con respecto a veinte o treinta años atrás: los jóvenes actuales son más francos

respecto a cuestiones sexuales; consideran la conducta sexual como una cuestión más de

moral privada que de moral pública; el sexo tiende a darse en el contexto de relaciones

estables y a largo plazo, a diferencia del temor tan divulgado entre los adultos de que

una mayor libertad sexual en los adolescentes produciría un aumento de la

promiscuidad. Cabe señalar que estas afirmaciones se han hecho con respecto a otros

países (Coleman y Hendry, 1990) ya que existía para el momento del trabajo un vacío

de información al respecto en nuestro país. Podríamos preguntarnos en qué medida estas

cuestiones pueden ser extendidas a la población joven en su totalidad, sin omitir la

23
diversidad de experiencias que esto supone. En esta línea los aportes de Bryan Turner

(1989) brindan elementos para la reflexión ya que considera que el discurso que se

despliega en el capitalismo exige al mismo tiempo un estado ascético del cuerpo en la

esfera productivas y una ética del consumo guiada por elecciones hedonistas justamente

para consumir aquellos bienes producidos en masa, hedonismo que se expresa en el

campo de la sexualidad con la relajación de aquellos tabúes, mercantilizando fantasías y

placeres por medio de la publicidad y la estimulación de las necesidades.

Cabe mencionar el trabajo de Ana Julia Aréchaga (2009), cuya intención fue abordar

la forma en que las desigualdades de clase se reproducen en los cuerpos, una temática

escasamente considerada en los estudios de sociología. En ese trabajo se retoman las

teorías de Michel Foucault y Pierre Bourdieu para pensar de qué manera, en un contexto

particular, el habitus se inscribe en los cuerpos, a la vez que los produce. Entendiendo al

cuerpo como una construcción social donde se hacen efectivas las desigualdades de

clase, que inciden sobre las nociones que los sujetos tienen de su cuerpo, la autora

señala que esto genera una subjetividad correspondiente o en concordancia con la clase

a la que pertenecen y restablece formas de hacer que acentúan las condiciones de clase.

Las pretensiones de su trabajo son más extensas que las que se proponen en el presente

estudio, en tanto su mirada se posa sobre la inscripción de las desigualdades de clase en

el cuerpo para indagar ampliamente en las nociones de cuerpo que se poseen, las

prácticas que se realizan, los modos del cuerpo y la relación que se establece con el

cuerpo hegemónico. Sin embargo es un trabajo que significó un puntapié inicial para

pensar el lugar que posee el cuerpo dentro las representaciones de los y las jóvenes en

relación a la sexualidad, además de resultarnos útil el recorrido teórico que presenta

para enfrentarse a su problemática, en tanto se ocupa de la noción de corporalidad desde

24
las diferentes miradas que históricamente la han pensado desde Descartes hasta

Bourdieu y Foucault.

Finalmente, hemos dado con dos trabajos que si bien fueron realizados a inicios

de la década de los ´90 poseen propuestas e hipótesis sumamente interesantes para

reflexionar acerca del cuerpo de las mujeres en relación a las decisiones que son

tomadas en el campo de la sexualidad. Uno de ellos es el trabajo de Juan Guillermo

Figueroa y Gabriela Rivera Reyes, “Algunas reflexiones sobre la representación social

de la sexualidad femenina” (1992) en donde la propuesta es analizar las

representaciones que las mujeres construyen sobre la sexualidad femenina en México,

partiendo de la premisa de que el cuerpo femenino ha sido históricamente pensado

como cuerpo-para-otros. Una de las cuestiones más relevantes del estudio es la elección

de su fuente principal de información, la cual consiste en un relevamiento demográfico

(EDEPAM) el cual incluyó indagaciones desde una dimensión antropológica. Por un

lado, se indaga sobre la toma de decisiones que la mujer realiza sobre su propio cuerpo

-anticoncepción, maternidad, aceptación o no de tener relaciones sexuales- al tiempo

que se considera la relación existente entre las condiciones socioeconómicas de las

mujeres y sus representaciones sobre la sexualidad5.

La investigación de Andrea Rodó: “El Cuerpo Ausente” (1987), basándose en la

teoría de las representaciones sociales (RS), versa sobre la percepción, imagen y

experiencia que las mujeres de sectores populares urbanos tienen de su cuerpo.

Partiendo del entendimiento del cuerpo como realidad social objetiva y subjetiva, la

autora enfatiza que su definición y uso son aprendidos y regulados socialmente y que

sobre él prescriben las instituciones de control -médicas, educacionales, de control-, la

tradición, las costumbres y los hábitos relacionados con la higiene, la sexualidad y la

5
Para esto fueron escogidas seis variables: dos socioeconómicas, dos demográficas, una cultural y una
básica de control.

25
alimentación; al mismo tiempo, el estatus subjetivo del cuerpo encuentra sus límites en

las propias vivencias de los sujetos. En este sentido, el lenguaje del cuerpo sería

revelador de aquel interjuego entre lo objetivo y lo subjetivo y, en el caso de la mujer,

resultaría expresivo del enorme peso de las normas, los valores y los estereotipos

referidos a su condición genérica que la atan a culpas y a miedos, negando así

posibilidades de autonomía y poder. Más aún en el caso de la mujer popular donde el

carácter social del cuerpo es exacerbado por la enorme permeabilidad e indefensión de

ese sector frente a las instituciones socializadoras -médicas, educativas, religiosas y

medios de comunicación-. El estudio realizado conduce a la definición de dos tipos de

representaciones que buscan condensar la diversidad de casos encontrados entre las

mujeres de sectores populares: Eva y María, son las figuras que la autora propone,

resaltando en cada una diferentes aspectos de la feminidad. Las RS del cuerpo y de la

sexualidad de la mujer popular reelaboran el modelo de la doble imagen femenina,

traduciéndola en la disociación entre cuerpo e identidad. Disociación apoyada en este

caso en el uso del cuerpo como único instrumento de supervivencia en las hostiles

condiciones de pobreza, y en la idealización de la maternidad, como única posibilidad

de rescatar el ser mujer como valor digno de construir identidad. Las RS de las mujeres

urbanas populares referidas a su cuerpo y a su sexualidad están construidas centralmente

en torno a la noción de instrumentalidad en tanto este es un instrumento para el trabajo y

para el sexo, en ellos se usa y en ellos se ve consumado. Al representarse su cuerpo

como instrumento, las mujeres lo escinden de la percepción de su propia identidad, ésta,

por lo tanto, requiere de otro sustento, el que las mujeres encuentran en la maternidad, el

único espacio en el que ellas son de alguna manera protagonistas, el único ámbito de

creación en que son valorizadas. En este sentido es que su análisis resulta interesante

para pensar la misma dualidad en las jóvenes de sectores populares, donde las

26
representaciones también se erigen en puntos a partir de los cuales se edifican los

proyectos de vida.

Por último es necesario resaltar una vez más que la presente propuesta de

investigación pretende aportar al desarrollo del conocimiento de la sexualidad de los y

las jóvenes a partir de las representaciones sobre el cuerpo que ellos y ellas poseen, de

manera tal de contribuir a complejizar o profundizar aspectos omitidos o reducidos

anteriormente a indicadores estadísticos.

27
2. Sobre los referentes teóricos

El mundo de sentidos que hace posible la existencia de las personas, implica que

hasta las prácticas más ínfimas o aparentemente “automáticas” posean el carácter de

constructo humano. Las representaciones que se elaboran y transmiten en torno a los

diferentes fenómenos sociales responden a una visión común del mundo en que

vivimos, dotándolo de una naturalidad sólo cuestionable en circunstancias extremas. El

concepto de “representaciones sociales” ofrece sugerentes pistas para pensar el

conocimiento social de sentido común, ya que incorporando postulados relativos al

carácter construido de la realidad social es posible introducir el elemento significante

del sujeto en su propia experiencia. En este sentido, el campo de la sexualidad -una de

las dimensiones posibles para interrogar la corporalidad- puede ser leído desde una

perspectiva de género capaz de dar cuenta de los estrictos canales que pauta la sociedad

para los sujetos, definiendo roles y expectativas esperables y deseables para hombres y

mujeres; construcción que parte ante todo de una determinada manera de entender las

diferencias sexuales ancladas en el cuerpo. Vale la pena además preguntarse de qué

manera los y las jóvenes dan cuenta, en sus representaciones y prácticas, de aquellas

ideas que circulan sobre lo que se supone debe ser la sexualidad para el hombre y para

la mujer.

I- Representaciones Sociales

El concepto de RS resulta una herramienta conceptual útil para encarar un estudio de las

significaciones (en nuestro caso las que construyen los jóvenes de los sectores más

empobrecidos en torno de la sexualidad) posibilitando conjugar niveles sociales e

individuales en la explicación de la construcción de la realidad, dotando de agencia a los

sujetos al tiempo que reconociendo la existencia de condicionantes sociales.

28
a- Breve introducción

Diversas fuentes otorgan un lugar primario a la sociología clásica de Durkheim y a

su postulado sobre las Representaciones Colectivas en la conformación de la teoría de

las Representaciones Sociales de Serge Moscovici. A finales del siglo XIX Èmile

Durkheim, con claras referencias positivistas, estableció la existencia de diferencias

entre las representaciones individuales y las representaciones colectivas, explicando que

las primeras no podían ser reducidas a las segundas, señalando así que la conciencia

colectiva trascendía a los individuos como una fuerza coactiva:

“las formas que revisten los estados colectivos al refractarse en los


individuos son realidades de otra especie’. Se trata de
‘representaciones de otra clase’ resultado de la vida común que
expresan la reflexión del colectivo respecto a los objetos que lo
rodean” (Villaroel, 2007:438-439).

La emergencia de la idea de las representaciones puede entenderse como un esfuerzo

del autor por delimitar a través de este concepto un orden específico de fenómenos

distintivos que pudiera ofrecerle a la sociología un dominio propio de objetos de

investigación, y al mismo tiempo, hiciera posible comprender los mecanismos por los

cuales se constituyen las esferas de pensamiento y la moral que hacen posible la

constitución de las sociedades y su permanencia a lo largo del tiempo (J. R. Plascencia

en Rodríguez y García, 2007). De este modo, Durkheim consideró necesario designar

diferencialmente el fenómeno social a partir del cual se construyen las diversas

representaciones individuales, acuñando el concepto de Representaciones Colectivas

(RC) y erigiéndose como pionero de la noción de representación. Las RC serían

entendidas entonces como producciones mentales sociales, una especie de ideación

colectiva que las dota de fijación y objetividad, que se imponen a las personas con

fuerza constrictiva, haciendo de los hechos sociales fenómenos independientes y

29
externos a las personas, quienes en esta concepción se limitan a ser un reflejo pasivo de

la sociedad.

Martín Mora (2002) menciona en su trabajo las diferentes tradiciones teóricas que

conforman los antecedentes a la teoría de las Representaciones Sociales, entre las que se

encuentran la etnopsicología de Wundt que contribuyó a hacer de la psicología parte de

las ciencias experimentales (abandonando así el campo de especulación filosófica en se

la había colocado) y el Interaccionismo simbólico de Mead, que formó parte de un

movimiento filosófico norteamericano: el pragmatismo. Por su parte Araya Umaña

(2002), desataca las contribuciones de Lucien Lévy-Bruhl, con su estudio sobre las

funciones mentales en sociedades primitivas; Jean Piaget, con su estudio sobre la

representación del mundo en los niños; Sigmund Freud, con sus teorías sobre la

sexualidad infantil; Fritz Heider con su concepción de la psicología ingenua, y Berger y

Luckmann con la propuesta de la construcción social del conocimiento.

Los trabajos de Berger y Luckmann también pueden ser considerados como

referentes importantes dentro del escenario teórico en el que se gestó la teoría de las

Representaciones Sociales, sobre todo a partir de sus postulados sobre el carácter

generativo y constructivo del conocimiento en la vida cotidiana. Sus aportes pueden

resumirse de la siguiente manera: el conocimiento es producido de forma inmanente en

relación con los objetos sociales que conocemos; la naturaleza de esa generación y esa

construcción es social; y por último la importancia del lenguaje y la comunicación como

mecanismos en los que se transmite y crea la realidad, por una parte, y como marco en

que la realidad adquiere sentido por otra (Araya Umaña, 2002; Petracci y Kornbilt,

2007).

30
b- Surgimiento del concepto de Representaciones Sociales

Ahora bien, la noción de RS propiamente dicha encuentra sus orígenes en una teoría

postulada en el campo de la psicología social en la década de 1960, aunque recién en la

década del ‘70 logró captar la atención de los estudiosos de las ciencias sociales. En su

tesis doctoral, “La psychalayse, son imàge et son public” de 1961, Serge Moscovici se

propuso caracterizar al pensamiento de sentido común como algo distinto del

pensamiento científico y explicar la difusión de la ciencia del psicoanálisis en la

sociedad francesa, mostrando cómo una nueva teoría se transforma al ser difundida

socialmente y cómo esto cambia la visión de la gente sobre determinados objetos o

situaciones. Posteriormente las RS no solamente fueron asociadas a la elaboración

ingenua del conocimiento científico, sino también con la elaboración simbólica de

cualquier objeto social sujeto a discusión y controversia (Rodríguez Salazar en

Rodriguez Salazar y Cueriel, 2007). Frente a la definición dada por Durkheim,

Moscovici plantea que la sociedad no es algo que se le impone desde fuera al individuo

y por ende los hechos sociales no determinan las representaciones como una fuerza

externa –social- que impacta sobre los individuos que la componen. La sociedad, los

individuos y las RS son construcciones sociales. En este sentido, Moscovici habla de

Representaciones Sociales y no de colectivas para enfatizar su postura de que estas

representaciones son fenómenos ligados con una manera especial de adquirir y

comunicar conocimientos, una manera que crea la realidad y el sentido común. (Araya

Umaña, 2002).

Es característica de esta noción su persistente polisemia, en tanto diferentes autores

ponen énfasis diversos al momento de referirse al fenómeno de la representación.

Inicialmente Moscovici las ha definido como

“una modalidad particular del conocimiento, cuya función es la


elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los

31
individuos […]. La representación es un corpus organizado de
conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales
los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran
en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los
poderes de su imaginación” (Araya Umaña, 2002)

Existe aquí el reconocimiento de que las representaciones son al mismo tiempo

generadas y adquiridas, quitando así aquel elemento preestablecido y estático que tenían

en la visión clásica durkheimiana. En este sentido, el carácter social de las

representaciones estaría dado no tanto por sus soportes individuales y grupales como

por el hecho de que ellas son elaboradas en el curso del proceso de intercambios e

interacciones.

Denise Jodelet, una de las estudiosas que más ha contribuido al estudio de las RS y a

su desarrollo teórico señala que éstas pueden entenderse como

“imágenes que condensan un conjunto de significados: sistemas de


referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso,
dar un sentido a lo inesperado: categorías que sirven para clasificar
las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes
tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre
ellos” (Jodelet, 1976)

Se refiere también entonces a una forma de conocimiento social, donde lo social

interviene a través del contexto concreto en que se sitúan los individuos, a través de la

comunicación entre ellos, a través de los marcos de aprehensión que proporciona su

bagaje cultural, a través de los códigos, valores e ideologías relacionadas con las

posiciones y pertenencias sociales específicas (Jodelet, 1976). Las RS nos sitúan en un

punto en el que se intersectan lo psicológico y lo social porque al mismo tiempo que es

un conocimiento constituido a partir de la propia experiencia, recibe elementos de las

informaciones, conocimientos y modelos de pensamiento que son retomados y

transmitidos por la tradición, la educación y la comunicación social. Probablemente la

contribución más importante de Jodelet a esta teoría es haber mostrado cómo la cultura

32
provee tanto la materia prima para la construcción como el espacio para la circulación

de las RS.

María Auxiliadora Banchs (2000) es otra de las estudiosas que ha trabajado sobre

esta teoría, y ha definido a las RS remarcando el doble carácter de éstas como contenido

y como proceso: como una particular forma de conocimiento y como una estrategia de

adquisición y comunicación del mismo conocimiento. Además, indica que se trata de

una forma de conocimiento de sentido común que caracteriza a las sociedades modernas

bombardeadas de manera constante por la información que los medios de comunicación

divulgan. Por tanto, siguen una lógica propia que es diferente, pero no inferior, a la

lógica científica y que encuentran su expresión en un lenguaje cotidiano propio de cada

grupo social.

Aún cuando los diferentes autores ponen el acento en aspectos diferentes de las RS,

guardan en común su referencia a las funciones que éstas cumplen en relación a la

comunicación, interacción y cohesión de grupos sociales. La conceptualización de las

RS trae implícita consigo una noción de construcción de la realidad: al mismo tiempo

que forman parte del proceso de construcción de la realidad, contribuyen a construir el

objeto del cual son una representación. En síntesis, las RS son cosmovisiones surgidas

del pensamiento social que tienen vida propia. Las personas al nacer dentro de un

entorno social simbólico lo dan por supuesto, ese entorno social simbólico existe para

las personas como su realidad ontológica, o como algo que tan solo cuestiona bajo

circunstancias concretas. Sin embargo, las personas también son agentes, no sólo

reproducen sus realidades ontológicas sino que se comprometen en procesos

epistemológicos que tienen como resultado, cambiar realidades ontológicas al actuar

sobre ellas (Araya Umaña, 2002).

33
c- El enfoque procesual

El enfoque más acorde al presente trabajo corresponde al desarrollado por Denise

Jodelet, conocido como Escuela Clásica o enfoque procesual por el énfasis en el aspecto

constituyente –más que constituido- de las representaciones. Esta escuela sigue la

tradición iniciada por Moscovici quien retoma el contexto social en que están inmersas

las RS para buscar su origen y sentido, rescatando su función generadora de prácticas,

las cuales dotadas de sentido, construyen el mundo del hombre. Esto quiere decir, que

se trata de un enfoque que supone premisas de carácter cualitativo, privilegiando el

análisis de lo social, de la cultura y de las interacciones sociales en general a partir de

herramientas como la entrevista en profundidad para indagar los sentidos de los sujetos.

Así entendidas, las RS son una forma de conocimiento social y constituyen el punto

de intersección entre lo social y lo psicológico. Son formas de saber del sentido común,

social y psicológicamente elaboradas, que contribuyen por su circulación social, a

establecer una visión del mundo común a un grupo social o cultural definido, y en este

sentido, sus contenidos (cognitivos, afectivos y simbólicos) cumplen función no solo en

la orientación de las conductas cotidianas de las personas, sino también en sus formas

de organización y comunicación. En definitiva, las RS constituyen sistemas cognitivos

en los que es posible reconocer la presencia de estereotipos, opiniones, creencias,

valores y normas que suelen tener una orientación actitudinal positiva o negativa.

Dentro de los aspectos centrales que deben ser tenidos en cuenta respecto de las RS,

Jodelet (1976) indica que éstas son tributarias de la posición que ocupan los sujetos en

la sociedad, la economía y la cultura. De este modo, la autora da cuenta de la compleja

trama de la que emergen estas construcciones, y de la cual inevitablemente debe darse

cuenta. En el fondo de toda representación debemos buscar la relación con el mundo y

con las cosas. El acto de representar es un acto de pensamiento por medio del cual un

34
sujeto se relaciona con un objeto. Por un lado representar es sustituir a, estar en lugar

de, siendo así la representación mental de algo; pero también, representar es hacer

presente en la mente, re-presentar, por lo que en la representación tenemos el contenido

mental concreto de un acto de pensamiento que restituye simbólicamente algo ausente,

que aproxima algo lejano.

El énfasis en el carácter social de las representaciones forma parte de uno de los

aportes más importantes de esta teoría, y es posible identificar esta dimensión a partir de

ciertos elementos que forman parte de las RS. Ante todo, son sociales en tanto

contribuyen al proceso de formación de las conductas y de la orientación de las

comunicaciones sociales; es decir, en la medida en que facilitan la producción de ciertos

procesos claramente sociales, de modo que creando una visión compartida de la realidad

y un marco referencial común estas RS posibilitan, por ejemplo, el proceso de las

conversaciones cotidianas. Lo colectivo también impregna su carácter social a las

representaciones ya que son compartidas por conjuntos más o menos amplios de

personas (aunque no por ser compartida por muchos una representación es social). Por

último, también se consideran sociales por el papel que desempeñan en la configuración

de los grupos sociales, especialmente, en la conformación de su identidad.

De este modo, siguiendo a Jodelet podemos definir de manera general a las RS como

“una forma de conocimiento específico, el saber de sentido común,


cuyos contenidos manifiestan la operación de procesos generativos y
funcionales socialmente caracterizados. En sentido más amplio,
designa una forma de pensamiento social. Las RS constituyen
modalidades de pensamiento práctico orientados hacia la
comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social,
material e ideal. En tanto que tales, presentan características
específicas a nivel de organización de los contenidos, las
operaciones mentales y la lógica.” (Jodelet, 1976)

35
d- ¿Por qué estudiar las RS?

Denise Jodelet al ser consultada por la importancia del estudio de las RS, ha señalado

que esta teoría forma parte de aquellas que están orientadas a comprender el significado

que la gente pone a su existencia cotidiana para dar sentido a su propia vida. Y dado que

la realidad social es una construcción colectiva, pero también personal, para entender

cómo la gente actúa en su vida, hay que ver cuál es el significado compartido por las

personas 2003). De modo que son premisas epistemológicas y ontológicas las que se

entienden como razones para la elección del concepto de las RS para adentrarnos en el

campo de la sexualidad de los jóvenes.

En primer lugar, al plantear la necesidad de abordar las RS de modo hermenéutico se

entiende a los sujetos como productores de sentidos, lo que implica considerar el mundo

como una construcción humana, y por eso simbólica. Al mismo tiempo, es un enfoque

que privilegia la utilización de métodos cualitativos de recolección y análisis, y como

plantea Ana Sabrina Mora (2008) todo estudio de lo corporal centrado en las

representaciones posee un fuerte énfasis en los relatos, en lo que los sujetos dicen acerca

de los sentidos otorgados a su cuerpo y a los de los otros. Por último, asume que su

objeto de estudio es irreductible a un solo aspecto por su carácter versátil, diverso y

caleidoscópico. Así, se trata de un enfoque que coloca al comportamiento de las

personas en un marco explicativo que excede las circunstancias particulares de la

interacción, y que se eleva al marco cultural y a las estructuras sociales más amplias.

Como señalara J.D. Alberoni (1998), el sentido común puede observarse como un

cuerpo de conocimientos reconocidos por todos y por tal motivo, comunicable, y este

corpus se instituye como la teoría que genera el patrón de pensamiento y que es,

además, referencia para la práctica social.

36
Nos interesan un tipo particular de representaciones que tienen que ver con aquellas

referidas al cuerpo en la sexualidad. Puntualmente las entrevistas buscaron indagar en

las formas en que se construye el conocimiento sobre la propia sexualidad, haciendo

hincapié sobre todo en el papel de la familia, la escuela y los pares como fuentes

fundamentales en la construcción de estas representaciones. Además se tuvo presente el

lugar y los sentidos que el cuerpo ocupa en estas representaciones, es decir las

posibilidades que los sujetos experimenten placer, o control o cuidados del propio

cuerpo en las relaciones que establecen. En este sentido las mismas reflexiones que los

y las jóvenes hacían respecto de su propia experiencia fueron orientando nuestras

inquietudes y aportando elementos para complejizar nuestro análisis. De modo que la

riqueza conceptual del concepto en el presente trabajo está en poder tomar aquel

conocimiento de sentido común en que se enraízan las RS para así pensar de qué modo

éstas se erigen en principios que generan tomas de posición sobre determinados temas.

II – El cuerpo

a- El cuerpo en las Ciencias Sociales

El cuerpo ha sido materia de reflexión desde hace siglos pero fue recién en el siglo

XX que la teoría social generó las condiciones para que éste sea visto como una

herramienta analítica de importancia, permitiendo avances en el conocimiento de las

diferentes dinámicas socioculturales. Así, dentro de las Ciencias Sociales posee una

historia relativamente reciente, ya que por mucho tiempo fue una categoría ignorada no

sólo por el monopolio que las disciplinas ligadas a la medicina y la biología

evidenciaron sobre los discursos relativos al cuerpo, sino también porque en su

obviedad y naturalidad, el lugar del cuerpo en la existencia del hombre fue

invisibilizado y desestimado como objeto de estudio relevante.

37
La creciente centralidad del cuerpo dentro de la reflexión teórica, respondió a

diversos cambios sucedidos dentro del mundo occidental en el contexto social y

cultural, pero también en el terreno de la teoría, ya que la identificación del cuerpo

como fragmento de algún modo autónomo del hombre presupone una distinción no

aceptada por muchas sociedades, apareciendo como elemento aislable de la persona solo

en las estructuras sociales de tipo individualista (Le Breton, 2002). En este sentido

resulta clarificador el caso citado por Le Breton (1995) sobre la experiencia de Maurice

Leenhardt en la sociedad canaca en la que el cuerpo toma las categorías del reino

vegetal, denotando una unidad orgánica entre hombre y naturaleza, y donde la mera

operación de separarlos es posible solo en el momento en que se introducen conceptos

occidentales sobre el cuerpo y el individuo. Para los canacos “el vínculo con lo vegetal

no es una metáfora sino una identidad de sustancia” (Le Breton, 1995:17) y no es

posible encontrar en la vida social y cosmogonía tradicional de esta sociedad la noción

de persona en el sentido en que lo hace occidente.

Desde la filosofía occidental, fue Reneé Descartes el vocero de aquella sensibilidad,

ya presente en su época -siglo XVII- , que indicaba una separación del hombre respecto

de su cuerpo, y a pesar de que este dualismo cartesiano no fue el primero en operar una

ruptura entre el espíritu -o el alma- y el cuerpo, sí fue renovador en tanto su fundamento

filosófico estaba dirigido a resolver el problema por vía de la razón, confinando el

cuerpo a ser el límite de la individualidad. En este sentido el acercamiento al cuerpo se

dio desde una filosofía mecanicista que lo colocó bajo el discurso casi monopólico de

las ciencias biológicas y la medicina, privilegiando el conocimiento técnico-científico

sobre él, convirtiéndolo en blanco de una intervención específica y patrimonio más o

menos oficial de un discurso considerado racional y científico. Esta herencia influyó

profundamente en la cultura occidental y ha determinado el tipo de valoración que se

38
hace del cuerpo tanto en las ciencias “duras” como en la educación y en la vida

cotidiana, porque incluso en las sociedades occidentales contemporáneas referirse al

cuerpo es referirse al saber anátomo-fisiológico en el que se apoya la medicina moderna

(Arboleda Gómez, 2010).

En lo que respecta a la antropología del cuerpo como espacio disciplinar ya Marcel

Mauss en 1936 entendía a las técnicas corporales como “las formas en que los

hombres, sociedad por sociedad, hacen uso de su cuerpo” (1979:337). Sin embargo,

recién en las décadas de 1960 y 1970, época considerada como una segunda

modernidad6, se operó una apertura hacia el cuerpo descolocado ya de sus raíces en la

naturaleza y la biología y se filtró en los escenarios disciplinares de lo sociocultural,

delineándose como campo específico de estudio. En estos años se gestaba una creciente

preocupación por el cuerpo de la mano de procesos sociales tales como el desarrollo de

las críticas procedentes del feminismo, la revolución sexual, la expresión corporal, la

exaltación de la cultura consumista con su mercantilización del cuerpo, el cambio

demográfico que redefinió la enfermedad y el envejecimiento, el Body Art, la crítica de

los deportes, las terapias alternativas, etc., que pusieron en entredicho las viejas

condiciones políticas, sociales y culturales que legitimaban la condición corporal

vigente hasta entonces (Rodrigo Zapata Cano, 2006; Ana María Barreiro, 2004; Bryan

Turner, 1994). La manipulación del cuerpo, consecuente con la mirada cartesiana

heredada de la primera modernidad, cedió terreno a un acercamiento integral e

interesado de otros saberes, dando lugar a que el cuerpo sea sustraído del dominio

unilateral de las ciencias naturales para ser integrado dentro del sistema de valores

culturales e históricos que condicionan, definen y explican la existencia humana. En los

años ‘80 el tema adquirió un peso tal que la producción en torno suyo se hizo visible y

6
También llamada modernidad reflexiva, es identificada por muchos autores como un momento de la
historia en que se repiensan los fundamentos de la primera modernidad marcada inicialmente por las
reflexiones de Descartes.

39
fue acogida en las agendas académicas, en la cual el enfoque genealógico de Michel

Foucault fue un hito no solo por comprender el alcance de esta temática sino también

por ofrecer una óptica renovada a trabajos anteriores de Norbert Elías, Marcel Mauss y

Georg Simmel (Pedraza Gómez, 2003). Muchos autores hablan de una nueva

orientación epistemológica7 que enjuició las bases cognoscitivas de la primera

modernidad, cuestionando la naturalidad del cuerpo y permitiendo que aparezca bajo

una luz teórica diferente, reconsiderando el orden producido bajo las formas de control,

domesticación y disciplinamiento que dieron vida a la primera modernidad -familia y

orden de géneros, ordenamientos etarios, étnicos y raciales-.


En el caso latinoamericano, y puntualmente en el caso argentino, la emergencia de

este campo de estudio ha sido relativamente reciente debido al escenario político que

durante los ’70 estuvo dominado por dictaduras militares que acallaron los cuerpos

hasta mediados de los ’80. En este campo los primeros trabajos que pueden identificarse

son los de Seró (1993) quien analiza el cuerpo de las trabajadoras de la industria

tabacalera de Misiones y luego le siguen los de Citro (1997) acerca de los usos y

representaciones del cuerpo en recitales de rock urbanos y los de Tola (1999) sobre las

representaciones del cuerpo femenino entre los toba (qom).


Dentro de la antropología del cuerpo pueden identificarse diversas corrientes

teóricas, las cuales dan cuenta de diferentes intereses temáticos y perspectivas

metodológicas, dando lugar a dos desarrollos centrales: por un lado, los análisis

estructuralistas y post-estructuralistas que analizan al cuerpo como objeto sobre el cual

se imponen representaciones simbólicas, formaciones discursivas y prácticas

regulatorias y, por otro lado, las aproximaciones fenomenológicas que destacan la

capacidad activa y transformadora de la corporalidad en la vida social (Citro, 2009). La

7
Bryan Turner (1994) señala que si bien la producción académica de esos años podrían entenderse como
consecuencia de un descubrimiento del cuerpo, estas reflexiones no son producto de una súbita
inteligencia, sino que marcan la irrupción en la escena colectiva de un nuevo imaginario que las Ciencias
Sociales fueron capaces de capitalizar. Sin embargo, esto no quita que el cuerpo haya estado presente en
las reflexiones sociológicas anteriores.

40
existencia de estas dos grandes líneas de pensamiento dentro de la subdisciplina se debe,

fundamentalmente, al hecho de que en la constitución de la misma han tenido un

notable impacto las producciones de Foucault, Bourdieu (ambas de claro cuño

post-estructuralista) y, posteriormente, la fenomenología de Merleau-Ponty (Citro

2004). Ambas corrientes dieron lugar a desarrollos teóricos posteriores en que se

destacan los aportes de Thomas Csordas y sus conceptos de “modos somáticos de

atención” y “embodiment”, la propuesta metodológica del “cuerpo como herramienta de

investigación” desarrollada por Jackson (1983:340) y el concepto de “sentimientos

intermedios” de Lewis (1995), inspirados sobre todo en la fenomenología de

Merleau-Ponty. Asimismo, las teorías de la performances, entendidas como actuaciones

o ejecuciones que incluyen diversos medios expresivos más allá de lo estrictamente

verbal y que fueron introducidas en la antropología por autores como V. Turner (1992) y

Schechner (2000), contribuyeron a destacar el rol activo que la corporalidad juega en

distintas prácticas sociales, especialmente en las religiosas.

b- Una aproximación posible: la sexualidad

Ahora bien, cabe señalar de qué manera es entendido el cuerpo en el presente trabajo

y el lugar que ocupa en las reflexiones. En primer lugar, los actos cotidianos del hombre

se realizan y están atravesados por una corporalidad que es más que un sustrato material

que sostiene al individuo ya que, ante todo, es un sustrato que contiene las

construcciones simbólicas que la sociedad hace respecto de él. De este modo, el cuerpo

puede ser entendido en una doble dimensión que por un lado, refiere a un estatus

objetivo, por su ligazón irreductible para con la sociedad y las instituciones que lo

prescriben. Pero al mismo tiempo, el cuerpo posee un estatus subjetivo que se relaciona

con la experiencia directa y personal que cada sujeto tiene de su propio cuerpo (Rodó,

41
1987). Muchos autores coinciden en señalar que el cuerpo constituye una paradoja en

tanto que experiencia vivida, contundente, inmediata e inevitable, pero que no obstante

se torna ajena, resbaladiza y compleja como objeto de saber (Arboleda Gómez, 2009).

En esta línea el paradigma del embodiment que plantea Thomas Csordas (1990) apunta

al análisis del cuerpo por fuera de la dicotomía sujeto-objeto, señalando que en realidad

la corporalidad es constitutiva de toda práctica sociocultural y por ende asiento

ontológico de la experiencia humana. Esta condición física, material lleva a pensarlo

como entidad constante e incuestionable, sin embargo, es innegable que esa es la única

condición inmutable en él, porque incluso la forma en que esta condición material es

concebida y realizada remite al carácter cultural y social del cuerpo 8 (Zandra Pedraza

Gómez, 2003). Andrea Rodó (1987) lo define como una realidad social y subjetiva,

cuya definición y usos son aprendidos y regulados socialmente, de modo que el cuerpo

solo puede ser entendido como una construcción simbólica, de carácter ficcional y no

una realidad en sí misma. El cuerpo como elemento aislable del hombre sólo se concibe

en las estructuras sociales de tipo individualista en la que los hombres están separados

unos de otros y en las cuales son relativamente autónomos en sus iniciativas y sus

valores. No obstante esto, la idea del cuerpo como construcción social es puesta en

cuestión por autores como Silvia Citro (2006) quien critica la intención recurrente de la

mirada antropológica en distinguir las concepciones desarrolladas en el mundo

occidental respecto del resto del mundo en torno al cuerpo, planteando que habría

experiencias de la corporalidad que son transculturales, aunque no por eso dejen de estar

sometidas a la construcción social. Esto implica considerar que a pesar de la reconocida

diversidad cultural de las corporalidades, aún puede hablarse de un mismo cuerpo,

planteando así la existencia de dimensiones transculturales de la corporalidad. En su

8
En este sentido es que no se puede hablar de la existencia del cuerpo en todas las sociedades, o bien no
se lo puede definir siempre de una misma manera.

42
argumentación la autora acude al análisis de las concepciones del cuerpo que

sustentaron Merleau-Ponty y Nietzsche –como filósofos occidentales- además de

retomar su propio trabajo etnográfico realizado con la comunidad toba; en este recorrido

la autora afirma que existen experiencias compartidas de la corporalidad, a saber “la de

la percepción y la actitud que nos permiten ser-en-el-mundo y la de la energía-pulsión

y la dialéctica del placer/displacer que impulsan nuestro actuar sobre el mundo”(Citro,

2006). Este camino heterodoxo -como lo llama la autora- que elige para sus reflexiones

posee la ventaja de ubicarnos como investigadores en la certeza de que en un afán por

encontrar las diferencias que alejan a las sociedades es necesario también recuperar

aquellos elementos que los iguala en su condición de humanidad.

Es en este sentido que resulta interesante plantear un acercamiento al cuerpo, en

tanto construcción social, desde una dimensión como la sexualidad, que refleja en gran

medida la porosidad de los límites de este objeto de estudio. En su cercanía con otras

disciplinas como la medicina y la biología, el investigador se ve obligado a realizar otro

esfuerzo para indagar desde un punto de vista sociológico que sea capaz de privilegiar el

lugar de las fuerzas sociales por sobre la conformación o las necesidades biológicas de

un cuerpo sexuado -que están incluidas, pero que no agotan el tema-. De este modo la

existencia de una “diferencia sexual” invocada frecuentemente como originada en una

diferencia material es repensada en tanto nunca es sencillamente una diferenciación

material, sino que está siempre marcada y formada por prácticas discursivas cuya fuerza

reguladora se manifiestan en su poder productivo, es decir en su capacidad de

circunscribir, diferenciar y demarcar los cuerpos que controla. Aquí reside la

performatividad del sexo, entendida como “la práctica reiterativa y referencial

mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra” constituyendo la

materialidad de los cuerpos y consolidando la hegemonía del imperativo heterosexual

43
(Butler, 2002). Así, la sexualidad es un lugar clave en donde poder analizar el carácter

constituido pero a la vez constituyente de la corporalidad, dando lugar no sólo al papel

de las estructuras en su conformación sino también a la experiencia individual que cada

sujeto construye respecto de su propia corporalidad.

Es en el cuerpo donde se inscribe la historia personal y social de cada individuo y en

el caso de las mujeres, es expresivo del enorme peso de las normas, valores y

estereotipos referidos a su condición genérica, que la atan a culpas y miedos y le niegan

grandes posibilidades de autonomía y poder. La presión que ejercen las diferentes

instituciones socializadoras está presente en todos los sectores sociales pero en el caso

de los sectores populares resulta aún más evidente por su permeabilidad e indefensión

frente a las instituciones médicas, educativas y religiosas que de alguna manera plantean

una especificidad respecto de la forma en que el cuerpo es moldeado socialmente.

III – Género y sexualidad

La adopción de un enfoque género se encuentra actualmente muy extendida dentro

del campo de las Ciencias Sociales, aunque no existe un referente unívoco del concepto

ya que presenta variaciones según la época, quiénes lo emplean y el posicionamiento

político e ideológico desde donde lo hacen (Asakura, 2004). No obstante, los aportes

teóricos realizados por las diferentes disciplinas, fundamentalmente la antropología y la

sociología, han coincidido en destacar la categoría de poder como necesaria para pensar

la trama de relaciones sociales en la que tiene lugar la construcción de relaciones de

género, ya que otorga un marco desde el cual comprender su operatividad dentro de la

realidad, visibilizando un fenómeno central en la construcción de estas relaciones: la

efectiva desigualdad social a partir de diferencias biológicas-sexuales, que ubican a las

mujeres en una situación de desventaja en prácticamente cualquier contexto social y

44
cultural (Tuñon y Eroza, 2001). La categoría de género puede ser definida como “un

conjunto de creencias, prescripciones y atribuciones que se construyen socialmente,

tomando la diferencia sexual como base” (Lamas, 2007). Este esquema actúa

simultáneamente como filtro cultural y como armadura, ya que no solo es una forma de

interpretar el mundo, sino también un mecanismo que constriñe las decisiones y

oportunidades de los agentes, marcando la organización y percepción de las relaciones y

posiciones sociales en la vida cotidiana, en las instituciones sociales, económicas,

políticas, religiosas. Siguiendo a De Barbieri (1992) el género ordena tres cuestiones

principales: el intercambio sexual, la actividad reproductiva y la capacidad de trabajo,

cuestiones que abarcan y cierran el círculo de los cuerpos y su control. Este

ordenamiento que supone el establecimiento de fronteras entre los géneros encuentra en

la división del trabajo uno de sus más fuertes exponentes al colocar a los hombres en

una posición de dominación sobre las mujeres.

En el análisis de la corporalidad, la dimensión de género significa un incentivo para

pensar la trama social y cultural que la modela, fundamentalmente porque pone en

cuestionamiento los roles y expectativas que son arrastrados por los sujetos a partir del

señalamiento de la existencia de una diferencia sexual y biológica. En este sentido,

recurrir a esta categoría permite reconocer distintas formas de interpretación,

simbolización y organización de las diferencias sexuales en las relaciones sociales y

afianza la crítica a la idea de la existencia de una esencia femenina, al tiempo que al

distanciarse de la categoría de sexo se enfrenta al determinismo biológico ampliando las

bases teóricas para argumentar a favor de la igualdad de las mujeres.

El cuerpo en el que se inscribe esta diferencia sexual adquiere un papel ineludible en

la construcción de los propios sujetos y trae constantemente el clásico debate de las

ciencias sociales sobre los límites entre la naturaleza y la cultura (Eleonor Faur en

45
Checa 2003). De modo que si bien se puede señalar la existencia de una constante

biológica universal como es la diferencia sexual, el cuerpo es más que una marca

biológica, porque la cultura simboliza de múltiples maneras esta diferencia. Pero

además, sobre la base de una diferencia sexual se construyen mandatos orientados a

establecer gustos, prohibiciones, capacidades y actitudes propias -e impropias- para

mujeres y varones, encauzando la conducta objetiva y subjetiva de las personas en

función de su sexo. Así entendidas, las relaciones de género son relaciones de

naturaleza asimétrica, y del resultado de estos juegos de fuerza resultan los

posicionamientos sociales, culturales y subjetivos que cada sujeto se encuentra en

condiciones de poseer, al tiempo que permite la emergencia y persistencia de un marco

social que discrimina todo aspecto que no se adecue a esa complementariedad que se

supone válida en todos los ámbitos de la vida (Lamas, 2007). Citando a Pierre Bourdieu,

Lamas señala que la dominación masculina se ha mantenido históricamente por el

trabajo interconectado de diversas instituciones sociales como la familia, la Iglesia, el

Estado y los medios de comunicación, otorgando naturalidad a la desigualdad social y

cultural entre los géneros. De modo que la división del mundo basada en las diferencias

biológicas, como ordenamiento que precede a los sujetos y se presenta como

autoevidente actúa como la mejor fundada de las ilusiones colectivas.

La perspectiva de género es un importante aporte al estudio de la sexualidad

(Rodrigues y Yuriria, 2000) ya que permitió una mayor comprensión de los diversos

aspectos asociados a ella. Tanto el género como la sexualidad son construcciones

sociales y culturales: una, el género, del sexo biológico con que nacen las personas; la

otra, la sexualidad, del placer que generan los contactos e intercambios corporales

(Tuñon y Eroza, 2001). Al respecto Butler (1996) plantea que la correspondencia que se

establece entre estas categorías estabiliza la heterosexualidad como norma y brinda una

46
argumentación biológica que naturaliza el sistema de los dos sexos. En tanto las normas

y especificidades de la sexualidad, asignadas culturalmente a cada sexo, han mostrado

ser desiguales, este enfoque es susceptible de enriquecer y complejizar el análisis ya que

el ámbito de la sexualidad constituye un espacio privilegiado para la relación de

géneros, a partir del cual pueden analizarse cómo operan los estereotipos genéricos,

cómo se ejerce el poder sobre las mujeres y qué prácticas y comportamientos de los y

las jóvenes llevan a reforzar las formas tradicionales o a vulnerarlas. Puede pensarse la

juventud como una etapa en donde el género juga un rol central como fuente de

representaciones, en tanto la identidad de género opera fuertemente en la percepción

que se tiene del propio cuerpo, su uso y su cuidado (Eleonor Faur en Checa, 2003). El

ser varón o ser mujer, más allá de lo físico, crea definiciones corporales y emocionales,

así como prácticas sociales relativas a la sexualidad, la división del trabajo y la

distribución de los recursos materiales y simbólicos entre varones y mujeres, aún

cuando estos mandatos no resultan incorporados directa y linealmente por los sujetos.

En el tránsito hacia la juventud, las mujeres y varones habitan y construyen sus cuerpos

y sus identidades de un modo diferente entre sí, lo cual nos permite pensar que la

utilización de métodos anticonceptivos y de prevención de ETS exceden al

conocimiento puntual que se tenga sobre sus efectos y modos de utilización, y nos

remiten más bien a toda una trama simbólica que atraviesa las decisiones que son

tomadas por los y las jóvenes.

En el campo de la sexualidad prevalece una doble moral, en la que por un lado,

existe la libertad para los hombres de ejercer su sexualidad, ejercicio que conlleva una

aceptación y reforzamiento de la masculinidad; y por otro, se impone una prohibición a

las mujeres para ejercerla y disfrutarla con independencia de la reproducción. De modo

que la desigualdad de género se expresa finalmente en el control social y moral de la

47
sexualidad femenina cuando esta no está asociada a la procreación, los estereotipos de

género tradicionales indican para las mujeres que la sexualidad debe estar asociada al

amor y al compromiso, mientras que para los varones la sexualidad debe asociarse a la

búsqueda del placer sexual (Checa, 2003). En la misma línea, Nina Zamberlin (Checa,

2003) señala que dentro del modelo de género tradicional, la sexualidad masculina se

caracteriza como naturalmente incontrolable, insaciable y agresiva, y en oposición a lo

que se espera de las mujeres, la virginidad de los varones constituye un peso del cual

debe desprenderse cuanto antes. Al respecto Foucault advierte que el modo en que

actualmente se vive y se asume la sexualidad no siempre ha sido el mismo, y da un

lugar central al poder y la represión tanto en la creciente naturalización de las relaciones

heterosexuales como en las relaciones establecidas entre los géneros (Tuñon y Eroza,

2001).

En este sentido, si bien la sexualidad corresponde a un ámbito privado, se encuentra

demasiado impregnado de aspectos sociales como para hacer de ella un fenómeno

relevante para la investigación. Así, la sexualidad puede pensarse como

“el conjunto de las maneras muy diversas en que las personas se


relacionan como seres sexuados con otros seres también sexuados,
en intercambios que, como todo ser humano, son acciones y
prácticas cargadas de sentido” (De Barbieri, cit. en Quijada Sánchez,
2010)

Abarcando entonces tanto la capacidad física de excitación y de placer erótico como

los significados personales y socialmente compartidos en relación al comportamiento

sexual y a la conformación de identidades sexuales (Rivera, cit. en Quijada Sánchez,

2010). De modo que existe también la necesidad de desnaturalizar lo biológico de la

sexualidad significa desandar esos discursos que colocan en el centro de la definición de

la sexualidad la cuestión de la naturaleza humana ligada exclusivamente a la

reproducción de la especie y a la genitalidad y materialidad del cuerpo. Definición que

48
finalmente resulta simplificadora e incapaz de considerar que con el tiempo se han

modificado las expectativas de vida, se han alterado y pluralizado las formas de

concebir, de nacer, de vivir y morir, se han construido nuevas fases o etapas de la vida y

se van adjudicando prácticas diferentes según los contextos sociales y culturales.

IV- Juventudes

También la edad se constituye como criterio clasificatorio de diferencias básicas en

todo orden social. Las categorías de edad no son absolutas y por el contrario poseen un

carácter muy heterogéneo según los momentos históricos y los sectores sociales a los

que se hace referencia. Con respecto al concepto de juventud y el establecimiento de sus

límites, son varias las discusiones teóricas que encierra, sobre todo en relación a una

categoría cercana y generalmente homologada en el discurso de las ciencias y del

sentido común, como es la categoría de adolescencia. Consideramos pertinente señalar

cierta distancia con aquel concepto y plantear algunos lineamientos centrales que

retomamos de la categoría de juventud, que hacen a las reflexiones generales de nuestro

trabajo.

La categoría de adolescencia, junto con la de juventud, busca dar cuenta de aquel

intersticio que existe entre el estadio de la infancia hacia la adultez, sin embargo posee

ciertas connotaciones negativas derivadas de sus raíces en los estudios provenientes de

la medicina, de la psicología y de salud. En ellos es fuerte el énfasis puesto en los

procesos de cambios biológicos –físicos- y psicológicos, así como también en el

desarrollo cognitivo o intelectual de los sujetos, que finalmente privilegian la

caracterización de este período a partir de la idea de crisis o problemas. Además su

carga peyorativa incluye pensar a los sujetos en estado de carencia, sujetos incompletos

que solo en la adultez llegaran a completarse, lo que significa concretamente restar valor

49
a sus palabras y acciones. (Chaves, Malagamba y Tassano 2004; León, 2004). Puede

pensarse que la noción de adolescencia se fundamenta en un discurso psicologista - que

es diferente al discurso psicológico- que define al joven como inmerso en un proceso

psicológico particular al que debe hacer frente casi de manera individual, y a la que de

todos modos va a superar porque forma parte de una etapa necesaria (Chaves, 2005).

Por su parte, la categoría de juventud permite pensar en un período de la vida que es

producto de una construcción histórica, social y cultural que da lugar a tal multiplicidad

de experiencias que resulta necesario referirse a la existencia de juventudes en plural. Si

bien sus límites resultan difíciles de determinar9, la edad cronológica suele ser un

criterio muy utilizado para hacer referencia a esta etapa de la vida, en que el sujeto

transita un proceso de creciente autonomización. La expansión del sistema educativo

contribuyó enormemente a la emergencia de esta categoría ya que facilitó un espacio y

tiempo comunes para que los sujetos conformaran y compartieran prácticas culturales,

experiencias y lenguajes. Al mismo tiempo, la orientación del mercado a la

conformación de los jóvenes como sujetos consumidores también contribuyó a la

construcción de características específicas y propias de este grupo. Por mucho tiempo,

el empleo fue un criterio válido o útil para pensar el límite final de la juventud como

marca de un pasaje a la adultez, aunque con las evidentes modificaciones

socioeconómicas, el mercado laboral se tornó más incierto y el escenario se vio

complejizado. Sin embargo, aún puede hablarse de un período de moratoria en el que

teniendo una plena madurez sexual, el sujeto no termina de consumarse como adulto y

se encuentra a la espera de adquirir los atributos que lo identifiquen como tal. Aún así,

cabe considerar que no todos los individuos que tienen la edad de ser jóvenes se

9
Mariana Chaves señala que los limites de demarcan el grupo joven es variable y depende en gran
medida de la perspectiva que se adopte, entre las cuales ella identifica el corte demográfico; la moratoria
social; y la moratoria vital y condición juvenil. (Chaves, 2009)

50
encuentran, socialmente hablando, en la misma situación y en este sentido, distintas

clases sociales tendrán distintos tipos de maduración social, más o menos acelerada

según las presiones materiales a que estén expuestas y por ende, la extensión de este

período también presentará variaciones.

La juventud como condición social, posee cualidades específicas que se manifiestan

de diferentes maneras según las características históricas y sociales de cada individuo.

Es además, y ante todo, una categoría socialmente variable ya que la definición de su

tiempo de duración, de los contenidos y significados sociales de los procesos biológicos,

sociales y psicológicos se modifican no solo de sociedad a sociedad, sino que también

lo hacen en una misma sociedad a lo largo del tiempo (León, 2004). De este modo esta

perspectiva permite pensar a la juventud como una etapa de vida que posee sus propias

oportunidades y limitaciones, y ya no sólo un período de moratoria social y preparación

para la vida adulta, planteo estéril al momento de comprender la situación de los

adolescentes de sectores bajos en donde situaciones como la interrupción de la

escolaridad, la necesidad de trabajar, la maternidad y paternidad adolescentes terminan

poniendo en cuestionamiento esta idea.

51
3. Apartado metodológico

Dada la naturaleza del problema a estudiar y el interés por privilegiar el elemento

discursivo para aprehender las representaciones de los sujetos, la perspectiva

metodológica adoptada es cualitativa. El trabajo de campo fue realizado en una escuela

media pública ubicada en la zona periurbana de la ciudad de La Plata, con una matrícula

cuyo perfil permite asumir un bajo nivel socioeconómico de los alumnos, sobre todo

luego de las charlas con los directivos del colegio que describieron a la población como

falta de recursos y con problemáticas familiares y económicas sumamente complejas.

Además hemos corroborado ciertas características familiares a partir de las entrevistas

con los y las chicas (muchos hermanos/as en general mayores debido al inicio temprano

de la maternidad por parte de sus madres, en general el trabajo de las madres es de

servicio doméstico o limpieza en establecimientos, o bien como ama de casa; los

trabajos paternos en general comparten el rubro de la policía, la construcción, el

frigorífico).

A partir de la revisión bibliográfica se consolidaron las categorías teóricas a utilizar.

Luego, con base en la definición de las preguntas pertinentes, se realizaron entrevistas

en profundidad a jóvenes varones y mujeres de entre 17 y 19 años que asistían a los

últimos años del colegio seleccionado. Creemos importante detenernos en esta última

elección porque la misma debe ser justificada.

Como herramienta metodológica hemos considerado la entrevista en profundidad por

ser las más apropiadas para recuperar la perspectiva de los actores, y porque ante un

tema tan sensible e íntimo como es la sexualidad de las personas, ofrece la oportunidad

de clarificación de las respuestas en un marco más dinámico que en el caso de

cuestionarios más estructurados, además de favorecer un espacio de mayor intimidad

52
para acceder a información rica y profunda en palabras de los actores (Valles 1997, cit.

en Marradi 2007). En este sentido recuperamos la definición que hace Rosana Guber de

la entrevista como un proceso en el que se pone en juego una relación social, que

involucra tanto al entrevistado como al entrevistador. Asimismo, como señalan

Marradi, Archenti y Piovani (2007) esta técnica debe juzgarse por la riqueza heurística

de las producciones discursivas obtenidas en ella, las que no son en sí mismas correctas

ni incorrectas, y en este sentido puede decirse que expresan, a través de la

verbalización, una apropiación individual de la vida colectiva, siendo un decir sobre un

hacer. Así, la entrevista puede ser definida como una forma especial de conversación

entre dos personas, dirigida y registrada por el investigador con el propósito de

favorecer la producción de un discurso conversacional continuo y con cierta línea

argumental por parte del entrevistado, acerca de un tema de interés definido en el marco

de la investigación (Marradi, Archenti y Piovani, 2010). El tipo de entrevistas que han

sido realizadas en el presente estudio son personales y semiestrcturadas, si las pensamos

dentro de un continuum donde varían los grados de libertad y la estandarización de la

guía de preguntas. Puede pensarse que la entrevista en profundidad se caracteriza por su

estructura paradójica: en un intercambio explícitamente instrumental y muy circunscrito

en el tiempo –entre personas que son relativamente extrañas- exige a la vez la intimidad

e impersonalidad, profesionalismo en un margo de sociabilidad (Rosenbaum, 1987 cit.

en Marradi, Archenti y Piovani, 2010). Se trata fundamentalmente de un proceso

comunicativo por el cual el investigador extrae una información de una persona, que se

halla en la biografía del entrevistado y que por eso está ha sido experimentada e

interpretada por el. Por último, Guber destaca que la entrevista es un proceso en el que

se pone en juego una relación social que involucra al entrevistador y al entrevistado, la

cual es en muchos sentidos asimétrica, por lo que el primero debe ser capaz de

53
reflexionar sobre su rol, sus elecciones y -de un modo más amplio- sobre la dirección y

el sentido de su investigación (cit. en Marradi, Archenti y Piovani, 2010). La utilización

de la entrevista resulta una técnica idónea para estudiar las representaciones sociales por

responder al objetivo de acceder a las perspectivas de los actores, para conocer cómo

ellos interpretan sus experiencias en sus propios términos. Frente a las limitaciones que

esta técnica pueda presentar, la efectiva realización de las ventajas de la entrevista, así

como la minimización de sus debilidades, queda indefectiblemente condicionada por la

capacidad de empatía del entrevistador y su habilidad para crear un clima que favorezca

la comunicación. En esto influyen cuestiones como las características personales del

entrevistador, tales como género, edad, clase social y etnia son cuestiones sensibles que

pueden potencias tanto las ventajas como las desventajas de la entrevista en

profundidad.

Fueron consideradas todas las franjas horarias que ofrece el colegio para cursar, por

lo que pudo ser recolectada información sobre alumnos del turno matutino, tarde y

vespertino. La selección de los informantes a ser entrevistados se basó en el

ofrecimiento voluntario de los y las estudiantes, con quienes ya se había compartido

otras instancias del trabajo de campo en las que se buscó no solo interiorizarlos en las

temáticas que pretendíamos10 abarcar sino también obtener algunos datos preliminares

que nos permitieran trazar un panorama general. Se procuró además llegar por igual a

varones y mujeres para evitar posibles sesgos en la investigación que pudieran

contrariar la perspectiva relacional que buscamos sostener con la introducción de la

categoría de género. Para el número de entrevistas fue tomado en cuenta el criterio de la

saturación de la información, es decir se realizaron entrevistas hasta alcanzar la certeza

10
El trabajo de campo fue realizado conjuntamente con Hernán Cáneva quien se encontraba trabajando
representaciones sobre el aborto en jóvenes, también para su tesina de grado. Dada la afinidad temática
decidimos llevar adelante algunas actividades en conjunto para poder realizar actividades en los cursos
que pudieran brindarnos un panorama general y además para tener algunas instancias de presentación
previa con los estudiantes antes de las entrevistas.

54
práctica de que nuevos contactos no aportarían elementos desconocidos con respecto al

tema de investigación, o no emergerían aspectos hasta entonces no tratados (Marradi,

Archenti y Piovani, 2010).

Cabe señalar que la mitad de las entrevistas fueron realizadas en parejas, entre

compañeros que se sentían en confianza para charlar los temas propuestos, y sólo en los

casos en que así lo requirieron los sujetos a ser entrevistados. Los lugares escogidos

para la realización de las entrevistas fueron variando en función de las disponibilidades

que nos ofrecía el establecimiento, oscilando entre la búsqueda de aulas vacías y el uso

de la biblioteca como espacio donde poder realizar las charlas sin interrupciones. Por

último la forma de registro de las conversaciones fue la grabación por medio de un

dispositivo MP3.

Posteriormente se procedió a la desgrabación de las entrevistas y al análisis de los

datos a la luz del marco teórico propuesto. Es importante señalar que esta última etapa

ha sido encarada con una gran apertura a fin de no censurar aquellas cuestiones que

salidas del campo se han presentado a cuestionar/modificar nuestros planteos previos.

Antes de concluir, consideramos pertinente describir las actividades que fueron

llevadas a cabo en los cursos antes de iniciar la búsqueda de informantes para las

entrevistas. La primera actividad consistió en el reparto de tarjetas de diferentes colores

-3 variantes- que indicaban preguntas generales -abiertas y cerradas- sobre diferentes

temáticas -proyecto de vida, género, y vida sexual-. Las tarjetas fueron repartidas a cada

uno de los alumnos, y en caso de sobrantes, algunos de ellos respondieron más de una.

La información consignada era anónima y solo se les requirió consignar su edad y

género. Una vez señaladas las respuestas en las tarjetas, éstas fueron recogidas y

ordenadas siguiendo la numeración, correspondiente a los temas planteados. Luego, el

coordinador leía en voz alta y para todo el curso las tarjetas, preguntando si todos

55
acordaban con las respuestas consignadas e incentivando el debate al pedir que cada

cual presente argumentos a favor o en contra de lo señalado. El papel del observador fue

registrar las respuestas y reacciones que emergían en el debate, para así enriquecer el

posterior análisis. La importancia de este primer encuentro con los alumnos de los

diferentes cursos fue el de haber generado un espacio en el que los y las jóvenes

tuvieran la posibilidad de conocer nuestros intereses en el colegio, al tiempo que nos

permitió a nosotros establecer un primer vínculo con quienes serían nuestros

informantes. En general la edad de quienes participaron en la actividad oscilaba entre

los 16 y los 19 años. Aquellos que eran mayores se encontraban cursando el último año

del turno noche, y conformaban un grupo que dio, en algunos casos, respuestas algo

diferentes respecto de las obtenidas por el resto de los jóvenes. Aún así, esto no

significó un cambio sustancial para el análisis porque se trató de una actividad que

generó en todos los cursos debates y conclusiones similares. Los datos obtenidos en esta

actividad resultaron muy ricos al momento de trazar un escenario general sobre la

población con la que se trabajaría, aunque debe señalarse que la matrícula mayormente

femenina de los cursos con los que se trabajó (y del colegio en general) hizo que sus

respuestas casi no puedan ser comparadas con la de los hombres, o que al menos no se

encuentren diferencias sustanciales. No obstante esto, no lo consideramos como un

problema ya que el objetivo tampoco fue la recolección de información representativa,

en todo caso el recurso de las entrevistas es lo que posteriormente nos permitió indagar

en profundidad estos diferentes temas, para así tratar de generar elementos para una

ulterior comparación.

La segunda actividad fue construida en base a la propuesta metodológica consignada

en el manual de capacitación de UNICEF Argentina (UNIFEM, FEIM y UNICEF

Argentina, 2003). La actividad nominada como “La diosa y el ganador” tuvo como

56
objetivo favorecer el descubrimiento por parte de las y los jóvenes de sus expectativas

con respecto al otro género y reflexionar sobre lo que es una pareja en la adolescencia.

Para esto, se dividió el curso en grupos no mixtos de no más de 4-5 personas, a quienes

se les repartió un afiche y un marcador. La consigna consistió en dibujar y describir con

adjetivos por consenso grupal a la mujer/hombre ideal. En el plenario la discusión

estuvo orientada a preguntarles si creían que existían diferencias en las expectativas de

hombres y mujeres, cuáles eran y si existía coherencia entre la imagen y los adjetivos

reseñados por cada grupo. Esta actividad no fue realizada en el turno noche, porque

dada la experiencia que se tuvo con la primera actividad consideramos que por su edad

y por su forma de distanciarse de los otros turnos, era probable que no pudiéramos

captar su interés.

57
4. Una escuela en la ciudad

I- El contexto nacional y local

La posibilidad de enfocar la atención sobre los sujetos de su estudio implica

necesariamente establecer las circunstancias históricas que hacen relevantes las

preguntas que el investigador formula al mundo social. En este sentido, trazar un

recorrido histórico capaz de recuperar las transformaciones más relevantes de las

últimas décadas a nivel político, económico y social echa luz sobre las razones por las

cuales resulta importante rescatar las experiencias y los relatos de los y las jóvenes que

forman parte de los estratos más pobres de la población, porque es justamente en aquel

escenario en que estos toman forma. El retorno de la democracia a inicios de la década

del ‘80 difícilmente pudo ubicarse a la altura de las expectativas generadas, sobre todo a

raíz de los obstáculos que significaron el legado económico y social de la dictadura

precedente. Así, fueron años signados por una inflación permanente que fue

acompañada por el deterioro del salario, la precarización laboral, la pérdida del poder

adquisitivo y la inseguridad financiera que provocó a su vez la caída de la inversión y la

fuga de capitales. Al mismo tiempo la degradación de los servicios públicos -educación,

salud, seguridad- como la privatización de los servicios básicos, contribuyeron

fuertemente al empobrecimiento de los sectores medios. Esta década finalizó con una

profunda crisis hiperinflacionaria, una sociedad empobrecida y atravesada por nuevas

desigualdades, las que se agudizarían con el advenimiento del próximo gobierno.

Los años noventa vinieron a confirmar el camino trazado y siguiendo a rajatabla la

receta pautada desde los organismos internacionales, se emprendieron profundas

transformaciones en el papel histórico del Estado como garante del bienestar de todos

los ciudadanos. En el camino, implicó la modificación de las políticas sociales que

58
tendieron a acentuar los procesos de privatización y descentralización y que terminaron

por desligar al estado de las responsabilidades relacionadas con el bienestar de los

ciudadanos. Debido a que en una primera etapa se obtuvieron los resultados deseados

-en términos de estabilidad económica y social- el proceso logró auto legitimarse

facilitando reformas estructurales que respondían a los intereses de los sectores

dominantes tales como la desregulación de la economía, las privatizaciones y la apertura

externa. Sólo hacia la segunda mitad de la década las grietas de modelo golpearon con

más fuerza y se filtraron las peores consecuencias del creciente endeudamiento externo,

la extranjerización y concentración de la economía, haciendo cada vez más evidentes

los procesos iniciados de desindustrialización, desocupación, precarización, distribución

regresiva del ingreso, aumento de la pobreza, la marginalidad y la polarización social.

Inevitablemente esta reestructuración del Estado afectó a los diferentes estratos de la

sociedad y las distancias que separaban a las diferentes clases sociales trastocaron dando

lugar a realidades que desde las ciencias sociales fueron pensadas como la generación

de nuevas pobrezas. Los sectores más pobres dejaron de ser contingentes homogéneos,

reconocibles a primera vista y con una ubicación geográfica delimitada como hasta ese

momento podían llegar a ser pensados, para incluir a los nuevos pobres arrastrados

desde escalafones más altos hacia condiciones de mayor precariedad, haciendo de los

sectores más bajos un grupo sumamente heterogéneo. De este modo, a los pobres

históricos estructurales se sumaron aquellos que experimentaron una movilidad social

descendente, con quienes compartían la dificultad para satisfacer las necesidades

objetivas pero no su historia. En este contexto, el mundo laboral fue el más golpeado

por el modelo neoliberal, desapareció el obrero industrial, la contratación se volvió

inestable, los salarios cayeron y el mercado de trabajo se tornó cada vez mas

segmentario y excluyente. Todos estos cambios fueron acompañados por la

59
generalización de la pérdida de empleo, lo que llevó al deterioro del bienestar y de los

lazos sociales propios del ámbito de trabajo como espacio de socialización. Ya a inicios

del año 2000 se hacían sentir con crudeza las consecuencias del modelo económico

neoliberal aplicado, y con un aumento sostenido de los niveles de pobreza, sumado a la

caída en el empleo inédita en la historia del país, se incrementó exponencialmente la

población bajo la línea de pobreza e indigencia. Esta acumulación de conflictos,

visibles e invisibles, se manifestó en el estallido social de diciembre del 2001 que

culminó con la destitución del presidente Fernando de la Rúa.

El gobierno que asume en 2003 logró un crecimiento continuo sin precedentes, con

mejoras en el consumo y la inversión, el empleo y las condiciones de vida pero sin

cambios estructurales en la organización económica heredada. La recuperación del

empleo fue consecuencia de la reactivación de la economía, sin embargo, no hubo

políticas consistentes de inserción laboral, lo que se refleja en la escasez de mano de

obra calificada y técnicos. Una de las políticas más relevantes aplicadas desde el Estado

fue la implementación desde el año 2009 de la Asignación Universal por Hijo como

política de extensión de derechos y de inclusión, situación que mejoró las condiciones

relacionadas con incrementos en los niveles de asistencia a la escuela y de finalización

de los distintos niveles educativos. La AUH permitió un retiro de muchos jóvenes del

trabajo precario o de la desocupación para dedicarse plenamente al estudio.

En el campo legislativo relativo a políticas orientadas a reglar/normar la educación

sexual y el acceso a métodos de cuidado y prevención: en el año 2002 nuestro país

sancionó la Ley 25.673 que dio lugar a la creación del Programa Nacional de Salud

Sexual y Procreación responsable (este último en el año 2003) 11. Esta ley está destinada

a la población en general y su objetivo es en términos generales alcanzar para la

11
Para antecedentes previos al año 2001 ver Mónica Gogna “Programas de Salud Reproductiva para
adolescentes: los casos de Buenos Aires, México y San Pablo” en
http://www.cedes.org.ar/Publicaciones/Salud/2001/3304.pdf

60
población el nivel más elevado de salud sexual y procreación responsable con el fin de

que se pueden adoptar decisiones libres de discriminación, coacciones o violencia, así

como también disminuir la morbimortalidad materno-infantil, prevenir los embarazos

no deseados, promover la salud sexual de los adolescentes, contribuir a la prevención y

detección precoz de enfermedades de transmisión sexual, de VIH-sida y patologías

genital y mamaria, garantizar a toda la población el acceso a información, orientación,

métodos y prestaciones de servicios referidos a la salud sexual y procreación

responsable, y por último a potenciar la participación femenina en la toma de decisiones

relativas a su salud sexual y procreación responsable12. Aún cuando no es una ley

consagrada exclusivamente a la población adolescente, sí la considera como una

población diferente a la cual se debe apuntar. Sin embargo, cabe rescatar los

señalamientos que hace Eleanor Faur (2005) respecto de este marco jurídico reciente:

“Al observar la legislación y las políticas existentes en la Argentina en relación con la

protección de la procreación responsable, vemos que en los últimos años se han

aprobado leyes de salud reproductiva en catorce provincias, y en muchas de ellas se

crearon programas especiales en hospitales públicos (CEDES, 2002). Sin embargo, el

grado de implementación de estas disposiciones es muy heterogéneo y, además, aún

existen obstáculos –particularmente ideológicos- para su extensión hacia la totalidad del

territorio nacional, lo que conlleva una importante discriminación en el acceso de las

mujeres a estos servicios en función de una característica tan aleatoria como su lugar de

residencia. Incluso, en ocasiones […] se niega la atención en hospitales públicos a las

adolescentes que no concurren acompañadas de sus padres […]. Mientras tanto, las

jóvenes económicamente más acomodadas, pueden acceder a la atención de su salud

sexual y reproductiva por otros medios y disponer tanto de información adecuada y

12
Información sobre la Ley 25.673 y el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable
en www.msal.gov.ar/saludsexual

61
oportuna como de métodos de planificación familiar sin tantos requerimientos”. Por

último en el año 2006 fue sancionada la ley 26.150 que busca garantizar la educación

sexual integral en los establecimientos educativos públicos y privados de todo el país.

El censo realizado en el año 2010 actualizó muchos de los indicadores que permiten

identificar las principales dimensiones de los hogares en territorio argentino. Uno de los

datos relevados más importantes es el índice de Necesidades Básicas Insatisfechas

(NBI) que arrojó para la totalidad del territorio argentino un 9,1% de hogares con NBI.

Además, se relevó la mayor cifra histórica de población que asiste o asistió a un

establecimiento escolar en la población de entre cinco y veintinueve años: un 99,3%,

grupo dentro del cual la población de 15 a 17 años, registra niveles de asistencia escolar

superiores al 70% en todas las provincias.

Así, los procesos económicos, políticos y sociales que se desarrollaron en las últimas

décadas en el país, y que tuvieron su efecto sobre los hogares de los y las jóvenes han

impactado sobre ellos de manera muy puntual. En este sentido, las condiciones de

pobreza que se ciernen sobre ellos trae aparejada no solo una acumulación de

desventajas relativas a la calidad de los derechos y servicios a los que acceden, sino

también, y más importante, los y las jóvenes son un grupo al cual se atribuyen casi

instantáneamente rasgos de conducta que los ligan no solo a la desidia, sino también al

delito, a la falta de cultura de trabajo, a las conductas de riesgo, sobre todo en la

sexualidad. Justamente por eso se torna relevante enfocarse en esta población, para

pensar el momento de productividad que ellos y ellas tienen sobre lo que hacen, es un

momento positivo.

En este marco, la ciudad de La Plata, asume características puntuales. Siendo la

capital de la provincia de Buenos Aires, es sede de asentamiento de las autoridades

gubernamentales provinciales, teniendo así un gran peso el ámbito administrativo.

62
Además, la ciudad posee una de las tres casas de altos estudios de mayor importancia

del país, la UNLP, lo cual implica una gran afluencia de estudiantes de todo el país y del

exterior. Ambos factores -el entorno administrativo y la radicación de alumnos

universitarios- constituyen factores de alto impacto sobre el desarrollo local de otras

actividades como el comercio y el mercado inmobiliario. Por último, es importante

también la dimensión productiva (sectores primario y secundario de la economía) que

también forman parte de un factor central que hace a la definición de rasgos de la

ciudad. El partido de La Plata se divide en diferentes centros comunales, y las

particularidades de estas tres dimensiones impactan de manera heterogénea en el

territorio, generando importantes disparidades regionales. Partiendo del índice de NBI

en La Plata pueden identificarse en tres grupos en función del porcentaje de población

con NBI en relación al promedio general del municipio de La Plata, dos de ellos: por un

lado los centros comunales que duplican la proporción de hogares con NBI son Melchor

Romero, Lisandro Olmos, Abasto, Arturo Seguí, Gorina, Etcheverri y El Peligro. Debe

tenerse en cuenta que el colegio secundario en donde se realizó el trabajo de campo está

ubicado en la zona de Melchor Romero y muchos de los y las jóvenes con quienes se

trabajó manifestaron vivir en las cercanías del establecimiento o bien en Abasto, por lo

que recuperar estos datos ayudan a delinear el contexto en que están insertos los hogares

de nuestros informantes.

II- Breve reseña sobre la escuela

El lugar escogido para la realización del trabajo de campo es una escuela media

pública ubicada en Melchor Romero, zona periurbana de la ciudad de La Plata, cuya

matrícula poseía un perfil que permitió asumir un bajo nivel socioeconómico entre los

alumnos y alumnas que asistían. Esta idea inicial fue reforzada luego en diferentes

63
encuentros en los que se estableció contacto con directivos y personal docente y no

docente. El ingreso al espacio fue posible a partir de la elevación de una carta en donde

fue presentado el proyecto a las autoridades del colegio explicando las razones de

nuestro interés en el trabajo con jóvenes así como también los objetivos que se

perseguían con las diferentes actividades que habían sido planificadas. Desde el inicio la

propuesta tuvo muy buena acogida, sobre todo a raíz del análisis que cada uno de los

directivos hizo de las necesidades de la escuela y su población, señalando siempre que

se trataba de alumnos y alumnas de realidades sumamente complejas, e incluso

advirtiendo que para hablar de sexualidad podíamos estar llegando tarde.

El terreno en que está ubicado el establecimiento 13 cuenta con dos edificios de

características algo disímiles en cuanto a su uso y antigüedad. El primero de ellos se

encuentra frente a la calle de acceso y es la única entrada para estudiantes y personal del

colegio; es también el más antiguo y, en el momento en que se realizó el trabajo de

campo, el que mayor tránsito y uso tenía. Por otro lado, y atravesando el patio de este

primer bloque, se encuentra otra edificación inaugurada recientemente que cuenta con

dos plantas en las que se distribuyen nuevas aulas y una sala de preceptores. A pesar del

excelente estado en que se encuentran estas últimas instalaciones, su uso es mínimo y

tan solo cursan allí algunos grupos del turno mañana, conservando aún una mayor

matrícula el edificio viejo. La totalidad de los cursos con los que se trabajó cursaban en

el edificio viejo, por lo que el único contacto que se tuvo con la nueva edificación fue

una negociación trunca para tomar uno de los grupos cursos del turno mañana que allí

cursaba.

El edificio viejo, en donde fueron realizadas las actividades, alberga los espacios más

importantes del colegio en términos administrativos como son la dirección, la sala de

13
Los terrenos que se describen pertenecen al espacio delimitado para el desarrollo de las actividades del
colegio secundario. Vale aclarar, sin embargo, que en la misma cuadra y separados por un muro se
encuentra una escuela primaria, a la que no se hace referencia.

64
profesores, las diferentes salas de preceptores, además de los espacios nodales que

hacen a la recreación y dispersión de la población educativa como el buffet, la

biblioteca y los baños. El buffet del colegio resultó ser uno de los espacios más

concurridos, sobre todo a raíz de la variada oferta de productos y servicios que podían

encontrarse, entre los cuales se contaban no solo los típicos snacks y golosinas, sino

también agua caliente, yerba, té, café, leche, así como también artículos de librería y

fotocopiadora. Contaba además con una pequeña tabla de madera atornillada a la pared

a modo de barra, acompañada por un par de banquetas altas, espacio que al momento de

trabajar en el colegio se convirtió en el único lugar posible para la organización del

trabajo de campo del día y también en donde eventualmente se podía interactuar

informalmente con aquellos chicos y chicas con los que se había establecido una

relación de mayor confianza. La biblioteca del colegio que se encontraba en muy buen

estado, también fue un espacio importante ya que en más de una oportunidad fue

utilizada para realizar entrevistas.

Las actividades fueron realizadas en los cursos de los últimos dos años (5° y 6°) que

presentaban en su grilla horaria baches horarios –horas libres- y que por ende estaban

disponibles para ser ocupadas. A los fines del presente trabajo se optó por tomar al

menos un curso en cada una de las franjas horarias en que se dictaban clases: turno

mañana, tarde y vespertino. Este último fue recurrentemente señalado por los directivos,

preceptores y profesores como un curso problemático al cual nunca llegaban propuestas

y actividades que sí recibían el resto de los turnos, y en la misma sintonía se nos advirtió

numerosas veces sobre la posibilidad de que los chicos y chicas que allí asistían nos

quisieran cancherear, actitud que de todos modos nunca fue percibida.

El trabajo de campo, realizado en los cursos del edificio viejo, comenzó a mediados

del año 2012, coincidiendo con el comienzo de la estación invernal más cruda,

65
incidiendo más de una vez en la casi nula asistencia, sobre todo en turno mañana y

noche, y por ende en la necesidad de cancelar y reprogramar las actividades pautadas.

Además, muchas veces los cursos fueron reubicados de aula con el fin de que tengan

una calefacción en funcionamiento que les permita atravesar la totalidad de la jornada

lectiva. En las charlas con preceptores y profesores fue común el comentario sobre el

número reducido de los grupos con los que trabajaríamos ya que como nos explicaron

su asistencia va oscilando y nunca está el curso completo, al punto que en cada nueva

visita debíamos re-conocer nuevamente a los chicos y chicas con quienes se había

trabajado. Además de su tamaño reducido los cursos presentaron en general una mayor

presencia de mujeres en la matrícula, llegando incluso a haber un solo hombre por

curso. En general, las jornadas en que se trabajó dentro del colegio fueron tranquilas no

solo por la ausencia de disturbios o de barullo, sino sobre todo por el vacío que fue

percibido en cada nueva visita y que se debía sobre todo a la cantidad de aulas

desocupadas y a las horas libres que despejaban los pasillos de alumnos en diferentes

horarios. Estas condiciones permitieron más de una vez la realización de entrevistas en

las aulas vacías, un espacio diferente al de la biblioteca en donde siempre estaba la

posibilidad de ser interrumpido.

66
5. Sobre el trabajo de campo

I- Entrar al aula: armando el rompecabezas

Luego del ingreso formal al colegio, que incluyó conversaciones con la directora del

establecimiento y una carta de presentación de los proyectos a realizar allí, siguió el

desafío de transitar el primer acercamiento a los cursos con los que se trabajaría en los

meses siguientes, entre los cuales se esperaba conseguir informantes que aceptaran

participar de las entrevista. Con esto en mente fueron confeccionadas dos actividades

pensadas no solo para sensibilizar sobre los temas que se trabajarían a lo largo de

nuestra estadía en el colegio, sino también para recabar información general capaz de

ofrecernos unas primeras pistas que permitieran delinear las particularidades de los

grupos con los que se trabajaría. En términos generales, los grupos seleccionados del

turno mañana y tarde resultaron ser bastante homogéneos, no así respecto del turno

vespertino el cual dadas algunas particularidades de las biografías de los y las jóvenes

-como su maternidad/paternidad, su inserción en el mercado laboral, la conformación de

un hogar por fuera de la casa paterna o materna- dio pie a reflexiones algo diferentes de

las obtenidas en los otros cursos. De modo que si bien las edades de este último grupo

no diferían de las del resto de los alumnos consultados nos encontramos con una

predisposición mucho menor a ser tratados como menores de edad, y por ende a ser

consultados por cuestiones que consideraban ajenas a su cotidianeidad.

Por último, y con respecto a las particularidades que hacen al desarrollo de la primer

parte del análisis, para facilitar la lectura e integrar la información las expresiones de los

y las jóvenes recuperadas de los plenarios han sido señaladas en cursiva. La segunda

parte del análisis, avocada ya directamente a la información recabada en las entrevistas

67
sí hace uso de las citas textuales y separadas de los párrafos para rescatar la riqueza de

las conversaciones mantenidas con los y las jóvenes.

a- Un primer acercamiento

La primera actividad realizada dentro de los cursos consistió en la entrega de tarjetas

de diferentes colores - 3 variantes- con preguntas generales –abiertas y cerradas- que

versaban el proyecto de vida de cada uno, sobre cuestiones de género y sobre la

sexualidad en términos generales. Completadas las consignas, fueron leídas en voz alta

las preguntas para incentivar el debate grupal sobre cuestiones que, como fue señalado,

ya habían sido respondidas de manera individual.

Esta propuesta de trabajo, más allá de brindar información rica para construir el

universo de representaciones de los y las jóvenes, resultó provechosa en tanto pudieron

ser instalados en los cursos los diversos ejes que sobre los que se apuntala la

investigación, y sobre los que tuvimos la oportunidad de volver más en profundidad en

el transcurso de las diferentes entrevistas.

i) Proyectos de vida: corto, mediano y largo plazo.

La primera pregunta refería a la proyección personal que tenía cada uno/a de su

propio futuro en los próximos dos años. Al respecto los y las jóvenes coincidieron en

señalar que los estudios universitarios o terciarios eran una prioridad en el corto o

mediano plazo. Con un menor acuerdo, también fue señalada la intención de obtener un

trabajo fijo y de conformar una familia. En este orden les pedimos que piensen cuáles

podrían ser los obstáculos que podrían atentar contra sus planes personales, y entre ellos

señalaron cuestiones como la falta de tiempo, la sociedad, el sacrificio, las

responsabilidades, el trabajo y el estudio. También se indagó acerca de lo que creían

respecto de la existencia de las mismas posibilidades de elección sobre el futuro entre

68
hombres y mujeres. En este punto hubo posiciones encontradas entre quien dijo que no

porque el varón puede hacer más (hombre, 18 años) y otra gran mayoría que consideró

que tanto mujeres y varones tenían las mismas posibilidades de elegir qué hacer con su

futuro porque cada persona tiene el derecho de elegir lo que quiere (mujer, 20 años) y

también porque todos tienen las mismas condiciones para elegir (mujer, 18 años). Con

respecto a aquello que les gustaría hacer al finalizar el colegio fueron manifestadas

diversas actividades, concretamente: jugador de fútbol (varón, 18 años), estudiante

universitario, estudiar algo, no sé qué (mujer, 25 años y varón 17 años). En este punto

los mismo jóvenes reconocieron que si bien poseen expectativas de avanzar a niveles

educativos superiores, eventualmente la necesidad de trabajar para aportar dinero en sus

hogares, ya sea viviendo con sus padres o con su propio hogar, podría convertirse en un

obstáculo para la concreción de ese objetivo.

En este marco se introdujo una pregunta relativa al lugar que la paternidad o

maternidad tenía en su proyecto de vida, y aquí se obtuvo una respuesta casi unánime

que enfatizaba que se trataba de un plan a largo plazo condicionado por la realización de

trayectorias y logros previos como la finalización de estudios o el logro de un entorno

estable tanto en el trabajo como en la pareja: “sí, cuando tenga 29” (varón, 18 años),

“cuando me reciba y tenga la responsabilidad necesaria para cuidar un hijo” (mujer,

17 años), “no, porque por ahí sigo una carrera universitaria” (mujer, 19 años) y

“cuando tenga un trabajo fijo y mi casa propia. Porque es una manera de tener

estabilidad” (mujer, 18 años). Por último, en este bloque se preguntó si la paternidad o

maternidad como situación presente modificaría algo en sus vidas y por qué, a lo que

respondieron: “si, es una nueva responsabilidad porque tengo que dejar muchas cosas

atrás para dedicarme a mi hijo” (mujer, 18 años), “cambiaría en mis estudios, mis

proyectos” (varón, 16 años), “me privaría de varias cosas, como salidas” (mujer, 17

69
años) y “tendría que ocuparme más de mi hijo y dejar algunas cosas” (mujer, 18 años).

Este bloque en general permitió establecer un mapa general respecto de las miradas de

corto, mediano y largo plazo que los y las jóvenes tenían con respecto a su propia vida,

en donde la finalización de los estudios secundarios y el ingreso a carreras universitarias

es priorizado como proyecto personal, por el que apuestan no solo ellas y ellos como

individuos, sino sobre todo sus familias. En este contexto la gran mayoría admitió que

los estudios universitarios o terciarios necesariamente tendrían que ser costeados con un

trabajo propio que les permitiera ganar independencia y sumar aportes monetarios al

hogar, como una forma de retribuir el tiempo que es dedicado a una actividad no

productiva lo cual, como hemos señalado, al mismo tiempo puede constituirse en un

eventual obstáculo para la concreción de ese mismo proyecto. Dentro de este plan de

vida que los sujetos tienen, la maternidad o paternidad es postergada hacia un futuro

donde se prevé un contexto más favorable para la formación de una familia, como bien

señala una de las jóvenes “antes voy a tratar de tener ‘algo’ para que no pase lo que yo

pasé”. En este punto también fue señalado que la maternidad o paternidad se posterga

en pos de la realización de las libertades individuales, aludiendo a las salidas con

amigos/as, la concreción de los estudios y el dominio del propio tiempo.

En el caso del curso tomado del turno vespertino, las respuestas obtenidas si bien

fueron similares, deben ser leídas desde un lugar diferente ya que la mayoría de los y las

jóvenes que asisten allí estaban insertos en el mercado laboral al momento de las

actividades y habían conformado además su propia familia por fuera del hogar paterno o

materno.

ii) Rastreando supuestos sobre el género.

70
El segundo bloque de tarjetas tuvo como intención el poner de relieve aquellos

supuestos que los y las jóvenes poseen respecto de los roles de género en las prácticas

cotidianas. Las primeras dos preguntas indagaban por la iniciativa que mujeres y

varones toman para generar acercamientos en espacios de dispersión nocturna como

boliches, bares o bailes. En su gran mayoría las respuestas obtenidas coincidieron en

ubicar a los hombres como propietarios casi exclusivos de la decisión de acercamiento,

y en estos casos se justificaba esta iniciativa atribuyéndoles una mayor audacia, fuerza,

decisión y desenvoltura: “el hombre porque es más audaz y más fuerte y toman más

decisiones” (hombre, 16 años), “el hombre porque las mujeres son re histéricas”

(hombre, 16 años), “el hombre porque pienso que tiene más cara para tomar la

decisión de dar el primer paso en una situación así” (mujer, 17 años). Hubo también

quién reconoció que las mujeres habían ganado terreno en este ámbito, colocándose casi

en el mismo lugar que los hombres para tomar la iniciativa: “en los últimos años ambos

sexos toman la iniciativa para encarar ya que son muy desinhibidos” (mujer, 18 años).

La siguiente tarjeta enunciaba: las mujeres son sensibles y los hombres son fuertes y

seguros, afirmación frente a la cual los y las alumnos debían posicionarse en acuerdo o

desacuerdo, justificando su respuesta. La mayoría se proclamó en desacuerdo

argumentando la existencia de una faceta sensible tanto en hombres como mujeres, más

allá de considerar que ésta se encuentra más a flor de piel en estas últimas: “la mujer es

de carácter muy sensible y el hombre se hace el fuerte pero a lo lejos son sensibles

como las mujeres” (mujer, 17 años). Posteriormente se les requirió que señalen tres

características que consideraran que definían a las mujeres: “la forma de ser, su forma

de vestir, su manera de hablar” (mujer, 17 años), “período menstrual, sexto sentido, su

manera de ser” (mujer, 18 años), “la decisión, la perseverancia, el aguante” (mujer, 17

años), “inteligente (en la mayoría de los casos), belleza, madurez” (mujer, 23 años),

71
“su cuerpo, la voz, su forma de ser” (mujer, 16 años), “grandeza, amorosa, fieles

algunas” (hombre, 16 años), “resentidas, vagas, histéricas” (hombre, 19 años). La

misma actividad fue realizada con respecto a los hombres: “su físico, su inteligencia,

sus sentimientos y emociones” (mujer, 18 años), “machista, usan todas las mismas

palabras, los mismos gustos” (mujer, 19 años), “chamuyeros, indeciso, distraído”

(mujer, 17 años), “grande, peludo, bolacero” (mujer, 18 años), “la voz, el pene, la

barba” (hombre, 17 años), “compañeros, mentirosos, algunos son fieles” (mujer, 17

años), “indecisión, inseguridad, carácter” (hombre, 17 años) y por último “trabajador,

responsable con su familia, orgulloso de sí mismo” (hombre, 19 años).

En las últimas preguntas de este bloque se les pedía a los alumnos que completen una

frase: “las mujeres/ los hombres tienen más habilidad para…”. Con respecto a las

mujeres señalaron: “pensar antes de actuar (en algunos casos); maduran antes que los

hombres; razonar; para tener objetivos y poder así proyectar” (mujer, 17 años), “para

la paciencia de los bebes; hacer las cosas de la casa” (mujer, 18 años), “cocinar,

limpiar, trabajar, hacer más de dos cosas a la vez” (mujer, 17 años), “para trabajar,

para ir de joda” (mujer, 17 años), “cocinar (algunas). Ser responsables (también

algunas) y algunas no saben hacer nada” (mujer, 19 años). Con respecto a los hombres

señalaron: “jugar al fútbol” (mujer, 16 años), “el deporte y para trabajar” (mujer, 19

años), “para mentir y para hacer reír” (mujer, 17 años), “trabajar, manejar y jugar al

fútbol” (mujer, 18 años), “lo que se trata del trabajo. Lo que es la mantención de los

miembros de la casa” (hombre, 16 años), “en el trabajo forzado” (hombre, 17 años) y

por último “para el trabajo, tener familia y dinero” (hombre, 16 años).

Las respuestas de este bloque en general nos sugieren que aún persisten ciertas ideas

sobre lo que se considera una conducta esperable acorde a los roles de género

históricamente asignados a mujeres y hombres, si bien con algunos matices introducidos

72
quizás por la ampliación de los debates sobre género en la agenda pública. Así, las

mujeres aparecen ligadas, por un lado, a atributos como la pureza, la grandeza, la

perseverancia, la tranquilidad, la paciencia , al tiempo que se les adjudican cualidades

como la racionalidad, la inteligencia, la madurez, la decisión, el pensar antes de actuar

y la existencia de un sexto sentido. En el caso de los hombres, éstos son caracterizados

por atributos ligados más bien a la fuerza y a las capacidades que ofrece su cuerpo, por

un lado en relación a su uso para el trabajo, lo que les permitiría erigirse en sostén

económico de una familia, y por otro lado por una mayor disposición para la

realización de deportes y para el manejo de vehículos. Además les fueron adjudicados

rasgos en su carácter que los marcan como personas indecisas, orgullosas, bolaceras,

distraídas, mentirosas y machistas. En este punto puede pensarse que mujeres y varones

reproducen una escisión racionalidad-irracionalidad que se corresponde con el tipo de

actividades esperables para cada cual.

Además, existe entre las respuestas una clara demarcación entre los ámbitos de

desenvolvimiento adjudicados a hombres y mujeres, correspondiendo a los primeros el

ámbito público y la participación en el mercado laboral, y a las segundas el ámbito

doméstico, el cuidado de personas y la atención a la familia. Aún así, en el plenario de

cierre los debates suscitados dejaron entrever un pensamiento mucho más flexible con

respecto a las características y espacios atribuidos a hombres y mujeres, y fueron

consideradas situaciones concretas en que el trabajo femenino es un hecho y en donde

los papeles pueden invertirse dejando al hombre a cargo del ámbito doméstico.

iii) Primeras pistas sobre la sexualidad.

La última batería de preguntas estuvo orientada a diversos aspectos de la vida sexual

de los y las jóvenes, poniendo el foco en las personas a las que recurren en busca de

73
información sobre sexualidad, en la reacción de los adultos frente a sus inquietudes en

el mismo tema y en la construcción de relaciones en la juventud, además de ser

incorporadas preguntas relativas a la práctica del aborto14.

La primer tarjeta, cuyo fin era conocer sobre las personas con quiénes ellos/as

hablaban sobre sexo, les ofrecía una serie de opciones que debían organizar

jerárquicamente. Entre las respuestas sobresalieron los amigos como los interlocutores

privilegiados para conversar e interrogar acerca de cuestiones ligadas a la sexualidad,

tanto en lo relativo al cuidado y prevención en términos generales, como así también en

relación a consultas puntuales, y en este sentido aludieron a la posibilidad que este

vínculo ofrecía para generar espacios donde compartir experiencias. En un segundo

lugar, los y las jóvenes también manifestaron encontrar en la familia un ámbito propicio

al cual era posible recurrir en búsqueda de respuestas. Resultó notable la fuerte

presencia de la figura materna en este espacio, aunque debe tenerse en cuenta que dada

su superioridad numérica en todos los cursos consultados la mayoría de quienes

respondieron a esta pregunta fueron mujeres. En el caso de los y las jóvenes consultados

del turno vespertino las interlocutores señalados oscilaron entre la pareja y los amigos,

dejando a la familia en un lugar secundario probablemente porque se trata de sujetos

que transitan otros espacios de independencia ya que o bien se han emancipado se sus

hogares o en caso de no haberlo hecho poseen un trabajo y/o una familia propia.

Con respecto a la reacción de los adultos frente a sus preguntas sobre sexualidad se

obtuvieron respuestas semejantes que daban cuenta de un espacio abierto a inquietudes,

dando a entender que la sexualidad de los jóvenes estaba lejos de ser negada o de ser

considerada como un tabú. Si bien alguien señaló que las preguntas son recibidas con

sorpresa en general manifestaron que los adultos consultados son muy abiertos y me

14
Esta pregunta específica estuvo ligada a la información que mi compañero en el trabajo de campo
buscaba extraer, que a nuestros fines solo dio pautas para trazar el panorama más amplio en lo relativo al
campo de la sexualidad.

74
explican todo lo que quiero saber o bien que son libres de expresión [porque] la gente

que conozco no tiene tabúes. Quienes se encontraban cursando el turno vespertino

fueron más directos al respecto y coincidieron en señalar que la sexualidad es un tema

sobre el que ya nadie puede asustarse porque resulta obvio que están en edad de tener

relaciones sexuales.

Por último se indagó sobre el papel que tenían las partes de una pareja –no

necesariamente estable- en la decisión de cuidarse en una relación sexual, preguntando

no sólo quién asumía o debía asumir esta responsabilidad, sino también cómo se elegía

el método de cuidado o prevención –si era el caso-. La mayoría coincidió en señalar que

se trata de una decisión que involucra a ambas partes por lo que la responsabilidad es

siempre compartida, aunque hubo también quienes consideraron que era la mujer quién

tenía en sus manos la decisión final sobre el cuidado. Esta postura sobre la primacía de

la responsabilidad femenina en la elección del cuidado y del método estuvo presente

sobre todo en las respuestas dadas por los y las jóvenes del turno vespertino. Respuestas

similares fueron recogidas en las entrevistas, en donde los varones reconocieron

desconocer el método de cuidado y/o prevención que su pareja utilizaba, o al menos su

funcionamiento concreto.

La posibilidad de profundizar en esta última batería de preguntas, la más rica en

cuanto a los objetivos de nuestra investigación, se vio limitada por la cantidad de tiempo

disponible para la realización de la actividad, lo que impidió detenernos en cada una de

las intervenciones que realizaban los y las jóvenes. Aún así, las entrevistas que fueron

desarrolladas un tiempo después favorecieron la creación de un espacio donde poner en

juego estas ideas que ya rondaban en los encuentros grupales, poniendo de relieve la

complejidad que suponen los lazos familiares y de pares al momento de reconocerlos

como interlocutores válidos para hablar sobre la propia sexualidad, así como también

75
dejaron entrever con más fuerza el peso que las decisiones de hombres y mujeres tienen

al momento de elegir respecto de sus cuidados.

b- Ni cuidas ni arrabaleras: re-pensando la pareja ideal.

Basada en una propuesta incluida dentro del manual de capacitación de UNICEF

Argentina (2003) esta actividad, titulada allí como “La Diosa y el Ganador”, tuvo por

objetivo favorecer el descubrimiento por parte de los y las jóvenes de sus expectativas

con respecto al otro género, alentando la reflexión sobre lo que es una pareja en la

adolescencia. La consigna fue dibujar en afiches y describir con adjetivos a la mujer o al

hombre ideal -dentro de grupos previamente armados de mujeres o varones- para luego,

en un plenario general, cuestionar la coherencia de las imágenes y los adjetivos escritos,

las similitudes entre lo dicho por los varones y lo dicho por las mujeres. A partir de este

trabajo pudieron ser recogidos una serie de datos que fueron agrupados partir de

criterios que aluden al tipo de expectativas que tienen mujeres y varones sobre el sexo

opuesto: actividades, atributos físicos, características personales en general y actitudes

esperables en una pareja.

En primer lugar, las mujeres coincidieron en adjudicar al hombre ideal facultades

relativas al trabajo -digno y fijo- y a la práctica de algún deporte, al tiempo que

mencionaron que preferían que la pareja fuera mayor que ellas al menos por dos años.

Con respecto a las cualidades físicas o externas, resaltaron que era importante que se

vista bien y que se bañe, pero que también sea lindo, tenga buena cola, buen físico, que

sea morocho y que tenga ojos verdes. En tercer lugar, y ligado a lo que hemos dado en

llamar características personales generales, las mujeres manifestaron que los hombres

debían tener capacidad para razonar, madurez, humildad, personalidad tranqui,

simpatía, sinceridad y que sea respetuoso. Por último, y en relación con lo que buscaban

76
en una pareja manifestaron que no querían que sea pesado ni insoportable, que no sea

tan celoso o cuida, que te deje salir con amigas, que no mienta, que sea fiel,

compañero, comprensible (sic), atento, tierno, romántico y que tenga objetivos para así

poder proyectar juntos. Puede decirse que coincidieron en resaltar la necesidad de

encontrar en la figura masculina la capacidad de ejercer un rol proveedor, otorgando así

un lugar central al trabajo como actividad, sumado a expectativas cargadas de

romanticismo que exigían del hombre aptitudes para la contención como el

compañerismo, la fidelidad y la atención.

Por su parte, los grupos de varones indicaron que las mujeres tenían que trabajar y

hacer las cosas de la casa, saber cocinar así como también jugar a la play, disfrutar el

fútbol y no drogarse, además de considerar importante que le guste hacer el amor y ser

duradera. Con respecto a los atributos físicos señalaron que debía ser linda, vestirse

bien y estar buena. Finalmente, en lo relativo a las características personales generales

manifestaron que la mujer debía ser amorosa, tierna, dulce, buena, paciente, educada,

ordenada, inteligente, divertida, inquieta y con humor. Finalmente, señalaron que debía

ser fiel, compañera, y que debían evitar ser celosas, zorras y arrabaleras15. En este

punto cabe rescatar a Paul Willis (1988) quien señala que existe entre los varones la

distinción entre “la tía fácil” y “la novia”, como figuras femeninas frente a las cuales se

definen diferentes modos de relacionarse. En este sentido, identifica un conflicto

tradicional en la visión que los varones tienen sobre las mujeres, en donde éstas son

consideradas al mismo tiempo objetos sexuales y elementos domésticos, y en donde se

espera que sean sexualmente atractivas pero no sexualmente experimentadas. Esta

asociación directa con el ámbito doméstico y la inexperiencia sexual –al menos con

otros- es lo que hace a una novia, ya que de otro modo se pondría en cuestión la propia

15
Esta expresión refiere a una mujer maleducada o malhablada, en palabras de uno de los jóvenes con los
que se trabajó.

77
masculinidad y el orgullo. De este modo otorgar el título de novia implica una nueva

gama de significados y connotaciones donde el nuevo referente es el hogar (símbolo de

dependencia y domesticidad) lo cual sería “lo opuesto a la perica sexy” (Willis, 1988).

Una de las partes más interesantes de esta actividad fue la puesta en común realizada

en el curso una vez concluida la tarea de los dibujos en el afiche, en donde cada grupo

debía presentar el trabajo realizado al resto. Si bien en muchos casos los dibujos eran en

sí poco elocuentes esto fue compensado por la descripción que hicieron con palabras de

lo que se había querido graficar. Las mujeres fueron quienes se mostraron más críticas

al momento opinar sobre el trabajo de sus compañeros, y manifestaron que lo que ellos

realmente querían era una muñeca inflable dando a entender que al menos en principio

era percibida cierta incongruencia en las exigencias que habían sido pautadas para las

mujeres. El aspecto más debatido giró en torno a los estándares de belleza que

establecían para el cuerpo femenino y su inmediata vinculación con las habilidades para

la cocina y demás actividades domésticas. Pero sin embargo, aún identificando este

núcleo problemático no fue posible construir una crítica más densa capaz de poner en

tela de juicio las inequidades que se encuentran en la base de estos discursos. Esta

última actividad abrió un interrogante que ya rondaba en nuestras reflexiones, sobre la

brecha existente entre el discurso mucho más abierto y crítico sobre el rol y las

expectativas que existen sobre la mujer en la sociedad, que innegablemente se ha

extendido en los últimos años, y su efectiva traducción en prácticas que supongan la

construcción de condiciones más equitativas entre los géneros.

II- Entrevistas

Como ya se ha mencionado, las primeras actividades que fueron realizadas en los

diferentes cursos sirvieron para dar a conocer nuestra propuesta a los grupos con que se

78
trabajaría y favorecieron la construcción de un espacio propicio para el debate a partir

de disparadores relevantes a los fines de introducirlos en la temática. La apertura y

disposición de algunos de los y las jóvenes en el desarrollo de las diferentes consignas

permitió pensar el siguiente paso: las entrevistas. Éstas fueron realizadas con quienes

voluntariamente se ofrecieron a mantener una charla más larga sobre los temas que

habían sido tratados anteriormente de manera grupal. En total fueron realizadas once

entrevistas, cinco de ellas con mujeres y seis con varones. El espacio en el que se

desarrollaron osciló entre aulas vacías y el espacio cedido por la biblioteca del colegio,

y en todos los casos fueron grabadas con un dispositivo MP3. Aún cuando el objetivo

fue profundizar en los casos puntuales que cada uno de los y las jóvenes presentaba,

algunas de las entrevistas fueron realizadas en parejas de amigos/as, lo cual favoreció

una mayor soltura en las charlas dada la intimidad que podían implicar algunas

preguntas. Es importante señalar que se ha optado por cambiar los nombres de los y las

entrevistadas con el fin de resguardar su intimidad.

Las entrevistas resultaron fuentes sumamente ricas en información, y más de una vez

los temas desbordaron -gratamente- aquello que había sido planificado de antemano en

los guiones. Los diferentes apartados en que han sido desglosados los relatos permiten

visualizar aquellos ejes a partir de los cuales consideramos que pueden ser pensadas las

representaciones sociales que se construyen en torno al cuerpo y la sexualidad de los y

las jóvenes. Para el análisis comenzamos indagando por las fuentes de conocimiento a

partir de las cuales los sujetos construyen las representaciones que poseen del cuerpo

sexuado y los atributos de género. En este punto se ha puesto especial énfasis en los

vínculos que se establecen con la familia y con los pares. Además, indagamos en el

papel de las instituciones más importantes con las que los sujetos entran en contacto en

esta etapa de la vida: la institución médica y la escuela. Por último, se ha tenido en

79
cuenta otras fuentes de información, en principio no consideradas, pero si esperadas

(internet, televisión, etc.).

En un segundo momento, los relatos de los jóvenes estuvieron orientados a

reconstruir el lugar que es otorgado a la sexualidad en las prácticas cotidianas,

entendiendo por esto las ideas que poseen respecto de su propia sexualidad y la ajena

que llevan a ponderar diferencialmente sus experiencias. En este punto resultó

interesante volver a temas ya debatidos en las actividades realizadas con anterioridad,

buscando un mayor desarrollo de las ideas que allí habían surgido.

a- ¿De eso no se habla? Reconstruyendo los primeros discursos sobre la sexualidad

i) Entre la vergüenza y la confidencia: la familia.

La sujetos nacen y crecen dentro de un entorno social simbólico que existe para ellos

como algo dado y la familia es uno de los primeros espacios en donde los sujetos

aprehenden este mundo que los rodea y dotan a su realidad cotidiana de un manto

incuestionable de supuestos que les permiten manejarse con soltura en los diferentes

espacios sociales que transitan. En este sentido la construcción de representaciones

sociales supone una amalgama de informaciones, conocimientos, supuestos y modelos

que son retomados y transmitidos por la tradición, la educación y la comunicación

social, con la complejidad que supone incorporar la propia experiencia de los sujetos

como variable a considerar. Las nociones sobre el cuerpo sexuado forman parte de este

saber que es transmitido desde la familia a los y las jóvenes, aún cuando cada uno de

ellos ha establecido con los miembros de su familia diferentes lazos que les permiten

una mayor soltura y franqueza o un mayor resguardo cuando se trata de la propia

sexualidad. El lugar de la familia en la formación y educación de los más jóvenes en

cuanto a educación sexual presenta diferentes aspectos no solo porque cada hogar

80
establece entre sus integrantes diferentes posibilidades de comunicación, sino también

porque la familia como institución se encuentra inserta en un contexto histórico que la

ubica actualmente en un lugar de responsabilidad de los adultos mayores en la

transmisión de información sobre sexualidad.

En general, los y las jóvenes con los que se trabajó reconocieron que la sexualidad,

forma parte de la vida cotidiana en sus hogares, entendida por ellos como la educación y

la información que reciben de los adultos mayores, y reconocen que las charlas se

desarrollan en un ámbito de apertura y comodidad al cual pueden recurrir cada vez que

lo consideran necesario. En los diferentes relatos la madre apareció como interlocutor

privilegiado en las primeras charlas que los y las jóvenes mantienen en sus hogares,

aunque los varones encuentran también en otras figuras masculinas de la familia

–primos y tíos principalmente- un referente al cual interrogar sobre cuestiones ligadas a

la sexualidad. En el caso de las mujeres, las primeras charlas se dan cuando tiene su

primera menstruación, como momento en que resulta clara su entrada a la pubertad; en

el caso de los hombres, sin un hito biológico de similar trascendencia que indique este

pasaje, se considera que a los trece o catorce años están en edad de maduración sexual.

Al respecto algunas jóvenes señalaban:

“en mi casa yo le pregunto mucho a mi mamá, porque mi papá, eh,


algunas veces dice una cosa y otras veces no, como que soy chiquita.
Y como que él es varón, con las mujeres no tanto. Pero cuando tiene
que hablar, habla” (Florencia, 19 años)

“si tengo alguna duda, con mi mamá. Pero mi papá es ‘¿y lorenita?
¿tenés que tomar las pastillas?’ me dice él así como…yo me quedo
‘sí papi’ y el va y me las compra. El no tendría problema en hablar
conmigo, capaz yo soy muy…” (Lorena, 17 años)

En todo caso, el lugar de los padres en la educación sexual propiamente dicha se

limitaría a ser una figura de apoyo, que está al tanto de las conversaciones que se

81
mantienen entre madres e hijas, pero que solo interviene facilitando por ejemplo el

acceso a los métodos anticonceptivos, en general pastillas.

Aún con este primer acercamiento casi asegurado, algunos de los y las chicas

reconocieron que solo charlaron sobre sexualidad con sus padres o madres en este

momento puntual en que los y las jóvenes están ingresando a la pubertad, pero que

después de allí no han vuelto a tocar estos temas. La primera relación de pareja

despierta nuevamente en los padres y madres la necesidad de reforzar aquello que había

sido conversado con anterioridad, abriendo nuevamente las puertas al intercambio, y en

caso de no haberlo hecho antes, este momento es entendido como el indicado para

comenzar finalmente plantear la sexualidad como algo a tratar en el hogar.

“Sí, bah yo estaba ahí y me dijeron si, “¿tenés novia?” y yo les dije
sí […] Y bueno le dije, sí y ahí me empezó a hablar y bueno…fijate
que te tenés que cuidar porque sino por ahí puede quedar
embarazada y no da tampoco quedar embarazada a esta edad…más
que nada por eso.” (Mateo, 17 años)

“Siempre salen esas charlas ¿no? Pero se dio más cuando llevé a mi
primer novia. […]Dentro de todo la pegué con mis viejos porque son
muy buena onda, abiertos y no, no, nunca tuve problemas.” (Ignacio,
18 años)

“No, en mi casa no se habla nada de eso. La tuve (a la charla) de muy


chica igual, fue una sola vez y después informándome de mis propios
medios” (Paula, 18 años)

Los motivos que la familia encuentra para retomar la sexualidad como tema de

conversación, por fuera del inicio de la pubertad y la presentación formal de parejas,

también se encuentran en fenómenos sociales más amplios frente a los cuales los padres

y madres buscan prevenir. En este sentido, algunas entrevistadas señalaron que las

charlas con sus madres comenzaron en una época en que todas se quedaban

embarazadas o bien por casos que pasaron ahí en mi barrio, que hubo un tiempo que

todas se quedaron embarazadas.

82
A partir de aquí, hombres y mujeres parecieran comenzar a transitar diferentes

caminos en lo que refiere a su cuerpo y su sexualidad. Las mujeres inician, en general,

un recorrido por las instituciones de la salud como hospitales, clínicas y salitas, lo que

implica una preocupación por el cuidado de su cuerpo, no solo en términos de

preservación de carácter físico, sino también, de alguna manera simbólico, ya que el

cuerpo femenino resulta algo que debe ser resguardado, es decir, se convierte en

depositario de una pureza cuya entrega solo debe ser preservada para alguien digno de

él. Es también, un cuerpo que va unido a un discurso que privilegia y relaciona en

cuerpo de la mujer con el amor, una compleja construcción social que en muchos casos

supone la reactualización de aquellos roles de género presentes en la sociedad:

“Fue cuando yo presente mi novio en mi casa hace ya dos años […]


ella me dijo así, porque me llevó a la ginecóloga y esas cosas para
empezar a tomar los anticonceptivos […]” (Lorena, 17 años)

Como ya había sido advertido en las actividades anteriores, la relación que los

jóvenes establecen con los adultos mayores a partir de sus inquietudes sobre la

sexualidad y el cuerpo no se presenta de modo conservador y muy por el contrario, al

menos al interior de las familias, se construyen vínculos abiertos que dejan lugar al

diálogo. Aún así esto debe ser matizado bajo la consideración de que persisten ideas

sobre lo que es exclusivo de hombres y mujeres expresado en la persistencia de vínculos

madre-hija o padre-hijo, como campos separados para el diálogo. De este modo,

podemos afirmar que en general se percibió una mayor apertura y franqueza de la

sexualidad como tema en las charlas al interior de los hogares, aunque esto no significa

que no hayan sido recogidos relatos donde algunos jóvenes reconocen que aún se trata

de un tema de conversación vedado por diferentes razones. Algunos adujeron el carácter

estricto de sus padres y madres, otros directamente se refirieron a una negación de la

sexualidad, que pudo entenderse como timidez o como desconocimiento de parte de los

83
padres y madres para abordar la cuestión de la sexualidad con sus hijos e hijas, algo que

se traduce en incapacidad para generar espacios y ambientes propicios para preguntar o

conversar:

“No, en mi casa no. Son muy reservados, más porque mi mamá es


medio anti, y mi papá más todavía, así que no […] No es un tema que
se hable, para nada. […] Son muy estrictos. Más mi papá, mi
hermano…olvidate de decir ‘beso’, ‘novio’, olvidate.” (Lucía, 17
años)

En la misma línea, Lucía continúa señalando hasta qué punto eran inexistentes los

espacios de diálogo en su familia:

“Yo me acuerdo que la primera vez que me vino digo ‘¿qué me


pasa?’. Después una compañera de colegio me dijo ‘ah, te hiciste
señorita’, me decía. Y después tuvimos la charla justo de eso en la
escuela, así de la salita, y nos empezó a decir, y ahí empecé a captar
la onda, pero nada…” (Lucía, 17 años)

Del mismo modo, los mismos jóvenes ponen límites a los temas de conversación que

pueden tener con sus padres o madres, por timidez o por considerarlo innecesario. Entre

los varones es entre quienes fue escuchada más veces la idea de charlar en joda, como

las únicas formas de comunicarse con los padres y madres sobre la sexualidad.

“L: Nah, Nah. Capaz que mi viejo me quiso venir a hablar, y yo ni a


palos.
P: ¿Por qué no?
D: No, yo no dejo, no, no. Es re difícil, me daría la re vergüenza
hablar con mi papá. Me da vergüenza hablar con vos…con un amigo
capaz que lo hablaría, eso sí, pero no…hay más confianza…”
(Leandro y Daniel, 18 años)

“No, la verdad que no. Bah, no se le da mucha importancia. Sí


jodemos un poco con mi viejo, pero no…no tocamos mucho el tema
[…] nunca tocamos el tema de la sexualidad […] alguna vez me dijo
‘hay que cuidarse’ y esas cosas…después yo fui aprendiendo solo”
(Damián, 19 años).

A medida que avanzábamos en las entrevistas, y que indagábamos en los vínculos

familiares, se introdujeron preguntas relativas a otros aspectos de la vida familiar. A raíz

de que muchos de los y las entrevistados tenían hermanos de edades muy cercanas, les

84
preguntamos si percibían que los consejos dados a sus hermanos o hermanas diferían de

aquellos que ellos o ellas recibían. Fueron muchos los que reconocieron que los padres

y madres establecen reglas de alguna manera más permisivas para los hermanos

varones, sean mayores o menores que el/la entrevistada, al tiempo que con las mujeres

se daban cuenta de un mayor cuidado y resguardo frente a la posibilidad de iniciación

sexual:

“le dicen, ‘ya tenés edad’, le dicen, ‘sos grande’ […] a mi hermano
varón…a él sí mi papá le decía ‘vos sos un mujeriego’, no sé qué. Y a
nosotras las mujeres nos cuidan más, como que se ponen más celosos
y no, ‘presentá a tu novio’ y lo quiere matar… […]Y mi hermano
también, es re celoso también. Entonces ‘no, vos tenés que esperar’ y
qué se yo. Te hacen un cuento…” (Florencia, 19 años)

“Eh, mirá, como que mis papás ya la van como…la van


encaminando sobre el tema ¿viste? [a la hermana menor] Pero pienso
que cuando traiga el novio va a ser peor todavía, lo mismo que pasó
conmigo pero peor […] Porque es mujer, claro, y porque es la más
chica, qué se yo, pasa por una cuestión de afecto” (Ignacio, 18 años)
“[…] como con los hombres siempre es diferente […] Capaz no los
cuidan tanto, bah, no sé” (Lorena, 17 años)

Tanto los varones como las mujeres entrevistadas coincidieron en señalar que en la

familia los varones reciben una educación que supone la aceptación inmediata de su

sexualidad, mientras que en las mujeres persiste la idea de “espera” para esa misma

iniciación. En este punto coincidimos con Martínez y Yuriria (2000) cuando señalan

que “padres y madres aún transmiten patrones sexistas y machistas con respecto al

ejercicio de la sexualidad, depositando la libertad de este ejercicio en los hombres y la

represión del mismo en las mujeres” (p.137) algo que luego queda en claro cuando al

profundizar sobre los significados que tienen las relaciones sexuales las mujeres

expresan esa necesidad de conservar el valor de su virginidad al menos hasta tanto esté

garantizada la estabilidad de una relación:

“porque los varones con los padres, o con los primos o con los tíos
siempre van a hablar de una mujer, o con los amigos. Y en cambio
los padres con las mujeres, con las hijas, con las sobrinas o con

85
cualquiera le va a decir ‘no, vos tenés que esperar a tu hombre
ideal’, ‘tenés que esperar, sos chica’ y un montón de precauciones le
dan.” (Florencia, 19 años)

En este sentido, la sexualidad cuando es reconocida, lo es en el momento en que

presentan un vínculo estable con una persona, porque de otro modo quedás como una…

medio rapidita (Lorena, 17 años). La experiencia que relata uno de los informantes con

el padre de su novia, dos años menor resulta ilustrativa del lugar de protección en que

son ubicadas las hijas mujeres dentro en el seno de la familia:

“Nosotros cuando empezamos a salir el padre me quería conocer.


Era sabido, siempre te dicen que no va a ser tu hija para siempre…
Le dijo ‘después traelo a Leandro, lo invito a comer el domingo’…y
el chabón me quería jugar…me dijo que me vaya de vacaciones con
ellos, que me dejaba todo, pero si yo le jugaba una pulseada”
(Leandro, 18 años)

ii) “Ellos te cuentan, vos les contás”: los pares.

En la juventud los vínculos que se establecen con los pares favorecen espacios de

diálogo diferentes a los que se generan en el seno familiar. Los relatos de los y las

jóvenes entrevistados dan a entender que los amigos no compiten con el padre y la

madre como interlocutores válidos para indagar sobre la sexualidad, sino que por el

contrario las representaciones sobre la sexualidad que entran en juego parecen ser de

otra naturaleza, por lo que el tipo de información que se busca y se obtiene en diálogo

con los pares pareciera ser, en principio, diferente. En primer lugar esto se debe a que

se trata fundamentalmente un espacio en donde resulta más factible el intercambio de

experiencias lejos de la vergüenza que podría significar compartir eso mismo con otros

adultos mayores:

“Mi amiga que es más chica que yo, tiene quince años, ella sí me
pregunta […] ella me pregunta a mí…muchas cosas […] creo que te
da más confianza con tus amigos…porque no sabes qué te van a
decir tus papás cuando les vas a hablar de eso” (Florencia 19 años)
“P: Pero igual es más fácil hablar con amigos que con ellos ¿no?

86
M: Sí, mal.
J: Porque aparte te sentís incómodo, sí. Me da vergüenza…
M: Con amigos no, hablas de cualquier cosa…ellos te cuentan, vos
les contas…” (Juan y Mateo, 17 años)

A diferencia de lo que sucede con los padres y madres, los amigos no son sujetos a

los que se acude en busca de información certera sobre anticoncepción y cuidado,

porque lo que se pretende a partir de este vínculo es tomar la experiencia ajena como

puntapié para poner en juego la propia y entre otras cosas dilucidar las diferentes

formas que asumen las relaciones con el sexo opuesto:

“[…] nos preguntaban cosas, porque como ellos de mujeres mucho


no sabían, y nosotras de varones tampoco, nos preguntábamos entre
todos.” (Florencia, 19 años)

En algunos casos la complicidad con los pares en términos del intercambio de

experiencias solo parece activarse cuando existe una necesidad puntual como puede ser

una duda o un problema concreto, relegando en general otros temas más “banales” en el

ámbito de la intimidad

“[…] no se toca mucho el tema, porque son más colgados. Ya cuando


están re ahí al apriete te empiezan a hablar. Qué se yo, todos dicen
‘uh, no nos cuidamos, estuve con coso’ qué se yo…cuando hay un
apuro nada más, si no, no se toca el tema.” (Lucía, 17 años)

Ahora bien, esta vínculo que se construye con los pares no está excluido de aquellas

prerrogativas sobre el género que se construyen en torno a la sexualidad y, muy por el

contrario, puede pensarse que se fortalecen aquellos sentidos ligados a lo que se supone

debe hacer un hombre o una mujer con respecto a ella. A partir de los relatos pudimos

notar que las mujeres encuentran en sus pares un espacio capaz de adicionar

información que pudo no haber sido obtenida desde la familia por ejemplo, y en este

caso ellas sí buscarían información certera.

En el caso de los hombres los pares actúan como grupos que incitan a la iniciación

sexual donde “tener sexo con una mujer, es decir mostrar su heterosexualidad, es parte

87
de la construcción y reafirmación de la virilidad […] el alardeo sobre el éxito con las

mujeres se lleva a cabo entre los varones como medio para mostrar su virilidad”

(Rostagnol, 2002: 47-48). Puede pensarse además que “el requerimiento de tener

relaciones sexuales […] indica que a esta dinámica subyace la prescripción de

heterosexualidad asociada a la masculinidad hegemónica y al papel esperado para estos

varones: se supone determinado deseo ‘natural’ (por las mujeres) y se incita un ejercicio

de la sexualidad consecuente con él (disponibilidad e iniciativa sexual con ellas)”

(Jones, 2010:348).

“Claro, no, es lo que cada uno elija porque no…yo no voy a ir


porque vos me digas ‘te toca ir, andá’. Es una cuestión de necesidad
y de si vos necesitas…si vos pensás que estás bien no vas a ir. Pero a
lo que estamos acostumbrados ahora es que a los 18, 19 años si no
tuviste relaciones sexuales, te tienen como que, no sé…[…] como un
boludo o como…lo que fuere” (Ignacio, 18 años)

iii) La institución médica entra en escena: los caminos se separan.

A partir de las entrevistas realizadas resultó evidente el desequilibrio existente entre

hombres y mujeres en cuanto a su tránsito por las instituciones médicas, que en

principio parece encontrar sus raíces en las reacciones diferenciales que se generan al

interior de los hogares donde el ingreso a la pubertad de los hijos supone diferentes

lecturas. De este modo, entre las mujeres el uso de las pastillas anticonceptivas forma

parte de una rutina cotidiana que no se oculta en la familia, y que incluso hace a la

tranquilidad de los padres frente a una sexualidad que de otro modo no pueden controlar

o regular. De la misma manera, entre ellas está más extendida la necesidad de hacer

visitas regulares al médico para hacer chequeos relativos a la salud de su cuerpo, y está

ligado sobre todo a la posibilidad de obtener una receta para pastillas anticonceptivas.

Estos trayectos que llevan a las mujeres a transitar más asiduamente los pasillos de los

hospitales va de la mano con una lectura que se hace desde la familia y desde los

88
médicos donde se continúa vinculando y circunscribiendo la sexualidad femenina a su

dimensión reproductiva

“a los 13…me habló de las pastillas, me llevó a la ginecóloga… […]


pasa que fue cuando me hice señorita, entonces…” (Paula, 18 años)

Por su parte, los varones inician su vida sexual por fuera de las instituciones médicas

y de hecho no consideran necesario acudir a ellas en búsqueda de información o de

métodos de anticoncepción o cuidado, relegando su consulta a razones más vinculadas a

temas de salud en general:

“Sí, no, una vez sola fui [a la salita]. Cuando vas te dan folletos y te
explican y te dan…me parece bien a mí, pero fui una sola vez, o
sea…no. […] Claro, sí sirve, no te voy a decir que no sirve, pero no.
Claro, como que no lo veo tan…como no voy a ir a la salita a hablar
con tal y tal persona que sabe.” (Ignacio, 18 años)

El lugar otorgado al cuerpo de las mujeres pone énfasis en la necesidad de su

preservación sobre todo desde un punto de vista reproductivo, única dimensión que

parece ser reconocida de la sexualidad femenina. Sin embargo, al momento de buscar

información las mujeres no parecen encontrar en la figura del médico la primera opción

y priorizan como interlocutores a la familia y a los pares. El cuerpo de los varones, por

su parte parece estimulado a una mayor libertad no solo porque en general no se espera

de ellos una única pareja sexual, sino también porque cargan sobre sus hombros menos

prejuicios e inseguridades frente a su propio cuerpo. Resulta entonces que el cuerpo se

erige en un lugar sumamente efectivo y directo para el control social y a través de los

ritos cotidianos, el cuerpo se hace cuerpo y sobre él se aplican las normas y las reglas de

la vida social (M. A. Gutiérrez)

Por último, el nivel de conocimientos sobre la reproducción parece incidir sobre la

capacidad de decisión de las mujeres ya que el acceso de las mujeres a charlas con

especialistas les permite tomar decisiones respecto de la anticoncepción y el cuidado

aún con independencia de sus parejas, sobre todo porque son ellas quienes administran

89
sus pastillas (Figueroa y Rivera, 1992). Al respecto una de las jóvenes entrevistadas

señalo “yo me cuido por mí, no quiero un hijo, ni loca dejo de cuidarme, de tomar las

pastillas” dejando en claro la autonomía que posee respecto los cuidados que decide o

no tomar frente a las relaciones sexuales. Aún a pesar de la ventaja que puede suponer

este acercamiento de las mujeres a herramientas que permitan su empoderamiento, los

relatos y comentarios que se desprenden del trabajo en el campo suponen que en los

hechos, las relaciones sexuales continúan sujetas a una estructura donde priman las

decisiones de los hombres, al menos en lo que respecta a la elección de métodos de

prevención de embarazos y de transmisión de ETS.

iv) No una puerta, pero al menos sí una ventana: la escuela da lugar a la sexualidad

¿Qué lugar ocupa el colegio en la conformación de aquellas representaciones sobre

el cuerpo y la sexualidad? En principio la escuela ofrece un espacio puntual –la materia

“Salud y Adolescencia”- para tratar contenidos ligados a la sexualidad, sobre todo en

relación al conocimiento del funcionamiento del cuerpo humano y a los diversos

métodos para prevenir embarazos y el contagio de enfermedades. A pesar de que todos

los entrevistados/as adujeron haber aprendido mucho, el aprovechamiento de los

contenidos parecía variar en función de la familiaridad que cada uno de los sujetos

poseía con el tema, es decir si por ejemplo en sus hogares ya habían dialogado al

respecto. Además, muchos consideraron que se trataba de una materia cuyos contenidos

solían olvidarse lo cual puede deberse la unidimensionalidad con la que se abarca la

sexualidad, es decir circunscribiendo el espacio a una lección sobre la reproducción,

siempre desde una perspectiva biológica, privilegiando al igual que el discurso médico

esta dimensión por sobre otras para referirse a la sexualidad sin ampliar el espectro

90
hacia cuestiones más relacionales capaces de contemplar ideas como el género, el

placer y la violencia:

“Acá en la escuela, bueno esta es la única vez que vinieron así chicos
de otro lado a hablarnos. Pero acá en el ciclo del colegio realmente
no. Teníamos…tuvimos un solo año que tuvimos Salud y
Adolescencia que hablaba sí un poco de esto y un poco de la
maternidad, de las enfermedades, pero de…realmente de esto, no.”
(Florencia, 19 años)

“P: ¿Y qué veían en la materia?


R: Era más de lo ¿cómo se llama? De los órganos, eso y toda la
historia […]” (Juan, 17 años)

“Y ahí vemos más…tanto el sexo no…sino que vemos sobre los


ovarios y esas cosas…los órganos reproductivos” (Lorena, 17 años)

“R: Yo no la entendía por eso no me gustó.


P: ¿No les sirvió para mucho?
R: No, que yo sepa. La verdad que a mí no me sirvió.” (Mateo, 17
años)

A pesar de las pocas referencias que dan sobre los contenidos, es interesante el que

la mayoría señale a esta materia como el único acercamiento que han tenido sobre el

tema, y en este sentido lo perciben como algo que resulta necesario. Ignacio, uno de los

entrevistados resultó bastante claro en este sentido y remarco que con un pasado en la

escuela técnica, donde la cuestión de la sexualidad era nula resultaba positivo poder ver

estos contenidos en la escuela. Además, junto con otros de los entrevistados

coincidieron en señalar que aquella información que es recibida en el colegio y que es

relativo a la sexualidad ayuda a compensar el hecho de que aún en muchas casas se

trata de un tema tabú:

“Sí, a mi me gustaba la clase. A mí me gustaba, me sacaba dieces


[…] porque empecé a saber cosas que no sabía, que no podía hablar
con mi mamá, bah, que le preguntaba a la profe” (Lucía, 17 años)

Es decir, aún persisten viejas consideraciones sobre el papel que la escuela como tal

debe jugar al momento de hablar sobre sexualidad. Es claro que ya no estamos frente a

una institución que reniega de la sexualidad de quienes crecen y se forman en ella, y en

91
esto tiene mucho que ver las normativas que de alguna manera esperan de ella un papel

más activo en la transmisión de conocimiento relevante a estas cuestiones. No obstante

esto, aún perduran aquellas ideas que ligan la sexualidad, y más aún la de los y las

jóvenes, a procesos meramente biológicos y fisiológicos, asociados al embarazo y al

contagio de las ETS, dejando sin cuestionamiento o sin espacio para la reflexión la

complejidad que suponen las relaciones humanas, con todo lo que suponen de

construcción, de placer e incluso de violencia.

La lectura que hacemos respecto de los contenidos impartidos desde la escuela no

implica desestimar su importancia en la generación de espacios de diálogo en donde

poder abrir el juego a las inquietudes complejas que supone la entrada de los y las

jóvenes en el terreno de las relaciones sexuales. Y en este sentido, como señala

Morgade (2011) hay una complejidad de experiencias que pueden ser trabajadas desde

la escuela para dar cuenta tanto de los padecimientos que puede suponer asumir una

sexualidad por fuera de la heternormatividad así como el estar insertos en vínculos

violentos tanto en las parejas como al interior de las familias, y donde también se pueda

dialogar desde una perspectiva del placer y disfrute que la sexualidad también posee.

Temáticas todas que exceden y en mucho a la concepción biologicista de la sexualidad

por lo que recuperar el carácter construido del cuerpo y de su sexualidad es quizás un

paso aún por dar.

v) Aprender de la vida: otras formas de informarse.

Muchas veces las ideas y la información que manejan los jóvenes provienen de otros

canales que están por fuera del núcleo familiar, de los pares y de las instituciones con

las que entran en contacto. En este sentido, resultó interesante indagar sobre el lugar que

ocupan en la construcción de sus representaciones fuentes de información tales como el

92
uso de internet, la televisión, los libros, etc. Una de las primeras cuestiones que pudimos

notar es que el acercamiento a estas diferentes fuentes delinea un camino que es

percibido por los sujetos como un aprendizaje de la vida, es decir que movidos por su

propia curiosidad o por el azar de cruzarse con la información han logrado conformar

progresivamente un acopio de referencias que les permiten tapar aquellos baches que

pudieran tener en su conocimiento de la sexualidad y de su propio cuerpo

“P: ¿Y de dónde sacas la información, eso de que ‘aprendo por mi


misma’?
R: y que se yo, en el hospital, o escucho. O que se yo, con alguna
amiga que es más confianza nos ponemos a charlar y primero cuenta
ella, y después yo, y empezamos a hacer así.”(Lucía, 17 años)

“Yo lo que sé, lo sé por mí nomás. […] de la vida. Con mi familia no


hablo, me da cosa” (Daniel, 18 años)

Una de las primeras fuentes a las que manifestaron acudir es a internet, ya que

permite disponer rápidamente de muy variada información, más alla de la confiabilidad

de esos datos. Además señalaron que los libros son también fuentes importantes a las

cuales es posible recurrir para despejar sus dudas o informarse. Por último, la televisión

no fue indicada como un medio relevante al cual acudir.

“A veces voy leyendo libros…o entro a internet” (Damián 19 años)

“Y a mí me gusta, qué se yo, leer algún libro que tenga que ver con
la sexualidad. Por ejemplo, o encuentro así, por ejemplo me voy a tal
lado, al hospital que pegan afiches y qué se yo, y empiezo a leer y a
leer, y así me entero yo” (Lucía, 17 años)

Aún cuando en diferentes medidas todos los entrevistados manifestaron hacer uso de

estas herramientas, en general las reconocen como fuentes secundarias y de poca

confianza frente a las que resulta preferible acudir solo a modo de complemento,

priorizando todavía aquello que pueden obtener de sus familias o amigos. En el caso de

quienes tenían parejas estables al momento de las entrevistas, consideraron muy

importante la posibilidad de tener un espacio de diálogo en la relación en donde lograr

93
una intimidad mucho mayor, situación que se replicó sobre todo entre quienes cursaban

el último año del turno vespertino dadas las características ya mencionadas sobre su

paternidad-maternidad, y separación del núcleo familiar para conformar el propio

“No, yo no le pregunto a nadie, yo me las arreglo solo. Es más, yo


con mi novia mucha confianza tenemos y lo hablamos, así, así nos
sentamos y hablamos. Para mí es así.” (Daniel, 18 años)

b- La eficacia de las representaciones: configurando prácticas.

Aquellas representaciones construidas y transmitidas en los diferentes espacios en

que se desenvuelven los sujetos se ponen en juego en sus prácticas cotidianas en donde

los sentidos otorgados a la sexualidad y el cuerpo son atravesados por no menos

complejas ideas sobre el amor, la moral, etc. Justamente la eficacia de las

construcciones de sentido radican en su posibilidad de poder implicarse en la realidad.

i) Entre la espera y la disponibilidad: tensiones entre lo que es y lo que debe ser la

sexualidad.

Un primer aspecto a relevar en esta batería de preguntas fue la edad que los y las

jóvenes consideraban adecuada para comenzar a mantener relaciones sexuales. Si bien

todos coincidieron en la importancia de que sea una elección personal, matizaron esta

consideración al reconocer que existen de hecho límites por fuera de los cuales hombres

y mujeres son considerados como rápidas –sobre todo en el caso de las mujeres- o bien

lentos si aún no poseen experiencia en el campo de la sexualidad –especialmente en los

hombres-. En general los y las entrevistadas se mostraron preocupados por lo que

entienden que es un problema actual: la iniciación tempranas de las chicas de hoy,

considerando que esto resultaba impensable en un tiempo pasado y dando a entender

que en la actualidad las jóvenes están fuera de control por mantener relaciones sexuales

por fuera de vínculos estables y con una edad muy por debajo de lo esperable, incluso

94
cuando muchas de las entrevistadas manifestó tener esa misma edad al mantener su

primeras relaciones sexuales.

“Y, ahora no. Bueno ahora, como está ahora el país no, porque una
chiquita de doce años ya tiene relaciones y antes no se veía eso.
Ahora parece que sí, que es todo abierto” (Sofía, 19 años)

“Depende de cada uno…no sé, de la actitud que tenga. Porque los


pendejos como están ahora ya a los 14, 15 años se creen no sé. Y en
cambio antes, cuatro, cinco años atrás uno pensaba ‘no, voy a
esperar un poco más’, ‘voy a ver si puedo conseguir una pareja’
¿no? Como que los pensamientos cambiaron desde hace un tiempo a
ahora” (Ignacio, 18 años)

Entonces, si bien las relaciones sexuales son pensadas y señaladas como una

elección que responde a una necesidad personal, en el transcurso de las charlas se hizo

evidente no sólo que es negativamente visto un inicio temprano, fundamentalmente en

el caso de las mujeres, sino que también la virginidad como tal es una situación que en

el caso de los hombres tiene fecha de vencimiento, luego de la cual la no iniciación

sexual es considerada como un problema, generando burlas y dudas sobre la capacidad

sexual del propio sujeto.

“Depende, es la elección de cada persona. Si uno quiere tener


relaciones a los treinta años puede tener. O sea, hay otros que los
van a cargar –risas- seguro –risas-” (Damián, 19 años)

Asimismo resulta claro que mientras la espera es alentada para las mujeres, para los

hombres resulta importante poder demostrar una suerte de hombría manteniendo

relaciones sexuales. La idea de espera para las mujeres está íntimamente ligada a la

necesidad de poseer una relación estable que justifique esa iniciación sexual. Como

señala Willis “existe el miedo a que una vez que una chica ha tenido experiencias

sexuales y ha disfrutado del sexo, las compuertas de su deseo se abran y caiga en la

promiscuidad” (1988:59). Así, en el caso de las mujeres resulta fundamental resguardar

su integridad y el valor de su condición femenina frente a la imagen que puede generar

el mantener relaciones sexuales por fuera del marco que supone una pareja

95
“Yo en mi caso no, yo tuve mi primer relación a los quince años con
mi novio. No estuve así con…no es que me fui al baile y…bah no soy
así” (Lorena, 17 años)

Es estas prácticas donde entran en juego aquellas representaciones sobre el cuerpo

femenino, su sexualidad en particular, que es elevado a valor supremo al punto de

generar un esfuerzo “por mantener una identidad pura que preserve a la familia de la

pérdida de honorabilidad, [lo que] las hace renunciar inclusive a imaginar o desear un

encuentro” (Martínez y Yuriria, 2000).

Los hombres por su parte poseen un abanico de opciones más amplio con respecto a

las parejas socialmente aceptables con las cuales comenzar a transitar su sexualidad,

pudiendo ser amigas, conocidas, trabajadoras sexuales, etc. Algunos de los jóvenes

entrevistados se encontraban en aquel momento en relaciones estables en las cuales

ponderaron positivamente el hecho de haber sido quienes les han enseñado a sus novias

todo lo relativo a la sexualidad; en estos casos la virginidad de las mujeres con quienes

salían vuelve a primer plano para mostrarse como un valor sumamente importante que

coloca a la mujer en un plano de ingenuidad del que solo podrían salir de la mano de la

experiencia de los hombres

“Igual ella aprendió de mí, porque ella no, no…era la primera vez.
Así que ella cosas de mí aprendió” (Daniel, 18 años)

En las siguientes preguntas indagamos sobre la importancia que tenía el tipo de

pareja que era elegida para “la primera vez”, a lo que señalaron que para las mujeres era

importante la búsqueda de afecto y que aunque los hombres también podían buscarlo

eso no quitaba que este bien visto tener un arrebato.

En general la primera relación sexual se asocia a un evento de gran significación,

sobre todo en el caso de las mujeres que lo asocian a un momento de intimidad y amor.

“R: Si tenés un novio fijo, ponele en mi caso tenía que tener un novio
fijo, sino, olvidate, anda a freír churro. [...] (la primera vez) es más

96
importante. Influye mucho estar bien en pareja, estar bien así.”
(Lucía, 17 años)

“O sea yo no lo haría con una persona que no fuera novio mío. No lo


haría. Porque yo no sé con quién…así por ejemplo, si él se quiere
acostar conmigo de la nada no sé si lo hizo con otras chicas y vaya a
saber esas chicas lo que hicieron y no… y menos sin cuidarse, no.”
(Lorena, 17 años)

Esto resulta diferente en el caso de los hombres, ya que se supone que para ellos es

solo una entre tantas otras conquistas posibles:

“Porque es algo…la primera vez, algo único para vos. […] para los
hombres me parece que sí (es diferente) porque ellos capaz que ya
estuvieron con alguien y te dicen ‘no, no estuve con nadie’, te hacen
un chamuyo y es mentira” (Florencia, 19 años)

“Porque los hombres son más mujeriegos…no, para mí no (es lo


mismo la primera vez de un hombre y de una mujer). Como que las
mujeres siempre ‘ay, la primera vez tiene que ser especial’ y esas
cosas. Y quizás los hombres van al baile, les gusto una chica y a ya
está…bah yo pienso que es así” (Lorena, 17 años)

“es algo que recordás toda tu vida. Para el hombre no, para el
hombre es un recuerdo pasajero. Para la mujer no, queda grabado
[…] la mujer trata de buscar la persona indicada […] en cambio el
hombre no, la primera que se cruza…” (Paula, 18 años)

Así, la idea de espera tan presente en el imaginario sobre la sexualidad femenina, y

que como ya señalamos encuentra en el hogar el espacio en que se refuerza

constantemente, en los hombres no se valora de la misma manera porque la iniciación

sexual forma parte de uno de los rituales más importantes en el pasaje hacia la adultez y

en el que está presente la exigencia del propio entorno para ajustarse a las exigencias de

su propio género (Checa, 2003)

“A los hombres no tanto (le importa tener novia la primera vez) […]
porque sí, o sea no cualquiera te va a decir ‘no, yo voy a esperar a
mi novia’, ‘yo quiero tener una novia’…no, cuesta[…] No importa lo
que sea” (Ignacio, 18 años)

Las mujeres pondrían en juego la posibilidad de elegir la pareja y construir con ella

el espacio y momento ideal para tener relaciones sexuales, mientras que los hombres se

97
suponen permanentemente disponibles (Jones, 2010). En general las mujeres le

atribuyen a las relaciones sexuales un valor afectivo y no tan ligado a la satisfacción de

algún deseo o necesidad. Las representaciones de las que dan cuenta las mujeres

permiten que ellas contemplen el uso de anticonceptivos como una forma de tomar

control sobre los proyectos futuros que poseen. Quizás esto podría relativizarse si

pensamos que no han sido relevadas ninguna persona con hijos/as. De todos modos, en

charlas informales con jóvenes que sí tienen familia, la reproducción no aparece como

algo que va ligado a la sexualidad necesariamente, sino aleatoriamente, y que así es

aceptado.

Avanzamos en las charlas tratando de reconstruir junto con los y las entrevistadas el

lugar de la sexualidad en sus vidas, o al menos cuáles eran las motivaciones que

estaban detrás. Como señalan Figueroa y Rivera “tres cuartas partes –de las mujeres-

reconocen que al hombre le son más importantes las relaciones sexuales porque por

naturaleza y temperamento le son más necesarias” (1992:114) y las mujeres suelen

señalar que los hombres siempre tienen ganas, que no necesariamente debutan con una

pareja estable, por lo que el aspecto afectivo no es realmente importante.

“Y, no sé si ellos piensan lo mismo o no, pero ellos siempre


quieren…siempre, matraca -risas-. Lo primero que piensan es eso, no
les importa si están de novio o no. Lo primero que quieren es eso,
ellos eso mucho no les interesa. Ponele alguno capaz que sí, pero no
todos son iguales.” (Lucía, 17 años)

“la mujer espera…y ellos, no sé, agarran cualquier cosa. […] Sí,
porque muchas veces los hombres son así serios, joden y se cagan de
risa y la mujer no. La mujer es como que siempre va a querer algo
así romántico” (Florencia, 19 años)

Mantener relaciones sexuales se presenta como algo que los hombres necesitan, en

tanto que la sexualidad de las mujeres apenas recibe reconocimiento y quedan “al

servicio” de esta necesidad masculina. Como señala Rostagnol “tener sexo con una

mujer, es decir mostrar su heterosexualidad, es parte de la construcción y

98
reafirmación de la virilidad” (2002:47) y además señala que “el alardeo sobre el éxito

con las mujeres se lleva a cabo entre los varones como medio para mostrar su

virilidad. De acuerdo con Bourdieu, las practicas en que se expresa la masculinidad y

que a su vez la constituyen a nivel simbólico se construyen y completan –además y

sobre todo- en el espacio reservado a los hombres donde éstos llevan adelante los

juegos serios de la competencia” (2002:48).

La mirada de los otros es la que valida los encuentros sexuales que pueden tener, y

el alarde de los hombres sobre sus experiencias es visto positivamente mientras que son

las mismas mujeres las que reconocen que en la misma situación se deteriora su propia

reputación:

“pasa una chavona y les da bola y bueno, total después dicen


‘nosotros somos hombres’ y a los hombres no los critican tanto como
a las mujeres porque a la mujer si vos te acostas con cualquiera
después te dicen cualquier cosa. […]No sé por qué hacen ‘esa’
diferencia, si realmente los dos harían lo mismo. Es como que ellos
quedan bien y nosotras quedamos mal. Hacen lo mismo.””
(Florencia, 19 años)

“Por una parte está bien, bueno sos hombre. Pero por otra parte no,
porque también tendrían que esperar ellos. […] porque ¿por qué a
las mujeres siempre ‘esperá, esperá’? y a los hombres, como que los
revolucionan a ellos” (Florencia, 19 años)

Una mayor franqueza y soltura en el tratamiento de temas relativos a la propia

sexualidad no necesariamente implican un mayor control o peso sobre las decisiones

que se toman al respecto. Sería provechoso profundizar en aquellas relaciones de poder

que atraviesa la conformación de aquellos cuerpos, formando una trama de relaciones

cotidianas que encuentran su raíces en la conformación del género como criterio

clasificador a partir del cuerpo, y desde el cual se siguen interiorizando y naturalizando

los papeles femeninos, pero también masculinos.

99
ii) Cuidarse, cómo y de qué: esa es la cuestión.

La elección de métodos de cuidado y de prevención fue también un aspecto

considerado relevante a los fines de reconocer las representaciones que se construyen en

torno al cuerpo y las cuales entran en juego al momento de configurar prácticas. En

general los informantes han señalado que el tipo de cuidados que adoptan son

cuestiones consensuadas con la pareja cuando ésta es estable, y en el caso de tratarse de

una relación casual está implícita la obligación de cuidarse, aunque esto último solo se

aplica en el caso de los preservativos, ya que las pastillas o inyecciones anticonceptivas

están más asociadas a las relaciones estables y a las mujeres –en tanto se la considera

una decisión personal que puede no estar consensuada-. Aquí ya aparece una primera

distinción, las parejas estables se suponen con un nivel de diálogo que permitiría

consensuar aquellas decisiones relativas a las formas de cuidado y anticoncepción. Por

otro lado, las parejas ocasionales fueron difícilmente aceptadas, pero cuando lo fueron,

si eran mujeres consideraron que cuidarse era una responsabilidad individual –más allá

del prejuicio que supone el tener relaciones con alguien que no es una pareja-.

“M: Y, si es ocasional creo que los hombres.


J: Sí, el hombre.
P: ¿Y si el hombre no quiere usar preservativo?
M: Y la chica capaz que no quiere, a veces por ahí pasa eso…o ya se
está cuidando, no sé…” (Juan y Mateo, 17 años)

Como se desprendió de otras actividades y de otros momentos de la entrevista los y

las jóvenes valoran mucho el espacio de diálogo con las parejas -estables quien la

tuviese- para conversar sobre la elección de métodos de cuidado, es decir que comparten

con sus compañeras la preocupación por adoptar un método anticonceptivo y eficiente”

(Rostagnol, 2002:50).

“P: ¿Y alguna vez las chicas (sus novias) les dijeron ‘voy a tomar
pastillas’?
D: Nah, que me importa, yo no hablo de eso.

100
L: Nosotros hablamos. Bah, ella me dijo así, y nada le digo ‘¿pa’ que
va a tomar?’ le digo. Y ella me dijo que si no tomaba una un día que
podía quedar embarazada. Y yo le digo ‘no, no sé’” (Daniel y
Leandro, 18 años)

“Sale de cada uno. Digamos, uno mismo toma la decisión de decir,


bueno hoy me voy a cuidar, y mi pareja toma la decisión de tomar las
pastillas o algún otro método que ella utilice pero…No, creo que no
sale de ninguno. […]Claro, eso, como que sale entre los dos en una
charla ‘no, mira fijate si conseguís pastillas’ o ‘fijate si tenés
preservativos’. Claro, como que sale de los dos” (Ignacio, 18 años)

Ahora bien, resulta claro que existe un desequilibrio entre los conocimientos que

poseen varones y mujeres sobre el cuidado y la anticoncepción que encuentra sus raíces

en aquella prioridad de las familias, pero también de las instituciones de salud, de poner

el énfasis en la educación de la mujer en materia de sexualidad y reproducción. En este

sentido “el conocimiento de los hombres sobre los anticonceptivos es escaso, vago y

muchas veces erróneo. El saber está concentrado en primer lugar en los médicos/as de

sus compañeras; en segundo lugar, en ellas, sus compañeras” (Rostagnol, 2002:50).

Una de las principales preocupaciones respecto de los métodos escogidos es la

posibilidad de un embarazo no deseado, el cual es considerado como una carga que

pesa sobre todo en el cuerpo de las mujeres, y por ende la anticoncepción resulta una

responsabilidad casi exclusivamente femenina. En el siguiente caso, el relato hace

referencia a una conciencia de las transformaciones no solo que atraviesa el cuerpo sino

también la vida cotidiana misma luego de un embarazo

“La mujer como la que elige método, porque es más responsable


porque sabe que si se queda embarazada es para toda la vida. Queda
embarazada y tiene que cargar con el hijo, como que es más
consciente” (Paula, 18 años)

Entonces la capacidad de decisión de las jóvenes estaría en relación con su temprana

inserción dentro del sistema de salud en donde tienen la posibilidad de conocer y

adoptar algún método de cuidado y prevención. Sin embargo, vale la pena indicar que

los riesgos relativos a la sexualidad y a la reproducción no pueden ser encarados solo

101
desde esta perspectiva por la cual se considera que facilitar los métodos es sinónimo de

una mayor autonomía en lo que respecta a la sexualidad, y que por esto es que resulta un

desafío aún mayor el lograr incluir aspectos que hacen al desarrollo de la capacidad de

decisión, de la voz y del cuerpo de la mujer (Faur: Checa, 2003).

iii) Temores: el azar y el destino.

Hasta que punto los miedos que la sociedad tiene por las relaciones sexuales de los

jóvenes se traducen en miedos para ellos y ellas. Es evidente que aquel desenfreno e

irresponsabilidad con que carga la juventud es transferido a todas sus prácticas, entre

ellas a las ligadas a su cuerpo. La posibilidad de contraer alguna ETS sí forma parte de

los miedos y en general se deben a experiencias cercanas con casos de contagio de

alguna enfermedad, que coloca al contagio como una posibilidad real, por lo que en

relación a la asistencia o no a centros de salud como hospitales o salitas para hacer

chequeos regulares en relación a la sexualidad solo se hacen frente al temor de aquellas

experiencias cercanas

“D: Sí, fui al hospital a hacerme análisis de sangre para ver si tenía
enfermedades[…] No, fui porque quise y porque tuve un familiar que
tuvo SIDA y falleció…nada, fui por eso…más que todo por
precaución” (Damián 19 años)

“si no se quiere cuidar, bueno, quedate con las ganas. Pero no, yo
eso sí, tengo un miedo de contraerme algo, porque yo tengo mi
abuelo que por eso se contagió de sífilis. Y yo tengo temor. Estuvo mi
abuelo a punto de morirse, se hinchó todo, le habían salido cosas así,
la piel, re feo.” (Lucía 17 años)

En este sentido uno de los mayores temores que manifestaron fue la falla de los

métodos de cuidado en tanto esto supondría un embarazo no deseado o el contagio de

enfermedades, ligado fundamentalmente al desconocimiento de las parejas anteriores de

las parejas

102
“Claro el miedo que siempre está es el descuido como quien dice. Un
descuido o una falla de un profiláctico. Siempre está ese miedo, sí,
son frecuentes pero trato como de dominarlos.” (Ignacio, 18 años)

“Lo de contraer enfermedad sí. Ponele que yo estoy con mi novio,


pero yo no sé lo que tiene el. Capaz el por tener miedo no me cuenta
a mí. Yo tampoco voy a preguntarle, capaz se siente mal o se enoja o
se molesta. Pero me gustaría saberlo también.” (Lucía, 17 años)

En el transcurso de las entrevistas también resultó interesante preguntar por el temor

de que se establezcan vínculos de violencia con las parejas, entendiendo esto como la

posibilidad de que las decisiones de cuidarse sean vulneradas, o bien el recibir malos

tratos

“No sé…a que me traten mal no, porque en ese momento quizás que
no te va a tratar mal. Pero capaz a las enfermedades sí, porque
quizás decís ‘no, es muy lindo por dentro, y por fuera así, se ve re
lindo’ y capaz que tiene algo, no sé” (Florencia, 19 años)

Ahora bien, la posibilidad de un embarazo no fué considerado por ninguno de los

entrevistados como algo que dé temor, sobre todo entre quienes se encontraban

cursando el último año en el turno vespertino, y consideraron que se trata de una

situación con la que se debe lidiar, de la que hay que hacerse cargo y como fruto del

destino.

“No, a contraer alguna enfermedad sí. Pero a estar embarazada no,


no me da miedo porque yo no le veo nada de malo. Si hay que
pasarlo, va a pasar, total. Todo tiene su hora, algún día voy a tener
un hijo, o sea, con eso no tengo drama.” (Lucía, 17 años)

“Y si, yo me muero. No, igual si quedaría (embarazada), sí lo


tendría, porque yo creo que mi familia no me dejaría que me lo
saquen ni nada. Me va a apoyar mi familia, pero no es lo que yo más
quisiera.” (Lorena, 17 años)

c- Un cuerpo-para-otros: notas sobre la imagen y el cuidado

El cuidado del cuerpo también forma parte de aquella trama de significados que se

hacen carne en los sujetos y por esto resulto importante indagar en este aspecto de las

relaciones sexuales. Las preguntas de este bloque solo fueron realizadas a algunos de los

103
entrevistados ya que fueron inquietudes que fueron surgiendo luego de los primeros

relatos recogidos en las entrevistas, en donde se abrieron interrogantes respecto del

lugar que ocupa la preocupación por el cuerpo en la sexualidad. Nuestras reflexiones en

este punto se apoyaron fundamentalmente en el trabajo de Bourdieu titulado “Notas

provisionales sobre la percepción social del cuerpo” (1986) en donde el autor explicita

el papel que lo social juega en la percepción del propio cuerpo y el de los otros, dando

cuenta de la centralidad de la sociedad en la mediatización de la relación que los sujetos

establecen con su cuerpo y con el del prójimo. En este sentido, es posible pensar que no

existen signos propiamente físicos –el color de los labios, las expresiones de la cara,

etc.- sino que en tanto productos sociales, las propiedades corporales “son aprehendidas

a través de categorías de percepción y de sistemas sociales de clasificación que no son

independientes de la distribución de las diferentes propiedades entre las clases sociales

[…]” (1986:185). Entendemos que las preguntas ligadas al cuerpo, de alguna manera

fueron sentidas como parte de una intimidad mayor, y que quizás por eso las respuestas

obtenidas fueron presas de grandes rodeos y repreguntas.

En primer lugar, nos interesó preguntar si consideraban que antes de mantener

relaciones era necesario tener un cuidado previo, por ejemplo estético:

“No, sí lógico. Sí, bañarse, dentro de todo arreglarse. Claro sí, estar
presentable como quién diría. No vas a venir de jugar a la pelota y
no…” (Ignacio, 18 años)

“Y, puede ser, sí. Influye mucho. […] El pelo, la ropa. Y que se yo,
ponerse algún perfume, como que te dice ‘mmm, qué rico perfume,
me encanta’. Bueno, ya sabés para la próxima. El es con eso muy
detallista. […] Que las mujeres están para lucirse, así me dice.”
(Lucía, 17 años)

Esta última idea que plantea Lucía respecto del lugar que debe ocupar el cuerpo de

la mujer y su cuidado refleja en gran parte aquellas ideas señaladas anteriormente

104
respecto de la entrega que supone deben tener hacía el hombre, quien refuerza la propia

masculinidad al demostrar la adecuación de la mujer a los estereotipos dominantes.

Resulto interesante además, indagar en la idea que tenían ellos sobre el control del

cuerpo, o más bien el peso que las decisiones de cada uno tiene en una relación. Estas

preguntas no pretendían poner el foco en la elección de métodos de cuidado –algo que

ya se trabajo en apartados anteriores- sino más bien la posibilidad de pensar la

búsqueda de placer de las partes que conforman esa pareja.

“Ponele en la relación los dos somos iguales, los dos somos de


carácter fuerte. Y ponele ‘no me gusta, y no me gusta’. Pero eso
depende de la persona, algunos son más coso y algunos otros menos.
Depende de la persona. Por ejemplo yo soy muy, muy, muy dura y
cuando digo ‘no’ o ‘no quiero’, es no, olvidate. Y el igual.” (Lucía 17
años)

“Yo pienso que mitad y mitad porque no va a ser más el hombre que
la mujer, o más la mujer que el hombre porque si no…ninguno de los
dos la pasaría bien. Yo pienso que mirá, si la mujer aporta esto y el
varón aporta eso, los dos…si a los dos les gusta los dos la van a
pasar bien.” (Ignacio, 18 años)

Aún cuando en esta batería de preguntas las respuestas no resultaron muy

elocuentes, otros pasajes de las entrevistas sí dieron cuenta de la existencia de una

diferencia en torno a esta búsqueda de placer. En estos casos los estereotipos de género

funcionarían en la medida en que el disfrute se circunscribe para las mujeres en la

posibilidad de experimentar algo como el amor, que supone contención y estabilidad

emocional con una pareja. En la otra vereda, los hombres, sin necesidad de ampararse

en estos sentimientos y resguardados bajo el paraguas de la necesidad pueden dar

cuenta de algo como el placer en las relaciones. Dicho esto, cabe señalar que las

jóvenes que tuvimos la posibilidad de entrevistar si bien no se refirieron abiertamente a

la sexualidad como la búsqueda de placer, sí dieron a entender que pasarla bien era una

búsqueda que también se permitían

105
“No, con el no, hasta ahora la estoy pasando bien. Pero con mi
antigua pareja que tenía, sí, no me gustaba. Como que no se, ya
como que lo último yo no tenía ganas, qué se yo” (Lucía, 17 años)

En este conjunto de preguntas también tratamos de indagar el papel del cuerpo en la

atracción de otras personas, y de algún modo buscamos profundizar en aquellas ideas

que habían que habían quedado rondando luego de realizada la actividad de los dibujos

en los afiches

“y para mí ¿el aspecto físico decís? Y a mí no me importa si es flaco,


gordo, petiso, alto, color blanco, negro. No, no me importa para
nada. La cuestión es que yo lo quiera, que sienta algo por él, y él lo
mismo, y para mí eso es lo importante.” (Lucía, 17 años)

“Al principio pensaba que todo pasaba por el cuerpo, pero no.
Después me fui dando cuenta que no todo pasaba por el cuerpo […]
Porque no, porque si estás conectado con la otra persona y si a la
otra persona no le importan los defectos que vos tengas, ni a vos te
importa los defectos que la otra persona tenga, creo que eso queda
de lado, queda en segundo plano” (Ignacio, 18 años)

Como lo señalan muchos de estos extractos de las entrevistas, el propio cuerpo desde

la estética es muy importante. Más allá de que ninguno consideró que era fundamental

responder a cánones estéticos aceptados por todos, si existe la vergüenza de no poseer

atributos que sean considerados atractivos por el sexo opuesto. En este sentido, cabe

recuperar a Bourdieu cuando plantea el papel que juega lo social en la percepción del

propio cuerpo y el de los otros al señalar que “casi no es necesario recordar en efecto

que el cuerpo, en lo que tiene de más natural en apariencia, es decir, en las

dimensiones de su conformación visible (volumen, talla, peso, etc) es un producto

social” (1986).

Por último, indagamos en aquello que los mismos chicos y chicas reconocen como

factores de vergüenza, ligados a su propio cuerpo en relación con el cuerpo de una

pareja

“No me gusta que me mire, no, me muero, me da mucha vergüenza”


(Paula, 18 años)

106
“y las mujeres es más complicado. Porque a los hombres les gusta,
que se yo, que tenga culo, tetas, que sea flaca. Tenes rollos, qué se
yo, y te critican. En la mujer es mucho más complicado, pero…a los
hombres eso. Pero por mi punto de vista no me importa que sea
gordo o flaco, que se yo. Pero para los hombres sí.” (Lucía, 17 años)

Por último fue muy señalada la distancia entre la aceptación del cuerpo femenino y el

masculino, donde éstos últimos poseen un margen aparentemente más amplio para

alejarse de aquel cuerpo considerado legítimo

“no sé, porque como que los hombres, ponele, que son muy
machistas, o muy orgullosos y dicen ‘mirá, tengo una novia re wow’
como re linda, como que con eso mismo da envidia a los otros y que
se yo. ‘Ay, mi novia esto, no sabés lo que está, está re mortal’,
ponele, ‘me cocina, me hace de todo, lo que yo le pido me hace, tiene
unas re tetas, tiene un re culo’, qué se yo, y así. Yo tengo amigos que
me hablan y qué se yo, yo les digo ‘ah, mirá vos qué bien’” (Lucía 17
años)

“Para el hombre es más importante lo físico, para la mujer no. Para


la mujer es más la mentalidad, la personalidad del hombre” (Paula,
18 años)

Todos estos aspectos relevados demuestran una vez más la complejidad con que se

teje la trama de las relaciones sociales y la naturalidad con la que se convierten en

relaciones asimétricas. Valdría la pena profundizar en estos aspectos que hacen a la

imagen y el cuidado del cuerpo para poder así sumar elementos relevantes al estudio de

la sexualidad de los y las jóvenes.

107
Consideraciones finales

El objetivo de nuestra investigación ha sido recuperar aquellas representaciones que

se conforman alrededor del cuerpo y la sexualidad de los jóvenes, cuerpos sexuados que

la sociedad ubica en categorías de género que suponen roles, expectativas y condiciones

de posibilidad fuera de las cuales los agentes no deberían actuar. La manera en que se

construyen y los actores que intervienen en esta elaboración y transmisión fue el

puntapié inicial para rastrear los modos sutiles pero eficaces en que hombres y mujeres

desenvuelven las dimensiones de su propia sexualidad.

La experiencia en el campo, entrevistando, coordinando e incluso caminando los

pasillos de la escuela nos ofreció muchísimo material sobre el cual trabajar, más allá de

que en ocasiones volvimos a la hoja en blanco desalentados frente a respuestas que

parecían no llegar. Con el tiempo, las preguntas y nuestro “radar” se fueron puliendo,

permitiéndonos así entregarnos al ritmo que los y las jóvenes nos ofrecían, el que si bien

a veces lento se dirigía a una mayor apertura a discusiones y debates. Sumado a esto, el

tiempo transcurrido dentro del colegio y que compartíamos con nuestros informantes

contribuyó a complejizar la lectura que hacíamos respecto de lo que ellos nos decían

sobre lo que hacían, habilitándonos un margen de lectura de sus prácticas que no eran

necesariamente verbalizados.

En este largo proceso encontramos que la familia constituye un espacio “abierto” y

disponible a interceptar las inquietudes de los y las jóvenes, pero donde aún persisten

modelos de feminidad y masculinidad que resguardan el cuerpo femenino y exaltan el

cuerpo masculino en lo que respecta a la sexualidad, considerando que la consagración

de la masculinidad se realiza a través de ella. Es decir, resulta innegable que los hogares

ya no se enmarcan, al menos en general, en discursos conservadores sobre la sexualidad

y sin embargo la misma diferenciación que se establece entre los hijos varones y

108
mujeres con respecto a las prácticas que fomenta, reactualizan de otro modo aquellas

mismas diferencias –traducidas en desigualdades- en torno de los modos correctos en

que la sexualidad debe ser experimentada.

Con respecto al grupo de pares, nos encontramos con un espacio de diálogo en donde

la amistad permite un diálogo diferente a partir de una complicidad que logra la

construcción de saberes basados en la experiencia propia y ajena. Asimismo, cabe tener

en cuenta que tales vínculos también suponen presión sea para la iniciación sexual -en el

caso de los hombres- o para la postergación de la misma -en el caso de las mujeres-.

Ciertas instituciones del Estado también resultaron centrales en nuestra

investigación, porque a través de ellas es que se hacen presentes sus intenciones de

control de la sexualidad de varones y mujeres. Como ya lo señaló Bourdieu, la

dominación masculina se ha mantenido históricamente por el trabajo interconectado de

diversas instituciones sociales como la familia, la Iglesia, el Estado y los medios de

comunicación, otorgando naturalidad a la desigualdad social y cultural entre los géneros

(Lamas, 2007). Con respecto al sistema de salud, volvemos a señalar el acceso

mayoritario de las jóvenes, quienes conducidas generalmente por sus familias, buscan

allí las herramientas para prevenir embarazos no deseados o para evitar el contagio de

las ETS. Herramientas que constituyen una ventaja comparativa respecto de los

hombres (que difícilmente conocen métodos por fuera del profiláctico), y que inciden en

la capacidad de decisión de las mujeres sobre u propio cuerpo. Sin embargo, y a pesar

de que al momento de las entrevistas muchas de las jóvenes se encontraban tomando

pastillas anticonceptivas, no podemos afirmar que su adquisición represente un real

empoderamiento. Desconocemos por ejemplo, el uso adecuado y si fueron indicadas por

profesionales de la salud.

109
Con respecto a la escuela, mucho se ha trabajado para incorporar en los contenidos

curriculares problemáticas que comprendan y atiendan la sexualidad de sus alumnos y

alumnas. Sin embargo los contenidos y propuestas no se corresponden con las

necesidades y exigencias de los y las jóvenes, que saben que la biología es tan solo uno

de los aspectos de su cuerpo y su sexualidad. En este sentido coincidimos con Martínez

y Yuriria al indicar que “más allá de la información veraz y científica, los adolescentes

necesitan recibir, pero también elaborar elementos afectivos y de género, que

contribuyan en una decisión pensada y responsable acerca del ejercicio de su

sexualidad” (2000:131). En el terreno de la sexualidad, gran parte de las limitaciones en

los enfoques y modos tradicionales de abordar estas problemáticas, obedece a que las

perspectivas teóricas dominantes -amparadas en la ciencia- han enfatizado una

dimensión biologicista de la sexualidad y no han sido tributarias de una mirada

compleja que sea capaz de conjugar y nutrirse de los aportes de diferentes perspectivas

de análisis que contribuyan a una comprensión de mayor alcance de las problemáticas

en juego.

En el trabajo realizado, observamos que persiste aquella inequidad que supone la

transmisión y adquisición de una estructura de la sociedad basada en la diferencia

sexual. Ahora bien, importa decir que –contrariamente a nuestra hipótesis- no hallamos

que la vulnerabilidad de los jóvenes ligada al manejo de su sexualidad se relacione con

desinformación. Las mujeres fueron las que se mostraron no sólo más informadas sino

también más interesadas en informarse, lo cual entendemos se vincula con su contacto

temprano con el discurso médico y con la insistencia de la propia familia de reprimir su

sexualidad. Los hombres, sin la obligación impuesta de recorrer los servicios de salud,

cuentan sólo con los espacios de diálogo que se abren en sus familias, donde en general

se limitan a recomendar el preservativo como método de cuidado y anticoncepción; y

110
entre sus amigos, aún con el soporte que supongan, también se mueven dentro de un

espacio que supone cierta presión para la iniciación sexual y el alarde. Entonces sí, es

desigual el acceso a la información, pero quizás podría pensarse que esta vez al menos

lo es en detrimento de los hombres. Hasta qué punto esta capacidad de información

logra inclinar la balanza de los hechos sobre -por ejemplo- quién tiene la última palabra

sobre el cuidado, constituye una arista que merece ser profundizada.

Finalmente, los relatos recogidos corroboraron aquellas hipótesis nuestras que

referían a la existencia de un control social y moral de la sexualidad cuando ésta no está

asociada a la procreación. Sigue “vigente” esta idea del amor romántico y “productivo”,

que en última instancia funciona como mecanismo de control de la sexualidad

femenina, en tanto que el hombre puede responder al llamado de su sexualidad sin

necesidad de ampararse en sentimientos. En este sentido, las representaciones de las que

pudimos dar cuenta nos indican que persiste aquella naturalización del cuerpo

masculino y femenino que resta posibilidades de experimentar placer a las mujeres y

relega el control de sus cuerpos a las funciones reproductivas, y que al mismo tiempo

convierte a los hombres en sujetos atados inevitablemente a sus instintos.

Seguramente sería enriquecedor para nuestro trabajo el poder incorporar a nuestro

análisis experiencias de jóvenes que den cuenta de la existencia de sexualidades que

escapan a la heternormatividad que rige sobre los cuerpos, así como también poder

trabajar con jóvenes que se encuentran por fuera del sistema educativo. Si bien exceden

los objetivos de esta tesina, ambas situaciones creemos ayudarían a sumar aspectos y a

complejizar aristas para una reflexión más cabal sobre la construcción de los cuerpos y

de los sujetos en torno a su sexualidad.

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