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determinados programas informáticos se le exijan los mismos requisitos legales que para
las fuentes del Derecho. No hacerlo así supone una vuelta a un momento histórico anterior
a la Ilustración y la pérdida de los avances que culminaron en los principios de legalidad
y de publicidad normativa. Para ejemplificar el problema, me limitaré a señalar dos casos,
uno que se produce en la Universidad Complutense de Madrid y otro en una Fiscalía de
Castilla-La Mancha, si bien antes será necesario explicar de una manera muy sintética en
qué consiste el código fuente de una aplicación informática.
Un ordenador no procesa lenguaje natural sino que su funcionamiento se basa en ejecutar
un software escrito en un lenguaje de programación, que es una variedad de los lenguajes
formales. El software se escribe en un lenguaje comprensible para el ser humano, quien
puede leerlo y transformarlo, y el texto resultante se denomina código fuente. Sin
embargo, para que la máquina pueda ejecutarlo se necesita compilarlo, esto es, crear una
lista de unos y ceros que pueda ser leído por la máquina, lo que se denomina código
binario. El proceso de transformación de un código fuente en código binario es
irreversible por lo siguiente: si por ejemplo el código fuente consiste en la simple suma
de 10+20+30+40+50, sabemos que el resultado es 150. Sin embargo, si se nos entrega el
número 150 y se nos menciona que es el resultado de una suma, no podemos conocer ni
el número de sumandos ni el número representado por cada uno de ellos. De unos
sumandos podemos averiguar el resultado pero de un resultado no podemos averiguar los
sumandos. Igual ocurre con el código: sin tener el código fuente es imposible averiguar
(salvo en muy excepcionales casos) cómo un programa llegó al resultado de 150 y, más
importante, es imposible verificar si el programa ha efectuado correctamente la suma.
En cuanto a los dos casos que sirven de ejemplo, el primero se produce en la actualidad
en la Universidad Complutense de Madrid. Desde hace años esta universidad impulsa
grados bilingües y los profesores que imparten esas asignaturas, dada la dificultad
adicional que supone la docencia en un idioma extranjero, ven reconocida su labor
puntuando el trabajo realizado con crédito y medio, en lugar de un crédito que es lo que
correspondería a la asignatura impartida en español. La puntuación queda
automáticamente acreditada para el profesor mediante los cálculos que realiza el software
implantado en la universidad. Sin embargo, dado que las asignaturas se hallan divididas
en docencia teórica y clases prácticas, que obviamente también se imparten en inglés, el
software sigue otorgando a las clases prácticas un crédito en lugar del crédito y medio,
por lo que resulta que una asignatura de 6 créditos, en lugar de representar para el docente
un total de 9 créditos (6 x 1,5), computa 7,5 (3 x 1,5 de teoría más 3 de prácticas).
El segundo ejemplo tiene lugar en la Fiscalía de una capital de provincia de la Comunidad
Autónoma de Castilla-La Mancha y ocurre en el momento procesal en que debe
entregarse un expediente judicial al representante del Ministerio Fiscal por ser necesaria
legalmente su intervención. Si antiguamente esta puesta a disposición se producía
mediante una traditio de los autos, ahora se lleva a cabo mediante lo que alguien, en un
ejercicio de creatividad lingüística, ha venido a llamar “itinerancia”. Tal término supone
que cuando un funcionario concede permisos en el sistema del juzgado, el representante
del Ministerio Fiscal puede acceder al expediente en su ordenador sin traslado físico del
mismo. Se desconocen las medidas de seguridad aplicables a los itinerantes autos ni las
normas legales en las que se diseñó tamaño viaje.
"Las soluciones dadas por los sistemas informáticos a unas necesidades de gestión de la
información no tienen respaldo jurídico alguno"
Ningún problema existe en la utilización de estos sistemas por parte de la abogacía, pues
se trata de una labor privada y con intereses de parte. Sin embargo, en lo que respecta a
la judicatura, desde hace años es bien sabido que los usuarios de un buscador raras veces
pasan de la primera página (EYSENBACH & KÖHLER, 2002, p. 576) por lo que estas
aplicaciones suponen una perfecta oportunidad para sesgar la relevancia de los resultados
según el criterio y los intereses del fabricante de software, fuera del escrutinio público y
mediante la aplicación de un código secreto.
Ante estos hechos, cuya gravedad se extiende conjuntamente con la cada día mayor
omnipresencia de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC), el
derecho debe dar la misma respuesta de la Ilustración. Frente a las normas secretas, se
operó imponiendo el principio de legalidad lo que según BOBBIO tuvo “por
consecuencia el descrédito de todas las otras fuentes del derecho sobre las que se erigió
el poder tradicional, en particular el derecho consuetudinario y el derecho de los jueces”
(2009, p. 166). A su vez, en su magnífico estudio sobre la eficacia de las normas jurídicas,
HIERRO (2003) relata cómo en nuestro Ordenamiento, la tensión existente entre la
costumbre y la ley escrita finalmente se resolvió imponiendo la supremacía de ésta última,
disponiendo nuestro Código civil en el apartado 3 del artículo 1 que la costumbre sólo
regirá en defecto de ley aplicable y en el apartado 2 del artículo 2 que las leyes sólo se
derogan por otras posteriores.
Frente a la supremacía de la aplicación informática, esta misma solución es la que debe
defenderse ahora. En la escritura del código fuente y de los algoritmos utilizados para los
sistemas de gestión y de control del Estado deben exigirse los mismos requisitos que se
establecen para las fuentes del Derecho y que pueden sintetizarse de la siguiente manera:
- Debe existir una regulación que establezca qué órganos tienen competencia para la
escritura del código fuente y de los algoritmos, así como el procedimiento para esta labor.
Su razón de ser son los “procedimientos de formación de los actos legislativos” propios
de una democracia (FERRAJOLI, 2011, p. 34).
- Debe permitirse la sumisión por la ciudadanía tanto de alegaciones en lenguaje formal
como en lenguaje natural, para corrección de errores (bugs) y la propuesta de
características (features) de la aplicación o del algoritmo, de manera que se garantice el
ejercicio del derecho de participación del artículo 23.1 de la Constitución española.
- El código fuente y los algoritmos deben publicarse en repositorios oficiales, donde la
ciudadanía podrá leerlos y descargarlos, de la misma manera que ocurre con los boletines
oficiales en línea.
- El código fuente y los algoritmos, al igual que la ley y la jurisprudencia en aplicación
del artículo 13 del Texto Refundido de la Ley de Propiedad Intelectual, deben ser de
dominio público (NADAL & DE LA CUEVA, 2012, pp. 297-298).
Si antes la costumbre podía ser secundum, praeter o contra legem, hoy es la aplicación
informática quien puede ocupar estas tres posturas en relación con la norma jurídica. Si
en aquélla ocasión se resolvió el problema mediante una intervención que señaló
claramente la jerarquía de las normas jurídicas, igual solución debe proponerse en la
actualidad ante la aparición de estas normas secretas e indiscutibles. Los principios de
legalidad y de publicidad normativa siguen vigentes y no pueden verse derogados legal o
consuetudinariamente por el uso de tecnología alguna. Existen pues poderosas pero
sencillas razones tanto para iusprivatistas (arts. 1.3 y 2.2 CC), como para iuspublicistas
(art. 9.3 CE), para argumentar en favor de esta regulación del código fuente y de los
algoritmos. Se trata de algo tan elemental como seguir reivindicando el imperio de la ley.
Bibliografía
Resumen
In this article, the author argues that the writing of source code for some computer
programs should be subject to the same legal requirements as those for sources of law. If
they are not, this would imply a return to a point in history prior to the Enlightenment
and the end of the progress that culminated in the principles of legality and the publicity
of legal statutes. As examples, the author discusses two cases - one that arose at the
Complutense University of Madrid and another in a Prosecutor's Office in Castile-La
Mancha, although it is first necessary to briefly explain what the source code of a
computer application consists of.