Érase una fiesta popular en una ciudad…en ella se congregaban la mayor
parte de los habitantes. En esta fiesta también se daba oportunidad, a aquellos que lo quisieran y pudieran demostrar sus habilidades, y entre muchos acróbatas, prestidigitadores y saltimbanquis de circo, apareció también un desconocido que dijo ser un equilibrista…
“Señoras y señores: voy a intentar caminar sobre esta cuerda, haciendo
equilibrio, a fin de llegar hasta el otro extremo del techo del ayuntamiento. Necesito que ustedes me ayuden, expresando su confianza y animándome a hacerlo. ¿Creen todos ustedes que yo puedo realizar esto? ¿Cuento con la confianza de todos ustedes en mi intento?” ¡Sí creemos! –contestó la gente que se amontonaba abajo. Apoyado por la unánime confianza de todos los presentes, el equilibrista comenzó lentamente su trayecto, con suma prudencia, y haciendo permanente equilibrio con la larga vara que tenía en sus manos, y paso a paso, fue trasladándose por encima de la cabeza de todos los presentes, allá en lo alto a 25 metros de altura. Cuando finalmente dio el último paso, que lo colocó seguro sobre el techo del ayuntamiento, la multitud aplaudió frenéticamente la proeza…Después les volvió a decir: “Señoras y señores, ahora voy a realizar el mismo trayecto, pero sin la vara y marchando hacia atrás. Aquellos que creen en mí, colóquense a la derecha y aquellos que consideren que yo no lo puedo hacer, colóquense a la izquierda”. Y comenzó la prueba. La multitud contenía el aliento esperando a cada momento lo peor, pero deseando qué el éxito coronara aquella hazaña imposible. Cuando finalmente llegó, todo el mundo estalló en un aplauso cerrado, incluso aquellos que tuvieron que reconocer que no lo habían creído capaz. Terminado el clamor de los aplausos y vítores, el equilibrista se dirigió nuevamente a la multitud diciéndoles: “Ahora voy a realizar el intento más arriesgado. Recorreré el mismo trayecto pero conduciendo sobre el cable una carretilla de albañil. ¿Lo creen posible? Yo necesito alguien que se comprometa ante todos los demás a creer en lo que prometo realizar ¿Hay alguno entre ustedes que esté dispuesto a ello?” Se adelantó un joven y levantando la mano gritó: Yo estoy dispuesto a creer en ti: “¿Estás seguro de que tú confianza es plena?” –preguntó con tranquilidad el equilibrista. “Sí plena y totalmente. Yo creo en ti. Estoy seguro de que puedes caminar sobre esa cuerda conduciendo la carretilla…”
“Muy bien, de acuerdo –dijo el equilibrista-ven te invito, súbete a la