Sie sind auf Seite 1von 8

E. Lawrence (Autor). Mulder, Elisabeth (Traductora). Rebelión en el Desierto.

México: Diana, 1963. 382 Pp.

La Rebelión en el Desierto, es considerada por muchos como una lectura imprescindible.


Yo adquirí el texto en el comercio informal entre 2006 y 2008 por $2500 y seguramente
tuve oportunidad de ver la muestra cinematográfica durante mi adolescencia a través de
XHGC de la Cadena Televisa. Se trata de una verdadera crónica de un conflicto bélico
entre turcos y árabes, narrada por uno de sus protagonistas. Un tipo de mercenario, aunque
más bien soldado extranjero adscrito al conflicto por sus superiores. En ese sentido la
narrativa guarda una especial desproporción en el sentido de que ha sido realizada por un
mero protagonista a diferencia de otros reportajes históricos como México Bárbaro de John
Kenneth Turner. De esa forma el escritor se inmiscuye en dos realidades que convergen en
una sola; la de vivir en carne propia los combates de la guerra y la de escribir en tiempo
real dichos sucesos. Para aquéllos que piensan que escribir también es una guerra se
sentirán intimidados con la capacidad de Lawrence de mantenerse a flote en un período de
especial agitación. Él tuvo la oportunidad de combatir junto con los árabes que finalmente
resultaron ganadores del conflicto. Inicialmente, el autor se cuestiona ¿quiénes eran los
árabes? Cuya connotación etimológica radica en ser “Hijo de Arabia”, esos mismos que
hablan en lengua arábiga, es decir en Siria, Palestina y Mesopotamia. Posteriormente da
una ubicación geográfica del lugar, dividiéndolo en tres partes (de éstas, llama la atención
la última, llamada Arabia Feliz, que es la Arabia Santa de los árabes, donde radican las
Ciudades Sagradas de La Meca y Medina; también se dice que el camino del movimiento
libertador partía de La Meca yendo siempre hacia el Norte). Posteriormente lleva a cabo
breves planteamientos económicos del lugar puesto que la vida económica del desierto se
basa en el comercio de camellos, cuya cría se realiza mejor en las rigurosas planicies de la
tierra alta, donde abundan los fuertes y nutritivos espinos. Además añade una panorámica
más amplia en cuanto a Los mercados de camellos en Siria, Mesopotamia y Egipto,
determinan la población que los desiertos pueden mantener, y regulan estrictamente su
tren de vida. Así, a veces, las gentes del desierto sufren un aumento excesivo de población
y entonces las tribus demasiado numerosas luchan por abrirse paso, en un impulso natural,
hacia la luz. Más adelante el autor plantea la condición jerárquica del grupo en el que se
encuentra adscrito, puesto que El título de Jerife implica ser descendiente del profeta
Mahoma por línea de su hija Fátima y de Hassan, el primogénito de esta. En cuanto al
Capítulo de “Los Orígenes de la Rebelión Árabe”, Lawrence señala que Para resultar
eficazmente popular esta guerra debía ser ratificada por La Meca, y , si lo era, podría
sumergir todo el Oriente en sangre. Algunos protagonistas que tuvieron previos roces
contra los turcos son Issin, cabeza de los oficiales mesopotámicos, Alí Riza, Abd el Ghani
el Areisi, así como los comités de Ahad y la Fetah. Quienes también tienen amplia
participación a lo largo de la obra son, en príncipe Hussein, Feisal (su tercer hijo, enviado
a Damasco), Alí (primogénito mandado a Medina), Abdulla. Es posible afirmar que todos
ellos en conjunto plantearon el Programa Político que dio inició al conflicto, puesto que
junto con sus paisanos de Siria, enviaron una proposición concreta de rebelión militar en
Siria contra los turcos. El oprimido pueblo de Mesopotamia y Siria, los comités de la Ahad
y la Fetah le aclamaban como Padre de todos los árabes, el Musulmán de los musulmanes,
su más grande príncipe y su más notable anciano, para pedirle que les salvara de los
siniestros designios de Talaat y Yemal (Pág. 14). En un momento de la obra, el autor señala
que La rebelión es el paso más grave que pueden dar los hombres políticos. Entre los
protagonistas occidentales se encuentran George Lloyd, Mark Sykes, Hogarth, Corwalis,
Newcombe, Parker, Herber y Graves. De ellos, Lawrence señala que Nos llamábamos a
nosotros mismos la banda de los intrusos, pues pretendíamos irrumpir en los
compartimientos estancos de la política exterior inglesa y formar gente nueva en el Oriente
prescindiendo de las líneas de conducta que nos habían marcado nuestros predecesores.
Así, desde nuestra híbrida oficina de información del Cairo (un lugar que por sus
incesantes alborotos, agitación, idas y venidas, era comparado por Aubrey Herber a una
estación oriental) empezamos a trabajar a todos los jefes, lejanos y cercanos. Nuestro
primer esfuerzo se dirigió, naturalmente, hacia Sir Henry McMahon, Alto Comisario en
Egipto, y su aguda perspicacia, así como su mente práctica y experimentada comprendió
nuestro intento y lo juzgó bueno. Otros, como Wemyss, Neil Malcom y Wingate, nos
sostuvieron por el placer que les proporcionaba ver que la guerra se tornaba constructiva.
Su defensa confirmó en Lord Kitchener la impresión favorable y de años atrás… Respecto
a algunas características de la logística militar, el autor señala que Las tropas enemigas en
el Yrak estaban casi todas constituidas por árabes. Además, él no consideraba a Abudullah,
un profeta del todo, puesto que era demasiado equilibrado, demasiado sereno, demasiado
humorista. Sin embargo cuenta la visión éste ha tenido: Según la vieja tradición árabe,
nuestra madre Eva está enterrada precisamente en Yeddah, nombre que significa, de
acuerdo con esa creencia abuela o predecesora. Según los árabes, en las proximidades de
Yedda se detuvo el Arca de Noé después del Diluvio Universal. El patriarca, paseando por
la arena con sus tres hijos Sem, Cam y Jafet, encontró una depresión de unos trescientos
pies de longitud, que parecía afectar la forma humana. Preguntado por Cam, acerca de qué
podía ser aquello. Noé le contestó: “Cam, hijo mio, he ahí el lugar del eterno descanso de
nuestra madre Eva”. A esta tradición se refiere el autor al suponer a Eva “tendida en su
tumba al otro lado de la muralla”. También da algunos rasgos sociales distintivos entre
beduinos y ciudadanos que se tenían un odio perpetuo; los beduínos vivían de lo que
podían sacar del extranjero en sus rutas o en sus valles. Entre algunos aspectos tácticos
que se señalan resaltan cuando se retiraron de las llanuras que rodean a Medina y se
adentraron en la montaña, a través de la ruta de Sultani, con su mensajero a base
marítima, esperando la llegada de nuevas provisiones, armas y dinero. Ahí, la rebelión
había empezado, se recibieron algunos rifles japoneses. Y añade que normalmente, yo
podía vagar todo el día, atendiendo a los ecos inmediatos, pero ciego a todo detalle, sólo
consciente, y de una manera general, de que existen cosas rojas, o cosas grises o cosas
claras en torno mío. Hoy mis ojos tenían que ser fustigados hasta el cerebro, para que
pudiera notar algunas cosas más claramente por el contraste con la bruma anterior. Esas
cosas eran casi siempre formas: (rocas y árboles o cuerpos humanos en reposo o en
movimiento; pero no cosas pequeñas como las flores, ni calidades, como el color. Los
actuales contingentes estaban en continuo movimiento, en obediencia a la ley de la sangre.
Una familia era poseedora de un rifle, y los hijos servían, por turno, unos cuantos días cada
uno. Respecto al Capítulo IV “Fracasos en Torno a Yembo”, el autor realiza planteamientos
reflexivos en torno a su participación en el conflicto respecto a que me había gustado más
luchar con cosas que con personas y más con ideas que con cosas. Puesto que no se
consideraba un soldado, la primitiva vocación de Lawrence no fue la guerra, sino la
investigación erudita. Estudiante en Oxford, eligió como tema para su tesis, La
“Arquitectura Militar de los Cruzados”, y, a fin de documentarse debidamente, logró,
siendo aún muy joven, un permiso para visitar el cercano Oriente. Provisto de un billete
Cook, apenas se vio en los lugares que tan viva atracción habían de ejercer sobre él,
desdeño las trilladas rutas turísticas y penetró hacia el interior del país, correteando a su
gusto por Palestina, Siria y todo el borde del Gran Desierto de la Arabia. En ese sentido
dice que odiaba sobre todas las cosas la disciplina militar, aunque había leído a
Clausewitz, JHomini, Mahan y Foch y había jugado alguna vez a las campañas de
Napoleón, trabajado en las tácticas de Aníbal y en las guerras de Belisario. Por otra parte,
señala aspectos precisos del inicio del conflicto: Cuando comenzaron a sonar los tambores,
se cargaron los camellos apresuradamente. Después de la segunda señal cada jinete saltó
sobre la silla a izquierda o a derecha, dejando en medio un ancho camino por el que pasó
Feisal montando en su yegua, llevando un paso detrás de sí a Sharaf, e, inmediatamente, al
portaestandartes Alí, espléndido salvaje de Nejd, con su rostro de halcón encuadrado por
largas trenzas de cabello, negro como el azabache, cayendo a ambos lados de las sienes. Alí
iba vestido de un modo llamativo y montaba altísimo camello. Le seguía un grupo de
jerifes, jeques y esclavos (yo mismo iba detrás de ellos), en tropel. Aquella mañana la
escolta se componía de ochocientos hombres. Feisal cabalgó, arriba y abajo, buscando un
lugar donde acampar, y, al fin, se detuvo al extremo más aislado de un vallecito al norte de
la aldea de Nakhl Mubarak; las casas estaban tan hundidas entre los árboles que apenas se
veía alguna desde fuera. En el lado sur de este valle, bajo unas lomas rocosas, plantó Feisal
sus dos tiendas. Igualmente es capaz de definir rasgos característicos de sus compañeros
extranjeros en cuanto a su extrema paciencia fue para mi otra lección más acerca de lo que
significa el caudillaje nativo en Arabia. Su dominio sobre sí mismo era igualmente grande
(dirigiéndose a Feisal). Este tipo de aspectos son más desarrollados, como aquélla tarde
donde los Ageyl, iba de un lado para otro, instruyéndoles, formaban una perfecta y
entusiasta fila, redoble de aviso de los tambores, canto estridente… himno… repitió en el
acto… con una extemporánea réplica… y rima… Otro personaje importante fue Mohamed
Alí el Beidawí, Emir de los Juherina, y Mohamed Alí abu Sharrain. Así como los
trescientos jinetes Ashras de la familia Aiashi (Juheina). Por momentos la lectura adquiere
grados reconfortantes impropios de la guerra, como aquél cuando el campamento entero,
viendo nuestros rostros alegres, estuvo ruidoso y animado hasta el amanecer… Pero las
enseñanzas no cesan, puesto que me enseñaron que ningún hombre puede ser su caudillo
excepto el que come el mismo rancho de los soldados. La descripción social continua al
momento en señalar que Sus hombres eran la escoria del Uadi Yembo, gentes sin tierra y
sin familia o trabajadores ciudadanos de Yembo, a quienes no estorbaba una dignidad.
Eran los más dóciles entre todos los de nuestras tropas, a excepción de los Ageyl de
blancas manos, pero éstos eran demasiado bellos para ser convertidos en
trabajadores. En otro sentido resalta que era bello mirar las siluetas morenas de los
guerreros recortadas en el valle arenoso iluminado por el sol con el embalse de agua
salada. A esas alturas del relato el autor señala que Era incapaz de adoptar el profesional
punto de vista según el cual todas las acciones victoriosas son ganancias. Nuestros
rebeldes no eran simple material humano. No ejercíamos el mando nacionalmente, sino
por invitación, y nuestros hombres eran voluntarios, individuales, hombres del país,
parientes entre sí, de modo que la muerte era un dolor personal para muchos en el ejército.
Incluso desde el punto de vista puramente militar, el asalto me parecía un desatino. Por
todo ello y más, extender nuestro frente: el aplastamiento y matanza de la población
hubiera sido tan cruel como estúpido. La plaza fue indebidamente saqueada. Cuando las
tropas comenzaron a adoptar posturas más formales el autor guarda mesura aunque lleva a
cabo nuevamente crónicas precisas respecto a que Feisal tomó juramento a los nuevos
adeptos, solemnemente, sobre el Corán abierto en sus manos. Y ellos prometieron esperar
mientras él esperara, avanzar cuando él avanzara, no prestar obediencia a los turcos,
tratar amablemente con todos los que hablaran árabe (fueran de Bagdad, de Alepo, de
Siria, o de pura sangre), y considerar la independencia por encima de vida, familia y
bienes. Jamás dictó una sentencia parcial ni una decisión tan implacablemente justa que
pudiera conducir al desorden. Ningún árabe impugnó jamás sus juicios ni discutió su
sabiduría o competencia en asuntos de las tribus. Por su paciente examen de la razón y del
error, por su tacto y su memoria privilegiada, conquistó autoridad entre los nómadas
desde Medina y Damasco y más allá. Fue reconocido como una fuerza superior a la de la
tribu, más alta que la de los sangrientos jefes y por encima de la competencia. Más
adelante continua con la descripción y comparaciones de los beduinos, al considerarlos un
pueblo extraño. Para un inglés la vida entre ellos no puede ser satisfactoria a menos que
tenga una paciencia ancha y profunda como el mar. Son absolutamente esclavos de su
apetito no dominado por la mente, borrachos de café, agua o leche, glotones de carne asada,
desvergonzados mendigos de tabaco. Sueñan durante semanas antes y después de sus raras
expansiones sexuales, y pasan los días intermedios deslumbrándose y deslumbrando a sus
oyentes con relatos obscenos. Si las circunstancias de la vida les hubieran dado ocasión de
ello, serían puros sensualistas. Su fuerza es la fuerza de los hombres geográficamente más
allá de la tentación; la pobreza de Arabia les hace sencillos, fuertes, continentes. Si se les
hubiera obligado a llevar vida civilizada, sucumbirían, como todas las razas primitivas
sucumben a las enfermedades, mezquindad, lujuria, crueldad, tortuosos manejos y
artificiosidad de la civilización y, como todos los salvajes, se hubieran entregado a todo
ello, exageradamente, por falta de costumbres. Mientras que los procedimientos de los
árabes son claros, las mentes árabes funcionan lógicamente, como las nuestras; nada es
radicalmente incomprensible o diferente, sino las premisas; no hay excusa o razón, excepto
nuestra pereza e ignorancia, para que les llamemos orientales herméticos y no nos
molestemos en comprenderles. Otro personaje importante fue Auba que iba sencillamente
vestido a la moda del Norte, con traje blanco de algodón y un lienzo rojo del Mosul en la
cabeza. Su paciencia en la acción era extrema. Veía la vida como una novela épica. Todos
los sucesos en ella eran sigificativos: todas las personas en contacto con él, heróicas. A la
caballería se les llama Billi. En el momento de la contienda, Lawrence determina la
cuestión táctica del combate diciendo Comencé con tres posiciones. Primera: que las
tropas irregulares no atacarían nunca plazas, siendo así incapaces de forzar una decisión.
Segunda: que eran tan incapaces de defender una línea o punto determinado como de
atacarlo. Tercera: que su virtud residía en el fondo, no en la superficie. Para él, la guerra
árabe era de carácter geográfico y el ejército turco un mero accidente. Además señala que
no debíamos tomar Medina y que Nuestro ideal era que su fía férrea funsionase algo.
Igualmente señala que el país de los Billi era muy árido, y sostener un gran ejército sobre la
línea férrea hubiera sido, técnicamente, dificilísimo. Los Ageyls son otros personajes. Por
otra parte señala cuestiones para tomar en cuenta como son que la harina seca, el alimento
más ligero, es, sin embargo, el mejor, para un largo viaje. En un momento preciso, el autor
señala que luego comimos y dormimos generosamente. En medio de la pasividad de los
combates, el autor lleva a cabo una crónica íntima: Todo lo que podía yo hacer era dejar
que Daud compartiera el castigo. Daud saltó al oir la buena noticia, besó mi mano y la de
Saad, y corrió valle arriba, mientras Saad, riendo, me contaba anécdotas de la famosa
pareja. Daud y Saad eran una muestra del afecto que, en gran parte de la juventud oriental,
se establece entre muchacho y muchacho, hecho inevitable dado su apartamiento de las
mujeres. Estas amistades conducen, con frecuencia, a amores viriles de una profundidad y
de una fuerza más allá de nuestro usual –y carnal- concepto del amor. Mientras la pasión es
inocente, se muestra ardiente y franca. Cuando entra en ella la sexualidad, se llega a un
mutuo dar y tomar, no espiritual, semejante al del matrimonio. En el Capítulo VIII “El
Verdadero Desierto” señala que sufrían de sarna y la untura y el masaje aliviaron.
Igualmente el relato da tiempo para mostrar el clima Era ese viento ardiente con sabor a
horno que sopla a veces en Egipto, cuando viene el “Khamsin”, y que, según avanzaba el
día y se elevaba el sol en el cielo, se tornaba más fuerte, más lleno de polvo del Negudh, el
gran desierto de arena de la Arabia septentrional, allí muy cerca de nosotros, aunque
invisible por la calígne. A mediodía era casi un huracán, tan seco que nuestros labios se
agrietaban y la piel de nuestros rostros se resquebrajaba; mientras que nuestros párpados se
tornaban granulosos, pareciendo encogerse y desnudar nuestros ojos contraídos… A este
precio mantenían intacta la piel y la carne del rostro, pues temían, justificadamente, a las
partículas de arena que abren grietas que se convierten luego en dolorosas heridas. En
cuanto a mí, siempre me ha agradado el “Khamsin”, tormenta que parece luchar contra el
hombre con ordenada y cconsciente malevolencia y es agradable afrontarla directamente,
desafiar su poder y conquistar su rigor. Encontraba placer también en las saladas gotas de
sudor que corrían como una sola por mí largo cabello hasta la frente, y goteaban, como
agua helada, por mi mejilla. Al principio jugué a cogerlas con la boca, pero conforme nos
internábamos en el desierto, el viento se hacía más fuerte, más cargado de polvo, más
terriblemente abrasador. Es en medio de toda esta cartografía que el autor cita a algunos
famosos exploradores del desierto: Balgrave, los Blunt y Gertrudis Bell, ellos también
pedían raids. Igualmente señala un aspecto del relieve denominado “Giann” o barro pulido.
En todo este paisaje es preciso señalar aspectos de su fauna. En ese sentido, los camellos
nacidos en las arenosas llanuras de la costa árabe tienen delicada la planta de los pies, y, si
se les lleva bruscamente al interior para hacer largas marchas sobre el pedernal u otro
terreno que retenga el calor, sus plantas se queman y se les forman ampollas que revientan
y dejan la carne al descubierto en centro de la ampolla. En este estado pueden marchar
todavía sobre la arena, pero si por casualidad el pie pisa un guajiro, tropiezan y se
estremecen como si hubieran pisado fuego, y, en una larga marcha, pueden desfallecer, a
menos de ser muy resistentes. En la trayectoria, durante el camino establece que era
demasiado fatigoso y poco deportivo apartarse del camino recto a causa de las raras bestias
que encontrábamos. La descripción anterior también da paso a exponer brevemente su tesis
de la tribu y la ciudad: la responsabilidad colectiva y la fraternidad de grupo del desierto, en
contraste con el aislamiento y lucha por la vida de los distritos rebosantes de gente. En el
Capítulo XI Luchando hacia el Mar relata que Apenas había pronunciado estas palabras
cuando, más allá de la colina, estalló un súbito torrente de disparos y gritos. Espoleamos
furiosamente nuestros camellos hacia el borde y vimos a nuestros cincuenta jinetes
descender por la última pendiente del valle principal a galope tendido y como si fueran a
salir disparados de la silla. Mientras los contemplábamos, dos o tres cayeron al suelo, pero
los demás avanzaron rápidos como el rayo y la infantería turca que se encontraba bajo la
escarpada roca, dispuesta a frenar su desesperada carrera hacia Maan, en el crepúsculo
inminente, comenzó a replegarse aquí y allí, y, por fin, cedió al ímpetu del enemigo,
sumándose en su fuga a la loca carrera de Auda y sus soldados que cargaban sobre ellos.
Igualmente dice que Los Howeitat se mostraron feroces porque el asesinato de sus mujeres
ocurrido el día anterior había sido para ellos la imprevista revelación del más horrible
aspecto de la guerra. En el Capítulo XVI Victoria y Saqueo señala que la victoria acaba
siempre por abatir al soldado árabe. En el Cap. XIX Banquetes y Sermones, da una
panorámica sobre la situación militar ya que Pertenecer al desierto quería decir, como todos
sabíamos, estar condenado a sostener una batalla sin fin contra un enemigo que no era de
este mundo, y que no era la vida ni una cosa cualquiera, sino la esperanza misma, y el
fracaso parecía la única libertad concedida por Dios al género humano. Igualmente se daba
una lucha contra lo omnipotente, el honor consistía en despojarnos de los pobres recursoa
que poseíamos y en atrevernos a desafiar lo que fuese con las manos vacias para ser
vencidos, no solamente por una mayor inteligencia, sino por medios mejores que los
nuestros, que daban una ventaja suprema al enemigo. El Cap. XXI ¡A Volar un Tren! Dan
algunas tácticas en la contienda: Volar trenes es una ciencia exacta cuando se lleva a cabo
con tiempo y premeditación. No hay crueldad en dejar que pase hambre un árabe: no se
muere por ayunar unos días y, con el estómago vacío, lucha tan bien como cuando lo tiene
lleno. En el Cap. XXII Regreso al Mundo toma en cuenta formar una guardia de corps,
destinada a mi protección particular. Algunas gentes entrenadas, eran llamadas por los
ingleses de Akaba “los taja-gargantas”. Los códigos en el combate son fehacientes ya que
se consideraba ofensa mortal la de que un mercenario pegara a otro mercenario. Dentro del
Cap. XXVII Transportes y aprovisionamientos escribe sobre la arruinada estación que casi
habían tomado por costumbre capturar y perder, igualmente habla sobre la Recompensa por
méritos de guerra D.S.O. (Distinguished Service Order). En otro sentido relata la secrecía
de los dirigentes ya que Feissal debía permanecer oculto en su tienda, velado, escondido
para seguir siendo el caudillo, mientras, en realidad, era el mejor siervo del espíritu
nacional, no su dueño, sino su instrumento. Por otra parte, relata que los árabes disparaban
los unos sobre los otros cuando eran mortalmente heridos en el campo de batalla. Pero
Abdullah arguyó que si lo hacían así era para salvarlos de ser torturados y de tener que
avergonzarse de sí mismos. Creía que difícilmente podría existir un hombre que no
prefiriese una lenta muerte por agotamiento en el desierto, mejor que un súbito asesinato;
en su opinión, la muerte más lenta era la más piadosa, pues la falta de esperanza impedía
sentir la amargura de la batalla perdida, y dejaba la naturaleza del hombre libre de
entregarse a sí misma a la misericordia de Dios. El relato también señala en el Cap. XXVIII
Buxton y el cuerpo imperial de camellos que tenían que esparcir entre la población rumores
acerca de nuestro gran número y de nuestra llegada como vanguardia del ejército de Feisal
que tomaría Amman por asalto a la luna nueva. Esta era la noticia que los turcos temían
escuchar, la operación que imaginaban, el golpe que los turcos temían escuchar, la
operación que imaginaban, el golpe que les asustaba. En una de las batallas se hizo notar
que los árabes disparaban los unos sobre los otros cuando eran mortalmente heridos en el
campo de batalla. Pero Abduyllah arguyó que si lo hacían así era para salvarlos de ser
torturados y de tener que avergonzarse de sí mismos. Creía que difícilmente podría existir
un hombre que no prefiriese una lenta muerte por agotamiento en el desierto, mejor aun
que un súbito asesinato: en su opinión, la muerte más lenta era la más piadosa, pues la falta
de esperanza impedía sentir la amargura de la batalla perdida, y dejaba la naturaleza del
hombre libre de entregarse a sí misma a la misericordia de dios (Pág. 304). En otro
momento, prefieren esparcir entre la población rumores acerca de nuestro gran número y de
nuestra llegada como vanguardia del ejército de Feisal que tomaría Amman por asalto a la
luna nueva. Esta erala noticia que los turcos temían escuchar, la operación que imaginaban,
el golpe que les asustaba. En el Cap. XXIX Pláticas de Familia se señalan aspectos
importantes respecto al leguaje militar y las discrepancias entre reyes y guerreros, lo cual
había ocasionado un conflicto con tres soluciones posibles. La primera era ejercer presión
sobre el rey Hussein para que retirase su proclama. La segunda, seguir el avance sin hacerle
menor caso. La tercera, colocar a FEisal en absoluta independencia respecto a su padre. En
el Capítulo XXX titulado EN LA VANGUARDÍA, una fecha trascendente de un relato
insignificante surge cuando Dawnay vendría a reunírsenos por vía aérea el 11 de
septiembre, trayéndonos la última palabra respecto a esta cuestión. El día 11 llegó el
aeroplano de Palestina (Pág.316). Cuando Lawrence vio a su viejo compañero Talal el
Hareidhin, su rostro sanguíneo irradiaba alegría ante nuestra llegada. En el Cap. XXXI
Cortamos las principales vías férreas establece que En los vagones-depósito encontramos
grandes cantidades de petróleo, así como mucha leña de arder. Al oscurecer prendimos
fuego a todo, y, cuando el saqueo estuvo terminado, las tropas y los hombres de las tribus
se echaron tranquilamente sobre la blanda hierba, cerca de la desembocadura del lago.
Posteriormente, ¡Habría sido tan sencillo hacer estallar un proyectil Véry en su
campamento!… y entonces aquellos hombres solemnes hubieran huído con una fueria
ridícula, disparando duramente en el desnudo, silencioso y nebuloso flanco de la colina que
descendía hasta sus pies. Cap. XXXIII La Ayuda del REAL CUERPO DE AVIACIÓN.
Nuestra tarea era, estratégicamente, sostener Um Taiye, que nos daba, a voluntad, el mando
de los tres ferrocarriles de Deraa. Me presentó en un breve esquema, sus futuros planes. La
Palestina histórica era suya y los turcos, derrotados, esperaban en las colinas un descuido o
una negligencia en la campaña. ¡más esperaban en vano! Bartholomew y Evans estaban
preparados para dar tres nuevos golpes: uno a través del Jordán, en dirección a Amman, que
debía ser dirigido por los neozelandeses de Chaytor; otro, a través del Jordán, en dirección
a Deraa, que sería obra de Barriow y sus hindúes; otro, en fin, a través del Jordán, en
dirección a Kuneitra, que podría sser realizado por los australianos de Chauvel. Chaytor se
detendría en Amman: Barrow y Chauvel, apenas hubiesen alcanzado su objetivo, se
dirigían a Damasco. Nosotros debíamos sostener a los tres, y yo no podría efectuar mi
insolvente amenaza de tomar Damasco hasta que no estuviésemos los tres reunidos. Cap.
XXXV NOS REUNIMOS A LOS INGLESES. Estas tropas, que se movían en rebaño
como lentos carneros, no parecían dignas del privilegio del espacio. Yo me tendía cada
noche entre mis hombres en el viejo aeródromo. Cerca de los reductos incendiados, mi
guardia, voluble como el mar, peleaba por última vez, según su costumbre. Abdullah me
trajo, en taza de plata, el arroz cocido. Después de la cena, en la obscuridad, intenté pensar
en el porvenir, pero mi mente estaba vacía y el fuerte viento del éxito encendía la llama de
mis sueños… estaba el esfuerzo de dos años, sus múltiples miserias, glorificadas u
olvidadas. Como el caso de Rumm, la magnífica; Petras, la brillante; Azrak, la lejana;
Batra, la muy limpia. Había cosas que acentuaba la diferencia entre nuestros seguros
movimientos y el proceder de la guerra normal a base de tentativas y reconocimientos. Pero
el país desierto estaba Auda y, en aquella noche de su última batalla, el viejo mató y mató,
saqueó, y capturó, hasta que el alba le mostró que no había ya nada que hacer. Así terminó
el Cuarto Ejército Turco que, durante dos años, nos había causado tantas molestias. Los
forzados son aplastados por la violencia. Los esclavos pueden ser libres en el espíritu, si
quieren. Pero el soldado entrega, por las veinticuatro horas del día, a sus posesores, el uso
de su cuerpo y la entera dirección de su mente y de sus pasiones. Sin embargo, es preciso
señalar que el soldado enojado es un mal soldado; es más; no es un soldado. La importuna
comparación, unida a la nostalgia de mi patria, agudizaba mi sensibilidad y exaltaba mi
disgusto, porque yo no veía solamente la diversidad de raza y oía la diversidad de lenguaje.
Cap. XXXVI LA ENTRADA EN DAMASCO. Damasco era para los árabes superior a
cualquier trofeo…proclamando a Hussein “Rey de los Árabes” en las narices de los turcos
y de los humillados alemanes. Necesitábamos demostrar que los tiempos pasados habían
concluido para siempre, y que un gobierno indígena ocupaba el poder. A nuestra llegada, en
el espacio de algunas millas, se habían alineado los ciudadanos para saludarnos, más ahora
había un millar por cada ciento de antes. Todos los hombres, todas las mujeres, todos los
niños en esta ciudad de un cuarto de millón de almas, aguardaban únicamente la chispa de
nuestra aparición para encender su espíritu. Damasco enloquecía de gozo. Los hombres
tiraban al aire sus turbantes; las mujeres desgarraban sus velos. Los propietarios de las
casas tendían tapices y flores en la calle, a nuestro paso; las mujeres se inclinaban,
sonriendo, a través de las gradas, y nos inundaban con baños de perfumes. El último
capítulo del relato es el número trigésimo séptimo titulado CREACIÓN DEL PRIMER
GOBIERNO ARABE. Ahí, los argelinos acudieron a mi llamada, rodeados de su guardia
de corps y con el fulgor del asesinato en la mirada. En mi calidad de representante de
Feisal, proclamé la abolición del Gobierno Civil de Damasco, que ellos desempeñaban, y
nombre gobernador militar a Shukri Pachá Ayubi. Nuri Said tendría el mando de las tropas:
Azmi sería ayudante general; Yemil, jefe de policía. En amarga respuesta, Mohammed Said
me denunció como cristiano y como inglés, y llamó a Nasir para que le defendiera y
sostuviera su causa. Tuvimos que emplear nuestros propios camellos: los transportes del
ejército árabe. Crear un ferrocarril, establecer el telégrafo, cuartéles y restablecer el
comercio, abrir de nuevo despachos, oficinas y mercados, y disponer de una unidad
monetaria aceptable. Igualmente había que fijar nuevos precios, lo que implicaba la
necesidad de una prensa. Los árabes debían sostener los registros del fisco, el catastro, el
civil y el de la propiedad.

Das könnte Ihnen auch gefallen