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LOS SANTOS LÜOAKES

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U. DEA 9 Uxi UIIITJLLJLL.

Y LA GALILEA,
RECUERDOS É IMPRESIONES DE VIAJE

POR

D. JOSÉ ANTONIO QRTIZ URRUELA,


PHfiSliÍTERtJ.

MADRID.
IMPRENTA DE TEJADO,
calle de Silva, 47 y 49.
1808.
LOS SANTOS LUGARES

DE

LA JUDIA, LA SAMARÍA Y LA GALILEA,


LOS SANTOS LUGARES

DE

LA JÜDEA, LA SAMARÍA
Y LA GALILEA.
RECUERDOS É IMPRESIONES DE VIAJE

POR

D. JOSÉ ANTONIO ORTIZ URRUELA,


PRESBÍTERO.

MADRID.
IMPRENTA DE TEJADO,
caJle de Silva, 47 j 49.

1868.
VICARIA ECLESIÁSTICA
DE MADRID-

NOS BL DR. D. JOSÉ DE LORENZO Y ARAGONÉS, P R E S -


BÍTERO, VICARIO ECLESIÁSTICO DE ESTA VILLA DE
MADRID Y SU PARTIDO,

Por la presente y por lo que á Nos toca


concedemos nuestra ucencia para que pueda
imprimirse y publicarse la obra titulada;
«Los Santos Lugares de la Judea, la Samaría
y la Galilea,» escrita por el Presbítero
D. José Antonio Ortiz Urruela, mediante que
de nuestra orden ha sido examinada y no
contiene, se^un la censura, cosa alguna con-
traria al dogma católico y sana moral.
Madrid y Mayo once de mil ochocientos
sesenta y ocho.

Dr. ¿oremo.

Por mandado de S- S.
Licenciado, Juan Moreno González,
DICTAMEN DEL CEKSOR.

ILMO, SE5TOR:

En cumplimiento del encargo que V- 8, L se ha


servido darme, he revisado y examinado detenida-
mente la obra titulada: «Los SANTOS LUGAHES DE T,A
JÜDEA, LA SAMAIUA T LA GALILEA,» producción del
Presbítero Sr. D. José Antonio Ortiz Urruela.
Lejos de hallar en ella cosa alguna que no esté en
armonía con el dogma católico y sana moral, es más
bien un compendio de Historia Sagrada, en el que es-
tán expuestos con sencillez y unción religiosa los prin-
cipales acontecimientos de la vida mortal de Nuestro
Señor Jesucristo según los cuatro Evangelios, y con
tanta oportunidad localizados, que después de veinte
siglos, al leerlos parece que el espíritu se complace en
ver al Ungido del Señor con la unción del Espíritu
Santo y su virtud, según expresión del grande Após-
tol, que al recorrer la Palestina santificándola su divina
planta, perirmisil frene faciendo et sanando onmes.
Sí como se deduce del contexto de la obra, el ilus-
trado y virtuoso sacerdote cuyo nombre lleva al frente,
se ha propuesto avivar entre nosotros el fuego sagrado
de la fe cristiana y la conservación del principio reli-
gioso , puede estar satisfecho de haber llenado cumpli-
damente tan laudable pensamiento, ofreciendo al pue-
blo fiel, al propio tiempo que una lectura agradable
por las dulces impresiones que deja en el alma la inte-
resante y pintoresca descripción que hace de los san-
tos lugares consagrados cou la presencia y sacrificios
de Nuestro Divino Redentor, una instrucción alta-
mente moral y religiosa, la más á propósito para
fijar de un modo indeleble nuestras augustas creen-
cias , desgraciadamente expuestas en nuestros dias á
todo viento de doctrina.
Por estas razones, el que suscribe cree, no sólo que
no hay inconveniente, sino que puede dar felices re-
sultados la publicación de la obra y su circulación.
Tal es su parecer: V. S. L, sin embaTgo, resolverá
como siempre lo que en su superior ilustración juzgue
más acertado.
Madrid 8 de Mayo de 1868.—Pedro R. Buiz, Pres-
bítero.—limo. Sr. Vicario eclesiástico de Madrid y su
partido.
PRÓLOGO.

Aunque son tantas, tan. vanadas, y algunas


de ellas excelentes, las relaciones que se han
hecho de viajes en la Tierra Santa, yo no he
tenido por supérfluo escribir algo sobre la pe-
regrinación que acabo de hacer en Palestina,
tocando de paso en Malta y Egipto. No preten-
do que mi trabajo compita con los de los con-
cienzudos, pacientes y lacónicos autores que,
como Andriconio y Quaresmio, entre los anti-
guos, Geramb y Mislin, entre los modernos,
han referido con exactitud la historia y seña-
lado con minuciosidad la geografía de los Santos
Lugares. Menos he soñado en rivalizar con aque-
llos viajeros, de más imaginación que juicio,
que nos han dado cuenta de sus impresiones en el
Oriente, sin cuidarse mucho de ser justos, im-
parciales y verídicos. Yo he visitado los san-
tuarios y sitios célebres de Palestina, más por
satisfacer una necesidad de mi corazón, que por
acopiar erudición; y por eso al tomar la pluma,
he expresado mis afectos, sin aspirar á dar lec-
ciones. He tomado, sí, directores que me han
inspirado confianza; y en los mismos Santos Lu-
gares he procurado recoger las tradiciones rela-
tivas á ellos, tales como de generación en ge-
neración han venido conservándose. Á pesar do
todo, puedo haberme engañado, ya por no.com-
prender bien lo que se me decía, ya por haber
olvidado algunas circunstancias, en el intervalo
que necesariamente medió desde que las oí hasta
que las consigné en el papel. Me conformo,
pues, desde luego con todas las enmiendas y
rectificaciones que crean deber hacer las perso-
nas competentes 6 instruidas.
En cnanto al método que he seguido en esta,
obra, es necesario que yo haga una explicación.
Aunque parezca rareza, yo acostumbro viajar
sin esos Manuales que se llaman Guías; en al-
gunos de los cuales, no contentos los autores
con indicar los lugares y cosas notables do va-
rios países, se entrometen en la historia, en la
política y , lo que es peor, en la religión, deci-
— TC.T —

diendolas cuestiones más abstrusas y difíciles, de


crítica, de filosofía y de doctrina, con un tono
decisivo y dogmático, en un volumen do pocas
páginas, que puede ser llevado sin incomodidad
á todas partes en el bolsillo, Así hay viajeros
que se traen en ol saco de noche, discutidas y
resueltas, por un especulador casi anónimo, las
cuestiones más graves y profundas que por es-
pacio do siglos enteros lian puesto en tortura á
los mayores sabios y á los más penetrantes in-
genios. Aunque tanta ciencia, contenida en
una Guía,, es comparativamente barata, yo,
hablando francamente, he proferido economizar
ol dinero que me costara tanto saber, aunque
me hayan de costar mucho más otros libros
para resolver semej antes cuestiones.
Por eso, cuando emprendí mi viaje á los
Santos Lugares, no hice otra cosa que tomar
conmigo un ejemplar del Nuevo Testamento:
proponiéndome seguir, como los va marcando
el Evangelio, los pasos que nuestro Divino Sal-
vador dio en la bendita tierra á donde, por nos-
otros los hombres y por nuestra salud, des-
cendió de los cielos, se encarnó por obra del
Espíritu Santo, nació de Marta Virgen, pa-
deció bajo el poder de Pondo Pilato, fué ent-
— XII —

cificado, muerto, sepultado, resucitó y subió


á los cielos. Conforme á este método, aunque
yendo de Europa, yo arribé antes al puerto de
Jaffa, en Judea, que al de Kaiffa, en Galilea,
el cual está al pié del Monte Carmelo; comien-
zo mi relación por la visita que hice á aquel
santo monte, donde se dio culto por tanto tiem-
po á María Virgen, aun antes de la Encarnación
del Divino Verbo. Luego hablo ele Nazareth,
donde se obró este Misterio; y en seguida,
omitiendo de pronto los demás lugares de la
Galilea, acerca de los cuales hablo más adelan-
te, cuando me ocupo de la predicación de
Nuestro Señor Jesucristo, paso á hablar de Be-
lem. Después, según me ha sido posible, he
procurado ajustar mi relación al orden mismo
de las acciones del Salvador, haciendo algunas
indicaciones sobre varios sucesos del Testa-
mento Antiguo , que se verificaron en los luga-
res que yo visitaba, ó prefiguraban los hechos
y misterios del Nuevo Testamento.
Este método seria sin duda defectuoso, si
mi libro pretendiese ocupar el lugar de una
Gruía. Pero yo no me he propuesto escribirla.
El que la necesite, podrá fácilmente procurár-
sela en otra parte. Lo que yo he escrito, podrá
— xin —
tal vez excitar en algunos el deseo de visitar la
Tierra Santa; pero ni aun estas han sido mis
pretensiones, aunque creo que es útil una pe-
regrinación á los Santos Lugares, empren-
dida con buen espíritu. Yo no lie tenido otro
objeto que rendir un testimonio de gratitud á
T)ios> que me concedió la gracia de visitarlos.

Siivilla: íK de Setiembre ¡Jb iS¡J2.


ÍNDICE.

CAPÍTULO PRIMERO.

LA NUBECILLA DE E L Í A S .
Páginas.

Nombre, situación y perspectiva del monte Carmelo.—


Tolemaida y sus recuerdos,—Caracteres de la domina-
ción de los turcos en el Oriente.—El dogma, el culto
y los ministros del islamismo.—Idea de la civilización
turca.—Triste situación creada á la mujer por el Al-
coran.*-La esclavitud en el Oriente.—El puerto de
Kaiffa, la ciudad de este nombre y su huerta.—El con-
vento y el santuario del monte Carmelo.—Religiosos
que allí habitan y sus ocupaciones.—El altar de la
Santísima Virgen y el de San Elias, Profeta.—Las
fuentes de la montaña,—El Mediterráneo.—La hospe-
dería del convento y su Álbum*—La escuela de los
Profetas.—El escapulario del Carmen 1

CAPÍTULO II.

LA CIUDAD DE LAS PLORES.

El camino á Nazarettu—Nuevos ministros cismáticos.—


El convento de Padres Franciscanos y la casa de la
— ~XY[ —
Pápirtíts.

Santísima Virgen.—151 taller de San José.—Mensa


Ckrüti,—La sinagoga de Nazarctlu—Santa María
del Temblor. — Puente de la Santísima Virgen.—
Posición de la ciudad de 3?aznrcth.—Las religiosas
católicas en Tierra Santa.—Un negro convertido al
Catolicismo, catequiza á su propio padre.—Dificul-
tades para la conversión del Oriente.—Til misterio de
h Encarnación considerado cu Nazareth 2(5

CAPÍTULO III.

LA VOZ DEL QUE CLAMA EN EL DESIERTO.

Viaje de María desde Nazareth á la montana deJuda.—


Encuentro de la Bienaventurada Virgen con su santa
prima Isabel.—Condenación, del protestantismo, con-
tenida en el misterio de la Visitación.—Capilla eri-
gida en el lugar donde fué santificado el Precursor
antes de nacer.—Casa de San Zacarías, hoy iglesia y
convento de los Latinos.—Altar de San Juan Bau-
tista,—La gruta de San Juan en el desierto.—La
fuente de la Santísima Virgen . , . . . , . . 43

CAPÍTULO IV

LA CASA DEL PAN.

El sepulcro de Raquel.—Las cisternas de David. —Con-


ventos agrupados alrededor de la gruta de Belem.—
Lugar donde la Santísima Virgen dio á luz á su Uni-
— XVII —
Páginaa.
génito,—El Santo Pesebre y el altar de la Adoración
de los Reyes.—Nacimiento del Salvador.—Tradiciones
relativas al altar de Ara Cceli en el Capitolio y tiLFons
olei de Santa María in Transéiberim, basílicas de
Roma.—Las varías capillas de la gruta de Belem.—Se-
pulcros de las Santas Paula y Eustaquio,— Sepulcro de
San Gerónimo y sus recuerdos,—Procesión diaria, en
los santuarios de Belem,— La grata déla nodriza de
Abrahanu—El mont3 de los Francos.—El campo de
Boozf donde rebuscaba liuth,—La gruta de los pasto-
res,—Recuerdos de David.— Construcciones de Salo-
món. - Valor actual del terreno en las inmediaciones
de líelem.—Bl Huerto Cerrado, propiedad de un pro-
testante.—La propaganda anti-catdlica,—El Semina-
rio Latino,—Tendencias de los cismáticos para volver
a la unidad. , , , , , > . . , , . , . , , 55

CAPÍTULO V.

MONTES ALLANADOS Y VALLES COLMADOS.

Perspectivas que se ofrecen á la vista saliendo de Belein.


—El Mar Huerto.—Manzanas engañosas.—Las már-
genes del Jordán.—El Bautismo de Nuestro Señor
Jesucristo.—Llanura de Jcricd.—El monte de la Ton-
tildón.— La fuente de Elíseo,—101 torrente de Karítii.
—Parábola del Samaritano.—lieformas de Ibrahim-
Bajá.—La fuente de loa Apóstoles,—Lugar del en-
cuentro de Marta y Marta con Jesucristo, cuando iba á
resucitar á Lázaros-Lágrimas del Salvador.—In-
surrección del muerto,dc cuatro días 81
— rrai —

CAPÍTULO VI.

LA MIEL DE LA PIEDRA Y EL ACEITE DE LA ROCA.

El mar de Tiberiades*—Fortificaciones de la ciudad.—


Baños de IbraMm Bajá.—La $alah-o, de Dios dispen-
sada por los protestantes y sembrada por los judíos.
—Comercio, agricultura y pesca de Tiberiadcs.—El
Talmud,—Circunferencia del lago de Genezareth.—El
Castillo de Magdalena,—Conversión de esta pecadora,
considerada en vista do aquel lugar.—El monte de la
multiplicación de los panes y de los peces.—El monte
délas Bienaventuranzas y del Padre nuestro 109

CAPÍTULO VIL

J!UENO ES ESTARNOS AQUÍ.

La llanura de Hittín,—Última y desgraciada acción de


los cruzados.—Perspectiva del Tabor,—El gran cua-
dro de la Transfiguración .—Capilla edificada en el
lugar donde se verificó este misterio.—El campo de
las espigas.—Cana de Galilea.—Asj^ecto general de
la Galilea 133

CAPÍTULO VIII.

EL DON DE DIOS.

La patria de los Apóstoles Santiago y San Juan.—Ba-


jada á la llanura de Esdrelon. —El lugar donde Núes-
— TOX —
faginas.

tro Señor Jesucristo curó á los diez leprosos.—Pers-


pectiva del Ante-Líbano.—Bethulia.—Caravanas de
peregrinos rusos,—La Samaría.—Abundancia de agua
en Nnplusa,—Ruinas de una iglesia en aquella ciu-
dad.—La floresta encantada del Tasso,—El sepulcro
deJosé 140

CAPÍTULO IX.

SUS CAMINOS LLORAN.

Apostolado del Diácono San Felipe en la Samaría.—


Simón Mago.—Aldea de El Bir, que ocupa el lugar
donde María echo de menos al Niño Jesús,—La gruta
de Jeremías,—Aspecto de Jerusalen,—Sepulcro de
Alejandro Janeo.—L;i guerra de Trova y las Cruzadas,
—El valle de Josafat.—El Huerto de los Olivos.—El
sepulcro de la Santísima Virgen.—La gruta de la
Agonía,—Lugar del martirio de San Esteban.—El
campo de G ilion.—Los sepulcros de les revés,—Lugar
donde Alejandro Magno se encontró con el gran Sa-
cerdote Jaddo.—El sepulcro de kriis—Haceldama.—
El Cenáculo. . + t . . 162

CAPÍTULO X.

ALEOHIADOME IlÉ EN LAS COSAS QtJE SE ME HAN DICHO.


IREMOS k LA CASA DEL SEÍÍOR.

La pueTta de Sion.—La casa de la Santísima Virgen.—


La casa de Caifas.—Tribunal del Ssmhedrin,—Lugar
donde San Pedro negó á su Divino Maestro.—Casa de
— XX —

Anas.—los cipreses del Mantotiion.—»Laiglesia de


Santiago el Mayor levantada en el l.uí*ar de su marti-
rio.—Derechos de ía España sobro este snutuaFio.—El
templo v la misión protestan bes.—Visitas de prínci-
pes á la Tierra Santa , 189

CAPÍTULO XL

ESTABAN NUESTROS PIES EN LOS ATRIOS DE J1ÍRU3ALEN.

Patria del profeta Jeremías.—Lugar donde David tomó


las ciaeo piedras para derribar á Golíath.—El con-
vento de San Salvador en Jurusalon.—La Custodia
de Tierra Santa,—Visita á Betania,—ISetliíagé.—
Lugar donde Nuestro Señor Jesucristo lloró sobre la
ingrata ciudad.—Donde maldijo la .higuera infruc-
tuosa.—Donde volvió á enseñar el Padre nuestro,—
Donde los Apóstoles compusieron el Credo.—'Donde
se verifico ia Ascensión del Señor.—-El monto del Es-
cándalo,—Los sepulcros de los profetas.—La vía de la
Cautividad.—La puerta Dorada.—El monte Hería —
La mezquita de Ornar.—El templo de la Presentación
de Nuestra Señora.—El sepulcro do Salomón.—Res-
tos de la torre Antonia,—Plaza dol llanto 20(5

CAPÍTULO XXL

CONDUCIDO Á LA MUERTE CUAL CORDERO.

La piscina Probática.—La iglesia de Santa Ana.—Casa


de Simón el Fariseo.—El Pretorio de Pilatoa.— El
santuario de la Flagelación.—Lugar de la coronación
— XXI ~
Futrí tías.

de espinas.—El arco del Ecce Homo,— Estaciones de


la Vid Crucis. La puerta Judi ciaría.—Lugar donde
el Salvador predijo por última vez las desgracias de
Jerusalon.—Última caida del Redentor en la Vía Do-
lorosa.—Subida al monte Calvario 233

CAPÍTULO XIII.
TODO LO ATRAERÉ Á MÍ CUANDO FUERE LEVANTADO EN ALTO,
DESDE EL LEKO RUINARÁ EL SEÑOR.

La cárcel de San Pedro,—Ruinas de! Hospital de los


Caballeros de San Juan.—El convento latino on el
Santo Sepulcro,—Los maitines á media noche.—Or-
den de los otros oficios divinos,— El Monte Calvario,
—EUuévos y Viernes Santos en aquellos venerables
lugares.—Santuarios de aquel sagrado monte,—Cum-
plimiento de las profecías, - 2o5

CAPÍTULO XIV.
SU SEPULCRO SERÁ GLORIOSO.

La capilla de Adán.—La Piedra de la Unción.— Lugar


desde donde las santas mujeres contemplaban al He-

dentor moribundo.—Capilla de los griegos.—El Santo


Sepulcro.—El fuego santo de los cismáticos. . . . . . 2SQ

CAPÍTULO XV.

VENID Y VED EL LUGAR DO^DK FUE PUESTO EL SEÑOR.

La capilla del Ángel —Visita de los Padres antiguos á


este lugar sagrado.— Estado déla cúpula del Santo
— XXII —

Sepulcro.—La Francia y la Rusia piden permiso para


repararla.— Reilcxíones á que esto da lugar.—El cen-
tro del mundo según los cismáticos.—Capilla de San
Longino.—Altar de Santa María Magdalena. — Fa-
chada de. templo del Santo Sepulcro 302

CAPÍTULO XVí.

QUÉDATE CON NOSOTROS, QUE SE HACE TARDE Y DECLINA


EL DÍA.

Salida de Jerusalen.—Compañía inesperada*—Lugar


donde el Señor se reunió con los discípulos que iban á
Emmaas,-Ruinas do Baalhasor.— Ruinas dol san-
tuario de KmmauSj su descubrimiento y reedificación.
—Patria del Buen Ladrón,—Pozo de Job.—Encuen-
tro con un ministro protestante,—Recuerdos bíblicos, 322

CAPÍTULO XVII.

OS CONVIENE EBNACEll,

Llegada á Ramle.—Hospitalidad del convento católico,


—Torre de los Cuarenta Mártires.—Ruinas de un
antiguo convento de Caballeros Templarios.— Gran-
diosa perspectiva de la llanura de Saron,—Cisterna
de Santa Elena.—Jardines de Jaffa.—Servicio de la
posta y pasaportes en aquel puerto.—La capilla y el
convento de los Padres Franciscanos.—Partida para
Alejandría. , . . . • « B41
— XSLItl —
Piígínns.

CAPÍTULO XVIII.

ADIÓS Á LA TIEHRA S A N T A .

Últimas miradas dirigidas hacíala Palestina,—Contem-


plación sobre el puente de un vapor,—Pasaje á Ale-
jandría.—Desembarque en la ciudad y medios de tras-
porte al interior de ella,—Las calles y el buzar.—
Cuartel do los europeos-—Templos católicos y otros
de cismáticos y sectarios en Alejandría-—Agujas de
Oleopatra y columna de Pompeyo.—La isla de Chipre
y la costa de Berbería 367

CAPÍTULO XIX,

E L VASO DE ELECCIÓN»

Arribo á Malta.—Naufragio do San Pablo.—La gruta


donde habitó el Apóstol.—Su estatua en la antigua
capital de la isla.—Conversión y religiosidad de los
malteses.—Respeto del gobierno ingles al catolicismo
de Malta y sus causas.—Inutilidad de la propaganda
protestante en la isla.—Los refugiados italianos.—
Edificante observancia del precepto pascual en una
de las parroquias de Malta.—La catedral y el palacio
del Gran Maestre de la Orden de San Juan en la
Ciíta Notabile.—La iglesia conventual de los Caba-
lleros de aquella Orden en la ciudad de lavaletta,—
Mausoleo de un hermano de Luú Felipe.—Otros tem-
plos de la capital de Malta.—Los dos seminarios y la
universidad de la isla.—Organización de su gobierno
— xxrv —
Páginas,
civil—Objetos curiosos é importantes conservados en
el palacio del gobierno.—La sala del Gonsojo —Los
allergos 6 palacios de los caballeros de distintas len-
guas 385

CAPÍTULO XX.

CONCLUSIÓN,

Vista de las islas de Gozzo y Sicilia.—Reflexiones sobre


la revolución de las Dos Sicilias,—Comparación de
Fernando II do Ñápeles con Francisco I de Francia,—
Las costas de Cerdoña,—Caprera.—Isla de Córcega.
—Recuerdos de Bonaparte.—Teoría de las nacionali-
dades,—Arribo á Marsella.—El Santo Bálsamo.—
Vuelta á España.—Fin , 408
LOS SANTOS LUGARES
DE

LA JtDEA, LA SAMARÍA Y LA GALILEA.

CAPÍTULO P R I M E R O .

LA NUBE CILLA DE ELIAS.

El Monte Carmelo, tan celebro en la Sagrada Es-


critura , tan caro á la Iglesia y tan notable aun en la
historia profana, es conocido por los marinos con el
nombre de Oabo Carmelo. Sin embargo, este no es
propiamente un cabo, k no ser que por su elevación se
le llame asi, para distinguirle del resto de la costa que
al Norte y al Sur corre hacia Cesárea y hacia la anti-
gua Sidon. dejando Ter en toda su grandeza y hermo-
sura esta montaña. Rápido como una saeta se desliza
el vapor hacia Jaffa, cuando todavía á dos, á tres , á
diez y aun á quince millas de distancia se está viendo
el Monte Carmelo, primeramente coronado de su mo-
nasterio en forma de torre cuadrada , y luego prolon-
gándose siempre con una misma altura hacia el interior
SANTOS LUGARES. 1
— % —

del país, y dominando la llanura de Esdrelon. La vista


no acierta á apartarse voluntariamente de la contem-
plación de aquella montaña, la cual, en una hermosa
tarde de primavera, que era cuando yo partía de
Kaiffa, ae retrataba con toda su belleza en la tersa
superficie del Mediterráneo. Este mar viene humilde-
mente á lamer la falda del Carmelo, trayénclole el tri-
buto de innumerables conchas; y la montaña estaba
bañándose en luz, mientras que los vapores del agua
y del cielo tendían sobre sus cumbres una especie de
trasparente velo de plata.
Frente por frente del Carmelo está la ciudad de
San Juan de Acre, tan célebre en la historia de las
Cruzadas, bajo la denominación de Tolemaida. Mu-
cho antes de que los valientes caballeros de Occidente
vinieran á darla nombradla en 3a Edad Media, esta
ciudad era famosa en la historia» Allí se celebraron las
bodas de Cleopatra > aquella reina de Egipto que tan
importante papel hizo en el triste drama de la deca-
dencia de Roma, cuyos grandes hombres apenas sa-
bían resistir alas artes de aquella mujer, como para
que se viese que no basta vencer á los demás, si no
logra uno vencerse á sí mismo. Tal vez no más fuerte,
pero sí más prudente que los otros, Octavio venció á
Cleopatra negándose á verla. Entonces la reina se
consideró vencida; y desesperada, haciendo esconder
un áspid dentro de un cestillo de higos, esperó que el
ponzoñoso reptil la mordiese mortalmcnte, ya que ella
no había podido inocular su veneno al heredero de
Cesar.
—3—
Los caballeros de San Juan se establecieron por al-
gunos años en Tolemaida , dando á la ciudad el nom-
r

bre del Santo Precursor, patrón y protector de su Or-


den» No pudiendo resistir al torrente que de nuevo se
desbordaba sobre la Tierra Santa, aquellos valientes
soldados de la Cruz se retiraron á la isla de Rodas,
haciendo siempre con su pecho un antemural para la
defensa del Occidente contra los turcos. De Rodas fue-
ron también obligados á retirarse, se sospecha que por
la traición; y entonces el Emperador Carlos V les ce-
dió la isla de Malta, que era dependencia legítima de
su corona, para que se estableciesen en ella. Allí con-
tinuó la Orden de San Juan cumpliendo con su hon-
rosa misión de oponerse á que el islamismo destruyese
la civilización europea; y ciertamente son tan glorio-
sas las hazañas de estos caballeros, que tocando uno en
cualquiera de los puntos del globo donde ellos las eje-
cutaron, no puede menos de experimentarse un senti-
miento profundo de admiración, de gratitud y de do-
lor. Algo dircí sobre esto cuando hable de la isla de
Malta en particular. Basten las indicaciones hechas
para que se comprenda cómo en los diez dias que per-
manecí en el Monte Carmelo y en Kaift'a, no pudiendo
ir á visitar á San Juan de Acre personalmente, volvía
muchas veces los ojos con vivo interés hacia el blanco
grupo de sus casas y fortificaciones, recorriendo con la
mente sus calles, sus subterráneos y todos sus alrede-
dores, teatro de un drama tan grandioso como el de
las Cruzadas.
Una tarde salia yo de comer y me dirigía hacia
el palacio abandonado de Abdallá-Bajá, comprado pol-
los religiosos, y convertido por ellos en granero y en
molino: á una voz que me llamaba, volví la cara, ftra
que los Padres Carmelitas también habían acabado de
comer, y pasaban un rato de conversación sentados en
las gradas de la portería, la cual domina completa-
mente su pequeña huerta, la falda de la montana y
el mar: teniendo al fondo, y en frente de si mismos,
el puerto y la ciudad de San Juan de Acre. Un sacer-
dote español, que ha estado veinticinco aíios en Amé-
rica, de donde se vino directamente al convento del
Monte Carmelo en 1838, me referia los pormenores de
la guerra que hizo Ibrahim-Bajá en Tierra Santa,
dándome cuenta con toda exactitud del bombardeo
de Acre, que él presenció en 1840 desde el mismo sitio
donde estábamos hablando. ¡Cuántas cosas estarán
todavía por ver en aquellos mismos lugares! Acre es
la llave de la Siria, y este país, como todos los adya-
centes, no están más que precariamente en manos de
los turcos. Extranjeros estos siempre en regiones que
no han sabido más que embrutecer, ni capaces ellos
mismos de civilizarse, débiles para sostenerse por sí
propios, no hay en su favor ni el derecho de propie-
dad, ni el de posesión, ni otro algún título válido
para considerarlos dueños de aquellos territorios. La
Providencia permitió que los ocupasen, como un rio
salido de madre ocupa las extensas llanuras y los hon-
dos valles; mas secada la fuente de aquellas aguas,
ellas quedan estancadas allí, disminuyendo su vo-
lumen de hora en hora bajo la acción del viento y del
— o
sol. Entre tanto ellas corrompen el aire con sus fé-
tidas exhalaciones, y de vez en cuando una pasajera
borrasca las hace embravecerse, causando algunos
estragos. Esta imagen representa exactamente la si-
tuación del imperio Otomano.
En efecto, mientras los turcos dominen el Oriente,
será imposible civilizarle, á lo menos, humanamente
hablando; porque el islamismo, esa religión estúpi-
damente falsa y groseramente sensual y corruptora,
matará en germen cualquier principio do civilización.
Citaré en prueba de esto, para no repetirlo después,
porque lo misino que en un punto sucede en los de^
mas, las observaciones que he podido hacer en Kaiffa,
puerto y población situadas al pié del Monte Carmelo.
Kaiffa es una ciudad habitada por cinco ó seis mil
individuos, de los cuales más de la mitad son grie-
gos unidos. Hay algunos griegos cismáticos, unos po-
cos católicos del rito latino, y los demás son turcos.
Estos celebraban á la sazón el Iiamadan, ó sea su
época de oración y de abstinencia; de modo que yo he
tenido oportunidades de observar en qué consiste la
religión de los mahometanos, á lo menos en cuanto al
culto y práctica exteriores. Por de contado no he
entrado en una Mezquita cuando oraban. ni ellos lo
permiten; pero si he oido, y por cierto que esto me
molestaba bastante, al Muezin ó Santón clamando
desde el minarete á mediodía y por la noche, para
que los turcos fuesen á orar. No só cómo Lamartine,
después que Chateaubriand había hecho de nuestras
campanas tan poético y verídico elogio, se atrevió á
— (5 —

dar la preferencia á la práctica de los mahometanos,


diciendo que estos emplean para los actos de su culto,
en vez de un bronce muerto, una voz que tiene con-
ciencia de lo que dice. Lamartine ha sido refutado por
muchos» no sólo en este, sino en otros varios pasajes
de su Viaje á Oriente, demostrándole que se equivocó
groseramente, ó quiso ser voluntariamente injusto*
En este mismo punto de las campanas se ha dicho ya
lo suficiente para convencerle de su mal gusto, por no
decir de falta de razón; pues realmente es una lige-
reza sentar como precedente que el bronce de que ha-
cen uso los cristianos, no tiene conciencia de lo que
hace. No la tienen en efecto ni la campana ni el ba-
dajo, como tampoco está la conciencia del santón
turco, ni en la lengua que mueve; ni en el aire que él
agita con sus gritos. Pero el que pulsa una campana,
no sólo tiene conciencia de lo que hace. sino que la
tiene mucho más ilustrada y recta que la del menos
bárbaro ministro del Alcorán; esto en cuanto á la ra-
zón. Respecto al gusto, nada hay más feo que uno de
estos santones turcos, que vestidos con una especie
de zaragüelles, ó cubiertos con un balandrán de jerga
á listas blancas y negras, con largas barbas que ha-
cen más torvas y oscuras sus caras, ya más que me-
dianamente aceitunadas, ó se dejan ver en las calles
repasando maquinalmente una larga sarta de cuentas,
ó están sentados por tierra en una mezquita hojeando
el Alcorán de una manera no menos maquinal , 6 se
suben á dar vueltas en el minarete repitiendo de un
modo lúgnbre el eternamente monótouo apotegma:
— 7—
«No hay más Dios que Dios, y Mahoma es su pro-
feta.»
Estos santones, sin embargo, suelen tener sus
escuelas. Yo no sé si estas tienen por objeto preparar
otros que les sucedan, en cuyo caso instruirán á sus
propios hijos, pues entiendo que entre ellos es here-
ditario el ministerio del culto; ó si están establecidas
para dar algún género de enseñanza á la generalidad
de los niños en materias de su religión ó de la "vida
civil. De cualquier modo, como para ensenar es nece-
sario saber, los santones, que por lo visto saben muy
poco, menos podrán ensenar á sus discípulos; y de
hecho se nota en todos los países que yo he recorrido
dominados por los turcos, que el pueblo se encuentra
en la infancia de la civilización. El continuo roce que
por el comercio y los viajes tienen hoy con los euro-
peos, no los saca, ni aun en lo material, de aquel es-
tado en que se encuentran los pueblos niños. No hay
caminos dignos de este nombre: los campos se culti-
van tan mal, que los mismos Patriarcas no los cono-
cerían si volvieran á visitarlos: las poblaciones son
hacinamientos de casas, con calles tortuosas, estre-
chas y sucias: las casas no tienen orden ni simetría,
y menos hay belleza y elegancia en su distribución:
los muebles son pobres é incómodos, sobre todo, los
turcos, y como ellos, aun los cristianos del Oriente, no
tienen idea de la necesidad y ventajas del aseo; co-
men todos en un plato y con los dedos, y se pasan de
uno en otro la pipa, fumando todos por una misma
boquilla.
- 8 -
De la parte moral no se hable. ¿Qué moral puede
tener un pueblo cuya religión es esencialmente inmo-
ral? El Alcorán es tan estúpido en sus dogmas, como
sucio en sus promesas. Es verdad que Mahoma con-
servó al menos el monoteísmo, es decir, que no quiso
precipitar á sus secuaces en el extremo á que ahora
quiero conducirlos la revolución, esto es, al politeís-
mo; pero esto no es un mérito, porque el objeto del
falso profeta fué destruir el dogma de la Trinidad, de
lo cual es consecuencia negar la divinidad de Jesu-
cristo , y mediante esta negación, aniquilar también
el dogma de la Redención y de la rehabilitación del
hombre, mediante la Encamación y el sacrificio del
divino Verbo. El mahometismo, como todas las falsas
religiones, y como el filosofismo impio de nuestros
dias ? vienen marcados con un sello que indefectible-
mente indica que han sido fabricados en ei taller de
aquel artífice á quien el Espíritu Santo ha llamado
homicida desde el principio. En efecto, matar en el
hombre la parte moral, para matar después en él
hasta la parte física, lié aquí la tendencia necesaria
y fatal de las religiones falsas y de la falsa filosofía.
En cuanto al mahometismo, el comienza de hecho
por dividir en dos grandes porciones á la humanidad;
y á aquella porción que la naturaleza ha hecho más
hermosa y más amable, que es á la que Dios ha hecho
también más susceptible de practicar y de inspirar el
bien, el mahometismo no sólo la exhereda, sino que
la abate, la deshonra y la a r i ^ t r a por el fango de
una degradación sin consuelo y sin esperanza. Según
- 9 -
la creencia de los turcos, sns mujeres no pueden en-
trar en el paraíso de Mahoma: hé aquí la exhereda-
Clon. Tampoco las es permitido ir á las Mezquitas
para satisfacer esa misteriosa necesidad que todo co-
razón, especialmente el corazón de la mujer, tiene
de desahogar en el seno de Dios sus pesares y sus
desengaños: hé aqní el abatimiento. La mujer maho-
metana debe ademas contentarse con el amor de su
marido, mientras él quiera concedérsele; pues cuando
se le antoje, el hombre por el Alcorán puede trasla-
dar su afecto á otra mujer. trayóndola a su lado para
aumentar así el dolor y la vergüenza de su primera
víctima: he" aquí la deshonra, hé aquí el fango en qne
yace atollada más de la mitad de la especie humana,
donde quiera que la cruz ha sido abatida y en arbo-
lada la media luna.
Yo he pedido á Dios que me conceda venir á Tierra-
Santa, para comprobar en los lugares mismos que
fueron teatro de las sublimes escenas del Evangelio,
la santidad, la excelencia y la divinidad de mi reli-
gión católica. Estudiando á Jesucristo en aquellas pá-
ginas inmortales, le he encontrado viviendo bajo cada
nna de las letras de aquel libro divino; y he creído
que visitando los sitios donde el Salvador nació, vi-
vió , predicó, murió y resucitó , todavía se aumenta-
ría mi fe; mas no esperaba á la verdad, que la contra-
prueba de la excelencia del Catolicismo fuese tan
palmaria y tan elocuente como es la que he encontra-
do en Palestina, La degradación de la mujer bastaría
para demostrarlo ; pero si aún falta algo, ahí está la
- 10 —
esclavitud, Yo no conocía más que algunos esclavos
emancipados de las antiguas colonias españolas, don-
de he visto ancianos y ancianas que habían estado
largos anos en servidumbre, siempre adictos á las casas
y familias de sus antiguos amos, aun después de saber
que eran libres , ó por voluntaria manumisión, ó por
ministerio de la ley que los liabia declarado tales.
Aquella buena armonía entre los antiguos esclavos y
sus señores me demostraba que la esclavitud no tenia
en los países católicos, generalmente hablando, ese ca-
rácter inhumano que ha querido atribuirles la Ingla-
terra, removiendo cielo y tierra para aboliría. Bien
que ese celo inglés contra la esclavitud puede sos-
pecharse que, como lo que frecuentemente hace la po-
lítica británica, sea obra del ínteres. Cuando comenzó
la escisión en los Estados-Unidos de América, el Ti-
mes de Londres publicó un artículo diciendo que los
Estados del Sur estaban «enamorados de su vergüen-
za :» mas luego que se vió que la industria inglesa
vivia de esa vergüenza, cambió el tono de la prensa
británica, apareciendo la simpatía por los Estados
del Sur. Lo cierto es, que tampoco ha hecho la In-
glaterra, al menos que yo lo sepa, grandes esfuerzos
en Turquía para que cese la esclavitud. El tráfico si-
gue, y los negros dejan ver en sus caras señales que
bien pueden habérseles puesto por sus dueños, como
se hace con los brutos, para que no se les pierdan.
La residencia de Kaiffa es aun más incómoda que
la de otras poblaciones turcas, por su clima cálido
aun en la primavera. En el invierno, á juzgar por las
- 11 —
lamentaciones que un viajero dejó estampadas en el
Álbum del Monte Carmelo, debe de ser un poco me-
nos que necesario nadar entre el fango en las calles
de Kaiffa, para trasladarse de una casa á otra. Bien
que ¿para qué tomarse semejante trabajo? Vista una
casa están vistas todas. Lo único que en Kaiffa me-
rece la pena de recorrerse, es la huerta que desde sus
puertas se extiende hacia las márgenes del Cison, el
cual desemboca en el Mediterráneo, entre Kaiffa y
San Juan de Acre. En aquella huerta hay muchas
palmas reales, granados y otros árboles frutales. Sin
embargo, cuando yo estuve allí, no se vendían en los
bazares otras frutas que naranjas, traídas de Jaffa,
dátiles secos, de mala calidad, uvas pasas, higos y
otras frutas de esta especie. Pero la vista se recrea en
aquella planicie, sembrada acá y allá de palmeras
tan esbeltas como elevadas; y es grato al oído perci-
bir á corta distancia el choque de las olas, que cuando
el sol va á caer, comienzan á levantarse en tumultuo-
sa sucesión.
Sin embargo, cuando se está en Kaiffa, es imposible
no volver los ojos y el corazón al Carmelo. Desde el
pié de la montaña hasta la playa del mar, entre Kai-
ffa y el monasterio, hay una lengua de fierra, cuya,
extensión puede ser de tres millas de largo sobre una
de ancho. Por allí serpentea el camino, que más bien
puede llamarse una vereda, entre las eras sembradas
de trigo; y como este, cuando yo pasé, aún no había
espigado y abundaban en el campo las flores de prí^
mavera. parecía á la vista una verde sábana, reca-
— 12 —
mada de bordados de caprichosos colores* El doctor
Colt, médico corso al servicio de la Puerta, me decía
en Nazareth: «El Carmelo encierra toda una botáni-
ca.» Yo no soy hombre de ciencia, ni siquiera lie teni-
do afición á aprender de memoria la nomenclatura de
las flores; pero sí puedo decir que en pocos sitios las
he visto tan abundantes, variadas, vistosas y aromá-
ticas como en el Carmelo. Si fuese cierto , como decia
un poeta, «que las ñores son los caracteres con que
los áng-eles escriben sobre la tierra ocultas y miste-
riosas verdades,» me parece que los ángeles deben
de haber andado y andarán macho por este monte; y
que en tal caso se podra aprender en él, por las al-
mas puras y meditativas, una saludable y celestial
filosofía. Á lo menos así parece que lo entendieron
dos grandes Santos, que al mismo tiempo fueron dos
grandes talentos, Santa Teresa y San Juan de la
Cruz, cuyos escritos, sembrados de bellísimas flores
de dicción, respiran el perfume de la santidad y en-
cierran una admirable sabiduría.
Hijos de aquellos padres esclarecidos son los
quince 6 diez y seis religiosos que habitan actualmen-
te en el convento que corona esta montana, reedifi-
cado en el espacio de veinte años por los heroicos
esfuerzos de tres legos carmelitas. Dos de ellos han go-
zado de una fama europea: es decir, el hermano Juan
Bautista y el hermano Carlos. El primero era natural
de Frascati, en los Estados Pontificios, y desde joven,
que entró en la Orden de Carmelitas, supo emplear
su talento y los conocimientos que había adquirido
_ 13 —
en la arquitectura, restaurando algunas iglesias y
conventos de su patria. Enviado por sus superiores
en 1820 al Monte Carmelo, cuya iglesia y convento
habían sido arruinados por los turcos después de la
retirada de Bonaparte, ai principio no logró nada;
mas luego Fi\ Juan Bautista volvió á Oriente, y co-
menzó la obra venciendo todo género de dificulta-
des. Un cuadro que se ve en el comedor de la hospe-
dería , le representa mostrando el plano del edificio
que proyectaba , a los turcos que habian de servirle
de albaiiiJes, Era necesario comenzar por enseñarles
el oficio, venciendo sus preocupaciones, y «obre todo
su pereza; lo cual no se podía lograr sino á fuerza de
dinero, y este elemento les faltaba á los pobres reli-
giosos. Sin embargo, ellos no se desanimaron. Con-
fiando en Dios é invocando á María, principiaron y
dieron fin á una g*ran fábrica, que acaso no habría
sido llevada á cabo por un príncipe. El hermano
Juan Bautista murió hace algunos años en el Carme-
lo, y sus restos descansan á la sombra del santuario
por él erigido á la Santísima Virgen: el hermano
Carlos, que recorrió la Europa pidiendo limosna para
3a obra, volvió á Italia; en el convento quedó el otro
lego restaurador, Fr. Justo, ya muy anciano y ciego,
pero robusto, ágil y servicial. Hay en el convento
ademas nueve sacerdotes ? tres de los cuales son espa-
ñoles : cuatro ó cinco legos . de los que también uno
es español; y dos novicios, naturales del Líbano,
¿Qué hace allí esa gente? preguntará tal vez al-
guno á quien no le ocurrirá, ó no le convendrá inves-
— li-
tigar qué nacen en las capitales de Europa centenares
de personas á quienes no se les conoce ni propiedad
ni oficio. Orar, mortificarse y administrar los Sacra-
mentos á los peregrinos que quieren recibirlos: hé
aquí la ocupación de los religiosos en el convento del
Carmelo, donde, aunque lejos del mundo, saben bien
lo que necesita el mundo. Así es que, aunque su
principal ciencia pueda decirse que sea la teología
mística, ellos no olvidan la advertencia de San Ansel-
mo : «Así como el orden exige que profundamente
creamos lo que la fe cristiana nos dicta, antes de pre-
sumir discutirla con la razón; así me parece negli-
gencia, si después que estamos confirmados en la fe,
no estudiamos para entender lo que creemos (Gur
Dms Homo, cap. II).» Por eso el P. Leonardo, her-
mano de Monseñor Valerga, Patriarca de Jerusalen,
que es el Superior del Monte Carmelo, ha procurado
ensanchar el círculo de sus conocimientos, y es hoy
un distinguido escritor en materias filosóficas y teo-
lógicas. En cuanto á los otros religiosos, sólo el buen
ejemplo que dan á los numerosos viajeros que tocan
en el Monte Carmelo, es ya un inmenso servicio á la
moral; pues realmente no puede uno menos de amar
la virtud, cuando la ve practicar con tanta llaneza,
sinceridad y constancia.
La iglesia dedicada á Nuestra Señora, no es
grande, pero sí es bella: está tan aseada, y respira
tanta devoción, que no se puede visitarla sin sentir
una emoción profunda. Aquella soledad absoluta,
aquel profundo silencio que reina en ella mientras no
— 15 —
se celebran los divinos oficios, ó no se cantan las ho-
ras canónicas; y durante estos actos religiosos, la
pausa, la gravedad, el santo respeto de que se mues-
tran penetrados los religiosos, y aun los peregrinos
asistentes , dan al cuito que se tributa á Dios y á su
Santísima Madre en este templo, un carácter verdade-
ramente imponente. Agregúese á esto todas las aso-
ciaciones del lugar. Esta es la montaña de los Profe-
tas, donde Dios quiso descubrirles con siglos de anti-
cipación , el plan divino de la redención humana,
poniéndoles delante, con especialidad, la hermosa y
purísima figura de María, Desde el sitio en que ahora
está erigido el altar mayor, el siervo de Elias, su-
biendo por orden de este á inspeccionar el horizonte,
después de una larga sequedad descubrió una ligera
nubécula, no mayor que la planta de un hombre. Esa
nube fué ensanchando sus proporciones, hasta cubrir
todo el cielo, y desatándose en una lluvia benéfica,
alegró á la tierra sedienta, fecundándola para prove-
cho del hombre. ¡Qué símbolo tan apropiado de la mi-
sión y del carácter de María í La pobre doncella de
Nazareth se levanta en el horizonte de la Iglesia, no
mayor al principio que la planta de un hombre; mas
luego lo cubre todo, todo en el vasto ámbito del
universo, pues no hay punto del globo en donde no
se encuentre un católico, y los hay en todas partes,
que no levante los ojos al cíelo dirigiéndolos á la
Bienaventurada Virgen. Ella, como una benéfica llu-
via, ha fertilizado la tierra en todos sentidos, pues por
sus ejemplo^ y mediante las gracias que, pasando por
- 16 —
sus manos derrama Dios sobre los hombres, se han
practicado y se practican tantas virtudes. Hasta bajo
el aspecto material María ha fecundizado al mundo,
como la nubécula de Elias hizo cubrirse de verde
yerba y engalanarse con ñores los prados; porque la
Madre de Dios ha sido el ideal de la belleza en que se
han inspirado los grandes maestros del arte- mo-
derno.
Debajo del altar mayor, como indiqué arriba, está
la gruta donde dormía Elias, y en el fondo de ella un
altar dedicado al santo Profeta y adornado con su es-
tatua, La figura de Elias, con su frente inspirada, su
larga y bianca barba, su vestido de pieles, sus pies
desnudos y su brazo armado de la flamígera espada
para hacer justicia en los falsos profetas, es de verdad
imponente: apesar de que la estatua que le representa,
así como las láminas que tienen fijadas los religiosos
en las paredes de sus claustros, no sean obras maes-
tras. Aun así y todo infunde respeto aquel recuerdo
del grande Elias. Este Profeta, como se sabe, no 7ia
gvMa&o la muerte\ y es de fe que un día, cuando la
maldad haya llegado á su colmo, él y Enoch vendrán
á predicar de nuevo la verdad, y á confundir el error
sobre la tierra. Las proporciones colosales y la auda-
cia, siempre creciente, que van tomando la mentira y
el vicio en el mundo, hacen que más de un pensador
instruido y moderado, crea que pronto sonará la hora
del reaparecimiento de Elias sobre la tierra. Sea de
esto lo que fuere, cuando se visita el lugar donde él
habitaba ordinariamente antes de ser arrebatado en
— 17 —
un carro de fuego, como nos refieren los libros sagra-
dos } no se puede menos de considerar cuánta virtud
y cuánta fuerza encerró Dios en el pecho de este siervo
suyo, puesto que le confió una misión tan ardua y tan
sublime en lo pasado y para lo venidero. Baste sólo
para conocer de quó temple es el alma de Elias, fijarse
en su voluntaria, aceptación de la vida por tatitos si-
glos , pues aunque desde su rapto le supongamos go-
zando en cierto modo de la visión beatifica, eso mismo
si bien lo vemos, hace que sea necesario un mayor
heroismo para volver á este mundo tan lleno siempre
de miserias y de dolores, y que rebosará de iniquidad
cuando torne á él este Profeta para cumplir su misión
y consumar su carrera.
Ademas del altar mayor y del subterráneo dedi-
cado á San Elias, hay en la Iglesia del Monte Carmelo
otros dos altares laterales. El de la derecha, consa-
grado á San Juan Bautista, y el de la izquierda, al
Apóstol San Pedro. Delante del de la Santísima Vir-
gen arden siempre tres lámparas, y en él se puede de-
cir todos los dias, con excepción de los de rito doble
de primera y segunda clase, la Misa do la Conmemo-
ración de Nuestra Señora del Carmen, como se reza
el 16 de Julio. Igual privilegio hay para decir la de
San Elias en su gruta. Yo me he aprovechado de este
indulto apostólico en los ocho dias que estuve en la
hospedería del monasterio, celebrando siete veces el
Santo Sacrificio en el altar mayor y una vez en el sub-
terráneo.
Uno de los hermanos legos, español, se encargó de
SA-NTOS LUOATtES. 2
— 16 —
conducirnos al sacerdote irlandés que me acompañaba
y á mí, para ver la fuente de Elias y la escuela de los
Profetas. Para ir á la primera es necesario andar
cerca de cuatro millas desde el monasterio, por entre
la montaña. íbamos armados de bastones para subir y
bajar, y nos entreteníamos en cortar ramas de plantas
aromáticas, como el romero, el laurel, la ruda y la sal-
via, ó en formar ramilletes de flores, que como he in-
dicado las hay muy bellas y aromáticas en grande
abundancia durante la primavera en toda la extensión
del Carmelo. Habiendo bajado al fondo de una cañada,,
nuestro guía dijo: «Pié aquí el escudo de la Orden,»
En efecto, hacia el Oriente, y delante de nosotros, apa-
recían . uno al lado del otro, los dos montes de cima
ovalada é igual, que forman el blasón de los Carmeli-
tas. En esto andábamos internándonos más en la mon-
tana: dejábamos á un lado las eras sembradas de
trigo, y al otro lado una huerta llena especialmente
de higueras, que pertenece á un turco: pasamos por
entre matorrales cubiertos de ñores amarillas, y apo-
yándonos en nuestros bastones para no resbalar en las
anchas y blancas piedras, llegamos á la fuente de
Elias. Se cree que la hizo brotar el Profeta hiriendo
la peña con su báculo: y hasta el día de hoy, en esta
montaña que tiene seis leguas, no hay más fuente que
esta y otra que está una milla más arriba, en la que
fué cocina del convento de San Alberto, hoy arrui-
nado como alguno ó algunos otros que había en el
Carmelo. El agua de la fuente de Elias es dulce y cris-
talina : en el fondo no hay más que unos pequeiíísi-
— li-
mos caracoles. Esta agua corre á una especie de es-
tanque arruinado, en donde fueron arrojados los
cadáveres de los religiosos, después de una matanza
que hicieron los turcos.
Retrocediendo por donde habíamos ido, fuimos ba-
jando hasta la playa del mar, con el objeto de subir
después á la Escuela, de los Profetas, El Mediterrá-
neo estaba entonces en una calma completa. Yo no lie
presenciado ninguna borrasca en este mar: al contra-
rio, durante los diez dias que permanecí en el monas-
terio y en Kaiffa, el tiempo era bonancible, el cielo
estaba trasparente y despejado; y no sólo los buques
de vaporT sino también las pequeñas barcas que hacen
el pobre comercio de cabotaje en aquellas costas , cru-
zaban sin riesgo de un puerto á otro. La tarde que por
primera vez subí al Carmelo, caia, si, una ligera llo-
vizna, cuando el sol comenzaba á recostarse en su
ocaso, lo cual producía el bellísimo fenómeno del iris.
Uno de los extremos del arco arrancaba precisamente
del pié del Carmelo, como símbolo muy apropiado de
la paz que anunció al mundo la Virgen bendita, á
quien está consagrada la montaña.
La acogida que en la hospedería del convento en-
cuentran los viajeros, es perfectamente cordial. No
hay lujo ni en los dormitorios, ni en el comedor, ni
en el diván que se tiene para tomar el café y hacer un
poco de sobremesa; pero en todas partes reina el aseo
y la decencia. Un lego, á cuyas órdenes está un sir-
viente seglar, hace los honores de la hospitalidad á
los extranjeros que visitan el Carmelo; y estos son
- 20 —
muchos. porque no sólo los peregrinos de Tierra
Santa , sino loa curiosos que visitan la Siria, y las tri-
pulaciones de los buques que arriban á Kaiffa, no
dejan de subir al monasterio. Estando yo en Kaiffa.
fondeó en aquel puerto el vapor de guerra francés
Colbert, y sucesivamente vi á la tripulación y á la
oficialidad de este buque en la iglesia y hospedería del
Carmelo. Otra tarde subieron varios ingleses de los de
la comitiva del príncipe de Gales, y una señora fran-
cesa que habia venido por tierra desde Jaffa, La ma-
yor parte de estos extranjeros han dejado en el Ál-
hwm de la hospedería el recuerdo de su gratitud.
Sin embargo, no han faltado algunos que, sin re-
parar en que con eso á nadie dañaban más que á sí
mismos, dejaron consignados en aquel libro senti-
mientos bajos, indignos ó ridículos. Debieron ser tan
innobles los que había expresado un ingles ó ameri-
cano del Norte, que otro viajero, no contento con bor-
rar aquellos renglones, puso abajo también en ingles:
«Esto era estúpido,» Otro ingles no sabe admirar otra
cosa que el aguardiente que le dieron á beber aquellos
humos muchachos, llamando así al lego y sirviente de
la hospedería. Otro ingles dice que está reconocido al
tratamiento que le han dado los Carmelitas; pero
pero al fin él es protestante y ellos son católicos. Otro
estampa una declaración contra la administración
turca, por el triste estado en que halló á Kaiffa, es-
tando allí la epidemia, y predica contra esto una cru-
zada , excitando á los viajeros á /¿adiar para que el
mal se remedie. Un francés escribe una declamación
- 21 -
sobre la conveniencia de convocar un congreso gene-
ral de todas las religiones, compuesto de diputados
electos sobre la base de la población, para establecer
una sola religión, olvidándose que esta palabra que
viene del verbo religare, significa la alianza de Dios
con el hombre; de modo que, aun en la absurda supo-
sición de que fuese aplicable á esta materia el sistema,
representativo, se dejaba en el tintero á Dios, priván-
dole de representación. Pocos españoles é hispano-
americanos visitan la Palestina; mas no son las más
extravagantes las líneas que ellos han dejado consig-
nadas en el Álbum: antes bien las que escribió en él
hace años el respetable mejicano D. Basilio Guerra,
son dictadas con tanto buen sentido, que honran á
este viajero y á su país. Un religioso español ha tenido
el poco gusto de dejar en mal francés un recuerdo de
su paso por el Carmelo. Yo no sé si era que se aver-
gonzaba de parecer español, ó quería hacer notorio
que sabia francés: en cualquier caso, hubiera hecho
mejor sirviéndose de la prosa que mamó con la leche.
Los religiosos no dan mucha importancia al Álbum
citado, el cual está en el diván como pudiera estar un
tablero de ajedrez para que los viajeros se diviertan,
si es que divertirse puede uno, no obstante que el ab-
surdo hace casi forzosamente reír, viendo á qué pro-
porciones han venido á quedar reducidas4la inteligen-
cia y el corazón de algunos de los descendientes de
aquellos heroicos cruzados que ilustraron con glorio-
sas hazañas todos estos célebres lugares. Pero es in-
dispensable vivir en los tiempos en que uno vive,
— 22 -
aceptándolos tales como son; y después de todo, ape-
teciendo alguna mayor elevación de sentimientos á
muchos de los que arriban á estas playas, no se puede
negar que otros saben conducirse en estos sitios cual
cumple á los herederos de la fe que obró prodigios por
el rescate de la Tierra Santa. La tripulación del (Jol-
bert comenzó por oir Misa en el templo > y después
tomó en el comedor un ligero desayuno, con la mayor
moderación y orden» La oficialidad del mismo buque
se condujo en la mesa, el dia que comió en la hospe-
dería , con el decoro que cumple á caballeros cristia-
nos. Unos jóvenes de la América del Sur, que antes
que yo habían visitado el Monte Carmelo, se hicieron
inscribir en el número de los hermanos de la Tercera
Orden. Mr. Lesseps, el empresario del canal de Suez,
ha estado dos ó tres veces en el monasterio, dejando
gratos recuerdos de sus visitas, y lo mismo debe de-
cirse de otros muchos franceses, austríacos, italianos,
y aun ingleses.
En lontananza, haciendo fondo á la ciudad de
Tolemaida y prolongándose casi hasta el litoral donde
estuvo la antigua y famosa Tiro, se descubre la cima
del Antelíbano , perpetuamente cubierta de nieve.
¡Cuántos y cuan interesantes recuerdos! De un poco
más allá del mismo Líbano se traían los cedros para la
construcción del templo de Jerusalen. Este mar debe
haber visto notar, en grandes balsas, aquellos enor-
mes y olorosos maderos, así como vela atravesar las
embarcaciones de todos los países trayendo sus rique-
zas á Sidon y á Tiro, para llevar en cambio la preciosa
- 23 —
púrpura. Extraíase esta, como es sabido, de una
concha marina. Ahora toda esta playa está cubierta,
hasta cerca de un palmo de profundidad, con toda
especie de mariscos; y por cierto que muchos de ellos
son de tan caprichosas como raras y bellas formas;
mas ninguna de esas conchas ha contenido la púrpu-
ra. Sea una especie extinguida, sea que se ignora el
modo de extraerla, lo cierto es que no hay más púr-
pura en Sidon y en Tiro ; y que estas dos emporios
del comercio t reducidas á la condición de villorrios,
son como dos reinas destronadas , reducidas á la ma-
yor miseria, sin que las quede resto ni vestigio de su
antigua grandeza y hermosura. Así pasa todo en este
mundo, donde el hombre no ha sido puesto sólo para
explotar los intereses materiales. Cuantos pueblos
han florecido por el comercio, se han visto sustituidos
por pueblos rivales: Tiro y Sidon por Cartago; Car-
tago arruinada por los romanos; y en la era cristiana,
Amalfi y Venecia por los portugueses y españoles;
aquellos y estos por los ingleses y norte-americanos,
á quienes sin duda les llegará también su turno de
decadencia.
La Escuela de los Profetas está en las vertientes
de la montaña, y es una vasta gruta natural, de doce
ó quince varas de largo, sobre ocho ó diez de ancho.
Hoy está convertida en mezquita; y si se va allí
cuando no se haya ausentado el Santón, se le tiene
que dar un bakcki, esto es, una propina, Pero si él
no está allí, como sucedió cuando yo visité por la se-
gunda vez esta gruta, puede uno recorrerla toda sin
- 24 —
inconveniente. Una palmera sirve de señal para sa"ber
por dónele se ha de subir, á fin de dar con la puerta.
Delante de la puerta de la gruta hay un pequeño pa-
tio , y en el patio un emparrado. La gruta e/ita entera-
mente desocupada; solamente se ven en ella dos ó
tres banderas turcas , en las cuales está pintada la
media luna, y escritos algunos caracteres árabes,
puestos en blanco sobre un fondo verde ó encarnado.
Los Carmelitas tienen este por lugar de devoción, así
como una estrecha sala inmediata, en donde se cree
por tradición que estuvo la Santísima Virgen, acom-
pañada del niño Jesús, aunque de esta visita nada
consta en el Evangelio ni en los escritores primitivos
de las cosas eclesiásticas.
Yo quise aprovechar mi visita al Monte Carmelo
para recibir canónicamente el escapulario de la San-
tísima Virgen, que mi piadosa Madre me había im-
puesto, por sí misma, en la niñez. El escapulario
tiene á su favor las'declaraciones de más de treinta y
cinco Papas, muchos de los cuales, á más de haberle
usado, le han enriquecido con casi innumerables gra-
cias espirituales. Los Emperadores, como Fernando II
de Alemania; y los Reyes, unos tan santos como San
Luis, que trajo esta devoción del Oriente al Occidente;
y San Eduardo II de Inglaterra, de cuyo país era
oriundo el Santo, á quien la Santísima Virgen reveló
esta misma devoción; y otros tan sabios, prudentes
y poderosos, como Felipe II de España y Luis XIV
de Francia, se han revestido de esta misma librea por
devoción á María. Entre los literatos, artistas y de-
— 25 -
mas hombres célebres por su talento y por su saber,
ha habido muchísimos que han recibido el escapula-
rio, como Dante, Miguel Ángel y Cervantes se hi-
cieron Terceros de San Francisco, Pero sobre todo*
entre los personajes de ambos sexos, ilustres por sus
virtudes y su santidad, son pocos los que no han lle-
vado el escapulario, y no hay ninguno que haya ha-
blado con menosprecio de esta señal, sencilla, pero
tierna; humilde, pero provechosa, de amor y de devo-
ción á María, que con tantos prodigios se ha compla-
cido en demostrar que se agrada de que los hombres
la honren con el dulce y poético título de Nuestra
Señora del Monte Carmelo,
CAPÍTULO II.

LA CIUDAD DE LAS FLORES.

Del Monte Carmelo á Nazareth hay seis horas de


camino por tierra: primeramente se atraviesa la lla-
nura de Esdrelon, que está cortada por el torrente
Cison, el cual se precipita en el Mediterráneo entre
Kaiffa y San Juan de Acre; luego se empeñan las
sendas entre dos cadenas de montañas, y dejando á la
izquierda la de Seforí, lugar que se reputa la patria
de San Joaquín y Santa Ana , se sube á Nazareth,
llamada también «Ciudad blanca» y «Ciudad délas
flores.» No hay muchas ñores en las inmediaciones
de Nazareth , pero basta que esta ciudad haya sido el
vergel donde derramó sus aromas la azucena de los
valles y María. para que se justifique aquel poético y
dulce nombre.
Nazareth es una población de cinco ó seis mil al-
mas. En tiempo de las Cruzadas hubo aquí un Arzo-
bispo católico: actualmente existe en la ciudad un
Arzobispo griego cismático, el cual pertenece, según
he oido decir en Jerusalen al doctor Colt? á esa nue-
va generación de cismáticos que, habiéndose educado
en Constanfcinopla y sabiendo el francés, comienzan
- 27 —
á avergonzarse de la ignorancia y de la corrupción
en que está sumergida su secta, Saliendo yo del mo-
nasterio de Santa Cruz, que está situado entre San
Juan del Desierto y Jerusalen, encontré á otro de es-
tos jóvenes eclesiásticos griegos, el cual me acompa-
ñó largo rato por el camino; y de su conversación
deduje que ese prurito de aprender la lengua fran-
cesa, es «no de los medios que aprovecha la Provi-
dencia para hacer caer las escamas de los ojos de
aquellos ciegos. Puede ser que no bajemos al sepul-
cro sin ver realizada la predicción del conde De
Maistre, á quien se le debe hacer caso en punto á va-
ticinios . el cual decia: «Cuando el Catolicismo hable
en ingles y francés, se dirá la Misa tanto en San Pa-
blo de Londres como en Santa Sofía de Constantino-
pla.a> En cuanto á la Inglaterra, la conversión de más
de dos mil ministros protestantes y de otros muchos
personajes notables, que ha tenido y está teniendo lu-
gar en estos últimos aiíos, da esperanza de que se
cumpla la predicción del gran filósofo y publicista
piamontés. Respecto al Oriente . la conversión de la
nación búlgara, las que se están verificando y prepa-
rándose en Andrinópolis, donde 35.000 cismáticos se
han hecho recientemente católicos, anunciándose que
están para hacer lo mismo otros 40.000, y el movi-
miento que se observa hacia la unidad entre loa grie-
gos residentes en Palestina, según me ha dicho el Pa-
triarca de Jerusalen, en cuya secretaría existen los
datos estadísticos que lo comprueban; todo esto tam-
bién indica que no estamos acaso lejos del momento
- 28 —
en que la media luna restituya á la cruz el lugar que
la usurpó sobre la admirable posición del Bosforo.
En Nazareth hay un convento de Padres Francis-
canos, presidido por un Guardian español. Desempe-
ñaba este cargo cuando yo estuve allí, Fr. Agustín
Menendez, religioso respetable y lleno de tacto para
tratar á los extranjeros. El párroco católico y el mé-
dico del convento son también espaüoles. El resto
de la comunidad se compone de italianos. Estos pa-
dres tienen á su cuidado el lugar donde estaba la casa
de la Santísima Virgen, cuya fábrica, como es sabido
de todos, fué milagrosamente trasladada primero á
Dalniacia y después á Lorcto. Sin embargo, quedaron
en Nazareth los cimientos; y ademas, como esa casa
estaba apoyada en la peña, se distingue bien el lugar
donde se verificó el augusto misterio de la Encarna-
ción. El sitio que ocupaba la Santísima Virgen cuan-
do se le apareció el ángel, está marcado por una losa
de mármol, en la cual brilla al medio una quíntupla
cruz roja, para testimonio perpetuo de ser el santua-
rio propiedad ele los católicos. Es de los pocos que, en
todo ó en parte, no les han usurpado en Tierra Santa
los cismáticos ó los turcos; y eso gracias en mucha
parte á )a piadosa munificencia de la Espaiía, Se baja
al sitio de la Anunciación, por una escalinata, com-
puesta de diez y ocho gradas de mármol; y en el fon-
do, sobre el sitio mismo que ocupábala Santísima
Virgen, está el altar principal. Á distancia de dos ó
tres varas, una columna rota por el medio, cuya parte
superior está suspendida al techo con barras de hier-
- 29 -
r o , señala el lugar en que se detuvo el Arcángel San
Gabriel, al pronunciar el divino mensaje. Un poco
más adelante hay, en el mismo subterráneo, dos alta-
res laterales, y sobre el arco de la gruta se ve un
cuadro de la escuela de Murillo, con marco de plata
labrada, representando el misterio de la Anunciación.
Yo be tenido la dicha de celebrar dos veces el de
la Santa Misa en este venerable lugar, donde con
tanta razón está grabado sobre la piedra:
E1Q Ver'tom carofactvm est,
¿Cómo olvidar cuando se celebran en este augusto
lugar los santos misterios, aquellas palabras del ad-
mirable libro de la Imitación de Cristo: «Siempre
que digas ú oigas la Misa, debe parecerte una cosa tan
grande, nueva y grata, como si en aquel mismo dia,
por primera vez bajara Cristo del cielo á encarnarse
en el virgíneo vientre, haciéndose hombre?» (Lib. 4,c,
cap. 2.° al fin.) Y en efecto, del cielo desciende, á la
voz del sacerdote, para transustauciar el pan y el vi-
no, el mismo Dios que se hizo hombre aquí, en las en-
trañas de la Santísima Virgen. Pero ¡ qué diferencia
entre criatura y criatura; entre la mujer purísima y
predestinada, y un hombre miserable é indigno! La
condescendencia es, por tanto 7 infinitamente mayor
de parte del Eterno; y su pobre ministro no puede
menos, al contemplarla, de humillarse hasta confun-
dirse con el polvo, apoyando su frente, después de
ofrecido el sacrificio, en la cruz que marca el venera-
ble sitio donde el Verbo se hizo carne.
— 30 -
La parte superior de este templo , sin ser un mo-
delo de arquitectura, presenta, sí, un aspecto bastan-
te agradable. El altar mayor está delante del coro y
rodeado de nn presbiterio con su verja de hierro, al
cual se sube por dos escalinatas de mármol; y corres-
ponde, en lo alto, al mismo lugar de la Encarnación»
En las dos naves laterales hay varios altares bastante
decentes. Toda la iglesia se encuentra suficientemente
aseada, lo cual la distingue de la del Santo Sepulcro;
pues en esta última, aunque frecuentemente lavan las
diversas comunidades el pavimento ¡ muchas veces se
nota suciedad por el concurso de peregrinos. Otra
ventaja hay en Nazareth, tanto más apreciadle, cuanto
que su falta se hace sentir dolor osa mente en otros san-
tuarios de Palestina; y es, que correspondiendo este
exclusivamente á los católicos, como antes dejo indi-
cado , el culto que ellos tributan aquí á Dios y á su
Santísima Madre, no está sujeto á disputas, ni á al-
tercados, ni á transacciones humillantes con los cis-
máticos.
Ademas de la iglesia principal, tienen los latinos
en Nazareth el lugar donde estuvo el taller de San
José, convertido en capilla. Esta capilla en los últi-
mos anos ha sido reparada y adornada con un buen al-
tar de mármol, por donación del marqués Nicolai. En
el centro del frontal hay un pequeño cuadro represen-
tando á la Santa Familia, y alrededor de la quíntu-
pla cruz de Tierra Santa se ve esta sencilla, pero
instructiva y tierna leyenda : E1C eral wMÁtus
ülis. En este rincón del globo, el que desde toda la
— 31 —
eternidad reina en lo alto de los cielos, con autoridad
sin fin, quiso estar sometido, hecho hombre, á dos
criaturas humanas; y aqui mismo Jesús, Mana y
José trabajaban humilde y asiduamente, para g a -
narse la vida. También celebré yo la Misa en esta ca-
pilla.
Otra construyen actualmente los P R Franciscanos
sobre la piedra conocida con el nombre de MENSA
CHEISTI. Esta piedra, casi circular, puede tener cua-
tro varas ele diámetro, y una piadosa tradición indica
que sobre ella comió el Salvador con sus Apóstoles, de
donde la viene el titulo con que actualmente se la co-
noce. Cualquiera que sea la autenticidad de esta t r a -
dición, la cual tampoco tiene nada de improbable, es
digno de aplauso el celo con que los religiosos se ocu-
pan de hacer en este lugar un edificio modesto. pero
decente, para la celebración de los santos misterios.
Yo no dije allí la Misa, porque lo impedía la obra qne
se estaba haciendo. y porque acercándose la fiesta de
la Anunciación, y debiendo yo estar poco tiempo en
Nazareth, preterí volver á celebrar el 25 de Marzo
el santo sacrificio en la gruta de la salutación a n -
gélica.
Es también hoy una capilla la sinagoga de Naza-
reth. en donde Nuestro Señor Jesucristo explicaba la
ley de Moisés, según se nos refiere en el Evangelio
(SanPlateo, XIII, 54, 58.—San Marcos, VI, 1, 6.—
San Lucas, V, 16, 30). Aunque el Salvador no había
nacido en Kazareth, sino en Bethíen, como desde lo
antiguo se reconocía el derecho inconcuso que los hi-
— 32 -
jos tienen á seguir la nacionalidad de sus padres, en
el texto sagrado se da á Nazareth el nombre de patria
de Nuestro Señor. Sin embargo, los nazarenos repu-
diaron aquella gloria, tan pura y tan legítima, mos-
trándose admirados de que un artesano, hijo de otro
artesano, enseñase como Jesús lo hacia. Mas no era
una admiración de buena, sino de mala ley, acompa-
ñada de incredulidad; por lo cual, advierte San Mateo,
no obró alli el Señor muchos milagros. San Marcos
añade que no podía hacerlo, no por impotencia de su
parte, pues su poder, como Dios, es ilimitado; sino por-
que el mismo Dios pone por condición á los prodigios
que obra en favor de los hombres, el que estos tengan
fe. Los nazarenos fueron más adelante, despreciando á
Jesucristo, lo cual arrancó de sus divinos labios
aquella sentencia que la historia y los sucesos de todos
los dias comprueban del modo más triste: —«No hay
Profeta á quien no se honre, si no es en su patria, en su
casa y en su parentela.»—Por último, como si hubiese
una lógica y fatal gradación entre la falta de fe, el
desprecio de la religión y el aborrecimiento de su di-
vino autor, los nazarenos, según nos refiere San Lu-
cas , acabaron por llenarse de ira al oir la predicación
del Salvador en la Sinagoga; y levantándose, le echa-
ron fuera de la ciudad, con el ánimo dañado de preci-
pitarle por un despeñadero, que todavía se enseña á
los viajeros, hacia el mediodía de la ciudad. Mas como
no había llegado su hora, ni Jesús podía morir, sino
cuando voluntariamente consintiese en ello, «Él mis-
mo, dice San Lucas, pasando por en medio de los que
— 33 -
querían despeñarle, se marchó á otra parte,» La Si-
nagoga de Nazareth es propiedad de los latinos; mas
por un decreto de la Propaganda está prestada á los
griegos unidos que habitan en Nazareth, los cuales
tienen un sacerdote, bien pobre por cierto, que les dice
la Misa según su rito propio en esta capilla.
Cuéntase que cuando la Santísima Virgen supo que
sus compatriotas atentaban á la vida de su divino Hijo,
llena de sobresalto se dirigió hacia el precipicio, y
deteniéndose en medio de la montana, la hizo temblar
al estremecerse su venerable cuerpo. Por eso se llama
este sitio hasta hoy Santa Mari a del Tremare. Las
ruinas que allí se ven todavía, indican que en otro
tiempo, probablemente mientras subsistió el reino la-
tino en Jerusalen, existia en este lugar un monasterio.
Esta montana t como casi todas las de la Palestina, se
encontraba llena de flores y plantas aromáticas cuando
yo la visité.
Finalmente. mencionaré la fuente de la Santísima
Virgen, designada con este nombre porque se cree,
que siendo la más inmediata á la casa de María, la au-
gusta Señora acudirá á ella para proveerse de agua,
pues no hay en Nazareth más fuente que esta, y otra
que se halla á mayor distancia; por lo cual es probable
que esta fuese la preferida. Nace esta fuente en lo que
hoy es recinto de una iglesia griega, por lo que no es
-siempre fácil visitar el manantial; pero á poca distan-
cia el arroyo aparece en la superficie de la tierra, y
algo más adelante sus aguas son recogidas en una al-
terca. Las nazarenas, de quienes se dice que son me-
SANTOS LUGARES, 3
— 34 —
jor parecidas que las otras mujeres de Tierra Santa,
afirmándose que ellas reconocen deber este privilegio
á su incomparable compatriota María, van hoy. como
se cree que iba la Santísima Virgen, á llenar sus cán-
taros de agua en esta fuente. La administración turca
parece que no sabe lo que es introducir el agua en las
poblaciones: la única ciudad del Oriente en que he
visto el agua correr por las calles, es Naplusa, la anti-
gua Sichern, capital de la Samaría: y eso mismo con
tal desorden, que pienso se pierde la mayor parte de
aquella agua, que pudiera aprovecharse en el riego de
la comarca vecina.
Después de hablar de las particularidades religiosas
de Nazareth, diré algo de la ciudad en general. Ado-
sada como ella está á la montana, su posición presenta
un interesante golpe de vista, ya sea que para llegar
á ella uno escale la cadena de montanas que la sepa-
ran del campo deEsdrelon, ya que viniendo de Cana,
uno la domine, y como que la tenga á sus pies. Las
casas son ordinariamente de dos pisos, con azotea en
vez de tejado. En esas azoteas duermen los vecinos en
la estación del calor, teniendo por pabellón el de las
estrellas: pero cuando comienzan las lluvias, suceso
que produce en el país un regocijo inmenso, tanto por
la disminución del calor, como porque ce.se la aridez
de los campos, los habitantes se recogen á las habita-
cienes. Estas son tan feas ó incómodas, como todas
las de la Palestina. Gracias á la hospedería que tienen
preparada los PP. de Tierra Santa para los peregri-
nos, estos pueden pasar sin mayores inconvenientes
— 35 -
por Nazareth, y por las demás poblaciones que se le
ofrece visitar. Yo debi, como he indicado arriba, mu-
chas atenciones al R, P. Guardian del convento de
Franciscanos. Ademas, como Mr, Dequevauvillers,
canciller del Patriarcado latino, me habia dado una
carta para la Superiora de la casa de Nuestra Señora
de Nazareth, en ausencia de aquella religiosa, otra de
sus hermanas me hizo con toda la exquisita urbanidad
que distingue á las religiosas francesas, los más be-
névolos ofrecimientos, para el caso que yo pudiera ne-
cesitar alguna cosa en que ellas pudieran servirme.
Estas religiosas están establecidas en Nazareth y
en Kaiffa. Las hermanas de San José lo están tam-
bién en Jaffa, en Bethlen y en Jerusalen. En Jerusa-
len y en San Juan del Desierto hay ademas dos casas
de Hijas de Sion, orden de religiosas fundado por el
abate Teodoro Ratisbonne, judio convertido, en favor
de las judías que abracen el catolicismo. Yo he visi-
tado varios de estos establecimientos, admirando en
todos ellos el aseo, el orden, y el adelantamiento de
las discípulas; pero sobre todo, la abnegación, el celo
y la virtud de las maestras. En esto, justo y debido
parece confesarlo, es incomparable la Francia. Toda
ella está cubierta de casas de educación, de sanidad,
de socorro y de asilo, servidas por religiosas ; mas no
bastando á la caridad de estas almas privilegiadas,
cuyo número cada dia se aumenta, aquel vasto campo,
casi no hay país extranjero á donde ellas no hayan
ido ó no vayan, para ayudar poderosamente á la evan-
gelizaron de los pueblos- Sí, poderosamente, porque
— 36 —
el ejemplo de su vida, tan pura, tan santa, es un es-
tímulo poderoso para el bien; y lo que es más, porque
apoderándose de la juventud de su sexo, por este me-
dio preparan la civilización de los países bárbaros. El
misionero esparce la semilla, pero quien cuida de las
tiernas plantas son esas religiosas; las cuales, ha-
ciendo cristianas á las niñas, preparan las buenas es-
posas y las excelentes madres, que un día han de ser
instrumentos más eficaces tal vez que los mismos pre-
dicadores para atraer al cristianismo á sus esposos y á
sus hijos. La obra es ardua y difícil, porque para lo-
grar que las hijas de los turcos vengan á las escuelas
de las religiosas, habrá que vencer muchas preocupa-
ciones de sus padres; y lo que es más sensible, según
me decia una Hermana de San José en Jerusalen, la
terquedad de sus madres: sin embargo, mucho es que
se haya comenzado. En todos los puntos indicados las
escuelas ya son concurridas, y diciendo yo la Misa en
el santuario de la Visitación, en medio de las monta-
ñas de la Judea, la oian veinticinco ó treinta niñas
de las que educan las Hijas de Sion. El modesto, pero
aseado traje de todas ellas, su compostura, su devo-
ción , indicaban cuánto habían adelantado bajo la di-
rección de sus caritativas maestras. Cada una de esas
niñas, cuando vuelva á su casa, podrá ser el apóstol
de su familia, como estaba sucediendo en Jerusalen
con un pequeño negro recogido y educado en el con-
vento de.San Salvador. Su padre, no teniendo con qué
mantenerle en un año de carestía, le había entregado
á u n lego español: ahora el joven, hecho cristiano,
— 37 —
está ensenando los rudimentos de la fe á su propio pa-
dre ; de modo que aquel pagará á este el beneficio que
le hizo al darle el ser físico, contribuyendo á engen-
drarle á la vida espiritual- Las niñas podrán hacer
mucho más, si llegan á ser cristianas; pero todavía
hay para esto grandes dificultades que vencer, porque
aunque la ley reconozca la libertad de cada uno en el
imperio turco para abandonar la ley de Mahoma, las
costumbres se oponen y la barbarie suele enfurecerse,
como sucedió hace dos anos en Damasco. El expe-
diente que adoptan los misioneros, es hacer cambiar
de residencia á sus neófitos; lo cual, sin embargo, no
basta para que progrese , como debiera progresar, el
Cristianismo en Oriente, Abandonar el lugar que á
uno le vio nacer, separarse de su familia, ir á habitar
entre extraños y vivir á espensas de la caridad, todos
estos son obstáculos serios. A pesar de todo, si está de
Dios que los turcos se conviertan, ellos se convertirán;
y serán tanto más sinceros y mejores católicos, cuanto
mayores sacrificios les haya costado su conversión.
Así sucede en Inglaterra, donde los protestantes tie-
nen tanto que sacrificar para hacerse católicos;
vínculos de la- sangre, amistades, posición social y es-
peranzas para el porvenir. No obstante, millares y
millares se convierten; y convertidos, edifican con su
ejemplar conducta, con su fervor y con su rendida
sumisión á la Iglesia. ¡Nobles almas que tenían ham-
bre de luz y de amor!: todo les ha parecido poco, con
tal de poder sumergirse en el océano de amor y de luz
que entreveían en el seno de la Iglesia Católica; y ha-
— 33 —
biéndolo logrado, reconocen en esto un singular é ina-
preciable beneficio de la Providencia, que procuran
aprovechar del mejor modo, y por el cual se muestran
profundamente agradecidos.
Habiendo hablado de lo material de Nazareth,
¿cómo no decir algo sobre los altos destinos de esta
ciudad privilegiada, y sobre la trascendencia inmensa
que ha tenido en el mundo el gran suceso ocurrido en
ella hace mil ochocientos sesenta y dos años ? El sol
se habia ocultado en el ocaso, y la luna aparecía en el
Oriente un dia 25 de Marzo , cuando los habitantes de
Nazareth se recogían á sus habitaciones, no atrevién-
dose aún á pasar la noche sobre los terrados, por te-
mor de una lluvia intempestiva. Ademas, el aire de
primavera era todavía algo fresco, y no les obligaba,
como sucede en el verano, á dormir á la luz de las es-
trellas. Gomólos habitantes de Nazareth, todos los de
la Galilea, los de la Samaría, y los de la Judea, termi-
naban aquel dia sin sospechar el grande aconteci-
miento que estaba para verificarse aquella misma no-
che: y no era por cierto que careciesen de anuncios,
ni que dejasen de esperar un suceso de mucha impor-
tancia. Al contrario, todo el pueblo de Israel, y no sólo
este pueblo, sino también todas las naciones déla
tierra, aguardaban con ansia la venida de un Liberta-
dor : la opinión general estaba pronunciada en este
sentido: los Profetas de Israel habían vaticinado el
suceso, precisando minuciosamente el tiempo, los lu-
gares y las circunstancias en que debia verificarse:
entre los gentiles, las Sibilas que pasaban por inspi-
— 39 -
radas. habían hecho análogos anuncios, y los poetas,
especialmente Virgilio, se habían apoderado de sus
predicciones, para aplicarlas a un niño que abria los
ojos á la luz, casi al mismo tiempo en que debia nacer
el suspirado Libertador. Pero á pesar de todo eso, nadie
sospechaba el día y á la hora de que acabamos de ha-
blar, que entonces iba á verificarse aquel inmenso su-
ceso ; y que tal dia y tal hora habían de formar una
época tan marcada en la historia de la humanidad, que
la cronología no pudiera después contar sino partien-
do siempre de aquella data memorable é indeleble.
Una púdica y modesta doncella, desposada con un
humilde artesano, se recoge aquellanoche. como todos
sus vecinos, á su pobre habitación; no sin enviar, con
el último rayo del sol, un nuevo suspiro hacia el tem-
plo de Sion? salvando con el deseo la distancia que se-
para á Nazareth de Jeru salen. ¿Porqué suspira esta
tímida y candida Virgen? ¿Es que echa de menos el
asilo de sus primeros anos, pasados en la tranquilidad
de la inocencia > á la sombra de los augustos taber-
náculos y en la compañía de virtuosas matronas y de
inocentes doncellas? No, que María tiene en Nazareth
también una mansión abastada de paz, donde vive en
la presencia de su Dios; y si allí no están las compa-
neras de su infancia, la Providencia las ha reempla-
zado ventajosamente. dándola por esposo un hombre
santísimo, que la ama con un amor tan tierno como el
amor de un padre, y la respeta con tanto respeto cual
si fuese su hijo. María suspira porque se cumplan las
promesas hechas a su pueblo, porque llegue la hora
— 40 —

de la redención de la humanidad, porque vean sus


ojos al Salvador, porque la sea dado servir como es-
clava á la madre de su Dios; y está muy lejos , tanta
es su humildad, de sospechar siquiera que para ella
misma está reservada esta dignidad sublime.
Llena de estos santos pensamientos, la purísima
Virgen, cumplidos los deberes domésticos , se retira á
su estrecha, pero aseada habitación. Entregada á un
éxtasis de amor de Dios, ve presentarse á sus ojos
una aparición celestial. Esta visión ha inspirado á los
dos más grandes genios de la pintura, Rafael y Muri-
11o. El primero, en su magnífico cuadro de la Anun-
ciación, ha representado á María tan divinamente
bella, que se siente uno inclinado á pensar que sus
ojos se han fijado en un tipo más que sublunar, antes
que su mano trazase en el lienzo esta incomparable
figura. La Virgen de Murillo, en el cuadro de la Anun-
ciación , no me parece tan hermosa como la de Rafael;
pero si tengo por más delicada la inspiración del gran
pintor español, que colocó al ángel en una actitud más
humilde delante de María. De todos modos, ambos
cuadros son obras maestras: ellas formarán siem-
pre el legítimo orgullo de las dos escuelas á que per-
tenecen sus autores; y todo hombre imparcial y de
gusto reconocerá que el Catolicismo, y sólo el Catoli-
cismo, puede ofrecer á las bellas artes ideales tan su-
blimes como este.
Mas ¿qué es este resultado á favor de las bellas
artes, en comparación del inmenso efecto que el acon-
tecimiento verificado en Nazareth el 25 de Marzo ha
— 41 —
producido en la parte moral de la humanidad? Esta se
había perdido por creer al ángel de las tinieblas, que
pérfidamente la decia: '<EL hombre será como Dios;»
pero se salvará dando asenso al ángel de luz, que la
anuncia, «cómo Dios se hará hombre.» Por esta unión,
Dios baja para elevar al hombre; y la humanidad en-
trará de consiguiente en una condición enteramente
nueva é infinitamente más noble. Abolición no tu-
multuaria y desordenada. sino lenta pero segura de
la esclavitud, esa llaga profunda y esa indeleble ver-
güenza de la antigua civilización: rehabilitación de
la mujer, que de vil instrumento de las humanas pasio-1
nes debía elevarse al rango do compaiiera del hom-
bre , de señora en el mundo: ennoblecimiento de los
hijos, que definitivamente iban á emanciparse del es-
tado de cosas: igualdad entre los hombres, en cuanto
hombres; y libertad sabiamente templada por la su-
misión y la obediencia á las legítimas autoridades, en
el círculo doméstico y en la organización social: con
estos elementos una regeneración religiosa, política,
literaria, universal; lié aquí todo lo que debía surgir,
lo que surgió esta noche en NazareUi, en esta peque-
ña ciudad, en la falda de su colina, de donde pocos
podían esperar que saliese algo bueno, algo importan-
te, y en donde sin embargo se realizó ai pié de la le-
tra lo que casi al mismo tiempo cantaba Virgilio:

Magnus ab integro saeclorum nascitur ordo-


Jimi nova progenies ccelo demittitur alto,
Jam redit et virgo, redeuntque saturnia regna.
(Eglog.lV.)
- 42 —
¿Cómo no agradecer el inmenso beneficio del cielo,
por el cual me ha sido dado venir á visitar el teatro de
tantas maravillas? A mas de tres mil leguas de distan-
cia, yo he visto irradiar el sol que por primera vez
apareció en Nazareth. Sin las alas del águila, yo de-
seaba remontarme hasta la fuente de su luz; y un dia
me lia sido dado, oculto en la gruta donde María con-
cibió al Divino Verbo, sol eterno de las inteligencias,
poner más de una vez mis labios en el punto mismo
desde donde esc sol divino, según la expresión de Da-
vid , se levantó como %m gigante á recorrer su camino.
(Salmo 18, 6.)
CAPÍTULO IIT.

LA VOZ DEL QUE CLAMA ES EL DESIERTO.

El Evangelista San Lucas, cuyo delicado pincel nos


trasmitió los rasgos de la fisonomía de la Santísima
Virgen en el venerable cuadro que forma la princi-
pal riqueza de la riquísima capilla Borghese en la Ba-
sílica Líberiana de Roma, tuvo un honor más grande
que este, y fué el de ser. entre los cuatro Evangelis-
tas , el escogido para conservarnos los recuerdos de la
Santa Infancia del Salvador. Él, después de hablarnos
del Misterio de la Encarnación , nos refiere el de la Vi-
sitación de la Santísima Virgen á su prima Santa Isa-
bel , pero calla todos los pormenores del viaje de Ma-
ría, acerca del cual no podemos hacer otra cosa que
conjeturas. No sabemos si fué sola, ó acompañada de
San José. Ignoramos igualmente si este viaje se veri-
ficó antes ó después de haber sido revelado por el án-
gel al castísimo esposo de María, el misterio augusto
que en el seno de la Virgen se había obrado. Carece-
mos de datos para aclarar las dudas que han tenido
ios autores sobre la manera de viajar de María; pero
sí podemos calcular el tiempo que ella empleó en ir
desde Nazareth á la casa de Isabel; porque entre
— 44 —
aquella ciudad y la montaña de Judea hay una dis-
tancia de veintiocho ó treinta leguas; de consiguiente,
aunque no caminase á pié la Santísima Virgen, no de-
jaría de emplear tres ó cuatro días en el viaje. Yo me
reservo para más adelante, hablar de los lugares in-
termedios.
San Zacarías y Santa Isabel tenian su casa en lo
que hoy se llama «San Juan del Desierto», y allí fué
donde nació el Precursor, Pero poseían también una
casa de campo en la colina opuesta, á una milla de
distancia; y en este sitio fué donde tuvo lugar el Mis-
terio de la Visitación, porque la madre del Bautista se
halda retirado allá durante el embarazo. El Evangelio
habla con su acostumbrado, pero sublime y significa-
tivo laconismo, acerca de la entrevista de las dos San-
tas primas, sin precisar el punto en que se encontra-
ron, pues únicamente indica que la casa de Isabel
estaba en la montaña. Pero la tradición indica todos
los sitios; y en estos últimos años se ha encontrado
hasta la fuente cerca de la cual se abrazaron la Madre
del Salvador, y la madre del que debia prepararle los
caminos. Existia allí en lo antiguo una iglesia y un
monasterio, pero las ruinas cubrían y ocultaban la
fuente, y los PP. Franciscanos estaban reducidos á la
posesión de un pequeño pórtico, bajo el cual decían
algunas veces la Misa. Por un accidente de los que con
locución vulgar se llaman casuales, al hundirse una
pared se descubrió una bóveda, y bajo la bóveda la
fuente, señal segura de ser aquel el privilegiado sitio
de la tierra desde donde se ha elevado al cielo la más
— 45 ~
noble, la más bella, la más grandiosa de todas las poe-
sías; el divino cántico; Magníficat anima mea Do-
minwm,
Al encontrarse María é Isabel, el niño que esta
traia en su vientre fué santificado. Conociéndolo la
madre por los saltos de gozo que Juan daba en su
seno, dirigiéndose á su Santísima Primaj no con la fa-
miliaridad de pariente, sino con todo el respeto de
que es digna la Madre de Dios, le dijo llena de humil-
dad , inspirada también por el Espíritu Santo: «Ben-
dita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vien-
tre. ¿De dónde á mí esta felicidad, que la madre de mi
Señor venga á mí? Hé aquí que al resonar en mis oídos
la voz de tu salutación, se alegró el niño en mi vien-
tre* Y dichosa eres tú porque creíste, pues se cumpli-
rán las cosas que te han sido dichas por el Señor,»
(Lúe* I , 42-45.) Sencilla y modesta anciana, Isabel
no sabia ni podia saber naturalmente lo que acababa
de suceder en Nazareth; y á pesar de eso, no sólo se
muestra instruida de todo, sino que marca la impor-
tancia, la trascendencia y el alcance de todo. Dios ha
hablado á María, esta es bienaventurada porque lo ha
creído; todo cuanto se le lia anunciado se cumplirá
exactamente, y la purísima Virgen es bendita entre
las mujeres. Mil ochocientos sesenta y dos anos hace
que Isabel, en un pequeño rincón de la Judea, con
más ciencia que los teólogos, con una intuición de
Profeta, hizo aquella apreciación, y estos vaticinios
se han cumplido y se cumplen á nuestra vista- Que
los sabios incrédulos nos exx-diquen cómo T sin la ilus-
— 46 —
tración del Espíritu Santo, pudo hablar así la esposa
de Zacarías,
El brillante horóscopo que acababa de formar
Isabel, no deslumhra á María. La bienaventurada Vir-
gen desciende a lo profundo de su humildad, engran-
deciendo á Dios, autor de tantas maravillas; y sin
dejar de agradecerle, antes agradeciéndole más por lo
mismo la altísima dignidad de Madre suya á que la
ha elevado, se declara su esclava. Sin embargo, á
Ella también la arrebata la inspiración; y no sólo
canta las alabanzas de Dios por su misericordia, sino
que en breves y rápidas frases traza el cuadro de los
efectos que ha de producir en el mundo la venida del
Redentor, que Ella tiene en sus virginales entrañas.
El brazo de Dios hará prodigios, derribando á los po-
derosos y ensalzando á los humildes, Sa bondad lle-
nará de bienes á los que carecían de ellos, mientras
que á los que han abusado de sus riquezas los despe-
dirá como un amo justamente indignado á sus servi-
dores ingratos, esto es, con las manos vacías. Acor-
dándose de su misericordia, recibirá á Israel como
hijo; y así las promesas hechas á Abraham y su li-
naje, se cumplirán por todos los siglos.
No hay, ni puede concebirse cosa más grande que
este sublime cántico de María. En una de sus estrofas
la predestinada Virgen dice que, «Todas las genera-
ciones la llamarán Bienaventurada, porque el Señor
ha visto la humildad de su sierra;» y, en efecto, bien-
aventurada lian llamado, llaman y llamarán á María
todos los pueblos y las razas todas. ¿Quién habia re-
— 47 —
velado, volvemos á preguntar á la incredulidad, quién
había revelado á esta pobre y oscura doncella tan
glorioso y noble destino? No el orgullo, porque ella,
anunciándolo, se abate; y ademas el orgullo, como
lo demuestra todos los dias la experiencia, es un in-
feliz profeta, No basta ni esperar, ni prometerse la
elevación para conseguirla, antes al .contrarío por lo
común sucede, cumpliéndose así también el vaticinio
de María y lo que en otras partes anuncian los libros
santos, que al que*se ensalza á sí mismo, Dios le hu-
milla.
Pero ¿no tienden á desmentir las palabras del Mag-
níficat , los esfuerzos de los protestantes por deprimir
á María? Ciegos voluntarios, los protestantes tienen
por una abominación que los católicos recurran á la
bienaventurada Virgen ? como instrumento de las mi-
sericordias de Dios; sin advertir que el Evangelio, a
cuyo texto no cesan de apelar, los condena terminan-
te é irrevocablemente, al referirnos en este pasaje,
que tan pronto como sonó en los oidos de Isabel la voz
de su Santísima Prima, el niño que aquella llevaba
en sus entrañas, dio saltos de gozo, indicio de la san-
tificación que recibía. No, no fué otro que María el
canal por donde llegó al mayor entre los nacidos de
las mujeres, la gracia de que es fuente el divino Sal-
vador; y así es una necedad impía, por no decir otra
cosa, la pretensión de que deroga en algo á la digni-
dad y á los méritos de Jesucristo la creencia de que
El nos dispensa sus gracias haciéndolas pasar por las
manos de su augusta Madre. Lo que hizo Jesús con
— 48 —
Juan, ¿por qué no lo ha de hacer con nosotros? Si pu-
do dar á aquel lo más, interviniendo María, ¿por qué
no nos ha de poder dar á nosotros lo menos, con la
misma intervención? Bien que el protestantismo no
sólo hajo este aspecto se pone en abierta contradic-
ción con el Evangelio en este pasaje de la Visitación:
el protestantismo, si no maldice á la Madre de Dios,
de lo cual sin embargo está muy cerca, por lo menos
no la bendice; y como el Espíritu Santo ha llamado
Bendita á María por boca de Isabel, y ha profetizado
por los labios de la misma Virgen Santísima que to-
das las generaciones, es decir, las generaciones ver-
daderamente cristianas, la llamarían bienaventurada;
resulta que el protestantismo, rehusando asociarse á
este unánime concierto de alabanzas á la Madre de
Dios, por sí mismo declara y establece, que él no es
generación cristiana, l a lo sabíamos pOT la historia,
que precisando fechas, lugares y motivos, nos dice
cuándo, dónde y por qué engendraron el protestantis-
mo Lutero, Calvino, Enrique VIII y otros dignos de
asociarse á esta compañía. Pero no está demás que con
su antipatía á la Madre de Dios acabe de demostrar el
protestantismo, que él no es obra de Dios, porque si lo
fuera, en vez de deprimir ó insultar á la Madre de
Dios, la honraría y ensalzaría cu al corresponde, por
ser una estupidez pensar y obrar como si se pudiese
agradar al Hijo despreciando á la Madre.
La capilla construida en el sitio de la Visitación,
aún no está concluida ; mas ya sirve al culto, y todos
los dias yíene un Padre Franciscano de los del con-
— 49 -
vento de San Juan . para decir en ella la Misa. Ya he
indicado que yo tuve la felicidad de celebrar los divi-
nos misterios en este santuario, estando presente el
colegio de ninas que tienen las Hijas de Sion en una
casa alquilada, en frente de la misma capilla. Allí
se han establecido provisionalmente, mientras cons-
truyen su convento, para el cual ba comprado ya el
terreno necesario el R. Padre María Alfonso Katis-
bonne, hermano del fundador de este instituto.
El convento 6 iglesia de los PP. Franciscanos en
San Juan del Desierto, ocupa el sitio mismo de la casa
que ordinariamente habitaban San Zacarías y Santa
Isabel. De lejos la vista de estos edificios es bastante
atractiva. aunque para llegar á ellos se necesita pasar
por un camino que malamente merece este nombre.
El convento es bastante capaz para contener treinta ó
treinta y cinco religiosos; y recientemente se ha hecho
en él alguna obra, que permite alojar con suficiente
comodidad á los peregrinos. La iglesia se considera
como la mejor de Tierra Santa, aunque no es en si
muv grande: tiene tres naves. El altar mavor de la
principal está dedicado á la Inmaculada Concepción
de María: al lado del Evangelio y en el extremo de la
respectiva nave. hay un subterráneo, y en el fondo
de este, sobre el sitio mismo donde nació el Precursor,
un altar de mármol blanco, con precio ROS relieves,
donación de la familia real de Ñapóles. En este altar
dije yo la Misa de la Natividad de San Juan Bautista,
por el privilegio que hay para celebrar en todos los
santuarios de la Palestina la de los misterios que en
SANTOS LUGARES, 4
— 50 —
ellos se obraron, en los días que no son de primera ó
de segunda clase,
Luego tomé por guía un joven turco, que servia
en el convento, para ir á la gruta donde San Juan pasó
su infancia, «confortado por el espíritu, hasta el dia
de su manifestación en Israel.» como dice San Lucas,
(I 7 80,) Hay una distancia de cuatro millas entre este
lugar y el convento, siendo necesario para ir del uno
al otro, empeñarse verdaderamente en el desierto. Pe-
ro esto puede hacerse sin riesgo, porque estando todos
estos sitios tan cercanos á Jerusalen, los turcos por
miedo al Bajá, y el Bajá por consideración á los cón-
sules europeos, respetan y hacen respetar á los pere-
grinos. Las montanas, como en toda la Judea, están
aquí coronadas de olivos; y en el llano, aunque la
tierra es pedregosa } crece el trigo y se siembran en
abundancia los ajos. Después de media hora de haber
salido del convento, se entra en el valle del Terebinto,
por el fondo del cual corre en invierno el torrente en
cuyo lecho tomó David las cinco piedras con que com-
batió á Goliath. Por este garande y significativo suceso,
así como por la campana de los Macabeos, este lugar
es uno de los clásicos en Ja historia del pueblo de Dios.
El Precursor le hizo mucho más célebre, santificándolo
con su retiro y penitencia. El silencio absoluto, la
limpidez de la atmósfera, el aspecto imponente de las
montañas y los recuerdos bíblicos, todo invita y aun
obliga al recogimiento cuando se visita el desierto
de San Juan; y á cada paso siente uno cual si se le
pusiera delante, echándole una mirada al mismo tiem-
— 51 -
po blanda y severa, la venerable figura del Bautista,
Por último , se oye correr un arroyo, se descubre
la verde copa de un algarrobo, y el guía señala la
puerta de una gruta. El agua cristalina que nace de
la peña, junto á la misma puerta, forma una pequeña
cascada; y precipitándose hacia el fondo del valle del
Terebinto, ó aumenta el torrente en el invierno, ó es
absorbida por las arenas abrasadas en el estío* Al via-
jero fatigado le es grato poder apagar su sed en aquel
manantial, mientras que el peregrino devoto lleva esas
aguas á sus labios con respeto , en memoria del Pre-
cursor; el cual bebia de esta fuente } sin gustar jamás
ni vino ni cidra, como de él estaba profetizado.
Aunque no pueda decirse que durante el mes de
Marzo hace calor en la Judea, sin embargo, una mar-
cha de cuatro millas, hecha entre las dos y las cuatro de
la tarde, obliga á desear la sombra y el reposo. Reposo
y sombra encontré yo en la gruta del Bautista, la cual
puede tener cuatro varas de ancho sobre cinco de lar-
go. En el fondo de ella, la roca viva forma una grada de
media vara de elevación, que se cree fuese el lecho de
San Juan: delante hay una mesa de altar, donde los
Padres Franciscanos vienen á celebrar alguna vez el
santo sacrificio. Yo no pude hacerlo aquí; mas si me
detuve largo rato leyendo los pasajes de los Evangelios
relativos al Precursor, á aquel hombre á la vez tan
grande y tan humilde, que no se consideraba digno de
desatar la correa del calzado al Salvador, y que se daba
á sí mismo simplemente el título de Voz que clama er„
el desierto. Su voz no fué apagada por la cuchilla que
— 52 —
dividió del cuerpo su cabeza, pedida como pTecio de un
baile infame, á un rey débil y tirano. Su voz habla
todavía: los ecos de esta montaña la repiten; ella r e -
suena por el fondo de este valle; se prolonga por todo
el universo. Él dijo: «Hé aqui el Cordero de Dios, que
quita los pecados del mundo,» y no hay punto del glo-
bo, ni momento del dia, en que no se repita por el
sacerdote católico, teniendo en sus manos al mismo
Jesucristo mostrado á los judíos por su santo Precur-
sor: «Fcce agn%s Dei: ecce qui tollit peccata mundi.»
Un algarrobo crece al lado de la gruta de San Juan.
Créese por algunos que el Bautista se alimentaba del
fruto de este árbol, el cual produce unas bayas largas
y negruzcas, que todavía comen los naturales de este
país. La forma de este fruto se parece á la langosta,
y cuando está maduro, su pulpa debe parecerse á la
miel silvestre. Sin embargo, nada obsta para que nos
atengamos á la letra del Evangelio , según el cual
San Juan comía verdaderamente langosta y miel sil-
vestre. La langosta se halla en la Palestina: el sacer-
dote irlandés que me acompañó á la Samaría y a la
Galilea, me mostró una que se le habia venido á las
manos. En cuanto á la miel, en Belem, que dista muy
poco del desierto de San Juan, el cura me ha hecho ver
la de Moab. Dios habia prometido á su pueblo que
chuparía la miel de la piedra y el aceite de la roca du-
rísima (Deut., 13); y lo que se ve todavía en Palesti-
na , á pesar de la maldición que pesa sobre esta tierra,
hace conocer cuan abundante le haría la bendición del
cielo en otro tiempo. En cuanto al aceite, m cumple
- 53 -
al pie de la letra que "brota de las piedras; pues en-
tre ellas crecen con más abundancia que en ningún
otro país, los olivos que le producen. Yo he recorrido
algunas de las provincias de España y de Francia don-
de más se cultiva el olivo, ven ellas no hay tanta abun-
dancia de este árbol como en la Judea. Si la agricultura
estuviera en este país un poco más adelantada y se
introdujeran las mejoras necesarias para la elaboración
del aceite, este artículo podría enriquecer á muchos de
sus habitantes, Mas ellos no se cuidan de eso; tienen
con poco para vivir , y ademas temerían, sí fuesen más
ricos T ser más vejados por su gobierno.
Volviendo del desierto al convento de San Juan, me
detuve para examinar despacio las ruinas del monas-
terio que habia antiguamente en el sitio de la Visita-
ción. Es admirable cómo en el corto término de cien
años que duró el reino latino eu Jerusalen, se hicieron
tantas cosas. Verdaderamente aquellos hombres eran
gigantes; ó mejor dicho, su fe vivísima les hacia obrar
maravillas. Mas fcómo se entristece el ánimo al con-
templar estas ruinas! Ruinas materiales, de edificios
grandiosos: y ruinas morales, porque ¿será posible que
renazcan los institutos cuyos individuos residieron en
aquellos lugares ? Apenas si la imaginación puede r e -
construir, por un momento, aquel pasado desvaneci-
do ; figurándose ver desfilar ya la larga procesión de
monjes7 ya el coro de vírgenes consagradas á Dios, ya
la escuadra de valientes caballeros, que vinieron a
Tierra Santa para honrar al Sonor, para librar de la
barbarie este país y para ejercer las virtudes cristia-
ñas. Ni vientos contrarios, ni olas embravecidas, ni
armados enemigos, ni el sol con sus rayos , ni la peste
con sus exhalaciones, ni la dura cautividad en pers-
pectiva , ni la muerte en acecho: nada detenía á aque-
llos héroes y heroínas, que vivían contentos y morían
gozosos. sólo con haber logrado ver el Santo Sepulcro,
besar los venerables sitios donde puso sus plantas di-
vinas el Salvador del mundo, orar donde Él oró, llo-
ran donde cayeron sus adorables lágrimas, y volar al
cielo desde la tierra que su augusta presencia en carne
mortal hizo para siempre santa.
Volví también á pasar, cuando regresaba al con-
vento . por delante de la Fuente de María. Cristianos
y turcos la designan con este dulce nombre. Es abun-
dante , y sus aguas no sólo sirven para dar de beber á
toda la población . sino también para surtir un público
lavadero que hay allí, corriendo después á fecundizar
algunas huertas, plantadas en el declive de la colina
y en el fondo del valle. Comenzaban á brotar las ve-
mas de las higueras, y los duraznos estaban cubiertos
de flor: en medio déla desolación general de la Judea.
es doblemente grata aquella vegetación. Los Padres
Franciscanos tienen un pequeílo jardín, que actual-
mente se empeñan en mejorar. Algunas hortalizas
aqui y allá, uno ú otro grupo de flores, una impo-
nente perspectiva. grandiosos recuerdos, soledad, si-
lencio y} de consiguiente, cuanto se necesita para
elevar el alma; hé aquí lo que se encuentra en San
Juan del Desierto.
CAPÍTULO |III.

LA CASA BEL PAN,

De San Juan á Belem se va en una hora, aun-


que el camino, como casi todos los de Palestina, es
malo. Entre una y otra población se encuentran tres
lugares notables, á saber: el sepulcro de Santiago
el Menor, el de Jeremías y el de Raquel. Dúdase de
la autenticidad de los dos primeros: en cuanto al
último, parece que hay motivos suficientes para
creer que, en efecto, en el sitio donde existe hoy una
mezquita de reducidas dimensiones, fué sepultada la
bella esposa del patriarca Jacob. Yo me detuve largo
rato contemplando aquel lugar, tan interesante por
los recuerdos "bíblicos relativos al matrimonio de R a -
quel y á la suerte de sus dos hijos José y Benjamín.
Dícese que este último nació en el lugar donde se
cree fué sepultado Santiago el Menor, que dista muy
poco del sepulcro de Raquel. Esto es probable, porque
la esposa de Jacob murió poco después de haber dado
á luz á su segundo hijo: esta circunstancia aumenta
el patético sentimiento excitado por la vista de aque-
llos sitios; mas nada iguala á la impresión que causa
la alusión que hace Jeremías á Raquel, anunciando el
- 56 -
infanticidio cometido por Herodes. «Se ha oído en
Kama una voz de llanto y de quejido prolongado; y
es la de Raquel que llora á sus hijos» negándose á
Tecibir consuelo, porque ya no existen.» Si los huesos
de la madre de Benjamín se estremecían en su sepul-
cro al escuchar las lamentaciones de los inocentes
sacrificados por la suspicacia de un rey cruel, ¿quién
dejará de conmoverse en los lugares donde Raquel
murió, y donde los niños fueron sacrificados por la
disposición de Herodes, arrancándolos de los brazos
de sus madres y dejándolas entregadas al más acerbo
dolor?
Y sin embargo, Belem encierra tales recuerdos,
que cuando uno se aproxima á aquella ciudad, el
alma se siente inundada de una plácida serenidad y
de una tranquila alegría. Antea de entrar en la pobla-
ción pueden visitarse las cisternas de David, llama-
das asi porque ellas contenían aquella agua por }a
cual suspiraba el rey profeta. Tres de sus soldados,
por complacerle, se aventuraron á atravesar entre
enemigos para traérsela; pero David, cuando se la
presentaron, rehusó tomarla, diciendo que eso seria
beber la sangre de aquellos hombres. ¡Hermoso ejem-
plo de templanza, y buena lección para los aduladores!
Estas cisternas, que todavía recogen agua en el in-
vierno, están en un terreno correspondiente á los Pa-
dres Franciscanos.
Estos religiosos tienen un convento en Belem, i n -
mediato á la gruta misma donde nació el Salvador;
pero no están solos .pues allí tienen también inmedia-
— 57 —
tos sus conventos los cismáticos griegos y armenios.
De consiguiente , es aquí donde comienza el viajero á
ver en los santuarios de Palestina la sucesión de los
oficios divinos en los diversos ritos; espectáculo que
no significa nada para el hombre iftdiferente en ma-
teria de religión, pero que afecta dolo rosamente al
católico. En efecto ¿cómo puede este prescindir de la
convicción de que, en vez de honrar, ofende á Dios
el culto que se le tributa fuera del gremio de la ver-
dadera Iglesia? Así es que aunque la mayor parte de
los cismáticos aceptan casi todos los artículos del
símbolo católico, especialmente el de la presencia real
en la Eucaristía, esto mismo aumenta la pena que
causa el que hagan intervenir nada menos que el
verdadero sacrificio en su culto, á los ojos de Dios
abominable por el cisma en que se encuentran. No
pretendo yo erigirme en juez de cada uno de los cis-
máticos, ni decir hasta qué punto llegará su malicia,
ó podrá ser excusable su ignorancia, pues esto no
corresponde sino á Dios, para quien nada hay oculto.
Pero yo hablo del cisma, el cual por sí es un gravísi-
mo pecado; y quien voluntariamente y á sabiendas
permanece en él, puede decirse que es un público pe-
cador. Ahora bien ¿con qué ojos hemos de ver á un
público pecador profanando los Santos Lugares, al
celebrar en ellos el sacrificio de la Misa? Profundos
deben de ser los designios de la justicia divina, pues
que diez y ocho siglos después de que Herodes quiso
quitar la vida al Salvador niño en Belem , y de
que los judíos le crucificaron en el Calvario, permite
- 5S -
que en el Calvario y en Belem contemplen nuestros
ojos el tristísimo espectáculo que presentan el cisma
oriental, crucificando de nuevo á Jesucristo al cele-
brar la Misa en los santuarios más venerables. ¿Qué
hacer á la vista de ese cuadro desolador? Pedir al S e -
ñor que se digne, por su infinita misericordia, abrir
en ñu los ojos de aquellos pobres ciegos, y agradecer
más profundamente al cielo el favor que nos lia hecho
de preservarnos de aquellas funestas tinieblas*
Los cismáticos no se contentan con practicar su
culto en los santuarios de Tierra Santa: quisieran
usurparlos para sí solos; y en algunos do ellos lo han
logrado, como iremos viendo más adelante. En Be-
lem arrancaron los griegos una estrella de plata,
correspondiente á los latinos } que estaba colocada en
el sitio mismo donde la Santísima Virgen dio á luz
á Nuestro Divino Salvador, Sobre este sitio tienen
los griegos cismáticos un altar, en el que no pueden
celebrar la Misa los católicos; pero aquella estrella
estaba allí como una protesta solemne y perpetua
contra la usurpación: así es que cuando desapareció,
no se podia echar á otros que á ellos la culpa del
atentado; á lo cual se agregó después haberse sabido
que la robada estrella fué á parar al monasterio cis-
mático de San Sabas. Esto dio lugar á una gran
cuestión, y Mr. de Lavalette, cuya conducta poste-
rior en Roma desagradó con tanta razón á los católi-
cos, representando entonces en Constantinopla á la
Francia. exigió y obtuvo que se repusiese la estrella.
Esta es T como he dicho, toda de plata: puede tener
— 59 -
dos tercias de vara en su diámetro: en el centro de
ella, una cavidad circular, cubierta con un cristal,
corresponde al sitio del pavimento de la gruta f pri-
mera cuna, durísimo lecho, que ocupó en la tierra
el rey del cielo. Sobre este lugar arden seis ú ocho
lámparas. Los peregrinos cubren aquel cristal de
besos, y le riegan con sus lágrimas, leyéndose en la
circunferencia: Hiede Virgint María, JHSUS Ohris-
i%s mtus est. (Aquí de la Virgen María, nació Je-
sucristo.)
Este sitio y el altar correspondiente puede decirse
que forman una de las dos secciones en que se halla
naturalmente dividida la gruta de la Natividad. La
otra sección corresponde exclusivamente á los católi-
cos, y para bajar al altar que ellos tienen allí, hay
que descender tres gradas: allí estaba el pesebre
donde fué reclinado Nuestro Divino Salvador, luego
qae su Santísima Madre le hubo envuelto cu pobres
panales. Este lugar está todo cubierto de mármoles, y
sobre di arden también seis ó siete lámparas, alum-
brando un cuadro que representa el misterio de la
Natividad. Esta pintura es de la escuela española, y
tiene adornos de plata. Enfrente, sobre el altar de
los Santos Revés, hav otro cuadro de la misma es-
cuela, también con adornos de plata; y allí es donde
diariamente dicen los Padres Franciscanos dos misas,
una á las cinco y otra á las ocho de la maüana. Llá-
mase de los Santos Reyes este altar, porque allí fué
donde ellos adoraron al niño Dios. Créese que en una
abertura de la roca, al lado de la Epístola, fué en
— fio -
donde la Santísima Virgen les presentó á Jesús; de
manera que este pavimento fué en el que se postraron
los Magos, y aquí mismo fué donde ellos pusieron á
los pies de Jesús y de María, sus regalos misteriosos
de orot incienso y mirra. Una dudosa claridad, toda
artificial t pues el sol jamás penetra en estos antiguos
sitios, permite examinarlos; admirando cuánta es la
bondad de un Dios, que por amor del hombre se dignó
bajar de los palacios eternos, donde las estrellas son
la alfombra de sus pies y los ángeles sus humildes
cortesanos, para nacer en una gruta húmeda y tria,
teniendo por compañeros unos pobres animales. La
madera del establo, con los palíales en que fué en-
vuelto el Salvador recien nacido. íueron trasladados a
la Basílica Liberiana de Roma , por esta razón llama-
da iSa'/icta, Marta ad Pr&sepe. Allí se conservan estas
preciosas reliquias, en una de las capillas déla nave
derecha, donde se las puede venerar todo el año; pero
sólo en la noche y dia de Navidad son expuestas á la
adoración de los fieles públicamente , colocándolas en
el altar mayor, donde para mayor respeto las dan en-
tonces guardia de honor los soldados suizos que están
al servicio de Su Santidad. El dia 25 de Diciembre
de 1861 yo tuve la- dicha de arrodillarme delante de la
hermosísima urna de pórfido que contiene la sagrada
cuna, sobre la cual, entre rayos de oro, se deja ver
una imagen del Niño Dios, hecha del mismo metal.
En el altar de los Santos Reyes he celebrado yo dos
veces el Santo Sacrificio, y por la noche me he reco-
gido á la misma sagrada gruta, para leer en medio de
- 61 -
aquel no interrumpido silencio las páginas del Evan-
gelio relativas al nacimiento de Nuestro Divino Sal-
vador. Según San Lucas, la más llena de gracia entre
las criaturas, María, cuya inteligencia era más subli-
me que las de los ángeles, y cuyo pecho encerraba
más amor divino que el que está derramado entre to-
dos los serafín es, no sabia hacer otra cosa en este au-
gusto sitio que conferir en su corazón, sobre las ma-
ravillas de que allí había sido ella misma instrumento
y testigo. Solamente una madre podrá decirnos lo que
siente el corazón materno al ver asomar en los ojos
de su hijo reciennacido la primera lágrima, ó en sus
labios la primera sonrisa; pero ¿qué lengua humana
nos dirá con qué ojos contemplaba María aquí, aquí
mismo, á Jesús recien nacido? El rayo del sol atrave-
sando las nieblas de la mañana, viene á herir en los
cálices de las flores las perlas del rocío, y jugueteando
en ellas produce hermosos cambiantes de luz, pare-
ciendo que acaricia á la flor predilecta, que la corres-
ponde con la belleza de sus colores y la fragancia de
sus perfumes. Pues esta no es más que una pálida
imagen de lo que aquí pasaba entre Jesús y María,
entre el más hermoso de los hijos de los hombres y la
bendita entre todas las mujeres. Ni el éxtasis de los
Santos, ni el arrobamiento sin fin de los querubi-
nes, son términos hábiles de comparación para dar
á conocer lo que la Bienaventurada Virgen experi-
mentó en esta pobre gruta. Cuatro mil años llevaba
el mundo de criado cuando se verificó aquel suceso,
que el Evangelio nos recuerda con sublime sencillez
— 62 -
diciendo: «María parió á BU primogénito, y le envol-
vio en pañales» y le reclinó en un pesebre, porque
no habia lugar para ellos en la posada» (Luc. II. 16),
En esos cuatro mil años, millares de príncipes habían
nacido en tronos espléndidos, y sin embargo ninguno
de ellos ni todos ellos juntos han causado al cielo
tanta complacencia, ni han traído al mundo tanta di-
cha como este solo niño, al parecer tan pobre, tan
desamparado, tan despreciable á los ojos de los hom-
bres. ¿Quién hubiera dicho qué destinos le estaban
reservados?
Entre los hombres ninguno era capaz por sí mismo
de decirlo, pero el cielo se encargó de revelarlo. Hay
una tradición por la cual se cree que al mismo tiempo
que nació el Salvador, tuvo el emperador Augusto en
Eoma una visión, en la cual se le apareció la Virgen
Madre con el niño Dios en los brazos; y en memoria
de este prodigio es que existe en la iglesia de Aracw-
U, sobre el Capitolio, un altar que da su nombre a
aquel templo. En la misma ciudad de Roma y en la
parte del Transtiber, está la Basílica de Santa María,
que se cree sea la iglesia mas antigua de la capital
del orbe cristiano , asegurándose que aun bajo los em-
peradores paganos se dio á los fieles este lugar para
que le convirtiesen en templo. Allí, bajo la grada del
presbiterio, está señalado con una lápida de mármol
el sitio donde, según otra tradición, al dar á luz la
Santísima Virgen al Salvador, brotó una fuente de
aceite, por cuya razón se lee en la piedra esta ins-
cripción: Fons olei, que también cuadra con la es-
—m—
presión de la esposa de los cantares: Oletm effussíim
nomen ¿uum (Cant. 1.2). Pero, aun sin atenernos más
que al Evangelio, basta continuar leyendo el mismo
capitulo II de San Lucas, para ver la fiesta que hicie-
ron los ángeles con motivo del suceso que tuvo lugar
en esta dichosa gruta.
Es común en la Palestina encontrar estos amplios
y extensos subterráneos divididos en varios departa-
mentos , como si la naturaleza, ó mejor dicho su au-
tor, hubiesen querido preparar á los moradores del
país una habitación fácil y relativamente cómoda
en todas las estaciones del año. En efecto, cualquiera
de estas grutas, durante el invierno, es menos fría
que los campos; y en el verano, ellas reparan del ar-
dor del sol. Así nada más natural que el que, viéndose
despreciado en toda la ciudad y con la necesidad de
alojar en alguna parte á su augusta esposa, cuya hora
se acercaba, le ocurriese á San José dirigirse á esta
gruta, que él debía tener bien conocida, pues era Be-
lemita y babia pasado en esta ciudad su infancia y
adolescencia. Actualmente, aunque adornada y en-
riquecida con mármoles, todavía se conoce la confor-
mación natural de la gruta, y en su parte superior
está á la vista la roca-. Se compone la gruta, ademas
de las secciones de la Natividad y de la Adoración,
que podemos decir forman una sola capilla, de la ca-
pilla de San José, que se cree es donde el Santo Pa-
triarca dormía; de la de los santos Inocentes, donde
fueron depositados los restos mortales de estas flores
cíe los mártires; y de la de San Gerónimo, donde está
- C4 —
el sepulcro del santo doctor, hallándose en frente los
de las santas Paula y Eustaquio.
Mucho se ha celebrado el cuadro que representa á
estas dos nobles romanas, el cual est¿ sobre su se-
pulcro. La idea es tierna é interesante, en especial
por los recuerdos que evoca; pues no puede uno me-
nos de conmoverse al considerar que aquellas dos de-
licadas mujeres, en cuyas venas corria la sanare de
los Escípiones y de los Gracos? dejaron á Roma con
toda su grandeza y sus delicias 3 cuando era tan ar-
riesgado é incómodo viajar por mar, para ir á recor-
rer los sitios consagrados por la vida y por la muerte
del Salvador, y al fin vinieron á concluir sus dias en
la oración, en la penitencia y en el estudio de la
ciencia divina, junto al pesebre donde nació la Sabi-
duría Eterna unida á la humana naturaleza. Las dos
Santas, cuyos semblantes tienen un perfecto aire de
familia, aunque se las representa muertas, mas pa-
recen dos personas dormidas; bien que este es co-
mún privilegio de todos los justos, los cuales cuando
cesan de vivir, no hacen más que entrar en un apaci-
ble sueño.
En cuanto á San Gerónimo, ni sus cenizas se en-
cuentran en el sepulcro que un dia ocuparon, pues
trasladadas á Roma, se ignora el sitio donde precisa-
mente se pusieron, creyéndose sólo que están en la
basílica de Santa María la Mayor; ni cuadro alguno
presenta á la vista del viajero cristiano las imponen-
tes facciones de aquel gran atleta de la Iglesia. En
Roma si se ha multiplicado el retrato del doctor má-
— 65 —
ximo, sino tal cual era por la naturaleza, al menos
como le concibió el genio del Dominiquino. En la
basílica de San Pedro se ha reproducido en mosaico,
y en San Girol&mo della Carüá se ha copiado en
pintura el gran cuadro que nos representa la escena
suprema de la vida de San Gerónimo, su última co-
munión t como teniendo lugar en esta gruta; y á fe
que no se puede fijar la vista sin religioso pavor en
aquel semblante, aunque trasfigurado, lleno de temor
y de respeto en la presencia de su Dios, Mas aunque
aquí mismo en Belem ninguna maravilla del arte
cristiano hable á nuestros ojos sobre el Santo Doctor
intérprete de las Escrituras, el lugar mismo, por si
solo» se dirige á nosotros con mucha mayor elocuen-
cia. Por otra parte ¿quién no ha conocido á San Geró-
nimo en la obra que más da á conocer á. un hombre,
su correspondencia epistolar? Sus cartas deberían
estar en manos de todos. De los literatos, porque son
un reflejo del siglo de Augusto; de los políticos,
porque contienen preciosísimas indicaciones sobre las
verdaderas causas de la decadencia del imperio ro^
mano; de los hombres religiosos, en fin, porque en-
cierran gran copia de ciencia espiritual. Cuando se
está en la capilla de San Gerónimo, enfrente del
sepulcro que contiene las cenizas de las últimas h e -
rederas de los más graneles nombres romanos, parece
que se halla uno trasportado á otro mundo, á un
mundo que. bajo el peso inmenso de la corrupción
causada por la preponderancia de la fuerza bruta y de
la sensualidad , se encorva y cruje, cual edificio pró-
SANTOS LUOAItKS. 5
— 66 -
xímo á su ruina. Pero ¿no es esto lo mismo que pa-
rece está sucediendo al mundo actual?
Todos los dias, después de completas, los Padres
Franciscanos hacen procesiónalmente la visita de los
santuarios de Belem, acompañados de los peregrinos,
á quienes dan una vela para que, llevándola consigo
de regreso á sus respectivos países, conserven un re-
cuerdo de su visita á los Santos Lugares, La primera
estación se hace delante del Santísimo Sacramento,
en la iglesia latina, que está puesta bajo la advoca-
ción de Santa Catalina, y es bastante espaciosa, para
servir cómodamente de parroquia á ]a población cató-
lica de Belem, que es la más numerosa de Tierra San-
ta. La segunda estación es al altar de la Natividad,
en donde se incensa el lugar donde estuvo reclinado
el Salvador. La tercera es al Santo Pesebre, que tam-
bién se incensa, asi como el altar de la adoración de
los Beyes. La cuarta es á la capilla de San José. La
quinta á la de los Santos Inocentes. La sexta al sepul-
cro de San Gerónimo. La última al de las Santas Pau-
la y Eustaquio. Después de hecha esta sétima estación,
se vuelve procesionalmente á la iglesia de Santa Cata-
lina, y rezadas las preces para ganar las indulgencias,
se retiran los religiosos y los peregrinos.
Estos ordinariamente se alojan en el convento,
cuyo guardián era español cuando yo estuve, y así á
él como al párroco, que es otro religioso español
Fray Manuel Forner, les fui deudor de muchas aten-
ciones. Acompañado del Padre Forner visité los alre-
dedores de Belem, comenzando por la gruta llamada
- 67 —
de la Lactante, que está detrás del convento y en-
medio de un olivar. Créese que en este sitio fui sepul-
tada Mará, nodriza de Abraharn , de donde viene su
nombre á esta gruta; pero se dice también que á ella
se retiró alguna vez la Santísima Virgen, llevando
consigo á su Divino Hijo recien-nacido. Añádese
que como cayeran en el suelo de esta gruta algunas
gotas de la leche virginal de María, la tierra adqui-
rió una virtud medicinal para las madres que no pue-
den dar la lactancia á sus hijos; y lo cierto es que en
el país todas las madres, hasta las musulmanas, creen
en esta virtud de la tierra que se extrae de esta gruta,
la cual ha ido, en consecuencia de aquella extracción,
agrandando sus dimensiones. Hoy forma una capilla
bastante regular, en donde tienen un altar los Padres
Franciscanos para decir todos los días la Santa Misa,
Los domingos reúne el párroco católico á sus feligre-
ses en esta capilla para explicarles la doctrina cris-
tiana, verdadera leche que alimenta aquellas inteli-
gencias sencillas, y que es capaz de formar de ellas
prodigios de verdadera é incomparable ciencia; pues
como ha dicho Mr. Joufíroy , testigo no sospechoso ni
incompetente: «El que sabe bien el catecismo católi-
co, sabe más que todas las clases reunidas del Insti-
tuto de Francia.» Ya en su tiempo decía Tertuliano,
hablando de la enseñanza del Divino Verbo, el cual
hecho hombre por amor del hombre, se acogió niño á
la sombra de esta gruta: «Que una simple anciana
instruida por Él, sabia más sobre Dios y sus atributos,
el hombre y sus destinos, que lo que sobre estas ma-
— 68 -
terias, las más importantes de todas, habian sabido
las célebres escuelas filosóficas de Grecia y do Roma,»
Así, creamos ó no crearnos las piadosas tradiciones
relativas á estos Santos Lugares, una vez que la Igle-
sia solamente nos obliga á prestar asenso á lo que se
contiene en la Biblia, ó ha sido definido como artículo
de fe, dejando la creencia de lo demás á nuestra dis-
creción y piedad, ello es cierto que, quien sea verdade-
ramente católico no puede visitar sin emoción y sin
aprovechamiento, estos venerables sitios, aunque los
despojemos de la corona poética con que los ha ceñido
la piedad de nuestros abuelos. ¡Belem! ¡BelernJ Tú
tienes sobrado en +A misma para conmover las más
sensibles fibras del corazón humano, con sólo lo que
de tí refiere el Evangelio: parecías pequeña aun en el
pequeño reino de Judá , y sin embargo en los desig-
nios de Dios eras grande, como lo eres en la historia
y entre todos los pueblos de la tierra; porque ellos vi-
ven del Pan que t ú , Gasa del Pan, les has distri-
buido. La. estrella que condujo hasta tí á los Magos, y
que se fijó en tu dichoso horizonte, ha hecho reflejar
su luz por todo el universo; y esa luz, por más que
las pasiones ó los intereses bastardos hayan querido
oscurecerla, es la única luz verdadera que ilumina á
todo hombre que viene á este mundo. Esa luz es la
que ha encendido todas las antorchas de la civilización
moderna, t¿ue ó se apagan ó se convierten en teas in-
cendiarias, á proporción que se apartan de aquel salu-
dable foco. ¡Belem! ¡Relem! ¿Quién se olvidará de tí?
Tu nombre y tu recuerdo se mezclan y se confunden
— 69 —
en nuestra memoria con todas las ilusiones de nues-
tra edad infantil t con la dulce sensación de nuestros
primeros y más puros ¿roces. ¿Quién se olvidará de
las navidades de su niñez? ¿Quién en su ancianidad,
si le ha sido dado visitar en su edad madura el verda-
dero .Belem, se olvidará de las horas dichosas que lia
pasado en estos alegres sitios, casi dudando si era una
realidad que estaba en ellos, ó si sólo enmedio de un
poético sueno le causaba una dulce ilusión su fanta-
sía, haciéndole creer que se había trasladado á los si-
tios cuya sola representación le hizo feliz en su niuez,
poniéndole á la vista las tiernas escenas de la infancia
de su Salvador?
Desde este sitio donde tenemos, como quien dice,
á nuestros pies el Pesebre, y sobre nuestra cabeza el
punto del espacio donde se detuvo la milagrosa es-
trella , que luego que salieron los magos de Jerusalen
so puso de nuevo á guiarlos hacia la pobre cuna del
Salvador; desde este sitio delicioso se goza de una
magnífica perspectiva, pues es uno de los más eleva^
dos de Belem. Bajo la sombra de uno de los olivos
que crecen alrededor de la gruta de la Laclante, se
descubre al frente el campo de Booz: un poco más
allá el sitio donde los pastores guardaban sus gana-
dos : á la izquierda, el sepulcro de Kaqucl; y á Ja de-
recha, las alturas de Thecua y el monte llamado de
los Francos. Este monte es célebre en la historia, por-
que en él tavo Herodes un palacio, cuyas ruinas aún
pueden visitarse, descubriendo todos los esfuerzos que
seria necesario hacer para levantar esta montana,
- 70 —
que no es natural, sino artificial: hoy se la conoce con
el nombre de monte de los Francos, sin duda porque
en él hicieron una fortaleza los Cruzados. A todos los
cristianos de Occidente , no sólo á los franceses, se les
da en Oriente el nombre de francos- Yo no visité este
monte, porque es peligroso hacerlo, estando expuestos
los viajeros que resuelven verificarlo, á ser atacados
por los beduinos. Por otra parte, aunque algunos
autores han dado grande importancia á este sitio,
para mí no tiene mucha, pues si es por lo relativo
á Herodes, otros monumentos quedan de él que le dan
una no envidiable celebridad. ¿Cuál más elocuente
que el degüello de los inocentes, ejecutado aquí mis-
mo de orden de aquel tirano? La misma historia pro -
lana, horrorizada de aquel crimen, aunque tiene cos-
tumbre de referirnos los excesos de los hombres, y así
no peca de asustadiza, nos indica que Augusto, sabe-
dor sin duda de la matanza hecha en Belem y sus al-
rededores, dijo que en casa de Herodes era mejor ser
un animal inmundo, que hijo del mismo rey. Esto
consta, los lugares hablan, el aire parece todavía ge-
mir con las madres de los víctimas; y así no hay ne-
cesidad para conocer lo que era Herodes, de ir á visi-
tar la montaría que él hiciera levantar para que le
sirviera de palacio.
Lo que sí visité ;yo con verdadera emoción, fué la
Gruta de los Pastores, el Campo de Booz y las Cister-
nas de David. En una hermosa mañana de primavera.
cuando Belem, vista desde lejos por la parte del Mar
Muerto, parece envuelta en un velo misterioso, que
- 71 -
tal es la ilusión causada por las nieblas; acabando de
salir délos desfiladeros de las montañas, cuando se
viene, como yo venia» del monasterio de San Sábas,
de repente se encuentra el viajero en medio de una
espaciosa y fértil llanura, cubierta de trigo y som-
breada acá y allá por los ariosos olivos. El guia dice:
JSé aquí el campo de Booz. Toda la tierna é instructi-
va égloga de Ruth, se desplega delante de la imagi-
nación t como un bellísimo panorama. La piedad filial
de la viuda Moabita» la generosidad del rico propie-
tario Booz> la prudencia de la anciana Noemi, la
sabiduría de la Providencia que se sirve de todas esas
virtudes para llevar á cabo uno de sus más miseri-
cordiosos designios sobre una familia, sobre un pue-
blo, sobre todo el universo; estos son los recuerdos
que excita, promoviendo las más gratas reflexiones,
la vista de esto campo privilegiado. ¿Quién habia de
decir á Ruth, cuando tímidamente se deslizaba por él
la primera vez, recogiendo unaú otra espiga olvidada
por los segadores , para alimentar con ella á la ancia-
na madre de su difunto esposo, que de allí habia de
pasar al tálamo del dueño de este mismo campo, para
ser con él el tronco de un árbol cuyas raices se habían
de extender por toda la tierra, elevándose su majes-
tuosa copa hasta las alturas del cielo, mientras que de
sus ramas pendía el fruto bendito, destinado á dar
vida á todas las generaciones? Así. de un principio in-
significante, pero principio de caridad, Dios hacia
depender el magnífico desarrollo del más grandioso y
benéfico de sus designios. Yo no he rebuscado como
- 72 —
Ruth, porque he atravesado el campo de su nombre
cuando no era tiempo de la siega; pero el párroco de
Belem hace que cada ano vaya una viuda, á recoger
algunas espigas en aquel mismo campo, y las guarda
para obsequiar con ellas á los peregrinos. El me regaló
algunas, que conservaré como grato recuerdo de mi
paso por este campo.
Luego me dirigí á la Gruta de los Pastores. El cam-
po donde estos, velando, según nos dice el Evangelio,
guardaban sus ganados, cuando el ángel del cielo
vino á anunciarles el gran gozo de haber nacido el
Salvador, pertenece actualmente á los PP. Latinos y
á los griegos, quienes le tienen plantado de olivos. La
misma gruta convertida en capilla, está ahora, por
una usurpación, en la posesión exclusiva de los cis-
máticos. Se bajan quince ó veinte gradas para entrar
en ella. Cuando yo llegué :al fondo, me acordé de que
en este lugar, conforme á una opinioa no desprecia-
ble, fué donde por primera vez se estableció el rezo
de la hora canónica, llamada Prima ; y pues esta hora
comienza con el himno J&m lucís orto sidere (Nacido
ya el astro de la mañana), ningún otro luga,r era más
digno de que en él se entonase por primera vez este
alegre cántico. que repite diariamente todo el univer-
so católico. Sí, aquí nació ese astro de la mañana, que
levantándose como un gigante á recorrer su camino,
según la profecía de David, ha inundado con su luz á
todo el universo: y aquí también, sobre este mismo
sitio, fué en donde al ángel que primero anunció á
los pastores el nacimiento de eso astro divino, se juntó
- 73 —
un ejército de espíritus celestiales, que celebrando el
mismo suceso, llenaron de armonía loa aires , derra-
mando el gozo en toda esta comarca.
Los recuerdos , más bien dicho , las realidades
siempre palpitantes del nacimiento de Nuestro Divino
Salvador, llenan sin duda á Belem; lo cual no es ex-
traño, pues ellas ocupan y ocuparán, no sólo á toda la
tierra, sino al mismo cielo, Pero es tal la admirable
economía de la Providencia en el Catolicismo, que así
como en el sistema celeste el centro hacia el cual gra-
vitan los planetas, ni los destruye ni los priva de im-
portancia; de la propia manera en el Catolicismo la real
y verdadera presencia de Jesucristo en medio de su
Iglesia, su acción sobre todos los santos dt¡l antiguo y
del nuevo Testamento, no destruye la personalidad de
estos santos, ni siquiera los oscurece en los lugares
donde ellos practicaron las virtudes que los inmortali-
zaron. Esto sucede en Belem con "David. El nieto es in-
finitamente mayor que el abuelo. Entre Jesús y David
media una distancia inmensa; y sin embargo Belem,
cuna del Salvador, todavía nos recuerda á cada paso,
y con fuerza, y con ternura al Rey Profeta. El inspira-
do salmista David es una de las más interesantes y de
las más grandes figuras de la Historia Sagrada. Su
cabeza cubierta de rubia cabellera, modestamente in-
clinada bajo el brazo de Samuel cuando este profeta,
siendo todavía aquel joven un simple pastor, derra-
maba sobre su frente la unción real, ha sido un objeto
de seductor estudio para los pintores. Su valor, cuan-
do casi niño todavía sale al encuentro de los leones y
— 74 —
los vence, preludiando así á su mortal combate con
Goliat, enemigo de su religión y de su patria, es in-
comparable en los anales, por desgracia demasiado
voluminosos, de los atrevidos guerreros. Su sufri-
miento , su discreción y su fidelidad bajo la persecu-
ción injusta de Saúl, es un modelo sin igual en la
historia; es un cuadro en que la virtud de David so-
lamente tiene un contraste, pero contraste que la en-
grandece . en la amistad de Jonatás. digno por cierto
de ser el hermano de armas v el amigo del corazón de
David. La música y la poesia se inspirarán siempre
en los sublimes cantos del Rev Profeta, cuya mano
así sabia empanar y blandir la espada, como pulsar
las cuerdas de su dulcísima harpa, arrancando de
cada una do ellas, ora la nota vibrante de la victoria,
ora el hondo gemido de la penitencia; pero siempre
con tan acabada maestría, que su sonido ha atravesa-
do los tiempos y las distancias, para hacer palpitar
todos los corazones , arrancando el grito del triunfo, ó
humedeciendo los párpados con las lágrimas. ¿Qué
otro lugar déla tierra, fuera de Belem, puede glo-
riarse de haber producido un guerrero, un político,
un poeta como David V
Belem, si no en su recinto, por lo menos en sus in-
mediaciones conserva recuerdos imperecederos de la
gloria, de la grandeza, de la sabiduría y de la piedad
de Salomón. A cuatro ó cinco millas de la ciudad se
encuentran la Fuente sellada, los Estanques y el
Muerto cerrado, lugares todos estrechamente relacio-
nados con la memoria del rey Pacífico hijo de David.
_ 75 —
La Fuente sellada, celebrada por él en el libro de los
Cantares, está en la falda de una montaña, donde Sa-
lomón hizo recoger sus aguas, para que llevadas de
aquel manantial por un acueducto que aún subsiste,
fuesen hasta el atrio del templo de Jerusalen para ser-
vir en los sacrificios. Bájase al depósito de estas aguas
por una escalera de quince ó diez y seis gradas de pie-
dra; y es grato, cuando se está en el fondo, beber de
aquellas aguas, recordando lo que ellas místicamente
significaban. El Espíritu Santo, hablando por boca de
Salomón, llama á su esposa Fons signo,L\ts\ y asi
esta fuente ha sido reputada, con razón, como una
de las figuras que en el antiguo Testamento represen-
tan á la Bienaventurada Virgen María. Ella, en efec-
to, como tendremos ocasión de recordarlo más ade-
lante hablando del pozo de la Saman"tana, es la que
nos lia dado las aguas que saltan hasta la vida eterna.
Á ocho ó diez varas de la Fuente sellada está un
Kham turco, es decir, una especie de hospedería ó
cuartel, en el cual ahora ó no habita nadie, ó sólo h a -
brá unas pocas personas. Créese que este tosco edificio
ocupa el lugar donde Salomón tenia sus magníficos
palacios, los cuales, á juzgar por los Estanques que
todavía subsisten y que les eran anejos, debían de
ser sólidos, espaciosos y verdaderamente regios. Es-
tos Estanques estañan destinados a ser viveros de pe-
ces, recogiendo las aguas de los montes vecinos en las
avenidas del invierno: v en el día aún se reúne en
ellos una inmensa cantidad de aguas, pero sin em-
bargo ya no hay en ellas peces. Estos estanques son
~ 70 —
tres, de forma cuadrilonga, y para bajar al fondo de
ellos hay una escalera de ladrillos endurecidos como
las piedras. Sus cimientos deben do ser profundísimos
para sostener tan enorme peso, pues á más de el del
agua está el de las anchísimas paredes de los bordes.
Debajo de uno de estos estanques se ha descubierto un
subterráneo , en el cual penetré yo acompañado del
cura de Belem, apartando para hacernos camino mu-
chas malezas. Con luz artificial pudimos ver el pa-
vimento y la bóveda T todo bastante bien conservado
á pesar de los siglos que han trascurrido desde su
construcción, de las guerras que han devastado el
país, de las intemperies, y ademas de la incapacidad
é incuria de la administración turca. ¿Se fabrica hoy
así, á pesar de todas las pretensiones de la ciencia
moderna? ¿Qué quedará, no digo de aqui á dos mil
anos, sino dentro de doscientos anos, no ya de los ca-
minos de hierro y sus estaciones, que parecen de
papel pintado, sino de los celebrados palacios cons-
truidos para las exhibiciones internacionales, que
son de ayer, y tienen semblante de viejos decrépitos?
Ni se diga: <Bien; pero es mucho más útil á la hu-
manidad construir vías férreas para facilitar el comer-
cio, y edificar palacios para que por la emulación
adelante la industria, que hacer, como hizo Salomón,
una obra suntuosa, y por decirlo así, indestructible,
casi sólo para su placer y sin provecho de los pue-
blos.» Las construcciones salomónicas dieron trabajo,
y de consiguiente bienestar, no sólo á su pueblo,
sino aúnalos extranjeros; pues es sabido el pacto
- 77 —
que este rey celebró con Hirarn para la corta y trasla-
ción de los cedros del Líbano. Así la arquitectura y
todas las bellas artes: la agricultura, el comercio, la
ganadería, la náutica, todo era impulsado por el rey
de Israel, quien de este modo, aunque á los observa-
dores superficiales les parezca que sólo consaltaba á la
vanidad y al fanatismo en sus obnis, hacia progresar
á su pueblo y le mantenía contento y feliz. ¡Dichoso
él si nunca se hubiera apartado de aquella linea de
conducta! El mantenimiento mismo de los peces en
estos Estanques, la siembra y conservación de árbo-
les de todas especies que hizo Salomón plantar en el
vecino Hutrio cerrado, todo esto contribuía al mismo
objeto de dar educación, instrucción y bienestar á su
pueblo. Todavía en el día de hoy la existencia de estos
estanques fecundizando el terreno del Buerío cerrado,
que está inmediato y corre por la extensión de una
milla entre dos montanas laterales > da tal valor á esos
mismos terrenos > que el extranjero que los posee dice
que allí cuesta tanto el suelo como en Inglaterra.
Este extranjero es un antiguo judío convertido al
protestantismo, á quien por esto sin duda dispensará
su patrocinio la propaganda protestante; pero en un
momento de peligro, como sucedió en 1860 después
délos asesinatos de Damasco, sea instinto, sea prác-
tico conocimiento de lo que es la caridad católica, este
antiguo judío proUstantizado fué á refugiarse en el
convento de los Padres Franciscanos. A uno de ellos,
que tiene conocimientos en medicina, le debe ademas
la vida, pues le asistió con tanto esmero, solicitud y
- 78 —
acierto en una insolación, que logTÓ su pronto resta-
blecimiento: luego acudió de Jcrusalen un médico,
hijo del enfermo, el cual informándose del caso y de
la curación, se manifestó reconocido al religioso, y le
dijo que en recompensa t la farmacia protestante de
Jeras al en despacharía gratis todas las recetas envia-
das por él. De cantado son los pobres quienes se apro-
vechan de esta generosidad, y el humilde hijo de San
Francisco tiene así, por un acto de beneficencia, el
doble mérito de haber demostrado á los protestantes
que los frailes no son intolerantes, y de que sean so-
corridos por consideración á él los necesitados. Refiero
esta anécdota tal como me la ban contado en Tierra
Santa; por lo demás, yo no he tratado á la familia del
propietario del Huerto cerrado, pues sólo pasé alre-
dedor de él ? dando vuelta á una de las montañas la-
terales y desde la cual pude ver perfectamente todo el
famoso huerto. Los almendros estaban allí en ñor;
pero aunque esto amenizaba la perspectiva, á decir
verdad, este sitio en su actual estado no me parece
digno de los elogios que le ha prodigado algún
viajero.
En otro sitio muy distinto tuve ocasión de conocer
á 11 n individuo que pronto pertenecerá, por alianza
matrimonial, á la familia extranjera establecida en el
Huerto cerrado. El sirviente de la hospedería del
Monte Carmelo, sabiendo que yo debía embarcarme
para Jaffa, me suplicó que llevase allá una carta, y
luego vino con ella un joven que hablaba malamente
español. Le pregunté dónde y cómo habia aprendido
~ 79 —
esta lengua, y me respondió que ól era farmacista
del hospital ingles de Jerusalen, el cual tenia por
uno de sus principales objetos recoger á los judíos; y
que como la mayor parte de los judíos que residen en
Jerusalen hablan español, por eso él entendía algo
este idioma. Luego supe que, por lo menos, había
alguna restricción mental en esta respuesta. El su-
jeto que me la daba era ya conocido en aquellos lu-
gares, especialmente por los Padres Carmelitas, los
cuales, á pesar de saber que era Judio hecho protes-
tante, le alojaron y mantuvieron con todo decoro y
caridad. Este judío tenia sus padres en Tiberiadcs,
donde residen muchas familias hebreas; y como es
positivo que entre ellas se ha conservado aunque cor-
rompido el idioma español, eso me hace pensar que
aquel individuo no por ser farmacista del hospital
ingles aprendió un poco de castellano, sino que pro-
bablemente porque ya sabía algo de esta lengua y
se prestó á protestanHmrse, por eso le hicieron los
ingleses farmacista. CieTto es que, humanamente
hablando, él iba adelantando con su conversión,
pues tenia ya ajustado su casamiento con la hija del
judio protestantizado, propietario del Huerto cerrado.
Asi bajo todas las latitudes, el protestantismo parece
que se empeña eu sacar verídico á Krasmo, el cual
dijo desde el tiempo de Lútero y de Enrique VIII, que
la obra de aquellos reformadores siempre paraba en
casamiento como las comedias. Algo de cómico ha
de haber habido, en efecto, aun respecto al indicado
desenlace, en la conversión de este judío que yo en-
- 80 -
contré en el Monte Carmelo, porque según tuve oca-
sión de observar, lo que menos tenia él eTa una con-
vicción razonada de su nueva religión protestante (1).

(1; Estos apuntamientos fueron escritos á mediados


de 1862- En Noviembre de 1863 el periódico titulado Satw-
day Review, que tiene autoridad entre las protestantes,
ha hecho importantes y curiosas revelaciones, tanto sobre
los medios de que se vale el protestantismo para adquirir
prosélitos, como respecto á los resultadas que obtiene su
propaganda. Bajo el título de Convertidos cetras, ha publi-
cado el citado periódico un artículo muy interesante, que
acaso traduciremos algún dia; limitándonos por hoy á ex-
tractar do él lo relativo á la misión protestante en Je rusa-
Ion y la Siria , para que sirva de comentario á lo que acerca
de esto se lee on el texto de nuestros apuntamientos. He"
aquí las palabras del Saturday Remen), litoral mente t r a -
ducidas ;
«Za sociedad de Landres para promover el cristianismo en-
tre los judíos, ha publicado su quincuagésimo quinto infor-
me anual. Ksta sociedad, según suponemos, está identifi-
cada con la Iglesia anglicana: la mayoría de los obispos
protestantes do esa Iglesia son sus Vi ce-patronos. Esta
sociedad, que se Uama Judía, por la regla de ¿ttcws á non lu-
cendo, tiene por objeto extirpar el judaismo, y cuenta para
eso con mucho dinero. En el balance hecho el 31 de Marzo
de 1863 3 resultaba un alcance de 43.400 libras esterlinas
(217,000 duros, ó sean 8.680.000 rs. vn.) á su favor. Te-
nemos, pnes., una sociedad, misionera que no está en
quiebra; lo cual, si bien parece una cosa rara, no lo es
tanto acaso por ser cosa de judíos y tocante á los judíos,
quienes en materia de negocio lo entienden. Sin embargo,
de una ú otra manera, la sociedad ha gastado en el último
año 35.424 libras esterlinas (137.120 duros) mantenien-
do 134 misioneros y agentes cerca de los judíos; y lo que se
llama Capilla de judíos episcopales en Londres, nombre
un poco arrevesado, porque si son judíos no son episcopa-
— 81 —
Ya que á propósito de los alrededores de Belem se
rae ha ofrecido hablar de la propaganda protestante,
justo y debido es que me detenga en el seminario ca-
les. y si ya son episcopales, dejaron de ser judíos; á no ser
que se quiera decir, que tantos judíos lian sido hechos obis-
pos , que necesitan tener una capilla especial. Mas todo
puede ser que se explique por no entender nosotros la. frase
de-judíos episcopales .La sociedad eonsurne ademas dinero
en predicaciones, gastos de viajes, sueldos de emplea-
dos, etc. Sólo en este último artículo ascienden sus gastos
á 5,000 líbs. (25.000 duros), lín números redondos , los gas-
tos son 26.000 libras (130.000 duros) en misiones y escue-
las; 2.500 iibs. (12.500 duros) en publicaciones; 5.000 li-
bras (25.000 duros] en sueldos ; y como 2.000 libras (10.000
duros) en pensiones y cosas varias.
>Tal es el gasto ; veamos ahora las resultas. El informe
de liS02 nos dice : «que el número de adultos bautizados en
todas las misiones fué sobre sesenta,, ademas de los treinta
de Abisinia;» cuyo caso, segim ei informo, fué tan singu-
lar, que le llama profundamente interesante* pero debió serlo
tanto, que no nos da ningún pormenor acerca de él. Añade
el mismo informe, que se ha hablado de otros veinte y cua-
tro bautismos', aunque, conforme á sus propias palabras, no
tenían inmediata conexión con las misiones. Este modo de
expresarse se parece al de un quebrado que diera por ba-
lance á su favor 500 libras, añadiendo que estas 500 libras
soa de su vecino. Pero al iin. la sociedad , por media de sus
agentes, ha convertido en un año C0 adultos judíos, inclu-
yendo una judía de SO anos que vivía en Bucharest. Kn J e -
rusalen, donde hay un obispo protestante, con una cate-
dral, un hospital, una casa industrial, un establecimiento
niúdico, escuelas y otras instituciones, sostenidas por la
sociedad con un gasto de 4.444 libras (22-220 duros), los
bautizados han sido cuatro. Es cosa curiosa que estos cál-
culos sean tan fáciles, pues así resulta que convertir un
judío al protestantismo en Jerusalen cuesta 1.111 libras
(5,555 duros}; mientras que en Abisinia, donde ha habi-
SA.NTOS LUGARES. ti
- S3 —
tólico de Bed-Djalla, el cual se encuentra á la dere-
cha del camino que va á la Fuente Sellada, no más
distante que dos millas de Belcm. Monseñor Valerga,

do 30 convertidos, la misión protestante sólo ha cos-


tado 1,000 libras (5.000 duros). Quizás todo estará en re-
gla. El judío de la pura sangre de Sem, es un convertido
noble pero costoso, y aun al precio de 1.100 libras, no debe
parecer caro. Los Abisinios, al contrario, que son negros
por la maldición de Oham , y que amen de eso están po-
bres t se hacen protestantes por la módica suma de 33 li-
bras , ó sean 165 duros.
»Ahora ? hablando del conjunto, tenemos en resumen:
que la sociedad ha gastado 35.000 libe. (175.000 duros) en
un año, para producir 60 convertidos, ioclusa la vieja
judía de Bucharest, de más de SO años de edad y ciega por
añadidura [a). Sesenta convertidos por 35.000 libs. (175.000
duros) t dan de coste medio 600 libras (3.000 duros) por cada,
bautismo; lo cual nos hace pensar que si los Apóstoles hu-
bieran propagado así el Cristianismo, debian haber tenido
la piedra filosofal para convertir el polvo en oro. «No tengo
ní plata ni oro.» decía San Pedro , el más antiguo de los
misioneros cristianos. «Oro y plata yo tengo,* dice la mo-
derna sociedad misionera: «y lo gasto á razón de 600 libras
(3-000 duros) por cabeza, para obtener conversiones.» Nado
decimos del judío de Jernsalen , que es do la sangre azul de
Abraham, en la ciudad de David , y que, por lo mismo, tie-
ne precio más elevado. Convertir un judío en Jerusalen es
más difícil que fabricar hielo en Singapore, ó cultivar me-
lones en Spitzoergen. Un judío de Jerusalen vale doble,
más del doble, que un judío de Londres; así como un cedro
crecido verdaderamente en el monte Líbano ¡ vale más que
el cedro de semilla del Líbano, pero cultivado en Inglater-
ra. Sólo se nos ocurre que , según la opinión común, hay
en el mundo cinco millones y medio de judíos, y si la so-

{a) De consiguiente no habrá podido leer la Biblia que li* presentasen los
pioles tan te s,—(Traductor.)
— 83 —
Patriarca de Jerusalen. ha hecho levantar allí un
hermoso edificio, y todo revela en él inteligencia,
buen gusto, aseo y orden. Llegué á entender, y era

eiedad protestante de Londres se propone, como sin duda


lo espera, convertirlos á todos, va puede su presidente lord
Shaftesbury crear papel moneda, como lian hecho para sos-
tener su guerra con el Sur los Estados Norte-americanos.
Si esa sociedad tuviera la fortuna de tropezar con un Xa-
tier, la California y la Australia, con todo su oro , ñ o l a
darían lo bastante para pagar conversiones. Otra euestion.
Si un judío anónimo de Jerusalen cuesta 600 libras (3,000
duros) ¿qué suma tan tremenda no se necesitaría para ob-
tener el bautismo de un Rotlischild? No publica la saciedad
el nombre ni de un solo convertido, á excepción del de
un tal «Mauricio Plum, marinero en el navio de S. M. B.
Marte;» y si un marinero ha costado 600 libras (3,000 duros)
cuánto costará convertir un rabino? La sociedad ó sus
empleados dirán que las conversiones y bautismos no son
la prueba de su utilidad, pues aunque entre dies misiones,
en nueve nadie se convierta, siempre hay muchos que pre-
gm¿an. Suponemos que un judío preguntón es como una
hoja blanca entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; una
especie de crisálida, que no es gusano ni es mariposa. Se-
gún el informe de la sociedad , estos judíos de transición y
cristianos incoados, abundan mucho; y sin duda habrá que
rebajar del coste de un convertido, lo que haya costado
crear un preguntón. Si así f oese, desearíamos ver una tabla
de precios c o m e n t e s , en que se distinguiese claramente
qué diferencia hay en el mercado, entre el valor de un con-
vertido y el de un preguntón. ¿Si el juicio final se acerca, "de-
hiendo antes convertirse los judíos y habiendo quien diga
qu« aquel gran suceso so verificará en 1870, la sociedad ne-
cesita reunir en siete años, tres mil y trescientos millones
de libras esterlinas (diez y seis mil quinientos millones de
dures), para hacer á los judíos protestantes al precio cor-
riente.»
— 84 -
natural que así sucediese, que el establecimiento de
este seminario ha encontrado oposición, y que sus
adversarios, hasta cierto punto, vieron justificados
sus pronósticos por la deserción de algunos de los
primeros alumnos recibidos en el colegio. Aprender en
él los idiomas europeos y salir después á ocuparse
como intérpretes de los viajeros, teniendo así una
vida cómoda y desahogada, era ya de por sí una
tentación; á lo cual se agrega no estar acostumbrados
los naturales del país á seguir una carrera como la
eclesiástica, que exige tiempo, dedicación y sacrifi-
cios. Pero el Patriarca, con la idea fija y exacta de
que el Catolicismo seria siempre una especie de plan-
ta exótica en Tierra Santa si no había un clero indí-
gena que la cultivase, no se dejó desalentar, y á pe-
sar de todas las dificultades, que no eran pocas, ha
lograrlo consolidar su seminario- Este ha comenzado
ya á dar fruto. En las témporas de Diciembre de 1861
Monseñor Valerga confirió el subdiaconado a varios
alumnos; los demás están tonsurados, y en la Semana
Santa de 1862 la mitad de ellos concurrieron á todos
Jos oficios celebrados en el Santo Sepulcro con mucha
compostura, ayudando muy bien en el canto á los Pa-
dres Franciscanos y sirviendo de acólitos en las sa-
gradas ceremonias. El Patriarca me dio dos razones
conclnyentes para justificar su empeño por el semi-
nario: los religiosos que vienen de Europa, en su
mayor parte no saben el árabe, que es la lengua del
país ; y aunque tienen un colegio en el Líbano para
aprenderle, raros son los que llegan á perfeccionarse
- 85 —
en la pronunciación. Predican , sí, pero sus sermones
son discursos italianos puestos en árabe, lo cual es
tan reparable, que unos sacerdotes marcmitas presen-
tes en Jerusalen el Viernes Santo, manifestaban no
haber entendido, ó por lo menos no haber compren-
dido bien el sermón predicado en árabe sobre la
Piedra de la unción por un europeo. Por otra parte,
alguna vez los árabes latinos han amenazado con
apostatar si no se les daban auxilios: cuando sus hijos
y sus nietos sean sus sacerdotes, estarán más firmes
en la fe. A la verdad, los Mar emitas, cuyos sacerdotes
son todos naturales del Líbano, han sido siempre fide-
lísimos á la fe católica, á pesar de los turcos, de los
drusos y ahora de los protestantes: lo mismo es de
esperar que suceda en Palestina. Estas razones pare-
cen muy sólidas, y yo felicitó cordialmentc á Monse-
ñor Valerga por los adelantos de su seminario. Los
profesores de este son europeos. El de elocuencia sa-
grada es un joven piamontes, verdaderamente simpá-
tico. El Viernes Santo, antes de la procesión de los
santuarios, predicó un sermón, que yo oí con mu-
chísimo gusto. En su exordio hizo una alusión al in-
mortal poema del Tasso, en su grandilocuente idioma,
y ciertamente tenia algo de arrebatador aquella frase
II gran sepolcro di Cristo, tomada del exordio de la
Jerusalcn libertada, pronunciándola aquel dia en
aquel lugar, á pocos pasos de la gloriosa tumba del
Salvador y no á larga distancia del sitio donde estuvo
el mausoleo del jefe de las cruzadas.
Ademas del seminario se ha edificado en Bed-
- 80 —
Djalla una iglesia católica, bastante grande, y cuya
arquitectura es mucho más elegante que las de las
otras iglesias de Tierra Santa. Si mal no recuerdo,
me ha dicho el Patriarca que en aquella población
hace pocos años no había ningún católico t y ahora
hay muchos t que se han convertido del cisma griego.
Este movimiento de unión á la Iglesia Romana se
ha declarado en otros puntos de la Palestina, de modo
que casi no hay ya una población considerable de
Tierra Santa que no tenga un cura católico, ¡ Quiera
Dios favorecer este movimiento! Los obstáculos no son
pocos ni pequeilos : los turcos ahora, no por sus le-
yes, pero sí por sus costumbres, se oponen á la con-
versión de sus correligionarios; y los griegos, que son
ricos, intrigantes é interesados en mantener el cisma,
harán esfuerzos para impedir la reunión. Sin embar-
go , si la hora señalada por la misericordia divina ha
sonado, esos obstáculos desaparecerán en Palestina,
como van desapareciendo en la Bulgaria, donde la
vuelta de algunos millones de cismáticos á la unidad
ha sido uno de los consuelos preparados por la Divina
Providencia en estos días de aflicción y de prueba,
para mitigar las penas del Padre común de los fieles.
¡Que las almas piadosas no se cansen de pedir á Dios
la extinción del cismaf
CAPITULO V,

MONTES ALLANADOS Y VALLES COLMADOS,

Al salir de Belem. los montes parece que se van


allanando y se van colmando los valles, á medida
que nos aproximamos al Mar Muerto. Estamos ya en
la llanura, toda cubierta de arena y en parte inun-
dada de agua salobre , en donde estuvieron sentadas,
cual sultanas vestidas con lujo exquisito, en medio de
toda clase de placer es, las cinco ciudades á cuya co-
marca se Labia retirado Loth, cuando llegó el caso de
separarse de su tio Abraham. La Sagrada Escritura,
habiéndonos de esta reg-ion, nos dice en términos ex-
presos, «que parecia un paraiso.» ¡Un paraiso! Pues
ahora la cubre f en su mayor parte, como una capa
ele plomo, la superficie del Mar Muerto, en cuyas
ondas malditas ningún ser organizado puede vivir.
Los troncos enormes que suele arrancar el Jordán de
las montanas á cuyo pié se precipita, cuando llegan
al Mar Muerto, que es donde desagua aquel célebre
ño, mueren también. Despojados de su verde cabe-
llera, desnudos hasta de su corteza, casi calcinados,
yacen en la orilla del Mar Muerto, como otros tantos
— 88 -
esqueletos. Una- brisa, que pasando sobre este mar
parece que le abrasa con su lento curso, apenas
levanta las olas, que con pesado flujo y siniestro rui-
do , análogo al del lúgubre bronce que clama por los
difuntos, viene á estrellarse en esta playa, ya tra-
yendo esos troncos muertos, ya pasando sobre ellos y
cubriéndolos de una capa de sal. No, no es una fan-
tástica descripción la que aquí hago: este lago de
asfalto merece con toda propiedad el nombre con que
es conocido en todo el mando, Mar Muerto.
Cinco ciudades irritaron de tal modo á Dios con sus
maldades , que resolvió hacer en ellas no sólo un
castigo justo, sino un escarmiento saludable. Los tem-
plos, los palacios, las casas, todo desapareció. La lu-
josa vegetación, compuesta de árboles robustos, de
lozanas espigas, de viñas abundantes, de aromáticas
plantas, de flores bellísimas, todo se convirtió en
pavesas, porque de todo hablan abusado los culpables
habitantes de la Pentápolis: hé aquí el castigo. JEl es-
carmiento consiste en que á diferencia de otras ciu-
dades, que por los crímenes de sus moradores han sido
arruinadas , aquí quedó un monumento perpetuo de
la ira de Dios, mientras que allá hasta los restos han
desaparecido ó apenas pueden distinguirse. La fe y la
incredulidad vienen frecuentemente á contemplar las
aguas del Mar Muerto. Para la fe, ellas son un espejo
en que ve retratada la formidable justicia que reina
en las alturas, y la fe inclinándose y adorando á la
justicia, porque espera en la misericordia, aprende á
temblar, pero no se acobarda. La incredulidad; como
— 89 -
no espera en la misericordia, finje burlarse de la jus-
ticia; y sin embargo, ella se aleja de estas playas
malditas, nopudiendo negar que aquí hubo un cata-
clismo, ni sabiendo explicarlo por causas naturales.
Así es que á pesar de la sonrisa burlona que asoma en
los labios del incrédulo, él lleva realmente el pecho
henchido de temor. Lo que fué será. El que no quiera
tratar á Dios como padre, habrá de encontrarle como
juez; y el que abuse de su misericordia, será víctima
de su justicia.
Algunos viajeros se han bañado recientemente en
el Mar Muerto, pues ha desaparecido la prevención
que habia en contra de hacerlo. Uno de ellos, Monseñor
Mislin, dice por experiencia propia, que nadie puede
ahogarse en este lago, por ser sus aguas mucho más
pesadas que el cuerpo humano, de modo que este n e -
cesariamente sobrenada en la superficie, aunque quiera
sumergirse. Añade este respetable autor, que cuando
sus compañeros de viaje le vieron salir del Mar Muer-
to, se reian mucho, y averiguando él la causa, supo
que era porque traia la cara cubierta como con una
máscara de sal, á consecuencia de haber zambullido
en las ondas la cabeza. Yo no hice ninguna de estas
experiencias, porque preferí bañarme en el Jordán:
únicamente probé con la mano el sabor de las aguas
del Mar Muerto, que es en extremo desagradable, y
recogí en la playa para memoria algunas piedras.
Una de ellas estaba del todo calcinada, y rompiéndola
exhalaba un fétido olor k azufre. No se encuentran
conchas ni oti*os mariscos en esta ribera, porque
— 90 -
como he dicho antes, ningún ser organizado puede
vivir en este lago.
Aunque el Jordán viene á desembocar en el Mar
Muerto, lo cual debía aumentar de continuo el vo-
lumen de sus aguas, estas parece que no crecen ni
disminuyen; y eso que basta ahora, á pesar de las
exquisitas averiguaciones que se han hecho, no se ha
descubierto comunicación alguna de este mar con
otro alguno de los conocidos. Así no puede creerse
otra cosa sino que la evaporación es la que sirve de
desahogo al lago asfáltide. En un país donde durante
nueve meses del ano hace un calor sofocante, como
sucede en la Judea. la evaporación debe de ser abun-
dantísima, y sin duda se debe á eso que, en un
grande espacio, la tierra vecina al Mar Muerto esté
cubierta de una capa de sal. Pero adviértase que las
aguas del Jordán son dulces, y que las calidades salo-
bres que aquí tienen, como las demás del lago, las
adquieren en el lecho de este. Allí, allí donde estuvie-
ron sentadas las cinco ciudades nefandas, es donde
en señal y como instrumento de castigo, la justicia de
Dios sembró sal, en tanta abundancia, que no sólo
pierden su dulzura las aguas que allí están, sino que
bajo la acción del sol y de los vientos ellas derraman
la sal en derredor, de modo que el viajero va mar-
chando largo trecho -sobre la sal.
Se ha hablado de las manzanas de Sodonisi, y el
sabio botánico Linneo ha tratado de ellas. El arbusto
que las produce es espinoso, y no se levanta más de
una vara v medía ó dos varas sobre la tierra. Sus ra-
— Ol-
mas están erizadas de espinas: sus hojas son angostas
y ásperas: el fruto es un poco mayor que un huevo
de paloma, y : está cubierto de una corteza -amarilla.
Cogido del árbol y abierto con un cuchillo, si esta
maduro, derrama un licor tan negro como la tinta.; y
sin duda este licor es el que, cuando el fruto se seca,
se convierte en polvo. De todos modos es pura poesía
lo de las manzanas de Sodoma, muy hermosas á la
vista, que abiertas sólo dan ceniza. Cuando ellas no
contengan más que polvo, estarán secas, y estando
secas, no podrán ser hermosas á la vista, Ademas, yo
no he encontrado en las riberas del Mar Muerto un
solo arbusto de los que producen este fruto, y sin em-
bargo le conozco, le he cortado y abierto; pero esto
La sido en la llanura de Jericó. La realidad, que tan
imponentemente nos habla en estos lugares, no nece-
sita de adornos»
El alma, fuertemente conmovida por los recuerdos
y reflexiones .que sugiérela vista del sitio que ocupó
la Pentápolis, necesita trasladarse á otra parte para
reposar; y por fortuna, al cabo de una hora y media de
marcha se llega á las márgenes del Jordán, y se está
en.el lugar mismo donde el Precursor bautizó á Nues-
tro Señor Jesucristo. San Juan aparece, por decirlo
así, en el confín de los dos Testamentos, y en su varo-
nil fisonomía se reflejan alternativamente los rayos
terribles del Sinaí y la luz suavísima del Tabor. Cuan-
do conducido por el Espíritu Santo, el Bautista llegó
al Jordán, su voz era severa y hasta terrible; no obs-
tante lo cual le daba tanta autoridad moral la pureza
— 92
de su vida y el rigor de su penitencia, que de todas
partes ocurría la multitud á oirle , á bautizarse y á
expiar sus pecados, Grandes y pequeños, paisanos y
militares, publícanos y fariseos, todos acudian; y
aunque él no disimulaba á nadie sus defectos, la opi-
nión general, en yez de aborrecerle, se inclinaba á
reconocerle por el Mesías. La sinagoga le envió una
embajada solemne para averiguar si lo era; y en esta
ocasión fué cuando el mayor entre los que liabian na-
cido de las mujeres, humillándose delante de la in-
mensa majestad del Dios hecho hombre, á quien so^
lamente había venido á preparar los caminos, declaró
que «él no era digno de desatarle la correa del cal-
zado.»
Mas he aquí que un dia, este Dios hombre se deja
ver en esta misma ribera, y al descubrirle Juan ex-
clama lleno de respeto: «Hé aquí el Cordero de Dios;
hé aquí el que quita los pecados del mundo.» Jesús
se acerca, y pide á su Precursor que le bautice: Juan,
confuso y anonadado, quiere resistir, mas á la ex-
plicación del Salvador que así conviene hacerlo para
cumplir toda justicia, entran los dos al rio, y sus
aguas santificadas por el divino contacto, corren so-
bre ia frente de Jesús, derramadas por la mano de
Juan. En ese instante los cielos se abren, y desciende
una blanquísima paloma sobre el Mesías, oyéndose al
propio tiempo una voz divina que decía: «Este es mi
Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias .$>
Diez y nueve siglos han pasado desde aquel suceso, y
la voz del cielo aún vibra a nuestros oídos. Parece
- 93 —
que el murmullo de las ondas la repite, y que la
"brisa que suspira entre los sauces que cubren las ori-
llas del Jordán, va haciéndole eco de una manera
grata y misteriosa, En este sitio he ayudado yo la
Misa á un Obispo mejicano , y la he celebrado des-
pués de él en altar portátil, no obstante que uno de
los compañeros de viaje me decía que nuestra escolta
estaba alarmada, porque veía á los beduinos de la otra
parte del rio. La corriente del Jordán, especialmente
cuando comienzan á derretirse las nieves del Ante^
Líbano> á cuyo pió nace este rio, es rapidísima y no
de vado por este sitio; lo cual me hizo creer que,
aunque los beduinos quisieran atacarnos, no podrían
hacerlo tan pronto. Como lo previ, así sucedió. Hubo
tiempo no sólo para que yo celebrase, sino también
para desayunarse; y luego nos fuimos alejando del
rio, no sin que tuviese el gusto de bañarme en sus
aguas, renovando de la mejor manera que pude las
promesas de mi bautismo. También tomé una botella
de agua del Jordán» que conservo para recuerdo.
Partiendo del Jordán á las once de la mañana, se
puede ir a comer y á pernoctar en la fuente de Elíseo,
pasando antes por el campo donde estuvo situada la
ciudad de Jericó. Hoy no hay allí más que una mise-
rable aldea T cuyas casas presentan el más desagrada-
ble aspecto. Ademas, esta población no ocupa exac-
tamente el mismo sitio que la ciudad cuyos muros
hizo caer Josué al sonido de las trompetas de su ejér-
cito: allí donde los edificios suntuosos de aquel pue-
blo cananeo levantaban soberbiamente sus torres al
- 94 —
cielo, no quedan ni aun ruinas; y ni siquiera el
arado del labrador , no obstante que este suelo parece
ser fértilísimo, pasa y repasa sobre él para hacer
brotar las espigas en el lugar que antiguamente cu-
brieron las lujosas alfombras. Sin embargo, en la
primavera están estas convenientemente reemplaza-
das con las abundantes aunque silvestres ñores que
entapizan la llanura de Jericó. Aquí y allí un arbusto
espinoso deja ver unas gruesas bayas, un poco ma-
yores que la aceituna, del cual se saca el famoso bál-
samo de Galaad. También se suelen encontrar en
este campo uno ú otro rebaño de cabras. Por lo de-
mas, todo está aquí desolado, como una tierra viuda
de sus habitantes y apenas hollada por algunas tri-
bus estúpidas, entre las cuales no es prudente espo-
nerse sin ir escoltado por algunos soldados turcos,
que se toman con intervención de los consulados
europeos para infundirles respeto.
La fuente de Eiiseo está frente por frente de la
montaña, de la Tentación, no separando á un lugar
del otro más distancia que dos escasas millas. Yo
llegué á acampar allí el sábado primero de Cuaresma;
por lo que me tocó leer en los Maitines la historia de
la triple prueba que el espíritu de las tinieblas quiso
hacer de la virtud y de la divinidad de Nuestro Sal-
vador. Milton compuso sobro este argumento su poe-
ma del Paraíso recobrado, acerca del cual nadie
habla, por juzgársele muy inferior, bajo el aspecto
literario, al Paraíso perdido; y sin embargo, bajo el
aspecto moral, aunque ambas obras valen poco, por
— 95 —
no decir que no valen nada, es superior el Paraíso
tecobrado. Supone Milton que para hacer su primera
tentativa Satanás tomó el disfraz de un pastor, y
que bajo esta figura se dirigió al Salvador incitándole
á convertir las piedras en panes. Yo no sé hasta
qué punto es feliz esta alegoría. Á primera vista
parece ridículo un diablo con zamarra y zurrón; pero
el ser ridículo el disfraz no haría improbable que el
tentador le hubiese usado, pues portal de salir con
su intento, para él todos los papeles, hasta el de
fatuo í son buenos. Sobre todo, es más de agrade-
cérsele á Milton que presente al diablo en figura que
haga reír, como en el Paraíso recobrado, que no el
que le haga interesante, como ha sucedido en el Pa-
raíso perdido-
Mas dejemos aparte al poeta ingles y aun á toda
literatura profana, en sitios como este > donde basta
leer unos cuantos versos del Evangelio para encon-
trar abundante materia de instructivas y saludables
reflexiones. Aquí el Salvador consagró con su ejem-
plo la disciplina del ayuno, contra la cual se sublevan
hoy tantos entre los llamados cristianos, y aun de
los que no renuncian el título de católicos, porque olvi-
dan que no sólo de pan vive el hombre, que su espíri-
tu necesita también de alimento, y que para tomarle
es necesario domarlos instintos animales de la parte
más baja de nuestro ser. De las tres pruebas que hizo
Satanás contra N, S. Jesucristo, la primera fué la
más grosera; y sin embargo, á este género de tenta-
ción ? en que no puede consentir el hombre sin degra-
- 96 -
darse, es á la que hoy cede el mayor numero, no
sólo en los países llamados bárbaros, sino también y
especialmente en los civilizados. ¿Qué otra cosa prue-
ba ese furor por el desarrollo de los intereses materia-
les'? «Convierte esas piedras en pan, esto es, conviér-
telo todo en oro, y que el oro te sirva para gozar de
la materia.» Hé aquí la gran tentación de Satanás a
la humanidad en nuestros dias; y basta abrir los ojos
y los oidos, ó mejor dicho, basta no cerrarlos, hermé-
ticamente, para saber si triunfa ó no el enemigo de la
especie humana. Sólo que, por una cruel ironía,
cuando más se trabaja para más gmar, es cuando la
gran mayoría de la humanidad, sobreexcitada por
esa sed de gozar, padece mayores privaciones. Si no
estuviese fuera de mi actual propósito, nada me se-
ria más fácil ^qne demostrarlo con lo que actualmente
sucede en las dos naciones donde parece que más se
lia olvidado la respuesta de N, S. Jesucristo al ten-
tador, esto es, que «no solamente de pan vive el
hombre;» y que á proporción que descuide la huma-
nidad de nutrirse de su verdadero alimento, la ver-
dad , hasta el pan material escaseará para mantener
la vida de los cuerpos. La humanidad tiene un nobilí-
simo destino, señalado por su Criador, y si ella
rehusa cumplirle , no le será permitido crearse otro
en la tierra. Dios no tolera que sean impunemente
burlados sus designios, todos de sabiduría y de amor;
y por eso su justicia se encarga de restablecer el equi-
librio , cuando el hombre le ha trastornado.
La subida á la gruta misma en que el Salvador
- 97 -
dormía mientras estuvo en esta montaiía, es difícil y
peligrosa, por lo cual y por falta de tiempo, yo tuve
que contentarme con contemplarla á cierta distancia.
Por la noche, á la luz de una luna casi llena, en medio
de un silencio que sólo era interrumpido por el mur-
mullo de las aguas de la fuente de Elíseo, yo subí á
una pequeña eminencia, y desde allí veía aquella
misteriosa montaña santificada por la residencia
que hizo en ella el Dios hombre. La tienda de cam-
paiia en que debia pasar 3a noche, estaba un poco
más abajo. El ahullido de los chacales so oía de Tez
en cuando. El dragomán fumaba su narguillé, espe-
cie de pipa en que el humo pasa por el agua para
purificarle. Los arrieros y los soldados se entregaban
al sueno. Yo hice otro tanto después de haber dado
gracias á Dios por haberme permitido venir hasta
este sagrado sitio, tan lleno de interesantes re-
cuerdos.
Ya habla visitado yo por la tarde la fuente de Elí-
seo. El Domingo L° de Cuaresma por la mañana volví
a hacerlo para lavarme en sus aguas. Estas eran de
mal gusto cuando vivía el profeta Elíseo: los habi-
tantes de Jericó vinieron á él. encomiando las venta-
jas naturales de su ciudad, la cual; decían ellos, sola-
mente tenia la desgracia de que estas aguas, únicas
que podían beber los vecinos de Jericó, fuesen salobres:
el Profeta hizo que trajesen un vaso de sal, y le depo-
sitó en el sitio donde nace la fuente; con lo cual las
aguas desde entonces perdieron su mal gusto. Hoy le
tienen muy bueno, v son tan fecundas, que á las mar-
SANTOS LUGARES, 1
— 98 —
genes del crecido arroyo que á poco de nacer forman,
crece una lujosa vegetación. Yo he comido los berros
cortados al borde de la misma fuente > pareciéndome
mejores que los que en el mea de Marzo se sirven en las
mesas de Londres» Esta fuente, donde se ve nacer el
agua, forma una especie de estanque, que puede tener
cuatro varas de diámetro. El agua es cristalina, de
modo que se pueden ver las arenas del fondo y contar
los pececilios que juguetean en la onda. Luego se for-
ma un arroyo, de dos y media varas de ancho ; el cual
va tomando el paso por la llanura de Je rico , mante-
niendo siempre alguna verdura en medio de la deso-
lación en que los ardores del verano ponen toda la
tierra de la Judea.
Emprendiendo la marcha de la fuente de Elíseo
para Jerúsale n, es necesario atravesar elKarith, tor-
rente célebre en la Escritura Santa > porque á una de
las muchas grutas abiertas en las rocas profundas por
donde va atravesando, se retiró el mismo Profeta
Elias, después de haber anunciado la sequedad al
rey Achab. Guando se ha subido la cuesta que co-
mienza casi en el mismo torrente, se puede dominar
el lecho de este desde una inmensa altura. El sitio es
de verdad imponente, Bien se conoce por qué Dios le
señaló como un lugar de refugio á su Profeta. Un
cuervo le traía de comer; mas para beber, tenia Elias
que bajar por el agua al Karith. Entretanto, la seque-
dad que él había anunciado como un castigo, de tal
manera había agostado la tierra, que el mismo tor-
rente llegó á secarse; y entonces Dios, en vez de du-
— 99 —
plicar el milagro en este sitio, esto es, en lugar de dar
prodigiosamente de beber á Elias, como le daba de co-
mer, le mandó retirarse á Sarepta, donde debia veri-
ficarse otra obra de caridad, en la cual le tocaba des-
empeñar un doble papel. Había en Sarepta una viuda,
la cual, á pesar de su pobreza, no vaciló en hospedar
y mantener al Profeta; rnas prolongándose la seque-
dad y agotándose loa recursos, los de la infeliz viuda,
cargada de hijos, quedaron reducidos á un poco de
aceite. En tal extremidad, ella manifiesta su triste si-
tuación á Elias, Este le ordena preparar vasos t entre
los cuales distribuye el aceite; el cual se aumenta tan
prodigiosamente, que para contenerle no bastaban
los vasos preparados- La viuda, vendiendo el aceite,
pudo hacer frente á todos los gastos de su casa? mien-
tras duró la carestía; recibiendo así de pronto y cen-
tuplicadamente el premio de su caridad hacia el
Profeta.
Los incrédulos han hecho multitud de objeciones
i los milagros. Los apologistas han satisfecho á todos
ellos; y las ciencias, a las cuales había apelado la im-
piedad contra la fe, no han hecho otra cosa con sus
progresos, que venir á pagar un nuevo tributo á la
Religión. Por eso cada día es más cierto lo que dijo el
canciller Bacon: «La ciencia, cuando es poca, aleja
de la fe; pero acerca á ella, cuando es mucha.» Sin
embargo, más que todas las respuestas y los argu-
mentos me place aquel dicho de San Agustín: «Cree-
caos al amor.» Milagro de los milagros, centro y casi
úrico objeto de todos los prodigios, son la Encarna-
— 100 -
cion, el Nacimiento, la vida y la muerte de Jesucristo,
su presencia real en la Eucaristía y su asistencia con-
tinua á la Iglesia. Pulverizados están todos los sofis-
mas dirigidos contra, este milagro por excelencia; nías
no hay una respuesta más conducente contra todoa
ellos, que esta misma palabra: «Oreemos al amor.»
Dios nos ama. infinitamente , ¿pues por qué no creer
en los extremos de su amor? Esto mismo debemos
decir cuando se trata de milagros que, como el que
obró Elias en favor de la viuda de Sarepta,. tienen por
objeto socorrer las necesidades del pobre y pagar la
deuda sagrada de la gratitud. Si; creemos al amor. Y
si aún necesitamos pruebas más materiales , en nues-
tra mano está procurárnoslas. Seamos caritativos: sí,
seámoslo; y no sólo veremos, sino que palparemos los
milagros que la caridad hace ordinariamente. Tenga-
mos fe y esperanza en el amor. Nuestra esperanza no
será defraudada. Nuestra fe será fortalecida. Nuestro
entendimiento participará de la hartura de nuestro
corazón, cuando hayamos satisfecho la necesidad que
este tiene de amar; pero de amar un objeto digno de
nuestra nobleza, como es Dios, y el hombre por .Dios.
El horror que engendra en el ánimo la vista de las
grandiosas soledades del Karith, va cediendo el lugar
a u n a más plácida sensación, á medida que uno v¡i
alejándose de aquel torrente, por entre los desfiladeros
de las montañas. Las colinas están cubiertas de flores
en primavera, siendo entre todas ellas abundantes la&
anémonas, cuyos pétalos de un vivo carmes! apare-
cen como rubíes engastados ya en el verde de las eras,
- 101 —
ya al lado del seco lecho de los torrentes. Largo rato
se camina, entre la piedra y la arena , que dos meses
antes debieron formar la madre de un rio, hasta que
se llega al sitio que la tradición señala como aquel en
que el caritativo Samaritano encontró al viajero heri-
do y robado por los ladrones, de quien no había h e -
cho caso un sacerdote compatriota suyo. Esta escena
que el Evangelio nos refiere, opinan unos que es una
tierna é instructiva parábola, en la cual Nuestro Señor
Jesucristo se retrató á si mismo, mientras otros creen
que contiene una historia verdadera, que suponen su-
cedida en este mismo lugar. Lo cierto es que los Cru-
zados edificaron allí un hospicio y los turcos un Kluvti,
cuyas ruinas se descubren todavía. La soledad y la
conformación del terreno son propias para dar proba-
bilidad á la creencia de que en este sitio pudo haber
antiguamente una madriguera de ladrones. No es
tampoco improbable la indiferencia del levita hacia su
compatriota desgraciado. En cuanto á la caridad del
Samantañoj repito: Oreamos al amor. Uno de los más
elocuentes oradores franceses de nuestros dias, Mon-
señor Dupanloup, dice: «Sin cesar encuentro hombres
que son mejores de lo que ellos mismos creen. Yo no
tengo fe, me dicen; y yo respondo: Sí, la tenéis; sólo
que os falta valor para confesároslo á vos mismo. T e -
ned valor para ser cristianos, y lo seréis. Tened hoy
más caridad que la que habíais previsto.» (Discurso
ufavor de los cristianos de Oriente.)
k poca distancia del sitio de que acabo de hablar,
se señala el campo de una de las batallas de Ibrahim
— 102 —
Bajá en Palestina, A pesar de la penosa sensación que
causan los horrores de la guerra, y especialmente de
una guerra de turcos, de la cual parece que no se po-
día esperar que moral ni aun materialmente ganase
nada el país que era teatro de ella, es necesario con-
venir en que la dominación, aunque pasajera y si se
quiere sanguinaria, del hijo de Mehemet Alí en Pa-
lestina, fué provechosa á este país, y especialmente
á los cristianos del rito latino, establecidos en él. He
notado que algunos sacerdotes españoles, ancianos,
instruidos y virtuosos, que ya residian por aquel
tiempo en Tierra Santa, hablan con cierto aprecio de
Ibrahim Bajá, reconociendo que deben á él los católi-
licos la abolición de algún gravamen que, ido él y res-
taurada la dominación del Sultán, los turcos no se
han atrevido á restablecer. Tal es el ignominioso tri-
buto que se pagaba á la entrada del Santo Sepulcro.
Ademas, Ibrahim purgó de ladrones el país; y aunque
este mal haya renacido, como brota de nuevo en el in-
culto campo la mala yerba, no es ya con el vicio que
antes. Por último, el buen sentido de Ibrahim, ó sean
las prevenciones que habían dejado en él la guerra de
la independencia helénica, hacia que mirase con des-
precio la sórdida codicia de los cismáticos griegos; y
acaso si la Inglaterra y el Austria, bombardeando á
San Juan de Acre y capturando la escuadra egipcia,
no hubieran obligado á- Mehemet Alí á ceder, otra
seria hoy la condición de la Palestina y , sobre todo,
la situación del Catolicismo en Tierra Santa, j Triste
papel el que han hecho y hacen en Oriente los hijos
— 103 —
de los cruzados! Pero no, no son estos sus hijos, ó lo
son espúreos. Ricardo Corazón de León, que ilustró
este país con sus hazañas, era católico; y los que hoy
llevan la bandera de San Jorge, sin invocar la protec-
ción del Santo ni siquiera creer que 61 pueda hacer
alg-o en su favor en el cielo, son protestantes. Sólo así
se explica que sostengan el imperio de la Media Luna,
que Ricardo y con el tantos otros héroes ingleses
creían indispensable hacer desaparecer como un mal,
como un baldón para el Cristianismo y la civilización.
En cuanto á la Francia, tampoco eran hijos de los
cruzados sino de Voltaíre, aquel rey Luís Felipe y al-
gunos de sus consejeros, que se dejaron abofetear en
Oriente por los ingleses, en la época de que hablo.
¡Tan olvidados estaban de las tradiciones de fe y de
honor que sus abuelos habían conservado intactas de
generación en generación , hasta que el sofista de Fer-
ney vino á matarlas en sus pechos, llenándolos de
corrupción!
Llegamos por fin á un sitio donde se puede pasar
agradablemente una siesta, apagando la sed y repa-
rándose del calor. La fuente que se llama de los Após-
toles , porque se cree que cuando venia del Jordán á
Jemsalen, por el mismo camino que hemos traído,
Nuestro Señor Jesucristo se detenia aquí con sus dis-
cípulos, es una vertiente de agua, sobre la cual está
•edificado una especie de templete. Se halla este en el
fondo de un valle, al pié de una colina que se extien-
de por la parte del Sur, en figura de anfiteatro. S u -
biendo por esta colina, con alguna dificultad, porque
— 104 —
el camino es escabroso, se llo^a ¿ u n a llanura. en la
cual hay un sitio, en forma circular, con una piedra
al medio. Esta piedra se conoce que es frecuentemente
batida, para arrancar algunos pedazos , por la piedad
de los peregrinos. Es que la tradición dice que aquí
fué donde el Salvador, cuando venia á resucitar á Lá-
zaro, se detuvo antes de entrar en la población; y
aun se añade, que sobre esta misma piedra, estuvo
sentado Nuestro Señor Jesucristo : de consiguiente
aquí debemos colocar aquellas admirables escenas que
nos refiere San Juan desde el verso 20 al 38 del ca-
pítulo XI de su Evangelio. La noticia de que Jesús va
á Betania> llega á las hermanas del difunto con sufi-
ciente anticipación, para que una de ellas, sin respe-
tar la formalidad del duelo, le salga al encuentro,
Marta deja á su hermana en casa, y se dirige por el
camino que debia traer el Salvador; hállale en este si-
tio; y era tal la confianza que le inspirábala bondad del
Divino Maestro, que reconviniéndole en cierto modo,
le dice: «Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano
no habría muerto. Pero yo sé que cuanto á Dios pidie-
res, otro tanto te concederá Dios,» Jesús no se ofende
ni de la viveza de Marta, ni de la imperfección de
su fe; pues si la hermana de Lázaro la hubiese tenido
entonces perfecta, debería haber reflexionado que, si
no hubiese convenido dejar morir á Lázaro, su divino
amigo, lo mismo ausente que presente, ó mejor dicho,
siempre presente t pues como Dios está en todas par-
tes, habría podido devolverle la salud sin dejarle pa-
sar por el sepulcro. Por efecto de su ilimitada bondad.
— 105 —
el Salvador, en vejs de reprender á Murta, procura
consolarla diciendo: «Tu hermano resucitará.» Los
afectos humanos, por legítimos que sean, corno lo es
el amor fraterno, si Dios no los purifica, extravían
nuestra razón, Marta replica: «Se que mi hermano re-
sucitará, cuando todos resucitemos, en el último día;»
como si dijese : «Eso no me hasta. Era otra cosa lo que
yo esperaba del amigo de mi difunto hermano.» A esta
salida, el Divino Maestro, siempre manso, responde
tomando un tono grave, como la ocasión lo requería,
y dice: «Yo soy la resurrección.y la vida; quien cree
en mí, aunque muera, vive. Y todo el que vive y creo
en mí, no morirá eternamente. ¿Lo crees así?» En
Marta no Labia más que ignorancia é imperfección,
En cuanto á lo substancial, su fe era robusta; como
la fe del pueblo sencillo, que vale infinitamente más
que la duda de los pretendidos sabios. «Sí, Señor, con-
testa ella, lo creo firmemente; porque tú. eres el Cristo
Hijo de Dios vivo, que has venido á este mundo.» Y
cortando el diálogo, vuelve á su casa y dice por bajo
á su hermana Maria: «Ahí está el Maestro, y te llama.»
Oirlo y levantarse, todo fué uno en la amante Magda-
lena, de modo que ni aun se despidió de las personas
que estaban dándole el pesame. Estas la siguieron.
pensando que iría á desahogar su dolor sobre el sepul-
cro de Lázaro. Mas ¡qué sorpresa! María desciende la
colina, pasa delante del monumento, sube hacia el
Oriente; y encontrando todavía á Jesús en el sitio
donde Marta le había dejado, se arroja á sus pies, di-
ciendo como su hermana: «Señor, si hubieses estado
— 106 —
aquí, mi hermano no habría muerto.» ¿No había bas-
tante con esto para hacer interesante cualquier punto
de la tierra? Tanto amor fraterno, tanta confianza en
el Salvador; esta mujer postrada en tierra, este divi-
no amigo que viene á ser el confidente y el alivio de
tantos dolores, forman uu grupo con el cual, un pin-
tor como Rafael, un poeta como Salvador Rosa , po-
drían componer un cuadro, un poema inmortal: pero
¿qué cuadro ni qué poema vale lo que esta sola página
del Evangelio? No, no toque mano profana, por para
que sea, ese grupo inimitable: retírese de esta tierra
quien no venga á ella para adorar al Salvador. Jesús,
al ver las lágrimas de Magdalena, se conturbó, según
la expresión de San Juan; y no sólo quiso sentir inte-
riormente esta conmoción, sino que la dejó ver, llo-
rando también: Et lacrymatns est Jesús. Las lágri-
mas , al decir de San Agustín, son la sangre del cora-
zón: luego este sitio, por haber llorado en él Nuestro
Señor Jesucristo, es, en cierto sentido como la Gruta
de la Agonía, el Santuario de la Flagelación, la Calle
de la Amargura y el Monte Calvario.
No queriendo el Salvador demorar más el con-
suelo de las hermanas de Lázaro, ni retardar la gloria
que á su Eterno Padre ha de procurar la resurrección
del difunto, después de preguntar dónde habían
puesto el cadáver, deja este sitio y Be dirige al sepul-
cro. Colocado este entre dos pequeñas eminencias,
casi á igual distancia entre Betania y el lugar en
que Marta y María encontraron á Jesús, el Divino
Maestro tuvo que bajar como doscientos pasos para
— 107 —
llegar a l a puerta del monumento. Cavado este en la
roca, como era costumbre general de los judíos, es
naturalmente oscuro; y para bajar al primer salon-
cillo hav que descender ocho ó diez escalones. Luego
se da vuelta sobre la izquierda, pues este sepulcro
forma un caracol , y bajando otras seis ú ocho gradas,
se halla la segunda puerta del sepulcro. Este es sufi-
cientemente espacioso, como que formaría una espe-
cie de panteón de familia, y se puede decir dentro
3a Santa Misa, como creo que lo hacen algunas ve-
ces los Padres de Tierra Santa. Yo penetró hasta el
lbndo, registrándole todo con luz artificial; pero
aconsejé á mi compañero que no bajase, porque la es-
calera es estrecha, y con la humedad que sobre ella
filtra, se hace resbaladiza. En este lugar puede en
cierto modo decirse que, como canta la Iglesia en la
Misa de Pascua: d a muerte y la vida tuvieron un
duelo estupendo.» Mas no: la muerte nu pudo resis-
fcir, A la voz de Jesús que llamaba á su amigo Lá-
zaro , la muerte huyó pavorosa y avergonzada, de-
jando su presa en manos de la vida. Por estas gradas
subió el muerto resucitado, envuelto aún en su
mortaja; y en esta puerta se dejó ver Lázaj-o como
nna aparición, que habría hecho huir á todos si no
hubiese estado allí el Salvador, por cuyo mandato
se obraba el prodigio.
No es fácil figurarse cuáles serian los sentimien-
tos que prevalecerían en los corazones de María y
de Marta, al estrechar entre sus brazos á su hermano
resucitado; pero, aunque el Evangelio no lo diga,
— IOS —
podemos creer que el primer cuidado de los tres her-
manos seria ir á echarse á los pies de su Divino amigo.
¡Dichosa familia por su piedad! Sus lágrimas, hien
diversas de las que hace poco vimos derramar á Mag-
dalena, correrían en este sitio. La admiración entre-
tanto estaría pintada en todos los semblantes; pero la
admiración no aparece nunca sola en el rostro huma-
no, porque siempre está acompañada en el pecho con
otros sentimientos. En muchos, la admiración asoma-
ba asociada de la fe y del amor. Estos son los que, en
vista de la resurrección de Lázaro. creveron en Jesu-
cristo; y es de pensarse que esta multitud, cantando
himnos acompañó al Salvador y á sus dichosos ami-
gos hasta la vecina aldea de Botan la, que dista del se-
pulcro unos ciento ó ciento veinticinco pasos. Sin em-
bargo, en el grupo iban mezclados otros, que tampoco
podían disimular otro género de asombro, el cual
aumentaba su despecho, porque odiaban al autor del
prodigio y conocían todas las consecuencias que este
había de producir en el pueblo. Estos fueron los que,
deslizándose entre la gente agolpada para ver á Lá-
zaro y admirar á Jesús, se apresuraron por llegar á
Jerusalcn, salvando la distancia de quince estadios,
ó sean seis millas, que hay desde Betania hasta
aquella ciudad. Iban á dar noticia de lo ocurrido á Jos
Fariseos: cuál fué el resultado, tendremos ocasión de
recordarlo más adelante.
CAPÍTULO VI.

LA MIEL DE LA PIEDRA Y EL ACEITE DE LA


DURÍSIMA ROCA.

No es posible seguir paso á paso el admirable cur-


so déla predicación del Salvador, que solamente duró
tres anos. En ese corto espacio de tiempo, y aunque
reducida á los estrechos límites de la Tierra Santa,
ella fué tan fecunda en enseñanza, en beneficencia y
en prodigios t que el Evangelista San Juan, testigo
ocular de aquellas maravillas, no vacila en afirmar,
al concluir su Evangelio, lo que acaso nos parecería
una exageración, sí no supiéramos que el Espíritu
Santo, hablando por la boca de este Apóstol, no puede
mentir: «Hay otras muchas cosas, hechas por Jesús,
(a más de jas que el Evangelista nos ha referido),
que si fueran á escribirse detalladamente, me parece
que no cabrían en el mundo los libros que con ellas
se llenasen.» (Joan, XXI, 25.)
En vista de esto, no será sino una rápida y muy
incompleta indica don la que yo haga de los principa-
les lugares que N. S. Jesucristo consagró con su
predicación, ocupándome de ellos antes de decir cosa
alguna acerca de Jerusalen. por consultar al orden
— 110 —
y á la claridad, aunque sea cierto que yo visítela
santa ciudad antes que la Galilea, donde comenzó la
carrera pública del Divino Maestro. San Lucas refiere
que inmediatamente después de la tentación en el
desierto, acerca de la cual he hablado en el capítulo
precedente: «Jesús regresó á Galilea en virtud del
espíritu, y su fama se esparció por todo el país.»
(Luc. IV, 14.) Su primera enseñanza fué en su propia
ciudad de Nazareth; mas habiéndole querido dar
muerte sus compatriotas, El y toda, la Santa Familia
se retiraron á Cafarnaum, que era una de las siete
ciudades fundadas en las márgenes del bellísimo
lago de Grenezareth, conocido también con el nombre
de mar de Tíberiades.
No he dudado en llamar bellísimo á este lago,
porque creo que no habrá uno entre los que le visi-
ten, especialmente durante la primavera, á quien no
parezca en efecto muy hermoso este célebre lugar de
la Palestina. Es verdad que hoy ya no existen las
ciudades que poblaban sus orillas , ni cruzan su pla-
teada superficie las muchas barcas que la surcaban en
otro tiempo 7 las cuales no solamente eran de pesca-
dores sino también de gente de guerra. Flavio Josefo
nos refiere las varias acciones que tuvieron lugar en.
.el lago de Genczaretli, siendo él mismo principal
actor en una de ellas, en la que usó de una hábil
estratagema para hacer creer á los habitantes de Tíbe-
riades que le seguiría mucha fuerza armada, para
que se le rindiesen, como lo hicieron. Poco después
se dio untan encarnizado combate entre judíos v ro-
— 111 —
manos en este mismo lago, que sus aguas tomaron,
color de saugre. En tiempo de las Cruzadas, los
guerreros de Occidente hechos dueños de la Tierra
Santa, juzgaron oportuno rodear á Tiberiades de
una alta y fuerte muralla, la cual, aunque muy dete-
riorada boy por las injurias del tiempo y el abandono
de la administración musulmana, todavía subsiste
casi toda en pié, dando k aquella población un as-
pecto imponente. El palacio del señor feudal de Ti-
beriades está también en pié, y recuerda la época
gloriosa en que la caballería se encontraba en todo su
apogeo por la fuerza material y moral que no habían
perdido las razas nobles de la Europa. Por fin. hasta
en estos últimos arlos, Tiberiades ha sido visitada y
embellecida por una de las mayores celebridades
guerreras del Oriente. Ibrahim-Bajá dejó como re-
cuerdo de su visita á este lago, los batios que llevan
su nombre, construidos en el lugar donde brotan las
aguas termales de Tiberiades á una milla larga de
la población. Son dos ó tres las vertientes de estas
aguas f al pié de la montaña y á la orilla misma del
lago. El baño es un estanque circular, cubierto por
una cúpula de la misma forma: el pavimento y las
columnas que sostienen la cúpula son de mármol: en
las inmediaciones de él hay una casa paTa los enfermos.
Allí encontré yo un judío alemán, que dirigiéndose
á mi compa fiero, el sacerdote irlandés, le pedia cu
italiano algún remedio para el reumatismo que pa-
decía; «porque Vds. los ingleses, anadia, si mal no
recuerdo, siempre tienen algo que dar para estas en-
- 113 -
ierrnedades.» Entiendo que esto procedía de que,
según me informó el cura católico de Tiberiadcs. al-
gún tiempo antes se Labia presentado un propagan-
dista protestante, acompañado de un médico, repar-
tiendo biblias turcas. En Tiberiadcs hay muchos
judíos, y son de los mas fanáticos, porque como en
esta ciudad se compuso ei Talmud, la reputan santa
y están allí esperando al Mesías. Ahora, en cuanto á
que curaran las enfermedades del cuerpo, los rabinos
no tendrían objeción que hacera los ingleses, y aun
se alegrarían de ello, porque aunque para los hebreos
sea sagrado el libro de Job. más les gusta estar en
disposición de ganar dinero que de cantar lamenta-
ciones; pero respecto k proles ¿a?iíizar se, eso es otra
cosa. La sinagoga se reunió, y bajo el más grande de
los anatemas que puede lanzar, mandó hacer pedazos
las biblias protestantes y esparcir RUS hojas, de modo
que. según parece . las calles de Tiberiades quedaron
materialmente entapizadas con aquel papel. Los evan-
gelistas de la reforma se alojaban en una tienda
fuera de la cindad, y acertando 4 pasar por allí e)
cura católico , á quien antes se habían dirigido con el
fin de convertirle, les dijo con buen humor: «Ea, se-
ñores, ahora sí que pueden Vds. esperar una buena
cosecha, porque la semilla que han venido á sembrar,
cobre todo el suelo de Tiberiacles.» Parece que á los
propagandistas del puro evangelio no les hizo gra-
cia la broma, y el párroco continuó su camino; deján-
dolos entregados á sus tristes reflexiones.
Sin embargo, yo encontré en Tiberiadcs un conver*
- 118 —
tido al protestantismo. Como el párroco católico no
tiene en Tiberiades más que una celda para sí y otra
para el lego que le sirve de oompaíiero, tuve que
ir á alojarme en una casa particular, donde, por
cierto, pasé la noche mas mala que se puede uno
imaginar. Un proverbio árabe dice que en libertades
tiene su corte et rey de las pulgas, y desgraciada-
mente yo hice en mi cuerpo la experiencia de que
no carece de razón el adagio, pues me fué material-
mente imposible conciliar el sueño en toda la noche.
Unos cojines tendidos sobre esteras en el suelo me
servían de cama, é innumerables insectos irritados
quizás por un largo ayuno se lanzaron sobre mí.
Por esta mala noche, por una cena y un desayuno
tan malos como lo son ordinariamente todos los de
los orientales, pregunté al dueño de la casa cuánto
le debia: él rehusó decirlo, pero un sobrino suyo,
que se habia hecho protestante en Damasco y hablaba
un poco de ingles, me indicó un precio tan elevado ó
más que el de una buena posada de París, Luego
habiéndole indicado mi compañero de viaje si quería
ir con nosotros á los baños, yo le di por esto sin
debérsela una propina, y después me dijo el guia
que quedó murmurando. Por último, le vi en Naza-
reth una tarde que yo daba una pequeña vuelta alre-
dedor de la ciudad, y apenas me vio quiso entrar
coamigo en conversación, acaso con la esperanza de
sacarme más dinero. La impresión que me dejó aquel
neófito protestante, es la de que probablemente él
procurará explotar su mieva profesión de fe y lo
SANTOS LUGARES. 8
- 114 -
poco que sabe de ingles con los viajeros ingleses
que visitan la Tierra Santa; y un di a, como ha su-
cedido más de una vez, cuando la cualidad de pro-
testante deje de ser para él una especulación, se
volverá á su religión antigua. Asi sucedió en el hos-
pital ingles de Jerusalen con un judío que decía ha-
berse hecho protestante ; le vio un rabino ya enfer-
mo. y le hizo tornar al judaismo: sin embargo, la
memoria de su apostasía fué causa de que cuando
murió, los hebreos no quisieran enterraren su ce-
menterio el cadáver; mas como los protestantes no
le querian tampoco, materialmente se estaban
echando el muerto los unos á los otros.
Pero volvamos á Tiberiades. La población de esta
ciudad puede ser de unas seis ú ocho mil almas. La
mayor parte son judíos, los cuales visten allí, como en
toda la Palestina, una larga túnica que les llega hasta
los pies. Por lo común esta tánica es de tela blanca
de algodón, á listas de colores: sobre la túnica,
cuando no hace calor, suelen llevar una capa estre-
cha con boca-mangas, de paño oscuro, adornada en el
cuello con alguna piel. A diferencia de todos los
orientales, que no usan jamas el sombrero, ellos lo
llevan de copa alta y de anchas alas ? lo cual unido
al tipo peculiar ó indeleble de la raza hebrea, hace
que á la legua se conozca, á un israelita en el Oriente.
Yo no sé cuál es su ocupación en Tiberiades, pues el
comercio de aquella localidad debe ser casi nulo, y en
cuanto á la agricultura, no vi en todas las inmedia-
ciones del lago de Tiberiades otras siembras que las
— 115 —
del trigo. El trasporte del grano al interior del país
debe ser poco ventajoso, porque no escaseando allí el
artículo y siendo los caminos tan malos, • más bien
habría pérdida que ganancia en este género de comer-
cio. La navegación del Jordán, que atraviesa el lago
de Genezareth, y que saliendo de él sigue hacia el
Mar Muerto, aunque no es imposible, no se hace; ni
tendría objeto en cuanto a la exportación de los gra-
nos, porque estos tampoco escasean en las comarcas
que baña aquel rio: de consiguiente, yo creo que la
población de Tiberiades vive de sus propios recursos,
ó más bien dicho , vegeta consumiendo los productos
de su suelo y la pesca que puede hacerse en las
aguas de su fecundo lago; en él hay, entre otros pe-
ces, el llamado de San Pedro. Yo le solicitó, porque le
alaban mucho ; mas no pude conseguir más que otro
pescado común, para ir el día siguiente á comerle en
el monte de la multiplicación de los panes y de los
peces, á dos leguas de Tiberiades.
Los judíos, pues, que están recogidos en aquella
población, son del número de aquellos que, ó se reti-
ran de Europa después de haber reunido los recursos
necesarios para vivir, ó se mantienen con los auxilios
que les envían sus correligionarios de Europa, en cu-
yas manos abunda el oro. Gomo la oruga metida den-
tro de su capullo , labrado con materia extraída de sus
propias entrañas 7 está aguardando el día en que tras-
formada en mariposa pueda ostentar á los rayos del sol
sus alas de mil colores, así esta población hebrea es-
pera en Tiberiades la venida del Mesías, el cual se
les figura ha de ser un conquistador terreno; y entre
tanto se entretienen con los cuentos absurdos y con
las máximas sanguinarias del Talmud, Llámase así
el libro sagrado de los judíos modernos, compuesto
por los rabinos para sostener su impostura. Buen cui-
dado han tenido ellos de prohibir que se hagan cóm-
putos sobre las profecías, porque como evidentemente
lian pasado todos los tiempos y se han verificado todas
las circunstancias anunciadas por los Profetas como sé-
llales de la venida del Libertador de Israel, claro es que
si pudiera el pueblo examinar con libertad e impar-
cialidad esta cuestión. descubriría que se le engaña
groseramente, manteniéndole en la espectativa de un
acontecimiento que ya pasó. Mas no es el objeto único
del Talmud tener embaucado al pueblo hebreo: en ese
libro pernicioso se encuentra el origen de ese espíritu
hostil y alguna vez horriblemente sanguinario que
anima á los judíos contra los cristianos. Bastaría saber
que ya en tiempo de Nuestro Señor Jesucristo era
opinión común entre los hebreos, que no tenían obliga-
ción de amar á sus enemigos, para que no se pudiese
tener confianza en los que profesan el judaismo; pues
como nada es más fácil y común que tener por enemi-
go, no sólo al que nos ofende f sino hasta al que simple-
mente nos hace sombra, de ahí es que el que cree que
es permitido dañar al enemigo, es un ser peligroso;
pero ademas el Talmud en términos expresos enseña
á los judíos que les es permitido , no sólo dañar á los
cristianos, sino matarlos; y así es que en 1840 ellos
dieron muerte en Damasco, de la manera más inhu-
- 117 —
mana, á un religioso capuchino, el P. ToniáSj y á su
criado. Le llamaron con engaño á una casa, bajo pre-
texto de asistir á un enfermo: ya tenían alli prepa-
rado un barbero que le degolló, y una vacía para re-
coger la sangre, con el objeto de emplearla en un culto
abominable. Todo esto se probó, y a pesar de la
barbarie de los turcos, ellos habrían hecho justicia en
los culpables, si no hubiera sido por la intervención
de los ilustrados correligionarios de aquellos crimina-
les en Europa, Lo más odioso es que no se procuró
siquiera aparentar que resultaban inocentes, sino que
se trató de sustraerlos de cualquiera manera al castigo.
En efecto t la orden de Mehemet Alí, que entonces
mandaba en Damasco, disponiendo sobreseer en la
causa, dice expresamente: «que lo hace en atención á
la intervención de los europeos; no porque fuese legal
dejar impune aquel odioso delito,» M. Oemieux,
abogado judío de París, que figuró en la revolución
de 1843, y Sir Moses Monten ore, rico judio ingles, an-
duvieron mezclados en estos infames manejos. La
piensa revolucionaria, que tanto ruido ha metido con
el joven Mortara, á quien el Papa mandó retirar de
casa de sus padres, subditos pontificios, porque ha-
biendo sido bautizado en artículo de muerte por una
criada católica que indebida é ilegalmente tenían
aquellos judíos en su casa, corría riesgo de ser perver-
tido si creciera al lado de ellos; esa prensa, que apa-
renta ser tan leal, tan honrada y tan filantrópica,
haría bien en no olvidar tanto que los hebreos, obje-
to de sus simpatías, son los autores del asesinato del
— 118 —
Padre Tomás y su criado, como que en el Talmud,
está el gormen de semejantes abominaciones. Pero
¿por qué extrañar que la prensa revolucionaria
calle sobre este inicuo atentado, y no cese de meter
ruido coa Mortara, cuando los judíos son ricos y
pueden, ó comprar periódicos para que sean propiedad
suya, ó subvencionarlos literalmente para que hagan
la guerra al catolicismo?
Fuera de Tiberiades, como indiqué arriba, no
queda ning-una de las otras poblaciones que en tiempo
de Nuestro Señor Jesucristo se encontraban alrededor
de este lago, Cafamaum, que tuvo la honra de ser ele-
gida por el Salvador para su residencia y la de la
Santa Familia, después que esta abandonó á Naza-
reth por la incredulidad de sus habitantes, no existe
ya, y solamente se cpnoce el sitio que ocupó por al-
gunas ruinas. Magdalum, que era otra ciudad de Ga-
lilea, al Oriente del mar de Tiberiades, tampoco deja
de sí otro rastro que algunas piedras dispersas. Por
tradición se indica el lugar donde se ahogaron los
cerdos en que los demonios se introdujeron con per-
miso de Nuestro Señor Jesucristo, cuando vino al
país de los Gesarenos, librando á los obsesos: este si-
tio está también hacia el Oriente, mas yo no pude vi-
sitarle, como tampoco las ruinas de Cafarnaum y de
Magdalum, pues me faltaba tiempo, debiendo estar
un di a después en Nazareth para la fiesta de la
Anunciación. Así es que habiendo celebrado la santa
Misa en la capilla católica de Tiberiades, levantada
sobre el sitio mismo donde el Salvador fundó la ge-
~- 119 —
jarquía eclesiástica, diciendo á San Pedro en premio
de la triple confesión de su amor: «Apacienta mis ove-
jas, apacienta mis corderos;» me retiré después de
contemplar por un largo rato el lago, cuya superficie
reverberaba como un inmenso espejo ustorio los rayos
del sol. [Aguas dichosas, porque sobre su tersa super-
ficie anduvo el Dios hecho hombre; porque á través
de ellas se deslizaba, la barquilla de Pedro, que el
Divino Maestro honró tantas veces con su presencia é
hizo símbolo de tan altos destinos; y en fin, porque de
simples cogedores de peces que eran en ellas, Pedro,
Andrés, Jacobo y Juan, los convirtió en pescadores de
hombres y de naciones!
Yo salí de Tiberiades á las diez de la mañana,
volviendo frecuentemente la cabeza al remontar la
cuesta, para ver de nuevo el lago de Grenezareth y
todos sus graciosos contornos; mas luego fijó mi ima-
ginación otro objeto: era el castillo de María, hermana
de Lázaro y de Marta. Nada queda de él; pero la
tradición indica el lugar donde estaba edificado, á
dos ó tres millas de Tiberiades, en un profundo valle.
Todas las mujeres del Evangelio son admirables;
pero después de María, madre de Jesús, tipo soberano
de la inocencia, para mí la más interesante es Mag-
dalena, modelo inimitable de la penitencia. Aunque
el Evangelio de un modo formal y expreso la llama
pecadora (Luc. VII, 37), alguno de los Santos Padres
ha pensado que no lo era- en el sentido que ordinaria-
mente se da á, esta palabra- Seria, sí, una mujer del
mundo, seductora por su belleza, apasionada por las
— 120 —
diversiones, dada á los devaneos, aunque guardando
todavía esos miramientos que comunmente se tienen
por bastantes para salvar las uinariencías, pero que no
son suficientes para evitar ín. deshonra, y menos
para disminuir la. culpabilidad ú los ojos de Dios; an-
tes esta culpabilidad es acaso mayor cuando el lazo
que esta clase de mujeres tiende á la juventud está-
más cubierto de llores, porque entonces se verifícalo
que dijo el poeta, lat&t ang%'>v i% kerHs, El áspid
muerde con tanta más seg*ui.u:-:d, cuanto menos se
sospechaba su existencia, y RUS estragos son tanto
mayores cuanto más grande e; h concurrencia arras-
trada por los seductores atrae!* vos. Así es que nada
puede justificar más las lágrim. s de una alma sensi-
ble, cuando ha llegado á conoce; [os males de este gé-
nero que ha causado, come i consideración del
abuso que hizo de los atractivo.: que, con fines mucho
más nobles y elevados, ha dndn el cielo á la mujer;
á la mujer, que por la virtud puede ser poco menos
que un ángel, pero á quien el vicio hace poco menorf
que un demonio.
Nuestro Señor Jesucristo recorriendo este camino
durante sus predicaciones volví-, ¡a vista hacia el cas-
tillo de Magdalena, si me es pe- ¡ ¡itido hablar asi, con
un doble interés: el interés de un Dios que quiere que
todas las almas se salven y ninguna se pierda, interés
pintado con tal viveza por el mhmo Salvador bajo las
tiernas parábolas de la oveja extraviada y del hijo
pródigo; y el ínteres de la amishul santa que ya unía
al Divino Maestro con los hermanos de aquella peca-
— 121 -
dora. [Cuántas veces Lázaro y Marta habían Labiado
de María á su celestial huésped! Si con tanta viveza
pedía la primera la resurrección corporal de su herma-
no ; ¿cómo dejaría de importunar al Salvador para
que devolviese la vida espiritual á su hermana? Sin
embargo, la divina sabiduría, si bien toca con fuer-
zade extremo á extremo, iodo lo dispone suavemente
(Sap., VIII, 1); y asi Nuestro Señor Jesucristo, que
nada quería precipitar, parece que se contenta con
aquellas miradas al castillo de Magdalena: tal vez
esta le veía pasar indiferentemente al principio, fiján-
dose poco en su pobre séquito y en su humilde traje;
tal vez, en otra ocasión, sus ojos impúdicos se encon-
traron con los purísimos ojos del Hijo de la Virgen,
teniendo ella que bajarlos avergonzada; tal vez más
adelante sus criados, que se mezclaran á las turbas
que seguían al Salvador por todos aquellos alrededo-
res, vinieron á referirla los prodigios que Jesús hacia,
y, aunque desaliñadamente, también ia darían una
idea de la doctrina que predicaba. No dista mucho de
aquí el monte de las Bienaventuranzas, donde se en-
señó una filosofía infinitamente superior á la de todas
las escuelas; y la Magdalena, que después de todo no
buscaba sino ser feliz, mas no podia lograrlo en me-
dio de la abundancia y de los placeres ? acaso un dia
dio orden á su servidumbre para que cerraran la puer-
ta á los importunos que venían á cortejarla, porque
ella tenia que hacer; y acompañada de una sola cria-
da'fiel, fué á mezclarse entre la multitud que oia al
Divino Maestro.
— Xlffl —

Todas estas no son más que conjeturas; pero ellas


no carecen de probabilidad. Magdalena habitaba aquí;
y aunque el Evangelio no nos lo dice, de presumir es
que antes de sofocar las pasiones que ardían en su pe-
cho, su entendimiento debe de haber sido satisfecho
por la doctrina y su corazón subyugado por la gracia
del Salvador, Es verdad que para convertir á un pe-
cador, Dios no necesita de la ayuda del tiempo ni del
estrepito de la palabra, y una sola mirada, como su-
cedió con San Pedro, una orden perentoria, como
aconteció con San Mateo , bastaban á Jesucristo para
obrar las mayores conversiones. Sin embargo» ¿.por
qué no hemos de suponer que en el caso de Magdale-
na, que había de servir de guía y de modelo k tantos
penitentes, el Salvador empleó un procedimiento más
ordinario? Lo cierto es que un día, el menos pensado,
estando el Divino Maestro en un convite, Magdalena se
presentó á la puerta de la casa- Nadie la habia invitado
á venir: al contrario, el rígido fariseo que obsequiaba
al Salvador, conocíala mala reputación de aquella
mujer, y lejos de permitirla que viniese á su casa, sí
hubiera podido sospechar su visita, acaso habría dado
orden de rechazarla. En Oriente se conserva la cos-
tumbre cuando se da un convite, de que primero se
sienten á. la mesa el dueíío de la casa y los convidados:
luego entran los criados, y por último los pobres, de
modo que las puertas deben de estar siempre abiertas.
Esto explica cómo Magdalena pudo entrar, sin encon-
trar oposición, hasta la sala del banquete; y esto mismo
da también una idea de su humildad» No iba ella ha-
- 123 -
ciendo crugir la seda de vistosos trajes; antes de pen-
sar es que por espíritu de penitencia ella se había
puesto aquel dia algún vestido que estuviese ya des-
echado en su guardar opa: y aunque llevaba en sus
manos un riquísimo vaso, los criados, lejos de pensar
que ella era su dueño, creerían que siendo una simple
criada, por orden de otro llevaría en el algún presente
para los convidados. Ninguno, pues, la dice nada; pero
ella vacila: su corazón palpita con violencia al choque
de encontrados afectos» ¿Qué dirán los hombres? ¿Qué
es lo que va á hacer? Lo que medita ya á comprometer
su porvenir, porque si el convertirse la humilla, el re-
troceder la cubrirá de vergüenza; y si va más adelante,
¿tendrá fuerzas para todos los sacrificios que la es-
peran? (Pobre alma! La borrasca que te agita ¿es acaso
menor que las que conmueven al Océano"? Pero Mag-
dalena, aunque tiembla como la débil hoja juguete
de los vientos, no está sola. Jesucristo ve la lucha
de su espíritu, y su gracia la sostiene. Ya los enfer-
mos del cuerpo habían experimentado que salía de Él
una virtud tan poderosa, que con sólo tocar la orla de
su vestido tenían la seguridad de ser curados. No
debe ser menos su virtud para sanar los males del al-
ma. Asi lo piensa Magdalena, y se precipita á sus pies,
regándolos con lágrimas.
La acción de esta mujer no solamente ha conmovi-
do en- todos tiempos á los corazones sensibles, sino
que también las inteligencias elevadas han sacado de
este pasaje del Evangelio una brillante y sólida prue-
ba en favor de la Religión. Entre las obras apologéti-
— 12á —
cas publicadas cu estos últimos años, merece ocupar
un lugar distinguido ia que bajo el título de Estudios
sobre el Cristianismo, ha dado á luz el sabio y piado-
so magistrado francés Augusto Nicolás. Pues bien,
una de las mejores páginas de esta obra excelente es
aquella del capítulo sobre las Profecías, en que se
ocupa el autor de la que hizo Nuestro Señor Jesucris-
to en favor de la Magdalena, cuando .la tenia á sus
pies, defendiéndola contra la censura del rígido fari-
seo. El Salvador dijo entonces, que donde quiera que
fuese predicado el Evangelio, que lo seria en todo ti
mundo, se referiría también la acción de esta mujer
penitente en honor suyo. El vaticinio se ha cumplido
en sus dos extremos» El Evangelio ha sido anunciado
ai universo entero , y en todas partes ha resonado la
lama de Magdalena. «¿Quién sino un Dios, dice Nico-
lás , podía predecir que de tanta humillación había de
resultar tanta gloría; gloria que llega al punto de que
cuando en la capital de un grande y glorioso imperio,
se construyó un templo para consagrarle á la gloria-
profana, Dios dispone los sucesos de manera que
cambiado el destino de aquel monumento, él es dedica-
do á Jesucristo, bajo la advocación de la humilde Mag-
dalena?» Esfco ha sucedido en París á nuestra vista.
Un poco más allá del sitio donde se cree que estaba
el castillo de la hermana de Lázaro y de Marta, está el
monte de la Multiplicación de los panes y de los peces.
Hay en él trece grandes piedras, conocidas bajo el nom-
bre de Tronos de los Apóstoles. La tradición índica que
una de ellas servia de asiento al Salvador. Háse obser-
— 125 -
vado que la falda del monte, cubierta de heno en la
primavera, era muy propia para que reposase allí la
multitud que seguía al Divino Maestro; la cual sin
duda venia de todos los alrededores del mar de Ti-
beriades, cuya superficie se descubre desde allí per-
fectamente. Como indiqué arriba, yo me detuve en
este lugar con mi compañero el sacerdote irlandés,
para comer unos peces y unos panes que traíamos de
Tiberiades, tanto para satisfacer la necesidad natural,
como en reverente memoria del estupendo milagro
obrado en este sitio. Este prodigio no ofrece dificultad
á la razón ilustrada por la fe. Dios, de un solo grano
de trigo ha hecho nacer todos los innumerables granos
fíela misma especie, que lian alimentado y alimentan
al género humano, y de solos dos individuos de cada
clase de peces. ha hecho que procedan todos los cetá-
ceos que pueblan los ríos. los lagos, el vasto Océano y
todos los mares. ¿Por qué. pues, disputar sobre el pro-
digio, admirable sí, pero no más maravilloso que el
milagro continuo de la creación y de la conservación
del universo * obrado en este monte por el mismo Dios,
ya que es imposible negar la divinidad de Nuestro Se-
ñor Jesucristo, sin ponerse en contradicción con la
historia, con el buen sentido, con todo cuanto en el
hombre hay de noble y de elevado?
Si: basta abrir el Evangelio y leerlo sin preven-
ción, para tener que exclamar, como exclamaba Rous-
seau: «Este libro me habla al corazón... No es asi co-
mo se inventa. El inventor de este libro sería más
grande que su héroe.» Y esta verdad nunca se conoce
- 126 —
más ni en ningún lugar se siente mejor, que cuando del
Monte de la multiplicación de los panes y de los peces
se pasa al de las Bienaventuranzas. Hay entre los dos
una distancia de tres ó cuatro millas, y para subir al
segundo es necesario separarse un poco del camino:
el guía no quería que yo lo hiciese; pero yo me dirigí
hacia allá indicando á mi compañero que fuese con-
migo, y entonces el guía, aunque á cierta distancia,
no pudo menos de seguirnos hasta la falda del monte,
sin subir á su cumbre. En esta se encuentran las rui-
nas de una antigua capilla, erigida allí probablemente
por la piedad de Santa Elena; y por cierto que si al-
gún lugar hay digno de este honor, es este en que se
reveló á la humanidad la más sublime de todas las
doctrinas, la única que puede salvarla, la que la ha
salvado en el sentido moral y aun en el meramente
material.
Abramos en este monte el Evangelio de San Mateo,
el cual tiene tres capítulos (V, VI y VII), destinados
á referir minuciosamente el sermón pronunciado aquí
por Nuestro Señor Jesucristo delante de las turbas
que venían en su seguimiento. Como la grande, la-
constante, la única aspiración del hombre en todos los
tiempos, países y condiciones es la de ser feliz, digno
era del Divino Maestro ensenar en qué consiste la fe-
licidad , indicando los medios prácticos de conseguirla:
este es el principal objeto de su discurso. Mas ¿quién
creyera que el Salvador hiciese consistir la bienaven-
turanza , precisamente en lo contrario de lo que en el
mundo se ha reputado y se reputa felicidad? La prime-
— 127 —
ra dicha , á juicio de muchos, es la riqueza; y de ahí
el afán incesante por enriquecer, no reparándose fre-
cuentemente en los medios de lograrlo. En vano el
buen sentido había condenado este abuso en la fábula
de Midas, á quien ella suponía que los dioses habían
castigado por la sed de oro, haciendo que todo lo que
tocase se le convirtiera en oro. Inútilmente la razón
indignada por los crímenes de que suele ser causa el
ansia de enriquecer, había exclamado por boca del
poeta: Maldita ¡a sed del oro. Ni servia de gran cosa
que la experiencia demostrase, con repetidos ejemplos,
que se puede ser rico, pero que no está vinculada á la
riqueza la felicidad; el oro seguía siendo el ídolo de la
humanidad. Nuestro Señor Jesucristo venia al mundo
combatiendo esa abominación, en el hecho de nacer
en un miserable establo, de crecer trabajando en un
pobre taller y de vivir en medio de las privaciones,
pues no tenía ni una piedra propia para reclinar la
cabeza; y añadiendo al ejemplo la doctrina, declara
en este monte que la primera bienaventuranza consis-
te en ser pobre de espíritu, esto es, en no amar desor-
denadamente la riqueza. La ira y el espíritu de ven-
ganza habían cubierto de sangre la tierra, llenando
de luto á las familias y turbando la paz aun entre las
personas más allegadas; y nadie, antes que nuestro di-
vino Salvador, había proclamado como El lo hizo, que
la segunda bienaventuranza está en ser manso, es de-
cir, en sobrellevar con amor las impertinencias de
nuestros hermanos, en sufrir con paciencia las inju-
rias y en perdonar á nuestros enemigos. Condenada á
— 128 —
sufrir toda la humanidad sin excepción, de tal ma-
nera la asedia el dolor, que aun en los festines y di-
versiones aparecia su pálida imagen: como que por
eso los egipcios hacían circular en sus banquetes, al-
rededor de las opíparas mesas, un triste féretro: por
lo mismo en los versos de Horacio, que gozaba de los
esplendores de la corte de Augusto, asoma la imagen
de la muerte; y por idéntica razón ha podido decir un
poeta moderno: Musa es el dolor, vate el que llora.
Pues bien» en el fondo de la copa del dolor, que toda
la humanidad debe apurar, derramó Nuestro Señor
Jesucristo una gota de inefable consuelo ensenando,
gne son bienaventurados los que lloran- Ser parti-
dario de la justicia, es frecuentemente una eRpecíe
de martirio, pues que miiahas veces triunfa abierta-
mente la maldad en la tierra, insultando á los que se
la oponen : mas como cumple que los hombres de bien,
aunque no puedan impedir esa prepotencia de la in-
justicia, protesten siempre contra ella, para conservar
los fueros de la razón, manteniendo intacta la fe en el
derecho, el Justo por excelencia les asegura: «que el
tener fiambre y sed de justicia,» es la cuarta bienaven-
turanza. Unir á este amor á la justicia una inclina-
ción continua á la misericordia, ejerciéndola no sólo
con las víctimas de la iniquidad, sino hasta con los
mismos opresores, pidiendo á, Dios les abra los ojos
cuando los tienen cerrados, ó acudiendo á remediar
sus males con el olvido de sus extravíos, cuando ya re-
ciben el castigo que ordinariamente la justicia eterna
les envía aun en esta vida; hé aquí, la quinta bien-
- 129 —
aventuranza. Mantenerse puro en medio de la corrup-
ción del siglo, es asegurarse la tranquilidad de la con-
ciencia , bien mayor que todos los terrenos bienes; y
al mismo tiempo es atraer sobre si las benignas mira-
das del Padre celestial, que se complace en dejarse
ver á las almas inocentes, inundándolas de dulcísimos
consuelos. aun en medio de las tribulaciones porque
las hace pasar para acrisolarlas. Por eso enseña el
Salvador , que la sexta bienaventuranza consiste en
la limpieza de corazón. Mns no basta tener paz consi-
go, mediante la tranquilidad de espíritu que produce
la inocencia: esa paz, colmando el corazón , desborda
y se derrama en torno de las almas puras, cuya aspi-
ración más ardiente es que no solamente ellas, sino
los hombres todos estén en paz con Dios y entre sí re-
cíprocamente. Desearlo y procurarlo, pronunciando
palabras de reconciliación entre los enemigos, de per-
don y olvido de las injurias , de amor mutuo y de di-
simulo de los defectos, es el oficio de \^ pacíficos \ á
quienes por serlo, declara Nuestro Señor Jesucristo,
en sétimo lug-ar, bienaventurados. Sin embargo, mien-
tras los hombrea sean hombres, nunca faltarán entre
ellos quienes se opongan á lo que es justo, y , de una
ú otra manera, padecerán los amantes de la justicia;
pero esta misma persecución, sufrida con paciencia,
es la última de las bienaventuranzas; y esta última es
íma bienaventuranza tan grande, qne no vacila el Di-
vino Maestro en mandar que nos alegremos y gocemos
avernos perseguidos por tal causa, pues nuestra re-
compensa será copiosa en el cielo.
SANTOS LUGA11E3. 9
— 130 —
Xi la Academia, ni el Pórtico, ni otra alguna de
las escuelas antiguas, por sublimo que fuese su filoso-
fía, enseíió jamas una doctrina como esta; y lo más
singular es que mientras la ciencia humana en su re-
lación con la moral y las costumbres siempre se ha
mostrado incompleta é impotente, Nuestro Señor Je-
sucristo á la vez que con su doctrina abarca cuanto
es necesario para la reforma y la felicidad del hombre
y de la sociedad, y ofrece al primero con su gracia un
auxilio suficiente para realizar aquel ideal de perfec-
ción. Así es que mientras no se da un filósofo perfecto
eu ningún tiempo ni país, el catolicismo siempre y en
todas partes presenta multiplicados ejemplos de indi-
viduos de todas clases y condiciones, que poniendo
en práctica la enseñanza dada por su Divino fundador
en este monte, han alcanzado la bienaventuranza, es
decir, la felicidad positiva en esta vida y en la eterna.
Ni esto ha sucedido solamente con los individuos:
las sociedades también, como lo demuestra la histo-
ria , han obtenido la mayor suma de bienestar posi-
ble cuando el espíritu que las regía era más cristiano,
al paso que se han hecho desgraciadas á proporción
que se han desviado de la fuente de vida que está
en aquel espíritu, verificándose así al pió de la letra
el oráculo divino; «La justicia eleva ala nación; pero
el pecado hace miserables á los pueblos.» (Prov. XIV,
24). Un erudito escritor ingles de nuestros di as, Ke-
relm. Henry Digby, ha compuesto bajo el título ele
Ages of Faitch) una obra curiosísima, cuyo argu-
mento son las ocho bienaventuranzas, para demostrar
— 131 —
cómo gozaron de ellas los siglos de fe, llamando así
á los que mejor se conformaron á la doctrina de Jesu-
cristo. La contraprueba de la necesidad de esa doctrina
pudiera darse componiendo un libro con el título de
Siglos de incredulidad; para el cual no faltarían ma-
teriales , pues nos los brinda á manos llenas el tiempo
corrido desde que apareció el protestantismo. Una
obra de esta clase demostraría que, á pesar de un
progreso aparente y de una grandeza engañosa, los
pueblos son más infelices desde que se ha desterrado
á Dios de las instituciones sociales.
Seria necesario escribir no uno sino muchos trata-
dos especiales, para decir alguna cosa, sobre todo, del
discurso que el Salvador pronunció en esta montaña;
es necesario leerle íntegro en el Evangelio, con los co-
mentarios de los Santos Padres: es indispensable, sobre
todo, procurar asimilarse en la meditación aquella al-
tísima y purísima doctrina, para conformar con ella
nuestra vida. Esa doctrina es el compendio, el resumen
de la que el Divino Maestro predicó á través de estas
rocas, en las cimas de estas montañas, en esas llanuras
que confinan con el desierto; y como esa doctrina es
más dulce que la miel al paladar del alma, más grata
al corazón que el bálsamo derramado sobre las heri-
das, he aquí por qué yo recorriendo estas rocas y estas
montañas me he acordado de la promesa hecha mu-
chos anos antes de la venida de Jesucristo, esto es, que
por El chuparíamos la miel de la piedra, y el aceite de
la roca durísima, y por esa misma razón be puesto es-
tas palabras como título del capitulo que aquí termina.
CAPÍTULO VIL

BUENO ES ESTARNOS AQUÍ.

Con sentimiento se deja el monte délas Bienaven-


turanzas, "bajando á la llanura de Hittin, extensa y
"bella por cierto, pero llena de tristes recuerdos; porque
ella fué teatro de una de las últimas derrotas que su-
frieron los cruzados en Tierra Santa, cayendo en ma-
nos de los turcos un gran fragmento de la Santa Cruz.
El patriarca latino que le llevaba dentro de un riquísi-
mo relicario, no se rindió sino perdiendo la vida. Los
guerreros cristianos se condujeron aquí, con un valor
heroico, pero desgraciado; y viendo los últimos de ellos
que era inútil más resistir, se dejaron degollar como
corderos, después de haberse batido como leones. Yo
no podía apartar de mi imaginación aquel funesto
cuadro, pareciéndorae ver todavía blanquear en el
campo los huesos de los cadáveres que allí quedaron
hacinados, causando horror aun después de mucho
tiempo, según dicen los historiadores de la época, y
compadeciendo á las victimas de aquel desastre: ya
que no podía hacer otra cosa por ellos, dije en sufra-
gio de sus almas el salmo Be pro/'unáis.
- 133 —
Mas surge á corta distancia, para alegrar el espíri-
tu, un objeto grandiosamente bello: es el monte Ta-
bor. Destacado de todas las otras montañas, haciendo
juego con el monte Hermon, avanzando sobre la lla-
nura extensísima y feracísima de Esdrelon, con las
faldas cubiertas de árboles, de arbustos, de plantas
aromáticas y de flores, el Tabor es un magnífico al-
tar, naturalmente elevado para dar gloria á Dios. El
domingo tercero de Cuaresma de 1S62, día en que yo
fui al Tabor, el sacerdote irlandés que me acompa-
saba me decia que no se acordaba de haber tenido
un dia más feliz que aquel en su vida, y se ocupaba
en recoger ñores para formar ramilletes, con el objeto
de adornar el altar portátil que llevábamos para decir
Misa en el lugar mismo de la Transfiguración. Yo
también sentía un bienestar extraordinario durante
nuestro ascenso á aquella santa montana, cuyas gra-
ciosas formas han quedado de tal manera impresas
en mi memoria, que me acordare siempre de haber
Tisto el más hermoso pedestal terreno de la gran figu-.
u de Cristo- Yo había contemplado en la Pinacoteca
del Vaticano, la obra maestra de Rafael, la Transfi-
guración, que el insigne pintor dejó incompleta. En-
tre todos los títulos de la gloria de Rafael, este cua-
dro es el más brillante. Sin embargo, el arte es nada .
en comparación de la naturaleza, así como la natn-1
raleza es poca cosa al lado de la religión. El Tabor en-
tapizado de flores, embalsamado por sus plantas aro-
máticas ? nadando en luz, nos hace olvidar el gran
cuadro de Rafael: pero el mismo Tabor parece que
— 134 —
se borra á nuestra vista, cuando con los ojos de la fe
contemplamos sobre su cumbre la gloriosa figura del
Salvador, teniendo á su lado á Moisés y Elias, y á Pe-
dro, .Tacobo y Juan á sus plantas.
Una hora y media se emplea en subir desde el
pié basta la cumbre del Tabor; pero aunque este ca-
mino es difícil, no es impracticable: yo me bajé del ca-
ballo una sola vez por precaución; pero luego volví á
montar, llegando así basta el recinto de la pequeña
y abandonada capilla que tienen los latinos en el si-
tio mismo de la Transfiguración- Dije abandonada,
no por falta de los Padres Franciscanos, á quienes
pertenece» sino que ya sea por la inseguridad de los lu-
gares, ya por falta de recursos, ninguno de ellos vive
en el Tabor. Los griegos cismáticos tienen en este
monte una iglesia, no concluida todavía, y yo encon-
tré en ella un monje, que me dio agua de su cisterna
para el santo sacrificio y para beber. He conocido en
Palestina á la setíora Condesa Dietrichstein, austría-
ca, que hacia su segunda peregrinación en Tierra
Santa, y según oí decir, ella ha ofrecido una limosna
de doce mil francos para que se repare y ensanche la
capilla católica de la Transfiguración en el Tabor.
Liberal es esta limosna, aunque no suficiente; y es de
esperarse que no solamente otros fieles contribuyan
á esta obra, sino que desaparezcan los demás obs-
táculos que se opongan á su ejecución. Donde están
los cismáticos no sólo pueden, sino que deben estarlos
católicos; porque si estos se descuidan, tal vez les
usurparán aquellos el sitio donde se obró aquel mis-
— J35 —
teño, y les impedirán ofrecer en él el sacrificio de la
Misa. Yo la celebré allí con gran satisfacción, acor-
dándome mucho después de la consagración de las
palabras divinas que resonaron en esta soledad:
Este es mi Id jo muy amado, en quien tengo mis
complacencias: O idle.
No distante del monte Tabor se encuentra el
Campo de las espigas, llamado asi no porque aún en
el dia sea aquel un terreno de pan sembrar, sino
porque la tradición indica que aquí fué en donde pa-
sando el Divino Maestro con sus discípulos un dia de
sábado , estos cortaron al gamas espigas, y estrujándo-
las entre las manos hacían salir el grano para co-
merle, porque tenían hambre. Esta acción tan natural
y tan sencilla excitó un falso escándalo en los fariseos,
á pretexto de que los discípulos violaban el sábado.
Esto dio lugar á una de las instrucciones del Salva-
dor, en que brilla la más exquisita prudencia al lado
de la más tierna misericordia: después de recordarles
que David, aunque no era lícito comer los panes de
proposición, los comió en caso de necesidad, les ar-
guye con el ejemplo de los sacerdotes, que aunque
trabajaban en sábado en el servicio del templo, no
eran reos de violación: luego les dice en términos
formales que Él mismo, siendo Dios y Hombre, era
dueño también de dispensar la observancia del sábado.
Sobre todo, lo que pinta no sólo el carácter del Sal-
vador, sino la índole de su religión, son aquellas po-
cas palabras: Quiero la misericordia y noel sacrificio
Qíath, XII. 7); palabras que todo cristiano debía gra-
_ 136 -
"bar profundamente en su pecho, porque á la vez que
pueden servir de base la más sólida á su esperanza, le
trazan la más segura regla de conducta para consigo
mismo y para con los demás. Tenemos un Dios
que declara formalmente querer la misericordia y no
el sacrificio; pues ¿cómo desconfiar de su bondad? Si
quiere la misericordia con preferencia al sacrificio,
el mejor medio de satisfacerle por las faltas que
liemos cometido, más que imponernos indiscretas
privaciones, es ser misericordiosos para con nuestros
prójimos- Dios para si nada necesita. Su espíritu es
no obligarnos á más sacrificios que los indispensables
para dominar nuestras pasiones. Por lo demás, el
campo de la beneficencia, que tan provechosa ha de
ser á los pobres, á los desvalidos, á todos los desgra-
ciados, queda abierto para que le recorramos. La
indigencia conmueve las entrañas del Dios Hombre:
en favor de los que tienen hambre está dispuesto
hasta á dispensar la ley de consagrar ciertos dias á
su culto, Todo esto significan las palabras: «Quiero
la misericordia y no el sacrificio.;) Todo esto se en-
señó aquí, sin ostentación, sin ruido, haciendo un
pequeño giro por los cercados, como nos dice el Evan-
gelista; y esas palabras han. podido más para consolar
á los corazones devorados por el remordimiento, y
han valido más en favor de los pobres, que todos los
libros y todos los discursos de los filósofos y de los
filántropos.
San Mateo indica, que inmediatamente después
se trasladó el Divino Maestro á la Sinagoga. Debe
— 137 —
esta haber sido la de Cana de Galilea, población que
dista solamente tres leguas del Campo de las Espigas.
Aquí fué donde Nuestro Señor Jesucristo obró ñu
primer milagro á instancia de su Santísima, Madre,
en favor de los novios que le habían convidado á
sus bodas. Cana es actualmente una pobre aldea,
pero su situación es pintoresca: edificada en la falda
de una colina, y rodeada de montañas, parece que
domina todo el valle, en el fondo del cual está la
única fuente donde se surten de aguas los vecinos; por
lo que se cree que de esta misma fuente se tomó el
agua para llenar las nidrias de la casa de los novios
por orden de la Virgen María. En memoria del mi-
lagro de la conversión de esta agua en vino, los via-
jeros bajan á esta fuente, beben de ella y aun llenan
algunas botellas. La fuente es abundante: hay una
albercapara recoger el agua: allí se congregan los
ganados. Las mujeres llevan á ]as casas en odres el
agua que necesitan, y el sobrante, formando un arro-
yo á quince ó veinte varas de su nacimiento, entra
6ti las huertas plantadas en el valle, para fecundi-
zarlas. En el sitio donde estaba la casa en que se ve-
rificó el primer milagro que refiere el Evangelio, fué
edificada antiguamente una iglesia. Una piadosa y
respetable seííora francesa, la marquesa de Nicolay,
ha comprado el terreno y minas sobre las cuales apa-
rece la quintuplo cruz de Jerusalen, para comprobar
Que la propiedad de este lugar corresponde exclusi-
vamente á los católicos. Los griegos cismáticos tie-
nen otro establecimiento en Cana, y allí es donde
— 138 —
ellos muestran una jarra, que dicen ser del número
de las nidrias en que se convirtió el agua en vino.
Mr. de Lamartine se burla de esta aserción, sin dig-
narse advertir que los que la hacen son cismáticos;
de modo que los lectores de su libro que no lo sepan,
acaso creerían que los católicos han inventado una
impostura* Monseñor Mislin advierte esta, como otras
faltas de sinceridad y exactitud en que incurrió el
viajero francés; mas el alemán no discute si pueden ó
no haberse conservado uno ó más de los vasos que
sirvieron al primer milagro del Salvador. Por una
parte me parece que sobre estas materias no hay
mejor respuesta que la que dictó el simple buen sen-
tido á un ingles del pueblo, convertido al catolicismo»
que viajaba por Alemania acompañando á un caba-
llero espaííoL Importunándole los protestantes para
que fuese á ver los zapatos de Lutero, el ingles les
respondió decididamente:—«No quiero.—¿Por qué mo-
tivo?—Mirad , vosotros los protestantes os reís de la
veneración que nosotros los católicos tributamos á las
reliquias de los Santos ? que tenemos por autenticas;
pues bien , yo digo que de vuestra parte ese empeño
porque yo vaya á ver las chanclas del fraile apóstata.
es una especie de culto, y ademas añado que no se me
antoja creer que jamas Lutero calzase esos zapatos.»
No hay capital de Europa en donde no se conserven
y se muestren al público objetos que se dice haber
pertenecido á tal ó cual hombre célebre, y es una
inconveniencia absurda tachar de crédulos á los que
juzgan no sólo posible, sino natural, que los Apóstoles
— 139 —
y los primeros cristianos hayan conservado con ve-
neración aquellas cosas que se relacionaban con la
vida, las obras y la muerte de su Divino Maestro. No
es esto decir que yo salgo fiador de la autenticidad
de la Jtidria que muestran los griegos en Cana: ten-
go yo tan poca confianza en los cismáticos, que ni
siquiera solicité verla. En el Escorial, sí, había yo
visto dos años antes otro vaso, que se dice ser del nú-
mero de aquellas Mdrias de que nos habla el Evan-
gelio; pero las anteriores reflexiones solamente tienen
por objeto demostrar cuan infundadas y ademas cuan
inconsecuentes son las burlas que suele hacer la lige-
reza, muy parecida á la impiedad, contra las creen-
cias y prácticas de los católicos.
De Cana se va á Nadareth en hora y media por un
camino delicioso. Nada diré ahora de Nazareth, por-
que ya me ocupé de la Ciudad de las Flores en otro
lugar, según lo exigia el método que me propuse en
esta obra- Ahora, pues, sin perjuicio de hablar en
el capítulo siguiente de algunos otros lugares de la
G-alilca al referir mi paso por ella y por la Samaría,
concluiré diciendo: que esta provincia es, por la na-
turaleza, una de las más bellas de la Tierra Santa, y
que Nuestro Señor Jesucristo dejó en todo este país
impresas tan profundas y luminosas huellas, que en
cualquiera de sus lugares el alma cristiana se siente
movida á exclamar como San Pedro en el Tabor: Bue-
no es estarnos aquí. Sin embargo, es necesario partir,
porque las augustas funciones de la Semana Santa, que
á más andar se aproximan, nos llaman al Calvario.
CAPÍTULO V I H .

EL DON DE DIOS.

Al salir de Nazareth, con dirección á Dejem^


queda á la derecha la aldea de Japliia, la cual se
supone que fué patria de los apóstoles Santiago el
Mayor y San Juan. El estrecho lazo de parentesco
que unia á la familia del Salvador con la del Zebedeo,
hace probable que esta última morase muy cerca de
aquella; y así, constando en el Evangelio que María
habitaba en Nazareth, parece probable que Salomó
viviera en esta población. Ademas ella dista sola-
mente medio dia de Tiberiades, de modo que nada
obsta para que creamos que permaneciendo aquí la
madre de Santiago y Juan, estos y su padre se ocu-
paran en la pesca, teniendo su barca y sus redes en
el lago de Genczareth. Yo no tuve tiempo para visitar
esta aldea, en la cual, por otra parte, no se conserva
ningún monumento de los Santos Apóstoles. Los Pa-
dres Franciscanos de Nazareth, cuyo convento se
reputa español, van sí el 25 de Julio á celebrar allí
el martirio del glorioso patrono de España.
La bajada de las alturas de Nazareth al campo
de Esdrelon es peligrosísima, y así es necesario ha-
— 141 -
certa á pié, para no exponerse á una caída, que seria
mortal, lín oficial turco había bajado asi aquella ra-
pidísima cuesta. Ni puede uno, ocupado en ver por
donde anda f fijar la vista en el magnífico panorama
que se le pone delante. La llanura deEsdrelon, llama-
da el granero de la /Siria, tiene cinco ó seis leguas
de extensión. Todo su terreno es fértil, y en la pri-
mavera la atraviesa el torrente Cison, aumentado
con las aguas de una vertiente natural que está en
medio del mismo campo: á la izquierda, sobre una
inmensa montana, se descubre un punto blanco; es la
ciudad de Naim: á la derecha están el grande y el pe-
queño Hermon, que son los montes de los cuales dijo
David en los Salmos, que habían saltado como corderos:
un poco más allá se seríala el sitio donde estuvo Endor,
residencia de la pitonisa á quien consultó el obcecado
Saúl poco antes de dar en estas inmediaciones la bata-
lla en que perdió la corona y la vida. En este mismo
campo triunfó Bébora, una de las mujeres ilustres de
la Biblia: en otra época muy posterior combatieron
también en este sitio los cruzados; y por último, casi en
nuestros días, hasta aquí vinieron las huestes france-
sas durante la expedición del primer Bo ñaparte á
Egipto. Todo se reúne, pues, para dar ínteres a este
campo: su conformación, su fertilidad, su hermosura,
por parte de la naturaleza; los triunfos, las derrotas,
las consecuencias de aquellos y de estas, por parte de
los hombres; y por parte de Dios, esa impasible é
insondablemente sabia Providencia con que, respe-
tando siempre el libre albedrío humano, y sin vio-
- 142 -
lentar de ordinario las leyes de la naturaleza , lo
hace concurrir todo á la ejecución de sus altísimos de-
signios.
Á buen paso de caballo se emplean cinco horas en
atravesar la llanura de Ésdrelon, sin encontrar en
toda ella más que una miserable aldea, con sus casas
de lodo t sus cercas de nopal, algunas colmenas y una?;
pocas cabras; ignoro el nombre de esta aldea. En la
extremidad de la llanura se encuentra la ciudad de
Dejenin, que es el lugar donde Nuestro Señor Jesu-
cristo curó á los diez leprosos, de los cuales uno
solo, que por cierto era samaritano, volvió á darle
las gracias cuando se vio sano. Nada cuesta menos,
nada parece más natural que el agradecimiento; y sin
embarga, nada es más común que olvidar los benefi-
cios, no siendo raro correspondemos con ofensas: al
menos en tratándose de Dios, esto es lo más frecuen-
te. El Salvador lo sabia; mas no por eso dejó de con-
tinuar su carrera ? toda de beneficencia, llevando su
divino heroísmo hasta el punto de no prorumpír
nunca en esas frases hinchadas de los moralistas
profanos contra el desagradecimiento: si una vez se
quejó hasta derramar lágrimas, de que Jerusalen no
hubiese conocido lo que la amaba, fué porque preveía
las desgracias que en castigo de tan injustificable ce-
guedad habían do llover sobre su pueblo.
Á la salida de Dejenin se entra en la garganta de
una montaña, siguiendo el curso de un copioso arroyo,
cuyas márgenes están cubiertas de berros. Estas aguas
dan fertilidad y hermosura á los alrededores de aque-
— 143 —
lia población, en cuyas huertas se ven muchas
palmas. A la derecha hay un montéenlo, el cual es-
taba todo cubierto de ñores cuando yo le visité, y por
su posición me parece que seria el sitio en donde se
encontraban los leprosos cuando los curó Nuestro Se-
ñor Jesucristo* Descubrí dos arcos, que me parecieron
parte de una iglesia ó de un convento, y algo más.
arriba son visibles otras ruinas, que acaso son las de
algún castillo levantado por los cruzados. A medida
que se sube, la perspectiva se hace más interesante,
no sólo por los accidentes del terreno y por la vegeta-
ción » que es abundante en estos sitios, sino porque
se descubre en lontananza el Ante-Líbano, con su
eterno turbante de blanquísima nieve. La soledad
más absoluta reina en estos lugares. El guia canta
de vez en cuando en su lengua árabe, la cual bien
puede abundar en hermosas figuras de retórica, pero
sus acentos son tan monótonos, que por librarse de
su eterno martilleo, prefiere uno que se calle, y no
oír masque el zumbido de las abejas y el suspirar del
viento á través de estas encrucijadas.
A tres horas de Dejenin se encuentra la imponen-
te posición de Bethulia. Esta es, en rigor, la llave de
la Samaría y de la Judea; y viéndola se conoce con
cuánta razón los israelitas, cuando esta ciudad quedó
libre por el heroísmo de Judith, consideraron salvo á
su país y entonaron en loor de la heroína aquel céle-
bre cántico: «Tú eres la gloria de Jerusalcn, tú la
alegría de Israel, tú la honra de nuestro pueblo.»
Bethulia está edificada sobre una montaña de forma
— Uí —
circular, dominando el valle inmediato y cerrando
el desfiladero que conduce directamente á la capital
de la Samaría, En el valle, durante el invierno, se
inunda todo aquel terreno. Cuando j o pasé por este
camino, tuve que andar largo trecho entre el cieno,
dejando á la derecha una laguna ceñida al norte por
una cinta de olivos. Innumerables son los árboles de
esta misma especie que crecen en las alturas inmedia-
tas, detras délas cuales, formando una cordillera de
color azul oscuro, vuelven á descubrirse los montes
de Moab, que yo había ya contemplado al regresar
del Jordán desde las montañas de Benjamín. En
cuanto al estado actual de la población de Bethulía,
yo no puedo decir nada como testigo ocular, pues no
entré en ella; debiendo cout evitarme con pasar al pié
de las murallas, las cuales fueron reparadas en tiem-
po de Ibrabim Bajá. Numerosos rebaños de ovejas
bajaban á pacer en el valle. La mañana estaba fresca,
y mi compañero tenia gana de galopar: el caballo
del Líbano que yo montaba, aunque brioso y de ex-
celente paso, era de malísima boca; y como los ar-
neses en Oriente son detestables, á poco que habíamos
corrido por aquella llanura , el freno se habia hecho
pedazos; en componerle perdimos el tiempo que ha-
bíamos ganado en la carrera. Entre Bethulía y Na-
plusa encontramos muchísimos peregrinos rusos, á
caballo, en borricos y á pié: los hombres con largas
barbas y enormes botas; las mujeres, viejas en su ma-
yor parte 7 miserablemente vestidas; varios hombres
y mujeres cargados con grandes palmas, traídas
— 145 —
desde Ivaiffa, otros con los pies estropeados ó jadeando
de fatiga; lié aquí el cuadro que presenta una cara-
vana rusa vista en Tierra Santa, Otra he encontrado
á bordo de un vapor ruso, trasladándome de Kaiffa á
Jaffa; pero en esta segunda, aunque habia muchos
individuos de aquellas mismas condiciones, que cu-
brían el puente del buque no sólo con sus personas
sino con sus colchones y ropa de cama; iban tam-
bién un Obispo ó Archimandrita ruso, el Patriarca
de Alejandría, un cónsul griego y el comisionado del
Czar en Beyrouth con su señora, formando todos el
más abigarrado conjunto. El Obispo ó Archiman-
drita ruso tenia gusto en hacer bailar á algunos
tarcos que iban también á bordo, uno de los cua-
les tomaba la cimitarra y daba saltos y brincos en
torno de un círculo formado de árabes, quienes acom-
pañaban la danza con un monótono palmoteo. La se-
ñora del comisario ruso pareció complacerse en la di-
versión , y el citado dignatario acaso estaba satisfecho
tle habérsela procurado: el mismo, como hombre
complaciente, ya imponía la mano sobre la mano de
alguna anciana peregrina que venia á ponérsele de-
lante, ya hacia que su paje trajese del camarote una
Cíijita, de donde extraía su retrato fotografiado para
liacerle ver; pero allí lo mejor para contemplar era
su propio original. Sobre la cabeza, en vez de otra
cosa, tenia una especie de copa de sombrero, sin ala
ninguna, hecha de terciopelo, entre morado y car-
mesí; la túnica era negra, á ramalones verde mar,
y como sin duda sentía fresco, aunque estábamos SO-
SANTOS LUGARES. 10
— 14(5 —
brela costa de Cetárea y en principios de Abril, hizo
que le subiesen también an sobretodo. Antes de que
se lo pusiese, pude yo ver que en vez de. pectoral él
llevaba al cuello pendiente una placa de brillantes;
no por eso le faltaba la cruz , sólo que la tenia escul-
pida en el pomo de un largo bastón, cosa en realidad
no extraña en Prelados subditos de un autócrata,
pues así, cuando convenga, la cruz se arrumba ó se
oculta, mientras que la decoración, símbolo al pare-
cer de honor y en realidad de servidumbre, siempre
está sobre el pecho. Más adelante tendré que decir
alguna cosa que convencerá á los lectores de que el
exterior corresponde perfectamente al interior del
clero y del pueblo ruso. El bueno de mi compañero
de viaje estaba apasionado por la liusia, acaso porque
cansado él de ver y sentir como irlandés, lo que un
gobierno que se dice liberal, como el ingles, ha
hecho en la católica Irlanda, se baria la ilusión de
que más tiene que esperar el catolicismo de la ]l\\-
sia que de la Inglaterra» Yo no participo de esas
ilusiones, que reputo peligrosas; y así hice todo lo
posible para convencerle de que ni el Catolicismo ni
el orden tienen gran cosa que esperar de la Bnsia.
No el Catolicismo. Yo acababa de estar en Roma,
en donde habia visto en un pequeño convento situa-
do frente á la casa de San Eusebio en el monte Esqui-
lmo, á aquella célebre religiosa polaca, Macrina, que
habiendo logrado escapar de la tiranía de Nicolás, fué
á deponer á los pies del gran Pontífice Gregorio XVI,
la relación de las crueldades con que el autócrata la
habia afligido á ella y á sus hermanas, con el perverso
designio de hacerlas apostatar de la fe católica. No se
ignoraba en liorna, por cierto, lo que la tiranía mosco-
vita estaba haciendo para propagar por la fuerza el
cisma; pero aqnella relación, y sobre todo la vista de la
misma víctima, que llevaba todavía en su inocente
cuerpo las cicatrices de los tormentos, conmovieron
profundamente los ánimos rectos, no sólo en Roma, sino
en toda la Europa, Poco tiempo después, el bárbaro
perseguidor tuvo la audacia de presentarse en la capi-
tal del orbe católico, acaso con la esperanza de inti-
midar al anciano Pontífice: pero los poderosos de la
tierra, que todo lo libran á la fuerza bruta ó á la a s -
tucia diplomática, no saben todavía cuánta fortaleza
se encierra en el pecho sumo sacerdotal del Vicario
de Jesucristo en la tierra. Es fama que, encerrados
Gregorio XVI y Nicolás I, el Papa no sólo echó en
cara al Czar su infame tiranía 9 sino que lo emplazó
ante el tribunal de Dios. Lo cierto es que el Empera-
dor de todas las Rusias dejó á Roma sin alcanzar nada
favorable á su política: al contrario, tuvo que modi-
ficarla, mas no tanto que llegase á dar ala Iglesia ca-
tólica un desagravio tan cumplido como la debia. Por
eso Dios, el cual es paciente porque es eterno, como
dice San Agustín, pero que tarde ó temprano castiga
siempre las injusticias, humilló á Nicolás en la guerra
de Crimea, durante la cual murió él, legando á su
hijo y sucesor, no sólo la vergüenza de pedir la paz,
una marina destruida y un tesoro gravado, sino los
gérmenes de revolución que están brotando en el co-
— 148 —
razón mismo del imperio moscovita, con un vigor
salvaje.
Mas no solamente habia yo tenido ocasión en Roma
de ver a la abadesa Macrina y de recordar en la histo-
ria de su martirio la fiera saña que profesa el cisma
dominante en Rusia á la Religión católica: el día de
la Epifanía t hallándome yo en la capilla Sixtina, un
Obispo asistente al Solio Pontificio, que me habia in-
vitado á volver en su coche i casa, me dijo: «Ahora
mismo va el Papa á tener un Consistorio > para pre-
conizar al Arzobispo de Varsovia. cuya persona le es
en alto grado simpática.» Más aun: se anunciaba al
mismo tiempo que la corte de San Petersburgo por
medio del telégrafo habia indicado que estaba dispues-
ta á recibir un Nuncio Pontificio ; y á los pocos días
comenzaron á designarse varios Prelados para aquel
importante puesto; y por último, se fijó la elección en
Monseñor Berardi ( sustituto de la Secretaria de Esta-
do , hombre de grande habilidad para los negocios,
Pero ¿qué ha sucedido? Mi el nuevo Arzobispo de Var-
sovia ha tenido toda la libertad de acción que necesi-
taba, ni Monseñor Berardi ha ido á San Petersburgo;
porque, según ha dicho el Diario de Francfort, el
gobierno ruso pretendía que las comunicaciones entre
el representante de Su Santidad y el episcopado cató-
lico, pasasen por sus cancillerías.
Si esto se hace mediando para la Rusia todas las
consideraciones que, por miedo, tiene hoy que guar-
dar á la Polonia, ¿qué hará respecto á los intereses
católicos en Oriente, si llegase ella á sustituirse á los
— 149 —
turcos en la dominación de la Tierra Santa? ¿Qué im-
porta que la Rusia se llame cristiana, si es cismáti-
ca, y por el cisma se halla sumergida en la más estú-
pida, eii la más deplorable abyección religiosa"? Dicen
que en Rusia lia pasado á ser proverbio, para indicar
la ignominia de una cosa, llamarla vil como VM pope,
esto es, como un sacerdote cismático: y á fe que, co-
mo una misma causa debe prodncir el mismo efecto, á
juzgar del clero cismático ruso por el clero cismático
griego, debemos concluir que es un cuerpo corrompido
y corruptor, A su tiempo, hablando de la abomina-
ción que tiene lugar en el templo del Santo Sepulcro
el Sábado de gloria, bajo el nombre de Fuego -Santo,
tendré ocasión y necesidad de volver á hablar del cle-
ro cismático, para que se vean y se palpen los funes-
tos efectos de esas excisiones, que separando una igle-
sia particular del centro de la unidad católica, la rama
del tronco, la condenan, no sólo á secarse y esterili-
zarse, sino á deformarse y corromperse horriblemente,
lié aquí algunas de las razones por las cuales yo
combatía la simpatía de mi compaíiero de viaje hacia la
Rusia. Por lo demás, á él le alucinaba la vista de un
tan crecido numero de peregrinos rusos, que vencien-
do tantas dificultades, con una íe al parecer tan viva y
con un amor tan tierno hacia los lugares que santificó
con su vida y muerte Nuestro Señor Jesucristo, encon-
trábamos estropeándose los pies en los guijarros del
camino entre Kaiffa y Naplusa; mas tampoco sobre esto
hay que hacerse ilusión. Sin juzgar las interioridades
de nadie, pues esa es atribución que Dios se ha raser-
- 150 -
vado á si mismo, delegándole á loa sacerdotes, sólo
para con los que voluntariamente se acusan; todavía
del público comportamiento de esos peregrinos en los
Santos Lugares se puede deducir que su religión no
es la verdadera religión de Jesucristo} la religión del
alma que adora á Dios en espíritu y en verdad. Cuan-
do, como he indicado, hable del Fuego ¡Santo, probaré
esta otra aserción.
En fin, á pesar de nuestro diferente modo de ver
sobre esta cuestión, el sacerdote irlandés y yo, con-
servamos siempre la mejor armonía- Juntos entramos
en Naplusa, capital de la Samaria, que es la antigua
Sichem; ciudad situada al extremo del desfiladero que
forman los célebres montes ílebal y G-aritzin. Los an-
tiguos Patriarcas con ocian perfectamente esta comar-
ca: Jacob apacentó en estas inmediaciones sus gana-
dos : y no lejos de aquí tuvo lugar aquel interesante,
simbólico y trascendental drama entre José y sus her-
manos, cuyo desenlace había de ser la traslación, de
toda la descendencia de Jacob á la tierra de Gesem en
Egipto. Á la vuelta de aquella emigración, converti-
da en dura cautividad, los israelitas, formando ya
un pueblo, acamparon en este mismo sitio. Colocada
la mitad de las tribus en el monte Hebal y la otra mi-
tad en el Garitzin, por disposición de Josué, se procla-
maron á coros las bendiciones y las maldiciones que
esperaban al puebla hebreo, según que fuera fiel ó in-
fiel al pacto que Dios se había dignado celebrar con
él. Este solo acontecimiento bastaría para hacer me-
morable el lugar de que hablo; pero ademas, hay en
— 151 —
la Sagrada Escritura otros muchos sucesos vinculados
á estos mismos sitios, que les dan una grande im-
portancia á los ojos del viajero observador.
El principal de ellos es aquel por el cual, la ambi-
ción de un caudillo y la prevaricación de un sacerdote
establecieron en el monte Garitzin la sede de un cis-
ma, que dividiendo religiosamente á los hebreos, con-
samóla excisión de su nacionalidad política. Hay er-
rores tercos y vivaces: la herejía samaritana todavía
subsiste* Al entrar nosotros en Naplnsa, se nos puso
un individuo en medio del camino, hahlándorjos en
ingles, para invitarnos á descansar en su casa, dicien-
do que era un instituto de caridad. Mi compañero
vacilaba; yo le dije: «A título de caridad no entraré;
poro supuesto que aquí no hay párroco católico, ni fa-
milia conocida de confianza, ni posada pública, ya
que este hombre nos ofrece hospedaje, yo le aceptaré
pagando lo que sea justo.» Mi compañero se decidió;
y mientras nos preparaban alguna cosa para comer,
salimos á verla ciudad con nuestro huésped, el cual
se titulaba jefe de los samarilanos. Existen realmente
en Naplusa cuarenta familias procedentes de aquella
nacionalidad, mas no es cierto que ellos reconozcan
por jefe al que se nos vendia por tal. Al contrario, se-
gún oí decir al Dr. Colt ? médico corso al servicio de
la Puerta, á quien ya he citado en otra paTte, los ver-
daderos samaritanos ven de reojo á este individuo. á
quien, siendo muy joven, llevó á Europa un in-
gles. La rareza de ser un samaritano, combinándose
con la excentricidad de los ingleses, hizo que recogiese
— 152 —
algunas libras esterlinas; y habiéndose hecho capaz de
entender á los viajeros ingleses en su lengua, está allí
en el camino para acapararlos: ademas, le ha ocurrido
la ingeniosa idea de decir que aquella casa donde los
recibe, es un instituto de caridad', y presenta a sus
huéspedes un librillo, con el objeto de que se suscri-
ban con lo que quieran para la escuela samaritana*
Yo, aunque de pronto no me confrontó el individuo,
no fui tan adelante que le juzgara un impostor. Mi
compañero sí lo sospechaba, según me dijo; y á pesar
de eso, á el le sonsacó el dinero y á mí no aquel estafa-
dor, porque pagándole lo justo por el hospedaje, re-
dondamente le dije que yo no daha nada para sostener
una escuela de error. Luego supe en Nazareth y en
Jeras al en ? que en efecto, aquel hombre es un impos-
tor , y que lo que ha ganado con venir á Europa, es ha-
cerse una especie de caballero de industria. Parece
ademas que este hombre no es ni cristiano, ni sama-
ritano; y que como se burla de los samaritanos por su
rígida observancia de la ley mosaica, estos le ven de
reojo. Ahora, segun el Dr. Colt, es seguro entre los
samaritanos que no han de pasar de cuarenta sus fa-
milias ; de modo que si hoy se casa uno de ellos, es
necesario que luego muera otro de los casados. Sí
esto es cierto, temo que al pretendido jefe de los sa-
r/b&rit&nos le toque pronto su turno; si es que él no
anda bastante listo para ir á disfrutar en otra parte
de los soberanos (1) que haya escamoteado k los ingle -

(1) Moneda inglesa del valor da 100 reales.


- 153 —
ses. Este mismo individuo me invitaba para ir á ver,
por eximio vos, el manuscrito del Pentateuco sama-
ritano, que se ha descubierto en Naplusa, clicién-
dome que allí había estado una comisión francesa
para copiarle. «Pues cuando se publique en Fran-
cia le veré,» fué mi respuesta; negándome así ó á
pagar otra impostura, si el manuscrito es apócrifo, 6
á fomentar una socaliña, en caso de que sea autén-
tico.
Lo que me llamó la atención en Naplusa, es la-
abundancia de agua que surte sus fuentes y corre por
las calles; las fuentes son feas y sucias; pero ¿qué
ptiede haber que sucio y feo no sea. si depende de una
administración turca? Examiné con interés el pórtico,
casi entero de una antigua iglesia católica, converti-
da en mezquita, por lo cual no pude penetrar en el
interior. La arquitectura de aquella fachada es del
más puro estilo gótico, de modo que está revelando
que el edificio á que pertenecía fué levantado en tiem-
po de las Cruzadas, Esta iglesia está al ñn de la calle
que sirve de bazar ó mercado. En este bazar lo mejor
que había era la fruta: doradas naranjas de Jaffa y
dulcísimos limones; tiendas llenas de ordinaria quin-
calla, de vasos de barro para coger agua y de babu-
chas; puestos para vender garbanzos, avellanas y
nueces, de las cuales debe de hacerse en Oriente gran
consumo; uno ú otro almacén de telas de seda de Da-
masco , muy inferiores por cierto á todo lo de clase
análoga que se fabrica en la China y en Europa; hé
aquí el bazar de Naplusa, uno de los mejor surtidos
— 154 -
de Palestina, El de Alejandría, no vale más, en su
parte turca.
Para salir de Naplusa se pasa por la cañada que
forman los montes Hebaly Garitzin, deiando ala de-
recha una tumba, bastante elevada, á la cual da
sombra una palmera, Atraviésase un arroyo, cuya
fuente está á la falda de la montaría, y esta es la que
algunos viajeros han tenido por el Pozo de la Sama-
ritana, aleg-ando que este pozo debía estar más cerca
déla ciudad, que el que realmente parece ser el ver-
dadero Pozo de Jacob, Pero aquí no hay pozo: es,
como digo, una fuente que nace en la falda de la mon-
taña, y cuya agua, formando arroyo, atraviesa el
camino. Para llegar al verdadero sitio donde tuvo lu-
gar la admirable conferencia del Divino Maestro con
la pecadora de Sichem, es necesario andar dos ó tres
legras más.
Todas estas inmediaciones de Naplusa son tan
bellas, los montes se presentan coronados de tan her-
mosos árboles, las flores crecen con tanta abundancia
en los campos, que es aquí donde el Tasso colocó su
Floresta encantada. La población parece que está
en cierta manera agradecida á la Providencia de la
fertilidad que ha dado á estos campos, pues los culti-
va con bastante empeño. Por donde quiera se ven las
yuntas de bueyes arando el campo, y grupos de mu-
jeres escardando las eras. Así no es un desierto el que
atraviesa el viajero entre la Samaría y la Judea; y
sin embargo, si no fuese por los compañeros europeos
que uno lleva, se consideraría enteramente solo:
— 155 —
ademas, acaso fuera mejor que pava la seguridad de
los caminantes no hubiese nadie en los campos. Mi
companero, el sacerdote irlandés, que tenia gusto en
galopar, se adelantaba frecuentemente, y en una de
tantas veces, uno ó dos individuos vinieron á querer
detenerle por la brida del caballo. Si esto es en tiem-
po de paz ¿qué será cuando sobreescitado el fanatismo
musulmán, como sucedió en 1860. puedan los turcos
coger desprevenidos en este país á algunos viajeros?
Precisamente el percance de que acabo de hablar
le sucedió al sacerdote irlandés mientras yo me diri-
gía á. examinar el sepulcro del patriarca José- Sus
huesos fueron traídos de Egipto, lo mismo que los de
los otros jefes délas tribus de Israel; de modo que los
perseguidores y la victima duermen ahora juntos en
paz el sueño de la muerte. Enternece considerarlos
reunidos aquí, en este sitio tan inmediato á aquel en
que los hijos de Jacob cometieron la vileza de vender
ásu hermano, y la crueldad de fraguar aquella men-
tira de que el león le había devorado, para engañar á
su padre, causándole profunda pena, de la cual el.
desgraciado anciano decía que no podría consolarse,
hasta que sus venerables canas bajasen al sepulcro.
En el salón de Capítulos del Escorial hay un cuadro
déla escuela española, el cual representa á Jacob en
actitud de mandar á sus hijos que retiren de su
vista la túnica ensangrentada de su querido José: el
rostro del viejo tiene una expresión sublime de dolor
y de horror, que hace de este cuadro una obra artís-
tica miiv notable.
— 156 —
Del sepulcro al Pozo de la Samaritana apenas ha-
brá una ó dos millas de distancia. Marchando siempre
al través de campos fecundos, acá y allá sombreados
por añosos olivos, se llega al Pozo, en donde se en-
cuentra á muchas mujeres que van con sus odres a
proveerse de agua. Como el invierno de 1861 fué tan
copioso en Palestina T el pozo, que algunos viajeros
han encontrado seco, estaba casi lleno cuando nos-
otros le visitamos, no obstante que el choiTO de agua
que continuamente sale de él es considerable: no
es muy profunda la superficie del agua: con una
cuerda de cuatro varas bastaría para llenar una cu-
beta : ademas, la inclinación natural, del terreno
hace que con facilidad salga el chorro de que acabo
de hablar, por uno de los costados; y así las samari-
tanas pueden, sin mucho trabajo» proveerse de agua
y servirse de ella para lavar. Ni esto se opone en
manera alguna al texto del Evangelio, Cuando la
pecadora de Sichem dijo al Salvador, creyéndole un
hombre común: el pozo es profundo, queria sin duda
significar que el agua no se podía coger con la ma-
no, lo cual es cierto. Yo mismo, yendo desprovisto
de todo lo necesario para tornarla, no habría apaga-
do mi sed en este sitio, si no hubiese sido por la de-
ferencia de una de las mujeres que allí estaban > las
cuales sin duda han conservado la inclinación á la
beneficencia que mostró su compatriota célebre en
el Evangelio, pues cuando el sacerdote irlandés y
yo habíamos ya bebido, llegó otra y nos ofreció su
odre para tomar agua sin pedir hachís, esto es, una
— 157 —
propina, como se pide casi por todo en Palestina.
Junto al Pozo de la Samaritana se habia edificado
un monasterio de religiosas, cuyas ruinas aún son
visibles. No era por cierto impropio que velasen las
vírgenes sobre el pozo en que el Salvador rehabilitó
á la mujer, sacándola de la degradación en que la
pusiera el vicio, para convertirla en instrumento efi-
caz de regeneración en la familia y en la sociedad.
«¡Oh, si conocieses el don de Dios!» decía aquí el Di-
vino Maestro á la Samarítana. ¡Oh si conociese el
mundo todo lo que la mujer, á quien al parecer adora,
pero á la que en realidad esclaviza y envilece, es ca-
paz de hacer para su bien, con tal de que sea ver-
daderamente cristiana! La caballería de la Edad Me-
dia, á pesar de sus defectos, conocía mejor que la,
época actual este don de Dios, y por eso. donde quiera
que ella dejó impresas sus huellas, vemos que las se-
ñales más profundas que indican su paso son los mo-
numentos, ó las ruinas de los monumentos, que ella
misma levantara para servir de asilo á la debilidad y á
la virtud de mujer. Por este respeto, por esta especie
de culto tributado al sexo débil, rehabilitado por el
cristianismo, la civilización progresó, y por uua ra-
zón contraria es de temerse que la barbarle invada
otra vez al mundo, pues se va haciendo todo lo ne-
cesario para reducir de nuevo la mitad del género hu-
mano á la abyecta condición en que la tenia el paga-
nismo, en que la tiene el islamismo, y de la cual la ha-
bia sacado Nuestro Señor Jesucristo. En los países
idólatras, aun los más ilustrados, la mujer no era
— 158 —
más que un instrumento de placer y corrupción,
como lo es entre los mahometanos. El protestantismo
inauguró su reinado haciendo otro tanto, pues no
tendían á otra cosa que al envilecimiento de la mu-
jer, tanto los brutales caprichos de Enrique VIII, que
sólo se precipitó en el cisma y arrancó la Inglaterra
del seno de la Iglesia por darse el gusto de cambiar
de esposas á su antojo; como la Mil condescendencia
del apóstata é impúdico Lutero para con el Landgrave
de Ilesse, á quien permitió tener dos mujeres á un
tiempo, con la misma autoridad con que él se concedió
á sí propio 3a licencia de casarse con una monja.
Desde entonces, lejos de hacer nada el protestantis-
mo, el volterianismo y la llamada filosofia moderna,
para impedirla degradación que de aquí había de re-
sultar á la mujer, al contrario, todas estas sectas y
errores han hecho cuanto han podido para acelerar
esa degradación, empleando para ello diestramente el
medio más eficaz, que es el de hacer á la mujer cor-
ruptora de sí misma, poniendo en sus manos las
más obscenas lecturas, los más torpes objetos. Por
último, ahí la está aguardando el socialismo, que en-
tre otras comunidades proclama la de las mujeres ; de
manera que esa grande ó importante parte del gé-
nero humano tiene reservada en los edenes de la revo-
lución, hija de Volt-aire, nieta de Lutero, continua-
dora del protestantismo, la noble parte que en lo¿>
establos se reserva á las hembras de los caballos-
¿Pero conseguirá la revolución su objeto? Espera-
mos que no; porque no en vano bajó del cielo el Verbo
— 159 —
Eterno, y tampoco en vano, unido Él á la humana
naturaleza en el virginal vientre de la Mujer por ex-
celencia, se dignó un dia venir hasta este valle y sen-
tarse fatigado en el borde de este pozo aguardando á la
Samaritana, representante en esta ocasión de todo su
seso. La Samaritana, aunque entregada al vicio, con-
servaba en su corazón esos dos nobles instintos que
Dios ha infundido en el corazón de la mujer, y que, á
pesar de su corrupción, rara vez la abandonan entera-
mente t esto es, la compasión y la inclinación á la pie-
dad. Por el primero de estos instintos, la Samaritana,
cuando Jesús la pide de beber, aunque al parecer
quiere rehusarse, por la diferencia de religión y de
nacionalidad, está dispuesta á acceder á aquella soli-
citud. Por el segundo de los mismos instintos, esta
mujer experimenta la sed del agua que el Salvador la
promete, y pide instrucciones sobre la mejor manera
de adorará Dios, acogiendo con alegria la nueva de
que se debe sustituir al antiguo culto otro más espiri-
tual y verdadero; mas la Samaritana no se ofende de
que se la descubran sus faltas, pues á diferencia del
hombre endurecido, que prefiere le corroa el corazón
el veneno de la culpa, antes que deponerlo á los pies
de un juez benigno y dispuesto á perdonarla; ella se
reconoce, se humilla y proclama la divinidad del
Maestro con quien se ha encontrado; y no contenta
con convertirse ella sola, se hace el apóstol de sus
conciudadanos, trayendo! os á los pies de su Salvador.
Pues esto mismo sucederá con la inmensa mayoría de

las mujeres que han conocido y conozcan á Jesucristo;


— 160 —
Labra entre ellas algunas debilidades, pero no perde-
rán la fe, ni la compasión, ni la inclinación á la pie-
dad : y conservando estas cosas ? no solamente se sal-
varán así mismas, sino que contribuirán eficazmente
á salvar al mundo. Por eso un celebre publicista,
Mr. de Cormenin, lanzaba hace algunos anos este
reto á los impíos que se proponían descatolizar á la
Francia: «Mientras las mujeres sean cristianas, en
vano os jactáis de arrancar la fe á esta nación.»
¡Oh si se conociera este don de Dios! No podemos
menos de volver á repetirlo en este sitio, donde por
primera vez unos labios divinos pronunciaron estas
tiernas , significativas y tra3cendentales palabras:
¡Si le conociera el mundo! ¡Si le conocieran por lo
menos los padres y madres de familia! Siquiera, en
último caso, que no le desconozcan las mismas mu-
jeres, para quienes, al no desconocerle, están vincu-
ladas la honra, la paz, el bienestar, la sólida felicidad
en esta vida y la bienaventuranza de sus eternos des-
tinos! Agua que salta á la vida eterna, la doctrina
que brota de los divinos labios que se dignaron gustar
el líquido que brota de este pozo, ella ha purificado
á toda humana criatura sobre cuya frente ha cor-
rido? especialmente sobre aquellas que la naturaleza
ha hecho más sensibles é interesantes, y que la gra-
cia hace más puras y más heroicas, ¿Quién de entre
ellas, no dirá á Jesús como la Sa'maritana le dijo en
este sitio: «Señor, dame esta agua, para no experi-
mentar más la sed, ni tener necesidad de buscar
otra agua?»
— 161 -
El Evangelista San Juan, que nos refiere el su-
ceso ocurrido en este pozo con todos sus pormenores,
nos da á entender que el Divino Maestro parece que
quiso en este Iug-ar derramar de un modo tan copioso
sus gracias celestiales, que cuantos acudieron de Si-
chem á verle, por lo que de Él anunciaba la pecadora
convertida, decían á la misma Samaritana, después
de haber creído por lo que ella les dijera: «Ya no de-
pende nuestra fe de tu palabra: le hemos oido, y sa-
bemos que este verdaderamente es el Salvador del
mundo.» (Joan. IV. 42,} Sin embargo, no encontra-
mos en el sagrado texto el discurso con que Nuestro
Señor Jesucristo convenció de aquella alta verdad á
esta multitud; pero ¿qué importa este silencio? Una
sola palabra ; la más sencilla, la menos importante
al parecer, cayendo de aquellos labios divinos, tiene
la propiedad de la luz y del fuego: como la luz ilu-
mina, abrasa como el fuego; esa palabra está siem-
pre en medio de nosotoos. jOh si conociésemos el don
de Dios!

-SANTOS LUGARES. 11
CAPÍTULO IX.

SUS CAMINOS LLORAN.

En fin, es necesario apartarnos del Pozo de la S&-


marztana, cátedra sublime, trono resplandeciente en
que la luz increada, mediante su unión hipostática
á la humana naturaleza, se dejó un día ver á una
dichosa pecadora y á los habitantes de la. capital del
reino separado de Israel, para que entrasen en las-
vías de la salvación. En efecto, muchos de los sama-
ritanos lograron esta dicha; pues como se nos refiere
en el capítulo VIII de los Hechos Apostólicos, cuando
el Diácono Felipe vino á la ciudad de Sichem, «las
turbas unánimemente le escuchaban,» El Santo hacia
entre ellos milagros para confirmar su doctrina; y
los habitantes, satisfechos de esta doctrina, y admi-
rados de aquellos milagros, se entregaron á un «gran
gozo.» Debió, en fin, ser tan general la conversión de
los samará taños, que un insigne impostor que antes
los engañaba, el famoso Simón Mago, creyó no poder
ya pasarlo bien si no se hacía también cristiano, por
lo que pidió el bautismo. aunque sin tener ánimo de
vivir conforme á los preceptos de la religión que
abrazaba, como lo acreditó la experiencia. Puede de-
— 163 —
cirse, pues, que en este país se dio el primer ejemplo
de ese pernicioso é infame género de hipocresía, que
consiste en fingir religiosidad sin tenerla. Alguno ba
dicho en nuestros dias, que no puede menos de dis-
minuir el número de los hipócritas, por lo mismo que
la religión es perseguida y poco provecho se saca de
afectar amarla; pero mirada la cosa algo más deteni-
damente, resulta que quizás nunca han abundado más
los hipócritas, ni se ha refinado tanto la hipocresía,
como en la época actual; si no, obsérvese que aunque
en casi todas partes se persigue á la religión, en nin-
guna parte se confiesa que se la quiere mal; y al con-
trario, oprimiéndola, se proclama que ae la protege,
ó por lo menos, que se la quiere dejar libre, Pocos
son los que, con brutal desvergüenza, manifiestan
su saña contra el Catolicismo, mientras que son mu-
chísimos los que, imitando á Simón Mago, como tie-
nen que habérselas con pueblos que al fin no han
olvidado del todo su catecismo, no reniegan todavía
de su bautismo; y aun, cuando se ofrece la ocasión,
se muestran ofendidos, si vistas sus obras, se pone en
duda que sean cristianos. La desgracia para este gé-
nero de hipócritas es que el Divino Maestro nos en-
senó el medio de descubrirlos y desenmascararlos,
que es atender á sus obras, por la regla de que ni el
árbol bueno puede llevar malos frutos, ni el malo
puede producirlos buenos. A fructibiis eoram. cog-
noscetis eos. (Math. VII, 16.)
Desde Síchem á El Bir hay unas buenas catorce
leguas de camino; de modo que para ir del uno al otro
— ]64 -
punto, es necesario emplear todo un dia, La aldea de
El BIT está edificada sobre el mismo sitio donde es-
tuvo antiguamente la ciudad dé Machinas» que dis-
taha de Jerusalen seis ú odio millas. Hasta allí lle-
gaban por lo común, separadas, las caravanas de
hombres y mujeres, cuando se retiraban á sus respec-
tivos hogares, después de haber cumplido sus deberes
religiosos en el templo de Jerusalen, antes de que le
arruinasen los romanos. Así es que en este lugar
fué donde, encontrándose la Santísima Virgen con su
esposo San José, esperando cada cual de ellos hallar
en compañía del otro á su Divino Hijo, pues como
niño podia indistintamente haber caminado ó con los
hombres ó con las mujeres, le echaron de menos; se
interrogaron recíprocamente, preguntaron á los pa-
rientes y conocidos, y no obteniendo noticia del pre-
cioso objeto que buscaban, se dieron á recorrer de
nuevo el camino que habían traído, por ver si le en-
contraban. Así este camino es uno de aquellos que
lloran, como lo ha anunciado tanto tiempo antes Je-
remías: María le ha regado con sus lágrimas; los
suspiros de la Virgen Madre han sido arrastrados por
las brisas que gimen entre las hojas de los olivos á
ambos lados de estas sendas?; San José, aunque su
fisonomía represente la calma de una sublime resiga
nación, ha encontrado aquí su Calvario, A lo inenos
esta es la opinión de alguno de los doctores de la
Iglesia; otro de ellos piensa que de todos los dolores
de María, el mayor fué el que sufrió en la pérdida de
su Divino Hijo; pero aunque no digamos que Mach-
— 165 —
mas, hoy El Bír, tiene por esta razón la supremacía;
por lo menos este sitio comparte con Belem, con
Egipto y con Jeru salen, el honor de haber sido teatro
de aquel heroico drama del martirio de la Virgen.
En otro sentido es exacto, más exacto quizás, de-
cir que llora el camino entre El Bir y Jerusalen. El
aspecto del pais es triste, la santa ciudad está sentada
en medio de la desolación: durante nueve meses del
ano los campos están yermos, las montañas dejan ver
las piedras desnudas, los caminos se presentan sem-
brados de guijarros, y la arena reverbera los rayos
del sol. Esta era la tierra prometida, y este el suelo
que manaba la leche y la miel: este es el pais que
todavía hoy, si no pesara sobre él una maldieion del
cielo , podría ser fecundo y bello como un paraíso;
pero el pueblo á quien Dios le habia dado en heren-
cia, cometió el más horrendo de todos los crímenes,
y en castigo la justicia divina ha descargado sobre
él su brazo de hierro, haciendo con su rigor que
hasta los caminos de esta tierra, con su aspereza y
con su monotonía estén comprobando la exactitud y
verdad de la predicción: Viae Sion lugent. (Thr. 1,4.)
El Profeta Jeremías, que hizo este vaticinio, habi-
taba una gruta, que todavía conserva su nombre, al
Poniente de la ciudad, casi en frente de la puerta de
Damasco, llamada antiguamente puerta de Efrain. y
hoy, en árabe, Bab-el-AumeL Esta gruta está en lo
alto de un montecillo, de modo que sus dos puertas.
mayor la una que la otra, parecen dos ventanas, vis-
tas desde la citada puerta ó desde el fondo del valle
— 166 —
inmediato. que corre rodeando las murallas de Jeru-
salen. Mi ánimo era haber ido en la Semana Santa á
rezar el oficio divino en esta gruta. pareciéndome que
la lectura de las lamentaciones deberla causar doble
impresión en el ánimo, naciéndola en el sitio mismo
donde las compuso el inspirado hijo de Amos; pero no
pude cumplir este propósito, porque tuve que asistir
con todos los demás eclesiásticos peregrinos á las
funciones de la Semana Santa celebradas en el templo
del Santo Sepulcro por el Patriarca latino. Sin em-
bargo, visité dos veces esta gruta enteramente solo,
para meditar un poco sobre la profecía y su cumpli-
miento , cosas á cual más patéticas, Si, todo el mun-
do conoce y acaso no hay alma noble y sensible que
no baya llorado, al oir las quejas desgarradoras de
Jeremías sobre las desventuras de Sion, acompaña-
das de la música de Palestrina, lúgubremente sublime.
Pero ¿quién contendrá su llanto al contemplar el cua-
dro que se presenta á su vista desde la gruta de Je-
remías volviendo el rostro al Oriente? ¿Cómo está
sentada solitaria la ciudad que estaba llena de pue-
blo'? preguntaba Jeremías; y ahora ve el viajero, que
en efecto, Jerusalen está como solitaria, pues no se
oye ruido alguno dentro de su recinto, ni se nota ape-
nas movimiento en sus inmediaciones. Un cielo bellí-
simo la cubre, un radiante sol envía sobre ella sus
resplandores durante el dia; y por la noche una bellí-
sima luna la baña con su luz misteriosa, pero aquí
más que en ninguna otra parte, melancólica. Parece
que Jerusalen vive en una perpetua Semana Santa,
— 1(57 —
tal cual es la Semana Santa en los países católicos;
esto es, parece que la Pasión y Muerte del Justo por
excelencia, no sólo llena toda Jerusalen como un in-
menso teatro, en donde casi no se puede dar un paso sin
encontrar un recuerdo de la perfidia de los judíos, de
la debilidad de Pilatos } de la crueldad de los verdu-
gos , de la paciencia infinita de Jesús, de los dolores
inefables de María y de la piedad de algunas hijas
cíe Jerusalen. Ni se necesita ser cristiano para experi-
mentar esta sensación de dolor que inspira la vista
de la ciudad deícida; antes bien debe decirse que el
cristiano es quien menos padece, el que padeciendo
goza, cuando contempla este cuadro de desolación.
En efecto, el cristiano ve en esto el cumplimiento de
las profecías, el ejercicio de la justicia divina y la
vindicación de la majestad de Dios ultrajada; pero al
mismo tiempo, creyendo que Dios es tan infinitamen-
te misericordioso como justo, y recordando las pro-
mesas de perdón que para más adelante ha hecho al
pueblo hebreo, se complace en la esperanza de que un
dia no sólo se levantará Jerusalen de su postración
secular, adorando al Salvador que ciegamente desco-
noció y sacrificó en otro tiempo, sino que atrayendo
con su conversión á la verdadera fe la bendición del
cielo, el Señor la colmará de favores y la hará más
gTande, más feliz y más gloriosa de lo que jamas
fuera.
Enfrente de la gruta de Jeremías se encuentra el
sepulcro del rey Alejandro Janeo, llamado por sobre-
nombre Trucidatorj ó sea matador. Los judíos abor-
— 168 —
recian tanto á este soberano, que cuando 61 mismo
les preguntó qué deljia hacer para contentarlos, le
respondieron : Morir, Esto no impidió que algún
tiempo después le hiciesen espléndidos funerales;
porque asi es la plebe, inconstante y caprichosa en
sus afectos. Fuera de eso, y la historia de nuestro
tiempo lo comprueba á cada paso, casi no hay cam-
bio de gobierno que no sea para empeorar; y por lo
mismo no es extraño que después de haberse quejado
mucho una nación de su gobernante, cuando otro le
suceda, eche de menos al antecesor, y lamente su
falta. El sepulcro de Alejandro es, como todos los de
los personajes notables de la Judea, una gruta natu-
ral; pero tiene una puerta con bordes de piedra delan-
te de lo que pudiéramos llamar la antecámara: esta
se ha vuelto un lugar de inmundicias t por lo cual yo
no hice más que llegarme á la puerta y retroceder.
Detrás de este sepulcro y de la gruta de Jeremías,
se extiende el campo de los cruzados, Taucredo estaba
hacia el Poniente: el conde Raimundo habia plantado
su bandera en el monte: Godofredo de Bullón vino
hasta cerca de la puerta de Damasco; y aterrando álos
musulmanes, penetró en la ciudad. Así este sitio fué
el teatro de uno de los más gloriosos é importantes
dramas que nos ofrece la historia de la humanidad. La
guerra de Troya, con todas sus interesantes peripe-
cias , no nos parece más grande que la de las Cruza-
das, sino por dos causas extrínsecas: la primera es
que la vemos á mayor distancia, como que la separan
de nosotros muchísimos siglos; y siendo cierto que,
— 169 —
como decían los latinos fama vires acquirit eunclo, la
reputación de los héroes que intervinieron en aquella
memorable lucha, debe presentársenos con las propor-
ciones fabulosas que el tiempo les ha dado: la segun-
da es que la guerra de Troya ha tenido la singular
fortuna de que la canten los dos poetas mayores del
mundo, Homero y Virgilio. Homero, por su genio,
era más grande que sus héroes, hasta el punto de po-
der decirse que sin lalliada, casi no nos acordaríamos
de Troya: pero dichosos en cuanto á fama mundana,
aun los que para Homero fueron desdichados, el poeta
de Mantua se apoderó de ellos, y paseándolos ya por
r

la playa abrasadora del África, ya sobre las ondas


plácidas del mar Tirreno, los hizo aportar felizmente
á las bellísimas costas de Italia, para echar el funda-
mento del colosal poderío de Koma. Acostumbrados
desde nuestra niñez á gustar, á saborear y á admirar
la mágica poesía de que Homero y Virgilio supieron
rodear a sus héroes, los de las Cruzadas nos parecen
un poco prosaicos; y eso no obstante que á ellos tam-
poco les faltó un cantor épico, Torcuato Tasso, Por
mi parte, habiendo ya pasado la época de la vida en
que se rinde una especie de culto á los clásicos, doy
la preferencia á Godofrcdo de Bullón sobre Aquiles; y
ao me avergüenzo de confesar que cuidé de traer de
Roma una de las hojas de laurel de las coronas que se
pusieron sobre el túmulo del Tasso? cuando se le h i -
cieron exequias antes de trasladar sus restos al senci-
llo pero magnífico sepulcro que le ha hecho erigir
Ho IX en la capilla de San Grercraimo, en la iglesia de
— 170 —
San Onofre. Uno de los hermanos de la comunidad re-
ligiosa que ocupa el convento inmediato, el cual cui-
da de la cámara donde el autor de la Jerusalen liber-
tada pasó sus últimos días y murió piadosamente,
después de mostrarme el tintero y los demás objetos
que pertenecieron al gran poeta, y de llevarme á ver
la encina bajo la cual se sentaba el Tasso á contem-
plar el magnífico panorama de Boma extendida á sus
pies, me permitió tomar esta hoja de laurel. En Jera-
salen la toqué á la espada del inmortal caudillo de las
Cruzadas, la cual se conserva con las espuelas, en la
sacristía de la capilla latina, para armar á los caba-
lleros del Santo Sepulcro.
Pero volvamos á los alrededores de Jerusalen, Tor-
nando de la puerta de Damasco hacia el Oriente, se
pasa por delante de la puerta de Heredes, actualmente
cerrada, y se desciende al valle de Josafat, el sitio
más imponente en que el hombre se puede encontrar,
asi por su pasado como por su porvenir, La aspereza
de los caminos> el torrente seco en el fondo del valle,
los sepulcros y las grutas cercanas, todo esto infunde
un pavor, que por grados se va aumentando, si con-
sideramos el gran suceso que en este mismo sitio de-
be verificarse al fin de los tiempos. Pero, siendo im-
posible manifestar todas las sensaciones que en el
valle de Josafat se experimentan, me limitaré á decir
algo sobre las principales. El valle de Josafat va de
Norte á Sur, entre la ciudad y el monte Olívete: en
el fondo, durante el invierno, corre el torrente Ce-
drón ; pero sus aguas estaban ya agotadas en la pri-
~ 171 -
mavera, habiendo yo podido pasarle varias veces á
pié enjuto: en el sitio por donde le atravesó Nuestro
Señor Jesucristo en la noche de su prisión en el huer-
to de Gethsemani, encontré la piedra sobre la cual se
dice que cayó el Salvador empajado por sus verdu-
gos, y en ella he visto, adorado y besado la huella de
su divino pié. La Iglesia permite pagar este tributo de
respeto y amor al Redentor, aunque no obligue á
creer la tradición, puramente humana, que asegura
la eaida y la impresión de esta señal en el lugar de
ijue se trata. Los que dan fe á esta tradición, creen
que aquí se cumplió el verso 9 del Salmo 107 : De tor-
rente in via bibet, propterea exaliaUt capul; aña-
diendo que después que Nuestro Señor Jesucristo
gustó aquí del agua turbia del Cedrón, símbolo ade-
cuado así de las penas que le esperaban como de nues-
tras culpas, causa de ellas, no volvió á beber; por lo
que dijo en la cruz, Sed tengo. Ni es tampoco invero-
símil aun bajo el aspecto humano, que los sayones
diesen aquí un empellón al divino preso, pues toda la
historia de Cristo paciente abunda en pruebas de la
crueldad de aquellas ñeras: como tales se echaron los
judíos y sus satélites sobre el Divino Cordero, cum-
pliéndose de este modo otra de las profecías. He dicho
que el torrente estaba seco cuando yo visité varias ve-
ces este santo lugar; pero muy cerca de la piedra don-
fie está impresa y muy visible la huella del Salvador-
hay una profunda cisterna llena de agua: yo arrojé
cu ella algunas piedras para cerciorarme de esta cir-
cunstancia.
— 172 —
En frente de este sitio, del lado del monte de las
Olivas, pero casi al nivel del torrente, están el sepul-
cro y columna de Absalon y el sepulcro de Josafat.
Algunos peregrinos arrojan piedras contra aquella
columna, seguramente para demostrar que abominan
la conducta del rebelde hijo de David; mas á los
muertos se les debe la paz, ó por lo menos el respeto,
Dios los ha juzgado en particular, y á El solo le cor-
responde volver á juzgarlos en común aquí mismo. A
la izquierda de esta columna está el sepulcro de Jo-
safat, nombre que se le da no se sabe por qué, pues
este rey fué sepultado en la ciudad de David. De todoa
modos es cierto que el monumento no sólo lleva ese
nombre, sino que le ha comunicado al valle inmediato,
Caminando á la derecha, ó sea hacia el Norte, se
llega al huerto plantado en el mismo pié del monte
Olivete: este huerto es cuadrado, como de quince va-
ras de largo y otras tantas de ancho, y está actual-
mente resguardado por una cerca de piedra bástanle
elevada. Es propiedad de los PP. Franciscanos, les
cuales le conservan en muy buen estado, teniéndole
encargado á un hermano lego, que cuida de los oclio
ó diez olivos, contemporáneos del Salvador, ó por lo
menos que retoñaron de las mismas raices de aquellos
bajo los cuales oraba Nuestro Señor Jesucristo. Va-
rios escritores han demostrado, con razones conclu-
yentes, la autenticidad de estos árboles, y así es que
no juzgo necesario detenerme á demostrar los funda-
mentos de la veneración en que los tienen los fieles,
recibiendo y usando con devoción las cruces que $
— 173 —
hacen con la madera de algunas pequeñas ramas que
se desgajan de ellos, ó se les cortan; como también
las coronas y rosarios compuestos con los huesos de
las aceitunas que anualmente producen , y con cuya
fruta se hace algún aceite. Hay ademas un jardín den-
tro del huerto, donde crecen varias flores. para ador-
nar los altares de la gruta de la Agonía y dar á los
peregrinos. Todo el huerto está dividido en calles, por
medio de verjas de madera, y alrededor de las pare-
des se han marcado las estaciones de la Via Orucis,
con cuadros de azulejos que ha regalado una señora
española de Valencia, Un joven escoces, hijo de un
ministro presbiteriano y convertido al Catolicismo, ha
recorrido conmigo aquellas estaciones el miércoles
santo, para ganar las indulgencias que tiene concedi-
das la Iglesia á este tierno y devoto ejercicio.
La puerta del huerto es baja y de hierro, como
casi todas las de los Santos Lugares poseidos por los
católicos en Palestina; pues viviendo estos entre in-
fieles , tienen necesidad de esa precaución para defen-
derse eu caso de ataque. Sobre esta puerta, en la par-
te interior, crece una pasionaria, la cual, según me
tan dicho, no da fruto pero sí ñores, haciendo con
sus hojas una agradable sombra: por la parte de afue-
ra y frente á la misma puerta, está el sitio en que se
tañeron los Apóstoles: á la derecha, andando diez
údoce pasos, se encuentra una columna de piedra, y
en ella está esculpida una cruz, que besan los pere-
grinos para desagraviar á su Salvador de la injuria
(N le hizo el pérfido Judas. entregándole aquí á sus
— 174 —
enemigos por medio de un ósculo sacrilego. Desde
allí puede verse la montaña del Mal consejo, que ÍUEÍ
donde se ahorcó el traidor discípulo.
Rodeando el muro del desierto, hacia la izquierda,
pasando sobre el camino que conduce á Bethfage,
pero sin detenerse en él, se va al Sepulcro de la San-
tísima Virgen. La gruta conocida con este nombre,
tiene una portada de piedra, cuya arquitectura es del
orden gótico: en la puerta misma comienzan las gra-
das, que en número de cincuenta conducen al fondo
de la gruta, formando dos remansos; en el primero
se encuentran, a la izquierda, la capilla que se llama
el Sepulcro de San José, y á la derecha otra capilla
denominada el Sepulcro de San Joaquín y Santa Ana:
el fondo de la gruta es espaciosísimo, pero muy oscu-
ro. Los cismáticos, en cuyo poder está este santuario,
le alumbran por medio de muchas lámparas, y mien-
tras celebran los oficios , arden allí también muchísi-
mas velas y cirios. No se puede afirmar con seguri-
dad que la Santísima Vírg'en fuese sepultada en esta
gruta, pues hay una opinión, fundada en cierto pa-
saje del Concilio de Efeso. según la cual la augusta
Madre del Salvador murió en aquella ciudad, á doude
se trasladó con su hijo adoptivo San Juan Evangelis-
ta, Sin embargo, la tradición favorable á Jerusalen,
parece tener mayor peso, pues la apoya con su auto-
ridad San Juan Damasceno. Lo sensible es que lo.?
católicos no puedan rendir aquí su culto á Dios, en
honor de su Santísima Madre; pero esperamos de la
misericordia infinita, y pidámoslo con fervor, que pro-
— 175 —
presando el movimiento que ya se hace tan notable
entre los cismáticos hacia la unidad católica, todos
los cristianos del Oriente, reunidos un día bajo la au-
toridad del sucesor de San 'Pedro, vengan como ove-
jas de un solo redil, á reuniré aquí invocando á la
Divina Pastora.
Be la puerta del Sepulcro de la Santísima Virgen,
á la de la. gruta de la Agonía, hay una distancia de
ocho ó diez varas: bájanse cuatro ó cinco gradas en
forma de caracol, para estar en el fondo de esta gru-
ta, santificada por la oración, la sangre y las morta-
les angustias del Hijo de Dios. Convertida en capilla
esta gruta, la poseen exclusivamente los latinos. Su
forma es irregular; quiero decir, que no se la puede
llamar ni cuadrada, ni circular, ni oblonga: en el
fondo, sobre el sitio mismo donde oraba el Salvador,
está el altar mayor, cuya mesa es de mármol, soste-
nida por dos pilares de la misma piedra, y en el fon-
do, sobre la quíntupla cruz de Tierra Santa, se lee
esta inscripción: Eic faetmn es l sudor epes sicut
giht& sangteinis decurrentis in lerram. Yo he tenido
la felicidad de decir dos veces la Santa Misa en este
altar: el lunes de carnaval, y el lunes santo de 1SG2,
Hay ademas dos altares laterales, para que celebren
el santo sacrificio otros sacerdotes cómodamente,
cuando se reúnen varios y no pueden aguardar. Los
Padres Franciscanos cantan solemnemente la Misa de
Pasión, el miércoles santo, en este santuario.
Saliendo de él, y volviendo á pasar por delante del
Sepulcro de la Santísima Virgen, se deja atrás el
- 176 —
monte Olivete, hacia el Oriente, y subiendo la cuesta
que está al Oriente, como quien se dirige á la ciudad
por la puerta que los cristianos llaman de San Este-
ban y los árabes Bab Jith Margam, lo primero que
se encuentra es el lugar que la tradición señala como
el teatro, en que muriendo, triunfó el Proto-mártir;
y un poco más arriba, el sitio en que se dice que esta-
ba San Pablo, todavía, perseguidor, guardando las
capas de los que sepultaban á su heroico condiscípulo
bajo una lluvia de piedras. Una piadosa mujer árabe,
toda vestida de blanco, se arrodilló delante de mí,
para besar aquella roca. Yo hice otro tanto, con una
profunda emoción; porque aunque críticamente se
puede disputar si en efecto fué este el lugar del mar-
tirio de San Esteban, que otros señalan más cerca de
la puerta de Damasco, lo cierto es que basta la pro-
babilidad de la tradición y la cercanía del templo y
del torrente Cedrón, para creer sin temeridad que
desde aquí voló al cielo la grande alma del Proto-már-
tir, después de rogar á Dios para que perdonase á sus
verdugos y obtener gracia para el más fiero de sus
enemigos, el joven Saulo, cuya conversión puede
decirse que fué fruto del sacrificio de este incompara-
ble diácono. La Iglesia perdió aquí un Levita, el más
puro, el más celoso é instruido: aquel que aun en la
tierra, según la expresión de San Lúeas en el libro de
los Hechos Apostólicos, dejaba ver un rostro tan ra-
diante como la cara de un ángel; y era tan elocuente,
que los que con él entraran en disputa, no podían re-
sistirle. Pero en cambio ganó la Iglesia aquí mismo
- 17? —
UD poderoso intercesor en el cielo, y en la tierra á un
Pablo, cuya palabra habia de convertir al universo.
Las imágenes de San Pablo y San Esteban no deben
separarse. En la Basílica de San Pablo, extra-maros
de Boma, que es el orgullo del arte en el siglo XIX,
así como San Pedro lo es del arte en el XVI, bay dos
altares en el ábside, casi enfrente del altar de la
Confesión; el cuadro y la estatua que los adornan re-
presentan , esta á San Esteban, y aquel á San Pablo
que cae del caballo eu el camino de Damasco. Entran-
do en la Basílica y examinando aquellas maravillas,
se llena el alma de admiración; pero contemplando
entre Jerusalen y el monte Olívete el lug'ar donde
murió el Proto-mártiry el sitio donde estaba Saulo con
las capas de sus verdugos, los ojos se arrasan de lá-
grimas y el corazón se llena de gratitud, consideran-
do cuan admirable es Dios en sus caminos.
Desde la puerta de San Esteban, pero sin entrar
por ahora en ella, seguiré el giro de los muros de Je-
msalen. Por la parte de la derecba, la ciudad no está
rodeada por un barranco, corno por la otra parte, sino
por un simple foso, aunque este es ancho y profundo.
Es. pues, este costado de Jerusalen, el más fácil de
expugnar; y por eso, cuantos enemigos han venido a
atacarla, los asidos, los romanos, los cruzados y los
sarracenos, han puesto sus reales en el campo vecino
que se llama de Gihon. Este es célebre, no sólo por
esa circunstancia, sino también por los grandes su-
cesos que con tal motivo han tenido lugar aquí: fué
c-n este campo donde el Seuor, invocado por el piadoso
SANTOS LUGARES. 12
- 178 ~
rey Eeequías, hizo que murieran en nna noche ciento
ochenta mil enemigos, heridos por un ángel: fué
también aquí cerca donde Isaías > prometiendo al
mencionado rey este favor del ciclo, anunció otro infi-
nitamente más importante, á sabeT, que de una Vir-
gen nacería al mundo su Libertador. Esta profecía
está relacionada con la piscina ó estanque que todavía
se ve á poca distancia do la puerta de San Esteban,
llamada por los árabes Birltet el Mamillah, en donde
los cristianos creen que hubo antiguamente una igle-
sia dedicada á San Babilas. Esta piscina, con las co-
piosas lluvias del invierno de 1861, se llenó de tanta
agua, que algunos europeos pudieron pasearse por
ella en una lancha; y los musulmanes, especialmente
las musulmanas, venían á contemplar este acto de
atrevimiento. Cerca de aquí fué ungido rey Salomón,
por orden de su padre David, con aplauso del pueblo;
y no lejos de este sitio fué sepultado Herodes Agripa,
que después de haber puesto en prisión á San Pedro y
hecho decapitar á Santiago el Mayor, murió devorado
por los gusanos en Cesárea, donde sus aduladores le
proclamaban Dios.
Más adelante, atravesando este campo, que anti-
guamente estuvo cubierto de jardines, pero que fué
arrasado por orden de Tito, se encuentra debajo riel
mismo muro de la ciudad un boquete, que parece la
entrada de una cueva común. Para entrar es necesa-
rio inclinarse tanto que casi se anda sobre las manos;
y aquí se halla uno en el vasto, sombrío é imponente
recinto, llamado por los árabes Rubor el Muluh, ó
— 170 —
sean los famosos sepulcros de los reyes, Yo fui allá
acompaííado de Mi\ de Barreré, cónsul de Francia cu
Jcrusalen, con otros muchos peregrinos orientales: y
así pude observar perfectamente todo aquel inmenso
subterráneo, pues el citado Mr. de Barreré hizo en-
cender varías hachas, que llevadas por algunos ára-
bes, le iluminaban perfectamente. Penetramos has-
ta ochocientos metros horizontal mente debajo de 3a
ciudad; y después de ver los sarcófagos regios cuya
arquitectura es del orden dórico, pasamos á examinar
otra cosa más interesante, y es el sitio donde se corta-
ban las piedras, para las grandes obras que Heredes
hacia en Jerusalen: porque no son más que plagia-
rios de aquel rey, cuya memoria es abominable en la
historia, los que hoy, para distraer un poco al socia-
lismo, se han dado á deshacer y rehacer las capitales
de Europa: de lo cual puede convencerse cualquiera,
leyendo la excelente obra del conde Franz de Cham-
pagny, titulada Roma y la Jadea bajo la dominación
de Nerón, El tirano de la Judea no vela, como no ven
los que ahora arrojan ese pan sacado de las piedras al
monstruo de la plebe pervertida, que un dia llegará
en que ya nada haya que deshacer; ó que, aunque al-
go quede por hacer, faltarán los recursos: no ven tam-
poco que entre tanto ese deshacer y hacer > obligara a
subir los alquileres. haciendo más cara la vida, de
modo que llegue á ser casi imposible á los pobres, y a
las familias de mediana fortuna, vivir en las ciuda-
des : que esto mismo aumentará el descontento: y que
cuando á nombre del Estado ya no se puedan emplear
- 180 ~-
aquellos brazos, la revolución los encontrará regi-
mentados para otra demolición, la del orden social. No
sucedió esto en Jerusalen, porque estaban á la puerta
los romanos; mas no por eso dejó de caerla maldición
del cielo sobre las obras hechas para burlarle y sobre
sus autores* Ni aun podrán los que imiten á Herodes
concluir las suyas , como no dio la última mano el
tirano de Judea á la que hubiera emprendido. Se ve
en este subterráneo que seguían cortándose piedras,
las cuales han quedado á medio picar; y por cierto
que las enormes dimensiones de su trazado, así como
el tamaño de las pocas piedras que quedan dispersas
del templo, dan idea de que la dinámica en tiempo de
Herodes, era de tanta fuerza como en nuestros dias.
Después de contemplar debajo de tierra los es-
fuerzos de los hombres para parecer grandes, veamos
á la luz del sol> aquí cerca, un lugar en que Dios
mostró cómo Él solo es más poderoso y más sabio que
todos. Saliendo del sepulcro de los reyes y tomando
el camino de Damasco, se llega á una eminencia, la
cual por poderse abarcar desde ella una extensa
perspectiva T se llama en griego S'copos, en latín
jSpeculator, y en castellano pudiera llamarse el Mi-
rador. Fué aquí donde tuvo lugar el encuentro de
Alejandro Magno con el gran Sacerdote Jaddo. El
guerrero de Macedonia marchaba indignado sobre Je-
rusalen , cuya defensa en lo humano era imposible
contra el vencedor del grande imperio de los persas y
el avasallador de la Grecia; pero Dios no abandona
entonces ásu pueblo, hace que Alejandro tenga una
- 181 —
visión, y cuando se le presenta en este sitio el Pontí-
fice, al descubrir en su frente el nombre del Señor es-
culpido en letras de oro, Alejandro se postra, abraza
á Jaddo y se adelanta hacia Jerusalen, mas no para
hacer mal á la ciudad, sino para ofrecer en su templo
un sacrificio al Dios verdadero. Fompeyo, después de
Alejandro, y poco tiempo antes del nacimiento de
Nuestro Señor Jesucristo, pidió también que se ofre-
ciesen á su nombre víctimas en el templo de Jerusa-
len; mas luego que el pueblo de Israel cometió el dei-
cidío, indignado contra él el Señor, le abandona y fué
vencido, arruinada con el mis rao templóla ciudad,
y llevados sus hijos é hijas á duro cautiverio. ¿Qué
pruebas más evidentes que estas, de que Dios es más
grande que los grandes, que solo él es grande, y que
sin él ningún individuo ni pueblo puede ser grande?
Sin embargo, los hombres ven, y aun puede decirse
que tocan con las manos las pruebas de estas verda-
des; pero las olvidan t viven y obran como si ellas
fuesen otras tantas mentiras. ¿No lo demuestra así
cuanto está á nuestra vista pasando con el Romano
Pontífice? La Santa Sede, en todos conceptos, ha
salvado áRoma, y aun materialmente la capital del
orbe ha visto renovado dos veces á su favor el mila-
gro que Dios hizo para proteger á Jerusalen cuando el
Sumo Sacerdote Jaddo se encontró en este sitio con el
grande Alejandro, San León, primero de este nom-
bre, contuvo á Atila, que se llamaba á sí mismo el
Azote de Dios, con sola la majestad que el cielo co-
municaba al sucesor de San Pedro; y otro Surao Pon-
— 132 —
tifice del mismo nombre, San León IV. aun antea de
ser elevado á la Santa Sede, libró á Roma de los sar-
racenos, que ya se aprestaban para arruinarla. Sin
embargo de eso, ¡véase cómo se pagan ahora al Papado
este y otros innumerables servicios hechos á la causa
de la civilización! ¡Vease cómo se le amenaza y cómo
se espera su destrucción por los que no cuentan con
la fuerza invencible que Dios da á aquel que lleva
escrito en la frente su santo nombre!
En esta eminencia , tan célebre por haber doblado
en ella sus rodillas, en presencia del Pontífice del
Dios verdadero , aquel ante qim% mudo, se postró h
¿ierra, se detuvieron también Cestio y Tito? cuando
vinieron á sitiar á Jerusalen. Muchos otros sepulcros
se encuentran cerca de este lugar, de los cuales es el
más notable uno que los hebreos llaman de ¡Simón el
Justo. Pero ahora, lo que más llama la atención es la
g*ran fábrica que desde aquí se descubre, levantada
por los rusos en medio del campo, á doscientas ó
trescientas varas de la puerta de Jaffa. El cónsul de
Francia, Mr. de Barreré, decia sonriendo al señalar
aquella inmensa mole: Voila nos dominateurs. Los
rusos, que han heredado de los griegos el no tener
fe {Qr&ca /¿des, mUla fiies), propalan que han hecho
esas inmensas construcciones para librar á sus na-
cionales de las socaliñas de los griegos, sus compañe-
ros de cisma; pero en realidad las proporciones del
edificio, el sitio donde se ha levantado y los antece-
dentes de la Rusia, dan probabilidad á los temores
que tienen algunos de que algún dia se convierta en
— 183 —
fortaleza para bombardear y dominar á Jernsalen, la
que lioy aparece como un conjunto de edificios reli-
giosos. Palacio para un Obispo cismático, convento
para monjes y hospicio para peregrinos, todo esto
se dice que está comprendido en aquella inmensa
área. Yo no pude cerciorarme de ello por mí mismo,
pues aunque pretendí entrar, el portero me negó el
permiso. Por lo demás, en cuanto á belleza, ninguna
exterior tiene el edificio ruso, cuya figura se parece
nuiclio á una de las fábricas de -víanchcster; con lo
cual se dice todo: mucho dinero se habrá gastado
Va en levantarle, y aun se habrá de invertir mucho
más en concluirle; veremos qué premio saca la Rusia
de este dinero; puede ser que los numerosos peregrinos
rusos gasten mucho menos durante su permanencia
en Jernsalen, recogiéndose á este hospicio, pues pa-
rece que, en efecto , sus correligionarios los griegos
cismáticos, los esquilmaban; pero esto mismo hará
que la Rusia pierda en influencia lo que ahorre en di-
nero; y de hecho, más de un dato tengo yo para pen-
sar que existe ya desconfianza y aun aversión entre
los cismáticos griegos y los cismáticos rusos: aquellos
prefieren la dominación del Sultán al yugo del Czar.
En los designios de la Providencia, la cual, como r e -
cordaba con oportunidad el ilustre Cardenal Pacca á
la Academia de la Religión Católica, citando un ada-
gio portugués: <¿sabe escribir derecho sobre lineas tor-
cidas» puede entrar que por esta misma pugna entre
griegos y rusos cismáticos, los primeros, que en ma-
teria de dogma poca diferencia tienen con los latinos.
- 184 -
para sustraerse de la influencia moscovita se sometan
á la obediencia del Romano Pontífice f en cuyo caso
gozarán la protección de las potencias católicas, como
los otros cristianos residentes en Turquía (1).
Del edificio ruso, sin entrar en la ciudad por la in-
mediata puerta de Jaffa, se puede ir costeando entre
el muro y los valles de Sion y de Gelienna, hasta el
Monte Sion, separado de la ciudad por el actual muro,
aunque puede decirse que forma parte de ella. Varios
lugares célebres hay en este trayecto; pero los que
más llaman la atención, son el- sepulcro del Pontífice
Anas y el campo del Alfarero. Providencialmente
puede decirse que se encuentran vecinos el uno del
otro estos dos sitios: la tumba de uno de los mayores
enemigos de Jesucristo, el suegro de Caifas, cuyas
cenizas, echadas fuera "para no ser recogidas y si at-
rojadas como estiércol en la sobrehaz de la tierra^ se-
gún había profetizado Jeremías (VIH, 2, 2,) hace Jue-
go, por decirlo asíf con aquel HeceJ&anna, comprado
para sepultura de los peregrinos, dando por precio
aquellas treinta monedas con que fué sobornado el in-
fame Judas por otros sacerdotes más infames todavía,
á fin de que les entregase con traición á su Bienhechor

(1) Después que yo regresé de Tierra Santa, die« mil


habitantes de Damasco, con sus sacerdotes griegos, se
han hecho católicos; y Monseñor Valerga, Patriarca latino
de Jerusalen, que no pensaba venir á Ronia, según me dijo,
por las atenciones de su Silla y su cualidad de Delegado
Apostólico del Líbano, sin embargo ha llegado á la capital
del orbe católico. Anunciase que su viaje tiene relación
con sucesos importantes, que llenarán de gozo á la Iglesia.
— 18o —
y Maestro. El que no aprenda con estas lecciones,
debe de tener embotado el sentido moral.
Todo en el Monte Síon es notable, comenzando
por el sepulcro de David; de aquel rey que en sus
cánticos inspirados á cada paso repite el nombre de
este monte santo, tan dulce á su corazón. Por desgra-
cia, los turcos, no sólo se lian apoderado del sepulcro
de David, convirtióndole en mezquita, sino que, como
está anejo este monumento al Cenáculo, el santísimo
lugar en que fueron instituidos varios de los sacra-
mentos, como consta en el Evangelio, ó todos ellos,
según la opinión de Escoto; el sitio donde puede de-
cirse que nació la Iglesia, por haber bajado el Espíritu
Santo sobre los Apóstoles reunidos aquí en el dia de
Pentecostés, se halla en manos de los turcos, los cua-
les impiden á los cristianos celebrar su culto en tan
venerables lugares, y especulan con la devoción de los
peregrinos. Por mi parte espero no olvidar jamas
mientras viva, una tarde del mes de Marzo en que,
acompañado de dos religiosos Agustinos de Malta, del
sacerdote irlandés de quien antes he hablado, y de un
Padre Franciscano, paisano suyo, que nos servia de
cicerone, •.marchando entre los sepulcros del cemen-
terio de los cristianos que está en el Monte Sion, pe-
netré en el augusto recinto del Cenáculo. Es este ac-
tualmente una capilla de diez y ocho ó veinte varas
de largo, sobre ocho ó diez de ancho, cubierta con
una bóveda de forma gótica, lo cual hace creer que,
ó los cruzados, ó los religiosos Franciscanos que anti-
guamente tuvieron un convento en este venerando si-
— 18í> —
tío, levantaron esta capilla en memoria de los prodi-
gios que aqni se obraron. Ahora los mahometanos
tienen todo esto, no sólo sin veneración alguna, sino
también sin aseo; pero mediante un dackchis (propi-
na), no se oponen á que los peregrinos entren y des-
ahoguen privadamente su devoción en este santísimo
lugar. Sucio y mal conservado está el pavimento,
desnudas y poco blancas las paredes: no hay aquí ni
ciuz ni altar; aquí donde Jesús nos dejó para siempre
su cuerpo y sangre, memorial perpetuo de su sacrifi-
cio, hostia indeficiente de nuestros templos, huésped
continuo de nuestros tabernáculos, aquí no hay ni
pulpito, ni tribunal de la penitencia; aquí, en donde el
Hijo de Dios elevó a sus Apóstoles al sacerdocio, para
que por ellos se perpetuase en todos los siglos la fa-
cultad de absolver Jos pecados; aquí, donde el Espí-
ritu Santo, derramando su unción, sobre la Iglesia,
la comunicó el poder de trastormar al mundo por la
predicación de la divina palabra. Que cuando Jos
turcos eran poderosos y temidos, estuviese profanado
este venerable sitio, yo lo comprendo; pero que ahora,
estando el imperio de la Media luna á merced de las
potencias cristianas, estas no arranquen de sus manos
el Cenáculo que los mahometanos han usurpado, es
cosa que sólo se explica por la indiferencia religiosa
que domina en los gabinetes y reina en los pueblos.
En 1851 la Francia incluía el Cenáculo entre los lu-
gares santos que su embajador reclamaba en Cons-
tantinopla como pertenecientes á los católicos. Esa
reclamación sirvió en parte de causa, ó más bien de
— 187 —
pretexto á la gTuerra de Crimea; en ella triunfó la
Francia, pero el Cenáculo continúa en poder de los
musulmanes, y si el viajero católico quiere visitarle,
se ve obligado á abrir el bolsillo para obtener el
permiso de un sórdido turco; tiene que hacer sus ac-
tos de privada devoción en presencia de aquel estúpido
testigo, por no decir bárbaro fiscal; y si se adelanta
a m a s , como lo hizo Monseñor Spaccapietra, actual
Arzobispo de Esmima, atreviéndose a renovar allí el
Jueves Santo la consagración del cuerpo y de la sangre
de Cristo, para distribuirla á algunos piadosos pere-
grinos, se expone á una vejación ó a una villanía, y lo
que es peor, á que su Dios sea indignamente ultrajado-
Pero no lo extrañemos. Más de una vez he refle-
xionado que si David, cuyo sepulcro está contiguo al
Cenáculo, aunque era un rey cortado á la medida del
corazón de Dios, no fué admitido al honor y á la dicha
de levantar un templo al Altísimo en Je rus alen, por-
que había derramado sangre en las guerras, aunque
justas, que había hecho; el Señor, permítaseme esta
expresión, ha sido consecuente consigo mismo, no
permitiendo que de la hecatombe humana sacrificada
en Sebastopol, resultase la restitución de los santua-
rios que los turcos y los cismáticos lian usurpado á los
católicos en Tierra Santa. No: de una guerra que en
su principio había de regocijar ^ w Instinto á los re-
volucionarios impíos, y cuyo término habia de ser
un acto de hostilidad contra el Vicario de Jesucristo;
guerra que, por lo mismo, se debe considerar inspi-
rada y dirigida por lo que con tanta razón como cner-
- 188 -
gía llamaba Donoso Cortés el mal etenaal, el mal
puro, no podía resultar ningún bien. Y ¿qué bien más
grande, más dulce, para un corazón católico , que ver
el Cenáculo devuelto al culto del verdadero Dios? ¡Ali!
[Si un dia viéramos realizado lo que ahora no es más
que un piadoso ensueño; si viéramos este lugar augusto
con un pavimento de riquísimos mosaicos, con un ar-
tesonado de oro, alumbrado por muellísimas lámparas
de preciosos metales, y en el fondo, dentro de un taber-
náculo bellísimo , como el de la Capilla Sistina, entre
innumerables hachas, cual se acostumbra hacer en
Roma durante la noche en las Cuarenta Horas, siem-
pre expuesto el augusto Sacramento al perpetuo culto
de sus adoradores! ¿Por qué no han de venir al Ce-
náculo á velar continuamente delante de su Divino
Esposo, esas religiosas que en el centro del orbe ca-
tólico, y en la capital de Francia, y en la de Ingla-
terra, tributan perenne adoración á Jesucristo en la
Eucaristía, y que con esto, como dice el Cardenal Wis-
seman, desde un extremo de esas inmensas ciudades,
derraman sobre ellas un torrente de gracias de todo
género? La política no hará nada de esto; la oración
lo hará todo. Que las almas piadosas insten á Dios, J
estos votos se verán realizados (1).

(1) En tiempo de los Cruzados j bajo el imperio de los


revés latinos en Jerusalen, habia en el Cenáculo una comu-
nidad de religiosas Agustinas. Si algún dia recobrasen los
católicos el Cenáculo, justo y conveniente seria devolver á
las hijas de San Agustín la posesión de este Santísimo lu-
gar; y ellas le guardarían dignamente, santificándose en él.
CAPÍTULO X.

ALEGRÁDOME HÉ EN LAS COSAS QUE SE ME HAX


DICHO: IREMOS k LA CASA DEL SEÑOR.

Con estas palabras comienza su salmo 121 el santo


rey David, y el viajero cristiano no puede olvidarlas
cuando entra en la ciudad de Jerusalen. Voy á pene-
trar con el lector en su augusto recinto, aunque toda-
vía nos quedan por ver muchas cosas interesantes al-
rededor de los muros; pero ya llegará ocasión más
oportuna en que nos ocuparemos de ellas. La puerta
por donde ordinariamente entran en Jerusalen los pe-
regrinos que van de Europa, es la de Jaffa, á la cual
se da este nombre porque en ella tiene su término el
camino que de aquel puerto conduce á la santa ciu-
dad. Por la puerta de Jaffa lie entrado yo la primera
vez en Jerusalen; pero como para indicar al lector al-
gunos de los sitios más notables que están fuera de la
ciudad, le he ido conduciendo hacia el Monte Sion y
hasta el mismo Cenáculo, ahora, partiendo del Ce-
náculo y dirigiéndose por entre las tumbas del cemen-
terio católico hacia la ciudad, penetraremos en ella
por la puerta llamada de Sion. ó puerta Sheraítis y en
— 130 —
árabe Bal el ereU Daud, la cual está al Sur de Je-
rusalen.
Sin embargo, antes de entrar , detengámonos un
poco en dos santísimos lugares que están sobre el
Monte Sion, á saber: la casa de la Santísima Virgen
con la capilla en que celebraba la santa Misa el Após-
tol San Juan delante de su augusta Madre adoptiva,
y la casa de Caifas donde sucedieron tantas cosas inte-
resantes de la Pasión de Nuestro Divino Salvador. De
la casa de la Santísima Virgen no quedan más que
ruinas; y asi es sólo por las probabilidades, por las que
el católico puede formarse una idea de lo que era este
venerable lugar, Las almas piadosas pueden ver en
la bellísima Historia de la Aladre de Dios por el Abate
Orsíni, y en la interesante Vida de la Virgen que es-
cribió Clemente Brentano, bajóla inspiración de Ana
Catalina Emmerich, virtuosísima religiosa alemana;
la descripción de la vida de la Santísima Virgen en
sus últimos años, y de su bienaventurado tránsito.
En cuanto á la casa de Caifas, es otra cosa; ella se
conserva, aunque en poder de los cismáticos, conver-
tida en iglesia. En la mesa del altar mayor hace ver
el sacristán una piedra, que pretende era la del Santo
Sepulcro; al lado de la Epístola, todo cubierto de
azulejos, está el estrechísimo aposento en que pusie-
ron á Jesús, mientras llegaba el dia, para pronunciar
contra El Ja sentencia de muerte, En este reducidísimo
lugar hay un pequeño altar, y una ventanilla deja
penetrar la luz natural, que por cierto no hace allí
ninguna falta. Los judíos quisieron comprimir, alio-
- 191 —
gar allí la luz verdadera que ilumina a todo hombre
que viene á este mundo (Joan. I, 9). Esa luz, más
brillante y poderosa que la del sol, venció todos los
obstáculos ? RC difundió por todos los horizontes de la
humanidad, y no hay región del g'lobo á donde ella no
haya penetrado; pero en su dilatación esa luz no ha
perdido la virtud de alumbrar el pequeño espacio en
que insensatamente quisieron comprimirla- los escri-
bas y fariseos. Ella inunda ele resplandores el alma
que viene á buscarla aquí; ella inflama los corazones
rectos que se encierran, aunque sea por cortos mo-
mentos, en este reducido aposento. Cortos son, en
efecto» los que un católico puede detenerse allí, pues
la circunstancia de hallarse toda la casa de Caifas en
poder délos cismáticos, le obliga á retirarse pronto.
Sin embargo, es necesario hacer á estos cismáticos la
justicia de decir, que ni oponen obstáculo al católico
para que entre, ni le dan prisa para que salga.
Lo que actualmente forma el presbiterio de la.
iglesia, fué probablemente el lugar donde se sentaron
los individuos del Sanhedrin para hacer la inicua y
sacrilega farsa que tuvieron por juicio del Salvador.
No hay en toda la larga y dolor osa historia de la
Pasión, á pesar de abundar en ella las repugnantes
figuras de los enemigos del Salvador, ninguna que
nos presente un carácter más odioso que la de Caifas.
Por mucho que se hayan esforzado los pintores para
hallar un ideal de hipocresía y de crueldad que cor-
responda al original de aquel Sumo Sacerdote, es di-
fícil, es imposible que le encuentren ni en los meros
— 192 —
hombres ni en los simples demonios; porque la mali-
cia de Caifas, por el abuso que este hizo de su minis-
terio, es una cosa que excede á lo gue la tierra y el
infierno ofrecen ordinariamente como tipo del crimen.
Caifas tenia, por su cualidad de Sumo Sacerdote, el
don de profecía; y el le emplea con horrible abuso
en daño del mismo que inspira á los profetas. En sus
manos estaba la autoridad; una autoridad legítima
dada por el mismo Dios para defender su gloria, y
él la ejerce contra el mismo Dios, hollando todos los
fueros de la razón y de la justicia; mas apeuas se co-
mete esta iniquidad, ó mejor dicho, en el hecho y por
el hecho mismo de cometerla} Dios la castiga , y la
castiga, como sucede casi siempre 9 por la mano de
los mismos culpables, y permitiendo en pena de la
culpa el mal de que estos creían librarse delinquiendo.
Caifas, aparentando hipócritamente un doloT inmen-
so , cuando por instancia suya declara Nuestro Señor
Jesucristo que Él es Dios, dice: ¿Quénecesidad tene-
mos de testigos? Ha blasfemado, iQué os parece?; y
rasga sus vestidos en señal fingida de dolor y celo
por la honra y gloria del Señor. Pues bien, así como
cuando él mismo dijo: «Conviene q%e uno solo muera
por el pueblo,» profetizaba sin saberlo, que la muerte
de Jesús salvaría á toda la humanidad; así el acto de
aparente despecho que ejecutó en este lugar, significó
realmente, como advierte el Papa San León, que el
sacerdocio hebreo, del cual era símbolo la túnica que
rasgó Caifas, quedaba anulado. La abolición del culto
hebraico que debia preceder al establecimiento del
- 193 —
culto cristiano, fué consumada en este sitio; pero
como Dios, fuente de toda justicia, respeta todos los
derechos, providencialmente el sacerdocio hebreo se
quitó á sí propio el que tenia, mediante la acción de
Caifas y la aprobación inicua que todo el sanhedrin,
y después el pueblo todo, dieron á lo hecho por su
Sumo Sacerdote,
En el atrio del templo en que está convertida la
casa de Caifas, se muestra el lugar donde San Pedro
renegó de su divino Maestro, Este sitio corresponde
directamente ai del aposen tillo ó estrecha cárcel en
que habían puesto al Salvador, de modo que Jesu-
cristo bien podia natural ni ente oir las cobardes pa-
labras de su discípulo y volver los ojos para mi-
rarle- Convenia que la humanidad recibiese aquí dos
grandes lecciones: una de su fragilidad» para que
nadie presuma; y otra de la infinita misericordia de
Díos, para que nadie desespere. Mas no son solas estas,
aunque tan trascendentales é importantes, las leccio-
nes que el cielo quiso dar aquí á la humanidad en la
persona de San Pedro: su vocación era tan prodi-
giosa, estaba él llamado á tan admirable destino, que
era necesario, por una parte, precaverle de toda ten-
tación de orgullo, haciéndole experimentar su propia
debilidad; y por otra parte, debiendo él, como Vi-
nario del médico divino , poner el dedo en todas las
miserias de la humanidad, convenia que tuviese
personal experiencia de ellas para compadecerlas
mejor. Aun el profeta pagano habla dicho: Et non
ignara malis miseris sucurrere disco.
S/LNT08 LUGARES, 13
_ 194 —
Por lo demás, el católico, lejos de tener que aver-
gonzarse por la caída que dio en este lugar el Príncipe
de los Apóstoles, encuentra aquí nuevos motivos para
alentar su esperanza, al mismo tiempo que pruebas
robustas de la fuerza inherente á la verdadera reli-
gión. ¿Quién desconñará de la misericordia, infinita
del Salvador, viendo que lejos de indignarse contra
Pedro, que falsamente le niega, sus ojos le dirigen
una benigna y penetrante mirada para convertirle?
¿Quién 7 con tal que tenga sentido común. dejará de
conocer que Dios y sólo Dios, pudo .infundir en el pe-
cho del cobarde discípulo aquel valor heroico con
que, cincuenta y dos dias después, predicó pública-
mente la divinidad del mismo Jesús á quien aquí ne-
gaba ; reprendiendo á los mismos pontífices y fariseos
que le hicieron morir , el crimen horrendo que habiau
cometido? ¿Cómo se habia obrado esta trasformacion?
Los católicos dicen que por un milagro, por una serio
de milagros; los incrédulos que niegan la posibilidad
de los milagros, no pueden negar la trasformacion de
Pedro. Que nos expliquen ellos esta metamorfosis: ú
ella se obró sin milagro 3 hé aquí el mayor de los mi-
lagros; y hé aquí cómo los incrédulos, por negar lo
razonable, caen en el absurdo.
El lugar santo más inmediato á la casa de Caifas,
aunque lo separa el actual muro de Jerusalen, es la
casa de Anas; encuéntrase esta actualmente en poder
de los armenios cismáticos, los cuales tienen allí cerca-
una comunidad de religiosas. Antes de entrar á 1A
iglesia, en que está convertida la casa de Anas , hay
— 195 —
na salón, que forma una especie de atrio, y en ese ¡sa-
lón existe un pozo del cual se saca agua. La iglesia
puede tener veinticinco varas de largo } sobre quince
de ancho; y toda ella está adornada de pinturas de
mal gusto, como lo son generalmente las de las de-
más iglesias de los cismáticos. Á poca distancia de la
puerta, al lado del Evangelio, hay una capillita con
un altar, y debajo de este se ve una lápida de mármol
labrado, que señala el lugar en que se cree recibió
Nuestro Señor Jesucristo la bofetada que le descargó
el criado del pontífice, sin que este le reprendiese. Un
abogado francés, Mr. Dupin, que ha cambiado de co-
lor político como de camisa, se entretuvo en compo-
ner un tratado para demostrar todas las irregularida-
des del Proceso instruido contra nuestro Divino Sal-
vador. ¡Trabajo inútil, especialmente por parte de un
galicano como Mr. Dupin! Con mas gracia un predi-
cador portugués, Vieyra. echando una indirecta á los
curiales, decia en un sermón de Pasión, que si en
tiempo de Anas, Caifas y Hiatos hubiese habido papel
sellado, acaso se entorpece la redención del género
humano. Clemente de Bren taño, bajo la inspiración
de Ana Catalina Emmerich dice , que una de las
acusaciones proferidas por' los judíos contra Nuestro
Señor Jesucristo era, que habia dicho que «daría á sus
discípulos su sangre en bebida;» á Jo cual les respon-
dió el presidente romano: «Pues entonces parece que
vosotros queréis haceros sus discípulos, según la sed
que tenéis de su sangre.» Sea de esto lo que fuere: la,
conducta de Anas, especialmente cuando el sayón
-- 196 -
descargó aquí la bárbara fuerza de su brazo sobre el
rostro apacible del Salvador, prueba que, en efecto,
la sinagoga tenia sed de la sangre del Justo.
Al salir del recinto de la casa de Caifas se descu-
bre detrás de una pared un grupo de cipreses y de
pinos t los cuales traen irresistiblemente á la memoria
las palabras inspiradas que la Iglesia aplica á la San-
tísima Virgen: Quasi ci/pressus in monte Sion. (Ec-
cíes.. 24, 17.) Henos aquí en el monte Sion y que ve-
nimos del Jugar donde fué humillada la humanidad
de Cristo y con ella la Virgen que de su purísima
carne le habia revestido, antes que fuera exaltada, y
como camino y preparación para que fuese exaltada.
Pasando por delante de este muro y dejando atrás una
nueva iglesia que edifican los armenios, se entra en
el gran patio donde residen la mayor parte de estos;
y atravesando este patío, se llega al atrio de 3a igle-
sia de Santiago el Mayor, levantada sobre el sitio
mismo de su martirio- Esta iglesia se considera la me-
jor y más grande de Jerusalen r está dividida en dos
cuerpos; á la izquierda hay varias pequeñas capillas,
cuyas puertas son de finísimos embutidos de carey y
'madreperla; debajo del altar de una de ellas, una lá-
pida de mármol labrado indica que allí sufrió el mar-
tirio el Santo Apóstol, cuya cabeza figura sobre un
plato en un cuadro inmediato. que fué sin duda he-
cho en Italia, pues su perfección forma contraste con
las demás figuras pendientes de-las paredes.
Esta iglesia correspondía á la España; pero los ar-
menios cismáticos la usurparon hace tiempo. Supongo
- 197 —
que en siglos pasados los armenios imploraron, antes
de precipitarse en el cisma, la protección de la Espa-
ña; y que esta generosa nación, tanto por honrar á su
Apóstol y patrono Santiago, como por proteger á los
que entonces tenian la misma fe que ella, contra la
opresión de los turcosr construyó esta iglesia, ó por
lo menos contribuyó á ello con fondos. Rebelándose
contra la autoridad del Papa pensaron los armenios
que podían despojar también á la España de su dere-
cho, y hoy se encuentran bien bajo el dominio del Sul-
tán, disfrutando de lo ajeno. Digno seria déla piedad
de S. M. la Reina Católica ordenar á su cónsul gene-
mi, residente en Jerusalen, que estudiase bien esta
cuestión; y una vez comprobada la usurpación de los
armenios, reclamar enérgicamente de la Puerta otoma-
na la restitución de este santuario, tan venerable
para todos los católicos, tan interesante para la Espa-
ña: á sus más brillantes y puras glorias, á su exis-
tencia misma como pueblo independiente y civiliza-
do, están íntima é indisolublemente unidos el nombre
y los recuerdos de este Apóstol- ¡Santiago y cierra
$$paña fueron las palabras que se vinieron rep i tien-
do por espacio de siete siglos , desde Covadonga
hasta Granada, y al eco de esas palabras los españoles
volvieron á tener patria, independencia y civiliza-
clon. Bajo el patrocinio del mismo Santo Apóstol, un
puñado de guerreros sometió todo un Nuevo Mundo
¿la corona de Castilla y de León; sacando á los pue~
blos conquistados de la barbarie, de la corrupción y
de la idolatría, los misioneros que predicaban la mis-
— 108 -
ni a. fe que trajo á España Santiago. Por fin, esa mis-
ma fe comunicó al pueblo español f en principios de
este siglo, aquel heroico denuedo y aquella constancia
invencible con que resistió á Napoleón f mientras que
las naciones más fuertes de la Europa se sometían á
su yugo, y sus poderosos monarcas hacían humilde-
mente la corte al César advenedizo. La nacionalidad
española está identificada con la fe católica, de la
cual es para él el primer representante el Apóstol
Santiago; y así nada más digno, nada más justo, na-
da más necesario que recobrar de los armenios cismá-
ticos, que le han usurpado. el santuario erig'ido en el
lugar donde el Santo Apóstol. el Proto-mártir entre
sus colegas , ofreció su cabeza al verdugo en testimo-
nio de esa misma fe por la cual ha hecho la Espaüa
prodigios en todas partes, en las Navas de Tolosa co-
mo en los Arapiles, en Lepanto y en Otumba.
Yo había contemplado, tanto en América como en
España, los monumentos consagrados á celebrar las
proezas guerreras que han tenido lugar bajo la pro-
tección de Santiago; pero en Jerusalen, la vista del
cuadro que representa su cabeza, en el sitio mismo
donde le fué cortada, me traia á la memoria, más
bien que una imagen del heroísmo que se encerraba
en el pecho del Boanerges, la ternura que rebosaba
en su corazón. Entre todos los Apóstoles, Santiago el
Mayor es el único que tiene el honor de que su marti-
rio esté consignado en la Sagrada Escritura; pero lo
que acerca de este suceso se nos dice en el libro de
los Hechos Apostólicos, es únicamente lo que copio:
— 199 —
«Mas por aquel mismo tiempo determinó Herodes po-
ner por obra el afligir á algunos individuos de la Igle-
sia. Dio muerte á Jacobo, hermano de J u a n , con la
aspada. Viendo que esto había agradado á los judíos,
resolvió aprehender también á Pedro. Era entonces
la Pascua.» (Act Apost., XII, 1-3.) Aunque en este
lacónico relato hay mucho que enaltece grandemen-
te á la santa víctima, pues sólo el merecer la elección
de un Herodes para ser sacrificado, y el que fuese el
sacrificio motivo de satisfacción para los judíos, prue-
ba, ya la importancia que á juicio de aquel y de estos
furiosos enemigos de Jesucristo tenia ya en la Iglesia
«1 Santo Apóstol; todavía si se desean más detalles so-
bre su martirio, los encontramos en las lecciones de
su oficio : allí se nos dice que la constancia de Santia-
go para sufrir el martirio, de tal manera conmovió al
satélite que le condujera al tribunal, haciéndole co-
nocer la divinidad de la religión cristiana, que al
punto declaró profesarla, por lo cual fué él también
condenado á muerte; y aquí fué donde se verificó
aquella inimitable escena de pedir el convertido per-
don al Apóstol y abrazarle el Apóstol diciéndole: La
paz sm cmtigo, aplicando sus labios á la frente di-
chosa del neófito. Yo he puesto varias veces los mios
sobre la lápida que hoy cubre la tierra en que el
Santo Apóstol tenia sus plantas, y que luego bebió se-
bienta su sangre- ¡ Oh sangre ilustre que con tu fe-
cundidad has producido Ja florescencia del Cristianis-
mo en dos mundos, separados por los abismos del
Océano! Pues clamas de continuo al cielo, que tu. voz
— 2oü —
alcance del Dios que corona á los mártires, como e£
más brillante premio del que inclinó aquí su cabeza
bajo la espada del verdugo, que los jardines que la
Iglesia católica tiene en España y en América, jamas
sean contaminados con la mala yerba do la herejía y
del cisma; sino que, por el contrario, recuperando su
antigua lozanía y belleza, vuelvan á engalanarse con
ñores tan hermosas como las innumerables que, espe-
cialmente en el siglo XVI, llenaron con su fragancia
esqnisita el campo inmenso del catolicismo!
Saliendo del santuario de Santiago y pasando por
delante de la Torre de los Písanos, se está en el cen-
tro mismo del gTan bazar de Jerusalen. Allí se forma
una especie de plaza, al poniente de la cual, sobre
el sitio que ocupaba el palacio de Herodes, han le-
vantado su templo los protestantes, para estaren el
centro de los negocios > puesto que bajo un pretexto
religioso ellos no tratan más que de negociación. En
efecto, negociación diplomática fué la que dio origen
al establecimiento del llamado Obispado protestante
de Jerusalen. La Inglaterra, que oficialmente cree una
cosa, y la Prusía, que oficialmente cree otra cosa dis-
tinta, se pusieron de acuerdo por la vía diplomática
para enviar como Obispo protestante de Jerusalen á
un Dr. Alexander, que antes había sido judío. Un
Obispo debe tener fe, y la fe es una, tanto porque la
razón lo dicta, como porque el Espíritu Santo lo en-
sena terminantemente ( E p h . , I V , 5); pero obrando
contra el Espíritu Santo y contra la razón, los gobier-
nos protestantes de Inglaterra y Prusia dieron su mi-
— 201 —
sion al titulado Obispo de Jerusalen, con su fe mista ó
doble, esto es, sin ninguna fe. Si el Obispo no la tiene,
menos de extrañar es que no la tenga el templo; y
así sucede que los domingos sucesivamente se cele-
bren en él oficios según el rito anglicano y según el
rito evangélico prusiano, que difieren entre sí, como
difieren las llamadas creencias que representan. Bien
puede dictar el sentido común , que siendo Dios uno,
la religión debe ser una: los protestantes se liarán
sordos á la voz del buen sentido, aunque dicen que
para ellos este es e\ tribunal supremo de apelación en
materias de fe: bien puede también clamar San Pablo
que la fe es una. como el bautismo es uno} porque Dios
es uno; pues los protestantes, protestando su respeto
al Apóstol y reconociendo sus Epístolas como otros
mensajes del cielo, se reservan el derecho de ir díame-
tralmente contra ellas. Hé aquí lo que significa ose
templo, el cual más parece un salón, que ha sustituido
al palacio de Heredes: por lo demás, él está muy bien
allí donde carece de toda asociación con las grandes,
tiernas y fecundas escenas del Evangelio. Este divor-
cio del protestantismo con la Tierra propiamente San-
ta, tiene algo de providencial; y no se debe, sin duda,
ni á que hayan faltado algunos sitios más adecuados
para erigir el templo, ni á que los turcos se hayan
opuesto á que los adquiriesen. ni á que los protestan-
tes carezcan de medios para comprarlos: sitios habia
cuando llegó á Jerusalen la misión protestante, como
el que luego compraron las Bijas de ¿Sio?¿, cerca del
Arco del Ecce Homo. Los turcos ademas, están ahora
— 202 —
en disposición de vender lo que en otro tiempo logra-
ron coger; pues como los han manoseado tanto los po-
sitivistas europeos, ellos también han querido no
mostrarse indignos de la protección de la Inglaterra
en donde el tiempo vale dinero y el gran objeto de la
vida es to make monei/ (hacer dinero). Finalmente, en
cuanto á recursos, los protestantes cuentan con la
enorme bolsa de las sociedades bíblicas; y á pesar de
que en esto tienen una gran superioridad sobre los ca-
tólicos , estos adquieren nuevos santuarios, y aquellos
se están en donde estuvo Heredes, Bien están allí: el
degollador de los inocentes no tendrá por indigna
prosapia suya á los que no con el hierro, sino con el
oro, han venido acá para degollar unas cuantas al-
mas, arrancándolas del seno de su madre la verdade-
ra Iglesia; pero, así como Herodes fué burlado en su
inicuo designio por la Providencia, lo han sido hasta
ahora los protestantes: después de más de veinte anos
de residencia, apenas habrá cien protestantes en Je-
rusalen; se entiende, comprendidos el llamado Obis-
po . su mujer ? hijos y los demás europeos de la secta.
Y para reparar el escándalo que. aun la presencia de
ese pequeño grupo de disidentes pudiera causar en
el ánimo de los orientales, la misma Providencia ha
permitido que algunos de aquellos protestantes ilus-
trados y de buena fe, que ya venían de Europa prepa-
rados por ese movimiento que trabaja al anglícanismo
y que ha dado tantos hijos ilustres á la Iglesia cató-
lica, abjuren sus errores junto al Santo Sepulcro- En-
tre otros estuvo aquí hace algunos anos el célebre
— 203 —
Mr. Palmer, á quien un venerable sacerdote español,
el P. Antonio de la Transfiguración, cuyo nombre ya
he citado en otro lugar, le predijo que moriría católi-
co : Mr. Palmer fué á Roma, y abjuró el protestan-
tismo.
Cuando yo volví de Galilea á Jerusalen se encon-
traba de visita en esta ciudad el príncipe de Gales.
Conmigo había venido desde Malta á Alejandría, su
ayo el Dr. Stanley: y el capitán del vapor Indus en
que viajábamos, me había indicado algo sobre cierto
motivo á que se atribuía la venida del príncipe, dife-
rente del que en público se propalaba; mas, sin en-
trar en estos pormenores, que podrán ser más ó me-
nos exactos, lo cierto es que la visita del presunto
heredero de la Reina Victoria a la Tierra Santa, no
ha producido en los orientales la mejor impresión.
Corno le veian entrar en los santuarios sin hacer nin-
guna demostración de respeto, mientras que los p e -
regrinos católicos no las escasean y los cismáticos las
multiplican, se preguntaban, según llegué á enten-
der ¿si aquel príncipe tenia alguna religión? El sim-
ple buen sentido dicta á aquellas gentes lo que á
nosotros nos enseña formalmente nuestro catecismo;
esto es, que no siendo el hombre puro espíritu, la
i'eligion debe de tener también algo de exterior; y
que pues Dios nos ha dado el alma y el cuerpo, con
ambos debemos honrarle.
La conducta del príncipe de Gales debió de cau-
sar tanto mayor extraííeza en Jerusalen, cuanto que
pocos meses antes habia estado allí el conde de
— 204 —
Chambord, edificando á la ciudad con un compor-
tamiento verdaderamente digno del heredero de aque-
lla ilustre serie de monarcas llamados por antonoma-
sia los Meyes cristianísimos. En Ramle, en Belem,
en Nazareth y en el monte Carmelo , tuve ocasión de
confirmarme en la verdad con que se me habia dicho
en Jerusalen, que el conde de Chambord era otro
San Luis; y ciertamente, para un principe cristiano
no puede haber mayor elogio que este. El archiduque
Fernando Maximiliano de Austria t pocos años antes
habia dejado también muy piadosos recuerdos de su
visita á los Santos Lugares t y lo mismo debe decirse
del duque de Brabante, del conde de Paris y del du-
que de Chartres , nietos de Luis Felipe, que también
han estado en Jerusalen: el último recibió aquí el
sacramento de la confirmación, y su hermano cumplió
con la Iglesia en la fiesta de Pascua, con edificación
de todos. Ahora se anuncia el viaje á Tierra Santa de
otros príncipes (1) hostiles al catolicismo; mas ya
puede conjeturarse que ellos, como el príncipe de Ga-
les, más perderán que ganarán con dejarse ver en
Jerusalen. ¿Vienen á admirar ó á que los admiren?
Para admirar algo en Palestina es necesario tener no
solamente fe, sino devoción ó piedad, pues sin eso
las montañas desnudas, el suelo pedregoso, y las
ciudades arruinadas no hablan á la imaginación ni
tocan al corazón; para ser admirados se necesitan
algunos títulos más que unas cuantas declamaciones

(1} El príncipe Napoleón y los hijos de Víctor Manuel.


— 205 —
revolucionarias, ó la circunstancia de ser hijos de un
usurpador que ensancha sus dominios con el auxilio
ele la traición y de la hipocresía, Aquí, donde brilló
el heroísmo de Oodofredo, de Tancredo y de todos sus
bravos; aquí en donde hasta los bárbaros han tenido
algo de caballeros^ menos que en ninguna otra parte
son aquellos títulos legítimos para ser admirados, Si
los turcos no hubieran esparcido á los cuatro vientos
las cenizas de los héroes de las cruzadas, sus huesos
se estremecieran en sus tumbas al ver pasar por de-
lante á los que han hecho una guerra desleal y co-
barde á Cristo, por quienes los cruzados derramaron
su sangre, en la persona de su Vicario; mas aunque
la tumba de Godofredo está vacía, allí queda su es-
pada, y esa espada está desnuda, como lo está la de
Dios, que en un dia no muy remoto intervendrá, como
lia intervenido siempre en el mundo, para reprimir la
sinrazón y hacer triunfar la justicia.
CAPÍTULO XI.

ESTABAN NUESTROS PIES EN LOS ATRIOS DE


JERUSALEN.

Si David se alegraba con sólo el anuncio de que


iría á la casa del Señor; el corazón no le cabía en el
pecho cuando hollaba ya con sus plantas los atrios
de Jerusalen. ¿Pues qué sensación experimentará el
peregrino que nacido á más de dos mil leguas de dis-
tancia , ve realizados los ensueños de su infancia y
los deseos de toda su vida, encontrándose ya dentro
de los muros de esta santa ciudad? Confieso que sin
ser muy propenso al entusiasmo, me dejé llevar de él
cuando desde las alturas de Ábu Ocsch , el dia que
salí de Eamle, se me anunció que podía verse el sitin
donde está edificada Jerusalen. Adelantándome á mis
compañeros, con un solo guia árabe, le preguntaba
con frecuencia por El Kud, El Ktid. Estas palabras
árabes , que significan la hermosa, la sania, forman
el nombre con que hoy designan los naturales del
país á Jerusalen: y cuando al fin el guia, señalando
con la mano extendida hacia el confín del horizonte,
exclamó; El lí'ud, El Kudt yo me postré en tierra
para dar gracias á Dios por haberme permitido llegar
sano y salvo al término de mi viaje.
— 207 —
Qosch significa simplemente en árabe altura ó
eminencia; reunida á esta palabra la de Alu, juntas
quieren decir: altura ó eminencia de Abu. Este últi-
mo era el nombre propio de un célebre ladrón que
tenia su madriguera en el lugar que los cristianos lla-
man San Jeremías, por creer que allí nació este
Profeta; de modo que si tal creencia es fundada, re-
sultará que Ab% GoscA es la antigua ciudad de Ana-
tot. Discuta como quiera la crítica sobre este particu-
lar; lo cierto es que al pasar por AMi Gosc7¿, el aspecto
imponente de la naturaleza, unido á los grandes re-
cuerdos bíblicos, producen en el ánimo las más pro-
fundas emociones. Hace pocos anos todas ellas ce-
dían el logar al miedo, pues no sin fundamento se
temía ser atacado y despojado en este sitio; pero yo
tengo la experiencia de que actualmente se puede pa-
sar por él sin riesgo alguno. La primera vez que
vine por aquí me acompañaban cuatro ó cinco perso-
nas sin armas, y la segunda le atravesé enteramente
soto, habiendo dejado muy atrás á un sacerdote ma-
ronita que quiso venir conmigo desde Ramle, porque
andaba demasiada despacio. En Abu Gosch quedan en
pié las paredes de una antigua iglesia y monasterio,
delante de las casas que hoy forman la aldea de este
nombre, cuvos habitantes cultivan algunas hortalizas
en el fondo del valle, aprovechando las aguas de
un torrente que por allí corre; pero este torrente,
como sucede con casi todos los otros de la Pales-
tina, se agota apenas comienzan los calores: El
<lia L° de Marzo YO me había detenido á beber de
— 208 —
su clara y no escasa corriente; el 9 de Abril le en-
contré enteramente seco; más adelante, en el valle
de Terebinto, k donde bajé para tomar unas piedras
en memoria, de haberse provisto allí David délas cinco
con que derribó á Goliatb , sí encontré bastante
agua natural. Ademas, como la especulación se ex-
tiende por todas partes, allí mismo han puesto una
venta de refrescos y probablemente de licores; de
modo que como en el Levante es tan general el uso de
la lengua italiana, sin que uno vea de pronto por
donde salen las voces, le hieren los oidos las de
favoj'isca, favorisca: es que quieren aquellos espe-
culadores que uno les h&g& favor de las piastras, en
cambio del favor de un poco de agua mezclada con
azúcar y limón; de ahí el doble favorezca, favorezca.
Extrañará el lector que después de estar con él
dentro de Jerusalen le haya hecho salir hasta la patria-
de Jeremías, para tener el trabajo de volver á la
santa ciudad; pero aparte de que es literalmente
exacto que yo he hecho dos viajes distintos á Jerusa-
len , uno desde Civita Vecchia., y otro desde Kaiffa.
menos esperado por cierto el segundo que el prime-
ro, hay dos circunstancias que me han obligado, por
decirlo así, á retrotraer mi narración. La primera
es. que si no hubiese dicho alguna cosa de las in-
mediaciones de Jerusalen por esta parte de Jaffa, ya
no hubiera tenido ocasión de hacerlo más adelante
sin una notable repetición, puesto que mi última sa-
lida de la santa ciudad fué para Emmaus, de donde
pasé á "Ramle, ó sea á la antigua Arimathea: la se-
— 209 —
gunda es, que en el relato de una peregrinación reli-
giosa seria extraño no encontrar algún indicio de las
primeras sensaciones que produce en el ánimo la vista
de Jerusalen, Cuantos ven por primera vez esta ciu-
dad, se conmueven, y algunos, como les sucedió á
los cruzados, se entusiasman: esto es natural; allí
estuvo el templo que Dios, antes de la venida de Je-
sucristo, escogió para especial trono de su gloria : allí
se obró la redención del género humano; allí se en-
cuentra el gran sepulcro del Libertador de nuestro
linaje; esta es la patria común ele todos los cristia-
nos; cerca de aquí se congregarán todos ellos un dia
para asistir al terrible desenlace del inmenso drama
en que figuran los hombres todos y todas las nacio-
nes. ¿Quién, pues, podrá, á lo menos por primera
vez, acercarse sin conmoverse á los muros de Jeru-
salen?
Luego que yo la vi, dando gracias á Dios por el
favor que rne dispensaba, me precipité hacia ella;
mis compañeros, por voluntad propia ó por impo-
tencia de las caballerías que montaban, marchaban
lentamente; yo di prisa á la mía, y acompañándome
con unos oficiales turcos que iban de guarnición á
Jerusalen, uno de los cuales hablaba un poco de in-
gles, logTé llegar á la puerta de Jaffa tres cuartos
(le hora antes que mis companeros. Allí encontré á
un religioso Franciscano alemán, que sirviendo de
Cicerone á dos condes austríacos t venia del monte
Sion. v habiéndole mostrado la carta de re comen da-
cion que en Roma me habia dado el Reverendísimo
SANTOS LUGAliES. 14
— 210 —
Padre Ministro General de Menores Observantes para
los Superiores de Tierra Santa, me dirigí con él al
convento de San Salvador, en donde habita el Supe-
rior de todas las casas de Franciscanos de Palestina.
Egipto é isla de Chipre, llevando el título de Reve-
rendísimo Padre Guardian del Santo Sepulcro, y
Custodio de Tierra ¡Sa/nta»
Desempeñaba á la sazón este cargo Fray Buena-
ventura de Solero, religioso respetable y hombre de
apacible índole y modales amables, corno tuve oca-
sión de observarlo, no sólo en los dias que permanecí
en el convento de San Salvador, sino también en
los que viajamos juntos desde Jaffa á Alejandría, á
bordo del vapor Rydaspes, regresando yo á Europa
y viniendo él á Roma para asistir al capítulo general
de su Orden. El Custodio de Tierra Santa debe de ser
siempre italiano, francés su Vicario, y español el Pro-
curador general; mas como hasta en estos últimos?
años no se ha restablecido en Francia el Orden de
Menores Observantes, fundando varios conventos, que
ya forman una provincia, el célebre misionero espa-
üol Padre Arezzo. resulta que por ahora ejerce el
cargo de Vicario un religioso natural de Córcega,,
que sólo leg-almente es francés. En efecto, la isla de
Córcega T como se ve en los mapas 7 y mejor costean-
do sus playas, es geográficamente de Italia, y más
italiana es todavía por su idioma y sus costumbres: á
pesar de eso, la Francia, protectora de la nacionalidad
italiana, no sólo retiene o-quella isla, sino que se ha
tomado ademas á Niza y Saboya; todo después fie
— 211 —
proclamar su desinterés, como 3o hizo el Emperador
al entrar en camparla contra el Austria. Pero lo más
particular es que algunos, no sólo italianos sino Ua-
lianisimos, ó que acaso por ser italianís irnos dejaron
de ser italianos, han visto impasibles la retención de
Córcega, y aun han contribuirlo á la anexión de Sa-
boya y Niza á la Francia, con el patriótico designio
de que en cambio el soberano de esta nación les ayu-
dase á desposeer y consumar el despojo de algunos
príncipes italianos, Gracias á todos estos manejos se
va formando con el galimatías de desinterés, patrio-
tismo , nacionalidad etc. un enigma, que antes de
mucho tiempo ni la esfinge podrá descifrarle.
Ademas del Padre Vicario, que aunque corso pasa
por francés, existe en el convento de San Salvador
otro religioso, el Padre Bernardo, que es verdadera-
mente francés: este Padre va todos los días á la gruta
de la Agonía , en el huerto de los Olivos, para decir
la Misa, y fué en su compañía la primera excursión
que yo hice por Jerusalen el lunes de carnaval
úe 1862. Así es que comenzaré á hablar de los san-
tuarios que encontramos á nuestro paso, después de
hacer algunas indicaciones acerca de los lugares que
en eí monte Olivete y detrás de él están consagrados
por algunos sucesos memorables de nuestra religión.'
Recordará el lector que al concluir el capitulo V de-
jamos á Lázaro resucitado con Marta y María sus
hermanas, en su casa de Bctania, v asi este será
ahora nuestro punto de partida para recorrer los
Santos Lugares de la montaña, vecina. Betanía e*
- 212 -
actualmente una pobre y pequeña aldea, eii el centro
de la cual se ven las ruinas de una iglesia y convento,
levantados, según la tradición, en el sitio mismo de
la casa de los tres santos hermanos que daban hospe-
daje á nuestro Divino Salvador. Después que los
cruzados conquistaron la Tierra Santa, se estableció
aquí una comunidad, y la reina Melisenda adjudicó
á las religiosas para su subsistencia el producto de
las rentas de la ciudad de Sícliem. hoy Naplusa, capi-
tal de la Samaría. Fuera de estas ruinas no hay otra
cosa notable que ver en Betania; mas cuando se está
allí, ¿cómo olvidar especialmente las noches que, en
las vísperas de su muerte, pasó allí mismo Nuestro
Señor Jesucristo?
De Betania partió el Divino Maestro en compa-
ñía de sus discípulos, en la mañana del Domingo de
Hamos, y tomando por la falda de la montaña, llegó
frente al castillo de Bethfage ? cuyo sitio todavía se
conoce; allí fué donde mandó tomar la borriquilla
en que hizo su entrada en Jerúsalen. Como desde
aquí al fondo del valle de Josafat hay dos cami-.
nos, no se puede decir á punto fijo cuál de ellos
siguió aquel dia la comitiva, y así es que prescin-
diendo de esta cuestión y remontándome á la cum-
bre del monte Olívete, yo indicaré los otros Inga-
res notables que hay en él. Cuando descendamos al
torrente Cedrón, desde allí se puede conjeturar cuál
fué la senda que llevó la procesión del Domingo de
Palmas; porque sabiéndose que el Salvador entró
por la Puerta Dorada, que es tan conocida, esta cir-
— 213 —
constancia no deja lugar á ninguna equivocación.
En lo alto del monte Olívete, con la cara vuelta á
Jerusalen» que desde allí se domina perfectamente,
dejando á la derecha, en un punto más elevado toda-
vía, el lugar de la Ascensión del Señor, se está en el
sitio donde Jesucristo derramó lágrimas sobre la in-
grata ciudad, pronunciando aquellas tiernas y tristes
palabras que eran á la vez una reconvención y una
profecía; «Jerusalen, Jerusalen, que das muerte á
los profetas y apedreas á los que á ti son enviados;
jeuántas veces he querido reunir á tus hijos, cual la
gallina reúne á sus polluelos bajo las alas, y tú no lo
has querido! He aquí que se dejará desierta tu casa.»
(Math. XXIII, Si, 38.) No hay más que levantar los
ojos para verificar la verdad de 3a profecía, Jerusalen
está allí desierta; délos 600.000 habitantes que llegó
á tener, de más de un millón que en su recinto se
hallaban congregados para las fiestas de Pascua,
cuando los romanos vinieron á sitiarla, apenas que-
dan en ella ocho ó diez mil judíos, pues los demás
habitantes de la ciudad son musulmanes y cristianos,
y aunque todos juntos componen una población de
16 ó 18.000 individuos ¿qué es esto para lo que fué y
pudiera ser Jerusalen? No es esto debido á que falten
judíos en el mundo, no: el pueblo hebreo no fué ani-
quilado, sino disperso. Dispersión de este pueblo,
desolación de su capital, ambas cosas estaban predi-
chas , ambas se verifican; y las dos, á la vez que
constituyen una prueba terrible y elocuente de la
verdad de nuestra religión, sirven de advertencia á
— 214 —
los que rehusando acogerse á la misericordia de
Dios, que les abre su seno como el ave el nido á sus
polluelos, provocan su justicia, cuyos rayos son tan
tremendos como certeros*
No lejos de aquí se muestra el sitio en donde estri-
ba la higuera condenada á socarse por su esterilidad.
Siempre se lia visto en este árbol un símbolo de la ne-
cesidad de las buenas obras, pues no puede razonable-
mente suponerse que nos quiso enseñar otra cosa el
Divino Maestro r condenándole á secarse por haberle
hallado,sin fruto. Sin embargo, Lutero, que fué el
fundador de todas las sectas protestantes y de todas
las pretendidas escuelas filosóficas que someten la
palabra de Dios al solo criterio de la razón individual,
dio á este pasaje una interpretación evidentemente
irracional, negando la necesidad de las buenas obras.
Siestas no fuesen necesarias, ¿por qué condenó el
Salvador la hig'uera que no daba fruto ; obrando un
milagro para secarla? Una de dos, 6 la doctrina de
Lutero es absurda, ó la conducta ele Nuestro Seiíor
Jesucristo para con la higuera fué injusta, y el mi-
lagro de secarla instantáneamente constituve un
t J • - • • • • • • • fc

ahwo de la Omnipotencia. Es así que suponer esto por


un solo momento seria religiosamente una blasfemia
y filosóficamente una necedad, porque Dios es incapaz
de abusar de su poder y de confirmar con un milagro
una injusticia; luego Lutero es el que incurrió en
el absurdo: de consiguiente, él y los que piensan como
él, pretendiendo enaltecer á la razón, la degradan.
Kt es, por último, quien bajo pretexto de reforma?
- 215 —
la religión, insulta á su divino autor; pero ¿qué e x -
traño es esto"? ¿No decia Lutero que tenia al diablo
por familiar? A él lo que le importaba, tanto para
saciar sus brutales apetitos , como para atraer á su
partido á todos los viciosos, era no sólo declarar
inútiles las buenas obras, sino calificar de indiferen-
tes y aun meritorias las malas; por eso sus torpes
labios predicaban que convenia pecar y más pecar,
para estar más seguro de salvarse, Y después de esto
¿habrá quien espere algo bueno del protestantismo,
lujo de tal padre?
Nuestro Señor Jesucristo, que ya había enseñado
á sus discípulos la admirable oración del Padre
nuestro en el monte de las Bienaventuranzas, se la
repitió aquí, en el Olívete } en un sitio poco distante
de los que acabo de mencionar, y que todavía se se-
ñala por la tradición. Bien cerca se muestra también
el lugar donde los Apóstoles, antes de separarse para
predicar el Evangelio á toda criatura, como se lo or-
denó su Divino Maestro en la cumbre de este mismo
monte, compusieron el símbolo de la fe, vulgarmente
conocido con el nombre de Credo, El tipo de la ver-
fiad , de la grandeza y del verdadero mérito está en
la sencillez; la sencillez en la estética , ó soase en el
arte de lo bello. consiste en la falta de innecesarios
adornos; y en el lenguaje, expresión de las ideas,
consiste en un significativo y enérgico laconismo.
Kl Pudre nuestro y el Credo reúnen todas estas
condiciones para reputarlas como las obras maestras
de la verdad y de la belleza. Ni una palabra sola, ni
— 216 —
una sola sílaba hay en ellos que no tenga su razón-
ele ser, y bajo la sencilla corteza de ca.da una de las
voces que los forman, se encierran tesoros de profunda
é inagotable filosofía. Uno de los más grandes pensa-
dores contemporáneos, el Padre Gratry, del Oratorio
de la Inmaculada Concepción de París, después de ha-
berse creado una alta reputación escribiendo varios tra-
tados especiales de filosofía, ha compuesto una notable
Filosofía del Credo, confesando que su obra, aunque-
extensa, no es más que un ensayo. En efecto, ni en
uno ni en muchos volúmenes se puede exponerlo que
contiene el Uredo, compuesto aquí sin pretensiones
ningunas literarias, por doce pobres pescadores, re-
tirados de las barcas y de las redes para que con su
palabra pescasen á todo el universo. Platón hizo cé-
lebre el cabo de Simio con sus elucubraciones; pero
los Apóstoles inmortalizaron este sitio componiendo
aquí el Uredo,
Subiremos. en fin, á lo alto del Olívete para visi-
tar el lugar augusto en donde por última vez puso
sus plantas divinas Nuestro Señor Jesucristo, antes,
de volverse gloriosamente al cielo el día de su triun-
fante ascensión. Este santo lugar está en poder de
los turcos, los cuales, medíante un hahchis (propina),
permiten que entren á visitarle los cristianos. En
medio de un patio cuadrado, que puede tener veinte ó
veinticinco varas por cada uno de sus costados, se
eleva un templete de forma circular, sobre el sitio de
la Ascensión; en el centro de este templete, cuyo
pavimento es de piedra, se deja ver un punto en el
— 217 —
cual se descubre la roca viva; y en este punto puede
reconocerse la liuella de un hombre, que se dice es
la que dejó estampada el Salvador en la misma roca
al subirse al cielo. Créese que los dos píes de Nuca-
tro Señor Jesucristo quedaron entonces señalados en
la pena; pero los musulmanes pretenden que una de
estas señales, cortada la parte dé la roca en que
quedó impresa, fué llevada á la mezquita de Ornar,
sobre el monte Moría, donde la hacen ver. Que en
la cima del Olívete hay una planta humana estam-
pada en la pena, es cosa indudable; porque muchos
viajeros, y yo en cuenta, la hemos visto: pero una
vez que sobre esto nada nos dice la Sagrada Escri-
tura ni una tradición reconocida por la Iglesia, no se
podría afirmar que son auténticas dichas señales. De
todos modos es indudable que en este sitio tuvo lu-
gar la Ascensión del Señor, pues lo designa con
toda claridad el libro de los Hachos apostólicos, como
teatro ilustre de aquel augusto misterio. En este con-
cepto es este sitio uno de los más venerables de la
tierra, y es de desear ardientemente que algún dia
le recobren los católicos. para que en él tributen el
culto de su adoración y de su amor al Hijo del Eter-
no, que después de haberse dignado bajar á la tierra
para libertar á la humanidad de la servidumbre del
error y del pecado, para enseñarle en la práctica de
la virtud el camino de la gloria, se volvió desde aquí
al cielo para preparar la corona á sus escogidos. Por
ahora los Padres Franciscanos vienen cada ano á,
cantar la Misa el día de la Ascensión, dentro del tem-
— 21S —
píete mencionado, poniendo el altar portátil sobre el
lugar mismo donde están impresas las huellas de
que hablé más arriba: fuera del templete , pero den-
tro del patio cuadrado en que él está encerrado, tie-
nen los cismáticos sus altares de piedra para celebrar
los oficios conforme á su rito respectivo; mas en el
monte Olívete no hav monasterio ni casa alguna de
r

religiosos, católicos ó cismáticos. A la derecha, me-


diando entre uno y otro lugar una pequeña ondula-
ción de terreno. está el sitio llamado Viri Galil&i,
ó porque allí se detenían los que de Galilea venían á
Jerusalen, ó en memoria de haberse a-parecido allí
el ángel á los Apóstoles 7 que se habían quedado ab-
sortos mirando al cielo después de la Ascensión de su
Divino Maestro, Es sabido que este ángel, al hablar-
les, las primeras palabras que pronunció fueron:
Viri (jtalilm.
En fin, antes de bajar al lecho del Cedrón, está á
la izquierda el monte del Escándalo, así llamado por
el que dio Salomón en este monte sacrificando á los
dioses de sus mujeres extranjeras- Parece increíble,
pero es cierto, que el más sabio de los hombres ca-
yese en tan estúpida é ingrata bajeza ; mas permi-
tiendo Dios tanta degradación, ha querido añadir un
terrible ejemplo á los muchos que en todos tiempos
y lugares nos ofrece la historia de lo frágil que es el
hombre, si Dios no le sostiene, para luchar coutva
esa terrible propensión á dejarse dominar por la pa-
sión que al parecer es menos perjudicial, pero p e
on realidad es más vergonzosa y funesta.
- 219 —
En la falda de este monte están los llamados
Sepulcros de los Profetas, que son unas grutas natu-
rales bastante espaciosas , cuya entrada es difícil. No
consta de una manera auténtica que aquí fuesen se-
pultados aquellos hombres inspirados, y aun algún
crítico ha hecho la observación de que no es de pre-
sumir que el pueblo hebreo hubiese tributado estos
honores á los Profetas, después (Je haberlos perseguido
v hecho morir, como se lo echaba en cara el Divino
Muestro. Sin embargo, si atendemos á lo que varias
reces ha sucedido, aun en la? naciones cristianas,
con algunos de sus grandes hombres, aquella obser-
vación perderá mucho de la fuerza que presenta á
primera vista. Mientras han vivido, la envidia, la
incuria y el egoísmo han dejado en la oscuridad ó en
la miseria á hombres cuyas cenizas han sido después
objeto de grandes honores: honores que, bien visto,
más son para halagar la vanidad de los vivos que para
desagraviar á los muertos. ¡ Egoísmo siempre y en
todas partes, menos en la religión del Dios que
anunciaron los Profetas • Ella ha abierto sus asilos al
genio desgraciado y á la virtud perseguida , mitigan-
do sus penas durante la vida: y después de la muerte,
solamente ella es Ja. que conserva sin interés y sin or-
gullo un continuo recuerdo de todos los que han re-
gado con su llanto este valle de miserias, por donde
la humanidad atraviesa en busca de sus más nobles y
fie sus únicamente bienaventurados destinos. ¿Qué les
importa á los Profetas que hayan ó no hayan sido en
realidad estos sepulcros los que les destinaran sus
— 220 —
compatriotas*? Si lo eran, estos monumentos sepulcra-
les nada añaden á su legitima gloria; y si no lo eran,
tampoco pierden ellos nada de esa gloria porque sus
cenizas en vez de reposar en estas tumbas , estén, es-
parcidas en el fondo de cualquier valle, ó confundidas
con las del vulgo en una fosa común. Un día. reani-
madas por el soplo divino, se reunirán a sus almas
inmortales, y desde este mismo sitio, colocados á la
diestra del Redentor, presenciarán el pleno cumpli-
miento de los vaticinios que acerca de Él hicieron.
Puestos ya, después de haber bajado de los sepul-
cros de los Profetas, en el fondo del Valle de Josa/at,
podemos ver serpentear á la izquierda el camino
llamado de la Cautividad, porque es el que, partien-
do del punto en que hablan preso al Salvador, si-
guieron los soldados que componían la cohorte, para
llevarle á la casa de Anas. Largo como de dos millas
es este camino, y yo le he recorrido todo el Miércoles
Santo, en recuerdo de la marcha que. santificándole,
hizo por él Nuestro Señor Jesucristo. El sacerdote ir-
landés que tantas veces he mencionado , me decia al
concluir su peregrinación, que para acabar de com-
prender bien la Sagrada Escritura, es en gran mane-
ra conveniente hacer el viaje de Tierra Santa , y que
él no vacilarla en aconsejar este viaje á los eclesiásti-
cos jóvenes que han terminado su carrera en las aulas,
para perfeccionar sus estudios: yo soy del mismo pare-
cer. Hay algunas particularidades en los libros santos,
de que uno no puede formarse idea sin conocer los lu-
gares donde sucedieron los acontecimientos; lo cual es
— 221 -
cierto, especialmente tratándose de la Pasión, Es
verdad que basta creer en general lo que acerca de
esto nos refieren los Evangelios; y que las almas con-
templativas , en sus tratados de meditación, recibien-
do sin duda muchas ilustraciones de lo alto, nos han
dado muchísimos pormenores sobre los sufrimientos
del Redentor; pero viendo los mismos sitios, recor-
riendo las distancias, haciendo, por decirlo así, una
especie de personal experiencia, se descubren cosas
que, á lo menos yo ? puedo asegurar que ni aun había
sospechado. Tal es lo que debió padecer Nuestro Señor
Jesucristo, en esta Via de la cautividad, al ser con-
ducido á casa de los Pontífices: el Salvador tuvo que
hacer este camino dos veces aquella misma noche. La
una fué cuando dicho el Mmno. según la expresión de
San Juan, salió con sus discípulos para el huerto.
Entonces iba de bajada, porque tal es la inclinación
natural del terreno; y á pesar de eso, se fatigaría, espe-
cialmente cuando estaría ya cansado á resultas de estar
en pié durante la cena legal, de la incómoda postura
que'tomó al lavar los pies á los discípulos y de la ins-
titución de los Sacramentos. Cuando volvió preso, ásu
anterior fatiga se agregaba el debilitamiento causa-
do por el sudor de sangre durante la agonía, y el ge-
neral malestar del cuerpo, sobre el cual no podían
menos de ejercer una dolorosa influencia el tedio, el
disgusto y el temor que habia sentido su bendita al-
ma durante la agonía en el Huerto. En esta situación,
con las manos fuertemente ligadas y los píes descal-
ca , le hacen subir por esta pedregosa senda, casi
- 222 -
arrastrándole por ella; de modo que , cuando llegó á
la presencia de Anas, debia estar medio muerto de
cansancio. Me expreso así, tanto porque es sabido
que el Salvador, excepto el pecado, tomó todas las
miserias de la humana naturaleza, como porque, sin
fijarnos en todas estas circunstancias, no comprende-
ríamos bien cuánto le costó á Jesús la redención de
las almas. Un ilustre escritor ingles contemporáneo,
el P. Faber, condena como una mórbida delicadeza
la de las almas que quisieran apartar de su imagina-
ción el cuadro de los dolores físicos del Salvador, No
en vano, ni sin muy especiales designios, quiso Él ex-
perimentarlos; ni tampoco á despropósito nos advierte
San Pablo, que «estamos comprados á gran precio.*
(1 Cor., VI, 20.) Cuando se habla tanto al hombre de
su dignidad y tengase á lo menos presente, cuál es la
mejor y la única prueba legítima de ella, á saber: quo
por salvarle, un Dios quiso sufrir tanto, como estos ca-
minos, estos montes y estas piedras nos recuerdan.
Para subir hasta el muro de Jerusalen, pasando
por el fondo del valle de Josafat, cuando se viene do
los ¡Sepulcros de los Profetas y no es i nrlisp en incle-
mente necesario tomar la Via de la Cautividad', pue-
de seguirse la senda que conduce directamente á h
Puerta Dorada , aunque ella no da paso al interior de
la ciudad, por tenerla cerrada ]os turcos con una pa-
Ted. Generalmente se dice que toman esa precaución,
porque existe entre ellos la creencia de que los cris-
tianos han de entrar vencedores por esta puerta, apo-
derándose de Jerusalen un viernes á las tres de la tai'-
— 223 -
de. Yo no sé si existe ó no existe en realidad esta tra-
dición entre los musulmanes: si existe» ella supliría
por el remordimiento en el pecho de un usurpador; y
seria ademas un homenaje involuntario, y si se quie-
re estúpido, 4 la fuerza invencible de la Cruz, al dia
y á la hora en que. muriendo en ella Nuestro Señor
Jesucristo, la consagró para ser aquel insigne lábaro
en el mal liemos de vencer-, pero sí sé que los turcos,
no sólo impiden entrar por esta puerta , sino que se
irritan contra el cristiano que por dentro toca la pared
que la cierra. El martes después de Pascua, 22 de
Abril de 1882, el cónsul francés, Mr. Barreré, llevó
á varios individuos de la caravana francesa á ver la
mezquita de Ornar, edificada sobre el monte Moria,
en el lugar misino que ocupaba el templo de Salomón;
y como esta puerta Dorada da á ese monte, esto es, al
inmenso atrio del templo, fuimos también (yo me ha-
bía incorporado á la comitiva con el benévolo asen-
timiento de Mr. de Barreré), á ver por dentro la puerta
Dorada* Alguno de los peregrinos tocó el muro, y los
turcos que nos acompañaban reclamaron. Puede ser
(pie lo hicieran por preocupación religiosa, pero es
más probable que fuese por miedo de que se estuviera
averiguando si el muro era bastante sólido.
Llegados á este lugar, es decir, al sitio donde está
edificada la grande y célebre mezquita de Ornar, h e -
nos va con toda propiedad en los atrios de Jenisalen:
Símiles erant pedes nostri, m atriis tvÁs Jerusaiem
(Salmo 121, vers. 2). Antes de la venida de Nuestro
Señor Jesucristo, no Labia en el mundo sitio más san-
— 224 —
to que este; con la particularidad de que dimanaba
su santidad de los misterios que aqui tuvieron lugar
y de los ritos que aquí se celebraban. para prefigurar
y preparar los caminos al mismo Divino Salvador. En
efecto, aquí fué, sobre este monte Moría, en donde
Abraham estuvo para sacrificar á su hijo Isaac, tipo
el más acabado y el más tierno de la víctima infinita-
mente superior de la nueva ley, Aquí crecían aque-
llas espinas, entro las cuales estaba enredado el car-
nero que el Patriarca inmoló en lugar de su hijo; y de
este mismo monte, al cual estaba contiguo el Preto-
rio de Pilatos > se tomaron las zarzas con que los sol-
dados formaron aquella corona cruel é ignominiosa,
que por bárbara diversión pusieron en las sienes del
inocente Jesús, Todavía se encuentran en estas inme-
diaciones algunos espinos , con cuyas ramas hacen
las Hijas de 8ion, establecidas bajo el arco del Fcce
Homo, algunas coronas, que los peregrinos reciben
con piadosa veneración, en recuerdo de la que ator-
mentó á Jesucristo. Aquellas religiosas, habiendo yo
ido á decirlas Misa en su preciosa capilla, me regala-
ron una de estas coronas, que conservaré con aprecio;
y por encargo suyo llevó otra al Monte Carmelo, para
un sacerdote francés que habia estado poco antes en
Jerusalen á darlas un retiro espiritual.
La entrada á la mezquita de Ornar, y aun e] poner
los pies dentro del inmenso recinto que la circunda,
estaba estrechamente prohibido á los cristianos hasta
hace pocos años; y así no era extraño que por conje-
turas ó por relaciones más ó menos exactas, se for-
— 225 —
niara de ellas una idea exagerada. Desde que más
dar amen te es el Gran Señor un maniquí en manos de
las potencias europeas 7 aunque el fanatismo musul-
mán se resienta, el Bajá de Jerusalen, requerido por
cualquiera de los cónsules, permite visitar aquellos
lugares. Gracias á- esta forzada tolerancia, yo he lo-
grado lo que lograr no pudieron otros viajeros más
ilustres; y á este propósito debo consignar aquí un
testimonio de gratitud á Mr. de Barreré, que sin ser
yo individuo de la caravana, ni haberme acogido á su
protección, pues tenia la del Consulado español en Je-
rusalen , con la maj^or amabilidad me permitió incor-
porarme á la comitiva que con él visitaba la mezquita
de Ornar. Yo tenia vivos deseos de entrar en ella, no
por su ponderada belleza, pues ya sabia que en esto
liabia exageración. sino por no dejar á Jerusalen sin
visitar los venerables sitios que más celebridad é im-
portancia tenían bajo la ley antigua, y en donde se
verificaron tantos sucesos notables del Evangelio.
Para entrar en la mezquita es necesario no olvidar
las babuchas, porque indefectiblemente exigen los
turcos que, antes de entrar, se quite uno el calzado.
Por supuesto , aquel es un juego, porque ó se llevan
ya los chanclos puestos sobre las botas, y dejándolos
á la puerta , entra uno con sus botas; ó se llevan chi-
nelas, y dejando las botas se entra con las chinelas.
Incapaces son los turcos de elevarse al sublime y es-
piritual significado que tiene aquel precepto del Altí-
simo en la antigua ley (Exod. III, 5). recordado en
la ley nueva por San Esteban á los escribas y fari-
SANTOS LOGARES, 15
- 226 —
seos: «Deja el calzado de tus pies, porque el lugar en
que estás es Tierra Santa,» (Act. Apost., VII, 33.)
Incapaces son igualmente de comprender que las
abluciones prevenidas por Dios á los judíos, no eran
más que ritos figurativos de los Sacramentos de los
cristianos, y que el objeto de estos Sacramentos es
dar ó aumentar la gracia, esto es, la pureza del alma,
sin la cual de nada sirve la limpieza del cuerpo en or-
den á la vida eterna. Así es que bajo la inspiración
grosera y carnal de Mahoma, se atienen á la letra
que mata; y se contentan con dejarlas babuchas á la
puerta de esta y de las demás mezquitas, después de
lavarse en una fuente que está inmediata. Es un es-
pectáculo desagradable ver á los mahometanos ha-
ciendo estas abluciones, después de todas las cuales,
sus cuerpos aun son feos, hediondos y repugnantes.
La mezquita de Ornar es un inmenso edificio de
forma circular, que puede tener cincuenta varas de
diámetro. La cúpula que le cubre, está enteramente
cerrada, y por fuera es de un color bronceado f que
contrasta con los adornos de pintura verde, roja V
amarilla del cuerpo del edificio. Tiene muchas ven-
tanas, que apenas le dan luz, porque el hueco dé
ellas está ocupado con bastidores de piedra de co-
lores poco trasparente. Eran las ocho de la mañana
cuando entramos en la mezquita, y se necesitaba de
luz artificial para examinarla: en el centro de ella,
defendido por una alta verja de hierro, está el &and&
tSanctormí del templo de los judíos, única cosa que
.de él quedó, porque es la pena viva sobre la cual es-
taba colocada el Arca del Tes ¿amento. Fué este el si-
tio donde el ángel que vino á anunciar á David la
cesación de la peste , envainó su espada; por lo que
el santo rey quiso que aquí mismo se edificase por su
hijo Salomón el templo del Dios vivo. Bajo la dispen-
sación antigua era tan santo este lugar, que el mismo
Sumo Sacerdote no penetraba en él más que una vez
al ano; circunstancia á la que alude el apóstol San
Pablo, como fig-urativa de la entrada que en el cielo
liabia de hacer Nuestro Señor Jesucristo, verdadero y
Sumo Sacerdote de la ley nueva, una vez hecha la
redención eterna, para ofrecer su propia sangre, no la
simbólica de los corderos, como precio de nuestro res-
cate , á su Divino Padre,
Considerando esto , por más ridiculas y penosas
que sean las sensaciones que los turcos con sus extra-
vagancias le hayan causado á uno antes de llegar á
este venerable sitio, se experimenta aquí una sen-
sación de respeto que raya en santo temor , mezclado
de gratitud. «¡Estoy en el ¡Sancta Sdnctorum] Si yo
hubiese venido al mundo 1900 avíos antes, jamas me
hubiera sido permitido penetrar hasta aquí; y si hu-
biese entrado eu este lugar bajo la ley de rigor, cual-
quiera mirada menos reverente me hubiera atraído
un terrible y repentino castigo. pues aquí estaba el
Arca del Testamento, y sólo por alargar la mano para
sostenerla, creyendo que iba á caerf Oza fué herido
de muerte en el acto,» ¿Cómo no hacer semejantes re-
flexiones en este sitio? ¿Cómo dejar de sentir una
profunda emoción haciéndolas? Los turcos tienen e x -
— 228 —
tendido sobre el Sánela Sanctorum un pabellón de
terciopelo 6 damasco carmesí.
Puede penetrarse debajo del ¡Snncta Sanctorivm,
en donde dicen los turcos que hay algún recuerdo de
Malioma, cuya barba conservan también en esta
mezquita. Yo ni pude ni quise enterarme de estos
pormenores, tanto porque el cónsul francés tenia
prisa, é iba mucha gente, formándose grupos para
oir sus explicaciones, como porque él mismo , encar-
gándonos que no nos rayésemos, se reia de todas
aquellas patrañas de los mahometanos. Visto el in-
terior ele la mezquita, salíamos ya de ella, cuando
encontramos un turco de enorme estatura, cara ce-
trina y larga barba. turbante en la cabeza, y cu-
bierto de un balandrán de paño burdo á listas blan-
cas y pardas. «Este es el sacristán, el cura, el todo
aquí,» dijo el mismo cónsul, y correspondiendo á su
saludo, que fué ponerse la mano sobre el pecho, nos
dirigimos á ver el templo de la Presentación de Nues-
tra ¡Señora, incluido en el recinto de la mezquita de
Ornar, y usurpado también por los mahometanos.
El emperador Jnstiníano I hizo levantar este
templo, cuya forma y dimensiones son casi las mis-
mas que la de la Basílica de San Pablo extra-muros
de Roma- Yo acababa de ver esta basílica, teniendo
la satisfacción de celebrar la Misa delante de las re-
liquias del santo apóstol y sobre el cuerpo del már-
tir San Timoteo, que descansa bajo el altar de la
confesión, admirando el baldoquin de esta, sostenida
sobre columnas de riquísimo pórfido. Los retratos de
- 229 -
los Papas, contando desde San Pedro, hechos en mo-
saico , cuya colección ha salido de la fábrica del Vati-
cano , estando ya la mayor parte colocados en su res-
pectivo lugar á lo largo de las naves: el magnífico
artesonado que cubre la principal de ellas, dándole
un brillo extraordinario; las espléndidas mesas de
altar, hechas de primorosa malaquita, que se encuen-
tran en las laterales; todo esto y las demás belle-
zas naturales y artísticas que yo venia de admirar en
ía mencionada basílica de Roma, hicieron que, al ver
la de la Presentación de Jerusalen rne pareciese una
pura y ociosa exageración el elogio pomposo que de
ella se me había hecho. Esto no es quitarla el mérito
intrínseco que tiene, y que resaltada más si no estu-
viese en poder de los turcos; harto es que no se haya
destruido. Será porque la han convertido en mezquita
removiendo la cruz y los altares, todo lo cual está
sustituido por algunos tarjetones suspendidos á las
columnas, con inscripciones en caracteres árabes.
Materiales en todas sus cosas los turcos, cuya reli-
gión es una rapsodia que formó Mahoma plagiando
del Antiguo y del Nuevo Testamento los pasajes que
hacían ásu intento, para interpolarlos con sus grose-
ras elucubraciones, no se han olvidado de aquella
w&gosia pu&rta por la cual declaró Nuestro Señor
Jesucristo que era necesario entrar para ir al cieio.
Hay en el ábside del templo de la Presentación, sos-
teniendo su cúpula, dos columnas á cada lado, muy
unidas entre ú, de modo que el pasar entre ellas es
diñcil, porque apenas dista una tercia de vara la una
— 230 -
de la otra. Pues esta dicen los turcos que es VA puerta
estrecha del cielo; y así para ellos los obesos no
deben tener esperanza de salvarse. Excuso decir que
para algunos de los de la comitiva que visitábamos
aquel lugar, esta fábula fué ocasión de broma, pues
se pusieron á probar quién pasaba y quién no pasaba
entre las columnas > en medio de la risa de los euro-
peos y de la estúpida seriedad de los turcos, á quie-
nes ]es impresionaba menos esta burla que el que les
tocasen el muro de la Puerta Dorada.
No lejos de estas columnas está una galería que
servia de sala de armas á los Caballeros del Templo,
así llamados por haber tenido ellos aquí su residencia
durante la dominación de los cruzados en Tierra
Santa. Es esta, seg-un nos dijo Mr. de Barreré, la
única parte del edificio que no se debe á Jnstiniano.
Al lado opuesto se muestra un lugar que se cree es
aquel en donde el sacerdote Zacarías estaba ofrecien-
do el incienso cuando se le apareció el arcángel Ga-
briel. Esta circunstancia, que no carece de probabi-
lidad, así como la de haberse erigido en este sitio un
templo dedicado á 3a Presentación de María, prueban
que aquí fué ofrecida al Señor la Bienaventurada
Virgen por sus santos padres; y así no hay duda que
este es un lugar santo, y por lo mismo debe sentirse
doblemente que los turcos le profanen con su.pose-
sión y con su culto , impidiendo á los cristianos aun
la entrada en él, si no es para hacer una rápida visita
bajo la protección de un cónsul.
Saliendo de la basílica de la Presentación, bajamos
— 231 —
á un subterráneo en donde los turcos muestran una
piedra que dicen era la angular del templo ; luego pa-
sarnos á examinar por una ventanilla el llamado Se-
pulcro de Salomón, que es una cámara donde se dice
que murió este rey separado de su corte. Habla yo
leído que los sultanes, en muestra de respeto, ó para
halagar el fanatismo de sus subditos, enviaban tape-
tes de respeto á esto sepulcro; mas yo no vi en él
masque una estera ordinaria sobre una tarima, de-
lante de la cual pendía una empolvada cortina verde.
Después fuimos á examinar un boquete abierto en la
muralla, no lejos de la Puerta Dorada, por donde se
dice que era arrojado el macho de cabrio emisario,
para que se fuese al desierto después de que el Sumo
Sacerdote de los judíos le habia cargado con los pe-
cados de todo el pueblo. Por último y examiné en la
muralla misma unas cuantas enormes piedras que se
cree formaban parte de la Torre Antonia, la cual
estaba inmediata al Pretorio de Pilatos, corno que los
soldados del cuartel en que hoy está trasformado el
Pretorio, vienen á hacer guardia en esta parte de la
muralla sin salir del mismo cuartel.
Estas pocas piedras son las únicas que han que-
dado de todas las innumerables que formaban las in-
mensas construcciones que existían en este lugar
antes de que la nación hebrea atrajese sobre sí la
maldición del cielo, dando la muerte á Nuestro Señor
Jesucristo. Atrios, torres, santuario, puertas, va-
sas, candeleros, incensarios de oro; telas riquísimas,
vestiduras suntuosas ; libros déla ley, todo fué con-
— n>¿ —
sumido, aniquilado, confundido con el polvo que hoy
huellan estúpidamente los turcos, y sobre el cual ni
siquiera se permite á 3os miserables restos de Israel
existentes en Jerusalen, que vengan á derramar sus lá-
grimas. Hay detrás de esta vastísima área del monte
Moria un largo y estrecho callejón, formado de pare-
des, en las cuales acá y allá se ven incrustadas algu-
nas piedras, que por sus dimensiones parecen haber
servido antiguamente en el templo. En este callejón,
los viernes, octava perpetua del deicidio, se ve un
espectáculo triste é instructivo. Los judíos de Jerusa-
len se congregan allí á las tres de la tarde para llorar
la ruina de su templo, la destrucción de sus altares y
la dispersión de sus hermanos por toda la sobrehaz
de la tierra, Pero ¿oh ceguedad! Están viendo la
abominación de la desolación en el lugar santo anun-
ciada por sus Profetas como pena del crimen de su
nación, como señal de que no tienen que esperar más
al Mesías, porque el Mesías vino ya, y es el mismo
que sus padres sacrificaron; tienen ojos para llorar y
no para ver. Compadezcámoslos, y pidamos para ellos
la luz al Padre de las luces.
CAPITULO XII.

CONDUCIDO Á LA MUERTE CUAL CORDERO,

Difícil seria , sin extenderse demasiado , dar noti-


cia ni aun de los principales acontecimientos que, an-
tes y después de la venida de Nuestro Señor Jesu-
cristo al mundo, han tenido lugar en el sitio que lle-
naba el templo de Jerusalen, y hoy ocupa la mez-
quita de Ornar» Basta saber que en este templo fué
presentada la Santísima Virgen en su niñez, y que
aquí pasó Ella los primeros años de su juventud: que
aquí fué ofrecido el Mesías recien nacido á su Eterno
Padre, profetizando al mismo tiempo el viejo Simeón
y la viuda Ana sus grandezas futuras; que aquí en-
senó el Divino Maestro, siendo niño de solos doce
años, su celestial doctrina, y que muchas veces vol-
vió á este santo lugar, ya para hacer oración, ya
para exponer su Evangelio , ya para reprimir á los
que profanaban la casa de Dios, haciéndola casa de
ladrones. Esto y mucho más que omitimos, practi-
cado aquí mismo por el Salvador, por su Bienaven-
turada Madre y por sus Apóstoles, basta y sobra para
justificar la importancia que en todas las épocas han
dado los cristianos áeste lugar, y el respeto que le
— 2:Ji -
tributan; pero es demasiado breve el tiempo que se
tiene cuando se visitan estos venerables sitios acom-
pañado de un cónsul europeo, para poder detenerse
en cada uno de ellos, examinándolos despacio y re-
cordando todas las circunstancias que á ellos mismos
se refieren.
La comitiva que acompañaba á Mr, de Barreré
el dia que incorporado con ella estaba yo en la mez-
quita de Ornar, se retiró de la explanada del monte
Moña por el ángulo que da á la puerta de San Este-
ban. Allí está la célebre piscina Probática ó de Beth-
saída , palabras que significan: «Estanque de las Ove-
jas}' de la Misericordia». Ambos nombres la convenían
perfectamente, porque aquí se lavaban las víctimas
antes de ofrecerlas en sacrificio, y porque en sus
aguas se obraba de tiempo en tiempo el prodigio de
bajar del cielo un ángel para removerlas, á fin de
que sanase de sus males el primer enfermo que se
arrojase á ellas. Nuestro Señor Jesucristo hizo aquí
aquel grande y significativo milagro de la curación
del paralítico, que nos refiere San Juan en el ca-
pítulo V de su Evangelio. Treinta y ocko anos había
estado aquel pobre enfermo en este lugar, mas como
era grande la multitud de dolientes que aquí aguar-
daban lo mismo que él, ciegos f cojos y estropeados,
todos le iban tomando la delantera al infeliz , que no
podía arrojarse al agua porque no tenia hombre que
le ayudase á moverse. Jesús pasa por delante de la
piscina, pregunta al enfermo si quiere sanar, y so-
bre la respuesta afirmativa que este le da, quejándose
— 235 —
al mismo tiempo de su desamparo, el Salvador, con
una sola palabra, no sólo le lia ce levantarse, sino
que le da fuerzas para que cargue su lecho, ordenán-
dole se le lleve á cuestas, En las catacumbas de Santa
Inés y de San Calixto de liorna, que la Providencia
ha dispuesto sean examinadas en nuestros días por la
ciencia arqueológica para confusión de los protestan-
íes y edificación de los fieles, lie visto la imagen del
paralítico cargando su lecho, pintada por los primi-
tivos cristianos como símbolo del sacramento de la
penitencia. La piscina de Bethsaida, que puede t e -
ner cincuenta varas de largo sobre doce ó quince de
ancho, esta en mucha parte cubierta de escombros:
mas todavía se conoce bien toda su extensión, y se
puede formar idea de su profundidad por la parte
que queda descubierta.
Como he dicho, esta piscina está contigua á la
puerta de San Esteban, de la cual parte una calle
recta que conduce al Pretorio de Piiatos; pero antes
de llegar á este hay dos santos lugares que visitar,
arabos ala, derecha del que marcha á la ciudad por
esta vía. El primero es la iglesia de Santa Ana, edifi-
cada en el sitio que se cree ocupaba la casa de los
padres de la Santísima Virgen en Jeruaalen. Esta
iglesia, hasta hace pocos anos, estaba en poder de
los turcos, los cuales después de la guerra de Cri-
mea la devolvieron á los cristianos. Son curiosas y
dignas de estudiarse las circunstancias relativas á
esta devolución; en primer lugar hay quien diga que
los turcos la han dado páralos Francos . es decir,
— 2-3(3 ~
para todos los cristianos de rito latino de Occidente,
pues que todos estos son comprendidos en Oriente bajo
la denominación de Francos) pero de hecho los fran-
ceses han interpretado exclusivamente á su favor la
devolución, y se han apoderado de la iglesia, de
modo que ni aun se puede visitarla sin contar con el
cónsul de esta nación. Cuando Mr. de Thouvenelj ac-
tual ministro de Negocios extranjeros, era embajador
en Constantínopla, un abate francés, amigo de su
familia, fué acompañando á la señora del embajador
hasta aquella capital, y entonces el mismo Mr. de
Thouvenel le envió á Jerusaien para llevar el firman
que ordenaba la devolución de la iglesia de Santa
Ana. Sea como fuere > ya que 3a tienen en su poder
los franceses, podían siquiera acabar de repararla
para que sirviese al culto, pues no les hace honor ni
delante del orbe católico, ni siquiera á los ojos de
los turcos, tenerla en el estado en que la tienen por
no gastar unos miles de francos, ó por indiferencia
religiosa. La otra circunstancia relativa á esta devo-
lución, que merece tenerse en cuenta, es que en 1850
la Francia reclamaba esta iglesia, como otras varias,
á título de que estaban usurpadas por los turcos: y
luego, cuando la Puerta la debía todo lo que por
ella hizo en Sebastopol, se ha contentado con que se
la entregue de todos los santuarios uno de los menos
importantes; y eso, si no me engaño, porque para
los turcos no era mezquita sino escuela esta iglesia,
como lo indica una inscripción árabe que se ve sobre la
puerta. En resumen, después de tanto hablar de refí-
litaciones de santuarios, después de empavesar la es-
cuadra francesa con la imagen de Nuestra Señora, y
de dar una especie de carácter religioso á la guerra
de Oriente, viene uno á Jerusalen. y el cónsul fran-
cés le lleva á ver una. basílica sin pavimento, sin alta-
res, sin cruz, con paredes no blanqueadas todavía,
y con piedras esparcidas alrededor. Partnrimt mon-
tes.,, nascettvr ridiculus mus. Yo no culpo á la
Francia, porque bay en ella todavía muchos dignos
hijos de aquellos que tomando la cruz y gritando
«Dios lo quiere,» no pararon, a pesar de inmensas y
casi infinitas dificultades, hasta purificar no sólo este
üino todos los Santos Lugares , de las abominaciones
cometidas por los mahometanos; pero tampoco puedo
cerrar los ojos á la verdad, ni los oídos á la justa
censura de los que ven estas cosas y las condenan.
Créese que en esta casa nació la Santísima Virgen,
y aun se señala detras del sitio que ocupar debiera
el altar mayor, una pequeña cavidad en donde esta-
ña la cuna de María. Ya he indicado en otra parte,
que esta creencia, como apoyada en la autoridad de
San Juan Damasceno, se tiene por más fundada que
la de los que pretenden que la Madre de Dios nació
en Sephoris, cerca de Nazareth. También se cree que
San Joaquín y Santa Ana no sólo vivieron en este
lugar, sino que aquí mismo murieron: y esta opinión
es conforme con las tradiciones relativas á la per-
manencia de María en el templo y al fallecimiento
de sus santos padres, antes de que ella saliese de
aquel sagrado asilo. Poca, muy poca distancia hay
entre este sitio y el templo, y así es de creer que
San .Joaquín y Santa Ama, para estar más cerca de
su Bienaventurada Hija > y verla de vez en cuando..
permanecerían siempre aquí hasta su muerte.
Ei otro santuario que se encuentra en estas inme-
diaciones, es el que se levantó en el sitio que ocu-
paba la casa de Simón el fariseo, donde Magdale-
na derramó el ungüento precioso sobre los pies del
Salvador, después de haberlos regado con sus lá-
grimas. Por esta razón se había erigido aquí una
iglesia antiguamente, dedicada á la Santa Penitente,
y nn monasterio de religiosas cuidaba tanto de ella
como de alojar á las mujeres que venían en peregrina-
ción á Jcrusalen. Existen todavía ruinas considera-
bles de este edificio, cerca del cnal hay una oficina de
alfarero, y como es de propiedad particular, r.o
seria difícil comprarle para devolverle al culto cató-
lico. El Si\ Duodici di Visera-no, canciller del consu-
lado general de España, estaba encargado de este
durante mi permanencia en Jerusalen, por falle-
cimiento del cónsul general D. Mariano de Prellezo,
Aquel caballero, á quien debí muchas atenciones . de-
sirvió leerme un despacho que había dirigido al mi-
nisterio de Estado de Madrid, proponiendo que S. M. la
Reina procurase adquirir este sitio y las ruinas del
santuario, con el objeto de reedificarle y hacerle
iglesia nacional de España, á fin de que los represen-
tantes de la Reina en Jerusalen, el día del cumple-
años de S. M., y en las demás fiestas de tabla, no
tengan que pedir por favor que se celebren las íun-
— 239 -
ciones en iglesias que no están bajo ]a protección del
gobierno español. Es de desear que este acoja favora-
blemente aquella indicación , eu todos conceptos
oportuna, Lo es bajo el aspecto religioso, porque con-
tribuirá á aumentar el número de los santuarios en
poder de los católicos con uno muy venerable por
cierto, cual es este por el tierno ó importante misterio
que en él tuvo lugar. Lo es bajo el aspecto político,
porque hace años que se trata de la conveniencia de
atraer hacia esta parte de la ciudad, que forma el
cuartel turco y está bastante desierta, la población
cristiana que por falta de recursos vivirá aquí con
más desahogo que en otra parte, y así el estable-
cimiento español que eu este sitio se formase, ven-
dría á ser como el centro de una colonia católica. Lo
es, en fin, bajo el aspecto de volver por el decoro na-
cional ; pues, en efecto, la España que tanto ha hecho
y hace por la Tierra Santa, y que os la que allá envía
más dinero, hace mi papel desairado no teniendo en
Jerusalcn una iglesia nacional. Su cónsul no puede
asistir oficialmente á las solemnes funciones que se
celebran en el Santo Sepulcro, porque tendría que
ceder el puesto de preferencia al cónsul de la Francia,
el cual se ha arrogado este honor sobre todas las
otras naciones católicas. Durante la Semana Santa,
casi todos los ornamentos, vasos sagrados, candeleros,
ciriales y frontal de plata, que sirvieron en el monu-
mento y en todos los oficios, dejaban ver las armas
reales de España, en prueba irrecusable de que todo
ello proviene de la piedad de esta católica nación;
— 540 —
y sin embargo no era el representante de la Reina
Doña Isabel II, sino el del Emperador Napoleón III,
de quien no aparecía allí ni el más pequeño donativo,
el que ocupaba el sitial, recibia la palma el Domingo
de Ramos , adoraba la cruz el Viernes Santo en el
Calvario, y cerraba la procesión el Domingo de
Pascua» Es verdad que no es «ola España la que está
sujeta A esta especie de exclusiva. El Austria, nación
católica, que también da ahora muchos fondos para
la Obra pia de Jerusalen, tiene también allí un cón-
sul . el caballero de Andreasv. hombre excelente, á
quien vi de particular en las funciones de la Sema-
na Santa ? no podiendo asistir en forma oficial por
la misma razón de la primacía que se arroga la
Francia. Pero el Austria no so ha descuidado. En la
Via Doloroso,, frente á la tercera estación, ha com-
prado un terreno extenso, y en el centro de él ha le-
vantado un magnífico edificio, que parece un palacio,
para hospedar á sus peregrinos, El citado Sr. de
Andreasy tuvo la amabilidad de mostrármelo todo,
llevándome a la espaciosa y elegante capilla que
dentro del mismo edificio se ha levantado de ci-
mientos , y para la cual ya se han enviado de Viena
una pintura hermosísima representando la Sacra
Familia, y un altar de mármol, cuyas piezas he visto
en sus respectivas cajas. ¿Por qué no ha de hacer otro
tanto la España, mientras llega el dia, que no puede
estar distante, en que se admita al representante de
la Reina, con los honores que le corresponden, á las
funciones solemnes y , por decirlo así, oficiales, de
— 241 —
la Iglesia de Jemsalen? El Patriarca, monseñor Va-
lerga, desea que á todos los cónsules de las naciones
católicas se les reciba en esas solemnidades con
iguales distinciones, y me ha asegurado que Roma
está dispuesta, en cuanto se le pida, á mandar que
en Jemsalen se tributen honores iguales á todos los
cónsules de las naciones católicas.
Entramos ahora en la Via Dolor osa, á la cual se
viene desde la arruinada iglesia de Santa María Mag-
dalena , pasando por delante del sitio donde se cree
que estuvo el palacio de Iíerodes. Este camino , por
donde el Divino Salvador, según lo había profetizado
Isaías (53, 7), fué llevado cual oveja al sacrificio, co-
mienza en el Pretorio de Pilatos, que ocupaba un lugar
muy conocido todavía por dos señales claras: es la una
la cortina de la fortaleza Antonia, con la cual estaba
unido el Pretorio para mayor seguridad del goberna-
dor romano que le habitaba; y esta cortina, como
indiqué en el capítulo anterior, es visible desde la
explanada de la mezquita de Ornar: la otra señal con-
siste en la comisa de piedra de donde fué extraída la
escalera del Pretorio para trasladarla á Boma, en
ílonde es tan conocida bajo el nombre de Scala San-
t&, por todos los peregrinos devotos y por el piadoso
pueblo romano. Compónese esta escala de veintiocho
gradas, todas de mármol; mas á pesar de ser tan du-
ras, para que no acabasen de gastarse con el continuo
subirlas de rodillas, que es como las han subido y las
suben incesantemente los católicos, ha sido necesario
forrarlas con tablones de madera, que se han renovado
SA.NTOS LUGARES- 16
— 242 —
ya varias veces. El Sumo Pontifico reinante ha encar-
gado la custodia de la Bcalw Santa á los religiosos
Pasionistas, edificando para ellos un convento al laclo
de la capilla donde está la Escala, inmediata á la Ba-
sílica de San Juan de Letran, aunque independiente
de ella. La munificencia de Pió IX, que resplandece
por todas partes en Roma, ha adornado ademas aquel
santuario c©n dos grupos de estatuas de mármol: el
déla izqxiierda representa la traición de Judas, con
mucha viveza de expresión , pues parece que vemos
al traidor discípulo mover los pérfidos labios para be-
sar á su Divino Maestro; y el de la derecha representa
el prendimiento de Jesús, verificado inmediatamente
después que Judas hubo dado la señal á sus enemigos.
Entre las veintiocho gradas de que se compone la Es-
cala Santa, más de una vez bajadas y subidas por
Nuestro Señor Jesucristo, hay una marcada con dos
gotas, y otra con una, de su preciosa sangre, cuyas
impresiones están ahora debajo de un círculo de bron-
ce , en cuyo centro hay un cristal que besan reveren-
temente los fieles.
La cornisa de esta Escala, que quedó en Jerusalenf
es también de piedra, y no ha sido movida de su lu-
gar; de manera que los peregrinos y devotos pueden
comenzar aquí el ejercicio de la Via Orucis, hacien-
do en este sitio la primera estación. Propiamente de-
bía hacerse esta en el lugar del LitJiostrotos, esto es,
en donde Pilatos, sentado pro tribunali y después de
haberse lavado las manos, pronunció el fallo de muer-
te contra el Redentor; mas como ese lugar estaba en
— 243 —
el interior del Pretorio, que actualmente sirve de
cuartel á los soldados turcos de la guarnición de Je-
rusalen, no seria fácil penetrar en él á practicar se-
mejante acto de religión. Un hermano lego del con-
vento de San Salvador, belga de nación, que suele
servir de cicerone á los viajeros, me decia, que por
dejar entrar al interior del cuartel exigían los turcos
diez francos: pero yo debo declarar que habiendo soli-
citado una tarde entrar, los centinelas no se opusie-
ron: luego salió un oñcial turco, con quien me enten-
día en francés, el cual me dijo que bien podia verlo
todo sin cobrarme nada. El sitio que ocupaba el Pre-
torio era muy grande , de modo que aun hoy puede
alojarse allí un regimiento entero, que he visto entrar
en el cuartel cuando regresaba el viernes 11 de Abril,
después de hacer los honores de la despedida al prín-
cipe de Gales, quien aquella tarde se marchó para
Galilea, sin esperar en Jerusalen las funciones de la
Semana Santa,
Casi en frente al lugar donde está todavía la cornisa
de piedra de la Santa Escala, se encuentra el santua-
rio de la Flagelación, que poseen en propiedad exclu-
siva los católicos de Jerusalen. En aquella ciudad,
como en otras antiguas, había edificios, y uno de ellos
era el Pretorio, cuya área estaba dividida por una ca-
líe pública 7 sobre la cual se levantaban arcos para co-
municarse de la una á la otra parte del edificio. Dos
de estos arcos tenia el Pretorio á distancia de veinti-
cinco á treinta varas el uno del otro: el primero unía
la parte del Pretorio donde estaba el LUJiostratos con
— 244 —
el atrio en que tuvo lugar la Flagelación, y de este
arco no queda ya más que un arranque adherido á la
parte del LUJiostrotos; el segundo arco, reparado ó
techo de nuevo probablemente en tiempo de las Cru-
zadas , se conserva en bastante buen estado, y se cree
que sobre él estaba el balcón desde el cual fué mostra-
do Nuestro Divino Salvador al pueblo judío, diciendo
le, Ecce Homo: palabras que forman desde entonces
la denominación de este lugar santo.
Al santuario de la Flagelación se entra por una
pequeña y fuerte puerta de hierro. Lo primero que
uno descubre en el atrio, es o na inscripción puesta en
la pared que está frente á la puerta, diciendo: Eic
milites placientes coron&m de spinis, imposuerwd
capiti ejus. Fué, pues, aquí donde los soldados, ao
solamente cometieron la oficiosa crueldad de coronar
de espinas al Salvador, sino que poniendo también en
sus manos un cetro burlesco de cana, le herían con él
la cabeza, al postrarse delante en su presencia, di-
cióndole para mofarse: Salud, Rey de los Judíos. Hé
aquí el trono de ignominia, que Aquel que reina en
las alturas, adorado por millones de ángeles, se dignó
ocupar en la tierra por nuestro amor, y para que un
dia, aprovechándonos nosotros de su redención copio-
sa t podamos ocupar á su lado brillantes tronos en el
cielo. Considerando esto, ¿quién penetrará en este ve-
nerable sitio que no se arrodille para rendir homenaje
al Redentor coronado de espinas?
A la izquierda se penetra en un pequeiío pasadizo,
el cual tiene dos puertas laterales; una da á la sacris-
— 245 —
tía, y otra al coro del santuario: en este, sobre el la*
gar mismo donde estaba erigida la columna, de la
cual una parte esta en la capilla latina del Santo Se-
pulcro y otra en la iglesia de Santa Práxedes de Bo-
ma, se ha levantado un altar, boy todo de mármol,
por la piadosa generosidad de la familia francesa Ni-
colay. La quintupla cruz de Tierra Santa, engastada
en una lápida redonda de colores, marca el sitio en
que, después de azotado, viendo que parecía iba á
espirar, un hombre desconocido cortó las ligaduras
que ataban al Salvador á la columna; con lo cual su
adorable cuerpot cubierto de cardenales, hecho una
viva llaga, cayó sobre el lago que allí mismo Labia
formado su preciosa sangre. Una inscripción puesta
en este lugar, recuerda la profecía de David, cumpli-
da aquí al pié de la letra; Fui Jlagdl&t'M iota die et
castigatio meain matutinis (Salmo 72, vers. 14). Yo
Le dicho dos Misas sobre este altar. La segunda vez
que celebró aquí el santo sacrificio, fué el Martes San-
to; y por cierto que á pesar de haber consagrado mu-
chas formas para ciar comunión al numeroso concurso
de católicos del país y peregrinos que se había reuni-
do en el santuario, todavía tuve que dimidiar algunas
de ellas, pues no alcanzó su número para todos. Otras
muchas Misas se dijeron aquel día en el mismo altar
y en los cuatro laterales, por los sacerdotes de la ca-
ravana francesa y los Padres del convento de San Sal-
vador, quienes alas nueve celebraron los oficios so-
lemnes, cantando la Pasión según San Marcos. Este
santuario ha sido renovado en los últimos años. Den-
— 246 —
tro del área que le circunda hay un pequeño jardín,
cuyas flores puestas en vasos, adornan la parte infe-
rior del altar de la Flagelación: antes que se mar-
chiten, se distribuyen á los peregrinos que las solici-
tan, y así estos pueden llevar á su país un símbolo
material, pero bello y significativo, de cómo las espi-
nas con que aquí fué coronado el Salvador, se lian
convertido en flores para sus discípulos. Hay ademas
aquí una casa para hospedar á los peregrinos cuando
por ser muchos, corno sucedía en la Semana Santa,
no pueden todos ser alojados en la llamarla Casa nue-
va, que tienen los PP. Franciscanos con este objeto,
cerca de su convento de San Salvador.
Saliendo otra vez á la Via Dolorosa, y deteniéndose
frente ala puerta del cuartel turco, que está en lo
que era el Pretorio de Pilatos. se hace la segunda es-
tación , porque aquí fué donde pusieron la cruz sobre
los hombros del Redentor, después que Él, como fá-
cilmente lo presume la piedad, y lo refiere Clemente
Brentano bajo la inspiración de Ana Catalina Em-
mcricli, hubo abrazado con efusión el santo madero
«como el sacerdote abrazaba antiguamente el altar en
que iba á ofrecer el sacrificio,» y como en la Santa
Misa abrazamos en cierto modo el altar, al imprimir
nuestros labios en el ara á donde hemos de hacer bajar
la víctima divina. Ninguna señal visible marca esta
segunda estación; pero la gratitud cristiana, que tiene
mucha memoria, no ha olvidado trasmitir de genera-
ción en generación el recuerdo de este venerable sitio,
como el de todos los otros que santificó Nuestro Señor
— 247 —
Jesucristo T especialmente cuando, como Isaac, mar-
chaba al monte de la inmolación, cargado con la leña
en que debia consumarse el sacrificio.
Antes de pasar bajo el arco del Ecce IIowio está la
puerta del gran edificio, que gastando 400,000 frs.
ha levantado el. Abate María Alfonso Ratisbonne, para
las religiosas tituladas Hijas de ¿Sion, cuyo instituto
tiene su casa-madre en París, dirigida por su herma-
no el Abate Teodoro Ratisbonne. La mira principal
que este tuvo al fundar ese instituto, fué proporcio-
nar un asilo á las jóvenes hebreas que se convirtiesen
al Catolicismo, y al mismo tiempo formar maestras
que pudiesen difundir la instrucción religiosa entre
los judíos. El Abate Teodoro Ratisbonne es muy cono-
cido en Francia por sus buenas acciones y por sus bue-
nos escritos, entre ios cuales hay dos de bastante méri-
to, que son, la Vida de San Bernardo y el Manual de las
Madres cristianas. El Abato María Alfonso es aquel
mismo judío, joven é instruido, que lleno de preven-
ciones contra el Catolicismo fue á Roma en 1841, en
donde, por un golpe de la gracia que nos recuerda el
que recibió San Pablo en el camino de Damasco, ab-
juró el hebraísmo y se hizo católico y eclesiástico»
Este sacerdote vino en peregrinación á Jerusalen ha-
ce cinco anos: luego volvió, y compró nn terreno in-
mediato al arco del Ecce Romo¡ logrando incluir, en
la adquisición una parte de este mismo arco. Comenzó
á labrar una casa, y hoy tiene ya construido un espa-
cioso , sólido y magnífico edificio para habitación de
las religiosas y de las edncandas. Actualmente se tra-
— 248 —
baja en la iglesia, cuyo coro comprenderá la citada
parte del arco; y mientras esta obra se concluye, sirve
al culto en el interior de la casa una "bellísima capilla,
de la cual ya hice una indicación en otra parte. Lu
casa tiene dos ó tres pisos; y desde el terrado que la
sirve de cubierta, se domina perfectamente el monte
Moría y la mezquita de Ornar. ¡Cómo se ve menguar
desde aquí la media luna que corona su sombría
cúpula!
Al pasar "bajo el arco del Ecce Homo se puede ga-
nar una indulgencia píen aria rezando una vez el Pa-
dre nuestro y otra el Ave María. Esta es la única y
sencilla condición que se exige para ganar las indul-
gencias concedidas por los Sumos Pontífices á la visi-
ta de los Santos Lugares de Palestina y Egipto.
La calle, basta cuarenta ó cincuenta varas allá del
arco del Mece Homo , caminando hacia el Poniente, es
casi recta; pero su piso, como el de todas las calles de
Jerusalen, es desigual, polvoroso cuando no llueve, y
muy fangoso cuando ha llovido. A la indicada distan-
cía , precisamente en el punto donde forma ángulo con
el edificio austríaco de que hablé arriba, frente á la
puerta de este, la Vía Dolorosa vuelve sobre la izquier-
da , dirigiéndose hacia el Sur. En frente de la puerta
del edificio austríaco, una columna rota de granito,
que yace horizontalmente en el suelo arrimada á la pa-
red , marca la Tercera estación de la Via Orucü. Este
es el sitio donde, abrumado por el peso de la cruz y
probablemente cediendo 4 algún brutal empellón cte
sus verdugos, cayó por primera vez el Divino Re-
— 249 —
dentor. Diez ó doce varas más adelante, una puerta
practicada en la pared, da paso á una callejuela que
conduce á la explanada del antiguo templo; y como por
allí venia la Santísima Virgen con San Juan, cuando
su adorable Hijo caminaba al Calvario, se encontraron
en el punto donde esa callejuela toca con la VíaDoIoro-
sa, que es cabalmente en esta puerta. En memoria de
tan dolorosa y tierna entrevista, que forma la cuarta
estación, consta que antiguamente se levantó aquí
una iglesia dedicada á Nuestra Señora del Pasmo 7 la
cual hace tiempo que está arruinada; pero afortuna-
damente ahora se han hecho dueños de todo este
terreno, en que están la tercera y la cuarta estación,
los armenios católicos. Ellos son pobres, y están soli-
citando auxilios para reedificar la iglesia. Espere-
mos que la piedad de los fieles devotos á los Dolores
de María, los ayudará cuanto es necesario para que
antes de mucho tiempo se tribute culto á esta augusta
Madre en el mismo lugar donde ella sufrió una de sus
mayores penas,
No más que seis u ocho varas más allá , volviendo
á hacer un giro, la Via Dolorosa toma de nuevo la
dirección del Poniente. A pocos pasos está Ja quinta
estación , á saber, el lugar donde encontrando á Simón
de Gyrene los soldados que custodiaban al Salvador,
que temían no pudiese llegar vivo al Calvario si al-
guien no le ayudaba á llevar la cruz, obligaron á
aquel buen labriego, resistiéndolo él en un principio,
á participar del honor que durante diez y ocho siglos
le han envidiado santamente las almas buenas, de
aliviar el peso que agoviaba á Nuestro Señor Jesu-
cristo. Desde aquí comienza á ser una especie de
cuesta la Vía Dolorosa.
Treinta y cinco ó cuarenta varas más allá de la
quinta estación, está la sexta. Por de contado, la casa
que habitaba la piadosa mujer que salió con Tin lienzo
á enjugar el sudoroso y desfigurado rostro del Reden-
tor, cuando pasaba por aquí para el suplicio, fué des-
truida, como todas las de Jerusalcn; pero una pia-
dosa tradición seríala este lugar como el que ella
ocupaba; y por eso aquí es donde meditando en la
compasión y heroísmo de la Verónica, se hace la
sexta estación de la Via (Jr%cis, Hay aquí una pe-
queña casa ? que me parece es propia de los Padres
de Tierra Santa, ó por lo menos debe de corresponder
á algún cristiano, pues en su puerta están pintadas
dos ó tres cruces de varios colores.
Pocos pasos más adelante esta calle¡ como otras
varias deJeTusalen, está cubierta de una bóveda, y
al extremo de ella, cuando se ha dejado la casa de la
Verónica veinticinco ó treinta varas atrás, si uno se
detiene bajo el arco déla indicada bóveda, se está CD
la- sétima estación. Levantando la vista sobre la pared
de enfrente, detrás de una de las tiendas del bazar
que por allí pasa, se descubre una columna antigua,
en. donde se dice que estaba fijada la sentencia de
muerte que pronunció Pila.tos contra Nuestro Señor
Jesucristo; porque aquí, donde termina esta bóveda,
estaba la Puerta Judiciaria. De modo que por aquí, y
no más allá, corría el muro que circunscribía á la an-
— 251 —
ligua Jernsalen. Los que visitan la ciudad santa deben
tener presente esta circunstancia, para no extrañar
que el Monte Calvario forme hoy parte de la ciudad,
cuando el Evangelio, de acuerdo con las profecías,
nos dice que estaba fuera. Arrasada Jerusalen por
los romanos, y sujeta después á tantas vicisitudes, los
nuevos pobladores no se atuvieron precisamente al an-
tiguo recinto; y con especialidad los cristianos, que son
los que habitan el barrio que boy se encuentra desde
este punto hacia el Calvario, con mucha razón esco-
gieron para construir sus habitaciones los sitios más
santificados por la Redención: su amor y su conciencia
se lo aconsejaban. Estando allí les costaba, menos tra-
bajo satisfacer su devoción, y por otra parte, su fe les
decía que agrupándose alrededor del lugar donde el
Salvador triunfó de la muerte . ellos estarían más se-
guros de sus enemigos.
Las nuevas construcciones hechas en Jernsalen,
impiden que desde este punto se pueda seguir recta-
mente la Vid Doloroso,, la cual primitivamente debía
girar al Sudoeste desde la Puerta Judiciaria hasta el
Monte Calvario. porque esta es la posición geográfica
de esos dos puntos. Ahora, para llegar á la octava es-
tación, se sube por espacio de ocho ó diez varas en la
calle que conduce al convento de San Salvador, porque
este es el sitio en que las piadosas mujeres. compade-
cidas de ver sufrir al Salvador, rompieron en llanto.
Como este era el extremo de la ciudad, y como este
punto está frente á frente de aquel del monte Olivetc,
en donde Jesucristo derramó lágrimas sobre la in-
- 252 -
grata Jer úsale n, resulta que por el Oriente y por el
Ocaso fué anunciado á aquel desconocido y pérfido
pueblo , el horrible porvenir que le estaba reservado
en castigo de sus iniquidades* No , no se pueden
quejar los judíos de que no fueron prevenidos. Ade-
mas de las advertencias bien claras y elocuentes que
por centenares de anos venían haciéndole los verda-
deros Profetas, el mismo Divino Maestro les enseñó
del modo más positivo y terminante en todo el cur-
so de su predicación, lo que sobre esto les conve-
nia saber. Todavía aquí mismo, cuando ya tenían
muy adelantada su maldad, pero aún no la habían
consumado* sus palabras amorosas dirigidas á las
hijas de Jerusalen, pudieran haberles abierto los
ojos si ellos hubiesen querido; no lo quisieron;
se obstinaron en el crimen. Dios está justificado,
porque es á todas luces cierto que no otro, sino el
mismo pueblo hebreo, ha sido el autor de sus des-
dichas.
Volviendo á bajar el pequeño trecho de ocho ó diez
varas que habíamos subido para llegar á la octava
estación, débese tomar la calle que del punto donde
estaba la Puerta, Judiciaria tira hacia el Sur, pasando
bajo otro trecho de bóveda. Debajo de esta, y por toda
la calle á lo largo, está el bazar ó mercado de los tur-
cos, en cuyos puestos, que son unos pequeños nichos
de madera, se venden babuchas, cintas, cuentas,
frutas y otras cosas de comer, todo con el desaseo
que es característico en los mahometanos. Al cabo de
cuarenta y cinco ó cincuenta varas es necesario dejar
- 253 -
la calle y subir por una polvorosa senda al patio del
monasterio délos Cophtos, en donde, junto á la puerta
de. la cisterna llamada el Tesoro de ¡Santa Elena, otra
columna rota de granito, igualmente echada hori-
zontalmente en el suelo, marca la novena estación-
Fué aquí en donde, extenuado ya del todo nuestro Di-
vino Salvador, cayó por tercera vez en tierra. ¡Con
cuánta emoción imprime el verdadero católico sus
humildes labios en esta santa tierra! ¡Cómo se verificó
aquí al pié de la letra la profecía de Isaías: Verdade-
ramente tomé sobre si nuestras flaquezas (menos el
pecado) y cargo con nuestros dolores] (Isaías, cap. 53,
ver. 4.)- Manso c inocente cordero, hasta aqui llegó
exhalando una ú otra vez un quejumbroso valido, no
por sus propios padecimientos, cuanto por las desgra-
cias que amenazaban á sus sacrificado res. Postrado
aquí, sus dulces miradas se cruzaban con los rayos de
ira que despedían los ojos de sus fieros verdugos, y
alzándose en medio de los golpes que estos le descar-
gaban, sin compasión á su desfallecimiento, capaz de
enternecer á las penas, emprende de nuevo la marcha
que debe conducirle al lugar del definitivo sacrificio.
Unos pocos pasos más y estamos en la cima del monte
Golgotha, El profeta ha convidado á las hijas de Sion
para que desde el Pretorio hasta acá salgan á ver al
esposo divino ceñido con la corona con que le adornó
¿su madre, la sinagoga, en el día de su desposorio.
Ahora va el nuevo Adán á dormir su último sueüo,
eu medio de los aromas de la mirra que produce
para él con tanta abundancia este monte, y durante
— 254 —
ese sueño misterioso, del cual despertará al tercero
día tan gloriosamente, su costado será abierto, como
el del viejo Ádan, para que salga llena de juventud,
de hermosura y de fecundidad, su santa é inmortal
esposa la Iglesia.
CAPÍTULO XIII.

TODO LO ATRAERÉ Á MÍ, CUANDO FUERE LEVANTADO


EN ALTO. DESDE EL LEÑO REINARÁ EL SEÑOR.

Por las construcciones que se han hecho en el


monte Calvario, es necesario retroceder por el ca-
mino que conduce á la novena estación, si se quiere
llegar al lugar de la Crucifixión; y estando de nuevo
en la calle del bazar ó mercado, al remate de ella,
tomar otra callejuela que conduce al atrio del tem-
plo del Santo Sepulcro. Aquí cerca estaba la prisión
en que Herodcs puso á San Pedro después de haber
dado muerte al apóstol Santiago el Mayor; de modo
que en estas inmediaciones se verificó el primero de
aquella serie de milagros por los cuales, en el curso
de diez y nueve siglos y hasta la consumación de los
tiempos, Dios ha saldado, salva y salvará la institu-
ción del Sumo Pontificado, contra los tiros que la he-
regía, el cisma y la impiedad 7 secundados por mu-
chas potestades de la tierra é inspirados por las del in-
fierno , le han dirigido para hacerla desaparecer.
Cuando creen haber conseguido su objeto; cuando
piensan que ya no les faltan más que horas para batir
palmas por su victoria, cuando al Vicario de Cristo no
— 256 —
le quedan otros auxiliares que los ñeles inermes que
levantan al cielo las manos pidiendo por su Cabeza,
entonces, si es necesario, baja un ángel, libra á Pe-
dro y confunde á todos sus enemigos. Desde Here-
des III basta Napoleón I esto lia sucedido, y esto su-
cederá, no por razones humanas, sino por la razón
divina de que quien todo lo sabe y lo puede todo, ha
prometido á la Iglesia que las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella.
En la callejuela de que acabo de hablar, se descu-
bren todavía la ruinas del antiguo hospital que tenían
en Jerusalen los caballeros de San Juan, Los indivi-
dúos de esta Orden , cuando ella era lo que la Iglesia
quiso que fuese, llenaron de admiración al mundo con
las hazañas de su valor f y edificaron á la Iglesia
con la ternura y delicadeza de su caridad. Obligados
por los turcos á dejar primero á Jerusalen, luego á
Tolemaida.j y por último á Rodas, no sin mantener
enarbolada mucho tiempo su gloriosa bandera en cada
uno de aquellos puntos, se retiraron á Malta, isla
que les había cedido el emperador Carlos V y que
les ayudó á fortificar el gran Papa San Pió V. Allí
formaron ellos un muro, en el cual se estrelló toda
la furia de los otomanos; hasta que herido de
muerte el islamismo, gracias al mismo Sumo Pontí-
fice y á la España, en la inmortal batalla de Lepanto,
la orden de San Juan de Jerusalen ílorecia en Malta
y alternaba honrosamente con las potencias de Eu-
ropa* Allí tenían los caballeros un hospital tan mag-
nifico, que era de plata la bajilla con que servían á los
— 257 —
enfermos. Tanta grandeza y tanta gloría cedieron á
un enemigo cobarde, pero insidioso y astuto; la mo-
licie preparó el camino á la incredulidad; las moradas
de los caballeros, que se llamaban alfargos, eran
palacios suntuosos en vex de tiendas sencillas, y en
lugar de rezar el oficio parvo de la Virgen, algún
caballero llevaba un tomo de Voltaire para leerle
mientras estaba en la iglesia. Preparado así el terreno
por el volterianismo de la corte de Luis XV al volte-
rianismo sanguinario d é l a revolución francesa, la
Orden de San Juan, que por siglos habia luchado
contra el islamismo como un bravísimo león contra
un oso cruel, cedió la isla en pocas horas á Bonaparte,
y cayó para no volver á levantarse jamas. De esto
volveré á hablar un poco, cuando dé cuenta al lector
de mi visita á la isla de Malta, Basten por ahora estos
recuerdos excitados por la vista del arco gótico,
resto del hospital de los caballeros, que aún está, en
pié á la falda del monte Calvario, como diciendo 4 los
peregrinos del Occidente: «Hé aquí lo que pudo en
otro tiempo la caridad de la Europa, cuando reinaba
en toda ella la verdadera fe.»
Mas porque hayan desaparecido los caballeros que
tan de cerca guardaban este santo lugar, ¿lia faltado
acaso quien le custodie"? No: atravesemos el atrio del
$anto Sepulcro y penetremos hasta el pequeño con-
cento que, en el fondo del templo, tienen los Padres
'•le Tierra Santa. Cuando, por los pecados de los cru-
zados, Dios iba á castigarlos permitiendo que los
mahometanos arruinasen el reino latino establecido
SAXTOS LUGARES. 17
— 258 —
por ellos en Jerusalen, el Señor hizo arribar á las
playas de San Juan de Acre á los hijos de San Fran-
cisco, para que, á pesar de la persecución y de la
muerte, orasen y velasen de continuo en los santua-
rios de Palestina, Es gloriosa la historia de esta pro-
yincia de la Orden Seráfica, cabiendo no pequeña
parte de esta gloria á la España. porque hijos suyos
han sido y son muchos de los religiosos que han estado
y están en Tierra Santa, regándola varios de ellos con
su sangre. Dos años hace que todavía en Damasco la
mayor parte de los Franciscanos sacrificados por los
turcos eran españoles; y eso que después déla su-
presión de los conventos en España, no han podido ir
á Palestina todos los que en otras circunstancias hu-
bieran ido. i País siempre fecundo en nobles y heroicos
caracteres, religiosa España, alégrate, porque no se
habia secado aún la sangre española de las víctimas
de Damasco, cuando con el humo de los vapores
viene mezclado á Europa el humo de la sangre, tam-
bién española, de dos Obispos y un misionero marti-
rizados en el imperio annamítico! Si es cierto, y lo
es, que las naciones se han de salvar no por los hé-
roes sino por los santos, lo cual equivale á decir que
no hay heroísmo sin virtud, y que la santidad es el
verdadero y único heroísmo, entonces tu , noble Es-
paña, puedes estar segura de salvarte, porque lias
dado y das al cielo tantos santos que le alegran; á l*1
tierra tantos héroes que le enseñan la virtud con el
ejemplo y el sacrificio de sí mismos.
Yo he pasado cuatro dias en este estrecho, oscura
- 259 —
húmedo é incómodo convento del Santo Sepulcro, y
esos cuatro dias han sido, gracias al cielo , los más fe-
lices de mi vida. Aunque está abolida la contribución
que antes se hacían pagar los turcos por los cristianos
que pretendían entrar en el templo del Santo Sepul-
cro; aunque tampoco insultan ni vejan los que sirven
de guardia en la puerta á los peregrinos que pasan
por ella, y aunque con frecuencia está abierta para
todos esa puerta, especialmente durante la Cuaresma
y la Semana Santa, con todo, para el que quiera exa-
minar despacio el edificio, visitar sin zozobra los va-
rios santuarios contenidos en aquel recinto, y satisfa-
cer su devoción, lo mejor es que se recoja por algu-
nos dias á este convento. Hay en él una camarita,
p e es la que sirve al Patriarca cuando pasa la no-
che en el Santo Sepulcro, y esta suelen destinarla
los Padres para algún Obispo ó peregrino de distin-
ción, cuando está libre. Para los otros peregrinos
hay otra cámara, llamada de Santa Elena, probable-
mente porque, en ella habitaba esta piadosa empera-
triz cuando viniera á pasar algunas noches cerca del
Calvario. Esta cámara tiene una ventana sobre el
coro de la capilla latina, enfrente del altar del Santí-
simo Sacramento; pasa por ella una cuerda que da
á las campanillas interiores del convento para llamar
¿ los Padres á los Maitines, y como estos se rezan en
el coro á la media noche, el ruido despierta al que
tisÉá durmiendo en dicha cámara. Para el que quiera
asistir al coro, esta es una ventaja; y es conveniente
esa asistencia, no sólo por un motivo de devoción,
— 260 —
sino para observar personalmente algunas de las
prácticas de los cismáticos, que tienen también con-
ventos dentro del templo del Santo Sepulcro.
Todos los orientales conservan la costumbre de
alabar á Dios á la mitad de la noche. Aun Jos que,
como los cophtoSj no tienen comunidad en el Santo
Sepulcro, conservan allí un diácono, el cual, mien-
tras los Padres Franciscanos están en su oficio, llega
con su incensario adornado de cascabeles á incensarel
altar donde está el fragmento de la columna de la Fla-
gelación. Otro tanto hacen los griegos y los armenios.
Por ocupado que esté uno con su Breviario, el ruido
de los cascabeles le hace levantar la cabeza, porque es
también general costumbre de los orientales ponerlos
en los incensarios. Él vestido de los ministros que
vienen á la incensación, es bastante singular: consta
de una túnica de varios colores, una estola, por lo
común blanca, trasversalmente puesta sobre el hom-
bro derecho y bajo el sobaco izquierdo , y un bonete,
ancho arriba y angosto abajo, pero siempre redondo,
sobre la cabeza. Los cismáticos no entienden proba-
blemente que puede haber días de duelo para la Igle-
sia, ó no piensan que el duelo se debe manifestar eu
el color de los ornamentos, ó no les parece que el mo-
rado y el negro sean los colores más propios para
expresar ese duelo; y lo digo, porque así en la Cua-
resma como el Domingo de Ramos y el Jueves y Sá-
bado Santo he visto á todos los griegos, desde el Pa-
triarca hasta los monacillos, con vestidos de colorea
blancos y encarnados, cual si estuviesen de gala.
— 2(51 -
Los Padres Franciscanos, recogidos á sus celdas
después de concluidos los Maitines, vuelven á la capi-
lla para rezar Prima y Tercia á las seis de la mañana;
y concluida esta segunda hora canónica, cantan la
Misa en el Santo Sepulcro, desocupado ya de los
griegos, quienes celebran sus oficios muy temprano.
A las nueve tienen la meditación y rezan Sexta y
Nona, y en Cuaresma las Vísperas, terminadas las
cuales van á comer. Por la tarde á las cuatro rezan
Completas. y enseguida hacen la procesión de los
santuarios comprendidos en el recinto del Santo
Sepulcro , por el orden que voy á expresar, hablando
de cada uno de ellos en particular*
Esta procesión, siempre grave,.tierna é interesan-
te, puede decirse que tiene cuatro grados de solemni-
dad} á saber: la que se hace á puertas cerradas sin
más asistencia que la de los Padres, y la de los pocos
peregrinos que van á pasar ordinariamente una noche
en el convento latino: la que se hace cuando están
abiertas las puertas ? en la cual se incorporan todos
los católicos que quieren asistir, marchando detras del
Preste con pequeños cirios encendidos, que gratuita-
mente les distribuyen los Padres; estos cirios son
un poco más grandes y llevan en el extremo el
Sfcllo de las armas de Tierra Santa, cuando el pere-
grino asiste por primera vez á la procesión, y enton-
ces, si es eclesiático, no va detras sino delante del
"reste: la solemne, que se hace los sábados de Cua-
resma á las tres de la tarde, presidiéndola el P a -
jarea latino, á quien se recibe con grandes honores
_ 262 —
á la puerta del templo, y se le conduce cantando el
Te Dmm hasta el sitial que le está preparado en la
capilla latina, donde le prestan obediencia el clero y
el pueblo, cuyos individuos todos le besan el anillo,
por lo que la ceremonia se alarga mucho: la solemní-
sima, en fin, que se liacc en la noche del Viernes
Santo, predicándose en cada uno de los santuarios,
menos en el de la cárcel y el de la Invención de la
Santa Cruz, que no se visitan esa noche t y los ser-
mones se pronuncian en las diferentes lenguas italia-
na., turca, griega, alemana, francesa, arábiga y es-
pañola. Yo he tenido el gusto de ver y tomar parte
en todas estas procesiones, asistiendo ademas á las
que se hacen alrededor del Santo Sepulcro el Do-
mingo de Ramos y el de Pascua; en la primera de
ellas, se llevan en las manos hermosísimas palmas na-
turales . cada una como de dos varas de alto, traí-
das de Gaza; y en la segunda, revestido el clero de
sus mejores ornamentos, lleva velas encendidas. Esta
última procesión hace tres veces el giro del Santo
Sepulcro, y en cada una de ellas se detiene en leí
costados del monumento á cantar otras tantas veces
el Evangelio.
En las procesiones de la primera, segunda y ter-
cera clase enunciadas, se comienza por visitar el al-
tar de la capilla latina, donde está el depósito del
¿Santísimo Sacramento, entonándose la Antífona 0
Sacrum Comivium, con la oración respectiva. Crée-
se que en este lug-ar se apareció por primera vez el
Salvador, después de resucitado, á su Santísima Ma-
— mi -
dre. Para adornar este altar en la Pascua hay un gran
cuadro, hecho todo de plata maciza-, representando en
relieve á Nuestro Señor Jesucristo que triunfa de la
muerte. Este cuadro» de no escaso mérito artístico y
rlc inmenso valor por el metal precioso de que está
hecho, es clon de la familia real de Ñapóles. Yo cele-
bré el santo sacrificio en este altar el Domingo de Re-
surrección.
En ambos lados de este altar hay otros dos más
pequeños: el que está, á la izquierda, junto á la puerta
misma de la capilla, encierra uno de los pedazos de la
columna de la Flagelación. El Bmo. P. Custodio de
Tierra Santa, por deferencia á un Obispo que me
acompañaba, tuvo la bondad de enviar la llave de la
verja de hierro que gaiarda la columna, y así aquel
Prelado y yo pudimos examinar despacio esta venera-
ble reliquia, imprimir en ella nuestros labios, y tocar
a la misma nuestros rosarios. Junto á la columna hay
dos piedras, que se dice fueron puestas como almoha-
das en el Santo Sepulcro, cuando se encerró allí el
adorable cuerpo del Señor. : lo cual es probable, pues
la pobreza de Jesús y de María, el temor de sus discí-
pulos y la prisa que daban los judíos para la sepul-
tara, no permiten creer que se hallasen pronto más
mullidos cojines para que descansase en ellos el sa-
cratísimo cadáver. Delante de esta columna se detie-
ne la procesión, cantando un himno tierno, patético
y expresivo, como lo son todos los que componen el
librito que se da prestado á los peregrinos que asisten
á estas procesiones. Aunque este librito está impreso.
— 264 —
en la imprenta que tienen los PP, Franciscanos en su
convento de San Salvador, yo no logré procurarme
un ejemplar que deseaba. Concluido el himno y reci-
tada la Antífona, se dice por el Preste la oración con-
veniente, ganándose por hacer esta visita á la Colum-
na, una indulgencia plenaria. Todos los cristianos de
Oriente, sin distinción de sectas, tienen gran vene-
ración á esta reliquia, como se deduce de que todos
los que llegan á Jemsalen vienen á visitarla, y no
pudiendo besarla , porque está sobre el altar y detras
de una tupida reja, introducen por uno délos agu-
jeros de esta cierta calla, que está preparada al
efecto, con cuya extremidad la tocan, y después llevan
á los labios la misma caña.
Visitada la columna, inmediatamente baja la pro-
cesión las cuatro ó cinco gradas que hay entre el din-
tel de la puerta de la capilla latina y el pavimento del
templo del Santo Sepulcro, y volviendo hacia la iz-
quierda, se dirige á la oscurísima capilla denominada
la Cárcel. Sin haber podido averiguarlo, supongo que
se denomina así este santo lugar, que forma una es-
pecie de gruta ó cavidad natural, porque llegado
nuestro Divino Salvador al Calvario, mientras pre-
paraban los clavos ó instrumentos de la crucifixión,
le tendrían aquí guardado á la vista. El himno que
aquí, se canta, recuerda muy á propósito el pasaje de
3a historia de Sansón, cuando preso y viejo le lleva-
ron á su templo los filisteos, á quienes hizo perecer el
héroe israelita, sacudiendo y arruinando con la fuer-
xa de su brazo aquel sólido edificio. Siete anos y otras.
tantas cuarentenas de indulgencia se ganan por hacer
esta visita.
El santuario inmediato es el de la división de los
vestidos, porque aquí fue? donde , desnudo ya y cru-
cificado el Salvador, los soldados á quienes tocaba,
por la ley la ropa de los ajusticiados, sortearon la tú-
nica c lucieron cuatro partes de la capa. Hay iguales
indulgencias por visitar este sitio. En él predicó un
Padre Franciscano el Viernes Santo un sermón, en
griego moderno, contra el cisma. Los griegos cismá-
ticos, que tienen aquí cerca su convento, estaban api-
ñados en la galería para oirle, y yo vi que el joven
de quien dije en otra parte, que le había visto salir
del convento de Santa Cruz, escuchaba con grande
atención este discurso. ¡Quiera Dios abrirle los ojos
del alma, para que acabe de ver que la excisión de
los griegos, como todos los cismas, es la repetición
de lo que hicieron los soldados. rasgando la capa del
Salvador I
Muy inmediata al santuario de que acabo de
hablar, está la puerta del subterráneo donde la em-
peratriz Santa Elena, hizo la Invención de la Santa
Cruz. Para llegar al primer plano de esta cueva, cuyo
interior es muy espacioso, hay que bajar veinticinco
6 treinta gradas; mas para llegar al fondo, es necesa-
rio descender otras quince ó veinte: en el fondo , que
es propiamente el sitio donde se halló el santo made-
ro . ha hecho erigir un altar dedicado á Santa Elena,
el archiduque Fernando Maximiliano de Austria, cu-
yo altar, adornado con una estatua en bronce de la
— 266 -
Santa Emperatriz» tiene á ambos lados el escudo de
armas propio del archiduque y el imperial de la casa
de Hapsburgo. Este santuario, propiedad exclusiva
de los católicos, está enriquecido con siete años y
siete cuarentenas de indulgencia, y en él se hace to-
dos los dias la cuarta estación de la procesión, por los
Padres Latinos, Pero el Viernes Santo en la noche no
se visita este altar, ni el dedicado á Santa Elena, que
se encuentra en el primer plano de que he hablado, el
cual forma para todos los días la quinta estación, con
indulgencia plenaria.
Volviendo á subir las escaleras se está otra vez
en el templo del Santo Sepulcro, y girando sobre la
izquierda, á pocos pasos se está en la capilla donde
conservan los griegos la columna llamada de los im-
properios, LTn cuadro de mal gusto, como lo son ge-
neralmente todos los que ostentan los cismáticos eu
estos santuarios > representa en el fondo de la capilla
al Divino Salvador con las manos atadas, con la cabe-
za coronada de espinas y sentado en un pedazo de
columna; tal cual debió hallarse Nuestro Señor Je-
sucristo cuando los soldados, por complacer álosjudíos
jugaban con El cual con rey de burla. Sin duda Jos
PP. Latinos tienen fundamento para creer que esta
columna es la que sirvió entonces de trono al Eey de
los cielos mofado por los hombres, puesto que vienen
en procesión á visitarla, estando concedida la indul-
gencia de siete anos y otras tantas cuarentenas. por
este acto de devoción. Los griegos conservan esta co-
lumna dentro de una mesa de altar. con. una reja por
— 267 —
delante que la deja ver y aun tocar; pero el Viernes
Santo abren esta reja, estando presente uno de sus
diáconos; de modo que ese dia se puede examinar
mejor esta reliquia, como yo lo hice,
Al moverse de aquí la procesión, entonan los can-
tores el himno Vewilla Regis prodennt.. en el cual
asi como en el verso, antífona y oración respectiva,
solo se hacen aquellas variaciones 6 interpolaciones
necesarias para indicar que los misterios que celebra
tan sublime poesía, tuvieron lugar en estos mismos
augustos sitios. Cantando este himno se suben las
diez y ocho gradas que hay entre el pavimento del
templo y la cima del monte Calvario: estando re-
ducidos á este número por las muchas variaciones
que las construcciones, destrucciones y reedificacio-
nes que en tiempo del imperio pagano, bajo Constan-
tino , en )a época de las Cruzadas, reconquista de los
mahometanos, etc., ha experimentado todo este ter-
reno. Las gradas, sin embargo, son altas: y como son
diez y ocho pudieran ser veinticinco ó treinta, para
mayor comodidad de los viajeros, si no fuese porque
para no abarcar más terreno en el templo, ha sido
preciso hacer más contraidas y pendientes esta esca-
lera y la otra que por el lado opuesto baja del Calva-
rio á la puerta misma del templo.
Henos ya en el monte Calvario. Si toda la tierra de
Palestina es santa 7 por que, como decía el elocuente
Papa Urbano II en el Concilio de Clermont, casi no
hay un palmo de ella en que no se hayan obrado uno
ó muchos prodigios: ¿qué pensaremos y diremos del
— 268 —
Calvario , donde padeció y murió el Hijo de Dios,
donde María sufrió sus inenarrables dolores, donde
suspiró Juan, donde Magdalena derramó lágrimas
de fuego, donde se hirieron los pechos aquellos mis-
mos que habían venido á la agonía de Jesús como á
un espectáculo, donde se rompieron las piedras,
donde el Centurión, aunque pagano, confesaba la di-
vinidad del adorable ajusticiado , á vista de tantas y
tan estupendas maravillas?
Pero si todo es santo en el Calvario, hay en él es-
pecialmente cuatro lugares santísimos; el primero se
encuentra en cuanto se acaba de subir la escalera
inmediata á la puerta del templo, y es el que forma
la décima estacionóle la Via Crucis, porque aqni los
verdugos despojaron al Salvador de sus vestidos para
crucificarle. Cinco ó seis pasos más adelante está el
lugar en que tendieron la cruz y obligaron á la Di-
vina Víctima á colocarse en ella, taladrando y cía-
vando sus pies y manos para fijarle en el madero;
esta es á la vez la undécima estación de la Via Crucis
y la sétima de la- procesión diaria, en la cual, por
visitar este venerable sitio, se gana indulgencia plc-
naria. El pavimento está aquí cubierto de mosaico
antiguo, un poco dcteiñorado. Aquí predicó un elo-
cuente sermón en alemán el capellán de la condesa
austríaca Diestrestein , en la noche del Viernes
Santo. Aquí hay también un altar, propiedad exclu-
siva de los latinos, en el cual he dicho yo Misa dos ó
tres veces; en él celebró también de pontifical la Misa
de Presantiíicados. Monseñor Yalerga, el Viernes
— 269 —
Santo, con asistencia de todos los peregrinos. ¿Quién
podrá pintar el efecto que producen en el alma los l ú -
gubres oficios del Viernes Santo, celebrados en el mis-
mo monte Calvario? Aquel Pontífice y sus ministros,
postrados en tierra sobre el mismo sitio en que se
tendió el Redentor para que le clavasen en la cruz;
aquel lector, que con argentina, pero febril voz entona,
la lección del Éxodo relativa al sacrificio del Cordero
Pascual, figura tierna y expresiva del Cordero de
Dios, real y verdaderamente inmolado aquí, en este
sitio, por salvar á la humanidad; aquella Pasión,
según San Juan, cantada por tres Diácqnos, los cua-
les puede decirse que tienen suspensos de sus labios
á los oyentes, quienes } por indiferentes que sean, no
pueden menos de seguir paso á pnso , con profundo
interés la narración del Evangelista, siempre y en
todas partes, pero especialmente aquí, llena de dolor
Y de amor, cuando nos traza con su insoirada pluma
el admirable combate que anuí tuvieron la vida y 3a
muerte tal dia como este : aquellas plegarias que el
Pontífice, a. nombre de la Iglesia, la cual en el dia de
su gran duelo no olvida á ninguno de sus hijos ni á
ninguno de sus enemigos, dirige al Padre Eterno pre-
sentándole la víctima de este Calvario, en favor del
Papa, de los Obispos, de todos los órdenes eclesiásticos,
de las vírgenes, de todos los fieles, de los peregrinos,
do los enfermos, de los navegantes, y hasta de los cis-
máticos, hereges y paganos, sin olvidarse ni a n u d e
lo* pérfidos judíos, porque este es el gran dia de la
misericordia sin excepción: aquella adoración de la
— 270 —
Cruz, que poniendo la augusta imagen de Jesucristo
crucificado sobre el lugar mismo donde Él extendió
sus manos y sus pies á los clavos, se hace mientras el
coro canta aquellas recou ven cienes elocuentísimas,
que se llaman los Improperios: aquella procesión que
se organiza para traer con grave y fúnebre pompa el
Santísimo Sacramento desde el Santo Sepulcro, donde
ha estado depositado todo el Jueves Santo, y luego
la continuación de los Oficios con la elevación que se
bace de la adorable Hostia , aquí mismo donde estuvo
suspenso el Redentor en los brazos de la Cruz, de
modo que real y verdaderamente se reproduce aquí el
misterio que se veriñeó aquí mismo hace 1829 anos;
aquella sumpcion de la santa forma por el celebrante,
que corresponde tan exactamente al Go?is%mat'im< ost
del Evangelista; y por último, aquel bajar de los sa-
cerdotes, religiosos, peregrinos y fieles de Jerusalen,
en silencio, y sin duda muchos de ellos llenos de
contrición, como los que, muerto el Redentor, des-
cendían del Calvario hiriendo sus pechos; todo esto
que se ve, que se oye y que se siente en el Calvario
un Viernes Santo, compensa sobreabundantemente
las penas , las fatigas y los riesgos de un viaje; deja
en la memoria recuerdos indelebles, y en el corazón
sentimieutori gratísimos para todo el resto de la vida.
Yo espero acordarme en mis horas supremas del Vier-
nes Santo que estuve en el Calvario, y de las noches
que me fué concedido venir á pasar algunos momen-
tos sobre este santo monte.
La procesión diaria y la de los sábados de Guares-
- 271 —
ma, concluido el himno y rezada la oración correspon-
diente delante del altar de la Crucifixión, entona el
himno , Lustra sex qnm jam peregit, moviéndose
en el mismo monte Calvario, hacía el lugar en que
fué enarbolada la cruz. Los griegos cismáticos po-
seen este santo lugar, en donde tienen una mesa de
mármol cubriendo el agujero de la pena en que fué
fijada la cruz. Este agujero es visible, y tiene alrede-
dor una placa redonda de plata. A distancia de una
vara, detrás del altar, hay un gran Crucifijo pintado,
con la Santísima Virgen y San Juan á los lados, y
detrás de estas imágenes, en el cuadro del fondo, se
ve una imagen de Jesús preso, de tamaño natural, y
otras muchas menores. Ninguna de estas pinturas,
ni la que tiene el arco anterior cíe la capilla, es una
obra maestra; pero no se puede negar que, en gene-
ral, no carecen de grandeza y de expresión estas
imágenes del Señor Crucificado, de su Santísima
Madre y del amado Discípulo; sus colores son vivos y
naturales; las decoraciones son de plata y oro; las
lámparas , que en considerable número, tanto en la-
parte latina como en la griega arden sobre el Calva-
rio , suspendidas de la bóveda que hoy cubre la cima
del monte, arrojan sobre todo el conjunto una clari-
dad melancólica y misteriosa, pues los vasos son de
varios colores , que se comunican á las luces y cua-
dran muy bien con la santa tristeza que debe reinar
en este augusto sífcío. Me llamó la atención un cande-
labro de cristal, en forma de cruz griega, que los cis-
máticos habían colocado en el centro de sus lámparas
— 272 —
durante la Semana Santa, y un magnifico ñorero de
plata que colocaron en el altar, teniendo en el centro
el águila de dos cabezas, acaso poique será donación
de la Rusia,
Entre el altar de la Crucifixión y el sitio donde
fué plantada la Santa Cruz, tienen los latinos otro
pequeño altar, adornado con una imagen de medio
cuerpo representando á Nuestra Señora de los Dolo-
res. En el sitio que ocupa este altar estuvo la Santí-
sima Virgen mientras su Divino Hijo pendía de la
cruz; yo be celebrado en él varias veces el Santo Sa-
crificio , una de ellas el viernes de lo. semana de Pa-
sión. Ese mismo día, á las ocho de la maíiana, el
Padre Vicario de la Provincia de Tierra Santa, asistido
del coro de niños que tiene el convento de San Salva-
dor, cantó allí la Misa con gran concurrencia de pere-
grinos y jeroaolimitaños. Dejo á la consideración del
lector lo que se experimenta al oir aquí las sublimes
estrofas del jSlabal Moler. Esta Neguencia compuesta
por Fray Jacopone de Todi, no necesita de la música
de Rossiní para enternecer á las almas sensibles, es-
pecialmente cuando al escucharla se está donde Es-
taha la Madre Dolor'osa, llar osa junto á la Cruz.
No es este el único altar consagrado sobre el Cal-
vario en honor de la Virgen de los Dolores; en la
parte del monte que quedó fuera de los muros del
templo del Santo Sepulcro, hay una pequeua capilla,
levantada sobre el lugar en que se halló la Santísima
Virgen mientras clavaban en la cruss á su Divino
Hijo, Esta capilla está en la posesión exclusiva de los
— 273 —
Padres Franciscanos, uno de los cuales viene todos
los días á decir Misa en ella. La última que yo celebró
en Jerusalen en la mañana del dia que salí de regreso
para Europa, fué dicha aquí; algunos árabes estaban
presentes, dando muestras de mucha piedad. Un
buen cuadro colocado sobre el altar representa á la
apenada Madre del Redentor, que desde este mismo
sitio veía cómo daban por lecho un duro leño al cuer-
po dilacerado de aquel Jesús á quien, siendo Niño,
había Ella dado por cuna sus brazos, y por reclina-
torio su corazón.
Frente á la capilla de que acabo de hablar, pero
por la parte interior del templo y dentro del recinto
del convento griego cismático, señala un arquitecto
italiano, que acaba de levantar un plano del Santo
Sepulcro, dedicándolo á S. M. la Reina de España,
el lugar á donde dice que se retiró la Santísima Vir-
gen , cuando hubo espirado su Divino Hijo. Respetan-
do la tradición que pueda existir sobre este punto, me
parece difícil explicar cómo y á qué hora se verificó ese
retiro de María, Ella, que no quiso separarse de la
cruz durante la agonía de Jesús, no es fácil que con-
sintiese en dejar solo el sacrosanto cadáver t cuando
la multitud se retiraba del Calvario. Luego, porque
el tiempo urgía para, dar sepultura á los ajusticiados,
eu razón de que iba á comenzar el dia de la Pascua
legal, vinieron los soldados á romperles las piernas; y
en ese acto, según la general creencia* conforme con
el dictamen de la razón y la inspiración del amor ma-
terno , la Santísima Virgen estaba presente, y la lan-
SA.NTOS LüGAHES- 18
— 274 —
zada deLonginos atravesó su corazón. ¿Seria después
de que el cuerpo inanimado de su Divino Hijo recibió
esta afrenta, cuando la Santísima Virgen se apartó de
la cruz? Esto no es creíble, pues por el contrario debe
suponerse que la Virgen se acercaría más al madero
para formar con su propio cuerpo un escudo de defen-
sa al adorable cadáver: luego llegaron José de Ari-
mathea y Nicodemus para bajarle del santo patíbulo,
y entonces tampoco se retiraría la Virgen, antes bien
estaría al pié mismo de la cruz, para recibir al Salva-
dor difunto en sus maternales brazos. Ya que la pre-
sencia de los judíos y la de los verdugos la habían im-
pedido durante las tres horas de agonía acercarse al
patíbulo hasta estrechar con su palpitante pecho los
llagados pies de su Divino Hijo, ahora se aprovecha-
ría de la ausencia de aquellos desapiadados enemigos
para regar con sus lágrimas esos mismos augustos-
pies y todo el cadáver sacrosanto.
Pero detengámonos un poco en considerar, antes
de hablar de ese descendimiento de Jesús, en qué
manera se ha cumplido el vaticinio que el Salvador
hizo respecto á sí mismo, diciendo que «cuando fuera
levantado sobre la tierra, atraería á sí todas las co-
sas.» Ha atraído las inteligencias , pues no hay nin-
guna de las más elevadas entre las que han existido ea
los últimos diez y nueve siglos, que para bendecirle ó
para maldecirle no haya sido atraída, como con irresis-
tible imán, á los pies del Crucificado. De contado, en
número y en magnitud son y significan muchísimo
más- las inteligencias que han llegado al pié de la
- 275 ~
cruz, para tributar el homenaje de su respeto> de su
admiración y de su fe á la victima divina sacrificada
en este patíbulo; como que por eso, con solos los tes-
timonios de los hombres ilustres de los tres últimos
siglos, ha podido un escritor francés do nuestros dias,
Mr, de Grenoude, componer una obra notable de apo-
logética, titulada la Masón del Cristianismo. Volumi-
nosa como es, ella no forma sino una pequeña é in-
significante parte de lo mucho que hay que hacer en
esta materia, pues el autor no ha hecho otra cosa que
estractar los escritos más notables de los hombres cé-
lebres, entre los cuales algunos, aun siendo enemigos
de la religión, se lian visto obligados á reconocer y
confesar su divinidad, ¿Qué seria si se hubiese de re-
producir todo lo que, no sólo esos mismos hombres,
sino también las notabilidades intelectuales de todas
épocas, han pensado, dicho, escrito y hecho en honor
de Jesucristo crucificado? Pensado como filósofos; di-
cho como oradores y maestros; escrito como teólogos,
canonistas, jurisconsultos y publicistas; hecho como
legisladores, políticos, hombres de ciencia, literatos
y artistas. Porque, y esta es la prueba palpable, per-
manente , irrecusable y decisiva del cumplimiento de
la profecía de que se trata, el mundo gravita tan in-
venciblemente hacia la cruz erigida en el Gólgota,
que aun cuando parece que se desvia, no puede apar-
tarse de ella; y al contrario, cuanto más forceja para
separarse de ese centro de atracción, más se aproxi-
ma á él. Viviendo Jesús, el imán de sus palabras y
desús obras benéficas y milagrosas, atraía á .El las
- 276 —
multitudes, de modo que á veces parecía que iban á
sofocarle; por lo cual la sinagoga , previendo que to-
dos creerían en ÉL interpuso un rio de sangre entre
Él mismo y el pueblo en este monte. Pero no pasan
más de cincuenta días. cuando á la voz de Pedro, so-
bre quien Labia descendido el Espíritu Santo, prime-
ro cinco mil, y luego ocho mil personas , atraviésala
ese lago de sangre, y purificados por este baño salu-
dable , se precipitan á los pies del Crucificado, para
vivir y morir con Él. El poder sacerdotal de los he-
breos, secundado por el despotismo sanguinario de
Herodcs, pugnan por hacer cesar esa atracción, la
cual, á pesar de eso va en aumento : y lo que sucede
en Jcmsalen» se repite en todas partes. No sólo la
Palestina, la Siria y el Egipto sienten la atracción
hacia la cruz. El Asia Menor; la culta Grecia, en don-
de la deja ver un bárbaro; la poderosa Roma, donde la
enarbola un desvalido; la risueña Galía; la nebulosa
Albion; la valiente España; la flemática Alemania,
todas experimentan el mismo impulso, y en vano,
por espacio de tres siglos, los tiranos que se sientan
en el trono de los Césares, los sofistas que ocupan la
cátedra de los filósofos, y el populacho carcomido por
la corrupción y sediento de sangre, hacen esfuerzos
desesperados para impedir que las masas se precipi-
ten á los pies del Crucificado. Al cabo de tres siglos
el mundo es cristiano, cristiana la creencia, cristiana
la política, cristianas las costumbres, en el centro
mismo de la civilización pagana y hasta donde alcan-
zaban sus conquistas. Los pueblos que no habiasome-
— Tn -
fado el águila romana, doblan las rodillas delante de
la cruz; y cuando más tarde, á la hora marcada por
la divina Providencia, nuevas islas y continentes
nuevos se descubren, hallándolos ocupados por pue-
blos desconocidos y salvajes, estos pueblos¡ en poco
tiempo, alumbrados por la luz del Evangelio, sintien-
do la atracción irresistible del madero erigido en el
Calvario, reconocen por su Dios al que aquí espiró en
medio de tantos dolores y cargado de tantas afrentas*
Los esfuerzos de las herejías engendradas por astutos
ingenios, protegidas por los poderosos de la tierra y
secundadas por las pasiones que halagaban, han te-
nido el mismo resultado que los esfuerzos del paganis-
mo amparado por los Césares, El choque ha derrama-
do la luz. Cada herejía, mientras ha luchado, ha hecho
mejores á los cristianos que permanecieran fieles; y
por los individuos y pueblos que ha hecho prevaricar,
han venido otros mejores y en más número á au-
mentar el de los hijos de la Iglesia, Lo misino ha su-
cedido con la llamada filosofía moderna, madre de la
revolución y solidaría de esta. La reacción que ha ha-
bido contra ella, y que no ha cesado, ni cesará, ha
aumentado el brillo y la solidez de las pruebas de la
divinidad de la religión, ha disciplinado la falange de
sus defensores, ha estrechado la unión de sus minis-
tros con el Vicario del Crucificado, ha purificado
las costumbres y ha excitado una especie de santo en-
tusiasmo. Todo esto es obra de ese mismo imán que
encierra el santo madero erigido en este Calvario.
¿Qué más? Es tal la fuerza de atracción de la cruz,
- 278 —
que sus mismos enemig-os, especialmente en el día,
aunque la aborrecen de muerte, y tienen jurada la
ruina de la religión á la cual sirve la cruz de símbolo,
se ven obligados á afectar que la respetan, á recordar
su caridad con una mórbida filantropía, á emplear su
lenguaje contrahaciéndolo. Sí: desdo el leño reinará
el Señor, y exaltado en alto, sobre este santo monte,
todo lo atraerá á sí: á los individuos» para marcar su
frente con la cruz; alas naciones, para que lleven este
glorioso signo en sus estandartes; á los ricos, para que
aseguren la posesión de su riqueza en esta vida y su
bienaventuranza en la otra socorriendo á los necesi-
tados por amor del que murió en la cruz; a los po-
bres, para aliviar sa miseria con el bálsamo de la pa-
ciencia, que es el fruto de la sangre vertida en el ma-
dero de la cruz, y socorrer sus miserias por los sacri-
ficios que á otros impone la vista de la misma cruz; á
los ignorantes, para comunicarles la ciencia verdade-
ra, que es la locura de esta crus; y a los sabios, para
convencerles de que esta locura es más razonable,
profunda y luminosa que toda la ciencia humana; í
los justos, para robustecerlos en sus pruebas y ani-
marlos en la práctica de la virtud, con los ejemplos
que en este monte dio el autor y modelo de toda santi-
dad ; á los pecadores. en fin, para inspirarles á la vea
arrepentimiento y confianza, obrando en ellos, con
provecho de si mismos y de la sociedad, una transfor-
mación que no podrían efectuar ni el raciocinio, ni el
cálculo, ni la promesa, ni la amenaza, sin el auxilio
soberano de esta bendita crutf. Ella es el centro del
- 279 -
mundo; y el mundo, quiera ó no quiera, para su salud
ó para su ruina, gravitará siempre hacia el madero
una vez erigido en el Calvario. Formando una corrien-
te inmensa, los pueblos antiguos, como otros tantos
ños, vienen á confluir en el Calvario; y á este mismo
centro correa a precipitarse los pueblos nuevos, sin
que se lo impida ningún género de obstáculo. Dios lo
quiere] y para Dios, lo que al hombre le parece obs-
táculo , se convierte en medio, y contribuye eficaz-
mente al fin que se ha propuesto su Providencia.
CAPÍTULO XIV.

SU SEPULCEO SERÁ GLORIOSO.

Todos los días á las cinco de la tarde ios Padres


Franciscanos, en la procesión que hacen seguidos de
los peregrinos á los santuarios contenidos en el cir-
cuito del templo del Santo Sepulcro, después de ter-
minar el himno Lustra seo? qncs jam pvvegii, arrodi-
llados delante del lugar en que fué enarbolada la
cruz, concluyen esta visita con el verso y responso:
Adormíoste Cristo y bendecírnoste, que por tu santa
cruz redimiste al mundo. Simultáneamente "besan to-
dos el suelo, lo cual también se practica en el lugar
de la crucifixión, y en seguida el Preste reza en
tono fúnebre la oración: «Dirige , Señor, una benigna
mirada sobreestá familia tuya, por la cual Nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, no dudó entregarse en
manos de los que le hacian mal, y sufrir de la cruz
el tormento.» Luego, levantando la voz los cantores,
principia el himno con que se baja á la Piedra de la
Unción; este himno es uno de los más hermosos,
tiernos y expresivos de la colección que sirve en la
visita de los santuarios, sobresaliendo entre los opor-
tunos recuerdos bíblicos que le componen. el del
- 281 —
misterio de la escala que vio en sueños Jacob, y de la
piedra que ungió en Belhel con este motivo. La pie-
dra era Cristo, así lo declara San Pablo (I Cor, 10, 4):
la escala por la cual se llega al cielo; es la cruz; de
modo que las figuras poéticas expresan aquí las más
importantes y exactas verdades, sucediendo que
mientras se canta este himno, al paso que la imagi-
nación se complace, el entendimiento se instruye y
el corazón se conmueve. Como este himno es bastante
largo, los Padres y los peregrinos están largo rato
arrodillados en este lugar, besando á un tiempo dado
ó el suelo ó Ja misma Piedra de la Unción , Por esta
visita se gana una indulgencia.
La piedra misma en que fué ungido el cuerpo ado-
rable del Salvador, está cubierta con otra de mármol
sanguíneo, que puede tener dos y media ó tres varas
de largo; en los ángulos tiene unos globos de bronce
por adorno, y sobre ella arden ocho lámparas, dentro
de otros tantos fanales de cristal adornados con cru-
ces de piedra figurando nubes; los eslabones de las
cadenas en que están suspendidas estas lámparas, son
dorados, y tienen también la forma de cruz. Parece
eme este es un regalo de cierto caballero ruso, que
tuvo el capricho de que cada dos lámparas figurasen
como propiedad de cada una de las cuatro comunio-
nes religiosas que tienen representantes en el Santo
Sepulcro, esto es, latinos, griegos, armenios y coph-
tos. Una pequeña placa de bronce, colgada en la
parte inferior de la lámpara, lleva la respectiva ini-
cial ; mas como el donante debia de saber poco latín,
— 2S2 —

eu vez de hacer gravarla L al derecho, la hizo poner


al revés en las dos lámparas pertenecientes á los la-
tinos. A más de estas lámparas hay cerca de la Piedra
de la Unción , en enormes candeleros, ocho cirios,
dos por cada una de dichas comuniones, los cuales
se encienden en las ocasiones solemnes.
La Piedra de la Unción está frente por frente de
la puerta principal del templo; de modo que al en-
trar en este, y dando únicamente quince ó veinte
pasos , están ya los fieles arrodillados junto á la indi-
cada piedra. Esta demostración de respeto la hacen
todos, sin distinción de rang-os ni de nacionalidades,
Yo he visto no solamente á los católicos de Jerusalen
y á los peregrinos del Oriente y del Occidente, sino
también á los Patriarcas latino y griego, entrando
con toda pompa en este templo, venir, por primera
ceremonia, á arrodillarse delante de esta piedra ¡ 6
imprimir en ella sus labios. No hay en esto supersti-
ción ni fanatismo- David había dicho: (Salmo 131,
ver. 7.) Adoramos en el lugar donde estuvieron sus
pies, esto es, los del Salvador, á quien reconoce por
su Señor. ¿Pues por qué no hemos de hacer este acto
de adoración en el lugar donde estuvieron no sólo los
pies de Jesús sino también todo su sagrado cuerpo,
extendido sobre la piedra, mientras que le ungían
con aromas para darle sepultura? Solamente el pro-
testantismo, que sólo tiene ojos para leer en Ja Escri-
tura lo que cuadra á sus propósitos, pero sobre todo,
que no tiene entrañas , y la filosofía, que á fuerza
de dar tortura á la razón la hace inútil para des-
cubrir esas admirables armonías que hay entre el
corazón y la inteligencia, pueden condenar esta pia-
dosa práctica. Por otra parte, bien vengada está la
religión verdadera de la injuria que en esta parte la
hacen el protestantismo y la falsa filosofía, con los
obsequios que ambos tributan a seres indignos de
respeto y aun de estimación. No quieren imágenes,
y multiplican las de personas viciosas y aun crimí-
nales. Keliusan una demostración de amor á. Cristo,
cuyo cuerpo estuvo en esta piedra, y cubren con coro-
nas de siemprevivas la verja que circunda la. estatua
fíe uno que viviendo fué azote de la humanidad, y
muriendo declaró que el no era nada y Cristo lo era
todo. Sí, homenaje por homenaje, yo que be visto
en la plaza Vendóme de París el que se tributa el 5 de
Mayo á Napoleón, y el que se rinde en la Piedra de
la Unción á Jesucristo, prefiero como infinitamente
más razonable, justo y legítimo, el segundo al pri-
mero, por más que el primero tenga por teatro la
ciudad que aspira al título de centro del mundo culto,
y el segundo se practique en el fondo del Asia, en
una ciudad arruinada y sujeta al do mi n i o de los bár-
baros.
A poca distancia de la Piedra de la Unción, de-
bajo del mismo monte Calvario, está la llamada ca-
pilla de Adán, poseída por los griegos cismáticos»
Entrando en ella se ven á derecha é izquierda los lu-
gares que ocuparon los sepulcros de Godofredo de
Bullón y de su hermano Balduíno, héroes de las Cru-
zadas y primeros reyes latinos de Jerusalen. Profa-
— 284 —
nadas estas tumbas y dispersas las cenizas que ellas
contenían, todavía inspira respeto, gratitud y amor
la vista de estos lugares; y no hay alma verdadera-
mente bien formada, que no envidie noblemente la
suerte de estos dos guerreros de la cruz, que lograron
venir a dormir el sueño de la muerte, siquiera fuese
por poco tiempo, á la sombra del árbol de la reden-
ción, bajo el sitio mismo donde él fué por la primera
vez plantado.
Penetrando hasta el fondo de esta capilla se puede
ver la hendidura de la roca del Calvario, que desde ¡a
cima del monte baja basta este punto, llamando )n
atención de todos los viajeros reflexivos. Sabido en.
como el Santo Evangelio afirma, que á la muerte de
Nuestro Señor Jesucristo, das piedras se rompieron.»
(Matli, 27, 51.) Pues bien: junto al agujero donde fué
fijada la cruz, una barra giratoria de plata, puesta por
los griegos, cubre la grieta del monte, la cual puede
verse y tocarse y examinarse de nuevo á seis ú ocho
varas de profundidad en la capilla de Adán, como
llevo dicho. Basta tener ojos para convencerse de la
existencia de esta hendidura, y no se necesita ser geó-
logo para conocer que ella no puede ser artificial ni
natural. En todos tiempos, autores cristianos y no
cristianos han reconocido la fuerza de este testimonio
visible y permanente déla verdad del Evangelio. En
el IV siglo San Cirilo, Obispo de Jerusalen, decía:
«Si yo quisiera negar que Jesucristo fué crucificado,
este monte Gólgota , donde estamos reunidos , me lo
demostraría.» (Cath. Com. 13). Tácito y Suetonio ha-
- 285 -
bian hablado del gran terremoto ocurrido bajo el rei-
nado de Tiberio, y á este propósito el primero dijo:
«que se habían hendido inmensos montes.» {Scdisse
immensos montes•. Ann. lib. 2-, cap, 47,) Uno de ellos
fué el Calvario, según lo acredita la tradición , corro-
borada por las observaciones de los sabios modernos.
Básteme, para no alargarme demasiado, citar única-
mente lo que sobre este punto escribió el célebre
Addison, autor del Spcctator ingles: «Un caballero
que ha viajado por Palestina, me asegura que su
compañero de viaje, deísta de mucho talento, mien-
tras iban de camino procurabn poner en ridículo las
relaciones que les hacían los sacerdotes católicos res-
pecto á los Santos Lugares. Con esta disposición fué
á visitar la hendidura de la roca, que se hace ver en
el Calvario como efecto del terremoto ocurrido al m o -
rir Jesucristo, CUYO sitio se haya incluso en la vasta
iglesia que hizo construir el emperador Constantino;
mas cuando se puso á examinarla con la exactitud y
atención de un naturalista, dijo á su amigo: üomien-
toé ser cristiano. He hecho, continuó diciendo, un
largo estudio de la física y de las matemáticas , y es-
toy cierto de que la grieta de esta roca no es producto
fie un terremoto ordinario y natural. Un sacudi-
miento de esta clase habría separado las capas de que
se compone la masa; pero lo hubiera hecho siguiendo
las venas que las distinguen, y rompiendo sus ligadu-
ras por los puntos más débiles. He notado que así su-
cede en las rocas con los terremotos comunes, y esto
es conforme á la razón; pero aquí es otra cosa muy
— 286 —
diferente: la roca está partida oblicuamente, la grieta
cruza las venas de un modo extraño y no natural.
Veo, pues, de una manera clara y demostrativa, que
este es eí'ecto de un milagro, pues ni el arte ni la
naturaleza lian podido dar semejante resultado. Por
eso es, concluyó aquel caballero, que doy gracias á
Dios de haberme traído á contemplar este monu-
mento de su admirable poder, monumento que pone
en evidencia la divinidad de Jesucristo.)) {Cliristum
Religión^ vol. II). Es, pues, con razón, que los pere-
grinos besan con respeto la barra giratoria de plata
que cubre esta hendidura en la parte superior del
Calvario , y bajan con religiosa curiosidad á la capilla
de Adán para examinar la continuación de esta hen-
didura milagrosa.
Llámase de Adán esta capilla, porque se cree que
en este sitio estaba depositado el cráneo del primer
hombre; de modo que cuando murió el nuevo Adán.
su sangre puede decirse con propiedad que corrió so-
bre la cabeza del antiguo, lavando y purificando á
toda su descendencia. La tradición relativa á este
punto tiene á su favor una razón de congruencia, y
es la de que. pues por un acto material, el de la gene-
ración , nos trasmitió nuestro primer padre la culpa
de origen, cuyos efectos se hacen sentir no sólo en el
alma sino también en el cuerpo, convenía que no
sólo moral y espiritualmente, sino también sensible
y físicamente se trasmitiese de Adán á su posteridad
el beneficio de la redención, A la objeción que se
quisiera hacer, fundándola en que no es fácil que des-
— 287 -
pues de tantos siglos, de tantas dispersiones y vicisi-
tudes , especialmente después del diluvio, se conser-
vasen los restos mortales de Adán , se responde
victoriosamente que, supuesta la veneración en que
la familia de Sem que quedó agrupada alrededor de
Adán, debía tener á su primer jefe, no sólo es de
creer que conservaría con aprecio sus restos mortales,
sino que habría tenido por una falta no cuidar de
ellos* ¿Cuál es la nación, cuál la familia que no res-
peta los sepulcros de sus mayores, que cuando emi-
gra no se lleva sus restos, si puede, y que, cuando
esto la es imposible, no baga esfuerzos por volver al
país donde descansan, las cenizas de sus antepasados?
A este propósito referiré lo que me sucedió en Kaiffa
con un joven judio, porque prueba la tenaz adhesión
de los hebreos en particular á los restos de sus m a -
yores. Teniendo yo necesidad de cambiar una med-
jidíe , moneda turca de 23 piastras, por otras más
menudas, me dirigí á aquel joven en uno de los pues-
tos del Bazar; ól me preguntó si yo hablaba español,
y sobre mi respuesta afirmativa, entablamos un largo
diálogo. Díjome que él tenia padre, madre y hermanos,
que babia nacido en Marruecos y habia estado en Ál-
geciras, y que ahora toda la familia se trasladaba á
Palestina por haberles dicho que «Jerusalen es ciudad
santa, y por estar allí sepultados sus ancianos.» Así se
ve que se ha conservado en el pueblo judío aquel espí-
ritu que animaba á su padre Jacob cuando recomendó
á sus hijos que no dejasen en Egipto sus huesos, sino
que los llevaran consigo á la tierra prometida (Gen.
— 288 -
cap. 49, ver. 29): encargo que se cumplió por sus des-
cendientes , quienes trasportaron también los huesos
de José á la Samaría (Josué, cap. 34, ver. 22). La
creencia común es que Noé llevó consigo al arca los
restos mortales de Adán, y que después depositó, á lo
menos su cabeza, en este monte, el cual, según dicen
Orígenes (Tract. 35 in Math) y San Agustín (Serm,
71 de temp.), por esta calavera recibió el nombre de
Calvario.
Saliendo de la capilla de Adán y dirigiéndose al
Santo Sepulcro, se deja á la izquierda el lugar en
que las mujeres que habían seguido á Jesús basta el
Calvario, estaban viendo, llenas de dolor, su cruci-
fixión, y contemplando atribuladas su agonía. De
estas mujeres, que no eran pocas, dos estaban junto
á la cruz con María Madre de Jesús, á saber, María
de Cleofás y María Magdalena, según nos refiere
San Juan. (Cap, 19, ver, 25); pero las otras, dice San
Lucas (Cap. 23. ver* 49,) estaban con todos los conoci-
dos del divino Maestro, á larga distancia. Larga en
comparación de la muy corta á que se hallaban las
tres Marías; pero corta, hablando absolutamente,
pues desde este sitio, ahora señalado con una verja
de hierro por los armenios que le poseen, no habrá
más que 30 varas de distancia al Calvario, Ademas,
la elevación de este monte permite que aquí pudiesen
ver perfectamente lo que pasaba en la cima del Gól-
gota.
Una pequeña grada distingue el pavimento del
Santo Sepulcro de el del templo bajo cuya cúpula se
— 289 —
lialla este venerable y augusto monumento. Antes
do entrar en él, démosle una ojeada tal cual se dejaba
ver en la noche del Viernes Santo y en la madru-
gada del Domingo de Resurrección. Podrá haber en
muchas partes, y hay especialmente en Roma y en
otras ciudades de Europa, donde todavía puede des-
plegar el Catolicismo la pompa majestuosa de su cul-
to, cuadros de una más perfecta belleza artística y
de mayor gravedad religiosa: pero no hay ni puede
haber en el mundo un sitio donde el lenguaje de las
ceremonias y el poder mágico de los recuerdos pro-
duzcan en el ánimo una impresión más profunda que
en Jerusalen, cuando las fiestas cristianas son cele-
bradas en el Santo Sepulcro, en dias tan clásicos
como el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección-
En la noche del primero de estos dos solemnísimos
dias, la procesión, presidida por el Patriarca latino y
formada en dos hileras por muchos Padres Francisca-
nos y una numerosa concurrencia de Sacerdotes se-
culares, unos y otros con vela en mano, después de
oir en el lugar donde fué en arbolada la Cruz en el Cal-
vario nn pequeño sermón predicado en francés por un
Padre del Oratorio de París, bajó á la Piedra de la Un-
ción, en donde predicó en árabe el Cura católico de
Jemsalen. Luego se dirigió al Santo Sepulcro, el cual
estaba iluminado en su parte exterior por más de cien
lámparas, pertenecientes á las diversas comuniones
reunidas en aquel recinto. Las deí centro, desde nn
poco más arriba de la puerta de la Capilla del Ángel,
corresponden á los católicos; las de la derecha son de
SANTOS LUGARES. 19
— 290 —
los armenios, y las de la izquierda de los griegos. To-
das ellas son de plata, y sus vasos de colores amarillo,
verde y rojo; de modo que la iluminación produce un
efecto sorprendente, á lo menos para el que la ve por
la primera vez. Nadie, á excepción del Patriarca y sus
ministros t entra esa noche en el Sepulcro. Delante de^
la puerta se predica el último sermón, que es en espa-
ñol. Este ano le tocó al R. P, Fr. Antonio de la Puri-
ficación, venerable, instruido y virtuosísimo anciano,,
confesor del Patriarca y antiguo Definidor de la Cus-
todia de Tierra Santa, Sólo su aspecto es ya una pre-
dicación ; y añadiéndose á esto el lugar, la hora (eran
las once de la noche), y las circunstancias, aunque se-
gún me dijo él mismo no tuvo tiempo para prepararse
por sus continuas ocupaciones en el confesonario} su
discurso no pudo menos de interesar y conmover á los
que lo entendían. Sirvióle de texto el vaticinio de
Isaías: F su sepulcro será glorioso. (Cap. II, vers. 10).
Aquel acto era una de las más elocuentes pruebas de
esta verdad, apoyada por otras innumerables.
El Domingo de Resurrección, á las cinco de la ma-
ñana, estaba yo en la iglesia del Santo Sepulcro. To-
davía celebraban los cismáticos sus oficios, por lo cual
no entré yo al monumento esa mañana, Le encontré*
iluminado como el Viernes Santo: los pájaros venían
á cantar sobre la cúpula: los peregrinos de todas las
naciones llenaban el templo; .la vida había reempla-
zado á la muerte. En un altar colocado delante de la
puerta del Sepulcro, ricamente adornado con frontal,
candeleros y ñor ero s de plata maciza, donativo de la
- 291 —
católica España y de sus antiguas Indias, celebró el
Patriarca á las ocho una solemnísima Misa de Pontifi-
cal, en la que, con edificación de todos, comulgaron
todos los individuos seglares de la caravana francesa,
aunque ya lo habían hecho el Jueves Santo. Este día
comulgó también el canciller del Consulado francés.
Me ha dicho Monseñor Valerga que felizmente en J e -
rusalen ningún cónsul de los de las potencias católicas
residentes en Jerusalen, deja de cumplir anualmente
con la Iglesia,
Concluida la Misa se hace una solemnísima proce-
sión, dando tres vueltas alrededor del Santo Sepulcro;
en cada una de las cuales, los diáconos que van reves-
tidos al electo, cantan aquellos diversos pasajes del
Evangelio relativos á la Resurrección del Señor. En
la Misa se ha cantado el de San Marcos, en que se r e -
fiere la visita de las piadosas mujeres al Sepulcro, y el
diálogo que tuvo con ellas el ángel que estaba sentado
sobre la piedra, á la entrada del monumento, mani-
festándolas que ya no estaba allí el Señor, por haber
resucitado. En el primer giro dado al Sepulcro, se
canta la venida de San Pedro y San Juan al monu-
mento , á consecuencia del anuncio que les hizo Mag-
dalena. En el segundo giro, la aparición del Señor á la,
misma Magdalena, en traje de jardinero. En el último
giro, la reunión del Divino Maestro á los discípulos
C[ue iban á Eminaus, cuando le reconocieron en la
fracción del pan. A esta procesión concurre todo el
clero, especialmente los Sacerdotes peregrinos, reves-
tidos con los mejores ornamentos que hay en la sacris-
— 292 —
tia y convento latino del Santo Sepulcro. Concluidos
los giros alrededor del monumento, toda la asistencia
se traslada á la Capilla de la Aparición; y delante del
altar erigido en el sitio donde se cree que Nuestro Se-
ñor Jesucristo se dejó ver por la primera vez después
de su Resurrección á la Santísima Virgen. se canta
un solemnísimo Te Deum* Este himno de la gratitud,
era tanto más debido en el presente ano 1862. cuanto
que, á pesar de haber caido en él juntas la Pascua de
los latinos y de los griegos, no hubo que deplorar nin-
gún choque ni disgusto de los unos con los otros. Más
bien los cismáticos entre sí me parece que tuvieron
una disputa el Sábado Santo; y aun sí no me engaño,
se dieron unos á otros sendos golpes. Por mi parte,
¿cómo no me asociarla con toda el alma á la accioa
de gracias7 cuando ademas de los beneficios comunes,
debía yo á Dios los muy particu!ares de haber tenido
una feliz navegación desde Europa, de haber recorrido
sin desgracia toda la Tierra Santa, y de haber to-
mado parte en las tiernas y augustas ceremonias con
que se celebra el perpetuo aniversario de la Reden^
cion. en los mismos lagares donde la Redención fué
obrada?
Por la circunstancia que acabo de indicar, de haber
coincidido este año la Pascua de los latinos con la de
los griegos, cosa que rara ve? sucede, según resulta
de una tabla comprensiva de muchos anos que está
fijada en la sacristía del convento de San Salvador,
he podido ser testigo presencial de la ceremonia del
Fuego Santo, que tanto ha dado que hablar á los via-
— 293 —
jeros. Las relaciones de estos} y aun lo que verbal-
mente me había dicho, entre otras personas, el profe-
sor de elocuencia sagrada en el Seminario de Bed-
falla, casi me habían decidido á no asistir á aquella
escena; pero el P. Procurador general de Tierra Santa,
Fr. José María Ballester, me invitó á no perder la oca-
sión de examinarle por mí mismo, y á fe que luego no
me pesó seguir su consejo. Fui, pues, en su compañía
al Santo Sepulcro el Sábado Santo a las dos de la tar-
de, y penetrando en el convento de los latinos, aun-
que con dificultad, porque ya el vasto recinto del tem-
plo estaba casi lleno de peregrinos orientales, subí á
ia galería que da sobre el monumento, y aunque con
no poco trabajo, conseguí un puesto para dominar el
concurso y ver perfectamente la ceremonia. En la
misma galería, que corresponde á los PP. Francisca-
nos, se esperaba al Bajá de Jerusalen, el cual tiene
las mejores relaciones con aquellos religiosos, uno de
los cuales le enseña el francés. Más de hora y media
hube de aguardar en una postura bastante incómoda,
á que saliese ia procesión; pero no fué perdido para mí
ese tiempo, porque entre tanto vi y oí cuanto pasaba
entre la inmensa muchedumbre agrupada en torno
del Santo Sepulcro. Encuéntrase este venerable mo-
numento exactamente debajo de la inmensa cúpula
del templo, la cual, como Ja del Panteón de Agripa en
Roma, está en el centro abierta y sin linterna; de mo-
do que el sol, las aguas y las aves del cielo, pueden
penetrar libremente y caer sobre el mismo monu-
mento. Este puede tener doce varas de largo, sobre
— 294. —
ocho de ancho, y está en el interior dividido en dos de-
partamentos. El más inmediato á la puerta, que mira
al Oriente , es el más espacioso, y se llama la Capilla
del Ángel, porque en el centro de ella un pequeño pe-
destal marca el sitio donde estaba el «joven cubierto
de estola candida* que habló y llenó de asombro á las
santas mujeres cuando «comprados los aromas venían
á ungir á Jesús.» (Maro., Cap. XVI.) Esta Capilla, en
la cual arden continuamente muchas lámparas, tiene
á derecha é izquierda unas pequeñas ventanas ovala-
das á la altura del brazo de un hombre, y por estos
huecos alargan el llamado Fuego Santo los cismáticos
á sus correligionarios, los cuales por eso se agolpan en
el exterior hacia esas mismas aberturas, considerán-
dose feliz el que primero logra encender en la llama,
que por allí aparece, las cerillas de que todos ellos es-
tan preparados.
Pero no es fácil formar idea de aquel agrupamien-
to. Calculo en quince mil las personas reunidas el
Sábado Santo alrededor del Santo Sepulcro, y de
ellas muchísimas, impeliéndose unas á otras, estre-
chándose, levantando algunas sus cabezas, se lan-
zaban hacia las indicadas ventanas. sin que la
línea de soldados turcos que hacia la guardia para
mantener el orden, bastase á resistir aquel empu-
je. Esta es la primera parte: la segunda la forman
los murmullos, que luego se convierten en confuso
rumor, y por último en descompasada grite da, pi-
diendo sin duda que aparezca el fuego; yendo todo
este tumulto acompañado de gesticulaciones, contor-
— 295 —
siones y elevaciones de manos, como si aquella enor^
mísinia masa de seres humanos, fuese compuesta de
energúmenos, Por último, cuando el tranquilo espec-
tador está ya más que fatigado de semejante escena,
comienza á salir de la capilla griega la procesión , en
la cual, entre dos hileras de ministros cismáticos
vestidos con ornamentos de varios colores, llevan los
estandartes de las varias comuniones: las hileras de
los griegos van cerradas por un viejo, llamado el
Obispo del fuego\ «no sin razón llamado así, me
decía el citado profesor de elocuencia sagrada en el
atrio del Santo Sepulcro , pues le amenaza el fuego
eterno en castigo de la grosera impostura á que
sirve de instrumento.» El Patriarca armenio cismá-
tico, y los Obispos de los cophtos y de los asi-
rlos , también cismáticos, presiden á sus respectivos
cleros, que marchan proccsionalmcnte detrás de los
griegos.
Después de dar tres vueltas al Santo Sepulcro, el
Obispo del fuego se encierra en el monumento, y al
cabo de media hora, tiempo durante el cual raya en
frenesí la espectativa del pueblo concurrente, apare-
ce una llama por la ventana del Septentrión, que un
ministro allí preparado toma, defendiéndola como
puede de los que le asaltan para encender sus cerillas,
y corriendo con todas sus piernas, se precipita hacia
las oscuras galerías laterales. Este primer fuego pare-
ce que es vendido por los griegos á oxra de las comu-
niones cismáticas: de modo que los griegos son reos
en este acto de impostura y simonía. De impostura,
— 296 —
porque dejan creer al pueblo que los sigue en el cis-
ma, que aquel fuego baja del cíelo; y de simonía,
porque trafican con él. Bien que aun hay otra estafa
más odiosa, de que son víctimas los infelices cismáti-
cos ; y es que sus ministros les venden el paraíso, ha-
ciéndoles pagar tanto más cuanto, si quieren después
de su muerte ocupar un lugar junto á San Pedro, es-
tar aquí ó allá, ó en estancia más ó menos amplia y
cómoda. En cambio de la moneda que bajo este infame
título sacan á los estúpidos ilusos, les dan un papel
pintado, que estos llevan luego á su país cuidadosa-
mente guardado en un tubo de hoja de lata. Es curioso
hallarse en la torre de los Cuarenta Mártires en Ram-
le el miércoles de Pascua , dia en que ya van de re-
greso los peregrinos orientales; porque desde aquella
altura que domina toda la comarca, descubriéndose
por un lado Lydda, por otro Gaza y por otro las
inmediaciones de Jaffa, los rayos del sol de prK
mavera, repercutiendo en los tubos de hoja de lata
donde los cismáticos llevan el cielo que han com-
prado en Jerusalcn, producen un buen golpe de
vista.
Vendido el primer fuego, los que forman el in-
menso concurso pueden, si á tanto les alcanza la
fuerza de sus codos, encender sus cerillas en las an-
torchas que siguen apareciendo por la misma venta-
nilla. No se lanza con más avidez una trabilla de
hambrientos perros sobre un hueso, qne aquellos po-
bres cismáticos sobre la llama; y la escena que tiene
lugar hasta que todos encienden 3 es verdaderamente
indescriptible. Ni cesa la locura con haber logrado
cada cual el fuego , pues alguno, cuando le tiene en.
las manos, comienza á pasarse la llama por la cara?
y abriéndose el seno , se la lleva también sobre el pe-
cho, cual si estuvieran bailándose en fuego. Quien
presencie este espectáculo, puede decir que ya. ha
visto las bacantes; no porque aquellos infelices estén
borrachos, sino porque su clero, separado de Roma
y sumergido en la abyección y la ignorancia, los tie-
ne ebrios de la superstición y fanatismo.
Es doloroso, pero es al mismo tiempo muy instruc-
tivo , contemplar esta muchedumbre esclava de la
impostura y de la codicia, alrededor del glorioso se-
pulcro de Aquel de quien dijo San Pablo: Cristo os
libertó. Si: Cristo por la verdad nos llevó á 3a luz; y
por la luz, á la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Pero la primera condición para poseer la verdad, es
reconocer y mantenerse sometido á la autoridad en-
cargada de ensenarla. Sacudido el saludable yugo de
esa autoridad, la verdad se escapa de nuestras manos;
y al mismo tiempo que vamos perdiendo la luz, per-
diendo vamos la libertad, hasta quedar hechos de
nuevo esclavos del error y de la mentira. De manera
que no es necesario ser hereje, basta ser cismático,
para retrogradar en el orden religioso y en la vía de
la civilización. La necesidad de estar en comunión con
la Silla de Pedro, maestra soberana de la verdad reli-
giosa, se prueba de mil modos, con decisivos argu-
mentos sacados de la Sagrada Escritura, con autori-
dades luminosas délos Santos Padres, con testimo-
- 298 -
nios irrecusables de la historia y con razones podero-
sas suministradas por la lógica, por la moral , por la
sana política, por la ciencia y por las artes. Mas en su
clase, ninguna demostración más elocuente en favor
del Catolicismo, el cual ha vivido, vive y vivirá por la
unión con su cabeza el Romano Pontífice, que la situa-
ción en que se encuentran las comuniones separadas
del Oriente, medalla de la cual sólo vemos el anverso
cuando contemplamos la grotesca y sacrilega escena
del fuego sanio y de la venta del paraíso*
El reverso nos le presenta ese clero cismático, que
asi subyuga y estafa al pueblo que le cree, en su con-
dición interior y en sus relaciones con los poderes po-
líticos de que depende. En cuanto á su condición inte-
rior , el clero griego cismático presenta el cuadro más
lastimoso, pues su ignorancia es tan crasa, que ha
sido necesario alguna vez suspender la consagración
de un Obispo, «porque,» según decia el sacristán
preguntado sobre el motivo de tal suspensión, «el
consagrando no sabia el Credo,» En Rusia, para pon-
derar la bajeza de una cosa, se dice: «Es vil como
un pope,» esto es> como un eclesiástico de los llama-
dos ortodoxos. Esto es á la vez efecto y causa del ser-
vilismo de este clero para con los gobiernos bajo cuya
autoridad vive, á saber, de su dependencia del Gran
Seríor en Turquía y del Czar en Rusia. Por.no estar
sujetos á la suave y paternal jurisdicción del Papa,
han preferido los cismáticos someterse al despotismo
y al capricho de aquellos soberanos absolutos. El Tur-
co , á su gusto, ó según se le dé más dinero por uno
- 299 —
que por otro de los candidatos, puede poner y quitar
patriarcas á los cismáticos griegos. residentes en sus
dominios, sin que estos se sonrojen de que, quien no
cree en Cristo y niega su divinidad, juegue así con
la autoridad y ministerio de una Iglesia llamada cris-
tiana. ¿Cómo se extrañará después que ese clero no
tenga ni ciencia, ni decoro?
Generalmente halaga á los gobiernos la idea de do-
minar al clero. Napoleón se indignaba de que la Iglesia
se reservase para sí las almas, dejando á la autoridad
civil la dominación de los cuerpos, lo cual, decía él, es
tomarse la parte más noble del hombre, arrojando al
Estado el cadáver, No, no es así en verdad como pro-
cede la Iglesia católica, antes por el contrario, si ella
se apodera del alma del hombre, es para ennoblecer
la dominación del Estado. Pueblo que no cree, no obe-
dece por razón de conciencia; y cuando más, se somete
por temor á la multa, á la prisión ó al verdugo,
mientras dure ese temor y según la extensión de ese
miedo. Entonces sí que el Estado domina sólo por la
fuerza la parte animal del hombre, se ceba en el ca-
dáver; pero cuando por la fe, infiltrada la moral en
las costumbres, el pueblo obedece porque cree que
Dios se lo manda, entonces el Estado se compone de
ciudadanos inteligentes, y los gobiernos mandan ra-
zonablemente en todo el hombre. Véase sino lo que
han ganado la Kusia y la Puerta con esclavizar al
clero cristiano, que se mantenía separado de Roma.
Tener esas masas de estúpidos fanáticos que vienen
el Sábado de Gloría á tomar el/nes/o santo en Jerusa-
len. para ir quizás un dia á incendiar con ellas juití-
mas cortes donde residen sus soberanos (1),
Aunque ya me he alargado mucho hablando del
fuego sanio, creo de mi deber no omitir ninguna re-
flexión importante* Decía un sabio : «Si algo me con-
firma en la verdad de la religión , son los desórdenes
de algunos de sus ministros; porque si aquella reli-
gión uo fuese divina, estos escándalos la habrían
arruinado.» Por razón de analogía digo yo, que si el
Sepulcro de Jesucristo no fuera tan santo, los exce-
sos de repugnante fanatismo que en torno de este
augusto monumento cometen los cismáticos, lo ha-
brían desprestigiado completamente; pero esto nu
puede suceder. porque está profetizado que este se-
pulcro seré glorioso; y no pasará la palabra de Dios,
aunque pasen los cielos y la tierra. No pudo hacer
desaparecer esta gloria el pagano emperador Adriano,
mandando erigir sobre esta santa tumba un ara abo-
minable, dedicándola al numen de la impureza. Los tur-
cos han podido, en el tiempo de su pujanza, conquis-
tar una y otra vez la tierra donde está el Santo Se-
pulcro t venciendo, primero á los astutos áulicos del
Bajo imperio, y después á los valientes Cruzados; mas

(!) El 19 de Abril presenciaba yo en Jerusalen la cere-


monia supersticiosa dél/ueffo santo. En Junio los periódicos
han traído la alarmante relación de los incendios horroro-
sos que han tenido lugar en San Petershurgo y en líoseow.
En Agosto el telégrafo anuncia que se hau quemado en
Gonstantinopla 800 casas, trasladándose el Sultán al teatro
del incendio. ¿Qué seguirá después?
— 301 —
tampoco á los sectarios de Mahomales fué concedido
disipar la gloria que rodea este Sepulcro, de donde
salió el Salvador resucitado, más resplandeciente que
el sol cuando asoma por el Oriente ó se remonta al me-
ridiano. Las tiranías todas, y todas las corrupciones,
podrán oscurecer momentáneamente aquella gloria,
cual la nube vela por un momento la faz brillante del
astro del dia, y luego es arrebatada por el viento
para no aparecer más sobre el horizonte. Poder de
los Césares, fuerza del islamismo, superstición de
los cismáticos, burlas de los impíos, intrigas de la
diplomacia, todo ha pasado, y todo pasará; pero la
gloría de la tumba de Jesucristo será perpetua, por-
que el que tiene en sus manos la suerte de los impe-
rios, al constituir Rey de la humanidad á nuestro
divino Salvador, dijo también por boca de Isaías:
$t erit se2>ulchrim Gjwt gloriosum.
CAPÍTULO XV,

VENID Y VED EL LUGAR DONDE FUÉ PUESTO EL


SEÑOR.

Estas son las palabras que, según el Evangelista


San Mateo (Cap. 28, vers. 6), dijo el ángel que estaba
sentado sobre la piedra del Santo Sepulcro á las pia-
dosas mujeres que venían á verle en el monumento. Yo
también, después de haber examinado la capilla en
que está convertido el lugar donde se hallaba el án-
gel, acerca de la cual algo dije en el capítulo anterior,
he entrado á ver el lugar donde fué puesto el Señor;
y no sólo á verle, sino á celebrar allí , tres veces dis-
tintas , el santo sacrificio de la Misa. La última de
ellas fué el lunes de Pascua, siendo yo, entre los
varios sacerdotes peregrinos que habia entonces en
Jerusalen, el único que logró aquel día esta dicha,
por haber llegado cabalmente a tiempo que se retiraba
del altar t después de haber dicho su Misa, el Padre
Vicario de la Custodia de Tierra Santa. La entrada al
Sepulcro es baja y estrecha, de modo que para pasarla
puerta, que apenas tendrá cinco cuartas de alto sobre
tres de ancho, es necesario doblar el cuerpo por la
mitad; y como se agolpan alli los fieles deseosos de
— 303 —
besar la lápida del Sepulcro y de tocar en ella sus co-
ronas, medallas y cruces, suele ser dificilísimo entrar
é incómodo permanecer en este santo lugar. Sin em-
bargo , mientras se dice ose canta la Misa , todos res-
petan la libertad de los sacerdotes, y ning-uno los mo-
lesta. Ademas, cuando se viene á pernoctar en el
convento de los latinos , cerradas las puertas del tem-
plo á las seis de la tarde, los peregrinos tienen tiempo
durante las primeras horas de la noche para desaho-
gar aquí, como en el Calvario, los afectos de su devo-
ción, meditando , si quieren, en los altísimos miste-
rios que en estos augustos sitios se consumaron.
Como no es una cosa meramente fantástica y poé-
tica, sino real y positiva, permítame el lector que
consigne aquí algunos de los recuerdos que evoca, y
algunos de los sentimientos que excita, una detenida
visita al Santo Sepulcro, durante el silencio de la
noche, estando todo el vasto recinto del templo en el
más completo silencio y en una misteriosa oscuridad.
La pequeña vela de que uno viene provisto para
no tropezar y caer en el templo, es completamente
inútil desde que se poneu los pies en el umbral de la
capilla del ángeL Las muchas lámparas suspendidas á
su bóveda, amujuc están á bastante altura, la inun-
dan de luz; y por la pequeña puerta del Santo Sepul-
cro , que está frente á frente del que entra, penetra en
la misma capilla una claridad todavía más viva-
Pásase por delante del pedestal que señala el sitio
donde estaba el ángel sentado sobre la piedra, y al
imprimir uno sus labios en aquel venerable sitio, el
— 304 —
recuerdo de las palabras del Evangelio nace el minis-
terio del celestial mensajero , que dice: Venite et m-
dete IOCUM vM positns erat Dominas\
Vcámoslc, pues, con detenimiento, considerándo-
nos como trasladados á la noche en que, hace 1829
años, se encontraba tendido sobre la piedra de este
sepulcro el destrozado cuerpo del Salvador. Era el
más hernioso ele los lujos de los hombres: ftpecioms
forma pr& filis hmúnum (Salm. 44, ver. 3), antes
de que sus enemigos saciasen en él su crueldad; mas
ahora no tiene ya hermosura m belleza, como tam-
bién estaba vaticinado: Non est species ei ñeque decor
(Isaías, cap. 52, vers. 2). Taladrados ó inmóviles sus
pies, sin acción y taladradas asimismo sus benéficas
manos, su corazón sin calor y sin palpitación, pálido
su rostro, sus ojos sin luz, destrozada su frente, cu-
bierto todo de contusiones y de llagas, materialmente
molido á golpes y destrozado por las heridas, cum-
pliéndose al pié de la letra las profecías: Atirims
est propier ¿celera nostra (Isai.. 53. 5). Non est sani-
tas in carne mea (Salm- 37, ver. 4). Sí, desde la
planta del pié hasta el vértice de la cabeza, no dejaron
en él sus verdugos cosa sana. A planta pedís itsgue
ad vertí cem captáis, non est in eo sandias (Isai.
cap. 1, ver. 6). Eso no obstante, junto k esos pies
llagados, lo mismo que junto á esa destrozada cabeza»
dos áng-eles están en respetuosa adoración; porque
aunque este cuerpo se halle separado de la santísima
alma que le animaba, la divinidad permanece hipos-
táticamente unida á Él. Este cuerpo es el escabel de
— 305 —
la divinidad; por eso todas las naturalezas criadas
deben adorarle. Adórate scabül'ü/m pedum ejus (Salmo
98. ver. 5). Mas si los ángeles le adoran en respe-
tuoso silencio, el cristiano que tiene la dicha de p e -
netrar en este augusto recinto ¿cómo dejará de regar
con sus lágrimas la piedra en que descansó ese sacra-
tísimo cuerpo, después de luchar y vencer en la cruz
por restituirle la libertad de hijo de Dios?
No fueron únicamente misterios de dolor los que
se consumaron en este lugar augusto. Cuando al i n -
clinar su cabeza sobre la cruz. Nuestro Señor Jesu-
cristo exhaló su postrer aliento, su alma bendita, re-
vestida de gloria, atravesando con más velocidad que
el rayo el espacio, penetró en los abismos. Ante ella se
abrieron cen horrible fracaso, que estremeció á los de-
monios . las puertas del infierno; y todos los patriar-
cas, profetas y justos detenidos en el seno de Abraham,
fueron inundados de gozo al ver por fin cumplidos los
votos que por tantos siglos habían hecho, porque
llegase este momento afortunado. Cumplia que aque-
lias almas contemplasen de cerca lo que á su Salva-
dor costara rescatarlas; y Jesús las trae al sepulcro
para que vean su destrozado cadáver. Adán veía al
nuevo Abel más horriblemente herido que el antiguo.
Abraham consideraba que era nada lo que hubiera
sufrido Isaac, si él le hubiese efectivamente inmolado,,
para lo que sufrió la víctima prefigurada en aquel no
consumado sacrificio, David conoce que su dolor al
ver á Absalon atravesado por la lanza, era débilísimo
para expresar lo que el corazón debia sentir al consi-
SANTOS LUGARES. 20
— 30*5 —
derar á Jesús traspalado por las espinas» los clavos
y otra lanza* lín fin, cada una de aquellas almas dicho-
sas , libres ya de lar} ataduras de la carne c inundada*-
de las claridades que cual torrente so escapaban del
alma de Jesús, unida á su divinidad, penetró en In.s
profundos arcanos de todos sus sufrimientos, dolores é
ignominias, y todas, fonuaudo un coro armonioso.
harían resonar anticipadamente la bóveda de este so-
pulcro y los ecos del monte vecino con el himno rio
la victoria: Digno es el cordero que lia •mucrtoi de •?'.?-
cibir la virtud, y la divinidad, y la sabidAiria y h
fortaleza, y el honor, y la gloria y la bendiciotu
(Apoc. cap, 5, ver. 12.)
No importa que los soldados, puestos para giiardnr
el Sepulcro, nada viesen ni oyesen. Ministros del órlio
y de la ingratitud , carecían de sentido para enten-
der el lenguaje del amor y del agradecimiento, como
sucede todos los días y á nuestra vista. Para el ig-
norante la naturaleza es un libro cerrado, mientra
que el sabio encuentra en cada uno de los seres IUJÍI
mina profunda de instrucción. Al hombre virtuosa
todo le habla de Dios, de sus perfecciones y atributo.
excitándole á elevarse á El; sirviéndole igualmente de
escala para esta ascensión, la prosperidad y la des-
gracia, el mal y el bien, que alternativamente reina»
en el mundo. Pero al hombre carnal, vicioso y mal-
vado, nada le levanta de la grosera materia, y abu-
sando él de los beneficios de. Dios, si se acuerda des
Señor, es para blasfemarle ó para ofenderle. ¿En qué
consiste esto? Las cosas son unas mismas y nuestra
— 307 —
sentidos corporales idénticos, pero las inteligencias se
distinguen; y sobre todo, se diferencian los corazones.
Pero fijémonos en dos figuras menos bellas que la
de los ángeles que adoran al Salvador en el sepulcro,
las cuales ? sin embargo, sin dejar de ser humanas,
tienen algo de sobrehumanas. Erat autem ibi María
Magdalena, et altera María, sedentes contra septo!-
crum (Math., cap. 27, vers. 61). Vendido por un dis-
cípulo traidor, abandonado por otros cobardes, perse-
guido por los sacerdotes, odiado del pueblo, entregado
por el presidente romano, herido, muerto y sepultado,
ha llegado Jesús al último grado de desamparo, cuan-
do estas dos mujeres, con tiernas muestras ele interés
y sin cuidarse de disimular su dolor, exponiéndose a
las burlas y á los malos tratamientos, vienen animo-
sas y se sientan contra el sepulcro. Si algalien disputa
que los ángeles del cíelo estaban dentro del sepulcro
en respetuosa adoración á los pies y á la cabeza del
sacrosanto cadáver, nadie puede dudar, pues lo dice
el Evangelio, que no le faltó aquí el culto de los án-
geles de la tierra: las piadosas mujeres,
Pero la más gloriosa escena que aquí ha tenido lu-
gar , probablemente en presencia de los mismos Pa-
dres libertados del Limbo, fué la de la resurrección
del Señor. Rayaba la aurora del tercero dia, cuan-
do el alma sacratísima de Jesús, entrando gloriosa
en su bendito cuerpo, le reanimó en un momento.
La tierra tiembla, y los soldados caen en ella, derriba-
dos por un poder irresistible. Luego huyen, y van á
dar cuenta de lo ocurrido á los príncipes de los sacer-
— 308 —
dotes, quienes no pudiendo negar la resurrección de
Aquel á quien habían hecho crucificar, en vez de re-
conocer y expiar su crimen , cometen uno nuevo so-
bornando á los guardas para que digan que, estando
dormidos, los Apóstoles habían robado el sacrosanto
cadáver. Aunque tan sabida, nada pierde de su fuerza
por repetirla, la oportuna, y concluyeute observa-
ción de San Agustín: «¿Qué has dicho, infeliz astu-
cia , exclama este Padre: de tal manera careces de la
luz del consejo de la piedad, que caes en lo profundo
de este miserable sofisma, mandando á los soldados
que diganrcuando dormíamos, vinieron los discípu-
los y se lo llevaron? Pues si estaban dormidos—¿cómo
vieron lo que aseguran?—Verdaderamente tú estabas
dormida, que cavilando de tal modo, has caído en tu
propia red,» Absurdo era suponer que los Apóstoles,
no habiendo tenido valor para acompañar a su Divino
Maestro desde que le vieron preso, cuando todavía
pudieran esperar que triunfaría de sus enemigos , ya
porque le favorecían la justicia y las leyes, ya por su
propio poder y virtud, como lo había hecho cuando
quisieron precipitarle sus compatriotas en Nazareth;
habrían tenido audacia, viéndole ya muerto . siendo
ellos tímidos y faltándoles protectores, para robar el
cadáver, desafiando las iras de la sinagoga y ponién-
dose en pugna con la autoridad romana, que era la
que habia mandado custodiar el sepulcro. Pero es el
colmo de la estupidez, decir los soldados que dur-
miendo ellos, se verificó el hurto; porque en primer
lugar, ¿cómo se durmieron todos, contra su consig-
— 309 —
na? Y, en segundo lugar, ¿cómo vieron el robo si es-
taban durmiendo? Por último, si hubo tal crimen,
cometido por los Apóstoles, ¿cuál es la razón de que
quedase impune? La sinagoga se guardó bien de acú-
s a l a y Pilatos de imponerle pena. Más aun: anun-
ciando los Apóstoles la resurrección de su Divino
Maestro y echando públicamente en cara á los sacer-
dotes y fariseos el crimen de haberle hecho crucifi-
car, estos no les respondían Mentís, sino que les de-
cían Callad; y ellos se sabían la razón, la cual no
era otra sino la de que cualquiera investigación
que se hiciera por la autoridad romana, por más que
esta estuviese dispuesta á ser su cómplice . no podia
menos de aclarar más y más tres puntos decisivos
contra la sinagoga y favorables á Jesucristo, á saber:
que Él habia resucitado: que sus enemigos habían in-
ducido á los soldados, dándoles dinero, á negar la
verdad del hecho; y que pues Jesucristo resucitó, El
es Dios y verdadera su doctrina, resultando reos de
un delito enorme los que le hablan hecho condenar
á muerte.
Todas estas razones y reflexiones, indisolublemente
unidas al Santo Sepulcro, le dan, no sólo á los ojos de
la piedad, sino también á los de la sana filosofía, una
inmensa importancia; y si se cree tan interesante
para la historia de la civilización visitar los monu-
mentos de la antigua cultura, ningún sitio de la tierra
es más digno de un atento y reverente examen que
esta gloriosa tumba. Ella ha sido la cuna verdadera
de toda la actual civilización: ella es el vSÍmholo de la
— 310 —
regeneración de la humanidad: ella la prenda de nues-
tra dicha futura. El mundo antiguo bajaba como un
viejo decrépito al sepulcro, cuando de esta tumba sa-
lió el cristianismo victorioso para rejuvenecerle: hé
aquí por qué la llamamos cuna de la civilización mo-
derna. El hombre era esclavo y juguete del hombre
en la mayor parte de la tierra: y aun en aquellos re-
ducidos puntos del globo donde se decía que habia li-
bertad . como en Grecia y en Roma, un pequeño nú-
mero de individuo serán señores, y los demás, esclavos;
esclavos que algunas veces eran arrojados vivos á los
peces para hacer más agradable el plato de los señores,
y otras veces eran abandonados por estos en su vejez
como inútiles, después de haberlos explotado toda la
vida. El bautismo, que al vivo representa la muerte
y la resurrección del Salvador, identificado por lo
mismo con esta tumba } hizo á todos los hombres her-
manos; y si bien no abrogó violentamente la esclavi-
tud, lo cual habría producido mayores males, la tem-
pló 7 la modificó, la fué extinguiendo casi totalmente:
lié aqui por qué el Santo Sepulcro es el símbolo de la
regeneración de la humanidad- Finalmente, que el
hombremuere.es una verdad triste > amarga } y de
perpetua experiencia; pero desde que el cuerpo de
Nuestro Señor Jesucristo estuvo depositado en este
sepulcro 7 y resucitó en él glorioso, su resurrección es
prenda segura de que nosotros resucitaremos, si apro-
vechando su gracia, somos fieles á sus leyes. (Rom-
cap. VI, vers. 5.)
Pero por grato y por instructivo que sea estar en
- 311 -
este Santo Sepulcro, meditando sobre el misterio
obrado en él, que es el más grande, glorioso y tras-
cendental de todos los míatenos, es necesario al fin
•alejarnos de su recinto. Hagámoslo, pues; mas no sin
dar antes una mirada á todo él, para grabar bien en la
memoria su figura y todos sus adornos.
El Santo Sepulcro era una fosa funeraria cavada en
iapena, en un huerto inmediato al Calvario, Ahora
no se ve la peña misma, porque aqni tudo está cu-
bierto de mármol: pero examinando en el departa-
mento ocupado por los cepillos, dentro de este mismo
templo, otro sepulcro llamado de San José de Axinia-
thea, puede formarse una idea de lo que seria el que
este varón justo y bueno, como le llama San Lúeas
i cap. XXIII, vertí. 50), tuvo la honra de ceder al Sal-
vador. El citado sepulcro de San José de Arimathea
está en el interior de una gruta, de modo que es n e -
cesario entrar en ella con luz artificial para verle.
Puede tener dos y medía varas de largo, sobre tres
cuartas de ancho. Todo él está materialmente cavado
en la piedra, lista vacío, porque el noble decurión
nunca fué sepultado aqui. Se cree que después de la
Ascensión, él vino á Europa; y aun hay una tradición
de que ejerció el apostolado en Inglaterra, donde se le
tiene en veneración.
Formada una idea, mediante esta comparación, de
io que es el Santo Sepulcro, fácilmente se explica por
qué se le ha cubierto con lápidas de mármol, á fin de
evitar que la devoción de los peregrinos le fuese des-
truyendo. Antiguamente había una excomunión con-
- 3Í2 —
tra los que arrancaban pedazos de piedras en algunos
de los Santos Lugares; pero es mucho más seguro,
cuando se puede, guardarlos también con defensas fí-
sicas, especialmente cuando los que los visitan no son
todos católicos, ni aun cristianos. La ligereza y la es-
peculación conspiran á una contra los monumentos
célebres. En Alejandría he visto socavado el pedestal
de la llamada Columna dePoinpeyo. Apenas me acer-
que yo a ella* vino un rápamelo á ofrecerme una pie-
dra, sin duda porque le diera un haclichis (propina).
Yo no quise hacerlo por dos razones: primera, por no
contribuir así á esa destrucción vandálica: segunda,
porque críticamente no se puede sostener que aquel
monumento haya sido verdaderamente dedicado al
gran rival de César. Parece que más bien lo fué á Dio-
cleciano; y á fe que el feroz perseguidor del Cristia-
nismo, no merece que un católico vaya cargando un
fragmento del trofeo consagrado á su no envidiable
gloria. Quédese eso para los ingleses, algunos de los
cuales parece que tuvieron la singular humorada fie
subir á la cúspide de la columna, para tomar allí un
almuerzo.
Pero volviendo al Santo Sepulcro, las paredes qre
le rodean forman una pequeña capilla cuadrada de
dos y media varas por cada lado. Estas mismas pare-
des pueden tener cinco varas de alto, y ellas, asi
como las de la Capilla del Ángel, están cerradas por
una cúpula de madera, sobre la cual, para que no
penetre el agua, han puesto una especie de dosel.
pintado de azul celeste, con una cruz dorada en el
— 313 —
medio, entre cuyos brazos aparecen muchas estrellas
del mismo color.
Sobre esta pequeña cúpula del monumento está
perpendicularmente la inmensa cúpula del templo.
La he comparado antes a la del Panteón de Agripa,
en cnanto á la forma, especialmente por la abertura
que tiene al medio sin linterna, de modo que por
ella pueden penetrar el sol, la lluvia y las aves del
cielo. Pero la cúpula del templo del Santo Sepulcro
es más grande que la del panteón; por lo cual, y por
la debilidad de los materiales de que está construida,
amenaza ahora ruina. Ha caido ya una considerable
porción de la capa de argamasa que la cerraba por
dentro y la defendía por fuera, quedando sólo el ar-
mazón interior de madera, por el cual pasa la luz
como por una persiana ó celosía. Produce una sen-
sación penosa en el ánimo la vista del estado rui-
noso de esta bóveda; pues parece increíble que así
se deje en una especie de abandono el monumento
más venerable y santo de la tierra, Pero este aban-
dono procede de la rivalidad entre las diversas co-
muniones representadas en el Santo Sepulcro. Los
griegos, á quienes públicamente se acusa de haber
quemado esta cúpula en 1S08, para ensanchar su
usurpación á favor de la impotencia en que entonces
estaban los Padres Franciscanos de resistirlos, aten-
dida la situación en que se hallaban entonces la
Francia y la España, sus antiguos protectores; los
griegos, que abundan de recursos pecuniarios para
comprar los favores de la Puerta, sin cuyo permiso
— 3U -
no se puede hacer la reparación de esta cúpula, no
quieren consentir que la hagan los católicos, ni aun
tolerar que estos tomen á su carg'o remover los es-
combros que van cayendo de las actuales ruinas.
Vuelto yo á Europa, se ha dado como noticia cierta
por la prensa periódica, que los embajadores de Fran-
cia y Rusia en Constantínopla han solicitado del Sul-
tán la licencia de reconstruir esta cúpula por cuenta
de las dos naciones: con este motivo se lia hecho al*
guna indicación importante, y yo debo hacer una ob-
servación, que no carece de interés.
La indicación es. que los griegos han protestado
contra esa solicitud de la Rusia y de la Francia ; y yo
no sólo creo probable que lo hayan hecho, sino que
descubro en este acto un síntoma más del desacuerdo
rjue ya se me habia asegurado en Jerusalen que
existe entre los cismáticos griegos subditos de la
Puerta, y los cismáticos rusos. Monseñor Valerga
me decía que, en su opinión, los rusos, sin alegar
por ahora ningún derecho en el Santo Sepulcro, es-
taban en Jerusalen acechando una opor tu nidada v
seguramente habrán creído encontrarla ahora que la
Francia, de una manera que la honra bien poco como
nación católica, al asociarla á sí misma para reparar
la cúpula del Santo Sepulcro, la brinda un pretexto
para alegar después un derecho sobre el. Esta es la
observación que yo quería y debía hacer. Ni se diga
que el gobierno napoleónico torna en este caso á )a
Rusia como representante de las comuniones cismáti-
cas del Oriente, considerándola su protectora, así
- 31o —
como la Francia misma lo es de los católicos estable-
cidos en el imperio otomano* No; ese pretexto no
vale nada para los que tengan memoria y recuerden
los motivos, á lo menos ostensibles 7 de la guerra de
Crimea. Nicolás quiso arrogarse ese protectorado de
ios cismáticos subditos del Sultán, diciendo que eran
sus correligionarios, ,y la Francia creyó -deber recha-
zar esa pretensión con las balas que dejaron tendidos
millares de cadáveres en las riberas del mar Negro, y
con las bombas que arrasaron la torre de Malakof.
¿Cómo, pues, vendrá ahora ella á reconocer ese
mismo protectorado? Por otra parte, ¿en qué se funda
este? En la identidad de religión no puede, ser, pues
seria necesario comenzar por probar que los cismáti-
cos que reconocen en Turquía por cabeza de su Igle-
sia al Patriarca que les da la Puerta» piensan y creen
lo mismo que los cismáticos de Rusia, sujetos al
santo sínodo compuesto de generales. En segundo
lugar, aun supuesta esa identidad de relíg-ion, ella no
da al Czar un título al protectorado, á no ser que se
diga que la reina Victoria puede reclamar el derecho
de proteger á los pocos protestantes que hay en
Francia, y Napoleón III á la mayoría católica de I r -
landa, y á la no escasa minoría de la misma creencia
que se va aumentando en Inglaterra, etc., etc.
Lo que hay de positivo es que, para la política ma-
quiavélica todos los pretextos son buenos, y cuando
le viene á cuento, aunque ella sea impía por su orí-
gen y sus tendenciasT no repara en hacerse hipó-
crita, afectando interés por la religión, sus ministros
- :ji6 —
ó santuarios; mas como Dios en el cielo se rie de to-
dos esos artificios, y aun suele su Providencia hn~
cerles servir á sus benéficos designios, me parece que
del actual acuerdo de la Rusia y de la Francia han ríe
resultar algunos bienes. En el orden material, la res-
tauración de la cúpula, del templo del Santo Sepulcro;
pues habiéndose hecho ya tanto ruido sobre su rui-
noso é indecoroso estado actual, será necesario que se
repare, y acaso la Puerta misma, que en esa Ínter-
vención extraña no puede ver otra cosa que peligros
para su propia independencia, acabará por hacer lo
que anunció antes de la guerra de Crimea: esto es.
hará la reparación por su propia cuenta, saliendo así
de todos esos renglones torcidos un epitafio muy dere-
chamente escrito, en honor de Jesucristo, pues aunque
involuntariamente, así honrarán su Sepulcro los sec-
tarios de uno de sus mayores enemigos, que es el falso
profeta de la Meca. En el orden moral, la ventaja que
puede resultar de todas esas intrigas, es que se haga
más profunda la disidencia entre los griegos cismáti-
cos de Turquía y los de Rusia, pues aquellos, aunque
abyectamente sometidos al Sultán, no pueden querer
estarlo al Czar, por lo mismo que el absolutismo de
este es más artero por más culto, y más irresistible por
más fuerte. Viendo coincidir con las pretensiones
combinadas de la Rusia y de la Francia sobre reedifi-
cación de la cúpula del Santo Sepulcro, la vuelta de
millares de cismáticos á la unidad católica, me paiece
que sin temeridad puede pensarse que Dios, jugando
con las ambiciones de aquellas potencias, las hace ser-
— 3n —
vír j sin que ellas lo sospechen ni lo quieran, como
instrumentos de conversión para muchas almas. Bos-
suet lo dijo: «el hombre se mueve, y Dios lo dirige.»
Frente á, frente de la puerta, de la Capilla del Ángel,
por donde se sale del Santo Sepulcro, está la grande
y rica capilla de los griegos, cuya disposición y ador-
nos, aunque extraños, no me causaron sorpresa, por-
que en Roma habia yo visitado la iglesia de los griegos
unidos , y en Jaffa habia examinado despacio por las
ventanas la de los cismáticos. De alto abajo, por
ambos lados. está cubierta aquella capilla de pintu-
ras de Santos . formando todos ellos reunidos dos vas-
tos cuadros, en los cuales cada imagen está separada
de la otra por una cornisa dorada. Abajo hay dos órde-
nes de sillas como en las catedrales é iglesias conven-
tuales de los católicos. En los extremos de estas sille-
rías se ven dos atriles de rica talla de ébano, con em-
butidos de madreperla: y en el fondo de la capilla,
detrás de una especie de cancel formado de columnas,
entre las cuales hay puertas, está lo que llaman los
cismáticos su Sánela Sanctomm. Es que los griegos,
cuando llega en la Misa el momento de la consagra-
ción, hacen que su sacerdote no quede á la vista de
los fieles, y para esto sirven aquellas puertas coloca-
das en los intercolumnios. Por lo demás, los cismáti-
cos no conservan la Eucaristía en el tabernáculo sino
es en la Cuaresma, pues durante ella celebran la Misa
de presan tincados, como lo hace la Iglesia católica el
Viernes Santo; pero creen en la presencia real y en
la transnbstanciacion, aunque hacen uso del pan fer-
~ 318 —
mentado para el sacrificio, y ademas bendicen unos
panecillos para distribuirlos á los fieles con el nombre
de Eulngias,
En medio de la capilla de los griegos cismáticos
tienen estos una piedra circular , alta de medía vara,
que es el famoso Centro del mundo. Por decontado,
ningún cargo puede hacerse por esto á los católicos,
que ni han puesto, ni pueden impedir que esté allí
esa piedra , y antes bien de aquí mismo puede sacarse
un nuevo argumento de la necesidad que todas las
iglesias tienen de estar unidas á la Cátedra de Pedro,
que es la maestra de la verdad } para que aun Jas
cosas más sencillas, y en cierta manera más santas
no degeneren en pueriles supersticiones. Que mística-
mente Jerusalen fué el centro del mundo antes de h\
venida del Mesías, es indudable; y todavía es más
cierto que por haber muerto y sido sepultado Nuestro
Señor Jesucristo en estos mismos lugares, está aquí
el centro del mundo, espirítualmente hablando. Roma
así lo ha ensenado siempre; y si los cismáticos no
rechazaran su autoridad, pronto desaparecería esa in-
terpretación grosera que los pone en ridículo siempre
que muestran esta piedra como el centro geográfico
y material de nuestro globo.
No quedan ya más que dos sitios interesantes en
el recinto del templo del Santo Sepulcro, de los cua-
les no he hablado hasta ahora. El uno es la capilla de
San Longíno, inmediata al santuario de la Cárcel, y
el otro es el lugar donde el Señor se apareció á Mag-
dalena, que le buscaba, bajo la figura de hortelano.
— 319 —
Probablemente no es muy auténtica la tradición re-
lativa al lugar donde se dice quo estuvo retirado el
soldado convertido después que hirió í Jesús en el
costado con su lanza, pues los Padres Franciscanos en
sus procesiones no visitan esta capilla. No así el lugar
de la aparición á Magdalena, acerca del cual no puede
haber duda por su proximidad al Santo Sepulcro,
del cual solamente está separado ocho ó diez varas.
Aquí vienen diariamente los Padres y peregrinos, y
el Patriarca, en sus entradas solemnes, á hacer la
penúltima estación, estando concedida una indulgen-
cia de siete anos y otras tantas cuarentenas por esta
visita. Una gran lápida de mármol señala el sitio
donde estuvo de pié el Salvador y arrodillada la
Santa penitente. Un altar la está consagrado allí in-
mediato. Cuando el Patriarca no celebra en el Santo
Sepulcro, lo hace aquí. Enfrente estala galería del
órgano de los Padres Franciscanos, único instru-
mento de música que resuena en el vasto y augusto
ámbito de este templo. Un lego, español do nación,
que á pesar de haber nacido ciego es hasta compositor
de música , era el organista cuando yo estuve en Je-
rusalcn; y por cierto que bajo sus hábiles dedos se es-
capaban todos los dias, al arribar la procesión al altar
de Santa María Magdalena, torrentes de armonía.
Pero si yo tuve en esto complacencia, la expió el Sá-
bado Santo, cuando después de la ceremonia escanda-
losa del Fuego Simio, los armenios se pusieron á
hacer con las varas de hierro que aquí, como en la
iglesia de Santiago les sirven de campanas, el más
— 320 —
agudo y desgarrador ruido que puede herir oidos hu-
manos.
Puestos, en fin} fuera de la puerta del templo del
Santo Sepulcro, su fachada es digna de que la exa-
minemos un momento. En el conjunto uada tiene de
bella, porque las diferentes construcciones que se han
ido agrupando á los lados, la desfiguran; á lo cual con-
tribuye también la circunstancia de estar cerrada
con una pared, una de sus dos puertas, Pero los bajos
relieves de piedra que forman la cornisa de ambas puer-
tas, son á la verdad monumentos del buen gusto y de la
paciencia de sus autores. Sobre la puerta habilitada, es
decir, la que sirve para entrar en el templo, esos bajos
relieves forman cuatro cuadros, á saber: la entrada
triunfante de Jesús en Jerusalen, la institución de la
Eucaristía, la resurrección de Lázaro, y otro que por
estaren parte destruido, no se sabe lo que representa-
ba. Los rostros y la actitud de las figuras son expresi-
vos y naturales: también son hermosos los chapiteles
de las dos columnas que sostienen el umbral, los cuales
imitan en piedra, con delicadeza y perfección, el fo-
llaje de la palmera.
De una cosa no habia hecho mención, y con ella
concluiré el presente capitulo. Ademas de los conven-
tos de las diversas comuniones, construidos alrededor
del Santo Sepulcro, los musulmanes tienen allí habi-
taciones, aunque separadas del templo; y aun haj
quien diga que sobre el conventito de los latinos ó á si*
lado, tienen los turcos una caballeriza. No es extraño.
A la entrada misma del templo, ya dentro de su puer-
- 321 -
ta, tienen un diván, y allí duermen, ó fuman, ó toman
cafó, y aun una vez vi que uno de ellos se estaba la-
vando allí los pies como en la calle. ¡Pobres ciegos' Son
menos culpables que los que habiendo nacido en medio
de la luz y debiendo reconocer con ella que en los tem-
plos reside la majestad del Rey de los cielos, vienen á
insultarle, no sólo con malos pensamientos, sino con
livianas palabras é indecorosas acciones. Si un dia el
Salvador hubiese de repetir lo que hizo en el templo
de Salomón, antes de sacudir con el látigo las espal-
das de los estúpidos musulmanes que están negligen-
temente tendidos junto á Jas gradas del Calvario, ar-
rojaría bien lejos, con una délas terribles miradas de
su indignación, á los que en el centro del mundo
culto vienen á insultarle en sus mismos tabernáculos,
tan santos y aun más santos que su glorioso Sepulcro.

SANTOS LUGARES. 21
CAPÍTULO XVI.

QUÉDATE CON NOSOTROS, QUE SE HACE TARDE Y


DECLINA EL DÍA.

[Por fin es necesario dejar á Jerusalen! El miérco-


les de Pascua 23 de Abril, después de haber celebrado
por última vez la Santa Misa en la capilla exterior
del monte Calvario, consagrada á Nuestra Señora de
los Dolores, y habiendo recorrido solo todos los san-
tuarios contenidos en el recinto del templo del Santo
Sepulcro, deteniéndome algunos momentos en los lu-
gares de la crucifixión y elevación de la crua, tuve
que despedirme con sentimiento de todos aquellos
augustos sitios. Por última vez penetré en el Santo
Sepulcro, imprimí mis labios en su venerable losa, y
haciendo lo mismo en la Piedra de la Unción, atra-
vesé rápidamente el atrio exterior, dirigiéndome al
convento de San Salvador, para alistar mi partida.
Aquel mismo día habla salido muy temprano de
Jerusalen el Rnio. P. Custodio de Tierra Santa, con
su secretarlo, el Padre Procurador general y algunos
otros religiosos} dirigiéndose á Jaffa por el camino
de Emrnaus. Yo liabia sido invitado por la marquesa
Nicolay, piadosa señora francesa que ha comprado el
— 323 —
terreno en que estaban las ruinas del santuario edifi-
cado en el sitio doude los discípulos conocieron á su
Divino Maestro resucitado en la fracción del pan,
para visitar aquel lugar santo y ver las obras que se
están haciendo para reedificar aquel santuario. Ade-
mas , aquel dia la Comunidad de San Salvador, que
tiene la costumbre de ir á cantar la Misa en Emitían s el
dia que se lee en ella el pasaje del Evangelio relativo
i la indicada fracción del pa% , posponía su visita,
por la necesidad que tenia el Prelado de hallarse en
Jaffa el dia 25, para tomar el vapor de las Mensajerías
Imperiales y trasladarse á Europa, con cí objeto de
asistir al Capítulo general de la Orden de Menores
Observantes, convocado para el día 7 de Junio. No
tuve yo motivo de arrepentirme de haber tomado el
mismo camino para ir á Jaffa, aunque cuando llegué
á Ermnaus ya habla concluido la función religiosa.
Sali, pues, de Jerusalen por la puerta de Jaffa, á
las nueve de la mañana, y atravesando el campo por
donde los sirios, los romanos, los sarracenos y los
cruzados han sitiado sucesivamente a la santa ciu-
dad, volví la cabeza para darla un postrer adiós, ó
para hablar con más propiedad, para decirla, Jiasla la
vista. En efecto, pues que un dia, «dia grande y amar-
guen gran manera.» como canta la Iglesia eu la ¡secuen-
cia de la Misa de di finitos, todos los hombres nos hemos
de reunir en el valle de Josafat, tan inmediato á J e -
rusalen, el peregrino que se aloja de sus muros, no
^separa de ella con un adiós, cual el que se da á los
hombres y á las cosas que no se han de volver á ver.
— 324 -
sino que se hace ese otro género de despedida, el cual
no es más que un aplazamiento.
Cuando mis ojos se fijaron por la última vez en Je-
rusalen, su aspecto no me parecía triste y severo, co-
mo cuando la vi por la vez primera desde la altura de
Álm (rosc/l, sino al contrario, aquel espectáculo era
bello y grandioso, sobre toda ponderación. El cielo es-
taba despejado, puro el aire, diáfana la atmósfera, y un
sol de primavera inundaba con sus rayos la cima del
Olívete, la cumbre que corona el valle de Tophet, el
monte Sion, la cúpula cíe la mezquita de Ornar en el
monte Moría» y la del Santo Sepulcro que está sobre el
Calvario. Como estábamos en la Semana de Pascua,
Agarábaseme que el Salvador gloriosamente salido del
sepulcro, llenaba de sus resplandores aquel la magnífica
perspectiva; y á estos pensamientos asociaba, mi memo-
ria los recuerdos déla incomparable descripción que el
Apóstol San Juan hizo en el Apocalipsis de la nuera
Jerusalem «Y yo Juan vi la santa ciudad, La nueva Je-
rusalen, bajando del cielo de Dios, de tal manera pre-
parada, cual se adorna para su esposo la esposa..., Y
vino uno de los siete ángeles, que tenían las copas
llenas de las últimas siete plagas, y hablando conmigo,
me dijo: Ven y te mostraré la esposa que se ha de des-
posar con el Cordero. Y levantándome en espíritu á nn
grande y elevado monte, me mostró la santa ciudad de
Jerusalen, bajando del cielo de Dios. Teniendo la clari-
dad de Dios y su luz, que es semejante á una piedra
preciosa, como la piedra de jaspe semejante al cristal.
Y tenia un grande y elevado muro, contándose en &
- 325 -
doce puertas: y en estas puertas doce ángeles, con
nombres escritos, que son los nombres de las doce tri-
bus de Israel. Al Oriente tres puertas, y tres puertas
al Norte, y al Mediodía tres puertas y tres puertas al
Ocaso. Y el muro de la ciudad tenia doce cimientos;
y en estos los nombres de los doce Apóstoles del Cor-
dero. Y el que hablaba conmigo tenia por medida una
cana de oro, para medir la ciudad, y sus puertas y
muro, Y la ciudad es cuadrada, su longitud tanta co-
mo su latitud; y midió la ciudad con la cana de oro
por término de doce mil estadios, y su longitud, y al-
tura, y latitud son iguales. Y midió su muro, que es
de ciento cuarenta y cuatro codos, medida de hombre,
que es la del ángel. Y la estructura del muro es de
piedra jaspe; pero la ciudad misma es de oro puro,
semejante al limpio cristal. Y los fundamentos de la
ciudad están adornados con toda clase de piedras
preciosas. El primer fundamento de jaspe, el se-
gundo de zafiro, el tercero de calcedonia y el cuarto
de esmeralda; el quinto de piedra sardónica, el sexto
de sárdica, el sétimo de crisólito , el octavo de berilo,
el noveno de topacio, el décimo de crisopaso, el undé-
cimo de jacinto y de amatista^el duodécimo* Y las doce
puertas tienen cada una doce margaritas, y cada una
de ellas era de una sola margarita; y las plazas de la
ciudad eran de oro puro, tan brillante como el cristal
herido del sol.» (Cap. 21, versículo 2 y 9 hasta el 21.)
Yo bien se que, según la interpretación de los San-
tos Padres y el sentir de la Iglesia, esta descripción,
más que de una ciudad material, es la de la celestial
— 326 -
mansión donde los justos han de gozar el premio de
sus virtudes, sometidos al imperio eterno de Cristo,
Cordero sin mancha, á cuyo sacrificio deberán tamaña
felicidad. Pero puesto que del valle que circunda á Je-
rusa 1 en, se han de elevar esos justos al cielo rodeando
v aclamando al Cordero Libertador en el dia último de
los tiempos. después del Juicio final, propio y natural
es que el peregrino católico, al apartarse de la santa
ciudad, ahora pobre . postrada y rendida al yugo hu>
mulante de los mahometanos, se despida de ella apla-
zando el. volver al sitio que ahora ocupa su recinto,
para cuando desde él hasta el empíreo se vaya ele-
vando aquella incomparable ciudad, cuyos muros se-
rán jaspes, margaritas sus puertas, zafiros y esmeral-
das sus cimientos, y oro purísimo el pavimento de sus
brillantísimas plazas. En tiempo de Melchisedec, rey y
Pontífice, que santamente aquí mismo imperaba, lla-
mábase la ciudad Vision de paz\ y un dia, la ciudad
de la cual esta misma ha sido tipo, será Vision de glo-
ria, como nos revela San Juan.
De todos estos pensamientos vino á apartarme la
vista de un religioso franciscano , que caballero sobre
una pequeña yegua árabe, se dirigía á galope hacia
mí dándome voces para que me detuviese. No acer-
taba yo de pronto con quién era y qué quería tan ines-
perado compañero; mas cuando se hubo acercado, re-
conocí con grata sorpresa al Cura de Belem, el ilus-
trado P. Fr. Manuel Forner. Díjome, que viniendo
apresurado á Jerusalen, para despedirse del Reveren-
dísimo P. Custodio, al llegar al convento de San Sal-
- 327 -
vador le habían dicho que este Prelado se hallaba en
Emmaus, añadiéndole que yo acababa de partir con
la misma dirección, por lo cual se apresuró á alcan-
zarme para ir en mi compañía. Me alegré de esta coin-
cidencia muy cordialmente, tanto por volver k ver a
aquel excelente religioso, como porque hablando él
perfectamente el árabe, y conociendo mejor que nin-
gún europeo la Tierra Santa, cuya historia y geogra-
fía ha estudiado atentamente, yo no podía menos de
aprovecharme de su conversación. Despedí, pues, al
guia árabe que habla tomado en Jera salen, dándole
la mitad del backchis (propina) convenido, cosa de que
él se alegró en el alma, porque de cuatro leguas que
debía andar, apenas había andado una; y yo me ale-
gré no menos, porque ya estaba viendo por experien-
cia que él no podía seguir el largo trote del caballo
árabe que me habían dado para ir hasta Jaffa, y que
era el mejor de los que he montado en Oriente.
Todo este camino es interesante por sus recuerdos y
vistoso por el cultivo de los campos que atraviesa.
Se pasa cerca del lugar donde estuvo el sepulcro de
Elena, reina de Adiabcne, v de su hijo Isati: magní-
fico monumento que subsistía aún en tiempo de San
Jerónimo. Más adelante se baja al vahe del Terebinto.
dejando á la izquierda la altura llamada de San Sa-
muel, porque allí fué sepultado este Profeta, en un lu-
gar que ahora está convertido en mezquita. El P. For-
ner, que después de minuciosas indagaciones, fué el
que descubrió hace pocos años la verdadera situación
deEmmaus y las ruinas de su santuario, me mostró,
— 328 —
en el fondo del citado valle, el sitio en donde el Divino
Maestro se unió á los discípulos que caminaban á
aquel castillo, diciéndoles: «¿Qué palabras son esas
que entre vosotros habláis con semblantes tristes?»
Puede haber de aquí al santuario de Eminaus, edifi-
cado en el lugar mismo en que estaba el castillo á
donde se dirigían los discípulos, una hora de camino;
de modo que en este espacio de tiempo tuvo lagar
aquel admirable discurso de que nos habla San Lúeas
en su Evangelio (Cap. XXIV, vers. 18 y 27), durante
el cual ardia el corazón de Cleofás y de su compañero,
seguD ellos mismos lo declaraban después, extrañando
no haber conocido á su Divino Maestro, hasta que rom-
pió el pan en su presencia. Imagen es esta délo que
sucede más de una vez á algunas almas con el adora-
ble Sacramento de la Eucaristía, El sabio y prudente
Dr. Faber asegura que . muchos protestantes que por
casualidad 6 por curiosidad entran en las iglesias ó ca-
pillas católicas cuando en ellas está expuesto el Santí-
simo Sacramento, sienten una impresión que los con-
mueve, y que ó los irrita ó los subyuga. Es que, como
íes sucedía á los discípulos desde aquí áEmmaus: Omili
eofv/ni ienebanluT \ mas si ellos llegan á rendirse á la
gracia que los solicita, y reconciliados con la Iglesia
por medio de la abjuración del protestantismo, se
acercan á la comunión, conocen de tal manera al Se-
ñor en la fracción del pan, que se hacen ejemplares y
edificantes católicos. Uno de estos decía á dos de sus
antigaos correligionarios, según refiere el no menos
docto que virtuoso Dr. Newman, también convertido:
— 329 —
«Me preguntáis qué hago oyendo Misa, ¡ Que pregun-
ta! Me estaría gustoso toda la vida oyendo Misa. Ilic
est iransiPm dominio
Para el descubrimiento del santuario de Emmaus
sirvió de mucho al P. Forner encontrar una fuente in-
mediata á las ruinas de una capilla, en el fondo del
valle del Terebinto, por ser este el indicio queda
Cuaresmio, uno délos más antiguos, minuciosos y
fidedignos escritores de las cosas de Tierra Santa. El
P* Forner quiso que nos detuviésemos aquí, y sacando
tm poco de chocolate de España, me obsequió con un
panecillo para tomar agua- de la misma fuente. Á más
de dos mil leguas de distancia, bajo un sol tropical,
había yo tomado por la última vez en América, hacia
años, el chocolate en pasta; y á fe que entonces, como
no hubiese probabilidad de que yo llevara á cabo mi
antiguo proyecto de visitar la Palestina, estaba yo
bien lejos de pensar que en esta Santa Tierra era
donde habría de volver á hacer cosa semejante.
Volviendo á montar en nuestras caballerías, nos
empeñamos en una profunda cañada, formada por los
montes de Efrairn, en la vertiente de uno de los cua-
les estaba la ciudad de Baalhasor, donde Absalon hizo
que sus criados mataran á Ammon, pai"i vengar la
deshonra de su hermana Thamar. Cuando íbamos por
aquella soledad, el P. Forner me decia: «Hace pocos
aiíos no hubiéramos andado por aquí con tanta quie-
tud, pues habría habido frecuentemente quienes nos
salieran al paso pidiendo propinas.» En efecto, cuando
se cree hallarse en el desierto, caminando en Tierra
— 330 -
Santa, le están observando á uno; y en prueba de
ello, á poco de haber dicho aquello salió un árabe de
entre Jas ruinas de Baalhasor, preguntando á voces si
le queríamos comprar aquel sitio. «¡Buena adquisición!
exclamaba mi compañero. Es el teatro de un fratrici-
dio.» Mas no hay que escandalizarse de que los po-
bres orientales crean de interés para un viajero de Oc-
cidente semejante objeto, pues aunque secuestrados al
parecer del mundo civilizado, puede ser muy bien que
haya llegado á su noticia, cómo en las capitales que
aspiran á ser tenidas por más cultas, se ha hecho, no
sólo objeto de curiosidad, sino hasta de imitación, y
aun de una especie de culto, lo que dice relación con
los mayores y más peligrosos crímenes. Después del
atentado de Alíbaud ó de Fieschi, si mal no recuerdo,
se usó en París el corte de cabello llamado a la victime,
porque así lo llevaba uno de aquellos reos cuando iba
al suplicio. Más recientemente, el retrato y la bomba
de Orsini han figurado en Turin y en el mismo París,
como baratijas de amenazante adorno, y algún hom-
bre, que es para los revolucionarios un ídolo. primero
ha decretado públicamente una recompensa al regici-
dio, y después ha mandado afilar los puñales evocando
el recuerdo de las Vísperas Sicilianas. Esto sucede
en Europa; ¿qué extraño es. por tanto, que los árabes
piensen que los que de Europa pasan á su país, pue-
den estimar como una adquisición importante, el tea-
tro de la embriaguez, de la perfidia y del odio? Ni sé
yo cómo, después de todo esto, la Europa podrá apelli-
dar bárbara al Asia.
— 331 —
A las doce llegamos á Emmaus. La función reli-
giosa era terminada, y aun el Padre Reverendísimo
había acabado de comer, y estaba preparándose á con-
tinuar su viaje á Ramle. Yo me detuve, pues, poco
tiempo en Emmaus; pero conocí, la localidad; que es
bastante pintoresca, y el sitio donde estuvo el castillo
y después el santuario, que actualmente se repara.
La obra va muy adelantada, y estará dentro de poco
concluida. Será necesario edificar también un con-
vento, para que algunos religiosos cuiden del santua-
rio, y esto liará que se agrupe alrededor alguna po-
blación católica, aumentando la muy escasa que
actualmente hay en Emmaus. En Oriente, como en to-
das partes, se verifica lo que dice el célebre publicista
y antiguo republicano Cormenin: «¿Queréis formar
un pueblo? Pues comenzad por levantar un campa-
nario.»
Aquí fué donde llegando el Salvador con Cleofás y
el otro discípulo, a quienes se habia reunido en el ca-
mino , después de haberles explicado con Moisés y los
Profetas, cómo «convenia que Cristo padeciese, y así
entrara en su gioria» (Luc. cap. 24. vers. 26), hizo
semblante de despedirse para ir más lejos, á fin de
dar lugar á que le instasen para quedarse, con el ob-
jeto de descubrirles quién era aquel á quien habían
preguntado: «¿Si sólo él era peregrino en Jenisalen.»
Los Santos Padres, explicando este pasaje, hacen ver la
fuerza que tiene la caridad sobre el corazón de Jesús.
Los discípulos. por la obra de misericordia que se
propusieron practicar con el que estimaban un pere-
- 332 -
grino , haciéndole alguna especie de violencia {ccege-
rvAit eim) para que aceptase su hospitalidad, me-
recieron que el Divino Maestro santifícase la casa con
su presencia, honrase la mesa sentándose á ella, y
por último se les diese á conocer en la fracción del pan.
¡Cuántas gracias vinculadas á una sola obra de mi-
sericordia!
A las doce y media volví á montar para proseguir
mi marcha. La caravana era numerosísima, porque
ademas de los religiosos franciscanos que quisieron
continuar hasta Jaffa ? por tener que hacer allí, ó por
acompañar más tiempo á su Prelado, la' condesa aus-
tríaca Diestrestein, su capellán y servidumbre se
habían incorporado á la misma caravana, ya por
visitar también á Emmaus, .ya por mayor seguridad.
El Padre Forner, cura de Belcm, á una milla más
allá de Emmaus se separo de nosotros, dirigiéndose
á la montaña en busca de las ruinas de Bethsur, que
no dudo habrá encontrado , pues su laboriosidad es
mucha- Aquel mismo día iba á San Juan del Desierto
para ayudar á los Padres Franciscanos en sus traba-
jos del cumplimiento de iglesia. Yo me separé de él
con sentimiento, tanto porque este excelente religioso
valenciano es digno de toda consideración, como por
las pruebas de amistad que me había dado. Si un dia
pasa él la vista por estas líneas, téngalas como una
débil prueba de mi afecto y reconocimiento.
La caravana caminaba muy despacio, y el sol, en
su meridiano, lanzaba sobre nuestras cabezas rayos
de vivo fuego. No me convenia, pues, i r á aquel paso;
— 333 —
por lo cual t despidiéndome hasta Eamle, partí al g a -
lope en mí caballo árabe por aquellas cañadas. Un
religioso irlandés , el Padre Luis Gonzaga, á quien yo
había conocido y tratado mucho en Jerusalen por mis
relaciones con el sacerdote paisano suyo que viajó
conmigo por la Samaría y la Galilea, no quiso que-
darse atrás y logró alcanzarme, de modo que tuve
esta compañía en las cuatro leguas que hay desde
Emmaus á Eamle. Yo, que nunca habla andado este
camino, esperaba encontrar en él, por lo que alg-uien
me había dicho, la aldea de Latraum, así llamada
porque se cree que es la patria del Buen Ladrón. Sin
embargo, si se pasa es por detrás de la colina donde la
aldea está situada. Yo la he visto las dos veces que fui
de Jaffa á Jerusalen, pero había reservado para este
lugar hablar de ella. Es una aldea miserable, con
treinta ó cuarenta casas, que más parecen cabanas,
y un resto de muro, ca,si derruido, que probable-
mente fué parte de una fortaleza construida allí por
los cruzados. No es despreciable la tradición que
hace este lugar patria del Buen Ladrón, no tanto por
la posición de la misma aldea, aunque alguno ha dicho
que es propia para servir de madriguera á los ladrones,
cuanto porque, pues lo créenlos cristianos de Palestina,
esto es sin duda porque de padres á hijos se ha tras-
mitido tal noticia. Por otra parte, hay una leyenda
llena de interés, relativa al Buen Ladrón, que cuadra
bien con la posición de esta aldea. Dícese, «que cuando
la Sag-rada Familia huía áEgipto, una noche, dieron
Jesús, María y José en manos de unos ladrones. La
— 334 —
mujer de uno de estos estaba con ellos, y tenia consigo
un hijo suyo, niño de tierna edad, todo cubierto de
lepra. Como la mujer, si no es en raros y muy excep-
cionales casos, por degradada que esté siempre con-
serva en el fondo del alma un resto de piedad, y en
el pecho algunos sentimientos de compasión, la madre
del niño leproso, al ver á la Madre del Dios niño, rogó
á los malhechores que la respetaran; y habiéndola
ofrecido un asilo para que descansara un poco, trajo
agua, porque la Santísima Virgen quería dar un baño
á su Divino Hijo, Habiendo salido Jesús del agua»
aquella mujer sumergió en la misma agua á su leproso
niño, y este al momento se encontró limpio de aquella
asquerosa y terrible enfermedad. Mas todavía ni Dios
ni la Virgen tuvieron esta recompensa, aunque tan
grande, por suficiente, y cuando, después de treinta
y tres años, la perniciosa profesión en que desde su
infancia se habia lanzado Dimas , le condujo al patí-
bulo , la Providencia hizo que se le llevase á morir en
unión de Jesús. Lo demás es sabido por el Evangelio.
La sangre de la victima divina limpió el alma del
Buen Ladrón de una lepra incomparablemente más
horrible que aquella de la cual ha-bia limpiado á su
cuerpo el agua santificada con el contacto de los de-
licados miembros del Niño Dios. Hé aquí la leyenda.
Detrás de Latroum corre la cordillera de montañas
que atraviesa el camino de la Jadea á Egipto, de ma-
nera que no carece de probabilidad que nacido el
Buen Ladrón aquí, sus padres le llevasen consigo á
aquellas montañas para ejercitar sus depredaciones.
^ 335 —
Detrás también de Latroum, en un desnivel que forma
el terreno en la llanura, está el pozo de Job; así llama-
do yo no sé por qué, pues no consta que el pastor ele la
Arabía, cuyas lamentaciones patéticas y sublimes le
han hecho inmortal, haya venido nunca á la Palesti-
na. Yo he bebido agua de este pozo, habiéndome de-
tenido á comer en la falda del cerro inmediato. Míen-
tras tanto algunas pobres mujeres mahometanas, si
no me engaño leprosas, se asomaban en la altura sin
decir nada, Pero sus miradas eran mas elocuentes
que pudieran haberlo sido sus palabras. La miseria es-
taba retratada en sus semblantes. Yo me consideré
feliz, pudiendo hacerlas participantes de los fiambres
preparados para nuestra campestre mesa* Otro .hués-
ped había en ella; un ministro protestante de los Esta-
dos Confederados de América, que sin saber más idio-
ma que el ingles, se había echado á viajar por el
mundo ; un lego Franciscano, que no le podía enten-
der t me lo presentó, y yo tuve mucho gusto de poder
ayudarle á salir del embarazo en que le ponía esa
confianzas que no podemos llamar presuntuosa, pero
sí irreflexiva, de quien se lanza en países extraños, y
más los del Oriente, sin tener más medio de hacerse
comprender que el idioma materno ó el lenguaje de
acción. Este ministro protestante alegaba para ser
considerado , dos títulos singulares. El primero era
una carta de recomendación que le había dado un
Obispo augHcano, titular de una diócesis y provisio-
nal (síc) de otra, comenzando con la salutación apos-
tólica {apostolic f/reeting) & cuantos aquellas letras
— 336 -
vieran. El segundo era, que habiendo estado el mismo
ministro en Roma, el Papa le habia recibido en
audiencia particular. mediante los buenos oficios de
Monseñor Talbot, Prelado ingles, camarero secreto
de Su Santidad; y que él habia pedido y alcanzado
del Sumo Pontífice que le diera- su bendición, ponién-
dole la mano en la cabeza. Aparte de estas excentri-
cidades , el ministro protestante era un buen hombre,
y tenia, como todos sus paisanos los anglo-america-
nos , un aplomo admirable- A poco que yo le habia
dado lugar para que conociese estaba dispuesto á
tratarle con benevolencia, él se tomaba conmigo las
libertades de un amigo a-ntiguo, y antes de veinti-
cuatro horas de habernos conocido, ya me llamaba
hermano.
La primera y la única población que se encuentra
entre Emmaus y Rarnle. es una pequeña aldea, que
se llama, si mal no recuerdo, Kalob. Aquí murió,
quince días antes de que yo desembarcase en Tierra
Santa, el cónsul general de S. M. C. en Siria, D. Ma-
riano de Prellezo, cuyo sepulcro he visitado dos ve-
ces en Eamle. Enfermo de gravedad, se retiraba á
Jerusalen, que es la residencia señalada á los que
ocupan su destino. El Padre Guardian del Convento
de Ramle, paisano suyo, iba acompañándole, y así,
aunque en Kalob no hay ni iglesia ni sacerdote cató-
lico, el moribundo no careció de los auxilios de la.
religión en sus últimas horas. He oido varios parece-
res sobre la manera que el Sr. de Prellezo tenia de
desempeñar sus funciones. Alguno de los Padres
— 337 —
Franciscanos, hombre respetable, me lo ha elogiado
mucho; pero tengo entendido que otros religiosos de
la misma Orden no estaban muy contentos de la inge-
rencia que él tomaba en los asuntos del convento de
San Salvador. Lo mejor que podría hacer el gobierno
español, era dar la comisaria de los Santos Lugares
de Jerusalen, no á un simple seglar, y este acaso no
de los mejores antecedentes religiosos, sino á un Pre-
lado respetable, instruido y capaz de discernir entre
los sujetos que han de ir á Palestina. Con esto gana-
rían España y la Tierra Santa, honra cristiana la
primera y provecho religioso la segunda. Al mismo
tiempo se podría hacer así una economía considera-
ble en fondos que pueden considerarse sagrados. Me
parece que los que contribuyeron, voluntaria ó forzo-
samente (1), á formar los de la Obra pia de Jerusa-
len , no tenían intención de que con su dinero se
creasen dotaciones de empleados puramente civiles, y
se satisfaciesen ambiciones de alguna persona hostil
á la Iglesia católica. Hace poco que era comisario
general de Jerusalen el propietario ó director de un
periódico, que públicamente simpatiza con la revolu-
ción de Italia, y á quien otro periódico, ministerial
corno él, acusaba en cierto modo de m&zzinisww. No,

{1} Sabido es que, hasta principios de este siglo, habia


una manda forzosa en loa testamentos de España é Indias,
para los Santos Lugares; y que ademas se hacían colectas
de limosnas voluntarias, con el mismo objeto, en la penín-
sula y en América,
SANTOS LUGARES. 22
- 338 -
no fué para esto que nuestros padres se desprendieron
de su dinero, dándole á beneficio de la Tierra Sania.
Todo este camino entre Emmaus y Ramle, que pri-
mero se empeña en las gargantas de las montanas y
luego atraviesa espaciosas y bellas campiñas, aquí
surcadas por el arado y más allá cubiertas ya de trigo
en espiga, ofrece á la imaginación un goce purísimo,
si se evocan todas las memorias bíblicas relativas á
estos lugares. Por aquí estaba la ciudad de Nob. don-
de el g^ran sacerdote Áelümelec di ó á David los panes
de la proposición y le entregó la espada de Goliath.
Más hacia al Mediodía estaba Bethsames, ciudad cu-
yo nombre significa Casa del Sol, en donde el Arca
del Testamento, caida primero en manos de los filis-
teos, y después enviada por estos á la tierra de Jadea,
para librarse de los estragos que hacia entre ellos, se
detuvo en el campo de Josué. Legua y media más
allá, hacia el Norte, estaba la ciudad de Gabaon,
donde Josué cayó con su ejercito sobre los cinco reyes
amorreos, y no bastándole el día para acabar de ven-
cer á los enemigos del pueblo de Dios, hizo prolongar
la luz diciendo al sol: «Detente sobre Qabaon>» En un
altar de esta ciudad de Gabaon fué en donde Salo-
món ofreció holocausto al Señor; y brindándole Dios
los bienes todos para que escogiese, optó por la sa-
biduría, la pidió y le fué concedida (.Reyes, lib. Tí,
cap. 2). De Gabaon á Lydda hay un camino, en el
cual estuvimos para extraviarnos el religioso irlandés
y yo; mas á fuerza de preguntar á los árabes esparci-
dos en el campo, logramos volver á la senda que con-
- 339 —
duce á Ramle. Fue ese camino el que tomó Cestio
cuando vino con su ejército sobre Jerusalen; pero al
entrar en las gargantas de las montañas que nosotros
acabábamos de pasar, los judíos le salieron al encuen-
tro, y los romanos perdieron en la acción seis mil
hombres, los equipajes y las máquinas de guerra-
Pero no por ese triunfo se libró Jerusalen de la pena
del deicidio. Cinco años más tarde vino Tito, no por
aquí sino por la Samaría; y sus legiones arrasaron la
ciudad y destruyeron el templo, que desde entonces lia
sido imposible reedificar, \ Cinco años! Si entonces hu-
bieran vivido algunos de los que hoy, porque de tres
años á estaparte no ha pasado casi momento sin que
los enemigos de Cristo hagan la guerra á su Vicario,
creen que saldrán fallidas las promesas hechas á la
Iglesia, ellos habrían dicho, can la misma lógica, que
las lágrimas del Salvador en el monte Olívete habían
quedado sin efecto, y que sus terribles anuncios de la
Puerta Judiciara, estaban burlados y desmentidos.
¿Quién se habia de interesar, y menos Roma pagana
que nadie, por vengar la muerte infame dada en la
cruz al humilde Hijo de la Virgen, que no tenia en
vida donde reclinar la cabeza? A pesar de todos
estos cálculos de la prudencia humana, Boma, ene-
miga entonces y por trescientos años más de Jesús y
de su religión; Roma, que tenia cosas más dignas al
parecer de su grandeza y más importantes para su po-
derío, se obstina en hacer marchar sus águilas sobre
Jerusalen, El hombre se mueve, y Dios le dirige. Los
que menos piensan en Él, los más dispuestos á contra-
— 340 —
riarle, suelen ser los más dóciles instr amentos de sus
designios. Así los que se han alegrado tanto de triun-
fos más inicuos sin duda que eL obtenido aquí por los
judíos contra los romanos, prepárense á ver surgir por
el punto que menos esperen del horizonte, la fuerza
que ha de acreditar esta vez como siempre, que no sin
una inspiración de lo alto hizo Sixto V grabar en el
pedestal del Obelisco, levantado en el centro de la gran
plaza del Vaticano: OkHstus vincit , Clirist%is impe-
ráis OJITLUVJS plebi sui ab omni malo defendat. Sí,
venció Cristo, Cristo reina; y Cristo, como se lo pide
desde un polo al otro polo la Iglesia católica, defen-
derá de todo mal á su pueblo.
CAPÍTULO XVIL

OS CONVIENE RENACER.

La aldea de Kalob puede decirse que es el término


de la llanura de Saron, la cual desde allí se extiende
hasta el litoral del Mediterráneo. El viajero tiene que
atravesar toda esta llanura, sembrada de interesantes
recuerdos y salpicada de poblacioues que, aunque mi-
serables hoy, fueron en otro tiempo importantes y cé-
lebres : este es el famoso país de los filisteos, y de con-
siguiente el teatro de las hazañas de Saúl, de David y
de Sansón. Aquí combatieron, con heroico patriotis-
mo y con religioso entusiasmo, los ilustres Macábeos.
Aquí los cruzados, y entre ellos con especial gallar-
día, Ricardo Corazón de Lcon, pelearon por la recon-
quista ele la Tierra Santa. Y si de las empresas guer-
reras pasamos á las pacíficas , no menos gloriosas y sí
mucho más benéficas que aquellas, aqui están Lydda»
Joppe, Arimatheay Gaza, inmortalizadas por el naci-
miento, la vida, la predicación y los milagros de mu-
chos Sautos eminentes, como veremos al hablar, aun-
que brevemente, de cada una de ellas.
Cuando el viajero sale del laberinto que forman las
— 342 —
calles del caserío de Kalob, pequeño, pero enredado,
se encuentra en el punto donde se reúnen los dos ca-
minos que vienen de Jerusalen, el uno directamente
y el otro tocando en Emmans; y desde ese mismo
punto, fijando la vista hacia el Ocaso, descúbrese una
elevadisima torre, 4 cuyo pié un grupo de casas y de
mezquitas forman como un cortejo de pigmeos alre-
dedor de un gigante: este grupo de casas y mezquitas
se llama hoy Ramle, población situada en el mismo
lugar que ocupaba la antigua Arimathea; y aquella
torre es la que los viajeros, de acuerdo con la tradi-
ción conservada en el país, denominan de los Cuaren-
ta Mártires.
Este nombre que se le da, por creerse que ella
formó parte de una iglesia dedicada á los cuarenta
mártires de Sebaste, cuyas reliquias vinieron á parar
aquí, le ha sido disputado últimamente por alg-uno de
esos escritores que, arrogándose autoridad al mismo
tiempo que la disputan á- los que con más derecho pu-
dieran atribuírsela, han venido no sólo á ensenar
á las generaciones actuales cosas que las anteriores
no sabían? sino lo que es más original, á empe-
ñarlas en desaprender lo que sus padres heredaron
de sus abuelos y trasmitieron á sus nietos. Hace
algunos años que hallándome yo en cierta repú-
blica de América, llegó á ella un extranjero, el
cual, á poco de estar allí, pretendiendo saber los
dialectos del país y asegurando que había encon-
trado datos nuevos y tradiciones peregrinas entre
los naturales, se ponia á desmentir á alguno de
— 343 —
los antiguos historiadores nacionales. En vano le
hice yo observar que todas las razones de probabi-
lidad estaban de parte de aquellos historiadores, tanto
porque los separaba un intervalo menor de los su-
cesos , lo cual les proporcionaría encontrar más ínte-
gras y fidedignas tradiciones, como porque siendo
naturales del país, podiendo contar con más fácil ac-
ceso á todas las fuentes de la historia, y siendo en su
tiempo mejor conocidas las lenguas indígenas, todo
les favorecía para hablar con más exactitud que. un es-
critor extranjero, desconocido y como de paso, á quien
muchos mirarían ó con indiferencia ó con desconfian-
za. Mis observaciones no impidieron que, devuelta
en Europa , antes de mucho tiempo aquel viajero
diese á luz uno ó dos gruesos volúmenes con relaciones
de los tiempos anteriores a la conquista de los españo-
les ó de una época próxima á ella; y aunque creo que
el libro no tuvo gran despacho entre los compatriotas
del autor, me parece que en Rusia se vendieron mu-
chos ejemplares. Así los señores moscovitas, si es que
no leen la obra como una novela, estarán muv crei-
dos de que quien merece todo crédito es este escritor
moderno; y que los antiguos, á quienes él impugnaba,
eran nada más que unos pobres oscurantistas.
Me sugiere estas reflexiones el empeño que, via-
jando con un ingles, noté en su Eand Booh (Manual
-ó Guía), por convencer al lector de que es una estu-
pidez dar á la torre de Ramle el nombre de los Cua-
renta Mártires. Por de contado; para el autor de esta
Guía la tradición local es nada, aunque bien merecía
— 344 —
ella que se respetara su antigüedad y su generalidad,
como merece todo poseedor que se respete su derecho,
mientras que no se alegue otro mejor. Aquí se debe
notar, que la tradición relativa á esta torre ni siquie-
ra puede tacharse de interesada; pues no dice ella que
en este sitio fuesen sacrificados los cuarenta mártires,
ni por ese ú otro motivo le considera privilegiado.
Atestigua simplemente un hecho, que todos han creí-
do constantemente, hasta que un día vino por acá uno
de esos críticos del Occidente, que á fuerza de luz de-
jan de ver, y encontró, [prodigioso descubrimiento!
en 3a misma puerta de la torre, una lápida que tiene
esculpida una inscripción arábiga, y en esta inscrip-
ción la prueba de que han sido unos pobres ignoran-
tes ó unos indignos falsarios, cuantos han llamado de
los Cuarenta Mártires, á esta torre. Esa inscripción
no puede pretender el crítico que la encontró hacien-
do escavacíones, pues está incrustada en la torre, á
la vista de todos; y así, para tener él razón, es nece-
sario que juzgue de los que han creído y dicho lo con-
trario f una de tres cosas: ó que eran ciegos, por lo
que no vieron la inscripción, y de consiguiente, que
sólo él tiene ojos: ó que no sabían palabra de árabe,
cuya lengua sólo él entiende; ó que teniendo ojos y
entendiendo el árabe, quisieron embaucar á todos
con una superchería; de modo que sólo él es el hom-
bre de bien que ha venido á este sitio para restaurar
los fueros de la verdad.
Baste que la crítica del autor citado entrañe como
inevitablemente entraña, una de estas tres exhorbitan-
— 345 —
tes, y por lo mismo, absurdas pretensiones, para que
el lector imparcial, si no la rechaza desde luego con
indignación, por lo menos se ponga muy en guardia
contra ella. Pero ¿qué será cuando venga á examinar
por si mismo la lápida, y cómo está colocada? Basta
no ser ciego, y aun siendo ciego, sobra con el sentido
del tacto para convencerse de que esa lápida no forma
parte del edificio primitivo, que fué incrustada en él
posteriormente, y que ni siquiera se cuidó de disimu-
lar la añadidura* En efecto, esa lápida está so ore la
puerta que da entrada á la torre; pero esta puerta
tiene un umbral de medio punto, esto es, de forma se-
micircular* La lápida es un paxalclógTamo; de modo
que al paso que desfigura la puerta, deja ver la forma
primitiva del umbral, y ademas permito la entrada de
la luz por una abertura de tres ó cuatro dedos de an-
cho que queda entre la misma lápida y el umbral. El
que levantó esta torre, como lo prueba su solidos y
su elegancia, entendía de arquitectura; y asi no es de
creer que contra todas las reglas del arte, y hasta con-
tra el dictamen del más ordinario buen gusto, come-
tiera la falta de incrustar esa lápida en ella. Esto
prueba que la incrustación fué posterior; y siendo pos-
terior, aunque la inscripción de la lápida diga que esta
torre es obra de un Califa, no merece crédito alguno.
Más bien podemos sospechar que esa inscripción se
puso por vanidad, ó quizás por odio aun recuerdo cris-
tiano, en tiempo en que oprimidos los cristianos de Pa-
lestina no podian oponerse á esos manejos, ni siquiera
protestar contra ellos.
— 346 —
En apoyo de esta opinión añadiré que sobre el um-
bral de la iglesia de Santa Ana de Jerusalen había, y
aún no se ha arrancado, otra lápida sobrepuesta ó in-
crustada por los turcos, en la cual se dice, como referí
en otra parte, que aquella es una escuela mahometa-
na. ¡Buen argumento sería este para decir que aquella
no es una iglesia usurpada á los cristianos, cuando es-
tán diciendo que lo es, la tradición y las formas del
edificio!
Ni importa que se diga que las de la torre de los
Cuarenta Mártires corresponden á la arquitectura de
los árabes, pues bien se concilia con la tradición rela-
tiva á esta localidad cualquiera argumento que es-
tribe en esta circunstancia. Puede ser, en primer lu-
gar, que aquí hubiese, antes de la venida de los cru-
zados, una fortaleza turca, y que los guerreros del
Occidente no hiciesen más que renovarla, ensancharla
ó simplemente utilizarla, consagrando una iglesia in-
mediata en honor de los Cuarenta Mártires, cuyo nom-
bre se comunicara á la misma torre. Puede ser. en se-
gando lugar, que los cristianos la sacaran de cimien-
tos dándole formas arabescas; porque después de todo,
estas formas nada tienen de opuesto al cristianismo,
para el cual son indiferentes, en sustancia, los varios
estilos de arquitecturas, por más que algunos partida-
rios exaltados del gótico hayan exagerado la impor-
tancia de este y fulminado rayos contra los otros.
Cualquiera de estas dos hipótesis es probable, aten-
diendo á lo que sucedió en España, donde es frecuente,
á lo menos en las provincias de Andalucía, ó encon-
— MI —
trar enteros edificios árabes, como la catedral de Cor-
doba, convertidos en templos católicos, ó iglesias con
campanarios que tienen casi exactamente la misma
forma, si bien con menos dimensiones, que la torre de
Ramlc,
Por otra parte, que aquí habitaron los Templarios,
lo prueban hasta la evidencia las grandes ruinas de su
convento, inmediatas á la misma torre; y que pues
hubo convento, habría iglesia, es cosa igualmente in-
dudable. Ademas existe el subterráneo de la iglesia,
y en él los restos de algunos sepulcros del tiempo de
las Cruzadas, Así es que yo no sé lo que habrá ganado
el crítico ingles con venir á disputar la autenticidad
del nombre de esta torre, apoyado en la lápida citada.
La tradición local no dice que la misma torre fuera le-
vantada por los cristianos, sino que aquí hubo una
iglesia y un convento, bajo la advocación de los CÍUI-
renta Mar ¿¿res; y que esa iglesia y ese convento exis-
tieron aquí, está demostrado por sus ruinas, que aún
subsisten, comprobando la tradición y poniendo en
evidencia la ligereza ó la malignidad del crítico.
Me he detenido en este punto acaso hasta hacer-
me fastidioso á alguno de los lectores; pero al que se
sienta inclinado á acusarme de prolijo sobre un punto
que á primera vista parece de escasa importancia, yo
le ruego que reflexione acerca del origen y las tenden-
cias de la crítica que he discutido. Acerca del origen
de este lina ge de críticas, no es temeridad atribuirle á
una prevención hostil al Catolicismo, á- quien se
complace en tachar de mentiroso en puntos de orden
— 348 —
secundario, para disminuir de este modo la confian-
za que merece su enseñanza en las materias capitales.
Respecto de la tendencia, no podemos atribuir otra que
esta á esa crítica atrevida y presuntuosa, que examina
de ligero y falla precipitadamente en contra délas tra-
diciones católicas, mientras que acepta cuantas hipó-
tesis quieran presentársele sobre tradiciones profanas,
sin discutir sus pruebas, ni siquiera ver si son, ya que
no razonables, por lo menos plausibles.
La torre de Ramle puede tener treinta varas de
elevación, y su escalera consta de ciento veinte y cinco
gradas, formando un caracol, La fatiga que cansa la
subida, es ampliamente compensada con las magnífi-
cas vistas que se gozan en lo alto, fijando los ojos en
cualquiera de los rumbos del horizonte. Al Oriente
está la cadena de las montañas de la Judea, verdes en
su base, azuladas al medio, envueltas en la cúspide por
una ligera niebla. Al Occidente, el cielo forma un in-
menso cóncavo con franjas de oro y de grana, cu-
briendo como un dosel magnífico la inmensa planicie
del Mediterráneo. Al Norte se descubren la ciudad de
Lydda, hoy poblada en su mayor parte de turcos, y la
altura de Modni, célebre por los Macabeos. Al Sur, en
fin, se extiende la vista hacia Gaza, tan famosa en la
antigüedad: todo esto en lontananza. Alrededor de la
misma torre se encuentran. debajo de los pies del que
ha subido á ella para contemplar este espectáculo, las
verdes eras sembradas de trigo y de habas > con sus
cercas de nopal: unas cuantas viñas y parras que pro-
ducen racimos de uvas hasta de una tercia de largo:
— 349 —
varías palmeras que á su tiempo se cargan de dátiles,
y muchísimos olivos, árbol el más común en la Pales-
tina, que es á la vez allí un símbolo religioso y una
fuente de bienestar, en cuanto cabe que tengan bien-
estar los habitantes de una tierra hoy maldita por el
cielo y subditos de un déspota mahometano.
El cura católico de Ramle, que subió conmigo á la
torre, llamaba mi atención sobre cuan probable era
que los caballeros Templarios, establecidos en el con-
vento inmediato, observaran desde aquí tanto "la
aproximación de los peregrinos cristianos para socor-
rerlos , como los movimientos de los turcos para com-
batirlos. Y en efecto, nada mejor calculado para am-
bos fines, que esta elevadísima torre, desde la cual
puede verse, aun sin necesidad de anteojo, loque pasa
á tres ó cuatro millas de distancia. En la Edad Media,
cuando aún la caballería no podía moverse sino lenta-
mente, por los pesadísimos a meses de hierro que para
su defensa llevaban losginetes y los corceles, como se
ve especialmente en las armerías de Madrid y de
Malta, estas torres de vigilancia debían ser de una
utilidad grande en la guerra para prepararse á la de-
fensa. En cuanto al socorro de los peregrinos, sabido
es cuan conforme era el prestarlo a la índole particu-
lar de los caballeros de la Edad Media, y al espíritu
de las instituciones de aquella época memorable.
Hoy esta torre de nada sirve, si no es de objeto de
curiosidad á los viajeros, y de nido á los halcones. Es-
tas aves se escapan á la aproximación del hombre, y
están cerniéndose lenta y pesadamente sobre su ca-
- 350 -
beza, hasta que se lia retirado: dejándoles de nuevo li-
bre la inorada que les abandonó hace tiempo. Pero
viajeros y halcones tendrán dentro de poco que pri-
varse en este sitio, aquellos de pasto á su curiosidad,
y estos de asilo en las partes elevadas de la torre, si
progresa, como probablemente progresará rápidamen-
te la ruina de esta, por la incuria del gobierno turco.
Gracias á la solidez de su construcción, esta mole in-
mensa ha podido mantenerse en pié; pero si no se res-
taura lo que se ha deteriorado con el tiempo, si no se
consigue con oportunos reparos impedir que la destruc-
ción continúe, no será en un afío ni en dos, pero sí
llegará un dia en que esta torre sea un montón de es-
combros. Entre tanto , la vanidad de algunos viajeros
les ha inducido á esculpir allí sus nombres, que no por
eso se hacen ilustres; pues lo más que prueba la cir-
cunstancia de haber visitado ellos este monumento, es
que tenían los medios materiales de hacerlo. Ahora
bien, la posesión de esos medios no sólo no supone la
délas dotes que dan derecho á la gloria, sino que más
de una vez las excluye.
Al pié de la torre de los Cuarenta Mártires está el
cementerio de los musulmanes de Ramle, todos los
cuales, con excepción de unos pocos , se sepultan en
la tierra, haciendo levantar encima un pequeño pro-
montorio de ladrillo. Ningún signo de religión ni aun
de duelo se encuentra en este sitio, pues el Alcorán
ha matado tan completamente en el pecho de sus sec-
tarios, no solamente el buen sentido religioso, sino
hasta los nobles instintos del corazón, que los turcos
— 351 —
vienen á comer y beber en sus cementerios, sin acor-
darse de que á estos lugares solamente se debe venir k
orar ó á llorar. No teniendo para sus muertos una
lágrima, no es extraño que carezcan de respeto liácía
los difuntos de otras creencias; y asi yo vi sin sor-
presa, aunque con alguna indignación, cuando pasé
al cementerio separado de los católicos, la inmundi-
cia de qne habían cubierto la sepultura de un religio-
so franciscano que falleció en Ramle. Sea por despre-
cio al individuo, sea por odio á la cruz esculpida
sobre su sepultura, se habia hecho allí lo que cual-
quiera se avergonzaría de hacer delante de una per-
sona decente. Aliado de aquella tamba, asi insultada,
yace el cadáver del cónsul general de España D. Ma-
riano de Prellezo, El canciller del consulado me dijo
en Jerusalen que habia escrito a su familia en Europa,
para que tratase de la traslación de sus restos. Por lo
menos es necesario que le erijan algún pequeño mo-
numento , pues tal como está, en nada se distingue su
fosa de la de un mendigo.
El Padre cura de Iíamle, después que hubimos re-
citado algunas cortas preces sobre los sepulcros délos
católicos de Eamle, me llevó á ver las cisternas lla-
madas de Santa Elena, probablemente porque á costa,
ó bajo la advocación, ó en tiempo de esta piadosa Em-
peratriz , se construyeron estos grandes y útiles es-
tanques subterráneos, para recoger las aguas que
caen en el invierno y conservarlas para el verano.
Son tres las cisternas, pero hoy solamente sirven dos,
á las cuales se baja por quince ó veinte gradas. Cada
— 352 -
cisterna puede tener quince ó veinte varas de largo
sobre diez de ancho; lo cual permite que se forme
en ellas un gran depósito de aguas, útilísimo en un
país donde no hay más que la de la lluvia y ]a de los
pozos, para los usos ordinarios de la vida. Estas cis-
ternas se encuentran á una milla del convento de los
Franciscanos en Ramle.
El mencionado convento ocupa el sitio donde es-
taba la casa de S;m José de Arimathea; y como este
noble y piadoso personaje estaba unido con una santa
amistad á aquel otro príncipe y maestro de Israel que
le ayudó á bajar de la cruz y á embalsamar el sagra-
do cuerpo del Salvador, todavía se señala por la tradi-
ción, en el recinto del mismo convento y á la entrada
de la iglesia principal de Ramle, el lugar donde traba-
jaba San Nicodemus, el cual lugar está convertido en
capilla bajo su advocación. Los antiguos no se aver-
gonzaban, por más elevada que fuese su alcurnia; de
aprender desde niños algún oficio mecánico, ó de dedi-
carse á la agricultura; y aun después de haber hecho
en su patria una Sgura distinguida, ya en la carrera de
las armas, ya en la de la política, ó ya en la de las
letras, volvían con llaneza al ejercicio de aquellas pro-
fesiones, que lejos de envilecerlos, eran enaltecidas por
ellos. Hallándome en Roma, y recorriendo el malecón
deEipetta, he dirigido con emoción la vista hacia la
opuesta orilla del Tiber, donde se extiende el campo
que Cincinato recorría dirigiendo el arado de sus
bueyes con aquellas manos que tan gloriosamente
habían manejado la espada; pero en Ramle he sen-
— 353 —
ti do una emoción mucho más profunda y religiosa
visitando el antiguo taller del lapidario Nicodemns,
á quien el mismo Jesucristo llamó maestro en Israel.
(Joan. III, 10.)
El Evangelio de San Juan nos presenta á este
santo personaje en dos ocasiones distintas, que no sola-
mente forman un notable é instructivo contraste, sino
que constituyen una prueba brillante de la divinidad
de nuestra religión. En el capitulo III vemos que Ni-
codenms, reconociendo que Jesús era un enviado de
Dios} por los milagros que bacía, vino á verle, pero de
noche, como quien recela ser descubierto, ya por res-
peto liumano, ya porque temiese incurrir en las iras
de la sinagoga. Entonces fué cuando el Divino Maes-
tro le dio aquella lección sublime, de que no podemos
ver á Dios si no renacemos por el agua y por el Espí-
ritu Santo; añadiendo un anuncio claro y terminante
de que le habían de bacer morir en la cruz. ISicode-
mus oyó esta instrucción; mas no parece que desde
luego se declarase discípulo del Salvador 7 prefiriendo
probablemente, como José de Arimathea, serlo en
oculto , por miedo á los judíos. Sin embargo, cuando
uno y otro saben que ha muerto, deponen todo temor.
El uno se presenta osadamente, a-udacUf^ al presi-
dente romano , para pedir el cuerpo del Divino ajusti-
ciado (Marc, XV, 43.); y el otro va á comprar cosa
de cien libras de mirra y aloe mezcladas, para em-
balsamarle. Los dos se dejan ver en el Calvario, donde
todos habían abandonado al Salvador, menos su Ma-
dre Santísima, el Discípulo amado y unas c-uantas
SANTOS LUGARES. 23
— 354 —
mujeres: le bajan de la cruz, le lavan, le ungen y le
llevan con honor y reverencia á la sepultura. Este
cambio de conducta no admite una explicación natu-
ral, porque el miedo debía de ser mayor después que
antes de la muerte de Jesucristo, por el triunfo ma-
terial que al parecer habían alcanzado sobre Él sus
enemigos, «El respeto humano también debería haber
sido más poderoso en la segunda que en la primera
ocasión, porque si viviendo el Divino Maestro parecia
vergonzoso alistarse entre sus discípulos, por ser la
mayor parte de estos pobres, ignorantes, gente del
pueblo, y algunos de ellos publícanos y pecadores;
mayor era la ignominia que había recaído sobre la-
doctrina del Salvador, después que esta había sido
solemnemente calificada de blasfema por la sinagoga,
reputando al que la enseñaba digno de morir por ella
entre dos facinerosos. En vista de todo esto ¿qué
interés , qué motivo humano , pudo inducir á José y
á Nicodemus, discípulos vergonzantes de Jesucristo
durante su vida, á declararse sus amigos más afec-
tuosos y sus más decididos partidarios después de su
muerte? Ninguno, en verdad; y así es necesario re-
conocer en este cambio, obrado con tan singulares
circunstancias en personajes tan ilustres, pues el uno
era noble y rico Decurión, y el otro maestro y prín-
cipe en Israel, la acción evidente é irresistible de la
gracia, la fuerza del brazo omnipotente y la divini-
dad de la religión en cuyo favor se hizo este prodigio.
La iglesia de Ramle y la capilla de San Nicodemus
están, como he dicho, en el centro del convento de
— 355 -
los Padres Franciscanos. La mayor parte de los re-
ligiosos que en él residen, son ordinariamente españo-
les. Ellos dan allí hospitalaria acogida á casi todos los
viajeros de Europa> cualquiera que sea su creencia, ó
siquiera no tengan ninguna; y también los piadosos
maronitas que vienen del Líbano en peregrinación á
Jerusalen, el dia que salen de Jafia pasan la noche
en este convento, La primera vez que yo estuve en él,
había allí ocho ó diez ingleses, á quienes se daba de
cenar con bastante abundancia y aseo , aunque obli-
gándoles á guardar la abstinencia, porque era un
viernes. La segunda vez encontré en el mismo sitio á
un sacerdote seglar y á dos monges maronitas, que
luego pasaron la Semana Santa en Jerusalen. Había
ademas algunas otras personas de la misma nacionali-
dad, acomodadas en el patio del convento, por no al-
canzar las cámaras destinadas á los viajeros; mas
como estábamos en primavera, ningún inconveniente
había para aquellos peregrinos en dormir bajo el pa-
bellón de las estrellas. A la primera alborada hacían
ya ruido para marcharse, y en efecto se pusieron en
camino muy temprano para Jerusalen. Solamente se
quedó el sacerdote secular, que quiso acompañarme;
mas aunque hijo y habitante de las montañas, donde
no se puede andar sino á pié y á caballo, y donde los
caballos son buenos, él no me pudo seguir, y yo
llegué dos ó tres horas antes que él á Jerusalen.
En el convento de Kamle se muestra la cámara
que ocupó Napoleón I, cuando en su expedición 4
Egipto llegó hasta aquí. El hombre que poco después
— 356 —
habia de restablecer el culto católico en Francia, y
que en Santa Elena había de legar á la posteridad
cosas tan bien pensadas y tan bien dichas sobre Nues-
tro Señor Jesucristo, tuvo en Ramle el mal gusto de
decir: «que no entraba cu su plan de operaciones vi-
sitar á Jerusalen;» y estando á una jornada de dis-
tancia, no puso sus pies en aquel sitio donde se llenó
de respeto Alejandro Magno, visitando el atrio de aquel
templo donde hizo ofrecer un sacrificio al Dios verda-
dero el gran Pompeyo! ¡Miseria humana! El hombre
se cree grande disputando á Dios su grandeza,
cuando la verdadera grandeza del hombre está en re-
conocerse pequeño delante de Dios. Lo conoció, aun-
que tarde, Napoleón I, y es de creer que si le hu-
biera sido dado volver á comenzar su carrera, en
llegando á Kamle, lejos de volver la espalda al gran
Sepulcro de Cristo, iría á postrarse delante de aquel
monumento santo, rindiéndole el homenaje de su es-
pada y de su genio. Así es de esperarse que lo baria
el hombre que en el destierro , viendo las cosas como
son en si, y no bajo el prisma engañoso del orgullo,
después de demostrar á sus amigos todos los títulos
de incomparable superioridad que tiene Jesucristo so-
bre todos los héroes, preguntó á uno de ellos: «¿Estás
convencido?»; y como la respuesta fuese negativa ó
dudosa, añadió: «Pues ya veo que me equivoqué ha-
ciéndote general.»
En esta cámara t ocupada momentáneamente por
Napoleón , hospedan ahora los Padres Franciscanos
álos viajeros distinguidos. Allí habia estado, pocos
— 357 —
meses antes que yo visitase la Tierra Santa, el conde
de Chanibord, y los religiosos me hablaron de 311
piedad, digna de un. heredero de San Luis; elogio que
igualmente hicieron los de todos los otros conventos de
Palestina. El archiduque Maximiliano de Austria y el
duque de Brabante también han estado allí en estos
últimos años.
En un terrado del convento tienen los Padres
Franciscanos, para pasar un rato en conversación,
algunos asientos, bajo una antigua y frondosa parra,
cuyo tronco es de una cuarta de diámetro. Me ase-
guraron que esta parra en ei último año llevó se-
tecientos racimos de uvas, y que otro año produjo
hasta mil, entre los cuales los habla de una ter-
cia de largo. No sólo aquí se encuentran estas con-
vincentes demostraciones de la verdad con que nos
hablan los libros santos de la antigua y asombrosa
fertilidad de este país. A pesar de la maldición del
cielo que le oprime, todavía de vez en cuando aparece
en su superficie una muestra de su nativa fuerza y
fecundidad, como para que veamos lo que podrá vol-
ver á ser esta prodigiosa tierra, el dia que Dios le-
vante de ella el brazo pesado de su justicia.
El dia :2:2 de Abril, á las cuatro de la tarde, salí yo
fie Ramle con dirección á Jaffa. en donde deseaba
encontrarme la misma noche, porque al dia siguiente
debía tocar en aquel puerto el vapor de las Mensaje-
rías Imperiales, viniendo de Beyrouth, para tomar la
correspondencia y pasajeros, y trasportarlos á Ale-
jandría y de allí a Malta y Marsella. El Padre Revé-
- 358 —
rendislmo y SÜ comitiva se pusieron en marcha
una hora antes que yo, que preferí ir solo por no
caminar tan despacio y librarme de la molestia del
polvo que tan numerosa caravana no podía dejar de
levantar en el camino. En cuanto á seguridad, la
experiencia me habla convencido de que hay la ne~
cesaría entre la costa y la capital de la Judea. Ade-
mas, la multitud de peregrinos que se volvían á Jaffa,
hacia que disminuyesen loa riesgos sí algunos exis-
ten en esta travesía.
No pude, pues, visitar á Lydda, que está á la de-
recha de Eamle, porque el cura de esta última ciudad
que me había ofrecido acompañarme á aquella, juzgó
que ya era. tarde para ir allá. Lydda es interesante
por sus recuerdos bíblicos. «Sucedió, dice el libro
de los Hechos Apostólicos, que recorriendo Pedro to-
dos los lugares, estuvo entre los santos que habitaban
en Lydda. Allí encontró un hombre que se llamaba
Eneas, el cual era paralítico , y ocho años hacia que
estaba en cama. Y díjolc Pedro: «Eneas, el Señor Je-
sucristo te sana: levántate y extiende tuá miembros.»
Ir al punto se levantó. Y viéronlo todos los que habi-
taban en Lydda y Saron, los cuales se convirtieron al
Señor.» (Cap. IX, ver. 32 á 35.) Otro paralítico hay
ahora en Lidda, con quien Dios, por medio de los
enviados del sucesor de Pedro, comienza á hacer el
mismo milagro de que deje el lecho y se ponga en
movimiento. Este paralítico es el cuerpo de los grie-
gos cismáticos, una parte considerable de los cuales
se ha unido á la Iglesia Católica, de modo que ha
— 339 —
¿ido necesario que el Patriarca de Jerusalen ponga
allí un cura católico.
En la misma llanura de Saron, que atraviesa el ca-
mino de Kamle á Jaffa , habia antiguamente, pero en
sitios que sin duda no se conocen añora, otras ciu-
dades célebres. De este número eran Jamma, donde
Judas Macabeo derrotó á los árabes: Caspui, pobla-
ción circundada de puentes y murallas, donde había
un estanque cuyas aguas quedaron teñidas do rojo
con la sangre de sus habitantes: Qetch, cerca del mar,
patria de Golíath, y ZecM, que significa numdífada,,
porque con la de un asno derrotó aquí Sansón á los
filisteos. Al Sudeste está el lugar donde habiendo pe-
recido los hijos del gran sacerdote fíelí, perdieron los
israelitas el arca del Señor, y allí fué en donde Samuel,
cuando los israelitas vencieron á los filisteos, puso una
piedra llamada del Socorro, en recuerdo del que Dios
habia prestado á su pueblo.
Todos estos recuerdos v otros muchos relativos á
esta llanura de Saron , bastan para hacerla interesan-
te; pero ademas, en la estación de primavera, á los
goces déla memoria vienen á asociarse los déla vista,
porque es en efecto bellísima la perspectiva que por
todas partes se nos presenta. Bajo un cielo azul y
trasparente, y á la luz de un sol que majestuosamente
desciende á ocultarse en el confín del Océano, en un
horizonte casi sin límites, juegan una multitud de
objetos verdaderamente hermosos. La inmensa sábana
verde que se extiende bajo los pies, entapizada de
anémonas, jazmines y lirios silvestres: los grupos de
- :m -
casas y mezquitas, sombreadas por algunas palme-
ras, que forman las aldeas mahometanas: las atalayas-
puestas á todo lo largo del camino, ondeando sobre
ellas 3a roja bandera turca T con su blanca media luna
en el centro: la hilera que forman en el camino las ca-
ravanas, compuestas de viejos y niños, de hombres y
de mujeres, á pié unos, otros en borricos, algunos
acostados en una especie de cestas, sobre el ancho
lomo de mulos enormes: las filas de camellos que con
tardo paso van y vienen del puerto al interior del
país, llevando las mercancías ó las naranjas olorosas
y doradas, ó trayendo á sus mismos conductores,
negros algunos como la noche, sobro siz ancha y
elevada jiba: los grupos de labradores que acá y allá,
con malos arados y un ganado diminuto , remueven
superficialmente la tierra para depositar en ella la se-
milla del cldan7 con el cual se hace después un consi-
derable comercio; todo esto forma un cuadro verdade-
ramente variado y grato, cuya contemplación hace
olvidar las fatigas del camino y roba las horas al
viajero.
Así este, casi sin apercibirse de ello, se encuentra
enmedio de los jardines de Jaffa. En todo tiempo han
sido célebres estos jardines» Michaud dice en la His-
toria de las Cruzadas, que el ejército cristiano se
acampó en estos vergeles, donde los árboles se ren-
dían y doblaban al peso de los higos, de las manzanas
y de las granadas. (Libro 8.°) Yo no he visto allí ni
manzanas ni higos, pero sí innumerables naranjas y
limones, con los cuales se surten los bazares de Jera-
— sn —
salen y los del litoral del Mediterráneo } verificándose
literalmente que los árboles, al mismo tiempo que es-
tán cargados de frutos maduros, se cubren de azaha-
res. Es delicioso atravesar estos jardines, porque el
ambiente está completamente embalsamado con el
olor de aquellas flores; los ojos se recrean con la vista
de los amarillos limones y délas doradas naranjas, que
á centenares penden las ramas de los árboles. Es-
tas naranjas son muy grandes, tienen mucho y muy
dulce jugo, y están cubiertas de una gruesa corteza.
Los limones, cuando son dulces, tienen una ligerísi-
ma corteza y un sabor delicioso. Los hay también aci-
dulados» y los vapores franceses se proveen en abun-
dancia de ellos, para servirlos con el té. á los viajeros,
ó dárselos á oler como un preservativo contra el ma-
reo. Los granados de los jardines de Jaffa no tenian
fruto cuando yo pasé; pero entre sus afelpadas hojas,
aparecia sí una multitud de flores. color de fuego,
que prometían una abundante cosecha. Para regar
estos jardines hacen sus dueños uso de las norias: los
llamo dueños T porque lo son délos árboles, pues el
terreno pertenece al Sultán. Los socialistas harían
bien en venir á ver prácticamente en Turquía, cuáles
son los resultados de la expropiación de los partícula-
res. Aquí, donde el campo que cultiva este año Pedro,
lo puede ocupar el ano siguiente Juan í la agricultura
presenta en general un miserable aspecto; y es nece-
sario que así suceda» porque el buen cultivo exige
gastos considerables en trabajos permanentes, que na-
die quiere hacer, por lo mismo que su tenencia del sue-
-~ 362 —
lo es precaria. Desdo el momento en. que se diga que
cada uno no trabaja para si, porque todo es de todos,
nada será de nadie > porque no trabajando nadie, nada
se producirá. Esto es obvio, porque lo dicta el simple
buen sentido; y sin embargo, en el siglo de las luces
ha llegado (i oscurecerse de tal modo esta verdad ele-
mental 7 que nos vemos obligados á enviar a algunos
á la escuela de la Turquía para aprenderla. No se
crea que esto es pedirles mucho * Más es darles las
lecciones á balazos, como lo hizo Cavaignac en las ca-
lles de París el año 1848, ó enviarlos á aprenderla en
Cayena, como lo hizo Luis Napoleón en Diciembre
de 1852. Sólo que este último maestro ha hecho mal
en 1859 y 60, de ayudar á poner en práctica otra es-
pecie de socialismo engrande; pues si hay lógica en
el mundo, de él no puede menos de nacer aquel otro
género de socialismo, que se puede llamar pequeño.
En Jaffa rae dieron hospedaje los PP. Francisca-
nos en su convento, sobre cuya puerta están esculpi-
das en piedra las armas reales de España. El Prior y
alguno de los religiosos son españoles: antes lo eran
todos, pero La abolición de los institutos monásticos en
la Península creó tantas bajas en Tierra Santa, que
para no dejar solas algunas casas religiosas, ha sido
necesario poner en ellas italianos. Esperamos que el
convento de Priego, protegido por el Gobierno de Su
Majestad, irá dando sugetos para llenar aquellos hue-
cos, y que asi, la nación católica por excelencia es-
tará competentemente representada en los Santos Lu-
gares. Para esto, me parece haberlo dicho ya en otra
— 363 —
parte. debía ponerse al frente de la Obra Pía de Jeru-
salen en Madrid, un Prelado ilustrado y celoso , pues
que un simple seglar, venido acaso con prevenciones
á ese destino, y distraído con las polémicas de la pren-
sa, no puede, ni inspirar confianza á los religiosos, ni
conocer las necesidades de la misión, ni es cogitar los
medios necesarios para fomentarla.
.Taifa es llamada Joppe en el libro de los Hechas
Apostólicos. Aun antes, mucho antes de que bajo este
nombre se hiciera ilustre por la residencia que hizo
aquí el Príncipe de los Apóstoles, este puerto era ya
célebre en la tradición v en la historia así eclesiástica
como profana, Jaffa es reputada la ciudad más anti-
gua del mundo, Dícesc que aquí construyó Noé el
arca. La mitología colocaba aquí la trajedia de Andró-
meda, espuesta al Centauro y librada por Perseo; fá-
bula que, como otras de su genero, á la vez que entra-
ñaba alguna verdad» tenia alguna oculta significación.
En este puerto desembarcaban los cedros traídos del
Líbano , para la construcción del templo de Salomón.
Aquí se embarcó Jonás, huyendo de la orden del Se-
ñor. Judas Macabeo incendió este puerto, para casti-
gar á sus habitantes que traidoramente habían dado
muerte A sus hermanos. San Pedro habitó aquí. en la
casa de Simón el Curtidor, cuyo sitio ocupa lioy la
iglesia del convento latino, donde yo he dicho tres
veces Misa; y también se conoce el lugar donde estaba
la casa de Tabita, á quien Tesucitó el mismo Apóstol.
Aquí, estando sobre el terrado de la casa de Simón,
fué en donde el primer Vicario de Cristo tuvo aquella
— 364 —
visión misteriosa, en que se le reveló la vocación de
los gentiles á la fe: y aquí mismo fué donde San Pe-
dro reeibió la embajada del Centurión Cornelio, como
prenda y primicia de la admirable pesca de hombres
que habia de hacer en el universo mundo, el antiguo,
pobre é ignorante, pescador de Galilea.
Cuando San Pedro tuvo aquella visión, y llegaron
los enviados de Conidio, habia subido á orar en el tor-
rado de la casa de Simón el Curtidor. Hoy, la cons-
trucción del convento latino edificado en el mismo si-
tio, es en forma de anfiteatro, y cabalmente la habita-
ción queme señalaron los Padres, daba á un terrado,
dominando toda la ribera del mar y permitiéndome
observar sus agitaciones, el movimiento del puerto y el
arribo de los buques. Los que tocan ordinariamente en
.Taifa, son los vapores de las Mensajerías Imperiales,
los del Lloyd austríaco, y los de la línea rusa; pero
á veces les es imposible desembarcar los pasajeros y
mercaderías, teniendo que pasar de largo hasta Kai ffa
si vienen de Alejandría, ó hasta, Alejandría si al con-
trarío vienen de Kaiffa ó de Beyroutb. Yo no he visto
una rada más mala que la de .Taffa. Las olas se embra-
vecen al chocar con las ruiuas del antiguo puerto, cu-
briendo con su espuma las piedras que todavía apare-
cen á flor de agua ; y así, á no hacer un tiempo muy
bueno > el desembarque es imposible, ó por lo menos
incómodo. Agrégase á esto que para saltar en tierra,
no hay muelle, de modo que, cuando la marea está
baja, es preciso salir en hombros de algunos mozos
destinados á este servicio; y cuando está alta, atra-
— 365 —
cando la lancha debajo de la puerta de la Aduana,
como no siempre está lista la escalera, es necesario
dejarse levantar en alto por los brazos. El embarque,
por esta parte, se hace con más facilidad; y cuando yo
partí definitivamente de la Palestina, lo hice con el Pa-
dre Custodio de Tierra Santa, en una falúa empave-
sada con la blanca bandera del antiguo reino de Jeru-
salcn. adornada de la quíntuple cruz roja, Aquel Pre-
lado tiene el derecho de desplegar al viento esta ban-
dera en todas las escalas de Levante.
Jaffa, vista desde el mar, presenta una perspecti-
va encantadora. Sus casas, agrupadas unas sobre
otras, bañadas por el sol que delante de ellas se refleja
en las olas, aparecen trasparentes; y como les forma
un fondo bellísimo la cadena de las montañas de la Ja-
dea, la ilusión óptica es completa. Llamóla ilusión,
porque la aventajada idea que uno había formado de
la población, viéndola desde el mar, se desvanece en
poniendo los pies en ella. Las calles son. estrechas, des-
empedradas y tortuosas : las casas no tienen orden ni
simetría: no hay ningún edificio elegante. Lo mejor
de este género es el centro del bazar, y la puerta que
conduce á los jardines y á Jerusalen. La iglesia de los
latinos es pequeña, aseada y devota. La de los grie-
gos, con más aires de moderna, no tiene tampoco vista
ni notable belleza, Jaffa, ciudad que tan importante
papel lia hecho en la historia, no encierra ningún mo-
numento material que recuerde loa grandes sucesos
ocurridos en su recinto-
Pero ¿qué importa esto? Después de todo, los luga-
— 366 —
res célebres no tienen necesidad de esos caracteres ma-
teriales para hacerse entender y sentir. La memoria
suple por todo lo que los sentidos echan de menos;
el entendimiento contempla sin necesidad de aquellos
auxiliares palpables; el corazón siente solo, siquiera
falten los objetos que pudieran causar una impresión
física. Cuando se llega á Jaffa, al poner los pies en
tierra, se conoce que se está en otro mundo; ó más
bien , se siente la realidad de aquellos pensamientos
que toda la, vida han alimentado á nuestro espí-
ritu. Aun el que no cree, siquiera nada hable aqui
á su corazón, todo habla á su entendimiento; y á me-
nos de ser un estúpido ó de ignorar del todo la histo-
ria, y desconocer lo que es la humanidad, no puede
desconocer que ha pisado el suelo más ilustre, más fe-
cundo, más interesante del globo. El piadoso pere-
grino le besa, le riega con sus lágrimas, y bendice al
cielo por haberle conducido hasta estas playas santas
y afortunadas. Si partiendo de sus hogares entonó con
Zacarías el Benedictas Domiw&s Deus -iJsrael, al lle-
gar acá se siente inclinado á exclamar con el anciano
Simeón el Niinc dimittis servum twwm secundtm ver-
bum tumi inpace.
CAPÍTULO XVIII.

ADIÓS Á LA TIERRA SANTA.

Si los sentimientos de que acabo de hablar son los


que experimenta un viajero católico al poner por pri-
mera vez los pies en la Tierra Santa, ¿cuáles serán los
afectos que llenen su pecho, cuando después de una
dichosa peregrinación, se vaya alejando de aquellas
benditas playas? El viernes 23 de Abril de 1862, el
vapor Ht/daspes de las Mensajerías Imperiales, á cuyo
bordo me encontraba yo para regresar á Europa, levó
anclas de la rada de Jaffa á las dos de la tarde. En pri-
mera, en segunda y aun en tercera y cuarta clase, ha-
bía numerosos pasajeros. Siete entre ellos éramos ecle-
siásticos, á saber: el Bmo, P. Custodio de Tierra
Santa } su compañero, y un lego franciscano; un ca-
nónigo de Vercelli, en el Piamonte, que acababa de
hacer su segunda visita á la Palestina, con esperanzas
de hacer la tercera; el cura católico de Jephné. sacer-
dote secular francés; el P. María Alfonso Eatisbonne,
convertido en Roma milagrosamente el ano 1841, y yo.
La mar estaba tranquila, despejado el cielo, diáfana
la atmósfera. Reclinado sobre el puente del buque,
aunque el P. Ratisbonne me ofrecía una colección del
— 30fc —
Diario de los Debates, llegado por el último paquete,
yo prefería á imponerme de las más recientes noticias
de Europa, la contemplación del magnifico panorama
que se descubría á mi vista y que iba cambiando por
momentos. Primero, el aspecto pintoresco de Jaffa, si-
tuada en una colína sobre la cual se agrupan sus ca-
sas, sus conventos y sus minaretes, presentando una
vista encantadora, especialmente por la ilusión que
causan los rayos del sol que la inundan reflejándose
enlasaguas de la rada, En el fondo, la cadena de mon-
tañas de la Jiidea, que en lontananza aparecen pinta-
das do color azul y púrpura, ocultan la santa ciudad de
Jerusalen: y más acá. en la prolongación de la misma
costa, el aliña busca, y puede decirse que el instinto
adivina, los lugares donde estuvieron tantas ciudades
célebres y se verificaron tantos acontecimientos inte-
resantes. Yo fijaba la consideración en que en un
punto de este litoral, San Felipe, después de bautizar
al eunuco de la Reina Candaces, fué arrebatado por
el espíritu, como se nos refiere en el libro de los He-
chos Apostólicos (Cap. VIII, vers, 26 al 40); y que no
lejos estaba también Azot. la ciudad donde íué hallado
aquel admirable Diácono. Después recordaba que en
esta misma costa fué edificada Cesárea por Herodes,
el verdugo de los inocentes; y que allí mismo Herodes,
el sacrificado! de San Juan Bautista, murió devorado
de gusanos. Así seguía toda la cadena de importantes
tradiciones vinculadas á las ruinas de que están sem-
bradas las arenas que baña por toda esta parte el Me-
diterráneo hasta llegar á Bcyrouth. la antigua Berito;
— 369 —
y pasando con la imaginación de Beyrouth á 1.a céle-
bre Antioquía, primera Sede del Sumo Pontificado,
me trasladaba luego, en espirita hasta Smyrna, ilustre
por haber sido su Obispo el mártir San, Ignacio; y de
allí me trasportaba de la misma manera al Bosforo, y
del Bosforo al Píreo, complaciéndome en hacer resuci-
tar por algunos momentos en la memoria la gloria y
la decadencia, la cultura y la barbarie que se han su-
cedido en aquellas tierras clásicas de la Grecia y del
Bajo Imperio,
Yo hube de contentarme con estos recuerdos, por-
que ni las disposiciones que habia tomado al era-
prender mi viaje, ni el mucho tiempo que en este
habia empleado, me permitían detenerme más en el
Oriente; y por otra parte, lo confieso, la tierra clá-
sica del paganismo habia perdido para mí mucha
parte desús poéticos é históricos encantos, después
de haber visto y palpado las siempre vivas y elocuen-
tes realidades de la tierra clásica del cristianismo.
El 23 de Abril, á medida que se alejaba de la playa
de Jaffa el vapor, me despedía yo de aquellos benditos
lugares, viéndolos desde lejos, después de haber fijado
en ellos con una emoción mezclada de santo gozo y de
respetuoso temor, mis pobres plantas, y de haber im-
preso reverentemente en muchas de sus piedras y de
sus ruinas, mis humildes labios. Mi corazón, más que
mi lengua > cuando ya no descubría yo desde el puen-
te del Ifydaspes más que como una cinta azul las ci-
mas de las montañas de Judea, tras de las cuales
está sentada en medio de su desolación , pero ilumi-
ftANTOS LUGARES. £4
— 370 —
nada de los rayos de la esperanza, la ciudad en que
se han obrado tantos prodigios por Dios y cometido
tantos crímenes por los hombres, yo repetía aquellas
admirables palabras del salmo 130: «Sobre el rio de
Babilonia, allí nos sentamos, y lloramos cuando nos
acordábamos de Sion: en los sauces, en medio dé ella,
suspendimos nuestros instrumentos músicos,...*» «Si
me olvidare de tí, Jerusalen, dése al olvido mi diestra
mano. Pegúese mi lengua al paladar, si de ti no me
acordare, si no propusiere á Jerusalen en el principio
de mi alegría.» Con estos sentimientos, habiendo aca-
bado de desaparecer enteramente de mi vista la Pa-
lestina , batiendo las olas los costados del vapor, y
cuando todos los pasajeros se preparaban á colocarse
en la posición menos incómoda para resistir al mareor
yo bajé á mi camarote, y encontré que tenia en él por
compañero de viaje al Reverendísimo Padre Custodio
de Tierra Santa, á quien la empresa de las Mensa-
jerías Imperiales, con una atención y un desinterés
que la honran, conducía á Europa, no sólo gratuita-
mente, sino en primera clase. El sacerdote su socio, y
el lego que le servia, eran llevados también de balde,,
pero en segunda clase.
Nuestra navegación hasta Alejandría fué un poco
incómoda, porque aunque el tiempo era sereno, el
mar estaba algo agitado. Duró treinta horíis, y el va-
por austríaco que salió casi al mismo tiempo que nos-
otros, nos sacó considerable ventaja. Sin embargo,
no sufrí al regreso como á la ida, el percance de que
arribara el vapor á Alejandría entrada ya la noche.
— 371 —
Cuando esto sucede, es necesario estar toda ella ca-
peando á la embocadura del puerto, porque es impru-
dente arriesgarse á penetrar en 61 sin la luz del día.
El sábado 24, á las seis de la tarde, fondeábamos, y
á las siete y media de la noche estaba yo alojado en el
convento de los Padres Latinos. Allí encontré á dos
religiosos agustinianos de Malta, con quienes recorrí
los alrededores de Jernsalen, y á quienes vi de nuevo
en el Monte Carmelo. Habían pasado la Semana.
Santa en Alejandría y visitado la mezquita del Cairo
y las célebres Pirámides de Egipto, Yo no lo hice,
tanto porque hacia ya demasiado calor en aquel país,
como porque no daba tiempo el vapor, el cual debía
continuar su viaje en la mañana del martes 27 , y u r -
gí éndome á mí volver á Europa, por dolorosas é in-
declinables atenciones de familia , no podia estar en
Egipto quince días más aguardando otro vapor. El Pa-
dre Custodio de Tierra Santa , por excitación del Pre-
fecto Apostólico del Cairo, Monseñor Perpetuo Guas-
eo, Franciscano como él, resolvió quedarse ese tiempo
en Alejandría, para venir á Europa en el vapor si-
guiente con aquel Prelado, invitado á asistir con los
demás Obispos á la canonización de los mártires del
Japón y del Beato Miguel de los Santos.
El golpe de vista que al entrar en el puerto pre-
séntala ciudad de Alejandría, es verdaderamente pin-
toresco. La bahía está sembrada de mástiles y cruzada
de pequeños botes, en los cuales acuden los árabes á
recoger á los viajeros de todas las naciones que, ó
vienen á expender en Egipto sus mercancías, ó á cu-
— 372 —
raíse de la tisis, ó atraviesan el istmo de Suez diri-
giéndose á Filipinas, á la India;, á la China y al Ja-
pon; de modo qué una de las industrias más lucrativas
en Alejandría, es el alquiler de" coches y de borricos
pura trasladar á los viajeros del puerto á las posadas,
De los "borricos se hace un uso general, montando en
ellos hasta las señoras. Son pequeños, pero bien forma-
dos , dóciles al frenó y de una marcha ligera y suave.
Los jóvenes árabes, hablando chapurradamcnte todos
los idiomas de Europa, apenas ha puesto el viajero los
pies en tierra,- le asaltan, le rodean y casi le oprimen,
ofreciéndole sus borricos; y así que ha montado en
aig-uno de estos, van detrás de él al mismo paso del
animal, dando áeste voces y descargándole palos de
vez en cuando, con una vara que llevan al efecto, no
tanto para que ande, cuanto para que no se extravíe.
Este medio de trasporte, grotesco para el que no le
ha visto nunca, es, sin embargo, cómodo, seguro y
poco costoso, No hay más, tanto en esto como en la
venida á tierra desde el buque, que la molestia Cau-
sada por el agrupa miento de los árabes alrededor del
pasajero para arrebatárselo, lo cual obliga algunas
veces á enarbolar el bastón para abrirse paso, reco-
brando uno su natural libertad.
Las calles de Alejandría, fuera del cuartel de los
europeos, son tortuosas, desempedradas y estrechas;
deffiodoqué, en la estación de lluvias deben hacerse
casi intransitables por lo deleznable del terreno, la
detención de las aguas y la dificultad de que penetre
el sol. Las casas, que son de dos cuerpos, tienen en el
— 373 —
primero almacenes ó tiendas, y en el segundo Jais ha-
bitaciones para las familias. Los balcones están cerra-
dos, no con las persianas modernas, sino con las anti-
guas celosías. Comienza aquí á verse la desconfianza
que, por la triste condición á que están reducidas por
el Alcorán las mujeres, tienen de ellas los sectarios del
falso profeta de la Meca, Poco les importa á estos que
la mujer yea, con tal de que no sea yista; porque para
el mahometano, lo que importa es la materia , no el
espíritu. Al contrario el Evangelio, conociendo (jue la
pureza del cuerpo depende de la del alma, procura
atajar el mal en su principio . llegando á declarar que
el que pecó en su interior, es ya reo. aunque exterior-
mente no consume su delito. Y esta es la única doc-
trina verdaderamente moral y filosófica; porque toda
virtud que no proceda más que del miedo, y lo sea por
impotencia de dejar de serlo} no es virtud sino hipo-
cresía. Así es que de nada sirven á los turcos sus celo-
sías en las casas, ni el velo que sus mujeres llevan
cubriendo todo el rostro hasta los ojos, y á veces hasta
¡afrente, para no ser vistas. Con todas estas precau-
ciones, ¿qué nobleza > qué elevación hay entre aque-
llas desgraciadas? Las prudentes precauciones son
buenas, pero el origen del bien es otro; y el islamis-
mo , con su doctrina grosera y sensual, secando la
fuente que riega el jardín de las virtudes, no puede
engalanar á la mitad del género humano con la más
hermosa y más fragante de todas las virtudes, que es
el pudor.
Los almacenes ó tiendas del piso bajo de las casas,
— 374 —
en algunas calles de Alejandría, y varias pequeñas
plazas, forman el bazar de la ciudad, donde se vende
una multitud de granos, semillas y frutas. El dátil,
producto de las innumerables palmeras que dan á la
ciudad un aspecto interesante; la uva y el higo secos,
las avellanas y las nueces, y cuando yo estuve allí,
hasta las canas de aziicar, los plátanos y las sandías
estaban de venta en aquel bazar. Pero el desaseo de
los árabes, que no sólo manejan todo aquello con ma-
nos sucias. sino que se sientan en medio de las canas-
tas, quitándose las babuchas, las cuales arriman, así
como los pies, á los mismos objetos que van á vender,
son cosas tan desagradables, que oblig'an á apartar la
vista y á procurar olvidarlas, cuando después se sien-
ta uno á la mesa. Por fortuna, en el convento de los
Padres Franciscanos, donde yo me hospedé, y en la
mesa de los padres Lazaristas , que me convidaron á
comer, no ponían en la mesa ninguna de las frutas
que yo había visto en el bazar.
El barrio ó cuartel de los europeos está en el centro
de Alejandría t y parece trasladado allí como por en-
canto, de alguna de las ciudades de Francia. A los
cuatro lados de una plaza, que puede tener doscien-
tas varas de largo sobre cien de ancho, se levantan
casas de tres y cuatro pisos, fabricadas enteramente
al gusto europeo, y todos sus habitantes son france-
ses, ingleses, italianos, griegos y malteses. Cada una
de estas nacionalidades forma en Alejandría grupo
aparte, aun en lo religioso. Los franceses tienen por
párrocos á los Padres Lazaristas, cuya casa é iglesia
— 375 -
están muy cerca de la plaza; y enfrente se halla la
casa de las Hijas de San Vicente de Paul, las cua-
les, ademas de atender al hospital que está separa-
do, tienen allí una numerosa escuela de niñas ^ á las
cuales vi yo en la Iglesia asistiendo á la reserva del
Santísimo Sacramento con mucha modestia y com-
postura. Los italianos y malteses, por la identidad de
la leng-ua y por simpatías de paisanaje, acuden á la
iglesia de los Padres Franciscanos, que es la verdadera
parroquia católica de Alejandría. Son sobre cuatro
-mil los malteses que hay en aquella ciudad, en donde
no sólo conservan la fe que llevó á su patria San Pa-
-blo, sino que la practican fielmente; pero entre los
italianos es de temerse que, por desgracia, siendo
algunos de ellos arrojados de su país por revolucio-
narios , ú obligados á huir por crímenes, haya mu-
chos que, lejos de edificar a los turcos, sean la ver-
güenza del nombre cristiano que no han renunciado
todavía,
Tanto la iglesia de los Padres Lazaristas, como
la de los Padres Franciscanos, aunque no muy gran-
des, son aseadas, decentes y dignas de servir al culto
católico. En el altar mayor de la primera hay un
cuadro de la Inmaculada Concepción, obra de la es-
cuela francesa; y en el de la segunda hay otro repre-
sentando á Santa Catalina mártir , patrona de la
parroquia, reg*alado por el archiduque Maximiliano
de Austria. La figura de Santa Catalina ha inspirado
felizmente á los pintores. En la cripta de Santa Ce-
cilia en Roma, y luego en la sala del Cardenal Auto-
— 376 -
nelli, he visto dos cuadros hermosísimos representando
los místicos esponsales de la ilustre virgen y doctora
con el niño Jesús, á -quien tiene en brazos la Santísi-
ma Virgen. En Alejandría, Santa Catalina se deja
ver en actitud triunfal entre los verdugos. Es también
un desposorio» San 'Gerónimo llamaba á la muerte
hermana y esposa, aunque se le presentaba pálida y
triste. ¿Pues cómo debía llamarla una doncella, que
por la muerte de mártir triunfaba en la tierra como
heroína, para volar al seno de su Dios, verdadero es-
poso de las almas puras y santas? Fuera de esta igle-
sia, nada queda en Alejandría de la Santa que la ilus-
tró con su saber y su martirio; mas con sólo consa-
grarla este templo, la Iglesia Católica demuestra que
ella es la única que sabe y puede inmortalizar la me-
moria de los héroes.
Los ingleses tienen su iglesia en la plaza misma,
centro del cuartel europeo, Es un edificio primorosa-
mente labrado en el exterior, y debe de ser muy con-
fortable en el interior, aunque esto no me consta de
vista, porque yo no le visité. No sé, verdaderamente
á qué orden pertenece su arquitectura. Me pareció que
con igual propiedad podría ser una iglesia que un
teatro ó un salón de baile, si es que no se prefiriera
convertirlo en bolsa; cuyo último destino, si se le
diese algún dia á este edificio., seria acaso el más con-
forme al designio con que fué levantado, ó por lo
menos al espíritu del clero que le servia, :si este -clero
es, como lo supongo, el de la Iglesia anglicana. Los
protestantes, de algún tiempo á esta parte, se han
- 377 —
dado á levantar iglesias del orden gótico, sin acor-
darse de que cuando reinaba el gusto por este estilo
de arquitectura, no existia el protestantismo, y que,
de consiguiente, no puede haber armonía entre am-
bos; sino que, al contrario, hay la más decidida oposi-
ción. Enemigo el protestantismo del culto de las imá-
genes, del sacrificio de los altares y de los sufragios por
los difuntos, ¿qué puede haber de común entre él y la
inspiración artística» que expresando en admirables es-
tatuas , bajos relieves, ojivas y fechas el pensamiento
católico y los más nobles sentimientos del corazón
cristiano, levantó esas catedrales y abadías de la
Edad Media, con sus nichos, columnas y chapite-
les llenos de cabezas de serafines y bustos de san-
tos ; con sus altares llenos de molduras, y sus capillas
sepulcrales adornadas de la cruz, y con inscrip-
ciones que recomiendan orar por los finados? Así son
más lógicos consigo mismos aquellos protestantes que
levantan sus templos en forma de bolsas t que los que
construyen iglesias góticas, cuya sola estructura es
un argumento contra el protestantismo: pero como
a este se le escapa el espíritu, se une á la materia, y
no pudiendo vivir en las almas, quisiera encarnarse
en las piedras, aun á costa de un anacronismo.
Los griegos tienen también su iglesia en Alejan-
dría , muy cerca de la de los latinos; y así como estos
enarbolan en su campanario, los días de fiesta, la
blanca bandera de Tierra Santa, con su .quintuplo
cruz roja, así aquellos .despliegan al viento sobre la
torre de su templo, .un pabellón Manco, con una gran
— 378 —
cruz celeste en el medio* Los cismáticos del Oriente
no se avergüenzan de la cruz, y este es un motivo
más para que esperemos su conversión, que tantos
progresos sigue haciendo de día en di a.
Alejandría tomó su nombre del hijo de Filipo de
Macedonía , cuyo cadáver se conservó aquí por mu-
cho tiempo, Bajo los Ptolomeos, y mucho tiempo des-
pués, fué esta ciudad importantísima, y se hizo céle-
bre especialmente por una larga calle cubierta de bó-
veda que en ella había, la cual ya no existe, ni
siquiera queda vestigio de ella* Díéronla también fa-
ma las columnas que en ella habia, y que aún se venT
unas derribadas en tierra, que son las llamadas Agu-
jas de Uleopatra, y otra, que todavía está en pié,
denominada Columna de Pompeyo. Créese que esta
columna fué elevada, no en honor del rival de César,
sino en el del emperador Diocleciano. Se la ve desde
el puerto ? descollando sobre los terrados de las casas
y las cúspides de las palmeras; pexo para conocer
bien toda su belleza, es necesario acercarse á su base
y examinarla detenidamente. Esta columna está en
medio del cementerio turco, el cual es una verdadera
necrópolis. Son innumerables los sepulcros que cubren
aquel campo, abierto por todas partes, sin que nada
defienda la morada de los muertos, ni de las profana-
ciones que quieran hacer los vivos, ni de las invasio-
nes de los irracionales. La columna de Pompeyo puede
tener veinte varas de elevación, y su estructura es del
orden dórico. La base en que descansa, está carcomida
y maltratada, sin que se note empeño en el gobierno
— 379 —
egipcio para impedir que prosigan arruinándola el
tiempo, las intemperies y la codicia de los que vienen
á ofrecer fragmentos de ella á los viajeros , en cambio
de un háchelas (propina). Yo no sé qué admirar más,
sí la estupidez de los turcos que los venden, ó la in-
sustancialidad de los viajeros que los compran; porque
después de todo, ¿qué significan esos pedazos de pie-
dra ó de argamasa? Si recuerdan algo histórico, es el
nombre de un abominable tirano, á quien faá consa-
grada la columna; y si solamente se toman como me-
moriales de una visita á la ciudad de Alejandro y de
los Ptolomeos ¿no valia tanto como contribuir á la des-
trucción de este monumento, coger el primer guijar-
ro que se encuentra en la playa, ó alguna otra piedra
antiguamente labrada, como las que yo he visto en
una de las plazas de Alejandría?
Desde el tiempo de Mehemet Ali, el Egipto se va
asimilando cuanto puede á la Europa; y el influjo
francés se hace sentir en la administración , sin que
por eso la barbarie ceda ni un palmo á la civilización
verdadera. Que el Catolicismo es el más poderoso
agente civilizador, está demostrado en arabos mun-
dos ; porque en el antiguo, él amansó á los bárbaros
del Norte , preparando cuanto actualmente- forma la
cultura europea; y en el nuevo t él redujo á vida civil
las tribus salvajes, creando las nacionalidades actua-
les de América, que no están tan adelantadas mate-
rialmente como las de Europa, pero que tienen igual
ó mayor moralidad que estas. Pero lo que no estaba
demostrado, y va a demostrarse en nuestros días, es
- 380 —
que la civilización meramente material, lejos de po-
der arrancar á la barbarie ninguno de los países que
domina, ella misma no puede preservarse, por si sola,
de la irrupción de una nueva barbarie. Esa civiliza^
cion ha dado al Egipto alumbrado de gas ? caminos de
hierroj una policia de seguridad y funcionarios .que
hablan francés; pero ¿qué ha hecho y hace para ele-
var la condición moral é intelectual de este puebloV
¿Qué han hecho los ingleses y su protestantismo, pa-
ra mejorar moralmente á los naturales de la India?
¿Qué hicieron en los que fueron Estados Unidos, en
favor de la raza originaria del Norte de América'? En
cambio, recuérdese lo que los Jesuitas hicieron en
el Paraguay y hacen hoy en Fernando Póo y Anno-
bon; lo que hicieron los demás frailes en el resto de la
América española : lo que hacen los Agustinos y Do^-
minicos en Filipinas y en el Ton-King, y otros misio-
neros católicos en todas partes; y dígase de buena fe,
quién ha hecho más en favor de la verdadera cultura,
si el principio religioso, por quien la Europa ha podi-
do llegar á los adelantos de que se envanece, ó los
que, en nombre de estos adelantos que no se deben ¿
ellos, atacan y quieren proscribir el Catolicismo.
El Egipto es el camino real y más breve para co-
municarse con el extremo Oriente; y por lo mismo,
las dos más poderosas naciones de Europa se han dis-
putado y se disputan, sino la posesión inmediata, por
lo menos la influencia preponderante en este territorio.
La diplomacia y la especulación se han puesto, y no
cesan de estar en juego, para conseguir aqueLobjeto;
— 381 —
pero es indudable que los franceses , de muchos años
á esta parte y á pesar de los contratiempos experimen-
tados por Mehemet Ali é Ibrahim Bajá, sus protegi-
dos , llevan la mejor parte en la lucha, por varías ra-
zones; en primer lugar, como pueblo militar, la Fran-
cia tiene mucha más gloria que la Inglaterra; y esto
deslumhra á los orientales» porque ellos, á pesar de su
decadencia, no han perdido su poética imaginación
guerrera: en segundo lugar, la lengua y las costum-
bres francesas son más fáciles de asimilar que las in-
glesas , las cuales tienen en sí algo de difíciles y de
repugnantes, que no se puede vencer sin alguna ener-
gía de voluntad; y por eso es muy natural que todos los
turcos que quieren ilustrarse, pero que son muy indo-
lentes, tomen maestros franceses ó vayan á Francia,
donde habrá diez orientales estudiando y divirtiéndo-
se, por uno que haya en Inglaterra. Cuando estos
vuelvan á su país y tomen parte en la administración,
sus simpatías de preferencia serán para la Francia,
Sin interrupción, á pesar de la coalición de 1840, la
familia de Mehemet Alí, protegida de la Francia y
tan humillada por la Inglaterra, se ha conservado en
el mando; y necesariamente ella debe hacer más por
agradar á la primera, que por dar gusto á la segunda.
Probablemente mientras el imperio turco no desapa-
rezca del mapa, esa familia reinará en Egipto, y entre
tanto la Francia, por medio de ella, ejercerá un influjo
preponderante en el país.
Prueba de que así sucede, es la obra del canal de
Suez, que á pesar de los ingleses se está prosiguiendo
— 382 —
y probablemente se llevará á cabo. El mayor accionis-
ta en esta empresa, es el virey actual Said Bajá; y
como el jefe de ella, Mr. Lesseps, está tan íntima-
mente relacionado con el emperador Napoleón, si las
dificultades naturales no son del todo insuperables, ó
no sobreviene una revolución pronta en Francia, es
de esperarse que dentro de poco veremos perforado
todo el itsmo. Acerca de esta obra tuve ocasión de ha-
cer, abordo delHydaspess una curiosa observación.
Cuando nos poníamos á la mesa , un norte-americano
y un ingles, que venían con nosotros desde Alejan-
dría hasta Malta, con esa idea de que la raza aug'lo-
sajona es superior á las otras, se ai'rogaban el privile-
gio de hablar más alto que ninguno de los comensales;
y sin interpelar á nadie, ni cuidarse de la convenien-
cia de los demás, entablaban entre sí diálogos más ó
menos monótonos, los cuales duraban tanto como la
comida. Justicia es confesar que el americano se mos-
traba más modesto > y que , fuese verdadera modera-
ción y deseo de instruirse 7 6 estudiada socarronería,
casi siempre estaba como pidiendo lecciones al in-
gles. Este se las daba, no sólo con aire satisfecho, sino
hasta en tono de oráculo. En una de las primeras tar-
des, el buen hombre afirmó rotundamente: «que en
el día, nada es imposible ; y que, con tal de que las
empresas produzcan el interés del dinero invertido en
ellas, todas se llevan á efecto.» Pero, no habrían pa-
sado cuarenta y ocho horas , cuando el americano le
dijo: «¿Ha visitado usted las obras del canal de
Suez?—¡Oh! si;» respondió el ingles:—«Y quó juzga
— 383 -
usted,» continuó el americano, «¿se llevará á cabo
la empresa?»—«¡Oh! no,» repuso el hombre que aca-
baba de borrar del diccionario la palabra imposible?*
mas fuese que él observara en su interlocutor alguna
maligna sonrisa, ó por otra causa, el ingles creyó de-
ber añadir esta atenuación: «Puede ser que el canal
se concluya, pero no navegarán por él los buques.» Si
la empresa fuera británica y no francesa, acaso otro
seria su juicio; pero de todos modos, sea este fundado
ó infundado, resulta que si esta empresa es irrealiza-
ble , no siéndolo por falta de dinero, es falso que, co-
mo aquel ingles aseguraba poco antes, iodo es posible
cuando las obras dan el premio del capital invertido
en ellas. La última vez que vi á este ingles, quizá t e -
nia él aun mayor motivo para pensar más modesta-
mente de la supuesta y absurda omnipotencia del
hombre en el siglo XIX. El tercer dia de navegación
tuvimos una mar tan inquieta, que casi ninguno de
los pasajeros vino á la mesa, y muchos se marearon.
El cuarto dia, cuando ya íbamos á saltar á tierra en
Malta, encontré en el salón á aquel pasajero en una
situación lastimosa. Pálido y desencajado el rostro,
caída la cabeza sobre una almohada, postrado y aba-
tido hasta infundir compasión. Yo se la tuve cierta-
mente, pero no pude menos de acordarme de su vana
y jactanciosa exclamación: «Todo es posible á la
ciencia.» ¿Todo? Y ¿el librarnos de la muerte , ó si-
quiera de las enfermedades? ¡Ah! ¿no seria mejor
tener un poco más de modestia?
Nuestra travesía entre Alejandría y Malta fué leu-
— 384 -
ta, pues duró cuatro días; pero feliz, porque general-
mente tuvimos buen tiempo y gozamos de agradables
perspectivas:. Al segundo dia dimos vista á la isla de
Chipre, tan célebre en la fábula, la cual decia que
aquí, de la espuma del mar. nació la diosa Citeres en
una concha. Esta isla es muy conocida en los tiempos
modernos por sus vicisitudes históricas y por sus ex-
quisitos vinos. En ella tienen un convento los Padres
Franciscanos, y hasta aquí se extiende la jurisdicción
del Patriarca latino de Jcrusalen y del Custodio de
Tierra Santa. El vapor no arribó á Chipre, y así yo
hube de contentarme con ver desde lejos sus costas y
sus montañas. El tercer dia descubrimos en lontanan-
za las playas de Berbería, de donde se llevan á Malta
en abundancia dátiles excelentes. Después no volvimos
á ver tierra hasta que arribamos á la isla de Malta.
CAPÍTULO XIX.

EL VASO DE ELECCIÓN.

El vapor HyÚaspes echó el ancla en el puerto de


Marsamuceto el sábado 3 de Mayo, y yo desembarqué
en la ciudad de Lavaletta, capital de la isla. Nada más
vanado que la historia de Malta, pues este país ha-
pasado desde los antiguos tiempos hasta nuestros dias
por todas las vicisitudes imaginables. Fenicios, carta-
gineses, romanos, italianos, árabes, españoles, france-
ses é ingleses, todos han dominado la isla, y de consi-
guiente han llevado á ella sus religiones, sus leyes,
sus costumbres, sus idiomas y sus intereses diversos,
encontrados ó incompatibles unos con otros. La conse-
cuencia necesaria de esto, por un orden natural, debe-
rla ser que los mal teses no tuvieran ni creencias úni-
cas, ni índole igual, ni vínculos comunes; en una
palabra, nada de lo que constituye una nacionalidad:
y sin embargo, sucede todo lo contrario. No hay pue-
blo que tenga una fisonomía más propia, más caracte-
rística y más distintiva de los otros pueblos que el
pueblo maltes, ¿Cuál es la causa de este extraordina-
rio fenómeno ? La encontraremos donde acaso menos
la esperamos, en el libro de los Hechos Apostólicos*
SANTOS LUGARES. 25
— 386 —
Allí se nos refiere cómo habiendo San Pablo ape-
lado al César para librarse de las persecuciones de los
judíos en su patria, fué enviado preso á Roma en un
buque que, después de muchos riesgos y percances,
vino á naufragar en Malta. Es conocidísimo en la isla
el sitio en donde, caminando entre el agua, tomaron
tierra el Apóstol y sus compañeros, á quienes ya ha-
bía aquel convertido por la santidad de su vida, el
ejemplo de sus virtudes, la firmeza de su carácter y la
prudencia de sus consejos; á los cuales» pero todavía
más á sus oraciones, debieron todos los náufragos el
beneficio de salir á salvamento. Pocos di as antes de mí
primer arribo á Malta, yendo á Oriente, se había cele-
brado el aniversario del naufragio de San Pablo; y por
cierto que esta fiesta á despecho del fanatismo protes-
tante y del furor revolucionario, fué una grande y
brillante demostración popular en favor de Pío IX. Se
desplegaron banderas, se dieron vivas al Papa, y la
multitud acompañó al Arzobispo Obispo de la isla des-
de la iglesia hasta su palacio, aplaudiéndole como re-
presentante del Sumo Pontífice.
La llegada de San Pablo á Malta cambió y fijó los
destinos de esta isla afortunada. AI principio le tuvie-
ron los naturales del país por un hombre maldito del
cielo, pues apenas había escapado de la furia del mar,
habiéndose encendido una hoguera para que los náu-
fragos calentasen sus ateridos miembros y secaran sus
vestidos, acercándose el Apóstol al fuego, saltó de en-
tre los encendidos sarmientos una víbora, que mor-
diéndole en un dedo, le quedó pendiente de la mano.
— 387 —
San Pablo la sacudió sobre el friego, cayó la víbora, y
su herida quedó sana. Viendo esto los isleños, y obser-
vando que lejos de morir permaneció hasta tres meses
entre ellos sin novedad, cambiaron enteramente de
opinión respecto á su persona, teniéndole por Dios. El
Apóstol, por de contado, los sacó de este error; pero
se aprovechó sin duda del ascendiente que aquella cir-
cunstancia le daba sobre la gente del país, para con-
vertirla á Jesucristo. Hasta aquí la relación de San
Lucas, discípulo y compañero de San Pablo, testigo
ocular de estos sucesos y autor del libro de los HecJios
Apostólicos.
Las tradiciones conservadas cuidadosamente en la
isla, completan con toda verosimilitud la historia del
apostolado de San Pablo en Malta. Primeramente, se-
gún esas tradiciones y la creencia general, desde que
la víbora mordió á San Pablo todos los animales de
esta especie perdieron en la isla su veneno; y se en-
cuentran dentro de Ja arena, cerca del sitio donde nau-
fragó el Apóstol, unas finas y bruñidas piedrecillas,
que tienen naturalmente la forma de una lengua de
víbora, á las cuales se atribuye en otros países la vir-
tud de curar las heridas de insectos ponzoñosos. En
segundo lugar, se muestra en la antigua capital de
Malta, llamada Giita NotabiU, la cueva donde el santo
iVpóstol dormía y oraba mientras estuvo en la isla, ase-
gurándose que, aunque de continuo naturales y pere-
grinos extraen por devoción tierra de ella, ni aumenta
ni disminuye el tamaño de esta cueva. Ella está con-
vertida en capilla, y encima se ha edificado una igle-
— 388 —
sia, en la cual hay una colegiata de Canónigos, á quie-
nes se ha concedido el privilegio de usar la cruz y el
hábito de los Caballeros de San Juan. En tercer lugar,
no lejos de esta iglesia, en el centro de un campo santo
rodeado de una verja, se ve la estatua del Apóstol en
actitud de predicar: diciéndose que cuando desde aquí
anunciaba el Evangelio San Pablo á ios isleños, no
sólo le oian los habitantes de toda la isla de Malta, sino
también los de la isla de Gozzo, distante de aquella
cinco ó seis millas.
A los que acaso me tacharán de crédulo por dar fe
á estas tradiciones, yo les responderé con una sola y
sencilla observación, que ya en su tiempo liizo San
Agustín generalizándola á todos los países del globo.
Bien, les diré yo con aquel sublime ingenio: á vosotros
os parece ridículo creer que San Pablo obrase todos
esos prodigios: pues lié aquí otro prodigio, que no po-
déis negar, porque está á la vista y es palpable. Malta
estaba poblada de bárbaros, que no habían oido hablar
de Jesucristo, ni menos podían estar dispuestos A so-
meterse á su santísima lev. Arriba San Pablo á la isla
hambriento, mojado, sin amigos, sin recomendacio-
nes, y para colmo de desgracias, un reptil mortífero
le sale al encuentro y le hiere de muerte. «lié aquí un
un asesino,» exclaman los naturales: «escapa del mar,
pero la venganza no le deja vivir.» (Act. XXVIII, 4).
El Apóstol no está más que tres meses en la isla; y
esta opinión, que le era tan contraria, se cambiadetal
manera, que á pesar de su pobreza, de su falta de va-
ledores y de todas las resistencias que las creencias na-
— 389 —
clónales, las pasiones humanas y los intereses bastar-
dos debían oponer á s n doctrina, él deja establecido
el Catolicismo cu la isla, y tan arraigado en ella, que
vinieron los sarracenos á querer arrancarle con el al-
fanje , y no pudieron; como no puede hacer nada con-
tra esta religión con su oro el protestantismo ingles, á
pesar de pertenecerle en cuerpo y alma el gobierno
que hace más de sesenta anos se apoderó de Malta, y
la domina sin otro derecho que el de la astucia y la
fuerza. Sí todo esto se hizo y se hace sin prodigios, lié
aquí un prodigio mayor que todos los que los malteses
unánimemente creen y publican respecto á la predica-
ción de San Pablo en su isla.
í?o he visto pueblo más católico que Malta; y eso
que no me son desconocidas ni la religiosísima Es-
paña ni sus antiguas colonias de América. Todos los
malteses son católicos, y esta unanimidad de creencia
es tanto más digna de elogio, cuanto que desde lo an-
ticuo no sólo están en contacto con turcos, cismáticos
y heregeSj sino que los primeros los han dominado al-
gún tiempo. y los últimos los dominan en el dia. Los
malteses son sinceros, prácticos y valerosos católicos;
si, valerosos, pues ni por miedo ni por vergüenza ocul-
ta la mayor parte y casi la totalidad de ellos cuál es su
religión. En las calles de la ciudad de Lavaletta, como
en las de la Citta Notabile, en las de la Victoriosa y en
las de la Conspicua, pero especialmente en la primera,
que es donde residen las superiores autoridades ingle-
sas se ven en decentes nichos grandes imágenes de San-
tos ; y en sólo la isla ó manzana que forma la antigua
— 390 —
casa de los Jesuítas, se conservan en los cuatro ángu-
los que dan á la calle, las de San Ignacio, San Fran-
cisco Javier, San Luis Gonzaga y San Estanislao de
Ko&ka. Los religiosos de varios institutos, agustinos,
dominicos, franciscanos y capuchinos, circulan libre-
mente con sus hábitos por las calles, mostrándoles
todos un gran respeto, lo mismo que á los clérigos
seculares, á quienes casi nadie deja de saludar qui-
tándose el sombrero. Cuando el Obispo sale de su
palacio, el pueblo le muestra la mayor veneración; y
la misma tropa inglesa , cuando el Prelado pasa por
delante de algún cuerpo de guardia, le presenta las
armas.
Este respeto do los ingleses á las personas eclesiás-
ticas, á las creencias, institutos y usos católicos del
pueblo maltes, es debido, no al espíritu de tolerancia,
pues ya sabemos lo que esto significa aun en la liberal
Inglaterra, donde hace pocos arios se quemó en estatua
al Cardenal Wisseman porque el Papa le habia nom-
brado Arzobispo de Wetsminster, sino al miedo. Sí,
al miedo; porque aunque parezca absurdo pensar y de-
cir que la colosal Albion teme ñ, la microscópica Malta,
k la cual podría aplastar y destruir en un momento,
como un gigante mata un insecto, lo cierto es que la
Inglaterra, como sabe que para arrancar el Catolicis-
mo de Malta seria necesario exterminar á los malteses,
por eso tiene miedo de intentarlo, pues no le conviene
despoblar la isla, ni la Europa le permitiría hacerlo. Y
¿no es el mayor elogio de la religiosidad de Malta, el
que los ingleses tengan este convencimiento de que
- 391 —
ellos no se dejarían arrebatar el Catolicismo sino con
la vida?
Con la propaganda protestante han procurado y
procuran los ingleses hacer prosélitos en Malta; pero
gracias á Dios, y para honra de aquellos isleños, todos
los esfuerzos del protestantismo, á pesar de las simpa-
tías del gobierno, y de los subsidios que habrán prodi-
gado las sociedades bíblicas, han sido hasta ahora in-
útiles, y es de esperar que lo serán en adelante. Cuatro
ó cinco perdidos, entre ellos algún mal fraile, habrán
apostatado; y en cambio, mayor, sin comparación. es
el número de protestantes ingleses, ya soldados de la
guarnición, ya marinos ó comerciantes, que se hacen
católicos en la isla. Así es que el Obispo de Malta, Mon-
señor Pace Fumo, me decía que por esta parte estaba
completamente tranquilo; añadiendo que más temía
algún daño de la canalla que venia de Italia á tomar
asilo bajo la bandera inglesa, acostumbrada á encubrir
bajo sus pliegues la hez de los revolucionarios de
Europa* Pero la Providencia preserva aún de este pe-
ligro á los malteses. Quince días después de haber to-
cado yo por última vez en su isla, debia partir para
Roma aquel Prelado para asistir á la canonización de
los mártires del Japón; y á su salida, con despecho de
todos los enemigos del Pontificado, sus diocesanos le
hicieron una verdadera ovación, para probar su adhe-
sión al Papa y el horror que les inspiran los atentados
de la revolución italiana, Esta intentó vengarse en Si-
cilia atacando brutalmente al Obispo de Malta, que se
hallaba á bordo de un vapor francés; pero el capitán
— 31)2 —
de este impuso miedo á aquella canalla, obteniendo
por esto un testimonio de gratitud de parte del Papa
y de los malteses.
Finalmente, no quiero omitir un hecho que he oído
referir al mismo Obispo de Malta, el cual prueba la
religiosidad verdadera y práctica de sus diocesanos.
En el ano 1861 solamente dejaron de cumplir con el
precepto pascual en la parroquia de la Conspicua,
población que tiene diez mil almas, diez ó quince
individuos. ¿En qué otro país católico se podrá decir
otro tanto? Y ciertamente, si un día, como sucederá
indefectiblemente, se ha de hacer cargo á los pueblos
de las proporciones que tuvieron para ser buenos, de
lo que Dios hizo para que lo fuesen, y de las tentacio-
nes que apartó de su camino para que no tropezasen
y cayesen; ese dia el pueblo de Malta se levantará
como testigo contra otros muchos pueblos, que sin
haber sido invadidos y dominados por los enemigos
del Catolicismo, ni estar expuestos á los abiertos ó di-
simulados ataques del error y del vicio, ni tener á la
vista los continuos escándalos que á los habitantes de
Malta dan los protestantes se ñores de su isla y los
apóstatas y revolucionarios que en ella se asilan, son
menos fieles á la religión verdadera y menos prácti-
cos en la observancia desús divinos preceptos.
La isla de Malta y Gozzo forman una sola dióce-
sis , cuyo Prelado lleva los títulos de Arzobispo de
Rodas y Obispo Melitense. El primero de estos títulos
le viene de considerársele sucesor de aquellos Prela-
dos de la isla de Rodas, donde estuvieron tanto tiempo
- 393 —
establecidos los Caballeros de San Juan, hasta que'es-
trechados por los turcos y vendidos por la traición,
tuvieron que abandonar aquel baluarte del cristianis-
mo. La catedral de Malta está en la antigua capital de
la isla, llamada como he dicho Oitia NotahiU* Yo he
ido á visitarla para ver los monumentos notables que
encierra, los principales de los cuales son aquel tem-
plo y el palacio del Gran Maestre de la Orden de San
Juan, hoy convertido en hospital militar por los in-
gleses. La catedral, como edificio, no es de sobre-
saliente mérito, pero no carece de belleza, está aseada
y la adornan algunos buenos cuadros. Sus ornamen-
tos y alhajas son de bastante riqueza y buen gusto,
debiendo decirse en honor del actual clero de Malta,
que la mayor parte de esos ornamentos son moder-
nos y donación suya, pues cuando Bonaparte se apo-
deró de Malta en Unes del siglo pasado, los franceses
cometieron un gran robo en los templos de la isla.
Díccse que el mismo Bonaparte se apropió un anillo
que brillaba en la mano del Santo Precursor, diciendo
que estaba mejor en la suya. El palacio del Gran
Maestre en la NotaHle, es un bellísimo edificio por
su fachada, delante de la cual hay un jardín, y por
la espalda tiene un terrado, que no sólo domina la isla,
sino que da una vista extensísima sobre el mar. Todos
sus adornos, si los tenia, han sido trasladados k otra
parte.
En la nueva capital de Malta, llamada ciudad de
Lavaletta, porque se edificó siendo Gran Maestre de
la Orden el Sr. de Lavalette, es donde reside ahora el
- 394 —
Obispo, y le sirve de catedral la iglesia de San Juan,
que era la conventual de los caballeros. Tampoco por
su tamaño ni por el orden de su arquitectura es no-
table este templo en lo exterior; pero entrando en él,
se ofrece al viajero uno.de los más agradables y sor-
prendentes golpes de vista. Desde la cancela hasta el
presbiterio, y por todo el ámbito de la iglesia, que
consta de tres naves, así cerno en una capilla bas-
tante espaciosa que se encuentra á la derecha, todo el
pavimento está cubierto de mármoles de colores, con
las armas de familia y las inscripciones sepulcrales de
los caballeros. Este conjunto de lápidas mortuorias
forma á la vez el más vistoso mosaico y lamas intere-
sante historia. Mosaico, porque cada escudo y todos
juntos forman una bellísima combinación de colores;
é historia, porque en las inscripciones, todas redacta-
das en elegante latín, están resumidos los gloriosos
hechos de aquellos valientes y religiosos paladines.
Los ojos y el alma gozan á la vez examinando el pa-
vimento de la iglesia de San Juan, En las naves late-
rales están los mausoleos de algunos de los Grandes
Maestres, que alternativamente eran españoles, fran-
ceses , italianos y alemanes. Ingles no hay ninguno,
porque como cuando los Caballeros de San Juan se
establecieron en Malta, la Inglaterra ya se había se-
parado de la Santa Sede, la orden, que siempre per-
maneció fiel á los Papas, á quienes debía la existencia
y tantos favores, no podia tener por jefe al subdito de
un soberano no católico. Entre estos mausoleos me
llamaron la atención , tanto por su grave belleza como
— 395 —
por los epitafios que los distinguen de los demás,
los de los dos hermanos Cotoner, ambos españoles y
sucesivamente Grandes Maestres, uno de los cuales
erigió otro monumento que hace memorable su admi-
nistración en la isla, levantando la fortaleza que se
llama La Cotonera.
Entre estos antiguos monumentos sepulcrales está.
bien deslucido por cierto, uno moderno ; y es el que
hizo erigir Luís Felipe, cuando aún era rey délos
franceses, á su hermano el conde de Beaujolais,
muerto en la isla de enfermedad natural, á fines del
siglo pasado, Sobre un sarcófago de blanco mármol
reposa en moribunda actitud la imagen de un joven,
en una capilla lateral, á la derecha del altar mayor;
y por cierto que si los Lislle Adam y los Lavalette,
aunque franceses , pudieran abrir los ojos, se asom-
brarían y se indignarían de ver allí aquella figura.
¿Qué tiene de común con los hijos de los cruzados
el hijo de Felipe Igualdad, y el hermano del último
volteriano de su reino? Sí Luis Felipe tenia talento, y
no hay duda que le tenia muy superior. aunque por
desgracia no siempre dirigido al bien? sólo por la va-
nidad puede explicarse que no le haya ocurrido que
habría hecho mucho mejor en retirar de Malta las ce-
nizas de su hermano, que en depositarlas al lado de
las de los Caballeros de San Juan, donde cualquiera
que las vea y conozca la historia , no puede menos de
hacer comparaciones que le son desfavorables.
En el fondo del presbiterio de la iglesia de San
Juan hay una buena estatua, que representa al Pre-
— 390 -
cursor bautizando á Nuestro Señor Jesucristo; y la
nave'de la derecha termina en una espléndida capilla,
que sirve de sagrario, en donde de continuo está de-
positado el Santísimo Sacramento, Tiene esta capilla
una elegante y sólida verja, de más de dos varas de
alto, toda de plata. Parece que los franceses no cono-
cieron que era de este precioso metal, y por eso no
cargaron con ella, durante su paso vandálico por la
isla, á fines del siglo pasado.
Después de la iglesia do San Juan, la más bella
en la nueva capital de la isla es la de San Pablo,
donde hay una hermosa estatua del Santo Apóstol so-
bre un elegante pedestal. La iglesia, que fué de la
Compañía de Jesús, y las que son de San Agustín,
San Francisco y Santo Domingo nada tienen de parti-
cular. Hay otras varías de religiosas, y una dedicada
á San Públio , prefecto de la isla cuando arribó á
ella San Pablo, y primer Obispo de Malta, la cual está
situada en el barrio que llaman la Mariana.
En este barrio está el nuevo seminario que se ha
establecido en Malta para la educación del clero. El
antiguo está en la Citta Notabile, donde ocupa un
hermoso edificio. Ambos colegios son muy concurri-
dos, pues en la isla abundan las vocaciones al estado
eclesiástico. Los dos establecimientos están dirigidos
por sacerdotes seculares, pues aunque hay Jesuítas en
la isla y viven en el mismo barrio, no son naturales
do ella, sino de los que la revolución ha arrojado de
Italia. El Obispo les ha dado asilo, así como á algu-
nos Padres Redentoristas que habitan en la casa de
— 397
San Felipe Neri, en la ciudad llamada Conspicua. Yo
di una limosna á estos pobres 'hijos de San Alfonso
Maria de Liguori, naturales de Sicilia, cuyo crimen
para con la revolución, así como el de los Jesuítas, ea
el de no ser instrumentos ni cómplices de los atentados
que contra la moral y el derecho se han cometido en
Italia.
A más de los dos seminarios hay en Malta una
universidad, establecida en el edificio que antigua-
mente era de la Compañía de Jesús. Esta casa de
estudio, aunque sometida a un gobierno protestante,
no es hostil al Catolicismo, como han solido serlo otras
que llevan su nombre, en países regidos por gobier-
nos que se dicen católicos. La sincera y firme adhe-
sión del pueblo maltes á su religión, impone respeto
en todo á sus dominadores; y tan cierto es que, como
ha dicho el conde De Maistre, todo pueblo tiene el go-
bierno que merece, que Malta por ser tan católica,
hace que su gobierno protestante se conduzca aun
mejor que algunos católicos. Culto público, libertad
completa para el ejercicio de la religión, enseñanza
ortodoxa, órdenes monásticas, seguridad para los
bienes eclesiásticos, todo esto hay en Malta; donde ni
aun la maldita sed del oro ha podido hacer que los in-
gleses se atrevan á despojar dé sus temporalidades á
la Iglesia. ¿Á qué se debe esto? Después de la Provi-
dencia de Dios y de la protección de San Pablo, á
aquella verdad: «que cada pueblo tiene el gobierno
que merece.»
El de Malta está organizado de la manera si guien-
te: le preside un gobernador civil, que es al mismo
tiempo jefe superior militar de la isla, y en sus manos
puede decirse que reside el poder ejecutivo. El legis-
lativo se ejerce por una asamblea electiva, conocida
con el nombre de Consejo, cuyos miembros son nom-
brados por el pueblo y por el gobierno, me parece
que por mitad. Para la administración de justicia hay
tribunales independientes y juicio por jurados. La po-
licía, organizada y vestida como la de Londres, se
compone de hijos del país; y yo no pude menos de
felicitarme de su cortesía, siempre que se me ofreció
tocar con ella, ya para la expedición de mis pasapor-
tes, ya para pedir algunas indicaciones.
El gobernador habita con su familia en el palacio
del Gran Maestre, que también le tenia en la ciudad
de Lavaletta; y es un edificio noble, espacioso y dig-
no del jefe supremo déla Orden de San Juan, que
tan decorosamente figuraba entre los soberanos de
Europa, aunque era un simple freile. En el patio
han formado los ingleses un jardín de ñores y plantas
hermosas, fragantes y raras. Los arcos están cubier-
tos de festones de yedra. Subiendo al primer piso, se
encuentra una especie de museo , que no es otra cosa
3o que forman las armaduras de los caballeros, colga-
das á las paredes ó arrimadas á ellas; teniendo cada
una, en una tarjeta de cartón, el nombre del que fué
su dueño. Una de estas armaduras es enormísima,
pero anónima, pues sólo dice el letrero respectivo,
que correspondió al gigante español. Siendo antigua
esta armadura, y no pudiéndose presumir que la fabri-
— 399 —
casen sin objeto. debemos creer que, en efecto, su
dueño fué un varón corpulentísimo; y como sin duda
la tradición conserva la memoria de su nacionalidad,
la España puede reclamar el honor de contarle entre
sus hijos.
Pero aun hay en el palacio del Gran Maestre otra
cosa más importante y gloriosa para la España. Es la
real cédula original en que consta la cesión que el
emperador Carlos V hizo de la isla á la Orden de San
Juan, para que continuase defendiendo al cristianis-
mo contra los turcos, luego que se vio obligada á
abandonar la isla de Rodas. Malta, por legítimo dere-
cho de sucesión, habia venido á ser parte de los do-
minios del rey de España, quien por eso, según la le-
gislación entonces vigente > pudo cederla á lo£ Caba-
lleros de Malta. Aparte de que ninguna nación lo
disputaba ese derecho, el hecho de haber reconocido
todos los gobiernos por soberana de la isla a la Or-
den , confirma el mismo derecho, pues no derivaba
sino de el de Carlos V, mediante la cesión indicada,
el que ejercia la Orden de San Juan en Malta. Ahora
bien, extinguida la Orden, por derecho de reversión 6
postliminio, la legítima soberanía de la isla se ha refun-
dido en la corona de España. Por lo menos, ella tiene
mucho mejor título para reclamar esa soberanía que
la Inglaterra para ejercerla, pues esta última nación
no tiene derecho en Malta ni por sucesión, ni por
conquista. La Orden de San Juan perdió la isla perla
invasión de los franceses á fines del siglo pasado. Los
isleños í indignados contra aquellos impíos extranje-
— 400 —
ros, y los llamo así, porque entonces dominaba en
Francia la revolución volteriana y anti-católica, los
lanzaron ignominiosamente de su país; pero cono-
ciendo que este era demasiado pequeño para hacer
respetar por sí solo su nacionalidad, manifestaron su
deseo de incorporarse al reino de las Dos Sicilias, cu-
yos legítimos soberanos eran y&? y son todavía, los Bor*
bones de Ñapóles. Entonces se presentó en las aguas
de Malta una escuadra compuesta de buques napoli-
tanos, portugueses é ingleses; los cuales fueron allá,
como auxiliares de los isleños, no como conquistado-
res. Así quedaron los ingleses eu la isla, sin derecho
ninguno para apropiársela. Después se celebró la paz
de Amicns, en la cual se estipuló formalmente que
Malta se devolvería á los Caballeros de San Juan;
mas como no era fácil restablecer esta Orden f ya de-
generada de su primitivo espíritu, y aquella paz no
fué más que una tregua, continuando la Europa has-
ta 1815 corno un rio revuelto, los ingleses pescaron en él
la soberanía de Malta, fortificándose en la isla. En los
tratados de Viena, entre otras injusticias que hoy es-
tán expiando dolórosa y vergonzosamente los sobera-
nos que los firmaron, quedó implícita ó explícitamente
establecido que la Inglaterra retendría á Malta, Pero
¿qué derecho tenían los emperadores de Rusia y Aus-
tria y los reyes de Prusia y Francia para disponer así
de lo que no era suyo, sin consultar siquiera á los
verdaderos interesados, los malteses? La Inglaterra,
que se jacta de liberal y que se alegra en el'alma
de que se hagan trizas los tratados de Viena, siem-
— 401 —
pre que de ello resulte perjudicado el Catolicismo t si
fuera lógica y justa, debia retirarse al momento de
Malta; tanto más, que sí vale algo esa teoría de las na-
cionalidades , que ha servido de pretexto á la revolu-
ción en Italia, apoyada por las simpatías inglesas,
ninguna nacionalidad más diversa y contraria á la
anglo-sajona, que la de los naturales de esta isla. Su
origen no está en el Norte; su lengua es enteramente
diversa de la de los ingleses; su religión es opuesta al
protestantismo; todo, hasta la fisonomía y los trajes
marcan la profunda división que, poniendo un mar
inmenso entre las dos islas, ha establecido Dios entre
Inglaterra y Malta, Pero ¿qué importa esto? Los in-
gleses , tan filantrópicos y liberales cuando se trata
de despojar á otro, tienen montones de balas y bom-
bas junto á las inexpugnables murallas de Lavaletta,
por si acaso alguno viene de fuera á disputarles la do-
minación de la isla; y por si algún día le ocurre al
pueblo maltes el deseo de recobrar su independencia,
han abierto una tronera que domina la ciudad, para
sostener á cañonazos su usurpación.
En el mismo museo del palacio del Gran Maestre
hay otros dos objetos interesantes, que son la Bula
original del Papa Pascual II, aprobando é institu-
yendo la orden de San Juan, y la corneta con que,
de orden del Gran Maestre Lísllc Adam, se tocó reti-
rada de la isla de Rodas. En cuanto á la Bula, aparte
de su rareza caligráfica, la vista de ella excita en el
ánimo graves reflexiones, porque prueba que, donde
quiera que cae la bendición de Cristo ó de su Vicario,
SANTOS LUGARES. 26
— 402 -
un grano de mostaza puede convertirse en árbol fron-
doso, dentro de cuyo follaje aniden las aves del ciclo,
así como su sombra cobijará á los cuadrúpedos de la
tierra* La Orden de San Juan, en su principio, hu-
manamente hablando , era nada, pues había nacido
del pensamiento de un pobre monje, llamado Gerar-
do , que compadecido de los peregrinos que enferma-
ban en Jerusalen, concibió el caritativo proyecto de
erigir para ellos un hospital. Encontró asociados,
ocurrió á Roma, el Papa derramó sobre aquella pe-
queña planta el rocío de las bendiciones del cielo, y la
Orden de San Juan no sólo fué el socorro de los in-
digentes, sino la defensa del cristianismo, A los enfer-
mos los servían en vagilla de plata los caballeros de
San Juan, los cuales, á la vez que ejercían la humilde
virtud de la hospitalidad, empuñaban la espada y
presentaban el pecho á los turcos, que como un tor-
rente se precipitaban del Oriente sobre el Occidente,
arrollando todos los obstáculos y amenazando sofocar
la civilización. Beneméritos de la patria común de los
cristianos, que es la Iglesia, la nueva Roma pudo
darles una corona, como la antigua Roma la dio á"
Fabio por no haber desesperado nunca de la salud de
la patria. Ellos tenían la conciencia de que al fin
sus enemigos habían de ser vencidos, y por eso, lejos
de ocultar ni de romper la corneta con que tocaron la
retirada de Rodas, conservaron aquel bélico instru-
mento , acaso esperando tocarle de nuevo, cuando re-
cuperasen los baluartes perdidos, Pero la revolución,
cuyo espíritu, cual veneno sutil, se había ya inocu-
— 403 —
lado en algunos de los caballeros, no sólo les impidió
realizar aquel designio, sino que destruyó la Orden
misma. Sin embargo} no por eso es menos cierto
que antes de que ella sucumbiese, la pujanza del is-
lamismo estaba quebrantada , y el imperio turco no
sólo había entrado en un periodo de decadencia, sino
que se acercaba rápidamente á su muerte. Con esto,
la Orden de San Juan habia cumplido ya también su
misión; y Dios, que da á la Iglesia en cada siglo los
auxiliares que necesita, amoldándolos á la fisonomía
de su época , cuando desapareció la Orden de Malta,
ha sustituido ventajosamente á los caballeros, en los
hospitales, con las Hermanas de la Caridad, y en la
lucha, con los héroes de pulpito y tribuna, que ahora
hacen más que los de espada.
Mencionare por último, como un objeto curioso
conservado en el palacio del Gran Maestre de Malta,
el alfange Qe Draguto. Este capitán de bárbaros,
cuyo nombre era temible , habia venido í sitiar la
isla, y colocado en el punto ahora conocido con el
nombre de Fuerte Manuel, por haberle edificado el
Gran Maestre D, Manuel deViilena, portugués de
nación, estaba dirigiendo el asalto casi con la certi-
dumbre del triunfo. Es fama en la isla, que no que-
dándoles ya á los sitiados más que una carga de pól-
vora , al echarla en un cañón pusieron con la bala
una medalla de la Santísima Virgen. Disparado el
tiro hacia el punto donde estaba Draguto, la bala dio
en una piedra, haciéndola pedazos?, y uno de estos
hirió y mató á Draguto, cuyas tropas levantaron el
— 404 —
sitio. El alfange de aquel capitán, recogido y conser-
vado como trofeo , es prueba del suceso que algunos
atribuirán al acaso, palabra vacía de sentido, y que
los católicos llaman milagro, porque ni estaba en las
previsiones humanas, ni podía ocurrir más á tiempo:
y por todas estas circunstancias lo juzgan, con razón,
una obra digna de Dios.
No sólo estas cosas son las que merecen observarse
en el palacio del Gran Maestre. Hay también en
aquellas galerías algunos cuadros de mérito y varios
retratos de personajes notables. Me llamó la atención
el del último Gran Maestre, el alemán Hompesen, que
rindió la isla á Bonaparte, cuando ademas de haber
debido preferir sepultarse bajo los escombros de las
formidables fortificaciones de Lavaletta, pudo hasta
rechazar gloriosamente la invasión de los franceses.
Con poco que los hubiese entretenido, habría dado
tiempo á que llegasen á socorrerle los ingleses, en-
tonces muy superiores en el mar a los franceses, y sus
jurados enemigos. Ademas, si poco tiempo después el
pueblo de Malta, indisciplinado é inexperto, man-
dado por un clérigo y otro jefe, pudo arrollar á los
franceses que dejó Bonaparte en la isla; ¿cómo los ca-
balleros con todo su prestigio y sus excelentes posi-
ciones, no le resistieron mas tiempo? Se ha hablado
de traición ; de modo que puede creerse que aquí,
como en Rodas, tos hijos de los cruzados fueron ven-
cidos no por el hierro sino por el oro; pero lo cierto
es que el verdadero corruptor de los defensores de
Malta, fué la impiedad. Alguno, ó algunos de ellos,
— 405 —
me decía Monseñor Pace Forno, en vez de ir á rezar
en la iglesia de San Juan el Oficio de la Virgen, lle-
vaban al coro un tomo de Voltaire. Cantando el
Magníficat con la humilde Virgen de Nazareth, lle-
garon los caballeros á ser héroes. Apacentándose de
las sofísticas, superficiales y sucias producciones del
detractor de la doncella de Orleans, ellos se cubrieron
de ignominia. A fructihis eorum cognoscetis eos.
La sala de Capítulos de la Orden, destinada hoy
para el Consejo legislativo y administrativo de Malta,
es una délas más espléndidas de Europa, porque las
tapicerías que cubren sus paredes, don de los sobe-
ranos de Francia á los Grandes Maestres, son de las
más ricas y hermosas que han salido de la fábrica de
Gobelins. Es necesario convenir en que el respeto con
que los ingleses han conservado todas estas cosas en
su lugar , es digno de elogio, siquiera no tenga mé-
rito , pues no son suyas; pero hoy que reina el lla-
mado principio de las anexiones, el que no roba pu-
diendoj en cierto modo contrae un mérito.
Ademas del palacio del Gran Maestre liay en La-
Valetta algunos otros, llamados alfargos} que cor-
respondían á los caballeros de las diferentes naciones
que componían la Orden de San Juan. Estos edificios,
suntuosos y magníficos, atestiguan las riquezas de que
disponían aquellos religiosos guerreros; y explican
cómo, con el curso del tiempo , ellos perdieron su es-
píritu y prepararon la ruina de su institución. Ha-
blando de la causa de beatificación de la Reina Cris-
tina de Ñapóles, madre de Francisco II, el Promotor
- 406 —
de la Fe, Monseñor Fratrini, me decía en Roma: «Ha
obrado milagros; pero el mayor de todos es haberse
santificado en el trono.» lío aplico esta observación á
los Caballeros de Malta. Se concibe que cuando eran
hospitalarios, asistiendo por sí mismos á los enfer-
mos, y guerreros, estando de continuo enfrente del
enemigo, se mantuviesen puros y guardasen los votos
de su profesión. El ejercicio activo de la caridad los
libraba de la ociosidad, y el temor continuo de la
muerte los re tenia en el cumplimiento del deber. Pero
cuando estaban descansados, respetados y obedeci-
dos en Malta, habitando en lujosos palacios y ro-
deados de prestigios y de honores, habría sido una
especie de milagro que se conservasen fíeles á los
compromisos que contraían delante de Dios y de los
hombres. Dios, sin duda, les daba las gracias nece-
sarias para ser fieles; pero ¿correspondían ellos á
estas gracias? Hé aquí la cuestión á que no me toca
ni quiero responder. Baste apuntarla para que, en
r

vista de la destrucción de la Orden de San Juan que


el cielo permitió, y cuya restauración se ha hecho
imposible, concluyamos, ademas de adorar los decre-
tos divinos, que ámenos de una grande vigilancia,
hay en la estimación y en la riqueza más peligros para
los institutos religiosos, para el clero y para todos los
verdaderos cristianos, que en la persecución y en la
pobreza.
Me he detenido demasiado hablando de la isla de
Malta; pero el lector me excusará, porque me pare-
ció de justicia pagar un amplio tributo de admiración
- 407 —
á la fe, á la fidelidad y á la constancia de estos afor-
tunados isleños, que tuvieron por apóstol á San
Pablo. El vaso de elección escogido por Dios para
llevar el nombre de Jesús á las gentes , le anunció en
esta isla , imprimiéndole tan hondamente en el cora-
zón de sus habitantes, que de padres á hijos se ha
trasmitido, y parece que se trasmitirá, la fe católica,
hasta las últimas generaciones, ¡Bendiga el Santo
Apóstol desde el cielo á estos sus amantes y devotos
discípulos!
CAPÍTULO XX.

CONCLUSIÓN.

Las cartas que encontré en Lavaletta, me deter-


minaron á volver inmediatamente á bordo del Ihj-
daspes, que continuaba el mismo dia 3 de Mayo su
viaje directo á Marsella» Las disposiciones adorables
de la Providencia, llamándome á otra parte , me im-
pedían volver á Roma, en donde yo deseaba ardien-
temente bailarme, para ser testigo del gran suceso
anunciado para el dia 8 de Junio. La mayor parte de
los eclesiásticos, mis companeros de viaje, se trasla-
daron á bordo de otro vapor de las Mensa geri as Impe-
riales, que debía conducirlos á Ñapóles, Civitta Vechia
y Genova. Sólo el P. Ratisbontie continuó conmigo en
el Ryd&spes, dirigiéndose á Francia.
Partimos de Malta á la una de la tarde, Á las tres
avistamos la isla de Gozzo, y á las seis veíamos ya la
costa de Sicilia. La noclie era tranquila, la luna bri-
llaba en el firmamento. Yo disfruté del grande espec-
táculo del cielo estrellado, que se reflejaba en la in-
mensa superficie del mar, paseándome sobre cubierta
hasta las diez. Después de haber empleado tres meses
— 409 —
en el Oriente, marchaba, no con rapidez, pero sí con
segundad y sin contratiempo hacia Europa,
El domingo 4 de Mayo, cuando subi á la cubierta,
el buque se hallaba enfrente de Marsala, puerto de
Sicilia que se ha hecho célebre por el desembarque
de Garibaldi en 1860. Cuando yo arribaba á Son-
thampton en Mayo de aquel año, aun antes de saltar
á tierra me trajeron á bordo del vapor ingles ia noti-
cia de las hazañas de Garibaldi contra Francisco II,
que tanta alegría causaron a todos los revoluciona-
rios. En los días que escribo estas líneas, se dice que
el aventurero de Niza está moribundo, por la herida
que le causó uñábala piamontesa, en un encuentro
sin gloría para los vencedores ni para los vencidos,
Era un héroe de convención, proclamado tai mientras
que á la Inglaterra y la Francia les convino servirle
de su prestigio. Ellas le ayudaron, y la traición le
abrió las puertas de Ñapóles. Pero , aun asi y todo, éi
no pudo acabarla conquista de aquel reino; ni esta
empresa se habría podido llevar a cabo, aun contando
con las simpatías de aquellas naciones, con el apoyo de
todos los revolucionarios y con la deslealtad de alga-
nos de los servidores de Francisco II, si las tropas re-
gulares de Víctor Manuel no hubieran acudido á lan-
zar a aquel infortunado rey de Gaeta. Garibaldi co-
menzó desde entonces no sólo á inutilizarse, sino á
hacerse ridículo. Sus furiosas y brutales peroratas con-
tra el Papa y el clero, sus halagos á los protestantes, y
por último, sus sandios insultos contra Napoleón III,
sin el cual nada se habría hecho en Italia, habían sui-
— 410 —
cidado moral mente á aquel idolo de la revolución.
Una bala, sí no traidora, disparada á lo menos por or-
den de uno de sus antiguos cómplices, parece induda-
ble que le llevará materialmente al sepulcro; en donde,
después de unas pocas flores de falsa compasión y de
hipócritas alabanzas, él no recibirá más que la compa-
sión de los verdaderos cristianos, por el mal que ha
hecho, y las maldiciones délos que, no siendo tales, ha-
yan sido arrastrados por él mismo al crimen, ó resulten
perjudicados, como resultará la generalidad de los si-
cilianos y napolitanos en sus familias y en sus bienes,
por la dominación piamontesa que él ha contribuido
á imponerles: dominación que, aun cuando durará
poco, dejará una profunda y dolorosa huella de mise-
rias, estampada con sangre, y regada con lágrimas
en las Dos Sicilías.
En frente de Marsala hay dos pequeños islotes,
tristes, escarpados y casi desnudos de vegetación ; y
en uno de ellos, que se avanza en el mar, cual si qui-
siera ir á unirse con la Sicilia, está una punta de
tierra, coronada de un fuerte. Parece que aquí tenia
una prisión de Estado el enérgico rey Fernando II,
objeto de abominación para los revolucionarios y de
respeto para los hombres de orden; porque, aun cuan-
do como hombre no careciera de defectos, como mo-
narca desplegó cualidades no comunes en el trono.
Cuando en 1848, Italia hervía en revoluciones, y Fran-
cia, lejos de consolidarse, amenazaba precipitarse en
la cima del socialismo, Fernando II luchó con la anar-
quía en su capital, la venció y arrojó de su reino,
— 411 —
dando así un grande y saludable ejemplo á loa demás
reyes y naciones; y preparando un asilo digno y se-
guro al Santo Fadre Fio IX, á. quien la revolución,
que acusa de tirano al rey de Ñapóles, pagó con
la ingratitud más negra y criminal la clemencia
suma con que tratara á los reos de Estado, dándoles
la libertad y restituyéndolos á la patria. En una época
posterior, Fernando II, resistiendo con heroico decoro
la humillación á que quisiera sujetarle la orgullosa In-
glaterra } fautora interesada de las revueltas de Italia,
supo ser aun más grande y digno que Francisco I
después de la batalla de Pavia. El. monarca francés,
diciendo después de su derrota: «Todo se ha perdido,
menos el honor,» se ha hecho admirar en la historia;
pero Fernando II, manteniendo la paz y el respeto á la
autoridad en su reino, respondiendo á los ingleses
que le pedían dinero para uno ó dos de ellos que iban
á atentar con otros revolucionarios contra la paz de
Ñapóles, y á quienes él reprimió con enérgica mano:
«Tomad el dinero, pues lo pedís amenazándome con
la fuerza material de toda la Gran Bretaña. Yo no
tengo la necesaria para resistiros, ni en el mar ni en
la tierra; mas no por eso será menos evidente la injus-
ticia que me hacéis exigiéndome ese dinero. Dispo-
ned de ese dinero, mas ni siquiera me digno volver
á discutir con vosotros sobre este punto;» el rey de
Ñapóles, hablando y procediendo asi, no sólo salvó
el honor, sino que delante de Dios y de los hombres
imparciales y honrados, triunfó de sus adversarios.
Ademas, ni estos, ni los franceses, que luego contribu-
— 412 —
yeron á destronar á su sucesor, pudieron mientras Fer-
nando II vivió 9 hacer reinar la anarquía'en Ñapóles.
Por la misma regla arriba citada, de que los pueblos
tienen los gobiernos que merecen, Dios retiró del mun-
do á aquel denodado y hábil monarca, con cuya
muerte, Ñapóles, que merecía un castigo, perdió su
independencia, siendo aquel reino infeliz entregado por
la perfidia á la más monstruosa tiranía. Por unos cen-
tenares de individuos que Fernando II retenía en las
prisiones ó lanzaba al destierro, á nombre de Víctor
Manuel se atestan ahora las cárceles con millares de
presos, se fusila á millares de individuos, se incen-
dian las poblaciones y se hace de las Dos Sicilias un
abreviado infierno. ¡Cuan bien y con cuánta razón
babia comprendido el difunto rey, que la clemencia
para con los malos es crueldad para con los buenos!
Casi toda la mañana del 4 de Mayo tuvimos á la
vista las costas de Sicilia, Al caer de la tarde ya des-
cubríamos, á la dudosa claridad del crepúsculo, las de
Cerdeña. Debimos correr toda la noche á lo largo de
ellas, porque cuando yo subí al puente por la maña-
na, nos encontrábamos muy cerca de tierra, aunque
no se veia ninguna población. La isla de Cerdeiía tie-
ne el aspecto desagradable, pues está erizada de mon-
tañas; y á juzgar por el poco cultivo que hay en las
faldas de estas, el país no puede ser rico. Los sarrace-
nos le dominaron algún tiempo, y por último vino la
isla á parar bajo el dominio de la casa de Saboya, cu-
yos jefes llevaban hasta hace poco tiempo el título de
reyes de Cerdeña. Víctor Manuel le ha sustituido con
- 413 —
el de rey de Italia, dando en cambio á la Francia su
mismo solar paterno, la Saboya. j)espues de esta ce-
sión, si los manejos de la diplomacia no hubieran sido
interrumpidos por las impaciencias de la revolución,
puede ser que la Gerdena también hubiese visto flo-
tar como señora en sus fuertes la bandera francesa.
Siempre se ha dicho que vale más un pájaro en la
mano que ciento volando. Victor Manuel ha querido
desmentir este proverbio, soltando la Saboya y Niza
como habría soltado la Cerdea a y aun quizás la costa
de Liguria, por acaparar la Lombardia, la Toscana,
Módena, Parma, las Dos Sicilias y aun los Estados
del Papa. Mas, aparte de que el nunca ha podido t e -
ner bien cogidos varios de estos pájaros, el mismo que
se los diera, parece que estaría pronto á abrir la jaula
para que varios de ellos» si no todos, se escapasen. Ve-
remos si entonces hay algún tercero que pida se de-
vuelvan siquiera al rey negociante los pájaros que dio
en cambio por los que se le vayan de las manos.
Varios de los pasajeros del vapor estaban muy de-
seosos de avistar el islote de Caprera\ y aun al bajar
á almorzar; dieron orden de que se les llamase si se
descubría el famoso retiro de (jaribaldi. Hubo sin em-
bargo tiempo bastante para concluir el almuerzo; y
al volver á la cubierta, vimos las habitaciones del
héroe ermitaño. Algvunos han tenido á Garibaldi por
un moderno Cincinnato, sin reparar qne, tal como
ahora está el inundo constituido, es hasta ridículo
querer encontrar entre los hombres antiguos, el tipo
de los hombres del dia. Ha habido un cambio com-
— 414 —
pleto y radical en las creencias, costumbres é intere-
ses de la humanidad, después del advenimiento del
cristianismo y de diez y ocho siglos de civilización
cristiana, Pero si tan fuerte é irresistible es la manía
clásica, los que la padecen tienen en la antigüedad
un modelo, al cual, á lo menos en alguna circunstan-
cia, se puede comparar á Garibaldi. Diógenes vestido
de harapos y con los pies enlodadost entró un dia en
la casa de Platón; y mientras este venia, aquel se pa-
seaba en la sala, ensuciando las alfombras. «¿Qué
haces, preguntó Platón á su huésped?—«Huello la
vanidad de Platón,» respondió el cínico.—«Sí, repuso
el filósofo, pero con una vanidad mayor todavía.»—
Garibaldi se dice que ha destruido la tiranía del rey de
Ñapóles j pero lo cierto es que con su ayuda se ha im-
puesto á las Dos Sicilias por los piamonteses, una
tiranía aun más pesada ó insoportable que pudiera ser
la de los Borbones. Garibaldi, al parecer, ha rehusado
honores, destinos y dinero; pero en realidad, en Ca-
prera ha tenido los honores de los revolucionarios, el
destino de jefe de ellos, y el dinero que le hayan en-
viado los ingleses. ¡Qué diferencia entre esta pretendi-
da modestia y la verdadera humildad que ha inspirado
á los héroes de esos diez y ocho siglos de cristianismo
que anatematiza Garibaldi, aquella religión que trajo
del ciclo, el que verdaderamente libertó á los hombres,
no matando, sino muriendo por ellos! Sin embargo, en
su delirio, hay quien haya llamado á Garibaldi reden-
tor y casi Dios. ¡Insensatos! Se burlan del Dios verda-
dero, y le insultan y desafian, á nombre de una falsa
— 4L5 —
dignidad humana, para postrarse en seguida delante
de ídolos ridículos, salvo el derecho de quemar ma-
ñana lo que hoy lian adorado. Mas volviendo á Gari-
baldi ¿no se le podría decir como Platón á Dióg-encs:
«SI, has hollado una tiranía, contribuyendo á crear
otra mayor; y has destronado unos reyes, para ensal-
zar á otros mucho más indignos todavía de reinar? Si
á todo trance se quiere resucitar el antiguo paganis-
mo, no se olvide siquiera lo que la filosofía pagana
tuvo de razonable.
El golfo de Caprera y el canal que forma ei Mediter-
ráneo entre Cerdena y Córcega, cuando el tiempo es
bueno, como el que nosotros disfrutábamos á bordo
del Ey&aspcs el 5 de Mayo, presentan á la vista una
perspectiva magnifica* Y sin embargo, aun más inte-
resantes que aquella tersa superficie de las aguas, en
que se reflejan los rayos del sol, produciendo cambian-
tes de luz, y que aquellas verdes llanuras, sirviendo
como de alfombra á las ásperas colinas, son los r e -
cuerdos y todos los afectos que excitaba en mi alma
la patria de Bonaparte, vista el 5 de Mayo, aniversa-
rio de la muerte del cautivo de Santa Elena. Me pare-
cía verle salir de Córcega, cual parte el águila de su.
nido, para embriagarse con los rayos del sol, y arre-
batar después aquí y allá pingües presas; hasta que
encarcelada en otra roca muy lejana, espira en ella,
para que su sepulcro, como su cuna, rodeados por aguas
inmensas, sean arrullados por el rumor de las olas,
única armonía que conviene á su índole atrevida é in-
quieta. Desde que Córcega dio a l a Francia su gran
— 416 —
dominador, se establecieron entre esta y aquella isla
italiana por la naturaleza, relaciones estrechísimas,
que no será fácil romper; y ellas son un nuevo argumen-
to contra esa vana teoría de las nacionalidades, que se
ha querido hacer pasar por una i den practicable y fe-
cunda. De todos modos deberían decimos los procla-
madores de Ja unidad italiana, por qué dejan en poder
de la Francia la isla de Córcega, y la de Malta bajo la
dominación de los ingleses, cuando en nombre de esa
unidad han desposeído y atacado á príncipes ita-
lianos.
Nuestra navegación continuó siendo próspera toda
la noche del 5 de Mavo. Al amanecer este día descu-
i'

brímos las islas de Hyeres: y a las diez de la mañana


del 6. veíamos va la costa de Provenza. La entrada al
puerto de Marsella es imponente y severa, Á medida
que el buque se aproxima á tierra, crece el interés de
la perspectiva. Primero fija las miradas del viajero,
especialmente las del peregrino católico, la torre del
Santuario de Nuestra Señora de la Guarda. Hace po-
cos anos que se ha reedificado este templo, en honor
de la Estrella de lo,? Mares: y ciertamente que cuando
no es dado al navegante que vuelve de un largo y pe-
ligroso viaje. subir é arrodillarse en acción de gracias
delante del altar de María, por lo menos la envía de
lejos sus votos, satisfaciendo así la necesidad que todo
corazón bien formado siente de mostrarse agradecido.
Luego llaman la atención las casas, las fábricas, los
fuertes, la multitud de buques surtos en el puerto, el
desembarcadero y los magníficos edificios construidos
- 417 -
enfrente de la bahía. Por desgracia, esta recibe,"alguu
desagüe, que produce fétidas exhalaciones. Una señora
americana exclamaba con este motivo: «He aquí el ra-
millete que nos regala Marsella,» ¡ Tan aseados serán
los puertos de los Estados Unidos!
Para el peregrino que regresa de Oriente, Marsella
tiene el especial interés de que, según una respetable
tradición, fué á este puerto donde aportaron, lanzados
de su patria por los enemigos del nombre de Jesús,
los tres hermanos que tan tiernamente le amaban, y
que le hospedaron tantas veces en su casa de Betania:
Lázaro, María y Marta. La ilustre penitente, que una
vez convertida, consideraba como su vocación especial
la vida contemplativa á los pies de su Divino Maestro,
como nos lo atestigua el Evangelio (Luc. X, 42);
cuando llegó á Marsella, según la misma tradición,
dejó por algún tiempo su costumbre de vivir retirada,
y predicó el Evangelio á los habitantes de la ciudad.
Pero luego que los vio convertidos, para que nada al-
terase el silencio de su contemplación, llevándose in-
visiblemente á su Jesús en el pecho, como quiso lle-
vársele visiblemente, aunque fuese muerto, cuando lo
pedia al que creía un jardinero (Joan. XX, 15), se re-
tiró á una soledad poco distante de Marsella, llamada
el ¡Santo Bálsamo, la cual quedó llena del aroma de
sus virtudes.
Las noticias que yo había recibido en Malta eran
de tal naturaleza, que me impidieron satisfacer el de-
seo que tenia de visitar la capilla que en honor de
Santa María Magdalena, ha erigido la piedad en aquel
SANTOS LUGARES. 27
— 418 —
desierto. Después de liabeT Visto las ruinas del santua-
rio erigido por los cruzados en el sitio mismo donde
la pecadora convertida ungió con precioso ungüento
los pies del Salvador, me habría sido muy grato poder
detenerme algunos momentos en aquella soledad de la
Provenga, aun más embalsamada con el olor de sus
virtudes. que la casa de Simón el Leproso con la fra-
gancia del nardo espigado. Dios, queme ha dispen-
sado tantos favores, sin merecerlos, en el curso de mi
peregrinación, me negó este último; y yo debia some-
terme á sus adorables designios, bendiciéndole en lo
próspero y en lo adverso. Tomó, pues, á las ocho de la
noche del dia 6 de Mayo, el tren de Marsella á Per-
J
b-

pignan. Pasé el dia 7 la frontera de Francia, entrando


en España por la parte de Figueras. El 8 en la madru-
gada estaba en Gerona, ciudad de fama inmortal, por
la heroica resistencia que opuso á las huestes de Na-
poleón. En la tarde del mismo dia me trasladé por el
ferro-carril á Barcelona, y dejando esta ciudad el 8 á
las cuatro y media de la mañana, después de atravesar
el principado de Cataluña, el reino de Aragón, en
cuya capital, la ilustre Zaragoza, estuve poco tiempo;
parte del reino ele Navarra, las dos Castillas Vieja y
Nueva, encontrando por donde quiera vestigios de la
lucha de siete siglos que la España cristiana sostuvo
contra el islamismo, entré en la Mancha, crucé la
Sierra Morena, tocando en las Navas de Tolosa y en
Bailen, tan célebres por las batallas ganadas en aque-
llos lugares por los católicos y patriotas iberos contra
el poder musulmán y el napoleónico, y llegué á la ca-
pital de Andalucía el ífj de ; ir.yc. justamente a los
veinte días de mi embarqu . ev: J-if/f>. y ¿ los veintidós
de mi salida de Jeru salen. GL^-U.O de magos habría pa-
recido á los cruzados, que ea tan corto espacio de
tiempo pudieran recorrerse tantos pabes; y sin em-
bargo, todo esto es cierto, merced á la rapidez de las
comunicaciones en la actualidad. Dios que. reserván-
dose siempre utilizar la actividad, la industria y básta-
la locura de los hombres, para hacerlas servir á sus
soberanos y benéficos designios, en cierto sentido ha
abandonado esta región inferior del globo á las dispu-
tas y á las especulaciones humanas, hasta ha favore-
cido, con lo que irreflexivamente se llaman casualida-
des, todo este progreso de la ciencia moderna. Utilí-
zanle las almas piadosas para ir á fortificar su fe,
visitando los Lugares Sacrosantos donde nació, vivió
y murió el Redentor: pues una peregrinación de esta
clase, emprendida con espíritu cristiano y proseguida
con religiosidad. es no solamente una obra que com-
pensa abundantemente y sin demora el trabajo y los
gastos emprendidos en ella, sino que deja para toda la
vida recuerdos imperecederos en la memoria, y un
fondo inagotable de consuelos en el corazón. ¡ Gloria,
honor y bendición á Dios, que me permitió emprender
y llevar á efecto este viaje; y que protegiéndome en
todo 61, me proporciona la satisfacción de dar cuenta
de sus pormenores á las personas devotas que también
quieran hacerle!

FIN.

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