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La magia parte de dos principios elementales: 1.

º “Los acontecimientos
que se producen en el universo siguen unas leyes inmutables, que
pueden ser conocidas”; y 2.º “El conocimiento de las leyes proporciona
la posibilidad de previsión del desarrollo de un fenómeno”. Estos
principios son los mismos que impulsan a la ciencia. Las diferencias
fundamentales entre ambas formas de conocimiento estaría en los
siguientes conceptos fundamentales de la magia, que la ciencia ignora.

El universo está interrelacionado y estructurado de una manera


jerarquizada, piramidal, en la que los niveles más sutiles son los más
poderosos. Al igual que la energía es más poderosa que la materia y, al
ser más sutil, puede atravesarla, también la mente es superior a los
otros niveles inferiores, y puede dominarlos. Por eso el objeto del
estudio del mago no es la materia, sino el espíritu. En su búsqueda de
los poderes espirituales, el mago aprende a dominar la materia, pues
descubre esas leyes universales, que no son materiales, y las fuerzas
sutiles que mantienen el orden en el universo.

“La sabiduría no tiene dueños, pero sus esclavos son los amos del
universo”.

Los principales escollos que separan la magia de la ciencia son:

1) La obstinación con que los científicos se niegan a reconocer la


existencia de una realidad inmaterial y que, además de los instrumentos
de laboratorio, pueden emplearse otros que no son del plano físico para
indagar los misterios de la Naturaleza.

2) Un problema de lenguaje, pues a menudo magia y ciencia están


describiendo el mismo fenómeno con palabras diferentes. El
pensamiento mágico utiliza el lenguaje simbólico, mientras que el
científico usa una terminología lógica (aunque a veces tiene que volver a
recurrir a símbolos y mitos: el big bang” como comienzo del universo,
similar a la “expiración de Brahma”; el “caldo nutritivo” como origen de
la vida en la Tierra, que no es otra cosa que el “océano primordial”,
etc.).

3) El uso que se le da al conocimiento obtenido. Puesto que el estudio


científico se enfoca en el mundo material, de su investigación el
científico no resulta mejorado ni un ápice, no se transforma en su
investigación como hacía el alquimista. Es igual antes que después de su
descubrimiento; a lo sumo, puede ser más valorado por sus
compañeros. El mago obtenía su conocimiento a través de su
transformación interior, y puesto que es muy fácil utilizar ese
conocimiento en provecho propio y perjuicio para los demás (y si no,
que se lo pregunten a las víctimas de Hiroshima, o a los enfermos por la
polución, o a las masas movidas a consumir por los medios de
publicidad y gastar lo que no tienen, etc., etc.), había que guardar
silencio, y no transmitirlo más que a aquel que demostrara merecerlo.

4) La investigación científica fuerza a la naturaleza para averiguar y


aplicar sus leyes, mientras que el mago actúa insertando su conciencia
en la naturaleza, de manera que, sin forzarla, puede utilizar sus leyes y
anticiparse a los fenómenos.

La magia, madre de las ciencias

Del conjunto integrado de conocimientos de la magia es reconocido que


emanaron las diferentes ciencias conocidas en la actualidad, desde la
astronomía a la química, la botánica, la psicología, etc.

Las ciencias surgieron de la magia tras su separación de la religión: la


religión se quedó en su cascarón “exotérico”, convertida en una serie de
dogmas impuestos por las jerarquías eclesiásticas y dando lugar al
fanatismo y la intolerancia. Los conocimientos espirituales y
trascendentes, así como los poderes sobre ellos, se redujeron a la
hechicería y a un conjunto de fórmulas vacías y sin sentido.

Los conocimientos sobre la materia dieron lugar al nacimiento de las


ciencias. Unas ciencias analíticas, separadoras, que han sufrido un
proceso de aislamiento progresivo denominado especialización.

Magia: la magna ciencia

Cuando oímos esta palabra, quizás en lo primero que pensamos es en


uno de esos prestidigitadores o ilusionistas que, como su nombre indica,
mediante la velocidad de sus dedos y con la ayuda de juegos de
imágenes, producen “ilusiones”, haciéndonos creer en algo irreal,
engañándonos en cierto modo. Cuando estos ilusionistas se convencen a
sí mismos o simplemente nos quieren convencer a nosotros de que sus
juegos son reales y no fingidos, aparecen la hechicería y la superstición.

Es muy triste que cuando quieres leer algo sobre la magia, lo primero
que encuentres es la retahíla de “hechizos” y “hechiceros” que ha habido
en la historia, así como de sus persecuciones y martirios. Si embargo,
no es esto la magia, sino aquello en lo que derivó cuando se la vació de
contenido, separándola de su fuente de salud.

Para los analistas del siglo pasado, influenciados por el evolucionismo, la


magia era un estadio primitivo de conocimiento, superado con el tiempo
por la verdadera ciencia. James G. Frazer coloca a la magia como una
forma de pensamiento prerreligiosa y precientífica, cuyo concepto
fundamental, sin embargo, es el mismo que el de la ciencia:

“Visión de la Naturaleza como una serie de acontecimientos que ocurren


en orden invariable y sin intervención de agentes personales”, es decir:
el curso de los acontecimientos que se producen en el universo no está
determinado por el capricho de seres personales.

Dichos acontecimientos están determinados por leyes inmutables,


proporcionando la posibilidad de la previsión y el cálculo del desarrollo
de un fenómeno.

Frazer establece dos leyes del pensamiento mágico (a las que más tarde
Hubert y Mauss añadirán la ley de contraste), que son : ley de
semejanza (lo semejante produce lo semejante) y ley de contagio o
contacto (las cosas que una vez estuvieron en contacto actúan
recíprocamente a distancia).

Si intentamos conocer el fenómeno de la magia y el conocimiento


antiguo sin los prejuicios positivistas de los que se creen a sí mismos
como la cúspide de la evolución humana, nos encontramos con que la
magia es para los antiguos la magna ciencia, la ciencia sagrada: en las
antiguas culturas, cuyas maravillas arquitectónicas y técnicas han
sobrevivido para sorprendernos e inducirnos a la interrogación, se
consideraba la magia como una ciencia sagrada, inseparable de la
religión. La magia era la ciencia de comunicarse con potencias supremas
y supramundanas y dirigirlas, así como de ejercer imperio sobre las
demás esferas inferiores; es un conocimiento práctico de los misterios
ocultos de la Naturaleza, conocidos únicamente por unos pocos por
razón de ser tan difíciles de aprender sin incurrir en pecados contra la
Naturaleza.

Pero la magia no es ninguna cosa sobrenatural. Según F. Hartmann, la


magia es sabiduría, la ciencia y arte de utilizar conscientemente poderes
invisibles (espirituales) para producir efectos visibles. La voluntad, el
amor y la imaginación son poderes mágicos que todos poseen, y aquel
que sabe la manera de desarrollarlos y servirse de ellos de un modo
consciente y eficaz es un mago. El ir en busca de esta ciencia implica
cierto grado de aislamiento y abnegación, de trabajo interior, pues las
distinciones entre magia blanca y magia negra no están en los procesos
o conocimientos utilizados, sino en el fin con que se han utilizado. De
ahí la necesidad del silencio y del secreto.
La antigua sabiduría, el pensamiento mágico antiguo, definía
la separatividad como a la peor de las herejías. El mayor error en el que
se podía incurrir. A partir de la exclusión de la magia de la religión
empezaron a producirse los enfrentamientos religión-magia, religión-
ciencia, ciencia-magia. Enfrentamientos que caracterizaron el siglo XIX,
y que quizás, en un proceso lento, lleguen a desaparecer en el siglo que
recién empieza.

Hoy por hoy, aunque empiezan a levantarse voces que reivindican la


sabiduría antigua, los químicos siguen mofándose de sus antecesores
alquimistas por querer transformar el plomo en oro… Y sin embargo,
ahora ellos mismos lo pueden hacer mediante reacciones nucleares
(aunque no resulte lucrativo). De vez en cuando se vuelven a establecer
campos de batalla entre los astrónomos y los astrólogos, a pesar de
conocerse leyes universales que interrelacionan el cosmos, y a pesar de
que la astrología es contrastable, mientras que la cosmología jamás lo
será. En el estudio de la estructura íntima de la materia, los físicos
vuelven, a pesar de la reticencia de la mayoría, a descubrir la ilusión de
la materia, y su naturaleza “mental”. Desde Einstein a David Bohm o F.
Capra, se vuelve a reivindicar la necesidad de relacionar la mística con
la física, al llegar esta a los límites de lo medible. A pesar del gran
desarrollo de la informática o inteligencia artificial, aún no se han
descubierto los mecanismos del pensamiento. El modelo a seguir no
parece ya el del cerebro pensante mediante reacciones químicas y
eléctricas, sino el de la mente pensante que utiliza el cerebro como
ordenador para manifestar sus operaciones. La hipnosis, el “poder de
hechizo” de la Antigüedad, es hoy el instrumento principal del
psicoanálisis, reconocido como ciencia por la mayoría, aunque términos
como el “subconsciente”, personal o colectivo, sean intangibles,
inmedibles, incomprobables.

“Lleno está el mundo de magos inconscientes (en la vida ordinaria, en la


política, en el clero y en las fortalezas del libre pensamiento). La mayor
parte de estos magos son “hechiceros” a causa de su peculiar egoísmo,
su carácter vengativo, envidioso y maléfico” (H. P. Blavatsky).

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