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Es un sentimiento

Por Nicolás Tereschuk

“Son las pasiones aquello por lo que los hombres cambian y difieren para juzgar”. No se trata de una frase del
último consultor político de moda pero quizás el concepto nos ayude a pensar cómo se definirán las elecciones
nacionales de este año con una sociedad en tensión por una situación económica crítica.
La idea es de Aristóteles, quien en su Retórica discute sobre la persuasión1. Allí señala tres elementos de este
arte. Por un lado, el logos, que es el conocimiento, la información, los datos. Por otra parte, el ethos: se trata de
los valores que expresa quien emite el discurso. Dicho de otro modo, la credibilidad de quien intenta persuadir.
Y, por último, el pathos, que es el aspecto que busca convencer a través de la emoción.
Hace 2300 años, Aristóteles sabía que convencer no es igual a develar. Que persuadir no es lo mismo que
enseñar. Que esta compleja operación destinada a que alguien modifique una posición no consiste en aportar los
datos correctos a quien no los tiene, sino que requiere de algo más –o de algo diferente–. En contra de lo que el
legado del iluminismo nos enseñaría, su convicción era que los hechos no hablan por sí solos. Y que es
importante entender cómo se ven las cosas desde el punto de vista ajeno porque ¿de qué otra manera podríamos
despertar un conjunto de emociones que nos ayuden en esta tarea?
En las últimas semanas, en el debate público, parece comenzar a moldearse una idea fuerza en algunos sectores
que se oponen a Mauricio Macri. Y es una muy parecida a esta que recorríamos. No serán sólo los datos, los
pésimos datos del desempeño de la economía durante el gobierno del PRO los que permitirán estar más cerca de
derrotarlo en las urnas.
De acuerdo a este enfoque, para ganarle a uno de los peores gestores de la economía y del bienestar de los
argentinos en décadas –esto obedece a información, a datos duros, estamos parados en el terreno del logos–
debería acudirse a una forma de pensar anti-intuitiva. Podemos prever, con cierto grado de certeza, que Macri
buscará que la campaña electoral no se centre en torno a la información que lo muestra como un pésimo
gobernante en lo económico. La oposición tiene entonces ante sí dos opciones. Una es recostarse sobre el
terreno que deja libre el macrismo, sobre ese espacio “cómodo” que nos ofrecen los datos. Creo que para tener
más posibilidades, el camino es el contrario. Quienes se oponen a Macri deberían justamente acudir a ese
mismo campo de batalla de las cuestiones “más que económicas” sobre las que buscará trabajar el oficialismo,
aunque, por supuesto, con una visión diferente. ¿Cuáles son los valores de la Argentina que queremos construir?
¿Cómo vivirán nuestros hijos? ¿Qué creencias son las que llevarán a este país a buen puerto? ¿De qué forma
construiremos una Argentina que viva más feliz? ¿Cómo haremos de esta parte del mundo un lugar que dé
orgullo nombrar?
El conductor televisivo Mariano Iudica relató en el programa Polémica en el Bar que su hija, a quien describió
como una incansable trabajadora, mejor promedio de su universidad y conocedora de su oficio emigrará en
busca de un futuro mejor. En ese contexto, al comentar la noticia que indicaba que 2018 arrojó la inflación más
alta desde 1991, señaló: “No se puede prever nada. ¿Qué crédito va a sacar?, ¿qué proyección va a hacer con su
vida, con su novio?”.
La oposición, por momentos, se parece demasiado a alguien que se acerca a Iudica en ese instante y le agrega
algún dato o información redundante. “¿Sabías que la inflación en alimentos fue aún mayor en el marco de la
caída más abrupta en diez años de la actividad económica?”
Este exceso de verdad por parte de la oposición choca contra conceptos que el oficialismo moldea con una
intención que parece casi explícita: volverse inmune a los datos. El ministro de Transporte, Guillermo Dietrich,
ofreció hace pocos días una entrevista al diario Ambito Financiero, donde mostró buena parte de ese arsenal. El
funcionario explicó que el macrismo está compuesto por un grupo de personas que provienen “de afuera” de la
política para luchar contra “la corrupción, el narcotráfico, los privilegios y la impunidad”. De esta forma, el
Presidente se enfrenta a “un grupo que manejó la Argentina, que la destruyó” durante 70 años, que son “siempre
los mismos”. Tras asegurar que el Gobierno hizo “transformaciones muy profundas” sostuvo, sin ejemplos, que
le están “cambiando la vida todos los días a cientos de miles de personas en un montón de cosas rompiendo
privilegios”. Se trata además de “cambiar la lógica de ‘yo te doy’”, que –según sostuvo– primaba en la
Argentina especialmente durante el gobierno de Cristina Kirchner, quien –admitía el ministro– efectivamente
“daba” cosas concretas. Añadía a esto que los problemas que se registran ahora ocurren porque el Gobierno “no
toma atajos ni tapa” las cuestiones que funcionan mal. “Los resultados son parte de los procesos y los procesos
llevan tiempo”, evaluó. Se trata de un discurso centrado en valores en el que los resultados carecen de
importancia porque lo relevante es “el camino” (“el único camino”, en palabras de Macri). Atacar con
información, bajo una lógica cartesiana y racionalista a alguien que se defiende de esa forma, puede tener en
definitiva pocos efectos. Pero vayamos un paso más allá ¿qué pasaría entonces si la oposición, de manera anti-
intuitiva también pasara a disputar en ese terreno?
Traducir esto en estrategias y mensajes concretos no es fácil para los sectores que se ubican a la izquierda de
neoliberales y conservadores en todo el mundo. La forma en que Donald Trump tiene aún desorientados a
quienes se le oponen es el mejor ejemplo diario de esta carencia.
En un contexto en el que el presidente Macri ofrece, dado su horrible desempeño, una oportunidad de una
elección presidencial competitiva, donde hay sectores que lo votaron en la segunda vuelta de 2015 pero ya no
creen más en él y han dejado de escucharlo, podría pensarse que es errado no apelar directamente al cúmulo de
información sobre un gobierno que pone al país al borde del abismo económico. Sin embargo hay buenas
razones para evitar ese camino.
Hagámosle algunas preguntas a la Historia. Por ejemplo, ¿por qué motivo Carlos Menem, ante una inflación de
cuatro dígitos prefería apelar a la emotividad y a desbordar lo económico con la promesa de “salariazo y
revolución productiva”, mientras el candidato oficialista se paseaba con un lápiz rojo hablando de las
complicadas cuentas públicas? ¿Qué es lo que hizo que ya siendo presidente, pudiendo mostrar la mayor baja de
la inflación de la Historia y un retorno al crecimiento luego de la década perdida de los 80, Menem eligiera
hablarle a los argentinos de una imagen que excede esa información, hablando de un “ingreso al primer
mundo”?
Insisto: en ningún lugar del planeta es fácil para los sectores progresistas posicionarse en este lugar anti-
intituivo y si se quiere pos-iluminista. La formación en ciencias sociales de muchos de nosotros nos lo hace
difícil. Había que ver a la extremadamente formada y competente, pero siempre fría y racional Hillary Clinton
tratar de disputar al candidato más inepto para la Casa Blanca de la Historia.
Aún así vale la pena intentarlo. Las elecciones parecen cada vez más definirse por algo que se experimenta acá,
en el estómago –un afamado consultor estadounidense hablaría de gut-level–2. Y no precisamente como el
hambre. Más bien como en el amor, como en ciertos momentos de la vida, se trata de lograr que algunos de
nuestros conciudadanos sientan –iba a escribir erróneamente “piensen”– “me parece que sí, me la juego por
vos”.

¿Persuadir o adoctrinar?
19/02/2019 por ANA SOLEDAD MONTERO

¿Qué hacer con los votantes de Macri que hoy están decepcionados? Para algunos hay que adoctrinarlos y
exhibirles su “error” pasado, plantearles que votaron “contra los intereses del pueblo”, mostrarles “la verdad”
para conducirlos al “buen voto”. Para otros, hay que acercarse a ellos y escuchar la parte de verdad que tienen,
persuadirlos en una conversación democrática en la que los puntos de vista se acerquen de manera real.
Recientemente han aparecido notas y comentarios, surgidos desde sectores opositores al gobierno, en los que se
llama a la oposición –especialmente al kirchnerismo y al peronismo– a elaborar argumentos sólidos y
persuasivos para llegar a los posibles votantes decepcionados del macrismo y a los indecisos. La hipótesis que
subyace a estos textos es que el kirchnerismo no ha sabido acercarse a esos sectores, y que ha adoptado una
actitud de soberbia y desprecio frente al votante macrista (que, como se escucha decir entre la militancia e
incluso entre la dirigencia, “votó contra sí mismo”, se dejó manipular por los medios de comunicación y no
supo apreciar los logros del gobierno anterior). Incluso algún dirigente kirchnerista llegó a decir, con tono
condescendiente, que había que hacer un “indulto generalizado” para los votantes de Macri, vehiculizando en
ese enunciado todo un compendio de presupuestos concernientes, sobre todo, a la posición de enunciación de su
autor –que es, además una posición epistemológica.
¿Desde qué lugar de saber es posiblesostener una postura de este tipo? Indudablemente, se trata de una posición
en la que, en primer lugar, la verdad es una, y, en segundo lugar, es una verdad evidente y conocida al menos
para aquellos que están en una posición adecuada (y por lo tanto privilegiada) para conocerla. Es, como dice
Claude Lefort, una característica del “movimientismo” que el líder -que se presupone dotado del saber- y sus
seguidores conozcan el movimiento de la historia y puedan incluso anticipar el desarrollo de ese movimiento:
“Yo te avisé, esto iba a terminar mal”, se dice, como si la historia fuera teleológica y pudiera preverse, con solo
conocer a los actores y sus intenciones (“son los mismos de siempre”), y como si solo algunos estuvieran en
condiciones de comprenderla.
Algunos sectores de la militancia y de la dirigencia política (principalmente kirchnerista), afirma que el pueblo
“votó contra sí mismo”, se dejó manipular por los medios de comunicación y no supo apreciar los logros del
gobierno anterior.
A tan solo ocho meses de una elección clave es una buena noticia que se vuelva a poner el foco en el poder de la
persuasión y en la necesidad de acercar posiciones con aquellos que o bien no adhieren al propio punto de vista
opositor al macrismo o bien están indecisos. No obstante, para no continuar reproduciendo los clichés y los
presupuestos incluidos en la posición epistemológica descrita más arriba, conviene recordar algunos puntos
acerca del arte de la persuasión tal como este fue descrito por los maestros griegos y romanos.
Resulta fundamental tener presente es que, si bien la retórica aristotélica ha sido leída en ocasiones como una
mera tékhne que provee una nomenclatura de argumentos para lograr el asentimiento del adversario a la propia
tesis, en verdad la persuasión no es una técnica aséptica y neutral de acumulación de “buenos” argumentos de
los que dispone en stock, como respuestas automáticas que se sacan de un cajón para rebatir las posturas ajenas:
es una práctica intersubjetiva que modifica al que encara la empresa persuasiva y al blanco de esa empresa. No
se sale igual de ese acto, y hay que estar dispuesto a asumir esa transformación que es, sobre todo, una revisión
de los propios argumentos.
Es evidente que toda tarea persuasiva se da en el marco de un conflicto y de una diferencia, de una quæstio, que
es a la vez un problema y una pregunta, es decir que la quæstio no tiene una única respuesta sino que está
abierta a lecturas diversas. Pero, así como hay un problema, hay también un suelo común, una doxa en la cual se
apoya toda actividad argumentativa y que permite, por caso, coincidir con el adversario en que ese debate vale
la pena ser dado y en que ambas partes tienen argumentos atendibles (de otro modo, ¿para qué siquiera intentar
persuadir y no simplemente imponer el propio punto de vista por la fuerza?).
Es una buena noticia que se vuelva a poner el foco en el poder de la persuasión y en la necesidad de acercar
posiciones con aquellos que o bien no adhieren al propio punto de vista opositor al macrismo o bien están
indecisos.
Es lo que la retórica latina llamaba in utramque partem: para persuadir hay que conocer muy bien los
argumentos del otro, casi mejor que los propios, y considerarlos atendibles, dignos de escucha y portadores de
algún tipo de verdad. En ese marco, ¿cómo podría no inmutarse el propio punto de vista? Si se saliera inmune
de semejante empresa, en la que el persuasor se esfuerza por atender la verdad inscripta en los argumentos de su
adversario y por encontrar respuestas atendibles también para él, es que en vez de persuadir se estaba
adoctrinando: para adoctrinar, para enseñar o revelar la verdad refutando los argumentos del otro sin atender a
sus razones, basta con considerar, como decíamos al inicio, que la verdad es una y es conocida –al menos para
uno mismo–. Para persuadir, en cambio, hace falta partir de un presupuesto radicalmente opuesto: la verdad no
es una sola y posiblemente no la conozcamos completamente, es probable que en el otro haya una porción de
verdad y por lo tanto debemos estar dispuestos a construirla intersubjetivamente. Si hay una, esa es la única
ética del discurso político en una sociedad democrática.

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