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La urgencia de reterritorializar lo social desde ontologías políticas situadas

La idea de concebir lo social como un ente autónomo a lo natural ha sido una


constante en buena parte de la tradición sociológica moderna hasta el día de
hoy, atravesando distintas corrientes de pensamiento, como lo son el
estructural funcionalismo, el estructuralismo, el marxismo, el interaccionismo
simbólico, la fenomenología, la escuela de Frankfurt, el constructivismo social,
las cuales han puesto a la división del trabajo, la lucha de clases, los procesos
de racionalización, la diferenciación funcional, la autopoiesis o las relaciones
interpersonales como principios subyacentes y explicativos de aquel dominio
históricamente.

Es así como tanto autores provenientes de la teoría sociológica clásica


(Durkheim, Marx, Weber) como contemporánea (Bourdieu, Luhmann,
Touraine) han construido categorías que han profundizado la dicotomía
cultura-naturaleza de la colonial modernidad, purificando así su significado, al
entender lo social como una realidad ontológica independiente y autónoma
de lo no humano, teniendo la capacidad de sostenerse por sí sola, a través de
nociones como estructuras, sistemas, campos, movimientos, mundos de la
vida, redes, etc.

Por otro lado, aquel sociologismo ha sido también fuertemente cuestionado


por un autor como Bruno Latour, quien ha criticado a aquellas corrientes por
su carácter antropocéntrico y por empobrecer el significado de lo social. De
ahí que haya propuesto una metodología como es la Teoría del Actor-Red en
su libro Reensamblar lo Social, la cual plantea dejar atrás aquella separación
entre cultura y naturaleza, para dar paso a un enfoque etnográfico post-
humanista que pueda considerar una multiplicidad de actantes, ya sea del
mundo humano, natural o tecnológico. Esto con la intensión de tomar a lo
social más bien como el resultado de un proceso híbrido entre variados
elementos heterogéneos, en donde lo humano, lo natural y lo tecnológico más
bien se co-construyen el uno al otro de manera simultánea y
entrelazadamente.

Sin embargo, si bien la crítica al antropocentrismo moderno de Latour es


profunda y nos puede servir para desarrollarla en los múltiples conflictos
socioambientales de América Latina, sigue siendo insuficiente ya que descuida
otras grandes dicotomías de la modernidad profundamente racistas, clasistas,
sexistas, racionalistas. Por esa razón, que la mirada de Latour siga estando
amarrada igualmente al eurocentrismo, ya que en ningún momento en sus
planteamientos cuestiona la idea colonial de universalidad otorgada a las
teorías sociológicas europeas, presentadas como aplicables en su totalidad a
todas las regiones, reproduciendo así un racismo epistémico, siendo que están
situadas como cualquier otra teoría dentro de contextos específicos.

Ante este escenario, se podría ir mucho más allá y descolonizar,


despatriarcalizar y desracionalizar su sociología de las asociaciones desde las
epistemologías del sur, planteadas por Boaventura de Sousa Santos, quien a
diferencia de Latour, entiende que el reto es mucho mayor ante la fase
terminal del proyecto moderno, como consecuencia del antropoceno. No se
trata de tener una mirada esencialista desde la región, que busque un
pensamiento puro desde el sur sobre lo social. Por el contrario, lo que se busca
es situar la teoría para lograr un diálogo interregional, que deje fuera cualquier
tipo de mirada eurocéntrica y etnocéntrica al respecto.

Es a partir de un pensamiento situado, que desde el sur global se pueden


rescatar propuestas para darle una forma a lo social alternativa y con más
vínculos, muchos de ellos perdido con los procesos de colonización en Abya
Yala y el extractivismo actual en los territorios. Desde la idea de un mundo
ch'ixi planteada por Silvia Rivera Cusicanqui, pasando por la idea de tejiendo
pluriversos de Arturo Escobar o la idea zapatista de un mundo donde quepan
muchos mundos, nos pueden ayudar a darle un giro político a lo social.

A su vez, el problema de la idea de lo social es que incluso se ha despolitizado


tanto que se ha transformado en un dispositivo más de control desde los
estados modernos a los pueblos. Es así como lo social con el paso del tiempo,
ha derivado en buena parte de la investigación e intervención, sobre todos en
nuestros países, en una concepción minimalista de esta, asociándola a
contextos de pobreza, marginalidad, vulnerabilidad. Por eso que muchos
Sociólogos, Psicólogos Sociales y Trabajadores Sociales han terminado por
reproducir un discurso social focalizado, subordinado al discurso colonial del
desarrollo, que ha terminado por reducir más aún su significado.

Es decir, como si lo social no fuera un proceso relacional mucho más amplio,


el cual estamos todas y todos inmersos en él, y no solamente un pequeño
grupo construido desde las políticas públicas, las cuales buscan apoyar y
corregir las condiciones de sectores desposeídos por el capitalismo histórico.
Pareciera con esta mirada minimalista, que los ricos y privilegiados del sistema
mundo no fueran parte de los social también. Se desprende de esto una
mirada analítica de lo social, en donde se elige una parte de ella y descuida el
resto, como si se pudiera separar de manera tan fácil la pobreza y la riqueza y
no estuvieran entrelazadas la una de la otra.

De esta manera, lo social debe tomarse de manera situada e incluir también la


capacidad de agencia de bienes comunes como ríos, montañas, bosques y el
resto de los seres vivos del planeta, ya que los seres humanos somos
interdependientes de lo no humano, por lo que vernos de manera separada a
ellos nos hace creer en una autonomía desterritorializada, como si fuéramos
extraterrestres, en términos etimológicos. En otras palabras, no conectados
con nuestro entorno inmediato y la vida misma. De ahí que si bien la noción
de socioambiental nos puede servir, igualmente deja a lo social como un
espacio independiente de los ecosistemas.

En síntesis, más que reensamblar lo social lo que necesitamos es


reterritorializar lo social desde ontologías políticas situadas, frente a las
grandes dicotomías de la colonial modernidad que nos tienen, como dirían los
zapatistas, en plena cuarta guerra mundial y en una declarada guerra total
contra todos los territorios Pero para revertir eso, se hace imprescindible que
nos nutríamos con miradas situadas en la región, sin etnocentrismos
latinoamericanistas, pero también alejadas de cualquier tipo de enfoque
eurocéntrico, ya que los resultados están a la vista, en un planeta cada vez más
vulnerable y en peligro de extinción de las condiciones básicas de la vida tal
como lo conocemos.

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