Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Por
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
Tomé el saxofón en mis manos, hice sonar breves acordes, sobre todo los
primeros que me enseñó el padre de Anastasia. Intenté hacer unos acordes de
“Cosi Fan Tutte”. O “Comedia de las Infidelidades”. De Mozart. El viento
soplaba levemente, las calles fueron surcadas por la basurilla que se colaban
con las arenas y hojas a granel, como si fuera la enorme escoba sujetada por
una mano invisible. Frente mi despacho, en el escalón contiguo a la puerta del
vagón, había unas hojas de papel engrapadas, no eran originales, sino
fotocopias, pero referían cierta información de alguien a quien no interesaba,
en su primer momento. Una mujer que no pasaba de los treinta dejó esos
papeles contiguo a mi despacho, como para que yo diera con ellos. Mis libros
en soporte de papel, los libros de papel eran mi predilección, en primer lugar
era mi amor de rutina, en esos días leía a Martín Heidegger, a Soren
Kiarquegard, y a Edmund Husserl. He preferido los libros en papel, por su
textura, y la facilidad de hacer importantes marcaciones, y degustar de la
buena lectura, después de mi ajetreado trabajo, también leía las obras de
Aristóteles, por eso de la lógica, y de otros autores esta vez de ciencias
relacionadas, con los “Agujeros Negros y Pequeños Universos”. De Hacking y
“La Partícula de Dios”. De Max Lederman.
—¡Mire esto, Gamatto, lo encontré al llegar a la oficina! —dijo la
secretaria.
—¿Cómo lo encontró? —fue mi pregunta, esta vez, conciliaba mi rostro
con un fuerte dolor de estómago del día anterior.
—Alcancé a ver que una mujer, con vestido morado, los puso en la primera
grada del vagón, y creo que me vio, se retiró caminando hasta perderse, entre
los que transitaban por el parque.
—¿Qué aspectos tenía la mujer? —pregunté.
—Solo recuerdo que vestía como de esa ropa que usa el personal de las
clínicas, pelo negro, caminaba precisa —contestó la secretaria. No pregunté,
echando un vistazo a los papeles que no habían llegado por los efectos del
viento citadino, que azotaban la controversial ciudad de Barsabás. Llamó mi
atención mirar en el borde superior de aquellas copias, estaban nombres de
personas que yo conocía.
El doctor Carlos Plinio Betaglio, a un lado el comisionado Luciano
Negrero. Más abajo de la lectura de aquel documento, me di la tarea de
aventurarme, en descifrar algo de la desabrida letra del médico. Me armé de
mayor paciencia, tomé la lupa de fino cristal, con forma de cuadrícula que
llevaba desde meses, debido a que la lupa clásica que, me había acompañado
desde mis primeros casos, Anastasia, me la lanzó al piso en una de esas
acaloradas discusiones matrimoniales. Por la lectura de los documentos me
enteré que recientemente el viejo comisionado, Luciano Negrero, había
sufrido intervención quirúrgica, que consistió en la extirpación de sus órganos
genitales. En mi mente detectivesca, estalló la rareza, la que todo hombre
puede ser sometido, y terminar sus días en la mayor de todas las desgracias.
Lamenté la experiencia obtenida de aquel elemento policial, del cual le
agradecía la preferencia en buscarme para ciertos casos que ameritaban mis
pesquisas. Luego, me llamó mucho su atención, del porqué aquella extraña
mujer, había hecho llegar a mis manos esos papeles. ¿Serán verdaderos? ¿Qué
pretendía esa mujer al darme esos papeles?
No pasó más de quince minutos, cuando dispuse ordenar mi librera, y en la
esquina del módulo que da al pasamanos cercano de mi casa, vi una tarjetita
azul, con una chonga color rojo, y al abrirla tenía una inscripción con letra
manual. Te queremos mucho papá…Mis hijos Nicole y Luisito…, me
visitaron y no me encontraron en casa. Ese día se celebraba el día del padre en
mi comunidad. Me cambiaron todas las preocupaciones de mi trabajo, lamenté
que no estuvieran conmigo, sino con su madre.
Momentos después, pensé en el movimiento que la Junta de los médicos,
había comenzado sus trámites administrativos contra los profesionales de la
medicina. Los intimaron para que se presentaran a ejercer su derecho de
defensa, y para presentar pruebas de descargo. En la pizarra de las
notificaciones, la Junta estaba recibiendo a los médicos involucrados. Nadie
pensaría que el proceso administrativo les empezara a perder el sueño. Los
médicos tenían problemas paralelos, no llevaban expedientes de todos sus
tratantes. Y no controlaban los fármacos controlados con el compuesto Alfa
PVP. Como preparando su defensa de argumentar el descuido o la imprudencia
y sofocando las intenciones del negocio redondo, y evitar la fuerte acusación,
que pesaba en contra de aquellos discípulos que al parecer, habían traicionado
el juramento de Hipócrates.
CAPITULO 14
CAPITULO 15
CAPITULO 16
Este sótano ha sido cierto refugio para mí Llega quien llegue no importa,
todo pasa desapercibido, en este mundo que me ha tocado vivir, pocas veces se
tiene tiempo para salir a distraerse, el asunto en si, el dinero sus posibles
formas de movimiento. En este tramo de mi quehacer, me he dado cuenta que
en mi casa, y en uno de mis negocios, La Sultana, está por realizarse unos
allanamientos, buscarán pertrechos o parafernalias. Un fuerte dispositivo de la
Policía Especializada hacía de lo suyo. Pero no encontrarán nada que pueda
vincularme con ninguna de sus sospechas, a menos que tengan preparado de
antemano a un testigo con identidad reservada.
Tiempo después, que por momento no puedo precisarlo, los municipales
tomaron el control, y no se terminó de realizar la diligencia en mi casa, cosa
más rara. Una llamada les había interrumpido la labor.
—Te llama el Palestino, quiero que vayas a mi casa, me reportan un
allanamiento, diles que se equivocaron de casa.
—¿Y los documentos de casa?
—Habla con mi abogado, si lo conocen por el licenciado Pachaca, él tiene
los papeles de la casa, no tardes.
—¿Le sirvo limonada, señor?
—No, mejor un café cargado, luego unos bocadillos de queso, por favor —
dije al camarero.
Mis asuntos, no han ido del todo bien, pero siempre ha habido gente que ha
pensado mal de mis procedimientos. En esto pensaba cuando de repente llegó
un sujeto, con cara de asombro, llevaba arma al cinto, más no me asusté, era
uno de los míos.
—Todo listo, saldremos luego de aquí.
Era el viejo médico, que tenía compromisos con la justicia. No estaba
dispuesto a ir a la cárcel. Desde luego, que nadie quiere tener esta forma de
residencia. La libertad puede perderse, por diferentes maneras del entorno
social que a rodea a todos los mortales.
—Le aconsejo que se tranquilice, los días contados ya tienen su estilo,
nosotros nos vamos a quedar aquí.
—Temo me confundan con lo que dicen de nosotros.
—No se preocupe que todo lo que está pasando en Barsabás es una cortina
de humo, sabe de la corrupción de los gobiernos, vamos doctor —dije al viejo
doctor, cara de palo.
Escasamente visito centros nocturnos. No en los burdeles no hay nada
relevante, yo me dedico al negocio de los aeropuertos, doctor. Los burdeles, un
atojo de negocios de poca monta.
—Pero a usted lo mencionan con el trasiego de armas.
—Nada es verdad, todo es un cortinaje del ministro de la defensa, por
ocultar sus asuntos personales.
—El detective Gamatto anda tras sus pasos, no lo dude, lo atrapará.
—Pudiera ser el único, pero sabe que soy gallo jugado, no sabe a qué le
está apostando, el comisionado lo tiene sometido, y le hará cantar el son que, a
él le agrade, luego se deshará de él. Anote el día que se lo digo, doctor.
Algunos me confundían con el detective Gamatto, y para nada, yo uso
barba a menudo, soy un poco más alto, y quizás algunas facciones de mi nariz
y flancos de mi frente, tengan alguna similitud, es todo. Bueno que, si me
tocara la muerte, ojalá me confundan y den con él, me dejen vivir haciendo
mis negocios que cada día los tengo, más complicado por las intromisiones de
ese detective, debe haber alguien que tenga las testosteronas en su lugar,
pararlo a como dé lugar…
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
La noche anterior fue de mucha alegría, no era para menos el ajetreo que
llevaba de la semana, pero fue reforzado por el sentido de ser individuo de la
especie humana. Soñó libremente que había vuelto a tener una pareja, un
hogar, y embarazada a su mujer, pero con su pretendida, la miraba correr a sus
brazos y la recibía, con lo cómodo que producen los brazos y el pecho, cuando
se ama de verdad; ella mirándole su camisa blanca, dejándole el carmín en su
pecho y grato perfume de las esencias femeninas que se clavan en el alma.
Sin duda, era un buen día, algo de lluvia cayó en Barsabás, dejando ese
singular olor a tierra mojada.
—¿Qué desea? —le preguntó mi secretaria a la religiosa. La empleada se
me acercó a mi despacho.
—Soy una monja, protegida de monseñor Roncalli —contestó la monja
que lucía atuendo, al parecer de la orden de los benedictinos, según creo,
cuando escuché el apellido del cura, asocié la imagen del viejo yugoslavo, que
solía verse en los lugares pocos frecuentados, por esos recovecos citadinos,
siempre acompañado de su asistente, al que parecía cundirle de lecciones,
sobre cosas personales.
—Lo buscan, Gamatto —me dijo Regina.
—¿Quién me busca? —pregunté en mi calidad de propietario del vagón de
investigaciones.
—¡Una monja! —contestó la encargada de los secretos de oficina.
—¡Qué raro! ¡Aquí no hay sacerdotes, la niñez del Barsabás ha corrido tras
ellos!
—¿Tendrá algún parecido con la que me dejó aquellos papeles el otro día?
—pregunté con tono muy interesado.
—No, no le encuentro ninguno, Gamatto —sugería, con el rostro la
secretaria.
—Dile a Bellotas que la examine bien, puede venir armada, podía ser una
trampa, si todo está bien, hazla pasar —respondí, poniendo a un lado mi arma
de equipo, por eso de las desconfianzas, temía que alguno de los médicos me
la hubiera mandado con oculta consigna.
—Buenos días, señor detective, quizá no me recuerde —dijo la mujer con
voz no exclusiva de la gente de los conventos, sino más propia y urbana, hasta
cierto punto vulgar. Traté de identificarla, y tuve la idea vaga de quién se
trataba, al contemplar sus ojos y su expresión, pero el hábito que lucía
distorsionaba la identificación, comprendí que más me convenía estar
preparado, para lo que pudiera sucederme. Una imagen tiznó mi mente, me
parecía que se trataba de un plan de Elio Barrientos, por su cercanía a cosas
relacionadas con curas y tradiciones.
—Déjeme ver, a usted la vi en el centro nocturno la otra noche, ¡vamos al
grano! No tengo más tiempo que perder —dije, sin descartar mi estado de
alerta, por eso de los malos tiempos.
—¡Soy la Regata, la del centro nocturno! Conversamos el otro día, ¿se
acuerda de los Curados de la Moral? —repuso la mujer de hábitos, halándose
la parte superior del atuendo, dejándose libre el velo negro y la toca blanca,
pasándose la mano sobre la misma con el propósito de dejarse libre la frente,
pretendiendo que no perdiera tiempo en reconocerle. En efecto, al reconocerla
me mostraba en su mirada el engolado puerto del pasado.
—Ahora, si terminé de hacer mis conclusiones, ya le recuerdo, ¿a qué se
debe tu visita? —pregunté entrando en mayor confianza, para hallarle las
pistas, por si acaso su habilidad las podía extraer.
—Disculpe que me presente así, lo de monja es por seguridad, temo que
alguien esté tras mí, mi oficio no es de fiar y en Barsabás, las prostitutas
tenemos los días contados.
—Soy Rahad Patini, conocida en el bajo mundo como la Regata. Mi visita,
detective se debe a que quiero decirle que, la noche que usted estuvo en el bar,
momento después llegó un sujeto, y pude reconocerlo, era Astul el principal
vendedor de drogas —dijo la Regata, la mujer de los ojos de intenso color
esmeralda.
—Continúa, Rahad —solicité a la visitante, sin ocultar mi tono sugestivo.
—Gracias por pronunciar mi nombre, detective. Vengo a alertarlo que hay
dos Astul, y el Palestino a éste lo ven llegar a la policía, uno de ellos es Astul
el travesti, y el corruptor de menores, tiene su nombre, tiene el suyo propio —
la mujer detuvo la conversación mirándole a los ojos, arreciaba con su
cautivadora mirada. Intentó sacar un cigarrillo, hizo breve gesto de disculpas,
pues conozco de ciertas mujeres que, tienen viejas costumbres, que preferirían
que las quemen vivas a quitarle las mañas.
—¿Cuál es el nombre del tal Astul, entonces? —pregunté más interesado,
en la conversación.
—¡Redine! Desconozco su apellido, así le será más fácil dar con él —
respondió la mujer teniendo la boquilla del cigarro untada por el detalle del
carmín, mientras aspiraba el humo y luego lo exhalaba, advertía como yo, de
esas impredecibles personalidades de las que puede esperarse un insulto, una
respuesta o soltar una pregunta.
—¡Redine! Este nombre me suena familiar, pero no encuentro ninguna
relación
—Búsquelo bien, no dé más vuelta detective, le traigo otra evidencia —
dijo la mujer, en tanto sacó de una bolsa plástica arrugada, una prenda, un
pañuelo blanco con letras rojas: ﻛﻨﺘﻘﻠﺘﻠﻜﺘﺼﺪﻗﻜﻠﻤﺎﻻ. Volví a recordar las letras
que encontré cerca de aquel viejo café.
—¿Qué querrá decir todo esto, si acaso tiene tuviera relación? —pregunté.
—¡Sígale la pista al sujeto Astul y dé con sus cómplices, frecuentan otros
centros nocturnos, algo de común hay entre ellos! —si, efectivamente, me
impactaron aquellas palabras, sobre todo, porque el sujeto que se había
convertido, en uno de los más buscados, por el Estado y principal, en mi lista
de mis pesquisas.
—Ahora se me ocurre una pregunta, ¿del por qué viniste a ayudarme a
resolver la búsqueda del sujeto? —pregunté a la mujer, más nerviosa que
encendía otro cigarrillo. No me confiaba del todo, podría tratarse de alguna
falsa información que, pudieran estarme mandando el Palestino, el Macho
Alfa, o cualquier hombre de Plinio Betaglio. No sé.
—Pensé que tarde o temprano usted daría con él, así que decidí darle una
manita, detective, y sobre todo porque el Palestino, contribuyó a la muerte de
mi hermana menor…Mixy, como se lo dije el otro día.
—¿Y estarías dispuesta a darme esa declaración ante el fiscal o ante el
juez?
—¡Si, estoy dispuesta! —respondió en seco la mujer.
—¿Y me firmarías, una entrevista de lo que me has dicho adelantando? —
pregunté.
—¿Dónde le firmo? —enfatizó resuelta la mujer, estaba dispuesta a
enfrentarse con sujetos peligrosos.
Liberó un leve suspiro, como sintiendo que estaba ante ella, toda la
posibilidad de hacer justicia, por su hermana menor, mientras rifaba su destino
y su suerte, en esos sitios reales donde se ha proscrito la moral.
CAPITULO 20
CAPITULO 21
CAPITULO 22
CAPITULO 23
Unos afirmaban que la logia secreta, intervino para que lo médicos salieran
bajo fianza, después de las setenta y dos horas. La fiscalía presentó recurso
legal a la Cámara de Apelaciones, pero no les prosperó, los galenos estarían
siendo procesados en libertad. El doctor Papini, el psiquiatra y la doctora
Lugo, la ginecóloga obstetra, sostenían una conversación con énfasis en los
rumores del proceso penal que tenían ya, algunos de sus colegas. Otros
llamaron comunicándoles que no podrían asistir, y hubo unos que se
consideraban limpios de sus conciencias y desde luego, inocentes de los
cargos. A la edad de Papini, no podría comprender su estado, a raíz del premio
a la investigación en el extranjero, había pensado retirarse de la profesión el
año que estaba por llegar. De haber estado fuera de su profesión, no se hubiera
involucrado en aquel problema.
Por su parte, la doctora Rosi Lugo que tenía fuertes rumores que pertenecía
a la creciente comunidad de lesbianas, su encanto, su placer definitivo lo había
concentrado en las mujeres, se creía otra víctima de la visitadora Vasconcelos.
Esto me hizo recordar lo sucedido a la esposa de Betaglio, que la llevaron
de emergencia al hospital, por problemas de zoofilia, con su perro pastor
alemán. Estaba a punto de enterarme de examinar un audio video, que me
ayudó a instalar, en despacho de médicos, Gemima, hermana de Anastasia, mi
esposa.
—¡Querida doctora Lugo! Nadie más ha venido, ¿no le parece raro? —dijo
el psiquiatra.
—Sí, así veo, como que el proceso penal fuera solo de nuestra
incumbencia —contestó la ginecóloga, ambos parecían dos fantasmas, por la
desesperación y la tristeza que les había metido el arresto y las recurrentes
presentaciones en el juzgado de instrucción. Estaban libres, pero nadie les
garantizaba que fueran a terminar sus días con la plena libertad.
—Ha pasado un tiempo más de la hora que ellos mismos señalaron para la
reunión, y no le han dado cumplimiento, si es por trabajo, todos tenemos qué
hacer.
—Esto me trae unas preguntas, ¿o han demostrado que no les importa el
proceso penal, que por ello se hayan ido del país? O la otra es que, ¿si
influyeron ya sobre los que toman decisiones para resolver estos casos, así
como resulta en la susodicha de justicia, según la historia? —dijo el doctor.
—No le parece doctor, que como que nos estuvieran escuchando…—
preguntó con cierto pesar.
—Olvide de paranoias, que son suficientes las que tengo a este momento
—dijo el colega.
—Pero si ya influyeron sobre el sistema, ¿cómo quedamos nosotros?
¿Hablarían por nuestros casos? —la pregunta desató unas breves campanadas
de silencio.
—No creo, hemos vendido la unidad de papel, la sociedad nos mira con
ese mote de apariencias, pero usted y yo sabemos que cada quien busca
propios beneficios —dijo Papini.
—...—meneó los hombros y la cabeza asintiendo en profundidad.
—Doctora, ¿cómo fue que la metieron en esto? —preguntó Papini a su
colega.
—Por mi secretaria —suspiró la doctora— ella muy cercana a Natalia,
había buscado una plaza en el servicio nacional, para un primo suyo, como
Silvio lo presentaba, la visitadora pensó que el doctor Betaglio, podría ayudar
a su recomendado, la secre ha sido mi empleada de confianza, pero entregó 2
recetas y ya ve el problema que estoy —dijo la doctora Lugo.
—Gamatto, en la grabación que logre instalar en la mesa de reuniones, esa
parte aparece entrecortada, pero se entiende —me dijo mi cuñada.
—No, importa, estoy tomando nota de ello —dije a mi fuente.
—Y a usted doctor, ¿cómo fue involucrado? —preguntó la mujer de
mirada clara.
—¡Parecido a su caso! No conocía a la visitadora, directamente, solo de
referencias que los médicos jóvenes y unos viejos dedicados a las aventuras y
pasiones, que viven en los carrillos de las clínicas y hospitales, en mi caso no
creí que mi secretaria haya despachado más de una receta de Alfa PVP, claro
las firmé y las sellé, pensé que nada podía sucederme —dijo Papini, al ser
interrumpido por la ginecóloga.
—Entiendo doctor, que ella con su secretaria habrían negociado con la
visitadora.
—Sí, quizá —contestó en seco, con aire de tristeza.
—¿La conocía usted? —preguntó.
—A decir verdad no, su apellido llamó mi atención después que me
llevaron arrestado, revisé expedientes de mis clientes y no sé cómo, encontré
que un profesor de nombre Silvano Vasconcelos, me consultaba por problemas
matrimoniales, con Natalia. Fue allí que supe su nombre y comprendí que la
testigo Tanga ¡es ella misma, la hija de p. se ha cagado en nosotros! —dijo el
psiquiatra.
—Dicen que por eso les llaman testigos ´criteriados´. Si fuera ella,
recuerdo que tuve un expediente suyo, se hacía la citología en mi clínica, la he
tratado desde hace cinco años. Ella me guarda las recetas de emergencia,
cuando no estoy, mi secretaria se las entregó a la visitadora, ¡por eso la culpo
yo! —la doctora Lugo, que no ocultaba su malhumor, deseaba tenerla entre
sus manos, para echarle en cara su venganza.
—Entonces colega, ambos esposos eran nuestros pacientes cada uno por su
lado —decía Papini, logrando sobreponerse a su condición de psiquiatra. No
habían terminado la conversación, cuando un dispositivo policial había
acordonado el sector de la clínica; fueron arrestados por miembros policiales
de la UAN.
El forcejeo y el ruido estaban en el audio video, que había logrado de la
grabación. Me quedé a una cuadra, donde fueron intimados los médicos, no
quise presentarme delante de ellos, pero ya había indicado que ahí podía
hacerse efectiva la captura.
—Lo siento señores, tengo orden de arresto contra ustedes, por delitos
relacionados con las drogas. Tienen derecho a guardar silencio, si tienen
nombre de abogados que los defiendan, pueden proporcionarlos en este
momento, sus números de teléfono, para comunicarles de su detención, sino
los tienen el estado les nombrará un abogado de oficio —dijo un subjefe
policial, que se hacía acompañar de más de diez elementos del orden, armados
hasta los dientes.
—Sí, el doctor Azcona, tengo su número de teléfono —dijo Resinos.
—Mi abogado es el licenciado Pachaca, aquí llevo su tarjeta —agregó la
doctora Lugo. La sorpresa y la aflicción total estuvieron en contra de ellos.
A los médicos, les habían girado nuevamente órdenes de capturas, se
encontraran donde se encontraran, por la vinculación al caso médicos-
laboratorios. No solo temían perder el prestigio acumulado a lo largo de los
años, sino que temían perder la virginidad anal, al perder la libertad, por esos
relatos que traían alma las aborrecibles vivencias dentro de las prisiones de la
ciudad de Barsabás.
CAPITULO 24
CAPITULO 25