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Instituto de Expansión de la Consciencia Humana

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FRENTE A FRENTE: CIENCIA


Y PSICOLOGÍA TRANSPERSONAL
(cap. 26 de Trascender el Ego, ed. Por Frances Vaughan y Roger Walsh,
Kairós, Barcelona, 1994)

Ken Wilber

Es muy probable que el tópico más importante de la psicología transpersonal actual sea el
de su relación con la ciencia empírica. El tema más candente de la psicología transpersonal
no hay que buscarlo, pues, en su ámbito de aplicación, ni en su objeto de estudio, ni en su
metodología -como tampoco en sus premisas, sus conclusiones o sus fundamentos-
porque, según el pensamiento moderno, todos esos temas pierden relevancia cuando nos
preguntamos si la psicología transpersonal es, en sí misma, realmente válida, es decir, si se
trata de una ciencia empírica. Porque si no podemos demostrar que realmente disponemos
de un conocimiento real, la psicología transpersonal no sería una ciencia empírica y
entonces no dispondría de una epistemología válida (de una forma válida de adquirir
conocimiento) y, por ello, carecería de todo sentido preguntamos por su campo de
aplicación, su amplitud y sus métodos de conocimiento.

Examinemos, pues, brevemente la naturaleza de la ciencia, la naturaleza de la psicología


transpersonal y las relaciones existentes entre ambas.

Los tres ojos del alma

San Buenaventura, uno de los filósofos preferidos por los místicos, afirmaba que los seres
humanos disponen, por lo menos, de tres modalidades diferentes de adquisición de
conocimiento o, como él decía, de “tres ojos”: el ojo de la carne (por medio del cual
percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los objetos); el ojo de la razón (que
nos permite alcanzar el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente); y el ojo de
la contemplación (mediante el cual tenemos acceso al conocimiento de las realidades
trascendentes).

Ahora bien, aunque la terminología que nos habla del ojo de la carne, del ojo de la mente y
del ojo de la contemplación sea cristiana, en todas las grandes tradiciones psicológicas,
filosóficas y religiosas nos encontramos con conceptos similares. Los “tres ojos” del ser
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humano se corresponden, de hecho, con los tres grandes dominios del ser descritos por la
filosofía perenne: el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal
(trascendente y contemplativo). Estos distintos dominios ya han sido descritos en otra
parte; sólo quisiera ahora resaltar su unanimidad entre los psicólogos y los filósofos
tradicionales. (l,2,3)

Para ampliar la visión de San Buenaventura, podríamos decir que el ojo de la carne
selecciona, crea y revela parcialmente ante nosotros un mundo de experiencia sensorial
compartida. Éste es el “dominio de lo grosero”, el reino del espacio, del tiempo y de la
materia, un dominio compartido por todos aquellos que posean un ojo de la carne parecido.
El ojo de la carne es la inteligencia sensoriomotriz esencial (la constancia del objeto). Éste
es el ojo empírico, el ojo de la experiencia sensorial (quizás debiéramos aclarar, desde el
comienzo, que estamos utilizando el término "empírico" en un sentido filosófico para
designar a todo aquello que puede ser detectado por los cinco sentidos o sus extensiones.)

El ojo de la razón o, más generalmente, el ojo de la mente, participa del mundo de las
ideas, de las imágenes, de la lógica y de los conceptos. Gran parte del pensamiento
moderno se asienta exclusivamente en el ojo empírico -el ojo de la carne-, por eso conviene
recordar que el ojo de la mente no puede ser reducido al ojo de la carne ya que el dominio
de lo mental incluye -pero trasciende- al dominio de lo sensorial. Así pues, aunque el ojo
de la mente dependa del ojo de la carne para adquirir parte de su información, no todo el
conocimiento mental procede del conocimiento carnal ni se ocupa exclusivamente de los
objetos carnales. Nuestro conocimiento no es tan sólo empírico y carnal. La verdad de una
deducción lógica depende de su consistencia interna y no de sus relaciones con los objetos
sensoriales.

El ojo de la contemplación es al ojo de la razón lo que el ojo de la razón es al ojo de la


carne. De esta manera, al igual que la razón trasciende a la carne, la contemplación
trasciende también a la razón y del mismo modo que la razón no puede reducirse al ojo de
la carne ni derivarse de él, la contemplación tampoco puede reducirse ni derivarse del ojo
de la razón. El ojo de la razón es transempírico pero el ojo de la contemplación, por su
parte, es transracional, translógico y transmental.

Supongamos que todos los hombres y mujeres poseen un ojo de la carne, un ojo de la
razón y un ojo de la contemplación; que cada ojo tiene sus propios objetos de
conocimiento (el sensorial, el mental y el trascendental); que un ojo superior no puede ser
reducido a un ojo inferior ni explicado por él y que cada ojo es válido y útil en su propio
dominio pero incurre en una falacia cuando intenta captar plenamente los ámbitos
superiores o inferiores.

Sólo quisiera subrayar aquí que cuando un ojo intenta usurpar el papel de cualquiera de
los otros dos incurre en un error categorial. Y esto puede ocurrir en cualquier sentido, ya
que el ojo de la contemplación está tan mal equipado para desvelar los hechos de la carne
como lo está el ojo de la carne para apresar las verdades relativas del ojo de la
contemplación. La sensación, la razón y la contemplación despliegan sus verdades en sus
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propios dominios y cada vez que un ojo intenta apropiarse del papel de otro, la visión
resulta confusa.

Ahora bien, este tipo de errores categoriales ha sido precisamente el principal problema de
casi todas las grandes religiones. El hecho es que, en su punto culminante, el budismo, el
cristianismo y otras religiones contenían visiones fundamentales sobre la realidad
suprema. Pero estas visiones -de naturaleza transverbal- terminaron mezclándose
invariablemente con verdades racionales y con hechos empíricos. La humanidad,
podríamos decir, no había aprendido todavía a diferenciar y separar los ojos de la carne,
de la razón y de la contemplación. Y como la revelación se confundía, por ejemplo, con la
lógica y con los hechos empíricos, y dado que los tres ojos fueron presentados como una
única verdad, sucedieron dos cosas: los filósofos destruyeron el aspecto racional de la
religión y la ciencia terminó destruyendo su aspecto empírico... A partir de ese momento,
la espiritualidad occidental quedó completamente colapsada y sólo quedaron en pie la
filosofía y la ciencia empírica.

Sin embargo, en el plazo de un siglo, el empirismo científico también terminó diezmando


a la filosofía como sistema racional -es decir, como sistema basado en el ojo de la mente-.
Llegados a ese punto, el conocimiento humano se vio restringido exclusivamente al ojo de
la carne. Perdido el ojo de la contemplación y perdido el ojo de la razón, la humanidad
sólo dispuso del ojo de la carne como único medio válido aceptado para adquirir
conocimiento.

De ese modo, la ciencia terminó convirtiéndose en cientificismo. No se limitaba ya tan sólo


a hablar en nombre del ojo de la carne sino que también lo hacía en nombre del ojo de la
mente y del ojo de la contemplación. Pero al hacerlo así cayó presa, precisamente, del
mismo error categorial que tanto había imputado a la teología dogmática y por el que la
religión había terminado pagando un precio tan elevado. Los cientificistas trataron
entonces de forzar a la ciencia a hacer, con el ojo de la carne, el trabajo de los otros dos
ojos. Y ése es un error categorial que tanto la ciencia como el mundo en general han
terminado pagando muy caro.

El único criterio de verdad llegó a ser así el criterio científico, es decir, una prueba
sensoriomotriz basada en las mediciones realizadas por el ojo de la carne. Y, sin embargo,
la verdad es que: "Esta actitud de los científicos ha sido... un puro bluff", (4) la parte
tratando de desempeñar el papel de la totalidad. De este modo, en lugar de haberse
limitado a afirmar que no puede ver lo que no puede ver, el ojo de la carne llegó incluso a
atreverse a declarar que lo que él no ve no existe.

Una ciencia "superior”

¿No es posible que los científicos hayan definido el método científico de un modo
demasiado restringido? ¿Quizás una ciencia más global pudiera también aplicarse a los
dominios propios del ojo de la mente y del ojo de la contemplación? ¿Está la ciencia sujeta
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al ojo de la carne o puede también aplicarse al ojo de la mente y al ojo de la


contemplación? ¿Son acaso las ciencias de estado específico -las ciencias que se refieren a
los estados superiores de la conciencia- una posibilidad o una confusión
bienintencionada?

Según Charles Tart, el "sesgo fisicalista" (5·6) -que afirma que las únicas entidades
merecedoras de ser estudiadas son las materiales- ha limitado de manera un tanto
innecesaria y arbitraria el método científico al ojo de la carne. Desde su punto de vista, el
método científico puede liberarse de sus ataduras materialistas y ser aplicado, entonces, a
los estados superiores de la conciencia y del ser (éste es precisamente el concepto de
"ciencias de estado específico"). En opinión de Tart, "la esencia del método científico es
perfectamente compatible con el estudio de los diferentes estados alterados de la
conciencia".

A este respecto mi opinión es doble. Por una parte, Tart define a la ciencia de un modo tan
amplio que puede aplicarla a todo tipo de quehacer pero, por la otra, si queremos evitar
estas dificultades nos encontraremos con que, cuanto más precisa y estricta sea nuestra
definición de ciencia, menos aplicable será a los estados superiores de conciencia y más
tenderemos a caer nuevamente en el viejo fisicalismo cientificista.

Pareciera pues, si esto es así, que el método científico no se adapta muy bien a los estados
superiores del ser y de la conciencia y que debería, por tanto, limitarse a ser lo que
siempre ha sido: el mejor método diseñado hasta el momento para develar los hechos
relativos al dominio propio del ojo de la carne. En mi opinión, el intento pionero de Tart
de legitimar la existencia de los estados superiores de conciencia le ha llevado
inadvertidamente a aplicar criterios de estados específicos inferiores a los estadios
superiores en general.

La investigación empírico-física llevada a cabo por el ojo de la carne y por sus extensiones
siempre será un método importante adjunto a la psicología transpersonal, pero nunca
caerá de lleno en su campo de interés ya que éste tiene que ver únicamente con el ojo de la
contemplación. La psicología transpersonal constituye una empresa (no una ciencia) de
estado específico y, en este sentido, al trascender el ojo de la carne y el ojo de la razón no
puede ser apresado ni definido por la metodología propia del ojo de la carne (la
investigación científico-empírica) ni por la propia del ojo de la razón (la investigación
filosófica y psicológica) y, en cambio, es libre de utilizarlas a ambas.

El problema de la prueba

Es importante comprender que el conocimiento científico no constituye la única forma


posible de conocimiento. A fin de cuentas, sólo se trata de un ojo de la carne
perfeccionado, más allá del cual se hallan el conocimiento mental y el conocimiento
contemplativo. Pero que la psicología transpersonal no sea una ciencia no significa que sea
inválida, emocional, inverificable, antirracional, no cognitiva y carente de todo sentido.
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Los psicólogos transpersonales suelen intimidarse cuando se les dice que la psicología
transpersonal no es una ciencia porque los científicos nos han enseñado que "no científico"
significa "no verificable". Pero si la psicología transpersonal no es científica ¿cómo puede,
entonces, ser verificada?

Éste parece ser un problema porque no nos damos cuenta de que todo conocimiento
comparte esencialmente la misma estructura, es decir, que todo conocimiento se basa en
tres vertientes fundamentales:

1. Un aspecto instrumental o preceptivo, que consiste en una serie de instrucciones -simples


o complejas, internas o externas- que, en cualquiera de los casos, asume siempre la misma
forma: "Si quieres saber esto debes hacer esto otro".
2. Un aspecto iluminativo, es decir, una visión iluminativa llevada a cabo por el ojo
particular del conocimiento correspondiente al aspecto preceptivo. Además de ser
autoiluminativa conduce a la posibilidad de:
3. Un aspecto comunitario, que consiste en el hecho real de compartir la visión iluminativa
con quienes estén utilizando el mismo ojo. Si la visión de los demás coincide con la
nuestra, entonces tendremos una prueba comunitaria de la verdad de nuestra visión.

Éstos son, sea cual fuere el ojo que utilicemos, los tres elementos fundamentales de
cualquier conocimiento verdadero.

Las cosas se complican, obviamente, mucho más cuando un ojo intenta equiparar su
conocimiento con el de un ojo superior o inferior; pero, aún en ese caso, los tres aspectos
que acabamos de describir siguen siendo válidos. En otras palabras, el aspecto preceptivo
exige entrenar el ojo adecuado hasta que se halle en condiciones de adecuarse a su iluminación (lo
cual es válido tanto para la ciencia como para el arte, la filosofía, la contemplación y, de
hecho, cualquier forma legitima de conocimiento).

Ahora bien, si una persona se niega a adiestrar uno u otro de sus ojos (el ojo de la carne, el
ojo de la mente o el ojo de la contemplación), es como si se negara a mirar y, en tal caso,
estaría plenamente justificado ignorar su opinión al respecto y excluir su veto de la
confirmación comunitaria. Es inadmisible que alguien que se rehúse a aprender geometría
pueda emitir su veto sobre la verdad del teorema de Pitágoras. Del mismo modo, si
alguien se niega a aprender contemplación tampoco se le debería permitir decidir sobre la
verdad de la naturaleza de Buda.

En mi opini6n, lo más importante que puede hacer la psicología transpersonal es intentar


evitar los errores categoriales: confundir el ojo de la carne con el ojo de la mente y con el
ojo de la contemplación (o, en los modelos más sofisticados -como puede serlo el vedanta,
por ejemplo-, evitar confundir los seis niveles de los que nos habla). No es necesario que
nos domine el pánico cuando alguien nos pide una demostración empírica de la
trascendencia. En tal caso, podemos explicarle los métodos instrumentales de lo que nos
valemos para adquirir nuestro conocimiento e invitarle a que lo constate personalmente.
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Si lo hace y logra un adecuado manejo del aspecto preceptivo, esa persona se hallará en
condiciones de ingresar en la comunidad de quienes tienen un ojo adecuadamente
entrenado para enfrentarse al ámbito de lo trascendente. Pero antes de ese momento, la
persona no estará capacitada para emitir una opinión sobre asuntos transpersonales. En
tal caso, no tenemos que darle más explicaciones que las que un físico debe dar a quien se
niega a aprender matemáticas.

Entretanto, el psicólogo transpersonal debería intentar no incurrir en errores categoriales.


No debe presentar las intuiciones trascendentes como si se tratara de hechos científicos
empíricos, porque estos hechos no pueden ser verificados científicamente. Si así lo hiciera, el
campo en su totalidad no tardaría en ganar fama de estar lleno de enunciados sin sentido.
Los psicólogos transpersonales son libres de utilizar (científicamente) el ojo de la carne
para acopiar datos adjuntos y también son libres de utilizar el ojo de la mente para
coordinarlos, clasificarlos, analizarlos y sintetizarlos. Pero no deberíamos seguir
confundiendo esos ámbitos y en particular no deberíamos seguir confundiéndolos con el
ámbito de la contemplación. El ojo de la carne y de la razón no han de seguir pensando
que deben "demostrar" lo trascendente. En la medida en que el psicólogo transpersonal
cometa esos errores, tanto más riesgo corre todo el campo de verse enfrentado al mismo
destino que corrió la teología medieval: convertirse en pseudociencia y en pseudofilosofía
y terminar siendo destruido -con toda razón- por los verdaderos científicos y por los
verdaderos filósofos.

La psicología transpersonal se encuentra en una posición extraordinariamente favorable,


puesto que dispone de la peculiarísima ventaja de tener una visión a la vez equilibrada y
completa de la realidad; una visión que incluye el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo
de la contemplación. Y creo que la historia del pensamiento terminará por demostrar que
hacer más que eso es imposible, y hacer menos, desastroso.

Referencias:

1. Wilber, K., The Atman Project, Wheaton, Ill.: Quest, 1980. [Hay traducción castellana en
Editorial Kairós, con el titulo El proyecto Atman, Barcelona, 1988.]
2. Smith., H. Forgotten Truth, N.Y.: Harper & Row, 1976.
3. Schuon, F., The Trascendent Unity of Religions, N.Y.: Harper & Row, 1976.
4. Whitehead, A., Science and the Modern World, N.Y.: Macmillan, 1967.
5. Tart, Ch., States of Consciousness, N.Y.: E.P. Dutton, 1975.

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