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Comentario al Evangelio del 3 de marzo de 2019, VIII Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 6,39-45

La plenitud del corazón

En el camino de la vida, la enseñanza de Jesús es una intensa escuela del más refinado humanismo.
Todas las facetas de nuestra condición humana son integradas en un horizonte de plenitud. El pasaje
de hoy se dirige, en primer lugar, a los discípulos llamados a cumplir alguna función de
responsabilidad en la comunidad, pero desde ellos se extiende a todos. Jesús, como maestro, nos
hace ver que aprendemos de él para llegar a ser como él. La calidad humana que descubrimos en él
será nuestro continuo punto de referencia.

El maestro sabe caminar, conoce el camino y permanece atento a sus eventualidades. Así, puede
ser guía. “Ver” es algo más extenso que tener los ojos abiertos y percibir los estímulos del entorno.
Es la sabiduría del caminante. El “ciego” no es necesariamente quien se encuentra privado del
sentido de la vista. Es el que, aún pudiendo ver, no convierte la información que recibe en armonía
y sensatez. Por eso el “ver” del auténtico guía, antes de dirigirse a los demás para criticarlos, vuelca
su atención hacia el propio ser. Y no lo hace en la autocomplacencia ni en la autocompasión. Lo hace
con la voluntad de limpiar la mirada y volverla transparente. Sólo los limpios de corazón ven a Dios
y pueden, por lo tanto, dirigirse hacia él.

Pero el corazón, aunque abarque toda la interioridad del ser humano, no lo encierra en el egoísmo.
Es, sin duda, la raíz desde la que brota su acción y por la que se producirán los frutos de su acción.
Los frutos de cada persona reflejan su profundidad. Lo que pronunciamos a través de nuestras
palabras, lo que revelamos por medio de nuestros gestos, lo que ejecutamos en nuestras obras,
plasma el tesoro que llevamos dentro. Cultivar el espíritu es delinear una personalidad que edifica
el bien.

Un peligro real para el corazón es la hipocresía. La fijación en los errores de los demás nos enajena
y nos vuelve injustos. La delicadeza en el trato con los demás comienza con la honestidad y probidad
personal. Aunque parezcan gestos de simple educación, en realidad constituyen el espacio natural
para vivir la caridad. La fe nos impulsa a alcanzar la plenitud del corazón ya expresar en la caridad
nuestra estatura como discípulos del Señor.

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