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Javier Sánchez Martínez, sacerdote de la diócesis de Córdoba, ordenado el 26 de junio de 1999.

Ha ejercido
el ministerio sacerdotal en varias parroquias, en el Centro de Orientación Familiar de Lucena (Córdoba) y
como capellán de Monasterios. Ha predicado retiros, tandas anuales de Ejercicios espirituales a seglares,
religiosas y Seminarios e impartido diversos cursos de formación litúrgica; asimismo publica artículos en
distintas revistas como "Pastoral Litúrgica" y boletines de formación de ANE Y ANFE.
Licenciado en Teología, especialidad liturgia, por la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid), es vicario
parroquial de Santa Teresa de Córdoba, profesor del I.S.CC.RR. "Victoria Díez", profesor para la formación
permanente de religiosas y vida consagrada, y miembro del Equipo diocesano de Liturgia.

El altar
Javier Sánchez Martínez,
El altar de la Nueva Alianza es la cruz del Señor, de la que manan los sacramentos del Misterio
Pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los
signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado. En
algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó
verdaderamente) (Catecismo de la Iglesia, nº 1182).
La mesa no debe ser alargada, sino más bien cuadrada o ligeramente rectangular, digna y elegante,
de acuerdo con la forma tradicional… Conviene que la base del altar descanse sobre una grada, que ha
de ser de tal extensión que rodee por igual todos los lados del altar y permite circular cómodamente
sobre ella (SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la
celebración, 1987, nº 12).
El altar es la mesa, la mesa del Señor en la casa de Dios. Ver el altar exclusivamente como
“ara del sacrificio” es propio de todas las religiones; verlo también como “Mesa del Señor” es
propio del cristianismo (el mantel es propio de la mesa donde se come, no del ara de
sacrificios…). “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos
sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa
el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía”
(IGMR, n. 296).
Características del altar.-
a) El altar debe ser y aparecer como una mesa santa.
b) El altar debe estar separado de la pared para celebrar de cara al pueblo y poder
circundarlo, especialmente en la incensación.
c) El altar debe ser el centro de atención de toda la asamblea. Su lugar más querido, está
en el centro del presbiterio; más importante que cualquier imagen o cuadro…
d) El altar debe ser único y dedicado sólo a Dios. Un solo altar (o, como mucho, uno para
celebrar los días feriales).
e) Sobre el altar no debe haber imágenes ni reliquias. Sí las reliquias al pie del altar, bajo
el altar.
f) El altar, consagrado, o al menos bendecido.
g) El altar debe ser de piedra natural o de otra materia noble, porque significa a Cristo,
piedra angular de la Iglesia.
Disposición del altar.-
Para que el altar aparezca sobre todo como mesa no es conveniente que presente la forma
de un rectángulo exageradamente alargado; más bien, cuadrado, sin ser exageradamente
grande.
El altar debe tener su realce. Un escalón o una tarima propia, su alfombra festiva, etc… El
altar se debe cubrir para la Eucaristía, banquete pascual, con un mantel, grande, proporcionado
al estilo del altar y grandes manteles de las grandes fiestas: ¡el convite pascual de Jesucristo!,
siempre con elegancia, estilo y discreción. El mantel siempre ha de ser blanco (distinto del
antipendio o paño con el que se reviste en días solemnes y encima el mantel).
La cruz de la celebración sobre o junto al altar, al igual que los candeleros. Todo también en
proporción con las dimensiones del altar. Una cruz bien visible, significativa, que atraiga las
miradas de todos y manifiesten cómo la cruz y el altar están unidos en la identidad del mismo
sacrificio, difiriendo sólo en la modalidad de su realización: cruento en el Calvario, incruento y
sacramental en el altar. Atendíamos así a IGMR, 3º ed.: “También se ha de cuidar con todo
esmero cuanto se relaciona directamente con el altar y con la celebración eucarística, como son,
por ejemplo, la cruz del altar y la cruz procesional” (n. 350).
El altar jamás ha estado en las distintas tradiciones y familias litúrgicas en el centro de la nave
rodeado de bancos de los fieles. Eso destaca el nivel únicamente de la “comensalidad” y es una
disposición del lugar nueva y no excesivamente acertada.
El altar, que nunca ha tenido grandes dimensiones, estaba situado en el ámbito del
“santuario", en el “ábside". Posee mucho simbolismo. El santuario presidido por una gran cruz y
bóveda, lo circular, es el ámbito de Dios, perfecto. La nave, el lugar de todos los fieles, es
cuadrado, limitado y desemboca en lo divino (lo circular). Es además la línea de la peregrinación:
se camina hacia el altar y la cruz, término de la peregrinación terrena.
El altar situado en el santuario (presbiterio) con su bóveda-cúpula es signo del altar del
cielo, del que habla el Apocalipsis, por eso se rodea de las grandes pinturas de la Gloria, o de
los iconos de los santos. Todos los fieles en la misma dirección miran al altar terreno esperando
participar del Altar del cielo.
Esta sí sería la disposición correcta si nos atenemos a nuestra Tradición.
Uso del altar.-
El altar se besa al principio y al final de la Santa Misa así como en la Liturgia de las Horas.
Durante la Misa, el sacerdote sólo estará en el altar desde el ofertorio hasta terminar la
purificación de los vasos sagrados, si bien puede en el altar recitar la oración de postcomunión e
impartir la bendición. Los ritos iniciales nunca se hacen desde el altar, sino desde la sede
(saludo, acto penitencial, Gloria, oración colecta). La homilía tampoco se hace en la mesa de
altar, sino en su lugar propio (en la sede de pie o sentado, o en el ambón).
Sobre el altar sólo se colocan las ofrendas de pan y de vino; las ofrendas de otro tipo
(económicas, de alimentos, etc.) se colocan al pie del altar. Es indigno ver -cuando las ofrendas
son ya cualquier cosa- ver el altar convertido en un expositor de libros, programas pastorales,
carteles, etc. ¡El altar es santo!
Nunca puede estar la materia del sacrificio sobre el altar antes del ofertorio, desde antes de la
Misa (ni patena, ni cáliz, ni lavabo…) sino que estarán en la mesa auxiliar llamada credencia.

El ambón
Javier Sánchez Martínez
El ambón: La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su
anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los
fieles” (Catecismo de la Iglesia, nº 1184).
En la iglesia ha de haber, de conformidad con su estructura y en proporción y armonía con el altar
un lugar elevado y fijo (no un simple atril), dotado de la adecuada disposición y nobleza, que
corresponda a la dignidad de la palabra de Dios… El ambón debe tener amplitud suficiente, ha de
estar bien iluminado… Después de la celebración, puede permanecer el leccionario abierto sobre el
ambón como un recordatorio de la palabra proclamada (SECRETARIADO NACIONAL DE
LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, 1987, nº 15).

La identidad de nuestras iglesias cristianas tiene, además del altar y de la sede, un tercer
elemento, cuya importancia significativa puede parangonarse con los dos ya mencionados: el
ambón o lugar de la Palabra.
El uso postconciliar que ha aumentado el número de lecturas bíblicas y el mayor uso de las
Escrituras ha influido en la mentalidad bíblica de las asambleas litúrgicas. Pero esta adquisición
de lo que representa la Palabra en la liturgia debe manifestarse también, no sólo en la forma de
proclamar las lecturas, sino incluso en la materialidad del lugar desde donde éstas se leen en
asamblea litúrgica.
Características del ambón
1. El ambón es un lugar, no un mueble. No son tolerables un facistol, o un pequeño atril
que se mueve y se cambia de lugar. Establece más bien la actual liturgia que sea un lugar,
amplio para estar incluso dos lectores, cuyo caso típico sería la lectura de la Pasión (cronista y
sinagoga):
Ha de haber un lugar elevado, fijo… que corresponda a la dignidad de la palabra de Dios[1].
De la misma manera que a través de la visión constante de la mesa del Señor se ha de ir
captando cómo todo el anuncio evangélico tiende al festín pascual, profecía de la fiesta eterna,
así la presencia destacada y permanente de un lugar elevado ante la asamblea debe ir
recordando al pueblo que cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es el mismo Señor el
que está hablando a su pueblo (SC 7). Con ello irá calando en la comunidad que la liturgia
cristiana tiene dos partes imprescindibles: la palabra y el sacramento; a estas dos partes
corresponden el lugar de la palabra y la mesa del Señor.
2. No es un mueble que se quita y se pone. No se traslada a un rincón cuando acaba la
celebración. Queda en su sitio igual que el altar, destacando los dos polos de la celebración, los
dos polos de la vida cristiana.
3. Con suficiente separación de la sede y del altar. Pegado a la sede pierde relieve.
Los espacios en el presbiterio deben ser amplios y cómodos, que se distingan visualmente.
4. Debe ser fijo. Pegado al suelo, de material noble. Si no hay más remedio que tener un
atril, que sea digno, encima de una tarima, con una alfombra, paños, flores… es un lugar
privilegiado de la presencia del Señor.
5. Visibilidad. Durante la liturgia de la Palabra la asamblea no sólo debe oír bien al
lector, sino también verlo con facilidad. Debe tener, al menos, un escalón propio, que sea un
lugar elevado, que se domine a la asamblea bien, y que el lector no quede oculto tras la atrilera
con el leccionario.
6. Adornado. El ambón merece cariño y cuidado: paños según los colores litúrgicos,
flores… El adorno más expresivo del ambón, cuando éste es una construcción fija, lo constituye
el candelabro del cirio pascual. Éste, en efecto, debe colocarse siempre junto al ambón, nunca
cerca del altar. Evidentemente, que, si seguimos esta opción, aunque el candelabro permanezca
habitualmente junto al ambón, el cirio, en cambio, sólo estará allí durante la Pascua. Este
aparecer sólo durante los días de Pascua la columna con su cirio puede ser una manera muy
expresiva de significar que la Iglesia tiene su centro en Pascua y que en ningún otro tiempo se
siente plenamente realizada como durante la cincuentena pascual.

Para un uso expresivo del ambón.-


Lo más propio para el ambón es
a) proclamar los textos bíblicos: las lecturas bíblicas, el canto del salmo responsorial.
b) El canto del Pregón Pascual es el único texto no bíblico que, desde la más remota
antigüedad se canta desde el ambón.
Menos propio, aunque permitido:
a) Hacer la homilía. Lo más expresivo es desde la sede, pero se puede hacer desde el ambón,
aunque se corre el riesgo de equiparar la homilía con la misma Palabra de Dios.
b) Las preces: es preferible “otro lugar", tal vez un atril auxiliar. Pero también el diácono las
puede hacer desde el ambón.
Nunca en el ambón (pero sí desde un atril auxiliar, discreto y pequeño):
a) Las moniciones: son palabras de la asamblea a la misma asamblea. Su lugar no es el sitio
de la única Palabra.
b) Dirección de cantos
c) Avisos al pueblo.
d) Oraciones presidenciales
e) Rosario, viacrucis, devociones, ejercicios del triduo, etc…

[1]En esta misma óptica, el reciente documento “Conciertos en las iglesias” insiste en que el
ambón no debe retirarse de su lugar cuando el Ordinario permite usar excepcionalmente una
iglesia para un concierto. (cf. ORACIÓN DE LAS HORAS, febrero, 1988, pág. 49.).

La sede del sacerdote


Javier Sánchez Martínez, el 5.01.18 a las 5:42 PM
La sede (cátedra) del obispo o del sacerdote debe significar su oficio de presidente de la asamblea y
director de la oración. (Catecismo de la Iglesia, nº 1184).
La sede presidencial es el signo de Cristo Cabeza, que preside su Iglesia en la acción litúrgica.
Es más que la mera funcionalidad de sentarse el presidente. Una sede vacía espera
elocuentemente la venida del Señor que se sentará en gloria para juzgar a vivos y muertos. Una
sede vacía debe evocar el pensamiento de la primera comunidad: ¡Ven, Señor Jesús!
La sede no va en función de la dignidad sino del ministerio que se ejerce. Es única: distinta la
del que preside de la de los demás, aunque sean concelebrantes u otros obispos. La sede es
única.
Es el signo de Cristo que preside, el signo de Cristo Cabeza de su Iglesia.
a) Única: Una sede digna para el que preside. No tantas sedes iguales cuantos ministros haya
b) Elevada: Al que preside se le debe ver. Y él debe ver bien a la asamblea, especialmente
para la homilía que puede, oportunamente, hacer sentado. Si hay otras sillas, fuera de la tarima
o alfombra.
c) No quedar separada de la asamblea: Ni por demasiado alta, ni por escondida, detrás del
altar y al mismo nivel de plano. Si se sitúa en el fondo del ábside, debe tener la suficiente
elevación para que el altar no oculte al presidente. Una justa medida y buena visibilidad.
d) Digna: entraría el adorno festivo: cojines según el color del tiempo litúrgico, o paños
vistosos (cathedrae velatae, la llamaba S. Agustín), pero sobre todo, por su factura y realización,
en consonancia artística con los demás elementos celebrativos.

Desde la sede se realizan los ritos iniciales de la Misa (saludo, acto penitencial, Gloria, oración
colecta) y los ritos finales (oración de postcomunión y bendición). En la sede se realiza la homilía
como lugar propio -Cristo maestro, la cátedra del Maestro-.
La principal sede es la cátedra del obispo en la iglesia principal de la diócesis, llamada Catedral
a causa de la cátedra o sede del obispo. Pero la sede presidencial es un elemento celebrativo en
todas las parroquias, monasterios, conventos de monjas, iglesias, etc.

Algo más sobre la sede


Javier Sánchez Martínez,

La sede es uno de los lugares litúrgicos necesarios para la Eucaristía y otros oficios litúrgicos,
así como el ambón o el altar son otro de los lugares. Desde la sede se preside, se ora, se dirige
la oración y se enseña en la homilía.
En la sede se significa el oficio de Cristo, Cabeza, Pastor y Maestro, y se supera la mera
utilidad de sentarse durante unos cantos en tres sillas iguales al simbolismo de la cátedra.
Bastaría ver las antiguas basílicas (como San Vital o San Clemente) para descubrir el lugar de la
sede (en el ábside) de manera preeminente (el que preside está más elevado que el banco de
piedra corrido para los sacerdotes).
La sede como lugar litúrgico ha de habilitarse allí donde se celebre la Santa Misa y no
únicamente en la parroquia, sino también en cualquier oratorio, capilla o iglesia de
contemplativas. Es un contrasentido y ahora una grave infracción comenzar la Misa ya
directamente desde el altar. Éste se reserva para el sacrificio y por tanto al altar se acerca el
sacerdote para depositar la oblata y pronunciar la plegaria eucarística: los demás oficios (ritos
iniciales, también la homilía, etc. y al final la bendición) los dirige desde el sitio de la presidencia.
“El lugar de presidencia o sede del sacerdote celebrante significa la función de presidir la asamblea
litúrgica y de dirigir la oración del pueblo santo” (Bend 982).
El Misal prescribe las características de la sede:
“La sede del sacerdote celebrante debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de
moderador de la oración. Por lo tanto, su lugar más adecuado es vuelto hacia el pueblo, al fondo del
presbiterio, a no ser que la estructura del edificio u otra circunstancia lo impidan, por ejemplo, si por
la gran distancia se torna difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea congregada, o si el
tabernáculo está situado en la mitad, detrás del altar. Evítese, además, toda apariencia de trono.
Conviene que la sede se bendiga según el rito descrito en el Ritual Romano, antes de ser destinada al
uso litúrgico.

Asimismo dispónganse en el presbiterio sillas para los sacerdotes concelebrantes y también para los
presbíteros revestidos con vestidura coral, que estén presentes en la celebración, aunque no
concelebren.

Póngase la silla del diácono cerca de la sede del celebrante. Para los demás ministros, colóquense
las sillas de tal manera que claramente se distingan de las sillas del clero y que les permitan cumplir
con facilidad el ministerio que se les ha confiado” (IGMR 310).
El simbolismo litúrgico de la sede se resalta cuando hay que inaugurar una sede nueva;
entonces se procede a bendecirla para destinarla al uso litúrgico. La plegaria de bendición acude
a la contemplación del ministerio de Cristo en cuanto Pastor que sigue pastoreando desde la
sede litúrgica:
“Alabamos tu Nombre, Señor, unidos en una sola voz, y te suplicamos humildemente a ti que viniste
como buen Pastor para reunir en un solo redil a tu rebaño disperso, por medio de aquellos que tú has
elegido como cooperadores en la propagación de la verdad. Apacienta a tus fieles y llévalos por el
camino de la santidad, y así, pastores y ovejas podrán un día entrar con gozo en los pastos eternos”
(Bend 987).
O también:
"Señor Jesucristo, que enseñaste a los pastores de tu Iglesia a servir a los hermanos y no a ser
servidos, te pedimos que hagas con tu gracia que todos los que vengan a esta cátedra (sede)
proclamen siempre tu palabra y administren dignamente tus sacramentos, y así, junto con el pueblo a
ellos confiado, te alaben sin cesar en la sede eterna del cielo” (Bend 999).
Así se entiende el valor litúrgico que tiene la toma de posesión de un Obispo en su diócesis.
Cuando preside el Metropolitano (sic.), una vez leídas las Letras Apostólicas, “el Metropolitano
invita al Obispo a sentarse en la cátedra. Luego el Obispo se pone de pie y se canta el Gloria”
(CE 1145).
Es una lástima que muchas veces la sede queda al margen de la liturgia y se haga la homilía
delante del altar con un micrófono: se busca entonces impactar de forma mediática, pero pierde
todo el valor de signo.
También en la inauguración del ministerio del párroco en su parroquia; el Obispo le hace
entrega al nuevo párroco de los distintos lugares litúrgicos (fuente bautismal, sede penitencial…)
y también la sede para presidir (Cf. Entrada del nuevo párroco, n. 12).
La sede deberá poseer prestancia, ser visible, elevada, y apta para dirigir la oración y poder
realizar desde allí la homilía.

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