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LA CRÍTICA DE NIETZSCHE AL FEMINISMO

Según Nietzsche, el modo como se ha producido la culturización del hombre eu-


ropeo ha sido por la generalización como condiciones de existencia de dos valoracio-
nes convertidas en instintos: por un lado, la percepción reactiva de la fuerza vital
como una amenaza potencial que hay que debilitar, que ha conducido al odio contra
toda superioridad y a la suspicacia respecto a las individualidades libres. Por otro
lado, el excesivo afán de seguridad y de confort y la ansiedad por el control absoluto
y la previsión de todo acontecer propia de la debilidad.
El resultado ha sido la mediocridad de individuos, encerrados en horizontes es-
trechos y mezquinos, y un ideal de igualdad que prohíbe al individuo afirmarse a sí
mismo y juzgarse superior a otros, es decir, le prohíbe toda diferencia de sí en rela-
ción a los demás. La ilusión de un reino de la igualdad implica esta clase de tiranía
que no puede tener nunca un final, porque la profundización progresiva en la igual-
dad de condiciones hace cada vez más insoportable la más mínima desigualdad, sus-
citando una rivalidad generalizada. Se puede apreciar el alcance de esta idea anali-
zando el punto de vista de Nietzsche sobre las reivindicaciones feministas.
Nietzsche señala la responsabilidad del varón en la construcción y difusión , por
dos veces, de una imagen nefasta de la mujer. La primera imagen falsa fue la que
presentaba lo femenino idealizado como esencia celestial, semejante a una idea pla-
tónica; una imagen casi religiosa coloreada de metafísica y adornada de las esencias
más puras de la moral. Es la imagen que corresponde a la tradicional visión de la mu-
jer configurada por trovadores, poetas y enamorados románticos que mixtifica y fal-
sea la verdadera naturaleza humana de la mujer y enmascara peligrosamente la dura
ley de la oposición de los sexos.
La segunda imagen falsa de la mujer, también en buena medida obra del hom-
bre, es la que, en el mundo moderno, lucha por sustituir a la primera, o sea, la ima -
gen de la mujer emancipada. Nietzsche ve esta imagen tan negativa y falsa como la
anterior, pues, para él, “mujer emancipada” equivale a decir “mujer masculinizada”,
es decir, mujer que se avergüenza y claudica de la diferencia que representa su femi-
neidad frente al varón. Como en la falsa imagen primera, también aquí el error radica
en no distinguir ni apreciar el valor de la diferencia.
La lucha por la sustitución de una imagen por la otra es el sentido fundamental
de los movimientos feministas en los que, según Nietzsche, le negación del mito me-
tafísico del eterno femenino se materializa de manera concreta en el intento de supri-
mir las diferencias entre los sexos minimizando en todo lo posible sus bases fisiológi-
ca en favor de una meta igualitaria.
Por tanto, primero los hombres envuelven a la mujer en una aureola de
misticismo y de dulces sentimientos con el fin de asegurarse su consentimiento y su
sumisión de un modo más eficaz. Con la irrupción en el mundo moderno del gusto
democrático y del ideal de la igualdad social, las mujeres toman la iniciativa y
comienza su activismo reivindicativo-revolucionario. Sin embargo, la desmitificación
feminista del eterno femenino, en lugar de conseguir la liberación de la mujer, como
dice pretender, la vuelve a someter al ideal indiscutido e incuestionable del eterno
masculino. Porque a lo que estos movimientos en realidad aspiran es a que las
mujeres ocupen ahora el lugar de los hombres, o, al menos, a que tengan en la
sociedad la misma imagen, la misma consideración y cumplan la misma función que
cumplen los hombres sin diferencia alguna. De este modo, el ideal masculino, se hace
absoluto y único. Y esto tiene efectos graves sobre la relación hombre-mujer, porque
la diferencia, incluso el antagonismo de los sexos ya no se traduce en una rivalidad
estimulante que mantenga, refuerce y enriquezca la diferencia, sino que tiene el
carácter del resentimiento y de la venganza, y conduce, en todo caso, a la
reafirmación de lo indiferenciado.
Nietzsche no hace, en ningún momento, alusión a condiciones históricas de
opresión, de discriminación social, etc. En sus análisis de la psicología de la mujer
moderna destaca, sin embargo, el juego de una ambivalencia que marcaría, de modo
peculiar, el carácter de su voluntad “reactiva”: este tipo de mujer es internamente
debilidad (histeria, resentimiento) que simula externamente, sin embargo, aparentar
fuerza. Nietzsche parece ser capaz de ver tan sólo “voluntad reactiva”, violencia en
acción bajo los distintos modos de lucha feminista, la cual, desenmascarada la menti-
ra de la idolatría masculina hacia lo femenino, se propondría simplemente conquistar
ahora el poder para las mujeres. Y esta lucha la plantearían según el paradigma de la
“rebelión de los esclavos”, o sea, mediante el método de crear la mala conciencia en
los hombres presentándose como víctimas y explotando todo lo posible esa condición
victimista, ejerciendo así sobre ellos un resentimiento refinado y cruel incluso más
perverso y sistemático que el antiguo resentimiento cristiano-sacerdotal de los escla-
vos de Roma contra los poderosos. Las principales cualidades de la mujer estarían
ahora al servicio de esta meta.
Con las ventajas que les proporciona saberse objeto de irresistible deseo por
parte de los hombres, con su innata facilidad para la comedia y el arte de fingir, con
su astuto empleo a conveniencia del pudor, de la seducción, de la sumisión o de la
frialdad y la insensibilidad no tendrían que esforzarse mucho para lograr con facilidad
lo que quieren. El hombre no dispone de armas ni de recursos adecuados para
defenderse de ellas porque, aunque sea consciente de lo que la mujer hace con él, es
tal la fascinación y atracción que experimenta por esa hermosa fiera que cegado por
la pasión de su seducción, sucumbe siempre al espejismo de verla más vulnerable,
más llena de ternura, más expuesta al sufrimiento y a la desilusión que él mismo.
Esta lucha, de la que está imbuida la mujer moderna, avanza cada vez más ha-
cia el tipo de equiparación que, en lo relativo a la distinción hombre-mujer, caracteri-
zaría el nivel más bajo del nihilismo: la desaparición de lo que constituye la singulari-
dad femenina y, por tanto, la regresión de esa diferencia en beneficio de la mediocri-
dad de una masculinización generalizada. La nivelación de los sexos suprime toda
distancia entre ellos e impone la neutralización de esa competitividad estimulante,
impone la condición del aburrimiento en relación con la mujer. Bajo la mujer
moderna no se escondería ya un dios, ni tampoco una Idea platónica, sino tan sólo
una idea moderna.
La alternativa de Nietzsche al feminismo es liberar a la mujer en la mujer; libe-
rarla no sólo del tipo de mujer-esclava tradicional, sometida y reprimida por las es-
tructuras patriarcalistas tradicionales, sino también del tipo de mujer masculinizada
del moderno feminismo militante. Pero lo más polémico de este intento puede ser, tal
vez, que Nietzsche considere que la justicia para con la mujer no tiene su fundamen-
te en la igualdad como equiparación, sino que su fundamento sería el equilibrio, una
condición social y cívica sin los excesos de la brutalidad y el autoritarismo del varón,
y sin el resentimiento y la envidia de la mujer.
En definitiva, la propuesta de Nietzsche es proteger la diferencia de los tipos
hombre-mujer de los excesos de los individuos, obligando a los individuos masculinos
y femeninos a respetar un espacio que permita el juego estimulante y creador de los
que aspiran a superarse.

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