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Ética, teoría y técnica

La responsabilidad política
del trabajo social

Teresa Zamanillo (dir.)


Teresa G2 Giráldez
Maribel M. Estalayo
Paloma de las Morenas
Carmen María Roncal
M a Concepción Vicente
Ética, teoría y técnica
La responsabilidad
política del trabajo social
Ética, teoría y técnica
La responsabilidad
política del trabajo social

Directora
Teresa Zamanillo Peral

Autoras
Teresa García Giráldez
Maribel Martín Estalayo
Paloma de las Morenas Travesedo
Carmen Roncal Vargas
Ma Concepción Vicente Mochales

agora
Diseño de la portada: Ferrari Fernández.

O Los autores.
© Para esta edición TALASA Ediciones S. L.
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D epósito Legal: M -4 2 .9 3 7 -2011.
Impreso por Efca, S.A .
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Indice

Prólogo (Teresa Zamanillo Peral), 7


Los dilemas éticos en la profesión de trabajo social
(Maribel Martín Estalayo), 19
El discurso profesional sobre el dilema ético en trabajo social, 25
Conocimiento y poder, 31
Horizontes de la ética profesional, 37
Bibliografía, 43
Las complejas e ineludibles relaciones entre ética, teoría y
técnica (Ma Concepción Vicente Mochales), 45
La intervención en trabajo social, 52
Implicaciones éticas en el proceso de intervención, 63
La supervisión como práctica reflexiva, 73
Bibliografía, 78
La ética en las organizaciones de servicios sociales y en los equipos
i de trabajo (Carmen Roncal Vargas), 81
La complejidad de las organizaciones de
servicios sociales y de los equipos de trabajo social, 86
El debate ético en los equipos profesionales, 94
La gestión pública y privada en las organizaciones de servicios sociales, 101
Bibliografía, 111
Etica para una ciudadanía global (Teresa García Giráldez), 113
La ética política como ética profesional, 119
Ética para una ciudadanía global, 125
Ciudadanía global de bienestar, 130
Bibliografía, 135
Trabajo social y ética (Paloma de las Morenas), 137
La ética de los profesionales, 139
Cuestiones de método, 144
La ética en trabajo social, 149
Entrevista a Patrocinio de las Heras (Maribel Martín Estalayo y
Teresa Zamanillo Peral), 161
Anexo: Entrevistas a profesionales sobre aspectos éticos
de la intervención social, 175
Referencias bibliográficas recomendadas, 179

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Prólogo

Teresa Zamanillo Peral

ué está pasando en la población española, por una parte, y en el seno de


j la profesión de trabajo social, por la otra, en los últimos años? Para los
J profesionales del trabajo social, la reciente década de hegemonía neoliberal
Iraec tiempbque estaba provocando una desazón progresiva. Para la población, cada vez
más se está produciendo un sentimiento creciente de “sociedad desprotegida”, máxime
si le añadimos ahora los planes de ajuste que se están produciendo drásticamente en
nuestro país.
Sin embargo, entre los trabajadores sociales es frecuente escuchar lamentos sobre
el “desmantelamiento del Estado de bienestar”, mas, en menor medida, acciones y/o
trabajos escritos que hagan notar la presencia de unos profesionales comprometidos
ética y políticamente con los resultados del ascenso del neoliberalismo. Pareciera que
las preocupaciones de los trabajadores sociales de las décadas de los ochenta y noventa
se han diluido en el aire con la mejora del estatus que ha existido en esa etapa, gracias
a la creación de la Dirección General de Acción Social y del Ministerio de Asuntos
Sociales. Tampoco importa ya el rigor metodológico, ni siquiera como una cuestión
instrumental; y mucho menos como aquel planteamiento ideológico que produjo tanta
reflexión en Latinoamérica durante la llamada etapa de la reconceptualización, y que
tuvo alguna influencia en ciertos ámbitos de la profesión en España. Hoy, en la mayor
parte de los sectores profesionales, la gestión de los recursos ha absorbido el quehacer
profesional. Además, el conocimiento de la realidad para los trabajadores sociales no
ha pasado casi nunca de la descripción fragmentaria de las variables que la componen,
del relato de los síntomas. De esta forma, la posibilidad de definir sentidos de acción
que guíen la intervención en la realidad social, con el apoyo de categorías analíticas
articuladas entre sí para analizarla y diseñar un proyecto de sociedad, brilla por su au­
sencia. Por eso, es preciso repetirlo más y más veces con nuestras voces y con las de
los otros allende nuestras fronteras: el trabajo social no adquirirá un estatus científico
en nuestro país sin una reflexión epistemológica rigurosa que le acompañe.
¿Y qué relación tiene la epistemología con la responsabilidad política de los trabaja­
dores sociales? Partimos de una afirmación que a muchas/os les parecerá contundente
y, en efecto, sí lo es: la ética es política, y viceversa. Ambas se articulan con el queha­

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cer científico en su búsqueda de la verdad. Así es, no se puede negar que la búsqueda
de la verdad, como tarca científica, exige asumir un compromiso ético y, por tanto,
político, ante la realidad social; una postura “sin maquillaje, sin mentiras y sin falsas
neutralidades”, como señala Pablo Nctto (2008). Pero hay otro argumento más que ha
de sumarse a este: las y los trabajadores sociales no pueden estar ajenos a las relaciones
de poder porque se trata de conseguir unas políticas sociales más justas y equitativas. Y
el escenario del poder es ineludiblemente un escenario político. La intervención social
pasa así por dos ejes fundamentales, a saber: el de hacer política para contribuir a la
planificación de la política social, y el de intervenir con el objeto de acompañar a los
sujetos a desarrollarse más y mejor como ciudadanos; a vincularse entre todas/os más
y mejor para alcanzar una convivencia de mayor calidad humana. Con Adela Cortina
terminamos estos argumentos preliminares: respetar la vida, las libertades, el ingreso
básico, la educación, la sanidad, la vivienda, el trabajo, las prestaciones en tiempos de
debilidad; estos son los mínimos que una sociedad democrática debe garantizar. Así,
sin paliativos ni especulaciones.
Y es que la tan pretendida neutralidad política no existe. Hay quienes procuran
hallarla en las posturas reformistas del trabajo social que dieron origen a la profesión.
Mas los llamados “técnicos de la reforma”, considerados los primeros trabajadores
sociales anglosajones del siglo XIX, no fueron menos ajenos a la política que lo que lo
fueron los trabajadores sociales formados en los años sesenta, en pleno fervor revolu­
cionario, llamados “profesionales del cambio”. Sin embargo, hoy ni unos ni otros han
continuado con sus aspiraciones de reforma y transformación; unos y otros han disuelto
sus ideales en las aguas ora mansas, ora turbulentas, de la modernidad liquida. Para
defenderse de la incertidumbre epistemológica han preferido licuar sus inseguridades
adaptándose a las exigencias institucionales de gestión y acomodándose en el estatus
y el reconocimiento recién adquiridos. Este reconocimiento produce cierta satisfacción
y no tiene las contradicciones éticas tan profundas e inquietantes que tuvieron los que
en su día creyeron en la transformación sociopolítica.
Pero aún quedan algunos que siguen creyendo en unos valores que guían sus es­
fuerzos de intervención, bien sea en el ámbito docente y de producción teórica, bien
en el campo de la práctica profesional. No obstante, nadie se salva de la profunda con­
tradicción que nos acompaña a todas y todos en mayor o en menor medida: la de ver
cómo aumenta el número de pobres y no hacer nada más allá de la gestión de recursos
para lograr que sobrevivan unos pocos. Así, las preguntas se multiplican: ¿Cómo salvar
nuestro alma profesional si trabajamos en el corazón mismo de las políticas sociales?
¿Qué hacer con las aspiraciones de transformación política que tuvimos como jóvenes
de la reconceptualización? ¿Dónde y cómo trabajar hoy por el cambio institucional?
¿Cómo reivindicar unas políticas que frenen el aumento de la pobreza?
Porque, mientras tanto, mientras que muchas generaciones de jóvenes se acomodan
a las exigencias institucionales ¿qué sucede con la población? Bien es cierto que gracias
a las rentas mínimas han podido sobrevivir muchas familias en esta época de crisis.
Pero no es menos cierto que los trabajadores sociales, más allá del manifiesto que se
hizo en el último Congreso y que aunó muchas firmas, no estamos haciendo gran cosa

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que se haya podido oír a favor de los más necesitados. Es la voz política la que falta
en nuestras actuaciones. Con la voz política, nos referimos no sólo a las instituciones,
como los colegios profesionales o el Consejo General de trabajadores sociales que sí
se manifiestan; no, nos estamos refiriendo a las bases profesionales. De ahí que en esta
obra hemos querido dar la palabra a las/os profesionales del campo, por un lado; y por
otro, a una de las representantes de la dimensión política de la profesión que más ha
trabajado por la planificación de unas políticas sociales coherentes con las necesidades
de la población española desde sus diversos puestos de poder. Es, como de sobra se
imaginará ya el lector, Patrocinio de las Heras.
Este estudio es una continuidad de las líneas de investigación que se han trabajado
en los años 2003 a 2006 sobre las prácticas idóneas de la intervención social en los
servicios sociales generales por un equipo de investigación del Departamento de Tra­
bajo social y Servicios Sociales de la Escuela de Trabajo social (UCM) formado por
Alfonsa Rodríguez, Luis Nogués, Carmen Roncal y dirigido por Teresa Zamanillo.
El interés que actualmente nos mueve a este nuevo equipo es epistemológico. Me­
diante la crítica reflexiva que el lector se va a encontrar en estas páginas nos hemos
comprometido con el trabajo social porque deseamos que el desarrollo y la práctica
de la intervención social a favor de las personas excluidas se apoye en conductas pro­
fesionales firmemente cimentadas en unos criterios éticos y políticos racionales, con
capacidad de discernimiento, respetuosos con las personas, con los propios profesio­
nales y con las instituciones en las que se trabaja. En definitiva, unos criterios éticos
que contemplen lo fundamental del saber y el hacer ético, cuya esencia se encuentra
en la responsabilidad individual que nos hace actuar teniendo en cuenta que la ética
supone, en palabras de Paul Ricoeur, lo siguiente:
• el cuidado de sí mismo
• el cuidado de los otros, y
• el cuidado de las instituciones
Este marco de Ricoeur (2005) nos remite directamente al trabajo social, en cuanto
que esta disciplina fue definida por Mary Richmond como la intervención en los pro­
cesos del desarrollo de la personalidad de los individuos, teniendo en cuenta siempre
la comprensión de la persona, la comprensión de su medio, la acción directa de la
trabajadora social sobre la persona y la acción indirecta sobre el medio. Es el cuidado
de uno mismo en primer lugar, como condición sirte cjuci non, lo que nos facilitará
el cuidado de los otros. La mirada reflexiva sobre uno mismo es irremplazable por
la mirada a los otros y por la reforma de las instituciones. Se trata, por tanto, de un
proyecto individual y un proyecto democrático. Proyecto individual como responsa­
bilidad personal: esto supone que uno ha de responder por sí mismo en cuanto que
está implicado en el desarrollo de su personalidad; proyecto colectivo puesto que el
cuidado de las instituciones recae en la extensión de la responsabilidad individual hacia
la colectividad. En este sentido, lo que uno hace por sí mismo lo hace ineludiblemente
por el bienestar general. Es así como Mary Richmond habló siempre de que el trabajo
social ha de alcanzar también fines generales. Entre estos fines incluye “el servicio de
reformas sociales” porque “tiende a elevar ‘en conjunto’ las condiciones en las cuales
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viven las masas”. Ella considera que es mediante “la propaganda social y la legislación
social” como se puede lograr la reforma de las instituciones, ya que se trata de “hacer
progresar a la especie humana tornando mejores las relaciones sociales”. Para ello, los
trabajadores sociales han de “reunir los hechos conocidos y reinterpretarlos para uso
del servicio de reformas sociales, de los servicios colectivos y del servicio social de
casos individuales”. Estamos ante un auténtico programa profesional para hacer visible
nuestra labor como trabajadores sociales (19X2).
Pero de sobra se ha dicho que el programa de reformas de Mary Richmond no de­
jaba de tener un enfoque funcionalista que hoy podríamos decir que está aquejado de
“pensamiento débil”. Por eso, más cerca de nuestros días, hemos de recordar otra vez
el programa de un trabajo social que busca transformaciones estructurales inspirado en
el “movimiento de la reconceptualización”, y del que daremos cuenta de su dinámica
en España con la entrevista a Patrocinio de las Heras.
Otra motivación que guía este proyecto es impulsar, mediante esta investigación
y su posterior publicación, unas prácticas profesionales coherentes que proporcionen
la identidad profesional tan necesaria en tiempos de desorientación y crisis, como son
los que ahora vivimos gran parte de la población y, más en concreto, determinados
grupos profesionales, entre los que se encuentran las y los trabajadores sociales. Pero
es preciso advertir de antemano que la dimensión del cuidado señalada por Ricoeur no
significa la aceptación de todo lo que existe en una institución o en un equipo sino que,
y en muchas ocasiones, supone hacer frente a los conflictos que, ineludiblemente, se
viven en el ejercicio profesional. Es el compromiso con la palabra lo que cuenta y esta
le compromete a uno mismo, así como ante los otros y ante las instituciones.
¿Qué más queremos decir con prácticas coherentes? Desde hace años, algunas de
las personas del equipo de investigación citado venimos observando en la supervisión
profesional muchas dificultades técnicas para desarrollar rigurosamente el método de
intervención social. Los profesionales se mueven en dos polos: ora en la gestión de las
ayudas, ora en una intervención social cada vez más compleja dadas las problemáticas
sociales a las que tienen que enfrentarse en una sociedad en la que cada vez más, en
palabras de Ralt Dahrendorf, existe “un mundo desbocado... sin ligaduras capaces de
contener a los individuos, de ahí que la ley y el orden se convierta en un problema”
(2005). La gestión de las ayudas supone una atadura cada vez mayor a la burocracia,
que sólo tiene como salida la queja por la frustración que lleva consigo y las trabas
para establecer un vínculo profesional sólido. Una intervención social que favorezca,
promueva y desarrolle vínculos entre las personas supone apostar por una mavor y
constante formación que aumente el conocimiento, con el objeto de formar criterios
rectores de la acción.
Por un lado, es de sobra conocida la escisión que hay entre el mundo profesional y
el académico; tanta, que hoy se recurre a hablar de disciplina y profesión como si se
tratara de dimensiones diferentes con el objeto de seguir sosteniendo la gran falacia
de que el trabajo social es una práctica. Que tengamos registrado, ninguna profesión
se refiere a sí misma fragmentando en dos fuentes su conocimiento, su epistemología.
Pongamos como ejemplos la medicina, la enfermería, el magisterio, la biología, la

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física, etcétera. Por otro lado, son muchas las razones que pueden explicar que en la
Universidad hayamos caminado a un paso muy diferente al de la evolución que ha tenido
lugar en el campo profesional. Sí, hemos necesitado estudiar mucho para ponernos al
día en todo lo que teníamos que enseñar. Pero hoy esta formación es tarea de todos los
grupos profesionales, no sólo los dedicados a la docencia. Porque la investigación ha
de ser obligada para todos si queremos avanzar en el conocimiento. Y es que en estos
tiempos es preciso y urgente sincronizarse, porque, como dice Adela Cortina, en la
“época del saber” productivo, del “saber hacer”, podemos decir que incluso cuando
nos referimos al saber hacer técnico, se requiere un profundo saber personal y social
que contemple una formación integral del sentimiento y la razón (2007). Y cuando
hablamos de sentimiento y razón nos referimos a la práctica y la teoría.
Por eso, a lo largo de todo este trabajo insistiremos con frecuencia en la necesidad
de impartir una materia de filosofía en los estudios de Grado, toda vez que la filosofía
explica la constitución del sujeto. Y entendemos por filosofía, como señala Levinas, no
el concepto erróneo de amor a la sabiduría, que ha devenido en una filosofía preocupada
por el ser (la esencia) e ignorado al ente (al sujeto). Una filosofía que ha olvidado los
sentimientos y, como consecuencia de esta idea, se ha creado un mundo que ha obviado
factores imprescindibles de la persona, como son las pasiones y los sentimientos, o
aspectos básicos de carácter ético. Esta es la filosofía que, según Levinas, ha alcanzado
más aspectos negativos que positivos, ya que nos ha conducido a una sociedad en la
cual lo más importante es el ser, el ego cartesiano, el ensimismamiento. De ahí que
el filósofo proponga una filosofía, no como el amor a la sabiduría sino a la inversa:
una sabiduría que nace del amor. Es por esto por lo que debemos preocupamos por el
otro, y no verlo como alguien enfrentado, ya que, al fin y al cabo, hay yo porque hay
responsabilidad, pues el yo es el resultado de que alguien nos haya cuidado (en Gil
Jiménez, P. 2009).
A nuestro juicio, para adquirir una formación ética profunda y coherente es pre­
ciso atender a los hábitos del corazón, como propone Adela Cortina. Se trata de una
filosofía que educa en el amor por el otro, en el respeto y en la búsqueda de la verdad
para, juntos, lidiar contra las resistencias que se oponen a la búsqueda de la felicidad.
En el caso del trabajo social, este caminar juntos en el encuentro entre el profesional
y el ciudadano o el sujeto se hace mediante un pacto o contrato que ha de incluir mo­
dificaciones tanto en las circunstancias del individuo (en su ambiente: familia, grupo,
entorno comunitario e institucional) como en él mismo.
Estas consideraciones nos remiten a una concepción de la ética intersubjetiva, una
ética fundamentada en el diálogo entre las personas que concurren en los haberes
profesionales. La dimensión política del quehacer profesional contempla unas fun­
ciones que, por densas, han sido excluidas desde el momento en que se ha creído que
los derechos de los individuos estaban consolidados. Mas... ¡Ay! ¡Qué líquido es el
mundo que nos ha tocado vivir! Creimos en el progreso creciente y hoy no podemos
dar crédito a cómo se han esfumado todas nuestras esperanzas. Por eso, con esta obra
deseamos infundir deseos de seguir trabajando con rigor para comprometemos con la
verdad; deseamos que los trabajadores sociales se enfrenten a los cantos de sirenas de

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la modernidad y no admitan las racionalizaciones fundamentadas en falsos argumentos
políticos y económicos que no pretenden más que mantener el orden v igente.
Por otro lado, la revelación y el análisis de algunos artículos elaborados por traba­
jadores sociales que han tomado conciencia del envoltorio ético que tiene su profesión
se ha sustentado en bases epistemológicas, y por tanto éticas, bien cimentadas. Esta
conducta profesional responde a lo que para Etchegoyen es el psicoanálisis. Este para­
digma tiene tres vertientes: una teoría de la personalidad, un método de psicoterapia y
un instrumento de investigación científica. El método de investigación coincide con el
procedimiento curativo, pues es un método de investigación-acción-participante porque
a medida que la persona se conoce a sí misma puede modificar su personalidad. Para él
existe, además, una correlación estricta entre la teoría psicoanalítica y la técnica y con
la investigación, que también se da de forma singular entre la técnica y la ética. Esto
significa que los fallos éticos del psicoanalista tienen su contrario en fallos técnicos y
viceversa, porque sus principios básicos, especialmente los que configuran el encuadre,
se apoyan en una concepción ética presidida por una relación de igualdad, respeto y
búsqueda de la verdad (1991).
No obstante, es preciso añadir que la falta de reflexión sobre los aspectos éticos
que envuelven el proceso de intervención no supone una falta de preocupación por la
ética, o un desdén de la misma o una irresponsabilidad constitutiv a de los trabajadores
sociales. Muy al contrario, sostenemos que se debe, por un lado y, por demás, suma­
mente importante, a la falta de formación en ética transversal en todas las asignaturas
del currículo académico. ¿Qué queremos decir con esto? Que, más allá de la existencia
de una única materia de ética, como existe en algunos planes de estudio, los aspectos
éticos de la adopción, por ejemplo, o del ingreso en una residencia de mayores, o de un
ingreso psiquiátrico, deberían ser materia de diálogo y de reflexión en las asignaturas
de derecho, de intervención sociofamiliar, del prúcticuni. o de psicología, entre otras.
Por todo ello, la formación en los sentimientos es absolutamente imprescindible
porque, al igual que las sensaciones, las emociones y todo lo que hemos creído siem­
pre que no es inteligencia, sí lo es. Es la inteligencia del corazón denominada asi en
el mundo oriental. Nunca es tarde para aprender a caminar por la vida esforzándonos
en integrar la mente y el corazón, la inteligencia y el sentimiento, los discursos y los
argumentos que sostenemos con más ardor cada día: nunca es tarde para modificar las
prácticas de nuestra conducta y articularlas con los valores que defendemos, con la
ética y la estética, con el cuidado de uno mismo y con el cuidado de los otros. V ... asi.
tantas cosas disociadas con las que vamos construyendo erróneamente los caminos por
los que transitamos. Porque la educación que hemos recibido en su mayor parte no ha
supuesto un aprendizaje de lo sentimental que hay en nosotros. En ese sentido ha sido
y sigue siendo una educación extraviada que ha malogrado lo esencial que hay en el
ser humano, su dimensión emocional.
Uno de los caminos para lograr una buena educación sentimental y, por tanto, moral
es la comunicación. La comunicación establece un compromiso y una responsabili­
dad entre dos o más personas, queramos o no. Es en ese compromiso conversacional
que mantenemos con los otros, en nuestros diálogos o discusiones, cuando pueden

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aprenderse y reaprenderse cosas que, posiblemente, algún día estuvieron en nuestra
conciencia, pero que con las exigencias de las convenciones se fugaron al cajón de los
olvidos. Son las cosas del amor, ésas que constituyen el respeto a los demás, les tenga­
mos afecto o nos sean indiferentes; esas cosas que se manifiestan en el tono en que les
hablamos, suave o descortés, con humor o con acritud; es poner atención en la escucha
al otro porque percibe el gesto que transmitimos y eso le reconforta; es aprender a estar
consciente de las dificultades para situamos en los equipos en complementariedad con
nuestros compañeros o con nuestros jefes; es aprender a reconocer en nosotros mismos
la rivalidad con el otro o los juegos de poder. En fin, son todas esas cosas que forman
parte de la comunicación analógica a la que con demasiada frecuencia no prestamos
suficiente atención.
Y es que, en definitiva, ¿qué nos jugamos las personas en la vida? Nos estamos
jugando cómo orientar nuestras acciones de forma que nos permitan organizar conjun­
tamente la vida. ¿Y cómo puede hacerse eso? Para Adela Cortina, el problema que ha
de resolver con más urgencia cualquier país es el de la educación moral, entendida en
el sentido amplio. Este sentido implica orientar a los jóvenes hacia una moral abierta
para que las personas asuman las tareas como “cosa propia”. La educación en la moral
abierta se opone a la “moral cerrada” que no admite más que imperativos fundamen­
tados en adoctrinamientos que tratan de transmitir nuestras propias convicciones a los
jóvenes intentando que las incorporen. Una moral abierta tiene su fundamento en el
respeto a la libertad del otro, un respeto que educa en la responsabilidad, que ayuda a
los jóvenes a dirigir responsablemente las riendas del futuro en sus manos, aprendiendo
a tomar decisiones personales y compartidas (2007).
Esta orientación precisa decidir de forma no sólo individual o familiar, sino también
política: supone educar a todas las generaciones en la llamada inteligencia emocional,
que es como se conoce, después de Goleman, lo que desde hace mucho tiempo los
filósofos herederos de Locke, Hume y otros han llamado la educación sentimental.
Para alcanzar esa organización conjunta de la vida hemos de moldeamos, cada uno a sí
mismo, con un control consciente y constructivo. Es necesario, pues, practicar sobre uno
mismo, práctica ardua porque nuestra educación hunde sus raíces en un fondo de error,
un fondo de malos hábitos, un fondo de deformaciones y de dependencias establecidas
y solidificadas de las que es preciso desembarazarse, como dice Foucault. Pero para
el cuidado de uno mismo el otro es indispensable en la práctica; sin su concurso no
se moldea el yo. Así, práctica de uno mismo y práctica social van unidas, lo que hace
afirmar a Foucault que el sujeto, al ocuparse de sí mismo, se va a convertir en alguien
capaz de cuidar a los otros (1994).
Nada de todo este camino puede hacerse sin reflexión. Y reflexionar no está vedado a
los jóvenes, reflexionar antes o durante los acontecimientos que se suceden en la acción
es una responsabilidad ineludible de todo ser humano. Y hoy es uno de los recursos más
escasos que existen entre nosotros. Mas la reflexión en solitario, sin referencia alguna
a y de los otros, bien sea en la conversación o mediante el estudio, no siempre puede
producir un cambio en nuestra mentalidad; es más posible que nos lleve a afirmarnos
con rigidez en nuestras posiciones. Y es que “la reflexión es el cambio de dirección de

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un acto mental”, según Ferrater Mora; es dar nueva luz a alguna realidad, según Emilio
Lledó. Y una buena forma de reflexionar pero, desafortunadamente, cada vez menos
extendida en la Universidad, al menos en los escenarios que se observan más cerca, es
la de reflexionar en grupo, conversar con el propósito de hacer avanzar la producción
de nuevo conocimiento, abriéndonos a las aportaciones de los otros.
La complejidad de este proyecto es que se ha de construir sobre el aprendizaje de la
comprensión de uno mismo y de los otros. Es imposible comprender al otro si uno no
se ejercita en la comprensión de sí mismo y, por tanto, en la autocrítica. Autocrítica que
obtiene su fundamento en las contribuciones de los demás con su retroalimentación:
palabras, gestos, silencio, todo es comunicación. No es, pues, una crítica hecha en la
mismidad del yo, solipsista, no puede serlo; en una posición alejada de los demás no
podemos encontrar más que nuestro ensimismamiento, puesto que careceríamos del
espejo necesario para observarnos y devolvernos una posible rectificación.
Pero aquí nos enfrentamos de nuevo al problema de la disociación del saber. Sigue
habiendo un profundo abismo entre los discursos que sostenemos, con energía ilimi­
tada muchas veces, y nuestras actuaciones. Esta división la arrastramos pesadamente
debido a nuestra restringida educación. Es un problema de origen que nos ha impedido
aprender los “hábitos del corazón”. Y ¿cuáles son estos hábitos que deberían haber
constituido parte de una educación ética válida para la vida cotidiana en todos los
ámbitos y, por tanto, para la profesión de trabajo social, que es lo que nos tiene aquí
reunidos? Algunos, a modo de preguntas, nos vienen en estos momentos: ¿Qué nos
impide ver al otro, amigo o no, como alguien que padece las mismas limitaciones que
yo para conducirse en la vida? ¿Qué es lo que nos impele a juzgar a los demás? ¿Por
qué pedimos constantemente más reconocimiento? ¿Cuántas cosas nos pasan con los
compañeros y jefes en el trabajo cuando nos hacen alguna corrección y no podemos
integrarla dando la razón a quien nos la hace? Y ... así podríamos alargamos hasta lo
inimaginable haciendo una lista de los errores propios, producto de los “malos" hábitos
del corazón, para los que estamos ciegos. Y es que mientras malgastemos nuestro tiempo
en querer cambiar a los demás, sin cambiar nada de nosotros mismos, con el argumento
de que es el otro quien tiene que empezar a cambiar, estamos en un camino erróneo.
Las dificultades de la disociación del conocimiento forman los cimientos de nues­
tras creencias más profundamente arraigadas. Es la separación radical que existe entre
sentimiento e intelecto, entre teoría y práctica, entre pasión y razón, entre subjetividad
y objetividad, entre el yo y los otros, entre nosotros y las instituciones, en fin, entre
todo lo que imaginamos como opuesto. Es el legado positivista que nos impide mirar
el universo en su global complejidad; es la mirada lineal en la que nos hemos edu­
cado con profunda persistencia. Y no es una tarea fácil poner en marcha un cambio
de mirada. Se necesita primero un profundo conocimiento y reflexión de los errores
epistemológicos, a la par que “epistemofílicos”, que acarrean ver al otro, a los otros, a
las instituciones, al sistema o a la sociedad como disociados y, por tanto, los causantes
de todo lo disfuncional.
Pero hoy no parece haber otro remedio para comprender la complejidad del mundo
que cambiar nuestra mirada. Aunque cambiar la mirada, es preciso advertirlo, no ga­

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rantiza la solución de los problemas, sí cambia los instrumentos que utilizamos para
tratar de transformar la realidad. Porque en estos momentos hemos de preguntarnos
constantemente si no estaremos utilizando viejas herramientas para dar respuesta a nue­
vos problemas. Se trata de redefinir el método de intervención construyendo diferentes
categorías analíticas y técnicas para la explicación y la transformación de la sociedad
en que vivimos, y de los problemas sociales a los que nos enfrentamos.
Todo lo anteriormente expresado es el marco de estudio en el que nos hemos movi­
do; marco que, a continuación, nos va a permitir dar una breve explicación del método
que ha dirigido esta investigación. De acuerdo con la propuesta metodológica de Max
Weber, en la ciencia de la experiencia en la que nos movemos no puede confundirse
la explicación de los fenómenos que tratamos de analizar con la valoración que hace­
mos de los mismos. Lo que acabamos de denominar como marco de estudio expresa
nuestras valoraciones acerca de lo que deseamos, es decir, lo que para nosotras tiene
significado respecto a la conducta profesional, esto es: una conducta que corresponda
a una práctica ética y política, además de comprometida con la palabra. Consideramos,
también, que esta propuesta cumple otro requisito weberiano: es adecuada a nuestro
tiempo, toda vez que las discusiones sobre la política social hoy se mueven en dos
polos enfrentados entre sí. Por un lado, un neoliberalismo radical, privatizador de
la gestión y profundamente insolidario y, por tanto, inmoral respecto a la necesaria
igualdad de oportunidades y de resultados; y, por otro lado, un proyecto de sociedad
en el que tengamos todas y todos cabida, en el que existan leyes que puedan frenar la
pobreza, en el que los derechos civiles para todos sean una realidad (justicia, educación,
salud, servicios sociales, etc.). Este es nuestro punto de partida ideológico y, por tanto,
epistemológico y ético.
Por estos motivos, entre otros muchos, el equipo que ha trabajado en esta inves­
tigación consideró de máxima prioridad conocer los procesos formativos para la
intervención profesional, esto es: estudiar la mirada ética, teórica y técnica con la que
actúan los profesionales; o, en otras palabras, los fundamentos filosóficos, epistemo­
lógicos y metodológicos que acompañan los procesos de intervención. Así pues, en
estas páginas nos disponemos a reflexionar sobre la conducta profesional a la luz de
todos los presupuestos enunciados en este prólogo. Porque nos encontramos con un
amplio programa político y ético para los trabajadores sociales que está extraído del
pensamiento de sus orígenes y que ha ido transformándose con el tiempo a través de
las distintas ideologías que lo han atravesado, pero del que, lastimosamente, nos hemos
alejado muchas leguas del camino.
Para tener acceso a la realidad se ha elegido la entrevista en profundidad como técnica
del método cualitativo. Se han entrevistado a quince profesionales y una testigo clave
del tema de la ética, la profesora Ma Jesús Uriz, de la Universidad Pública de Navarra.
El análisis de los discursos ha sido co-construido entre las personas entrevistadas y las
profesoras que firman este trabajo a partir del capítulo primero hasta el cuarto. Pero
ha de señalarse un aspecto clave del enfoque cualitativo: el carácter subjetivo de las
respuestas hace que las conclusiones no puedan ser generalizadas como representación
de todo el campo profesional, si bien desearíamos que lo que aquí se ha vertido sirviera

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de reflexión para las y los profesionales del trabajo social. Y en cuanto al método que
estamos describiendo, sólo podemos añadir otro propósito más a los ya señalados an­
tes: hemos querido abrir líneas de investigación desde el interior de la profesión para
continuar por los caminos abiertos por los filósofos que nos han estimulado para llevar
a cabo este trabajo: Damián Salcedo y M;' Jesús Úriz.
En relación con todo lo expuesto, sólo queda hablar de la estructura de esta obra: la
pretensión de coherencia es lo que ha dado origen a la investigación. En este sentido,
los capítulos responden al orden en el que se describe el título del libro, orden que
pretende ofrecer un camino de identidad profesional. Esta disposición se inicia con la
reflexión sobre la ética y sus dilemas y continúa con la teoría y la técnica referidas a la
intervención social y a las organizaciones y los equipos. Como resultado de la relación
entre estos tres componentes, se propone asumir un compromiso político responsable
con la acción transformadora, lo cual es motivo de análisis del último capítulo.
Sin embargo, es preciso señalar que, aunque la obra presenta un conjunto cohe­
rente, hemos querido dar a cada capítulo su propia independencia, de forma que el
lector pueda elegir de acuerdo a su interés. Con este propósito, las conclusiones del
trabajo no forman un apartado independiente de gran contenido como es frecuente en
este tipo de estudios. Estas se incluyen al final de cada uno de los capítulos de forma
breve y concisa porque hemos querido responder al propósito que ha presidido toda la
investigación: la de ser la simiente de otros estudios sobre este tema.
En el primer capítulo, Los dilemas éticos en la profesión de trabajo social , se elabora,
por un lado, un análisis sobre la confusión existente con el concepto de dilema entre
los profesionales de trabajo social y la ausencia de discurso sobre los aspectos éticos
de la profesión; este es un tema transversal a todo el libro. Se profundiza también en
los aspectos que llevan a los profesionales a poner el énfasis en la acción para mitigar
la incertidumbre. Se hace necesario tomar conciencia de que la falta de reflexión en la
acción no sólo actúa en detrimento de la carencia de teoría, sino que acarrea también
una notable ausencia de poder en el seno de la profesión de trabajo social. La invitación
a la duda que hace la autora de este capítulo es otro de los temas que merece la pena
dejarse conquistar por él.
El título del segundo capítulo, Las com plejas c ineludibles relaciones entre ética,
teoría y técnica , es ya de por sí revelador por su carácter descriptivo. En él nos propone­
mos manifestar que la falta de formación, no sólo en filosofía y, por tanto, en ética, sino
también en teoría, en técnica y en política puede llevar consigo muchos errores éticos
de los que no son conscientes las y los trabajadores sociales. El análisis se centra en la
intervención social individual y familiar, recorriendo aspectos fundamentales como la
burocratización, entre otros. La supervisión es uno de los temas que han de destacarse
en este capítulo toda vez que sigue siendo una cuestión pendiente en trabajo social.
El tercer capítulo está dedicado a las organizaciones de servicios sociales y a los
equipos profesionales. En él se profundiza en la representación mental de las y los
profesionales respecto a su organización, así como el tratamiento que las instituciones
dan a los profesionales. Su planteamiento nos invita a ejercitamos en la autoobserva-
ción y nos insta a adoptar una postura como personas activas y comprometidas en y

16
con la organización y los equipos. Esta propuesta, según la autora, ha de llevarse a
cabo de una forma consciente y constructiva teniendo en cuenta la interdependencia
que, ineludiblemente, existe entre el individuo y la organización. El debate ético en
los equipos profesionales y la gestión de lo público y lo privado completan el capítulo.
El cuarto capítulo, denominado Etica para una ciudadanía global, analiza el vacío
que se observa en los discursos de los trabajadores sociales sobre los aspectos más
integrales de su saber: el componente político que comprende la dimensión estruc­
tural de la desigualdad, el bienestar social, la universalidad de los servicios sociales,
etcétera. Y es que el énfasis en la intervención con casos y familia ha secuestrado la
mente de las profesionales hasta el punto de haberse olvidado en los últimos años de
esta dimensión más global.
Hasta aquí la investigación. A partir de este punto la obra se bifurca en dos trayec­
torias profesionales muy diferentes, pero ambas relacionadas con la ética-política. En
Trabajo social y ética, Paloma de las Morenas hace un pormenorizado viaje de su mirada
ética en su experiencia de casos, desde que comenzó a ejercer la profesión en los años
setenta, hasta ahora que, en su labor de “bioeticista” en la Comisión de Bioética en el
Hospital Clínico de Madrid, ha podido abrir nuevos caminos en ética. Entre otros., se
puede citar su contribución al borrador y al documento definitivo de la Ley 3/2005 de
la Comunidad de Madrid de 23 de mayo, denominado “Documento de instrucciones
previas” (testamento vital). Las reflexiones sobre las profesiones de la ayuda, entre las
que se encuentra el trabajo social, no hallarán mucho eco, pero son cuanto menos suge-
rentes. Pasión y razón acompañan la pluma de la autora, ¡dejémonos envolver por ella!
Por último, ya lo hemos señalado desde el principio, hemos querido volver la mirada
sobre el pasado para transitar hasta el presente con Patrocinio de las Heras, testimo­
nio vital de un compromiso político que va más allá de las meras responsabilidades
profesionales. Con esta entrevista queremos mostrar que el hacer político y el hacer
profesional nunca se han disociado, como ocurre recientemente. Trabajar para que otro
mundo sea posible es una labor irrenunciable a la que no podemos volver la espalda.
Solamente queremos añadir que este libro ha sido realizado según un plan que va
de lo particular a lo general, del microcosmos de las intervenciones individuales y
familiares, pasando por las complejidades de la ética de la profesión y las organizacio­
nes sociales, hasta terminar con la concepción de la ciudadanía global. ¿Por qué este
planteamiento? Porque en lo particular es donde se expresa el universo en el que se
desenvuelven los vínculos primarios de las personas, lo particular es ese mundo donde
se crean y se tejen las relaciones humanas. Pero las instancias de mediación, nuestras
instituciones y organizaciones, construyen también nuestros aconteceres. Y más aún,
en el orden mundial se deciden la mayor parte de nuestras vidas, aunque no podamos
percibir ese fino hilo que nos une y que maneja gran parte de nuestras situaciones vitales.

17
Los dilemas éticos en la profesión de trabajo social

Maribel Martín Estalayo

odo discurso requiere poner de manifiesto aquellas significaciones y definiciones

T implicadas en el tema que se ha de abordar. Es por esto por lo que si el tema


engloba los dilemas éticos en la profesión de trabajo social, precisamos partir de
una definición legitimada, un concepto consensuado que nos pueda permitir elaborar
un análisis a la luz de su descripción. Para este abordaje tomaremos como referencia a
Sara Banks (2005), estudiosa de la ética en trabajo social. Según ella podemos hablar
de dilema ético cuando, tras haber realizado una reflexión, tras haber argumentado,
discurrido o razonado aquello que nos suscita duda con categorías analíticas propias
de la ética, es decir, pensar los valores, principios, consecuencias y prioridades que se
ponen enjuego, no sabemos qué hacer y nos supone una gran dificultad elegir. Pues
bien, si se trata de un argumento que está sujeto a duda, un elemento importante que
se desprende de esta definición es que en trabajo social necesitamos incorporar la duda
a nuestro modo de vivir la profesión, puesto que si de algo adolecemos es de la enfer­
medad de la certeza. Sí, en trabajo social se huye de la incertidumbre y se ha buscado
apremiantemente la evidencia, las reglas que ayudan a saber qué es lo que hay que
hacer en cada situación problemática.
Mas hay que advertir que incorporar la duda no supone instalarse en ella, lo cual
significaría dejarse abatir por la parálisis de un virus altamente peligroso para tomar
decisiones. Por tanto, en este capítulo invitamos a los profesionales del trabajo social
a dudar, solamente como una forma de prepararse para ejercitar con constancia la
reflexión necesaria para un buen ejercicio profesional. La duda, aunque a menudo nos
conduce a un estado de inseguridad y fuerte contradicción, también es la ocasión de
cambiar y moverse hacia una nueva situación.
Dudar incomoda; dudar angustia; dudar alarma; dudar asusta. Pero dudar es un
ejercicio de prudencia, es la antesala de la reflexión. En principio todo ser humano lleva
incorporada de serie la capacidad de reflexionar, pero el requisito previo para ejercitarla
supone cierto distanciamiento de la realidad. La reflexión se retira a un lugar ajeno al
ruido de lo concreto, pero llevando consigo sus ecos e imágenes para desarrollar su
tarea. La reflexión precisa un tiempo indeterminado, mucha curiosidad, cierto grado
y capacidad de frustración ante lo desconocido, lo vacío, lo indefinido; invita a una

19
actitud de templanza que no pierde su empeño ni se descentra ante provocaciones ex­
ternas. La reflexión se sabe en esta sociedad como la actividad de entretenimiento de
unos pocos (cada vez menos), valorada como improductiva, desafinada, desubicada o
desacompasada; en definitiva, rara. No es de extrañar que, hasta en aquellos espacios
propios de tal ejercicio, se haya colado la pregunta que ilumina toda prioridad: y esto
¿qué utilidad tiene?
Dudar y reflexionar son dos elementos característicos del dilema ético. El dilema
siempre se experimenta como la duda ante una situación, pero más allá de la duda el
dilema requiere de una reflexión que ayude en la elección de una respuesta válida o
adecuada. Si reducimos el dilema ético a “tengo un problema y no sé qué hacer” es­
tamos desvirtuando su sentido y hablando de otra cosa. Todavía en nuestra profesión
nos cuesta definir aquello en lo que estamos inmersos, nos manejamos en términos de
instrumentalidad y “los debates se centran en el cómo y no en el qué o, lo más impor­
tante quizás, en el por qué hacer” (Castronovo, 2008: 27).
Parafraseando a Mary Richmond, quien al escribir El caso social individual nos
advertía de que el propósito de su libro no era “discutir sobre el método, sino indagar
sobre qué es el trabajo social de casos y porqué es lo que es” (1995: 69), se puede decir
que el propósito de este capítulo sobre dilemas éticos en trabajo social no es tanto una
invitación a centrarse en cómo se resuelven sino a indagar sobre qué son los dilemas
éticos y por qué existen en una profesión como la nuestra.
No dejamos la mano de nuestra precursora, pues suele ser necesario cada cierto
tiempo actualizar los caminos trazados en el pasado y que fueron los cimientos de la
profesión, para considerar el razonamiento, la argumentación, la reflexión y el discurrir,
como acciones propias del ser humano, que nos distinguen, a la vez que nos posibilitan
dar pasos hacia un horizonte cada vez más amplio y complejo. Dice así: “En el animal,
el progreso mental se desenvuelve en un círculo que le circunscribe de tal modo que
resulta incapaz de adquirir necesidades progresivas y más sofisticadas. En el hombre,
tal círculo no existe; es sustituido por una espiral. Su respuesta es mucho más lenta
porque, muy temprano en la vida, se ve intensamente presionado por las necesidades
a comparar un concepto con otro y a deducir un tercero: en otras palabras, a razonar.
El razonamiento y los procesos de formación de hábitos le llevan lejos de cualquier
círculo estrecho de respuestas instintivas hacia una espiral de nuevas combinaciones
siempre en expansión, que amplía su horizonte y le vuelve capaz de aceptar tanto lo
que ve como lo que no ve. La diferencia entre el círculo y la espiral es la diferencia
entre la rutina y la acción reflexiva, entre el animal doméstico y el descubridor pionero”
(Richmond, 1995: 132-133).
Así, a modo de espiral, vamos a ir ampliando nuestro conocimiento acerca de los
dilemas éticos en la profesión para asemejarnos cada vez más a ese descubridor pionero
que tiene como trampolín la acción reflexiva. Y ubicado el dilema como aquello que
comporta duda y reflexión, vamos a continuar la espiral para escudriñar el concepto de
ética. ¿Qué será eso de la ética? “La ética es una incomprendida y tal incomprensión
la está dejando sin quehacer, es decir, sin nada que hacer. Sencillamente, porque nadie
sabe bien a las claras qué hacer con ella”. Pero a pesar de esta incomprensión la ética

20
tiene su lugar. A menudo se utilizan indistintamente los términos ética y moral, pero la
ética se encuentra en un plano previo y elevado cuyo encargo es “dar razón filosófica
de la moral y como reflexión filosófica se ve obligada a justificar teóricamente por
qué hay moral y debe haberla, o bien a confesar que no hay razón alguna para que la
haya". (Cortina, 1986: 27).
Tal como señalábamos al principio, la ética supone “un provisional distanciamiento
con respecto al mundo cotidiano, destinado a construir una fundamentación serena y
argumentada que permite a los hombres a la larga adueñarse de sí mismos" (op. cit. 32),
argumentos que tienen como finalidad el consenso común para dar respuestas comunes.
Conviene subrayar esta afirmación: la ética es el camino para adueñarse de sí mismos,
esto es, para responsabilizarnos de las acciones que vayamos a acometer una vez pen­
sadas, sopesadas y argumentadas. La ética es responsabilidad profesional y personal.
Por tanto, hay que situar la ética en el terreno de la reflexión cuyo objetivo primordial
es dar razón de la moral. Y ¿qué es la moral? La moral es “el conjunto de intuiciones y
concepciones de las que se valen los distintos grupos humanos e individuos para iden­
tificar lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe hacer o lo que se debe evitar1"
(Giner et ál., 2006). Sin embargo, el deber y las argumentaciones aceptadas por más de
una persona o un grupo profesional chirrían en tiempos de relativismo, subjetivismo y
emotivismo, puesto que el ideal moral persigue con tenacidad la fidelidad a uno mismo,
la autorrealización, la supremacía del individuo y esta aspiración ni necesita, ni busca,
ni pretende, normalmente, exigencias morales conjuntas o compromisos externos.
No cabe duda de que muchos aspectos y elecciones en la vida vienen determinados o,
al menos, condicionados en alguna medida por ese “ser hijos e hijas de nuestro tiempo”.
Sin embargo, esto no justifica que incorporemos o aceptemos nuevos ritmos o intereses
profesionales sin, al menos, una toma de conciencia, la posibilidad de la crítica y sus
correspondientes consensos como colectivo profesional. Pues si consideramos que el
trabajo social es una profesión que tiene como objetivo existir para los otros, es decir,
más allá de uno mismo, parece evidente que es necesario y responsable consensuar ma­
neras de hacer, establecer criterios éticos y morales conjuntos en el ámbito profesional,
y facilitar en las instituciones ese tiempo para dudar, reflexionar y dar sentido. Sólo así
podremos orientar, siempre con la flexibilidad que requiere atender las especificidades
de cada caso, los objetivos que queremos alcanzar en cada intervención o acercamiento
a la realidad social, puesto que el “cómo" toma consistencia y puede justificarse con
un “qué” y un “por qué” reflexionados.
Es comprensible que las especificidades de los casos se puedan trabajar con flexibi­
lidad y con matices dependiendo de las características del profesional y de la persona
que va al servicio, pero si la toma de decisión varía y hasta se contradice en virtud del
profesional asignado, habremos caído en las garras del relativismo, el subjetivismo
y el emotivismo, donde todo vale y se justifica por la posición de poder dominante
del profesional. Así, el juicio crítico enmudece, la emoción suscitada se prioriza y la
confusión se legitima; y la ética profesional se ve sustituida por morales individuales
no cuestionadas ni interrelacionadas.

'Giner, S.; Lamo de Espinosa, E., y Torres, C. (2006), Diccionario Je sociología, 2a ed„ Madrid, Alianza.

21
Por todo ello, hemos de convenir con Taylor en que “las posturas morales no se
fundan en la razón o la naturaleza de las cosas sino en cada uno de nosotros” (Taylor,
1994: 54). Si toda postura moral es válida y no precisa su correspondiente argumen­
tación, exposición, refutación o consenso, sería comprensible entonces la inexistencia
de dilemas éticos en trabajo social.
Decía Esperanza Guisan que “la ética no sólo ayuda a saber discernir, sino que en­
seña a dudar razonablemente y a buscar salidas razonables al impasse al cual nos aboca
la duda restringida. A modo de brújula señala la dirección para que el gran barco del
mundo no se pierda en la bruma de la incomprensión, la intolerancia o el sufrimiento
inútil” (Guisan, 1986:21-23).
Por tanto, la ética para el trabajo social, más allá de pretender perdemos en abs­
tracciones o divagaciones estériles e inconcretas, es un pre-texlo que puede ayudamos
a dudar razonablemente; no como nos dé la gana o anime la moral individual, sino
para intervenir de un modo responsable, competente y, sobre todo, que responda al
compromiso social de la profesión, a su telas, es decir, a su finalidad legítima.
Justificada la pertinencia de la ética y su relación con el trabajo social, es conve­
niente ir un poco más allá y atender las dimensiones que toda ética ha de contener. La
ética comprende tres dimensiones interrelacionadas: la teleológica, la deontológica y
la pragmática. La primera dimensión es la más abstracta, es la que hace referencia a
los fines y valores que sustentan la profesión, es decir, da razón y justifica; es la más
reflexiva. Toda profesión justifica su existencia y se constituye teniendo como base
una serie de fines que se pueden traducir en servicios concretos a la sociedad. Toda
profesión persigue un bien, un fin, nace de una dimensión teleológica. Por ello, como
sostiene Adela Cortina, es importante “revitalizar las profesiones recordando cuáles
son sus fines legítimos y qué hábitos es preciso desarrollar para alcanzarlos” (El País,
20-2-1998).
Por tanto, cada profesión construye una ética adecuada a sus fines y sentido, y por
ello hablamos de éticas aplicadas a cada profesión. Las éticas aplicadas no surgen
sólo de la necesidad de legitimarnos profesionalmente ante la sociedad puesto que.
como apunta esta autora, es la misma sociedad con su realidad y contexto concreto la
que lleva la iniciativa y pide que se desarrolle una práctica ética. Seguro que en los
despachos profesionales no faltan casos en los que comprobamos que. muchas veces,
son los propios usuarios los que mejor saben acerca de sus derechos y deberes, y a
partir de ese conocimiento desean ejercer plenamente su ciudadanía demandando del
profesional un ejercicio de responsabilidad. Este ejercicio no es otra cosa más que el
de responder y comprometerse ante alguien (Etxeberría, 2002:176-177). Volvemos a
repetir, este tipo de responsabilidad y garantía tiene que ver con la ética profesional
y forma parte del trabajo que se ha de realizar y, por tanto, de las competencias que
se han de adquirir.
Por consiguiente, la ética aplicada no es una cuestión de despacho académico o
profesional, sino que se gesta en una constante interrelación entre expertos, éticos v
afectados (Cortina, El Pais, 11-10-2002); ni tampoco es algo que se inventa por requi­
sitos del guión profesional para legitimar la institución, aunque toda profesión precise
de unos consensos éticos. La ética aplicada es un diálogo constante promovido por la
complejidad del ámbito social en el cual intervenimos. De modo que tener en cuenta
esta premisa nos va a ayudar a sacarla del destierro de la incomprensión y la extrañeza
para reubicarla en los contextos profesionales cotidianos.
Con esto no queremos decir que vaya a resultamos menos difícil concretar sus re­
flexiones y que la deontología profesional se convierta en un recetario para la práctica,
pues la realidad social nunca fue ni será previsible y controlable completamente. Pero
quizás sí nos ayude a orientar y “diseñar los valores, principios y procedimientos que los
afectados deberán luego tener en cuenta en los diversos casos... pudiendo apoyarnos en
el diseño del marco reflexivo para la toma concreta de las decisiones” (Etxeberría, 2002).
Y es que si la ética se dedica a reflexionar sobre los valores, principios y maneras de
hacer o conceptualizar, ¿cómo no va a ser relevante para una profesión que se dedica
fundamentalmente a cuestionar y modificar situaciones de malestar social de las perso­
nas que acuden a los servicios? No reconocer que la labor profesional está impregnada
por todos lados de moralidad es no reconocer la realidad.
Llegados a este punto, una vez entendida la dimensión teleológica como aquel
primer nivel de la ética profesional que nos remite a los fines y bienes de la profesión,
y que es importante tener presente como un horizonte que nos ayude a revitalizarla
constantemente, podemos pasar a esa segunda dimensión deontológica que es quizás
la más conocida entre nuestros contextos profesionales y formativos.
Todas y todos sabemos de la existencia de un código deontológico en trabajo so­
cial, y en algunas universidades es materia de estudio dentro de la asignatura de “ética
y trabajo social”. Esta materia no siempre es troncal u obligatoria en el currículum
académico sino optativa, situación que debiera, cuanto menos, alarmamos puesto que
¿puede ser la ética optativa en una profesión como la nuestra?
El código deontológico, también, a menudo se reparte en los congresos nacionales
o en otro tipo de encuentros profesionales donde buscamos reconocemos en un mismo
barco y fortalecernos en lo común (ojalá que los y las profesionales no lo adquieran
como novedad). El código deontológico en ocasiones se utiliza más como imagen y
carnet de legitimidad de la profesión que como herramienta para la intervención social.
Como dice Ma Jesús Úriz, “los códigos deberían ser un instrumento básico y una guía
para la práctica profesional pero, desgraciadamente, en muchos casos se quedan en
documentos que casi se olvidan, más aptos para promocionar la imagen de los profesio­
nales que para ayudar a resolver cuestiones morales” (Úriz, 2007: 13). Pero también es
importante detenerse en la cuestión de la legitimidad para conectarla y tenerla en cuenta
a la hora de intervenir, ya que aquello que nos legitima como profesionales es aquello
que nos demanda la sociedad y da sentido a nuestra existencia. Por tanto, el código
deontológico es un documento que hace explícita públicamente la demanda social y
garantiza que esta se lleve a cabo. Asimismo, también es garante para el profesional
que, de alguna manera, ha de ceñirse y responder a esta demanda, y no a otra, como
parte del colectivo profesional.
En resumen, la deontología trata de recoger, manifestar y ordenar un conjunto de
valores, principios, deberes y normas que se han de respetar y comprometer en la

23
práctica profesional, siempre en consonancia con los fines que se pretenden alcanzar
(la teleología). No obstante, también “podríamos decir que la dcontología es una con­
dición necesaria, pero no suficiente, de toda moral profesional” (Bermejo, 1996: 16).
Así pues, en primer lugar, tiene que quedar claro que el código deontológíco no es
un recetario para aplicar indiscriminadamente, sino que es un instrumento que orienta
y que pretende hacer descender las abstracciones de la teleología y ordena una serie
de valores, principios y normas. Quizás sea esta la razón por la cual el código deon-
tológico suele quedarse en los cajones del despacho y no se considera imprescindible
o útil, puesto que en él no encontramos recetas e, incluso, podemos llegar a afirmar
que su contenido comporta una serie de obviedades más propias del sentido común.
Pero, ¡atención! hemos de tener en cuenta que la dimensión deontológica no es la
dimensión pragmática, es decir, la resolución de los casos, pero si que ambas están
intrínsecamente relacionadas y se necesitan. Como añade Bermejo, “sin la dimensión
pragmática, las dos anteriores (la tcleológica y la deontológica) tienen el peligro de
quedarse en la pura especulación, del mismo modo que esta sin aquéllas puede degenerar
en un dccisionismo casuista” (1996: 26). Es por esto por lo que es imprescindible ir
desgranando e identificando los elementos que componen una ética profesional, para
así evitar reduccionismos y poder utilizarlos adecuadamente.
Nos atrevemos a decir que atender e incorporar las tres dimensiones de la ética
en el trabajo diario es un camino de resistencias y peros. En una profesión donde la
urgencia de las problemáticas sociales impone un ritmo voraz, no hay tiempo que
perder en dimensiones reflexivas. Por tanto, si la ética no puede reducirse únicamente
a la dimensión pragmática, ¿qué hacer en este caso y cómo abordarlo? si tenemos que
pararnos a reflexionar sobre el fin que se ha de alcanzar y los valores que se ponen
en juego; si no tomamos decisiones al ritmo debido, podemos concluir que la ética
es una pérdida de tiempo, el código profesional un papel legitimador (pero en ningún
caso garante o protector) y la reflexión un estorbo que no nos ayuda a responder a la
encomienda institucional. Sin embargo, liberados de la ética, podemos convertimos
en “solucionadores de problemas” o, más bien, en sus promotores, pues la acción sin
reflexión, sin hacerse cargo, sin dudas, puede llegar a producir cambios hacia realida­
des insospechadas, quizás más perv ersas que las traídas a colación. Los cambios sin
dirección, sin sentido, sin control, quedan expuestos a cualquier tipo de consecuencia.
Es así como nos podemos convertir en profesionales de riesgo en lugar de ayudar a
afrontar los riesgos a los que están sometidas las personas con las que trabajamos y a
las que acompañamos.
Pero las invitaciones sobre la necesidad fomiativa v cierto erado de abstracción no
• s_

vienen unidireccionalmente del mundo académico, el cual \ i\ irnos en ocasiones como


amenaza o institución desconectada de la realidad, sino que surgen también desde la
propia experiencia profesional. Encontramos este ejemplo en el discurso de Esperanza
Molleda, profesional que argumenta sobre la imposibilidad de un trabajo social sin
ética. Y desde esa dimensión nos anima a asumir la responsabilidad ética de nuestros
actos, a reconocer nuestra autonomía relativa a la hora de actuar y a ser conscientes de
la necesidad de una deliberación previa a cada decisión moral. Dice asi: “A partir de

24
la elaboración teórica pertinente podremos encontrar el sostén de un acto profesional
éticamente digno" (2008: 149).
Sin la ética profesional y el asentimiento de su necesidad podría ser oportuno pre­
guntarse tanto individual como colectivamente: ¿A qué estamos respondiendo hoy en
trabajo social? ¿Cuál es el fin que queremos conseguir y cuáles los caminos para llevarlo
a cabo? Pues, como apunta Adela Cortina, “frente al ethos burocrático de quien se
atiene al mínimo legal pide el ethos profesional la excelencia, porque su compromiso
fundamental no es el que le liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las
personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e institución
social ” (Cortina, 1998).

El discurso profesional sobre el dilema ético en trabajo social


¿Qué está pasando en trabajo social que ni se habla ni se discute sobre los dilemas
éticos que acontecen en la práctica profesional? Cuando preguntamos a los profesionales
qué entienden por dilema ético, qué es un dilema ético en su profesión, la respuesta
se rehuye, mayoritariamente, narrando las situaciones percibidas como dilemáticas en
la práctica diaria, ya sean de carácter ético o no. Esta ausencia de discurso sobre ética
profesional, y las dificultades para poder identificar con claridad aquellas situaciones
que requieren de una reflexión de dichas características, pone de manifiesto una primera
carencia en las competencias profesionales.
Banks apunta en su texto Etica y valores en el trabajo social aspectos similares,
por no decir idénticos, a los que aparecen explícitamente en el discurso de las profe­
sionales entrevistadas y que pueden servir de punto de partida de este epígrafe: “Al
discutir dilemas éticos con trabajadores sociales existe a menudo una aguda sensación
de confusión, ansiedad y culpa alrededor de las decisiones que los trabajadores sociales
tienen que tomar y los papeles que desempeñan. Este hecho surge quizás por una falta
de comprensión de la naturaleza del papel del trabajador social (este es complejo y
contradictorio), un idealismo, una falta de información de las políticas y procedimientos,
o simplemente por las pocas oportunidades de aprender de la experiencia. Una parte
importante de la educación y formación de los trabajadores sociales debería de facilitar
el desarrollo de capacidades para una reflexión crítica...” (1997: 161). Precisamente
esta autora plantea casos concretos acerca de las preocupaciones sobre los dilemas
éticos experimentados por trabajadores sociales que se aproximan claramente a los
planteados a lo largo del discurso de las profesionales entrevistadas en esta investigación,
y que, entre otros, destaca los siguientes: problemas de confidencialidad, problemas
derivados de la falta de formación y del escaso conocimiento de una situación, falta de
confianza de su propio estatus/profesión, especialmente frente a otros profesionales,
falta de claridad sobre el papel del trabajador social y sobre las normas propias de su
función, como por ejemplo, la de jefe (op. cit., 163).
A partir de las entrevistas realizadas podemos saber que hay quien vive el dilema
ético como una contradicción, resistencia o impacto, una situación que le enfrenta a su
propia escala de valores o maneras de hacer personales y profesionales, una ocasión
que le confronta:
25
Pues yo creo que un dilema ético sería algo que va en contra de mí como persona,
¿no? Lo que yo haría como persona y lo que yo haría como profesional en ese... con
ese usuario o con esa intervención que estoy haciendo. (E. 2)
Cuando dos principios éticos se cuestionan. Si alguien me dice que tiene un dilema
ético pensaría que algo que ha hecho o algo que cree que se dehería hacer o lo que sea,
como que choca con sus principios éticos. (E. 11)3

En estas primeras respuestas encontramos una referencia a la moral individual de


los profesionales. El dilema se vive como una situación que atenta contra la propia
moral, “que choca”, “que va en contra”. De alguna manera, ante las distintas formas
de concebir una misma situación, la moral individual (posición personal) se verá siem­
pre amenazada. En este punto es ineludible destacar la confusión de la que se parte:
el dilema ético profesional se confunde con la moral individual de cada profesional.
Mas no podemos menos de señalar que la ética profesional no es moral individual, no
es moral para sí. Para situarnos en un plano profesional, se ha de trascender el para
sí integrándonos en el para los otros, en una ética relacional, una ética que tenga en
cuenta a los otros. Para ello hemos de tomar distancia respecto a lo que yo haría como
persona en esa situación (mi subjetividad) y lo que yo puedo garantizar y debo hacer
como trabajadora social (mi competencia y compromiso profesional). Y justamente
para esto necesitamos reflexionar.
Pero de nuevo la pregunta: ¿reflexionar para qué? En primer lugar, para identificar
nuestra propia moral, que es importante tenerla siempre presente y saber cuál es para así
poderla diferenciar de la ética profesional; y, en segundo lugar, para poder elaborar un
análisis de los valores y principios que se confrontan en una misma situación, situación
dilemática en la que se han de tomar decisiones de carácter profesional teniendo como
sustento la ética del trabajo social. Pues de otra manera, si las respuestas tienen como eje la
moral individual, no es de extrañar que la toma de decisiones y sus consecuencias tengan
una amplia gama de posibilidades, estando siempre en virtud del profesional asignado y
su manera subjetiva y personal de concebir la realidad. Esto significa que el profesional no
va a realizar un análisis ético para tomar decisiones conjuntamente con el usuario, sino que
su análisis se ve comprometido por una proyección de sus modos y conceptos personales.
No obstante, el dilema ético sí que supone un enfrentamiento, un cruce de caminos
que conducen a la priorización y elección de diferentes valores o principios del trabajo
social, caminos que se saben diferentes por los objetivos que en uno u otro se pueden
alcanzar. ¿Qué hacer cuando hay dos posibles respuestas? ¿Qué valor o principio
priorizar? ¿A qué amo debo obedecer y respetar? ¿Cuál de los dos es prioritario en la
situación encontrada? En la siguiente aportación, como ya hemos argumentado en la
introducción, podemos constatar la duda y encrucijada como características propias del
dilema ético, pero siempre previas a la consiguiente y necesaria reflexión:

Cuando tienes que servir a dos amos a la vez entiendo yo que es un dilema ético,
¿sabes? ¿Por qué optas? ¿Por cuál de los dos optas? (E. 8)

■Nota de los autores: para mayor aclaración del lector ha de señalarse que en las citas de todo el libro se ha decidido
resaltar en letra redonda aquello más importante.

26
La duda, el enfrentamiento y las resistencias provocadas por el dilema ético en
ocasiones nos hacen tomar conciencia de las propias limitaciones profesionales. Ya no
estamos frente a un caso que por las similitudes con otros o por el formato esperado
podemos resolver casi de forma automática y rápida. El dilema habla de complejidad
que paraliza, reclama tiempo, a la vez que lanza inmediatamente a rebuscar entre
nuestras competencias las capacidades, el conocimiento y los recursos profesionales
y personales necesarios para resolverlo. Pero, a menudo, sólo nos encontramos con la
impotencia del vacío, la ausencia de conocimiento y la angustia de la falta.

Cuando me encuentro con esas situaciones que tengo que... o sea, que quizás hay
que valorar un poco más, quizás valorar me pueda dar un poco de luz... si hago esto
qué pasa... El dilema me hace topar con mis propias limitaciones. (E. 9)

Son las limitaciones de la formación las que aparecen en primer lugar, no tanto las
propias del dilema. Si bien no se puede asegurar que con una más amplia y profunda
formación en ética, teoría y técnica podría desaparecer la angustia de la elección, sí
podemos asegurar que esta angustia puede ser aminorada, sobre todo, por el sentimiento
de responsabilidad que lleva consigo una toma de decisiones reflexionada bajo la luz de
los razonamientos necesarios y pertinentes a las circunstancias que concurren en el caso.
La ausencia de discurso ético se puede interpretar como la ausencia de valoración
ética en los contextos profesionales. Resulta llamativa la incomprensión y extrañeza
que procura cuando se la quiere tener en cuenta en la resolución de los casos. No co­
nocer la ética profesional y su aporte hace que se perciba como algo ajeno y extraño
a la intervención social:

Pero además, alguna vez que he intentado plantear cosas desde la ética, diciendo
"bueno, esto no es ético, no... ”, la gente reacciona muy raro. Muy raro, a ver, quiero
decir, que... como ¿de qué me estás hablando?, si no estamos hablando de ética, ¿no?
¿Sabes? Hay una respuesta de perplejidad diría yo... No estamos hablando de ética,
estamos hablando de este señor, y dices "ya, ya, de la ética aplicada a este caso, ¿no?,
y a este momento”. No, es un tema ajeno. La ética se plantea como algo ajeno a la in­
tervención, a la dinámica del centro... (E. 8)

Este estudio advierte sobre la dificultad para nombrar, es decir, para elegir el con­
cepto apropiado de la ética que implica cada práctica profesional. No quiere esto decir
que en algún momento no se hayan internalizado los fines básicos del trabajo social,
ni negamos que cada profesional lleve en su mochila una serie de objetivos que han
de alcanzarse, o que las actuaciones no estén adecuadamente dirigidas. Pero es que
si no podemos nombrar y decir, no lo sabemos, no podemos tomar conciencia y re­
flexionar sobre ello; no podemos saber si se está interviniendo adecuadamente y, en
consecuencia, no podemos revitalizar la profesión al ritmo que demandan las personas
y los cambios sociales.
A la pregunta de si recuerdan los principios del trabajo social, en general se responde
con el desconocimiento que supone el vacío de la memoria agostado por la práctica
profesional repetitiva.
27
Pues sinceramente no, no los recuerdo. No te sé decir ahora los principios teóricos.
(E. 2)
Realmente no tengo un decálogo en la cabeza que piense cuál es el código deon-
tológico de los trabajadores sociales en el ejercicio de su profesión, ahora mismo no
tengo pensado eso que aprendí en la carrera. No soy capaz de ponerle nombre como
grandes epígrafes que sean los que dejinan de alguna manera lo que tiene que ser la
ética en el trabajo social. (E. 5)

En definitiva, las cosas que no se pueden nombrar o no existen o no se tienen en


cuenta. Lo que no se dice y se manifiesta queda exento de crítica, no se puede evaluar,
no da cuenta de nada, resulta imperceptible, no remite a nadie, no garantiza, no com­
promete, no responsabiliza. Y esta inexistencia de palabra, de escritos, de debates, de
espacios para la reflexión individual y conjunta muestra signos de ausencia de criterios
profesionales.
En esta línea, pensamos que sería positivo que la profesión conociera los criterios
éticos que guían su tarea, para protegerse de la presión institucional que obliga a los
trabajadores sociales a actuar con urgencia. Esta conciencia evitaría que los profesio­
nales se abandonaran a los laberintos de la confusión subjetiva. Asimismo, convendría
que crearan espacios conjuntos de reflexión para la autocrítica y para una toma de
decisiones rigurosa. Y es que tomar conciencia de uno mismo permite poder responder
responsablemente y, por tanto, dejar de ser manipulable desde instancias políticas e
institucionales.
Para finalizar este apartado y pese a las dificultades encontradas a la hora de responder
a cuestiones relacionadas con el “qué” y el “porqué”, las definiciones y la naturaleza de
los conceptos, puesto que en ocasiones nos resulta más sencillo hablar del “cuándo”, la
experiencia vivida y las circunstancias, vamos a centramos en los dilemas éticos más
frecuentes encontrados por los profesionales y su proceder para la toma de decisiones.
Todas las personas entrevistadas aseguran encontrar dilemas éticos en su práctica pro­
fesional y son capaces de narrar dichas experiencias e identificar las emociones que se
pusieron enjuego en ese momento.
¿Qué hace el profesional cuando se encuentra con este tipo de situaciones y a quién
acude o en qué se apoya en el momento de abordarlo? Existe una respuesta generalizada
basada en criterios de accesibilidad: se busca a una persona que comparta el espacio
profesional y conozca el ámbito donde surge el dilema. Pero es importante constatar
que aunque la consulta a los compañeros de trabajo sea el proceder más generalizado,
se reclama o se echa en falta para este tipo de situaciones la supervisión profesional.

Acudo a mis compañeros más cercanos. El espacio de trabajo facilita consultarse


los casos. (E. 13)
Date cuenta que la dispersión geográfica del edificio es importante. Cuando tienes
una duda tiras del de al lado. (E. 10)
Cuando tengo ese dilema normalmente he recabado la ayuda de otros compañeros.
Siempre he echado de menos que hubiera supervisión profesional a la que se pudiera
acudir. (E. 4)

28
Por el contrario, una de las profesionales entrevistadas prioriza el elemento de ob­
jetividad frente al de accesibilidad. Ante el dilema se dirige la consulta hacia agentes
externos que procuren un grado de objetividad y distancia respecto a los casos, de tal
forma que el análisis no se vea “contaminado” por el ambiente laboral.

Lo más que he hecho es contrastarlo con otras personas que me han podido dar su
punto de vista. Lo he hecho con gente externa para que no estén de ninguna manera tan
condicionados por el ambiente o por el análisis de la situación que a mí me generaba
esa dificultad. (E. 5)

Y por último, algunas de las profesionales lo hablan con gente de su confianza, con
amigos, personas cercanas, que en algunos casos puede coincidir que sean profesionales
de trabajo social o ámbitos afines.

Más bien lo hablo con mis amigos. (E. 8)


Recurro a la red con la que trabajo porque son la gente que conoce el caso... y por
otro lado recurro a la gente cercana. La verdad es que la gente con la que me relaciono
pertenece también a este ámbito, son profesionales la inmensa mayoría, entonces'ahí
también encuentro respuestas. (E. 9)

Por tanto, los profesionales consultan los dilemas éticos que surgen en la práctica
y la elección de la persona consultada queda condicionada por criterios de “libre”
elección, ya sea por proximidad, búsqueda de objetividad o confianza y valoración
del interlocutor. Pero ¿cuáles son esos dilemas encontrados e identificados por los
profesionales? Fundamentalmente han señalado aquellos que tienen que ver con la
confidencialidad, el control y la autodeterminación.
Comenzaremos con un ejemplo de dilema ético originado por la preservación del
principio de confidencialidad que nos presenta una de las entrevistadas:

Yo tengo un dilema ético: muchas veces viene la policía preguntando por alguien,
porque resulta que la ley de protección de datos dice que hay que dar los datos a la
policía... Por ejemplo, hay un hombre que tiene alejamiento por maltrato a su mujer, a
su esposa. ¿Te pones del lado de la esposa? ¿Te pones del lado de él? ¿O del lado de
quién te pones? ¿Me explico? Porque a mí lo que me apetecería sería contarle a la policía
todo lo que sé del señor y más. Eso es lo que me apetecería, pero él está aquí también
para ser protegido, ¿no? Y ayudado. Y entonces eso sí me genera dilemas... (E. 8)

Seguramente este sea un claro caso de dilema ético en el que muchos profesionales
puedan verse identificados. La situación narrada hace que la trabajadora social se debata
entre dos maneras de actuar: 1. Respetando el principio de confidencialidad, puesto
que quiere ser coherente con su ética profesional; y 2. No respetando el principio de
confidencialidad para proteger a un tercero identificado, la mujer maltratada. El dilema
ético siempre pone enjuego distintos principios o valores, de manera que elijamos el
que elijamos la solución siempre será imperfecta y la sensación provocada en el pro­

29
fesional estará teñida de insatisfacción al no poder responder a todos los principios al
mismo tiempo.
Otra de las cuestiones planteadas como dilema ético tiene que ver con la función
de control. Los profesionales dicen vivir con inseguridad y miedo la asunción de esta
tarea propia del trabajo social, puesto que se percibe como juicio o sanción y no como
garantía de una buena práctica. Aquí es importante apuntar la confusión entre dilema,
problema y cuestión, ya que no todas las dificultades en la realización de la práctica
profesional resultan ser un dilema de carácter ético. Según Banks, las cuestiones éticas
son aquellas que impregnan la labor del trabajo social en la medida en que este se ins­
cribe en el contexto del Estado de bienestar y tiene sus principios en la justicia social
y el bienestar público. Los problem as éticos surgen cuando el trabajador social ve que
la situación implica una decisión moral difícil, por ejemplo, cuando debe rechazar la
solicitud de una persona muy necesitada porque no cumple totalmente los requisitos.
Y, por último, los dilemas éticos se producen cuando el trabajador social afronta una
elección entre dos alternativas igualmente inadecuadas que pueden implicar un con­
flicto de principios morales y no está claro qué elección será la correcta (op . cit. , 26).
El ejemplo puede observarse en las siguientes citas. Los dilemas planteados respecto
a la función de control no son tales sino simplemente el rechazo o incapacidad para
aceptar y llevar a cabo dicha función. Esta inseguridad y dificultad en los profesio­
nales sólo puede resolverse, desde nuestro punto de vista, con reflexión, formación,
supervisión, etc., que les ayudará a ver claro y a asumir el papel de control como parte
de la intervención social.

Yo creo que tenemos control, o sea, un trabajador social muy de a pie tiene control
y tiene poder sobre determinadas decisiones, juicios y orientaciones de cada caso, ¿no?
Y a veces da miedo, dependiendo mucho quién sea y en manos de quién (tenga la in­
formación). (E. 6)
Lo que no puede ser es que el trabajador social o la institución se conviertan en un
policía de la gente que investiga cosas de estas. Este es uno de los grandes problemas.
Es decir, cómo resolver el dilema ético de no convertirte en policía pero tampoco ser
el amigo de nadie, porque no es la estrategia ni convertirte en algo blandito en donde
todo el mundo se cuela, ¿sabes? (E. 1)

No obstante, como bien se ve en las dos citas que proponemos a continuación, no


todos los profesionales rehúyen el ejercicio de control. Se entiende y se acepta como
parte de la intervención, en unos ámbitos de forma más evidente que en otros, y se incor­
pora como un elemento positivo en el ejercicio de protección de los derechos sociales.

Ahora sí entiendo qué es control y no me ha importado ejercerlo, porque he consi­


derado que un trabajador social era un individuo delegado por la sociedad para proteger
a aquellos que en un momento determinado eran más débiles para poder resolver sus
derechos. Yo si lo he ejercido, lo he ejercido sabiendo que eso creaba una situación de
rechazo por parte de la persona atendida o por el entorno de la persona atendida v tam­
bién un rechazo por parte de los profesionales, los equipos en los que yo trabajaba. (E. 4)

30
Evidentemente existe en este contexto..., pero siempre hay posibilidades para implicar
al otro en el proeeso de decisión: explicarle los alternativas, preguntar cómo lo ve él.
qué considera que seria mejor para su propio proceso, hacerle participe. Al principio
no me gustaba, me resistía a identificarme en mi Junción de control, pero estoy ahí. es
inevitable. ¿Por qué no sacarle el máximo provecho? (E. 13)

Y, por último, se aborda el principio de autodeterminación como otro de los dilemas


identificados en la práctica. Para una de las entrevistadas la autodeterminación es:

Para mi ¡a autodeterminación es el principio más importante que ha ejercido una


enorme influencia sobre toda mi carrera, porque me parece que lo más difícil que he
aprendido y no sé si he logrado todavía es: ponerse en la situación del otro, para ver cómo
el otro ve su problema, que es una fiase que desde la escuela la hemos oido millones
de veces pero es muy difícil de practicar. Ponerse en el lugar del otro significa dejarte
limpio de todas tus proyecciones y de todas tus vivencias. (E. 4)

Sin embargo, como se dice en la cita, ponerse en el lugar del otro es dificilísimo.
De ahí las preguntas que se plantea la siguiente entrevistada. ¿Qué suponen estas
preguntas? ¿A quién se las plantea? ¿A la entrevistadora? ¿A los trabajadores sociales
en general? La pregunta dirigida a sí misma ¿no supone tener una gran dificultad para
decidir de acuerdo a una norma ética de cuidado a los demás?

Yo he trabajado en un sitio con gente que tiene VIH y me dicen que tienen relacio­
nes sexuales sin preservativo. Pues a mí en lo personal me parece terrible, me parece
inmoral, pero yo... ¿De qué manera puedes obligar a alguien a cosas que dependen de
él y de su vida y de su decisión? Porque para mí es un problema que una persona con
VIH tenga relaciones sin preservativo, pero ¿puedes castigarle en su habitación sin que
salga o comunicárselo al resto de la población? (E. II)

Pensamos que el rol de informador-educador que ha de cumplir el trabajador social


en este caso es necesario. Se ha de ocupar de ayudarle a hacerse responsable de su actuar
con el otro (puesto que el ejemplo que se había presentado a la entrevistada tenía que
ver con el posible daño a un tercero identificado) para que se entere del riesgo que corre.
A lo largo de las entrevistas y en relación con la dificultad de argumentar sobre
los dilemas éticos, hemos continuado encontrando muchos ejemplos que subrayan la
confusión a la hora de identificar situaciones dilemáticas, tanto para reconocer que ese
escenario concreto refiera un dilema ético como en su abordaje. No obstante, no todas las
profesionales, como acabamos de ver en las citas anteriores, padecen dicha confusión;
mas, en estos casos, no es desdeñable revelar al lector que existe en cada entrevistada
una relación substancial entre formación y capacidad de nombrar e intervenir.

Conocimiento y poder
En el prólogo se han dado argumentos sobre la necesidad de la reflexión epistemo­
lógica. Aquí abundaremos más en ello y, puesto que se trata de un tema transversal a

31
todo el libro, no dejaremos de hacerlo en el resto de los capítulos. Por un lado, porque
la complejidad debe ser tratada, como dice Wagensberg, y por muchas resistencias que
pongan los profesionales no va a haber otro remedio que reconocer que sólo puede-
ser tratada en el diálogo entre la teoría y la realidad. Y, por otro lado, porque, como se
indica en el título de este apartado, el conocimiento es poder. Y el poder lo necesitamos
los profesionales no sólo para ejercer la tarea con rigor, sino también para orientar a
los ciudadanos en sus derechos.
Banks en este punto, sobre los derechos de los usuarios, cita el concepto de “nuevo
profesionalismo” como aquella conducta profesional que “requiere una educación
especial y se adhiere a un código profesional de ética, al tiempo que intenta conside­
rar al usuario más bien como a un participante activo (...). Por ejemplo, el fomento
de la autodeterminación del usuario se amplía ahora para incluir su participación en
la toma de decisiones” (1997: 121). Más allá de las relaciones que establece Banks
entre estos enfoques y la ética, nuestra propuesta en este libro es que el enfoque de
la capacitación, al igual que el de la implicación del usuario en la planificación y la
oferta de los servicios en la atención comunitaria, así como el apoyo a la motivación
de las personas o grupos para que tomen conciencia de su propio poder y entren en
acción por propia iniciativa, son formas de intervención que hoy estaría bien recrear.
Este sería un ejemplo para establecer un diálogo entre la teoría y la práctica a modo de
investigación-acción-participativa.
Pero la urgencia y la falta de tiempo en los contextos cotidianos de trabajo suelen
ser la justificación automatizada. Se reivindica constantemente más tiempo para la in­
tervención profesional desde una perspectiva fundamentalmente práctica. Desde hace
mucho tiempo se ha internalizado que ante la necesidad precisamos del recurso, ante
el problema necesitamos la solución, ante el usuario, algún tipo de respuesta tangible.
Esto es, buscamos dirigir nuestros pasos hacia el hacer o actuar sin atender aquellas
cuestiones previas que orienten o supongan criterios rectores que le den sentido. Sin
embargo, cabe también preguntarse si, con menos urgencia y con más tiempo. las
acciones profesionales del trabajo social pudieran ser precedidas de algún qué y por
qué convenidos en favor de un cómo. ¿Qué hay que hacer exactamente y por qué hay
que hacerlo? En consecuencia, ¿cómo conseguirlo y qué método es el más adecuado
para ello?
Las entrevistas suelen utilizarse a veces para reflexionar o para reivindicar. Aquí
vemos que se reivindican “espacios de reflexión” de manera automática. Pero también
se hace autocrítica: no se analiza “qué es lo que queremos...”. En este punto no podemos
menos que seguir insistiendo en que no hay posibilidad de reflexionar sin elementos
de análisis que alienten los criterios teóricos de la intervención.

Yo creo que en sitios Je trabajo como este, tan enloquecidos, en los que ha\' muy
poco tiempo, no hay margen para la reflexión. Esto se produce en contadas ocasiones,
cuando realmente hay un problema serio... si no. te dejas llevar por lo cotidiano, por el
hay que sacar las cosas, hay que, hay que... Pero yo siempre digo lo mismo, no ocurre
nada aquí dentro que no ocurra fuera, es decir, somos reflejo de la sociedad. Entonces
los espacios para la reflexión son muy pocos, y desgraciadamente en estas profesiones

32
tan importantes... Y sobre todo aquí, que se trabaja con personas y lo más difícil de
las personas, un momento de quiebra en la salud... y lo importante seria buscar la
reflexión y bien lejos de ello lo que hacemos es ir a la velocidad del rayo que es lo que
está marcado por la institución. (E. 10)
Pues al salto, no debería, pero está sin reflexionar, nunca me lo había planteado.
Creo que no debería, pero a lo mejor me pones un ejemplo y te digo ah pues sí. Pero
sin meditarlo creo que no, creo que no... (E. 11)
Faltan espacios de reflexión y de análisis de qué es lo que queremos, cómo queremos
hacerlo... Hay espacios de ejecución, de toma de decisiones inmediatas y' de informar,
pero no de reflexionar. (E. 5)
Andamos demasiado agobiados en el día a día. (E. 1)

“El dejarse llevar”, “el ir a la velocidad del rayo o al salto”, “el agobio constante”,
“la existencia de espacios de ejecución, pero no de reflexión o análisis”, a priori pa­
reciera advertir que no son los estados profesionales más favorables para poder hablar
de la necesidad de marcos teóricos o estructuras conceptuales para la reflexión. Asi­
mismo, estos estados tampoco debieran ser los más favorables para llevar a cabo una
intervención social profesional. Imaginemos a un conductor que va por una carretera
secundaria bastante deteriorada (así suelen ser los contextos habituales en los que se
mueven los trabajadores sociales) conduciendo a una velocidad de 180 kilómetros por
hora (estado habitual expresado por los profesionales). Parece evidente que el peligro
no sólo estaría asegurado para quien osa ponerse delante o al lado con la intención de
advertir al conductor de que su actuación arremete contra una ética cívica, sino para
todos los ocupantes del coche, para el resto de coches que circulen por la misma vía y,
no lo olvidemos, para el propio conductor.
Comparar la actuación profesional del trabajo social con la de un conductor teme­
rario quizás pueda parecemos un tanto exagerado, pues la intención del profesional se
presupone “buena” y la del conductor aparentemente, aunque no sea la intención real,
transgresora e irrespetuosa. Pero más allá de las intenciones, buenas o malas, tenemos
dos escenarios de actuaciones inadecuadas en contextos inadecuados. Esta sería la
similitud y, por tanto, en ambos casos se podría hablar de temeridad.
Actuar en este estado inadecuado muchas veces es el efecto de la vivencia institu­
cional de los profesionales. La institución demanda un ritmo, la institución requiere
una serie de funciones y objetivos previamente definidos, la institución pide eficacia,
la institución oprime e impide, la institución tiene unas prioridades distintas a las del
trabajo social. Pero ¿quién es la institución? ¿Quiénes la conforman? ¿No se habrá
convertido la institución en un chivo expiatorio abstracto donde depositar algunas de
nuestras inseguridades o incapacidades? La falta de autonomía frente a la institución
tiene su origen, según Vélez, en la falta de teoría y reflexión o manipulación de las mis­
mas. Dice así: “ El uso racionalizador, acrítico, descontextualizado y dogmático que el
trabajo social ha hecho de las teorías sociales, buscando en ellas respuestas operativas e
instrumentales que le permitan dilucidar problemas propios y específicos de la práctica,
ha marcado la conducta profesional signándola de un activismo y pragmatismo que
se traduce en falta de autonomía frente a las imposiciones institucionales, predominio

33
de la perplejidad para enfrentar la incertidumbre y desplazamiento del conocimiento
como orientador y guía” (2003: 17).
Los profesionales expresan que es la institución la que no permite un tipo de inter­
vención que contemple etapas de estudio o propuestas a largo plazo. Al mismo tiempo
los trabajadores sociales reciben casos con un alto grado de complejidad y, aunque en
muchas instituciones se desconocen las funciones del trabajo social, se ha de intervenir,
hacer “algo”, dar “algo”. Lo substancial aquí sería preguntarnos si esta ignorancia es
fruto del reflejo de lo que la propia profesión proyecta.

La institución lo que quería era que resolviéramos cosas que a ellos se les escapa­
ban de las manos y que no sabían muy bien cuál tenía que ser nuestra actuación, pero
creían que con que resolviéramos un problema puntual de alojamiento, de subsidio,
de realojamiento familiar o de vuelta a la reincorporación al trabajo de una persona
temporalmente alejada por su enfermedad ya era suficiente. No querían de nosotros un
estudio en profundidad del caso, un diagnóstico y una propuesta de tratamiento revisable
según las consecuencias a largo plazo, es más, eso les parecía a los miembros del equipo
un intrusismo en los campos de actuación de otros profesionales. (E. 4)
Hay una canción que a veces canto: “toda la vida igual, de rutina insoportable, toda
la vida igual, no hay cariño que lo aguante ”. Los trabajadores sociales se han imbuido
en un uniforme del que no te sales, y si el papel dice esto, pues esto, y si dice tal pues tú
lo haces... y eso está bien pero te impide que puedas plantear otra cosa (E. 14)

No obstante, no podemos obviar que los trabajadores sociales están atendiendo a


malestares que han sido excluidos de otros ámbitos profesionales, que la complejidad y
la multiplicidad de necesidades de los mismos muchas veces desorienta y produce una
sensación de impotencia. Dice Esperanza Molleda, como trabajadora social, que: “La
definición por exclusión de nuestro objeto de trabajo nos lleva a hacemos cargo de todo
tipo de malestar que no es fácilmente ubicable en otros lugares, nos lleva a hacemos
cargo de las fonnas de malestar más indefinidas, de las peor formuladas y de las más
complejas, aquellas en las que se mezclan dificultades de todo tipo: físicas, psíquicas,
educativas, económicas, relaciónales, sociales, etc. La segunda consecuencia, derivada
de la penuria económica de nuestros usuarios, nos lleva a que gran parte de nuestras
energías laborales se dediquen a solucionar sus condiciones materiales y económicas.
Esto acaba desorientándonos por completo tanto a la hora de pensar las razones por
las que esa persona ha llegado a estar en unas circunstancias tan precarias como a la
hora de dirigir nuestra intervención, que se queda fijada en el “cubrir necesidades” sin
poder avanzar en otro sentido” (2008: 142).
Así, entre la urgencia y la falta de tiempo, entre la institución y sus demandas o la
indefinición de las mismas, entre la complejidad de los casos que llegan a los recursos,
el profesional actúa como “buenamente puede”, sabe o intuye, “salvando la situación”
y, como ya hemos señalado anteriormente, las respuestas pueden ser tan variadas como
el número de trabajadores sociales existente. Estas diferencias son pertinentes para una
seria reflexión ética, pues las personas que vienen a los serv icios sociales no pueden
estar en manos de decisiones individuales, ni el profesional tampoco debiera aceptar

34
un poder y una responsabilidad tan ostentosos. ¿Por qué llegamos a asumir tal ejercicio
de poder: por ingenuidad o por omnipotencia?

Yo creo que al final cada uno intenta llevar su situación como buenamente pueda o
intentar salvar un poco la situación. (E. 7)
Se nos plantean los debates óticos cuando surgen, los debates o el análisis de casos...
entonces hay diferentes visiones en cómo se plantearía. Hay personas que a lo mejor
un determinado caso lo plantearía de una manera y otra lo plantearía de otra. (E. 2)

No se trata de abandonar el cómo hacer ni el hacer en sí mismo; no se pretende,


ni mucho menos, infravalorar las posibilidades de la gestión de recursos; no se trata
tampoco de demonizar la institución puesto que formamos parte de ella. Se trata, fun­
damentalmente, de crear espacios que posibiliten unificar criterios para dar respuestas
éticas, compartidas, competentes y profesionales, puesto que mientras continúen las
dicotomías entre el cómo hacer y el por qué hacer, mientras teoría, técnica y ética no
vivan integradas en la praxis del trabajo social, mientras el gestor de recursos gane
terreno al profesional reflexivo no sólo nos estaremos jugando cuestiones referentes a
la ética, sino estará peligrando constantemente la propia identidad profesional.
Al hilo de estas dicotomías y de la falta de tiempo que dicen tener los profesionales
para la reflexión sobre los problemas que se les plantean en la intervención, volvemos
de nuevo a una de las funciones identificadas como dilemáticas en el primer apartado
de este capítulo -la de control- y su relación con la cuestión del poder. Y es que no
podemos menos que preguntamos en este momento cómo ayudar a resolver esta impor­
tante cuestión. Conocimiento y poder es el título de un libro de Norbert Elias que nos
inspira el contenido de lo que pretendemos tejer entre este apartado y el siguiente. El
planteamiento que se hace en este apartado ha sido inspirado en una de las cartas de T.
Zamanillo, como directora de la revista de Cuadernos de Trabajo Social (número 14),
en la que señala que acceder a un conocimiento más profundo y más amplio que nos
permita abarcar mayores y más comprensivos medios de orientación, incrementaría
nuestro poder profesional y político y ayudaría a aumentar asimismo el de los sujetos
con los que trabajamos.
Pero para muchos profesionales es un dilema ejercer la función de control, ya que
el control refiere a una posición de poder respecto a las personas y se vivencia como
juicio o sanción en lugar de entenderse como función que garantice la consecución
de derechos sociales. Esta es una de las propuestas centrales de este libro: recuperar
la dimensión política de la profesión con el objeto, repitámoslo, de aumentar el poder
de las personas con las que trabajamos y a las que acompañamos en sus procesos de
recuperación de su dignidad.
Como ya hemos visto, los escenarios narrados obstaculizan la reflexión de lo que
llevamos a cabo y una de esas cuestiones sería la toma de conciencia sobre el poder,
su correspondiente crítica y un ejercicio responsable del mismo. No saber del poder
profesional y del poder del usuario no significa que no se esté ejerciendo, puesto que
las intervenciones sociales parten, normalmente, de espacios que lo posibilitan. Mas el
ejercicio del poder puede no estar respondiendo a los principios y valores de la profe­

35
sión y tampoco, quizás, se esté teniendo en cuenta el poder de todos los participantes
en ese proceso de transformación.
Por eso es importante recobrar y nombrar la dimensión política de la disciplina y
recuperar el deseo de ejercer influencia política con nuestros actos profesionales. Se
trata de adquirir cada vez más poder para dotarlo a los grupos vulnerables y, por tanto,
crear las posibilidades con el fin de lograr una capacitación progresiva para ejercer la
acción transformadora en el medio en que viven los grupos de la población con los
que trabajamos.
Para desarrollar este argumento nos vamos a referir, en primer lugar, a un analista
español de los servicios sociales, Sebastián Sarasa, quien señala que “si en el período
final del franquismo en España y en los inicios de la democracia existía una clara con­
ciencia de que no podía vaciarse la labor profesional de contenidos políticos, en estos
momentos se generaliza la convicción de que para problemas de tipo político ya existen
los canales adecuados para resolverlos y estos son ajenos a la tarea de los trabajadores
sociales. El profesional tiende a trabajar problemas de orden técnico (solucionar pro­
blemas individuales, organizar actividades deportivas o culturales, gestionar grupos de
ayuda mutua, cursos de formación profesional, etc.) y renuncia a intervenir en aquellas
situaciones que, al presentar contenidos reivindicativos, adquieren la condición de
políticas” (1993: 166). Por estas razones, para el autor antes citado “resulta paradóji­
co que unos profesionales preocupados por la marginación descuiden un aspecto tan
importante como es el escaso poder para definir las políticas que tienen los colectivos
a los que se dirigen” (op. cit., 312).
Y es que el poder puede decirse que se ha convertido en un concepto desvirtuado,
ya que se pone más el acento en la carencia que en lo potencial, es decir, la carencia
de aquel que no puede decidir ni hacer nada porque está bajo el influjo de una fuerza
dominadora. Por tanto, entendiendo el poder únicamente en el sentido de dominación,
nadie, conscientemente, en principio, quiere ostentarlo ni ejercerlo porque parece no
responder a conductas de respeto hacia los otros.
Pero salvando las distancias de lo desvirtuado, el primer significado del poder es
“potencia”, “capacidad para algo”. Y así, “actuar en el mundo, decidir, relacionamos
con los otros, negociar, adoptar un rol u otro en un grupo, aprender a manejar conflictos,
es tener poder” (Zamanillo 2008: 138).
Como ya hemos adelantado, se puede tener poder y no saber que se tiene, no tomar
conciencia de él e, incluso, ser un poder de dominación respecto a las personas con
las que trabajamos. La posición paternalista, que bien conocemos en trabajo social,
respondería a ese tipo de poder, puesto que se puede llegar a interv enir en la vida de
otro sin hacerle partícipe, sin dotarlo de poder para decidir sobre él mismo. En este
sentido tenemos en nuestra literatura profesional numerosas nomenclaturas asignadas
a las personas que acudían a los servicios profesionales: pobres, pacientes, necesitados,
seres humanos carenciales, marginados, persona desordenada, hombre desajustado;
palabras, todas ellas, que vaciaban de poder a la persona y concedían al profesional
una situación de dominación. Luego la palabra también es poder, la palabra puede

36
capacitar o discapacitar al otro. En la siguiente cita vemos a una profesional que tiene
conciencia de su poder:

Jo he hecho la intervención directa; te inviste de una capacidad y poder que tienes


que manejar con mucho cuidado, porque trabajos con una persona que te otorga muchí­
simo poder. El otro viene a pedir ayuda, no quiere decir que sea más débil, pero viene
a pedir ayuda, v tú estás en la posición del que decide si la da o no la da... En el rol
de director tú también estás en una posición de poder. Tienes la capacidad de escuchar
una situación pero también la capacidad de decidir... O sea. que ahí creo que también
tienes que ir con muchísimo cuidado. (E 14)

Dentro de las funciones del trabajador social cabe la posibilidad de emitir informes
sociales que contribuyan a discapacitar a una persona. ¿Tenemos o no tenemos poder,
entonces? Nosotras aquí queremos advertir de que no ser conscientes del poder que
tiene el trabajo social puede convertirse en una irresponsabilidad. Por tanto, hay que
conocerlo para “usarlo en beneficio de uno mismo a la vez que beneficiamos a los
otros” (Zamanillo, 2008: 138) pensando en las repercusiones que tiene un mal uso del
poder en las personas:

Yo creo que tenemos control, un trabajador social muy de a pie tiene control y tiene
poder sobre determinadas decisiones, juicios y orientaciones en cada caso, ¿no? Y a
veces da miedo, dependiendo quién lo lleve a cabo puede ser un peligro, ¿no? Tenemos
también la capacidad de influir en otros profesionales, tenemos muchísima información,
muchísimos argumentos, pero se piensa poco en la repercusión que se pueda tener. La
decisión que se toma en un momento determinado de tutelar a unos hijos, por ejemplo,
o de otras cosas, o de admitir o no admitir a una mujer en un centro (...) o en juzgados,
ya no digamos, cuando hay un informe para unjuzgado... Yo creo que habría que insistir
mucho en la formación y en la reflexión de los trabajadores sociales. (E 6)

Tomando como referencia a Adorno, que decía que “una democracia exige perso­
nas emancipadas” (1998: 95), proponemos que el trabajo social exige profesionales
emancipados para poder así generar procesos de empoderamiento y emancipación de
las personas. Esto es, pasar de una actitud pasiva y carencial a otra que reconozca y
haga conciencia de las capacidades a partir de las cuales podemos desarrollar acciones
y transformaciones en nuestro propio beneficio y en el de los demás.
Y a partir de ese reconocimiento del poder personal, sabiéndonos “diferentes pero
incluidos en el cuidado de la polis”, podremos participar activamente en la política
social. Ya que “una ciudadanía activa sería aquella que se sitúa en una relación dialéc­
tica con el poder y participa en la vida pública problematizando la actuación política”
(Zamanillo, 2008: 158).

Horizontes de la ética profesional


Como ya apuntábamos, la ética está compuesta por tres dimensiones interdepen­
dientes: la teleologica, la deontológica y la pragmática. Durante las entrevistas, para

37
abordar la primera dimensión, preguntamos a las profesionales acerca de los fines de la
profesión y los principios éticos que fundamentan y dan sentido a su práctica, los que
adquirieron durante la formación o los aprendidos a lo largo de su ejercicio profesional.
Los principios que han aflorado con bastante espontaneidad y casi con exclusividad
son aquellos referidos al valor, al respeto, a la autonomía y a la autodeterminación de
las personas con las que se trabaja.

Para mí es fundamental el respeto, la tolerancia, el cuidar al otro, saher el ámbito


en el (¡ue estás y cumplir el papel encomendado. Fundamentalmente es el respeto, el
respeto... es que me sale respeto, respeto, respeto... (E. 15)
Respetar la autonomía del otro... (E. 11)
Yo recítenlo mucho, por ejemplo, lo de la autodeterminación de la persona, el respeto
a! usuario, por supuesto. (E. X)
Y siempre, creo, que el mayor principio que he mantenido es la confianza en el ser
humano, la confianza en la capacidad de este de tomar las riendas de su s ida, en que
la relación de ayuda es una relación para enseñar a pescar en vez de dar el pescado,
esto está ligado a la autonomía. (E. 14)
Para mi, lo más importante que aprendí en miformación, en la escuela, era el respeto
a! individuo y considerar a cada sujeto verdaderamente único. (E. 4)

Si bien es cierto que el valor de la persona, su libertad y capacidad de decisión son


centrales en esta enumeración de principios, hay que destacar la ausencia de aquellos
otros que refieren a miradas más amplias y que años atrás encabezaban las argumen­
taciones sobre la finalidad de la profesión: la justicia social, el cambio social, el bien­
estar general, etc. Mas no es de extrañar que sean estos los principios que están más
presentes en la memoria de los profesionales hoy en día. ¿Se habrá instalado acaso el
individualismo en nuestra mirada y, en consecuencia, en nuestras prácticas profesionales,
priorizando los cambios y responsabilidades meramente indis ¡duales, en detrimento de
transformaciones de carácter más global? ¿Se nos habrá o!\ idado que las personas, que
son las auténticas legitimadoras de nuestra profesión, no son individuos indivisibles
y aislados, sino sujetos enraizados en una realidad social y que se transforman en la
interacción con el entorno y v icev ersa?
Hay que reconocer también que esta mirada responde a nuestra sociedad v cultura
actuales. Así, el individualismo, como sostiene Charles Taylor ( 19Ó4). no es más que
una consecuencia del malestar producido por el desencanto o desconfianza en el mun­
do. Ya no estamos en esos espacios mecánicos, manipulables, lineales v predecibles
de la modernidad, ni siquiera tiene matices sucesorios; la posmodemidad es fruto de
la sospecha del tiempo anterior que nos lanza, sin más posibilidad, a la incertidumbre,
confusión y complejidad de la realidad social. Asi, despojados de seguridades v teniendo
que responder a nuevas organizaciones sociales donde no sabemos muv bien qué se
espera de nosotros, el carácter personal se corroe, como afirma Richard Sennet. el yo
va tomando una significativ a central idad y se va perdiendo el interés por aquello que
va más allá de uno mismo (el otro, la sociedad, la institución).
Estos argumentos nos conducen a defender que en la dimensión teleologica uno de
los fines fundamentales de la profesión es el elemento ético-político, porque la ausencia
38
1

en el discurso sobre elementos que trasciendan lo meramente individual puede traducirse


en una pérdida paulatina de la mirada política. ¿A qué nos referimos con “la mirada
política"? A la dimensión de “acción y reforma social” que subrayaba Mary Richmond;
a la transformación de las estructuras sociales, promovida por la reconceptualización;
y a las definiciones más actuales adoptadas por la Federación Internacional de Traba­
jadores Sociales, como por ejemplo la del 2004 en Canadá, que sitúa la intervención
profesional en la interacción del individuo con el entorno. No pensar el trabajo social
como profesión que ha de contemplar y analizar las estructuras sociales y la política
social, no considerar la realidad social como una suma de individualidades conectadas e
interdependientes, ni siquiera imaginar el bienestar común y la justicia social como los
objetivos globales de la profesión, es la gran ausencia del trabajo social de hoy.
Las primeras trabajadoras sociales concebían que la dimensión política formara
parte de las funciones o maneras de intervenir. Desde los comienzos, ya apuntaba Mary
Richmond que el trabajo social de casos sólo era una de las formas de trabajo social
y que esta tenía que estar interrelacionada con el trabajo social de grupos, la acción
y reforma social y la investigación social. Por tanto, el individuo, aunque se le pueda
atender de forma aislada y directa, es un ser en sociedad que pertenece a distintos grupos
y los integra. Ambas intervenciones, tanto la individual como la grupal, dice nuestra
precursora, deben tener un objetivo idéntico en mente: “una acción y reforma social que
persiga la mejora de las condiciones de vida de las masas, principalmente mediante la
propaganda social y la legislación social” (1995: 162). Asimismo, es importante también
rescatar de su argumento la consideración que concede a la investigación social, que no
sólo la eleva a una forma de hacer trabajo social, sino que su misión de recabar datos
en la realidad donde interviene el trabajo social y su consiguiente reinterpretación es
necesaria para la acción y reforma social.
Si continuamos indagando en esa mirada política, a lo largo de los hitos de la historia
del trabajo social, podemos encontrarla integrada como elemento central en la reflexión
impulsada por el movimiento de la reconceptualización en la segunda mitad del siglo
XX. En este caso la dimensión política escondía una pretensión revolucionaria que,
en ocasiones, confundía profesión con militancia. Fue, sin duda, un producto de su
época. “El objetivo es lograr que el sujeto haga una crítica reflexiva para transformar
las estructuras sociales, y conseguir así su emancipación (puesto que) no es posible
salir del subdesarrollo y la dependencia sin plantear cambios radicales en la sociedad”
(Zamanillo, 1991: 43). Vemos así que la transformación de las estructuras sociales y
los cambios en la sociedad han de ser una consecuencia de las transformaciones del
propio sujeto; por tanto, la finalidad del trabajo social, su telos, pretende cambios que
vayan más allá del individuo, que persigan el bienestar de la humanidad.
Pudiéramos pensar que como los horizontes profesionales se van revitalizando y
actualizando a lo largo del tiempo, esta dimensión o mirada política, quizás para mu­
chos utópica e inalcanzable, ha sido sustituida por otra más centrada en el individuo,
considerando que era más realista y tangible. Posiblemente este cambio se haya ido
colando sin darnos cuenta en los contextos y prácticas profesionales y, sin embargo, no
en un consenso consciente y reflexivo de toda la profesión. Es necesario recordar que

39
actualmente, en la definición del trabajo social, mantenemos la mirada política pro­
puesta tanto por Mary Richmond en los inicios de la profesión como por las reflexiones
entonadas por el movimiento reconccptualizador. Dice bien claro la última definición
de la Federación Internacional de Trabajadores Sociales', citada anteriormente que: “El
trabajo social promueve el cambio social, la resolución de problemas en las relaciones
humanas y el fortalecimiento y la liberación de las personas para incrementar el bienes­
tar. Mediante la utilización de teorías sobre el comportamiento humano y los sistemas
sociales, el trabajo social interviene en los puntos en los que las personas interactúan
con su entorno. Los principios de derechos humanos y justicia social son fundamentales
para el trabajo social”. Quizás esta definición resulte criticable por su magnificencia
concretada en eso de “la liberación de las personas”, pero viene a colación citarla en
este momento para destacar los principios de bienestar, justicia y derechos humanos.
Hoy, como vemos, se mantiene en el discurso general la misma dirección que dotaba
de sentido y legitimidad al trabajo social en sus comienzos y a lo largo de su trayectoria;
pero si el discurso no se traduce, sintoniza y experimenta en el ámbito de la práctica,
si no encuentra cabida o se ausenta, ¿qué estará sucediendo? ¿Estarán cambiando los
horizontes de la profesión? ¿O simplemente la sociedad está transformando a los indi­
viduos sin ningún tipo de protagonismo o conciencia por parte de estos?
Estas preguntas pueden alertarnos de una pérdida de la mirada política o sospechar,
al menos, que un elemento constituyente del trabajo social se ha convertido en algo
accesorio. Por tanto, en tiempos de confusión e incertidumbre posmodema se toma casi
imprescindible agarrarnos con firmeza a esos sentidos que nos constituyen y legitiman
profesionalmente ante la sociedad.
Tal como señalábamos al comienzo del apartado, el segundo componente de la
ética, que se encuentra a caballo entre la abstracción de los principios y valores y la
concreción de estos en cada caso, alude a la dimensión deontológica. Toda profesión,
normalmente, está avalada por un código deontológico donde se recogen v ordenan
esa serie de valores y principios, y al que se puede acudir como apoyo en situaciones
dilemáticas. Ahora bien, aunque el código deontológico pretende un nivel mavor de
concreción, no es un recetario ni exime de la consiguiente reflexión de cada caso
concreto. Sin embargo, puede ayudamos a centrar, ubicar y encaminar las posteriores
resoluciones, ya que contiene acuerdos comunes para toda la profesión.
Hemos preguntado a los profesionales sobre el conocimiento que tienen acerca del
código deontológico y su utilización. Todos los profesionales saben de su existencia,
en algunos casos han leído parte de su contenido o lo utilizaron de manera puntual,
sin embargo, no es una herramienta que se maneje con cierta asiduidad ni se perciba
como necesaria.

No lo utilizo. Quizás estaría bien. pero, por ejemplo, cuando me hablas del código
deontológico, es como una enumeración de principios y punto pelota, l omos, quiero
decir que tampoco es que sea un apoyo, o sea... cuando lo vimos en el Consejo, vo
recuerdo que era como una enumeración de principios, ¿no?, que eran ob\ ios... (E. 7)

'www.ifsw.org.

40
La escasa utilización e incluso el poco reconocimiento que se le concede, dándole
un tratamiento de obviedad, está relacionado con el desconocimiento. La confusión e
incomprensión tiene que ver con la formación de los profesionales de trabajo social.
Durante la carrera, normalmente, la ética aparece como una asignatura no siempre obli­
gatoria, que estructura su contenido en función del tiempo del que dispone, un tiempo
que normalmente no permite más que intentar dar a conocer los valores y principios
más relevantes del código profesional.

Teníamos una asignatura de ótica y trabajo social. Lo que vimos fue el código
deontológico y fuimos destripando el código. (E. 11)
No recuerdo especialmente que existiera una asignatura de ética, al menos en mi año
no... Recuerdo principios que he ido integrando que responden a aspectos concretos de
la práctica profesional y que en ocasiones he visto compartidos con otras disciplinas
como la psicología... (E. 13)

De ahí que uno de los horizontes que proponemos en este trabajo es el de adquirir
una mayor formación en ética. Por esta razón, nos parecía fundamental y de gran interés
incorporar en este capítulo unas palabras de la entrevista realizada a Ma Jesús Úriz4,
estudiosa y docente de ética en trabajo social. En la entrevista queríamos conocer, en­
tre otras cuestiones, cuál podría ser aquella formación ideal que ayudara a los futuros
profesionales a estructurar, afianzar, adquirir e integrar las competencias éticas del
trabajo social para un desarrollo responsable de la tarea. ¿Qué formación ética debería
recibir un profesional del trabajo social?

Yo a nivel de contenido, no sólo por asignaturas, si pudiera estructurarlo de una


forma global, lo tengo muy claro, cogería las tres dimensiones de la ética profesional:
la teleológica, la deontológica y la pragmática. Claro, eso es, primero saber ¿qué es
el trabajo social? La dimensión teleológica de la ética del trabajo social... ¿Qué es el
trabajo social y en qué consiste? ¿Cuál es la finalidad, cuáles los valores fundamen­
tales, qué teorías éticas hay detrás?... Luego la deontología. A veces pensamos que el
código deontológico es lo único que hay en ética profesional, y no, es una parte. El
código deontológico es muy importante pero es una parte solo de la ética profesional...
Y también la pragmática es muy importante porque tienes que detectar dilemas éticos,
clasificar dilemas éticos, resolver dilemas éticos, tener distintos métodos, modelos de
resolución de dilemas éticos, ver qué perspectivas hay y aplicarlas a casos concretos.

Pero si dejamos por un momento la referencia a una formación ética ideal y atende­
mos la situación real existente, lo primero que llama la atención, al revisar los diferentes
planes de estudio de la geografía española, es que no todas las escuelas o departamentos
de trabajo social integran la asignatura de ética como una competencia obligatoria que
ha de ser adquirida. Esto pone de manifiesto que el problema del desconocimiento o

4Ma Jesús Úriz Pemán es profesora responsable del área de Ética del Departamento de Trabajo Social de la
Universidad Pública de Navarra y directora del equipo de investigación EFIMEC (Ética, Filosofía y Metodología de
las Ciencias Sociales). Muchas de las reflexiones sobre los dilemas éticos que aparecen en este capítulo se han ido
hilvanando a partir de las conversaciones contenidas en esta entrevista.

41
valoración de la ética no radica simplemente en el interés del profesional, sino que
la institución formal iva tiene gran parte de responsabilidad al no incorporarla como
materia nuclear en el proceso educativo de los futuros profesionales.

lis que la asignatura de ética debería ser obligatoria, no optativa, porque yon con­
tenidos que dehe saber Unió trabajador social, no algunos si y otros no dependiendo
de su interés o no por ¡a ética. I sa competencia la tienen que adquirir. ¿Cómo la van a
adquirir si no has dado ninguna asignatura en relación de dilemas éticos o ser consciente
de los dilemas éticos </ue te puedas encontrar'

Sin embargo, la formación, la reflexión, la adquisición de capacidades, aunque


fundamentales y necesarias, sólo son el primer paso para poder desarrollar el ejercicio
profesional. Si bien el conocimiento permite un buen análisis de la realidad social en la
que estamos desarrollando nuestra tarea, no nos libera de las paradojas, de los dilemas, de
tener que decidir qué actuación resulta más adecuada o. en todo caso, menos imperfecta.
La legitimidad del trabajo social en tanto que profesión no está en la acumulación de
conocimiento sino en el ejercicio de su poder en la sociedad a partir de él. I n esta linea
traemos la aportación de Cecilia Aguayo, quien sostiene que: “hl profesional en tanto
político de la acción está llamado a participar en el poder y/o influir en él y. por tanto, no
le basta los conocimientos disciplinarios... Asi, se hace impensable la acción social de
los trabajadores sociales lejos de una reflexión sobre el piulen es decir de su influencia
como profesión en la resolución de los problemas sociales. El experto profesional está
confrontado inexorablemente al juego permanente de intereses, que están en la base
de su acción social. Ls difícil pensar que el conocimiento del ‘esperóse’ lograra por si
solo modificar la realidad, ya que son justamente las habilidades y las competencias
que logran despegar de su saber de experto, en relación a las contingencias, lo que hace
o constituye un buen profesional" (2003: 104).
Terminamos este capítulo asumiendo la responsabilidad de lo afirmado, lo anali­
zado, lo corregido y, sobre todo, lo dudado. Nos hemos acercado a esta cuestión de
los dilemas éticos con sumo respeto y rigor dejándonos guiar por todos los expertos
en la materia. Este capítulo y el libro en su conjunto son la muestra de que un crupo
de profesionales y de profesoras e investigadoras de trabajo social pueden unirse para
dudar razonablemente sobre algo que atañe tanto a los fines y principios de la profesión.
Es esta una manera de abordar la intervención. Los dilemas éticos irán actualizándose
al ritmo de los contextos y tiempos, al son de los enfoques teóricos v. por ende, de las
diversas morales; pues aunque las soluciones siempre vayan a tener un carácter imper­
fecto y nos abrume la complejidad, no podemos dejar de aspirar a la excelencia que.
como dice Adela Cortina, es el cilios profesional que nos liga a las personas concretas.

42
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43
Las complejas e ineludibles relaciones
entre ética, teoría y técnica

Ma Concepción Vicente Mochales

oy es preciso y urgente sincronizar la ética con la teoría y la técnica, se decía en

H la introducción de este libro. De ahí que en este apartado se propone reflexionar


sobre la coherencia que existe entre los tres componentes de la intervención
señalados: ética, como la base para la formación de los sentimientos; teoría, como los
cimientos para un ejercicio profesional, lo más alejado posible de las prenociones que
envuelven nuestro quehacer profesional diario, y técnica en conexión con el saber ético
y el conocimiento teórico. Estos son los elementos centrales de este capítulo, porque
los fallos técnicos, éticos y teóricos forman un continuum difícil de disociar; o dicho
de otra manera, los errores técnicos y teóricos tienen su reverso en fallos éticos, aun
cuando no se haya tomado conciencia de ello. Este es el planteamiento de Etchegoyen
para el psicoanálisis que se citó en la introducción. Y esta es la intención de este ca­
pítulo: ofrecer líneas de reflexión para lograr una conducta profesional rigurosa en el
hacer, en el pensar y en el sentir. De lo contrario, fácilmente podemos llegar a conver­
tirnos, en ocasiones, en “profesionales de riesgo”, término acuñado por Ruth Rochen,
trabajadora social argentina1.
Por todo lo dicho, a lo largo del capítulo pretendemos reflexionar sobre las apor­
taciones de las diferentes trabajadoras sociales2, compañeras de diferentes ámbitos
laborales que, generosamente, se han prestado a colaborar en esta investigación. Reco­
rreremos junto con ellas algunas cuestiones relacionadas con las prácticas del trabajo
social y las teorías que las sustentan, con la intervención y las diferentes técnicas que
las acompañan, y sobre todo con la ética que imbrica teoría y técnica.
En primer lugar, nos detendremos brevemente en algunos de los conceptos a los que,
a lo largo de estas páginas, vamos a referirnos. ¿Qué es la ética? ¿Qué es la moral? Y
¿qué relación tienen unos conceptos con otros? La ética es la rama de la filosofía cuyo
objeto de estudio es la moral. Pero los términos moral y ética suelen identificarse en
la práctica. Ambos significantes tienen una función práctica y se refieren, aunque no
'Clase impartida en la Escuela de Trabajo social de la Universidad Complutense de Madrid por Ruth Rochen en
marzo de 1998.
JEn todo el texto la referencia es a las y los trabajadoras/es sociales encuestadas y, en general.

45
de forma exclusiva, a situaciones conflictivas en la vida de los sujetos en las que se
ha de tomar una decisión. Por dimensión ética entendemos un conjunto de principios
y reglas morales que regulan las relaciones humanas. Las categorías “valor y “ética
son diferentes aunque se solapan; así, nos referimos a valores éticos como “aquellos
ligados a la dimensión valorativa bondad-maldad” (Sánchez Vidal, 1999: 47). Ll fin de
la ética es discernir y realizar el bien. Partimos de una visión integral del hecho moral
que considera los valores morales no sólo como una forma de disciplina y control, sino
como camino positivo para lograr la transformación de las condiciones existentes que
provocan sufrimiento a los individuos. Los seres humanos necesitamos orientaciones
morales para dilucidar qué es relevante, para juzgar situaciones, para dirigir nuestra
propia vida. Su ausencia genera malestar, por ello nos proveemos de dichas orienta­
ciones. La reflexión ética nos exige formar nuestra conciencia en el hábito de decidir
moralmente.
Los problemas éticos surgen en la intervención del trabajo social cuando hay que
tomar una decisión difícil, mientras que los dilemas éticos implican un conflicto entre
principios tales como, por ejemplo, entre el principio de autodeterminación y una
posible incapacitación judicial civil que afecte a las diversas áreas de funcionamiento
psicosocial de un individuo. La decisión última, en este caso en particular (y en gene­
ral), “es siempre singular y concreta: no hay artilugios, sistemas o reglas abstractas que
puedan evitar o sustituir el juicio y la deliberación humana” (Sánchez Vidal, 1999: 49).
El trabajador social se ve urgido en sus prácticas cotidianas a la toma de un sinfín
de decisiones. Decisiones que sin duda tendrán consecuencias de diferente corte para
los sujetos afectados y para el propio trabajador. Y esto es por los propios cometidos
del trabajo social; por la complejidad que encierra dar voz al otro y entender sus presu­
puestos; por el reto que supone acompañarle para aliviar sus sufrimientos o modificar
las situaciones que le generan conflicto; por el idealismo que a veces nos acompaña
en nuestras acciones, pensamientos y en los fines que atribuimos al trabajo social: por
las demandas asistenciales, tan elevadas de los últimos tiempos, que nos aleian de
prácticas reflexivas; y, ¿por qué no añadir, también? por la falta de tradición de pensar
en términos de ética en la profesión.
Las tensiones que se originan entre el control y la ayuda son otra de las fuentes de
conflictos éticos en la profesión. Ayudamos, sí. pero a veces en la misma fórmula de la
ayuda está la impronta del control. Por ejemplo: ayudar a una familia en su cometido
evolutivo de crianza de unos menores puede llevar aparejadas medidas de control y
coerción no del todo satisfactorias para la familia y problemas o, a veees, dilemas im­
portantes para el trabajador social; o favorecer la autonomía de un sujeto afectado por
una crisis psicótica también puede llevar consigo un ingreso psiquiátrico involuntario,
medida de control por excelencia, para favorecer la estabilización clínica y su posterior
trabajo de rehabilitación psicosocial.
En este sentido, no sería osado conjeturar acerca de las dificultades del colectivo
para pensar en términos de concepciones abstractas en filosofía, trabajo social, teoría,
práctica y sus relaciones. Ahora bien, no podemos olvidar que, como plantea Adela
Cortina: “Cualquier persona tiene que evaluar, obviamente, las consecuencias de sus

46
decisiones, pero igual de obviamente tiene que hacerlo a la luz de sus principios éticos
si quiere ser realmente eficaz” (El País, 11-10-2002).
Las decisiones, la elección, el tipo de acto que vamos a ejecutar, son todas acciones
que surgen de valorar, evaluar varias posibilidades o alternativas respecto a un hecho
determinado. Decidimos en función de un complejo proceso en ocasiones, pero no
siempre, organizado intersubjetivamente, en donde se ponen enjuego diferentes va­
riables. Una decisión es tomada por el conocimiento de que disponemos acerca de una
situación dada y este conocimiento, en relación al trabajo social, es fruto de un saber
que emana de diferentes teorías, de la sabiduría, de la experiencia o de sus prácticas,
porque la realidad social es compleja y poliédrica. Por ello, las decisiones que ha de
tomar el trabajador social en la intervención psicosocial no pueden ser producto del
azar, sino de la combinación de la subjetividad que acompaña al actor y de sus mapas
y teorías explicativas de la realidad.
Ahora bien, ¿qué es una teoría? Epistemológicamente, en sentido amplio, el término
alude a un enunciado que remite a un conocimiento que va más allá de los datos, de los
hechos que percibimos a simple vista. Las teorías abarcan cualquier campo del saber.
Podemos afirmar que todo el conocimiento humano es teórico, dado que va más allá de
los simples hechos conocidos en un momento preciso de la vida de un sujeto. Necesi­
tamos conocer para dar cuenta del mundo que nos rodea y de cómo son las relaciones
con él y con quienes lo compartimos. En este sentido, podemos compartir con Karl
Popper su definición de las teorías: “Son redes que lanzamos para apresar aquello que
llamamos ‘el mundo’, para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Y trataremos de que
la malla sea cada vez más fina” (1977: 57).
En trabajo social esta cuestión cobra una gran importancia, dado que surge para
paliar situaciones de desigualdad social en el complejo y cambiante mundo de la in­
dustrialización del siglo XIX. Van a ser sus prácticas las que generen conocimiento
para la disciplina. En esta línea, Payne plantea que “la teoría del trabajo social puede
ser entendida como parte de la construcción social de la actividad del trabajo social
y cómo esta actividad contribuye de por sí a la construcción de la teoría” (1995: 20).
En realidad estas cuestiones aluden a cómo las prácticas del trabajo social en parte
construyen las teorías. El del trabajo social es un saber construido alrededor de la
praxis en un diálogo permanente entre teoría y realidad social (Kisnennan, 1985 y ss.;
Zamanillo, 1987 y ss; Rodríguez, 1992, 2005; Rossell, T., 1999; Grassi, E., 1994 y
ss.). Este diálogo entre la teoría y la realidad social es ineludible para poder construir
nuevas hipótesis que puedan ir elaborando un cuerpo de conocimiento cada vez más
legitimado por la comunidad científica. No es sólo la técnica, entendida en sentido de
práctica, la que puede elaborar teorías, como suele afirmarse demasiadas veces. La
práctica proporciona experiencia y esta, por sí sola, sin reflexión alguna que la ilumine,
puede estar fundamentada en múltiples errores que incurran en prácticas que contraríen
los principios éticos más sobresalientes del trabajo social, como, por ejemplo, el respeto
a la autonomía y a la autodeterminación de la persona.
El trabajo social surge entonces con los discursos de la modernidad y parejo a la
aparición de las ciencias sociales que pretenden desarrollar un conocimiento explicativo

47
acerca del individuo y de la sociedad y de sus relaciones. Pero, ahora, en la posmoder­
nidad, los valores y las teorías han sufrido trasformaciones al tener que adecuarse a
los nuevos tiempos. Por otro lado, son múltiples las teorías que dan cuenta del objeto
y lo definen. Los discursos del bienestar, además, van acompañados de los avances y
progresos en materia de servicios sociales. A nuestro modo de ver, estos hechos intro­
ducen cuestiones de análisis importantes en relación con la teoría, las prácticas y la
ética del trabajo social, y al modo de conocer de los trabajadores sociales.
Los modernos Estados de bienestar, en general, introducen algo novedoso en las
prácticas del trabajo social: la gestión y planificación de los servicios sociales que
configuran los derechos de los ciudadanos. Sin embargo, estas prácticas han acarreado
una confusión harto denunciada entre la disciplina del trabajo social y el sistema de
servicios sociales. Con esta confusión, en gran medida se pierde el discurso y el debate
acerca de las teorías que sustentan el trabajo social; sobre todo, desde nuestro punto
de vista, no se aborda la naturaleza de la relación del trabajo social con los sujetos
demandantes que, en gran medida, constituye el pilar de la actividad teórica del trabajo
social. Aunque es importante destacar que el trabajo social necesita de manera especial
la relación con el macrosistema (política social) y el microsistema (servicios sociales)
en el que se inserta; pero el mundo de los recursos y de las prestaciones inunda en gran
medida el panorama del trabajo social. Buena cuenta de esto lo constituye, por ejemplo,
la creación, en 2004, del Observatorio de Ética Aplicada a la Intervención Social, en
donde no figura la ética en trabajo social sino la ética aplicada a los servicios sociales.
Pensar sólo en la ética aplicada a los servicios sociales, a nuestro modo de ver,
limita y constriñe el campo del trabajo social. Lo veremos en los discursos de los
profesionales cuando señalan las dificultades de la intervención social en un sistema
tan burocratizado y cómo, en ocasiones, se encuentran con límites éticos que no
pueden resolver. La disciplina se desarrolla y se ejercita en numerosos campos en
donde las relaciones con los servicios sociales (y no sólo con los servicios sociales
de Atención Primaria) son más o menos intensas. Nos estamos refiriendo sobre todo
al ejercicio de un trabajo social más especializado en el que lo esencial es la relación
de ayuda. La pregunta que se plantea entonces es: ¿Por qué no un Observatorio de
Ética Aplicada en trabajo social, además del de servicios sociales? Se trataría de
generar un espacio más amplio de debate y de construcción de conocimiento sin el
sesgo que conlleva referirse sólo a los servicios sociales, sean generales o especia­
lizados. No olvidemos, que, con nuestra manera de nombrar, daremos identidad a
aquello que nombremos.
Paralelamente a esta cuestión, la de la relación del trabajo social con los servicios
sociales, es interesante destacar que persiste todavía un intenso discurso acerca de la
naturaleza del trabajo social y su carácter científico. Obviamente, el objetivo de estas
páginas no es dilucidar esta cuestión, aunque entendemos que el trabajo social, en
general, y de manera particular en este país, necesita investigar para poder formular
hipótesis que construyan mapas explicativos de la realidad. Mapas que van más allá
del territorio que representan, pero que, en palabras de Korzybski, si son correctos
tendrán una estructura similar a la del territorio, lo que justifica su utilidad (en Selvini

48
1990: 356). Sin teoría estamos ciegos porque carecemos de mapas orientativos que nos
guíen y nos conduzcan de manera aproximada por la realidad. He aquí el problema: la
ceguera epistemológica. ¡No vayamos a hacer un elogio de ella!
Llegados a este punto, es necesario detenernos en los principios y valores que sus­
tentan el trabajo social, porque nos va a permitir reflexionar sobre cuestiones éticas.
Como decíamos al principio, el trabajo social surge con una “vocación” de cambio,
de transformación individual y estructural. Nunca estuvo divorciado del lado humano,
de lo subjetivo, del mundo de los valores. Tuvo siempre detrás multitud de delicadas
y complejas cuestiones valorativas, tanto éticas y políticas como relaciónales, riesgos
e implicaciones sociales e individuales (Sánchez Vidal, 1999: 24). En el trabajo social
los valores siempre están en juego, a veces de forma sutil pero persistente y real. Como
afirma Banks, si el trabajador social separa la reflexión (valores y conocimiento) de la
acción (el uso de capacidades), en realidad se está engañando a sí mismo (1997: 63).
Además está negando su propia responsabilidad como profesional en la acción que ha
de desarrollar. Así pues, los valores van a determinar las decisiones de los profesionales
y nos van a ayudar a pensar cómo traducir realmente un valor en la práctica dentro de
un contexto institucional que constriñe o posibilita la acción del trabajador social y
sus teorías, cuestiones todas ellas que en esencia configuran espacios de percepción,
juicio y comprensión.
Los principios en trabajo social fueron formulados a comienzos de los años sesenta
por Félix P. Biestek, en forma de postulados básicos para orientar en valores y compor­
tamientos éticos a los profesionales del casework. Se refieren básicamente a la relación
profesional. Biestek, según Banks, no los entendía como principios éticos propiamente
dichos, sino como supuestos para la práctica efectiva instrumental. Se trataba de ayudar
al cliente a alcanzar un mejor ajuste entre su persona y su entorno. La relación asisten-
cial, en la época de Biestek, era voluntaria y la esencia de esta relación se cernía sobre
el postulado del respeto a la persona y a su derecho de autodeterminación.
La evolución y el cambio de estos valores en la posmodernidad es un hecho. Desde
hace más de cuarenta años diferentes autores destacan la influencia y persistencia de
dichos principios, pese a la complejidad del trabajo social moderno. Son los cambios
en la naturaleza de la profesión, los problemas sociales, marcos reglamentarios, etcétera
(Salcedo: 1998; Banks: 1997), los que han creado nuevos escenarios de acuerdo con
la reflexión actual. Aun a riesgo de ser reduccionistas, por la importancia que entraña
su primera enunciación, enumeraremos los principios que Biestek plantea de forma
somera: individuación; expresión significativa de sentimientos; implicación emocional
controlada; aceptación; actitud “no enjuiciadora”; autodeterminación; confidencialidad,
y respeto a la dignidad de las personas.
Los principios de no enjuiciamiento, aceptación o no fiscalización están estrecha­
mente vinculados. Es en realidad una defensa del trabajo social profesional frente a las
friendly visitors de las sociedades de caridad a las cuales se les encomendaba la misión
de separar a los pobres dignos de los indignos de recibir ayuda (Salcedo, 2000: 85). El
criterio de necesidad (para la admisión en los servicios sociales) sustituyó al de digni­
dad. El principio de dignidad, junto con el de aceptación, constituye un punto clave de

49
estudio para Bicstck. Aceptar, aprobar al otro no es fácil; de haber sido así, no habría
existido la necesidad de reforzar sus exigencias con el principio de no fiscalización.
Banks (1997), casi treinta años más tarde, sostiene que los problemas éticos y los
dilemas que se generan en relación con cuestiones legales y técnicas son consustanciales
a la práctica del trabajo social. Así, “la mayoría de las decisiones en el trabajo social
implican una interacción compleja de aspectos éticos, políticos, técnicos y legales.
Nuestros principios éticos o valores determinarán nuestra interpretación de la ley ( 1997:
25). La misma autora plantea una lista de principios cuyo eje no pasa por la relación
entre el usuario y el trabajador social y hace esta advertencia: “No existe un conjunto
común, pactado o coherente, de principios para el trabajo social (...); ateniéndonos a la
teoría y a la práctica real del trabajo social (...) es posible determinar cuatro principios
básicos, o de primer orden, que son relevantes para el trabajo social: el respeto hacia
las personas y la promoción de los derechos de los individuos; la autodeterminación;
la promoción del bienestar; la igualdad y la justicia”. En esta misma línea redistribu­
tiva, añade que “ninguno de estos principios está falto de ambivalencias, tanto en su
significado como con sus implicaciones para la práctica” (1997: 56).
Esta afirmación de Banks tiene una serie de implicaciones en relación con la lista
de principios de Biesteck, que estaban pensados en la lógica de la promoción y calidad
de la relación del profesional con el usuario. La lista de Banks explica cómo tutelar y
supervisar los derechos de bienestar que reconocen los Estados a sus ciudadanos. Se
trataría, según la autora, de promocionar la igualdad de derechos de los ciudadanos
desde un trabajo social público, donde la relación entre trabajadores sociales y usua­
rios ha cambiado notablemente. Ambos autores intentarán conceptual izar la relación
de ayuda a partir de las premisas de la comprensión de la realidad del sujeto, del
entendimiento y de la comprensión del mundo que le rodea y de sus puntos de vista.
Los valores tradicionales en trabajo social son, por tanto, la expresión de una cultura
humanitaria y democrática.
En el extremo opuesto al de los valores con énfasis en lo individual, encontramos
las perspectivas del movimiento reconceptualizador en la década de 1960-1970. que
recupera la dimensión estructural y comunitarista. Es hasta tal punto así. que Boris A.
Lima plantea que “el fin último es la liberación del hombre oprimido” (1983: 117). La
opresión estructural choca frontalmente con las premisas individualistas expresadas
más arriba.
Por esta razón, Damián Salcedo realiza un análisis pormenorizado de los principios
o valores de la lista de Biesteck desde la perspectiva actual y plantea que hay que
tomarlos como eje de un nuevo estilo actitudinal de los trabajadores sociales. Afirma
que “los viejos principios están bien, pero no son suficientes. Hay que ir ‘más allá' de
ellos para hacerse cargo de las exigencias de comprensión y de justicia del contexto
social” (1998: 96). Señala que de todas las trasformaciones que se han sucedido en el
tiempo algo permanece en el trabajo social: la especial intimidad que se establece entre
el trabajador social y las personas que acuden a él.
Ahora bien, los valores del trabajo social de la posmodemidad llevan la impronta
de los cambios en el sistema de bienestar. El Estado deja de ser el único proveedor de

50
servicios para configurar una provisión mixta de los mismos, lo que comporta también
un cambio importante en la consideración de los demandantes de trabajo social (y de
los servicios de bienestar en general). Estamos frente a consumidores de servicios cu­
yos derechos prevalecen y han de ser protegidos. Es, en definitiva, lo que muchos han
denominado como “mercantilización” de los servicios de bienestar. En trabajo social
este aspecto cobra especial relevancia puesto que tamiza y esconde el papel del bien­
estar como control y del trabajador social como agente de control (Banks, 1997: 54).
Lo importante, desde nuestro punto de vista, es cómo se evalúan y se construyen
los problemas sociales. Pensamos que tener en cuenta el contexto y la multicausalidad
facilitará el análisis de los problemas y fenómenos sociales que no son sólo responsa­
bilidad de los trabajadores, sino que son problemas estructurales y políticos. Obviar
la incertidumbre, el riesgo y refugiarse en “valores tecnicistas” sirve para poco. La
ley tampoco está exenta de la subjetividad que nos acompaña como sujetos pensantes
y reflexivos. No está libre de las interpretaciones subjetivas y personales que de ella
haga el trabajador social en el ejercicio de su práctica.
Así, de acuerdo con una ética subjetiva, nuestras decisiones no pueden ajustarse sólo
a los códigos deontológicos, van más allá de sus propuestas. (Código Deontológico del
Consejo General de trabajo social del 29 de enero de 1999). Es precisamente por esta
cuestión por lo que abordamos la subjetividad y la interpretación personal de las leyes
constitutivas del Estado de bienestar. Sin embargo, el Código constituye un manual
muy preciado desde el punto de vista de la ética aplicada al trabajo social’.
En trabajo social hemos de hablar de actores, sujetos, toma de conciencia y pro­
blemas éticos. Es un ejemplo de lo que Donald Schón (1998) ha llamado “practicante
reflexivo”, en un intento de generar un lenguaje más adecuado para la descripción de
una nueva epistemología de la práctica en la esfera social. Los valores de Biestek, más
los “colectivos” de Banks, Salcedo, etc., que hacen referencia a la justicia y al bienestar,
son fundamentales; pero lo es aún más la reflexión sobre las prácticas profesionales
que entran en contradicción con los mismos y la reflexión sobre las implicaciones para
la población que atendemos.
Indudablemente, las prácticas profesionales necesitan revisión para obtener una
mayor calidad en las mismas. Por esta razón, en este capítulo nos detendremos más en
la supervisión y en lo que significa para el trabajo social. El acto de supervisar se define
como ejercer la vigilancia o inspección de una cosa ; y la supervisión es la inspección
o vigilancia de algo. Esta definición alude al control sobre aquello que se pretende
supervisar. Ahora bien, quizás la palabra control no sea la que mejor designe el acto
de supervisión, entre otras cosas por lo que representa en la profesión: la vigilancia,
el control.
Pero la supervisión es una tarea necesaria en la intervención psicosocial, dada la
complejidad que acompaña a esta. No son sólo cuestiones técnicas las que la hacen
necesaria, sino también las razones emocionales que acompañan al proceso de inter-
’Por ética aplicada se entiende una ética, como dice Joan Canimas i Brugué, que reflexiona e intenta orientar
prácticas concretas y lo hace a través de un proceso intersubjetivo y cuyo objetivo no es tanto reflexionar sobre la
ética y la filosofía sino orientar la acción en las situaciones en se generan conflictos morales. Es decir, se ocupa del
qué hacer y por qué debería hacerse.

51
vención la convierten en imprescindible. Según Teresa Zamaníllo, podemos definirla
como “la ayuda que presta un profesional de más conocimiento a otro que demanda
orientación, apoyo y formación para guiar su práctica profesional. Sin embargo, ambos,
supervisor y supervisado, se enriquecen en la experiencia y en la complementariedad
de sus saberes y de sus personalidades” (2008: 321). Por su parte, Teresa Aragonés
Viñes la plantea como “una actividad incluida dentro de la formación permanente con
una metodología específica que permite aprender y aprehender de la reflexión y de la
experiencia del propio trabajo. Un espacio para parar y poder pensar, para entender y
profundizaren todos aquellos factores que confluyen en la práctica social, permitiendo
un distancian!iento de la presión de la tarea cotidiana y obtener otra mirada" (2010:
37-38). Mirada que permite pensar en dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos y
cómo hacerlo, además de pensar en los valores que la acompañan.
A nivel general evita el fenómeno denominado burn out, conocido también como el
síndrome del profesional quemado, y dota a este de energías renovadas para continuar
con su tarea, reconociendo los vacíos que le acompañan en su actividad. Pensemos
que ayudar al profesional a poner una distancia emocional en su actividad evita pro­
yectar sobre la intervención los propios miedos, temores, prejuicios que poco o nada
tienen que ver con el objeto de estudio o de intervención. Es, por tanto, un proceso
de observación y autoobservación que permite reflexionar sobre la experiencia. Es lo
que propone Shón: “La reflexión en la acción como ejercicio imprescindible para la
competencia profesional” (1992: 198). Esta es una cuestión sumamente importante
porque, a nuestro modo de ver, la queja en la que se sitúan los trabajadores sociales
con respecto a la identidad, el reconocimiento y la valía profesional del colectivo, que
muchas veces tiene su base en la fuerte presión de la demanda asistencial de las jóvenes
instituciones del bienestar, no permite espacios de reflexión, de encuentros verdaderos
con el saber y con la construcción de un saber que construya una epistemología del
trabajo social avalada por las prácticas.
Pensemos, además, que la supervisión dota a los equipos de nuevos bríos que les
permiten ser más dinámicos y eficaces, facilitándoles la elaboración de las diversas
situaciones relaciónales entre los mismos, así como también la elaboración de diferentes
tareas en los distintos contextos de intervención. La supervisión es una herramienta
importante para analizar el contexto en el que se desarrolla la intervención, facilita
discernir cuáles serán en cada caso las estrategias más eficaces, favorece la toma de
decisiones y permite tomar una posición ética individual e institucional frente a la tarea,
en virtud de la elaboración que admite la toma de decisiones producto de la reflexiv idad.
Reflexividad, en palabras de Alíonsa Rodríguez (2006), que, indudablemente v como
ideal, debería acompañar a la acción porque, en definitiva, y como plantea Horacio
Etchegoyen (1986), la ética ha de integrarse no como una simple aspiración moral,
sino como una necesidad de la praxis.

La intervención en trabajo social


El análisis de este apartado será fundamentalmente descriptiv o, mas no por eso se
eluden las interpretaciones necesarias. Tratamos de dar voz a los trabajadores sociales
52
que, como vemos a lo largo de sus relatos, reclaman otro tipo de trabajo social. Y es
que todo lo que se narra puede presentar problemas éticos a los profesionales por la
dificultad que viven (sobre todo los más formados) para realizar una práctica más in­
tegral en la que la burocracia no cope tanto los espacios de intervención.
Definir lo que es la intervención social no es tarea fácil. Debe establecerse como
un espacio destinado a ser utilizado por los sujetos, dice Esperanza Molleda (2007).
Pero ¿cómo definirla a los efectos de este análisis? Sánchez Vidal plantea que puede
entenderse como “una interferencia intencionada para cambiar una situación social
que, desde algún tipo de criterio (necesidad, peligro, riesgo de conflicto o daño in­
minente, incompatibilidad con valores y normas tenidos por básicos, etc.), se juzga
insoportable, por lo que precisa cambio o corrección en una dirección determinada.
Se trata, entonces, de una acción externa, intencional y autorizada para cambiar el
funcionamiento de un sistema social (institución, grupo, comunidad) que, perdida su
capacidad de autorregularse, es incapaz de resolver sus propios problemas o metas
vitales deseadas" (1999: 74).
En los últimos tiempos, en nuestro país, algunas trabajadoras sociales, tales como
Rodríguez Rodríguez y Zamanillo Peral (1992), Molleda Fernández (1999), etc., han
dado cuenta de lo que supone y de lo que es la intervención social para el trabajo so­
cial. Desde las diferentes posiciones en que abordan el tema, perspectiva sistémica las
dos primeras y psicoanalítica la segunda, nos advierten del compromiso entre teoría,
técnica y ética en trabajo social para poder realizar, en primer lugar, una adecuada
intervención que permita a los profesionales despojarse de los prejuicios, ideologías y
juicios de valor que pueden acompañarles en el ejercicio de su práctica y menoscabar
su valor; y. en segundo lugar, abordar la complejidad que entraña la planificación y
los fines mismos de la intervención para, en último término, situamos en una posición
privilegiada desde la que podamos mostrar nuestras acciones y decisiones y los efectos,
positivos y/o negativos, que se han derivado de ellas.
Una cuestión sumamente importante para definir la intervención social es la deli­
mitación del objeto de estudio y, por tanto, de intervención. Esta labor ha constituido
también un debate que ha alcanzado muchos años del siglo pasado en diversos lugares
de la geografía mundial. Por su parte, Zamanillo Peral (1999), en su artículo “Apuntes
sobre el objeto en trabajo social", lo define como “todos los fenómenos relacionados
con el malestar psicosocial de los individuos ordenados según su génesis estructural y
su vivencia personal". Es, sin lugar a dudas, una excelente guía para planificar la inter­
vención. Definir el malestar psicosocial del individuo que demanda en trabajo social,
investigar la génesis del mismo y escuchar atentamente la vivencia personal del indi­
viduo acerca de lo que le pasa, de por qué cree que le pasa lo que le pasa, y de cómo se
siente, serían las claves para la intervención. Esto será posible con teorías explicativas
de las ciencias sociales acerca de los malestares humanos. A partir de aquí, enmarcado
el cuadro, como nos dice la autora, queda aplicar el método de trabajo social con rigor.
Una cuestión clave en este apartado es la siguiente: según cómo ordenemos los datos,
cómo les demos sentido en función de nuestra orientación teórica y, por supuesto, por
la subjetividad, por los valores que nos acompañan en la profesión, la decisión irá en

53
un sentido o en otro. Y esto está claro, por ejemplo, en planteamientos de intervención
donde lo que está en juego es una interrupción de embarazo. Así pues, una decisión
en trabajo social implica reflexionar y debatir en torno a los a priori, los principios y
valores que la guían y fundamentan. Esto, indudablemente, tendrá unas consecuencias
éticas para la intervención, como analizaremos más adelante.
Un aspecto significativo del estudio que hemos realizado es que cuando las personas
entrevistadas hacen referencia a las teorías que acompañan sus quehaceres, en general
hemos destacado la falta de afiliación a una teoría determinada. Así, refieren no ads­
cribirse a ningún modelo teórico en concreto. Más bien plantean que su formación ha
venido de la mano de las necesidades que les han ido surgiendo en la práctica.

... he hecho una amplia formación continuada. Me he formado en el campo de la


exclusión por mis propias necesidades, también en rentas mínimas, mujeres en riesgo
de exclusión... (E. 16)

No es tan importante adscribirse a una teoría como el hecho de tenerla, ni son unas
mejores que otras. Sí son, repitiendo nuestro planteamiento, un marco adecuado, unas
gafas óptimas para leer la realidad.

Hombre, yo creo que para trabajar aquí en Salud Mental tienen que saber cosas
generales del aparato psíquico, cosas generales de algunas de las, ¿eh?, de las actitudes,
dificultades que tienen que ver con algunas enfermedades. Por ejemplo, saber lo que es
un delirio, si hay que entrar o no en él, o en una alucinación cómo hay que actuar, ¿no?
Cosas muy, muy, muy generales, eso es fundamental. Y luego, por otro lado, sí, saber
cómo trabajar al lado de estas personas, eso me parece que... que es lo que hay que... en
lo que hay que formar a la gente. (E.3)

Falta de orientación teórica y burocratización son, parece ser, los factores que se
pueden destacar de los discursos profesionales que con más frecuencia dificultan la
intervención social. La pregunta siguiente está siempre en el aire: ¿Cómo enfrentarse a
una práctica más integral en la que la burocracia no cope los espacios de intervención?
Y ¿cuáles son los condicionantes del sistema de servicios sociales que se encuentran en
la frontera con las cuestiones éticas que aquí hemos estudiado? Por un lado, en cuanto
a la responsabilidad individual del profesional, fieles al discurso que aquí mantenemos,
no hay otra manera que la de formarse más profundamente, además de que esta, la
formación continua, supone una vacuna contra el malestar profesional que se produce
en unas instituciones que no te necesitan más que para gestionar recursos. Por eso
destacamos aquí la importancia de darse cuenta, tarde o temprano, de la necesidad de
adquirir más formación:

... me he dado cuenta de que necesito más.. Yo eché de menos asignaturas de inter­
vención en trabajo social... luego hav que hacerlo... Por eso estoy donde estov ahora,
por eso estoy volviendo al cote, estoy otra vez estudiando, por eso me planteo los fines
de semana hacer seminarios... porque necesito estudiar, entender. (E. 9)

54
... es verdad que las cosas tienen interrelaciones que, por ejemplo, cuando yo he
estudiado Antropología, digo Antropología por decir algo, algo más cercano, ¿no?,
pues indudablemente sí que me ha aportado cosas, o sea, el tratar de entender, ¿eh?...
las cosas de una forma más poliédrica, más... la realidad es muy móvil y además se...
es compleja y tiene muchas formas de verlo. Entonces, todo ese tipo de cosas me las
ha aportado. Cuando estudié Psicoanálisis me ha servido de muchísimo en el trabajo
cotidiano, mucho. ¿Por qué? Porque yo no hago aquí Psicoanálisis ni de lejos, pero sí
pienso con determinados tipos de criterios que me permiten entender algunas cosas o,
al menos, acercarme a entenderlas, ¿no? Entonces, no... nunca he hecho una formación
para que me ayudase en la formación del trabajo social; he hecho otras formaciones y
las he puesto en relación, unas con otras. (E. 3)
... a empezar a utilizar marcos referenciales, actualizar un poco, revisar un poco
mi propia intervención profesional. Me he metido, después de estar veinte años fuera
de la Escuela y de la Universidad, el volver a reflexionar y a repensar cosas sobre las
que, bueno, pues que hacía muchos años que no reflexionaba. Me ha permitido sobre
todo leer, obtener mucha bibliografía, cuestionarme también determinadas cosas. (E. 5)
... la formación te permite ubicarte a la hora de posicionarte en la intervención, no
sólo ya cuando atiendes un caso, sino que tienes una perspectiva totalmente de familia
o de contexto. Los prejuicios, ¿no?, vas eliminando prejuicios, como, eh... eljuicio fácil
no te sale ya. (E. 7)

Por otro lado, la queja sobre la burocratización del trabajo social se plantea, también,
como una cuestión pareja a la ética. Así lo señala una de las entrevistadas en relación
a su campo de trabajo;

... creo que con las compañeras de UTS se está perdiendo la intervención por... y se
está priorizando la burocratización. Creo que hay tareas que no las deberíamos hacer
nosotros, creo que hay tareas que las podrían hacer otros profesionales, Auxiliares de
Servicios Sociales, y que serviría para rentabilizar mucho más nuestro trabajo, pero lo
considero necesario. (E.2)
... la burocracia engancha mucho, te desvincula del otro, cuanto más papeleo hago,
menos trabajo real tengo. Entonces me parece que primero está la persona y luego está
la burocracia. Tiene que haber un espacio para la burocracia, pero si la burocracia se
come a la persona hay que llegar a un acuerdo. Y creo que hay gente que lo hace. (E. 11)

Y en la siguiente cita se ve claramente cómo la queja sobre la burocracia es un


mecanismo de racionalización y una acomodación que ayuda a huir del compromiso
con la formación, no sin cierta autocrítica;

... si la gente supiera más se atrevería a hacer más cosas y se escondería menos de­
trás de los papeles. Yo me he escondido mucho detrás de los papeles... Y por eso tenía
también mucho rechazo a ser trabajadora social, porque veía los papeles y por un lado
estaba enfadada de estar detrás de los papeles y por otro lado estaba asustada... (E. 9)
... vamos a ver, yo veo que la burocracia, la rutina... todo esto, hace perder un poco
la conciencia, ¿no?... Creo que ahí abusamos. (E.7)

55
Se hace explícita también la relación entre la burocracia y las dificultades por ge­
nerar espacios de participación con los sujetos, las reflexiones sobre la creatividad y la
identidad del sujeto, el trabajador social. Cabe preguntarse si con la burocratización se
pierde la identidad del trabajo social. En general, se manifiesta un profundo malestar con
respecto a este tema porque se asocia la burocratización con la pérdida del sentido de la
intervención social que sería lo propio, lo que proporcionaría identidad al trabajo social.

... parte de lo que está pasando, y que necesita que eso esté activo y que eso genere
otras formas de ver que puedes hacer un proceso de participación o de generar otra ma­
nera de atender. Digamos que la creatividad tiene que estar al lado de la sistematización
y si no están las dos cosas... porque, claro, los creativos que no sabes en que basan las
cosas pues también es un problema. Pero desde luego, eso es la muerte... y eso es uno
de los problemas que tiene esta profesión, que se ha como aposentado, que se pone el
culo en la silla... (E.14)

También se relaciona la burocracia con los mecanismos defensivos de los profe­


sionales del trabajo social en la acción y en las teorías que la acompañan. De ahí que
destaquemos una crítica muy significativa que hacen estas entrevistadas a aquellos
profesionales que se dejan arrastrar por la gestión burocrática, debido a la importancia
de que se hagan críticas en el seno de la profesión misma:

Porque para mí el trabajo es la intervención, no es el papeleo, y el papeleo tiene


que ayudar, como las ayudas económicas tienen que ayudar en la intervención. Pero si
haces más papeles que atención a personas, algo está fallando. Y eso no creo que sea
culpa de la burocracia. (E. 11)
... cuando las trabajadoras sociales se han parapetado en las mesas y en los expe­
dientes, en el cumplimiento de, el haberse puesto de ocho a tres... creo, creo que ha sido
un empobrecimiento de la profesión muy grande. (E.14)

En estas citas se plantean dos de las cuestiones a las que estamos aludiendo: por
un lado, la formación como medio para salir de la rutina con más creatividad y, por
otro, cómo sirven los protocolos para defenderse del temor al desconocimiento y al
malestar que se produce por la falta de explicaciones acerca de un fenómeno social
dado. Es una forma de resistencia. Una vez más es preciso repetir que sin mapas que
nos ayuden a explicar la realidad estamos expuestos a los a prior i, a las prenociones,
a los prejuicios y a una subjetividad sin límites.
Los retos del trabajo social son muchos, pero usar los recursos como estrategias para
la intervención es uno de los más importantes, como lo es también encontrar espacios
de palabra y escucha que permitan al usuario dar cuenta y elaborar sus dificultades en la
línea que nos plantea Esperanza Molleda en su articulo “La intervención social a partir
de una demanda económica en servicios sociales generales” (1999). El trabajo social
tampoco se puede convertir en el refugio de la queja indiscriminada del malestar en
el Estado de bienestar. Como espacio de queja ha de ser un espacio comprehensivo y
posibilitador de elaboración de las propias vivencias. Disponer de teorías va a facilitar

56
esta cuestión, es decir, disponer de marcos que guíen el proceso de acompañamiento
favorecerá el cambio.
Sin embargo, es necesario contemplar cómo los espacios de la gestión asociados
a la intervención están copando los tiempos del trabajador social, cuando muchas de
estas actividades podrían ser desarrolladas por otras figuras de la acción social, como
por ejemplo, los auxiliares de servicios sociales, como se señalaba líneas más arriba
en una cita.
En esta misma línea se expresa otra de las personas entrevistadas que plantea cómo
predomina la rutina en la intervención, más allá del lugar donde se inserte la actividad
del trabajo social y de los servicios sociales; asimismo, cómo se plantean las dificul­
tades para el trabajo social en unos servicios sociales de gestión muy centralizada e
influida por las inercias de la Administración pública. La referencia a la complejidad
que acompaña los procesos de cambio es motivo también de observación.

}' en un aparato burocrático como es un sitio como este se da muchísimo, como


siempre se hizo esto pues hay que hacerlo y te tienen que mandar esto y esto... ¿qué
hacemos? pues dices muchas veces, ¿para qué vamos a tener aquí un Iote así de papeles
de cada mujer si ya lo tienen los propios centros?, ¿no? Resumen de la evolución, de
qué pasa, qué problema, qué necesidades surgen, no... no se admite bien, hay partes que
no pueden ser porque el procedimiento administrativo y por no sé qué, pero hay muchas
que son el afán de centralizar v de tener... es una gestión muv centralizada... (E. 6)

La burocratización ha llevado, además, a la fragmentación de unas intervenciones


que debían ser integradas, que han favorecido la confusión entre servicios sociales y
trabajo social, y que han cedido los espacios más relaciónales a otros profesionales:
educadores, psicólogos, etc.:

Eso lo he vivido ya hace muchos artos, ahora mismo no, pero si que es un tema..., un
tema que ha estado siempre encima de la mesa, ¿no? El de la diferenciación por puestos
y por profesionales, los educadores, los psicólogos... es decir, educadores sociales, psi­
cólogos sobre todo..., educadores y psicólogos en relación con los trabajadores sociales.
Siempre ha habido ahí un debate, de apropiación de los espacios, de no tener muy claro
dónde están los límites entre unos y otros y se ha generado, pues, una especie de, ¡eh!,
lucha un poco de... de gregaria de estos grupos... que esoJ'ue hace muchos años. Ahora
mismo no soy tan consciente de ello como, bueno, educadores sociales, trabajadores
sociales y psicólogos, que hay veces que las líneas no están muy claras. En Servicios
Sociales yo veo que no, que el espacio de trabajo muchas veces se superpone y genera
dificultades, ¿no? (E.5)

La excesiva burocratización que ha traído consigo el Estado de bienestar es vivida por


alguna de las profesionales como un impedimento para lograr ciertas transformaciones
en el medio en el que trabajan los profesionales de la cuestión social. Dar recursos,
en lugar de potenciar las capacidades de las personas, supone centrar la intervención
exclusivamente en la gestión. Es preciso señalar aquí que la intervención en trabajo

57
social ha de contemplar tanto la gestión de los recursos como el apoyo y acompaña­
miento a los ciudadanos.

... los principios tienen que ver con cómo los desempeñas y un exceso de hurocratí-
zación tiene cjue ver... hombre, puedes hacerlo con la burocratizaeión, pero creo que huy
uno que es el de las capacidades de las personas, el de cambiar algo de esta sociedad,
tienes que tenerlo incorporado, no hay una persona igual, no hay un día igual, aunque
tú hagas lo mismo, es ¡a gratitud con la que te presentas. (E. 14)

Mucho se ha escrito sobre los orígenes del trabajo social en España. No es, por
supuesto, objeto de esta investigación la historia sobre los hechos, como decíamos al
principio, aunque es importante retomar algunas cuestiones de nuestro pasado para
poder, claro está, entender el panorama actual del trabajo social. Como señala Durkhe-
im: “La historia es, en efecto, el único método de análisis susceptible de aplicarse a
las instituciones... siempre que se proyecte explicar un fenómeno humano, situado en
un momento determinado del tiempo” (1983: 13). Y nuestra historia está marcada por
el pasado y el sello de una dictadura que determinó, en gran medida, el aislamiento
de nuestro país de Europa y del mundo desarrollado. Como la democracia, también
el Estado de bienestar se demoró en llegar a nuestras tierras. La Constitución de 1978
y su posterior desarrollo inició la aparición de las primeras normativas en materia de
servicios sociales y políticas sociales. Es cierto que partíamos de una situación donde
los servicios sociales, entendidos como prestaciones de derecho para la ciudadanía, se
consideraban una utopía, pero lo vuelven a ser también ahora en el siglo XXL Pasados
los años hemos de reflexionar sobre su desarrollo y sobre los procesos de ayuda en las
intervenciones en trabajo social, así como sobre la confusión que se ha generado en
torno al trabajo social y a los servicios sociales.
Es preciso, por tanto, ser conscientes de que nuestra manera de concebir el mundo
y lo humano condiciona las formas de sentirlo, vivirlo y relacionarse en él v con los
otros. Esto tan elemental para lo cotidiano se debe traducir también para nuestra ma­
nera de concebir la intervención. En este sentido la elección del objeto es una parte
fundamental del acto profesional. No es lo mismo comprender el campo de interven­
ción en términos de necesidad-recurso que en términos de malestar psicosocial. Para
la primera definición no es necesaria una grande y compleja formación sino disponer
de una “buena agenda” de recursos y servicios y tener tipificadas las necesidades a
las que se pretende dar respuesta. La segunda -el malestar psicosocial- exige, por el
contrario, una complejidad tormativa en el acontecer humano que se traduce, en primer
lugar, en el diagnóstico:

... si una persona tiene una Jaita de etica y hace una utilización del poder. porque
evidentemente cuando trabajas en Ia Administración tienes un ptxler. que la adminis­
tración te delega a ti. ahí si no tiene interiorizados principios éticos en la intervención
puede hacer mucho daño, hu la formulación del diagnóstico, porque puede estar com­
pletamente... cuando el poder se pone de manifiesto, tengo poder v a ti lo que te pasa
es esto... pierdes el sentido y el interés por el ser humano como auténtico objetivo. Si
perdemos ese objeto estamos perdidos... por eso nos estamos perdiendo... (E. 15)
58
Alude claramente a cierta despersonalización que se está produciendo en la inter­
vención social y a las claves que se manejan: mayor gestión de papeles que de escucha
a la persona. Y continuamos con lo que la entrevistada entiende por objeto del trabajo
social frente a burocracia. Un objeto del trabajo social cifrado en lo relacional y en lo
vincular:

... habla de que se preocupa por las interacciones de las personas con su medio. Eso
es el objeto del trabajo social y como primer medio, básico y principal está la familia. Y
yo considero también que la ideología, en muchísimos casos en los que hay problemas
en protección de menores, tiene un peso muy, muy importante, independientemente desde
dónde lo contemples, las relaciones familiares, que ahí tenemos un campo legítimo la
gente del trabajo social. Y creo que tenemos que pelearlo. (E.9)

Pensar así implica disponer de mapas que permitan leer y estructurar la información;
es decir, los mapas van a permitir la organización, la planificación de la intervención
porque, dada la confusión que existe entre trabajo social, servicios y prestaciones
sociales, en algunos sectores de la disciplina se está desdibujando el concepto de inter­
vención social. En caso contrario estaríamos frente a un trabajo social muy empobre­
cido, cifrado en el binomio necesidad-recurso y en la satisfacción de la demanda más
inmediata, olvidando que esta no se puede confundir con el deseo y con la necesidad
que atraviesa al sujeto. Es necesario ir construyendo con este, el ciudadano, aquello
que se esconde en su demanda más inmediata, de tal modo que pueda situarse de otra
manera ante el desafío de su propia vida. Si es así, podremos hacer un uso distinto de
los recursos. Es necesario también preguntarnos por la tarea del trabajador social en
relación con la burocratización y la gestión asociadas a los servicios sociales porque
es también un problema ético:

Entonces, al final también es un problema de justicia social, ¿no?, en ese caso tan
concreto. Entonces no creo que sea un problema únicamente económico; o sea, es cierto
que es uno de los problemas que más tienen que atender los trabajadores y trabajadoras
sociales, pero son problemas también éticos porque les supone también cuestiones como
estas. Y lo que creo es que no hay que caer en esa burocratización o en ese trabajo social
solamente como gestor de recursos. Un trabajador social tiene que ser algo más que un
gestor de recursos. (E. 12)

Por supuesto, está la posición del trabajador social en servicios sociales especia­
lizados que desea salir de esta burocracia en la que se halla situado y confrontado,
y reclama espacios de intervención más complejos que la mera gestión de recursos,
incluso en los servicios sociales de atención primaria.

... las trabajadoras sociales que estamos en recursos especializados sí que tenemos
también la responsabilidad de pedir unaformación que nos permita realizar esas tareas
especializadas... tenemos una tarea diferente a la de información, valoración, acompa­
ñamiento y seguimiento.... tenemos que estar en el grueso de la intervención y reclamar
nuestro espacio en el tratamiento familiar. (E. 9)

59
Así pues, el trabajo social, ha de gestionar los servicios sociales, pero nunca en
detrimento de la pérdida o de la disgregación de algunos de los valores asociados al
mismo. De todas las maneras surge la pregunta acerca de si es posible hacer trabajo
social con recursos y servicios sociales a la medida del sujeto que demanda. ¿Es posible
un traje único para los usuarios de servicios sociales? Y ¿qué pasa si no es así? ¿En
dónde situamos las referencias para un trabajo social de calidad?
En este sentido, Esperanza Moheda (1999) afirma en el mencionado artículo que,
cuando se demanda una prestación en servicios sociales, es necesario realizar una
valoración en profundidad de la misma para evitar tamizar, taponar, ocultar los ma­
lestares más profundos que queden enmascarados en una demanda más manifiesta,
más visible. De este modo evitaremos la simple gestión del recurso y pondremos en
marcha una intervención más compleja, en la que el recurso sea sólo un instrumento
para el cambio y no la ilusión de una solución, una intervención que vaya más allá del
síntoma y del problema manifiesto.
La comprensión del fenómeno de la burocratización y -p o r qué n o - su justificación
de la misma, viene del lado muchas veces de la alta demanda asistencial y de los múl­
tiples compromisos que conlleva. Pensar en el trabajo social en términos necesidad-
recurso es constreñir en exceso al trabajo social y, por añadidura, a los servicios sociales:

... considero que antes hemos hecho un trabajo muy valioso,pero como no teníamos
soportes adecuados donde volcar esa información... se ha perdido y en el momento en el
que estamos y con el volumen de población que atendemos y el volumen de profesionales
que somos, es necesario que haya, y yo creo que es una herramienta fantástica. (E. 2)
... que no entienden qué es eso de la intervención social, parte de la gente entiende
que es buscar recursos y hablar con otros recursos y coordinarse y... yo creo que es una
visión muy pobre y creo que es lo que estamos tratando de explicar. (E. 9)

El mayor número de profesionales del trabajo social se encuentra en los centros


de Servicios Sociales de Atención Primaria de las diferentes comunidades autónomas
españolas. Es aquí donde, en general, las profesionales entrevistadas plantean que se
están produciendo los mayores niveles de burocratización en trabajo social, pensada
y entendida como gestión de servicios sociales y de realización de protocolos y tareas
múltiples vinculadas a la gestión.

... el trabajador social está controlado por una normativa propia, y se puede convertir
en, simplemente, un transmisor del control que él recibe (E. 3)... se rellena el protocolo:
tú sí, tú no, tú sí, tú no. Con lo cual el trabajador social es un controlador controlado...
Un sujeto sujetado. (E. 3)

Las palabras de esta entrevistada en relación con el controlador controlado no dejan


de ser paradójicas. Los trabajadores sociales como garantes del Estado de bienestar
ejercemos un control social y, a la vez, la maquinaria burocrática nos controla a través
de unos mecanismos que se traducen en protocolos y demás armas administrativas.
En estos tiempos hablar de trabajador social es casi sinónimo de servicios sociales. Es
constatable como estos soportan la mayor carga, como venimos diciendo, y presión
60
asistencial en materia de acción social. Ahora bien, los tiempos de intervención de
los profesionales están medidos y determinados por los responsables municipales y/o
autonómicos. Más ahora que los servicios sociales han de paliar, en gran medida, los
efectos de la crisis económica.
España, en pocos años, ha legislado abundantemente en materia de serv icios sociales
aunque toda\ia, por la manera en que lo establece nuestro ordenamiento jurídico, no
tenemos una lev general de servicios sociales, l as leves de segunda y las denominadas
de tercera generación en la materia (Antoni Vi la: 2009) incorporan al Tercer Sector
como proveedor \ gestor de servicios y asi lo constatan los diferentes entrevistados.
La mercantili/ación en materia de servicios sociales es un hecho. La Administración
pública y el Tercer Sector (en sus diferentes modalidades) son proveedores de apoyos y
de recursos para los Estados de bienestar en sus diferentes modalidades de acción social.

Y últimamente creo que las instituciones se la han jugado mucho en todo el tema de
mercantili/ación de sus propios sen icios y han perdido el horizonte. Y en esc scntic/o
lo ético tiene que ver con lo transformación también, transformación de la persona,
del trabajador social. ) luego en el fondo una transformación social, ¿no? L's que si al
final las instituciones, el trabajo social están mercantili/ados, no hay un trabajo social
autentico, ¿no? 1lay que crear espacios desmercantil izados. (E. I )

Esta mercantili/ación implica, además, una concepción del sujeto que demanda
como un sujeto consumidor que tiene derechos en un mercado de servicios, cuestión
que puede tamizar y/o ocultar en gran medida muchas de las realidades que le acom­
pañan, además de que implica también cuestiones de calidad de los servicios. Con la
burocratización del trabajo social, como plantean algunos autores, pierde importancia el
diagnóstico del trabajador social acerca de la naturaleza del problema y de la situación
psicosocial del sujeto que lo padece. Las cuestiones que priman en la interv ención social
hoy en día son la conceptualizaeión y la visión del problema realizada por el gestor a
la hora de entender y determinar cómo se han de tratar y resolver los problemas. Son
un claro ejemplo los numerosos protocolos sobre los procedimientos exigidos para
la resolución de una situación dada e, incluso, sobre los tiempos que ha de dársele a
cada sujeto para presentar su demanda; y lo que todavía parece peor: el control de los
tiempos de escucha para cada profesional en cada situación. Es un hecho constatado
ya que cada profesional ha de atender a un determinado número de personas a lo largo
de su jornada laboral, así como a qué ha de dedicar su jornada; es decir, cuánto tiempo
para coordinación, cuánto para gestiones, para visitas domiciliarias, etcétera.
¿Cómo afecta todo esto al trabajo social? ¿Es distinto el objeto del trabajo social
en el contexto de los servicios sociales generales que en el contexto de los servicios
sociales especializados? ¿Es así en todas las parcelas en las que tiene espacio y repre­
sentad v ¡dad el trabajo social? ¿Es sólo en el campo de los serv icios sociales generales?
¿Es distinta la situación del trabajo social en los servicios sociales especializados? ¿Se
realiza un trabajo social diferente según el lugar de la praxis? ¿Es necesario hablar de
especialización en trabajo social? Por último, ¿permitiría la especialización un trabajo

61
social menos burocratizado? Y lo más importante en el tema que nos ocupa: ¿qué
relación tiene todo lo analizado con la ética?
Veamos qué nos dice al respecto un caso paradigmático del trabajo social, el de la
protección de menores:

... tengo un caso reciente Je una nena que... el novio de... la pareja de la mamá
había intentado abusar varias veces... Se puso una demanda a este señor, una orden de
alejamiento, la niña seguía comiendo con la madre... paso un informe de urgencia a la
Comisión de Tutela planteando esto, ¿no? E incluso planteando una medida de protec­
ción para esta menor. Y desde Comisión de Tutela se abren comisiones informativas...
Informalmente, en un espacio de coordinación, pregunto qué posibilidades hay para
agilizar un poco la historia. Que qué se puede hacer. Y me dicen que para que sea ágil,
y esta niña quiere salir de su casa, lo que esta niña puede hacer es denunciar ella. De­
nunciar a su madre... por incumplir... Vamos, yo ese día lloré en el pasillo. Y vamos, sí
que había ahí un dilema, que no está resuelto. Y es toparte con el muro y es ¡qué mierda
de sistema de protección! Si yo le tengo que decir a una niña de dieciséis años que tiene
que denunciar a su madre, cuando se ha venido desde el culo del mundo, con su madre
que no conoce de nada, con una relación que tiene de mierda ahora mismo. (E. 9)

La aportación de la entrevistada es clave desde el punto de vista ético, a lo que se


añade el malestar profesional; es decir, cómo afecta emocionalmente a la profesional
el embudo burocrático y, por tanto, a su moral. Así pues, surgen multitud de preguntas
acerca de cómo podría resultar una intervención que protegiera a esta menor con un
aparato de protección menos sofisticado y más comprensivo; un método que contemple
los procesos evolutivos en la infancia, los avatares y los tipos de vínculo patemo-filial,
además de los mapas explicativos sobre emigración, duelo, familia transnacional y
familia reconstituida; y, por supuesto, de teorías comprensivas acerca del fenómeno de
los abusos sexuales. Sin toda esta información nos resultará difícil entender las graves
dificultades por las que atraviesa esta unidad familiar en el momento de su reunifica­
ción y del terrible dilema al que se somete a la menor. También nos resultará difícil
empatizar con la profesional que sufre estas limitaciones. A pesar de todo, como dice
ella, es su madre y denunciarla supone para la menor denunciar el único vínculo posible
en estos momentos en el país con un coste para su psiquismo difícil de valorar: ¿Qué
le queda si denuncia? ¿En qué y en quiénes se apoya emocionalmente esta menor al
denunciar? Y ¿cómo trabajar con esta madre? ¿Desde dónde posibilitar un encuentro
entre ambas que les permita hablar y elaborar la experiencia de la emigración, de las
pérdidas, de los duelos inconclusos?
Son algunos de los problemas éticos, entre otros muchos, sobre los que hemos
de reflexionar. Por tanto, la intervención con esta familia ha de contem plar todas
estas cuestiones teóricas que permitan una mejor planificación de la intervención.
Aquí es donde reside el núcleo de la cuestión que venimos tratando en este capí­
tulo sobre las estrechas relaciones de coherencia entre ética, teoría y técnica y los
extravíos y confusiones que se derivan de la identificación entre trabajo social y
servicios sociales.

62
1

'

No podemos terminar este apartado sin hacer unas breves reflexiones acerca de las
disyuntivas de las personas entrevistadas. Es cierto que la burocratización supone un
control de los profesionales y de las personas, pero ¿es esta la responsable de la falta
de una intervención social más integral? Desde nuestro punto de vista no es este el
único problema, en todo caso sería un síntoma que aqueja al trabajo social. Síntoma
que en gran medida estriba en objetivos que escapan a nuestras posibilidades, dema­
siado ambiciosos a veces y otras ceñidos a un ideal; también en la falta de técnicas e
indicaciones sobre cómo conseguir estos cambios es donde surgen las dificultades para
realizar intervención social. El problema estriba en la falta de formación teórica, ética
y técnica, además de la falta de flexibilidad de las instituciones sociales, como se ha
podido observar. Respecto a la necesidad de relacionar la ética con la teoría se pronun­
cia también Esperanza Moheda (2008): “Asumir la responsabilidad ética de nuestros
actos, reconocer nuestra autonomía relativa a la hora de actuar y ser conscientes de
la necesidad de una deliberación previa a cada decisión moral... Por tanto, sólo con
una elaboración teórica pertinente podremos encontrar sostén de un acto profesional
éticamente digno” (2008: 149).

Implicaciones éticas en el proceso de intervención


En este apartado vamos a analizar, como su título indica, las implicaciones éticas
que se pueden observar en el proceso de intervención. ¿Qué queremos señalar con esta
amplia denominación de la intervención? Algo que no se suele tener en cuenta: que el
proceso de intervención comienza desde el momento en que una familia o individuo
se pone en contacto con un servicio y no cuando se inician las gestiones para la ejecu­
ción de las decisiones que se han tomado conjuntamente con el sistema-cliente. Así,
de acuerdo con esta concepción que, por otro lado, debería ser reconocida en todos los
ámbitos profesionales, el análisis de las entrevistas se va a realizar siguiendo el orden
de las fases del procedimiento de intervención, es decir: estudio de campo, análisis
diagnóstico, planificación, ejecución y evaluación.
Como se podrá observar a continuación, las respuestas se centran en su mayoría en
la valoración diagnóstica y en la planificación, considerada como toma de decisiones.
Es significativo que no hayamos encontrado respuestas relativas a la primera fase,
estudio del campo, ni a la última de evaluación. Es esta la gran ausente del proceso
de intervención en España, aunque en el apartado dedicado a la supervisión se harán
referencias o tímidos intentos de reflexionar sobre el tema.
Tampoco hay referencias, o son poco relevantes, a cuestiones técnicas tales como la
escucha, la vinculación, la relación con el sujeto que demanda, los espacios de palabra
y la creación de contextos de colaboración y de cambio. Así, el cambio y las reglas
para promoverlo son cuestiones poco planteadas. Es imprescindible poder situar la
escucha frente al sujeto en un contexto amplio de comprensión y de los fenómenos
que acompañan el malestar y los problemas que narra. Una buena técnica, que deviene
de un buen marco teórico, permitirá resituar las demandas en espacios de trabajo más
reflexivos y comprensibles.

63
Analizadas algunas cuestiones relativas a la intervención, es obligado detenemos
en las implicaciones éticas derivadas del proceso de intervención tras la acción y la
toma de decisiones que conlleva. Por ejemplo, ¿por qué decidimos la retirada de unos
menores o no? Y ¿en qué momento? ¿Qué nos lleva a solicitar a la f iscalía el inicio de
un expediente de incapacitación para una persona con discapacidad? ¿Por qué aceptar
o no la petición de una ayuda de emergencia social para una familia? ¿Por qué esta
prestación y no otra? No hay ningún manual que nos diga cuál es la mejor decisión
que debemos tomar ante una situación dada.
A veces las entrevistadas nos relatan la toma de decisiones en relación con dilemas
éticos, pero es necesario preguntarse si no se trata de decisiones problemáticas que
estarían enmarcadas dentro de la ética individual. Y como ya se ha dicho, no todas las
decisiones en trabajo social son di temáticas. Es frecuente que nos encontremos con
preguntas técnicas importantes en el diseño de la intervención, tales como ¿protejo al
menor? Este puede estar viviendo una situación de desprotección, pero su retirada puede
implicar mucho sufrimiento para él y sus padres. Las instituciones de protección ¿van
a dar respuestas a las necesidades de bienestar de este menor en particular? ¿Protejo
entonces a los padres? Mi decisión podría evitar o paliar el sufrimiento por la retirada
del menor, pero implicaría ocultar una situación de maltrato o desprotección por parte
de estos. En suma, ¿cómo proteger a la familia? Como dice Salvador Minuchin (1996),
el bien del niño es el bien de la familia y viceversa. Tratar de decidir un bien en contra
del otro es desmembrar la intervención. Quizás tengamos que revelar la situación en
la que se encuentra la familia para poder planificar una interv ención de acuerdo a unas
hipótesis más cercanas a la verdad que las que estamos planteando: la de optar por el
bien del niño o de la familia.
La intervención sólo puede hacerse entendiendo las funciones de control propias
del trabajo social, que no las del trabajador social en particular al que le corresponde
manejar las reglas de este contexto de control para favorecer el cambio de los sujetos
implicados. Es así como lo señala una de las entrevistadas:

... alfinal me agarraba a lo que la ley recoge que Jebe ser y cuál es el criterio... (E.5)

Es preciso aclarar en este punto que todavía algunos trabajadores sociales no en­
tienden o no tienen clara la relación del trabajo social con el control social:

... a /a relación del trabajo social y el control social, realmente no entiendo muy bien
esta cuestión. (E.4)
Bueno, no tengo un criterio, me preocupa pero no tengo criterio. (E.l 1)

Este es un tema estrechamente relacionado con la cuestión del poder, que no po­
demos excluir de este análisis. En este aspecto, el discurso de las entrevistadas gira
en tres direcciones: la gestión, el control y la coerción. Aparece el análisis del poder
como control de la institución sobre los profesionales pero, a la vez, el control de estos
sobre los usuarios; y también surge el control como defensa de los derechos de los

64
usuarios y los principios de la profesión, como el de autodeterminación, en relación a
la preocupación por no generar dependencias en los usuarios:

A mi me parece que... Mira, uno de los casos evidente es que nosotros tenemos que
hacer uso de ese poder en defensa de los derechos del menor, discapacitados, mayores...
Yo creo que, yo diría, somos el brazo largo del Jisca!... Que el fiscal supervisa por el
interés de los desprotegidos, ahí es donde tenemos control en el sentido positivo de la
palabra. Lo que ocurre es que a veces ese poder lo trasladas a otras intervenciones que
tienen que ver con tramitaciones de prestaciones, que no tienes derecho... Por eso son
tan horrorosos los sistemas en los que no hay derechos y son aleatorios, son prestaciones
no derechos. La aleatoriedad de las prestaciones. (E. 15)

De ahí que la labor de mediación pueda ser vivida como un recurso profesional por
medio del cual se cuida al “otro”, a la vez que se cuida uno a sí mismo, y a la par de
que, si se actúa correctamente, se cuida también a las instituciones:

... yo me siento más como mediadora. Y en ese sentido tiene que ver con la autode­
terminación de la persona. Entonces, es un poco poder ver la gente, utilizar lo menos
posible la autoridad o utilizarla para ayudar a la gente... Y luego eso tiene que ver con
no generar dependencias, con el control que tú quitas siempre con el objetivo de poderlo
devolver... A mi me parece que entronca mucho con los procesos democráticos, quizás
porque tengo unos conocimientos muy relacionados con los colectivos... Y hasta que
yo no lo he podido negociar con el rollo este del control, pues no he podido estar más
tranquila. (E. 9)

La cuestión del poder se refiere a problemas en su gestión cuando se trata de retirar


recursos o prestaciones, pero también en caso de conflictos entre las éticas pública y
privada de los propios profesionales, como una supervaloración del profesional frente
a la falta de poder del usuario:

... supone también premio y castigo, y hacerlo como aquello que necesita la persona,
como algo garantista cien por cien... Es muy difícil, sobre todo en un sitio donde la
prestación básica es el alojamiento, entonces eso es muy difícil. (E. 1)
... pues cuando haya que rescindir la estancia a una persona, por lo que sea, porque
se le ha puesto unos objetivos y nos los cumple, que ¡a única alternativa no sea la calle,
que la alternativa sea otra solución residencial. (E.l)

En la respuesta siguiente vemos la reflexión sobre el control jerárquico -ser un


controlador controlado-, a la par que la posibilidad de hacer compatible el respeto a la
autonomía del usuario con el del trabajo de control profesional:

... que mover un poco el prisma también, a ver, cómo el trabajador social controla y
es controlado. Quiero decir, que... Por ejemplo: en un determinado momento una persona
solicita una determinada prestación social a un trabajador social que va a controlar
que efectivamente aquella persona tenga las características adecuadas para recibir
aquella prestación del tipo que sea, da igual la que sea. Lo que pasa es que, a su vez,

65
el trabajador social está controlado por una normativa propia, que se puede convertir en
simplemente un transmisor del control que él recibe. Quiero decir que a veces no hace
un trabajo de campo en el que verdaderamente ve si hay una evolución, si ese control
le sirve al sujeto para una evolución hacia algún lugar, eh... más creativo, mejor, tal, y
se limita, simplemente, a ser el transmisor del control que recibe. Y eso a mí me parece
muy terrible. Me parece además una deformación de la profesión, que claro... (E. 3)

El manejo del poder en el campo de menores exige navegar por contextos de in­
tervención que requieren hipótesis elaboradas para este campo concreto y un buen
conocimiento de las reglas que las sustentan, además de la asunción de las funciones
de control social que derivan de esta particular intervención profesional. Aquí nos en­
contramos con una cuestión decisiva para este capítulo: la de la formación en las teorías
explicativas de tercer nivel que ayudan a comprender el campo de la intervención y a
elaborar hipótesis para tomar decisiones. De ahí que, para algunas de las entrevistadas,
la cuestión se torna compleja y decisiva. Hemos de destacar aquí el hecho de que se
viva como una oportunidad profesional, al igual que en la respuesta anterior, la de
ayudar a la evolución de la persona o protegerla:

... el control quiero pensarlo y vivirlo como una oportunidad más para algunas per­
sonas para conseguir un cambio... el control es una herramienta más para el trabajador
social. (E. 16)
... tenemos funciones de control para proteger en primer lugar a esa persona esa
parte de la dignidad personal; y mi trabajo va a ser que pueda darse cuenta de eso. Que
pueda darse cuenta del daño que se está haciendo a sí mismo y a los demás... a todos,
a su contexto. Y desde ahí es desde dónde yo me siento legitimada para poder presentar
los actos de protección que hacemos un poco desde el sistema... en la mayoría de los
casos sí creo que se pueden presentar desde ahí. Protegerles, tanto a los chicos, a las
chicas como a los adultos, a las adultas, que están haciendo eso. (E. 9)

Si, por el contrario, el tema del control social no se puede vivir en su doble vertiente
-control y ayuda—, puede tener efectos negativos para el profesional. Como técnicos,
hemos de responder de nuestras acciones, de cómo utilizamos el poder que la institu­
ción y la sociedad pone en nuestras manos y de los efectos positivos o negativos que
devienen de las acciones del ejercicio de la práctica porque, ineludiblemente, control
y ayuda caminan juntos. Esta es una cuestión ética de primer orden. Sin embargo, para
algunas personas la función de control supone una gran contradicción:

... es lo que no queremos, pero es lo que hacemos por toda la organización, controlar
y fiscalizar... Yo me quiero situar como una persona ‘de apoyo", o un profesional de
apoyo, pero vas cargada con unas funciones de controladora... Hay momentos en los que
he podido conseguir un buen equilibrio entre no jugar a ser un controlador, pero... es
mentira, es mentira, en elfondo eres un controlador, eres un controlador.... te posicionas
tú más como ayuda pero es mentira. Es que aunque no quieras estás controlando. (E.7)

Por lo tanto, el tema de menores en trabajo social no es baladí. De hecho, la infancia


es el colectivo en el que la Administración debe asumir la responsabilidad sobre los
66
menores que se encuentran en situación de desamparo o riesgo. Y para cumplir este fin
necesita el trabajo de los técnicos que aseguren condiciones óptimas para los menores
tanto en la prevención como en la detección y el tratamiento.
Sin embargo, no es sólo el campo de menores el que nos confronta con la toma de
decisiones; son varios los campos que responden a las múltiples actividades del trabajo
social. Los entrevistados se refieren tanto a la incorrecta gestión del poder, como al
uso de una situación por parte del profesional en el momento de la gestión, control o
coerción que ejerce sobre el usuario, pero no al poder que le asiste a este como el otro
de la relación profesional que da sentido al Yo profesional.

La decisión que se torna en un momento determinado de tutelar a unos hijos, es el


ejemplo más así... también en otros campos de servicios sociales, en salud y tal también
se toman, ¿no? O en juzgados, ya no digamos, cuando hay un informe para unjuzgado
o que va a tener implicaciones de capacidad o no de un usuario... (E. 6)
Yo he hecho intervención directa muchos anos y creo que el rol que te da la inter-
venci()n es... te inviste de una capacidad y poder que tienes que manejar con mucho
cuidado, porque trabajas con una persona en la que se te otorga muchísimo poder. El
otro viene a pedir ayuda, no quiere decir que sea inás débil, pero viene a pedir ayuda,
y tú estás en la posición del que ve, decide si la da no la da... En el rol de director tú
también estás en una posición de poder, en la que tienes una capacidad de escuchar
una situación, pero también la capacidad de decidir... O sea, que ahí creo que también
tienes que ir con muchísimo cuidado. Pero la base, me parece que tiene que ser muy
parecido o igual... (E.14)

Estamos frente a cuestiones éticas muy complejas. Hemos de tener en cuenta que,
a veces, los profesionales no podemos decidir en el sentido literal del término; sin
embargo, a través de los datos emitidos en los informes, proporcionamos herramientas
para que una instancia superior decida. En los contextos de control es claro: ordenamos
los datos para que las instancias superiores (jueces, comisiones, etc.) en sus respec­
tivas competencias decidan incapacitaciones, guardas y tutelas, lo que ha de hacerse
explícito a la propia familia, sujeto en la intervención. Si es así, habremos tomado la
responsabilidad ética y profesional en la intervención. Ya Mary Richmond hablaba de
la importancia de implicar en la toma de decisiones a los clientes.
La participación del usuario en su propio proceso de autonomía y autodeterminación
no debería limitarse a la participación en el proyecto, sino que debería plantearse como
un proceso dinámico que se inicia en el preciso momento en que llama a la puerta del
trabajador social. El otro cambiará en función de sus posibilidades y no en la de las
propuestas y tiempos del profesional. Es responsabilidad de este respetar los ritmos de
las personas que acompaña, así como facilitar el proceso de cambio.

Otro de los retos étieos en la intervención es la participación de los usuarios... Sí,


hacer el diseño de los proyectos contando con su participación, que a lo mejor no es
elaborando el proyecto, porque, bueno, no dejamos a veces de pensar en los proyectos
desde nuestras necesidades, las necesidades de la institución o de lo que nosotros pen-

67
sanios que son las necesidades de las personas. V esta es una dimensión fundamental
porque es una dimensión política, una dimensión política importante... (E. 1)
... siempre hay posibilidades para implicar al otro en el proceso de decisión... ex­
plicarle las alierna!ivas, preguntar cómo lo ve él, qué considera que sería mejor para
su propio proceso, hacerle partícipe. Trabajo en un contexto de control, pero yo no soy
el juez ni el policía. Pero es evidente que el hecho de que esté ahí, de que exista todo
el proceso, significa que hay un control social sobre tas conductas, un limite social. Al
principio no me gustaba, me resistía a identificarme en mi función de control, pero estoy
ahí, es inevitable, ¿por qué no sacarle el máximo provecho? (E.13)
... incluso en un trabajo como el mío en el que se nos supone una decisión sobre la
vida de los demás, si en su interior realmente ellos no hacen suya la decisión, no deci­
den... nadie decide, ni unjuez... Las decisiones no funcionan, no sirven. Eso me merece
mucho respeto. (E. 13)

Pero a veces la decisión no es consciente; se decide sin decidir intentando que sean
otros los que la asuman y se responsabilicen de la misma en el proceso de la inter­
vención. Diferentes son los motivos, en especial los miedos que bloquean el proceso
mismo de la intervención.

... un caso de menores que yo lo escondí, porque me daba mucho miedo enfrentarme
a una separación, lo escondí mucho, hasta que ya no se podía esconder más. Y además
lo hice muy mal, porque lo saqué cuando ya me iba, porque no tenía más remedio. (E.9)

Aveces también la información, elemento clave para la decisión en la intervención,


obstaculiza la toma de decisiones por el conflicto ético que lleva aparejado: el cómo
administrarla, manejarla, difundirla.

... muchas veces es según cómo se transmita la información a quién beneficia... y si el


objetivo es el beneficio del menor te cargas a la gente por el camino. Entonces, ¿hasta
qué punto el beneficio del menor es matar a la madre o matar al padre? entre comillas,
eh. Sabes pero... sí, y los planteábamos así. Estoy preparando este informe, tengo este
caso y... este es el problema con el que me he encontrado. Y al final se tomaba una
decisión en equipo o la jefa. Y a veces la que se tomaba en equipo, porque también hay
un cuarto, menos poderoso que el juzgado pero más poderoso que tú, que es el Instituto
del Menor, con lo que a veces el equipo tiene un criterio, la coordinación otro, que a
veces es un poco dispar. (E. 11)
... pensando además en las dificultades que surgieron creo que fue bastante negativo
para la intervención, porque la familia se perdió entera, dos niñas muy chiquitas con
muchas dificultades en la unidad familiar, entonces fue negativo el transmitir la infor­
mación... Yo lo valoré como algo ético y algo totalmente con respeto hacia la familia.
peto sobre todo el primando la situación de riesgo en la que yo veía a esas dos niñas...
era una familia que tenia muchísimas dificultades... (E.2)

Así es como algunas de las entrevistadas refieren la importancia del poder en relación
con el manejo de la información que posee el trabajador social y el uso que se hace de
ella. Es significativo ver cómo se problematizan los profesionales. En efecto, como

68
veremos en el capítulo correspondiente a las organizaciones, las instituciones no son
neutrales, no están hechas de un material ante el cual se pueda quedar impasible nadie.
Las instituciones provocan sentimientos muy contradictorios. La confidencialidad, a
quién va dirigida la información, la presión por obtener una información que no se
puede dar, etcétera, son algunos de los conflictos que se viven en las instituciones de
servicios sociales:

... o sea, yo creo que tenemos control: o sea. un trabajador social muy de a pie tiene
control y tiene poder, sobre detemiinadas decisiones y juicios y orientaciones, Je cada
caso, ¿no? La veces da miedo, dependiendo mucho quién sea y en manos de quién,
o sea. quien lo lleve a cabo puede ser un peligro, ¿no? Y una capacidad de influir en
otros profesionales, tenemos mogollón de información, mogollones de argumentos, bien
utilizados, pues como todo, ¿no? Pero se escapa un poco de control y se piensa poco en
la repercusión que se pueda tener. (E.6)
Es que en los puntos de encuentro, si hubiese detrás un juez que se leyese los infor­
mes que tú haces habría... mucho, mucho peligro con una historia... Sí creo que hay
situaciones que según la intervención que hagas, cómo traslades la información y dejes
que el otro se comporte, actúe o participe o tal, para el otro puede tener consecuencias
en función de lo que hagas... Bueno, no tengo un criterio, me preocupa pero no tengo
criterio. (E.l 1)
Lo que sí es legal es que si preguntan por alguien yo no puedo ocultar la información
de que ese señor esté aquí. Y luego, entrar en la vida de las personas tampoco puedo...
en eso estoy protegida, digamos. A lo que sí estoy obligada es a decir si está aquí. Y
luego los policías, pues, unos con mejores modos y otros con perores intentan que tú
les pases información de eso. (E.8)

Desde los propios espacios institucionales se dificulta la toma de decisiones por los
contenidos que se vierten en las reuniones habilitadas para tal fin.

... los juicios que se hacen a las personas, en los equipos de trabajo con menores y
familias (ETMF) y esas cosas. Porque si es una cosa de tripas, se toca el tema de la
justicia, se hacen cosas tremendamente injustas. (E. 9)

O, en muchas ocasiones, surgen dudas por la cantidad de información que se tiene:

... manejamos información súper, súper confidencial e intima de las personas, que
nos traspasamos de unos a otros profesionales... pero yo siempre tengo dudas de si es
un exceso de información y de cómo manejarla. Así como en un campo como el de la
salud hay una historia clínica común, aquí hay expedientes de administrativos y luego
también hay expedientes, historias, casos personales con informes sociales, psicológicos,
clínicos y tal. Pero a veces me planteo si no es demasiada información, me da como
miedo no estar utilizando bien la información de las personas... (E. 6)

Por otro lado, el diagnóstico social, producto del temor al significado que evoca al
concepto médico, y producto también de la falta de modelos para su enunciación, está
siendo paulatinamente abandonado en trabajo social. En este punto del discurso es im­

69
prescindible traer a colación el artículo “Apuntes para una valoración diagnóstica de
Alfonsa Rodríguez y Teresa Zamanillo (1992), citado en el apartado de la intervención
social, para revisar cuestiones relacionadas con el diagnóstico. Las autoras analizan
los riesgos que se derivan de una actuación profesional espontánea, solo intuitiva,
fundamentada en una práctica que ha sido nutrida sólo de la práctica misma y, en
muchas ocasiones, llena de prejuicios que producen un alto riesgo en la intervención
social. Lo hacen analizando las prácticas de dos trabajadoras sociales en posiciones
diferentes con respecto al trabajo social: una dotada de una amplia formación sistémíca
y la otra orientando sus prácticas desde el sentido común y el discurso del buen hacer.
Las consecuencias que se derivan de sus quehaceres profesionales para el sujeto que
demanda la ayuda son diferentes.
Las autoras refieren que es en el primer encuentro en el que ha de hacerse un esfuer­
zo metodológico de reconocimiento de los prejuicios y las prenociones profesionales.
El acto profesional es un espacio de reunión en el que ambos participantes -cliente y
trabajador social- se abren a una experiencia de interacción, en la que la escucha es
la actitud fundamental que ha de adoptar el profesional. ¿En qué consiste este tipo de
escucha? Es, como decimos, una actitud del profesional que muestra en la relación
cómo puede escuchar al otro, cómo puede originar un diálogo reflexivo entre las dos
personas. Esto puede ayudar, en primer lugar, al profesional a establecer hipótesis y
reformular su planteamiento sobre la situación, pero también a la persona o las personas
que acuden a él. Así se va contrastando la información que recibe y se puede hacer
una construcción conjunta de la valoración diagnóstica que da origen a un tratamiento
social. De no hacerlo así, corremos el riesgo de elaborar un diagnóstico lineal con una
perspectiva causal y única del malestar que acompaña al sujeto, que le coloca como
una “unidad de sentido aislado”. No es posible interv enir sin comprender. La teoría es
fundamental para lograr la coherencia con la técnica y este elemento ha de estar presente
a lo largo de cualquier proceso de intervención. Nuestras intervenciones, nos dicen las
autoras, han de “ser comprendidas en el marco de una nueva actitud metodológica: el
diagnóstico como consecuencia del estilo de interacción profesional-cliente y el contexto
asistencial donde se lleva a cabo. Dicha actitud elige como concepto nuclear la noción
de interacción dentro de un proceso de comunicación” (op. cir., 1992).
Las conductas tienen un sentido que es preciso descubrir, una narrativa por explorar.
Estas sólo pueden encontrarse en un marco conversacional adecuado, libre de prejuicios
y de prenociones que constriñan el encuentro con el sujeto con quien trabajamos. Este
modo de intervenir aminora y neutraliza los riesgos que se deriv an de una actuación
profesional espontánea. Y es que “la mala práctica” puede determinar una vida. Con
ello queremos decir que un diagnóstico mal elaborado por falta de información, falta
de criterio técnico o cualquier otro tipo de ignorancia puede tener efectos no deseados.
Es en las prácticas donde reside el nexo más importante entre teoría, técnica v ética.
Una valoración diagnóstica sólo puede hacerse con conocimiento, v la falta de
formación (y las consecuencias que de ello pueden derivarse) va a favorecer la rea­
lización de diagnósticos lineales, en términos de causa efecto, y. por tanto, alejados
de la complejidad que acompaña a las prácticas del trabajo social. La perspectiva

70
j
desde la que se interpreten los hechos, el contexto, las explicaciones que las personas
transmitan de su situación, así como la interpretación del profesional sobre la realidad
social que envuelve todo el problema, determinarán el futuro del sujeto demandante.
De ahí la necesidad de hacer un trabajo consciente con un marco conceptual que ayude
a comprender la situación, en lugar de actuar, por ejemplo, con un protocolo como
única posibilidad de acción.
Una nueva actitud metodológica para elaborar el diagnóstico precisa un estilo de
interacción entre el profesional y el usuario que se lleva a cabo dentro de un proceso de
comunicación, decíamos; pero conversar exige habilidades y teorías que permitan no
sólo entender qué le acontece al sujeto que demanda, sino cómo planificar el cambio,
dirigirlo, acompasarlo. Conversar implica dar opción a hablar de la relación que se
establece entre el profesional/usuario. Es decir, implica poner en marcha procesos de
metacomunicación que den luz a la relación profesional y evita posiciones de poder y
de sumisión en la relación con los usuarios. Porque, como señalan Alfonsa Rodríguez
y Teresa Zamanillo: “El sujeto con el que trabajamos, aquel que solicita nuestra ayuda
profesional no es un personaje desprovisto de proyectos, de capacidad de interacción,
propósitos y percepción de lo que sucede. Es un sujeto dotado de subjetividad, que
se incorpora al acto profesional de ayudarse a sí mismo y dejarse ayudar, con una
conciencia -clara o falseada por múltiples condicionantes- de la situación que vive”
! (op. cit., 1992: 48).
Se trata de adquirir información del usuario y pensar con él lo que demanda; supo­
ne también ir construyendo una hipótesis conjunta y redefiniéndola en el curso de los
sucesivos encuentros. Si se actúa con esta organización, casi con toda probabilidad no
habrá necesidad de confrontar las percepciones e interpretaciones que se nos ofrecen
y que promueven resistencias y se pierde el potencial del vínculo terapéutico; y, como
dice Cancrini (1991), el proceso de valoración diagnóstica será el resultado de construir
algo nuevo en un trabajo de investigación común.
El diagnóstico es, según las autoras citadas, “el ordenamiento y la categorización de
los datos que observa el profesional, orientado a producir un cambio, es decir, delineado,
desde el inicio, por un propósito terapéutico.” En este sentido, la teoría acude a nuestra
llamada, y lo hace ayudándonos a organizar los datos obtenidos en la conversación,
según un marco teórico determinado. Explicar los fenómenos y sus procesos requiere
teoría para poder desarrollar una práctica comprehensiva y, por tanto, ética, alejada lo
más posible de la subjetividad que acompaña al técnico. De ahí la necesidad de dispo­
ner de la mayor información teórica posible para no caer en lo puramente descriptivo,
como es la lista de necesidades que se plantea con tanta frecuencia en trabajo social.
En la siguiente cita se subrayan los aspectos que venimos señalando:

... tu modo de concebir la realidad social o tu percepción de las cosas y de la vida


condicionan de alguna manera tu diagnóstico (...) La cuestión es cómo saber analizar
eso para que eso no impida poder hacer un diagnóstico no tan... subjetivo, que lo estés
haciendo enfunción de tus criterios, de tuforma de concebir la vida... Porque tal y como
configuras tu vida y las relaciones en el fondo, condicionas también la intervención, lo
ves de una manera diferente, lo enfocas de una manera distinta. (E. 5)

71
Ahora bien, lo que nos trasmite una parte de los entrevistados es la necesidad de otro
tipo de diagnóstico, que no se quede en la mera lista de necesidades y de recursos; un
diagnóstico que avale las prácticas del trabajo social como una realidad tan compleja
que necesita más formación que la que se tiene al terminar los estudios académicos.

... me parece que el hecho de... la formulación del diagnóstico es un punto clave,
es un punto muy importante. Porque creo que en la medida en que nombras algo le
das unas posibilidades u otras y estás determinando muchísimo por dónde va a ir la
historia, y a mí eso me parece una gran responsabilidad. Una de las grandes peleas de
nuestros equipos, bueno en el sistema en general, es la búsqueda de un diagnóstico. Y si
es un diagnóstico de salud mental mejor que mejor. Porque cuanto más oscuro, menos
responsable se siente la gente. Para mí es comunicación, pura y dura, comunicación y
poder Y luego, diría más, comunicación, poder y responsabilidad. (E. 9)

Esta entrevistada se refiere a un diagnóstico que permite evadir la responsabilidad


en las acciones, desde el momento en que se delega en otro, en este caso en el psi­
quiatra, al que quizás se le atribuye más saber. La posibilidad de la elaboración del
diagnóstico en los equipos interprofesionales plantea la cuestión de cuál es entonces
el papel del trabajador social en la intervención psicosocial. A medida que la burocra-
tización aumenta, se va delegando cada vez más la responsabilidad de la intervención
en otros profesionales, lo que supone una fragmentación cada vez mayor no sólo de
las actuaciones del trabajo social, sino también de la visión del ser humano y de los
problemas que le acompañan.

Una corriente que yo escucho mucho de necesitar psicólogos, ahora por todos los
sitios, que puedan hacer diagnósticos. En el distrito en el que yo trabajo se paga a un
psicólogo externo para que pueda estar en las juntas. (E. 9)

¿Qué ha pasado con el diagnóstico social? ¿Qué lugar ocupa en los equipos mul-
tiprofesionales? Es este un tema que no abordan los entrevistados, sino de manera
indirecta y pensando más en términos de sus criterios operativos. Es decir, se piensa
más en los ítems que cumple el sujeto en una escala para encajarlo dentro del proto­
colo correspondiente, que en ilustrar y explicar lo que sucede. Pensamos que el haber
delegado en otros, supuestamente más capacitados, la cuestión diagnóstica, ha limitado
nuestra responsabilidad ética frente a las diferentes situaciones conflictivas psicoso-
ciales y frente a la intervención en general. Además, esta pérdida nos ha constreñido a
la burocracia, restando identidad a la profesión, situación a la que hemos contribuido
los trabajadores sociales en mayor o menor medida.
El acto profesional es una acción humana que además implica una relación con
otros, un acto ético: un acto sujeto a, y sujeto de, ética” (Sánchez Vidal, 1999:84). Ahora
bien, del análisis de estas entrevistas acerca de las implicaciones éticas en el proceso
de intervención queda claro que, a pesar de que se contempla la necesidad de una ética
profesional, no se define explícitamente en qué consiste, cuáles son sus funciones y
qué papel debeiía desempeñar el trabajador social en su definición. Y mucho menos
qué relación tiene la ética con la teoría y la práctica.
72
La supervisión como práctica reflexiva
En la introducción al capitulo hicimos una primera aproximación al concepto de
superv isión. Las notas más significativas de la definición de Teresa Aragonés sobre
la supervision son formación permanente, metodología especifica y reflexión sobre la
experiencia del propio trabajo. Un espacio para detenernos, y un espacio para entender
y profundizar en aquellos factores de la práctica social con cierta distancia de la presión
de la tarea cotidiana para tener otra mirada (2010:37-38). Este encuentro nos permite
pensar dónde estamos, haeia dónde nos dirigimos y cómo hacerlo, además de pensar
en cuáles son los valores que acompañan al proceso de aprendizaje.
En general, todas las personas entrevistadas entienden que es tan necesaria la super­
visión como hallar un espacio para desarrollarla. Es asi como lo manifiestan:

... se echa de menos un trabajo continuo de reflexión y evaluación, conjunto, acom­


pañado de superv isión. S eria m nv útil co n ta r con ella. (E. 13)
Ayudaría, p o n /u c seria un espacio de diálogo, de reflexión, de... discusión también.
¿no?, ilc aju ste, si. si. y o creo q u e seria ... qu e e sta ría m uy bien, se ria m uy válido. ( E. 3)
A bsolutam ente, absolu tam en te, creo qu e es n ecesario, q u izá s p o rq u e a d em á s es la
única manera de poder tener un fc c d b a c k respecto a lo que estás haciendo compartido
con los demás; si no, no vas a cambiar, no vas a percibir la realidad de otra manera, nada
m ás d e la qu e tú ves. te q u ed a s coja, ¿ n o ? (E. 5)

Sin embargo, si hay reuniones para aclarar cuestiones relativas a la burocracia o,


en ocasiones excepcionales, para debatir con algún compañero los problemas éticos
que se planteen. Por el contrario, los que plantean una práctica reflexiva, alejada de
las prácticas burocratizadas, añoran la supervisión como herramienta técnica adecuada
para la reflexión y el discurso.

N o h ay e sp a cio s ni reuniones p e n sa d a s p a r a la co o rd in a ció n d e lo d o s lo s equipos.


Se proponen debates cuando hay que tomar una decisión respecto al trabajo o elaborar
un protocolo o con algú n c a so qu e h aya resu lta d o rele va n te o d ifícil y h aya tra scen d id o
la actu a ció n profesion al. Cuando desde la institución se nos ha propuesto hacer algo
a algún compañero que hemos considerado no ético, se ha abierto el debate. El d ía a
d ia s e resu elve en e l eq u ip o pequ eñ o, en e l m icroequ ipo. Y con tin u am en te d e m anera
in form al s e p u e d e c o m p a rtir la d ecisió n q u e h ay que tom ar con otro com pañ ero. Pero
se echa de menos un trabajo continuo de reflexión y evaluación, conjunto, acompañado
de superv isión. (E 13)
Toda la vida lo he echado de menos, to d a la vida. Varias cosas, una la formación.
siem p re... m e sien to J a ita d e inform ación. Y dos. superv isión, siem p re he creíd o qu e una
su p e rvisió n externa nos a yu d a ría a vernos. (E. 15)
La necesidad de superv isión creo que surge con la duda de intervención, ¿n o? S obre
to d o con du da d e intervención, si. (E. 7)

Quienes no manifiestan la necesidad de ser supervisados plantean, por el contrario,


una práctica burocratizada y exenta probablemente de la reflexión que ha de acompañar
una tarea tan compleja como la del trabajo social.
73
Pues ahora no, al principio sí. Al principio sí, en alguna ocasión, cuando empecé
en la práctica, como que tenía un poco más así la cosa de... esto es importante tenerlo
presente. Imagino que, luego, lo importante lo automatizas y ya no recurres. ÍE.11)

Hemos encontrado también confusión entre el concepto de supervisión y el de psi­


coterapia, equívoco muy relacionado con el sentir general en la profesión respecto a
este tema. También es corriente confundir su significado con el del trabajo de reflexión
en el equipo que, en la mayoría de los casos y de las situaciones, se convierte en el
espacio para resolver dudas y tomar decisiones.

Sí, en general. Bueno, cuando he ido a terapia era una supervisión vital, pero... sí.
Entonces, la gente llama supervisión a las reuniones de trabajo... Y sí es cierto que es
una supervisión del trabajo, pero creo tpie la supervisión tiene que tener algo externo,
externo a la institución. (E. 11)
Donde trabajo no hay una estructura que incluya esta forma de supervisión. Existe
una coordinación pero es más funcional o de organización del trabajo, no técnica En
realidad el auténtico apoyo es la experiencia compartida con otros profesionales, com­
pañeros. (E. 13)

Mas no se puede desdeñar esta otra dimensión: el encuentro con los iguales. Creemos
que ante la falta de supervisión bien está recurrir a otras/os compañeras'os de trabajo
con el fin de lograr un espacio de reflexión. Aunque este tipo de superv isión no alcanza
de igual manera los mismos objetivos de aprendizaje integral que los de una supervisión
formal, sí cumple una función de experiencia reflexiva.

... tenemos una reunión del equipo de las trabajadoras sociales una vez a la semana,
no consigue ser un espacio de reflexión... pero pedimos recetas y no hay una receta para
la mayoría de las cosas que se nos plantea. (E. 6)
... recurro a la red con la que trabajo. Si en esos casos recurro a la red con la que
trabajo. Por qué, o sea, porque son la gente que conoce el caso... En ese sentido me fio
de ahí. Y, por otro lado, recurro a gente cercana. La verdad es que la gente con la que
me relaciono pertenece también a este ámbito, son profesionales la inmensa men oría,
entonces ahí también encuentro respuestas. (E. 9)

Incluso uno de los entrevistados propone al Colegio Profesional como referente para
encontrar espacios de supervisión, al igual que se está realizando en Barcelona a partir
de la Ley de servicios sociales de Cataluña 12/2007 que dice: “ Las administraciones
públicas responsables del sistema público de servicios sociales deben uarantizar a
los profesionales la supervisión, el apoyo técnico y la formación permanente que les
permita dar una respuesta adecuada a las necesidades y demandas de la población"
(art. 45.1, Cap. III).

... he recabado ayuda de compañeros, no del Colegio de trabajo social, porque siem­
pre he echado de menos que hubiera una... supervisión profesional a la que se pudiera
acudir, como otros profesionales pueden hacerlo. (E.4)

74
Algunos de los entrevistados plantean que resuelven sus dudas frente a la interven­
ción, sus dilemas y problemas, recurriendo a personas externas a sus equipos y en sus
respuestas no aclaran si se debe a resistencias o dificultades en el seno de los equipos
y, por tanto, si estos pudieran o no necesitar una supervisión grupal.

No, en el equipo no. A lo mejor compañeras de la profesión, externas al equipo sí.


A lo mejor, pues, gente que has estudiado con ellas, o un poco así. Que dices, voy a
contrastar esta esto. (E. 7)
... he contrastado con otras personas que me han podido dar su punto de vista,
para pillar el horizonte de cómo yo lo veo, como... desde dentro, ¿no?... Sí que lo he
hecho con gente extema para que no estén de ninguna manera tan condicionados por el
ambiente o por el análisis de la situación que a mí me genera esa dificultad, ¿no? (E. 5)

La supervisión no es psicoterapia, no es un proceso terapéutico (aunque pueda tener


efectos terapéuticos beneficiosos para el supervisado) ni tampoco una evaluación de
la tarea, en términos de objetivos y rendimiento, ni siquiera una descarga emocional
como podrían plantearlo algunos, porque si fuera así se pervertiría su sentido.

... es una descarga pero no es una reflexión. Y, por lo tanto, yo de los grupos de
reflexión soy dudosa de su efectividad, porque soy dudosa de la motivación previa que
llevan las personas a ellos, creo que hay poca reflexión individual... (E. 4)

La supervisión tiene un coste caro; frente a quién debe pagarla y desde dónde ha de
realizarse son variadas también las propuestas y sugerencias. Lo más significativo es
que, a veces, no se entiende en términos de mejora y calidad técnica de la actividad del
profesional sino en términos de costes para la organización y para la propia persona.

Es muy difícil eso, quiero decir, cómo abordar esa evaluación, supervisión, eso cuesta
dinero, ¡buf!, es un lío de presupuesto, alfinal pasa como cuando se hacen las auditorias.
A mí me parece que sigue siendo un coste, un plus, que es un sobrecoste estúpido, que
podrías destinar a otra cosa, a otro recurso, ¿no?, pero bueno. (E. 1)
... cada 15 días sería mucho, individualizadas sería imposible, porque eso es un
montón de dinero, pero... una supervisión mensual por grupos de profesionales sí que
la tengo yo en mi lista de cosas pendientes. (E. 8)

Indudablemente, las cuestiones económicas, su coste a la hora de plantearlas, tanto


individualmente (ningún entrevistado supervisa y paga su supervisión) como por la
institución, son aspectos muy importantes. Es habitual, debido a la concertación de ser­
vicios, que la supervisión se planifique como un instrumento de calidad para conseguir
la adjudicación del contrato del servicio. También importa saber desde qué instancia
ha de surgir esta; es decir, si ha de responder a planteamientos de la institución o ha de
ser propuesta por el propio profesional. Según estas variaciones tenemos respuestas
diversas de los entrevistados.

Sí, de hecho, me he pagado supervisiones alguna vez. Sí. Pero aparte de para mí,
también creo que es importante también en los trabajadores, ¿no?, en los trabajadores
75
sociales y en los trabajadores que estén en contacto con las personas... En fin, no sé.
como siempre he trabajado en este ámbito no puedo decirte si los que hacen sillas
también necesitan hacer supervisión o no.... Yo he propuesto para el próximo contrato.
que no sé cuándo será, con este centro (en vista de correcciones o de aportaciones al
próximo contrato) he propuesto que haya sesiones periódicas de supervisión ajenas al
centro. (E. 8)

Se resalta que existen riesgos en las supervisiones internas, las programadas desde
el seno de la organización, por el uso perverso que se puede hacer de ellas: pueden ser
vividas como parte del control que ejerce la institución sobre los trabajadores.

Una vez se hizo y creo que con conocimiento de causa se la instrumentalizó... nofina­
lizó el trabajo, la gente en algún momento lo ha reclamado y se ha hecho oídos sordos...
nunca se devolvió el trabajo que se hizo... Primaron los intereses de la dirección. (E. 15)

Una supervisión externa, que se lleva a cabo por un/a profesional ajeno a la insti­
tución, produce mejores resultados que otra que se realice por un/a supervisor a perte­
neciente al cuerpo de la organización. En efecto, una persona externa tiene una mirada
más distante y puede conservar mejor la neutralidad acerca de las cuestiones que plantee
el supervisado. Su mirada no contaminada favorecerá la reflexión y el cambio en el
supervisado y, como efecto indirecto, el enriquecimiento de la organización, desde el
momento en que favorece el trabajo en equipo y la elaboración de las dificultades y
de las diferentes posiciones de sus miembros. Las superv isiones internas pueden ser
vividas y asumidas por los profesionales como formas de control y coerción por parte
de la institución. Además, los efectos de la superv isión en grupo son más eficaces que
las supervisiones individuales. Y es que estos favorecen la coev olución e impiden que
una persona cargue con toda la responsabilidad de la institución.

... si la institución no acepta la superv isión externa no acepta los cambios de la es­
tructura, ni los cambios en el comportamiento ni funcionamiento de grupos. Si uno se
supervisa individualmente hace suya toda la responsabilidad de la organización, ahí es
donde veo que hay que diferenciar... (E. 15)

La supervisión, al mismo tiempo que externa, ha de ser voluntaria; si es obligatoria


e impuesta puede ser vivida por el profesional como algo coercitiv o. También conv iene
que el supervisor sea aceptado por los supervisados como alguien cualificado. Cuando
el supervisor no es elegido y reconocido por el grupo puede que la superv isión no
cumpla su cometido, como se nos refiere en la siguiente entrev ista:

Es una supervisión que contrata el Ayuntamiento... superv isa en otras instituciones,


en otros ayuntamientos... Esta mujer ya lleva tres años, porque no hay otra posibilidad.
No sé si i cálmente se esfuerzan en encontrar la gente que se propone, o... me imagino
que también habrá intereses... Se hacen propuestas... pero no... a mi no me sirve. Yo
no me encuentro muy cómoda en el espacio... También creo que es un problema de la

76
relación del equipo, también creo que tiene que ver con las peculiaridades de quién
lleva la supervisión, las inercias. (E. 9)

Resultan llamativas las escasas referencias al fenómeno del burn out: ni se plantea
ni se analiza, ni siquiera se percibe como un riesgo potencial para los trabajadores
sociales ni como un efecto de la falta de apoyo, de conocimiento para analizar o revi­
sar las diferentes situaciones a las que se ve confrontado en el ejercicio de su práctica
profesional a lo largo de su carrera. Hemos podido observar, sin embargo, sus efectos
en algunos de los entrevistados.
El ejercicio del poder como coerción a los profesionales ha generado procesos de
somatización, de sensación de impotencia, de un reconocimiento profundo de la difi­
cultad por desarrollar una actividad profesional social y política de manera individual,
una sensación de soledad y de inmediatez.

Ha habido momentos en los que me he... me he enfadado muchísimo, he intentado


no participar en los procesos, y bueno... Hay momentos en los que he podido conseguir
un buen equilibrio entre no jugar a ser un controlador pero... es mentira, es mentira,
en el fondo eres un controlador, eres un controlador. O sea, te posicionas tú más como
ayuda pero es mentira. Es que aunque no quieras estás controlando. (E. 7)

Frente a esta cuestión aparecen ideas innovadoras para cuidar del que cuida, además
de la supervisión y evitar de esta manera el fenómeno del “profesional quemado”.

... la supervisión es otro aspecto... la tenemos incorporada en todos los servicios...


pero también pasamos por los autocuidados de cuidarse para cuidar, cuidado de la risa,
creatividad, Mindfullness, meditación... Mindfullnes, es una técnica muy interesante,
lo pidieron y está funcionando,... también funciona para el aumento de conocimiento o
adquisición de habilidades... (E. 14)

La relación entre teoría, técnica, ética y supervisión no es enunciada nítidamente


por muchos de los sujetos entrevistados. Es más, son pocos los que se atreven a diser­
tar sobre el tema, y aquellos que lo hacen lo plantean como especialización en trabajo
social. En este primer caso, nos encontramos ante el problema de la identificación con
la persona a la que se está acompañando. Es una de las cuestiones que pueden diluci­
darse en una supervisión para poder tomar distancia o, en efecto, no tratar casos que
supongan para la persona una gran dificultad para encontrar el punto de la disociación
instrumental necesaria.

... determinadas patologías, para mí eran, ¿eh?... personalmente intratables por


mis propias vivencias, por ejemplo el alcoholismo y delegaba en mis compañeras que
trataran esos casos, porque yo de antemano no me reconocía totalmente imparcial. (E. 4)

De lo contrario, siempre se correrá el riesgo de que se generen desviaciones éticas.

77
... poner las desviaciones óticas de manifiesto en un equipo de trabajo y además
me parece que es oigo que tiene que ser por prudencia, tratado periódicamente para
que nadie se sienta ajeno a esa posibilidad de rol. Y que la única forma de hacerlo es
con... repasar periódicamente casos y... y hacer verdaderas supervisiones, supervisiones
clínicas en las que con suma honradez el profesional pueda manifestar sin ser enjuiciado
ni descalificado... (E.4)
... he envidiado mucho las sesiones clínicas en que una persona tenía la oportunidad
de plantear un diagnóstico y un tratamiento. Plantear las dudas, las alternativas que tenía
en ambos procesos y que sus compañeros hicieran una tormenta de ideas, que a veces
coincidían y a veces aportaban muchas cosas que no todos tenemos, siempre, toda la
capacidad para comprender todos los problemas y ver todas las soluciones... Y sobre
todo me parece imprescindible la opinión de otros profesionales que hayan vivido si­
tuaciones parecidas. (E. 9)

Finalmente, frente a las dudas éticas que surgen en el proceso de intervención, es


imprescindible la formación y el conocimiento. La supervisión se constituye así como
una guía clave para estructurar el saber que se genera alrededor de la práctica y ayuda
para hacer más operativo el conocimiento. La formación en ética no sólo ha de ser en
trabajo social y en aquellas materias que nos puedan arrojar luz sobre nuestro objeto de
trabajo, sino también en filosofía partiendo de la premisa de que el conocimiento genera
dudas y necesidad de más espacios de saber. En suma, el conocimiento producido en
la supervisión acerca de nuestras prácticas va a generar teoría.

Para dudas éticas sí que encuentro ayuda en la formación, en laformación que estoy
haciendo. Para mí sí que es una fuente de apoyo el estudio y el conocimiento. (E. 9)
A lo mejor la supervisión no la tendría que hacer un psicólogo, para resolver eso
igual lo tiene que hacer un filósofo, un filósofo, o un sociólogo, en ese sentido, ¿no?
Y, bueno, algunas veces, pues sí, hemos llamado a un sociólogo, o viene alguien que
viene de una militancia en trabajo social interesante, pues también aprovechamos para
ver otra dimensión totalmente distinta, ¿no? Pero cuesta, porque no se dan fórmulas,
porque trabajar desde la filosofía genera muchas más preguntas. (E. 1)

Podemos concluir que, frente a la locura de una intervención impulsiva y una manera
de intervenir que, por satisfacer las demandas, no tiene en cuenta el proceso global
de cualquier toma de decisiones (el procedimiento metodológico que comienza con el
estudio del campo y el análisis-diagnóstico), hemos de hallar momentos para reflexio-
nar. ¿Cómo? No conocemos otro camino que el de la rigurosa formación continuada.
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79
La ética en las organizaciones de servicios
sociales y en los equipos de trabajo

Carmen Roncal Vargas

ablar de organizaciones a los efectos de este estudio es referimos al mundo de

H las instituciones de la política social y de los servicios sociales, amplio campo


de los profesionales del trabajo social, entre otros. En el camino que vamos a
recorrer con aquellas/os trabajadores sociales que nos han abierto la puerta a sus pre­
ocupaciones más fundamentales en el día a día de su labor profesional, nos proponemos
desarrollar un análisis sobre la intemalización de lo institucional en su imaginario.
¿A qué nos referimos con la intemalización de lo institucional en el imaginario
profesional? Con esta expresión queremos designar el proceso por el cual los profesio­
nales del trabajo social han incorporado la institución de la solidaridad como forma de
organización social que trata de dar sentido y respuesta a la desigualdad, apoyándose en
formaciones sociales cada vez más justas. Ineludiblemente, esta perspectiva nos sitúa
en un análisis de la ideología de los trabajadores sociales en relación a su concordancia
o discrepancia con las instituciones a las que sirven. Con esta mirada nos situamos en
una dimensión macrosubjetiva en el sentido que da Ritzer a este término al referirse a
las dimensiones de la cultura, las normas y los valores de la sociedad (1995: 441-449).
Mas, también nos interesa conocer lo microsubjetivo, esto es, las percepciones,
las creencias y las diferentes facetas de la construcción social de la realidad. Es decir,
nos interesa indagar en cómo los profesionales han ido incorporando en su conducta
los códigos de comunicación, las metas de la institución, los propósitos de la misma,
los recursos institucionales, las relaciones entre las personas y los profesionales de
las instituciones, la identidad de la organización, las normas, las relaciones de poder,
las capacidades, etcétera, de la organización de que se trate. Deseamos conocer, por
una parte, cómo todo ello se inscribe en la conducta profesional y, por otra, cómo los
trabajadores sociales piensan la organización de la solidaridad, más que cómo piensan
en las organizaciones. Esta es una forma de pensar en la institución como un proceso
en doble dirección. Pensamos en la institución y, por su parte, la institución nos piensa
a nosotros. Obviamente, es provocador sostener que una institución nos piense a no­
sotros, puesto que al referirnos al término institución no hacemos más que evocar una
abstracción, no un objeto real. Pero no podemos dejar de reconocer que el significado
81
que da la institución a nuestro modo de estar en ella, esto es, cómo nos acoge, cómo
nos defiende, cómo nos identifica, cómo nos acomoda, es enormemente importante
para nuestra identidad como profesionales. Podemos sentirnos considerados por ella,
reconocidos y distinguidos o, por el contrario, rechazados, descalificados, o aislados,
como personas sin importancia relevante que les cuesta hacerse un lugar en el contexto
en el que trabajan.
En esta línea de análisis especular, hemos de traer el pensamiento de Hugh Heclo,
quien dice que “pensar en la institución no es lo mismo que pensar institucionalmen­
te” (2010: 130-133). Para este autor, pensar institucionalmente supone adoptar una
mentalidad institucional que implica dejar de pensar en términos de disociación, es
decir, la institución por un lado y el individuo por otro. Así, este autor sugiere pasar a
considerarnos como agentes morales dentro del marco de los valores institucionales
que conciernen tanto al individuo como a la institución. De esta forma, institución e
individuo convergen tanto en lo abstracto como en lo concreto, de la institución al
sujeto que actúa en ella y viceversa. De la misma manera que el sujeto ha de pensar en
la institución, también esta ha de pensar en él, lo que quiere decir que lo mismo que
los profesionales han de cuidar la institución, esta ha de cuidarlos a ellos. En efecto,
es difícil que una institución que no cuide a sus profesionales sea una institución que
pueda llegar a alcanzar la ética institucional necesaria que le concierne para el desarrollo
de una ciudadanía plena. De ahí que, al analizar la institución, es necesario también
ver cómo vive esta al otro; es decir, cómo percibe al individuo, cómo lo recibe, cómo
lo integra, ya sea este usuario o trabajador.
No obstante, el punto de vista que, por otra parte, es el más común, el de cómo
pensamos en las organizaciones, nos interesa también para conocer cómo perciben
los profesionales a sus organizaciones, cómo las viven, cómo las sufren, qué hace el
sujeto organizacional en unas instituciones que exigen mucho de los profesionales y
reciben muy poco. Nos encontramos aquí en un espacio que se refiere a los procesos de
vinculación de la organización con los miembros de los equipos y cómo estos registran
los procesos inconscientes.
Estas cuestiones fueron estudiadas por Wilfred Bion, Anzieu y Kaés, entre otros de
los destacados analistas de grupos que estudian los procesos inconscientes de las orga­
nizaciones. De la teoría de Káes queremos recalcar los sentimientos ambivalentes que
nos ligan a las dimensiones organizacionales de la institución, y más específicamente,
al placer o al dolor que esta nos produce: por un lado, placer por el cumplimiento de la
tarea, sostenida por las fantasías inconscientes y los ideales, que, en el caso del trabajo
social, tienen un significado extraordinario por la idea de “salvación” del otro y de
reparación del daño social; y, por otro lado, el sufrimiento asociado al incumplimiento
del encuadre o al no reconocimiento de la capacidad de los sujetos que trabajan o están
ligados a la institución (Kaés, 2004: 656-657).
Las cuestiones expuestas por Kaés ponen de manifiesto las posibles vinculaciones
dentro de una organización que conforman las vivencias de los sujetos, muchas satis­
factorias y otras tantas dolorosas, ambas ligadas a la realidad psíquica que la atraviesa
y a la naturaleza de la tarea. Esta confluencia de las fuentes de dolor del sujeto en la

82
institución es uno de los mayores problemas a los que tiene que hacer frente una orga­
nización cuando se encuentra en crisis. En efecto, durante la crisis la institución ha de
enfrentarse a interrelaciones complejas procedentes de las maneras de defenderse contra
estas fuentes de sufrimiento, que son consecuencia de las restricciones, las renuncias,
las obligaciones y las desilusiones que acompañan todo vínculo que tiene un origen
institucional y no sólo responsabilidad individual o grupal. Así pues, cobra sentido
pensar en las instituciones de la solidaridad como fuentes de satisfacción y de dolor.
Pero, desde una perspectiva más organizacional, el análisis de la institución ha dado
como resultado múltiples recopilaciones bien conocidas sobre el concepto de institu­
ción. Recogemos una que puede adaptarse más a nuestro contexto. La institución es
“ ... un sistema de normas que rige las acciones que persiguen unos fines inmediatos
para que estas se ajusten al sistema de valores común y supremo de la comunidad. Una
institución es un complejo de funciones integradas y de gran significación estructural
estratégica dentro del sistema social, mediante el que se integran las expectativas de la
acción con las pautas de valores vigentes en la sociedad” (Heclo, 2010: 87). También
la institución da cuenta de la historia del poder social y su distribución. Las notas que
podemos destacar de esta definición son normas, valores, estructura, estrategia, fun­
ciones, sistema social, expectativas, poder.
Hay otra forma de entender la institución que adopta una perspectiva social más
operativa; la que considera las organizaciones como “coaliciones de grupos de intere­
ses cambiantes, que negocian objetivos con racionalidades múltiples y limitadas”, y
que se adaptan de forma anárquica a la influencia de su entorno (op. cit., 106). Pueden
considerarse entidades que se construyen para alcanzar fines específicos a los que se
llega cuando la estructura es funcional. Sus elementos básicos son las personas que, al
interactuar, establecen relaciones entre ellas y con la propia organización. Recogemos
también aquí las notas más sobresalientes: coaliciones, grupos, negociación, objetivos,
racionalidad, interacción. A continuación vamos a traer algunos conceptos sobre la insti­
tución, la organización y los equipos desde un enfoque sistèmico de las organizaciones.
Etkin, analista sistèmico de las organizaciones, dice que en ellas se dan simultánea­
mente relaciones de complementariedad y de simetría dentro de las cuales las relaciones
de antagonismo y/o de concurrencia coexisten entre el orden y el desorden ( 1989:157).
Así, podemos referimos a las organizaciones como sistemas sociales dotados de re­
cursos que desarrollan tareas para alcanzar un determinado fin o dar respuesta a unas
demandas colectivas. Se alude, asimismo, a la concreción de las instituciones en un
espacio y tiempo determinados. Detrás de una organización está siempre la institución
que le da su marco, que la regula y que alberga los valores del funcionamiento de la
organización y de los sujetos dentro de ella, pues la institución cobra vida en las organi­
zaciones. Las barreras entre ambas son escasas; sin embargo, la institución condiciona
la capacidad de las organizaciones para crear sus propias normas y autonomía. Un
ejemplo de institución y organización sería, de acuerdo con el contenido de este trabajo,
el sistema de Servicios Sociales como institución y los centros de Servicios Sociales
como organización. Este último es el contexto en el que nos vamos a manejar en este
capítulo, pues es muy común dirigirnos a este como institución.

83
Por todo lo expuesto, las instituciones y organizaciones hemos de verlas y hablar
de ellas desde dentro; de no hacerlo así nuestro análisis queda reducido a un discurso
árido y abstracto que sirve de poco. No quiere decir que mirarlas desde fuera no sea
útil, todo lo contrario, es otra perspectiva y además, perfectamente complementaria;
pero vernos en ellas nos permite autoobservarnos en el papel que desempeñamos en
el sistema y poder hacernos una autocrítica constructiva, que promueva el cambio del
sistema. Para esta labor se recomienda siempre la supervisión.
Y esto es así porque reflexionar en las organizaciones sociales desde dentro permite
que queden reflejados nuestros valores y emociones, aquellos que podemos aceptar,
rechazar o negociar, como dice Heclo: “La cuestión de pensar en clave institucional
atañe no ya a un currículum académico, sino a un currículo humano: acarrea importantes
consecuencias para la cimentación de la interpretación que tenemos de nosotros mismos
como agentes morales” (2010: 138-139). Pensar así no nos convierte en científicos
sociales, pero nos puede llevar a ser individuos que podamos realizamos, quizás un
poco más y mejor, en ellas. Se trata de formamos como individuos que persiguen una
vida buena con y para otros, en instituciones justas, como apunta Ricoeur al referirse
a qué es la ética.
Pensar institucionalmente implica un modo de estar en las instituciones que crea
una actitud específica. Para Heclo supone que usemos nuestro corazón lo que, al mismo
tiempo, impulsa a una persona a ir más allá del instrumentalismo racional (2010: 300).
Se trata de elegir con claridad unos medios para conseguir unos fines que se validan
por sí mismos y que hemos escogido únicamente porque consideramos que son los
mejores y su elección nos proporcionará bienestar. Se trata de participar como una forma
de vincularnos con autoridad dentro de la organización, no como individuos aislados,
con laxitud e inercia, sino como personas cuyo pensamiento institucional trasciende
los vínculos de carácter instrumental que hacen que “la idea diaria adquiera un nivel
más profundo que el de un mero desfile pasajero de estados de ánimo y sensaciones
personales. Por su propia naturaleza, el pensamiento institucional tiende a cultivar el
sentimiento de pertenencia colectivo y de vida en común” (op. eit., 302-303). Esta es
una forma de vivir la organización con ética, pero para ello hay que entrenarse. Sin
embargo, ¿cuál es una parte de las instituciones difícil de integrar? El sacrificio del yo
que supone pertenecer a ellas por la falta de reconocimiento que nos proporcionan v
la excesiva burocracia que generan; una burocracia que ha de ser vigilada y controlada
por las direcciones del aparato administrativo y por los propios profesionales.
Otro aspecto relevante en el análisis de las instituciones y organizaciones es su
contexto político, cuestión que es necesario observar de manera transversal en todo
este capítulo. En efecto, es innegable que la labor de los profesionales del trabajo so­
cial se enmarca en las políticas sociales que cobran vida en las organizaciones y que
delimitan el trabajo de estos técnicos desde una perspectiva ideolóüica, muchas veces
compartida y otras no. Esta disonancia puede generar dilemas que, para resolverlos, los
técnicos tienen que aplicar con rigor sus propios planteamientos éticos y obrar con arte
dentro de la mayor objetividad posible; y más aún en estos últimos tiempos en los que.

84
debido a la escasez de recursos para paliar las necesidades de los ciudadanos, se puede
propiciar un debate político sobre los recortes sociales dentro de las organizaciones.
Este debate, aunque más propio de la dirección o mandos intermedios, afecta a la
práctica de los técnicos de base en los que se puede crear incertidumbre al ver que su
gestión obedece a una clara decisión política. Un ejemplo de ello puede ser la aplica­
ción de las leyes, la revisión de barenios, la ampliación o reducción de contratos, la
redistribución de la plantilla, que tiene que ver más con la rentabilidad política de los
partidos gobernantes que con las organizaciones que dirigen. Estas decisiones repercuten
directamente en los equipos de trabajo como ejecutores de políticas estatales, autonómi­
cas o locales. Cuestiones todas estas que atañen a la ética de las organizaciones, tanto
públicas como privadas, ya que el sector privado ejecuta muchas de las prestaciones
sociales, bien como contratas o como convenios, con presupuestos públicos.
Nos queda ahora continuar con otro elemento institucional que enunciamos: el
equipo. Katzenbach afirma que el equipo de trabajo “ ... es un pequeño número de
personas con habilidades complementarias, comprometido con un propósito común,
objetivos de rendimiento y enfoque, de lo que se consideran mutuamente responsables”.
Así pues, continúa el autor, “en el equipo de trabajo las personas pueden ser asignadas
o autoasignadas, de acuerdo a experiencia y competencias específicas para cumplir
una determinada meta bajo la conducción de un coordinador” (1996: 39). Para ello, el
equipo debe desarrollar un trabajo en conjunto y en mutua colaboración que le permita
elaborar estrategias, procedimientos, aplicar métodos, etcétera, para lograr las metas
propuestas, pero en corresponsabilidad.
Pero llegar a ser un equipo, tal como se define, no es fácil, requiere un proceso y
aprendizaje en constante colaboración y complementariedad de saberes, experiencias y
habilidades. En el proceso de evolución de los equipos, a veces se consiguen importan­
tes avances con grandes dificultades y esfuerzos en los aspectos técnicos, estratégicos
y emocionales, que suponen un gran éxito para quienes han participado en él. De ahí
que, siendo los equipos la unidad básica de rendimiento en una organización, es ab­
solutamente importante su cuidado, puesto que, indudablemente, un equipo consigue
mejores resultados si en todo cuanto emprende existe corresponsabilidad entre los
trabajadores y la organización, así como complementariedades y límites bien definidos
entre roles y funciones.
Estas ideas son tan perfectas que sólo nos sirven a efectos teóricos, pero lo que no se
puede eludir es que en una institución los límites deben estar claros, las responsabilida­
des distribuidas y conviene que haya un ejercicio de comunicación directo, desposeído
de intereses particulares. Sólo así los integrantes de un equipo en una organización
estarán legitimados para cumplir su cometido como equipos inteligentes. Hacerlo de
esta manera confiere al que dirige las organizaciones y sus equipos poder y autoridad
otorgada, así como funciones delegadas en lo formal, aunque estas atribuciones tengan
que ser trabajadas, asumidas y ejercidas con la impronta de cada directivo independien­
te de su grado y nivel. Mas, como hemos dicho, este panorama es el ideal, otra cosa
diferente es cómo son las organizaciones y los equipos en la realidad. Este es el tema
que vamos a trabajar en los dos primeros apartados de este capítulo.

85
En nuestro trabajo de investigación para la elaboración de este libro hemos observado
la escasa reflexión de los profesionales sobre la institución en la que trabajan y menos
todavía que integren e/ pensamiento institucional del que habla Ueclo, puesto que se
trata de una invitación verdaderamente innovadora en el análisis de las instituciones.
Hablar de nosotros mismos, de lo que nos ocurre, de lo que pasa y rodea a la organi­
zación, parece ser uno de los principales reclamos que se presenta cuando aparecen
incidencias que involucran tanto a individuos como a organizaciones. Hablar de la ins­
titución, afirman algunas de las entrevistadas, es un hábito olvidado. ¿Qué ha ocurrido
para perder el debate ético en las organizaciones? ¿Se ha variado la perspectiva? Esta
cuestión y otras serán puestas de manifiesto más adelante.
No podemos terminar esta introducción sin agregar que los trabajadores sociales
están sometidos a importantes contradicciones que, en numerosas ocasiones, producen,
como decíamos, un dolor institucional dificil de resolver, si no es con la huida, muchas
veces, o con la apatía, la inercia, la negación, la indiferencia, etcétera; defensas todas
ellas ineludibles para poder mantenerse en el trabajo. No obstante, hay una contra­
dicción en particular que está referida a su buen hacer. Según dice Félix del Castillo,
cuanto mejores sean sus actos profesionales y las personas logren verdaderamente su
autonomía, esta solución les restará clientes. Como consecuencia de ello, la disminución
de profesionales en las organizaciones sociales sería inevitable (1997: 232). Dada la
crisis económico-financiera de estos últimos años, los usuarios cuyas problemáticas
se deriven de problemas macroestructurales no hallarán solución. Encontrarán alivio
paliativo en los centros de servicios sociales y con sus profesionales. Es por todo esto
por lo que el trabajador social ha de estar preparado técnicamente para dar una respuesta
ética que demuestre que es un profesional que se toma en serio las necesidades de los
otros como parte del respeto que el ciudadano se merece y dentro de una organización
que le da el marco de acción.

La complejidad de las organizaciones de


servicios sociales y de los equipos de trabajo social
Las instituciones de acción social en las que se inscriben las organizaciones de ser­
vicios sociales han sido creadas recientemente en el contexto del Estado de bienestar.
Estas están sometidas a fuertes y numerosas demandas, presiones y contradicciones
que hacen que su complejidad aumente sin cesar, situación que plantea numerosas
paradojas también en el plano de la ética como vamos a poder ver en este apartado.
Sobre estas contradicciones habla Félix del Castillo cuando dice: “ Las organizacio­
nes de trabajo social y asistencial, en sus modalidades más extremas, parecen haber
invertido la definición de las mismas, atención al ciudadano a través de si mismas, en
un definición implícita, pero pragmáticamente más evidente, de atención a si mismas
(que pasa por la consolidación de clases profesionales, mantenimiento de estructuras
burocráticas, gestión de enormes presupuestos, etc.) a través de la definición de las
necesidades como un recurso propio. Minuchin (1991) se refiere a este fenómeno ex­
tremo aludiendo a ‘la enorme riqueza que genera la pobreza' " (2007: 226).

86
Y sobre la complejidad de las organizaciones, ningún analista como los de la escuela
sistèmica puede iluminarnos mejor. Así, Etkin y Schvarstein nos informan, como se
decía, de que en toda organización existen relaciones complementarias, concurrentes
y antagónicas en donde coexisten el orden y el desorden, el conflicto y el consenso.
Subsiste, pues, y a la vez, el desorden “desestructurante” y un orden “estructurante” en
el que se pueden incorporar relaciones de cohesión, transitoriedad, estabilidad -ines­
tabilidad, racionalidad-irracionalidad, certeza-incertidumbre, autonomía-dependencia,
conocimiento-ignorancia, etcétera. Todas estas relaciones definen y describen el tipo
de organizaciones y su forma de proceder, teniendo en cuenta las particularidades de
las que nos estamos ocupando y las contradicciones políticas que se producen y se
reproducen constantemente en su seno que generan mucha confusión, cualquiera que
sea el color político del Gobierno que planifique las políticas sociales del país.
Además, traíamos a colación en la introducción de este capítulo a Hugh Heclo, que
afirma que pensar institucionalmente es pensar en el objeto y en la tarea. Esto supone
tener en cuenta los recursos de la organización; esto es, las capacidades existentes que
involucran no sólo los recursos materiales, técnicos o financieros, sino también los
modelos teóricos, los códigos de conducta, las metas de la institución, sus propósitos,
los recursos institucionales, las relaciones entre las personas y los profesionales de las
instituciones, la identidad, las relaciones de poder, las capacidades; y todo dentro de
unas normas como sistema de valores que determinan el comportamiento individual
y colectivo y que, además, delimitan el funcionamiento y criterios de actuación de los
equipos de trabajo como estructura básica que da vida a las organizaciones.
Como profesionales del trabajo social cuidamos del otro, acatamos políticas socia­
les que intentan promover cambios sociales a través de sus idearios; nos sometemos a
los ideales del Estado de bienestar y nos confrontamos con la paradoja de sostener y
mantener el orden social establecido. Es esta la gran paradoja a la que han de enfren­
tarse las jóvenes instituciones de bienestar: cambiar, a la par que mantener, el orden
social legítimamente establecido; es esta una cuestión que, por otro lado, impregna a
las instituciones de acción social a lo largo de la historia del trabajo social y que, ahora
con la posmodernidad, ocupa un lugar preferente en su análisis y estudio.
La ética que acompaña a nuestras organizaciones, si bien ha sido la misma a lo largo
de la historia y se ha situado en el contexto de ayuda al necesitado, en estos momentos,
en el siglo XXI, con la posmodernidad, se ha hecho más compleja y requiere mecanis­
mos de calidad en la gestión y en la atención; es decir, al aceptado principio de ayuda
al otro se une ahora el mandato de la eficacia y la eficiencia que permitan rentabilizar
las instituciones de bienestar social.
Decíamos también que la organización está atravesada por la dimensión política y
que su ejecución produce múltiples contradicciones y contrariedades ideológicas a los
profesionales. Hay todo un escenario de relaciones de poder difícilmente resoluble que
inquieta a los profesionales en su labor diaria. Así se recoge en los siguientes discursos:

... el tener que estar realizando unos cometidos en los que, en algún caso, no com­
parto, ni creo, y que, además, no dejan de ser muchas veces... el órgano ejecutor de
políticas o de criterios con los que, por ejemplo, yo no estoy de acuerdo y que además
87
I

van en contra en algún caso de los trabajadores sociales, pues tenemos que promover
la iniciativa de las personas, modificar los cambios... Sí que me resultan algunas veces
complejos... a veces somos... tenemos una función de controladores, de mantenimien­
to del estatus, ¿para qué? para que se quede todo igual, Y eso sí me genera, digamos,
conflictos, de lo que estoy haciendo.... (E. 5)
... y cuando trabajas con instituciones, te das cuenta que a veces, detrás de la defensa
de los usuarios hay mucha defensa de poder y de instituciones por medio; eso para mí
es una mala experiencia, y reciente. La gente no lo tiene muy claro, aunque digan de
boquilla que es lo que hay que defender. Y porque, además, llega un momento en que
seguramente determinadas estrategias de defensa se tienen que radicalizar... (E. 1)

La primera de las citas hace referencia a las paradojas a las que se ven sometidas
las instituciones de bienestar. La segunda pone de manifiesto la complejidad en rela­
ción con el poder y sus numerosas manifestaciones perversas y efectos no siempre
deseados en las organizaciones. ¿Por qué necesitamos el poder? ¿Para qué? La primera
cuestión, el por qué, quizás radique en la posibilidad de tener poder para disponer de
libertad de acción. De esta forma se puede desarrollar el trabajo con autonomía. El
para qué esta libertad estaría en relación con la posibilidad de una autoorganización y
autorregulación del trabajo.

... existe libertad para llevar tu caso como mejor consideres, disponiendo las actua­
ciones que consideres necesarias, pero si se sale del marco institucional hay que justificar
muy bien el por qué de la necesidad de tal acción; por ejemplo, visitar a un menor al
centro en el que se ejecuta la medida judicial... no obstante, la propia institución tiene
sus propios mecanismos y no podemos pretender que la ética de todos los participantes
sea la misma. (E. 10)
Yo creo que no tenemos ningún problema, por lo menos yo, no lo siento así. En
esta estructura tenemos completa libertad y autonomía para actuar y, salvo que en un
momento determinado a alguien se le vaya la cabeza y pueda hacer algo totalmente
descabellado, nadie viene a decirte cómo tienes que actuar. La verdad es que yo creo
que, en ese sentido, tenemos libertad absoluta para hacer nuestro trabajo, o yo por lo
menos lo siento así, ¿eh?, yo no me veo condicionada... hay unas líneas guía y yo creo
que sabiendo dónde están esas líneas guía nadie viene a hacer una supervisión ni un
control de tu trabajo, yo creo que somos afortunados. (E. 2)

La autorregulación y la autoorganización exigen una gran prudencia y un amplio


conocimiento del trabajo, de recursos y de teorías que ayuden a elaborar hipótesis y
diseños de intervención y también a actuar en un contexto de consulta, sobre todo cuando
la duda sitúa al profesional en disyuntivas, dilemas, o sencillamente cuando tiene que
elegir la mejor entre todas las opciones. Estos cuidados recaerán en el beneficio de los
otros; esto es, los usuarios, que serán destinatarios del buen hacer de los profesionales.
En caso contrario, podrían incurrir en una mala praxis que, al igual que el buen hacer,
quedará sin control si se desconocen los errores por parte de los responsables de la
organización. Este es el mayor problema con el que se enfrentarán en ocasiones los
coordinadores de las organizaciones: el de dejar plena autonomía a los profesionales sin

88
contradecir los fines o las metas de la organización, tema en el que también se abunda
en el siguiente apartado.
De ahí que nos encontremos con la otra cara de la moneda -la falta de límites a la
libertad como se ve en la siguiente cita. La pregunta significativa que nos sugiere esta
cuestión es, de nuevo, la de antes: ¿Para qué la libertad? ¿Para ejercerla no sólo sin el
control de los jefes sino también sin el control de una orientación teórica y técnica con
el objeto de que el profesional introduzca orden en el caos de su pensamiento? Un orden
necesario que le puede llevar a reflexionar sobre su ejercicio profesional, deteniéndose
en medio de la urgencia, exigida muchas veces por la necesidad de atender los casos
en el menor tiempo posible.

... creo que tengo mucha libertad, pero eso es una consecuencia perversa de la mala
organización que tiene el sistema. N o creo q u e s e a uno lib e r ta d q u e s e d é d e sd e la
con fian za y d e s d e Ia plen itu d. Yo sé, y s é q u e a lg u n a s d e las c o sa s qu e y o hago, cu an do
trascien den , muchas veces d e s d e e l c a riñ o y d e s d e la Junción d e su p e rvisió n qu e tienen
q u e te n e r d e te rm in a d a s p erso n a s, se me dicen cosas o se me dan toques porque yo lo
cuento. Si no quisiera contar yo podría estar haciendo barbaridades. M e co n sta qu e a
veces se dicen cosas muy bestias, que contradicen principios éticos de los derechos
humanos en los despachos, me consta, y nadie lo dirá. P o r eso te d ig o q u e creo q u e es
un efecto p e r v e r s o d e ¡a organ ización . Soy libre, pero más que nada porque me dejan
a mi rollo. N o e s to y m uv su p e rvisa d a , y e so p u e s es bueno o m a lo ... S egu ro harán
b a r b a r id a d e s ... (E. 9)

Aparece aquí la libertad referida en términos de laissezfaire y de perversión orga­


nizativa. Quedan en suspenso cuestiones como la dirección que introduce una rigurosa
línea de enseñanza y aprendizaje, el respeto al otro, la cooperación y la colaboración.
De las entrevistas se deduce que el análisis organizacional procede de la reflexión
sobre la casuística y del trabajo asistencial de los profesionales entrevistados. Es un
análisis referido a la tarea y a los mandatos e imperativos que gestionan las organiza­
ciones del Estado de bienestar.

... a veces es el protocolo; s e rellen a e l p ro to c o lo , con lo cual, el trabajador social es


un controlador controlado. No tiene unos campos de libertad, d ig a m o s, unos espacios de
libertad que le permitan otras cosas. No los tiene o no se los busca tam bién, ¿n o ? P ero
en m u ch as o ca sio n es, si se ajusta a lo que le controlan, a los protocolos de control que
recibe, simplemente se queda ahí. Es un co n tro la d o r controlado. Un sujeto sujetado. (E. 3)

Los entrevistados subrayan la complejidad de la tarea, la dificultad con la norma,


algunas cuestiones referidas al trabajo en equipo, a la ética de las organizaciones, pero
no la enmarcan en la organización en la que se inscriben.
Una vez tratada brevemente la complejidad en las organizaciones vamos a observar
las relaciones en los equipos. Recordemos que un equipo es un grupo de personas que
persiguen un propósito común, objetivos de rendimiento y enfoque de trabajo, de acuer­
do a experiencias largo tiempo acumuladas. Para lograrlo ha de darse una colaboración

89
que permita desarrollar estrategias, procedimientos, aplicar métodos, etc., dentro de
unas relaciones de intercambio complejas.
Pero lo que nos interesa destacar a los efectos de este análisis es el concepto de
“grupo de trabajo” de Bion. Con esta noción, Bíon destaca aquel que tiene un “buen
espíritu de grupo”. Las características que lo componen son las siguientes: un propósito
común; que sea un grupo que este dispuesto a promover algo creativo en el campo de
las relaciones sociales; que tenga conocimiento de los límites del grupo en relación con
otros grupos; que tenga la capacidad de absorber a nuevos miembros y perder a otros
sin temor a que se deteriore “el carácter de grupo”; que cada miembro sea valorado in­
dividualmente por su contribución al grupo; y que el grupo tenga capacidad de enfrentar
los conflictos que surjan dentro de él. A este tipo de grupo lo llamó grupo de trabajo,
que se caracteriza por el deseo de trabajar en y con la realidad (Bion, 1985: 15-26).
Es frecuente pensar en el trabajo en equipo como un espacio ideal sometido al
deber ser, y muy poco frecuente pensar, como dice la siguiente entrevistada, que se
trata de una tarea profundamente compleja en la que es necesario estar unidos por un
proyecto común. El proyecto de equipo ha de contemplar que en el seno del mismo se
dan, ineludiblemente, conflictos interpersonales que oscilan entre la confianza y la des­
confianza, en la rivalidad y en la colaboración, en la ilusión y en la desilusión, etcétera.

... se piensa que equipo es cuando hay un montón de gente junta... La cosa puede
funcionar con más o menos unidad, con más o menos solidaridad... pero en momentos
y situaciones concretas... no se ha conseguido. Es muy difícil de todas maneras crear
sensación de equipo. Yo, que he trabajado en muchos sitios, en equipos, en grupos...
creo que es difícil... he trabajado en equipos que teníamos en común un proyecto, enton­
ces esto era fundamental. Para realizar un proyecto tiene que haber unos \ alores éticos
compartidos, si no ese proyecto no se puede hacer: entonces, esto no es un provecto,
es un trabajo... Así es muy difícil hacer equipo. Otra cosa es que tengas muy buena
voluntad de crear algo nuevo... (E. 11)

Pero ante la dificultad de construir equipos colaboradores la desilusión se adueña


de sus miembros. Pocos hablan de las diferencias entre ellos, de la resolución de sus
conflictos, del dolor institucional y permanente en su seno, y si bien, en muchas de las
entrevistas se vislumbra este dolor, no se expresa con claridad. Este dolor lo manifies­
ta la siguiente entrevistada: pensar en equipos desmembrados sugiere una ruptura de
vínculos laborales en relación con la tarea y entre iguales:

Poniendo un equipo con buena comunicación y relación, donde se pudiera haber


comentado esas diferencias, donde poder negociar y poner en común... Hoy cosas que
son, o sea, son tan burdos a veces los comportamientos... La omnipresencia de alviunos
programas con tanta retórica e insistencia... que absorbe toda la capacidad, todo el
tiempo para poder analizar o discutir Es la estrategia que algunos usan para copar el
poder... Temas simples, cosas absurdas ocupan el cincuenta por ciento de los debates...
No hemos intentado romper la dinámica, no lo hemos logrado... Yo no he sabido, no
hemos sabido... Un equipo desmembrado no tiene capacidad Y no hablo de los politicos.
Los politicos están elegidos democráticamente, se eligen o no, serán corruptos o no...

90
Pero a mí lo que me preocupa son los profesionales que con careta de profesional van
de políticos... (E. 15)

Es cierto que acometer el trabajo en equipo no es tarea fácil. Recordemos a Kurt


Lewin cuando dice que un grupo es más que la suma de sus partes. Pensar en equipo
en estos términos implica dejar abiertos márgenes a la incertidumbre, al dolor, a las
fantasías de distinto corte, a los miedos y ansiedades. En definitiva, a todas aquellas
cosas que se entrecruzan en el encuentro intersubjetivo de los sujetos que conforman las
organizaciones. Porque, además, a veces es cierto que no hay equipo sino una reunión
de personas en tomo a una tarea:

La institución eso no lo permite fácilmente por su propia inercia. Por ejemplo, aquí
no hay un equipo... aquí hay, aquí hay una serie de personas que están más o menos seis
meses al año y otros seis meses al año en que hay toda una serie de personas que vienen
de las bolsas, entran, salen, entran, cinco días, siete días, nueve días, salen, quince. Y
entonces, claro, ¿de qué equipo me hablas? Quiero decir, para que haya un equipo tienes
que tener posibilidades de constituir un equipo. Si esas posibilidades de constituir un
equipo no las tienes, plantearse otras cosas no, es decir, al mínimo, a ver qué puedo
hacer con el mínimo que tengo. (E. 3)

Pero ¿por qué es tan compleja la tarea de formar un equipo? La respuesta es mul-
ticausal e involucra diferentes aspectos de los que hemos hablado: la organización, la
jerarquía, la delegación de responsabilidades, la comunicación, el poder, la autoridad,
los intereses individuales de los integrantes de los equipos, la forma en cómo estos
asumen la tarea, cómo afrontan los conflictos, la propia personalidad, etcétera.
En este punto es necesario traer a colación el conflicto y su resolución; los efectos
que tiene sobre el equipo y la organización. No olvidemos que estos son sistemas de
negociación continua (Joas, 1990: 142) y que la presencia del orden y el caos interactúan
recíprocamente al mismo tiempo. Sobre esta dialéctica se sitúa el trabajo reflexivo y
la elaboración en los equipos y en la organización en general. El destino del conflicto,
entonces, va a depender de su manejo y resolución, en definitiva, de la salud de la
organización, salud que está relacionada con las normas, entre otras cuestiones, de los
elementos de la estructura del equipo.
Las normas, en este sentido, como conjunto de valores que regulan el comporta­
miento individual y general, representan el orden establecido que guía el devenir de la
organización y contribuyen a su salud. Ayudan a conseguir las tareas y metas, representan
la coherencia de la conducta colectiva dentro de institución, lo que implica hablar de
ética, refiriéndonos a valores, orden, la virtud como hábito de trabajo o la disciplina, que
no suele ser innata en el hombre. La complementariedad de roles y tarea -cuyo proceso
es enormemente complejo de elaborar- forma parte también de la cohesión del equipo.
En definitiva, los roles, las funciones y las normas son elementos de una organización
que ayudan a su funcionamiento al dar cohesión a los componentes de los equipos.
De ahí que las conductas que se alejan de las normas son disfuncionales para la orga­

91
nización. Vemos a continuación un ejemplo en relación con el incumplimiento como
conducta habitual y el ejercicio del control como responsable de un equipo:

... los escaqueos los llevo muy mal, lo hacemos muy mal. Pero es una de las fun­
ciones y a veces me supone también un dilema. Además me enjada muchísimo, porque,
quizás por tendencia personal, considero que quien trabaja es una persona madura, con
capacidades, por tanto, no nos dedicamos a vigilar y luego pasa lo que pasa, que te das
cuenta que al final puede haber un ambiente demasiado relajado... demasiadas horas para
tomarse un café y cosas de estas. Al final te das cuenta de que es una mala estrategia
y deshacer eso que se ha hecho es difícil. Cuanto más claras tengas las cosas desde el
principio, mejor, y establecer sistemas de control adecuados e introducir elementos de
estrés como parte de la estrategia de trabajo, pero no por estresar por estresar... F*ero
eso yo lo llevo muy mal, yo no... y además estoy en el momento de que todas esas cues­
tiones yo me las tengo que quitar del medio porque no sé hacerlas bien. (E .l)

El discurso manifiesta la dificultad que lleva consigo el ejercicio de un rol directivo


que tiene que velar por el cumplimiento del orden dentro de la organización, en este
caso, la observación del horario.
Ahora bien, nuestras organizaciones son como decíamos muy jóvenes, con tareas
complejas y con altas demandas asistenciales. Es necesario preguntarse a qué se debe
tanto “escaqueo”. ¿Responde a mecanismos defensivos frente a los malestares subjetivos
por los efectos de la escucha o de la intervención misma? ¿Responde a mecanismos
que atenían sencillamente con el cumplimiento de la norma? ¿Es una maniobra de
confrontación contra la autoridad? ¿Es la constitución de un subgrupo que visibiliza
los malestares institucionales frente a la autoridad? ¿Es una manera de no cumplir con
la tarea? o sencillamente ¿es una actitud personal y vital frente al trabajo? ¿Es una
forma pasiva de ejercer poder?
Cualquiera de las respuestas que podamos dar a estas cuestiones nos lleva a pen­
sar en la autoridad como tema nuclear del ejercicio del rol puesto que, dentro de una
organización, el jefe o coordinador tienen poder y funciones conferidas por ella, de la
misma manera que le delega el derecho de mandar y le brinda los medios para hacerse
obedecer. Es por cuenta de estas delegaciones, por lo que quien ostenta la conducción
de los equipos está en la obligación de ejercerlas. Este ejercicio de dirigir necesita
reconocer que la autoridad y el poder dentro de la organización son elementos centra­
les de su análisis, en la misma medida que todos y cada uno de los integrantes de los
equipos disfrutan de áreas y espacios de poder, elemento crucial para la resolución del
conflicto y del cambio.
Pero ¿qué es el poder y cómo funciona en el seno de las organizaciones? Obholzer
plantea que es la capacidad de actuar sobre otros o sobre la estructura de la organización.
El poder, al contrario que la autoridad, continúa el autor, es un atributo de las personas
y no de sus roles. Puede provenir de fuentes internas y externas. Externamente, el poder
es consecuencia de lo que se posee o controla, como dinero, privilegios, referencias de
trabajo, promoción, y también de la naturaleza de las conexiones sociales y políticas
de cada uno. Internamente el poder proviene del conocimiento y experiencia del indi­

92
viduo, la fuerza de su personalidad, y su estado mental en relación con su rol (2002:
42). Los términos de autoridad y poder se utilizan indistintamente y son necesarios para
el análisis de toda organización. En palabras de Castillo, todos tenemos y manejamos
zonas de poder e incertidumbre y sobre ellas se sustenta el cambio.
Por otra parte, en las entrevistas se ha preguntado sobre si existen criterios éticos
diferentes dependiendo del rol y el estatus que uno tenga en la institución, como, por
ejemplo, entre el rol de informadora, acompañante en el seguimiento del caso, coor­
dinadora, etc. A este respecto aparecen dos tendencias claras. Por un lado, quienes
consideran que la ética es independiente del rol. Y, por otro, quienes consideran que la
ética está vinculada a este. Veamos el primer caso:

... no creo que sea diferente, otra cosa es el cometido que tú desarrolles en esa
organización y lo que tengas que hacer. Puedes estar más o menos de acuerdo, que te
afecte más o menos, por las líneas de actuación que tenga que seguir la organización.
Y que tu puesto pues... Pero no, no, yo creo que la ética es... la tienes y va contigo en
todos los ámbitos, es decir, no solamente en el trabajo. Es independiente del rol. Yo
creo que sí. (E.5)

Del texto se deduce que no hay un posicionamiento ético respecto al rol, la entrevis­
tada no desvincula ambos significantes. La ética para esta persona es única, la concibe
como un ejercicio de la praxis humana. En el ejercicio de nuestro trabajo, a diario
tomamos decisiones y tenemos la opción de actuar con aspiraciones éticas marcadas
por las normas y las obligaciones deontológicas. En el segundo caso la opinión es la
contraria, la focaliza de acuerdo a la función que determina el rol:

... yo creo que los criterios éticos son generales, pero luego la actuación o la actua­
lización de esos criterios éticos en prácticas concretas yo creo que sí que son diferentes.
O sea, si yo por ejemplo tengo un rol de dirección, sé que ese rol de dirección me exige
cosas diferentes de otras personas que pueden tener la misma titulación que están ahí
fuera y que no lo tienen. Eso es evidente. O sea, yo tengo que... también dejar actuar
mi rol siempre a favor de. Sí. Sí, que creo que... aunque los principios generales sean
comunes sí que creo que hay diferencias, prácticas. (E.3)

En esta afirmación se habla de las exigencias del rol y cómo este determina una ética
distinta. Es esta una cuestión que queda abierta al debate dado que la responsabilidad
organizacional, técnica y ética exige una intervención inmediata y esta no exime a
ninguno de los sujetos que participan en la escena organizacional.
Todas estas cuestiones forman un sistema complejo que requiere una gran atención
y cuidado en los equipos. Muchas de ellas podrán resolverse con una comunicación
transparente y una información clara; otras, por ser más difíciles, con la ayuda de super­
visión, cuestión que se ha visto en otro capítulo, pero que abordaremos también en este
como una responsabilidad de la organización que forma parte del debate ético dentro
de las organizaciones y de los equipos, tema que abordaremos en el siguiente apartado.

93
El debate ético en los equipos profesionales
La observación en los equipos no es una actividad tan simple comí) puede parecer.
Comprender y aprehender qué sucede en el equipo siendo miembro del mismo dificulta
extraordinariamente poder mirar con distancia la propia conducta y la de los otros. Es
de sobra conocido que este es el gran problema de las ciencias sociales: la imposibilidad
de la objetivación al estar siempre participando el observador en el campo que observa.
En efecto, sus valoraciones influyen en lo que observa. Fieles a este principio, nunca
se puede enjuiciar la conducta de los demás. Mas atreverse a pensar de una manera
atenta y reflexiva sobre la realidad sí es posible, y es lo que deberíamos hacer. Pero se
necesitan instrumentos de ayuda para poder llevar a cabo esta compleja tarea. Quizás
uno de estos, si no fácil, sí viable, sea el de pensar en grupo, compartir el pensamiento
con las y los compañeros o con aquellas personas elegidas libremente.
En este apartado vamos a intentar comprender la ausencia del debate ético en los
equipos profesionales. Y es que, así como los profesionales a quienes hemos entrevis­
tado manifiestan casi en su totalidad no tener dificultades en sus organizaciones para
actuar con principios éticos, en la mayoría de los equipos no se habla de ética, o al
menos no abiertamente, en espacios formales y programados. Puesto que se trata de
un tema nuclear en todas las profesiones al que no podemos seguir dando la espalda,
traemos aquí el deseo de abrir debates éticos en los centros de trabajo. Las palabras de
la cita siguiente afirman nuestra convicción sobre la necesidad de reabrir en términos
dialógicos esta importante cuestión:

El debate ético me parece necesario, es decir, poner las des\ ¡aciones éticas de ma­
nifiesto en un equipo de trabajo me parece que es algo que licué que ser por prudencia.
tratado periódicamente para que nadie se sienta ajeno a esa posibilidad de rol. Y que
la única forma de hacerlo es repasando periódicamente casos y... hacer \erdaderas su­
pervisiones, supervisiones clínicas en las que con suma honradez el profesional pueda
manifestarse sin tampoco ser enjuiciado ni descalificado... (E. 4)

Si tenemos en cuenta que una de las premisas básicas para intervenir sobre cualquier
aspecto en nuestro ejercicio profesional es hablar con el interesado-usuario de sus nece­
sidades, de sus problemas, sus oportunidades, etc., para indagar sobre las causas de su
circunstancia, ¿por qué no hacemos esto mismo en nuestros equipos? ¿Por qué no nos
acercamos a los temas de nuestro interés profesional desde una perspecti\ a ética? L na
de las explicaciones puede ser que en esa concepción de delegación de funciones que
se tiene tan compartimentada se considera que este tipo de debate debe ser planteado
por el jefe. O, en su caso, como se desprende de las palabras que siguen, el debate ético
es una cuestión para tratarlo en un “ambiente de confianza" por la implicación ideoló­
gica que tiene. Pero si se piensa que hablar de ética sólo le concierne a las instancias
superiores, ¿qué pasa si la dirección no propicia ese debate? ¿Seguimos sin resolver
las cuestiones de orden y de ética?

94
I

... no plantean ese tipo de cosas, solamente las planteo yo de vez en cuando, no
tanto con ese título de debate ético, sino en determinados momentos, con determinadas
personas, unas, otras o varias, depende... Pero es a instancia superior. (E.3)

Parece que la cuestión ética no es de interés general. Así, en la siguiente respuesta


acerca del debate ético, la profesional advierte sobre la pérdida de tiempo al establecer
una discusión en esa línea. Son los casos los que interesan; es el trabajo social indivi­
dualizado y, por extensión, la intervención familiar, en los casos en que se disponga
del conocimiento adecuado por haberse formado ad hoc, lo que más interesa por ser
la práctica más usual en la profesión. Así se puede observar en esta cita:

... era una cuestión puramente individual, nos reunimos un grupo de profesionales,
extrañamente, porque otros mismos profesionales de nuestra edad eran solamente
posibilistas. Yo recuerdo un grupo de compañeros en los que las discusiones éticas no
tenían lugar y se consideraban si no una pérdida de tiempo, una discusión sobre el sexo
de los ángeles, porque en realidad en lo que todo el mundo tenía mucha prisa era en
trabajar con el caso y darle una solución y quedar bien ante la institución o el equipo
donde trabajara. (E.4)

Además, como vemos, dar soluciones y quedar bien es lo que importa. Para apoyar
esta interpretación, podemos traer aquí las palabras de Teresa Zamanillo (1999), referi­
das con frecuencia en sus escritos, pero en este caso recogidas por una profesional en
un curso dado a los trabajadores sociales de Getafe. Lo que a continuación se cita de la
autora se refiere a un modo de proceder en trabajo social que todavía extiende su largo
alcance hasta hoy, aun cuando se critica y es motivo de la queja de los profesionales
hacia las instituciones por sentirse “obligados” a trabajar así: “Dar algo es la fantasía de
todo trabajador social porque detrás de este modo de actuar está el estereotipo de que
las personas sólo van al despacho a pedir. No se comprende ni se reflexiona hasta qué
punto la demanda es inducida por la propia institución (rentas mínimas, residencias,
becas, etc.). El recurso determina y limita así las posibilidades de intervención. De ahí
también la cantidad de derivaciones que se hacen, porque lo que piden no se les puede
dar. Así, el objeto del trabajo social, como las necesidades en relación con los recursos
aplicables a las mismas, ha derivado en una instrumentalización tal que ha vaciado de
contenido la relación con las personas”.
Mas es real que la institución condiciona la intervención y, si no es un mandato de
la institución, lo es por la forma en que los miembros del equipo más experimentados
dirigen la opinión hacia una manera determinada de intervenir. Es así como se manifiesta
la misma entrevistada y con ello podemos comprobar que lo que prima es el discurso
en torno a la tarea concreta; esto es, exenta del análisis que incluya cualquier debate
que no sea la solución del caso. Se considera, además, el enfoque interdisciplinario
como intromisión, con lo cual, en este caso, las parcelas de poder de cada profesional
se cierran a la mirada y a las posibilidades de emitir reflexiones innovadoras de otros
profesionales, así como a la oportunidad de compartir el conocimiento:

95
Eh, era asombroso que nosotros, profesionales muy jóvenes e inexpertos, actuando
en equipos donde la media de edad era mucho mayor que nosotros, siguiéramos em­
peñadas en cuestionarnos el por qué hacíamos una cosa, qué cosas había detrás y qué
consecuencias se producirían de nuestra actuación. A nosotros la institución no nos
había contratado para ello, la institución lo que quería era que resolviéramos cosas
que a ellos se Ies escapaban de las manos y que no sabían muy bien cuál tenia que ser
nuestra actuación, pero creían que con que resolviéramos un problema puntual de
alojamiento, de subsidio, de realojamiento familiar, o de vuelta la reincorporación al
trabajo de una persona temporalmente alejada por su enfermedad ya era suficiente, no
querían de nosotros un estudio en profundidad del caso, un diagnóstico y una propues­
ta de tratamiento revisable según las consecuencias a lo largo de bastante tiempo. Es
más, eso les parecía a los miembros del equipo, pues lo veían como un intrusismo en
los campos de actuación de otros profesionales como podían ser los psicólogos o los
psiquiatras y desde luego con profesiones como la enfermería no entendían cuál era
nuestra función de verdad... (E. 4)

Actualizando este análisis, y contextualizándolo en las organizaciones, se podría


decir que obedecemos a sus mandatos. Sin embargo, este modo de proceder no nos
ayuda puesto que se corre el riesgo de encorsetar nuestros planteamientos profesio­
nales, coartar nuestra imaginación y caer en la rutina para conseguir unos fines muy
inmediatos para el sujeto y para la organización. Este comportamiento profesional tan
extendido puede cambiarse con una dirección que dé la palabra a los profesionales del
trabajo social, puesto que al tratar de contenidos de la interv ención en los equipos pro­
fesionales, se puede hablar de ética y también relacionar esta con la teoría y la técnica,
como se argumentaba en el segundo capítulo.
Nos referimos, entonces, a la oportunidad de hablar con libertad, coherencia y con­
gruencia dentro de un contexto jerarquizado, como son las organizaciones; y referirse
al hacer que involucra al ser es hablar de ética; hablamos de vínculos y relaciones que,
al unirse, adquieren un sentido muy diferente a aquel que buscan los que dividen las
actuaciones en las parcelas de cada profesional, fragmentando, como consecuencia, al
ser humano. Hablamos, en fin, de todas esas cosas que no parecen habituales ni posi­
bles en los contextos que hemos analizado porque no siempre se tiene libertad en los
equipos para tratar sobre los aspectos éticos implicados en la interv ención;

... siempre he tenido libertad entre mis jefes y compañeros para decir lo que me
parecía oportuno, pero no siempre he tenido la libertad para actuar de acuerdo a mi
ética y ha sido, pues, una discusión que era más intensa conmigo misma, en función de
la luerza que esos principios me proporcionaran v el cansancio profesional que se va
adquiriendo a lo largo del tiempo viendo que muchas veces es una lucha sin fin. (E.4)

La frustración se refleja en sus palabras y más cuando para esta profesional es ne­
cesario el debate ético en los equipos, como lo señalaba al comienzo de este capitulo,
y cuyas palabras traemos aquí de nuevo;

96
El debate ético me parvee necesario, es decir, poner las desviaciones éticas de ma­
nifiesto en un equipo de trabajo me parece que es algo que tiene que ser, por prudencia,
tratado periódicamente para que nadie se sienta ajeno... (E.4)

Además, es importante traer a colación en este punto el miedo que ha expresado


en una ocasión esta entrevistada, cuando advierte del peligro de enjuiciar a los pro­
fesionales. Queremos destacar este aspecto repitiendo la cita, por tratarse de algo de
suma importancia para el cuidado de la ética en la institución, toda vez que presenta
un hecho denunciable: el de los profesionales que “a veces dicen cosas muy bestias”
porque no hay control en la organización:

... creo que tengo mucha libertad, pero eso es una consecuencia perversa de la
mala organización que tiene el sistema. No creo que sea una libertad que se dé desde
Ia confianza v desde la plenitud. Muchas veces desde el cariño y desde la función de
supervisión que tienen que tener determinadas personas se me dicen cosas o se me dan
toques porque yo lo cuento. Si no lo quisiera contar yo podría estar haciendo barbaridades.
Me consta que a veces se dicen cosas muy bestias, que contradicen principios éticos de
los derechos humanos en los despachos, me consta, y nadie lo dirá. Por eso te digo que
creo que es un efecto perverso de la organización. Soy libre, pero más que nada porque
me dejan a mi rollo. No estoy muy supervisada, y eso, pues es bueno o malo... Seguro
que harán barbaridades... (E. 9)

Somos conscientes de que las organizaciones de servicios sociales públicas o pri­


vadas, al igual que otras, son complejas y a veces el hablar no encuentra su espacio;
no forma parte de su cultura hablar de la organización, o no ha sido posible cultivarla,
bien por los responsables jerárquicos o bien por los técnicos, al ser unos y otros parte
integrante de ella en estrecha interdependencia. Esta relación de interdependencia, junto
con el entorno sociopolítico en el que se desarrolla su actividad, forman el ecosistema
que construye y nutre la identidad de la organización. Pero hemos de reconocer que
hablar con prejuicio es una falta grave.
De ahí que, tanto en el enfoque sistèmico de las organizaciones como en el pen­
samiento de Mary Richmond, el objetivo del trabajo social es también la reforma de
las instituciones. Si incorporamos este modo de pensar en nuestro compromiso con
la institución y si se reflexiona más en la propia organización, deberíamos considerar
que una de las razones de ser del trabajo social consistirá en centrar los esfuerzos en el
cambio organizacional. De manera que la relación con los usuarios y la relación con la
organización deba ser, también, el objeto central para que el técnico pueda realizar su
trabajo. Nos referimos siempre a relaciones recíprocas de cuidado, porque sólo si insti­
tución y técnico van de la mano, el hacer resulta más coherente para el otro, el usuario.

... un análisis encima de la mesa, de manera reposada no lo hay, no se da. Con la


dirección yo creo que en algún momento se ha hablado, pero no es un elemento, que sea
visible para la organización, por lo menos no para los directivos de la organización. Es
un tema que se considera secundario y no se lo plantean... (E. 5)

97
Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla, no es sólo plantear el debate ético, sino
pensar en la complejidad de las organizaciones; es tener en cuenta su tamaño, quiénes
la componen, cómo son, qué conductas priman, cuáles son las actitudes frente a la tarea
y las relaciones internas, así como las fuerzas que la destruyen y la construyen y qué
garantías ofrece la organización al trabajador para llevar a cabo su cometido.
Algún directivo nos manifestó que había propuesto algunas jornadas para reflexionar
sobre distintos aspectos de la intervención social como un espacio de debate y este
espacio se ha institucionalizado. En él se han tratado temas de economía, de calidad
y también de ética:

... no es algo que propusiera el equipo. Todos los años el mes de julio es un poco
‘light’, por ello tenemos la posibilidad de establecer debates sobre distintos temas,
monográficos. Un año fue sobre la economía, otro de la ética.... Fue cuando invitamos
a un profesional externo a reflexionar sobre la ética en las organizaciones dentro de
nuestra institución...
Este profesional nos dijo cpie después de trabajar con nosotros se corrió la vozy que
le llamaron de muchas instituciones. Sí que notaba la necesidad que había de trabajar
la ética. Porque a veces como estamos con el tema de calidad, esta se relaciona con la
ética. Pero la ética va mucho más allá y esa es la parte que habría que recuperar. Pero la
experiencia mía con los trabajadores es que si escuchamos, pero luego hemos sido poco
operativos, quiero decir, que estas cosas se quedan luego en unas clases de formación y
no hemos sido capaces de seguir reflexionando... /o tengo que reconocer... se quedan
como líneas teóricas.
... no se nos plantea el debate ético cuando surge. Los debates o el análisis de casos,
sí. Entonces hay diferentes visiones de cómo plantear este. Pero debate ético de forma
habitual explícito, no. (E. 1)

Lo que muestra esta cita, sobre todo en las últimas frases, es que, aun cuando exista
una formación en ética, esta no lleva a la reflexión y es poco operativa, como mani­
fiesta la entrevistada. ¿Qué sucede entonces? ¿Tiene la ética una difícil aplicación?
¿Se considera que no es operativa dentro de las organizaciones de servicios sociales?
Las instituciones de trabajo social están condicionadas por muchos factores que
dirigen sus acciones, tales como legislación, presupuestos, gestión burocrática, hare­
mos, tipo de recursos, etcétera. En nuestras decisiones han de tenerse en cuenta todos
estos aspectos, ya que resolvemos más allá de lo que se considera nuestro cometido.
Deberíamos debatir o, por lo menos, conocer lo que se hace y cómo se hace; es decir,
proponernos dar cuenta de las actuaciones no sólo con el compañero más cercano, sino
abrir un debate con todo el equipo.
En este punto queremos centrar la atención en otro aspecto fundamental para el
cuidado de la ética en los equipos de las organizaciones de servicios sociales: el uso
de la información que reciben los profesionales de los ciudadanos. Sin información el
trabajador social no tiene datos para analizar, formular hipótesis y proponer una inter­
vención a favor del sujeto que solicita sus servicios; pero esta información ha de guardar
un principio ético básico para los profesionales del trabajo social: la confidencialidad.
Este tema ha sido tratado ampliamente en el capítulo dedicado a los dilemas étieos.
98
pero en este apartado no podemos pasarlo por alto, toda vez que es una cuestión que
afecta directamente a la salud de los equipos. Así es como se reconoce este aspecto en
el ámbito profesional:

Si hay alguien que ha dado patadas a la confidencialidad tienes que llamarle la


atención. (E. 11)

No sólo porque se trata de mantener la salud de los equipos, como se decía an­
teriormente, sino porque es una obligación ineludible de respeto hacia el otro, es un
compromiso con la palabra. Su transgresión supone una falta muy grave que ha de ser
sancionada; pero no siempre es así:

Sacar documentos... o dar cierta información que no se puede dar... ha habido de


todo... se han sacado documentos de la gerencia firmados por mí, por una persona que
no realizaba correctamente sus tareas... Y entonces les entraba miedo, a ver si nos van a
acusar de mobing... tengo la buena costumbre de que si firmo algo lo mantengo.
>' ese escrito me costó linas baritas, porque había que argumentar... la gerencia
decidió que era muy complicado y que era mejor cambiarla de puesto... Y eso yo no lo
firmé... fue un problema serio, porque esa persona incumplía la confidencialidad, se­
cretos... bueno, bueno, patadas a principios a dos, a tres, a todos de todo tipo... Porque
era una persona que no estaba en absoluto adiestrada para hacer este tipo de trabajo,
aunque ella se lo creía. (E. 11)

La decisión del responsable directo fue una propuesta para sancionar el incorrecto
uso de los documentos. Sin embargo, la dirección del centro no actuó en consecuencia.
Un hecho de este estilo pone en evidencia la necesidad de que la autoridad del respon­
sable de los equipos sea validada. Si bien ha de observarse que sus manifestaciones
sean justas, su autoridad puede ser ignorada si no se ratifica. En este caso se le aplicó
una sanción: el cambio de puesto de trabajo, pero según la entrevistada no fue propor­
cional a la falta. A pesar del juicio expresado como directiva, la decisión definitiva no
era de su competencia, pero cumplió con las obligaciones de su cargo y asumió sus
consecuencias. Este acto demuestra autoridad y poder.
Resumimos a continuación algunas reflexiones sobre el uso del poder en las
organizaciones y la necesidad de hacerse con espacios de supervisión institucional
que ayuden a los profesionales a conducirse con más calidad humana, porque de la
combinación sensata y del balance en el uso del poder y de la autoridad puede resultar
una dirección efectiva centrada en la tarea. La organización es tanto más inteligente
cuando facilita la complementariedad de saberes y la colaboración. Se trata también
de reconocer que en los equipos existen rivalidades, envidias, simpatías o antipatías
porque no todo en la organización son acciones y tarea, sino emociones que conforman
parte de la cultura laboral. De cómo comprendan las personas estas contradicciones y
ambigüedades depende la evolución y crecimiento de las instituciones; pero siempre
con trabajo personal y con ayuda de la supervisión.
La supervisión es un aspecto de la vida profesional que se ha tratado con deteni­
miento en el capítulo de este libro referido a la teoría, técnica y ética, pero que aquí lo
99
apuntamos como parte de la responsabilidad de la organización con el fin de propiciar el
desarrollo de los profesionales y el cuidado mutuo. Dentro de la organización la super­
visión ha de tener un encuadre técnico que incluya el área institucional, la contratación
de la supervisión, la relación institución-supervisor, la relación institución-supervisados
y la relación supervisor-supervisados. Todo este proceso de la supervisión representa
una forma de institucionalizarla dentro de la organización que garantiza la formación,
la confidencialidad y otros aspectos éticos que han de ser considerados.
Cada supervisor, en palabras de Carmina Puig, singulariza su práctica, aunque se ha
observado que los objetivos en supervisión siempre se sitúan entre los dos extremos:
una parte técnica o institucional y una parte relacional. También los contenidos podrían
agruparse en relaciones internas del equipo, análisis de la organización, relaciones con
los usuarios o análisis de los casos. En lo técnico-institucional se aborda el análisis de
la organización, la revisión de proyectos, el análisis de situación, la organización de
los equipos, la construcción de una red de coordinación entre equipos, tomar distancia
con la situación y crear referentes y objetivos comunes. En el análisis relacional se
afrontará la construcción del equipo, los conflictos, el intercambio de experiencias
profesionales, los apoyos profesionales, la motivación del equipo, la expresión de
dificultades, la prevención del cansancio y la confianza en los equipos. Asimismo, se
contemplan las relaciones intraequipo, las relaciones con los usuarios de los servicios
y el análisis de la organización (2010: 52).
En nuestra investigación, la totalidad de las entrevistadas manifiesta la necesidad de
la supervisión y, aunque la mayoría no se ha supervisado formalmente, establecen un
contexto de consulta con sus compañeros más cercanos. Esta es otra forma de supervi­
sión que, aunque menos formalizada, es imprescindible tanto en el caso de que exista
supervisión formal como en el caso contrario. Estos encuentros profesionales generan
seguridad, cohesión e identidad organizacional; pero, sobre todo, algunas entrevistadas
reclaman una supervisión institucionalizada:

La supervisión sería el espacio desde donde reflexionar sobre teoría, técnica y ética
Ese es el espacio. Debería facilitarla la propia institución. Ha de ser externa (E. 13)
...si la institución no acepta la supervisión externa, no acepta los cambios de la es­
tructura, ni los cambios en el comportamiento, ni el funcionamiento tic grupos. Si uno
se supervisa individualmente hace suya toda la responsabilidad de la organización, abi
es donde veo que hay que diferenciar... (E. 15)

Por nuestra parte, hemos de añadir que, si bien la casi totalidad de las leyes de servi­
cios sociales no garantizan la supervisión, el soporte técnico y la formación permanente
es una responsabilidad ética de las instituciones y de las organizaciones. Se ha de ir
incorporando la supervisión como un sistema de calidad formativa para alcanzar una
intervención que cuide mucho más la dimensión humana de lo institucional.

100
La gestión pública y privada en las organizaciones de servicios sociales
La gestión de los servicios sociales desde la perspectiva pública o privada es una
cuestión que se encuentra en pleno debate no sólo en nuestro campo, sino en otros,
como el de salud, educación, etcétera.
El debate de la gestión en los servicios sociales empieza cuando vemos que la
gestión privada de los servicios públicos cada vez toma más protagonismo. Para Fan-
tova, desde la perspectiva de una economía liberal, puede verse como un síntoma de
la pluralidad de una sociedad desarrollada y compleja que brinda a sus ciudadanos y
ciudadanas más alternativas y más oportunidades para dar respuesta a sus necesidades.
Sin embargo, dice, el servicio que se brinda no es exactamente el mismo, según el ám­
bito del que proceda (2003: 3), puesto que todas las empresas privadas dan respuesta
a las necesidades por medio de los servicios contratados con la Administración. No
obstante, estas respuestas convertidas en servicios han de pensar en su rentabilidad
económica, razón de ser de su empresa, y a nadie se le ocurre pensar en una iniciativa
privada sin ánimo de lucro.
La gestión pública de los servicios sociales por su parte, además de las capacidades
para dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos, no está exenta de la dinámica
interna propia del procedimiento de la Administración pública. Esa dinámica, a veces
inevitable, absorbe una buena parte de su agilidad y vivacidad por encima del empeño
de algunos técnicos y, a veces, de los políticos. Además, es imperceptible por ruti­
naria, a la par que inevitablemente se ve envuelta en un conjunto de procedimientos
que mediatiza su agilidad y su eficacia. Estas son algunas de las razones, entre otras,
que se argumentan para explicar que en estos últimos tiempos se haya ido gestando la
contratación de servicios a empresas privadas o del Tercer Sector y se haya abierto un
camino, una fórmula para la Administración: la de la provisión de recursos y servicios
públicos mediante la gestión privada, pero con fondos públicos.
En el análisis sobre la gestión pública o privada podemos constatar la gran coinciden­
cia en el discurso. Para los trabajadores sociales, la gestión del sector por la iniciativa
privada supone un gran problema ideológico:

... creo que hay una intencionalidad en desprestigiar lo público. Creo que lafinalidad,
es decir, lo que estamos viendo son los hechos, yo creo que lo que hay detrás de este tipo
de actuaciones es desprestigiar lo público, para favorecer la permanencia y la penetración
de lo privado desde un capitalismo brutal. A mí me parece que se están deteriorando los
servicios públicos pero porque hay un interés en que sea así. (E. 5)

Según la representación del problema que estamos tratando -público y privado- po­
demos apreciar que para algunos trabajadores sociales el desprestigio de lo público es
un proceso intencionado que vela un componente de rentabilidad económica. Siguiendo
el hilo discursivo de la cita anterior, al parecer hoy, con la crisis, nos encontramos con
la circunstancia idónea para que nuestro sistema público se deteriore aún más.
Podemos reflexionar con Hug Heclo acerca de la desconfianza. Para este autor, en
momentos de zozobra tiene perfecto sentido desconfiar y, a la vez, valorar las institu­

101
ciones públicas. Se desconfía de ellas porque las instituciones siguen sus fines a través
de las acciones de seres humanos imperfectos que han llevado a una situación de crisis,
de final incierto; y valorarlas, porque las instituciones tienen unos fines duraderos y
dignos de nuestros esfuerzos y de nuestras lealtades. Las instituciones persisten, quienes
las dirigen y trabajan en ellas tienen un paso transitorio. Es por ello por lo que cobra
sentido el pensar institucionalmente; supone que usemos nuestra razón para frenar la
manipulación a la que nos vemos sometidos (2010: 299).
De ser así, el desprestigio de lo público, como dice esta entrevistada, no se debe
aprovechar sólo para favorecer la gestión privada, pero, dado el devenir de la economía
de mercado, parece que nos tendremos que acostumbrar a la coexistencia en paralelo
de ambas gestiones. Por ello, impulsar el instrumentalismo de una u otra gestión es
limitarse a una sola alternativa para conseguir unos fines que se validarán o rechazarán
por sí mismos. Esta extensa reflexión que transcribimos a continuación resume distintos
puntos de vista que han vertido los profesionales en las entrevistas y ponen de manifiesto
cuestiones a las que nos hemos referido en párrafos precedentes:

... yo pienso varias cosas. Pienso, por un lado, que la institución pública como tal:
Comunidad de Madrid, Insalud, la que sea, ya tiene suficientes cargas, en lo político,
en lo administrativo, en lo burocrático, etc., como para posibilitar el desarrollo de un
trabajo suficientemente eficaz... quiero decir, por ejemplo, que en un momento determi­
nado una institución pública puede estar gobernada por un partido u otro, que tienen
opiniones diferentes sobre determinado tipo de cosas y que eso hace que se actúe de
una forma diferente.
¿ Todo es ético? No es verdad. Luego la propia institución pública como tal ya tiene
carga, y plantea dificultades. Pero cuando, además, la institución pública extemaliza algo,
al trabajador o al servicio que se está dando, le afectan dos instituciones: por un lado,
la institución pública y, por otro, la institución que ha contratado la institución pública.
Entonces, me parece que eso es una doble caiga... terrorífica a la hora de funcionar
¿no?, porque, indudablemente, el trabajador tiene que seguir unas normas que le da la
institución extemalizada, la contratada y, a su vez, le debe su funcionamiento y su exis­
tencia a la pública. Con lo cual, ahí se duplican normas, está claro, se duplican normas.
fidelidades, etc. Me parece un horror, me parece un verdadero horror.
Lo que está claro es que si una institución privada, aunque sea concenada, tiene
que subsistir, tiene que hacerlo, ganando un cierto dinero. No tiene más remedio, quiero
decir, que para subsistir ¿cómo lo va a ganar? Si tiene que costar lo mismo que una
pública, tiene que bajar algún gasto. ¿En qué lo baja? Generalmente en el gasto mayor,
que es el gasto de personal.
... ¿Qué hace entonces? Tratan peor a sus trabajadores pagándoles menos, y eso hace
que, indudablemente, la calidad, la motivación, la responsabilidad, el reconocimiento,
etc., de esos trabajadores sean trabajadores de inferior calidad, sean como sean como
personas y fueran como fueren como profesionales, no pueden ser... no puede ser igual.
Con lo que está claro que estamos bajando el nivel de calidad de los servicios, con las
externalizaciones... (E. 3)

Esta larga cita recoge distintos aspectos que forman parte de las reflexiones profe­
sionales ya que, sobre todo, en las instituciones locales está muy generalizado el dis-
102
compañeros, aunque tienen el mismo perfil profesional que los trabajadores contratados
por la Administración local, tienen jornadas más extensas, distintos convenios colec­
tivos, distintos salarios, y casi se les paga un 50% menos. Es importante señalar aquí
que en estos últimos meses de crisis, en este país, el nivel de impago de los contratos
en todos los niveles administrativos (desde las subcontratas, pasando por los convenios
de cualquier tipo, hasta los contratos laborales de los técnicos) de las Administraciones
locales es una noticia que a diario escuchamos en los programas informativos de radio,
televisión y prensa escrita. Este alto grado de morosidad, cifrado en millones de euros,
además del impago de proveedores, está haciendo peligrar servicios y prestaciones. Una
situación que desencadena una desatención de efecto dominó que está ya repercutiendo
en los usuarios de los servicios sociales.
Entonces... ¿podemos en las circunstancias actuales exigir un servicio de calidad
cuando los impagos llegan a todos los niveles? Técnicamente diríamos que sí, que
una cuestión es el importe por el servicio y otra el servicio en sí mismo; pero en una
situación postergada de incumplimiento contractual, el técnico y la entidad tienen au­
toridad moral para reclamar un buen servicio, porque esta cuestión no es sólo técnica
sino también ética, leitmotiv de este trabajo. Nos encontramos, pues, con un problema
ético con el que se están enfrentando en estos momentos técnicos de la Administración
cuya función es el seguimiento y control de un servicio contratado.
Por otro lado, se considera que existen dos éticas diferentes, bien se trate de una
gestión pública o de la privada, en el sector de los servicios sociales de acuerdo con
los objetivos de las organizaciones. No obstante, hemos de advertir la existencia de
una ética común a la calidad y a la forma de hacer bien el trabajo:

... yo creo que tiene que haber una ética diferente, efectivamente, porque responden
a unos objetivos diferentes, pero tiene que haber una mínima ética común que tiene que
ver con el buen hacer, o sea, que tiene que ver con hacer bien el trabajo, con hacerlo
adecuadamente. Eso es lo común... (E. 8)
... yo creo que sí, que son diferentes. Quizás no del trabajo social, sino de las or­
ganizaciones y de los objetivos que tienen esas organizaciones y, por tanto, si tú estás
en esa organización, son cuestiones por las que vas a estar influido. Yo creo que las
organizaciones públicas de alguna manera tienen que velar por la ética; es decir, los
criterios que se tienen desde lo público no es que sean diferentes a los de la privada,
pero es verdad que los objetivos de las organizaciones son diferentes y sí que de alguna
manera puede ser que esté condicionando la intervención del profesional, en este caso
del trabajador social o de cualquier otro que esté en esa organización. (E. 5)

La ética común se podría considerar una ética de mínimos que ha de normativizar


las relaciones de una y otra con los usuarios y con los profesionales, así como de las
organizaciones entre sí. Volvemos de nuevo a las premisas éticas que hemos estable-

'Orden de 20 de septiembre de 1989 por la que se establece la estructura Je ¡os presupuestos Je las entiJaJes
locales. Articulo 13. Gastos en bienes y prestaciones Je servicios.

103
cido en este trabajo con Paul Ricoeur: el cuidado de uno mismo, el cuidado al otro y
el cuidado de las instituciones son los objetivos comunes que una ética ciudadana ha
de contemplar, bien hablemos de lo público o de lo privado (2005: 242).
¿El punto central de la ética de las organizaciones privadas puede estar relacionado
con los beneficios económicos, considerando su función social en términos de empresa?
Porque ¿acaso no es el objetivo de la empresa privada generar un rendimiento eco­
nómico? Y si renuncia a él, ¿no iría contra sí misma? Sin embargo, esos mínimos de
los que hablamos nos sugieren que la clave está en una gestión de calidad de acuerdo
con lo que ha ofertado la empresa privada a la Administración, cuando ha firmado los
contratos, a la coherencia de su propia gestión y al cuidado de sus trabajadores. Lo que
no sería ético, en los términos que estamos tratando en este estudio, es obtener mayor
beneficio sacrificando calidad y derechos laborales.
Por su parte, la rentabilidad de la gestión pública está vinculada no sólo a la calidad
del servicio y a los derechos de los trabajadores, sino a un gasto racional de los ser­
vicios; es decir, que obedezcan a necesidades contrastadas y a la transparencia en las
adjudicaciones por concurrencia pública de las contrataciones a empresas privadas o
del Tercer sector, teniendo en cuenta, además, la diversificación de gestión sin mono­
polios de una u otra entidad. Para aclarar esta cuestión es importante destacar, a modo
de ejemplo, lo siguiente: si la Administración pública contrata con una sola empresa
distintos servicios, estos corren peligro de que, si por cualquier causa, las relaciones
contractuales se vieran afectadas, se pondría en peligro todos los servicios que tiene
contratados; mientras que si diversifica la contratación, la capacidad de negociación in­
terinstitucional tiene mayor margen de gestión. Este es un criterio que la Administración
ha de mantener siempre a la hora de subcontratar su gestión con las entidades privadas.
De hecho, no siempre se siguen criterios comunes para dirigir las contrataciones
entre lo público y lo privado. La siguiente cita está centrada en la deficiente gestión de
lo público, aunque, al igual que las anteriores, indica que las éticas pública y privada
son diferentes:

... lo que pasa es que lo público está muy mal gestionado. Quiero decir, hay que ser
honestos en la gestión... hay una ética de empresa que no es la ética de la Administración,
es otra, pero es una ética que tienen que tener...
Lo público también tiene que tener una ética, que no tiene en su gran mayoría, y
que pasa por el despilfarro, la falta de control, por el todo vale... es impresentable en
muchísimos ámbitos... Y no solamente por los altos políticos que dirigen las grandes
políticas, sino porque en lo cotidiano los trabajadores de a pie también muchos lo hacen.
Y... ¿si se hiciera de arriba de otra manera, se haría desde debajo de otra manera?
Pues probablemente, pero afecta a todos y cada uno tiene además una ética individual,
¿vale? Que es verdad que es más fácil contaminarse del todo vale cuando lo general es
eso. Pero yo creo que también en esta sociedad nuestra, en general, /?ov esa falta de ética.
Pero en una empresa casi nunca todo vale y en la Administración casi siempre todo
valey... desde ahí a la Administración le haría falta mucha que no todo le valiera. Lo que
comentabas antes del horario, de las ausencias, del rigor, de la falta de rigor... (E. 8)

104
Esta respuesta nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de poner de manifiesto,
asumiendo el compromiso de la veracidad, el compromiso con la palabra, la cuestión
de cómo se trabaja dentro de la Administración pública. Esta entrevistada aporta líneas
de análisis como las de la corresponsabilidad de quienes integran las organizaciones,
y esboza una diferencia entre lo público y lo privado en donde hay -según la entrevis­
tada- más control en la empresa privada que en la pública, sobre todo en lo relativo al
orden y a los valores de la organización.
Así pues, tanto en el sector privado como en las instituciones gubernamentales se
observa una forma más amplia y estructural de desconfianza; una desconfianza pro­
vocada por una serie de actuaciones poco correctas de acuerdo a una ética ciudadana.
De ahí que, en un determinado momento, las organizaciones no lucrativas (ONG)
surgieran como un posible elemento corrector de los excesos del crecimiento de la
actividad estatal y del capitalismo irresponsable. Sin embargo, lo que en su momento
surgió como un freno a la expansión del poder político, hoy podemos presumir que
están sirviéndose mutuamente en su necesidad de subsistencia en el ámbito económico
la pública se beneficia de la privada y, a cambio, ofrece a esta la participación de la
sociedad civil en el ámbito político.
Heclo ilustra un ejemplo acerca de la desconfianza que existe en las organizaciones
no lucrativas más reconocidas en los Estados Unidos, como la United Way y la Cruz
Roja. Esta última de gran prestigio mundial. Ambas han contribuido también por su
parte a minar la confianza pública: “A comienzos de la década de 1990, quien había
sido largo tiempo director general de la United Way y otros dos altos cargos fueron
condenados por robar fondos de las organizaciones benéficas para mantener sus lujosos
estilos de vida particulares” (2010: 45). Pese a los códigos éticos y procedimientos de
control de esta ONG no han dejado de producirse nuevas irregularidades financieras.
Hace algunos años, continúa Heclo, hubo unas críticas que acusaban a la Cruz
Roja de no emplear los fondos que obtenía como producto de los donativos para lo
que habían solicitado; estos eran reasignados a fines de esta organización, incluida la
financiación de nuevas campañas recaudatorias. Un ejemplo de ello fue el terremoto
de San Francisco de 1989, el atentado de Oklahoma City de 1995 y el incendio de
San Diego de 2001. “Pero no fue hasta los atentados terroristas del 11-S cuando estas
prácticas llamaron la atención general. En los días inmediatamente posteriores a la
tragedia y en un tiempo sumamente breve, la Cruz Roja recaudó más de 500 millones
de dólares prometiendo que todos los donativos del 11-S irían destinados a víctimas de
los atentados. Pero según investigaciones posteriores del Congreso, la mitad aproxi­
mada de lo recibido por ese concepto había sido redestinado a otras actividades de la
propia organización de la Cruz Roja”. La dimisión de la máxima directiva no tardó en
producirse (Heclo, 2010: 45-48).
Hemos citado algunos ejemplos de la desconfianza de las organizaciones en otro país,
pero hemos de citar también la experiencia de una entrevistada en el contexto español
que ha dado lugar a importantes críticas sobre las relaciones entre el sector público
y el privado. Y es que nos encontramos ante un mercado que algunos llaman salvaje

105
por su falta de regulación y control. Esta larga cita que se transcribe a continuación
muestra lo que venimos diciendo:

... hay muchas diferencias, porque hay Administraciones que lo hacen de manera más
rigurosa y coherente y hay otras que la hacen... aunque haya una única ley de contratación,
las definiciones de los pliegos y la valoración que se hace de ese tipo de trabajo, ha ido
variando. Me parece que se ha ido produciendo un ajuste en los planteamientos técnicos.
En algunos describen tres cosas y desarrolladas y, en otros, te dicen todo lo que
tienes que hacer. Pero lo que se ha producido es que el criterio técnico, de valoración
del proyecto, del equipo, de la solvencia de la entidad que presenta el proyecto, hace
algunos años podría tener una escala de cien. A partir de esa escala la valoración técnica
podía tener un setenta y la valoración económica el resto de puntuación. Ahora se ha
invertido, de manera que estamos entrando en una situación que a veces se convierte
en una subasta al mejor postor.
Eso tiene una repercusión grandísima en lo que son los servicios que se van a pres­
tar. ¿Qué plantea eso? Con lo que decías de los dilemas, es que hay en este momento
determinados servicios que podríamos hacer, pero con el planteamiento económico del
precio de salida que pone la Administración pública tienes que ir a la baja.
Y ¿cómo lo haces?, te preguntas. ¿Lo voy a hacer a costa del salario de los profe­
sionales? La asociación que dirijo no lo va a hacer, lo que pasa es que renuncia a un
contrato. Y cada vez que nos pasa esto lo que haces es argumentar a la entidad convocante
que nos vamos a presentar porque no puedo ni quiero asumir esas condiciones. Pero
hay gente que lo hace. Algunas veces se ha parado el concurso porque han entendido
la argumentación...
... Los precios a la baja... acabamos de concursar para un proyecto que ganamos
hace cinco años. Para el nuevo contrato nos pidieron que nos presentásemos... Con el
precio que salía ahora se podía llevar a cabo el proyecto, pero la valoración del pro­
yecto estaba sujeta al precio a la baja. Si por ejemplo el precio de salida son doscientos
siete mil euros, tu sobre eso rebajas y dices eso lo hago por doscientos, se convierte en
subasta cuando lo que prima es el precio más bajo.
...en este concurso nos presentamos tres organizaciones, cuando se abrieron las
ofertas económicas mi asociación tenía la más cara y yo ya sabía que otros habían hecho
una baja importante, eso no se puede hacer si quieres mantener unos salarios razonables
para los trabajadores. Entonces dije, estos ya tienen tos cuarenta puntos por el precio, o
yo saco los sesenta puntos por la propuesta técnica o no tengo nada...
Nosotros habíamos hecho una baja testimonial del 0,02, para que no nos pongan ahí
un cero pelotero, pero...Y eso es algo que sí nos va a plantear y nos plantea un dilema
ético. ¿Tú cómo vas a plantear el deterioro de los servicios? Y otra cosa es cómo ha
habido durante un tiempo, que trabajábamos así unas cuantas entidades, y que había
un cierto acuerdo, no una alianza explícita, pero si un planteamiento de una manera
de ver las cosas parecida, en la que sabíamos que no íbamos a ir a lo que hace otro si lo
hace bien; había una competencia leal. Y había un cierto acuerdo de vo aquí, tú aquí y
con un mantenimiento de precios. Ahora eso se ha pasado, totalmente.
... Un grupo XXque gestiona muchos servicios... Este grupo sabe que mi asociación
está gestionando ese programa, que está bien valorado, que no tenemos problema,
entran y se presentan a concurso y hacen mejor oferta económica a la baja. Para este

106
concurso ese grupo habían auditado lodos los servicios contratados. Con lo cual tenía
todo nuestro material.
A este concurso nos invitaron, pero me pareció que no tenían que hacerlo, eso es
un dilema ético. Pero yo no había auditado, era aquel grupo. Esto es una competencia
desleal, en el sentido de que tú quieres optar y ¡o puedes hacer pero no es ético...
... una segunda vez, muyfuerte. Sale una formación en una universidady ese grupo,
que hacía la formación, se presenta en esa universidad. Mi organización entendió que
podíamos presentarnos a ese concurso con un precio competitivo. Ese grupo nueva­
mente se presenta con una baja importante... se pensó hacer una impugnación por baja
temeraria... por mantener una dignidad en este sector.
¿Tienes que estar inerme ante estas situaciones que están pasando? ¿Podemos
unirnos para que esto no pase? ¿Desde qué tipo de plataformas podemos hacer una
incidencia para que el sector no se deteriore, no quede en manos de gente que no lo
conoce? (E.14)

En esta narración que habla por sí sola, como se puede observar, se demuestra el
deterioro de los concursos públicos para ofrecer servicios a aquellos usuarios que están,
en muchos casos, necesitados de un trabajo especializado. El lector puede hacerse una
idea de cómo la gestión de la Administración está mediatizada por el precio de salida,
como en una subasta, propiciando además una competencia desleal con el manejo de
información privilegiada. ¿Cómo podemos garantizar una atención de calidad si el pre­
cio para obtener el concurso está determinando el tipo de servicio que se va a brindar?
¿Este tipo de contratación tiene algún control? ¿No es esta una forma de clientelismo
promovida por la propia Administración?
No obstante, a pesar de estos hechos que citamos para ilustrar la gestión de lo pú­
blico, de lo privado y de las organizaciones no lucrativas, es probable que las empresas
privadas, las instituciones públicas y las ONG continúen en la mayoría de los casos
haciendo de forma apropiada su trabajo. Los errores institucionales y la desconfianza
que pueden generar son consecuencia de que existen, indudablemente, algunos tra­
bajadores, representantes ciudadanos y políticos que no logran estar a la altura de las
expectativas que se les confieren y se les legitima en sus responsabilidades. “Después
de todo, las instituciones como tales no son más que una abstracción mental. Cuando
estas fallan, quienes fallan en realidad son los seres de carne y hueso, y no unas abs­
tracciones mentales” (Heclo, 2010: 50).
Podríamos decir, entonces, que es la condición humana la que falla, pero para con­
trarrestar estas y otras desviaciones están las leyes, las normas y los criterios. Se trata
de que nos dispongamos a limitar los desmanes propios de la condición humana que,
precisamente, es la que da forma y contenido a las propias instituciones.
Situaciones como las que estamos describiendo son una expresión valiente de la
experiencia que pone de manifiesto una forma de poder cáustico respecto de la con­
fianza institucional. Dicho de otro modo: aun suponiendo que la corrupción humana y
las conductas alejadas de una ética moral fueran invariables, vemos que la pérdida de
confianza nos está trasmitiendo unas nuevas formas de alienación que, como decía una
entrevistada, es la cultura del todo vale que, de cualquier modo, se hubiera producido.

107
Todas estas prácticas suscitan incertidumbres. Entonces ¿cómo se pueden aplicar los
principios generales de la buena Administración pública, de igualdad de oportunidades,
frente a los terceros que se relacionan con ellas? ¿Cómo aplicar los principios de mérito
y capacidad, libre concurrencia y objetividad en la contratación y motivación de sus
actuaciones? ¿Qué son las obligaciones de publicidad, control de cuentas, transparencia
y responsabilidad en la gestión? Y, sobre todo, ¿cómo se garantiza el pleno respeto de
los derechos ciudadanos?
Como hemos visto, un planteamiento que justifica esta ampliación de la gestión
pudiera estar sostenido en el menor coste económico de los servicios directos y la falta
de agilidad en el proceso por el aparato burocrático que se le atribuye a la gestión pú­
blica. Este argumento no deja de tener su consistencia, pero no por sí mismo justifica
la necesidad de atención que tienen los colectivos más vulnerables sin que se utilice
con su servicio el beneficio de la empresa o su lucro.
Lo que se puede decir respecto a lo que venimos exponiendo es que la rutina y la
burocratización se han adueñado del quehacer profesional de los trabajadores sociales
al pensar en el trabajo social como en un sistema que da recursos. Esta es una forma de
actuar que pudiera darse cuando se desconoce cómo intervenir, porque el estar sujeto
y determinado por la institución, como hemos señalado líneas más arriba, condiciona
toda actuación e imposibilita la reflexión. La falta de supervisión y de trabajo en equipo
es otro de los obstáculos que hemos encontrado en este estudio.
De hecho, para los trabajadores sociales, los políticos están tan lejos de todo contacto
con la realidad a la que se enfrentan los profesionales que:

Responden a expectativas e intereses totalmente diferentes en muchos casos. Y eso


condiciona y contamina la relación y los objetivos que tienen planteados. Yo percibo-
que si, que cada vez hay un mayor alejamiento: bueno, yo lo percibo así, ¿no? De lo
que deberían ser las cuestiones básicas para lo que están los políticos, para gestionar
adecuadamente presupuestos, intereses... lo creo. (E. 5)

Esta respuesta evidencia la distancia que hay entre políticos y técnicos, cuestión que
no corresponde a la labor de servicio público que ha de tener un político. Sin embargo,
en la relación interinstitucional que se da entre políticos y profesionales, en algunas
ocasiones los profesionales también saben aprovechar a los políticos en beneficio del
usuario. Así lo comprobamos en el siguiente fragmento de entrevista, en el marco de
una visita institucional, y que, de alguna manera, vemos a diario en los distintos medios
de comunicación:

El alcalde viene a visitar siempre a los usuarios en Navidad... Cuando viene el alcalde
todo se hace mejor, se limpia mejor, por lo menos los sitios donde va a pasar, se habla
más con los usuarios, para explicarles que va a venir. Bueno, esto no lo hacemos itiual
si no viene el alcalde... ¿ Ypor qué lo hacemos cuando viene el alcalde?... porque estás
en medio del sándwich, de la presión política, de la presión de tus jefes inmediatos v
superiores: quiero decir que se nota la presión de arriba abajo de una forma importante.
y el uso [que se hace] de los usuarios.

108
Cuando digo uso de los usuarios, lo digo conscientemente. Digamos que en este punto
yo estoy dispuesta a un poquito, pero sólo un poquito, sobre todo viendo las ventajas que
puede tener, porque si no hay ventajas, no me esforzaría. ¿Qué ventajas tiene? Pues que
salimos en la prensa y que es una forma de que las personas.... Además, cuando viene,
los usuarios siempre le piden algo y algunas veces se consigue, entonces lo pongo en la
balanza. ... Ese es uno de los momentos, no sólo el del alcalde, sino el de las presiones
políticas. Me hacen pensar hasta dónde debo yo servir a ese poder y hasta dónde no. (E. 8)

Esta situación pone de manifiesto la oportunidad que puede ofrecer el acto público
de una autoridad política y del compromiso que puede asumir ante un colectivo. Esta
profesional vive el acicalamiento excepcional de unas instalaciones como una presión
por parte del poder político que no puede cambiar. Asume la situación y da un giro a
la visita en términos de visibilidad del colectivo para el que trabaja, a la vez que tiene
la posibilidad de poder concretar alguna petición de los usuarios. Este es un trabajo
que contempla la dimensión política de su profesión; esto es, lo que queremos destacar
en este estudio.
Muchas veces, quienes trabajan al lado de los políticos han de ser conscientes de
que situaciones como esta pueden ocurrir aunque no se compartan. Ponerse permanen­
temente en contra no solucionaría nada, estaría en constante lucha y, probablemente,
lograría el efecto contrario. En términos de Goleman, diríamos que su inteligencia
emocional le lleva a adaptarse a la situación, aun siendo consciente del papel que se
cumple; es decir, dónde están los usuarios y cuáles son los beneficios de esa acción.
Finalmente, otro de los puntos que tratamos en este capítulo de las organizaciones
es el del voluntariado, actividad que se desarrolla dentro de las organizaciones públicas
y privadas bajo un determinado contexto ideológico, político y económico. En muchos
de los casos, la Administración pública se convierte en gestora de acciones voluntarias
en los puntos de información de voluntarios (PIV). En estos puntos se establece una
vía de participación y de compromiso ciudadano;

... el voluntariado como participación ciudadana, creo que estamos llamados a tener
una participación voluntaria en las múltiples cosas que se pueden hacer puesto que todo
no se puede hacer desde un sector profesionalizado; pero no se pueden hacer cosas que
competen a los profesionales desde el voluntariado. Porque si hay un trabajo, se hace
con profesionales. Y a veces hacer voluntariado se confunde con la puerta de entrada a
un trabajo... se confunden las cosas... (E. 14)

Está claro que se considera al trabajo voluntario como una acción puntual no pro­
longada ni sistematizada. De ser así estaríamos configurando la labor del voluntario
como un acto profesional sin ser reconocido como tal, además de incurrir en el peligro
de estar enmascarando puestos de trabajo en nombre de la participación ciudadana y
del altruismo. Aunque todo dependerá de cómo se dinamice o vincule al voluntario.

Aquí tenemos voluntarios, y en el otro centro donde he trabajado, con algunos


criterios básicos: uno, nunca puede sustituir a un profesional, por ejemplo; dos, no va

109
a encontrar trabajo por ser voluntario aquí. eli... Esos eran básicam ente los d o s,,. ) no
puede ser voluntario si no tiene muy claro de qué va II:. H)

Este es un peligro que corren las asociaciones, las fundaciones, las organizaciones
públicas y privadas cuando se nutren del voluntariado para realizar y dar cumplimiento
a sus fines no lucrativos y de carácter social. Pueden estar cumpliendo, sin querer o
queriendo, el rol de legitimadores del sistema neoliberal, al conseguir servirle de dos
maneras: una, desmovilizando politicamente a las sociedades desarrolladas, s otra,
desactivando politicamente a las sociedades a las que dicen ayudar, distorsionando la
¡dea de actividad altruista. Asi se pone de manifiesto en la siguiente cita:

A mi me parece que tiene un fin muy perverso, me parvee que es algo c**n lo que hay
que tener mucho cuidado. Yo he sido voluntaria, y t/eu/c ahi también lo difio Creo que
si, que puede haber una función y que más que como voluntariado y ti hablaría de parti­
cipación. o sea. me fausta md\, lo identifu o más con eso El hecho de que haya siempre
voluntariado es que algo está funcionado mal... Hay una form al ilación, una mediación
excesiva ahi... Y por otro Unió, es muy obvio, pero lo que ¡tasa hay que decirla . p ero
creo que está estupendo mientras no se utilice para cubrir lo que hay que cubrir con
profesionales. (E. ó)

Si bien no se han de utilizar las acciones voluntarias ni a los que las ejecutan como
sustitutos de trabajadores, su labor muchas veces es necesaria; pero insistir en que
las Administraciones públicas no deben utilizar al voluntariado en sustitución de la
responsabilidad pública es también una responsabilidad de lodos los profesionales
que prestan servicios públicos. Nos encontramos en un terreno movedizo, puesto que
los voluntarios cumplen especialmente funciones de contención de los problemas y
de ahorro público.
En la actualidad todas estas cuestiones que generan confusión están reguladas por
la Ley de Voluntariado, los reglamentos y los estatutos especializados que avudan a
delimitar la acción voluntaria del trabajo enmascarado. No obstante, la relación entre
los profesionales y los voluntarios no puede consistir en el reparto de competencias,
como si la acción social pudiera dividirse en un territorio objeto de la intervención
técnica, y otro patrimonio del voluntariado. Todas estas cuestiones han de observase
en el trabajo con voluntarios, además de tener en cuenta sus propias motivaciones.
No nos queda, en fin. más que reunir los aspectos más importantes que hemos tratado
en este capitulo: la complejidad de las organizaciones de serv icios sociales v de trabajo
social, el debate ético y la gestión publica y privada como tres grandes apartados Son
los aspectos más objetivos de la organización. Además de estos aspectos, es importante
resallar aquellos más subjetivos: las organizaciones pueden ser depositarías de las ex­
periencias, fantasías y expectativas indiv ¡duales y compartidas por los que las intecran.
lo cual no niega la realidad objetiva de las organizaciones, esto es. su objeto. Mas en el
análisis que hemos realizado es importante no dejar de lado la realidad psíquica, como
parte de la cultura de la organización. Estas dos vertientes objetiva v subjetiva nos
ayudan a interpretar las historias indiv ¡duales, experiencias v percepciones de la ncali-

110
dad organizacional; y es que, si bien hay una vida inconsciente en las organizaciones,
no es menos cierto que hay una vivencia consciente. Comprender ambas dimensiones
ayuda a dar significado a las relaciones interpersonales en los equipos que conforman
la identidad de una organización.

Bibliografía
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112
Ética para una ciudadanía global

Teresa García Giráldez

l proceso que han seguido las sociedades occidentales en relación con la ética

E ha evolucionado a medida que se han ido escindiendo religión y moral, moral


y poder, moral y derecho y ha dado lugar a que se delimitaran las dos éticas: la
pública y la privada.
El debate sobre la ética suele aflorar en periodos de crisis como reflexión introspecti­
va sobre la conducta humana, colectiva e individual, y replantea algunos de los principios
y valores que la fundamentan: el concepto de lo universal, en términos humanistas o
modernizadores. La revisión de este concepto, desde la perspectiva que se trata en este
capitulo, encuentra en el concepto de ciudadanía una connotación política que induce
también a la reflexión acerca de aquellos instrumentos -las políticas sociales- que han
contribuido a reforzar y potenciar los vínculos sociales de la población.
El contenido de las políticas sociales proporciona una orientación ética a la dimensión
estratégica de la acción racional. La ética política en la esfera pública de la sociedad se
considera, según Jiirgen Habermas, no un mero producto de agregación de posiciones
indiv iduales, incluso regladas, sino un compromiso que invita a ser moralmente exi­
gentes con los procedimientos empleados en la acción práctica y en la acción comuni­
cativa. El escenario de tales propuestas es, para Habermas, la democracia participativa
donde el ciudadano trasciende su unidad votante-contribuyente y se convierte en sujeto
activo en los procesos de elección y decisión de objetivos sociales (Habermas, 1987).
En este capítulo vamos a tratar de reflexionar acerca de algunos aspectos de la re­
lación conceptual entre ética y política: en primer lugar, como ética política que busca
garantizar los derechos de la ciudadanía y no las “buenas intenciones” del poder público.
En segundo lugar, como herramienta que se pone en marcha, la política, en particular
las políticas sociales, que permiten generar un marco sustantivo y operativo que ha de
favorecer la emancipación a través de la garantía formal de los derechos de todas las
personas y, sobre todo, de quienes se hallan en situación de riesgo y vulnerabilidad
social en un momento y territorio determinados, pero que deberá hacerse extensivo a
toda la humanidad. Este último aspecto tiene como objetivo invitar a los trabajadores
sociales a reflexionar sobre los aspectos estructurales de su intervención y ampliar su

113
pensamiento con una perspectiva que vaya más allá de la mera intervención individual-
familiar, esto es, la intervención colectiva o, todavía, llamada comunitaria.
Hacer operativas las políticas, ya sea en calidad de gestores, ejecutores o interven­
tores, es labor de numerosos profesionales. Entre estos actores, los profesionales de lo
público, los trabajadores sociales, son imprescindibles por su mandato de “servicio a la
comunidad” y, como tales, se vinculan más a la Administración que al mercado y a la
política. Entre sus responsabilidades, la ética profesional ocupa un lugar predominante
que les exige un ejercicio continuo de reflexión que les capacite para saber interpretar
y diferenciar el espíritu de la letra en las normas que han de aplicar.
Este proceso de reflexión abarca las fuentes, los deberes, los resultados y los prin­
cipios que se aplican a la praxis, que llevan a hacer explícita una ética profesional que,
en una sociedad democrática y fundamentada en el trabajo como la actual, se concretan
en términos de protección de derechos y libertades de todas las personas, grupos y
comunidades, pero sobre todo de aquellas más vulnerables.
Asimismo, el compromiso con la lógica del Estado de derecho se puede resumir, en
el caso que se contempla, en acceder y respetar el derecho y en adaptarlo a las situa­
ciones particulares. Este es el núcleo central de las prácticas de trabajo social que se
realiza en la constante toma de decisiones no sólo sobre lo que es conforme al derecho
sino sobre lo que justifica que se desobedezca la norma en caso de conflicto ético.
Los éticos son conflictos de valores, por tanto, de preferencias y elecciones últimas
frente a las cuales parece vana toda argumentación racional que no apele a situaciones
emotivas (Bobbio, 2003).
De esta reflexión sobre la práctica deriva la necesidad de replantear algunos de los
conceptos y de hacer un esfuerzo para adaptarlos al nuevo contexto globalizador. Esto
implica posicionarse también no sólo en el debate sobre la compatibilidad o incompa­
tibilidad de la ciudadanía, entendida ya en su dimensión global, con el viejo modelo
de Estado-nación existente, sino en el propio diseño de nuevos modelos pluralistas e
integradores, más apropiados a las sociedades cosmopolitas actuales, que sustituyan
aquellos viejos modelos para incorporar los cambios sustanciales experimentados en
las relaciones que han ido generando.
La ética política, por tanto, se puede analizar atendiendo a diversos criterios: al de
sus fuentes, al de los deberes y derechos, al de los principios y resultados, etc. Este
análisis se realiza, como dice Edgar Morin, no tanto para fundamentar dicha ética, sino
para reflexionar sobre sus fuentes -la solidaridad y la responsabilidad- y los lazos que
unen unas éticas con otras, que son fundamentales en cualquier sociedad.
El problema ético-político emerge cuando se desintegran las solidaridades tradi­
cionales; de ahí que comprender al ser humano constituya un punto fundamental de la
ética; pero la perspectiva ha de integrar todos los aspectos de la persona, no reducirlos
ni simplificarlos con el fin de evitar conflictos. “La ética es el hacer frente a la dificultad
de pensar y vivir” (Morin, 2004: 224).
Afrontar los conflictos que genera la práctica de la ciudadanía significa avanzaren la
propuesta integradora de las políticas sociales hacia la ciudadanía global que ha estado
presente en el ideario universalista-progresista de todos los tiempos. Ideas, sentimien­

114
tos y proyectos son las dimensiones de una nueva ciudadanía global que se define por
el carácter redistributivo de la intervención pública y el respeto de los derechos de la
persona, frente al predominio de otros intereses particularistas, y por el refuerzo de la
democracia en las sociedades plurales renovadas.
Cortina y Martínez consideran que puede existir una sinonimia de los conceptos de
ética y moral en cuanto al conjunto de principios, normas, preceptos y valores que rigen
la vida colectiva e individual en una sociedad y que resultan de ponerlos en práctica
porque se consideran buenos, por lo que se pueden considerar intercambiables (1996).
Sin embargo, se puede hacer un uso también diferenciado de ambos conceptos: el de
ética o filosofía moral como reflexión sobre los problemas morales y el de moral como
el conjunto de principios, normas y valores que los grupos sociales transmiten de unas
generaciones a otras sobre lo que entienden por vida buena y justa. Para estos autores
la pregunta básica de la moral sería ¿qué debemos hacer? y, en cambio, aquella relativa
a la ética es ¿por qué debemos? Esta pregunta en sí no presenta un potencial crítico
en términos de evaluación y discernimiento de lo que está establecido y naturalizado.
La ética, por consiguiente, como filosofía moral intenta aclarar la esencia de la moral,
fundamentar sus pretensiones normativas y aplicar los conocimientos obtenidos a los
dilemas morales que preocupan a las personas y a las sociedades. El término ética se
usa con ese otro significado distinto al de moral, a pesar de que en la vida cotidiana
se vienen usando como sinónimos referidos a lo que se podría denominar “el código
moral vigente”. La ética, como la filosofía moral, intenta estudiar el sentido general
que tiene la existencia de códigos morales.
Desde una perspectiva filosófica de la política, el derecho y la ética, se podría
afirmar que, a partir de la modernidad, las soluciones que se han dado al tema de la
relación entre la política y la ética han sido las que han definido la virtud política como
“razón de Estado” y que han marcado la diferencia en la relación entre los sistemas
normativos de las dos instituciones dominantes: el sistema que pretende enseñar leyes
universales de conducta (moral cristiana) y el que persigue asegurar el orden temporal
en las relaciones entre las personas (moral política)1.
El estudio de la ética política, mediante el análisis sucinto de algunas de las ideas
procedentes de la sociología de Max Weber y del pensamiento filosófico y político de
Norberto Bobbio, por un lado, y Gregorio Peces-Barba en nuestro país, refuerza la ex­
ploración de la complejidad de la ética política, para abordar también otros conceptos
relacionados con ella, como los de ética cívica y ciudadanía global.
Según Weber, entre las cualidades que caracterizan el ejercicio del poder-la política-
destacan tres que ha de poseer su agente: la pasión, el sentido de responsabilidad y la
seguridad interna. Son cualidades que abocan a dos éticas: la ética de la convicción y
la ética de la responsabilidad. Ambas éticas se distinguen por los criterios respectivos
con que juzgan como buena o mala la opción que cada una de ellas asume. La ética de
la convicción considera que existe un principio o una norma previos a la acción, por
lo que, en general, cualquier otra proposición prescriptiva cuya función sea influir de

'Se entiende por moral, tout conrt, el conjunto de creencias y de prácticas que se generan en cualquier sociedad
humana con objeto de mantener la supervivencia del grupo y de orientar la acción de sus miembros hacia la convivencia.

115
manera más o menos determinante en el cumplimiento de la acción y, a la vez, permitir
juzgar como positiva o negativa una acción real de acuerdo o en desacuerdo con la ac­
ción abstracta contemplada en la norma, desviaría esa obligación moral e intransigente
de cumplir la acción absolutamente de acuerdo con esos principios preestablecidos.
La ética de la responsabilidad, en cambio, para emitir el juicio positivo o negativo
mira a los resultados, a si se han alcanzado o no. Valora, pues, las consecuencias de los
actos políticos y confronta los medios con los fines, las consecuencias y las diversas
opciones o posibilidades ante una determinada situación. Como expresión de racio­
nalidad instrumental valora los fines, pero también los instrumentos para alcanzarlos.
Es esa racionalidad instrumental “reflexionada con madurez” lo que conduce al éxito
político, según Weber.
La ética de los principios y la ética de los resultados se pueden denominar, res­
pectivamente, morales deontológicas y morales utilitarias. Ambas éticas no siempre
coinciden: aquello que es bueno para los principios puede no serlo para los resultados.
Sin embargo, no debería ser así y deberían ir juntas en el político, quien tendría que
aunar las convicciones realistas con la conciencia de su responsabilidad, ser a la vez
posibilista y transformador. En el político confluiría, por tanto, la distinción entre moral
como ética de la convicción y política como ética de la responsabilidad.
La perspectiva filosófica y política de Bobbio y Peces-Barba en el debate entre ética
y política aborda la denominada moral social, es decir, aquellas acciones de la persona
que interfieren en la esfera de las actividades de otras personas, que es diferente y pre­
cede a la moral individual, cuya acción persigue un perfeccionamiento personal que
es independiente de las consecuencias que pueda acarrear para los demás.
En la ética tradicional, la cuestión de los deberes más que la de los derechos ha
distinguido siempre esa relación bidireccional entre los deberes hacia los otros y los
deberes hacia uno mismo. En este capítulo no se va a abordar la ética privada, la
reflexión girará en torno a la ética política, y de esta a la que se refiere a los deberes
hacia los otros y no tanto a los derechos (Bobbio, 2002: 120-123; Peces-Barba. 2007).
Así, la cuestión ética constituye la reflexión acerca de si se puede someter ajuicio
moral la acción política, objeto de debate recurrente en el pensamiento político y filo­
sófico, desde Maquiavelo hasta Pareto, pasando por Rousseau y Marx. Se ha identifi­
cado la ética política, ya sea como razón de Estado o como capacidad política o virtud
maquiavélica, que ha llevado a aplicar al quehacer político criterios morales distintos
de los que definen la conducta común, para diferenciar y distanciar asi la moral política
de la moral común (Bobbio, 2002).
Lo que pretende la ética en general y la ética política en particular es justificar la
conducta que no sigue las reglas prefijadas, cuyos actos han de poseer también una
calidad moral. Es la ética que nace del acto que viola o parece violar las reglas sociales
-tanto morales como jurídicas o consuetudinarias- generalmente aceptadas. Es aquella
que pretende justificar no la obediencia sino la desobediencia a las normas establecidas:
no tanto la presencia como la ausencia del deber de respeto a dichas realas (Bobbio.
2002: 124).

116
Para el tema que nos ocupa es interesante señalar que la perspectiva del universa­
lismo humanista resalta la progresiva separación entre la ética confesional y la laica,
que marcó las distancias entre religión y moral, moral y poder, moral y derecho en las
sociedades occidentales. Tras el predominio de la ética confesional católica, que tiene
a Maritain entre sus teóricos más apasionados, se abre paso otra ética mas secularizada,
escéptica y relativista, cuyos artífices fueron Montaigne, Pascal o Voltaire y cuyos here­
deros influyeron en las principales reglamentaciones de ética política de las sociedades
occidentales, impregnándolas de esa orientación humanista del concepto de ciudadanía.
La perspectiva de la ciudadanía encuentra en la reglamentación de la ética política,
otra perspectiva filosófica y jurídico-política. La universalidad de los derechos de
ciudadanía y la igualdad de las personas2 se sancionó principalmente mediante tres
documentos: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América
(1976), donde se reconocía la universalidad e igualdad de todas las personas en lo
que se refiere a ciertos derechos inalienables, entre los que destacaban: el derecho a la
vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano (1789), que puso el principio de universalidad de derechos
por encima del de ciudadanía y sobreentendía -porque no se define- que era aplicable
a las personas que entonces vivían en el territorio (francés)3; y la Declaración de los
Derechos Humanos (1948), en la que colaboró también Maritain que sancionaba la
dimensión internacional de los derechos de las personas y los unlversalizó (Dubasque,
2008).
Lo que pretenden subrayar estas declaraciones es que los derechos de la persona
son superiores a cualesquiera otros y no pueden ser limitados por las constituciones
nacionales4. Engloban tanto los derechos ciudadanos, los denominados políticos o de
segunda generación en la terminología de T.H. Marshall (el derecho de voto, de elección
y de participación en la vida democrática, de circulación); como algunos de los derechos
civiles o de primera (el respeto a la vida privada, a la propiedad y a la “seguridad”);
además de algunos de los derechos de tercera generación, los denominados derechos
sociales (a la educación, a una protección social, sin olvidar el derecho al trabajo)
(Marshall y Bottomore, 1998). En el modo de aplicación de la ética a las situaciones
concretas y reales han tenido una función relevante estas declaraciones, así como en
las teorías que han explicado su alcance y sus límites.

:Sin olvidar que “la racionalidad autocrítica tuvo lugar-dice Morin- en el peor momento de la historia de expansión
de la dominación occidental de la conquista de las Américas y fueron dos personas: Bartolomé de las Casas, que decía
que los indígenas americanos tenían un alma y eran tan humanos como nosotros, y Montaigne, que decía que cada
civilización tenía sus valores y que no existía únicamente el valor del mundo occidental” (Edgar Morín, 2002, “Ética y
globalización”. Conferencia dictada en el marco del Seminario Internacional “Los desafíos éticos del desarrollo”, Buenos
Aires, 5-6 de septiembre). Fuente: Iniciativa interamericana de capital social, ética y desarrollo. Banco Interamericano
de Desarrollo, www.iadb.org/etica.
'Su contenido es laico en la francesa y más protestante en la norteamericana, pero orientado a la secularización,
quedando esta sancionada en las respectivas declaraciones.
JNo se cumple el artículo 13 de la Declaración de Derechos Humanos: “ l.Toda persona tiene derecho a circular
libremente y a elegir su residencia dentro de un estado. 2. Toda persona tiene derecho a abandonar cualquier país,
comprendido el propio, y de volver al mismo”. Tampoco se cumplen los arts. 14 y 15, que hacen referencia al derecho
de asilo, a causa de persecución en el propio país y, sobre todo “Todo individuo tiene derecho a una nacionalidad. Nadie
puede ser privado arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar su nacionalidad”.

117
¿Por qué esta introducción sobre ética política para argumentar la perspectiva de
una ciudadanía global en trabajo social? Hay tres argumentos, entre otros muchos, que
nos parecen relevantes: por un lado, pensamos que el trabajo social hoy ha de ampliar
sus límites -que en España están muy centrados en lo local- para abrirse a escenarios
desde hace años instalados, esto es, la globalización que está trayendo nuevos paisa­
jes en nuestros pueblos y ciudades. Por otro lado, el trabajo social, se ha dicho con
frecuencia en las páginas de esta investigación, no puede ser ajeno a la política. “El
profesional en tanto que político de la acción está llamado a participar en el poder y/o
influir en él, no le bastan los conocimientos disciplinarios”, dice Cecilia Aguayo en
un importante artículo sobre la profesionalización del trabajo social y su relación con
el poder (2003: 104).
Otro tercer argumento -formulado a la manera de propósito- es el siguiente: que­
remos hacer reflexionar a los formadores, a los planificadores y a los responsables de
la ejecución de las políticas sociales de la necesidad de favorecer, a través del ejercicio
de su poder, que los profesionales de lo social se formen para poder intervenir en su
campo desde una perspectiva emancipadora, que no controladora.
Por todo lo dicho, podemos concluir de momento que al profesional del trabajo
social la política le concierne; es, además, la dimensión estructural la que no puede
eludir de sus análisis y ha de contar con ella en la intervención. Y en este punto qui­
zá convenga dar un nuevo sentido al concepto de política para que podamos vemos
concernidos: nos referimos concretamente al cuidado de la polis como ciudadanos. Y
¿en qué consiste el cuidado de la polis? En la introducción al trabajo se decía que Paul
Ricoeur define la ética en tres términos: tender a la vida buena, con y para los otros,
en instituciones justas. Si la vida buena es evidente que contiene un deseo, ya que la
ética es siempre una aspiración de valor, el de vivir bien, podríamos hablar de cuidado,
sugiere Ricoeur. Como se ha venido señalando en diversos apartados de esta obra, el
cuidado para el filósofo va desde el de uno mismo, pasando por el de los otros, hasta
el de las instituciones (Gómez, C., 2002: 242). También se ha señalado que este es un
magnífico programa que coincide específicamente con el de trabajo social definido en
su momento por Mary Richmond: la reforma del individuo y su medio y la reforma de
las instituciones (Zamanillo y M. Estalayo: 2010).
Así, recuperar el concepto de ética en relación con el de política y, por tanto, la
dimensión ideológica que está contenida en la ética política es el propósito de este
capítulo. Pero el concepto de ética parece haber ocupado actualmente el espacio de
la ideología de los años 1960-1970 y se debe a la hegemonía del pensamiento único
neoliberal y su eficiencia simbólica -naturalmente ideológica- que ha provocado la
sustitución (desaparición más bien) de aquellos conceptos que resultaban más complejos
y críticos por otros más acomodaticios, que enmascaran los conflictos: así se plantea
la sustitución de la ideología por la ética.
Estas observaciones pueden ser sustentadas por las narraciones que hemos analizado
en este estudio. En el análisis del discurso, las entrevistas dan cuenta de los valores y
principios que sustentan el trabajo social, de las dificultades para rendirlos operativos,
pero también de las ausencias que dejan en suspenso el dilema ético; en suma, de la

118
fragilidad con que se encuentran los trabajadores sociales5 en la práctica profesional
que les exige aceptar las condiciones impuestas por las políticas sociales o los códigos
deontológicos, que limitan las ocasiones de violarlos, en la intervención profesional,
a lo estrictamente necesario.
Como revelan las entrevistas, el quehacer profesional actual está cada vez más im­
pregnado de la inercia burocrática, de un déficit de diálogo entre los actores sociales, y
del replanteamiento de los principios universales de las decisiones profesionales. Pode­
mos añadir que se ha observado también que los profesionales responden, como hijos
de su tiempo que somos todas y todos, a los mandatos de una relación profundamente
individualizada con el mundo de la vida, hecho que explica la dificultad para compren­
der el mundo más allá de los límites de cada uno. Nos referimos con esta observación
a las escasas reflexiones que tenemos sobre las cuestiones del bienestar social y los
derechos sociales aportadas en las entrevistas, esto es, al tema que concierne más en
concreto a este capítulo. De ahí que, como comprobará el lector, este capítulo tiene una
estructura diferente a los tres que le preceden. En él sólo se han podido analizar algunas
entrevistas que están citadas en el primer apartado. En los otros dos apartados se ha
elaborado un discurso que puede ser mal interpretado como meramente teórico. Mas,
por el contrario, nuestro propósito ha sido el de ayudar a transitar a los trabajadores
sociales de los escenarios locales a los globales. Que, en consonancia con los tiempos
que vivimos de la mundialización, seamos una de las profesiones que se comprometa
con la extensión de la defensa de los derechos sociales para todas y todos más allá de
nuestras fronteras. De ahí el título del capítulo.

La ética política como ética profesional


En este apartado se van a traer algunas de las reflexiones sobre el quehacer políti­
co de Max Weber, toda vez que acompañados de su mano vamos a poder analizar el
campo en que nos movemos: el trabajo social como quehacer profesional y, a su vez,
quehacer político. También trabajaremos con Adela Cortina en tomo a la relación de
los profesionales del bienestar social y la ética cívica. Las contradicciones entre ética y
política Max Weber las plantea en La política como profesión (1919) y en Economía y
sociedad{1921)6. Considera la política como poder basado en valores, en convicciones,
en elementos de carisma y de racionalidad. El político, como todo profesional, debería
dedicarse al oficio para profundizar en él y no a servirse de la profesión. Dedicarse a la
política es saber conjugar vocación y profesión, es decir, saber encontrar el equilibrio
entre implicación y distanciamiento, y en ello radica la demostración de su capacidad
-ética política- para extraer las consecuencias prácticas de su accionar político. Como
el propio Weber dice, las cualidades del político - “pasión (en sentido realista), sentido
de responsabilidad y seguridad intema”- son necesarias para abordar aquel cometido:
encontrar respuestas o soluciones a las demandas que no siempre serán consideradas
justas por todos, ya que afectan a una pluralidad de personas que viven juntas, pero

5Ha de entenderse en todo el texto la referencia a mujeres y varones.


'’Capítulo III.
119
que poseen intereses dispares, diversos y a menudo contrapuestos. El desarrollo de
esta capacidad profesional, política, es, por tanto, un continuo moverse entre lucha y
elección y, en la medida que toda elección es excluyente, tiene un sentido inevitable­
mente polémico.
El elemento ético de la política debe analizarse bajo esta perspectiva de intereses
diversos y contrapuestos las más de las veces, en los cuales la dimensión personal
cumple también un papel fundamental. De ahí que la política -el político- haya de
saber articular la dimensión instrumental del poder con la moral, sin negar la existen­
cia de contradicciones en esa propia acción política; ha de tener también presente que
los objetivos que se plantea pueden acarrear resultados imprevistos y contradictorios
entre fines y medios, alejados de lo que había planteado en su origen y lo que se ha
conseguido en realidad.
Se entiende por ética profesional el conjunto de reglas de conducta a las que es­
tán sometidas las personas que desarrollan una actividad determinada y que difieren
generalmente del conjunto de normas de la moral común, ya sea porque imponen a
los miembros de esa corporación obligaciones más rígidas o porque les eximen de
obligaciones impracticables.
Cuando al discurso moral profesional se le aplica la categoría de derechos singulares
se está ante lo que se define deontología. Su dimensión normativa es el principio kan­
tiano de “actuar según las máximas” y está constituida concretamente por el conjunto
de regulaciones que buscan garantizar la realización “correcta” de dicha finalidad,
ofreciendo para ello un cauce normativo.
La justificación de la ética profesional deriva del predominio del fin como criterio
de valoración: el fin común para todos los miembros del grupo, incluido el profesional,
la salud de la res publica para el hombre político. Desviarse de la norma, en caso de
necesidad, es la desviación más corriente y menos escandalosa que suele interpretarse
como desviación del camino recto; que se justifica como desviación necesaria porque,
de seguir por el establecido en determinadas circunstancias, llevaría a una meta distinta
de la que se proponía o no llevaría a ningún lado.
Refiriéndonos más en concreto al campo del bienestar, dice Adela Cortina que el
carácter de aquellas profesiones que persiguen su promoción en el contexto institucio­
nal no se limita a ejercer de medios para obtener un fin situado fuera de la profesión
(un ingreso), sino que tiene su propia singularidad intrínseca, que se desarrolla en el
proceso de la práctica que le dota de sentido. Dota de sentido a lo social, no sólo al
discurso de los profesionales aquí entrevistados, sino a otros campos discursivos v a la
reflexión sobre situaciones novedosas (bioética, matrimonio homosexual, interrupción
de la maternidad, etc.); y dota de sentido también a las intervenciones profesionales
que, al menos en apariencia, suelen contravenir a los principios normalizados, que se
plantean en el concepto de dilemas éticos.
Indudablemente, la ética política, en unos momentos más que en otros, ha abordado
su cometido de garantizar el bien común no sólo al perseguir aquellos actos que tratan
de destruir a la ciudadanía, sino al establecer sus principios, el desarrollo de los ins­
trumentos y las políticas sociales como actuaciones políticas e intervenciones públicas

120
para garantizar el mantenimiento o la extensión de los derechos sociales y la cobertura
de necesidades o derechos considerados básicos.
Como estrategias de acción o habilidades del poder público la finalidad de estas
políticas sociales es alcanzar algunas metas determinadas, gracias a la intervención en
los medios que modificarán esas situaciones de déficit, pero también es cierto que su
alcance es limitado en el momento actual y a veces llega incluso a ser marginal.
Este carácter marginal deriva de la consideración que tiene para el poder político
la política social como campo de actuación “asistencial” en comparación con otras
políticas, como las económicas, urbanísticas o financieras, por ejemplo; y no acaba
de entenderse cuál pueda ser la razón, sobre todo si se considera que la finalidad de
aquéllas es fortalecer la cohesión social, pero también garantizar la productividad del
sistema económico.
En la perspectiva institucional se define la política social como “aquella política
relativa a la Administración pública de la asistencia, es decir, al desarrollo y dirección
de los servicios específicos del Estado y de las autoridades locales, en aspectos tales
como salud, educación, trabajo, vivienda, asistencia y servicios sociales” (García
Giráldez, 2003: 11-28).
Esta definición resalta ya sea la interrelación de la política con la Administración
como la de ambas con la sociedad, asi como la función de intermediación entre el Estado
y la sociedad. La política social concreta en una intervención pública la información
que facilitan los profesionales expertos, como los trabajadores sociales, entre otros,
sobre las dimensiones de la pobreza y la exclusión social en la realidad social, a través
de las demandas sociales.
Una vez expuestas cuestiones más generales sobre la ética política y su relación con
la ética profesional, a continuación se van a tratar algunos de los temas que emergen
de las entrevistas a profesionales de trabajo social sobre ética, para establecer algunos
aspectos explícitos e implícitos en el discurso en relación con la ética profesional y
política. Sin embargo, es preciso iniciar este análisis ya con una referencia ineludible:
en la generalidad de los discursos nos encontramos con la ausencia de dos temas fun­
damentales, esto es, la naturaleza política de la profesión y la perspectiva ideológica
de la institución y del propio profesional. Y es que en relación a la ética política, como
ética aplicada, el discurso de las entrevistas es muy poco explícito acerca de qué
significa una intervención política concorde con los principios y valores de la propia
ética profesional.
No obstante, lo que más se destaca es lo analizado en el capítulo anterior sobre
las organizaciones: la preocupación por el creciente aumento del sector privado. He
aquí una auténtica postura ideológica que toman los profesionales entrevistados: se
decantan claramente en contra de la esfera de actuación privada. Porque, en general,
los profesionales de trabajo social, como representantes, gestores o ejecutores de las
políticas sociales y por el mandato de “servicio a la comunidad”, están vinculados
más a la esfera de lo público -en concreto a la Administración y, dentro de ella, a los
serv icios sociales- que al mercado y a la política.

121
... las instituciones se la han jugado mucho en todo el tema de mercantilizacíón de
sus propios servicios y han perdido el horizonte. Y en este sentido, lo ético tiene que ver
con la transformación también, transformación de la persona, del trabajador social...
y luego en el fondo una transformación social, ¿no? L<>gicamente. Es que si al final
las instituciones, el trabajo social están mercantil izados, ¿eh?, no hay un trabajo social
auténtico. Hay que crear espacios dcsmercantilizados... (E. 1)

Pero esta postura no es suficiente. Desde una perspectiva más amplia del trabajo
social, la importancia de desarrollar una práctica ético-política orientada a lograr una
verdadera transformación de la situación de malestar del ciudadano debe ir de la mano
de procesos de fortalecimiento e impulso de la participación, de redes comunitarias y
organizacionales; así como de programas y proyectos sociales orientados con diversos
enfoques: el redistributivo, el de derechos sociales subjetivos y, actualmente, el de
derechos humanos, que es el que ofrece algunas aportaciones que son válidas para la
ética política del trabajador social y le ayudan a la intervención porque contribuyen al
desarrollo integral de la persona, promueven su autonomía y limitan el poder del Estado
frente a los posibles abusos en el ejercicio por parte de sus agentes. Los derechos de
la persona se centralizan en el reconocimiento de la dignidad humana, la integridad,
la autonomía y la inviolabilidad de la persona; en ese sentido se completan con los
fines de la profesión, que se orientan en la justicia social, a responder a la solución de
las necesidades y problemas sociales y a fortalecer las relaciones humanas (Aguilar,
2009: 11-13).
En cuanto ejecutores de las políticas sociales que persiguen el bienestar ciudadano,
los profesionales de trabajo social son a la vez representantes y hacedores de las mismas:
representan a quienes no tienen voz en ellas aplicando las políticas cuando orientan
acerca de los derechos y los recursos que están al servicio de las personas, pero tam­
bién cuando las impulsan. No obstante, las contradicciones políticas se asientan en el
imaginario de muchas y muchos de estos profesionales con más o menos intensidad. Y
es que, como se decía líneas más arriba, la finalidad de las políticas sociales es alcanzar
algunas metas determinadas, pero lo que no deja de ser cierto es que estas metas se van
reduciendo cada vez más y que hoy el trabajador social no puede más que dedicar sus
esfuerzos a la asistencia a la pobreza y a la marginalidad. El carácter de universalidad
de los servicios sociales hace tiempo que se extinguió. Estas contradicciones toman
cuerpo en la siguiente entrevistada:

... el tener que estar realizando unos cometidos en los que no, en algún caso, no
comparto, no creo... y que ademéis no dejan de ser muchas veces una... la mano. eh. o
digamos, el órgano ejecutor de políticas o de criterios, con los que, por eiemplo, vo no
estoy de acuerdo y que además van en contra en algún caso, incluso, de eso que como
trabajadores sociales tenemos que promover... Es que a veces somos... tenemos una
función de controladores, de mantenimiento del estatus para que nada se... o sea. hacer
mucho para que se quede todo igual, ¿no? Yeso sí me genera, digamos, conflictos, ¿no?,
de lo que estoy haciendo...(E. 5)

122
La ética pública del profesional de trabajo social se orienta al ámbito de la política
democrática, ya sea a la formulación, ejecución y evaluación de esas políticas sociales
que hace operativas, teniendo en cuenta que a través de ella el trabajador social debería
ser capaz de intervenir directamente en la ampliación de los derechos sociales y en la
viabilidad y accesibilidad de ellos, como en otro tiempo se ha hecho y así podremos
corroborarlo en la entrevista final a Patrocinio de la Heras. Y una de las funciones -p ú ­
blica y política- del trabajo social es facilitar el consenso, en modos y tiempos distintos:
aquel en el que los profesionales fomentan los lazos que refuerzan el tejido social para
que los usuarios, en el ejercicio de su autonomía, escojan cuáles han de ser los pasos
siguientes para alcanzar su bienestar y con ello contribuir al bienestar social; y en el
de la planificación social, participativa o no, pero que contempla a los distintos actores
presentes en el espacio y tiempo determinados, que tratan de alcanzar los objetivos de
los usuarios en el macrosistema.
Pero todo este quehacer no está exento de problemas, contradicciones, conflicto
ideológicos y a veces dilemas. Las respuestas que han dado algunos autores a estas
cuestiones señalan distintas posiciones.
Según Salcedo Megales, pesa más el compromiso del trabajador social con la socie­
dad que con la institución. La responsabilidad profesional privada excluye el respeto a
la pública, significa tener una perspectiva del Estado como enemigo y olvidar la legi­
timidad de las instituciones. En este caso, sin embargo, el hecho de que el trabajador
social esté dispuesto a violar las normas crea desconfianza entre los usuarios (2001).
Según otros autores, ante el conflicto de intereses, la profesionalidad del trabajador
social le llevará a calcular los riesgos que corren los usuarios que puedan implicar una
pérdida de los servicios o prestaciones básicos, para reducirlos. Optarán por no respetar
a las instituciones sólo cuando impidan el deber superior que mira al bienestar de los
usuarios. La responsabilidad profesional es incluyente respecto a la pública.
El trabajador social como profesional tiene un mandato social específico, confi­
gurado por las instituciones sociales, del que derivan las responsabilidades públicas
adquiridas. La responsabilidad pública incluye las responsabilidades profesionales. La
fuente de la obligatoriedad está en el compromiso público adquirido por el trabajador
social al haber aceptado voluntariamente desempeñar la función institucional con los
valores que la sustentan.
En algunas de las entrevistas realizadas se perciben estas cuestiones de diversas
formas. La situación del profesional como mediador entre la esfera política y la de
la ciudadanía refleja el conflicto ético que se percibe, por tanto, como un importante
límite al ejercicio de la autonomía profesional. Por ejemplo, en ocasiones se observa
la necesidad de desobediencia a la institución sólo cuando hay una injerencia del po­
lítico en la intervención del profesional. La politización del trabajo social plantea un
problema ético entre la responsabilidad del trabajador social frente al otro y frente al
yo, cuando el político penetra en la esfera de la organización cotidiana de los equipos
y provoca conflictos para la organización y la práctica concreta del trabajador social.

... Y ahí se meten un poco, sobre todo porque reciben demandas directas de los ciu­
dadanos, ¿eh?, y las reciben y cada vez reciben más porque les dan respuesta, ¿no?...
123
Luego eso repercule en la dinámica del equipo, porque ellos van a mandar que a ese
señor hay que ayudarle. (E. 7)

Y se considera negativa la función política desempeñada por el trabajador social:

... mi gran dilema ótico es que dentro de la institución en la que estoy, en este mo­
mento, dentro de lo que yo percibo... que puedo estar equivocada, pero percibo que de
la directora para arriba el trabajo social es sólo una excusa para mantener el sistema.
Poder seguir dominando, a veces con unas ideas, a veces con otras... Me refiero a que
no se sabe, se inventan las necesidades... (E. 15) t
f
Por otro lado, se trata de incorporar a la práctica una ética subjetiva que, aun cuando
se hace de una manera reflexiva para afrontar el conflicto ético y justificarlo de algún
modo, no siempre se consigue. Las contradicciones ideológicas siguen poblando los
mundos del imaginario profesional:

... siempre he tenido libertad entre mis jefes y compañeros para decir lo que me
parecía oportuno, no siempre he tenido la libertad para actuar de acuerdo a mi ética y
ha sido, pues, una discusión que era más intensa conmigo misma, enfunción de mi. de
la fuerza que esos principios me proporcionaran y el cansancio profesional que se va
adquiriendo a lo largo del tiempo viendo que muchas veces es una lucha sin fin. (E.4)

Esta respuesta está a caballo entre aquella posición que justifica el respeto de la
norma institucional por encima de todo y la que considera compatibles las normas
éticas de la institución con el ejercicio de la libertad profesional.
No obstante, muchos de los planteamientos revelan implícitamente la injerencia
de lo político en el desempeño de la función pública en contra del criterio particular
de cada trabajador social. Sin embargo, apenas hay referencias a la ideología, enten­
dida como la representación que los distintos grupos tienen sobre el mundo, sobre el
ordenamiento social, sobre el lugar que ocupan los sujetos, sobre el modo en cómo se
distribuye la riqueza, el poder y el saber en ese propio ordenamiento.
Toda intervención profesional se configura “en la intersección entre lo universal y lo
particular, expresándose como singularidad la conocida frase que dice: “Pensar en global
actuar en local”. Lo universal da cuenta del horizonte de sentido que se constituye en lo
genérico: las categorías teóricas, los presupuestos ideológicos y éticos más generales,
la expectativa y dirección política de toda intervención y que se expresa en un “deber
ser”. Lo particular comprende las condiciones sociales en que se manifiesta la demanda
de intervención [...] en otras palabras, se trata de lo que “hace ser”. Lo singular, como
cruce de aquello más general (lo universal) y lo que condiciona el espacio cotidiano
de intervención (lo particular), constituye ese encuentro entre el trabajador social y los
sujetos que requieren de una cierta atención, y allí la intervención se manifiesta en un
‘es’ como una puesta en acto única e irrepetible” (Cazzaniga, 2006: 11-12).
Como profesional, el trabajador social define al otro, no como una cualidad que lo
distinguiría del yo, porque una distinción de esta naturaleza implica la aceptación de
un nosotros como comunidad de género que anula la alteridad (Lévinas, 1997: 207);
124
sino más bien en términos de Walter Lorenz, como una alteridad que tiene razón de
ser y libertad para manifestarse como tal. Se trata, por tanto, de una relación de poder
asimétrica que, además, es generadora de derechos ciudadanos:

... )<> creo que si, que el ciudadano tiene que ser conocedor de sus derechos, es
decir, en relación a los otros. Yo creo que hasta aquí también el trabajador social se ha
considérenlo..., ajeno a algo que es un derecho de ciudadano como es el derecho a la
información, el derecho... Yo creo que si. ayuda sobre todo a que también nos situemos
en que el ciudadano también tiene derechos a pesar de que es una persona que viene a
Ser\ icios Sociales, que tiene derecho a ser tratado dignamente, a que... Yo creo que sí,
que estas cosas ayudan a que por lo menos el ciudadano se acerque de una manera, no
de inferioridad, porque la palabra quizás no seria esa, pero nosotros estamos sujetos
[...] Si, si. si, yo creo que si. es que tiene derecho a hacerlo. Una cosa es que busque
una relación de ayuda o de apoyo para poder entender qué es lo que le está pasando o
qué dificultades tiene. Pero el buscar eso no tiene que colocarle, necesariamente, en una
posición de inferioridad con respecto al profesional que interviene. (E.5)

Una vez destacados los principales fragmentos de las entrevistas que tienen relación
con el contenido de este capítulo, el largo discurso en el que nos vamos a adentrar
a continuación tiene por objeto desarrollar algunos de los conceptos de bienestar
social, justicia, ciudadanía global y/o ética intercultural. Deseamos con ello ampliar
el horizonte del trabajo social a nuevos escenarios, dado el escaso discurso existente
en las entrevistas en relación con los conceptos anteriormente indicados. En lo que
sigue, pues, vamos a detenernos en los dos apartados siguientes -ética para una ciu­
dadanía global y ciudadanía global de bienestar-. Se trata de ampliar la mirada de los
trabajadores sociales, estrechamente vinculada a la práctica cotidiana de gestión de
casos e intervención familiar y, en algunos casos -pocos-, comunitaria, con el objeto
de proporcionarles líneas de reflexión que fortalezcan sus intervenciones; se trata de
poder ofrecer una mirada estructural con unos conceptos que tienen un valor real como
informadores de derechos ciudadanos para el ejercicio de una práctica liberadora; se
trata también de estimular para intervenir en grupos para la acción comunitaria, grupos
que neutralicen los efectos nocivos de la individualización, porque pensamos que la
intervención comunitaria es, quizás, la más genuinamente política.

Etica para una ciudadanía global


Uno de los aspectos olvidados en las entrevistas es la referencia a conceptos tan
universalistas o más que el de la propia ética. Nos referimos tanto al de ciudadanía como
al de pluralidad y diversidad. Las sociedades modernas son éticamente pluralistas, en
ellas conviven con ciertas tensiones una variedad de propuestas éticas comprensivas.
Sin embargo, los profesionales entrevistados no plantean la discusión entre diversas
éticas, salvo en el ámbito de la propia organización, ni tampoco si toda ética puede
considerarse razonable y aceptable.
Las distintas éticas suelen compartir una serie de principios y valores sociales
básicos que les permiten convivir con las demás opciones sin llegar a la ruptura. La
125
clave de la convivencia en estas sociedades complejas está en que los distintos grupos
ideológicos, a pesar de inspirar cada uno de ellos una ética, pueden coincidir en unos
valores compartidos que cada grupo acepte desde su propio punto de vista.
Actualmente las dimensiones de esa nueva ciudadanía global abarcan ideas, sen­
timientos y proyectos que se definen por el carácter redistributivo de la intervención
pública y el respeto a los derechos de la persona, frente al predominio de otros intereses
particularistas, y por el refuerzo de la democracia en las sociedades plurales renovadas.
El escenario que propone Habermas establece los requisitos ideales de cómo podría
tener lugar el diálogo ético cosmopolita en condiciones reales. Da por supuesto que los
interesados quieren solventar sus conflictos mediante el entendimiento y la argumenta­
ción, no por la fuerza ni por la violencia, pero tampoco por el pacto o un compromiso
interesado. Es una apuesta por la deliberación racional comunicativa. La dimensión
dialógica de la razón comunicativa va a marcar significativamente la relación entre la
persona y la sociedad. Si para los liberales el individuo es anterior a la sociedad, no lo
es, en cambio, para Habermas, que no considera a la persona como independiente del
“mundo de vida” en que se conforma, sino como un miembro del todo que constituye
la Humanidad, caracterizada por la capacidad del habla y la acción en un encuentro
dialógico con los otros. Es de señalar que encuentro dialógico no significa, en las
sociedades cosmopolitas actuales, ni relativismo ni asimilacionismo, sino ética cívica
por un lado, y ética intercultural, por el otro.
El aprendizaje de la ética cívica de Adela Cortina busca puntos de coincidencia
mínimos pero fundamentales entre las distintas éticas. Una sociedad pluralista y justa
sólo puede lograrse a través del compromiso con valores como la libertad responsable,
la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y el diálogo. Estos son valores básicos que
se han de fomentar y otros, los antivalores, que se han de rechazar. Existe, además, un
amplio conjunto de valores no compartidos, pero legítimos, que conforman la oferta
específica de cada una de las éticas comprensivas. Se pueden denominar “valores di­
ferenciales”, subrayan el carácter de diversidad y riqueza que representan. Son estos
los valores básicos para una ética cívica compartida, según Cortina7. Esta ética cívica
compartida no es una ética comprensiva, global y completa, sino más bien un núcleo
de valores que son patrimonio de todos y no son propiedad exclusiva de nadie. No es
tampoco una ética completa, y el único modo de que puede fortalecerse es mediante el
compromiso entre los grupos que sostienen cada una de las éticas comprensivas para
potenciarla desde su propio punto de vista.
El término ciudadanía global es multidimensional: en primer lugar, su considera­
ción de agente indica una cualidad —la de ciudadano—que se atribuye a las personas y
que, hasta ahora, se limitaba al contexto local del Estado nacional, pero que pretende
ampliarse ahora a colectivos situados en un espacio supranacional; en segundo lugar,
en su dimensión jurídica se refiere al disfrute de unos derechos que se circunscriben
a esa característica o condición cuyo ejercicio es dinámico e implica, a su vez. un

7Adela Cortina, Ética Je la sociedad civil. Anaya, Madrid, 1994; Ciudadanos del mundo. Madrid. Anaya. 1997;
Hasta un pueblo de demonios. Ética publica y sociedad, Madrid, Taurus, 1998; y Los ciudadanos como protagonistas,
Barcelona, Círculo de lectores, 1999.

126
juicio de valor sobre el mismo: ser bueno o mal ciudadano. La dimensión global es
universal ¡/adora, consiste en trasladar todas esas dimensiones a otra supranacional para
ejercer esos derechos que poseen las personas sobre aquellas creaciones, ideológicas
o institucionales, que son producto de la acción humana.
Este constitucionalismo convirtió la ciudadanía, en el sentido de la democracia, al
evocar una sociedad formalmente igualitaria, aunque bien es verdad que, en la práctica,
esta forma democrática iba a diferenciar a los ciudadanos plenos de los ciudadanos
parciales, cuando no a separar netamente a los ciudadanos de los no ciudadanos. La
democracia es el sistema político de referencia, pero es algo más que un procedimiento
de toma de decisiones que también lo es- y se representa como conjunto de valores
cuyos avances han sido escasos respecto a los avances tecnológicos y científicos. En
pocos países se puede hablar de ciudadanía plena, de democracia sólida, sólo en aque­
llos que reconocen y garantizan los derechos sociales subjetivos, sobre cuyo modelo
social haremos algunas consideraciones en el último apartado del presente capítulo.
El concepto de ciudadanía ha desempeñado, por tanto, a lo lago de la historia una
función transformadora en las relaciones de poder y en la vida cotidiana. Según Cortina,
la democracia, como motor de la revolución y transformación social, los conceptos de
democracia y ciudadanía son interpretados como convergentes, al considerar que sólo
se dota de sentido este último concepto en las sociedades democráticas, es decir, en
las sociedades pluralistas, que son aquellas cuya legitimidad política procede no de la
pertenencia a una etnia, a una religión o a una única cultura común, sino del diálogo
no violento sobre las diferencias derivadas de esta pluralidad.
El camino hacia la ciudadanía global parece lejano, como también el interés de
algunos Estados democráticos en su construcción. Todavía predominan los intereses
de poder de cada Estado nacional, singularmente considerado, sobre sus intereses
cualitativos; es decir, importan más los intereses geopolíticos en erigirse como po­
tencias e incrementar su poder que los intereses vinculados a la virtud republicana;
pero también emergen resistencias de carácter culturalista -el multiculturalismo, el
comunitarismo (Mclntyre, Rawls, 1993)-, en su dimensión más radical, que se apoyan
en las declaraciones universalistas para reforzar su relativismo cultural, confrontando
de modo antagónico el hecho diferencial frente al universalismo global, incluso en
relación con la ciudadanía.
A pesar de todo, la democracia sigue siendo la mejor escuela de ética, desde la
perspectiva del humanismo, porque “es exigente y universalista. Tiende a fijarnos en
la noción de derechos y a la vez en hacer argumentable todo el sistema de deberes.
Es, repito, universalista en su horizonte y, en sus contenidos, adelanto, es humanista.
La democracia enseña sobre todo a pactar y por ello deflacta per se la violencia, como
escribía Aranguren en Ética y Política ’ (Valcárcel, 2007: 8).
Las resistencias al universalismo no contradicen la ciudadanía global con argumen­
tos de ética política, es decir, no rebaten al político en sus planes de alcanzar el bien
común, que es su objetivo primordial en sociedades plurales y cada vez más complejas
como las nuestras, donde coexisten identidades y culturas diversas. No se trata de rehuir
el conflicto de la pluralidad, sino de encararlo, potenciando el diálogo, para alcanzar

127
cotas de convivencia cada vez mayores en dirección a esa ciudadanía global, a partir
de unos valores mínimos comunes, compartidos, que miran más hacia lo que une a las
personas, en grupo o individualmente consideradas, que a lo que les separa*.
Pero, bien es cierto que el proceso globalizador ha evidenciado la fragilidad del
vínculo social sobre el que se había erigido la modernidad, está generando nuevos
riesgos individuales y sociales y hace cada vez más difícil la sociabilidad, obligando,
en cambio, a resolver individualmente la tensión entre los valores de la ética y del
mercado. Frente a este fenómeno se realiza una reflexión individual, introspectiva,
local, que plantea lo global como antagónico en vez de considerarlo complementario
e integrar ambas dimensiones.
Como complementaria, la ciudadanía global extiende su ámbito de actuación de lo
político a lo social, trata de asumir un reto complejo: el de la convivencia en socieda­
des caracterizadas por la pluralidad (de identidades culturales, históricas, geográficas,
étnicas, religiosas, morales, lingüísticas, etc.). Global en relación con la ciudadanía no
significa, como en el pasado, “homogéneo”, sino conciencia de la diversidad al tiempo
que se favorece el proceso de diálogo y conflicto, el aprendizaje y el progreso conjuntos.
La vinculación entre ética, democracia y ciudadanía establece los principios y los
valores que las sustentan: la ética se vincula con la acción, acción que es política porque
se propone contribuir a realizar una determinada sociedad. Dado que toda propuesta
política comporta principios éticos y la acción política conlleva determinados valores,
la ética se desplaza a esa acción política, también en el campo profesional.
La ética de la ciudadanía global requiere un tipo de ciudadanía informada acerca
del mundo y con conciencia de su propio papel, esto es, activa; una ciudadanía que
respete y valore la diversidad, que comprende cómo funciona el mundo en todos los
sectores: económico, político, social, cultural, medioambiental y tecnológico: que se
rebele ante la injusticia social; que participe en la sociedad y contribuya a ella en una
franja de niveles que van de lo local a lo global y está dispuesta a actuar para hacer
del mundo un lugar más equitativo y sostenible y que asume responsabilidades para
estas acciones. Como ejercicio de derecho a la ciudadanía global busca la gobemanza
a escala mayor a la restringida circunscrita a las fronteras de los Estados nacionales;
pero, sobre todo, también la corresponsabilidad que significa prestar más atención a
los deberes ciudadanos que a los derechos.
El ejercicio de la ciudadanía global implica una relación entre iguales. Las diná­
micas de poder unidireccional y las estructuras de opresión restringen el ejercicio de
la ciudadanía global a la reivindicación de nuevos escenarios. En este sentido busca
complementar también aquellas esferas que se presentan aparentemente antagónicas:
público y privado, local y regional, nacional y global; es decir, aquella capacidad de
ponerlas a dialogar para obtener como resultado un cambio en términos integradores de
todas aquellas construcciones políticas disgregadoras, entendiéndolas como elementos
que completan esa dimensión global integral.

sAsí reflexiona Bobbio trente al fin de las ideologías de Bell, que es lo que sigue manteniendo la diferencia ¡deolóeiea
entre la izquierda y la derecha (Bobbio, Destra e sinistra, 1994).

128
Ejemplos como el de las migraciones, que han modificado la fisonomía y la defini­
ción de los Estados nacionales como homogéneos, ponen a prueba los confines de la
solidaridad y, en el contexto de la globalización económica y de las relaciones sociales,
las fronteras nacionales son cada vez más arbitrarias e irrelevantes para la definición
de los límites de la responsabilidad social. El haber nacido dentro de una nación -o c ­
cidental- tampoco parece ya dar derecho a un mínimo de ayuda social; ahora hay que
ganárselo, no tanto desde la perspectiva económica como en la de la lealtad a la nación
y conformidad con sus estándares de vida (Lorenz, 2010).
Los dilemas políticos presentan las políticas sociales nacionales en relación, por
ejemplo, con la población inmigrante, como consecuencia del planteamiento de estra­
tegias que, por un lado, buscan “integrar dispersando”, es decir, tratan de evitar que se
creen guetos y su estigmatización y discriminación correspondiente (como en Francia y
también en el Reino Unido); y, por otro, estrategias destinadas explícitamente a afrontar
las necesidades especiales y el reconocimiento de las identidades culturales y étnicas
separadas (Holanda y Suecia). Sin embargo, las consecuencias de estas estrategias han
arrojado resultados inesperados: por un lado, los destinatarios de las primeras sienten
que la dispersión no es sino el menosprecio de su identidad colectiva y, por otro, la
atención especializada de las segundas ha desembocado en estigmatización y nuevas
discriminaciones (Lorenz, 2010: 96)
Estos dilemas políticos se plantean igualmente a los profesionales de trabajo social:
los intentos de integrar a los inmigrantes enseñándoles la lengua, informándoles sobre
las instituciones y las costumbres y asistiéndoles en el acceso a los recursos sociales
-la discriminación preventiva- perseguían la reducción de las diferencias y basaban
la integración en la asimilación, lo que ha producido grandes resistencias. El segundo
acercamiento, el de las medidas multiculturales, se basaba en la comprensión y la to­
lerancia, sin percatarse de que haber puesto en el centro de la intervención la cultura
ha sido también objeto de otras desigualdades, sobre todo en los países en los que la
cultura ha sido un elemento central para la construcción del Estado-nación.
Una tercera vía, la propuesta intercultural, ha puesto en discusión ambos mode­
los, el asimilacionista y el diferencialista y ha abierto el camino a nuevos modos de
comprender los procesos de discriminación y reaccionar a ellos. En algunos casos ha
conducido al desarrollo de una atención especial antirracista en la intervención social, a
raíz de las denuncias de los usuarios de racismo en la profesión oficial de trabajo social,
especialmente en la práctica institucional (Macpherson of Cluny, 1999). Sin embargo,
se ha preferido utilizar otros conceptos menos “crudos” o políticamente más correctos
como “gestión de la diversidad” que el de antirracismo, más connotado en países como
Holanda (Hoffman, 2001), pero también en España (Giménez, 2000).
El trabajo social está implicado en esta redefinición de los términos de esta ciudadanía
global. El mandato tradicional de esta profesión, dentro del proyecto de Estado-nación
homogéneo, era el de legitimar los confines de la solidaridad de la sociedad, asegurar
que esa solidaridad llegara al “tipo justo de personas” y conseguir que la mayor parte
de aquellos marginados sociales se convirtiera en ese “tipo justo de personas” o que,
si se negaban a ello, quedaran excluidos de la sociedad. Hasta el “redescubrimiento de

129
la pobreza” de los años 1970 se consideraba esta como un problema de desadaptacíón
personal y a los asistidos o se les podía ayudar a poner en orden su vida persona! o
no se les podía ayudar y se les dejaba a la asistencia y al control de las instituciones.
El trabajo social, que históricamente ha estado más cerca de la Administración que
del mercado, se halla actualmente implicado cada vez más, y de forma más explícita,
en el terreno económico, cumpliendo su función de respaldo del sistema. Este cambio
se percibe no sólo en cómo los trabajadores sociales van adaptando a los usuarios a las
condiciones económicas de la globalización, sino también a los cambios en la organi­
zación estructural de los servicios sociales, orientados cada vez más por los criterios
económicos de descentralización, eficacia, eficiencia y racionalidad.
Algunos trabajadores sociales plantean que “tratar a las personas como personas"
es lo ético, ya se trate de ciudadanos nacionales o de minorías étnicas y ciudadanos ex­
tranjeros. Detenerse en la reflexión sobre las formas específicas de exclusión entre unos
colectivos y otros legitimaría su exclusión por razón de su diversíad. Además, hubiera
alejado al trabajador social de su finalidad de control, que es la de tratar de conducir a
las personas a asimilarse a las normas dominantes o, de lo contrario, de perseverar en
su calidad de “diferente” legitimaría su exclusión por razón de su diversidad.
Nuevas áreas y nuevas situaciones desafian actualmente el quehacer del trabajo so­
cial: la diversidad ctnocultural, la intervención con los menores -tema reiterado en las
entrevistas como uno de los campos donde se presentan más dilemas éticos-, la ruptura
de la solidaridad intergeneracional, etc. Estas situaciones desafian a la profesión, ya
sea tanto desde el punto de vista ético como del metodológico, e incitan a la reflexión
sobre las prácticas de la asistencia que se ofrece a cualquier usuario y a aclarar a la
vez sus puntos de referencia sociopolíticos. El trabajador social se halla ante el viejo
dilema de buscar en el usuario la conformidad con las pautas de comportamiento co­
munes -nacionales- o afrontar la realidad de las sociedades pluralistas, fundadas en la
solidaridad con un acercamiento a los derechos humanos, tratando de hallar un hueco
entre el conformismo y la multiculturalidad.

Ciudadanía global de bienestar


Las vías por las que ha transitado la ciudadanía y la globalización han ido durante un
tiempo por separado, sin que se abordara hasta ahora su interrelación. Del concepto de
ciudadanía se han subrayado más las características etnoculturales que las que afectan a
los derechos sociales y económicos. La cuestión de la relativa pérdida de soberanía de
los Estados-nación, fruto de la globalización, ha minado aún más. a partir de 2008, no
sólo las condiciones y posibilidades de acceso del otro a la ciudadanía nacional, sino
las propias bases de esta como ciudadanía democrática para los ciudadanos “de toda
la vida”. La creciente importancia de los flujos migratorios ha conducido a la reflexión
sobre las posibilidades de una ciudadanía mundial o global y concentra la atención
teórica y práctica sobre dicha interrelación.
La ciudadanía es un concepto dinámico tanto desde la perspectiva histórica como
por los elementos, no sólo políticos sino sociales, económicos y etnoculturales que
lo integran. Ha ido evolucionando de acuerdo con los espacios conquistados a las
130
necesidades humanas, que han sido reinterpretados como derechos de las personas.
El modelo clásico y estático de ciudadanía permitía el disfrute de unos derechos a los
que correspondían unos deberes establecidos de modo contractual (pacto político y
pacto social) que disfrutan de modo igual todos los ciudadanos del espacio limitado
territorialmente de la nación.
Según la definición clásica es “aquel estatus que se concede a los miembros de pleno
derecho de una comunidad. Sus beneficiarios son iguales en cuanto a los derechos y
obligaciones que implica la pertenencia al Estado como condición previa a la ciudada­
nía” (Marshall y Bottomore, 1998:37). Marshall reconoce una base de igualdad entre
todas las personas de una comunidad, principalmente en relación con tres componentes:
civil, político y social.
¿En qué elementos ha de fundamentarse esta ciudadanía global de bienestar? En
primer lugar en el de bienestar social o de calidad de vida defendido por los teóricos
de la socialdemocracia que pusieron las bases del Estado de bienestar y orientaron las
políticas sociales hacia la redistribución de las rentas y al desarrollo de los espacios de
la ciudadanía como protección y provisión de derechos sociales y económicos. Frente
a estas, las políticas de ajuste neoliberales han insistido en la disminución de los costes
sociales y han modificado el escenario de las relaciones entre distintos colectivos. La
vuelta a la consideración del Estado, no ya como intervencionista, sino como residual o
mínimo, ha vuelto a hacer recaer sobre el sector informal las responsabilidades cívicas,
de modo que se plantea el repliegue de la forma de entender el espacio de la ciudadanía
como un espacio incluyente, mermándole, por tanto, algunos derechos políticos, pero
sobre todo los derechos sociales.
Por otro lado, el republicanismo moderno, enraizado en las tesis de Hanna Arendt
sobre las virtudes de la vida pública y la defensa de la democracia participativa, y el
nuevo Estado de bienestar, aún hoy mermado, defienden la práctica ciudadana sólo
cuando está en peligro su legitimidad o la gobemanza.
Dentro de esta remodelación del Estado de bienestar, quizá una de las propuestas
más interesantes, contrapuestas, pero no completamente, a las neoliberales, es la que
encierra el nuevo concepto de ciudadanía global de bienestar. Esta ha sido propuesta
en el último Congreso en Atenas, en 2008, de la Internacional Socialista y combina la
competitividad de mercado con la integración social a través del empleo decente y de
sistemas públicos de seguridad social9, en la tónica del modelo social nórdico en com­
paración con los restantes modelos del Estado de bienestar de los países occidentales.
La realidad de la crisis financiera ha puesto en entredicho dos elementos ideoló­
gicos de dimensiones globales: el mercado no es un organismo autorregulador y los
Gobiernos no pueden abandonar su responsabilidad en el establecimiento de reglas y
deben intervenir para restablecer la estabilidad económica. Sin embargo, esta crisis
puede arrastrar con ella al Estado de bienestar y destruirlo. Es menester apelar a una
nueva ciudadanía global de bienestar, para lo cual la experiencia nórdica constituye un
ejemplo de compatibilidad entre una política destinada a dinamizar la economía con unas

l,Los países nórdicos europeos comenzaron a desarrollar sus estados de bienestar después de la Primera Guerra
Mundial y los han ido mejorando tras la Segunda, de modo que puede ser un modelo útil para una dimensión global.

131
iniciativas sociales orientadas al bienestar y un régimen de plenas libertades democrá­
ticas, demostrando que es posible combinar crecimiento económico con justicia social.
Los puntos del documento aprobados se pueden resumir de la siguiente manera:
1. El concepto “ciudadanía global de bienestar” combina la competí ti vidad de
mercado con una integración social a través del empleo decente y de sistemas
públicos de seguridad social. Sus fundamentos se basan en los derechos humanos
y en un sistema político democrático cuyos líderes se comprometen seriamente
a combatir la corrupción y otras formas de mal gobierno.
2. El impacto de la crisis financiera y laboral de finales de 2008 ha sido global, su
efecto ha sido una larga y seria recesión internacional, por lo que se está pro­
duciendo un cambio en la percepción del mercado, del papel del Estado y de la
global ización.
3. Son indispensables medidas activas contra la crisis, por lo que es contraprodu­
cente la pasividad política porque lleva a un mayor desempleo. Son necesarias
iniciativas encaminadas a afrontar el desempleo y un renovado crecimiento
económico mediante iniciativas nacionales y globales, para lo cual es necesaria
la cooperación internacional.
4. La respuesta ideológica derivada de la crisis financiera es que el neoliberalismo ha
fracasado como ideología económica, ya que las crisis lo han desprovisto de sus
propios fundamentos: la existencia de mecanismos autorreguladores del mercado
y el papel pasivo del Estado en la economía, al que nos referíamos anteriormente.
5. Las propuestas de la socialdemocracia, en el pasado como en la presente crisis,
parecen acertadas para afrontarla y se formulan en el concepto de “ciudadanía
global de bienestar”, que se caracteriza por la inexistencia de contradicción
entre una política destinada a sostener una economía dinámica con iniciati\as
sociales orientadas hacia el bienestar y un régimen de libertades democráticas.
El bienestar y la justicia son favorables y son un requisito pre\ io para cualquier
crecimiento sostenible y duradero.
6. En tiempos de inseguridad sobre el futuro, los valores políticos son muy impor­
tantes, no han de centrarse en tomo a los beneficios económicos a corto plazo,
sino en el desarrollo sostenible y sustentable a largo plazo. Por este motivo, es
importante el debate sobre los valores sociales fundamentales: los sistemas de
salud y de educación han de ser universales y estar en manos del sector públi­
co; los sistemas públicos de pensiones y de garantía de los ingresos han de ser
universales, sobre todo los Estados con sistemas sociales débiles. El mercado
laboral está caracterizado por un equilibrio más justo entre los trabajadores \
los empresarios, con mayor igualdad de género, lo que dará como resultado un
mercado laboral fundamentado sobre la negociación y la cooperación. La garantía
del mantenimiento de las rentas ante situaciones de desempleo v las posibilidades
de desarrollo de capacitación para el desempleado ayudarán también a disminuir
la brecha entre las clases sociales ciudadanas.
7. La capacidad de adaptación en tiempos de crisis, tanto presentes como futuras,
ha de fundamentarse en los siguientes elementos de una sociedad democrática:

132
la unidad en vez de individualismo, la seguridad en vez de exclusión de los
individuos y la protección de los derechos de los trabajadores en vez de generar
riesgos de exclusión social. Estos valores aportarán, además, soluciones a las
crisis financiera y laboral.
8. Los valores y su implementación institucional a través de políticas específicas
actuales y futuras pueden resumirse en tres conceptos clave: pleno empleo,
bienestar y justicia social, con el fin de asegurar ciudadanía y bienestar, para
hacer posible que las personas vivan sus vidas en común de manera razonable,
asegurando al mismo tiempo un crecimiento con seguridad y el desarrollo sos-
tenible para la población.
9. El proceso de cambio en materia de bienestar se puede sintetizar de la siguiente
manera:
-Las personas expuestas al cambio deben sentirse seguras.
-Los valores que lo inspiran son justicia social, solidaridad y empleo pleno.
Estos valores no son contrarios a una economía dinámica ni al desarrollo
sostenible. Además, son valores que han mantenido y han servido para salir
de otras crisis.
10. Las características clave de la organización social son:
-Unas finanzas públicas fuertes, no sólo para reducir la vulnerabilidad de una
pequeña economía abierta, sino como base para su buen funcionamiento, con
baja inflación y altas alzas en los salarios reales.
-Unos sectores públicos grandes, caracterizados por entidades de salud, de edu­
cación y de capacitación dominadas, en su mayor parte, por el sector público
y con una orientación universal.
-El comercio libre ha de fundamentarse en criterios de justicia: el comercio justo
es una condición necesaria para un alto crecimiento en el futuro.
-Un sistema público de jubilación, de seguridad de ingresos y de protección
social orientado en términos de universalidad.
-A la vez que existen unos niveles de impuestos altos hay una diferencia cada
vez menor, y, por tanto, una tendencia a la igualación, de los ingresos.
-Los denominados “puentes sociales” son educación a lo largo de la vida, ajustes
de seguros y reinserción a la vida laboral; con estos puentes se consigue una
sociedad flexible y dinámica, pronta al ajuste, aunque sea doloroso.
-El impacto de la dimensión de género en la economía, a través de políticas
diseñadas para ayudar tanto a hombres como a mujeres a la conciliación de
la vida laboral y familiar, ya sea mediante creación de servicios como por el
sistema del permiso matemal/patemal compartido. El sistema provee igualdad
de género y, por lo tanto, una alta proporción de empleo.
-La dimensión medioambiental es importante para crear una sociedad sostenible,
como también una fuerza motora para el crecimiento.
-Mercados laborales con un diferente equilibrio de poder, mayor igualdad de
género y más influenciados por la negociación y la cooperación que, en par­
ticular, en los países anglosajones, Estados Unidos y Reino Unido.

133
11. La alta tasa de sindicalización del mercado laboral ilustra una importante ven­
taja del modelo nórdico de Estados de bienestar e indica la inclinación hacia
la negociación y la cooperación —ética de la comunicación- en vez de hacia la
competitividad y las fuerzas del mercado.
Los criterios de carácter socioeconómico que impulsan a caminar hacia un
modelo común de Estado de bienestar, al que han de apuntar todos los países
para alcanzar una ciudadanía global de bienestar, no deben ocultar la existencia
de sociedades plurales y diferenciadas, que son compatibles con esa ciudadanía
social cosmopolita.
Así, en relación a las situaciones de riesgo y de conflicto que se plantean en las
sociedades plurales y diversas actuales, el intento del trabajo social ha de encaminarse
a comprender un comportamiento que, aunque pueda considerarse inaceptable -com o
dice Lorenz-, no ha de silenciarse y tanto menos comprender el “perdón”. Compren­
der las diferencias suele convertirse en algo intolerable para la construcción del yo,
al colocarlo en una disyuntiva: la relativista -el perdón- o, por el contrario, la que
obliga a afianzarse en las propias convicciones -la intransigencia- , que son las que
marca la norma prevalente, así como en los roles y prescripciones oficiales que rigen
las intervenciones burocráticas. Escudarse en una y en la otra es negar la posibilidad
de fundar la solidaridad social en la comunicación y la comprensión mutua y minar
los cimientos en los que se ha basado la sociedad, porque impide crear una sociedad
compuesta por personas con identidades y culturas diversas y con libertad para poder
ser diferentes (Lorenz, 2010: 135).
Se trata, por tanto, de reforzar la democracia cuya base formal es permitir el diá­
logo no violento de las diferencias, para lo cual hay que concentrarse en buscar cómo
defender y practicar la democracia, adquirir competencias en las situaciones de la vida
cotidiana y en la creación de la conciencia de que mucho de nuestro bienestar y nuestro
futuro depende de que alcancemos un consenso mínimo respecto a las prioridades de
esta empresa de construir la ciudadanía global de bienestar, que es paralela al proceso
de fortalecer las estructuras y los procedimientos democráticos formales.
Apelar a la tolerancia, a la comprensión y a la conciencia es insuficiente para crear
estrategias antidiscriminatorias y antirracistas, significa reconocer el vínculo que une
la tarea de fundar identidades personales significativas con la práctica de la comu­
nicación intercultural a través de la relación entre pragmática, ética y política de la
comunicación. He aquí un programa para el trabajo social lleno de contenidos propios
de la dimensión universalizadora de la profesión. Un programa que coincide con la
propuesta de Mary Richmond: “Un programa social verdaderamente democrático
iguala las posibilidades de todos con una acción inteligente en conjunto' e instaura al
mismo tiempo una política administrativa que trata diferentemente los casos diferentes,
y con este fin recurre al concurso de agentes diferentes” (1982: 129). Y como colofón,
no olvidemos que, en palabras de la misma autora, “la democracia no es una forma de
organización, es un hábito cotidiano. No basta que los trabajadores sociales hablen el
idioma de la democracia; antes de que puedan ser aptos para una forma cualquiera de

134
servicio social, es necesario que lleven en su corazón la convicción espiritual del valor
infinito que representa nuestro carácter común de seres humanos”.

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136
4

Trabajo social y ética

Paloma de las Morenas

uando Da Teresa Zamanillo Peral me propuso colaborar en un libro sobre el

C tema de la ética y el trabajo social me vinieron a la cabeza un montón de lec­


turas sobre ello y, por lo tanto, la confusión más grande. ¿Qué decir que otros
profesionales no hayan dicho anteriormente con más fundamento? ¿Qué contar que a
los nuevos profesionales les motive para seguir reflexionando en esta dirección? Así,
decidí contar mi recorrido personal y profesional respecto a la ética, porque me parecía
más auténtico, ya que no he sido más que una trabajadora social de base, siempre en la
atención directa de casos, y una estudiosa, por interés personal, que no por dedicación
a la docencia.
En el tiempo que realicé mis estudios de trabajo social (curso 1969-71) la ética no
constituía parte del programa; los principios del trabajo social eran muy básicos, enca­
minados a una práctica “muy práctica”, y supervisados por profesoras más temerosas
de los errores que pudiéramos cometer de cara a la institución donde realizábamos
las prácticas, que de la formación profunda y reflexiva del por qué de una acción o su
contraria. Si a esto le añadimos la situación política y cultural de esa época podremos
entender la falta de formación con la que terminó los estudios nuestra generación.
El trabajo social estaba inserto en una concepción de beneficencia religiosa, más
que de justicia social. De hecho, recuerdo que los textos más revolucionarios que leí
en esos años eran las encíclicas papales como la “Rerum Novarum” 1. De Sudamérica
venían aires nuevos y revolucionarios sobre todo en desarrollo comunitario, tratados
por los profesores de la época con muchas sospechas y cuestionamientos, temerosos
de que detrás de esas ideas estuviera un movimiento comunista internacional. España
y sus pocas escuelas de formación de “asistentes sociales” estaban inmersas en unas
doctrinas de normas religiosas y políticas que encorsetaban el pensamiento de las
alumnas, intentando preparar a unos profesionales dóciles y poco o nada cuestionadores
del orden establecido.
Las preguntas ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Adonde queremos ir? ¿A quién servimos?
nunca tuvieron respuestas académicas. No había debate en las aulas. Este comenzaba
entre las alumnas (en mi promoción no hubo alumnos) con libros que boca a boca
'Carta Encíclica Rerum Novarum del sumo pontífice León XIII sobre la situación de los obreros.

137
llegaban a nuestras manos de otras carreras como políticas, periodismo, sociología,
psicología o religión. Por eso fue tan frecuente que las asistentes sociales, nada más
terminar sus estudios, hambrientas de saber, e inseguras profcsionalmcntc por lo men­
guado de lo aprendido, se matricularan en psicología, sociología o antropología más
larde, buscando pensamientos y herramientas más sustentadoras para el desarrollo de
una actividad adulta que las que habían recibido. La poesía, los cantautores, Mayo del
68 y las largas conversaciones cara a cara con los amigos formaron parte de nuestra
formación asimismo.
Mi primer trabajo fue en un organismo, la Asociación Nacional de Inválidos Civiles,
que dependía del Ministerio de la Gobernación. Este organismo fue creado después de
la Guerra Civil para amparar a los inválidos de guerra, ¡claro, los inválidos nacionales!
y el ministerio del que dependía jerárquica y presupuestariamente era la “ KGB y la
CIA2” española del momento, el Ministerio de la Gobernación.
Los inválidos no podían ser contratados por los organismos como funcionarios ya
que una disposición lo prohibía. Había que ser español, mayor de edad, sin antecedentes
penales y sin un defecto físico visible, amén de ser recomendado por alguien afín al
Movimiento. Mi trabajo consistía en ¡conseguir empleo para este colectivo!
Nuestra formación era tan deficiente que, destinadas a trabajar en organismos
estatales, no teníamos ni la más remota idea de cómo estaba constituido el Estado,
qué organismos lo componían ni cuáles eran sus competencias. Recuerdo gestiones
muy ingenuas con empresarios grandes y pequeños, así como solicitar una entres ista
al propio Ministro de Trabajo. Evidentemente, este no me recibió, pero si recuerdo la
cara alucinada del funcionario que me atendió ante mi pregunta de ¿para qué ha\ un
Ministerio de Trabajo? Recuerdo vergüenza por mi gran ignorancia, angustia diaria
al abrir el despacho y no saber qué decir a las personas que acudían tan desorientadas
como yo misma. Recuerdo, también, mi sensación de intentar hacer algo dentro de un
laberinto que me sobrepasaba absolutamente. Recuerdo el sentimiento de culpa al cobrar
mi primer sueldo. En fin, recuerdo que pensaba que todos sabían lo que tenían que hacer
menos yo, y no me atrevía ni a preguntar a mis compañeras más antiguas ¡Dias negros!
cuando buceando en farragosos documentos de constitución de la Asociación Nacional
de Inválidos Civiles (ANIC) descubrí que había una partida de fondos para conseguir
trabajo al colectivo “amparado”; fue como si los Reyes Magos hubieran llegado. En
ese presupuesto había dos partidas: una para los inválidos de la zona nacional \ otra
para los inválidos de la zona roja... Este último ascendía a S millones de pesetas. En
los archivos estaban registrados ocho inválidos en Madrid. Luego, la posibilidad de
proporcionarles un empleo, un negocio, era segura...
Estudiado el colectivo, sus capacidades, aptitudes, etc., elaboré con euforia un
proyecto para un taller de reparación de zapatos, un grupo de formación para el man­
tenimiento de máquinas calculadoras, un taller de costura (lo poco que yo era capaz
de describir en lo que después se llamaría un proyecto de integración), y lo presenté
a mis superiores. Había suficiente dinero para “amparar” a todos y sobraba. Ese mes

■La siglas KGB y CIA refieren al Comité de Seguridad del Estado de la Unión Soviética v a la Agencia Central
de Inteligencia de Estados Unidos.

138
recibí mi primera notificación de despido. Había metido las narices donde no debía.
Los presupuestos eran asuntos serios que eran tratados sólo por los superiores. Así
aprendí “estrategias laborales” y perdí la inocencia.
En esos momentos yo no pensaba “éticamente”; creo recordar que no usaba esa
palabra para nada, solo usaba “justicia” e “injusticia”, con gran vehemencia, y también
con impulsos de revancha. Todo era un volcán de sentimientos personales y seudo-
protesionales, sin reflexión alguna. Tuvieron que pasar muchos años, y muchas situa­
ciones profesionales, para que reflexionara éticamente, es decir, a partir de los valores
que iluminaban mi trabajo. Y es que los valores por los que determinamos nuestras
conductas nacen de las reacciones ante las experiencias vividas. La reacción es un
sentimiento, una respuesta impulsiva ante lo vivido. Es una emoción concebida como
la respuesta más primaria, sin relación con lo sagrado ni con lo supraespiritual. Es la
emoción, la respuesta emocional, la que jerarquiza a posteriori nuestros valores, y la
posterior reflexión sobre las consecuencias fundamenta nuestras costumbres morales.
Es indudable que el nacimiento de las políticas sociales actuales es consecuencia
de la reflexión de todos los trabajadores sociales del siglo XX, así como de otras
profesiones involucradas en la búsqueda de la Justicia. La intervención social está
actualmente relacionada con tecnologías muy poderosas que ofrecen acciones sin
precedentes. Estas crearán nuevos problemas morales y nuevas decisiones, por lo
que será aún más imprescindible una formación continua. Porque la buena actuación
profesional sin reflexión posterior, se convierte en un sentimiento y, por ello, en algo
pasajero que no ensancha los conocimientos ni posibilita su sistematización. De ahí que
no baste con el conocimiento tácito, algo característico del trabajo social. Es necesario
pasar al conocimiento explícito, y esto sólo se puede hacer con formación constante y
reflexión; sólo en el diálogo que se establece entre la realidad y las ideas, las teorías,
o los sistemas de pensamiento.
Una vez terminada mi narración profesional me dispongo a exponer el producto de
las reflexiones que he ido trabajando a lo largo de años de formación en Bioética, de
mi paso por la Facultad de Filosofía y de mi experiencia en el Comité de Bioética del
Hospital Clínico de Madrid. Sorprenderá al lector el estilo directo de mi exposición,
pero es así la forma en que me brotan las reflexiones. He querido hablar de la ética de
los profesionales, de las profesiones de ayuda, de los valores, etcétera, para terminar
con una breve frase que hace referencia a la necesidad de emprenderse en un trabajo
reflexivo de desarrollo del yo. No se trata del ejercicio de autocrítica al uso, obviamente
necesario para corregir los propios errores, sino de mirarse primero a sí mismo para
poder mirar el mundo sin juicios previos que empañan nuestra mirada sobre los demás.
La recomendación de Fichte es clara: lo que hay fuera de ti está dentro de ti mismo.

La ética de los profesionales


El patemalismo inherente e inevitable (no me importa lo políticamente correcto,
que rechaza hoy día este aspecto de la acción de las profesiones de ayuda) hizo que
me preguntara tantas veces: ¿Tengo derecho a elegir la solución al problema de esta
persona? Los valores que me motivan ¿son los mejores? ¿La debilidad emocional del
139
que pide ayuda le hace vulnerable y, por lo tanto, diana de las proyecciones del que
le ayuda? ¿Cómo se que mi respuesta es honesta y no la solución de una frustración,
carencia o trauma personal?
Traté de dar respuesta a estas preguntas y la incertidumbre que me envolvía escri­
biendo reflexiones en un cuaderno de campo. En un caso de serios conflictos morales,
por el trato hacia un paciente de psiquiatría, me planteé lo siguiente: “Las conductas
profesionalmente éticas son aquellas que son capaces de controlar sus acciones, sus
impulsos. Aquellas que prefieren razonar sus emociones, sus sentimientos; aquellas
que buscan compromisos y acuerdos morales con sus contrarios; aquellas que están
dispuestas a reclamar sus derechos, respetar sus obligaciones y ser responsables con
ambos”. Sigo defendiendo esta idea como algo nuclear de la ética de los profesionales.
Sin respuestas absolutas, comprendí, al menos, mi incapacidad personal y, por lo
tanto, profesional para tratar determinados casos en mi vida. Y comprendí que esta
profesión te agota emocionalmente porque a lo largo de tu vida tienes muchos sufri­
mientos personales que se suman a los de las personas que a ti acuden y te bloquean
para ser eficiente. Por lo tanto, necesitaba una formación más completa que hiciera
más sólidos mis criterios de actuación.
La ética se me apareció así como un camino abierto, sin horizontes definidos, ya que
cada pueblo en los diferentes momentos de su historia había decidido unas conductas
como buenas y otras como malas, según el beneficio que reportaban al grupo en ese
momento. Cada acto quedaba reflejado en los cánones de conducta que se establecían
como reglas y posteriormente como leyes. Esta es una escalera por la que asciende la
civilización y que no tiene marcha atrás. Cada escalón sirve de peldaño para la próxi­
ma reflexión y el próximo ascenso. Así pues, la ética se convierte en un espejo de la
evolución intelectual de una sociedad que sabe que la supervivencia de la especie como
tal depende de la protección que se otorgue a los sujetos individualmente.
Las conductas morales que se han establecido en cada comunidad y cada cultura
persiguen el mayor beneficio para sus miembros, por eso llegaban a considerar enemi­
gos a los otros pueblos que detentaban unas normas de comportamiento que ponían en
peligro aquellas que los primeros consideraban mejores. La fuerza, y no la reflexión,
impuso y sigue imponiendo las conductas “más civilizadas” hoy día.
Creo que toda la historia de la humanidad refleja la búsqueda de una plenitud en la
que el hombre siente que construye y reconstruye un mundo mejor. Un mundo en que
el equilibrio entre los bienes existentes y las necesidades de los seres vivos (hombres,
animales, plantas, etc.) se conviertan en derechos respetados por todos en beneficio
de los sucesores, para lo cual determina los recursos que la sociedad debe destinar a
este fin. (Un ejemplo concreto son los impuestos, sin los que no se podría conseguir
un mundo equitativo).
Los sujetos éticos, según mi criterio, son aquellos seres muy desarrollados que
son capaces de controlar sus acciones e impulsos. Aquellos que prefieren razonar sus
sentimientos y emociones, que buscan compromisos y acuerdos con sus contrarios.
Aquellos que están dispuestos a respetar sus obligaciones y deberes (no por miedo a

140
la sanción), dispuestos a reclamar sus derechos a la vez que a cumplir sus acuerdos y
a ser responsables con ambos.
Esta idea fue la conclusión de un caso social en el que trabajé como asistente social
hace treinta años. Este caso, que a continuación pasaré a relatar, fue para mí la reve­
lación de mi falta de formación para afrontar el principio de autodeterminación que
tan evidente me pareció cuando era alumna de la antigua Escuela Oficial de Trabajo
Social. El caso que voy a relatar comienza así:
“Ingresó en la UCI, procedente del Servicio de Urgencias, un varón de 79 años,
que fue descubierto, en estado de agonía, caído en el suelo, por su hija. Esta avisó al
Servicio de Urgencias, que realizó maniobras de resucitación y decidió su traslado al
Hospital. En el diagnóstico de ingreso figuró: ‘Paciente en estado comatoso por posi­
ble ingesta masiva de somníferos y otras sustancias’. El paciente, según figuraba en
los datos clínicos del centro, estaba siendo tratado en el Servicio de Oncología por un
tumor metastàtico de origen pulmonar que había recidivado en un cáncer de huesos.
El paciente había sido médico del hospital, y la hija que lo encontró en ese estado era
en ese momento médico del centro. Fue ella quien aportó al ingreso los medicamentos
que se encontraron cerca del paciente, y que hicieron suponer que este los había ingerido
en un intento de autolisis. Parece ser que el paciente, conocedor de su diagnóstico y
pronóstico, tomó la decisión de poner fin a su vida, y para ello había ingerido, supues­
tamente, más de 80 comprimidos de un potente somnífero, acompañados de grandes
dosis de alcohol, con alguna otra sustancia que no se pudo determinar con precisión
en el análisis de urgencias.
Se le practicó un entubado urgente cuya consecuencia fue la fractura de dos dientes
superiores, y sufrió daños en las cuerdas vocales. Padeció una hemorragia digestiva,
por la que tuvo que ser intervenido ‘in extremis’, realizándole una recesión parcial del
intestino grueso. Permaneció en la UCI 16 días en estado crítico, sufrió un fallo renal
por el que precisó tratamiento de diálisis. En el momento de plantearse el alta médica
hospitalaria, fue solicitada por el internista la intervención de la asistente social (en­
tonces no se llamaba trabajadora social)”.

Problemas planteados
IoVivía solo en su domicilio. Este era de su propiedad. Estaba separado de su mujer
desde hacía muchos años. Esta vivía con la hija y los hijos de ella. El paciente
tenía además un hijo varón de profesión médico que vivía en EE UU desde hacía
mucho tiempo y del que tenía tres nietos.
2o Las relaciones familiares con la hija eran buenas aunque escasas, ya que esta tenía
muchas cargas personales, laborales y familiares. En el momento del ingreso de
su padre, ella estaba dada de baja laboral por depresión.
3o Disponía de una buena renta, así como un patrimonio importante en fincas,
aunque sin beneficios de ellas. La organización de sus gastos, a partir del alta,
suponía la necesidad de contratar a varias personas que le cuidaran por turnos.
Según informó su hija, nadie conocía su situación económica real desde que se

141
separó de su madre. ¿Estaría el paciente en disposición de tratar estos temas con
su familia y con extraños?
4o Era imprescindible el traslado del paciente desde su domicilio al hospital durante
un largo periodo, y en ambulancia. ¿Quién se haría cargo de acompañarle?
5° ¿Quién se haría cargo de todas las gestiones derivadas de su enfermedad? Citas,
farmacia, dentista, logopeda, etc.
6o El paciente no sólo necesitaba ayuda material, sino también y, sobre todo, psí­
quica. ¿Cómo introducir el tema? ¿Cómo lograr que lo aceptara en su situación?
En las entrevistas que se intentaron con el paciente se utilizaron las estrategias psi­
cológicas que la asistente social conocía (que eran pocas y poco experimentadas). El
rechazo del paciente fue continuo y categórico; manifestaba que “nadie, y menos una
joven, tenía que meterse en sus asuntos ni preguntarle impertinencias”. Se mantuvieron
entrevistas con los hijos, siendo de gran violencia la relación entre ellos, con continuos
reproches en relación con temas del pasado familiar, la situación económica, el cuidado
de la madre, aquejada de demencia senil, etcétera. El hijo descalificaba gravemente al
paciente, y la hija, muy acongojada, alegaba su imposibilidad de cuidar al padre dada
su situación personal.
De acuerdo con los médicos que le atendían, se informó a la familia del criterio
diagnóstico de la asistente social: “Sospecha de desasistencia y posible abandono de un
anciano gravemente enfermo y necesitado de continuos cuidados por parte de su familia
directa”. También se informó de la determinación de la asistente social de poner en
conocimiento del juzgado la situación del paciente. El informe social fue acompañado
del informe del oncólogo, del médico internista, así como del ingreso en urgencias.
El trabajo social no se continuó. Se organizó un servicio de asistencia de enfermería
a domicilio para las curas y supervisión del tratamiento. Se consiguió que el servicio
de odontología le hiciera una prótesis dental que reparara la fractura del entubamiento.
El equipo médico que le siguió atendiendo en las consultas ambulatorias reflejaba en
la historia clínica que el paciente estaba nutrido y adecuadamente cuidado tanto desde
el punto de vista físico (aseo, ropa) como respecto al tratamiento médico.
Un año después del ingreso hospitalario, el paciente falleció. Este caso social que­
dó registrado en la cartera del historial del paciente con las siguientes cuestiones, que
fueron objeto de conversaciones reflexivas con el médico que le trató durante ese año.
• ¿A quién pertenece la vida de un paciente?
•¿El juramento hipocrático obliga a actuar sin límite en la conservación de la vida?
•¿Qué es lo importante, vivir o cómo vivir?
•¿Se pueden utilizar todos los medios que la ciencia médica proporciona para man­
tener vivo a un paciente desahuciado?
•¿Se tiene derecho a obligar a vivir a un ser que razona su deseo de no seguir vivo,
tal como expresó el paciente?
• Las creencias religiosas sobre la vida y la muerte son determinantes, pero ¿cuáles y
de quién? ¿Las del paciente, las de la familia, las de los médicos, las de un juez?
•¿La medicina de urgencia puede ser un secuestro físico y psicológico de una per­
sona? ¿Cómo evitarlo? ¿Quién puede decidir y basándose en qué?

142
• Los deberes filiales ¿quién los supervisa en caso de incumplimiento?
•¿Están los ancianos desprovistos, de hecho, de libertad para decidir cualquier cosa
en esta soeiedad de familias fragmentadas?
•¿Por qué no se promueve un tribunal de protección de mayores?
•¿Cómo educar a la sociedad para que contemple tan sensiblemente su situación,
como se hace en el caso de un niño? La fragilidad es la misma.
Todas y cada una de las preguntas giran en tomo al tema de la toma de decisiones,
que entraña grandes dificultades. Como consecuencia de lo anterior la conducta ética
profesional requiere un método que nos proporcione el aprendizaje de reflexión sobre
la moral de las decisiones adoptadas. Es por esto que he reflexionado trayendo las
preguntas anteriores con el fin de mostrar, a modo de procedimiento, una vía, entre
otras muchas, para tomar una o varias decisiones. Creo que una supervisión profesional
o unas sesiones de grupo sobre casos posibilitarían que se crearan normas acerca del
proceso de toma de decisiones. Así también crearían un hábito de responsabilidad en el
uso de los recursos y en las propuestas para otros. Este es un escenario para la reflexión
que podría contemplarse en los centros de trabajo.
La situación en la que discurren nuestras vidas hoy día ha llevado a mucha gente a
refugiarse en un subjetivismo moral, tanto para las decisiones de su propia vida como
para las decisiones que tiene o quiere adoptar en su trabajo. Parece que hoy es más
difícil que ayer determinar lo que está bien y lo que está mal. Parece que lo relativo
es inevitable.
Pero el compromiso profesional del trabajo social es perseguir el bien. Aun en el
presente orden moral que elude el antiguo basado en creencias religiosas, la actuación
se basa en la regla de oro: “No hagas a los demás lo que en parecidas circunstancias
no quisieras que te hicieran a ti”. Las bases filosóficas de la ética pueden ayudar a los
profesionales, en un mundo pluralista, a llegar a un acuerdo sobre lo que está bien y lo
que no lo está con el fin de no caer irreflexivamente en el relativismo moral.
Porque los fundamentos teóricos de Justicia, Libertad, Igualdad, Fraternidad,
Beneficencia derriban toda duda e inseguridad respecto a la posibilidad de establecer
unas conductas éticas compatibles con la pluriculturalidad actual. La utilidad de las
decisiones adoptadas llevará a acuerdos que podrán renovarse en los casos siguientes.
El conocimiento siempre está determinado por una experiencia previa. Esta reunirá
emociones de aceptación y de rechazo, ideas que se manifestarán en un impulso, en
una respuesta reconducida por la reflexión.
También debemos contemplar que las personas de buena voluntad comprometidas
con el desarrollo de una acción de “ayuda” pueden llegar a un acuerdo en la mayoría
de los casos, ya que el problema fundamental que se encontrarán será el de unificar los
principios rectores éticos, es decir, pasar por etapas de reflexión en las que se han de
establecer las prioridades de un principio moral sobre otro evaluando sus beneficios
o sus menores maleficios. Estas personas a las que me estoy refiriendo deben haber
alcanzado una particular madurez de carácter que les permita enfocar los problemas
sobre la base de unos ideales y unos principios. He visto en mi trabajo buenas personas,
con un grado importante de formación académica y sin un mínimo de madurez ética,
143
tomando decisiones más pragmáticas que de método, confiando en su intuición, en lo
más apreciado por el grupo. Estas profesionales no podrían argumentar las decisiones
tomadas.

Cuestiones de método
Entre los muchos métodos escritos, he seleccionado el siguiente por su sencillez y
fácil memorización como herramienta básica.
a. Describir los hechos del caso.
b. Describir los valores y metas de las personas comprometidas en el caso: paciente,
trabajador social, institución donde se produce el caso.
c. Destacar los conflictos de valores que se aprecian.
d. Determinar las acciones que hay que establecer para proteger los valores en
conflicto.
e. Escoger la manera de actuar argumentalmente.
A continuación expondré la historia social de un caso de acuerdo con el método
descrito.

Datos clínicos
Varón de 75 años que ingresa en la UCI por insuficiencia respiratoria aguda. Pre­
senta malformación congènita de ambos brazos, con acortamiento de un tercio del
derecho y de la mitad del izquierdo. Es fumador de tres paquetes de cigarrillos diarios.
Hipertenso, severa disnea progresiva, cianosis, necesidad de ventilación mecánica
para la respiración. Ingresa consciente y orientado. Signos claros de desnutrición y
deshidratación. A las ocho horas del ingreso sufrió una crisis cardiaca y respiratoria
que requirió maniobras de resucitación. Permaneció sedado y entubado seis días. Ante
la mejoría le fue retirada la ventilación.
Se produjeron entonces episodios de gran agitación y, fracasados todos los intentos
de ventilación parcial, volvió a ser entubado y sedado. Una semana después le fueron
retirados los antibióticos y se reinició el destete, que no toleró. Se le planteó a la esposa
la posibilidad de una traqueotomía; conocedora del mal pronóstico clínico, insistió en
“que se hiciera todo lo posible”, ya que su marido quería vivir.
A los dos días de haberse practicado con éxito la traqueotomía, el enfermo sufrió
de hipotensión, hipertermia, y la analítica evidenció elevados leucocitos, lo que hizo
sospechar la existencia de un proceso de sepsis. Se realizó una sesión clínica, y el mé­
dico responsable del paciente planteó finalizar el esfuerzo terapéutico. A las 48 horas
de serle suspendido el tratamiento falleció.

Datos socio familiares


El paciente era dibujante de carteles cinematográficos desde muy temprana edad. De
personalidad alegre y expansiva. Durante años realizó retratos y daba clases particulares

144
en su domicilio. Se ganaba la vida con desahogo. En la actualidad vivía de una exigua
pensión de 400 euros. Estaba casado en segundas nupcias; su mujer era pensionista
por jubilación anticipada de Rente e ingresaba 1.000 euros. Se consideraban felices y
hacían mucha vida social en su barrio. Tenía 4 hijos de su primer matrimonio, con los
que se llevaba bien, especialmente con el hijo menor, que le visitaba a diario.
Su empeoramiento se había producido en el último año de vida. No salía de casa
para nada, vivía del sillón a la cama y de esta al sillón. Seguía fumando, se negaba a
visitar a un médico “por nada del mundo”. Perdió mucha capacidad de visión, y no
quiso ir al oculista. Se le cayeron varios dientes y se negó a llevar una prótesis, a pesar
de ser informado de que la falta de dentadura le impedía comer con normalidad y le
estaba provocando una pérdida de peso importante. El hijo menor le llevó varias veces
a la fuerza al médico para que este le informara de las consecuencias de su rechazo a
los cuidados que se le proponían sin ningún resultado. Nunca había solicitado la ayuda
ni orientación de los servicios sociales de su zona.
Su mujer dijo en todo momento que el paciente quería vivir y que así se lo había
expresado, incluso en los últimos días antes de ingresar en el hospital, al que le llevó
su hijo mediante amenazas de no volver a verle si no accedía a ir a un hospital.

Problemas sociosanitarios
La enfermedad pulmonar obstructiva es siempre terminal. Los pacientes con esta
dolencia son los mayores consumidores de la atención y del gasto sanitario creciente en
todas las sociedades desarrolladas de nuestro entorno. El ingreso de estos pacientes en
la UCI siempre supone un tratamiento con ventilación mecánica, pero la supervivencia
es la misma, tanto con ella como sin ella. La entubación es rechazada por los pacientes
porque les produce mucha presión en el tórax. La agitación de estos enfermos es difícil
de valorar. Puede ser resultado del malestar, puede ser que quieran decir algo y no lo
logren porque estén desorientados (situación muy frecuente en una UCI), o por razones
afectivas, psicológicas, etcétera.

Análisis de los problemas éticos de este caso


El paciente fue tratado en todo momento sin haber podido expresar sus deseos. En
la cultura en la que vivimos se producen frecuentemente estas situaciones. Se considera
la vida como un bien tan preciado, que nadie en “su sano juicio” renuncia a él y, por
lo tanto, los allegados al paciente transmiten esta idea sin llegar a expresar empatia
con la realidad del enfermo. El rechazo a las gafas, a la dentadura y las consecuencias
de ello -falta de visión y de estímulos visuales en una persona que había sido pintor,
imposibilidad de alimentarse y disfrutar de ello, incapacidad de mantener relaciones
extra-familiares—son posiblemente datos que muestran una depresión o una disminu­
ción del deseo de vivir.
La autonomía y competencia del paciente no fue tenida en cuenta. No se explicó
al paciente su situación para que, comprendiéndola, pudiera aceptar o rechazar el
tratamiento que se le podía aplicar, los beneficios posibles y las molestias que este
145
obliga a tolerar. El paciente había ingresado consciente y orientado, luego era posible
haberle tratado como un sujeto activo en su tratamiento. Se podría haber corregido la
decisión adoptada por la esposa. La angustia que expresó la esposa al solicitar que se
le aplicaran todos los tratamientos posibles para que su marido continuara con vida,
fue manejada equivocadamente por el equipo sanitario. Haber ayudado a la esposa a
reconocer el proceso irreversible del paciente, interpretar con ella los datos previos al
ingreso y hacerle ver la progresiva desvitalización de su marido, le habría llevado a
una lenta pero serena aceptación del final de la vida de este.
Hablar con los familiares de la vida, de la calidad de vida, y de los sufrimientos que
pueden producir los tratamientos inevitablemente invasivos ayuda siempre a adoptar
tratamientos proporcionados, puesto que el amor que se tiene normalmente por la familia
hace que todos deseen lo mejor o lo menos malo para ellos. Faltó el apoyo psicosocial
que un trabajador social bien entrenado hubiera podido dar.
Hay que pensar éticamente en qué beneficios recibe el paciente y vigilar el daño que
puede causar una actuación desproporcionada. Siendo irreversible el diagnóstico de
esta enfermedad, la sobreactuación debe ser considerada como inútil; es más, también
gravosa para una sociedad con recursos limitados que deben ser administrados con
prudencia. El paciente falleció después de días de sufrimiento y el equipo que le trató
sufrió, así mismo, un desgaste humano y profesional.

Reflexiones sobre el caso


Los fumadores en el futuro corren el riesgo de ser discriminados por la asistencia
sanitaria tanto pública como privada, ya que la sociedad llegará a culpabilizar de sus
dolencias a estas personas; y cuando se refleje en datos estadísticos el gasto sanitario
que estas patologías suponen, no es seguro que se acepte colectivamente sufragarlas. Del
mismo modo que los fumadores, los gordos, los flacos, los sedentarios, los practicantes
de deporte de gran riesgo, los voluntarios de ONG que trabajan en países peligrosos,
¿serán excluidos?
Este debate será permanente, ya que debemos damos cuenta de que la sociedad pre­
tende culpar a sus componentes de no ser “perfectos”. Y sobre todo las dependencias de
cualquier tipo, sean cuales sean su origen, son muy mal vistas. Aunque lo políticamente
correcto sea considerar los hábitos de consumir alcohol, tabaco, múltiples drogas y,
últimamente, el hábito de tomar el sol en exceso (sí, ¡ya tiene un nombre que lo cla­
sifica como una patología peligrosa!) como “enfermedades”, la verdad es que se está
estableciendo un juicio con sentencia negativa hacia todas estas conductas.
Es preciso reflexionar que nadie hace siempre lo que debe, que nadie controla tan
perfectamente su vida logrando hacer siempre lo oportuno ni para él ni para la socie­
dad en la que vive; que todos tenemos algún hábito negativo o algún comportamiento
de riesgo que representará gastos sociales y sanitarios que la sociedad debe aceptar,
simplemente porque somos seres humanos y no máquinas. Es preciso reflexionar sobre
el hecho de que la culpabilización no genera comportamientos más sanos, sino que la
educación en temas de salud es imprescindible para nuestro bien y para que el uso de
nuestros recursos sea racional, justo y equilibrado. Dentro de este modelo educativo
146
debería contemplarse la información sobre las últimas disposiciones que las personas
podemos hacer en el final de nuestra vida.
La actuación ética en una profesión es el resultado de nuestra razón, dado que la
ética no es una ciencia experimental sino racional que fundamenta los modelos de
actuación mediante argumentos, y estos diagnostican la bondad o la maldad de una
conducta. Asi pues, podemos afirmar que la ética es la ciencia que nos participa sobre
las razones por las que algunas conductas son buenas y dignas de llevarse a cabo, nos
confirma que esas conductas deben convertirse en normativas generales de conducta,
y las convierte en leyes escritas o no, pero respetadas por todos.
La ética, como toda ciencia, utiliza un método para conseguir el conocimiento más
profundo posible sobre la conducta de los hombres.
Io La observación. Aproximándose al hecho real y percibiendo de forma reflexiva
y juiciosa este hecho.
2o La evaluación. A partir del conocimiento del hecho, se emite el juicio de valora­
ción moral, según las categorías morales previamente establecidas.
Toda evaluación se ha de hacer a la luz de un conocimiento teórico previo que aporta
los elementos de análisis necesarios para elaborarla. Es una cuestión fundamental de
método. En el caso de la ética, las categorías morales se encuentran en su epistemo­
logía, por lo que a continuación voy a desarrollar algunas reflexiones con el objeto de
iluminar el proceso de la evaluación.
Todas las personas somos capaces de distinguir lo que es ser bueno y honesto
aunque jamás hayamos recibido una clase de ética, ni tan siquiera conozcamos el
término. Puede que no podamos definir con palabras estos conceptos, incluso que no
los llamemos “valores”. Es posible que sólo podamos contar ejemplos para explicar lo
que entendemos por justo, bueno o malo, pero todos los hemos aceptado como parte de
nuestras conductas y consideramos que son aspectos exigibles a todas las personas que
nos rodean, y con un mayor nivel de exigencia a aquellas personas a las que otorgamos
puestos relevantes en nuestra sociedad.
Aristóteles afirmó que todos los hombres teníamos un saber y que este saber era
demostrable; a este saber lo llamó intuición. Decía que los dioses sabían y que los
hombres opinaban. Este saber general había nacido de nuestras necesidades y de las
decisiones que habíamos tenido que adoptar para satisfacerlas. Lo habíamos adquirido
mirando a nuestro alrededor. Según Aristóteles, primero percibimos, después sentimos,
luego pensamos y deducimos y, por último, aprendemos. En este saber, además de la
intuición, hay un tanto elevadísimo de conocimiento innato, biológico que se amplía
en cada persona con su propio aprendizaje y experiencia.
Pero ahora sólo tratamos de cómo se ha desarrollado ese “saber”, para llegar a re­
solver los temas más sensibles de las conductas humanas. Ese saber que se inspira en
valores. Los valores son aquellos aspectos de nuestra conducta que nos hacen humanos,
porque muestran las capacidades y actitudes mejores de nuestra naturaleza.
Un valor es una característica de un objeto o de una persona, algo muy estimable.
Algo apreciado que posee cualidades excelentes. Un valor humano es la expresión
de una virtud, de un hábito bueno. Los valores que pautan las conductas son, sobre
147
todo, producto de la emoción y de la razón. Se dice: “ ¡Esta situación es inadmisible!
(expresión de una emoción). “ ¡Hay que hacer algo por evitarlo!” (búsqueda de una
acción que lo corrija).
Los valores no son conceptos iguales; la honestidad, la decencia, la compasión,
la responsabilidad, el respeto, la generosidad, la solidaridad, la bondad, la lealtad, la
empatia, la prudencia, no pertenecen todos a la misma categoría. Algunos son más
importantes porque tienen mayor transcendencia, porque nos engrandecen más como
seres humanos y corresponden a las facultades superiores del género humano. Otros,
como los intereses intelectuales, musicales, artísticos y sociales, nos “adornan” pero
no hacen necesariamente mejores a las personas que los poseen.
Los valores que consideramos de rango superior tienen todos relación con la liber­
tad, esa capacidad maravillosa que nos posibilita ser rectores de nuestros destinos. Es
la libertad la que nos lleva a la honestidad, la justicia, la solidaridad, la piedad y, en
muchas personas, a la trascendencia religiosa, por la que los valores más refinados van
más allá de la naturaleza humana.
Es evidente que no esperamos el mismo comportamiento ético de un juez que de
un fontanero, de un maestro, de un decorador, de un publicista, de un médico o de un
trabajador social. ¿Por qué? A unos les pedimos eficacia, conocimientos de su arte y
honestidad en su realización. A otros les pedimos, además de competencia profesional,
una conducta ejemplar profesional y personal, ya que sus actividades representan no
sólo lo que producen, sino también un valor. A un juez le pedimos no sólo prepara­
ción jurídica, sino también honestidad personal. A un maestro le pedimos no sólo la
competencia para enseñar álgebra o geografía, sino que, además, tenga cualidades
de paciencia, bondad y ejemplaridad para sus alumnos y la comunidad educativa. A
un trabajador social se le suponen una serie de cualidades humanas como la empatia,
y se espera que su personalidad esté enriquecida por valores del más alto rango que
podríamos definir en corto como “muy humano”. Todos hemos oído esa opinión sobre
alguien, no hay una mejor definición sobre cualquiera.
Los valores que las personas hemos considerado “humanos” han dado lugar a las
grandes declaraciones éticas de nuestra sociedad: la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948; la Declaración Universal de los Derechos del Niño de
1959; la Declaración Universal de los Derechos de los Animales de 1977; la Decla­
ración Universal de los Deberes Humanos de 2008. Todas ellas establecen la ley de
máximos a la que el hombre debe aspirar, y son el marco canónico en el que queremos
circunscribir las conductas humanas.
La vida es un bien superior a todos los bienes, y no necesitamos dialogar sobre
este bien con las personas de nuestro entorno, ya que ese consenso se produjo hace
cientos de años como consecuencia de la necesidad de proteger a la especie a la que
pertenecíamos. Ese valor se encuentra impreso en el inconsciente colectivo en todas
las culturas. Por ejemplo, la respuesta ante un asesinato se corresponde al valor que le
otorgamos al bien de la vida. Si este hecho (un asesinato) fuera el objeto de discusión,
entraríamos a tratar sobre las causas, el modo, la persona asesinada, el asesino, las cir­
cunstancias atenuantes, las agravantes, y todo aquello que fuera pertinente para actuar

148
en consecuencia. Pero tratando a la vida como un valor no lo hacemos. ¿Por qué? Pues
porque todo aquello ya hemos logrado imprimirlo en nuestro pensamiento, y ello nos
permite economizar en el tiempo de respuesta, nos permite avanzar más rápidamente
en el proceso que necesitamos recorrer para llegar a las conclusiones finales y actuar.
En este caso sería encarcelar al asesino, pues nuestros valores de convivencia co­
lectiva nos llevaron a concluir que un hecho de esta naturaleza debe recibir un castigo,
y se determinó hace siglos que el castigo sería la privación de libertad para el culpable
y la protección de la sociedad, evitando así la posible repetición del hecho.
¿Qué sucede con otras deliberaciones y propuestas de acción en las que esté presente
el valor de la vida? Por ejemplo, ¿qué sucede con el aborto, la eutanasia, la pena de
muerte, las pérdidas de vidas como consecuencias de las guerras, las muertes producidas
por experimentos científicos como los vuelos espaciales, etc.? Lo que sucede es que
entran en conflicto valores tan importantes que la sociedad no tiene aún establecidos
criterios unánimes (como tiene, por ejemplo, sobre el asesinato), y necesita seguir
deliberando acerca de la igualdad o supremacía de esos valores.
Un grupo estima que el valor de más importancia, el valor primero, es la vida. Otro
estima que la vida no es un bien supremo y que hay circunstancias en las que este valor
está por debajo del valor de la libertad y de la decisión autónoma de la persona que
decide arriesgar su vida incluso con la certeza de perderla por algo que valora aún más
que esta. Los dos grupos defienden con argumentos éticos sus posiciones. La radica-
lización de cualquiera de ellas no produce beneficio alguno. Sólo cabe desarrollar una
capacidad de diálogo filosófico en el que cada grupo pueda mirar con mente abierta
las argumentaciones del otro.
Los beneficios que se podrían obtener para muchos por el sacrificio de algunos,
en el supuesto de muerte en combate, o viajes espaciales, deja de lado la discusión
sobre el valor de esas vidas. Pero hay circunstancias más próximas a todos nosotros,
situaciones en las que todos nos veremos implicados en algún momento: una agonía
prolongada de una persona mayor, enfermos psiquiátricos ingresados de por vida,
personas incapacitadas por accidentes y/ o enfermos dependientes absolutos. Todas
estas situaciones y muchas más nos obligan a preguntarnos sobre el valor de la vida.
El valor considerado supremo, como hemos examinado en estas líneas.
Parece que el ser humano hoy cuestiona los valores históricamente absolutos. Sí,
son absolutos los valores representados en los Mandamientos de la Ley Divina, pero
también cuando a esta persona se le presentan situaciones de conflicto, tales como robar
para comer o matar para salvar a un inocente, rechaza la idea de que existan valores
absolutos y que estos siempre y en todo momento puedan y deban dictar su conduc­
ta. Esta discusión salió de los debates de los filósofos y se ha instalado en nuestras
conciencias sin que hasta hoy, y quizás nunca, lleguemos a conclusiones o acuerdos.

La ética en trabajo social


Las decisiones que las personas adoptamos en los temas que nos incumben derivan
de los sentimientos que estos nos producen y de la utilidad y el provecho individual
que obtenemos al ponerlas en práctica. Las decisiones de índole superior son las que
149
afectan a lo que consideramos más importante en nuestras vidas, fastas decisiones
siempre tienen un componente ético, porque nos obligan a elegir algo, lo mejor entre lo
bueno, o lo menos malo. Bueno y malo son dos calificativos de importancia, de valor.
Cuando decidimos, cerramos el tiempo de reflexión, de deliberación sobre el hecho
y sus consecuencias, sobre las alternativas y sus beneficios, y empezamos a actuar.
Al decidir, nos colocamos en una posición en la que podemos dar razones de nuestra
elección. Podemos justificar los motivos por los que hemos decidido esta conducta y
no otra. En el trabajo social la elección será “ética” porque perseguirá la obtención de
resultados valorados según los principios asumidos como rectores del trabajo social.
El trabajador social, dentro de un equipo asistencial, puede, de acuerdo con los
principios y valores que defiende, llevar a cabo una importante tarea en este sentido.
El trabajador social se encuentra con frecuencia con que los problemas “objetivos” del
usuario van unidos a problemas de índole espiritual, afectivos, morales, que influyen de
manera notable en el comportamiento de la persona ante su conflicto. Son problemas
inherentes a la condición humana que les exigen respuestas en momentos de fragilidad
emocional, por lo que la ayuda de un profesional, cuyo núcleo formativo son los prin­
cipios morales y cuyos códigos de conducta plasmados en sus “códigos deontológicos”
son una declaración de búsqueda de una excelencia ética en los objetivos de su acción,
es, a mi modo de ver, de gran importancia y utilidad. La experiencia, el sentido común,
el ser buena persona no bastan, porque nada de ello garantiza que los problemas que
tenga un individuo puedan ser interpretados adecuadamente.
Las personas tienen derecho a una información extensa y clara sobre la situación que
les lleva a solicitar ayuda, cómo es percibida por el trabajador social, qué actuaciones
se le ofrecen y por qué, así como las consecuencias de estas para poder dar su confor­
midad y rechazarlas. La información debe evitar toda jerga profesional, asi como la
invasión psicológica por exceso de datos, ya que esto lleva frecuentemente al usuario
a colocarse en una posición de “resignación” y de “dependencia” que se suele expresar
con una frase muy oída: “Lo que usted diga, yo no entiendo mucho y confio en lo que le
parezca a usted”. Esta frase debe ponemos alertas y comprender que estamos cerca de
secuestrar la autonomía. El deber de informar contiene un deber de enseñar, de educar
al individuo sobre su problema. Sobre todo si este es un problema crónico en el que
las elecciones de ayudas son limitadas. Ayudar a tomar consciencia de las aspiraciones
es un trato muchas veces arduo y sin aparentes resultados, pero siempre es obligatorio.
En los casos sociales que he expuesto queda patente la importancia de lo anterior.
En las situaciones graves, el comportamiento de un pasado reciente, el conocimiento
y voluntad del enfermo era inapreciable. La voluntad de proteger al indi\ iduo del su­
frimiento derivado de la información fue considerada inútil y cruel. El temor a que el
enfermo desarrollase una depresión que afectaría a su estado debilitando aún más su
organismo llevaba a ocultar cualquier mala noticia.
Hoy se respeta la voluntad del paciente a recibir cuanta información desee y precise,
pero tampoco se le fuerza a recibir una información más allá de su deseo. Los estudios
actuales muestran que la mayoría de las personas desean conocer su diagnóstico v su
pronóstico, aun si este es terminal. Neniar esta información atenta contra el derecho

150
de un ser humano a resolver aquellas cuestiones de cualquier índole que la mayoría
posponemos para cuando sea necesario. Dar malas noticias requiere un desarrollo de
la capacidad empática, además de una preparación específica. Cuando la situación es
urgente y no puede consultarse a la persona su voluntad, se da por supuesto que los
valores comunes a la sociedad en la que esta se encuentra serán los del sujeto. Cuando
se desconocen las creencias, las decisiones éticas serán las que persigan lo mejor para
él, siendo lo mejor los cánones de referencia de la sociedad.
Es muy cierto que las personas viven inmersas en condicionamientos, y los trabajado­
res sociales como tal, también. Pero la filosofía del trabajo social niega el determinismo,
porque este niega la libertad humana. El trabajador social cree que uno de los aspectos
más importantes de una persona es el proceso de concienciación de sus capacidades y
sus derechos, y que uno de los más grandes servicios sociales que la sociedad debe a
sus ciudadanos es el de promocionarle espacios para ejercer esas capacidades.
El primer derecho es el de la libertad. Nadie puede autodeterminarse sin vivir con
sensación de libertad. Una persona libre se convierte por ese mismo hecho en el autor
de su conducta, pues él mismo la decide en función de sus valores y objetivos. Cuando
no se da esta libertad, o se da de forma disminuida por las circunstancias, entonces
la persona actúa mediatizada y ya no puede decirse que es la conductora de su vida.
Cuando una persona es ayudada a poner en funcionamiento sus potencialidades hu­
manas, se siente bien, siente que está haciendo algo “bueno”, se siente feliz. Cuando
no, se siente desgraciada. Es evidente que la felicidad, con mayúsculas, es un ideal
imposible, pero lo que tratamos es sobre la felicidad con minúsculas, aquella que es
posible con el ejercicio de los derechos en un espacio de libertad. La felicidad corres­
pondiente a apreciar que se están utilizando en el propio beneficio capacidades como
la inteligencia y la voluntad.
El trabajador social no es un pequeño psicólogo, ni un pequeño sociólogo, ni un
profesor, ni un auxiliar médico; es un profesional que hace uso de conocimientos mul­
tidisciplinares para poder enfocar los problemas sociales de la persona o los grupos. En
un mundo súperespecializado, una profesión más holística, más solidaria, aporta una
perspectiva más flexible que le permite avistar lo macrosocial como productor y repro­
ductor de lo microsocial en lo que interviene organizadamente de forma más habitual.
A continuación me dispongo a desarrollar algunas ideas con respecto a las profesio­
nes de ayuda con la plena conciencia de que el concepto de ayuda no es bien recibido
entre las/os jóvenes profesionales de trabajo social. Por ello, comienzo este tema con
una cita de Adam Smith con el fin de mostrar que la ayuda no es una cuestión banal, o
simplemente derivada de una concepción cristiana de la vida. La ayuda es una cuestión
de interés común, más allá de las connotaciones que haya podido tener a lo largo del
tiempo, en general y, más en concreto, en la profesión de trabajo social.

“Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su na­
turaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que
la felicidad de estos les resulte necesaria, aunque no se derive de ella más que el placer
de contemplarla” (Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales).

151
Entiendo en esta frase que la aetitud de ayudar a los semejantes es algo que se halla
en nuestra naturaleza. Es algo que valoramos individual y colectivamente. Pero ¿qué
es ayudar? Ayudar, según la Real Academia de la Lengua, es auxiliar, socorrer, apoyar,
amparar, defender, abrigar, refugiar, asilar. Ayudar es otorgar un beneficio. Ser útil,
buscar el bien, ejercer la beneficencia; este es el principio originario del trabajo social.
Pero el desprestigio social que durante un largo periodo de tiempo se ha proyectado
sobre las profesiones de “ayuda”, por creerlas carentes de ciencia y de técnica, así como
considerarlas el resultado de un paternalismo vejatorio que evidenciaba la desigualdad
y la inferioridad de los que necesitaban ayuda, no ha permitido profundizar en este
concepto. Sin embargo, hoy, realizar trabajos de ayuda tiene un nuevo reconocimiento
social. Las ONG son organizaciones de ayuda de todo tipo: en situaciones de catástrofes
naturales, accidentes, guerras, a grupos marginados y marginales, emigrantes, enfermos,
niños, ancianos, mujeres. Con un criterio de hacer el bien por justicia, de considerar
la ayuda como un deber del que más tiene y un derecho del menos dotado. ¿Quizás
porque “la ayuda” es una acción que nace de la repulsa que nos produce la violencia,
la injusticia, el sufrimiento de millones de seres humanos? O quizás porque el impulso
de ofrecer ayuda está incrustado en nuestros genes; o porque ayudar es una forma de
proteger la supervivencia del grupo al que pertenecemos, ya que no se conoce pueblo
ni cultura que no haya relatado en su historia hechos de av uda generosa y heroica con
el fin de lograr un beneficio para los miembros de su comunidad. La colaboración y la
reciprocidad son actitudes de supervivencia inteligente. La avuda siempre reporta un
beneficio tanto al que la recibe como al que la da.
Ayudar es hoy una de las acciones más sobresalientes de las sociedades avanzadas.
Hoy es muy prestigioso el trabajo de ayuda de las naciones y de las personas. Todos
reconocemos que la autosuficiencia total no existe, que sin “ayuda” ni las personas ni
los pueblos pueden realizar sus proyectos y resolver sus necesidades. Av udar es pres­
tar un servicio a alguien que lo pide o a alguien que no lo pide pero que lo necesita.
También a alguien que no lo pide, que ni siquiera sabe que lo necesita o que no sabe
que puede haber alguien que puede, sabe y quiere darle ayuda. Por ejemplo, a un ciego
que no puede cruzar una calle, a un anciano que se le cae un objeto v no lo \e . a un
pueblo que ha sufrido una riada, a las víctimas de un accidente, a una mujer maltratada.
Como hemos visto, el impulso de ayudar es una de las características de conserv ación
del género animal (no sólo el llamado racional, los elefantes, las hienas, los pulpos,
etc.) y más elaboradamente, del ser humano. Pero los seres humanos nos ayudamos
a la vez que nos destruimos. Porque en nosotros conv iven sentimientos antagónicos
de simpatía y repulsa, piedad y desprecio, generosidad y egoísmo. Sentimientos,
emociones, pasiones que nos mueven y nos paralizan son las palabras claves. Algunos
sentimientos son involuntarios. Por ejemplo, el temor, el hambre, el trío, nos hacen
actuar, reaccionar sin reflexión; otros como la piedad, la compasión, nos hacen tam­
bién reaccionar, pero ayudando. La necesidad, la pena, el desamparo y la incapacidad
del cercano o del lejano nos emociona y nos con-muev e para consolarle, ampararle
y ayudarle. Cuando ayudamos sentimos aliv io de un sufrimiento personal, además
del alivio del sufrimiento del otro. Nos sentimos liberados de una opresión, sentimos

152
satisfacción, paz con lo más íntimo de nosotros. Esto así dicho parece muy simple.
Pero es muy complejo. La filosofía descubrió hace siglos que el ser humano, cuando
ayuda, responde a un sentimiento muy profundo de deber: es la primera respuesta ética,
ayudar a sus semejantes.
Es más, cuando no ayudamos sentimos (otra vez recordamos esa singularidad del
hombre, el único ser vivo, que sepamos, capaz de sentir como consecuencia de un acto
de la razón) una inquietud. Una mala sensación. Una mala conciencia, una tristeza del
alma que le reprocha. Spinoza lo llama “el mordisco del espíritu”. Todos lo reconoce­
mos como remordimiento. Porque las personas tenemos una facultad de la razón que
nos juzga y, según nuestro obrar, nos premia con la alegría del deber cumplido, del
bien realizado, o nos castiga con la tristeza del mal hecho, aunque nadie sepa nada, ni
lo que hemos hecho ni lo que hemos dejado de hacer.
Y lo cierto es que el hombre ayuda a sus semejantes si son muy “semejantes”, porque
al extranjero, al raro, al loco, al distinto, no se les ayuda tan espontáneamente. Cuan­
do se ayuda al distinto, suele ser después de un tiempo de duda en el que se sopesan
criterios de solidaridad, criterios que el ser humano ha tardado siglos en incorporar a
sus códigos de conducta. Y quiero creer que ese juicio se ha inscrito en nuestro pensa­
miento de forma irreversible, y que la sociedad se avergonzará definitivamente de las
marginaciones y exclusiones de pasado.
¿Quiénes ayudan? Los bomberos, la policía, los médicos, los maestros, los enfer­
meros, los trabajadores sociales, etcétera. Profesiones cuyos objetivos son, entre otros,
ayudar. El desprestigio, en el pasado, de las actividades de ayuda y de las obras de bene­
ficencia iba unido a la falta de consideración de la dignidad de la persona necesitada de
ayuda. Hoy sabemos que la incapacidad, sea cual sea la que padezca una persona, no le
resta dignidad. Ni tampoco capacidad para decidir, con la autonomía posible, la ayuda
que necesita. Pero la persona que necesita ayuda, el enfermo físico o social, que necesita
ayuda sólo la necesita en lo que le falta. No necesita ayuda ni quiere ser suplantado en
todo. Necesita “profesionales de la ayuda” (como es un trabajador social) que sepan
ayudar selectivamente. Profesionales que le enseñen a ver claro lo que ha perdido o
lo que carece de forma permanente, pero también que le muestren qué capacidades le
restan, cómo usarlas, e incluso le obliguen a responsabilizarse de su uso y desarrollo.
Todos somos limitados, pero todos tenemos capacidades y posibilidades de mejorar­
nos. A todos nos resulta placentero el ser sustituidos en lo que nos es costoso. Incluso
a veces nos parece más eficaz sustituir o ser sustituidos por alguien más capaz, para
avanzar más rápidamente en el objetivo que nos proponemos. Pero ayudar es educar.
Es hacer más libre y digno a cualquiera que no pueda hacer algo por sí mismo porque
le falte conocimiento o herramienta. Pero ayudar también es saber que a nadie o casi
nadie le falta todo. Se debe ayudar más a los que les falta “de” todo porque de esa
manera no perderán aquello que les hace iguales a todos: la dignidad.
Hay un respeto que merece todo el mundo, por esa condición de ser humano, el
respeto que comparte la persona necesitada con todas las demás personas que tienen
la fortuna de conservar las capacidades de autogobierno. Ese respeto se traduce en la
mejor forma de paternalismo, que es el que ejercen las profesiones de ayuda, que tienen

153
entre sus prineipios el respeto a la libertad de la persona a la que se ayuda. Así, las
relaciones como las de los trabajadores sociales con sus clientes se han visto teñidas
por una capa de velos grises y dorados que impedían distinguir qué trato era benefactor
y considerado y qué trato era un secuestro paternalista y degradante de la persona.
El sujeto que necesita ayuda es un extraño en un camino que no sabe a donde le
llevará, ni lo que le puede acontecer, ni cómo controlarlo. I ¡ene que dejar en suspenso
su forma de pensar para adaptarse a la organización que le puede ayudar. Se puede
sentir marginado de las decisiones que le afectan, y expresar sus deseos y sus temores
le puede provocar una violencia interior que vence en ocasiones con manifestaciones
de impaciencia no bien entendidas.
Respetar la autonomía del paciente no es, sin embargo, el único ni el mejor com­
portamiento ético que se puede dispensar. A veces es más importante atender a la
compasión ofreciendo información y consuelo, buscando su comprensión y colabo­
ración en la ayuda que se le puede dar. Esta es una actuación que siempre consigue
el sosiego imprescindible para recibir información. Es una obligación ética conseguir
una relación con el usuario, para que no se perpetúe la autoridad del que puede ayudar
y la dependencia sumisa del que necesita ayuda. Se trata de conseguir que el usuario
deje de sentirse objeto de ayuda y se sienta sujeto.
De los trabajadores sociales que provenían de la caridad institucionalizada, de los
orígenes de esta profesión, en la que eran los sustitutos bondadosos y bienintencionados
de sus clientes, los que durante décadas decidían lo que era mejor para la persona, a
los trabajadores sociales de hoy, gestores preparados y responsables de los sen icios >
políticas sociales para unos ciudadanos sujetos de derechos, hay un abismo: el que nos
traslada de la ayuda dada por sí misma a la de la reclamación de los derechos subjetivos.
Pero muchas veces en la discusión sobre una ayuda nos sentimos paralizados. Quizás
porque cuando ayudamos queremos imponer al ayudado lo que consideramos de lo
bueno lo mejor. Quizás porque todos estamos seguros, al ayudar, de que hemos sabido
elegir lo más acertado y que lo elegido respondería al siguiente proceso de meditación.
Io Porque lo valioso es algo que consideramos bueno.
2o Porque lo elegimos entre varias cosas buenas.
3° Porque podemos argumentar y dar razones de nuestra preferencia entre una \
otra elección.
4o Porque lo que determinamos hacer, convencidos de que es bueno, sería aceptado
con los mismos criterios por nuestros iguales.
5o Porque lo que hemos apreciado mejor entre todo lo bueno nos impulsa a actuar
con entusiasmo.
Seguros de que esta ayuda es buena y será beneficiosa para la persona ayudada,
¿sería posible generalizarla y convertirla en una actuación sin duda para todos los casos
semejantes? Ese es el gran problema. Porque ¿quién puede afirmar que los valores en
los que nos tundamos para establecer una ayuda son y serán compartidos por todos
no sólo aquí y ahora sino allí y después? Si estamos admitiendo que no hay \ alores
absolutos, porque el ser humano rechaza esa idea y la discute desde hace siglos, ¿cómo
seguir adelante en esta reflexión ? Pues con la visión confiada de que, de may or a menor
154
escala, la humanidad, las ra/as, las naciones, las regiones, los pueblos, las familias y
los iiuliv iduos hemos trozado las ideas de unos comportamientos válidos que regulan
nuestras relaciones, aunque las re\ isemos periódicamente. Y es que, con gran energía,
las mejores ideas las hemos convertido en las llamadas declaraciones universales, otras
en las constituciones nacionales, otras en los códigos de derecho civil, en los estatutos de
las comunidades tic vecinos, de las asociaciones deportivas, religiosas, políticas etcétera.
Asi. poco a poco, el ser humano discute sobre hechos nuevos de su \ ida. Por ejemplo,
ser miembro de una asociación, ser estudiante, ser joven o viejo, ser hombre o mujer,
etc. Y concluye que hay situaciones, temporales o continuas, en las que se viven roles
especiales, situaciones deseables e indeseables, es decir, valorables. Y las valora, les
da valor, y busca un referente de conducta para poder regular las relaciones que se
establecen en ellos para poder obtener el mayor beneficio posible.
Ha\ muchas razones para pensar que la relación entre el usuario y el trabajador
social ha evolucionado y que los cambios que se han producido son definitivos. La
mavor conciencia de derechos que posee el ciudadano, porque sabe que los servicios
que se le otorgan nacen de sus impuestos, hace que su demanda sea más exigente. El
trabajador social atiende a un usuario que quiere saber el porqué de todo lo que se le
propone, que acepta o rechaza soluciones, que ya no tiene la confianza ciega en el que
le atiende, que es cada día más un “adulto social”. Esto puede producir un sentimiento
de inseguridad en el profesional y una conducta de huida defensiva que se traduce en
intervenciones autoritarias donde antes había patemalismo. O bien él o la trabajadora
social se pueden refugiar en la gestión del recurso, en la información burocrática, en
la limitación de la institución donde realiza su trabajo, en la derivación de actuaciones
a otros profesionales (psicólogos, educadores de calle, pedagogos, etc.), evitando asi
las dificultades que entraña hoy realizar un trabajo de casos y familia tachando a veces
este trabajo de “poco técnico”.
Es indiscutible que uno de los papeles que todas y todos desempeñaremos en un
momento de nuestras vidas es el de “enfermo” (“in firmus”= débil). La salud es un
bien tan escaso como el agua. Por eso desde siempre se valora de forma singular a las
personas que dedican su vida al cuidado de los “enfermos”. Esa valoración ha dotado
a estas profesiones de un poder social especial (el médico es la única persona ante la
cual el poderoso, el papa, el gobernante, el artista, el sabio, tiene que obedecer humil­
demente). La relación entre el que necesita ayuda y el que ayuda está, por lo dicho
anteriormente, llena de situaciones éticas.
Para terminar este largo apartado sobre las profesiones de ayuda quiero destacar dos
aspectos fundamentales del tema que estamos tratando. Me refiero a la beneficencia y
a la vertiente política de la profesión de trabajo social.
Respecto a lo primero, es preciso añadir que el trabajo social es la ayuda moral,
racional y organizada, porque las personas siempre demandarán y necesitarán ayuda.
Mas antes de emprenderme en desgranar otras muchas ideas, quiero traer aquí las
reflexiones sobre la labor benefaetora de estos profesionales porque este ha sido mi
mantra mientras ejercí como asistente social.

155
La expresión de este principio etico, la beneficencia, es la compasión que siente todo
ser humano ante el dolor y el sufrimiento del otro y el impulso primario que le lleva a
intentar remediar este padecimiento. Este principio impone la obligación de ayudar a
las personas para que consigan sus legítimos derechos e intereses. En la acción social
es obligatorio actuar benéficamente de forma preventiva en las políticas de protección
especial a individuos y grupos más frágiles, de forma curativa eliminando los riesgos;
y de forma prudente estudiando los beneficios de una actuación y los posibles perjui­
cios de ella (por ejemplo, el salario de integración). El trabajo social tiene un talante
utilitarista, ya que debe contemplar la proporcionalidad de la ayuda y de los beneficios
que esta reportará a la persona, ponderar tanto los costes como los riesgos. Por eso
trabaja el caso de forma individualizada.
Y respecto al segundo de los aspectos, me voy a referir en concreto a la dimensión
política del trabajo social puesto que es el leitmotiv de este trabajo, esto es, la relación
entre ética y política. Uno de los grandes problemas que aquejan al trabajo social es
la política social diseñada por los partidos políticos. Para estos grupos, la política de
servicios sociales es uno de los platos fuertes de las campañas electorales, como fuente
de obtención del voto del hombre de la calle mucho más interesado en los problemas que
le atañen directamente: los ancianos, la juventud, el trabajo, la emigración, la vivienda.
Problemas que la persona “entiende” porque los sufre, es decir, le provocan juicios
de “bueno y malo” y le inducen a conclusiones de “hay que hacer algo“ en justicia.
El estudio que realizan los partidos políticos es más en función de la efectividad
partidista que de la auténticamente social, ya que los proyectos de protección social
pueden ser diseñados, aplicados, reprobados y sustituidos en un corto periodo de cuatro
o menos años, según las elecciones, sin que pueda realizarse una evaluación probada por
los trabajadores sociales y los usuarios. Incluso cuando haya sido probada su necesidad
(atención social a enfermos de salud mental ambulantes, por ejemplo).
El trabajo social debe caracterizarse por tener una carga ideológica fuerte, conse­
cuente con el objetivo que persigue. No estaría mal que los profesionales considerasen
la utilidad de pertenecer a grupos políticos para promover las actuaciones de justicia
y ayuda que la sociedad necesita, aportando el enfoque ético contra el económico, de­
masiado predominante. Y ... ¿por qué sostengo con vehemencia esta afirmación sobre
la dimensión ético-política de la profesión de trabajo social?
Porque vivimos en una sociedad en la que los principios de justicia y de igualdad
están fundamentados en un contrato que da lugar al Estado de Derecho y cun os orí­
genes se encuentran en el Pacto por el Bienestar de principios del siglo pasado. Es un
pacto de solidaridad que se fundamenta en la asimetría del intercambio. En efecto, los
que más tienen pueden soportar el peso de los que menos tienen y no pueden aportar
las mismas cantidades. Se ha tratado con este pacto de solidaridad de estar de acuerdo
sobre aquellos mínimos fundamentales para la convivencia social. Estos mínimos,
según Rawls, se pueden resumir en dos principios básicos:
1. Toda persona tiene igual derecho a un régimen plenamente suficiente de liber­
tades básicas iguales, que sea compatible con un régimen similar de libertades
para todos.

156
2. Las desigualdades sociales y económicas han de satisfacer dos condiciones.
Primera, deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en las
condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades; y segunda, deben pro­
curar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad»
(citado por Hoyos Vásquez, G.).

Los dos conceptos que se han de destacar de la idea de justicia de Rawls son el de
libertad y el de creación de las condiciones sociales para una equitativa igualdad de
oportunidades, así como la obligación de procurar el máximo beneficio de los miembros
menos aventajados de una sociedad. No estoy colocándome en una posición radical.
Mas al contrario, Rawls es liberal en su concepción de la justicia. Solamente quiero
comentar y destacar que estos principios brevemente citados corresponden con la
concepción democrática tradicional del trabajo social anglosajón en sus más brillantes
pioneras, en especial, Mary Richmond. De ahí que la dimensión política de la profesión
de trabajo social es inexcusable.
Y es que, por otra parte, el sentido de justicia e injusticia nace de la naturaleza
humana. Es un pensamiento que deriva de una experiencia. Sabemos que el hombre
está dotado genéticamente de una hormona que podríamos llamar de la simpatía. Esta
es tal, que al mirar el rostro de un semejante, un bebé, una mujer bella, un anciano, en
nuestro cerebro, la química de dicha hormona produce una respuesta automática de
simpatía, atracción, afecto, interés o compasión.
De las percepciones de la mente, podemos distinguir entre unas, más fuertes,
derivadas de experiencias de alto contenido emocional, a las que podemos llamar
“impresiones”, y otras más débiles a las que podemos llamar “ideas”. Las impresiones
más intensas que conocemos son, por ejemplo, el amor, el odio, el miedo, el deseo de
sobrevivir, la felicidad, la desgracia. Todas ellas son producto de la experiencia y en
todas existe la presencia o la intervención del “otro”.
Podríamos llegar a la conclusión de que la “ética” es la idea de “ideal” que se for­
ma la mente del hombre después de haber experimentado situaciones beneficiosas y
adversas en su contacto con otros seres. Estas experiencias han dado lugar a hábitos de
comportamiento que prevalecen en la humanidad. Son las costumbres (mos morís) que
hemos adoptado para relacionamos entre nosotros, con los animales, con la naturaleza.
Descubrir el verdadero origen de la moral es complejo. El grado de intervención de
la razón y/ o el sentimiento en todas las decisiones de aceptación y de rechazo es difícil
de medir. La meta de toda especulación sobre nuestros actos es enseñarnos nuestro
deber, cuál es la actuación correcta y cuál la incorrecta.
Reflexionando sobre ellos, podemos descubrir si los argumentos que elaboramos
para justificamos son producto de la razón o del sentimiento. Si somos capaces de
establecer un recto juicio y este juicio puede ser deducido y compartido por todos los
seres racionales en las mismas circunstancias (Lecciones de ética, Kant). Lo que es
justo, lo que es generoso, heroico, nos atrae y se apodera de nuestras emociones e ideas.
Pero ¿quién o qué ha llegado a valorarlo: la razón o la emoción? ¿Es la conformación
del espíritu o el alma humana las que pueden estar capacitadas de forma natural para
albergar y reconocer animadamente estas condiciones?
157
Está claro que el conocimiento matemático es aceptado por todos, pero con indi­
ferencia, sin emoción. Es verdad y nada más: dos y dos son cuatro, el cuadrado tiene
cuatro lados; siempre y en todo lugar eso es cierto y nos sirve de punto de partida para
otras investigaciones. Pero no provoca emociones. Los comportamientos virtuosos
o aberrantes provocan en nosotros sentimientos y determinaciones morales, por eso
hay quien afirma y se seguirá afirmando que la moral se basa en sentimientos. A la
virtud corresponde el respeto y la admiración, a la maldad corresponde el rechazo y
la repugnancia, que son sentimientos, respuestas afectivas y no racionales. Pero si
desaparecieran los sentimientos a favor del individuo virtuoso, así como el desprecio
hacia el individuo corrompido, si nos sintiéramos indiferentes emocionalmente ante
esas conductas, ¿existiría la moral? ¿habría algo que influyera en nuestra conducta?
Sea como sea, mientras discutimos sobre ello, sólo sabemos algo: la razón y los
sentimientos intervienen en todos nuestros pensamientos y en todos nuestros actos, no
concebimos que nuestras conductas sean igual de estimables y respetadas. El lenguaje
coloquial ya tiene una jerarquía de adjetivos calificativos producto del sentimiento y
de la razón. Los hechos son correctos, buenos, estupendos, magníficos, excelentes o,
por el contrario, pueden ser incorrectos, malos o pésimos.
El derecho de un ser humano a recibir una ayuda efectiva para soportar o resolver
los avatares de su existencia, y que estos no impidan de forma irreparable su desarro­
llo y su proyecto de vida como individuo, es el principio que fundamenta actividades
profesionales como es el trabajo social.
La violencia, la injusticia y la incapacidad de las personas de defenderse de ellas
continúan generando en nuestros días múltiples sufrimientos psicosociales. Estos
sufrimientos son terribles lacras humanas que por sí solas justifican la necesidad de
actuación de profesiones como el trabajo social. La violencia a la que me refiero no es
la violencia más evidente, como podría ser la de una paliza, no, porque la sociedad ya
tiene establecidos mecanismos de control y de sanción contra esas barbaridades. Me
refiero, por su íntima relación con las profesiones éticas, a la violencia más sutil, aquella
que ejercen las personas buenas, las cercanas a las personas “enfermas”, enfermas de
“diferencias”, de soledad, de paro, de incapacidad de lucha, de envejecimiento, porque
esas personas no son siempre sujetos del trabajo social. Todas las personas enfermas
“catalogadas”, y todas las demás, son (somos) seres con valores singulares, sentimientos
individuales y proyectos de vida alterados por la enfermedad, influidos por el dolor
físico y/o emocional y, a veces, secuestrados por las instituciones y los profesionales
destinados a ayudarles que los “cosifican” y los deshumanizan en estudios estadísticos.
¿Qué y quiénes pueden rescatar al hombre de esta realidad? Entre otras profesiones,
el trabajo social por sus fundamentos éticos. Pero si la formación ética no es revisada
y desarrollada lo máximo posible, los fundamentos no serán suficientes para mantener
una conducta ajena a las influencias cotidianas de encausar y juzgar a las personas y las
situaciones con soluciones fáciles y mediocres con las que salir del paso. Porque, ya se
ha señalado en páginas más arriba, las decisiones éticas suponen siempre una dificultad.
La premura en la toma de decisiones en el ámbito del trabajo social puede hacemos
sentir inclinados a algo moralmente incorrecto. En este trabajo, aún más que en la vida

158
corriente, se plantean muchas disyuntivas que dificultan la adopción de decisiones
acertadas. Muchos casos sociales son trágicos en el sentido de que todas las opciones
parecen malas y, sin embargo, hay que hacer algo. Los riesgos pueden ser grandes y las
consecuencias difíciles de aceptar. Una dificultad característica de este trabajo deriva del
hecho de que cada caso es diferente y no se puede anticipar cuál es la decisión correcta.
Esta originaria incertidumbre es propia del ser humano. Por ello Kant la explica
de esta forma: “ Los deberes de virtud no pueden dar lugar a un capítulo especial en
el sistema de la ética pura; porque no contienen principios para obligar a los hombres
como tales entre si y, por lo tanto, no pueden constituir propiamente una parte de los
principios metatlsicos de la doctrina de la virtud, sino que son sólo reglas, modificadas
según la diversidad de sujetos, para aplicar el principio de la virtud a los casos que se
presentan en la experiencia; por lo tanto, no dan pie a ninguna clasificación completa
garantizada”. Asi pues, se exige en la metafísica de las costumbres unas reglas; es decir,
esquematizar los principios puros del deber aplicándolos a casos de la experiencia y
exponerlos como preparados para el uso práctico-moral.
Por tanto, qué conducta es menester observar con los hombres, plantea Kant, por
ejemplo, en su estado de pureza moral o en el de corrupción; cuál es el estado del cul­
tivado o en el inculto; qué conducta conviene al sabio o al ignorante y cuál caracteriza
al sabio al usar la ciencia como tratable (exquisito) o como intratable (pedante) en su
profesión; cuál caracteriza al pragmático o al que se interesa por el espíritu y el gusto;
qué conducta es menester observar atendiendo a la diferencia de posición, edad, sexo,
estado de salud, de riqueza o de pobreza, etcétera. Las respuestas a estas cuestiones no
proporcionarán otros tantos tipos de obligaciones ética (porque sólo hay una, es decir,
la virtud en general), sino únicamente modos de aplicación que, por tanto, no pueden
presentarse como partes de la ética y como miembros de la división de un sistema (que
ha de proceder a priori de un concepto racional) sino sólo pueden agregarse.
Y para terminar, es menester añadir una recomendación filosófica de Fichte, en su
Introducción a lo teoría de la ciencia, que puede ser beneficiosa para las y los traba­
jadores sociales a los que tan bien se nos da poner la mirada en el otro: “Fíjate en ti
mismo. Desvía tu mirada de todo lo que te rodea y dirígela a tu interior. Fie aquí la
primera petición que la filosofía hace a su aprendiz. No se va hablar de nada que esté
fuera de ti, sino exclusivamente en ti mismo”.

159
Entrevista a Patrocinio de las Heras

Maribel Martín Estalayo


Teresa Zamanillo Peral

n este estudio sobre la responsabilidad ética y política del trabajo social no podía

E faltar la presencia del testimonio vivo de una mujer cuya fuerza y autoridad sirvió
de estímulo a muchas trabajadoras sociales. Fue ella, Patrocinio de las Heras,
quien, junto a Elvira Cortajarena, puso los cimientos de una identidad profesional largo
tiempo deseada y reivindicada y, por fin, reconocida. Fueron, en primer lugar, las Jor­
nadas de Pamplona las que impulsaron su liderazgo profesional y político, indiscutible
hasta el momento, y que hoy, no por haberse jubilado, ha dejado de ser valorado como
tal. Más tarde escribieron juntas el libro llamado de las casitas, incluso por ella, que
centra el objeto de la profesión del trabajo social en “las necesidades y los recursos
aplicables a las mismas”, libro que se convirtió en el impulso político necesario para la
creación del sistema de servicios sociales. Su compromiso político-profesional le llevó
a ser directora general de Acción Social en las legislaturas socialistas de 1983-90 que
culminaron con la creación del Ministerio de Asuntos Sociales. Fue también concejala
del Ayuntamiento de Madrid y diputada de la Asamblea de Madrid, portavoz de polí­
ticas de servicios sociales. Así pues, hay que reconocer siempre que la expansión y el
reconocimiento de la profesión en el ámbito nacional se los debemos a ella.
Su máxima preocupación es “la situación actual de crisis, no solamente desde el
punto de vista de las políticas de los Estados, sino de la interrelación que existe en este
momento en todo el mundo”. Por ello ha asumido, con el Consejo General de Trabajo
Social, la responsabilidad y compromiso de trasladar la preocupación por la desigual­
dad y la pobreza a los profesionales, docentes, investigadores y alumnos de todas las
universidades y colegios profesionales de la geografía española, preocupación que tuvo
una máxima centralidad en el último Congreso Nacional de Trabajo Social y del que
nace el manifiesto del trabajo social ante la crisis1.
Son muchas las entrevistas que se han hecho a Patro, como se la llama en los círculos
más cercanos; por ello, en esta queremos destacar fundamentalmente aquellos aspec­
tos del diálogo que hemos mantenido con ella que se refieren a los contenidos de este

'Congreso de Trabajo Social, 8 de mayo de 2009.

161
estudio. Para facilitar la lectura de la entrevista, esta ha sido dividida en seis apartados
que hacen referencia a los siguientes temas: ¿hay crisis del Estado de bienestar?; el
compromiso y responsabilidad ético-política de las/os profesionales; la necesidad del
reconocimiento de derechos subjetivos; lo público y lo privado; el trabajo social y el
sistema de servicios sociales; y la función de control del trabajo social.
Es importante añadir a este perfil que distingue claramente el trabajo social como
profesión del sistema de servicios sociales y que apoya la imposición fiscal. Por otro
lado, cree firmemente que las y los trabajadores sociales han de recuperar espacios de
poder, ya sea en lo técnico como en lo político.

—¿Hay crisis del Estado de bienestar?


— Me ratifico en lo acertado que fue que en el Congreso entráramos en el tema
de la situación actual de crisis. Y es que el modelo está afectado por la crisis. No es
sólo una crisis financiera, es una crisis económica, social y de valores... Ello a su vez
ha desatado graves ataques al modelo del Estado de bienestar europeo desde dis­
tintos ángulos. Esto hace que sientan inseguridad los ciudadanos y los profesionales.
El Estado de bienestar se asienta sobre los pilares de los sistemas públicos: salud,
educación, seguridad social, servicios sociales; son nuestros cuatro pilares a través
de los cuales los ciudadanos reciben los derechos que el Estado de bienestar les re­
conoce. Los profesionales que sustentan estos sistemas son los agentes eficientes,
el agente eficiente que es el profesional, el conocedor de la problemática que hay que
resolver. Y su epistemología, metodología y técnicas están orientadas a atender el
ámbito concreto de necesidades que cada profesional aborda. Los profesionales del
sistema sanitario, en cuanto a la prevención y atención de los problemas de salud;
y los profesionales del sistema de servicios sociales, en cuanto a la prevención y
atención de los problemas que se producen en el ámbito de la convivencia humana,
personal y social. Para este campo específico, defendimos y promovimos el Sistema
Público de Servicios Sociales.
Cuando se ataca la sostenibilidad del Estado de bienestar, también se ataca al papel
de los profesionales, de los sindicatos, de los movimientos sociales que lo demandan...
La democracia representativa de la ciudadanía, con sus organizaciones políticas y
sociales, ha venido desarrollando, especialmente en Europa, un pacto social para la
convivencia por el que se crean los sistemas públicos del Estado de bienestar que
garantizan la cobertura de las necesidades sociales básicas. O sea, a los instrumentos
que a lo largo de la historia nos han servido para crear un nuevo sistema frente a todo
tipo de abusos de poder. (...) Hoy hay una ofensiva neoconservadora y ultraliberal por
la privatización de los sistemas del Estado de bienestar, potenciada por intereses de
multinacionales aseguradoras y que desde la década de los 90 financiaron estudios
en muchas universidades del mundo orientados a promover la alarma social sobre la
crisis fiscal del Estado de bienestar. Se ha generalizado un discurso que, paradójica­
mente, alcanzó a países como el nuestro, donde el Estado de bienestar era incipiente,
y por tanto, nuestro gasto social no generaba ninguna crisis fiscal ya que requería ser
expandido para alcanzar al menos la media de los países de nuestro entorno europeo.
Estábamos empezando a construir el Estado de bienestar porque nosotros tuvimos
que salir del modelo clásico de beneficencia pública de los derechos sociales que

162
quedaban condicionados a la situación laboral vía seguridad social contributiva. Por
tanto, al perder el empleo se perdían asi mismo los derechos sociales y había que
recurrir al “Padrón de Pobres". De esta situación salimos con la Constitución de 1978,
pero reconvertir este modelo exigía crear los cuatro pilares del Estado de bienestar
como sistemas universales, para toda la ciudadanía, que he mencionado, al objeto
de hacer efectiva la garantía de los derechos sociales constitucionales. Ya llevaba la
Unión Europea 50 años construyendo el Estado de bienestar.
Los intereses de los neoconservadores ultraliberales y las multinacionales asegura­
doras que impulsaron la ofensiva “contra el monopolio de la cobertura de necesidades
sociales que se realiza en el modelo histórico europeo de bienestar social, creado sobre
la base de sistemas públicos universales de protección social”, pretenden desarrollar
esta cobertura en el ámbito mercantilista para los ciudadanos que puedan pagarla; y
quienes carezcan de medios que sigan atendidos en el modelo tradicional de las fami­
lias o las entidades benéfico-sociales. Para quienes estamos construyendo el Estado
de bienestar, luchando por la consolidación y sostenibilidad de los sistemas públicos
de protección social, ello es inasumible. Abandonar la cobertura social dejaría, por un
lado, la atención de las necesidades sociales sobre las espaldas de la familia, y en
concreto de las mujeres, y, por otra parte, en el mercado excluyente de la cobertura
de quienes carecen de ingresos. El pacto social en el que se asienta nuestro modelo
de Estado Social y Democrático de Derecho consolida los deberes y obligaciones de
la ciudadanía y legitima la obligación del pago de impuestos para la cobertura de las
necesidades básicas que el Estado garantiza al conjunto de la población por derecho
de ciudadanía. En los países del sur de Europa, más ‘familistas’, tradicionales y en
determinados casos sin democracia, con largas etapas dictatoriales, la memoria es
reciente respecto a la exclusión de las mujeres de su participación en el trabajo fuera
del hogar y su dedicación a la cobertura de las necesidades en el ámbito familiar, o
incluso a su doble jornada laboral y familiar cuando lograban incorporarse al trabajo
remunerado fuera del hogar. Países como el nuestro han experimentado ese modelo
y no aceptan la vuelta atrás. Pero, a su vez, nuestra estructura social es todavía frágil
y es muy importante prevenir los efectos sociales de la crisis. Si observamos a los
países nórdicos, veremos que están menos afectados por la crisis y son los que más
invierten en Estado de bienestar. La inversión en Estado de bienestar no es causa de
crisis alguna, queda demostrado que genera desarrollo social, económico y humano.

—El compromiso y responsabilidad ético-política


de las/os profesionales
— Sobre la responsabilidad política del profesional entiendo que existe la res­
ponsabilidad como agente eficiente del sistema en el que profesionalmente se está
formando, que eso a su vez incorpora la responsabilidad en el conocimiento que tiene
que aplicar y desarrollar en la investigación, en el desarrollo de esa ciencia. Pero la
aplicación de esa ciencia ha de hacerse mediante una ética, y es la ética la que nos
implica totalmente como agentes políticos, además de como agentes profesionales
que garantizan la sostenibilidad del sistema para el que trabajan, sistema que da
respuesta a los derechos que ya se le han reconocido en las leyes de ciudadanía por
los regímenes democráticos y políticos.

163
En España se creó el sistema de bienestar en los años 80; y además con un gran
protagonismo de los trabajadores sociales. Nosotras entendimos en aquel momento
que teníamos esa doble responsabilidad, como profesionales y como ciudadanos que
asumen además la ética de su profesión, que es la garantía de estar contribuyendo a
una comunidad. Porque la función de las profesiones en su dimensión ético-política, al
servicio de la polis, es una función delegada de lo público que los Estados delegan en
las profesiones a través de las funciones que les reconocen como organización colegial.
Y entonces, los colegios profesionales vigilan y garantizan el cumplimiento ético de
los profesionales colegiados. O sea, que se garantiza que una profesión dedicada al
bienestar social sirve a unos valores que son los valores de la construcción del Estado
de bienestar, valores reconocidos en los derechos humanos de una comunidad. Estos
valores están vinculados a nuestros códigos de ética.
Por eso, en el trabajo social, defendimos desde los inicios de nuestro asociacio-
nismo, reivindicar el colegio profesional que nos permitía ejercer un poder público
para la defensa del bienestar social y de las funciones profesionales como agentes
eficientes. Y ese poder es lo más importante que hemos conquistado, el poder políti­
co que nos da la ética de nuestra profesión. Esta ética tiene un reconocimiento de la
sociedad en la que vivimos, un reconocimiento de valores necesarios para la sociedad
y comunitarios. Además, entendimos que éramos mucho más eficientes actuando en
los partidos políticos en defensa del Estado de bienestar, de acuerdo al ideario que
cada profesional comparte. En la década de los 80 defendimos, en la sociedad y en la
militancia política, la universalidad de los derechos sociales y la construcción del nuevo
sistema público de servicios sociales. Por eso hicimos el libro de las casitas definiendo
lo que para la profesión era el modelo de un Estado de bienestar y los criterios por
los cuales se debía de regir. Y, curiosamente, durante toda la época de los 80 sirvió
de libro de cabecera para concejales, alcaldes, formadores y otros. O sea, nuestro
compromiso ético por el Estado de bienestar, logró un reconocimiento técnico y político
que hasta Ruiz Jiménez, entonces Defensor del Pueblo, nos reconocía públicamente,
refiriéndose a nuestro libro “Introducción al bienestar social” como libro de cabecera,
para la aplicación efectiva de los derechos sociales. Logramos un reconocimiento en
la sociedad española, algo que pocas profesiones han logrado. Porque esta ética del
bienestar social, que para nosotros iba mucho más allá de lo que teníamos que hacer
en servicios sociales, pretendía atender globalmente las necesidades sociales básicas.
Ese libro, publicado en 1979, fue el primero sobre bienestar social en España. Los
criterios que en él se indican para construir el bienestar social son a su vez criterios
técnicos y políticos. Visto el capítulo tres del libro, se constatan unos criterios asentados
en un modelo de Estado de bienestar público con una contribución técnica específica
desde el punto de vista de la identidad del trabajo social y su aportación experimentada
en la práctica de la intervención social. Los criterios que se especifican son producto
de una generalización del Estado de bienestar; respeto a la autonomía personal en
la toma de decisiones; normalización del tratamiento de las necesidades sociales en
el ámbito de cada sistema. Todos los criterios están no solamente enunciados como
planteamiento político, sino como aportación técnica a través del cual el trabajo social
contribuye a que eso se aplique y se desarrolle en un Estado de bienestar.
Bueno, pues con eso quería decir que hemos ejercido la doble función. Cada uno,
conforme a su opción ideológica o partidista, pero desde una ideología unitaria del
concepto de Estado de bienestar (...). Toda mi generación que estuvo participando
164
en aquellos procesos fue plenamente consciente de lo que tenía entre manos. Yo
digo muchas veces que si nosotros no hubiéramos tenido esa participación, hoy en
España seguiría la beneficencia como acción paralela. Porque tuvimos que hacer
una enmienda a la Constitución2, puesto que entonces, en los pactos de la Moncloa,
no estuvieron previstas ni la erradicación de la beneficencia ni la universalidad de los
derechos sociales. Los derechos sociales que se unlversalizaban estaban condicio­
nados a la seguridad social y la posición laboral...
(...) Yo presidía la Federación. Pedimos seis meses de permiso sin sueldo para
estudiar, Elvira Cortajerena y yo, todas las constituciones del mundo y preparar una
enmienda, porque nadie nos hacía ningún caso. Nosotras no entendíamos cómo puede
hacerse un Estado Social y Democrático de Derecho donde la base es el reconocimiento
del derecho de ciudadanía, y haya ciudadanos que no vayan a tener derechos y se
les va a tener que atender con la caridad y la beneficencia y la buena voluntad. Por
tanto, ¿qué fundamento tiene pagar impuestos si un ciudadano se queda sin recur­
sos y el Estado no asume ninguna responsabilidad con él? Esto es increíble, ¿no? Y,
claro, todavía ni la ciudadanía ni el sistema de servicios sociales se han desprendido
de ese concepto benéfico-paternal-asistencialista con el que tratar estas cuestiones.
Nosotras teníamos una idea muy clara. Mira, nos preguntábamos: ¿qué es eso de
estar todo el día paliando necesidades, problemas y poniendo todo el esfuerzo en
paliar? Si hubiera universalidad de derechos básicos, nosotros podríamos levantar y
construir. Pero no podemos hacer nada porque estamos construyendo una casa sin
cimientos. Y por eso hablábamos de los pilares, el concepto de pilares lo teníamos
muy claro. Porque si primero excluyes a la gente del derecho de ciudadanía y de los
derechos sociales consecuentes, ya has determinado que hay pobres... Pero porque
tú ya lo has determinado políticamente, no porque eso forme parte de la naturaleza
humana. No somos genéticamente ni ricos ni pobres, eso es una construcción social.
Pero los antiguos regímenes no consideraron que estas necesidades, en lo básico,
eran de responsabilidad pública y eran derechos universales. Los derechos sociales,
como derechos de ciudadanía, se inician en España con la Constitución de 1978, y a
partir de ellos, el ciudadano, por el hecho de serlo, tiene derecho, bajo la responsabi­
lidad pública, a una salud universal, a una educación universal, una seguridad social
y unos servicios sociales universales básicos. Construir todo esto es un proceso largo
y lento, y en la medida en que los que teníamos esto claro arrastrábamos el carro,
el carro avanzaba. Es que nosotros tuvimos el poder político en la década de los 80:
creamos los nuevos servicios sociales y los planes y programas nacionales, con la
contribución de los profesionales, de los trabajadores sociales de la Dirección General
de Acción Social. Había un Cuerpo Nacional de Trabajadores Sociales del Estado,
como lo hay de abogados del Estado, interventores. Lógicamente, los profesionales
fueron los directores/as nacionales de los planes y programas a los que ellos mismos
dotaban de metodología y técnicas de intervención social: Plan Nacional Concertado
de Prestaciones Básicas; Plan Nacional de Prevención y lucha contra la Exclusión
Social; Plan Nacional de Familia y Convivencia; Plan Nacional de Desarrollo Gitano.
Los trabajadores sociales eran muy importantes para el Estado.

2Enmienda elaborada por la FEDAASS (Federación Española de Asistentes Sociales) que logró que en el texto
de la Constitución española de 1978 no se incluyera la beneficencia pública como práctica sino que, tratándose de un
Estado Social y Democrático de Derecho, se pudieran garantizar los derechos sociales aprobados mediante la creación
de un sistema de servicios públicos.
165
Con la nueva Ley de la Función Pública se impidió que los técnicos de grado medio
accedieran a los niveles de dirección técnica dentro de la estructura administrativa.
El trabajo social, como he mencionado, era promotor del nuevo sistema de servicios
sociales y desarrollaba las funciones de dirección técnica, pero a partir de la nueva
ley no pudo acceder a los niveles de dirección al no haber logrado alcanzar la licen­
ciatura. En la medida en que los puestos de dirección de las nuevas estructuras que
creábamos iban abandonando la metodología del trabajo social, se iba perdiendo gran
parte de sus contenidos técnicos. Nosotros, a la vez, luchábamos por alcanzar la licen­
ciatura y, dado el reconocimiento de nuestra contribución específica a la creación del
Sistema de Servicios Sociales en España, el Ministerio de Educación consideró que,
con carácter previo a la licenciatura, se nos creaba el Área de Conocimiento “Trabajo
social y Servicios Sociales” de la cual podría derivarse en un futuro la creación de la
licenciatura en Trabajo Social. El ministerio no reconocía necesaria una licenciatura
para una profesión de “ayuda”. No podíamos seguir definiéndonos como los profe­
sionales de la función de la ayuda, para la que se requería “voluntariado social y no
ciencia”. El trabajo social ha demostrado, tanto internacionalmente como en España,
que su intervención en el tratamiento integral de las necesidades sociales requiere
de conocimientos científicos mucho más complejos que cualquiera de las disciplinas
más parciales que intervienen en la acción social. Felizmente, esto ha quedado re­
suelto en la actualidad con la implantación del grado en Trabajo Social, lo que además
permitirá el desarrollo de la investigación desde la propia realidad de la intervención
del trabajo social.
Esta voluntad de compromiso ético-político, del trabajo social, de aplicar al trata­
miento de las necesidades sociales, tanto la perspectiva de los derechos sociales, en
cuanto derechos humanos universales, como el desarrollo del conocimiento científico y
el tratamiento de las necesidades con la intervención técnico-profesional, aplicando la
metodología del trabajo social, nos llevó a comprometernos en el cambio, a cambiar en
el Estado las políticas sociales. Nos preguntábamos ¿dónde está la raíz del problema
de la pobreza? La pobreza no es una enfermedad congènita ni una catástrofe natural.
Se produce y se desarrolla por causas sociales, y como tal puede ser prevenida y
erradicada si nuestro pensamiento no se somete al fatalismo, al paternalismo y a las
ideologías que generan estructuras de opresión y exclusión social. Si, al constituir el
orden social, excluimos de los derechos sociales a los ciudadanos que carecen de
recursos, estamos institucionalizando la pobreza. Claro, primero creamos los pobres
y luego nos quejamos de que hay pobres. Oiga usted, ¿de qué va esto? Aquí no
habría pobres si lo básico de todos los seres humanos estuviera resuelto. Habría
desigualdades, que es distinto, y marginalidad, pero no habría pobreza. Por eso nos
empeñamos en defender los sistemas públicos de protección social, con carácter de
universalidad, como un derecho de ciudadanía.
Los países más pobres del mundo, especialmente en África subsahariana, tienen
riqueza en recursos naturales, pero se mueren de hambre. Su riqueza en recursos natu­
rales es la base por la que están siendo explotados. Las mujeres de estos países dicen:
“Producimos lo que no comemos y comemos lo que no producimos”. Efectivamente,
sus tierras están siendo explotadas por grandes multinacionales que las destinan a
producir de acuerdo a sus intereses y no al sostenimiento de la cadena alimentaria
de la población africana. Luego, y por efecto de carencia de alimentos, estos países
tienen que alimentarse de la ayuda humanitaria. Para mí, y para la generación que
166
compartíamos estos diagnósticos de la pobreza, era claro. Hay que hacer prevención
y hacer prevención en este caso es modificar el modelo y potenciar la creación de un
Estado de bienestar que con sus correspondientes sistemas públicos garanticen la
cobertura de las necesidades básicas de la ciudadanía. Además, hacer prevención
hacia necesario pasar del trabajo social asistencialista al trabajo integrado de caso,
grupo y comunidad, de acuerdo con la metodología del trabajo social.
Erradicaremos la pobreza como fenómeno social cuando hayamos creado la uni­
versalidad en la cobertura de las necesidades sociales básicas, y para ello se hace
imprescindible mantener y desarrollar las estructuras sociales básicas de los sistemas
de bienestar social que garantizan una salud para todos, al igual que la educación, la
Seguridad Social y los servicios sociales. En los países nórdicos podemos constatar
que la universalidad de los derechos sociales hace visible el objetivo de “pobreza 0”.
Hasta el año 2000 no es asumida por los Estados la lucha contra la pobreza en el
mundo. Esto se logra al definir por ONU los "Objetivos del Milenio", esfuerzo iniciado
en las década de los 90 al implantarse los primeros informes de desarrollo humano,
asi como los indicadores (IDH). Se asumen unos mínimos de garantía y seguridad
para que la gente no viva sometida a la pobreza y esté liberada de las necesidades
básicas. Esto es. erradicación total de la pobreza. Sobre esto hoy existe el consenso
social de que “erradicar la pobreza es posible", lo que pasa es que no se hace efec­
tivo el cumplimiento, porque hay mucha gente cuyos intereses están basados en la
explotación de la pobreza.
La mayor contradicción que vivimos es que después de haber creado con tanta
dificultad un sistema público, como es el Sistema de Servicios Sociales, tengamos
que constatar que sus propios profesionales, por carencia de los recursos necesarios
y adecuados a las prestaciones básicas que este sistema tiene que garantizar a la
ciudadanía, se vean obligados a mandar a Cáritas a las personas para cubrir sus nece­
sidades básicas. ¿Te imaginas que los médicos tengan que mandar a Cáritas para que
operen a los enfermos o para cubrir sus urgencias? Demasiadas emergencias sociales
en este momento están siendo atendidas por Cáritas, lo que esta misma institución
ha denunciado, porque a los profesionales se les han retirado recursos de emergen­
cia social o de ayuda a domicilio, o de tratamientos de inserción. Históricamente, el
Cuerpo Nacional de Asistentes Sociales, aunque con muchas insuficiencias, que no
son ahora objeto de este análisis, administraba el Fondo Nacional de Asistencia Social
que, precisamente, eliminamos para implantar un sistema universalista de prestaciones
sociales básicas, el Sistema Público de Servicios Sociales.

—La necesidad del reconocimiento de derechos subjetivos


— Si ante las necesidades sociales que trata el Sistema de Servicios Sociales no
se desarrollan los servicios, con sus dotaciones de estructuras profesionales y centros,
no hay un impulso del sistema para darles cobertura. Ello conduce a que las personas
tengan que recurrir a la "ayuda” por carencia del derecho, ayuda puntual e insuficiente
de lo que llamamos "programas milagro" que promueven determinadas comunidades
autónomas y municipios y que se anuncian y se agotan casi simultáneamente, por
falta de recursos, pero sirven a la propaganda institucional; o que vuelvan a recurrir
al modelo "familista” y las mujeres multipliquen su jornada o abandonen puestos de
trabajo; o se vuelva a volcar la demanda hacia instituciones “caritativas"... Yo me pre­
167
gunto qué pasaría en este país sí la gente, cuando tiene una operación que cubrir, el
médico lo derivará a que lo opere Cáritas. Sería un tremendo escándalo y generaría
una insoportable alarma social. O sea, a nadie se le ocurriría hacer eso. Pero, en el
caso de las necesidades que se abordan desde el Sistema de Servicios Sociales, al
estar todavía muy lejos de la universalidad de sus prestaciones básicas, la tendencia
histórica se mantiene hacia el parche, el paternalismo o el “facilismo”. Las instituciones
han ¡do paralizando el desarrollo del sistema. El desarrollo del sistema como “sistema
integrado” lleva mucho tiempo paralizado, aunque se haya desarrollado en la cobertura
de necesidades de determinados colectivos de forma específica. En este sentido el
más destacado es el caso de la “dependencia”, al haber logrado el reconocimiento de
las prestaciones y servicios como derecho subjetivo. Sin embargo, el sistema como
tal, en este momento, está con una demanda alarmante generada por la crisis.
Los estudios de que dispone el Consejo General de Trabajo Social detectan que
se ha duplicado la demanda de atención que tienen los trabajadores sociales. Por otra
parte, cada nueva ley que se hace, a excepción de la de “Prevención y atención a per­
sonas en situación de dependencia”, que genera derechos subjetivos, cada nueva ley
que se hace, sea de menores, mayores, discapacidad, etcétera, no lleva acompañado
el reconocimiento del derecho subjetivo y los recursos que eso necesita para hacerlo
efectivo a todas las personas afectadas. Para la dependencia se están desarrollando
recursos. Para las otras leyes se dan “ayudas” que requieren un exceso de burocracia
por la falta de recursos aplicables. Los trabajadores sociales están en una demanda
de papeleo permanente, lo cual les burocratiza el trabajo. No pueden destinar tiempo
al diagnóstico y tratamiento del caso con un programa individualizado que, a su vez,
aborde el trabajo de grupo y de comunidad, en una perspectiva de tratar el caso y las
causas que lo originan, así como la prevención, actuando o promoviendo los cambios
necesarios. Se ven impelidos a dar una cita a medio plazo para hacer un diagnóstico
social para el cual, previsiblemente, no hay recurso institucional disponible, ni tiempo
del trabajador social para aplicar un programa integral.
En un sistema más perfeccionado todo esto no sería así. La clave está en tratar
la necesidad social como derecho subjetivo a través de servicios establecidos y no
principalmente como ayuda económica sustitutiva del servicio.

—Lo público y lo privado


— Debemos diferenciar entre empresas privadas con ánimo de lucro y ONG. El
ánimo de lucro debería quedarse para prestaciones complementarias a las pres­
taciones básicas de derecho ciudadano. Es decir, que si tenemos cuatro o cinco
prestaciones en el sistema como derechos básicos de ciudadanía, aquello que no
entre ahí puede entrar en el mercado (...). Los sistemas del Estado de bienestar
empiezan con lo básico y van asumiendo luego nuevas demandas en función de su
reconocimiento como necesidades básicas, en razón de que la sociedad las considera
universales y, por tanto, toda la ciudadanía debería tener derecho a su cobertura. Por
ello, las necesidades que reclaman la cobertura de derecho universal son limitadas a
lo que consideramos pacto social de derechos de ciudadanía. Por tanto, es exigible
la “responsabilidad pública” de las denominadas “prestaciones básicas de servicios
sociales”, aunque la aplicación de estas prestaciones sea por gestión pública directa
o gestión concertada con ONG o empresas. El denominado tercer sector, que avanza
168
en desarrollar iniciativas complementarias a las prestaciones básicas reconocidas,
se hace necesario y es muy importante la colaboración púbico-privada, que permite
afrontar nuevas necesidades. Igualmente, se hacen necesarias las instituciones que,
como Cáritas o Cruz Roja, están haciendo una gestión complementaria a lo básico.
Lo que no podemos responsabilizar ni a las agencias, ni a las empresas, ni a las ONG
es de la cobertura de lo básico. Si contamos con ellas para gestionar prestaciones y
servicios básicos, la responsabilidad será siempre de la Administración pública con­
tratante, que deberá definir las condiciones técnicas y administrativas de la prestación
de servicios, la calidad que se debe prestar; no podrán aplicar para estos servicios
precios complementarios con ánimo de lucro que les generen beneficios, porque no
se puede sacar lucro de los derechos. Para mí esa es la regla divisoria entre lo que
hace lo público, lo que hacen las ONG, lo que hacen las agencias colaboradoras del
bienestar social y lo que hacen las empresas privadas. Las empresas privadas pueden
participar también en un contrato de gestión de un centro de plazas residenciales. Si
esa plaza residencial es para una persona con dependencia que tiene reconocido el
derecho subjetivo, no se puede crear un sistema de beneficios lucrativos.
Las instituciones públicas, han de garantizar lo básico. Por ejemplo, han de ga­
rantizar residencias geriátricas en condiciones y requisitos de calidad que respeten la
dignidad humana de las personas atendidas. La ciudadanía y los profesionales han
de defender el derecho subjetivo de las personas afectadas por esta necesidad, y si
las Administraciones públicas carecen de plazas, deberán contratarlas para hacer
efectivo el derecho reconocido. Pero la contratación estará sometida a la responsa­
bilidad pública que supone no sólo establecer las condiciones de contratación, sino
también inspeccionar la gestión que se ha concertado, la calidad de ese servicio, las
condiciones mínimas que debe de tener ese servicio, el seguimiento de la situación
de las personas internadas, la prevención de maltrato, etcétera. Los servicios socia­
les tienen que hacer todo esto porque han de garantizar la aplicabilidad del derecho,
sea de gestión directamente pública o concertada. Por lo tanto, hay que diferenciar el
modelo de conciertos en derechos básicos del modelo de servicios que las personas
demanden al margen de los que tienen establecidos como derecho.
Una empresa puede ser con ánimo de lucro como empresa, porque todas las
empresas tienen ánimo de lucro, pero en lo que concierta para prestaciones básicas
de derecho social, con las Administraciones públicas, no introduce precios con ánimo
de lucro. Los precios los determina la función pública y son inferiores a los precios de
mercado porque excluyen el excedente lucrativo. Ahora bien, si las Administraciones
públicas no dedican inversiones a la cobertura de prestaciones básicas reconocidas
como derecho en las leyes respectivas, llega un momento en el que se ven someti­
das a los intereses de las entidades concertantes, y ello puede conducir a un abuso
e imposición de precios por encima del valor del servicio. Por ello, para poder llevar a
cabo una buena y equilibrada relación publico-privada, las Administraciones públicas
deberían disponer en la gestión pública de la red de los servicios sociales comunitarios,
es decir, unidades de trabajo social, centros generales de servicios sociales y, al menos,
un 51% de servicios propios en prestaciones de servicios sociales especializados; y,
a la vez, deberían diversificar la oferta de contratación para no verse sometidas.
Esto no se tiene en cuenta especialmente en comunidades autónomas y comuni­
dades locales con gobiernos neoconservadores no comprometidos con el bienestar
social, en los que se desarrolla la privatización de los servicios públicos y se deja de
169
invertir en los servicios propios. Esta es una cuestión política que hay que clarificar,
independientemente de la existencia o no de recursos derivada de la situación de crisis.
En los años 80 dejamos hechos los mapas de toda la red de centros generales y
específicos de servicios sociales que se requerían en todo el sistema: centros de ser­
vicios sociales generales, centros de acogida, albergues, centros de inserción, centros
de día, centros residenciales para mayores, centros para personas con discapacidad,
etcétera. Esta red sigue siendo una demanda inaplazable en servicios sociales y lleva
mucho tiempo sin desarrollarla y remitiendo hacia conciertos la inmensa mayoría de la
demanda. Cuando las empresas concertadas tienen el monopolio de las plazas pue­
den elevar los precios (...). Por ejemplo, en el año 92 hubo un punto de inflexión en el
Ayuntamiento de Madrid. El sistema de servicios sociales se creó con los socialistas
y fue un sistema modelo que ha dado muchos frutos. Pero a partir del 89, cuando se
pierde el Gobierno con la moción de censura, el plan de inversiones para desarrollar
todo el sistema no se ha puesto en marcha. Yo he estado años de concejala en la
oposición exigiendo inversiones para su desarrollo, con enmiendas a los presupues­
tos para hacer el mapa de toda la red de los centros. Entonces, se ha hecho con las
privadas. A medida en que las privadas van haciendo centros y se van concertando,
como la institución municipal carece de oferta pública propia, depende de los precios
que tenga que pactar con quien tiene la oferta. Para obtener beneficios, se ha bajado
la calidad. Además se le ha quitado al profesional el control de los contratos. El año
92 fue emblemático. Fue aquel año cuando los trabajadores sociales del Ayuntamiento
de Madrid salieron a la calle con una caja fúnebre, vestidos de negro y con velas, en
la que decían “requiescat ¡n pace” al sistema municipal de servicios sociales. O sea,
fue una agresión mortal al sistema municipal de servicios sociales y se expulsó de la
gestión concertada a las entidades cooperativas y de pequeñas empresas especiali­
zadas por el propio Ayuntamiento cuya gestión era admirable.
Y es que no solamente está el problema de que cuando esto se crea salen las traba­
jadoras sociales de la dirección técnica, sino también cuando se producen los cambios
políticos y gobiernan quienes no defienden el Estado de bienestar. Hay que valorar
que esto va vinculado también a un compromiso político por el Estado del bienestar y
no es propio de los conservadores pensar en el Estado del bienestar, más bien todo
lo contrario. Entonces, lo que ha hecho Esperanza Aguirre ha sido no invertir en los
hospitales ni en mejoras, dejarlos cada vez menos dotados y crear nueve hospitales
con empresas privadas. En la educación, pues lo mismo, y en servicios sociales...
construir y poner en marcha nuevas residencias; llegó a llamarse “el negocio de oro de
las residencias de mayores”. Los Ayuntamientos daban el suelo, la inversión la concedía
Caja Madrid y la contratación quedaba garantizada por el Gobierno de la Comunidad
de Madrid, aunque en un porcentaje determinado no llegaran a ocuparse las plazas.
Este es el tema. Hay que decir con claridad que ha habido una etapa de Gobiernos
conservadores en muchas comunidades autónomas, especialmente en Madrid, desde
el 87 en el Ayuntamiento y desde el 96 en la Comunidad de Madrid. Ya llevamos en la
Comunidad de Madrid casi 15 años y en el Ayuntamiento de Madrid más de 20 años
donde se ha parado el proceso de desarrollo3.

’Es importante señalar que esta entrevista se realizó en marzo de 2011, es decir, antes de las elecciones del 22 de mavo.

170
—El trabajo social y el sistema de servicios sociales
—Yo quisiera que no se confundiera el trabajo social con el sistema de servicios
sociales. Los sistemas son una estructura articulada burocráticamente. El trabajo social
no es una burocracia aunque tenga que hacer burocracia. Es una profesión y lo suyo
es la ciencia y no el papeleo. Bueno, otra cosa es que les manden papeleo... ¡a ver
si se rebelan! O sea, hay que proteger al trabajo social. Y proteger al trabajo social es
proteger cualquier cuestión que vaya contra su ética, por ejemplo, la burocracia que
no le permite ejercer su trabajo y tan sólo le permite hacer una prescripción facultativa
de tratamiento social. Eso es quitarle la naturaleza profesional. Entonces, todo eso
debe tener el amparo de unos colegios profesionales y la gente debe valorar mucho
los colegios. Animo a todo el mundo para que se colegie y pague sus cuotas porque
de eso viven los colegios y de eso se protege a las profesiones. Entonces, los colegios
deberían, además, abrir un espacio de apoyo y asistencia técnica a la ética profesio­
nal. Y deberían, perfectamente, de acuerdo a la ley de colegios que les protege por
los Estados y las autonomías, recibir financiación del Estado para el Consejo General
y de la Autonomía para el colegio de cada lugar. Igual que nos ocupamos de que
haya tantas unidades, la de ética es fundamental y debería estar dando protección
a la intervención del trabajo social en la base. Y luego, a la vez, el colegio también
debería hacer con la Universidad la captación de datos, de investigación, para dar a
la sociedad a conocer los problemas sociales. Porque a nadie se le ocurre llenar el
país de pandemias y que estén callados los colegios de médicos. Aquí hay pandemias
sociales por todos los sitios. Y los trabajadores sociales son tan importantes para
decir que aquí hay una pandemia y aquí hay una solución para la pandemia, como el
médico es tan importante para decir que viene la gripe A y esto es lo que reclamamos
para tratar la gripe A. Hay que hacer estadísticas, hay que trasladar los datos de la
intervención social a la sociedad, para que esta sepa qué le pasa como problema de
vida y de convivencia.
Hay que darle a esto un giro. Yo, me empeñé en que los centros de servicios sociales
fueran como los hospitales clínicos, que como ellos empezaran a hacer intervención,
docencia e investigación, las tres cosas. Entonces hay que tener esa perspectiva:
investigar, hacer docencia e intervenir... y todo ello desde la intervención. Hay que
devolver a la sociedad el diagnóstico social. Todo eso nos ayudaría mucho, me parece
a mí. Y los colegios pueden hacer perfectamente convenios con las instituciones para
crear estos “staff”, por una parte, de investigación y docencia vinculados con las univer­
sidades y, por otra, de asistencia ética y técnica a los profesionales. Los profesionales
tienen que estar muy protegidos porque no puedes estar individualmente luchando
contra todas las instituciones. Tienen que tener una protección en esa función.

—La función de control del trabajo social


— Estamos ante una etapa de derechos subjetivos que requiere del profesional un
nivel de responsabilidad de acuerdo a la situación, que supone que el derecho es del
sujeto y no de la voluntad de una institución determinada de aplicar o no la efectividad
del derecho en función de que tenga o no recursos disponibles, o de que tenga deter­
minados intereses ajenos al derecho reconocido al sujeto. Determinados casos en los
que una institución decidía aplicar o no un recurso en función de su propia situación,
171
y no en fundón de la situación del sujeto definida en su diagnóstico social, no pueden
ciarse en cuanto a los derechos subjetivos. Por poner un ejemplo: una institución no
puede decir a un trabajador social que cambie el informe que ha hecho por el cual
declara que esta persona está en todas las condiciones de recibir las prestaciones de
un derecho subjetivo. Los recortes presupuestarios no pueden afectar a estos casos.
Ante una reclamación judicial, el juez decidirá a favor del sujeto, y la institución o los
profesionales afectados responderán cada uno de su propio trabajo. La responsabi­
lidad política es del político y la técnica, es decir, el diagnóstico y tratamiento social,
lo es del profesional.
O sea, que estamos ahora ante una situación donde la responsabilidad va muy
lejos porque se están generando unas estructuras de protección a la gente muy ne­
cesarias; y los trabajadores sociales que conozcan las situaciones tienen que tomar
conciencia de los riesgos en su actuación para prevenir la ocultación de delitos o la
inaplicabilidad de derechos.
Los colegios profesionales podrán reclamar a las instituciones convenios de apoyo,
asistencia técnica y ética e investigación para ayudar a los propios trabajadores sociales
en la base. Y ahora, también, es necesario que los trabajadores sociales apoyen a sus
colegios, porque no tenemos otro mecanismo para poder responder desde la acción
profesional y desde la ética a las necesidades de la ciudadanía y a los nuevos retos.

Hasta aquí las reflexiones de Patrocinio de las Heras a la que no nos queda más que
agradecer, en nombre de todas las profesionales y en el del equipo que ha trabajado
en esta investigación, el tiempo que nos ha dedicado. Como cierre de la entrevista
queremos destacar de su discurso las siguientes cuestiones que, pueden considerarse,
además, a modo de conclusiones de toda la obra, en la medida en que nos identificamos
con su discurso:
1. La ética y la política están estrechamente ligadas y suponen una responsabilidad del
profesional en tanto que “es la ética la que nos implica como agentes políticos además
de como agentes profesionales que garantizan la sostenibilidad del sistema para el que
trabajan, sistema que da respuesta a los derechos que ya se le han reconocido en las
leyes de ciudadanía por los regímenes democráticos y políticos”. “La función ética de
las profesiones es una función política que los Estados delegan en las profesiones” y la
ética es aquello que la polis reconoce como necesario para el desarrollo de la sociedad
y sus miembros. Por tanto, el profesional tiene una doble responsabilidad: ser un agente
eficiente del sistema en el que desarrolla su tarea a la vez que se preocupa por el cono­
cimiento que ha de aplicar y desarrollar. Esta responsabilidad ético-política ha estado
presente a lo largo de la historia profesional en el protagonismo de los trabajadores
sociales durante la creación del sistema de bienestar; en el debate inaugurado por el
libro de las casitas sobre el Estado de bienestar y los criterios para su construcción; en
la reivindicación del colegio profesional como espacio de poder; en la enmienda a la
Constitución para erradicar los conceptos y la atención benéfico-patemalista y defender
la universalidad de los derechos sociales; en la participación en el poder político en la
década de los años 80, donde los profesionales ocupaban puestos técnicos y ejecutivos;
en la lucha por la licenciatura, etcétera.

172
4

2. “El desarrollo del sistema de bienestar lleva mucho tiempo paralizado” y esto
supone un retroceso en el reconocimiento de derechos subjetivos. Cuando el sistema
no es apoyado por el Estado, las necesidades sociales vuelven a situarse, con formato
de ayuda y subsidiariedad, en aquellos otros sistemas informales: la familia, las insti­
tuciones de caridad, la buena voluntad, etc. Por tanto, “la clave estaría en reconocer la
demanda como derecho social y no como ayuda”, ya que las leyes que se aprueban y
no llevan consigo la legitimación de unos derechos subjetivos con sus correspondien­
tes recursos encuentran muchas dificultades a la hora de desarrollarse y contribuir al
bienestar de la ciudadanía.
3. Es importante diferenciar y conocer aquello que compete al ámbito de lo público
y lo privado. “No podemos destinar ni a las agencias ni a las empresas ni a las ONG
la cobertura de lo básico”. Pero “si contamos con ellas para gestionarlo, la responsa­
bilidad será siempre nuestra, las condiciones nuestras, la calidad que se debe prestar
nuestra y ellas no podrán tener lucro en eso que hacen porque no se puede sacar lucro
de los derechos. Para mí, esa es la regla divisoria entre lo que hace lo público, lo que
hacen las ONG, lo que hacen las agencias colaboradoras del bienestar social y lo que
hacen las empresas privadas”. Una vez conocidas las funciones de ambos espacios,
el problema actual radica en la no creación de plazas públicas y en la no inversión o
cuidado de los centros que ya existen para atender y desarrollar el sistema de bienestar.
Esta situación hace que podamos encontrar el espacio público “bajo la dictadura de
las plazas concertadas”. Pero “hay que entender que esto va vinculado también a un
compromiso político por el Estado de bienestar”.
4. Y, por último, cabe destacar la importancia que la entrevistada concede al cono­
cimiento e investigación en trabajo social. Este es el aspecto fundamental que diferen­
cia al trabajo social del sistema de servicios sociales. “Los sistemas son estructuras
articuladas burocráticamente y el trabajo social no es una burocracia, aunque tenga
que hacer burocracia”. Así es como el trabajo social no sólo ha de intervenir en la
sociedad, sino que también ha de devolver a la misma el diagnóstico social. También
las y los trabajadores sociales han de tomar conciencia de las actuaciones que llevan a
cabo para no caer en connivencia con determinados mandatos políticos que se apartan
notablemente de nuestros principios éticos.
La aportación del discurso de Patrocinio de las Heras ha sido, sin duda, de gran
valor para este libro no sólo por haber conectado con los discursos de los profesiona­
les que han participado en este trabajo y con los análisis realizados en cada capítulo,
sino por aquello que no se escucha o no se ve con nitidez en lo transcrito, esto es, la
fuerza, la claridad, la sencillez, la viveza y la convicción que envuelve la palabra de
la entrevistada. Esta palabra, que trasluce un compromiso ético y político a lo largo de
una trayectoria profesional y que hoy mantiene su vigencia en nuevos frentes para el
trabajo social, ha de extenderse y publicarse para poder tomar conciencia de nuestra
identidad profesional, para revitalizar nuestros compromisos con la sociedad y prota­
gonizar nuevos retos en la construcción del Estado de bienestar.

173
i

Anexo
Entrevistas a profesionales sobre
aspectos éticos de la intervención social

Formación
De todo lo que aprendiste en tu formación, no sólo en la Escuela de Trabajo Social,
sino también en el colegio o en el instituto, en la familia, etc., ¿qué principios rescatas
para tu actuación profesional?
¿Recuerdas los principios de trabajo social que diste en la carrera? Si los recuerdas,
¿has reflexionado alguna vez sobre ello? ¿Puedes contar si te han resultado operativos
en la práctica, es decir, si te han orientado al tomar decisiones o ayudarlas a tomar a
alguien?
¿Cuál es tu idea de las implicaciones éticas que puede haber en el proceso de interven­
ción, desde el primer momento del análisis del campo y la formulación del diagnóstico?
¿Qué opinas de la confidencialidad? ¿Cómo la manejas en tu equipo y en tu vida
diaria?
¿Cómo entiendes la función de control que tenemos los trabajadores sociales? Y
¿sobre el uso que hace el profesional del poder que le confiere ese control?
Uno de los conceptos importantes en la carrera es la autodeterminación. ¿De qué
forma este concepto orienta tu intervención profesional?

Organización y equipo
¿Crees que hay criterios éticos diferentes dependiendo del rol y el estatus que uno
tenga en la institución? Por ejemplo, entre el rol de informadora, acompañante en el
seguimiento del caso, coordinadora, etc.
En tu lugar de trabajo ¿se proponen debates éticos en equipo habitualmente? ¿Cómo
los planteáis y afrontáis?
En el equipo, tanto en relación a tus jefes como a tus compañeros, ¿tienes libertad
y autonomía para guiar tus actos profesionales de acuerdo a tu ética? Si no la tienes,
¿cómo se ve coartada? O, dicho de otra forma, ¿cuáles son los condicionantes que en-

175
cuentras en la institución que te impiden actuar de acuerdo con tu ética en el ejercicio
profesional?
¿Crees que es necesario poner de manifiesto en el equipo determinadas desviaciones
éticas importantes que pueden darse en el trabajo? Por ejemplo, crear desigualdades
en la dotación de las ayudas por las simpatías que se tienen a determinados usuarios.
En relación con la ética, ¿qué opinas sobre la burocratización en el trabajo y del
dejarse llevar por la rutina diaria?

Dilemas éticos
¿Qué entiendes por “dilema ético” en tu profesión? ¿Te encuentras frecuentemente
dilemas de algún tipo en tu trabajo diario?
¿Qué haces habitualmente cuando tienes que resolver algún dilema de este orden?
¿Has recurrido en algún momento a algún organismo, como, por ejemplo, el Colegio
de Trabajo Social, para solicitar ayuda ante un problema ético?
¿Utilizas el código deontológico en algún momento? ¿Y otra bibliografía que te
ayude a solventar tus dudas éticas? ¿Crees que aparte del código de ética sería necesario
crear alguna otra figura a la que recurrir en estos casos? ¿Cuál?
¿Echas o has echado en falta un apoyo o persona de referencia en lo que a cues­
tiones éticas se refiere? ¿Hay alguien en el equipo que normalmente se ocupe de estas
cuestiones o al que se recurra en estos casos? ¿Consideras que el aprendizaje mutuo
es un aspecto ético importante para fomentar en tu equipo?
En relación con otros profesionales, ¿suele haber enfrentamientos éticos? ¿De qué
tipo? ¿Cómo se abordan?
¿Recuerdas algún caso que hayas llevado y te planteara un debate ético y cuyo
resultado fuera insatisfactorio? Y ¿satisfactorio?
¿Crees que la supervisión puede ser un espacio en el que es posible reflexionar sobre
cuestiones éticas? ¿Has sentido alguna vez la necesidad de supervisarte? ¿A quién crees
que corresponde proponer la supervisión?
Por último, ¿has sentido alguna vez que has traicionado tus principios éticos? No
hace falta contar el caso, pero sí narrar algo relativo a cómo te sentiste, si tendías a
negarlo, justificarlo o lo que sea.

Lo macropolítíco o estructural como dato


fundamental para tenerlo en cuenta en la toma de decisiones
¿Puedes reflexionar en voz alta sobre los valores de justicia, igualdad, libertad y
respeto?
Las políticas universalistas de bienestar social tienen como pilar fundamental el
empleo. ¿Consideras que visibilizar este gran problema debería formar parte de una
ética profesional integral?

176
¿Se puede trabajar sin un objetivo preciso o con un objetivo definido genéricamente
como “cohesión” o “bienestar” o “aumento de la calidad de vida de las personas”?
¿Crees que la normativa legal reafirma los principios éticos del trabajo social? Nos
referimos, por ejemplo, a la ley de autonomía y derechos del paciente, las diferentes
leyes en relación con la privacidad del sujeto a través del consentimiento informado...
y todas aquellas que puedan parecerte interesantes.
¿Cuál es tu opinión sobre el voluntariado como política institucional?
Sobre los principios y fines de la organización en la actualidad, ¿crees que existe una
ética de lo público y una ética de lo privado o del tercer sector en trabajo social? Si a
tu juicio son diferentes sus principios, ¿cuáles son las repercusiones que está teniendo
la privatización en los derechos de los trabajadores, en la calidad de las prestaciones
y de los servicios asistenciales?
Para concluir, ¿te gustaría realizar alguna reflexión sobre el tema que te hemos
planteado? ¿Algo que te inquiete? ¿Te interese? ¿Te preocupe? ¿Te moleste?, etc.

En las entrevistas a coordinadores, jefes y


directores se han hecho las mismas preguntas
que a las demás profesionales, añadiendo las siguientes
¿Piensas en tu trabajo diario y en relación al puesto que ocupas en las implicaciones
éticas que tiene? Puedes ampliar esta pregunta sin ceñirte al sí o no.
En cuanto al rol de coordinación y/o gestión de equipos, algunas de las responsa­
bilidades fundamentales incluyen los aspectos de contratación, convenios, gastos y
presupuestos con entidades y empresas. ¿Existen criterios éticos establecidos en la
institución para llevar a cabo esta función? En caso de que no existan, ¿tú tienes algunos
con los que guiarte? ¿Podrías especificarlos? ¿Se tratan estas cuestiones en tu equipo?
Como coordinadora, ¿crees que una de tus funciones es la de asumir la responsa­
bilidad de hablar con transparencia sobre el incumplimiento en el trabajo? Es decir,
llamar la atención a aquellas personas que son irresponsables en su trabajo por ausencias
y tardanzas reiteradas, escaqueo de la tarea, creación de mal ambiente en el trabajo
constante y deliberadamente.

177
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Libros publicados en la colección Agora
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2. L.l (.'aso Social Individual I I diagnóstico social (textos seleccionados). Mary K. Riclimond. Prólogo de Mario
Gav iria. 256 pp.
3. Materiales pitra una educación antirracishi. Rosa Calvo Cuesta, Chema Castiello, Juan García Gutiérrez, Juan Nicieza
Fernández. Rosalía Pérez Mota, Antonio Reguera García. 148 pp.
4. Mihlernidady ftostnoilerniilail (Cuaderno de trabajo). Selección de textos y comentarios de Eugenio del Rio. 144 pp.
5. La/xtlahray la cs/xula. Gcihiilogía de las revoluciones. José Luis Rodríguez García. 352 pp.
6. Libros de texto y diw rsidad cultural. Grupo Elcuterio Quintanilla. 126 pp.
7. El malestar urbano en la gran ciudad. M. J. González, R. Ramos, M. V. Gómez, Caries Doly. L. Cortés y M. Sa-
rav ¡a. 128 pp.
8. Una apuesta por Andalucía. R. Calvo, J. Sánchez, L. Callejón. M. Delgado, J. Guardia y M. López. 112 pp.
9. Rcjlexivity and inten ulturalitv in modern language leaching and Icarning. Oxímoron Team. Editado por Fernando
Cerezal v Manuel Megias con Jane Jones. 128 pp.
10. Enseñaren y aprendizaje de lenguas modernas c intcrculturalidad. Femando Cerezal (editor). 128 pp.
11. Institucionismoy iv/orma social en Espada. Jorge Liria (coord.), J. Sisinio Pérez, M. Suárez, E. Zimmermann, F. Erice,
J. A. Crespo. S. Castillo. Y. Lissorgues. A. Baratas, R. Campos, C. García y A. Terrón. 332 pp.
12. Huevos de serpiente Racismo y xenofobia en el cine. Chema Castiello. 168 pp.
13. La ciudad y los derechos humanos. Una modesta proposición sobre derechos humanos y práctica urbanística.
Rosario del Caz, Pablo Gigosos y Manuel Saravia. 136 pp.
14. El saber científico de las mujeres. Nuria Solsona i Pairo. 152 pp.
15. Antropología de la sexualidad y diversidad cultural José Antonio Nieto. 354 pp.
16. El grafliti universitario. Femando Figueroa-Saavedra. 160 pp.
17. ¿Quien crea empresas? Redes y empn'sarialidad. Ignasi Brunet kart y Amado Alarcón Alarcón. 240 pp.
18. Intervención social: cultura, discursos y /to d a :. [portaciones desde la Antropología. Esteban Ruiz Ballesteros. 208 pp.
19. Los parias de la tierra. Inmigrantes en el cine español. Chema Castiello. 128 pp.
20. La transformación de la sik ¡edadsalarial v la centralidaddel trabajo. Jorge Rodríguez Guerra. 208 pp.
21. Lengua y diversidad cultura! Actividades ¡tara el aula. Grupo Eleuterio Quintanilla. 144 pp.
22. Detectives y camaleones: el grupo de discusión. Una propuesta para la Investigación Cualitativa. Soledad Murillo
y Luis Mena. 176 pp.
23. El devenir del sindicalismo y la cuestión juvenil. Antonio Antón. 224 pp.
24. Herramientas para combatir el bully ing homofóbico. Raquel Platero Méndez y Emilio Gómez Ceto. 224 pp.
25. La metamorfosis de la ciudad industrial. Glasgow y Bilbao: dos ciudades con un mismo recorrido. María Victoria
Gómez García. 208 pp.
26. El cine como espejo de lo social. Ejercicio de análisis cinematográfico relacionado con las ciencias sociales. Rafael
Arias Camión. 192 pp.
27. De tas sombras a la luz. La educación en Segovia 1900-1031. Carlos de Dueñas Diez y LolaGrimau Martínez. 232 pp.
28. Pensamiento crítico v conocimiento (Inconformismo social y conformismo intelectual). Eugenio del Río. 206 pp.
29. Reestructuración del Estado de bienestar. Antonio Antón. 480 pp.
30. I ¡alenda en la pareja: género y vinculo. Fernando J. García Selgas y Elena Casado Aparicio. 288 pp.
3 1. La reforma del sistema de pensiones. Antonio Antón (coord.). A. Garzón, J. L. Monereo, R. Muñoz de Bastillo, V.
Nav arro, M. Pazos y J. Torres. 180 pp.
32. Sociodiversidady sexualidad. José Antonio Nieto Piñeroba. 320 pp.
33. Sin respiro. Cuidadoras familiares: calidad de vida, repercusión de los cuidados y apoyos recibidos. María Victoria
Delicado (coord ), Antonio Alcarria, Antonia Alfaro, Ana Barnés, Eduardo Candel, Francisco García y Carmen
Ortega. 268 pp.
34. Ética, teoría y técnica. La responsabilidad política del trabajo social. Teresa Zamanillo Peral (dir.), Teresa García
Giráldez, Maribel Martín Estalayo, Paloma de las Morenas Travesedo, Carmen Roncal Vargas, M:l Concepción
Vicente Mochales. 192 pp.
¿De qué manera influye la ética en los
actos profesionales de aquellos individuos
dedicados a las profesiones de ayuda?
Esta es la cuestión que se analiza en el
libro. Los dilemas éticos, el control sobre
el ciudadano, las relaciones de poder, la
burocracia y los múltiples protocolos que
se han generado en el sistema de servicios
sociales, el vinculo profesional, las
organizaciones de servicios sociales, los
equipos profesionales, la responsabilidad
política global del trabajo social, las
reflexiones sobre las profesiones de
ayuda desde una perspectiva bioética, el
compromiso político con la profesión del
trabajo social, son, en líneas generales,
los temas que se exploran en este trabajo,
que es el producto de una investigación
realizada con varios profesionales del
trabajo social con el objeto de indagar
acerca de los criterios éticos que guían
sus prácticas profesionales. Una de las
conclusiones a las que llegan las autoras
es que la formación en ética debería
formar parte de los currículos de las
escuelas de trabajo social de manera
obligatoria.

ISBN: 978-84-96266-37-7

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