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Joseph Hudnut
Recientemente un viaje a Nueva York me ayudó mucho en este sentido. A medida que
dejábamos Boston volábamos por encima de un lote de parqueaderos al lado de un
estadio de baseball; después de media hora, y a medida que nos acercábamos a
Nueva York, lo hacíamos sobre esa inmensa área de parqueaderos que se tiende
detrás de la playa Jones. Cada uno de estos miles de automóviles había sido
organizado en forma de espina de pescado, cada uno de ellos tan lejano que podían
verse todos iguales; su forma a excepción de algunos muy lujosos, aerodinámicos y
policromados es el fruto perfecto del pensamiento tecnológico no adulterado por el
arte. Me pareció que parqueados de esta manera, semejaban esos suburbios en los
que cada familia posee un cascarón estandarizado y producido en serie, indistinguible
de sus miles de vecinos a no ser por el color de la pintura o por la relativa ambición de
sus propietarios que se expresa en el deseo de habitar un último modelo.
Nuestros soldados están suficientemente mal educado s debido quizá a los honores,
pero aun así debo admitir que este ejemplo representa para mi cómo el deseo
desborda siempre la razón científica. Bajo la superficie de lo que mi amigo expresa
aparece una idea de suma importancia para la arquitectura: una ide a tan antigua como
para ser cierta, pero que los arquitectos suelen olvidar. La forma total y ordinaria de
nuestras casas no está implícita en la evolución de las técnicas de construcción o en
los conceptos de organización espacial; no proceden simplement e de ello. Nuestras
casas no pueden imaginarse en su totalidad con estas simples premisas, pues en el
corazón de la gente las casas son entidades relevantes, son algo que está más allá de
la ciencia y de la utilidad.
Desearía que se entendiera esto. No t engo un excesivo apego a los Cape Cod
cottages. En su forma original estos gozan de belleza y encanto, pero aún así
encuentro el tipo tedioso, más ahora que ha sido repetido 4 o 5 millones de veces.
Desearía que los contratistas, que esparcieron esa blanca nebulosa de casas alrededor
de nuestras grandes ciudades, de pronto pudieran, ahora y en el futuro, tentar a su
mercado con una nueva forma de carne tierna. Para hablar francamente , estas casas
representan una especie muy explotada pero no por eso más exc usable que otras. De
otro lado es un hecho patente, aún para los observadores más superficiales, que miles
de personas encuentran en las novedades una compensación de la arquitectura, de
esa experiencia para la cual la mayoría no están preparados. Las nov edades son los
pálidos, pero necesarios, substitutos de la experiencia de una arquitectura en la cual
los valores emocionales se han fundido en los valores tecnológicos. Hasta que
encontremos la manera de hacer esa fusión los Cape Cod cottages seguirán al mando.
Como un ángel mensajero la máquina ha entrado en nuestras casas para traer una
nueva perspectiva y una nueva economía, un nuevo rango y eficiencia al proceso de la
vida diaria, para alargar las horas de libertad, para disipar miles de tiranías,
costumbres y prejuicios, para levantar montañas de trabajo penoso de nuestros
hombros. Como el heraldo de un joven rey recién coronado, la maquina anuncia una
nueva dinastía y nos da la bienvenida a su autoridad liberad ora. Como el primer aire
de abril, la máquina purifica y vigoriza. Los arquitectos tienen razón al amar la
máquina, de ninguna otra manera se hubiera construido la casa moderna.
Está bien que el arquitecto ame la máquina, pero existe el peligro de que ese amor
apague el fuego propio de su corazón. Las formas son relaciones, composiciones de
textura, color y luz; infinitos elementos de construcci ón a través de los cuales el
espíritu humano se da a conocer; ellas son las sustancia necesaria de una casa, de
ninguna manera incidentes de los patrones económicos o del bienestar físico; a partir
de ellas nuestras paredes van más allá de la mera función útil de encerrar las cosas
permanentes, sin las cuales una casa seria, en sentido real, un objeto inútil. A través
de las casas se habla de seguridad y paz, de íntima lealtad y amor, del dulce afecto de
los niños y del romance del cual están hambrientos nu estros soldados; de una aventura
vivida miles de veces y para siempre nueva. No es esto esperar mucho de una casa.
Existe un modo de trabajo, algunas veces lo llamamos arte, que da a las cosas hechas
por el hombre una calidad formal que supera las demanda s de la economía, de la
sociedad o de la ética. Un modo de trabajo que nos pone en armonía con nosotros
mismos y con parte del medio ambiente creado por nosotros; a través de la educación
esa armonía con el medio se convierte en una experiencia universal; y ese modo de
trabajo transforma la ciencia de la construcción en arquitectura.
Si ha de servirse una comida es arte aquello que viste la carne, determina el orden al
servir, preparar y ordenar la mesa; lo que establece y dirige los comportamientos,
costumbres y conversaciones; lo que sazona el todo con ceremonia, eso que, mucho
antes que Lady Macbeth nos lo explicara, ha sido el mejor de todos sabores posibles.
Sí una historia ha de ser contada es arte aquello que le da proporción y clímax, la
fortifica con contraste y tensión, la colorea con metáforas y alusiones familiares y
cálidas al corazón. Si una oración ha de ser expresiva es arte lo que la hace música,
la rodea de antiguas resonancias y la guarda bajo los solemnes baldaquinos de las
grandes catedrales.
Las formas de todas las cosas hechas por el hombre están determinadas por su
función, por las leyes del material, por las condiciones de la manufactura y por las
fuerzas del mercado; sin embargo las formas están determinadas también por una
necesidad más antigua y más imperiosa que la actualidad de la técnicas, a partir de la
cual se constituyen la seguridad, la importancia y el valor en las cosas que rodean a la
humanidad. Esto es cierto para todos los oficios, para todos los modalidades de
trabajo y conducta que ocurren en la sociedad. En un sitio más allá de todas las cosas
hechas, está aquello que presiona inmediatamente el espíritu: el símbolo, la armonía,
el corazón de una familia. El templo mismo creció de esta raíz y la casa de Dios, qu e la
arquitectura celebra como su regalo más grande, es el símbolo y la afirmación del
conocimiento espiritual que ilumina primero la vida de la familia y solamente después
la vida de los hombres y las comunidades.
Ahí está el cobijo que el hombre formó en la tierra hace cien mil años, el hoyo, la
cueva que se convirtió en cobertizo tejido, en cabaña de madera, en morada de tierra,
en las miles de construcciones e incansables inventos nuestros que han cubierto la
tierra. El cobijo que, de mil maneras, ha estado junto a los hombres a lo largo de su
camino, es su compañero y armadura. Ahí está el hogar que formó y disciplinó nuestras
primeras emociones y a lo largo de los años destiló los hábitos y valores en los cuales
la humanidad reposa. Ahí está el espacio, que el hombre aprendió y rediseñó acorde
con su espíritu, el espacio que volvió arquitectura.
Esta tesis, tan cargada de lírica en esencia natural, puede ser parodiada por la ciencia.
Por ejemplo, un exceso de realismo físico puede desarmar y desfi gurar el espíritu tan
ingeniosamente como el exceso de azúcar que el eclecticismo popular derrama sobre
la casa suburbana. La afirmación temeraria “de las funciones de la nutrición,
procreación, educación, descanso y disposición de basuras” es una premisa para el
diseño tan falsa como ese desorden de cubiertas, gigantescas chimeneas, exquisitos
dormitorios, con bellas persianas simétricas en las ventanas sobrepuestas a la luz y
a la ventilación que forman lo más decoroso y disfrazado de Bronxville y W ellesley
Hill. No tengo una fe muy firme en el exquisito lenguaje y en las elevadas intenciones
de esos sociólogos que llegan a la arquitectura a través de “un estudio analítico de
factores ambientales favorables a los requerimientos de vida de las famil ias,
considerados como instrumentos de la continuidad social”, y me persuaden inclusive
menos los biólogos, especialmente aquellos que han inventado una humanidad vegetal
que debe ser preservada, refrigerada y propagada en cajas diseñadas para esos
propósitos. Me refiero a esas personas que hacen diagramas y fotografías en acción
mostrando el impacto en el espacio dado por una señora arreglando un balde, o un
señor vistiéndose para la comida, o 3.8 niños jugando a kiss-in-the ring y luego invitan
a los arquitectos a organizar sus cuartos alrededor de estos “determinantes básicos”.
Mis requerimientos son, de alguna manera, más sutiles que aquellos de un tomate
maduro o de un hipopótamo enjaulado, cualquiera que sea la opinión de la Pierce
Foundation.
A veces pienso que debemos proteger nuestras casas de los nuevos procesos de
construcción y en contra de las formas estéticas que estos engendran. Creo que
debemos recordar que las técnicas tienen su estricto valor como elementos d e
expresión y que su competencia depende del uso de los demás elementos; pero en
todo caso nos intrigan pues no tienen ningún sitio propio en el diseño de una casa, a
no ser que verdaderamente sirvan al propósito de la casa y sean análogas a su
temperamento. Como a menudo ocurre, su única virtud es su espectáculo, su
espontánea naturaleza es prontamente comprendida: en ese momento se convierten en
un impedimento a la armonía tanto como un exceso de ornamentación. El enorme
voladizo que proyecta mi casa sobre el patio de la cocina o sobre una fuente; esa
pared flexible, esa piel fuerte; este fanatismo por el bloque de vidrio; ese extraño
revoloteo de mi casa sobre la tierra firme, todo esto golpea mis ojos pero no mi
corazón. Un maestro podrá utilizar todo esto asumiendo los riesgos, pero para el uso
cotidiano de la naturaleza humana son necesarias aún la proporción, las leyes
domesticas, las tranquilas superficies de las paredes, las buenas maneras, el sentido
común y el amor. Estos son también excelentes materiales de construcción.
El mundo no pide a los arquitectos que digan que esta es una edad de inventos, de
nuevas emociones, experiencias y poderes. El avión, la radio, el v-bomb y los
gigantescos trabajos de ingeniería asegurarán esto de una manera má s persuasiva que
el más enorme de nuestros artefactos. Además la cima más alta de la industria,
nuestra mujer barbada, ya no asombra a la mafia.
Si luego deseamos expresar con esta nueva arquitectura la idea de hogar, si deseamos
decir en este persuasivo lenguaje que esta idea acompaña persistente y
elocuentemente la marcha hacia delante de la in dustria y el cambio de naturaleza de la
sociedad, tenemos en los diferentes aspectos del espacio un amplio vocabulario para
este fin.
He introducido por supuesto esta pequeña disertación sobre el espacio para ilustrar la
ingeniosa recursividad de la arquitectura moderna. No pretendí hacer un tratado. Con
igual relevancia he podido mencionar la luz, que es ciertamente un instrumento del
diseño moderno, o los nuevos materiales que ofrecen tan diversas texturas y colores;
he podido mencionar las formas y energías de nuestros nuevos tipos de construcción, o
las relaciones con el sitio y la naturaleza, hechas posibles por los nuevos principios de
organización. También podría mencionar las artes aplicadas a los muebles, los textiles,
la metalurgia y la cerámica todo lo que es o ha de ser armoniosamente accesorio a
la arquitectura.
Los arquitectos tratan de explicar con formulas, cálculos, diagramas, y de todas las
maneras del lenguaje auricular, las ventajas de la pared de vidrio de las grandes
áreas determinadas por planos de vidrio abriéndose a un jardín , cuando todo lo que
es necesario decir es que esa es una de las más maravillosas ideas alguna vez
considerada por un arquitecto. Las personas que sienten las paredes no necesitan
computarlas; y las personas sordas a los ritmos de los grandes cubos de vidrio, que
prefieren la tranquilidad debida al silencio de los muros que absorben la luz, pueden
renunciar a la diversión de la arquitectura. Porque, liberados de los “huecos hechos en
las paredes”, del rígido formalismo de las aberturas que proclama el estilo georgiano,
hoy podemos recibir luz donde la deseemos y decir que, en efecto, hemos inventado un
nuevo tipo de luz; que podemos controlar su intensidad y su coloración, difuminarla a
través del espacio o lanzarla en grandes cantidades contra una pared, disolverla en
una superficie o reunirla en una tranquila piscina; y decir que de los científicos que
trabajan sobre las nuevas formas de luz artificial no esperamos mayores eficiencias y
economías tanto como nuevos resplandores para la forma de vivir.
Espacio, estructura, textura, luz, son para nosotros elementos en menor grado
tecnológicos y en mayor grado artísticos. Ellos equivalen a lo que los colores son para
los pintores, las tonalidades para los músicos; las imágenes con las cuales los poetas
construyen arquitectura invisible. Como los colores, las tonalidades y las imágenes,
sirven más cuando se utilizan para mostrar la gracia y la dignidad del espíritu del
hombre. Sé, por supuesto, que la arquit ectura moderna debe ajustar sus procesos a la
evolución del modelo industrial; los métodos de construcción deben alcanzar una
unidad esencial con todos los otros procesos, que en este mundo mecanizado,
ensamblan y moldean la materia. No hay duda de que la naturaleza “al por mayor” de
nuestras construcciones impone la monotonía y la banalidad mas allá de los logros de
los arquitectos modernos una condición no remediada por la prefabricación , y no
hay duda de que nuestras casas a medida que se ajust en a la avanzada tecnológica,
escaparan cada vez más al control artístico. Todavía más hostiles a la arquitectura
serán las estandarizaciones del pensamiento y las ideas ampliamente establecidas en
nuestro país. La sociedad de la línea de ensamblaje estampará en los hombres por
millón actitudes y éxtasis de masa. Nuestro juicio será progresivamente formado por la
publicidad y las conveniencias operacionales de la industria.
No, quiero imaginar para mi futura casa un propietario romántico y no puedo defender
las preferencias de mis clientes como esas flaquezas y aberraciones usualmente
llamadas “naturaleza humana”. No, él ha de ser un cliente moderno, un cliente post -
moderno si es posible concebirlo así. Libre de todo sentimiento, fantasía o capricho,
con una visión, un gusto y unos hábitos de pensamiento necesarios según un esquema
de vida colectivo-industrial; para el que el mundo deberá, si esto le complace, aparecer
como un sistema de secuencias causales transformadas cada día por los milagros
acumulados de la conciencia; y que aun así reclamará para sí mismo alguna clase de
experiencia personal, libre de controles externos, no profanada por la conciencia
colectiva. Esa experiencia cuando el universo sea socializado, mecanizado y
estandarizado, será aun posible en el hogar. Aunque su casa sea el producto más
preciso de los procesos modernos, en ella también se habrá atrincherado contra el
asedio de la mecanización esa antigua lealtad invulnerable. Será labor de los
arquitectos, como lo es ahora, comprender esa leal tad comprenderla mas firmemente
que nadie y no dejarse vencer por los ornamentos de la industria, para tratarla según
su verdadero y hermoso carácter.
Joseph Hudnut
Decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Columbia. Decano de la
Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard desde 1935, durante dieciocho años.
Participó desde estas escuelas, dos de las principales de la arquitectura tradicional
americana, en el reconocimiento de la arquitectura del movimiento moderno, facilitando
a través de su labor educativa la introducción de la arquitectura moderna en ese
espacio aún dominado por la tradición artística de Beaux Arts. Trajo a Walter Gropius,
Marcel Brauer y Martin Wagner a Harvard. Desde una visión humanista de la
arquitectura fue un importante crítico del dogmatismo funcionalista de la segunda
postguerra.
To mado de Arch itecture Culture 194 3 -1968. A Documentary Anthology. Edited by Joan Ockman. Colu mbia
University. Graduate School of Architecture, Planning and Preservation. Columbia Books of Architecture /
Rizzoli. New York 1993.