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MÁS ALLÁ
DEL DESIERTO*
YOLANDA NATERA DE LA PEÑA
La gente se cansa
Del mismo lugar,
¿De estar en mí mismo
No me he de cansar?
R
ecuerdo una imagen de su último viaje. Eugenia a lo largo de nuestra amistad: calidez,
mirando al cielo del desierto. Eugenia sonriendo, apertura a la vida. Sorpresa, era Euge-
caminando, girando entre el aire puro. Ese aire nia y nos dimos un abrazo. Yo esperaba
impalpable, invisible, que al respirarlo da vida. su llamada para ir a recibirlas a la termi-
Aire que permanece en lugares transparentes nal.. Y Eugenia apareció en la puerta de
del mundo, en montañas y desiertos, donde el casa, ligera, sin equipaje y sola. Cuando
humo de las máquinas aún no llega. El cielo azul llegaron, y Eugenia intentó llamarme, yo
intenso y el horizonte de montañas lejanas. El hablaba con un plomero, explicaciones
azul del cielo como mar, la tierra como playa, en de ciertas reparaciones, teléfono ocu-
esa región donde el desierto antes fue mar. Eu- pado. Y ellas decidieron tomar un taxi
genia llena de vida, en uno más de sus viajes. Via- y trasladarse a Lerdo. Eugenia no logró
jar, encontrarse con lo desconocido, lo otro. Son guiar al chofer del taxi hasta la casa, y
imágenes que precedieron a su muerte. Minutos pidió las dejara en el parque. De ahí, Eu-
antes de su repentina muerte. Me gusta recor- genia caminó para encontrar la casa. En-
darla sonriendo, bajo el cielo del desierto. Cielo riqueta se quedó cuidando las maletas,
que parecía mar sin olas, mar caribe, mar de Ma- desvelada por el viaje en autobús, sen-
llorca, mar azul. Esta imagen fue en el desierto de tada en una banca del parque. Antes de
Coahuila, en su última visita que hizo a México. llegar a casa, Eugenia encontró a Magda,
Ella era una viajera. Hacía viajes introducién- mi vecina, con quien en visitas anteriores,
dose de lleno en ellos. Se trasladaba a un lugar, salía a caminar por Lerdo. Ellas hablaron
ahí convivía y hablaba con las personas. Deam- algunos momentos, con el regocijo que
bulaba por diferentes ambientes, observando envuelve a las palabras, después de años
y sintiendo los detalles. Durante bastantes de no verse.
años, las circunstancias de su vida, facilitaron Después, Eugenia y yo abordamos mi
sus viajes. coche, fuimos por Enriqueta y las male-
Viajar, moverse, cambiar. Ir transformando tas al parque. Era una mañana soleada de
la identidad. Trasladarse de lo conocido a lo principios de agosto, que presagiaba el
desconocido, de la rutina cotidiana a lo sorpre- calor del resto del día. Recuerdo a En-
sivo. Fernando Pessoa, viajaba entre una iden- riqueta, sentada en una banca, con las
tidad y otra. Era él y otros. Firmaba sus poemas maletas al lado, entretenida mirando a
como Ricardo Reis o Alvaro de Campos o Alber- la diversidad de deportistas mañaneros,
to Caeiro o Pessoa. En palabras de Pessoa refiere guardianes tenaces de su salud: hombres
sus viajes: y mujeres de la tercera edad caminando