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Aprendizajes esperados:
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2. La inteligencia humana y el conocimiento de la verdad
Si contemplamos la naturaleza, nos daremos cuenta que todos los seres vivos son capaces
de adaptarse, resolver problemas y desenvolverse ante distintas situaciones. Parecería que
todos son, de una manera u otra, inteligentes. Al observar a los animales más desarrollados,
nos percatamos de que tienen habilidades admirables, y que muchas veces somos nosotros
quienes los imitamos a ellos para desarrollar nuestra tecnología o avanzar en distintos
aspectos: el vuelo de los pájaros, los paneles de las abejas, los sistemas de comunicación de
los mamíferos marinos, la organización de las hormigas, etc. Sin embargo, esa capacidad
que poseen, también llamada inteligencia inconsciente, es radicalmente distinta a la
nuestra. En primer lugar la inteligencia de los animales nace de su instinto, no es una
facultad de la cual ellos sean conscientes (de allí su nombre) ni que puedan educar y
desarrollar por sí mismos a lo largo de su vida. Les permite sobrevivir y no extinguirse. En
segundo lugar, la inteligencia que poseen los animales es de carácter eminentemente
práctica, está orientada puramente al obrar, sin que haya detrás de ella un carácter
reflexivo. En cambio, nuestra inteligencia apunta a algo mucho más elevado, por encima de
la mera supervivencia, es decir, el conocimiento de la verdad.
En la primera unidad estudiamos que las facultades corpóreas tenían un objeto propio. Así,
el objeto propio del oído son los sonidos; del tacto, las texturas, etc. La inteligencia humana
también posee un objeto sobre el cual se centra toda su actividad: la verdad. Es probable
que esto te suene un poco extraño. En la sociedad actual posee mucha fuerza e influencia
una corriente filosófica llamada relativismo, que sostiene que no existe la verdad y que, si
existiera, no sería posible que los seres humanos la conocieran; y que, por lo tanto, lo único
que hay son simples opiniones, sin que sea más válida una que la otra.
¿Es posible sostener entonces que el ser humano puede conocer la verdad? Cuando
hablamos de “la verdad”, es posible que pensemos en las grandes verdades que entrañan
misterios para la mente humana, como son el origen del universo y el hombre, la existencia
de Dios, las causas profundas de un cambio en la humanidad, etc. Sin embargo, siguiendo
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la filosofía aristotélica, nos daremos cuenta que el asunto es más simple de lo que parece.
Supongamos que en este momento te encuentras sentado leyendo este texto. Si yo digo “el
alumno se encuentra sentado leyendo el texto de Antropología” estarás de acuerdo de que
se trata de una verdad. Todos los días, a cada minuto, decimos múltiples verdades. Pero
surge aquí una pregunta fundamental: ¿qué es la verdad? Una verdad es simplemente una
aseveración que describe adecuadamente la realidad. Si alguien dice “Duoc UC es una
institución de educación superior”, está describiendo adecuadamente la realidad, y esa
afirmación constituye una verdad. Vemos, entonces, que conocer las verdades de la
realidad no es algo imposible; muy por el contrario, lo hacemos constantemente y
cualquiera puede llevar a cabo tal obra. Si no pudiésemos conocer verdaderamente,
habríamos desaparecido como especie hace mucho tiempo, pues nos sería imposible
distinguir, por ejemplo, los alimentos dañinos de los que son beneficiosos o, como veremos
más adelante, comunicarnos entre nosotros de la manera en que lo hacemos. Así entonces,
podemos decir que la inteligencia tiene como función propia el conocer, y como objeto
propio el conocimiento verdadero.
En clases anteriores1, al hablar de los sentidos externos e internos, afirmamos que estos
actúan de manera conjunta, formando lo que se denomina conocimiento sensible, punto de
partida de todo conocimiento humano, y que posteriormente, y en un grado superior, pasa
a ser parte fundamental del conocimiento intelectual, que es el conocimiento en sentido
más propio y perfecto. Este es el que estudiaremos a continuación.
En primer lugar diremos que el conocimiento que poseen y adquieren los seres humanos es
abstracto. Abstraer significa, literalmente, “poner aparte” o “separar”. Cuando conocemos,
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Esto lo estudiamos en uno de los apartados de la clase de la semana 2.
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lo que hacemos es captar los rasgos más importantes o esenciales de las cosas y guardarlos
en nuestra inteligencia. Así, lo que hacemos es separar mentalmente las cualidades
esenciales de las cosas. Cuando estoy frente a una manzana, yo capto con mis sentidos el
color rojo, la textura suave del exterior y el dulzor del sabor. Pero esa información que nos
entregan los sentidos queda “abstraída”, “separada” de la cosa y puedo llevar conmigo esa
información sin tener que llevarme el objeto. Así, si alguien me pregunta por el sabor de las
manzanas, puedo describirlo y explicarlo sin necesidad de estar comiendo una. Esto es
posible precisamente porque el conocimiento humano es abstracto, lo que me permite
almacenar, recordar y reflexionar sobre lo conocido. Si pudiera comunicarme con los
caballos, y le preguntara a uno de ellos por el sabor del pasto que comió ayer, el animal no
podría explicarlo, porque su conocimiento es fundamentalmente práctico. Su acción de
conocer se agota en la percepción sensorial y el uso de lo aprendido para sobrevivir, pero
no podría reflexionar sobre ese conocimiento, puesto que no es abstracto. Podemos decir
entonces que el perro o el caballo saben, pero no saben que saben.
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manzana: lo primero que sucede es que mis sentidos captan las cualidades de la manzana;
el rojo, la suavidad, la dulzura, etc. Luego, el sensorio o sentido común unifica toda esa
información, lo que nos permite percatarnos de que estamos frente a una manzana. Es en
este momento que nuestra inteligencia “abstrae” las cualidades más importantes o
esenciales que me permiten formar un concepto o idea de “manzana” en mi inteligencia.
Cuando comparo ese concepto o idea con la manzana que tengo frente a mí y soy capaz de
dar una definición de la manzana (fruto del manzano, comestible, de color verde, amarillo
o rojo, con forma redondeada y algo hundida por los extremos, de piel suave y sabor dulce
o ácido, y semillas en forma de pepitas encerradas en una cápsula interna) puedo decir con
confianza que mi concepto o idea mental es un conocimiento verdadero sobre la manzana.
Pues bien, vemos que el resultado del proceso de conocer es un concepto. Ese concepto,
siendo una abstracción y de carácter inmaterial, es también universal. ¿Qué quiere decir
esto? Los conceptos que obtenemos de la experiencia de conocer, se aplican a todos los
casos que se nos presentan a la inteligencia. Dicho de otro modo, el concepto o idea de
manzana que yo poseo se aplica a todas las manzanas. Cada vez que percibo unidos el fruto
del manzano, con el color rojo, verde o amarillo; la suavidad de la piel; la redondez hundida
por los extremos; las semillas en forma de pepitas encerradas en una cápsula y el sabor
dulce o ácido; puedo saber con certeza verdadera que se trata de una manzana. Lo mismo
sucede con todas las cosas que conocemos. Cada vez que percibo un mamífero equino,
cuadrúpedo, de tamaño mediano o grande y orejas pequeñas, que corre y que puede ser
montado, entiendo que se trata de un caballo, pues ese es el concepto que poseo en mi
inteligencia, y que se aplica a todos los casos que caen bajo esa definición. Pero además
este concepto es válido no sólo para mí, sino para cualquier otro ser humano racional que
pueda acceder a ese conocimiento. El concepto de manzana o de caballo es así asequible a
todos los seres humanos, independientemente de su edad, sexo, nacionalidad, idioma,
cultura o religión.
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SEMANA 7: La voluntad, la búsqueda del bien y la felicidad.
La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos,
sino de lo que somos.
Henry Van Dyke.
Aprendizajes esperados:
- Reflexionar sobre las implicancias de obrar conforme al bien
- Analizar cuál es el fin de la vida humana y los medios para lograrlo
En la clase pasada mencionamos que el ser humano posee dos facultades superiores o
intelectuales: la inteligencia y la voluntad. En esta clase analizaremos la segunda capacidad,
la voluntad. Al igual que la inteligencia, la voluntad posee un objeto propio, que es el bien,
y una función propia, que es desear y elegir los medios para alcanzar eso que desea.
¿Qué significa que el objeto propio de la voluntad sea el bien? El ser humano siempre obra
conforme al bien. Esta aseveración puede parecer algo extraña, pues constantemente
vemos personas que no hacen el bien sino el mal. Para comprender esto debemos hacer
algunas aclaraciones. Cuando el ser humano lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre
bajo el convencimiento que esa acción le traerá un beneficio o un bienestar, a corto o largo
plazo. A corto plazo, por ejemplo, está el comer para satisfacer el hambre, y a largo plazo
tener un título técnico o profesional, que implica a corto plazo invertir tiempo de estudio y
preparación en ello.
Así, nadie actúa para que le sucedan cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen
cosas malas? Esto puede deberse a varios factores. El primero y más importante está
relacionado con buscar el beneficio propio por sobre el bien común de la sociedad. El ladrón
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por ejemplo considera superiores los beneficios que obtendrá por sus actos delictuales que
los problemas que generará en las personas a quienes roba. Ahora bien, cuando el hombre
desea y decide, debe hacerlo siempre en miras del bien no solo propio, sino del bien de
todos los que componen la sociedad. En unas clases más profundizaremos en esta idea
cuando hablemos de la naturaleza social del hombre. El segundo factor tiene que ver con la
ignorancia. La voluntad y la inteligencia actúan juntas. La voluntad solo puede desear
aquello que ha sido, primero, conocido por la inteligencia. Si la inteligencia no está bien
educada y no le permite a la persona distinguir el bien y los mejores medios para alcanzar
ese bien, es probable que la persona cometa una acción que le cause problemas a sí mismo
o a los que lo rodean. Cabe observar a este respecto que existen dos tipos de bienes: los
reales y los aparentes. Los reales, como su nombre indica, son cosas deseadas por la
voluntad que son realmente buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen
como buenos, pero en realidad no lo son. Una persona que tiene hambre considera como
bueno comerse un pastel, y en realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es
si esa persona es diabética. En ese caso el pastel se le aparece como algo bueno, pero en
realidad no lo es. Lo mismo pasa cuando peleamos con un amigo; probablemente
sentiremos que lo mejor es ignorarlo y distanciarnos de él (bien aparente), cuando en
realidad puede ser que lo mejor sea conversar y superar las dificultades a través del diálogo
(bien real). Así, cuando una persona confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de
manera que produzca un mal y no un bien. El tercer factor tiene relación con la falta de
fortaleza para hacer el bien cuando se nos presentan dificultades. Supongamos que vamos
caminando detrás de alguien a quien se le cae dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y
utilizarlo para cubrir nuestros gastos. Devolverlo requiere que la persona, junto con
descubrir el bien real y pensar en el otro, posea la fortaleza de carácter para hacer el bien
aunque sea difícil. Esta elección de hacer el bien solo para mí o pensar en los demás aunque
sea dificultoso existe porque somos seres libres y podemos actuar de acuerdo a nuestras
decisiones. Estas son fundamentalmente las razones por las cuales, a pesar de que nuestra
voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones malas.
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2. La felicidad o plenitud
Hemos dicho que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como objeto propio lo
bueno, el bien. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el hombre
para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en consideración
que existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor. Existen bienes que
son medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por ejemplo, podemos
atestiguar que todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no es ni podrá ser jamás
un fin. El dinero es, por excelencia, un bien que funciona como medio. Nadie, en su sano
juicio, que tiene dinero lo desea por su propia existencia, como si tuviera un valor intrínseco.
Aquellos que desean dinero, lo hacen por las cosas que se pueden conseguir con él. Nadie
valora veinte mil pesos por su mera existencia, lo que se valora es el poder adquisitivo que
tienen. Digamos, por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta. Los veinte mil pesos
tienen valor en cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez que compro la
chaqueta, no la dejo guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta tiene valor en tanto
me sirve para abrigarse o para vestir de una manera que me represente. De esa forma, el
dinero que yo tenía era valioso como un medio para alcanzar un fin, que era el abrigo y la
supervivencia. Así, entonces, queda claro que son los fines los que le dan sentido a nuestras
decisiones y elecciones.
Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no habría
nada que diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario: cuando nos
subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si guardas silencio y no
dices nada, probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse.
Si no hay un destino, no hay una forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida
de las personas sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son
las decisiones que tenemos que tomar, pues no tenemos una meta, y sin meta no hay
camino. Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio del hombre: ¿cuál
es el fin o meta de la vida de los seres humanos? Aunque la pregunta pareciera ser muy
compleja y no tener respuesta, desde hace milenios los filósofos la han respondido con una
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simpleza y profundidad maravillosa: el fin de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto
nos abre a una nueva pregunta: ¿cómo se alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad
en cosas materiales; otros, en sus logros profesionales; otros, en la estabilidad económica,
etc. Los filósofos antiguos nos dicen que, si bien tales cosas son necesarias, no constituyen
la felicidad y no nos conducen, automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para
responder a la pregunta que nos hemos planteado, hemos de entender un poco más el
concepto de felicidad. Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo
está pleno cuando está lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos
reformular la pregunta inicial: ¿qué debe hacer el hombre para estar completo o
desarrollado? La forma de lograr esa plenitud es desarrollando su propia naturaleza
humana. El ser humano se hace más profundamente humano cuando hace aquello que le
corresponde por sus cualidades y facultades naturales. Si entendemos las facultades
superiores que estamos estudiando, entendemos que el hombre debe desarrollar su
inteligencia y su voluntad. Si los seres humanos buscan el conocimiento verdadero por la
inteligencia y actúan conforme a lo verdaderamente bueno por la voluntad, poco a poco
irán desarrollándose como personas e irán alcanzando la plenitud, la completitud de su
naturaleza. De esa forma, lo que debe hacer el ser humano, en breve, para ser feliz, es
buscar la verdad y hacer el bien. Aquello es lo más propio de su ser y a lo que está llamado
de acuerdo a su naturaleza.
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3. Concepciones erróneas de la felicidad
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Semana 8: Libertad y responsabilidad. Elijo y me hago cargo
¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha
inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas
con paso firme musitando una oración.
Viktor Frankl.
Aprendizajes esperados:
La frase de Viktor Frankl que inicia esta clase nos da luces de que la libertad humana es real,
tan real que es capaz de denigrar al ser humano a lo más bajo que pueda llegar; pero al
mismo tiempo, tan real que es capaz de enaltecer al hombre hasta llegar al heroísmo, como
aquellos que entraron a una cámara de gas orando en su interior. Efectivamente, la libertad
humana es posibilidad de bien y mal, pero, ¿qué es la libertad?, ¿qué significa que la
persona humana sea libre?
En todo acto libre entran en juego las facultades superiores de la persona, pues la voluntad
elige lo que antes ha sido conocido por la inteligencia. Piensa en cualquier decisión que
hayas tomado. Por ejemplo, al tomar la decisión de leer estas páginas, tú antes realizaste
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un proceso de deliberación, analizaste las posibilidades que tenías y pudiste reflexionar
sobre las ventajas y desventajas de cada una de ellas.
¿Da lo mismo elegir cualquier cosa? Si bien existe la posibilidad de elegir el mal, la verdadera
libertad consiste en elegir el bien, pues la libertad se perfecciona sólo en la medida en que
el hombre se dirige hacia su fin último, la felicidad. La elección del mal, aunque siempre es
posible y real, es un fallo de la libertad, pues la elección del mal nos aleja de nuestro fin
último. Al elegir el mal una y otra vez, la libertad puede incluso anularse por completo y el
hombre pasa a ser esclavo de sus propios deseos y vicios.
Existen muchos planos de la libertad, es una característica humana que encierra muchas
dimensiones. Libertad es independencia, es autodeterminación, es apertura, es elección, es
querer, es voluntad, es amar. Sin embargo, nos detendremos en algunos de estos aspectos
de la libertad que nos parecen más radicales para la existencia humana.
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Comentario de un autor, José Antonio Marina, en la prensa, recogido por José R. Ayllón en su libro “Desfile
de modelos: Análisis de la conducta ética”, Madrid: Rialp, 1998, p. 55.
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decisión que tomamos vamos forjando nuestro propio modo de ser, pues no sólo elegimos
cosas externas, ya que el mismo acto de elección tiene efectos en la persona. Por ejemplo,
aquél que elige mentir se autodetermina como mentiroso; el que elige realizar actos de
justicia se transforma en una persona justa. En definitiva, cada vez que elijo mediante un
acto libre y voluntario, no sólo elijo algo que está fuera de mí, sino que en ese mismo
momento me elijo a mí mismo. Si ante una ofensa de uno de mis hermanos hacia mi madre,
yo elijo defenderla, estoy eligiendo la persona recta y justa que puedo y quiero ser. Si, en
cambio, mi elección es hacer caso omiso del hecho, con absoluta indiferencia, opto por la
persona injusta, fría e indiferente que también puedo ser. Por eso deberíamos grabarnos a
fuego en nuestra conciencia: “uno es lo que quiere ser”.
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c. Renuncia: Cada decisión humana implica una renuncia. Ahora que has decidido leer estas
páginas, has renunciado a muchas otras posibilidades que tenías en mente. Podrías haber
optado por salir con un grupo de amigos y pasarlo bien, pero elegiste estudiar por un bien
superior y probablemente la diversión quedará para otra oportunidad. O si decides realizar
una dieta para bajar de peso, deberás estar dispuesto a renunciar a los alimentos excesivos
en calorías, quizás a los altos en sodio, grasas saturadas y azúcares, y a los hábitos poco
saludables. Pasa lo mismo cuando decides estar en pareja. ¿Qué sucede si no estás
dispuesto o dispuesta a renunciar a otros hombres o a otras mujeres? En este caso,
renunciar demuestra el amor por la persona amada, para comprometerse con la persona
elegida y generar un vínculo permanente.
Del mismo modo, cuando decides ingresar a una institución a estudiar una carrera, debes
tener en cuenta lo que implica tal elección, ya que va a requerir un enorme compromiso de
tu parte. Los estudios representan una plataforma de crecimiento fundamental para quien
decide estudiar. La responsabilidad y la perseverancia con la que se afronten serán decisivas
para lograr el mayor aprovechamiento en la propia formación y para llevarlos adelante con
éxito. Y eso implica sin duda muchas renuncias.
Lo dicho anteriormente nos recuerda algo que de algún modo ya sabemos: no podemos
elegirlo todo. La libertad humana no es absoluta ni ilimitada, es una libertad situada, ya que
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en la vida no todo es elegible. Existen ciertos elementos que vienen dados en nuestra propia
naturaleza, hay también limitaciones físicas y sociales que son la base sobre la cual es
posible ejercer nuestra libertad y perfeccionarla, pues no es posible elegir en el vacío. La
propia situación en la que uno vive es un límite, pero es contando con ella y a partir de ella
que puedo ejercer mi libertad. Una libertad que no dependiera de nada ni de nadie, una
libertad total, sencillamente sería inhumana, irreal e imposible, sólo una fantasía. En la
medida en que vivo en una situación histórica, real y concreta, en una familia, ciudad y
época determinadas, en esa misma medida soy y actúo de acuerdo a ellas, y ejerzo mi
libertad dentro del marco que ellas me proporcionan. Pero eso no significa que no tenga
libertad. Como expresa Viktor Frankl, fruto de su experiencia en los campos de
concentración: “al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las
libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias
para decidir su propio camino… Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar,
lo que hace que la vida tenga propósito y sentido”.
Lo planteado en estas páginas nos invita a ejercer la libertad contando con el futuro,
mirando hacia adelante: la libertad es para algo, es para realizar la tarea que debo llevar a
cabo, siempre hay un puerto al cual dirigirse. No pudimos elegir la familia ni la condición
social y económica en la que nacimos, pero de ellas puedo rescatar aspectos valiosos para
crecer como persona y elegir qué deseo aportar a mis hijos. La libertad asume tareas y
riesgos, se compromete, apuesta por un proyecto, por un ideal o por una persona. La
libertad adquiere sentido cuando tiene un para qué, cuando está al servicio de una causa;
de lo contrario la libertad no pasa de ser un capricho, una trivialidad. Y la libertad no debería
ser nunca una trivialidad. Como bien le dice Don Quijote a Sancho:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los
cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar
encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la
vida” (Parte II, cap. LVIII).
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Semana 9: La grandeza del amor, quiero tu bien.
He descubierto la paradoja de que si amas hasta que duela no habrá más dolor,
Aprendizajes esperados:
Hemos llegado a uno de los temas que seguramente más te interesan. Mucho se ha escrito
sobre el amor y probablemente las manifestaciones artísticas más bellas de la humanidad
han estado inspiradas en él, poemas, canciones, pinturas y construcciones maravillosas son
producto de una de las experiencias más profundas de la persona humana. Podríamos decir
metafóricamente que el amor es una aventura maravillosa, la más importante de nuestra
vida. Podríamos decir incluso que el amor es un desafío, que determina nuestro presente y
nuestro futuro. De hecho, el amor es “la energía principal que mueve al alma humana”1. La
naturaleza humana, en su esencia más profunda, consiste en amar.
Probablemente has escuchado la frase que dice que el hombre está hecho para amar y ser
amado. Pues bien, si miras hacia tu pasado advertirás que todo lo que eres hoy se debe al
amor de ciertas personas y que la felicidad que buscas está íntimamente relacionada con el
amor hacia una persona. Pero, ¿qué es en realidad el amor?
1
Benedicto XVI, Audiencia general sobre Guillermo de San Thierry, 2 de diciembre de 2009.
1
Antes de llegar a definir lo que es el amor, partiremos por decir lo que no es. Aunque te
parezca extraño el amor no es propiamente un sentimiento. ¿Por qué razón? Porque los
sentimientos son variables, cambian constantemente y están sujetos a realidades, gustos y
estados físicos, entre otras cosas. El amor en cambio, reclama permanencia, estabilidad,
solidez y consistencia.
Piensa, por ejemplo, en uno de los amores más fuertes y auténticos, el amor de los padres.
Este no depende de las emociones o estados de ánimo: los padres aman a sus hijos para
siempre, a pesar de los múltiples conflictos que puedan existir en su relación.
Podemos afirmar, entonces, que el amor está por sobre los sentimientos, porque consiste
en un acto espiritual, que surge de la facultad de la voluntad del ser humano, es un acto
voluntario de entrega y generosidad. El amor es donación hacia otro y supera las barreras
del tiempo, de lugar o de circunstancias. Por ello, cuando se ama se intuye que es “para
siempre”.
La persona que sólo buscar sentir y usa a otro con ese único fin es egoísta. El egoísmo es lo
contrario del amor, porque el egoísta piensa primero en él y siempre en él, sólo le interesa
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satisfacer sus propios deseos y necesidades y es incapaz de sacrificarse por el otro; su
egoísmo le imposibilita entregarse y comprometerse con el otro.
Por otra parte, es importante señalar que el amor se da únicamente entre personas. Amar
significa encuentro entre un tú y un yo, y ese encuentro es posible solamente entre
personas. En estricto rigor no hay encuentro entre un objeto y una persona, ni entre un
animal y una persona, porque el encuentro pide colaboración, comprensión, empatía y
enriquecimiento mutuo.
Por ello es importante reflexionar sobre las relaciones que tenemos con los seres que nos
rodean, pues es legítimo cuidar y sentir cierto afecto hacia algún objeto que representa
para mi algo valioso, probablemente porque me recuerda a una persona, pero no se aprecia
el objeto en sí mismo. Algo similar ocurre en la relación con los animales, puede haber
sentimientos de estima, aprecio, protección y cuidado -eso está muy bien- pero no de amor,
porque la relación de amor supone ciertas condiciones que sólo pueden darse entre sujetos
que poseen la misma naturaleza y dignidad.
3. Amor de amistad.
Existen diferentes tipos de amores, está el amor a Dios, el amor entre los esposos, entre
padres e hijos, entre los hermanos, o el amor entre los amigos. Todos ellos son claves para
el desarrollo humano, pues cada uno de esos amores influye en mayor o menor medida en
la formación de nuestra identidad personal.
Ahora abordaremos de manera especial el amor de amistad. Este es uno de los amores que
más enriquecen la vida humana, aunque desde el punto de vista biológico, podamos
entender que “no necesitamos” a los amigos para nuestra subsistencia. Sin embargo, qué
mal viviríamos sin amigos. C. S. Lewis, escritor británico del siglo XX, manifiesta esta idea de
manera muy hermosa cuando dice: “la amistad es innecesaria, como la filosofía, como el
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arte, como el universo mismo, porque Dios no necesitaba crear. No tiene valor de
supervivencia; más bien es una de esas cosas que dan valor a la supervivencia”2.
El amor de amistad es el que nos saca del mundo familiar, se establece plenamente fuera
de la familia, aunque probablemente con el tiempo mis amigos también sean amigos de mis
padres y de mis hermanos. Junto con la familia, es con los amigos que se forjan las primeras
relaciones sociales y por ello la amistad es tan importante para la persona.
¿Cómo surge la amistad? Probablemente te has hecho amigo de alguien que fue tu
compañero de colegio o de trabajo o el vecino del barrio, pero no todos tus compañeros o
vecinos son tus amigos, sólo con algunos compartes esa complicidad tan particular. Sólo
serán amigos quienes compartan una visión común, cuando el otro ve lo mismo que tú, por
ello surgen los amigos cuando se gusta de la misma música, por ejemplo, o cuando se han
tenido experiencias de vida similares, o cuando tienen la misma fe y convicciones. Los
amigos están siempre mirando hacia una misma dirección, a un ideal común.
Para los pensadores antiguos la amistad también fue considerada importante. Aristóteles,
por ejemplo, dice que la amistad es uno de los aspectos centrales en la vida del hombre y
distingue tres tipos de amistad:
a. Amistad de utilidad: en ella el afecto está basado en el beneficio o uso que se puede
hacer del otro. Lo central acá es que se obtiene algo de la amistad que es ventajoso, se
busca el beneficio mutuo de la relación de amistad, y eso es lo que une a dos personas: me
hago amigo del otro porque es “hijo de” o porque tiene tal puesto de trabajo, porque “me
conviene”.
b. Amistad por placer: El fundamento de esta amistad es el placer o la diversión. Se ve al
amigo únicamente como causa de mi propio deleite. Las dos personas pueden preocuparse
sinceramente por la otra, pero lo que las une como amigos es principalmente el placer o los
"buenos ratos" que pasan juntos. Por ello esta amistad se diluye cuando vienen malos
2
C.S. Lewis, Los Cuatro Amores. Ed. Rialp, Madrid, 1960, p.28
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momentos, pues en medio de la enfermedad o la premura económica ya no hay diversión.
Ambas amistades, no son necesariamente malas pero se acaban con facilidad debido a lo
frágil de sus fundamentos.
c. Amistad virtuosa: es la amistad en su sentido pleno, en ella los amigos quieren el bien
del otro, ven al amigo como un bien en sí mismo y no como un medio para otra cosa. Los
amigos buscan una meta común: "la vida buena” a través de la virtud. Probablemente te ha
pasado que has cometido algún error y un buen amigo te ha dicho que actuaste mal, pero
te lo ha dicho con cariño, para que te hagas mejor persona, por tu propio bien. En esta
relación de amistad, los amigos están comprometidos a buscar algo fuera de ellos mismos,
algo que va más allá de sus propios intereses y se alientan el uno al otro en la virtud para
perfeccionarse día a día.
Si, como dijimos antes, el amor es un acto espiritual de donación de la persona, ello supone
ciertas cualidades o características que debemos tener presentes para distinguir en
nuestras propias vidas si efectivamente estoy siendo amado como me merezco o, si yo estoy
amando como el otro se merece. Veamos cinco de estas características:
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Describiremos aquí las características del amor de amistad como lo plantea Aristóteles. En siglos posteriores,
Tomás de Aquino hablará también de la caridad, distinguiendo estos dos tipos de amor, pues, aunque la
caridad no deja de lado la amistad (pues el mismo Jesús llama amigos), no es exclusiva como la amistad, sino
que se abre a todos, incluso a los enemigos. Santo Tomás menciona también cómo la caridad perfecciona el
amor de amistad, como se desprende de la descripción de 1Co 13, 4-7: “La caridad es sufrida, es benigna; la
caridad no tiene envidia, la caridad no se jacta, no se envanece; no se comporta indebidamente, no busca lo
suyo, no se irrita, no piensa el mal; no se regocija en la maldad, sino que se regocija en la verdad; todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Para profundizar en este tema: Polo, L. (1999). La amistad en
Aristóteles. Anuario Filosófico, (32), 477-485.
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1. El amor de amistad implica reciprocidad, es decir una correspondencia y correlación con
la persona amada. Esta relación de amor entre personas implica un intercambio de ideas,
de gustos, de diálogo con el otro, de complicidad con la persona amada. Cuántas veces
habrás notado que cuando se ama a otra persona hay un conocimiento tan profundo de él
o de ella, que no se necesitan palabras para saber lo que el otro piensa o quiere, pues un
solo gesto, una sola mirada es suficiente para lograr la conexión.
3. Otra cualidad del amor de amistad es la entrega, lo que supone salir de sí mismo para
buscar el bien del otro. El que ama de verdad comprende al otro como un bien en sí mismo,
como alguien que vale por lo que es y no por la satisfacción que puedo obtener de él. Esto
implica que jamás debemos utilizar a las demás personas como meros instrumentos para
lograr nuestros propios propósitos, lo cual debemos reconocer que se da mucho en las
relaciones comerciales y de trabajo, así como en las falsas relaciones de amistad y de pareja.
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Proverbios 17, 17.
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la lógica de las relaciones calculadas y pasajeras, donde el compromiso a largo plazo y las
promesas no se consideran e incluso se temen.
Todas estas características del amor de amistad no son fáciles de comprender en un mundo
como el de hoy, pues nuestra sociedad funciona fundamentalmente bajo la lógica del
utilitarismo, que valora las acciones en términos del mayor beneficio posible al menor
costo; y del hedonismo, que considera que la felicidad está puesta en la mayor cantidad de
placer que se pueda obtener. Bajo esta lógica, todo aquello que implique sacrificio y entrega
es visto como absurdo, no tiene sentido, e incluso imposible de llevar a cabo.
Probablemente esto explique por qué muchas relaciones son hoy tan frágiles, si nos faltan
bases para mantener relaciones estables y duraderas.