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DE:tvIOCRACIA, ESTADO Y DERECHO

l. SOBRE LA ANFIBOLOGÍA DEL TÉRL\1INO


«D E1·1OCR.ACI.A»

En su acepción más genérica, democracia significa gobierno ejerci-


do por los propios ciudadanos. Sin embargo, no es posible pasar de ahi
e intentar clarificar el contenido de dicho término sin comenzar refi-
riéndonos, por tópico que ello resulte, a su conocida complejidad se-
mántica. Sin duda, una cierta sobrecarga de usos y funciones afecta a
codo significante, pero tal vez a ninguno como a éste. D e ahí gue, si
siempre es oportuno seguir el consejo de Comte que nos invita a extraer
la esencia de un término de su propia diversidad, ello resulte aquí prác-
ticamente obligado; no para eliminar la anfibología de la palabra «de-
mocracia» -cosa que no sería posible, ni acaso deseable- sino para
dominarla o desdramatizarla en beneficio de los estimables contenidos
de dicho vocablo. Con esa intención ha precisado el profesor Fernán-
dez-Carvajal en .L..a realización de una sociedad democrática (IYíadrid, 1968)
los tres fenómenos Q.ingüísticos los dos primeros, lógico el último) que
concurren a producir la mencionada ambigüedad: a) El primero de ellos
es una «bornon.imia», esto es, la utiLización de un mismo nombre para
aludir a significados distintos, cosa que hacemos cuando hablarnos de
democracia para referirnos a muy variadas realidades; así, a ciertas doc-
trinas políticas con idearios distintos, a valores no siempre conciliables,
a regímenes políticos incluso anütéticos, a un principio de legitimidad,
a unas reglas o modos procesales, a un tipo de cultura y hasta a un
talante o actitud personal. b) La segunda de esas figuras es una «sinéc-

r
,\NG EL Gt\JtROREN :\ /\ [l)R,\ u~s l-;.\CRffU-1 JOB/U:¡_, ¡ Dl:.\/()(K l (J ¡

cloque» consistente -hay varias formas de «sinécdoque»-- en designar


el todo por referencia a una de sus partes, fenómeno en el que incurn-
m os cada vez que utilizamos el término «democracia» para identificar al
sistema como totalidad, distrayendo así la atención del hecho de que,
con ello, mencionamos tan sólo a uno de los elementos que intervienen
en ese sistema. c) E n fin , en nuestro uso de dicho concepto habitual-
mente incidimos también en una «metábasis», es decir, en una singular
transposición de planos o géneros no siempre suficientemente adverti-
da. Eso sucede cuando p asarnos d e hablar de la democracia como
forma o sistem a a referirnos a ella como valor, lo que implica mudar el
discurso, sin advertirlo, del terreno de la organizació n del Estado al
nivel de la legitimación o justificació n de ese mismo Estad o, quiebro
insensible que, por cierto, en la Historia simboliza muy bien la obra de
Rousseau .
Persuadidos, pues, d e esta profunda plurifuncionalidad del concepto,
podemos entrar a considerar lo que la democracia es y supone para la
vida del hombre en sociedad. Lo hacernos en el do ble plano de su re-
ferencia al Estad o y de su referencia al D erecho.

II. D EJ\t!OCRACIA Y ESTADO

Por razones o bvias, la descripció n de las relaciones entre democra- { .


cía y Estad o apenas admite una síntesis eficaz. No obstante, tal vez sea ~
una buena estrategia de acceso a ella el intentar despejar primero la
referida sinécdoque seg ún la cual la dem ocracia es elemento d e la fo rma
d e Estado an tes d e ser ell a mism a sistema o forma de Estad o. Unica-
m en te así podrem os pasar d espués a analizar la «ho n:1onimia» que se
p ro duce cuando (ya sí en referencia al sistema como totalidad) califica-
mos con el nom bre común d e d e mocracia a modelos franca m ente
distin tos. La «metábasis» o transposició n d e planos a la que también
aludimos irá quedando trc nzad~1 al hilo d e la exposición an tedicha.

1. LJ\ OEMOCRJ\CJA CO MO r;:1.mvIENTO D I~ LJ\ FO RMA D E ESTADO

D ijimos en su momento que d em ocracia es gobierno ejercido por


los propios ciudadanos. Sin em bargo, la verdad es que el p u eblo - el
«demos»-- extra11.amente gobierna. Mis b ien es tan sólo un elemento

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DErvlOC!v\ Cl r\, ESTADO y DERECHO

que concurre con otros a la gestión de los asuntos públicos. Así, al


menos, lo entendieron quienes durante siglos apelaron a la idea de «ré-
girnen 1nixto» para explicar la forn1a política de sus respectivas co1nu-
n.idades. El propio J\ristó teles, aunque sus preferencias fueran otras, no
dudó en admitir que la fórn1ula rnás con1ún para la gobernación de los
Estados era una especie de constitución mixta o «politeia>> en la que la
intervención del «demos» aparecía cotnbinada con la de otros factores
n1onocráticos y aristocráticos. Polibio, por su parte, en su «Historia de
Roma», libro V1, consideraba que el gran acierto de la República ron1a-
na había sido nuxturar el elemento democrático, representado en las
asambleas populares, con el aristocrático (Senado) y con el monárquico
Oos cónsules), esbozando así un esque1na que volvemos a encontrar en
el <<De Republica», libros I y II, de Cicerón. Y la idea, a través de la
escolástica, llega a Hooker, quien todavía a finales del siglo xvr nos
describe al Estado de Inglaterra como una «cuerda de tres cabos» com-
puesta por el pueblo, el rey y la nobleza. En todos estos autores, y en
la larga genealogía que ellos aquí representan, la participación del pueblo
no se confunde, por tanto, con la total identidad del sistema. En parte,
ello es así porque, en los regímenes por ellos considerados, ese pueblo
apenas pasó de ocupar una posición secundaria. Pero en parte también
es de este modo porque a dicha teoría subyace la convicción de que
toda forma de Estado, cualquiera que sea su denorninación, existe en la
convergencia de tres factores fundamentales: una ciudadanía que opera
como factor democrático, unas minorías dirigentes erigidas en aristocra-
cias del sistema, y unos fenó1nenos de liderazgo o poder personal que
evidencian en qué alta n1edida todo 111odelo político es también, en
parte, «gobierno de uno». Ahora bien, con10 para dicha doctrina tal cosa
acaece en cualquier tien1po y respecto de cualquier tipo de regín1enes,
de aquel secular planteamiento poden1os derivar nosotros ahora una
calidad de visión que transciende a la propia teoría del régimen mixto:
a su luz, parece evidente que en toda forma de Estado la participación
del elemento den1ocrático se produce en concurrencia con la de otros
factores y que en consecuencia a todos ellos hemos de extender nues-
' ' '
tro análisis -incluso en las den1ocracias- si no queremos que las
palabras distorsionen nuestra percepción de la realidad.
DEMOCR.1\ CIA , ESTADO Y D l~RECH O

que concurre con otros a la ges tión de los asuntos públicos. Así, al
menos, lo entendieron quienes durante siglos apelaron a la idea de «ré-
gimen mixto» p ara explicar la forma política de sus respectivas comu-
nidades. E l propio Aristóteles, aunque sus preferencias fueran otras, no
dudó en admitir que la fórmula más co1nún para la gobernación de los
Estados era una especie de constitución mixta o «politeia» en la que la
intervención del «demos» aparecía c01nbinada con la de otros factores
monocráticos y aristocráticos. Polibio, por su parte, en su <ili.istoria de
Ron1a>>, libro VI, consideraba que el gran acierto de la República roma-
na había sido mixturar el elen1ento den1ocrático, representado en las
asambleas populares, con el aristocrático (Senado) y con el monárquico
Oos cónsules), esbozando así un esquema que volvemos a encontrar en
el «De Republica», libros I y II, de Cicerón. Y la idea, a través de la
escolástica, llega a Hooker, quien todavía a finales del siglo XVI nos
describe al Estado de Inglaterra como una «cuerda de tres cabos» co1n-
puesta por el pueblo, el rey y la nobleza. En todos estos autores, y en
la larga genealogía que ellos aquí representan, la participación del pueblo
no se confunde, por tanto, con la total identidad del sistema. En parte,
ello es así porque, en los regímenes por ellos considerados, ese pueblo
apenas pasó de ocupar una posición secundaria. Pero en parte ta1nbién
es de este modo porque a dicha teoría subyace la convicción de que
toda forma de Estado, cualquiera que sea su denominación, existe en la
convergencia de tres factores funda111 eotales: una ciudadania que opera
como factor democrá uco, unas 1nínorías dirigentes erigidas en aristocra-
cias del siste1na, y unos fenómenos de Liderazgo o poder personal que
evidencian en qué alta n1edida todo 1nodelo político es también, en
p arte, «go bierno de uno». Ahora bien, con10 para dicha doctrina tal cosa
acaece en cualquier tien1po y respec to de cualquier tipo de regímenes,
de aquel secular planteam iento poden1os derivar nosotros ahora . una
calidad de visió n que transcien de a la propia teoría del régin1e_n_m1~t,o :
a su luz, p arece evidente que en toda for n1a de Esta~o la part1c1pac1on
del elemento dem o crático se produce en concurrencia con la de otros
factores, y que, en con secuencia, a todos ellos h_e mos de extender nues~
tro an álisis - incluso en las den1ocracias- s1 no queremos que las
palabras distorsionen nuestra p ercepción de la realidad .
ANG EL GARROREN A MORALES ESOUTOS SOIJRE L -1 DF..\ tOOt- lCL,1

2. L 1\ D EMOCRACIA COMO FORMA D E E STADO

E llo, naturalmente, no impide que, según un discurso distinto en el


que se hacen entrar ya nuevos aspectos (como son su potencial legiti-
mador o la eventual intensidad de su prevalencia sobre los demás fac-
tores ... ), ese elemento democrático pueda quedar elevado a la condición
de factor determinante de la identidad de todo el conjunto. En este caso,
lógicamente (bien que haciendo mediar la «sinécdoque» ya conocida),
hablamos de democracia no como elemento de la form a de Estado si.no
co~ o forma del Estado mismo. Así sucedió en la Grecia del s.V a J.C.
Y as1 sucede hoy entre nosotros, sin que por ello el término democracia
se est~ refiriendo en ambos contextos a fórmulas políticas que tengan
demasiado en común.

(i) D emocracia de los antiguos

El proyecto político de la Grecia clásica, tan lúcidamente definido


por Pericles en su «Oración fúnebre», encarna el ideal de la democracia
tal y como lo concibieron los antiguos. Un ideal en cuyo ensamblaje
inter vienen categorías muy distintas de las nuestras. Para un griego,
democracia significa gobierno ejercido de forma directa por el pueblo,
con lo cual el valor fundamental del sistema viene a serlo la <ó.gualdad».
Pero la igualdad entendida no sólo como «isonomía» o identidad ante
la ley, cual la entienden hoy nuestras democracias, sino comprendida
además y sobre todo como «isocratía», lo que supone que nadje debe
p oseer en la ciudad m ás poder que otro, y como «.isegoria», lo que
quiere decir que nadie debe tener allí más participació n en la gestión
directa de los asun tos públicos que los demás. E l valor «libertad», en
cambio, ap arece entre ellos subordinado en cierto modo a esta peculiar
concepció n de la igualdad; no es Libertad o auto no mía individual, cosa
que la devaluació n de lo privado propia de su cultura apenas les permi-
te con cebir, sino «libertad politica» o «püblica>>: libre es el hombre que
participa realmente en la gestión de la «polis». Sobre dichos presupues-
tos, pues, la democracia de los antiguos es una «democracia de identidad;>,
dado que en ella no cabe dis tinguir en tre gobernantes y gobernados. Es
una ((democracia directa» o «de inmediacióm>, ya que las decisio nes de gobier-
no se ad op tan y ejecu tan allí por todos merced a la existencia de la
Asamblea o Ekklesia y a la previsió n del sorteo y de la rotació n acele-

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DEMOCRt\Cl i\, EST1\Dü Y DERECHO

rada de cargos. Y es, en tercer lugar, un <<democracia total» o «1mánime~>,


puesto que el «demos», así concebido, tan sólo existe en la convergenoa
del esfuerzo co n1ún y, por tanto, en la tensión de lo que lo une; Sar to-
ri ha recordado que los griegos orientaron siempre su actuación hacia
la búsqueda de la unanimidad; aceptar la distinción mayoría-minoría,
conceptos que ni siquiera JJegaron a conocer, hubiera sido para ellos
aceptar la destrucción de la «polis». E l resultado es, en fin, una expe-
riencia con unas estimabilísimas cotas de participación política y de
inmediación ciudadano-poder, pero tam bién con unos visibles riesgos
totalitarios, ya que, al ser todos a un tiempo gobernantes y gobernados,
Estado y sociedad se confunden en un proyecto total en el que la di-
versidad y la divergencia apenas tienen cabida. La existencia unitaria del
«demos» no deja sitio para ello.

(ii) Reformulacióll de la democracia de los antigHos p or los modernos

Esta altísima aspiración a una democracia de identidad ha conocido


diversas recreaciones en tiempos de los modernos. Su fónnula, una vez
que las nuevas circunstancias han hecho inevitable la distinción go-
bernantes-gobernados, consiste en pretender (nueva forma, pues, de
identidad) que, al menos, la voluntad de aquéllos coincida siempre
fielmente con la de éstos. Q uien primero intentó dar una cobertura
teórica a dicha posibilidad fue J. J. Rousseau, al amparo de cuyas ideas
se montaría después la experiencia jacobina. En la obra de Rousseau
(«Discursos», 1750, 1755; « Del contrato social», 1762) encontramos,
efectivamente, una tesis que permite consti tuir a la voluntad de los
go bernados, es to es, a la «voluntad generab>, en voluntad gobernante,
toda vez que, según su postulado primero, el criterio de quienes actúan
por ella no puede tener existencia separada de la misma. La «voluntad
general», viene a decir nos, «inaLl enable» e intrasladable por tanto al cri-
terio de o tros, «no se representa, o es ella misma o es o tra . .. ». D e ahí
que su proyecto de democracia (<<democracia popular» o «radical», pues)
exija habilitar ciertas técnicas, como la discusió n de las leyes en las
asambleas primarias, el veto popular o el referéndun1, llamadas a impe-
dir que la voluntad de los mandatarios pueda prevalecer sobre la de la
nación si se distanciara de ella. Y en Rousseau encontramos también
aquellos aspectos totalitarios de la democracia de identidad que ya pu-
dimos observar en la democracia de los antiguos; su «voluntad general»

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ESCRITOS S013RE L·I Dl~MOCR., ICJ.,¡
ANGEL GJ\RRORENt\ MORALES

. 1 , u·co que apenas deja fisuras para la


un «todo» inc uso e
es, de nuevo, al do el ginebrino se enfrenta a la ne-
·
divergenc1a, raz . ón por 1a cu cuan . .
1 bl reado por la inevitable eX1stenc1a del
cesidad de resolver e pro ema.c · ,. ro es la más
disidente lo hace poniendo en 1uego la que, a ~u~n segu . '.
' e nulaciones paradoº1cas: al d1s1dente, nos
tremenda de sus constantes ion , º
ligará a querer de acuerdo con la «volunta~ generab>, <<lo
dice, se 1e Ob e , lib
- d no s1·gru·fica sino que se le iorzara a ser re».
cual - ana e- · ' . · · h · li
Siglo y medio después, el constitucionalismo sov1et1C? . a reactua -
.deal de la democracia de identidad sobre bases d.iferen~es entre
zado e11 . .kí ald d
las que cuenta su visión de la ~gualdad como <(lSOOl a» 0 «igu ª
económica». La teoria kruschev1ana del «Estado de todo el pueblo»
(oficializada por Brednev en la última ~onstitu~ión de la URS~, la de
1977) expresa bien, incluso en su propio enunciado, los co~_terudos de
«democracia popularn y de «democracia totab> que esta ve~~1on una vez
más asumió. Pero como ésta es una experiencia hoy tamb1en caducada,
apenas es preciso detenernos en ella.

V (iii) Democraci.a de los modernos

Como es fácil deducir de las dificultades padecidas por los intentos


anteriores, nuestra modernidad ha impuesto for mas y planteainientos
nuevos a la idea de democracia. En principio, el factor realmente deter-
minante de tales cambios hay gue buscarlo en las enormes posibilidades
que la ideología liberal, con su clara valoración del individuo, abrió para
el replanteamiento del ideal democrático: a) Precisamente ahí es donde
se hace posible entender que el valor fundamental de la democracia para
los modernos no lo sea ya la «igualdad», esto es, la <<isocratía» o conver-
sión de todos en gobernantes, sino la «libertad»; y la libertad entendida
además como mera autonomía de lo privado, lo que significa que la
misma requiere ahora tan sólo la limitación del poder, sin exigir, como
en los antiguos, la directa y personal ocupación del mismo. Diríamos que
el núcleo de la idea de democracia se ha trasladado así de sus aspectos
ontológicos (identidad poder-pueblo) a sus aspectos más mecánicos
(control de los gobernantes, equilibrio mayoría-oposición, constantes
frenos y contrapesos ... ), evidenciando con ello que la democracia («de-
mocracia liberal», por tanto) ha pasado a ser ahora, ante todo, «mecánica
parn la Jjbertad». b) Además, puesto que esta nueva forma de ser libres
no implica ya la conversión de todos en gobernantes, el modelo deja
DEMOCRACLA, ESTADO Y DERECHO

espacio para que en él surja una clase política diferenciada, llamada a


actuar por nosotros. La democracia de los modernos no se configura,
pues, como una de~ocracia directa o inme~~ta sino con:º una <rdemocra-
cia representativa;>, abierta por tanto a la decidida presencia del elemento
aristocrático. Según dijera Montesquieu, mostrando así el aspecto elitista
de la democracia liberal: <<la gran ventaja de los representantes es que
ellos tienen la capacidad necesru.-ia para discutir los asuntos; el pueblo no
es en absoluto apropiado para ello .. .» c) E n fin, en función una vez más
de sus presupuestos liberales (tolerancia, aceptación de la divergencia y
del contraste entre contrarios como método para la verdad política) el
nuevo modelo democrático no percibe ya al pueblo como unidad sino
como diversidad estimable y enriquecedora. La democracia de los mo-
dernos es, por tanto, eo tercer lugar, una <rdemocracia pluralista». Técnica-
mente, ello significa que la niis1na tan sólo puede existir como «gobierno
de la mayoría» (ya no «gobierno de todos») en dialéctica con las minorías;
sin que las bien fundadas críticas que a veces se formulan al cardinal
principio mayoritario (recuérdense las reservas de Bobbio a la «regola di
maggioranza>>) alcancen a desvirtuar tal aserto.
Esta es, pues, la condición - y la calidad- de nuestra democracia
presente. Si hubiera que añadir algo sobre sus riesgos, diríamos que
éstos son básicamente dos: a) la dictadura de la mayoría si, como temie-
ron Tocqueville o Stuart Mili, ésta no respeta sus propios límites y
utiliza su poder para desconocer los derechos de los individuos o la
posición institucional de los grupos mino1itarios, y b) la insensible des-
viación del modelo hacia un «gobierno de élites» (oligarqtúa, por tanto,
y no «democracia»); diríamos incluso que, en el momento actual, tras la
conversión del E stado en «Estado de partidos», éste es el riesgo funda-
mental del sistema. Tanto más grave cuanto que hoy toda una presti-
giosa corriente doctrinal («teoría elitista de la democracia»; percepción
de ésta como procedimiento a utilizar por la clase política, más que
como valor; Schumpeter, Dahl, Berelson, Sartori . . .) ha pasado a ver el
fenómeno como normal, con lo que ello supone de preocupante pér-
dida de sensibilidad hacia sus inevitables aspectos negativos.

III. DEMOCRACIA Y DERECHO

En la medida en que el Derecho no es otra cosa que la forma en


9ue --desde hace siglos y en nuestra culu1ra- existe y se manifiest2 el
1\J'\JGF.:l. G1\RROREN!\ i\lOR.i\LES 1:.Jé.l<JTOJ JOBR/ · 1~·1 D l ::HOCRA< L, I

Es tado, la analizada relación en tre democracia y sistema de gobierno no


hace sino preludiar la existencia de unas determinadas relaciones entre
democracia y ordenamiento jurídico. Estas relaciones pueden ser con-
sideradas a cuatro paños ya que la democracia puede operar como
fundamento de la legitimidad del Derecho, como forma de producción
del D erecho, como fi n a perseguir por el Derecho y aun como conte-
nido a regular por sus normas.

1. L,\ Dfü-f OCRr\CI,\ COMO PRINCIPIO LEGl'TIMADOR DEL D ERECHO

E n la primera de es~s dim ensiones, la democracia se nos muestra,


por tanto, como prin cipio de justificación última del Derecho, lo que
no es sino un refl ejo de su cond.ióón en cuan to principio legitimador
del Estado mismo. Quiere ello decir que el Derecho, en última instancia,
apoya su capacidad de obligar en su condición como orden nacido del
co nsentimiento de aquellas mismas personas a las que obliga. Frente a
las viejas fórmulas que buscaban o tros apoyos a la legitimidad del or-
denamiento jurídico (postulados transcendentes; autoridad del Monar-
ca ... ) el E stado constitucional encuentra dicho respaldo en la cal.ida ,
última y soberana de la voluntad de los ciudadanos cuyo acuerdo crea-
d or, cuyo «pacto», funda en legitimidad el sistema político y se consti-
tuye en «norma primera» o «fundam entab> para el resto del Derecho.
Ésa es la idea que está, con una co nstancia incluso li teral, en el <cA.gree-
menl oJ the peop/e)) de Cromwell (1647-49) o en ese «nosotros, e/ pueblo de
los Estados Unidos ... )) que abre la Constitució n USA (1787); como lo está
también en la mejor filosofía jurídico-política de.! xvrn (Locke, Rousseau,
Pufendo rf, K ant. .. ) o en los actuales neocontractual.istas Q. Rawls,
R. N ozick, J. Buchanan ... ). E n todos ellos (principio de legitimación
dem ocrática del D erecho) el orden jurídico establecido es justo en la
m edida en que es un orden que nace de la decisión de sus propios
des tinatarios.
La CE 1978 acepta este fund am ento para el ordenamiento jurídico
al recono cer en su ar tículo 1,2 el dogm a de la soberanía popular: «la
soberanía nacional - reza su texto- reside en el pueblo .. .»; y la ST C
6 / 8 1, de 16 de m arzo, dice, p or su parte, que es te precepto enuncia «el
principio de legitimidad d emocrática» com o «base de tod a nuestra or-
denació n jurídico-política .. .». E llo equivale a admitir que el acto de
cualquier p o der -y, po r tanto, el Derecho po r ellos creado - tan sólo

30
DEMOCRACIA, ESTADO Y DERECHO

deriva su justificación de la citada fuente. Naturalmente, esta asunción


constitucional del principio democrático como principio legitimador del
Derecho no deja de crear conocidos e intrincados problemas (carácter
extrajurídico, anterior al Derecho, de tal soporte; condición demasiado
voluntarista de dicho principio . .. ), pero para el tratamiento más deta-
llado de tales cuestiones me remito a lo que digo en la voz «Estado
democrático» redactada por mí para la «Enciclopedía jurídica básica»
publicada en 1995 por la editorial Civitas.

2. LA DEMOCRACIA COMO FOR.i\1.A DE PRODUCCIÓN DEL DERECHO

Aparte su radical función anterior, la democracia es además forma


de producción del Derecho, esto es, método o procedimiento para la
creación de sus normas; es, incluso, por razones obvias, la forma de
producción del Derecho más frecuente en nuestros días. Ello puede
suceder, en su caso, porque la decisión última que constituya o cree
tales normas proceda de la voluntad directamente expresada por los
propios ciudadanos, pero lo más normal en nuestras democracias libe-
rales es que esa creación se confíe a la institución parlamentaria en
cuanto ostenta la representación de aquella ciudadanía y actúa a través
de formas (pluralismo, publicidad, libre debate, decisión por mayoría ... )
que trasladan al contenido del Derecho la superior racionalidad que
corresponde a la democracia entendida con10 procedimiento. La CE
1978 participa de este planteamiento y, consiguientemente, pese a ad-
mitir la figura de la iniciativa legislativa popular (art. 87.3) para la fase
inicial de creación de las leyes, no ha incluido, con carácter general,
ninguna forma de producción del D erecho por la voluntad inmediata
de los propios ciudadanos; en concreto, el artículo 92 no reconoce el
referéndum legislativo, con lo cual esa posibilidad queda reducida tan
sólo a los referendums constitucionales y autonónucos previstos por los
artículos 167.3, 168.3, 151.2 y 152.2. En cambio, el Titítulo III dedica-
do a las Cortes Generales, y en particular su capítulo II denominado
«De la elaboración de las leyes», acoge toda la concepción de la demo-
cracia parlamentaria como forma o método para la producción del
Derecho: conforme a ello las Cortes Generales, en la medida en que
«representan al pueblo español» (art. 66.1), «ejercen la potestad legisla-
tiva del Estado» (art. 66.2), debiendo hacerlo además según un proce-
dimiento que garantiza la publicidad (art. 80), el libre debate (art. 71) Y
Jl
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I \'{ IU /IJ \ \!J/IH/ 1. 1 /1/ 1\ /tu I! Ir I I
A:--.:CF.I. <_;,\Rll! >RF.N,\ 1\ IC >IU\1 .1 ·.S

el dominio del principio rnay() rí u1rir1 (:_tr i. 7'J), :1~1)cc1, is 1,1d, 1:, vil,,!,
fundamentales para una autén tica cre:1c1r,11 clc1111>cr~111c:1 d(' I1, ,r 111 :,s.

3. LA DF.MOCRJ\U 1\ COM<> ¡:¡N Ul!I. l)¡ :,ltl ·'. <.II<J

El Derecho debe tender, así1111smo, :1 realizar en 11 ucs1r:1 u >11v ,vc1tc,a


los valores propios del ideal ckrnocritt ico, raz,'>n por 1:i e,1al la dcm, >cr:,
cia se constituye, a su vez, cnrn,, un hn parn el 1)ercchri 1111s1, 11 >. l•',sr ,
significa que todo ordena111 _1entc~ de un l ·'.st·aclo dem, ><.:r::11 ir:,, , ¡1tcd:,
traspasado por un cierro sc.:nud(J f1n~l1srn <.¡ue Ir'. <>nen ia h:1c1:1 1:, dic,ci;,
de los derechos fundame ntales, hacia la garnn 11:1 del plurn l1 sm, 1 y '1:-ici;i
la progresiva perfección ele la dcm<Kracia; y :1dicha lu:,,, deben ser leídas
todas sus normas. l ,a (1 ~ 1978 ha dejado chtra cc, ns1anc1 a de cllri en el
preámbulo al hacer explícita su intención e.le <<garnn11z:1r l;1 cr111v1vcnc,a
democrácica», y en su art. 9.2 al declarar C()mrromc.:ticlc >s a lr>dc,s l()s
poderes públicos en la tarta de hacer reales y efectivas b libcnad y hi
igualdad dt los españoles, así como en la labor de rc.:mover lr>s <>hs1¡1eu
los que dificulten la participación ele los ciucbdanos. N() ()bs1an1e, 1:11
vez ninguna de esas declaraciones mar<.1uc tan intensamen te este wm
promisu intc.:nc1onal del Derecho cc>mü la (¡ue realiza el an . 1.1, t i cu;i l
convierte: a la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo polítiu ,,
contenidos esenciales todos c:llus ele: la democracia, c.:11 «val<>res supcri(J
rc:s del ordenamiento jurídico», c:s lo es, nr, 1ant<> en ul)jc10 cll"s rnism<>s
de normac1ón (yuc: lrJ sun) cuant o en objc.: ti vo e> linalidad a reali:,,.:1r p(lr
el Dertchu. Sin duela p()r tsci la STC 18/8 1, d<.: 8 dt junio, dice l jll<.: la
inclusión ele tales valores en el ltxlci consii1·uc1, i11 :d fundarn enla una
lectura finalista de la r:crnst.itucic'>n y, ~1 su vo., ele I< >d<J el ()rdcna111ie11I()
jurídico.

Finalmc:ntc:, la <lc:mocracia es rna1eria el la mi s1na a regular por el


ordenamiento juríJic<J. F.n ts ta úl1ima climcnsic',n, el Du-ccho es norrna
c¡uc rige )' determina los dis1in1.us procesos clcrnocrá1icos incluidos en
el sistema. L()s arts. 23, 68,69, 87 y 92 de la CI ,:, y :1 su :1mp:1ru J()(lo el
Derecho electoral y ele.: participaci,',n; t i Ti1. 1 y, con él, tod() el régimen
de: nuest:ras libertades dc:rnucráúcas; c.: I art.6 de la U,:, y en su dts,i rrt>llr>

32
D EtvfO CRAClA, ESTADO Y D E R ECH O

todo el Derecho de partidos; los Tits III y V CE, y en su prolongación


todo el Derecho parlan1entario e interorgánico; y tantas o tras disposi-
ciones constitucionales u ordinarias en cuya derivación se concretan
aspectos esenciales de nuestro vivir democrático., expresan bie11 en qué
medida la democracia es también u:n a realidad m aterialmente necesitada
de reglas y, por lo tanto, constituida ella 1nisma en objeto de regulación
por el Derecho.

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