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S. Moscovici
Cognición
y desarrollo humano
Paidós
La psicología social es todavía una ciencia poco
conocida y estudiada. Constituye la base d e numerosas
prácticas (sondeos, grupos de formación
y de creatividad, publicidad} y de fenómenos
que van desde la innovación hasta las comunicaciones
de masas, del racismo a las representaciones sociales.
La presente obra se dirige a los estudiantes universitarios
de psicología, sociología y ciencias de la educación.
Pero no solamente a ellos. Todo indica que la enseñanza
en ciencias políticas, economía y filosofía, así como
la formación de educadores, trabajadores sociales
y animadores culturales exige igualmente la contribución
de la psicología social.
A fin de hacer accesibles al lector las investigaciones
y nociones de la psicología social, cada capítulo
comienza definiendo un fenómeno principal.
A continuación viene una exposición de las teorías
y de los hechos sobre los que se basan. Por último,
se hace un balance de las conclusiones
a tas que han llegado las investigaciones actuales. Para
facilitar su lectura, en el texto se han incluido numerosas
figuras y tablas de resultados.
Para comprender la presente obra no se requiere ningún
conocimiento previo de psicología social; basta
con farmliarizarse con el lenguaje y ios métodos para
disponer de un instrumento de trabajo, individual
o colectivo, de primer orden.
Títulos publicados:
PSICOLOGIA SOCIAL, II
• Pensamiento y vida social
• Psicología social y problemas sociales
Coautores:
Michael Billig
Jean-Pierre Deconchy
Robert M. Farr
Michel Gilly
Cari F. Graumann
Miles Hewstone
Jos Jaspars
Denise Jodelel
Lenelis Kruse
Gabriel Mugny
Henri Paicheler
Stamos Papastomou
Bernard Rimé
Michel-Louis Rouquette
PAIDOS
Barcelona - Buenos Aíres ■ México
Titulo original: Psycbologle Sacíale
Publicado en francés por Preeses Üniversitaires de France, París, 1984
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de las titularas del «Copyright*, baje las
sanciúnas establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial da asta obra par ojalguier método a
procedimiento, comprendidas la raprografla y si tratamiento intcrmattoo, y la distribución da ejemplares
de ella mediante alquilar o préstamo públicos.
ISBN: 84-7509-343-4
ISBN: 84-7509-344-2 (obra completa)
Depósito legal: B-4.450/1999
Impreso en Hurope, S , L„
Lima, 3 - 08030 Barcelona
Primera parte
A. La c o n fo r m id a d ........................................................ 44
B. La o b e d ie n c ia ........................................................ 62
3. E L C A M B IO D E A C T IT U D 117
Germaine de Montmoüin
A. Introducción 117
B. La f u e n t e ....................................................................................... 122
a. Credibilidad de la fuente
b. L a atracdón ejercida por la fuente
c. lim ites de los efectos de loe factores relacionados con la fuente
d. Los factores de la fuente en las etapas del proceso de cambio
C. E l m e n s a j e .......................................................................................... 133
a. La forma del mensaje
b. £1 contenido del mensaje
c. Los factores dd mensaje en las etapas del proceso de cambio
D , E l r e c e p t o r ..........................................................................................147
a. Los estados o disposiciones estables d d receptor
b. Los estados o disposiciones temporales del receptor
c. Los factores del receptor en las etapas d d proceso de cambio
B. Complacencia o in n o v ac ió n ........................................................185
a. Efectos secundarios de la influencia minotitaria
b. Influencias mayoritarias e jnfluendas minoritarias
E. Epílogo 207
Indica ( 389
Segunda parte
IN D IV ID U O S Y GRUPO S
5. la s D e l a c io n e s in t im a s ................................................ 211
Sharon S. Brebm
A. E l intercambio social: una perspectiva mercantil del amor . 211
B. La inversión, la equidad y la disonancia: la importancia de
lo que brindamos a los demás . ................................ 214
C. Pero, <;qué es esa cosa llamada am or? . . . . . 218
D . Tanto en el sexo, como en el amor y en el matrimonio ne
cesitamos com u n icam os.......................................................... 221
E. L os celos . 225
F . E l conflicto y la disolución: el final de la relación . . . 229
G . R e s u m e n ..................................................................................236
6. LA CREA TIV ID A D D E LO S G R U P O S .................................. 237
Jean-Clavde Abric
A. In tr o d u c c ió n ..........................................................................237
B . Efectos de grupo e s p e c íf ic o s .......................................... 238
a. E l grupo favorece el cambio
b. E l grupo favorece la toma de riesgo*
c. Heterogeneidad del grupo y creatividad
C. E stilos de liderazgo y c r e a tiv id a d ........................................ 241
D . Minoría activa y creatividad de los grupos . . . . 243
E . Tarea y creatividad de los g r u p o s ........................................ 246
a. Adecuación modelo de la tarea-red de comunicación: Flament
(1963)
b. Adecuación naturaleza de la terea-eatmctura d d grupo
c. Adecuación naturaleza de la tarea-estructura sodal
d. Adecuación representación de la tarea-naturaleza de la tarea
E. C o n c l u s i ó n .........................................................................................277
B i b l i o g r a f í a ............................................................................................... 333
Indice
{Volumen II)
Tercera parte
a. La categotización social
b. La influencia social
c. La naturaleza social de lo que se explica
d. Las representaciones sociales
e. Resumen
In tro d u c c ió n .................................................................................................469
Introducción ........................................................................................535
Cuarta parte
a, Las finalidades
b. Los niveles de explicación
376 | Psicología social
a. La difusión'
b. La propagación
c. L a p ro p a g a n d a
D. El uno y lo m ú lt ip le ............................................................676
Bibliografía 711
Tercera parte
PENSAMIENTO Y VIDA SOCIAL
10 La epistemología del sentido común
de la percepción al conocimiento del otro
p o r HENR1 P A IC H E LER
A. Introducción
a. E s c e n ific a c ió n de l p ro b le m a
siente incómodo ante tm grupo tan cohesivo. Todo el mundo se dedica a sus
ocupaciones, Mariette ha desaparecido en la cocina, dejándolo solo; Luden
se muestra inquieto, finge un gran interés por una funda de disco: siem
pre se siente incómodo en este tipo de situaciones, se sonroja, etc.
«Q uédate a comer, Luden.» «N o, no, tengo que hacer... me están espe
rando... bueno, sólo una copa... cinco minutos, pero no m ás.» Se ha roto el
hielo y se inicia una animada conversación sobre las próximas elecciones. L u
d en conoce bien el tema y expresa algunas opiniones pertinentes, mostrán
dose muy sarcástico en su crítica de uno de los candidatos.
«Bueno, me tengo que ir.» Tras intercambiar algunos apretones de ma
nos y tirar tm plato de galletas, Luden se va. Tras su partida, la conversa
ción coge nuevos impulsos:
«Un poco raro, este nuevo amigo de Mariette.» Todo el mundo lo en
cuentra «tím ido», «tenso», «no tiene las cosas d aras», pero también lo con
sideran «inteligente», «sarcástico» y «gracioso».
Paul, un estudiante de psicología que siempre trae a Freud o a Lacan
bajo el brazo, pronuncia su sentencia:
«Completamente reprimido, ese tío debe tener un superego tan grande
como una montaña.»
—> A cto 4. — Viernes, 2 de la tarde. Luden tiene una cita en una em
presa de selección de personal. Busca un trabajo de tiempo parcial para pagar
sus estudios y ha respondido a una oferta de empleo para vendedores. Una vez
10. La epistemología del sentido común ] 381
satisfechos varios tests, es recibido por el Sr. Cazacabezas para una entrevista;
este último es informado de los resultados obtenidos en el test 16 PF: «A já»,
dice ajustándose la corbata, «mucha sizotimia y poca afectotimia, muy intro
vertido... cierta tensión energética y mucha emotividad, pero buenas notas
en los factores H A R R IA , A LA X IA , P R A X E R N IA ... Escuche, joven, usted
no tiene en absoluto la personalidad que corresponde al perfil del puesto de
vendedor. En cambio, estamos buscando un auxiliar de contabilidad y creo
que usted podría realizar esas labores de manera muy satisfactoria».
Encantado por haber encontrado un empleo, Lucien se apresura para no
llegar tarde a su «sesión» en la Oficina de Ayuda Psicológica Universitaria.
1
382 | Pensamiento y vida social
b. A n á lis is d e l p ro b le m a
r = .00
‘I
r = .62
A l leer esta tabla aparece una clara correlación entre las atribuciones de
inteligencia y las atribuciones d e am abilidad; esto s d o s rasgos aparecen rela-
. d o n a d o s entre sí en el seno de la im presión y todo parece indicar que los
su jetos pensaban que resulta im posible que una persona sea, al m ism o tiem
po, inteligente y antipática (y viceversa). E n esa época se interpretaba esa
correlación sistem ática com o la m anifestación de un efecto de balo, el carác
ter positivo o negativo de un rasgo que se generaliza a otras atribuciones.
El examen del valor de los otros coeficientes permite comprender que,
por una parte, el consenso existente entre los sujetos no puede basarse en
la «realidad» de las personas percibidas, ya que no existe ninguna córrela-
don entre los juicios y la evaluación objetiva de los rasgos, y por la otra,
que este «efecto de halo» no es comprobado en las personas objeto de la
percepción. Diversos resultados de este tipo habían hecho que Newcomb
(1931) viese en esta relación la manifestación de una especie de «error lógi
co», Esta experiencia, a pesar de su gran simplicidad y su artificial idad, per
mite plantear los principales problemas a los que tuvieron que enfrentarse
los investigadores que trabajaban en este campo: 1 / los sujetos funcionaron
como morfopsicólogos ingenuos, utilizando las mismas reglas de inferencia.
2 / Al parecer estas reglas no pudieron ser aprendidas, a través de su prácti
ca, de otras personas durante sus experiencias sociales. 3 / También emplean
las mismas reglas de correspondencia que estructuran su impresión. ¿Cuál
es la naturaleza exacta de estas reglas y de dónde provienen?
Hemos elegido abordar estos procesos a través de un ejemplo sobre, úni
camente, dos rasgos y un tipo sumamente particular de indicios. No hace
falta decir que en los procesos intervienen un número infinitamente mayor
de indicios, rasgos y posibilidades de relaciones.
b. E l m o d e lo de la tota lid a d
Experiencia I Experiencia II
Generoso 91 8 56 58
Sentido del humor 77 13 71 48
Sociable 91 38 83 78
Influyente 88 99 94 96
Carácter controlado 77 89 82 77
Honesto 98 94 87 100
c. La im p re s ió n : ¿fin o m e d io ?
d. A la b ú s q u e d a de la e s tru c tu ra de la im p re s ió n
o $
-á a
§o
■I '8 S
1
.60 — .09
i*
0
o
Ansioso .06 — .41 .67 .00 .08 — .34
Concreto .10' .02 .57 — .78 —.07
Carácter controlado —.48 .06 .07 .50
Tenso . .01 .05 — .32
Práctrico — .55 — .15
Abstracto .05
Emocionalmente estable
T abla IV. — Matriz «corregida» que pone de manifiesto dos factores de «ansiedad»
e «imaginación» que organizan las atribuciones
mente estable
Imaginativo
Emocional-
controlado
Abstracto
Concreto
Carácter
Ansioso
3
Tenso
b. EJ modelo cognitivo
1. En su origen, persona provendría de per sonare: máscara que hace resonar la vea.
400 | Pensamiento y vida social
2. En este caso, el término «ideología» designa, como dijera R, Aron, «las represen
taciones políticas de mi adversario».
402 | Pensamiento y vida social
Factor I F actor II
F actor V F actor VI
Tabla VI. — Factores que organizan las atribuciones de rasgos de sujetos que
piensan en « alguien que conocen bien» (procedimiento ANAFAC)
Factor I Factor II
Todos hemos visto pasar, pot nuestra imaginación, pero también por
nuestras calles, a esos tipos ideales, «tranquilos», considerados más tarde
con un cierto desprecio por los jóvenes «modernos», como supervivientes de
una especie en vías de desaparición: los «pasotas».
El propio Cattell constataba sorprendido que, a partir de 1970, los «jó
venes» daban con creciente frecuencia respuestas positivas al factor M («Bo-
hemianism - Spiess-bürger»), De lo que se deduce que podemos dedicar toda
la vida a la personalidad de las personas sin mirar a nuestro alrededor. Sin
duda, Cattell no es un asiduo de los conciertos de Bob Dylan, ni de los fines
de semana ni de los gurus de la Costa Oeste.
Por lo que respecta a los rasgos de imaginación y creatividad, y gracias
a la crisis económica, la patronal y los gobernantes nos exigen que desarro
llemos este tipo de actitudes, mientras que profesores y educadores se dedi
can a formar al hombre de mañana mediante teorías (¿ideologías?) pedagó
gicas basadas en el mismo modelo del hombre. ¡Pronto habrá que rehacer
todos los tests de personalidad!
Tabla VIL — Frecuencias de las elecciones de rasgos que pueden edificar a una
persona simpática según diferentes medios socioprofesionales en 1957 y en 1977
Vendedores, Técnicos,
Obreros, comerciantes, universitarios,
agricultores empleados profesiones liberales
c. De la inteligencia a la creatividad
lado del individuo vemos las potencialidades, la vida; del lado de lo social,
la coacción, la norma y la rutina. Le Disert también pudo poner de mani
fiesto la presencia de este modelo en categorías sociales tan diferentes como
los ejecutivos de empresa y el personal docente. La representación social
conoce así un cierto número de variantes, explicables a través del lugar y la
función social de cada uno de estos grupos.
Le Dísert estudia esta representación entre los docentes, pidiéndoles que
describan ya a su alumno más inteligente ya al más creativo, mostrando así
las diferencias existentes entre las dos teorías implícitas y su intervención
en las relaciones pedagógicas.
Pedimos a dos grupos de cuarenta estudiantes de psicología que nos des
cribieran, mediante el material proveniente del test 16 PF de Cattell (ma
terial ya utilizado para demostrar la teoría implícita que funciona en la per
cepción de otras personas en general), al individuo de inteligencia ideal para
un grupo y al individuo de creatividad ideal para el otro grupo. Podemos
calcular una nota por factor estableciendo el promedio de los valores conce
didos a cada rasgo que compone el factor, podiendo elaborar la siguiente
tabla:
+4
Consigna Individuo creativo Consigna Individuo Inteligente
+3
+2
+1
—1
— 2
—3
—4
—5
F. I F. II F. til F. IV F. V F. Vt
10. La epistemología del sentido común | 409
Desde una perspectiva global, las personas que posean una de estas ap
titudes serían extravertidas, independientes y relativamente poco ansiosas.
No resulta sorprendente constatar una diferencia entre ambas representacio
nes en el factor V, pero ésta se halla muy lejos de ser la más fuerte y la más
interesante. Creatividad e inteligencia parecen distinguirse, incluso «oponer
se», en varios otros factores. La persona creativa es más extravertida y an
siosa que la inteligente, siendo la diferencia máxima la que aparece en los
factores I I I y VI, relativos a la imaginación y la espontaneidad. En este
último punto, se puede hablar incluso de oposición en la concepción de las
aptitudes. T.a persona creativa es también percibida como más independiente
que la persona inteligente.
Somatotípos
estableció sus tipologías habría hecho que nuestros abuelos mostraran una
mayor admiración. También resulta poco probable que la frecuencia de los
diferentes tipos en la población actual sea la misma, ya que estos tipos han
evolucionado evidentemente al ritmo de los cánones estéticos.
ficación se basaba asimismo en tres tipos básicos que se definían, según él,
por la posición y la forma de los ojos (fig, 6).
El tipo II caracteriza al hombre de razón, tranquilo, sereno, racional, que
controla sus pasiones. El tipo I caracteriza a los hombres de genio, goberna
dos por impulsos generosos y creadores. La posición ascendente de los ojos
es, según Lebrun, la de un individuo en busca de Dios, de celebridad e inmor
talidad. El tipo III, con los ojos bajos en señal de vergüenza o temiendo la
luz que iluminaría sus «negros instintos» es un hombre dominado por «pasio
F ig . 7.
F. Conclusión
Este «sentimiento» puede ser una cuestión tanto del Poder social como
de la Persona,
Aunque nadie nos hubiese dicho que este retrato era el de Judas Is
cariote de Holbein, aunque nunca hubiésemos visto un rostro que se le
pareciese, un primer sentimiento nos advertirla inmediatamente que no
podemos esperar generosidad ni ternura ni nobleza de alma. El judío sór
dido nos chocaría aunque no pudiésemos compararlo ni darle un nombre.
Esos son los oráculos del sentimiento.
11 La teoría de la atribución
p o r JO S JA S P A R S y M IL E S H E W S TO N E
mostrado King (1982), la gente cree por lo general que las enfermedades
comunes no son graves y que las enfermedades graves no son muy frecuen
tes. Al considerar si una enfermedad puede evitarse (por ejemplo, una en
fermedad contagiosa o infecciosa), las personas toman en consideración estas
estimaciones subjetivas de riesgo y gravedad, lo que puede resultar, de hecho,
absolutamente erróneo. Según Herzlich (1973), dichas creencias son insepa
rables de nuestras representaciones sociales de la salud y la enfermedad.
Por supuesto, los errores de juicio no son prerrogativa del gran público.
Incluso los psicólogos tienden a tener puntos ciegos. En un estudio del valor
de la orientación profesional, uno de nosotros (Jaspars, 1968) examinó los
éxitos y fracasos de clientes que habían recibido asesoramiento hacía tres
y cinco años. El resultado mostraba que los clientes que habían seguido el
consejo de los orientadores habían obtenido un mayor éxito en general que
aquellos que no lo habían seguido. No obstante, un análisis con mayor pro
fundidad mostró que los psicólogos sobres timaban k importancia de la inte
ligencia general y subestimaban la pertinencia de ciertos rasgos de carácter
cuando asesoraban a sus clientes en comparación con lo que parecía ser
el caso en realidad. Cosa interesante, los propios clientes parecían cometer el
error inverso, al explicar su propio éxito y sus propios fracasos en función
de factores sociales y rasgos de carácter, en lugar de en función de su inteli
gencia. Resultaría difícil comprender al mismo tiempo el consejo dado por
los psicólogos y la acción emprendida por los clientes si no supiéramos que
esta comprensión de las causas de éxito y fracaso difería y estaba plagada de
parcialidades tanto en un caso como en el otro.
Así pues, el juicio que hacemos sobre los demás y sobre nosotros mis
mos puede ser erróneo. He aquí un ejemplo importante e interesante: el
efecto de primus Ínter pares (PIP), explicado por Codol (1976). En una serie
de estudios, Codol mostró que, al parecer, todos nosotros nos consideramos
mejores que la media de los demás, lo que evidentemente resulta imposible.
Según este autor, este efecto es una manifestación de la tendencia humana,
muy fundamental y motivada, consistente en ser al mismo tiempo similar
a los demás y diferente de ellos.
Por consiguiente, quizá sería preferible no calificar de errores las insufi
ciencias del juicio humano. Se trata, por supuesto, de errores, en compara
ción con la realidad objetiva, pero calificar de imperfecto el comportamiento
humano o el juicio social no nos enseña gran cosa al respecto. Lo que qui
siéramos saber es qué procesos intervienen en los juicios sociales realizados
por las personas. Sin este conocimiento, los errores siguen siendo simplemen
te errores.
Nadie ha contribuido más que Heider a la comprensión del juicio social.
En su psicología de las relaciones interpersonales (Heider, 1958), Heider
intentó descubrir cómo percibimos y explicamos nuestro propio comporta
miento y el de los demás en la vida cotidiana. Su análisis y su conceptuali-
11. La teoría de la atribución j 417
El hecho de que una persona sea vista como una causa primera o «lo
cal», más allá de la cual no podemos retrazar la cadena de las interferen
cias aleatorias, este hecho implica que el comportamiento (o su efecto) pue
da ser anulado con mayor facilidad y justificación si se «destruye» el origen
absoluto de los efectos. De este modo, la atribución excesiva a la persona
tiene un fundamento claramente motivado, pues cumple funciones sociales
y psicológicas. Fauconnet también discutió las graves implicaciones sociales
de esta idea preconcebida. Habiendo sido discípulo de Durkheim, creía que el
crimen perturba la sociedad y amenaza la vida social. La forma más simple de
mantener el orden o restablecerlo consiste en destruir la fuente o el origen
del crimen. Las personas manifiestan una predisposición que Ies hace per
cibir al otro de manera que se conserve la armonía de la sociedad, mostrándose
particularmente severas con ciertas otras personas. Como escribía Fauconnet:
nado una base fecunda para nuevas teorías (por ejemplo, las de Jones y Nis-
bett, 1972; Ross, 1977) que han culminado en un análisis más completo y
sistemático de las ideas preconcebidas en la atribución y en los demás juicios
sociales (Nisbett y Ross, 1980).
e. Resumen
de Voltaire), por creer que «Todo está bien en el mejor de los mundos
posibles». A pesar de este peligro, el punto de vista funcional ofrece una
orientación valiosa y que podría servir de foco si las investigaciones fueran
encaminadas en una nueva dirección.
e. Resumen
a. La categorización social
b. La influencia social
e. Resumen
E. Conclusiones
las que se podía pensar que tan sólo se preocupan por la ciencia y la tec
nología; historicidad evidente de las condiciones de producción y de deca
dencia de estos sistemas: aspectos a los que, a diversos niveles, el investiga
dor puede ser tan sensible que llega a la convicción de que resulta vano
e incluso contrario a la naturaleza del objeto querer derivar de ellos leyes
o incluso repeticiones decisivas, tendencialmente «transculturales», «trans-si-
tuacionales» o «trans-histórícas». Por ello, las metodologías experimentales
(por ejemplo, en psicología social) le parecen en sí mismas y de entrada tan
inadaptadas para el estudio de este tipo de objeto que lo destruirían desde
el momento mismo de comenzar a estudiarlo. Por consiguiente, el análisis de
estos juegos de representaciones sociales y de estos funcionamientos psicoso-
ciales competería, por esencia podríamos decir, a la monografía descriptiva
(etnografía, socíografía, bistoriografía...), aunque los resultados obtenidos
a este nivel sean posteriormente organizados en modelos de carácter más
económico e integrador.
2 j Fascinación que pueden ejercer las formas canónicas del método cien
tífico, — Lógicamente existe un profundo dimorfismo entre el conocimiento
científico y los procedimientos de validación de la prueba que pone en prác
tica, por una parte, y los «saberes» transmitidos por las creencias o las
ideologías y las estrategias psicosociales que los acreditan y hacen que sean
consideradas «verdaderos» por sus adeptos o militantes. Podríamos dejamos
fascinar hasta tal punto- por la especificidad del conocimiento científico y
por este diformismo evidente — e insalvable— que, paradójicamente, llega
ríamos a temer que al conceder a las creencias y a las representaciones ideo
lógicas el status de objetos «consistentes» desde una óptica social y sus
ceptibles de ser estudiados por la vía científica, ocultaríamos este diformis-
mo en detrimento del rigor científico. Habría mucho que decir sobre este
deslizamiento y esta paradoja que explican en parte la actual pobreza de lo
que podríamos llamar la «ciencia de las creencias». Podríamos sobre todo
evocar las circunstancias históricas y el clima en que se han desarrollado las
ciencias y en especial las ciencias humanas: circunstancias y clima tan conflic
tivos que, para realizar una labor científica, se ha notado cierta resistencia a
conceder una consistencia social y, por ende, una posibilidad de observación
empírica a las creencias, por ejemplo, a las creencias religiosas. También pode
mos pensar que una vieja idea platónica continúa asediando la reflexión
científica: idea que consiste en que existe — y debe existir— una cierta
identidad de «naturaleza» entre el objeto conocido y el instrumento que
permite conocerlo, en cuyo caso, los verdaderos objetos de la racionalidad
científica no podrían ser sino aquellos que dependen de lo «racional» y de
las tecnologías que lo refractan. Los sistemas de representaciones y de argu
mentaciones que se apartan de las normas de la racionalidad tan sólo podrían
ser estudiados en la medida en que se desvían de estas normas hasta llegar
12. Sistemas da creencias y representaciones ideológicas | 441
Hay que saber controlar estas fascinaciones, aunque sin por ello con
siderarlas intrínsecamente perversas, pues probablemente estas fascinaciones
no se han limitado a ilustrar el estado actual de una disciplina cuyo desarro
llo habrían venido a obstaculizar en un principio. En realidad, estas fas
cinaciones refractan la singularidad y la dificultad de la empresa. No obs
tante, desde esta perspectiva, el problema que plantean ya no es el de la
pertinencia o de la posibilidad de estudiar un sector particular del campo
social: el de las creencias y las representaciones ideológicas. Este problema
442 | Pensamiento y vida social
Hasta ahora, los psicólogos sociales han trabajado sobre todo en el estu
dio de las creencias y representaciones ideológicas a partir de «actitudes»
que, desde una perspectiva, se referían a ellas de forma explícita o implí
cita y que, desde otra perspectiva, ellas mismas contribuirían a provocar.
De esta forma han puesto a punto una maquinaria no desprovista de inge
niosidad, de género fundamentalmente descriptivo y cuyo procedimiento se
basa, casi exclusivamente, en el empleo de cuestionarios y escalas.
La puesta a punto de esta maquinaria, no obstante, es tal que no está
desprovisto de ambigüedad, ya que remite en contadas ocasiones a los meca
nismos que intervienen en este tipo de acritud. La mayor parte del tiempo,
las modalidades de la selección de los ítems destinados a formar parte de
este cuestionario oscilan entre diversos criterios no formulados y muy poco
dominados. Algunos de estos criterios provienen de una especie de fenome
nología latente e inmediata de la experiencia vivencial que, según ciertos íso-
morfismos indiscernibles, correspondería al tipo de creencias que entran en
juego. Otros se refieren a conjuntos de comportamientos sociales controlados
y programados de forma más o menos directa por los grupos institucionales
organizados alrededor de estas creencias. Otros más retoman pura y simple
mente (por instinto o mediante un jurado de expertos) enunciados de creen
cias considerados característicos del conjunto de representaciones ideológi
cas alrededor de las cuales establece su consenso un grupo determinado. Esta
oscilación constante entre enfoques subjetivos, sociales y organizativos que
opera mediante yuxtaposición y ponderaciones titubeantes de los diversos
«componentes» de lo que seria una «actitud» determinada y sin un verdadero
análisis de sus modalidades de articulación, desemboca en la elaboración de
instrumentos, a menudo compuestos y que difícilmente coinciden o se deli
mitan entre sí. Probablemente por ello las actitudes relativas a un conjunto
de «creencias» determinadas, incluso si están organizadas alrededor de varias
dimensiones, siguen siendo percibidas de forma relativamente aislada-, ais
lada en relación con otros conjuntos de actitudes que, por su patte, no depen
den de «creencias» y con las que se les intenta cruzar tan sólo posteriormen
te; aislada en relación con enraizamientos sociológicos generales y en rela
ción con finalidades sociales globales. Esta observación más bien pesimista
no debe hacernos olvidar que la maquinaria reflexiva y conceptual que ha
precedido a la elaboración de un cuestionario o de una escala de actitudes
12. Sistemas de creencias y representaciones ideológicas | 443
hace avanzar aún más el problema que nos ocupa. En la obra de Adorno, el
alcance teórico y operativo de la noción de «etnocentrismo» conseguía su
validación al ponerse de manifiesto sus lazos repetitivos con otras actitudes
que, a su vez, son de género ideológico (antisemitismo, conservadurismo
económico-político, tendencias antidemocráticas). Para Rokeach, esta noción
nos remite a un modelo de comportamiento más amplio, en el que las
conductas que dependen de un deseo menos validador y a las que podemos
denominar «ideológicas» (nacionalismo, ideología de la raza y de la etnia,
etcétera) están articuladas orgánicamente con y sobre conductas de tipo
validador (operaciones lógicas, ya sean o no de tipo aritmético) y, por con
siguiente, con y sobre el juego de invariantes alrededor del que se organizan
las conductas,
A nivel operatorio, no obstante, Rokeach pronto se encontrará ante una
paradoja. Una primera curiosidad está constituida precisamente por esta po
sibilidad de hundir este conjunto de conductas que dependen de forma
global de la «ideología» en un conjunto más amplio del que también forman
parte las operaciones de tipo intelectual y cognitivo. Pero sí intenta con
frontar la rigidez mental manifestada en interacciones psicosociales de tipo
mínimo (en el fondo se trata del encuentro entre un white-anglo-saxon-pro-
testant con una persona diferente} con las rigideces que pueden manifestar
se en el marco de un síst.ema de representaciones más extensivo (el catoli
cismo, el liberalismo, el comunismo...), los lazos entre el etnocentrismo y
este tipo de rigidez ya no resultan, tan evidentes. Dicho de otra manera, Ro
keach no llega a demostrar totalmente que los católicos «más rígidamente
católicos» o los «liberales» (en el sentido norteamericano del término) «más
rígidamente liberales» también sean los más etnocéntricos. Al parecer — y
esta cuestión nos parece revestir una gran importancia que quizá no ha
sido suficientemente explorada— , las «leyes» del funcionamiento de las
interacciones sociales mínimas y puntuales y las de los funcionamientos
referidos a espacios sociales más amplios y con una mayor carga ideológica
no eran obligatoriamente las mismas. A este nivel, la paradoja es que habría
una mayor distancia entre las estrategias de evaluación de una interacción
de tipo mínimo y las operaciones con una gran influencia y fuertes referen
cias sociales que la que habría entre las primeras y las operaciones de tipo
puramente cognitivo, sin referente directo de orden axiológíco o praxioló-
gico.
Sin embargo, Rokeach aborda esta paradoja desde otro ángulo y es ahí
donde su ruptura resulta decisiva. El concepto de etnocentrismo, tal como
Adorno lo había equipado y operacionalizado, y como Rokeach lo había uti
lizado hasta entonces, remite sin duda a contenidos ideológicos especificados.
Si se desea, el sujeto que obtiene una elevada nota en la Escala de Etnocen-
trísmo es un sujeto del que puede decirse a grosso modo y a pesar de la im
precisión de la fórmula, qué se adhiere a una ideología de «derechas»; in
12. Sistemas de creencias y representaciones ideológicas ! 447
versamente, la persona que obtuviese una nota baja se adheriría a una ideo
logía de «izquierdas»: todo esto, en la época y el tipo de sociedad en que tra
bajaban Adorno y Rokeach. Estos contenidos, evidentemente contradicto
rios entre sí, sin embargo, no bastan para generar estilos de comportamien
to esencialmente diferentes. Independientemente de que se adhieran a progra
mas ideológicos diferentes, los sujetos que manifiestan su adhesión de una
forma extrema o extremista presentan comportamientos semejantes: una
manera casi idéntica de tratar la información, una misma tendencia a impo
ner sus opiniones con la misma violencia o el mismo totalitarismo. Aparece
así la idea de que, para comprender cómo funcionan un sistema de creen
cias o de representaciones ideológicas al mismo tiempo que las instituciones
que las regulan, resulta mucho menos importante abordarlas a nivel de la
especificidad de sus enunciados que dilucidar cierto número de sus estructu
ras sistemáticas repetitivas, que pueden tener por objeto las más diversas
creencias y representaciones ideológicas. Es a nivel de la dilucidación de
estas estructuras que la psicología social encontrará los invariables que le
permitirán pensar en términos relativamente fundamentales los sistemas y
funcionamientos cuya exuberancia y cuyos matices parecían condenar a sólo
poder ser percibidos y pensados dentro de una singularidad que se renueva
sín cesar.
1 / Definiciones e hipótesis
hecho no cierra el paso a una tentativa de estudiar por vía experimental (sin
duda convenientemente equipada) los funcionamientos que se podrían dilu
cidar refiriéndolos a esta triple definición.
Una de las características del grupo ortodoxo, al menos según la defini
ción que se ha dado de él, dará a esta investigación un tinte y, tal vez, una
plasticidad particulares. Esta característica consiste en que el conjunto de
creencias alrededor del cual establece su consenso el grupo ortodoxo y por
el cual regula y controla de forma orgánica las actitudes, conductas y com
portamientos, incluye una creencia cuyo status formal es totalmente origi
nal: la creencia que se refiere a la legitimidad doctrinal de las modalidades
prácticas del ejercicio de dicho control y de dichas regulaciones. A este ni
vel, podríamos decir que la función ortodoxa se enrolla sobre sí misma para
referirse a su propio despliegue y funcionamiento. Desde esta perspectiva
casi podríamos decir que el creyente ortodoxo «cree» antes que nada en
una psico-sociología, incluso en una sociología. Así, la desviación respecto
a la ortodoxia se convierte en un concepto que no resulta univoco. Por una
parte, puede referirse al contenido de una creencia determinada, contra la
que trabajan todos los dispositivos de control social para que aparezca en
contradicción con el cuerpo unificado de creencias en cuyo nombre se regula
la pertenencia: desviación clásica'que podríamos denominar simplemente «he
terodoxa» y que no introduce ningún funcionamiento social formalmente
nuevo. Por otra parte, esta desviación puede referirse a una característica
más dinámica, como en el caso de- las situaciones e interacciones sociales en
que elementos, a menudo minoritarios, al adoptar las mismas creencias, re
presentaciones ideológicas e intuiciones iniciales exigen su reactivación so
cial, entrando en conflicto con el sistema de regulación y control (Iglesia,
el partido...) que, según ellos, los habrían reducido a la insignificancia. En
este caso, la desviación respecto a la «ortodoxia» es de un tipo totalmente
diferente de la simple heterodoxia, pues desemboca en la aparición de efer
vescencias sociales (de tipo profétíco, utópico, mesiánico...), emparentadas
con aquellas cuyo juego ha mostrado Moscovia en ciertas formas de influen
cias minoritarias (Moscovici, 1979) y cuyas modalidades de despliegue y
funcionamiento provocan procesos sociales más complejos y desenfrenados
que aquellos que habitualmente explora la psicología social, en especial de
tipo experimental.
dones, sino que los constituirían en su propio ser, para adoptar una fórmu
la que merecería cierta explicación. Si se desea, la regulación y el control
social desempeñarían, respecto a estas creencias y estas representaciones ideo
lógicas. una función esencial, en el sentido etimológico del término. A título
de hipótesis, primero se pensó que la elaboración de un campo social o de
un sistema ortodoxo «tenía como objetivo» anular funcionalmente una de las
características fundamentales de las creencias y de las representaciones ideo
lógicas, con lo que se comprenderá por qué, en este capítulo, las relaciona
mos entre sí: su no-verificabilidad en el orden de la racionalidad y de la
demostración empírica. Ya más formalizada, esta hipótesis pretende que «en
sistema ortodoxo, la fragilidad racional de la información es compensada por
el vigor de la regulación», Al aumentar la fragilidad racional el grupo ortodo
xo endurece sus influencias: la proposición resulta relativamente trivial. Pero
si disminuye la regulación social, entonces aparece una mayor fragilidad so
cial: proposición ésta que resulta más original y cuya verificación permitiría
además axiomatízar la aparente trivialidad de la primera. A continuación se
verá cuál será el aspecto general del paradigma experimental que se ela
borará.
ello, pero alguien que no lo creyera podría, no obstante, llegado el caso for
mar parte de mi Iglesia»; regulación «liberal»). En esta situación y con in
formación constante, resultó más fácil hacerlos pasar de una toma de posi
ción «extrema» a la toma de posición contradictoria, igualmente extrema
(«yo no lo creo y nadie que quiera pertenecer a mi Iglesia puede creerlo»),
que a una toma de posición de tipo liberal («yo no lo creo, pero si alguien lo
creyera, no obstante, llegado el caso podría formar parte de mi Iglesia»}.
En esta situación, podría decirse que la regulación de la pertenencia (en
este caso, todo o nada) resistía durante más tiempo que la evaluación de
la «veracidad» del contenido de la creencia puesta en juego; paradójicamen
te, esta regulación explicaba mejor la evolución de la atestación de una
creencia que la propia evaluación de la veracidad de dicha creencia. De ma
nera similar y en otra situación experimental, los sujetos ortodoxos del mis
mo status, cuando daban testimonio de una creencia de forma liberal, se
decían más dispuestos a pertenecer a «la misma Iglesia» junto a aquellos que
la rechazaban también de forma liberal, que junto a aquellos que, como ellos,
daban testimonio de ella, peto de manera «extrema».
Esta preeminencia del control social sobre el contenido del enunciado ha
sido puesta de manifiesto en, parte en situaciones intergrupales. Ante las
mismas proposiciones de origen marxista y al ser invitados a que evaluaran
la posibilidad de integrar estas proposiciones en su propio cuerpo de creen
cias, los eclesiásticos católicos reaccionan de forma contradictoria y según
modelos selectivamente refinados 'cuando dichas proposiciones provienen pre
tendidamente de un sistema ortodoxo isomorfo al suyo (en este caso, el Par
tido Comunista francés) y cuando provienen pretendidamente de patajes
sociales menos organizados (agrupaciones marxistas de estilo más eferves
cente) (Deconchy, 1976).
b) R e g u l a c ió n s o c ia l y p e r c e p c ió n de la f r a g il id a d r a c io n a l de
B. Análisis de un comportamiento
y puesta de manifiesto de una «creencia»
cía en una justicia inmanente que debe restablecer, pase lo que pase, el or
den de las cosas desgraciadamente perturbado por la falta moral corresponde
a un momento determinado del desarrollo del niño. Para el segundo, & lo
largo de su desarrollo moral (moralidad preconvencional, moralidad conven
cional, acceso a principios morales de carácter universal), el ser humano otor
garía diversas inflexiones a la creencia en la justicia del mundo, hasta poder
superar los aspectos nocivos de esta creencia. En ambos casos, la creencia
en la justicia del mundo se desplaza del paraje epistemológico en que fue
inferida hacia cuadrantes especificado res: tanto en el orden del acceso a es
tadios momentáneos de desarrollo, como en el de las características diferen
ciales de cada sujeto.
b. E l e n c a n ta m ie n to de lo real
jurar el destino e incluso, según las palabras utilizadas por Lerner al presen
tar los resultados, de «apaciguar a los dioses»: en todo caso, un compor
tamiento suficientemente paradójico como para intentar dilucidarlo con ma
yor claridad.
Pensamos, por ejemplo, en otra investigación: la de Walster, Aronson
y Broten (1966), quienes consideran «inesperados» los resultados de su in
vestigación. En el mateo de un estudio ficticio sobre las reacciones fisiológi
cas ante lo agradable y lo desagradable, organizado supuestamente por los
Servicios Sanitarios de la Universidad, varios estudiantes son colocados en
presencia de lo que habrán de comer más tarde durante la entrevista. En
un caso, la perspectiva es relativamente seductora, ya que los estudiantes
deberán probar pastas y otros productos de pastelería; en el otro, resulta
infinitamente más desagradable, puesto que tendrán que ingerir gusanos, sal
tamontes y otros platos más bien repugnantes. El reparto en ambos gru
pos se hace por sorteo. Sin embargo, antes de pasar a alguna de estas dos
operaciones, los sujetos son colocados en otra situación experimental — cuya
representación ha sido elaborada de manera que disocia de la de orden ali
mentario— , en la que deben aplicarse a sí mismo descargas eléctricas cuya
repetición termina por provocar dolores. Entonces se percibe que los sujetos
que saben que posteriormente tendrán que enfrentarse a una situación fran
camente repugnante y desagradable, se aplican un mayor número de descar
gas eléctricas que los demás. Aunque «inesperados», estos resultados pueden
interpretarse de formas muy diversas: deseo de habituación al dolor, dismi
nución de la estima de sí mismo debido a un sorteo desfavorable, compor
tamiento de autocastigo... También es posible tomar en consideración otras
explicaciones aún más próximas a nuestros intereses, como la idea de que
los sujetos infelices pensarían que, al mutilarse a sí mismos y al adelantarse
al destino, «algo» hará que sean finalmente protegidos del enojoso desenlace
(¿imagen de los desenlaces fatales?), ya sea por enternecimiento del experi
mentador ante tanta buena voluntad, o bien por evolución del curso natural
de las cosas.
¿Habría en esto una especie de encantamiento de lo real con el fin de
desviar su curso y conjurar sus determinismos? Una investigación más re
ciente de Curtís, Rietdorf y Rovell (1980) podría dejarlo entender así. Adop
tando en lo esencial el dispositivo anterior, estos autores programan una nue
va situación experimental en la que el sujeto sabe que posteriormente un
sorteo lo destinará a uno de ambos menús, pero sin saber aún a cuál de
ellos. Son precisamente estos sujetos los que se muestran más dispuestos
a convertirse en su propio verdugo: en mayor medida, en todo caso, que
aquellos que ya saben que su almuerzo será repugnante. Desde luego, todavía
habría que explicar por qué la automutiladón y el sufrimiento voluntario
(¿la penitencia? ¿la ascesis?) son consideradas como una conjuración de los
destinos funestos y no las conductas autogratificantes y regocijantes. Una vez
466 | Pensamiento y vida social
Introducción
Antes que nada surge un núcleo central donde se cristaliza un fantasma pri-
mogenio, la cuna, las raíces de la ciudad: todo lo positivo se concentra en
los barrios del nacimiento de la urbe. Luego, una corona, hoy inexistente,
el «mur des Fermiers généraux», demolido en 1859. Este último deja en la
memoria colectiva la huella de un ordenamiento social, realizado por el barón
Haussmann, que implicó el desplazamiento de las capas populares hacia los
límites de la periferia, estableciendo una segregación humana y residencial
que aún está muy presente en las imágenes sociales del París actual. La es
tructuración urbana reposa sobre una base imaginaria y simbólica que incide
sobre la manera con que los parisinos viven su ciudad. E sta organización
del espacio mediante su historia organiza la percepción de los diferentes ba
rrios en una representación socio-espacial ampliamente compartida.
Es hacía el norte y el este que serán rechazados los pobres y, sobre todo,
los inmigrantes de todo tipo. No se carece de imaginación para ponerles
nombres despectivos. Así vemos aparecer una nueva clase de inmigrantes:
los «Porto-crouilles». Un neologismo espontáneo que crea una imagen, que
por sí solo resume toda la evolución de la inmigración y engloba en el mis
mo desprecio a toda la mano de obra extranjera. Esta reducción identifica
a los portugueses (designados a partir de un término genérico, inspirado en
el nombre de un producto conocido, emblema de Portugal: el Porto-Cruz),
y a los árabes (que en argot también son denominados «crouillas»; recordemos
al célebre héroe de Queneau «Crouilla-bey-sidí-mouiüeminche» de Pierrot
mon ami). Esta categorización de los portugueses indica que sustituyen a los
árabes en un cierto status social, y que se asimila a ambos en un mismo gru
po. Representación social que condensa en una imagen cosificante historia, re
laciones sociales y prejuicios.
La n oció n de r e p re s e n ta c ió n s ocial
rénteseos no van muy lejos con esos objetos parciales que son, en psicología
social, las opiniones, actitudes, estereotipos e imágenes, a través de las cua
les los modelos conductistas reducen el conocimiento a simples disposiciones
de respuesta (J. Fodor, 1981),
El concepto de Durkheitn recubría esta forma de pensamiento social sin
circunscribirlo en su especificidad. Para explicarlo era necesario establecer un
modelo que revelase los mecanismos psicológicos y sociales de su producción,
sus operaciones y sus funciones. La obra La psychanalyse, son image et son
public sigue siendo hasta el día de hoy la única tentativa sistemática y global
en este sentido, como recuerda C. Herzlkh (1972).
En efecto, si bien numerosos e interesantes trabajos se han inscrito en
esta línea de preocupación, sobre todo desde hace una década, estos estudios
han concentrado su atención, dentro de investigaciones experimentales o so
bre el terreno, en aspectos específicos de las representaciones sociales, a me
nudo en respuesta a las preguntas teóricas que plantea este nuevo campo de
exploración que se halla en perpetua tensión entre el polo psicológico y el
polo social. Sin duda, el acuerdo tiene lugar en el hecho de que debe ser
abordada como el producto y el proceso de una elaboración psicológica y so
cial de lo real. Pero los fenómenos aislados, los mecanismos puestos de ma
nifiesto se sitúan a diversos niveles que van desde lo individual hasta lo co
lectivo, dificultando así una comprensión global del pensamiento social.
Por otra parte, el hecho de que la representación social constituya una
forma de conocimiento implica el'riesgo de reducirla a un acontecimiento
intraindividual, donde lo social tan sólo interviene de forma secundaria. El
hecho de que se trate de una forma de pensamiento social entraña el peligro
de diluirla en fenómenos culturales o ideológicos.
Sin embargo, en esté campo de investigación que se halla en plena evo
lución, se obtienen resultados cuyo carácter convergente contribuye a escla
recer, en diversas relaciones, los fenómenos representativos. Estos resultados
pueden alinearse dentro de un modelo teórico unitario que desarrolle el con
cepto de representación social, para ía que proponemos la siguiente definición
general: El concepto de representación social designa una forma de conoci
miento específico, el saber de sentido común, cuyos contenidos manifiestan
la operación de procesos generativos y funcionales socialmente caracterizados.
En sentido más amplio, designa una forma de pensamiento social.
Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento
práctico orientados hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del
entorno social, material e ideal. En tanto que tales, presentan características
específicas a nivel de organización de los contenidos, las operaciones men
tales y la lógica.
La caracterización social de los contenidos o de los procesos de repre
sentación ha de referirse a las condiciones y a los contextos en los que surgen
13. La representación social: fenómenos, concepto y teoría | 475
... a la c o n s t r u c c ió n de una re p re s e n t a c ió n s o c ia l
Con anterioridad ya hemos dicho que el paso dado en estos últimos años
es el que va de un concepto a una teoría, A medida que ésta se precisa, se
desarrollan los conocimientos y se cristaliza un campo de investigación, en
cuyo interior se delimitan áreas específicas y se esbozan ópticas diferentes.
a. La o b je tiv iz a c ió n : lo s o c ia l en ia re p re s e n ta c ió n
Inconsciente
Estfuema:
tRechazo s. ------------- ■ Com plejo
iC onsciente y
c) Naturalización: el modelo figurativo permitirá cpncretar, al coordi
narlos, cada uno de los elementos que se transforman en seres de natura
13. La representación social; fenómenos, concepto y teoría [ 483
leza: «el inconsciente es inquieto», «los complejos son agresivos», «las par
tes conscientes e inconscientes del individuo se hallan en conflicto». Las fi
guras, elementos del pensamiento, se convierten en elementos de la realidad,
referentes para el concepto. El modelo figurativo utilizado como si realmente
demarcara fenómenos, adquiere un status de evidencia: una vez conside
rado como adquirido, integra los elementos de la ciencia en una realidad de
sentido común.
Esta tendencia a dotar de realidad un esquema conceptual no es privativa
del «sentido común». P. Roqueplo señala la tentación, sufrida por los pro
pios científicos, de ontologizar los modelos que familiarizan el aspecto teóri
co de su saber. El modelo «coststa» del átomo ha llevado a los físicos a con
siderar que el electrón es «algo» que gira alrededor de «otra cosa», el núcleo.
b. E l anclaje: la re p re se n ta c ió n en lo social
jeres, los intelectuales, etc.); expresa una relación entre los grupos sociales
(se le asocia a la lucha de clases, al antagonismo franco-norteamericano, al
modo de vida de los norteamericanos, etc.); encarna un sistema de valores
o de contra-valores (fuente de libertad o fracaso de la voluntad, clave para
la desviación o amenaza para la autonomía, etc.); incluso puede convertirse
en emblema o signo de sexualidad o de una vida sexual liberada.
Este juego de significados externos tiene incidencia sobre las relaciones
establecidas entre los diferentes elementos de la representación. Dependiendo
de que un grupo sitúe la práctica analítica en una perspectiva política o cien
tífica, mostrará una tendencia a prestarle diferentes usuarios, por ejemplo, los
ricos en el primer caso, los intelectuales en el segundo, Y evidentemente,
esto dependerá a su vez del sistema de valores al que se adhiera este grupo.
En este sentido se puede decir que el grupo expresa sus contornos y su iden
tidad a través del sentido que confiere a su representación. Este aspecto del
proceso de anclaje resulta importante desde el punto de vísta del análisis teó
rico de una representación. AI poner de manifiesto un «principio de signifi
cado», provisto de apoyo social, se asegura la interdependencia de los ele
mentos de una representación y constituye una indicación fecunda para tratar
las relaciones existentes entre los contenidos de un campo de representación.
Esta demostración permite aislar una de las articulaciones entre el aspecto
procesal y el aspecto temático de las representaciones, y uno de los puntos
de encuentro entre sus aspectos individual y social.
Para numerosos investigadores, este enraizamiento de la representación
en la vida de los grupos constituye un rasgo esencial del fenómeno represen
tativo, ya que explica sus lazos con una cultura o una sociedad determinadas.
social, entra en contacto con otros sistemas de pensamiento, con otros mar
cos de interpretación. Estos, a su vez, se transformarán, como el propio psi
coanálisis. Cuando se compara el psicoanálisis con la confesión, a fm de com
prender lo que es la curación psicoanalítica, se deforma el psicoanálisis para
integrarlo dentro de un universo conocido de referencia y, no obstante, la
confesión también sufre una modificación semejante. S Moscovici habla de
«conversiones» de experiencias, de percepciones que conducirán a una nueva
visión. Los conceptos analíticos operarán en tanto que categorías de lengua
je, introduciendo otro orden en el entorno y transformándose en instrumen
tos naturales de comprensión que hacen caducos a los o lio s . Una nueva
disciplina se ha anclado en lo real, pero al hacerlo, ha trastornado el pensa
miento. Las necesidades de la colectividad que la integra hacen de ella un
instrumento que producirá sus efectos al convertir los marcos habituales de
representación de la realidad y al cambiar el contenido de nuestras experien
cias y de nuestras percepciones.
De esta forma, el cambio cultural puede incidir sobre los modelos de
pensamiento y de conducta que modifican de manera profunda las experien
cias por mediación de las representaciones. Como ya hemos mostrado res
pecto al cuerpo (D. Jodelet, 1982), la difusión de nuevas técnicas corporales
y de nuevos modelos de pensamiento ha modificado profundamente la rela
ción con el cuerpo y las categorías a partir de las cuales lo representamos.
En una experiencia natural que ha permitido comparar diversos discursos so
bre el cuerpo con quince años de intervalo, se ha visto que la experiencia
corporal se ha ido ampliando, orientándose hacia diferentes direcciones: la
relación distante es sustituida por un enfoque vivencial y los mensajes mór
bidos y funcionales pierden importancia en comparación con las experiencias
dinámicas y placenteras. Su conocimiento también se modifica, un desinterés
por el cuerpo biológico en favor de un cuerpo lugar de placer conduce a aban
donar un enfoque científico biológico. Actualmente se conoce menos el or
ganismo. Se olvidan los sistemas funcionales y los órganos internos ante las
partes externas del cuerpo a través de las cuales éste se hace notar y entra
en contacto con el exterior. Las representaciones adquieren autonomía y rea
lizan un trabajo en los modos colectivos de pensamiento. ¿No es ese fenó
meno al que se refería Durkheim (1895) cuando proponía que la psicología
social estudiase «de qué manera las representaciones se interpelan, se exclu
yen, se fusionan o se distinguen entre sí»?
b) Desde otra perspectiva, la «familiarización de lo extraño», junto al
anclaje, hará prevalecer los antiguos marcos de pensamiento, alineándolo en
lo ya conocido (S. Moscovici, 1981). Esta modalidad de pensamiento carac
terizada por la memoria y el predominio de posiciones establecidas, subsuma
y pone en práctica mecanismos generales como la clasificación, la categorí-
zación, el etiquetaje, la denominación y procedimientos de explicación que
obedecen a una lógica específica. Comprender algo nuevo es hacerlo propio
492 | Pensamiento y vida social
D. Conclusión
Más sociales que estas últimas que son manifestaciones puramente cognitivas,
menos globales que los mitos y los fenómenos similares estudiados por an
tropólogos y sociólogos, las representaciones sociales, en su actual concep
ción, permiten a los individuos «orientarse en su entorno social y material,
y dominarlo» (M oscovia, 1969).
Sesenta años después de Durkheim, el concepto de representación colecti
va se convierte en el punto de partida de la investigación sobre las represen
taciones sociales con la obra de S. Moscovíci La psychanalyse, son image et
son public (1961). Su propósito era mostrar cómo una nueva teoría cientí
fica o política es difundida en una a i 1tura determinada, cómo es transformada
durante este proceso y cómo cambia a su vez la visión que la gente tiene de
sí misma y del mundo en que vive. Como objeto de esta primera investiga
ción, Moscovici eligió el psicoanálisis, teoría nueva sobre el comportamiento
humano que había penetrado ampliamente en la sociedad francesa de post
guerra y cuyas trazas debían poderse notar en la vida cotidiana.
Salida de la idea de la realidad que profesa su autor, una nueva teoría
científica se convierte, tras ser expuesta, en un componente de la realidad y
por esa misma razón, como subraya Moscovici, en un objeto de legítimo in
terés para la psicología social. Una vez difundida, la teoría se transforma en
una representación social autónoma que ya no puede tener gran semejanza
— o incluso ninguna— con la teoría original. Algunos pensadores que han
dejado una gran huella en el siglo xx, como Darwin, Freud, Marx y Einstein,
tenían conciencia del carácter revolucionario de sus ideas, incluso antes de
darlas a conocer. Tomemos el ejemplo de Darwin: su viaje a bordo del Beagle
le permitió reunir el material que le llevaría a revisar las ideas en vigor
— esencialmente religiosas— sobre los orígenes del hombre. En vista de las
implicaciones de su teoría resultaba evidente que, una vez publicados sus
descubrimientos, el mundo ya no podría ser el mismo que antes. Por ello,
Danvin dudó largo tiempo, acumulando los elementos de apoyo a sus tesis,
y cuando finalmente se decidió a publicar, el peso de las pruebas era tal que,
a pesar de su explosiva naturaleza, su teoría fue rápidamente admitida, al
menos por los círculos científicos. En La psychanalyse, son image et son pu
blic, Moscovici recuerda que Freud, al desembarcar en Nueva York a fina
les del siglo pasado, habría dicho a Jung: «No sospechan que les traemos la
peste». Freud, al igual que Darwin, sabía cuáles serian los trastornos cultu
rales que conllevarían sus ideas, una vez aceptadas éstas.
En vista del interés de la elección de una teoría científica como objeto
de investigación, el psicoanálisis, por las características ya mencionadas, su
amplía difusión entre la comunidad cultural, su novedad, su importancia
para comprender el comportamiento humano, resultaba un objeto particular
mente bien adaptado. Este no habría sido el caso con el conductismo o,
para tomar otro campo, con la teoría de la relatividad. El marxismo, en cam
bio, representaba una alternativa que Moscovici llegó a considerar. En efecto,
498 | Pensamiento y vida social
das esencialmente con habitantes de París y con una pequeña muestra de ha
bitantes de pequeñas poblaciones de Notmandía.
En la materia, las representadobes sociales son estructuradas con gran
claridad. Asociada con uno mismo y a una relación armoniosa con la natura
leza, la salud, desprovista de causas, no requiere explicación: se tiene la suer
te de haber nacido con una buena constitución y, por consiguiente, se goza
de una salud floreciente. Por el contrario, la enfermedad debe ser explicada.
Es atribuida en gran parte al entorno, al carácter artificial del ritmo de vida
urbano, a una alimentación «no natural» o malsana y a la contaminación, por
oposición a la vida en el campo, como era la del pasado rural de Francia. Pero
para atenuar los sombríos colores de este cuadro, la medicina moderna ha
realizado progresos y, sobre todo, ha aumentado la longevidad humana. A lo
que podría replicarse que, paralelamente, la calidad de la vida se ha dete
riorado. Esta es la convicción de las personas interrogadas, que no ven en
ello contradicción alguna con el hecho de que ellas no están enfermas. Aquí
aparece el papel que desempeñan, en la representación social, las nociones de
«malestar», «depresión» y, sobre todo, «fatiga», correspondientes a un estado
intermedio entre la salud y la enfermedad: el cuerpo está intoxicado, no se
está verdaderamente enfermo, pero tampoco se está bien. En suma, la fatiga,
física y nerviosa, ha aumentado con el desarrollo de la vida moderna, al mismo
tiempo que se socavaba la resistencia a la enfermedad. En cualquier caso, la
salud no es idéntica a la simple ausencia de enfermedad.
SÍ su representación de la enfermedad se nutre en gran parte de una teo
ría del «germen» y se percibe que el entorno oculta peligros invisibles, hay
que ver en ello la persistente influencia del descubrimiento de los microbios
por los bioquímicos franceses del siglo xix. Por el contrario, la ausencia casi
total de una teoría de la enfermedad basada en la culpabilidad, indica que la
concepción psicoanalítica que considera que el hombre es la fuente de sus
problemas, no ha dejado huellas.
Los habitantes de pequeñas poblaciones, deplorando la invasión del campo
por parte de la vida urbana, oponen, al igual que los parisinos, las coacciones
de la vida en la ciudad al ritmo natural de la vida rural.
*
Dichas representaciones pueden explicar algunos fenómenos interesantes,
como el éxito que han tenido en los mercados de las grandes ciudades los
yogurts y otros «alimentos sanos», que son presentados como «productos na
turales», «cultivados biológicamente» y provenientes directamente del campo.
Estas mismas representaciones sociales pueden ayudar a comprender la rápida
propagación de las ideas ecologistas en las economías tecnológicamente más
evolucionadas, y la explotación que de ellas hacen algunos políticos astutos.
Los movimientos ecológicos no han inventado los árboles ni las flores, pero
han contribuido a su transformación ideológica. Entre otras cosas, la natura
leza ba adquirido una reputación de pureza que, de ahora en adelante, ha
bría que defender contra la contaminación. Es en este contexto que debemos
500 | Pensamiento y vida aocial
b. La r e p re s e n ta c ió n so cia l d e ia e n f e r m e d a d m e ntal
c. R e p r e s e n t a c io n e s s o c ia le s de la infancia
Las representaciones sociales tienen una doble función: hacer que lo ex
traño resulte familiar y lo invisible, perceptible. Lo que es desconocido o
insólito conlleva una amenaza, ya que no tenemos una categoría en la cual
clasificarlo.
El psicoanalista es un set extraño: es un doctor, pero no prescribe me
dicamentos. Puesto que se trata de una persona a la que uno viene a con
fiarse, sin duda era inevitable, debido al pasado católico de Francia, que sea
representado como una especie de cura. Lo extraño, asimilado a lo familiar,
adquiere un aspecto menos amenazador. En el estudio de Jodelet, los habi
tantes de la comunidad rural, para situar a sus internos, les llamaban «bre-
dins», lo que en el dialecto de la región significa «locos».
A diversos grados, una representación social adquiere las características
de un icono, configurando así una entidad abstracta. No hace mucho tiempo
aún se les inculcaba a los escolares la demostración de la redondez de la tierra.
Actualmente, disponemos de una gran cantidad de hermosas fotografías, to
madas desde el espacio, que vienen a materializar este principio.
La penetración de un conocimiento psicoanalítico ha permitido al hom
bre normal reconocer «complejos» y detectar «lapsus», fenómenos psíquicos
integrados desde entonces en la realidad tangible.
Herzlich ha indicado cómo el vago mal-estar de la vida urbana se traducía
504 | Pensamiento y vida sociai
cuanto más alejada se halle una nueva ciencia de la vida cotidiana, mayot
será su necesidad de ser representada para convertirse en saber social.
«Antiguamente, la ciencia se basaba en el sentido común y hacia que
éste resultase menos común; pero actualmente el sentido común es la ciencia
hecha común» (Moscovici, 1983). En efecto, los diversos «divulgadores» de
la ciencia son los modernos equivalentes de aquellos «sabios aficionados» y
«observadores curiosos» tan característicos del siglo pasado.
En Gran Bretaña, varias instituciones, cuyo origen se remonta en la ma
yoría de los casos a la época victoriana, tienen por función esencial transmi
tir el conocimiento científico al público. Así, la Royal Institution ofrece
durante las vacaciones navideñas cursos pata escolares; la Brítish Associa-
tion, durante su conferencia anual en una gran ciudad, «educa» al público
sobre el significado de los recientes descubrimientos científicos. Estos encuen
tros científicos son, por otra parte, ampliamente cubiertos por los medios de
comunicación.
Las teorías implícitas de la personalidad y la teoría de la atribución, tra
tadas en otro capítulo del presente manual, constituyen enfoques esencial
mente cognitivos, estrechamente concentrados en el individuo. Estos son los
campos de investigación que están de moda, particularmente en la psicología
social experimental de los Estados Unidos, mientras que el estudio de las
representaciones sociales, que corresponde a una tradición europea y, sobre
todo, francesa, es de una naturaleza más explícitamente social.
Ahora bien, numerosas concepciones de Heider, sobre todo aquellas re
ferentes a las atribuciones de éxito y fracaso, se derivan directamente del
estudio de Ichheiser sobre la ideología del éxito y el fracaso en el siglo xrx
que, a su vez, se sitúa precisamente en la corriente de las «representaciones
colectivas» inaugurada por Durkheim. Una grave distorsión de la lógica de
las representaciones sociales y colectivas consiste en tratarlas como «desvia
ciones» o «errores» del funcionamiento cognitivo, Al tiempo que las repre
sentaciones sociales ayudan a los individuos a orientarse en su universo social
y material, estos mismos individuos constituyen los elementos de las repre
sentaciones. No cabe duda de que el sentido que damos a la noción de «in
dividuo» (Lukes, 1973) proviene en gran parte de una «representación co
lectiva» de la experiencia de los europeos y norteamericanos durante el siglo
xix. Lo que constituye un enfoque mucho más profundamente social que
aquellos que privilegian el tratamiento de la información y son los que domi
nan las tradiciones anglosajonas en psicología experimental.
15 Los estilos de comportamiento
y su representación social
por GABRIEL MUGNY y STAMOS PAPASTAMOU
A. Introducción
Otro tanto sucede con la autonomía, que consiste en explicitar una inde
pendencia de acción y de juicio que pone en evidencia la autodeterminación
del actor social, ¿No garantiza esta autodeterminación la objetividad de una
fuente que no se deja guiar por consideraciones de orden subjetivo? Tome
mos por ejemplo la experiencia de Nemeth y Wachtler (1974) en la que los
sujetos participan con un cómplice en un simulacro de jurado. En todas las
condiciones, el cómplice defiende una posición claramente impopular: pro
pone una indemnización, por daños y perjuicios, de $3.000 para un caso de
lesiones accidentales, mientras que los sujetos proponen al menos $10.000,
A lo largo de toda la interacción, el cómplice defiende la misma posición
con los mismos argumentos. Así, el contenido de su opinión es claro y evi
dente, y su presentación coherente. No obstante, en una de las situaciones
experimentales, el cómplice elige deliberadamente, sin haber sido invitado a
ello, el asiento situado en la cabecera de la mesa rectangular, posición que,
como es sabido, implica una capacidad superior de influencia (Strodbeck y
Hook, 1961). En otra condición experimental, la misma posición es ocupada
por el cómplice, pero esta vez su lugar le ha sido asignado expresamente por
el experimentador. Pues bien, la influencia ejercida por el cómplice depende
estrechamente de la libre elección de su posición. La diferencia en la opera-
cionalización puede parecer reducida, pero esto sólo es cierto para quien no
capta la importancia de la organización global de los comportamientos (cuyos
significados exactos veremos más tarde, volviendo sobre esta misma expe
riencia).
estricta del campo cognitivo. De esta forma podían observarse cuatro tipos
de argumentos en los textos: éstos hablaban de la inserción jurídica de los
jóvenes, del funcionamiento democrático de la sociedad, de la definición
progresista manifestada por la juventud griega o de la madurez psicológica e
intelectual de los jóvenes. Abora bien, independientemente del número total
de argumentos, el número de dimensiones al que se había recurrido en los
textos de esta condición eta significativamente menor que el de las otras
condiciones. El texto de estos sujetos, que habían adoptado posiciones más
extremas, se organizaba en torno a un menor número de dimensiones, sin
duda menos numerosas, pero mejor fundadas y, en cierta manera, e x p lo ta d a s
de forma más sistemática.
En resumen, la rigidez se basa en una organización fuertemente jerarqui
zada de los criterios de juicio, siendo este último afirmativo, repetitivo, uni
lateral y más unidimensional. De cierto modo, la rigidez planifica una cierta
forma de extremismo, aumenta la presión social que ejercen los comporta
mientos y acentúa el conflicto social. Así, la rigidez contrasta con un estilo
de explicación que presenta una mayor flexibilidad, que denota cierta volun
tad de atenuar la presión y de evitar un bloqueo demasiado marcado de las
negociaciones.
Tomemos el ejemplo de una de nuestras experiencias (Mugny et al., 1972-
1973). Durante varías discusiones sobre el ejército nacional, un cómplice
defendía una posición militarista a ultranza, opuesta a la de los sujetos, quie
nes se manifestaban más bien en contra de ésta. Durante seis discusiones, el
cómplice defendió invariablemente la misma posición, avanzando una serie
de argumentos programados de antemano. La única diferencia entre las dos
condiciones experimentales era su grado de extremismo en el momento en
que los grupos de tres personas debían efectuar una elección sobre una es
cala de ocho puntos. En la condición que representaba la rigidez, el cómplice
elegía invariablemente la casilla del militarismo extremo. En la otra condi
ción, más flexible, el cómplice hacía lo mismo, pero únicamente durante las
tres primeras discusiones. Durante las tres últimas, aun manteniéndose en
sus posiciones por lo que respecta al contenido, elegía una respuesta me
nos extrema de la escala (6 en lugar de 8, 3 en lugar dé 1) a fin de inten
tar, decía, llegar al consenso que exigía el experimentador. En una pala
bra, negociaba de manera puramente formal, ya que, por lo demás, se
mantenía de forma explícita en sus posiciones. Así, el cómplice modulaba sus
comportamientos, oponiendo a su extremismo inicial una retirada formal que
pretendía demostrar su flexibilidad, su intención de evitar un bloqueo de la
negociación. Por otra parte, sn eficacia fue mayor que en la condición de ri
gidez. Aunque esto importa poco, ya que lo esencial es que el conjunto de
su discurso tuviese un impacto diferente, a pesar de ser idéntico en su con
tenido en ambas condiciones.
Pero una flexibilidad también puede tener un carácter relativo al propio
contenido, situación que sin duda está más cerca de las realidades cotidia-
15. Los estilos de comportamiento y su representación social | 515
ñas. Tomemos un ejemplo que nos alejará de los senderos abiertos por la
experimentación y utilicemos una ilustración histórica de un estilo flexible
de comportamiento. Así, a principios de siglo, Lenin lanzó la consigna de
apoyo y unión de la clase obrera en la lucha contra el zarismo y luego la
consigna de distribuir la tierra a los campesinos, lo que iba en contra de las
concepciones ortodoxas o dogmáticas que exigían la colectivización inmedia
ta. ¿No estaba la propiedad privada en flagrante contradicción con los inte
reses a largo plazo de la clase obrera? Es posible, pero Lenin era un estra
tega, un especialista de la estrategia revolucionaria... ¡un especialista de los
estilos de comportamiento! No escribía Lenin (1971): «Con la burguesía
campesina hacia la democracia, con el proletariado urbano hacia el socialismo,
esta consigna será mejor comprendida por los pobres del campo que las
frases brillantes pero carentes de sentido de los socialistas revolucionarios
de tendencia populista». Actualmente sabemos basta qué punto cambiaron
las consignas. ¿Mas no es el mismo principio el que rige la noción de los
estilos de comportamiento; no son éstos estrategias, planificaciones de ac
ciones, de comportamientos y de discursos, constantemente adaptadas a las
coyunturas históricas y a los objetivos, cualquiera que sea su plazo, de un
individuo o un grupo?
Hasta aquí hemos visto estilos de comportamiento que se organizan alre
dedor de lo que llamaremos comportamientos-indicios que, sin presentar una
relación directa con el contenido subyacente a los otros comportamientos,
servían esencialmente como indicadores para orientar el significado de éstos
(la elección que expresa la autonomía, el gesto que anuncia la flexibilidad, et
cétera). De ahora en adelante nos interesaremos por la consistencia, que pre
senta la ventaja de definirse, por lo esencial, a través de cierta forma de re
petición sistemática de un mismo comportamiento o de comportamientos
similares en su contenido. Si debido a ello su ope racionalización resultará
más límpida, otro tanto sucederá con los significados que adopte.
La idea inicial es muy sencilla, a pesar de que ha sido ignorada durante
largo tiempo, puesto que los investigadores se habían dedicado a situar la
eficacia de un discurso o de un comportamiento en las características de
la fuente, como pueden ser su competencia o su autoridad (véase a este res
pecto la crítica de Moscovici, 1979). Para que un contenido sea tomado en
consideración, para que incluso sea aceptado, en fin, pata que sea convin
cente, es necesario que la fuente organice sus argumentos de tal manera que
ella misma parezca convencida, segura de sus afirmaciones, y que demuestre
que no transigirá respecto a ellas.
¿Cómo ope ración al izar esta idea? En toda una serie de experiencias (Mos
covia, 1979) se utiliza un mismo paradigma (Moscovici et al., 1969): varios
sujetos, repartidos en grupos de seis personas, deben expresar oralmente el
nombre de un color simple ante toda una serie de diapositivas de color azul.
Dos sujetos son en realidad cómplices que responden, ya sea a todos los
516 l Pensamiento y vida social
ítems o bien a dos tercios de los ítems, diciendo que el color de las diapo
sitivas es verde, respuesta evidentemente incorrecta. En este caso poco im
porta la tasa de influencia obtenida, lo importante es la diferencia que se
observa en función del carácter sistemático de la repetición del error. En
efecto, cuando los cómplices se equivocan en dos terceras partes de las res
puestas, su influencia es casi nula. Su impacto tan sólo resulta significativo
cuando repiten siempre la misma respuesta incorrecta: la repetición de un
mismo comportamiento es garantía de consistencia, es la demostración de la
seguridad y de la convicción de que hacen alarde los cómplices.
Por otra parte, señalemos que la repetición no implica forzosamente una
cierta forma de rigidez. Una repetición muy acentuada también puede hacer
que se perciba a la fuente como obstinada y de espíritu cerrado, es decir,
como indigna de ser tomada en consideración. Por consiguiente, la repetición
puede ser matizada, a condición de que los matices sean legitimados por va
riaciones efectivas de los estímulos (Nemeth et al., 1974), De este modo y
continuando en el mismo paradigma, ciertos estímulos resultaban más brillan
tes y otros más apagados. En tres condiciones, los cómplices respondían ver
de a los primeros y verdiazul a los segundos. Así, continuaban en flagrante
contradicción con la percepción espontánea de los sujetos experimentales,
pero dentro de su consistencia daban muestras de matización y diferenciación.
Dependiendo de la condición, las respuestas verdiazules eran dadas ya sea ante
los ítems apagados, ante los ítems brillantes (es decir, de manera sistemática
en ambos casos) o bien al azar, sin basarse en este criterio de brillo. Tan
sólo en las dos primeras condiciones apareció una influencia efectiva, condi
ciones en las que los matices coincidían con diferencias perceptivas en los
estímulos. Poco importaba, además, que las respuestas matizadas verdiazules
fueran expresadas ante estímulos apagados o brillantes, ya que no es un
contenido lo que define a la consistencia, sino el carácter sistemático de la
organización de las respuestas.
De becbo es la repetición, sea cual sea su forma, la que es eficaz en la
medida en que indica la coherencia del sistema de respuestas. Por lo tanto,
la repetición también puede expresarse a propósito de juicios sociales, don
de la simple repetición de uno o varios argumentos puede operación alizar
igualmente la consistencia (Paicheler, 1976; Wolf, 1979). Pero también pue
de caracterizar la coherencia entre respuestas similares, pero referentes a as
pectos ligeramente diferentes de un mismo objeto. Tomemos un ejemplo rela
cionado con los trabajadores extranjeros (Mugny, 1975a). Los sujetos debían
leer un texio que o bien defendía diversos derechos de los trabajadores ex
tranjeros o bien los atacaba. Cada uno de los textos (xenófilo o xenófobo)
estaba redactado de manera consistente o inconsistente. La consistencia es
taba definida por el mantenimiento de una misma posición favorable o des
favorable a estos diversos derechos: derechos políticos y sindicales, y dere
chos a la igualdad económica. Además, las tomas de posición estaban redac
15. Los estilos de comportamiento y su representación social | 517
C. La representación de la fuente
voluntarioso y más seguro de sí mismo. También hace pensar más que los
demás y hace que los sujetos vuelvan a evaluar sus posiciones en mayor
medida que los otros. Por otra parte, se considera que el cómplice es menos
razonable, menos equitativo, menos sensible, menos cordial y menos coope
rativo. Asimismo, el cómplice es el miembro del grupo que es menos queri
do, menos admirado y menos solicitado o deseable.
Esta lista, a pesar de no ser forzosamente exhaustiva, pone de relieve la
trama sobre la que se tejerá, a final de cuentas, el significado de los compor
tamientos. A primera vista, este significado está marcado por una profunda
ambivalencia: a la fuente se atribuyen, con mayor intensidad que a los otros
participantes, tanto características negatiyas como positivas. Sin embargo, su
pongamos que se explica a algunas personas el principio de estas experiencias,
en las que el cómplice se equivoca al 100 % ; ¿qué imagen pensarían estas
personas que darían los sujetos sometidos a estas experiencias? ¿No se verían
tentadas a decir que los sujetos deberían pensar que el cómplice era sobre
todo inexacto, incorrecto, absurdo, provocador y, por tanto, rechazado? En
efecto, resulta sorprendente que esta imagen no sea únicamente negativa.
Pero en realidad, los estilos de comportamiento son interpretados no de ma
nera unidimensional, en simples términos de valor, de «m ás» o de «menos»,
sino que son interpretados al menos según dos dimensiones distintas: una
a la que calificaremos de cognitiva y otra a la que denominaremos relacional.
Dependiendo de los estilos (y los contextos sociales, como veremos más
adelante), aparecerán valorizaciones diferentes para cada una de estas dimen
siones y, mejor aún, podrán manifestarse deslizamientos de una a otra.
Pero procedamos por orden. Primero, los estilos de comportamiento tie
nen una incidencia directa sobre la percepción de las relaciones interperso
nales. ¿No implican de hecho una conflictivización de las relaciones entre
los interlocutores, no constituyen otras tantas tensiones que administran, man
teniéndolas (como la consistencia), atenuándolas (como la flexibilidad) o exa
cerbándolas (como la rigidez)? Tomemos el caso de la consistencia; la repe
tición, cualquiera que sea su forma, explícita la independencia social de la
fuente, hace resaltar su inquebrantable intención de no ceder a las presiones
hacia la uniformidad que no dejan de ser ejercidas sobre ella. Mantiene un
fuerte conflicto y una tensión psicológica constante dentro del grupo. Por
ello se percibe a la fuente como menos equitativa, menos cordial y más in
sensible. Siendo menos cooperativa, será rechazada, de cierta manera, como
mal querida, como indeseable.
Permitámonos hacer aquí un paréntesis para recordar que las fuentes
consistentes que hemos estudiado en este capítulo representan en realidad
posiciones socialmente minoritarias. Ahora bien, ¿no recuerda esta imagen
negativa que se desprende de esta dimensión relacional el estereotipo habitual
de las minorías? ¿No ha sido esta desvalorización de los minoritarios la que
más ba llamado la atención, sobre todo la de los psicólogos sociales íntete-
15, Los estilos de comportamiento y su representación social | 519
que cuanto mayor sea la intensidad con que se experimente el conflicto social,
más firmemente se establecerá el vínculo psicológico que formulan los suje
tos entre las dos dimensiones cognitiva y relacional. Hablando con mayor pre
cisión, cuanto mayor sea la percepción de la intransigencia de la fuente, me
nor será la percepción de la consistencia. Y puesto que la consistencia perci
bida constituye la fuente de su eficacia, resulta evidente que la fuente deberá
entonces dosificar sabiamente el conflicto que ella misma provocará a través
de su estilo de comportamiento. Consistente pero flexible, la fuente será juz
gada sobre las dos dimensiones de forma independiente; consistente pero rí
gida, destacará su intransigencia, de forma que su consistencia tomará otro
significado: será vista como obstinada, dogmática. Entonces, su relación
— casi psicológica, como se verá más adelante— con el objeto invalidará su
modelo y su impacto social se verá disminuido en la misma proporción.
Tomemos un ejemplo (Mugny, 1975¿0 que ilustra muy bien cómo esta
dinámica de la percepción de los estilos engendra significados divergentes.
La experiencia era referente al ejército nacional, con sujetos que se oponían
un poco a él, siendo favorables incluso a la objeción de conciencia. En dos
condiciones experimentales, un cómplice proponía un discurso oral que tenía
por finalidad presentar la posición radicalmente antimilitarista de su grupo
de extrema izquierda. Como es habitual, este discurso era idéntico en ambas
condiciones. Lo que cambiaba era el estilo de negociación: la rigidez definida
por el mantenimiento y la acentuación del conflicto, opuesta a la flexibilidad,
definida por el relajamiento de dicho conflicto. En las dos condiciones, tras
algunos minutos el cómplice terminaba la primera parte de su discurso afir
mando que, para él, la objeción de conciencia no constituía un medio adecua
do para luchar contra el ejército, por set demasiado individual. Al decit esto
creaba evidentemente un conflicto ante sujetos favorables a la objeción de
conciencia. Antes de abordar la tercera y última parte de su discurso, el cóm
plice volvía a la carga, ya fuera de manera rígida o bien de manera flexible.
En la condición de rigidez echaba leña al fuego, llegando a tachar la obje
ción de conciencia de pequeño-burguesa y casi reaccionaria. Era demasiado
para los sujetos, quienes incluso se distanciaron algo de su posición inicial.
Por el contrario, en la condición de flexibilidad, el cómplice limaba aspe
rezas. Para ello afirmaba que deseaba precisar su posición, explicltando esta
vez con claridad que la objeción de conciencia también podía constituir un
medio eficaz de lucha, a condición de que estuviera organizada y fuese co
lectiva. Aunque su discurso era rigurosamente idéntico al del cómplice rígi
do, esta negociación que atenuaba su intransigencia inicial le valió una in
fluencia positiva en promedio, ¿Por qué? ¿Qué sucedió a nivel de la repre
sentación pata que los sujetos aceptaran la posición del cómplice?
Para saberlo, los sujetos debían indicar, al final de la experiencia, entre
40 adjetivos los que mejor describían al cómplice. Entre dichos adjetivos, 10
reflejaban consistencia (seguro, riguroso, serio...), 10 inconsistencia {apresu-
15. Los estilos de comportamiento y su representación social | 521
Dimensión Dimensión
consistencia ¡inconsistencia flexibilidad/rigidez
entonces que cambia el significado. Lo que ante una fuente flexible era con
sistencia, toma otro sentido; la consistencia obtiene su sentido de la intran
sigencia telacional, que arroja sobre ella otra luz. La consistencia se con
vierte en signo de estrechez de espíritu, el acto de una fuente obstinada.
La seguridad se convierte en obstinación. Y puesto que el significado del
estilo de comportamiento se organiza alrededor de esta intransigencia per
cibida con demasiada fuerza, el discurso de la fuente pierde su legitimidad,
la rigidez invalida la consistencia.
¿A qué se debe esta nueva estructuración cognitiva que hace que la in
transigencia se deslice hacia una impresión de lo que aparece como una es
pecie de rigidez mental, psicológica, de la fuente y que invalida el contenido
que transmite? Lo que sucede es que el estilo rígido, al reforzar el conflicto,
hace destacar la dimensión de bloqueo, haciendo que los sujetos reduzcan su
campo cognitivo, de manera que sólo vean un lado de las cosas. Si esto es así,
bastaría con limitar el campo cognitivo del sujeto mediante un procedimien
to adecuado para que un mismo estilo consistente sufra un deslizamiento
semántico similar al que provoca un estilo rígido. AI hacerlo, como en la
experiencia de Ricateau (1970-1971), se acotará con mayor precisión el fun
cionamiento cognitivo responsable de estos efectos. La idea en sí es muy
simple: si se hace que un individuo se represente una situación social de
manera unidimensional, considerando tan sólo una parte limitada de las infor
maciones que se pueden desprender de dicha situación, este sujeto tendrá que
seleccionar entre estas informaciones únicamente los elementos psicológica
mente más relevantes, los más inmediatamente evidentes. El significado que
dé a la situación dependerá únicamente de estos elementos; o bien no to
mará en cuenta los demás, o bien los interpretará a la luz de lo que le baya
impresionado. En este caso, lo que destacaría de la consistencia, como ya
hemos visto, sería de hecho la intransigencia de la fuente dentro de la rela
ción. No se notaría su consistencia o bien ésta sería interpretada desde una
óptica de intransigencia: como ya se ha visto, la fuente ya no sería consistente,
sino obstinada, limitada de cierta manera en su enfoque de la realidad.
En cambio, si hacemos que un individuo dé muestras de un enfoque plu-
ridimensional y capte desde todos los ángulos el excedente de información
que proporciona el estilo de comportamiento acerca de la fuente, utilizaría
efectivamente este excedente y ponderaría las diversas dimensiones. Así, la
consistencia es percibida por sí misma y la intransigencia pierde parte de su
importancia en cuanto a asignar un significado a los comportamientos de la
fuente.
Veamos cómo ha ilustrado Ricateau estas cuantas ideas. En su experien
cia, los sujetos deben discutir con un cómplice acerca de un caso de delin
cuencia juvenil. Durante dicha discusión, un cómplice defiende con consis
tencia la posición extrema más impopular y se niega a transigir. Su compor-
15. Los estilos de comportamiento y su representación social | 523
Aquí mencionaremos los efectos de influencia tan sólo para indicar que,
como se preveía, la influencia depende del modo de representación induci
do; para resumirlos, diremos que los sujetos de la condición 1, quienes tan
sólo emplean pocas dimensiones de juicio, dan muestras en general de un re
chazo de las posiciones de la fuente. Esta última tan sólo es influyente en las
dos otras condiciones, en las que los sujetos consideran informaciones más
Dimensión Dimensión
consistencia/ flexibilidad/ Otras
Modo de percepción inconsistencia rigidez dimensiones
¿Qué actitud hay que adoptar ante un individuo o un grupo que presenta
un comportamiento extraño y lo defiende con consistencia? Como ha mos
trado Moscovíci (1981), la orientación inicial de un individuo o de un grupo
ante un acontecimiento extraño será determinada, ante todo, por las imáge
nes, los conceptos y las representaciones compartidos por el grupo, es decir,
por convenciones propias de dicho grupo. Además, como hemos sostenido
(Mugny, 1982; Papastamou, 1983; Papastamou et al., 1980), en nuestras
sociedades existiría actualmente una tendencia a interpretar, a imputar los
comportamientos que se desvían de una norma establecida (ya se trate de con
siderar verde una diapositiva azul o de proponer una opinión radicalmente
antimilitarista) a una especie de sesgo psicológico. La psicologización consti
tuiría así una de las lecturas convencionalizadas que puede ser activada ante
un estilo de comportamiento que sostenga con consistencia una posición nue
va, diferente. Dicha lectura, que consiste más en reducir los comportamientos
a causas psicológicas internas de la fuente y no tanto en asignarlos a una
nueva definición del objeto, parece ampliamente extendida.1 Para nuestros
fines, la veremos actuando en la interpretación de comportamientos mi
noritarios, ante cuya influencia potencial constituye una auténtica resistencia.
Ilustremos los efectos de la psicologización por medio de una experien
cia reciente realizada por los autores de este capítulo. En dicha experiencia,
los sujetos, tras haber respondido a un cuestionario sobre las responsabilida
des en el candente problema de la contaminación, tenían que leer un texto
proveniente de una fuente minoritaria que acusaba unilateralmente a la so
ciedad industrial, negándose rotundamente a denunciar el egoísmo individual.
Ante este texto, la tarea de los sujetos era diferente según las condiciones.
En las primeras, los sujetos debían adivinar, a partir del contenido de su
mensaje, las características de personalidad de sus autores. En estas condi
ciones, los propios experimentadores proponían que se asignara un status ex
plicativo de los comportamientos de la fuente a características psicológicas.
En ottas condiciones, los sujetos simplemente debían analizar, a partir de su
lectura, las características del contenido del texto. Por otra parte, hay que
subrayar que el texto era similar para todos los sujetos y que únicamente
difería en lo que respecta a la orientación del acto perceptivo, favoreciendo
la búsqueda de indicios situados ya sea a nivel del contenido del mensaje o
bien a nivel de las características de personalidad de los autores. Como se
preveía, la influencia fue más importante cuando los sujetos no estaban cen
trados sobre los rasgos de personalidad de los autores. Sin embargo, con
centraremos una vez más nuestra atención en la imagen de la fuente, captada
E. Conclusión
Introducción
Una simple observación permite ver que los adultos modifican su len
guaje adaptándolo a 3a edad del niño al que se dirigen. Cuanto más joven
sea el interlocutor, mayor será la simpleza y la redundancia de las frases que
le son dirigidas. Paralelamente, el contenido tiende a concentrarse en acon
tecimientos próximos y concretos. Numerosos estudios han puesto de mani
fiesto estos efectos de adaptación. Desde la edad preescolar, los propios niños
se muestran capaces de efectuar adaptaciones de este tipo. De este modo, se
ha podido mostrar que niños de cuatro años que se dirigen a interlocutores
de dos años de edad producen un discurso que manifiesta esta adaptación,
tanto a nivel de productividad como a nivel de complejidad sintáctica (Ma-
sur, 1978).
No es la edad del interlocutor, sino sus competencias verbales las que in
ducen estas modificaciones adaptativas del discurso, como lo demuestran las
investigaciones efectuadas en el campo de la comunicación con disminuidos
psíquicos. En efecto, las madres de niños disminuidos psíquicos generalmen
te les ofrecen un medio lingüístico menos complejo que el propuesto por las
madres de niños de la misma edad. Ciertos trabajos han mostrado que el pro
cedimiento de adaptación del lenguaje ante disminuidos psíquicos no era un
fenómeno que se limitara a sus padres. En los estudios de Siegel (1963;
Siegel y Harltins, 1963) se hacía que los adultos interactuaran con niños que
presentaban retrasos de desarrollo sin que los primeros hubiesen sido infor
mados previamente de las deficiencias de su interlocutor. De forma espontá
nea, estos adultos adaptaban su lenguaje a las capacidades de su interlocutor
y se expresaban de forma tanto más breve y simple como importante fuera
la deficiencia de dicho interlocutor. Una vez más, desde la edad preescolar,
los niños se han mostrado capaces de llevar a cabo el mismo procedimiento
de adaptación. Hacia los disminuidos de su misma edad adoptan un lenguaje
cuya estructura varía considerablemente en el sentido adaptativo, dependiendo
de la severidad de la deficiencia del interlocutor (Guralnick y Paul-Brovn,
1977).
Pero las modificaciones de adaptación del estilo lingüístico deben ocultar
otras modificaciones. No cabe duda de que realmente no existen maneras di
ferentes de expresar un mismo contenido. Si el estilo cambia, esto se debe
a que las actitudes, los roles y, de una manera general, la relación social del
emisor y del receptor han cambiado y, por consiguiente también el contenido
ha evolucionado. En una institución escolar, Tizard, Cooperman, Joseph y
16. Lenguaje y comunicación | 541
Tizard (1972) estudiaron el medio verbal ofrecido por los miembros del
personal a los niños que ahí eran educados. Habían distinguido un lenguaje
restringido) sobre todo limitado a las instrucciones, consignas y órdenes im
partidas sin justificación, y un lenguaje informativo que incluía opiniones, in
formaciones y explicaciones. El estudio reveló que los educadores se dirigían
con menor frecuencia en lenguaje informativo a los niños que presentaban
un nivel verbal pobre. Un efecto análogo fue constatado por Pratt, Bumstead
y Raynes (1976) en una institución para adultos retrasados: la cantidad de
mensajes informativos dirigidos a estos últimos variaba en relación inversa a
la importancia de su retraso mental.
He aquí una paradoja que se presta a reflexión: los individuos se dirigen
a personas menos competentes que ellos a nivel verbo-intelectual; manifiestan
esfuerzos de adaptación que parecen tener la intención de que estas personas
puedan tener acceso a la comprensión; pero al mismo tiempo, el contenido
de lo que comunican se restringe y parece limitarse a las cuestiones operato
rias y normativas. Esto confirma que lo que parece ser una adaptación de la
expresión verbal en el sentido de las competencias lingüísticas restringidas
del auditor, constituye en realidad algo diferente y mucho más amplio. La for
ma de expresión revela así el establecimiento de cierta forma de relación psi-
cosocial entre ambas personas.
¿Qué hay de las consecuencias que puede tener este modo relacional so
bre la continuación de los intercambios? Se puede temer que el interlocutor
al que van dirigidas dichas comunicaciones termine por desconfiar de éstas
y se mantenga al margen. Un notable estudio realizado en Irlanda incita a
pensar que esto es así (Hoy y McKnight, 1977). En dicho estudio, varios
niños de nivel verbo-intelectual débil y otros de nivel verbo-intelectual ele
vado debían actuar de forma individual como tutores de un niño que, a su
vez, presentaba bien un nivel verbo-intelectual débil o bien un nivel elevado,
Los tutores debían explicar a los segundos las diferentes fases de la tarea a
realizar. Al observar posteriormente la manera como estos niños realizaban
esta tarea, los autores del estudio podían evaluar la calidad de la comunica
ción que había tenido lugar. En su rol de tutores, los niños de ambos niveles
verbo-intelectuales manifestaron una tendencia consistente en adaptar su len
guaje según el nivel de su pupilo, en conformidad con lo que hemos descrito
con anterioridad. Ante los pupilos de nivel bajo, en particular, todos los tu
tores utilizaban un mayor número de imperativos y elementos normativos con
el fin de atraer la atención del pupilo. Pero resulta sorprendente que si bien
los pupilos de bajo nivel instruidos por tutores de nivel bajo comprendían y
realizaban muy bien la tarea, esto no sucedía así con los que habían sido ins
truidos por los tutores de alto nivel.
Análisis más detallados de sus resultados han permitido a los autores de
este estudio vislumbrar una explicación del fracaso de la comunicación. Ante
los pupilos de bajo nivel, los tutores de nivel alto a menudo proferían ob
542 [ Pensamiento y vida social
d. Conclusión
B. La palabra y el gesto
No cabe duda de que hay que preguntarse si los curiosos efectos obser
vados durante la fase de restricción de movimientos pueden entrar en la ca
tegoría de los fenómenos compensatorios. En vista del diseño experimental
utilizado en este estudio hay que considerar una explicación alternativa en
términos de efectos de stress o de molestia, impuestos a los sujetos. Sin em
bargo, los resultados obtenidos no son favorables a dicha explicación. En
efecto, si la imposición de los accesorios de inmovilización hubiese consti
tuido para el sujeto una fuente de stress que pudiese modificar su actividad
no verbal, esta modificación probablemente habría podido ser reducida a tra
vés de un efecto de habituación entre el primer y el vigésimo minuto de
inmovilización. Ahora bien, los resultados nunca reflejaban una disminución
de los cambios intervenidos tras el principio del período de inmovilización.
Por el contrario, adoptaban una forma estable que se mantenía a todo lo
largo de este período, para regresar al nivel básico una vez restituida la li
bertad de movimientos. Un segundo argumento en contra de la explicación
en términos de stress reside en que los cambios ligados a la inmovilización
no se reflejan en forma de una simple elevación de la actividad general, de
tipo aleatorio, como haria prever un efecto de stress. Por el contrario, cada
uno de los cambios intervenidos apareció únicamente en estricta asociación
con una sola de las dos facetas de la actividad interactiva, codificación o des
ciframiento, mientras que por lo que respecta a la otra faceta, el comporta
miento considerado siempre conservaba un nivel equivalente al de la línea
de base.
552 [ Pensamiento y vida social
riables. Este efecto era, además, muy potente, ya que dos terceras partes
de las comparaciones significativas entre las interacciones de baja y alta
densidad de comunicación alcanzaban el nivel estadístico de p < 0,001. Sal
vo la duración de los autocontactos y de los movimientos de inclinación
hacia atrás, todos los efectos registrados indicaban una abundancia de acti
vidad facial y corporal durante las interacciones de alta densidad, en con
traste con el bajo nivel de esta actividad en las interaciones de baja densidad.
De este modo, si bien la actividad motriz del locutor no parece ligada a
la transmisión de la información ni a las condiciones fisiológicas de dicho lo
cutor, esta vez se aprecia con claridad que es función de la densidad de las
tareas de codificación y desciframiento que le impone el proceso de comu
nicación.
cámaras situadas en este lugar filmaron a cada sujeto durante dos períodos
sucesivos de diez minutos. En el primer período se le dejaba, en compañía
del otro adolescente, cerca de la jaula. Luego, una experimentadora, ya cono
cida por los sujetos, entraba en el local y participaba en su interacción, ini
ciándose así el segundo período. De este modo, se disponía de un muestreo
de los comportamientos no verbales de cada sujeto durante la interacción con
un par, por una parte, y durante la interacción con un par y un adulto, por
la otra.
Una vez en el laboratorio, las películas fueron analizadas según los pro
cedimientos habituales. Un primer análisis consistió en cuantificar los dife
rentes gestos de los brazos y las manos, así como ciertos movimientos facia
les, sin distinción de los tiempos de palabra, de escucha o de silencio. Los
resultados de este análisis no revelaron ninguna diferencia notable entre los
sujetos de ambos grupos estudiados, Pero un análisis de las películas sonoras
de la experiencia reveló que los sujetos de los dos grupos habían presentado
tiempos de palabra similares y sin modificación, independientemente de que
la interacción hubiese tenido lugar en ausencia o en presencia del adulto. En
esta medida se pudo emprender un segundo análisis de los videos, limitado
en esta ocasión a los movimientos corporales intervenidos durante los perío
dos de expresión verbal de cada sujeto observado. Esta vez, de los resultados
surgía un efecto significativo: en comparación con los sujetos de nivel verbal
inferior, los de nivel superior presentaban un mayor número de gestos co
municativos de los brazos y las manos. Este efecto se apreciaba tanto en la
interacción con el par solo como en la interacción que incluía al adulto.
En consecuencia, este estudio no arrojó ningún resultado que viniese a
apoyar la previsión de que los comportamientos no verbales se desarrollarían
a título de comunicación sustitutiva o supletoria en los individuos que pre
sentan un déficit en el desarrollo verbal. En efecto, en ningún momento los
individuos del nivel verbal inferior presentaron indicios que indicaran que
recurrían en mayor medida a las señales no verbales, en comparación con los
individuos del nivel verbal superior. Por el contrario, los resultados apoyaron
claramente la predicción alternativa: los individuos que presentan mayores
competencias utilizan en mayor medida el gesto. Así, los hechos parecen estar
en favor de la siguiente tesis: el movimiento se halla implicado en la activi
dad verbal del individuo y es función del grado de complejidad de dicha ac
tividad.
g. Conclusión
La mayoría de los gestos desplegados por una persona que habla tienen
la apariencia de una actividad analógica. No siempre resulta fácil darse cuen
ta de ello, porque el auditor humano generalmente se ve obnubilado por la
dimensión verbal y, por consiguiente, la gesticulación tiende a escapar a su
atención. Pero basta con observar una conversación entre terceras personas
a cierta distancia o interrumpir el sonido del televisor durante la emisión
de una conferencia o un debate, para ver aparecer de forma manifiesta la
multitud de movimientos que esbozan, a menudo tan sólo de forma incipien
te y vaga, contenidos del discurso. La forma del objeto evocado, su movimien
to, su relación con otra cosa, sus atributos, su localización en el espado geo
gráfico o en el espacio lógico del locutor («por una parte; por la otra», etc.)
se manifiestan unos tras otros en su gesto. En los tiempos fuertes de la ex
presión verbal, este gesto puede invadir toda la actividad corporal, constitu
yendo la mímica. Pero generalmente sólo la mano habla y, la mayor parte
del tiempo, de manera apenas alusiva.
I matriz conceptual
) ) ) )
REPRESENTACION
>
5 5 3 )
I matriz dinámica
Así pues, ésta sería la fuente de la actividad gestual del locutor. Cuando
el locutor tiene que expresar, en el proceso de comunicación, esta represen
tación y hacer que su auditor comparta su sentido con él, es decir, el conjunto
tanto conceptual como no conceptual, este locutor únicamente dispone de un
código de comunicación, el lenguaje, que es conceptual. ¿Intentará traducir
los aspectos no conceptuales de la representación a través de sus gestos? No,
ya que para ser comprendido por su compañero, estos gestos deberían ser
infinitamente más elaborados que los vagos esbozos que generalmente cons
tituyen. Pero lo que necesita el locutor para seleccionar mejor las palabras
y las frases adecuadas para comunicar su experiencia global, es estar en con
tacto directo con esta experiencia. En esta operación, las representaciones se
avivan necesariamente y los elementos interoceptivos, posturales y motores,
esos portadores de sentido, son esbozados una vez más en la gesticulación del
locutor. Sin esta actividad, este último no podría recuperar plenamente el sen
tido de lo que desea comunicar. En la condición de privación relativa de mo
vimientos de la experiencia descrita anteriormente, a pesar de la actividad
motriz compensatoria en las zonas libres del cuerpo, recordemos que se cons
tataba una reducción de las tasas de imágenes evaluadas en los contenidos
de los discursos.
560 | Pensamiento y vida social
b. Desciframiento y representación
procesa asociativo
F ig. 3. — Modelo teórico de los tres componentes del significado de la palabra para
el auditor, según Rommetveit (1971)
Su estructura temporal es esencial. En su punto de partida se encuentra el
proceso de referencia que consiste en la elección de un correlato semántico apro
piado para la palabra percibida. Luego, se desarrolla el proceso de representación,
apoyado por los procesos asociativo y afectivo-emocional.
será la selección de los vectores conceptuales más indicados para hacer que
aparezcan en su interlocutor las asociaciones y emociones apropiadas y, por
consiguiente, una representación que corresponda a la que deseaba comuni
car. Sin duda, ésta es la condición indispensable para garantizar un cierto gra
do de intersubjetividad en la comunicación humana.
c. G estos y desciframiento
sumamente diferentes. Pero sus opiniones sobre este tema concuerdan de for
ma estrecha.
El antropólogo francés Marcel Jousse (1924; 1955) fue sin duda el pri
mero en dar forma a esta cuestión. Su punto de partida era la idea de que,
antes de toda simbolización, el individuo lleva a cabo la comprensión de la
realidad a través de la actividad corporal, de modo gestual y motor. Por con
siguiente, los primeros medios de la comunicación de la experiencia serían la
gesticulación y la onomatopeya. A estos medios que presentan la ventaja de
una restitución directa o analógica de la experiencia, las culturas habrían sus
tituido los lenguajes convencionales, según la visión antropológica de Jousse.
De esta forma, durante su desarrollo, cada individuo se vería obligado, a su
vez, por la presión social, a abandonar la primera modalidad expresiva para
recurrir a las convenciones lingüísticas, sumamente elaboradas, pero alejadas
de la experiencia personal. Sin embargo, en las circunstancias en que se halla
menos sometido a las coacciones sociales, el individuo tendería a regresar a
formas expresivas próximas a esta modalidad primitiva. Esto hace que Jousse
conciba que los medios lingüísticos disponibles se extiendan desde un estilo
«oral», concreto, subjetivo, idiomático y débilmente elaborado a nivel de lé
xico, de lógica y de sintaxis, hasta un estilo «escrito», modo de expresión
de apariencia libresca, en el que la palabra es abstracta, alejada de la expe
riencia, impersonal y caracterizada por una fuerte articulación. En el marco
de las teorías psicológicas del desarrollo individual, autores como Wallon
(1970) y Wetner (Wemer y Kaplan, 1967) fueron conducidos a considera
ciones muy parecidas a las introducidas por Jousse. Al igual que este último,
estos autores distinguen dos formas opuestas de la expresión que tendrían
su origen en momentos sucesivos de la ontogénesis. Sin embargo, estas teo
rías psicológicas ya no consideran que el paso a la forma expresiva conven
cional sea resultado de una presión social, sino consecuencia de una evolu
ción espontánea del niño que, al diferenciar cada vez más la percepción de
la acción, recurrirá a medios cada vez más elaborados para relacionar estos
dos momentos a través de su actividad de representación y expresión. Wallon
distingue entre la expresión adulta, dominada por la actividad simbólica, y la
expresión primitiva a la que la anterior a veces cede su lugar y donde los
gestos y las actitudes ocupan un papel central. Wemer distingue entre el
lenguaje «interior», forma de expresión verbal poco articulada y enlazada con
la experiencia, y el lenguaje «exterior», forma codificada y convencional. Por
último, en psicología social, también Moscovici (1967) oponía dos estilos lin
güísticos diferentes. Por una parte distinguía «un código muy elaborado, poco
redundante, más organizado a nivel sintáctico y que emplea un mayor número
de sustantivos»', y por otra parte, «un código más redundante, menos elabo
rado, menos organizado a nivel sintáctico y que emplea un mayor número
de verbos». Este autor designaba a estas dos modalidades como lenguaje escrito
y lenguaje oral, respectivamente.
566 | Pensamiento y vida social
Principales
características:
Expresión Expresión concreta, subjetiva, Expresión abstracta, objetiva,
idiosincrática y contextua- impersonal y deseontextua-
lizada lizada
g. Conclusión
k u____
17 R a c is m o , p r e ju ic io s
y d is c rim in a c ió n
A. Introducción
driamos ir más lejos y sugerir que establecer una distinción demasiado firme
entre las actitudes caracterizadas por prejuicios y el comportamiento discri
minatorio en sí puede constituir una simplificación. Al igual que en El pro
ceso se decía que la justicia se funde en el veredicto, el prejuicio puede fun
dirse en la discriminación y viceversa. De esta forma, se podría considerar
que los hoteleros norteamericanos que muestran su prejuicio en el cuestiona
rio de LaPiere no se limitan a expresar pre-juicios negativos: también podrían
rechazar las reservas escritas provenientes de chinos. Entonces se plantearía
la cuestión de saber por qué rechazan las reservas escritas y reciben a los
clientes que se presentan en persona. Se podrían adelantar todo tipo de razo
nes para explicar la discordancia entre las dos formas de discriminación,
siendo una de ellas y no la menos importante que el deseo de excluir a los
chinos podría haber sido menos fuerte que el deseo de no ser descortés per
sonalmente en una situación de cara a cara. Sean cuales sean las razones,
en ciertas circunstancias la expresión de una actitud también puede ser con
siderada como un ejemplo de discriminación.
De forma análoga, el caso del hotelero que niega su propio prejuicio aun
que comete un acto de discriminación, no resulta totalmente evidente. El
hecho de negar el prejuicio y el pretexto de que la discriminación es exigida
por otros, también podría provenir del deseo de evitar el disgusto de la dis
criminación cara a cara; sin embargo, en este caso se produce la discrimina
ción, pero quien la practica intenta echarle la culpa a otros. Por otra parte,
es posible que el hotelero haya creído sinceramente que no tenía prejuicio
alguno, en el sentido de que no abrigaba ninguna mala intención para con la
víctima de la discriminación. No obstante, en este caso desvela otro aspecto
del prejuicio: su aspecto social. El hotelero se adaptaría a una situación so
cial en la que la discriminación es considerada algo normal hasta tal punto
que se considera que los sentimientos personales no tienen nada que ver en
todo ello y que toda negativa a comportarse de forma discriminatoria podría
conducir a una situación molesta desde el punto de vista social. Aquí habría
que examinar con mayor detenimiento las declaraciones de ausencia de pre
juicios y saber en qué medida los individuos en un medio caracterizado por
los prejuicios aceptan, sin pensar, suposiciones llenas de prejuicios durante
el desarrollo normal de los acontecimientos. Esta cuestión reviste una gran
importancia y constituye la base de numerosas investigaciones psicológicas en
las que se ha intentado ver si había que explicar el prejuicio en función de las
características personales del individuo con prejuicios o en función de las si
tuaciones sociales en las que se produce la discriminación.
580 ¡ Psicología social y problemas sociales
B. E tn o c e n tris m o y a u to r ita r is m o
cuendas tanto para la teoría psicológica como para la acción política, tiene
que ser cuidadosamente examinada a la luz de las pruebas reunidas tanto
por Adorno y sus colegas como, más tarde, por otros investigadores.
El objetivo general del estudio consistía en examinar los diferentes mo
delos de actitudes, o de ideologías, adoptados por los norteamericanos, sobre
todo a fin de ver sí los individuos que tenían prejuicios contra grupos mino
ritarios específicos también tenían otro tipo de ideas y si, además, poseían
rasgos de personalidad particulares. En tanto que tal, el trabajo se concentró
en las actitudes expresadas, en lugar de tomar en cuenta la evaluación del
comportamiento discriminatorio contra miembros de grupos minoritarios. Los
investigadores decidieron estudiar un gran número de personas de origen su
mamente diverso, que comprendían estudiantes de ambos sexos, personas de
la clase obrera (con quienes a menudo habían entrado en contacto a través
de los sindicatos), representantes de la clase media, eclesiásticos, antiguos
combatientes e incluso una pequeña muestra de prisioneros y enfermos de los
hospitales psiquiátricos. En total se distribuyeron más de 2.000 cuestionarios
a personas que, en su mayoría, vivían en California. Todos los encuestados
eran blancos y no judíos, por la evidente razón de que los encuestadores se
interesaban de forma especial por los prejuicios contra los judíos y los negros.
De hecho, el punto de partida de la encuesta fue la elaboración de un
cuestionario destinado a evaluar las actitudes hacia los judíos: la Escala de
Antisemitismo. La escala estaba compuesta por varios enunciados que expre
saban actitudes prejuicios as hack los judíos y se pedía a los encuestados que
indicasen su acuerdo o desacuerdo con cada enunciado a través de una escala
de seis puntos (es decir que podían indicar un acuerdo fuerte, moderado o
débil, o un desacuerdo fuerte, moderado o débil). Comenzando por numero
sos enunciados que traducían opiniones antisemitas, los encuestadores deci
dieron retener las preguntas que consideraban que distinguirían mejor las res
puestas antisemitas de las no antisemitas. La escala final incluía cuestiones
como «Cualquier persona que emplee un gran número de personas debería
tener cuidado de no contratar un gran porcentaje de judíos», «N o puedo ima
ginarme que me casara con un judío» y «Lo malo de aceptar judíos en un
barrio agradable es que poco a poco le imponen una atmósfera típicamente
judía».
La etapa siguiente consistía en descubrir si el prejuicio contra los judíos
estaba ligado a un prejuicio contra otros grupos. Se aplicó así el mismo pro
cedimiento, pero esta vez se evaluaron las actitudes hacia los negros. Por
ejemplo, los encuestados debían responder a preguntas como: «L a mayoría
de los negros se batían arrogantes y desagradables si no se guardaran las
distancias con ellos», «El trabajo manual y los empleos no cualificados parecen
convenir mejor a la mentalidad y las aptitudes de los negros que un trabajo
más cualificado y que comporte responsabilidades», etc. Los resultados indi
caron que los sujetos que se clasificaban en la parte superior de la escala de
17, Racismo, prejuicios y discriminación [ 583
había ninguna razón lógica para que los individuos con prejuicios contra los
negros también tuviesen opiniones rígidas sobre la disciplina en el interior
de la familia o sobre la necesidad de castigar severamente a quienes infringen
las leyes. Avanzaban asimismo que, en ausencia de toda razón lógica que ex-
plique por qué dichas actitudes se asocian entre sí, había factores psicológi
cos que relacionaban entre sí los diversos elementos del síndrome. Al desa
rrollar esta idea, propusieron una teoría que no sólo reunía al racismo, el
antisemitismo y el fascismo virtual, sino que también relacionaba el etnocen-
trismo con una forma determinada de sentir el mundo y con un tipo de per
sonalidad subyacente.
con prejuicios pensaba en las otras personas utilizando clisés ya hechos que
describían su rol social o su grupo étnico, y no sus características individuales
propias. En contraste con las personas que tenían menos prejuicios, el auto
ritario presentaba una tendencia a tener opiniones muy firmes acerca de di
ferentes «tipos» de personas, en particular sobre diferentes grupos étnicos
o nacionales. En tanto que tales, cuando los encuestados autoritarios hablaban
de otros grupos, manifestaban una tendencia a emplear estereotipos rígidos.
La palabra «estereotipo» provenía de anteriores investigaciones norteame
ricanas que habían demostrado que los individuos tienen regularmente ten
dencia a atribuir rasgos en forma de clisés a los diferentes grupos nacionales.
Por ejemplo, Katz y Braly (1933 y 1935), en una de las primeras investiga
ciones sobre este tema, habían descubierto que los encuestados norteameri
canos blancos describían de forma típica a los turcos como personas crueles,
a los italianos como impulsivos y apasionados, a los negros como supersti
ciosos y perezosos, etc., utilizando un conjunto diferente de rasgos, es decir,
un estereotipo, para cada grupo. Los autores de The Authontarian Persomlity
realizaron el siguiente descubrimiento: cuando las personas con prejuicios
consideran a otros grupos, su pensamiento está dominado por dichos estereo
tipos que funcionan como un tipo particularmente rígido de prejuicio. De
esta forma, la persona con prejuicios tiende a generalizar estos clisés a todos
los miembros del grupo estereotipado; por ejemplo, piensa que todos los
judíos son interesados o que todos los negros son perezosos. También aque
llos que presentaban un númeto de puntos más bajo en las escalas de pre
juicios tendían a utilizar los estereotipos al considerar otros grupos, pero de
manera menos rígida que los autoritarios. Por ejemplo, se mostraban más dis
puestos a admitir excepciones en el estereotipo general y más proclives a
juzgar a los miembros individuales de los grupos en cuestión .basándose en
sus méritos propios, en lugar de emplear de forma automática el estereotipo en
sus juicios. Además, la persona con prejuicios presentaba una mayor tenden
cia a clasificar los estereotipos en un orden jerárquico, considerando que cier
tos grupos eran inferiores a otros, y a creer que todos los individuos y todos
los grupos tenían un sitio que se les había asignado en un mundo ordenado.
Entonces, Adorno y sus colaboradores se plantearon la pregunta de si la
manera de pensar por clisés que, en tamo que estilo cognitivo, tenía un sen
tido más amplio que el etnocentrismo, tenía sus raíces profundas en la per
sonalidad del individuo con prejuicios. Para responder a esta pregunta em
plearon el método freudiano que intenta descubrir los deseos inconscientes
enraizados en los conflictos de la infancia. Su hipótesis era que las razones
que invocaban los autoritarios para explicar por qué piensan y actúan como
lo hacen podían ser muy diferentes de las razones psicológicas «verdaderas»
y ocultas, de las que estas personas no tienen conciencia. Según los psicoana
listas, estas razones «verdaderas» sólo pueden ser descubiertas sondeando al
individuo de forma detallada a través de conversaciones, mientras que la
586 J Psicología social y problemas sociales
que, por interesantes que fueran las informaciones obtenidas a través de las
entrevistas, éstas no constituían pruebas científicas aceptables, ya que los psi
coanalistas que las dirigían debían interpretar las respuestas de los encues-
tados y la misma declaración podía interpretarse de varias maneras diferen
tes. Por esta razón podían producirse deformaciones, puesto que los encues-
tadores buscaban confirmar sus propias teorías, mientras que otros investiga
dores, partiendo de un conjunto de hipótesis diferentes, también habrían po
dido encontrar la confirmación de sus teorías utilizando los mismos mate
riales.
Además de las críticas estrictamente metodológicas contra The Authori-
tarian personality, se produjeron críticas de la teoría en sí. Entre éstas, una
de las más interesantes provino de Mil ton Rokeach en su libro The Open
and Closed Mind. Mientras que las críticas dirigidas contra el método decían
que de hecho Adorno et al. habían sobrestimado la relación entre el autorita
rismo y los prejuicios, Rokeach, por su parte, pretendía que estos autores
habían subestimado el fenómeno mismo del autoritarismo. Sostenía que The
Authorüarian Personality tan sólo había estudiado e identificado una sola
forma de autoritarismo: a saber, aquella que se encuentra entre los partida
rios de una política de extrema derecha. Rokeach avanzó la idea de que exis
tían otras formas posibles de autoritarismo que expresan las mismas motiva
ciones fundamentales, pero que adoptan formas exteriores diferentes. Según
Rokeach, el más importante de estos autoritarismos es el de izquierda, que
da lugar a una variedad parecida de mentalidad, de espíritu estrecho y de
pensamiento mediante clisés. En lugar de sostener posiciones racistas y de
derecha, los autoritarios de izquierda, en cambio, se expresan en otras direc
ciones; por ejemplo, se convierten en admiradores incondicionales de los je
fes de la izquierda, rechazando toda crítica dirigida contra ellos y odian a la
burguesía con la misma ferocidad psicológica que lleva al autoritario de de
rechas a odiar a los negros o a los judíos. Rokeach elaboró una nueva escala,
la escala de dogmatismo, destinada a reemplazar la escala F que, como pre
tendía él, tan sólo servía para evaluar el autoritarismo de derecha y no el
autoritarismo en sí. Sin embargo, los resultados de sus propias investiga
ciones, que sometían a un pequeño grupo de comunistas británicos a la prue
ba de esta evaluación, resultaron ambiguos. Algunas investigaciones posterio
res no lograron clarificar si los partidarios de la extrema izquierda, en general,
presentan una forma de autoritarismo no racista, peto que, no obstante,
piensan mediante clisés (para esta discusión véase Billig, obra en prensa).
El trabajo de Rokeach plantea la cuestión de si el autoritarismo está ne
cesariamente ligado al racismo y al etnocentrismo, Pero para el estudio de
los prejuicios, la pregunta inversa quizá tiene más importancia: ¿está ligado
el prejuicio necesariamente al autoritarismo? A primera vista no cabe duda
de que podemos tener buenas razones para creer que los autores de The
Autoritarian Personality exageraron el lazo entre ambos fenómenos. Al re-
17. Racismo, prejuicios y discriminación | 591
rios del régimen y su filosofía (Poliakov, 1971). Incluso hoy día existen mo
vimientos intelectuales de extrema derecha (por ejemplo, lo que se denomina
en Francia la « Nueva Derecha») que se ha forjado doctrinas racistas a fin de
dar una justificación filosófica a la discriminación. Y hay que añadir que, en
el interior de la psicología en tanto que disciplina universitaria, siempre ha
habido una signifíoativa corriente de opinión que ha intentado dar razones
cuasícientíficas para creer en la inferioridad intelectual de los no blancos
(véase Billig, 1981, para una discusión de esta tendencia en el interior de
la psicología).
No obstante, en las democracias occidentales contemporáneas, las ideas
abiertamente racistas resultan menos aceptables a nivel social, ya que entran
en conflicto con las normas de tolerancia generalmente admitidas. En conse
cuencia, los resultados más bajos obtenidos por las personas instruidas cuan
do responden a los cuestionarios de evaluación del racismo, pueden deberse
a una cierta sensibilidad ante lo desagradable que les sería parecer racistas.
Bagley y Verma, por ejemplo, subrayan que, si se pide a individuos instruidos
que juzguen a los negros mediante una escala de 1 a 9, éstos están conscien
tes de que si emplean el extremo inferior, ello «produciría un mal efecto».
Las mismas personas, no obstante, podrían discriminar a los negros si se
tratase de ofrecer un empleo, utilizando eventualmente la discriminación, pero
negando el prejuicio, al igual que el hotelero de E l castillo.
La discriminación contra los no blancos y los trabajadores inmigrados en
las democracias occidentales contemporáneas difiere cualitativamente de ,1a dis
criminación de las sociedades abiertamente racistas, como Suráfrica (donde la
minoría numérica es blanca), la Alemania nazi o incluso el sur de los Estados
Unidos de la época de la segregación oficial. En una sociedad abiertamente ra
cista cabe esperar que las acittudes directamente racistas vayan acompañadas
de una discriminación sin ambigüedad y no babrá ningún tabú que prohíba
decir a los miembros de los grupos de la minoría: «Vosotros no sois nada».
Sin embargo, en las democracias occidentales no se ve que la norma de tole
rancia tenga por resultado la ausencia de racismo: de hecho se observa la
persistencia de estereotipos. Pettigrew encontró que sus encuestados del norte
de los Estados Unidos probablemente tenían una visión estereotipada de los
negros parecida a la de los habitantes del sur, pero creían menos en una dis
criminación activa: «Unos y otros comparten en gran medida el estereotipo
del negro perezoso, primitivo, despreocupado y pestilente, pero los del sur,
mucho más que los del norte, quieren negar a los negros los derechos de igual
dad por lo que se refiere a empleo, vivienda y voto» (Pettigrew, 1958, pá
gina 37).
Podríamos atraer la atención sobre la ambigüedad de las actitudes racistas
en las sociedades contemporáneas, donde las normas de tolerancia coexisten
con la persistencia de estereotipos. Esta ambigüedad psicológica también po
dría ir acompañada de las ambigüedades de la discriminación, tal como es
17. Racismo, prejuicios y discriminación | 595
practicada hacia los grupos minoritarios. Por ejemplo, la mayoría de las so
ciedades de Europa occidental tienen importantes contingentes de trabajadores
inmigrados, atraídos por la promesa de salarios elevados y trato «equitativo»,
! os gobiernos han constituido instituciones destinadas a ocuparse del bienes
tar de los inmigrantes y a favorecer las relaciones armoniosas entre los gru
pos. Por otra parte, estos mismos gobiernos autorizan regularmente la discri
minación por parte de las instituciones oficiales, aprueban incluso leyes dis
criminatorias y no hacen gran cosa contra la discriminación económica hacia
las minorías o su hostigamiento por parte de la policía. Las implicaciones psi
cológicas de estas ambiguas prácticas permiten suponer que las actitudes ra
cistas se perpetúan gracias a mecanismos mucho más sutiles que los caracteres
psicológicos, más bien abruptos, del autoritarismo.
Sartre describió a los antisemitas como personas que gozaban con sus pre
juicios y que se deleitaban haciendo declaraciones ultrajantemente sectarias,
incluso si no las tomaban en serio, al menos en su fuero interior. Adorno
y Horkheimer también notaron este aspecto gracioso del prejuicio en el capí
tulo dedicado al antisemitismo, en su obra Dialectique de la raison. En él
examinan el aspecto voluntariamente humorístico o «mimétíco» del prejuicio
que a menudo manifiesta el fanático que se mofa constantemente de la vícti
ma del prejuicio. Si bien el fanático absoluto intenta en cada conversación
llevar la discusión al tema de los judíos o los negros, con la única finali
dad de lanzarse a realizar un número cómico imitando los gestos estereotipados
de los judíos o los negros, podemos suponer que en las democracias contem
poráneas dicho comportamiento en sí no es socialmente aceptable, ya que
transgrede de forma manifiesta las normas de tolerancia. En lugar de manifes
tar su fanatismo y de alabar su ir racionalismo, los individuos sentirán presio
nes sociales que les forzarán a negar sus propíos prejuicios y a afirmar su
propio racionalismo. Si además suponemos que, en la sociedad contemporánea,
el prejuicio no ha desaparecido, nos encontraremos ante una interesante pre
gunta psicológica y realmente importante: ¿cómo puede la gente razonable
tener creencias irrazonables?
Los ps ico sociólogos han desarrollado un aspecto de la teoría del autorita
rismo y, de este modo, han adelantado una respuesta a esta pregunta. En lu
gar de concentrarse en el fondo afectivo del fanático, se concentraron en los
procesos cognitivos del estereotipaje y del pensamiento mediante clisés, mos
trando que estos procesos de base se encuentran mucho más extendidos de
lo que se cree y no son privativos de la minoría que manifiesta el síndrome
autoritario completo. En particular, la teoría de The Authoritarian Personaltty
había supuesto que los conflictos afectivos ocurridos en la primera infancia
596 | Psicología social y problemas sociales
a. Las c o n s ta ta c io n e s de re la c io n e s
Los trabajos de los sociólogos fueron los que más cristalizaron la aten
ción sobre esta cuestión durante la década 1960-1970. Pero desde hacía mu
cho tiempo (desde principios de siglo), los psicólogos se habían dedicado a
establecer progresivamente constataciones básicas.
He aquí, muy esquemáticamente, lo más esencial de estas constataciones:
1 / Existen correlaciones de gran importancia entre tres variables: el medio
social de los alumnos, su éxito escolar y sus rendimientos en los diferentes
tests conocidos de eficiencia intelectual; 2 / La influencia del medio social
sobre el éxito y el destino escolares se observa desde el jardín de infancia pero
aumenta con el nivel de escolaridad; 3 / A pesar de sus esfuerzos, los psicó
logos no han logrado elaborar tests «independientes de la cultura» que esca
pen a la influencia del medio y cuya validez sea incontestable; pero de todos
los tests, aquellos que hacen intervenir el lenguaje son los más diferenciado-
res (véase Reuchlin, 1972; Reuchlin (ed.), 1976).
b. A la b ú s q u e d a d e e x p lic a c io n e s
cas educativas cotidianas que permite clasificar las familias en relación con
estos tres tipos de estructuras del entorno familiar.
Una vez elaborada esta herramienta, Lautrey primero verifica que las es
tructuras interactivas familiares no se repartan de la misma manera de un
medio a otro y que las familias con una estructura favorable (flexible) sean
estadísticamente más numerosas en los medios socialmente favorecidos y vice
versa por lo que respecta a las familias con una estructura desfavorable (rí
gida). En un segundo tiempo, manteniendo constante esta vez el medio so
cial, compara el desarrollo intelectual de los niños dependiendo de si sus fa
milias presentan una u otra de las tres estructuras de interacción educativas.
Los resultados confirman la hipótesis de una influencia del medio que puede
explicarse en parte por medio de las características de la interacción educa
tiva deducibles de la teoría de la inteligencia que había servido como punto
de partida. Estos resultados son sumamente interesantes, pero obviamente
dejan preguntas sín responder.
Una primera pregunta consiste en saber por qué y en qué condiciones
las diferencias de medio social generan los tipos de diferencias observadas
en las interacciones educativas familiares. Otra pregunta consiste en saber
si los resultados obtenidos sólo pueden explicarse por medio de la hipótesis
teórica inicial; tal como son descritos por el cuestionario utilizado es pro
bable que los medios con estructura «flexible» y con estructura «rígida» no
se diferencíen siempre tan sólo por la estructura formal de la interacción,
sino también, en ciertos casos, por las connotaciones afectivas que conllevan,
dejando así sitio para otras pistas explicativas (al menos complementarias).
Finalmente, una última cuestión invita a preguntarse si es o no legítimo creer
que estructuras interactivas formales que se pretenden «universales» siempre
pueden tener las mismas incidencias según la función qu realizan y los signi
ficados que toman en medios con tradiciones sociales diferentes, Pero la pre
gunta presenta tal dificultad que planteársela equivale actualmente a no po
derla responder.
como los de Zoberman (1972), Paillard y Gilly (1972) y Clerc (1970) Los \
procedimientos empleados van desde la entrevista semidirectiva hasta el enes-
tionario, y arrojan resultados que presentan convergencias. Primero, las dife- ■;
r rencías se refieren a las funciones y objetivos prioritarios. Comparadas a las ¡
familias de medios favorecidos, las familias de medios desfavorecidos conce- ¡
den, en promedio, una mayor importancia relativa a las funciones escolares \
tradicionales de instrucción (adquisición de conocimientos básicos) que a las
funciones más amplias de formación cognítiva (apertura y cultivo del espíri
tu); pero al mismo tiempo esperan que la escuela garantice dara y rápida
mente su función de selección bacía los diversos tipos de orientaciones forma-
tivas. En promedio, su discurso además traduce la existencia de actitudes poco
críticas y mucho más conformistas que las de las familias de medios más fa
vorecidos. Paradójicamente, al menos en apariencia, su privación cultural los
lleva a valorar los objetivos conocí mi entos-escola res en los que más se apoya
la escuela en su función de selección en detrimento de sus propios hijos.
Conscientes de que la escuela representa para estos últimos una esperanza
t'i ; de promoción social por medio del saber, casi nunca cuestionan sus finalida
i i '
des y funcionamiento, pero desean, no obstante, saber rápidamente a qué ate
nerse en cuanto al porvenir, de ahí su deseo realista de que la escuela ga
rantice,con claridad su función de evaluación-orientación.
Sabemos muy poco acerca de los mecanismos psicológicos a través de los
cuales pueden actuar estas diferencias de representación, de actitud y de ex
pectativa familiares para fayorecer o no la adaptación escolar. Una de las
cuestiones importantes planteadas consiste en saber cómo se traducen las re
presentaciones y actitudes de los padres, analizadas a partir de hechos pro
ducidos en una interacción social dual adulta entre padres y psicólogo, cuan-
de los padres se dirigen al niño. En dos investigaciones recientes (en colabo
ración con A. Bochede, C. Bocbede, R. San e I. Rouges) se mostraba a ma
dres o futuras madres varios dibujos-estímulos que representaban a una madre,
a su hijo y, en ocasiones, al maestro, acerca de pequeños problemas escolares.
El procedimiento consistía en proponer a las participantes un juego de rol,
invitándolas a que interpretaran a su manera el rol de la madre represen
tada, mientras que el psicólogo interpretaba el rol del niño, siguiendo un
guión establecido previamente. El postulado metodológico subyacente es el
de una proyección, en una situación arreglada, del discurso mantenido de for
ma habitual en la familia (postulado sin duda discutible). Se realizaron dos
comparaciones entre familias de medios contrastados: una con madres que
no tenían hijos por encima del curso preparatorio y otra con mujeres em
barazadas que esperaban su primer hijo. En ambos casos las diferencias re
sultan claras y se organizan en tomo a tres ejes: el primero se refiere a la
actitud general más o menos comprensiva y desdramatizadora o, al contrario,
incomprensiva y estimulante de conflictos; el segundo está relacionado con
la manera de hablar de la escuela en tanto que objeto más o menos «fami-
18. Pslcosoclología de la educación | 609
C. Representaciones y educación
a. Las p e rc e p c io n e s o re p re s e n ta c io n e s re c ip ro c a s
m a e s tro -a lu m n o
Los dispositivos utilizados por los autores siempre tienen por finalidad
obtener de una de las dos categorías de interlocutores una producción ver
bal sobre el otro. De esta forma, los enfoques pueden diferir, dependiendo
de que el objeto sobre el que se solicita la producción verbal sea una entidad
abstracta (los alumnos o una categoría determinada de alumnos en general,
por ejemplo) o, por el contrario, individuos concretos (un alumno o un maes
tro en particular). Estos enfoques también pueden diferir dependiendo de
las técnicas aplicadas: técnicas directas que interrogan de entrada sobre el
objeto estudiado; técnicas indirectas que no preguntan directamente sobre
el objeto, pero que hacen necesariamente que la persona hable sobre él, que
emita opiniones sobre el tema. En todos los casos, los tratamientos efectuados
permiten caracterizar las imágenes generales subyacentes desde el triple pun
to de vista de la actitud, la información y el campo de representación. Quien
habla de estudio del campo, habla del estudio de la organización de las pro
ducciones verbales por medio de técnicas variadas de análisis estructural de
los datos.
b. D e las re p re s e n ta c io n e s d e l in te rlo c u to r a la a c c ió n p e d a g ó g ic a
nes necesarias para producir los cambios previstos en los diferentes eslabones
de la cadena.
En un trabajo experimental realizado con 50 clases primarias; Zaffrila
(1982) muestra, por ejemplo, que el sesgo de información que introduce ten
drá tantas menos probabilidades de poder modificar las representaciones ini
ciales de los maestros, cuanto mayor sea la importancia de la dimensión
sincrética de su percepción de los alumnos, cuanto mayor edad tengan y cuan-
10 menor sea el número de alumnos en su clase. La primera variable remite
11 la mayor o menor inercia del sistema habitual de captación, según el lugar
que en él ocupe la impresión general. Las otras dos variables remiten a la
mayor o menor confianza concedida a los juicios iniciales, según las condi
ciones {experiencia, efectivos) en que son expresados.
Pero no basta con poder modificar la representación que tiene el maestro
de algunos de sus alumnos para que se produzcan efectos de expectativa. La
previsión del investigador es, por otra parte, que el maestro manifestará
(consciente o inconscientemente) un nuevo interés por el alumno valorado
de forma arbitraria. Este postulado significa que el investigador adopta cierto
modelo de funcionamiento de la escuela y de funcionamiento profesional del
maestro. La experimentación permitirá verificar la hipótesis únicamente si el
postulado implícito del investigador es correcto. Si no lo es, en uno u otro
caso debido a concepciones y prácticas pedagógicas reales, el sesgo de infor
mación ya no tendrá por qué producir los efectos previstos.
a. D 0 3 tip o s de enfoque
b. A c e r c a de las in te ra c c io n e s m a e s t ro -a lu m n o s
d. O b s e r v a c io n e s finales
El interés de los últimos trabajos de los que hemos hablado reside en que
parten de una reflexión que intenta articular diferentes campos teóricos. Una
de las virtudes de la psicosociología de la educación consiste en obligar a rea
lizar dichas articulaciones. Su propio objeto la obliga a ello, ya que no puede
definirse de otra manera sino como la intersección de lo social y de lo indi
vidual. De esta forma no hay nada sorprendente en que una teoría del desü
rrollo individua] tan potente como la de Piaget haya ocupado un lugar en
la reflexión teórica de numerosos ps ico sociólogos. No para una aplicación me
cánica, sino como hemos visto, para inspirar hipótesis que la cuestionan a su
vez por el papel que conceden a lo social en la elaboración cognitiva.
Por otra parte, el procedimiento utilizado en estos últimos trabajos po-
626 | Psicología social y problemas sociales
a. Las finalidades
tendón del mensaje; también parece existir a nivel individual una interacdón
de los factores estilísticos con los rasgos de personalidad. De esta forma,
Sandell considera que el cambio de actitud depende de un factor cognitivo
y de un factor motivacional, caracterizado como el consentimiento del sujeto
a ser influenciado por una fuente determinada; a su vez, este consentimiento
dependería de la similitud percibida por el receptor entre él y la fuente.
Se han emprendido diversos estudios empíricos a fin de poner a prueba
este modelo explicativo que se halla, a] menos parcialmente, confirmado.
Así, una de las experiencias de Sandell se desarrolla en dos partes. En la
primera fase, cada sujeto debe describirse a sí mismo redactando un texto
de 150 a 200 palabras; luego debe escribir otro texto exponiendo sus ideas
en materia de purificación del agua, y finalmente es sometido a dos inven
tarios de personalidad. Durante la segunda fase, que tiene lugar una semana
más tarde, los sujetos leen, antes que nada, un mensaje sobre el tratamiento
del agua. Enseguida se les pide que describan al autor de este texto, tal
como lo perciben a través de su lectura; después aplican los mismos inven
tarios de personalidad de los que habían sido objeto al autor, tal como lo
imaginan; por último, ellos mismos aprecian, por medio de una escala, su
eventual cambio de actitud en lo que se refiere al tratamiento del agua.
Primero, Sandell evalúa la similitud que existe entre el texto escrito por
cada sujeto sobre este tema y el texto experimental propuesto en la segunda
parte de la investigación. Para ello utiliza diferentes indicadores, como el
porcentaje de adjetivos, el porcentaje de sustantivos, la longitud media de las
frases, etc. Asimismo, Sandell evalúa la similitud entre la personalidad «real»
de cada sujeto y la personalidad que este último atribuye a la fuente. De
este modo aparece una fuerte correlación positiva entre estas dos evaluacio
nes: mientras más parecidas sean las escrituras del sujeto y la fuente, mayor
será la tendencia del sujeto a atribuirle una personalidad parecida a la suya.
Por otra parte se constata otra correlación positiva entre la similitud personal
y el cambio de actitud: los sujetos son más sensibles a la acción persuasiva
de la fuente si le atribuyen sus propias características de personalidad.
Eventualmente, el punto de vista prescriptivo se apoyaría en dichos re
sultados para preconizar modalidades eficaces de concepción del mensaje per
suasivo, De esta forma podemos ver cómo varias perspectivas pueden articu
larse en el estudio de los fenómenos de comunicación y conducir a un cono
cimiento integrado. No obstante, no hay que confundirse: por una parte,
estas articulaciones son relativamente raras en la inmensa literatura publicada
sobre este tema, que muestra más bien dispersión y disyunción; por otra
parte, la necesidad misma de estas relaciones constituye tanto una promesa
de enriquecimiento como un signo de relativo desconcierto. En otros térmi
nos, podemos preguntarnos cuál es el envite real del conocimiento que hay
que establecer acerca de la comunicación de masas; un registro naturalista
(descripción), una forma de tecnología política (prescripción) o una teoría
19, La comunicación de masas [ 631
1 f La recepción. — Antes que nada resulta evidente que todos los indi
viduos no consumen la misma cantidad de medios de comunicación de masas:
la nociór. de «telespectador», por ejemplo, tan ampliamente utilizada por
los propios media, es una abstracción que oculta una asiduidad extrema
damente variable que depende de la edad, el nivel cultural, la categoría socio
económica, etc. Algunas personas nunca leen el periódico o alguna revista,
mientras que otras compran varios con regularidad. En pocas palabras, un
canal, en el sentido general de esta palabra, no llega a todo el mundo de la
misma manera. Por esta razón, la unificación aparente de un público única
mente a través de las posibilidades técnicas de difusión a gran escala no es,
de hecho, más que una ilusión. Podemos dudar a fortiori de la validez de las
concepciones de McLuhan (1964; 1967), para quien la naturaleza misma de
las comunicaciones audiovisuales en la «era electrónica» bastaría para tras
tornar los sistemas de valores y los marcos de pensamiento.
634 | Psicología social y problemas sociales
Pero hay más. En una amplia medida, el individuo elige los medías que
consume y a los que se expone; y dentro de cada media, por ejemplo, el
diario, la radío o la televisión (Frank y Greenberg, 1982), selecciona los
contenidos disponibles según sus características personales, psicosociales y
sociales. Sobre todo sus actitudes constituyen un filtro de gran sensibilidad:
así sabemos desde Lazarsfeld, Berelson y Gaudet (1948) que en período elec
toral los individuos se muestran más dispuestos a exponerse a la propaganda
de su propio partido, o al menos de su propia sensibilidad política, que a la
propaganda del partido oponente.
Por otra parte, los «fabricantes» de los medias siempre apuntan bacía
una categoría determinada de receptores, elaboran un cierto perfil de clien
tela, lo confortan y se conforman a él. De esta forma se opera una doble se
lección convergente, cuyo resultado es más conservador que innovador: re
flejos o testigos, los media no son prioritariamente agentes de cambio.
La influencia personal ejercida por los guías de opinión presenta cinco ca
racterísticas principales que permiten explicar su eficacia en términos inter
activos y posicionales:
1. ° La exposición a un- medio de comunicación de masa siempre movi
liza hasta cierto punto el sistema de las actitudes del receptor y sus «meca
nismos de defensa»; de este modo, el individuo se prepara para aceptar o
rechazar, incluso para interrumpir la recepción, con lo que resulta tanto más
difícil de convencer. Por el contrario, los contactos interpersonales con una
persona próxima (pariente, amigo, vecino, compañero de trabajo) se prestan
muy bien, debido a su banalidad y su «inocencia», a una acción de influen
cia; es así, por ejemplo, que se constituyen y propagan los rumores. La pro
ximidad social de la fuente y su carácter informal aumentan su credibilidad.
2. ° Otra propiedad, específicamente interactiva, del contacto interperso
nal se refiere a la inmanencia de sus efectos: un desacuerdo con el interlocutor
representa un cierto coste psicológico y crea una fuente de tensión que se
hace sentir inmediatamente; el acuerdo, la connivencia y el reparto aportan
satisfacciones de consumo en el mismo instante en que son experimentados.
Esto no tiene nada en común con los media que no pueden utilizar estas
palancas relaciónales para intentar provocar la adhesión.
3. ° El encuentro interpersonal se caracteriza igualmente por su flexibi
lidad, su capacidad de modularse según las reacciones del interlocutor y de
adoptar así, por medio de esta adaptación, la táctica de influencia más eficaz.
Privados de esta posibilidad, ya que no disponen instantáneamente de una
información de retorno sobre las reacciones de sus receptores, los media
formales a veces no alcanzan sus metas por torpeza y exceso de celo, incapa
ces como son de reducir o evitar las resistencias a medida que éstas van apa
reciendo.
4." Al pertenecer al mismo grupo, al guía de opinión se le atribuyen los
mismos intereses: por consiguiente, lo que le concierne y lo que repercute
636 | Psicología social y problemas sociales
es considerado por sus receptores como algo que también Ies concierne a
ellos. Así, la confianza y la identificación refuerzan, e incluso reemplazan, la
plausíbilidad del mensaje. Por otra parte, los propios guías de opinión selec
cionan los mensajes según su credibilidad: en este aspecto existe un «efecto
general de fuente», ya que algunos medios de información son objeto de una
mayor confianza que otros (véase Marhuenda, 1979).
5.° Finalmente, el contacto interpersonal en ocasiones obtiene su efica
cia de su propia personalización: en otros términos, a veces los individuos
adoptan una opinión y modifican su actitud efectiva por simpatía hacia el
interlocutor y no tras una reflexión o un cuestionamiento provocados por
éste.
En suma, la acción de los guías de opinión es facilitada por su carácter
inopinado (l.°), por estar inscritos en una relación directa (2.°), por su fle
xibilidad adaptativa (3.°), por sus posibilidades de identificación que la sub
tienden (4.°) y por la simpatía de la que procede (5 A).
Sin excluir la posibilidad ocasional de una influencia directa masiva, se
observa que la penetración de los medias pasa por procesos interpersonales
que tienen lugar en un tejido psicosocial preexistente. Aún debemos anali
zar mejor este último, sobre todo en lo que respecta a la diferenciación de
los roles.
Así se observa que estas personas están mucho mejor informadas y do
cumentadas que los demás miembros de su grupo: en efecto, los guías de
opinión son grandes consumidores de información y asiduos receptores de di
versos medias. Asimismo parecen mantener un mayor número de contactos
personales. Es así, por ejemplo, que los investigadores científicos más influ
yentes de un laboratorio (es decir, los que son elegidos con mayor frecuencia
por sus colegas para realizar intercambios profesionales) son al mismo tiempo
quienes leen el mayor número de revistas especializadas y poseen el mayor
19. La comunicación de masas | 637
— antes que nada y comenzando por el más general, las relaciones que exis
ten en un momento dado entre los diferentes grupos que componen la po
blación de conjunto: intercambios, cooperación o competición, conflicto,
indiferencia, ignorancia, etc,;
— al mismo tiempo, la representación que tienen de estos diversos grupos
los miembros del grupo en cuestión;
— después, la estructura interna de este último, donde se distinguirá la es
tructura institucional o formal (jerarquías de poder, de saber, de anti
güedad, etc.) y la estructura afectiva o informal (afinidades y rechazos,
prestigio, confianza, etc.);
— por último, las actitudes y costumbres características del grupo respecto
al objeto de la comunicación (juicios, grado de implicación, conocimien
tos anteriores, etc.).
está en el fondo sola, sino que siempre se refiere, de una manera u otra, a
su existencia social y es a partir de ésta que su rol propio es especificado y
no a la inversa.
c. El d e v e n ir de l m e n s a je
— lo que se ha conservado;
— lo que ha desaparecido;
— lo que ha sido añadido.
«Soy carnicero. El ordena a todos los hipócritas que desean agradarle, que
coman de vigilia todos los días... por amor a Cristo Rey, y también y sobre
todo por que la ciudad ya no tiene dinero para comprar reses. Pero, aún así,
¿cree realmente que una organización municipal que ordena la vigilia seis
días a la semana puede ser aceptada por el gremio de carniceros? ¡Y yo soy
carnicero!» 3
2, A. Salación, La Ierre es¡ ronde, París, Gallímard, 1945; acto III, escena I.
19. La comunicación de masas ¡ 641
a. La difusión
b. La p ro pag ac ión
rarquía y una historia propias: el caso de la Iglesia católica, elegido por Mos
covia (op. cit.), constituye un ejemplo perfecto. En lo esencial, la propagación
pretende armonizar los aspectos o implicaciones del objeto del que habla con
los principios que dan fundamento a la especificidad del grupo; de este modo
intenta reducir las «crisis de conciencia» y las eventuales oposiciones, mi
nimizar las contradicciones y las fuentes de conflicto. En una palabra, su fi
nalidad es la integración de una nueva información, molesta o desconcertante,
dentro de un sistema de razonamiento y juicio ya existente; se trata de un
modo de regulación de la ortodoxia (véase Deconcby, 1971).
Desde esta prespectiva, la propagación no intenta imponer una opinión
a sus receptores, sino que, más incitadora que imperativa, se limita a in
terpretar los fenómenos y situaciones, atribuyéndoles un sentido referido a
las convicciones del grupo. De esta forma hace que el individuo elabore o
reconsidere sus conductas en función de estos mensajes interpretativos. Por
ejemplo, en los años cincuenta, la Iglesia no se pronunciaba sobre el psicoaná
lisis, sino que se limitaba, en lo esencial, a subrayar la ausencia de incompati
bilidad entre los principios de la fe y el recurso a un psicoanalista. Separando
así el nivel religioso del nivel terapéutico y evitando de esta manera todo
encuentro conflictivo, la Iglesia permitía a los fieles que lo deseaban some
terse a dicho tratamiento. Más recientemente se ba podido constatar la misma
actitud respecto a los fenómenos paranormales o ciertas ideologías políticas.
Aquí generalmente intervienen diversos mecanismos de racionalización
a fin de justificar y mantener la integridad del sistema de pensamiento pre
existente: distinciones formales o casuales («no hay que confundir..,»), ne
gaciones de pertinencia («no tenemos nada que decir acerca d e...», «eso no
nos concierne»), asimilación a referencias familiares («no hay nada nuevo
bajo el sol»), etc.
Por último, a diferencia de la difusión, la propagación se regula mediante
la diferenciación de las audiencias: constantemente recurre a una historia,
costumbres y normas particulares. Habla un lenguaje convenido. Ahora bien,
quienes mejor dominan este código específico ocupan dentro del grupo posi
ciones jerárquicas de responsabilidad e influencia; por lo que constituyen la
primera audiencia de la propagación y funcionan después como guías de opi
nión ante una segunda audiencia, más amplia y menos iniciada en los arcanos
de la ortodoxia (la grey, los fieles, los militantes, etc.).
c. La p ropaganda
blemente en desuso; por consiguiente, hay que considerar esta cuestión con
mayor detenimiento.
4. R. Brasillach, Comme le temps passe, París, Pión, 1937; reed. Press e-Pocket, 1978,
páf!. 302.
646 | Psicología social y problemas sociales
Por otra parte señalaremos que la propaganda, cualquiera que sean sus
efectos directos, manifiesta siempre la existencia de un grupo organizado;
da testimonio en sí misma de la presencia y de la acción de su fuente, cum
pliendo así una especie de función de «saturación». Para alcanzar mejor este
resultado, la propaganda siempre es multíplicadora, en el espado y en el
tiempo: sus agentes se esfuerzan por pegar el mayor número posible de car
teles, cubriendo o destruyendo los del adversario, distribuyen panfletos, re
piten hasta la saciedad las consignas y órdenes del día, inscriben en todas
partes el símbolo de su partido, etc. De esta forma, las cruces diseminadas
por los caminos del mundo cristiano recordaban a los viajeros y pasantes que
vivían en un mundo cristiano. Esta omnipresencia tiene por finalidad provocar
en la mayoría de los receptores un sentimiento de poderío, compartido o te
mido: por esta razón se hablará de un efecto de encuadramiento de la pro
paganda.
Por último, la propaganda tiene otra incidencia: reforzar las actitudes ya
formadas, confirmar las elecciones ya pronunciadas. Muestra o recuerda a los
destinatarios lo bien fundado de sus convicciones, la exactitud de sus puntos
de vista, el progreso de sus empresas. Y los receptores no se equivocan,
puesto cue frecuentan asiduamente las fuentes de propaganda que les con
fortan, evitando o denigrando a las otras fuentes (fenómeno de la exposición
selectiva). A este respecto, la propaganda funciona como un instrumento de
mantenimiento. Señalaremos asimismo que en general es al menos tan intensa
tras la toma del poder como antes: por consiguiente, resulta al menos tan
necesaria.
Estas nociones, sin duda burdas, sobre el crecimiento de las masas y los
problemas correspondientes se han convertido en parte integrante de nuestra
representación de la época. Conjuntamente con los datos de la experiencia
y de la representación visual forman la imagen de masa y le confieren su
significado vital. Por consiguiente, para elaborar una psicología social de las
masas a finales del siglo xx, ya no basta con estudiar las muchedumbres y
los líderes, o los efectos del hacinamiento en los pequeños y grandes grupos;
654 | Psicología social y problemas sociales
las ideas comunes, correctas o erróneas, sobre las masas y los problemas dei;
masas son igualmente importantes.
a. C a t e g o r ía s y d im e n s io n e s de la c o le c tiv id a d
b. M a s a s y m u c h e d u m b r e s en la teoría y la in v e s t ig a c ió n
p s ic o ló g ic a s
tos de un individuo hay que conocer las estructuras sociales, culturales, jurí
dicas, morales y religiosas en cuyo seno y gracias a las cuales se desarrolla
la conciencia individual. Este conocimiento debía ser elaborado por una psi
cología (social) de los pueblos (Volkerpsychologie). Históricamente, esta exi
gencia no se ha realizado y, no obstante, el problema continúa. Sí aplicamos
esta óptica al objeto de este capítulo, intentando comprender por qué los
individuos se reúnen para formar grupos o muchedumbres, su manera de vi
vir esta experiencia y su comportamiento en el seno dé estas reuniones, de
bemos tener una idea del significado social de estas muchedumbres y com
prender lo que representa la participación en una muchedumbre para cada
individuo perteneciente a una sociedad determinada. Puesto que la psicología
tradicional se ha interesado por el aspecto individual de estas cuestiones,
abandonando su aspecto social a la sociología, una respuesta adecuada, al
menos a nivel teórico, sólo puede provenir de un esfuerzo interdisciplinario,
Para la psicología social, que hunde sus raíces en ambas disciplinas, es de gran
importancia explicar la interacción entre lo social y lo individual. Y aún más
para la psicología social de las muchedumbres y el hacinamiento, en la medida
en que los fenómenos de masas cuyos ejemplos hemos citado, si bien proce
den de individuos que viven su vida dentro y fuera de los diferentes tipos
de muchedumbres, también son las manifestaciones de estructuras y movi
mientos sociales.
Es cierto que la psicología de las muchedumbres ha reconocido desde sus
inicios que la relación entre la_ masa y el individuo resultaba problemática.
Sin embargo las soluciones teóricas propuestas para comprender esta relación
eran muy a menudo unívocas y no tomaban en consideración una interacción
dialéctica. Se prefería explicar las experiencias y el comportamiento de (los
individuos en) las muchedumbres, ya sea en términos 1 / «colectivistas» (o
de muchedumbre), o bien en términos 2 j «individualistas» a niveles teórico
y metodológico. Examinaremos ambos procedimientos y veremos a dónde
nos han llevado.
la figura del líder puede ser representada por una idea fuerte, como a menudo
sucede con las muchedumbres políticas o religiosas (Freud, 1921, pág. 109).
Por consiguiente, es esta repetición mitológica e histórica, supuestamente
universal, de la situación de «horda» la que, en ultima instancia, hace del
inconsciente una entidad colectiva, similar a lo que Le Bon denominaba el
«espíritu de la raza», con sus «elementos psicológicos inalterables», subya
cente al espíritu de la muchedumbre, más lábil y transitorio.
Ni Le Bon ni Freud limitaban su psicología de la muchedumbre a las
«muchedumbres callejeras»; también se referían a los grupos, las institucio
nes (el ejército, la Iglesia), a amplios conjuntos dispersos o incluso a la tota
lidad de un pueblo o de una nación. Así pues, las características del espíritu
de la muchedumbre eran generalizadas a cualquier miembro de una «socie
dad de masas», incluso a cualquier contemporáneo de la edad de las masas, es
decir, al «hombre de las masas». Siguiendo las huellas de historiadores o fi
lósofos como Alexis de Tocqueville, Jacob Burckhardt y Friedrich Nietzscbe,
profetas de la edad de las masas y de la masificación, se convirtió en lugar
común en el campo de la crítica y de las ciencias sociales caracterizar al hom
bre de las masas como «hombre medio» (Ortega y Gasset), u «hombre dé
la calle», es decir, un tipo genérico sin signo distintivo, sin individualidad
aparente, altamente conformista, con opiniones, gustos y costumbres situadas
en la media, sin espíritu crítico y abierto ante las sugestiones autoritarias del
líder o de los media, etc. (véase Lang y Lang, 1961).
Debido a esta generalización llevada a cabo inicialmente por Le Bon y
Freud, y adoptada por sus sucesores, la principal distinción entre las muche
dumbres psicológicas y las otras colectividades se difuminó: el «hombre de
la muchedumbre» en situaciones específicas y el «hombre de las masas» pa
san por tener muchas cosas en común. Intentaremos establecer una diferencia
psicológica significativa entre las mentalidades y los comportamientos de las
personas, dependiendo de que pertenezcan a una muchedumbre real o única
mente a la «era de las muchedumbres» o a la «edad de las masas»; pero antes
debemos examinar otra manera de abordar la mentalidad y el comportamiento
de las muchedumbres.
Para este autor no existe duda alguna de que la perspectiva realmente psico
lógica es la perspectiva individual. En efecto, «únicamente en el individuo
encontramos los mecanismos de comportamiento y el nivel de conciencia ne
cesarios para la interacción entre individuos» (Allport, 1924, VI). Y funda
menta así esta afirmación: comportamiento y conciencia presuponen el fun
cionamiento de un sistema nervioso, del que sólo están provistos los individuos
y no los grupos. Es por ello que «la psicología social no debe definirse por
oposición a la psicología del individuo, pues forma parte integrante de la
psicología del individuo, del que estudia el comportamiento en relación con
esta parte del entorno representada por sus semejantes» (op. cit., pág. 4).
En esa época, el principal adversario de Allport era McDougall (1920),
quien estaba convencido de que los psicólogos debían reconocer «la existencia,
en cierta medida, de una conciencia supra-individual o colectiva» {op, cit., pá
gina 9). Por esta razón, Allport comienza su análisis de la «situación de
grupo» con una crítica de lo que él denomina la «ilusión de grupo». Al igual
que Freud, Allport no cuestiona las pretendidas descripciones de k experien
cia de grupo realizadas por Le Bon y otros autores, al menos por lo que res
pecta al predominio de los impulsos fundamentales y el aumento de la afec
tividad. Estos elementos incluso se integran en su definición de muchedum
bre, «reunión de individuos preocupados por el mismo objeto, ante el que
todos reaccionan, manifestando reacciones simples, predominantes y acompa
ñadas de fuertes respuestas emocionales» {op. cit., pág 292), También con
sidera que, desde un punto de vista dinámico, una muchedumbre es «un fe
nómeno de sugestión de gran amplitud» {ibtd.).
No obstante, a un nivel más explicativo se nos dice que, en una situa
ción de muchedumbre, «los actos de todos no son nada más que los actos
de cada uno tomados por separado» {op. cit., pág. 5). Cuando afirmamos que
la muchedumbre está excitada, que es impulsiva e irracional, «queremos de
cir que los individuos están excitados, que son impulsivos e irracionales».
Si están más excitados dentro de una muchedumbre que solos, esto tiene su
explicación: «En un grupo donde predomina la promiscuidad, cada individuo
es estimulado a tal punto por el comportamiento emocional de los demás
que se encuentra excitado a un grado desacostumbrado» (ibíd.). O más sim
plemente: «El individuo en el seno de una muchedumbre se conduce exacta
mente como lo haría estando solo, pero con un punto de más» {op. cit., pá
gina 295).
Así pues, en una muchedumbre no surge una unidad colectiva, sino una
interestimulación recíproca. Al hablar de sus estudios experimentales sobre
la «sinergia social» en los grupos que trabajan en conjunto, Allport introduce
el concepto de facilitación social: se trata de un «aumento de la respuesta
debido al simple hecho de ver o escuchar que los demás realizan los mismos
movimientos» (op. cit., pág, 262). Sin embargo, mientras que en un grupo
de trabajadores es esencialmente la rapidez o la cantidad de trabajo lo que
20. Masas, muchedumbres y densidad | 665
de los grupos; esta última nos ha enseñado cómo las personas entre quienes
se establece una interacción de cierta duración elaboran reglas de comporta
miento, normas de conducta, en la medida en que se manifiesta una regulari
dad de comportamiento. Vemos cómo este mismo fenómeno se produce en
las muchedumbres, si estamos dispuestos a admitir que ciertos actos conside
rados habitual mente como anormales (desviados, patológicos), obedecen a
normas que les son propias, que las muchedumbres «incontroladas» se some
ten en realidad a reglas que les son propias, si aprendemos a reconocer una
estructura, una diferenciación, en lo que llamábamos «amorfo» y «primitivo».
Fortalecidos con este nuevo punto de vista sobre la muchedumbre y los
fenómenos de masa, los psicólogos sociales quizá estarán mejor preparados
para emprender lo que ha sido, hasta ahora, olvidado de manera deplorable;
una investigación empírica sobre los fenómenos colectivos.
con seres humanos como con animales se desprendía generalmente que la den
sidad es un agente de stress que provoca todo tipo de anomalías fisiológicas,
de comportamiento y sociales.
Sin embargo, estas constataciones generales, salpicadas de especulaciones,
no contribuyen mucho a comprender mejor este problema. La pregunta sigue
siendo: ¿cómo conceptualizar esta relación entre las condiciones objetivas de
densidad y los efectos observados? ¿Es justificado pensar la densidad en tér
minos exclusivamente negativos, a pesar de que nuestra experiencia nos dice
que existen numerosas situaciones de densidad que apreciamos de forma po
s i t i v a y de las que esperamos una estimulación agradable: la densidad que
encontramos en las gradas de un estadio, la alegre muchedumbre de una fiesta
o el entusiasta público de una representación teatral?
Un análisis más fino de los resultados de la investigación experimental
realizada con animales mostraba que, en ciertos casos, el tamaño del gtupo
— el número absoluto de individuos presentes— era más importante que el
espacio disponible para cada individuo o para el grupo en su conjunto, y
que el impacto de estas variables era diferente según la especie en cuestión
(especies con «contacto», como los ratones y las ratas, o especies sin «con
tacto» como las liebres), el sexo del animal o la organización social del
grupo.
Según estos estudios, no resultaba indiferente que la variación de la den
sidad se hiciese disminuyendo el espacio disponible, aumentando el número
de individuos o modificando la distancia interindividual; debido a ello actual
mente se reconoce en gran medida que estos tres factores deben estudiarse
por separado (y en combinación recíproca). Hoy día es admisible hablar de
densidad social si nos referimos al número de personas en un espacio deter
minado. Para hacer variar la densidad social hay que aumentar o disminuir
el tamaño del grupo, manteniendo constante el espacio para cada individuo.
La noción de densidad espacial pone el acento sobre el espacio disponible
para cada individuo. Para hacerla variar se mantiene constante el tamaño del
grupo y se modifica el espacio dedicado a cada individuo. La distancia inter
personal o proximidad también puede variar independientemente de las va
riaciones de la densidad espacial o social: por ejemplo, dependiendo de que
cinco personas estén repartidas por una habitación a intervalos regulares o
sentadas muy juntas una de otra. No obstante, conviene señalar que en nu
merosas circunstancias de la vida de todos los días, estas tres variables se
confunden. Un aumento del número de personas ( — densidad social) normal
mente implica una disminución del espacio disponible ( = densidad espacial),
así como un aumento de la promiscuidad ( = proximidad interpersonal).
De los escenarios utilizados como ejemplo al principio de este capítulo
debería resultar evidente que estas distinciones analíticas revisten una gran
importancia. Si consideramos diferentes densidades sociales, pondremos el
acento en los efectos en sí del número de personas en una situación deter
S72 | Psicología social y problemas sociales
D, El uno y lo múltiple
Sólo existen dos formas de considerar las masas o las muchedumbres: cen
trarse en la muchedumbre en su conjunto o en los individuos que la constitu
20. Masas, muchedumbres y densidad | 677
yen. Esto no tiene nada de específico, ya que donde quiera que veamos mul
titudes, bien podemos set impresionados por la multitud en tanto que tal, el
cíelo estrellado por ejemplo, o bien aislar grupos: constelaciones como An
drómeda u Orion, o bien, aislar individuos: Sirio o Vega. En ocasiones obser
vamos multitudes en las que el individuo está sumergido en la masa (un en
jambre de abejas o un banco de peces), mientras que en otros prepondera
el individuo: la torre Eiffel, por ejemplo, entre las otras torres, o mi hijo
entre todos los niños. Entre ambos extremos existe una amplia gama de fe
nómenos a los cuales es posible aplicar ambos enfoques: grupo o individuo.
Pero sólo uno de ellos atrae nuestra atención: o bien el todo o la unidad,
o bien la familia entera o bien mamá, pero ratamente ambas cosas. De ma
nera similar, en psicología social concebimos al grupo o al individuo como
entidades englobadas en la muchedumbre u opuestas a ella. Esta perspectiva
dual (que desgraciadamente puede petrificarse en una dicotomía) es típica de
una concepción general de lo social en las ciencias sociales. Lo social se con
cibe bien como un cuerpo supraindivídual de coacciones más o menos norma
tivas, o bien desde la perspectiva de las interacciones entre individuos.
Conviene saber que es absurdo considerar lo social sin hacer otro tanto
con el individuo que constituye los grupos, las muchedumbres, las institucio
nes y las masas, y que resulta igualmente absurdo concebir un individuo
a-social. Pero una vez planteada esta cuestión, la elección de la perspectiva
depende del centro de interés de la investigación. Si deseamos saber cómo
varían la vivencia individual y el comportamiento en diferentes condiciones
de entorno, uno de los parámetros que hay que tomar en consideración es la
muchedumbre (siempre que ésta sea correctamente definida). Si así descubri
mos (por medio de la observación o de testimonios) que, por ejemplo, la li
bertad de movimiento y el control cognitivo están reducidos, mientras que se
exagera la afectividad, resultaría apresurado concluir que la muchedumbre
constituye un «stress» bajo cuyo efecto se «deteriora» el comportamiento.
Primero tenemos que saber si la muchedumbre ejerce (y sobre quién) un
efecto agradable o desagradable. Ya que ni el relajamiento de las coacciones,
ni el hecho de tirar cada cual por su lado, ni la exaltación emocional son
necesariamente, como piensan algunos autores, estados negativos. «Fundirse»
en la masa, «sumergirse» en la muchedumbre, ser estimulado o conmovido
por compañeros anónimos, todo ello puede constituir un placer para algunos,
para aquellos que sólo buscan ser «un hombre en la muchedumbre», inte
grarse a ella. Otros, incorporados involuntariamente a la muchedumbre, ex
perimentan un sentimiento de coacción, se sienten perdidos y resienten todo
ello e incluso sus propias reacciones afectivas como una experiencia penosa.
La muchedumbre, considerada aquí como un tipo particular de entorno so
cial, puede ser objetivamente la misma en ambos casos. Cuando hablamos
de una «alegre banda» o de una «horda desenfrenada», nos referimos a los
sentimientos v a las acciones de la mayoría de los participantes: la alegría,
678 ¡ Psicología social y problemas sociales
la cólera, los actos no existen fuera de los individuos que, no obstante, ac
túan conjuntamente, se comunican su alegría o su cólera.
La situación es psicológicamente diferente si un individuo aislado se en
cuentra ante una muchedumbre que adopta hacia él una actitud amenazadora
o burlona. En este caso se percibe con razón a la muchedumbre como una
entidad que actúa de forma global y poco importa distinguir en ella de for
ma aislada ciertos elementes. Son «Ellos» quienes me amenazan o me ponen
en ridículo. Dos actores están en liza, uno colectivo y otro individual. Mien
tras que en el primer caso la muchedumbre es un entorno social determinado
(un medio ambiente) en el que se modifican la experiencia y el comporta
miento de un individuo, en el presente caso, la muchedumbre es un actor
social, o al menos es percibido como tal: la atención se centra más bien en
lo colectivo que en lo individual.
Más que cualquier otra, la masa política o religiosa es un actor social o
una unidad que actúa guiada por una orientación única, se comporta de ma
nera uniforme inspirada por una creencia común y lucha por un mismo obje
tivo. Estas muchedumbres no sólo se parecen a grupos, sino que conviene
analizarlas de la misma manera: cualquiera que sea su tamaño, son sus nor
mas, sus reglas, los roles que se otorgan a sí mismas, las que constituyen su
unidad social. Una vez más estamos en condiciones de recentrar la perspec
tiva sobre los individuos, en la medida en que discernimos ciertos roles en
la muchedumbre (líderes, jefes de coro o lanzadores de consignas, contradic
tores, bromistas, gamberros).
Esta vez no estamos ante individuos «sumergidos» en la muchedumbre
que pierden todo control racional y toda libertad de movimiento o que re
nuncian a ellos; tampoco se trata de individuos que se oponen a la muche
dumbre. Estamos frente a individuos que forman parte de la muchedumbre,
que son reconocidos por ella, que son amados, tolerados u odiados por su
función social dentro de la muchedumbre. Son identificados por los demás,
pero no necesariamente por aquellos que se hallan fuera de la muchedum
bre; pero su identidad es menos individual que social; son reconocidos y
juzgados según la manera de desempeñar una función determinada. Y en
retorno, son esas mismas funciones las que activan, escoltan y refuerzan los
poderes de esos individuos. Es la muchedumbre, y a menudo ella sola, la
que los hace visibles, la que les concede fuerza y satisfacción. La muche
dumbre les permite ser alguien, salir del anonimato y la mediocridad coti
dianos. La muchedumbre no les inflige pérdida alguna; al contrario, con ella
ganan dominio y libertad, y quizás el sentimiento de solidaridad y compa
ñerismo que ella les otorga le da un sentido a su existencia. Es su rol dentro
de la muchedumbre lo que da a ésta su estructura en tanto que muchedum
bre. La dialéctica entre el uno y lo múltiple, entre el individuo y la muche
dumbre, desafía la contradicción.
21 De la ciencia al sentido común
por SERGE MOSCOVICI y MILES HEWSTONE
a.
Sin duda esto resulta sorprendente. Todo sucede como si, para vivir jun 'j
tos, para comunicarse entre ellos de forma adecuada y para resolver sus pro
blemas habituales, los individuos no pudieran jugar simplemente el juego de
la ciencia. Retienen su contenido, pero modifican su forma y sus reglas. Los
individuos deben transformarlo en juego del sentido común, con todo lo que
esto presupone de pensamiento y lenguaje propios. La necesidad de com
prender esta paradoja nos obliga a preguntar: «¿Por qué piensan así los in
dividuos en su vida cotidiana?» Y nos esforzamos por explicar la diferencia
entre el ideal de un pensamiento conforme a la ciencia y la razón, y la rea
lidad del pensamiento en el mundo social. Esta explicación pasa por la teoría
de las representaciones sociales. Al principio fue concebida para estudiar cómo
el juego de la ciencia se convierte, en parte, en el juego del sentido común.
Saber si la operación ba tenido éxito, es otra cosa.
b.
a.
cuerpo, las cosas reciben nombres, Jos individuos son clasificados en catego
rías; se hacen conjeturas de forma espontánea durante la acción o la comuni
cación cotidianas. Todo esto es almacenado en el lenguaje, el espíritu y él
cuerpo de los miembros de la sociedad. Esto otorga a dichas imágenes, a estos
lazos mentales un carácter de evidencia irrefutable, de consenso en relación
con lo que «todo el mundo conoce». Como decía Walt Whitman:
6.
El reciclaje de la ciencia en tanto que sentido común nos aporta una nue
va imagen de ésta. También nos proporciona una justificación para formular
las preguntas que la pisocología social debe plantearse acerca de esta cuestión.
Comencemos por un hecho muy conocido. Si examinamos la epistemología
científica, observaremos que la cuestión principal es la del paso del conoci
miento ordinario al conocimiento sistemático, de la protociencia (o pseudo-
ciencia) a la ciencia natural. O como escribe el célebre filósofo Frank: «E l
problema esencial de la filosofía de las ciencias consiste en saber cómo pasar
de los enunciados del sentido común a los principios científicos generales»
(Frank, 1957, pág, 2).
Por consiguiente podríamos decir que el problema de la psicología en
este campo es exactamente el mismo, pero tomado de forma inversa. Después
de todo, lo que se propone a la consideración de los hombres no es el mundo
objetivo de los seres y las cosas, la información que debería existir indepen
dientemente de la vida humana colectiva. Desde el principio es una teoría,
una imagen, en definitiva una interpretación a la que la ciencia aporta su con
tribución. Este pasaje es un proceso que tiene un anverso y un reverso. En
el proceso tiende a la racionalización, por parte de la ciencia, de todas las
esferas de la sociedad, incluyendo el sentido común. Abora bien, cuando los
investigadores presuponen que el hombre de la calle debería seguir el modelo
racional de la encuesta científica (Nisbett y Ross, 1980), consideran a este
proceso como algo concluido. Sin embargo, cuando constatan que, de hecho,
el hombre de la calle no emplea las reglas formales o las aplica incorrecta
mente, fuera de tiempo o correspondencia, ninguna explicación viene en su
ayuda para avanzar las causas de este fallo. Esto se debe simplemente a que
esta presuposición no se ha verificado, ni tampoco el paso de la ciencia al
21. De la ciencia al sentido común | 687
b.
c.
creta y permite tratarla como si fuese una realidad social perceptible.,, más
aún, como si se tratase de una persona concreta. Tanto así que la teoría o la
ciencia es asociada posteriormente a un grupo social más o menos conocido:
el psicoanálisis a los psicoanalistas, el condicionamiento a la Rusia soviética,
el conductismo a los Estados Unidos, etc. Que dicha asociación a una persona
puede tener nn significado cognitivo, lo vemos en un hermoso ejemplo dado
por William James,
Antes de partir hacia la Universidad de Stanford, este filósofo había es
cuchado a su amigo B ... quien le había descrito los temblores de tierra que
podría conocer en California. Una vez llegado ahí, James sintió que su cama
oscilaba y experimentó un sentimiento de alegría al pensar que la idea abs
tracta de «temblor de tierra» se babía convertido en una realidad, una ex-
periancia sensorial. He aquí en qué términos analiza sus impresiones: «En
cuanto pude pensar, discerní retrospectivamente ciertas modalidades su
mamente particulares en el recibimiento que mi conciencia había dado al fe
nómeno, Era algo espontáneo y, por así decirlo, inevitable e irresistible. Al
principio personificaba el temblor de tierra en una entidad permanente e in
dividual. Era el temblor de tierra de la predicción de mi amigo B ..., temblor
que había guardado la calma, que se había retenido durante los meses inter
medios para, finalmente, invadir mi habitación y afirmarse con mayor energía
y triunfalismo en esa memorable mañana de abril. Además era hacia mi que
venía en línea recta... Todas las personas a quienes interrogué al respecto
se mostraron de acuerdo con esta experiencia: «Tenía una intención», «Era
perverso», «Estaba decidido a destruir», «Quería mostrar su fuerza», etc.
A mí simplemente quería manifestarme el pleno significado de su nombre.
Pero, ¿quién era el sujeto de esas frases, ese «el»? Para algunos, probable
mente, un vago poder diabólico. Para mí, un ser individualizado, el temblor
de tierra de B ,,.» .
Se observará, de entrada, que William James habla del temblor de tierra
como de un nombre, una combinación verbal que ha recibido. James cons
tata que las sacudidas que había sentido y las manifestaciones observadas le
habían permitido proporcionarle una individualidad y conferirle un signifi
cado. No cabe duda que el temblor de tierra que asoló San Francisco en 1906
fue una catástrofe, Pero el filósofo colocado bruscamente en una nueva si
tuación no considera la novedad del acontecimiento. No es la novedad la que
provoca sus observaciones, percepciones e inferencias. Por el contrario, una
vez que le ha sido comunicada la idea, trata el temblor de tierra como algo
que materializa la representación y determina sus actos y sus inferencias cog-
nitivas. Finalmente, todo pasa, como escribe James, entre B ... y «yo», en esa
relación reavivada que toma un carácter totalmente personal, al mismo tiem
po que el temblor de tierra se convierte en «un ser individualizado».
Generalizando, es posible decir que existe una tendencia a transformar la
marcha del conocimiento científico hacia lo impersonal en una marcha hada
21. De la ciencia al sentido común | 697
dades, fuerzas y cosas a las ideas o a las palabras. Es decir, a ontízar lo que
tan sólo es un ser lógico o incluso verbal. En otra obra (Moscovíci, 1961) he
mos descrito detalladamente las etapas de este fenómeno al hablar de la no
ción psicoanalítica de «complejo». Para un número relativamente elevado de
personas, esta noción no significa una relación entre padres e hijos, una idea
dentro de una teoría. Sino que está relacionada, por el contrario, con un
objeto psíquico. E incluso con un órgano casi biológico que, por ejemplo,
puede ser operado. Pero la historia está llena de ejemplos de este tipo e in
cluso de otros más sorprendentes.
El lector quizá se pregunte por qué no hemos utilizado una palabra más
familiar (cosificar, reificar, su stand alizar, hipostasiar) para designar esta ca
tegoría de hechos, en lugar del barbarismo ontizar. Creemos que las palabras
familiares que han sido creadas para designar una propensión, considerada
negativa, del pensamiento, han dado al mismo tiempo una imagen desfigu
rada del proceso. En realidad, en el caso que acabamos de examinar, se trata
simplemente de prolongar una imagen, de conferirle un espesor de realidad,
de hacerle un lugar en la ontología del sentido común.,, nada más. No nos
pronunciamos sobre su materialidad real y vemos en ella un intermediario có
modo hacia algo ininteligible.
Abora bien, esta transformación tiene sobre todo una importancia cog-
nitiva. Por una parte fija las nociones en un cuadro de la naturaleza, de la
sociedad o del cuerpo. Por la otra, al ontizarlas, procedimiento común para
aumentar la ontología, simplifica la representación intelectual. En efecto, en
la medida en que a cada «noción» le corresponde un «fenómeno», a cada
palabra una cosa, es posible disminuir el número de relaciones mentales y
acortar la cadena lógica. Basta con repetirlas en los diversos casos para tener
la impresión de comprender. Esto explica por qué, si en la ciencia la relación
es todo, en el sentido común, las sustancias están en todas partes. Por con
siguiente, las terribles simplificaciones que se achacan a las representaciones
sociales, al pensamiento común, no son prejuicios sin fundamento cognitívo.
Sino que tienen por contrapartida la multiplicación de estos seres que, se
gún Ockbam, sería innecesaria. Posiblemente innecesaria, pero no sin razón.
Resulta fácil observar que estos procesos separan el contenido de su for
ma original. Lo extraen del contenido específico para re introducirlo en un
contexto general en previsión de cualquier posible utilidad y darle una forma
que permita su asimilación. Por ejemplo, si se trata de la relatividad, que
es tan popular que las obras sobre este tema se venden como bollos en los
supermercados, hay que separar de la teoría la s demostraciones matemáticas
y los experimentos que pocas personas están en condiciones de comprender y
aún menos de reproducir. En su lugar encontramos paradigmas usuales y ex
perimentos imaginarios que se desarrollan en trenes o que recurren a relojes
que todo el mundo cree conocer o saber manejar. En este caso como en la
mayoría de los demás, el cambio más radical se manifiesta en el lenguaje.
21. De la ciencia al sentido común | 699
d.
A fin de comprender los procesos internos hay que recordar que las re
presentaciones son teorías o representan el papel de tales. Por consiguiente,
en esta cualidad deben mostrar « cómo suceden las cosas». Dicho d e otra
manera, las representaciones tienen por misión: primero, describir; después,
clasificar, y por último, explicar. (He aquí por qué las representaciones in
cluyen las denominadas «teorías implícitas» que sirven únicamente para cla
sificar a personas o comportamientos, y los esquemas de atribución destinados
a explicarlas.) Pero existe una considerable diferencia, ya que la ciencia tien
d e a subrayar la íncertidumbre de sus conceptos y sus experiencias. Advierte
contra cualquier salto precipitado hacia una explicación. El positivismo y el
empirismo incluso han negado, en un momento dado, todo valor a las teo
rías que responden a la pregunta «por qué», reconociendo únicamente el va
lor de aquellas que resuelven el problema del «cómo».
Sin embargo, fuera de este marco propio, los individuos tienden a sobres-
timar la certeza y la consistencia de la ciencia. En base a ello, manifiestan
una cierta inclinación a dar un contenido unitario para cada representación,
pasando sin transición de las respuestas al «qué» a las respuestas al «cómo»,
y de éstas a las respuestas al «por qué». La representación tiene por finalidad
englobarlas, como si, en oposición con lo que sucede en la ciencia, una «teo
700 J Psicología social y problemas sociales
juzgada por los demás. No sostenemos que los individuos no traten la infor
mación de la manera acostumbrada. Peto pensamos que, en la vida social,
también (o sobre todo) es creada para adaptarse a algún marco del sentido
común o para desencadenar la reacción deseada de un amigo, de un superior,
de un médico, etc.
Por consiguiente, el tema al que daremos preferencia en el estudio de la
epistemología popular será al tema de la transformación de las cogniciones,
cogniciones informativas que se transforman en cogniciones representativas
y contenidos descriptivos que se convierten en contenidos explicativos. ¿Qué
podría estar ma3 cargado de significado que comprender cómo un concepto
se transforma en imagen, un ser abstracto en una realidad y una teoría obje
tiva en una representación convencional? Y además en un tiempo sumamen
te reducido. Estos cambios se deben a que los individuos no intentan jugar
al juego de la ciencia, sino que desean modificarlo a fin de utilizarlo en su
juego favorito: el juego del sentido común.
F. Imputar la realidad
en su peritaje. Además, por eso se les hace competir entre sí: para cambiar
el status de las informaciones que proporcionan, desplazándolas de la cate
goría de enunciados de hecho a la categoría de enunciados de opiniones.
Por otra parte, en nuestra sociedad la ciencia está investida con una
autoridad infalible. Se tiene la convicción de que la ciencia se basa en ideas
seguras para realizar actos de brujería en el laboratorio. Se considera que se
basa únicamente en hechos, que descubre uo gran número de ellos e inventa
hechos extraordinarios. Por esa razón, toda imagen, toda idea, toda noción
proveniente de la ciencia está provista inmediatamente de una realidad. Por
imperceptible que sea para los sentidos, por incomprensible que sea para
la inteligencia y por paradójica que resulte para el sentido común, nos pre
cipitamos a reconocerle una existencia más sólida de la que le concederían
los propios científicos. Le imputamos un carácter fáctico y una materialidad
análogos, sí no es que mayores, que a los objetos o a los seres que perci
bimos de forma directa.
b) La reducción a la matriz de las nociones e imágenes de una repre
sentación social. A fin de que una información recíba una carga de realidad,
tiene que ser asociada a una autoridad reconocida. Esta condición es nece
saria. Además, debe poder ser reemplazada en una serie de otras informacio
nes que ya han recibido esta carga. Esta condición es suficiente. Recordemos
que, hablando burdamente, nuestro sentido común anticipa la unanimidad
de las experiencias. Ahora bien, esta unanimidad presupone una comunidad
de individuos que, se supone, observan el mismo mundo, que están consti
tuidos psíquicamente para poder distinguir lo que se encuentra «allá fuera»
de lo que está «aquí adentro», y que saben asegurarse de ello por medio de
los intercambios apropiados. Cuando tiene lugar una disyunción, y toda nue
va información produce una, cada persona tiene una razón apremiante para
creer que se confirmará la anticipación de unanimidad. Pot consiguiente, en
lugar de rechazar apresuradamente la nueva información, o de modificar su
juicio, la persona intenta diversas maniobras.
La primera consistiría en establecer una equivalencia entre esta informa
ción y un elemento de representación que se haya convertido en parte del
sentido común. Hemos visto esta maniobra al hablar de la teoría del cerebro
dividido. Apenas publicada en una revista especializada, esta teoría fue
trasladada al campo de los conocimientos denominados populares. Pero en
lugar de conservar su carácter de hipótesis plausible, inmediatamente se
intentó establecer equivalencias con la representación existente de dos espí
ritus, uno intelectual y otro intuitivo. Una vez reconocidas y establecidas las
posibles equivalencias, la noción de dos espíritus en el mismo cerebro adqui
rió el status de hecho y es considerada tan sólida como el acero.
La segunda maniobra consiste en minimizar las diferencias entre la ver
sión de la información en la ciencia y su versión en el sentido común. Así,
«la curación a través de la palabra» del psicoanálisis constituye una técnica
21, De la ciencia al sentido común | 707
critas en los pliegues del cuerpo, en las disposiciones que tenemos y en los
gestos que realizamos. Forman la sustancia de ese habitas del que hablan
los antiguos, que transforma una masa de instintos y órganos en un universo
ordenado, en un microcosmos humano del macrocosmos físico, hasta el pun
to de hacer que nuestra biología aparezca como una sociología y una psico
logía, nuestra naturaleza como una obra de la cultura. Enraizada así en el
cuerpo, la vida de las representaciones se revela como una vida de memo
ria. A menudo se trata a los grupos y a los individuos como si fueran amné-
sicos. Pero las experiencias, las palabras y las imágenes del pasado, ausentes
en suma, no son experiencias de las palabras y de las imágenes muertas, difun
tas, sino que continúan actuando y envolviendo las experiencias, las palabras
y las ideas presentes. «L a memoria», escribía Janet que veía en ella una fun
ción social, «tiene por finalidad triunfar sobre la ausencia y esta lucha contra
la ausencia es lo que caracteriza a la memoria» (1928, pág, 221). Ella une el
sentido común con los sentidos a secas y hace que lo proveniente del pasado
sea más poderoso que lo proveniente del presente. La fuerza singular y la
inteligencia de las representaciones sociales se entiende, residen en este do
minio del mundo actual a través del mundo de ayer, de la percepción de lo
que existe por medio de la continuidad del recuerdo de lo que ha existido.
La autonomía que se reconoce a las representaciones sociales respecto al mun
do exterior tiene su contrapartida en la dependencia respecto a la solidaridad
de) cuerpo y de la memoria que forma lo que se denomina mundo interior.
Pero este reverso tiene su anverso. Por lo general empleamos nuestro
aparato sensorial y cogitativo para interpretar las representaciones de las
cosas que nunca vemos (el gene, el átomo, los complejos, una guerra en
Asia, la cara oculta de la luna, etc.). En este mundo hecho por el hombre
en el que vivimos, la percepción de las representaciones es más importante
que la de los objetos que suponemos reales. En realidad tenemos dificultades
para diferenciarlas. Precisamos un signo que permita distinguir: «esto es una
representación», «esto no es una representación». El pintor Rene Magritte ha
dado una magnífica ilustración de esta necesidad imperiosa. Pintó un cuadro
en el que se ve una pipa, cuadro que se halla incluido en un cuadro más
grande que también representa una pipa. Al ver el cuadro interior se ve
una inscripción que dice: «Esto no es una pipa», lo que quiere decir que
«esto es la representación de una pipa». Luego nuestra mirada se desplaza
hacia la pipa «real», suspendida en el aire, y percibimos que ella es el
«objeto» del cual la otra no es sino una reproducción pictórica, una especie
de duplicado, Pero esta impresión no es verídica, puesto q u e tanto una como
la otra están pintadas sobre la misma tela. La idea de que una de ellas
figura en un cuadro y la otra en el espacio que a su vez es un cuadro, y por
consiguiente algo «menos real» que la otra, es una ilusión completa. Ambas
son representaciones de una pipa que, a su vez, podría ser una representa
ción y así sucesivamente. Pero una vez que hemos consentido en «entrar en
710 | Psicología social y problemas sociales
el marco» del cuadro, nos encontramos atrapados, pues hemos aceptado una
de las imágenes, la de la pipa grande, en tanto que objeto real. No obstante,
sólo existe una realidad: la del cuadro que, colgado en un museo y clasificado
en tanto que objeto de arte, provoca en nosotros una emoción estética y en
riquece nuestro conocimiento del universo del artista.
Las representaciones sociales que componen el sentido común y lo forman
partiendo de las teorías y datos de la ciencia son como el cuadro pequeño en
el grande. Esto significa que las informaciones que recibimos a través de ellos
son modificadas por las imágenes y los conceptos «superimpuestos» a los
objetos y a los individuos, Cuando observamos a estos individuos y estos
objetos, cuando explicamos sus propiedades, «olvidamos» que podrían ser
representaciones de otra naturaleza. Les aplicamos las categorías de nuestro
grupo social, los razonamientos que hemos adquirido y los combinamos den
tro de ese marco para hacerlos tales como los vemos. Y no podemos escapar
a estas categorías o razonamientos propios de nuestras representaciones, al
igual que no escapamos a las leyes de nuestra anatomía y de nuestra fisiolo
gía. De manera que los contenidos y las reglas de este pensamiento repre-
tativo terminan por constituir a nuestro alrededor un auténtica entorno donde
se funden lo físico y lo social. Los estímulos que emite este entorno, com
puestos por palabras, cosas, e imágenes, penetran en los ojos, las orejas y el
cerebro de cada individuo, sin que éste lo sepa, lo requieren sin que se
dé cuenta, con la misma eficacia que millones de mensajes sonoros o lumi
nosos transportados por las ondas electromagnéticas, o las miles de atraccio
nes y repulsiones de la gravedad. Cuando estudiamos esta constante meta
morfosis de la ciencia en sentido común, en realidad estudiamos la metamor
fosis del pensamiento en entorno, en situs de la sociedad. Aquí y allá existe
una tendencia a considerar que las representaciones sociales son reflejo inte
rior de algo exterior, la capa superficial y efímera de algo más profundo y
permanente. Mientras que todo apunta a ver en ellas un factor constitutivo
de la realidad social, al igual que las partículas y los campos invisibles son
un factor constitutivo de la realidad física.
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