Sie sind auf Seite 1von 92

¡Error!Marcador no definido.

TÍTULO I:
EUROPA EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI: LA OPCIÓN MONÁRQUICA

TÍTULO II:
CREPÚSCULO, OCASO Y ¿NUEVO AMANECER? DE LA MONARQUÍA EUROPEA: DEL
SIGLO XIX A LOS ALBORES DEL SIGLO XXI

TÍTULO III:
LA MONARQUÍA EN EUROPA: CREPÚSCULO, OCASO Y ¿NUEVO AMANECER? (DEL SIGLO
XIX A LOS ALBORES DEL SIGLO XXI)

INTRODUCCIÓN

Es propósito central de este ensayo reflexionar acerca del estado actual y futuro de la
situación político-institucional de Occidente, específicamente atendiendo a la realidad europea en su
conjunto, tal como se exhibe a la luz de las transformaciones del mapa político mundial determinado
por la caída del 'muro de Berlín' y posterior desmoronamiento del 'orbe comunista'. Consideramos
que la realidad ideológica del siglo venidero la colocan en el centro de las definiciones político-
institucionales, habida cuenta de la incapacidad fáctica de los Estados Unidos, cuyas instituciones
políticas, carentes de la fuerza de la tradición y de la autoridad moral que requieren de sus actores
para su protagonismo, demuestran cada vez más lo inexorable de su fin; el fin de la U.R.S. S. puso
en evidencia sus debilidades estructurales.

Cuando me refiero al nuevo protagonismo europeo y al lugar de agonista secundario que le


cabría a los Estados Unidos, lo hago pensando no en el mantenimiento del actual esquema político-
institucional, sino en la revitalización del modelo político occidental,del cual el estadounidense
resulta una contradictio in terminis, fruto del pensamiento racionalista cartesiano que alcanzó su
momento álgido en el siglo XVIII.

Considero que el nuevo protagonismo pasa por la revitalización de la Monarquía Consti-


tucional, pues conserva latentes todos los elementos que permitirían reconstruir sobre una 'escala
humana' el mundo político del siglo entrante. Se trata de un coloso desarmado; maniatado por
intereses económicos que, con la mirada colocada en el rédito contable, obsesionados por la
acumulación de riqueza, colocaron a la totalidad del sistema político mundial al borde del caos. La
técnica económica se convirtió en árbitro de las decisiones políticas (culturales, educativas,
sociales).

¿Por qué la Monarquía Constitucional? Porque el siglo XVIII vio surgir, sobre la base de la
institución milenaria, el paradigma del futuro. Porque es la institución que los hombres a lo largo de
la historia encontraron acorde a su dimensión, y por ello fue perfeccionada dotándola de la
flexibilidad necesaria, para que pudiera adaptarse a las situaciones variables de los tiempos futuros.

¿Por que no la República?. Si bien Tocqueville consideró que EE.UU. demostraba que una
República grande era posible, considerando derrotado el determinismo que señalaba que sólo a un
territorio pequeño le cuadraba la forma republicana, no dejó de observar que se trataba de un
ejemplo único, así como consideró inaplicable su modelo en Europa al tiempo que advir tió que el
mismo se convertía en verdaderos despotismos en América del Sur, específicamente, México.

El régimen federativo, según la concepción norteamericana (e pluribus unum), no permitía


olvidar: 1º) la debilidad del régimen federal (cualquiera sea su modalidad) ya señalada por muchos
teóricos de la política, entre ellos, Jorge Washington y John Adams; 2º) los mismos difusores del
paradigma norteamericano, sobre todo Santiago Madison, reconocieron que la República era forma
de gobierno posible sobre la Monarquía Constitucional que era lo deseable, pues carecían de riqueza
suficiente, de nobleza y de jerarquía eclesiástica, sustentos básicos de toda Monarquía; 3º) Los
principales forjadores de la Constitución norteamericana (ejemplo Alejandro Hamilton, Jorge
Washington, John Adams, eran monárquicos); 4º) Todo el sistema dependía de la honradez, de la
virtud, del patriotismo de los hombres dirigentes, en tanto no existía una autoridad suprema (Metaju-
rídica) que fuera moderadora.

De la debilidad del régimen dio cuenta la guerra de secesión, así como el pragmatismo
riguroso que adoptó, en gran medida herencia del concepto calvinista de la vida.

Se deduce de lo afirmado, que la Monarquía Constitucional es sinónimo de absoluto 'Mundo


de la perfección' frente a la República como absoluto 'Mundo de la Perversión'.

La respuesta es negativa en muchos sentidos.

Respecto de la República, estimo resulta un modelo de esquizofrenia política, porque se


creó un presidente que absorbió el poder de los monarcas constitucionales, pero carente él de
autoridad moral y de prestigio la institución que representa, a la vez que, como consecuencia de lo
mismo, dejando sin bases sólidas al poder político. Todo quedó librado a la puja de partidos y, de
suyo, el sistema político quedó infiltrado por una buena dosis de perversión.

Frente a este modelo llamado presidencialista, se opuso la República parlamentaria, calcada


¡Error!Marcador no definido.
en mayor o menor grado del paradigma británico, verdadera aberración institucional, de lo cual en su
momento había dado cuenta Benjamín Constant, al afirmar que si el pueblo aceptara y venerara a
un rey 'irresponsable', consideraría inútil la figura de un presidente de la misma naturaleza, en tanto
su origen se asentaría no en una dinastía venerada, sino en los votos del común.

La Monarquía lejos se encuentra de encarnar al 'mundo ideal', pero se encuentra más cerca
de las vivencias del hombre, es símbolo (unión) de sus tradiciones, costumbres; es aquella que las
sociedades eligieron, en tanto reproducción de la imagen familiar. Refleja la ideología social (mitos,
conceptos, costumbres, hábitos, religión); forma parte del tejido social; no es ajena al hombre; forma
parte constitutiva de él. No es producto de la ficción, sino medida de la realidad.

La comunidad encuentra en el 'monarca', no a un mero representante, sino una proyección


del 'deber ser'. El monarca es la figura visible, encarnada, de la Corona; es aquel que 'no puede
obrar mal', colocado fuera de las contingencias históricas; es alguien que siempre encuentra un cetro
y una corona, es producto de la continuidad, y no del azar. "Muerto el rey, viva el rey", es la fórmula
que sintetiza la armonía social, que aleja las incertidumbres, que conjura las crisis. La comunidad
queda protegida del azar que ofrecen las elecciones

La Monarquía surge perfeccionada en el siglo XVIII, el mismo siglo que encontró en sectores
tradicionalistas ilustrados los anticuerpos contra las primeras corrientes liberales que identificaron
Monarquía con Gobierno Despótico y, por ende, buscaron su extinción.

El siglo XIX, sobre todo su segunda mitad, asistiría a su decadencia por obra de los sectores
que naturalmente se le oponían, provenientes de los sectores liberales y socialistas, pero también
por contradicciones internas de los sectores que le servían de sustento natural (Nobleza e Iglesia), y
no en poca medida, por la acción de los monarcas mismos.

Aludimos aquí a la llamada Monarquía Constitucional Parlamentaria y no a la actual Mo-


narquía Parlamentaria, aquella que responde a la fórmula 'el rey reina pero no gobierna'.

El trabajo será dividido en dos partes.

TESIS: Primera Parte: Dos fuerzas opuestas y complementarias (burguesía y proletariado),


expresiones de dos ideologías (Liberalismo y Marxismo), determinaron el fin de la Monarquía como
expresión política.

Segunda Parte: Derrumbada la U.R.S.S. y otros regímenes comunistas como los de


Yugoslavia, Checoeslovaquia, Rumania, Hungría, Austria: ¿Puede resultar la Monarquía una opción
válida para dichos Estados así como para aquellos Estados europeos que la abolieron? ¿Qué
condiciones son necesarias para su restauración y cuáles los impedimentos?

1ra. parte: Debe abarcar hasta 1980.

────────────────────────────────────

Primera Parte El ocaso de la Monarquía y el fin del princi pio de legitimidad política

He querido reflejar en estas páginas ciertas reflexiones, diálogos silenciosos, que desde una
perspectiva por cierto escéptica de percepciones y vivencias de un mundo que se me aparece
afectado por una ausencia básica, la FORMA DE GOBIERNO, que durante siglos el hombre
occidental buscó perfeccionar, dotar de cualidades sobresalientes.

La teoría política contemporánea me enfrentó con una incógnita, al sostener los politólogos
de manera apodíctica, ya que la forma de gobierno occidental es una democracia representativa, ya
que se trata de una Tecnocracia.

La incógnita surge ante lo siguiente: una y otra forma: ¿pueden considerarse formas de
gobierno y, por otra parte,resultarían legítimas?

Intento dar una respuesta a esta cuestión.

═════════════════════════════════════════════════════════════

Etimológicamente legitimus refiere a lo que opera en el imaginario colectivo, aquello que la


tradición atesora como legado vivo de los antepasados.

Es cierto que nuestro enfoque deja de lado el mundo conformado por una cultura no
europea, pero lo cierto es que el tema propuesto adquiere verdadera entidad reflexiva en la cultura
occidental, a partir del cuestionamiento que los griegos se hicieron de la forma de gobierno.

La forma de gobierno, para el pensamiento helénico,no podía sino ser la expresión más aca-
bada del ideal apolíneo, expresión de la Justicia, organizadora del Bien Común.
¡Error!Marcador no definido.
El gobernante (el filósofo-rey de Platón) no podía ser sino el princeps, aquel dotado de las
mejores cualidades puesto que tenía a su cargo ser la cabeza del cuerpo social.

De allí en más, hasta concluir el siglo XVII, resultó un lugar común identificar la figura del
gobernante con metáforas políticas que aludían a éste llamándolo 'timonel', 'pastor', 'padre', 'piloto'.

Con el advenimiento del Cristianismo la figura del rex, del gubernator, adquirió carácter
sagrado y, durante la Edad Media, se fue construyendo en torno a los Reino Romano-Germánicos y
tomando como base al Derecho Romano, la concepción jurídico-política de la Monarquía, nombre
que designa la autoridad de uno en favor del Bien Común.

Noli me tangere christos meos, recitaba la liturgia al referirse a los monarcas, en torno a
los cuales se fue plasmando con caracteres definitivos una simbología que asociaba definitivamente
el poder temporal con el poder espiritual. Ambos se complementaban, ambos se protegían: la
espada sería empuñada por los servidores del rey en defensa de los ideales de Cristo, y en torno a
esta imagen surgieron los ciclos de los caballeros de la Mesa Redonda en Inglaterra, el Santo Grial o
el Caballero del Cisne, en Alemania.

En fin, caballeros y sacerdotes, nobles temporales y espirituales conformaban la bóveda de


un sistema político que representaba el cosmos frente al caos. La teocracia dio forma al
pensamiento político-filosófico.

El concepto organicista de la sociedad se advierte todavía con claridad en el siglo del


Barroco.

Pero dentro de una concepción del mundo que buscaba reproducir el orden cósmico y que
había hecho del monarca el padre protector del Reino; que suponía al segundo pereciendo sin la
tutela del primero, pues todo cuerpo requiere de la fuerza de la razón para su existencia, se insinúan
fuerzas de signo contrario, alejadas del principio de "orar" y "laborar", que poco tienen que ver con el
ideal del santo y del héroe: nos referimos al burgués.

Con distinto ritmo en los distintos reinos según el mayor o menor arraigo del sistema feudal,
los oscuros comerciantes del siglo XII se convertirán en fuerzas de regular poder tres siglos más
tarde.

La Europa del Renacimiento se construirá bajo su empuje y un nuevo ideal de sociedad,


antropocéntrico, desplazará al ideal teocéntrico.

Todavía el poder político tradicional no ha sufrido, en apariencia, resquebrajamientos,


aunque el enfoque laicista de la sociedad no tardará en disminuir la influencia del brazo espiritual de
la Monarquía.

La Reforma religiosa del siglo XVI resulta un claro triunfo de la burguesía que requiere de
una religión más complaciente, que de cabida dentro del mundo consagrado al préstamo a interés;
que considere a éste no un sinónimo de usura, como lo calificaba la Iglesia de Roma, sino una forma
de servir ad maiorem gloriam Dei.

Tal vez El Príncipe de Maquiavelo, que ve la luz en la desunida Italia, patria de los
mercaderes, resulte el exponente más rotundo de la nueva concepción del mundo que busca
imponerse al separar la ética de la Política

Sin embargo, la patria de la burguesía no será la desangrada Italia, sino Gran Bretaña. La
fecha simbólica de 1688, con su «Gloriosa Revolución» marcará el encumbramiento político de la
burguesía. Se habían enfrentado los defensores de la prerrogativa Real y los defensores de las
prerrogativas del Parlamento. El triunfo de estos últimos anunciaría los nuevos rumbos que
transitaría el mundo europeo, sobre todo a partir de los acontecimientos que un siglo más tarde
tendrían como protagonista a Francia.

Con el surgimiento del Liberalismo, el Estado se convierte en expresión de individualidades


y no de comunidades; como nunca antes re-presenta la manera de ser, la concepción que del mundo
tiene un sector de la sociedad (la burguesía).

Es el Estado que se construye con perfiles rotundos, geométricos, que desdeña lo desigual,
que concibe un mundo sin tradiciones, pues la tradición supone un compromiso con antepasados,
con raíces culturales, con arraigo a valores que la burguesía niega explícitamente, al mismo tiempo
que se ve afectado por el complejo de plebeyismo; admira las formas, la gestualidad, los modos de
ser caballeresco, los ideales, pero conocedoras de su in capacidad sustancial para adquirirlos, los
niega y los destruye.

El tipo ideal de político burgués resulta la expresión del ideal del aventurero, defensor de
una actitud individualista que supone el triunfo del forjador de artimañas, desdeñoso de todo lo que
suponga comunidad de valores; no acepta la comunión y propende a la des-unión. Por ello concibe
al Estado como figura ajena y distante, contemplador pasivo y garante del bienestar pero no del Bien
Común.
¡Error!Marcador no definido.
La nación que concibe es la que cobija a entidades anónimas, a átomos llamados repre-
sentantes que deberán no sólo ser aquellos que gozan de determinada renta y propiedad, sino que
renuncien a cualquier interpretación teocrática de la realidad.

Frente a la doble sacralidad del Trono y el Altar levantan la sacralidad del libro consti-
tucional; frente a la imagen prototítipa y saturada que representaba la Monarquía por la gracia de
Dios, levantan la Monarquía Parlamentaria por la gracia de la Nación, para concluir lisa y llanamente
en la República, gobierno oligárquico que prescinde absolutamente de toda legitimidad y se asienta
en una física del poder, y en el juego veleidoso de facciones (partidos) que luchan fieramente por el
encumbramiento personal, aunque encubierto con la máscara del servicio a los 'altos intereses de la
nación.'

El modelo de Estado hegeliano, la MONARQUÍA CONSTITUCIONAL, resultaría la


exposición acabada del Estado en su concepción tradicional, entendido como metafísica del poder,
coronación del Espíritu del Pueblo, modelo de macro-pólis al que resistirá tanto la concepción
racionalista-liberal del Estado, como la socialista, ideologías materialistas, de la cual la segunda
resulta el complemento dialéctico de la primera.

Pero el modelo de gobierno contemplado por Hegel no es producto de la nostalgia por el


pasado, no resulta un anacronismo político, por lo contrario, es la forma de gobierno del futuro.
Retoma el ideal griego del zoom politikom, del hombre como expresión comunitaria, y de una
comunidad ordenada jerárquicamente, que requiere de una instancia superior, metajurídica, alejada
de los vaivenes y de las pujas facciosas, de los intereses de grupo o de partido.

Si se opone al parlamentarismo, al paradigma británico, es justamente porque lo interpreta


como forma degenerada de feudalismo, y si ve en el paradigma norteamericano una forma incom -
pleta, es porque considera que la República es la forma de gobierno de los antiguos y que no tiene
cabida en el mundo moderno.

Concibe una Monarquía no cortesana, con una burocracia que tendrá a su cargo el
movimiento de la compleja maquinaria del Estado, dentro de la cual y por encima de todo el
monarca legitima su movimiento; pues el poder legítimo no puede derivar de hombres elegidos por
sufragios arrojados en masa. El monarca es el Estado, es la piedra angular de todo el edificio políti-
co, es moderador, pero no neutro, sino responsable, vigilante y activo, pero a la vez, sagrado e
inviolable.

Su autoridad no deriva de una constitución ideal que dibuja una sociedad que deberá ade-
cuarse a sus preceptos.

Su modelo de Monarquía Constitucional reconoce la división del poder, pero no supone al


sistema dependiendo de artificios mecánicos, de pesos y contrapesos, que terminen imponiéndose a
la sustancia del Estado.

El monarca en la Monarquía Constitucional es la Razón del Pueblo; en ella la diversidad se


concilia con la unidad de acción.

Su concepción del Estado se aleja de la ficción política que tanto desarrollo había adquirido
en Francia y cuyos efectos deletéreos se hacían sentir de desigual manera en el continente europeo,
expurgado el liberalismo de toda connotación revolucionaria, plenamente adaptado al gusto burgués.

El modelo de Benjamín Constant resultaba el exponente más lúcido de la burguesía triun-


fante, con el monarca neutro, irresponsable, y los ministros responsables, depositarios de la
autoridad ejecutiva. Era el eclipse de la Monarquía como institución, cautivo el monarca de
decisiones que no podía discutir pero que debía ratificar, cómplice silencioso de las facciones
encumbradas desde el Parlamento; verdadero simulacro, no persona moral, simple personaje
teatral.

Recelosa de la tradición, pero temerosa a su vez de las consecuencias que podían derivarse
de su menosprecio, la burguesía triunfante creía salvar el caudal atávico de la historia, al tiempo que
imponía con distintos ritmo según los países, su concepción utilitaria de la realidad.

Lentamente los pilares tradicionales de la Monarquía se aburguesarían y el 'principe


monarchique' de que se nutría el llamado 'legitimismo monárquico', se derrumbaría y éste con él.

El año de 1848, con la caída de Metternich, resulta una fecha clave, pues se observará el
aceleramiento de las fuerzas (burguesía financiera, por un lado, y proletariado, por otro) que
empujará al abismo a la Realeza. Medio siglo después ésta sólo es un fantasma que navega sin
brújula pues sus aliados tradicionales (Nobleza y Clero) han claudicado ante el poder burgués,
convirtiéndose en sus aliados en los negocios. El espíritu marcial y heroico se había esfumado
definitivamente frente al espíritu utilitario. Como se afirmó luego de la Revolución de 1848 en Fran-
cia, había comenzado la época de los banqueros.

El poder económico había tomado las riendas del Estado, y el poder político convalidaría su
accionar.
¡Error!Marcador no definido.
─────────────────────────────────────────────────────────────

Concluye el segundo milenio y resulta difícil rehuir el efecto del milenarismo. La tentación de
quienes vivimos en el último siglo del milenio sería la de profetizar y subrayar las calamidades por
venir, fruto de las existentes. El estereotipo crisis moral del siglo, se advierte como constante
reflexiva en distintos momentos de la historia de Occidente. Baste la visión retrospectiva de los
tiempos medievales hecha por los filósofos de la Ilustración.

En esta reflexión no escapo a los lugares comunes arriba citados; caminos por otra parte,
desarrollados por una prolífica literatura política, sociológica e histórica de que intenta describir,
analizar y comparar la circunstancia actual frente a la circunstancia pretérita.

No obstante, el politólogo, el sociólogo, el historiador de nuestro tiempo en Occidente (más


allá de la actitud subjetiva de sesgo pesimista u optimista, de actitudes extremas, tales como la
visión catastrofista o conspirativa de la historia, tan presentes a la hora de pintar apocalipsis)
subraya situaciones, que por su naturaleza, no encuentran precedentes ni referentes adecuados en
una larguísima duración, aun cuando sí, en una larga duración, en aquello que podemos denominar
la revolución iluminista del siglo XVIII. Esa coyuntura histórica asentada esquemáticamente en el
trípode Revolución Industrial, Revolución Francesa, Revolución norteamericana, en ese orden,
proporciona elementos clarificadores que nutren nuestro discurso argumentativo.

Tal trípode nos sirve de base exploratoria para clarificar el presente, y cuyos contenidos
embrionarios y silenciosos, escondidos en los repliegues de la ideología, aparecen haciendo eclosión
en nuestro siglo.

Al concluir la Primera Gran Guerra advertimos el corolario de una crisis, cuyo hito lo
encontramos en las revoluciones de 1848, y que podemos denominar crisis de legitimidad, en-
tendiendo esta expresión, como el ocaso de los valores que nutrían la concepción o ideología
cristiano-occidental de la historia.

La Primera Gran Guerra reproduce el ideal-tipo del hombre de nuestro siglo, el hombre de la
megalópolis, un ente anónimo sin personalidad será el pasivo observador de acontecimientos que lo
excluyen.

Es decir, y hablando siempre en términos weberianos, si el hombre común hasta el final de


la era napoleónica, el súbdito varón comprometido en un conflicto armado y su familia vivían la
guerra con un sentido heroico, como acto de servicio al Rey y la Patria, es decir, como acción
necesaria para defender el espíritu del pueblo. Había una identidad de causas. Reyes y súbditos
embarcados en una misma empresa. Pareciera advertirse que este sentido de la guerra como acto
heroico encuentra su momento final con la caída del Imperio napoleónico, cuando el soldado daba
su vida por el Emperador, cuando de alguna manera se reconocía a aquel por quien se iba al com-
bate, y no existían dudas de que era la encarnación de la Nación misma.

Igual actitud se observa en la guerra franco-prusiana, por lo menos desde el lado alemán,
pues quienes participan del conflicto de alguna manera juegan un rol protagónico que reconoce en la
figura de Bismarck el artífice de la unidad alemana. En síntesis, Napoleón I, Bismarck, eran figuras
carismáticas. El hombre común se identificaba con su pensamiento, con su actitud de entrega, aun
cuando se tratara de un mero voluntarismo del gobernante, éste se hacía carne en la sociedad.

La voluntad popular (expresión expurgada de toda connotación iluminista), jugaba un rol


central en el marco de los conflictos armados; esa voluntad estará ausente cuando la guerra
anunciada de 1914 estalle. Habrá fortaleza económica, tecnológica, recursos aplicados, pero ya no
habrá voluntad.

Aquella Gran Guerra inútilmente buscará exaltar el patriotismo. En lo exterior, el Estado


mayor de los ejércitos todavía conserva el armazón del estilo glorioso, el espíritu se ha perdido; el
ejército que llevan tras sí no dudaría un instante en abandonar el campo de batalla; los pueblos
quieren vivir y ante la alternativa de una guerra, es decir, de la muerte, quieren hacerlo por algo o
alguien.

Aquella Gran Guerra traducía el concepto del hombre de la era tecnológica: un ser entre dos
nadas.

Más aun, sería difícil para los anónimos integrantes de esos ejércitos que tendrán por
primera vez como escenario de la guerra el mundo, participar de otro sentimiento que no sea sólo el
de la supervivencia. El 'algo' o el 'alguien' que entusiasmaba no estaba presente; la guerra era algo
de 'otros', se vivía como alienación. 'Otros' sin nombre, pues ya no eran el rey, el emperador los
convocantes, ahora simples retratos sin vida, sino "fuerzas más poderosas que ellos" (E. Mc Nall
Burns, Civilizaciones, 800), intereses económicos diversificados a escala planetaria quienes habían
decidido el conflicto para incrementar las inversiones de capital. El rédito económico había definit-
ivamente suplantado al objetivo tradicional.

La Patria era la competencia capitalista por los mercados y nuevos campos de inversión y la
carrera por la superioridad de los armamentos y, esta Patria carece de fronteras.
¡Error!Marcador no definido.
Podrá argumentarse casi sin discusión que las guerras en su mayoría tuvieron en la historia
humana objetivos económicos puntuales, que siempre suponía en última instancia el sacrificio del
hombre común en aras de objetivos discutibles, pero estaban acotadas en un espacio de 'escala
humana', mensurable, con un esquema estratégico que básicamente contemplaba al enemigo
ubicado en un frente claramente identificable, ya dentro del espacio terrestre o marítimo, a la luz del
día. El enemigo era siempre el 'otro', el que está enfrente, el que exhibe determina do traje y de-
terminada insignia. El blanco era preciso. Con estrategias o tácticas variables, tal era el modelo-tipo
de guerra convencional.

Desde el punto de vista geo-estratégico este modelo-tipo, la guerra convencional, está


ausente en 1914. "La Primera Guerra Mundial fue única en varios aspectos" "La lucha en campo
abierto desapareció casi desde el principio". Su ferocidad fue favorecida por el "uso de gases
venenosos, ametralladoras, lanzallamas y balas explosivas." "Constituye una prueba interesante de
esa ferocidad el número de civiles muertos en las incursiones aéreas, las matanzas, el hambre y las
epidemias, superior al de los soldados muertos en combate."(Ib., 802).

La Primera Guerra Mundial entendida como "guerra para terminar con todas las guerras",
sembró las semillas que darían sus frutos en 1939. De esta forma si entre 1914-1918 habían
intervenido cerca de 65 millones de hombres, para 1939 se hallaban bajo las armas casi el doble"
(Ib., 809).

20/12/94 Si bien no es posible hablar en términos absolutos de regularidad en


Historia y, de hecho, cada pueblo construye la suya con su propio ritmo, sí pueden estable cerse
ciertas pautas generales que, en Occidente, permiten señalar regularidades, es decir un marco de
referencia común en el que se insertan singulares variables.

La REVOLUCIÓN FRANCESA expresa en lengua latina el triunfo de una nueva era cuyo
esquema básico se encuentra ya trazado desde un siglo antes en Gran Bretaña.

En el plano político institucional asistiremos durante un siglo a aquello que Fernand Braudel
llama resistencias de larga duración: los defensores del 'principio monárquico', constituyen el último
esfuerzo por evitar la quiebra absoluta de una forma de gobierno que expresa un modelo social
asentado en la tradición, que antepone la valorización de la "calidad" en detrimento de la
"intensidad".

El espíritu de la cultura de la Era de la Industria, masificada, ya sea expresión del


capitalismo triunfante o del materialismo proletario, expresiones de una misma realidad, se
encarama del poder político y gesta el régimen parlamentario de gobierno al tiempo que coloca su
cerco a los Imperios centrales, que resistirán mejor el acecho, pero no con mejor suerte.

El mantenimiento del 'principio monárquico' dependía fundamentalmente de la actitud del


poder intermedio que era la clave de la sociedad: la nobleza. Pero la misma nobleza se hace
empresaria, pero al convertirse en tal no logra salvar el espíritu que la había distinguido.

Los nobles transformados en empresarios, incorporan junto a la nueva actividad el espíritu


que pareciera inseparable de ella, el utilitarismo.

El nuevo ethos condicionará su accionar y, lejos, de mantener su puesto de custodio del


orden existente, se convierte también en oligarquía. Al absorber la savia que alimenta la ética
capitalista, el noble empresario dejará de ser el referente ético de la sociedad dentro del sistema del
cual el monarca era la síntesis. Se hará facciosa, pues perseguirá las prebendas, se hará codiciosa y,
por tanto, el monarca ya no encontrará en este elemento su guía neutral, sino un factor de presión
más, que intentará preservar su sitial comulgando con el 'arte de negociar'.

De esta forma, la Nobleza aparecerá escindida y, por ende, debilitada: por un lado, aquella
que continúa fiel al principio del honor, por otro, la que sólo conserva el título.

El sector que pretenderá cumplir con su función tradicional de puntal del Trono, no ignorará
la debilidad en que se encuentra, de allí, que en muchos casos ante una realidad que no comprende
en su exacta dimensión, adopte actitudes no ya conservadoras, sino reaccionarias. Cuando esto
suceda, cuando la ecuanimidad, que había sido la característica histórica del estamento noble, ceda
espacio a la arbitrariedad, se irá acercando decididamente el final de los regímenes monárquicos.

Al quedar acotada la prudentia a un número reducido de integrantes de la nobleza, éste ya


no podrá contener el aluvión destructor que desde distintos ángulos acechaba a la Monarquía. El
cerco se irá estrechando hasta el estrangulamiento definitivo de un orden político, que había sido el
intérprete de un paradigma social que, asentaba sus raíces en el sentido trascendente de la vida.

Observar la plástica de los últimos treinta años del siglo XIX (1890-1920), el cubismo, nos
permite acercarnos a esa nueva visión del mundo, ya deshumanizado, despojado de todo hálito vital,
que al tiempo que retrata el eclipse de una civilización, retrata también el de la institución que la
encarnaba, así como expresa el triunfo de un nuevo espíritu, que marcará el comienzo del nuevo
siglo y llegará de la mano de un holocausto de escala planetaria. Comenzaba la era del hierro en
Occidente.
¡Error!Marcador no definido.
Tres grandes estructuras políticas se desmoronaron como consecuencia de la guerra: el
Imperio ruso, el Imperio Alemán y el Imperio Austro-Húngaro. La disolución de este último conllevó
el desmembramiento del mosaico de culturas que convivían en equilibrio inestable, dando lugar al
surgimiento de múltiples repúblicas.

¿Por qué el desmoronamiento afectó tan violentamente a estas tres estructuras políticas?

Un factor que estimamos determinante en el derrumbe del Imperio Alemán como del
Imperio Austro-Húngaro está vinculado fundamentalmente con el desarrollo burgués creciente dentro
de un Estado monárquico no parlamentario, es decir, no dominado por la burguesía. A este factor se
unieron otros: el aburguesamiento de importantes sectores de la Nobleza y el enfrentamiento con la
Iglesia, ambos pivotes naturales de toda Monarquía, en una realidad en la cual las fuerzas socialis-
tas, por otros motivos, se levantaban como férreas opositoras de la institución monárquica.

Consecuencia, por otra parte, del afianzamiento de la burguesía en países como Gran
Bretaña y Francia, ésta antepuso los intereses económicos a cualquiera otros, determinando que las
tradicionales alianzas dinásticas que tanto habían contribuido en otros tiempos a solucionar la
tensión entre los Estados europeos, quedaran en el olvido.

No parece difícil advertir que dada la situación dinástica en el siglo XIX, a partir del reinado
de Victoria, las condiciones eran las más adecuadas para el equilibrio europeo. Dicho en otras
palabras, en toda época las dinastías europeas funcionaron en realidad como verdadero foro de
Naciones Unidas; baste como ejemplo la Santa Alianza, que previendo lo que la realidad mostraría a
fines de siglo, incitaba a mantener estrechos los lazos entre Corona e Iglesia.

Que la tentación burguesa llegó a veces hasta las gradas del Trono, es algo que puede
advertirse en el Imperio Alemán, cuyo verdadero gestor y sustentador fue el canciller Otto von
Bismarck. La Alemania del siglo XIX y el nombre de Bismarck se hallan indisolublemente ligados, y
no es posible escribir la historia de aquella sin hacer al mismo tiempo la biografía de este último."
(Carlos Pinzani, Bismarck, II, 142) Su alejamiento del poder marca el principio del fin de la
Monarquía Constitucional alemana. "El año de su muerte (1898) cae de lleno en un período en el
que la historia alemana se encaminó decididamente" en dirección a la Primera Guerra Mundial
(Ib.,II, 142).

"En 1890[...] la industria alemana moderna era ya predominante, el capitalismo había


alcanzado ya un grado notable de concentración y de agresividad hacia el exterior, y la lucha de
clases que se desarrollaba en el país era tomada como modelo por los socialistas de todas las
naciones europeas."

"Entre 1815 y 1890, se había desarrollado en Alemania la revolución capitalista, aunque de


acuerdo con un esquema muy especial que había hecho que la burguesía capitalista prevale ciese
por completo en el plano económico, mientras que en el plano del poder político había debido llegar
a un compromiso con las fuerzas tradicionales de la nobleza agraria (junker). En la base de este
compromiso radica la obra política de Bismarck, quien valiéndose sobre todo de la solidez de las
posiciones iniciales, logró conservar para la nobleza y la Corona un poder superior al que había
conservado en todos los demás estados europeos en los que había producido una revolución
capitalista." (Ib.)

El ejército prusiano agitó continuamente el espectro del liberalismo para oponerse al ingreso
de los burgueses al cuerpo de oficiales. (Ib.)

El Imperio Alemán se vertió sobre el molde de la Monarquía prusiana, y esta era el expo-
nente más claro de la Monarquía Constitucional, aquella sobre la que había teorizado Hegel y que
consideraba el 'tipo' de Monarquía de los tiempos futuros; en otras palabras, todo Estado futuro, en
tanto tal, entendido como Estado máximo (Bobbio), y si de Estado libre se trataba contemplaba el
juego armonioso de todas las fuerzas sociales bajo la autoridad suprema del Monarca constitucional
en quien se encarnaba el Estado. La República era una institución del pasado, sólo adecuada para
Estados pequeños, débiles por su misma naturaleza. Hablar de República extensa, como la de los
Estados Unidos, era una contradictio in terminis, porque por el carácter electivo la República re-
quiere de candidatos y pueblo virtuosos, honestos, austeros, frugales. Si bien, la imagen del
magistrado republicano de la Antigüedad clásica debía servir como referente didáctico para todo
gobernante, de manera alguna podía pensarse en términos de República en el siglo XIX.

(INTERRUPCIÓN)

Ya en esta 1ra. parte hemos esbozado aquello que advertimos como causas más evidentes
en la destrucción final de una cosmovisión del mundo. La destrucción o astenia del orden monár-
quico marca con perfiles rotundos el fin del concepto cristiano occidental de la vida.

(20/8/94) Hemos venido apuntando que el accionar burgués es determinante de la


crisis de un orden milenario, de un orden mítico-racional del mundo. Pero con lo afirmado, no
pretendemos concluir en una teoría conspirativa de la Historia. Queremos afirmar, que la burguesía,
desatará fuerzas latentes implícitas en una teoría cuyo substratum se asienta en enfoque pragmático
y desacralizado de la realidad. Con esto significamos que el Liberalismo y, sobre todo, la ideología
liberal-ilustrada, como expresión burguesa, buscará subrayar el predomino del derecho sobre el
¡Error!Marcador no definido.
privilegio, sustentado en su deseo de ocupar un lugar protagónico en la conducción del Estado, pero
que tal ideología (concepción del mundo) en una línea estrictamente liberal, no persigue la
destrucción del orden existente, sino su modificación, y de tal orientación resultan claro ejemplo los
pensadores encuadrados dentro del tradicionalismo-ilustrado, que con distintos matices incorporan,
por ejemplo, el concepto de la teoría de la división del poder, no se oponen a los prin cipios de la
seguridad individual, aunque no siempre se coincidirá en el tema de la tolerancia religiosa. Por otra
parte, el Liberalismo, tal como surge en Gran Bretaña al concluir el siglo XVII en oposición al
Absolutismo monárquico rescata la teoría del contrato o pacto social, de raíz medieval, aun cuando
lo asiente sobre bases ético-morales no confesionales. y relativice el poder del Estado al que se con-
sidera como un agregado y no como parte indisoluble de la sociedad, entendida en su concepción
organicista.

Por otra parte, la misma teoría política de Hegel, inserta dentro del idealismo filosófico, no
niega principios básicos del Liberalismo, como la división del poder, la tolerancia religiosa, la
propiedad privada y la seguridad individual. No obstante, concluye en una concepción organicista de
la sociedad, que es ajena al concepto político liberal y liberal ilustrado.

Pero, en verdad el accionar burgués libera fuerzas de sesgo materialista que en su evolu-
ción posterior, claramente a partir de 1830, irán imponiendo un modelo de sociedad que convierte al
Estado en el Estado del privilegio burgués, lo cual contradecía los principios básicos del Liberalismo.
Claro está la ética protestante que nutre al liberalismo y a su expresión económica, el capitalismo
industrial, contenía una importante dosis de utilitarismo, que sedujo a la sociedad europea quien,
lejos de encauzar y moderar sus efectos, los potenció. Por otra parte, en tanto el Liberalismo concibe
al hombre desde una dimensión individual más que social y acentúa el sentido laico de la vida, lo
inserta decididamente en el camino del competir y no en el de compartir, de allí que el criterio liberal
de libertad individual resulte siempre mezquino, egoísta. Además, si bien el utilitarismo, el Positivis-
mo, son concepciones filosóficas que nacen del tronco liberal, en tanto productos de la "Revolución
Industrial" y del nuevo capitalismo, se alejan paulatinamente de sus fundamentos básicos al
anteponer una visión economicista de la existencia humana donde lo político aparece subordinado a
lo económico. Así por ejemplo en su fase más desarrollada la burguesía podrá convivir sin con-
tradicciones tanto con el régimen parlamentario británico como con el régimen cesarista impuesto en
Francia por Napoleón III, cuyo ascenso adeuda a "una burguesía rica y amiga del orden."(Napoleón
III, p, 67)

Con distinto ritmo e intensidad las Monarquías europeas y las fuerzas que las sustentan,
nobleza y clero, irán cediendo y facilitarán el avance de los programas burgueses.

El pasaje de un marco ideológico tradicional a un marco ideológico nuevo resulta menos


traumático en Gran Bretaña superado el conflictivo siglo XVII, pues la burguesía se ha ido
ennobleciendo y la nobleza aburguesando. Pero lo cierto es que si 1688 resulta el primer triunfo de la
burguesía y los británicos sentirán orgullo de haber realizado una Revolución sin sangre, silenciosa,
también es verdad que los poderes tradicionales quedaron derrotados. Pero el silencio de 1688 es
posible por el estruendo generado con la decapitación de Carlos I y el gobierno de Oliverio
Cromwell. Los partidarios del parlamentarismo habían derrotado a los absolutistas y, con ello, habían
dado el primer paso hacia lo que se llamó Monarquía moderada o con terminología continental,
Monarquía Constitucional y, finalmente, Monarquía Parlamentaria.

Toda una serie de ficciones justificarán tanto el regicidio de Carlos I, como la derrota de
Jacobo II, cuya huida forzada se explicará como el abandono voluntario de la Corona.

A partir de entonces el Trono ya no podrá cumplir en Gran Bretaña el rol de mediador entre
los distintos estamentos del Reino, pues quienes tenían la misión histórica de servir de fieles
custodios de la Monarquía, de control de la fuerza ejecutiva del monarca y del desborde popular, se
han convertido en aliados de la burguesía, de una parte de los "comunes"; en otras palabras, los
pares del Reino han claudicado, y ese principio del honor que invocaba Montesquieu como propio de
la Nobleza y que hacía de ella el eje del sistema se ha esfumado. "Sin Monarca no hay nobleza; sin
nobleza no hay monarca, sino déspota", sentenciaba Montesquieu, subrayando el papel nuclear del
estamento al que rinde homenaje en Del espíritu de las leyes. Resulta el suyo un homenaje
póstumo a un 'ideal-tipo' de sistema gubernativo; pues justamente es en Gran Bretaña, el país elegi-
do por Montesquieu para el homenaje, donde la Nobleza ha capitulado en su rol, y de suyo el
monarca pierde su papel de artífice de la unidad.

Aquellos pares británicos que con su claudicación condicionaron el futuro de la Monarquía,


como de manera más extemporánea y primitiva lo harían un siglo después los franceses, ya no
podrían afirmar como lo hiciera Francisco I luego de la derrota de Pavía frente a Carlos V que "todo
se ha perdido menos el honor". Se podría afirmar que perdieron el honor, poniendo en juego con su
actitud la suerte de la Monarquía y, con ello, comprometiendo la integridad de la Nación, socavando
los pilares de la sociedad.

Como apunta Carl Schmitt, "se puede considerar como terminado el tiempo de la Monarquía
cuando se pierde el sentido del principio de la monarquía, el honor, cuando aparecen reyes
constitucionales que intentan probar, en lugar de su consagración y honor, su utilidad y su
disponibilidad para prestar un servicio. El aparato exterior de la institución monárquica podrá seguir
existiendo durante mucho tiempo, pero, no obstante, el tiempo de la monarquía ha tocado a su fin."
(Sobre el parlamentarismo, 11-s.)
¡Error!Marcador no definido.

A fines de siglo en Europa las Monarquías se han convertido en una imagen distorsionada
de su modelo primigenio.

(21/8/94). Pero si queremos percibir en todo su dramatismo el derrumbe del orden


monárquico europeo, no es Gran Bretaña donde debemos detener nuestra atención, sino en Francia
y en su Revolución de 1789, instancia que prologa lo que solemos entender por siglo XIX, y que
comienza alrededor de 1830.

Nos interesa aclarar, que desde la Revolución Francesa "irrumpe el mito de la revolu ción,
entendida como un acto de violencia que introduce un nuevo principio vital en la historia universal y
que, por consiguiente, supone un trastocamiento total y universal. Sin duda que siempre ha habido
revoluciones, pero la plena conciencia de la revolución sólo existe desde la Revolución Fra-
ncesa. Ya no se trata de un acto de violencia destinado a terminar con este o aquel mal, pero sin
poner en cuestión el cuadro total y básico del ordenamiento histórico-social, sino a erradicar el mal
en sí mismo, de manera que la Revolución se muestra como vía de salvación, y aunque madurada a
lo largo del tiempo, significa un salto brusco en el proceso histórico." (M. García Pelayo, Los mitos
políticos, p. 87; Cf. M. Duverger, Instituciones políticas..., 422-424;427)

Todo ocaso es precedido de un crepúsculo más o menos largo. Algunas veces claramente
definido, otras sugerido por circunstancias que requieren ser observadas con detenimiento para
advertir ya los destellos sombríos que anuncian un final menos perceptible.

Excepción hecha de Gran Bretaña donde la etapa crepuscular del orden monárquico
aparece tan tempranamente, al concluir el siglo XVII, puede afirmarse que encuentra su instancia
decisiva en la Revolución francesa de 1789.

El espíritu francés tan obsecuentemente racionalista, siempre forzando el orden natural, nos
ofrece fronteras nítidas que permiten señalar el fin del crepúsculo y el comienzo del ocaso del orden
monárquico. Así, luego de la instancia agónica del reinado de Carlos X, la revolución de julio de 1830
marca con perfiles rotundos, por primera vez en el continente europeo, la aparición de un monarca
(Luis Felipe I) que quedará sometido durante todo su reinado a una Constitución que hace de su
autoridad gubernativa un poder residuario. El orden monárquico se derrumba, pues el Imperio de
Napoleón III, es sentido estricto no encuadraba dentro del 'principe monarchique', pues como su ma-
dre, la reina Hortensia, le recordaba "vuestro título es de reciente data". (Napoleón III, p. 61)

En los países europeos más representativos de Occidente el pasaje del crepúsculo al ocaso
sigue un orden más acorde con la naturaleza, de allí que resulte difícil establecer un hito que fije en
un acontecimiento el fin de una etapa y el comienzo de otra diferente.

"Revolución Industrial" y Revolución Francesa, representan para el orden monárquico y para


la concepción occidental de vida del cual este orden es expresión, lo mismo que la tempestad en el
universo shakespereano. Antes que ésta se desencadene reina una tensa calma. La tensa calma que
se advierte en el continente europeo entre la conmoción de 1830 y la de 1848.

Para países como Suecia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, el año de 1848 resulta el trueno
que desencadena la tempestad, aun cuando se adviertan entre 1849 y 1859 ciertos intentos, por
parte de los monarcas, de recuperar prerrogativas que les han sido arrebatadas.

(16/10/94) LOS PAÍSES ESCANDINAVOS Y NÓRDICOS

En ellos, los factores de presión o "contrapoderes" (burgueses) actúan tempranamente,


recortando la autoridad gubernativa de los monarcas.

(5/12/94) La región escandinava y nórdica se caracteriza por la ausencia de conflictos


sociales de relevancia. En este sentido, la cuestión agraria no suscita problemas de significación
para la época, derivados generalmente de la existencia del latifundio, los cuales, si en épocas
normales, constituían un componente de preocupación para los monarcas, se convertían en seria
amenaza en una coyuntura histórica agitada por el avance sostenido de una burguesía que,
inspirada en las revoluciones francesas, perseguía conmover las bases del orden monárquico
tradicional.

Los monarcas de países como Holanda y Bélgica donde el campesinado defendió


tenazmente a las monarquías contra el invasor napoleónico, concedieron a éste las tierras en
propiedad ya al concluir la segunda década del 1800, evitando así las tensiones de regular
intensidad que afectarían, por ejemplo, a ciertas regiones de Prusia, Imperio austro-húngaro, e
Imperio ruso.

En otros países, como Suecia, el problema había quedado zanjado a poco de establecida la
dinastía alemana de Pfalz (fines del siglo XVII), pues el rey Carlos XI puso en práctica la Reduktion
(restitución) a los agricultores libres de las tierras que en su momento habían pasado a manos de la
nobleza.

Dinamarca, por su parte, nunca conoció el latifundio.


¡Error!Marcador no definido.
Reina en Dinamarca la dinastía Oldemburg, una de las más antiguas de Europa, en
Holanda, la casa de Orange-Nassau (creada por Guillermo el Taciturno en 1533) y en Bélgica la de
Sajonia Coburgo Gotha, dinastía de origen alemán que entrelazó a la Realeza europea.

SUECIA: El año de 1809, derrotado Gustavo IV frente a Napoleón y obligado a entregar


Finlandia a Rusia, resultó propicio para que el ejército decidiera apartar del Trono al rey, designando
en su reemplazo a su tío, Carlos XIII, a quien impusieron una Constitución que convertía a Suecia en
Monarquía parlamentaria. La misma establecía que Suecia debía "ser gobernada por un rey". Los
poderes del monarca se limitaban a la designación del primer ministro según las normas parlamenta-
rias, "a la presidencia del Consejo de Ministros una vez por semana y a la lectura del discurso del
Trono, durante una ceremonia celebrada una vez al año con motivo de la apertura del Riksdag
(Parlamento sueco)"(Mc Lean, 110; Jaudel y Boulay de la Meurthe,135, 171; Duverger,
Instituciones, 50).

En 1810, atendiendo a que Carlos XIII no poseía descendientes, la Dieta sueca convocada
para elegir heredero, desestima las candidaturas del rey de Dinamarca (cuñado del difunto rey), de
su hermano menor, duque de Augustemberg e, incluso, la del hijo del ex-rey Gustavo VI, exiliado en
Suiza.

En Suecia, el ejército, que constituye un importante factor de poder y actúa con bastante
independencia de la Corona, observaba con preocupación la expansión napoleónica, valorando los
consejos que en su momento les había proporcionado un mariscal del emperador francés, Jean
Baptiste Bernardotte, sobre la orientación geopolítica más conveniente para Suecia. Buscando
preservar la integridad territorial, deciden que el monarca invite a éste, por intermedio de Napoleón I,
a convertirse en heredero de la Corona. Producida la aceptación, Bernardotte asumiría el Trono a la
muerte de su "padre adoptivo" en 1818 con el nombre de Carlos XIV Juan.

Si bien, mediando la formalidad de la invitación realizada por el monarca reinante, nadie


ignoraba que la misma respondía a la presión militar, y, por tanto, que el Trono sueco se encontraba
en manos de un poder tan ilegítimo como el de la misma Francia.

En este sentido, resulta clarificador el juicio de Luis XVIII, quien desde su destierro declara:
"«Todas las cabezas coronadas han quedado bastante sorprendidas con la decisión de los estados
suecos. Un simple particular que no es de extracción noble, un general francés, por lo tanto un
súbdito mío, es escogido para llevar la corona, por el libre albedrío de un pueblo.»" (Jaudel y
Boulay de la Meurthe, ib., 143)

No obstante, se había dado cumplimiento a la Constitución, ya que su única exigencia res-


pecto de la Monarquía era que Suecia debía ser gobernada por un rey.

En 1814, los soberanos de Suecia recibieron el título de Rey de Suecia y de Noruega, país
este último que había formado parte de Dinamarca, pero que luego de la derrota del rey Federico VI
(aliado de Napoleón) debió aceptar la «unión» con Suecia. Se trató de una Monarquía dual que
perduraría hasta la independencia de Noruega en 1905.

Si bien la Constitución de 1809 imponía importante restricciones al monarca, Carlos XIV


Juan y su sucesor Oscar I, eligieron a sus ministros entre los burócratas reales, es decir, entre
aquellos en quienes pudieran confiar y que no fueran otra cosa que servidores fieles. Pero las
reformas de la década de 1840 reforzaron el parlamentarismo, y los términos de la Constitución
fueron celosamente custodiados por el brazo popular (burgués). De esta forma el ministro elegido
por el rey se convirtió en Jefe de su propio ministerio. Otras reformas introducidas en 1866 abolieron
el antiguo Riksdag, conformado con carácter estamental, por un Parlamento de estructura bicameral,
que convertía al primer ministro en un delegado suyo; se consolidaba la Monarquía Parlamentaria.
(McLean, 111; Duverger, Instituciones..., 50)

HOLANDA, DINAMARCA Y BÉLGICA: Como Suecia, tempranamente, con perfiles más rotundos en
Bélgica a partir de 1831, también Holanda y Dinamarca erigen luego de 1848 un régimen parlamen-
tario.

El juramento a que son sometidos los reyes de Holanda y Dinamarca denota, como especí-
ficamente lo explicaremos más adelante, que la Monarquía ya encuentra recortados ampliamente
sus poderes al llegar a mediados de siglo, cuando se trasplanta el sistema de Gabinete que Gran
Bretaña ve consolidarse desde la década de 1840.

En todos los casos se les impone una Constitución; son monarcas en virtud de la Cons-
titución, de allí que su poder derive básicamente de una instancia legal. El carácter de legitimidad
que es inmanente y, de hecho, prioritario a cualquier instancia legal en la Monarquía Constitucional,
se invierte en la Monarquía Parlamentaria, donde se prioriza la legalidad sobre la legitimidad.

En este sentido, el monarca se convierte en tal a partir del momento en que pronuncia su
juramento de fidelidad a la Constitución.

Su autoridad es instrumental y no intrínseca.


¡Error!Marcador no definido.

Así la Constitución holandesa establece: "Después de haber prestado [el] juramento o pro-
mesa, el Rey es entronizado en el acto de la sesión por los Estados Generales, cuyo presidente
pronuncia la siguiente declaración solemne: [...] En nombre del pueblo holandés y en virtud de la
Constitución, os recibimos e inauguramos como Rey." (de los Ríos, 121)

Si bien las constituciones que surgen tomando como modelo la Constitución belga de 1831,
evitan hacer vulnerable el poder al establecer que el rey es "inviolable", lo cual significa que no
puede exigírsele jurídicamente responsabilidad alguna. No obstante, siguen los preceptos dictados
por las Cámaras belgas, que declararon que tal inviolabilidad "«no ponía a la realeza por encima y
ad extra de la voluntad nacional.»"(de los Ríos, 128)

(6/12/94)

Si bien la fiebre del constitucionalismo racionalista acapara la atención político institucional


del siglo XIX, rindiendo más de un homenaje explícito al derecho consuetudinario británico, éste
ofrece variantes de diverso grado, surgidas de las necesidades reales de cada uno de los países
nórdicos o escandinavos, que son los que aquí nos ocupan.

Existen, claro está, características comunes que hacen a la naturaleza misma de la


Monarquía Parlamentaria, tal la "función simbólica y representativa de los monarcas", la "función
arbitral en relación con la propuesta de nombramiento de los jefes de gobierno y la necesidad de
refrendo para todos los actos del Rey, dada su irresponsabilidad política." (T. Freixes San Juan, «La
jefatura del Estado monárquica», en Revista de Estudios Políticos, nº 73, 115)

Una característica común, digna de ser apuntada, son las indeterminaciones


constitucionales, las cuales dejan indefinidas ciertas funciones que hacen a la prerrogativa regia,
actitud que evidencia no un descuido del contrapoder burgués, sino la intención de dejar abierto un
camino que podría llevar a que el rey ocupara, en caso de necesidad, espacios poco precisados o,
contrariamente, favorecer el avance del principio democrático frente al monárquico.

Tal situación, denota en los panegiristas del constitucionalismo el reconocimiento explícito


de las debilidades del modelo racionalista-liberal, en tanto, no sólo se alude en las constituciones al
carácter metafísico del rey al reputárselo sagrado e inviolable, sino que reserva el suficiente espacio
para activar la prerrogativa regia en caso de fractura del modelo instaurado.

Lo que sí queda absolutamente confirmado es el 'principio utilitario' de que se nutren los


teóricos del constitucionalismo, de allí que teman los peligros que podrían derivarse de desconocer y
extirpar a una institución cuya fuerza reside en valores ético-morales y afectivos, en un carácter
aglutinante, ajeno al galimatías republicano; Monarquía cuyo origen es producto de un compromiso
cultural y no expresión de los requerimientos exclusivos de una 'aristocracia de dinero'.

A lo largo del siglo XIX y en el transcurso del presente, se advertirá que las transformaciones
político-institucionales que afectan a la prerrogativa regia, resultan fundamentalmente producto de
"mutaciones constitucionales" más que de "reglas escritas". (M. García Canales, «La prerrogativa
regia en el reinado de Alfonso XIII: Interpretaciones constitucionales», en Revista de Estudios
Políticos, nº 55, 322)

Pero las Monarquías parlamentarias también ofrecen matices peculiares, condicionados por
la realidad histórica de cada país.

En este sentido si la Carta francesa de 1830 ejercerá cierta influencia sobre todo en los
textos constitucionales aparecidos luego de las revoluciones de 1848, mayor será la incidencia de la
Constitución belga de 1831 (vigente hasta 1920), en gran medida porque a la hora de extenderse la
marea constitucionalista, Francia, convertida en República, abandonaba los principios de la Carta.

Por otra parte, la Constitución del Reino de Bélgica, que aparece como la primera
Constitución escrita con permanencia en el tiempo y que regla las bases de la Monarquía
Parlamentaria, ofrece la paradoja de resultar aquella cuyos principios expresos resultan más
rigurosamente aplicados hasta la actualidad, aun cuando ya no rija el mismo texto, no obstante las
reformas introducidas como en su caso ocurrió con las constituciones de los demás Países
Escandinavos y Nórdicos.

Si en los distintos Países Escandinavos y Nórdicos se avanzó raudamente en la tarea de


recortar la Prerrogativa Real, no ocurrió lo propio en el Reino de Bélgica, donde desde su
surgimiento como Reino federal se advirtió que sólo un poder moderador y director, alejado de toda
puja político partidaria podría mantener la armonía entre valones y flamencos.(Cf. T. Freixes San
Juan, ib., 89)

Bélgica resulta de todos, el Reino que conservó con mayor integridad la Prerrogativa regia
hasta concluida la Gran Guerra. Esto significa, que considerando el período extendido entre 1848 y
1918, observamos que, mientras los reyes de Holanda, Suecia y Dinamarca vieron recortados
paulatinamente los alcances de su poder efectivo, el monarca belga, en cambio, gozó de una mayor
autonomía.
¡Error!Marcador no definido.
Respecto de Noruega, que nació como Monarquía independiente en 1905 al desprenderse
de Suecia y que se regía ya desde 1814 por una Constitución propia basada en la francesa del
mismo año y en la de Cádiz, aun cuando el nuevo texto constitucional de 1905 (como el último de
1953) no varió demasiado el original ni avanzó más allá que el de sus vecinos, lo cierto es que se
aplicaron inmediatamente todas las restricciones que ya eran normales en los Países Escandinavos
y Nórdicos, con la excepción apuntada.

Por la Constitución de 1814 Noruega fue declarada "«un Reino libre, independiente e
indivisible, unido a Suecia bajo un rey». En ella se establecía que la Storthing (Asamblea Nacional)
debía ser una institución unicameral, y que el rey no debía disfrutar de un derecho a veto absoluto, ni
el derecho de disolver la Storthing. (V. Maclean, Coronas Reales, 122)

En todos los casos importa aclarar que la costumbre, particularmente en el Reino de


Bélgica, pero de manera también significativa en los otros, adaptó las constituciones de acuerdo con
las necesidades.

Así por ejemplo tanto en Dinamarca, Holanda como Noruega, el parlamentarismo en


sentido estricto (sistema que reduce a su mínima expresión la Prerrogativa Regia), adoptó la vía
consuetudinaria para introducir las reformas, determinando que las Cámaras exigieran la
responsabilidad al Ejecutivo y que el Rey tuviera en cuenta "la opinión popular expresada a través
del Parlamento."

Respecto de Suecia, a diferencia de los otros Países Escandinavos y Nórdicos, cuenta con
cuatro leyes de carácter constitucional, modificadas en numerosas ocasiones, la última en 1979.

Puede afirmarse que "la Constitución sueca, conjuntamente con la española [del mismo
año], constituye un caso aislado en el entorno europeo, ya que los textos constitucionales determinan
con exactitud los poderes reales del Monarca." (T. Freixes San Juan, en Revista, nº 77, 91-s.)

El principal vacío de la normativa constitucional lo constituía básicamente la falta de


regulación acerca de la Jefatura del Estado monárquico, es decir, la indeterminación acerca del
órgano de poder encargado de nombrar y hacer cesar al Jefe de Gobierno, especificación concreta
de la relación entre el monarca y las Cámaras, órgano de convocatoria de éstas, participación en la
función legislativa.

Caracterizar genéricamente a las constituciones decimonónicas, sobre todo aquellas que


ven la luz luego de 1830 (no hablamos de las cartas constitucionales) supone hacerlo de instrumen-
tos jurídicos que, más allá de precisiones dogmáticas o instrumentales referentes al funcionamiento
de las Cámaras, respecto de la autoridad del monarca juegan intencionalmente con las situaciones
paradójicas, pues si por un lado abunda la vaguedad conceptual, por otra parte se otorgan
precisamente al monarca poderes que luego la praxis, recorta.

Estas ambigüedades, tan contrarias a la normativa constitucionalista y al espíritu racionalista


liberal que la alimenta y de que se ufanan sus apologistas, sólo resultan inteligibles por la fe en la
fuerza de la institución; fuerza de magnitud tal, que resulta capaz de resistir cualquier contradicción
teórica, dada su plasticidad y, por ende, su capacidad para adaptarse a las más diversas coyunturas
y necesidades. Carácter maleable y pluriforme del que carece la República, cuya menor duda o
irregularidad pone en acción todas las contradicciones con las que se encuentra edificada.

Los monarcas belgas serán aquellos que hasta la actualidad, vieron apenas puesto en
entredicho su poder, cuando quisieron hacer uso de la Prerrogativa regia que la letra de la
Constitución determinaba, por ejemplo, en el caso del ejercicio del veto.(Cf. T. Freixes San Juan, ib.,
99101106, 108)

No obstante, importa insistir que la Monarquía Parlamentaria con todas las limitaciones que
supone a la Prerrogativa Regia, se asienta en las dos últimas décadas del 1800.

Una nota características de los Países Escandinavos, y ya para la década de 1840, es la


ausencia (en el caso de Bélgica) o supresión (como ocurrió en Dinamarca para 1840) de la
ceremonia de coronación, reemplazada por la entronización, lo cual contribuye a despojar al acto de
ascensión al Trono del carácter sacro que es consustancial de la Monarquía. En Suecia, lo cual
resulta más grave como precedente, la ceremonia de coronación fue suprimida a principios del siglo
actual por decisión de la misma Familia Real.

El rey de Dinamarca se convierte en tal, mediando simplemente una "carta abierta al


pueblo" y entregada al gobierno, prestando el juramento ante el Parlamento (Folketing). (Jaudel y
Boulay de la Meurthe, Los reyes..., 126-s.)

Si se toma en cuenta cada entidad soberana en particular, es en los Imperios centrales


(Austro-Húngaro, Alemán y Ruso), donde la etapa crepuscular del orden monárquico, surge con
perfiles menos nítidos y aparece furtivamente como consecuencia de las sucesivas violaciones de la
'política de principios' impuesta por el Congreso de Viena de 1815 y ratificada por la Santa Alianza.
Estas actitudes violentan los fundamentos del 'principe monarchique' o de la legitimidad, y al
orientarse por ese camino disemina el virus que arrastraría a las Monarquía de los Habsburgo, de los
Hohenzollern y de los Romanoff, a su ocaso definitivo en el transcurso de la Gran Guerra.
¡Error!Marcador no definido.

Se trata de un crepúsculo con un tempo diferente al de las monarquías de Europa Occiden-


tal, resultando de significativa relevancia las contradicciones internas en que incurren los mismos
socios de la Alianza europea; éstas explican mejor el abrupto colapso, pues se había abandonado al
verdadero enemigo (al orden burgués) un campo de acción vasto en el que obtenía réditos
crecientes, lo cual le permitía aparecer, ante cada derrota política frente a sus exigencias de control
de parlamentos y gobiernos, con fuerzas redobladas. Baste observar, a manera de ejemplo, que al
constituirse el Imperio alemán esa burguesía condicionada políticamente, contenida en sus aspira-
ciones parlamentarias, aparece como la gran fuerza económica del Imperio, lo cual significa decir,
con efectivo poder de maniobra política, apoyando la política imperial o, tal vez sería más preciso,
imponiendo sutilmente sus criterios al accionar del Estado.

EL PODER DEL DINERO

El operar de la burguesía (su táctica) es sumamente maleable, en tanto en su concepción


del mundo, sobre todo a partir de esa época de descenso del capitalismo que suele ubicarse al-
rededor de los años '70, no hay lugar para cavilaciones espirituales o temor por vulnerar valores ni
principios ético-morales; una regla rige la concepción última del orden burgués capitalista: la utilidad.

Aun cuando, los poderes dinásticos hubieran seguido la más escrupulosa y ortodoxa política
de principios; es decir, aun cuando la política pudiera hacerse sinónimo de rigurosa escrupulosidad,
la naturaleza misma del 'principe monarchique' que tenía como referente instancias metajurídicas
basadas en la defensa del Trono y del Altar, estaban condenadas al fracaso.

Podría afirmarse que el legitimismo ejercía sobre la política de la burguesía capitalista la


misma resistencia efectiva que una fortaleza medieval frente a las armas de fuego de la
modernidad. El legitimismo, aparecía con todo el brillo de la 'política de principios'; era el 'quijotismo'
frente al 'sanchopancismo'. Como apuntara Carl Schmitt, al referirse a Donoso Cortés, "el español se
desespera viendo la tonta inocencia de los legitimistas y la cobarde astucia de la burguesía." (C,
Schmitt, Sobre el Parlamentarismo, 89)

Un tempo diferente al de Occidente, que es condicionado por singulares circunstancias


históricas, sociales y económicas. Éstas determinan que de la Monarquía Constitucional no se pase
a la Monarquía Parlamentaria, sino a formas republicanas también singulares: no se conoce la
ficción monárquica.

Circunstancias similares, el alejamiento del poder, les harán advertir tanto a Metternich
como a Bismarck que habían estado luchando, como el Quijote, contra molinos de viento.

El primero convencido de que las ideas liberales eran pasajeras y que bastaba ponerles
freno, reconocerá finalmente, lejos de su cargo, cuán diferente era la época que la había tocado
vivir, recordando que todo hubiera marchado diferente en su carrera, si como sucedía cien años
antes de su época la lucha se hubiera dado "entre las grandes potencias por el puro y simple
equilibrio territorial." (Metternich, 56).

Astutos y avezados políticos, enfrentaban la realidad con 'armas' provenientes de un campo


mental del todo diferente; ni uno ni otro podían comprender en todo su alcance o, si lo comprendían,
no podían atinar a responder con 'armas' cuyo manejo desconocían; frente a ese nuevo mundo la
posición de ambos no difería de la de Atahualpa frente a la presencia del ejército de Hernán Cortés.

Se enfrentaban a un enemigo sin rostro, que actuaba simultáneamente en varios campos


de batalla a la vez, con armas más letales que los cañones o fusiles y, por otra parte, del que se
dependía para poseer esos cañones y esos fusiles. El arma del capitalismo actuaba por encima de
fronteras, desde los partidos políticos, a través de ministros, de intelectuales, de oscuros
hombrecillos que conformaban el ejército de proletarios de oficina, orgullosos de su vida anónima
dentro del Imperio de las empresas. El nuevo poder mundial se resumía en pocas palabras: Banca,
Bolsa, Industria.

Quedar atónito, es decir, sorprendido por lo observado y a la vez debilitado por la sorpresa,
es lo que recorre la respuesta de Metternich y lo que supone la expresión de Bismarck cuando,
admirado del tráfico comercial del puerto de Hamburgo al que lo habían llevado a conocer, exclama:
"Pero este es otro mundo!". (Bismarck, 165).

Dicho en otras palabras, en el tablero de ajedrez mundial las piezas se movían con reglas
desconocidas para los gobernantes de estados, que para mayor complejidad comprendían a nume-
rosas naciones, en las que se agitaban ideales de libertad e independencia, confundidos las más de
las veces con intereses claramente empresariales los cuales, imbuidos de la nueva mentalidad
capitalista, subordinaban las soluciones políticas a pingües ganancias.

Cuando hablamos del ocaso del orden monárquico lo hacemos en dos sentidos: ya como
una larga oscuridad que luego de la época conservadora se abate sobre las monarquías
parlamentarias occidentales y se prolonga hasta nuestros días; ya entendida como final abrupto y
definitivo, aquel que arrecia con distinta fuerza en la década de 1860 y concluye en distintos
momentos durante el transcurso de la Gran Guerra.
¡Error!Marcador no definido.
Aun cuando ciertos acontecimientos pudieron tentarnos a incluir algún tipo de corte
cronológico,renunciamos al intento, pues el mismo más que clarificar el proceso lo enturbiaría.

Si tomamos el 'caso italiano' observaremos que su ocaso comienza en el momento mismo


de su unificación y concluye definitivamente luego de la Segunda Guerra Mundial. Similar perfil
guardaría Rumania nacida como Reino en 1859. En otros países, como Bulgaria y Yugoslavia, el
ocaso se ubica también desde el inicio, sin mediar una etapa crepuscular, hacia fines del siglo actual,
el que hacemos llegar hasta el fin de la Gran Guerra.

Respecto del año 1830 como punto de partida del siglo XIX, coincidimos en afirmar con Ar-
nold Hauser que fue "durante la Monarquía de julio [en Francia], y no antes" que "se desarrollan los
fundamentos y los perfiles de este siglo, el orden social en que nosotros mismos estamos
arraigados, el sistema económico cuyos principios y antagonismos perduran hoy todavía." Como el
mismo autor le apunta, "de la generación de 1830 a la de 1910, somos testigos de un desarrollo
intelectual homogéneo y orgánico. Tres generaciones luchan con los mismos problemas y durante
setenta u ochenta años el curso de la historia permanece inmutable." Para 1830 "la burguesía está
en plena posesión de su poder, y tiene conciencia de ello." (A. Hauser, Historia..., III, 12).

Las enseñanzas del Conde de Rivarol

El conde Antoine de Rivarol, contemporáneo de la Revolución Francesa nos ofrece, desde


una actitud crítica, una visión ecuánime de los hechos, de los cuales tomaremos aquellos conceptos
que resultan relevantes para entender nuestro tema.

En su Diario Político, la condena a la Revolución, más que embestir contra la burguesía


triunfante, apunta sobre todo a subrayar los caminos que la hicieron posible, subrayando muy
especialmente las claudicaciones de la Nobleza y del clero, y en menor medida la actitud del rey, sin
olvidar la nueva configuración demográfica de la sociedad francesa.

Tan sentenciosas como proféticas resultan muchas de sus consideraciones, señalando que,
cuando se quieren evitar los horrores de una revolución, hay que quererla y hacerla uno mismo.
¿Acaso podía dudarse que era demasiado necesaria en Francia como para que no resultase
inevitable?. "¡Cuántos gobiernos de Europa serán tal vez golpeados por ella, por no haberlo tenido
en cuenta más que el gabinete de Versalles!." (p. 77-s)

Cuando los revolucionarios llegan a dominar, inmediatamente hacen que los pueblos se
rebelen primero contra la Religión y a continuación contra la autoridad."(p.88)

Rivarol, apunta el efecto diferente que causaba tradicionalmente la Nobleza en el pueblo, y


el que evidenciaron los burgueses e intelectuales.

Para la mentalidad del pueblo la nobleza es "una especie de religión y los gentileshombres
sus sacerdotes" y, respecto de los burgueses puede afirmarse que "hay más impíos que incrédulos"
(p.90)

Considera que la Nobleza es para los burgueses "una especie de idea innata, o al menos el
primero y más fuerte de los prejuicios, y no exceptúo a la Religión." (p.61) Se ha creado el llamado"
prejuicio de nobleza" (p.90) "A los intelectuales y a los ricos la nobleza les resultaba insoportable, y a
la mayoría les parecía tan insoportable que acababan por comprarla. Pero entonces empezaba para
ellos un nuevo tipo de suplicio: eran ennoblecidos, personas nobles, pero no eran hidalgos, pues los
reyes de Francia, al vender la nobleza, no pensaron en vender también el tiempo, que siempre falta
a los advenedizos. Los reyes de Europa sólo nos venden el presente y el futuro." "Los reyes de
Francia curan a sus súbditos del villanaje, con la salvedad de que quedarán marcas." (p.89) Como
decía Pascal, "es una cosa terrible la alcurnia", pues "da a un niño recién nacido una consideración
que no obtendrían cincuenta años de trabajos y de virtudes." (p.89)

Pero si la Nobleza era para el pueblo "una especie de religión" era porque sus miembros
representaban la aristocracia, los mejores por sus méritos, por su moderación, por la actitud heroica
ante la vida, por su desprendimiento y menosprecio por los bienes materiales. Pero es nobleza de
sangre, modelo de virtudes, había dejado de ser el referente válido de comportamiento, en medida
menor por la prédica revolucionaria, y fundamentalmente por la actitud de muchos nobles que, sin
diferenciarse de los burgueses especulaban con el dinero. ¿Acaso, se pregunta Rivarol, no resulta
irrisorio llamar aristócratas a pobres gentileshombres que se pasan la vida mendigando subsidios
en todas las antesalas de París y de Versalles, y que pueden morir en la cárcel por una deuda de
cien escudos?."(p.105). Es la misma nobleza la que ha comprometido su honor, "ha hecho trizas con
una complacencia estúpida su antigua jerarquía" por querer convertirse en "los personajes del
momento.'(p.105-107). Esa "raza" que constituyó la nobleza de Francia "se ha extinguido."(p.105)

En lugar de "aliarse para la defensa común", han cedido y obrado individualmente, buscan-
do salvar su situación personal. ¿ Que imagen podía guardar el pueblo de la Nobleza cuando nada
menos que el hermano del rey, el duque de Orleans (futuro Luis Felipe I), prefirió aliarse con los
burgueses capitalistas, por creer que así garantizaba a su familia un lugar en la sucesión al Trono?
¿Qué actitud tomar cuando quien debía ser un defensor natural del Trono, lo traiciona?. Por otra
parte, deben tenerse en cuenta las "malversaciones", y, en una acusación que involucra directa-
mente a Luis XVI, los "favores amontonados sin discreción sobre algunos individuos" lo cual
¡Error!Marcador no definido.
determinó que "una gran parte de la nobleza y del clero" se malquistara ante el pueblo, agravado
todo ello, porque esos mismos nobles y prelados, aliados con los burgueses, resultaron no sólo los
instigadores sino también las primeras víctimas de la revolución. (p.81)

"Cuando lo pueblos dejan de estimar, dejan de obedecer." (p.88) Además resulta de una
total inopia ignorar que cuando se confunden todos los rangos, los ojos vulgares no pueden sino ver
una "coalición de todos los intereses."(p.66)

El rey, pues como cabeza visible de la Monarquía no puede ignorar la flexibilidad de que
está dotada, contribuyendo a su destrucción en la medida que ignore los cambios sociales. En este
sentido, apunta Rivarol que desde largo tiempo atrás Francia había asistido al espectáculo del "trono
eclipsado en medio de las luces."(p.88) La ignorancia no es algo compatible con el oficio de rey y,
por tanto, recaen las culpas en los dos preceptores del rey, encargados uno de formar al "hombre" y
otro de formar al "rey".(p.78) En una clara alusión a Luis XVI, pero válida para otros monarcas que
gobiernan "Estados industriosos, ricos y potentes", señala Rivarol que a estos no les sirve "un rey
cazador", el cual puede convenir "a pueblos nómades", sino "reyes administradores."(p. 88)

Otra causa fundamental en la crisis del orden monárquico, que pone al descubierto sus
propias debilidades descubre, como en los casos citados, el abandono de valores éticos liminares
que la Monarquía debía resguardar, motivado en la dependencia económica del gobierno respecto al
mundo de los negocios y de la especulación. En otras palabras, el gobierno al vender sus rentas
introduce "los cimientos de un poder enemigo que lo devora." Es cierto, que a partir en entonces
Francia siguió teniendo gobierno, pero "ese gobierno tiene amos: la autoridad no es ya indepen-
diente, y es hoy día verdad que estamos regidos por esclavos." (p. 34-s.) La especulación jugará con
los valores de la Corona y, todo ministro de economía, que es en mayor o menor medida banquero,
se convierte, dentro de esta inversa relación de los poderes, en el verdadero "hombre de la nación."
(p. 35 y 49)

Este gobierno, esclavo de especuladores, "se debate en sus grillos, distribuye a sus
vampiros impuestos y más impuestos, empréstitos y más empréstitos." (p.35) "La especulación se
regocija de la prosperidad pública, como un insecto de la gordura de los cuerpos en que se ceba."
(p.42) De esta manera, reina en París "una industria estéril que se devora a sí misma, y que se
manifiesta principalmente en los especuladores o revendedores de acciones públicas y privadas.
"(p.42)

Importa advertir el grado de confusión que supone la nueva relación de poderes, verdadera
revolución copernicana, en tanto, por primera vez en la historia se observa a un orden inferior
dictando al superior (gobierno) convertido en esclavo, las normas que deben regir a una sociedad.
¿Qué sucedería si, dentro de esta nueva relación entre la autoridad gubernativa y los "capitalistas",
la primera los enfrentara?: Simplemente, la vida del rey correría peligro. (p.106).

Rivarol nos introduce en un tipo de relación patológica, que en su momento asoma larva -
damente pero que irá tomando cuerpo hasta constituir la definición de nuestro siglo.

Cuando el autor señala que la "defección del ejército no es una de las causas de la Revolu-
ción", sino "la Revolución misma"(p.80) ayuda a no olvidar que por más noble que sea la causa que
un pueblo defienda, sino cuenta con la fuerza militar de su lado, esta causa jamás triunfará. El poder
militar, "esas maquinarias despóticas" como llamara a los ejércitos permanentes Alejandro Hamilton,
decide en última instancia la estabilidad de los gobiernos. Muchos pensadores de la política señala-
ron el peligro que significaba para los pueblos y gobiernos mantener ejércitos permanentes en el
interior de sus países, pero muchos, como el mismo Hamilton, no pudieron sino reconocer que era
un mal necesario.

En este sentido nadie duda del protagonismo de la fuerza militar en las decisiones políticas
que se toman en la ex-URSS, como tampoco se duda del rol decisivo que desempeñaron en el
derrumbe del Imperio soviético. Parafraseando lo sostenido por Rivarol para su época, cuyas
observaciones desplegamos porque nos ilustran lucidamente la nuestra, el ejército no fue una de las
causas del derrumbe de la URSS, sino que su derrumbe precipitó los acontecimientos que dieron por
tierra con el Imperio soviético.

Tal protagonismo del poder militar, permite explicar el cuantioso presupuesto asignado a las
fuerzas armadas en las principales potencias, no sólo destinado a la renovación de armamento sino
a la conveniente retribución de las fuerzas profesionales que la integran. Esto último permitirá
garantizar la eficiencia militar, pero principalmente ahuyentar cualquier descontento dentro del poder
militar. La profesionalidad de los altos mandos, la descentralización de los mismos, su cuidada
selección, una diversificada formación, no exclusivamente militar, el ejército profesional atraído por
la retribución económica y otro no profesional, pero a resguardo de contingencias económicas, son
algunos de los recursos desplegados en los países más desarrollados, cuyos gobiernos de facto, las
oligarquías empresarias, resguardan económicamente por el temor que les inspiran pero que
necesitan proteger celosamente porque de ellas dependen para el control y expansión de sus
respectivas economías. Nunca la "maquinaria despótica" alcanzó las dimensiones que guarda en
nuestro siglo, alimentada generosamente por la diversificada y sofisticada industria armamentista,
obligada por razones de 'mercado' a producir aceleradamente un producto que distribuirá generosa-
mente en todos los continentes. Por supuesto, nunca alcanzó tanta peligrosidad y de sus efectos
deletéreos son ejemplo Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, para citar ejemplos clásicos.
¡Error!Marcador no definido.

Respecto del efecto boomerang a que se refería Rivarol, nuestra década ya ofrece un
antecedente ilustrativo, el soviético. Es decir, la fuerza militar siempre termina haciendo temblar a
los mismos a los que hace temibles.

¿Qué aspectos influyeron en la defección del ejército francés?

Fundamentalmente que cuando el rey ordenó a un ejército empobrecido sitiar la Asamblea


Nacional de París, los burgueses de diseminaron por el campamento y sembraron oro a manos
llenas; de allí que a poco de establecidas las tropas era cosa prácticamente cierta que no
obedecerían.(p.80) "Aquel ejército, a su llegada, carecía de todo: fue alimentado y abastecido por
aquellos a quienes venía a reprimir. ¡Cómo harán sus jefes para dirigirlo contra quienes se han
convertido en sus benefactores!" (p. 79)

A este motivo hay que agregar otro no menos importante, responsabilidad del consejo de
guerra, pues debido a los "castigos corporales" que ordenaba infligir a los soldados, condujo a estos
a la desesperación. (p.78)

Otra causa del deterioro de la Monarquía, sólo atribuible a su falta de adaptación a la nueva
realidad, es la relacionada con aspectos demográfi cos y laborales, es decir, carece de respuestas
para una sociedad que ve crecer el número de brazos disponibles y disminuir el número de trabajos
a realizar. Quedan entonces muchos hombres inútiles, es decir, peligrosos, mientras el gobierno
parece sumido en la inercia. (p.80-s.)

Las claudicaciones de la Monarquía, su inacción, y los errores más graves protagonizados


por sus pilares básicos (Nobleza y Clero), abonaron el terreno que facilitó el accionar burgués; una
burguesía todavía cautelosa que, en tanto ansiosa de compartir las decisiones del poder político, se
conduce dentro de los principios básicos del ideario liberal-ilustrado. Actitudes que con distinto ritmo
se apoderarán de los poderes tradicionales de Europa, y que en algunos casos coincidirán con la
época de mayor expansión del accionar burgués, ya alejado de los principios políticos y económicos
que habían sido el sustento del Liberalismo.

El Sistema de Metternich

Superada la Revolución Francesa y desmoronado el Imperio napoleónico, las potencias tri-


unfantes (Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria) en el marco del Congreso de Viena (1815) reestruc-
turaron el mapa europeo de acuerdo con un criterio geoestratégico, ignorando el problema de las
nacionalidades, lo cual daría motivo a continuas agitaciones, en 1830 y en 1848, y que continuarían
hasta finales del siglo.

En todos los casos, los pueblos que aspiraban a la independencia (belgas, polacos,
alemanes, italianos), retomarían a partir de 1830 los ideales primeros de la Revolución de 1789. Se
cumplirían aquellas palabras proféticas de Rivarol, quien luego de reconocer que Francia no había
logrado colocarse a la altura de los tiempos, señaló que serían muchos los pueblos golpeados por la
revolución por haber cometido los reyes los mismos errores que el gabinete de Versalles.

El príncipe Clemente de Metternich, canciller de Austria, artífice de la Alianza europea que


sumó a Francia entre sus integrantes, defendió el principio de legitimidad, consistente en restituir a
cada país europeo los territorios que le habían sido arrebatados por los revolucionarios y,
fundamentalmente, restaurar las dinastías que habían sido separadas del trono. De tal forma la
dinastía de Borbón se impuso en Francia, en España y en el reino de las Dos Sicilias, la de Orange
en Holanda, la casa de Saboya en Piamonte y Cerdeña, al tiempo que le fueron restituidos al papa
sus posesiones temporales en Italia. El Reino de Polonia se abolió, repartiéndose entre Rusia,
Austria y Prusia.

El legitimismo alcanzó su mejor expresión en la Santa Alianza, que no integró Gran


Bretaña, y la defensa del Trono y el Altar fue su lema.

La Alianza europea intentó funcionar como una liga de naciones, de la cual no tardó en
separarse Gran Bretaña, pues a los intereses de la burguesía triunfante le importaba básicamente
restablecer los lazos comerciales, fundamentalmente con Iberoamérica, obstaculizados por las
guerras napoleónicas. A la política de principios de la Santa Alianza, Gran Bretaña anteponía la
política mercantil.

La Santa Alianza consideraba toda la época revolucionaria y napoleónica como la instancia


que había logrado destruir el orden antiguo y buscaba reconstruir el equilibrio europeo anterior a la
Revolución Francesa.

Estos ideales se mantuvieron aproximadamente entre 1815 y 1830. Luego las luchas de las
nacionalidades, y sobre todo la injerencia creciente del capitalismo burgués, llevaron a rivalidades
entre las mismas potencias cuyas monarquías vieron debilitarse los lazos que habían intentado
reconstruir. La defensa del legitimismo, suponía fortalecer la unidad indisoluble Trono-Altar, sin lo
cual la Monarquía estaba perdida. En la medida en que uno de los pilares en que se asentaba el
orden monárquico se debilitara, el tiempo de la Monarquía como institución vigorosa estaba contado.
¡Error!Marcador no definido.

Ya se advertía por entonces que el Trono británico era sólo una sombra y bajo el lema «Gob -
ierno de Su Majestad Británica» se ponían en marcha acciones que satisfacían al floreciente mundo
de los negocios. El año 1822 cuando el suicidio del primer ministro Lord Castlereagh permite la
llegada al ministerio de George Canning, la Monarquía británica claudica definitivamente frente al
defensor de las industriales de Lancashire, Manchester y Birmingham. Como apuntaba Chateau-
briand, con la muerte de Castlereagh "muere la vieja Inglaterra debatiéndose hasta entonces en
medio de las crecientes innovaciones. Canning[...] hablaba en la tribuna el lenguaje de la
propaganda, movido por su amor propio." (Memorias, II, 446).

Había triunfado en Gran Bretaña la Monarquía Constitucional Parlamentaria, lo cual sig-


nificaba la atonía del Poder Real y el dominio de la oligarquía de la Cámara de los Comunes. A partir
de entonces la frase "el rey reina pero no gobierna", absurda como tal, pero efectiva para los nuevos
intereses de la Banca y de la Industria, constituiría toda una definición de su poder.

(23/8/94) Respecto de la Santa Alianza, y atentos a los poderosos intereses de la Banca y de


la Industria, puede afirmarse que sus esfuerzos por encontrar un camino intermedio que sin
desconocer los cambios introducidos por influencia de la Revolución Francesa permitiera conservar
los fundamentos del 'principe monarchique', estaban destinados al fracaso desde el comienzo. Sólo
podían retrasar el reloj de la Historia, pero no podemos olvidar las reflexiones de Rivarol que,
referido fundamentalmente a la Nobleza y el Clero. El operar de la Santa Alianza hubiera requerido
como conditio sine qua non para afianzar su política de principios de una actitud cohesiva en torno
a tales ideales por parte de la Nobleza y del Clero,es decir, de los pilares de la Monarquía, y esto era
ya pensar en una quimera para esos tiempos. No bastaba solamente con la sagaz política de Metter-
nich y de aquellos que advertían con claridad el peligro de comprometerse demasiado con los intere-
ses burgueses, requería que la política del Trono y el Altar contara con inclaudicables defensores.

Pero para 1815 los intereses de la Banca y de la Industria estaban vastamente ramificados,
destacándose los bancos privados, los llamados Merchant bankers en Gran Bretaña y haute
banque en Francia (expresión esta última que aparece y se difunde en la época de la Restauración),
que se especializaron en los grandes negocios financieros, como suscripción de empréstitos públicos
y concesiones ferroviarias. Muchos eran de origen protestante o judío, y tenían su sede en las
grandes plazas bancarias: Amsterdam, Londres, París, Ginebra, Frankfort y otras. De entre todos, los
más poderosos durante la primera mitad del siglo XIX fueron los Rotchschild, una numerosa de
origen judío nativa de Frankfort, habiendo tenido una actuación destacada durante las guerras
napoleónicas; así mientras Nathan, desde Londres, proveía de dinero y bastimentos a los ejércitos
ingleses que, al mando del duque de Wellington, luchaban en España, otro hermano, James, ejercía
los mismos oficios respecto de Napoleón; ambos hermanos pudieron especular y lucrarse sobre las
exportaciones de oro entre Francia y Gran Bretaña en este período tan turbado. En los años 30 su
influencia no sólo financiera, sino política y social, era considerable.

Los gobiernos al depender de los empréstitos ya sólo son gobiernos en la forma, siendo el
verdadero gobernante el prestamista, en favor de quien terminan orientando sus políticas.

La gran fortuna de la casa Rothschild se encuentra en las ganancias realizadas durante las
guerras desatadas entre 1700 y 1800; de 1818 a 1848 fueron los indispensables prestamistas de
reyes y, pese a su origen judío y dada la dependencia en que se encontraban las deterioradas
finanzas del Imperio lograron la nobleza austríaca en 1817.

A la hora de reunirse el Congreso de Viena, la familia Rothschild representaba ya la más


grande potencia financiera privada que existiera en Europa y también en el mundo entero.

No perdonaron procedimiento alguno para conseguir sus propósitos, paralizando a gober-


nantes, forzando a altos dirigentes nacionales a plegarse a sus deseos y anulando a competidores
mediante presiones políticas. Así no fueron pocos los monarcas y políticos que dependían de los
labios de sus miembros en la espera de un sí o de un no que podía cambiar radicalmente el futuro
de los mismos. Mantuvieron en sus manos la mayor parte de las explotaciones ferroviarias europeas
y algunas americanas, y numerosas empresas mineras, industriales y comerciales. Después de
1860, su importancia relativa declina. (V. Vázquez de Prada, Historia..., II, 130-s.).

¿Cómo haría la Santa Alianza para consolidar su política de principios, cuando una buena
parte de Europa, incluidos los países de la Alianza misma, se habían endeudado fuertemente como
consecuencia de las guerras derivadas de la Revolución Francesa y del Imperio y requerían
constantemente de renovados aportes para mantener su política legitimista? Empréstitos, por otra
parte que, enmarcados dentro del nuevo esquema capitalista, suponía que el fuerte ya no era el
monarca o noble tomador del préstamo, pues el burgués gozaba de la suficiente fuerza y autonomía
para imponer condiciones. Ya no se trataba de los banqueros de la época de los Fugger, angustiados
por su plebeyo origen. Ahora se sabía que hasta el origen podía modificarse. La burguesía renuncia
a sus modelos aristocráticos. "El dinero domina toda la vida pública y privada; todo se le rinde". Si
bien es cierto que el dominio del capital no comienza ahora; es también cierto que "la posesión del
dinero era hasta ahora sólo uno de los medios por los que un hombre podía adquirir una posesión en
Francia, mas no el más distinguido ni el más efectivo. Ahora, por lo contra rio, de repente, todo
derecho, todo poder y toda capacidad se expresan en dinero."(A. Hauser, Historia..., III, 19).

Baste advertir el grado de dependencia de las potencias vencedoras en 1815 con respecto al
¡Error!Marcador no definido.
poder de la Banca, que el Congreso de Aquisgrán, que niega a Fernando VII, rey España, su
asistencia, en tanto debía discutirse el problema de las indemnizaciones de guerra y el pago de los
ejércitos de ocupación del territorio francés, coloca junto a los diplomáticos de las potencias mayores
a los miembros más conspicuos y representativos del mundo bancario europeo, entre otros los
Rothschild. (LOS ROTHSCHILD, 155-s.).

Muy tempranamente, no fueron ajenos a los pingües negocios de base capitalista la familia
real de Hesse-Kassel y otros príncipes alemanes, a quien se vincularon tempranamente los
Rothschild como modestos intermediarios. Ya para 1775 los príncipes de Hesse-Kassel ofrecieron
tropas mercenarias al gobierno británico y el pago por la operación fue concretado en Londres,
destinando los landgraves de Hesse parte de lo obtenido para la adquisición de títulos de
empréstitos públicos ingleses, para lo cual se valían de algunos banqueros de Amsterdam como los
Van der Notten y los Van Ghesel, que poseían una agencia propia en Londres.

Así Kalmann Rothschild, que se sentía fuerte con el apoyo del monarca austríaco, no dudó
en exigir al rey de Nápoles Fernando I de Borbón, cuyo Trono era garantizado por Austria, que el
conde Luis Médicis asumiera como ministro si deseaba que le prestara el dinero necesario para el
mantenimiento de las tropas austríacas y para la restauración de las finanzas estatales. (los
Rothschild, p.157)

También la Santa Sede, ligada estrechamente por razones de principios a la Santa Alianza,
había sido intimada por los Rothschild a través del canciller Metternich, por haber desatendido el
pago de un empréstito de 16.200.000 francos. La Santa Sede no debería esperar en el futuro
empréstito alguno ni ayuda exterior si no cumplía a "conciencia" las cláusulas contractuales.

¿Cuál fue la actitud del Pontífice ante la intimación y el rumor extendido por la relación de
negocios iniciada con una banca judía? Gregorio XVI, recibía en audiencia a Kalmann Rothschild,
que se había encargado de la operación, le "confería el Gran Cordón y la Cruz de la Orden de San
Jorge y se dejaba besar la mano y el pie." (LOS ROTHSCHILD, 158)

No otro cariz tomaron los acontecimientos en el Reino de Bélgica, nacido del desmembra-
miento del Reino de los Países Bajos en 1830, y fraguado como Estado independiente por los
Rothschild a quien proporcionaron el dinero para organizar sus finanzas.

Fue Leopoldo I de Sajonia Coburgo Gotha, tío de Victoria I de Gran Bretaña, su primer rey,
elegido por un Congreso Nacional en julio de 1831. Uno de los primeros políticos del momento y
consejero de su sobrina, intentó colocar a Bélgica en un lugar respetable entre las potencias euro-
peas, para lo cual no dudó en solicitar el apoyo de Victoria. Sin embargo, poco podía otorgar quien
nada podía decidir sino bajo la conformidad de sus ministros. Eran los ministros, verdaderos
reyezuelos subalternos los verdaderos gobernantes y Victoria I inicia decididamente en Gran Bretaña
la era de los monarcas parlamentarios, es decir, la de los monarcas nulos convirtiéndose para su
país en "el símbolo viviente de la victoria de la clase media"(L. STRACHEY, Victoria I, 24).

Leopoldo I, si bien estaba atado a una Constitución que instauraba una Monarquía Parla-
mentaria, tenía un poder de decisión del que carecía su sobrina. No obstante era conciente de su
difícil situación internacional, ante la actitud desafiante de Holanda y los deseos expansionistas de
Luis Felipe I de Francia, y de la no menos estrechez económica de su Reino. De allí que buscará el
apoyo británico y tratara de lograr algún alineamiento de Gran Bretaña junto a Holanda o Francia. No
obstante, no sería la reina sino su ministro el que resolvería los pasos a seguir y estos no buscaban
comprometerse con Bélgica.

Afirmaba Leopoldo en carta a su sobrina que poseía "los máximos honores que pueda tener
una persona y políticamente tengo una posición muy sólida" (Ib., 53). Lo cierto es que sus manos
estaban atadas por los Rothschild, quienes eran los verdaderos soberanos de Bélgica, en grado tal,
que cuando Bélgica intentó ocupar por la fuerza armada los territorios de Limburgo y Luxemburgo,
Salomón Rothschild desde Viena escribió al representante del rey "que era inútil que los gobernantes
de aquel país le solicitaran dinero si antes no abandonaban todo reclamo de los antes mencionados
territorios". De tal forma, concluía el banquero, afirmando que no estaba en su ánimo permitir el
estallido de una guerra "que destruyera el crédito que nosotros protegemos con todas nuestras
fuerzas. Esto es lo que podré manifestar a aquellos señores [el gobierno belga], con toda
franqueza[...] y fuerza." (LOS ROTHSCHILD, 157).

El carácter mítico-simbólico de la Realeza

Esto no significa afirmar que el crudo materialismo que extendía sus raíces por Occidente y,
por ende, afectaba el orden monárquico tradicional, ahogara absolutamente la concepción mítica de
que éste se nutre y que la impotencia creciente de los monarcas fuera percibida abiertamente, pues
como apunta Manuel García Pelayo aún en "épocas bajo la hegemonía de la concepción racional de
las cosas, la mentalidad mítica no sólo continúa operando en las capas incultas de la población, sino
que continúa formando parte de la cultura política global del tiempo." (Los mitos políticos,18).

Así por ejemplo para la época mencionada y a partir del reinado de Victoria I, Gran Bretaña
aparece como el país donde el poder de la Realeza ha quedado reducido a la mínima expresión, sin
embargo, el "mito de la realeza" pervive aún hoy, seguramente consecuencia de ser una de las
pocas monarquías de nuestro siglo (a excepción de la papal, cuya naturaleza es electiva) de carácter
¡Error!Marcador no definido.
sagrado. Este carácter sagrado, que se pone en evidencia particularmente en las ceremonias de co-
ronación, parte de considerar a la Realeza "como eje entre el cielo y la tierra, dotada de carismas
sacros e incluso de poderes taumatúrgicos." (Ib.,18),lo cual supone un fuerte impacto emocional que
actualiza "arquetipos" o "imágenes primordiales". Los "arquetipos" son al mismo tiempo "imágenes y
emociones" de carácter colectivo que, entre otras cosas, crean mitos, los cuales constituyen
"barreras psicológicas " para enfrentar la conmoción que produce lo nuevo. El mito actúa entonces
como "terapia mental de los sufrimientos y angustias de la humanidad en general". esclarece y
concreta, a través de sus imágenes, lo que las gentes sienten y desean en for ma vaga, inconcreta y
difusa.(C.G.Jung, El hombre y los símbolos, 65, 27,76, 94)

El mito, específicamente el "mito de la realeza" que es el que merece nuestra atención,


cumple la función de "mantener y conservar una cultura contra la desintegración y destrucción[...];
para sostener a los hombres frente a la derrota, la frustración, la decepción, y para conservar las
instituciones y el proceso institucional."(M.García Pelayo, ib., 19).

Anatole France en su novela Los dioses tienen sed, descarnada visión de la violencia
revolucionaria imperante durante la Revolución Francesa, nos deja observar cómo frente a los
instintos tanáticos desatados por el 'terror' revolucionario, el instinto de conservación de una "moza"
niega la muerte del rey Luis XVI, "creyendo que le habían ayudado a huir por un subterrá neo" (p.53).
El nuevo orden, la visión mesiánica y abstracta de la concepción de la humanidad de los revolucio-
narios, no logra desplazar la imagen paternal del monarca, en tanto, la muerte del rey queda
asociada a la muerte del padre (Vovelle, Ideologías...,299).

"Los pueblos quieren vivir", había afirmado Alexander Solyenitzyn en El pabellón de los
cancerosos (P.Veyne, La historia..., 98), quien en una "manifestación monárquica" realizada en
Francia en mayo de 1993, en oportunidad de colocarse una placa recordando "las masacres en el
departamento de la Vendée durante el «Terror», entre 1793 y 1794, afirmó: «Las palabras de la
Revolución Francesa eran intrínsecamente contradictorias: la libertad destruye la igualdad y la
igualdad restringe la libertad.»"

("¿Nuevas ideas para la vieja Europa? «Le vicomte» De Villiers e «Il cavalieri» Berlusconi", en
La Nación, 17/6/94).

Una visión interesada o que ignore el entramado del orden monárquico, podrá estimar hoy
como gasto superfluo las ceremonias de coronación, por otra parte casi extinguidas, así como todo
fasto monárquico. Rara vez esta es la opinión de quienes habitan en países donde éste régimen se
conserva, pues la pompa, la circunstancia, el brillo de las ceremonias, representan la grandeza de la
Nación; la grandeza de la Monarquía es proyección de la grandeza de la comunidad; el fasto
actualiza los sentimientos de pertenencia, de solidaridad en torno a un eje cuyo poder descansa en
la gloria de los antepasados. "Para la mayoría de sus súbditos todos los reyes son un símbolo:
simbolizan al Reino y a su pueblo o su prosperidad y seguridad, a su existencia, incluso. Como suele
suceder con los símbolos, los valores atribuidos a lo simbolizado acaban sustituyéndolos.-
"(Enciclopedia Internacional, s.v., Realeza, IX, 130).

El carácter taumatúrgico del poder fue un atributo muy particular de los reyes tanto de Gran
Bretaña como de Francia, poderes todavía ejercidos en este último país por Carlos X, y que se
manifiesta en la coronación producida en 1825. (M.García Pelayo,ib., 18).

Ceremonia toda ella de naturaleza religiosa, pone en evidencia la raíz metafísica de la


Monarquía. Así una vez introducido Carlos X en la Iglesia de Reims, "sentado en su Trono y cubierto,
poniendo la mano sobre los evangelios y la cruz, pronunció el siguiente juramento: «En presencia
de Dios prometo a mi pueblo mantener y honrar nuestra santa religión, como corresponde al rey cris-
tianísimo y al hijo primogénito de la Iglesia: administrar justicia a todos mis súbditos; y en fin
gobernar conforme a las leyes del Reino y a la carta constitucional, que juro observar fielmente: así
Dios me ayude y sus santos evangelios»."

Honrar la "santa religión" y su consecuencia, actuar con justicia, resulta el pivote de la


Monarquía, donde la mención a la Carta Constitucional aparece como elemento extemporáneo
dentro de una ceremonia que toda ella rehúsa introducir elementos temporales.

"En seguida juró vivir y morir en la santa religión católica, apostólica, romana; conservar en
todas sus prerrogativas las órdenes del Espíritu Santo, de San Luis y de la Legión de honor, de que
es jefe soberano y gran maestre. Después fue ungido con el bálsamo de la santa ampolla en nueve
partes del cuerpo, por el arzobispo de Reims: armado, coronado y proclamado rey."(El Argos, nº
184, 3 de septiembre de 1825, V, 302)

Esencialmente simbólico, el ritual real, por ejemplo la Coronación,como otras clases de


rituales, es la forma institucionalizada de decir algo que se considera importante. El "ritual es
básicamente expresivo", pero a la vez "instrumentalmente efectivo." Dentro del mismo, la
ceremonia de Coronación es un aspecto que subraya la unicidad del rey, de su diferencia y
superioridad respecto del pueblo en general, así como el carácter sagrado de la realeza,
determinado por la consagración solemne oficiada por la autoridad máxima de la Iglesia local y por
la unción que hace sagrada la persona del rey.

Importa destacar que "una característica del simbolismo es que la virtud o poder atribuido a
¡Error!Marcador no definido.
lo simbolizado termina por ser atribuido al propio símbolo."

Otro aspecto del ritual real es la "autoridad secular del rey. En casi todo el mundo, para
simbolizar el acceso al poder secular sobre otros hombres, se le coloca una espada, un cetro o [...]
un cayo de pastor." En todas las realezas "la lealtad a la persona del rey ha sido siempre el valor
político supremo, y ello ha cristalizado en diversos ceremoniales, como la postración o la reverencia,
el besamanos, etc.."(Enciclopedia Internacional, s.v., Realeza, 128-s.).

El acto posterior a la Coronación permitió al Nuncio Apostólico, que hablo en nombre de


todos los embajadores para cumplimentar al Rey, subrayar el carácter atemporal, tremendo y
misterioso de la Majestad Real, la unión indisoluble de la Iglesia y la Monarquía, y aludiendo
elípticamente a los tiempos difíciles por los que se atravesaba, la señaló como esperanza para
Europa.

El Nuncio se refirió a la "augusta ceremonia" y a "todos los recuerdos que ella hace nacer."
Enseguida recordó: "Después de largos reveses, seguidos de sucesos tan maravillosos, que en vano
se procurará explicar por causas puramente humanas, uno de los reyes, vuestros predecesores,
recibió en esta antigua ciudad la unción santa, que había corrido sobre la frente de Clovis. Señor:
experimentado por infortunios mayores, pero que jamás desmontarán vuestra alma real, la
Providencia os ha conducido de un modo no menos maravilloso al pie del mismo altar en que Carlos
VII volvió a tomar esa gloriosa corona, cuyo brillo aumentan vuestras virtudes. Viendo a la religión
que es la que sólo afirma los tronos, consagrar los principios de vuestro reinado, la Europa partici pa
de las esperanzas que la Francia ha concebido de ello; al mismo tiempo que aquella forma con esta
los votos más ardientes por la dicha de V.M. inseparable de la felicidad pública, que encuentra,
señor, la garantía más segura en vuestra sabiduría, vuestra bondad y vuestro noble carácter." (El
Argos 3/9/25, V, 302).

Con Carlos X termina en Francia el orden monárquico concebido en el sentido tradicional y


entendido a partir de fines del siglo XVIII como Monarquía Constitucional, donde el monarca estaba
dotado de poder vigilante y activo, y no mero magistrado superior sin autoridad efectiva como lo son
los monarcas de las Monarquías constitucionales parlamentarias.

Al asumir el Trono juró la Carta de 1814, orientada hacia el parlamentarismo pero sin
definirse totalmente como tal; en realidad, verdadero compromiso entre sectores legitimistas y
liberales, que durante los cuatro años finales del gobierno de Luis XVIII vio inclinarse la balanza
constitucional en favor de las prerrogativas del rey.

Carlos X persigue apoyarse en el sector legitimista sobre el amplio espectro constituido por
liberales, bonapartistas y republicanos, pero mal podía sostenerse cuando en la Cámara baja de la
legislatura se fortalecía la oposición, y los intereses de la Banca encontraban la política del monarca
inconveniente para sus transacciones. Por otra parte, el rey en su enfrentamiento quiso colocar a
Francia en una situación anterior a la de 1789, es decir, pretendió ignorar la realidad, esto es, la
fuerza de la burguesía. Los banqueros Lafitte y Perier que buscaban el ascenso del duque de
Orleans se movieron activamente en esa dirección. El Trono poco interesaba.

Chateaubriand, crítico de las «facultades extraordinarias» que se atribuyó el rey como


también del gobierno que lo rodeaba, realizó algunas observaciones de interés. Una de ellas apuntó
a mostrar la inacción de las potencias signatarias de la Cuádruple Alianza quienes debían garantizar
el Trono a la dinastía de Borbón, pues siendo desposeídos los Borbones violentamente "ponían en
peligro el nuevo derecho político de Europa". Indicó además, que hubiera correspondido a las
legaciones extranjeras reunirse con Carlos X, lo cual habría permitido a los partidarios de la
legitimidad adquirir en la Cámara una fuerza que les faltó desde el principio. Pero, el embajador de
Rusia, Pozzo di Borgo influyó en el cuerpo diplomático y estos siguiendo sus consejos no cumplieron
con lo que el deber les imponía. "Pozzo di Borgo se abstuvo por no comprometer sus fondos en la
bolsa o en casa de los banqueros." De manera profética, acota: "Tiene un cinco por ciento de culpa
en la caída de los Capetos, caída que se propagará a otros reyes vivos." Irrita a Chateaubriand ver
como no pocos ingleses intervenían fomentando la revolución, señalando airadamente que con tal
de vender una pieza de indiana, nada les importa sumir a toda una nación en una serie de ca-
lamidades(Memorias, II, 580, 548), afirmación que resume el pensamiento que los legitimistas
tenían de la orientación política del gobierno británico. En este sentido, producido el derrocamiento
de Carlos X en julio de 1830, si la Cuádruple Alianza no intervino en favor del rey se debió a que
Gran Bretaña se adelantó a sus aliados, reconociendo a Luis Felipe.

El Constitucionalismo y el Sistema de Metternich

El suicidio de Lord Castlereagh significó el principio del fin para la Cuádruple Alianza pues,
su sucesor, Canning, como ya indicamos, se inclinó abiertamente a favor de los constitucionalistas
que enfrentaban a las potencias legitimistas. Metternich, artífice de la Alianza, perdió a su vez a un
aliado importante en el sostenimiento de la política de principios.

Diversas razones conmoverían el sistema europeo que había surgido del Congreso de
Viena: ya para 1820 se advertían difíciles relaciones entre los miembros de la Alianza europea. Gran
Bretaña aparecía cada vez más alejada de los compromisos y Rusia, con su mirada colocada en la
expansión hacia los Balcanes, comprometía también la estabilidad. Por otro lado, las aspiraciones
independentistas de los polacos, belgas, griegos, alemanes, italianos que, encauzadas por una
¡Error!Marcador no definido.
burguesía enriquecida durante el período napoleónico y que había sustituido a la nobleza o
compartía con ella la dirección política, buscaban conformar estados independientes bajo la forma
de instituciones liberales (Metternich, 46). En síntesis, todo el heterogéneo Imperio de los
Habsburgo corría peligro de desintegrarse, agitado y debilitado por su difícil situación financiera,
tanto como por los fermentos centrífugos que agitaban a las poblaciones de cultura no alemanas;
situación conflictiva que se agravaría por el peso económico de la burguesía de algunos sectores del
Imperio, como la región checa, y que observaba con disgusto el tener que sostener a los sectores
menos prósperos del Imperio. Su futuro dependería en última instancia de la fuerza militar. Mientras
la autoridad imperial controlara al ejército y sus altos mandos, la presión de los grupos capitalistas
podría ser neutralizada, pero el inestable equilibrio llegaría a su fin cuando capital y coerción se
identificaran. En la medida en que las fuerzas activas del Estado residieran en el campo, el peligro
de la desintegración de la Monarquía podía conjurarse, pero la situación ya se haría insostenible ante
la fuerza de los sectores industriales concentrados en las ciudades.

Ya entre 1820-1822, diversos movimientos constitucionalistas sacudieron al Piamonte,


Nápoles, los Estados Pontificios, España y Portugal, donde la acción desplegada por Metternich en
los Congresos de Troppau (1820), Lubiana (1821) y Verona (1822) logró por única vez los objetivos
de la Alianza, que la intervención armada restaurara el orden existente allí donde era alterado.

¿Qué modelo de gobierno pretendían los constitucionalistas y cuál era sostenido por la
Alianza europea?

En primer lugar, debe señalarse que la denominada Monarquía Absoluta (Monarquía por
Derecho Divino), sintagma descalificador empleado por los sostenedores del constitucionalismo,
había resultado una innovación europea, breve en el tiempo y extinguida al concluir el siglo XVII.

El modelo de gobierno sostenido por la Alianza europea, específicamente por los integrantes
de la Santa Alianza, hacía del monarca el eje del régimen y tenía en Metternich su mentor quien
pretendía que Rusia (cuya Monarquía dejaba sentir la influencia de la Autocracia oriental, modelo
eclipsado bajo el reinado de Alejandro I, pero retomado a la muerte de éste por su sucesor Nicolás I),
adoptara la modalidad ilustrada que imperaba en Austria. El canciller austríaco consideraba que el
mejor medio para la consolidación de las monarquías en los nuevos tiempos consistía en conceder
amplia autonomía a los diferentes Pueblos integrantes de las monarquías y permitir la representa-
ción de los distintos Estados o Provincias a través de un Consejo consultivo.

Los constitucionalistas se inclinaban por distintas versiones dentro de la misma modalidad;


desde aquellos que propugnando la independencia de los Imperios centrales se inclinaban por un
sistema laxo similar a la Carta francesa en su versión más rigurosa; otros que aún consentían la
representación estamentaria, hasta quienes en el extremo, siguiendo el modelo de monarca 'neutro'
de Benjamín Constant y en el que éste como Thiers y Guizot pretendían encauzar la Carta,
buscaban un simple magistrado superior. Ya para la década de 1830, con el reinado de Victoria I en
Gran Bretaña, sectores importantes de la burguesía francesa redoblarían sus esfuerzos en tal
sentido.

Fue el modelo constitucionalista que dejaba al rey un poder 'residuario' el que las fuerzas
militares al mando de Riego buscaron imponer en España a Fernando VII en 1820. Se trataba de la
Constitución de Cádiz de 1812, aquella que el sector ortodoxo de los liberales españoles intentó
imponer al mismo monarca cuando regresaba del exilio en 1814. El rey al desechar tal propuesta,
fundamentó su actitud sosteniendo que la Monarquía española era moderada porque así lo estable-
cían las Leyes Fundamentales del Reino, que incluso se podían introducir reformas a las mismas,
pero que la nueva Constitución destruir las Leyes Fundamentales, y con ello asestaba un golpe
mortal a la Monarquía y a la Religión. En Cádiz, afirmaba el rey en 1814, se copiaron "los principios
revolucionarios y democráticos de la Constitución francesa de 1791", sancionándose "no leyes
fundamentales de una Monarquía moderada, sino las de un gobierno popular, con un Jefe o
Magistrado, mero ejecutor delegado, que no Rey, aunque allí se le de este nombre para alucinar y
seducir a los incautos y a la Nación."(Real Decreto dado por Fernando VII a su regreso a España,
Valencia, 4 de Mayo de 1814, en Comisión de B.Rivadavia ante España y otras potencias de
Europa (1814-1820), I, 10).

La intervención militar francesa en España, de acuerdo con lo dispuesto por el Congreso de


Verona, puso las bases para echar por tierra

el llamado 'trienio liberal' (1820-1823).

El modelo gaditano se impuso por breve tiempo al rey de los Reinos Unidos de Portugal,
Brasil y Algarve, Juan VI, quien en 1824 presentó a la Nación las bases de una nueva Consti tución.
Transcribiremos enseguida algunos pasajes del Decreto Real, pues el mismo ilustra sobre el modelo
constitucional perseguido por buena parte de los partidarios del constitucionalismo, fundamen-
talmente de aquellos que perseguían hacer de una provincia imperial un Estado independiente,
como también de otros sectores liberales que actuaban en Francia, Bélgica, Holanda, Estados
Pontificios y Países Escandinavos.

Se advierte enseguida que Juan VI no emplea la voz Constitución para referirse al Proyecto
constitucional que a su pedido elaboró una Junta constituyente, sino Carta, lo cual indica que la
reforma constitucional deriva de la voluntad paternal del monarca y no de la voluntad de los
¡Error!Marcador no definido.
súbditos. Es decir, parte del principio elemental del Derecho Público en las Monarquías, según el
cual el monarca conoce cuáles son las necesidades de sus súbditos y procede a satisfacerlas de
acuerdo a derecho y no por obra de la violencia y de la coacción.

Los movimientos constitucionalistas olvidaban el principio tradicional que hacía derivar el


poder de los reyes del pueblo, sino que, vulnerándolo, desconocían la autoridad soberana del
monarca que las mismas Leyes Fundamentales del Reino habían consignado. En otras palabras, el
constitucionalismo racionalista-liberal, ajeno a la concepción del poder consagrada por Derecho,
socava los cimientos de la Monarquía, al contradecir los principios en los que se asienta, según los
cuales el cuerpo social adquiere entidad de tal, como ser orgánico, en tanto dotado de una cabeza
que guíe y oriente. Es decir, contribuye a subvertir el orden existente, en tanto supone que los
verdaderos principios en política son obra del siglo y de una determinada filosofía, determinado que
dada su clarividencia puede borrar por medio de un texto escrito lo amasado a través de los siglos
por sus antepasados.

El mismo sistema representativo en su faz ortodoxa, apenas podía ocultar flagrantes con-
tradicciones como condenar la omnipotencia de los reyes y concluir en la omnipotencia de la rama
legislativa del poder. Se condenaba el 'absolutismo' de los reyes y se propiciaba el 'absolutismo' de
los pueblos. Así el representante resultaba la voz de miles de súbditos de los cuales, una vez
elegido, podía obrar libre de las ataduras que hasta un momento antes lo habían sujetado. De
acuerdo con la ortodoxia liberal, el representante no era responsable ante sus representados y, su
mandato caducaría recién al concluir su mandato.

Para los liberales ortodoxos el Sistema Representativo constituía, junto a la teoría de la


división del poder, el logro más brillante del espíritu del siglo. Sistema Representativo y
Representación estamental eran la expresión contundente de la Civilización frente a la barbarie del
Antiguo Régimen.

Sin embargo, para los tradicionalistas-ilustrados, aquellos que reconocían como verdaderos
logros algunos aportes del Liberalismo y de la Ilustración, pero que no aceptaban la totalidad de sus
principios, el Sistema Representativo derivaba del régimen estamental. Esta interpretación no era
ajena a Metternich, quien estimó preocupante la actitud adoptada por el Rey de Prusia, Federico
Guillermo IV, quien había ascendido al Trono en 1840, pues buscaba resucitar las dietas medievales,
sin advertir que en esa forma corría el riesgo de preparar el terreno a las transformaciones de las
mismas dietas en organismos representativos de tipo constitucional. No obstante sus esfuerzos, en
1847 el Emperador concretó su iniciativa, convocando a las dietas provinciales prusianas (Me-
tternich, 52).

En relación con el Decreto Real por el cual el rey Juan VI anuncia a la Nación portuguesa el
nuevo Proyecto constitucional, se podrá advertir que el mismo resulta una crítica a lo que considera
excesivo, en tanto peligroso para la vida de la Monarquía, reconociendo que la Carta se acomodará
a la forma de gobierno representativo, pero recordando el carácter metajurídico de la Monarquía sin
la cual ésta deja de ser tal. En "primer lugar" declara nula "de facto y de iure, la constitución
monstruosa de 1822", debido a "su incompatibilidad con las antiguas costumbres, opiniones y
necesidades de los portugueses, como también opuesta con el principio monárquico." El monarca
sostiene que la nueva "carta" debía conformarse a "los antiguos usos, opiniones y habitudes de la
nación", principios rectores de toda "monarquía pura e independiente, templada por leyes sabias y
justas que aseguren los derechos de todos" y permite que la "justicia".

Como en su momento lo explicara Fernando VII, precisa Juan VI el alcance del sintagma
"Rey absoluto", señalando con sólo la mala intención puede hacer de esta expresión sinónimo de
"arbitrario y despótico", ya que ésta "no puede tener otro sentido que aquel que ha tenido siempre, a
saber un rey independiente que no reconoce a ningún superior sobre la tierra". En "segundo lugar",
el Decreto establece "que la nueva Carta, o Ley Fundamental, debía restaurar al trono, en que el
Todopoderoso me ha colocado, la grandeza y respeto que le corresponde, y que ningún cambio
debía introducirse que eclipsase su esplendor o relajase su dignidad." En "tercer lugar" señala su
voluntad de que la Monarquía portuguesa "se acomodase a la forma de los gobiernos
representativos establecidos en Europa", para lo cual resulta necesaria la existencia "de una
representación nacional". Recuerda, no obstante, que acomodarse a la forma de otros gobiernos no
significa imitarlos en todo. No olvida apuntar que la Carta no puede contradecir los principios de la
"antigua constitución portuguesa en la cual reinaba la más admirable concordancia y la combinación
más sabia"; de allí que reflexionando "según los axiomas de los estadistas más acreditados",
subraye que "ninguna forma de gobierno puede ser útil, sino la que es conforme con el carácter,
educación y costumbres antiguas de una nación", considerando que "es muy arriesgado[...] reducir a
una sola forma general las diversas costumbres de todas las naciones y juzgando que no convendría
demoler el edificio respetable y noble de la antigua constitución política". En este sentido, la
representación se hará de acuerdo con la costumbre, declarando en "pleno vigor las antiguas cortes
portuguesas, compuestas de las tres clases del reino -clero, nobleza y el pueblo[...] que se
convocarán cuando yo lo considerase conveniente, según la práctica, los privilegios y costumbres de
la Nación."

El monarca realiza además ciertas consideraciones que buscan quitar novedad a los
principios liberales e ilustrados y apropiándose de sus reivindicaciones, reproduce una serie de
principios consignados en las antiguas leyes. Afirma, entonces, que será obligación de las Cortes
presentarle "consultas" acerca de "las necesidades públicas, el bien de mis vasallos, el cuidado de
¡Error!Marcador no definido.
sus derechos y privilegios, la administración de la justicia, el remedio de los males públicos y
privados, la prosperidad de la monarquía."(EL ARGOS, IV, p.317)

En resumen, lo expuesto por el Rey de Portugal resulta el esquema básico al que podían
adherir los regímenes monárquicos sin comprometer los principios que les sirven de sustento. Sobre
este esquema se había moldeado la Carta francesa otorgada en 1814 por Luis XVIII, siguiendo los
consejos de Alejandro I de Romanoff. Ésta adquirió con el tiempo diversa orientación según
predominara políticamente el sector ultra-realista y tradicionalista-ilustrado o el sector liberal ex-
tremo. El hecho de ser otorgada significa que resulta de una concesión regia; por tanto no es el
pueblo francés, sino "la Divina Providencia", quien ha elevado al rey al trono de Francia. El
Preámbulo anuncia ya la continuidad que existe con el pasado, y esto es lo que lleva al rey
"voluntariamente y por libre ejercicio de Nuestra voluntad real" a acordar "hacer concesiones y
otorgar a nuestros súbditos, tanto para Nos como para Nuestros sucesores y para siempre, la Carta
constitucional." En ella, como en la Carta portuguesa que adoptamos por modelo y, de suyo, en
todas aquellas que ven la luz entre 1820 y 1830, se vacían sobre un molde similar. El rey no aparece
como uno de los poderes, sino como la fuente de todos ellos, principio que no está solamente en la
lógica del Preámbulo, sino también desarrollado en la parte expositiva. Poco importa en todos los
casos que la carta o constitución poco tenga que ver con las antiguas Leyes Fundamentales del
Reino, lo que interesa es dejar sentado el principio de continuidad, fundamento básico de toda
Monarquía.

En este sentido importa señalar para el caso francés que la tradición francesa jamás con-
templó la existencia de una Cámara de los Pares, la cual fue tomada del paradigma británico,
aunque alterándose su composición ya que se integraba no sólo con nobles hereditarios, como
ocurría en Gran Bretaña,sino también con los antiguos dignatarios del Imperio, los especuladores de
la Revolución y del Imperio, los proveedores del ejército y los banqueros. (M. García Pelayo, Dere-
cho...,p.475)

La flexibilidad máxima que permite hablar de Monarquía Constitucional sin pasar a la


categoría Monarquía Parlamentaria, supone aceptar que el rey conserve la iniciativa de presentar
leyes al Parlamento, y no solamente el veto que le permite oponerse, pero por no más de dos veces,
a la sanción de las leyes producidas por el Parlamento; además que exista un Gabinete con su Jefe
o primer ministro con responsabilidad directa. El monarca sería Jefe de Estado y de Gobierno con
responsabilidad indirecta, es decir, sin responsabilidad política, elige al Jefe de Gabinete y éste
designa a su Ministerio., pudiendo destituirlo cuando lo crea conveniente. Supone la ficción jurídica
de que el "rey no puede obrar mal", "autor de todo cuanto está bien y no responsable de todo
cuanto está mal" (P. Veyne, 100). En cuanto al Parlamento, el monarca sólo podría disolverlo en
casos de excepción que quedarían claramente estipulados.

Hablar de Monarquía Constitucional es hacerlo de estricta Monarquía, pues supone, al decir


de Edmund Burke, que el rey es algo más que un hombre y la reina algo más que una mujer
(Reflexiones..., 108).

La esencia íntima de la Monarquía, apunta Lorenz von Stein, parte del supuesto de que es
un absoluto independiente de la voluntad del pueblo; de no ser así no hay monarquía, "pues el
monarca es de todas las partes del Estado la única que tiene en sí misma el derecho a su
existencia[...]; la monarquía no es, por tanto, un artículo de la constitución, un mandatario del pueblo,
una institución, sino que es más bien el supuesto inmediato e incondicionado de toda la constitución,
de toda forma jurídico-pública." (Lorenz von Stein, Geschichte der sozialen Bewegung in
Frankreich von 1789 bis auf unsere Tage, T.I, «Der Begriff der Gesellschaft», etc.. Munich, 1921,
p. 48-50 y 53, ap. M.García Pelayo, Derecho..., 478-s.).

La Revolución francesa de 1830 produce un efecto cascada que agita a Europa; en ella se
inspiran los belgas para romper sus lazos con el Reino de los Países Bajos del que formaban parte.
Acto seguido, en 1831, la Asamblea nacional belga llamó al trono, como explicamos en otro
momento, a Leopoldo de Sajonia Coburgo Gotha, después de haber redactado una constitución
sobre el modelo francés vigente hasta 1830. Este hecho, como el de febrero de 1830, por medio del
cual Grecia obtenía su independencia de Turquía (fue designado para ocupar el trono griego el
príncipe alemán Otón de Baviera), debido al apoyo prestado a los insurgentes por Rusia, Gran
Bretaña y Francia, ponía en evidencia la desunión de las potencias, y de hecho, la desintegración de
la Cuádruple Alianza, Alianza que intentó constituirse en una verdadera Liga de las Naciones.

La insurrección afectó también a los ducados de Módena, Parma y a las provincias sep-
tentrionales del Estado Pontificio.

El sistema de Metternich mostró su eficacia al actuar en estas regiones, pues obraba,


particularmente entre el Papado y el Imperio austríaco una estrecha alianza; alianza que se asentaba
en la política de principios, aquella con la que había intentado reencontrarse la Quíntuple Alianza en
1815, luego de los embates revolucionarios de Francia y que la Santa Alianza había intentado re-
forzar recordando la indisoluble alianza Trono-Altar; eficaz alianza entre poder temporal y espiritual.
Metternich se entenderá siempre con el papa con quien intentará detener la ola de laicismo y de
espíritu revolucionario que agitaba a Europa. Los demás integrantes de la Santa Alianza, Rusia y
Prusia, ya para esta época, si bien no dudaban de que la vida de las monarquías europeas dependía
de la sólida alianza Trono-Altar, concitaba su atención factores geopolíticos: los Balcanes eran una
prioridad para Rusia así como para Prusia lo era cada vez más la realidad alemana, que requería su
¡Error!Marcador no definido.
atención para liderar la independencia del Imperio austríaco. ¿Resultaría viable amalgamar
principios e intereses? El tiempo diría que no.

El gran triunfo político de la burguesía

Respecto de Francia, la ascensión de Luis Felipe había significado el golpe de gracia contra
la Monarquía. Su triunfo había sido el de la alta burguesía financiera y el del ejército; éste desde las
jornadas de 1789 había comenzado a reconocer un nuevo amo: el dinero. Por tanto, respondería
ciegamente a la convocatoria de los nuevos dueños del poder, en esta hora la burguesía de las
finanzas, en otro momento, en 1848, lo sería la de la industria.

En 1830 se asienta el triunfo burgués; si en 1789 había salpicado al Trono, ahora lo enloda
absolutamente. El anticlericalismo y el mito del oprobioso Antiguo Régimen, ya desmoronado en
1789 pero insistentemente difundido, encontraba un terreno cada más feraz ante el avance del
industrialismo que, desde la óptica de los dueños del capital sólo parecía concebible destruyendo
todo recuerdo de tradiciones y de valores permanentes. Los principios liberales tan agitados antes y
durante la Revolución de 1789; aquellos que habían roto su cascarón en Gran Bretaña y que bajo la
Ilustración se convirtieron en dogma de la nueva era civilizada; esos mismos principios que, pese a
su naturaleza racionalista e inmanentista, parecían reservar algún espacio a las libertades individua-
les, dada la profesión de fe en defensa de los derechos inalienables del hombre, demostraron ser
estériles por exceso de dogmatismo. No es raro que ya en el siglo XIX, cuyo inicio, al decir de Arnold
Hauser convendría ubicar alrededor de 1830 (III, 12) se asista al claro divorcio entre teoría y praxis.

En tanto la filosofía liberal-ilustrada buscaba profundizar la transformación iniciada en los


comienzos de la Modernidad,elevando como categoría una concepción del mundo asentada en el
humanismo laico con su 'fe' en el progreso científico y técnico del hombre y, de suyo, en la razón
como una guía única e infalible capaz de resolverlo todo, desligada, por tanto, de todo concepto
teológico y jerárquico de vida, encerraba una serie de supuestos que llevados hasta sus últimas
consecuencias podían echar por la borda los más sinceros deseos de reforma que esgrimían muchos
teóricos como John Locke o Adam Smith. Dicho con otras palabras, la misma naturaleza humanista
con su exaltado individualismo hacía vulnerable la teoría liberal y la exponía a conclusiones no sólo
alejadas de los planteos iniciales, sino abiertamente opuestas. El camino que separaba la teoría de
la praxis resultaba, como nunca antes, muy fácil de desvirtuar. Baste comparar los postulados de
John Locke o Adam Smith, con los de Jeremías Bentham o los de Augusto Comte, para advertir lo
alejados que se hallan unos de otros, aun cuando, tanto Bentham como Comte no aceptarían
reconocer que sus reflexiones violentaban los principios del viejo tronco liberal.

En este sentido el Parlamentarismo que aparecerá como la quintaesencia del liberalismo


político, en la práctica no resultará otra cosa que el fiel exponente del triunfo de una oligarquía
financiera e industrial. El liberalismo que había enfrentado y condenado el privilegio, concluía en
pocos años por encumbrar un nuevo privilegio, pero sin ninguno de los recaudos que garantizaban
mínimamente el equilibrio inestable del cuerpo social. El orden económico basado en la librecompe-
tencia, con un armazón teórico bastante agrietado y, de suyo, riesgoso, demoró muy poco en
convertirse en la expresión más acabada de la tiranía económica, bajo la forma de monopolios y
oligopolios.

De la limitación del poder sostenida por Locke y de la ética económica pontificada por
Smith, se pasó bajo el nombre de parlamentarismo y economía liberal a un sistema despótico, tanto
más peligroso, pues la nueva clase dominante se consideró desvinculada de toda obligación social,
amparada en una libre interpretación de la libertad del hombre; libertades teóricas que sólo parecían
tener vigencia para los dueños del capital. El Estado se convirtió en máquina, y así las instituciones
fueron consideradas simples engranajes de esa gran máquina, al servicio del eficientismo
tecnológico.

El Positivismo filosófico que encuentra en Augusto Comte su mentor, resulta el ejemplo más
lúcido de esta concepción materialista del mundo, al expulsar a las ciencias del hombre del ámbito
de la conocimiento científico y, postular, que sólo revisten carácter de tal aquellas que derivan sus
resultados de la aplicación del método de las ciencias físico-matemáticas.

Francia, que había sido la cuna de los philosophes, que experimentó tempranamente los
resultados del triunfo burgués y también de los excesos de los descontentos (sans culottes), resultó
la expresión más temprana y lograda de esta evolución. Siempre sobreactuada, exagerada hasta el
paroxismo en sus expresiones, el país que fue cuna del cartesianismo, devela toda duda sobre lo
aquí expresado. La cuna de la libertad, igualdad y fraternidad, demostró la endeblez de los rótulos
que tanto gusta a los franceses exhibir; lexemas claros y distintos, tanto como los equivalentes
léxicos en que se trasmutaron: opresión, privilegio, individualidad.

Demasiado comprometido resultaría para los amos exclusivos y excluyentes de la realidad


post-revolucionaria, recordar la frase atribuida a Luis XIV, "El Estado soy yo", citada para
estigmatizar los viejos tiempos consignados como del despotismo absolutista, donde el monarca
cometía el despropósito de no considerarse atado mas que a la ley moral. Citada para demostrar los
tiempos en que el hombre padeció bajo la discrecionalidad y soberbia de monarcas que guerreaban
con el único propósito de aumentar su gloria, claro está que (sin desconocer las debilidades
humanas) con la atención colocada en el engrandecimiento del Reino, del que eran la encarnación;
soberbia por sus actos taumatúrgicos (la cura de escrófulas); monarcas que eran el eje del Reino,
¡Error!Marcador no definido.
identificables como activadores de las instituciones con las cuales no se confundían. Resultaría casi
una humorada repetir esta frase por parte de aquellos que detentan el más absoluto de los poderes,
que actúan por detrás de una maraña de instituciones, de engranajes impersonales, para quienes la
única ley es la que emana de las legislaturas según el espíritu racional-normativo y desdeñan el
casuismo legal en tanto rémora del pasado oscuro; sociedad anónima, sin responsables, y que no
curan escrófulas, pues no resulta una tarea útil que reditúe interés.

El Positivismo comtiano y más tarde la versión biologicista de Herbert Spencer, cuya teoría
basada en el evolucionismo darwiniano y aplicada al campo social supone el natural exterminio de
las especies que se rehúsan al progreso, demostraron el corto espacio de tiempo que había bastado
para desvirtuar el primer liberalismo. De esta forma y, dentro de un enfoque cada vez más ecléctico,
el liberalismo burgués, congeniará tanto con el parlamentarismo británico como con el gobierno
autoritario de Napoleón III, pues en última instancia, prioriza el rédito económico, importando poco
los medios para lograrlo. Para el capitalista burgués, que se aleja de manera pronunciada de sus
principios de origen, no produce turbación alguna por un lado colaborar con un régimen
parlamentario en un país y, al mismo tiempo, hacerlo con el 'género napoleónico.'

Habiendo desplazado el criterio economicista al político, que se había mantenido en sus


grandes líneas hasta 1830, poco importa el sesgo impuesto a la conducción política, la cual, por otra
parte, quedará atada a los dictámenes de los capitalistas de la banca y de la industria. De allí que no
resulte extraño, aunque sí contradictorio, que desde la década de 1830 se acentúe el relativismo en
cuanto a las formas de gobierno, intentando neutralizar la recurrente confrontación República-
Monarquía. A partir de entonces, desde los sectores liberales, se insistirá en afirmar que la única
forma de gobierno es la democracia y que ésta puede ser monárquica, aristocrática o republicana.
La llamada Democracia Representativa, sustituto semántico de Sistema Representativo, que
nace del seno del Romanticismo continúa en el aspecto político-institucional la línea doctrinaria de
aquella escuela de los ideólogos, que había encontrado en Desttut de Tracy a uno de sus artífices,
aunque difiera en otros aspectos de su ideología.

Al exaltar las tradiciones populares, el Romanticismo de cuño francés, devolverá prota-


gonismo a la ambigua voz 'Democracia', rescatándola de las tinieblas roussonianas. ¿Cómo definir a
la Francia de Luis Felipe?, a lo que Lerminier responde: "La Francia es una vasta democracia en
grados diferentes." ¿Por qué,leemos en la Revue des deux Mondes, disfrazar la democracia bajo
la librea de un solo pueblo, de un solo gobierno?. Ella no es más republicana, que monárquica o
aristocrática; no es ni anglo-americana, ni francesa. Es una faz del género humano, una tendencia
irresistible y universal que continúa al través de los tiempos. Varían sus formas, con las situaciones
accidentales de los pueblos; su naturaleza y fin definitivo no varían jamás, porque todos los pueblos
son compuestos del mismo elemento, la humanidad." (J.B.Alberdi, Fragmento..., 255-s.).

Así sintetiza Carlos Marx los dieciocho años que comprenden el reinado de Luis Felipe I:
"Después de la revolución de julio [de 1830], cuando el banquero liberal Lafitte conducía en triunfo al
Ayuntamiento a su compadre el duque de Orleans [futuro Luis Felipe], dejó escapar estas palabras:
«Ahora va a comenzar el reinado de los banqueros». Lafitte [primer ministro] acababa de revelar el
secreto de la revolución."(Las luchas de clases en Francia, c.I). "¿Quieren saber quiénes son los
aristócratas de la Monarquía de Julio?, pregunta un diputado en el parlamento en 1836: Los grandes
industriales; ellos son el fundamento de la nueva dinastía" (A.Hauser, III, 20)

Durante dieciocho años el gobierno constituye al decir de Tocqueville una especie de "so-
ciedad comercial"; el rey, el Parlamento y la administración se reparten entre sí "los bocados más
apetitosos, intercambian informaciones y propinas, se regalan unos a otros negocios y concesiones y
especulan con acciones y rentas[...] El capitalista monopoliza la dirección de la sociedad y conquista
una posición que nunca había poseído." (Ib., 20)

Un mundo que Honorato de Balzac, con cuya muerte se cierra la época del Romanticismo
literario, retrata en toda su crudeza. Francia se ha vuelto luego de la Revolución de 1830 capitalista
"no sólo en las circunstancias latentes, sino también en las formas manifiestas de su cultura." Por
primera vez ese capitalismo e industrialismo que venía moviéndose desde tiempo atrás ejerce "por
primera vez su influencia en todos los ámbitos, y la vida diaria de los hombres, su vi vienda, sus
medios de transporte, sus técnicas de iluminación, su alimentación y su vestido experimentan desde
1850 modificaciones más radicales que en todos los siglos anteriores desde el comienzo de la
moderna civilización urbana."(A.Hauser, op.cit. III, 79)

Balzac ya está familiarizado con la lucha de clases, acusa el efecto de la opresión que la
nueva sociedad dineraria causa a los más desprotegidos y es, en razón de ese mundo asfixiante y
absurdo, que se refugia en los poderes tradicionales del Trono y el Altar, únicos que vislumbra
pueden detener el caos que observa y para el que imagina un destino aún más aciago. Más que
refugiarse en el modelo político de turno, se refugia en lo que la Monarquía y la Iglesia Católica
representan como ideal. (op.cit, III, 64) Expresa el autor la incertidumbre y el desasosiego que
carcome a todos aquellos que la realidad social margina de diferente forma, y lesa realidad lo afecta
de manera tan singular, que poco le importa resentir la atención de la trama de su novela Eugenia
Grandet, en virtud de expresar un sentimiento que lo atormenta, pues, como afirma, su época como
ninguna otra es aquella en que el dinero domina "las leyes, la política y las costumbres. Instituciones,
libros, hombres y doctrinas conspiran de consuno para minar la creencia en una vida futura, base
sobre la cual viene apoyándose el edificio social, desde hace mil ochocientos años. La tumba hoy es
una transición poco temida".El pensamiento general, aún el de las leyes, ya no pasa por preguntar:
¡Error!Marcador no definido.
"¿Qué piensas tú?, sino: ¿Qué pagas tú?. Cuando esta doctrina se haya corrido de la burguesía al
pueblo, ¿qué será del país?" (Eugenia Grandet, p. 101)

Respecto de la Carta, ella es reformada, advirtiéndose la destrucción de la Monarquía como


supuesto inmediato e incondicionado de toda la Constitución. No se hace en ella mención alguna a
la gracia de Dios ni a los derechos históricos; la Monarquía es creada por las Cámaras, quienes
definen así la nueva situación: "«Se trata de una nación que en posesión plena de sus derechos dice
al príncipe al cual se trata de entregar la corona: En estas condiciones, ¿queréis ser nuestro rey?».
El monarca no otorga la carta, la acepta y la publica; ya no es «rey de Francia», sino «rey de los
franceses», significándose así que no era dueño del reino, sino jefe de los franceses. Se trata, pues,
del triunfo del principio de la soberanía nacional." (M.García Pelayo, Derecho..., 478)

El efecto cascada de la Revolución de 1830

Desde el comienzo de este acápite referimos extensamente al 'caso francés', porque es a


partir de 1789 cuando se comienza a diseñar con rasgos definidos el ocaso del monarquismo, no
obstante haber sido en Gran Bretaña donde se produjo la primera Revolución burguesa, y haber sido
allí donde germinan los principios disolventes de la concepción monárquica de vida.

Gran Bretaña produce además la "Revolución Industrial", fruto de la acumulación de capital


y por tanto, cuna del nuevo capitalismo; allí se producen los primeros conflictos obreros; sin
embargo, la carga explosiva de esta nueva concepción del mundo que embestiría violentamente al
'antiguo orden' no se daría en Gran Bretaña sino en Francia. Gran Bretaña logrará destruir dentro de
sus fronteras el orden monárquico silenciosamente, y todo ello será una consecuencia de ese
equilibrio inestable que caracteriza a la sociedad inglesa que logra producir cambios progresivos y
recién por medio de ellos arribar a la transformación. El Socialismo no prenderá con fuerza, porque
frente a él encontrará alineados a nobles aburguesados, a burgueses ennoblecidos, así como a
aquellos minúsculos sectores de la nobleza que añoran la existencia de un efectivo poder real. Por
tanto, el gobierno emprenderá con fuerza la reacción antiobrera, luego concederá reformas, en tanto
organizados los obreros en sindicatos gradualmente irá insertándose dentro del sistema económico
imperante y de la trama del equilibrio inestable. Hábilmente, los dueños absolutos del poder,
conocedores de que no se puede innovar en materia de forma de gobierno, y atentos al ejemplo de
sus propios descendientes, los americanos del norte, que lamentando la falta de elementos para
monarquizarse tuvieron que construir un complejo como frágil edificio que terminó depositando en el
poder ejecutivo toda la fuerza de los llamados monarcas absolutos, convicción por otra parte re-
forzada por la experiencia francesa, reconocen los inconvenientes intrínsecos de la República así
como la 'utilidad' de la Monarquía, la cual vacía de poder resulta inocua y un im portante instrumento
de prestigio; reconocen el valor de la sugestión monárquica, creando el artificio llamado Gobierno de
S.M.B.. Como no existe Constitución escrita, para el observador descuidado la Monarquía aparece
revestida de poder excepcionales, cuando en la práctica parece un navío perfectamente equipado
para navegar, pero al que se le ha quitado el agua.

ESPAÑA

El sacudón revolucionario que afecta a Europa continental durante la década de 1830, al-
canza también a España y Portugal, países donde la burguesía es menos fuerte, aunque en as-
censo, y el poder de la nobleza y el clero, si bien considerables, comienzan a sentir las presiones de
la primera.

Cuestiones dinásticas, derivadas en el caso español de la lucha entre 'carlistas' (defensores


del legitimismo, integrado por la Nobleza y sectores de la nobleza, partidarios de la candidatura al
Trono del príncipe Don Carlos, hermano de Fernando VII) y 'cristinos' (pertenecientes al partido li-
beral y partidarios de la regente María Cristina de Habsburgo que ejerce la Regencia por minoridad
de su hija Isabel, a quien Fernando VII, modificando la ley sálica había dejado como heredera),
encarnarán las reivindicaciones que separan a las dos Españas, la que exacerba los principios
legitimistas, y la que desde 1812 se alinea con los movi mientos liberales europeos. Es decir, cada
vez más, tanto en España como en Portugal, las decisiones pasan por fuerzas sociales que
comienzan a arrastrarlo todo.

Por tanto, puede afirmarse, siguiendo a Josep Fontana, que "entre 1833 y 1837 va a ente-
rrarse definitivamente la propiedad feudal y subirá al trono la propiedad burguesa. He aquí los
auténticos protagonistas de una época que concluye y de otra que se va a iniciar." (La crisis..., 202-
s).

Moderados y progresitas, de un lado, y realistas, de otro, librarán su suerte al poder de


decisión del ejército.

Si bien para el siglo XIX, los Estados habían logrado armarse notablemente, y casi desarmar
a la población civil, España tiene la particularidad de que el ejército adquiere "una diferenciación y
una autonomía tales, que pudo intervenir repetidamente en la política nacional como fuerza aparte."
(Tilly, Coerción, 94)

En este sentido será su apoyo a la facción liderada por la regente María Cristina y a la
influyente burguesía, el que decide el triunfo sobre los carlistas, plasmado en el Convenio de
Vergara (1839)
¡Error!Marcador no definido.

Se tratará sólo de un paréntesis, pues el siglo XIX español ofrecerá continuos enfren-
tamientos con el ejército como protagonista indiscutible, que mostrarán el avance creciente del
ideario liberal y el consiguiente recorte de las atribuciones de la Realeza, las cuales conducirán a
España por la vía del parlamentarismo, de cuyo fracaso estrepitoso dará cuentas la agitación social
que sacudirá, a excepción de Gran Bretaña, con distinta intensidad a toda Europa hacia alrededor de
los años '70.

Ese ideario burgués retoma fuerza después del «trienio liberal» (1820-1823) a partir del
Estatuto Real, promulgado el 10 de abril de 1834, no obstante proceder la Regente con cautela,
porque se trataba de conformar una Monarquía Constitucional pero no parlamentaria, reservando la
Corona casi intactas sus prerrogativas. Éste dejaba poco espacio para el accionar de la burguesía,
de allí que fuera reformado y que se acotaran las atribuciones reales con la Constitución de 1837.

Al adoptar el texto constitucional, los progresistas aceptaron "la tesis doctrinaria que
confiere a la Corona el poder moderador. El monarca logra el control sobre una de las Cámaras de
las Cortes, lo cual constituye "un medio de bloqueo más eficaz que el ve to." Por este procedimiento
se encubre el enfrentamiento entre la Corona y las Cortes y hace de él "un enfrenta miento entre las
dos cámaras."

El distanciamiento con la Iglesia resultó inevitable, toda vez que el progresismo triunfante
encaró reformas iniciadas pero no concretadas durante el «trienio liberal». En esto resulta coherente
todo movimiento liberal, y más allá de cualquier medida orientada para el logro del mejor ordena-
miento de la economía, lo cierto es que el procedimiento de la desamortización de los bienes del
clero, convalidado por el monarca, unido a manifestaciones abiertamente anticlericales, buscaban
debilitar el apoyo natural de la Corona. Es decir, sin él, cada vez aparecería ésta más deudora y, por
ende, débil, frente a los representantes de los distintos centros de poder, que representaban los
ministros. (Artola, Antiguo..., 286-s, 294, 298-s.)

Una época de cierto brillo se vive durante el reinado de Isabel II, en los períodos conocidos
como «década moderada» (1844-1854), «bienio progresista» (1855-1856), abarcativo del gobierno
de la Unión Nacional (1856-1863), cuando el gobierno queda en manos del Partido moderado.

A partir de entonces la agitación política de grupos marginados (progresistas, unionistas y


demócratas), junto con el ejército, comienza a sacudir el panorama político español, desembocando
en la Revolución de 1868 con el destronamiento de Isabel II.

PORTUGAL

En Portugal, se enfrentan también 'moderados' (partidarios de la reina María da Gloria, hija


de Pedro I de Braganza, emperador de Brasil) y 'absolutistas' (partidarios del príncipe Miguel,
regente del Reino).

Fernando VII se inclina en favor de los 'absolutistas', pero en julio de 1832, Pedro I, con
ayuda británica y francesa, toma Oporto y derrota a los miguelistas, reponiendo en el Trono a su hija,
quien gobernó hasta 1866 sobre la base de una Monarquía Constitucional en camino hacia el
parlamentarismo.

Tanto en España como en Portugal, será recién a finales de siglo cuando se advierta una
fuerte tendencia antimonárquica.

La Revolución Francesa de 1848 y sus efectos sobre las Monarquías continen tales

Si la Revolución de 1830 reeditó los acontecimientos que en Francia caracterizaron a la


primera etapa de la Revolución de 1789, la segunda, en 1848, se acercó, en algunas de sus
manifestaciones, a la etapa radicalizada, a aquella que se extendió entre 1793 y 1794, bajo el
dominio de los jacobinos.

No fue la Revolución francesa de 1848 una revolución burguesa más, pues, al margen de su
derrota, el movimiento obrerista hizo su aparición, exhibiendo reivindicaciones derivadas de un
orden social urbano que los marginaba. El "espectro del comunismo", al decir de Hobsbawn,
encontró por entonces su primera formulación clásica en la Manifiesto comunista de Carlos Marx.

A partir de ahora las Monarquías europeas tendrían que hacer frente a dos manifestaciones
que, opuestas en sus fines, perseguían de consuno la atonía o la destrucción del régimen inveterado,
tal el Capitalismo industrial y Financiero y el Socialismo engendrado por éste. Tal vez sea más
preciso decir, que las Monarquías todas debían hacer frente al desafío del Socialismo, la otra cara de
la misma concepción materialista; manifestación heteróclita del industrialismo, en tanto, en
Occidente, y de manera particular, en Gran Bretaña y Francia, el orden monárquico era una figura
fantasmal, en tanto, despojado el monarca de autoridad imperativa, cautiva de los poderosos
intereses de la Banca y de la Industria.
¡Error!Marcador no definido.
Si 1789 resulta una fecha clave para señalar la decidida entrada (larvadamente insinuada
desde 1711 en Gran Bretaña) del orden monárquico en su etapa crepuscular; el año de 1848 permite
advertir, dentro de ella, los primeros signos del ocaso.

Y esto nos parece así, porque si por un lado la burguesía capitalista imponía ya su vo luntad
a Parlamentos y ministros con distinta fuerza en Europa Occidental, el bastión defensivo de la
política de principios, que representaban el Imperio Austro-Húngaro, el Imperio Ruso y Prusia, se
resquebrajaba notablemente a partir de los movimientos revolucionarios que desde febrero de 1848
en Francia se derramaban por toda Europa.

Si bien, Socialismo e Industria son términos complementarios y expresiones del mundo


urbano, aun cuando sólo en Gran Bretaña la población urbana superó a la rural para 1851, el ideario
socialista ejercería en toda Europa, en menos de tres décadas una influencia decisiva que llegaría a
comprometer la permanencia de los regímenes monárquicos, pues éste había encontrado vasta
difusión, antes que el desarrollo industrial adquiriera niveles significativos y donde además el Estado
intentaba retener gran parte de sus prerrogativas. Allí donde las burguesías se encontraban
plenamente afianzadas en el poder, dosificando hábilmente la cuestión de la reforma social, el
Socialismo no constituiría una fuerza revolucionaria, integrándose dentro del sistema parlamentario;
distinta sería la situación de los Imperios centrales.

No fue uniforme el proceso industrializador dentro del Imperio Austro-húngaro.

Se asocia en Alemania al sentimiento nacionalista, encabezando Prusia para 1835 la con-


formación del Zollverein, aunque también influyó la creciente población y los bajos salarios,
acelerándose el proceso de desarrollo industrial desde 1860, al consumarse la ruptura de la tensión
demográfica entre el campo y la ciudad en favor de esta última. La región checa y Austria vieron el
desarrollo industrial a partir de la revolución de 1848, siendo más tardía la industrialización de
Hungría. No quedó al margen de la industrialización por la misma época el Imperio ruso y, desde
muy temprano, los distintos gobiernos contrajeron importantes deudas a través de empréstitos, como
ya señalamos en otra parte.

Lo afirmado pretende recordar que casi desde el comienzo del siglo, y en forma creciente la
economía dineraria en manos de capitalistas particulares condicionaban en forma más o menos
agresiva la política de los gobiernos; como no se había visto en época anterior de la Historia, y ya
para la segunda mitad del siglo XIX la burguesía podía afirmar sin eufemismos en Europa
Occidental: "El Estado soy yo".

¿Quiénes constituían ese nuevo sector social llamado obrero?.

Artesanos y campesinos empobrecidos constituían las nuevas huestes que comenzaron a


poblar las ciudades europeas. Desarraigados de su tierra y de sus labores, se convirtieron en instru-
mentos anónimos que la industria convirtió en un engranaje más, siempre prescindible y que tuvo la
peculiaridad de insertarse en un mundo de permanente cambio y, por ende, ajeno al concepto de la
permanencia. Así en la cuna de la "Revolución Industrial", el campesino inglés que, fruto de la rees-
tructuración de la política agraria, abandonó su posesión o fue despedido de la parcela que
cultivaba, buscó refugio a mediados del siglo XVIII en la ciudad. Allí podría convertirse en
prescindible manipulador de una máquina por un mísero salario, hacinado en algún habitáculo por
todo el tiempo que el salario le permitiera.

Producto de la sociedad industrial, carente de sentimiento de pertenencia, se convirtió en


enemigo del sistema capitalista que lo había engendrado así como de todos aquellos que contribuían
a su explotación: Reyes, Nobleza, Clero y burgueses.

Los monarcas, tanto aquellos que luchaban por su supervivencia, como los que todavía rete-
nían un margen amplio de poder, se mostraban impotentes y horrorizados ante esos seres ham-
brientos sometidos a la rígida disciplina impuesta por sus amos; "hombres que sirven a la máquina
con caras impasibles y ademanes acompasados"; "esclavos de una mano de hierro y de un
despotismo martirizados", al decir de Charles Dickens. (Tiempos difíciles, I, 89 y II, 40). Extinguida
o a punto de extinguirse la esclavitud y la servidumbre, parecía conformarse una nueva masa de
esclavos, caracterizados por una independencia formal, sin derechos, con todas las obligaciones y
en absoluta orfandad. Ellos conformarían un nuevo instrumento de presión social y el Comunismo
sería la teoría que los representaría y que se agitaría por primera vez en Francia durante la
revolución de 1848. Constituyen el proletariado o masa urbana, según la terminología tan cara al
marxismo.

Proletariado o masa, con lo que nosotros queremos significar al conjunto indiferenciado de


seres nacidos en el seno de una sociedad desacralizada, cuyo número crecerá al ritmo del avance
industrializador y al que se sumarán otros proletariados, aquellos que integran el sector terciario de
la economía y que engrosan las filas de las burocracias administrativas de bolsas, bancos, empresas
de toda índole, de la educación sistematizada y regimentada encargada de instruir uniformemente
en los mandatos de una sociedad estratificada en función de las necesidades ma teriales, es decir,
conjuntos de individualidades desapasionadas, habitantes de un 'mundo' que se les ofrece sin
matices, envuelto en el remolino del constante cambio, sin referente de permanencia; condenados a
repetir infinidad de veces la misma tarea, habiendo aprendido el cómo de la misma, pero a quienes
no atormenta el para qué, protegidos de cualquier actitud reflexiva por un sistema regimentado,
¡Error!Marcador no definido.
dentro del cual cumplen un rol central los medios de comunicación de masas.

EL IMPERIO AUSTRO-HúNGARO

La cuestión italiana y alemana

Como en 1830, la revolución de 1848 repercutió en la península itálica y en territorio


alemán, pueblos que, dentro del Imperio Austro-húngaro luchaban por conformar Estados nacionales
y que hacían suyo el primitivo ideario liberal, del que tan alejada se encontraba la burguesía
revolucionaria francesa que terminó con el gobierno de Luis Felipe I, cuyo gobierno fue abandonado
por la misma burguesía financiera que lo había conducido al Trono. La burguesía de la industria, do-
minando el aparato de coerción, impuso su voluntad. Pronto el futuro Napoleón III, se convertiría en
el agente de ambas burguesías.

Si bien las revoluciones políticas dentro del territorio alemán e italiano fracasan en sus
objetivos, cada vez se oculta menos a la Monarquía Austro-Húngara que de cada fracaso los
revolucionarios extraen nuevas fuerzas y aliados, que convierten a éste en mera postergación de un
triunfo anunciado.

En este sentido, ya para mediados de siglo sólo queda de la Santa Alianza una imagen
fantasmal; imagen de algo que tuvo más de intención que de férrea convicción de sus protagonistas
y que, en tanto tal, no pudo resistir el embate de una fuerza homogénea que avanzaba incontenible
después de domeñar con su poder económico las débiles resistencias que podían levantar esos
otrora poderosos monarcas de Europa quienes, librados cada vez más a su propia suerte por parte
de los poderes tradicionales que les servían ancestralmente de sustento y que capitulaban ante el
canto de sirena de las inversiones redituables, seguían pensando en términos de política territorial.

Así quienes se habían comprometido en sucesivos congresos a sostener la alianza del Trono
y el Altar, no tardaron en enfrentarse. Ya para mediados de siglo el rey de Prusia, orientaba en su
propio beneficio político los asuntos alemanes presionado además por una burguesía poderosa que
observaba los grandes réditos que podían derivarse de la integración económica, de lo cual era
muestra flagrante el Zollverein; el zar de Rusia, por su parte, se encontraba absorbido por su plan
de expansión hacia los Balcanes y, hasta el mismo Imperio Austro-Húngaro terminaría, si no
aliándose adoptando por lo menos una actitud dubitativa frente a la política de Francia y Gran
Bretaña contra las aspiraciones rusas. En este contexto, sólo el papa Pío IX parecía llamado a
recordar el espíritu de la Santa Alianza.

Importa recordar la clara intencionalidad perseguida por Napoleón III, cuya conducta
respondía a un amplio proyecto que buscaba destruir el sistema político surgido del Congreso de
Viena, fundado en la intangibilidad del principio dinástico ('principe monarchique'), que relegaba a
Francia a los márgenes de la política europea. En este sentido el lograr un acercamiento de Austria
en la guerra planteada contra Rusia, significó marchar en dirección al cumplimiento de su proyecto,
pues el mismo Imperio Austro-Húngaro terminó indirectamente colaborando con la derrota de Rusia,
en tanto las potencias defensoras de la 'política de principios' comenzaban a recelar entre ellas y con
ello contribuían a debilitar el bastión contra la Europa burguesa.

El Congreso de París (1856), que selló la derrota de Rusia, reflejaba la ruptura entre las
potencias dinásticas y el cambio de la situación internacional respecto de 1815. (Historia Universal,
29-s.).

Mientras los monarcas emprenden guerras territoriales, los banqueros extienden su poder a
nivel mundial. Cada triunfo militar servirá para socavar los Tronos, y el interior de sus respectivos
Estados verá conmover los cimientos del equilibrio inestable que había sido la clave de bóveda de
las Monarquías europeas. Los monarcas se convierten progresivamente, por distintas vías, en
cómplices involuntarios de intereses económicos, que no tardarán en alucinarlos con una expansión
imperialista extraeuropea que persigue el rédito económico. Mientras ellos piensan en términos de
imperios territoriales, de nuevos dominios y de súbditos, en fin, en el engrandecimiento de la Mo-
narquía, los capitalistas lo harán en términos de mercado mundial, que no dudarán en sacrificar a los
mismos monarcas, en la medida que éstos perturben el objetivo alcanzado.

Si tras la unidad alemana e italiana tejen su urdimbre poderosos intereses industriales y


bancarios, de hecho, obran directamente en la desintegración del Imperio Austro-Húngaro pero, no
sólo por la convulsión que agitan en los Estados alemanes e italianos, sino también por aquella que
desencadenan en otros sectores del Imperio, como la región checa, húngara y hasta en la misma
capital, Viena.

Sectores radicalizados o moderados de la burguesía operaban para 1848 con fuerza redo-
blada en el heterogéneo Imperio Austro-Húngaro que, luego de la caída de Metternich, intentaba
vanamente preservar la integridad territorial luchando contra el reloj revolucionario. El nacionalismo
político, no siempre de extracción exclusivamente burguesa congeniaba, a veces, sin proponérselo
con intereses estrictamente económicos de las burguesías financieras e industriales que, desde sus
centros neurálgicos de Londres y París, perseguían secuestrar vastos territorios del dominio de los
Habsburgo; unos pensando en los principios liberales de la libertad e independencia y, otros, porque
tal libertad e independencia favorecería la expansión económica. No resulta extraño advertir la
significación que adquiere la penetración económica de las empresas ferroviarias, cuyos itinerarios
¡Error!Marcador no definido.
observaban con preocupación las autoridades austríacas, en tanto, en muchos casos podía afectar
sus intereses estratégicos.

Por otra parte, si bien la caída de Metternich, no debilitó el accionar de la inteligente


diplomacia austríaca, no obstante, las decisiones políticas a veces demoraban lo suficiente como
para convertir en fracaso resoluciones que adoptadas a tiempo podían salvaguardar la integridad de
la Monarquía, tal el caso de la propuesta francesa de Villafranca (1859),consistente en establecer
una Confederación de Estados italianos presididos por el Papa, a los que se opuso el gobierno de
Cavour, pero fundamentalmente al que Austria no prestó la debida atención. Cuando lo hizo el
proyecto se había esfumado. Lo cierto es que resultaba una tarea ciclópea enfrentar tantos flancos a
la vez, sobre todo aquellos personificados por el Capitalismo y el Socialismo.

La misma política encarada desde Roma, en los Estados Pontificios, por el papa Pío IX,
claramente orientada, antes de los hechos revolucionarios que sacudieron a Francia, hacia la
concesión de reformas que despojara a los liberales de pretextos revolucionarios, terminó
fracasando y obligando al papa a buscar refugio en la corte de Fernando II de Nápoles, también
acosado, como sus pares de Módena y los Borbones de las Dos Sicilias, por los movimientos
liberales. De esta forma tanto el papa que había otorgado un Estatuto constitucional como el rey de
Nápoles a quien se lo habían impuesto, estuvieron a punto de perder definitivamente sus respectivos
Tronos. En el caso del Papado las incesantes reformas no parecieron ser suficientes para las
exigencias de los sectores radicalizados entre quienes se destacaba Mazzini, y el papa se vio
obligado a abandonar Roma y refugiarse en Gaeta. Una República se impuso en Romania, y esto
demostró no sólo la peligrosidad de las reformas sino, algo peor, éstas parecían inevitables. La
pronta intervención austríaca logró restablecer el orden anterior.

LA CUESTIÓN ITALIANA

Pero en la Península itálica iba tomando cada vez más fuerza la política anti-austríaca del
Reino de Cerdeña. La Monarquía sarda luego de la derrota frente a los austríacos del rey Carlos
Alberto de Saboya y su posterior abdicación en favor de Víctor Manuel II, imprimió un nuevo rumbo
a la política peninsular, orientada cada vez más a lograr la unidad italia na. También allí se
enfrentaban dos tendencias, liderada la moderada por el futuro artífice de la unidad italiana, Camilo
Benso, conde de Cavour. El

El Reino de Cerdeña gravitaba en la órbita de la cultura francesa, sujeto siempre a los


"todos los contragolpes de París", región siempre sujeta a los peligros que suponía la política
desplegada por sus dos poderosos vecinos, Francia y Austria. Como segundón de una familia
nobiliaria era conciente Cavour que debía aburguesar su vida, quedando atrapado, ya para 1838, por
la patria de los banqueros y la religión de las operaciones de la Bolsa de París.

Por otra parte, la Península había visto tempranamente el despliegue de una activa y po-
derosa burguesía comercial y, aunque luego las circunstancias históricas derivadas del avance turco
sobre Constantinopla y consiguiente bloqueo del mar Mediterráneo influirían decisivamente en su
decadencia, la impronta burguesa quedaría. No por casualidad, fue la Península la que vio aparecer
la primera teoría del Estado Moderno, obra de Nicolás Maquiavelo; teoría burguesa del Estado, que
escinde la Ética de la Política, constituyéndose su obra El Príncipe en el primer tratado de
educación de Príncipes, que abandona el referente que había caracterizado a estos Tratados en
Occidente, cuyo referente era el 'deber ser' del oficio del Príncipe, para ponderar el referente del
pragmatismo político. Maquiavelo preanuncia los principios de gobierno que Europa Occidental verá
imponerse decididamente a lo largo del siglo XIX.

Ya para 1848 la sociedad burguesa había crecido notablemente en el Piamonte y así el


banco de Descuento de Génova en 1844 y el de Turín en 1847, tuvieron en Cavour a uno de los
principales propulsores, como también a la "fusión de aquellos dos institutos en el Banco Nacional,
primer núcleo del Banco de Italia". Cada vez más Turín privilegiaba económicamente a los mercados
alemán y francés frente a los austríacos. La Dinastía de Saboya que, bajo el reinado de Carlos Al-
berto de Saboya, apareció del lado legitimista y, sólo circunstancialmente, como los otros Estados
italianos, se inclinó hacia una acción anti-austríaca, fue observada con recelo por la floreciente bur-
guesía piamontesa. La actitud legitimista de la Nobleza sarda, fiel a los principios de la Iglesia de
Roma y sólida aliada de Austria, observó con inquietud, ya para 1841, la actitud de Cavour y de
aquellos grupos liberales que militaban desde organizaciones que semejaban los clubes franceses
evocadores de los aires que soplaron en Francia durante las jornadas de julio de 1830. Pero como
en toda Europa, temerosos del clima denso que se extendía aceleradamente, los sectores tradi-
cionalistas buscaron cerrar filas ante cualquier atisbo reformista y, como sucedía con distinto ritmo
en toda Europa, el espíritu utilitario burgués demoró poco en captar a integrantes representativos de
la antigua nobleza, atrapada por el promisorio futuro que ofrecía el siglo. En otras palabras, a la
caída de Carlos Alberto, la suerte de la antigua nobleza estaba echada, y la Monarquía
Constitucional de los Saboya, asentada sobre principios similares a los establecidos por la Carta
francesa de 1814, quedó convertida en 1852 bajo el ministerio de Cavour en Monarquía
Parlamentaria, es decir, en simulacro de Monarquía.

Cavour y el grupo moderado neutralizó al sector radicalizado de orientación socializante,


imbuido del espíritu de sus pares de la revolución de 1848 en Francia, al mismo tiempo que
¡Error!Marcador no definido.
fortalecía la política anticlerical ya iniciada con las leyes Siccardi, bajo el lema "Iglesia libre en
Estado libre". La Monarquía de los Saboya, en tanto parlamentaria, no es ya el gobierno del Rey
como tampoco los brazos clerical y nobiliario son ya el fiel de la 'balanza constitucional'. El gobierno,
el ministerio responsable, se ha convertido, como con fino estilo florentino lo demostraba Gran
Bretaña y burdamente lo imponía Francia, en una sociedad comercial.

Debilitados los brazos que constituían los pilares de toda Monarquía, ésta se atrofiaba y
quedaba convertida en una agencia de negocios.

Las primeras declaraciones de Víctor Manuel II (sucesor de Carlos Alberto) en defensa de


los principios de la legitimidad, asombraron al representante de la corte austríaca ante Turín, conde
Appony, al expresar el soberano: "Son los canallas demócratas la causa de todo mal[...] y los
ministros demagogos que teníamos estaban en el complot". El rey no olvidaba subrayar el carácter
intelectualista de la mentalidad revolucionaria, de allí que "sólo en las ciudades y entre abogados,
notarios, médicos y farmacéuticos se reclutaban los demócratas; pero no es más que una pequeña
minoría turbulenta". No tardaría el monarca en ser neutralizado por el grupo moderado encabezado
por Cavour que enérgicamente planteó "al ministerio de d'Azeglio la alternativa de comenzar con el
programa de reformas, sobre todo en el campo financiero" (CAVOUR, 21-s).

El gobierno austríaco antes y después de Metternich, tuvo clara visión de la situación difícil
en la que se encontraba, pues no se le ocultaba que el accionar de las nacionalidades desataba
fuertes intereses económicos, detrás de los cuales estaban los gobiernos de los banqueros, bajo la
forma de Monarquía parlamentaria o incluso bajo las formas autoritarias que impondría el gobierno
de Napoleón III.

Una lectura atenta del ensayo de Cavour titulado Des chemins de fer en Italie (Sobre los
ferrocarriles en Italia) (1846) dejaba en claro que la conducción política debía convertirse en un
mero agente de los intereses económicos. No otra cosa significaban sus palabras de que la fuerza
de los gobiernos resultarían impotentes y cederían "ante la acción de las fuerzas morales que crecen
día a día"; "fuerzas morales" era la forma eufemística para referir al poder económico, que imponía
los cursos de acción a los gabinetes.

El embajador austríaco, Buol, comentaría a su gobierno: "Cavour lanza el anatema sobre las
decisiones del congreso de Viena", anunciando que Italia obtendrá importantes ventajas de una
revolución europea, y no duda en establecer una distinción entre los príncipes extranjeros
(sostenedores de la política de principios) y "los tronos que tienen su raíz en el suelo nacional
[contando] con el concurso de estos últimos en la gran insurrección providencial que se prepara."

Desde Viena y luego de neutralizados los movimientos revolucionarios de 1848, se apeló a


la solidaridad de los Tronos legítimos (entiéndase Monarquías constitucionales) contra la revolución
liberal, por un lado y la revolución socialista, por otro.

En este sentido, el representante imperial austríaco, conde Appony, en su comunicación al


gobierno de Turín dejaría al desnudo que a la Corte de Viena no se le ocultaba que luchaba por una
concepción del mundo cada día más difícil de sostener, frente al avance tanto de los intelectuales
liberales como de los nuevos intereses económicos, voceros de estos últimos sobre todo los modera-
dos y con mayor independencia los radicalizados, para los cuales la política de principios, que
anteponía la tesis sustentada por el art. 57 del Acta Adicional de Viena (1820) de que "el poder total
del Estado ha de permanecer unido en el jefe del Estado" se les antojaba oscurantista y opresora, ya
a partir de posiciones dogmáticas de inspiración enciclopedista o socialista, ya frente al enfoque
puramente mercantil de la sociedad. El mismo Cavour no ignoraba la indiferencia de amplios
sectores de la población a todo lo actuado, señalando en 1846 que salvo raras poblaciones urbanas
"se hallan en general muy aferradas a las viejas instituciones del país"(Cavour, 21). Pero también
percibía, dado el aburguesamiento creciente de los sectores tradicionales, que "la idea de progreso y
de libertad moderada [estaba] destinada a extenderse y recorrer toda Europa." (Cavour, 22)

"Estamos prontos, explicaba Appony, a tender la mano a todos los depositarios del poder
que comparten nuestra convicción de que el franco y cordial entendimiento entre todos los gobiernos
es la última áncora de salvación contra los peligros con que amenazan a todos las doctrinas
disolventes del socialismo." Y refiriéndose a Cavour, ese hombre "inmiscuido en todas las empresas
industriales del país", y en forma general al carácter que anima a los gobiernos parlamentarios,
enviaba a Viena en 1850, el siguiente juicio: "No tengo necesidad de señalaros el rol que el señor
Cavour juega desde hace dos años como diputado y como publicista[...] Ambicioso e intrigante,
aspiraba solamente a entrar en el gobierno [...]. Ya haciendo oposición al gabinete para derribarlo y
llegar a su vez al poder, ya sosteniéndolo como precio de su apoyo, el señor Cavour siempre ha sido
un amigo pérfido." Señala a su vez el carácter anticlerical de la política piamontesa. (Cavour, 23-s.)

La aventura italiana se completaría en cuando el 17 de marzo de 1861 con la unidad de


Italia y el nacimiento de un nuevo Estado; Estado burgués constituido bajo la forma de Monarquía
Parlamentaria. Víctor Manuel II anunciaba que asumía para sí y para sus sucesores el título de Rey
de Italia, claro está ya no sólo por la "Gracia de Dios" sino además recordaba en su juramento que
lo era "por voluntad de la Nación", fórmula que evitaba colocar a la realeza por encima y ad extra de
la voluntad nacional. En otras palabras, la voluntad nacional se reservaba las funciones de órgano
supremo del Estado, y como sucedía en otros Estados la magistratura real quedaba sometida a la
"vía purgativa " de la censura parlamentaria. La Monarquía en tanto parlamentaria, observa a una
¡Error!Marcador no definido.
realeza convertida en "órgano obliterado en sus antiguas funciones, en el cual está apagado o
semiextinto" el carácter "sagrado" de la misma, limitándose a "refrendar lo que el Parlamento
decide." (F.de los Ríos, "La responsabilidad de los monarcas..., 140)

El Imperio Austro-Húngaro no encontró fuerzas suficientes para sostener a sus aliados y así
vio caer uno tras otro al rey Leopoldo de Habsburgo del Reino Lombardo-Veneciano, a los
archiduques Francisco de Módena y María Luisa de Parma y al Rey de las Dos Sicilias, Francisco II
de Borbón.

Importa subrayar que en estos Estados, cuyos monarcas y príncipes fueron obligados a
adoptar constituciones por la fuerza de las armas (de igual manera que en su momento le fueron
impuestas a Luis XVI en Francia, a Fernando VII en España y a Juan VI en Portugal) luego del breve
triunfo de las revoluciones liberales de 1848 y, por tanto, violentando los principios que rigen el
Estado de Derecho particularmente en una Monarquía donde ya existían leyes juradas por los
soberanos, éstos habiendo recuperado el poder las desconocieron, aunque introdujeron ciertas
reformas de acuerdo con el espíritu del siglo, aunque sin caer en el parlamentarismo.

El decreto de destitución de Federico II de Borbón sostenía que era "justo castigo a aquellos
príncipes que perjuran, y violan la Constitución."

¿Por qué estos príncipes abjuraban de constituciones que, en muchos casos contenían exi-
gencias que ellos mismos estaban dispuestos a otorgar y de hecho posteriormente concedían?
¿Acaso no se trataba de consignar por escrito normas vigentes de antaño encuadradas ahora dentro
del marco del nuevo Sistema Representativo, donde el sistema estamental se agrupaba en Cámaras
y el mismo monarca veía apenas recortado su poder soberano (maiestas)?

La resistencia o la abjuración derivaba del carácter imperativo que adquiría la presentación


del texto constitucional, pues se desconocía el carácter preeminente del poder real, olvidando que la
Monarquía se encontraba establecida de antiguo; la imposición del juramento de la Constitución,
olvidaba la tradición y convertía a ésta en piedra basal o fundacional de la Monarquía. Por otra parte,
invertía el carácter de la soberanía devolviéndola a la Nación, sin que hubiera mediado tiranía, único
caso que dentro del orden monárquico justifica la retroversión de la soberanía. Jurar tal Constitución
suponía desconocer el veredicto de la tradición y reconocer al Estado como nacido de esa instancia,
todo lo cual violentaba el Estado de Derecho de un régimen monárquico, si se lo entiende en
sustancia.

Nadie duda que los monarcas entendían claramente que a los nuevos dueños del poder, o a
los que intentaban hacerse con él, poco les importaba el Derecho histórico, en tanto el ideario liberal
burgués sólo perseguía la conformación de un Estado mínimo que, bajo la aureola del prestigio, les
permitiera operar a su arbitrio. El bien común, las leyes veneradas por generaciones, la religiosidad,
todo debía sacrificarse en aras del 'mercado' y de las lucrativas operaciones financieras.

Consideraciones sobre el Juramento de los monarcas

Antes de pasar a realizar ciertas consideraciones sobre la Monarquía papal, analizaremos


algunos aspectos relacionados con el valor del juramento de los monarcas, acto al que aludimos al
referirnos a la solemne ceremonia de coronación de Carlos X como rey de Francia.

Etimológicamente, "el juramento era para los griegos «barrera»; barrera moral opuesta a la
libertad de palabra y de acciones de los hombres y vigilada por los dioses." (F.de los Ríos,La
responsabilidad..., 112)

Bastará sólo la lectura del modelo de juramento para que descubramos si nos enfrentamos,
dentro de la normativa racionalista, a una Monarquía Constitucional o a una Monarquía Parlamenta-
ria.

Responde a una Monarquía Constitucional aquel juramento que en este ensayo


reproducimos al referirnos a la coronación de Carlos X, inscripto dentro del denominado 'principe
monarchique'; juramento que no difiere del que los monarcas prestaban tradicionalmente respecto
de las leyes fundamental del Reino y que, por influencia de las "nuevas ideas", se hace en nombre
de la Constitución. Dentro de la Monarquía Constitucional el juramento lo presta el monarca como
consecuencia de ser rey, para lo cual emplea una voz más tradicional (carta) que subraya que la
misma es debida a su graciosa concesión, y no a una imposición de quienes desde antiguo
decidieron ser súbditos.

Nos encontramos frente a una Monarquía Parlamentaria cuando el juramento no es ya


esencial sino condicionante para tomar el gobierno; el monarca presta el juramento para llegar a ser
rey y la norma le es impuesta por sus súbditos. La Constitución, en este caso, crea al rey.

En todos los casos el juramento se concibe como garantía del Derecho público positivo.

Encuadrado dentro del primer 'ideal-tipo' de juramento, se encuentra el referido en el Acta


de Establecimiento de 1700 en Gran Bretaña, cuya Constitución se convierte en paradigma del
constitucionalismo moderno, aun cuando, no se inscriba dentro del derecho racional normativo, sino
del derecho histórico.
¡Error!Marcador no definido.

En el Acta de Establecimiento el juramento de la coronación integra al rey en una retícula, el


Estado, que lo abarca, en la cual se encuentra inmerso como un órgano del mismo. Así dice la
fórmula ritual: "Juráis y prometéis solemnemente gobernar al pueblo de este reino de Inglaterra y sus
dominios conforme a los Estatutos acordados en el Parlamento y a las leyes y costumbres del país?
[...] Lo que he prometido lo ejecutaré y guardaré: si así lo hago, Dios me ayude." Resulta el caso in-
glés una ligera variante dentro del 'ideal-tipo', en tanto subraya particularmente la importancia del
juramento: éste debe ser "suscrito y pronunciado en voz alta", el cual se exige pronunciarlo
claramente antes de entrar en el ejercicio de sus funciones, aun cuando, la ceremonia resume en un
mismo acto el juramento y el acceso al Trono, precedido por la aclamación del pueblo, todo enmar-
cado dentro de una ceremonia religiosa donde el rey es ungido. El rey jura por sí sin incluir a su
descendencia, en tanto se supone que el Parlamento puede limitar o cambiar la herencia. Por otra
parte, si bien el monarca es considerado eje de todo el sistema político, no se encuentra fuera de él.

Si observamos la Carta constitucional francesa de 1814, el rey tiene carácter de tal antes de
pronunciado el juramento; juramento que ocupa en el 'discurso' un lugar tan preeminente como el
origen de procedencia del poder, colocándose por encima del cuerpo del Estado, como supremo
moderador o, por lo menos, como único sujeto de la soberanía que asume la unidad efectiva del
Poder, llamado por la "Divina Providencia"a desempeñar tal magistratura. En el acto de juramento,
señala que "el rey y sus sucesores jurarán en la solemnidad de la consagración observar fielmente la
presente Carta Constitucional."

De igual manera, tanto en el caso británico como en el francés, que incluyen una ceremonia
de coronación y no sólo de entronización, poco importa si el acto de jura adquiere mayor o menor
énfasis dentro de la solemne consagración,en tanto por su naturaleza mítico-simbólica, considerado
al monarca como ungido del Señor, sacrosanto (nunca puede obrar mal), éste es rey desde el
momento mismo en que muere su antecesor en el Trono.

El mismo carácter que en la Carta francesa, pues en ella se inspiraron, se revela en la


Constitución de Baviera de 1818, en cuyo primer artículo se establece: "Al subir al trono, el rey
presta el siguiente juramento en el seno de una Asamblea solemne, compuesta de Ministros,
Consejeros de Estado y de una diputación de estados, si es que éstos estuviesen en sesión: «Juro
reinar según la Constitución y las leyes del reino; que Dios y sus Santos Evangelios vengan en
ayuda mía». El juramento adquiere aquí una relevancia significativa, como ocurre en aquellas
Monarquías, tal el caso de Portugal (ya citado) como su similar español, donde se antepone al
'principe monarchique' el principio más antiguo que considera al príncipe como primus inter pares,
es decir, el compromiso histórico entre el rey y los brazos del Reino.

Si bien las constituciones que aparecen en Europa no difieren de la francesa de 1814, como
posteriormente otras se calcarán sobre la misma carta de 1830, esto se debe fundamentalmente al
carácter de carta que adoptan, es decir, de 'graciosa concesión' del monarca.

Respecto de la Constitución de Baviera, el proceso verbal del juramento se deposita en los


archivos del reino y la "copia auténtica es comunicada a los estados. El juramento adquiere no sólo
un carácter promisorio, sino además "el valor de un testimonio notarial".

También en la Constitución de Sajonia de 1831 aparece el juramento del rey como garantía
de la Constitución (Título VIII): "«El rey y sus sucesores jurarán [...] observar fielmente la presente
Carta constitucional».

El 'principe monarchique', receptado por la normativa racional en forma de carta y que


rescata toda la tradición (como advertimos oportunamente al reproducir los términos de la carta que
Juan VI de Portugal ofrece a su pueblo), busca subrayar que sólo el rey es soberano, si de régimen
monárquico se trata, lo cual en modo alguno supone gobierno arbitrario, sino simplemente recordar
que la soberanía no puede escindirse, que ésta es una, pues significa poder independiente,
controlado por los brazos del Reino.

Esta concepción del poder político intentó contener el avasallador empuje de grupos de
presión económica o política, o de ambos a la vez, que buscaban, fundamentalmente, desactivar el
poder gubernativo, como ya para la década de 1840 de observaba con toda claridad en Gran
Bretaña y los Países Escandinavos.

El 'principe monarchique' prende primero en Alemania del Sur, donde aparte de Baviera, se
adopta en "Baden (1818); Wurtemberg (1819) y Hessen, que lo inició en 1817." En Prusia ya se
había afianzado en 1862, alcanzando reconocimiento legal en la Constitución de 1850, y en el
Imperio Alemán, ya que el 'principe monarchique' inspira "la llamada Constitución de Bismarck, o sea
la del Imperio alemán de 1871. De igual forma ocurre en el Imperio Austro-Húngaro hasta 1918 y en
España hasta 1931."(F. de Los Ríos, "La responsabilidad...", 115-117; 104-107; 98).

El 'principe monarchique' se asienta en una concepción historicista, para la cual "la


constitución de un pueblo no es un sistema producto de la razón, sino una estructura resultado de
una lenta transformación histórica"; es decir, la "razón es capaz de moldear la Historia en cierta
medida, de planificar el futuro dentro de los datos de una situación histórica, o de llegar, en fin, a una
armonía con ella." (M.García Pelayo, Derecho..., 43. Cf. G. de Humboldt, Escritos..., 253). En
este sentido, Guillermo de Humboldt al hablar de "La teoría general del Estado", afirmaba que "los
¡Error!Marcador no definido.
regímenes políticos no pueden injertarse en los hombres como se injertan los vástagos en los
árboles" (p.80), y recordaba en 1813 en la "Memoria sobre la Constitución Alemana": "Toda constitu-
ción, aún considerada como simple trama teórica, tiene necesariamente que arrancar de un germen
material de vida contenido en el tiempo, en las circunstancias, en el carácter nacional, germen que
no necesita más que desarrollarse [...] Todas las constituciones existentes en la realidad han tenido,
indiscutiblemente, un origen informe, que rehuye todo análisis riguroso." (p. 180)

Decíamos al referirnos a Prusia que en 1862 se había afianzado el 'principe monarchique',


pero nos importa aclarar que ya desde 1815 existía un movimien to político de sectores tradi-
cionalistas ilustrados que buscaban trasvasar el derecho histórico dentro de una normativa
racionalista, y así pudo Prusia ostentar un modelo constitucional similar al de la Carta francesa de
1814, o a aquella prometida por Juan VI de Portugal en 1824, y a la defendida en las Cortes
españolas por figuras de la talla política de Jovellanos. Incluso si Prusia resistió en un comienzo
enrolarse dentro del 'principe monarchique', lo fue por el sentido unitario que suponía tal principio, y
habida cuenta de lo complejo que resultaba la organización de Prusia como unidad administrativa.

Fue Guillermo de Humboldt quien presentó en 1819 un proyecto constitucional novedoso,


pues si bien se trató de una Constitución por estamentos, esta última palabra adquirió un carácter del
todo diferente al tradicional; se trata de un nombre viejo para albergar una idea nueva basada en la
intención de mejorar la administración de las jurisdicciones del futuro Estado alemán. Lo novedoso
frente a todas las Constituciones de la época reside en adoptar una estructura gradual de la
constitución por estamentos, formándolos con miembros de las agrupaciones de ciudadanos,
partiendo de las más sencillas, que les permitiera ocuparse de los asuntos propios de la adminis-
tración local y además, tendrían la función de control de la administración del conjunto del Estado.
En caso alguno los concibe como anteriores a la organización del Estado, sino como creados por
éste y bajo su jurisdicción.

Responden al concepto del Estado moderno teorizado por Hegel. el cual depositaba en la
burocracia la marcha del mismo; los estamentos, permitirían encauzar los problemas derivados de la
compleja maquinaria burocrática.

Los estamentos, a diferencia de la función que le atribuía la tradición europea, no se crean


como "garantía contra las injerencias de la Corona, pues éstas, como demuestra una larga
experiencia, no son de temer ni harían necesaria una constitución."(G.de Humboldt, Escritos...,
245) Los estamentos no deben entenderse como herramienta para contener al Gobierno, es decir a
los responsables de la tarea administrativa; si ello se estableciera surgiría un sistema de equilibrio de
poderes que termina enfrentando a unos y otro. La Constitución por Estamentos supone distribuir las
"funciones legislativas" y en cierto modo también "las funciones administrativas del gobierno entre
las autoridades del estado y del pueblo, elegidas por éste mismo", de modo que ambas queden
"siempre bajo la vigilancia superior del gobierno, pero con derechos nítidamente delimitados."(G.de
Humboldt, ib., 251-s.).

Hablar de 'principe monarchique' no es hablar de Absolutismo monárquico que constituía


para la época un anacronismo, en tanto había caducado en Francia en la última década del siglo
XVIII, por otra parte, una innovación dentro de la teoría política. Empleaban el sintagma Absolutismo
monárquico, tanto quienes luchaban para crear su Estado Nacional en alusión a los países de los
cuales dependían, como también aquellos que buscaban transformar a la Monarquía en parlamen-
taria. A través del 'principe monarchique', la Monarquía se eleva a forma de Estado, pues como bien
lo apuntara Hegel no se concibe en el mundo civili zado moderno, esto es europeo, otra forma de
gobierno que no sea la Monarquía Constitucional, en tanto, la República había sido la institución de
los antiguos, limitada espacialmente, de allí que cualquier experiencia sobre ese anacronismo
histórico garantizaba la caída en el más crudo despotismo, aserto, por otra parte, ya desarrollado por
Montesquieu. Baste advertir que divulgadores de la Constitución norteamericana de 1787, como
Alejandro Hamilton y Santiago Madison, no ocultaban su pesimismo acerca del paradigma político
que las circunstancias les habían obligado a aceptar, habida cuenta de la falta de una aristocracia de
sangre en su tierra.

Debatir sobre las formas aristotélicas de gobierno, podía resultar adecuado sólo como
ejercicio académico; sólo quedaría reservado a pintores de quimeras pensar para Europa otra
solución que no fuera la conocida, con las reformas que los tiempos nuevos hacían necesarias (non
nova, sed nove), en virtud de la complejidad administrativa, del crecimiento demográfico y de la
diversificación económica. Única solución, claro está, si se pretende no apartarse del Estado de
Derecho, de la sustancia de la ley, en tanto ordenamiento racional orientado al bien común e
impuesto por la sociedad civil, según palabras de Tomás de Aquino, que no hace sino parafrasear
conceptos del Derecho Romano.

Pero estas reflexiones constituían una especie de herejía para la burguesía triunfante, que
ya para mediados del siglo XIX había olvidado hasta los fundamentos más elementales del
liberalismo que ella había gestado.

Para la 'política de principios' ('principe monarchique') "el monarca es la sustancial unidad


del Estado, el principio originario que da a aquél su modalidad histórica, el continuo que sirve para
identificar el Estado mismo"(F.de los Ríos, La responsabilidad..., 106) y, por tanto, hablar en estos
términos supone confirmar un continuum de la teoría política, sólo ocasionalmente controvertido,
que encuentra un nuevo referente recién en el Liberalismo triunfante en Gran Bretaña con la
¡Error!Marcador no definido.
'Gloriosa revolución' de 1688, principios difundidos y reforzados por la Ilustración francesa del siglo
XVIII con todo el alcance que reviste en el siglo XIX, al compás del progreso de la industrialización.

¿Resulta la Monarquía reformada y teorizada por Hegel la quintaesencia de la teoría po-


lítica?. Resulta la forma posible, aunque no fuera la deseable; la más adecuada para los nuevos
tiempos, pues se encuentra dotada de reaseguros urdidos a lo largo de la historia, lo suficientemente
flexible como para albergar intereses contrapuestos; dotada de mecanismos que garantizan una
mayor equidad social, pues su estructura repose en un orden jerárquico y orgánico. Resulta lo más
cercano al orden natural de la familia; se entiende, pues nadie desconoce quien se encuentra en el
vértice de la pirámide y en calidad de qué se encuentra allí, nunca producto del azar ni de la puja de
facciones. Se lo identifica como padre de los pueblos y se lo santifica, en tanto simboliza (une) a la
nación en su conjunto, es decir, la representa unida por encima de toda diferencia cultural. No se
basa en el apotegma de la igualdad de los hombres, pues si así lo hiciera sería un poder injusto en
tanto desconocería la natural desigualdad y condenaría, ya desde sus fundamentos teóricos, a los
más débiles dentro de la comunidad.

Lorenz von Stein quien define a la Monarquía Constitucional como un "supuesto dado e
incondicionado de toda [...] forma jurídica", resulta, en tanto humana, siempre perfecti ble. No es
nacida de una construcción puramente matemático-racional, no surgió como Minerva de la cabeza
de Zeus, sino que es fruto de la racionalidad humana que, en tanto tal, está dotada de inteligencia y
de voluntad; de allí que no resulte un ente de ficción, sino producto de la realidad. Lo abstracto le es
desconocido.

Institución a hechura del hombre, simbiosis mítico-racional. Su accionar es previsible,


asimila los cambios dentro de una estructura permanente, identificable; resiste la inestabilidad, la
inseguridad, el cambio continuo e insaturado, pues su estructura se amasa con el tiempo; no es obra
del azar o de la improvisación. El monarca, como dice Laertes en Hamlet, en caso alguno puede ir
"más allá de lo que acuerde el voto general." (p. 31)

Maurenbrecher escribía en 1839: "La soberanía debe ser en la monarquía hereditaria un


derecho puramente privado, del príncipe." (F. de los Ríos, ib., 106), pero donde el juramento
solemnemente pronunciado, ya durante la consagración, o en el acto de entronización para los
Estados que no contemplan tal ceremonia, obra a manera de autolimitación, adquiriendo en "la
dogmática de la monarquía constitucional el valor de una «norma fundamental». Como apuntan
Roberto von Mohl y von Renne, en relación con el derecho público de Wurtemberg y de Prusia, el
juramento resulta "en ambos países «condición esencial para el ejercicio legal del gobierno;
condición de la capacidad jurídica para ejercer los derechos de gobierno." (F. de los Ríos, ib., 118-s.)

La Monarquía papal

El 'principe monarchique' encontró en el papa Pío IX un efectivo defensor, quien pudo a su


vez asistir al fracaso de su política. En otras palabras, mas allá de los errores cometi dos al priorizar
el dogmatismo católico (infalibilidad pontificia) que evidentemente interpretó como la actitud más
adecuada para fortalecer el legitimismo monárquico, lo cierto es que ni aún el más admirable de los
planes hubiera podido contrarrestar una concepción utilitaria que avanzaba con decisión y cada vez
más segura de su triunfo final.

El triunfo del legitimismo o de la política de principios, hubiera significado una tarea ajena al
espíritu humano o, por lo menos, al maquiavelismo que toda orientación política encierra en mayor o
menor grado. Hubiera requerido de una acción coordinada y armónica entre todos aquellos que a la
hora de la reunión del Congreso de Viena, luego de la definitiva caída de Napoleón, lucían como
indestructibles, aun cuando las fisuras del bloque de los legitimistas no se ocultaban; baste recordar
que el Congreso de los Príncipes, con alto grado de premonición, había colocado en lugar
preeminente a quienes no tardarían en convertirse en verdaderos soberanos: los banqueros.

Ni aún la política del canciller Bismarck, parecida a una fina pieza de orfebrería, pudo
superar su tiempo, porque no encontró continuidad en su propio Estado, ya que los gobernantes no
eran dueños de sus designios, aunque en muchos casos,como en Austria y Alemania, las apariencias
lograban imponer la imagen contraria. Detrás de cada monarca por la gracia de Dios, de la aparente
grandiosa majestad, cada vez se ocultaba menos la fuerza del dinero que decidía las acciones que
movilizaban ingentes recursos materiales y convencían sobre las glorias que se derivarían de la
implementación de una política imperial. ¿Podrían conservar la vida los otrora soberanos frente a la
soberanía del dinero, por otra parte, cercados por las exigencias de los sindicatos socialistas, que
señalaban acusadoramente a los monarcas como cómplices de los dueños del capital? ¿Acaso aun-
que por omisión tal complicidad podía desmentirse absolutamente?

Durante el gobierno de Pío IX se asistirá al desmembramiento de los Estados Pontificios por


obra de la Casa de Saboya. El papa que convoca al Primer Concilio Ecuménico (1869), carente de
todo poder de coerción, puesto que ésta se asentaba en fuerzas mercenarias, jefe de un pequeño
Estado que dependía fundamentalmente del apoyo austríaco y ocasionalmente del francés,se
arriesga a una guerra abierta en el plano militar, pero fundamentalmente en el dogmático.

En el plano de la coerción, cercado por los Saboya, dio refugio a los sectores legiti mistas
¡Error!Marcador no definido.
que colaboraban a mantener vivo el fermento antiunitario. Dogmáticamente, el 8 de diciembre de
1864, ya casi aislado políticamente, publica la encíclica Quanta cura a la cual agregó un Sillabo, o
sea una selección de 80 proposiciones extraídas de actos oficiales anteriores (alocuciones consis-
toriales, encíclicas, cartas apostólicas) "en las cuales se condenaban en masa a todas las doctrinas
filosóficas y políticas que habían surgido en el seno de la cultura europea en los últimos decenios: el
panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el liberalismo, el socialismo, el
comunismo". Condenaba toda proposición que supusiera que el pontífice romano debiera "conciliar y
armonizar sus actitudes con el progreso, con el liberalismo, con la civilización reciente." (PÍO IX, 76)

El Sillabo, en tanto síntesis de las enseñanzas de la Iglesia de Roma, adquiría mayor


dimensión como crítica, pues no se trataba de la interpretación subjetiva que de la realidad hacía un
determinado pontífice, sino que constituía una definición de la Iglesia como institución, de la cual el
papa se hacía portavoz. Por otra parte, el Sillabo fue sancionado por el Concilio, cuyos principios
formaron parte del esquema de constitución dogmática llamado De Fide catholica (24/diciem-
bre/1870).

Por dos veces excomulgó a todas las autoridades italianas, la segunda motivada por el
plebiscito del 2 de octubre de 1870 que sancionaba definitivamente "la fusión de Roma y de su
territorio en el Reino de Italia." (PÍO IX, 77). Denunció lo actuado y solicitó la intervención armada
para restablecer el status jurídico anterior, sin que su llamado mereciera respuesta alguna.

A partir de su regreso del exilio dio a su política una orientación tan decidida en cuanto al
legitimismo, que incluso lo enfrentó con los mismos poderes legítimos. Así las reacciones
internacionales no se hicieron esperar cuando apareció el 18 de julio de 1870 la constitución Pastor
Aeternus que reglaba las relaciones del Poder temporal y espiritual a través de un apéndice titulado
De Romano Pontifice eiusque infalibili magisterio. La constitución determinaba el primado del
papa (supremo poder de jurisdicción) y su infalibilidad (juicios ex cathedra sobre todo tema que
tuviera que ver con la fe y las costumbres).

Si bien persiguió con el dictado de la constitución contener el relativismo que advertía como
soporte tanto del liberalismo como del socialismo, y que iba destruyendo la retícula social, descuidó
los efectos políticos que esto acarrearía, pues muchos poderes legítimos parecieron rememorar la
antigua querella de las investiduras. De allí que países tradicionalmente católicos como Austria,
Baviera, España y Portugal presentaran protestas verbales, adhiriendo al memorandum propuesto
por Francia, país cuyos gobiernos tenían tradición en materia de heterodoxia religiosa. No obstante
la reacción más violenta provino de Alemania, en tanto, Bismarck se oponía a la aspiración de la
iglesia católica alemana (representada por el Partido del 'centro'- Zentrum-) de conseguir la misma
libertad que la Constitución de 1850 había concedido a la Iglesia luterana. Se inicia así la política de
Kulturkampf, promulgándose una serie de leyes destinadas a afirmar el control del Estado sobre la
Iglesia, política que comienza a atenuarse luego de la muerte de Pío IX, bajo el pontificado de León
XIII, cuando la acción del Socialismo resulta más contundente.

Lo cierto es que la embestida dogmática del papa y la reacción consecuente de los gobier-
nos legitimistas, no hicieron más que contribuir al desmoronamiento del 'principe monarchique'
basado en la estrecha alianza 'Trono-Altar', alianza que la tradición había consagrado y que siempre
encontraba puntos de encuentro, por ejemplo, el apoyo de la Iglesia de Roma a la restauración de la
Monarquía en Francia luego de la caída de Napoleón III.

Frente al Socialismo, al Positivismo y al Irracionalismo,la Iglesia de Roma puso en marcha


un plan de acción a través de distintas organizaciones destinadas a la actividad hospitalaria,
caritativa, asistencial y a la enseñanza, aunque el éxito no podía ser sino relativo, en tanto el
anticlericalismo y el sentido laico de la vida conformaban la nueva estructura predominantemente
urbana de la sociedad y, donde un vasto proletariado observaba a la Iglesia con tanta desconfianza
como ella misma, que se veía superada ante ese enigmático conglomerado de hombres surgido de
la mecanización industrial bajo la forma de una servidumbre de características desconocidas.

Con el triunfo de la burguesía capitalista, representada en Italia por la Casa de Saboya y el


artífice de la unidad política peninsular, conde de Cavour, perdía Austria-Hungría una importante
pieza de su Imperio, pero además se resentía su presencia internacional, al tiempo que el legiti-
mismo daba sus últimos estertores.

CONSIDERACIONES SOBRE EL IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO

En este sentido, la empresa en pos de la unidad alemana emprendida por Prusia, significará
paradójicamente el golpe final del legitimismo, pues si bien se asentará el futuro Imperio alemán
sobre el 'principe monarchique', al mismo tiempo, al enfrentarse a una potencia legítima, no podrá
borrar en el futuro el precedente creado, pues el naciente Imperio ya albergaba poderosos elementos
(burguesía capitalista y su correlato, un partido social-demócrata activo y expectante, ansioso por
imponer la dictadura del proletariado), que por su misma naturaleza constituían fuerzas disolventes,
cuyo evolución final conduciría a la misma entidad recién constituida a su inevitable final, acaecido
en 1918.

La batalla de Sadowa que enfrentó a Austria y Prusia con la derrota de la primera, debilitó
¡Error!Marcador no definido.
seriamente el prestigio de la Monarquía de los Habsburgo. Por tanto, luego del tratado de paz
firmado en Praga el 23 de agosto de 1866, Austria salía de la zona de influencia germá nica
gravitando exclusivamente en el área del Danubio; transformación que se hizo tangible cuando el
emperador Francisco José introdujo reformas constitucionales tendientes a dotar de mayor
autonomía a las regiones del Imperio, como en su momento lo había aconsejado Metternich.

No menos angustiosa se presentaba para la integridad del Imperio Austro-Húngaro la acti-


tud secesionista sustentada por ciertos sectores de los magiares de Hungría, así como de los eslavos
de la región checa y de los eslavos del sur (croatas y eslovenos). En todos los casos la tendencia iba
desde la autonomía dentro del Imperio hasta la independencia, esta última sustentada por sectores
liberales muy influidos por los movimientos que agitaron a Francia durante 1830 y 1848, observados
con complacencia por Gran Bretaña y también por Francia, sobre todo a partir del gobierno de
Napoleón III.

Resultaba particularmente alarmante el problema magiar, que mostró un momento álgida


durante la marea revolucionaria de 1848, pues la Dieta de Pest, no reconoció a Francisco José como
emperador, alegando que la nación húngara no había participado en la abdicación de Fernando I ni
en la asunción del Trono por el primero.

En 1849 el Parlamento húngaro dominado por el jefe del grupo independentista, Lajos
Kossuth, decretó la pérdida de derechos de los Habsburgo, quien asumió la regencia provisional. No
obstante funcionó todavía la Alianza europea, reforzada por el Pacto de Minchengratz (1833) por el
cual los monarcas de Austria, Prusia y Rusia se prometieron ayuda mutua ante insurrecciones
surgidas en sus Estados o en Estados menores. De esta forma la intervención del zar Nicolás I en
apoyo de Austria permitió revertir la situación.(Historia Universal, nro.89, 23-s y Metternich, 52).

Pero si Austria-Hungría no podía impedir los reclamos que desde distintas regiones del
Imperio se alzaban reivindicando derechos de independencia que enarbolaban el ideario naciona-
lista-liberal, tampoco podía mantenerse al margen del espíritu económico burgués, del cual por otra
parte dependía de manera creciente, agitado y debilitado el Imperio "por su insanable situación
deficitaria desde el punto de vista financiero." (Metternich, 50).

Viena, capital del Imperio Habsburgo, cuna del espíritu legitimista, asistió a la acumulación,
primero, y a la concentración, después, de capitales de una poderosa burguesía financiera, que
encontró en la familia Rothschild, su ejemplo más representativo. Como oportunamente afirmara el
conde de Rivarol, en relación con la Revolución francesa, cuando un gobierno se convierte en acree-
dor, sólo es gobierno en la forma, pues en los hechos el poder lo tiene el prestamista.

La rara convivencia de un espíritu burgués creciente, de una banca poderosa a la que tantas
veces había acudido el canciller Metternich para sostener vanamente la integridad del Imperio, sólo
podía conducir a la lenta agonía que fue destruyendo a la dinastía Habsburgo.

¿Resulta acaso asequible hundirse en el lodo y salir del mismo sin mácula?. ¿Podían acaso
las más geniales políticas diseñadas por el príncipe de Metternich luchar e imponer su política de
principios frente al silencioso accionar de banqueros, cuyos empréstitos imponían las condiciones de
su accionar político?. ¿Cómo congeniar política de principios con espíritu mercantil?. Sólo una
realidad peculiar como la que presentaban los Estados alemanes antes de su unidad, hubiera sido
necesaria para asegurar su permanencia. ¿Podría el Imperio de los Habsburgo controlar durante
mucho tiempo la concentración del poder militar en la medida que no controlaba el poder económi-
co?

En el marco reformista encarado por el emperador Francisco José se inserta la descentrali-


zación espacial traducida en el Ausgleich (compromiso) de 1867 con Hungría, que malquistó a los
austro-alemanes del Imperio con la Corona.

Este compromiso consistía en la conformación de una doble Monarquía constituida por las
posesiones austríacas y el Reino de Hungría.

Se conformaba la base una Federación monárquica de Estados, de carácter unitario en lo


político y federal en lo espacial; suponía dar forma a un modelo político institucional distinto por su
estructura a las tradicionales confederaciones, por ejemplo la del Sacro Imperio Romano-
Germánico, pues creaba un vigoroso poder central, dotado del prestigio y de la fuerza que al mismo
proporciona la existencia de una Dinastía prestigiosa, sustancia de la que carecía el paradigma
norteamericano.

El carácter unitario del régimen estaba dado por la existencia de un monarca único,
convertido en Emperador de Austria y Rey de Hungría, y un Gobierno imperial común, limitado a la
jurisdicción de los asuntos exteriores, la guerra y las finanzas. En los restantes aspectos, Austria y
Hungría eran completamente independientes. El compromiso resultaba de la alianza mantenida
entre las fuerzas tradicionales del Imperio, Monarquía y nobleza húngara, lo cual parecía el principio
de la solución de los problemas que afectaban al Estado plurinacional.

Pese al espíritu reformista que animaba a la Corona, el recelo que para una nacionalidad
suponía las ventajas obtenidas por otra, determinó el congelamiento momentáneo de la política
reformista, incidiendo notablemente la actitud hostil de los grupos austro-alemanes que temían ver
¡Error!Marcador no definido.
comprometida su supremacía dentro del Imperio y de la propia Austria. Éstos se movían
marcadamente influidos por el mayor crecimiento económico de sus respectivas regiones,
observando con preocupación que regiones menos desarrolladas industrialmente adquirieran, por su
nuevo status jurídico, una preeminencia que consideraban no les correspondía.

No puede ignorarse la fuerza que desplegaban los sectores burgueses y los partidos obreros,
molestos los primeros por el mantenimiento de una estructura política imperial que consideraban
cada vez más perjudicial para sus intereses, pues la descentralización encarada, dado el carácter
paternalista de la Monarquía Constitucional, seguramente se traduciría en medidas económicas
proteccionistas que, al priorizar el intercambio interregional, podría derivar en el subsidio de las
economías más débiles, entorpeciendo el movimiento librecambista en el que la región
estrictamente austríaca se había enrolado para 1865. Los segundos, advertían con preocupación que
la Corona pudiera acceder a la movilización de la mano de obra de las regiones más pobres a las
más prósperas del Imperio con el seguro impacto sobre el nivel de los salarios y la seguridad laboral.

No obstante, dadas las nuevas reglas de la economía capitalista, cabía al Estado un lugar
modesto en las decisiones económico-financieras (aun cuando se tratara de monarquías cons-
titucionales, es decir, con poder de decisión), pues éstas sufrían de crisis estructurales que las hacían
cada vez más dependientes de las fuerzas económicas las cuales, indefectiblemente, se ofrecían y
aparecían como tabla de salvación, como promesa de todo posible crecimiento. De allí que los
monarcas insensiblemente dejaran en manos de estos hombres "industriosos" la solución de
problemas que, enfocados pura y simplemente bajo el signo de la eficacia y de la rentabilidad
económica, indiferentes a la compleja trama de intereses nacionales y sociales, contribuían a
enturbiar el difícil equilibrio político-institucional en que se movía la Monarquía.

En otras palabras, las políticas orientadas cada vez más en función de acuciantes nece-
sidades financieras, soslayaban la doble amenaza que se cernía sobre el legitimismo, tanto desde el
ámbito de la burguesía capitalista como del de los sindicatos obreros.

Respecto de las reformas descentralizadoras, las mismas toman nuevo ímpetu luego de la
recuperación económica y del saneamiento financiero y con la conclusión de la Triple Alianza (1882).

El primer ministro Taaffe logra mayoría parlamentaria y concluye una alianza constituida por
sectores conservadores integrados por checos, polacos y el Centro católico en contra del sector
liberal austro-alemán. Los checos consiguieron un status similar al de los húngaros, al tiempo que
se concedía una amplia autonomía a Croacia-Eslavonia.

La cuestión alemana

En cuanto a los Estados dinásticos alemanes, existían dos posiciones: una, consistente en
formar la «gran Alemania», idea sustentada por los sectores católicos y cercanos a Austria, proponía
crear un nuevo Estado que comprendiese la totalidad del Imperio austríaco. La otra, que se iría
imponiendo, no contemplaba la inclusión de Austria («pequeña Alemania»). Ésta buscaba conformar
un Estado soberano, escindido del Imperio Habsburgo, pues lo consideraban demasiado
comprometido en una política confederal que postergaba los intereses alemanes. Consideraban que
de Berlín debía surgir el impulso unificador.

Esta política de unidad fue impulsada también por la poderosa burguesía alemana, que
logró, ya para 1835 dar forma al Zollverein, unión aduanera de carácter proteccionista en la que
ingresaron 18 Estados, encabeza por Prusia y que dejaba afuera a Austria.

El esquema de desarrollo industrial alemán tuvo carácter singular, pues si bien la burguesía
concentró un enorme poder económico, también lo concentró la Nobleza territorial y la fuerza militar
que se nutría de sus filas. En el caso de Prusia hubo por parte de la Nobleza una cerrada oposición a
admitir a burgueses en el cuerpo de oficiales.

Importa esta consideración porque el nuevo Estado por constituirse tendría garantizado el
control político, en tanto la Nobleza resultara un poder incondicional de la Corona.

Todo el siglo XIX europeo permite advertir el avance continuo de la burguesía sobre el poder
del Estado; avance cuya rapidez dependerá de la mayor o menor debilidad de las fuerzas que sirven
de apoyo a los Tronos: en el plano espiritual, la Iglesia y en el plano temporal, la Nobleza.

En la medida en que estas dos fuerzas abandonen su compromiso de sostén de la Corona, los tres
poderes se derrumbarán irremediablemente.

La burguesía capitalista está animada por una fuerza centrífuga que resulta un elemento
disolvente para la Monarquía. Esa fuerza la constituye el valor del dinero, el cual requiere, según los
cánones burgueses, de independencia para multiplicarse, rigiéndose por un principio utilitario al que
subordina toda otra consideración social. La inserción de la burguesía en el seno de la fuerza militar,
determina la rápida absorción de la última que se convierte en instrumento de la primera, pues la
Nobleza requiere de recursos para sostenerse que, de no poseerlos y de no encontrar fuentes de
abastecimiento en el Estado, determinan su caída en los mecanismos de los préstamos y en poco
tiempo se encuentran dependiendo de un nuevo amo: el burgués capitalista.
¡Error!Marcador no definido.
El siglo XIX es el de afianzamiento del poder burgués que ha avanzado de manera inconte-
nible por el continente europeo, impulsado por los hechos derivados de la Revolución Francesa de
1789. Burguesía cuyo código de valores se asienta en el usufructo del dinero.

El código sobre el cual se asienta la Nobleza es del todo diferente, pues como ya lo había
subrayado Montesquieu, el principio que la guía es el honor. ¿Pero de qué honor se trata si no
dudarían en resignar su dignidad? Montesquieu explica que es un honor falso, ya que realizan actos
heroicos en vistas del reconocimiento moral que esperan del monarca. Pero, sostiene"es tan útil para
el Estado como lo sería el verdadero para los particulares que lo tuvieran. ¿Y acaso no es ya mucho
obligar a los hombres a realizar toda clase de acciones difíciles y que requieren esfuerzo, sin más
recompensa que la fama de dichas acciones?" (Del espíritu, v.I, l.III, c.VII, 49)

En una obra publicada en España debida a Bernabé Moreno de Vargas titulada Discursos
de la Nobleza de España del año 1636 y reeditada hasta el siglo XVIII, se señalan las cualidades de
los nobles, afirmándose que éstos "son justos, templados, prudentes, sabios, fuertes, industriosos y
cuidadosos, magnánimos y dadivosos[...] sus palabras y promesas son firmes y duraderas [son] muy
cordiales[...] piadosos y misericordiosos con sus enemigos; son sencillos[...] temerosos de Dios, y los
que sirven y acompañan al rey, los que defienden la tierra, amparan la república en paz y en guerra,
como cabezas que son de ella." Ser noble era una carga y aunque estos contradecían frecuente-
mente los principios enunciados, lo importante radica en que tal código existía, pues lo importante
para una comunidad no es se infrinjan ciertos principios sino que se ignoren que existe. (V. Palacio
Atard, Sociedad Estamental..., 26-s.).

Estos principios ideales que Montesquieu asocia con el honor, requerirían de la sociedad
aristocrática en la cual piensa el filósofo francés, pero ésta ha encontrado de manera clara durante la
Revolución francesa, según ilustra Rivarol, un modelo que el siglo XIX ve imponerse de manera
decidida, en el cual la burguesía capitalista, incluso contraviniendo principios básicos del
Liberalismo, comienza a ejercer un dominio ecuménico que rebasa las fronteras nacionales y le
otorga un poder de decisión del que había carecido hasta el siglo XVIII. La Revolución francesa,
como apunta el conde de Rivarol, demuestra la peligrosidad de un poder económico cuya fuerza es
tal, que aun cuando no llegará rápidamente a pervertir los altos cuadros del ejército, que es lo mismo
que decir de la alta nobleza, lo hace en los cuadros inferiores y aún en la misma tropa que termina
controlando la fuerza.

Es una especie de instinto de preservación el que determina la cerrada oposición de la No-


bleza prusiana a impedir la entrada a los burgueses en las filas de la oficialidad; es decir, la
oficialidad debe estar integrada sólo por patricios.

¿Podría afirmarse que la Nobleza prusiana funcionaría por mucho tiempo como bloque
sólido, defensor acérrimo de la política de principios y, por ende, de la autoridad superior e
incontrastable de la Corona?

Evidentemente este espíritu cohesivo no sería fácil de preservar. Más aún, podría afirmarse
que el mismo ya se encontraba agrietado, en tanto, dentro del complejo esquema político alemán,
no eran pocos los miembros de la alta nobleza, específicamente prusiana, que cada vez priorizaban
más los réditos económicos sobre la política de principios que el zar Alejandro I buscó reforzar con la
creación de la Santa Alianza.

No debe olvidarse la política de clara orientación capitalista desplegada por los príncipes de
Hesse-Kassel; tampoco que quienes aceptaron conformar el Zollverein, priorizaron los beneficios
que obtendrían del proteccionismo económico, seducidos por los consejos de la poderosa burguesía,
todo ello agravado por la exclusión de Austria, cuya política tuvo, hasta mediados de la década de
los años '70, como norte la preservación del Legitimismo, frente al cerco que la burguesía capitalista
de fuera del Imperio Austro-Húngaro, con absoluto respaldo de los gobiernos que éstas dirigían, y
desde dentro, por aquellos que advertían escépticamente la suerte del Imperio.

Que la suerte de los Estados dinásticos alemanes estaba estrechamente ligada a Austria
fue, en su momento, subrayado por Guillermo Humboldt, quien entendía la necesidad de la
integridad de los Estados bajo la forma de una federación de Estados con un Poder Ejecutivo
fuerte, y que supusiera el protagonismo tanto de Prusia como de Austria, preservando los acuerdos
convenientemente firmados en 1815. Como afirmara "el consentimiento firme, inquebrantable e
ininterrumpido y la amistad de Austria y Prusia constituyen la piedra angular de todo el edificio." (G.
de Humboldt, 181; 181-183)

Respecto del proceso de industrialización alemana, éste se acelera a partir de 1860. Ya para
los 1840-1850 el capital francés, inglés y belga permite la constitución de grandes sociedades
mineras, como la Gelsenkirchener Bergwerke A.G., que integraron también la explotación de
minas de hierro y todo el proceso siderúrgico; siderurgia que se va a caracterizar por la gran
concentración de capitales (Trusts) bajo la estricta intervención del Estado, lo cual se concretará a
partir de la unidad alemana. Ya para 1860 la más poderosa empresa era la de Laurahütte, del conde
Henckel von Donnersmarck (Vázquez de Prada, 75-s), ocupando un lugar de gran importancia la
fábrica de municiones de la familia Krupp en Essen.

Los Estados alemanes prueban fehacientemente el tesón de la burguesía capitalista, que lo-
gró infiltrarse y afirmarse en una realidad adversa a su presencia, donde se enriqueció, aun cuando
¡Error!Marcador no definido.
no encontró una buena acogida por parte de los gobiernos, ni tampoco por aquella nobleza que
buscaba conformarse en el centro del futuro desarrollo industrial. Digamos, por otra parte, que esa
nobleza ya se encontraba inficionada por el espíritu burgués que constituía el clima del siglo.

Que una vez lograda la unión aduanera, la burguesía buscaría dar un nuevo paso, pero
ahora orientado a moldear la futura política alemana, se advertiría en la revolución que produce en
1848, fracasada finalmente a raíz de que asumió la iniciativa sin que estuviera en condiciones
políticas para hacerlo, aun cuando en principio logró imponer al monarca una Constitución de
carácter parlamentario.

Si se hace omisión del hecho de que la conducta adoptada por el rey Federico Guillermo IV
de Prusia violentaba el 'principio monarchique' que Austria enarbolaba, según lo acordado en 1815
(pues colaborar con los insurrectos alemanes erosionaba al legitimismo), lo cierto es que todavía se
advierte en la derrota de la burguesía alemana la imposición de la política de principios, pues ésta
quiso dominar el Landtag (Parlamento creado por el rey en 1847), fracasando en su intento, como
también fracasó (junto con los intelectuales que lo integraban) cuando desde el Parlamento de
Frankfort ofreció en 1849 la Corona alemana al rey de Prusia, quien "declinó la oferta sobre todo
porque su poder habría tenido un origen democrático, lo que un Hohenzollern no podía tolerar." (J.
Bérenger, El Imperio...,529).

Si el rey se vio presionado en su negativa por la recomposición política de Austria, lo cierto


es que no influyó poco su convicción acerca del carácter metafísico del poder real. Aceptar la
invitación de los parlamentarios liberales de Frankfort, suponía sentar el peligroso precedente de
reconocer un origen ordinario al símbolo que resulta expresión de la sacralidad. Suponía a su vez no
advertir la oculta intencionalidad que guardaba tal acto; pues mediante el ofrecimiento de la Corona
se intentaba hacer del monarca un simple magistrado superior, al mismo tiempo que el acto
convalidaba como legítima, una actitud irreverente. Sabían bien los diputados de Frankfort que el
ofrecimiento sólo se justificaba encuadrándolo en las tradicionales formas de vasallaje, por otra parte
ofrecimiento que sólo podía hacer presente la Nobleza temporal y espiritual como estamento
superior de la comunidad, en razón de lo cual el rey procedería por «graciosa concesión regia» a
otorgar una Carta y ocuparía el Trono porque así lo había dispuesto la «Divina Providencia».

Pero los diputados de Frankfort buscaban condicionar el poder, siguiendo los principios del
siglo, pues como afirmó el presidente del Parlamento, Heinrich von Gagern, tenían los allí reunidos
la "gran misión" de "hacer una Constitución para Alemania, para todo el reino. La justificación y
autoridad de este empeño, radica en la soberanía de la nación."

El rey ya había experimentado el año anterior, hasta dónde podía llegar el accionar de los
grupos liberales, cuando se vio obligado a otorgar una Constitución de corte parlamentario, decisión
que pudo revocar al derrumbarse los movimientos revolucionarios que agitaban a Europa, y en su
reemplazo concedió una Carta (1848) que, según indicamos, siguió los pasos de la francesa de
1814, aunque de carácter menos amplio, reconociendo los principales derechos civiles agitados por
el liberalismo, y conformando un Poder Legislativo con dos Cámaras, una Cámara baja integrada
por nobles y burgueses y otra Nobiliaria.

Pero lo cierto es que aún esa concesión, la hizo empujado por el clima revolucionario que se
agitaba con vientos de fronda desde Francia, violentando sus más férreas convicciones, en tanto al
asumir el Trono en 1840 ya había expresado su opinión acerca de la normativa racionalista, al
afirmar: "No hay poder en la tierra que logre persuadirme de cambiar la relación natural entre Rey y
Pueblo, por la de una Constitución convencional. Ni ahora ni nunca permitiré que una hoja impresa,
como una segunda providencia, se interponga entre nuestro Dios que está en los cielos y esta
nuestra tierra, desplazando así el viejo homenaje sagrado." (F. de los Ríos, La responsabilidad...,
163).

Como indicamos, el poder económico de la burguesía prusiana crecería aún más a partir de
1850, década crucial para la decisiva difusión del capitalismo en Alemania, época de acumulación
de capital en la neurálgica industria pesada, todo lo cual contribuía decididamente en orientación
hacia la unidad nacional, a través de un proceso que iba abriendo un vasto campo de acción política
a la económicamente poderosa burguesía capitalista.

El artífice de la unidad alemana, príncipe Otto von Bismarck- Schönhausen, impulsará la


unidad de la nación alemana según el principio del honor antes aludido, pero a poco de iniciado su
plan de acción y, habida cuenta de considerar indispensable para concretar tal objetivo producir una
guerra contra Austria ("Alemania es demasiado pequeña para las dos" (Bismarck, 149)), abandonó
en la coyuntura su posición junkerista, es decir, de principios, pues en tanto requería reforzar el
poderío prusiano consideraba ineludible satisfacer ciertas exigencias de la burguesía alemana.

Federico Guillermo IV y el canciller Bismarck a la hora de encarar la solución del problema


alemán optaron por el pragmatismo, aunque sin capitular definitivamente de la política de principios.
No obstante, ésta encontrará en 1859, luego de la abdicación del monarca y su sustitución por
Guillermo I, un eclipse, que en poco más de una década hallará su ineludible final; aquél a que lo
condenaban los nuevos tiempos.

Como ya señalamos, hablar del ocaso de la Monarquía Constitucional, supone hacerlo de


un proceso que, dentro del siglo XIX, se da con distinto ritmo y que reviste características diferentes
¡Error!Marcador no definido.
según los países.

Claro está Gran Bretaña será la protagonista silenciosa del tránsito de la Monarquía Cons-
titucional, que juristas y sociólogos como Maurice Duverger prefieren denominar Monarquía limitada,
a la Monarquía Parlamentaria, sólo Monarquía en la forma que no en el contenido, y clara expresión
del ocaso monárquico.

Así el ocaso de la Monarquía como entidad gubernativa, activa y vigorosa, encuentra a


Gran Bretaña como precursora, pues la primera revolución burguesa, esto es la «Gloriosa Revolu-
ción» de 1688, se desarrolla en este país, y con ella triunfan los principios liberales que encuentran
en John Locke uno de sus expositores más fieles, en tanto esboza en el Segundo Tratado sobre el
Gobierno Civil la teoría de la división del poder, apuntando a la atonía de la rama ejecutiva del
mismo.

Ciertas reacciones, que buscan rescatar las prerrogativas arrebatadas a los monarcas, se
implementan durante el gobierno de Jorge III, y se agitan sin éxito durante la etapa conservadora
(1849-1859), de la mano del príncipe consorte, Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha y de la reina
Victoria que presta atención a los argumentos de su reflexivo marido, en favor de la recuperación de
ciertas prerrogativas de la Monarquía, frente al poder absoluto de primeros ministros que habían
impuesto un verdadero gobierno oligárquico, es decir, defensor no del «bien común», sino de sus
respectivos partidos.

Más racionalista y, por ende y paradójicamente, a la hora de las definiciones políticas, más
temperamental y violenta en sus resoluciones, resulta el caso francés. Así de las barricadas de julio
de 1830 surge la Monarquía Parlamentaria de Luis Felipe I y, luego de la experiencia de Napoleón
III, un régimen plebiscitario, apoyado en la burguesía industrial y financiera y en el ejército, más que
Monarquía verdadero Gobierno despótico.

Francia había exhibido claramente desde 1792, que el poder efectivo estaba muy lejos del
Trono y de sus pilares (Iglesia y Nobleza); la Monarquía de Luis Felipe lo demostró y la experiencia
napoleónica ilustró claramente, de manera clara y distinta como afirmaría Descartes, sobre el
carácter de la nueva clase dominante, que podía convivir cómodamente con gobiernos parlamen-
tarios o con regímenes cesaristas, en tanto, éstos obedecieron sus dictados.

Se advierte desde Francia el crudo pragmatismo de una filosofía liberal que se había trocado en
utilitarismo primero y luego en positivismo, dejando en el recuerdo muchos de sus principios
liminares (libertades individuales, libre concurrencia económica), a los que sólo acudiría cuando sus
objetivos materialistas así lo requirieran.

En los Países Escandinavos, también se hacen oír los ecos de la Revolución francesa de
1848, obligando, el movimiento liberal triunfante en Dinamarca, al rey Federico VII de Dinamarca,
quien asumió el Trono en ese año, a otorgar una Carta vaciada sobre el molde de la Constitución
belga de 1831 cuya fórmula de juramento, denota el camino parlamentario adoptado por la
Monarquía de ese país.

Respecto del juramento, según el texto constitucional belga, el rey se convierte en tal a partir
del acto de la jura. No obstante, el carácter de las constituciones parlamentarias continuará
encerrando elementos metafísicos que distinguen a la Monarquía de la pura física del poder que
constituyen los regímenes republicanos aunque se advierte una atenuación de los atributos
consagratorios.

La burguesía convive mal con su naturaleza; la existencia de un orden jerárquico basado en


el nacimiento, en la auctoritas, le perturba íntimamente, de allí que se debata entre el deseo de
sepultar a aquellos cuya sola presencia les recuerda el origen oscuro de su especie y el temor por
dejar librada la conducción del Estado a lo contingente. Pues reconocen que no otra cosa que
contingente, fugaz, resulta el poder que deriva de la puja de facciones o partidos.

Por eso conservarán el régimen, claro que desactivado, y buscarán colocar en un cono de
sombra a la realeza. Temerosos de las consecuencias que el futuro pueda depararles, a ellos que
saben se han encaramado del poder por obra de la intriga y de las malas artes, por la fuerza
seductora del dinero; quienes han concebido un mundo envilecido con sus maniobras maquiavél -
icas, acólitos del dogma del dinero, buscarán refugio detrás de ese orden político milenario que han
logrado vencer, al que aborrecen pero al que acuden para dar legitimidad a un poder que es sólo
legal.

Un verdadero galimatías llamado Constitución será la expresión legal de esa burguesía


triunfante, de esa clase sin prestigio y sin honor. Suma de contradicciones, la soberanía de la Nación
convive con el reconocimiento explícito de la autoridad carismática del rey, la veneración de la
dinastía reinante y de ambos como pilares de la Corona.

La Constitución belga de 1831 retrata a la Monarquía parlamentaria, pues se recortan hasta


el límite los atributos metajurídicos, eliminándose cualquier mención de esa naturaleza en el
juramento. De allí que el rey jura "observar la Constitución y las leyes del pueblo belga, mantener la
independencia y la integridad del territorio." (art. 8) Se elimina del texto el carácter "sagrado" del rey,
declarándose solamente que es "inviolable" (art. 63).
¡Error!Marcador no definido.

Como decíamos, el mismo espíritu guardan las constituciones de Holanda, Grecia, Rumania
y Dinamarca. Así la Constitución otorgada por el rey Federico VII de Dinamarca apunta que el rey
"antes de tomar el gobierno presta por escrito juramento de observar inviolablemente la Constitución
del Reino", (art. 7), aunque en ella se considera al rey tanto "sagrado", como "inviolable."

No obstante, aun cuando suprimir la voz «sagrado» guarda la intencionalidad de recortar los
atributos metafísicos inherentes a la autoridad del monarca, la diferencia dentro de una normativa
racionalista resulta irrelevante, pues la «inviolabilidad» es lo propio de las cosas «santas». En uno u
otro caso, la antinomia con la estructura racionalista que conlleva el constitucionalismo liberal,
resulta irresoluble.

Entre 1849-1859 Europa había asistido a una década conservadora, en la cual los monarcas
apoyados en los aliados naturales que todavía les quedaban, (clero y nobleza), buscaron recuperar
parte de las prerrogativas que habían sido inherentes a la Corona y que, tras sucesivas derrotas,
luego de las revoluciones de 1830 y 1848, vieron desaparecer.

En este sentido, comenzó en Prusia en 1859 una «nueva era» o era liberal, bajo la fuerte
presión de la burguesía políticamente derrotada en 1848, a la que adhirió Guillermo I y del que fue
vocero el gabinete conducido por el príncipe Karl Antón von Hohenzollern-Auerswald en el que
entraron miembros de una nobleza moderadamente liberal (Wochenblattpartei).

La Monarquía Constitucional adquirió cierto carácter parlamentario, aun cuando el control


del Estado prusiano quedó siempre en manos de la Corona, en tanto, si bien se hacía sentir la
presión burguesa, no era menor la de los junkers, quienes instruyeron a sus representantes políticos
en la tarea de denunciar la huida de los arrendatarios de las tierras rumbo a las ciudades, con la
intención de detener tal proceso. (Maurice Dobb, La Revolución Industrial, 20)

Que la presión liberal adquiría matices preocupantes se advierte en el proyecto de reo-


rganización del ejército presentado por los junkers, consistente en prolongar el período bajo bandera
de los soldados (de dos a tres años), el cual perseguía fundamentalmente, aunque no de manera
excluyente, "preservar el poder de los junker en el Estado prusiano."

La oposición liberal no pudo neutralizar el proyecto de reforma, el cual fue aprobado, pero
puso en evidencia que una cuña buscaba sacar ventaja enfrentando a la Corona con uno de sus
pilares (la Nobleza). "En marzo de 1862 el ministerio de Hohenzollern-Auerswald se desintegró
justamente por la indecisión de algunos de sus miembros para llevar hasta el fin la lucha con el
Parlamento." (Bismarck, 149)

De igual manera la insistencia de la nobleza alemana en el proyecto ponía en evidencia la


seria amenaza que advertía para la cohesión de sus filas, hecho que se agravaba a medida que la
acumulación de capital adquiría niveles crecientes, del que comenzaban a participar figuras
prominentes de su grupo. Ya Humboldt al proponer una Constitución por Estamentos, lo hacía en
buena medida por la necesidad de controlar las "intromisiones de las autoridades del estado en
general", pues al no existir una fuerza equilibradora, debido a la "decadencia de prestigio de la
nobleza", todo el mundo aspira a ser funcionario, dada la impunidad de que gozan, cotizándose
éstos cada vez más. (G. de Humboldt, Escritos..., 245)

Los métodos de producción capitalista, que se extendían tanto por las ciudades como por la
región rural, contaminaban sutil y soterradamente la retícula social aristocrática, pues llevaba a sus
protagonistas a una encrucijada espiritual, entre la actitud heroica ante la vida y el pragmatismo que
encerraba la nueva ética capitalista.

Bismarck buscaba derivar la atención sobre la política exterior, pues entendía que era el
único recurso para librar a la "Corona en el orden interno de las agresiones a las que de otro modo a
la larga no resistirá." (Bismarck, 149). En este sentido, nombrado Presidente interino del Consejo de
Ministros (1862) da un giro antiparlamentario a la política de Prusia.

Al referir al episodio, explica que logró convencer a Guillermo I de que la opción para la
conservación de la Monarquía Constitucional no radicaba en la preferencia por conservadores o por
liberales "de tal o cual matiz", sino que la alternativa era "gobierno monárquico o predominio
parlamentario", siendo rigurosamente necesario "impedir esto último."

Prusia sorteó así la Monarquía Parlamentaria, es decir, evitó la destrucción de la Monarquía


como institución.

Por otra parte, si bien no ignoraría la tradición alemana, según la cual sólo era admisible el
sistema de federación de Estados, es decir, de unidad en la diversidad, estimó necesario que Prusia
debía adoptar una política de férrea consolidación si quería ser gran potencia y realizar la unidad
alemana. Y así lo explicaba al embajador prusiano en Francia, conde Golz en 1863, noble imbuido
por las ideas liberales y por el parlamentarismo: "Usted cree que en la opinión pública alemana, en
las cámaras, en los periódicos, etc., hay algo que nos podría sostener y ayudar en una política de
unión y de hegemonía. Estimo que es éste un error radical, un sueño de fantasía. Nuestro fortaleci-
miento no puede venirnos de una política parlamentaria y de prensa cualquiera, sino sólo de una
política armada, de gran potencia". En otras palabras, "nuestra posición en la nación germana [la
¡Error!Marcador no definido.
recuperaremos] afirmándonos sobre nuestros pies y siendo primero gran potencia y después
Estado federal." (Bismarck, 153)

La idea era trasladar la estructura interna de la Monarquía prusiana al posterior Estado


alemán. Sobre esta base se constituyó el Imperio alemán el 18 de enero de 1871, al tiempo que se
derrumbaba el Imperio francés.

Como lo había apuntado, el Imperio se estructuraría sobre la base de una Federación de


Estados, con la Corona como centro aglutinante. Se trata de un "Estado Federal", es decir,de "una
estructura constitucional unitaria". (M. García Pelayo, Derecho..., 224, 233)

La Constitución imperial seguiría el modelo de la de 1867, integrando el Poder Legislativo


con dos Cámaras: el Bundesrach (Cámara alta, donde tenía su asiento la Nobleza) y el Reichstag
(Cámara baja, integrada por la Nobleza y la Burguesía capitalista). Esta última constituía ya una
fuerza insoslayable; era, junto con el ejército al que todavía no tenía acceso, la fuerza que sostenía
al nuevo Estado.

Concibe Bismarck, siguiendo la interpretación que del 'principe monarchique' realizó Fri-
edrich Julius Stahl tanto como Treitschke (adaptación forzada de la teoría hegeliana), al Imperio
alemán como Monarquía Constitucional, basada en el principio tradicional según el cual el poder del
monarca, o lo que es lo mismo del Estado, es de origen divino, en tanto se trata de una manera de
expresarse el orden moral.

El rey es el centro de todas las fuerzas; "la cúpula de toda la estructura". Así pues los
estamentos podrán llegar a impedir que el rey actúe; pero "nunca podrán tomar decisión alguna."

Para Bismarck, según lo expresa Stahl "sólo a través del Rey, único soberano, puede pro-
ceder el poder." El canciller interpreta la tradición monárquica del pueblo prusiano, "cuando exclama:
el espíritu prusiano es monárquico." (F. de los Ríos, ib., 164, 279).

(19/10/94) PERÍODO 1870 - 1918

Monarquías y República parlamentaria

Mientras Gran Bretaña y los Países Escandinavos ya para 1870 gozan de un régimen de
Monarquía Parlamentaria, donde el «rey reina pero no gobierna», las monarquías constitucionales de
los Imperios centrales asistirán a un duelo desigual con fuerzas de distinta naturaleza que, actuando
de consuno o separadamente, anunciarán los resplandores del ocaso del orden monárquico.

Pues este orden existía, en Occidente, refugiado en las fronteras de los dos Imperios
multinacionales de Austria-Hungría y de Rusia y en el Imperio alemán.

Como indicamos, Gran Bretaña, tempranamente, y los Países Escandinavos, años más
tarde, al encaminarse por el estrecho sendero del parlamentarismo, vieron la transformación de las
tradicionales monarquías en regímenes cuyo continente era monárquico pero su contenido,
republicano.

Francia ya había experimentado el parlamentarismo bajo la forma de Monarquía durante el


gobierno de Luis Felipe I y en algún momento del gobierno de Napoleón III, pero luego de la batalla
de Sedán, que significó el surgimiento de un Imperio, el alemán, y el derrumbe de otro, el francés;
después de la conmoción que significaron los acontecimientos derivados de la Comuna de París de
1871; se instauró lo que suponía una República provisional a la espera de la restauración de la
Monarquía parlamentaria.

La negativa del conde de Chambord a aceptar la bandera tricolor y los recortes al poder del
monarca, determinan que surja con la Constitución de 1875 la Tercera República, que el príncipe
Víctor de Broglie definió como "monarquía con visos de democracia o democracia con algo de
monarquía". (M.García Pelayo, 484-s; M. Duverger, El sistema parlamentario, 32)

Consideraciones generales sobre repúblicas y democracias

En verdad, se trataba de una República que, en tanto parlamentaria, resultaba similar en


casi todo a una Monarquía, salvo por el prestigio que, aún dentro de los estrechos márgenes del
parlamentarismo, continúa conservando la Monarquía; prestigio que es ajeno a la naturaleza de la
República.

La República es una entidad vacía de contenido afectivo, producto de las elucubraciones de


la burguesía liberal o expresión del socialismo en ascenso desde la década de 1870.

Sus antecedentes clásicos nada tienen de semejante con el republicanismo del siglo XIX, de
igual manera que la Monarquía Constitucional jamás se reconocería trasmutada en Monarquía
Parlamentaria.

¿Existe cultura republicana?.


¡Error!Marcador no definido.

Si por cultura se entiende el volksgeist, las tradiciones y valores amasados con el tiempo,
enriquecidos por las generaciones futuras y que las sociedades evocan como incentivo para el
progreso espiritual, no parece adecuado hablar de cultura republicana.

Sin temor a exagerar puede sí afirmarse que en Europa hasta el empedrado de las calles
exhala monarquismo; la cultura de las ciudades europeas es monárquica hasta nuestros días. Es en
los estilos arquitectónicos, en los tesoros que guardan los museos, en los pequeños rincones de las
ciudades, en la tradición oral, en las ceremonias, donde reside el verdadero asiento de la Monarquía.
Se trata de reliquias, es decir, de objetos que guardan un valor sentimental pues existe entre la
sociedad y ellos una relación de empatía.

La arquitectura, como otras expresiones de la cultura, refleja el

espíritu de una época; de allí que, como afirma el arquitecto Amancio Williams, una época que
"tenga un gran espíritu construye, aún con recursos pobres, grandes obras"; de allí que "el final del
siglo XIX y el principio del XX, aun contando con materiales como el hierro y el hormigón armado, no
consiguieron una arquitectura que lo expresara «salvo honrosas e incomprendidas excepciones.»"
(«Arquitectura», «La conmovedora carta de Amancio Williams», por L.J. Grossman, en LA
NACIÓN, 16/11/94, p. 5).

El republicanismo que vemos alzarse en el siglo pasado, es producto de un frío racionalis-


mo, carece de arraigo en el alma colectiva; al decir de Anatole France, al republicanismo le falta el
órgano del corazón. Gobierno de oligarquías, expresión auténtica de la burguesía liberal, pero que
servirá también a los partidos surgidos del socialismo y se transformará en elemento liberador de
aquellas fuerzas nuevas y viejas que se interpretan como sinónimo de opresión.

Nadie podrá evitar evocar el republicanismo sin asociarlo con la entronización del espíritu
violento como forma de decisión de situaciones controversiales desde las jornadas jacobinas de la
Francia revolucionaria, que luego adquirirá dimensión de categoría cuando el marxismo exalte el
papel de la lucha de clases, como forma única de solución de los problemas existentes. El enfoque
del progreso entendido como competencia, como destrucción del otro o como lucha de clases,
supone un concepto del hombre robotizado, individuo, que no persona, simple entidad lógico-
racional, escindida del racionalismo-afectivo.

Nadie podrá evitar asociar el republicanismo con la industrialización, que aparece en sus
comienzos como una manera de acceder a la resolución de problemas sociales crónicos; verdadera
esperanza que suponía un crecimiento sostenido de las economías, pero que no tardará en mostrar
sus contradicciones y deficiencias, en tanto, sus propulsores lo escinden de toda dimensión humana,
y enfocan todo el proceso productivo desde la perspectiva del eficientismo, del rédito material.

Nace con la industrialización un tipo de relación desconocida, entre patronos y obreros, que
al cosificar el vínculo entre las partes actuantes y generadoras de las transformaciones materiales,
provoca inevitablemente enfrentamientos entre quienes se consideran enemigos; los primeros, sin
conciencia social, ven en el obrero un objeto fácilmente reemplazable; 'algo' inevita blemente
necesario; los segundos, producto del maquinismo, sin historia ni tradición, se convierten en
decididos enemigos de un sistema que los margina.

También se asocia el orden republicano de vida con el ideario primigenio del liberalismo
burgués, traducido en el respeto por las libertades del individuo. Dogma, que se limita a si mismo por
el alcance estrecho de esas libertades, que sientan el precedente de poner el acento en el 'individuo',
en el 'ciudadano-átomo' y no en la 'persona' y en el 'bien común.' Sin embargo, aun cuando estrecho
en su alcance, algunos de sus principios, como el de la división del poder en tanto manera de evitar
el abuso del poder político, pueden considerarse como el aporte más significativo del Liberalismo, el
cual expurgado de sus excesos doctrinarios, fuera instrumentado por los sectores enrolados dentro
del tradicionalismo ilustrado.

República, Democracia, resultan palabras claves, cuya evocación condensa, de manera


contundente, las distintas manifestaciones de la degradación del hombre, tanto más agraviante pues
se evocan como sinónimos de excelencia. Voces, bajo cuya advocación se justifican la carrera
armamentista, los genocidios o guerras mundiales, las guerras Vietnam o del Irak, el derrocamiento
de la Monarquía rusa y posterior asesinato de la Familia Real; la desintegración del Imperio austro-
húngaro y las funestas consecuencias que de allí se derivaron y de lo cual resulta ejemplo elocuente
la actual situación de la ex-Yugoslavia.

Así las Monarquías occidentales que, en tanto regímenes perfectibles, encontraron en el


primer liberalismo elementos que permitieron mejorar algunos elementos de su mecanismo, vie ron
asimismo abruptamente desviados sus principios originales, cuando se pasó al campo del
parlamentarismo, y surgiendo un factor de poder de otra naturaleza, ajeno a la estructura misma del
Estado, pero determinante del accionar de éste al que hábilmente orientarían de acuerdo con
calculados réditos económicos. Se había alzado una nueva clase dirigente (la burguesía) que
reemplazaba a otra (nobleza y clero), pero que respecto de la segunda presentaba una notable
variación: la ausencia de todo referente ético-moral.

Efectivamente el clero y la nobleza vulneraron más de una vez la escala de valores que se
¡Error!Marcador no definido.
impusieron; pero el referente que suponía la salvaguardia de los altos intereses de los pueblos,
existía. La diferencia notable es que con el afianzamiento del poder burgués la escala de valores
asentada en la garantía del Bien Común, desaparece. Todo agravado, pues la violación de los
principios que dan sentido a la existencia del Estado, se encubren bajo el principio de la defensa de
los valores democráticos.

Bajo el manto republicano ya habían quedado envueltas las monarquías de Gran Bretaña y
de Escandinavia. Las monarquías de los Imperios centrales lucharán sin éxito contra sus efectos.

(20/10/94) La atonía de las dinastías

Fuerza militar y capital se encuentran en estas regiones bajo las mismas manos: la
burguesía capitalista. Nadie impedirá que el ejército se pueble de oficialidad burguesa, aun cuando
ciertos cargos jerárquicos del arma permanezcan conducidos por nobles de sangre.

El poder del dinero busca colocarse la librea del honor; persigue, por un lado, el acceso al
prestigio de lo tradicional, pero, fundamentalmente, introducirse dentro del poder que le permita
garantizar efectivamente sus operaciones económicas y financieras.

Ya para 1870, el capitalismo se ha hecho monopolista, y avanza hacia su faz imperialista.


No se ha convertido en Estado, pero tiene los recursos suficientes como para doblegar la voluntad
más férrea a la hora de la defensa de sus intereses o del logro de sus fines.

Los monarcas de Gran Bretaña y de los Países Escandinavos se convierten en 'reyes


cautivos'; el derecho público los ha convertido en 'cautivos': y lo serán de sus ministros y del
Parlamento.

En una época donde más se requerían las alianzas dinásticas y donde mayores posibilida-
des había de concertarlas, dado el cercano parentesco entre las Familias Reales europeas, este
recurso quedaba desactivado porque ya las decisiones no pasaban por las dinastías; incluso los
lazos tradicionales que habían unido y enfrentado por siglos a familias reales de distintos países, se
sacrificarían si no convenía a los intereses concretos de las fuerzas económicas dominantes.

(REFERIR A GRAN BRETAÑA Y PAÍSES ESCANDINAVOS, ESPAÑA Y PORTUGAL A PARTIR DE


1870- 1914. LEÓN XIII)

Bismarck, una vez constituido el Estado alemán, como eje de las fuerzas tradicionales del
Imperio, deberá hacer frente a una serie de factores, que actuando en forma separada pero al
unísono, terminarán destruyendo al 'principe monarchique': por un lado actuaba cierta nobleza que
desertaba seducida por el capitalismo triunfante, por otra parte el accionar mismo de la poderosa
burguesía industrial y financiera, además las fuerzas socialistas que adquirían rotundo perfil en la
medida que crecía la industrialización.

En otro orden, su actitud anticlerical (Kulturkampf) conllevaría en la misma dirección.


Cuando por distintas razones se produce una fractura entre Nobleza, Iglesia y Corona, la atonía se
apodera de las tres fuerzas y el derrumbe de una arrastra a las restantes. Conforman un tejido, cuyo
entramado requiere ser conservado sin alteraciones: lo contrario conduce a la ruina.

En su política anticlerical, Bismarck se enroló en la misma política seguida en toda Europa;


política que, si bien guarda coherencia dentro de un orden liberal- burgués y, por otra parte, con
argumentos distintos fomentada por los partidos socialistas, resulta contradictoria para un nuevo
Estado como el alemán, forjado sobre el 'principe monarchique', el cual dada su acelerada in-
dustrialización ofrecería un campo de acción importante para el accionar socialista que ya se hacía
oír en Europa.

La acción de Bismarck se dirigió contra el Zentrum, partido católico que había llevado al
Reichstag a más de cincuenta diputados, y que se tradujo, concretamente en Prusia, en medidas
del gobierno favoreciendo leyes de enseñanza laica y matrimonio civil. Tal política anticlerical
aparecía como una respuesta a la clara posición del papa Pío IX, condenatoria de los principios
liberales y de la heterodoxia religiosa que estos principios suponían.

La política anticlerical se extendió demasiado tiempo, todo el necesario como para hacerse
sospechoso de la nobleza tradicional y, por tanto, católica, provocando un grave deterioro al 'principe
monarchique' que encontraba fuerte respaldo entre los católicos.

Dos hechos le demostrarían claramente los graves problemas a que quedaba expuesta la
Monarquía, por un lado el crack austro-alemán, producto de la intensa especulación financiera
provocada en Alemania por la proclamación del Reich, y por otro el surgimiento en 1875 del Partido
social-demócrata, integrado por marxistas ortodoxos y sustentadores del socialismo de Estado
lassalliano (Vázquez de Prada, II, 305; BISMARCk, 160,; Historia Universal, nro. 91, 53).

La Monarquía alemana, que opera sobre territorios de acentuado desarrollo industrial desde
la formación del Zollverein, fomentó la formación de grandes carteles, y favoreció en la década de
los años '70 las medidas proteccionistas de la industria (generalizadas en Europa), sobre todo la
¡Error!Marcador no definido.
siderúrgica que, como otros países, consideraba prioritaria para la defensa nacional. En este sentido,
los intereses del Estado, convertida Alemania en gran potencia industrial, se inclinarían sensible-
mente en favor de intereses empresariales de los que dependía la buena marcha de la política
exterior, sobre todo, a partir de la segunda revolución industrial que, vinculada al acero, favoreció la
carrera armamentista. La autonomía de la Monarquía quedaba inevitablemente comprometida al
ligarse a un factor de poder al que la política de principios le era indiferente.

Tan indiferente como podía serlo para la poderosa Socialdemocracia, factor de poder
naturalmente ajeno y enemigo de la Monarquía.

(21/10/94)

También Bismarck produjo un acercamiento con Ferdinand de Lassalle (creador del primer
Partido Socialista obrero en 1863 -Asociación General de los Trabajadores Alemanes-) advir tiendo
que éste y sus discípulos sostenían principios basados en la implementación de las reformas
sociales por parte del Estado, al tiempo que Lassalle le garantizaba el apoyo del partido a la política
exterior del canciller y respaldaba su accionar contra los sectores liberales del Parlamento, y éste le
prometía indulgencia frente a su accionar propagandístico. (Touchard, Historia, 468-s.)

La situación de la Monarquía alemana resultaba compleja en el plano interno porque le re-


sultaba imperativo lograr un equilibrio de fuerzas entre factores de poder opuestos como lo eran la
burguesía capitalista y las fuerzas socialistas, sin descuidar a la nobleza que simpatizaba con
algunos aspectos del ideario liberal y, por otra parte, no perder el apoyo de los únicos sectores del
Imperio que eran incondicionales aliados de la Monarquía.

No podía olvidar Bismarck, por otra parte, que la unidad alemana se había logrado a costa
de muchos renunciamientos por parte de los Estados alemanes del sur, pues la hábil política del
canciller logró el objetivo de generar una reacción de la nacionalidad alemana en su conjunto, al
presentarse Francia como desafiante del honor prusiano. Sólo así logró Prusia la adhesión de
Baviera, Wurtemberg, Baden, los dos Hesse (Hesse-Kassel y Hesse-Darmstadt) y Sajonia, que en
1866 se habían alineado del lado de los Habsburgo.

La política de unidad alemana, echaba por tierra una de las "disposiciones esenciales de los
tratados de Viena, la Confederación germánica",(Bérenger, El Imperio..., 527) violentaba
abiertamente el principio de la legitimidad, debilitaba con su actitud el 'principe monarchique'.

La crisis económica y la consecuencia inestabilidad social, permitieron advertir la necesidad


de reforzar las alianzas con los sectores tradicionalmente ligados a ella: Nobleza (junkers) e Iglesia,
y a ellos volvió entre 1878-1879.

Tal vez la llamada de atención sobre el peligroso cerco que se cernía sobre la Monarquía se
le presentara al canciller, de manera indubitable, al oír en el Reichstag "«no se si fue [al] diputado
Bebel o Liebknecht [...] quien en un patético llamamiento presentó a la Comuna de París como un
modelo de instituciones políticas, y profesó abiertamente ante la nación el evangelio de esos
asesinos e incendiarios. Desde ese instante sentí pesar sobre mí la convicción del peligro que nos
amenaza [...] ese llamamiento a la Comuna fue el rayo de luz que vino a iluminar el problema, y a
partir de ese momento reconocí en los elementos socialdemócratas un enemigo contra el cual el
Estado y la sociedad se hallan en condición de legítima defensa.»"(Bismarck, 160)

Este mundo europeo, moldeado por la mano de la burguesía capitalista, que generó el na-
cionalismo y produjo el imperialismo, gestó también los movimientos sindicalistas y que, en los
Imperios centrales, solían agitar banderas conjuntas con el nacionalismo, asiste a la novedad del
magnicidio.

Para 1881 el zar Alejandro II de Rusia había sido asesinado, en 1898 la emperatriz Isabel de
Austria, en 1900 el rey Humberto I de Saboya, en 1907 el rey Carlos I de Braganza y su hijo, en 1914
el archiduque Francisco Fernando de Habsburgo y su esposa, en tanto resultaron fallidos los
atentados perpetrados en 1879 contra el rey Alfonso XII de Borbón y su esposa María Cristina de
Habsburgo Lorena y en pleno Londres contra Victoria I.

Resultó muy del gusto del marxismo de la década de los '70 de nuestro siglo, subrayar el
protagonismo decisivo de los sectores radicalizados del Socialismo y de la incidencia que los
principios marxistas tuvieron en la movilización de las 'masas'. Según estos postulados, las 'masas',
con clara conciencia de clase, lucharon contra el imperialismo opresor logrando, por vez primera en
la historia, y dada la visión exacta del drama humano, el derrumbe estrepitoso de las despóticas
monarquías de los Imperios centrales, aquellos que a lo largo de los siglos oprimían con yugo de
hierro a poblaciones enteras.

Un examen sereno de los hechos muestra que, tal explicación puede resultar conmovedora
como tema épico, o para quien se ubique en el plano de las utopías, resulta, en otro plano, ingenuo y
ahistórico.

En primer lugar porque contradice todo análisis ligeramente racional, en tanto supone a sólo
una generación de la humanidad iluminada y, sumidas en el oscurantismo a todas las demás;
además dotada de la 'Verdad' y de las soluciones únicas e incontrastables, cuando los hechos
¡Error!Marcador no definido.
demuestran en forma indubitable que, ningún régimen de gobierno que logre perpetuarse en el
tiempo, se propone ex profeso crear el desasosiego, pues supone incubar su propia ruina.

Sin proponérselo ex profeso, pero lográndolo, los acontecimientos que caracterizaron a la


Revolución Francesa resultan lo suficientemente ilustrativos como para demostrar que, al lograr
cierto factor de poder imponer sus principios, enervando el espíritu público y marchando contra la
tradición y la evolución histórica, generan finalmente el despotismo y la desolación que sostenían
venían a erradicar.

Lo mismo puede afirmarse de lo acontecido en el Imperio ruso: allí la vertiente radicalizada


del Socialismo (versión mejorada del jacobinismo francés) luchaba contra la opresión y atraso del
zarismo. Logrado el triunfo, no tardó en producirse el asesinato de la Familia Real de los Romanoff,
el retraso cultural se instaló, el partido Comunista con el apoyo del ejército impuso su voluntad a
todos los medios de comunicación y entonces nació el régimen de terror que Orwell expone en su
1984. Es decir, quienes denunciaron los excesos del Zarismo, fueron quienes hicieron sistemático el
régimen del 'terror'. De la Autocracia se había pasado a la Dictadura, con su dosis infaltable de ge-
nocidio. Por supuesto, el régimen comunista se declaró ateo. Entonces ya no hubo persecución de
determinado grupo religioso; directamente quedaron condenados todos.

Ahora sí, y por primera vez en la historia, se alzó un régimen que entregando el poder a la
maquinaria militar logró controlar efectivamente los resortes del poder.

No obstante, y luego de superados los años de crisis que, iniciados con la Primera Guerra
concluyeron en 1945, la esclerosis se apoderó del sistema tempranamente y cayó en menos de
cuarenta años, víctima de sus propios excesos. El poder militar, que era su sustento, se había
resquebrajado.

Importa precisar que los Imperios alemán y austro-húngaro no se derrumbaron por la luz
que sobre la conciencia de las masas habían hecho nacer los intelectuales del socialismo.

Diversas fueron las causas que contribuyeron al desmoronamiento.

Si aludimos al Imperio alemán, el descontento contra el gobierno provino de las crisis


cíclicas de una economía capitalista avanzada que deterioraba los salarios de los obreros y de la
clase media, tanto una como otra escépticas en materia de forma de gobierno y, aun cuando la
educación se había sistematizado y por ley se hacía obligatoria la enseñanza elemental, carecía de
sentido formativo y sólo instruía, es decir, perseguía trasmitir sólo lo 'útil' y fomentar el espíritu de
superioridad nacional. (Cf. Vázquez de Prada, II, 74-76;305-311. M. Richonnier, Las
metamorfosis de Europa, 60-73)

Que Bismarck impusiera un régimen antiparlamentario (por otra parte con el comienzo de
los años '70 el antiparlamentarismo se generaliza hasta en Gran Bretaña); que proscribiera al partido
Socialdemócrata o clausurara algún periódico, poco influía en el ánimo de la población, y sólo
afectaba a los cenáculos de intelectuales. Las especulaciones doctrinarias, las pujas por parcelas de
poder entre los partidos, rara vez afectan a la gente común que se encuentra inmersa en problemas
cotidianos que transitan por una vía del todo diferente.

Dentro del Imperio austro-húngaro, industrialmente menos desarrollado que Alemania, in-
fluyó además el problema de las naciones históricas y de la decepción que en muchos Estados
producía el hecho de que se sobrevalorara a Hungría en detrimento de los restantes Estados. Este
status jurídico discriminatorio, opuesto a la tradicional concepción federativa del Imperio, generaba
descontentos internos que, a la hora de las dificultades que sobrevendrían con el estallido de la
guerra, incidirían en la actitud adoptada frente a la suerte del Imperio.

Fue cuando la derrota se hizo evidente y la desocupación, el hambre, y el frío se convirtie-


ron en el azote recurrente de las respectivas poblaciones; en esa concreta instancia, los grupos más
radicalizados levantaron las banderas de la justicia buscando asaltar el poder tan deseado (el
ejemplo bolchevique impactaba profundamente), claro está, actitud fortalecida y decidida en función
de que descontaban el apoyo de contingentes armados que desertaban y desesperaban por la
guerra, y buscaron imponerse a una población que sólo esperaba que terminaran las calamidades.

Algo en lo que importa reparar es el amplio desarrollo y fomento que las actividades
educativas y culturales tuvieron por esa época; lo cual no condice demasiado con la imagen de
opresión y retraso que suele acompañar durante la segunda mitad del siglo XIX, sobre todo, al
Imperio austro-húngaro.

¿Quiénes empujaron decididamente a la destrucción de ambos Imperios? No otros que la


coalición formada por la Triple Entente, quienes exigieron la desintegración del Imperio austro-
húngaro.

¿Significa entonces que el Socialismo quedó en toda Europa descalificado al concluir la


guerra?

El Socialismo ya se había insertado dentro del régimen parlamentario en Europa Occidental,


es decir, no constituyó, en sus expresiones más notables, una opción revolucionaria.
¡Error!Marcador no definido.

Dentro del Imperio austro-húngaro, como dentro del Imperio alemán, desarrolló una acción
doctrinaria significativa, operó en contacto directo con las fábricas. Como expresión revolucionaria,
fue observado como un desafío peligroso por los gobiernos, pero no por la amenaza directa que
pudiera significar, sino, fundamentalmente, porque el discurso violento implementado por los sec-
tores radicalizados contribuía a alejar aun más a esos sectores del orden monárquico, que la nueva
sociedad tecnológica había 'alienado' convirtiéndolos en entes temerosos, insolidarios.

Al quedar excluida la Iglesia de toda intervención en materia educativa; al haber sido


combatida por los gobiernos, colaborando en esto con la prédica socialista, amplios sectores de la
población quedaban privados de aquella orientación espiritual que había operado a lo largo de
muchas generaciones, lo cual acentuaba, sobre todo en los habitantes de las ciudades, la sensación
de vacío existencial.

Si bien ya en 1873 con la constitución de la Pacto de los Tres Emperadores (Guillermo I


Hohenzollern, Francisco José I Habsburgo y Alejandro II Romanoff), Bismarck pudo considerar
reconstruido los vínculos que habían llevado en 1815 a los acuerdos de Viena, lo cierto es que más
allá de los recelos que la actitud prusiana había generado en el Imperio de los Habsburgo, tenía su
principal punto débil en "la rivalidad austro-rusa derivada de la cuestión de los Balcanes."

El objetivo de la liga era comprometerse a la defensa contra cualquier subversión revo-


lucionaria fomentada por los republicanos o los socialistas.(Historia Universal, nº 92, 66)

(23/10/94) La firma del Pacto, supone para Bismarck retomar el espíritu del sistema
ideado por Metternich; revivir el 'principe monarchique' o principio de la legitimidad que tanto había
contribuido a deteriorar, 'principio' del cual fue la Monarquía Austro-Húngara la más celosa
defensora.

Sin embargo ya nada podía restablecer el espíritu de confianza que había surgido en Viena.
La pasividad demostrada por Prusia frente al problema italiano, y la actitud subversiva adoptada por
Guillermo I y su canciller, que habían condenado a Austria a orientarse a una política danubiana,
obligaban al emperador Francisco José a replantear la posición geopolítica del Imperio dentro de la
política mundial; de allí que ante la considerable mutilación territorial, que afectaba su rol de
potencia hegemónica en el marco de la política mundial, pusiera atención a la 'cuestión balcánica',
sobre la que no había manifestado mayor interés, instalando un frente de potencial confrontación con
el Imperio ruso.

El esfuerzo de Bismarck, desde el Pacto de los tres empera dores se centrará en apuntalar
un 'principio' del que sabe depende la suerte de la Monarquía como entidad activa y no residual. No
ignora que ya la mitad de Europa ha abandonado este 'principio' y que sólo se mantiene el aparato
exterior del régimen monárquico; por otra parte, resultaba preocupante que ciertos sectores de la
Nobleza tanto en Alemania, Austria-Hungría y Rusia se inclinaran hacia soluciones liberales;
soluciones que resultaban tanto más preocupantes en la medida que inevitablemente conducirían al
parlamentarismo, el cual resultaba ser "una mala fachada del dominio de los partidos y de los
intereses económicos." (C. Schmitt, Sobre..., 25)

La nobleza de sangre, que recordaba permanentemente el papel social que le cabía a la


Monarquía frente al criterio individualista que incubaba el parlamentarismo, reconocía el efecto
seductor ejercido por la "unión entre prensa, partido y capital", y que éste contrapoder, con la
constancia de su 'discurso', socavaba el espíritu de la opinión pública, buscando manipularla con sus
"técnicas de propaganda". (Cf. C. Schmitt, Sobre..., 26 y 35)

El método generalizante utilizado en este ensayo es, por ende, comparativo, pero sólo en
tanto intenta demostrar la existencia de ciertas variables que, con distinto ritmo, determinaron el
ocaso del orden monárquico. En momento alguno, este trabajo intenta afirmar algo tan equívoco y
distorsionante, como presumir la existencia de un marco epocal inflexible que suponga pensar que
existe un orden monárquico que bajo normas irreductibles afectó de manera idéntica a cada entidad
política de Europa Occidental y Oriental. Sí intentamos dar una idea globalizadora de ciertas
características que afectaron efectivamente al orden monárquico y lo condujeron a su ocaso, ya sea
a su atonía (Monarquía formal) o a su derrumbe.

En este sentido, en el marco de la defensa del 'principe monarchique', el rol del monarca-
tipo difiere según se trate del Imperio Alemán o del Austro-húngaro.

Producida la unificación de los Estados alemanes, sufre un retroceso la soberanía de los


Estados dinásticos (Bauer, Introducción..., 403) en favor de la autoridad central, en tanto, la
autoridad del emperador austro-húngaro se mantiene dentro de los límites del concepto federal del
Estado, en el cual cada entidad, sobre todo luego de la conformación de la Monarquía Dual,
mantenía una amplia autonomía, producto de la marcada descentralización administrativa.

Dada la fuerza de contrapoderes actuantes en el Imperio, era necesario consolidar la idea


del Estado-Poder y para ello robustecer el carácter metajurídico de la institución monárquica, sin
apartarse de los límites de la Monarquía constitucional. El rey es el eje de todas las fuerzas; "la
cúpula de toda la estructura" (de los Ríos, La responsabilidad...,164)
¡Error!Marcador no definido.
El monarca, aquel en quien reside la soberanía si de régimen monárquico se trata, es "la
marca suprema del poder del Estado, de su inalienable plenitud y de su mando sobre el ejército" (Ib.,
165) La honda tradición del 'principe monarchique' es la que determina que en 1913, en un acto
imperial, haga expresa a Federico Meinecke: "Nosotros vemos la piedra clave y la fundación de
nuestra vida estatal en la Monarquía nacional, con la cual no podemos permitir interferencias; no es
que le atribuyamos exclusivamente valor racional, sino un irremplazable valor emocional." en el
mismo sentido, afirma Otto Mayer: "Jamás la idea de la soberanía popular ha sido base de la
estructura del Estado para nosotros. Todo el poder del Estado en principio, está unido en el
Príncipe."(Ib. p. 279-s).

Habiendo visto la luz, luego de pasar por instancias de incertidumbre, los forjadores del
Imperio alemán, decidieron resaltar la soberanía del monarca, definida como autoridad única e
inalienable de uno solo; queda superada la concepción hegeliana de la Monarquía Constitucional,
pues la circunstancias hacía parecían exigirlo.

En cambio, la autoridad del emperador austro-húngaro se inserta decididamente como pri-


mus inter pares, de aquella que represente de manera más fiel el carácter de una Monarquía
Constitucional plurinacional.

Todavía para 1884 logró Bismarck renovar el Pacto de los tres Emperadores, renovación
precedida por el Tratado de la Triple Alianza,

conformado por Alemania, Austria-Hungría e Italia, actitud adoptada por el rey Humberto I de
Saboya, fielmente secundado por su ministro Crispi, ante las amenazas revolucionarias que ponían
en peligro la existencia de la Monarquía.

A partir de entonces la alianza de las potencias legitimistas llegó a su fin, haciéndose notar
la fuerza del contrapoder económico que dado los intereses que se ponían en juego, decidían a los
estados a orientar su política internacional de acuerdo con una concepción pragmática, lo cual
suponía subordinar los 'principios' a la 'utilidad'.

Importantes inversiones francesas en Rusia, forzaban al zar, pese a la repugnancia que le


causaba el régimen republicano allí imperante, a concordar una alianza que terminaría ubicándola
del lado de aquellos países que ya hacía tiempo habían dejado de lado la política de principios;
angustiado por el déficit crónico de la economía del Imperio y reivindicando intereses territoriales
que lo enfrentaban con Alemania y Austria-Hungría, el alejamiento pareció inevitable.

La crisis económica mundial de la década de 1880 dejó con poco margen de maniobra a la
Corona alemana, presionada por los productores agrarios e industriales. Quienes dominan la
industria pesada verán la oportunidad de insistir, para solucionar la crisis, en la exportación de
capitales, lo cual determinará que Alemania se incline también hacia la aventura imperialista.

De esta forma tanto Rusia como Alemania, habían caído en el cerco de la burguesía capi -
talista que dominaba a Gran Bretaña, país al que la Corona alemana había visto siempre con
desconfianza y por eso nunca había tenido en cuenta dentro del sistema de alianzas. La
competencia por el comercio de los cereales entre los factores de poder ruso y alemán incidió en el
endurecimiento de posiciones de una y otra potencia.

Los efectos de la industrialización no podían sino hacerse sentir con fuerza tanto en los
centros más avanzados de Europa central, como Alemania y Austria-Hungría, como en aquellos de
desarrollo incipiente, como Rusia. En todos los casos, cualquier crisis económica que afectaba
fundamentalmente a la industria, llevaba a los empresarios a deshacerse de mano de obra y a
trasladar el problema social consiguiente, traducido en huelgas, a la resolución del Estado. La
burguesía capitalista, en aquellos países donde no participa del poder político, aunque lo condiciona
por su poder económico, delegará toda responsabilidad social en el Estado, quien deberá actuar
como árbitro entre las fuerzas del capital y del trabajo; arbitraje claramente favorable a los primeros
sobre los segundos.

(25/10/94) En las Monarquías constitucionales, es decir, en aquellas donde la autoridad


gubernativa ejerce efectivo poder, los monarcas pueden comprender en su exacta dimensión los
efectos distorsionantes que la nueva estructura material derivada del accionar del capitalismo
industrial y financiero inyecta en el seno de la comunidad; la fuerza de los hechos les hace reconocer
el avance arrollador de un contrapoder cuyo empuje semeja al de un río torrentoso fuera de cauce;
reconoce que cada vez más nuevos mecanismos se han insertado en la maquinaria del Estado y
que renunciar a ellos conllevaría la ruina. Acaso no emplean estas fábricas miles de obreros, y acaso
este conglomerado humano no se convierte en un arma de coacción indirecta frente al Estado, de
forma que, ante cualquier presión del Estado considerada por los dueños del capital como nociva
para sus negocios, se traduciría en despidos creando un clima de tensión y de desborde social, cuyo
enfrentamiento lograría sólo generar una situación insostenible y peligrosa para la vida misma del
Estado.

Pero ¿comprenden los monarcas constitucionales la idiosincracia del obrero?.

Se equivocan al suponer que se trata de hombres con 'conciencia de clase' y que, en virtud
de ello, sólo cabe enfrentarlos a ellos, a los sindicatos y a los grupos intelectuales que se dicen sus
¡Error!Marcador no definido.
representantes.

Bismarck es tal vez quien más se acerca al plano de las soluciones, sin que ello suponga
que comprenda el significado de este nuevo conglomerado social desarraigado. Pero puede advertir
que ante sus reformas sociales cede aquel enfrentamiento que parecía producto de una postura
ideológica; puede advertir que tal 'conciencia de clase' no existe, ya que bastaría que el Estado
cumpliera su rol natural de defensor del 'bien común' y permitir la inserción de esta nueva clase en el
conglomerado social.

Los sindicatos quedarán también paralizados frente a la avalancha reformista, pues las
reformas sociales exigidas no sólo respondían a una realidad, sino también al juego de la
Socialdemocracia alemana que buscaba confrontar con un régimen político cuyos valores no puede
compartir por su particular idiosincracia. Con un hábil golpe de mano ha arrancado a los intelectuales
el lema de las reivindicaciones.

Pero si los monarcas hubieran comprendido certeramente el alcance de la situación en jue-


go, la política social instrumentada se habría planteado con características de continuidad en la
acción, complementándola paulatinamente con las reformas educativas necesarias, de manera de
contener la despersonalización creciente que llevaría inexorablemente a que estos nuevos sectores
de la vida urbana resultaran seducidos por promesas de futuros quiméricos; promesas falaces, a
través de las cuales los sofistas de turno, perseguían su inserción en la burocracia de los partidos, o
en el acceso a la dictadura proletaria.

Lo cierto es que la hábil maniobra social de Bismarck, que resintió sus relaciones con los
grandes industriales al transferirles obligaciones sociales, intentaba despejar el campo para la
política exterior (de alianzas) que había concebido el canciller. Los problemas sociales, fruto de las
crisis cíclicas, no tardarían en aparecer.

El nuevo sector social integrado por el obrero industrial, cada vez más dependiente de sus
gobernantes directos, los empresarios, aparecía como un natural enemigo de la Monarquía a la que
identificaba con los poderes opresores, en tanto, por otra parte, ésta transigía ante la fuerza de la
industria, condicionada como estaba por la carrera armamentista.

Las desinteligencias entre Bismarck y el nuevo emperador de Alemania Guillermo II, de-
terminaron su renuncia en 1890, en la cual puntualizaba: la necesidad de preeminencia absoluta del
Presidente del Consejo de Ministros prusiano sobre los demás ministros, y las buenas relaciones con
Rusia"(Bismarck, 166), precisión esta última necesaria, pues se conocía la simpatía de la política
antirrusa del emperador.

Todo el complejo entramado de política internacional tendiente a alejar a Alemania en lo


posible de una política de confrontación extra-europea y a concentrar los esfuerzos en la
reconstrucción de las bases del 'principe monarchique', fracasaron. La nueva orientación de
Alemania en política exterior se volcaba agresivamente hacia el imperialismo, es decir, en la misma
línea de países como Gran Bretaña, Francia y, en medida menor, Rusia.

Bismarck pergeñó una política interna e internacional cuya trama expresaba al mismo
tiempo el temor y el desprecio que por igual sentía ante los intereses industriales y su sutil tarea
depredadora del orden monárquico y la presión socialista. Ambos contrapoderes se complementaban
a la hora de destruir el 'principe monarchique', en tanto para unos éste resultaba la presencia de un
pesado lastre moral impropio para la época y, para los otros, algo ininteligible, en tanto, planteaban
las soluciones político-institucionales llevados por la utopía revolucionaria que nada tenía que ver
con los poderes consagrados ni con el principio de la legitimidad de los príncipes. Bismarck nunca
participó de los modelos culturales y políticos de la burguesía y siempre recordó, frente al so-
cialismo, la imagen de los sans culottes.

Friedrich August von Holstein fue quien aconsejó al emperador en materia de política
internacional, imprimiendo a ésta el carácter belicista y anti-ruso que captaba cada vez más segui-
dores dentro del Imperio. Por otra parte, el ejército resultaba un importante factor de poder en este
sentido, del cual constituía un autorizado vocero el conde von Waldersee.(Cf. Bismarck, 165)

Con el reinado de Guillermo II se advierte dentro del ejército y de la nobleza alemana que lo
conforma, un decidido cambio de frente, caracterizado, ya no por afianzar la seguridad europea a
través de las alianzas tradicionales, sino volcado hacia una política de confrontación sustentada y fo-
mentada por poderosos intereses económicos con significativos excedentes de capital y aumento
creciente de la producción de armamentos de poderosos carteles como los Laurahütte, Augusto
Thyssen, Krupp, dotados de un número de obreros que para 1907 ascendía a 1.250.000. (Vázquez
de Prada, 219-s.; Cf. M. Richonnier, La metamorfosis de Europa, p. 72)

Dado los poderosos intereses nucleados en sectores diversificados de la industria alemana,


deseosos de incrementar sus márgenes de ganancias, ¿sería difícil suponer el consejo interesado
que sobre el ministerio de la guerra alemán pudieran deslizar los avezados industriales, algunos
incluso integrantes de la nobleza alemana (Laurahütte, Thyssen), excitando el nacionalismo y pin-
tando el auspicioso futuro de prosperidad y grandeza que esperaría a Alemania? ¿Podría acaso la
política belicista, de viejo estilo, del káiser, encontrar posibilidades de concreción de no mediar
oportunos consejos e ingentes sumas de dinero disponibles para tal aventura?
¡Error!Marcador no definido.

El vocabulario del káiser denuncia que sus intenciones se entroncan con un espíritu heroico,
con una concepción metafísica de la Monarquía,que nada tiene que ver con el utilitarismo
parlamentario que envolvía a Europa.

Importa precisar que la actitud heroica, tan exaltada por Carlyle en On Heroes y por Ricardo
Wagner en Tanhäuser, comenzó a traducirse en un "nacionalismo patriótico" que condujo a la
exaltación de la guerra, según palabras de Treitschke, como "único remedio para las naciones
dolientes", considerando que quedaba reservado al Estado el rol de pedagogo de la violencia. (Cf.
"Heinrich Treitschke, Selections from Politics, p. 23, ap. J. Randall, La formación...; E.
Cassirer, El mito..., 222-264).

Sus palabras se insertan dentro del tradicional espíritu metafísico de que se alimenta la
Monarquía, destacando que un monarca constitucional lo es por la «gracia de Dios» y no por la
decisión del Parlamento, pues serlo por obra de éste supondría aliviar el peso de las
responsabilidades a la hora de dar cuenta por los actos cometidos en nombre de la Nación.

En este sentido, afirmará Guillermo II en Coblenza en 1897 "sus terribles responsabilidades


sólo ante el Creador."

La Realeza resulta el único Poder temporal carismático que se ha objetivado formalmente,


pues lo carismático se «rutiniza» al trasmitirse en forma hereditaria.

Esta propiedad del carisma, supone un "poder excepcional, sobrenatural y divino", y que en
algunas instancias discursivas, recuerda el origen guerrero de los reyes, es decir, evoca el "heroísmo
carismático."(M.Weber, Estructuras..., 99; 81-s.)

Este sentido de responsabilidad de los actos de gobierno, que supone considerar al monarca
como único destinatario de los efectos que devienen de los hechos acometidos por el Estado y hacia
quien deberán converger todas las consecuencias y, no aludir a la anacrónica teoría del Derecho
Divino de los reyes, por otra parte ausente del Derecho público alemán, revisten la alocución del
káiser, cuando afirma en Königsberg en 1910: "Aquí fue donde mi abuelo colocó sobre su cabeza,
por propio derecho, la corona de rey de Prusia, mostrando con ello una vez más de modo preciso,
que ella le era dada sólo por la gracia de Dios y no por parlamentos, asambleas nacionales o
plebiscitos[...] Considerándome como instrumento del Señor [...] prosigo mi camino." (de los Ríos,
La responsabilidad..., 138)

Recuérdese que Federico Guillermo IV había rechazado la Corona ofrecida por el Parla-
mento de Frankfort, porque tal ofrecimiento adquiría un contenido democrático o espurio, ajeno a la
legitimidad.

En relación a su condición de conductor y, por tanto, único responsable de la guerra,


afirmará en 1916: "Siendo rey de derecho divino [no creado por una Constitución], sólo a Dios debo
cuenta." (Cf.ib., 138)

Como en Alemania todavía existía una barrera que impedía el acceso al ministerio a los sec-
tores burgueses, era necesario que éstos presionaran de manera indirecta. Más trabajosa, pero no
menos eficiente, resultaba la labor de estos hombres tan acostumbrados a mutar según lo ordenaran
las circunstancias; más trabajosa, evidentemente que en Francia, donde Luis Felipe llega
acompañado al gobierno en 1830 por el banquero Lafitte, o como en Gran Bretaña donde desde las
últimas décadas del 800, los gobiernos, tanto liberales como conservadores, ayudaron abiertamente
a distintas industrias colaborando en la apertura de nuevos mercados, de forma que tanto el ministro
Palmerston como Gladstone fomentaran abiertamente la instalación de regímenes liberales en el
Continente, siempre más maleables a la hora de permitir la injerencia de las empresas por ellos
favorecidas, en los asuntos políticos manejados por los verdaderos gobernantes, es decir, los
ministros de los reyes. En una crítica de Lloyd George a la política imperialista británica personifi-
cada por el Secretario Colonial, Joseph Chamberlain, afirmaba: "«cuanto más el Imperio se expande
tanto más hacen negocios los Chamberlain»". "La gran industria metalúrgica de Nettlefods estaba en
manos de la familia Chamberlain." (Victoria, 46 y 45)

(PRECISAR DATOS DEL IMPERIO AUSTRO-HÚNGARO LUEGO DE 1890)

(26/10/94) EL IMPERIO RUSO

De los antiguos miembros de la Santa Alianza, la Monarquía plurinacional rusa fue la


única que alcanzó el siglo XX sin convertirse en Monarquía Constitucional, aun cuando el mismo zar
Alejandro I fue uno de los inspiradores de la Carta francesa de 1814.

No obstante, si bien es potencia europea, la Monarquía de Rusia se envuelve con ropajes de


Oriente, pues una gran parte de las naciones del Imperio resultan expresión de dicha cultura. De allí
que la Monarquía adopte la forma de Autocracia, siendo el autócrata la persona que ejerce por sí
solo la autoridad suprema del Estado, en caso alguno identificable con Tiranía.

Y es este Imperio el que se convertirá en laboratorio donde se experimenten ampliamente y


triunfen los postulados marxistas, reformulados por Lenin, quien observa que sólo en aquellos países
¡Error!Marcador no definido.
donde la industrialización sea incipiente y los principios burgueses apenas arraigados, resulta la
tierra de promisión para la 'dictadura (dominio) del proletariado'.(Cf. sobre la sinonimia Dictadura-
Dominación: N. Bobbio, 179).

Qué mejor suelo para el socialismo rampante que el de un dilatado Imperio multinacional,
donde a los agudos problemas sociales derivados de la arcaica estructura agraria, se incorporaba
abruptamente la industrialización, todo ello bajo la férula de monarcas con absoluto poder de
decisión, pero donde cada vez más confrontaban una nobleza partidaria de reformas liberales con
otra arraigada en el viejo estilo y apoyada por la Iglesia ortodoxa, y donde dentro de la misma ofi-
cialidad noble se hacían sentir estas discrepancias, donde el nacionalismo unido al belicismo crecía
entre ciertos sectores eslavófilos de la intelectualidad (Belinski y Herzen), mientras que otros,
occidentalistas (Dostoievski y Tolstoi), alertaban sobre el "relativismo moral, el fantasma de la anar-
quía, el caos del crimen!" (Hauser, III, 172)

(27/10/94) Una figura que en Occidente se asocia con la Monarquía rusa es la Autocracia,
herencia bizantina que se identifica con lo que puede denominarse modernamente voluntarismo
político, lo cual, cuando de Monarquía se trata, destaca especialmente el carácter trascendente y
omnisciente de la autoridad del monarca de una forma no implementada en Occidente, aun cuando
sí presupuesta, de allí su inserción dentro de la ceremonia de coronación, por medio de la cual el rey
se convierte en tal Dei gratia; fórmula proclamada como ley por el emperador Justiniano.

La forma de gobierno que caracterizó al Imperio Bizantino recibió el nombre de cesaropa-


pismo, pues el poder temporal y espiritual residía en las manos de una sola autoridad, es decir, de un
autócrata. La Monarquía rusa, con ligeras variantes se inscribe dentro de dicha modalidad, de allí la
supremacía del emperador sobre la Iglesia, adoptando en gran medida el Estado la forma de
Teocracia. "La Iglesia no se remonta nunca en Rusia a las alturas del poder que llega a ocupar en el
Occidente católico y se contenta con llenar las funciones de servidora espiritual cerca de la
autocracia, apuntándose esto como un mérito de su humildad."(León Trotski, «Particularidades en
el desarrollo de Rusia», Historia de la Revolución rusa, AP. Crónica ilustrada. La Rusia
Zarista, p. 15; Cf. M. García Pelayo, Derecho..., 573)

La Ortodoxia y Autocracia interactúan dentro de la concepción del orden monárquico ruso,


como no lo hicieron nunca ni en la Monarquía Austro-Húngara ni en la prusiana y posteriormente
alemana.

El principio autocrático dota al monarca de un carácter infalible, lo rodea de una "mística


inaccesibilidad", de "grandeza sobrehumana." (Cf. Hauser, I, 179-s.; 182)

Este principio autocrático redobla la responsabilidad del monarca frente a la Nación,


activando el carácter paternal, adquiriendo la dimensión de un ideal irrenunciable. Así por ejemplo,
Nicolás II, mostró una actitud absolutamente serena y desinteresada a la ora de abdicar, pero, en
cambio, siempre se había mostrado intransigente a cualquier limitación del Poder Imperial, aun
cuando, frente a la gravedad de las circunstancias, se tratara de una concesión menor.

En su opinión, sacrificar un principio consustancial a la realeza, suponía violar una herencia


de sus antepasados y, de suyo, infligir una ofensa a la sacralidad del poder, del cual era expresión.
(Cf. F. Soglian, La revolución rusa, 157-s.)

Conciente del singular momento histórico que le tocaba afrontar, inédito en la historia de la
Humanidad, y aun contra lo que la prudencia aconsejaba, Nicolás II prefirió mantenerse fiel a la
tradición de Ortodoxia y Autocracia, principios de tanto arraigo que serían continuados en noviembre
de 1917, aunque vaciando de sustento metafísico y de grandeza a tales principios, trasmutándose la
ortodoxia religiosa en ortodoxia socialista y la autocracia del Zar en 'dictadura del proletariado'. (Cf.
V. Massuh, La libertad y la violencia, 124-131).

Los tiempos de acentuados cambios conmovieron al Imperio ruso ya desde el reinado de


Alejandro II (1855-1881). Si bien permaneció firme defensor del principio autocrático, se mostró
dispuesto a reforzar las bases del poder imperial mediante la introducción de reformas. Éstas se
tradujeron en el Decreto Imperial que abolía la servidumbre de la gleba (1861), por medio del cual se
reconocía la libertad personal del campesino y el otorgamiento de las tierras de las cuales se
beneficiaban, y era respuesta a los continuos levantamientos de los campesinos que se habían
sucedido entre 1835 y 1861, traducido en el asesinato de 283 terratenientes o encargados suyos.
Posteriormente, pese a la oposición de los nihilistas y socialistas, por un lado, y de la nobleza
conservadora, por otro, extendió la modernización a las estructuras administrativas locales, a la
instrucción elemental y a la organización del ejército.

(30/10/94) La abolición de la servidumbre resultó decisiva en la introducción de la industria


capitalista, al permitir la movilización de campesinos hacia las ciudades que proporcionaron
abundante mano de obra. Como este hecho coincidió con la instalación de la red ferroviaria, la
industria siderúrgica y la mecánica recibieron un gran impulso. Este proceso industrializador
progresa a partir de la década 1880-1890, debido a la intervención de capital extranjero,
principalmente belga, francés y alemán. (Cf. Historia Universal, nº 89, 31; Vázquez de Prada, II,
78-s., 226-228; Soglian, op.cit., 27-31)
¡Error!Marcador no definido.

Industria y finanzas se encuentra vastamente extendidas por los Urales, Polonia,


Petersburgo, Ucrania y, su llegada facilitará al ideario socialista un vasto campo de acción
incomparablemente más fértil que el que ofrecían los otros Imperios de Europa oriental.

El Imperio ruso se encontraba estrechamente ligado al acontecer europeo, de allí, que


tuvieran eco los movimientos revolucionarios burgueses que se habían hecho sentir en 1830 y 1848,
partiendo de Francia a distintos lugares del continente.

En este sentido y, en relación con los acontecimientos de 1848, el zar Nicolás II desarrolló
una ofensiva interna tendiente a descubrir las células revolucionarias que sabía actuaban en el
Imperio.

Su sucesor Alejandro II, a la manera de Pedro I, buscó re-europeizar al Imperio, insertándolo


dentro de un esquema reformista occidental. Ya en los últimos años de su reinado, se advertían
cambios notables en el conglomerado social, haciéndose presente, al tiempo que avanzaban las
inversiones extranjeras, el surgimiento de una burguesía local y, de suyo, de un sector obrero que
pasaba a engrosar el proletariado urbano.(Cf. «Rusia: El ocaso de los zares», en Historia de las
Revoluciones, II, 491; Soglian, op.cit., 19-22) Las condiciones de vida no diferían de aquellas
predominantes en Gran Bretaña en los comienzos del "Revolución Industrial".

Las ciudades, sobre todo Petersburgo y Moscú, comenzaron a reflejar una fisonomía
diferente, no sólo dada por los siervos liberados que ingresaban en las industrias, sino por aquellos
que buscaban beneficiarse de las reformas educativas introducidas por el zar. Así muchos de ellos
pasan a conformar una pequeña burguesía y participan de la burocracia de funcionarios. Nace
entonces una clase media que hasta entonces no existía en Rusia y "que dará lugar a una élite
pensante: la intelligentzia." Junto a ella y, en proceso de aburguesamiento, se encuentra una
"nobleza empobrecida y desplazada."

La educación ocupa un lugar de significación, lo cual se desprende de la importancia que le


asigna al estudio de temas pedagógicos, el noble León Tolstoi, como así también se advierte en la
crítica social que eleva un escritor de clase media y que milita en el sector llamado progresista, el
liberal Herzen, quien sostiene: "«Se nos da una educación amplia, se inoculan los deseos, las
tendencias y los dolores de nuestro tiempo, y luego se nos dice: 'permaneced esclavos, permaneced
mudos y pasivos, o estáis perdidos'»"(Tolstoi, 123 y 119)

Un ejemplo de esta nueva clase media lo proporciona Apolinaria Suslova (amante de


Dostoievski), cuyo padre, siervo liberado, logra que su hija adquiera una instrucción superior,
convirtiéndose en médica, por otra parte, la primera mujer médica rusa. Este ejemplo permite
señalar el intenso movimiento social que se produce durante el reinado de Alejandro II.
(Dostoievski, 94)

Nos importa subrayar que, como los monarcas de Europa Occidental, también los príncipes
herederos de la Corona rusa, son sometidos a una cuidada educación; durante el reinado de
Alejandro II y, durante un tiempo, Dostoievski revistará entre los preceptores del zarevich.

Las reformas agrarias y militares producidas por el zar atrajeron la resistencia de la nobleza
y del ejército. Al mismo tiempo, un sector conocido con el nombre de nihilistas (integrado por
socialistas y anarquistas), disconformes con la política prescindente del zar en materia de reformas
sociales para los obreros, inaugura una forma de protesta desconocida, la cual se tradujo en
atentados, particularmente virulentos entre 1878 y 1882. Se efectuaron cuatro atentados contra el
zar que en todo momento demostraron el desconcierto del gobierno, el cual no supo dar respuesta
adecuada, siendo el monarca asesinado el 13 de marzo de 1881.

(Historia de las Revoluciones, II, 491).

(6/11/94) Entre 1884 y 1891 se extendió el reinado de Alejandro III, quien en el plano
internacional se vio sorprendido por la actitud del káiser Guillermo II tendiente a dar una orientación
pangermánica al Imperio y a privilegiar el Tratado de la Triple Alianza que lo ligaba al Imperio austro-
húngaro, el cual ambicionaba extender su dominio sobre los Balcanes, que siempre había sido un
objetivo ruso.

Alejandro III, conciente de las dificultades internas que acosaban a su Imperio, así como de
la presión que los factores de poder internacionales; por un lado, la fuerza avasalladora del
capitalismo moderno y, por otro, las fuerzas deletéreas del Socialismo que se agitaban intensamente
sobre Rusia, pero que afectaban y comprometían, en conjunto, la estabilidad de las monarquías
históricas, determinaron al zar a no dudar en la necesidad de fortalecer y renovar su alianza con
Alemania, coincidiendo con Bismarck en la necesidad de preservar, por sobre cualquier otra
consideración, el ya debilitado principio de la legitimidad; principio de política europea que Bismarck
buscaba fortalecer, salvando en sus grandes líneas la orientación que había impreso la Alianza
europea, persiguiendo evitar cualquier confrontación armada.

Pero a la concepción pacifista y europeísta sustentada por Bismarck se opuso el belicismo y


el pangermanismo de Guillermo II, que fue impulsado decididamente a partir de 1890, fecha del
alejamiento de Bismarck del gobierno.
¡Error!Marcador no definido.

A partir del reinado de Guillermo II, Alemania inicia una política de distanciamiento con
Rusia, quien presionada por capitales franceses, que habían comprado los bonos de la deuda
pública rusa, y por otra parte, revocado por voluntad alemana el pacto de alianza, determinaron que
el zar se aliara, venciendo la repugnancia que le inspiraba el régimen republicano, con Francia.

Derrumbado el sistema bismarckiano, es decir, el último baluarte de la política de principios,


Rusia (invadida por intereses industriales y por sectores sociales ajenos al espíritu de este 'principio')
sería la primera de las Monarquías europeas que debería hacer frente a las fuerzas apocalípticas
que acompañaban a la industrialización.

(8/11/94) Durante el reinado de Alejandro III, contra quien se cometieron dos atentados
fallidos, se asiste al desarrollo de acciones combinadas, tanto desde el ámbito de empresarial
burgués, fundamentalmente extranjero, como de los sectores sindicales que actúan de consuno con
campañas de agitación implementadas desde el exterior. De allí que durante el reinado de su
sucesor, Nicolás II (1894), se asista al desborde de todas estas fuerzas, sin encontrar en el gobierno
imperial una respuesta rápida y adecuada en relación con los intereses en pugna.

¿Era posible tal respuesta?

No parecía posible dentro de una sociedad construida sobre valores de marcada ortodoxia,
responder con fórmulas extraídas de la parafernalia de la mecanización industrial, verdadera caja de
Pandora que libera situaciones conflictivas, sólo controlables efectivamente por quienes participan
del nuevo espíritu especulativo y mecanicista creado por la industrialización. Una sociedad que
asiste impávida al gigantismo urbano-industrial, que para la década de 1910 cuenta con los centros
de concentración obrera más grandes del mundo, donde el 41% de los obreros trabajan en fábricas
que albergan a más de mil trabajadores cada una, proporción que sólo en un 17% se daba en
Estados Unidos. (O. Landi e I. Cheresky, «La Revolución rusa», en SIGLOMUNDO, nº 35, p. 26)
(Cf. León Trotski, «Particularidades en el desarrollo de Rusia», Historia de la Revolución rusa,
AP. Crónica ilustrada. La Rusia Zarista, p. 21).

Se asiste en Rusia a una conjunción de factores de poder que abruptamente entran en


juego, provocando una fractura en los estamentos tradicionales. Incluso la introducción de técnicas
capitalistas (y, por tanto, del espíritu utilitario basado en la competencia) en la estructura agraria da
lugar a enfrentamientos de naturaleza diferente a los conocidos tradicionalmente por los
campesinos, traducidos en muchos casos, en el abandono no deseado de las tierras por parte de
campesinos que observan en la industria una solución a sus penurias. Este campesino desarraigado
se convertirá en obrero industrial, es decir, pasará a formar parte de una realidad que le es ajena y,
además, que lo convierte en un instrumento anónimo sin participación directa en la producción de
bienes, manipulador de una maquinaria de la que es simple activador, siempre prescindible.

Contradicción social; expresión de una época, que en Occidente explica el sentimiento


bergsoniano, al decir que gran parte del tiempo lo vivimos como algo exterior a nosotros mismos.

Este sentido mecanicista del valor del tiempo, del que es expresión tanto el capitalismo,
como su consecuencia, el Socialismo, rasga el carácter de la sociedad agraria para el que los ciclos
de la naturaleza no resultan algo aleatorio, sino algo intrínseco y consustancial a ella. Tal concepción
del mundo conmociona, más aún, en una sociedad como la rusa, cuya impronta cultural continúa
siendo rigurosamente jerarquizada, cuyo pivote lo constituyen tres fuerzas (clero, nobleza, campesi-
nos) de las cuales el zar actúa como fuerza ordenadora; guía infalible que se traduce en el poder
autocrático que ostenta y que se renuncia a abandonar, porque hacerlo supone despojarse de la
responsabilidad social que la tradición le ha asignado.

Esa concepción rusa de la sociedad, se sustenta en valores esencialmente religiosos, donde


lo oriental se fusiona con lo occidental (de lo cual es muestra la Monarquía de los zares); se
identifica con el opuesto que rige la cultura occidental, el racionalismo, traduciéndose en los términos
de un espíritu irracionalista, el cual da origen a avanzadas expresiones estéticas, por ejemplo, dentro
de las artes plásticas, que colocan a Rusia entre los países precursores de un irracionalismo intuitivo.

Mencionamos intencionalmente las expresiones artísticas, en tanto resultan expresión


genuina del sentir de los pueblos; imágenes plásticas, auditivas, literarias, que anticipan a la idea, al
pensamiento filosófico, que plasmará en conceptos esa singular concepción del mundo, de la cual el
régimen político no resulta contingente, sino expresión sustancial.

El tradicionalismo que de manera rotunda expresa el régimen teocrático a través de la


Autocracia, es decir, de la autoridad paternal del zar, de la ortodoxia religiosa, aflora con perfiles
marcados en esa instancia última que corona el «Siglo de oro» ruso, coincidente su final casi en
líneas generales con la caída del zarismo, agotada ya toda creatividad al iniciarse la década de
1920.

La tradición sigue siendo el centro neurálgico de la sociedad rusa, y esta se asienta en


ideales bucólicos y heroicos, propios de un entramado social cuyos protagonistas arquetípicos
continúan siendo el clero, la nobleza y el campesinado.

Y así como el artista de la época, en Occidente, parece no encontrar tema que lo conmueva
¡Error!Marcador no definido.
en su sociedad y se refugia en representaciones de culturas antiguas o primitivas (Gaughin), o en la
angustia del mundo dinerario que los margina, y anticipa literaria, plástica o musicalmente
estructuras geométricas, cerradas, alejadas de toda pregnación natural; expresión intelectual,
lenguaje simbólico, que levanta una barrera inaccesible que lo incomunica socialmente, al
desaparecer todo código relacional. Ese lenguaje despojado que hacia 1900 definirá plenamente al
cubismo, lenguaje sin tiempo ni espacio que encontrará versiones singulares también en Rusia, del
que resulta expresión relevante el suprematismo de Malevich, figura malograda luego de la
Revolución rusa y por ella, a la que adhirió en un comienzo. Pero también se destaca la figura de
Vasily Kandinsky, precursor aislado de un género pictórico (expresionismo abstracto) recién
continuado en 1945 en Estados Unidos, en el que el artista observa el "triunfo del irracionalismo
oriental y nórdico sobre el racionalismo artístico de Occidente, explicando su obra como «expresión
en gran parte inconsciente, espontánea, de carácter interior, de naturaleza no material (es decir,
espiritual)»"(Arte abstracto y arte figurativo, p. 21).

Su obra expresará esa tradición rusa de mitos y fábulas, recuperará las tradiciones
populares, en cuanto nacionales; revalorizará el mundo campesino, los trajes tradicionales, sus
edificios característicos aún no reconstruidos según la moda francesa. Su obra se identifica con una
tradición que se reconoce vigente, donde aflora el sentido místico, aquél que el orden monárquico
contribuía y se obstinaba a preservar, no obstante, el aluvión innovador que desde Occidente se
infiltraba a través de distintas vías de penetración. (Cf C. A. Quintavale, «Kandinsky», en Maestros
de la pintura, nº 63)

Igual remozamiento se advierte en la literatura, donde la novelística rusa se convierte en la


"forma literaria más progresista y vital de la época" y como en la pintura, tanto en Dostoievski como
en Tolstoi "la novela psicológica entra [...] en el estadio de la plena madurez", pero cuyo rasgo
esencial reconoce la marca del "mesianismo de toda la literatura rusa."(Hauser, III, 174, 172)

No obstante, ya desde fines del reinado de Alejandro I y hasta 1910, época que podría
denominarse «Siglo de Oro» ruso, las nuevas ideas liberales habían encontrado prosélitos en la
sociedad rusa, los cuales, hombres de la nobleza y de una incipiente burguesía, objetaron la
Autocracia así como postularon una Monarquía Constitucional, de acuerdo con los principios que se
agitaban por la época en Occidente.

Ese ambiente de contrastes marcados, de tensión creciente, que obligará al gobierno


imperial a reduplicar los controles en la medida que crece la actividad terrorista, en tanto no queda
duda de la actividad conspirativa; que ésta no es una ilusión ni responde a una teoría de paranoia
política, sino que desde los sindicatos se trabaja activamente para lograr movimientos
insurreccionales que pongan fin a la Monarquía y al concepto social que en ella encarna. Sin
embargo, no detendrá el espíritu creativo que sólo resultará censurado, cuando la crítica social
descargue sus armas contra el gobierno; sobre todo, porque la novelística rusa adopta un carácter de
crítica social desconocido en Occidente.(Cf. Hauser, III, 172-s.)

Tolstoi será uno de los críticos más acérrimos del accionar represivo del gobierno y lo será
porque sólo concibe la violencia en manos de los revolucionarios, de aquellos que persiguen la
disolución del orden tradicional al que él busca perfeccionar, pero no destruir. De allí, que no
condene explícitamente el asesinato del zar Alejandro II y, en cambio sí, se oponga enérgicamente a
que el zar aplique la pena capital a los culpables del magnicidio.

La actitud criminal es, para Tolstoi, algo consustancial de los grupúsculos intelectuales que
sólo persiguen la destrucción del 'orden monárquico', que es el de la 'Santa Rusia', pero no
corresponde al gobierno emplear los mismos métodos.(Cf. Tolstoi, p. 137; Hauser, II, 193-s.)

Crítico del gobierno y de la Iglesia ortodoxa, también lo es de los intelectuales, pues rechaza
el "iluminismo social de la intelectualidad", de allí que en la revista pedagógica «Iásnaia Poliana»
sentencie que "no eran los campesinos quienes debían aprender a escribir de los intelectuales, sino
éstos de los campesinos." (Tolstoi, p. 124)

Defensor del derecho de los campesinos a gozar de la propiedad privada, consideraba que
la plena realización de la vida debía observarse en el campesino ruso integrado en el mir
(comunidad agrícola), y no en la industrialización que era para él sinónimo de Perversión, una
depravación de la naturaleza humana, algo contra lo que se opuso de todas formas."(Tolstoi, p. 115)

En relación con la noticia sobre la condena a muerte de revolucionarios en 1908, "en Rusia
[...] donde hasta hace muy poco la pena capital no estaba reconocida por las leyes", comenta el
autor: "Por mucho que os empeñéis en ahogar en vosotros la razón y el amor comunes a todos los
seres humanos, no por eso dejaréis de llevarlo en vosotros". Considera que el gobierno no puede
actuar como los "revolucionarios", es decir, cometer «atrocidades», «crímenes horrendos», practicar
"la mentira, el espionaje, el engaño, la propaganda más mendaz y descarada", que es lo que "hacen
ellos." («No puedo callarme», en "Literatura de dos décadas", SIGLOMUNDO (Biblioteca de
Literatura y Ciencias Sociales, p. 9, 15)

Considera que la actitud del gobierno hace cundir la "depravación" "entre todas las clases de
la sociedad rusa", pues son "aprobadas y enaltecidas por diversas instituciones inseparablemente
relacionadas en el espíritu de la masa con la justicia, y hasta con la santidad, a saber: el Senado, el
Sínodo, la Duma, la Iglesia y el Zar." (Ib., p. 12)
¡Error!Marcador no definido.

Respecto de la burguesía, fue débil en Rusia y, como señala el programa socialdemocrático


aprobado en Minsk: «Cuanto más se avanza hacia el este europeo, tanto más débil políticamente se
hace la burguesía [y] tanto mayores son las tareas culturales y políticas que se esperan del
proletariado»" (Soglian, p. 42)

De allí que sobre todo por ser conciente de las diferencias entre la Monarquía rusa y las de
Occidente, y no sólo por su debilidad, se inclinaran por una Monarquía Constitucional, como una
manera de preservar a la Monarquía de las convulsiones que ya durante el reinado de Nicolás II se
evidenciaban no sólo como peligrosas, sino como anunciadoras de un peligro inédito, del cual se
habían tenido pequeñas muestras en la Francia jacobina de 1793 y en la Comuna francesa de 1871.

En esta línea de tradicionalismo-ilustrado se situaba la burguesía junto a sectores amplios de


la Nobleza, también de nobles aburguesados, así como de miembros del Partido constitucional-
democrático (formado en octubre de 1905), también llamado de los «cadetes» (por las iniciales K y
D).

Lo cierto es que el monarca y su consejo asesor, como ocurría en los Imperios centrales,
mostraban desconcierto frente a las situaciones de diversa naturaleza que veían aparecer en la
escena de la nueva Rusia. Pero si los fenómenos derivados de la industrialización enfrentaban a las
Monarquías constitucionales de Alemania y Austria-Hungría a situaciones difíciles de comprender
desde la óptica de la conformación social tradicional, mayor era el grado de incertidumbre que
sacudía a la Monarquía de los Romanoff, quienes debían hacer frente, por un lado a los reclamos
moderados de los sectores de la burguesía nativa y de los nobles liberales, también a una
intelectualidad nutrida por nobles, burgueses y oficiales del ejército que desde diferentes
perspectivas exigían reformas de estilo occidental, por otro, los grupos socialdemócratas, desde los
moderados (mencheviques) hasta los radicales (bolcheviques) que conspiraban a través de los
Sindicatos (L.Trotski, El arte de la insurrección, en EL PODER SOVIÉTICO, Teoría y
Documentos, p. 59) y con un sistema de propaganda eficaz, agregándose a ello, muchas veces en
acción combinada con los bolcheviques, el terrorismo desplegado por los nihilistas.

Si bien el zar no renunciaba a la autocracia del régimen, considerando este principio de la


Monarquía sustancial para el mantenimiento de un orden justo, este se veía alterado por el accionar
de los poderosos empresarios extranjeros, generalmente capitalistas franceses y el menor medida
ingleses que, con su actitud generaban situaciones conflictivas, pues los miserables salarios que
ofrecían condenaban a los obreros a la marginalidad y a niveles de pobreza desconocidos en Rusia,
derivando en situaciones inéditas y nacidas al calor del industrialismo, las huelgas, frente a las
cuales el gobierno utilizaba el aparato represivo. Si esto ocurría en las ciudades, aunque en menor
medida, y con menor virulencia, empezaban a generalizarse las protestas en el campo. Por otra
parte, ya para 1904, Rusia entraba en guerra con Japón de la cual saldría derrotado, con el
consiguiente impacto negativo en la oficialidad respecto de la jerarquía de mandos.

La acción represiva contra significativos sectores marginales colocaba a la Monarquía en


situación de complicidad con los empresarios a quienes poco les importaba las consecuencias
sociales derivadas de su accionar. Por otra parte,no pocas veces representantes del Estado tomaban
parte en asambleas de industriales.

Obviamente el responsable de tal situación conflictiva era el gobierno que además,


presionado por el endeudamiento exterior, evitaba las reformas sociales que pudieran dañar el flujo
de inversiones. Así el ministro de Finanzas que concedió la primera ley sobre el trabajo, no tardó, por
presión de los industriales, en ser separado del cargo. (Soglian, 30-s)

Pero esta actitud de la Monarquía, como bien lo apuntaba Tolstoi, terminaba afectando la
confianza tradicionalmente depositada en el monarca como padre de las distintas nacionalidades del
Imperio, al tiempo que reforzaba el accionar de los grupos revolucionarios radicalizados (bolchevi-
ques) que perseguían la destrucción de los fundamentos de la sociedad rusa, en tanto el gobierno se
identificaba cada vez con actitudes depravadas y no con los principios de justicia que hacían a su
esencia.

(9/11/94) Los acontecimientos que sucedan al conflictivo año 1905 mostrarán el


deterioro acelerado de la Monarquía, pues sus efectos serán hábilmente instrumentados por quienes
tenían como objetivo la destrucción de todo resabio de la Rusia secular y perseguían la utopía del
cambio, a través de la teoría de la violencia revolucionaria.(Cf. M.Duverger, Instituciones..., 422-
424; 427; M.J.Lasky, Utopía y Revolución,165-167).

El año comienza con una demostración pacífica frente a la residencia imperial, presidida por
un sacerdote, en la que se solicitaba "protección" para los trabajadores, asegurándose fidelidad y
sumisión al zar, portando los manifestantes iconos y retratos del emperador y entonando himnos
litúrgicos. La intención aparente de la demostración era oponer otra forma de accionar, contraria a la
revolucionaria. Lo cierto es que la represión por parte de las tropas, derivó en una revolución que se
extendió no sólo por Moscú, sino también por ciudades polacas y bálticas.

Si bien, el zar contaría todavía con el apoyo de una fuerza militar cuya tropa se encontraba
¡Error!Marcador no definido.
predominantemente integrada por campesinos, y estos tradicionalmente consideraban a la figura del
zar como «padrecito», aquel que garantiza «la libertad a los campesinos»; lo cierto es que dentro de
un clima de agitación permanente, donde los conspiradores contra la Monarquía buscaban con
insistencia hacer mella en el apretado tejido social de solidaridades de la sociedad agraria, los
errores cometidos agregaban elementos de preocupación para el gobierno.

Por otra parte, desarraigado el campesino de su comunidad tradicional por circunstancias


ajenas a su voluntad, pasa de ser "poco móvil" a una movilidad excesiva, derivada del hastío de un
trabajo automatizado, "encandilado" por las supuestas ventajas de un nuevo contrato, sumergido
además en un ambiente de hostilidad e intolerancia, donde la seguridad se troca en incertidumbre;
convertido en "autómata complicado", sin la iniciativa, el poder de decisión y la honorabilidad que
gozaba en su tierra, adoptará una actitud escéptica que insensiblemente lo convertirán, si no en
enemigo del sistema, por lo menos en algo extraño al mismo, aquél que desde la perspectiva
campesina respetaba y veneraba, en tanto inscripto dentro de un riguroso orden jerárquico.(Cf. Kula,
8-s.; M. Richonnier, Las metamorfosis de Europa, 34; 52-s.)

El gobierno caía en los errores subrayados por Tolstoi, al responder con métodos propios de
los revolucionarios, evidentemente impulsado por el temor que generaban los documentados
informes de los archivos policiales que daban del número creciente de organizaciones clandestinas.
Pesadumbre, desolación, sorpresa frente a acontecimientos que, cuidadosamente planificados,
parecían protagonizados por seres de naturaleza distinta a la humana, se patentizan en el Diario de
Nicolás II, quien en relación con la manifestación frente al Palacio de Invierno, afirma: "«Día
doloroso. Serios desórdenes se produjeron en Petersburgo a causa del deseo de los obreros de
llegar hasta el Palacio de Invierno. Las tropas debieron abrir el fuego en muchos lugares de la
ciudad. Hubo muchos muertos y muchos heridos. │Señor, qué penoso y doloroso es todo esto!» "
(«Rusia 1: El ocaso de los zares», HISTORIA DE LAS REVOLUCIONES, nº 21, 500)

Dadas las características singulares de las reacciones obreras, con su metodología de


confrontación violenta, sorprendían tanto al zar como a los sectores tradicionales de la sociedad,
incluyendo a los distintos estratos campesinos, quienes no alcanzaban a comprender la verdadera
dimensión y alcance del accionar de estos movimientos que iban extendiendo la convicción de que
la anarquía había sentado sus reales.

En tales circunstancias se produce el asesinato del gran duque Sergio, tío del emperador, y
asoma un peligroso indicio: el amotinamiento del acorazado Potemkin realizado en combinación
con una huelga general en Odesa.

Si a ello se agrega el descontento reinante entre vastos sectores de las élites ilustradas debido a la
derrota frente a Japón y a la insistencia de los sectores moderados de la nobleza y la burguesía
sobre la necesidad de introducir reformas para evitar las graves amenazas que, según su visión, se
cernía sobre la vida de la Monarquía, llevaron al zar a otorgar el 26 de abril de 1906 una
Constitución. Quedaba conformada una Monarquía Constitucional, introduciéndose el concepto, tan
caro a la normativa racionalista gusta denominar, de sistema de Gobierno responsable, a cuyo frente
el zar colocaría un primer ministro. Solución institucional criticable desde ciertos sectores, adheridos
a la ortodoxia parlamentaria, así, como resultaba de rigor, por las diversas expresiones del
Socialismo. Régimen gubernativo, por otra parte, cuyas características, excepción hecha de la
autoridad moral que envuelve a la autoridad de un monarca, apenas diferían del modelo presidenci-
alista norteamericano, dado el vigor del poder ejecutivo.

Se creaba al mismo tiempo la Duma (Parlamento), compuesta por dos Cámaras, al tiempo
que aumentaba la cantidad de miembros del Consejo de Estado.(Cf. M. García Pelayo, Derecho...,
573-s.)

(13/11/94) ¿Qué eran los Consejos de Estado?. Eran "organismos pluripersonales de carácter
consultivo, que por expresa delegación del monarca están investidos de una serie de competencias
administrativas, actuando también, algunos de ellos, como órganos jurisdiccionales." (F.BARRIOS,
LOS REALES CONSEJOS, p. 45).

En Rusia, se perfecciona el Consejo de Estado, que es un órgano asesor del monarca,


inseparable de todo régimen monárquico, muy anterior a la invención de la normativa racionalista
constitucional, el cual garantizaba la ecuanimidad de los actos de gobierno, recayendo en él la
responsabilidad efectiva de los actos de gobierno.

Como ocurre en todos los regímenes monárquicos los Consejos siempre existieron, pero sus
funciones no se encuentran prolijamente anotadas y descriptas como quiere el criterio sistémico
racionalista. Lo cierto es que para los integrantes de dicho Consejo su nombramiento constituía a la
vez un honor, pero también una suma responsabilidad, en tanto depositarios de la confianza regia, y
porque por su naturaleza sagrada el rey «nunca puede obrar mal»: "C'était là le paradoxe de la
royauté, l'union mystique du peuple et de son roi que le rite du sacre, précisément, célébrait comme
un mariage à chaque nouvel avènement."(M. Valensise, ANNALES, 544)

Todo orden monárquico de la sociedad, supone además del Consejo de Estado, la existencia
de poderes intermedios (fundamentalmente el clero y la nobleza por constituir los apoyos naturales
del régimen), que operan como elemento de contralor respecto de la actuación del monarca y de su
Consejo. Ellos constituyen el cedazo que, como los lores británicos, evaluando lo actuado por el
¡Error!Marcador no definido.
gobierno, recomiendan la ejecución o no de determinada resolución real. Con esto se quiere
significar que los Decretos Reales no resultan de la actitud descuidada o caprichosa de un monarca,
que de actuar de esta forma quedaría suspendido en sus funciones de acuerdo con las Leyes
Fundamentales del Reino, pues ya no se podría hablar de monarca sino de tirano, ni tampoco
dependen de la mayor o menor inteligencia del soberano, a quien se considera "como humanamente
imperfecto, sujeto perfectible mediante la educación." (V.Palacio Atard, Sociedad estamental, p.
21)

Al perfeccionar el Consejo, Nicolás II incorporó junto a los miembros nombrados por él, a
"representantes electivos de la Iglesia, de las asambleas provinciales, de la nobleza, de las
Universidades, de la Academia de Ciencias y, asimismo, del comercio y de la industria, por un total
de 196."(Soglian, La revolución rusa, 62-s)

Las Cámaras de la Duma tenían derecho a dictar leyes, pero el zar se reservaba el derecho
de veto, pudiendo disolver la Cámara baja. Los ministros, nombrados por el zar, no eran
responsables ante el Parlamento, que podía votar mociones de censura. (Soglian, ib., 63)

No obstante las reformas para nada podían contener el aluvión revolucionario, favorecido
por diversas circunstancias.

Los resultados catastróficos de la guerra ruso-japonesa, conflicto en el que el gobierno


imperial creyó encontrar la solución a los males existentes (Soglian, ib., 85), pues, evaluando el
comando militar equivocadamente las posibilidades de combate y pensando en términos de guerra
de pocos meses, estimó que el mismo permitiría aventar los conflictos sociales crecientes derivados
de la acelerada industrialización. Es decir, perseguían reparar un daño con otro; contener la actitud
destructiva de la inteligentzia revolucionaria con la actitud exasperante del irracionalismo
nacionalista.

Ante las primeras noticias de la derrota frente a Japón, el descrédito del gobierno se
agudizó, lo cual resultaba un triunfo para las células insurgentes, pues como bien apuntara Lenin «la
derrota del gobierno» redunda en «triunfo de la causa popular por sus consecuencias» ("Rusia 1: El
ocaso de los zares", HISTORIA DE LAS REVOLUCIONES, nº 21, p. 499).

Producida la conmoción de 1905, la débil burguesía rusa (Soglian, p.151), que por su
misma debilidad era fiel partidaria de la Monarquía Constitucional, en unión con sectores de la
nobleza liberal, expresó la necesidad de evitar cualquier intento que derivara en el republicanismo o
en las derivaciones democráticas.

14/11/94 Aún para 1915, ni siquiera los bolcheviques, que no sólo acariciaban la esperanza
de su triunfo sino que además advertían sobre el terreno el avance de su táctica revolucionaria,
podían imaginar lo cercano que estaban de su triunfo. Menos aún podían prever las jornadas de
octubre de 1917, los sectores eslavófilos o tradicionalistas, aquellos partidarios de la Monarquía
Constitucional, como quienes se inclinaban por la República Parlamentaria.

Nadie ignoraba el peligro que suponía la conmoción social permanente, ni los descontentos
crecientes de significativos factores de poder constituidos por las fuerzas armadas; tampoco podían
ocultarse los crecientes rumores de golpe de Estado, propiciados por sectores liberales de la
Nobleza, por miembros de la burguesía rusa y por los poderosos empresarios extranjeros que
contaban con el apoyo indirecto de sus respectivos gabinetes; actitud vigorosamente impulsada
desde Francia y en medida menor desde Gran Bretaña.

Para la inmensa mayoría de las minorías reflexivas la solución pasaría por la abdicación del
zar en favor del zarevich y la consiguiente Regencia hasta la mayoría de edad de éste, convirtiendo
a Rusia en Monarquía Parlamentaria. Sectores menos representativos numéricamente preferían una
salida parlamentaria bajo la forma de República.

No eran pocos, sobre todo los grupos eslavófilos, marcadamente nacionalistas y defensores
acérrimos de una Monarquía que mantuviera intacta la prerrogativa imperial, los que centraban las
críticas al zar por continuar la alianza con Francia y Gran Bretaña, pues consideraban que allí se
gestaban muchos de los males que agitaban a Rusia, desde donde actuaban con impunidad las
células terroristas bolcheviques, también responsables de presionar económicamente al Imperio y
condicionarlo en su accionar político, al insertar a Rusia en una fase avanzada de la economía
capitalista, pero dependiente de centros de decisión foráneos que, al privilegiar los intereses de
sector y desinteresarse por las consecuencias políticas internas que éstos acarreaban, terminaban
envolviendo a Rusia en un torbellino de conflictos. Estos factores de poder eslavófilos estaban
interesados en recomponer las relaciones con Alemania rompiendo la Triple Alianza.

Por otra parte, la idea de que otra guerra, claro está, «pequeña y victoriosa», serviría de
elemento aglutinante de las distintas naciones del Imperio en torno al zar, al tiempo que permitiría la
cohesión de las fuerzas armadas, adquiría significativa fuerza entre los eslavófilos.

Esta idea de la guerra como solución a los conflictos existentes era compartida en casi toda
Europa por los grupos nacionalistas, como una forma de contener el deterioro del parlamentarismo,
visible desde 1880, y de atraer a las fracciones moderadas de los partidos socialdemócratas, que no
dudarían en aprobar una política belicista, en apoyo de la cual, y mediante un operativo publicitario
¡Error!Marcador no definido.
adecuado, permitiría contar con adhesiones masivas de las mayorías silenciosas.

No obstante lo expresado, esta actitud belicista requiere alguna precisión. Aún a riesgo de
cierto esquematismo, podrían distinguirse tres sectores bien definidos.

En 1er. lugar, en Europa Occidental, encontraremos a importantes sectores empresarios que


privilegian la guerra como expresión del nuevo imperialismo, colocando la mira en los réditos
económicos que se derivarían como consecuencia de la apertura de nuevos mercados. Imperialismo
y nacionalismo irían, dentro de esta orientación, indisolublemente unidos como consigna, aunque la
reivindicación del último resultara sólo la máscara que permitiría concretar el primero.

En 2º lugar, se encontrarían aquellos grupos, estrictamente nacionalistas (incluiría un vasto


espectro social), básicamente antiparlamentarios, para quienes una guerra permitiría reducir el
avance del Socialismo, al que consideran pernicioso por su actitud cosmopolita, favorecido en su
accionar por el excesivo individualismo y la actitud pragmática y utilitaria que suponía el
parlamentarismo.

En 3º lugar, encontramos a aquellos que, partidarios del parlamentarismo, encuentran que


frente a su debilitamiento frente al accionar de los partidos socialdemócratas, incentivar el
nacionalismo resultaría beneficioso para sus objetivos. Parlamentarismo y nacionalismo irían unidos,
aunque la reivindicación del último fuera sólo la máscara para salvar al primero.

Los segundos se encuentran vinculados a una concepción tradicional de la sociedad, aunque


desde una óptica distorsionada que suele confundir nacionalidad con nacionalismo; valoración
romántica (irracionalismo afectivo) de las tradiciones el primero, exaltación de la violencia
(irracionalismo fanático) el segundo, que en tanto supone el concepto de supremacía racial,
identifica nacionalismo con violencia, por tanto, ve en la guerra la forma legítima de alcanzar lo que
estima su «destino histórico».

Por supuesto, tanto los nombrados en segundo como en tercer lugar contarán con el
respaldo incondicional de los primeros, cuyo objetivo transita por una vía para la cual todo recurso es
válido, aún el despotismo, cuando se trata de salvaguardar y, sobre todo, de extender los beneficios
del capital.

En los Imperios centrales, donde existe verdadero poder gubernativo, es decir, donde el
monarca no vio recortada la prerrogativa regia, se advierten dos sectores nacionalistas bien
diferenciados.

El 1ro. identificado con un ideal nacionalista, entendido en sentido puro (irracionalismo


fanático), que en el caso del Imperio ruso y del Imperio Austro-Húngaro, ante dificultades internas
crecientes y como muro de contención contra el Socialismo, veía la solución en una «pequeña y
victoriosa guerra».

No se oculta en esta concepción apriorística de la guerra pequeña un concepto tradicional de


la misma, basada en las guerras dinásticas que suponían operar en un territorio determinado, que
comprometía fundamentalmente a las fuerzas militares y mínimamente a las civiles y, que aún
cuando se extendieran por años, luego de las batallas principales mediaban a veces años hasta un
nuevo enfrentamiento. Por otra parte, las pérdidas humanas resultaban numéricamente reducidas,
tanto por el armamento empleado como por la duración de las batallas. En este sentido, todavía
servían de ejemplo la batalla de Sadowa o la Sedán.

El otro nacionalismo, fundamentalmente oportunista, en tanto identificaba Nacionalismo con


Imperialismo, lo conformaban poderosos empresarios que, acotada su presión sobre los factores de
poder tradicionales (Nobleza y ejército), operaban sutilmente, ya apoyando al partido nacionalista
puro, ya haciendo ver a través de los ministros, las ventajas que se derivarían de una política
imperialista y, de suyo, militarista, para el prestigio nacional y su desarrollo económico. El ejemplo
alemán, bajo el gobierno del káiser Guillermo II resulta ejemplificador, pues los poderosos
industriales alemanes, entre los que se encontraban figuras descollantes de la nobleza y, por tanto,
aburguesadas, se convirtieron en factores decisivos en el trazado de la política diplomática del
káiser.

(18/11/94) Respecto de las consideraciones sobre la Monarquía y la República éstas no


diferían de aquellos razonamientos sostenidos en el último tercio del siglo XVIII en Europa
Occidental por los filósofos políticos.

En este sentido, se advierte, como en su momento lo expusiera Desttut de Tracy, la poca


distancia existente, si de régimen parlamentario se trata, entre Monarquía y República. Resultan
ejemplificadoras al respecto, las palabras de Lenin.

El marxismo ortodoxo padre de la dictadura del proletariado, que encuentran en el abogado


Lenin una de las figuras descollantes de la agitación revolucionaria en las dos primeras décadas del
1900, no es otra cosa que la expresión más acabada de la Democracia directa, aquella que en el
marco de una sociedad predominantemente agrícola, ponderó el jacobinismo francés luego de 1793,
constituyéndose en el lema de los sans culottes.
¡Error!Marcador no definido.
Si Europa occidental se vio conmovida por la Revolución Francesa, esa conmoción estuvo
centrada en la etapa radicalizada o jacobina de ésta. Y es por la naturaleza que la inspiraba que dejó
sin aliento a los sectores tradicionalistas y tradicionalistas ilustrados. Si el asesinato de Luis XVI
afectó tan íntimamente a la sociedad europea, como no la había afectado el asesinato del rey Carlos
I en Gran Bretaña, fue porque con el regicidio del rey francés sus autores quisieron demostrar que
había llegado a su término un concepto milenario de la sociedad, exaltando a la violencia como su
principio rector, principio necesario en tanto se perseguía conformar una sociedad asentada sobre
bases nuevas, para lo cual era necesario arrancar hasta los cimientos de la antigua.

Esta intelectualidad de la izquierda burguesa supo embanderar tras de sí a sectores


desposeídos, los sans culottes, (a los que despreciaba íntimamente) pero que necesitaba para
encaramarse del poder, logrando su efecto mediante la insurrección, a la que lograron sumar un
elemento indispensable, como era el ejército mal pago y frustrado por las derrotas militares, así
como ciertos sectores de la nueva nobleza que buscaban una rápida inserción en la nueva realidad.
A su manera los jacobinos querían convencer que después de siglos llegaba por su mano el triunfo
de la igualdad, conformando la Democracia directa de la Antigüedad. Se enaltecía no sólo la obra
realizada, sino el método (la violencia) empleado para concretarla. Distinto fue el caso inglés, donde
luego de la ejecución de Carlos I, se buscó legitimar el acto, sosteniendo que Carlos I fue ejecutado
porque había dejado de ser rey para convertirse en tirano. La facción que incitó la ejecución quiso
dejar en claro que se actuó en defensa del Reino y de la Monarquía; de no ser así se consideraba
que la ejecución suponía un acto de traición a la patria, crimen de lesa majestad.

La misma sensibilidad apocalíptica, inspiró el accionar de Lenin y los bolcheviques, que


nunca olvidaron reivindicar a sus predecesores, la facción jacobina de la Revolución Francesa, como
a su vez considerarse legítimos continuadores de los protagonistas de la Comuna de París (1871).

Como Robespierre en su momento, también Lenin llamó a no dejarse encandilar por la voz
República, pues esta no difería de la Monarquía sino en la forma y, en cambio, llamó a luchar por la
Democracia, es decir, por la Dictadura del proletariado.

En este sentido, apuntará que la República tal como se conoce en Europa Occidental no
representaría nunca a "los soviets de diputados obreros, soldados, campesinos, etc.", quienes han
descubierto "un nuevo tipo de estado." Enseguida, sostiene: "El tipo más perfecto, más avanzado
de estado burgués es la república democrática parlamentaria: el poder pertenece al parlamento;
la máquina del estado, el aparato y los organismos de administración son los usuales: ejército
permanente, policía y una burocracia prácticamente inamovible, privilegiada, que se encuentra por
encima del pueblo[...] De la república parlamentaria burguesa es muy fácil volver a la monarquía (la
historia lo demuestra), ya que queda intacto todo el aparato de opresión: el ejército, la policía, la
burocracia [Esta República] estrangula la vida política independiente de las masas, su participación
directa en la edificación democrática de toda la vida del estado, de abajo arriba." (Vladimir I.
Lenin, «Las tareas del proletariado en nuestra revolución»[Proyecto de Plataforma para el
Partido Proletario, Petrogrado, 10 de abril de 1917], en EL PODER SOVIÉTICO, TEORÍA Y
DOCUMENTOS, P. 25-S.)

El jefe del Partido cadete, Miliukov, señalaba a sus seguidores, con anterioridad a la
abdicación del zar, sobre la necesidad de evitar cualquier ataque a la Monarquía, pues hacerlo
significaría permitir el triunfo de la Democracia, tanto más peligrosa la posibilidad dada la tensión
existente. Si ella se impusiera, ya no se trataría de "«una revolución»", sino de "«una atroz
sublevación rusa, insensata y despiadada. Sería una orgía de la chusma»" (Soglian, p.91)

En 1913 se cumplían 300 años del gobierno de la dinastía de los Romanoff, y frente a esa
permanencia de un régimen que hundía sus raíces en la ortodoxia, expresión viva de la religiosidad,
se desataban fuerzas combinadas que, encaramadas sobre los conflictos campesinos y, sobre todo,
en el desconcierto de amplios sectores de una sociedad urbana sumergida abruptamente en el
industrialismo, donde el campesino se trocaba en obrero, expoliado por factores de poder foráneos
que, con sus capitales presionaban y jaqueaban a la Monarquía; a todo ello, y lejos de constituir una
defensa honrada de los intereses de individuos despersonalizados que poblaban enormes
concentraciones fabriles, advirtiendo que la coyuntura ofrecía un espacio virgen para experimentar
teorías, cuyo triunfo significaría a sus predicadores el logro ansiado del poder («Opinión de M. Gorki
sobre Lenin y el ansia de poder», M.J.Lasky, Utopía..., 164-166) y, por ende, la conformación de
una oligarquía proletaria que, buscando asaltarlo, como en Occidente lo había logrado la burguesía
capitalista a través del régimen parlamentario, las diversas ramas del Socialismo, específicamente la
radicada o bolchevique, verdadera metástasis, de signo contrario, del padecimiento originario
burgués capitalista que sentó sus reales cómodamente ya hacia 1850, renegando de la tradición de
un pueblo, del orden monárquico que lo encarnaba, se lanzó a profundizar el descrédito que
envolvía al reinado de Nicolás II.

Agitación e insurrección fueron elementos que hábilmente combinados, descargados a la


hora señalada, lograrían sus objetivos mucho más rápido de lo imaginado.

Dos códigos distintos, expresión de dos concepciones del mundo diferentes, se enfrentaban
de manera abierta. Uno era la expresión nueva, cargada de violencia que aspiraba a sacar rédito de
los problemas sociales de nueva data, generados por la industrialización. La táctica del emisor
revolucionario consistía en el golpe sorpresivo de fácil impacto en receptores desconcertados, cuyo
efecto se multiplicaría a la hora de las dificultades que la guerra no demoraría en acarrear.
¡Error!Marcador no definido.

El código del Zar reproducía un modelo canónico, preceptuoso, pues él como muchos de
sus seguidores más intransigentes así como aquellos que constituían el sector del tradicionalismo
ilustrado, no advirtieron, sino demasiado tarde el alcance verdadero de la revolución en marcha.

En este sentido resultan clarificadoras las palabras del presidente de la Duma, Rodzianko,
en su telegrama enviado al zar haciéndole saber que la situación era de tal gravedad, que se había
hecho necesario establecer un Gobierno Provisional en Moscú. En estos términos se expresaba al
general Ruzhski, jefe del cuartel general del frente septentrional con sede en Pskov:
"«Evidentemente ni Su Majestad ni usted se dan cuenta de lo que está ocurriendo [...] La más
espantosa de las revoluciones se ha abatido sobre nosotros»" (Soglian, 156)

Los sentimientos del zar, intérprete del sentimiento popular, timonel de súbditos cuyos
destinos debía conducir, se basaban en una actitud pietista, religiosa, simbolizada por la humildad y
espíritu de servicio. Su estructura mental estaba en las antípodas de aquella hipócrita, calculadora,
maquiavélica, destructora, ajena al racionalismo gélido, que identificaba los postulados de quienes
sólo perseguían la toma del poder político. Para ellos resultarían den todo ininteligibles las palabras
del zar a la hora de su abdicación: "«Todo en torno mío es cobardía, engaño y traición»"(Soglian,
158)

El código revolucionario actuaba sobre un receptor pasivo, por tanto buscaba activar en él
los más primarios instintos, aquellos que exacerbados lo lanzaran contra el único poder que
verdaderamente podía ampararlos; contaban para ello con la despersonalización a la que la industria
condenaba a los obreros. Tenían a su favor la desesperación creciente, que se haría sentir con toda
su intensidad bajo los efectos de una guerra que no sería breve, para la cual el ejército se
encontraba mal preparado y que traería todas las consecuencias de un conflicto armado,
sobredimensionado por la naturaleza de los armamentos y por la prolongación ininterrumpida del
conflicto: baja de salarios, hambre, todo envuelto en la derrota militar, suficiente para robustecer el
discurso apocalíptico.(Cf. M. Richonnier, Las metamorfosis de Europa, 69-73; O.Landi, I.
Chereski, «La Revolución rusa», SIGLOMUNDO, nº 35, 25-42; SOGLIAN, 105-115)

Que la popularidad era una característica intrínseca a la Monarquía era algo que no
escapaba a quienes perseguían su reemplazo por la República democrática. Y el arraigo de la
misma no podía dejar de preocupar a quienes sabían que a poco de llegar al poder, estallarían las
luchas facciosas, más allá de las reacciones naturales que se harían sentir una vez aplacadas las
pasiones, que ellos habían llevado hasta el paroxismo.

En este sentido y ante la opinión del socialista Kerenski de que al pueblo ya no importaba la
Monarquía ni la dinastía, otro seguidor del socialismo, el historiador Melgunov, le señala que no está
dispuesto "«a admitir que la idea de la monarquía estuviera muerta en el corazón de doscientos
millones de hombres», pero reconoce que hubo fuerzas activas que mediante la táctica de las
«habladurías» sembradas en la capital lograron socavar y hasta destruir el «mito del poder zarista»,
sobre todo entre la «masa de soldados», los cuales temían que restablecida la dinastía les exigieran
responder de todo cuanto estaba ocurriendo.(Soglian, 163)

El asesinato de la Familia Imperial, la confiscación de los bienes de la Iglesia y el cierre de


las mismas, intentarían vanamente borrar de la conciencia colectiva trescientos años de Monarquía,
pero sí lograrían inyectar, a las generaciones que crecerían bajo tal régimen, la suficiente dosis de
odio y de resentimiento como para condicionar su futuro.

A poco menos de diez años de la revolución de octubre de 1917 que llevó al poder a los
bolcheviques, un nuevo régimen político se había asentado: el Gobierno Despótico descripto por
Montesquieu era superado por una patología que el filósofo francés no podía imaginar por su
perversa dimensión: se instauraba el primer régimen totalitario. La figura del déspota resultaba poco
adecuada a la hora de compararla con la nueva forma de gobierno, compuesta de una compleja
maquinaria, rigurosamente jerarquizada y que recibía el nombre de Partido Comunista.

Respecto de los términos empleados para su abdicación, Nicolás II, como todo monarca,
como padre de la Nación, acudió a la necesidad de conciliación nacional, de unión junto al nuevo
zar, y recordando el origen trascendente de su poder, solicitará la ayuda divina en la hora difícil.
Explicará, a su vez, la razón que lo determina a dejar de lado al zarevich en la sucesión:

"«Nosotros, Nicolás II, por la Gracia de Dios Emperador de Todas las Rusias, Zar de Polonia,
Gran Duque de Finlandia, hacemos saber a todos nuestros fieles súbditos: [...]

En estos días decisivos para la existencia de Rusia [se desarrollaba la Gran Guerra], nuestra
conciencia nos exige una estrecha unión [...] Esta es la razón por la cual, de acuerdo con la
Duma del Imperio, consideramos beneficioso abdicar la corona del Estado ruso y ceder el
poder supremo. No deseando separarnos de nuestro bienamado hijo, dejamos nuestra
heredad a nuestro hermano, el gran duque Miguel Alejandrovich, al que damos nuestra
bendición en el momento de su ascenso al trono. Le pedimos gobierne en perfecta unión con
¡Error!Marcador no definido.
los representantes de la nación que forman parte de la asamblea legislativa, y jure servir a la
patria bienamada. Llamamos a todos los hijos de Rusia; les pedimos cumplan su sagrado y
patriótico deber de obedecer al zar en esta dolorosa situación nacional, y ayudarlo junto con
los representantes de la nación, a guiar al Estado ruso por la vía de la gloria y la prosperi -
dad. Qué Dios ayude a Rusia!

Nicolás II. Pskov, 2 de marzo de 1917, tres de la tarde»"(«Rusia 2: Los bolcheviques se


imponen», HISTORIA DE LAS REVOLUCIONES, nº 22, 522-s.).

La decisión del zar de desplazar a su hijo, dada su precaria salud, en favor de su


hermano, planteaba un problema para las leyes del Reino, relacionado con el principio de legitimidad
del poder, que podía traducirse en nuevos conflictos derivados de quienes se negaran a reconocer al
nuevo soberano.

En este sentido, Rodzianko ordenó a los comandos militares de Pskov que no procedieran al
acto de juramento de fidelidad por parte de las tropas, pues "«tal vez la gente se hubiera adaptado a
la regencia del gran duque y a la subida al trono del zarevich, pero la coronación del gran duque
sería absolutamente inadmisible»" (Soglian, 159)

Si bien los integrantes del Gobierno provisional no dudaban de la precariedad de sus títulos,
el afán de poder no facilitó la salida al problema dinástico.

En este sentido, el ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Provisional, Miliukov,


prefería respetar la decisión del zar, pues consideraba que cualquier postergación en ese sentido
favorecería el avance de los anarquistas, de allí que estimara que no importara quien fuera el zar,
sino que hubiera «un» zar. Fue muy claro al exhortar al gran duque a aceptar la decisión de su
hermano, aun cuando no existiera la seguridad de la estabilidad del Trono, mas aun cuando muchos
miembros de la dinastía de los Romanoff carecían de los bienes materiales, más que necesarios a la
hora de las grandes dificultades, bienes de los cuales, por otra parte, disfrutaban los conductores de
la agitación e insurrección, lo cual permite comprender el financiamiento de la amplia de red de
contactos que mantenían con el exterior, desde donde sostenían en constante actividad su
movimiento.

La Monarquía era el eje de la sociedad rusa, el elemento aglutinante de ella, de allí las
palabras de Miliukov: "«Si Vuestra Alteza rehuye el encargo, vendrá la ruina, porque Rusia habrá
perdido su punto de apoyo; el monarca es el punto de apoyo, el único punto de apoyo de la
nación [...] Si vos renunciáis, vendrá la anarquía, el caos, la sangre»" (Soglian, 161)

Ya para 1912, el industrial Putilov al lamentarse de que la suerte del zarismo estaba sellada,
afirmaba: "«El zarismo es el armazón de Rusia, el único baluarte de su unidad nacional.»" (Soglian,
166)

Palabras proféticas.

Miliukov resumía el pensamiento de vastos sectores de la sociedad rusa, aquella que había
asomado en las obras de Dostoievski y de Tolstoi. Sabía que el monarca forma parte de la
racionalidad afectiva del hombre, que constituye el guía infalible, puro, que de hecho cualquier
Gobierno sin el zar no es otra cosa que un barco librado a la deriva. La conciencia nacional se
resume en la persona del zar es, como diría Hegel, quien coloca el punto a la í de todas las
decisiones; resume el Estado; lo expresa.

«Una fuerte autoridad [es] esencial para la consolidación del nuevo orden,[el cual] exigía el
apoyo de un símbolo del poder al cual estuvieran habituadas las masas [...] Por sí sólo,
el Gobierno provisional sin monarca semejaba una barquichuela a la deriva, que podía ir q
pique en un océano de agitación popular. En tal caso el país correría el peligro de perder
completamente su conciencia nacional y caer en la completa anarquía, antes de que se
llevara a efecto la convocación de la asamblea constituyente, que el Gobierno provisional,
de ser abandonado a sí mismo, no llegaría a ver.»" (R. Browder-A.Kerenski, The Russian
Provisional Gobernament, 1917 (Stanford, 1961), ap. SOGLIAN, p. 161)

Miliukov era uno de los integrantes del Gobierno Provisional que, como otros integrantes de
las élites rusas influidas por las corrientes liberales que habían agitado a Europa hasta mediados de
siglo, aspiraba para Rusia una Monarquía parlamentaria o cuasi-parlamentaria. No tardó en advertir,
que no eran pocos los que desde el Gobierno o desde la Duma, sólo buscaban encaramarse en el
poder, persiguiendo consagrar un gobierno débil, ineficiente y faccioso por su propia esencia (la
República), para lo cual "«en lugar de formular objeciones de principio, se dedicaban a intimidar al
gran duque [...] Todo era mezquino frente a la importancia de lo que estaba ocurriendo.»"

Explica más adelante que no deshecha la posibilidad de riesgo que todos los que como él
opinaban y el gran duque podían correr serio riesgo; pero "«la partida que estábamos jugando -el
futuro de Rusia- tenía gran importancia, y debíamos correr el riesgo, por grande que éste fuera.»"
(SOGLIAN, 161-s.)
¡Error!Marcador no definido.
las desinteligencias determinaron que el gran duque Miguel renunciara a sus derechos al
Trono, quedando establecida el 14 de septiembre de 1917, la República en Rusia. Ésta no pudo
hacer frente a los soviets de obreros y soldados dominados por el sector bolchevique del partido
Socialista, quienes "el 7 de noviembre asaltan el poder y establecen el sistema de dictadura del
proletariado."(M.García Pelayo, Derecho..., 576).

Surge a partir de entonces la concepción del Estado como fuerza puramente coercitiva. De
este modo, la comunidad sobre la que sustenta el Estado no es la nación o el pueblo en su sentido
amplio, sino la clase social y, por consiguiente, y en cualquier caso, no sirve al bien común, sino a
intereses parciales. (M.García Pelayo, ib., 577)

Insistimos una vez más que señalar las bondades de la Monarquía rusa, no supone en caso
alguno ignorar la imperfección que afectaba a la organización estatal ni desconocer la existencia de
ineficacia en la resolución de problemas que afectaban a amplios sectores de una sociedad,
imprevistamente industrializada.

Pero sí nos interesa subrayar que la Monarquía no es un régimen político circunstancial,


sino sustancial; sus orígenes se enlazan con la organización primera del Estado, y la misma
institución ofrece los materiales suficientes para su reforma o reestructuración, pues no nació del
oportunismo ni del seno de utopías revolucionarias. Con todos los defectos, pues de institución
humana se está hablando, encerraba los elementos necesarios que hubieran permitido su
adecuación a los nuevos tiempos, sin violentar el modelo cultural del que es expresión.

El mundo soviético desmoronado a poco más de setenta años de nacido, demostró


fehacientemente el poco tiempo que necesita una forma de gobierno que resulta la quintaesencia de
las patologías políticas, para destruir, hasta sus raíces, la estructura del Estado monárquico,
armónicamente concebido a lo largo de los siglos.

(EL ACCIONAR DEL SINDICALISMO Y DEL EJÉRCITO. NO OLVIDAR EL PROTAGONISMO


DEL EJÉRCITO EN RUSIA)

En resumen,y como ya vimos, la base de la sociedad rusa es agraria, lo cual supone una
actitud de entrega ante la vida, de aceptación del sufrimiento por parte de quien se encuentra
relación con la tierra, que reconoce al Zar como padre protector como moderador frente a los nobles,
una sociedad que resulta sacudida por la entrada en acción de un elemento nuevo: el obrero indus-
trial. La abolición de la servidumbre da pie a que comiencen a desatarse un conjunto de
expectativas, hasta ese momento actuantes, salvo excepciones (diciembre de 1825), en un plano
intelectual. Recuérdese que el reinado de Alejandro II concluye con su asesinato.

Era Rusia para la mentalidad occidental de la época y, desde una perspectiva materialista
(tanto capitalista como socialista), en tanto Imperio económicamente conformado sobre bases
feudales, sinónimo de atraso y subdesarrollo.

Pese a estas consideraciones, puede afirmarse que entre 1825 y 1910, se desarrolla un
período proficuo en creaciones artísticas, pulverizadas luego que un nuevo régimen sumiera en
noviembre de 1917, destruyendo con ferocidad trescientos años de Monarquía. Lenin y sus
seguidores, conocedor de la ilegitimidad que acompañaba su poder, de la debilidad de sus títulos y,
en fin, temeroso del carisma que envolvía a los zares; sabedores él y sus acólitos que esa era
legitimidad originaria, consagrada, decidió en julio de 1918 el asesinato, "en un sótano de la casa
Ipatiev, en Ekaterimburgo", de las grandes duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia, del "zarevich
Alexis, el zar Nicolás y la emperatriz Alejandra, su médico y sus criados"(Bernard Lecomte [Paris,
L'Express], en La Nación, «Notas», 28/10/94, p. 9. Cf. TOLSTOI, 117).

¿Cuál fue la actitud de las Monarquías europeas frente a la revolución que puso fin a la
Monarquía rusa e inmediatamente culminó con el asesinato de la Familia Imperial?

La actitud adoptada por las Monarquías occidentales, demostró con claridad algo que
venimos afirmando a lo largo de este ensayo: los regímenes llamados monárquicos en Europa
Occidental sólo guardaban la forma de monarquía, pero su sustancia se había perdido. Los reyes
eran simples cautivos del Parlamento y, en tanto no gobernaban y de hecho carecían de
responsabilidad, su accionar resultaba nulo, cuando no cómplice.

El mismo emperador Guillermo II, el 11 de septiembre de 1918, a poco de ser destronado y,


en un discurso pronunciado en Essen ante los obreros de la fábrica Krupp, cuyo contenido delata la
situación desesperada de Alemania, se refiere al "complot contra el Gobierno actual" de Moscú,
cuando señala que "el pueblo democrático de los ingleses, regido por un Parlamento, ha tratado de
derribar al gobierno ultrademocrático que el pueblo ruso se ha esforzado por establecer."(El
Imperialismo: Defensa y crítica, p. 43)

Si bien el monarca, con la mención no condenatoria del Gobierno de los soviets, perseguía
congraciarse con un proletariado que intuía simpatizante con los hechos de Moscú, lo cierto es que
para nada resultaba imprescindible incluir tal referencia en su discurso.

Pero sí esta actitud pudiera incluso justificarse dada la instancia crucial por la que
atravesaba la Monarquía alemana, tanto más grave lo es la posición casi pasiva de aquellos países
¡Error!Marcador no definido.
de régimen parlamentario bajo forma de Monarquía. Gran Bretaña pondrá en evidencia hasta dónde
puede comprometerse la dignidad de la Casa Real, hasta qué punto había enterrado la política de
principios, cuando el gobierno británico no autoriza al rey Jorge V, a conceder asilo a la Familia
Imperial rusa, en relación con la solicitud que en 1917 hiciera su primo, el zar Nicolás II. La negativa
al ser comunicada al zar con la firma del rey, lo convierte a éste en cómplice.

Concluida la Gran Guerra, los contrapoderes occidentales (aquellos que actuaban desde los
ministerios) así como los grupos de presión (representados por los sectores más virulentos del
Socialismo), lograron de consuno, aunque por motivos diferentes, destruir los únicos regímenes
monárquicos que se alzaban en Occidente; pero cupo a los primeros, la responsabilidad directa y
decisiva, pues los grupos de presión socialistas, que como bien afirmaba Lenin lo conformaban
"intelectuales burgueses"(Lenin, ¿Qué hacer?, Obras escogidas, I, AP. Massuh, 127), hubieran
sido contenidos solamente con haber evitado los aliados occidentales y, no forzado, la destrucción
del Imperio austro-húngaro, con la consiguiente disgregación de las nacionalidades al tiempo que,
con su negativa a negociar con las autoridades imperiales de Alemania, facilitaban el accionar de los
grupos de presión.

El Tratado de Versalles significó entonces para los intereses de la gran burguesía su primera
derrota, pues seducida por los beneficios venideros, sentó las bases de futuros enfrentamientos, para
cuyo fatal desenlace sólo mediarían veinte años.

La caída de los Imperios centrales resulta el ocaso, entendido como final abrupto de las
Monarquías, sin mediar crepúsculos, y ocaso como prolongado letargo en las Monarquías de
Occidente.

Si nos situamos frente ante estas dos obras de sensibilidad apocalíptica, donde sus autores
reivindican un crimen y se vanaglorian por mucho tiempo del mismo (tal el caso del asesinato de
Luis XVI en 1792 y el de Nicolás II en 1918), en ambos casos advertimos enseguida la involución
política operada.

El primer acto (asesinato de Luis XVI) conmueve al mundo occidental y, a manera de


cruzada laica, se coaligan los monarcas para poner fin a una patología política. Si bien esta
patología es desatada por un grupúsculo (sans culottes), el mismo emergía desde el fondo del
pensamiento liberal-ilustrado que había abonado suficientemente el terreno ideológico, como para
hacer posible el despliegue de utopías, a las que claro está, y como era de prever, implementado
revolucionarios más radicalizados, encaminó por senderos demenciales que suponían la eliminación
de la sociedad francesa tradicional, así como todo rastro de su cultura que, en tanto cultura
occidental, llevaba la impronta del monarquismo. Pero ese clima de confusión, de destrucción y de
muerte, encaramada del poder la facción que agitaba sus banderas, sólo sabría expresarse a través
de la violencia que reivindicaba como suprema solución. El racionalismo abstracto de los
philosophes había dado sus frutos; en nombre del supremo valor de la 'Razón' se introdujo en el
gobierno un régimen faccioso, corrupto por naturaleza, vengativo, oligárquico. La burguesía, limitada
en su cosmovisión, colaboró desde lo profundo de su doctrina individualista y, por supuesto sin
proponérselo, haciendo realidad aquello que los espíritus sensatos temían: el liberalismo, la
ilustración constituían una peligrosa fórmula, de cuya manipulación podrían derivar insospechados
resultados. Una institución se agitaba como continente ideal de esta nueva concepción del mundo y,
sobre todo, para ciertos sectores de la burguesía, se convertía en excluyente, si de verdad se quería
instaurar un régimen donde en estado puro imperaran tanto la libertad como la igualdad. Así
apareció en Francia reivindicada la Democracia o República; forma de gobierno que, aun en su
forma no violenta, como resultó el régimen de los Estados Unidos, encerraba todos los gérmenes de
la corrupción, aquellos que no tardaron en aparecer en toda su desnudez en la Francia
revolucionaria.

Del seno del último tercio del siglo XVIII nacían las dos versiones de un régimen político, la
República o Democracia que, bajo modalidades contrastantes, suponía el encaramarse de
poderosas oligarquías que se consolidarían durante el siglo XX bajo dos grandes formas de
despotismo, ya individualista-burgués, ya comunista-proletario, es decir, capitalista y comunista,
alambicada en su acción destructora del hombre, la primera, despótica y feroz, directa y más
primitiva en sus procedimientos, la segunda. Una derivada de la experiencia norteamericana, vertida
bajo la forma de sistemas parlamentarios en Europa, la otra, hija de la experiencia de la República
jacobina francesa de 1793.

La primera, que busca recordar el principismo del liberalismo primigenio, responde a la


categoría más amplia y menos contaminada de República, genéricamente denominada Democracias
Occidentales. La segunda, recientemente desmoronada, se define como Democracia pura, en su
estricta etimología, para subrayar su diferencia sustancial respecto de la primera. Ambas concepcio-
nes materialistas, la segunda producto de la primera y las dos, finalmente, símbolos del mundo
industrializado y, aun cuando, el Liberalismo, como teoría, precediera a la "Revolución Industrial", no
tardó éste en proclamar su autoría; nace el capitalismo industrial de las entraña del Liberalismo.

A poco de iniciada la gesta aliada, que requería ser continuada manteniendo la fidelidad a
los principios de la legitimidad, por lo menos lo sustancial de estos, en tanto los mismos resultaban
inconvenientes para el espíritu mercantil de la burguesía triunfante, se los enfrentó de manera
abierta o soterrada. De esta forma, los intereses de la industria y de la banca que, con sus pingües
ganancias permitían garantizar la buena marcha de los Estados (cuyos ministros ya en Europa
¡Error!Marcador no definido.
Occidental sabían captar los guiños de sus mandantes), lograron también tomar posiciones
estratégicas dentro de los Imperios centrales. Allí, sobre todo en el Imperio austro-húngaro y en el
Imperio alemán, por caminos más sinuosos pero no menos efectivos, fueron condicionando
lentamente la autonomía de los monarcas constitucionales, convirtiéndose en figuras indispensables
para la puesta en marcha de aquellas políticas que requerían de grandes inversiones. Esto
acentuado, sobre todo en una época en que ningún país se conformaba con depender de la actividad
agrícola.

Finalmente, a partir de 1871 con la unidad alemana, el principio de legitimidad sufría una
fractura importante, reforzada posteriormente con el alejamiento de Bismarck del gobierno alemán y
la política extra continental impulsada por el káiser Guillermo II.

La política de las dinastías agonizaba.

Esa especie de Liga de naciones que había querido ser la Santa Alianza quedaba en el
recuerdo; la política de principios, el orden monárquico, sucumbía. Frente a los Imperios centrales,
aparecían entidades que, bajo el rótulo de Monarquía, ocultaban sin demasiada preocupación por
guardar apariencias, regímenes oligárquicos o, lo que es lo mismo, esas formas tóxicas que hoy
tanto se ponderan, llamadas republicanas o democráticas.

La ausencia de reacciones efectivas y prolongadas en el tiempo, de indignación, a la hora


del asesinato, no ya de un monarca, sino de toda una Familia Real, resultan el producto natural de la
concepción materialista. De espíritus nacidos de tal concepción o contaminados por ella (nos
referimos a significativos sectores de la Nobleza), no se podía esperar una actitud heroica. La
dignidad es ajena tanto al espíritu de la burguesía capitalista, expresada por el Positivismo, como al
espíritu proletario, amasado por el Marxismo.

(12/11/94) Cruzado el umbral de 1850, Europa Occidental entra en la Edad de Bronce de su


cultura, determinada por esa doble concepción materialista del mundo (Capitalista y Socialista);
dentro de ella el individuo resigna la solidaridad y se sumerge en la más absoluta soledad y
desamparo.

Entendido el progreso en términos de avance tecnológico, el hombre se convierte en mero


engranaje de una inmensa maquinaria, dentro de la cual las Monarquías Occidentales, aparecen
para las nuevas clases medias y los sectores obreros, como elementos instrumentales, cuya
permanencia se mide también en términos de utilidad. Si el capitalismo burgués de las grandes
empresas y de la partidocracia que las expresan, consienten a conservarlo es, como ya dijimos en
otro momento, por reconocer implícitamente las bases endebles sobre las que se asienta su poder.

Francia, República desde 1871, no escapa a estas consideraciones, pues los mecanismos
institucionales y, quienes los accionan, forman parte de las mismas oligarquías industriales y
financieras que a través de una trama compleja de intereses logran imponer sus criterios a los
Gabinetes ministeriales. Por otra parte, Francia resulta el referente obligado para quien quiera
comprender el deslizamiento de la política de principios hacia el pragmatismo, más allá de ser los
británicos los padres de la criatura, que Francia se encargaría de alimentar.

Desde diversos sectores del saber, ciertos círculos intelectuales (específicamente filosóficos
y literarios) denunciaron tempranamente los efectos destructivos que las concepciones materialistas
del pensamiento suponían para el futuro del hombre. Aparecían por entonces las primeras
reacciones frente al pensamiento surgido del seno de la sociedad industrial, y, en tal sentido,
constituían una respuesta a las reflexiones de Augusto Comte, quien expulsó del campo del saber
toda expresión que no encuadrara dentro de los límites del método de las ciencias físico-
matemáticas. El pensamiento comtiano introduce el Positivismo, que adoptaría una orientación
biologicista darwiniana en la producción de Herbert Spencer, quien aplicó el concepto de 'mutación' y
de selección de las especies al campo de las ciencias sociales.

El racismo adeuda mucho a su concepción y el nacionalismo consecuente, se imponen


como una variante de irracionalismo (instintivo, primario), que alcanzará niveles de significativa
fuerza en las últimas dos décadas del '900.

Por otra parte, el accionar de los elementos moderados del Socialismo enrolados en los
partidos socialdemócratas, quienes intentarán salvaguardar al nuevo conglomerado humano
producto de la "Revolución Industrial", a través de la participación en los Parlamentos para obtener
reformas laborales (fruto ellos mismos de una concepción mecanicista del mundo), en momento
alguno perseguirán desmasificar a esos hombres desclasados, convertidos en seres anónimos y sin
alma, desarraigados de "la seguridad social y aún material que a menudo da a sus miembros una
comunidad rural en la sociedad tradicional", una sociedad agraria que, más allá del nivel de vida
miserable que pueden proporcionar, asegura "un status de honorabilidad social" y, de suyo, un
sentimiento de pertenencia.(W.KULA, «Investigaciones comparativas sobre la formación de la
clase obrera», ESTUDIOS MONOGRÁFICOS, NRO. 9, p. 11, 6)

El progreso científico-tecnológico resultaba admirable, el deterioro de la calidad humana


también.

Por otra parte, planteada la civilización occidental en términos de cultura científico-


¡Error!Marcador no definido.
tecnológica, resultaba un imperativo categórico, bajo estas premisas, acentuar la competencia,
mejorar la calidad de la producción y por supuesto de los recursos humanos, optimizarlos de manera
que su rendimiento sea el mayor en el menor tiempo; evitar toda distracción creativa.

Por lo pronto ya se había logrado desvincular el mundo rural del urbano, es decir, todo
contacto con el sentimiento de pertenencia, de seguridad, de valoración de lo permanente, toda
relación directa con una Naturaleza cuya inclemencia obligaba a agudizar la inteligencia para
contrarrestarla. El tiempo de las cosechas, la dureza de la vida campesina, la oración salvadora del
alma, el sentido jerárquico de la sociedad, necesario para asegurar el equilibrio de la misma; todo
había sido cuidadosamente desmontado. El obrero era el ser desarraigado, receloso; campesino
empobrecido al que los cantos de sirena de los dueños del capital atrajeron hacia la gran ciudad y
capturados, se convirtieron en «mano de obra», siempre renovable, quien lentamente incorporará la
noción de "tiempo asalariado" (Kula, p. 9)

Se había logrado el automatismo, el cual era necesario perfeccionarlo. Las reformas


sociales debían operar sobre esa base, pues por primera vez se disponía de un conglomerado
amorfo de hombres, moldeados a imagen y semejanza de la máquina. Los socialistas no buscarán
revertir esta situación, que conduciría peligrosamente a una actitud reflexiva de aquellos que
precisamente necesitaban manipular para lograr sus fines político partidarios. Nada de libertad de
pensamiento, afuera cualquier sentimiento religioso, sobre todo católico, que podría revertir
peligrosamente la condición de «masa», expresión ilustrativa, óptima para definir a una sociedad
robotizada, desligada de toda visión trascendente de la vida; desacralizada. Cualquier evocación de
la santidad, es decir, podía rememorar el poder de la Iglesia y por su estrecha ligazón la estrategia
simbólica en que se asienta la doctrina política de la Monarquía; principios que tanto la nueva
burguesía capitalista como sus oponentes socialistas buscaban afanosamente neutralizar.

No por acaso, los partidos socialistas, como metástasis del capitalismo, se oponían a
cualquier resabio de Monarquía, es decir, a cualquier expresión política que exaltara los valores del
hombre, y no dudará en proponer como única opción válida la solución republicana, o como ellos
prefieren señalar, levantar una Democracia, pues resulta la forma de gobierno más apta cuando se
quiere encumbrar sin reparos un gobierno oligárquico; corrupto por definición, expresión de esa
sensibilidad apocalíptica de la cual el siglo aparecía como la mejor encarnación.

La República representativa occidental y la República o Democracia socialista, patología


política de distinta etiología pero con un mismo fin, resultaba idóneo instrumento por su naturaleza
engañosa y abstrusa; sintagma vacuo que persigue una actitud indiferente ante su accionar. Por
tanto, si

de sociedad deshumanizada se trata, si de despotismos de cualquier signo se trata, la República-


Democracia resulta, como bien lo demostró la Revolución Francesa, la mejor modalidad
gubernativa.

Respecto de la burguesía capitalista se siente segura pues ha logrado, con distinto ritmo y
bajo formas diferentes, desactivar a la Monarquía, la ha convertido en un barco encallado,
plenamente dotado pero inactivo, al tiempo, que lograba salvar la legitimidad política, de la que
siempre carece el régimen republicano, surgido, generalmente, de la irrupción revolucionaria.

«Masa», esa voz tan cara al Marxismo, como lo será la de «dictadura del proletariado»,
instrumentada abiertamente desde los inicios del 1900.

Gobierno de los Parlamentos versus Gobierno de las masas: dos ficciones de la era
industrial; ambos exaltan la democracia, para unos expresada por los representantes, para los otros,
por el accionar directo de los oprimidos que, en rigor de verdad, suponía la instauración por primera
de un régimen denominado Dictadura, que no era otra cosa que el encumbramiento de la oligarquía
socialista.

Pero si Europa Occidental entra tempranamente en una Edad de Bronce para pasar
lentamente, sobre todo luego de concluido el siglo en 1918, a una Edad de Hierro que continúa hasta
nuestros días, en cambio, los Imperios centrales se sumergen abruptamente en ella poco antes de
concluir la Gran Guerra al abrigo de los zarpazos de los factores de poder representados por los
sectores más radicalizados del Socialismo (de orientación bolchevique) y de la actitud cómplice de
las potencias vencedoras que favorecieron la desintegración del Imperio de los Habsburgo y
denigraron a la nación alemana.

Se asestó un golpe mortal al pluralismo cultural, a la riqueza intelectual que derivaba de


mundos sin fronteras donde convivían nacionales de idiosincracia diferente (recuérdese las distintas
nacionalidades que convivían en el Imperio Austro-Húngaro y en el Imperio ruso), donde las
expresiones artísticas y científicas (por ejemplo el campo de la Psicología)

encontraban refugio en centros de estudios de inmejorable nivel académico.

Luego de la Primera Guerra Mundial puede hablarse, sensu lato para la cultura occidental y
sensu strictu, para la oriental, de una "cultura alambrada". Rusia verá destruido su «Siglo de Oro» a
¡Error!Marcador no definido.
poco tiempo de producida la Revolución bolchevique; Alemania, verá condicionado su desarrollo
desde el alejamiento del káiser y los países surgidos del desmembrado Imperio Austro-Húngaro
iniciarán la largo época de oscurantismo en la que actualmente se encuentran.

Sucede que la forma de gobierno monárquica no es un elemento aleatorio de la civilización,


sino una expresión de la misma; no fue producto de una sensibilidad apocalíptica, ni salió de la
mente de supuestos iluminados, sino que se fue construyendo a lo largo de generaciones, tratando
de dar forma a una institución a la medida humana, en la que el habitante común se viera reflejado y
protegido; régimen de gobierno jerarquizado que lo es porque jerarquizada es la sociedad a la que
sirve, pues el monarca es servidor de la comunidad, cumple un «oficio». Como el 11 de septiembre
de 1918 recordaba el káiser Guillermo II en la ciudad de Essen a los obreros de la fábrica Krupp:
"Cada uno de nosotros recibe de lo Alto la misión a cumplir: tú, a tu martillo, tú, a tu horno y, yo, a mi
trono. Pero todos nosotros debemos contar con la ayuda de Dios." (El Imperialismo:Defensa y
crítica, SIGLOMUNDO, p. 44).

Una expresión que simboliza el alto significado de la Monarquía; el monarca retoma en la


hora crítica el magisterio, recordando al súbdito el indisoluble vínculo religioso que une a la nación
alemana. La nueva época había inaugurado otro vocabulario, donde por un lado se enarbolaban los
valores de la técnica y de la democracia, sin deuda alguna a lo trascendente y, por otro, se enarbola
la bandera de la violencia para resolver los problemas generados por la «fe» inconmovible en la
razón humana.

La República, elemento aleatorio, aparece siempre, inevitablemente envuelta con el ropaje


de la violencia; frente a la civilización monárquica Europa vio alzarse a lo largo del siglo XIX, la
barbarie republicana, de variado signo.

Stefan Zweig recuerda en su biografía los notables sucesos culturales ocurridos en la Viena
de su época (la de Francisco José); recuerda a esa sociedad cosmopolita y a esas épocas "de mayor
apertura mental", que se movía dentro de "marcos institucionales civilizados". Luego los "nacionalis-
mos lo destruyeron todo y hoy pretendemos retomar por otras vías la tarea de demolición a través de
rebrotes de racismo, restricciones aduaneras y migratorias (recordemos que hasta la Primer Guerra
no existían pasaportes)." (Alberto Benegas Lynch (h), «El espíritu crítico», NOTAS, LA NACIÓN,
11/11/94, p.9).

ALGUNAS CONSIDERACIONES

(3/12/94)* Sobre el campesinado: En el ámbito geográfico europeo y hasta 1850 en Gran Bretaña,
y prácticamente hasta fines de siglo en el resto de Europa, pero fundamentalmente en el marco del
Imperio austro-húngaro y ruso, el agro constituye la base de la economía europea.

Dentro de esta economía el campesino constituye la urdimbre del tejido social, en el cual
nobleza constituye el vértice de la pirámide social agraria. En otros términos, el espíritu que anima al
mundo rural es el feudal, que supone para su efectivo funcionamiento la existencia de solidaridades
familiares dentro de una realidad concebida como cuasi estática, es decir, donde el cambio es un
elemento observado siempre con temor e incorporado con sumo cuidado.

Dentro de este mundo agrario, y en el marco epocal estudiado, la existencia de la


servidumbre resulta, para algunos países, un elemento consustancial con la estructura social
tradicional; de acuerdo con estos principios, corresponde al noble garantizar la seguridad de la clase
servil.

Reglas de juego claras rigen esta economía de circuito cerrado y las mismas no excluyen los
enfrentamientos entre nobles y campesinos, cuando los primeros adoptan actitudes que los
campesinos libres, propietarios o arrendatarios, consideran abusivas.

Si bien los enfrentamientos suelen concluir con el triunfo de la nobleza, en caso alguno
autoriza a pensar que los campesinos buscan revolucionar el orden existente, y ello, porque se
privilegia sobre todas las cosas el principio de seguridad. La libertad, entendida según la teoría
liberal, resultaría una absoluta abstracción dentro de este mundo, pues libertad es un concepto, que
dentro de un mundo asentado en el concepto de las solidaridades familiares, no difiere de seguridad.

Dentro de la mentalidad campesina seguridad y libertad resultan sinónimos, pues estar


seguros, supone ser libres; la seguridad es la mayor garantía de la libertad. La libertad burguesa
supone al individuo alejado de la comunidad; la libertad como seguridad, supone indefectiblemente
la comunidad.

El enfrentamiento, muchas veces violento y extremadamente cruel, entre nobles y


campesinos se encuentra dentro de los presupuestos de un orden que nadie quiere revertir; se trata
de un enfrentamiento provocado por el campesino deseoso de garantizar su seguridad que puede
llegar hasta el asesinato del noble local en quien ve a alguien que compromete ese orden del cual
participan todos, noble y campesino.

El levantamiento es espontáneo, responde a una necesidad vital de hombres que viven en


un mundo en el cual ellos deciden el tiempo del trabajo, de cuya habilidad depende el momento de
la cosecha; de hombres que deciden qué hacer con su tiempo, que sienten orgullo por su trabajo
¡Error!Marcador no definido.
pues en muchos casos, excepción hecha de los factores climáticos, de ellos depende el resultado
exitoso de las cosechas.

Un observador de la ciudad calificará como 'bárbaro' este modo de vida, pero no sólo el del
campesino, sino también el del noble.

La cultura rural se amasa con valores rígidos: se exige un férreo paternalismo, que en
términos liberales llamaríamos autoritarismo, por parte del noble local y, esto supone proteger y
castigar, de allí que toda rebelión no esté dirigida contra el castigo sino contra lo que se vislumbra
como abuso que hace peligrar el orden existente; la reacción violenta es el instrumento que le
recordará al noble cuál debe ser su función.

Seguridad no es un vocablo que pueda escindirse de libertad dentro del mundo rural; la
libertad está dada por la seguridad. De allí que las reformas que condujeron a la abolición de la
servidumbre, fueran recibidas con poco entusiasmo por los beneficiados, que en muchos casos
vieron en ello el comienzo de males futuros. Por eso el conde Tolstoi no consideró tal medida como
un símbolo de progreso, en cambio sí consideraba que debía marcharse por el camino de la reforma
agraria que permitiera a los campesinos acceder a la posesión de la tierra como ya se había
producido en la Europa Occidental, restringiendo o eliminando los latifundios.

No obstante, el discurso que Tolstoi plantea como una necesidad que requiere rápida
solución, se mueve dentro del marco temporal de un hombre que siendo un noble rural absorbe
también ciertos valores propios de la cultura urbana, de la que participa activamente. Este tiempo,
aun cuando se expresa en una época en el cual empieza a advertirse cierto temblor de la estructura
agraria tradicional, no es compartido por el campesino, para quien todo cambio, debe traducirse en
términos de reforma gradual.

Las conmociones que contribuyan a agitar al mundo rural son básicamente exógenas y se
relacionan fundamentalmente con la introducción de la economía capitalista (comercial e industrial);
esto explica porque en momento alguno se pone en entredicho la autoridad del emperador Francisco
José, ni tampoco, la del zar Nicolás II, por lo menos hasta 1910. En todos los casos la autoridad de
ambos emperadores es considerada legítima, incapaz de hacer mal; expresión última del orden
milenario.

De allí que, y esto resulta válido para toda Europa, de la quiebra del orden imperante en la
estructura agraria derivara la profunda crisis que asolará al orden monárquico y que conducirá a la
atonía del mismo en buena parte de los países de Europa occidental.

Éstos, comenzando por Gran Bretaña, ya para 1730 asisten a la primera concentración de
tierras en manos de la nobleza, pero a partir de 1845, quedan en manos de banqueros y capitalistas
quienes las adquieren como respaldo de su situación dominante.

En Portugal, y sobre todo en la región central y meridional de España e Italia, la


desamortización de los bienes de la Iglesia favorece el latifundio en beneficio de una burguesía
ennoblecida.

Los monarcas de países como Holanda, Bélgica, Italia del norte, y estados alemanes como
Baviera, Nassau, Würtemberg, Hesse-Darmstadt, donde el campesinado defendió tenazmente a las
monarquías contra el invasor napoleónico, concedieron a éste las tierras en propiedad ya al concluir
la segunda década del 1800, evitando así las tensiones de regular intensidad que afectarían a ciertas
regiones de Prusia, Imperio austro-húngaro, por ejemplo Hungría, e Imperio ruso.

En estos territorios predominaba la nobleza terrateniente, que explotaba directamente la


tierra en base al latifundio, de forma similar a Gran Bretaña, pero donde la burguesía tenía negado el
acceso a la tierra.

Es decir, en Europa central y oriental (Alemania oriental, los países eslavos medios (Polonia,
Bohemia, Moravia) y en Hungría el rey, los nobles, el clero y los campesinos libres son los
propietarios de la tierra.

En otras palabras, se evita alterar la estructura social tradicional de base feudal, evitando
para ello la inversión de capitales burgueses en la tierra.

A la nueva agricultura profundamente individualista, la Corona opone las explotaciones


comunitarias, que evita la excesiva concentración de tierra, aunque exista latifundio. Por otro lado,
se mantiene la estructura tradicional al inmovilizar la propiedad, en tanto, el enfoque fisiocrático de la
agricultura se basaba en el principio de alienación.

En este sentido, en Prusia la servidumbre quedó abolida en 1848, como consecuencia de las
revoluciones que agitaban a Europa en esos momentos, pero fundamentalmente porque los junkers
habían comenzado a orientar la explotación agraria sobre bases capitalistas, para lo cual resultaba
más rentable arrendar las tierras y pagar salarios, que ocuparse del sostén de la servidumbre.

En el Imperio austríaco la abolición de la servidumbre llegó de la mano de las reformas del


monarca ilustrado José II, quien nunca gozó de la simpatía de los campesinos, siervos o no, por su
¡Error!Marcador no definido.
política marcadamente anticlerical, lo cual permite advertir que la abolición de la servidumbre no
siempre era aceptada con beneplácito, por los favorecidos con la medida, y muchas veces, sí lo era
con resignación.

Dentro del Imperio austríaco, luego de 1848, si bien muchos campesinos no propietarios
pudieron adquirir la tierra en propiedad, no obstante, la mayor parte de la tierras de Hungría, Moravia
y Bohemia quedaba en manos de la nobleza.

En relación con el Imperio ruso, donde la servidumbre fue abolida en 1860, las tierras
pertenecían a la Corona y la Iglesia, manteniéndose de manera más riguroso el antiguo sistema
feudal. (Cf. V. Vázquez de Prada, I, 295-302 y II, 42-49)

Un enfoque simplista o intencionado ideológicamente, concluye siempre con el


razonamiento siguiente: la abolición del oprobioso sistema servil fue el primer paso hacia el logro de
las libertades individuales o, desde otra perspectiva ideológica, sólo el advenimiento del Socialismo
permitirá superar las contradicciones del capitalismo, así como la tiranía de monarcas, nobles y
sacerdotes que mantienen encadenados a los pueblos (el ejemplo clásico sería Rusia donde muchos
campesinos se encontraban, aun habiéndose abolido la servidumbre, sufriendo todavía las
consecuencias del sistema servil).

Desde este punto de vista el campesino en cualquier condición siempre se encuentra


sometido a una situación injusta, incluso hasta llegar al nivel de la servidumbre, sin poder gozar de
las ventajas de la libertad que le traería el sistema Liberal-Capitalista o el Socialismo. Es decir, sufre
pacientemente, deseando que las condiciones le sean propicias para poder destruir el sistema de
oprobio en que se encuentra.

Tal razonamiento que puede resultar adecuado para adornar un drama, busca escabullir el
análisis objetivo, pues pretende ignorar que el sector social conservador por excelencia de las
instituciones tradicionales es el campesino y que los muchas veces sangrientos enfrentamientos con
la nobleza, parten de la necesidad de mantener las bases tradicionales del orden existente, contra
las innovaciones que muchas veces ésta buscaba introducir. Por otra parte, como ya lo apuntamos
más arriba, ser libre significa para el campesino no vulnerar la seguridad.

La realidad ha demostrado que producida la gran convulsión que terminó con la Monarquía
de los Romanoff significó la destrucción del sistema comunitario que el campesino tanto se ocupó en
preservar.

El orden estrictamente jerarquizado que supone la existencia de un todopoderoso


emperador, es justamente el requerido por el campesinado, y se advierte claramente, a la hora de
las abdicaciones, por ejemplo del zar Nicolás II, que el discurso producido por el monarca responde
fundamentalmente a las expectativas de la sociedad tradicional.

La pobreza, las condiciones adversas, el sufrimiento, la resignación ante lo devastador, ante


la injusticia, podrá ser atribuido a causas divinas o humanas; pero, si se trata de encontrar un
culpable, jamás recaerá la culpa en el monarca, pues la cultura rural que tiene como centro al
Estado y a la Iglesia, jamás aceptaría reconocer acciones malintencionadas en la persona
identificada con la figura paterna.

¿Qué significado tendría para el campesino-tipo al asesinato de un monarca?. Sería


calificado de aberración, porque el mismo se interpretaría en los términos de asesinato del padre.

Alterar el orden monárquico no supone, para los valores de la sociedad tradicional, vulnerar
una expresión meramente externa y aleatoria de la sociedad, sino destruir el cerebro de la sociedad
misma.

* Sobre la Nobleza: ¿De qué manera impacta el Capitalismo sobre las sociedades
europeas?.

La economía capitalista, explica Carlos Marx en el Manifiesto Comunista "ha roto todas las
relaciones feudales, patriarcales e idílicas. Ha destruido sin piedad los abigarrados lazos feudales
que vinculaban al hombre con sus superiores naturales y no ha dejado otro lazo entre hombre y
hombre que el mero interés y el insensible pago al contado. Ha ahogado en las heladas aguas del
cálculo egoísta el paroxismo de la exaltación piadosa, el entusiasmo caballeresco, la dulzura de los
hábitos campesinos [...] Ha despojado de su halo sagrado todas las actividades hasta entonces
reverenciadas y consideradas con piadoso respeto." (M.García Pelayo, Los mitos..., 91).

Habría que precisar que si el Capitalismo operó en ese sentido, el Socialismo exacerbó el
espíritu destructivo; el Socialismo es como la criatura del doctor Frankenstein, por él creada pero
independiente de él.

(HABLAR SOBRE LOS ERRORES DE LA NOBLEZA. ABURGUESAMIENTO)


¡Error!Marcador no definido.

─────────────────────────────────────────────────────────────-
───────

Si bien se insinuó la presencia de grupos de obreros, éstos fueron rápidamente neutralizados


por la burguesía que logra imponer como rey de Francia al duque de Orleans, Luis Felipe, cuyo
objetivo era llevar al trono a esta rama dinástica de los Borbones.

Los pilares de la Monarquía, Nobleza y Clero, forjaron su derrota al asirse al carro del
vencedor, al que buscaron derrotar con sus propias armas, olvidando que carecían de la pericia para
ello. La Nobleza cedió al encanto de los negocios que tantos réditos proporcionaba a la burguesía
triunfante

Ciertos monarcas constitucionales, es decir, con poder de decisión en sus Estados (Austria),
ignorando o soslayando que la Nobleza no escatimaba oportunidades para concretar operaciones
comerciales o financieras y buscando fortalecer aun mas su posición no fueron ajenos a la tentación.
Fruto del endeudamiento del emperador Francisco José fue el título de barones que ostentó la
familia Rothschild.

El enfrentamiento con la Iglesia de Roma, llevó a ésta a tratar de salvarse reconociendo por
igual a todos los regímenes políticos que se levantaban en Europa, incluso a los republicanos a los
que tradicionalmente había combatido.

────────────────────────────────────────────────────────────-
───────────────

INTERRUPCIÓN

─────────────────────────────────────────────────────────────

SEGUNDA PARTE

¿Pero qué es lo que diferencia esta ruptura de valores de otras que se venían dando a lo
largo de la historia?

La escala mundial de la misma es una clave; la globalización de los conflictos; la escala


planetaria. Este sería el marco geográfico, hasta nuestro siglo desconocido.

Escala mundial o planetaria es el sintagma con que nos referimos al mundo occidental,
europeo y, por sus afinidades culturales (específicamente científica,industrial y tecnológica), con
América del Norte. Importa esta precisión porque si bien es dable observar la incidencia de la cultura
occidental en el mundo extraeuropeo (Asia y África) no se percibe una conmoción de valores de su
marco ideológico. Referimos al mundo extraeuropeo, sólo a efectos de efectuar un contraste, sin que
esto suponga el intento de desentrañar la singularidad de las culturas asiáticas y africanas, aunque
no desconocemos que la occidentalización no es ajena a las políticas implementadas, por ejemplo,
en países como Japón, Malasia y Singapur, así como en Egipto, Argelia o Sudáfrica, para citar
algunos ejemplos representativos,donde los modelos occidentales de vida ingresaron, aunque sólo
un estudio de dichas culturas permitirá conocer el alcance de dicha penetración cultural. No es
posible hablar del "mundo islámico", del "mundo africano", como entidades unívocas, porque sería
caer en una actitud cientificista, ya abandonada en los estudios actuales que en occidente se rea-
lizan al comparar la cultura europea con la de los países extraeuropeos. La fórmula "centro-
periferia"para explicar las diferencias existentes entre los países 'desarrollados', y aquellos
'subdesarrollados' de Asia y África (tomados como dos 'mundos' sin matices) resultan tanto
anacrónicos, en tanto empleo de una versión superada del método comparativo, así como falaz en
cuanto a sus resultados.

Distinta resulta la aplicación de la fórmula 'centro-periferia' en Ibero-América, dado que las


culturas nativas quedaron marginadas frente al impacto europeo del siglo XVI, y se transformaron
desde comienzos del siglo XIX, aunque con distinto grado de incidencia, en apéndices culturales
europeos.

Retomando nuestro tema, hablar de escala mundial o planetaria es hacerlo de aldea global.
¡Error!Marcador no definido.
LA ALDEA GLOBAL

¿A qué se llama Aldea global?

La Politología utiliza este sintagma para referirse a la superación de las fronteras que
definían a micro-estructuras como el Estado-Nación y sus relaciones dentro de un espacio
geográfico acotado. La intercomunicación a escala planetaria, la internacionalización de los
conflictos bélicos, las redes económicas, el mercado comunitario de trabajo, el intercambio cultural,
mantiene las fronteras físicas pero las elimina subjetivamente.

────────────────────────────────────────────────────────

"El fin de la guerra fría, simbolizado por la caída del muro de Berlín, provocó en el mundo
entero múltiples manifestaciones de esperanza y hasta de entusiasmo". Pero esa alegría fue de
corta duración, "y lo que ha surgido en el panorama internacionales un generalizado espectáculo de
violencia, de confrontaciones, de extensión de la pobreza y el desorden, que no lleva visos de me-
jorar." (Arturo Uslar Pietri, "Una perspectiva sombría", en Notas, diario La Nación, 4/4/94).

Pitirim Sorokin, profesor de la Universidad de Harvard, participó del simposio que "se llevó a
cabo a comienzos de la Segunda Guerra Mundial para tratar de responder a las causas de la
catástrofe que amenazaba a la humanidad, y que engloba a enfermedades" que se traducen en "la
crisis de valores, propia de nuestro siglo, uno de los más crueles que ha conocido la historia." (Rafael
Squirru, "Idealismo e ilusión", en Notas, diario La Nación, 21/9/93).

"Tesis de Sorokin. Para Sorokin el fenómeno que va produciendo la decadencia de la hu-


manidad se debe de modo primordial a esa crisis de valores, que ha ido paulatinamente sus-
tituyendo los ideales espirituales por una cultura pura y exclusivamente sensorial. Se trata de una
postura que sólo da crédito a lo que se ve, se toca o se huele; esto es, a aquello que fundamen-
talmente percibe y desmenuza a la materia y que concomitantemente niega, a partir de una descon-
fianza radical, las sutilezas que constituyen el dominio de lo ideal y, por lógica consecuencia, de los
ideales. las grandes fuentes de energía se vuelcan de tal modo a la ciencia y sobre todo a la técnica
y descuidan hasta el grado de lo alarmante, o lo que es aún peor, lo desnaturalizan, cuando se trata
del plano de las humanidades.

Importancia de los ideales. Es muy difícil, por no decir imposible, encarar la vida con
nobleza y con heroísmo si se carece por completo de ideales. Todo se torna inmediatez." (Ib.)

"Lo ideal es aquello que nos invita a superarnos como personas; se trata de cumplir con un
deber íntimo de nuestra conciencia que nos empuja como al más humilde de los animales y de las
plantas a seguir avanzando en la evolución de las especies."

"Amor a la gloria. [...] No puede el ser humano permitirse la licencia de abandonar el


sentido de la eternidad sin abandonar el sentido de su propia esencia; hacerlo conduce a la claudica-
ción de lo que es y está destinado a ser [...] Cuando esto llega a ocurrir la pérdida de perspectiva
trascendente transforma a todo lo demás en bagatela, banalidad y desesperación." (Ib.).

«Frente a "la nueva barbarie" que nos amenaza hay que elaborar un "nuevo pensamiento
político". ("Octavio Paz y un nuevo pensamiento político contra la «barbarie técnica»", Exterior, en
diario La Nación, 3/4/94, p. 2)

«Los hombres se enfrentarán en el siglo XXI a "la más grave amenaza de nuestra historia
desde el período paleolítico: la supervivencia de la especie humana. No pienso sólo en las terribles y
tal vez irreparables destrucciones del medio natural por la alianza de la técnica y el espíritu de lucro
del régimen capitalista, sino también en otros peligros: los avances de la biología genética y la
tentativa por 'manufacturar' -esta es la palabra- artefactos inteligentes. Nos amenaza una nueva
barbarie fundada en la técnica." [...] Respecto del liberalismo "aparte de haberse mostrado
impotente, por lo menos hasta ahora, para resolver problemas graves como el desempleo, no
responde a más de la mitad de las cuestiones esenciales de los hombres. El liberalismo nada nos
dice sobre la igualdad y la fraternidad. A mí no me satisface ni nunca me ha parecido un ideal de
vida el mundo que nos ofrecen las democracias liberales capitalistas." [...] Hay que elaborar un
nuevo pensamiento político" [...] El modelo político que nos presentan las sociedades desarrolladas
no es más que una versión degradada del ideal democrático." (Ib.).

────────────────────────────────────────────────────────

SEGUNDA PARTE

1) ¿Proponer como opción política para la Europa del siglo XXI una Monarquía Constitucio-
nal resulta un anacronismo? ¿Sería una actitud propia de nostálgicos de un pasado, enterrado no
sólo porque pasó, sino también por obsoleto? ¿Qué servicio podría prestar al hombre de la era
tecnológica?.

2) De considerar sensata la idea: ¿sería posible su restauración?


¡Error!Marcador no definido.

1) Algo que a primera vista puede resultar producto de la irreflexión es hablar genéricamente
de la restauración monárquica en Europa, cuando no son pocos los países europeos de Occidente
donde la forma de gobierno es esa.

Mi pregunta es la siguiente:Los países occidentales denominados oficialmente Reinos:


¿Pueden llamarse Monarquías sin violentar excesivamente la etimología del término?. ¿Puede
darse tal nombre a una institución donde 'el rey reina pero no gobierna'? ¿No resulta absurda,
surrealista, la imagen? ¿Acaso puede llamarse rey o monarca (aunque esta voz cuidadosamente se
elide pues la vulneración de su etimología sería todavía más grave) a quien no rige?.

Cuando hablamos de restauración monárquica, lo hacemos pensando en la Monarquía


Constitucional teorizada por Hegel y no en la Monarquía Parlamentaria que es aquella que hace del
rey un poder ya no "neutro" como quería Benjamín Constant, sino 'nulo'. Claro está, que tal
restauración deberá transitar por dos caminos: uno, consistente en dar vida a las monarquías
actuales; restaurándola sobre bases constitucionales en aquellos países de Europa Occidental donde
fue derribada, aunque sus raíces eran milenarias, pero donde una larga tradición de intereses
burgueses habían trabajado largamente en ese sentido (Francia),en otros con intereses regionales
divergentes, donde la unidad fue producto de un largo proceso y le faltó tiempo para su asenta-
miento, por otra parte porque fuertes intereses burgueses o la presión del Socialismo revo lucionario
que encontraba en la Corona un obstáculo para la concreción de intereses o de ideales (Grecia,
Alemania e Italia). Otro camino deberá transitarse en Europa oriental, donde en la hora actual se tra-
ta básicamente de su organización jurídica.

Quien esto escribe es conciente de que actúa en contra de lo que muchas veces escribió en
relación al peligro de las seductoras generalizaciones. Si ahora entra de lleno en ellas, al considerar
más apropiada para la Europa del siglo venidero una solución monárquica, es porque percibe que
existe un denominador común, que es el de haberse vulnerado la voluntad popular.

Reconozco que emplear el sintagma voluntad popular me resulta molesto, dado que remite
a la vapuleada expresión de las facciones políticas de nuestro tiempo, que todo lo hacen en nombre
de tal voluntad, cuando quieren en verdad decir voluntad personal o de grupo de poder.

Pero en el contexto de este ensayo, creo resulta particularmente acertado su empleo, por
otra parte inserto en su raíz etimológica, en tanto asociado el sintagma con el lexema legitimi dad, es
decir, aquello que expresa el sentir cultural de un pueblo (tradiciones, costumbres, mitos, hábitos).

Efectuada la precisión correspondiente, se me plantean los siguientes interrogantes:

¿ No resulta vulnerada la voluntad popular, la legitimi dad, al decidir una generación el


cambio de un régimen por otro de naturaleza distinta, aun cuando, en algunos casos, se mantuviera
la forma, es decir su continente?

¿Acaso no se ha vulnerado abiertamente dicha legitimidad cuando el fanatismo o los inte-


reses económicos desplazan a un régimen por otro?, es decir, ¿resulta jurídicamente aceptable
reconocer a perpetuidad aquello que ha sido producto de la decisión de poderes económicos o de la
ofuscación revolucionaria, esto es, que una generación olvidando lo que generaciones anteriores
han respetado y consagrado, decida cambiar sin más el rumbo de la historia de su pueblo?

Legitimar lo actuado a pocos años de producida la mutación institucional, cuando el sosiego


no ha llegado a los espíritus: ¿no supone un acto de soberbia y menosprecio hacia las generaciones
pasadas, al tiempo que un legado condicionante para las futuras?

Una Monarquía constitucional se mantenía todavía en Europa en la década de 1960, la grie-


ga, pero el golpe de estado de los «coroneles» del año 1967, impulsado por los grandes empresarios
navieros, puso fin a su existencia. Si bien el golpe de estado fue formalmente condenado por los
partidos políticos, específicamente el Socialista, éste no había contribuido poco, con sus críticas, al
operativo encabezado con los militares.

¿Por qué el golpe de estado?. Lo cierto es que la reina Federica, madre del rey Constantino
y verdadero sostén moral de la Monarquía, aconsejó siempre al monarca a no ceder la dignidad de
la Corona ante la presión de grupos de interés. Aislada internacionalmente, sin el respaldo de la
fuerza militar que, a cambio de su obediencia, requería del monarca la sumisión política,
convirtiéndolo en figura decorativa y cómplice, la suerte de la Monarquía quedó echada.

La prensa internacional no demoró en banalizar los hechos, y en su momento legitimó a la


República que accedió en 1973, sobre las ruinas de la Monarquía.

Los mass media no encontraron inconvenientes en distribuir el discurso más adecuado a las
circunstancias.

Esa información tan cuidadosamente seleccionada por las empresas que las alimentan, sólo
virtualmente se ocuparon del tema, el cual con el concebido estereotipo léxico, exaltó el triunfo de la
democracia en Grecia y con otra forma no menos estereotipada, pero convincente, condenó el golpe
de Estado. El régimen republicano, en fin, había surgido a expensas del golpe de Estado, pero eso
¡Error!Marcador no definido.
no mereció el análisis de los medios de comunicación.

Sugestivamente los medios de comunicación, la televisión preferentemente, y la prensa


denominada responsable, siempre coherentes con su actitud pseudoinformadora, insertaban alguna
noticia que recalaba en la vida privada objetable del ex-monarca o de su madre.

La instrumentación política de los medios de comunicación

El advenimiento de los medios audio-visuales constituyó uno de los instrumentos más direc-
tos en la manipulación de la opinión pública. La Psicología y la Sociología cumplieron un papel
decisivo en la planificación de las noticias que debían difundirse, de forma tal que el receptor
internalizara un mensaje que cumplía la doble función de emitir un juicio determinado con carácter
axiomático y, al mismo tiempo, convencer de que el mismo era producto de la aguda inteligencia del
receptor, al tiempo que éste no dudaba de que estar informado era sinónimo de formación inte-
ligente.

Considero que la Monarquía Constitucional resultaría una manera apta de encauzar la or-
ganización del Estado teniendo a la vista el segundo milenio y habida cuenta de los mensajes poco
optimistas que pensadores relevantes de la actualidad hacen sobre el futuro del hombre;
advertencias por otra parte ya sugeridas por el irónico José Ortega y Gasset en ese mensaje
desgarrado y sarcástico que tituló La rebelión de las masas.

Por su misma naturaleza, por estar asentada en una dinastía venerada por los siglos, nadie dudaría
del juicio de la persona moral que la encarna y de los hombres de mérito que deberían asesorar al
monarca en la tarea pedagógica y didáctica que debería encarar.

─────────────────────────────────────────────────────────────

Para todo ello se requiere antes de su advenimiento un cambio sustancial en el papel


desempeñado por los mass media sobre todo teniendo en cuenta el carácter cada vez más sofisti-
cado y acentuadamente vacuo de la televisión y, el no menos parcial de periódicos prestigiosos;
mass media que acentuaron su campaña hipnótica y alienante, al advertir la indefensión de un
hombre angustiado por una realidad ante la cual no encuentra armas conque enfrentarla, pues se
crió alimentándose de soluciones materiales, que lo convirtieron en simple individuo desconfiado y
receloso, desvinculado del 'otro' de quien desconfió en su carrera desenfrenada por la acumulación
de bienes.

(INCORPORAR EN EL PUNTO 2))

────────────────────────────────────────────────────────────

¿Podría esta opinión ser temerosamente compartida por los oligopolios gobernantes, esto
es, por las oligarquías empresariales?

¿No constituye un potencial peligro, en tanto opción, en la instancia crucial del mundo
europeo, habida cuenta de la desintegración de la U.R.S.S. y de otros países del reciente orbe
comunista, así como del desprestigio creciente del mundo de los profesionales de la política que en
su cruel enfrentamiento ni siquiera recuerdan cubrir sus innumerables flancos débiles, aún la exis-
tencia silenciosa de esas Monarquías parlamentarias donde los reyes 'reinan pero no gobiernan'?

¿Cómo explicar que en Gran Bretaña los mass media hayan iniciado una agresiva y pertinaz
campaña de desprestigio de la Casa Real, basándose en deslices de la vida privada de algunos de
sus integrantes; si no es con la clara intencionalidad, por medio del escarnio de figuras populares
(legítimas) de destruir lo único que permanece estable?. Resulta particularmente sugestivo el
momento elegido, que contrasta, por ejemplo

con el empleado por los mass media, especialmente los gráficos, en ocasión de un episodio de
características similares del año 1966, donde el tema fue abordado cuidando las formas, sin por ello
soslayar una noticia interesante para las empresas editoriales.

Veamos un fragmento de cómo se presentaba la noticia en el año 1966: "La revelación de


que el príncipe Carlos, heredero del trono de Inglaterra, mantenía secreta comunicación epistolar
con una joven modelo inglesa [...] ha herido profundamente a la reina Isabel II [...] ¿No surgiría el
peligro de que el joven príncipe tome el camino equivocado? [...] Isabel II conoció el cambio de
correspondencia[...] cuando en una mañana de mayo pasado, el mayordomo le alcanzó un ejemplar
del diario «Daily Express» [...], abierto en la página de las crónicas mundanas, [en el cual] la madre
leyó enseguida un breve artículo que consignaba" el episodio del "joven triste".(Clarín, 4/9/66).

El contraste entre este editorial, con un tema similar, y los publicados entre 1993 y 1994
resultan notorios. Lo subrayado por mí deja en evidencia la actitud respetuosa hacia la figura real,
así como permite advertir que la noticia sólo fue objeto de un «breve artículo» que el Daily Express
¡Error!Marcador no definido.
insertó en sus «crónicas mundanas». De manera alguna se trasladó a las primeras páginas de los
diarios revistiendo el carácter político que planteó el tema: ¿Será viable la Monarquía en el futuro de
Gran Bretaña?. Podrá objetarse, en favor del relieve que adquirió la noticia en nuestros días,
alegando que la situación era distinta, pues el estado civil del Príncipe había cambiado, ya que en
aquellos años era soltero y ahora casado,por otra parte no sólo heredero de la Corona, sino también
Jefe de la Iglesia Anglicana y que con su actitud comprometía su doble carácter de heredero y de
conductor de la Iglesia de su país. No obstante, los medios de comunicación británicos no ignoraban,
primero que estaban avanzando demasiado lejos, no sólo por realizar afirmaciones generalizadas y
desvirtuadas ante el análisis puntual del tema, por otra parte, que no se trataba del titular del Trono,
sino del heredero de la Corona.

Por otra parte, las leyes del Reino tanto civiles como religiosas contemplan el surgimiento de
eventualidades como las mencionadas, es decir, que el problema de la ruptura matrimonial no
escapa a las previsiones sucesorias.

En realidad, en la noticia publicada hace casi treinta años estuvo ausente la saña que
caracterizó a la publicada en nuestros días, que lleva ya dos años, sólo atribuible a una planificada y
elaborada política destinada a dar en el corazón del símbolo de la Nación británica,y que bien podría
calificarse como un verdadero intento de destrucción de las bases mismas del Estado, buscando
además llamar la atención sobre un hecho, al que se presentó como síntesis de una institución, al
tiempo que desviaban la atención de los gravísimos daños que las facciones políticas europeas
continentales infligían a sus respectivos países, y que envolvían en escándalos financieros a figuras
prominentes de Gran Bretaña, Italia, España, Francia, sin olvidar, las sangrientas guerras de
nacionalidades que sacudían y sacuden a la ex-Yugoslavia incentivadas por las facciones de turno,
que privilegian las apetencias de poder sobre cualquier otra consideración, al tiempo que la antigua
U.R.S.S. ofrecía un panorama de creciente intranquilidad derivada de similares motivos.

En relación con la exagerada dimensión que adquirió el divorcio del príncipe Carlos, no sería
difícil recordar, por el enfoque diferente que recibió el tema, el grave problema que afectó al Reino
de Holanda, cuando el príncipe consorte Bernardo de Lippe-Biesterfeld (1976) reconoció haber
participado de oscuros negociados de la empresa de aviación Lockhead.(F.Jaudel y L. Boulay de la
Meurthe, Los reyes..., 274-278).

No obstante, el hecho no ocupó tanto espacio en los mass medios, quedando circunscripto
dentro de la esfera de los problemas de Estado.

¿Por qué se embistió contra la desprotegida Casa Real a través del ataque de sus figuras
más relevantes, a saber, la del sucesor de la Corona? ¿Por qué específicamente comenzó el ataque
contra Gran Bretaña y se intentó extender igual campaña contra el rey de España, el cual, mejor
protegido, logró sortear los ataques de los medios de comunicación?

¿Desconocían los apoderados de los distintos medios de comunicación el daño que


causaban a la sociedad británica, al sobredimensionar hechos banales?

¿Será que tal tipo de campaña difamatoria resulta excesivamente redituable


económicamente?. No me parece.

Creo que la elección de la víctima (Gran Bretaña y un intento frustrado sobre España) se
encuentra en estrecha relación con la importancia de primera como potencia mundial y por el
protagonismo ético del rey de España, todo ello en el marco de un inestable mapa político, cargado
de corrupción y venalidad, que tanto afecta a los Estados de Europa Occidental como a aquellos
apenas constituidos de Europa Oriental.

Importaría tal vez recordar que, como dijera José Ortega y Gasset, Gran Bretaña parece
siempre adelantarse una generación a los sucesos mundiales. "Este es el pueblo que siempre ha
llegado antes al porvenir, que se ha anticipado a todos en casi todos los órdenes."(La rebelión...,33)
Parecía allí gestarse el futuro del mundo occidental: ¿Podemos olvidar acaso el significado de la
"Gloriosa Revolución" de 1688 que elevó al poder político por primera vez en el mundo a la
burguesía?. ¿No se inició en Gran Bretaña la "Revolución Industrial"?.

Dicho de otro modo: ¿No podrá, esta presencia milenaria, resultar un modelo en el cual los
pueblos detengan su mirada? ¿Qué sucedería si la mirada fuera muy intensa? Si así resultara: ¿se
conformarían a la hora de elegir con un rey que reine pero no gobierne? Es decir, y siguiendo con los
ejemplos citados, si saliera a la luz que el príncipe heredero de Gran Bretaña o de España son
educados para gobernar, para estadistas y, por tanto, pensada su formación al servicio de la Nación.
Si por ejemplo, a través de una atenta mirada se advirtiera que el futuro rey debe revistar en las tres
fuerzas armadas, que por lo mismo y no por azar es jefe natural de las mismas; que debe cursar
carreras universitarias que lo formen en distintas disciplinas para así conocer adecuadamente la
tarea de gobierno; que dicha formación comienza muy tempranamente, es decir, que ser rey es el
privilegio que en el albor de los tiempos los pueblos encargaron al mejor de los suyos para que los
sirviera cumpliendo dignamente su oficio, y que las leyes del Reino excluyen de la sucesión a todo
aquel pretendiente que no sea digno del Trono.

En fin, si la mirada atenta de los ciudadanos de un Estado reflejara esta realidad enunciada
sintéticamente, podría seguir tolerando a arribistas de la política, comandantes de las Fuerzas
¡Error!Marcador no definido.
Armadas por azar, a lo sumo formados en una profesión pero desconocedores de la tarea compleja
de un estadista; a partidos políticos, convertidos en verdaderas facciones, inmunes a toda
responsabilidad y sin una autoridad superior que controle efectivamente su accionar.

Acaso no se llegaría a la paradójica conclusión de quien va a reinar y no gobernar es quien


se encuentra verdaderamente preparado para hacerlo, y quienes gobiernan efectivamente carecen
de los conocimientos básicos de la tarea de gobierno.

La descalificación, volviendo al ejemplo inicial, no parecería casual, pues lo aquí expuesto


resulta demasiado gráfico, ya que como indiqué sólo requiere de una mirada atenta; claro está es
necesario que las democracias permitan, 'den espacio' a la mirada atenta, que no es un simple ver.
Los mass media resultan la mejor escuela del 'ver', aunque podrían transformarse en una ventana
para 'mirar atentamente'.

Reproducimos, a continuación un fragmento donde el filósofo español citado describe, con


su estilo brillante e incisivo el significado de la Monarquía británica, que considera sobresaliente, aun
desactivada de poder efectivo: "Delante de mí está un periódico donde acabo de leer el relato de las
fiestas con que ha celebrado Inglaterra la coronación del nuevo rey. Se dice que desde hace mucho
tiempo la Monarquía inglesa es una institución meramente simbólica [...] Mas no por esto es una
institución vacía, vacante de servicio. La Monarquía en Inglaterra ejerce una función
determinadísima y de alta eficacia: la de simbolizar. Por eso, el pueblo inglés, con deliberado
propósito, ha dado ahora inusitada solemnidad al rito de la coronación. Frente a la turbulencia actual
del continente ha querido afir mar las normas permanentes que regulan su vida. Nos ha dado una
lección más. Como siempre -ya que siempre pareció Europa un tropel de pueblos- los continentales,
llenos de genio, pero exentos de serenidad, nunca maduros, siempre pueriles, y al fondo, detrás de
ellos, Inglaterra... como la nurse de Europa [...] Este pueblo nos obliga [...] a presenciar un vetusto
ceremonial y a ver cómo actúan -porque no han dejado nunca de ser actuales- los más viejos y
mágicos trebejos de su historia, la corona y el cetro [...] El inglés tiene empeño en hacernos
constar que su pasado, precisamente porque ha pasado, porque le ha pasado a él, sigue
existiendo para él. Desde un futuro al cual no hemos llegado nos muestra la vigencia lozana de su
pretérito. Este pueblo circula por todo su tiempo, es verdaderamente señor de sus siglos, que
conserva en activa posesión. Y esto es ser un pueblo de hombres: poder hoy seguir en su ayer sin
dejar por eso de vivir para el futuro, poder existir en el verdadero presente, ya que el presente es
sólo la presencia del pasado y del porvenir, el lugar donde pretérito y futuro efectivamen te existen.
Con las fiestas simbólicas de la coronación, Inglaterra ha opuesto, una vez más, al método
revolucionario el método de la continuidad, el único que puede evitar en la marcha de las cosas
humanas ese aspecto patológico que hace de la historia una lucha ilustre y perenne entre los
paralíticos y los epilépticos." (Op. cit., 33-s.).

El mismo carácter revitalizador tuvo en 1953 la solemne coronación de Isabel II, cuando por
primera vez y después de innumerables discusiones, se aceptó la opinión de la reina de que la
ceremonia debía alcanzar a todo el Commonwealth, y para ello era necesario permitir que la
ceremonia sagrada fuera captada por la televisión. (ver D. HELD, modelos de democracia, P.267)

DEMOCRACIA

Desde mediados del siglo pasado se advierte el empleo de la voz democracia para referir al
modelo ideal de gobierno, es decir, aquel respetuoso de las garantías individuales, resumen de los
principios liberales y de los logros extraídos del Socialismo. Es decir, se ha echado mano de una voz
que a lo largo de la historia fue considerada la suma de las perversiones políticas, que el jaco-
binismo revolucionario francés ennobleció, retomando su carácter primero luego de la Revolución
francesa y, como decimos, reivindicada por el Romanticismo hasta llegar en nuestros días a
convertirse en paradigma de gobierno.

Por supuesto, que el empleo de una voz confusa en su semántica, en tanto alejada de su
raíz etimológica, determinó que se aplicara para designar lo contrario de lo que ponderaba. En este
sentido baste como ejemplo el caso alemán: según la teoría política moderna merecía calificarse
como modelo democrático una de las repúblicas alemanas y como totalitaria, la otra. Sin embargo
mientras que la primera recibió el nombre de República Federal Alemana, la totalitaria, se denominó
República Democrática.

Por otra parte, este paradigma político, y que sintetiza un modelo cultural forjado en Oc-
cidente, se aplica igualmente, por ejemplo, a aquellos Estados de Oriente que adoptan prácticas
políticas occidentales, aun cuando su cultura difiere totalmente de la occidental.

Ocurre también, siguiendo una práctica generalizada en el siglo XVIII, que se convierte en
sustituto léxico de República tomando como ejemplo el referente norteamericano, pontificado como
modelo de democracia occidental. Aquí también se advertirán las contradicciones; baste como
ejemplo la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Por supuesto, y ahondando en las contradicciones, también las Monarquías occidentales


serán democráticas, lo cual constituye un verdadero galimatías, pues, por su naturaleza la
Monarquía no puede ser democrática.
¡Error!Marcador no definido.

En fin, un estereotipo léxico, que a manera de fórmula mágica, sirve para conjurar cualquier
sombra de dudas sobre el carácter 'civilizado' del mundo occidental; democracia se ha hecho
sinónimo de civilización occidental; resume todos sus valores. Por ejemplo la guerra encabezada por
Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia contra Irak, decidida con respaldo de la 0.N.U. en tiempo
récord, fue la respuesta de las Democracias Occidentales y de los valores que representa contra la
tiranía del régimen de Irak, mejor dicho, de la República de Irak. En el mismo sentido y, en defensa
de los mismos valores democráticos, se demoró sine die la intervención de las Naciones Unidas
ante el genocidio yugoslavo. No olvidemos que los aliados vencedores en la Primera y Segunda
Guerra Mundial, la Primera producto de las rencillas por los mercados extraeuropeos y la Segunda
vigorosamente impulsada por los acuerdos de Versalles, también se hicieron en nombre de la
Democracia. Otro tanto ocurrió con la guerra de Vietnam. Tal vez ilustren claramente el espíritu
democrático occidental, los clásicos de 'ciencia ficción', 1984 de Orwell y El mundo feliz de Huxley.

No faltaron las insinuaciones, incluso por parte de ciertos teólogos y obispos católicos, a la
luz de lo resuelto por el Concilio Ecuménico del Vaticano convocado por Juan XXIII, en el sentido de
que las "altas jerarquías deben ser elegidas virtualmente por los miembros de la Iglesia", olvidando
que esta es una Monarquía Absoluta electiva. En este sentido "el papa Paulo VI deploró como una
«desviación» la idea de que la autoridad para gobernar la Iglesia deba provenir del pueblo",
criticando a «aquellos a quienes les gustaría que la autoridad eclesiástica, como ocurre hoy en
muchas sociedades, surja de la base."("Paulo VI: la Autoridad de la Iglesia es de Carácter Divi no",
Castelgandolfo, Italia, 25 (AP), Clarín, 26/8/1971). Importa recordar que el planteo de los teólogos y
obispos llamados "liberales" se hacía en el marco del debate sobre el "Proyecto de Ley Fundamental
o Constitución para la Iglesia", considerado "el último esfuerzo por los cardenales y obispos de la
Vieja Guardia y del papa Paulo VI, de restaurar a la Iglesia la unidad y estabilidad que conoció antes
del Segundo Concilio". Esta Constitución "que ha estado en preparación secreta desde 1966, recalca
la autoridad del Papa como único gobernante de la Iglesia." ("Hay divergencias sobre el proyecto de
Ley Fundamental de la Iglesia", Ciudad del Vaticano, 29 (AP), Clarín, 29/7/1971).

Actitud similar a estos teólogos y obispos fue adoptada por algunos reyes actuales que,
llevados por el espíritu del siglo y como resguardo contra cualquier crítica hacia la Monarquía que
encarnan, califican a ésta de democrática.

En este sentido Verónica Mclean, quien realizó entrevistas a distintas familias reales
reinantes hoy en el mundo, refiere que casi todos los reyes de Occidente, a excepción del rey Juan
Carlos I de España "se han visto condicionados por la moda de la época de disminuir la lejanía y la
dignidad esenciales de la monarquía, de «democratizarla», lo que es una contradicción en los
términos, además de ser fútil." (Coronas Reales, 91).

En el mismo epígrafe que la autora selecciona para encabezar el capítulo dedicado a Es-
paña, leemos una cita de Lytton Strachey que dice: "En una democracia, el gobierno debe ocuparse
de las necesidades del pueblo, pero vigilado y supervisado por el monarca. Su visión es siempre la
equilibrada, porque nada tiene que ganar." (ib., 77).

Esta cita nos da pie para referirnos a la Democracia y también a la Monarquía Parla-
mentaria.

Democracia, lexema extremadamente cómodo, amplio, maravillosamente maleable, pues


sirve para designar todos los valores de Occidente, que es como decir ninguno.

Si nos remontamos a la oratoria ético-política del neoclasicismo dieciochesco, como a su


resurrección ennoblecida durante la generación romántica, la voz democracia aparece acotada al
ámbito del Derecho público. Tanto en las referencias didácticas como combativas de la República
romana o de sus símiles atenienses o espartanos, se perseguía recordar las virtudes cívicas que
debían adornar siempre a los magistrados. Es decir la misma cultura monárquica, echaba mano de
estos vibrantes ejemplos para recordar a los nombres sus deberes. A partir de la década de 1830,
democracia aparece como naturaleza de gobierno y plasma el sintagma democracia representati-
va, por tanto, compatible con cualquier forma de gobierno. Es cierto que hablar de Democracia
monárquica constituía no sólo un exceso sino una contradicción,pero resultaba justificable en tanto
se esgrimía como un símbolo: el de la igualdad de las naciones para conformar su propio Estado;
reivindicación de derechos de quienes perseguían escindirse de los Imperios centrales. Es decir, las
banderas revolucionarias de los derechos del hombre se habían trasmutado en defensa de los
derechos de los pueblos oprimidos, y era coherente, porque constituían una realidad potencial, que
se enarbolaran los principios básicos del liberalismo civil y político sobre los que se levantarían las
constituciones liberales. Estos principios para las culturas que buscaban conformar su Estado-Nación
no eran en tal contexto una abstracción, sino un objetivo irrenunciable que se sabía se lograría
alcanzar.

Pero, en nuestro siglo, el empleo de la voz democracia resulta aberrante en varios sentidos.
Primero, porque no se limita a la esfera del Derecho público. En segundo lugar, porque el Derecho
público actual, basado en el enfoque tecnocrático y excluyentemente economicista de la realidad, se
opone a los principios centrales de la teoría democrático-liberal. Por otra parte, porque se ha
identificado hombre con demócrata. Aquí, entonces nos encontramos frente al verdadero morbo de
una sociedad.
¡Error!Marcador no definido.
Y es un verdadero morbo, porque se convierte en sinónimo de mediocri dad; pensar que las
creaciones espirituales, el pensamiento, las reflexiones, para merecer el carácter de expresiones
reconocidas tienen que surgir de un espíritu democrático es condenarlas a la esterilidad, porque
supone la uniformidad. En lo político supone, en las Democracias Occidentales, la resignación al
abuso de la partidocracia, que impondrá el espíritu de facción invocando los altos ideales de la
Democracia. Las masas semieducadas de nuestro siglo, en tanto tales, aceptarán lo expuesto por los
'especialistas', también espíritus masificados, llámense profesores, periodistas y políticos sin talento.
Como en su momento afirmara Ortega y Gasset, "lo que hoy llamamos «opinión pública» y
«democracia» no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas", es decir,
de los hombres inferiores.

En otras palabras, el empleo de la voz "masa", sigue básicamente aquí la propuesta orte-
guiana, que no es otra que aquella que se define por el espíritu de mediocridad, de pasividad, de
ausencia de compromiso, cualquiera sea la clase social a la que se pertenezca. Creemos, no
obstante, poder advertir dentro de esta voz alguna distinción. Por un lado, aquella masa robotizada,
anómica y amnésica, que transcurre su vida sin saberlo, alienada, integrada por individuos que no
personas, sin identidad alguna. Se trata de esos regimientos de hombres grises que transitan por los
laberintos de las megalópolis, ausentes, alienados, encaminados hacia un destino tan gris como su
propia figura, a una nada eterna, donde el hoy se confunde con el ayer, y el mañana es algo que se
vislumbra como barrera sin matices pues, como cuerpos inertes, agobiados por el clima letal que los
envuelve, se verían sacudidos ante cualquier novedad, por otra parte, novedad que siempre los
sorprendió para enfrentarlas a nuevas frustraciones, pues no es otra que la del cambio en el mundo
de la nada. Inseguridad laboral, afectiva, sensación de impotencia, rutina sin sentido.

Se trata del hombre entre 'dos nadas', como apuntaba Sartre, sin dimensión trascendente,
sumido en lo incomprensible. En cuanto a la vida política, la vida democrática, le basta con repetir a
manera de hechizo que vive en un mundo democrático; sonido que en el hombre-masa silencioso,
pues ya los mass medios a través de publicidad y de monótonos discursos políticos, y sobre todo la
educación formal (trasmisor del conformismo sistematizado), se han encargado de bombardear coti-
dianamente de manera de horadar, para encontrar cómoda cabida, cualquier resistencia consciente.
En muchos países europeos se ha relevado a sus ciudadanos de ese compromiso, luego de
comprobar el logro del objetivo propuesto: 'la indiferencia'. El número de ciudadanos, palabra que
empleo en sentido lato, que acude a las elecciones generales disminuyó considerablemente en
nuestros días. Para que insistir en desplazamientos inútiles: ¿Acaso no está asegurada la «democra-
cia»?

Además nos encontramos con la masa intelectual, amplio proletariado del intelecto, instru-
mentos de la red empresario-gubernamental (fundamentalmente periodistas, empleados jerarqui-
zados de empresas y también docentes), que se autoconvencen, y por tanto enorgullecen, por
considerarse unos peldaños más cerca del 'saber' y del 'poder', pues así lo han pontificado los mass
medios y así lo han aprendido en los niveles primario y medio del sistema educativo. Allí han
aprendido los principios de la competencia, es decir, del individualismo, del homo homine lupus
(en suma, los principios del hombre democrático de nuestro siglo). O, acaso cabe dudar del mensaje
aséptico de estas expresiones genuinas y a la vez verdaderos agentes democratizadores.

Pero, importa que quede la ilusión de decidir. Y eso es algo que no olvidarán subrayar las
oligarquías económicas a través de los mass medios de que son dueñas y de sus agentes los
políticos de las distintas fracciones políticas. Nadie deberá dudar de su poder de decisión, incluso se
deberá reforzar el mensaje hipnótico de manera que a las masas no les quede duda que en toda de-
mocracia el poder está en el pueblo (sic).

En este sentido los sofistas de la Era cibernética competirán en habilidades histriónicas;


ingentes recursos se invertirán en campañas publicitarias muchos meses antes del gran show
electoral, y cada candidato, generalmente dos o tres que son los más promocionados y han captado
y, por tanto, podido aparecer en el ruedo político, buscará seducir con aquellos recursos que los pla-
nificadores de la campaña electoral y los asesores de imagen, le aconsejarán como más adecuados.

Cualquiera que triunfe, dirá el slogan, resultará un triunfo para la 'democracia', para el estilo
de vida occidental. Es decir, el triunfo para el concepto plebeyo de la vida, resuelto en el voto; de la
'igualdad' como mediocridad, de las 'mayorías', seguirá repitiendo el slogan. Hombre-masa de
nuestros días, hipertrofia de la turba romana que pedía sangre en el circo a cambio de un concreto
pan; de la enfurecida turba arrastrada por los demagogos en la Revolución Francesa, arrebatada por
las promesas de la igualdad; de aquella igualdad niveladora hacia abajo que oculta mejor la red de
poderes invisibles que se ocultan detrás del candidato triunfante.

Inmerso el mundo europeo occidental en un sistema político perverso por su misma na-
turaleza, enloda aún al candidato electoral que pueda suponerse más honorable, pues la fuente en la
que él se sumerge emana agua turbia, contaminada y contaminante per se.

Hablando somos; por tanto, Democracia como expresión política de un pueblo, es decir,
como expresión vital (cultural), no es otra cosa que el triunfo de la mediocridad, de la insensatez, del
desprecio del hombre como persona humana, de la inversión de los principios rectores y de los fines
de todo Estado que es perseguir el «bien común» y no un ficticio «interés o bienestar general», que
intereses puramente inmanentistas, ajenos a su dimensión trascendente. Decodificar la voz
democracia, supone encontrarse frente a un significado aberrante, pues agravia al hombre en su
¡Error!Marcador no definido.
esencialidad y lo somete a mero existencialismo; es expresión del instinto tanático, que como algo
latente emerge y arrebata el tuétano a la vida, la extingue lentamente con dosis letales de frustra-
ción, de inseguridad, de falsos paraísos.

Democracia en el mundo europeo que me ocupa, es, en términos estrictamente políticos,


kakistocracia (Gobierno de los peores).

Como indiqué arriba, Hablando, somos. La voz Democracia no abandona el envilecimiento


de que desde los orígenes de la filosofía occidental viene im pregnada, por tanto, cualquier intento de
dotar de otras bases al sistema político contemporáneo debe suponer la expurgación del engañoso
vocablo. La expresión BIEN COMÚN es lo suficientemente gráfica y aceptada por el vocabulario
político, como para operar en su reemplazo. Comprendo que dentro del esquema actual ya
descripto, sea imprescindible continuar con el empleo de la voz democracia; incluso sería
imprudente cambiarlo, porque confundiría: asociada con lo aberrante, conviene mantener la
sinonimia para su mejor identificación.

Así como es necesario que la memoria humana registre los genocidios para evitar su rei -
teración, en el holocausto político de nuestro tiempo esta voz debe conservarse para que quede
identificada con él, como su mejor sustituto léxico. Importa siempre recordar que los vocablos no son
entidades secundarias y formales, meros barroquismos lingüísticos; el lenguaje tiene fuerza y
pronunciar una voz es dotar de acción al objeto mencionado; de allí el interés de las oligarquías
gubernamentales de nuestro tiempo de identificar Democracia con las aspiraciones supremas del
hombre.

El lenguaje nos define, y tal definición no siempre se muestra abiertamente en el 'discurso',


sino que es necesario buscarla en los repliegues del mismo, en sus contenidos silenciosos.
Requiere, si tenemos intención de aprehender el discurso en su más amplia y compleja dimensión,
cortar el texto, penetrar en su tejido interno.

Acostumbrados al lenguaje conciso, generalizador y reduccionista a que nos tiene habi-


tuados el lenguaje publicitario, resulta lógico que haya frases que repetimos automáticamente con un
significado inconsciente.

Así por ejemplo, si oímos o leemos una frase estereotipada e incisiva (clave del lenguaje
publicitario) "defender las instituciones republicanas y los valores democrá ticos", nos enfrentamos a
un mensaje para el cual ya tenemos un modelo de significado, por tanto,sólo obtendremos una
visión impresionista del discurso que no se apartará de la sinonimia automática que podría traducir la
mencionada frase como 'grandeza de espíritu'; pero si penetramos en la urdimbre del mismo, lo cual
supone insertarlo en una realidad vital y reflexiva, observaremos que su traducción se convierte en
su antónimo, es decir, en símil de 'suprema perversión del espíritu'. Y ello es así porque procedimos
a su decodificación, y esta nos enfrenta con nuestras vivencias, sin dejar lugar al efecto reflejo que
supone la frase estereotipada. Como Proteo, República y Democracia nos ofrece un rostro ambiguo,
contradictorio.

────────────────────────────────────────────────────────────-
─────────

Sobre la MONARQUÍA PARLAMENTARIA (RETOMAR LA CITA DE STRACHEY)

Lytton Strachey que dice: "En una democracia, el gobierno debe ocuparse de las necesidades del
pueblo, pero vigilado y supervisado por el monarca. Su visión es siempre la equilibrada, porque nada
tiene que ganar." (ib., 77).

(29/8/94)

2) DE CONSIDERAR SENSATA LA IDEA: ¿SERIA POSIBLE (CONVENIENTE) SU RESTAURA-


CIÓN?

Sí, teniendo en cuenta que la República representativa no se identifica afectivamente con el


hombre, que carece de tradición y no arraiga en la conciencia colectiva. Representa el no-ser;
conduce por sus propias contradicciones a una actitud esquizofrénica, pues difunde teorías que
contradichas en la práctica determinan una actitud escéptica, amoral ante la vida.

Sí, por los altos índices de corrupción que afectan a todo el sistema, por otra parte cla -
ramente identificado con el poder económico. (empresas).

La falta de formación como estadistas de buena parte de los responsables de las admi-
nistraciones de las potencias europeas;

La falta de credibilidad de los políticos, donde los partidos funcionan como verdaderos
reductos facciosos, ajenos al Bien Común. Al depender de una instancia superior (presidente) poco
creíble en tanto nacido del seno mismo de los partidos, contribuye a aumentar el escepticismo de la
población hacia el Estado. En buena medida porque los partidos políticos que suponen el acceso al
ejercicio del poder político por medio de la elección resultan entidades intrínsecamente perversas,
pues la actitud ante las diversas magistraturas del Estado, desatan una feroz competencia entre los
¡Error!Marcador no definido.
aspirantes, que no prescinden de método alguna para imponer sus criterios, desatándose actitudes
demagógicas de distinta factura.

Por otra parte la civilización europea es enteramente monárquica, culturalmente mo-


nárquica, pues existen factores atávicos que cristalizan en el imaginario colectivo, constituyendo
verdaderos 'residuos' que operan como barreras frente a las actitudes positivistas de cepa burguesa
o socialista. Envuelto en el smog del industrialismo se oculta un mundo palpitante de tradiciones, es
decir, de valores que se "traen", que se conservan, no por viejos sino porque conservan su vitalidad,
nutriente de las naciones, entendido el término nación en su dimensión cultural. Es de advertir, que a
la hora del derrumbe del orbe socialista, resurgen expresiones aparentemente enterradas, pero
efectivamente latentes.

Resulta evidente que la cultura contemporánea, la de la era industrial y post-industrial


(capitalista y socialista) y su expresión política el republicanismo, reniega explícita o implícitamente
de la dimensión trascendente del hombre, lo cual determina su contradicción. Esta actitud am-
pliamente extendida,en tanto no termina de arraigar en la mentalidad social por la misma naturaleza
religiosa del hombre, conduce a éste hacia la alienación, porque se encuentra encerrado entre
sentimientos ancestrales que pujan por salir y por una cultura republicana que desata toda una
batería de recursos que, ya en forma directa o subliminal, pondera las soluciones racionalistas, en-
tendido el racionalismo, como solución crudamente material, y no en el sentido clásico, como la
integración de lo intelectivo y de lo afectivo.

La cultura republicana es cultura de alienación, por las estrechas miras del Capitalismo
triunfante así como del Socialismo, que propone la violencia como manera de resolver las
contradicciones de éste, hablando en terminología marxista.

Cultura de la máquina, de las finanzas, de la competencia, alejada del sentimiento, la cultura


republicana expresa la crisis de una época, es el nombre mismo de la crisis contemporánea. En
otras palabras, la crisis del orden monárquico tiene un nombre: el republicanismo.

El republicanismo, modalidad de vida que se afirma a partir de mediados del siglo pasado,
se define por su relativismo; no propende al altruismo sino al egoísmo individualista, privilegia el
inmanentismo frente a la actitud trascendental, el racionalismo materialista y sin vida frente al
vitalismo. Se expresa en la "náusea", en la "moral de esclavos" de Nietzsche; es decir, potencia el
espíritu mediocre, lo peralta, supone al cobarde, al miedoso, al mezquino, el que piensa en la
estrecha utilidad; su lema es patético y grotesco a la vez, pues la "moral de esclavos" plasma al
"desconfiado de mirada servil, el que se rebaja a sí mismo, la especie canina de hombre que se deja
maltratar." (F. Nietzsche, Más allá..., 223).

Las "minorías" ceden ahogadas ante las "masas", empleando la terminología orteguiana. La
actitud creativa es bloqueada por la actitud mediocre, la actitud aristocrática sumerge ante la actitud
democrática, es decir, opresiva, despótica, morbosa, engañosa, que eleva los instintos más
primarios del hombre a verdadera categoría de entidad superior

Sin embargo, la naturaleza misma del hombre, podríamos decir, que su misma contextura
biológica, lo preserva. los misterios insondables del cerebro que niega al hombre de ciencia a
desvelar sus íntimos secretos, atesora lo pasado;Así la memoria, alojada en el cerebro pero cuyo
funcionamiento resiste a develar sus íntimos secretos, misteriosamente retiene lo que sirve y se
resiste a aceptar lo vano. Se instala entonces la confusión que sacude al hombre contemporáneo,
alma escindida, desgarrada entre un pasado oculto cuyos mensajes no alcanza a descifrar y una
realidad que, por la esencia de su 'discurso', lo atrapa con su canto de sirena. Pero como sostiene
Nietzsche "es posible que hoy en el pueblo[...] sobre todo en los campesinos, continúe habiendo más
relativa aristocracia del gusto y más tacto del respeto que entre el semimundo del espíritu, que lee
los periódicos, entre los cultos." (Ib., 232-s.).

La "circunstancia", el "mundo" del hombre rural alejado de la cultura republicana,o lo que es


lo mismo de la cultura urbana, lo protege, lo acerca más hacia la sabiduría aunque lo coloque más
lejos de los alcances de la inteligencia. Pero si como reflexiona Nietzsche, el ámbito rural protege
mejor la actitud reflexiva, las ciudades ofrecen, a pesar de todas las contradicciones de los últimos
cien años, respuestas, claves, que permiten descubrir el mundo teocéntrico y antropocéntrico aun
cuando se imponga el brillo fatuo del tecnocentrismo.

(HABLAR SOBRE LA CULTURA DE LAS CIUDADES. CITAR SOBRE EL RELATIVISMO LAS


AFIRMACIONES DE JUAN PABLO II)

════════════════════════════════════-
═════════════════════════════════════

El enfoque economicista de la realidad, fomentado por los Estados acentúa el individua-


lismo, al conceptualizar al hombre en el sentido de recurso humano.

Falta de credibilidad en las instituciones.

Carrera armamentista por una falta de efectivas alianzas entre los países, asentadas sobre
principios de desconfianza mutua.
¡Error!Marcador no definido.

Descuido por el aspecto formativo del hombre como persona humana, en tanto se persigue
un rédito intelectual en términos de inversión.

El enfoque economicista o materialista posterga el crecimiento de los países, pues el Estado


no tiene posibilidad de advertir los verdaderos requerimientos del todo. Sus miras estrechas
favorecen los nacionalismos, racismos.

Expectativas actuales:

R E F L E X I O N E S D I V E R SAS

1) LA ÉTICA UTILITARIA (¿POLÍTICA PRAGMÁTICA?) NEGOCIACIÓN ESTE-OESTE

El temor a las consecuencia de una guerra atómica, obliga a las potencias de Occidente a
buscar una conciliación permanente entre ellas, por ejemplo, a través de alianzas económicas,
militares y políticas, para hacer frente al bloque soviético. Es decir, buscar la distensión ESTE-
OESTE.

La ÉTICA UTILITARIA (¿POLÍTICA PRAGMÁTICA?) no puede evitar el accionar de las


empresas de armamentos que trasladaron su accionar a lugares marginales de Oriente, Africa o
América.

La exacerbación del pragmatismo determinó un enfoque unidireccional de la realidad,


traducido en un encuadre mecanicista o tecnocrático; un equipo de tecnócratas será el encargado de
dar respuesta a los complejos problemas derivados del Estado-Nación dentro de un contexto de
globalización.

Habiendo quebrado el antiguo sistema internacional asentado en las solidaridades familiares


derivados del rol activo de las dinastías, debía dejarse librada toda solución a acuerdos entre
bloques; en última instancia, la solución pasaba por resoluciones de entidades burocráticas.

Surgían entonces contradicciones agraviantes, como los compromisos político-estratégicos


que los británicos querían establecer con los soviéticos en la década de 1960; compromiso que
suponía olvidar, no sólo la ilegitimidad del gobierno soviético, sino afrentar a la Casa Real británica,
en tanto la Familia Imperial rusa se hallaba vinculada por lazos de sangre con los Hannover.

Los poderes dominantes luego de 1918, eran concientes de que se había afianzado un
NUEVO ORDEN MUNDIAL, cuya permanencia dependía del equilibrio de fuerzas nucleares, donde
cada parte debía tratar de demostrar su superioridad respecto de la otra.

Los mayores esfuerzos debían concentrarse pues en el armamentismo.

Que el problema ruso y alemán, luego de la PRIMERA GUERRA, hubiera transitado por otro
camino de no haberse deshecho el Imperio de los Hohenzollern y el de los Romanoff, era un
presupuesto que no se podía ignorar, en tanto se hubieran activado los mecanismos tradicionales
que permitían recomponer las relaciones entre Estados y naciones; es decir, en la medida en que
funcionaran nuevamente las solidaridades dinásticas, recomponiendo los vínculos que ligaban a
ambas Casas Reales.

Si se había llegado a la PRIMERA GUERRA, era por la convergencia de factores muy


diversos, donde no pesó poco la ingerencia del APARATO INDUSTRIAL Y FINANCIERO, que
acariciaba los réditos que redundaría una guerra que, por primera vez, alcanzaría dimensiones
espaciales y movilizaría a una cantidad de hombres, desconocidas hasta entonces.

Pero, la misma guerra produjo el efecto no deseado, en tanto potenció el accionar de


sectores radicales de la Socialdemocracia. De esta forma, una nueva oligarquía, nacida del seno de
la otra (capitalista), amenazaba con fuerzas renovadas, alzándose luego de 1945 en la URSS, un
nuevo centro de poder.

El enfrentamiento ESTE-OESTE, no fue otra cosa que la puja en un plano de igualdad


bélica de dos expresiones de patología política: una, el Capitalismo imperialista (de trayectoria
dilatada) y otra el Comunismo imperial, catapultado por la misma naturaleza del capitalismo.
¡Error!Marcador no definido.
2) EL SIGLO XX

Con el inicio de la GRAN GUERRA, culmina el siglo XIX, agotándose un modelo de


sociedad al que desde lo político-institucional, Hegel había redefinido en los términos de Monarquía
Constitucional; la Monarquía adaptada a los nuevos tiempos, siempre dinámica y maleable.

1914, resulta una fecha simbólica por todo lo que ya conocemos (concluye la «Paz
armada»; expresa el alcance del Capitalismo en su fase imperialista; afianzamiento y extensión de
todos los matices de Socialismo), pero todos estas realidades se encuadran dentro un orden, al que
enfrentan por su misma constitución y contribuyen a destruir: el ORDEN MONÁRQUICO.

Hablar del derrumbe del ORDEN MONÁRQUICO, significa hacerlo de una concepción de
vida occidental, basada en principios reconocibles, por resultar la expresión de una tradición que
modificada a lo largo de siglos, resultaba reconocible siempre en sus lineamientos básicos.

El ORDEN MONÁRQUICO, no es sólo la Monarquía, del cual es un emergente que lo


sintetiza; de igual manera que la pólis no es sólo la ciudad-estado, sino la ámbito donde el hombre
griego se desenvuelve como tal.

Si la pólis permite explicar el ideal helénico, el ORDEN MONÁRQUICO, nos explica el ideal
del hombre de Occidente. A la luz de la pólis definimos el 'tipo helénico'; a la luz del 'Orden
Monárquico' obtenemos el perfil del 'tipo europeo'.

Ya la llamada 'belle epoque resultaba la negación del Orden Monárquico; respondía a una
realidad que caracteriza a un final 'bárbaro', resultado de un capitalismo decadente y aberrante, cuyo
cuerpo engendra su negación, el Socialismo radicalizado, que luego de 1918 producirá metástasis de
distinta gravedad en el cuerpo social de Occidente.

Ese nuevo capitalismo y ese socialismo radicalizado, dan la nota de la 'nueva era', la
expresan. De sus entrañas surge el nuevo 'ideal-tipo' de hombre occidental: materialista y solitario;
'fascinante', es decir, alucinante, engañoso, encantado. Así caracterizado, éste, asienta sus reales en
la Nueva Sociedad y define el NUEVO ORDEN.

Es el exponente del ORDEN REPUBLICANO, mejor definido como ORDEN


DEMOCRÁTICO que, como su opuesto, expresa mucho más que una forma de gobierno es, en
cambio, síntesis de una concepción del mundo y de la vida. La República es el emergente de este
Orden y, claro está, refiere al hombre mediocre, temeroso, angustiado y siempre fascinado.

Recordando que estas precisiones obran a manera de representación mental, es válido


realizar el siguiente esquema referencial:

Orden Monárquico: Reproduce la 'escala humana'; de allí que constituya un microcosmos, un


organum; cosmos en el que operan fuerzas centrípetas que persigue neutralizar el caos y
como tal supone la acción solidaria.

Se conforma de acuerdo con un orden natural, de allí que armonice la diversidad sin
trastrocarla; el orden natural es jerárquico, es desigual pero no injusto, voz que responde a
otra semántica.

En tanto expresión del orden natural, es un orden moral.

Concebido como organismo; el eje es la cabeza (monarca); los miembros superiores, la


aristocracia; los inferiores, el pueblo. Cada parte del organismo requiere de la otra para su
funcionamiento correcto.

Se asienta en las virtudes cardinales.

Orden Republicano u

Orden Democrático: Es un Orden ficticio que surge de la especulación filosófica del siglo XVIII que
entiende al orden natural como entidad puramente matemática, geométrica, unitaria; lo diverso no
tiene cabida.

Transgrediendo al orden natural al que rinde culto público, supone ya aniquilamiento o


marginalidad de lo desigual (Liberalismo), ya nivelación absoluta (Socialismo, Comunismo).

Construido sobre tales bases, encierra el virus de su misma destrucción, al asentarse en


contradicciones permanentes.

Fascina; encandila con sus artilugios; somete con el engaño; pues engañar es fascinar. Lo
auténtico le es ajeno.

3) ORDEN TRADICIONAL.
¡Error!Marcador no definido.

Para el Racionalismo todo lo racional es sublime y todo lo afectivo, tradicional, es ridículo.


Por eso para el Racionalismo no dista un paso entre lo sublime y lo ridículo, sino un abismo.

Para el Orden Tradicional ambos conceptos apenas si tienen límites, pues el hombre se
debate en un espacio que los une o los acerca permanentemente.

Los OPUESTOS se tocan en el Orden Tradicional: la pobreza supone la existencia de


riqueza; la mayor humildad convive con la pompa; ser humilde supone ser noble y la exteriorización
de esa nobleza se reviste de ostentación, que significa visualización; re-representación visual.

Lo trascendente supone la grandeza y la humildad amalgamadas.

La Grandeza para ser tal requiere de la Humildad, y sólo cuando la humildad es tal,
podemos encontrar en ella grandeza.

Ej.: El noble empobrecido produce conmoción y no compasión; pues hace al referente del
noble fundamentalmente la grandeza y la humildad.

Imagen jerárquica del Noble: Al noble lo adorna la suma de bienes materiales.

Ante la diversidad exhibirá más la fuerza humilde que encierra la grandeza, de allí que el
Noble-tipo puede vivir sin contradicción con la pobreza material, aun cuando esto violente la imagen
y, por tanto, el concepto internalizado por el hombre común.

Jerarquía significa aquello dotado de sacralidad.

Se dota de sacralidad a lo intangible e inmediatamente a lo humano que más se destaca, de


cualidades relevantes. Ese individuo así signado es carismático, por tanto, debe regir, es el
gubernator o conductor, rodeado de un Consejo áulico: los caballeros.

La actitud heroica durante las guerras; el asistencialismo desplegado por muchos nobles,
fortaleció la imagen de la Nobleza, que determinaron que la Realeza y figuras descollantes de la
Nobleza fueran revalorizadas; adquirieran protagonismo.

Las virtudes religiosas; el sentido del deber que formaba parte de la educación de Nobles y
Príncipes, parecía activarse en la difícil hora, provocando conmoción en aquellos sobre los que caía
el peso de la contienda.

4) LA CULTURA EUROPEA

- Primacía de la Ciencia aplicada sobre las disciplinas estrictamente humanistas. Si pudiera


hablarse de mecenazgo, éste favorece ampliamente a la Ciencia y a la Técnica. (Cf. W.
Laqueur, La Europa..., p. 277)

- La crítica prevalece la propuesta, lo cual resulta evidente en el campo literario y filosófico.


La 1ra., por otra parte, se refugia generalmente en un intelectualismo cerrado, compartido
por las expresiones plásticas y musicales. (Ib., p. 282)

- Los países que estuvieron en la vanguardia (Alemania, Austria-Hungría, Rusia) verán


aparecer una producción más original, que se extenderá en el tiempo según el
condicionamiento político y social.

- Occidente, donde los cambios resultan menos abruptos que en Europa Oriental, verá un
desarrollo cultural desigual, con planteos de interés, fundamentalmente revisionistas, en el
campo historiográfico, aunque tal avance no podrá evitar el sesgo economicista de sus
enfoques. (Cf. ib., p. 278).

La Monarquía no es un elemento contingente para los pueblos europeos, sino que forma
parte de su acervo cultural: la cultura europea es monárquica.

La elección fue realizada en un pasado lejano y hoy es una herencia.

El cambio operado por la mayoría de los países fue fruto de la pura invención cientificista.

La República es una abstracción constitucional; significó para el cuerpo social su mutilación,


reemplazado por un mecanismo artificioso y que nunca prendió en el alma colectiva.

Desde fines del siglo XIX, una nota característica de la crisis es el asomar del
republicanismo.

Nada parece congeniar mejor en el léxico político que República y Barbarie político-
¡Error!Marcador no definido.
institucional.

La expresión 'defender las instituciones republicanas y los valores democráticos', retrata el


espíritu esquizofrénico de Occidente, porque en un mismo acto mientras el discurso evoca la
grandeza del espíritu humano, inmediatamente la acción plasma en supremas perversiones. Es
como el rostro de Proteo.

──────────────────────────────────────────────────────────────
───────────

5) SEGUNDA POST-GUERRA

Estado de Bienestar: Ante la oleada de propaganda comunista (socialista), se implementa


una política de asistencia social

y de mejoras de las condiciones materiales de vida, a fin de evitar conflictos que pudieran reproducir
en Europa Occidental las condiciones que se advertían en Europa Oriental bajo la influencia de
Moscú.

La experiencia bismarckiana buscaba neutralizar a las izquierdas nativas, al tiempo que


alejar cualquier posibilidad de conciencia de clase o espíritu de cuerpo entre los obreros.

Mejorar el nivel de ingresos fue la consigna, en tanto el SISTEMA EDUCATIVO FORMAL y


el INFORMAL (TV) ayudarían a moldear las opiniones vulgares, inyectando dosis importantes de
conformismo.

La ESCUELA, por una parte y los medios masivos de comunicación, por otra, serían los
aliados incondicionales del nuevo programa occidental de reeducación republicana.

De esta forma los intelectuales identificados con el ideario comunista se convirtieron en los
abanderados del proletariado, al mismo tiempo que éste renegaba de su condición.

La política burguesa adoptó como táctica el reconocimiento explícito de los abusos


cometidos y difundió tanto las injusticias como la reversión de las mismas.

La Psicología fue la aliada indiscutida de la nueva planificación, consistente en adiestrar a


las masas semieducadas y convencerlas de su protagonismo activo en la sociedad, de su poder de
decisión y de influencia que obligaba a los poderes del Estado a privilegiarlos.

Nada más fascinante para el antiguo desheredado y ahora semieducado. Sin tradición ni
historia, no tardó en constituirse en uno de los más seguros sostenedores del régimen imperante.
Sólo un requisito debía ser cumplido rigurosamente por los gobiernos: el alto nivel de ingresos,
condición indispensable para desactivar al Sindicalismo.

SISTEMA EDUCATIVO: Como tal, desvinculado de toda formación moral o religiosa, se asentó de
lleno en los principios positivistas, cuyo objetivo era convertir al educando en un recurso útil para la
sociedad.

Importaba actuar, no dentro de un esquema de incentivación-respuesta, sino de estímulo-


reacción.

Los contenidos curriculares de las Ciencias Sociales apuntaban a demostrar los notables
progresos del siglo (progresos tecnológicos) que convertían a éste en una era promisoria.

El hombre del siglo XX debía, pese a cualquier contratiempo, agradecer haber nacido en un
siglo que le brindaría 'bienes' que nunca hubiera soñado alcanzar su símil de un siglo antes.

La curricula enumeraría la secuela de guerras que habían agitado a la historia; la


servidumbre a que el hombre común había estado sometido; la arbitrariedad y el despotismo de los
reyes que imponían su caprichosa voluntad; reyes que, mientras sumían en la pobreza a los
humildes, se rodeaban de lujos y vivían casi sin interrupción en medio de fastuosas fiestas.

La Monarquía era ese régimen de oprobio, despótico, que agobiaba con impuestos al más
infeliz, dejándolo abandonado a su suerte.

Era la 'historia oficial', abundantemente ilustrada para caricaturizar el oscurantismo de los


siglos pasados.

Una curricula diferente puede alcanzar el mismo objetivo con otro planteo, consistente en
una reconstrucción arqueológica de la historia nacional, enumerando las obras de los sucesivos
reinados, incluso apuntando exclusivamente lo positivo de ellos, pero concluyendo que la forma de
gobernar de los antiguos reyes no era ya apropiada para un mundo tan distinto y que requería de la
decisión de los ciudadanos, pues en ellos residía todo poder de decisión. De esa manera se
¡Error!Marcador no definido.
explicaba, en los países formalmente monárquicos, que la veneración al pasado obligaba a
mantener la Monarquía, aunque el monarca no debía intervenir en actos de gobierno.

Frente al holocausto inédito de la Segunda Guerra, se contraponían e identificaban con la


Guerra de los Treinta y Cien Años, ejemplo que abrumaba por la fuerza numérica aunque, claro está,
no se explicaban las diferencias abismales que mediaban entre los efectos de aquellos conflictos y
los derivados del reciente.

Claro está que también era necesario afianzar el espíritu de pertenencia al Estado-Nación,
para lo cual se hacía imperativo valorar algo que cualquier europeo tenía delante suyo cuando
transitaba por su ciudad: el patrimonio cultural.

¿No se haría evidente entonces la contradicción que resultaba de un discurso que insistía en
'vender' los grandes avances del siglo y, por otro, referir a la construcción de un mundo identificado
con monarcas, nobles y clérigos?. La contradicción no surgía: 1º) porque imperaba un criterio
verticalista de enseñanza-aprendizaje (el alumno es una tabula rasa); 2º) el esquema de
enseñanza-aprendizaje se basaba en el estímulo-reacción; 3º) los temas eran tratados en capítulos
separados a modo de fronteras, evaluados individualmente evitando, de suyo, todo tipo de
integración mental de contenidos que, por otra parte, debían ser incorporados memorísticamente.

Escuela: Instrumento de conservación del orden existente; nunca innovador. Trasmite


estereotipos.

- Escuela como formadora; - Escuela como informadora


- Escuela unida a la Familia; - Escuela escindida de la Familia;
- Los contenidos exaltan el Orden - Contenidos contraponen las ventajas
Monárquico como cosmovisión de un modo de vida respecto de otro
(En la Monarquía del siglo el verdadero
soberano es el pueblo);
- La Historia demuestra que la - La Historia se convierte en una exhu-
Monarquía y la Religión son parte de mación arqueológica de un pasado que
la naturaleza del hombre. ha muerto definitivamente.

En los países de Occidente que habían adoptado la forma de República se producía el


mismo discurso educativo, avalando la veracidad de lo expresado con la supresión del mismo.

PUNTO 2. DEL ÍNDICE

SISTEMA EDUCATIVO FORMAL Y NO FORMAL:

Función social: asentada sobre una línea directriz política que apunte a la finalidad del
Estado (el BIEN COMÚN), traducida no en actitudes fluctuantes según el imperativo impuesto por un
sector social (oligarquía económica) que tendrá en sus manos el poder de decisión social,
provocando con su accionar la alienación del demandante de trabajo al depender de un criterio de
mercado la estabilidad laboral.

Los efectos del movimiento estudiantil francés puso en evidencia que el gobierno francés es
sólo un apéndice que actúa según los dictados de los grupos empresariales. Éstos han impuesto un
concepto economicista de la vida, avalado por teóricos formados por prestigiosas universidades de
acuerdo con los modelos exigidos por tal concepción, y luego fieles sostenedores de los principios
tecnocráticos derivados de su formación y de los grupos empresarios a los cuales sirven. Que luego
éstos se convierten en los augures del futuro, que los gobiernos del mundo occidental consultan,
cerrándose entonces el círculo que determinan la implementación de políticas al servicio de un
reducido sector de la sociedad, por otra parte, concentrador de los recursos que luego pagaron las
campañas de los candidatos que mejor se adecuen al de fiel servidor de los grupos empresariales.

Gobernantes, por tanto, por la 'gracia de la oligarquía', ya no Dei Gratia.

Las masas semieducadas de nuestro tiempo, compuesta por un nutrido proletariado


intelectual, como espectadores pasivos, se encontrarán libradas a su propia suerte, en tanto, los
distintos estamentos del gobierno y su compleja maquinaria burocrática y legal, controlada y actuada
por grupos de poder.

Las ESCUELAS (bastiones del conformismo, del mensaje oficial, deformadoras de


generaciones), tanto más peligrosa desde que los gobiernos hicieron de lo educativo un sistema, y
un regimiento de maestros y profesores pasó a revestir como tropa mercenaria a las órdenes de las
ideologías dominantes.

Aliada incondicional de los mass medios, resulta la escuela la droga más mortífera, pues
¡Error!Marcador no definido.
gradualmente infiltra con su efecto letal los cerebros de niños y adolescentes, moldeando sus
conciencias con vacuas fórmulas, hábiles instrumentos engañosos que perturban y conducen
insensiblemente hacia el fracaso y la destrucción.

Objetivo tanto más logrado en tanto instrumentado por agentes de un sistema, asalariados
temerosos, conciencias embotadas que enmascaran su particular debilidad con el autoritarismo de
las falsas verdades.

Sistema educativo: sintagma paradójico. Verdadera armonía de la destrucción


instrumentado por espíritus anémicos y apáticos, que obedientemente siguen los dictados de sus
superiores ministeriales, que implementan aquello que los augures de la economía dictaminan.

6) MONARQUÍA EN EL FUTURO

Monarquía es tradicionalmente sinónimo de solidaridad, pues se acerca a una actitud


paternal de la Historia. No se asienta en utopías.

- Liberalismo y la utopía de la libertad;

- Socialismo y la utopía de la igualdad.

Ambas consignas, invocadas en abstracto, envueltas en tinieblas, contribuyeron a


anatemizar las jerarquías legítimas y a levantar jerarquías ocultas, encumbrando oligarquías de
distinto signo (burguesas o proletarias); ocultas tras la máscara, dentro del Liberalismo, del dogma
inconmovible de la libertad del hombre y, dentro del Socialismo, pontificando por la igualdad de
oportunidades. Ambas partiendo de la existencia per se de tales categorías, dejaban librada a la
persona concreta al acaso, y la empujaban al abismo de la inseguridad, en el clima de la
desesperanza.

Dentro de estos criterios dogmáticos de la política se es libre e igual con sólo conjurar las
voces libertad e igualdad.

El 'Estado mínimo' burgués invoca la libertad, pero renuncia a cualquier camino que la
asegure concretamente.

El 'Estado máximo' socialista, invoca la igualdad, subraya el oprobio del mundo burgués que
la niega y, en nombre de ella, asegurará a la masa que no salga de su condición de tal.

El Estado deberá ser para el Liberalismo, contemplador pasivo de la realidad; para el


Socialismo interventor activo y carcelero celoso de la Sociedad. Ambos dejarán de lado la naturaleza
misma del Estado: garantizar el Bien Común.

Los países de Europa Occidental, luego de concluida la SEGUNDA GUERRA, buscarán


reconstruir el tejido social violentamente sacudido por los dos primeros conflictos planetarios y, el
modelo de Estado benefactor (Capitalismo social) de raíz bismarckiana, será la nota característica
de un período que podría extenderse en grandes líneas entre 1945 y 1975.

El Estado basado sólo en la legalidad y el eficientismo material; dentro de un marco social


conmovido por el holocausto, por los efectos del nacionalismo exacerbado, volcará ingentes
recursos en asistencialismo, al tiempo que se insiste en contrastar las libertades de Occidente al
oscurantismo de aquellos países que, con frase de Churchill, se encuentran detrás del «telón de
hierro».

El slogan publicitario señalará que la guerra fue necesaria para defender a las democracias
de Occidente de las amenazas de los regímenes totalitarios.

Los regímenes totalitarios constituyen la firme expresión del desvío doctrinario de la


burguesía capitalista.

1914-1939: 1ra. crisis: Crisis del Parlamentarismo.

1939-1989: 2da. crisis: Se exhiben todas las lacras del republicanismo:

- Guerra fría

- Creciente armamentismo

- Los dueños del poder

- Los mass-media.

- Corrupción del Sistema de Partidos


¡Error!Marcador no definido.
Orden burgués: Tiene como fin la reconstrucción de una imagen deteriorada. Impone el slogan:
progreso material es sinónimo de libertad.

Orden comunista: Dictadura militar.

──────────────────────────────────────────────────────────────
───────────

7) D E M O C R A C I A

Al mencionarse insistentemente como sinónimo de valores transgredidos, de un modelo


social perverso, la voz nuevamente encarna la suma de perversiones.

De allí que invocar la Democracia como conjuro de los males que nos aquejan, semeja al
ciego que busca comprender la armonía del firmamento observándolo con un telescopio.

La insistencia en el empleo de la voz denota el grado de confusión en que nos encontramos.


(Ver J. Ortega y Gasset, DEMOCRACIA MORBOSA).

──────────────────────────────────────────────────────────────
───────────

8) ESCLAVITUD CONTEMPORÁNEA

En épocas donde la esclavitud era una institución, el esclavo era conciente de ella, pues se
hacía presente como imagen. El hombre de hoy no es conciente de ella; no la ve, porque ella opera
a través de mecanismos inconscientes, sutiles.

Hasta el siglo pasado conocía su esclavitud, porque la vivenciaba, sabía lo que no era.

El hombre de hoy no vivencia su esclavitud, al contrario, no duda de su libertad, aunque se


le oculte. (Ver imagen de KITTO sobre Júpiter)

No tiene un solo amo, reconocible; sino varios, anónimos.

──────────────────────────────────────────────────────────────
───────────

9) M O N A R Q U I A.

La Monarquía se encuentra en estrecha relación con la naturaleza sensible del hombre, con
un mundo de imágenes que lo alejan de la cotidianeidad.

La pompa de que se rodea a las ceremonias en que interviene la Realeza, por ejemplo la
Coronación, el casamiento de los príncipes reales, las expresiones artísticas que tuvieron a príncipes
como destinatarios, la gestualidad y la forma de tratamiento; todo ello, persigue exaltar los valores
de una institución como símbolo vivo o expresión del sentimiento popular.

La frase que refiere que el «rey nunca puede obrar mal», responde a la necesidad del
inconsciente social de disponer de una reserva moral que resuma todo lo bueno y positivo. Por eso
Anatole France expresaba que a la Democracia o República le faltaba el 'órgano del corazón'.

La Monarquía es síntesis de los sentimientos del pueblo, traducidos en imágenes que re-
presentan sueños, anhelos, fusión de lo terreno y lo divino; por eso los reyes usan el Dei gratia para
definir el origen de su poder.

ESQUEMA ADAPTADO DE FORMAS PURAS E IMPURAS DE PLATÓN

PU RAS IMPURAS
MONARQUÍA DE IMPERIOS CENTRA- DICTADURA
LES
MONARQUÍA CONSTITUCIONAL MONARQUÍA PARLAMENTARIA con Oli-
garquías gobernantes. Rey y Oligarquías Oli-
garquía + Rey con poderes residuales =
Democracia.

─────────────────────────────────────────────────────────────
────────────

10) EL PODER DE LAS PALABRAS.


¡Error!Marcador no definido.
Al conjuro de las palabras, la barbarie se viste con el ropaje de la Civilización, pero ya no
de cualquier época civilizada, sino de una época elegida: la mejor, aquella en la cual jamás
individuo alguno habrá gozado de mayor cantidad de bienes. Y así, al conjuro de las palabras,
'cantidad de bienes' se convierte en sinónimo de 'calidad de vida'. Una mejor 'calidad de vida' es,
por tanto, sinónimo de una mayor disponibilidad de bienes materiales.

'Calidad', 'goce', son voces que denuncian por sí solas el criterio o medida de valoración
empleada.

Una nueva categoría de palabras dará cuenta de la nueva época y todas ellas expresarán
el Orden Republicano, positivista, de vida.

'Orden y Progreso', 'Estado de Bienestar', 'Democracia', 'Occidente', 'buena


administración', serán algunos de los lexemas y sintagmas del hombre del «Mundo feliz» evocado
por Huxley.

Por 1ra. vez una «Edad de Hierro» busca presentarse como «Edad de Oro» de la
Civilización y lo que delata la ficción del nombre es la actitud escéptica del hombre del siglo XX,
del hombre de la llamada, muy gráficamente, 'Era Atómica'.

Producidos los dos holocaustos, nunca antes vividos y ni siquiera lógicamente


sospechados, se hace imperativo a los centros de poder operar a fondo en la conciencia
individual.

La EDUCACIÓN FORMAL Y NO FORMAL, la publicidad, la teoría de la imagen,


contribuirán de consuno al diseño del 'hombre-tipo' de la Nueva Era: éste internalizará la imagen
de un potencial infinito, suficientemente convincente como para encubrir la verdadera impotencia
que su realidad le impone. En este sentido la década de 1960 resultará un claro exponente, pues
dejará advertir hasta qué punto la reacción intelectual (recuérdese el mayo francés de 1968)
pretenderá transformar en acto todo un abanico de potencialidades, pero que colisionarán
violentamente con una realidad que se exhibe descarnadamente como impenetrable caparazón
que refleja la verdadera impotencia de la reacción.

La agitación de los años '60, dejó en claro cuáles eran las normas que regían al 'Mundo
feliz'; de allí que una palabra acuñada por los teóricos del marxismo resumiera y definiera al nuevo
hombre: la alienación.

La cultura republicana (positivista) del siglo XX, será expresión fiel, por su profundo
retroceso, de ese sentimiento que marcó a los movimientos de la década de los '60.

─────────────────────────────────────────────────────────────
────────────

11) EL PRINCIPIO DE LEGITIMIDAD

El fin de la GRAN GUERRA señala formalmente (de hecho ya se había producido décadas
atrás) la muerte de la legitimidad. Con el derrumbe del Imperio Ruso, Austro-Húngaro y Alemán,
cae su último y único baluarte efectivo de Occidente.

Sólo unos pocos regímenes influidos por éstos sobrevivirán hasta concluida la SEGUNDA
GUERRA. Los monarcas de Rumania, Yugoslavia y Bulgaria se verán cercados por el avance
comunista y enfrentarán débilmente el desafío. Aislados, abandonados a su propia suerte, ya por
el derrumbe de los regímenes monárquicos que les servían de escudo, y previamente por la
misma política utilitaria que caracterizó el accionar de éstos luego de 1900, como por la
indiferencia de Occidente, mal podían estos monarcas, luego de concluida la Gran Guerra,
enfrentar con éxito el accionar del socialismo radicalizado que operaba en sus respectivos países
en connivencia con el poder soviético. Éste socavó las bases de unas monarquías, por otra parte,
nuevas.

12) EL ORDEN MONÁRQUICO.

Los movimientos revolucionarios que con distinta intensidad agitaban a los países de
Europa Occidental desde la experiencia francesa de 1789, dejaron huellas de naturaleza
desconocida para el ORDEN existente.

Guerras y revoluciones habían jalonado la historia de Europa, sin embargo, los


movimientos revolucionarios burgueses afectaban la entraña misma de la sociedad. La impronta
que dejaban resistía cualquier paralelismo con realidades históricas anteriores.

Si las guerras y revoluciones agitaron a Europa desde la conformación de los Estados


Nacionales imponiendo los primeros cambios en las relaciones de poder de los contendientes o
regulando las revoluciones las relaciones sociales, todo se producía dentro de un determinado
ORDEN ideológico, que de manera alguna violentaba el entramado básico del mismo.
¡Error!Marcador no definido.
En cambio, las revoluciones burguesas operan sobre ese ORDEN, sobre su urdimbre. Las
barreras que se levantan para silenciar la conmoción, resultan débiles empalizadas frente al
aluvión cuya verdadera fuerza y extensión no se alcanza a percibir.

El ORDEN MONÁRQUICO OCCIDENTAL es socavado soterradamente y sus defensores


se encontrarán inermes para enfrentar fuerzas que operan con recursos hasta entonces
desconocidos (prensa, préstamos a gobiernos), la mayoría de ellos silenciosamente. Recursos que
operan sin prisa pero sin pausa sobre aquellos sectores de la sociedad (Nobleza, Clero) que
constituyen su pivote.

Nunca antes el vocabulario político había alcanzado tal fascinación y fuerza


transformadora.

Una novedad lo constituyeron los impresos. Surgió toda una variedad de papeles bajo la
forma de periódicos o panfletos que insistentemente difundían una nueva ideología. La
continuidad en su difusión así como la reiteración de ciertos slogans anunciaban ya las técnicas
publicitarias que la misma prensa emplearía hacia finales del siglo pasado y que los medios
audiovisuales consagrarían en nuestro siglo. El contenido incendiario de estos impresos, leídos por
los menos pero ampliamente divulgados en plazas, tabernas y otros lugares de reunión, fueron los
portadores de un modelo de sociedad ideal cuyas virtudes contribuían a sugerir los nuevos
vocablos.

'Libertad', 'Igualdad', 'privilegios aristocráticos', 'ignorancia del clero', 'Declaración de


Derechos', 'Tiranía de los reyes', 'opinión pública', 'soberanía del pueblo', 'soberanía de la nación',
etc.,horadaban lentamente el ORDEN MONÁRQUICO, al que se tipificaba como la antinomia del
Orden racional.

Pero estos principios que la Francia revolucionaria había lanzado encontró en el


continente europeo un importante campo de operaciones y, filtrándose por las fisuras del Orden
monárquico, lo fue carcomiendo y disolviendo, aun cuando la Monarquía como institución se
mantuviera.

Pero si el virus avanzó y sentó sus reales más fácilmente en los países nórdicos y Escandinavos,
también logró una cabeza de puente en los llamados Imperios centrales que, para la época del
Congreso de Viena, lo eran el Imperio Ruso, Austro-Húngaro y Prusia.

13) ACTITUDES ADOPTADAS FRENTE AL ACCIONAR BURGUÉS EN LAS MONARQUÍAS


PARLAMENTARIAS Y CONSTITUCIONALES.

1) Actitud de resignación frente al modelo ideológico sustentado por la burguesía.

a) Porque no se pone en duda que la Monarquía es un fantasma y que los canales de poder
ya no residen en ella. El Orden monárquico ha muerto y, por tanto, sólo se critica a los partidos
que detentan el poder. La crítica no es irónica ni exasperada, no reviste ribetes dramáticos,
no se responsabiliza a la Monarquía por deberes no cumplidos.

b) Resignación conduce a frustración, a escepticismo. Resignarse es abandono de toda


esperanza.

c) En el campo de la cultura la resignación se traduce en falta de vitalidad; predomina el


impresionismo sobre el expresionismo; el silencio de la angustia frente al grito de la
indignación.

d) Aparecen signos claros de la 'cultura de masas'.

e) La cultura se hace republicana y democrática, con ritmo acelerado desde la década


1850-1860.

2) Actitud recriminatoria frente al modelo ideológico sustentado por la burguesía.

a) Porque la Monarquía no reacciona frente a la ofensiva burguesa; se le recrimina


abandonar su protagonismo.

El Orden Monárquico no ha muerto, aunque resiste con dificultad el virus burgués.

b) La recriminación se produce siempre que se considera que el objeto recriminado puede


responder a la imputación que se le hace. Se recrimina a quien todavía se le reconoce
capacidad de reacción.
¡Error!Marcador no definido.
Recriminar es reprocharle inacción a una estructura que estando viva se rehúsa a vivir.

c) La cultura se traduce en vitalidad creadora. Se impone el Expresionismo, símbolo de


indignación. La cultura sigue siendo monárquica, es decir, desenfadada, desafiante,
original.

d) Se advierten algunos signos de cultura de masas.

LA CULTURA REPUBLICANA DEL SIGLO XX (PARTE I)

Finalizada la SEGUNDA GUERRA MUNDIAL se afianzan los principios de la CULTURA


REPUBLICANA, lo cual significa que los gobiernos europeos impulsarán, fundamentalmente a
través de la ESCUELA ELEMENTAL y de los MEDIOS DE COMUNICACIÓN, la cristalización
mental de slogans que comprenderán el amplio abanico de 'derechos', con la consiguiente
conclusión acerca del grado de excelencia de la NUEVA ERA.

El hombre común grabará en los repliegues del inconsciente variados sintagmas (breves y
sencillos) que reproducirán buena parte de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, concluyendo que todo ello conforma la naturaleza de la DEMOCRACIA.

Nada deberá tener la fuerza suficiente como para conmover los slogans que las
maquinarias publicitarias y su equipo de psicólogos han diseñado.

El slogan que habla de la garantía de tal o cual derecho debe cumplir dos funciones: hacer
indubitable el gozo de un derecho y creer que se está en pleno ejercicio del mismo.

Con los aportes de la Psicolingüística y la Teoría de la Imagen se construyen un conjunto


de abstracciones cuyo objetivo es la incorporación automática de determinada consigna (Ej.: El
hombre tiene derecho a...); al mismo tiempo que toda una jerarquía de leyes recortará y hasta
anulará los efectos de muchos de los derechos pomposamente pregonados: la palabra dentro de
la republicana adquiere una fuerza de magnitud desconocida hasta el advenimiento de la nueva
Psicología en la segunda mitad del siglo XIX.

Como nunca antes, pronunciar determinada palabra significa actualizar, dar vida hasta el
concepto más abstracto.

El Behaviorismo, la teoría de la Gestalt, ofrecieron importante y abundante material


teórico para la confección de los programas de adoctrinamiento que las Democracias Occidentales
implementaron con fuerza inusitada ya en el trascurso de la Segunda Guerra Mundial.

Los regímenes totalitarios como el nazismo alemán y el stalinismo soviético ofrecían


ejemplos claros de la efectividad de los métodos y técnicas educativas y publicitarias en relación
con la manipulación de las masas semieducadas de nuestro tiempo.

Organizada la EDUCACIÓN FORMAL como sistema; determinada la obligatoriedad de la


enseñanza elemental, la misma ofrecería el mejor ámbito para la difusión de la CULTURA
REPUBLICANA.

Toda educación formal lleva una impronta ideológica determinada, pero ésta será mayor o
menor según la teoría sistematizada que se imprima a la misma.

La cultura republicana no dudará en incorporar dentro del sistema educativo elemental y


en los mass-media aquellos recursos del que tanto rédito habían obtenido los regímenes
totalitarios. Básicamente se requería utilizar las técnicas convenientes para aplicar a un contenido
distinto y a través de métodos también distintos.

Se requería moldear las mentes de las nuevas generaciones europeas que surgirían
condicionadas afectivamente por el holocausto mundial. A partir de entonces la Educación
elemental que recibe al niño en la etapa prelógica, evolutivamente la más receptiva y abierta a los
aprendizajes, será la portadora de un bagaje totalitario que perseguirá demoler todo residuo de
formación religiosa familiar. Un solo modelo de sociedad es válido y superior: éste es occidental y
es superior porque se sustenta en una cultura republicana. Tal el lema que se grabará en el
inconsciente del niño de manera indeleble.

Dentro del ORDEN MONÁRQUICO el ideal educativo, didácticamente trasmitido por la


Iglesia, que subrayaba la unión indisoluble Familia-Monarquía-Iglesia, lo hacía sustentado en una
¡Error!Marcador no definido.
tradición milenaria cuyos principios coincidían con los orígenes de la cultura occidental.

En cambio, la CULTURA REPUBLICANA operaba de manera inversa, mutilando y


tergiversando los principios liminares de la cultura occidental, actuando con premura, pero con
técnicas eficientes (derivadas fundamentalmente de la Teoría behaviorista o conductista), que
permitían al sistema educativo y a los medios de comunicación cumplir el objetivo de
adoctrinamiento.

─────────────────────────────────────────────────────────────
────────────

LA CULTURA REPUBLICANA (PARTE II)

Llamamos cultura republicana a la cultura utilitaria que se manifiesta a través de dos


rostros reconocidos (Liberalismo y Socialismo), anverso y reverso de una misma moneda en tanto
ambas a través de caminos distintos y discursos enfrentados, convierten al hombre en simple
individuo, lo vacían de su condición de persona humana, lo desacralizan, transformándolo en
engranaje prescindible y renovable, en materia resentida y violenta.

Cultura republicana o democrática, que nace con la Revolución Francesa y cuyos


principios se difunden por la Europa entera, de manera acentuada con el avance de los ejércitos
napoleónicos.

Esta cultura, hija del industrialismo inglés, y que adopta perfiles rotundos en la Francia
revolucionaria, encontrará un terreno fértil en la Europa continental. De esta forma la
encontraremos, ya para 1850, suficientemente arraigada en los países nórdicos y escandinavos.

La burguesía triunfante o en ascenso, utilizará el andamiaje prestigioso y la legitimidad


natural de las monarquías, entronizando como quintaesencia de la perfección institucional a la
Monarquía Parlamentaria, aquella que anula los poderes del monarca, comprometiendo
gravemente su imagen y la de la dinastía y, de suyo, a la misma Monarquía. El monarca es
convertido en una figura inmóvil al tiempo que se alza el poder de la soberanía de la Nación,
representada por los líderes de los Partidos políticos.

Un método, difundido en la Francia revolucionaria, basado en el empleo de la prensa


política, se convertirá en el primer instrumento de propaganda, precursor en el arte de manipular la
conciencia de la 'opinión pública'. Los editores de los múltiples periódicos existentes no
desconocían el valor de la repetición de los slogans como formadores de opinión: sus métodos
preanunciaban aquellos, que de manera abrumadora, se generalizarán en nuestro siglo a través de
impresos diversos y de los medios de comunicación de masas.

La CULTURA REPUBLICANA será también la que viene de la mano de los movimientos y


partidos socialistas, pues sus principios, ya mediado el siglo XIX y a la vista de los efectos sociales
de la industrialización, provocaron la consecuente respuesta en la búsqueda de una solución
material a las penurias de las crecientes poblaciones urbanas.

Liberalismo burgués, que ya para la década de 1870 había abandonado muchos de sus
presupuestos doctrinarios, en tanto el Utilitarismo que lo nutre subordina cualquier principio ético-
moral al mayor rédito económico, y Socialismo, revolucionario o no, se complementan de la mejor
manera: ambos debilitaron el tradicional ORDEN MONÁRQUICO, que suponía una concepción
organicista de la sociedad.

Por otra parte, si la prensa representaba un aporte singularísimo como fuerza


condicionante del inconsciente social, más efectivo en el tiempo largo y con la misma intención
resultaba la obligatoriedad de la enseñanza primaria o elemental.

Dentro del ideario positivista reinante (Positivismo que resume orientaciones teóricas
materialistas de diverso cuño, abarcando tanto el Liberalismo y Socialismo citados, como la teoría
darwinista y spenceriana)

resultaba prioritario para los grupos de poder dominantes encuadrar a las masas dentro de
principios incontrovertibles, cuyo fin consistía en adoctrinar convenientemente y, a tal efecto, se
requería despojar de contenido religioso a la educación formal, inyectándole, en cambio, los
principios básicos de la ética capitalista.

Con el avance de la Psicología y a la luz de las corrientes behavio rista o conductista y de


la teoría de la Gestalt, se perfeccionarían métodos y técnicas, de manera de moldear
adecuadamente las estructuras mentales del niño, pues es durante esa instancia evolutiva cuando
el individuo se muestra naturalmente permeable a los aprendizajes.

Habría que precisar que si la Iglesia había constituido un factor importante de


adoctrinamiento, éste apuntaba básicamente a apuntalar la estructura familiar como sustentadora
de valores milenarios (aquellos que nacen con la cultura occidental) y subrayar la identificación y
necesaria unión Iglesia-Estado como pilares de tales valores.
¡Error!Marcador no definido.
El mensaje trasmitido por ella no contradecía los valores sostenidos por la familia. Por otra
parte, buscaba garantizar la unidad social, asentada en el principio de estabilidad y de solidaridad.

La idea de cambio o progreso, sin ser negada, no se establecía como el ideal a seguir.

Pero el Positivismo supone, en igual proporción, según pontificaba Augusto Comte «Orden
y Progreso», y el progreso es entendido como evolución constante, sin solución de continuidad.
Toda especie que no progresa, muere.

El nuevo esquema educativo, basado en una concepción materialista del hombre, tenía
como pivote la competencia, eje del perfeccionamiento humano, por tanto, privilegiaba el
individualismo, quedando reservado al Estado un lugar secundario: éste debía intervenir lo menos
posible, pues hacerlo significaba coartar las libertades individuales.

El nuevo modelo educativo confrontaba y perseguía modificar los valores familiares, al


tiempo que ponderar la anomia del Estado.

En el campo de la Historia, se buscaba exaltar la superior cultura de cada nación; se


pasaba revista a su trayectoria de grandeza pero, como esto significaba hacerlo de las
monarquías, se concluía de manera que el niño la internalizara como resultado de un pasado
remoto, pero gracias al cual y debido a la evolución natural que recorre a todos los seres, vivos o
no, había desembocado en los gloriosos días de la era de la máquina.

Familia, Iglesia, Estado fueron objetivos prioritarios del sistema educativo elemental para
la conformación de la cultura republicana, pues esta requería de un substratum diferente; el
adecuado para la época en que el hombre de homo faber había pasado a animal laborans.

Por otra parte, dominando el Positivismo también en el campo historiográfico, éste se


traducía en acopio de datos, enumeración de fuentes y pocos comentarios del historiador, pues la
Historia, siguiendo el método físico-matemático (único reconocido) sólo debía limitarse, para
hacerse un lugar entra las ciencias, a presentar el 'objeto', suponiendo que su decodificación sería
uniforme cualquiera fuera el estudioso que lo abordara.

En la Era de la sociedad de masas (no debe confundirse con plebe, pues ésta se limitaba
a los sectores marginales de la sociedad), ésta se multiplicaba luego de pasar por los centros de
adoctrinamiento o escuelas, que se ocupaban de moldear la conciencia del hombre del futuro,
tanto más necesario, pues el crecimiento de la industrialización y del número de obreros, impulsó
a los Partidos políticos, fundamentalmente a los socialdemócratas, a exigir el sufragio universal.

El sector radicalizado del Socialismo, que proponía la Dictadura del proletariado, se


abstenía de las prácticas electoralistas, insistiendo en la solución revolucionaria.

El Nacionalismo (ideología irracionalista nacida de las mutaciones doctrinarias de la


burguesía capitalista que lo impulsó a la hora de la aventura imperialista y que incluso enfrentó al
parlamentarismo que en su momento había defendido), hijo pródigo de la doctrina del progreso
ilimitado y del evolucionismo social, permitirá observar que, si bien se reivindican

superioridades nacionales, rara vez el entusiasmo alcanza a reivindicar el accionar histórico de la


Monarquía, pues ésta sólo ocupaba un lugar anecdótico, absolutamente pretérito, dentro del
sistema educativo.

De allí pues que para dar cuerpo al 'mito del héroe', a la superiori dad nacional, se piense
fundamentalmente en líderes carismáticos; en dictaduras.

Consecuencia no buscada por la burguesía capitalista de la era imperialista, que no


ocultaba su intención de sostener el régimen parlamentario, pero que había contribuido a gestar al
advertir que la euforia y el fanatismo de las masas, obligaba a los partidos socialdemócratas a
adoptar una actitud complaciente.

Cuando hablamos de sistema educativo, nos referimos al de carácter formal,


orgánicamente estructurado a través de establecimientos escolares destinados para tal fin.

No obstante, importa recordar que otros contenidos eran los que surgían de los grupos
dinásticos, desplazados por la aristocracia de dinero (a veces coincidentes con reivindicaciones
reaccionarias). Algunos no dudaron en transitar por el camino, ya allanado, del nacionalismo, pero
subrayando que toda gloria nacional no hubiera sido posible sino por la Monarquía que la
encarnaba, única institución consustanciada con las tradiciones de la nación.

¿Qué lugar quedaba reservado a la Monarquía tanto desde la óptica de la burguesía


capitalista como del socialismo marxista?. Ningún rol significativo. La misma desaparecía en
sustancia para los primeros y, dentro de la ortodoxia marxista, debía destruirse dando lugar a la
Dictadura del proletariado.

Dentro de los Imperios centrales, donde la Monarquía resiste los embates de la CULTURA
REPUBLICANA, ésta para 1870 (sobre todo dentro del Imperio Austro-Húngaro y Alemán) se ha
¡Error!Marcador no definido.
deslizado por las fisuras que el sistema presentaba.

Generalizada la industrialización, evitar los efectos de la Cultura Republicana, suponía una


quimera. Sí se buscaría bloquear sus efectos más perniciosos pero, cada vez más se advertía el
impacto de la nueva realidad cuyo grado de complejidad difería según las realidades históricas de
cada Monarquía.

(ACLARAR LOS FACTORES COADYUVANTES; NOBLEZA LIBERAL, CONSERVADORA,


TRADICIONAL-ilustrada; problema de las nacionalidades (austria); presión de los
PARTIDOS SOCIALDEMÓCRATAS; PRESIÓN DE LOS SINDICATOS; PRESIÓN DE LAS
EMPRESAS; ANTICLERICALISMO)

Das könnte Ihnen auch gefallen