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Movimientos juveniles

y revoluciones sociales
en el siglo xxi

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Ruth Casa Editorial no es una empresa imparcial o exenta de compromi-
sos sociales. Nace en un momento muy especial de la historia universal,
cuando la humanidad ha llegado al umbral de la catástrofe total o del
parto de una nueva civilización. No obedece a intención apocalíptica
alguna afirmar que este es el dilema que se dibuja en el horizonte.
Hoy hemos aprendido de nuestros fracasos que el trazado de la trans-
formación socioeconómica que puede conducir a un mundo mejor pasa
por una mudanza moral, que depende de la inteligencia que las generaciones
involucradas logren transmitirse en esta dirección y de la implantación
consecuente de una cultura de vida. Sin esto, otra democracia, no solo
distinta, sino incompatible con la caricatura que ha prevalecido, sería
imposible. Con eso se compromete Ruth Casa Editorial, con un mundo
en el cual la libertad no pueda ser concebida fuera de la igualdad y de la
fraternidad, sino exclusivamente a partir de ellas.
El nombre de la editorial se inspira precisamente en aquel pasaje bí-
blico que nos invita a apreciar más generosamente el significado de la
solidaridad como virtud, y el núcleo de valores que nos impele al rescate
y a la reflexión, a creer y a crear con coherencia, a decidir con lealtad y
valentía, y a restituir al ser humano toda su dignidad.
Ruth Casa Editorial quiere proclamar desde el comienzo mismo
su sentido de amplitud, sin fronteras, pero sin ambigüedades. Asocia su
proyección a los movimientos sociales y en particular al Foro Mundial de
Alternativas, sin constituir un órgano de este, ni contemplar restricciones
nacionales, continentales, sectoriales o institucionales. Con la única aspi-
ración de servir al impulso que reclama la marcha hacia un futuro donde
todos tengan cabida. Los lectores dirán si lo logramos.

François Houtart
Presidente

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Edición: Ana Molina González
Corrección: Denise Ocampo Álvarez
Diseño de cubierta Maikel Martínez Pupo
Diseño interior: Claudia Méndez Romero
Diagramación: Bárbara A. Fernández Portal

© Ruth Casa Editorial, 2016


© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2016
Ruth Casa Editorial, 2016
Todos los derechos reservados

ISBN: 978-959-06-1738-6
ISBN: 978-9962-703-34-1

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de


Ruth Casa Editorial. Todos los derechos reservados en todos los idiomas. Derechos
Reservados conforme a la ley.

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar por escrito su opinión
acerca de este volumen y de nuestras ediciones.

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rce@ruthcasaeditorial.org

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Editorial

Cada época genera sus urgencias críticas. El siglo xx finalizó con la


frustración rotunda de las esperanzas que había creado la Revolución de
Octubre y con el encumbramiento del imperialismo bajo el liderazgo más
absoluto de los Estados Unidos. Estos hechos resumen las complejidades,
la irracionalidad, los peligros y los desafíos de nuestro tiempo. Desafíos
para el pensamiento crítico y para la praxis.
Bajo el sello Ruth Casa Editorial se funda Ruth. Cuadernos de Pen-
samiento Crítico, que se reconoce precisamente así, de pensamiento
crítico. Internacional por la naturaleza de la problemática que aborda,
por la determinación de las alternativas y por una obligada vocación de
universalidad. Tan universal debe aspirar a ser el proyecto como ha llegado
a ser el mundo del capital que luchamos por subvertir. Nada de lo que
ocurre en el tiempo que nos ha tocado vivir puede sernos ajeno. Nada
debe escapar al rasero de la reflexión comprometida.
Por tal motivo nos reconocemos, como publicación, bajo el signo de la
radicalidad revolucionaria, que diferenciamos de la radicalidad doctrinal.
Rechazamos cualquier exclusión dogmática que margine el ingenio y el
espíritu de búsqueda en el camino hacia el socialismo. Del mismo modo
que no podemos ceder a propuesta de tipo alguno que nos distancie de
la ruta hacia un mundo signado por la seguridad, la justicia, la libertad
y la equidad para todos los pueblos.

Ruth
Cuadernos de Pensamiento Crítico

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Presidente: François Houtart
Director General: Carlos Tablada Pérez
Asesor de la Dirección: Pablo González Casanova
Editora: Ana Molina González
Correctora: Denise Ocampo Álvarez
Directora Artística: Claudia Méndez Romero
Administradora web y programadora: Yané Alfonso
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CONSEJO DE DIRECCIÓN:

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François Houtart / Pilar Jiménez / Ana Molina González /
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Leonardo Boff / Suzy Castor / Ana Esther Ceceña / Camille Chalmers /
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Raúl Jennar / Néstor Kohan / Georges Labica / Michael Löwy /
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Carlos Nogueras / Ignacio Ramonet / Gabriela Roffinelli / Arundhati Roy /
Emir Sader / Eduardo Saxe-Fernández / Beatriz Stolowitz /
Eduardo Torres-Cuevas / Eric Toussaint / Nguyen Van Thanh /
Immanuel Wallerstein

EQUIPO DE REDACCIÓN:

Ana Molina González / Pilar M. Jiménez Castro

Ruth. Cuadernos de Pensamiento Crítico responde a la creciente necesidad de la


sociedad del siglo xxi de información sobre el desarrollo del pensamiento social, eco-
nómico, político y filosófico de actualidad. Los conceptos expresados por los autores
no reflejan necesariamente los criterios de la Dirección, que se reserva el derecho de
expresarlos cuando lo estime conveniente.

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Índice

Trípode

11 / Presentación
21 / Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones
generacionales de la política en la Argentina pos 2001
47 / Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos
Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha
el cambio es inevitable»: juventudes, acción política,
organizaciones y Estado en Argentina
69 / René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes
y sociedad. Algunas cuestiones para una revisión conceptual
de la sociología de la juventud
92 / Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León /
Subjetividad política y acción colectiva: formas de ser joven
en Latinoamérica
106 / Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles, políticas
de la identidad y batallar por la visiblidad en el Chile
neoliberal: Generación Pingüina
125 / Andrea Varela y Daiana Bruzzone / Jóvenes, medios
de comunicación y política en Argentina
145 / Fabiana Espíndola / Recorridos de resistencia. Sentidos
y prácticas de la participación (política) de jóvenes
montevideanos desde contextos barriales relegados
162 / Juan Romero / Participación político electoral
de los jóvenes: mirando al sur
178 / Germán Muñoz González / Juvenicidio en América Latina
y España
La linterna

190 / Mario Zúñiga Núñez / Radicalización estudiantil: jóvenes,


modernización y política en El Salvador (1960-1979)

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Visiones

208 / Maritza Urteaga Castro Pozo / Jóvenes trendsetters


y emprendedores culturales: entre la autonomía
y la precarización
Documentos

231 / [Julio Antonio Mella] / El concepto socialista de la reforma


universitaria
Estilete

234 / Oscar Wilde / El ruiseñor y la rosa

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Trípode

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Al pensar en las formas de la política y las movilizaciones sociales en Améri-
ca Latina y el Caribe, se hace necesario enfocar la mirada en las juventudes
y sus modalidades de expresión y producción en diversas dimensiones. En
efecto, los jóvenes son hoy protagonistas de las principales movilizacio-
nes en la región, impulsando organizaciones y formas de agrupamiento,
dinamizando el conflicto social, expresando muchos de los elementos
que conforman las agendas públicas de las sociedades contemporáneas y
proponiendo caminos hacia el cambio social desde prácticas cotidianas.
Esto se enmarca además en un fenómeno más global que nos permite
identificar que en las primeras décadas del siglo xxi se han producido en
diversas regiones del mundo (África del Norte, América Latina, Europa,
América del Norte) procesos de movilización social que encuentran en los
jóvenes a sus principales impulsores. Los movimientos de carácter más so-
ciopolítico como los de la denominada primavera árabe que contribuyeron
a los cambios de gobierno en África del Norte, los múltiples colectivos que
se agrupan bajo la denominación de indignados en Europa (sobre todo en
España) y los Estados Unidos, los distintos movimientos europeos que se
constituyen como alternativa a las políticas neoliberales y conservadoras, las
organizaciones estudiantiles que luchan por la democratización y la mejora
de la calidad de una educación mercantilizada y degradada en América
Latina (Chile, Colombia, México) y los jóvenes urbanos movilizados en
Brasil, han sido los más visibles en este aspecto, pero no son los únicos.
Los diversos artículos que componen este dossier se enfocan en las pro-
ducciones juveniles en distintas dimensiones —sociopolíticas, culturales—
como forma de entender estos procesos de participación, movilización y
cambio que se produjeron en la región en los últimos años. A partir de la
lectura de estos trabajos, y de otros que se han producido recientemen-
te, proponemos una hipótesis que pensamos sugerente para analizar las
relaciones entre políticas y juventudes en la actualidad: que el enfoque
generacional es una vía de ingreso muy productiva para comprender las

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formas de la política en las sociedades contemporáneas. Llegamos así a la
noción de configuraciones generacionales de la política, es decir, a los rasgos
que caracterizan las producciones políticas juveniles y que se presentan
como emergentes de procesos sociales y políticos más generales.
Escribir la presentación de un dossier como este es siempre una invi-
tación y un desafío. El desafío se redobla en este caso ya que se trata de
una selección de artículos que aborda diversos aspectos de las realidades
juveniles contemporáneas* publicados por Ruth Casa Editorial en su co-
lección Ruth Cuadernos de Pensamiento Crítico, de gran relevancia política
e intelectual en América Latina y el Caribe. En efecto, este libro es fruto
de un trabajo colectivo y parte de una apuesta intelectual que no se reduce
a cuestiones meramente académicas. Además del interés científico para la
ampliación y consolidación de un campo en construcción como es el de
los estudios acerca de las múltiples dimensiones en las que despliegan sus
vidas las juventudes en la actualidad, esta publicación tiene un valor político
insoslayable que nos llama a no olvidar que nuestras investigaciones tienen
que aportar también a construir los caminos para encontrar las formas
contemporáneas de transformación de nuestras sociedades desde lugares
de actuación situados y singulares.
Que Ruth Casa Editorial incorpore estas temáticas en su colección
Ruth Cuadernos de Pensamiento Crítico y permita, además, comunicar
resultados de investigaciones rigurosas, es siempre motivo de celebración,
y más cuando se trata de trabajos situados que nos ayudan a acercarnos a
muchas de las principales problemáticas de las juventudes de hoy, recono-
ciendo sus voces y expresiones. Es por todo esto que acepté con honor la
propuesta de coordinar este Cuaderno y escribir las palabras que servirán
de presentación.
Pensar en las juventudes contemporáneas puede ser una invitación a
identificar los elementos en común que podemos trazar a partir del reco-
nocimiento de las singularidades y diversidades que las caracterizan. Así,
podemos decir que diversidades y desigualdades son caras contrastantes
que configuran las complejas experiencias juveniles en la América Latina

* Aunque muchos de los artículos que aparecen en este Cuaderno son de gran valor para el
análisis y comprensión de la juventud cubana, esta no es abordada específicamente aquí, pues
la Redacción de Ruth Cuadernos de Pensamiento Crítico consideró necesario dedicar
una edición completa de la colección a esta temática. Este proyecto ya se encuentra en curso y
aparecerá publicado próximamente (N. de la R.).

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actual. Las diversidades y singularidades caracterizan a las juventudes
hoy, no como signos de fragilidad o debilidad, sino como potencia y ca-
pacidad de producción de otros modos de vida que proponen alternativas
y resistencias a las opresiones y subordinaciones que buscan imponer las
sociedades mercantilizadas y desiguales en las que vivimos.
A su vez, son las juventudes las más expuestas y afectadas por las
desigualdades que atraviesan al subcontinente más dispar del planeta.
Estas desigualdades tienen un insoslayable componente generacional a
partir del cual podemos decir que los jóvenes son uno de los grupos más
desiguales dentro de la región más desigual, situación que se agudiza si
hablamos de mujeres jóvenes o de jóvenes campesinos, afrodescendientes
o indígenas, y también de los jóvenes que habitan las periferias segregadas
de las grandes ciudades. Así, las desigualdades que afectan a las juven-
tudes latinoamericanas no son solo económicas, sino que tienen rasgos
multidimensionales, abarcando aspectos de género, étnicos, territoriales,
culturales, laborales, entre otros.
El desafío entonces pasa por construir caminos hacia la igualdad, que
si son abordados desde las políticas —componente importante de este
Cuaderno—, se transforman en políticas públicas y formas de participa-
ción hacia la igualdad, que permitan revertir los complejos mecanismos
de producción y reproducción de las desigualdades en nuestros países.
Tenemos que ser capaces de pensar u actuar estas igualdades desde el reco-
nocimiento de las diversidades, igualdades como lo común en la diversidad,
igualdades no unívocas ni homogeneizantes. Construir una igualdad en la
diversidad, un común en la diferencia, es uno de los principales desafíos si
pensamos en las juventudes latinoamericanas de hoy. Es decir, hacer que
la diferencia no justifique o sustente la desigualdad y que el logro de la
igualdad no borre o invisibilice esas diferencias. Sobre esto también trata
el Cuaderno que tienen entre manos.
Diversidades y desigualdades, como dos caras ambiguas de realidades
contrastantes, son rasgos fundamentales de las juventudes en la región.
Para avanzar en un panorama que acompañe el recorrido de este dossier, es
preciso introducir también la gran vitalidad de las juventudes organizadas
en colectivos, grupalidades y movimientos, que hoy protagonizan buena
parte de la dinámica política de los países latinoamericanos. En efecto, los
jóvenes son hoy protagonistas de las principales movilizaciones, impulsan-
do organizaciones y formas de agrupamiento, dinamizando el conflicto

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social y expresando muchos de los elementos que conforman las agendas
públicas de las sociedades contemporáneas.
Esta importancia creciente de las juventudes en las sociedades actuales,
sobre todo en relación con los procesos políticos, puede ser pensada en base
a cinco elementos que se destacan. En primer lugar, la capacidad organiza-
tiva y de movilización que demuestra la mayoría de los colectivos juveniles.
En segundo, la gran visibilidad pública de sus acciones, escenificadas en
el espacio público y amplificadas por los medios de comunicación, sobre
todo digitales y electrónicos. En tercer lugar, la expansión de las políticas
públicas de juventud, que desde hace dos décadas forman parte de la gran
mayoría de los planes de gobierno y ocupan espacios en aumento en las
estructuras estatales. En cuarto, las renovadas formas de participación po-
lítica y compromiso público que las grupalidades juveniles producen en sus
prácticas cotidianas. Por último, los elementos anteriores generaron un
interés mediático, político y académico cada vez mayor, que contribuyó a
colocar a las juventudes en el centro de las agendas públicas.
Además, este protagonismo político, social y cultural de las juventudes en
el mundo contemporáneo y el lugar de creciente importancia de lo juvenil
en la dinámica política son parte de un proceso más general que podemos
identificar, junto a otros autores, como juvenilización y que abarca distintas
esferas de la vida social. Esta juvenilización puede verse, tanto en aspectos
políticos, como en las dimensiones culturales, en las pautas de consumo,
modos y estilos de vida, en la fuerza de trabajo y en otros ámbitos como
las sexualidades o las migraciones.
A los efectos de esta presentación, podemos decir que el proceso de
juvenilización expresa una creciente importancia y valorización de lo
juvenil (no solo de los jóvenes como sujetos, sino de atributos que po-
demos interpretar como juveniles) en el conjunto de la vida social. Hoy
podemos indicar que la dinámica social se ha vuelto más juvenil, más
juvenilizada, hegemonizada por características juveniles y por un valor
positivo de la juventud. Lo juvenil se ha convertido en un rasgo positivo,
que genera adhesiones y simpatías.
Este proceso también es ambiguo, tiene al menos dos caras. Por un lado,
significa una mayor apropiación de subjetividades, pautas de consumo y
modos de vida juveniles por parte del sistema de explotación económica
y dominación política; es decir, una mayor mercantilización de las vidas
juveniles, lo que alimenta el ya referido proceso de aumento de las desigual-

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dades sociales entre los jóvenes. O sea, una creciente incorporación de las
juventudes a la vida social, pero subordinadas al mercado y a las reglas
del mundo adulto.
Pero, a su vez, por otro lado, esta juvenilización abre posibilidades para
un mayor despliegue de las potencialidades de las juventudes, le otorga ma-
yor visibilidad social a las producciones juveniles, lo que puede contribuir
a revertir subalternizaciones y dominaciones y a un mayor reconocimiento
de las referidas diversidades que caracterizan las juventudes en el mundo
actual. En el plano político —que incluye los procesos de ampliación de las
fronteras de la política, es decir, de politización—, estas dinámicas hacen
posible entender el conjunto de las dinámicas políticas desde un abordaje
generacional, lo que nos lleva a estudiar lo que más arriba denominamos
configuraciones generacionales de la política. Esto es, producción de for-
mas políticas —de politicidades— juveniles que no pueden entenderse
solo desde perspectivas sectoriales, sino que expresan dinámicas políticas
más generales.
Volviendo a los textos que componen este dossier destacaremos al menos
cuatro elementos que los atraviesan y recorren. Primero, la mirada situa-
da, la reflexión a partir de experiencias concretas, pobladas de sujetos y
territorializadas. Segundo, los abordajes desde las producciones juveniles.
Es decir, los jóvenes como sujetos activos, productores de sus propias rea-
lidades y con capacidad de incidencia en el mundo adultocéntrico, y no
solo como receptores de políticas o consumidores de culturas producidas
por otros. La noción de prosumidores puede servir para comprender estos
procesos que son a la vez de producción y de consumo, donde al consumir
se produce (producen y se producen), y al producir se consume (porque
también se actualizan y resignifican producciones de otros). Este enfoque
no desconoce que las juventudes producen y son también producidas en la
dinámica socioestatal, pero enfatiza la agencia juvenil como dinamizadora
del proceso vital y societal. Tercer elemento, los estudios de las políticas
públicas de juventud, tan necesarios como insuficientes hasta el momento,
son un aspecto sobre el que este dossier se ocupa sustancialmente, no solo
interpelando al Estado, sino también incorporando las percepciones de los
jóvenes a partir de las políticas públicas en las que participan, y avanzando
hacia procesos de ampliación de lo público que no lo restringen únicamente
a lo estatal. Cuarto elemento, y retomando los puntos señalados, la incor-
poración de las percepciones de los jóvenes en el análisis. Es decir, que no

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se trata solo de estudios sobre o para juventudes, sino que son también de
y con juventudes, al reconocer voces, saberes, lenguajes y subjetividades
singulares y diversas, no por eso menos potentes y productivas.
El Cuaderno está integrado por once artículos en total: nueve aparecen
en el dossier Trípode, acompañados por dos textos incluidos en las secciones
La linterna y Visiones; además de un documento de gran valor político e
histórico que recupera el pensamiento del cubano Julio Antonio Mella.
Los once trabajos abordan temáticas diversas y están escritos por autores
con larga experiencia en estudios acerca de las juventudes y los aborda-
jes de la realidad social desde la perspectiva generacional. A todos ellos
agradezco fraternalmente haber aceptado participar de esta publicación y
enviar trabajos que constituyen valiosos aportes para pensar las realidades
que nos propusimos encarar.
El trabajo que abre la selección, de autoría propia, analiza las configu-
raciones generacionales de la política constituidas luego del año 2001 en
la Argentina y señala sus inflexiones y singularidades.
El segundo texto, de los autores Mariana Chaves, Carlos Galimberti y
Marcos Mutuverría, y también centrado en la Argentina, se enfoca en el
vínculo entre juventud, política y Estado en los últimos años, indagando
en las continuidades y transformaciones de las concepciones y los entra-
mados que se han establecido en esa relación y reflexionando sobre cómo
la realización de acciones políticas colectivas y la inscripción a proyectos
y agrupamientos políticos construyen la condición juvenil.
En tercer lugar, encontramos un artículo de René Unda Lara y Daniel
Llanos Erazo que problematiza las implicaciones que tienen las represen-
taciones sociales acerca de los jóvenes en las teorizaciones en el campo de
estudios de juventud e invita a pensar la producción social de juventudes
como una cuestión inscripta en los cambios y transformaciones sociales en
las que, también los sectores poblacionales jóvenes, influyen a través de
prácticas y discursos; aborda así, en línea con el trabajo anterior, la con-
dición juvenil como expresión de un amplio espectro de posibilidades
vinculadas a las dinámicas de las reconfiguraciones socioestatales en
contextos singulares.
El cuarto estudio, de Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez
León, presenta un marco comprensivo desde las categorías de subjetividad
política y acción colectiva que evidencia las formas en las que las acciones de
artistas de un colectivo cultural de Bogotá (Colombia) aportan a procesos

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de resistencia, apropiación de lo político y empoderamiento alternativo,
y visibilizan la existencia de apuestas estéticas como apuestas políticas.
En el quinto texto, de Óscar Aguilera Ruiz, se presenta un abordaje
en perspectiva de la dinámica del movimiento estudiantil chileno desde
2006, marcando sus altos grados de visibilidad pública y analizando sus
principales rasgos como expresión de un complejo proceso de reconfigu-
ración de las culturas políticas chilenas en la actualidad, que modulan
las políticas de la identidad y las disputas por la visibilidad en las que se
ponen en juego, tanto aspectos de la sociedad en general, como del propio
movimiento.
El sexto artículo, de las autoras Andrea Varela y Daiana Bruzzone, da
cuenta de los principales trabajos realizados en el tema de jóvenes, medios
de comunicación y participación política en la Argentina; se centra en las
reflexiones acerca de los relatos mediáticos sobre la relación política/juventud
en relación con los procesos de transformaciones sociales y los modos de
abordaje, y propone un desplazamiento desde lo que denominan episte-
mologías del deterioro a otras de la reconstrucción.
El séptimo trabajo, de Fabiana Espíndola, aborda la relevancia de los
sentidos y prácticas de la participación en actividades grupales de jóvenes
residentes en dos barrios segregados y estigmatizados de Montevideo
(Uruguay), buscando poner en evidencia que los jóvenes de estos territorios
luchan por revertir las condiciones adversas y realizan un trabajo sobre sí
mismos que puede colocarlos en recorridos de resistencia y transformación.
En octavo lugar se ubica un estudio de Juan Romero acerca del com-
portamiento electoral de los jóvenes, en comparación con las generaciones
adultas, incluyendo su posicionamiento respecto del sistema democrático
y su participación formal en este en tres países del Cono Sur: Argentina,
Chile y Uruguay. Se subrayan así diferentes formas de expresión política
por parte de los jóvenes, no esperadas por el sistema político institucional,
y también se destacan las maneras de manifestar su desacuerdo con este
al no registrarse ni participar en las elecciones.
El noveno y último artículo del dossier, de Germán Muñoz González,
se propone construir el juvenicidio como categoría analítica que permita
comprender las profundidades de una realidad cambiante que atraviesa a
las juventudes de América Latina, no solo expuestas a la eliminación física,
sino, sobre todo, a otras muchas formas de atentar contra la vida: precariedad
laboral, exclusión de la vida pública, silenciamiento y satanización en los

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medios de comunicación, limitaciones a derechos, restricción de movilidad
dentro de territorios acotados, cercenamiento de libertades, abierta represión.
Se propone así ampliar el sentido de la noción de juvenicidio incluyendo
las formas socialmente aceptables de quitar la vida a los jóvenes en lo que
denomina un ‘genocidio gota a gota’ ya que no solo se mata a los jóvenes
con balas, también se los mata borrándolos de la vida social, económica y
política, eliminando su rostro y buen nombre de las pantallas, persiguiéndo-
los o señalándolos como el peligro social. Entonces además del juvenicidio
entendido como eliminación física, este trabajo habla del juvenicidio social
y del juvenicidio simbólico que experimentan las juventudes en la región.
Por su parte, Mario Zúñiga Núñez, en la sección La linterna, explora
las transformaciones sociales y culturales de la segunda mitad del siglo xx
miradas desde el caso salvadoreño, para comprender el proceso de for-
mación de las generaciones de jóvenes educadas en las décadas de 1960 y
1970 y que luego fueron las principales protagonistas de la guerra civil en
los años ochenta que sintetizó problemáticas sociales expresadas en clave
generacional a través del conflicto armado.
En la sección Visiones, el trabajo de Maritza Urteaga explora —a partir
de la experiencia mexicana, centrada en redes culturales juveniles e inda-
gando en las transformaciones en cuatro entornos de la producción cultural
(música, artes visuales, editoriales y redes creativas digitales)— algunos de
los procesos sociales y culturales que vienen modificando el lugar de los
jóvenes en las sociedades actuales. Asimismo, resalta experiencias de par-
ticipación juveniles grupales e individuales en la producción de cultura y
narra procesos de cambio educativos, económicos, sociales y culturales,
así como novedosas maneras de posicionarse en la crisis del mundo laboral
y la incapacidad estatal de gestionar políticas públicas efectivas, ante las
cuales los jóvenes organizados en redes proponen tendencias innovadoras
en el desarrollo social y cultural.
A partir del recorrido realizado podemos ver que la selección de traba-
jos del Cuaderno contiene una rica diversidad de enfoques, temáticas y
experiencias que invitan a una lectura atenta y estimulante. Seguramente
muchos abordajes y puntos de partida de los lectores serán puestos en
debate luego de revisar los artículos que aquí presentamos.
Los dejo entonces con los textos y sus autores. Espero que estas líneas
provoquen, o al menos no desalienten, la lectura de las páginas siguientes,
cuyos aportes vale la pena desmenuzar y pensar.

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Finalizo esta presentación con mi agradecimiento al equipo de Ruth
Casa Editorial por la invitación realizada y el acompañamiento brindado
en el proceso de producción de este Cuaderno, y con una invitación a los
autores para continuar investigando, publicando y apostando al compro-
miso social, científico y político. El camino de las producciones colectivas
y las intervenciones intelectuales situadas seguirá alimentando este campo
en construcción, que con esta obra se ha fortalecido. En los trabajos que
siguen, el lector encontrará aproximaciones a formas de vida y produc-
ciones juveniles, a políticas públicas y a modalidades de acercamiento a
los procesos generacionales que contribuirán a transformar las realidades
desiguales en las que vivimos, reconociendo las diversidades y diferencias
que caracterizan las juventudes contemporáneas e instituyendo lo común
como otras formas de estar juntos.
En definitiva, este Cuaderno está pensado como una contribución
a la comprensión de las configuraciones generacionales de la política
en la actualidad, en el camino a aportar a la construcción de relaciones
intergeneracionales significativas y mejores condiciones de vida para todos.
La intención es alimentar la comprensión de las dinámicas políticas en la
actualidad y realizar un aporte a la producción de prácticas más potentes
y efectivas para la transformación de nuestra sociedad.
Los invito a emprender estos desafíos juntos.
Pablo Vommaro*

* Posdoctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud (Fundación Centro Internacional de


Educación y Desarrollo, CINDE-Universidad de Manizales, Colegio de la Frontera Norte,
COLEF-Pontificia Universidad Católica de São Paulo, PUCSP), Doctor en Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires (UBA). Co-coordinador del Equipo de Estudios de Políticas
y Juventudes (Instituto Gino Germani de la UBA). Investigador del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) e integrante del equipo de coordinación
del Grupo de Trabajo «Juventudes e infancias: políticas, culturas e instituciones sociales» del
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Ha coordinado, junto a la Redacción de Ruth Cuadernos de Pensamiento Crítico, el
dossier «Movimientos juveniles y revoluciones sociales en el siglo xxi».

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Ruth No. 17/2016, pp. 21-46

Pablo A. Vommaro*

Juventudes y configuraciones generacionales


de la política en la Argentina pos 20011

Cada vez es más indiscutible que en los últimos años las juventudes han adquirido
un lugar fundamental en las dinámicas económicas, sociales, políticas y culturales,
tanto en la Argentina, como en América Latina y a nivel mundial. En este marco,
uno de los debates que atravesó diversos espacios en la Argentina de la última década
giró en torno a las modalidades y lugares que fue ganando la participación política
de las juventudes en relación con la dinámica social más general. Así, creemos que
existen numerosos indicios que nos permiten plantear un crecimiento de la partici-
pación juvenil, tanto a través de formas alternativas a los canales institucionalizados
(que fueron características de la década de los noventa y las movilizaciones de 2001-
2002), como en estructuras que podemos caracterizar como clásicas. De esta manera,
en este artículo abordaremos las configuraciones generacionales de la política que se
produjeron en la Argentina luego de 2003, en el período abierto por la crisis de 2001,
estableciendo relaciones con modalidades anteriores.

Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...


Presentación

Cada vez es más indiscutible que en los últimos años las juventudes adqui-
rieron un lugar fundamental en las dinámicas económicas, sociales, políticas

* Véase p. 19.
1
Este artículo se enmarca en el trabajo del autor en diferentes proyectos de investigación y es-
pacios institucionales. Entre ellos, se destacan el Equipo de Estudios de Políticas y Juventudes
(Instituto Gino Germani de la UBA); PICT 2012-1251 «Activismo y compromiso político
juvenil: un estudio sociohistórico de sus experiencias políticas y militantes (1969-2011)»; PICT
2012-2751 «Juventud, política y nación: un estudio sobre sentidos, disposiciones y experiencias
en torno a la política y el proyecto común»; y UBACyT 20020130200085BA «Jóvenes mili-
tantes y espacios juveniles en agrupaciones político partidarias: una aproximación a las formas
de compromiso juvenil luego de la crisis de 2001».

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y culturales, tanto en la Argentina, como en América Latina y a nivel mun-
dial. En este marco, uno de los debates que atravesó diversos espacios en la
Argentina de la última década giró en torno a las modalidades y lugares que
fue ganando la participación política de las juventudes en relación con la
dinámica social más general. Así, creemos que existen numerosos indicios
que nos permiten plantear un crecimiento de la participación juvenil, tanto
a través de formas alternativas a los canales institucionalizados (que fueron
características de la década de los noventa y las movilizaciones de 2001-2002),
como en estructuras que podemos caracterizar como clásicas. Es decir, los
ámbitos instituidos de participación que consagran las democracias liberales:
partidos, sindicatos y grupos de interés.
No obstante, nos alejamos de las ideas que enfatizan una supuesta vuelta
de la política durante estos años, como si el proceso de politización no se
hubiera producido en relación con lo acontecido en la década anterior e
incluso en otras (Vommaro, 2015). Como dijimos, podemos constatar una
mayor participación de las juventudes en los espacios institucionales que
antes estaban deslegitimados y eran considerados poco atractivos como
ámbitos de compromiso juvenil. Pero esto no significa que las formas de
participación vinculadas a espacios autónomos, territorializados y alter-
nativos, hayan desaparecido, ni que la participación de las juventudes en
estructuras partidarias sean las únicas legitimadas o visibles en el espacio
público de hoy. Podemos sostener que conviven las dos modalidades, se
entretejen, se solapan, entran en tensiones y se transforman mutuamente.
En síntesis, más que en reemplazos, proponemos pensar en superposiciones,
pliegues, cruces y actualizaciones de formas anteriores.
De esta manera, pensamos que para poder comprender las formas
juveniles de participación política (que siguiendo trabajos anteriores de-
nominamos configuraciones generacionales de la política) en la Argentina
actual es necesario considerar las modalidades producidas en las décadas
anteriores. Sin embargo, por cuestiones de espacio, nos concentraremos
aquí en las configuraciones generacionales de la política que se produjeron
luego de 2003, en el período abierto por la crisis de 2001.

La dimensión latinoamericana

Antes de avanzar en el proceso político argentino de la última década,


interpretado en clave generacional, presentaremos algunos elementos

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que pueden articularlo con la dinámica regional y reforzar la perspectiva
latinoamericana de nuestro análisis. En efecto, la capacidad organizativa,
la visibilidad pública y el renovado interés de muchos jóvenes de la región
en la participación política, y el compromiso con las cuestiones públicas,
configuran una coyuntura que Ernesto Rodríguez denomina los «nuevos
movimientos juveniles latinoamericanos» con características más propo-
sitivas que reactivas (Rodríguez, 2012). Siguiendo a este autor, esta nueva
oleada de movimientos juveniles se presenta al menos de dos maneras. Por
un lado, están los colectivos que buscan formas de participación alternativas
a los canales clásicos e instituyen otro tipo de prácticas expresadas a través
de otros espacios, que se alejan relativamente de las vías institucionales co-
nocidas de la política e ingresan en la vida cotidiana. Son movimientos que
construyen desde la autonomía y formas de organización que discuten las
jerarquías y el verticalismo, y que no se sienten interpelados por el sistema
político y los instrumentos de la democracia representativa (sobre todo la
delegación a través del sufragio). Por otro lado, existen organizaciones que
se constituyen desde o en diálogo fluido con el Estado y que encuentran en
las políticas públicas de ciertos gobiernos latinoamericanos espacios fértiles
de acción y desarrollo de sus propuestas. Son grupos que en algunos casos
están vinculados a juventudes partidarias y que se presentan como base
de apoyo de los gobiernos en cuyas políticas o instituciones participan.
En algunos países conviven ambos tipos de movimientos juveniles y en
otros prevalece una de las dos modalidades. En este artículo analizaremos
situaciones en las que ambas formas de movilización y participación ju-
Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
veniles conviven, con distintos énfasis e inflexiones, en la Argentina pos
2001. De todos modos, más allá de las singularidades, es una realidad
cada vez más evidente que las diversas formas de asociatividad juveniles se
constituyeron en un sujeto fundamental para comprender las dinámicas
sociales, políticas y culturales en América Latina, y han superado los límites
sectoriales o generacionales para convertirse en expresión de conflictos
sociales más generales.

Juventudes y políticas en la Argentina pos 2001

Retornando al estudio de las configuraciones generacionales de la


política en la Argentina en el período abierto por la denominada crisis
de 2001, podemos identificar al menos tres vertientes de participación y

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movilización juveniles: la estudiantil, con los procesos de ocupación de
escuelas secundarias en la Ciudad de Buenos Aires y algunas provincias a
partir de 2006; la de las juventudes políticas, entre las que se destacan las
denominadas juventudes K,2 pero donde también hay otros grupos; y la
de los colectivos territoriales y culturales, que mantienen y actualizan sus
formas de organización en los barrios, conectados muchas veces con el
Estado a través de algunas políticas públicas, además de las ya conocidas
formas de represión abierta y cotidiana que experimentan.
Presentaremos aquí algunas tensiones, divergencias y contradicciones
entre estas tres formas de militancia y organización juveniles, a la vez
que identificaremos cruces, posibles confluencias y elementos en común.
Sin dudas, la constatación del crecimiento de las agrupaciones juveniles
kirchneristas, que señalan trabajos académicos y periodísticos,3 nos permite
hablar de la emergencia de una militancia juvenil con presencia en todo
el país, que apoya al partido en el gobierno. Es posible sostener que ello
no se veía desde el retorno democrático. Asimismo, como lo afirmamos
en un trabajo anterior, durante los años de los gobiernos kirchneristas se
produjeron cambios sustantivos en las formas de movilización y en las
experiencias organizativas de buena parte de los movimientos sociales y
políticos de la Argentina, lo cual fue particularmente visible entre las
organizaciones juveniles (Vázquez y Vommaro, 2012).
Con independencia de las posiciones asumidas al inicio hacia la presi-
dencia de Néstor Kirchner, los espacios militantes existentes atravesaron
inflexiones en cuanto a sus estrategias organizativas que redundaron en el
apoyo más o menos directo a estos gobiernos. Asimismo, en este período se
crearon agrupaciones que adoptaron una posición oficialista, orientando su
capacidad organizativa a apoyar al gobierno interpretado como parte de un
mismo proyecto o modelo nacional. En este segundo grupo de organizaciones
es posible identificar a muchas agrupaciones juveniles kirchneristas. Entre
ellas, La Cámpora es la más visible. Una primera aproximación a este grupo
nos lleva a preguntarnos por la manera en que se elabora un relato sobre el

2
Con el nombre de Juventudes K se conoce a las distintas organizaciones de jóvenes ligadas
al kirchnerismo y que apoyaban a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de
Kirchner. En 2012 estas agrupaciones —entre las que se destacan La Cámpora, el Movimiento
Evita y diferentes variantes de la Juventud Peronista— confluyeron en el espacio denominado
Unidos y Organizados.
3
Entre los primeros señalamos los de Pérez y Natalucci, 2012; Vommaro y Vázquez, 2012; Núñez
y Vázquez, 2013.

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origen del colectivo que conjuga elementos resignificados y actualizados del
pasado con hechos recientes, en el marco de los cuales se explicita el naci-
miento de la agrupación. Podemos comenzar reflexionando sobre el nombre
de la agrupación —alusivo a la figura de Héctor Cámpora4— y la manera
en que se construye una lectura acerca del peronismo, que permite reinter-
pretarlo desde el presente, aspirando a desarrollar un conjunto de prácticas
que se sitúan en una relación de continuidad con gobiernos peronistas de
los años cuarenta, cincuenta y setenta. Estas interpretaciones acerca del pe-
ronismo, por su parte, condensan sentidos heterogéneos y recuperan figuras
de diferentes momentos que recorren el primer peronismo, la resistencia y el
peronismo del siglo xxi, salteando los años menemistas (1989-1999), que no
son reconocidos en esta genealogía militante como peronistas, sino como
«neoliberales» (Vázquez y Vommaro, 2012).
Así, la construcción de un relato que narre y permita comprender la gé-
nesis de este y otros grupos autodefinidos como kirchneristas es parte de un
mismo esfuerzo por explicitar el surgimiento del kirchnerismo y cimentar
su legitimidad (Vázquez y Vommaro, 2012). Un elemento llamativo en la
producción de este relato es que, si bien la gran mayoría de dirigentes de
estas agrupaciones comenzó sus experiencias de politización en los años
noventa —ya sea en centros estudiantiles universitarios, secundarios o en
organizaciones barriales o territoriales—, la imagen construida sobre esa
época es de apatía y despolitización. Más allá del objetivo instrumental de
generar un contraste entre los años menemistas y la ya mencionada repo-
litización basada en la recomposición estatal posterior a 2003, no deja de
Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
ser significativa esta construcción de sentido. Como señalamos en otros
trabajos, no podríamos entender los acontecimientos de diciembre de 2001
y comienzos de 2002 sin tomar en cuenta las experiencias de politización,
organización y movilización que se produjeron en los años noventa, durante
la larga década neoliberal en la Argentina (Vommaro, 2012).
Por su parte, tanto La Cámpora como varias de las agrupaciones kirch-
neristas (JP Evita, por ejemplo), son organizaciones que se autodefinen

4
Héctor José Cámpora (1909-1980) fue electo presidente de la Argentina el 11 de marzo de 1973 y
asumió la presidencia el 25 de mayo del mismo año. La fórmula que conformó —junto con Solano
Lima— permitió el regreso del peronismo al gobierno en una época en la que Perón permanecía
proscripto. Su presidencia duró 49 días, ya que renunció para posibilitar la realización de nuevas
elecciones en las que se presentó como candidato Juan Domingo Perón. Era conocido como el Tío
y se caracterizó por expresar al sector de la izquierda peronista y por sintetizar —desde el punto
de vista de los militantes— la lealtad a Perón bajo cualquier circunstancia.

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como juveniles. Esta apelación a lo juvenil es utilizada como una forma de
referirse a un modo de práctica política que se caracteriza como novedoso.
De esta manera, los conflictos políticos aparecen expresados en clave de
disputa generacional, contraponiendo la joven militancia con las estructuras
consideradas como tradicionales, sobre todo del Partido Justicialista, pero
también del sistema político en general. Ser joven se convierte entonces
en un valor político que simboliza una tensión (a veces contradictoria)
con las formas consideradas viejas de hacer política o gestionar el Estado.
En tercer lugar, es posible identificar otra manera de apelar a la idea de
juventud que se observa desde los dirigentes que integran el mundo adulto
de la política. La juventud es invocada a partir de la coyuntura en la que
—desde el punto de vista adulto— les toca vivir a los más jóvenes en la
actualidad. Para los dirigentes adultos del kirchnerismo, el contexto actual
se presenta como una oportunidad, pues —desde su punto de vista— exis-
ten mejores condiciones para militar que aquellas a las que se enfrentaban
quienes fueron jóvenes en los años setenta. Esta centralidad de la juventud
entre los dirigentes se observa no solo en las convocatorias a los jóvenes,
sino, además, en la inclusión de una agenda política que los contiene. Esto
se reconoce en el impulso cobrado por las diferentes políticas públicas
orientadas a la juventud durante los gobiernos kirchneristas.
Todo esto va acompañado por la apertura de espacios políticos para los
jóvenes. En este sentido, la militancia de estos años incluye asumir respon-
sabilidades legislativas o de gestión en el Estado. De esta manera, entre los
militantes de muchas agrupaciones kirchneristas aparecen términos como
militar una ley, militar una política —pública— o militar una campaña. Se
les otorga así atributos militantes a estos espacios en la función pública que
serían similares u homologables —desde el punto de vista de los jóvenes
kirchneristas— a los que organizan el trabajo en un barrio.
Identificamos entonces dos formas en las que se presenta la relación entre
la militancia juvenil kirchnerista —en particular, de La Cámpora— y el
Estado (Vázquez y Vommaro, 2012). Por un lado, una militancia des-
de el Estado, encarnada por los miembros de la agrupación que además de
ser militantes se desempeñan laboralmente en dependencias estatales
de diverso tipo. En esta situación se encuentran desde aquellos que ocu-
pan cargos de gestión y se reivindican públicamente como activistas de La
Cámpora, hasta las personas que trabajaban en el Estado con anterioridad
y que —producto de la vinculación con La Cámpora— resignificaron su
desempeño y sus funciones laborales allí. Por otro, una militancia para el

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Estado o por el Estado, utilizada para referirse a las circunstancias en las
que sus militantes se definen como activadores de las políticas públicas y
desarrollan prácticas que nombran como bajar planes y programas sociales
en diferentes barrios o comunas. Es importante señalar que esto contrasta
con la concepción de la política que primaba en algunos colectivos de
militantes juveniles en los años noventa —que podemos caracterizar como
una militancia en paralelo o contra el Estado—, en muchos de los cuales
se politizaron los dirigentes de La Cámpora. Así, en el kirchnerismo el
Estado es visto como una herramienta de transformación y un escenario de
disputas políticas que es preciso ocupar y al que hay que dedicar esfuerzo
y tiempo militante.
Recapitulando, podemos identificar al menos cuatro sentidos diferentes
en cuanto a las configuraciones generacionales que se expresan en agrupa-
ciones juveniles kirchneristas como La Cámpora.5 El primero es el referido a
la juventud como forma de autodefinición o autoidentificación. El segundo
se vincula con la manera de simbolizar conflictos entre generaciones, por
medio de la cual se homologa lo joven con lo nuevo y se restablece un modo
de entender la política que se contrapone con el tradicional, asociado a los
viejos dirigentes. Un tercer sentido en que la juventud se presenta como una
apelación realizada desde la dirigencia adulta, en particular desde sus dos
principales conductores: Cristina y Néstor. Y, finalmente, el que se inscribe
en el marco de un proceso más amplio de juvenilización de la política, por
medio del cual se entiende la exaltación de rasgos juveniles como atributos

Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...


positivos de los militantes, inclusive entre dirigentes adultos.
Una segunda vertiente de movilizaciones juveniles que identificamos en
la Argentina de la última década y que trataremos aquí es la de los estu-
diantes, sobre todo los secundarios, que han protagonizado importantes
procesos de organización que incluyeron la acción directa y la ocupación
de edificios públicos. El hecho de que en los recientes procesos de movili-
zación y organización juveniles desplegados en la Argentina y en América
Latina los colectivos estudiantiles hayan desempeñado un papel destacado,
produjo un regreso de los estudios acerca de los movimientos estudiantiles
secundario y universitario, que eran considerados fenómenos del pasado y
habían perdido importancia frente a formas supuestamente novedosas de

5
Seguimos aquí lo propuesto en Vázquez y Vommaro (2012), que revisamos y actualizamos en
Vommaro (2015).

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expresión juvenil ligadas a lo cultural, lo estético, las experiencias territo-
riales o políticas alternativas.6
En las tomas de escuelas secundarias que se desarrollaron entre 2010 y
2012 en las ciudades de Buenos Aires, Córdoba, Neuquén y Río Gallegos,
entre otras, podemos distinguir la expresión de muchos de los elementos
que caracterizaron y caracterizan diversos procesos de movilización y
organización juvenil en la Argentina y en América Latina. Pedro Núñez
expone las diversas formas organizativas que produjeron los estudiantes
secundarios en los últimos años, desde los clásicos centros de estudian-
tes hasta modalidades menos orgánicas e institucionalizadas, pero mu-
chas veces más efectivas para la acción cotidiana y la visibilización de las
demandas en el espacio público (Núñez, 2013:117). Asimismo, coinci-
dimos con este autor en destacar las ocupaciones de espacios públicos
realizados durante las movilizaciones estudiantiles. No solo las escuelas
fueron ocupadas —y habitadas— por los jóvenes secundarios; también
las calles, plazas y paredes de las ciudades en las que tuvieron lugar esas
manifestaciones. De esta manera, los colectivos de estudiantes instituyeron
maneras propias —muchas veces alternativas a las dominantes— de usar,
apropiarse y producir el espacio público urbano. A la vez, desplegaron una
manera rupturista de producir lo común, un espacio otro —resignificado
y reconfigurado— para estar juntos. Esto fue particularmente relevante
en las escuelas secundarias ocupadas por sus estudiantes. Muchos relatos
refieren que durante las tomas se experimentaron apropiaciones y usos de
las escuelas mucho más significativos que los que existían en el resto del
ciclo escolar (Núñez 2011 y 2013). En efecto, los estudiantes habitaron
y se apropiaron de las escuelas durante las tomas en formas mucho más
intensas que en otros momentos.
Esta política de la acción directa y el poner el cuerpo (Núñez, 2013;
Vommaro, 2010) se sustentó en la práctica de la participación y la de-
mocracia directa, donde se valoraba el involucramiento de todos en la
deliberación, toma y ejecución de las decisiones. Además, fue directo
el diálogo que se buscó con el Estado, sin mediaciones institucionales o
canales que pudieran representar a las organizaciones o en los que fuera
posible confiar y delegar la interlocución con los funcionarios. Entonces,
estos se vieron obligados a dialogar directamente con el conjunto del mo-
vimiento o con una diversidad de referentes, delegados o voceros que iban

6
Destacamos, para el caso argentino, los trabajos de Pedro Núñez (2011 y 2013), Valeria Manzano
(2011), Iara Enrique (2010), Marina Larrondo (2012) y Mariana Beltrán y Octavio Falconi (2011).

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rotando de forma periódica y que descolocaban muchas veces, tanto a las
autoridades estatales, como a los medios de comunicación. Este diálogo
directo y sin mediaciones, que Núñez nombra como «desconfianza en la
mediación representativa» (Núñez, 2013:148), será característico también,
como veremos más adelante, de las organizaciones estudiantiles chilenas.
Otro punto en común con procesos de movilización sucedidos en otros
países es la ocupación del espacio público de una manera productiva.
Es decir, a medida que el espacio público es ocupado —apropiado— es
también resignificado y producido, ampliando sus fronteras y sentidos.
Esto marca la configuración de una modalidad de apropiación del espacio
público que se gesta en los últimos años y que, siguiendo a Manzano y
Triguboff (2009), denominamos «forma social ocupación». Esta consistía
en un modo particular de uso, apropiación y producción del espacio, que
instituyó el territorio. En esta ocupación se redefinieron las fronteras entre
las esferas pública y privada. Escuelas y calles, en este caso; tierras, fábricas
y rutas en otras experiencias que aquí estudiamos, fueron ocupadas por
sujetos sociales organizados que expresaban el antagonismo social territo-
rialmente situado y gestaban experiencias autoorganizadas y autogestivas
que instituyeron otras lógicas sociales. Lo privado se tornaba público, al
ser ocupado y reformulado por las organizaciones sociales, y lo público
se dejaba de asociar únicamente a lo estatal, para dar lugar a los espacios
comunitarios. Así, esta manera de apropiación del espacio devenido
territorio produjo un nuevo significado de este, que no era ni privado ni
público en un sentido estatal. Era otro sentido de lo público, asociado a

Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...


lo comunitario, a formas no ligadas directa y unívocamente con lo estatal
y también en disputa con el mercado.
Un último elemento que destacaremos en este acercamiento a las movi-
lizaciones de los estudiantes secundarios en la Argentina es la dimensión
inter e intrageneracional del proceso. Por una parte, las tomas de escuelas
pusieron en evidencia, tanto conflictos o tensiones, como confluencias
intergeneracionales, entre estudiantes y adultos, fueran estos padres o do-
centes. Muchas veces los estudiantes visibilizaron y defendieron demandas
de infraestructura escolar, que bien pudieron haber sido reclamos por la
mejora en las condiciones del lugar de trabajo de los docentes, aunque
no siempre fueron interpretadas así por estos. Otras veces, los padres
acompañaron las movilizaciones estudiantiles, enfatizando su carácter más
general —y no solo sectorial—, lo que permite analizarlas como expresión
de conflictos sociales más amplios, que en el caso de la Ciudad de Buenos

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Aires se profundizan en un gobierno local de centroderecha. Por otra parte,
es importante considerar que no siempre todos los estudiantes secundarios
estuvieron de acuerdo con las tomas de sus escuelas y en algunos casos ni
siquiera la mayoría de ellos. Esto fue así aun entre estudiantes que partici-
paban en otros espacios políticos y que manifestaron su desacuerdo con las
tomas en las asambleas realizadas para decidir al respecto. Lo cual muestra
las pluralidades que antes introdujimos. Son múltiples y diversos los sen-
tidos de la política entre los jóvenes y las maneras de percibir un reclamo
y una forma de práctica pública como legítima o justa (Núñez, 2013).
Una tercera y última vertiente que presentaremos es la de los colecti-
vos juveniles que despliegan sus acciones en los barrios, ya sea manifes-
tando conflictos locales o produciendo acciones culturales, artísticas y
expresivas diversas. Ya dijimos que en los últimos veinte años se observó
en la Argentina la emergencia del territorio como producción política
y la política como producción territorial (Vommaro, 2012 y 2015). En
efecto, el proceso de territorialización que se venía gestando desde años
antes adquirió una dimensión cada vez más importante luego de 2001.
Otro de los espacios que emergió en este momento fue el de las empre-
sas recuperadas por sus trabajadores, en las cuales el lugar de los jóvenes
fue fundamental, tanto en el proceso de recuperación (donde había que
poner el cuerpo para defender la toma del predio recuperado), como en la
organización productiva y en las actividades culturales abiertas al barrio
que se desarrollaron en estas empresas.
En los últimos diez años este proceso de organización a nivel territorial,
molecular, continuó y se fortaleció en muchos momentos; visibilizándose
ante algunas coyunturas y concentrándose en el trabajo barrial en otras.
En efecto, en la Argentina actual los colectivos juveniles en los barrios
continúan siendo dinámicas expresiones del conflicto social y disputando
con los Estados —locales, provinciales o nacionales— recursos, espacios
y sentidos de la política. Así, centros culturales, comedores comunitarios,
bachilleratos populares y otras formas de asociatividad y organización don-
de los jóvenes son protagonistas importantes permanecen y despliegan sus
propuestas en sus territorios, aun en una coyuntura de recomposición
gubernamental y relegitimación de la política estadocéntrica.
A partir de lo dicho, revisitamos la propuesta de que en los últimos
treinta años es posible observar entre los jóvenes un doble desplazamiento.
En primer lugar, desde las formas clásicas de organización y participación
hacia otro tipo de espacios y prácticas, en los que no solo no rechazaban

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la política, sino que se politizaban sobre la base de la impugnación de los
mecanismos delegativos de participación y toma de decisiones. Este es el
movimiento que signó los años ochenta y, más fuertemente, los noventa
(podríamos fecharlo en el período 1983-2002/3). En segundo lugar,
una trayectoria que marca una nueva parábola de recomposición de la po-
lítica partidaria e institucional centrada en el Estado; un reencantamiento
con lo público estatal y con las formas clásicas de participación política.
Es decir, el surgimiento de organizaciones que se nombran o autoperciben
como juveniles, que se constituyen desde o en diálogo fluido con el Estado
y encuentran en las políticas públicas de ciertos gobiernos latinoamericanos
(que denominan progresistas o populares) espacios fértiles de acción y
desarrollo de sus propuestas. Son grupos que en algunos casos están
vinculados a juventudes partidarias y que en todos los casos se presentan
como base de apoyo de los gobiernos en cuyas políticas o instituciones
participan. Esta es la dinámica que marca el proceso de recomposición que
caracterizó a la Argentina luego de 2003. Sin embargo, este regreso de la
política vinculada a los partidos y a los canales institucionales propuestos
desde el Estado no será una réplica de momentos anteriores. Al contrario,
se asentará sobre nuevas bases caracterizadas por tres nociones fundamen-
tales: territorio, politización y espacio público o común.

Disputas generacionales por la participación:


la experiencia de la Ley de Voto Joven

En este escenario descrito de disputas respecto de los alcances y significados Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
de los vínculos entre juventudes y políticas, en noviembre de 2012 se apro-
bó en el Congreso de la Nación la ampliación del sufragio para las personas
entre dieciséis y dieciocho años de edad, con la sanción de la denominada
Ley de Ciudadanía Argentina (No. 26/774). Sin dudas, esta reforma del
Código Nacional Electoral constituye un avance que alimenta el proceso
de ampliación de derechos que se produjo en la Argentina desde 2003.
Sin embargo, las cuestiones que abre y deja pendientes la nueva norma
son diversas. Desde su elaboración con escasa participación juvenil y una
mirada adultocéntrica, hasta cierta minorización de la juventud al hacer
el voto optativo para las personas de entre dieciséis y dieciocho años
(manteniendo la obligatoriedad para el resto) y la consagración de una
única forma de participación enmarcada en la democracia representativa,

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como si solo allí se dirimieran las formas políticas juveniles más potentes
e innovadoras del presente. A continuación desagregaremos algunas de
estas cuestiones.7
El efecto formal de esta ley fue la habilitación del derecho al voto para
las personas de entre dieciséis y dieciocho años, lo que amplió la mayoría
de edad civil en dos años (antes de la aprobación de esta norma, la mayo-
ría de edad civil en la Argentina era a los dieciocho años). Sin embargo,
esta ampliación de la mayoría de edad no fue para todas las personas
de esa franja etaria. En efecto, los jóvenes de entre dieciséis y dieciocho
años debían actualizar su documento nacional de identidad para estar en
condiciones de ejercer su flamante derecho. En cuanto al impacto cuan-
titativo de la ley, podemos ver que es limitado a nivel de peso electoral
nacional. Así, si tomamos los datos del censo de población de 2010 (el
último disponible), vemos que las personas de entre dieciséis y dieciocho
años eran aproximadamente 1,4 millones, lo que representa 4,5 % del
total del padrón electoral nacional argentino. Esto es aun más reducido
en distritos como la Ciudad de Buenos Aires, donde el peso numérico de
esta franja etaria es de 1,33 % del total del padrón.
Al poner en relación esta incidencia cuantitativa en el padrón electoral
con el impacto mediático y político que produjo la norma, podemos
identificar una desconexión entre el peso cuantitativo y la repercusión
cualitativa de esta ley. En efecto, los debates producidos en los medios
alrededor de esta medida, que en general fue calificada de apresurada, ma-
nipuladora y utilitaria, no tuvieron relación con su incidencia electoral, lo
que nos habla de elementos subjetivos, políticos, sociales y culturales que
debemos tener en cuenta a la hora de analizar estos temas. Además, estos
debates públicos no tuvieron a los jóvenes como protagonistas. Más bien
estos últimos fueron objeto de opinión por parte del mundo adulto, ya sea
con la pretensión de tutelar o ampliar sus derechos desde el Estado, o con
la intención de protegerlos de la supuesta manipulación gubernamental.
Es decir, fueron debates manejados bajo códigos adultocéntricos, que poco
permitieron escuchar la voz juvenil.
Además, es importante enmarcar esta reforma electoral en al menos tres
elementos. Primero, el proceso de paulatina ampliación de derechos y de
creciente consideración de las diversidades sociales que se produjo en la
Argentina en los últimos años y que involucró especialmente a los jóvenes.

7
Nos basamos aquí en lo expuesto en Vommaro (2014d).

32

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Segundo, la resignificación y transformación de la noción de juventud,
que llevó a pluralizar el término y hablar de juventudes, enfatizando las
diversidades y los otros modos de ser joven que existen en la actualidad.
Tercero, el proceso de ampliación de las fronteras de lo político, que nos
lleva a abordar la noción de politización y a mirar con atención las formas
juveniles de participación política.
A partir de estos marcos y significados en disputa, profundizaremos en
algunas de las tensiones, conflictos o ambigüedades que podemos iden-
tificar a partir de esta ley. En primer lugar, si partimos de señalar que la
ampliación de la ciudadanía política para los jóvenes se expresa en esta
norma solo con la ampliación del derecho al sufragio, podríamos inter-
pretar que se consagra una única manera de producir juventud. Es decir,
se considera una única manera de ser y aparecer como joven participativo,
reconocido y legitimado ante el Estado y ante lo público. Si asumimos
esto, las diversidades constitutivas de las juventudes contemporáneas
correrían el riesgo de invisibilizarse y los jóvenes serían más objeto de
política que sujetos de derecho. Una consecuencia de esta mirada podría
ser la deslegitimación de las movilizaciones y organizaciones políticas de
las juventudes que actúan por fuera de los espacios instituidos. Al tener
ahora derecho al voto, el canal de expresión política consagrado sería ese,
y las demás expresiones podrían ser marginalizadas o, en un extremo,
estigmatizadas y reprimidas.
Una segunda cuestión se vincula con la asunción de una forma de ser
joven ideal y consagrada; con un deber ser joven, que se expresaría en una
Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
única forma legitimada de participación política a través del sufragio. Así,
si se considera el derecho al voto como el único reconocimiento a la par-
ticipación política juvenil, se silenciaría que los jóvenes producen política
desde otros lugares. Justamente, en la actualidad esos otros lugares son
considerados por los propios jóvenes más legítimos e interpretados como
más potentes y convocantes que los ámbitos estatales y del sistema político
a los que remite la ley. Desde esta perspectiva, no haría falta una ley para
habilitar a los jóvenes a producir política; sino que los jóvenes hoy están
produciendo política en sus escuelas, en sus barrios, en sus territorios,
cotidianamente. Se abre la pregunta, entonces, de si este reconocimiento
de hacer política mediante una ley que habilita al sufragio no podría en-
corsetar la diversidad y multiplicidad de la producción política juvenil; si
no podría limitar el despliegue de otras experiencias u opacar otros debates
referidos a las formas de participación y los derechos de las juventudes.

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Al avanzar en el análisis de los marcos de la ley encontramos concep-
ciones de juventudes en tensión, que pueden estar superpuestas y a veces
ser contradictorias. Brevemente, presentaremos las principales. En primer
lugar, lo que podemos denominar junto con Vázquez (2013) como la
juventud como «causa pública» o «causa militante». Esta es una idea muy
interesante para pensar el sentido y la producción política juveniles en el
presente. La juventud deviene causa pública cuando el solo hecho de la
apelación a lo juvenil provoca adhesiones, movilización política. Es decir,
lo juvenil parecería ser suficiente en la construcción pública como motor
de producción política y generador de adhesiones o simpatías.
Una segunda noción se relaciona con la juventud en tanto afirmación
o autopercepción. Esto se referencia en los colectivos que se identifican
como juveniles, lo que configura su forma de aparecer en el espacio público
y también sus maneras de organización.
Una tercera dimensión se desplaza hacia la clave generacional, en la
que los conflictos políticos aparecen como disputas generacionales. Es
decir, conflictos que en otro momento estarían fuertemente atravesados
por debates políticos se presentan como tensiones entre nueva y vieja po-
lítica, como si el solo hecho de presentarse como político nuevo, joven,
sin trayectoria o experiencia dentro del sistema político, alcanzase para
ser un buen político. Si pensamos en momentos anteriores, encontramos
que la experiencia y la trayectoria eran más valoradas para ejercer un cargo
público que la juventud o la renovación. Considerar esto abre caminos
interesantes para analizar las formas actuales de tramitar o presentar los
conflictos entre diversas prácticas políticas.
Si se analizan las nociones que se ponen en discusión a partir de los
debates que generó la denominada Ley de Voto Joven, encontramos una
reactualización de elementos ya presentes en períodos anteriores como: el
joven apático y el joven participativo; la juventud como sujeto presente
en el aquí y el ahora, o la juventud considerada como una preparación
para el futuro, es decir, un regreso a la noción de moratoria. Aquí resulta
muy interesante ver cómo se superponen la juventud como sujeto presente
—que hoy puede votar— y la apelación que existe en el discurso público y
político que invoca a los jóvenes como relevo generacional, como sujetos
que se están preparando para cuando les toque gobernar y deben entonces
esperar su oportunidad. Otra concepción que aparece superpuesta es la del
joven ciudadano y el joven consumidor. Así, podríamos ver al joven como
un ciudadano que se vincula con el Estado a través del sistema político y
también al joven como consumidor conectado con el mercado, incluso
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como consumidor del mercado político, de la oferta política que se le
presenta y en la cual su capacidad de incidencia es limitada.
Una cuarta mirada sigue concibiendo a la juventud como riesgo o
amenaza, como peligro social. Es una juventud que requiere ser controla-
da, reprimida, criminalizada. Pero la juventud también aparece como suje-
to de derechos, e inclusive en muchas políticas es reconocida como sujeto
de cambio, como agente de transformación social. Para el caso argentino,
esto es particularmente notorio en las llamadas políticas juveniles de par-
ticipación, que en un reciente relevamiento se identificaron como 25 %
del total de las políticas públicas de juventud existentes.8 En este punto
también señalamos un matiz entre la concepción de la juventud en tanto
sujeto de derecho —que centra el reconocimiento en el vinculo ciudada-
no— y la juventud como sujeto de cambio —donde el foco está puesto
en la capacidad de las juventudes para producir su propia política que
puede no ser ciudadana y no ser en clave de derechos en sentido clásico.
Al profundizar en los conflictos entre las formas legitimadas y consagra-
das y las formas juveniles emergentes o alternativas, aparecen diferentes
discusiones acerca de otras emergencias juveniles que son muchas veces
criminalizadas, perseguidas, inclusive desde el mismo Estado que propone
políticas inclusivas y participativas. Esto es notorio, por ejemplo, en las
intervenciones urbanas que realizan diversos colectivos juveniles en el
transporte público, que en la Argentina y en otros países son consideradas
como actos de vandalismo. Es decir, no se reconocen como formas de
expresión juveniles, como intervenciones urbanas en el espacio público
Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
que implican apropiaciones y producciones de sentido. Al contrario, se
criminalizan y persiguen, angostando la posibilidad de expresión pública
juvenil, a la vez que se permiten y estimulan las intervenciones mercantiles
publicitarias que marcan el espacio público tanto o más que las estéticas
juveniles presentadas gráficamente. Se abre así una situación de disputa
por lo público, en donde los usos, las apropiaciones y las producciones no
se vinculan solo al espacio físico, sino sobre todo a dimensiones simbó-
licas y estéticas. Emergen entonces los procesos de institución de formas
alternativas de lo público, no solo en cuanto a su uso o apropiación, sino
también en lo referido a la producción de espacios públicos no estatales
y no mercantiles, a partir de lógicas comunitarias. Una concepción de
lo público en tanto lo común, una posibilidad para estar juntos con una

8
Ver Núñez, Vázquez y Vommaro (2015) y Vázquez (2015).

35

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composición distinta —y a veces en fuga— que tensiona las dinámicas
hegemónicas promovidas por la segregación y la competencia. Esta cons-
titución de lo público no entendido solo como lo estatal se vincula con lo
que en otros trabajos y siguiendo a otros autores denominamos forma social
ocupación, en tanto modo particular de uso, apropiación y producción
del espacio público y la dinámica comunitaria.
Continuando con la presentación de algunos elementos que pueden
contribuir a comprender no solo las tensiones que abre la modificación
electoral, sino también sus limitaciones, potencialidades y desafíos, vol-
veremos a la caracterización del marco de la norma como adultocéntrico.
Esto es así, entre otras razones, porque en la discusión de la ley la voz de los
jóvenes apareció muy poco. De hecho, esta fue una de las pocas leyes san-
cionadas en los últimos años en el marco del proceso de reconocimiento de
derechos en la Argentina que no tuvo una importante movilización social
atrás. Es decir, no hubo colectivos juveniles movilizados por el derecho al
voto, no hubo una demanda juvenil visible acerca de esta cuestión, como sí
la hubo con otras medidas como la llamada Ley de matrimonio igualitario,
y con normas aún en debate como la despenalización del aborto o del uso
de la marihuana, entre otras. Así, esta ley aparece como adultocéntrica al
ser pensada, elaborada y debatida por adultos para los jóvenes.
Uno de los elementos que evidencia que esta norma fue elaborada y
motorizada por adultos es que el voto entre los dieciséis y dieciocho años se
sancionó como optativo. Se consagran así al menos dos tipos de ciudadanos:
aquellos plenos que están obligados a votar; y los que serían ciudadanos
a opción, que votan solo si quieren hacerlo. Esto podría ser una buena
noticia en el camino por discutir la forma de vínculo ciudadano como la
única legitimada; pero creemos que se trata más bien de una manera de
minorizar a los jóvenes, considerando que no están plenamente preparados
para afrontar los derechos y obligaciones que implica el voto, y entonces
estos deben surgir de una elección consciente y voluntaria. Incluimos en
esta dimensión analítica también el hecho de que los jóvenes estén habi-
litados para ser electores a partir de esta ley, pero sigan impedidos de ser
elegidos para ciertos cargos (como senador o diputado, por ejemplo, con
pisos de edad excluyentes que continúan establecidos en treinta y veinti-
cinco años respectivamente).
El contenido adultocéntrico y en cierta medida minorizador de los
jóvenes se muestra también en las autopercepciones juveniles acerca de
esta ley, que muchas veces reproducen el discurso adulto hegemónico y

36

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modalizado. En este sentido, resultados de una encuesta realizada en el
marco de un equipo de investigación de la UBA9 mostraron que ante la
pregunta: «¿Estás de acuerdo con la propuesta para que los y las jóvenes
puedan votar a partir de los dieciséis años?», entre 63,1 % y 86,1 % de
los consultados se manifestó en contra, mientras que lo hizo a favor solo
22,2 %. Es claro que esto no muestra una falta de compromiso o desin-
terés por la política y por lo público de parte de los jóvenes, al ver que la
participación en una organización estudiantil no modifica la opinión de los
jóvenes acerca del nuevo derecho al voto. Así, 62,4 % de los que participan
y 69 % de los que no participan en centros de estudiantes coinciden en
oponerse a la ampliación de la edad de sufragio. Del mismo modo, 23 %
y 19 % respectivamente apoyan el voto a partir de los dieciséis años. Es
decir, aun entre jóvenes organizados y participativos y que están en edades
que serían las beneficiarias directas de esta ley, el consenso es reducido
y prevalece la visión de esta consagración de derechos como algo lejano y,
en algún punto, ajeno.
Para concluir nuestro análisis, proponemos pensar algunos desafíos que
abre esta ley. En primer lugar, la posibilidad de colocar las problemáticas
juveniles en la agenda pública, y la agenda juvenil en las políticas públicas,
desde una concepción de derechos y no criminalizadora o estigmatizadora.
Es decir, la presentación de los jóvenes en la agenda pública y de lo juvenil
en el espacio público presenta interesantes intersticios para ensanchar y
profundizar. En segundo, reabre o amplía las discusiones en torno a la no-
ción de ciudadanía y la posibilidad de otras formas de vínculo social desde
Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
los jóvenes. Se abre así la pregunta acerca de si asistimos a la emergencia
de posibles formas de ciudadanías juveniles y si es posible producir formas
de vínculos políticos que siendo estadocéntricos sean a la vez específica o
singularmente juveniles. Si esto fuera así, podemos preguntarnos también
si existen otras formas posibles de participación política que puedan ser
reconocidas desde el Estado aunque presenten alternativas frente a lo
instituido.
En tercer lugar, estos debates pueden permitir visibilizar las condiciones
de vida de los jóvenes en sus territorios y espacios de vida cotidianos. Pueden
evidenciar las desigualdades y segregaciones que caracterizan —junto a las
diversidades— los mundos juveniles actuales. Hay estudios que plantean
9
Equipo de Estudios de Políticas y Juventudes, Instituto Gino Germani de la UBA, que integra
y co-coordina el autor de este texto. La encuesta de referencia fue aplicada entre jóvenes orga-
nizados en centros de estudiantes secundarios a finales de 2012.

37

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que las prioridades de los jóvenes hoy son: el trabajo, la recreación en sus
barrios, los espacios para desplegar las formas de sociabilidad juvenil, de
asociatividad juvenil, el ocio, los temas de salud. En fin, diferentes aspectos
que no tienen directamente que ver con el derecho a voto. De esta manera,
pareciera que las aspiraciones de los jóvenes no pasan hoy prioritariamente
por la ampliación del voto, sino que otras desigualdades, otras diversida-
des y otros problemas sociales —muchas veces menos reconocidos— son
más urgentes y relevantes. Esto incluye la posibilidad de ampliación de
los derechos pendientes como: salud sexual y reproductiva, derechos de la
mujer, aborto no punible, el derecho a la tierra de las juventudes campesi-
nas o indígenas, y los derechos a la producción de lo público y lo común.
En cuarto lugar, también hay quienes señalan que esta incorporación
de los jóvenes a la ciudadanía política puede abrir posibilidades de reco-
nocimiento por parte de los Estados que, al considerarlos como público
electoral efectivo o potencial, incorporen en sus agendas los temas más
sensibles para ellos y posibiliten un mayor protagonismo juvenil en las
cuestiones estatales y públicas. Futuras discusiones de leyes sobre cupo
joven en las listas electorales y las candidaturas o en los cargos públicos
en ciertas áreas podrían ir en este sentido.

Palabras finales para seguir pensando:


juventudes argentinas, entre disruptivas e integradas

Antes de finalizar este trabajo, haremos un comentario acerca de la Pri-


mera Encuesta Nacional de Jóvenes, que se realizó en Argentina a finales
de 2014 y de la cual se están conociendo los primeros resultados.10 En
primer término, la realización de esta encuesta a nivel nacional es un he-
cho celebrable ya que permite conocer datos acerca de la situación de las
juventudes argentinas, que hasta ahora eran de difícil reconstrucción. En
segundo término, los resultados de esta encuesta pueden ayudar a desan-
dar algunos de los estigmas desde los que se consideran a las juventudes
en la actualidad para avanzar hacia la enunciación pública de opiniones
fundadas, basadas en datos concretos y comprobables. Es decir, considerar
a las juventudes no desde miradas adultas estigmatizadoras, sino partiendo

10
Hasta octubre de 2015 solo se conoce públicamente un informe con resultados parciales de la
encuesta, producido por el INDEC (2015).

38

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de sus propias realidades, sus experiencias, sus voces y saberes, para poder
conocerlas, escucharlas y reconocerlas. Por ejemplo, la encuesta muestra
que la mayoría de los jóvenes interrogados que no estudian ni trabajan son
mujeres que están a cargo de tareas de cuidado. Así las cosas, la categoría
de jóvenes ni-ni, que aparece en los medios masivos y en debates políticos
y académicos cada vez con mayor frecuencia, estaría invisibilizando tareas
juveniles signadas en muchos casos por desigualdades sociales, de género
o territoriales.
Asimismo, de los resultados parciales de la encuesta surge que 8 de cada
10 jóvenes que abandonaron sus estudios quieren retomarlos. Y que entre
quienes dejaron sus estudios, 3 de cada 10 lo hicieron porque tuvieron
que trabajar, y 2 de cada 10 porque sentían que la escuela no les servía. Si
sumamos a los que desistieron de continuar la escolaridad por maternidad
o paternidad, más de 60 % de los jóvenes que abandonaron la escuela
lo hicieron por condiciones sociales que podrían revertirse con políticas
públicas que incorporen la perspectiva generacional, sean integrales y
se sitúen en los territorios singulares. El plan de terminalidad educativa
FinEs es una experiencia interesante al respecto. Como último dato, el
relevamiento evidencia que entre los jóvenes que tienen trabajo, uno de
los elementos que menos les satisface es el ingreso percibido. Esto pone el
foco no solo en la empleabilidad y las capacidades juveniles para insertarse
en el mercado laboral —cuestiones en las que suelen enfocarse las políticas
públicas de empleo—, sino sobre todo en las condiciones de trabajo y las
características de ese mercado, muchas veces expulsivo y precarizado. Sobre
Pablo A. Vommaro / Juventudes y configuraciones generacionales...
este punto podemos mencionar un ámbito de politización juvenil que no
abordamos en este texto: el de los jóvenes trabajadores y las juventudes
sindicales. En efecto, muchos de los sindicatos conformados en los últimos
años, sobre todo en el sector servicios (peajes, call center, repositores de
supermercados, mensajeros, entre otros), están protagonizados por jóve-
nes que se organizan a partir de las condiciones de precariedad laboral en
las que desarrollan sus trabajos y llevan adelante conflictos laborales que
son muchas veces los más visibles y públicos.
Llegados a este punto podemos afirmar que si bien las relaciones entre
juventudes y políticas se han revitalizado en la Argentina pos 2001, alimen-
tándose de la recuperación de los canales institucionales y las movilizaciones
callejeras, nada volverá a ser como era. La recomposición política que se
experimenta en la Argentina en la actualidad se sustenta sobre las bases de
las transformaciones en los modos de hacer política, a partir de las grietas

39

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que se abrieron en la década del noventa y se consolidaron luego de 2001.
Más que regreso, podemos hablar de reactualización o resignificación
de elementos presentes en momentos anteriores. Así, entre disruptivas e
integradas, entre la continuidad y la innovación, entre la autonomía y el
Estado, se dirimen en la actualidad las configuraciones generacionales de
la política de las juventudes argentinas, y parte de las latinoamericanas.

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45

Movimientos.indb 45 26/05/2016 3:38:23


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—— (2015): Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina. Ten-
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Zibechi, Raul (1997): La revuelta juvenil de los 90: las redes sociales en la
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—— (1999): La mirada horizontal. Movimientos sociales y emancipación,
Ed. Nordan, Montevideo.
—— (2003): Genealogía de la Revuelta. Argentina: sociedad en movimiento,
Ed. Nordan, Montevideo.

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Movimientos.indb 46 26/05/2016 3:38:24


Ruth No. 17/2016, pp. 47-68

Mariana Chaves,* Carlos Galimberti** y Marcos Mutuverría***

«Cuando la juventud se pone en marcha


el cambio es inevitable»: juventudes,
acción política, organizaciones y Estado
en Argentina

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
Nos centraremos aquí en analizar el vínculo entre juventud, política y Estado en Ar-
gentina. Para ello indagaremos, por un lado, en las continuidades y transformaciones
de las concepciones y los vínculos que se han establecido entre jóvenes, política y Estado
en la Argentina de las últimas dos décadas. Para este punto nos focalizaremos en tres
ejes: 1) las formas de acción política, 2) las concepciones que los y las jóvenes tienen
sobre la política, lo político y el Estado, y 3) el lugar que ocupan, o en el que se pro-
yectan, como parte de proyectos políticos para el país. Particularmente analizaremos
dos características de la militancia juvenil peronista en tres organizaciones: «militar
desde el Estado» (La Cámpora y Movimiento Evita) y «militar desde el sindicato» (la
Juventud Sindical). Y, por otro lado, reflexionaremos sobre qué le resuelve la política
a la condición juvenil, esto es, cómo la realización de acciones políticas colectivas y
la inscripción a proyectos y agrupamientos políticos construye la condición juvenil.

* Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales con orientación en Antropología.


Investigadora CONICET. Docente investigadora categoría II. Profesora titular del seminario
«Cuestión juvenil: teorías, políticas y debate público» (Facultad de Trabajo Social) y profesora
asociada —a cargo— de la cátedra Antropología Sociocultural II (Facultad de Ciencias Naturales
y Museo). Sus temas de trabajo están centrados en juventudes, procesos identitarios, ciudad,
ciudadanía y educación.
** Licenciado en Sociología, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación-Universidad
Nacional de La Plata (FaHCE-UNLP). Maestrando en Políticas de Desarrollo (FaHCE-UNLP).
Becario CONICET. Docente de la Tecnicatura en Economía Social y Solidaria (Universidad
Nacional de Quilmes). Sus temas de investigación son juventudes, política y sindicalismo.
*** Licenciado en Comunicación Social con orientación en Periodismo, Facultad de Periodismo y
Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (FP y CS de UNLP). Doctorando
del Instituto de Desarrollo Económico y Social-Universidad Nacional de General Sarmiento
(IDES-UNGS). Docente del Seminario Permanente de Tesis I de FP y CS de UNLP. Sus temas
de investigación son juventudes, política y organizaciones.

47

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1. Introducción

La tradición de estudios de juventud en Argentina tiene marcas de origen


en la observación del sector poblacional como sujetos políticos y como
estudiantes universitarios.1 Fue en la segunda y tercera décadas del siglo xx
cuando, a través de las luchas reformistas en las universidades, se construyó
la imagen del «movimiento estudiantil»2 y se visibilizó la juventud en la
esfera pública a través de las acciones políticas colectivas. En ese formato
la condición juvenil se subsumió en la condición estudiantil.
La vida política de Argentina fue sucediéndose a nivel de gobiernos entre
períodos dictatoriales y democráticos. En estos últimos la ocupación de
los cargos ejecutivos tuvo como conductores —desde la segunda década
del siglo— solo a dos partidos políticos: la Unión Cívica Radical y el Par-
tido Justicialista. De hecho, desde el surgimiento del peronismo (Partido
Justicialista) en la mitad de la década de 1940, la contienda democrática
electoral nacional se produjo en el antagonismo entre esas dos grandes
fuerzas políticas.3 Ambas poseían, y sucede hasta el presente, sectores de
juventud auto y heteroidentificados, como Juventud Radical y Juventud
Peronista. Pero también existían otros partidos políticos donde la juven-
tud tenía su presencia y, en muchos casos —como el Partido Comunista—,
su sector interno organizado (Gilbert, 2009).
Las formas de la expresión política juvenil no son ajenas a las formas
de la expresión política de la población en general, pero en más de una
ocasión ha sucedido que se le echa la culpa de la no participación al sector
juvenil, entonces resulta que son apáticos y se les exige que hagan lo que
el resto de la población no hace. La época actual, en cambio, podríamos
describirla como cargada de politización, de política «por todas partes»,
de lectura política «de todo» y «de todos»,4 y la juventud no es una ex-

1
Algunos autores de referencia que estudiaron en distintas formas ese período tempranamente
fueron Bernardo Kleiner (1964), Jorge Graciarena (1971), Luisa Brignardello (1972), Beba
Balvé et al. (1973), Oscar Troncoso (1973), Juan Carlos Portantiero (1978) y Hebe Clementi
(1982). Una presentación del campo de estudios previo al período democrático de 1983 se
puede encontrar en Chaves et al. (2013).
2
Utilizaremos las comillas para indicar las citas, tanto del ámbito académico como frases nativas.
3
Como ya indicamos, cuando las fuerzas armadas y sus aliados de turno no ejecutaban golpes
de Estado.
4
Es necesario tener presente la advertencia de Bonvillani, Palermo, Vázquez y Vommaro (2010),
respecto a que si bien la politización es un potencial de cualquier vínculo, no cualquier sistema

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cepción. La imagen del joven militante se reencarna casi un siglo después
de sus primeras apariciones, de 1918 a 2015, pero ahora no se subsume
en la condición estudiantil, sino que parece echar anclas en la condición
etaria y en cierto antagonismo generacional.5 Los estudiantes siguen es-
tando y son fuertes actores políticos juveniles en varios ámbitos, pero se
encuentran también otros actores políticos jóvenes, como los militantes
de partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales. De algunos de
ellos trata este artículo.
Dos reflexiones generales son el marco de este escrito.6 Por un lado, se
trata de analizar las continuidades y transformaciones de las concepciones
y los vínculos que se han establecido entre jóvenes, política y Estado en la
Argentina de las últimas dos décadas, concentrándonos en tres puntos: 1) las

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
formas de acción política, 2) las concepciones que los y las jóvenes tienen
sobre la política, lo político y el Estado, y 3) el lugar que ocupan, o en el que
se proyectan, como parte de proyectos políticos para el país. Por otro lado,

de prácticas puede ser caracterizado como político. Para ello, sería necesario que se tratara de
prácticas producidas a partir de la organización colectiva, con visibilidad pública, con reco-
nocimiento de un antagonista, y que implicara la formulación de una demanda pública y
contenciosa.
5
En el tiempo transcurrido hasta el presente, la militancia juvenil ha sido una de las posibilidades
de la experiencia social y etaria, con heterogeneidad pero con la unicidad del compromiso con
la causa/proyecto en el que los sujetos se implicaban colectivamente. Diversidad ideológica
con momentos de valoración positiva y negativa por parte de otros sectores de la sociedad, con
algunos de ocupación festiva de la calle o de desaparición del espacio público, con posiciones
de prestigio, jerarquía y diferencial de poder a su favor y muchas veces en contra. Podían
constituirse en agrupamientos acostumbrados a la subalternidad o en ardua contrahegemonía,
ganadores de contiendas, perdedores eternos o solo cada tanto, con efímeras interrupciones o
con grandes transformaciones. En fin, un sinnúmero de acciones y resultados que emergieron
en cada contexto histórico político; a modo de ejemplos podemos citar a los jóvenes en armas
que nos muestra Federico Lorenz (2012) para las guerras de Malvinas en 1982, o frente a situa-
ciones que parecen coyunturales, como podrían ser las tomas de escuelas estudiadas por Núñez
(2010, 2011) para ciudad de Buenos Aires, y por Beltrán y Falconi (2011) para Córdoba, o el
Colectivo 501 de 1999 (Vommaro y Vázquez, 2008).
6
Como parte de sus desarrollos de tesis, Marcos Mutuverría en su doctorado en Ciencias Sociales
en el IDES-UNGS con apoyo de beca de finalización de doctorado CONICET, y Carlos Ga-
limberti como tesista de la Maestría en Políticas de Desarrollo, convenio Provincia de Buenos
Aires y FaHCE, UNLP y del doctorado en Ciencias Sociales FaHCE, UNLP, actualmente con
beca doctoral de CONICET; ambos con la dirección de la Dra. Mariana Chaves. Y los tres
autores forman parte del Proyecto 11/T067 del programa de Incentivos a la investigación SC
y T-Mrio Educación en la Facultad de Trabajo Social, UNLP «Disputas en el espacio público:
cultura, política y desigualdades socio-urbanas», dirigido por la Dra. Mariana Chaves y codi-
rigido por el Dr. Ramiro Segura.

49

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pero absolutamente entrelazado, nos guía la reflexión sobre qué le resuelve
a la condición juvenil la política. Es decir, cómo la realización de acciones
políticas colectivas y la inscripción a proyectos y agrupamientos políticos
construye la condición juvenil, cómo les resuelve a los y las jóvenes un lugar
en el mundo o les permite transitar este tipo de experiencia social etaria.
En particular, en este artículo nos focalizamos en presentar bajo el
primer subtítulo una breve panorámica del escenario previo a 2003, en
términos de cómo se relacionaban algunos sectores políticos juveniles
con el Estado y la política, y el Estado con ellos, y cómo el kirchnerismo
interpeló a la juventud produciendo un cambio en el «no te metás». En
la segunda y tercera parte presentamos dos características de la militancia
juvenil peronista actual: «Militar desde el Estado: la patria es el otro», y
«Militar desde el sindicato: tenemos trabajo, tenemos patria». Finalmente,
presentamos algunas conclusiones.
Hemos tomado para el análisis datos secundarios (investigaciones de
otros autores) y datos primarios elaborados desde el trabajo de campo7 en
seis espacios donde participan jóvenes en la región de La Plata, Berisso y En-
senada: 1) Movimiento Evita, 2) La Cámpora y 3) Juventud Sindical. Los
tres agrupamientos adscriben al peronismo, dentro de la línea de gobierno
actual conocida como «kirchnerismo» o llamada por los propios actores
«proyecto nacional y popular».8 4) Jóvenes en condiciones de pobreza, no
organizados políticamente pero que concurren a un centro de día del sis-
tema de promoción y protección de derechos provincial sostenido por una
organización social. 5) Jóvenes del partido Nuevo Encuentro y del Frente
Popular Darío Santillán con quienes se han realizado talleres de formación
sobre condición juvenil (uno con cada uno). Y, 6) investigaciones previas
realizadas por una de las autoras con agrupamientos culturales juveniles
(murgas y estilos culturales). Todas estas prácticas se ubican en la región
del Gran La Plata, provincia de Buenos Aires.9

7
Trabajamos principalmente con un enfoque etnográfico, realizando observación participante y en-
trevistas. En todos los grupos que más adelante se enumeran llevamos más de dos años de relación.
8
No significan ni representan exactamente lo mismo, pero esa discusión supera el objetivo de este
artículo. Para más detalle de las agrupaciones, puede verse Fluster, Galimberti, Mutuverría (2014).
9
Se utiliza la denominación de región Gran La Plata para la zona constituida por los partidos de
La Plata, Berisso y Ensenada. En particular la ciudad de La Plata (dentro del partido homónimo)
es la capital de la provincia de Buenos Aires y alberga por ello las cabeceras provinciales de las
agencias estatales, el poder legislativo, judicial y ejecutivo. Según Censo Nacional de INDEC
2010, posee una población de 654 324 habitantes. Hacia el sudeste limita con los partidos de
Berisso (88 470 habitantes) y Ensenada (56 729 habitantes) cuyo otro límite es el Río de La

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2. Año 2003: antes y después de proponer un sueño

Podemos enumerar ciertas consideraciones sobre la dinámica de los jóve-


nes, la política y el Estado en la Argentina previa a 2003. Puntualizar en
ese año como hito está legitimado como estrategia metodológica en tanto
cambio de mandato presidencial (25-03-2003) que habilita una nueva
gestión frente a la debacle previa de crisis institucional con seis presidentes
en una semana. Pero, además, el nuevo presidente asume con un discurso
—y luego se verán unas prácticas— muy diferente a los anteriores, por
lo que a partir de su presentación construye una diferencia con todo lo
anterior: «Vengo a proponerles un sueño», dijo en discurso inaugural.
Resultaba una convocatoria a incluirse en una comunidad simbólica, a

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
crear un nosotros: «la patria», «el proyecto nacional». Esa interpelación
tuvo detractores, resistentes, descreídos, pero también de a poco tuvo cada
vez más seguidores. Día a día, el ejecutivo repetía con actos y palabras su
convocatoria. El terreno sobre el que sembraba era árido, y particularmente
entre muchos jóvenes nunca había sido cultivado.
En primer lugar debemos considerar una hipótesis adaptada a partir de
una propuesta de Pablo Vila (1985): existiría una correspondencia inversa
entre politicidad en la cultura y acción política a través de partidos políti-
cos/Estado. Vila estudiaba el rock en los ochenta viendo la posibilidad de
interpretar esta expresión juvenil como movimiento social; en ese contexto
y llevando su mirada hasta el presente, la hipótesis diría que cuando los y
las jóvenes participan —o aparecen en la esfera pública— a través de la
política partidaria (en el sentido de organizaciones políticas que disputan
poder a través del sistema democrático, eleccionario y pretenden acceder a
cargos en el poder legislativo y ejecutivo), y apuestan a disputar la gestión
estatal como lugar desde el cual concretar su proyecto político, decae la
dimensión política de las activaciones juveniles a través de «la cultura»
(expresiones estéticas y artísticas). Y, a la inversa, cuando estas crecen,
coincide que la forma clásica de activar políticamente no es atractiva, no
interpela a grandes sectores y/o hay un alto descreimiento sobre ellos, los
partidos como vía y el Estado como fin o como medio.
La segunda consideración la iniciamos con una pregunta: ¿volver al Es-
tado? Realizar esta pregunta en el inicio del siglo xxi tenía como rotunda

Plata. (INDEC http://www.censo2010.indec.gov.ar/CuadrosDefinitivos/P1-P_Buenos_Aires.


pdf Acceso 30/5/2015).

51

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respuesta un no. Una negación mayoritaria, y no solo en los y las jóvenes,
sino en la población en general. Una obra que representa la forma de la
relación entre Estado, política y población en ese momento, y también en
la academia, es el texto de Ignacio Lewkowicz Pensar sin Estado.10 En aque-
lla época ya estábamos estudiando cómo se resolvía la condición juvenil.
Revisando aquellos procesos en términos de las relaciones Estado-políti-
ca-juventud podemos enumerar una serie de encuentros y desencuentros
a modo de foto de época:

Indiferencia Desde dentro del Estado Desde dentro En oposición


(o queriendo entrar) del Estado al Estado
y en reproducción y en oposición
hegemónica interna
Vínculo No Carrera política «El Estado somos Organizados:
desde organizados personal, vínculo todos»: Juventud Derechos
los jóvenes como empleado, Central de Humanos
hacia beneficiario Trabajadores (DDHH)
el Estado de Argentina (Hijos) y
(CTA) algunas
algunas murgas murgas
Vínculo Inexistencia Políticas culturales: Políticas de
desde o muy escasas recitales seguridad,
el Estado políticas sociales represión
de juventud.
hacia Inexistencia de Políticas educativas:
los jóvenes reconocimiento Educación Secundaria
del sector social (ESB, Nueva secundaria)
como inter- Materia Construcción
locutor de ciudadanía
Dirección General de
Cultura y Educación
(DGCyE, Provincia
de Buenos Aires)

10
Editado por primera vez en 2004, explica el tiempo inmediato previo en caracterizaciones como
la siguiente: «hacerse cargo de la caída del Estado no es hacerse cargo de esa cesación objetiva,
no es registrar exteriormente el fin de una lógica; es decidir subjetivamente que ese funciona-
miento subjetivo se ha extenuado. Esta decisión incipiente se llama pensar sin Estado. Pensar
sin Estado implica, por un lado, pensar sin suponer condiciones de regulación metaestatales
que aseguran la suerte de un emprendimiento; por otro, implica pensar una experiencia en sus
propias determinaciones; es ya no disponer de yo como condición de partida de la experiencia»
(Lewkowicz, 2006:215, cursivas del autor).

52

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El análisis de los vínculos presentados en el cuadro anterior, sumado al
proceso desarrollado desde 2003 hasta el presente, y al período previo a
2003 (Chaves, 2010; Chaves y Núñez, 2012), nos llevó a sistematizar las
formas de hacer política a partir de la imagen del «no te metás» (Chaves,
2012 y 2013). Se trata de una frase de uso cotidiano para hablar del vínculo
personal con la política, y dar recomendaciones de cómo vincularse con
ella y por su intermedio con el Estado.11 Estas imágenes, que funcionan
como metáforas del vínculo, creemos que son marco no solo para explicar
al sector juvenil, sino también a vastos sectores de la población:
I. La vigencia del «no te metás, es peligroso». El miedo. La certeza de la
ligazón entre participación política, ocupación de la esfera pública y
muerte. La derrota del sujeto transformador y sus colectivos. Origen

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
en contexto de dictadura, continuidad que aparece por ejemplo en
las palabras de varios padres en recomendación a sus hijos cuando
vienen a estudiar a la universidad (migran a la ciudad de La Plata).
II. La vigencia del «no te metás, no sirve para nada». Lo feo, sucio y malo.
La corrupción del Estado y la mercantilización de la política. La des-
vinculación del sujeto del ser parte y el descreimiento en la acción
colectiva. Imagen con preeminencia en la década del noventa, y con
continuidad hasta la fecha en las expresiones juveniles de jóvenes de
sectores populares que participan de un centro de día.
III. El resquebrajamiento del «no te metás» (desde finales de 2001 a 2010): «ya
nos quedamos en casa, y mirá a dónde fuimos a parar, ahora hay que salir
a la calle» (hace referencia a los acontecimientos de 2001); «ya hicimos
lo que había que hacer, no meterse, y se comprobó que no meterse no
da resultado, ahora metámonos, dijimos». Emergencia de esta imagen
a partir de los acontecimientos de 2001 en la crisis económico-política
que devino en un cambio anticipado de gobierno. Se materializa en
algunos movimientos sociales, organizaciones semi-informales a partir
de ese evento, y primeros militantes del kirchnerismo.
IV. La superación del «no te metás»: la vuelta de la política como interpela-
ción. «Cuando la juventud se pone en marcha el cambio es inevitable»
resultó un eslogan que ya no solo convoca, sino que proyecta e impulsa
a la participación. Un sector de la sociedad recupera el horizonte
de transformación social como proyecto y entiende la gestión del
Estado como el medio para llevarlo adelante. Emerge y se consolida

11
Tenemos registro desde el contexto de terrorismo de Estado con gobierno desde 1976.

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la visibilidad pública de la participación y acción política juvenil en
la esfera pública. Está el ejemplo de 2010 al fallecer Néstor Kirchner
(expresidente).
Estas imágenes surgen en distintos contextos históricos y se suceden
unas a otras en esa temporalidad, pero nunca deja(n) de existir la (o las)
anterior(es), sino que queda(n) en la memoria social como posibilidad, y
además es muy probable que quede(n) vigente(s) como forma principal
del vínculo en algunos sectores y grupos.
En las secciones que siguen presentamos dos formas que toma la mi-
litancia juvenil peronista en la ciudad de La Plata, y los sentidos que sus
protagonistas otorgan a la política y a la gestión del Estado.

3. Militar desde el Estado: «La patria es el otro»

Hemos identificado un conjunto de concepciones de la política y el Es-


tado por parte de jóvenes militantes, donde se disputa el Estado (como
nivel ejecutivo de gestión) como un espacio «de acceso y respuestas al
sector popular». En términos de acción política es una apuesta a «militar
el Estado», usando sus propios términos para nombrarla. Militar remite
a la práctica ya conocida para otros ámbitos, el territorio, el sindicato, la
universidad; ahora tendrán que poner el cuerpo y el tiempo de sus vidas
en el proyecto por «democratizar» el Estado para el pueblo. Partiendo de
la perspectiva del actor presentamos brevemente seis elementos que apare-
cen como argumentos de esta forma de la militancia: el tiempo invertido,
la pertenencia a lo estatal como devolución de la formación pública, la
militancia antiburocrática, el acceso a la gestión como premiación a la mi-
litancia juvenil, el antagonismo entre viejos y jóvenes, y la tensión entre
protagonismo de los jóvenes o de los trabajadores.
El primero, el tiempo invertido en la militancia desde el Estado, y por
este, aparece como uno de los elementos más significativos entre los y las
jóvenes que participan, tanto en La Cámpora como en el Movimiento
Evita. La experiencia militante de Lucas (veintinueve años, La Cámpora)
atraviesa la tradición de su familia, su organización política, su profesión
de abogado y, «desde hace dos años», su tarea de militancia y gestión.
Su labor en gestión dentro de la Gobernación de la Provincia de Buenos
Aires, y posteriormente en el Senado, representó un cambio en todas
sus actividades, incluida su militancia territorial, donde lamenta haber

54

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reducido algunas horas en su dedicación, pero sin abandonarla. En esa
coexistencia se le presentan elementos para enriquecer ambas actividades
y vehiculizar algunas luchas políticas que hasta el momento solo se venían
dando en el territorio. En esa experiencia compartida, el tiempo aparece
como un elemento que debe negociar, donde Lucas sostiene que ahora se
le «han achicado mucho más los tiempos», y que está en el Senado siem-
pre, o «andá a saber hasta qué hora», pero que de todos modos se las está
«arreglando» para poder continuar en la militancia territorial.
El segundo elemento, la noción de «devolución», se puede contar a través
de Ramiro (treinta y tres años, La Cámpora), quien se siente vinculado con
el Estado a partir de su educación en colegios estatales y en la universidad
pública. Además comenta que desde chico escuchó cómo su familia, de

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
tradición peronista, defendía la idea de un Estado vigoroso, cuando el
contexto era contrario a esa perspectiva (infancia en los noventa). Hace
poco Ramiro entró a «trabajar en el Estado» —él lo plantea en términos
de «desafío»—, en una empresa de servicios públicos de la Provincia de
Buenos Aires. Realizó diferentes entrevistas, pasó numerosas etapas de eva-
luación y, finalmente, logró acceder al puesto de trabajo. Ramiro destaca
que en la última etapa del examen psicotécnico le preguntaron: «¿Por qué
querés ingresar a la empresa? ¿Qué beneficios tiene?», y ahí pudo expresar
el sentido que le daba a un puesto laboral de esas características. Para él,
el hecho de trabajar «en la función pública», teniendo una trayectoria de
formación en la educación pública, y en especial en la universidad pública
y gratuita, era parte de una reciprocidad donde él era el «deudor». Ramiro
pensaba con frecuencia en su formación: «A mí me la están pagando los
ciudadanos», lo que determinó que sienta «la obligación» no solo de hacer
«las cosas bien», sino de dar «un poquito más».
Acceder a la gestión del Estado le permitió además poner en diálogo su
capital militante con la cotidianeidad de las burocracias estatales, y percibir
que allí también había una misión que estaba pendiente: la militancia debía
romper con ciertos moldes pre-existentes respecto de cómo «se ven» las
burocracias estatales o la «cuestión pública», tanto en la sociedad como en
el interior de las mismas agrupaciones. Es de ese modo que su «ingreso al
Estado» fue percibido además como una militancia antiburocrática (Perel-
miter, 2012) y permite ver cómo la subjetividad política se ve interpelada
en la tarea de gestión dentro del Estado. En ese camino, el compromiso
militante de Ramiro dentro de la gestión estatal permitió comprobar algu-
nos prejuicios acerca de las prácticas de las burocracias estatales, pero a la

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vez permear esos prejuicios y pasar al intento de transformación, porque
trabajar en el Estado le hizo «ver la cuestión pública de otra manera», y le
generó un compromiso mucho mayor —sobre todo conociendo la trama
política que es el «meollo de todo»— y entender «el porqué de las cosas».
El acceso de la militancia juvenil a la gestión del Estado se percibe por
Emiliano (treinta y cuatro años, La Cámpora) como una «premiación a la
militancia», otro de los elementos que queremos mencionar. Nos explica
que el contexto que se vive en los «años kirchneristas» rehabilitó la noción
de que con la propia militancia «se puede cambiar la realidad», y que con
un trabajo militante, con un grupo de pertenencia, se puede modificar
todo lo que se quiera; y avanza: «porque si en algún momento esa causa
tiene realmente asidero en la sociedad, va a tener un final satisfactorio»,
el tema es «no darse por vencido» y «seguir militándolo». Esta proyección
da un fuerte sentido a su práctica política, es el camino de la transforma-
ción social el que se hace posible a través de una aceitada relación entre la
militancia territorial y la gestión estatal, ya que toda acción política debe
«nacer a partir de la necesidad del pueblo» y «subir» al Estado para que
luego se materialice en políticas que solucionen los problemas de la gente.
Para Emiliano, la premiación a la militancia estaría relacionada con
el «saber político» que han desarrollado los y las jóvenes en la militancia
territorial y/o universitaria, y no exclusivamente por el «saber experto o
técnico» de su formación profesional para la gestión en la burocracia estatal
en sí. Existen elementos del «saber técnico», pero deben ser direccionados
en un sentido político para orientar la militancia dentro de la gestión, y
con ello (con ellos), generar las condiciones de posibilidad de solucionar
los problemas de la gente en el marco de una militancia que se presenta y
performa como colectiva, como inclusión en un proyecto ideológico de
continuidad.
Veamos otro aspecto de estas militancias desde el Estado. Alejandro
(veintinueve años, Movimiento Evita) describe que el rol de la militancia
juvenil y su participación en el Estado es «muy resistida», incluso en el
interior de las propias organizaciones, o entre militantes «que están dentro
del Estado», como una cuestión de «cuidar el lugar de los viejos». Como una
lucha de sucesión (Bourdieu, 2002) donde las juventudes son percibidas
por los mayores como aquellos que quieren aspirar «demasiado pronto» a
los puestos ya ocupados. Teniendo en cuenta que tanto la juventud como
la vejez no están dadas —estas se construyen socialmente en esa relación—,
en la lucha entre los jóvenes y los más viejos se disputan no solo los puestos

56

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de trabajo como posiciones políticas, sino las maneras de ejercerlos. Según
denota el argumento de Alejandro, esa forma de descalificar al «joven»,
al «nuevo» y al «profesional», es la que fomenta un «Estado bobo», un
Estado que no reacciona ante la inacción de aquellas personas que traba-
jan hace mucho tiempo en la administración pública, que es gente que
«vive de eso» y ya tiene «todas sus mañas», aun para cambiarse de puestos
según las administraciones que se suceden. En estos términos, la tensión
generacional intra-Estado atraviesa la lucha entre un «Estado bobo» de
viejos militantes peronistas y un Estado activo con capacidad de gestión
encarnado en los jóvenes militantes (en la sección que sigue veremos cómo
este enfrentamiento también aparece en los sindicatos).
Además de la conflictividad marcada desde lo generacional en el inte-

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
rior de las propias organizaciones en su gestión estatal, también aparecen
disputas por el sentido que se le da al acceso al Estado entre las propias
juventudes. Sebastián (veinticuatro años, Movimiento Evita) plantea
una postura crítica interna al modo «etario» de accionar de La Cámpora,
porque considera que un Estado debe ser concebido desde una propuesta
colectiva de los trabajadores, independientemente de la cuestión etaria.
Su postura es de defensa del rol de los trabajadores en la disputa y gestión
por el Estado. Sebastián explica que «no hay Estado que valga» si no se
construye desde la «unidad de los trabajadores». Como referente juvenil
que es asume que se puede considerar un «Estado piola» a aquel que le
otorgue un lugar a los jóvenes, pero argumenta que sin el «protagonismo
real» de los trabajadores no parecería posible concebir un Estado que dé
respuestas a las demandas del sector popular. Su organización considera
que se les debe otorgar un decisivo protagonismo a los trabajadores —con
independencia de que sean jóvenes o «grandes» en la actividad cotidia-
na—, hablando «con los compañeros en los barrios», en las cooperativas
y en las fábricas. Sebastián introduce una perspectiva de clase para pensar
las juventudes y los puestos de trabajo estatales. Su argumento permite
repasar la distinción entre las juventudes en los sectores populares, donde
se ingresa tempranamente al mundo del trabajo cuando las condiciones
del mercado laboral lo hacen posible, y las juventudes de los sectores de
clase media o alta, que de forma habitual cursan estudios y prolongan
su tiempo dedicado a la capacitación. En este sentido, la incorporación
de la clase trabajadora en el argumento del militante se contrapone a la
concepción de la juventud paradigmática del plano massmediático, en su
modelo de «moratoria social» (Margulis y Urresti, 1998b:4).

57

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4. Militar desde el sindicato: «tenemos trabajo, tenemos
patria»

A partir de la primera presidencia de Néstor Kirchner (2003-2007), se


produce en Argentina una reactivación de la producción económica junto
con la recuperación progresiva de las instituciones laborales y la caída sos-
tenida del nivel de desempleo. En ese contexto se renueva el protagonismo
de las organizaciones sindicales (Palomino, 2011).12 Y si recordamos que
en paralelo se incrementan las formas de participación política juvenil, y
proliferan o se revitalizan colectivos que se autodefinen como juveniles
(Vázquez, 2013), encontraremos herramientas para comprender la emer-
gencia de la Juventud Sindical (de aquí en adelante JS).13 En 2009, en el
marco de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista (CNSP),14 se
conforma formalmente la JS con el objetivo de aportar a la profundización
del kirchnerismo. Como consecuencia, se crean en diferentes localida-
des del país juventudes sindicales entre las que se encuentran las de La
Plata, Berisso y Ensenada, hoy unificadas bajo el nombre de «Juventud
Sindical Peronista Regional (JSPR) La Plata, Berisso y Ensenada».15
Las juventudes sindicales no se constituían como una juventud más en
el espacio kirchnerista, su particularidad era ser «la juventud del sindica-
lismo», y desde esa identidad de trabajadores pensaban aportar al proceso

12
Dicho protagonismo se refleja en los tres indicadores más utilizados en los estudios sobre el
poder sindical: el aumento del conflicto laboral, de los trabajadores afiliados y de las negocia-
ciones colectivas de trabajo (Senén González y Haidar, 2009). Si a estos tres indicadores le
agregamos el factor de peso político que han cobrado las organizaciones gremiales —a través
de su participación en instancias de pacto social (como los Consejos del Salario) y su presencia
en las disputas internas del peronismo—, la reaparición del actor sindical en la vida política
del país es innegable (Varela, 2012).
13
Las primeras organizaciones sindicales agrupadas en términos etarios surgen en el sindicalis-
mo peronista en la década de 1970, bajo dos denominaciones: Juventud Sindical y Juventud
Trabajadora Peronista. En la actualidad las juventudes sindicales se encuentran divididas en
dos grandes agrupamientos, como consecuencia de una ruptura que se originó en las cúpulas
dirigenciales en el año 2011. Uno de ellos es la «Juventud Sindical», que se posiciona como
opositora al gobierno nacional. Y el otro es la «Juventud Sindical Peronista», alineada con el
gobierno nacional.
14
En septiembre de 2009, impulsado por el entonces Secretario General de la Confederación
General del Trabajo, Hugo Moyano, se lanzó la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista
con el objetivo de reunir a las organizaciones sindicales peronistas en una «corriente político
sindical» (Natalucci, 2014).
15
La JSPR La Plata, Berisso y Ensenada pertenecen a la Juventud Sindical Peronista.

58

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político y a la renovación de las prácticas sindicales. Tres aspectos pueden
ser señalados como identificatorios de los integrantes de estas organiza-
ciones: ser «jóvenes» y participantes de una «experiencia generacional»,
ser «trabajadores» sindicalizados y ser parte de un «proyecto nacional y
popular» (Galimberti y Natalucci, 2014).
La participación y acción política en la JSPR se desarrolla a partir de un
conjunto de actividades. En primer lugar, tendieron a organizarse de ma-
nera análoga a los sindicatos, distribuyendo diferentes responsabilidades
a través de la creación de un esquema jerárquico y de secretarías: general,
organización, derechos humanos, deportes, prensa, etc. Su actividad de
militancia se estructura en base a reuniones semanales en las que partici-
pan los integrantes de la «mesa directiva». También organizan plenarios

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
(locales, regionales y nacionales) donde se crean áreas de trabajo como
«formación, capacitación, desarrollo territorial, viajes, formación profe-
sional», etc., y se discute la «línea política» de la organización. Realizan
movilizaciones a marchas entre las que se destacan aquellas que reivin-
dican la lucha «por los Derechos Humanos». Por último, la capacitación
se constituye como uno de los principales objetivos de la organización
para realizar el «trasvasamiento generacional» en los sindicatos,16 incluye
desde actividades formativas al interior de sus gremios hasta la asistencia
a cursos formales que se realizan en acuerdo con el Ministerio de Trabajo
y Seguridad Social de la Nación. Este conjunto de prácticas y acciones
políticas se encuentra atravesado por una serie de tensiones. En el marco
de este artículo decidimos trabajar dos de ellas. Por un lado, nos interesa
examinar la forma en que los jóvenes participantes de la JSPR se postulan
y posicionan como agentes del cambio al interior de los sindicatos. Y, por
otro, analizar la manera en que se pone en juego la condición etaria a través
de una disputa entre «nuevos» y «viejos», representados por los jóvenes y
los dirigentes consolidados.
Entrando entonces en el primer punto, cabe afirmar que los jóvenes
que integran la JSPR se postulan como el motor de cambio al interior
de los sindicatos y como los encargados de realizar el «trasvasamiento
generacional». Ellos consideran la juventud sindical como el «alma» de
los sindicatos, y se reivindican portadores del «activismo» y la «vitalidad»

16
Según Vázquez (2013), esta noción fue enunciada por Juan Domingo Perón, presidente de
Argentina (1946-1955 y 1973-1974), en un mensaje enviado a la Juventud Peronista en 1967
para alentar a la participación.

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en el ámbito sindical. En otras palabras, se erigen como el sector dentro
del sindicalismo que mantiene activo y le da vida a los sindicatos a través
de la «militancia». Como señala un integrante de la JSPR: «pensá que un
sindicato sin militancia, sin actividad, es como un cuerpo sin alma. Y hoy,
gracias a Dios, en la región nuestros sindicatos tienen alma, es la juventud
sindical» (Germán, treinta y ocho años, JSPR).
Esta autopostulación de los jóvenes como los exclusivos portadores de
«proyección» en la vida de los sindicatos está asociada a las concepciones
que tienen sobre estos. Los sindicatos son vividos y percibidos por muchos
de ellos como «estructuras complejas y encriptadas», «grandes y pesadas»,
que entorpecen y dificultan la posibilidad de participación. El cambio y
movimiento de esas «estructuras» se llevaría a cabo a partir del activismo
que traen los jóvenes desde su organización, ya que, como señala uno de
ellos, la juventud sindical «pide el salón para hacer una reunión, pide el
camping para armar un partido de fútbol, pide permiso para ir a una mo-
vilización de los derechos humanos, y eso hace que descalabre la rutina de
geriátrico que tienen muchos gremios» (Ricardo, veintiocho años, JSPR).
La segunda disputa que señalamos puede sintetizarse en el dilema
«tirar o no tirar a los viejos por la ventana». Esta expresión condensa un
antagonismo que está presente en la relación con los dirigentes sindica-
les. Por un lado, existe una mirada coincidente entre jóvenes y dirigentes
adultos de concebir a los primeros como los «futuros dirigentes». Desde
esta perspectiva, la juventud sindical se proyecta como una «escuela de
cuadros de dirigentes sindicales», y los jóvenes de hoy serían los «dirigentes
del mañana». Pero el mañana no es hoy, por lo que algunos dirigentes «no
ven con buenos ojos» que los jóvenes ocupen espacios en sus sindicatos, y
entonces no «les han dado el lugar». Los «viejos dirigentes» obstaculizan
su participación y le imprimen la «rutina de geriátrico» a los sindicatos,
esto le confiere a la dinámica intrasindicato una dimensión de lucha de
sucesión, convirtiéndose esta disputa intrasindical en uno de los principales
antagonismos.
A través de estas dos tensiones17 se procesa la experiencia de parti-
cipación política de los jóvenes nucleados en las juventudes sindicales
estudiadas. Por un lado, postulándose como motor y agentes del cambio,
y de la renovación de las prácticas sindicales, para remover las «rutinas de

17
Como se dijo, existen más tensiones y disputas en el marco de las experiencias de las juventudes
sindicales, pero aquí decidimos trabajar solo estas dos.

60

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geriátrico» que dificultan la participación de los más jóvenes. Por otro, a
través de una disputa con los «viejos dirigentes» que «hay que tirar por
la ventana» debido a que se resisten a la organización y participación de
los «nuevos». Sin embargo, existen dirigentes que habilitan y permiten su
participación. En estos casos se produce una consagración de la condición
juvenil (Vázquez, 2013) por parte de los dirigentes adultos que habilitan
y reivindican la organización de los jóvenes al interior de los sindicatos
legitimando sus prácticas.

5. Conclusión: la juventud se pone en marcha

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
Desde el análisis del sentido de la política para los jóvenes, su apreciación
del Estado, el sentido de la democracia y las formas de hacer política
(acción política) que han encarado en el último decenio según lo visto, lo
que tenemos es un mapa de heterogeneidades donde conviven las cuatro
imágenes de vínculos que hemos descrito bajo la frase del «no te metás».
Pero nos estamos centrando en aquellos que sí se han metido, los que
han superado el «no te metás» de acuerdo al momento histórico donde
esa propuesta se torna posible —y ellos la hacen posible—. Con ellos, a
partir de su experiencia, y siguiendo una pregunta planteada por Marcelo
Cavarozzi (2012) sobre: ¿qué resuelve la política?, rearmamos la interro-
gante en el marco del análisis de la cuestión juvenil: ¿qué le resuelve la
política a la condición juvenil? Respondemos provisoriamente en dos ejes:
1) la posibilidad de la experiencia juvenil misma, y 2) la inclusión social.
Veamos con cierto detalle.
La política resuelve para algunos la posibilidad de ejercer la condición
etaria de ser joven. Y con ello encuadrarse en una tradición de la for-
ma política de la condición juvenil que responde a la imagen del joven
participativo, rebelde, activo, innovador, transformador de la realidad y
que sueña con un futuro mejor. El joven militante se presenta como una
experiencia posible, legitimada, posee un lugar reconocido en la socie-
dad, puede ser valorada positiva o negativamente, pero es una propuesta
plausible de existencia.
La incorporación de nuevas cohortes de población suma sujetos polí-
ticos. Son potenciales miembros de la base de sustentación de cualquier
proyecto político. Construir su adhesión, interpelarlos eficazmente, se lee
como un logro político que «asegura» la continuidad del proyecto. Las

61

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formas de militancia narradas dan cuenta de cómo varios jóvenes se vieron
convocados y se ven incluidos en una propuesta y una tradición política.
En ese camino actúan revitalizando valores históricos (las tres banderas del
peronismo, la figura de Evita), reformando o sumando algunos caracteres
nuevos (ejemplo: mitificación de Néstor Kirchner), y auto identificándose
(auto enclasamiento) como «el pueblo» (ejemplo: «la patria es el otro»),
entre otros elementos. Pero, además, y muy importante, es la posibilidad de
ubicarse en la trayectoria histórica de una forma de la experiencia juvenil:
el y la militante, recuperando la experiencia política juvenil de la década
del setenta.18 Como indica Vázquez (2013), la interpelación y convocatoria
hacia los jóvenes convierte a «la juventud» en una causa pública y militante
que promueve movilización y adhesión política, y consagra la condición
juvenil como capital político.
Una de las propuestas que se le hace a la juventud es sumarse a «ser parte
de la historia», como «motor del cambio». Este llamado ofrece un marco
de existencia en los tres tiempos en los que se piensa la vida del sujeto: por
un lado, habilita para el sujeto un pasado en el cual reconocerse, afianzarse,
justificarse e identificar al antagonista; por otro, un presente que se vive por
acciones que se realizan en el marco de un colectivo de pares ideológicos,
en esta oportunidad en posición hegemónica y en disputa continua con
el antagonista. Y, finalmente, un futuro, un proyecto colectivo para el
tiempo utópico que comprende una creencia compartida («un sueño», «el
proyecto nacional y popular»), y un valor positivo para proyectar acciones
(el hoy vale la pena porque el futuro puede ser mejor, y además porque
el antagonista —el enemigo político— siempre estará al acecho). Cubrir
los tres tiempos de proyectar la vida provee una continuidad de sentido
con alta probabilidad de otorgar certidumbre a la vida de las personas. Es
una propuesta «completa» lo que le otorga un alto potencial para la im-
plicancia, un gran potencial como matriz para la constitución subjetiva, es

18
Cabe un comentario sobre otro proceso que corre en paralelo, y es que la inclusión de los jóvenes
permite a los que ahora son adultos y adultos mayores (que eran jóvenes entonces) una representa-
ción del momento actual como «revancha generacional». Cierta segunda posibilidad que les ofrece
la historia nacional, o como lo denominan «una nueva oportunidad histórica». Desde esa posición
adulta la interpelación a la juventud actual es en términos de identificación con la juventud de
los setenta, con aquellos valores, con aquella derrota que ahora puede no ser leída solo como tal,
porque el paso del tiempo y la lucha política de todos estos años permiten hoy a aquella juventud
derrotada estar en la conducción del país, es decir, ser triunfadores en el presente. Esto es un punto
interesante para abordar la experiencia política del presente de muchos adultos.

62

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decir, un alto grado de eficacia simbólica en tanto constitución de sujetos
individuales y colectivos, con raíces y espíritu de trascendencia.
Siguiendo la línea interpretativa anterior, llegamos al segundo eje
sobre qué le resuelve la política a la condición juvenil: la inclusión en la
política resuelve la cuestión social de la inclusión.19 No siempre la inclu-
sión política resuelve el sentido subjetivo/objetivo de la inclusión social.
Creemos que para que esto suceda deben darse condiciones donde la
forma política a la que se pertenece esté en posición hegemónica, y muy
probablemente por ello/para ello esté en sus manos el gobierno de la nación
y, por tanto, la política de Estado. Solo siendo parte de la hegemonía, o
sea, del bloque histórico que se haya construido en esa situación, se logra
elaborar subjetivamente la resolución de la inclusión social a través de la

Mariana Chaves, Carlos Galimberti y Marcos Mutuverría / «Cuando la juventud se pone en marcha...
política —en términos individuales y colectivos—. Interpretamos que esto
sucede de este modo en Argentina por el estilo de politización estatista que
se desarrolló hasta 1989 y que se retomó a partir de 2003.
Para profundizar la comprensión de lo dicho veamos cómo se da la cues-
tión de la inclusión en los casos de acción política de grupos subalternos
o contrahegemónicos en este contexto.20 Los y las jóvenes que participan
en ellos han resuelto a través de la política el sentido de sus vidas y una
inclusión simbólica en colectivos —más o menos minoritarios, según el
caso—. Pero esta inclusión no resuelve la cuestión social de la inclusión. Es
decir, no resuelve subjetivamente el sentirse incluidos en la sociedad. Por el
contrario, su acción, su proyecto, al ser subalterno o contrahegemónico,
se subjetiva como exclusión. No son parte de la gestión del gobierno, no
poseen el manejo del Estado, y no han podido delinear un proyecto nacio-
nal que abarque más sectores —que consiga la alianza de sectores de clase,
para ser atentos a Gramsci—, que les permita que su proyecto político
se presente como el organizador de la cuestión social en este momento.

19
Históricamente ha sido la política la que ha resuelto en Argentina la cuestión de la inclusión/
exclusión y la cohesión social. Puede ser obvio, pero es la resolución de la disputa en términos
políticos la que encamina los procesos económicos y sociales. Nos referimos con ello, por
ejemplo, a que el reconocimiento como ciudadanos de vastos sectores de la población fue el
resultado de una lucha política; es a partir de la condición de trabajador que se avanza en la
expansión de derechos en el país, etcétera.
20
Debe pensarse en las juventudes de los otros partidos políticos y movimientos sociales que no
se encuentren dentro del Frente para la Victoria. Y cabe, por supuesto, el análisis de cómo se
invierten o varían las posiciones de poder en cada situación, región, o para decirlo en términos
electorales, provincias y/o municipios.

63

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En cambio, para los y las jóvenes que militan en el «proyecto nacional
y popular», según los estudios existentes hasta el momento, su inclusión
tiene un significado fuerte al otorgarles/al conseguir un proyecto de vida
en el cual se insertan con compromiso, esperan reciprocidad de los líderes y
del movimiento/partido y generan acciones políticas (movilización, gestión
de recursos, entre otras). La resolución en la política de la inclusión social
juvenil se produce porque genera en los sujetos la posibilidad de proyectar
un mañana (es un sentido de trascendencia), de pertenecer a un colectivo
mayor que se engarza en un relato histórico de heroísmo y acción por una
patria más justa. La cuestión nacional y la cuestión moral se resuelven en
una misma instancia: se está del lado de «los buenos», que en los casos
estudiados es el lado del pueblo, se identifica al enemigo (los malos) y, al
mismo tiempo, o por ello, se construye patria/nación.
Esta inclusión simbólica no va necesariamente de la mano de una inclu-
sión económica, esto no deja de generar tensión pero por ahora se sigue
resolviendo a favor de la construcción identitaria con eje en «el proyecto
nacional» para el caso de los kirchneristas. Para pensar esta última cuestión
habría que tener además en cuenta que parte del discurso del proyecto
nacional es la inclusión económica de los sectores más pobres, del «pue-
blo», por lo que aunque no sean cada uno de ellos los casos, la posibilidad
de estar participando de un colectivo que gestiona el Estado para otorgar
bienestar económico, o por lo menos que dice jugar dentro del capitalismo
«a favor de los más débiles», satisface y justifica las acciones individuales
y colectivas. Por tanto, la posibilidad de ser joven en algo se da en el
terreno de la política, y resuelve la inclusión colectiva e individual para un
proyecto de país, en el que no se está solo en la lucha por un mejor vivir.

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Varela, Paula (2012): «Los trabajadores en la Argentina actual. Bases y
contradicciones del retorno de los sindicatos a la escena política nacio-
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Vázquez, Melina (2013): «En torno a la construcción de la juventud
como causa pública durante el kirchnerismo: principios de adhesión,
participación y reconocimiento», en Revista Argentina de Estudios de Ju-
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Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.
Vázquez, Melina y Vommaro, Pablo (2013): «La fuerza de los jóvenes:
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http://jovenesenmovimiento.celaju.net/wp-content/uploads/2012/10/
ARG-08.pdf (09 de julio de 2013).
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en Elisabeth Jelin (comp.): Los nuevos movimientos sociales. Mujeres, rock
nacional, Buenos Aires, CEAL.
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www.umanizales.edu.co/revistacinde/index.html (acceso 30/5/15).

67

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Fuentes

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como presidente de la Nación en 2003, Biblioteca Escolar de Documen-
tos Digitales http://biblioteca.educ.ar file:///E:/Materiales/Kirchner%20
discursos/2003/25%20de%20mayo%20/Asuncion.pdf

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Ruth No. 17/2016, pp. 69-91

René Unda Lara* y Daniel Llanos Erazo**

Jóvenes y sociedad. Algunas cuestiones


para una revisión conceptual
de la sociología de la juventud
A partir del presupuesto conceptual según el cual la juventud constituye un hecho
social, el artículo problematiza las implicaciones que las representaciones sociales
acerca de los/as jóvenes tienen en las teorizaciones en el campo de estudios de juventud,
cuando en su producción se atiende únicamente al sentido común y a las referencias
empíricas desde las que se intenta explicar las dinámicas juveniles y, que de forma
no muy inusual, orientan las intervenciones institucionales dirigidas a la población
joven. Se trata de una ruptura epistemológica con lo que se dice sobre los/as jóvenes
y la juventud para comprender quiénes son desde las condiciones sociohistóricas que
los han constituido.

Consideraciones básicas

Indagar en torno a los diversos temas y problemas del campo de estudios René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...
de juventud incuba siempre la posibilidad de reproducir una muy vasta
gama de representaciones sociales que, de acuerdo con el tipo particular de
sociedad, se ha construido y diseminado. Lo que se dice y se sabe sobre

* Sociólogo, Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Candidato a Doctor en


Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, CINDE-Universidad de Manizales, Colombia. Profesor
investigador de la Universidad Pontificia Salesiana (UPS) del Ecuador. Director de la Maestría
en Política Social de la Infancia y Adolescencia. Investigador del Centro de Investigación de la
Niñez, Adolescencia y Juventud, CINAJ-UPS. Miembro del equipo coordinador del Grupo
de Trabajo CLACSO «Juventudes, Infancias: Políticas, Culturas e Instituciones Sociales».
** Pedagogo UPS. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales, mención Sociología, Universidad
Nacional del Cuyo, Argentina. Profesor investigador de la UPS del Ecuador. Director del Es-
pecialista en Educación y Culturas Juveniles-UPS. Investigador del Centro de Investigación de
la Niñez, Adolescencia y Juventud, CINAJ-UPS. Investigador del Grupo de Trabajo CLACSO
«Juventudes, Infancias: Políticas, Culturas e Instituciones Sociales».

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los jóvenes y la juventud en un determinado contexto social requiere ser
problematizado en (y desde) el conjunto de condiciones que hacen o
han hecho posibles tales discursos. Una de las vías más apropiadas para
la comprensión de las dinámicas juveniles, sus prácticas y sus diversas
problemáticas consiste en ubicar como punto de referencia central las
condiciones sociohistóricas en las que la juventud, como realidad empírica
y como categoría analítica y teórica, ha sido producida.
Según lo anterior, la comprensión de la juventud y los jóvenes supone
su explicación sociológica; es decir, su esclarecimiento en tanto hecho social.
Son las condiciones y determinaciones de la sociedad las que construyen la
presencia juvenil y sus particulares modos de ser joven y estar en la sociedad.
Con otras palabras, los jóvenes y las juventudes no son entidades ajenas ni
extrañas a la sociedad; todo lo contrario, son hechos1 socialmente producidos.
A su vez, toda sociedad puede interpretarse mediante la comprensión
del fenómeno juvenil. Son sus manifestaciones, expresiones y formas de
vivir, los elementos que permiten conocer determinados aspectos de las
estructuras, prácticas y especificidades de una sociedad. En suma, la cues-
tión de los jóvenes precisa comprenderse desde la sociedad que la produce
y, de modo recíproco e inverso, la comprensión sobre «el mundo de los
jóvenes» supone e implica comprender el tipo de sociedad en la que estos
existen y se visibilizan.
Estas consideraciones básicas de orden relacional son las que dan pie a
la construcción de un campo conceptual sobre el tema jóvenes, y las que
contribuyen a problematizar, desde presupuestos teóricos —generales—,
las especificidades y particularidades del universo juvenil según una diversi-
dad de circunstancias históricas y categorías analíticas: etapas y momentos
históricos, modelo de sociedad, clase social, clase de edad, identificaciones
y adscripciones identitarias, consumos, accesos y formas de integración
al mercado, etc.; cuestiones que, como veremos más adelante, presentan
importantes variaciones entre las distintas sociedades y que, finalmente,
condicionan las configuraciones juveniles.2

1
Un hecho social, según los principios fundacionales de la sociología durkheimiana, implica la
idea de proceso. Es decir, el análisis y la comprensión de un hecho social supone la explicación
de sus causas y de sus efectos. Abarca, además, ciertas posibilidades predictivas del comporta-
miento social si se cumplen ciertas condiciones sociales, Cfr. Durkheim (1979): Las reglas del
método sociológico.
2
Para una consulta más amplia sobre estos enfoques, ver Pérez Islas, J. A. et al. (2008): Teorías
sobre la juventud. Las miradas de los clásicos.

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De tal forma que la premisa sociológica según la cual los jóvenes
(como segmento poblacional destinatario de políticas públicas, como
sujeto, como culturas juveniles, como tribus urbanas, como condición
juvenil, como movimientos juveniles o, de manera más amplia y abarca-
dora, como formas asociativas juveniles) son un producto social que, por
su parte, contribuye a comprender e interpretar de modo más completo
una sociedad, resulta fundamental para cualquier ejercicio analítico y
hermenéutico que sobre jóvenes pretenda hacerse. Pero, sobre todo, para
las llamadas intervenciones sociales que vayan a tener lugar con la parti-
cipación de jóvenes.
Los efectos prácticos a los que da lugar la premisa mencionada son
enormemente importantes e, incluso, imprescindibles para el trabajo
teórico y práctico en el campo de juventud, por varias razones. La primera
y más importante de ellas tiene que ver con la ruptura epistemológica en
el proceso del conocimiento de los jóvenes. Esto es, sobrepasar el ámbito
de las representaciones sociales y construir críticamente el campo de co-
nocimiento sobre jóvenes y juventud.
El señalamiento anterior resulta crucial debido, entre otras cosas, a que
los adultos y los mismos jóvenes han vivido o están viviendo la experien-
cia de serlo, hecho que confiere cierta «autoridad empírica» para saber lo
que es ser joven, pero que no necesariamente significa conocer la juventud
como categoría poblacional, analítica o teórica. Estas informaciones —las

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


del saber empírico— pueden ser de gran valor para la constitución del
campo conceptual y del trabajo operativo con jóvenes, pero de ningún
modo suficientes para elaboraciones académicas y científicas que permitan
conocer qué es la juventud/es o quiénes son los/as jóvenes.
Afirmar, por ejemplo, que los jóvenes son entusiastas, soñadores y
optimistas, o que son apáticos, escépticos o pesimistas con respecto a los
distintos aspectos de la sociedad en que viven, sin que previamente se haya
investigado una determinada realidad o experiencia, más allá del riesgo
de generar y encender discusiones bizantinas, expresa, por una parte, un
profundo desconocimiento de un mínimo dispositivo teórico y conceptual
para comprender el fenómeno juvenil, y pone de manifiesto, por otra, las
incapacidades para traspasar el ámbito de las creencias, el sentido común,
las nociones y los prejuicios; en pocas palabras, la incapacidad para
plantear rupturas epistemológicas que contribuyan a superar el ámbito
de las representaciones sociales y trabajar con conceptos, con relaciones

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de conocimiento. Sostenemos que, en el momento actual, en el que se
hacen distinguibles varias etapas que han configurado tendencias en el
campo de estudios de juventud, se hacen indispensables contribuciones
para pensar conceptualmente las múltiples experiencias, prácticas y
discursos que se han registrado sobre los jóvenes, con particular intensidad
en las tres últimas décadas.

Representaciones sociales sobre juventud


y rupturas epistemológicas.
Notas introductorias

Hemos vinculado la problemática teórica y metodológica de las representa-


ciones y las rupturas epistemológicas por su estrecha vinculación en tanto
dimensiones distintas y complementarias en el proceso de producción de
conocimiento. Por ser dimensiones de distinto orden y con acumulados
(sociales, académicos, ideológicos y políticos) diferenciados, constituyen
una unidad indisociable al momento de producir conocimiento.
Una vez asumidas las representaciones sociales como los relatos que so-
bre un hecho social circulan en una sociedad y cuya finalidad principal es
establecer y consolidar consensos comunicativos (Luhman, 1999) en ella,
puede afirmarse que las representaciones sociales constituyen el «sentido
común» de la sociedad moderna (Casas, 1998).
Tanto la necesidad de disponer de un terreno común de entendimiento
de la sociedad en su conjunto sobre un determinado tema, como el im-
perativo de afirmar pautas ideológicas que contribuyan a la reproducción
social de sistemas o modelos societales, determinan la importancia y la
densidad de una representación social dada. Por ello, las representaciones
sociales, además de constituir un puente comunicativo entre grupos e indi-
viduos de una sociedad, permiten identificar los espacios sociales de mayor
o menor consenso y las problemáticas que la sociedad (sus tensiones) ha
posicionado y priorizado.
En tal sentido, se revela la importancia capital de las representaciones
sociales para la reproducción social de una sociedad, sobre todo en térmi-
nos de afianzamiento del vínculo social afincado en las valoraciones que
se produzca sobre una entidad determinada (Dupret, 2012). Se precisa,
entonces, conocer cómo se han generado los textos y discursos que circulan

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en la sociedad para poder identificar y ponderar los espacios sociales que
confluyen en la configuración de una determinada imagen y representación
sobre algo, tanto para fines de producción de conocimiento como para
fines de intervención.
En el plano del conocimiento, el trabajo de ruptura epistemológica
de las representaciones sociales resulta fundamental, no solo por las con-
secuencias teóricas a las que el proceso de producción de conocimiento
pudiere dar lugar, sino, sobre todo, por las consecuencias ideológicas y
efectos prácticos que de allí se deriven. Plantear, por ejemplo, que los jó-
venes son o no sujetos proactivos o interesados en la política, desecharía
la posibilidad de ofrecer respuestas simples, planas o falaces, y conduciría
más bien a problematizar dicha afirmación siempre y cuando se la sitúe en
el marco de determinadas condiciones sociales, económicas, culturales y
políticas. En este ejemplo, los jóvenes serán o no proactivos o interesados
en la política dependiendo de un conjunto de factores, condiciones y
circunstancias que los ha constituido como tal. Y, a su vez, su condición
proactiva o de interés por la política ayudará a comprender las valoraciones,
prioridades y, en definitiva, el carácter de una sociedad determinada con
respecto a sus jóvenes.
La ruptura epistemológica debe entenderse, ante todo, como la acti-
vación de un modelo explicativo que, considerando la importancia de la
dimensión aparente de los hechos sociales, la traspasa. Se trata de un tra-

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


bajo en que los datos e informaciones de la realidad, tal como se presenta,
son examinados como un tipo particular de producción social; es decir,
condicionados por fuerzas, tensiones, intereses y expectativas de grupos
sociales diferenciados entre sí.
De acuerdo con lo dicho, las rupturas epistemológicas son tales porque
consideran ineludible el criterio de continuidad (solo puede romperse con
algo que ha representado un continuo) y porque desnaturalizan creencias,
apreciaciones y conceptos que se manejan sobre cualquier tópico. De ahí
que los modelos explicativos más actuales sobre temáticas en constitución
conceptual en las ciencias sociales, como infancia y juventud, coincidan
en que son categorías socialmente construidas, lo cual no es otra cosa que
partir del principio sociológico antes enunciado: la juventud debe com-
prenderse como una producción social determinada que, a la vez, permite
comprender dicha sociedad y sus transformaciones, producidas también
por acción de los jóvenes.

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Pensar los jóvenes y las juventudes
desde los cambios de la sociedad

No es sino en la edad moderna cuando la idea y conceptos de joven y


juventud empiezan a adquirir cierta relevancia social y, posteriormente,
jurídica (Ariès, 1987). Y ello por los procesos de creciente diferenciación
funcional que caracterizan la sociedad industrial. En sociedades anterio-
res, el joven, como categoría etaria, estaba muy asociado a agregaciones
sociales como la familia y el «mundo del trabajo», por una serie de razones
estrechamente ligadas a los imperativos de la reproducción económica y
social de la sociedad. Es solo con la institucionalización progresiva y luego
obligatoria del sistema escolar que las diferenciaciones etarias empiezan
a distinguir niños, jóvenes y adultos con dispositivos de frontera (edad,
intereses, expectativas) que adquieren una relativa claridad.
Un primer y fundamental hito de lo afirmado se produce en las so-
ciedades occidentales desde el primer período de invención de la escuela
pública como espacio social específico de niños y jóvenes, a partir de la
segunda mitad del siglo xviii (Pérez Islas, 2008). Un siguiente momento
emerge desde la segunda mitad del siglo xx cuando los jóvenes, en tanto
sujetos de un determinado orden de relaciones socioeconómicas y políticas
—dominado por Estados Unidos—, posicionan por la vía de la incorpo-
ración creciente al mercado del trabajo y del consumo un conjunto de
valoraciones que determinan una clara distinción frente a lo que se empieza
a llamar «mundo adulto», aunque este fenómeno ya había sido percibido
y registrado desde las primeras obras fundadoras de los sociólogos de la
«Escuela de Chicago» y por el mismo T. Parsons, quien acuñó el término
«cultura juvenil» hacia finales de la década de 1940 (Pérez Islas, 2008).
La cada vez más vigorosa presencia social de la juventud en la sociedad de
posguerra, por efectos de su importante participación social en el mercado
laboral y en la redistribución de la riqueza, la convierte en un nuevo actor
con atributos propios y particulares que el Estado, y más aún el mercado,
supieron descifrar y funcionalizar a los fines de reproducción social con
asombrosa eficacia.
Una vez constituidos como agentes económicos con probadas capacida-
des de generación de riqueza, así como de consumo masivo y diversificado,
la sociedad industrial reconoce y acredita la presencia juvenil como actor
con posibilidades transformadoras, en varios sentidos, de sociedad.

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Sin embargo, merece destacarse que en épocas y períodos históricos
precedentes la juventud había desempeñado un importante papel en el
proceso productivo, sobre todo en la misma reproducción económica
de la familia. Al no estar institucionalizada la escuela antes de la entrada
en vigencia del Estado moderno —inspirado en el régimen democráti-
co—, los jóvenes, incluso aquellos que habían contraído matrimonio,
se encontraban muy vinculados a la estructura y dinámica familiares,
haciendo muy borrosa y difusa una posible distinción de los adultos y
de la institucionalidad adulta.
Por ello, la época moderna y la implantación del modelo Estado/nación
distinguen con absoluta claridad la condición juvenil de la condición
adulta, a partir de la institucionalización y regulación jurídica de la con-
tractualidad laboral y de la contractualidad conyugal, como dos de los
hechos sociales significativos que definen la integración del joven al mundo
adulto. Considerando que, de modo previo, la educación pública había
provisto las competencias necesarias para una adecuada inserción en el
mercado de trabajo y la transferencia del universo de valores dominantes
de la sociedad, con lo cual se garantizaba la reproducción ideológica del
sistema social.
En tal sentido, el sistema escolar, su extensión y universalización tienen un
papel determinante en la demarcación de las fronteras entre jóvenes y adultos.
La infancia y juventud, sobre todo en las sociedades más industrializadas,

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


empiezan a ser asociadas con la idea de personas en formación, de segmentos
poblacionales que requieren formarse para fines de reproducción social.
A diferencia de las sociedades tradicionales, donde la socialización
familiar era también, en gran medida, socialización laboral, la sociedad
moderna establece con claridad las fases y temporalidades de la sociali-
zación primaria y de la etapa de formación escolarizada, identificando
e instaurando con ello una serie de fases sucesivas en el desarrollo de la
persona. Del simple paso de niño a adulto, con diversos rituales de pasaje
en las sociedades tradicionales (Mead, 1990), se transita hacia un escalo-
namiento de etapas y edades cada vez más complejo que, dependiendo del
grado de diferenciación funcional de una sociedad, puede abarcar infancia,
pubertad, adolescencia, juventud, y dentro de cada una de estas etapas o
en sus puntos de articulación pueden delimitarse también determinadas
subcategorías (primera infancia, preadolescencia, juventud temprana,
adulto joven, etc.).

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En la base de estos procesos encontramos el desarrollo de la sociedad
orientando, en gran medida, en el desarrollo del conocimiento y de las
ciencias. El crecimiento demográfico experimentado a partir de los si-
glos xviii y xix, como uno de los efectos del desarrollo científico en el
campo de las ciencias médicas, no solo supuso la ampliación masiva del
aparato productivo, sino también una creciente diversificación y especia-
lización de las ofertas y demandas de bienes y servicios.
El desarrollo científico, en estrecha correspondencia con el desarrollo
material de la sociedad, fue y es un soporte cada vez más socialmente le-
gitimado para instalar de modo práctico el concepto de diferenciación fun-
cional como aspecto fundamental de la sociedad moderna (Weber, 1985).
En la medida que las sociedades avanzan y se desarrollan, la produc-
ción material y simbólica se diversifica y especializa frente a la aparición
y emergencia de nuevas problemáticas. De igual forma, los campos del
conocimiento se desarrollan en este sentido y las instituciones también.
Todo ello constituye, a su vez, la creciente complejidad de la vida moderna.
Los segmentos poblacionales jóvenes no quedan al margen de estos
procesos. El fenómeno de diferenciación funcional opera doblemente
en ellos al distinguirlos de los adultos y especificarlos como sujetos en
formación, por un lado, y al evidenciar las particularidades al interior de
dichos segmentos, por otro. La pluralidad y preservación de la diferencia,
como cuestiones fundacionales de la modernidad y del Estado moderno
de cuño democrático, tienen también sus expresiones en el ámbito de las
relaciones inter e intra generacionales.
La misma transformación de las instituciones en la sociedad moderna ge-
nera la necesidad de definir la juventud, hecho que en sociedades precedentes
no constituía motivo de interés ni revestía importancia. Cuando las demandas
del mercado laboral crean importantes cambios en la configuración familiar,
comienza a operar un fenómeno de creciente visibilización y emergencia de
niños y jóvenes como entidades específicas y diferenciables (Feixa, 1996).
Por tanto, y ante un cúmulo de contingencias a las que la juventud
y los segmentos generacionales jóvenes en general se ven abocados, una
preliminar definición de juventud en la sociedad moderna pre-revolución
científico-tecnológica está dada por su socialización familiar y escolar, en
ese orden, que servirá luego para garantizar una adecuada integración al
mundo adulto en los términos del cumplimiento de la doble contractua-
lidad laboral y conyugal como instituciones centrales de la modernidad

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clásica, y desde las cuales los tempranos abordajes sociológicos y antropo-
lógicos en los estudios de juventud se sirvieron para construir la noción
de moratoria juvenil.
Evidentemente, estamos hablando de una fase del desarrollo de la so-
ciedad capitalista en la cual es inobjetable la centralidad del Estado como
espacio organizador e, incluso, productor de sociedad, lo cual entre los
aspectos fundamentales de la reproducción social contemplaba el acceso
al mercado de trabajo aunque sea en condiciones de explotación. En la
actualidad, como veremos más adelante, las condiciones socioeconómicas
y políticas han variado de modo drástico en muchos de los órdenes de la
vida social, lo cual no ha dejado de incidir notoriamente en las condiciones
adolescentes y juveniles.

El no tan nuevo orden global y la juventud.


Transformaciones del mercado de trabajo

El paso de una sociedad organizada en torno del ideario del modelo Es-
tado/nación hacia una sociedad cuyo principal referente de su dinámica
es el mercado supone transformaciones sustantivas en la relación Esta-
do-sociedad y en cada uno de sus dominios específicos, incluido el de la
producción de subjetividades.

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


La mundialización creciente de las relaciones sociales, bajo la metáfora
de la globalización, constituye la fase de la hegemonía económico-finan-
ciera (gobierno económico de la política) de las relaciones sociales, con
afectaciones directas en el ámbito de la política y de lo político. La política,
por una parte, se privatiza quedando a merced de las presiones e indica-
ciones cada vez más intensas de las fuerzas del mercado y, por otra parte,
lo político como espacio privilegiado de procesamiento de las demandas
sociales se refuncionaliza para procesar los intereses corporativos de grupos
transnacionales y, en general, de grupos y sectores con mayor capacidad
de influencia en la esfera decisional.
A partir de los años ochenta del siglo pasado, en la mayor parte de países
latinoamericanos, las prácticas políticas se convierten en prácticas despoja-
das del sentido de lo público y del bien común, debido a la concurrencia de
varios factores como la creciente privatización de la producción y el notorio
descrédito de los actores políticos tradicionales. Y lo político enfrenta una

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tendencial crisis orgánica que envuelve al sistema de representación, la
esfera gubernamental y la institucionalidad pública en su conjunto.
En la base de las transformaciones de la política y del sistema que la dota
de legitimidad y legalidad, se encuentran las aceleradas transformaciones de
la ciencia y la tecnología como un dispositivo central de las nuevas formas
de reproducción de la sociedad y, más específicamente, del modelo de
acumulación de la actual fase del capitalismo.
Las aplicaciones tecnológicas de la electrónica constituyen el soporte
fundamental de la transformación productiva y de las fuerzas productivas
en general. No solo reducen el lapso de la producción y el consumo, sino
que, entre sus múltiples efectos, generan procesos cada vez más intensos de
prescindibilidad de la fuerza de trabajo (Beck, 1992), variaciones inéditas
en las concepciones y usos del tiempo-espacio (Dery, 1998) y modifica-
ciones substanciales en las valoraciones sociales (Lipovetsky, 1990).
Al privatizarse aceleradamente la esfera de la producción, la redistribu-
ción e intercambio de la riqueza se dificulta cada vez más con relación a
los amplios segmentos poblacionales que ya no son partícipes del proceso
productivo. Y —puesto que el consumo está determinado por la pro-
ducción (Marx, 1978)— la masificación, diversificación y segmentación
productiva de mercancías masifican, diversifican y segmentan la esfera del
consumo y los mismos consumidores.
Además, cabe indicar que, como aspecto inherente a la transformación
de las fuerzas productivas ancladas en el desarrollo científico y tecnológico,
la mercancía más valorada del proceso de reproducción es el conocimiento
en sus distintas expresiones y variantes. Hecho sin precedentes en la historia
de la sociedad del capital.
Se trata, sin duda, de una profunda transformación societal que altera y
modifica las estructuras y funcionamientos de la sociedad centrada en el
Estado como instancia organizadora y reguladora de la vida social. La idea
del Estado como garante del bien común, por lo demás muy cuestionada,
se diluye frente al peso de los hechos que revelan inobjetablemente una
creciente exclusión del mercado del trabajo de grandes masas poblacionales.
Como nunca antes en la historia de la sociedad moderna, el sistema y
aparato productivo creó tanta riqueza y, como contrapartida, generó tan
abismales diferencias y tanta pobreza (Castells, 1996). El desarrollo de
la sociedad industrial, basado en la producción mecanizada y ampliada
de mercancías, se sostenía sobre la incorporación relativamente constan-
te de fuerza de trabajo. En la sociedad posindustrial, el inusitado desarro-

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llo de las fuerzas productivas, que ante todo son fuerzas tecnológicas,
determina la necesidad de unas altas y exigentes cualificaciones, por un
lado, y la inevitabilidad de los despidos masivos, la flexibilización laboral
y la deslocalización productiva, por otro. Se configura, en suma, la socie-
dad de la exclusión desde el constreñimiento del mercado de trabajo, la
prescindibilidad creciente de la fuerza de trabajo y la sobre-explotación
inmisericorde de ingentes masas poblacionales, produciendo, con ello, el
desplazamiento de la categoría sociológica de la marginalidad.
Por su potencia explicativa es importante remarcar la diferencia entre
exclusión y marginalidad puesto que cada uno de estos términos se inscribe
en dominios conceptuales distintos aunque vinculados. La marginalidad
supone, en rigor, una articulación periférica (marginal) al espacio central
de la reproducción de la sociedad: el mercado del trabajo. Y remite, de
forma invariable, a determinadas características de explotación de la fuerza
de trabajo, hecho que, por lo demás, obligaba a cierta intervención de
la institucionalidad pública estatal. La exclusión, por su parte, más que
verse como una secuencia inevitable de la marginalidad, se explica por la
prescindibilidad de la fuerza de trabajo debido a una serie de razones de
índole tecnológica que desencadenan ciclos productivos altamente tecni-
ficados, en los que las regulaciones estatales pierden peso y presencia en
el ámbito decisional.
Como se ha dicho ya, los efectos de estos cambios son decisivos en todos
los órdenes de la vida social a escala planetaria. Los Estados nacionales

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


ceden paulatinamente a las presiones de las corporaciones multinacio-
nales, con la consecuente pérdida de autonomía y márgenes de acción
gubernativa. No se garantiza más el acceso al empleo ni el bienestar de los
ciudadanos ni, por tanto, el de las familias e individuos.
En este marco general de relaciones que atraviesan países y continentes,
la situación de las familias y la misma condición y estructura familiar se
modifican dramáticamente. La infancia y juventud —las más vulnerables—
son las más afectadas. Se visibiliza a costa de la pérdida de las condiciones
mínimas de vida y todo ello trae aparejada la violencia. Una violencia
producida desde las mismas fuerzas que supeditan y desplazan al Estado,
un tipo particular de violencia: la de la exclusión.
En el período del llamado «ajuste estructural» y en el de la aplicación
de políticas neoliberales, la gran mayoría de jóvenes, en tanto parte de este
proceso, tuvo que apelar a iniciativas apegadas a la más estricta sobrevi-
vencia. Como solo ejemplo, basta decir que en la región andina, de 52 %

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que representaba la población de hasta veinticuatro años, 62 % vivía en
condiciones de pobreza (CEPAL, 2001).
Las experiencias y procesos de reconfiguración socioestatal registrados en
varios países latinoamericanos desde los primeros años del presente siglo y
milenio encuentran en los jóvenes un actor de primera importancia para
la comprensión de tales cambios y transformaciones. La presencia juvenil
se hace más visible en procesos de movilización social y política ya desde
los tempranos años noventa, así como en las dinámicas informacionales
impulsadas desde las nuevas tecnologías y modalidades de funcionamiento
en red (Castells, 1996).
Sin duda, las formas de asociación y de organización juveniles han mos-
trado características distintas a las que habían tenido hasta los años ochenta
del siglo pasado, y las motivaciones, causas y luchas se han desplazado
desde los centros de gravedad clásicos, como la política partidista o los
movimientos de trabajadores, hacia nuevas demandas como la defensa de la
naturaleza, la libre movilidad no contaminante, la abolición de espectáculos
en los que se maltrata a los animales, la soberanía del cuerpo, etcétera.

De la moratoria juvenil a la juvenilización de la sociedad

En sí misma, la condición juvenil representa un campo caracterizado por


múltiples tensiones, ambigüedades e incertidumbres. Incluso, los intentos
de definición desde las perspectivas biomédicas son bastante disímiles. Por
tanto, la posibilidad de construir una sociología de la juventud como un
campo teórico con pretensiones totalizadoras encuentra siempre serias
dificultades y obstáculos epistemológicos que impiden tal construcción,
en razón de que las mismas lógicas globalizadoras han dado lugar a la
emergencia de particularismos y especificidades, puesto que las tendencias
de homogenización de una serie de prácticas sociales en contextos y suje-
tos históricamente situados se topan con las condiciones y características
específicas de estos. Los discursos y enfoques sobre la globalización y lo
translocal encuentran en estas dinámicas sus bases explicativas.
La masa crítica constituida en torno a los estudios de juventud se ha
nutrido sobre todo de investigaciones acerca de problemáticas específicas
del «mundo de los jóvenes» y de estudios de caso desde los cuales se ha
intentado configurar, más que un campo conceptual «universal», perspec-

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tivas teóricas y analíticas que permitan superar un conjunto de represen-
taciones sociales sobre juventud que impida su comprensión como hecho
socialmente producido y, en tal dirección, como producto y productor
de relaciones sociales históricamente situadas (Giddens, 1998). Cuestión
que sitúa a los jóvenes y a las juventudes en las encrucijadas de lo global
y lo local con sus diversas posibilidades y variantes.
Habrá de reconocerse, en este sentido, que los principios de la sociología
clásica han contribuido mucho a explicar el fenómeno juvenil como un
hecho social y, en tal medida, como una construcción social que adquirirá
sus morfologías particulares dependiendo del tipo y carácter de la sociedad
que produce juventud.
Así, puede considerarse que la historia de los jóvenes es, en gran medida,
la historia de las relaciones intergeneracionales en un contexto y sociedad
determinada (Vommaro, 2014). De allí, puede derivarse una de las aproxi-
maciones más afinadas sobre el concepto de jóvenes y juventud, puesto
que el ser joven presupone un pasado infantil y prefigura un futuro adulto.
De tal forma que el intento de una adecuada comprensión acerca de lo
que significa ser joven en cualquier sociedad habrá de considerar inelu-
diblemente la perspectiva inter-relacional mediante la cual se articula la
infancia y la adultez, con un espacio socioetario más o menos amplio
(adolescencia-juventud) que solo podrá estar definido por las condiciones
y expectativas sociales de una formación social concreta.
De ahí, que el tiempo de la juventud es un espacio social que expresa

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


como pocos las tensiones, contradicciones y proyecciones de una sociedad
debido, por una parte, a las fracturas y déficit socializadores de la familia y
la escuela, y, por otra, a las cada vez más notorias ausencias de «ofertas» de
integración desde el «mundo adulto» como consecuencia de una creciente
e intensa privatización de la sociedad.
Según lo anterior, deviene inevitable para la definición de la categoría de
juventud y de jóvenes una hermenéutica de las condiciones infantiles y de la
condición de adultez en la sociedad actual, ya que solo comprendiendo las
continuidades y transformaciones de una condición a otra podrán deter-
minarse las extensiones, umbrales y características que definen la juventud.
Por tanto, si el modelo de acumulación de riqueza sustentado en po-
líticas económicas neoliberales tiende a prescindir en proporciones cada
vez mayores de la fuerza de trabajo, encontramos que la exclusión provoca
cambios inéditos en el ámbito de la familia, de su estructura y composición,
pero, sobre todo, en lo concerniente a su tendencial precarización material
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y simbólica (Coraggio, 2011). Las tensiones producidas en los procesos
de transición hacia modelos políticos y económicos en los que se intenta
superar o revertir las condiciones y efectos de las políticas desregulatorias
(en lo financiero), privatizadoras (en los bienes y recursos públicos) y
flexibilizadoras (en el mercado de trabajo), han supuesto una necesaria
revisión de aspectos y dimensiones que rebasan la sola condición juvenil
enfocada —y hasta ensimismada— en los jóvenes, para voltear a ver hacia
espacios y puntos de articulación más amplios como las relaciones gene-
racionales, la precarización de la socialización familiar de niños y jóvenes,
y la juvenilización de la sociedad, entre otras (Unda, 2010).
El constreñimiento del mercado laboral, con sus secuelas de exclusión o
con sus efectos de concentración de la riqueza, genera la necesidad de que
los miembros de la familia adopten de modo bastante forzado formas de
autonomización como estrategias de sobrevivencia o como integraciones
diferenciadas al consumo.
En este marco general de posibilidades y desde una perspectiva de ju-
venilización de la sociedad, la condición infantil de la persona del niño
se acorta, dando lugar a un espacio social y etario de transición que poco se
reconoce en su condición infantil y que nada lo articula con la adultez. Su
infancia ha sido «intervenida» por dispositivos de adultizaciones precoces,
dado que la socialización primaria se ha restringido notablemente por
diversos factores que varían entre una y otra clase social, pero que, por lo
general, tienen efectos similares. Y, desde la otra orilla, los mecanismos
de integración resultan inaplicables al no disponer de las más mínimas
condiciones para cumplir con las contractualidades laborales, conyugales,
ciudadanas, exigidas por la sociedad. De modo casi forzado, este incierto
devenir lo ha situado ya en una muy particular condición juvenil.
Todo ello contribuye, desde una perspectiva clásica, a la creación o in-
vención moderna de la adolescencia (Sánchez-Parga, 2004) como espacio
consagrado a la formación del joven para su futura integración al mundo
adulto. Pero, puesto que dicha integración resulta cada vez más difícil,
el espacio de juventud tiende a ampliarse, considerando, además, que el
mismo mercado laboral exige mayores niveles de cualificación profesional.
Sea por precarizaciones persistentes, sea por excesos consumistas que
encierran en sí mismo al niño, por cualquiera de estas razones, el período
de la infancia tiende a reducirse, provocando una ampliación de la adoles-
cencia y juventud caracterizada por la incertidumbre de la integración a la

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institucionalidad adulta que, por su parte, no se reconoce en los nuevos
discursos y prácticas.
Resulta aparentemente paradójico que la sociedad que ha producido
esas generaciones de jóvenes no pueda reconocerse en este producto. De
igual forma, los jóvenes, al tiempo que de modo implícito o explícito
rechazan lo adulto o se desidentifican con los adultos, reclaman espacios
de participación social manejados por gente adulta.
Desde tal perspectiva se produce, entonces, una cada vez más extendida
moratoria juvenil, tanto por exceso como por defecto. Juvenilizaciones
tempranas e integraciones tardías, o que finalmente nunca se producen,
caracterizan la condición juvenil actual. Este fenómeno opera por distintos
caminos en el caso de las clases desposeídas y en el caso de las clases acomo-
dadas. Y es en estos intersticios donde justamente la noción de moratoria
juvenil empieza a mostrar sus límites y debilidades explicativas hasta casi
esfumarse. Este es, a nuestro juicio, uno de los aspectos conceptuales que
requiere no solo constataciones empíricas de su obsolescencia, sino que,
sobre todo, amerita explicaciones en razón de las profundas modificacio-
nes que supone. Encontramos enunciados tales como «el futuro ya fue»
(Valenzuela, 2009), «no nacimos pa’ semilla» (Salazar, 1991) o «el futuro
llegó hace rato» (Saintout, 2009).
Tenemos entonces que la mentada juvenilización de la sociedad obede-
ce, en primer término, a determinaciones de la esfera de la producción,

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


la cual se comprime sin permitir integraciones de diverso tipo. En esta
perspectiva, la mayor parte de los jóvenes no tiene mayores oportuni-
dades de integraciones afirmativas, puesto que desempeñan un papel
fundamental su nivel de preparación y conocimientos específicos que el
mercado laboral demanda en un contexto de tecnificación creciente e in-
tensificada. En contraposición y configurando una de las más ilustrativas
tensiones del estado de juvenilización actual, debe considerarse el papel
protagónico del mercado que, apoyándose en las representaciones e ima-
ginarios dominantes sobre la juventud presentándola como el estado ideal
para afrontar vicisitudes y experimentar placeres, re-incorpora a quienes
habiendo traspasado el umbral de la juventud vuelven a juvenilizarse a
través del consumo de objetos juveniles y juvenilizantes (Unda, 2005).
Ser joven, desde la orilla del consumo, confiere prestigio y seguridad, no
solo en el orden de la subsistencia y reproducción material, sino también
en el orden de la distinción simbólica de las generaciones.

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De la identidad y culturas juveniles a la subjetividad
y condición juvenil

Uno de los abordajes predominantes desde los que, de modo relativamente


persistente, se ha intentado explicar la problemática juvenil es el referido a las
identidades y culturas juveniles. Reconociendo la actualidad y pertinencia de
esta aproximación analítica, así como su potencia movilizadora si es que se
la asume desde una perspectiva dinámica y no esencialista (Castells, 1996),
una primera inquietud que surge sobre tales intentos es aquella que interroga
desde dónde se enuncia y se formula el discurso sobre la cultura.
De hecho, y en primer lugar, no es lo mismo hablar de la cultura
desde uno u otro campo del conocimiento y, luego, porque el término
cultura, en el uso más amplio del lenguaje, ha sido objeto de usos poco
cuidadosos, laxos, que han funcionado como estrategias discursivas de
diferenciación, por lo general excluyente. Esto, sin embargo, es una dis-
cusión que retomaremos más adelante.
Cuando hablamos de identidad, hacemos referencia a un término de
relativamente reciente aparición y tratamiento en el ámbito de las cien-
cias sociales y que, sin embargo, parecería que pese a su uso extendido y
recurrente no llegó para quedarse, por lo menos en el campo de estudios
de juventud. Se trata, sin duda, de un concepto problemático que plantea
serias dificultades a la hora de producir explicaciones sobre las dinámicas
juveniles, en general. Desde trabajos recientes se ha propuesto dejar de
lado el campo conceptual de la identidad para dedicar esfuerzos analíticos,
investigativos y teóricos al de la subjetividad (Muñoz, 2007), donde pare-
cería que pueden problematizarse de modo más consistente las prácticas
y discursos de las diversas formas asociativas juveniles.
No obstante, y en atención al objeto central del presente artículo, con-
sideramos que es necesaria su revisión por sus implicaciones con respecto
a la diferencia y a la alteridad. Lo idéntico a sí mismo no puede explicarse
sino por lo que le es diferente. Por ello, la identidad supone la «integra-
ción simbólica de la diferencia» (Pujadas, 1993), lo cual significa que una
entidad se constituye como tal siempre con referencia a otra.
Por tanto, el ser joven, desde la perspectiva de la identidad —siempre
relacional, además—, se define con relación a algo. Y ese algo es la infan-
cia, por una parte, y la adultez, por otra. De tal suerte que lo joven será
siempre algo que no es la infancia y que tampoco es la adultez. Pero más

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que intentar definir la juventud por la negación o por lo que no es, lo
conceptualmente correcto es definir la juventud con relación a la infancia
y con relación a la adultez, lo cual remite, por un lado, al análisis de la
relaciones intergeneracionales y, por otro, al estudio de las relaciones entre
cambio societal y generacional. En el plano investigativo y metodológico,
estos señalamientos comportan consecuencias muy significativas.
Como puede apreciarse, los esfuerzos comprensivos sobre la identidad
juvenil acarrean varias dificultades que, consideramos, desbordan aquellas
posiciones que asocian identidad con el mero registro de actitudes y com-
portamientos de un grupo o grupos de jóvenes. La identidad juvenil será
siempre definida, en primer término, como el producto de determinadas
relaciones sociales, de las transformaciones intergeneracionales en socieda-
des concretas, en aras de evitar sesgos culturalistas que hagan abstracción
de sus anclajes sociales y en los que se corre el riesgo de describir y explicar
una cultura sin sociedad (Sánchez-Parga, 2006).
Ante las variaciones del período adolescente y juvenil, por efectos del
acortamiento del período infantil hacia una precoz adultización o hacia una
prolongada adolescencia, se hace necesario concebir la identidad juvenil
como un proceso de producción de pluralidades. En rigor, no se trata de la
identidad juvenil sino de las identidades juveniles, la cuales se configuran,
como se ha dicho ya, en los procesos de interacción social. La identidad y
la cultura se constituyen en los modos, estilos y formas de existencia de un
colectivo determinado o agregación social. Es, en suma, un proceso de

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


apropiación simbólica de la realidad.
Por tanto, la producción identitaria acarrea siempre una determinada
producción simbólica, una producción discursiva que no se agota en sí
misma, sino que siempre es multirreferencial. La identidad rockera, por
ejemplo, se constituye en torno de unas simbolizaciones inequívocas e
identificables en las que convergen los intereses y expectativas de quienes
conformen la dimensión física del proceso de producción identitario y,
además, con referencia a lo que no es parte de la discursividad rockera.
Se habla, en tal medida, de la identidad como un proceso que va ge-
nerando cultura o que reproduce la cultura profunda y simbolizada de
un grupo social determinado. La búsqueda de identidad es también una
búsqueda de diferencias y distinciones, y, por tanto, la autoafirmación de
uno mismo frente a la diferencia.
Con estas consideraciones, se comprenderá que la identidad y, más
precisamente, la producción de identidad, es un proceso dinámico, cam-

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biante. Es un concepto que por definición se opone a la visión estática
de cultura y, más bien, sitúa la cultura como un producto social sujeto a
cambios y transformaciones.
Por ello, aquellas concepciones que definen la identidad como un
conjunto de rasgos invariables e inmutables instauran una visión estática
y esencialista de la cultura, impidiendo un real ejercicio de la intercultu-
ralidad como fuente de las mismas formaciones culturales.

Cambios y transformaciones de la condición juvenil


en el siglo xxi
Reconfiguraciones socioestatales y nuevos escenarios

Como ya se mencionó líneas arriba, la constante dinámica de la sociedad


moderna y posindustrial ha definido que las relaciones entre Estado y so-
ciedad se modifiquen y transformen de forma vertiginosa. Las aceleradas
transformaciones tecnológicas y la necesidad de innovación son también
características de las relaciones sociales entre sujetos. El mercado tecnoló-
gico y cibertecnológico reconoce estas y otras características propias de la
población actual. Por ello, la tendencia al alza de consumo de productos
tecnológicos es un rasgo relevante de la sociedad globalizada.
La industria de la cibertecnología asociada a las industrias comunica-
cionales ha definido y determinado una nueva y novedosa forma de ser
sujeto: el Homo Digitalis (Negroponte, 1995), que, parafraseando a Can-
clini (2012), se le puede concebir como aquel sujeto con disposiciones a
la conectividad permanente y, por tanto, no distingue, ni diferencia, el
tiempo laboral del tiempo de ocio. En ese sentido, la participación y los
activismos se desarrollan y surgen en otros espacios y con otras temporali-
dades marcando una nueva era de activismo y de participación —digital.
El júbilo por la conectividad permanente es un tema de primera impor-
tancia en la sociedad actual. La exposición de «nuevos modelos» en la red
fascina a la población actual y sobre todo a los más jóvenes, a tal punto
que lo «nuevo» se ha convertido en una obsesión para quienes habitamos
en esta época.
Los espacios de las redes sociales son nuevos escenarios de interacción
social. Por consiguiente, el estar (contar con una cuenta) y pertenecer
(aceptación en número de seguidores) es un tema de interés actual, a saber,

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que la identidad y el yo del cibernauta tienden a expandirse y fortalecerse
dentro de los espacios en red.
Los contextos socioculturales determinan la condición juvenil. En
los nuevos escenarios de la red, esta premisa persiste, sobre todo por-
que los contextos (familiares, escolares y laborales) definen y delinean los
intereses de los sujetos, es decir, la participación de un sujeto dentro de las
redes sociales remite a una cuestión de intereses comunes. Lo que convoca
y articula a una comunidad son los intereses compartidos, atribuyendo
así la característica del paralelismo entre el espacio de la virtualidad y la
realidad pero, al mismo tiempo, situando dicho paralelismo como relación
compleja, puesto que la actividad en los espacios virtuales pantallizados
produce efectos de realidad, tal como se ha podido constatar, por ejemplo,
en recientes movilizaciones de protesta en diversos lugares del mundo. En
ellas, los usuarios de las llamadas redes sociales levantaron y posicionaron
sus consignas, convocándose además por el espacio virtual pantallizado
para reclamar en espacios físicos reales por sus causas y demandas.
Aunque los intereses convocantes, inicialmente dentro de un espacio
en red, sean diversos y heterogéneos (políticos, deportivos, culturales, es-
téticos, recreativos, ambientales, entre otros), nos atrevemos a decir que el
tránsito obligado por el espacio de lo público en tanto territorio virtual —la
red— lo transforma y lo politiza (Vommaro, 2014) visibilizando asuntos
de la cotidianidad. En ese sentido, los espacios de las redes sociales se han

René Unda Lara y Daniel Llanos Erazo / Jóvenes y sociedad...


convertido en uno de los principales espacios y canales de convocatorias
y de encuentro desde los que se generan, vehiculizan y dinamizan las
protestas sociales del siglo xxi.
Habrá que decir, también, que la generación de protestas y convocato-
rias es el resultado de nuevas dinámicas comunicativas y formas de acción
colectiva (Unda, 2015) a partir de las cuales las nociones de distancia y
proximidad (cerca/lejos, centro/periferia, global/local) se han visto alteradas
(Scolari, 2010), así como también las nociones de lo público y lo privado;
hechos y sucesos que antes eran tratados en la esfera de lo privado, e in-
cluso de lo íntimo, ahora se publican, se publicitan o son eminentemente
públicos.
Las dimensiones generales de la política y de las innovaciones tecnoló-
gicas, los planos de intersección y tensiones que se despliegan desde estas
dimensiones, constituyen, a nuestro juicio, una de las cuestiones en las que
la sociología de la juventud tiene aún mucho por explorar, reconociendo,

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desde el inicio, que se trata de una empresa intelectual que comporta un
alto grado de complejidad en razón de las múltiples aristas concurrentes
en tales dinámicas.

A modo de conclusión: nuevas visibilidades juveniles

Queda claro que los vínculos requieren y generan identidad. Asimismo, es


preciso decir que en las redes sociales la presencia de los sujetos puede
ser diacrónica, generando así un estado de copresencia que no afectaría
de forma sustancial la presencia y vigencia de los sujetos en los espacios de
socialización; es decir, la intermitencia, o no, que tienen los cibernautas
en las redes no altera los actos dispuestos y difundidos en el espacio de la
red y, por el contrario, la trasmisión de una noticia, manifiesto, consigna o
información puede, incluso, viralizarse en la red. Además, debemos asumir
que las redes sociales son espacios preferenciales para (y de) los jóvenes,
al menos así fue su génesis. Sin embargo, en los últimos años es cada
vez mayor el número de usuarios en las redes sociales que superaron su
adolescencia y juventud; lo que nos permite presumir que la integración
y participación de la población en las redes sociales no es únicamente un
atributo de sectores poblacionales denominados jóvenes.
De hecho, la brecha intergeneracional, en términos digitales, se acorta;
las razones son múltiples, pero nos detendremos en dos: La primera tiene
que ver con la integración vigente en los actuales momentos. Las tareas
laborales, las actividades escolares (a todo nivel), así como las acciones
más recreativas y de ocio, son programadas y puestas a consideración de
los «otros» desde los espacios digitales de la red. Esta interacción con los
otros supone una visibilidad, tanto de los sujetos, como de sus intereses. La
segunda razón tiene que ver con la exposición de los sujetos y sus intere-
ses que contribuyen al aparecimiento de colectividades virtuales, las mismas
que se encargan de posicionar temas y problemas de orden local y que, en
breve, serán asuntos globales; es decir, la velocidad dejó de ser relativa para
convertirse en determinante única de las interacciones sociales de la red.
Por su parte, Bauman (2004) afirma que las nuevas identidades y las
comunidades virtuales que surgen en el espacio de la red se conforman
en torno a la misma red y se caracterizan por su fragilidad temporal y la
dificultad de estructurar relaciones estables, depositando a los individuos

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en un presente continuo, sin pasado ni futuro; o sea, una visibilidad fugaz
y delimitada por los factores colectivos. Sin embargo, Michel Maffesoli
(2013) indica que esta misma condición posibilita a los sujetos asumir
distintos roles en los diferentes espacios en los que participan, conjugando
un profundo sentido de comunidad con una afirmación fuerte de la in-
dividualidad. Rompiendo, de este modo, la idea de la colectividad como
un conjunto de personas integradas bajo una misma idea. Entonces, los
colectivos actuales en —red— son una sumatoria de individualidades que,
fugazmente, se integran y cuya «integración» desaparece con el pasar de los
días, configurando así un comportamiento que corresponde a una actividad
típica de la red. Estos son parte de las nuevas visibilidades juveniles que,
desde la compleja movilidad rizomática que potencian las redes sociales,
plantean serios desafíos investigativos a la sociología y, en particular, a la
sociología de la juventud.

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Ruth No. 17/2016, pp. 92-105

Sara Victoria Alvarado* y María Cristina Sánchez León**

Subjetividad política y acción colectiva:


formas de ser joven en Latinoamérica
El principio de la revolución estética antimimética no es, entonces, un «cada uno
en su lugar» que limitaría a cada arte a su propio médium. Es por el contrario un
principio de «cada uno en el lugar del otro».
J. Ranciére, El destino de las imágenes
Entender qué es el arte hoy es comprender cómo el dolor de un mundo perdido puede
aventurarse en un continente desnudo y desconocido, para creer ser… nuevo.
Toni Negri
Las manifestaciones estéticas contemporáneas en América Latina son cada vez más
protagonizadas por aquellos y aquellas jóvenes que, por múltiples razones, vivencian
la necesidad de simbolizar, expresar o representar motivos de resistencia o descontento
con la sociedad que habitan. Este artículo presenta un marco comprensivo que, desde
las categorías de subjetividad política y acción colectiva, evidencia las formas en las
que la descolonialidad de las acciones de artistas del colectivo Bienal de Venecia del
barrio Venecia de Bogotá (Colombia) aporta significativamente a procesos de resis-
tencia, apropiación de lo político y empoderamiento alternativo, que en definitiva
visibilizan y manifiestan la existencia de las apuestas estéticas como apuestas políticas.

* Posdoctora en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Universidad Católica de São Paulo-Colegio


de la Frontera de México-Universidad de Manizales-CLACSO. Doctora en Educación, Nova
University-CINDE. Magistra en Educación y Desarrollo Social, CINDE-Universidad Pedagógi-
ca Nacional. Psicóloga, Universidad Javeriana. Directora del Centro de Estudios Avanzados
en Niñez y Juventud CINDE-Universidad de Manizales y de su Doctorado en Ciencias Sociales,
Niñez y Juventud, en el marco del cual dirige la Línea de Investigación en Socialización Política
y Construcción de Subjetividades. Directora del Grupo de Investigación «Perspectivas políticas,
éticas y morales de la niñez y la juventud», categoría A de Colciencias. Secretaria Técnica del
Posdoctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. Coordinadora de la Red Iberoamericana
de Posgrados en Infancia y Juventud. Coordinadora internacional Grupos de Trabajo CLACSO.
** Filósofa. Pontificia Universidad Javeriana. Magister en Historia y Teoría del Arte y la Arqui-
tectura, Universidad Nacional de Colombia. Candidata a Doctora en Ciencias Sociales Niñez
y Juventud CINDE-Universidad de Manizales (Caldas). Docente Investigadora del grupo de
Investigación Jóvenes Culturas y Poderes, clasificado en A, por Colciencias.

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Introducción

Los mundos juveniles contemporáneos en Latinoamérica plantean serios


retos y desafíos, muy en especial para la investigación social. Prueba de
ello es justamente la construcción de un saber y de un conocimiento que
en efecto proponga marcos de comprensión adecuados para las nuevas
maneras de agenciamiento social, político y estético que exigen aprehen-
der estas realidades juveniles emergentes. Desde allí, que se proponga el
vínculo entre las categorías de subjetividad política y acción colectiva, con
el fin de sostener que la comprensión de las nuevas formas de organización
de lo común y de lo colectivo se enraíza desde espacios, lugares y agen-
ciamientos que pasando por lo estético se establecen como políticos. De
esta manera se ha escogido una experiencia que merece ser nombrada, y
desde aquí renombrada, articulación de lo común en la inclusión de seres

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...
humanos con vivencias particulares en la habitación de lo común. Para
nuestro caso específico, hemos decidido tomar como referencia La Bienal
de Venecia, iniciativa artística y estética que a partir de 1995 es creada y
organizada por un grupo de jóvenes estudiantes de la Universidad Nacional
de Colombia, y que en cabeza de su gestor, Franklin Aguirre, ha venido
pronunciándose como acción de lo colectivo-estético en el Barrio Venecia
de la ciudad de Bogotá.
Tomada desde una perspectiva decolonial —esto es, una deconstrucción de
los juegos de lenguaje y órdenes simbólicos establecidos y propuestos desde
una mirada de lo propio, y desde el espíritu urbano que tiene lugar en lo
latinoamericano de Bogotá—, La Bienal de Venecia nos permite comprender
fundamentalmente tres aspectos que, trasladados desde categorías teóricas,
se articulan en el vínculo entre subjetividad política y acción colectiva.
El primero de estos aspectos, sin duda, es afirmar que aquellas formas
de marginalidad en las que se habitan las ciudades pueden ser convertidas
con frecuencia en el centro de manifestaciones públicas de sentires, ejerci-
cios de la otredad, modos de comprender el mundo y diversas formas de
integración de seres humanos diversos (jóvenes artistas, jóvenes estudiantes,
habitantes de lo común del barrio, y hasta vendedores informales, etc.).
El segundo lo constituye la apuesta por empoderamientos de la subjeti-
vidad a partir de estrategias alternas, distintas y reconocidas, frecuente
y tradicionalmente, por instancias legitimadoras, en este caso del arte, y
que, pasando por lo público, las vuelven asequibles a niveles, tanto de
comprensión, como de realización de la particularidad individual en lo
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Movimientos.indb 93 26/05/2016 3:38:29


colectivo. Y, finalmente, un sentido de organización de la vida con los
otros en esos rasgos distintivos que relacionan la subjetividad política y la
acción colectiva; esto es, una forma de comunidad en la que las prácticas
sociales, revistiendo un carácter narrativo, permiten poner la historia de
los seres humanos en el terreno de lo público. Ello quiere decir que lo que
se entiende aquí como práctica política es un proceso de subjetivación
y de reconocimiento en la vida social compartida que instala y motiva
la pervivencia de los sujetos como actores, autores y agenciadores de su
propia existencia.
En este sentido, los lugares teóricos que se mencionarán, tales como la
subjetividad política y la acción colectiva, aparecerán aquí revelados bajo
dos formas que consideramos muestran el espíritu político de La Bienal de
Venecia: en primer lugar, un acto de resistencia desde lo emergente, lugar
por supuesto que nos ha aparecido como un fenómeno de subjetividad
política, si la entendemos como una construcción de identidad a partir
de lo colectivo; y en segundo lugar, la propuesta de comprensión de la
acción colectiva desde la noción de multitudo, elaborada muchos años
atrás por Toni Negri.

Subjetividad política: resistencias y emergencias

Tomada desde Gergen (2007), la capacidad autonarrativa en la vida


social está llamada a configurarse como práctica social en la medida que
se conforma como una práctica pedagógica, de tal manera que aprender,
aprehenderse, no es otra cosa que pasar por los predicados de la experiencia
propia, los predicados de reconocimiento que aportan los otros en el mo-
mento que pasan por mi universo narrativo. Como lo afirman Alvarado,
Ospina, Botero y Muñoz (2008): «El despliegue de la subjetividad, la
recuperación de los sujetos en su enteridad, pasan por la recuperación de
sus verdaderos sentidos, no los de un sujeto abstracto, sino los de sujetos
de carne y hueso, hombres y mujeres, jóvenes, que habitan momentos
históricos complejos que deben saber leer, entender e intervenir». En este
sentido, el ejercicio de una subjetividad política no puede hacerse ni darse
por fuera del campo del conflicto, conflicto que se revela en la aparición
del otro en mi campo de percepción, desarrollo y verdad. Es curioso que,
de modo inevitable, la configuración de la subjetividad política pase o
transite por —incluso— ejercicios donde diversas formas de resistencia

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pueden operar, pues no puede entenderse que la confrontación, las dis-
tancias, el desacuerdo, como lo denomina Jaques Ranciére (2010), separe
el universo de lo común, cuando de lo que se trata es de comprender
que de forma innata lo contenemos. Una perspectiva de la subjetividad
política, como la entendemos aquí, asume que la realidad y la «verdad» o
construcción que los y las jóvenes hacen sobre sí mismos y sí mismas, como
una interacción, como un flujo continuo de percepción y discrepancia,
instaura una percepción de lo propio como una percepción de (y en) lo
colectivo. La Bienal de Venecia, para su caso particular, en una articula-
ción pedagógica de lo colectivo, construye estrategias de habitación de un
barrio como construcción política desde las formas de tomar lo común
como lugar para ser. Al respecto, Aguirre (2012) afirma: «La misión de La
Bienal de Venecia de Bogotá (BVB) consiste en lograr que la comunidad
y los artistas se acerquen, mediante una estrategia pedagógica que toma

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...
el arte como su actividad central y se articula con el contexto del barrio.
La pedagogía en el marco de la Bienal es un espacio donde circulan y se
confrontan distintos saberes en torno al arte, su papel y sus audiencias».
En definitiva, la resistencia articulada desde la noción de subjetividad
política aparece aquí reflejada en el actuar conjuntamente desde la paradoja
y la ironía, pues afirmar una Bienal de Venecia, desde el Barrio Venecia
de Bogotá, no deja de sorprender a quienes de forma erudita han consti-
tuido un conocimiento de La Bienal de Venecia, no precisamente desde
la diversidad y la diferencia. Pensar la BVB, puede plantearnos un nuevo
modo de entender la subjetividad política en contextos latinoamericanos,
que soportan la idea de lo otro, lo distinto, y lo lejano que instalamos
en un plano narrativo y de comprehensión más cercano y más íntimo y,
por ello mismo, más colectivo. El vínculo entre subjetividad política y
acción colectiva, con miras a la comprensión del acontecer de los jóvenes
latinoamericanos en la vida contemporánea, surge cuando en definitiva
las tramas de la subjetividad se cruzan con las de una escena colectiva; al
respecto, Alvarado, Ospina, Botero y Muñoz (2008) afirman:
Tematizar la subjetividad política nos obliga entonces a hacer un
esfuerzo importante por tratar de poner en el lenguaje las tramas
mismas que la definen. A manera de hipótesis, estas podrían ser: la
autonomía, la conciencia histórica y la posibilidad de plantearnos
utopías, la reflexividad, la ampliación del círculo ético, la articulación
de la acción y sus narrativas, la configuración del espacio público como
escenario de realización de lo político y la negociación del poder.
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Llevar a cabo un pensamiento en situación no puede menos de ser un
esfuerzo político que vincule la importancia que tiene para los jóvenes
contemporáneos el sentido de la alianza, la comunidad y lo colectivo. Sobre
esto, Aguirre (2012) afirma: «Durante el evento, los artistas participantes
retribuyen el apoyo de los habitantes a través de las conferencias, talleres
y visitas guiadas que realizan de manera gratuita en las instalaciones de
la BVB durante su exhibición. Estas actividades están generalmente di-
rigidas a los niños, jóvenes y personas de la tercera edad de la localidad».
La resistencia es forma de lo político, y sigue en pie con la emergencia de
alternativas de socialización distintas al marco común de los espacios del
arte, de los espacios de socialización institucionalizados y de los espacios
de lo público tradicionalmente instaurados.
En tal dirección, un vistazo a la emergencia nos prepara para un debate
en torno a los supuestos que nos permiten entender las tramas y los
vínculos para pensar la BVB como una acción colectiva, cuya subjetividad
se configura en los entramados de lo diverso. Apoyadas en Negri (2000)
y en Ranciére (2011), proponemos una breve revisión a cuestiones que
consideramos están en consonancia con los planteamientos que pueden
darnos luces sobre lo político de la subjetividad como emergencia de
una resistencia. Las cuestiones a las que hacemos referencia relacionan la
pregunta por la existencia estética como forma de subjetividad política y
lo que inicialmente podemos concebir como resistencia.
Podemos afirmar que la resistencia aparece como un problema recurrente
en Nietzsche, Marx, Foucault, Sábato, Onfray, solo por nombrar algu-
nos; en este sentido, asociamos la resistencia con un modo de «reacción»
y preguntamos con frecuencia por qué en muchas ocasiones y manifes-
taciones de orden social y político se pierden o se agotan esos predicados
que distinguen a la resistencia: la novedad, la capacidad de iniciar «alguna
cosa», de instaurar una acción que se supone se salvaguarda en la duración
y resonancia.
Asimismo, solemos pensar que con las nuevas lecturas de los mundos
políticos y estéticos ya no se podría concebir con claridad la resistencia
solo como una actitud o actividad, sino como una serie de actos que sim-
bólicamente suelen organizar iniciativas de colectividades diferenciadas.
De esta manera nos aparece indefectiblemente la posibilidad de hablar de
resistencias, dejando en espera la discusión sobre la «noción» de resistencia.
Las preguntas que se instalan aquí son: ¿Aún es pertinente recuperar el
sentido, el valor, el estatus político y estético de esta categoría que se nos
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aparece como inasible y que en varios discursos se entiende como una
manera obsoleta de nombrar un modo de desacuerdo? ¿Es momento de
seguir asumiendo la resistencia como persistencia, insistencia, capacidad
de estar del otro lado, de oponerse? ¿Necesariamente resistir es actuar «en
contra de», «en oposición a»? ¿Qué pasaría si pensamos que un modo
de la resistencia se da en una acción que moviliza, instaura, inicia, desde
la inacción, por ejemplo? Respondemos: Podría ser no-actuar, no hacer,
seguramente disentir en el sentido más propio, íntimo e individual.
En esta misma línea, ¿podríamos seguir considerando que en la resis-
tencia o en las resistencias —si hacemos esta apuesta— se evidencian los
distintos modos en los que la alteración de lo político se constituye en el
surgimiento de mundos en emergencia?
Arriesgamos la siguiente intuición: estos mundos —como los deno-
mina el construccionismo social— de emergencia —como los queremos

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...
denominar aquí— pueden vislumbrarse en apuestas estéticas. En conse-
cuencia, consideramos que estos mundos de emergencia no podrían ser
distintos a acciones colectivas que en definitiva ponen al descubierto no
precisamente lo distinto, sino un fenómeno político «como es-dado», solo
que en otro lenguaje; quizás a esto se refiera Toni Negri cuando alude al
acontecimiento. Esta es la aproximación que es fundamental discutir en
algún momento: los y las que creemos que el arte inicia, instaura, crea y
motiva desde lenguajes, formas de hacer, formas de ser y materias distin-
tas, consideramos que en ese ejercicio de metaforización pone en tensión
la obra como obrar y la obra como aquello que articula, exige e irrumpe
como aparición del espectador.
Dicho sea de paso, proponemos un acercamiento a la noción de acción
colectiva, evidentemente trabajada por Lazaratto (2010) y otros desde la
configuración de los mundos emergentes como mundos del obrar y como
mundos del espectador. El modo como habría que entender los mundos de
emergencia nos exige así asumir las obras del arte como diferentes obrares
que hacen mundo. La emergencia puede entonces entenderse como el
hecho de salir de un estado de hundimiento, de quedar al descubierto en la
acción misma de la emergencia. Quizás una situación de emergencia recibe
este nombre por dejar o poner al descubierto algo de forma intempestiva,
no necesaria y estrictamente porque sea una situación de extrema crisis o
extremo dolor. Esto nos invita a revisar en algún momento la diferencia
que quizás puede haber entre urgencia y emergencia.

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Otra intuición: los mundos de emergencia, tal como pueden ser pensados
en este orden de ideas, nos recuerdan la noción que en repetidas ocasiones
utilizó Freud acudiendo a Schelling: «lo siniestro es aquello que debiendo
permanecer oculto ha sido revelado». Negri (2000) trae lo bello y lo sublime,
atendiendo y des-a-tendiendo a planteamientos kantianos; podríamos
en esta línea, pero quizás en una ocasión posterior, repensar lo siniestro
como uno de los modos en los que diversos fenómenos sociales, políticos
y estéticos en general se manifiestan en la vida contemporánea. Hasta aquí
la sospecha sobre la posibilidad de pensar la resistencia como aparición de
mundos de emergencia.1 Mundos de emergencia pueden ser posibilidad
de mundos —mundo como posibilidad—, y aunque se suponga en este
momento una alusión a que todo vale, podemos responder que, pese a que
todo sea posible, no todo vale para la comprensión de los mundos de emer-
gencia. De igual manera, no todo valdría para considerar una acción como
resistencia o para asumir un fenómeno —cualquiera— como emergente.

Multitudo: presupuestos para la consideración


de una acción colectiva

Pensar la resistencia con relación a la consideración de la multitud nos pone


de manifiesto una actitud que podría ser de modo determinante poética y
por ello creativa, o en su riesgo inevitable; gratuita, inofensiva e ingenua. Al
que resiste se le dice que piensa de «forma no convencional»; sin embargo,
cuando este que resiste se aleja en demasía de las convenciones termina por
ser fanático en otra convención; es decir, el umbral entre el que resiste y
el que está alienado en el otro lado es tan tenue que solo los diferenciaría
aquel «extremo» en el que están ubicados. Por ello, lo mejor sería pensar
en las mentes resistentes como mentes independientes. Si seguimos en esta
dirección, la esencia de la mente resistente independiente no radicaría en
qué piensa, sino en cómo lo piensa.
Nos inquieta sobremanera pensar en los momentos en que se asocian en
el mismo nivel de crítica o de conceptualización la resistencia, las acciones
colectivas y «los jóvenes», pues se pone en juego una suerte de solidarida-

1
Cabe aclarar que en un ejercicio aún más depurado habría que examinar la actividad de la
condición estética como un poner en lenguajes distintos, pues de forma gratuita no todo lo
que se dice de otro modo apostaría a la noción de colectivo y, mucho menos, al fortalecimiento
de la idea de obrar.

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des tribales que mucho se acercan a confusiones sociales cuando lo que se
pierde es lo básico. Lo básico —los derechos fundamentales, las condicio-
nes mínimas de existencia digna, etc.— termina por ser un a propósito y
no una motivación fundamental para estar —juntos—. Es decir, cuando
le damos el título de acción colectiva a una iniciativa de movilización o
a una dinámica de hacernos juntos y —por qué no— iguales, habría que
estar atento a la revisión de las obras o de los obrares que no precisamente
están en «contra de», sino que tienen, como afirma Hitchens (2003): «la
propiedad de levantar un espejo para que la opinión pública vea reflejada
—incluso— su propia fealdad».

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...

Mural, Barrio Venecia (Bogotá-Colombia). Fotografía de Luis Antonio Sánchez León.

En este orden de indagación no hay que olvidar que incluso las metá-
foras asociadas a la resistencia están asociadas en su mayoría a nombres
de la guerra: valentía, lucha, oposición, combate —solo por citar algunos
ejemplos—; se asumen como modos de nombrar el desacuerdo, quizás la
disidencia. Esta caracterización nos puede llevar a pensar que tal vez en los
griegos ya la valentía se definía como una afección de ánimo, que formaba
parte fundamental del guardián o guerrero, tanto que se constituía en
una virtud. Ahora podríamos suponer que incluso la valentía, el hacerse
valeroso, el ser valioso, el tener valor, consistiría entonces en esa actitud
política y estética característica de las prácticas de resistencia como aquella
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que hace posible el ejercicio de las virtudes, pues no precisamente «somos»
valientes, sino que «nos portamos, aparecemos, o nos hacemos valientes»
en virtud de una situación emergente. Podemos pensarlo y discutirlo,
pero curiosamente la valentía sería más una manera de aguardarse y no
una forma de ser; es decir, no definiría el ser de los individuos, sino sus
acciones. La valentía es una exigencia, no nos es propia, de ahí que sea una
actitud política, ética y estética, pues es una demanda de sí.
No quisiéramos terminar estas indagaciones sin antes relacionar esas
constantes preguntas por la resistencia, sin retornar al carácter intempestivo
que caracteriza al nihilista auténtico: por un lado, el intempestivo no es
el que irrumpe de modo sorpresivo, sino aquel que no está en su tiempo
y que pone en juego, incluso, un tiempo distinto; y, por otro, oponerse
a algo, muy a nuestro juicio, no es precisamente estar del otro lado, sino
explorar el topos cuestionado y obrar en él. Y aunque esta última afirmación
ponga en evidencia un romanticismo imperante, apostamos a afirmar que
el arte configura una estética política en esta dirección cuando combate
lo que es atractivo, cuando demanda del espectador una exigencia de sí.
Podríamos incluso pensar en una incapacidad estética a propósito de
la existencia de la violencia: tal vez esta se constituya en los fanatismos,
es decir, en la incapacidad de volver símbolos a las imágenes, en el hecho
de agotarlas como ídolos.
Asimismo, ¿cómo podría hablarse de una acción resistente como política
de división?, ¿acaso por definición —de muchos de los autores que conoce-
mos— la política no es esencialmente división? El resistente, insistimos, es
aquel que es crítico en el más real y estricto sentido del término: el crítico
es aquel que sabe que incluso su ser crítico ha de ser sometido a crítica. El
que resiste, a nuestro modo de ver, ha de plantearse ante todo una menta-
lidad escéptica y no una racionalidad inmediata que busca incesantemente
nicho. Habría que recordar la navaja de Occam incluso para indagar por
la resistencia: es preciso eliminar las presunciones innecesarias y proclamar
que en realidad las cosas son menos complicadas de lo que parecen.
Al comparar la noción de pueblo presente en Hobbes y la noción de
multitud presente en Spinoza, Paolo Virno (2008) recuerda al filósofo
holandés:
El concepto de multitud indica una pluralidad que persiste como tal
en la esfera pública, en la acción colectiva, en lo que respecta a los
quehaceres comunes (comunitarios), sin converger en un Uno, sin
desvanecerse en un movimiento centrípeto. Multitud es la forma de
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existencia social y política de los muchos en tanto muchos: forma
permanente no episódica o intersticial. Para Spinoza, la multitud es
la base, el fundamento de las libertades civiles.

Franklin Aguirre: «La Bienal de Venecia de Bogotá», Publicación de Living Art


Room, no. 008, abril-mayo-junio de 2012, pp. 73-74 y 170-194.

El recurso a Spinoza bien puede orientar algunas ideas aún más pun-

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...
tuales que nos interesa traer a continuación sobre el trabajo de Negri. Para
varios de nosotros es una seña determinante escribir desde lo no norma-
tivo, escribir desde el lugar de los ausentes, escribir en estas condiciones
curiosamente ya puede perfilarse como una práctica de la resistencia, a
nuestro modo de ver y en ese sentido, una práctica social que configura
procesos de subjetivación política.
Igualmente, que se piense de forma epistolar señala ya un camino in-
cluso para hacer más propio lo propio y para establecer la virtud política
y estética del testimonio; nos referimos, por ejemplo, a la manera como
Negri (2000) escribe su obra.
Quisiéramos afirmar la presencia de un fuerte impulso nietzscheano en
el modo como las afirmaciones de Negri (2000) se perfilan, pues, como lo
afirma Raúl Sánchez, esa superficie contingente sobre la que nos arroja la
obra de Negri aparece como la profundidad que solo puede caracterizar a
la máscara. Máscara, imagen, apariencia, sabia virtud de la apariencia, son
los nombres que Nietzsche da a la contingencia, al tiempo, a la verdad.
Definir una multitud desde la acción colectiva podría aproximarnos a
Negri (2000) desde —lo que en él parece— como tres trayectos: el primero
de ellos es la contingencia que se perfila entre el hacer poético-producti-
vo-político y la virtualidad como la extrema determinación singular siem-
pre nueva de los sujetos; el segundo trayecto lo constituye el modo como
los procesos de producción se configuran en una «modulación continua
de singularidades temporales» —como él mismo lo afirma—. El tercer

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trayecto puede definirse desde la noción de arte como cuerpo colectivo,
que Sánchez, quien fuera su interlocutor, define como un continuo hacer
poético y constructivo que inventa la existencia política.
Conversaciones sobre lo abstracto, el cuerpo, la modernidad y la posmo-
dernidad son a nuestro juicio reflexiones que apuntan a la pregunta por los
tiempos de los individuos particulares, cuestión que ubica la existencia del
acontecimiento como ese fondo en el que se activan las deconstrucciones
políticas y estéticas de los particulares, como los denomina Negri (2000).
En este sentido, pensar el arte como una experiencia ontológica hace que
caigamos en un terreno que no pertenece a los seres concretos, sino al uni-
verso de la representación que bien puede instalarse como un modo de existir
abstracto y que, en consecuencia, pone en crisis lo verdadero, sin querer
decir con ello que sea un terreno infértil. A los ojos de muchos el discurso
de Negri podría ser inmediato, incoherente y desarticulado por el hecho de
ubicar precisamente el mundo de la verdad en lo abstracto. La riqueza, va-
lidez e importancia de las afirmaciones sobre la multitud radica, y estamos
convencidas de ello, en concebir las más importantes posturas de Hegel,
las apuestas de Rauschenberg y de otras figuras «rebeladas» de la historia
estética, como activadoras de libertad y de conciencia de vida, en razón de
la reconstrucción que estas últimas demandan en la vida contemporánea
latinoamericana.
Esta vida contemporánea latinoamericana, como queremos denominarla
aquí, en variadas ocasiones confunde el estado de naturaleza con una primaria
forma de comportamiento; cuando precisamente el estado de naturaleza se
pone en todas estas figuras citadas como un estado «posnatural, poshumano,
inhumano», como bien lo afirma Negri. Dicho sea en este momento, quizás
una de las más valiosas «puestas» de Negri (2000) la constituye el hacer de
la historia del pensamiento y de las manifestaciones políticas y estéticas una
constante lectura de nuestra historia particular, ¿qué más actitud estética
y política que esta, para quienes estamos en procesos de formación? Casi
podría pensarse desde aquí que la vida epistolar deja de ser una alternativa
de la distancia para convertirse en la actitud de tomar distancia:
En este débil delirio, ¿verdad, Carlo?, descansamos. Nosotros todavía
tenemos buen gusto. En cambio, otros no se contentan con este vacío;
se exaltan… Nihilistas eufóricos. No, a nosotros nos sienta mejor el
descanso. Poco cambia que uno lo haya disfrutado en el fondo de las
cárceles o en alguna redacción de revista. En realidad, en esta mise-

102

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rable situación, ha ocurrido algo: serenamente nuestra experiencia y
nuestro deseo han sentido lo absoluto del límite (Negri, 2000).

A modo de conclusión

¿Valdría proponer una ética de la resistencia?, ¿no hablaríamos de una tau-


tología con esta propuesta? En palabras de Negri (2000), nuestra miseria es
tan grande como nuestra libertad, cuestión que ubica la pregunta en otro
lugar: en el espacio de nuestro hábitat y en el tiempo de nuestra conciencia,
en los tiempos en los que la subjetividad se vuelve la exposición política de lo
diverso. Podríamos decir que resistir supone pensar y que ello no se podría
hacer fuera de, al lado de. Pensar-resistir, agenciarnos como sujetos libres
supone el estar entre las cosas políticas como asuntos y apuestas estéticas,
desde el camino aquí expuesto. En algún momento decíamos que gran parte

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...
de la violencia radicaba en la incapacidad simbólica de los seres humanos.
En este sentido, una de las más bárbaras consecuencias del mercado es
acabar no solo con las imágenes, sino con la imaginación, ojalá pensára-
mos que en la imaginación es donde radica esa potencia moral y política
que nuevamente nos muestra los más originarios vínculos entre política y
estética. De igual manera, la aniquilación de la memoria —señal definitiva
de que se ha aniquilado el deseo y cualquier proyecto de singularidad— no
solo se constituye como un diagnóstico histórico al modo del que resiste,
sino la alteración incluso de lo sublime, pues afirmamos que si en el arte
el terror tiene una fuerte, estrecha y dignificante relación con el respeto
como capacidad de imaginar, en la vida del mercado son sentimientos que
difícilmente podrían identificarse. La imaginación suprime el malestar de la
discriminación. Una discusión que se quiera encaminar hacia el vínculo entre
subjetividad política y acción colectiva, no es otra cosa que un «trabajo» de
distinción:2 la distinción entre reaccionarios y revolucionarios. En palabras
de Toni Negri (2000):
Los revolucionarios son la bandera de la actitud histórica y política: al
modo de los «independientes» niegan, al modo de los —auténticos—
nihilistas afirman el compacto vacío ontológico del mundo, sufren
el vacío, aprenden prácticamente y al mejor modo de una ontología

2
Si bien es cierto que este concepto ha sido bastante utilizado por Ranciére, es necesario revisar
para posteriores discusiones trabajos de autores como Badiou, Baudrillard, Lipovetsky.

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política-estética —como quiero denominarlo aquí— «pueden prac-
ticar la crítica del mundo porque mantienen una relación verdadera
con el ser.
Quizás haya que finalizar diciendo que no es posible agotar la discusión
desde lo que aquí se propone, tal vez haya que reforzar la idea de la multi-
tud desde una suerte de hermeneútica ontológica narrativa que recupere la
existencia, evidencie cómo lo colectivo se constituye en la abstracción, y cons-
tate que la producción que vive de lo colectivo reviste las formas políticas y
las formas estéticas, como «misiones» de esa ontología de lo profundo. De un
trabajo serio, largo y esforzado dependerá entonces ser —por fin— cuerpo.
Una existencia colectiva se coloca así, retomando el caso de la BVB, en
la medida que pensar la estética exige tomar de forma invertida los razona-
mientos del discurso antiestético contemporáneo, con el fin de comprender
lo que significa la estética y lo que suscita su vínculo con la política. En
este sentido afirmamos que una posición estética «real» es la de seguir el
camino de la oposición a lo que incluso se ha llamado estética con el fin de
hacer de la estética otra, los cuerpos otros y los discursos otros; un complejo
proceso de diferenciación.
De allí que una noción estética de cuerpo no pueda ser abordada desde
la directa e inmediata noción de organización, complejo o sistema. Un
vínculo entre subjetividad política y acción colectiva se comprende, desde
nuestros hallazgos, como un camino que de manera nueva y paradójica
tiende a preguntar por la existencia colectiva. Desde esta perspectiva se abre
una invitación para la investigación social: alimentar la discusión sobre la
existencia colectiva como la facultad activa y una facultad receptiva que
señala la contingencia característica del arte.
Pensar que la propuesta de la BVB en la construcción de los espacios y
relaciones proporciona la ejecución y reconfiguración de formas simbólicas
de la materia de lo visible, es ya un plano de comprensión que permite la
investigación social como investigación sobre lo político y sobre lo estético
en clave de las prácticas sociales.
Nuestra reflexión ya se ha visto desplazada hacia el terreno donde se
ponen en conflicto la designación de objetos pertenecientes a lo común
y los sujetos que buscan hacer dicha designación. Consideramos que una
de las fortalezas de la investigación social bien puede estar direccionada
hacia esta tarea, que no deja de ser una tarea de lectura de nuestra realidad
latinoamericana.

104

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Bibliografía

Alvarado, Sara Victoria; Ospina, Hector Fabio; Botero, Patricia


y Muñoz, Germán (2008): «Las Tramas de la Subjetividad Política»,
en Revista Argentina de Sociología, año 6, no. 11, ISSN 1667-9261,
pp. 19-43.
Aguirre, Franklin (2012): «La Bienal de Venecia de Bogotá», Publicación
de Living Art Room, no. 008, abril-mayo-junio, pp. 73-74 y 170-194.
Negri, Toni (2000): Arte y Multitudo. Ocho cartas, Mínima Trotta, España.
Virno, Paolo (2008): Gramática de la Multitud, Ediciones Colihue,
Buenos Aires.
Ranciére, Jaques (2011): El destino de las imágenes, Prometeo Libros,
Buenos Aires.
—— (2010): El desacuerdo, Nueva Visión, Buenos Aires, Argentina.

Sara Victoria Alvarado y María Cristina Sánchez León / Subjetividad política y acción colectiva...
Lazzarato, Maurizio (2010): Política del acontecimiento, Tinta Limón,
Buenos Aires.
Hitchens, Cristopher (2003): Cartas a un joven disidente, Anagrama,
España.

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Ruth No. 17/2016, pp. 106-124

Óscar Aguilera Ruiz*

Movimientos juveniles, políticas


de la identidad y batallar por la visiblidad
en el Chile neoliberal: Generación Pingüina**
El movimiento estudiantil chileno que se moviliza desde 2006 en adelante, con altos
grados de visibilidad pública, es resultado de un complejo proceso de reconfiguración
de las culturas políticas existentes. Para reconstruir este proceso se recurre a una
metodología documental y biográfica. Rastrear el origen de este proceso, así como los
resultados específicos en términos de estrategias y tácticas políticas, movilización de re-
cursos organizacionales, reconfiguraciones biográficas de sus participantes, constituyen
la base de la investigación; y en este artículo serán leídos a partir de las políticas de la
identidad y disputas por la visibilidad que se ponen en juego respecto a la sociedad
chilena y hacia el interior del propio movimiento.

Introducción

La sociedad chilena se enfrentó a un poderoso movimiento estudiantil en el


otoño de 2011. Este proceso de intensa movilización social tuvo dos actores
principales: estudiantes universitarios y estudiantes secundarios. Estos últi-
mos ya habían ensayado sus repertorios de protesta en 2006, en la llamada
rebelión pingüina (Aguilera 2006; 2011). Tanto en el año 2006 como en el
2011, cientos de miles de estudiantes se movilizaron en las calles, ocuparon
por meses sus centros de estudios (escuelas secundarias y universidades) y
cuestionaron los principios neoliberales que organizan la sociedad chilena.

* Doctor en Antropología Social y Cultural. Académico Departamento de Estudios Pedagógicos,


Facultad de Filosofía, Universidad de Chile.
** Agradezco al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) por la Beca de Con-
solidación Académica que permitió el desarrollo de una parte importante de la investigación
en que se basa este artículo, así como a CONICYT por su apoyo a través del Proyecto PCI
12050.

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Movimientos.indb 106 26/05/2016 3:38:32


Ambos movimientos permitieron a sus participantes experimentar en tiempo
presente los valores y formas de vida por las que luchaban.
Si los pingüinos movilizados en 2006 instalaron la pregunta política y
social por la educación, y desplegaron una potente política cultural que
interpeló a la ciudadanía respecto a su rol en las transformaciones o con-
tinuidades del sistema educativo, los universitarios movilizados en 2011
identificaron y construyeron la reivindicación alrededor de los pilares del
modelo neoliberal: el papel subsidario del Estado respecto al financiamien-
to de la educación y su connivencia con la comprensión de lo educativo
como un bien de consumo regulado por la oferta y la demanda, realizado
entre privados y que el Gobierno incluso había rehusado fiscalizar, como
lo demuestran el cierre de la Universidad del Mar (20 000 estudiantes
reubicados) y las investigaciones por lucro en varias universidades privadas.
Este proceso de revitalización del movimiento estudiantil, y de politi-
zación juvenil en general, puede ser abordado desde al menos dos grandes
perspectivas, ambas inscritas en el campo cultural. La primera de ellas se
articula a partir del concepto de cultura política juvenil, y remite básica-
mente a la caracterización de las discursividades y prácticas respecto al
campo político institucional, sus procedimientos, sus actores y sus prácticas;
y cuenta con un gran desarrollo sobre todo a partir de la sociología y la
psicología social, aunque existen trabajos desde una perspectiva socioan-
tropológica entre los que se encuentran el de Fernández Poncela (2003) y
el de Weinstein (1988), así como ciertas aproximaciones de Lechner (2002)
a propósito de su preocupación por los procesos políticos desde lo que de-
nomina la subjetividad social. Estas perspectivas enfatizan la producción
de sentidos que orientan las acciones de los sujetos, asumen la naturaleza
intersubjetiva de los fenómenos sociales y, en términos generales, se inscri-
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

ben en aquella corriente que desde las ciencias sociales se ha denominado


como construccionismo social.
Este énfasis en el carácter discursivo de las prácticas ha descuidado el
análisis sistemático de las prácticas de los sujetos y las formas en que esas
estructuras objetivizadas respecto a lo social (lo que significamos como
política por ejemplo) se producen y/o reproducen, así como las estrategias
de los actores juveniles para transformarlas. Esta segunda perspectiva, que
intenta leer los procesos culturales desde una mirada política, es la que
orienta en términos globales esta investigación y nos permite señalar la
importancia de las políticas de las culturas juveniles (Escobar et al. 2001);
proceso constituyente del orden social y político que evidencia las tensiones

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y el dinamismo de los procesos culturales que viven las sociedades contem-
poráneas. Perspectiva de la cual se desprenden consideraciones relevantes
para el estudio del movimiento estudiantil:
a) Las acciones colectivas y los movimientos juveniles, lejos de constituir
un punto de partida para el análisis de la política, debían ser con-
siderados como un punto de llegada y resultado de un proceso que
requiere ser (re)construido como forma de encontrar claves culturales
e históricas de la formación de lo político;
b) la acción colectiva se realiza en un contexto espacial y temporal que
permite problematizar y resignificar la realidad, posibilitando con-
sensos sobre los cambios del orden social;
c) las acciones colectivas juveniles expresan, de forma metafórica, las
tensiones constitutivas de una nueva forma de pensar y representar
los vínculos sociales.
En este texto, quisiéramos presentar algunos resultados de investiga-
ción relativos a las políticas de la identidad y disputas por la visibilidad
presentes en el movimiento estudiantil, a los que hemos arribado a partir
de una investigación biográfica con dirigentes del movimiento estudiantil
chileno (2006-2011).

Las formas orgánicas presentes en el movimiento estudiantil1

La diversidad de agregaciones juveniles —tanto las que se encuentran


plenamente consolidadas, como las emergentes— se expresa de forma pri-
vilegiada en el mundo estudiantil. Quizás una de las formas organizativas
que más ha capturado la atención sean los autodenominados colectivos
estudiantiles. Al respecto, podemos señalar que los colectivos no «aparecen»
en 2006, sino que ya estaban funcionando como formas de agregación
político-cultural: «Nosotros mantuvimos una alianza con el Fentre de Estu-
diantes Libertarios FEL, que era bien distinto al FEL de ahora, que era en
su mayoría de secundarios y tenía súper buenas relaciones con el CREAR
y con otros colectivos que respondían más a los del Liceo de Aplicación

1
Los siguientes apartados utilizan como base las entrevistas biográficas realizadas a dirigentes
estudiantiles del movimiento secundario y universitario del período 2006-2011. Por razones
de codificación y análisis se identifican con las iniciales de sus nombres.

108

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que siempre fueron los dirigentes. Pero esos colectivos empezaron a nacer
a finales del 2004» (JCH).
Si bien al interior de los mundos juveniles y en el espacio estudiantil
estas dinámicas se encontraban en desarrollo desde antes de las movili-
zaciones de 2006, para el mundo adulto e institucional se constituyen
en la principal novedad e incluso sirven como argumento para señalar el
declive de los partidos políticos. Sin embargo, y a partir de los relatos de
los propios protagonistas, lo que se instala como una diferencia de natu-
raleza (los colectivos son esencialmente distintos a los partidos e incluso
los reemplazan), más bien tendría que ser pensado desde la gradualidad.
De allí sostenemos que los colectivos muchas veces expresan tradiciones
y culturas políticas reconocibles aunque de forma descentralizada, pero
con organicidades y prácticas de la política que a menudo reproducen
las lógicas de la agrupación política tradicional. Es más, ante la propia
dinámica política del movimiento estudiantil surge la pregunta por la
institucionalización del colectivo y su transformación en partido, que ha
recorrido algunos de los colectivos estudiantiles con mayor presencia en el
movimiento estudiantil en el último período: «Bueno, después el colectivo
se consolida, ganamos la federación de la chile y otras [esferas], el colecti-
vo crece con eso y nosotros, algunos, formamos una fundación que es en
la que yo trabajo, que es la fundación Nodo Veintiuno, donde queremos
contribuir a darle una base más sólida a nuestra corriente política cachay,
que esta [no se entiende] estudiantil, pero queremos convertirla en una or-
ganización política más contundente, con movimiento y eso no necesita no
solamente acción estudiantil y activismo, sino que se necesita formar gente,
crear pensamiento crítico, etcétera. Entonces estoy abocado a eso» (FF).
De todas formas, lo anterior no se contradice con lo que los propios
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

participantes sostienen de su accionar en los colectivos respecto al rechazo


de las formas tradicionales, tiempos y espacios para actuar la política, y
eso comienza a provocar una crítica ya no a los partidos, sino también a
los colectivos emergentes. Y eso tal vez explique la persistencia de diná-
micas más cercanas a la informalidad de grupos asociativos con prácticas
políticas no institucionalizadas, que no se reconocen como grupos o co-
lectividades, sino como movimientos y agrupaciones menos formales que
se reúnen a partir de intereses intelectuales, culturales, de ocio, pero que
en sí permiten a sus colectividades cuestionarse políticamente sobre su
entorno: «Las inquietudes cuando yo era secundario eran parte de un
movimiento contracultural fuerte dentro de la generación más pingüina,

109

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que era una generación algo más politizada. Ese movimiento contracultural
tuvo como una de sus raíces en el hip hop, pero también influencias del
punk o de los movimientos contraculturales del punk. Muchos que desde
chicos comenzamos a escuchar esa música a la vez empezamos a politi-
zarnos, de ideas más de izquierda, incluso del anarquismo. Luego yo me
empecé a mover más en vertientes de estudio marxistas, pero fue a través
de toda esta movida contracultural que se venía generando en esos años
y que era muy fuerte» (SF).
Más aún, para el caso de los estudiantes de ciudades más pequeñas,
la participación se distingue no desde claves organizacionales sino por
cuestiones como la vestimenta de los sujetos, que en contextos de protesta
callejera permiten el reconocimiento de «otros» que no siendo de estos
grupos, se interesan y participan en estas acciones, y por esa vía se conso-
lidan nuevos agrupamientos. Asimismo, se visibiliza mejor con el tiempo
cómo dentro de «los secundarios» se incluye y coexiste una cantidad de
grupalidades diferentes que constituyen también parte del movimiento:
«Si bien hasta el día de hoy las marchas pasan por ahí y se les grita, yo creo
que [desde] el 2006 hasta las consignas han ido cambiando, ya no es tan
secundario sino muchas veces incluso son gritos y consignas de un grupo
político, de una organización, de una plataforma diferente, o andan con
otras banderas, de colores, y en eso veo yo una diferenciación que se ha
dado estos años» (FE).
Este reconocimiento y distinción en proceso que acabamos de señalar
permite comprender cómo se va elaborando el propio proceso de cons-
titución de colectivos y grupalidades emergentes. El propio contexto y
espacio de la movilización posibilita la confluencia de personas y la poste-
rior articulación de colectivos: «Y empezamos a ir al centro, a lo que fue
la primera junta que se hizo de alianzas de los colectivos secundarios que
venían del 2001-2002, Darío Rebelde, Promedio Rojo, y otros colectivos
más emblemáticos de los secundarios y la Jota que había roto con la Con-
certa 2… Ahí, en el 2003, yo empiezo a trabajar en un espacio que se llama
CREAR, que fue la confluencia de dos cordones de colectivos, el PROSA
y el CREAR, en que uno correspondía a Oriente y el otro a Santiago
centro. Y en el CREAR, ya cuando entré, empezó la idea de crear un

2
Se refiere a la Concertación de Partidos por la Democracia, conglomerado político que nace
tras la caída de la dictadura militar y que gobernó el país hasta la llegada de Sebastián Piñera a
la presidencia en 2010.

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colectivo del colegio. Eso fue al principio del 2004, con el segmento que
no era adherente ni con el Frente [Patriótico] ni con las Juventudes» (JCH).
Y aunque no se traduzca en una organización constituida, estas dinámicas
de encuentro entre formas emergentes y tradicionales de actuar la política
permiten, por ejemplo, la sustitución de ciertas jerarquías por mecanismos
de participación más inclusivos que trasciendan el espacio y los límites de la
propia institución: «El Pleno de Presidentes asume el poder en la universidad.
Se trataba de una nueva organización donde estaban todos los presidentes de
las carreras, y este aún existe siendo la figura máxima política y administrativa
del estudiantado en la Universidad Católica del Maule (UCM). Después
de la destitución de la Federación y desde la universidad, constituimos algo
llamado “Frente Amplio en Defensa a la Educación Pública”. Buscamos
convocar a todas las organizaciones de la comuna, desde junta de vecinos
hasta gente vinculada a la demanda mapuche y ambientalistas, con el fin de
transversalizar todo. Recuerdo que en un momento llegaron todos y eran
como sesenta organizaciones en una reunión» (MJ).
Así apreciamos cómo la movilización estudiantil de 2011 no solo estuvo
centrada entre colectivos, partidos y grupos juveniles, sino también bus-
cando ampliar el movimiento y sacarlo de su condición «estudiantil» para
ser «percutor» de algo más amplio. De esta forma, podemos apreciar la
pluralidad de prácticas y sentidos asociados al movimiento estudiantil. Se
piensa la grupalidad de las personas en los contextos de toma a partir, por
ejemplo, de sus intereses asociativos, más que a partir de una politización
clara y racional: «En la toma había distintos grupos con distintos intereses.
Estaban los que se quedaban ahí por no estar en su casa y querían estar ahí
porque era bacán tomarse el colegio, ir por las noches a la toma del colegio
de más allá y ponerse a tomar con los cabros en la esquina porque era la
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

moda, estaban los que apañaban en esta situación y que eran un poquito
más conscientes pero que al final se dieron vuelta la chaqueta, dejaron de
seguir en la onda de la toma» (JM).
Esto, a su vez, permite una distinción más específica de la convivencia
entre grupos, así como una preocupación por las disputas en el contexto
de estas movilizaciones que expresan las tensiones existentes entre colec-
tividades y agrupaciones. En síntesis, se reconoce que en 2006 hubo una
diversidad de organizaciones estudiantiles secundarias considerablemente
menor y una descomposición orgánica en los espacios universitarios. Re-
conocemos a los colectivos con lógicas de militancia muy cercanas a las
formas tradicionales, que se han ido consolidando en 2011 y después. Así,

111

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la diversidad del movimiento estudiantil todavía se encuentra anclada a
las culturas políticas tradicionales.
Pero en 2011 los colectivos eran algo común y otras incorporaciones
individuales o agrupaciones espontáneas o por afinidades marcaron las
nuevas formas de organización (grupos organizados para realizar un video,
una puesta en escena, etc.). A pesar de esto, los activistas del movimiento
están definidos más como contingente para las movilizaciones y no tanto
como aporte a los espacios de organización. En el caso de los estudiantes
que no militaban, estos al corto y mediano plazo terminaban militando
definitivamente o eran desplazados por los mismos militantes en poco
tiempo. La expulsión de los no militantes en el movimiento estudiantil
secundario se explica por la incapacidad/desconocimiento para leer los
códigos y estrategias políticas que estaban desarrollándose al calor de las
discusiones internas y los diálogos con la autoridad. De allí que exista
una fuerte tensión entre los grupos tradicionales de organización y las
agrupaciones estudiantiles de nuevo tipo. Los primeros dependen de la
convocatoria y la politicidad de las organizaciones tradicionales, en tanto las
organizaciones de nuevo tipo se acoplan, según la situación, a las marchas
y protestas convocadas por el movimiento dirigencial y de base estudiantil.
Aun así, se reconoce por ambos sectores lo beneficioso de estar juntos.

Límites y diversidad de prácticas al interior


del movimiento

Durante los procesos movilizatorios, las estrategias y puestas en escena,


desde protestas hasta tomas, supusieron la incorporación de una diversidad
de actores y prácticas en su interior, que visibilizaron desde los «carreteros
o aquellos que solo van a tomar a las tomas» a lo carnavalesco, pasando
por los enfrentamientos violentos con la policía, y lo que regula el orden
al interior de un establecimiento en toma. Todo aquello que remite a los
límites es difícil de conceptualizar de manera transversal y universal.
En un plano general, tenemos la exigencia por parte de las autoridades
de manifestaciones donde el uso y ocupamiento de calles del centro de
cada ciudad constituye el límite a partir del cual se autorizan o no las mo-
vilizaciones callejeras. El establecimiento de límites desde lo institucional
se realiza desde una perspectiva paternalista y restrictiva sobre el uso de la
ciudad, donde se invisibiliza su carga política en la medida que se trans-

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forma en un discurso de características prácticas del estilo «las micros no
pueden pasar», «los comerciantes no pueden abrir». Es comprensible para el
movimiento (su dirigencia al menos) el establecimiento de límites a las mo-
vilizaciones, pero al menos con el mundo institucional es difícil de conllevar
y conciliar. Aun así se reconoce la diversidad de interlocutores y con ello
límites y posibilidades de acción diferenciadas según con quien conversé:
«En realidad, yo tuve al rector quizá más progresista de todos, el que estaba
por la educación pública, el tipo toleraba que nosotros hiciéramos algunas
movilizaciones, pero no toleraba, por ejemplo, que nos pasáramos a paro y
toma, entonces siempre nosotros tuvimos que enfrentar ese doble, esa doble
cara» (SF). Pero los límites a los procesos movilizatorios también fueron
sentidos por las propias autoridades universitarias. Ellos fueron impulsados
desde la institucionalidad política y se transformaron, antes que en un
cauce en el marco de negociación, en estrategias de presión como quitar
becas y beneficios: «Entonces, aplicaban medidas de presión, yo creo que lo
más notorio fue en septiembre, comenzaron como a presionar para que
nos bajáramos, …diciéndoles que iban a perder los beneficios, y ese fue
un conflicto gigante. Yo creo que ahí perdimos gran parte de la batalla,
cuando los rectores se tiraron en contra nuestra y empezaron a amenazar,
y ahí obviamente muchas de las bases estudiantiles sucumbieron, porque
con el miedo de perder tu crédito, tu beca, la gente se asustaba. Entonces
al final los rectores, claro, en un momento los pudimos aprovechar para
darnos más agüita, pero después igual mostraron su cara, su cara más de
ser garantes del orden dentro de la universidad» (SF).
En un segundo nivel, la pregunta por los límites, aquello que es acepta-
do o no como recurso legítimo en el contexto de la movilización, remite
directamente a la forma de administrar y gestionar la convivencia. Se
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

trata de un proceso que afecta y desgasta al propio movimiento: «Natu-


ralmente habían algunos encontrones ahí pero era normal por el tema de
la convivencia, o sea gente que vive de forma diferente y que se juntara así
de un día para otro, pero por lo menos en el tema a la hora de trabajar, de
organizar algo, de levantar alguna actividad, se veía que estaban las ganas
y hacía harta gente lo que permitía de alguna u otra forma que, bueno, se
conociera mucha gente y participaran con nosotros» (FE).
Este tipo de situaciones obligó a preguntas que hasta entonces no forma-
ban parte de las preocupaciones de los estudiantes movilizados, por ejemplo
a la hora de evaluar los perjuicios colaterales que sus acciones ocasionaron:
«Una vez, una apoderada me pegó incluso cuando nos tomamos el colegio,

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como era nuestro colegio de básica y media, y los papás de los niños de
básica querían que sus hijos fueran a clases, no les interesaba nada más.
Yo los entiendo en cierto sentido, de esta idea de que muchos no tienen
los medios como para dejar a los cabros chicos con alguien cuidándolos,
y de hecho nosotros después entregamos la parte de la básica y solamente
fue la toma de la media» (JM).
Esto llevó a que, en el contexto de las tomas de 2011, los límites consti-
tuyeran preocupación y se tradujeran en gestión a cargo de comités propios
que realizaban estas tareas en lo que al menos control de sujetos participan-
tes y sus entradas/salidas del lugar se refiere: «Esas comisiones de seguridad
se preocupaban de que solo estudiantes de la universidad, o estudiantes
de afuera que se acreditaran antes de entrar, entraran, para poder tener
una especie de control y poder entregar los edificios de la manera menos
dañada posible luego de la toma» (NE). Aun así, los conflictos al interior de
las universidades —que en varios casos culminaron con la destitución
de federaciones en 2011— generaron un clima de tensión y diferencia de
límites permisibles en estos contextos movilizatorios, provocando una suer-
te de reflejo estructural: «Además, cuando nosotros estábamos en la toma
había un orden, había participación por parte de los profesores, teníamos
buena comunicación con el rector. De hecho, también me criticaban por
eso, decían que yo me había vendido al rector, pero no era más que tener
buena relación, mantener relaciones diplomáticas con las demás personas;
en este aspecto los nuevos grupos eran más radicales» (JP).
De allí que los límites entre pares pueden entrar en conflicto a partir de
las relaciones que los dirigentes tengan entre sí. Por un lado, hay normas
mínimas en el contexto de la toma por parte de quienes participan. Por
otro, hay ciertos límites que no están en concordancia con lo que los sujetos
que participan se imaginan. Y ese proceso tiene consecuencias importantes
en términos de confianzas rotas con autoridades con las cuales se consti-
tuyeron alianzas en algún momento, o en el desgaste personal de algunas
dirigencias por tratar de mantener un orden consensuado, etc.: «En el mes
en que empezó la toma, éramos como 120 chiquillos que participábamos.
Nosotros hicimos las reglas, para que no se convirtiera en cualquier cosa
la toma, y como que ahí se empezó a ir mucha gente, como los que no
estaban dispuestos a no tomar en las salas, o no entrar a ciertos lugares,
ya que éramos un colegio de bajos recursos teníamos que cuidar la biblio-
teca, ni ahí con abrir la biblioteca y que se pusieran a quemar los libros y
romperlos, ni a quemar los computadores porque nosotros no éramos un

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colegio de grandes recursos. Entonces quemar un computador significaba
no tener computador después, o que no nos prestaran los computadores
después. Yo sentí a veces que cierta gente me hizo la cruz, y de hecho
dividí un curso, dividí muchas cuestiones. A veces sentí ganas de tomar
todas mis cosas y salir a casa a llorar, por eso yo creo que participé hasta
al final de la toma, aunque muchas veces se generaron discusiones donde
pensábamos todos muy distintos. Eso me ayudó para darme cuenta de las
personas que realmente están al lado tuyo en esos momentos más difíciles,
complicados, muchas veces yo sola tuve que pelear con esos locos que se
metían a robarse cuestiones; también fui, en ese sentido, la que dijo en
un momento: ¡está él o me voy yo! Me fue mal, me fui para mi casa. Pero
el tiempo me dio la razón, después los compañeros, aunque no quieran
reconocerlo así abiertamente, nos consideraron después… Los conflictos
que se desarrollaron en el colegio fueron de carácter más humano, porque
tenían cero conciencia política, del lugar que estaban interviniendo. Yo
jamás hubiera pensado meterme al quisco de la abuelita, esas cosas son
como irreconciliables para mí, yo no puedo pensar en pelear por una edu-
cación porque soy pobre, porque no voy a tener los medios para pagarla y
meterme al quiosco de la abuelita a robarle la mercadería» (JM).
La cotidianidad de estos procesos conlleva a conflictos entre ellos, de-
bilitamientos personales que se traducen en políticos en la medida que
afectan la continuidad/discontinuidad de los procesos políticos. En síntesis,
la toma de establecimientos educacionales se convierte en espacios liberados
por los estudiantes frente a la autoridad de turno. Aun así, se generaron
interacciones de autoridad al interior de los recintos educativos que fueron
más verticales que las existentes antes de las tomas de los colegios, esto
es debido a los niveles de centralidad de las dirigencias. Con estos ante-
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

cedentes de ausencia de jerarquías institucionales extrajuveniles —sin la


presencia de directores, apoderados y profesores—, y, al mismo tiempo, con
el reemplazo de esta con ribetes aun muy estrictos para mantener el orden
y el adecuado uso de las instalaciones ocupadas, se demostró la capacidad
de los secundarios de dimitir las viejas autoridades y reemplazarlas por
la de ellos mismos, de manera diferenciada, para manejar la convivencia
en aseo, alimentación, seguridad, etc. La siguiente afirmación resume el
punto anterior: «Esta es como nuestra nueva casa, una casa más grande,
¿cómo nos hacemos cargo de ella?». Se estima que estos problemas pueden
afrontarse desde la reproducción misma de la cotidianeidad hogareña de
los espacios tomados.

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Ampliación identitaria

Hemos constado antes cómo el proceso de movilización estudiantil fue


involucrando progresivamente a nuevos actores sociales. El año 2011 con-
templó una interpelación a las «autoridades», así como a los otros actores
del movimiento estudiantil: desde la familia hasta profesores y académicos.
Aunque los resultados de esta ampliación no siempre fue favorable a ideas
y movilizaciones de los estudiantes: «Nosotros intentamos involucrar a
todos estos actores y, obviamente, se formaron dos bandos muy marcados:
por un lado, los trabajadores-estudiantes, y teníamos como la mitad de los
académicos; y la otra mitad de los académicos con la rectoría y la iglesia»
(NE). Esta ampliación, en términos temporales, hace del movimiento de
2006 uno más acotado que el de 2011, en cuanto a la inclusión de otros
grupos: fundamentalmente en lo que refiere a la incorporación de uni-
versitarios e instituciones privadas: «Lo que escucho con las personas que
me relaciono es un balance que ve el 2011 mucho más mediático por la
diferencia quizás de que en 2006 y 2008 fue algo de participación mucho
más “secundaria”. El 2011 siento fue todo un poco más global donde las
mismas universidades se empezaron a movilizar, y hasta colegios particu-
lares estaban en toma» (FE).
Lo anterior puede explicarse en tanto el 2011 coincide con una serie
de manifestaciones sociales que se desarrolla en paralelo, con menor y/o
mayor intensidad, en relación con el movimiento estudiantil. En ese sen-
tido, la articulación de las bases con distintos grupos y personas que se
manifestaban en estos espacios nos habla de una ampliación identitaria e
intereses distintos en la base del movimiento: «Después del 2008, y más
allá de las personas del liceo, conocí a más personas y grupos activistas. [En]
El 2011 estaba presente el tema de los presos políticos mapuches acá en
Talca, y hacían una marcha semanal por el tema de la huelga de hambre.
Estaba también presente el tema de Hidroaysén, donde también participé,
y uno ahí conocía a personas, o se acordaba de gente que había visto hace
tiempo, y eso me sirvió bastante para empezar a reconocer gente, con la
que hasta el día de hoy soy amigo» (MJ).
Sin embargo, pareciera que solo nos referimos a estudiantes en general.
¿Será posible sostener que la apertura identitaria está en constante invisi-
bilidad en la medida que las articulaciones orgánicas hegemónicas siguen
proviniendo de las estructuras políticas tradicionales?: «Ya con cierta batería

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teórica y política, nos vinculamos al MESUP.3 En el MESUP tenían la
hegemonía los sectores más “progre”, estaba la Unión Nacional Estudiantil
(UNE), estaba la Izquierda Autónoma en cierta medida, estaba el FEL
que ahora tiene una política progresista, y después de un Congreso que
desarrollamos en la Silva Henríquez, donde intentamos reestructurar la
orgánica, se nos metió la Jota por mala cueva. La Jota terminó reventando
el espacio, que era su intención, agarrarse con los demás sin que llegásemos
a acuerdo. La Izquierda Autónoma fue inteligente al conducir los votos de
todo el descontento antijota y desde este “reventó” la discusión orgánica
y terminó congelando que no se cambiase la orgánica y que el MESUP
siguiese siendo una asamblea, asamblea de participación directa con voto
a mano alzada y una serie de otras cuestiones» (JCH).
El proceso antes descrito es cuestionado por los relatos de participantes
«menos ideologizados», para quienes el reconocimiento de los distintos
niveles o intensidades de participación permite también visibilizar una
multitud que involucró a la sociedad en su conjunto y no solo a un grupo
de estudiantes o militantes de partidos: «Yo creo que [en] el 2011, para
todos los estudiantes que estábamos en la movilización, hay un sentimiento
de ser protagonistas definitivamente, y no lo digo solo por quienes estaban
al frente de la cámara, sino también por los cabros que estaban en la toma
o incluso al que participaba yendo solo a las marchas y ese protagonismo
permitió que el conflicto entrara a las casas» (NE).
En este proceso, y particularmente en 2011, surgen con mayor radica-
lidad los estudiantes secundarios que ejecutan acciones de disturbios en
los principales centros de las ciudades chilenas. En 2011 el foco central
de atención lo tenían los estudiantes universitarios, y la realidad de los
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

estudiantes secundarios tuvo menos visibilidad, ello podría explicar a fin


de cuentas el que los estudiantes secundarios comenzaran a desplazarse
hacia sectores marginales del movimiento estudiantil y mediante ese
proceso la violencia en las movilizaciones se constituyera en la estrategia
simbólica de reclamar un lugar en la discusión. Finalmente, en el caso
de las experiencias organizacionales de establecimientos privados no
movilizados se generaron dinámicas de solidaridad frente a los planteles
educacionales tomados, como el caso de ciertos centros de alumnos que
contribuían a suplir las necesidades alimentarias de los colegios en toma.

3
Movimiento de Estudiantes de Educación Superior Privada.

117

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A partir de este proceso, si bien no hubo creación de nuevos colectivos o
alianzas, sí se fortalecieron procesos internos en dichos espacios menos
politizados que han impulsado en los años posteriores a 2011 un proceso
de participación que al día de hoy permite sostener que la diversidad de
formas de participación y constitución del actor estudiantil se encuentra
presente de manera transversal en el movimiento estudiantil chileno.

Tiempos y espacios del movimiento estudiantil

Tal como ha sido sostenido por Pechtelidis (2015), las dimensiones es-
paciales siguen constituyendo el clivaje fundamental de las batallas sim-
bólicas y físicas que despliegan los movimientos sociales. El caso chileno
no escapa a esta consideración, y es así como reconocemos tres espacios
fundamentales en los cuales se constituyó una específica temporalidad:
1) las escuelas y universidades ocupadas, 2) las calles y 3) la esfera pública
expandida. Las ocupaciones de escuelas secundarias y universidades tienen
una larga tradición en la lucha social de los movimientos estudiantiles, que
puede ser rastreada en una cronología corta de lo realizado en tiempos de
dictadura (1983-1988) y que ha sido muy bien descrito en el documental
«Actores Secundarios», que refiere precisamente al movimiento pingüino
antidictadura. Se agrega, además, una referencia cronotópica más cercana:
el proceso de ocupación y toma de escuelas y liceos en el año 2006 en el
marco de la rebelión pingüina.
Esta última experiencia dejó algunas enseñanzas fundamentales para
los movimientos estudiantiles: que el control territorial y físico de los
centros educativos tiene un impacto no solo en la sociedad en su conjun-
to, sino que contribuye a la constitución de una subjetividad juvenil que
experimenta aquello por lo que lucha. Asimismo, que el mantenimiento
de la actividad de ocupación supone conjugar de forma permanente la
diversidad de identidades juveniles participantes con la elaboración con-
tractual de un conjunto de políticas de convivencia. No se trata, como
sostenemos en este apartado, de eliminar el desorden ni los eventuales
excesos que se pueden cometer en estos momentos de ocupación, sino de
contar con mecanismos y formas políticas de resolver estas eventualidad.
Finalmente, que la ocupación permite operar y mantenerse sin necesidad
de cientos o miles de estudiantes: basta con unas decenas para organizar el
control de estos territorios. Se practica una distribución estratégica de los

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recursos (humanos) movilizados. Esos procesos constituyen una memoria
cronotópica que se transmite a través del contacto entre jóvenes de distintas
generaciones, pero también a través de producciones culturales que dan
cuenta de estas experiencias.
El segundo espacio, con sus propias temporalidades, son las calles por las
cuales transitan las manifestaciones y performances. Las disputas por desfilar
en las principales arterias de cada ciudad deben ser entendidas como una
forma de visibilizar la existencia del conflicto y enfrentar de forma directa
a los poderes centrales que se encuentran en el recorrido. Toda marcha
debe, necesariamente, interpelar no solo a la ciudadanía en general, a través
de la alteración del uso cotidiano de las calles, sino que debe escenificar el
enfrentamiento con la propia autoridad política de turno, a partir de hacer
pasar la manifestación frente a edificios públicos que simbolicen el poder
político, lo que tiene su máxima expresión en la ciudad de Santiago y las
manifestaciones que transcurren frente al Palacio de Gobierno, conocido
como «La Moneda». Pero el espacio de la protesta y la acción colectiva
se ha descentrado. En un proceso creciente, las periferias geográficas y
simbólicas de la ciudad han sido ocupadas e intervenidas políticamente.
La territorialización de la protesta ha posibilitado la reconstitución del
vínculo entre estudiantes y sus lugares de residencia. Mientras el modelo
tradicional de la protesta «hacia el centro de la ciudad» operaba simbóli-
camente como ruptura de los estudiantes con sus territorios, las actuales
formas de movilización recuperan este vínculo perdido y conectan a los
actores de la educación con la sociedad en su conjunto. Estas formas ritua-
les de la protesta se alimentan de la memoria política respecto a cómo se
expresa una protesta territorial y, por lo mismo, tienen niveles de violencia
y enfrentamiento entre policía y manifestantes, mucho mayores que las
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

que ocurren en el centro de la ciudad.


Finalmente, el tercer espacio/tiempo de la protesta lo constituye la esfera
pública expandida. Ya no solo se reconoce y disputa con los medios de
comunicación tradicionales, sino que se ha incorporado, aunque de modo
diverso como hemos observado con anterioridad, el terreno de las redes
sociales e Internet. De esta forma, si los estudiantes secundarios de 2006
se visibilizaron fundamentalmente al interior del sistema de medios hege-
mónicos, llegando a constituirse en panelistas de programas de televisión
en horario prime time,* en 2011 desplegaron y construyeron sus propios

* Se refiere al horario televisivo de mayor audiencia (N. de la E.).

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productos comunicacionales para incidir en los medios de comunicación.
De audiencia a productores de comunicación es el tránsito que reseñamos
y que ejemplifica de buena forma los cambios en el tiempo y espacio de
la protesta juvenil. En el tiempo, pues la tarea comunicacional comienza
con la preparación de la marcha a través de sus productos audiovisuales,
el registro y la emisión en vivo (online/streaming) de las performances, y la
multiplicación de estos productos en horario prime time en los noticieros
de televisión y los periódicos del día siguiente: ya no solo se reacciona co-
municacionalmente con una opinión una vez que ocurrieron los hechos,
sino que se produce comunicación de la protesta en un tiempo extendido.
En el espacio, en cuanto la protesta juvenil ya no solo suponía la realización
de una marcha, la ocupación de un centro de estudios, sino que se agregó
la posibilidad de utilizar las salas de clases o las propias habitaciones y
hogares de las y los jóvenes como lugares de protesta y de producción de
flashmobs, gendikamas y musicales. Todos ellos retoman elementos de la
cultura de masas para hacerlos circular en otro registro (el de la protesta) y
en un espacio público amplio y que se reproduce/repite al infinito gracias
a las propias redes sociales.
El conjunto de desplazamientos cronotópicos que aquí hemos reseñado
encuentra, metodológicamente hablando, en las biografías una estrategia
clave de recuperación de la experiencia, reinvención del pasado y proyección
cronotópica futura. Recuperación de la experiencia por cuanto las biografías
son producto de la relación/imaginación dialógica de los participantes del
movimiento estudiantil y aquellos participantes-investigadores de estos
procesos. Reinvención del pasado, por cuanto la elaboración de sus relatos
biográficos supone un proceso reflexivo que vuelve a leer la experiencia y la
ubica en una relación con el presente. Proyección cronotópica futura, en tanto
los relatos biográficos se constituyen en insumos fundamentales de las luchas
futuras, así como se incorporan en materia y memoria intergeneracional.

Conclusiones

Este texto se propuso, desde la construcción de relatos de vida de las y


los participantes del movimiento estudiantil chileno entre 2006 y 2012,
interpretar las diversas construcciones generacionales existentes al interior
del movimiento estudiantil y por esa vía reconocer la heterogeneidad en
los sentidos y prácticas movimientistas y asociativas de la juventud chilena.
Aun cuando tuvo su punto de máxima visiblidad en el año 2011, y por

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esa vía se emparenta con los movimientos de indignados (España), ocuppys
(Estados Unidos), anti-austeridad (Grecia), y reformas democráticas como
en la primavera árabe, tiene una especificidad sobre la que hemos reflexio-
nado en las páginas precedentes. Las principales singularidades remiten
a que se trata de experiencias de movilización política extendidas en el
tiempo, y que aquí conceptualizamos como ciclo de movilización, y a las
características multicéntricas y rizomáticas de la performance movilizatoria.
En un plano general, y referido a la construcción del movimiento
estudiantil chileno, podemos sostener que estamos en presencia de un
proceso político y cultural inédito en la sociedad posdictatorial, que en
lo fundamental ha venido instalando y problematizando el ordenamiento
simbólico e ideológico del Chile neoliberal. Este proceso impacta en lo
fundamental tres dimensiones centrales: la discusión sobre el sistema
educativo, las bases de la arena política y el propio instrumento del movi-
miento estudiantil. En primer lugar, la politización de la discusión sobre
el sistema educativo pasa progresivamente de una reivindicación gremial a
una discusión de las bases políticas que constituyen la institucionalidad
y que quedan expresadas en la necesidad de recuperar un sistema públi-
co de educación. En segundo lugar, se cuestiona las bases mismas de la
arena política, al impugnar la arquitectura posdictatorial en lo relativo
a la legitimidad de los procedimientos institucionales, al instalar a nivel
constitucional los temas educativos, los plazos y formas de gestión con que
se asegura la construcción del sistema público de educación. Proceso en el
que se construyen alianzas con el mundo adulto, y aunque no exentos de
tensiones, amplios sectores del movimiento estudiantil se involucran en
campañas y disputas electorales.
Finalmente, y en tercer lugar, el propio instrumento del movimiento
Óscar Aguilera Ruiz / Movimientos juveniles...

estudiantil se ha ido ajustando a la emergencia y dinámica de la acción


colectiva juvenil: prueba de esto es la existencia de dos organizaciones
nacionales de estudiantes secundarios, la ampliación de la Confederación
de Estudiantes Universitarios de Chile (CONFECH) a sectores que an-
tiguamente no tenían en ella participación, y la emergencia específica de
una Mesa Coordinadora de Educación Superior Privada (MESUP).
Este proceso se ha sostenido en un reconocimiento de la diversidad de
trayectorias de participación y de actores estudiantiles que se han ido su-
mando en el tiempo. La noción de militancia ya no es exclusiva de jóvenes
que participan en partidos políticos o colectivos, sino que necesariamente
se amplía hacia agregaciones juveniles específicas que al calor del ciclo

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movilizatorio se constituyen con igual exigencia de reconocimiento al in-
terior del movimiento estudiantil que la que puedan tener las agrupaciones
tradicionales. Ya no solo encontramos dirigentes con capitales previos,
familiares e individuales, sino quienes constituyen sus capitales políticos
al calor del propio movimiento. No hay escuela para el movimiento, el
movimiento constituye cada vez más su propia escuela.
Además, aparecen nuevas actorías y vocerías que ya no hablan desde los
lugares tradicionales ni tienen prerrogativas amplias para decir, negociar
y acordar con independencia de las bases estudiantiles. Se impone una
vigilancia comunicativa que tiene su principal expresión en el acceso abierto
a las reuniones de las distintas organizaciones y el cuidado de la persona-
lización del movimiento. Si esta es la sociedad del espectáculo, cuidemos
de no transformarnos en una oferta más del sistema de medios, pareciera
ser la reflexión de los militantes y dirigentes del movimiento estudiantil.
Asimismo, se produce una ampliación de los referentes identitarios en
la base del movimiento estudiantil chileno. Adquieren especificidad, ree-
laboran su particularidad, al calor del propio movimiento. Se descubren
estudiantes mapuches, estudiantes empobrecidos, se presentan como
mujeres, como integrantes de la diversidad sexual. Esa riqueza identitaria,
forjada al calor del movimiento, impacta y modifica no solo sus modos
de presentarse ante la sociedad, sino también las propias formas organiza-
cionales de las que se dotan para poner en marcha su política estudiantil.
El movimiento estudiantil no es único, es múltiple y en él tienen cabida
todas las particularidades, pareciera ser el convencimiento.
Se trata, finalmente, de una articulación heterogénea que se conforma a
partir de la producción de una vida y una sociedad distintas a las ofrecidas
por el modelo neoliberal. Se trata de una generación sin miedo que le habla
al conjunto de la sociedad chilena y le transmite su convencimiento de que
las cosas pueden ser de otro modo, que la sociedad puede ser distinta. Y
que ellos mismos, generacionalmente movilizados, constituyen la mejor
metáfora de los cambios de la sociedad en su conjunto.

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