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Frank David Bedoya Muñoz

En la parte superior de un
barranco hay un caminito

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© Frank David Bedoya Muñoz
Primera edición digital: Medellín, diciembre /2015

Está permitida la reproducción en todo o en parte,


siempre y cuando se citen el autor y la fuente.

Ilustración de cubierta: Sergio Alonso Bedoya Muñoz


Detalle de “Momentos felices”, Acrílico sobre lienzo, 2015

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37 años para 5 relatos, 1 ensayo y 2 conferencias. De todo lo
escrito hasta hoy, solo esto vale la pena perpetuar.

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Contenido

Relatos
I. Aures……………………………………………………...6
II. El niño que se hizo ateo sin conocer a Nietzsche………..10
III. El Tablazo……………………………………………...13
IV. El cura, las muchachas y el maestro perverso…………...16
V. Irse……………………………………………………....24

Ensayo
VI. Un mundo para Juliana…………………………………27

Conferencias
VII. ¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar?............32
VIII. El eterno retorno del Libertador……………………...43

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I
Aures

Tengo una infancia atragantada, una ciudad atravesada como un puñal que se
quedó incrustado entre mis huesos y mis pensamientos.

Papá nos llevaba de barrio en barrio buscando siempre una vida mejor, pero no
durábamos mucho, siempre volvíamos a buscar de nuevo; las últimas casas -por
fin- todas fueron en Itagüí pero de ese pueblo yo no quiero hablar.

Parecíamos gitanos. Muchas veces mamá hacía la cuenta de todas las casas en que
habíamos vivido y siempre hallábamos que nunca eran menos de veinte. En una
de esas aventuras a papá le dio por llevarnos a Bogotá y con esa decisión
comenzaron los laberintos de nuestra existencia.

Tengo tres años, en este punto sucede el primer atisbo de mi conciencia. Voy en
un autobús, es de noche, estoy sentado al lado de la ventanilla, veo la oscuridad
de la noche como choreándose por la velocidad entre claros y oscuros de árboles
que se suceden rápidamente. A mi lado está una señora y un señor totalmente
extraños para mí, eran mis tíos, pero como saberlo. Me llevan de regreso a
Medellín porque estaba muy enfermo. No resistí el frío de la capital. Me han
separado de mi familia. A pesar de mi corta edad yo no entiendo, pero ya
“pienso”. Es un recuerdo que no me abandona, este episodio lo he contado mil
veces y de múltiples formas, es la memoria fijada sin tiempo ni espacio de un
niño que se marcha y que es condenado así a la soledad.

Tampoco es una tragedia, ni nada extraordinario, simplemente fue y no se va.

Comienzo de la soledad. En el barrio 12 de Octubre estoy sentado en la parte


superior de un barranco, hay un caminito. Aún tengo los tres años, o quizá ya
cuatro, no sé. Siempre todas las tardes estoy sentado esperando que por ese
caminito aparezca mi madre, también espero a mi padre y a mis hermanos, pero
ese niño sólo estaba pensando en su mamá. Fueron muchas tardes, por fin en
alguna de ellas aparecieron. Mientras otros niños jugaban, yo adquirí la
costumbre de quedarme quieto y ponerme a “pensar”.

Luego en ese mismo lugar ingresé a la escuela León de Greiff. Siempre me gustó
ese nombre, desde que lo escuché. Mucho tiempo después, supe del poeta que

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tanto admiro hoy, y me alegré más por haberme entusiasmado desde niño con
aquel nombre tan esplendido.

Nos movíamos tanto, que el kínder, el primer año de escuela, y el segundo los
hice en tres instituciones distintas, ¡no me asombra ahora, como si fuera un
eterno retorno, que cada dos o tres años me hastíe la estabilidad.

Estoy en una cancha inmensa, es el recreo de la escuela, muchos niños grandes y


pequeños corretean sin parar, el día está soleado, yo me quedo quieto en un
esquina, los contemplo y me contemplo, allí tengo una reflexión, ¿por qué todos
ellos no se detienen un momento? ¿Tan sólo se mueven, arrebatados con un
impulso de no acabar? Más bien pienso, o ¿qué hago yo quieto sin moverme
observándoles? Sé que no lo pensaba con estas palabras que acabo de escribir
pero sí sé que esto era lo que estaba pensando, yo niño enclenque de segundo de
primaria en lugar de estar jugando como los niños sanos me pongo a pensar; ya
no tenía remedio.

No hay forma de terminar el año allí. Nos vamos para un nuevo barrio: Aures.
Hay que volver a buscar escuela a los niños, que triste para mamá tanto ajetreo.
La culpa no es de mi padre, sino de la sociedad que nos tocó vivir, de nuestro
descalabrado país.

Mi abuelo era campesino, bravo, aguerrido, fue concejal en su pueblo, gaitanista,


liberal. Un día un hombre le advirtió que los conservadores iban por él. El libreto
ya se sabía. Mataban a los liberales, se apropiaban de sus casas, violaban a las
mujeres, les arrebataban la tierra. Mi abuelo con sus hijos decide irse para la
ciudad. ¿Qué hace un campesino sin tierra en Medellín? Desarraigados,
melancólicos. Nunca escuché esto de mi abuelo, pero estoy casi convencido que
él y sus coterráneos andaban afligidos por haber perdido su vida en el campo.

Construyeron una casita en Aures. Mi abuelo no abandonaba su costumbre de


criar cerdos, ya no tiene tierra, lo hace en un reducido lugar en la parte trasera de
su casa “urbana”. En una mañana mi abuelo está lidiando con sus animales, un
cerdo, unos perros, un gallo. Aún no concibo como metió tanto animal en un
pequeño patio. Ya no lo dudo, mi abuelo sentía nostalgia por la vida del campo
que perdió. Decía que una mañana mi abuelo estaba lidiando con sus animales,
mi hermano mayor y yo estábamos cerca, el viejo nos llama para que lo
ayudemos, mi hermano, siempre valiente se acerca alegre. Yo, me quedo
rezagado en la puerta. Tengo pánico al perro que ladra, el cerdo grita y me asusta
más. “Ese muchacho es un güevón”, dice mi abuelo mirándome en el instante

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que me he paralizado en la puerta; he perdido el afecto del abuelo, me quedo solo
y con la vergüenza por ser un cobarde.

En la casa de los abuelos vivimos un tiempo, luego comenzaron los periplos.


Itagüí de nuevo, ya lo he dicho, Bogotá, el 12 de octubre, de nuevo en Aures,
ahora una casa para nosotros solos, sin animales para mi satisfacción. Una nueva
escuela. Grado segundo de primaria. A la profesora de ese entonces se le ocurrió
la idea estrafalaria que para aceptarme en la escuela debía presentar una prueba
delante de todos los niños del salón. El desafío era hacer una resta con números
de varias cifras, “llevando”; la hice correctamente, estupor en el auditorio. Como
que nadie sabía restar allí porque desde ese momento me convertí en el
“intelectual” del grupo. A los pocos días ya tenía un muchacho que medía el
doble que yo intimidándome y obligándome a que le hiciera sus tareas, so pena
de una buena golpiza. Una vez más mi hermano mayor, el valiente, fue el que me
defendió. ¿De qué servía saber restar sino me sabía defender? Mi hermano me
defendía en la calle pero luego él mismo se desquitaba en la casa.

Papá compró un lote para construir una casa, estaba cerca a la casa alquilada
donde vivíamos. Pero el lote no era plano, era un barranco, un precipicio, una
ladera, compró un hueco para rellanar, costaba más el relleno de piedra que
construir la casa. Hijos de campesinos sin tierra, desarraigados en la ciudad. En el
lote nunca se construyó nada, papá lo volvió a vender.

Aures parece una cordillera, a un costado del barrio había un valle con una
pequeña quebrada, las aventuras consistían en ir por allá a recoger moras. Mi
hermano mayor, siempre temerario se iba más lejos. Un día se fue a una finca –
propiedad privada- y por robarse unos mangos lo agarraron a tiros. A él no le
daba miedo seguía con sus aventuras, yo prefería quedarme en casa. “Saca a ese
muchacho para la calle que se va a volver un güevón”, ahora le decía mi padre a
mi madre refiriéndose a mí. Un día a regañadientes salí, no había transcurrido
cinco minutos y una piedra se había estrellado en mi cara, coincidió que en ese
instante estaban “jugando” a tirar piedra. Regresé ensangrentado lleno de histeria.
Que me digan “güevón” yo a la calle no vuelvo. A mi hermano lo regañaban
porque amaba la calle, a mí me regañaban por lo contrario.

Aures tiene una panorámica privilegiada, se ve todo Medellín, el río, los edificios,
es como estar encima del mundo. Es estar rodeado de montañas, viviendo en la
parte alta de una montaña contemplando la ciudad. Un día mi otro hermano, el
menor, me dice, “¿David que habrá detrás de las montañas?” y él mismo se
responde: “Bogotá”. Yo, el “intelectual” lo corrijo, “No, nada de Bogotá, detrás
de estas montañas sólo hay más montañas”.
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Todas las calles de Aures –menos una, la principal- estaban sin pavimentar. Eran
de una tierra amarilla seca, tierra estéril, ni si quiera en los frentes de las casa
había jardines. Mi primer pensamiento pre-marxista: ¿Por qué no pavimentaran
todas las calles para que todos tengamos progreso? Ya estaba echado a perder, al
mismo tiempo mis hermanos jugaban tranquilos sin pensar tantas pendejadas.

Un día me enamoré, cerca de la escuela, vivían dos hermanas, Sandra y Elvia, me


enamoré perdidamente de la primera. Ahora sí quise salir, tomé como costumbre
salir a caminar para pasar por su casa y mirarlas, nunca me atreví a hablarles, a lo
lejos me sonreían pero nunca fui capaz de hablarles. Por una mujer me convertí
en un caminante.

A lo lejos en la ciudad sonó una gran explosión. “¿Qué fue eso papá?” –
“Mataron al gobernador”.

Días después las explosiones sonaron más cerca, a tan sólo una cuadra de nuestra
casa acribillaron a balazos a unas personas en una taberna, era de noche, los
disparos sonaron estruendosamente por varios minutos. A pesar que estábamos
resguardados en la casa, vi el terror en el rostro de mi hermanito menor, estaba
lleno de pánico, lloraba sin parar; ahí supe qué era la angustia verdadera. Desde
ese momento comprendí que mis propios temores eran trivialidades. El
verdadero miedo era otro, la muerte que siempre ronda en Medellín.

Uno de mis hermanos tomó la costumbre de irse para el parqueadero de


autobuses, ese lugar sería el nido de reclutamiento de maleantes y sicarios. Ahora
en todo el Valle de Aburrá comenzaría la violencia descomunal de la época de
Pablo Escobar. Era en todas partes pero todo comenzaría en los barrios altos de
la ciudad, con los nietos de los campesinos desarraigados por otras violencias
anteriores, casi nadie recuerda eso y sin embargo es crucial.

Papá tomó una decisión sabia. “Vámonos de Aures, acá se nos van a dañar
nuestros muchachos”. Nos fuimos. Nos salvamos. Pero, ¿para dónde?, para
Itagüí, ¿Acaso allá no era lo mismo? Al parecer por unos días no. Quedarnos en
Aures hubiese sido peor.

Tengo una infancia atragantada, una ciudad atravesada como un puñal que se
quedó incrustado entre mis huesos y mis pensamientos.

Anhelos y temor.

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II
El niño que se hizo ateo sin conocer a Nietzsche

«Ven Juan vámonos para el cuarto de atrás, aprovechemos que todos están
ocupados, no se van a dar cuenta». Sólo bastaron esas palabras pronunciadas por
una chiquilla que ni lo senos aún los tenía bien formados para que el pequeño
Juan ingresara al mundo inmisericorde de la angustia. «Dale», agregó la otra
amiguita con una mirada más lasciva. Juan estaba preso del pánico, pero a la vez
su cuerpo enclenque estaba estremecido por la excitación. Dos muchachitas -que
no tendrían ninguna aún los quince años cumplidos- estaban poniendo contra la
pared al inofensivo Juan que de hecho era ya un adolescente bastante nervioso.

Juan no era del todo inocente, ya sabía perfectamente a qué lo estaban invitando;
lo sabía muy bien porque días atrás una vecina -esa sí mucho mayor con sus
carnes más tensas y mejor formadas-, lo había iniciado en los recovecos del
placer, cuando en un día solitario aprovechó para enseñarle a Juan a jugar a los
«esposos que hacían el amor todas las noches».

En esta ocasión Juan no aceptó la nueva propuesta de sus amigas, no porque no


quisiera hacerlo, sino porque lo asaltó un terror inmenso dado que los adultos
estaban efectivamente ocupados, pero no en cualquier ocupación; en el momento
en que esas chiquillas endemoniadas lo invitaban a experimentar nuevos placeres,
los «grandes» estaban rezando el rosario en la sala de la casa. Juan, que por ese
entonces realizaba el cursillo para recibir la primera comunión, sintió que en esas
circunstancias el pecado sería mortal. Otra cosa muy distinta sería si estuvieran
ocupados en otros menesteres menos sagrados. Por más que lo quisiera, -¡y vaya
que sí lo estaba deseando!- dijo que no. Sudó gotas frías al mismo tiempo que se
negaba, y después salió huyendo de tremenda tentación, con su cuerpecito
anhelante lleno de temblor.

Para aquellos días Juan tenía que aprenderse de memoria el credo y tenía que
hacer su confesión para su primera comunión. El credo no se lo aprendió, no
porque tuviera mala memoria, sino porque desde la noche en que rechazó a sus
amigas no había dejado de pensar en esa oportunidad que desperdició. La mente
de Juan era un caos, a ratos pensaba que había hecho lo adecuado y tenía su
«conciencia» tranquila y salvaguardada, pero la mayoría de las veces, lo asaltaba
un pensamiento más insistente, su mente no paraba de imaginar todo lo que
hubiese podido pasar esa noche y todo el placer que hubiese podido obtener. De

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esta manera Juan Cadavid con tan sólo once años de existencia ya se debatía
entre los problemas más acuciosos del bien y del mal.

Llegó el día de la confesión y como era de esperarse Juan olvidó la última parte
del bendito credo, luego pasó a la enumeración de sus pecados y esto fue lo
único que se le ocurrió: -«Padre he peleado mucho con mis hermanitos y un día
fui muy grosero con mi mamá». Lo de sus pensamientos lascivos lo dejó para sí.
El sacerdote de la más forma más mecánica y lánguida le impuso al muchachito
la penitencia de rezar dos padres nuestros, tres aves marías y lo despachó. Juan
ese día intuyó la tontería de ese sacramento y defraudado se marchó.

Mucho pensó que la vaina no pasaba por el cura sino directamente por Dios.
Dios seguramente sí se daba cuenta si él hubiese decidido pecar, y peor: ¡doble
pecado!, por el acto mismo y por el sacrilegio de hacerlo mientras los demás
estaban rezando. Así seguía Juan todos los días con estas cuestiones «teológicas»
en su cabeza, seguía al mismo tiempo con su máquina de pensamientos lujuriosos
por lo que no había sucedido y cada vez más con un mayor arrepentimiento por
desaprovechar tal oportunidad. Juan no tenía sosiego, parecía quieto pero su
mente no paraba de cavilar.

Un día se volvió a tropezar con una de las chicas y a Juan le sucedió algo peor.
Ella lo miró ahora no con lasciva sino con desdén. Ella lo miró, -o por lo menos
esto fue lo que Juan creyó- con una mirada de pesar y de vergüenza que decía,
«este niño fue un cobarde y un incapaz». Lo vio como quien no quiere ver, como
cuando las niñas ven a otros niños de su misma edad con cierta repugnancia. Ahí
sí Juan perdió la poca tranquilidad que le quedaba, ahora además su ego estaba
malherido, el arrepentimiento aumentó. Juan que no era un niño grosero, esta vez
sí pensó: «Cual pecador yo lo que soy es un güevón».

Pasaron los días, pasó la comunión y Juan siguió con sus soliloquios
interminables. Juan llegó a una conclusión decisiva para su vida: «Ese día hubiera
aprovechado la invitación, Dios no se hubiera dado cuenta porque Dios no
puede estar en todas partes a la vez… es imposible que al mismo tiempo nos esté
mirando a todos». Así razonó Juan. Un día en que la iglesia estaba vacía Juan se
sentó por un largo tiempo, -horas quizá- frente a una inmensa cruz. Miraba y
miraba al Cristo crucificado esperando que pasara algo, pero nunca nada pasó.
Juan se sintió engañado, frente a ese muñeco gigante de yeso pensó: «Si Dios no
puede estar en todas partes es porque a lo mejor en ninguna parte está».

Sin darse cuenta de lo mucho que este pensamiento lo había liberado, poco a
poco se desligó de ese sentimiento de culpa que tanto lo había atormentado.
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Por esos días tomó la costumbre de salir a caminar. A la iglesia nunca más volvió.

«¡Que se me aparecieran las muchachas!», así siempre iba pensando Juan.

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III
El Tablazo

Huyendo de la violencia de los barrios de Medellín llegamos a Itagüí.

Se suponía que El Tablazo era menos violento que Aures, pero no fue así. En
cada calle, en cada esquina, jóvenes con mirada tenebrosa, «todos tirando vicio»;
así decían los mayores.

Nosotros decidimos convertirnos en «metaleros», no «endemoniados» ni nada


por el estilo, simplemente unos adolescentes que escuchaban una agrupación de
moda llamada Metallica. Todos comenzamos a vestirnos de negro. Como yo era el
pintor de la familia, terminé decorando las paredes de la casa con calaveras.

Una estructura familiar fuerte, fundada en el amor de un trabajador que portaba


la nobleza del campo perdido, nos salvó de la perdición. Todos mis hermanos
probaron las drogas, experimentaron pero no se quedaron allí. Yo ni la probé; no
porque tuviera una especie de virtud especial, sino por cobardía. Aún prefería
mantenerme en casa. Luego llegaría el alcohol, ese sí lo probé y no sólo lo probé.

Cada tanto el barrio era estremecido por una balacera. De repente todos salían
corriendo, los gritos, un muerto, los curiosos salían a ver. Siempre el muerto era
un joven. Recuerdo uno en especial, un muchacho rubio de ojos azules, con una
sonrisa angelical, en una ocasión, después de la balacera, la muerte le tocó a él.
Observamos desde un balcón al asesino, también otro joven del barrio, que ahora
se dedicaba a la «limpieza social».

Durante muchos días estuve enfermo de paranoia. Nadie se dio cuenta pero el
estado de nerviosismo en que me encontraba, era ya un estado patológico. El
miedo que se apoderó de mí era insensato, creía que en cualquier segundo que
pasara por la calle iba a ser víctima de un disparo. No salí. No quería salir. Pasé
varias semanas en esa situación. Mis hermanos hacían su vida normal. La
violencia persistía pero cada semana, cada mes, cada quince días, no cada
segundo como lo temía yo. Al final, no sé cómo me tranquilicé.

Nunca olvidaré el rostro de una profesora de secundaria llorando por


desesperación. Un día la señora no aguantó más, no podía dar clase, lloraba por
ella, quizá lloraba por nosotros. El salón, más que un lugar de estudio, era otro
«parche» de una banda llamada Séptimo C. Los alumnos parecían de grado once,
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pero estaban ahí en el segundo año del bachillerato, haciendo nada, haciendo
ruido, jugando bruscamente, amedrentando a los niños como yo, que no
alcanzábamos los once años y no le llegábamos a la cintura a los aspirantes a
mafiosos. El colegio público de Itagüí en el año 1991 era un caos, una anarquía
donde los profesores disimulaban enseñar. Allí no se enseñó nada. Las
instituciones públicas era la prolongación de la mafia de la calle. Nadie hacía
nada. Creo que los adultos tampoco sabían qué hacer.

«Arréglate vamos a visitar al primo que llegó de los EE.UU», no fui a ninguna
parte, me indignaba el elogio que hacía la familia y los vecinos, de aquel
muchacho flaco, que antes no era nadie, y que después se fue a los EE.UU y que
ahora que había regresado, era millonario. Desfile de autos nuevos y lujosos por
la cuadra, trago y sancocho para todo el barrio, el sujeto, con una gordura
desproporcionada ahora exhibía pesadas y grotescas cadenas de oro. Para todos
había regalo, a mí me tocó un llavero, un artilugio que emitía una luz roja en una
distancia considerable. Qué asco me da aún recordarlo. Embelesados con
tonterías gringas. Dinero por doquier. Hay que trabajar con el primo, ser amigo
de él, de sus amigos, o sea de los mafiosos. El héroe del barrio. El ideal del
Tablazo, irse para Estados Unidos a vender droga y llegar repleto de billetes.

Algunos pocos años. Otra balacera. Mataron al primo. El Pablo Escobar en


miniatura que se reproducía en cada barrio de Medellín. A llorar el muerto, con el
«nadie es eterno en el mundo» del cantante popular.

Algunas casas del Tablazo se transformaron, tres, cuatro pisos, con acabados
lujosos. «Un muerto en la casa pero nos quedaron las casitas, bendito sea dios».
Las demás casas quedaron igual, apeñuscadas, casas feas, para un barrio feo, de
nombre feo. ¿A quién se le ocurriría de nombre para un barrio “El Tablazo”?
Nunca lo pude entender.

Mamá nos contaba que antes todo eran fincas, Calatrava, Ferrara, el Tablazo era
una loma, con una vista sin igual, unas cuantas casas, un paraíso con frutales que
muy pronto se acabó. Después, a mediados de los años cincuenta, empezaron a
llegar gentes de todas partes. Desarraigados a arrinconarse. A propósito, otro
barrio peor: El Rincón. “Si eres del Tablazo no se te ocurra pasar por el Rincón,
porque eres hombre muerto. Si eres del Tablazo no pases por las Acacias –otro
barrio vecino-, porque eres hombre muerto. ¿Entonces por donde llegar? ¡No ve
que el Tablazo queda en medio de los dos!»

Decidí salir, pararme por algunos días en una esquina, hacer amigos. ¿Qué se
hace en una esquina? Nada, fumar, esperar la balacera. Decidí volver al encierro.
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Pasaron los años, era hora de graduarse, no aprendimos nada. O mejor dicho,
sólo aprendimos a beber. Un baile de baladas norteamericanas a oscuras, otra
balacera.

¿Qué futuro teníamos los jóvenes de la década de los noventa en Itagüí, o en


cualquiera de los municipios del Valle del Aburrá? Ninguno. Sólo queríamos
«rumbiar», adormecernos en el alcohol. Los que pasaban el límite se convirtieron
en matones. Los demás en sobrevivientes. Las cosas no han cambiado mucho.
Los alcaldes han pactado con los mafiosos el control del territorio, las balaceras
disminuyeron, pero la estructura de exclusión social del barrio sigue igual.

El Tablazo es un ruido continuo, donde al aparecer nadie quiere el silencio.


Nunca hay silencio en ese lugar del Vallé del Aburrá. El ruido estridente de los
equipos de sonido con melodías folclóricas al máximo volumen nunca puede
faltar, ni en ese lugar, ni en los lugares circundantes.

Hoy se me ocurre que en nuestros barrios no se quiere el silencio, porque el


silencio siempre trae consigo, a los muertos que no se quieren recordar.

Un día a un amigo, quizá el joven más brillante de nuestra generación, fue


impactado por una bala que le atravesó el pecho. «Se salvó de milagro ¿y es que
pasaba por ahí y le tocó una balacera? o ¿andaba con malas compañías?».

Morir o sobrevivir para contarlo. No más.

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IV
El cura, las muchachas y el maestro perverso

Había jurado nunca trabajar más como profesor de colegios, y mucho menos en
un colegio religioso. Era muy ateo y toda la filosofía nietzscheana la tenía en su
cabeza, estaba afiliado al único partido de izquierda en su país y sentía que iba a
conquistar al mundo con las letras; pero la dura realidad del desempleo, las
deudas acumuladas y la pérdida inminente de su independencia económica, lo
obligaron a tragarse su juramento. Un viernes de una mañana de un calor
insoportable en Medellín, prestó un anticuado y caluroso cachaco; el nudo de la
corbata amenazaba con ahorcarlo en cualquier momento, y el sentimiento de
derrota lo llevaba arrastrado a una entrevista en un colegio parroquial.

Sabía investigar, dominaba toda la filosofía contemporánea, el psicoanálisis, la


historia, la geografía y la geopolítica del siglo XX. Tenía el don de la palabra, y
con el tiempo aprendió los secretos de la pedagogía, durante ocho años fascinó a
centenares de estudiantes que pasaron por sus clases de sociales y de filosofía.
Como enseñaba con tanta pasión, sus estudiantes lo adoraban. Era un auténtico
intelectual, provocador y perspicaz con el conocimiento, que a nadie dejaba
indiferente. Desde muy joven trabajó en uno de los colegios religiosos más
prestigiosos de la ciudad. A pesar del éxito académico en sus clases, en este
colegio solo duró tres años, finalmente fue echado de ese lugar por ateo y
comunista.

La plenitud de su existencia la vivió en el segundo colegio donde trabajó.


También era un colegio parroquial pero, extrañamente, en este colegio existía
libertad de cátedra y allí en los cursos superiores de política y filosofía, aquel
profesor, aun joven, vigoroso, atractivo, con ínfulas de sabio en ciernes, disfrutó
seis meses de increíbles cátedras de inspiración y de felicidad del saber. Fue, en
medio año, el profesor más amado y observado de la institución. Muchas
alumnas estaban enamoradas de él, pero, por principios éticos, renunció a
aprovecharse de su posición privilegiada y declinó frente a las tentaciones que no
le faltaban día a día. El historiador, aun no graduado siquiera, veinteañero, estaba
viviendo una luna de miel con el mundo, sabía ya a la perfección las “Lecciones
de los maestros” de George Steiner: en la educación, el maestro auténtico es un
seductor.

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No se imaginó que pronto llegaría su decadencia, la humillación de verse
sometido, juzgado, cuestionado y proscrito de la sociedad, en manos de un cura
español franquista, con ínfulas de la inquisición medieval.

Aquella mañana calurosa, mientras esperaba afligido en una sala de espera la


entrevista que lo conduciría a las puertas de un completo infierno, recordó
aquellos años mozos en que solo le faltaba volar.

De este segundo colegio, donde vivió prácticamente como un príncipe, no fue


expulsado; como profesor aclamado, se dio el lujo de renunciar. Había decidido
hacer un alto en su vida y emprendió un viaje temerario para conocer una
revolución. Causó tanto impacto su renuncia -apenas seis meses transcurridos de
gloria en este colegio- que sus estudiantes decidieron hacerle una fiesta de
despedida en una discoteca de moda en la ciudad. En medio de los tragos, de la
música, una alumna lo sacó un momento del baile, y lo llevó a un lugar apartado
y oscuro. Allí, sin decir una palabra, la chica se abrió la chaqueta y le ofrendo sus
senos grandes, redondos, completamente desnudos para su profesor. Él,
conmocionado y agradecido con ese gesto, cortésmente, como un caballero,
como alguien que está en las alturas, la cubrió de nuevo sin tocarla y le dio un
beso paternal en la cabeza a la alocada muchacha.

Después de su aventura política regresó al país. Sentía ya tanta confianza en sí


mismo que no se había ocupado de salir a buscar trabajo. No le preocupaba su
futuro inmediato; vivía, por el momento, de sus propios sueños. Un día lo
llamaron de un colegio; sintió una grata sorpresa cuando supo que no lo llamaban
de un colegio religioso, sino de una institución vanguardista, donde se
privilegiaba la dignidad de los maestros y su formación académica. Allí fue
vacunado contra el narcisismo: el rector de la institución era un maestro viejo con
mucha experiencia, inmensamente sabio y mil veces superior intelectualmente a
él. Por lo tanto se identificó con su jefe, maestro de maestros, y se convirtió ya
no en un profesor brillante que escandalizaba a curas, sino en un profesor
laborioso, aprendiendo de la pedagogía libertaria y poniendo a prueba todos sus
conocimientos, en un lugar del apartado sur del Valle del Aburrá, donde no solo
había teoría sobre pedagogía sino la aplicación de la misma. Más maduro y
aplacado, el brillante profesor se convirtió en el discípulo amado. Transcurrieron
cinco años de aprendizaje y de enseñanza vanguardista. Aunque aun seducía con
el conocimiento ahora le prestaba más atención a los métodos y empezó a
confiar en la construcción colectiva del conocimiento con sus colegas. Claro que
siempre buscaba la forma de sobresalir con lo único que sabía hacer bien en la
vida: leer, escribir y conversar.

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Solo hubo un problema: después de cinco años de consolidación como maestro,
un complejo de lucha de clases lo hizo entrar en colisión existencial. El brillante y
joven maestro, con tan solo treinta años cumplidos, ya con su carrera profesional
terminada -obtuvo su grado como historiador a la vez que era profesor en este
tercer y magnífico colegio-, decidió renunciar, pero, esta vez, renunciar del todo a
ser profesor. No quería seguir enseñándole a hijos de la nueva burguesía de
Medellín para él seguir siendo un pobre maestro, por más brillante que fuera, al
fin y al cabo un pobre maestro. Su problema no era el dinero o la posición social,
su problema era otro: “uno pa’ qué de izquierda si termina educando a la
derecha”, así dijo, y renunció. Por esos días se identificó con “El maestro de
escuela” de Fernando González, y mandó su quehacer docente al carajo; se sentía
incomprendido y desengañado como Manjarrés.

En todo esto pensaba aquel ex profesor, molesto con la corbata y con los
recuerdos que lo apretaban igual o peor, aquella mañana en que, humillado,
después de tantas bravuconadas y juramentos; después de haberse dado el lujo de
ser expulsado en un colegio, no por malo sino por bueno; después de haberse
dado el lujo de renunciar en tan sólo seis meses de un colegio donde lo trataron
como un rey; después de haberse dado el lujo de renunciar al mejor colegio de
Medellín porque ya no quería enseñarle más a los hijos de la derecha; después de
haber jurado que no volvería a ser profesor, y mucho menos en un colegio de
curas; después de ambular uno, dos, tres años, más como historiador
desempleado porque eso era en lo que se había convertido; después de que
alguno de sus amigos de izquierda lo traicionara; después de constatar que en
Colombia alguien sin dinero desde la cuna, sin palancas, con un “pinche” pre-
gado que no servía para nada, no podría vivir de la investigación, no conseguiría
eso: vivir; que vivir como intelectual era una ilusión, ya casi un delirio patológico;
después de haberse regodeado como un pavo real, diciéndole al mundo: “por mi
voluntad de saber: triunfaré”; ahora derrotado, vestido como mesero pobre, con
una maldita corbata que lo asfixiaba, estaba sentado allí, en una sala de espera,
bajo un crucifijo, esperando que un cura lo atendiera para rogarle que le diera un
trabajo de profesor, atormentándose por la idea de que para conseguir ese mal
querido trabajo tendría que esconder todo su bagaje, toda su inteligencia, todo su
ateísmo, todo su izquierdismo, y tragarse todas sus palabras, todas sus palabrotas;
no sabía que tantas, algún día todas, se las tendría que atragantar.

Llegó el momento temido, seguía el calor insoportable, trató infructuosamente de


ampliar el nudo de la corbata; finalmente el cura-rector lo hizo pasar a su oficina.
Había dos profesores más como borregos esperando ya sentados en aquel lugar;
él fue el tercero, se incorporó. El cura era un español de la orden agustiniana,
más prepotente que los soberbios Jesuitas que había enfrentado el profesor
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anhelante del principio de esta historia. El cura era bajo y robusto, tenía unos
lentes gruesos como lupas que hacían más miedosa su mirada, siempre con el
ceño fruncido, no dejó hablar ni una sola palabra a los tres candidatos, que
estaban perplejos. El ex profesor estaba destrozado en silencio, observando la
soberbia, y callado como si estuviera muerto. El cura no les preguntó nada, dijo
que ya lo había decidido todo en los exámenes previos de las hojas de vida, les
dijo que allá no iban a enseñar nada, que lo que iban era a prender de la moral y
la disciplina, no más. Como un capataz burdo los miró con desdén por encima de
su sotana negra y les dijo que los esperaba el lunes próximo en las primeras horas
de la mañana. Ya habían sido admitidos en el colegio parroquial tal y tal. El ex
profesor, ahora profesor una vez más, escuchó estas palabras como si fueran una
condena al paredón.

Tuvo que fiar el fin de semana trajes con corbata: todos los días tenía que ir
vestido como un pingüino, así hiciera calor. Trató de apaciguarse, de no pensar
más en lo que fue y en lo que ahora no era. Se convenció a sí mismo de que tenía
que estar callado. Empezaron las rutinas, el colegio simulaba un orden militar
religioso sagrado: se comenzaba rezando en filas perfectas, donde cada profesor -
director de grupo-, ceremonialmente, revisaba el uniforme impecable de sus
alumnos; sin adornos, sin peinados extravagantes, estos jóvenes miraban a sus
profesores con rabia disimulada, con resignación. En pleno siglo XXI los padres
de familia de ese barrio elegían para sus hijos una educación confesional
extremista. Era tan oscurantista el colegio, que no había reuniones ni espacios de
discusión académica, sino reuniones para evaluar la disciplina. Había misas toda
la semana. A aquel profesor orgulloso, que en sus principios se negaba a pisar
una iglesia, le tocó aguantarse una misa semanal que le acribillaba su alma atea. Le
dieron, además, una carga académica desproporcionada, le tocaba dar clases de
sociales en todos los grupos, desde sexto hasta once. Era director de grupo de un
octavo, donde estaban los alumnos de la edad más complicada, situación que se
multiplicaba para el profesor tratándose de un salón de cuarenta o cincuenta
especímenes de esa edad.

Dado el grado de frustración con que llegaba a ese lugar y el agotamiento con
que salía de cada jornada, el profesor que antaño disfrutada compartiendo el
conocimiento con la juventud ahora iba tímido, bloqueado, sin saber por dónde
empezar a dar unas clases que no le importaban a nadie. Ahora solo era una
sombra de sí mismo; anduvo arrastrado los largos tres meses que estuvo allí,
callado, observando la educación más retrógrada del país, martirizándose al
recordar que estuvo en un paraíso de libertad tanto tiempo, y que ahora estaba
allí en esas tinieblas.

19
Un día, a primera hora de la mañana, los directores de grupo fueron obligados a
tomar un pañuelo blanco para pasarlo por las mejillas de las alumnas asustadas
que estaban en fila militar, humilladas mientras los profesores verificaban con el
pañuelo que no tuvieran polvo. Ese día se sintió indignado al verse sometido a
cometer semejante vejamen contra las chicas; hizo como que pasaba el pañuelo,
pero no se atrevió a tocarlas por respeto a ellas y por compasión a él mismo, por
verse en esa situación. Luego vio al cura varias veces castigando a grupos
completos, haciéndolos subir y bajar escaleras por el lapso de una hora, mientras
los profesores, cómplices o víctimas, acompañaban al verdugo. Los ventanales de
los salones tenían unos vidrios que no permitían ver de adentro para fuera, pero
de afuera para adentro sí, de tal manera que el cura espiaba las clases junto con el
coordinador de disciplina por todos los corredores. Cuando encontraban algún
tipo de desorden entraban y regañaban al profesor por permitir tal indisciplina.
Los muchachos, crueles como suelen ser, se ponían más necios cuando querían
poner en aprietos a algún temeroso profesor.

Él, que había seducido a la juventud en el pasado con su palabra, ahora entraba a
dar unas clases de sociales de la forma más simple y mecánica, les inventaba
talleres para tenerlos ocupados y se quedaba largos ratos pensando en su
desdichada existencia. Así como cuando los perros olfatean el temor y en ese
instante es cuando deciden morder, los alumnos de los grados inferiores olían el
miedo y el fracaso que cargaba el profe para crearle las más grandes algarabías.
Con los cursos superiores, donde no tenía que ser niñero, en algunas clases, logró
sacar vestigios de su fuerza de orador, y dio algunas clases que se asemejaban a
sus buenas clases del pasado. Solo le tocaba en el grado once los miércoles, y
empezó a añorar que todos los días fueran miércoles para no enfrentar a los
niños de sexto a octavo, y llegar donde los grandes a enseñar algo que intentara
siquiera asemejarse a lo del pasado.

Otra rutina despiadada consistía en que, cada descanso, todos los alumnos tenían
que marchar, grupo a grupo, en filas de dos personas, dando varias vueltas
completas por todo el colegio, algunas veces caminando, otras corriendo, para
“apaciguarlos”; los profesores se paraban en sitios estratégicos para vigilarlos. En
esas circunstancias el profesor de sociales se vio enfrentado a esconder su mirada
de desaliento. En cada caminata de los muchachos él se sentía como un animal
extraño acorralado en su función de vigilante. Toda la pasión que un día tuvo
estaba estrangulada por ese ambiente de opresión.

Ya no con la altivez de antes, sino con el alma de un perro machacado, cometió


la imprudencia de enamorarse de una chica: era una mujer increíblemente
hermosa, con toda la lozanía como una de las muchachas en flor de Marcel
20
Proust; cada vez que ella pasaba, él la miraba, ya no con la alegría y la libertad de
su mirada en el pasado, sino con los ojos derrotados de un suplicante. Empezó a
querer más los miércoles porque podía ir a verla, empezó a preparar clases
asombrosas para tratar de recuperar su imagen de intelectual y hacerse notar por
ella. En las filas de la mañana, en las caminadas de los descansos, siempre trataba
de encontrar los ojos de aquella adolescente que se convirtió en la única causa de
interés para ir todos los días a ese suplicio de colegio. Ahora el profesor
comenzaba a ser sospechoso porque “miraba mucho a sus alumnas”.

La tragedia baladí comenzó a acentuarse. Un día una chica de otro grupo, de un


grado inferior, adolescente aun pero ya muy desarrollada corporalmente, con
unos senos demasiado grandes para su edad, ineludibles para la mirada de
cualquier mortal, fue con una transparencia que inevitablemente dejaba entrever -
para todo el que quisiera ver- sus pezones. Quizá todos podían ver, pero no ese
profesor, sospechoso por su silencio; la chica ese día decidió ser la última en salir
del salón, y aquel trapo de ser humano que era ya este profesor fue sorprendido
por la chica mirándole aquellos pezones tiernos y oscuros que se querían salir de
su blusa. Se vio descubierto, mirando como un perro hambriento aquella
muchacha después que en el pasado desfilaran ante él centenares de chicas
hermosas, a las que despreció afectivamente porque era su maestro quien, aun
siendo tan admirado, nunca consideró aprovechar su condición. Ahora, como un
pusilánime, fue confrontado con el deseo carnal en el escenario más puritano y
opresor de la religión.

Después de este incidente trató de no mirar siquiera a la chica de once de la cual


estaba enamorado: se sentía culpable. Ya no era el profesor libertario. Ahora era
un pedazo de carne llena de pecado. Empezó a caminar con la cabeza gacha, ya le
dolía la nuca de tanto doblar su cabeza hacia el suelo.

Un día fue llamado a la oficina de la coordinación y él se fue lentamente con sus


pasos pesados así como los tenía cuando llegó por primera vez; pero ahora era
peor: ya no venía fracasado, sino fracasado y con un alto grado de culpabilidad.
El coordinador le dijo: “Profesor, hemos recibido graves acusaciones de muchas
chicas, de varios grupos, y que están dispuestas a dar esos testimonios por
escrito, de que usted les está mirando los senos; no queremos creer que eso sea
verdad, pero…” Palideció sin decir una sola palabra se sintió en el peor
momento de su historia. En cuestión de atormentados segundos pensaba en dos
cosas: sentía con su silencio -porque sabía que sí miraba mucho a su chica amada,
la de once, pero no a sus senos, sino a su rostro angelical que lo trastornaba- y
con la culpa de haberse dejado deslumbrar por los senos de una niña que lo hizo

21
“pecar” de pensamiento; por otra, que le dijeran que él era un perverso que
estaba morboseando a todas las chicas del colegio era ya una injusticia.

Total, el manto de la duda ya estaba extendido y el juicio punitivo ya caía sobre


él. Había pasado de ser el brillante maestro intelectual, el mejor profesor de los
mejores colegios de Medellín, a ser el maestro perverso de aquel infernal lugar.
No tomaron sanciones disciplinarias en contra de él, solo le advirtieron, pero su
alma ya estaba apuñalada por el señalamiento de la moral.

No pasaron muchos días, el profesor seguía lúgubre, gris, con su mirada siempre
apuntando al suelo. Solo tratando de mirar furtivamente a aquella chica de la cual
se había enamorado con tanta insensatez, aunque ya no la podía mirar en secreto:
ahora todos sospechaban de él, era el motivo de murmuración de todo un
colegio. ¿Qué había ocurrido? Ocho años de gloria, reconocimiento, admiración,
que un día vivió. Y ahora, esos tres meses de sospecha, reproche, temor,
vergüenza, aislamiento, nulidad intelectual, culpa, pecado, él, precisamente él, que
fue tan ateo, tan libre, tan nietzscheano, ahora era como un perro callejero, ex
nietzscheano lleno de culpabilidad.

En una ocasión, en una clase que estaba dictando en el grado noveno, una chica
decidió pararse en la ventana, ya que el vidrio que impedía la mirada hacia afuera
adentro servía de espejo, y comenzó a tomarse un buen tiempo para peinarse.
Nuestro profesor, desganado, le llamó la atención varias veces y ella no le prestó
la más mínima atención. De un momento a otro, abruptamente, entró furioso el
cura acompañado por el coordinador. De la forma más humillante le ordenó a la
chica que se sentara y le lanzó al profesor el más iracundo de los gritos,
reclamándole porque él estaba empeñado en acabar con “la moral del colegio”.
Fue tan estruendoso y humillante el bramido del cura que los adolescentes se
quedaron enmudecidos y el profesor ya reducido a la nada abandonó
instantáneamente el salón, se sentó en su puesto de la sala de maestros, y en
pleno temblor escribió tan solo estas palabras: “Dado que usted ataca
frecuentemente a los profesores como si fueran siervos de un feudo medieval, le
presento mi renuncia irrevocable”. Imprimió la hoja, sacó unas copias para
dárselas a todos los demás profesores y se fue al área administrativa a entregar la
original.

Regresó por sus cosas, era la última hora de la jornada; tuvo la osadía de llamar a
la chica de once de sus ensueños para decirle estas palabras: “Sé que no entiendes
nada de lo que te voy a decir, pero acabo de renunciar porque ya no aguanto más
lo que pasa en este colegio”; ella lo miró entre asombrada y asustada, no le dijo

22
nada y regresó a su salón. Él se marchó para nunca regresar más, ni a ese colegio
ni a ningún otro; esta vez sí dejaba para siempre los salones de clase.

En una noche oscura, por las calles de Medellín, un ex profesor sin futuro -con
unos libros en sus manos y con los ojos húmedos por unas lágrimas que se
lloraban para adentro- caminó incontables horas, sin saber a dónde ir.

23
V
Irse

Lo único que le quedaban eran sus libros y muchas botellas vacías, parte de su
último sueldo lo tenía bien guardado para pagar otro mes de arriendo. Ya no
tenía más dinero con que beber. En el último colegio donde trabajó un cura
prepotente lo había ultrajado. ¿De qué valía ser un maestro brillante si por un
sueldo miserable un rector lo trataba peor que a un plebeyo? Renunció furioso,
malherido. Llevaba varios días tomando solo en su casa, al principio con rabia,
después, poco a poco, cambió la ira por una melancolía al contemplar su mísera
libertad; ahora pasaba el tiempo deleitándose con su música preferida -que era la
banda sonora de una buena película francesa-, con su tristeza y con su soledad,
aquellos estados del alma que parecían regocijarse bien con las notas de los
pianos que inundaban el aire ya sofocado de vodka barato.

La dueña de la casa, doña Julia, que vivía abajo miraba con intriga y con pesar a
aquel «muchacho loco, que hasta hace poco era un profesor, pero que ahora se
estaba dejando perder por el trago». Aunque Manuel eludía bastante a doña Julia
ella terminó apreciándolo como a un hijo descarriado.

Manuel Rivas filósofo de profesión y ex profesor de varios colegios de secundaria


en Medellín ahora era un completo desastre, dejó de afeitarse y su barba que no
crecía completa le daba un aire de limosnero bien bañado. Un martes al medio
día se despertó con una idea estúpida, empeñaría la nevera y el televisor, con ese
dinero entregaría la casa, pagaría los servicios atrasados y con lo que tenía
guardado -que no era mucho- se iría sin rumbo fijo a tomar aguardiente como un
“caballo asoliao”; sin rumbo fijo pero eso sí empezando por Amagá, último
refugio de los borrachos e intelectuales pobres. Estaba de moda irse para Santa
Elena, pero Manuel odiaba el esnobismo de sus colegas que creían que ese monte
con neblina era Europa. «Mejor me voy pa´ un pueblo de verdad», que según él,
uno de ellos, era el pueblito minero del sur del Valle de Aburrá.

Salió decidido, buscó una prendería en el parque central de la Estrella, -él vivía a
dos cuadras-, preguntó cuánto le prestaban por los dos únicos objetos que tenía
de valor, pruebas materiales de su anterior intención fracasada por llevar una vida
«normal». Le convenció la cifra que le ofrecían, él sabía que luego no los iba a
reclamar, estos electrodomésticos costaban más, pero era tan testarudo,
apresurado y derrochador que ya estaba convencido, lo que le daban era justo lo
que necesitaba para partir. Buscó a un muchacho con una carreta –tuvo la suerte
24
que era mudo, “así no preguntará nada”, pensó- y comenzó la diligencia. Doña
Julia que no tenía otra ocupación distinta a la de estar pendiente de su inquilino
salió a ver desfilar la nevera casi nueva por las escaleras. Manuel fingió
apresuramiento para evitar alguna pregunta pero al ver los ojos de intriga que se
reflejaban en los gruesos lentes de su vecina prefirió decirle de una vez.

—Tengo que irme, antes de lo previsto, pero no se preocupe que no me estoy


volando, ahora regreso y le cuento más. Le sonrió levemente, que ya era mucho,
casi nunca lo hacía para evitar cuestionarios más largos. Ella volvió y lo miró con
esa mirada que ponen las abuelas de desilusión por «la juventud de ahora que se
ha echado a perder». Luego fue el desfile del televisor, una mesa, unas sillas y
unos peroles de cocina sin utilizar, se los regaló al ayudante que afortunadamente
no podía decir nada.

Regresó con el dinero, estaba ansioso, quería desaparecer. Cuando le entraban


ganas de irse de un lugar Manuel le iba dando un desespero y todo lo quería
hacer en un santiamén, a pesar de que nada lo obligaba a correr. La vecina seguía
pendiente. Manuel subió, ahora no quedaba casi nada, sólo dejó para sí sus libros
preferidos, que eran las obras incompletas de Nietzsche en edición de bolsillo y
unos poemas de Porfirio Barba-Jacob, la ropa que tenía puesta y cuatro
desaliñados atuendos más. Agarró los libros que no podía cargar y se los llevó a
Sofía, una amiga-amante que vivía cerca, más amiga que amante que se
entusiasmó tanto con el gesto de Manuel al dejarle sus libros, que de despedida le
volvió a hacer el amor. Manuel no se resistió a la oferta, pero como estaba
apresurado copuló con ella como si fuera un gallo, le dijo después del último
gimoteo que lo perdonara pero es que estaba de afán. —En verdad casi no me
queda tiempo. Sofía le vio la cara de mentiroso y al sentirlo tan afanado lo miró
con complicidad y no le dijo nada para que se pudiera marchar.

Manuel regresó rápido, doña Julia que seguía pegando el ojo tras la ventana de su
sala lo vio subir. La casa ahora estaba vacía, Manuel se puso a barrer, le quedaba
un poco de consideración; botó las botellas vacías, ojeó por última vez aquellas
paredes que presenciaron sus extravagancias de solitario. Bajó por fin a entregar
las llaves y el dinero, la vecina ya lo esperaba en la acera.

—Doña Julia, me tengo que ir, me salió un trabajo nuevo en otro municipio y no
lo puedo desaprovechar. – ¿Y qué hiciste con la nevera muchacho? ¡Qué pesar!
—No me la podía llevar, aquí está su plata y la de la última factura de la luz,
cuídese mucho y muchas gracias por todo.

25
—Muchacho pero no te pongas a beber, si tienes que volver regrésate que yo te
vuelvo a alquilar la casa. Doña Julia contó lo billetes con inquietud y le siguió
preguntando.
—¿Y fue que conseguiste otro trabajo de profesor? Acá Manuel si no le quiso
mentir.
—No doña Julia, el pendejo hace mucho rato se acabó. No la quiso mirar más y
se marchó.

Manuel Rivas, licenciado en Filosofía y Letras, el miércoles a las diez y media de


la mañana yacía borracho en las escalinatas del atrio de la iglesia de Amagá, con
una botella en la mano, un fuerte rayo de sol en su cara y la gente pasándole por
un lado.

26
VI
Un mundo para Juliana

Estamos en este mundo. No sabemos por qué estamos aquí. Además no


sabemos por qué el mundo existe. Por los arduos caminos de la ciencia hemos
averiguado algunas características del universo, tampoco sabemos por qué
apareció el universo, o si antes de su existencia no había absolutamente nada.
Más o menos sabemos cómo «funciona» nuestro sistema solar. Ignoramos tanto
sobre la existencia de las cosas y los seres, que nos asombra la prepotencia de
algunos seres humanos que creen saberlo todo.

Capacidad de contemplación y asombro, voluntad de saber y mucha prudencia es


lo que te aconsejo Juliana.

Cuando te escribo estas palabras a penas tienes un año de vida, falta mucho para
que puedas leer este pequeño escrito que te regala papá. No hay afán, llegará el
tiempo en que puedas comprender estas ideas. Por el momento, en este instante,
debes estar correteando, riéndote y explorando todos los cajones que encuentras
en la casa. Ya tienes una afición, buscar cosas en los cajones. Explorarás el
mundo. Amarás el saber, la vida te otorgó grandes y bellos ojos para ello.

La mayoría de los seres humanos -por el estado de la cultura que se ha


acumulado en varios milenios de ensayos de sociedades en el mundo- piensan y
entienden la existencia como la creación de un ser divino que dispuso y ordenó
todo lo que somos y vemos alrededor, un dios que creó todo: los hombres, las
cosas y el universo. Un dios que protege a los seres humanos y que decide su
destino. Para las personas que creen en este dios creador de todas las cosas, todo
se resume en que ese ser divino es el que sabe para qué nos puso aquí y cuál es el
sentido de la existencia. No hay que pensar mucho más allá, sino regocijarse
porque no hay que pensar nada y dejarse guiar por la fe, en una explicación
mística de la vida. “Si dios quiere”, “gracias a dios, o “dios proveerá”…,
escucharás infinidad de veces estas expresiones y terminarás creyéndotelas. De
hecho te tocó una mamá bastante católica, que vive muy agradecida con dios
porque tú existes, bella muchachita.

Una minoría de los seres humanos somos ateos. No creemos en ningún dios o
fuerza divina. Algunos más eruditos gustan decir que son agnósticos, dado que –
sostienen- no se puede demostrar racionalmente la existencia de dios, ni
demostrar racionalmente la inexistencia de dios, entonces son agnósticos.
27
“Agnosticismo: Actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento
humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia”.
Agnósticos, sencillamente que no se meten en el problema de la existencia o la
no existencia de dios. Yo prefiero ser ateo. “El término ateo etimológicamente
deriva del latín athĕus y este del griego ἄθεος, que significa sin dios(es)”. Ateos, es
decir, lo que vivimos sin dioses. O sea negamos la existencia de dios, pero no nos
interesa demostrar su inexistencia. De hecho aceptamos que existe tan sólo como
ilusión simbólica de la mayoría de los seres humanos, y declaramos que esta
creencia es perjudicial. Nosotros los ateos negamos a dios, no solamente porque
no exista, sino porque la creencia en él le ha hecho mucho daño a la humanidad.
Juliana te ha tocado como padre, alguien que dice como Zaratustra: “Yo soy
Zaratustra el ateo y ando buscando alguien más ateo que yo para aprender de él”.

Ser creyente o ser ateo, no es un asunto fácil de elegir, como quien elige ser
deportista o cantante. No es una decisión de ponerse o no un vestido. Es algo
muy complejo porque lo heredamos de las tradiciones culturales de las
sociedades en que nos tocó vivir. Tu madre cree en el dios de la iglesia católica
apostólica y romana, y seguramente tú serás incorporada en la visión del mundo
que sale de allí. Tu padre es ateo, de los ateos más radicales, y amante profundo
de los enigmas de la filosofía y la ciencia. De esta mezcolanza que te ha tocado,
no sabremos qué será de ti. Tu mamá me lleva ventaja, para cuando puedas leer
estas palabras, ya habrás hecho la primera comunión católica y hasta la
confirmación, sacramentos de esta religión. Yo no quiero imponerte, bella
Juliana, que seas atea, el ateísmo no se impone. Con mi forma de vivir te lo
manifestaré de algún modo. Para ser un hombre o una mujer libre sin dioses hay
que leer mucho y vivir muchas cosas.

Así como no existe justicia divina, haciendo un balance de la historia humana, la


justicia de los hombres parece que tampoco existiera. Llegas a un mundo,
pequeña Juliana, donde predomina una ambición desmedida por la acumulación
del dinero. Vivimos en un mundo de comerciantes y mafias financieras. Existe
una minoría dueña del capital, y la mayoría de los seres humanos están
veladamente esclavizados, porque lo único que tienen de valor son sus propios
cuerpos, y tienen que vender la fuerza de su trabajo. Siempre bajo cualquier
forma del capitalismo un poderoso le está robando tiempo y energía corporal a
miles de trabajadores.

Tu padre, luego lo sabrás, toda la vida fue un apasionado por la vida y obra de
Simón Bolívar, (bolivaré como decía tu hermano Emmanuel a sus dos añitos)
muchas de la pinturas que decoran nuestra casa, serán tuyas en algún momento.
Simón Bolívar es el héroe de nuestras tierras, nos legó dignidad e independencia.
28
Pero su deseo de una América Latina unida aún no se ha concretado, ignoramos
que podrá haber pasado en nuestro continente cuando puedas leer estas palabras.
Pero desde ya te digo que tienes como tarea leerte como mínimo cuatro
biografías, para que puedas comprender el devenir latinoamericano, la vidas de
Simón Bolívar, del Che Guevara, de Fidel Castro y la de Hugo Chávez. A lo
mejor no quieras leerlas. Todo depende de los intereses y los ideales que hayas
fundado.

Además, Juliana amada, aunque naciste en territorio venezolano, lo previsto es


que te críes como colombiana. Te tocará crecer en Colombia, uno de los países
más complicados del planeta. Nuestra desdichada patria desde sus inicios ha
padecido innumerables guerras por la inequidad en la repartición de la tierra. Al
campesino y al obrero siempre lo han desplazado, explotado y asesinado.
Colombia ha tenido el conflicto armado más largo en todo el continente, ojalá
para cuando leas esto, la violencia en Colombia, solo sea una información de la
enciclopedias, y no una realidad como la que nos ha tocado padecer durante
tantos años. El mundo colombiano al que llegaste es un mundo lleno de
injusticias sociales y lleno de mafias y oligarquías que aún siguen haciendo mucho
daño.

Tu padre ha sido un hombre de izquierda radical. La izquierda en Colombia no


ha tenido las cosas fáciles, por una parte nos han asesinado muchos compañeros,
y por otra parte, entre nosotros mismos, los hombres y mujeres de izquierda
hemos peleado mucho. Lo esencial que te puedo decir, es que la humanidad tiene
un ideal que perseguir, so pena de la destrucción a que nos conlleva el
capitalismo. Este ideal, Julita, se llama socialismo. No te voy a poner a leer todas
las obras completas de Marx, eso ya sería el colmo de mi parte, pero sí quiero que
medites sobre esto. Todos los intentos que ha hecho la izquierda para alcanzar el
socialismo han sido válidos, sin embargo, hasta el momento, el socialismo como
tal, -una conciencia- no se ha alcanzado aún. Existió en el siglo XX un potencia
que se llamó la URRS, pero cometieron muchos errores; el objetivo fundamental
del socialismo, que es crear un orden social, donde no predomine la propiedad
privada, sino la propiedad colectiva, la distribución equitativa del trabajo y de la
riqueza, se ha extraviado, porque ha predominado una forma estatal que ha
devenido en autoritarismo y corrupción, sin embargo, el ideal de socialismo y la
consolidación de un genuino poder popular, aún es una meta muy anhelada. Fidel
Castro, el Che Guevara y Hugo Chávez hicieron gigantes avances en este proceso
que aún no ha terminado. Tú, bella Julianita, por ejemplo, naciste de una
aventura que emprendió tu papá buscando la revolución bolivariana.

29
Al igual que la religión, no es mi interés imponerte mi visión política, sólo te
enseñaré a leer y te daré las herramientas para que puedas interpretar el mundo
político que te rodea. Algunas personas me dicen que quizá a ti no te guste la
política, pero yo tengo la intuición que me indica que sí te gustará. Emmanuel
será un hombre de ciencia y tú, Julita, serás una bella mujer, filósofa y política.

Sea lo que sea, tienes que comprender que al mundo que has llegado no es una
cantera de felicidad, quiero regalarte está lúcida exhortación de uno de mis
filósofos preferidos: Michel Serres:

“Debemos conocer nuestra finitud: llegar a los límites de un ser no infinito.


Necesariamente, tendremos que sufrir, enfermedades, accidentes imprevisibles o
carencias, debemos fijar un límite a nuestros deseos, ambiciones, voluntades,
libertades. Debemos preparar nuestra soledad, frente a las grandes decisiones, a
las responsabilidades, a los otros que crecen en número, al mundo, a la fragilidad
de las cosas y de los próximos que hay que proteger, a la felicidad, a la desgracia,
a la muerte. Ocultar esa finitud desde la infancia engendra infelices, alimenta su
resentimiento ante la inevitable adversidad. Al mismo tiempo, debemos aprender
nuestra verdadera infinitud. Nada o casi nada resiste al entrenamiento. El cuerpo
puede hacer más de lo que uno cree, la inteligencia se adapta a todo. Despertar la
sed insaciable de aprendizaje, para vivir lo más posible de la experiencia humana
integral y de las bellezas del mundo, y proseguir, algunas veces, por la invención,
ese es el sentido de zarpar. Esos dos principios se ríen de las directrices que guían
la crianza inversa de hoy en día: estrecha finitud de una instrucción que produce
especialistas obedientes o ignorantes llenos de arrogancia; infinitud del deseo, que
droga a muertes pequeñas larvas blandas. La educación forja y refuerza un ser
prudente que se considera finito; la instrucción de la razón verdadera lo lanza a
un infinito devenir. La Tierra fundamental es limitada; la maniobra de salida que
parte de ella no conoce fin”.

El mundo al que llegaste, Juliana, es muy difícil, porque la humanidad aún no ha


llegado a un estado de conciencia donde se comprenda a cabalidad que la vida en
la tierra es muy frágil y que el ideal es construir felicidad colectiva, no una
felicidad efímera para unos pocos, excluyendo a los demás. La humanidad nunca
estará bien si deja tan sólo a uno de sus seres humanos aguantando hambre. Y
hay millares de personas aguantando hambre, porque el sistema capitalista
siempre privilegiará la miseria extrema de las mayorías y la riqueza extrema de
una minoría. La caridad cristiana ha hecho mucho daño porque prolonga la
pobreza hasta más no poder. El mundo requiere un cambio de valores, para que
se pueda alcanzar más equidad. Como te decía antes, Julita, no se vislumbra otra
forma que no sea el socialismo. El capitalismo ya demostró que solo produce
30
muerte, la acumulación fugaz de unos pocos, al costo del sufrimiento de muchos
otros.

Sin embargo, a pesar de este duro panorama de la humanidad, bella Juliana,


existen muchos motivos para estar realmente felices. Ya tú misma sin saberlo, y
tan chiquita como estás en estos momentos, eres un ser colmado de alegría y
amor. Y esa alegría y ese amor que tú encarnas se pueden multiplicar miles de
veces más. Sólo es necesario tener la conciencia política y la voluntad para
afirmar la vida y transformar el mundo para que exista más goce y menos dolor.
Pero para todos, Juliana, para todos, si la felicidad social no es para todos, las
cosas seguirán estando mal. El ideal que se persigue hoy, de felicidad individual
extremadamente narcisista es una talanquera que conduce a grandes abismos.
Solo la felicidad colectiva es duradera y digna de ser alcanzada. Un mundo para ti,
Juliana, no puede ser sólo un mundo para ti, sino un mundo para todos.

Estuve tentado en decirte que la felicidad está en la literatura. Yo la encontré en


Marcel Proust, en Juan Rulfo, por solo mencionarte dos de mis muchas pasiones
literarias, pero ahorita mismo dudo si esconderse individualmente en los libros
como lo he hecho yo, sea una virtud propiamente, quizá es un rincón más para
darle la espalda al mundo. Yo encontré la felicidad en los libros. Y mi mayor
anhelo en estos momentos es escribir una novela que me ha dado mucha lidia;
espero que cuando leas esto, esa novela ya sea un clásico. Pero Julita, no sé si sea
conveniente sugerirte que seas una ratoncita de bibliotecas como tu papá, mejor,
tú, sal a correr y a caminar.

Un mundo para ti, Juliana, no es aceptar el mundo que hasta ahora hemos
construido los seres humanos, porque el mundo tal como está hoy, nos ha
quedado bastante mal. Llevamos mal contados veintiún siglos en una espiral de
guerras extravagantes e infames. Incluso con el peligro real de destruir todo el
planeta y con esto, no solo acabar la vida humana, sino todas las formas de vidas,
-que no por gracia de ningún dios sino por un azar magnífico de la existencia-
aparecieron y se prolongaron siempre buscando la vitalidad en este planeta.

Juliana, cuando escribo estas palabras no sé qué rumbos tomarán nuestras


existencias; temo mucho por el mundo que tenemos, pero una forma de luchar
contra el temor y sacarlo de nuestras vidas, es afirmar la vida inventando nuestro
futuro, y en una parte de mi futuro, bella Juliana, tú estarás leyendo estas palabras
de papá, con el corazón palpitante como ahora lo tengo yo por vos.

31
VII
¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar?

Hay un pasaje muy conmovedor en la novela El general en su laberinto de Gabriel


García Márquez, que creo resume bastante bien lo que hoy vengo a decir aquí.

Transcurrían los últimos días del Libertador: “Era el fin. El general Simón José
Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había
arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las
Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo
había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse
no se llevaba ni si quiera el consuelo de que se lo creyeran”.

Existe una gran paradoja en nuestros orígenes políticos, el hombre que después
de haber dirigido exitosamente las guerras de emancipación y que fundó la gran
nación colombiana en el año 1819, terminó siendo vilipendiado, calumniado y
desdeñado. El amor que suscitó, muy pronto se convirtió en temor y odio.
¿Recuerdan estas amargas y célebres palabras de despedida?: “Habéis presenciado
mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He
trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me
separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento.
Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más
sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis
perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los
perdono”. Nada en estas palabras era retórica.

¿Por qué esta tragedia? ¿Cómo se llegó a este estado de insensatez? Adelantemos
un intento de respuesta. Los enemigos de Bolívar temían que él se convirtiera en
un rey y los amigos de Bolívar querían que él se convirtiera en un rey. Él sabía
que esto era absurdo, que su fin no era alcanzar un trono, que su fin era la
realización de la libertad. Que si hubiera querido ser un rey, tranquilamente tenía
el poder para serlo, y sin embargo, prefirió proponer —atención: proponer, no
imponer—, un modelo de constitución para América, pero la vida no le alcanzó
para defender su proyecto constitucional, la vida no le alcanzó para detener la
desintegración y el fin de Colombia, la vida no le alcanzó para aguantar la
avaricia, la impertinencia y el débil coraje de los demás.

No fue una exageración lo que algún día escribió Germán Carrera Damas:
“Colombia fue una república de un solo ciudadano”.
32
¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? ¿Tiene algún sentido plantear
esta pregunta ahora? ¿No será más bien la testarudez de un historiador que no
sabe en qué tiempo y en qué lugar está? ¿Para qué carajos esa pregunta ahora?
Pues bien, hoy vengo a decir, que en las posibles respuestas a esta pregunta
encontramos una clave para entender parte del fracaso político que hemos
acumulado en estos 200 años. Hoy vengo a decir que el camino que tomó la
nación colombiana, el camino de imitar ciegamente el liberalismo occidental, el
camino que Bolívar advirtió que sería tan peligroso para nuestro porvenir, ese
camino de no ser autóctonos e imitar ciegamente las formas políticas del
Atlántico Norte, ese camino, digo, aún hoy, nos conduce hacia más grandes
precipicios que aquellos en los que ya hemos caído.

Ustedes saben que muy pronto los seguidores de Santander y él mismo, se


llamaron a sí mismos ampulosamente liberales. ¡Ay Santander! La verdad hoy no
quiero hablar mucho de él… Ya basta con las conferencias que le dediqué hace
poco para develar su perfidia. Sí, se llamaron liberales, y pensaron que con eso
bastaba. ¿En qué consistía ese liberalismo? Escuchemos la magnífica respuesta
que recientemente dio el historiador John Lynch: “Los liberales no eran borregos.
Ellos también querían poder absoluto. Para la gente como Santander, ser libre
significaba gobernar a otra gente. La posesión del gobierno, ésa era la piedra de
toque de su liberalismo. Para parafrasear a Alberdi, que advirtió una tendencia
similar en Argentina, a los liberales colombianos nunca se les ocurrió respetar las
opiniones de los que estaban en desacuerdo con sus ideas”. Hay veces que no
logró entender por qué la ingenuidad política en Colombia. ¿Liberales?
¿Liberalismo? ¿Acaso no sabemos ya, que ha hecho el liberalismo colombiano en
200 años? ¿Si lo que salvaría a Colombia después de despreciar las ideas políticas
de Bolívar era el liberalismo de Santander, por qué nunca juzgamos entonces su
gobierno liberal que duró casi una década después de la muerte del libertador?
¿Liberalismo colombiano? ¿Todavía alguien decente cree en eso?

Y lo peor, han dicho: 'Si Santander era liberal entonces Bolívar por ende era
conservador'. Pobre Bolívar, aún debe de estar revolcándose en su tumba por
esto, hasta el conservadurismo colombiano se lo achacaron. ¿No se acuerdan
acaso que Mariano Ospina Rodríguez mucho antes de fundar el partido
conservador participó en el atentando que buscaba asesinar a Bolívar en la noche
del 25 de septiembre de 1828? Muchos retruécanos tuvieron que hacer los godos
para forzar la idea de que Bolívar era el padre de su partido. Y esto no es todo,
¡que el principal defensor de Bolívar a mediados del siglo XX en Colombia sea el
tirano y fascista Laureano Gómez! Reconózcanme, si no es verdad que a Bolívar
en Colombia le fue muy mal hasta después de muerto al relacionarlo con esa
gentuza. Partidos liberal y partido conservador en Colombia, eso no tiene nada
33
que ver con la vida y obra de Simón Bolívar. Liberalismo y conservadurismo en
Colombia, y que en su nueva versión de bipartidismo uribista-santista, han sido
nuestra fatalidad.

Una querida amiga y un buen compañero de luchas políticas al ver el título que le
puse a esta conferencia, me hicieron amablemente la observación de que a
Bolívar sí lo quisieron acá, ya fueran algunos militares de la época de la
independencia, ya fueran los gobiernos posteriores que inundaron de estatuas de
Bolívar cuantas plazas y parques hay en Colombia. Yo digo hoy, que eso no es
haber querido a Bolívar. Bolívar murió solo, no sólo padeció la perfidia de sus
enemigos sino la impertinencia de sus amigos. Respecto de las estatuas, sí hay
muchas, en cada pueblo hay una, pero las gentes de esos pueblos no saben quién
fue Bolívar, sobre todo no saben cuáles son la tragedias de nuestros orígenes, esa
historia no se la saben, bueno ni esa ni ninguna. Ya lo han reiterado algunos, y es
verdad, estatuas de Bolívar tan solo para que se las caguen las palomas.

¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? Hagamos un poco de historia.

John Lynch señala que para Bolívar “fue un cruel sino el que en el mundo que
había creado nadie fuera su igual y cualquiera pudiera convertirse en su crítico”.
Efectivamente, era una triste paradoja que en aquel inmenso territorio liberado
por Bolívar, inmediatamente todos en cada rincón, comenzaran a desestabilizar, a
inventar artimañas y a arrogarse su papel de estadistas que no eran y que tan
sólo, en verdad, los movía la ambición de tomar cada un trozo de poder.

No se había ido el último español, y ya comenzaban por todas partes


movimientos de desintegración y revueltas. En cada parte una nueva querella. No
se olviden que este territorio es lo que es hoy Colombia, Venezuela, Ecuador,
Perú y Bolivia, y Bolívar tendría que ir y venir en caballo para tratar de mantener
la unión en esa inmensa parte del mundo que libertó. Es en ese contexto y a
propósito de la nueva creación de Bolivia, que el Libertador decidió formular un
proyecto constitucional pertinente para solucionar el caos de su gran patria
América. Como ya se ha dicho, Bolívar no quería imitar las constituciones
liberales, ni mucho menos las retrogradas monárquicas, él tenía claro que la
América requería unas leyes propias a las difíciles y únicas circunstancias que
teníamos.

El pensamiento político de Bolívar se concretará en su Constitución de Bolivia,


aquella misma que será la más criticada por sus contemporáneos, ni en la misma
Bolivia se aplicó en su totalidad, él la proponía para toda su América libertada,
nadie se la aceptó. En términos generales, nos explica el historiador Mario
34
Hernández Sánchez-Barba, que el proyecto constitucional de Bolívar configuraba
tres campos políticos: “En el campo de las libertades, la abolición de las castas, la
esclavitud y los privilegios; respondiendo al deseo igualitarista, el Poder Electoral
era una vía para conseguir el equilibrio social. Y el campo más importante y
decisivo, era la creación de un poder presidencial […] La solución constitucional
de Bolívar ofrece una solución política; rechaza el Estado absolutista, pero sin el
debilitamiento del Estado que, estima, es el defensor natural de los débiles y el
mejor instrumento capaz de extender el bien público a través de las leyes que
corrigen las diferencias que pudieran producirse en la relación política, es decir,
en la convivencia social”. En realidad el proyecto constitucional de Bolívar era
bastante lúcido, original y defensor de lo público, pero sus contemporáneos sólo
se fijaron en el aspecto más polémico, la constitución contemplaba para el poder
ejecutivo una presidencia vitalicia con derecho a elegir su sucesor. Hasta ahí llegó
el amor al Libertador, en adelante, todos le reclamarían que eso era, simplemente,
una monarquía. Nadie entendió nada. Bolívar explicó en su discurso de
presentación del proyecto constitucional este punto polémico, así: “El Presidente
de la república viene a ser en nuestra Constitución como el sol que firme en su
centro da vida al universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua; porque en
los sistemas sin jerarquía, se necesita, más que en otros, un punto fijo alrededor
del cual giren los magistrados y los ciudadanos, los hombres y las cosas. Dadme
un punto fijo, decía un antiguo, y moveré el mundo”. Hablaba de una presidencia
vitalicia, no de una monarquía. En su correspondencia se refería a su constitución
así: “Yo no encuentro otro remedio que el de la Constitución Boliviana: en ella se
encuentra reunido por encanto la libertad más completa del pueblo con la energía
más fuerte en el poder ejecutivo”. “El código boliviano es el resumen de mis
ideas, y yo lo ofrezco a Colombia como a toda la América”.

Nadie quiso discutir siquiera este proyecto. Bolívar terminó admitiendo con pesar
que su proyecto de constitución no era querido. Nunca la impuso, este hecho casi
nunca se menciona, la Constitución de Bolivia quedo sin ser utilizada, su autor se
la guardó para sí. Más allá de discusiones constitucionales, es importante resaltar
un hecho que acrecentaba el temor a una presidencia vitalicia, pues que muchos
estaban esperando la muerte de Bolívar para obtener el poder presidencial; el
primero, Santander, todos sabían que el sucesor que Bolívar elegiría era Sucre,
quien, dicho sea de paso, no tenía ninguna ambición política. De esos temores es
que se nutrirá el liberalismo, se les estaba insinuando que no tendrían la
oportunidad de gobernar. Como bien lo expresa John Lynch, para Bolívar, “la
constitución boliviana fue su última solución, la expresión final de sus
esperanzas, pero, como sospechaba, sólo Sucre estaba en condiciones de aplicarla
y gobernar en su ausencia. Si Sucre era rechazado, ¿qué podía esperarse entonces?
No había otros procónsules conformes con ella. A medida que arrastraba su
35
constitución boliviana de un país a otro, ésta se convirtió en un lastre en su
equipaje del que no tenía forma de deshacerse. La presidencia vitalicia en
particular era un escollo: cerraba el camino al éxito a todos los demás candidatos;
negaba a los políticos las gratificaciones de poder y a sus protegidos los frutos de
sus cargos”.

Pero el asunto es más complejo. En un reciente estudio crítico de la


independencia: La majestad de los pueblos en la Nueva Granada y Venezuela,
María Teresa Calderón y Clément Thibaud arrojan nuevas luces sobre un
problema poco estudiado, y es que pasar de la Majestad del Rey a la Soberanía de
los pueblos, es un proceso que no se hace tan fácil, o en todo caso no tan rápido.
El hombre moderno ha sido supremamente ingenuo al pretender que de un día
para otro se pase de adorar a un rey, a la práctica democrática pura; como si al
otro día de mocharle la cabeza al rey ya las masas esclavizadas y fanáticas, por
arte de magia, se convirtieran en ciudadanos ilustrados haciendo lúcido uso de su
cédula electoral; qué tan rápido olvidamos, que la misma Revolución Francesa,
no logró terminar el propio caos que creó, hasta no experimentar nuevamente
una nueva majestad, la de Napoleón Bonaparte, no la soberanía del pueblo
propiamente.

Pues bien, según Calderón y Thibaud, en nuestro caso “la figura del caudillo
suplanta a la del monarca, pero no subvierte sus atributos: se calca sobre ellos. Al
igual que el soberano desaparecido, Bolívar es uno y único. A pesar de que no
participa de una condición sobrenatural, su preeminencia no conoce equivalente
en este bajo mundo. Su superioridad es radical. La gloria y las hazañas libertarias
lo impulsan a una altura desde la que sólo se manifiestan las verdades inmutables
que remiten al más allá. Su autoridad parece así garantizada por Dios. Al igual
que el soberano de derecho divino, su presencia le confiere un punto de anclaje al
orden mundano, sustrayéndolo del cuestionamiento que embarga a los mortales,
de sus juicios, siempre precarios y cambiantes. Elevar al Libertador al lugar de
monarca, consagrarlo emperador, en un movimiento que recuerda a Bonaparte,
no constituye pues un deslizamiento que subvierte el proyecto republicano,
atribuirle a la veleidad y la ambición personal, sino que evidencia esta dimensión
de su autoridad que irá aflorando a lo largo de la crisis”.

¡Claro! No es que Bolívar quisiera una monarquía como lo acusan los liberales,
no es que tan sólo tergiversaran su constitución boliviana, no es que Páez se
hubiera enloquecido al sugerirle que se coronara, no es que Santander el más
ilustre liberal, quisiera salvar al pueblo de las ansias monárquicas de Bolívar, es
que acá no se pasó ni un ápice de la Majestad del Rey a la Soberanía del pueblo.
Ya nos lo decía también John Lynch en su prefacio a su reciente trabajo
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biográfico: “Simón Bolívar tuvo una vida corta pero extraordinariamente plena.
Fue un revolucionario que liberó seis países, un intelectual que debatió los
principios de la liberación nacional, un general que libró una cruel guerra
colonial. Inspiró a la vez devociones y odios extremos. Muchos
hispanoamericanos querían que se convirtiera en su dictador, en su rey; mientras
que otros lo acusaron de ser un traidor, y hubo quienes intentaron asesinarlo. Su
memoria se convirtió en inspiración para generaciones posteriores pero, al
mismo tiempo, también en un campo de batalla”.

Y Bolívar en medio de esta marejada, tanto los que lo querían como los que lo
odiaban lo estaban midiendo con la Majestad de un rey, con razón nadie se
detuvo a discutir siquiera sus ideas políticas; para discutir sobre constituciones se
requería pasar de la Majestad del Rey a la Soberanía del Pueblo y eso acá no
ocurrió. Es más, creo que aún después de 200 años no ha pasado. Cualquier
presidentico mafioso acá todavía es adorado con la majestad de un rey.

Mientras tanto Bolívar sobresaltado escribía y escribía, pero nadie le prestaba


atención, escuchen algunas de estas frases que he seleccionado de sus cartas. Son
desgarradoras en su honestidad y desventura:

“Parece que el demonio dirige las cosas de mi vida”. “Más miedo le tengo a
Colombia que a la misma España”. “Libertador o muerto es mi divisa antigua.
Libertador es más que todo; y, por lo mismo, yo no me degradaré hasta un
trono”. “No sé cómo salir de este laberinto”. “Yo podría arrollarlo todo, mas no
quiero pasar a la posteridad como tirano”. “Lo que hago con las manos lo
desbaratan los pies de los demás. Un hombre combatiendo contra todos no
puede nada”. “Mi mayor flaqueza es mi amor a la libertad; este amor me arrastra
a olvidar hasta la gloria misma. Quiero pasar por todo, prefiero sucumbir en mis
esperanzas a pasar por tirano, y aún aparecer sospechoso. Mi impetuosa pasión,
mi aspiración mayor es la de llevar el nombre de amante de la libertad”. “Cuál
será mi posición y mis embarazos, teniendo que luchar contra las pasiones de mis
enemigos y aún contra los clamores de mis amigos”. “Serán los colombianos los
que pasarán a la posteridad cubiertos de ignominia, pero no yo… Mi único amor
siempre ha sido el de la patria; mi única ambición, su libertad. Los que me
atribuyen otra cosa, no me conocen ni me han conocido nunca”. “¡Miserables,
hasta el aire que respiran se lo he dado yo, y yo soy el sospechoso”. “Mi corazón
está quebrantado de pena por esta negra ingratitud; mi dolor será eterno”. “Yo
no puedo vivir entre asesinos y facciosos; yo no puedo ser honrado entre
semejante canalla… Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado,
calumniado, y mal pagado. Yo no pido por recompensa más que el reposo y la
conservación de mi honor: por desgracia es lo que no consigo”. “Jesucristo sufrió
37
treinta y tres años esta vida mortal: la mía pasa de cuarenta y seis; y lo peor es que
yo no soy un Dios impasible, que si lo fuera aguantaría toda la eternidad”.

Y no era para menos, recordemos brevemente lo que pasó en tan poco tiempo.

En 1824 ha quedado libertada toda la América. No han pasado dos años y


Santander quiere someter a Páez, Páez no se deja y amenaza con separar a
Venezuela de Colombia, Bolívar no sabe qué hacer, si le sigue el juego a
Santander pierde a Venezuela, si interviene a favor de Páez logra sostener unido a
Venezuela pero se enoja Santander. Bolívar opta por lo último y ratifica a Páez
como jefe superior de Venezuela. El congreso que debería celebrase en 1831 se
adelanta y se realiza la convención de Ocaña, allí se enfrentan los santanderistas
con los bolivaristas, Bolívar no sabe cuál de las dos facciones es peor, ya no tiene
esperanzas. De la convención no sale nada y le toca asumir el mando entre las
más agitadas revueltas, esta nueva posición lo enferma más. El 25 de septiembre
de 1828 en Bogotá intentan asesinar a Bolívar. Manuelita lo salva, la libertadora
del Libertador. Pero Bolívar ya está muerto en vida. Los culpables son fusilados,
menos uno, Santander, quien se le comprobó su culpabilidad pero a Bolívar le
sugieren que a este se le dé el indulto y sólo lo mandan al exilio. Entre tanto Perú
se rebela y se apodera de Guayaquil. Bolívar corre al Ecuador, con la ayuda de
Sucre controlan al Perú. A finales de 1829 Bolívar regresa a Bogotá, le llegan las
cartas de sus amigos sugiriéndole que se haga coronar, Bolívar desaprueba
categóricamente tales ideas. Acá en Antioquia el valeroso José María Córdova
creyendo las estupideces de que Bolívar se iba a coronar se levanta en armas con
300 hombres en contra del Libertador, después del combate un irlandés del
ejército patriota asesina al bravo león. Otra muerte innecesaria y absurda. Unos
quieren que sea rey, otros le atribuyen que él quiere ser rey. Todo era un caos,
una locura, Bolívar no aguanta más. El 20 de enero de 1830 presenta su renuncia
a la presidencia ante el Congreso. Es hora de partir, en la más profunda
desilusión Bolívar se va pero no sabe para dónde. ¡Qué ironías, ahora que tan
sólo es un ciudadano pide permiso al Congreso para irse para Venezuela y se lo
niegan! El 8 de mayo salé de Bogotá hacia su destino final. Como no tiene dinero
con que irse deja a Manuela en la fría Bogotá rodeada de canallas, y sale para la
costa, a ver cómo consigue recursos para salir del país. Otra ironía, el creador de
Colombia se acuerda que no tiene pasaporte para salir del país. Mientras que
Bolívar hace su último viaje se entera que su discípulo y amado Sucre es
asesinado el 4 de junio en Barruecos, un guerrero noble cuya única ambición era
irse a descansar con su esposa e hija, asesinado únicamente por querer y serle fiel
a Bolívar. Se acaba la época de los héroes y comienza la de los asesinos. Bolívar
ya sólo espera la muerte en una finca prestada, sin nada, todo lo que había hecho
y “a la hora de irse no se llevaba ni si quiera el consuelo de que se lo creyeran”.
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Cuando Bolívar salió por última vez de Bogotá, nos relata Lynch, “La turba salió
a las calles para celebrar la partida de Bolívar quemando retratos suyos y gritando
a favor de Santander”.

Toda esta historia es también edípica. Bolívar es el padre, al que se adora y se


venera, pero también el que se teme y se odia, al que también se quiere matar y
santificar, ¿cómo purgar la culpa de todos sus asesinos? Colgando miles de
cuadros con sus imágenes y erigiendo miles de estatuas, ¿no?

La historia de los pueblos creados por Simón Bolívar, muestra que éstos no
siguieron su enseñanza, no siguieron el rumbo que les trazó su padre. Gilette
Saurat en un breve párrafo relata lo que ocurrió después de la muerte de Bolívar:
“Con la muerte de Bolívar acabó el tiempo de los héroes, y comenzó el tiempo
de los asesinos. Santander regresó del destierro para presidir al fin solo los
destinos de una república que repudiaría hasta el nombre de Colombia para
tomar el de Nueva Granada. José Hilario López se instalará, también, con la
frente en alto en el solio del primer magistrado del país, y lo mismo José María
Obando. Desde entonces la vida política tendrá el semblante de esos hombres,
estrechez, demagogia, crueldad. Bajo etiquetas diferentes, sus herederos ocuparán
por turnos el proscenio. Se darán golpes de pecho en nombre de la patria –de
ellos ésta no recibirá grandeza alguna- y del pueblo que sólo conocerá la
ignorancia, la miseria y la servidumbre. Así se preparará el soporte de una estirpe
de tiranos que abandonarán el continente a la explotación económica del
extranjero”.

¿No ha sido ésta nuestra historia desde 1830 hasta hoy? Efectivamente, vivimos
todavía el tiempo de los asesinos, recuerden el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el
asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, ¿saben ustedes cuántos asesinatos políticos se
han dado en Colombia desde la muerte de Bolívar hasta hoy? La respuesta exacta
no la sabemos, pero los que sí sabemos, es que la cifra es considerablemente
monstruosa y extravagante. “Os ruego que permanezcáis unidos, para que no
seáis los asesinos de la patria y vuestros propios verdugos”. Esa era su súplica, ya
ven, hasta el momento hemos hecho todo lo contrario. Sin embargo, la presencia
de Bolívar sigue allí, en los campos de la eternidad. No es un juego, no es
sentimentalismo, no es sólo material para poetas; Bolívar, su memoria, sigue
haciendo una advertencia, si Suramérica no es libre, no será nada.

39
El historiador Mario Hernández Sánchez-Barba juzgó la función de Simón
Bolívar en la historia de esta manera: “El problema para Bolívar radicó en cómo
llevar a cabo un proyecto, cuando le falla el «Poder Constituyente» y la «Sociedad
Civil». […] En el pensamiento de Bolívar existe, por una parte, una evidente
coherencia, y, por otra, una considerable persistencia en torno al inconmovible
principio de la unidad. […] Su objetivo básico era la creación de una República
fuerte, sobre su propia autoridad personal y el prestigio alcanzado en la guerra
triunfante. Para establecer este sistema de poder trató de conseguir una
institucionalización capaz de ahormar la nueva situación política, una vez que
había quedado destruida la sólida red vertical de instituciones españolas. […]
Bolívar, ilustrado en su formación y romántico en la acción, entregó su vida
activa a un ideal político: conseguir la unidad en la organización de la
convivencia, lo que llevó a la sima profunda de la frustración. Intentó, hasta la
muerte, un nuevo ordenamiento de la sociedad, pero el ambiente no resultó en
absoluto propicio, pues el pueblo, de modo especial en tiempo de revolución y de
cambios rápidos, visceralmente inasimilables, era mucho más proclive a la
dispersión, el cantonalismo y la soberbia de la individualidad, que al orden, la
unidad y la afirmación de las instituciones entendidos no sólo como valores
básicos, sino esenciales para el buen funcionamiento de una comunidad como la
que quiso —y no pudo— conseguir Bolívar”.

Por su parte John Lynch al juzgar el legado de Bolívar escribió: “Bolívar no era
idealista hasta el punto de creer que América estaba preparada para una
democracia pura o que la ley podía anular de forma instantánea las desigualdades
producto de la naturaleza y la sociedad. En su opinión hasta que los pueblos de
Hispanoamérica no adquirieran las virtudes políticas, […] los sistemas de
gobierno popular, lejos de ser una ayuda, podían ser su ruina. Bolívar no confiaba
en el pueblo como masa, la herencia del sistema colonial, y, para conseguir que
estuviera preparado para la libertad, era necesario reeducarlo bajo la tutela de un
poder ejecutivo fuerte. […] Criticar a Bolívar, como se le criticó en su época y
como no se ha dejado de hacerlo, por no ser un demócrata liberal, sino un
absolutista conservador, es descontextualizar la discusión. Del mismo modo en
que había respondido a quienes querían convertirlo en un monarca que «ni
Colombia es Francia, ni yo Napoleón», Bolívar habría podido decir a sus críticos
liberales «ni Colombia es Estados Unidos, ni yo Washington». […] Esta no era la
sociedad homogénea del norte del continente, sino una población multiétnica, en
la que cada raza tenía sus propios intereses y, así mismo, su propia intolerancia.”

Bolívar es el creador de Suramérica. Fundó nuestra identidad colectiva. Él está


más allá de las facciones y de los partidos. Bolívar es una idea de libertad que
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nunca termina. Así muchos le quieran restar su protagonismo en la lucha de
independencia, es imposible desligarlo de los acontecimientos que nos
constituyeron. Su legado político, su postura republicana es impecable y
paradigma de creación política para todo el mundo; si sus ideas fueron mal
entendidas y viciadas no fue culpa de él. Si Colombia se hizo goda y santanderista
no fue culpa de él.

República, unidad y libertad. Esta fue la lección de Bolívar para Suramérica. Hoy
día cuando nuestros males no dejan de suceder, se hace más vigente la vida y
obra del Libertador. Su gloria cada vez se hace más grande y quizá falte mucho
tiempo para que lo reconozcamos y lo tomemos en serio, pero aún así, a pesar
del actual desconocimiento que sobre él hay en Colombia, su gloria crece más.

A mediados del siglo XIX y XX en Colombia se creó un Bolívar conservador


oficialista, acomodado para los intereses patrioteros de la oligarquía conservadora
y liberal, se erigieron miles de estatuas y se imprimieron miles de cartillas con una
historia patria y boba para esterilizar las mentes de los niños y enseñar
dogmáticamente un Bolívar irreal. Lograron su cometido, muchas generaciones
de colombianos crecieron odiando esa mal contada historia patria. Después de la
mitad del siglo XX, entre violencia y hambre, Bolívar fue olvidado, las cátedras
bolivarianas desaparecieron, sólo quedaron por allí algunas sociedades
bolivarianas con unos eminentes ancianos historiadores de oficio que mientras
vivían sus últimos años parecían ser de otra época y mundo. Al final del siglo
XX, Bolívar volvió a aparecer, las guerrillas tomaron su nombre como bandera,
¿qué tanto serán consecuentes con el pensamiento del Libertador? eso aún está
por verse. Por ahora sólo se ha generado un inconveniente, a quienes amamos a
Bolívar, que aunque somos pocos aún existimos, nos estigmatizarán y señalarán,
porque en Colombia Bolívar pasó de ser una estatua a ser olvido, y de allí, a ser
subversivo.

Tal vez nos falta mucho para ver el fin del tiempo de los asesinos, nuestro origen
fue una pasión de libertad encarnada en el hombre Simón Bolívar; a pesar de los
miserables que aún detentan el poder, la pasión de unidad y libertad de Bolívar
volverá. En algún momento volverá.

La mayoría de los que están presentes en este auditorio, escuchando esta mi


última conferencia en Medellín, que muy amorosamente me están brindado su
ayuda, para emprender mi anunciado viaje a la tierra de Bolívar, saben que fui un
chico temeroso, que me encerré en mis libros temiendo la violencia de las calles
de Medellín, aferrado al amor de mi madre, mi padre y mis hermanos, —Mi
familia que hoy está aquí presente, a quienes aprovecho la ocasión para
41
agradecerles por la vida y para ofrecerles excusas por mis locuras— Digo, la
mayoría de ustedes, saben que por miedo o por neurosis, yo construí mi
identidad alrededor de la búsqueda insaciable de Bolívar, por él me hice
historiador y a partir de él he construido mi existencia, los que me conocen saben
que nos estoy exagerando. Ahora, cuando me encontré en un punto quieto,
donde no pasa nada más con mi vida, cuando tan sólo he acumulado más y más
torpezas en el amor y en el cotidiano vivir, vuelvo a seguir el rumbo que un día
elegí, seguir las huellas de Bolívar, ¿que si estoy loco? Tal vez. Pero yo prefiero
ser loco, danzar, volar, jugar…… a estar muerto en vida, tal cual como nos
pretenden someter el capitalismo y el cristianismo.

Y ahora, parafraseando al Manuelito Fernández en Don Mirócletes de Fernando


González... irme yendo, repito, para Venezuela, la patria del Frank David Bedoya
Muñoz que deseo llegar a ser. Venezuela es la tierra de Bolívar y todo suramericano es
venezolano. Irme yendo para allá, en busca de Bolívar, la única energía del continente.

¿Se me ha comprendido? Para afirmar la vida yo elijo a Bolívar.

42
VIII
El eterno retorno del Libertador

“Toda va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer,
eternamente corre el año del ser.

Todo se rompe, todo se recompone; eternamente se construye a sí misma la casa del ser. Todo se
despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser.

En cada instante comienza el ser; en torno a todo «Aquí» gira la esfera «Allá». El centro está
en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad.

[…] “Ahora muero y desaparezco, dirías, y dentro de un instante seré nada. Las almas son
tan mortales como los cuerpos.

Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, -¡él me creará de nuevo! Yo
mismo formo parte de las causas de eterno retorno”.

Friedrich Nietzsche, Así Habló Zaratustra.

“«¿Cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan
alto?

He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos.

Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones
infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos;
mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado
y los pensamientos del Destino»”.

Simón Bolívar, Mi Delirio sobre el Chimborazo.

Permítanme no decir solamente las verdades –que gracias a un método histórico,


filosófico y pasional– se pueden establecer sobre el Libertador Simón Bolívar,
sino, antes, enunciar los caminos que me condujeron hacia dichas
interpretaciones que quieren devenir veracidad.

43
Al finalizar, creo poder estar en condiciones de insinuar por qué es posible el
eterno retorno del Libertador.

Pertenezco a una generación que fue atemorizada y asesinada por la violencia


causada por la exclusión social y por la espiral de asesinatos de la mafia en
Medellín en tiempos de Pablo Escobar. El sistema nacional de educación pública
en Colombia también se había degradado en la mayor esterilidad posible y sus
métodos y formas fueron entregados a los negocios privados de editoriales donde
pareciera que el último objetivo era el de enseñar. Los profesores, mal pagados y
mal valorados en la sociedad, poco tenían que ofrecerle a una generación que
estaba dispersa entre ambiciones desmedidas y balaceras por doquier. Salimos de
esas escuelas y de esos colegios en una orfandad de conocimientos. No es una
exageración decir que salíamos de la educación primaria y secundaria sin siquiera
saber leer y escribir bien. Los que no fuimos asesinados en Medellín salimos a
engrosar la filas de los desempleados. El nombre de la película no pudo ser más
acertado: “Rodrigo D no futuro”. Los jóvenes de la Medellín de la última década del
siglo XX no teníamos futuro. Cómo conseguir dinero, cómo sobrevivir y cómo
sostener una vida de algarabía y alcohol, esas eran las únicas cuestiones. Sin
futuro, porque se nos había arrebatado también el pasado, sólo contábamos con
un presente infernal. Medellín era la prueba contundente de una de las más
importantes tesis del historiador Eric Hobsbawm:

“La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan
la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es
uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo
XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo
crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el
pasado del tiempo en el que viven”.

En esta sociedad sin historia Simón Bolívar ya había desaparecido, salvo para
algunos honorables ancianos que, de manera anacrónica, sostenían unas
sociedades bolivarianas con más de un siglo de existencia y cuyo número de
integrantes se estaba reduciendo aceleradamente por la muerte de sus asociados.
Cabe anotar que un joven de esta época nunca pasaba por allí. También apareció
Bolívar en las montañas de Colombia, en una reivindicación suya que hicieron las
guerrillas; pero de ello hablaré más adelante. El punto es que para un joven de la
ciudad de Medellín Bolívar no existía o era una imagen difusa de alguna estatua
por allí o un dibujo olvidado en una vieja cartilla escolar. No es raro que esta
generación confundiera a Cristóbal Colon con Simón Bolívar sin saber quién era
ninguno de los dos.

44
En mi caso, solo el azar de la existencia me condujo al encuentro decisivo con
Simón Bolívar: tenía 16 años y era mensajero en una institución educativa. Me
correspondía hacer las diligencias de un cura rector y por curiosidad un día
encontré en el estante de la biblioteca de su oficina un ejemplar de El general en su
laberinto de Gabriel García Márquez. Yo no sabía quién era ese general, ni me
imaginaba que esa hamaca y esas botas que ilustraban la portada del libro,
símbolos de un héroe muerto, se convertirían en todo mi futuro. El arte literario
llenaría todas las carencias de mi precaria formación. En varias ocasiones lo he
expresado: con El general en su laberinto de García Márquez yo volví a nacer.

La tragedia de Bolívar está expresada allí en un aforismo contundente de muy


pocas palabras. Transcurrían los últimos días del Libertador:

“Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y


Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio
cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para
mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana
anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni si quiera el consuelo de que se lo
creyeran”.

Primera verdad sobre el Libertador.

Su gesta heroica, su obra política, su proyecto continental, todo fue olvidado. Ya


sea por la tergiversación de sus contemporáneos, ya sea por la ingratitud de las
generaciones posteriores, ya sea por la dispersión de la sociedad del capital que
eliminó la historia como elemento constitutivo de las identidades individuales y
nacionales; Bolívar desapareció para la mayoría de los colombianos, salvo para
una minoría letrada con un poco de cultura que lo conoce o para otra minoría
política más reducida aún; para la inmensa mayoría de los colombianos Bolívar
no era nada o era una estatua en un parque que ya nadie determinaba.

***

Hemos llegado a un punto culminante donde al parecer se han agotado todas las
fuentes, interpretaciones e ideas sobre la vida de Simón Bolívar. Existen
inmensidad de biografías de Simón Bolívar, monografías y toda clase de libros,
pero a la larga todos repiten lo mismo. Afortunadamente ya todo el archivo de
los documentos públicos y privados del libertador se encuentran organizados,
digitalizados y publicados en la página www.archivodellibertador.gob.ve, ya las
fuentes documentales de Bolívar no son de uso exclusivo de una camarilla de
eruditos, cualquier persona puede acceder a sus cartas completas en internet. Ya
45
no es necesario como antes pagar una fortuna por las ediciones completas de sus
obras.

A dos investigadores les debemos esencialmente todo lo que sabemos de Simón


Bolívar: el alemán Gerhard Masur y el inglés John Lynch. Obviamente le
debemos mucho a los esfuerzos grandiosos de nombres que ya son familiares
para los estudiosos de Bolívar: Gabriel García Márquez, Indalecio Liévano
Aguirre, Vicente Lecuna, Perú de Lacroix, Fernando González, Mario Hernández
Sánchez-Barba, Gilette Saurat, David Bushnel, Augusto Mijares. En realidad sólo
se cambian los enfoques, los matices, pero en general desde el Bolívar de Masur
(1948) hasta el Bolívar de Lynch (2006) todos hacen un recuento de las mismas
cuestiones que son tratadas ampliamente en estas dos obras canónicas.

Incluso el escritor William Ospina en su bello texto En busca de Bolívar admite que
sus fuentes fueron Masur y Lynch; William Ospina hace una nueva síntesis de la
vida de Bolívar con la claridad y la belleza que lo caracteriza, aunque tampoco en
él hayamos algo nuevo.

Creo que la historiografía respecto de Bolívar está llegando a sus límites. Esto no
es bueno o malo, simplemente es así.

En Venezuela en los últimos años ha cobrado interés una hipótesis que indica
que Bolívar no murió sólo de tristeza, traición y enfermedad sino que fue
asesinado. El gobierno de Chávez ordenó la exhumación de los restos de Bolívar
para hacer investigaciones más profundas con las nuevas tecnologías disponibles
y se elaboraron dos informes: 1) Informe sobre la Reconstrucción Facial 3D del
Libertador Simón Bolívar; 2) Informe Preliminar sobre las Causas de la Muerte
del Libertador Simón Bolívar. El del rostro no ha tenido una aceptación total,
sobre todo por parte de algunos artistas, y sobre la muerte, las conclusiones
fueron las previsibles. Dice el informe en su conclusión que “aunque no se puede
excluir la tuberculosis como causa de muerte, parece ahora una causa menos
probable que lo que se había concluido previamente en los informes del examen
post mórtem realizado en 1830”. Sin embargo, si se asesinó o no, el informe no
agregó elementos.

Hace pocos días, desafortunadamente, fue asesinado en la ciudad de Pampatar,


Isla de Margarita, el historiador Jorge Mier Hoffman quien había publicado el
libro La carta que cambiará la historia. Cómo, Cuándo, Quién lo mató, Dónde está
Bolívar. Basado en cartas apócrifas. Con un estudio detallado de toda la obra
escrita de Bolívar se puede demostrar fácilmente que no son verdaderas. Así que
tampoco estos estudios, que parecen más del mundo de la ficción, muestran nada
46
novedoso, sino unas ideas muy descabelladas. La hipótesis que plantea que
Bolívar fue asesinando no se sostiene históricamente.

Yo sigo insistiendo: simplemente Bolívar murió de tristeza, de una inmensa


tristeza que acabó con su ser después de tantas traiciones.

Existe además una película reciente: Libertador, estrenada en Venezuela en el año


2014, una gran producción de alta tecnología y del arte cinematográfico más
calificado, dirigida por Alberto Arvelo y protagonizada por Édgar Ramírez, que
también sugiere que Bolívar fue asesinado; pero como lo mencioné, esta idea no
se sostiene con argumento historiográfico alguno.

¿Qué queda pues por decir de Bolívar? Casi nada. Quizá el tema de si Bolívar
tuvo hijos o no puede ser un tema novedoso, donde nada está comprobado.
Fascina a muchos, por ejemplo, la idea de que Flora Tristán pudiera ser hija
biológica de Bolívar: el parecido en sus rostros en las pinturas de ambos es
asombroso.

Yo estaría más satisfecho si se adelantara una nueva investigación para


comprobar los planes de magnicidio que ejecutó Santander contra Bolívar e
incluso contra Sucre. Sin embargo, si no sabemos a estas alturas acerca de los
autores intelectuales de la muerte de Gaitán, mucho menos de los planes
criminales de Santander, quien se cuidó bastante de no dejar evidencias.

Debemos mucho al filósofo envigadeño Fernando González Ochoa: sus retratos


psicológicos de las personalidades políticas de la época de la independencia.
Nadie como él ha retratado y puesto al descubierto las pasiones, las grandezas y
las bajezas de ese período. La obra de Fernando González aún es poco conocida
en Colombia, si se leyera en profundidad y seriedad al filósofo de Otraparte,
Bolívar tendría un nuevo resurgimiento en Colombia.

Las historias patrias tradicionales cumplieron su objetivo: enterraron la historia.


Nunca hicieron que alguien se enamorara de la historia, todo lo contrario.

Después de haber leído con mucha pasión El general en su laberinto, decidí leerme
cuanto libro encontré de Bolívar; afortunadamente la primera biografía que me
llegó, regalo del bibliotecólogo Emiro Álvarez, fue la de Gerhard Masur, de ahí
en adelante decidí hacerme historiador.

Entré a estudiar historia en la Universidad Nacional, sede Medellín. Mi primer


desconsuelo fue constatar que Bolívar ya no estaba en la academia: de seis
47
semestres de América Latina era excluida deliberadamente la época de la
independencia, con todo desparpajo: en el programa académico se pasaba de la
Colonia al siglo XIX, pero a partir de 1830, como si la época de Bolívar ya no
hiciera falta investigarse. Estaba decidido a graduarme con una tesis sobre
Bolívar, mas asombrosamente, en la primera década del siglo XXI no había quién
dirigiera una tesis sobre él. Bolívar ya no estaba de moda entre los historiadores.
Las tesis más perseguidas eran las coloniales, no sé por qué, a veces pienso que
por ser tan godos en la academia actualmente.

Yo, empecinado, seguí escribiendo sobre Bolívar, pero solo, sin ninguna
orientación. Tuve la fortuna de que el prestigioso maestro Juan Guillermo
Gómez García, especialista en el mundo de las ideas del siglo XIX y quien sin
lugar a dudas sí sabía de la importancia de las ideas políticas de Bolívar, llegó a
Medellín y accedió a calificar mi tesis. Ya habían pasado diez años de mis lecturas
apasionadas sobre Bolívar y, ahora, le entregué a él un mamotreto para
graduarme con una serie de escritos que no eran más que elogios, casi himnos,
panfletos, nada nuevo, ni analítico, digno de una tesis original de un historiador.
La pasión que me había puesto en el camino de Bolívar ahora me daba una mala
jugada pues había escrito todo el tiempo como un mal evangelista y no como un
hombre de ciencia. Había caído en el mismo error de los miles de repetidores de
libros que agrandaban la gigantesca cantidad de libros sobre Bolívar para no decir
nada nuevo y redundar en los mismos datos hasta el cansancio.

Todavía recuerdo la noche en el barrio Carlos E. Restrepo cuando Juan


Guillermo me dijo que con ese montón de papeles no me graduaba. Yo que
había denigrado, con justa razón porque la academia no le prestaba atención a
Bolívar; ahora frente a un estudioso verdadero, que por primera vez me leía, me
enteraba yo de que no había pasado de la pasión y del panfleto. Salí con una gran
aflicción y estuve por muchos meses en un estado de crisis que no superé hasta
que un día, en la más profunda soledad, eché al bote de basura todo lo que había
escrito sobre el Libertador. Mucho tiempo después, con más calma, recordé que
en toda la historiografía bolivariana poca atención se le había prestado a las cartas
que redactó Bolívar en su exilio en Jamaica en 1815: como es bien sabido,
siempre se exalta la llamada carta de Jamaica, pero no las demás, que también
escribió en el exilio, una veintena de cartas que en su conjunto daban una mayor
idea del mundo suramericano que allí descubría y describía Bolívar, de unos
sueños que se harían proféticos. Tomé las cartas y sorprendentemente en un fin
de semana escribí mi tesis 1815: Bolívar le escribe a Suramérica, trabajo que mi
director de tesis valoró aceptable para ingresar a los trabajos dignos de un
historiador, no laureado pero sí digno de la academia. Confieso esta anécdota
para subrayar la dificultad que tenemos para escribir ideas originales sobre
48
Bolívar, en este campo prevalece más la repetición que el ingenio. Quizá llegará
un momento en que nuevas generaciones tendrán la ocasión de revisar todas las
interpretaciones, y habrá que comenzar todo de nuevo.

Segunda verdad sobre el Libertador.

Gracias a Daniel Florencio O'Leary y al historiador Vicente Lecuna, los


documentos públicos y privados del Libertador Simón Bolívar hoy en día se
conservan y constituyen un patrimonio histórico y cultural de la humanidad. El
gobierno bolivariano de Chávez dispuso todas las acciones necesarias para
custodiar y modernizar este archivo para ponerlo al servicio de los pueblos. Más
allá de las biografías de Gerhard Masur y de John Lynch sobre Bolívar, lo demás
es una repetición incesante con diversos matices. Sobre Bolívar se ha escrito
tanto, se ha gastado tanto papel, se ha derramado tanta tinta y se han impreso
tantas cosas, que parecemos perdernos en un océano de letras para, al final, saber
siempre las mismas cosas. Yo me atrevo a decir hoy que lo mejor que se ha
escrito sobre Bolívar, con gran maestría artística y con una pulcritud histórica
asombrosa, es la novela El general en su Laberinto de Gabriel García Márquez. Creo
que es el Bolívar más cercano y “real” que difícilmente podríamos volver a tener.
El alma de Bolívar se quedó en esta novela.

***

Aprendí que para ser un buen historiador habría que dejar por unos momentos
los archivos, era necesario salir a recorrer los lugares, conocer los territorios de la
historia que uno quiere contar. Estuve en Santa Marta, en Bogotá, en
Bucaramanga, sólo me faltaba Boyacá para completar el itinerario del Libertador.
En el año 2003, me sumé al recorrido que hicieran más de 600 personas de la
gesta de la Campaña Admirable. El itinerario: Cartagena, Calamar, Tenerife,
Mompox, Ocaña, Cúcuta, San Cristóbal, Mérida, Trujillo, Barinas, Acarigua,
Barquisimeto, Valencia, Guacara, Maracay, La Victoria y finalmente Caracas. A
pie, en bus, en chalupas por el río Magdalena, con contratiempos, con emoción
pudimos reconocer algunos de los tantos territorios que fueron escenario de la
gesta de nuestra independencia. Además de conocer de cerca la Revolución
Bolivariana, de la cual hablaré más adelante, descubrí un hecho que me llamó la
atención. Algunos sectores de la izquierda, que proclamaban a Bolívar como
suyo, desconocían mucho de él. Todos enarbolaban las consignas: “Bolívar
somos todos” o “la espada de Bolívar por América Latina”, pero pocos sabían en
realidad sobre la vida y obra del Libertador. Me puse en cada pueblo, en cada
plaza a reunir a un puñado de gente para narrar la historia de Bolívar, lo confieso:
parecía un evangelizador. Alguien que hablaba del Libertador como si fuera
49
Jesucristo. Yo me había propuesto, en todo momento de mi vida, enseñar la vida
y obra de Bolívar. Pero aún no había hecho un aporte teórico importante. En ese
océano de letras sobre Bolívar ni siquiera había aportado una tonalidad más. Por
otro lado, después de la hazaña del viaje por el río Magdalena y el primer
encuentro con Venezuela, al hacerme conocer un poco más en Medellín como
historiador bolivariano, fui contactado por guerrilleros de las FARC quienes en la
ciudad me hicieron muy amablemente la invitación de irme un tiempo con ellos a
dar clases de Bolívar en el monte, invitación que no dudé en rechazar, primero
por miedo, y segundo porque ya a esas alturas yo había esclarecido en mí, que
hacer de Bolívar un asunto de clandestinidad no aportaba mucho. Aceptaron mi
negativa, creo que me comprendieron, y nunca más buscaron mis servicios como
profesor bolivariano.

Más adelante tuve que manifestar en muchas ocasiones mi posición con respecto
a que la guerrilla colombiana hiciera una reivindicación de Bolívar. Un
bolivariano como yo, garcíamarquiano, por decir algo, era para muchos
inconcebible, muchas veces en los escenarios de la izquierda colombiana, siempre
tenía que explicar que amar a Bolívar no significaba ser necesariamente de la
FARC.

Nadie sabe qué consecuencias tendrá para el futuro político en Colombia que la
guerrilla quiera adoptar al Libertador. O si esto servirá para realizar sus ideales.
En el hecho de que hayan empuñado las armas contra los propios conciudadanos
ya están pelados. Porque en eso consistió precisamente la grandeza de Bolívar: se
rehusó en todo momento a obligar por la fuerza a que la gente del pueblo tomara
sus ideas. De otra parte, en el plano del conocimiento, que la guerrilla reivindique
a Bolívar tampoco ha significado mayor conocimiento del pueblo de acerca de él,
por lo menos no en las ciudades; habría que ver en el campo, eso no lo sé.
Supongo que los militantes juiciosos del movimiento bolivariano, estudiarán la
vida y obra del Libertador en los mismos libros existentes para todo el mundo, si
es verdad que se profundiza el estudio de Bolívar en las montañas y no sólo se
trata de una reivindicación de consignas nada más. Hasta el momento no lo
sabemos.

Creo que en este punto debo reiterar lo que ya he dicho en repetidas ocasiones,
valga aclararlo una vez más: mi postura frente a las FARC es la misma que tiene
Fidel Castro en las ideas que presentó en su libro La Paz en Colombia; suscribo y
afirmo cada una de sus palabras:

“Yo discrepaba con el jefe de las FARC por el ritmo que asignaba al proceso
revolucionario de Colombia, su idea de guerra excesivamente prolongada. Su
50
concepción de crear primero un ejército de más de 30 000 hombres, desde mi
punto de vista, no era correcta ni financiable para el propósito de derrotar a las
fuerzas adversarias de tierra en una guerra irregular. […] Es conocida mi
oposición a cargar con los prisioneros de guerra, a aplicar políticas que los
humillen o someterlos a las durísimas condiciones de la selva. De ese modo
nunca rendirían las armas, aunque el combate estuviera perdido. Tampoco estaba
de acuerdo con la captura y retención de civiles ajenos a la guerra. Debo añadir
que los prisioneros y rehenes les restan capacidad de maniobra a los
combatientes. Admiro, sin embargo, la firmeza revolucionaria que mostró
Marulanda y su disposición a luchar hasta la última gota de sangre. La idea de
rendirse nunca pasó por la mente de ninguno de los que desarrollamos la lucha
guerrillera en nuestra patria. Por eso declaré en una Reflexión que jamás un
luchador verdaderamente revolucionario debía deponer las armas. Así pensaba
hace más de 55 años. Así pienso hoy”.

Después de citar a Fidel siempre agrego lo siguiente: si yo hubiese elegido las


armas, hace rato que estuviera en la selva con un estandarte de Bolívar y un fusil,
pero no. Yo elegí los libros, con el estandarte de Bolívar pero en congresos de
historia, en auditorios dando conferencias, en aulas de clases, en la soledad de la
escritura, caminando por las calles de la patria bolivariana admirando a Hugo
Chávez, con una libreta tomando notas, escribiendo un diario y anhelando o ser
escritor o un político hecho en las tribunas de los pueblos, con la única arma que
sé manejar: la palabra.

Hasta ahí el tema bolivariano de las FARC.

Aun así, después de tantas correrías, faltaba mi aporte teórico para ensanchar las
interpretaciones de la vida y obra de Simón Bolívar. Después de tantas aventuras,
era justo y necesario escribir mi aporte teórico, como expresé anteriormente, mi
tesis de grado no era suficiente.

Algunos artículos fueron decisivos para superarme, me propuse argumentar La


autenticidad y el valor de Mi delirio sobre el Chimborazo, creé la Escuela Zaratustra
durante cuatro años, donde enseñamos a un público más amplio las vidas y obras
de Simón Bolívar y Friedrich Nietzsche.

Mi primer aporte original, pequeña interpretación, un matiz más en el océano de


la producción teórica sobre Simón Bolívar fue mi artículo Simón Bolívar: Antelación
del superhombre de Nietzsche.

Hoy quiero recordar algunas ideas esenciales de este texto:


51
En El Anticristo Nietzsche planteó la siguiente cuestión: “Qué tipo de hombre se
debe criar, se debe querer, como tipo más valioso, más digno de vivir, más seguro
de futuro. Ese tipo más valioso ha existido ya con bastante frecuencia: pero
como caso afortunado, como excepción, nunca como algo querido
voluntariamente”, y luego agregó: “Se da, en los más diversos lugares de la tierra
y brotando de las más diversas culturas, un logro continuo de casos singulares y
con los cuales un tipo superior hace de hecho la presentación de sí mismo: algo
que en relación con la humanidad en su conjunto es una especie de superhombre.
Tales casos afortunados de gran logro han sido posibles siempre y serán acaso
posibles siempre. E incluso generaciones, estirpes, pueblos enteros pueden
representar en determinadas circunstancias tal golpe de suerte”. Ese tipo más
valioso, ese tipo superior, ese superhombre… ese golpe de suerte, ya lo tuvimos
una vez en Suramérica, ese hombre fue el Libertador Simón Bolívar.

Simón Bolívar libró victoriosamente una guerra larga y compleja. Después de su


ser guerrero se convirtió en un fundador de naciones, luego sus pensamientos
políticos, sus propuestas constitucionales fueron tergiversadas, desatendidas.
Hombres ambiciosos y egoístas lo traicionaron, Bolívar tuvo el poder para
imponer sus ideas, pero prefirió la soledad, y murió como un Libertador. Quien
estudie con juicio la historia comprenderá cómo el hombre con mayor poder en
Suramérica, por su coherencia libertaria, emprendió el camino hacia la soledad.

Nietzsche enseña el superhombre en su magistral obra Así habló Zaratustra. A


continuación algunas ideas esenciales que explican al superhombre, por favor
léanse pensando en el hombre Simón Bolívar: “Yo os enseño el superhombre. El
hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo? […]
El superhombre es el sentido de la tierra. […] Yo amo a quien es de espíritu libre
y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero
su corazón lo empuja al ocaso. […] Un nuevo comienzo, un juego, una rueda que
se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. […] ¡Sea
vuestro amor a la vida amor a vuestra esperanza más alta: y sea vuestra esperanza
más alta el pensamiento más alto de la vida! […] El hombre es algo que debe ser
superado. […] Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron
encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida. […] El querer hace
libres: ésta es la verdadera doctrina acerca de la voluntad y la libertad. […] El
espíritu libre, el enemigo de las cadenas. […] Amo la libertad, y el aire sobre la
tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y
respetabilidades”.

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Las palabras anteriores se aplican exactamente a la vida y obra de Simón Bolívar,
compáreselas con las siguientes del Libertador:

“Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba a un destino más honroso:


derramar mi sangre por la Libertad de mi patria. La intención de mi vida ha sido
una: la formación de la República libre, e independiente de Colombia entre dos
pueblos hermanos. Lo he alcanzado: ¡¡¡Viva el Dios de Colombia!!! […]
Libertador o muerto es mi divisa antigua. Libertador es más que todo; y, por lo
mismo, yo no me degradaré hasta un trono. […] Mi mayor flaqueza es mi amor a
la libertad; este amor me arrastra a olvidar hasta la gloria misma. Quiero pasar
por todo, prefiero sucumbir en mis esperanzas a pasar por tirano, y aun aparecer
sospechoso. Mi impetuosa pasión, mi aspiración mayor es la de llevar el nombre
de amante de la libertad. […] Habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la
libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando
mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que
desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra
credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la
libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las
puertas del sepulcro”.

Todo el devenir de la vida de Simón Bolívar fue una superación. La brega


constante por hacerse un hombre libre y por crear nuevos hombres libres. Uno
de los legados más mal interpretados de la obra de Nietzsche es su idea del
superhombre. En ningún momento se refería a una especie de Superman, como
vulgarmente se ha interpretado. El superhombre de Nietzsche se aleja
profundamente de cualquier idea de fuerza bruta o de superpoderes. El
superhombre es otra cosa muy distinta al hombre ambicioso de la vulgaridad
moderna. El superhombre es una meta, el hombre que se supera a sí mismo, el
hombre creador, el hombre sin Dios, que tiene que convertirse en un Dios
mismo, dueño de su voluntad y artífice de su destino. Repitamos: antes de que
Nietzsche hablara de un superhombre, en Suramérica ya existía uno.

En Así habló Zaratustra, Nietzsche da una explicación esencial sobre qué es y qué
no un aristócrata: un alma noble. Nietzsche está hablando de una nueva nobleza.
En primer lugar, aclara que esta nobleza no se puede comprar, no es una
oligarquía burguesa del mundo moderno: “En verdad, no una nobleza que
vosotros pudierais comprar como la compran los tenderos, y con oro de
tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio”. En segundo lugar,
advierte que tampoco es un nobleza hereditaria, pues no importa el lugar de
origen, sino hacia dónde se va, cómo se supera el hombre a sí mismo:
“¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino
53
el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de
vosotros mismos, - ¡eso constituya vuestro nuevo honor!” Y en tercer lugar, no
una nobleza que se consiga por estar al lado de los privilegiados, por servirles a
los poderosos. “En verdad, no el que hayáis servido a un príncipe - ¡qué
importan ya los príncipes!” En fin, no se trata de privilegios heredados, se trata
de una elevación, de una superación humana.

Un aristócrata, en tanto que crea valores. Una aristocracia del saber, del arte, de
anticipación al futuro. “!No hacia atrás debe dirigir la mirada vuestra nobleza,
sino hacia adelante!” En definitiva, un aristócrata, que no es un monarca que vive
de privilegios heredados sin hacer ningún esfuerzo, ni un burgués moderno
egoísta y ambicioso. No se puede confundir este concepto de aristocracia con las
modernas oligarquías burguesas. Se trata de una cuestión de altura, de arte, de
conocimiento. Se trata de una elevación humana. Para Nietzsche el aristócrata es
aquel que debe permanecer dueño de sus cuatro virtudes: “el valor, la lucidez, la
simpatía y la soledad”.

Tercera verdad sobre el Libertador.

Simón Bolívar fue el primer aristócrata de Suramérica. Simón Bolívar tuvo el


valor de renunciar a sus privilegios de clase para convertirse en un guerrero sin
precedentes en la historia de nuestras tierras: tuvo el valor de convertirse en un
fundador de naciones. Tuvo la lucidez para discernir la realidad que quería
transformar, léase su Manifiesto de Cartagena y su Carta de Jamaica. Tuvo la lucidez
para proponer nuevos valores, léase su Discurso de Angostura y su discurso y
proyecto de Constitución para Bolivia. Tuvo la lucidez para descifrar el ocaso de un
viejo mundo y el nacimiento de uno nuevo, léase su vasta correspondencia. Tuvo
la simpatía en vida, y aún después de muerto, para convencer a varias
generaciones de que la grandeza y la libertad en Suramérica han sido posibles y
que pueden volver a hacerlo. Simón Bolívar estaba solo en un continente. El
estudio de su heroica y trágica vida así lo demuestra. Como dijo Nietzsche: “Un
amigo nato, jurado y celoso de la soledad, de su propia soledad, la más honda, la
más de media noche, la más de medio día”: - ¡esa especie de hombre fue el
Libertador Simón Bolívar!

***

En una mañana de febrero de 2012, súbitamente decidí salir de Medellín e irme


por segunda vez y definitivamente para Venezuela. Hacía mucho tiempo venía
contemplando esa idea, pero no me decidía. Ese día fue distinto, antes de salir a
dar mis clases de historia en el Pequeño Teatro le anuncié aquella intención a mi
54
madre. Ella en ese instante no me creyó; era lógico, ni yo en ese momento
acababa de creérmelo; pero una fuerza interior se estaba apoderando de mí, la
decisión ya estaba tomada.

Salí en mi bicicleta, mientras pedaleaba pensaba y pensaba sin encontrar un


rumbo seguro. Después, al mediodía, sostuve una conversación con Rodrigo
Saldarriaga, actor y dirigente político de la izquierda antioqueña recientemente
fallecido, le planteé mi intención, mi tensión, mi inconformidad con mi existencia
actual en Medellín y mis anhelos de participar en la Revolución Bolivariana de
Venezuela; él, maestro de aventuras y artífice de proezas heroicas y
revolucionarias, aristócrata y afirmador de la vida, me ayudó a acabar de
convencerme, me ofreció todo su respaldo. La sonrisa lúcida y la mirada
profunda de Rodrigo Saldarriaga me acabaron de convencer. Di mi clase, y volví
a casa de mi madre en mi bicicleta.

Todavía está en mi me memoria, con la más increíble nitidez, aquella tarde


soleada en que iba yo por las calles de El Poblado hacia el sur del Valle de
Aburrá, pedaleando y pensando cómo carajos me iba a ir para Venezuela sin un
sólo peso en el bolsillo. De repente se fue esclareciendo en mi mente una
cuestión que estaba íntimamente ligada a mi desazón por el contexto político de
mi país y en una rápida y magnífica intuición resolví que iba a escribir una
conferencia, la cual presentaría en el Pequeño Teatro cobrando la entrada por
ella, con el dinero que recaudara realizaría mi viaje. Paré por un momento mi
bicicleta, hice una pausa en el camino para regocijarme por mi plan, era
quijotesco, pero tenía un plan.

Mi conferencia ¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? la presenté el 12 de


marzo de 2012 en el Pequeño Teatro de Medellín, tal cual como la soñé. Fue un
evento magnífico, asistieron mis seres más queridos y muchos amigos pagaron
con una increíble solidaridad aquella boleta, recogí un buen dinero, recibí otras
colaboraciones considerables de mis amigos y con estos recursos tracé el camino.

Esta conferencia tomó un valor enorme en mi vida, dado que se convirtió en mi


mejor carta de presentación en Venezuela; había logrado escribir algo muy bueno
sobre Bolívar, además la puse en consideración de un público muy exigente. Qué
iba a decirles un historiador colombiano a los venezolanos, que tan buenos
académicos tienen allá. La conferencia se convirtió en mi mayor soporte para
sustentar esta aventura. Cada vez que la presenté significó un rotundo triunfo.

Ya en Venezuela, en el comandante Hugo Chávez descubrí un auténtico hijo de


Bolívar. Lo bolivariano en Chávez no sólo fue un sentimiento genuino y
55
admirable, sino que esta característica de su personalidad debe ser motivo de
mayores estudios y de investigaciones posteriores.

¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? fue una conferencia presentada
con gran éxito en siete ocasiones en Caracas, una vez en Maracaibo y finalmente
en el Estado Guárico. De ella sólo reiteraré la última conclusión que hice del
último laberinto de Bolívar:

Cuarta verdad sobre el Libertador.

Gilette Saurat, en un breve párrafo, relata lo ocurrido después de la muerte de


Bolívar: “Con la muerte de Bolívar acabó el tiempo de los héroes, y comenzó el
tiempo de los asesinos. Santander regresó del destierro para presidir al fin solo
los destinos de una república que repudiaría hasta el nombre de Colombia para
tomar el de Nueva Granada. José Hilario López se instalará, también, con la
frente en alto en el solio del primer magistrado del país, y lo mismo José María
Obando. Desde entonces la vida política tendrá el semblante de esos hombres,
estrechez, demagogia, crueldad. Bajo etiquetas diferentes, sus herederos ocuparán
por turnos el proscenio. Se darán golpes de pecho en nombre de la patria –de
ellos ésta no recibirá grandeza alguna– y del pueblo que sólo conocerá la
ignorancia, la miseria y la servidumbre. Así se preparará el soporte de una estirpe
de tiranos que abandonarán el continente a la explotación económica del
extranjero”.

***

¿Mato a Bolívar o digo que retorna eternamente?

Hace pocos meses, ya de regreso en Colombia, escribí un pequeño artículo que


conmocionó a algunos de mis lectores. Estaba matando a Bolívar, después de
tanto tiempo y tanto amor.

He aquí lo que dije:

Tardé veinte años para comprender la tremenda disyuntiva de Bolívar. Después


de librar victoriosamente una guerra con el imperio español, en una proeza que
tan solo se puede equiparar con las gestas de Alejandro, Julio Cesar y Napoleón,
Bolívar encontró que después de haber expulsado al último español ahora su
lucha era con los colombianos, sus propios compatriotas, estos que se encargaron
muy pronto de acabar su obra con perfidias, traiciones y egoísmos.

56
Como Bolívar se rehusó a declararle una nueva guerra a sus propios paisanos,
murió en la más profunda tristeza y soledad. Ya mucho antes Bolívar había
afirmado que “no es justo destruir los hombres que no quieren ser libres”. Una
cosa era luchar contra el opresor, otra muy distinta era obligar al propio vecino
que no quería la libertad; esto último era, según él, una perversión en cualquier
revolución.

¿Qué hacer con los propios compatriotas que no sólo se niegan a la revolución
sino que ellos mismos encarnan con ahínco los valores reaccionarios de los
imperios exteriores? ¿Qué hacer con los hombres y con las mujeres en Colombia
que son portavoces y defensores de los valores más reaccionarios, egoístas,
capitalistas, en algunos casos hasta fascistas, todos reivindicadores de las más
rancias oligarquías hoy expresadas en el santismo-uribismo? ¿Los fusilamos? No
se puede. ¿Los transformamos? Creo que no se puede tampoco. ¿Entonces?

Realizar el ideal bolivariano de libertad y unidad es una quimera en las actuales


condiciones: una cosa es luchar con un enemigo externo, otra muy distinta con el
enemigo interno. Uno no puede matar a sus hermanos porque piensan distinto.
Por ello el ideal bolivariano no se puede alcanzar de ninguna manera de forma
armada, esto es un absurdo, una contradicción. ¿¡Ah… que el vecino se volvió
paramilitar y mafioso y además está dispuesto a derramar la sangre de sus
hermanos!? Eso ya es otro asunto, lo de ellos es asesinar, no pensar ni hacer una
revolución. He ahí nuestra tragedia, ¿cómo no matarnos entre nosotros?, pero
además, ¿cómo no dejarnos matar?

Tampoco es dable hacer del pensamiento de Bolívar un evangelio. Pretender que


un joven del siglo XXI lea las miles de cartas de Bolívar, sus innumerables
biografías, para que luego obtenga una conciencia revolucionaria, es un idealismo
de profesor de secundaria enredado y de político delirante que ya raya con el
absurdo. Creo que el problema –en general– de la izquierda, es creer que su
“dogma” debe llegar a las ovejas descarriadas del rebaño. Nadie cambia por
consejos o por ilustración. Si no se transforman las estructuras cristianas y
capitalistas, poco podemos esperar que surjan revolucionarios; lo inevitable es
que los godos se multiplicarán y los Francisco de Paula Santander, los Laureano
Gómez y los Álvaro Uribe Vélez se prolongarán hasta el infinito.

Como no se puede declarar la guerra a los godos de la propia patria más bien vale
hacer ya el duelo por la muerte de Bolívar. Bolívar ha muerto. Se murió y con él
se fueron las esperanzas de una sociedad distinta. Está bien muerto. Idealizarlo
no ayuda en nada: los idealismos nos están alejando de la vida real, vida que está
bien complicada y enmarañada en nuestro país.
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Bolívar ha muerto. Ahora nos toca a nosotros sin él. Tardé veinte años en
comprenderlo.

Un camino tan largo ¿para descubrir que Bolívar estaba muerto?

Hoy vengo a decir, acá en el Pantano de Vargas, territorio emblemático de la


gesta bolivariana, que sí, que Bolívar ha muerto. Tan muerto está su cuerpo como
su alma hace ya casi doscientos años. Pero ha sido un fantasma, un culto, una
ideología, un poema, una estatua, una novela, una película, ha sido literatura y
canción. Puede ser todo esto y nada a la vez.

Ahora, pienso que no debe quedar camino para la desilusión. No es posible


pedirle a Bolívar todas las respuestas a los interrogantes que vinieron después de
él. Ya lo he dicho: hacer de Bolívar una religión, ya sea para una nueva fe o para
el resentimiento, no tiene sentido.

Afortunadamente, tanto para el caso de Colombia como para el caso de


Venezuela, ya la ideas de Bolívar no están raptadas por las oligarquías de los
siglos XIX y XX que hicieron un uso de ellas para toda suerte de “oficialismos”,
oligarquías que construyeron un Bolívar reaccionario y útil para todo tipo de
discursos patrioteros y que durante mucho tiempo escondieron y tergiversaron el
legado revolucionario que él forjó.

Quinta verdad sobre el Libertador.

Es casi ya un consenso admitido que los conceptos propios que heredamos de


Bolívar son los siguientes:

1. Unidad e integración latinoamericana y caribeña.

2. Independencia y soberanía política absoluta.

3. Lucha contra cualquier forma de imperialismo.

4. Oposición frontal al modelo liberal burgués de occidente.

Mientras que el nudo de las causas en las cuales está entrelazado Bolívar siga
irresuelto, este mismo nudo hará que él retorne de nuevo.

***
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Un día Bolívar fue mi ilusión, la entrada a un mundo nuevo.

Después lo quise encontrar en la academia y no lo encontré. Quise enseñarlo y


creo que no lo logré, tal como lo esperaba

Lo hice escritura y las consecuencias no se volvieron colectividad.

Lo quise encontrar en algunos proyectos políticos posteriores a su memoria y los


hallazgos no fueron muy halagadores: burocracia, en un lado, y violencia entre
hermanos, en este lado, que no se ha acabado.

Advertí que lo había convertido en evangelio, y me asusté y lo maté. Más bien


maté al evangelizador.

Pero, pensándolo mejor y hoy que escribo una vez más en la conmemoración de
su nacimiento, creo que en mí, Simón Bolívar retornó.

Y seguramente en muchos otros, Bolívar, siempre retornará. Porque, después de


tanto tiempo, aun cuando admitimos que está bien muerto y que no queremos
volverlo un santo, incluso con todo esto, hoy podemos estar seguros de que, de
una u otra manera, siempre se dará en estas tierras un eterno retorno del
Libertador.

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