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Nuestra sociedad está estructurada según las distintas funciones atribuidas a uno y otro sexo: las
del hombre, basadas en la fuerza, la virilidad, el poder y la ambición; y las de la mujer, centradas
en aspectos que no llevan ni al éxito ni al poder y que son socialmente consideradas inferiores a
las masculinas. Este reparto de funciones nos conduce a una sociedad patriarcal, donde el hombre
disfruta de todas las esferas de la vida, tanto de la pública como de la privada, mientras que la
mujer se ve limitada al ámbito privado o doméstico. La consecuencia más inmediata es la
consideración de la mujer como un objeto propiedad del hombre.
Las mujeres se ven obligadas por los mandatos de género a ser complacientes, a cuidar a los
demás, a renunciar a sus expectativas en función de las de otros, a transigir… Como hemos dicho,
estos valores patriarcales nos han transmitido que las mujeres y los hombres tenemos diferentes
características y, por tanto, diferentes papeles en la sociedad; en el momento en el que el sujeto
pasivo, es decir, la mujer, intenta romper con esta situación preestablecida, el hombre responde
con la violencia para seguir manteniendo su estatus y su sentido de la propiedad hacia la mujer. En
ese momento se produce la violencia contra las mujeres.
Desvalorización de la mujer
Las normas sociales nos enseñan a valorar a las mujeres sólo por su aspecto físico, olvidándonos
de que cada persona es única e irrepetible, y así nos acostumbramos a ser dependientes y:
Tanto nos marcan desde la infancia con las delicias del amor romántico, que cedemos y cedemos
por el bien de nuestra relación. Por mantener a nuestra pareja y por mantener la unidad familiar,
cedemos tanto que, sin darnos cuenta, llegamos a perder nuestra propia esencia, hasta
convertirnos en una sombra de nosotras mismas.
Asumimos como nuestros los roles patriarcales y llegamos a convencernos de que el matrimonio
convencional es la única opción para una vida feliz.
Además de serios daños físicos, la violencia familiar causa en las víctimas trastornos
emocionales que serán más profundos y duraderos cuanto más tiempo dure la relación:
Baja autoestima.
Interiorización del machismo, dependencia del varón y en general de todas las figuras de
autoridad.
Tienen depresión profunda: falta total de esperanza, se sienten sin fuerzas,
respuestas emocionales muy limitadas, altos niveles de autocrítica y baja autoestima.
Tienen miedo, estrés, conmoción psíquica aguda, ansiedad y desorientación.
Incomunicación y aislamiento provocado por el continuo desamparo social.
Tienen sentimientos de subordinación, dependencia y sometimiento.
Sentido de culpabilidad. Ellas mismas se sienten culpables de la situación.
Están desmotivadas y tienen una profunda ausencia de esperanza.
Incertidumbre, dudas e indecisiones por bloqueo emocional.
Falta total de esperanza.
Impotencia/indecisión: Carecen de poder interior para superar los problemas.
Se crea el “síndrome de la mujer maltratada”, que es parecido al síndrome de
Estocolmo, donde uno se identifica con la figura de poder y de valor, en este caso el
marido.
Vivencia y transmisión de roles sexistas.
Tienen poco o nulo margen en la toma de decisiones con lo que respecta a la vida
de pareja y a la suya propia.
Padecen a veces trastornos alimentarios severos como anorexia o bulimia.
Trastornos del sueño.
Irritabilidad y reacciones de indignación fuera de contexto.
Frecuentes trastornos de alcoholismo y de ludopatía.
Baja interiorización de valores sociales y democráticos.
Factores que mantienen enganchadas a las mujeres maltratadas
El maltratador
La violencia es una elección y es siempre la elección de la persona que la realiza. El maltratador no
es un enfermo, por lo que es siempre responsable de su conducta. Ejerce la violencia porque
quiere hacerlo y porque piensa que sus actos quedarán impunes. Les gusta la sensación de
sentirse poderosos, el centro del mundo, al menos de su mundo privado. Las características
consideradas masculinas, como la fortaleza, la autosuficiencia, la racionalidad y el control del
entorno, son percibidas como superiores, en oposición a las femeninas e inferiores. A los
maltratadores podemos encontrarlos en cualquier trabajo, clase social, nivel cultural o económico.
La agresión a la mujer pretende el control y su sumisión, con ella quieren llegar a convertir a la
mujer en una cosa de su propiedad para así poder hacer y deshacer sin consideración alguna hacia
ella, hasta llegar a anularla completamente. Para lograr el dominio absoluto, el maltratador utiliza
estas estrategias:
Conclusiones
La violencia que se ejerce por los hombres contra las mujeres ha sido una constante histórica que
ha tenido y tiene por objeto su sumisión a los dictados de una sociedad patriarcal que ha generado
una situación real de desigualdad que necesita ser mantenida mediante el uso de la violencia.
La violencia de género es un factor desencadenante de conductas suicidas. Si se quiere conocer la
magnitud de este problema de España, la investigación judicial de las muertes ocurridas entre
mujeres, sean aparentemente suicidas o accidentales, debe incluir un estudio psicosocial del
entorno en que sucede, el mismo criterio debería aplicarse en el seguimiento médico-forense, de
aquellas lesiones referidas como accidentales, que por sus características hagan pensar en una
agresión o una tentativa suicida.